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LA RUNAMULA

UNO
Cuando levanté la cabeza, una oscura figura se elevó sobre mí. Caracoleaba.
Bufaba. La noche era oscura y, sin embargo, la figura que se agitaba agresiva era
más negra aun.

Había decidido caminar de Lamas a Tarapoto de noche, justo cuando los


campesinos habían cerrado la pista y, luego de ser dispersados por la policía, los
colectivos decidieron también apoyarlos y entrar en huelga. La única manera de
movilizarse era a la antigua, caminando., Tenía que llegar a tiempo a Tarapoto,
antes de la madrugada. Por eso decidí salir de noche, luego de cenar y descansar.
Era viernes y ya había terminado de tomar exámenes a los alumnos del colegio
secundario donde enseñaba.
Era noche oscura, y a lo lejos se veían las lucecitas de Tarapoto como luciérnagas
quietas. Bajaba por la pista, tranquilo, tarareando alguna canción de moda. Luego
recordé que un amigo lamisto, me había explicado que existían rutas más fáciles para
bajar hasta Tarapoto sin necesidad de seguir las largas vueltas de la pista asfaltada.
Me detuve a mirar mis opciones y tomé una trocha que parecía abrirse en
forma natural y bajaba casi directamente. Poco después, comprendí mi error: al
salir de la pista, había perdido la iluminación y las luces de la ciudad ya no me
guiaban. Me había introducido en un camino muy oscuro.
Empecé a andar con cuidado. Por momentos, surgía un silencio
preocupante.
Y fue así como sentí, por primera vez, el sonido lejano de un relincho y unos
trotes amortiguados por la hierba. No sentí ningún temor. Al contrario, me pareció
buena señal que alguien tuviera sus caballos cerca para hacerme compañía.
Pero seguí caminando y no vi a nadie. Eso me pareció extraño y levanté la
voz para advertir sobre mi presencia. Nuevamente el silencio.
Fue entonces cuando sentí que una neblina de frío me rodeaba y que una
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sombra, más oscura que la misma noche, se levantaba sobre mí, tan cerca que podía
tocarme.
Caí a tierra, sorprendido.
Levanté la cabeza y volví a ver la figura oscura que caracoleaba, como un
caballo misterioso que fuese parte de la misma noche.
Giré sobre la hierba y bajé a saltos y caídas. Me alejé como pude. Y cuando ya
estaba bastante lejos, volví la mirada. El caballo oscuro seguía caracoleando en el
mismo lugar y parecía, más bien, atado a un círculo del que no podía salir. Fue
entonces cuando ocurrió. Comencé a temblar de pies a cabeza. En medio de
la tibieza de la noche, empecé a tiritar. El miedo es una cosa seria. Nos
entorpece por completo. Y yo no podía pronunciar una sola palabra. Ni moverme.
El caballo, que ahora parecía un burro, dio un soplido ruidoso, como si una
voz cavernosa buscase liberarse, y por sus fauces agitadas surgió una llama
rojiza, tan profundamente roja que debía ser una llama viva de las mismas
profundidades del averno.
Esa fue la primera vez que me encontré con la runamula.

DOS

Cierto día, en clase, mis alumnos me recordaron de un suceso que había


ocurrido varios años antes.
Ocurrió en casa de un brujo lamisco que vivía en el barrio El Huayco, a quien
conocían por su apodo de Churumpi, porque tenía muchos granos en la cara.
Era un viejo de más de sesenta años que gustaba de hacer daño a la gente,
según contaban sus detractores . Un día se le ocurrió raptar a una de las
alumnas del colegio y hacerla su mujer. Los padres fueron a reclamarle, lo
denunciaron a la policía, pero el brujo se burlaba de todos.
—Yo quiero quedarme a vivir con él —decía Tania, la muchachita raptada—
. El brujo Churumpi es mi marido.
Los padres no lo podían creer. Su hijita pequeña, que apenas tenía doce
años, su engreída, no podía estar pronunciando esas palabras. Debía estar
embrujada. La policía no les hizo caso. El gobernador ni siquiera los atendió.
Ni el alcalde ni ninguno de los vecinos de Lamas se atrevieron a ayudarlo.

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Entonces los padres acudieron a mí.

Yo soy ateo. Y los asuntos de brujerías y milagros me parecían completas


tonterías. Pero ver los ojos impotentes de esos padres me conmovió.
— Sabemos que usted es un profesor derecho —dijo el padre—. Sabemos
que fue capaz de denunciar a uno de sus colegas cuando se metió con una
alumna.
- Bueno —le dije—, un maestro de colegio que se mete con una alumna es
un abuso, aquí y en cualquier parte del mundo.
—Y gracias a eso la alumna pudo volver con su familia —dijo la madre.
Consentí en ayudarles, pero no sabía qué hacer. ¿Cómo enfrentarse a un
brujo?
Una tarde, después de clases, fui a visitar al brujo Churumpi. Mi fama
de no aguantarle pulgas a nadie debió haber llegado a sus oídos, porque se
repantigó y balbuceó al abrirme la puerta.
Usted es una persona muy seria —me dijo—. Debería tratar de sonreír un
poco.
Yo era inmune a los elogios y, en efecto, muy serio. Tenía una arruga
permanente entre las cejas. Me arremangué la camisa y lo miré con frialdad.
—Verá, profesor. Los padres no quieren a su hija, la tienen abandonada a
Tania, no le dan lo que necesita.
—Si los padres tienen descuidada a su hija, y por eso crees tener derecho a
llevártela con engaños —dije, tratando de hablar con la mayor sencillez posible—,
entonces yo tengo derecho a romper cada uno de tus huesos, uno por uno, con ese
leño que veo al fondo. Total, siempre podemos meternos en la vida de otros,
¿verdad?
El brujo Churumpi me miró con ojillos malignos. Estaría meditando si yo
podría cumplir mi amenaza. Como lo vi dudando, empecé a caminar
lentamente hacia el leño que estaba de pie al fondo de la casita. Eso fue suficiente.
—Está bien, está bien, llévese a su alumna. Total, mujeres me sobran.
No esperé más. Ingresé a los cuartos interiores hasta que di con la pequeña
Tania, que andaba sonámbula y sin saber a dónde ir. La tomé del brazo y la
saqué al aire libre. La llevé a casa de sus padres. Poco a poco, empezó a

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