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Resumen.
La importancia cuantitativa de la función seguridad social viene dada por la población
cubierta y el impacto de tal cobertura en sus condiciones de vida, así como por la
magnitud de los recursos destinados a ello. La presente ponencia busca analizar dicho
conjunto de variables.
Así, se trata de mostrar el efecto diferencial entre hombres y mujeres de los cambios en
las políticas de seguridad social (cobertura) argentinas en 2003 – 2020 sobre la población
del conurbano bonaerense.
Partiendo del marco teórico de la economía feminista, analiza, en primer lugar, la
universalidad de la cobertura en edades pasivas, diferenciando entre varones y mujeres
(desde un enfoque crítico de esa forma de desagregación de los datos que invisibiliza a
las disidencias sexuales).
Tales registros se complementan, en el entendimiento de la potencia conceptual de la
noción feminista de interseccionalidad con datos del Registro Nacional de Barrios
Populares, que resultan de utilidad para notar diferencias generales en términos de
cobertura entre la población de dichos barrios y del resto del territorio del Conurbano,
más allá de que no permitan cruzar esa información por género.
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Introducción: Desigualdades de género y la pérdida del carácter aceptable.
Ante tal horroroso panorama, es lógico buscar la raíz de estas situaciones de desigualdad,
procurando retomar, cual hilo de Ariadna, el camino de de sus génesis, fechas de
nacimiento, linajes y razones de su persistencia.
Distintas voces han procurado responder a estos interrogantes. Se ha dicho que es algo
que fue produciendo el camino del progreso, como una suerte de subproducto poco
deseable de un proceso virtuoso.
Otras miradas perciben a las desigualdades como distorsiones causadas por factores con
comportamientos aberrantes, es decir extraños y corregibles. También hay quienes
afirman que el sistema capitalista, e incluso hasta la misma naturaleza humana, tienen por
fin central el producir y perpetuar estas desigualdades.
Thomas Piketty en su libro “Capital e Ideología” (Piketty, 2019) postula que en las
sociedades contemporáneas el relato dominante es fundamentalmente propietarista,
empresarial y meritocrático, donde la desigualdad es justa puesto que la misma deriva de
un proceso libremente elegido en el que todas las personas tienen las mismas
posibilidades de acceder al mercado y a la propiedad.
Es decir que las desigualdades se presentan, para la ideología dominante, como el precio
que hay que pagar por los beneficios que trae la acumulación. Siguiendo esta línea lo que
se produce en las sociedades es un acuerdo de lo que es aceptable en términos de
desigualdad para que todo siga funcionando.
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Un régimen desigualitario, como el que predomina en la mayoría de los países en la
actualidad, se caracteriza por un conjunto de discursos y mecanismos institucionales que
buscan justificar y estructurar las desigualdades económicas, sociales y políticas de la
sociedad en cuestión.
A lo largo del tiempo los acuerdos sobre los costos aceptables empezaron a romperse
tomando el carácter de lo que en verdad eran, desigualdades. Algunas aparecieron muy
tempranamente porque eran las más visibles como por ejemplo las económicas
(participación en la renta) y políticas (ejercicio de ciudadanía).
Otras desigualdades han requerido de más tiempo para ser entendidas como tales y una
de ellas es la desigualdad de género.
Esta definición fue muy importante ya que todos los países adherentes a la Organización
de las Naciones Unidas se comprometieron a realizar acciones para disminuir estas
desigualdades en los diversos ámbitos de la vida.
Obviamente este reconocimiento no fue casual, sino que resultó de las luchas y
reivindicaciones de diversos movimientos de mujeres que pusieron en discusión lo que
1 Aunque la fecha de su redacción es en 1979, se debe aclarar que dicha carta entro en vigor en 1981.
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antes era aceptado por el conjunto de la sociedad y empezaron a romper el acuerdo
justificante patriarcal.
Así la definición estándar de seguridad social, publicada en OIT (1984) sostiene que la
misma es: “La protección que la sociedad proporciona a sus miembros, mediante una
serie de medidas públicas, contra las privaciones económicas y sociales que de otra
manera derivarían de la desaparición o de una fuerte reducción de sus ingresos como
consecuencia de la enfermedad, maternidad, accidente de trabajo o enfermedad
profesional, desempleo, invalidez, vejez o muerte; y también la protección en forma de
asistencia médica y de ayuda a las familias con hijos” .
Así, el principal programa de la seguridad social, es el que busca atender las contingencias
de vejez, invalidez y muerte, pudiendo denominarse al subsistema encargado de cubrir
esta tríada, “sistema previsional”, más allá de que en el presente trabajo el foco se centre
exclusivamente en la contingencia de vejez.
En la concepción originalmente desarrollada por Bismarck, cuando hace más de 125 años
creaba los primeros seguros sociales, los principios rectores del sistema eran la
obligatoriedad de la participación en el sistema, el financiamiento tripartito entre
trabajadores, empleadores y el Estado y el importante rol reservado a este último en
materia de regulación.
El siguiente hito se da en ONU (1948), cuando las, por entonces recientemente fundadas,
Naciones Unidas, a través de su Declaración Universal de Derechos Humanos, establecen
que toda persona, en tanto miembro de la sociedad, goza del derecho a estar protegida por
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las prestaciones otorgadas por los sistemas de seguridad social. Específicamente, el
Artículo 22 de la citada Declaración, norma que: “Toda persona, como miembro de la
sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional
y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada
Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables
a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad”. De esta forma, la seguridad social
logra un alcance a nivel planetario.
Surge entonces la necesidad de comparar, en el plano fiscal (pero sin olvidar sus efectos
sociales, fin central de la seguridad social), los resultados de la función seguridad social
(en relación a las finanzas públicas nacionales) en 2003-2015 respecto a lo acaecido
durante 2016-2019.
Así, el modelo de cobertura desarrollado responde a una lógica que puede definirse como
de universalismo estratificado, descripto en FILGUEIRA (2007) y ANDRENACCI y
REPETTO (2005), en tanto los beneficios no alcanzan a todo el grupo poblacional (los
ancianos) pero sí a la mayor parte de los mismos, aunque con prestaciones bastante
diferenciadas de acuerdo a la trayectoria laboral de cada uno.
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Las políticas desarrolladas desde 2016 han generado una cobertura en retroceso y una
mayor diferenciación de la misma.
De este modo, así como el incremento de la cobertura, fue posible, tal como se muestra
en DANANI y HINTZE (2011) en el marco de un nuevo clima de época, la actual
disminución de la misma, en el marco más amplio de la penuria fiscal, podría estar
generando las condiciones que permitirían reforzar dicha lógica de ajuste previsional.
En cuanto al impacto diferencial por género de los sistemas previsionales, se advierte que
el reparto desigual del cuidado, documentado en Giménez (2004), se traduce en niveles
disimiles de participación en el mercado de trabajo y, por ende, en materia de
contributividad, lo que conlleva un sistema dual, en que conviven elementos contributivos
y semicontributivos, tal como se detalla en Martinez (2012).
Así, en el siguiente cuadro se aprecia que, mientras que las mujeres en edad de jubilarse
(es decir de 60 años o más) presentaban, en 2003, una cobertura del sistema nacional de
jubilaciones y pensiones que abarcaba, con jubilaciones, a apenas una cuarta parte de
dicho universo de adultas mayores, a la vez que, en igual período, el sistema cubría a casi
tres cuartas partes de los varones de más de 65 años de edad.
En 2007, transcurridos apenas cuatro años, dicha brecha se había reducido en tres cuartas
partes, como consecuencia de la moratoria previsional que permitió, básicamente a
mujeres (que representaron más de tres cuartas partes del total de personas jubiladas por
esta vía) acceder a un beneficio previsional propio.
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De este modo, este mecanismo permitió mantener un nivel de cobertura prácticamente
universal (si se suman a las jubilaciones del sistema nacional las pensiones por viudez y
las prestaciones de otros regímenes, tales como los de las fuerzas armadas y de seguridad
y los provinciales y municipales).
Es claro que la cobertura contributiva (que exige, tanto a varones como a mujeres, contar
con 30 años de servicios con aportes, de un total de unos 40-45 correspondientes a la
etapa activa) ha sido decreciente, casi con independencia del ciclo económico, reflejando
un profundo desfasaje entre la exigencia legal y las posibilidades reales de formalidad
que ofrece el mercado de trabajo.
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En términos de género, aunque pueda leerse que la brecha entre varones y mujeres
respecto a cobertura contributiva se redujo en un cuarto (pasando de 44% en 2003 a 33%
en 2020), lo cierto es que la proporción de población en edad de jubilarse que
efectivamente accede a una jubilación contributiva se redujo proporcionalmente más
entre mujeres (31%) que entre varones (27%), tras los diecisiete años bajo estudio.
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Si observamos el Cuadro Nº 2 durante el periodo 2003-2020 podemos observar que hasta
el año 2006 la cobertura total en la población jubilable del Gran Buenos Aires varía entre
el 53% (2003) al 49 % (2006) mostrando márgenes de cobertura muy bajas. La serie nos
muestra que es a partir del año 2007 es que se realiza un salto en la cobertura significativo
siendo este de del 60 %. Es decir, que encontramos un aumento de la cobertura del 11 %
en la población del Gran Buenos Aires. Es a partir del 2007 es que podemos observar el
crecimiento en la cobertura a partir de las políticas de moratorias implementadas por el
Gobierno Nacional de ese periodo. La serie se mantiene constante hasta que notamos un
descenso del 3% entre la cobertura 2017 (76%) al 2019 (73%).
80%
70%
60%
50%
40%
30%
20%
10%
0%
% de cobertura social
2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015 2016 2017 2018 2019 2020 2021
Gráfico Nº 2. Brecha de cobertura social entre varones y mujeres del Gran Buenos Aires
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Luego del año hito podemos observar que desde el 2008 hasta el año 2019 la brecha de
desigualdad con respecto a la cobertura social de hombre y mujeres en edad jubilable se
mantiene por debajo del 5 %. Incluso en los años 2009 y 2010 podemos notar un equilibrio
donde el nivel de cobertura entre hombres y mujeres fue igual (72%). También podemos
destacar el año 2015 donde el porcentaje de mujeres con cobertura social alcanzo el 73%
superando a los varones, 52 %, ese mismo año.
A partir del año 2019 hasta el 2021 podemos notar una nueva caída en la cobertura social
de las mujeres. En 2018 la cobertura de las mujeres era del 76 % pero a partir del 2019 se
empieza a ver una baja pasando a 74 % en 2019 hasta llegar al 71 % en 2021.
2 https://www.argentina.gob.ar/desarrollosocial/renabap/informesyestadisticas
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Si nos detenemos a analizar la población que a nosotros nos ocupa en este trabajo
podemos observar que en los barrios populares del Gran Buenos Aires existen 46.264
personas que fueron encuestadas y que están en edad de jubilarse (ver cuadro Nº4). De
dicho relevamiento se desprende que el 72 % de este universo encuestado (tanto hombres
como mujeres)3.
Ahora bien si observamos la cobertura total en el Gran Buenos Aires del mismo año que
se realizó el relevamiento (2017) que fue del 76 %, podemos notar que en los barrios
populares hay una menor cobertura en ese mismo año, estableciéndose una diferencia del
5 % con respecto al número total del GBA. Nos parece relevante marcar estas diferencias
a fin de hacer notar que las inequidades no solo se dan en torno al género sino entre los
barrios que componen el Gran Buenos Aires.
3Los registros del ReNaBaP no nos permite hacer una diferenciación por genero por lo cual se analizan
datos agregados.
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casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su
voluntad”, que el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales
(también con rango constitucional en nuestro país) reconoce: “el derecho de toda persona
a la seguridad social, incluso al seguro social” y que la Convención Interamericana sobre
Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores (ratificada en Argentina
por la Ley Nº 27.360) define que ser “libre, exento del temor y de la miseria” implica
contar con: “condiciones que permitan a cada persona gozar de sus derechos económicos,
sociales y culturales”, a la vez que entiende por “Discriminación múltiple” a “Cualquier
distinción, exclusión o restricción…” “fundada en dos o más factores de discriminación”,
en un acercamiento al concepto de interseccionalidad que, en los estudios de géneros da
cuenta de discriminaciones yuxtapuestas.
De esta forma, el pleno acceso a la seguridad social forma parte de la construcción
(todavía muy inconclusa en Argentina) de lo que Berkins (2005) ha definido como
ciudadanía travestí, transexual y transgénero.
Hablar de prestaciones por vejez o por edad avanzada para esta población implica dar
cuenta de la especificidad de los terribles niveles de exclusión social que suele sufrir, con
un claro correlato en su demografía, condiciones de las que ha hecho reconocimiento
oficial, en sus considerandos, el Decreto Nº 721/20 de Cupo Laboral Trans (valioso
antecedente de la Ley Nº 27.636 Diana Sacayán - Lohana Berkins, que perfercciona su
institucionalización), al explicitar que se trata de un colectivo que presenta: “una
expectativa de vida de entre TREINTA Y CINCO (35) y CUARENTA (40) años
aproximadamente”.
Así, como bien señala Rada Schultze (2020), la esperanza de vida de la población trans
argentina es de poco más de la mitad que la que presentan los varones (73) y las mujeres
(80) cis en nuestro país.
Con esos guarismos, es claro que plantear, para las personas trans, un requisito de edades
mínimas para la jubilación por vejez que sea igual al que se aplica a las personas cis (esto
es: de 60 o más años) equivale a excluirlas en forma palmaria y masiva del acceso a las
prestaciones de la seguridad social.
Otros dos antecedentes muy valiosos que corresponde considerar en la materia son el
acceso de convivientes del mismo sexo a pensiones por viudez por parte de la ANSES y
el reconocimiento de períodos de aportes por tareas de cuidado.
Respecto al primero de dichos temas, la Resolución de ANSES Nº 671/08, de agosto de
2008, que brinda acceso a la pensión por viudez a convivientes del mismo sexo que la
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persona fallecida, antecedió en casi dos años a la Ley Nº 26.618 de Matrimonio
Igualitario, resultando en un avance normativo que permitió cubrir, en los primeros doce
años de su vigencia a casi 20.000 personas (unas 8.000 mujeres y unos 12.000 varones,
según la binaria clasificación disponible de los datos oficiales), lo que demuestra la
capacidad de las políticas de seguridad social para ser punta de lanza de procesos de
ampliación de derechos que garanticen el efectivo acceso y ejercicio de los mismos por
parte de las disidencias.
En cuanto al Decreto Nº 475/2021 de Reconocimiento de Períodos de Aportes por Tareas
de Cuidado, el mismo es muy importante, en tanto brinda reconocimiento oficial a toda
una serie de elementos que integran el núcleo duro del marco conceptual y metodológico
de la estudios de géneros y que permiten dar cuenta la situación general de la población
trans, como, por ejemplo, los de discriminación, segregación y segmentación al interior
de los mercados de trabajo, interseccionalidad entre género y vulnerabilidad
socioeconómica e impactos diferenciales de los procesos de crisis y ajuste fiscal.
Adicionalmente, a lo largo de la norma, se da un tratamiento inclusivo al universo de la
población cubierta por este reconocimiento, al referirse, en todo momento, a: “mujeres
y/o personas gestantes”, lo que incorpora a las disidencias con capacidad de gestar.
En el marco específico de los regímenes previsionales diferenciales, cabe señalar a uno
que contempla edades mínimas de jubilación inusualmente bajas: el de los bailarines y
las bailarinas del Teatro Colón.
Dicho régimen diferencial, normado en 1974 por la Ordenanza Nº 29.604 de la (entonces)
Municipalidad de la Ciudad de Buenos aires, establece para integrantes del Ballet Estable,
así como para bailarines y bailarinas del ballet contratados/as del Teatro Colón con, al
menos, veinte años continuos o discontinuos de actuación como tales, la posibilidad de
jubilarse con una edad mínima de cuarenta (40) años, para varones y mujeres.
De esta forma, dentro de los regímenes previsionales nacionales especiales y diferenciales
que tienen un piso mínimo explícito de edad para acceder al beneficio jubilatorio (en
algunas fuerzas de seguridad y para ciertas categorías de personal docente no universitario
solamente se prevé un requisito de años de servicios con aportes, por lo que edad más
baja a la que alguien se pude jubilar por ellos surge como diferencia respecto a la edad
mínima de ingreso a la función) es posible contar con un antecedente que se acerca a la
esperanza de vida media de la población trans, como una primera aproximación, aun
reconociendo la diferencia entre este colectivo y quienes han dedicado cerca de un cuarto
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de siglo a una formación artística que no podrán usufructuar económicamente en la
segunda mitad de sus vidas.
El nivel de exclusión de los sistemas formales de educación y empleo que suele enfrentar
la población trans, además de la discriminación, en sus diversas formas, por una parte de
la sociedad y la violencia institucional (desde hospitalaria hasta policial) que
frecuentemente padecen, habilitan, también, a pensar en otro tipo de prestaciones de la
seguridad social como antecedentes para la atención de este colectivo: las pensiones no
contributivas que buscan ofrecer algún tipo de reconocimiento o reparación por un daño
producido o permitido por el propio Estado que brinda la prestación.
En este caso, entonces, la noción central, es la de superviviente. Así, el mérito es haber
sobrevivido más allá de los 40 años siendo trans y el daño es, justamente, la serie de
factores que han llevado a que dicha supervivencia resulte un logro.
Todo ello opera como una serie de factores que permiten comprender porque, en las
actuales condiciones sociales, ingresar en la quinta década de vida, para una persona trans,
representa en Argentina el haber alcanzado una edad avanzada, por lo que tiene sentido
establecer una edad de acceso a la prestación propuesta de cuarenta años.
La segunda cuestión es, si se trata de un régimen previsional diferencial contributivo o
semicontributivo (y no de una pensión no contributiva en sentido estricto), definir la
opción de política a implementar en relación a la cantidad de años de servicios con aportes
necesarios para poder acceder al cobro de la respectiva jubilación.
Al respecto, vale consignar que como resultado de las discriminaciones (hasta familiares)
descriptas y falta de acceso a credenciales educativas y a circuitos laborales (incluso
informales) en muchos casos las personas trans encuentran en la prostitución la única vía
para poder obtener sus medios de subsistencia.
A su vez, evitando entrar en el debate existente entre abolicionismo y regulacionismo,
que excede por mucho el alcance y la extensión de la presente ponencia, el hecho central
en materia de seguridad social, es que, como se detalla en Llambí (2019), el trabajo sexual
es, en nuestro país, una actividad que no permite realizar cotizaciones previsionales y, por
tanto, que no posibilita ir generando las condiciones de acceso a una futura jubilación.
Es claro que normas como la citada Ley Nº 27.636 Diana Sacayán - Lohana Berkins de
Cupo Laboral Trans van en la línea de procurar generar las condiciones para una inserción
laboral de la población trans con mayores niveles de contributividad.
Sin perjuicio de ello, el efecto de ese tipo de normas (que solamente pueden resultar algo
más que simbólicas o testimoniales si son motores de un cambio cultural mucho más
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profundo) suele ser muy gradual y paulatino, lo que implica la necesidad de reconocer las
trayectorias vitales y las necesidades de la población trans que actualmente ha logrado
sobrevivir hasta los cuarenta años de edad, así como de la que se encuentra próxima a
hacerlo a lo largo de, por lo menos, la siguiente década o década y media.
De esta forma, resulta crucial, para garantizar, en Argentina una seguridad social para
todas las personas, avanzar en la sanción de un régimen previsional diferencial para la
población trans, con una edad de acceso de 40 años y con un carácter semicontributivo
similar al de la moratoria previsional.
Conclusiones
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Para finalizar debemos resaltar que aún nos quedan análisis pendientes en la línea de esta
ponencia. Por un lado, comparar los resultados obtenidos en el Gran Buenos Aires con
otras regiones del país a fin de obtener un análisis más federal en clave de género. Por
otro lado, encontrar los mecanismos adecuados para sortear el binarismo que las bases de
datos nos proporcionan. Entendemos que las estadísticas no nos permiten ver la situación
de muchos otros géneros, lo que conlleva carecer de transversalidad en el análisis. Es una
deuda a futuro ofrecer datos que permitan analizar con mayor profundidad la situación de
personas con posibilidad de jubilarse en los colectivos travestis y transexuales.
Bibliografía
BEVERIDGE, Sir William (1942): Social Insurance and Allied Services. Her Majesty's
Stationery Office. Londres.
17
FERNANDEZ, LEONARDO (2011): Censo 2010. Somos 14.819.137 habitantes en la
Región Metropolitana de Buenos Aires. UNGS. Los Polvorines.
18
MECON (2004): Argentina, el FMI y la crisis de la deuda. Análisis Nº II. Ministerio de
Economía y Producción (MECON). Buenos Aires.
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