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Curso:
DIDACTICA GENERAL II
Semestre, 2013-2
ANTOLOGIA
Aunque, hay que reconocer, que también que en algunos sectores de la población se
está propiciando el surgimiento de una nueva conciencia cada vez más profunda de la
responsabilidad que como sujetos sociales tenemos ante nuestro entorno, pongamos por caso
los debates sobre la Ley Televisa, la Ley del ISSSTE, la Reforma Petrolera, la Guerra contra el
Narcotráfico, la Contingencia Sanitaria, la Crisis Política Partidista en México antes, durante y
después de las Elecciones de 2012, el Movimiento por la Paz, la Justicia y Dignidad, la
irrupción refrescante del Movimiento Estudiantil #YoSoy132, entre otros.
♣
Desde el punto de vista didáctico existen diversos tipos de programas de estudio o programas escolares. Algunos
autores los llaman analíticos, sintéticos o indicativos, según sus características e intenciones didácticas. Para efectos
de esta materia vamos a entender el programa de estudios como una formulación hipotética de los aprendizajes
que se pretenden lograr en una unidad didáctica de las que componen el plan de estudios. En este mismo sentido,
el programa escolar se puede concebir como una propuesta mínima de aprendizajes relativos a un curso en
particular. En suma, el programa de estudios es una herramienta básica de trabajo de todo profesor.
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El abordaje de las Unidades Temáticas del programa tendrá como exigencia obligada la
lectura fina y acuciosa de los textos que conforman esta Antología, así como el análisis y
reflexión en las sesiones del curso. Los reportes y comentarios de cada documento serán materia
prima para nutrir el trabajo grupal y tendrán los rasgos que se establecen en la Guía de Estudio
que se incluye en páginas adelante. Los autores que se proponen se seleccionaron por considerar
que son -desde algunas de las expectativas de grupos previos y las del profesor- los que permiten
un mejor acercamiento al objeto de estudio que nos ocupa, la Didáctica como teoría y práctica
de la enseñanza en el momento actual.
Por tanto, en este curso de Didáctica General se pretende que las y los alumnos
participantes:
Unidades Temáticas:
Primera Unidad.
DIDACTICA Y DOCENCIA:
Lo cierto es que el sistema educativo que nos rige, a pesar de que ha sufrido unos ligeros
cambios en las últimas décadas, todavía persisten en él algunas tendencias pedagógicas
reaccionarias y restrictivas que acentúan la sumisión y la cultura del silencio en los educandos.
Por lo que es inaplazable rebatir en la institución escolar los rezagos de la educación bancaria o
tradicionalista para oponerle una educación en la cual el alumno fundamente su aprendizaje
mediante el uso reflexivo de la pregunta, y sea un constructor, un gestor de sus propios
conocimientos, y, cabría esperar, mediado por las interacciones de sus propios compañeros de
grupo y amigos, que comparten las mismas necesidades de conocer y de saber, y que de alguna
manera son afectados por problemas de la vida diaria que exigen soluciones.
Así pues, con las limitaciones este curso y, específicamente en esta unidad, sólo se
pretende hacer una incipiente contribución sobre un tema tan extenso y trascendente para la
tarea formativa como es el referido al aprendizaje teniendo a la pregunta como recurso
pedagógico. Ahora bien, lo más importante sería que en la práctica cotidiana los maestros y
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Tercera Unidad.
DIDACTICA Y EVALUACION:
dos objetos de estudio inherentes en la docencia.
Alvarez, Juan Manuel. Evaluar el aprendizaje en una enseñanza basada en las competencias,
en: Gimeno Sacristán y Otros. Educar por competencias, ¿qué hay de nuevo? Editorial Morata,
Madrid, 2008.
7
Estrategia Metodológica.
En este sentido, el trabajo que se realiza en grupo es una combinación entre aspectos
teóricos y experiencias prácticas que buscan movilizar y modificar los Esquemas Referenciales
previos de los alumnos de los participantes como posibilidad de aprehender y de hacer suyo el
conocimiento. Esta concepción significa la responsabilidad de los miembros del grupo de
trabajar tanto en el desarrollo de las mismas sesiones de clase, como fuera de ellas.
GUIA DE ESTUDIO
Invitación:
PRIMERA UNIDAD:
Didáctica y Docencia: sentido y significado de la investigación en el proceso de
enseñanza-aprendizaje.
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Pablo Aznavurian *
Sobre suelo fértil se pueden plantar las semillas de nuevas ideas; para desestructurar la
realidad y para reconstruirla de nueva cuenta; y desarrollar su potencial con el abono de la
imaginación así como protegerla de las plagas, que atacan sin misericordia el crecimiento de la
vida, de las ideas y las innovaciones.
Rehacer la realidad, volver a verla como si no fuera un fenómeno de todos los días,
tener un laboratorio rico en recursos, para procesar las percepciones y reordenarlas,
compararlas, pesarlas, medirlas, pintarlas, cantarlas o platicarlas a partir de una interpretación
que tiene a su vez rigor y flexibilidad de vientos y fluidez de agua.
Explorar en todas direcciones con el pensamiento, con la emoción, con el cuerpo, con
las percepciones en constante destilación: no precipitar conclusiones, no dar una obra por
terminada porque nos ha gustado mucho o porque ya fue premiada, no dar por terminado
nada, siempre considerar que hay otra manera, otra etapa, otro estamento, otro cielo al que
podemos dirigir la mirada, otro jardín del cual obtener flores aún mejoradas o un género
*
Investigador de la UAM-Xochimilco. Superación Académica. Revista Reencuentro No. 17, 1996.
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Concebir un espacio fijo, sin dejar de darse cuenta que no está fijo, que nunca lo ha
estado y no lo estará jamás. Poder situarse en un pasado, un presente y un futuro mirándolos
desde la perspectiva del constante devenir, del eterno, del presente gigantesco e inabarcable.
Para cultivar la creatividad se requiere ser muy inteligente y muy agudo, muy tonto,
muy estúpido; y, por qué no, hasta muy mediocre, con tal de alcanzar la ingenuidad. Ser
endemoniadamente escéptico y crédulo. No dar nada por hecho, no pensar que necesariamente
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al lanzar una piedra, va a dibujar una parábola y va a caer a una cierta distancia, porque así ha
sucedido siempre, apreciar por qué ha sucedido siempre.
Moverse más rápido que el fenómeno para sorprenderlo en los trucos de la naturaleza y,
simultáneamente permanecer impasible ante ellos; ser una parte del fenómeno, dejarse
influenciar por él, transformarlo y transformarnos a partir del cincel de la consideración
energética universal y, al mismo tiempo, no permitir que suceda ninguna modificación sin que
de ello tomemos nota, -si no hay lápiz a mano-, con la conciencia despierta, con la memoria,
con el alma.
Enfrentamos a los nuevos, dejarnos caer en el abismo de qué será, para avanzar con paso
firme sobre el piso pantanoso de lo que no es posible prever. Utilizar todo tipo de material,
desde la plastilina que en nuestras manos aprende a volar, hasta el microscopio
ultraelectrosonotropónico -que por cierto todavía no ha sido inventado- pero que ya existe,
imagino, por derecho propio.
Este microscopio va a ser utilizado, apenas sea extraído de la mente de algún grupo de
científicos visionarios, para observar y medir -ha!, eso de medir, medir y vuelta a medir para
determinar las variaciones estacionales en los campos de cultivo de los igotronespartículas aún
no descubiertas porque se han mantenido a salvo de los ataques furibundos de los aceleradores
ciclotrónicos-, y que habitan en los repliegues aúricocircunvolucionantes de las metáforas.
EDUCACION Y CREATIVIDAD
Luis Porter*
En esta sociedad autoritaria, cuando un joven -que hace poco tiempo fue niño- trata de
buscar salida, de preservar su libertad frente a las contradicciones y las injusticias que lo
amenazan, que intenta situarse como entidad moral, y discriminar con la altivez propia de la
juventud, estos hechos; se le rotula de díscolo, de anárquico, de difícil. Las únicas leyes morales
que se le permiten es la de acatamiento, de servidumbre, de resignación.
Al igual que los estudiantes, muchos profesores no pueden revelarse fácilmente, ante la
constante irracionalidad de los hechos en nuestro entorno, y tratar de buscar su explicación. De
este modo el mundo se nos va achicando, tanto al niño, como al estudiante ya adulto, y como
al profesor que pasó por el mismo proceso.
Al igual que los estudiantes, muchos profesores no pueden revelarse fácilmente, ante la
constante irracionalidad de los hechos en nuestro entorno, y tratar de buscar su explicación. De
este modo el mundo se nos va achicando, tanto al niño, como al estudiante ya adulto, y como
al profesor que pasó por el mismo proceso. El estudiante, esa célula creadora, inquieta y
multiforme, no debería aguantar ni sufrir y mucho menos resignarse jamás, si quiere conservar
su fuerza creativa.
nunca ocurre por arte de milagrería, sino por el tránsito seguro del tener al ser, y el vigor de esta
exaltación íntima que es la creación. El que pretende cultivar la creatividad, con ello responde a
los perseguidores y torturadores del pensamiento.
En el estudiante, se libra una trágica lucha constante entre la intuición y los medios,
entre el pensamiento inteligente o sensible y el oficio que le da la cultura; el conocimiento el
esfuerzo por conseguir esos medios y su técnica, es arduo, porque son los instrumentos
necesarios para poder expresarse.
que va construyendo sus medios, su técnica, hay una desproporción torturante. Lo irónico, lo
trágico, es que el profesor tiende a minusvaluar esa riqueza interna que el estudiante ya posee, y
no la utiliza como fuente de inspiración y de recursos, por el contrario, intenta sustituirla por
sus prejuicios, su bibliografía, su personal nicho constreñido, por su particular currículum.
Cuando ese niño llega a la universidad como hombre, cuando ya consiguió su técnica,
realizado su aprendizaje construido su conocimiento y enriquecida su cultura puede entonces
comenzar a desaprender, a rescatar lo que le queda de su niñez, a regresar a ella. Este es nuestro
trabajo en la universidad, intentar rescatar en los jóvenes su niñez, hacer que nuestros
estudiantes intenten ser -otra vez- puros como los niños, porque desaprender es estar libres de
nuevo: pero para eso es necesario que toda la lucha de la que hablábamos la haya dado también
el profesor, con su tragedia y riesgos infinitos. Que lo lleve a ser un maestro con ojos puros y su
espíritu en libertad.
Así, cuando el hombre esté de vuelta de todo este camino, su obra, tan distinta de la del
niño, permitirá que sepamos si logró desaprender y recuperar sus virtudes de niño, al advertir
su frescura y espontaneidad o lo contrario; al percibir su falsedad, su imitación, su carencia de
ideas propias.
¿Dónde ocurren estos milagros de una educación desde la libertad y para la esperanza?
Donde la creatividad sea un motor siempre encendido, siempre alimentado, no necesariamente
en las escuelas y universidades mejor dotadas, con mejores infraestructura y recursos. Ha
ocurrido y sigue ocurriendo en América Latina, en los rincones más escondidos de nuestro
campo, bajo cielos lejanos y dulces como los sueños -en suma-; donde haya un maestro con
alma de poeta o un poeta humilde dispuesto a transitar por el camino heroico.
Este tipo de maestros son los reveladores, los que consiguen que cada niño y cada
adulto digna libremente su canción, su secreto y su milagro. Maestros como Paula Ferrare,
como Jesualdo, como Iglesias, que de su música, de su originalidad, de su calidad, emana el
agua, la luz, las acuarelas de extraño fulgor, materia inspiradora que contienen la pureza clara y
la frescura del milagro de la creación.
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♣
Investigador del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM.
1
De Zubiría R. Docencia y creatividad. p. 109
18
Pues bien, siendo la docencia una de las más antiguas profesiones de ayuda al desarrollo
integral del ser humano, es preocupante que hasta el momento actual los docentes, en la
mayoría de los casos, no hayan tenido la formación adecuada para el ejercicio cabal de su
profesión.
La mayoría de los teóricos de la educación plantean el problema del miedo que viven
los estudiantes -y el maestro- cuando se presentan situaciones de aprendizaje diferente, digamos
alternativo; los primeros en pedir la vuelta al sistema conocido son los mismos estudiantes,
temerosos de la novedad que implica encontrarse con la posibilidad de aprendizajes no sólo
intelectualizados sino aquellos que les modificarán realmente su persona.
Hay dos caminos para ello, ambos prometedores. Primero, enseñar para el cambio,
enseñando a producir conocimientos, no sólo a consumirlos; aludimos aquí a la figura del
docente que alternativamente enseña lo que investiga y hace de su práctica docente objeto de
estudio.
2
Sánchez Puentes, R. La vinculación investigación docencia. Una tarea en proceso de construcción.
pp. 33-34.
19
compromiso en la acción de todos los días, de todas las veces. Porque en la tarea docente, quien
no cambia en el acontecer cotidiano de enseñar y aprender, no cambia nada.
Por ello, me parecen relevantes los planteamientos que sobre docencia hace el Plan de
Desarrollo 1997-2000 de la UNAM cuando afirma enfáticamente que los cambios académicos
de la Institución, pasan necesariamente por un fortalecimiento de la enseñanza.
Por eso ahora es necesario hurgar en el otro rostro de la docencia, para interrogarla desde su
quehacer, desde sus fines, desde la construcción de las personas como seres individuales y
sociales.
Es preciso saber ¿qué significan las acciones de profesores y estudiantes? ¿Cómo se organiza
la vida en el aula? ¿Se enseña por gusto y se aprende por placer? ¿Cómo se relaciona la vivencia
de la escuela con lo que pasa fuera de ella? Esta actitud inquisitiva pretende ser una invitación a
retornar al mundo de la escuela para dar cuenta de los valores que se viven, se enseñan y se
3
Barnés de Castro, F. Proyecto de Plan de Desarrollo 1997-2000. p. 12.
4
De Zubiría, R. Op. cit. pp.105-113.
20
aprenden en ellas, sus tensiones, sus conflictos y de cómo las personas llevan a la práctica social,
institucional y familiar esos valores aprendidos.
En términos teóricos más estrictos, la docencia se concibe más que como transmisión,
como un proceso complejo donde interactúan una diversidad de elementos, entre ellos, de
manera destacada, la información y la relación pedagógica entre profesores, estudiantes y otras
instancias académicas, donde la atención se centra en promoción diversos aprendizajes:
conocimientos, habilidades, destrezas, actitudes, valores, etc.
5
La estrategia de profesionalización de la docencia, en esta perspectiva, puede ser representada como un conjunto
de rasgos, de carácter evolutivo, que la expresan en niveles diversos y que la definen por el énfasis que se le otorga a
los siguientes referentes específicos: CISE. Comisión de docencia. Documento interno de trabajo. pp. 5-7.
21
Ahora bien, si partimos del supuesto de que los señalamientos anteriores con respecto a
la docencia son ciertos:
¿Cómo es posible que todavía hoy, en los albores del tercer milenio, en nuestras
instituciones de enseñanza superior, sea más importante enseñar a repetir cosas sabidas y no a
descubrir nuevos saberes?
¿Cómo puede ser más importante enseñar a ser consumidor pasivo de información, que
sujeto activo y responsable de su propio aprendizaje?
¿Cómo puede ser más importante para una institución de educación superior el
engrosar las filas de profesionistas egresados que el formar profesionales capaces, polivalentes,
autónomos, con actitudes de compromiso para enfrentar y transformar la realidad que
enfrenten?
La investigación como docencia parte de considerar la acción docente como una actividad
profesional que persigue la generación, recreación y apropiación de conocimientos, se inscriben
en un proyecto de formación del sujeto y se realiza en un espacio colectivo, caracterizado por la
interacción.
Esta forma de investigación presume que la construcción del saber es imposible por la vía de la
recepción pasiva de contenidos, por el contrario, propugna por la participación del alumno con
problemas específicos a los que tendrá que buscar soluciones.
6
Glazman R. op. cit. pág. 62.
7
Mata Gaviria, J. Op. cit., p. 25.
23
*La investigación como un proceso cuya finalidad consiste en propiciar y fomentar el interés y
el espíritu creativo en un proceso de aprendizaje. En este sentido la investigación no se propone
como intención primaria producir conocimientos nuevos, es más bien un procedimiento
didáctico.
Nos referimos aquí al tipo de investigación que en el ámbito escolar, de cualquier nivel
educativo, se requiere para la obtención de información, y que constituye un medio de
aprendizaje, es decir, la investigación como un procedimiento didáctico, que propicia en el que
aprende no sólo la obtención de información sino la adquisición de múltiples habilidades.
8
Arredondo, M., et. al. Vinculación docencia-investigación, p. 24.
24
anticipar el estímulo de tales disposiciones que sirven en el proceso formativo y para toda la
vida.
En esta línea de pensamiento puede proponerse con razón, que la formación
investigativa debería iniciarse desde la escuela primaria, pero mientras eso sucede, ¿por qué
demorar las transformaciones que pueden acontecer ahora en el salón de clases de la universidad,
soslayándolas con eruditas evasivas?
Como corolario a los postulados enumerados antes conviene insistir, que no se intenta
convocar a una “nueva cruzada” de utopía. El cambio trascendental debe operar en el salón de
clases, en la relación maestro-alumno, en el diseño de un nuevo texto apropiado, en el proyecto
de investigación, en la innovación curricular, etc.
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Debe esperarse menos en lo que hagan otros, arriba o abajo, y confiar más en el esfuerzo
que cada quien esté dispuesto a realizar. No todas las instituciones estarán en condiciones de
intentarlo, ni todas considerarán importante hacerlo. No debe causar extrañeza que la
investigación es todavía considerada alternativamente como un lujo innecesario, un bien
inaccesible, el patrimonio de una elite, un status deseable, o el dominio exclusivo del nivel de
posgrado.
La docencia en forma de investigación no constituye una utopía educativa más, en ella se afirma
que es posible lograr que el estudiante realice por sí mismo la tarea informativa y adquiera, con
la guía del profesor y la vivencia del proceso grupal, el espíritu y la actitud favorable en torno a
la investigación, concibiendo a ésta como la forma de docencia creadora que permite contribuir
a las indispensables transformaciones de la práctica docente actual.
La concepción de docencia que subyace en tales supuestos nos confirma que se trata de
una tarea de indagación necesaria que trasciende la naturaleza de un quehacer docente
improvisado, intuitivo y rutinario, para orientarse hacia la formación de un docente
problematizador, investigador y transformador de su propia práctica, lo cual no es tarea fácil,
pero ese es el reto si verdaderamente estamos empeñados en mejorar cualitativamente los
procesos de formación.
Problematizar es una manera de ser del científico, es una forma de proceder del
investigador. El catequista no problematiza, transmite su enseñanza sin cambio, siempre igual.
El catequista es rutinario; más aún, no importa que se repita, él exige que su mensaje se
memorice y se diga al pie de la letra. El dogmático tampoco problematiza; no acepta
alteraciones en su doctrina ni de forma ni de fondo: para él hay cánones, catálogos de verdades
que no se tocan, reglas y preceptos cuyos meros enunciados son objeto de absoluto respeto.
Para Aristóteles, por ejemplo, hacer ciencia, es decir buscar explicaciones a los
fenómenos, a los hechos o a las cosas, tiene su origen en la curiosidad intelectual. En este
sentido, solamente el profesor con actitud de investigador, con capacidad de sorpresa, termina
vinculando la docencia con la investigación.
9
Sánchez Puentes, R. Didáctica de la problematización en el campo científico de la educación, p.70.
28
En este sentido, el filósofo alemán Karl Jaspers, afirmaba que el mejor investigador es a
la vez el único docente idóneo. Porque el investigador puede ser poco hábil para la mera
conducción de la materia a enseñar, pero sólo él pone en contacto con el propio proceso del
conocimiento y, por intermedio de éste con el espíritu de la ciencia, en vez del contacto con los
conocimientos acabados, cerrados y legitimados, quizá fáciles de asimilar, más no de hacerlos
suyos, de transformarse como persona y como profesional a través de ellos.
Sólo él mismo es ciencia viva, tal cual es originalmente. Él despierta impulsos similares
en los alumnos. Él conduce a la fuente del conocimiento. Sólo el que personalmente investiga
puede enseñar a investigar en estricto sentido. El otro sólo transmite lo fijo, ordenado e
instrumentado didácticamente. Pero la Universidad no sólo es escuela, en el sentido
10
Sánchez Puentes, R. op. cit., págs. 53 y 54.
29
convencional de instancia transmisora de saberes, sino Alta Escuela, que además de la tarea de
transmisión cumple con la muy importante misión de crear y recrear el conocimiento, mismo
que nutre de contenido y orientación a la propia docencia. 11
La actitud del docente será, en todo momento, la de hacer que el estudiante actúe
siempre por sí mismo: "que vuestro alumno, decía Rousseau, no sepa algo porque se lo habéis
dicho, sino porque lo haya comprendido por sí mismo; que no aprenda la ciencia, sino que la
cree, que viva su proceso y devenir". 12
En este mismo orden de ideas, cabe preguntarse: ¿Cómo impartir la enseñanza reflexiva
y científica, que tan esencial e indispensable es para toda formación académica y/o profesional
de hoy? Podemos responder esta pregunta con una sencilla sentencia y de sentido muy
evidente: tenemos que promover la apropiación de los conocimientos científicos
reconstruyendo el proceso histórico de su adquisición.
11
Jaspers, K. La idea de la universidad. p. 428.
12
Modolfo R. Rousseau y la ciencia moderna. Citado por Mata Gavidia J., en: Docencia en forma de
investigación. Op. cit. p. 26.
30
Con esta propuesta pedagógica se busca que el estudiante cobre conciencia y asuma su
responsabilidad como sujeto de su propio aprendizaje y que no espere pasivamente a ser
enseñado y evaluado por un docente, una institución o la misma sociedad.
En suma, la docencia que se requiere para formar a los estudiantes y profesionales del
siglo XXI debe ser muy diferente a la que predomina en la actualidad, centrada en el profesor y
la transmisión de conocimientos.
Bibliografía.
Arredondo, M., et. al. Vinculación docencia-investigación, en: Memoria del foro relación
docencia-investigación. Colección Pedagogía Universitaria, No. 16, Xalapa, Ver., México,
1988.
Barnés de Castro, F. Proyecto de Plan de Desarrollo 1997-2000. Gaceta UNAM.
Suplemento Especial, UNAM, México, 1997.
Bleger, J. Psicología de la Conducta. Editorial Paidós, Buenos Aires, 1977.
Bruner, J. El proceso de educación. Editorial Unión Tipográfica Hispano-Americana.
México. 1963.
13
Bruner, J. El proceso de educación. p. 45.
14
Bleger, J. Psicología de la Conducta. p. 138.
15
Delors, J. La educación o la utopía necesaria, pp. 16 y 17.
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PREGUNTAR Y APRENDER
Lucía Ávila Santana
Hay quien dice que nacemos preguntando. Y sí, tal vez, aunque al principio sin saberlo.
Los primeros contactos del infante con su mundo son una forma de exploración, a través de sus
sentidos y sus movimientos, que encierran preguntas aún no formuladas. No pasa mucho
tiempo para que las verbalicen. Alrededor de los tres años, se dice, es la edad del por qué. Y
aunque en esa edad el niño no necesariamente se interesa por las causas, se interesa en qué y
para qué, le interesa entender. Desde ese momento la pregunta es vehículo de conexión de las
personas con el mundo, para conocerlo, entenderlo, representarlo y, más tarde, para
transformarlo. Es la base del aprendizaje y de la construcción de conocimientos.
Entonces, ¿por qué las escuelas no promueven la inclinación inherente de los niños a
hacer preguntas?, ¿por qué tantas veces se les calla?, ¿por qué la tendencia usual de padres y
maestros a dar respuestas categóricas, en vez de atender y alimentar sus dudas e intereses y
entender que esas preguntas no son sino manifestación vital del deseo de conocer?
Indudablemente, el interés es base del aprendizaje y de la producción de conocimiento;
nadie conoce nada que no se interese en saber. Sin embargo, ¡es tan fácil apagar la curiosidad de
los niños y los jóvenes! Ellos podrán aprender a repetir los saberes que la escuela les plantea,
pero también podrían aprehenderlos porque les dan sentido, siempre y cuando les interesen y los
motiven. ¿Pero cuánto puede interesarles un tema si no se les permite preguntar?
Además, el interés -crucial, vital- es sólo punto de partida; su satisfacción requiere
actuar, indagar. Entonces, si lo que hacemos “por ellos” es darles “conocimientos acabados” -
datos, hechos, fórmulas, definiciones- para que los memoricen, sin invitarles a despejar las
dudas que de ellos surgen -en qué consisten, qué relación tienen con su vida, cómo se aplican-
los estaremos “llenando” de informaciones aisladas y escatimando posibilidades de analizar y
preguntarse, buscar respuestas, argumentarlas, explicarlas, comunicarlas.
Los maestros necesitamos comprender cómo influyen en los niños nuestras maneras de
conducir las clases y nuestros modos de preguntar. ¿Qué tipo de situaciones creamos? Las hay
donde la pregunta es propiedad del maestro y la respuesta de los alumnos que de antemano la
saben; donde no caben las preguntas de los niños y los jóvenes o sólo caben las que el maestro
considera “inteligentes”. Pero existen otras donde justamente se busca que los alumnos
pregunten -a sí mismos, entre ellos, al profesor- sin temor a ser ignorados o descalificados,
porque sus preguntas se valoran y orientan el trabajo del docente. Luego, ¿qué tipos de
preguntas privilegiamos? Hay quienes las restringen a lo burocrático -quién entregó el trabajo;
de qué trata la tarea-, pero hay quienes cuidan que sean, sobre todo, sustanciales, de esas que
activan las dudas de los alumnos y su disposición a preguntar.
En vez de suponer que los estudiantes no investigan, necesitamos dar vía ancha a su
curiosidad, respetar y alentar sus ganas de saber, preguntarles acerca de lo que entienden,
interesarlos en otros aspectos de lo que quieren saber y encontrar las maneras para que sean
ellos quienes pregunten e indaguen. Evitar que se conformen con respuestas dadas, que sólo
busquen pasar el examen, requiere la responsabilidad de propiciar que piensen por sí mismos.
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(A. Machado)
John Dewey
“El fin del conocimiento no es descubrir el secreto del mundo, o la ecuación clave, sino
dialogar con el mundo”.
Edgar Morin
Introducción.
En las culturas indígenas de tradición oral se suele decir que las personas que hablan
desde la autoridad de su experiencia “saben un poquito de algo”. En esas y, en todas las
sociedades, los mayores dicen que el conocimiento da poder para comprender y vivir con
inteligencia. Pero para ello, es necesario ejercitarse en la observación del mundo que nos rodea,
lo que en algunas de esas comunidades indígenas llaman “búsquedas con la vista” (Shagoury,
2000). Modestamente pienso que las metas de un profesor deben ser esas búsquedas para “saber
un poquito de algo” sobre los procesos que explican el aprendizaje de sus alumnos. Aquí os
expongo algunos de mis hallazgos en mis ejercicios de búsqueda.
Primeras Preguntas: ¿Por dónde empezar?: El ritmo de los tiempos nos exige otras respuestas.
mundo de las ideas y el pensamiento -como herramientas de análisis que desentrañen el sentido
profundo de las cosas- en nuestras vidas cotidianas?
Quienes con más lucidez arrojan respuestas claras sobre todo ello parecen ser una
inmensa minoría de intelectuales, investigadores y organizaciones sociales que, aunque son el
anuncio de una nueva cultura emancipatoria, apenas pesan en las decisiones de quienes
gobiernan este mundo de la globalización.
Segundas preguntas: ¿Qué ocurre en muchas aulas? Observaciones desde el diario de clase de un
Profesor de Secundaria.
Las reflexiones y propuestas que aquí se esbozan se hacen desde la plena conciencia de
que las actividades que cada uno de los docentes llevamos a cabo en nuestras aulas tienen lugar
en un marco general de enseñanza que está determinado, de una parte, por las reglas que rigen
un sistema institucional, en el cual existen diversos niveles de autoridad, responsabilidad y
decisiones. De otra, hay que decir que el sistema de enseñanza se encuentra muy determinado
por los valores dominantes que los medios de comunicación se encargan de asentar en el
sistema social: la cultura de la ignorancia 2, la preeminencia del dinero como único modo de
éxito social y la conformación de un tipo de ciudadanía media uniformizada en sus conductas,
sus actitudes y sus comportamientos. Lo que alguien ha llamado “la manufactura del analfabeto
secundario y la producción del idiota colectivo”.
En ese marco de enseñanza y en este modelo dominante de sociedad, muchos
profesores, especialmente al nivel de enseñanza primaria y secundaria, han interiorizado de
manera no reflexionada muchos de esos valores y ejercen de modo mayoritario prácticas
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Estos modelos han aparecido ante muchos maestros como formulaciones despegadas
de la realidad de la enseñanza y han venido a ejercer el simple papel de entretenimientos
intelectuales. A la luz de lo que es el devenir de la innovación educativa esta es la sensación que
resta de ciertas proposiciones didácticas. Sensación proveniente, tal vez, de los prejuicios, en
muchos casos mutuos, de los docentes, “los prácticos”, hacia el mundo universitarios de los
“teóricos”. Sea como fuere, está claro que si el realismo de las propuestas innovadoras en
educación hubieran de medirse por el eco que tienen en las salas de profesores y en las aulas,
muchas de ellas estarían consideradas ya desde su originaria formulación como meros ejercicios
de especulación estéril.
¿Es este el caso del modelo de investigación escolar? Sinceramente, pienso que el
trabajo y el esfuerzo conocido de muchos profesores en sus aulas avalan el modelo y, sobre
todo, la actitud de búsqueda que lo ha marcado desde sus orígenes.
Las reflexiones y propuestas que aquí se formulan forman parte de ese universo de
aportaciones que tratan de demostrar que la investigación como enfoque alternativo para la
enseñanza y para el desarrollo profesional de los profesores es un instrumento válido y de un
gran potencial transformador frente a las prácticas más tradicionales. No debemos olvidar, sin
embargo, que el grado de aceptación de las propuestas que se erigen en alternativa pedagógica,
está en relación directa con el nivel de compromiso, de coherencia, que se adquiere al hacer esa
proposición. Y en este sentido, las prácticas en las aulas universitarias, dejan aún mucho que
37
desear. Sin duda, la enseñanza universitaria, que descansa sobre todo en la enseñanza de
contenidos, debe plantearse la enseñanza de capacidades. Claro que los contenidos sí se pueden
reflejar en un examen, pero superado éste los conocimientos pasan directamente al olvido, ni
siquiera al baúl de los recuerdos (Martín, 1999).
Cuartas preguntas: ¿Dónde situamos “el arte de hacer preguntas”? Las estrategias de enseñanza por
investigación. Bases teóricas para una didáctica basada en la capacidad de preguntar y preguntarse.
Por otra parte, quisiera recordar que el aprender a trabajar con preguntas se sitúa en la
muy antigua perspectiva de la tradición clásica tan marcada por la mayéutica socrática, aquel
viejo arte de sacar y descubrir la verdad y las formulaciones correctas, como aquella partera,
madre de Sócrates, haciendo preguntas. ¿Alguien de vosotros ha leído en el Menón, uno de los
Diálogos de Platón, cómo Sócrates demuestra, a través de preguntas, cómo un esclavo resuelve
un dificultoso problema matemático?
Una tradición, en fin, que se continúa en la hermeneútica filosófica moderna. Es decir,
no venimos a descubrir nada nuevo por cuanto el viejo modelo didáctico “erotemático” ya se
caracterizaba por tener como esencial el hacer preguntas.
El supuesto teórico que sirve de punto de partida y fundamenta nuestra propuesta de
lo que algunos denominan “la interrogación didáctica” (Rajadell y Serrat, 2000)6 radica
esencialmente en una concepción no dogmática del conocimiento y, por tanto, necesitado de
herramientas sociales como el diálogo y el trabajo cooperativo. El saber preguntar es un medio
privilegiado para conseguir ese tipo de conocimiento que llamamos conocimiento escolar, es
decir, “una integración didáctica en el contexto escolar de las diferentes formas de conocimiento
frente a la mera traducción de lo científico a lo escolar, integración que prima el papel de la escuela
como lugar de reflexión sobre las relaciones entre los humanos y entre éstos y el medio, teniendo como
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Rajadell y Serrat proponen que debemos tener en cuenta algunas consideraciones al formular
preguntas:
1º.- Organizar la pregunta: Supone, esencialmente, tener claros los objetivos que
perseguimos. ¿Deben ser siempre espontáneas las preguntas? ¿Debemos llevarlas escritas? ¿En
qué tono hemos de hacerlas? ¿Es indiferente hacerlas en positivo que en negativo? ¿Requiere
todo esto una planificación, una preparación? ¿Usamos los términos claros y precisos al
preguntar? ¿Sabemos a quién hemos de preguntar en cada momento?
2º.- Tiempo de espera de la respuesta: ¿Permitimos al alumno elaborar la respuesta? ¿Somos
pacientes? ¿Qué clima se respira en el aula cuando hacemos las preguntas? ¿Se atiende? ¿Cómo
es la calidad de las respuestas según el tiempo que concedemos para cada respuesta? ¿A qué
ritmo efectuamos las preguntas? ¿Qué importa más la calidad o la cantidad?
3º.- Motivación del alumno para responder: ¿Quién no ha tenido alumnos que responde “a
mí no me preguntes, pregúntale a otros”? ¿Las preguntas nos desnudan ante los demás? Pero
tan importante es la actitud de los alumnos frente a las preguntas como la actitud de escucha
del maestro frente a las respuestas. ¿Escuchamos con la atención que fomenta la escucha
respetuosa? ¿Fomentan nuestras preguntas la participación? Para todo ello es necesario conocer
a los alumnos y su entorno, sus procedencias, sus contextos de residencia...
4º.- No hacer siempre el mismo tipo de preguntas: No olvidemos lo que ya hemos dicho, hay
que combatir la rutina por todos los medios. ¿Estimulan nuestras preguntas el interés de todos?
¿Requiere cada alumno su propio tipo de preguntas? ¿Sorprendemos con nuestras preguntas o
inciden sobre lo que ya intuían? En Historia, por ejemplo, nuestras preguntas van desde el
momento del pasado que se estudia al momento presente, no siempre esperan que les preguntes
por el presente.
5º.- Recompensar al alumno por su repuesta: De modo verbal (una sola palabra o frase) o no
verbal (gestos) el profesor incita o inhibe a la participación de determinados alumnos. Puede ser
el mejor modo de hacer “adaptaciones” porque puede ser el momento de recompensar a los que
tan escasas recompensas encuentran en el ámbito escolar.
6º.- Optimizar las respuestas parcialmente correctas: Si el preguntar no es más que la
búsqueda de lo más correcto, ante respuestas incompletas o incorrectas debemos tratar de
reconducir positivamente a los alumnos. Es lo que se llama la “técnica de la instigación”.
Generalmente, volvemos a hacerles preguntas que le clarifiquen sus ideas, suele ser frecuente no
haber comprendido la formulación inicial de la pregunta.
7º.- Reconducir la respuesta incorrecta del alumno: Todos sabemos que el mundo de los
“disparates” de estudiantes, desde la Escuela Primaria a la Universidad, es un ancho y
escandalizador mundo. Sin embargo, lo que es motivo de humor para el público ajeno al aula,
para los estudiantes puede ser humillante. A veces, son los propios alumnos los que son crueles
con sus compañeros y utilizan para sorna y escarnio algunas de sus respuestas disparatadas ¿Es
por esto por lo que no soléis preguntar? ¿Por el miedo al ridículo? Rajadell y Serrat aconsejan:
evitar comentarios negativos; evitar los murmullos; animar a los alumnos a intentarlo de nuevo;
evitar el sarcasmo, evitar, por supuesto, el castigo10.
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8º.- Realizar preguntas absurdas: Es lo que sume a las preguntas en la inutilidad. ¿Se os
ocurre alguna pregunta sobre esto? ...Y los alumnos están, un viernes a última hora, deseando
que dejes de hablar del tema o, en otras ocasiones, cuando les planteas para hacer aportaciones
sobre un tema que desconocen. ¿No es absurdo hacer ese tipo de preguntas? En el ámbito
universitario, por ejemplo, siempre parece absurdo preguntar si alguien ha repasado lo tratado
el día anterior o, mucho más, si alguien ha ampliado el tema que se está estudiando. En cada
momento, debemos preguntarnos sobre la validez de efectuar nuestras preguntas.
9º.- Seleccionar siempre a los mismos alumnos: ¿A quién preguntar? ¿A los que siempre te van
a contestar correctamente? ¿A los que no atienden? ¿Por qué preguntar a unos u otros? Todos
los alumnos deben la oportunidad de tener y contestar sus preguntas.
10º.- Prestar poca o ninguna atención al alumno que está contestando: A veces nos importan
tanto las preguntas que nos despreocupan las repuestas. En este como en otros casos, el hacer
preguntas lleva a la educación en valores. El respeto y la atención con la que escuchamos las
respuestas es la ocasión para fomentar el respeto mutuo.
11º.- No permitir a los alumnos que terminen las respuestas largas. ¿Por qué acostumbramos
siempre a apostillar cuando vemos que el alumno se extiende sobre alguna cuestión?
“Efectivamente, como dice...” y no se le deja terminar.
12º.- Repetir la pregunta. ¿Es siempre oportuno repetir cada pregunta? ¿Para qué escuchar la
primera vez si volverá a repetirla?
13º.- Repetir todas las respuestas de los alumnos. Si el profesor va a repetirlas, ¿para qué vamos
a escuchar a los compañeros? Muchas preguntas y sus respuestas quedan expuestas en el
papelógrafo de la clase y nos recuerdan de qué hablamos y el camino de elaboración recorrido
por el grupo.
14º.- Responder la pregunta antes que el alumno. ¿Damos todo el tiempo necesario para
contestar? En este como en otros casos, el resultado es la desmotivación.
Séptimas preguntas.- ¿Cómo hemos aprendido a pensar? ¿Sólo existe “la respuesta correcta”?
Pues bien, como podemos intuir, tener en cuenta todas las anteriores recomendaciones no
es nada fácil y ejercitarse en ello es inevitable si queremos dominar el modo de hacer preguntas
como un modo de poner en marcha estrategias didácticas conducentes a la educación del
pensamiento, para aprender a pensar.
Sin embargo, el modo convencional de preguntar de la escuela tradicional ha generado
efectos no deseables por su modo de formular preguntas y por el tipo dominante de preguntas.
¿Os habéis preguntado alguna vez cómo hemos aprendido a pensar? Muchos, posiblemente,
contestaremos que en la Escuela Primaria. Allí nos han enseñado a todos qué era y qué no era
lo apropiado. Nos enseñaron a indagar en nuestro entorno, cómo encontrar información, a
identificar las ideas importantes y los procedimientos para desarrollar mentalmente dichas
ideas.
En esencia, esto es parte de lo que consideramos esencial en el aprendizaje de una
persona. En resumen, la educación formal que hemos recibido nos ha proporcionado muchos
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de los conceptos que ahora utilizamos para ordenar y comprender el mundo que nos rodea.
Pero en ese proceso, el modo de formularnos preguntas y el modo de inducirnos a buscar
respuestas ha sido determinante en la configuración de nuestro modo de pensar y resolver
problemas. Aquí radica la importancia del formular preguntas.
Casi todos los ritos del sistema educativo, en todos los sistemas educativos, están
dirigidos, desde concepciones dogmáticas del conocimiento, a enseñar cómo encontrar una
única respuesta correcta. Al cabo de un curso escolar, uno cualquiera de mis alumnos de
Bachillerato o Secundaria, con unas diez asignaturas, puede haberse enfrentado a unas diez
pruebas por cada materia escolar, y con un número variable entre tres, cinco o diez cuestiones.
Calculando moderadamente, a lo largo de su vida estudiantil, un alumno ha podido llegar a
resolver con más o menos éxito aproximadamente a unas 3000 pruebas que le han ido
enseñando a encontrar la única respuesta correcta.
Es el modo como “la respuesta correcta” arraiga profundamente en nuestro
pensamiento. Probablemente sólo resolución de algunos problemas matemáticos admiten una
respuesta, la correcta. Pero la vida, dependiendo de los diversos puntos de vista que adoptemos,
más allá de las disciplinas escolares, nos plantea situaciones diferentes no siempre con una única
respuesta acertada. Si creemos que sólo hay una respuesta acertada, dejaremos de buscar tan
pronto encontremos una solución válida (Von Oech, R. 1987)
Octavas preguntas: ¿Han de graduarse las preguntas? ¿A qué plan deben responder?
Sin duda, el preguntar debe insertarse en la secuencia que otorga coherencia a nuestros
planteamientos de enseñanza, es decir, deben integrarse en nuestro modelo didáctico de
referencia, definido por nuestro modo de entender y ejercer la práctica educativa. En este
sentido, desde hace años, en el campo de la enseñanza de las Ciencias Sociales, especialmente
de la Geografía y de la Historia, y junto a otros compañeros de trabajo, nuestra práctica está se
construye en una secuencia-tipo como la que sigue. Con posterioridad, los “mandamientos del
aprendizaje” formulados por Pozo (1996), nos han ayudado a sistematizarla mejor:
1º.- Los intereses y la motivación de los alumnos son el punto de partida, con la intención de
cambiarlos y hacerlos “más interesantes, más instructivos, más educativos”. Corresponden a
esta fase todas las preguntas que les ayuden a y comprender comprenderse a sí mismos. Son
todas aquellas preguntas que incitan a: describir, detallar, diferenciar, especificar, interpretar,
explicar, exponer, reordenar, verificar, a decir con otras palabras, contrastar, seleccionar,
comparar...
2º.- Partimos de los conocimientos previos de los aprendices con la intención de cambiarlos.
Corresponden, por ejemplo, a este momento las preguntas dirigidas al conocimiento, a aquello
que recuerda o reconoce, básicamente a través de la memoria y la experiencia. Las que llevan a:
acordarse, definir, especificar, exponer, identificar, reconocer, recordar, cuál, cuándo, dónde,
qué, quién...
3º.- El Taller de Historia: Trabajo y análisis de documentos y uso de recursos variados (narraciones,
simulaciones, dramatizaciones...). Aquí, en una fase de indagación y búsqueda, las preguntas se
hacen más complejas y tratan de llevar al alumno hacia la comprensión de conceptos, de textos,
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de imágenes, y hacia el pensamiento crítico. Las respuestas no pueden ser una simple
repetición de las informaciones, sino que se identifican causas, se obtienen conclusiones y se
determinan pruebas. Es la fase que más conecta con el carácter propio de las Ciencias Sociales,
sobre todo con la Historia. Es el momento de plantear preguntas para analizar, concluir,
deducir, detectar, determinar evidencias, determinar pruebas, fundamentar, identificar motivos
o causas, probar, razonar, tomar una resolución, por qué, plantear hipótesis...
4º.- Planteamiento de problemas y tareas abiertas que requieren la cooperación entre los alumnos.
Es una de las fases últimas de la secuencia de aprendizaje. En ella los alumnos se enfrentan a
problemas que requieren que ellos mismos controlen las tareas. Es el momento de sintetizar
mucho de lo aprendido anteriormente, de ser creativos y originales. Las preguntas y las tareas se
hacen mucho más complejas: se producen documentos originales (cartas a la prensa...); se
elaboran predicciones (qué harías si...) y se resuelven problemas de modos diversos y en
cooperación (cómo obtener...). Son preguntas del tipo: diseñar, desarrollar, construir, elaborar,
escribir, fabricar, obtener, originar, predecir, proponer, plantear hipótesis, resolver, sintetizar,
cómo se puede mejorar, qué harías si, qué pasaría si, cómo...
5º.- Presentar lo aprendido. La utilidad del conocimiento como bien social. Es una fase de
síntesis final, pero también de aplicación de lo aprendido en actividades que implican a todos
los alumnos que han intervenido en el proceso. Las preguntas está dirigidas a: opinar, formular,
ponerse en el lugar de otro, ejemplificar, catalogar, distinguir, emplear, seleccionar...
Generalmente, nuestras clases y pasillos quedan llenas de murales en los que son frecuentes
y quedan claras las preguntas a las que hemos buscado respuestas. Todos los temas tienen
repuestas, aunque esas respuestas sean nuevas preguntas.
Algunas respuestas finales.
Una propuesta de investigación escolar en la que el uso de las preguntas es una de las
estrategias didácticas que la sustentan es, sobre todo, una apuesta por la búsqueda de nuevos
caminos. Es más, como otros docentes, estoy persuadido de que nuestro propio desarrollo
profesional pasa por la capacidad de interrogarnos (Muñoz, Sbert y Sbert, 1996).
En lo que antecede hay sobre todo, tanteo, prueba, búsqueda de respuestas, no hay solución
última, mucho menos a la complejidad que cada día te presenta el aula. ¿Una receta? Siempre
vengo a concluir que nada más sujeto a la incertidumbre que la educación. Como educadores
hemos de ser conscientes de que se nos dan muchos conocimientos y datos como ciertos, pero
“tanto la ciencia como la vida nos enseñan que la incertidumbre es un elemento fundamental.
Si no se hubieran extinguido los dinosaurios, los mamíferos no se hubieran desarrollado y
nosotros no estaríamos aquí.
También vemos que imperios enormes se han desvanecido. Además, en lo personal,
todos sabemos que vamos a morir, pero ignoramos las circunstancias. De ahí que en el
aprendizaje tengamos que jugar con lo incierto”11. Modestamente pienso que en educación,
siendo muy importantes las finalidades, no vale tanto el “principio de finalidad” en virtud del
cual diseñamos el final de nuestros proyectos, casi siempre incumplidos. Con frecuencia, la
perspectiva futura invade tanto el quehacer docente que cada instante con los alumnos pierde el
44
valor en sí mismo. Lejos de tentaciones activistas y espontaneistas, por otra parte, tan frecuentes
entre quienes provenimos de la Renovación Pedagógica, la atención al fin no puede hacernos
perder contacto con el presente. No existen soluciones globales y definitivas en educación.
Identifico mi concepción del trabajo en el aula con aquella historia que cuenta que...
“Un aldeano encontró empleo en la ciudad adonde iba y venía cada día, retornando ya
de noche a su aldea, que distaba tres millas de la ciudad. Fue a una tienda de material eléctrico
y pidió una linterna que alumbrara hasta tres millas, para poder ver el camino. El vendedor le
mostró una linterna y la encendió. El aldeano protestó: “Esta linterna no da luz más que a siete
pies de distancia. No me vale. Yo necesito una de tres millas”. El vendedor le explicó: “Esta
linterna es para tres millas, sólo que tengo que explicarle antes cómo funciona. La enciende
usted primero, y con su luz anda los siete pies. Cuando llegue allí, puede ver hasta otros siete
pies. Con eso la linterna le alumbrará las siete millas y podrá usted llegar a su pueblo.
¿Comprende?”. El aldeano comprendió y compró la linterna”12.
Como veis, mi propuesta es tan sencilla como “siete pies para tres millas” o, mejor,
“ocho preguntas para una respuesta (titubeante)”. Esto es, el presente construido día a día
llevará, en términos de aprendizaje de nuestros alumnos, a un futuro bien merecido. Si
viviéramos con intensidad cada segundo del aula, la enseñanza y la educación de la mano,
tendrían otras perspectivas futuras.
Y concluyo, aludiendo al inicio de este trabajo: alguien ha afirmado que “mientras se
piense que el ideal supremo de la educación es aprender, como ocurre en todas las sociedades
tribales, el modelo de repetición memorístico dominará los exámenes y los profesores
encontrarán difícil no enseñar pensando en ellos. Igualmente triste es que el modelo de
adquisición-información que predomina en la educación, más que el de animar a los niños a
pensar por sí mismos, fracasa incluso de acuerdo con sus mismos criterios, ya que
constantemente nos quejamos de lo poco que nuestros alumnos parecen saber de la historia del
mundo, o de su organización política y económica.
El resultado del modelo tribal es que ahoga el pensamiento en el estudiante, en vez de
suscitarlo. Esto no quiere decir que tengamos que empezar a hacer mejores exámenes;
necesitamos preguntarnos a nosotros mismos en qué tipo de mundo queremos vivir, qué tipo
de educación contribuiría con más probabilidad al nacimiento de ese mundo, y qué tipo de
currículum lograría de forma más adecuada esa educación. Debemos, entonces, ponernos a
crear ese currículum mejor” (Lipman, 1992)
Una última pregunta: ¿Es científico todo esto que planteo? Habéis de saber que la
pregunta ¿qué es la ciencia? no tiene respuesta científica (Morín, 1984).
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Referencias Bibliográficas.
Cañal, P. y Otros (1997): Investigar en la escuela: elementos para una enseñanza alternativa.
Sevilla, Diada.
García, E. (1997): “La naturaleza del conocimiento escolar: ¿transición de lo cotidiano a lo
científico o de lo simple a lo complejo?” en: Rodrigo, M. J. y Arnay, J. (comp.) La construcción
del conocimiento escolar. Barcelona, Piados.
Gadamer, H. (1984): Verdad y método. Salamanca, Sígueme.
Gardner, H. (1993): La mente no escolarizada. Barcelona, Piados.
Lipman, M; Sharp, A. M.; Oscanyan, F. S. (1992): La Filosofía en el aula. Madrid,
Ediciones de la Torre.
Martín, F. (1999): La didáctica ante el tercer milenio. Madrid, Síntesis.
Morin, E. (1984): Ciencia con conciencia. Barcelona, Anthropos.
Muñoz, D.; Sbert, C.; Sbert, M. (1996): “La importancia de las preguntas” en Cuadernos de
Pedagogía, 243, 73-77.
Pozo, J.I. (1996): Aprendices y maestros. Madrid, Alianza.
Rajadell, N.; Serrat, N. (2000): “La interrogación didáctica” en Torres, S. de la; Barrios, O.
(Coords.) (2000): Estrategias didácticas innovadoras. Barcelona, Octaedro.
Shagoury, R.; Miller, B. (2000): El arte de la indagación en el aula. Manual para docentes
investigadores. Barcelona, Gedisa.
Travé, G; Pozuelos, F. J. (Eds.) (1998): Investigar en el aula. Huelva, Universidad de Huelva.
Vallés, C. G. (2000): Elogio de la vida diaria. Santander, Sal Térrea.
Von Oech, R. (1987): El despertar de la creatividad. Cómo innovar en alta tecnología. Bilbao,
Ediciones Díaz de Santos.
http://www.juntadeandalucia.es/averroes/iesgerena/deptos/gh/investigacion/investigacion4.doc.
G o o g l e genera automáticamente versiones html de los documentos mientras explora la Web.
Universidad de Huelva, España.
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ELOGIO DE LA PREGUNTA
Una garantía de Aprendizaje y Cambio ♣
Fabiana Méndez
"Algunas personas ven las cosas como son y se preguntan por qué.
Otros sueñan con cosas que nunca fueron y se preguntan por qué no."
Si pudiera ser otra vez chiquita, me gustaría responder nuevamente esa famosa pregunta, que
tantas veces enfrenté:- ¿Qué quieres ser cuando seas grande?
Preguntadora- diría. Eso quiero ser, una gran preguntadora. De ese modo, nunca dejaría de
aprender.
Parece obvio decir que para aprender, es necesario preguntar. Sin embargo la educación
formal, privilegió las respuestas sobre las preguntas y no casualmente, una de las cosas que más
trabajo nos cuesta es preguntar: -¿alguna pregunta?- suele ser una pregunta que incomoda a un
auditorio.
- "El miedo y/o la vergüenza a preguntar", arraigado en nuestra cultura, presente desde los
primeros años. Quien no tuvo padres, hermanos, compañeros, amigos, maestros y
profesores que nos fijaron la idea de que "Preguntar es para los tontos" y, como nadie
quiere ser tonto y nadie quiere ser humillado, preferimos callar.
- "El no sabe cómo preguntar". Cuántas veces escuché en mis cursos, quienes me decía:
- "¿Pero qué no se qué preguntar?", "¿Cómo lo pregunto?", "¿Puedo preguntar así?".
- Y no es raro, pues poco se habla del "Arte de preguntar", un arte que nunca es tarde
para aprender y practicar.
1. tr. Interrogar o hacer preguntas a alguien para que diga y responda lo que sabe sobre un
asunto. U. t. c. prnl.
2. tr. Exponer en forma de interrogación un asunto, bien para indicar duda o bien para
vigorizar la expresión, cuando se reputa imposible o absurda la respuesta en determinado
sentido. U. t. c. prnl.
♣
Adaptado de Sally Ann Roth. Proyecto de conversaciones Públicasc. 1998
47
Desde "los por qué" de los chicos hasta la más profunda búsqueda del conocimiento, el
ser humano se ha tenido que interrogar para saber.
Más allá de las definiciones formales, me gusta quienes asocian a las preguntas a la
acción, al protagonismo: Las preguntas definen las tareas, expresan problemas y delimitan
asuntos.
Impulsan el pensar hacia adelante. Las contestaciones, por otra parte, a menudo indican
una pausa en el pensar.
Una mente sin preguntas es una mente que no está viva intelectualmente.
Definitivamente, las preguntas posibilitan nuestro aprendizaje, y éste que transformemos nuestra
realidad.
Preguntar es también la mejor herramienta para conocerse a uno mismo y para plantear
un cambio:
"Si quieres que algo cambie, entonces debes cambiar primero vos".
Les transcribo entonces un claro ejemplo que plantea Laura Foletto en el texto "El
poder de las preguntas Positivas", que definitivamente va a condicionar la posibilidad o de un
aprendizaje transformador:
¿Cuál es la pregunta que te haces cuando te encuentras ante un problema o una situación
difícil?
Tu cerebro es más poderoso que una sofisticada computadora a tu servicio. Él responde con
precisión a la forma cómo te hablas a ti mismo y a las preguntas que te haces.
Si te preguntas:
¿Por qué soy siempre tan estúpido?" de inmediato tu mente te dará los argumentos que serán
una respuesta satisfactoria.
"¿Por qué tengo tan mala suerte?" entonces tu mente te recordará todas las razones para sentirte
desafortunado. O te enfocará en los aspectos difíciles y desagradables de tu vida.
Si en cambio te preguntas:
- ¿Qué hice mal?" o "¿Cómo hago para no repetir este error?" tu mente te ayudará a
encontrar una salida constructiva.
Los científicos e investigadores del comportamiento han determinado que las personas
que logran mejores resultados se hacen ciertas preguntas ante las situaciones difíciles.
Te puedes hacer preguntas que te debiliten o preguntas que te fortalezcan.
Dime cómo preguntas y predeciré tu futuro, podría ser una buena afirmación para ilustrar este
ejemplo.
Para promover un aprendizaje que nos ayude a transformar nuestras vidas, es más importante
analizar nuestras preguntas, que encontrar respuestas para ellas: Hay respuestas que
definitivamente no nos sirven para nada, y les aseguro, que pocas veces somos conscientes del
esfuerzo que ponemos en hallarlas.
Nuestras preguntas determinan nuestros pensamientos y nuestros estados de ánimo y ellos nos
predisponen para la acción.
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Hay autores que hablan de un arte y una práctica de la pregunta. El preguntar para
ellos, es una habilidad que puede entrenarse para aprender y aumentar nuestra capacidad, de
hacer más fuerte nuestro sistema cognoscitivo, llevar su potencial positivo a un nuevo nivel.
La pregunta es, sin lugar a dudas, la parte más esencial de la reflexión y la introspección.
No hay nada que pueda hacerse, si no tenemos la capacidad de detenernos y preguntar, tanto a
nosotros mismos como al resto de las personas con las que compartimos la vida diaria y con las
que nos relacionamos de forma activa en la sociedad.
Los coach, cuando hablan de preguntas muy poderosas, las caracterizan de la siguiente forma:
Patricia Hashuel, una gran coach argentina, en un texto llamado "El Arte de Preguntar"
nos ayuda a reflexionar sobre las posibilidades que aportan las preguntas:
Por ejemplo si sigo preguntándome ¿por qué me siento tan deprimido? Lo único que
aparecerá son referencias que sigan reforzando la idea de que estoy deprimido. Si en cambio me
preguntara ¿qué puedo hacer para sentirme más feliz y entusiasta? probablemente empezarían a
aparecer formas de salir de ese estado de ánimo. Otras preguntas que seguramente me
conectarían con la felicidad podrían ser: ¿De qué podría sentirme feliz ahora? ¿Qué hay
realmente maravilloso en mi vida hoy? ¿Cómo podría sentirme bien ahora? ¿De qué me siento
verdaderamente agradecido?
Y si te sentís entusiasta y feliz es porque suprimís todas las razones negativas que te
harían sentir mal.
Aprender a encontrar la pregunta apropiada para cada situación, es el primer paso y el que
condiciona los resultados obtenidos. La clave será entonces, entrenarnos para saber preguntar.
Es cierto que no hay una guía para preguntar, pues cada pregunta, es el resultado de
nuestro posicionamiento frente al mundo. Cada nueva pregunta es un intento por entender lo
que acaba de ser dicho y no dicho, y nos posibilita elegir y decidir, conscientes de lo que
hacemos o dejamos de hacer.
Las preguntas correctas son las que surgen a partir del autoconocimiento, cuando uno
se sumerge en el mundo del otro.
En el libro "El Arte de las Preguntas Poderosas", en el que se asocia las preguntas al
Ingenio catalizador, Innovación y acción Por Eric E. Vogt, Juanita Brown, and David Isaacs,
mencionan que una pregunta poderosa debe.
Aquí hay algunas preguntas que usted podría realizarse como para comenzar a explorar
el arte y la arquitectura de preguntas poderosas. Se basan en un trabajo pionero con las
preguntas que realiza el público, proyecto de conversaciones, un grupo que ayuda a crear
diálogo constructivo sobre los asuntos públicos que dividen.
¿Es esta pregunta relevante para la vida y el trabajo real de las personas a quienes se está
estudiando?
¿Es esta una pregunta verdadera -una pregunta a la que Yo / nosotros realmente no
sabemos la respuesta
Es decir, qué tipo de conversación, significados y sentimientos imagino que esta pregunta
evocará en aquellos a quienes estoy estudiando?
- ¿Es probable que esta pregunta incite a nuevas ideas /pensamientos? ¿Es lo
suficientemente reconocible, relevante y diferente como para atraer nuevas respuestas?
- ¿Qué suposiciones o creencias están arraigadas en la manera en que esta pregunta está
construida?
- ¿Va esta pregunta probablemente a generar esperanza, imaginación, compromiso,
acción creativa, y nuevas posibilidades o es probable que aumente un enfoque en los
problemas y obstáculos del pasado?
- ¿Deja esta pregunta espacio para que nuevas y diferentes consultas surjan en la medida
que la primera
- pregunta sea explorada?
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Conservo seis honestos servidores que me enseñaron todo lo que sé. Sus nombres son: qué, cuándo, por
qué, cómo, dónde y quién.
Rudyard Kipling
Lo cierto es que el sistema educativo que nos rige, a pesar de que ha sufrido unos ligeros
cambios en la última década, todavía persisten en él algunas tendencias pedagógicas
reaccionarias y restrictivas que acentúan la sumisión y la cultura del silencio en los educandos.
Por lo que es inaplazable rebatir en la institución escolar los rezagos de la educación bancaria o
tradicionalista para oponerle una educación en la cual el alumno fundamente su aprendizaje
mediante el uso reflexivo de la pregunta, y sea un constructor, un gestor de sus propios
conocimientos, y ojalá, mediado por las interacciones de sus propios compañeros de grupo y
amigos, que soportan las mismas necesidades de conocer y de saber, y que de alguna manera
son afectados por problemas de la vida diaria que exigen soluciones.
Así pues, con las limitaciones que pueda tener este artículo sólo se pretende hacer una
pequeña contribución acerca de un tema tan extenso y de tanta trascendencia para la tarea
educativa como es el referido al aprendizaje teniendo a la pregunta como recurso pedagógico. De
otra parte, se vislumbra que lo más importante y necesario en todo ello, sería que en la práctica
cotidiana maestros y educandos aprendiéramos a valorar el uso de la pregunta en nuestras
relaciones interpersonales, y que llegáramos a considerarla como fuente de conocimiento tanto
en la vida corriente como en el aula escolar. Ésta es, sin duda, una de las funciones más
importante que debe y tiene que abordar la pedagogía liberadora y humanista del siglo XXI.
sentido -escribe el autor-, es una pregunta en vacío que no lleva a ninguna parte. De acuerdo con
Gadamer, el preguntar es también el arte de pensar. Podemos decir, interpretando el sentido de
sus palabras, que preguntar y pensar son dos procesos intelectuales inseparables; primero,
porque quien pregunta formaliza la búsqueda reflexiva del conocimiento; y segundo, porque si
el hombre piensa y tiene conciencia de ello, puede así mismo plantearse preguntas y posibles
respuestas; a partir de este necesario enlace se producen nuevos conocimientos.
En nuestra práctica pedagógica hemos observado que los diferentes espacios socializados
y de convivencia que nos brinda la escuela pueden ser el mejor escenario para recuperar y
perfeccionar el arte de la conversación entre alumnos y maestros. También hemos visto que el
arte de conversar es considerado como un don natural y como cualidad adquirida por el ser
humano, que implica sobre todo corroborar y negociar ideas y puntos de vistas diferentes;
coincidir y llegar a acuerdos de beneficio mutuo mediante el discernimiento de las ideas.
Asimismo, advertimos que quien sabe conversar sabe dialogar y posee también el poder de la
persuasión. Además debemos tener presente que para llevar a cabo una agradable conversación
en la escuela (o fuera de ella) siempre se encuentra el momento oportuno y el lugar adecuado, y
lo más importante, el motivo de un buen tema. La conversación es una necesidad vital que
restituye y alegra el espíritu de todo ser humano.
Desde la perspectiva del estudio pedagógico, se dice que la pregunta tiene una
importancia enorme en el aula, y es susceptible de ser aprendida y/o enseñada. En sintonía con
este requerimiento, los docentes en el aula podemos orientar a los alumnos por medio de
talleres en el necesario pero difícil arte de preguntar. Es significativo que el alumnado aprenda a
formular sus propias preguntas. El educando puede elaborar preguntas a partir de la lectura de
un texto, de la información de la clase, de la observación de una lámina o de los resultados de
una experiencia, de una excursión a la naturaleza, de una visita a un centro de interés científico,
entre otros. El uso de la pregunta es sustancial porque propicia la reflexión, el planteamiento de
problemas o hipótesis. Favorece, además, la expresión oral y/o escrita, la comunicación entre
54
En este contexto, Paulo Freire en su libro La pedagogía de la pregunta, plantea que “los
maestros y alumnos, se reúnen en el aula de clase para plantearse preguntas acerca de los
problemas prácticos de sus vidas, de sus comunidades y del conocimiento que esperan
construir”. Esa aula de clases que tanto interesaba al pedagogo brasileño tiene su epicentro en la
Nueva Escuela, la misma que se origina con la corriente de la pedagogía activa. Para el maestro
Freire, la pregunta es el eje medular, es el activador del pensamiento y del discurrir sobre los
diferentes asuntos que se plantea el grupo como tarea.
Decía Freire que “las preguntas ayudan a iniciar procesos interactivos de aprendizajes y
solución de problemas, lo mismo que mantenerlos hasta cuando se logran los objetivos y se planteen
nuevos problemas y nuevas situaciones de aprendizaje en este continuo trasegar que es la vida.” La
pregunta es, además, un elemento pedagógico que estimula y da solidez al proceso de
autoaprendizaje. Es una herramienta de primer orden en el proceso de aprender a aprender.
“Los que preguntan, son siempre los más peligrosos. No resulta igual de peligroso
contestar”. El narrador en la novela, en una frase muy contundente, dice: “Una sola pregunta
puede contener más pólvora que mil respuestas”. La voz omnisciente del narrador, para cerrar
el tema, dice: “La humanidad se encuentra ante una serie de preguntas importantes a las que no
encontramos fácilmente buenas respuestas”. Aquí, en el final, percibimos una idea plena de
sabiduría acerca del sentido de la pregunta, que queda flotando en el ambiente tal vez con la
56
intención de dejar en los lectores una sensación de tranquilidad y desconcierto, muy parecida a
la que produce la duda metódica.
Sería de gran importancia que los docentes y los alumnos pusiéramos en práctica
algunas de las ideas expuestas por Jostein Gaadner, en la seguridad de que lograríamos ser más
consecuentes con el sentido pedagógico y educativo de la pregunta, que por lo demás, es un
derecho que se merece todo ser humano, y del cual no podemos ni debemos renunciar. Por el
contrario, la pregunta es una manera de enfrentar corajudamente el mundo. Aunque con el uso
de la pregunta sólo encontraremos en el mundo respuestas explicando verdades relativas.
Para el maestro Alape, en las aulas de clase, “la relación maestro-alumno es muy
conflictiva y enojosa -pero inevitable-. Aquí el maestro que está al frente de la clase aparece
como un “enemigo” para el alumno. Es un proceso de confrontación de quien enseña y de
quien recibe, es un proceso de resistencia y aceptación, de interacción conflictiva generacional.
En consecuencia, tenemos un aula que no pregunta. En ella se crea una atmósfera de tensión en
la que lo mejor es quedarse callado”. Precisamente ésta es la educación de escuela que tanto
preocupaba a Freire, al punto que se propuso cambiarla por otra en la que sobresalieran la
democracia, la confianza, el respeto mutuo. Una escuela donde se fomenta el deseo de
aprender, y el propio alumno encuentra la respuesta adecuada a su necesidad de saber.
Según el mencionado autor, nuestros estudiantes casi nunca se formulan preguntas para
aprender ni para profundizar el conocimiento. Y un estudiante consecuente con el
conocimiento y con el saber tiene que abrirse al mundo de la pregunta, y estar articulado y en
57
sintonía con su propio contexto. Preguntar el qué, por qué, para qué, cómo, trasciende toda
forma de conocimiento, es inherente al hombre o mujer racional.
Por lo general, el estudiante pregunta para aclarar lo que dijo el maestro en el aula y no
para investigar después. En sus preguntas no existe el derecho de la duda. Las preguntas suelen
ser del mundo cotidiano, del tema que se trata en el instante de la clase... y nada más. De ahí
que nuestros estudiantes” -en su gran mayoría- casi nunca se formulen preguntas sobre la vida,
el trabajo, la familia, los problemas que estremecen al país. Da la impresión de que nuestros
alumnos fueran invulnerables a las durezas de la vida real, y no les interesara saber nada de lo
que ocurre en este país y en este planeta. ¡¡¡Y lo más grave en todo esto es, que si el maestro
insiste en preguntar, entonces el estudiante se molesta!!!
Muy a nuestro pesar, tenemos que aceptar que se tiene un aula que no pregunta. Que
no cuestiona... mucho menos refuta y controvierte el conocimiento. De este modo ya sabemos
que el conocimiento no trasciende ni se enriquece. Pero los docentes frente a este problema
pocas veces hemos indagado cuáles son las causas por las que los niños y adolescentes no
formulan preguntas ni cuestionan el conocimiento. Es posible que la solución del problema
esté en nuestras manos, en los procedimientos de enseñanza, o en que estemos lejos de los
centros de interés y de las preocupaciones actuales de los educandos, o que simplemente por
falta de motivación, nuestras clases resultan muy pesadas y aburridas. ¿Merece la pena entonces
que revisemos o cambiemos nuestra arrogancia frente al conocimiento, haciendo que la
participación de los alumnos en la clase sea más fructífera? ¿Valdrá la pena rescatar la
importancia fundamental del método socrático, sobre todo, el diálogo, la discusión para buscar
la verdad? ¿O será necesario que ensayemos en el aula la hermenéutica gadameriana que nos
permite hacer en primer lugar, un análisis de los textos escolares para poder comprender
después nuestra realidad? ¿O será que para disminuir ese divorcio entre educación y realidad
hace falta tender un puente que ligue los acontecimientos que se dan en la escuela con lo que se
dan en la vida? De acuerdo a las peculiaridades de nuestra cotidianidad en el quehacer
pedagógico, ¡¡¡todas las supuestas causas anotadas son más que posibles!!!
Sin llegar al punto extremo del racionalismo filosófico, y sin tratar de idealizar las
bondades de tales métodos, me atrevo a creer que sí hace falta un poco de todo esto. Sólo que
para tener éxito en este empeño, primero tendríamos que cambiar medularmente nuestra
manera de pensar. Es aquí donde más se necesita de la filosofía como la disciplina.
Sobra decir que la filosofía es la disciplina que mejor nos prepara para pensar y para
plantearnos preguntas sobre la vida, la naturaleza, el mundo, la sociedad, el conocimiento y los
universos: el concreto y el imaginado, inclusive, nos ayuda a pensar y a descubrir y a relacionar
muchas incógnitas o preguntas aplicables a todas las asignaturas escolares. Podemos decir, de
manera sintética, que toda pregunta por simple que nos parezca tiene implícitamente un
58
A manera de conclusión.
El propósito de esta reflexión es para que los maestros y los alumnos adoptemos
mutuamente una actitud crítica y creativa frente a la pedagogía de la pregunta. No es
pertinente que los maestros y maestras colombianos sigamos ejerciendo nuestra labor con
métodos pedagógicos tradicionales y anticuados. Tenemos que cambiar aquellos procesos de
enseñanza dogmática, represivos y verticales, por nuevos estilos que sean democráticos,
humanistas, participativos, polémicos y críticos, a fin de que nuestros alumnos y nosotros
mismos como docentes nos sintamos no sólo a gusto en el ejercicio de nuestro trabajo, sino
también, para que las actuales y las futuras generaciones de colombianos lleguen a ser hombres
y mujeres deliberantes, con libertad de decisión y elección, y comprometidos con los nuevos
valores y con los cambios sociales, económicos y políticos que exige el mundo en que viven...
¡Ese cambio individual y social con el que soñamos y que tanto urgimos -afortunadamente-, se
gesta en la escuela!
No cabe duda, de que este alegre e inquietante desafío es y seguirá siendo una
responsabilidad muy grande para cualquier maestro o maestra. Pero nuestro compromiso,
mientras permanezcamos en contacto directo con los alumnos, y con la realidad, deberá ser el
de tener una aula que haga muchas preguntas. Y, ojalá, que las preguntas resultantes sean
lúcidas y penetrantes; que hagan destellar por doquier la perplejidad y el asombro, y que cada
pregunta en el aula, sea capaz de avivar la imaginación, la fantasía y la curiosidad en todos los
compañeros de clase. Sin perder de vista que con la pedagogía de la pregunta podríamos
democráticamente desmitificar todo el sistema educativo y cambiar en él todo lo que no
funcione.
Bibliografía.
Tercera Unidad.
Didáctica y evaluación: dos objetos de estudio inherentes en la docencia.
61
Rita Levi-Montalcini1
El cambio sugiere o propone que el alumno sea el centro de todo el proceso. Así viene
siendo en las intenciones desde el ágora griega. Sócrates como maestro dialogante, que rata que
el sujeto que aprende vaya descubriendo por su propio esfuerzo el camino de la verdad. Lo
propuesto la Escuela Nueva, los Movimientos de Renovación Pedagógica, la Pedagogía Crítica,
las últimas reformas autoproclamadas constructivistas; precisamente en el tema de la evaluación
dejaban de serio porque limitan la participación real de los sujetos que aprenden, relegados a un
papel de receptores pasivos, que no constructores del aprendizaje que supuestamente debe darse
en y con la evaluación.
6
También se aclara, en el mismo documento, que para el diálogo “es imprescindible que el número de
participantes sea reducido”. Lo mismo podríamos decir respecto a la enseñanza centrada en las competencias.
7
Puede ser ilustrativo de este proceder la sugerencia que aparece en el siguiente documento que parafraseo de la
Universidad de Valencia (http://www.uv.es/sfp/WEB07/pdi07/rodalies/linia4/linia4.htm) en el que se propone el
siguiente Proceso para la evaluación: para realizar una evaluación correcta de competencias es necesario tener
definidos los perfiles estructurados en conocimientos, habilidades y actitudes. A continuación, definir los criterios
de evaluación; qué se va a evaluar y cuáles serán los indicadores. El siguiente paso será definir las evidencias de
cada una de las competencias, para finalmente, comparar si los resultados coinciden con las evidencias del
aprendizaje. Universitat de Valencia. La evaluación de los estudiantes en la Educación Superior. Avaluació de
competències, 2007.
63
descriptivos sobre las aplicaciones que reflejen el aprendizaje de los alumnos, esto plantea varios
problemas prácticos. Entre ellos, el número de alumnos que cada profesor puede atender de
acuerdo con las exigencias que derivan de las nuevas tareas, de las nuevas funciones que debe
desempeñar. Y más delicado aún, aunque no menos importante, es cómo el profesor debe hacer
para “traducir” su informe en una nota, en una calificación, y cómo podrá expresar con ella
toda la riqueza que pueda recoger en el informe.
Con el movimiento e interés por las competencias nos viene un nuevo enfoque que
enfatiza, entre otros aspectos, que la enseñanza debe tener como centro de atención, no tanto al
profesor que enseña sino al alumno que aprende; no tanto la información que se transmite
cuanto la capacitación del alumno. Significa que a la atención sobre cómo aprende el alumno
debe corresponder un nuevo enfoque sobre cómo enseña el profesor. El giro conlleva un nuevo
enfoque en la evaluación, que identifican con la evolución formativa, expresión que sobrevive a
cuanta reforma conocemos, independientemente del marco conceptual en que cada una se
inspire. En este sentido podemos decir que la evaluación orientada al aprendizaje debe ir más
allá de la calificación o puntuación sobre o a partir de la reproducción de la información
transmitida, que no suele coincidir con la información recibida y, menos aún, con la
información comprendida.
formativa. En este sentido, la evaluación debe estar al servicio de quien enseña y sobre todo de
quien aprende, porque ella es garantía de aprendizaje. Es aprendizaje. Ambas actividades,
evaluación y aprendizaje, son actividades dinámicas que interactúan dinámicamente en el
mismo proceso estableciendo relaciones de carácter recíproco para encontrar su propio sentido
y significado en cuanto que las dos se dan en el mismo proceso. En la medida en que la
enseñanza y el aprendizaje -las dos- son actividades críticas, la evaluación se convertirá en
actividad crítica que culminará con la formación del alumno como sujeto con capacidad de
autonomía intelectual y con capacidad de distanciamiento respecto a la información que el
medio escolar le transmite y con capacidad para transferir los conocimientos adquiridos a las
situaciones problemáticas o no en las que se encuentre. Sólo hay que darle la oportunidad.
Puesto que la evaluación educativa se ocupa del proceso educativo abierto en cuanto
sistema permanente, es decir, que no concluye, la evaluación debe ser invariable y
constantemente formativa y continua: el sujeto debe aprender con ella y a través de ella merced
a la información crítica y relevante que el profesor, cuando evalúa, debe ofrecer al alumno con
el ánimo de mejorar el propio trabajo o con la intención de mejora en el proceso educativo. En
esta función esencial, el ejercicio de la evaluación debe ser, ante todo, una garantía de éxito -no
confirmación de un fracaso- y un apoyo y un refuerzo en el proceso de aprendizaje, del que sólo
se espera el beneficio para quien aprende, que lo será simultáneamente beneficioso para quien
enseña.
La tarea del profesor persigue de este modo asegurar siempre un aprendizaje reflexivo, en
cuya base está la comprensión de contenidos valiosos de conocimiento. Por esta razón, la
evaluación educativa es aprendizaje 9 y todo aprendizaje que no conlleve autoevaluación de la
9
Entre los aspectos que destaca el documento del MEC, Propuestas para la renovación de las metodologías
educativas en la Universidad, se proponen “las actuaciones orientadas a propiciar actitudes y aptitudes en los
profesores adecuadas para la comprensión de las nuevas formas de aprendizaje, la evaluación como herramienta de
aprendizaje eficaz y el empleo satisfactorio de las TIC en los procesos educativos” (MEC, 2006, pág. 28).
67
actividad misma del aprender no forma. Si el aprendizaje necesita la implicación activa del
sujeto que aprende, la autoevaluación llega como una consecuencia lógica. La evaluación viene
a ser en este sentido una forma de autorregulación constructiva del mismo proceso que sustenta
y justifica los ajustes necesarios para garantizar el adecuado progreso de formación. La
penalización por errores cometidos en el proceso es una función añadida que no tiene que ver
con esta visión constructiva del proceso educativo. “La historia del aprendizaje, explica
Postman (1995, pág. 145), narra la aventura de la superación de nuestros errores. No hay nada
malo en equivocarse. Lo malo está en nuestra reticencia a reexaminar nuestras creencias, así
como en creer que nuestras autoridades en cada materia no pueden equivocarse”.
Una condición básica para poner en práctica la evaluación que aquí defiendo es la de
renunciar a la búsqueda del éxito académico como valor en sí, identificado con el éxito de las
calificaciones (notas) -tan importantes y tan condicionantes en la mente de los alumnos-, para
tratar de alcanzar el éxito educativo que trasciende los estrechos márgenes de la enseñanza
orientada al examen. Se trata de sustituir la enseñanza centrada en la transmisión de
información que lleva a un aprendizaje memorístico y rutinario -está orientada al examen y
mediatizada por él- por una enseñanza cuya base sea la comprensión crítica de la información
recibida, apoyada por una buena explicación y acompañamiento por parte del profesor en el
proceso de construcción de aprendizaje. Se trata de pasar de un aprendizaje sumiso y
dependiente, que sólo puede garantizar el éxito fugaz para la inmediatez del aula y del
momento crítico que es el examen, a un aprendizaje asentado en bases de entendimiento y al
desarrollo de habilidades intelectuales, no sólo competencias prácticas, que facilitan establecer
nexos interdisciplinares necesarios para formación integral del pensamiento de quien aprende.
10
En palabras de Dochy, Segers y Dierick (2002), “el portafolio es una ´herramienta para el aprendizaje´ que
integra la enseñanza y la evaluación y se emplea para una evaluación longitudinal de procesos y productos.
Propone el diálogo y la cooperación entre los estudiantes y el profesor, en los que los dos colaboran en la
evaluación de los resultados y el futuro desarrollo del estudiante con relación a una materia. Además, el portafolio
constituye un método que refleja de forma comprensiva, que cuenta la historia del estudiante como aprendiz,
señalando sus puntos fuertes y sus debilidades. La elaboración de portafolios anima a los estudiantes a participar y
a tomar la responsabilidad de su aprendizaje (…)También proporciona una idea sobre el conocimiento previo del
estudiante, a través de la cual la evaluación puede vincularse con ese conocimiento (…) Finalmente las habilidades
y las estrategias de aprendizaje que los estudiantes desarrollarán para construir sus portafolios (búsqueda de datos,
organización de los análisis de datos, interpretación y reflexión) son competencias fundamentales en la idea del
aprendizaje a lo largo de la vida”.
68
impulsan esta forma razonable de proceder. A ella se deben adaptar los programas y su
desarrollo. Justo en la medida en que el profesor toma decisiones prudentes sobre la
conveniencia del ajuste, él mismo pone en práctica la responsabilidad derivada del saber, del
saber decidir y del saber hacer que identifican su labor profesional y didáctica. Es decir, su
competencia profesional.
No debemos olvidar que existe una relación directa entre lo que el profesor enseña, lo
que los alumnos aprenden y la forma en la que el primero controla lo que los segundos
aprenden (Gipps, 1998). Para que esto suceda es imprescindible que el alumno desarrolle una
mente organizada además de informada. En este propósito el profesor desempeña un papel
importante de orientación y de ayuda. Su valoración razonablemente argumentada y crítica
sobre la base de información acumulada y contrastada procedente de diversas fuentes
(observación en clase, tareas, resolución de problemas, apuntes de clase, participación en
debates o explicaciones, ejercicios en la pizarra, conversaciones, carpetas de aprendizaje,
corrección de exámenes…(, así como el contraste y confrontación con la información e ideas de
los demás compañeros, será el medio por el cual el alumno pueda desarrollar y contrastar su
propio pensamiento crítico, sus propias competencias cognitivas y de aplicación, otorgando
significado personal desde la información que el profesor le brinda y desde el conocimiento que
posee. Con la actitud crítica del profesor, el alumno podrá construir críticamente su
pensamiento. Para conseguir este propósito es imprescindible convertir el aula en espacio de
encuentro donde se dan los aprendizajes y no en locales donde el alumno acude a obtener
información con el fin de adquirir un cúmulo de datos para el consumo inmediato que
representa el examen, mientras el profesor habla.
69
En esta interpretación de la evaluación como actividad crítica, las normas y los criterios
de evaluación no se elaboran fuera del contexto de aprendizaje ni adoptan decisiones definitivas
o inalterables. Más bien, de las respuestas y de los argumentos que cada uno pone en juego
surgen las vías de entendimiento. Es necesaria la apertura por parte de quien enseña y de quien
aprende para revisar, defender y rebatir críticamente las propias razones, los propios
argumentos (Elliott, 1990, pág.219).
La responsabilidad del que enseña es asegurar desde principios éticos que derivan de la
profesión y de la autoridad moral que otorga el saber que aquello que se ofrece como contenido
de aprendizaje merece la pena ser aprendido. Escudarse o esconderse en que “es parte del
programa” o “viene así en los libros de texto” o “es exigido por unos mínimos curriculares” es
renunciar a la propia identidad y a la autonomía profesionales, características que definen las
competencias docentes, dejando en otras manos las decisiones que caracterizan el quehacer
didáctico. Simultáneamente se da por perdida de antemano la capacidad de decisión
consustancial al ejercicio de la responsabilidad que deriva del sentido de la profesionalidad, de
la profesión docente en este caso, y que implica prudencia, juicio, diálogo e interacción
(Grundy, 1993, pág.74).
Si las preguntas que formula el profesor merecen la pena ser respondidas o los
problemas que plantea vale la pena resolverlos, indagando por caminos que despiertan la
curiosidad y afirman las propias capacidades y las adquisiciones previas del alumno, es probable
que haya más de un camino para llegar a una respuesta aceptable o más de una respuesta válida.
Aquí la fuerza de los argumentos de apoyo y las razones que el alumno pueda dar para justificar
sus respuestas desempeñan un papel decisivo para decidir sobre el valor de las explicaciones y de
las respuestas y soluciones. En este sentido, las preguntas o los problemas serán también
atractivos y tendrán valor formativo en sí. Por contra, si lo que el profesor pide en un examen o
en una prueba es repetir mecánicamente algo que él mismo ha dado antes y tal como lo ha
dado antes, además de aburrido por monótono para los alumnos en el momento de responder y
para el profesor a la hora de corregir, no estimulará la curiosidad por seguir aprendiendo ante el
reto que suponen las preguntas que desafíen el conocimiento.
Preguntas que no indagan más que sobre información dada tampoco desarrollan la
imaginación ni el pensamiento. Es simple tarea de rutina que cansinamente vuelve sobre sí
misma, renunciando a avanzar incluso antes de levantar el pie. Todo el esfuerzo del alumno se
dirigirá a dar con la respuesta correcta. El profesor se interesará menos por saber cómo llega a
ella. Y esto repercute negativamente en el desarrollo de la profesionalidad, haciéndolo más
71
Un cambio elemental pero imprescindible para lleva a cabo otras formas de evaluar es
convertir la clase, el tiempo de clase, en tiempo de y para el aprendizaje, en contra de la tan
asentada costumbre de dar y tomar apuntes, que son normalmente el reducto y la referencia del
“aprender para el examen”. Restar tiempo de clase para dedicarlo a tareas de examen, que no de
evaluación, como algo distinto del aprendizaje y de la enseñanza conlleva dispersión de
esfuerzos, distrae la atención de lo que realmente merece la pena, que es aprender, reflexionar,
comprender, recrear, criticar, disfrutar, descubrir, participar de los bienes culturales. El tiempo
de clase, convertido en tiempo de aprendizaje compartido, facilitado, estimulado, ayudado,
orientado por la enseñanza, debe convertirse en una oportunidad simultánea de evaluación, que
será además formativa. No deben ser actividades distintas si con ellas queremos la
emancipación que da el acceso a la cultura y a la ciencia y a la apropiación del saber. Sólo por
72
esta vía el profesor podrá hacer del proceso de enseñar y de aprender un único proceso
interactivo, de integración y de colaboración.
Del análisis y de la reflexión sobre estos aspectos debe seguirse una intervención
críticamente informada, moralmente ejercida y responsablemente asumida por parte del
docente que fundamente y justifique cualquier decisión de mejora de las prácticas de enseñar y
de aprender. Sólo en esta dirección y con este ánimo la evaluación podrá ejercerse en su sentido
formativo, intención tan permanentemente proclamada y omnipresente en los discursos
pedagógicos como ausente en las concreciones prácticas de tanto deseo. De otro modo, que es
habitual, la evaluación desempeña más funciones coercitivas, de control y de calificación, que
terminan en clasificación y discriminación o segregación, cuando no mero ejercicio de poder
desmesurado y desigual, que las funciones directamente formativas. Cuando esto ocurre, cabe
hablar más de calificación o notas o examen sin más -crea menos confusión-, que de evaluación,
acción ésta que supone un proceso más complejo, a la vez que más rico; proceso de
deliberación, de contraste, de diálogo y de crítica y que remite o debería remitir al ámbito de
73
Entre tanta palabra que envuelve y oculta a la evaluación, como concepto y como
práctica, no podemos perder de vista que prioritariamente se trata de un acto de justicia, de
ecuanimidad, de un ejercicio que necesariamente debe desempeñarse dentro de las pautas que
derivan de la deontología profesional del docente.
Bibliografía
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75
1. Introducción.
♣
Profesor e Investigador del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM.
76
Uno de los más graves efectos de esta concepción negativa o francamente patológica de
la evaluación (Santos Guerra, 2002) repercute en la educación misma del estudiante: hace
recaer su atención en la forma de aprobar exámenes y no en el esfuerzo de aprender, enfatiza el
valor de la calificación y no el del conocimiento mismo; además hace que la evaluación se dé
casi siempre en condiciones especiales de preocupación y tensión.
En este artículo se desarrollan cinco aspectos que pretenden configurar una perspectiva
de la evaluación cualitativa en el espacio del aula, ellos son: una problematización de la
docencia y la evaluación en tanto conceptos y prácticas consustanciadas en el quehacer docente;
un esbozo donde se caracteriza la evaluación cuantitativa y cualitativa, sus retos y limitaciones;
un planteamiento somero sobre la evaluación formativa y el aprendizaje grupal, como dos
opciones estratégicas que posibilitan la puesta en marcha de esta noción de evaluación; un
punteo sobre la propuesta del portafolios como una herramienta idónea que viabiliza la
evaluación formativa, misma que regula y realimenta el proceso de enseñanza-aprendizaje y,
finalmente, unas reflexiones sobre el tema en su conjunto.
Basta una mirada informada y crítica a la vida académica de las universidades del país, para
cerciorarse que existen deficiencias en la docencia y en la evaluación que se practica en sus
78
aulas. Y es que estas instituciones han olvidado su compromiso ético y moral con la sociedad,
entregando la mayor parte de su tiempo a otras tareas y funciones que si bien son importantes
en esta era de cambios y modernizaciones, no son su misión fundamental.
Pues bien, siendo la docencia, en su acepción más cabal, una de las más antiguas
profesiones de ayuda al desarrollo integral del ser humano, es preocupante que hasta el
momento actual los docentes, en la mayoría de los casos, no hayan tenido la formación
adecuada para cumplir su complejo quehacer.
La mayoría de los teóricos de la educación plantean el problema del miedo que viven
los estudiantes -y el maestro- cuando se presentan situaciones de aprendizaje diferente, digamos
alternativo; los primeros en pedir la vuelta al sistema conocido son los mismos estudiantes,
79
En este sentido, se puede afirmar que la docencia ha sido, es, y seguramente será, a
pesar del embate de la era virtual que se vive hoy, fin y función sustantiva de cualquier
institución de educación superior. De ahí que impartir educación a este nivel sea un quehacer
constitutivo del concepto que se asuma y de cualquier modalidad educativa de que se trate.
Al respecto, señala que la nueva pedagogía requiere orientar a los jóvenes al desarrollo
de capacidades y destrezas creativas, a la selección apropiada de información y a la habilidad
para formular preguntas y encontrar respuestas más apropiadas y mecanismos formativos de
evaluación. Más aún, la labor del docente universitario se tendrá que orientar hacia la
formación de habilidades de razonamiento, formación de valores dejando a un lado la
enseñanza rígidamente memorística.
Ante este panorama, las nuevas alternativas pedagógicas voltearon la mirada hacia la
evaluación cualitativa y/o formativa; la cual se entiende no como una actitud de enjuiciamiento
para calificar o descalificar el desempeño escolar de una persona, sino para apoyar y realimentar
los conocimientos, reformular estrategias de enseñanza y aprendizaje, replantear o fortalecer
proyectos y programas de estudio, así como explorar formas más creativas de interacción
pedagógica entre profesores y alumnos, y entre los propios profesores; mismas que fomentan
participación, diálogo y reflexión en la entraña misma de los procesos de enseñar y aprender.
Así, frente a modelos preocupados por el rigor metodológico, por la medida, y ante la
evidente ineficacia de los resultados (Álvarez, 1989), además del fracaso que estos acarrean
cuando se aplican a la evaluación educativa, surgen propuestas alternativas preocupadas por la
descripción, explicación e interpretación puntuales de los fenómenos que suceden en cada
momento del proceso educativo, tales como:
En este sentido, habría que admitir que uno de los puntos polémicos y difíciles de la
evaluación cualitativa, es su operacionalización. ¿Qué se va a evaluar? ¿Cómo hacerla? ¿Por
dónde empezar? ¿Cuáles son los retos?
Por ello pensamos que no es el grupo de alumnos el que tiene que adaptarse y seguir al
profesor, sino es el docente el que tiene que estar atento al proceso grupal; a partir de observar,
de estar en el proceso de enseñar y aprender mismo, para poder detectar como se está dando la
interacción, el logro de las metas, su evaluación permanente; que permita detectar tanto los
avances como los obstáculos en el logro de aprendizajes.
86
¿Qué es lo que los alumnos piensan sobre un contexto particular, pero también por qué
piensan eso, cuáles son sus criterios o razones para responder como lo hacen y qué piensan
sobre las opiniones de los profesores y/o examinadores? La evaluación debería centrarse
también en descubrir qué más saben los alumnos y qué es lo que quisieran saber, creándose de
esta manera un diálogo sobre los fines, procesos y resultados deseables para la escolarización con
el fin de conseguir una experiencia educativa de mayor calidad que conduzca a estándares
educativos más elevados (Torrance, 2000). Tal enfoque de la evaluación reconocería que es
posible que algunos alumnos estén entre saber y no saber; aprendiendo de hecho, y siendo
capaces de continuar haciéndolo.
¿Para qué el uso de los portafolios? Una de las principales dificultades para mejorar la
motivación por aprender y el mismo aprendizaje radica en los modos de evaluación
tradicionalmente utilizados, que llevan a los alumnos a estudiar para aprobar y no para
aprender. Para dar respuesta a esta situación hace ya casi dos décadas surgía lo que hoy se
conoce como: evaluación de portafolios.
No es de sorprender que los portafolios hayan ganado tanta popularidad entre los
profesores en general. Al parecer hemos descubierto una única estrategia que lo hace todo y nos
permite alcanzar muchas de nuestras más importantes aunque a veces elusivas metas (Danielson
y Abrutyn, 2004).
Los portafolio, desde luego, no son una invención reciente. El concepto existe desde
hace mucho tiempo en numerosos ámbitos fuera del aula. Artistas, arquitectos, diseñadores y
fotógrafos los usan para presentar su trabajo a clientes potenciales lo mismo que algunos
gobiernos llaman cartera a un puesto con un área de responsabilidad.
La noción de portafolio, tal como se maneja en el ámbito del arte, donde se refiere a
una colección o muestra de los trabajos del artista para efectos de presentación, ha comenzado
ha valorarse en el ámbito docente como un valioso auxiliar pedagógico, porque regula
formativamente el proceso de enseñanza-aprendizaje. Su uso en el aula permite:
Estas sugerencias representan una útil propuesta para los docentes que deseen iniciarse
en el uso de portafolios en el aula. Son variadas las aplicaciones de esta herramienta y ofrecen
orientaciones para mejorar los procesos de evaluación y diagnóstico.
Se trata de una nueva estrategia para el seguimiento del desempeño del alumno, que
promueve el desarrollo de prácticas innovadoras en las aulas al tiempo que recupera las
aportaciones de las prácticas dominantes de evaluación (Danielson y Abrutyn, 2004).
¿Por qué usar el método del portafolio? Existen muchas razones tanto teóricas como
prácticas que recomiendan el uso de portafolios en un abanico de contextos y para distintos
propósitos, un motivo de peso en el campo educativo es la insatisfacción que existe con los
enfoques derivados de la tradición cuantitativa. Los métodos más cualitativos como el
portafolios proporcionan una alternativa que se encuentra en expansión, además de que dicho
procedimiento está relacionado con la teoría actual de la evaluación y el aprendizaje. Su uso
ofrece una oportunidad para corregir el descontento causado por las pruebas convencionales.
La gran variedad de funciones del portafolio hace más explícita la importancia de la
relación que debe existir entre el currículum, la evaluación y la enseñanza, debido a que
proporciona en la evaluación una estructura e indicadores para documentar y reflejar los
procesos de enseñanza y aprendizaje. El uso de portafolio ofrece la oportunidad de realizar esta
importante integración de la evaluación con el desarrollo del currículo.
Este autor indica que el término “ver el final” sugiere la terminación o conclusión de un
proceso, no concibió separación entre fines y medios; siendo ésta la clave en la utilización del
portafolio como estrategia de evaluación. No son un producto aislado; tanto el proceso como el
89
resultado final son importantes. Por eso la pedagogía de los objetivos, como Gimeno Sacristán
lo señala, es nefasta si la juzgamos en función de sesgar el sentido intrínseco de nulificar la
acción de profesores y alumnos en el acto de enseñar y aprender.
De ahí que Dewey al enfatizar el concepto de “libertad de acción” subraya que el objeto
final no es el fin en sí mismo, sino que lo importante es la realización de las tareas. El trabajo de
portafolio es por lo tanto “un factor de actividad” personal para usarse con propósitos de
mejora; o podría usarse también para seleccionar el mejor trabajo y otorgar una calificación,
una promoción o una nueva posición. El resultado es el logro conseguido, más no el portafolio
en sí. Para el buen desarrollo de un trabajo de portafolio, se requieren habilidades: como
observar, planificar, reflexionar y autoevaluar; de esta forma no puede separarse de los pasos
implicados en su proceso de gestión, siendo esto lo que el autor en cuestión entiende por
actividad liberadora.
Conviene tener presente que el portafolios incluye varios indicadores de logro. Es útil
para varios tipos de evaluación, ejemplo: disertaciones, proyectos de investigación, ensayos,
trabajos, reportes, fichas, reseñas, grabaciones en vídeo de presentaciones de aprendizaje.
Permite la promoción de un aprendizaje individual y promueve habilidades de pensamiento.
Los estudiantes aprenden activamente además de que desarrollan sus habilidades en contextos
reales.
El método de evaluación de portafolio se diseña con fines formativos, lo que suscita que
existan más posibilidades para que los estudiares reciban realimentación. La evaluación se
integra en el proceso, usando un sistema de criterios de referencia. El profesor asume el papel
de promotor o propiciador de aprendizaje y se implica activamente en la tarea evaluativa; su
juicio profesional es respetado y se espera que colabore en le desarrollo de los planes de mejorar
el aprendizaje continuo. Dichas prácticas evaluativas forman para la adquisición de destrezas de
aprendizaje, habilidades y actitudes. Esta nueva estrategia de evaluación y, a la vez de
aprendizaje, estimula que los estudiantes adquieran habilidades de organización, pensamiento
reflexivo y de gestión, permitiéndoles continuar aprendiendo y mejorar su capacidad para
enfrentar los retos de la vida, no sólo los académicos
6. Reflexiones Finales
Los sistemas de evaluación escolar mantienen más que objetivos formativos de carácter
educativo, procesos políticos y sociales que alejan a la escuela de sus objetivos de desarrollo, de
crecimiento, de autoafirmación; haciendo de la evaluación un mecanismo de exclusión y de
eliminación que no sólo de selección.
La evaluación es un fenómeno educativo (si es educativo debería educar al realizarse)
que condiciona todo el proceso de enseñanza y aprendizaje. Por esto resulta decisivo
preguntarse por la naturaleza del mismo, por su finalidad y por las dimensiones éticas, sociales
y políticas que lo impregnan
90
La evaluación formativa no se entiende como control, sino como un proceso que aporta
información sobre los puntos de partida, el proceso y los resultados del acto educativo.
No se trata de un fenómeno esencialmente técnico sino de un fenómeno ético. Por
consiguiente, resulta indispensable preguntarse a quién beneficia cuando se hace y a quién
perjudica, a qué valores sirve y qué valores destruye.
La evaluación puede servir para muchas finalidades. Lo importante es utilizarla como
aprendizaje, como un modo de comprender para mejorar las prácticas que aborda.
Si analizamos las intenciones de las prácticas convencionales de evaluación en nuestro
ámbito educativo constataremos que la evaluación se puede hacer para clasificar, comparar,
seleccionar o, sencillamente, calificar, excluir.
Es necesario, sin embargo, utilizarla para aprender y para mejorar el aprendizaje de los
alumnos, los procesos docentes, la dinámica de las instituciones, la formación de los profesores
y la implantación de las reformas académicas, etc. (Santos Guerra, 2003)
En nuestro medio parece estar instalado el concepto de evaluación como amenaza, sólo
cuando la evaluación es una tarea compartida, colectiva de todos los involucrados en la tarea
educativa se le quita esa connotación de persecución, o ajuste de cuentas; se necesita
comentarla, discutirla con los interesados (los que la gozan o la padecen) con los que están
inmersos en el proyecto y proceso educativo, sólo así se gana credibilidad y equidad en el acto
evaluativo.
Bibliografía
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Buenos Aires, Argentina, 1989.
Álvarez, J. M. Valor social y académico de la evaluación, en volver a pensar la educación (Vol
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Paideia y Ediciones Morata, Madrid, España, 1999.
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México, 1997.
Coll, César. El constructivismo en el aula. Editorial Graó, Barcelona, 1996.
Danielson, CH. y Abrutyn, L. Una introducción al uso del portafolio. Editorial FCE, México,
2004.
Dewey, J. Democracia y educación. Una introducción a la filosofía de la educación. Editorial
Lozada, Buenos Aires, 1960.
91
Asimismo, es posible que, como resultado del encuadre (de los datos que obtuvo acerca
de las características de su grupo y del plenario de acuerdos que sostuvo con ellos), haya
modificado de alguna manera aquel diseño inicial. Sin embargo, debido a la importancia del
diseño adecuado de estas actividades para el proceso enseñanza-aprendizaje, hemos dedicado un
apartado exclusivo al desarrollo de esta habilidad.
Los propios alumnos son expertos en catalogar a sus profesores según su manera de ser y
de trabajar: “Éste es muy barco; aquél es muy exigente. Con este profesor no aprendes nada,
pero te diviertes mucho ya que es “pura botana”; aquél es muy serio y estricto, pero aprendes
mucho. Éste no prepara sus clases, sino que llega a ver qué se le ocurre; aquél es muy
sistemático y organizado, desde el primer día sabemos qué vamos a ver y cuándo. Éste es muy
irresponsable, falta cuando quiere y nunca terminamos el programa; aquél nunca falta, nos trae
a marchas forzadas, pero vemos muy bien todos los temas. Para pasar con este profesor, sólo
tienes que estudiar tus apuntes unos días antes del examen; con aquél, tiene que hacer lecturas,
reportes y trabajos escritos”, etcétera.
**
Zarzar Charur, Carlos. Habilidades Básicas para la Docencia. Editorial Patria, México, 1994.
93
Lo que pretendemos en este capítulo es, precisamente, que el profesor tome conciencia
de la estrecha relación que existe entre su forma de trabajar con los alumnos y el tipo de
formación que éstos reciben. Asimismo, que sea capaz de manejar y orientar esta realidad hacia
el logro de los objetivos formativos que se planteó al hacer su planeación didáctica.
Por otro lado, en un examen de tipo tradicional, se mide (porque calificar es medir) la
capacidad de retención, memorización y repetición (aunque sea momentánea) de ciertos
contenidos.
La técnica expositiva es muy efectiva para cumplir el primer nivel de los objetivos
informativos de aprendizaje: dar a conocer información nueva a los alumnos. Pero es ineficaz
para lograr los otros dos niveles de los objetivos informativos (comprender y manejar) y más
aún para lograr los objetivos de tipo formativo.
Así tenemos al alumno que flojeo durante todo el semestre, pero sacó 10 en el examen
final, porque tuvo la suerte que le preguntaran el único tema que se sabía; por otro lado,
tenemos al alumno aplicado que reprobó, porque el día del examen se puso demasiado
nervioso.
En cambio, cuando el profesor utiliza otras actividades o técnicas de enseñanza-
aprendizaje, así como otros mecanismos para la evaluación y la calificación, propicia que sus
alumnos desarrollen otro tipo de habilidades y que adquieran otro tipo de aprendizajes.
2 Cuando el profesor pide a sus alumnos que lean por su cuenta un material,
propicia el desarrollo de la habilidad para leer y comprender un texto (hay alumnos que
terminan su carrera sin haber leído ningún libro completo).
Luego les pide una síntesis estricta de lo leído, así propicia el desarrollo de habilidades
para resumir y redactar correctamente y con buena ortografía. Y si, además de la síntesis, les
pide una crítica de lo leído, con su opinión personal respecto del tema, propicia el desarrollo
del pensamiento crítico y la habilidad para calificar y redactar sus ideas personales.
94
Si los alumnos no han practicado antes estas habilidades, la primera vez que expongan
un tema les saldrá muy mal. Pero con la retroalimentación del profesor y de sus propios
compañeros, la segunda vez lo harán mejor y, así, hasta que lo hagan perfectamente.
4. Cuando el profesor, una vez explicada la teoría y hecha una demostración práctica,
encarga a sus alumnos la resolución de un problemario, o la realización de una práctica o de un
experimento, con su correspondiente reporte, propicia el desarrollo de otras habilidades:
comprensión a fondo de los principios teóricos y de sus implicaciones (y no sólo retención
memorística de éstos); capacidad de transferencia de los mismos principios a diferentes
situaciones, habilidad para aplicar la teoría en la práctica y, por tanto, de integrar ambos
campos.
5. Cuando el profesor pide a sus alumnos la realización de una investigación (sea teórico-
bibliográfica o aplicada) y la presentación de los resultados en un trabajo escrito al final del
semestre, propicia el desarrollo de otro tipo de habilidades: diseñar mecanismos para ratificarlas
o refutarlas, diseñar instrumentos de captura de información, analizar los datos obtenidos,
estructurar las conclusiones, fundamentar las mismas y redactar el reporte final.
Estos esfuerzos y sus resultados serán considerados por el profesor para la evaluación y
la calificación. Lo cual implica, por supuesto, el trabajo de asesoría durante el proceso de
investigación, así como lectura, revisión y corrección de los reportes finales y la
retroalimentación al alumno para corregir sus errores.
habilidades: trabajan en equipo, comunicación, saber escuchar a los demás, respetar las
posiciones de los compañeros, expresar las propias ideas, modificar los esquemas propios en
función de las aportaciones de los demás, estudiar y aprender en grupo, etcétera.
7. Cuando el profesor se preocupa por la integración del grupo y/o por la integración de
equipos de trabajo, y realiza algunas actividades para lograrla (sea dentro del programa o extra-
clase), propicia que sus alumnos desarrollen el espíritu de colaboración y de trabajo en equipo,
la capacidad para establecer los objetivos comunes por encima de los intereses particulares, la
conciencia o sentimiento de autorrealización a través de los logros y las metas alcanzadas por el
esfuerzo conjunto, la habilidad para negociar cuando se trata de armonizar propuestas o
puntos de vista diferentes o contrapuestos, etcétera.
De la misma manera que en el punto anterior, los esfuerzos realizados y los frutos
alcanzados en esta línea serán considerados por el profesor para la evaluación y la calificación.
* En los anexos se presenta la descripción detallada de estas técnicas. Para mayor información
consultar los libros citados en la bibliografía.
En el subtema anterior indicamos que todos los esfuerzos que realice el alumno deben
ser considerados para la evaluación y calificación. Ya que hemos puesto tanto énfasis en ellas,
vale la pena aclarar la diferencia que existe entre la evaluación y la calificación, así como la que
existe entre éstas y la acreditación.
La acreditación.
La evaluación y la calificación.
Por un lado, la evaluación implica una valoración, un juicio de valor; por otro, la
calificación implica una medición, una cuantificación. Mientras que la valoración se refiere a la
calidad, la medición se refiere a la cantidad. Para valorar algo se pueden y deben tomar en
cuenta aun los elementos de tipo subjetivo (opiniones, sentimientos, intuiciones), mientras que
la medición hace referencia únicamente a elementos objetivos, susceptibles de ser observados y
cuantificados.
Es común escuchar a los profesores decir “hoy habrá evaluación”, cuando lo que
quieren decir es que aplicarán un examen. Asimismo, muchos profesores piensan que cuando
han otorgado y entregado calificaciones ya terminaron el proceso de evaluación.
Desgraciadamente, en la mayoría de las instituciones educativas se califica sin evaluar, es decir,
sin juzgar y valorar la efectividad del proceso de enseñanza-aprendizaje para mejorarlo
continuamente.
Por otro lado, es posible acreditar y/o evaluar sin que existan calificaciones. Ejemplo de
esto son los recursos de prerrequisitos de diversas instituciones de educación superior, los cuales
no tienen una calificación; simplemente son acreditados o no. Existen, también cursos de
actualización profesional (los llamados cursos de extensión), en los que se pide siempre la
opinión de los participantes sobre el curso y sobre el instructor (una evaluación), pero no existe
calificación.
Una vez establecida la diferencia entre estos dos procesos, expondremos los criterios y
mecanismos más adecuados para instrumentarlos.
segunda razón: porque con un solo mecanismo el profesor logra medir únicamente un tipo de
aprendizaje.
El tradicional examen final puede ser oral o escrito. A éste es posible agregar los
exámenes parciales que pueden ser, desde uno a mitad del semestre o curso escolar, hasta uno
cada mes o al término de cada unidad temática.
Otros mecanismos que pueden agregarse a los anteriores e incluso llegar a sustituirlos,
son los siguientes: presentación de una investigación o ensayo amplio al final del curso, de
reportes bibliográficos, de varios ensayos breves a lo largo del semestre, resolución de
problemarios y/o cuestionarios, exposiciones presentadas en clase, reportes de prácticas y/o
experimentos, reportes de encuestas, entrevistas y/o trabajos de campo, la participación misma
en las sesiones de trabajo, etcétera.
En general, todo esfuerzo que realicen los alumnos durante el curso como resultado de
las actividades de aprendizaje instrumentadas, puede y debe ser calificado.
Los criterios para calificar deben ser decididos por cada profesor con base en su estilo
personal y en su plan de trabajo. Los destinados a la calificación se refieren, en primer lugar, a
los porcentajes de valor que se asigna a cada actividad realizada. Un ejemplo de esto puede ser
el siguiente:
En segundo lugar, estos criterios se refieren a los aspectos que serán considerados para
otorgar la calificación en cada actividad.
Ahora veamos los procedimientos para otorgar la calificación, que también pueden ser
diversos. El tradicional consiste en que el profesor califique; a éste se le pueden agregar otros
dos: cada alumno se autocalifica, y el grupo califica a cada equipo de trabajo. Debido a lo
novedoso o riesgoso que para algunos lectores puedan parecer estos dos procedimientos
presentamos tres aclaraciones al respecto.
La auto-calificación debe efectuarse al final del semestre o curso escolar, con base en
criterios claramente definidos: tareas entregadas, trabajos realizados, asistencia y puntualidad,
participación activa en las sesiones de trabajo, etcétera. El alumno debe asignarse una
calificación para cada uno de los aspectos y luego promediarlos para obtener su calificación
personal.
Además, debe definirse con toda claridad y precisión la manera en que esta auto-
calificación se promediará o sumará a las otras para contribuir a la calificación final. No es lo
mismo decir que la auto-calificación se promediará con la calificación del profesor (pues, en
este caso, cada una tendrá un valor del 50 por ciento), que decir que la auto-calificación
101
equivaldrá al 10 por ciento de la calificación final. En este último caso, si un alumno se asigna a
sí mismo la máxima calificación, aumentará únicamente un punto en su calificación final. El
riesgo de abuso no es muy grande, y vale la pena intentarlo por los efectos que se consiguen en
los alumnos.
Al pedir que los equipos evalúen las exposiciones presentadas se propicia que todos se
fijen en los aciertos y en los errores, para repetir unos y evitar otros cuando les toque exponer.
Las calificaciones de todos los equipos se promedian para sacar la calificación final de la
exposición, la cual, a su vez, integrará el 10, el 15 o el 20 por ciento de la calificación final del
curso, dependiendo del criterio que el profesor haya seleccionado.
Importancia de la evaluación.
Para lograr estos objetivos, la evaluación debe ser participativa, completa y continua.
102
1. Debe ser participativa, es decir, se debe hacer (por lo menos en parte) junto con los
alumnos en el salón de clase. Aunque la efectividad del proceso es responsabilidad del
profesor, comparte esa responsabilidad con sus alumnos al momento de evaluarlos.
Posteriormente, el profesor completará la evaluación que resulte de esta sesión, con un
análisis personal más a fondo.
2. La evaluación debe ser completa, es decir, debe abarcar todos los aspectos importantes del
proceso de enseñanza-aprendizaje, tanto los de fondo (objetivos, contenidos, metodología,
bibliografía, etcétera) como los de forma (manera de trabajar, organización grupal, acceso a
bibliografía de apoyo, etcétera). En este mismo sentido, la evaluación comprende tanto los
aprendizajes logrados como el proceso seguido para obtenerlos.
3. Por último, la evaluación debe ser continua, a lo largo del semestre o curso escolar, y no
dejarse para el fin del mismo. Si se deja para el final se pierde la posibilidad de corregir el
proceso sobre la marcha; cuando se detecten las fallas, ya no habrá tiempo para corregirlas.
Para evitar esto se recomienda realizar una evaluación por lo menos al término de cada
unidad temática o bloque de contenidos. En este sentido, la primera evaluación es la más
importante, ya que permitirá detectar fallas, errores, omisiones u obstáculos a tiempo y
corregirlos para el resto del curso escolar.
Criterios, momentos y procedimientos para la evaluación.
Respecto de los criterios para realizar la evaluación, podemos indicar las siguientes preguntas
como guía:
¿Se han cumplido los objetivos de aprendizaje planteados hasta el momento, tanto los
informativos como los formativos? ¿Hemos aprendido lo que se esperaba? ¿Qué sí y qué no)
Un indicador importante para responder esta pregunta son los resultados de los exámenes, así
como las tareas y trabajos entregados por los alumnos y revisados por el profesor.
Se trata de encontrar tanto los factores o variables que hayan ayudado y favorecido el
aprendizaje como aquellos que lo hayan frenado u obstaculizado.
¿Qué medidas correctivas podemos tomar para incrementar la efectividad del proceso
de enseñanza-aprendizaje?
Estas medidas se podrán referir a los alumnos, al profesor, a la metodología de trabajo, a
los materiales de apoyo o a cualquier otro factor que intervenga de manera decisiva en el
proceso.
En cualquier momento en que el profesor detecte que sucede algo que ponga en peligro
el logro de los objetivos de aprendizaje.
En este caso no es conveniente seguir las tres preguntas anotadas sino simplemente
señalar al grupo que se ha detectado una situación que entorpece el proceso de aprendizaje, y
hacer un análisis de la misma, con el grupo en pleno para decidir cómo superarla.
Al término del curso, después de haber obtenido las calificaciones finales del grupo, y
como una reflexión personal del profesor, que servirá para rediseñar o reestructurar su curso
para el siguiente semestre. Es en este punto cuando el profesor se cuestiona si funcionó o no la
planeación didáctica que diseñó antes de empezar el curso.
Existe un quinto momento para la evaluación, que se sale del ámbito de trabajo del
profesor tomado a título individual; pero, debido a su importancia, consideramos necesario
incluirlo aquí.
Para realizar esta evaluación institucional del plan de estudios, el procedimiento más
adecuado es tener una reunión convocada exclusivamente para tratar este asunto, en la que
participen todos los profesores que imparten la misma materia, junto con los coordinadores o
responsables institucionales. De esta reunión de trabajo debe resultar un programa de estudios
institucional más actualizado y mejor estructurado, así como acuerdos básicos o lineamientos
generales que deben seguir los profesores de esa materia.
a) Criterios institucionales
b) Criterios propios de esta materia específica
2.- Calificación
a) Porcentajes para cada actividad y para cada unidad
b) Criterios a tomar en cuenta para calificar cada actividad
4. Evaluación:
Porfirio Morán
1. Introducción.
En diversos dispositivos que se han implantado se trata más de controlar que de evaluar,
es decir que haya conformidad con parámetros establecidos de manera más o menos arbitraria.
106
Es también la distinción que se hace entre evaluar y acreditar; aquí la acreditación es un control
de calidad, que corresponde a lo que se denomina cada vez más, en estos tiempos con afanes de
eficacia, “aseguramiento de la calidad”.
En alguna forma, los dispositivos que se han implantado -a nivel macro- en el Consejo
Nacional de Ciencia y Tecnología y la Secretaría de Educación Pública de México, entre otros,
respecto a programas y proyectos que se ubican más en un ámbito de política educativa que de
evaluación en el aula propiamente, pues se trata de verificar o de constatar que efectivamente
los programas y proyectos respectivos satisfagan ciertos requerimientos o parámetros para que
sean acreditados como de calidad.
acción pedagógica, interactiva y contextual, y como ayuda individual y grupal para lograr los
fines de la educación.
Otra acepción frecuente de evaluación, es entenderla como una acción limitada con
fines de acreditación y de promoción de los alumnos a niveles educativos superiores. Se ha
perdido de vista la función que tiene de proceso de valoración y seguimiento de la enseñanza y
del aprendizaje; de proceso por medio del cual es posible obtener información sobre lo que
ocurre durante la interacción que se da entre profesor, alumno y grupo en su relación con las
metas y contenidos de aprendizaje.
A los estudiantes, la evaluación o reflexión del proceso que están siguiendo para
aprender, les permite descubrir sus propias formas de aprender, además de conformar sus
propias estrategias para mejorar sus prácticas. Lo más importante es que pueda transferir este
aprendizaje a su vida cotidiana. En este sentido la evaluación conlleva un proceso formativo,
que implica hacer conciencia de lo que hace y de cómo se hace, por medio de la reflexión de la
acción y, al propiciar la retroalimentación oportuna y pertinente de manera constante.
Como se enuncia en el título del presente trabajo, aquí nos interesa proponer el
portafolio del estudiante como una estrategia diferente de evaluación, aunque cercanamente
vinculada con el papel del profesor. De ahí que nos adherimos a la utilización del portafolio,
108
El presente artículo se estructura con los siguientes componentes; una introducción que
esboza y problematiza la naturaleza de la evaluación educativa y de los aprendizajes en el trabajo
del aula y otras acciones que tienen que ver con el desarrollo curricular e institucional; en un
segundo segmento, se plantea un acercamiento que intenta develar la idea, las intenciones y las
tareas que debiera cumplir las evaluación en la escuela, si atendiera a la complejidad,
importancia y repercusiones que entraña esta actividad en la tarea docente, así como las
implicaciones educativas y sociales que encierra.
educativos y que caracteriza las políticas neoliberales aplicadas a la educación en las últimas
décadas.
Al respecto, Santos Guerra (1991), plantea que si bien la evaluación de resultados, el
establecimiento de juicios de valor y la toma de decisiones son algunas de las finalidades de la
evaluación, considera que estos enfoques dejan de lado algunos aspectos que le parecen
centrales y que destaca a partir de su concepción de la evaluación como un proceso de diálogo,
comprensión y mejora en cualquier actividad humana, pero sobre todo, aquellas relacionadas con
los procesos de enseñanza-aprendizaje.
La evaluación también permite exhibir las actitudes del evaluador hacía sí mismo. Si uno
tiene la conciencia de que parte del aprendizaje depende de la forma en que se ha enseñado,
mantendrá la humildad de reconocer como suyo parte del fracaso de los que aprenden. No
pensará que si el aprendizaje no se produce es por responsabilidad exclusiva del que aprende.
111
Aludimos aquí a la evaluación que, casi siempre, se hace de los alumnos y escasamente
de los profesores, de los programas, de las instituciones. Debiera preocuparnos principalmente,
entender y practicar la evaluación como un camino para el aprendizaje, para el conocimiento,
para la mejora. Un camino que, al ser recorrido de forma compartida, comprometida y
responsable, nos ayude a entender lo que sucede en la entraña del trayecto de la docencia y
también por qué sucede; así nos facilitaría la rectificación o la ratificación oportuna del rumbo,
el reconocimiento de los errores y la mejora de la práctica. En otras palabras, la evaluación
debiera entenderse como una actividad indispensable en el proceso educativo que puede
proporcionar una visión clara de los errores para corregirlos, de los obstáculos para superarlos y
de los aciertos para mejorarlos (Olmedo, J., 1973).
Por eso el tema de la evaluación de los aprendizajes y del proceso didáctico es complejo.
En él se mezclan -insistimos- lo técnico y lo político, bajo la apariencia de lo puramente
técnico. Sin embargo, la evaluación es esencialmente un acto político, un acto donde la
correlación de fuerzas entre el evaluador y el evaluado, o más bien -entre el que mide y el que es
medido- encuentra su mayor concentración e intensidad. De hecho todo el proceso de
enseñanza-aprendizaje es un acontecer político entre el profesor y el alumno (así sea un profesor
imaginario, pensando en los sistemas abiertos, a distancia o en línea). Pero el momento de la
evaluación es el momento de la medición de fuerzas entre los dos agentes primordiales de la
relación pedagógica: profesor y alumno.
No es por casualidad que para muchos estudiantes el “examen” sea el instante más
traumático de su proceso de aprendizaje. En el examen se despliegan las pasiones, las angustias,
los temores, los odios, las tensiones emocionales. La resultante extrema de esta medición de
fuerzas es el “suicidio” del alumno evaluado, como hay tantos casos en el mundo. Así, la
evaluación pone en juego la existencia misma del evaluado (Olmedo, R., 1992).
Por ello, la evaluación de los aprendizajes es un acto eminentemente social, una relación
de poder, antes que una técnica “objetiva” y “neutral”. En tanto que relación de poder, la
evaluación consiste en el juego entre la dominación y la sumisión. El maestro somete al alumno
a una medición de conocimiento, aplicándole un patrón de medida decidido por el evaluador
(sea el maestro o alguna otra autoridad) pero lo que en realidad mide el profesor es la capacidad
112
de sometimiento del alumnos a los patrones de medida impuestos: el alumno debe satisfacer las
preguntas del maestro como un tributo a su poder de decisión y de medición de fuerzas.
En todo caso, para un tema tan relevante como la evaluación de los aprendizajes a través
de la propuesta del portafolio, preocupación fundamental de este escrito, es importante no
olvidar que la práctica de la evaluación, como se utiliza todavía en muchos espacios académicos,
es un acto político y pasional revestido en el ámbito escolar, como un procedimiento
inofensivo: técnico, aséptico y frío.
Por otro lado, quien piensa que las instituciones han de convertirse en filtros sociales,
que han de clasificar a los sujetos en función de sus capacidades, hará una evaluación
encaminada a establecer mecanismos rigurosos de competitividad. Si por el contrario, alguien
piensa que las instituciones tienen la tarea de ayudar a que los sujetos crezcan y lleguen a sus
máximas posibilidades, hará una evaluación más individualizada, más justa y sensible a las
diferencias. Por eso hoy, resulta fácil dejarse llevar por las corrientes neoliberales que sumergen
a las instituciones en una dinámica de competitividad, de obsesión por la eficacia y por el éxito
individual de sus miembros.
De ahí que si un docente, sólo se preocupa de la dimensión técnica del aprendizaje, del
progreso intelectual, del logro académico del alumno, estará olvidando los principios básicos de
la relación humana y de un ejercicio profesional responsable y comprometido (Celman, 2001).
La evaluación educativa y del aprendizaje debe concebirse, antes que nada, como un
insumo, como un servicio y como un apoyo a quienes están involucrados en la educación: los
estudiantes, los maestros, los investigadores, los técnicos, los administradores y las autoridades
educativas.
Uno de los más graves efectos de esta concepción francamente negativa de la evaluación
se da en la formación misma del estudiante: hace recaer su atención en la forma de aprobar los
exámenes y no en el esfuerzo de aprender, enfatiza el valor de la calificación y no en el sentido
mismo del conocimiento; además hace que la evaluación se de casi siempre en condiciones
especiales de preocupación, miedo y tensión, con lo cual se distorsiona el sentido intrínseco no
sólo de la evaluación sino de la educación misma.
Sería deseable, entonces, que las anteriores consideraciones sirvieran para reflexionar
críticamente sobre un proceso académico que lo impregna y condiciona todo. También se
esperaría que tuvieran como resultado la mejora de las prácticas docentes que realizamos en el
aula. Si hablamos de evaluación educativa debería ser no sólo porque estamos evaluando
fenómenos educativos sino porque educa, porque forma cuando se aplica, tanto a los
evaluadores como a los evaluados, lo que la convierte en una tarea no solamente pedagógica,
sino también ética y política.
Un planteamiento con estos rasgos se realiza con la pretensión de ofrecer una propuesta
carente de dificultades interpretativas, de tal suerte que pudiera ser fácilmente captada y
utilizada por los profesores en ejercicio. Adoptar esta postura, sin embargo, significaría asumir
115
Esta postura también advierte que este modo de proceder en la apropiación del
conocimiento se aprende, es decir puede verse favorecido y estimulado por procesos
intencionales y sistemáticos emprendidos en función de un objetivo educativo explícito -
desarrollar en los alumnos actitudes evaluativas y críticas respecto de los contenidos del
aprendizaje- pero también son producto de convivir en un ambiente educativo que se
caracterice por este estilo de trabajo docente.
En consecuencia podría afirmarse que, el mejor método que un profesor puede utilizar
para que sus estudiantes desarrollen formas activas y creativas de aprendizaje es transparentar,
poner en blanco y negro en sus clases, los procesos que él mismo puso en práctica al aprender:
sus dudas, sus criterios, sus opciones, sus hipótesis, sus conjeturas, sus incertidumbres.
Por ello, si el docente logra centrar más su atención en tratar de comprender qué y cómo
están aprendiendo sus alumnos, en lugar de concentrarse y a veces embelezarse en lo que él les
enseña, se abre la posibilidad de que la evaluación deje de ser un modo de constatar el grado en
que los estudiantes han captado lo enseñado, para pasar a ser una herramienta que permita
comprender y aportar a un proceso pedagógico (Celman, 2001).
que me parece hermosa y hoy añoro, se trata de la experiencia de “ver aprender” a mis alumnos,
suena curioso decirlo así, pero no hallo otra manera de hacerlo.
Ver aprender, presenciarlo, más como testigo que como actor, es la satisfacción
fundamental del quien enseña. Lo malo está en que muchas veces nos concentramos tanto en
enseñar, que acabamos contemplando cómo enseñamos en vez de disfrutar el milagro continuo
de los que aprenden. Ver aprender es ver crecer y madurar a los niños, los jóvenes y los adultos,
comprobar que adquieren capacidades, destrezas y actitudes que no tenían, que hablan mejor,
que juzgan por sí mismos, que desarrollan habilidades y que van saliendo adelante (Latapí,
1993).
•
Este autor señala que si somos seres genéticamente sociales, la educación precede al desarrollo, a partir de la
actividad y la comunicación que el sujeto tiene oportunidad de realizar en las distintas etapas de su vida.
Multideterminación recíproca entre las instancias psíquicas: pensamiento, lenguaje, afectos, motivaciones, etc.
Globalidad del sujeto inmerso en su momento histórico-social y capaz de trascenderlo en tanto se transforme a sí
mismo y pueda incidir en la transformación del mundo. Responsabilidad de las instituciones educativas en cuanto
qué tipo de formación provocan. Conciencia de que la subjetividad se forma mediante un complejo proceso de “lo
exterior a través de lo interior y lo interior a través de lo exterior”, en: Pensamiento y lenguaje. Editorial
Revolucionaria, La Habana, Cuba, 1968.
118
estudiantes para construir sus aprendizajes; cómo los relacionan con los nuevos materiales,
hasta dónde son capaces de continuar el proceso y cuáles son las estrategias de aprendizaje que
utilizan.
Habiendo detectado los conceptos y las herramientas cognitivas con las que los alumnos
han construido y los están usando, podrá evaluar cuáles son las facilidades y los límites con que
están actuando en el grupo, viabilizando así su aprendizaje autónomo. Esto le posibilitaría
aportar sugerencias, indicaciones, informaciones, ideas, procedimientos, según los casos, y
juzgar el grado de disponibilidad de sus estudiantes para aprender.
Con esto no se pretende negar las evaluaciones puntuales que tengan como propósito
dar cuenta de un determinado estado o situación del proceso individual y grupal. Su principal
función será la de constatar las realizaciones de los alumnos respecto de los objetivos
pedagógicos previamente planteados, apegadas a las disposiciones que marque la institución al
respecto.
Los actos de evaluación aislados y desconectados del sentido y el significado del trabajo
grupal que se realizan a modo de “cortes verticales” de dicho proceso poco nos dicen sobre las
razones por las cuales éste ha ocurrido de ese modo. Quizá su mayor valor consista en
posibilitarnos la elaboración de interrogantes, de hipótesis, de preguntas cuyas respuestas
deberán buscarse fuera de dichos actos. Nos permiten detectar algunos aspectos que, en ese
particular momento, se “muestran” a nuestra observación: algunas cuestiones acerca de las que
pueden responder los alumnos, otras que les ofrecen dificultades, una parte de la información
que han asimilado -aquella sobre la cual preguntamos, dado que sobre lo que no preguntamos
119
no sabremos si lo maneja o no-, algunos problemas que puede resolver y otros que no;
determinados procedimientos que utiliza en esa instancia, de manera más o menos apropiada,
etc.
Por otra parte, es factible pensar en proponer algunos recursos didácticos que faciliten
formas de colaboración e intercambio entre los propios alumnos, que les posibilite desempeñar
ellos mismos tareas de observación y registro de las actividades de aprendizaje realizadas en el
grupo. Esto permitirá en grupos numerosos y no numerosos, integrar la evaluación a las
actividades didácticas, sin centrar sólo en el profesor dicha tarea; lo cual dentro de las
metodologías participativas de la docencia, no es deseable.
Desde ahí, y recuperando los datos de una historia personal y grupal, estaremos en
situaciones de realizar evaluaciones para comprender y valorar, al menos en parte, los procesos
educativos que involucran tanto a los profesores como a los alumnos.
Lo que se viene planteando en este inciso, remite a una concepción de evaluación como
proceso, como se le concibe y aplica en la perspectiva del empleo del portafolio para la
evaluación de los aprendizajes. Entendemos que los rasgos más característicos de este tipo de
evaluación no consisten en repetir frecuente y compulsivamente actividades evaluativas. Por el
contrario, se manifiestan en la intencionalidad de analizar y comprender el proceso tal como va
ocurriendo, deteniéndose especialmente en el estudio del tipo y cualidad de las relaciones que
podrían haber actuado como factores determinantes del mismo. Las hipótesis explicativas que
se elaboren de este análisis permitirán no sólo entender qué fue lo pasó sino,
fundamentalmente, convertirlo en una experiencia educativa para su mejora.
Estos nuevos planteamientos, no es que podamos decir que sean algo original, algo que
acaba de surgir, o que se han creado de la nada. Desde hace muchas décadas, en el ámbito
social, educativo y cultural se viene teorizando y trabajando desde esta perspectiva que
reivindica la participación real y activa del individuo al que se dirige la acción. Desde hace
mucho tiempo, en el ámbito social hemos podido conocer planteamientos comprensivos e
interpretativos que ponían de manifiesto una concepción de la educación que va más allá de las
concepciones tradicionales, esas que consideran que lo importante es el saber del profesor que
debe depositar ese saber en alumnos pasivos y almacenadores del mismo, sin tener la
oportunidad de cuestionarlo porque se da como verdadero y absoluto.
De ahí que se insista en afirmar que el verdadero aprendizaje sólo tiene lugar cuando
hay una comunicación efectiva entre alumno y profesor; pero este tipo de comunicación sólo es
posible cuando el alumno no queda reducido a la simple condición de número, sujeto anónimo
del que tenemos como única referencia su “rendimiento” a través de las consabidas pruebas
objetivas de corte memorístico. Por ello a partir de este momento queremos empezar a plantear
el marco en el que abordaremos nuestra experiencia de innovación psicopedagógica aplicando
el portafolio como instrumento privilegiado de evaluación, rompiendo con las concepciones y
prácticas tradicionales acerca de este importante procedimiento en la enseñanza universitaria.
Por ello su utilidad es tanto para el docente como para los alumnos, porque significa
una toma de conciencia a partir del análisis evaluativo de:
En cada institución educativa, las estrategias de aprendizaje que desarrollan los alumnos
parecen estar en íntima relación con las estrategias de enseñanza que ponen en práctica los
profesotes, pero también con los contenidos disciplinarios de las distintas áreas. Hay algunos
avances en las investigaciones que confirmarían lo antes dicho. Esto podría significar un aporte
importante al campo de la didáctica (Celman, 2001).
Si evaluar es, en primera instancia, una tarea que apunta a conocer y comprender, la
valoración, entre otros aspectos, las estrategias de aprendizaje, será una forma apropiada de
analizar los procesos didácticos a través de los cuales se logró dicho conocimiento.
De acuerdo con esta postura varios educadores nos preguntamos si es posible replantear
la concepción y la práctica de la evaluación de los aprendizajes y convertirla en estrategia de
conocimiento y de toma de conciencia vigilante en el quehacer docente. Desde nuestra
perspectiva asumimos como válido el anterior señalamiento, siempre y cuando se cumplan por
lo menos las siguientes dos condiciones:
122
Desde una postura reflexiva y crítica sobre el contexto político, económico y educativo
de la sociedad actual, se puede explorar el surgimiento del portafolio en el desarrollo de la
evaluación de habilidades en diferentes asignaturas que conforman los planes de estudio, por
ejemplo, donde se analizan las ventajas e inconvenientes potenciales inherentes a su uso y se
pueden señalar orientaciones operativas para su utilización como instrumento de evaluación
de los alumnos en la práctica docente de nivel medio superior y superior; aunque sin
descartar, realizando las adecuaciones pertinentes, los demás niveles educativos.
Habría que decir, que la utilización del portafolio, en un sentido más general, surge en
el mundo del arte y, en particular, de la arquitectura. En las artes plásticas, podemos decir
que el portafolio como técnica nace a partir de la necesidad de demostrar perfiles
profesionales en el campo laboral. Pero, como ha sucedido con otros tópicos educativos, estas
herramientas creadas con otros propósitos de planeación académica se transfieren al ámbito
educativo, donde adquieren sentidos diferentes.
Hoy el portafolio, en su versión amplia del término, está presente en muchas etapas del
trabajo académico y desarrollo profesional, tanto en el aprendizaje como en la evaluación,
promoción y certificación educativa. Una propuesta de portafolio estudiantil y docente,
también puede usarse para el desarrollo y valoración del conocimiento de una asignatura,
para la adquisición de habilidades de enseñanza y prácticas reflexivas, así como para la
preparación vocacional y profesional de los estudiantes en las instituciones educativas (Val
Klenowski, 2005).
Habría que decir que el aporte del portafolio se reconoce no solamente como técnica de
evaluación y diagnóstico sino que se hace especial hincapié que este instrumento también
sirve como un procedimiento de enseñanza y aprendizaje, en tanto que guía, acompaña,
regula y apoya el proceso docente.
Una de las características más valiosas que aporta el uso del portafolio, (estudiantil y
docente) frente a otros procedimientos de evaluación, es que facilita o suministra información
acerca del proceso de aprendizaje y desarrollo del alumnado. Esto nos ofrece la información
necesaria acerca de cómo se adquieren capacidades y habilidades requeridas alrededor del cual
gira el modelo de enseñanza que pretenda la innovación pedagógica de la institución.
Lo que he señalado antes me hace identificarme plenamente con lo que afirma el ilustre
pedagogo brasileño y, sin duda, universal, Paulo Freire, decía: hoy se habla, con insistencia, del
profesor investigador. En mi opinión lo que hay de investigador en el profesor no es una
cualidad o una forma de ser o de actuar que se agregue a la de enseñar. La indagación, la
126
En este sentido, se presenta aquí una experiencia docente en la que se intenta destacar el
valor pedagógico del portafolio del estudiante en la práctica docente, entendido como colección
deliberada de trabajos y ejercicios de los alumnos que integra el contenido de su aprendizaje,
sus reflexiones sobre las vicisitudes de aprender y reaprender, a convertirse en artífice de su
aprendizaje, a ser cómplice y acompañante comprometido con sus compañeros de ruta durante
los procesos de enseñanza y evaluación. Es decir, el portafolio como un compendio diverso de
evidencias que permiten al docente y al alumno reflexionar sobre el proceso de aprendizaje; es
una forma de evaluar principalmente los procesos, al alumno le sirve para afirmar, autorregular
y retroalimentar su aprendizaje y al profesor para tomar decisiones que permitan rectificar o
ratificar el camino.
El interés principal que nos animó a experimentar formalmente el uso del portafolio
como un procedimiento de aprendizaje y evaluación del estudiante y, en consecuencia, de la
tarea docente, surge de la convicción y el propósito de hacer de mis alumnos sujetos activos,
reflexivos, críticos y propositivos; convencido de que el desarrollo de estas habilidades
intelectivas, afectivas y sociales en su proceso formativo, es fundamental para su desempeño
académico y su ejercicio futuro como profesionales de la Pedagogía.
127
Además de estas razones, existen otras, tanto teóricas como prácticas, que justifican y
aconsejan la aplicación del portafolio -en este caso del estudiante- en diversos contextos
educativos y con distintos propósitos. Pero quizás uno de los argumentos más convincentes,
desde el punto de vista educativo, es la insatisfacción que expresan estudiantes, profesores,
padres de familia e incluso algunas autoridades, por la utilización de procedimientos
preponderantemente cuantitativos, cayendo en el abuso de pruebas memorísticas, que devienen
en resultados parciales o finales, ignorando la importancia de los procesos y las prácticas que
llevó a dichos resultados.
Pensamos que en esta nueva realidad histórica que enfrentamos en los albores del
presente siglo, signado por emergentes exigencias de la sociedad del conocimiento y del
aprendizaje, la información y el desarrollo tecnológico, es donde cobra sentido el empleo del
portafolio como herramienta de evaluación, pues estamos ante la urgencia de introducir
innovaciones pedagógicas tanto en los sistemas de enseñanza como en las prácticas evaluativas,
ya que no es congruente modificar los sistemas de enseñanza sin una innovación simultánea y
pertinente de la propia evaluación.
críticas que los alumnos hacen al evaluar mi práctica docente y de la preocupación personal de
mejorar el trabajo académico, buscando alternativas que plantean corrientes educativas como la
investigación-acción, la teoría de grupos, la profesionalización de la docencia o la perspectiva de
la didáctica grupal, por señalar algunas. Así mismo, en concordancia con mi formación
personal en las teorías de grupo y metodologías participativas, en mis cursos abordo la docencia
desde el enfoque de la didáctica grupal, de ahí que desde el arranque del curso en cuestión
establecimos conjuntamente en las primeras sesiones de clase un encuadre, en el que acordamos
las formas de trabajo que se asumirían -tareas, responsabilidades, compromisos-, es decir las
reglas del juego del profesor y los miembros del grupo para abordar la tarea.
Una de las primeras sugerencias para poner el andamiaje teórico y metodológico del
trabajo grupal fue el análisis y discusión del documento: Hacia una docencia y evaluación
cualitativa en el espacio del aula, de mi autoría, el cual aborda aspectos relacionados con el
vínculo necesario de la docencia y la evaluación, los paradigmas cuantitativo y cualitativo, la
evaluación formativa, el aprendizaje grupal y como recapitulación, un esbozo del uso del
portafolio como estrategia de evaluación formativa.
La intención de esta actividad inicial, fue poner el soporte metodológico para que el
profesor y el grupo unificaran criterios y tuvieran los elementos indispensables para encauzar
esta innovación pedagógica en el desarrollo del curso; la cual pudimos comprobar con el correr
de las sesiones y la elaboración paulatina de los portafolios por los miembros del grupo;
actividad mediada en todo momento por la guía, acompañamiento y retroalimentación por
parte de los miembros del grupo y del propio profesor. Para este momento de la tarea
adoptábamos la modalidad de taller, lo que nos permitía monitorear, intercambiar, apoyarse
mutuamente, todo con fines de retroalimentar el aprendizaje de los miembros del grupo y su
condicionante fundamental, el trabajo didáctico del docente.
Como recapitulación del semestre, los alumnos elaboraron una reseña analítica especial
y un comentario personal crítico sobre el contenido relevante de los dos libros trabajados
durante una parte sustantiva del semestre, éste consistía básicamente en destacar el aporte
teórico y metodológico de dichos libros al debate contemporáneo del campo de la didáctica, así
como las aportaciones a su proceso de formación académica y las susceptibles aplicaciones a su
ejercicio profesional.
“El portafolio es una herramienta maravillosa para un profesor porque sirve para evaluar
al alumno y para guiar el proceso de enseñanza-aprendizaje. Gracias al portafolio es posible
desarrollar una evaluación continua y no simplemente terminal. El porfolio, precisamente, es
una herramienta que permite superar a la evaluación terminal de corte cuantitativo para dar
paso a la evaluación continua y cualitativa”.
“El portafolio es una buena técnica didáctica, ya que es de gran ayuda para nosotros
como estudiantes coleccionar nuestros trabajos revisados en el grupo, organizarlos, poder
corregir fallas y ver los avances logrados por nosotros mismos, responsabilizándonos de nuestro
aprendizaje”.
en ese proceso, lo cual lo hace partícipe de su propia evaluación. Considero que mejora el
aprendizaje, funge como motivación, pues el alumno está inmerso en esa estrategia…”.
Instrucciones:
A partir del programa, de la antología, de los libros y del desarrollo del LD responde
breve, pero cualitativamente, a las preguntas siguientes:
Como se puede constatar, para efectos de este apartado y por razones de espacio, me he
referido exclusivamente a las opiniones de los alumnos que tienen que ver con el uso del
133
6. Reflexiones finales.
En los procesos educativos, el portafolio puede reflejar los aprendizajes en tal forma que
revelan cambio, crecimiento y grados en incremento de integración de conocimientos,
habilidades, actitudes y valores. El portafolio responde a la necesidad de usar una combinación
de instrumentos de evaluación formal e informal para acompañar el proceso de enseñanza-
aprendizaje e interpretarlo como una unidad integrada.
Una vez que una institución educativa formula el propósito y sentido de la evaluación y
define las capacidades, habilidades y actitudes esenciales que pretende promover, se facilita la
elección de la propuesta de evaluación adecuada, ésta no se da a priori a la concepción de
educación y de docencia de que se parta.
la defina, como suele hacerse, por la concurrencia de los cuatro criterios tradicionales del
desarrollo de un sistema educativo: eficiencia, eficacia, relevancia y equidad, pero no es
suficiente.
Al fin de cuentas los educadores -insiste este autor- sólo transmitimos lo que somos, lo
que hemos vivido: algo de sabiduría y algunas virtudes venerables que no pasan de moda, un
poco de compasión y solidaridad, respeto, veracidad, sensibilidad a lo bello, lealtad a la justicia,
capacidad de indignación y a veces de perdón; y algunos estímulos para que nuestros alumnos
descubran su libertad posible y la construyan en nuevas situaciones de vida.
Es poco, pero si las y los alumnos recogen y recrean estas enseñanzas y si además se
toman a sí mismos con sentido del humor, podrán cumplir decorosamente con el cometido de
convertirse en personas formadas, que estén a la altura de hacerse cargo de sí mismos y de los
demás.
Bibliografía
Allal, L. Estrategias de evaluación formativa. Concepciones psicopedagógicas de aplicación.
Infancia y aprendizaje, No. 11, Madrid, España, 1980.
Álvarez, Juan Manuel. Evaluación Cualitativa. Revista Alternativas, Año 111, Número 5,
Buenos Aires, Argentina, 1989.
Álvarez, J. M. Valor social y académico de la evaluación. En volver a pensar la educación.
Volumen 11. Prácticas y discursos educativos. Congreso Internacional de Didáctica. Fundación
Paideia y Ediciones Morata, Madrid, España, 1999.
Arter, J. A. y Spandel, V. Using portafolios of student in instruction and assessment,
Educational measurement: issues and practice, 1992.
136
CUARTA UNIDAD
LA ENSEÑANZA POR COMPETENCIAS.
Un reto para la educación, la didáctica y la docencia actuales
140
Cuarta Unidad:
Zabala, Antoni y Arnau, Laia. Once ideas clave en torno a las competencias y Epílogo, en 11
ideas clave: Cómo aprender y enseñar competencias. Editorial Graó, Barcelona, 2008.
Coll, César. Las competencias en la educación escolar: algo más que una moda y mucho
menos que un remedio. Innovación Educativa. Departamento de Psicología Evolutiva y de la
Educación. Facultad de Psicología, Universidad de Barcelona, 2009.
Perrenoud, Phillippe. Construir competencias, ¿es darle la espalda a los saberes? Red U.
Revista de Docencia Universitaria, Número Monográfico II www.redu.um.es/Red U/m2
Alvarez, Juan Manuel. Evaluar el aprendizaje en una enseñanza basada en las competencias,
en: Gimeno Sacristán y Otros. Educar por competencias, ¿qué hay de nuevo? Editorial Morata,
Madrid, 2008.
Presentación.
Como todos sabemos, las ideas por sí solas no mejoran la enseñanza y mucho menos
cuando éstas se limitan a la forma en que se ha de plantear aquello que debe ser objeto de la
educación. Si al final el avance sólo consiste en cambiar los nombres de los objetivos edu-
cativos, seguirá cumpliéndose de forma persistente el pensamiento de lampedusa, en el que,
una vez más, los cambios aparentes sólo sirven para que todo siga igual.
¿Hasta qué punto una enseñanza basada en competencias representa una mejora de los
modelos existentes? nuestra opinión es que la introducción del concepto de competencias de
forma generalizada puede ser un medio notablemente eficaz para extender unos principios
pedagógicos que aún hoy en día siguen siendo parte de una minoría; pero no sólo eso, de algún
modo puede ser un «recipiente» apropiado para contener de forma rigurosa una enseñanza más
acorde con una perspectiva de formación integral, en equidad y para toda la vida.
poder realizar una carrera universitaria? ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene o debe tener el
conocimiento adquirido? ¿Qué debe o puede hacer el alumno con dicho conocimiento? y, por
lo tanto, ¿Cuál es el papel de la escuela?
Como respuesta a estas cuestiones, «una nueva vuelta de tuerca»: la formación para el
desarrollo de capacidades. Ahora ya no sólo es suficiente adquirir unos conocimientos o
dominar unas técnicas, aunque sean de forma comprensiva y funcional, sino que es necesario
que el alumno sea «capaz» cognitivamente y, sobre todo, en las otras capacidades: motrices, de
equilibrio, de autonomía personal y de inserción social. Propuesta curricular por capacidades
como antesala premonitoria de las competencias. No es suficiente saber o dominar una técnica,
ni es suficiente su compresión y funcionalidad, es necesario que aquello que se aprende sirva
para poder actuar de forma eficiente ante una situación concreta y determinada. y en eso
estamos.
Nosotros creemos que una enseñanza basada en competencias es una nueva y gran
oportunidad para que la mejora sostenida de la educación no sea patrimonio de unos pocos
privilegiados. La introducción del concepto de competencias en la enseñanza obligatoria puede
ser una oportunidad para profundizar en un proceso de cambio que se fraguó a finales del siglo
XIX, tuvo su efervescencia en el primer tercio de siglo XX, para desarrollarse con dificultades a
largo de los otros dos tercios. Así pues, partiendo de esta visión y sólo de ésta, entendemos que
la introducción de las competencias en la escuela puede representar una aportación sustancial a
la mejora general de la enseñanza.
Este libro pretende defender una manera de entender las competencias asumiendo los
grandes principios de los movimientos renovadores. Para ello vamos a analizar y responder, a lo
largo de las distintas ideas clave, las cuestiones que plantea su implantación en la enseñanza,
desde las razones que las justifican hasta las características que, a nuestro criterio, deben
adoptarse en la educación reglada.
Once ideas clave para responder a once cuestiones en torno a las competencias.
memorístico de conocimientos, hecho que conlleva la dificultad para que éstos puedan ser
aplicados en la vida real.
Distintas son las definiciones de competencia que a lo largo de las últimas décadas se
han ido elaborando desde diferentes instancias. Al principio surgieron dentro del mundo
laboral, para después extenderse a todos los ámbitos formativos y entre ellos, de forma
contundente, a la educación reglada. Sin embargo, no todas las definiciones son coinci-
dentes, algunas de ellas se centran en su función y otras en su estructura. ¿Cuál es el sen-
tido que deben tener las competencias en la escuela? ¿Cuáles son sus componentes y cuál
es su estructura?
Idea clave 4: para poder decidir qué competencias son objeto de la educación, el paso
previo es definir cuáles deben ser sus finalidades. Existe un acuerdo generalizado en que éstas
deben contribuir al pleno desarrollo de la personalidad en todos los ámbitos de la vida.
derechos humanos, por el pleno desarrollo de la persona. De todos modos, esta definición es lo
suficientemente general como para que merezca múltiples interpretaciones, entre ellas la del
distinto grado de responsabilidad de los diferentes agentes educadores: familia, escuela, medios
de comunicación, entidades de tiempo libre, etc. teniendo en cuenta las limitaciones y
posibilidades de la escuela, ¿cuáles son las competencias que deben plantearse como fines de la
enseñanza obligatoria?
Idea clave 5: las competencias escolares deben abarcar el ámbito social, interpersonal,
personal y profesional los estudios realizados sobre el modo en que las personas aprenden, sea
cuál sea la corriente psicológica que los sustenta, permiten establecer un conjunto de principios
suficientemente contrastados. En estos momentos disponemos de un notable conocimiento
sobre cómo las personas aprendemos: existen datos irrefutables acerca de la manera en que se
aprenden los contenidos factuales, conceptuales, procedimentales y actitudinales, pero ¿cómo se
aprenden las competencias?, ¿pueden precisarse principios rigurosos sobre su aprendizaje?
Idea clave 6: el aprendizaje de una competencia está muy alejado de lo que es un aprendizaje
mecánico, implica el mayor grado de significatividad y funcionalidad posible, ya que para poder
ser utilizada deben tener sentido tanto la propia competencia como sus componentes
procedimentales, actitudinales y conceptuales.
Si las disciplinas no son suficientes para desarrollar las competencias y lograr el pleno desarrollo
de la persona, se deberá encontrar una alternativa. Pero tenemos que tener en cuenta que la
estructura del sistema escolar, la propia formación del profesorado, las características de los
modelos existentes para la interpretación dela realidad y la organización de los currículos
heredados están fundamentadas en las disciplinas. Siendo esto
así, ¿cómo podemos abordar una enseñanza basada en competencias que cumpla con sus
objetivos y que al mismo tiempo pueda sustentarse en una estructura sólida y con trastada
como la que ofrecen las disciplinas?
Idea clave 9: una enseñanza de competencias para la vida exige la creación de un área
específica para todos sus componentes de carácter metadisciplinar, que permita la reflexión y el
estudio teórico y, al mismo tiempo, su aprendizaje sistemático en todas las otras áreas..
A partir de los criterios establecidos para la enseñanza de las competencias podemos revisar las
estrategias metodológicas utilizadas habitualmente. Este análisis nos permitirá apreciar que no
existe una metodología específica para las competencias, y que será necesario añadir, suprimir o
cambiar aspectos, más o menos profundos, en dichas metodologías para que puedan adecuarse
a una enseñanza de competencias. Ahora bien, más allá de estos criterios, en cierto modo
puntuales, ¿existen algunas características metodológicas generales que determinen con claridad
cuándo una secuencia didáctica es apropiada para el aprendizaje de las competencias?
Idea clave 10: no existe una metodología propia para la enseñanza de las competencias,
pero sí unas condiciones generales sobre cómo deben ser las estrategias metodológicas, entre las
que cabe destacar la de que todas deben tener un enfoque globalizador.
Sólo podemos considerar que una actuación es competente cuando se realiza en una
situación que generalmente es o puede ser nueva. si esto es así, difícilmente podremos valorar
con precisión si se ha adquirido una competencia, ya que sólo podemos valorarla como
competente cuando ésta se lleva a cabo en situaciones que no son las escolares. Es evidente que
la función de la escuela siempre ha sido pensada para un futuro, ya que aquello que se evalúa se
realiza sabiendo que es un medio para conocer el grado de aprendizaje adquirido y la
posibilidad de ser aplicado en un futuro más o menos lejano. Por lo tanto, la evaluación de las
competencias comporta también la búsqueda de medios que permitan prever la capacidad para
146
que pueda ser utilizada en el momento en que sea necesaria. Aceptando esta premisa, las
preguntas que nos debemos hacer están relacionadas con las características de la evaluación de
las competencias y, por lo tanto, con cómo debe realizarse, qué medios se deben utilizar y en
qué momentos hay que efectuarla.
Idea clave 11: conocer el grado de dominio que el alumnado ha adquirido de una com-
petencia es una tarea bastante compleja, ya que implica partir de situaciones-problema que
simulen contextos reales y disponer de los medios de evaluación específicos para cada uno de
los componentes de la competencia.
Además, como hemos visto, el concepto competencia indica que los aprendizajes deben
concretarse siempre de modo funcional y significativo, es decir, atribuyendo sentido a aquello
que se aprende y por si ello fuera poco complicado, el aprendizaje de una competencia implica
siempre un aprendizaje para actuar. Para nuestra tradición pedagógica, estas premisas son ya un
gran avance y por ello probablemente deberán hacer frente a múltiples resistencias. el paso
siguiente, en el que debemos ser extremadamente cautos, reside en la identificación de aquellas
competencias que deben ser objeto de la educación. es en este punto donde hay que ser
beligerante ante propuestas curriculares que no tengan presente una formación pensada en el
desarrollo de la persona en todas sus capacidades, que posibilite la formación de una ciudadanía
para la equidad y la justicia. Por ello, en el libro hemos manifestado de forma bastante clara
cuáles deben ser las competencias objeto de la educación.
Debemos ser conscientes de que el sistema escolar heredado fue pensado desde una
óptica propedéutica y selectiva, por lo tanto, con unos modelos y una selección, formación y
promoción del profesorado en función de tal fin, así como una determinada organización y
gestión de los centros y su propia estructura física, además de una limitada relación entre los
ámbitos de educación formal, informal y no formal.
A pesar de que una parte importante del profesorado dispone de prácticas educativas
que utilizan estrategias metodológicas apropiadas para la enseñanza de competencias,
actualmente no es el caso de la mayoría, ni mucho menos es el resultado de la formación inicial
que los profesores han recibido. Dicha formación debe estar basada en competencias, de modo
que la forma de enseñanza en las propias escuelas de formación del profesorado deberá asumir
todas las consecuencias de una metodología que corresponda al conocimiento que tememos de
cómo se produce el aprendizaje. En esta línea, la formación debe llevarse a cabo mediante un
currículo centrado en las actividades profesionales de la docencia y en el que el objeto de
estudio esté basado en buenas prácticas y en las soluciones a los problemas que la enseñanza
plantea. En definitiva, una formación en la que los conocimientos teóricos indispensables estén
estrechamente relacionados con las actividades reales de aula, y en la que la práctica en centros
educativos esté tutorizada por un profesorado en activo que disponga del conocimiento de las
estrategias metodológicas para una enseñanza de competencias. Una formación inicial extensa
adecuada a la complejidad y envergadura de las características profesionales.
Asimismo, los modelos organizativos del profesorado y la distribución horaria han sido
concebidos para una enseñanza fundamentalmente instructiva que gira en torno a la enseñanza
de materias. Por ello, las disciplinas son las articuladoras de la gestión pedagógica y, por lo
tanto, de una organización basada en departamentos relacionados con las distintas áreas de
conocimiento.
Todo ello nos lleva a la conclusión de que se necesita una gestión del centro centrada en
los procesos de enseñanza-aprendizaje de todos y cada uno de los alumnos y alumnas. lo que
requiere, por lo tanto, una organización renovada constantemente a partir de las necesidades
pedagógicas y metodológicas; es decir, una organización cuyas decisiones sobre la forma de
enseñar y la identificación de los contenidos de aprendizaje se puedan inferir a partir de las
medidas organizativas existentes.
Una organización centrada en equipos pedagógicos que fomenten una cultura de re-
flexión y un análisis compartido de la práctica educativa. Para ello, deberá existir una dotación
de espacios y tiempos que faciliten la toma sistemática de decisiones a partir de un proceso de
trabajo colaborativo de todo el profesorado.
Ligado con el punto anterior, nos encontramos con una de las mayores necesidades que
conlleva la introducción de un modelo de enseñanza por competencias en el sistema educativo:
la necesidad de relación entre todos los agentes de la comunidad educativa. Ante un reto de tal
magnitud, es innegable que la escuela, por sí sola, tendrá pocas probabilidades de lograr los
objetivos defendidos en este libro. Por ello, es imprescindible la colaboración de toda la
comunidad, incluida la sociedad, y por supuesto de las familias.
149
Enseñar competencias, con la finalidad de lograr una sociedad más participativa, libre y
justa, no puede ser una tarea desligada de la educación familiar, en consecuencia, la formación
integral de los ciudadanos de hoy y de mañana debe ser responsabilidad de todos y cada uno de
los agentes educativos, por lo que se hace necesaria la participación de toda la sociedad en todos
los ámbitos, impulsando iniciativas que promuevan el aprendizaje de las competencias
defendidas, así como espacios donde poder aplicarlas. y para coordinar semejante reto
educativo, la escuela resultaba institución pedagógica más indicada.
Phillippe Perrenoud ♣
Introducción.
A los que pretenden que la escuela deba desarrollar competencias, los escépticos oponen
una objeción clásica: ¿no va esta tarea en detrimento de los saberes? ¿No se arriesgan a reducirlos
a regímenes racionales de congruencia, mientras que la misión de la escuela y la educación es
ante todo la de instruir, transmitir conocimientos?
♣
Red U. Revista de Docencia Universitaria, Número monográfico 2. Las competencias y las profesiones.
Philippe.Perrenoud@pse.unige.ch
151
- Afirmamos ante todo que las competencias requeridas para desenvolverse en la vida
cotidiana no son despreciables. Determinados adultos, incluso entre aquellos que han
seguido una escolaridad completa, quedan muy despojados ante las tecnologías y ante
sus reglas de cuya vida cotidiana dependen. Sin limitar el rol de la escuela en los
aprendizajes cotidianos, podemos preguntar: ¿De qué sirve escolarizar de 10 a 15 años a
una persona si se va a quedar indefenso ante un contrato de seguros o una propaganda
farmacéutica?
- Las competencias elementales evocadas no existen sin relación con los programas
escolares y los saberes disciplinares; ellas exigen nociones y conocimientos de
matemáticas, de geografía, de biología, de física, de economía, de psicología; suponen
un dominio de la lengua y de las operaciones matemáticas básicas; convocan una forma
de cultura general que se adquiere también en la escuela. Incluso, aunque la escuela no
esté organizada para ejercer tales competencias en tanto que competencias, permite
apropiarse de ciertos conocimientos necesarios. Una parte de las competencias que se
desarrollan fuera de la escuela convocan a los saberes escolares básicos (la noción de
mapa, de moneda, de ángulo derecho, de interés, de periódico, de itinerario) y a las
habilidades concretas fundamentales (leer, escribir, contar). No hay, pues,
contradicción fatal entre los programas escolares y las competencias más simples o
sencillas.
152
Cada día, la experiencia muestra que las personas que están en posesión de
conocimientos o de capacidades no las saben movilizar de forma pertinente y en el momento
oportuno, en una situación de trabajo. La actualización de lo que se sabe en un contexto
singular (marcado por las relaciones de trabajo, una cultura institucional, el azar, obligaciones
temporales, recursos…) es reveladora del “paso (pasaje)” a la competencia. Ella se realiza en la
acción (Le Boterf, 1924, p.16).
Es por esta razón -y no porque se rechacen saberes- por lo que importa desarrollar las
competencias desde la escuela; dicho de otra manera, de unir constantemente los saberes y su
puesta en práctica en situaciones complejas. Lo que vale tanto en el interior de las disciplinas
como en el cruce entre ellas.
Ahora bien, esto, no es tan evidente. La escolarización funciona sobre la base de una
suerte “de división de trabajo”: de la escuela como proveedora de recursos (saberes y saberes-
hacer básicos), a la vía o a las redes de formación profesional para el desarrollo de competencias.
Esta división del trabajo reposa sobre una ficción. La mayoría de los conocimientos acumulados
en la escuela son inútiles en la vida cotidiana, no porque carezcan de importancia, o no sean
pertinentes, sino porque los alumnos no los han ejercitado en situaciones concretas.
154
La escuela ha deseado siempre que los aprendizajes que proporciona sean útiles, pero
continuamente pierde de vista esta ambición global, se abandona a una lógica de acumulación
de saberes, manteniendo la hipótesis optimista de que tales saberes serán útiles para alguna
cosa. Desarrollar las competencias desde la escuela no es una nueva moda, sino un retorno a las
fuentes, a las razones de ser de la institución escolar.
Si se piensa que la formación de competencias no es un proceso diáfano y que ella enfatiza una
parte de la escolarización básica, queda decidir cuáles de ellas debería desarrollarse
prioritariamente. Nadie pretende que todo el saber deba ser aprendido en la escuela. Una
buena parte de los saberes humanos son adquiridos por otras vías. ¿Por qué no sería posible
también en el caso de las competencias? Decir que pertenece a la escuela el desarrollar
competencias no supone confiarle el monopolio.
¿Cuáles deben privilegiarse? Aquellas que movilizan fuertemente los saberes escolares y
disciplinares tradicionales, dirán aquellos que quieren que nada cambie, excepto las apariencias.
Si los programas prevén el estudio de la ley de Ohm, ellos propondrán añadir un verbo de
acción (“saber utilizar a ciencia cierta la ley de Ohm”) para definir una competencia. Para ir
más allá de ese escenario confuso es indispensable explorar las relaciones entre competencias y
programas educativos actuales.
Una parte de los saberes disciplinares enseñados en la escuela fuera de todo contexto de
acción serán sin duda, a fin de cuentas, movilizados sin las supuestas competencias para
hacerlo. O más exactamente, estos saberes servirán de base a fundamentaciones precisas
formuladas en el cuadro de ciertas formaciones profesionales. El piloto ampliará sus
conocimientos geográficos y tecnológicos, el enfermero sus conocimientos biológicos, el técnico
sus conocimientos físicos, el auxiliar de laboratorio sus conocimientos de química, el guía sus
conocimientos de historia, el administrador sus conocimientos comerciales, etc. Así mismo,
profesores e investigadores desarrollarán los conocimientos de la disciplina que han elegido
enseñar o desarrollar.
Las lenguas y las matemáticas serán útiles en numerosos oficios. Se puede decir pues,
que las competencias son un horizonte, de modo relevante ante todo, para aquellos que
orientándose hacia oficios científicos y técnicos, se servirán de las lenguas en su profesión o
harán investigaciones.
Muy bien. Pero fuera de estos usos profesionales limitados a una o dos disciplinas
básicas, las matemáticas y las lenguas, ¿para qué servirán los otros conocimientos acumulados
durante la escolarización, si tales enseñantes no han aprendido a utilizarlos en la resolución de
problemas?
155
¿Es esto grave? ¿Es preciso verdaderamente que en la escuela obligatoria se aprenda el
máximum de matemáticas, de física, de biología.... para que los programas postobligatorios
puedan ir aún más lejos? Aligerar los programas y trabajar un número más limitado de nociones
disciplinares, para concluir su puesta en marcha, apenas perjudicaría a los que cursaron estudios
especializados en los dominios correspondientes, y daría mejores oportunidades a otros
muchos. No solamente a los que abandonaron la escuela a los 15 años, cuyo número disminuye
en las sociedades desarrolladas, sino también a los que, con el doctorado de historia, no
comprenden nada de lo nuclear, mientras que los ingenieros del mismo nivel quedan también
perplejos ante las evoluciones culturales y políticas del planeta.
La cuestión es tan vieja como la escuela: ¿Para quién están hechos los programas? Como
siempre, los favorecidos querrán serlo aún más y dar a sus hijos, implicados en estudios
extensos, mejores oportunidades en la elección. Y ello, será en perjuicio de aquellos para los que
156
la escuela no juega hoy su rol esencial: que es dar herramientas para dominar su vida y
comprender el mundo.
Otras resistencias que vienen del interior se manifiestan. El enfoque por competencias
daña la relación con el saber de una parte de unos profesores. Ella exige encarar y también
pensar en una evolución sensible de las pedagogías y modos de evaluación (Perrenoud, 1998).
Construir competencias desde el principio de la escolarización no aleja -si se superan los
malentendidos y los juicios de manera incisiva- de las finalidades fundamentales de la escuela,
muy al contrario. En contrapartida, esta pasará por una transformación importante en su
funcionamiento.
Es preciso dedicar en este escenario una atención prioritaria ¡a los que no aprenden
solos! Los jóvenes que tienen éxito en sus estudios extensos acumulan saberes y construyen
competencias. No es por ellos que hace falta cambiar la escuela, sino para aquellos que, aún hoy
día, salen desprovistos de numerosas competencias indispensables para vivir en el fin del siglo
XX.
La trilogía de saber-hacer-leer, escribir, contar, que ha fundado la escolarización
obligatoria en el siglo XXI no está a la altura de las exigencias de nuestra época. El enfoque por
competencias busca simplemente actualizarla.
Resumen.
Un enfoque por competencias no tiene porque ser, paradójicamente, más elitista que
una pedagogía centrada en los saberes. ¿Cómo abordar el enfoque por competencias? Como
una tentativa de modernizar el currículum, adaptado a la realidad contemporánea, en el campo
del trabajo, de la ciudadanía o de la vida cotidiana. Es cierto que la ascensión de las
competencias en el campo educativo va vinculada al mundo de la economía y del trabajo, pero
también importa mostrar que, lejos de dar la espalda a los saberes, el enfoque por competencias
les da una fuerza nueva, vinculándolas a las prácticas sociales, a las situaciones complejas, a los
problemas, a los proyectos…
157
César Coll
Sin negar la especificidad del fenómeno ni la importancia que pueden tener en este caso
otros factores -como, por ejemplo, el énfasis en los resultados y en la rendición de cuentas de
los servicios públicos, incluidos los educativos; o en la calidad entendida no tanto en términos
de «inversiones» y de «recursos» como de «resultados»-, la rapidez y la amplitud con las que se
han extendido los enfoques basados en competencias no son una excepción en la evolución de
las ideas y de los planteamientos pedagógicos.
presentan en ocasiones y las virtudes maravillosas que se les atribuyen. Hay, sin duda,
ingredientes en este fenómeno que pueden llevarnos a pensar que estamos ante otra «moda
educativa». Sin embargo, más allá de este componente de moda, el concepto de competencia y
los enfoques basados en competencias tienen elementos interesantes que constituyen un avance
en la manera de plantearse, afrontar y buscar soluciones a algunos de los problemas y de las
dificultades más acuciantes con los que se enfrenta la educación escolar en la actualidad. Por
supuesto, y contrariamente a lo que parecen sugerir a veces algunos discursos entusiastas y
ciertamente acríticos sobre el alcance y las ventajas de estos enfoques, tampoco en esta ocasión
parece que hayamos encontrado el remedio maravilloso susceptible de curar, cual bálsamo de
Fierabrás, todos los problemas de la educación.
«Una competencia es la capacidad para responder a las exigencias individuales o sociales o para
realizar una actividad o una tarea [...] Cada competencia reposa sobre una combinación de
habilidades prácticas y cognitivas interrelacionadas, conocimientos (incluyendo el conocimiento
tácito), motivación, valores, actitudes, emociones y otros elementos sociales y de comportamiento que
pueden ser movilizados conjuntamente para actuar de manera eficaz.»
159
Estas definiciones reflejan con claridad los matices principales que introduce el
concepto de competencia en lo que concierne al tipo de aprendizaje escolar que se desea
promover. El primero se refiere a la movilización de los conocimientos (Perrenoud, 1998). Ser
competente en un ámbito de actividad o de práctica significa, desde este enfoque, ser capaz de
activar y utilizar los conocimientos relevantes para afrontar determinadas situaciones y
problemas relacionados con dicho ámbito. Así, por ejemplo, ser competente para comunicarse
en la lengua materna significa, de acuerdo con la Recomendación del Parlamento Europeo y
del Consejo de 18 de diciembre del 2006 sobre las competencias clave para el aprendizaje
permanente (Parlamento Europeo, 2006), ser capaz de:
Sin duda esta dimensión del aprendizaje escolar es fundamental y el hecho de subrayarla
constituye una aportación indudable de los enfoques basados en competencias. Sin embargo,
no puede decirse que sea totalmente novedosa.
“Los enfoques basados en capacidades que han sido dominantes en el discurso pedagógico y en la
definición de políticas curriculares en muchos países durante las dos últimas décadas del siglo XX”.
importante del aprendizaje, como en el hecho de situarla en el primer plano del tipo de
aprendizaje que se desea promover mediante la educación escolar, lo que ciertamente no es un
aspecto menor.
Un tercer aspecto del concepto de competencia que merece ser destacado es el relativo a
la importancia del contexto en el que se adquieren las competencias y en el que se aplicarán
posteriormente. De ahí, por ejemplo, la referencia a «todos los posibles contextos sociales y
culturales» en la definición de la competencia para comunicarse en la lengua materna que
hemos reproducido antes. Las competencias no pueden desligarse de los contextos de práctica
en los que se adquieren y se aplican.
Los comentarios precedentes bastan para apoyar la afirmación de que los enfoques
basados en competencias han supuesto un avance en muchos aspectos, especialmente en lo que
concierne al tipo de aprendizajes que hemos de promover desde la educación escolar y, por
extensión, a la identificación, selección, caracterización y organización de los aprendizajes
escolares que deben formar parte del currículo escolar.
Sin embargo, como ya hemos señalado, deberíamos evitar caer de nuevo en el error,
tantas veces cometido en la historia de las ideas y los enfoques pedagógicos, psicopedagógicos y
didácticos, de atribuir a un planteamiento determinado, cualquiera que sea, la capacidad de
generar más propuestas y soluciones de las que razonablemente puede proporcionar.
En el caso concreto que nos ocupa, y sin abandonar el plano de la concreción de las
intenciones educativas en el que nos hemos situado, es evidente que, por una parte, el concepto
de competencia sigue enfrentando algunas limitaciones teóricas y prácticas de difícil solución; y
por otra, que su uso -o al menos algunos de sus usos- comporta riesgos, tiene implicaciones
negativas y genera prácticas discutibles. Veamos brevemente algunos de estos aspectos con el fin
de completar los argumentos presentados hasta aquí.
“El proceso de toma de decisiones sobre los aprendizajes escolares tiene un componente ideológico
importante, cuya visibilidad puede quedar seriamente comprometida en algunas variantes de los
enfoques basados en competencias”.
En suma, para adquirir o desarrollar una competencia -al igual que para adquirir o
desarrollar una capacidad-, hay que asimilar y apropiarse siempre de una serie de saberes
asociados a ella; y, además -no en lugar de-, aprender a movilizarlos y aplicarlos.
“Las competencias son un referente para la acción educativa y nos informan sobre lo que debemos
ayudar al alumnado a construir, a adquirir y desarrollar”.
Esta reflexión resulta mucho más compleja y sus conclusiones, necesariamente más
polémicas y conflictivas, que la definición de unos determinados aprendizajes recurriendo a los
referentes de acción o de comportamiento de las competencias, pero es imprescindible e
irrenunciable y no debe quedar relegada o excluida en favor de una entrada simplemente
técnica y aparentemente al menos más sencilla. En síntesis, el proceso de toma de decisiones
sobre los aprendizajes escolares tiene un componente ideológico importante, cuya visibilidad
puede quedar seriamente comprometida en algunas variantes de los enfoques basados en
competencias.
Las competencias son un referente para la acción educativa y nos informan sobre lo que
debemos ayudar al alumnado a construir, a adquirir y desarrollar; y también, en consecuencia,
un referente para la evaluación, útil para comprobar el nivel de logro alcanzado por los alumnos
y alumnas. Sin embargo, las competencias, como las capacidades, no son directamente
evaluables. Hay que elegir los contenidos más adecuados para trabajarlas y desarrollarlas, definir
la secuencia y el grado propio de los distintos niveles y cursos, establecer indicadores precisos de
logro, y acertar en las tareas que finalmente se le pide al alumno que realice. La posibilidad de
«perder el hilo» en este complejo recorrido es sin duda muy grande (Martín y Coll, 2003).
En definitiva, y para concluir, tal vez el riesgo principal del enfoque basado en
competencias sea similar al que han tenido que afrontar en el pasado otros enfoques, con éxito
casi siempre más bien escaso o moderado: el de presentarse y ser presentado como una solución
a los males, problemas e incertidumbres que aquejan la educación escolar en la actualidad. Las
aportaciones de los enfoques basados en competencias son muy valiosas, pero definitivamente
tampoco son un remedio milagroso.
Nota
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Martin, E.; Coll, C. (eds.) (2003): Aprender contenidos, desarrollar capacidades. Intenciones
educativas y planificación de la enseñanza. Barcelona. Edebé.
i
165
Resumen.
♣
Profesor-investigador. Universidad Pedagógica Nacional. Unidad Ajusco, Ciudad de México, 2011.
166
multidimensional, plural y abierto a las miles de puertas que pudiere ofrecer una vida íntegra,
sabia y trascendente.
En este contexto deshumanizador es un error que Dinamarca sea el primer país europeo
en declarar prioridad nacional la "innovación centrada en el usuario" (visión hipermoderna); en
tanto que acertadamente los teóricos de la modernidad críticos, declaran que es más urgente
atender el problema educativo de que, hoy prácticamente el 100% de los niños son
hiperactivos, padecen déficit de atención o tienen trastornos bipolares. Es sin duda una
cuestión de visión educativa sobre lo que es más importante: el desarrollo de estructuras
económicas anónimas sin alma, espíritu, ética trascendente y estética sublime; o bien el
desarrollo de un ser humano integral. El modelo educativo de la globalización se inclinó
claramente por la primera opción.
Una educación de calidad que no tenga entre sus fines estas metas, no puede ser otra
cosa que una educación de base estrecha, reducida meramente a la existencia objetiva de la
persona, ignorando su existencia subjetiva. Las políticas educativas impulsadas por los
organismos financieros cuya visión es el "globalismo" tienen esas reducciones en la percepción
del todo, de la totalidad, por ello están generando en los diferentes actores del sistema
educativo un sentimiento de opresión y "asfixia anímico vivencial".
Se ha impuesto una política educativa, científica y tecnológica que tiene como ejes
rectores los siguientes factores:
1) Un modelo curricular de educación basada en competencias que como una auténtica plaga
se ha extendido a todos los niveles y modalidades del sistema educativo: desde la educación
inicial hasta posgrado; e incluso el Instituto Federal Electoral lanzó su modelo de educación
para la ciudadanía denominado de "competencias cívicas".
generando con ello una problemática de enorme relevancia y actualidad contemporánea, ya que
las consecuencias que se derivan de ello y que varios autores enfatizan (Servia y Gonzalez, 2010;
Torres, 2008) también son compartidas por otros autores de la sociología de la educación de
esta época:
1) Ignacio Ramonet, el cual nos habla de un mundo sin rumbo, cínico y sin esperanza.
2) Gilles Lipovetsky, cuyos libros: "la era del vacío" y la sociedad de la decepción", son títulos
muy elocuentes al respecto.
3) Armand Mattelart y Alessandro Baricco, expresan que todo el planeta tiende a convertirse en
un enorme shopping mal!.
4) Noam Chomsky, denuncia a la elite tecno-política que controla a los medios masivos de
comunicación, manipuladores de ciudadanos que circulan como un rebaño desconcertado,
sometidos a propaganda basura y al mero show bussines.
Por tanto, el trabajo académico de teóricos tan relevantes nos permite replantearnos el
de-bate educativo sobre la "educación de calidad", por fuera de la óptica enajenante de las
tecno-estructuras gerento-empresariales redirigiéndole hacia la vertiente humanística
preguntando primero: ¿Qué significa hacerse sujeto?
Y desde luego, lo que falta es una restitución transmoderna del sentido y significado de
ser humano y de aprender a vivir, de la relación del ser con la totalidad objetiva y subjetiva,
pues el neoliberalismo y la globalización convirtieron los grandes interrogantes centrales de la
169
Con el año de 1989 como simbolismo histórico del inicio del proceso de globalización
socio-económica en México, la política educativa gubernamental deja de concentrase en la
construcción cultural para la formación ciudadana y la identidad nacional, como venía
ocurriendo desde 1929. Ahora el viraje es hacia la construcción económica global (por la
inserción en el mercado mundial), a través del Tratado de Libre Comercio, el ingreso a la
OCDE y la aceptación de los lineamientos de los otros grandes organismos económicos de la
globalización: el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Acuerdo
de Libre Comercio de las Américas (ALCA).
Con este razonamiento económico, político e ideológico y por fuera de una lógica
educativa-pedagógica-antropológica se construyó el Plan Nacional de Educación (2007-2012)
y la Alianza para la Calidad de la Educación (15 de mayo del 2008). Son documentos sin
reflexión, argumentos, análisis ni propuestas para superar la crisis educativa. Su diagnóstico es
irrelevante y evita hablar de los problemas de niños, adolescentes, jóvenes y adultos;
confundiendo las necesidades humanas con necesidades eco-nómicas, políticas, ideológicas y
mercantiles.
170
Como si la mayoría de la población tuviera fondos dinerarios suficientes para que ésta
sea su principal preocupación educativa.
En tal visión educativa, la calidad se define como "mejorar es tener más". Así, se plantea
que si en 2007 había tantos alumnos, mesabancos, computadoras, etc., entonces en 2012 habrá
muchos más. Son documentos de cifras, de estadísticas y de inventarios de objetivos técnico-
funcionales, sin transformar visiones educativas.
¿Por qué provoca tanto rechazo esta política, y en el mejor de los casos, tanta apatía, abulia,
pasiva resignación o simulación?
1) Hipótesis Central.
La ausencia o carencia de ideales o de valores trascendentales es lo que está provocando
la falta de una respuesta entusiasta a modelos educativos formulados desde organismos
financieros que no manejan visiones educativas y pedagógicas, mucho menos éticas, estéticas,
filosóficas, antropológicas, psicológicas, sutiles y espirituales.
Recordemos que un valor ético es un signo de identidad, algo con lo cual nos
identificamos, un ideal a alcanzar, una guía para el camino de la vida; un propósito para
conducir nuestra experiencia física, mental, emocional y espiritual.
2) Hipótesis Secundaria.
Haber "conalepizado todo el sector educativo es un error que más adelante rendirá sus
frutos: formación de seres humanos sin creatividad, imaginación, ética trascendente, estética
sublime, dimensión sutil y espiritual de la vida; en una palabra un ser despojado de lo humano
más profundo y complejo.
El MEBC se transformó en una visión educativa general que se impuso en los niveles de
educación inicial, preescolar, primaria, secundaria, normal y media superior. Ha sido
presentado como una guía para la confección y desarrollo curricular; como un instrumento de
educación comparada y parte medular de la política educativa. Pese a que en estos niveles es
muy cuestionable su pertinencia, ya que se impuso sin debates, reflexiones colegiadas y sin
análisis pedagógico.
172
Otros enfoques educativos ignorados por los managers de las competencias fueron:
1) Howard Gardner. Las inteligencias múltiples (2001).
2) Alain Touraine. La escuela del sujeto (1997).
3) Root Bernstein. Aprendizaje polímata (2004).
4) Ken Wilber. Espiral dinámica para el desarrollo del ser (2000).
5) Jurgen Habermas. Teoría de la acción comunicativa (1990).
6) Michael Foucault. Hermenéutica del sujeto (1980).
7) Luc Ferry. Aprender a vivir (2006).
Conclusiones.
El hecho de que la política educativa oficial haya quedado atrapada en las políticas de
mercado recomendadas por la comisión nacional de la calidad educativa (A Nation at risk,
1983) del gobierno de EEUU; para quien la calidad se reduce a tres competencias (Reading,
writing and numbering); la OCDE con su evaluación externa estándar desde el 2000: el espacio
europeo para la educación superior (Acuerdo de Bolonia), BM, CEPAI. y el Proyecto Tunning
(2003), refleja con amplitud la visión reduccionista que se impuso de la calidad: unos
resultados empíricos concentrados en unos pocos conocimientos que pretenden representar
todo el espacio educativo, se hace necesario que la política educativa reflexione sobre éstas
temáticas y vire su mirada hacia la investigación educativa y hacia la teoría pedagógica, a riesgo
de que si no lo hace, llegue un momento donde se hunda en un descrédito académico total,
aunque conservando su prestigio en los establecimientos comerciales y en los medios de control
ideológicos.
173
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174
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Wilber, Ken (2004) Boomeritis. Un camino hacia la liberación. Ed. Kairós, España.
175
LAS COMPETENCIAS
Proyecto europeo en México y América Latina
Hugo Aboites ♣
Tuning significa afinar una orquesta a partir de una sola nota y se refiere a la
decisión de los gobiernos de uniformizar la educación superior europea.
Tuning significa afinar una orquesta a partir de una sola nota y se refiere a la decisión de
los gobiernos de uniformizar la educación superior europea. Para lograrlo dieron respuesta a la
queja que hacían empresarios de que títulos, cursos y calificaciones eran obsoletos, pues no
medían el "valor" del capital humano; es decir, la capacidad del egresado para desarrollar tareas
específicas de su profesión. Se decidió así hacer un listado de las capacidades que debían
manejar todos los graduados (competencias genéricas) y un listado por cada profesión
(competencias específicas).
Una competencia genérica es, por ejemplo, "la capacidad de comunicarse de manera
verbal y escrita", y una específica -en medicina-, "la capacidad de revisar signos vitales".
Evidentemente, esto implica un cambio sustancial. Se deja atrás la idea de que la educación no
sólo enseña técnicas concretas, sino que además éstas se aprenden no sólo para el trabajo, sino
también como instrumento para la construcción de visiones del mundo, de la sociedad y de su
trabajo, fincadas en el conocimiento de las ciencias, las humanidades y las grandes
problemáticas nacionales.
♣
Profesor/investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Xochimilco.
176
sólo son una copia de las de ultramar, sino que se impulsan las mismas para toda
Latinoamérica.
Ciertamente no son una iniciativa que nace desde las necesidades y corrientes de
pensamiento latinoamericano, ni desde sus maestros, escuelas, regiones y comunidades
académicas. Es una concepción también que apunta a fragmentar profundamente la formación,
pues en lugar de cuerpos disciplinarios (materias), la formación de los estudiantes consistirá en
capacitarse exitosamente en cerca de un centenar de talleres.
Se dice adiós con esto al intento permanente que todavía hacen las universidades de
ofrecer a los estudiantes la comprensión de las corrientes teóricas subyacentes a su carrera,
precisamente las que han dado a las profesiones y a las naciones su vitalidad y desarrollo. Se
trata de convertir a las universidades en centros de capacitación superior para el trabajo. Y,
como ya se ve en Enlace, viene incluso a empobrecer aún más la concepción de evaluación. Ya
ni siquiera se trata de verificar el "talento" de una persona para acceder al conocimiento
abstracto que implica la educación media o superior, sino sólo de constatar si el individuo-
capital humano ha adquirido destreza suficiente en las competencias estipuladas.