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Nombre: Jhon Mario Salas.

U/C Prof (a): Maricanchi Jaimes.

EL SUSURRO DE LAS HOJAS

Una mañana normal para cualquiera excepto para mí. Estaba decidida, debía
hacerlo. No me importó el hecho de viajar durante doce horas en un autobús y sin contar las
otras horas en cualquier otro tipo de transporte que seguramente debía tomar para llegar.
El día estaba lúgubre; nubes, algunas gotas de lluvia, algo común en esta temporada.
Comencé a hacer mis maletas, no sabía de cuánto tiempo sería la estadía, pero me aseguré
de llevar lo necesario y en ese momento recordé un refrán de una propaganda muy famosa
“Es mejor tener un seguro y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo”.
Tomé un taxi hasta el terminal más cercano y emprendí mi viaje. En el camino me
pregunté si era necesario iniciar esta aventura, y dudé. Al mirar por la ventana, en plena
carretera se asomó una mariposa, no era de colores preciosos como otra, era más bien
oscura, gris, quizás por el clima, sin embargo, quise tomarlo como buen augurio de alzar el
vuelo.

Me había graduado de Comunicación Social hace tres años atrás; los trabajos que
obtenía con mi profesión no era dignos para el tiempo que les dedique a mis estudios.
Necesitaba seguir la historia, descubrir la verdad y hacerla pública, quizás así tendría el
reconocimiento y el trabajo que merecía.
Llevaba meses estudiando el caso. En un lugar remoto a las afueras del país, cosas
extrañas sucedían. Se hablaba de presunta brujería y desapariciones de personas. Según los
reportes policiacos (algo inverosímiles) en aquel lugar, nunca se encontraban rastros de
algo fuera de lugar. Sin evidencias, el caso quedaba absuelto y los familiares de los
desaparecidos debían vivir con el beneficio de la duda. ¡Es tan injusto!
Agarré el ejecutivo que me llevaría a las afueras del país. No estaba acostumbrada a
este tipo de viajes así que intenté dormir, no lo conseguía y opté por tomar unas pastillas
que me ayudasen a conciliar el sueño.

Me encontraba en un lugar desértico. Podía oír el sonido del viento, casi como si
quisiera decirme algo. Camine un largo trayecto a pie y aún no había rastro de nadie. De
pronto escucho un ruido tras de mí y al voltear, una mirada de fuego me deja helada. Un
animal gigante, con cuernos; se le veía molesto imponente, aterrador… intento correr, pero
no pude. Se acerca lentamente pero decidido a atacarme. Siento que las lágrimas salen, pero
soy incapaz de reaccionar. Un fuerte sonido me saca del apuro, habían tocado la bocina del
transporte y desperté. Solo fue una pesadilla. Comienzo a respirar profundamente en busca
de calma, pero no lo logro porque al mirar a mi alrededor, noto que no quedaba ningún
pasajero. Hablo con el chofer y me dice que es su última parada, también me cometa que no
era habitual dejar pasajeros en esa zona. El señor parecía más confundido que mi persona.
Indignada, bajo del bus, reviso en Google Maps, pero la señal era deficiente, ahora
desesperada comienzo caminar, el reloj marcaba las una y catorce de la tarde.

Pasado ya un buen rato, siento una extraña sensación de Déjavú, el calor, el viento,
la soledad… sin embargo, mi instinto detectivesco me pedía que continuara. Saco mi
celular para revisar la hora, pero esta seguía marcando la una con catorce “Seguro se
descompuso el celular” pensé. Ya me quedaba poca agua, me preocupé, pero a lo lejos
divisaba un pequeño bosque en medio de tanto desierto, raro, pero me animo y apuro el
paso.
Al llegar me sorprendo. Para ser un lugar tan alejado de todo, había muchas
personas en condiciones, no lujosas, pero si estables. Veo muchas casitas hechas de barro,
otras de madera, pequeñas, pero demostraban comodidad. No parecía un lugar malo en lo
absoluto, los niños jugaban, personas compartían, nadie parecía percatarse de mi presencia.
Me acerco a un grupo de niños “los niños siempre dicen la verdad” dije para mí.
-No recuerdo el nombre de este lugar, mamá siempre me dice que debo recordarlo,
pero no lo logro- me dice uno de los niños.
- ¿Podría llevarme con tu mamá?
- ¡Sí! Por cierto, me dicen Drigo- era un pequeño de tez clara, con una noble
heterocromia y nariz respingada.

Llego al hogar del pequeño y su madre me recibe con una taza de café, como si
supiese que estaba por llegar. No le di mucha importancia y comencé a hacer preguntas,
explico que soy una reportera y que estoy haciendo un estudio de los lugares pocos
conocidos.
- ¿Poco conocidos? Este es uno de los lugares más frecuentados por turistas, por
algo está usted aquí- termina diciendo la señora con un tono irónico.
- Bueno, me disculpo- digo- nunca había escuchado antes de esta población.
La señora amablemente me relata cómo sus ancestros decidieron alejarse de los
estruendos de la cuidad y crear su propia colonia. Se le dio el nombre de “Los Nadie”,
puesto que pensaban que era mejor sentir que no existían y que toda su vida fuese una
perfecta ilusión. Pasaron horas, la señora me conto de su hijo, quien realmente no era su
hijo bilógico puesto que ella y su fallecido esposo, no lograban concebir y optaron por
adoptar al pequeño Drigo. Toda la charla perduró y me arropó hasta caer el sol, no tuve
tiempo de buscar u lugar donde pasar la noche, pero la señora Agatha (así era su nombre)
dejo que me quedase en la sala de su casita.
Cuando íbamos cada quien, a dormir, Drigo se me acerca y me da un abrazo. Y en
mi mente oigo su voz diciendo algo parecido a “huye”, lo miro y me sonríe, quizás solo es
el cansancio que me hace alucinar. Seguido, Agatha también me abraza y agradece mi
visita. Ambos tenían un olor peculiar a humedad, quizás por los años viviendo en aquella
especie de chocita.
No puedo dormir, digo, es un lugar nuevo para mí. Para no perder el tiempo decido
ojear los archivos del caso, no tenían características específicas hasta que, uno de los
reportes de los desaparecidos llamo mi profunda atención, el cual exponía que un
ciudadano llamado Rodrigo Aguilar, un hombre de unos 30 años de tez clara, nariz
respingada y con una evidente heterocromia, mejor conocido como Drigo, por sus
familiares y amigos más cercanos.
Entro en pánico, no entendía lo que estaba sucediendo, tomo mis cosas velozmente
para irme, abro la puerta principal y de repente me impide el paso la señora Agatha. Lucía
diferente, podría jurar que su piel estaba hecha de alguna especie de madera, agrietada y el
olor a humedad me impregna hasta hacerme moquear. Corro a la puerta trasera y me
enfrento al bosque, la poca luz de la luna me ayudaba a ver. Sigo corriendo y volteo, aún
seguía tras de mí. Casi me rindo por el cansancio y mi instinto de supervivencia intentan
salvarme hasta que… mis pies se adherían a la tierra, cada paso pesaba más que el anterior.
Grito, lloro, pero nadie puede oírme, lo que solía ser un lugar lleno de armonía, se convirtió
en ruinas, las casitas destruidas por grandes árboles. Mientras tanto yo, podía sentir como
mis pies se ramificaban y se hacían uno con el suelo. De mi boca solo salían ramas
derramando sangre de mi interior. De mis ojos, solo brotaban lágrimas de dolor. Mi voz…
mi voz se perdió entre los susurros de las hojas, entre los susurros de aquel bosque.

FIN

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