Está en la página 1de 5

1.

LAS RAZONES

«Y por qué no haces un trabajo de campo?» La cuestión


me la planteó un colega al término de un más o menos etílico
repaso de la situación de la antropología, la docencia universitaria
y la vida académica en general. El repaso no había resultado muy
favorable. Hablamos hecho inventario y encontrado la alacena
vacía.
Mi caso era bastante corriente. Me había formado en institu-
ciones educativas de prestigio y, empujado más por el azar que
por elección propia, había acabado dedicándome a la docencia. La
vida universitaria de Inglaterra se basa en toda una serie de su-
puestos arbitrarios. En primer lugar, se supone que si uno es un
buen estudiante, será un buen investigador. Si es un buen inves
tigador, será también un buen enseñante. i es buen enseñante,
deseará hacer trabajo de campo. Ninguna de estas deducciones
tiene fundamento. Hay excelentes estudiantes que resultan las
timosos investigadores; extraordinarios eruditos, cuyos nombres
aparecen constantemente en las revistas especializadas, que dan
unas clases tan rematadamente aburridas que los alumnos ex
presan con los pies la opinión quc les merecen y se evaporan
como el rocío bajo el sol africano. La profesión está llena de ab-
negados investigadores de campo, con la piel curtida por la expo-
SiCión a climas tórridos y los dientes permanentemente apretados
tras años de tratar con los indígenas, y que tienen poco o nada
interesante que decir en términos académicos. Nosotros, los deli

17
cados «nuevos antropilogos», titulares de doctorados basados en
general. Por cjemplo, tenía yo un colega quc afirmaba haber pa
horas de biblioteca, decidimos que la cuestión del trabajo de cam sado una temporacda tantástica en compañla de unos indígenas
po se había sobrevalorado. Naturalmente, cl profesorado de más amabilísimos y sonrientes que le regalaban cestas llenas de fruta
en activo en tiempos del Imperio y «había vivi de su estancia se
edad que estaba y flores. Sin embargo, la cronología detallada
do la antropología como quien dice en caliente», tenía un pro componía de frases como «eso sucedió después de que cogiera una
fundo interés por mantener cl culto al dios del cual eran altos intoxicación», o «entonces no andaba muy bien porque la laga de
sacerdotes. Ellos sí que habían sufrido los peligros y privaciones debajo de los dedos todavía me supuraba». Uno sospechaba que en
de las ciénagas y la jungla, y ningún chiquilicuatre debía cscurrir realidad todo era como esos alegres recuerdos de guerra que, con-
el bulto. tra toda información objetiva, le hacen a uno lamentar no haber
Cada vez que en un debate se les acorralaba al tratar al estado vivo en aquella época.
guna cuestión teórica o metafísica, sacudían la cabeza compungi- Peto quizá se podía sacar algún provecho de la cxperiencia.
dos, chupaban lánguidamente sus pipas o se mesaban las barbas Las tutorías ya no se me volverían a atragantar. Cuando me viera
antes de murmurar algo sobre que «la gente rcal» no encajaba obligado a hablar de un tema en el que fuera totalmente igno
cn las cuadriculadas abstracciones de «los que no habían hecho rante, podría echar mano de mi saco de anécdotas etnográticas,
nunca trabajo de campo». Mostraban una genuina lástima hacia igual que habían hecho mis profesores en su día, y extraer un
aquellos colegas infradotados y dejaban sentado que para ellos la prolijorelato quc tendría callados a mis alumnos durante diez
Cuestión estaba clarisima. Ellos habían estado alli, y habían vis minutos. También se adquiere una variada serie de técnicas para
to las cosas sobre ed terreno. No había nada más que decir. apabullar a la gente. Mc viene a la mente el recuerdo de una oca
Después de enseñar durante varios años las doctrinas orto sión ejemplar. Me encontraba yo en un congreso, más tedioso aún
doxas
accptadas en un departamento de antropología no especial. de lo normal, charlando educadamente con varios superiores míos,
mente renombrado, quizá había llegado el momento de cambiar. entre ellos dos etnólogos australianos de aspecto tealmente som
No me fue fácil decidir si hacer trabajo de campo era una de esas brío. De repente, como si hubieran recibido una señal acordada,
tareas desagradables, como el servicio militar, que había que su- los demás desaparecieron y me dejaron expuesto a los horrores de
trir en silencio, o si por el contrario se trataba de uno de los «pri los antípodas. Tras varios minutos de silencio, propuse cautelo-
vilegios» de la profesión por el cual había que estar agradecido. samente tomar una copa con la esperanza de romper el hielo. La
Las opiniones de mis
colegas no me fueron de mucha ayuda. La etnógrafa hizo una mueca de repugnancia. «jNa! -exclamó, tor
mayoría habían tenido tiempo suficiente para envolver sus expe cicndo el gesto con desagrado-. De eso ya hemos visto bastante
riencias en un resplandor rosado de aventura romántica. El hecho
en el desierto.» El trabajo de campo te da la gran ventaja de po-
de haber realizado
trabajo de campo es como una licencia para der pronunciar frases de este tipo, que, con todo merecimiento,
ponerse pesado. Amigos y parientes sufren una tremenda desiiu-
es están vedadas a los mortales inferiores.
sión si cualquier tema, desde cómo se
hace la colada a cómo debe Y sospecho que ha sido la utilización de tales latiguillos lo
tratarse un restriado común, no se acompaña con una salsa de que ha dotado de esa valiosa aura de cxcentricidad a los grises
reminiscencias etnográlicas. Las viejas anécdotas se convierten en
pobladores de los departamentos de antropología. Los antropó
viejos amigos y pronto no quedan sino los buenos momentos del
logos han tenido suerte en lo que se retiere a su imagen pública.
trabajo de campo, con sólo unas pocas muestras aisladas de
dicha que des Es notorio que los sociólogos son avinagrados e izquierdistas pro
no pueden ser olvidadas ni sumergidas en la euforia veedores de desatinos o perogrulladas. Pero los antropólogos se
18
19
han situado a los pies de santos hindúes, han visto dioses extra- neral era que esos diarios no debían haberse hecho públicos, que
ños, presenciado sitos repugnantes y, haciendo gala de una auda- resultaban «contraproducentes para la ciencia», que eran injusti-
cia suprema, han ido a donde no había ido ningún hombre. Están, ficadamente iconoclastas y que provocarían todo tipo de faltas de
pues, rodeados de un halo de santidad y divina ociosidad. Son respeto hacia los mayores.
santos de la iglesia británica de la excentricidad por mérito pro- Todo esto es síntoma de la intolerable hipocresía típica de
los tepresentantes de la disciplina, que debe ser combatida cada
pio. La oportunidad de convertirse en uno de ellos no debía ser vez que se ptesente la ocasión. Con esta intención me propongo
rechazada a la ligera.
En honor a la verdad, también cabla la posibilidad -por re- escribir el relato de mis propias experiencias. Aquellos que han
mota que fuera- de que el trabajo de campo hiciera alguna con- pasado por los mismos trances no encontrarán aquí nada nuevo,
en los aspectos que las monogra-
tribución de importancia al conocimiento humano. Aunque, a pri pero haré precisamente hincapié
mera vista, parecía bastante improbable. El proceso de recogida fías etnográficas normales suelen tildar de «no antropológicos»,
o «tútiles». En mi actividad profesional,
siem-
de datos resulta en sí mismo poco atractivo. No son precisamente «no pertinentes»
han atraído prioritariamente los niveles más elevados de
datos lo que le falta a la antropología, sino más bien algo inte pre me
mediante el
ligente que hacer con ellos. El concepto de «coleccionar maripo- abstracción y especulación teórica, pues únicamente
terreno se accederá a una posible interpretación.
No
sas» es corriente en la disciplina, y caracteriza con propicdad las avance en ese
modo más seguro de tener una
apartar los ojos del suelo es el
actividades de muchos etnógrafos e intérpretes
scumular bonitos ejemplos de
fracasados que se
costumbres curiosas cla- visión parcial y falta de interés. Así pues, este libro puede
servir
limitan a
demostrar los estudiantes, y ojalá
balanza
para reequilibrar la
a
sificadas geográfica, alfabéticamente, o en términos evolutivos, y
acabada guarda
también a los no antropólogos, que la monografía
según la moda de la época. cruda realidad en que
Francamente, entonces me pareció, y me lo sigue pareciendo relación con los «sangrantes pedazos» de la
transmitir algo de la experiencia del
tra-
se basa, así como para
ahora, que la justificación del estudio de campo, al igual que la han pasado por ella.
de cualquier actividad académica, no reside en la contribución a
bajo de campo a los que no
de campo» metido
Tenía ya el gusanillo de «hacer trabajo
la colectividad sino en una satisfacción egoísta. Como la vida m o habría de crecer como hacen siempre
en la cabeza, y la semilla
nástica, la investigación erudita no persigue sino la perfección de estas cosas. «Por qué voy a querer hacer trabajo
le
de campo?»,
la propia alma. Esto puede conducir a alguna finalidad más amplia, él hizo un aparatoso gesto
pregunté a un colega. En respuesta,
pero no debe juzgarse tan sólo sobre esa base.
Sin duda, esta opi- repertorio
al de sus clases. Se
que yo reconocí como perteneciente
nión no contará con la aquiescencia ni de los estudiosos conserva alumnos preguntaban cosas como
usaba en ocasiones en que los hacía
dores ni de los que se consideran revolucionarios. Ambos grupos
la verdad?», o «Cómo se escribe "gato"?». No
están afectados por igual de un temible fervor y un engreimiento aQué es

falta decir nada más. irrefrenable de


está pendiente de un deseo
relamido que les impide ver que el mundo no
Es ficción amable pensar que
una
se considera de
sus palabras. VIVIr entre un único pueblo
de este planeta que
trascendencia para el resto
de la
Por esta razón, cuando Malinowski, el «invcntor» del trabajo positario de un secreto de gran
de campo, se reveló en sus diarios como un vehículo pura y sim- a los antropólogos,
que sugerir que traba
raza humana c o n s u m e
cundió la haberse casado
con

plemente humano, y bastante defectuoso por lo demás, Jen en otro lugar es como sugerir que podían
En
También l había sentido exasperado por los «ne- insustituible compañero espiritual.
indignación. se
alguien que no fuera su

gros», atormentado por la lujuria y el aislamiento. El parecer ge- 21

20
mi caso, había hecho la tesis doctoral sobre materiales publicados
o manuscritos en inglés antiguo. Como expresé no sin cierta
un
vago interés por un área determinada de estudio y raro es el
tulancia entonces, había «viajado en el tiempo, no en el pe que sabe de qué tratará su tesis antes de haberla escrito.
La frase ablandó a mis examinadores, espacio» Los meses siguientes los pasé oyendo relatos de la obstaculi
que, no obstante, se sintie
ron obligados a alzar un dedo
amonestador y advertirme que en
zación gubernamental en la zona de Indonesia entremezclados con
poticias de atrocidades y desastres acaecidos en toda Asia. Final
el futuro debía circunscribir mis estudios a áreas
geográficas más mente
empezaba a inclinarme por el Timor portugués. Estaba se
convencionales. No debía pues lealtad a ningún continente en par- guro de que el simbolismo cultural y los sistemas de creencias
ticular y, al no haberme especializado durante la
licenciatura, tam- me interesaban más que la política o el proceso de socialización
poco me pelía ningún lugar. Tomando como base la premisa de urbana y Timor parecía ofrecer todo tipo de interesantes posibi
que el resultado del estudio es reflejo del pueblo estudiado lidades, con sus diversos reinos y sus sistemas de alianza pres-
más que imagen de los que lo han
estudiado, Africa parecía con criptiva que obligaban a los cónyuges a estar unidos por un de-
mucho el continente más insulso. Tras el genial inicio terminado grado de parentesco. Parece ser una constante que los
que supuso
Evans-Pritchard, los trabajos habían ido cayendo rápidamente en sistemas simbólicos cdaros y precisos aparezcan con mayor nitidez
la pseudosociología y la descripción
de sistemas de descendencia en lugares donde se dan tales fenómenos. A punto estaba de po-
como todos integrados, y aunque reanimaban un poco al en-
se nerme a elaborar un proyecto cuando los periódicos empezaron
trar, chirriando, en la consideración de temas «difíciles» como el a llenarse de noticias de guerra civil, genocidios e invasiones. Apa-
matrimonio prescriptivo y el simbolismo, en lo fundamental no rentemente, los blancos temían por su vida y el hambre asomaba
se apartaban de la imagen «sencilla y prudente» que querían dar. en el horizonte. El viaje quedó anulado.
La antropología africana debe de ser una de las Procedi entonces a consultar con varios expertos del ramo,
pocas áreas donde
la ramplonería llega a ser considerada un mérito. Sudamérica que coincidieron en sugerir que regresara a Africa, donde los per
pa-
recía fascinante, pero, por lo que me habían contado los misos para investigar eran más fáciles de obtener y las condiciones
los problemas políticos hacían dificilísimo
colegas,
más estables. Me hablaron de los bubi de Fernando Poo. Para
trabajar allí; por otro
lado, daba la impresión de que todo el mundo trabajaba a la quienes no han tenido nunca contacto con Fernando Poo, diré que
sombra de Lévi-Strauss y de los se trata de una isla situada frente a la costa occidental de Africa;
antropólogos franceses. Oceanía
podía ser una opción fácil en lo relativo a condiciones de vida, sin antigua colonia española, forma hoy parte de Guinca Ecuatorial.
embargo, no sé por qué, todos los estudios de esa área terminaban Empecé a husmear en la bibliografía. Todos los autores mostraban
pareciéndose. Por lo visto los aborígenes tenían el monopolio de la misma actitud desfavorable respecto de Fernando Poo y los
los sistenmas de matrimonio endemoniadamente
complejos. La In- bubi. Los británicos lo despreciaban por ser un lugar «donde es
dia podía ser un sitio a un desaliñado0
espléndido, pero antes de empezar a hacer muy probable que a media tarde uno se encuentre
nada relevante había que pasarse cinco años tuncionario español todavía en pijama», y se extendían nostálgi-
aprendiendo
las len-
consideraciones sobre el tórrido y fétido ambiente
guas necesarias. El Lejano Oriente? Me documentaría lo que camente en

pudiera. las numerosas enfermedades a las que ofrecía refugio. Los explo-
Consideraciones tales podrían ciertamente ser tachadas de su- radores alemanes del siglo xLX menospreciaban los indígenas por
a

ofrecía las mis-


perficiales, aunque muchos de mis coetáneos, y posteriormente sus degenerados. Mary Kingsley decía de la isla que
respectivos alumnos, se han guiado por esas mismas pautas. Al mas posibilidades que un montón de
carbón. Richard Burton, por
a todo el mundo vendo alli y vol
fin y al cabo, la mayoría de las investigaciones tienen su inicio en lo visto,había dejado pasmado
23
22
viendo vivo. En resumen, una perspectiva deprimente. Por suerte
para mí, o eso creí yo entonces, el dictador local inició una po-
lítica de matanzas de la oposición, utilizando el término en sen
tido amplio. Ya no podía ir a Fernando Poo.
Llegados a este punto, otro colega vino en mi ayuda llamán-
dome la atención sobre un grupo extrañamente olvidado de ha
bitantes paganos de las montañas de Camerún. Así me presenta
ron a los dowayos, que se convertirían en «mi» pueblo, para lo
bueno y para lo mao, de entonces en adelante. Sintiéndome un
poco como la bolita del juego del «Millón», emprendi la búsqueda
del pueblo dowayo.
Un repaso del índice bibliográfico del Instituto Africano In
ternacional me reveló varias referencias escritas por administrado-
Tes coloniales franceses y un par de viajeros de paso. Lo que de-
cían bastaba para demostrar que eran interesantes; rendian culto
a las calaveras por ejemplo, practicaban la circuncisión, tenían un
lenguaje especial hecho de silbidos, momias y una gran repu-
tación de recalcitrantes y salvajes. Mi colega me dio los nombres
de un misionero que había vivido con ellos durante años y de un
par de lingüistas que estaban estudiando el idioma. Asimismo me
señaló la tierra de los dowayos en el mapa. Parecía que la cosa
iba en ser10.
Me puse a trabajar de inmediato, olvidado ya el problema de
si en realidad quería ir o no. Los dos obstáculos que me queda-
ban por salvar eran, a saber, conseguir dinero y autorización para
investigar.
De haberme percatado desde el principio de que me aguar
daban dos años de esfucrzos constantes para hacerme con las dos
cosas al mismo tiempo, quizá habría regresado a la cuestión de
si todo aquelo valía la pena. Pero por fortuna mi ignorancia me
resultó útil y comencé a aprender el arte de arrastrarse para re-
caudar fondos.

24

También podría gustarte