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Desafíos actuales de la imputación

Casos que impiden la imputatio facti y consecuencias de la operación para las teorías del delito

Casos que impiden la imputatio facti y consecuencias de la


operación para las teorías del delito
En este Artículo abordaremos los casos que impiden la imputatio facti (error y violencia) y las consecuencias de la
operación de imputatio facti para las teorías del delito.

c) Casos que impiden la imputatio facti: error y violencia


De manera inversa, no es posible imputar un proceso como hecho (o factum), o como omisión (u omissio), cuando
media desconocimiento de las circunstancias o no se ejerce la volición sobre lo conocido.

En definitiva, en ambos casos no es posible imputar algo como hecho, porque el sujeto no es origen del
proceso.

Se habla, en la doctrina clásica de la imputación, de casos de necessitas physica seu absoluta.

Necessitas, o necesidad, significa que es algo que no resulta controlado por el sujeto, por lo que el
proceso queda en mero acontecer, sin que podamos imputarlo como hecho. Es lo que sucede cuando
entendemos que el sujeto no conoce los datos fácticos o su volición no se refiere a tales datos.

Hablamos en tales casos de error sobre los datos fácticos, o de falta de volición respecto a tales datos. Con ambos
casos se corresponden los supuestos conocidos en Derecho como supuestos de error facti, o los de vis o
violencia, respectivamente.
Expresado gráficamente:
Desafíos actuales de la imputación
Casos que impiden la imputatio facti y consecuencias de la operación para las teorías del delito

Esta exposición deja a salvo los casos de imputación aun en casos de error o violencia, que se consideran de
“imputación extraordinaria”, y de los que también trataremos más adelante.
Estos elementos, en definitiva, constituyen reglas de imputación, es decir, pautas en virtud de las cuales actúa
quien imputa: no sería consistente o adecuado imputar sin conocimiento de los datos fácticos o sin volición
respecto a tales datos. Esta es la diferenciación básica que cabe establecer entre reglas de conducta y reglas de
imputación que propone Hruschka.

En efecto, cuando actuamos tenemos presentes pautas de conducta o


comportamiento (está prohibido circular por la izquierda, el impuesto ha de pagarse
antes de tal fecha, el libro prestado debe ser devuelto el día X, debo llegar antes de
las 14.00, y así sucesivamente). Se trata de reglas de conducta en cuanto se orientan
a regir las conductas todavía por realizar: por eso se dice que obran en la prospectiva.

Cuando enjuiciamos algo como hecho u omisión (y lo mismo se verá luego a propósito de su reproche al agente),
operamos con otra clase de reglas, las que nos dicen cómo y cuándo se entiende algo como hecho (que medie
control, si haya conocimiento y volición, etc.). A estas se denominan reglas de imputación.

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Casos que impiden la imputatio facti y consecuencias de la operación para las teorías del delito

d) Consecuencias de la operación de imputatio facti para las teorías del


delito
Veamos a continuación qué supone adoptar el punto de vista de esta doctrina clásica, en concreto respecto al
juicio de imputación de primer nivel o imputatio facti.
i) Una primera repercusión de adoptar el enfoque de la doctrina de la imputación es que no existe una realidad (la
acción) de carácter valorativo previa al hecho (o a la omisión, en su caso). Y el hecho presupone tanto la
originación en el agente, que entonces es artífice (“Urheber der Tat”, según la expresión empleada por Kant),
como el conocimiento de las circunstancias por ese artífice: el hecho como objeto del juicio de imputación es tal
por tener su origen en el agente y conocer éste las circunstancias relevantes.

Desde un punto de vista superficial, el juicio de imputación de primer nivel, o imputatio facti, podría hacer pensar
que estamos ante un estadio embrionario de lo que después se llamaría “acción” en las teorías del delito.

Según se sostiene aquí, en la línea de la doctrina de la imputación, el hecho (factum)


no se corresponde con el elemento “acción” de las teorías del delito. En efecto,
considerar un proceso (o una inactividad) en la que alguien se ve inmerso como
hecho (o como omisión) es ya la conclusión de un juicio de imputación.

En concreto, conclusión de un juicio que, al identificar el proceso, presupone a su agente, que ha de conocer y
querer (en definitiva, controlar) dicho proceso.

Afirmar de algo que es un hecho, pone por delante un alguien: el hecho lo es por alguien, el agente, y este
lo es en la medida en que controla el proceso: conoce las circunstancias y las quiere.

Es común en las teorías del delito, referirse al concepto de acción como un concepto neutro, previo, con función
meramente clasificatoria. En cambio, en la doctrina de la imputación no existe un término de referencia
avalorativo, neutro, que opere como el sustrato al que vienen a añadirse sucesivos calificativos, distinto del hecho
mismo. El factum no es algo previamente dado que se va calificando a continuación (como antijurídico, culpable,
punible), sino que es el objeto mismo de la imputación. El hecho no existe hasta el juicio de imputación de algo
como tal.

Aquello que se imputa como tal hecho no es algo dotado de entidad a efectos de imputación con carácter
previo al juicio mismo de imputación. Es, si se quiere, una realidad percibida sensorialmente, pero no un
producto de la imputación, juicio de entidad diversa.
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Así, el juicio de imputación no se concibe como un mero añadido valorativo sobre un dato bruto o “brute fact” (en
terminología de Searle 1), sino como un “institutional fact”, en la medida en que dicho juicio se refiere a objetos que
no podrían explicarse convenientemente sin recurrir a instituciones.
ii) Otra repercusión de la doctrina de la imputación, vinculada con la anterior, es que la distinción entre acción y
omisión, entre realización de un hecho o la omisión de una acción, se produce ya en sede de identificación del
proceso como hecho, o de la inactividad como omisión. Es decir, es fruto de la imputación. Lo cual es posible si se
acepta que el juicio de imputación es una operación intelectual que instaura lo que afirma y no una mera
declaración de la realidad preexistente. Será en cambio difícil de aceptar si, como es común, acción y omisión se
conciben como dos manifestaciones divergentes; y si se insiste en concebir las teorías del delito al uso como un
proceso lineal irreversible de comparación de un dato, la acción, con sucesivas categorías (tipicidad, antijuricidad,
etc.) en el que la omisión sería una figura residual (extraordinaria, ocasional) en la manualística, que contrasta con
la importancia práctica y teórica que despliega.

Para aceptar que “hecho” y “omisión” son el contenido del juicio originario de
imputación, es preciso entender que éste no se emite con independencia de la
valoración del proceso enjuiciado. Es más, enjuiciar el proceso como acción y la
inactividad como omisión, es posible en la medida en que el juzgador tenga presente
en ese momento la ley con arreglo a la cual el proceso y la inactividad serán
sometidos a crítica, medidos.

iii) Una tercera repercusión reside en que las operaciones que se dan cita en la imputación (juicios de imputación
de primer y segundo nivel, y juicio de valoración) no pueden concebirse como mero proceso lineal indubitado de
comparación de un dato (la acción) con sucesivas categorías (tipicidad, antijuridicidad, etc.), como en cambio, nos
parece percibir en las teorías del delito al uso. Pensamos, en cambio, que la realidad cotidiana es otra, como es
otro también el proceder del sujeto imputante, que va de la percepción sensorial a la valoración, del proceso al
sujeto agente, y de éste a la emisión de un reproche. Ciertamente, parte de la doctrina penal propone no distinguir
todavía acción y omisión en el estadio inicial de la teoría del delito. En cambio, según lo que aquí se ha expuesto,
ya en la identificación de un proceso como hecho, se efectúa una valoración. Y es entonces cuando también se
distinguen otros fenómenos, la inactividad, que es imputada como omisión. Para eso es preciso dar entrada a la
valoración de la actividad/inactividad en función de la regla de conducta que opera en cada caso.

La gran diferencia que separa la doctrina de la imputación y las teorías del delito en este punto es que la
primera reconoce un modo de proceder circular cuando se juzga algo como hecho o como omisión.

Pero eso no supone caer en una circularidad viciosa, puesto que el hecho o la omisión vienen condicionados por
la regla (prohibitiva o prescriptiva, dejando ahora al margen las reglas permisivas o facultativas) en cuestión, que
se refiere de entrada a hechos u omisiones: una regla prohibitiva viene referida a un hecho (y una prescriptiva a
una omisión), sin que la valoración de la acción o la inactividad como hecho u omisión se efectúe al margen de la
subsiguiente norma a emplear en su medición. Esta es la circularidad (que hemos señalado más arriba).
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En definitiva, puede afirmarse que las doctrinas del delito, movidas quizá por el afán clasificatorio producto del
positivismo, separan artificiosamente el dolo de la acción, o bifurcan su estudio sin necesidad en acción y omisión.

Aquello que permite imputar un hecho es precisamente su carácter doloso (bastaría


aquí con el conocimiento por parte del sujeto), además de hallarse originada en el
agente. Brevemente: la identificación de un elemento-sustrato, la acción, como base y
presupuesto del delito encierra ya una operación de imputación, sobre la cual
parecen pasar por alto las teorías del delito convencionales.

Dicha operación conduce al juicio de que algo es un hecho o una omisión. Que para ello sea preciso contar con la
regla de conducta que prohíbe o prescribe actuar, no impide lo anterior, sino que pone de manifiesto cómo el
juicio sobre el hecho -juicio de imputación- no está exento del carácter circular que caracteriza a la operación de
conocimiento y enjuiciamiento.

¿Tiene entonces sentido que sigamos manteniendo el elemento “conducta” como pórtico habitual de la
teoría del delito? Pensamos que sí, siempre que no se pretenda dotarla de componentes normativos
distintos a los señalados, pues eso supondría anticipar lo que pertenece a otros estadios de la imputación.

Es lo que puede estar sucediendo con la multiplicidad de posiciones que sobre la conducta se sostienen en las
tan variadas teorías del delito. Según entendemos, si se parte de la imputatio facti, procede identificar la
representación del agente (dolo como representación, en cuanto “conocer”) y el control sobre la situación (control
como dominio de la voluntad, en cuanto “volición”). Lo demás no pertenece a dicho estadio, pero puede ser
analizado más adelante en otro lugar.

Como conclusión, conviene retener que de un proceso (o de una inactividad) en el que alguien se ve
inmerso afirmamos que se trata de un hecho (o una omisión) cuando aquél (o aquélla) tiene su origen en el
agente, y éste conoce las circunstancias relevantes del caso.

La afirmación de un proceso como hecho (factum) es el resultado del juicio denominado imputatio facti (o
imputación de primer nivel) en la doctrina de la imputación. La existencia de un factum deviene de la constatación
de un proceso que tiene su origen en el agente, el cual tiene control de la situación, por tener conocimiento de las
circunstancias y volición respecto a estas. De manera inversa, no es posible imputar un proceso como factum, si el
sujeto desconoce (error) o no tiene volición (violencia) de las circunstancias del proceso: en ambos casos no es
posible imputar algo como hecho. Se habla entonces de supuestos de necessitas physica seu absoluta.
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Puntos Principales
La operación de imputación del hecho (imputatio facti o imputación de primer nivel) consiste en la
atribución del proceso acontecido como un hecho, y de su sujeto como su artífice.
La imputación del hecho es posible en la medida en que el agente tenga conocimiento y volición
respecto de la situación.

1 Entender algo como un hecho bruto es verlo desprovisto de todo significado social, carente de normas que lo
rigen. En cambio, un hecho institucional (“institutional fact”) se refiere a objetos que no podrían explicarse
convenientemente sin recurrir a instituciones. La distinción fue propuesta por SEARLE, Speech Acts. An Essay in
the Philosophy of Lenguage, Cambridge, 1970, pp. 50-53; después, más por extenso, ID., The Construction of
Social Reality, Londres, 1995, passim. Sobre la terminología, cfr. ya ANSCOMBE, «On Brute Facts» (orig., 1958),
en EAD., The Collected Philosophical Papers of G.E.M. Anscombe, III, Oxford, 1981, pp 22-25.Su traducción
castellana como «hechos brutos» no hace del todo justicia al sentido de la expresión original, en la medida en
que “hecho” ha sido empleado en esta exposición como objeto del juicio de imputación de primer nivel o imputatio
facti. Por tanto, en puridad, no existen hechos burtos, sino hechos de artífices, esto es, hechos que van a ser luego
valorados conforme a una regla: ya no serían hechos brutos. Por lo demás, el paso de un “brute fact” a un
“institutional fact” no es un paso gradual o cualitativo, sino algo esencialmente distinto. Según el propio ejemplo
aportado por Searle, ibidem, 1970, p. 52, un partido de fútbol americano puede ser explicado como “brute fact”,
pero entonces ya no podríamos estar hablando de «partido de fútbol americano». Puesto que se trata de un
“institutional fact”, existe en virtud de reglas constitutivas, de instituciones (cfr. ibidem).

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