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Una jauría de góticos barro, el pasto y la sangre de unos y otros.

En la boca de uno de ellos, un trozo


de mi pantalón.
Una noche mientras buscaba en mi mente alguna idea que escribir para una
muestra de cuento fantástico, y al no encontrar nada útil. Me decidí a salir a Sigilosamente los pasé, al pasar junto al enterrador este me miro divertido y
dar un pequeño paseo por las húmedas calles de la ciudad. me dijo que nunca olvidase no meterme en lo que no me importaba, ya que la
curiosidad si podía matarme. Yo regrese a casa, y lo primero que hice fue
Al pasar por un viejo cementerio, me di cuenta de que a lo lejos unos jóvenes contarles todo a mis familiares, pero ellos solo me tildaron de ebrio y me
jugaban entre las tumbas. Curioso me acerqué para mirarlos mejor. Eran echaron hasta la noche, cuando pude escribir esto.
góticos en alguna clase de aquelarre, tenían calderas en fogatas, y todos
cantaban alrededor de la más grande. De pronto todos se agacharon y Autor: Cristina Clemenceau F.
comenzaron a aullar. Yo los miraba desde una distancia considerable,
escondido entre unos abetos. Comenzaron a pelearse entre ellos, cual si “Historia de fantasmas” de Hoffman:
fueran lobos auténticos. Al ver esas escenas decidí sacar mi nuevo celular y “Pronto me sobrepuse a esta sensación de terror, y como pudiese entablar
grabar toda esa fantástica comedia. Pero uno de ellos se dio cuenta de mi conversación con esta muchacha tan reservada, llegué a la conclusión de que
presencia y corrió hacia mí, yo comencé a reírme por lo cómico que me lo raro y lo fantasmagórico de su figura sólo residía en su aspecto, que no
pareció un muchacho a gatas mordisqueando las valencianas de mi pantalón. dejaba traslucir lo más mínimo de su interior. De lo poco que habló la joven se
Pero una mordida paró mi risa, instintivamente le di una patada, mandándolo dejaba traslucir una dulce feminidad, un gran sentido común y un carácter
a volar. Los aullidos del chavo, llamaron la atención de la manada, quienes amable. No había huella de tensión alguna, así como la sonrisa dolorosa y la
prestos acudieron a su auxilio. Ninguno hablaba, solo lo lamían del rostro. mirada empañada de lágrimas no eran síntoma de ninguna enfermedad física
Luego todas las miradas se tornaron hacía mí. que pudiera influir en el carácter de esta delicada criatura.
Yo traté de dialogar con ellos pero ninguno hablaba solo se comportaban Me resultó muy chocante que toda la familia, incluso la vieja francesa,
como animales. De pronto una mujer que llevaba una negra y peluda piel en parecían inquietarse en cuanto la joven hablaba con alguien, y trataban de
el cuello, dio un agudísimo aullido. Tras el cual todos comenzaron a interrumpir la conversación, y, a veces, de manera muy forzada. Lo más raro
perseguirme en cuatro patas. Yo corrí con todas mis fuerzas hacía el bosque era que, en cuanto daban las ocho de la noche, la joven primero era advertida
que estaba al norte del cementerio. Al voltear para ver si me seguían, me di por la francesa y luego por su madre, por su hermana y por su padre, para que
cuenta de que una autentica manada de lobos me perseguía. Al parecer se se retirase a su habitación, igual que se envía a un niño a la cama, para que no
habían acabado de transformar en animales, yo no alcanzaba a entender se canse, deseándole que duerma bien. La francesa la acompañaba, de
cómo. Las décadas de estudio me impedían creer en algo fuera de la lógica. modo que ambas nunca estaban a la cena que se servía a las nueve en punto.
Tal vez la magia si existía, o tal vez los súper poderes y ellos los controlaban, o
habían tomado alguna clase de droga mutagénica. La Coronela, dándose cuenta de mi asombro, se anticipó a mis preguntas,
advirtiéndome que Adelgunda estaba delicada, y que sobre todo al atardecer
Con las pocas fuerzas que me quedaban me trepé a un árbol. En la copa no y a eso de las nueve se veía atacada de fiebre y que el médico había
me pudieron atrapar. Allí me quedé toda la noche, viendo a los lobos saltar dictaminado que hacia esta hora, indefectiblemente, fuera a reposar…”
una y otra vez para morderme y tirarme. Al alba me comencé a quedar
dormido, cuando termino de salir el sol y ya no escuché movimientos,
aullidos o ladridos me decidí a bajar. A los pies del árbol estaban varios
jovencitos vestidos de negro, con sus ropas rasgadas y manchadas por el
“Los años de madurez” de Henry James:

“Ese día de abril era agradable y despejado, y el pobre Dencombe, feliz con la
presunción de haber recuperado la energía, se encontraba de pie en el jardín
del hotel, comparando, con una deliberación en la que sin embargo aún
flotaba cierta languidez, los atractivos de las caminatas más cómodas. Le
gustaba la sensación del sur en tanto pudiera experimentarla en el norte, le
gustaban los acantilados de arena y los pinos arracimados, le gustaba incluso
el mar incoloro. “Bournemouth, centro de salud” le había sonado como
simple propaganda, pero se sentía ahora agradecido con las comodidades
ordinarias. El amigable cartero rural, al pasar por el jardín, le acababa de
entregar un paquete pequeño que decidió llevar consigo, abandonando el
hotel hacia la derecha y avanzando con paso lento hacia una banca que
conocía, un nicho seguro en el acantilado. El nicho miraba hacia el sur, hacia
las teñidas paredes de la isla, y por detrás quedaba protegido por el declive
ondulado de la pendiente. Estaba ya bastante agotado cuando llegó y por un
momento se sintió decepcionado; se sentía mejor, por supuesto, pero,
después de todo, ¿mejor que qué? Nunca volvería a ser, como en uno o dos
grandes momentos del pasado, mejor de lo que era…”

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