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Así la definición estándar de seguridad social sostiene que la misma es: “La
protección que la sociedad proporciona a sus miembros, mediante una serie de medidas
públicas, contra las privaciones económicas y sociales que de otra manera derivarían de la
desaparición o de una fuerte reducción de sus ingresos como consecuencia de la enfermedad,
maternidad, accidente de trabajo o enfermedad profesional, desempleo, invalidez, vejez o
muerte; y también la protección en forma de asistencia médica y de ayuda a las familias con
hijos”1.
Hecha tal aclaración conviene ahora definir cuáles son los principios básicos que
rigen los sistemas previsionales. En la concepción originalmente desarrollada por Bismarck,
cuando hace más de 125 años creaba los primeros seguros sociales, tales principios eran la
obligatoriedad de la participación en el sistema, el financiamiento tripartito entre
trabajadores, empleadores y el Estado y el importante rol reservado a este último en materia
de regulación.
1
OIT (1984) p. 3.
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Partiendo de la definición más primitiva de salud como ausencia de enfermedad.
3
Estos dos últimos componentes suelen agruparse bajo la categoría riesgos de trabajo.
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Pérdida de ingresos del hogar como consecuencia del fallecimiento de uno de sus miembros económicamente
activo.
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En BONARI, CURCIO y GOLSCHMIT (2009) se utiliza la categoría Sistema de Protección Social para
englobar a los seguros sociales (entre los que se incluyen los de vejez, invalidez y muerte), las asignaciones
familiares, la asistencia social y la salud pública (sugiriendo incluso la incorporación, en los países de menor
desarrollo, de la educación básica y los programas alimentarios en tal sistema), de allí que pueda considerarse
pertinente llamar subsistema a la previsión social.
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BEVERIDGE (1942).
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Al respecto el Artículo 22 de la mencionada Declaración explicita que: “Toda persona, como miembro de la
sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación
De esta forma, la seguridad social logra un alcance a nivel planetario. Conviene ahora
repasar la nueva batería de principios, que Beveridge, en el marco de la integración de los
distintos esquemas de protección social en un único sistema, propone como directrices de la
seguridad social.
Tales principios que rigen, al menos desde un enfoque normativo, a los sistemas de
seguridad social del orbe todo, son identificados en MESA-LAGO (2004) como los
siguientes:
internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos
económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.”
Cobertura de la vejez, incapacidad y muerte: Enunciado en forma general como forma de
corregir una serie de fallas de mercado que impiden a los individuos trasladar en forma
voluntaria ingresos de la etapa activa hacía la etapa pasiva de sus vidas.
Resulta claro que algunos de estos objetivos de la seguridad social podrían entrar en
conflicto con los principios previamente enunciados. E incluso, tales objetivos pueden llegar
a oponerse entre sí.
Del mismo modo, los esfuerzos por dotar de mayor progresividad (redistribución) al
sistema (a través de la implementación de haberes mínimos y máximos) e incluso por
conseguir un mayor grado de financiamiento contributivo (mediante la suba de las tasas de
cotización) impedirían disminuir las distorsiones en el mercado de trabajo (neutralidad)
alejando a este aún más del supuesto ideal de eficiencia asignativa que sería fruto del libre
juego de las fuerzas del mercado.
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Los principios de la seguridad social remiten a un enfoque de derechos, presente en la concepción
beveridgeana de la seguridad social y consagrada por la Naciones Unidas y por distintas Constituciones
Nacionales, como las de nuestro país. Mientras que los autodenominados objetivos “modernos” de la seguridad
social, son propios del clima de época generado desde mediados de la década de 1970 y que tuvo su clímax
durante la década de 1990 al calor de las corrientes de pensamiento impulsadas por los organismos
multilaterales de crédito. Tal concepción puede identificarse a grandes rasgos con el neoliberalismo
(desregulación, privatización, liberalización, flexibilización) como idea general.
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Ver el debate entre BANCO MUNDIAL (1994) Recuadro 1 y ORSZAG Y STIGLITZ (1999) acerca de los
mitos de la seguridad social para una discusión profunda sobre estas cuestiones.
En tal sentido puede resultar útil realizar un breve repaso de las distintas técnicas
organizativas y dimensiones del diseño institucional que pueden aplicarse para brindar
seguridad social a la población:
Seguro Social: Configura el aspecto más moderno de los sistemas previsionales en el mundo
y se basa en la idea de obligatoriedad de la participación para un universo de trabajadores
predefinido. Dicha obligación implica el financiamiento compulsivo vía aportes y
contribuciones, y a su vez genera derechos adquiridos por tales contribuciones, de
cumplimiento forzoso por parte del Ente administrador y susceptibles de ser reclamados
judicialmente. De esta forma, el Estado, aún en caso de no administrar directamente el
sistema, resulta el responsable último del mismo, en tanto el financiamiento descansa,
finalmente, en la capacidad recaudatoria estatal, sustentada en el monopolio de la fuerza. En
tal rol de responsable, es usual que se establezcan a nivel estatal fuertes regulaciones que,
entre otros objetivos, buscan brindar previsibilidad y transparencia a las prestaciones,
preestableciendo los mecanismos de cálculo utilizados en la determinación de las mismas. A
su vez, en reconocimiento del carácter relativo de la noción de pobreza, es decir de la
conceptualización de la misma como social e históricamente determinada, es habitual que los
seguros sociales relacionen la cuantía de los beneficios, aún en mayor medida que con las
cotizaciones realizadas, con el nivel de vida del grupo familiar previo al impacto de la
contingencia acaecida. A su vez, para salvaguardar el mencionado status de derecho
adquirido, los aportes y contribuciones suelen ingresarse en cuentas especiales, de modo tal
de no mezclarse con los fondos generales del Estado o con el patrimonio del Organismo
administrador.
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Sin embargo, el moderno concepto de Seguridad Social, integra en un solo sistema ambas técnicas, junto con
los seguros voluntarios.
siquiera al capital cultural y simbólico necesario para accionar judicialmente en defensa de
sus derechos vulnerados. Con el agravante de que el costo de administración de la asistencia
social resulta mayor al del seguro, dada la complejidad que conlleva determinar las
condiciones de vida de los solicitantes, vis a vis la relativa simpleza de llevar adelante un
registro completo de los aportes y contribuciones realizados por los cotizantes a lo largo de
su vida laboral.
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Vale destacar la existencia, pasada o presente, de, entre otros, esquemas de caja de previsión (caracterizadas
por el concepto de pago único, lo que pone en tela de juicio su pertenencia al ámbito de la seguridad social),
planes ocupacionales (como los habituales en Japón o Australia, originalmente basados en modelos de salarios
de eficiencia en que los aportes voluntarios de los empleadores al fondo de retiro de sus empleados toman la
forma de salario diferido) y prestaciones universales (como las de carácter uniforme, otorgadas a todas las
personas mayores de 65 años en Nueva Zelanda).
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Para un análisis en profundidad acerca del ahorro previsional voluntario véase ITZCOVICH (2011).
predefina el valor de uno de los parámetros del sistema (la tasa de sustitución del salario o la
tasa de contribución13). Tal diseño no resulta trivial, ya que en caso de definirse en forma
previa la tasa de sustitución del salario, el riesgo se coloca en cabeza de las próximas
generaciones, bajo la forma de eventuales incrementos futuros en la tasa de cotización
imprescindibles para honrar la deuda implícita previsional en un contexto de envejecimiento
poblacional. Simétricamente, si lo que se pauta en forma anticipada es la tasa de cotización,
el riesgo recae sobre los individuos (lo que resulta bastante cuestionable en virtud del carácter
pretendidamente social de la seguridad social) que no se aseguran de antemano, por el simple
hecho de cumplir con los requisitos de cotizaciones y edad necesarios para el acceso a las
prestaciones, ningún nivel de vida en particular, respecto a su situación pre contingencia. Es
habitual que se intente predefinir a la vez ambas variables, dadas las dificultades políticas y
sociales que podría provocar la constante modificación de una de ellas y que el mecanismo
de ajuste sea más opaco, por ejemplo a través del auxilio de distintas formas de
financiamiento no contributivo o por medio de una reducción de facto en la tasa de sustitución
del salario, operacionalizada a través de la disminución del valor real de las prestaciones
previsionales, aun cuando las magnitudes nominales permanezcan incólumes.
Agente Administrador: Dependiendo de quién realice las tareas de administración del sistema
previsional, el mismo puede definirse como estatal, privado o público no estatal, aun cuando
el rol de control y responsabilidad del Estado resulte insoslayable, erigiéndose siempre, aún
si la administración es privada, en garante último del sistema previsional. Amén de ello,
existen situaciones en que distintos actores, en forma competitiva o cooperativa, participan
de la administración del sistema, vía la privatización parcial del mismo, la mera tercerización
de algunas actividades a él vinculadas o la participación de las y los trabajadores.
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Además de dichas tasas (calculadas en relación al ingreso laboral de referencia), pueden modificarse, por
ejemplo, las condiciones de acceso al sistema, tales como la edad mínima de jubilación, el grado de invalidez
requerido o la cantidad de años de servicio con aportes, buscando incrementar por tales vías los recursos y/ó
reducir el crecimiento de los gastos.
a partir de la zona de residencia o actividad económica de sus participantes. Tal situación
sucede en los casos en que están contemplados sistemas regionales, provinciales y/ó
municipales. Tal descentralización territorial puede asimismo corresponder solo a
determinadas actividades, tales como el empleo público de carácter subnacional o el ejercicio
de profesiones liberales. En cuanto a la descentralización por rama, se da cuando
determinados tipos de actividades (como por ejemplo las Fuerzas Armadas y de Seguridad)
tienen regímenes y estructuras administrativas separadas de la general (en el caso argentino,
de hecho, es tal la fragmentación en este sentido que cada fuerza de seguridad posee su propia
administración previsional, no así las Fuerzas Armadas). En contraposición la existencia de
un único sistema centralizado a nivel nacional ofrece la posibilidad de aprovechar economías
de escala en la administración, a la vez que evita problemas como el de la reciprocidad entre
regímenes previsionales disímiles14. En materia organizacional conviene introducir una
importante distinción entre los casos en que, en referencia a la administración del sistema, se
distribuya beneficiarios y afiliados entre distintas organizaciones (según rama de actividad,
nivel de ingresos laborales o cualquier otro criterio) , aún en presencia de un esquema
normativo único, subsistiría la cuestión del desaprovechamiento de las economías de escala.
Mientras que si la descentralización es funcional, es decir, dentro de un sistema
administrativo con un único responsable, permitiría, al menos en teoría, el desarrollo de
economías de especialización.
Se verifica entonces que nuestro país se ubica, a lo largo de los períodos bajo estudio
(1995-2002 y 2003-2011) en un punto intermedio, respecto a las opciones polares
correspondientes a todas y cada una de las dimensiones reseñadas.
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La reciprocidad refiere a la situación de afiliados y beneficiarios que a lo largo de su vida laboral han prestado
servicios bajo dos o más sistemas y a las problemáticas vinculadas con las condiciones de acceso, la
determinación del haber y la concurrencia en el pago de los beneficios, especialmente en los casos en que los
distintos regímenes presentan parámetros diferentes.
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Dado que la existencia de prestaciones complementarias voluntarias es prácticamente irrelevante en la
actualidad.
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El Artículo 3º de la Ley Nº 24.241 establece la incorporación voluntaria de una serie de grupos poblacionales
y categorías adicionales, entre las que se incluye, en el Inciso 5, a las amas de casa.
A su vez, el sistema es supuestamente de beneficio definido y por tanto de aporte
indefinido, aunque se han registrado, al menos en los últimos años y en lo que atañe al
subsistema de reparto, pocas variaciones en la tasa de aporte personal a la vez que las
importantes modificaciones introducidas en las tasas de contribución patronal han obedecido
a razones que exceden la lógica de la seguridad social, llegando incluso al punto de presentar
signo opuesto al que la prosecución del objetivo de autofinanciamiento habría requerido.
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Y que en muchos casos incluían asimismo a los trabajadores municipales de tales provincias e incluso a
beneficiarios de Cajas Profesionales Provinciales
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En el caso de la recaudación el proceso ha incluido la creación de un Organismo Ad-Hoc, con la máxima
autonomía (el Instituto Nacional de los Recursos de la Seguridad Social), disuelto a menos de dos años de haber
nacido, lo que ha implicado la vuelta de la actividad recaudatoria al ámbito de la autoridad tributaria,
jerarquizada con la creación de una Dirección específica para desarrollar tal tarea. En cuanto a las Pensiones
Asistenciales, el otorgamiento de las mismas, originalmente en cabeza de la autoridad previsional, ha sido
transferido al área de desarrollo social, que ha logrado un grado creciente de jerarquización dentro del Sector
Público Nacional, aunque tal transferencia ha sido parcialmente revertida en 2004 con el traspaso al ente
previsional de las pensiones no contributivas a veteranos de guerra.