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¡Disfruta de tu lectura!
-Patty & Reshi

Achilles Kasis Majo L Paola AG @RoseMarley Viv_J

Dayana LilyCarstair99 Moon M Ravel Steph M Wanda


Irais -M Ornella Remy Tefy Yoseapm

-Patty Wanda Paola AG Remy Tefy

Wes / Jani LD

-Patty
SINOPSIS GLOSARIO DEDICATORIA

Prólogo: La invitación Capítulo 27


PARTE I Capítulo 28
Capítulo 1 Capítulo 29
Capítulo 2 Capítulo 30
Capítulo 3 Capítulo 31
Capítulo 4 Capítulo 32
Capítulo 5 Capítulo 33
Capítulo 6 Capítulo 34
Capítulo 7 PARTE III
Capítulo 8 Capítulo 35
Capítulo 9 Capítulo 36
Capítulo 10 Capítulo 37
Capítulo 11 Capítulo 38
Capítulo 12 Capítulo 39
Capítulo 13 Capítulo 40
Capítulo 14 Capítulo 41
PARTE II Capítulo 42
Capítulo 15 Capítulo 43
Capítulo 16 Capítulo 44
Capítulo 17 Capítulo 45
Capítulo 18 Capítulo 46
Capítulo 19 Capítulo 47
Capítulo 20 Capítulo 48
Capítulo 21 AGRADECIMIENTOS
Capítulo 22 SL & TI
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Un antiguo misterio. Una unión improbable. Para una joven princesa en
peligro, un peligroso deseo podría ser la única respuesta…

Es la princesa de Bharata, capturada por los enemigos de su reino, prisionera


de guerra.
Ahora se enfrenta a un futuro de exilio y desprecio, Gauri no tiene nada que
perder. Pero, ¿debe confiar en Vikram, el notoriamente astuto príncipe de una tierra
vecina?
Él le promete su libertada a cambio de su destreza en la batalla. Juntos pueden
formar un equipo y ganar el Torneo de los Deseos, una competición celebrada en una
ciudad mítica en la que el Señor de la Riqueza promete un deseo al vencedor.
Parece un plan infalible, hasta que Gauri y Vikram llegan al torneo y descubren
que el peligro adopta nuevas formas: cortesanos venenosos, traviesos pájaros de
cuento, un festín de miedos y retorcidas fiestas de hadas. Nuevas pruebas pondrán a
prueba su devoción, su fuerza y su ingenio.
Pero lo que Gauri y Vikram pronto descubren es que no hay nada más peligroso
que lo que más desean.

La Reina Tocada por las Estrellas#2,


La siguiente lectura contiene palabras que pueden resultar confusas para el
lector, por tal razón, nos hemos dado a la tarea de crear este glosario de términos
para ustedes.

 Bharata: Es un Reino
 Ujijain: Es un Reino
 El Otro Mundo: Es uno de tantos Reinos, oculto entre ellos
 Mundo de las Tinieblas: Hogar de los demonios
 Naraka: el reino de los muertos (Pertenece al Mundo de las Tinieblas)
 Dharma Raja: el señor de la justicia en el Más Allá. Rey del mundo de los
muertos. Es la muerte.
 Raja: es un título monárquico equivalente a rey o gobernante, tradicional en
el subcontinente indio y el sudeste asiático.
 Bazar Nocturno (perteneciente al Otro Mundo)
 Yakshini: Criaturas mitológicas femeninas que custodiaban los tesoros de la
tierra y a menudo se las considera el equivalente de `hadas`
 Raksha: Un ser demoníaco, aunque no siempre malévolo.
 Apsaras: Una ninfa celestial conocida por bailar y asociada con el agua y las
nubes.
 Makara: Un dragón marino comúnmente utilizado como vehículo para las
deidades del agua y representados como guardianes de un Templo
 Vanara: Seres parecidos a monos con poderes divinos que fueron creados
para pelear batallas en la Antigua epopeya india, El Ramayana
 Vishakanya: Una mujer joven alimentada con veneno hasta que su contacto
se vuelve toxico. Se dice que fue utilizada como asesino contra enemigos
poderosos en la antigua india.
Para mis hermanos, Mónica y Jayesh.
Y para todos los hermanos que se niegan a ser personajes
secundarios en el cuento de nadie.
Son leyendas en lo que hacen.
LA INVITACIÒN
Traducido por Paola AG
Corregido por Paola AG & -Patty

Vikram había pasado suficiente tiempo con la amargura que sabía cómo
retorcer y adormecer el sentimiento. Esta noche, no recurrió a sus años de
experiencia. En lugar de eso, dejó que los dientes ácidos y chasqueantes de la
amargura le mordieran el corazón. Mientras caminaba hacia la red de cabañas
de madera que formaban el ashram, el eco de risa flotaba en el aire. Se quedó en
la oscuridad, un extraño compartía una broma que todo el mundo conocía.
Desde que tenía ocho años, había pasado una parte de cada año en el
ashram, aprendiendo junto a otros nobles. Todos los demás resentían la parte
del año en la que regresaban a sus reinos y soportaban tener que poner sus
lecciones en uso. Vikram no. Cada vez que regresaba a Ujijain, se le recordaba
que su educación era una formalidad. No una base. Él prefería eso. No tener
expectativas significaba aprender sin miedo a ser limitado y tener opiniones sin
miedo a expresarlas. Sus pensamientos preferían el terreno fértil del silencio. El
silencio agudizaba la astucia, lo que le hizo abrazar el título que el imperio de su
padre le había dado, aunque a regañadientes:
Príncipe Zorro1.
Pero astuto o no, en el momento en que entró en el ashram, no sería capaz
de ignorar las celebraciones de otro príncipe llamado a gobernar en casa. Pronto,
Ujijain lo llamaría a casa. ¿Y entonces qué? Los días se desangrarían juntos. La
esperanza se marchitaría. Sería más difícil burlar al consejo. Más difícil hablar.
Apretó los puños. Esa amargura se volvió burlona. ¿Cómo ha pasado tantos años
creyendo que estaba destinado a más? A veces creía que su cabeza era un gruñido
de mitos y cuentos populares, donde la magia sacaba príncipes ignorados de las
sombras y les daba una corona y una leyenda para vivir. Solía esperar el momento
en el que la magia le cubriera los ojos con un nuevo mundo. Pero el tiempo
convirtió sus esperanzas en algo aburrido y sin luz. El Consejo de Ujijain se había
encargado de ello.
Cerca de la entrada del ashram, un sabio estaba sentado junto a las
llamas mortecinas de un fuego ceremonial. ¿Qué hacía un sabio aquí a estas
horas? Alrededor de su cuello, el sabio llevaba la piel de una mangosta dorada.
No una piel. Una mangosta de verdad. La criatura estaba durmiendo la siesta.
—Ahí estás —dijo el sabio, abriendo los ojos—. Te he estado esperando
bastante tiempo, Príncipe Zorro.
Vikram se quedó quieto, con una sospecha que le punzaba en la columna
vertebral. Nadie le esperaba. Nadie lo buscaba. La mangosta que rodeaba el cuello
del sabio bostezó. Algo salió de la boca de la criatura. Vikram lo alcanzó, su
corazón se aceleró cuando su mano se cerró alrededor de algo frío y duro: un
rubí. El rubí brillaba con una luz antinatural.
La mangosta bostezó... ¿Joyas?
—Presumido —dijo el sabio, golpeando a la mangosta en la nariz.
Las orejas de la criatura se aplanaron en señal de reproche. Su pelaje
brilló en la oscuridad. Brillante como el oro verdadero. Brillante como... la magia.
Cuando era un niño, Vikram pensó que el encantamiento lo salvaría. Incluso
trató de atraparlo. Una vez puso una red para atrapar a un yaksha que concedía
deseos y acabó con un muy indignado pavo real. Cuando se hizo mayor, dejó de

11En inglés Fox es tanto Zorro como Astuto, además como un extra, el Zorro es un animal
muy astuto.
intentarlo. Pero no podía renunciar a la esperanza. La esperanza era lo único que
se interponía entre él y un trono que sólo sería suyo de nombre. Agarró el rubí
con más fuerza. Palpitaba, estremeciéndose mientras una imagen bailaba en su
cara: una imagen de él. Sentado en el trono. Poderoso. Liberado.
Vikram casi dejó caer el rubí. La magia se aferraba a su cuerpo. La luz de
las estrellas corría por sus venas, y el sabio sonrió.
—¿No puedes hablar? Así, así, pequeño Príncipe Zorro. Tal vez todas las
palabras están golpeando contra tu cabeza y simplemente no puedes alcanzar y
arrebatar la correcta. Pero soy amable. Bueno, tal vez no. La bondad es una cosa
bastante blanda. Pero me encanta prestar ayuda. Esto es lo que deberías decir:
¿Por qué estás aquí?
Sorprendido, lo único que pudo hacer Vikram fue asentir.
El sabio sonrió. A veces una sonrisa era poco más que un trozo de dientes.
Y a veces una sonrisa era un cuchillo que cortaba el mundo en dos: antes y
después. La sonrisa del sabio pertenecía a esto último. Y Vikram, que nunca
había estado ansioso, sintió como si todo su mundo estuviera a punto de ser
reorganizado por esa sonrisa.
—Estoy aquí porque me has convocado, principito. Estoy aquí para
extender una invitación para un juego que tiene lugar cuando el siglo ha
envejecido. Estoy aquí para decirte que el Señor de la Riqueza y los Tesoros olió
tus sueños y los siguió hasta encontrar tu corazón hambriento y tu astuta
sonrisa.
El rubí en la palma de Vikram tembló y se agitó.
La luz carmesí irrumpió en frente a sus ojos y vio que el rubí no era un
rubí, sino una invitación en forma de joya. Se sacudió... desplegando un
pergamino de oro que decía:

EL SEÑOR DE LA RIQUEZA Y LOS TESOROS LE INVITA CORDIALMENTE AL


TORNEO DE LOS DESEOS.
Por favor, presenta el rubí y una verdad secreta a los guardianes de la
puerta en la luna nueva.
Este rubí vale para dos entradas vivas.
Al ganador se le concederá el deseo de su corazón.
Pero sepan ahora que el deseo es una cosa venenosa.

Vikram levantó la mirada del pergamino. Distantemente, sabía que


debería estar asustado. Pero el miedo palidecía comparado con la esperanza que
lo acuchillaba. Esa parte sombría de él que había anhelado algo más no era una
fantasía de la infancia que se había torcido con la edad. Quizás siempre había
sido una premonición. Como el conocimiento enterrado en el alma y no en la
vista. Cosas verdaderas pero ocultas.
El sabio asintió al rubí. —Mira y ve lo que te espera.
Miró, pero no vio nada.
—¡Intenta cantar! El rubí quiere sentirse amado. Seducido.
—Yo no llamaría a mi voz cantante seducción —dijo Vikram, encontrando
su voz—. Más bien sacrilegio, sinceramente.
—No es el sonido de tu canción lo que saca la verdad. Es la sinceridad.
Como esto...
El sabio no cantó ninguna canción, sino una historia. La historia de
Vikram. Una imagen grabada en el rubí. Vikram agarrando al Emperador con
una mano y sujetando con fuerza un manojo de flores azules en la otra. Las voces
se deslizaban fuera de la gema: el descontento disgusto, el título: Heredero de
Ujijain, pronunciado en torno a una carcajada.
Vio el futuro que le había prometido Ujijain: una vida inútil de lujo con la
cara del poder. Vio la pesadilla de una larga vida, día tras día de quietud. Su
pecho se apretó. Prefería morir.
La voz del sabio no tenía tono. Pero tenía textura, como una dispersión de
monedas de oro.

Si quieres un trono, tendrás que jugar


El Señor de los Tesoros ama sus juegos y cuentos
Un corazón deseoso le alegrará el día
O puedes malgastar tu vida contando fracasos
Pero dilo, principito, di que jugarás a este juego
Si tú y un compañero juegan, nunca serán los mismos.

Las cabañas del ashram se acercaban y los fuegos crepitaban como


topacios. La idea echó raíces en la mente de Vikram. Había construido su vida
sobre el deseo del imposible poder verdadero, el reconocimiento, un futuro, y
ahora la magia lo había encontrado en el momento en que dejó de buscar. Le dio
vida a todos esos viejos sueños, llenándolo con la más terrible de las preguntas:
¿Y si...?
Pero incluso cuando su corazón saltó para creerlo, las palabras del sabio
le hicieron hacer una pausa.
—¿Por qué has dicho compañero?
—Es un requisito de tu invitación.
Vikram frunció el ceño. Los príncipes del ashram nunca le habían
inspirado fe en los equipos.
—Encuentra al que brilla, con sangre en los labios y colmillos en el
corazón.
—Suena como si fueran difíciles de perder.
—Para ti, doblemente —dijo el sabio. Su voz se expandió. No del todo
humana. El sonido surgió de todas partes, goteando del cielo, creciendo de la
tierra—. Di que vas a jugar. Juega el juego y puede que ganes tu imperio, no sólo
la cáscara de su nombre. Sólo tienes una oportunidad para aceptar.
El sabio cortó su mano sobre las llamas. Las imágenes se derramaron
como joyas: Un palacio de marfil y oro, surcado por arroyos negros donde las
estrellas atrapadas se retorcían y entregaban su luz. Había profecías grabadas
en los marcos de las puertas, y el cielo no era más que un océano ondulado donde
leyendas desechadas acuchillaban el agua. Mil yakshas y yakshinis arrastraban
escarcha, zarzas del bosque, bazofia del estanque y cornetas nubladas. Se
estaban preparando para algo. Vikram sintió como si hubiera probado sus sueños
y estuviera hambriento de más.
La magia le punzaba en los huesos, rogándole que dejara esta versión de
sí mismo detrás. Se inclinó hacia delante, con el corazón acelerado para seguir el
ritmo del presente.
—Sí —respiró.
Como si pudiera decir algo más.
El momento se dividió. En silencio, el mundo volvió a caer sobre sí mismo.
—¡Excelente! —dijo el sabio—. Nos veremos en Alaka en la luna nueva.
—¿Alaka? Pero eso es, quiero decir, pensé que era un mito.
—Oh, querido muchacho, llegar allí es la mitad del juego —El sabio guiñó
un ojo—. ¡Bien para dos entradas vivas!
—¿Y dos salidas vivas?
—Me gustas —rio el sabio.
En un parpadeo, desapareció.
PARTE I:
La chica
PARA SER UN MOUNSTRO
Gauri
Traducido por Paola AG
Corregido por Paola AG & -Patty

La muerte estaba al otro lado de las puertas de la cámara. Hoy me


encontraría con ella no con mi armadura habitual de cuero y cota de malla, sino
con la de seda y cosméticos. Uno podría pensar que una armadura era más fuerte
que la otra, pero un labio rojo era su propia cimitarra y un ojo oscurecido por el
kohl podía apuntar con la misma precisión que una flecha con punta de acero.
La muerte podría estar esperando, pero yo iba a ser una reina. Tendría mi
trono, aunque tuviera que labrar un camino de sangre y huesos para recuperarlo.
La muerte podía esperar.
El baño estaba hirviendo, pero después de seis meses en una mazmorra,
se sentía lujoso. Las columnas de fragancia giraban lentamente a través de las
cámaras del baño, llenando mis pulmones con... un atar de rosas. Por un
momento, los pensamientos de hogar me ahogaron. El hogar, con los focos de
flores silvestres y los templos de piedra arenisca, con la gente cuyos nombres
había llegado a murmurar en mis oraciones antes de dormir. El hogar, donde
Nalini habría estado esperando con una broma irónica e inapropiada, su corazón
lleno de confianza que yo no merecía. Pero ese hogar había desaparecido. Skanda,
mi hermano, se había asegurado de ello, ya que ningún hogar en Bharata me
daría la bienvenida.
El asistente de Ujijain que debía prepararme para mi primer y
probablemente último encuentro con el Príncipe de Ujijain no habló. Entonces
¿Qué se le dice a quien está a punto de ser condenado a muerte? sabía lo que se
avecinaba. Lo había deducido de los guardias fuera de mi calabozo. Quería
información, así que fingí pesadillas. Había practicado una cojera. Les hice creer
que mi reputación no era más que un rumor. Incluso dejé que uno de ellos me
tocara el pelo y me dijera que quizás podría convencerse de conseguirme mejor
comida. Todavía estoy orgullosa de haber sollozado en lugar de arrancarle la
garganta con mis dientes. Valió la pena. La gente tiene una tendencia a querer
consolar a las cosas pequeñas y rotas. Me dijeron que mantendrían mi muerte
rápida si sólo sonreía para ellos una vez más. Y odiaba que me dijeran que
sonriera. Pero ahora conocía la rotación de los guardias. Sabía cuáles cuidaban
las heridas de batalla y cómo entraban al palacio. Sabía que ningún centinela
custodiaba la puerta oriental. Sabía qué los soldados sonreían a pesar de su mala
rodilla. Sabía cómo escapar.
Mi cabello colgaba en cuerdas húmedas contra mi espalda mientras me
deslizaba en la seda. No hay ropa de cama gruesa para la Princesa de Bharata.
La realeza tiene las ventajas más extrañas. En silencio, el asistente me condujo
a una cámara contigua donde las paredes de plata formaban gigantescos espejos
pulidos.
Alambiques de cristal llenos de aceites perfumados, pequeñas vinajeras
de kohl y monederos de seda con perlas y polvos de carmín se agolpaban en una
mesa baja. Pinceles de caña y marfil tallado con forma de utensilios de escritura
captaban la luz. La nostalgia me acorraló. Tuve que juntar las manos para evitar
extender la mano sobre los cosméticos familiares. Las madres del harén me
habían enseñado a usarlos. Bajo la tutela de mis madres, aprendí que la belleza
puede ser conjurada. Y bajo mi instrucción y la de Nalini, mis madres
aprendieron que la muerte podía esconderse en la belleza.
En Bharata, Nalini había encargado unas delgadas dagas que podían
doblarse en horquillas enjoyadas. Juntas, habíamos enseñado a las madres a
defenderse a sí mismas. Antes de Nalini, solía robar tijeras y colarme en la forja
para que el herrero me enseñara el equilibrio de una espada. Mi padre me
permitía aprender junto a los soldados, diciéndome que, si me empeñaba en
mutilar algo, entonces bien podrían ser los enemigos de Bharata. Cuando murió,
el campo de entrenamiento de Bharata se convirtió en un refugio de Skanda. Allí,
estaba a salvo de él. Y no sólo a salvo, sino que no hacía daño a nadie. Ser un
soldado era la única manera de mantener a salvo a la gente que amaba.
Era mi manera de reparar lo que Skanda me hizo hacer.
La asistente me tiró de la barbilla. Tomó una herramienta (la equivocada,
me di cuenta) y raspó el pigmento rojo en mis labios.
—Permítame... —empecé, pero me hizo callar.
—Si hablas, me aseguraré de que mi mano resbale cuando use esa
herramienta afilada alrededor de tus ojos.
Princesa o no, yo seguía siendo el enemigo. Respeté su furia. Su lealtad.
Pero si ella estropeaba mis cosméticos, eso era una historia diferente. Cerré los
ojos, tratando de no estremecerme bajo las ministraciones de la asistente. Intenté
imaginarme en cualquier otro lugar que no fuera este, y la memoria me sacó de
mis propios pensamientos y me llevó de vuelta a cuando tenía diez años,
sollozando porque mi hermana, Maya, había dejado Bharata.
Mi madre Dhina me había secado las lágrimas, me había subido a su
regazo y me había dejado ver cómo se aplicaba los cosméticos del día.
Así es como nos protegemos, Beti. Cualquier insulto o daño que se nos sea
arrojados a nuestra cara, estas son nuestras barreras. No importa lo rotos que nos
sintamos, es sólo la pintura que duele.
Siempre podemos lavarla.
Un suave cepillo pasó por mi mejilla, esparciendo un fino polvo de perlas
pulverizadas por mi piel. Sabía, por las madres del harén, que el polvo podía
hacer que la piel pareciera tan incandescente como mil mañanas. También sabía
que, si el polvo entraba en tus ojos, la arenilla te haría llorar y te robaría
temporalmente la vista.
El aroma del polvo caía sobre mí como un manto desgastado y familiar.
Inhalé profundamente, y volví a tener dieciséis años, preparándome para la
celebración del monzón del palacio. Arjun dijo que parecía un farol y le saqué la
lengua. Nalini también estaba allí, llevando desafiantemente el atuendo de su
pueblo: un fajín rojo estampado alrededor de un salwar kameez de seda cosido
con miles de espejos en forma de luna.
Un año más tarde, cuando Arjun se convirtió en el general, le dije que
tenía la intención de tomar el trono de Skanda. Había protegido a mi pueblo tanto
como pude de su reinado. Pero no podía quedarme al margen. Ya no. Sin
preguntar, Arjun comprometió su vida y sus soldados a mi causa. Seis meses
después de eso, hice mi movimiento para tomar el trono de mi hermano. Mi
hermano era astuto, pero protegería su vida antes que su reinado. Pensé que con
Arjun y sus fuerzas apoyando mi candidatura al trono, podría asegurar una
transferencia de poder sin sangre.
Me equivoqué.
La noche que intenté tomar el trono, llevé mi mejor armadura: labios rojos
por la sangre que no derramaría y kohl nocturno por el secreto que había reunido.
Recordé el miedo, cómo había maldecido en voz baja, esperando con un puñado
de mis mejores soldados bajo un arco de piedra húmeda. Y recordé el pálido
florecimiento de los hongos metidos en los pliegues de la piedra, blancas como
perlas y piel de cadáver. Eran lo único que podía ver en la oscuridad. Recordé
haber emergido en la sala del trono. Había practicado mi discurso tantas veces
que cuando me di cuenta de lo que había pasado, no pude convocar otras
palabras. Pero recordé los cuerpos en el suelo, los relámpagos que rompían el
cielo nocturno como un huevo. Recordé la cara de Arjun junto a mi hermano:
tranquilo.
Él lo había sabido.
—Hecho —dijo la asistente, acercando un espejo a mi cara.
Mis ojos se abrieron de golpe. Hice una mueca al ver mi reflejo. El
pigmento rojo había traspasado los límites de mis labios, haciéndolos parecer
gruesos y manchados de sangre. El kohl se había manchado de forma desigual.
Parecía magullada.
—Le queda bien, princesa —dijo la asistente con voz burlona y
complaciente—. Ahora sonríe y muéstrame la famosa sonrisa con hoyuelos de la
Joya de Bharata.
Pocos sabían que mí, famosa sonrisa con hoyuelos, era una cicatriz.
Cuando tenía nueve años, me había cortado con una cizalla sin filo después de
fingir que la escultura de madera de un raksha era real y que pretendía comerme.
El destino te sonríe, niña. Incluso tus cicatrices son hermosas, dijo la madre Dhina.
A medida que la cicatriz me recordaba lo que la gente elegiría ver si se lo
permitías. Si se lo permites. Así que le sonreí a la asistente, y esperé que viera
una sonrisa con hoyuelos, y no la cicatriz de una niña que empezó a entrenar con
cosas muy afiladas desde una edad muy temprana.
Los ojos de la asistente viajaron desde mi cara hasta el collar de zafiro en
el hueco de mi garganta. Instintivamente, lo agarré.
Me extendió la palma de la mano. —Al Príncipe no le gustará que lleves
algo que él no ha otorgado personalmente.
—Me arriesgaré.
Era lo único que tenía de mi hermana, Maya. No me desprendería de él.
El collar de mi hermana era más que una joya. El día que Maya volvió a
Bharata, no la reconocí. Mi hermana había cambiado. Como si se hubiera
arrancado la realidad de un mundo y hubiera vislumbrado algo más grande por
debajo de él. Y entonces ella había desaparecido, lanzándose entre el espacio de
un rayo de luna y una sombra. El collar era un recordatorio de que debía vivir
por mí misma como lo había hecho Maya. Pero también era un recordatorio de la
pérdida. Una magia vasta y difícil de manejar me había robado a mi hermana, y
cada vez que miraba el colgante, recordaba que no debía confiar en cosas que no
podía controlar. El collar me decía que pusiera mi fe en mí misma. En nada ni en
nadie más. No sólo quería creer en todo lo que el collar significaba. Necesitaba
esos recordatorios. Y moriría antes de separarme de él.
—A mí me gusta bastante su aspecto. Tal vez me lo quede —dijo la
asistente—. Démelo. Ahora.
La empleada agarró el collar. Aunque sus brazos eran delgados, sus dedos
eran fuertes. Me pellizcó la piel, arañando el cierre.
—Da. Me. Lo. A mí —siseó. Apuntó un codo huesudo a mi cuello, pero
bloqueé el golpe.
—No quiero hacerte daño.
—No puedes hacerme daño. Los guardias me han dicho lo débil que eres
en realidad. Además, aquí no eres nadie —dijo la asistente. Sus ojos estaban
brillantes, como tocados por la fiebre—. Dame el collar. ¿Qué te importa?
¿Después de todo lo que te has llevado? ¿No es lo menos que puedo quitarte, un
maldito collar?
Sus palabras picaron. No me gustaba matar. Pero nunca había dudado
en elegir mi vida sobre la de otro.
—Mis disculpas —dije con voz ronca, apartando su mano de mi cuello.
Antes había sido gentil, cuidadosa de no dañar a la flaca y desconsolada
que estaba frente a mí. Esta vez, ella retrocedió, con sorpresa y furia iluminando
su rostro.
Tal vez la chica había perdido a su amante, o a su prometido, o a su padre
o hermano. No podía permitirme preocuparme. Había aprendido esa lección de
joven. Una vez, había liberado a los pájaros del harén. Cuando Skanda se enteró,
cubrió mi piso con alas rasgadas y me dijo que la jaula era el lugar más seguro
para los pájaros tontos. En otra ocasión, Skanda había castigado a la madre
Dhina y prohibió a los cocineros de palacio que le enviaran la cena. Le di la mitad
de la mía. Me hizo pasar hambre durante una semana. Esos fueron sólo los casos
en los que fui la única persona perjudicada. Mi hermano me había enseñado
muchas cosas, pero nada más importante que una: El egoísmo significaba la
supervivencia.
Cuidar me había costado el futuro. El cuidado me había atrapado bajo el
pulgar de Skanda y forzado mi mano. El cuidado había robado mi trono y
condenado todo lo que había querido. Eso era lo único que importaba.
La asistente se abalanzó hacia delante y yo reaccioné. Enganchando mi
pie detrás su pantorrilla, y tiré. Me abalancé con mi puño derecho (más fuerte de
lo que debía), más fuerte de lo que necesitaba, hasta que mi mano conectó con
su cara. Cayó hacia atrás con un grito de dolor, derribando una delgada mesa
dorada. Una nube de perfume estalló en el aire. En ese momento, el mundo sabía
a azúcar a rosas y a sangre. Di un paso atrás, con el pecho agitado. Esperé a que
se levantara y luchara, pero no lo hizo. Se sentó con las piernas cruzadas debajo
de ella, con los brazos rodeando su delgada caja torácica. Sollozaba.
—Te llevaste a mi hermano. No era tuyo. Era mío —dijo la chica. Su voz
sonaba confusa. Joven. Las lágrimas mancharon sus mejillas.
—Eres un monstruo —dijo.
Aseguré el collar.
—Todos tenemos que ser algo.
ROSAS ARDIENTES
Gauri
Traducido por Paola AG
Corregido por Paola AG & -Patty

Los guardias me desataron las muñecas y me metieron en una habitación


roja. Esperé a que se fueran antes de sacar una pequeña bolsa de seda con polvo
de perlas que había birlado de la mesa de cosméticos. Repetí el endeble plan en
mi cabeza: Tirar el polvo en los ojos, amordazarlo y robarle las armas. Si el Príncipe
hacía algún ruido, yo le pondría la daga en la garganta y pediría un rescate. Si
no hacía ningún sonido, le obligaría a liberarme por su propia vida. Sabía que no
podría llegar muy lejos por mi cuenta, pero la mayoría de la gente podía ser
sobornada, y si el soborno no funcionaba, las amenazas siempre lo hacían.
Me alegré de que no me hubieran llevado a una sala del trono. La última
vez que estuve en una sala del trono, Skanda había arrancado mis esperanzas
para el reino y destruyó mi futuro.
Arjun no me miró a los ojos. Y se negó a levantar la vista cuando su nueva
novia y mi mejor amiga fueron arrastradas a la habitación. Nalini se hundió en sus
de rodillas. Su mirada era frenética: saltaba de un lado a otro de mí a Arjun y los
muertos en el suelo. El cuchillo de Skanda estaba presionado en su garganta,
afilado y lo suficientemente cerca como para que brotaran gotas de sangre en su
piel.
— Sé lo que quieres —dijo Skanda.
Cerré los ojos, silenciando el recuerdo. Miré alrededor de la habitación,
preguntándome qué esquina era la mejor posición para atacar. En un extremo,
un enrejado de rosas cubría la pared. Se me apretó el pecho. Solía cultivar rosas.
Un enrejado por cada victoria. Me encantaba ver los pétalos rojo sangre
desplegarse alrededor de las espinas. Mirarlos me recordaba el amor de mi
pueblo: rojo como la vida. Un mes antes de que Skanda me arrojara sobre la
frontera de Ujijain, les había prendido fuego en un estado de embriaguez. Cuando
llegué allí, ya era demasiado tarde. Cada pétalo se había rizado y ennegrecido.
—Crees que estas flores son muestras del amor de Bharata por ti —había
malinterpretado—. Quiero que veas, hermanita. Quiero que veas lo fácil que es que
todo lo que planeas, amas y cuidas arda en llamas.
Nunca olvidaré el aspecto de las rosas en llamas. Todos esos pétalos
escarlata volviéndose incandescentes y furiosos. Como el último destello del sol
antes de que un eclipse se lo trague el cielo.
—Crees que te aman ahora, pero eso no dura. Tú eres la rosa. No ellos. Ellos
son las llamas. Y nunca verás lo rápido que te prenderas en fuego hasta que te
engullan. Un paso fuera de la línea que trazo, y ellos te prenderán fuego.
Le di la espalda a las rosas.
Elegí un rincón de la habitación, y luego hundí mis dientes en el interior
de mi mejilla. Era un hábito que había adquirido en la víspera de mi primera
batalla. Los nervios me habían hecho castañetear los dientes, así que saqué un
espejo y me miré a mí misma. La mirada no ayudaba, pero me gustaba el aspecto
de mi cara. Los pequeños movimientos hacían que mis pómulos parecieran tan
afilados como cimitarras. Y cuando apretaba los labios, me sentía peligrosa, como
si escondiera cuchillos tras mis dientes. Morderme las mejillas se convirtió en
una tradición de batalla. Hoy entré en una batalla.
Una puerta en la distancia crujió. Repasé lo que sabía sobre el Príncipe de
Ujijain. Lo llamaban el Príncipe Zorro. Y dada la forma en que algunos de los
soldados habían dicho celosamente su nombre, no parecía un nombre dado
porque su cara tenía rasgos de animal. Pasaba parte de cada año en un ashram
donde toda la nobleza enviaba a sus hijos. Se dice que es brillante. No es bueno.
Débil con las armas. Excelente. A los guardias les gustaba contar la historia de
su prueba con el consejo. El príncipe Vikram tuvo que someterse a tres tareas
para ser nombrado heredero de Ujijain: dar una nueva vida a los muertos,
mantener una llama que nunca se quema, y entregar el arma más fuerte del
mundo. Para la primera tarea, talló un trozo de corteza para convertirlo en un
cuchillo, demostrando que incluso las cosas desechadas pueden tener una nueva
vida. Para la segunda tarea, liberó mil frascos de luciérnagas y sostuvo los
pequeños insectos en su mano, demostrando que podía sostener una llama que
nunca se quemaba. Y para la última tarea, dijo que había envenenado al consejo.
Desesperados por el antídoto, el consejo lo nombró heredero. El Príncipe Zorro
reveló entonces que había mentido y demostró cómo la creencia en sí misma era
el arma más fuerte del mundo.
Ponía los ojos en blanco cada vez que escuchaba la historia. Sonaba como
algo que los aldeanos con una imaginación inquieta hilarían junto al fuego. Había
oído otro rumor sobre él. Algo sobre su filiación. Que era un huérfano que había
movido a piedad al Emperador. Pero dudaba que el vicioso Emperador se
conmoviera de tal manera. Los guardias me dijeron que el Emperador mantenía
grandes bestias a su lado que podían desgarrar la garganta de cualquiera que se
atreviera a cruzarse con él.
Unos pasos se arrastraban por el pasillo. Aferré la bolsa de seda con polvo
de perlas. El Príncipe podría ser inteligente y elocuente, pero no se puede hablar
de la muerte y yo no iba a darle la oportunidad de hablar. Toda mi inteligencia
me decía que no era rival para mí. Lo tendría de rodillas y rogando por su vida en
cuestión de momentos.
Una última puerta se abrió.
El Príncipe Zorro estaba aquí.
NEGRO INVIERNO
Vikram
Traducido por Paola AG
Corregido por Paola AG & -Patty

Los dos últimos días se difuminaron tras los ojos de Vikram. En el


ashram, un mensajero de Ujijain había estado esperando para llevarlo de vuelta
al palacio. Apenas escuchó lo que dijo el mensajero. Algo sobre una urgencia
diplomática. Vikram lo ignoró. Sus pensamientos estaban en otra parte,
atrapados dentro del rubí. Incluso ahora, su piel se sentía demasiado apretada,
como si sus huesos hubieran absorbido la promesa de la magia y apenas pudiera
caber dentro de sí mismo. De pie fuera de la sala del trono de Ujijain, echó una
mirada por la ventana. Un nuevo futuro le llamaba. Su cuerpo se sentía inquieto.
Con hambre. Las puertas se abrieron. El canto de los pájaros, las plumas y garras
raspando llenaron sus oídos.
—Su Majestad le verá ahora, Príncipe Vikramaditya.
Durante la última década, su padre había convertido la sala del trono en
una casa de fieras. El techo se elevaba fuera del alcance y la cálida luz del sol se
encharcaba a través de las ventanas de cristal. Los excrementos de las aves
salpicaban los tapices. Enormes extensiones de las alfombras habían sido
arrancadas por las garras de varios animales.
—¡Hijo! —dijo el emperador Pururavas.
Vikram sonrió. Su padre, corpulento y a punto de perder la vista, se
adelantó hacia delante. Sobre uno de sus hombros se sentaba un mono dorado
de un solo ojo. Un gran leopardo caminaba a su lado. Le faltaba una de sus patas,
pero el animal parecía más regio que la mitad de la corte. Se mantenía protector
a su lado apoyándose en el viejo Emperador como si quisiera apuntalarlo contra
la pesada mano del tiempo.
Vikram miró a los animales. —Veo que no has perdido tu afición a recoger
a los débiles e indefensos.
El Emperador arrugó su frente. —No veo que se quejen.
—¿Por qué lo harían? Están agradecidos. Como yo.
Se sonrojó. —No eres una cosa rota que rescaté.
¿No lo era, sin embargo? Hace once años, el Emperador lo encontró
agachado sobre el borde de un acantilado. Sus miembros y la piel estaban
intactos, pero las piezas de su corazón se habían roto y cortado desde el interior.
Vikram nunca supo lo que el Emperador vio en él ese día. Podría haberle arrojado
algunas monedas e irse. Pero no lo hizo. Lo llevó a un palacio, llenó el hueco de
su corazón y le dio una corona para su cabeza.
—¿Te alimentan en ese ashram? —preguntó Pururavas. Él pinchó a
Vikram en las costillas—. Deja de pasar el tiempo corriendo. Pareces más
huesudo.
—Quieres decir más delgado.
—¡Y tú eres tan enjuto como una moringa!
—Quieres decir más alto.
Se rio. —Siempre has tenido facilidad de palabra. Serás un buen
gobernante.
—Querrás decir marioneta —dijo Vikram, antes de poder contenerse.
La cara del Emperador cayó. —Otra vez no, muchacho. Tal vez con el
tiempo puedas convencer al consejo de que se someta a tu juicio. Eres tan
inteligente como cualquier príncipe nacido de verdad.
Vikram se atragantó al pensar en convencer al consejo. Ya lo había
intentado cuando le presentaron las Pruebas Reales. Les había mostrado una
nueva vida, una llama que nunca se quemó y el arma más fuerte con nada más
que un trozo de madera, un insecto brillante y una mentira. Pero todo su éxito (o
rendimiento), como algunos todavía lo llamaban, le había valido un apodo y una
reputación.
—¿Para qué me has traído aquí, padre? —preguntó—. Su mensajero dijo
que era un asunto de urgencia diplomática. ¿Está el leopardo peleando con el
mono?
El leopardo, cuyo hocico descansaba sobre su pata, resopló indignado.
—Es una situación curiosa. Bharata está dispuesto a entrar en
negociaciones de paz con nosotros. Pero sólo si ejecutamos públicamente a un
prisionero que nos han enviado. El prisionero, sin embargo, es la princesa Gauri.
Las cejas de Vikram se dispararon.
—... ¿La joya de Bharata? —se burló. Era un título ridículo. Y entonces
recordó que su propia gente lo comparaba con un animal de dientes afilados, y
cola esponjosa y dejó de sonreír—. Pensé que estaba en la línea para tomar el
trono después del Raja Skanda. Dudo que haya engendrado un hijo después de
todo este tiempo. ¿Por qué la querrían muerta?
—No lo dirán.
Cuando oyó hablar por primera vez de la princesa, una punzada de
envidia le había apuñalado. ¿Qué había hecho ella para ganarse el trono, aparte
de haber nacido en el lugar adecuado? Tenía reputación de guerrera, pero las
reputaciones son resbaladizas. A menudo eran poco más que hilos de rumores
ensartados. A diferencia de él, ella probablemente nunca tuvo que luchar por
nada.
—¿Y el Consejo de Ujijain está dispuesto a considerar esto? Podría ser una
trampa. No hay nada que induzca más a la guerra que una princesa querida
convertida en mártir. Todos seríamos masacrados.
—El Consejo quiere que anuncies la ejecución. Sería tu primer decreto
real, y sería el comienzo de un tratado con Ujijain.
—Hubiera pensado que primero intentarían una alianza incruenta.
Otra lección de gobierno que había recogido era esta: Si no puedes ganar
contra ellos, cásate con ellos. El Emperador se sonrojó.
—Se lo ofrecimos, pero... la prefieren muerta.
—Esa es una versión de misericordia, supongo.
Las palabras se impusieron. Sería su primer decreto real. Su corazón se
hundió. Sólo su padre y el consejo sabían que no era el hijo biológico de
Pururavas. Todos los demás en el reino creían que había sido un niño enfermizo,
demasiado débil para los eventos reales hasta los siete años. Su padre creía que
la sangre no hacía ninguna diferencia. Pero el consejo creía lo contrario. Para
ellos, él siempre sería una ilusión de poder, con los verdaderos hilos sujetados
fuertemente en las reuniones a las que no se le permitía asistir.
—Quieren que anuncie la ejecución de la Princesa como mi primer edicto
real. ¿Pero qué hay de ti?
—Tomaré un papel más consultivo.
—No. Tú serás el refuerzo en caso de que las cosas se agraven.
—Vikram, yo...
—El consejo no está seguro de esta decisión por lo que tendrá una nueva
cara que anuncie el plan. Y si el plan no se cumple bien, pueden formalmente
renunciar a mi reclamo al trono y restituirte como soberano.
—Eso es en el peor de los casos, hijo mío —dijo. Para su crédito, no mintió.
Sin embargo, un ligero temblor sacudió su voz.
—Cuidado, padre. Alguien podría oír que me reclama como propio —dijo
Vikram con frialdad—. Pero, ¿cómo puede salir esto de la manera en que ellos
quieren? El consejo no quiere la guerra.
Y entonces la idea cobró sentido.
Vikram esperó que la rabia se apoderara de su corazón, pero no sintió
nada. Por un momento, el mundo se redujo a la casa de fieras y no había nada
en ella sino seda arruinada, bestias lisiadas y excrementos de pájaros.
—Por supuesto —dijo en voz baja—. El consejo no quiere la guerra. Sólo
buscan librarse de dos errores a la vez. Eliminar a la heroína popular de Bharata,
y aceptar el ultraje si Bharata no cumple sus promesas. Como una muestra de
buena voluntad, me obligarán a dejar el “poder” y probablemente me harán vivir
en un ashram por el resto de mi vida. Y si todo va como está previsto, La heroína
popular de Bharata es removida y yo permaneceré en el trono como un rey
marioneta. Inteligente. Casi estoy tentado a felicitarlos.
Los hombros de Pururavas cayeron, y Vikram se ablandó. Su padre podría
convencer a un a un leopardo salvaje para que apoyara su cabeza en su regazo,
pero nunca podría persuadir al consejo para que Vikram fuera un verdadero rey.
Décadas de complacencia habían chupado la médula de la voz del Emperador. La
sala del trono debería haber sido una sede del poder, pero en el reinado de su
padre, se había convertido en un corralito de animales heridos.
—Recibí la palabra del consejo de que siempre estarías bien provisto y que
recibirías un perdón dentro del próximo año si las cosas se agriaban —dijo, con
la voz vacilante—. Mantendrías el estatus, se te concedería tierra. Y esperaba que
tal vez pudiéramos aprovechar tu papel como rey para encontrar un matrimonio
ventajoso...
—No.
La mano de Vikram cayó a su lado, golpeando su pantalón. Algo afilado
se encontró con su palma. El rubí. Juega el juego y todavía puedes ganar tu reino,
no sólo la cáscara de su nombre. Ya había permanecido aquí lo suficiente. El fuego
corría por sus venas. Podría cambiar esta vida.
—Haré lo que me pides, padre.
Pururavas levantó una ceja. —¿Qué quieres a cambio?
—¿Soy tan predecible? ¿Nunca doy sin recibir? —preguntó Vikram,
sonriendo—. Ahora que mencionas lo que me gustaría, eso me recuerda que me
gustaría irme un mes antes de tomar el trono. En la historia del imperio, es
costumbre que el heredero pase un mes fuera, meditando. Usted mismo hizo lo
mismo, padre. Rey marioneta o no, el consejo debería al menos querer que
mantenga una ilusión de decoro.
Su padre lo miró con astucia, y luego suspiró.
—Para alguien tan decididamente contrario a la tradición, ¿qué ha
provocado esto?
—¿Patriotismo? —intentó Vikram.
Pururavas se cruzó de brazos. —El patriotismo no es la razón. ¿Dónde vas
a ir?
—Sé a dónde ir. Tengo que averiguar cómo llegar.
—Hablas con acertijos.
—Siempre he tenido facilidad de palabra.
—Un mes —dijo el Emperador, con los ojos vidriosos por las lágrimas—.
No puedo comprar más tiempo que eso. Pero dile a la Princesa. El consejo necesita
saber que has hablado con ella.
Vikram hizo una mueca. —En la víspera antes de irme, ¿quieres que
condene a una chica a la muerte?
—Deseas ser un rey, ¿no es así?
Vikram salió de la casa de fieras de su padre. Los guardias le llevaron por
un pasillo pintado de un rojo vivo y brillante. Se retorció las manos. Lo último
que quería antes de irse era una princesa inconsolable suplicando por su vida.
Nunca la había conocido. ¿Qué iba a decir? “Un placer conocerla. Además, mi
reino va a ejecutarte al amanecer. Adiós”.
Se mordió un gemido, abrió la puerta y se dejó caer en la primera silla. La
princesa Gauri estaba de pie cerca de las ventanas, su cuerpo bloqueando la luz.
Era alta. Casi tan alta como un hombre. Pero fueron sus ojos los que lo detuvo.
Eran tan negros como las noches de invierno. Negros como el sueño. Por un
segundo, lo paralizaron.
Antes de que pudiera hablar, ella corrió hacia él. Su boca estaba
manchada como de sangre. Y si ella parecía un sueño, era sólo para distraer su
mente de darse cuenta de que era una pesadilla.
Algo brillaba peligrosamente en sus manos. Vikram rodó fuera de la silla.
Detrás de él, oyó una serie de maldiciones y luego un chasquido. La Joya de
Bharata había roto la pata de la silla y ahora la sostenía sobre su cabeza. Levantó
la vista, dispuesto a razonar con esta princesa loca, y se quedó sin aliento. Motas
brillantes se aferraban al aire a su alrededor. Ella brillaba.
Encuentra al que brilla, con sangre en los labios y colmillos en el corazón.
Y entonces habló—: Acércate a mí, y te mataré tan rápido que no tendrás
tiempo de pedir ayuda.
EL PRÌNCIPE ZORRO
Gauri
Traducido por Majo L
Corregido por -Patty

Mi plan con el polvo de perlas no había funcionado. No importa. Yo tenía


algo afilado en mis manos, y eso es todo lo que importaba. Eché una mirada
rápida sobre el príncipe. Sin un cinturón de armas. Solo una persona que nunca
había cenado en la mesa de miedo se negaría a llevar un cuchillo. Príncipe
mimado, mimado. Él Probablemente nunca luchó por nada en su vida. Eché un
vistazo rápido a la puerta. Sin sonido. Nadie vendría por él. Si lo necesitara,
podría terminar con él ahora mismo y todavía se escabulliría de los pasillos antes
de que el guardia borracho se despertara desde el final de su turno. Pero el
Príncipe aún podría tener algo útil en su persona, tal vez una reliquia de un
broche o una cosa decorativa que yo podría vender en un mercado por al menos
una docena de mercenarios.
La luz de las velas brillaba detrás de él, enviando sus rasgos a un
inescrutable difuminar. Era un grupo de miembros delgados. Joven, imberbe, de
hombros anchos y esbelto. Ni siquiera se molestó en ponerse de pie después de
haber salido rodando de su silla. En cambio, se sentó, se inclinó hacia adelante
y juntó los dedos. Sus dedos eran largos y delgados, afilados y limpios. Tenía las
manos de un erudito. No es un soldado.
—Esta es posiblemente la reunión más emocionante que he tenido. Hay
que seguir.
Mis hombros cayeron. —¿Qué?
—Tienes demandas, me imagino. Escuchémoslas. Entré a la habitación
resignado, y ahora estoy intrigado.
—Estás sentado
—Brillante observación, Gauri —Miró hacia abajo—, cierto. Mi intriga es
completamente supina. Pero odiaría hacer de ti una mentirosa. ¿Puedo ponerme
de pie?
Bajé la pata rota de la silla hasta su garganta.
—Adelante. Pero si intentas gritar, te prometo que ni siquiera saldrá de tu
garganta.
Se levantó. Para su crédito, no parpadeó ni tembló. Quizás era valiente. O
criminalmente estúpido. Inclinó su cuerpo hacia la luz y estudié sus
características. No podría ser mucho mayor que yo. El cabello oscuro caía sobre
su frente. Los ojos marrones dorados se clavaron en los míos. Era guapo de una
manera que me hizo querer patearlo. Y luego inclinó la cabeza. Como un zorro.
Había algo tramposo en su expresión: boca irónica, ojos pensativos.
—Gracias princesa —Se inclinó con cautela, consciente de la pata de la
silla—. Obviamente quieres algo o me habrías matado en el acto. O quizás no
podrías. Escuché rumores de que eres una experta soldada, pero entre usted y
yo, ambos sabemos que la reputación de los miembros de la realeza son en gran
parte falsedades.
La molestia me recorrió la piel. Mi vida estaba llena de príncipes como él.
A veces, incluso enviaba sus propuestas de matrimonio con un solo destello.
Olvidé cuánto tiempo había pasado desde que tuve una reunión formal. Cuando
me mantuvieron prisionera, todo lo que pude hacer fue gritar mis demandas:
agua, limpia ropa de cama, más comida, y ahora prácticamente me había
olvidado de este baile de velos amenazas y palabras doradas.
—Quiero salir de Ujijain —espeté.
Sutil. Debería haberse resistido y negarse rotundamente. En cambio,
levantó una ceja. como si dijera: ¿Eso es todo?
—Qué falta de inspiración. Se suponía que eras la heredera del trono de
Bharata —reflexionó—, y ahora no tienes nada. Sin embargo, ¿todo lo que me
pides es pasaje seguro? ¿No quieres más?
Por supuesto que quería más. Quería mi trono y la seguridad de mi
pueblo. Quería liberarlos de Skanda.
—Me enviaron aquí para decirte que te ejecutarán —dijo en un susurro.
No me sorprendió. Skanda me había dicho tanto cuando me atrapó:
Piénsalo de esta manera, hermana. Tu muerte incluso podría ser útil. Nosotros
podríamos tener un nuevo aliado si hacen lo que yo les exijo. Y luego me tenían
amordazada, atada, arrojada en la parte trasera de un carro y arrojada sobre la
frontera, donde un grupo de búsqueda de Ujijain me encontró al amanecer.
El Príncipe me miraba con extrañeza. Ningún hombre me había mirado
así. Los hombres me habían mirado con admiración, miedo, lujuria. Ellos miraron
con incredulidad de quién era yo. Me miro con incredulidad a quien yo podría
ser.
—Te quiero… —comenzó.
Fruncí el ceño, presionando la pata de la silla contra su cuello.
—Moriría antes de dejar que me tocases.
—Primero sería yo quien moriría. Ahora eres tú que se ofrece a morir antes
de tocarme —dijo—. Otro hombre podría ser insultado. Ahora, si me permites
terminar...
Yo lo fulminé con la mirada.
—Te daré tu libertad y más a cambio de tu ayuda como compañero... en
un juego.
El anhelo fundido iluminó su mirada. Podía ver directamente adentro,
deseo hambriento en sus ojos. Me encendió. Porque lo vi en mi misma.
—¿Qué tipo de juego?
Él dudó. Giró algo en sus dedos, un rubí bastante grande que brilló con
luz propia. —Un juego mágico —Lanzó el rubí al aire y lo atrapé.
—¿Qué es?
—Juego de magia. Si estoy convencido, espero que sea bueno —dijo con
total naturalidad—. Como tú, tengo todo para ganar y nada que perder.
Esto era una tontería.
Tenía casi la intención de golpearlo en la cabeza con la pata de la silla y
escapar mientras pueda. El rubí en mi palma se estremeció, lanzando una luz
escarlata que se tragó mi mirada. Era como si alguien hubiera enganchado un
hilo a través de mi columna vertebral y se detuvo. Estaba fuera de mí. Fuera de
esta habitación. Parecía fuera del tiempo mismo. El rubí tenía una promesa. Me
vi en el trono, Nalini de pie a mi lado con la cabeza en alto. Vi un mundo sin mi
hermano y el traidor Arjun. Esta magia se sintió como si hubiera mirado mi
destino de reojo, como si nunca lo hubiera visto por lo que era y ahora la
esperanza de lo que quería la mayoría aparecía brillante y escabrosa en los
rincones de mi corazón. Yo había vislumbrado suficiente magia cuando Maya
desapareció para saber cómo debería sentirse. Un susurro y un rugido, una
maravilla fundiéndose en los huesos, obligándote a creer que nunca podrías vivir
sin él. Cuando la luz me soltó, yo me sentí deshuesada y pálido
El príncipe Vikram me arrancó el rubí de la mano y me miró sin decir
palabra. dejó caer la pata de la silla. Mi aliento era débil y frío, traqueteando en
mi pecho. había creído en la magia desde que vi lo imposible: mi hermana
regresando del cementerio de los recuerdos de Bharata y desapareciendo en el
Bosque Chakara. Pero reconociendo el encanto y sintiéndolo surgir dentro de mí,
era diferente. El rubí se sintió como una invocación. Una costura torciéndose
abierta dentro de mi corazón, burlándose de mí con todo lo que podría pasar si
solo me atreviera a aprovecharlo. Y sin embargo... el terror atravesó esas
imaginaciones. Esa... esa cosa había llegado a mi corazón y había mantenido mis
esperanzas a la luz como si fueran nada más que trozos de vidrio coloreado.
Desde que perdí a Maya en el bosque, odié la magia. Se tragaba gente
como de la forma en que se tragó a mi hermana. En lugar de dejarme un cuerpo
para llorar, el Otro Mundo me había dejado con un cofre lleno de precaución y
una cuerda de pesadillas. Incluso si el encantamiento pudiera ayudarme, no
quería tener nada que ver con él. Forjaría mi propia victoria. No se necesita magia.
—¿Bien? —preguntó el príncipe.
Observé el gran rubí. Podría venderlo por oro para comprar una
tripulación completa de mercenarios. Y si matara al heredero de Ujijain, nuestros
dos países entrarían en suficiente confusión como para que pudiera deslizarme
en Bharata sin ser notada, liberar a Nalini y aprovechar el caos. Skanda no sabría
nada sobre la guerra.
Solo yo podría mantenerlos a salvo. Pero primero tenía que salir, lo cual
significaba que necesitaba a este príncipe tonto para liberarme bajo cualquier
pretexto que fuera necesario.
—Háblame de este juego.
Sonrió, pensando que había ganado.
—Se llama el Torneo de los Deseos. Los ganadores reciben un deseo. ¿No
es eso más tentador que la mera libertad de Ujijain? Si te libero, tendrías mucha
suerte como mendigo durante una hambruna. Pero ¿imagina lo que podrías hacer
con un deseo? Podrías recuperar tu trono, princesa. Estoy adivinando lo perdiste,
ya que tu propia gente te quiere muerta.
Se me secó la garganta. Un deseo. En ese segundo, sentí la mano de mi
hermana llegar a través del tiempo para agarrar mis dedos. Su voz narradora,
como el anochecer y cariño, derramado a través de mis pensamientos: …Dicen
que el Señor de los Tesoros organiza un torneo para los mejores y lo peores, los
soñadores y los rotos. Jugará un juego diferente de cualquier torneo que hayas
jugado. Puede que tengas que encontrar tu verdadero nombre en un castillo de
estrellas, o luchar con tu voz de un demonio, o beber veneno y comer miedos...
Mi hermana me había contado esa historia cuando tenía siete años.
Nunca lo había olvidado. Pero reprimí el deseo de entenderlo. No pondría mi vida
en la misericordia de la magia. Había pasado bastante de mi vida bajo el control
de Skanda.
No cambiaría un tirano por otro.
—El Torneo en sí se lleva a cabo en una ciudad de tesoros
inconmensurables y poder. Dudo que muchos hayan oído hablar de...
—Alaka —susurré. Solo cuando escuché mi voz me di cuenta de que
pronuncié el nombre en voz alta. Mi mano se trasladó a mi collar.
Vikram me miró con dureza. —¿Cómo sabes eso?
—¿Importa? —espeté, dejando caer mis dedos—. Sé que es un reino en el
Otro Mundo. El palacio de los yakshas y yakshinis. Se dice que son los
guardianes de los tesoros encontrados en árboles, ríos y cuevas.
Parpadeó.
—También es el hogar de Kubera, el Señor de los Tesoros y el guardián
del norte —murmuré.
—Entonces eres un erudito y un soldado. Qué inusual para una princesa.
Me reí. —Las mujeres de Bharata son cantantes, artistas, soldados y
académicas. No soy diferente a ellas.
—¿Cómo conoces esas historias?
—Tengo oídos —dije. No mencionaría a Maya—. Me has dicho lo que
obtendré de este deseo, pero ¿y tú? Eres el heredero, ¿qué ¿más podrías querer?
Por un momento, su expresión se nubló antes de encogerse de hombros
con gracia. —Lo quiero todo.
Reconocí una desviación cuando escuché, pero sus secretos significaban
nada para mí. Al girar el rubí en mis palmas, encontré un pequeño grabado en la
joya que no había aparecido hasta ahora. Era el contorno de un hombre
arrastrándose sobre manos y rodillas.
—Es un boleto. Para dos entradas vivas en el juego.
—¿No dos salidas vivas?
Maldije por dentro. ¿Por qué estaba preguntando siquiera? No tenía ganas
de jugar esto
Él sonrió. —Yo hice la misma pregunta. Quizás ganar es la única manera
de irse. Entonces. Princesa Gauri, Joya de Bharata y ex heredera del trono.
¿Serás mi socia?
Absolutamente no. Eché un vistazo al rubí en mi mano. El momento en
que estuviéramos fuera de Ujijain, lo mataría y tomaría la joya.
Observé su rica ropa.
Esos también tendrían un buen precio. Y si le robara la ropa y le cortara
garganta, su muerte parecería como si un ladrón se hubiera apoderado de él. Sin
culpar a Bharata. Sonreí.
—¿Cuánto tiempo tenemos para llegar allí? —pregunté.
Su sonrisa era toda victoria. —Luna nueva.
—Eso es en tres días.
—Es cierto que no estoy muy seguro de cómo llegar allí —dijo el Príncipe.
empapando sus dedos.
—¿Le preguntaste al rubí?
Sus ojos se agrandaron. —¡Princesa, tienes un genio incalculable! Nunca
pensé en hacer la cosa más obvia. Adelante, pregúntale cómo para llegar a Alaka.
Vea qué respuesta obtiene.
Realmente lo iba a mutilar. Murmuré la pregunta en el rubí. La joya giró
y un trozo de pergamino brotó del cristal.

Alaka está pasando el lugar donde los recuerdos devoran y el lugar que
contiene la respiración para acabar con los cobardes.

Puede que no quisiera tener nada que ver con la magia, pero aun así hizo
algo en mí. Las palabras del pergamino envuelven mi corazón. Cuando Parpadeé,
escuché la voz de Maya en la oscuridad, narrando historias de grandes aventuras
que siempre encontrarían su camino en mis sueños luego.
Pero el recuerdo de ella se derrumbó en fragmentos de pesadilla. Yo nunca
lo sabría lo que le ocurrió a ella.
—Útil —dije, tratando de no vacilar.
—Lo he estado pensando sin parar. Necesitamos una entrada a un lugar
de magia. Al principio consideré entrar por los Campos de Cremación, pero no
tengo ningún deseo de terminar en Naraka.
—¿Sabes a dónde ir o no? —pregunté con impaciencia.
—¿Podemos realmente saber algo?
Puse los ojos en blanco. —¿Qué tan pronto podemos irnos?
—No tan rápido, princesa. Quiero que seas mi socio, pero necesito una
demostración de que tu reputación es más que un rumor. No puedo defendernos
a los dos y no tengo ningún problema en admitir que te dejaría morir.
—Por fin, hemos encontrado algo en común —dije con dulzura—. Siento
lo mismo acerca de ti.
Se puso de pie, apoyando las piernas en lo que supuse que pensaba que
era una postura de lucha. Pero su equilibrio estaba fuera del centro y sus piernas
no estaban dobladas lo suficiente para soportar un impacto. Su postura no era
más que postura. —Desármame.
—No me aprovecho de los débiles.
—Eso no es lo que he escuchado.
Algo incorrecto que decir. Hice un giro a la izquierda, cayó. Naturalmente.
Él no era un luchador o estratega. En segundos, estaba de espaldas.
—Eso no cuenta —jadeó—. Me desarmó tu belleza.
—Fuiste desarmado por una patada rápida.
—Eso también.
Se movió para ponerse de pie y puse mi pie en su pecho. —No haré esto
para ti o para cualquier persona. No vuelvas a pedirme que vuelva a hacer algo
así.
Me miró fijamente. —¿Ya terminaste?
—Sí.
—¿Puedo levantarme?
—No.
—Veo que te gustan tus hombres con sus egos destrozados.
—Solo cuando me siento generosa.
Él rió. —Mis disculpas.
—Nos vamos al anochecer —dije—. Y quiero mis armas y mi ropa
Metió las manos detrás de la cabeza como en una almohada antes de
mirar al techo. —Hecho. Ahora, ¿podrías quitarme el pie del pecho?
UNA MANZANA DORADA
Gauri
Traducido por Majo L
Corregido por -Patty

El Zorro cumplió solo la mitad de su palabra. Cuando volví a la celda de


mi prisión, la ropa había sido metida discretamente debajo de una baldosa de
madera suelta. Yo todavía no tenía mis cuchillos, no es que culpe al príncipe.
Era, tal vez, la primera cosa inteligente que había hecho. Ahora todo lo que tenía
que hacer era esperar hasta el anochecer cuando él, supuestamente, me sacaría
de esta prisión y lo haríamos. Escapar.
Por primera vez en meses, dejé que mi mente divagara hacia la esperanza
de volver a Bharata. Cuando volviera, no habría duda de a quien le pertenecía el
trono. Mi hermano se hundiría de rodillas o caería en pedazos. Nalini quedaría
libre.
Habían pasado casi seis meses desde la traición de Arjun. Un ciclo más
de la luna y marcaría el aniversario de la llegada de Nalini a Bharata y del día de
mi cumpleaños. Todavía recordaba el harén preparándose para su llegada. Nalini
era la hija de un importante líder de una tribu en las afueras de Bharata, y su
educación en la corte fue una promesa de paz. Ella sería criada como princesa
de Bharata y casada con la nobleza. A cambio, sus parientes mantendrían las
fronteras seguras.
Nalini llegó el día que cumplí trece años. Inmediatamente después de
llegar, intentó prender fuego al harén y escapar. Su nombre estaba en los labios
de todos, lo que significaba que todos se olvidaron de mí. No me gustó ella
instantáneamente. La semana siguiente traté de vengarme. Skanda estaba
teniendo una celebración a lo largo del paseo marítimo. Las mujeres caminaban
en parejas, protegidas por una pantalla de marfil que rompió nuestra visión del
mundo fuera del harén. Nalini caminó desafiante por la orilla del agua, con la
barbilla en alto y la mirada fija adelante. Saqué mi pie cuando ella pasó.
Ella tropezó, perdió equilibrio y cayó con un fuerte chapoteo en el agua.
Estaba destinado a ser una broma. Pero cuando ella no salió a tomar aire, entré
en pánico. Y así, en medio de todos los gritos de los ciudadanos de Bharata y los
débiles gritos de las esposas del harén... y a plena vista de Skanda, salté detrás
de ella y la empujé hacia la superficie.
—Pensé que sabías nadar —jadeé, tosiendo agua.
Nalini siseó una serie de maldiciones, pero nadie escuchó porque los
aldeanos. proclamas en voz alta—: ¡La princesa Gauri es un héroe!
—¡Alabada sea ella! ¡Alabada sea ella!
—¡Mira cómo salvó la vida de la princesa salvaje!
Eventualmente, Nalini y yo nos volveríamos tan cercanas como hermanas.
Pasaron años antes de que me diera cuenta de cómo ese día se convirtió
en el comienzo de una historia que me atraparía por el resto de mi vida. Skanda
fue quien se aseguró todos me llamaran héroe. Volvió a contar la historia de cómo
me sumergí después de Nalini tan a menudo que confundió los recuerdos de la
gente, hasta que se convirtió en una historia diferente en total. Ser llamada
salvadora me avergonzó. Había hecho algo insignificante y había sido
recompensado por ello. No estuvo bien. Debería haber dicho la verdad. Quizás las
cosas hubieran sido diferentes.
Un sonido ahogado me llamó la atención. Me paré, aplastándome contra
la pared. Siguió un silencioso sonido de arrastrar los pies. Alguien hurgando con
las llaves. La puerta se abrió suavemente y el príncipe se detuvo en el umbral.
—¿Lista? —preguntó.
Asentí con la cabeza, salí y pasé por encima de las formas dormidas de
los ebrios guardias. En el momento en que dejé la habitación atrás, sentí como si
el mundo hubiera estado esperando. El aire pellizcó y se movió a nuestro
alrededor. Agitado e inquieto.
La medianoche se había despojado de estrellas. Ni una sola luz cayó sobre
nosotros mientras corríamos a través de arcos de piedra hasta el cálido almizcle
de los establos. Ni un solo sonido crujimos en nuestras sombras mientras
desatamos dos caballos y salimos traqueteando del palacio. Ni un solo eco de
aliento iluminó nuestro escape. Fue como si nos hubiéramos deslizado en el
momento perdido antes de dormir.
Cabalgamos hasta que el amanecer manchó nubes quemadas por todo el
mundo. Los caballos brillaban de sudor. Para entonces, cualquier magia que nos
hubiera dejado escapar hacia la noche se había levantado. Los pájaros chirriaron.
Mil alas de insectos apuñalaron el aire.
Mi estómago gruñó. Ser una prisionera de palacio eran más mimos que
los que pensaba. Al menos me alimentaron a tiempo. Miré al Zorro. Estaba casi
irritantemente vulnerable. Todavía no llevaba un cinturón de armas. Y, sin
embargo, se mantuvo como si fuera invencible hecho carne. Antes de irnos de
Ujijain, comprobé la mochila colgada de mi caballo. y encontré un par de
cuchillos. No eran mis armas personalizadas, pero todavía escondía uno de ellos
en las mangas de mi túnica. El Zorro llevaba el rubí abiertamente. Brillaba en un
bolsillo poco profundo de su túnica, madura como fruta y rogando ser
desplumado. Demasiado sencillo. Matar a alguien a caballo no era difícil, pero no
quería asustar al caballo. Además…
—¿Cómo te llamo? —preguntó, volviéndose hacia mí. Me quedé helada—.
La joya de Bharata parece demasiado modesto, ¿no crees?
Odiaba ese apodo. Skanda había ordenado que se pronunciara el título en
cada festival.
—Llámame Gauri.
—Qué íntimo.
Yo lo fulminé con la mirada. —Disfrútalo, porque es lo más íntimo que
puede llegar a ser, Príncipe Zorro.
Considérelo una cortesía antes de acabar con usted.
—Prefiero Vikram —dijo, sonriendo como si hubiera revelado un secreto.
Todavía estábamos demasiado cerca de Ujijain para que yo lo matara.
Además, yo quería guiarlo más cerca de Bharata.
—¿A dónde vamos? Dijiste que necesitaríamos acceso a un lugar mágico
primero.
—Ah. Sí —Palmeó el bolsillo con el rubí, pero no lo sacó—, imaginé que el
rubí se convertiría en algo así como una brújula.
—¿Y?
—Mi teoría era incorrecta.
—Entonces... ¿no sabes a dónde vamos?
—Yo no dije eso —dijo—. Vamos al Bosque Chakara. Las leyendas siempre
decían que los Otros Mundos estaban vinculados. Si encontramos una entrada,
encontramos el puente a todos ellos.
Las palabras cortaron mi corazón. El Bosque Chakara fue el último lugar
donde había visto a Maya. La noche en que desapareció, el encanto había ceñido
el mundo apretado, atrayendo los cielos y tentándome a agarrar un puñado de
estrellas directamente del cielo. Saqué el recuerdo de Maya y me centré en la
ventaja. El Bosque Chakara estaba cerca de Bharata. Podría matarlo y vender el
rubí en los mercados para mañana.
Clavé mis talones en mi caballo. —Entonces vamos. No podemos perder
la luz.
Pasó el día. Seguí mirando por encima del hombro, esperando que me
buscaran, pero nadie nos siguió. No era lo suficientemente arrogante como para
asumir que nuestra partida fue tan sigilosa e inteligente que había dejado
perplejo a todo un Reino. Alguna fuerza del Otro Mundo que había roto el sentido
común y lógica. Nos... quería.
Eché un vistazo por encima de mí, como si lo fuera a ver el suave vientre
de la magia se agachó sobre nosotros como una bestia acercándose a su presa.
Al anochecer, habíamos llegado a las afueras del bosque. Incluso en los
flecos, parecía un lugar tocado por la magia. Los árboles no se quedaron en un
lugar. Un charco plateado se derramó sobre raíces entintadas que habían
dormido en la tierra hace solo un momento. Dedos fríos se deslizaron por mi
columna. Sentí la sombra del bosque como algo que partiera mi vida. Si entraba,
la magia que estaba tratando de evitar me tragaría por completo.
Lo que significaba que tenía que matar al Príncipe aquí mismo.
—Deberíamos bajar de los caballos —dije—. Pueden asustarse en la
oscuridad.
Arqueó una ceja, pero saltó sin hacer comentarios. Soldado o no había
algo demasiado astuto en su mirada. Tenía que pillarlo con la guardia baja.
—Aseguraré el área primero —dije, alejándome de él.
—¿Sin un arma? —preguntó, apoyado contra un árbol.
Me quedé quieta. No podía revelar que ya tenía una. Yo busqué a través
del paquete y encontré otro cuchillo. En una inspección más cercana, nunca
había visto una hoja como esta, era afilada con un equilibrio lo suficientemente
fino, pero no había un extraño golpe en la empuñadura. Mal diseñado.
El príncipe sonrió y me indicó que me alejara. Hice un gran espectáculo
de vigilancia en el bosque, pero me mantuve en los bordes sombríos. Esperé mi
momento, esperando la creciente oscuridad antes de que lo acechara. Mantuve
un brazo sobre mi boca para esconder mi respiración y mantuve mis pasos hacia
la suave y silenciosa hierba. El Príncipe estaba de espaldas a mí.
Me abalancé.
Lo agarré por el cuello, presionando el cuchillo contra su garganta justo
como cayó de rodillas. Coloqué mi talón en el empeine de su pie, inmovilizándolo
en su lugar.
—¿No me vas a preguntar si tengo unas últimas palabras? —jadeó.
—Simplemente dilas. Tira el rubí.
Pero él solo sonrió. —Lo que sea para ti, bella princesa.
Metió la mano en el bolsillo y tiró... un trozo de vidrio de color. Un señuelo.
—¿Dónde está el rubí real?
Él se encogió de hombros. —Debí haberlo dejado caer.
—Debes tenerlo. Dámelo.
—Adelante, busca en cada centímetro de mi cuerpo —dijo, guiñando un
ojo—, de hecho, mantenme con vida para eso.
Apreté la hoja con más fuerza y una delgada línea de sangre se filtró del
metal. El príncipe hizo una mueca y luego sonrió. —Inténtalo —dijo.
Terminé con esto. Presioné la hoja con más fuerza y sentí un ligero ceder
en la empuñadura. Como un suspiro. Medio empujón más tarde y la hoja se
partió, cayendo en la hierba. El Príncipe me arrebató la hoja, rodó lejos de mí y
sacudió la suciedad de su cabello.
—Inteligente, ¿no? —dijo, arrojándola detrás de él—. Mi propio diseño.
Tomó Aproximadamente un año para perfeccionar la mecánica. Cualquier
presión asesina rompe la espada.
Me quedé mirando la empuñadura inútil en mi mano. —¿Me diste una
espada falsa?
—Y te mostré un rubí falso —agregó. Sus ojos se encontraron con los míos
y él sonrió—. ¿Qué ibas a hacer, Princesa? ¿Matarme y vender el rubí? ¿Levantar
un ejército por tu cuenta?
Mi boca se abrió.
—Créeme, no tengo ganas de trabajar contigo, pero el rubí me llevó a ti y
se ajusta a la descripción. Piensa en lo que podríamos hacer juntos —dijo—.
Podríamos ver magia. Pero ¿prefieres cerrar los ojos a todo eso para cambiarlo
por un par de mercenarios?
Gruñí, acechando hacia él. —Una hoja habría sido más una muerte
misericordiosa para ti.
La vacilación brilló en sus ojos. Dio un paso hacia atrás en el Bosque
Chakara. Lo seguí, ignorando cómo la magia empapaba el aire, alcanzándome,
susurrando sí, sí, sí.
Vikram levantó las manos. —Considera las posibilidades...
Un destello de oro brilló en los árboles. El aire pasó a mi lado. Vikram hizo
una pausa. Giré mi cabeza en la dirección de lo que fuera que navegara hacia
nosotros. Yo entrecerré los ojos.
¿Una bola? ¿Una roca? Me aparté del camino justo a tiempo para atrapar
la cosa en mi palma. Una manzana dorada se sentó en mi mano. Su corteza
estaba tan bruñida como una miniatura sol. No solo era dorada.
Era de oro puro. Vikram lo miró fijamente. —Es eso…
Las ramas de arriba se partieron. La risa aguda de los monos dividió el
aire graznidos y carcajadas. Llovieron cien albaricoques, cerezas y guayabas
partidas desde el cielo. A través del velo de la fruta, capté la forma de tres
criaturas. Escaneé los árboles. Nada más se unió a ellos. Pensé que los monos
viajaban en manadas enormes, pero estos tres actuaban como un grupo de caza.
O una banda de soldados. Intenté dejar caer la manzana dorada y alcanzar un
palo en el suelo para asustarlos, pero se aferró a mi palma como si le hubieran
crecido pequeñas raíces.
La miel se filtró de la cáscara. La fruta dejó de caer. Vikram se movió a mi
lado justo cuando los tres los monos se acercaron a nosotros. El terror se apoderó
de mi corazón en un puño de frío. Magia se aferró al aire, empujando el aire fuera
de mi pecho. Cuando parpadeé, algo brillaba detrás de los árboles. Un contorno
fantasmal de ciudades. Ojos nocturnos parpadeando abiertos. El Otro Mundo se
sentía como un cuerpo en la oscuridad, una presencia ocultando su verdadero
rostro.
No necesitaba un rubí para decirme que estas criaturas estaban
conectadas al Otro mundo. Caminaban como hombres, vestían pantalones de
montar de oro y uno incluso tenía un casco. El más alto, de pelaje negro con una
cicatriz plateada en la frente, nos miró, una espada brillante reluciendo en sus
manos. Me tensé. Sabía que no podía pelear con una mano, pero no era del todo
inútil. Mágico o no todo sangraba. Un montón de tierra y cáscaras de frutas me
llamó la atención. Lo pateé fuerte, apuntando directamente a los ojos del mono.
—¡Corre! —Le grité a Vikram.
Mi pensamiento era cierto. El mono gritó y dejó caer la espada. Así como
yo alcance la hoja, algo afilado rozó mi garganta. Los cuchillos flotaban en el aire.
Listo para matar. Uno de los monos había obligado a Vikram a arrodillarse. Tres
cuchillos encantados formaron un collar en su garganta.
—Quítanos estas cosas, mono...
—No son monos —siseó Vikram—. Son Vanaras.
Vanaras. Vanaras reales. Repasé lo que sabía sobre ellos de las Historias
de Maya. Astutos. Gobernados por la legendaria reina Tara en el reino frío de
Kishkinda. Sin embargo, no puedo usar esa información. Las historias de Maya
no mencionaron que no eran pequeños, hablaban de monos, pero no de seres
altos que parecían tan fuertes como los mejores soldados de Bharata. Peor aún,
conocían la magia. Y no mostraron ninguna vacilación en blandirla para matar.
—¡Usted! —chilló un vanara, señalando con la cabeza a Vikram—.
Vinimos por ¡usted! Un ladrón siempre regresa al lugar del saqueo.
Los ojos de Vikram se agrandaron. El sudor brillaba en su frente.
¿Es esto lo que querías de la magia?
—No robé nada.
—No puedes engañarnos —dijo una vanara con un pelaje amarillo. El saco
un cuchillo y corto un tajo en el aire. Un delgado rayo de luz se extendía donde
el aire había sido cortado, ensanchándose en una imagen de un hombre corriendo
por un huerto de árboles de huesos. Él metió la mano en la corteza, sacando una
manzana dorada. No había duda de que el hombre: era Vikram. En la imagen, se
escapó con la manzana antes de arrojarla. a través de las ramas. Entonces la
imagen desapareció.
—¿Ves? —dijo el vanara—. Te hemos esperado durante cien años.
—Siempre he esperado envejecer con gracia, pero ¿cien años? Eso es
imposible. Mírame. Ese no puedo ser yo —protestó Vikram—. Yo nunca he visto
un huerto como ese.
Pero los vanaras no le prestaron atención. El vanara amarilla sonrió
despacio. —Sé lo que consiguen los ladrones y las bestias.
—¡Una prueba! —gritó otro.
—Pero la Reina no está aquí —dijo el gris—. Ella nos dejó. Más de mil
lunas han custodiado el cielo desde entonces y nadie la ha visto.
—Lo que la Reina no ve, la Reina no lo regaña.
—Entonces, ¿por qué no decapitarlos y acabar con todo? —dijo el
amarillo—. Me gustan sus caballos.
No podía pelear así, así que busqué una segunda táctica: regatear. —Si
quieren la fruta, ¡tómenla! —grité, sosteniendo mi mano donde la fruta se negó a
moverse.
—Puedes tomarlo y quedártelo, no me importa.
—La fruta te ha reclamado, niña —dijo la vanara gris—. Es inútil para
nosotros ahora. Pero si deseas ver incluso la esperanza de un nuevo día, yo no
comería eso.
Nueva táctica: mentir.
—Si me decapitan, tendrás que responder al ejército de Bharata —dije,
tratando de mantener mi cabeza en alto—. Y no dudarán en masacrar al ganado
Los vanaras se calmaron. —¿Cómo nos llamaste?
El más grande dio un paso adelante. —Reducirías nuestro orgullo y la
antigua raza al de las bestias?
El frío me retorció el corazón. Los cuchillos se clavaron en mi garganta,
en el umbral de sangre y carne. No quería tener nada que ver con la magia y
ahora me iba a matar
—¿Y si somos espías? —dijo Vikram.
Los cuchillos vacilaron.
—¿Espías? —repitió un vanara.
—Sí. Espías. Si nos decapitas primero, nunca sabrás qué tipo de
inteligencia podemos tener. ¿Por qué fue tan fácil para mí robar esa manzana...?
¿y si a otras personas también les resulta más fácil robarla? Podemos decirle
dónde salió mal su protección y enseñarles cómo prevenirlo de que vuelva a
suceder.
Las colas de los vanaras se agitaron.
—Si fuera un juicio —continuó Vikram—, entonces podríamos hablar
razonablemente. Como la gente civilizada lo hace. Y luego nos puedes decapitar.
—Déjame fuera de esto —dije en voz baja.
—Ni una oportunidad —dijo Vikram.
Los vanaras se apiñaron, las colas batiendo el aire. La decisión se veía en
sus caras. —Vendrán con nosotros y esperarán el juicio de nuestras leyes —dijo
uno amarillo.
Los cuchillos desaparecieron. Un segundo después, el metal pesaba por
mi cuello y brazos. Cadenas Una vez más, traté de sacudir la fruta de mi límite.
No se iría. Peor aún, sentí como si pudiera saborearlo en mi propia sangre.
Vikram fue arrojado a mi lado, igualmente encadenado.
—No puedo creer que no tuvieras un arma real a la mano —dije.
—Tengo mi mente —dijo—. Deberías agradecerme.
Levanté mis manos encadenadas. —Estoy rebosante de gratitud.
—Estamos vivos, ¿no es así? Y ahora encontré una entrada al Otro Mundo
—respondió—. No, gracias a ti.
El resentimiento parpadeó dentro de mí. Por mucho que odiara admitirlo,
él había nos salvó. Por otra parte, también había aprovechado el momento para
meternos en el Otro Mundo, que era el último lugar que quería visitar. Los
vanaras tiraron nos adelantamos y nos pusimos en marcha, marchando a través
del Bosque Chakara.
—¿Robaste esa fruta? —pregunté.
—Por supuesto. No quiero nada más que robar manzanas. También
siempre manifesté la capacidad de viajar en el tiempo, y por la noche me convierto
en una bestia y solo tu beso puede romper el...
—Lo entiendo. Eso es un no. Pero entonces, ¿de dónde vino esa imagen?
Frunció el ceño. —No tengo ni idea.
Los vanaras nos condujeron como ganado por un sendero de árboles.
—Ignorando la indescriptible estupidez de no traer ninguna utilidad
armas, nos mantuviste con vida. Ahora solo cállate.
—Brillante consejo, princesa. Justo ahí con: Respirar es muy útil si
quieres vivir.
—Deberías escucharme, Zorro. ¿Quién es el que tiene más experiencia en
sobrevivir como prisionero?
—¿Y quién es el que nunca fue tan estúpido como para convertirse en
prisionero en primer lugar? Por el momento, diría que una de nuestras opiniones
es más útil que el otro.
Yo lo fulminé con la mirada. —Si no te decapitan, lo haré yo.
—¿Dónde se llevará a cabo este juicio? —preguntó Vikram, ignorándome.
—En casa —gruñó el vanara más grande—. Sin embargo, debo hacer
algunos recados. La reina no querrá volver a un palacio vacío.
—Si alguna vez regresa —suspiró uno de ellos.
—¡Ella volverá! Las maldiciones no están hechas para ser permanentes.
Les gusta ser rotas o se sentirán resentidas porque todos se han olvidado de ello
—dijo otro.
—Pensé que Kishkinda estaba en las Montañas Kalidas —dijo Vikram.
—Lo está.
Vikram frunció el ceño. La luz tiñó el final del túnel, dejando un rastro
plateado cintas a través del piso de tierra compactada. Las Montañas Kalidas
estaban a más que a un día de camino de ellos.
—Piscinas de espejos —susurró el vanara amarillo, volviéndose sobre su
hombro—. Dejados atrás por la guerra.
—¿Qué guerra? —pregunté.
Pero no respondieron. Los vanaras nos llevaron a través de una caverna
escondida detrás de un velo de enredaderas retorcidas. La luz resplandeció de los
pliegues de la roca. Entrecerré los ojos contra el brillo hasta que salimos de la
caverna y entramos en un valle que se extendía enorme como un reino. Mi
corazón se detuvo. El día y la noche rompieron el cielo en dos, cada mitad
agarrando codiciosos puñados de nubes de la otra. Estrellas brillaban arriba.
Se me escapó el aliento.
—Estamos en el Bazar Nocturno.
SEMILLERO DE SUEÑOS
Vikram
Traducido por Romy
Corregido por -Patty

El ashram podrá haberle enseñado a la princesa números y letras, filosofía


y dictado, pero Vikram sabia cosas más útiles. Había sido criado en un vientre
lleno de necesidad, siempre mantenido a la distancia, siempre viendo todo lo que
quería pero que nunca podría hundir sus dientes en ello, lo que lo hizo más
deseoso de ver entre las palabras, directamente a los deseos.
Sabia el valor del deseo y el valor de la deficiencia. Así fue como vivió
alrededor de sus propias necesidades.
Primero, sabía que la manzana era de valor para los vanaras. Aun así, los
vanaras se negaron a escuchar nada sobre tomarla y dejarlos seguir su camino.
Y se negaron a perderlo de vista. Vikram había intentado sobornarlos. Llego un
punto en el que ofreció la mano de Gauri en matrimonio, lo que le ganó dos fuertes
golpes en las costillas. Por el bien de la equidad, ofreció su propia mano en
matrimonio, pero eso terminó con cualquier negocio de soborno al momento. Aun
así, aunque el vanara lo hubiese aceptado, no habría diferencia alguna. La
manzana se negaba a dejar la mano de Gauri.
Segundo, los vanaras habían dejado de ver su más grande debilidad sin
darse cuenta: Se sentían a la deriva. Su reina los había dejado y querían que
regresara. ¿Qué tal si combinaba…. a la manzana y a la reina perdida? Si hilaba
el cuento correctamente, tal vez sería soborno suficiente para que los dejaran
libres.
Pero en el momento que entró al Bazar Nocturno olvido todo lo que sabía.
La duda afilo sus sentidos. El Bazar Nocturno era el núcleo de las historias
murmuradas en la oscuridad, el semillero de sueños y la guarida de pesadillas.
Y él estaba en esta. Absorbió la esencia del Bazar Nocturno. En el lado de la noche
estrellada, un penacho de invierno colgaba en el aire, peras frías y brasas
acumuladas, gemas pulidas y crema de kéfir. En el lado del día salpicado por la
lluvia, había un cordón de fuego en forma de espiral por el aire, ciruelas maduras
y flores arrancadas, bayas oscuras y miel frías.
Ver el Bazar Nocturno era una victoria. Toda su vida, Ujijain lo había
tratado como una idea tardía. Un caso de lastima glorificado. Las historias eran
su consuelo, el único lugar donde alguien como él podía convertirse en alguien
más. Y ahora, viendo el Bazar Nocturno, sintió como toda su vida se alineaba.
Respiró profundamente, sin aliento gracias a la caminata por las cavernas. Sus
piernas le dolían de las horas montado a caballo, y las cadenas pesadas ya habían
cortado su cuello.
A su lado, Gauri se veía perturbada. Su caballerosidad demandaba que
debería preguntar por el bien de la Princesa. Pero de nuevo, cuando la princesa
en cuestión había tratado de matarlo y probablemente lo volvería a intentar a la
siguiente oportunidad que tuviera, tal vez la caballerosidad debería ser ignorada.
Lo atrapo mirándola y frunció el ceño. —Estas exhalando como un búfalo de agua
agonizando.
Olvídalo.
Los vanaras los arrastraron por ambos lados del Bazar Nocturno. Nadie
les presto mucha atención. Vikram se estremeció. ¿Era tan normal arrastrar
humanos al Otro Mundo?
—¿Te imaginas lo que venden aquí? —pregunto, dedicándole una mirada
a Gauri.
—Sueños —dijo la princesa con la voz ronca, sin verlo—. O eso me han
dicho. Al menos, espero que sea cierto.
Levantó la barbilla y sus ojos negros se llenaron con el cielo. Por un
momento parecía como si estuviera hecha de luz. Vikram se quedó mirándola y
al darse cuenta se volteó rápidamente. El Otro Mundo estaba jugándole trucos
con su vista.
El Señor de los Tesoros debe de tener un asqueroso sentido del humor
para juntarlo con la princesa enemiga. Pensó que la promesa de un deseo evitaría
que lo matara, pero ella no quería nada que ver con la magia. Aun ahora, estaba
buscando una manera de escapar, escaneando el Bazar Nocturno como un
depredador guardando información para después. Si Bharata la quería muerta.
¿Por qué quería el trono? La parte insensible de él pensó que ella simplemente
quería ese juguete que ya no era suyo. Otra parte de él sospechaba que había
algo más en ella. ¿Quién era la chica que se ablandaba bajo el cielo lleno de magia
y esperaba que la ciudad a la que acababa de llegar negociara con sueños?
Vikram enderezo sus hombros.
Olvídalo.
No necesitaba saber su historia de vida. Necesitaba su ayuda en el juego
o no podría entrar al Tornero de los Deseos. Ella tenía que hacerlo. Lo sintió en
el momento que le aventó el rubí, como si un hilo roto acabara de caer en su
lugar. ¿Pero cómo la convencería de jugar?
Mientras caminaban, tiendas saltaban en frente de ellos, sacudiendo sus
mercancías: fruta de oro que sonreía, partiéndose a la mitad como una sonrisa
(“para cuando tus palabras necesiten ser gentiles, aunque tu corazón sea una
cosa podrida”); una cadena de fragmentos de estrellas, cada una canturreando
una canción celestial (“para sabiduría y brillantez temporal”); las campanas
ghungroo que van en los tobillos de bailarines apsara (“garantiza belleza a su
portador…él vendedor-no-se-hace-responsable-por-la-atención-erronea-de-
potenciales-amantes-menos-convincentes”); una bandeja de dientes extraídos de
una makara (“afrodisiacos para aquel amante que busque un poco más de pelea
y mordiscos en la habitación”); y más.
Los vanaras primero compraron un frasco de latidos de una mujer sin
ojos. Gauri estaba inquieta. La manzana seguía en su mano. Estaba mirando al
camino de dónde venían, como si estuviera planeando un escape.
—Muy útil en batalla —murmuró la persona amarilla—. Viértelo en tu
garganta y podrás tener una gran cantidad de últimas palabras.
—¿Cómo cosechas latidos? —pregunto Gauri.
—Los recortas del pecho mientras algún niño pierde el equilibrio, o
cuando una nueva novia escucha los pasos de su esposo fuera del umbral de su
habitación. Los humanos desperdician sus latidos —dijo la mujer—. ¿Por qué,
niña? ¿Deseas hacer un intercambio?
Abrió su boca para hablar, pero los vanaras sisearon—: No. No quiere
negociar.
Después, los llevaron por una tienda llena de miles de tornos de seda.
Vikram forzó sus muñecas que estaban esposadas para poder tocarlos. Había
sedas hechas de flores de manzana y una red dorada de zumbidos de abeja,
tornos de agua de ríos donde huesos de pescados era arrastrados por las olas e
hilos de cantos de pájaros colgando en una esquina. Los vanaras regatearon
enérgicamente por una tela que estaba hecha de sombras.
—Te daré la tela de sombras y hecha por ahí un broche maldito si me das
a ese guapo chico humano —dijo sonriendo una joven delgada con agujas en vez
de dientes.
Vikram se congeló.
—¿Quiero un broche? —le pregunto el vanara amarillo al gris.
Por favor di que no.
—No necesitas un broche.
Vikram se dejó caer un poco sobre las cadenas, aliviado. La mujer se
encogió y les dio la tela. Mientras caminaban alejándose de la tienda, se cruzaron
con unas extrañas armas talladas de un cristal. Gauri se tensó. Cuando los
vanaras los jalaron, succionó sus mejillas y plantó los pies. ¿Acaso iba a intentar
tropezarse con una mesa llena de armas? Vio cómo su expresión se concentraba.
Si, si, lo iba a hacer.
En el momento en el que Gauri salto sobre la mesa, el vanara en frente de
ellos trono sus dedos. Gauri se congelo en el aire.
—Mala bestia —gruñó, sacándola del aire y jalando sus cadenas hasta
que se paró derecha—. Camina o te cortare los pies.
Ella caminó.
Por último, los vanaras los llevaron a una plataforma en la sección de la
noche del Bazar Nocturno. Doce mujeres estaban de pie en el estrado. Estrellas
azules brillaban en sus gargantas, y flores imposiblemente brillantes cubrían el
escenario. Una por una se fueron retirando sus velos. Las doce mujeres eran tan
hermosas que cada una de las personas de la audiencia suspiraron. Hasta Gauri
levanto una ceja con incredulidad. Las mujeres parecían estatuas de algún
templo, distantes y perfectas. Algunas tenían la complexión sedosa de oro
bruñido. Algunas tenían la piel de un azul como la garganta de un pavorreal, y
otras no tenían piel, pero escamas. La única cosa que compartían las mujeres,
era el tatuaje azul en sus gargantas. Los ojos de Gauri se engrandecieron. Vikram
las observó… una palabra bailaba en la punta de sus pensamientos. Algo que
hizo que se alejara de aquellas mujeres.
Gauri inhalo con fuerza. —Vishakanyas —murmuro.
Esa era la palabra que recordaba. Vikram se estremeció. La mayoría de
Ujijain las trataba como un rumor, pero su padre le había dicho que su tío había
sido derribado por el toque de una cortesana venenosa. Había sido enviada como
regalo por un reino enemigo. Un día después, su tío estaba muerto y la cortesana
había desaparecido. Un simple toque puede matar a un hombre.
—¿Las reconoces? —pregunto al vanara amarillo, impresionado—. Tiene
sentido que reconozcas a los tuyos. Ellas empezaron siendo humanas.
Gauri lucia aterrorizada. —¿Solían ser humanas? ¿Esas mujeres siquiera
quieren ser vishakanyas?
Vikram miro a Gauri. La mayoría de la corte de Ujijain trataba a las
mujeres como accesorios de moda, fáciles de negociar y reemplazar. Su madre,
cantante del palacio en algún momento, había sido uno de esos accesorios
desechables. Cuando la corte se enteró que estaba embarazada, la enviaron lejos.
Conocía pocos miembros de la realeza a los cuales les importaban las vidas de
aquellos que no pertenecen a su corte.
Gauri abrió la boca para decir algo, pero los gritos de emoción de la
audiencia ahogaron sus palabras. Una vishakanya había escogido a alguien de
la audiencia. Un apuesto músico había subido la plataforma y se sentó en frente
de ella.
—¿Van a matarlo? —pregunto Vikram
—No pueden matarnos —dijo el vanara—. Bueno, a ti, por otro lado. Y a
ella. No hay mejor comida para una vishakanya que los deseos de un humano. Y
no me mires así, niña grosera. No padecerás con ellas. Preferimos guardar el
placer de matarte para nosotros.
—¿Entonces por qué nos trajeron aquí? —escupió.
—¡Para presenciar la última presentación! —gritó el otro vanara—.
Mañana desaparecerán por el Torneo de Deseos…
La expresión de Vikram se iluminó. ¿Qué tal si podían seguir a las
cortesanas a Alaka? Su expresión debió de haber expresado sus pensamientos
porque el vanara amarillo se empezó a reír.
—No eres el único hombre que desea desaparecer con ellas, niño. Pero no
puedes engañar a su magia para que te lleven.
Gauri levanto su cabeza bruscamente, su mirada enfocándose en Vikram.
Su estómago dio vuelta. ¿Un grupo de cortesanas venenosas iban a estar en el
Torneo?
—Mientras no están aquí, nadie podrá enviarlas al reino humano y
terminar con la vida de algún tonto o desagradable rey, y eso significa no
demostraciones —el vanara amarillo suspiró—. No placer.
En el escenario, las vishakanya cantaban y acariciaban el cuello del
músico.
—Por esto las extrañamos cuando se van —susurró el vanara.
Con su toque, un extraño espiral de humo apareció en frente del músico.
Cobró vida a partir de los toques y susurros de la vishakanya, convirtiéndose en
un hombre de humo. El humo fue llamado a acercarse al músico, y su rostro se
contorsionó en deseo. Cuando la vishakanya levanto su mano, el humo de
desvaneció. El músico se puso de pie, una delgada línea de sangre escurría de
sus labios. La limpio y miro a la vishakanya, hambriento. Como un adicto.
Aplausos violentos sacudieron a la audiencia. El estómago de Vikram estaba al
revés.
El vanara amarillo volteo a verlos, sus pupilas dilatadas hasta el punto
donde habían acabado con lo blanco de sus ojos por completo.
—¿Lo ven? —preguntò—. Pueden enseñarte aquello que más deseas.
Puedes ahogarte en ello.
El vanara gris se rio. —Ah, el deseo. Una cosa tan venenosa.
Vikram frunció el ceño. ¿Dónde había escuchado eso? Pero aquel
pensamiento se desvaneció mientras eran arrastrados por el Otro Mundo. Con
toda su belleza, había algo sin terminar en el Otro Mundo. Había muchos establos
a medio construir. Había una huerta con arbolitos de plata rodeados por una
cerca de perlas. Hasta el cielo parecía enmendado; partes del cielo nocturno
tenían cicatrices extrañas de color blanco que no eran ni nubes ni estrellas, pero
hilos. Vikram reconoció el lugar. La ciudad lucia con los estragos de la guerra,
como si se hubiera vuelto dura y cautelosa.
—¿Quién ganó la guerra? —preguntò Gauri—. Dijiste que hubo una
guerra aquí.
—Oh, si —dijo el vanara—. La Reina del Terror y su Consorte Frío
mandaron a Caos a dormir, confundieron a las estrellas, rompieron el hilo, ¡se
comieron la oscuridad y la escupieron!
Vikram rodo los ojos. Sus captores estaban locos. Lo cual no era de buen
augurio para lo que sea que pasaría después. Calmó sus nervios. Sabia sobre
una de sus debilidades, y era la mejor arma que podría pedir. Sus palabras lo
habían sacado de mayores apuros antes y si tenía que vender su alma para ser
liberados e ir al Torneo, lo haría.
Al fondo de un valle inclinado yacían un gran número de piscinas. El
terreno lucia como la tierra después de una tormenta de truenos, pequeños
charcos plateados iluminando el mundo. El vanara gris guió el camino con
experiencia por los charcos. Vikram veía dentro de aquellas piscinas, y lo que vio
lo dejó sin aliento. Vio un bosque de aves de cristal. Cientos de soles. Miles de
lunas. Mientras las cadenas lo obligaban a caminar, vio de reojo al vanara gris.
Sus manos sostenían algo que destellaba. Un brillante rubí. Por un momento de
pánico, Vikram creyó que el vanara le había robado. Pero sintió su propio rubí
rozándole el pecho desde el interior del bolsillo secreto de su chaqueta. ¿Qué
estaba haciendo un vanara con un boleto a Alaka?
No pensó más en ello. Los vanara saltaron a la piscina. Sus pies patinaron
en la orilla. Una ráfaga de terror puro lleno su estómago y cerró los ojos,
preparándose para la caída.
UNA MORDIDA DE VENGANZA
Gauri
Traducido por Romy
Corregido por -Patty

Estaba muriendo.
Debería estarlo. Un hambre como esta era imposible. El hambre empezó
a consumirme cuando estábamos en el Bazar Nocturno. Era como si la manzana
quisiera que la mordiera. Lo único que me contenía de hundir mis dientes en ella
eran las amenazas de los vanara. Cuando saltamos por el portal de cristal, el
hambre se volvió imposible de ignorar. El hambre borraba mi visión. Apenas
podía ver la ciudad fantasma por la que éramos llevados. Pequeños fuegos
estaban encendidos en terrenos lejanos, pero las calles estaban vacías.
Vagamente, podía distinguir banderines deshilachados colgando de torretas
ladeadas. En la distancia, el dientecillo roto de la cresta de una montaña se nos
sonreía y se hacía más grande, como si estuviera preparándose para partir el
mundo a la mitad.
—Casa —canturreó el vanara amarillo. A pesar de la neblina que causaba
mi hambre, podía sentir el dolor en su voz—. Algún día, la Reina Tara regresara.
Algún día, su penitencia será suficiente.
No recordaba haber sido transportada de un lugar al siguiente. Fue hasta
que escuché las puertas de calabozo cerrándose detrás mío que me di cuenta de
que nos habían encerrado.
—El juicio será llevado a cabo a la primera luz del día —nos dijo el vanara
gris por la puerta.
Un olor fétido a humedad se esparció por la habitación. Aguanté las ganas
de vomitar. Losas mojadas de piedra gris formaban las paredes. En la esquina,
un árbol de hierro se erguía casi alcanzando el techo. Era muy grueso como para
intentar romperlo y tratar de mover las losas de piedra. De todas formas, apenas
podía mantenerme de pie. Algo colgaba de las ramas de hierro, una capa de gran
tamaño que probablemente había sido olvidada por algún otro preso.
Las cadenas habían sido removidas, me froté el cuello con una mano, con
una mueca al sentir mi piel hinchada y lastimada. Vikram estaba recargado
contra una pared, murmurando para el mismo—: Creo que, si podemos
engañarlos al hacerlos pensar que tenemos alguna relación con la Reina,
podríamos escapar. Todavía puedes pelear ¿no es así?
Mi cara pareció haber respondido a su pregunta, porque soltó un quejido.
—Muéstrame la manzana.
Estaba muy cansada para pelear, así que le mostré mi mano. La corteza
dorada de la manzana se había empezado a arrugar como si fuera fruta de días.
Se veía un poco derretida a la luz.
—Extraño —dijo
—¿Acaso tu sabiduría no tiene fin?
Me ignoró. —¿Cómo te sientes?
—Como si fuera a morir si no me como esta manzana.
Lo considero un momento. —¿Por qué no la muerdes? Veamos que pasa.
—¿Estás loco?
—Preferiría curioso.
—¡Podría matarme!
—No lo creo —dijo Vikram—. Los vanaras mantuvieron la cadena en tu
garganta muy apretada. No había manera de que pudieras haber comido algo…
¿Qué tal si era para evitar que la comieras?
—No.
No podía expresar lo que me aterrorizaba sobre la manzana. Sentía como
si pudiera ser capaz de causar consecuencias devastadoras. Tenia que serlo, si
un grupo de personas estaban dispuestas a protegerla sin la esperanza de su
regreso por casi mil años.
—Me advirtieron sobre comerla.
—¿Y confías en ellos?
—No —le dije—. Pero confió menos en la idea de comer esta fruta.
Vikram se volteo y empezó a caminar mientras murmuraba cosas que
sonaban muy parecidas a “obstinada” y “por qué yo” para si mismo. Traté de
ahuyentar los dolores que me estaba causando el hambre, pero parecían volverse
más insistentes y ruidosos. Miré a Vikram. El cansancio había dejado marcas
debajo de sus ojos. Su rostro, severo y afilado, se alumbraba con la poca luz que
iluminaba el calabozo. Su cuerpo era menos delgado de lo que creía. Era
musculoso, pero esbelto, con los ángulos de alguien que corría mucho. Nada en
exceso. Y me hacía sentir…
Hambrienta.
Tal vez si me lo comía, tendría suficiente fuerza para luchar y salir de
aquí.
Tal vez si me lo comía, sobreviviría.
¿Qué me estaba pasando? Aterrorizada, di un paso hacia atrás. Pero cual
fuera el demonio que me había poseído demando hablar—: Me servirías más
muerto que vivo.
La cabeza de Vikram se giro al mismo instante que otra voz rió y siseó
desde la otra esquina de la habitación.
Di un salto. Sudor frio se resbalo por mi espalda. Mire hacia el árbol de
hierro camuflajeado contra la fría pared. Lo que creí que era la capa de algún
antiguo prisionero. Pero no era una capa. Era un cuerpo. Pálido. Con solo la
suficiente piel para cubrir y estirarse por sus huesos.
—Solamente es un cuerpo. —susurré.
—¿Un cuerpo? ¡Qué cosa tan común! —resopló el cuerpo—. ¿Qué nunca
habías visto a un vetala?
Vikram lo miro, con la mandíbula floja. —Esos se supone que solo deben
existir en los Campos de Cremación.
—¡Muy bien! —graznó la criatura—. Los Campos de Cremación son el
mejor lugar para robar cuerpos. Como uno lo hace cuando solo es una maldad
incorpórea.
Sabia muy poco sobre vetalas. Maya se negaba a contarme historias sobre
ellos, por miedo de causarme pesadillas por las noches. Sabia que robaban
cuerpos y se alimentaban de almas, pero nada más.
Él vetala se balanceo boca abajo del árbol, una rosillas pálidas y
decadente se sujetaban de las ramas. Detrás de él, doblado y lo que al principio
confundí con una capa, había un par de alas de gran tamaño.
—Admirándolas, ¿eh? —pregunto, doblando su cuello completamente—.
Una lástima que únicamente sean de adorno. Pero no pude soportar el separarme
de ellas. Añaden estilo. Qué tipo de vida después de la muerte vale la pena vivirse
sin un poco de belleza, ¿no lo crees?
Él vetala me miro de arriba abajo, y olfateó. —…Tal vez no estés tan de
acuerdo.
Vikram se acerco a mí. Lo cual no parecía muy inteligente, dado mis
últimos pensamientos.
—¿Qué quieres, criatura? —demandó.
—Un cuerpo con más cartílago estaría bien —exclamó la criatura—.
¿Estarías dispuesto a darme el tuyo?
—No —dijo Vikram.
—¿Tal vez pueda tener el de tu esposa entonces?
—No soy su esposa.
—¿Soltera? ¿Te gustaría ser mi esposa? La mía fue decapitada por unos
pueblerinos. Nadie entendía muy bien su humor —El vetala suspiró—Ah,
Putana… tus pechos podrán haber estado llenos de veneno, pero estaban
esplendorosamente rechonchos.
Vikram cruzo los brazos. —¿Te han enviado a espiarnos?
—¿Por qué desperdiciaría mi inmortalidad en ustedes? —El vetala soltó
una carcajada—. Solamente decidí hablar para ofrecerles un consejo. Será mejor
que le des a esa no-esposa tuya un mordisco de tu brazo. Eso que tiene en la
mano es fruta rakshasi. la necesidad por si sola te devorará. Pero ella estará bien.
Todo es temporal. Como cualquier enojo. Aunque es difícil evitar la tentación. Me
sorprende que no te haya comido todavía. Estaba pensando en ello.
—Espera, ¿Qué? —dijo Vikram
—¿Fruta Rakshasi? —dije—. Como… ¿fruta demoníaca?
—¿En verdad querías comerme?
—Relájate, no iba a hacerlo realmente.
Levanto una ceja, como si dijera: Intentaste matarme hace unas horas.
—Los archivos del ashram decían que no había más fruta demoníaca. Que
simplemente había dejado de crecer en el mundo humano.
—Bah. Los sabios son unos tontos —dijo el vetala
Vikram observo un poco mas cerca a la fruta demoníaca en mi mano. —
Nunca creí que se vería tan…
—…¿bonita? ¿Pulida? ¿Brillante como la esperanza? ¿Dorada como el
primer amor? —gorgojeò el vetala—. Ustedes niñitos son todos iguales. Creen que
una fruta demoniaca tendría cuernos y estaría ensangrentada, con una corteza
de espinas y piel de púas de hierro. ¿Acaso nunca te has enamorado? ¡Ah, el
amor! El infierno y el paraíso nunca han producido una fruta tan exquisita. Todo
demonio en su alma. Tan dorado en su forma. Como una mujer en su madurez
—¿Qué es lo que hace? —pregunte.
—Por un corto periodo de tiempo, le concede a quien la coma poderes
demoníacos. Incrementar en tamaño, fuerza, ese tipo de cosas —dijo Vikram—.
Pero eso no explica porque los vanaras creen que pude haberla robado. Es
imposible para mí el usar esa fruta. Únicamente responde a mujeres. Algunos
crees que nació del corazón de un demonio femenino.
—El chico se está olvidando de algo —canturreó la vetala.
—¿El qué?
Vikram no me miro a los ojos. —Si la fruta rakshasi es comida en el lugar
y momento no indicado, la mujer que la coma puede…
ComerseATodosASuAlrededor.
—¿Enserio? Al menos me desharía de ti.
Sus ojos se agrandaron. —¿Escoges este momento para hacer una broma?
Estás bromeando, ¿verdad? ¿Gauri?
No dije nada. El vetala se carcajeó. Vikram se alejó un poco de mí.
—¿Por qué los vanaras estarían cultivando algo así? —pregunto—. No
tienen Reina alguna que lidere un ejército. Y por lo que vi de la ciudad, ha estado
abandonada desde que la Reina Tara desapareció.
—No es por eso por lo que guardaron la fruta —gorgojeò el vetala—.
Solamente están atendiendo a sus fantasmas. Lo que sostienes en tu mano,
querida niña, es la maldición de la Reina Tara. Y es por esto, querido niño, que
tu plan de contarles un cuento de mentiras para conseguir su libertad a los
vanara nunca funcionara. ¡Ni ahora! ¡Ni nunca! Podemos pasar el resto de la
eternidad juntos. Que diversión.
—Guarda silencio o te cortaré la lengua —le gruñí a la creatura.
—¡Mi lengua no! —dijo el vetala—. ¿Dónde está la diversión en eso?
Además, si no tuviera lengua, ¿Quién les diría como escapar? Soy el único que
sabe.
—¿Sabes como regresar al mundo humano?
El vetala se balanceó. —¿Mundo humano? No puedes regresar ahí si
comen la fruta demoníaca. Donde sea que la comas, ese es el mundo en que
permanecerás por al menos una vuelta de la luna.
La opción se presentaba en frente mío: comer la fruta, quedarse en el Otro
Mundo y potencialmente morir aquí, o no comer la fruta y morir aquí.
Lo pensé por un momento. —Estás mintiendo.
—Querida, ¡estoy mostrándome hasta los huesos! Por ustedes, he
descubierto mi corazón. O lo que queda de él —Se columpio en su árbol,
mostrándonos una gran porción de sus dientes llenos de sangre—. No hay nada
de mí que no vean.
—¿Por qué estás en esta celda?
—Un pequeño mono se paseó por mis Campos de Cremación. ¡Y me lo
comí! Fue una lástima que resultara no ser un mono. Oh, pero que bien me
alimentó por días y días.
Vikram se cruzó de brazos. —¿A qué te refieres con que la fruta demoníaca
es la maldición de la Reina Tara?
El vetala nos miró astutamente. —Eso es lo que cosechó por haber amado
tanto. Ella amó a su consorte y su consorte la amó a ella. Pero un grupo de
cortesanas lo mataron, a él y a otros dos reyes. En vez de dejar que su amor se
convirtiera en un dolor fantasmal, ella se aferró a él hasta que creció una carcasa
gruesa e impenetrable. Se decía que uno de los reyes había herido gravemente a
la hermana de las cortesanas. ¡Pero el rey era inocente! Pero ¿a quién le importa?
¡Nadie le llora a aquellos que mueren inocentes! ¿Cómo les llaman en tu mundo?
Ah, sí. Casualidades. Como si una vida fuera una cosa tan informal. Como un
bostezo o una risa —El vetala se balanceo mientras se reía—. Nadie vengaría la
muerte de su esposo. A nadie le importaba. Así que ella cosechó su propia
venganza. Cortó su corazón para nutrirlo, robó huesos para apoyarlo contra los
elementos, lo convenció para que diera frutos con sus lágrimas. Y forzó a otros a
comer de su fruto y tomar parte en su venganza. Y derrocar aquellos reinos que
le negaban la justicia que merecía. Ah, pero ¿Cuánta sangre debes tragar antes
de que el tiempo acabe con tu dolor? Mala reina. Mala, mala, mala. Por su codicia,
está maldita hasta que un beso caiga sobre su frente de piedra
—¿Qué tanto de todo eso es verdad?
—¿A quién le importa si una historia es cierta o no mientras sea contada?
De cualquier manera, tus vanaras no van a aceptar la fruta que maldijo y le quitó
a su reina.
Que maldición tan ridícula. Si podría derrocar reinos con una fruta
demoníaca también hubiera cosechado una. El vetala fijo su mirada en mí.
—Cuidado, niña. La Reina quería muchas cosas también. Su historia fue
de venganza. Haz lo mismo, y el cuento de tu vida no será más nada que otro
final.
Aún así, eso todavía no contestaba la pregunta. ¿El crimen de la Reina
Tara había sido únicamente el guiar un ejército de mujeres? ¿Cuál era el crimen
de hacerte invencible? El rostro sonriente de Skanda surgió en mi memoria. Si
tuviera la oportunidad de ser invencible, también la hubiera tomado.
—Entonces, asumamos que comes esta fruta y no te comes a todos a tu
alrededor —dijo Vikram—. ¿Podrías derribar las paredes de este lugar y
liberarnos?
—Podrías hacerlo —dijo el vetala, metiéndose en nuestra conversación
una vez más—. Pero ¿cómo saldrías?
—De la misma manera en la que entramos —dije.
—¿Y después qué? —dijo Vikram—. Eso no nos da muchas pistas. Y
únicamente nos quedan dos días antes de…
—¡No! —le grite.
—… el Torneo de Kubera —terminó Vikram.
Pánico inundó mi pecho.
—¿Qué dijiste? —dijo el vetala. Su voz mortalmente calmada. Me
despegué de la pared a pesar del imposible dolor y hambre prendiéndome fuego.
—Tal vez debería seguir mis instintos y comerte por ser tan estúpido —
gruñí.
Vikram dio un paso atrás, sus ojos agrandándose.
—Me sorprende que Ujijain tuviera planes de ponerte a cargo. ¿A caso no
te enseñaron nada? —rechiné, intentado mantener mi voz fuera del campo de
audición del vetala—. Nunca reveles a dónde vas. Nunca reveles lo que necesitas.
Acabas de hacer saber ambas cosas, una vez más, dejando ver lo necesitados que
estamos de ayuda.
—Yo no quería… —empezó Vikram.
—No me importa lo que querías. Me importa lo que acabas de hacer. Esa
cosa… —dije, alzando mi brazo en dirección del vetala—… te convencerá con
palabras bonitas para que le des tu alma y te deje ir a dónde quieres ir.
—¿Qué tal si está diciendo la verdad? —contestó—. ¿Acaso eres la única
que puede tener razón? ¿Qué hace tan difícil tomar un salto de fe e intentarlo?
Además, quiere algo de nosotros. Y hasta que no nos ayude, no lo obtendrá.
—Asumes que siquiera te seguiré a ese Torneo. Tal vez decida ocultarme
en el Otro Mundo hasta que pase el ciclo lunar y regreso al mundo humano.
—¿Tan espantada estás de la magia?
Entrecerré los ojos. —Si fueras la mitad de inteligente de lo que dices,
también estarías aterrorizado.
—¿Así que, desperdiciarás un mes de tu vida en lugar de tomar la mejor
oportunidad?
Abrí la boca. La cerré. La duda inundó mis pensamientos. Antes, no quería
tomar partido alguno en la magia. Pero si sobrevivimos, no podría desperdiciar
un mes de mi vida. ¿A dónde iría? ¿Qué haría? Recordé la promesa al interior del
rubí encantado… la tregua y la tentación de todo lo que quería doblado
cuidadosamente en un deseo.
—Sé cómo salir y sé cómo llegar al Torneo de los Deseos —trinó el vetala—
. ¿Sabían que llaman a Alaka el Reino del Deseo? Está al norte de Naraka. Tan
pintoresco, ¿no creen? La muerte y el deseo se encuentran casi tomados de la
mano. Ni siquiera dejaran este reino sin mí. Este es el reino de los vanaras,
tontos. Son más sabios, más fuertes. Sus túneles, entradas y salidas no son como
sus fuertes con sus pasajes secretos. Pero no puedo romper las paredes. La chica
podría hacerlo.
—¿Qué es lo que quieres, vetala? —pregunte.
—Quiero un cuerpo.
—No te daremos el nuestro.
—¿Qué tal si solo uno de ustedes muere?
—No.
—Bueno, si no pondrán sus cuerpos, entones supongo que debo
conformarme con sus hombros —dijo el vetala—. No puedo caminar. Únicamente
volar. Deseo los Campos de Cremación, y no este maldito y solitario
confinamiento con un apestoso árbol de hierro y sin cuerpos muertos llenándome
por kilómetros.
Vikram volteo a verme. —Entonces, ¿lo intentarás o no? Esa fruta
demoníaca es todo lo que tenemos. Los puedo distraer con un cuento, pero no
será suficiente para sacarnos de aquí. Te necesito. No solo para salir, también
para el Torneo. Piensa en lo que podrías hacer con solo un poco de magia.
La decisión formo un nudo en mi estómago. Vikram alcanzo mi mano,
acunándola con una extraña delicadeza que por un momento ahogó las suplicas
de la fruta demoníaca. No me solté de él.
—Esta es nuestra vida —dijo—. Nuestro deseo está ahí. No podemos
perderlo.
Moví mi mano. —Y no me perderé a mí misma. ¿Qué piel pondrás en este
juego, Zorro? ¿Tu elocuencia? Que gran sacrificio.
—También es mi vida —dijo con fuerza.
—Tu vida no hace la diferencia con esta chica —se rió el vetala—. Tal vez
algún día. Pero no hoy. Una bestia de chica, creo que en otra vida te lo comerías.
Pero la valentía necesita una mordida. Y la has perdido en algún lado. ¿Un
corazón roto tal vez?
Vikram me miró fijamente.
—Entiende esto —dijo—. No moriré contigo. Competiré en el Torneo.
El vetala rió. —¿Competir? Querido niño, el juego no comienza cuando los
jugadores de Kubera llegan a su reino. Empieza tan pronto como escoge a los
jugadores.
NUESTROS MÀS PROFUNDOS Y
OSCUROS SERES
Gauri
Traducido por Romy
Corregido por -Patty

En los meses después de que saqué a Nalini del agua, la ciudad y las
aldeas estaban tan regocijantes que Skanda me permitió convertirme en
representante. Podía asistir a juntas del Concejo. A veces, Nalini y yo jugábamos
con las hijas e hijos de los lideres de las aldeas. Bharata empezó a conocer mi
nombre y yo lentamente comencé a amar mi país y a su gente, sus costumbres y
su historia. Pensé que tenia suerte. Pensé que el corazón de mi hermano había
cambiado. Pero cuando tenía catorce, entendí la razón por la cual había permitido
que mi nombre se relacionara tanto con Bharata.

Skanda me llamó a la habitación del trono. Sospeche que estaba enojado conmigo. El día
de ayer había estado en desacuerdo con él en frente del Concejo en tanto si se construiría un templo
en una aldea devastada por la sequía.
—Los rezos son buenos, pero ¿en que se comparan las palabras con el agua? —dije.
Nalini había pensado en esa línea, y sonreí después de recibir miradas tanto de admiración y
sorpresa de parte de algunos miembros del Concejo. Cuando entre a la habitación del trono de
Skanda, tenía una gran sonrisa en el rostro. La mitad del concejo estaba de pie entre las sombras,
observando nuestra conversación.
Skanda levando una caja ornamentada que nunca había visto.
—Gracias por este obsequio tan generoso, querida hermana.
Fruncí el ceño. —¿Qué obsequio?
Skanda abrió la caja: serpientes de un blanco lechoso se retorcían dentro de ella. El
Concejo jadeó, pero Skanda levanto su mano y rió.
—¿Serpientes de agua? No se preocupen Concejeros. Es una broma privada entre mi
hermana y yo.
Con una mano, los despacho. La habitación se vació en segundos, pero no sin antes
percatarme de las miradas de sospecha y desagrado del Concejo.
—Nunca te di eso —dijo, horrorizada—. ¿Por qué te daría serpientes venenosas?
—Tan inocente, pequeña hermana —dijo, riéndose—. Y estas equivocada, por cierto. No
es su mordida la que es venenosa. Es su toque. Si caen en un pozo de agua bebible, pueden
deshacerse de una aldea entera en un día.
La amenaza tomo forma entre sus palabras. El pozo de agua por el cual había advocado
frente al Concejo podía convertirse en una trampa mortal. Y el veneno podría conectarse a mí por
lo que había dicho en frente del Concejo sobre como las serpientes me pertenecían.
—Estabas mintiendo.
Rió. —¡Mentiras! Todos cuentan cuentos, hermana. Puede que no tenga el ardor y
atención del público de la misma manera que tú la tienes, pero si tengo los oídos de gente muy
convincente.
—¿Qué es lo que quieres, Skanda?
—Me alegra que lo preguntes —dijo—. Permitiré la construcción de este pozo de agua.
Pero a cambio, necesito que convenzas a la mitad de la milicia de la aldea a unirse a las fuerzas
de Bharata.
—La aldea ha sufrido sin descanso. Necesitan una milicia fuerte para mantener a su gente
en orden. Las fuerzas de Bharata están bien entrenadas.
Skanda pateo la caja cerrada de serpientes y un siseo furioso resonó dentro de la madera.
—Necesitan lo que yo diga que necesitan. Y necesito nuestro territorio del este asegurado.
La furia de apodero de mí. —¿Y si no acepto, envenenaras una aldea entera y dejaras que
mi futuro muera junto con ellos?
—¿Lo dudas?
—¿No te importa?
No lo pensó ni un segundo. —No. Preocuparte te hace descuidado. Preocuparse siempre
termina con una tajada en el cuello. Así que no, no me importa si mueren. Me importa mi palacio.
Me importa permanecer al trono. Me importa vivir.
—No puedes acabar conmigo con un cuento, hermano.
—Eres feliz, ¿no es así? Eres amada. Amas a los demás. Creo que la gente está convencida
de que, si le pidieras al sol que no saliera, se mantendría oculto por ti. Pero hay solo una historia
que la gente disfruta más que un ascenso a la fama, la de una caída en desgracia. Y puedo hacerlo
rápido. Y puedo quitarte todo esto. Veras, un cuento no es solo una cosa que le cuentas a un niño
antes de dormir. Un cuento es control.

Nunca olvide su amenaza. Después de eso, me volví muy cuidadosa en no


darle a nadie poder sobre mí. Y por los tres años siguientes, jugué los juegos
políticos de mi hermano.
Afuera, el cielo se veía herido. Rasguños carmín desgarraban la noche.
Pronto, los vanaras vendrían. Tenia una elección. Mi vida podría acabarse de
cualquier manera. Si como la fruta, escaparíamos, ¿y después qué? Confiar en la
magia era como tratar de poner un arnés a una tormenta de truenos. Pero no
podía esconderme en el Otro Mundo por un mes sabiendo que Nalini podría morir
cualquier día. Si sobrevivía a la fruta, pelearía en ese Torneo. Trataría a la magia
de la manera que debía ser tratada: no como un regalo, sino como un arma. Algo
que debe ser manejado con cautela. No con asombro.
—Vetala —lo llame, susurrando para que Vikram no escuchara—. ¿En
qué me convertiré si como la fruta?
La criatura sonrió y se balanceo. —En nada, pero en ti misma, doncella.
En nada más que en tu mismísimo ser. ¿Acaso hay algo mas atemorizante que
nuestro más profundo y oscuro ser?
Pisadas resonaron en la piedra. Mordí el interior de mis mejillas,
estabilizándome. Moriría por mi propia mano o por la de ellos. Y no dejaría que
alguien mas decidiera por mí. La fruta cantaba, sus jugos derramándose en mi
palma. Camine hacia Vikram y patee su pie.
—¿Qué? —bramó. Sus ojos rodeados de rojo.
—Necesito que los distraigas.
Se sentó derecho. —¿Y después?
Di un largo suspiro. —Si sobrevivimos, yo… yo seré tu compañera en el
Torneo.
—¿Y dejaras de intentar matarme?
—No nos precipitemos.
Sonrió. —Lo acepto.
—Si yo… —titubeé—, si no consigo volver a mi misma. No me dejes vivir…
—¿Qué desearías en este momento? —me preguntò Vikram,
interrumpiéndome.
Unos golpes se escucharon en la puerta
Casi era hora.
Se puso de pie, bloqueando la luz y dejándonos a oscuras.
Se inclino hacia mi oído, su voz tenue y urgente—: Sé que te da miedo
perderte a ti misma pero solamente piensa en lo que deseas. A veces es todo lo
que se necesita para evitar perdernos de vista a nosotros mismos. Así que dime,
Guari —dijo—. ¿Qué desearías?
Pensé en Nalini atrapada en una celda. En Skanda sentado en su trono,
disipando mentiras
—Libertad —susurre—. Desearía libertad.
Frunció el ceño. Como si esperara cualquier respuesta menos esa.
La puerta se abrió. El rechinar del hierro ahogo el silencio.
—¡Las horas han llegado! —cacareó el vanara amarillo—. Caminemos, mis
queridos ladrones de fruta. Es hora de su decapitación.
El vetala bostezo, y se desenrollo de sus alas andrajosas. —Estaré en la
esquina languideciéndome, por si deciden vivir.
—Distráelos. Cuando llegue el momento, derribare las paredes. Tomamos
al vetala y escapamos.
Asintió. Ninguno de los dos mencionó como todos nuestros planes
dependían de una cosa.
¿Podría depender de mí misma?
—¿Están listos? —pregunto el vanara.
Vikram me dedico una ultima mirada. No me miró con un adiós en su
mirada. Me miró con entendimiento. Por un momento, se sitio como si fuego nos
separara. Estaba recargado y vivo, encendido por un mismo sueño: el de desear.
Una sonrisilla ensayada apareció cuando se volteó hacia nuestros
captores. El momento en el que volteó, llevé la fruta dorada a mis labios. Mi reflejo
aparecía distorsionado en la corteza metálica. Hundí mis dientes en ella, la
corteza era como seda.
Un sabor extraño inundo mi boca, hierro y frio.
Como sangre y nieve.
LA PRINCESA BESTIA
Vikram
Traducido por Romy
Corregido por -Patty

En el momento en el que volteó, el pánico inundó su piel.


Este era el momento.
Había practicado la calma antes, pero nada como esto. Tres vanaras
estaban de pie en la entrada con flechas con muescas y sus arcos listos para
atacar.
—Antes de que nos arrastren a cierta muerte, me gustaría escucharlos
recitar que es lo que hemos hecho mal.
—Lee la lista de los crímenes de los prisioneros
El vanara amarillo se aclaró la garganta—: ¡Tomar nuestra fruta!
El vanara gris asintió. —¿Y…?
—¿Y…? —repitió el amarillo, frunciendo el ceño—. ¿A qué te refieres con
Y? ¿Qué más hicieron?
Vikram miro a Guari de nuevo. se encontraba arrinconada en las sombras
de la celda. Balanceando su cabeza como un animal, volteando a verlo. Jugos
brillantes de color dorado brillaban en sus labios y se escurrían hasta su barbilla.
Lo negro de sus pupilas se había salido de sus anillos. Estaba moviendo las
manos. Tratando de decirle algo. Y fue cuando lo vio.
Garras. Garras saliendo y enrollándose de sus palmas. Sus muslos
estaban doblados de una manera extraña. Como en ancas. Sus talones
sobresalían de sus sandalias. Gauri no estaba encorvada porque le dolía algo.
Estaba encorvada porque pronto dejaría salir al demonio.
Su mirada estaba lívida.
Murmuró un comando: Úsame.
—¡Basta de todo esto! —grito el vanara gris—. Vendrán con nosotros
ahora…
—¿Qué opinaría tu Reina de este juicio corrupto? —dijo Vikram—. Creo
que estaría avergonzada de que esta sea la manera en la que honran su legado.
El vanara amarillo dejo salir un sonido de dolor y lastima antes de voltear
a ver a quien se encontraba a su lado. —¿Lo estaría, hermano?
Detrás de él, Gauri pisoteo el suelo. El pánico helo sus pensamientos. Si
se volvía a ellos, ¿Seria él la primera víctima? Mientras los vanaras discutían,
miro detrás de él. Sus ojos eran los mismo a pesar de que su cara había crecido
unas orejas de leopardo, unos extraños y brillantes cuernos salían de su frente.
Ladeo la cabeza, mientras que abría la boca dejando ver sus dientes y le susurro:
Ú s a m e.
Y justo delante de sus ojos… creció. La túnica se partió en dos, pero ni
importaba, porque un pelaje dorado había crecido donde en algún momento hubo
piel. Se puso de pie, tan alta como un caballo, su espalda tan ancha como la de
un oso. Y después rugió. El vetala rió a pesar de que el retumbante sonido lo
aventó del árbol de hierro, enviándolo al suelo.
Los vanaras jadearon—: ¡La comió!
—No…—grito el vanara gris.
Vikram se volteó y sonrió.
Muy tarde.
No había nada humano en su aspecto a excepción de esos ojos brillantes.
Una cola blanca de leopardo sobresalía de detrás de ella.
Ahora, decían sus ojos.
Vikram saltó hacia ella, agarrando a la vetala mientras saltaba en su
espalda. En algún lado en las sombras del reino de Kishkinda, creyó haber
escuchado una risilla de deleite.
Los vanaras sacaron sus arcos, pero Gauri los rompió con sus dientes.
—Vetala —grito—. Hemos cumplido nuestra promesa, ahora honra la
tuya.
El vetala se estremeció. —¿Honor? Siempre debe haber una mejor
motivación que el honor. Intenta con algo más tentador. Como mujeres con poca
ropa o una cubeta de sangre de cabra.
—¡Dinos a donde ir!
—Lindo monstruo —dijo el vetala, acariciando la cabeza gigante de Gauri.
Ella gruño—. Gato malo.
El vetala lamio su mano y la sostuvo al aire. —Hacia la pared.
—¿Estás loco? —pregunto Vikram.
—¿Sí?
—¿Directo a la pared de piedra?
Una flecha se deslizo por el aire. Gauri levantó una de sus gigantes patas
y la partió a la mitad. Vikram creyó escuchar una risa retumbando en su
estómago.
—Quítense del camino o mueran —le dijo a los vanaras.
Gauri comenzó a galopar, su cuerpo estrechándose gracias a las piedras
delante de ellos.
Uno.
El estómago de Vikram se retorció. No quería morir siendo estrellado
contra una pared de piedra. No quería morir de ninguna forma.
Dos.
El aire olía acido. Podía imaginarse el sonido de los bonitos cuernos de
Gauri rompiéndose.
Tres.
Su pelaje brilló, luz esparciéndose por su cuerpo. Vikram se sostuvo
firmemente, preparándose para el golpe.
El cual nunca llegó.
UN CUENCO DE RECUERDOS
EXHUBERANTES
Gauri
Traducido por @RoseMarley
Corregido por -Patty

No sabía si era el dolor. O el miedo.


Cuando mi piel dio paso a pelaje y mis uñas se doblaron en garras, supe
lo que significaba ser despojado de tu yo más puro. Significaba ver el mundo por
lo que era. Me toqué la piel y liberé lo que siempre me acechaba, se arrastraba y
dormía dentro de mí: una bestia. Un monstruo. Un mito. Una chica. ¿Cuál era la
diferencia?
Mi último pensamiento antes de cambiar fue el deseo que habría pedido.
Libertad. Verdadera libertad. Y aunque no podía hablar en voz alta, podía sentir
el peso de ese deseo llenándome desde adentro, presionando contra mis dientes.
Sentí ese deseo como una línea de luz, un límite que mi mente no cruza para que
no me pierda para siempre.
Corrimos y me deleité. Podía ver, oler y saborear. Lamí la luz de las
estrellas fuera del aire. Vi la medianoche sobre una montaña. Pensé que había
perdido a Vikram mientras saltamos a través de esa pared, pero luego su olor me
atrapó. Él olía a deseos y sueños reprimidos. Y en la parte atenuada de humana
en mí, el calor se encendió.
La vetala acarició mi cabeza. —Corre hacia el olor de la muerte, bonito
monstruo. La Gruta de los Muertos Vivientes será la primera frontera del Reino
de Kubera.
No era un olor difícil de seguir. Los olores de la muerte ya iluminaban el
mundo, pero encontrar dónde estaba más fuerte el olor era laborioso. Yo
manoseaba el suelo, levantando la tierra y tratando de encontrar ese olor rancio
a muerte: pálido como un hongo, un pliegue de sombra en una madeja de luz,
sonidos aplanados que temblaban en mis oídos como los dientes embotados de
los ecos.
Cuando lo encontré, lo perseguí. No sé cuánto tiempo corrí. Corrí hasta
cuando no hubo más sonidos de animales. Ni más aromas. Esto era la muerte:
la ausencia de todo. Todavía era una bestia cuando finalmente llegamos a la
Gruta de los Muertos Vivientes. Pero mis garras habían retrocedido. Una
cornamenta se había roto en algún momento antes. Los efectos de la fruta
demoníaca se estaban desvaneciéndose rápidamente.
Me quité a la vetala y a Vikram, como una capa que pica. Ellos cayeron al
suelo. La vetala soltó un torrente de maldiciones, pero Vikram solo se levantó y
enderezó su túnica. Cualquier breve entendimiento que hayamos compartido
antes de que cambiara había desaparecido. Una vez más, sus ojos brillaron tan
astutos como los de un zorro.
—Ya que no puedes responder todavía y como no te quedan garras, lo haré
yo, tomar este momento para recordarte que pensabas que comer la fruta
demoníaca sería una mala idea. Y no lo era. A lo que yo digo... —Él respiró
hondo—. Te lo dije.
—Tonto —murmuró la vetala.
Gruñí y con un último estallido de fuerza, pasé mi pata detrás las rodillas
de Vikram y lo hice caer. Jadeó.
—Lo soy —jadeó, rodando sobre su estómago—, tomaré tu silencio como
una forma de que estás de acuerdo.
Vikram se sentó en el suelo, tirando de un rizo oscuro alrededor de su
oreja. Incluso con suciedad en las orejas y la nariz, parecía regio. Sus largas
piernas se cruzaron frente a él, y se reclinó contra la roca que afloraba como si la
tierra la hubiera puesto allí solo para él.
Me volví hacia la Gruta de los Muertos Vivientes, que era una cuenca
desértica entre dos acantilados. Árboles blancos como el hueso se levantaban del
suelo irregular como delgados dedos. Liquen y flores de aspecto grasiento
salpicaban rocas bermellón.
La luna no se encontraba por ninguna parte. Incluso mirar el lugar hizo
que mi piel se pusiera de pie. La Gruta era un lugar que no salía del todo de un
mito. A veces los exploradores regresaban de Bharata llevando historias sobre el
lugar. Como el viento se burlaba de los miembros del grupo de exploración.
Aquellos que vagaron por esa tierra se negaron a irse o nunca fueron
encontrados. Incluso aquellos traídos a la fuerza nunca fueron los mismos. Eso
quedó claro solo en el paisaje. Pilas de algo de armadura abandonada. Incluso
algunas armas. Caminé a través de la basura apartando los pedazos oxidados
hasta que encontré un cuchillo sin filo. Era mejor que nada. Lo recogí en mi boca,
llevándoselo de vuelta a Vikram y a la vetala.
Vikram mantuvo su mirada en la Gruta. —¿Cuánto tiempo más hasta que
la fruta demoníaca deje de funcionar?
—Ella ya está cambiando —La vetala resopló—. No te veas tan
decepcionado. Sé lo que estás tratando de hacer, zorro alto. ¿Crees que la Gruta
es un lugar en el que puedes luchar con la ayuda de una fruta demoníaca? Pero
no se trata de pelear. Se trata de ver —dijo la vetala—. Alaka tiene dos puertas
antes de que abra sus puertas doradas: la Gruta y la Encrucijada.
Recordé la rima del rubí: Alaka está pasando el lugar donde los recuerdos
devoran y el lugar que contiene la respiración para acabar con los cobardes.
¿Cuál sería la Gruta?
Un viento frío se estremeció a través de mí. Sentí que mi mente se
deshacía, y el encogimiento de mi cuerpo. Esos poderosos músculos de demonio
ahora estaban envueltos en un conjunto de hombros más pequeño, en un
conjunto de huesos más delgados. El mundo se oscureció y retrocedió.
Oh, pensé, al mismo tiempo escuché mi voz ronca—: Oh.
Y luego—: Oh no.
Lo único que se había quedado en mi piel desde el momento en que cambie
era el collar de Maya y mis sandalias. Mi túnica me colgaba a tiras.
En este momento, Vikram estaba fingiendo que había un lugar de gran
interés un poco más allá de mi hombro. La vetala había chillado y colocado sus
alas hechas jirones sobre su rostro.
—Dame tu chaqueta —exigí.
Vikram, quien ahora estaba fingiendo que su vida dependía de mirar el
lugar justo detrás de mi hombro, refunfuñó—: Cuando lo pides tan amablemente,
eres imposible de resistir.
Me arrojó la chaqueta. Me quité la túnica y mantuve mis ojos entrenados
en su rostro. La gratitud me inundó. La mayoría de los hombres no lo habrían
pensado dos veces antes de mirar. Algunos habrían presionado más que una
simple mirada. Para tantos hombres en Bharata, tu cuerpo no era tuyo. Y eso me
enfurecía. Pero la única vez que traté de hacer algo al respecto, solo lastimé a
alguien.
Una vez, hice azotar a un soldado por lo que intentó hacer después de
arrinconar a una sirvienta. Afortunadamente, Arjun había llegado a tiempo para
sacar al hombre y dejar escapar a la chica.
Durante todo el tiempo que fue azotado, el soldado había gritado en
defensa—: ¡Al Raja Skanda no le importa!
—¿Me parezco a mi hermano? —Me había burlado.
Ese día me sentí orgullosa. Como si pudiera proteger a la gente. Skanda
se enteró de lo que dije e hizo que llevaran a la chica a sus aposentos esa noche.
Solo la encontré a la mañana siguiente, cuando la chica me detuvo de camino al
cuartel.
Sus ojos brillaron con lágrimas. —Ahórrame tu misericordia la próxima
vez, princesa.
Me obsesionaba pensar en cuántas personas había lastimado solo por
tratar de protegerlos. Por un momento, cerré los ojos con fuerza. Entonces apreté
la chaqueta.
—¿Qué tal la vista? —pregunté, volviéndome.
Vikram parpadeó, sin mirarme. —Excelente. La mejor que he tenido.
—Bien por ti, Vikram. Porque podría ser la última.
Cogí la daga roma y pasé junto a él hasta donde estaba la vetala que
tarareaba y dibujaba círculos y estrellas en la tierra.
—Cumple tu palabra, criatura. Llévanos a Alaka.
—Ya está —dijo la vetala, arrastrándose hacia nosotros—. ¿No dije que es
una cuestión de perspectiva? ¿Y no soy un cadáver honorable? Inclínense cerca.
Inclínense cerca. Les diré cosas.
La sombra de Vikram cayó sobre mí mientras ambos nos agachábamos
ante la vetala.
La criatura levantó sus desgarradas rodillas. Abrió la boca como si fuera
a hablar.
Y luego... escupió en nuestros ojos.
Me eché hacia atrás, pasando mi brazo por mi ojo dolorido.
—No necesito mis cuchillos para matarte, vetala —espeté.
—Será mejor que no me quede ciego —gimió Vikram, frotándose el ojo con
el puño.
Traté de golpearlo con el codo, fallé y perdí el equilibrio.
—De nada —dijo la vetala sedosamente.
Toqué mi ojo izquierdo, en el que había escupido, y lo encontré
extrañamente fresco al tacto. Vikram encontró mi mirada.
Donde sus dos ojos habían sido una vez marrones, uno de ellos ahora era
verde brillante. Miré el resto de su rostro, notando cosas que habían sido
invisibles hace unos momentos. La luz moribunda le tiró de la barbilla afilada,
su corte en la mandíbula y su mirada encapuchada desde Otro Mundo a hermoso.
Cuando miré en sus ojos, me quedé sin aliento. Vi cosas y gente nadando en su
vista: una mujer con rayas grises en las sienes, un puñado de flores azules, un
rey robusto con un pájaro de una sola ala en el hombro. Cunas vacías y pasillos
oscurecidos. Y un chico. Un chico que se abrazó como si hubiera tormenta
reuniendo rayos de luz dentro de él. Vikram también parecía perturbado.
Sus cejas fruncidas, y cuando su mirada se posó en el collar de Maya, sus
estaban labios entreabiertos y maravillados.
¿Qué habían traicionado mis ojos?
Se volvió de repente y sus ojos se agrandaron.
—Dioses —suspiró.
Seguí su línea de visión y el horror se apoderó de mí.
Antes, la Gruta parecía una cosa estéril y sin vida. Ahora había formas
retorcidas ante nosotros. Las criaturas se aferraron a los árboles blancos como
el hueso. Criaturas que no descansaban en las ramas ni estaban congelados en
la muerte, sino despiertos y deslizándose.
Y mirándonos directamente.
—Dense prisa, dense prisa —se quejó la vetala—. Esto no se trata solo de
ustedes dos, tontos, ya saben.
Cubrí el ojo en el que la vetala había escupido y miré hacia la Gruta. Nada
más que árboles blancos como el hueso se encontraron con mis ojos. Pero cuando
cubrí el otro ojo y miré hacia afuera, los cuerpos pululaban y se retorcían,
rechinando los dientes.
—Un ojo para ver la ilusión... otro para ver a través de ella... —dijo Vikram
suavemente.
—Pero entonces, ¿por qué pudimos… —me detuve.
Vikram atrapó mi mirada y rápidamente desvió la mirada. ¿Por qué
habíamos sido capaces de vernos uno al otro, como si no fuéramos más que
paneles de vidrio coloreado?
—El cuerpo es su propia ilusión. Ahora puedes ver a través de él —dijo la
vetala—. Más bien como incensarios carnosos. Son simplemente los guardianes
de las cosas. Qué dentro de ti es lo que más les gusta a esas bestias. Eres,
básicamente, un cuenco lleno de recuerdos exuberantes. Quieren sacarlos,
hundir sus dientes en ellos, se ahogan en las huellas de los momentos vivos.
—¿Cómo esos monstruos se burlan de nuestros recuerdos? —preguntó
Vikram.
La vetala sonrió y el hielo se derramó por mi columna vertebral.
—Pueden oler las formas de los recuerdos que surgen de tu piel como
vapor. Tirarán de ellos. Y ustedes, como un gordo abejorro somnoliento arrullado
por la garganta azul de una flor embriagadora, caerán en los brazos de cualquier
ilusión que crean.
Chupé mis mejillas y di unas palmaditas en la chaqueta. Estaba lista.
Vikram miró más vacilante. El color había desaparecido de su rostro y estaba
mirando a la Gruta como si supiera exactamente qué pesadilla lo esperaba.
—Si mueren, mueren. No se sientan mal. Morí. Y estoy bastante bien —
dijo la vetala—. Si lo hacen, sin embargo, se las estarían arreglando para que lo
hagan, y por las miradas de ustedes, no me sorprendería tanto como me irritaría;
por favor, intenten mantener sus cabezas. No me sirven de nada decapitados.
Como ya nos había transportado a la Gruta, Vikram acordó dejar que la
vetala subiera a su espalda. La vetala alisó el cabello de Vikram, canturreando—
: Buen burro.
Al final del acantilado inclinado, miré una vez más para estar segura que
el ojo encantado funcionaba. Vikram dejó escapar el aliento para hablar, y me
preparé para escuchar palabras formales y solemnes como: la muerte viene para
todos nosotros de todas formas. Lo que escuché, en cambio, fue—: ¿Competir
juntos hasta el final?
Fue algo tan extraño de decir por lo que... me eché a reír. Estaba
sorprendida de que me quedara una risa dentro de mí y aún más sorprendida de
que eligió anunciarse momentos antes de una batalla donde la muerte tenía la
victoria pellizcando entre el pulgar y el índice. Una vez liberada de mi vientre, la
risa calentó mis huesos. Quizás por eso las mejores risas tienden a romperse
libres al borde del horror sin luz. Solo entonces pueden dar alas a un espíritu
decaído. Yo necesitaba eso. Y si Vikram sabía o no lo que había hecho, me sentí
agradecida.
La vetala gimió. —Están destinados a morir.
Todo lo que se necesitó fue un paso para que la Gruta se transformara. El
viento levantó mi pelo. En un momento, pude ver la rendija de luz al final de la
Gruta. La apertura de la cueva. En la parte de atrás de mi cabeza, escuché la voz
de Maya: El Señor de la Riqueza una vez gobernó Lanka, una ciudad de oro. Oro
por todas partes. Oro en los árboles, en los ríos, en el aire. Quizás era oro. Oro
justo al otro lado. Todo lo que tenía que hacer era alcanzarlo.
Pero al momento siguiente, el mundo se transformó. Espesas nubes de
niebla rodaron frente a nosotros, ocultando la luz. Sentí a Vikram a mi lado, pero
no pude verlo. Contuve la respiración. ¿Con quién se burlará de mí la Gruta?
No tuve que esperar mucho. Por un ojo, vi una mano oscura estirarse
hacia mí. Tatuajes azules descoloridos salpicaban sus brazos como estrellas
apagadas. Nalini, su hermoso rostro retorcido por el dolor.
—Me dejaste allí para morir.
UNA CUCHARA ENVENENADA
Gauri
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty

Seguí moviéndome.
No es real.
—¡Vikram! —grité.
Nada.
—Se suponía que tenías que mantenerme a salvo. Confié en ti —dijo—.
Hice todo lo que pediste. Todo lo que pedí fue esperanza. ¿No te acuerdas? Vine
a ti. Te lo supliqué. ¿Y qué hiciste?
Temblando, avancé. Un paso. Dos. La niebla se hizo más densa cubriendo
mis pies. Mi corazón se aceleró. Los extremos de la chaqueta sherwani atrapados
alrededor de mis piernas. Traté de mirar a través del ojo encantado, pero sólo
podía ver a través de los espíritus de la Gruta de Muertos Vivientes. No la niebla.
Debajo de mí, el suelo se volvió escarpado. Estaba acostumbrada a pelear en
desniveles, pero por lo general tenía botas y ambos ojos abiertos. Aquí estaba
caminando con sandalias raídas, una mano sobre mi ojo y mi sentido del espacio
y la profundidad vacilantes. Se me enganchó el dedo del pie. Me caí, lanzando
mis brazos para sostenerme.
Una voz muy cerca de mi oído susurró—: Contéstame, Gauri. Estábamos
tan unidas como hermanas —Me dio un vuelco la cabeza. Me apresuré a ponerme
de pie, mis ojos se desviaron hacia arriba sin pedir permiso a mi mente. Nalini
me miró fijamente con los ojos color avellana brillantes por las acusaciones—.
¿Cómo pudiste?
Mi voz se quebró. —Estaba tratando de mantenerte a salvo. Pensé que
había un espía, Nalini. No era lo que parecía.
Fue el día antes de la rebelión. Había dejado de comer; la ansiedad
masticada en mi núcleo. Tuvimos una oportunidad de hacer esto bien. Meses de
planificación se habían construido hasta el día de hoy. Pero podía sentir los ojos
de Skanda siguiéndome. Quizás alguien había espiado nuestras reuniones. O
alguien me había vendido. Empecé a guardar la información. Negarme a conocer
gente. Incluso Arjun y Nalini. Esa noche, Nalini me visitó en los jardines y podría
haber jurado que los ojos nocturnos que parpadeaban abiertos en la jungla
pertenecían a los ojos espías de Skanda.
—Gauri —dijo—. ¿Qué te ha pasado?
No dije nada, mis ojos fijos en la jungla.
—¿Qué estás escondiendo? —exigió—. Ni siquiera has visitado a Arjun
desde que regresó...
—¿Quieres decir desde que lo rescaté? —le regresé enojada
Hace una semana, había traído a Arjun a casa. Todo fue gracias a Maya.
El día en que organizó un incendio en el harén, pude escapar de Bharata y rescatar
a Arjun. Desde entonces, ha estado tratando de hablar conmigo, pero no podía
poner en peligro nuestra operación al permitirnos ser vistos juntos. Skanda estaba
todavía furioso conmigo por ir en contra de sus órdenes directas y salvar a Arjun.
—¿Sabes a qué horrores se enfrentó? ¿Acaso te importa? ¿Qué pasó con las
promesas que me hiciste?
La oscuridad crujió. Skanda tenía espías por todas partes. ¿Estaban
mirándonos?
—No hay nada que esconder, Nalini —dije, mi voz fría y distante—. Arjun
es un soldado. Cuando lo encontré, estaba herido. Le salvé la vida. No le debo más
que eso, y ciertamente no te debo nada a ti.
Si le hubiera dicho la verdad, ¿habría escapado del encarcelamiento?
Cuando entré en la jungla después, el susurro no había sido más que una liebre
atrapada debajo de la raíz de un árbol. No era un espía. Podría haberme
disculpado con Nalini. Pero la paranoia es una casa llena de puertas cerradas.
Así que me retiré.
Nalini extendió la mano y me rozó el brazo con los dedos. Me estremecí.
Ella se sintió tan fría.
—Nunca debiste salir lastimada —dije con fiereza—. Tú eras la razón por
la que luché por el trono.
Nalini me había salvado la vida. El día que golpeó una cuchara
envenenada de mi mano fue el día en que dejé de esconderme y comencé a cazar.
Fue la primera vez que Skanda había intentado matarme. Hasta que fue removido
del poder, la vida de Nalini estaba en peligro. Antes de eso, no había estado
dispuesta a arriesgarme. Si fallaba, no podría proteger a los pocos que pudiera.
Pero si Skanda estaba tratando de matarme, significaba que nunca tuvo la
intención de mantener su promesa de nombrarme su heredera.
—Me merecía algo mejor —dijo Nalini.
Mi corazón estalló. —Lo sé.
—Te perdonaré, hermana. Abrázame como lo hiciste una vez. Empecemos
de nuevo.
Me acerqué a ella y las hojas de hierba me cortaron los pies. Perlas de
sangre en mi piel. Miré hacia abajo, frunciendo el ceño. La hierba no debe
cortarse.
—Ven a mí, Gauri —dijo Nalini. Su voz rozaba la desesperación—. ¿No
merezco una disculpa y un abrazo después de lo que me hiciste?
—¿Qué te he hecho?
Nalini no dijo nada. Pero la piel de sus brazos parpadeó de su habitual
marrón lacado a un negro aceitoso inusual. Di un paso atrás.
—¿Qué te he hecho? —pregunté en voz alta.
La pregunta dio la respuesta:
La había metido en la cárcel. Se suponía que estaba acostada en algún
lugar de una celda en Bharata.
—¿Por qué no estás en la cárcel?
Ella ladeó la cabeza. El frío se extendió por mi pecho. El gesto estuvo mal.
Inhumano. Me estaba olvidando de algo. Me miré las manos: estaban sucias.
Ensangrentadas. No debería vestirme con el sherwani de un hombre.
Lentamente, levanté mi mano a mi ojo, el movimiento guiado por un conocimiento
que destellaba al borde de mis pensamientos. Nalini siseó, su mandíbula se abrió
de golpe en una mueca espantosa.
Y luego la vi por lo que era:
Un monstruo de humo y dientes. Hizo chasquear los dientes. Garras
mojadas alzadas para mí. Tropecé hacia atrás, rompiendo el muro de niebla. Esta
cosa había usado la voz de mi mejor amiga.
—¿Gauri? —llamó dulcemente, su vientre raspando el suelo mientras
comenzó a gatear.
Cogí mi cuchillo, lo arrojé directamente a uno de sus brazos y lo inmovilicé
en el suelo. Dejó escapar un grito agudo y helado. Una pequeña roca empujó mi
pie. La levanté, sin mirarlo mientras lo lanzaba por encima de mi cabeza y lo
estrellé contra el cuerpo de la criatura. Los gritos cesaron. Cubrí mi ojo, arranqué
mi daga del brazo manchado de tinta y eché a correr.
La cueva al final de la Gruta brillaba con luz. Corrí. Pasé corriendo por
una visión de Maya tendida con la garganta cortada. Esquivé una visión de Madre
Dhina meciéndose de un lado a otro, la sangre le corría por las muñecas. Vikram
pasó a mi lado. Perseguí su delgada sombra, y el suelo desapareció debajo de mí.
Mis recuerdos aparecieron oscuros y espeluznantes hasta que un pliegue de luz
atrajo mi atención. La cueva. Casi estaba allí. Mientras la niebla se enfurruñaba
y giraba, una mancha oscura se escabulló hacia mí sobre mis muñecas y rodillas
destrozadas. La vetala. Su mano envuelta alrededor de mi pie.
—El chico está muerto —resopló—. Recógeme.
CORAZÒN DESGARRADO
Vikram
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty

Como regla general, Vikram solo corría cuando estaba furioso. Como
sucedía, él estaba casi siempre furioso. Todos los días pisaba la raída línea entre
lívido y lúcido. Había horror en saber que sólo estaba destinado a ser un rey
marioneta. Y había esperanza en saber que era capaz de mucho más. Cuando
corrió, esos pegajosos intangibles: título, nacimiento, expectativas y
resentimientos, no podían aferrarse a él.
Simplemente se estaba moviendo demasiado rápido.
La vetala se rió entre dientes y le rodeó el cuello con sus huesudos brazos.
—¡Más rápido, burro! ¡Más rápido! —gritó.
Vikram sabía lo que mostraría la Gruta, qué recuerdos arrancaría de su
mente y giraría en sílfides rencorosos. Tomó años de practicar encantos para
borrar al chico que el Imperio Ujijain aceptó a regañadientes. Solamente su padre
recordaba el día en que lo encontraron. Nadie recordaba las marchitas flores
azules en su mano, o la forma en que se había aferrado a las quebradizas, flores
incoloras hasta que se convirtieron en polvo. Nadie eligió ver. Era el camino de la
realeza.
Estaba casi en la cueva, con vientos secos ardiendo en sus pulmones,
cuando lo oí—: ¿Beta?
Sabía que vendrías por mí.
La vetala se rió y le susurró al oído—: Protege la cabeza, protege la cabeza.
Vikram se tapó el ojo con una mano, pero un tirón en su corazón detuvo
sus pies. Había endurecido su corazón para no verla. ¿Pero escucharla? Él no
había entrenado su corazón contra el anhelo de enroscarse alrededor del sonido
de su voz. Siempre que su madre hablaba o cantaba, el cielo se iluminaba. Incluso
las estrellas se acercaban un poco más para captar el tono plateado de su voz.
—Hijo mío, ¿me has olvidado? Esperé mucho tiempo a que vinieras de
vuelta —dijo su madre—. Querías sorprenderme. ¿Recuerdas?
—Sí —dijo con voz ronca.
—Te perdono por lo que me hiciste. ¿No me abrazas, mi hijo?
Vikram levantó la vista de sus pies y se encontró al borde de un acantilado
polvoriento. Tropezó hacia atrás, su nariz se llenó con un fuerte aroma a pino.
Una red de ramas de árboles bailaba sobre él como dedos entrelazados.
—Beta —susurró su madre—. Ven a mí.
Él quería. Dioses, quería. Pero algo detuvo su mano. Mano. Su madre
estaba de pie con los brazos cruzados sobre el pecho. Un estallido del azul llamó
su atención. Flores azules. Era el azul que teñía el cuello en el fondo de un
acantilado, con la boca llena hasta los dientes con piedras. Él frunció el ceño.
Imposible.
La imagen estalló.
Salió a trompicones de la niebla, con la cabeza zumbando mientras la
vetala gritaba—: ¡Chico tonto! —Empezó a correr de nuevo, con el corazón
acelerado, para llegar al otro lado. Con un solo ojo abierto, se volvió y encontró la
cosa de la Gruta de Muertos Vivientes tropezando tras él.
—¡Vuelve, Vikram! —llamó en la voz de su madre.
Corrió a ciegas hacia la niebla, esquivando ramas delgadas de árboles.
Pero su pie resbaló justo cuando una roca envuelta en niebla apareció a la vista.
Lo último que él vio fue la tierra de grava que se elevaba a su encuentro.

Vikram se despertó al ser arrastrado por el suelo irregular de una oscura


cueva. Pequeños hilos de luz se abrieron paso a través de la roca, arrojando una
delgada y escasa iluminación. La vetala se acuclilló sobre su pecho y se rió
cuando Vikram intentó, y falló, en apartarlo.
La silueta de Gauri captó la tenue luz. La suciedad manchaba sus brazos,
pero ella se comportó como una reina reclamando su país. Ella también, para su
infinito aborrecimiento, estaba arrastrándolo como un saco de fruta.
Él gimió. ¿Te hago reír, Universo? Una vez, cuando tenía diez años, intentó
volar colocándose pañuelos de seda en los brazos y saltando de un árbol. No
funcionó. Cuando tenía quince años, se vistió como cortesana para colarse en el
Harén. Terminó pareciendo demasiado convincente para un guardia del palacio
y se vio obligado a quitarse las sedas y golpear al hombre. De todas las cosas
consideradas, esto no era lo más vergonzoso que había soportado.
Pero ciertamente era uno de ellos.
—¡Despierta! ¡Despierta! —gritó la vetala, abofeteándole la cara—. Salté
porque pensé que eras una cáscara de una cosa. Pero vino el lindo monstruo de
vuelta por ti.
Quería estrangular a la criatura. Hubiera sido mucho mejor fingir
inconsciencia y dejarse arrastrar por la cueva. Tal vez el Universo le hubiera
sonreído y le hubiera golpeado la cabeza contra una roca. Se soltó del agarre
inquietantemente fuerte de Gauri. Ella dejó caer su pierna con poca ceremonia.
—Levántate —dijo ella.
—Aprecio tu preocupación y mi mente está perfectamente intacta. Gracias
por preguntar.
Se tambaleó hasta pararse y le lanzó una mirada a los ojos antes de
suspirar de alivio. El encantamiento de la vetala se había desvanecido. Sus
recuerdos se retiraron de nuevo a su piel. Aun así, se preguntó qué habría visto
ella en esa Gruta de Muertos Vivientes. Su rostro se veía pellizcado a la luz de la
cueva, sus labios apretados. Ahora que sus manos estaban libres, sus dedos se
retorcieron protectoramente alrededor de su collar. Cuando la miró bajo el
encantamiento, había visto una chica que lucía cien caras y nunca sonreía en
ninguna de ellas. Él había vislumbrado el recuerdo de una Princesa que escondió
un gorrión con un ala rota en su habitación. La había visto apretar su collar azul
con fuerza contra su garganta y dejar caer sus hombros cuando nadie miraba.
¿Quién era ella?
La vetala levantó los brazos como el infante más grotesco. —Recógeme.
Gruñendo, Vikram puso a la criatura sobre su espalda. La vetala de
inmediato apoyó la barbilla en la cabeza de Vikram con un suspiro de alegría. No
había nada más que hacer que seguir la luz. Mientras caminaban, Vikram sintió
el encantamiento del Otro Mundo enterrado en el fango de la cueva. Fue sutil.
Como árboles frutales empapados a la luz de la luna, nubes de tormenta
agazapadas sobre las agujas del palacio y ojos vigilantes que parpadean abiertos
en el crepúsculo. Y lo despertó con los ojos muy abiertos.
—Gracias —dijo, en parte para romper el silencio, pero sobre todo porque
realmente quiso decir las palabras—. Volviste por mí.
—Necesitamos dos para participar en el Torneo. Y la vetala —ella asintió
con desdén hacia la criatura—. Sería de poca utilidad. Así que no me agradezcas.
Lo hice por mí misma.
La vetala acercó la cabeza a la oreja de Vikram. —Escuché su corazón
saltar en su jaula de huesos2 cuando dije que estabas muerto.
Su propio corazón dio un vuelco extraño. Habían cruzado la Gruta donde
sus propios recuerdos habían sido traicioneros, pero todo lo que recordaba era el
sonido de su risa cuando le preguntó si deberían correr. Su risa era baja y
gutural, como oxidada por el desuso. No había podido quitársela de su mente.
—¡Vikram! —gritó Gauri.
Su cabeza se levantó de golpe. A un momento de sus dedos, un enorme
desgarro en el suelo de la cueva salió a su encuentro. Apoyó los talones en el
suelo, con el estómago revuelto como si hubiera caído por el agujero. Golpe. La
vetala hizo caer bruscamente su huesudo codo sobre la cabeza de Vikram. Su
cuerpo se sacudió hacia delante, justo cuando la vetala empujó a Gauri.
—¡Salten! ¡Por aquí, cobardes! —gritó la vetala.
Los talones de Vikram resbalaron. Pateó inútilmente, sus brazos giraban.
Gauri cayó junto a él. Un rugido furioso, casi inhumano, salió de su garganta.
Vikram se dejó caer, sacando los brazos como si pudiera volar. Esta no sería su
muerte.
Gritó, con una sonrisa imposible en su rostro. La oscuridad se deslizó
sobre sus pensamientos. Buscó entre las sombras a Gauri. Y la encontró.

2 En su pecho.
LA VERDAD DE LA PRIMERA LUZ
Gauri
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty

Una mano cálida me rozó la frente. Sin pensarlo me había inclinado en el


abrazo cuando una voz astilló esa calma robada—: Si la chica no se despierta al
amanecer, reclamó su cuerpo, ¿no?
Luego siguió el sonido de golpes de alguien golpeando inteligentemente a
otra persona. Parpadeé. Vikram me miró fijamente, sus labios apretados en una
línea estrecha. Tan cerca, pude ver que sus ojos no eran tan oscuros como
pensaba. Líneas de oro se dispararon a través del marrón oscuro. Como estrellas
rompiendo durante la noche. O la luz del sol atravesando las ramas. Me senté
rápidamente...
—Yo no haría eso… —comenzó Vikram.
Como respuesta, un dolor sordo palpitó detrás de mis ojos. Mi visión se
volvió negra antes de que la vista regresara. Una vez más, estaba en el suelo. Solo
que esta vez, los brazos de Vikram no estaban a mi alrededor.
—Te golpeaste la cabeza —dijo.
Lo fulminé con la mirada. —Eso puede suceder cuando te empujan a un
agujero en el suelo.
—De nada —dijo alegremente la vetala.
Cuando le di a mi cuerpo la oportunidad de adaptarse, miré alrededor de
la carpa de seda, que estaba entreabierta para revelar parte de la tierra y el cielo.
Todo era familiar y desconocido. Reconocí los cítricos y los almendros dulces a
mi derecha. Eran idénticos a los de los jardines de Bharata. Una ola de nostalgia
se apoderó de mí, tan fuerte e inquebrantable que no pude respirar. Junto a los
árboles, los banderines de seda de Ujijain ondeaban en el aire sin viento. Pero lo
que me robó el aliento fue el cielo cubierto de estrellas. Escaleras plateadas
subían y bajaban hacia el cielo nocturno y me pregunté hacia qué reino imposible
subían.
Miré hacia abajo y descubrí que estaba sentada en una rica alfombra.
Había dos camas de algodón en el suelo, con almohadas mullidas y mantas
cálidas.
Y el banquete.
Las guayabas partidas espolvoreadas con azúcar de caña llenaron un
cuenco de cristal. Azafrán de arroz, naan con mantequilla, deliciosos platos de
cebolla y papa, yogur frío salpicado de semillas de granada como rubíes y copas
de plata de dal picante nos esperaban. Mi visión se llenó de postres: astillas de
pistacho cristalizado, almendras masticables oscuras y ras malai cremoso
espolvoreado con pétalos de rosa. Mi favorito, el dorado y almibarado gulab
jamun, me llamó. Se me hizo la boca agua.
Por lo que pude ver, no había nadie más que nosotros. Revisé el cinturón
improvisado que había hecho con parte de la chaqueta de Vikram, y encontré mi
daga descansando cálidamente contra mi cadera. Aparte del ligero dolor de
cabeza y el rasguño a lo largo del antebrazo de Vikram, salimos ilesos de la caída
y de la Gruta. Físicamente, al menos.
—¿Dónde estamos?
—La Encrucijada —dijo la vetala, cantando.
Recordé la rima del rubí. Ya habíamos cruzado la Gruta, que encaja en el
lugar donde los recuerdos los devorarán. ¿Eso significa que nosotros estuvimos
en el lugar de contener la respiración para acabar con los cobardes?
—Bien. Un banquete llama, y yo responderé —Vikram se puso de pie,
sacudiendo su túnica rasgada.
—¿Te has vuelto loco? —grité—. ¡Tenemos que pensar en esto!
Este lugar estaba claramente encantado. No importaba que nadie más
estuviera a nuestro alrededor. La magia escondió sus cuchillos detrás de una
sonrisa de boca cerrada. No había ninguna posibilidad.
—Creo que estaba loco antes de esto —reflexionó la vetala—. O tal vez es
el efecto de la Encrucijada. Le gusta deshacer las cosas de la comodidad.
Así que eso explicaba los fragmentos de Bharata que surgían en este
extraño lugar. Paseaba en la tienda. —Pero ¿cómo salimos?
Vikram amontonó comida en su plato y me ofreció un plato. Dudé. Desde
el intento de envenenamiento, no me gustaba comer alimentos que no había visto
ser preparados. Además, Maya siempre me había advertido sobre comer la
comida del Otro Mundo. Un bocado de la fruta demoníaca había sido suficiente
para demostrarlo.
—¿Crees que estoy tratando de envenenarte? —preguntó Vikram,
levantando una ceja.
—¿Lo haces?
—Me salvaste la vida —dijo Vikram—. No intentaría envenenarte después
de eso. Te debo.
—¡No comas eso! —dije, agarrando su plato. Pero Vikram se movió más
rápido, sosteniendo el plato en alto—. ¿Tienes la intención de recompensarme
muriendo?
—Para nada —dijo, volviéndose hacia su comida y desafiantemente
amontonando incluso más arroz en su plato—. Podría casarme contigo, si
quieres. Eso parece ser una recompensa popular en casa.
—Prefiero la comida envenenada.
—Puede que todavía seas recompensada —dijo. Se metió un puñado de
semillas de granada en la boca.
Se congeló, un poco de jugo se derramó de sus labios.
—¡Oh no! —Suspiró, agarrándose el pecho.
—¡Vikram! —grité.
Levantó la mano. —Quería empezar con los mangos.
Me detuve antes de correr hacia él, frío enrojeciendo mi cuerpo mientras
él se rió. Demonios. Lo dejé con sus carcajadas y le di un golpe a la vetala en el
costado.
—¿Cómo llegaremos a Alaka desde aquí?
La vetala gruñó y abrió un ojo. —¿Eres tonta? ¡Siguiendo las direcciones,
por supuesto!
¿Direcciones?
Aparté la cortina de seda y caminé hacia la parte trasera de la tienda
donde ocho estatuas se alzaban muy por encima de nosotros. Incluso desde la
distancia, las estatuas eran tan altas como elefantes. Las direcciones cardinales
estaban inscritas debajo de las estatuas, que mostraba a los guardianes
respectivos de las direcciones. Kubera, el Señor de Alaka y guardián del Norte,
llevaba un mazo en una mano, un collar de oro en su pecho de piedra. Noreste:
Ishana, el Señor de la Destrucción, con su pelo enmarañado y temible tridente.
Noroeste: Vayu, el señor de los Vientos, ondeando una bandera en una mano.
Este: Indra, el Señor de los Cielos, agarrando un rayo en una mano. Oeste:
Varuna, el Señor de las Aguas, sosteniendo un lazo. Sureste: Agni, el Señor del
Fuego, portando su lanza de fuego. Suroeste: Nritti, la Dama del Caos, con una
cimitarra en una mano encantadora. Sur: el Dharma Raja llevando su bastón y
su lazo.
Más allá del estrado giratorio de direcciones había ocho puertas idénticas.
Nada las distinguía entre sí. Ni el alto ni el ancho, el color ni el corte. Una zanja
infranqueable, bostezante, nos separaba de las puertas. Lo único que cabía en
ese espacio era el estrado giratorio de estatuas. Pero si se suponía que el estrado
era un puente, no podríamos usarlo hasta que cayera al suelo y dejará de
moverse. Nos encerraron estatuas e ilusiones. Nosotros necesitábamos comenzar
a planificar cómo irnos. Me di la vuelta para ver a Vikram bebiendo
profundamente de una copa.
—¿Qué? —preguntó—. ¿Cambiaste de opinión sobre mi propuesta de
matrimonio?
—No me golpeé la cabeza tan fuerte —dije—. ¿Te diste cuenta de que
estábamos cerrados dentro de estas paredes? La vetala debe habernos engañado
para seguir un camino sin salida.
—¿Yo? —chilló la criatura—. Todo lo que quería era un cuerpo. Ahora me
quedo a merced de tu ingenio. Sospecho que estoy condenado.
—Me di cuenta —dijo Vikram—. Pareces olvidar que estabas inconsciente.
Ya verifiqué los parámetros del lugar. Estamos ciertamente atrapados por la
noche.
—¿Sólo una noche?
Vikram buscó detrás de él un trozo de pergamino que estaba grabado con
tinta dorada y me lo entregó:

Viajero cansado, disfruta del deleite de tu corazón


Has llegado a la última encrucijada del destino
Gracias a los Ushas por la verdad de la primera luz
Hasta entonces, festeja y bebe para saciar tu corazón
Pero debes saber que estas paredes se doblarán para siempre
Y cuando terminen, no podrás reparar ningún hueso
Cuida la dirección que elijas
Miles vendrán aquí y miles perderán

Leo las palabras lentamente. Atrapados hasta la primera luz. ¿Solo con la
primera luz elegimos en qué dirección viajar? Pero, ¿cómo podemos saber cuál es
la verdad? Miré hacia el palacio de la noche tan fuera de mi alcance. Gracias a
los Ushas por la verdad de la primera luz. Ushas era la diosa del amanecer.
—¿Hay alguna razón por la que no compartiste esto conmigo hasta ahora?
—¿Y perder la oportunidad de verte enfurecer? —preguntó—. Allí es
tiempo de sobra para contemplar nuestra fatalidad inevitable. Tenemos mucho
menos tiempo de saciar nuestros estómagos. Además, quería asegurarme de
tener una ventaja al comer los postres.
—Siempre optimista.
—Soy optimista —dijo Vikram, agitando un plato de comida—, sobre no
morir de hambre.
Mi estómago gruñó. Vikram no parecía diferente al comerse la comida, por
lo que probablemente era segura. Me agaché a su lado, tomando el halwa por mí
misma, y luego me senté frente a la esquina de la habitación cuadrada que se
parecía a la vista fuera de la ventana de mi dormitorio.
—¿Tu hogar? —preguntó Vikram.
Asentí. —Y la esquina con la vista de Ujijain... ¿es tuya?
—Sí.
Era una vista extraña. La visión de Vikram de Ujijain era el reino mismo.
Eso era frío. Privado.
—Amas a Bharata —dijo Vikram. Una declaración de hecho.
—Lo hago.
—¿Qué te hizo decidir jugar en el Torneo? Podrías simplemente esperar
por un ciclo de la luna y apresurarte a regresar con tu amada Bharata.
Me mordí el labio. Si esperaba tanto tiempo sin la esperanza de un plan,
Nalini estaría muerta. No era como si pudiera dar un paseo por Bharata al final
del ciclo lunar. Si pongo un pie en el suelo de Bharata, Skanda ejecutaría a Nalini
y luego me echaría la culpa a mí. Todos los juegos, manipulaciones, pérdidas y
los secretos no servirían de nada. Peor aún, hundiría a Bharata en la guerra si
perdíamos el apoyo del hogar tribal de Nalini.
—Circunstancias —dije con fuerza.
Vikram me miró. —¿Qué hiciste para que tu propio reino te quiera
muerta?
Apreté mi mano. —Digamos que la política en Bharata me obligó a jugar
un juego de poder que pensé que podría ganar. No gané. De ahí la orden de
muerte.
Vikram puso los ojos en blanco y aplaudió lentamente. —¿El estudio de
princesas incluye teatro? ¿También corres por la ciudad como un justiciero
encapuchado?
—No sabes nada sobre mi vida o cómo fue para mí —dije enojada—. Todos
ustedes, príncipes, son iguales. Nunca han trabajado para nada, así que no saben
nada de la lucha de otra persona.
Su mirada se agudizó. —En eso, Princesa, estás equivocada.
Dejé escapar un suspiro y presioné mis sienes. —Ahora que hemos comido
y argumentado, ¿qué pasa con el acertijo?
—Sabemos que el camino a Alaka es seguir el norte verdadero. La estatua
con la imagen de Kubera lo dice. Pero las estatuas están colocadas en una rueda
giratoria...
—Y pueden no ser direcciones precisas cuando se asientan.
Vikram frunció el ceño. Dejando su copa, dibujó una imagen en la tierra:
un estrado y ocho puertas. Lo estudió, elevando sus largos dedos. Gruñí. Ya era
suficiente.
—¿Por qué haces eso?
—¿Hacer qué?
—Eso. —Imité sus manos, aplané mis cejas y traté de hacer que mis ojos
se vieran algo locos.
—Para que sepas, es mi pose de meditación.
—Para que sepas, te ves ridículo.
—¿Y tú qué tal? —preguntó. Se mordió las mejillas y frunció el ceño,
señalando su cara y luego señalándome a mí—. ¿Qué tipo de pose meditativa es
esa?
—No es una pose de meditación en absoluto —le respondí.
—Mis disculpas. ¿Es tu rostro de guerrera déjame-drenar-tu-sangre? ¿No
podrías dominar una expresión que se pareciera menos a la de un gato
indignado?
—Mejor que juntar mis manos y parecer una araña demasiado grande.
—Una araña demasiado grande que rara vez se equivoca.
—Mi rostro de guerrera déjame-drenar-tu-sangre te ha salvado la vida.
—Y esta pose de araña demasiado grande está a punto de salvar la tuya.
Apoyó la barbilla en el borde de la palma de la mano y la cabeza inclinada.
Pálido, la luz se deslizaba sobre los planos tallados de su rostro, desde su nariz
estrecha y afilada mandíbula a labios infernales que siempre bailaban al borde
de la risa. Vikram me sorprendió mirando sus labios y sonrió. Me mordí algunas
maldiciones.
—Cuando los Ushas abandonen su hogar, eso sería el equivalente al
amanecer. Entonces sería la primera luz. Creo que la rueca de las estatuas se
congelará —dijo—. Creo que llegará hasta donde podamos cruzar el estrado y
acceder a esas ocho puertas. Debemos vigilar durante toda la noche y mirar si
empieza a caer.
—Si eso sucede, solo tenemos hasta la primera luz para elegir qué estatua
sigue a través de qué puerta —dije—. No sabemos cuánto tiempo permanecerá el
estrado en su lugar. ¿Alguna idea?
Juntó los dedos. —Creo que deberíamos seguir las reglas de la estatua
Kubera en la dirección del verdadero norte.
—Eso es demasiado simple —Levanté la invitación de la Encrucijada y leí
en voz alta—: 'Miles vendrán aquí y miles perderán', estoy segura de que muchos
de esos miles probaron la ruta más sencilla.
—Sin embargo, no se trata del camino más simple o directo —dijo
Vikram—. La magia es una prueba de fe... ¿por qué si no hubiéramos escapado
de Ujijain, comido una fruta demoníaca y nos dejamos torturar por nuestro
pasado si no crees en lo que ofrece el Torneo?
Era la primera vez que mencionaba lo que había visto en la Gruta de
Muertos Vivientes. El dolor brilló en sus ojos, tan breve que podría haber sido
confundido con la luz brillando sobre nosotros. Pero lo atrapé.
—Hablas con una convicción que se basa en sentimientos, no en hechos
—le dije—. Seguir el norte verdadero es demasiado fácil. Suena como una trampa.
—Pero eso es la mitad de la astucia de este lugar. ¿Cuántas veces tengo
respuestas tan simples y, sin embargo, alguien está decidido a tomar el camino
de las espinas en lugar de rosas?
—No se gana.
—Eso es algo muy humano para decir.
—Una inclinación que no puedo evitar.
—No se trata de las cosas que se ganan, sino de las cosas como son. La
magia nos eligió por una razón. ¿Creías en el Otro Mundo antes de verlo con tus
propios ojos?
Asentí.
—La magia es así —dijo—. Es como la fe.
Habló con tanta seriedad que casi le creí. Pero Vikram tenía algo y yo no.
Inocencia. Quizás el mundo se rompería por él porque creía que lo haría. Pero no
haría lo mismo por mí. Para mí, el Otro Mundo y el mundo humano eran iguales
por una cosa: Ninguno de los dos mundos lo mimaba ni le importaba.
—Necesito pensar.
—Bastante justo —dijo—. Considera las opciones tu misma. Pero no
pienses que solo porque me salvaste la vida, te seguiré hasta el final de la tierra
y a través de cualquier puerta.
—Gracias a los dioses. Esa sería la última recompensa que pediría por
salvar tu vida.
Vikram se puso de pie y se estiró. —Haz lo que quieras.
Cruzó la pequeña tienda. Estudié su andar. Podrías contar mucho sobre
una persona por la forma en que ocupa el espacio. Skanda caminaba como si
esperara un cuchillo en cada esquina. Vikram se movió como si el mundo hubiera
tallado este momento para él solo y no simplemente lo iba a vivir, sino a gobernar.
Estaba tan seguro de todo que me dio envidia.
Cogió uno de los recipientes de agua y empezó a frotarse la cara. Se sentó
medio congelado en el suelo. ¿Se suponía que debía levantarme y marcharme?
Pero entonces fruncí el ceño. ¿Por qué debería irme? Si no quiere que mire, debería
irse.
No lo hizo.
Se quitó la túnica y luego se puso los pantalones. Su espalda estaba
parcialmente vuelta, pero aún podía ver el contorno de los músculos con cordones
adornando sus hombros y la longitud vigorosa de sus brazos.
Una vez, intenté meterme en un atuendo que no me quedaba porque había
tenido demasiadas raciones de postre ese día. La habitación se sintió como eso.
Como un cuerpo entero fruncido y decidido, demasiado apretado y demasiado
consciente de cada contorno y forma dentro de él. Me tenía que ir.
—Deja de admirar la vista —dijo.
—Criticando —mentí, levantándome y recogiendo mi plato de halwa.
—¿Qué me hace falta?
—Honor.
No es exactamente una mentira.
—Ay. Debo haberlo extraviado.
—¿Hay alguna razón por la que buscas todas las oportunidades para
molestarme?
—Es divertido. Tu cicatriz parpadea cuando frunces el ceño. Casi parece
un hoyuelo —dijo Vikram—. Todavía estoy esperando que tu cara se ponga roja
de ira. Puede que te haga parecer que te sonrojas. ¿O tal vez estoy haciendo que
te sonrojes?
Me quedé helada. Nadie excepto la Madre Dhina y Nalini había reconocido
la pequeña cicatriz por lo que era.
—Me entrené junto a soldados varones durante años y he visto, y
probablemente olido, mucho más de lo que debería haber hecho. O quería —
dije—. Tu nunca me harás sonrojar.
—Si dejamos este lugar con vida, estoy decidido a demostrar que estás
equivocada.
La vetala se rió desde el otro lado de la tienda.
—Yo elegiría una búsqueda más factible, muchacho. Tal vez podrías
aplicarte para hacer que la chica te gruña. Eso parece mucho más probable. O
arrancarte la garganta. También más probable —resopló la vetala—. Sin
embargo, cuidado con la cabeza, chica. Y esa chaqueta que le quitaste. Me he
encariñado con ella durante nuestros viajes.
UN ANDAMIO DE SILENCIO
Gauri
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty

La gente siempre piensa que matar requiere una fuerza: una taza de
veneno vertida en una boca, un cuchillo que separa la carne del hueso, un puño
abatido repetidamente.
Incorrecto.
Así es como matas: te quedas en silencio, se hacen tratos que desprenden
las capas del alma una a una, se construye un andamio de excusas endebles y
se vive la vida sobre ellas. Puede que haya matado para salvar, pero he matado
igualmente.
Hace dos años, Skanda se había enamorado de la hija de un noble
prominente. El noble amaba a su hija y no la quería consumiéndose en el harén
de Skanda. Así que él la comprometió inmediatamente con alguien más. Skanda
se enojó. El prometido de la chica fue llevado a sus cámaras personales, donde el
sari de boda de la chica, robado por un espía, había sido metido. Una mirada fue
suficiente para convencer al hombre de que su prometida había sido infiel.
Rompió el compromiso. Dos días después, la chica se quitó la vida para evitar la
vergüenza de su familia.
Había visto al prometido de la chica cuando salió de los aposentos de
Skanda, vi confusión y furia guerreando en su rostro. Pero necesitaba más
reclutas para el ejército, medicinas para los niños del pueblo, y quería que
Skanda comenzara repartiendo fondos para la dote de Nalini antes de su boda
con Arjun.
Así que me quedé en silencio.
Quizás si hubiera sido más valiente, habría hablado. ¿Pero a qué precio?
No había olvidado a la criada que intenté defender. Mi voz era una de las cosas
que podía controlar: cuándo desatarla, cuándo aprisionarla como una brasa
ardiente, cuándo cultivarla en secreto.
Toda mi vida, el control y el poder habían tenido el mismo rostro.
Creía en los dioses, pero la única fe que de verdad practicaba era el
control. Nada en exceso. Nada que pusiera mi vida en manos de otro. Y, sin
embargo, por segunda vez, estaba considerando entregarme por completo a una
magia que no podía manejar ni saber.
—Tenía razón —dijo Vikram, señalando por encima de nosotros.
El estrado giratorio de direcciones había comenzado su descenso en la
noche. Ahora giraba cada vez más rápido, contando hacia atrás hasta el momento
en que tendría que tomar una decisión.
—Yo digo que elijamos el norte y seguimos a Kubera —dijo Vikram—. ¿Vas
conmigo o no?
—¿Pero y si es una trampa? ¿Qué pasa si vamos al sur en su lugar y
elegimos el Dharma Raja?
—Entonces podríamos encontrarnos en Naraka, y no tengo ninguna
intención de morir tan pronto.
Sobre nosotros, el relincho de los caballos iluminaba lo que quedaba de
noche. Un carro plata crujió desde un pasillo invisible, listo para sacar la luna
del cielo y marcar el comienzo del nuevo día.
—¡Vetala! —llamó Vikram.
—Viendo que ya he muerto, esta parte no es muy emocionante —gritó la
vetala—. Continúen entonces. Esto fue de lo más entretenido
Vikram levantó las manos. —Si no vienes ahora, no volveremos a
buscarte.
—Lo sé —dijo la vetala en voz baja—. Lo sé.
Un chirrido atravesó la cueva. Nos quedamos a poca distancia de la zanja,
listos para saltar al estrado en el momento en que cayera en su lugar. Con un
sonido de desgarro, el estrado cayó del aire, estrellándose contra la zanja justo
como el cielo se llenó de luz.
Ocho puertas brillaban con el crepúsculo.
Ocho puertas que no prometían adónde conducirían.
Una oportunidad para elegir el camino correcto.
La primera luz estaba a punto de caer. Juntos, corrimos y saltamos al
estrado. Casi pierdo el equilibrio al alcanzar esa piedra. El viento empañó el
mundo. Las ocho estatuas nos miraron con ojos vacíos y sonrisas de complicidad.
Escojan.
—¡Vetala! ¡No es momento de jugar! —llamó Vikram una vez más.
Se agachó, como si estuviera listo para recuperar a la criatura, cuando
tiré de su brazo.
—Solo tenemos hasta el amanecer. Es supervivencia o simpatía —dije. Mi
voz era de piedra—. Nos dijo que siguiéramos. Es tu elección encontrarla. Pero
no te estoy esperando.
Hizo una pausa solo por un momento antes de ponerse a mi lado. Quizás
la vetala nos había abandonado porque se dio cuenta de que estábamos
destinados a morir. El cielo aligerado. El amanecer había despertado a los
caballos. Ellos treparon por el aire absorbiendo lo que quedaba de la oscuridad
para que gradualmente se alejaran del blanco a ahumado, luego de gris a ciruela
más profundo. Vikram agarró la página de instrucciones con firmeza.
A nuestro alrededor, haces de tierra se deslizaban en ondas gordas...
tragándose la tienda telaraña donde habíamos comido, lamiendo las falsas
arboledas que habían sido nuestros deseos del corazón. Vi el suelo arrastrarse
hacia el único lugar al que podía llamar casa.
Paso a paso, cruzamos el estrado. Lenta, lentamente, se detuvo con un
chirrido. A la vez, las ocho puertas brillaron, cada puerta se abrió apenas más de
una pulgada. Detrás de cada una: luz interminable. Vikram se detuvo frente a la
puerta marcada por la estatua de Kubera.
—¿Bien? ¿Me seguirás de un mundo a otro o no?
La determinación brilló en sus ojos. No había ninguna duda en su mente
de que él estaba en lo correcto. Su creencia se sintió como un calor que arruga y
engrasa el aire. Su fuerza presionó y pinchó al mundo, como si pudiera convocar
reinos por pura fuerza. Su convicción me encendió.
Agarré su mano.
Vikram tocó la estatua de Kubera. Todas las puertas se cerraron de golpe,
pero el uno al norte verdadero. Los engranajes de piedra chocaron como labios
apretados. Enormes olas de tierra rodaban hacia nosotros, empujándonos a
través de la puerta. La luz dorada me lavó los ojos y el calor seco crujió contra mi
piel.
La puerta se cerró de golpe, disolviéndose en la nada.
Me estrellé contra Vikram, tirándolo al suelo. Tomó unos pocos parpadeos
antes de que pudiera ver lo que había frente a mí. Estábamos tirados encima de
una exuberante colina verde. Un camino de espinas y piedras lunares
serpenteando por pequeños valles y entre lagos centelleantes antes de terminar
en una puerta roja que rodeaba el reino de oro. El reino se sentó en el hueco de
una cordillera violeta. El palacio se alzaba tan grande que sus grandes agujas
doradas parecían como si se hubieran desenredado del cielo. Mil torretas que
llevaban banderas de seda con gemas incrustadas ondeaban en el día. Pude
distinguir la silueta de hermosos prados repletos de fuentes brillantes, fragantes
huertos frutales, mesas de banquete repletas de dulces y sabores y una gran
multitud de personas que deambulaban sin rumbo fijo por los terrenos.
—Estamos aquí. Llegamos a Alaka.
Vikram contempló la vista y abrió mucho los ojos.
—Es hermoso —Se volvió hacia mí, la picardía brillaba en sus ojos—.
¿Cómo celebran la buena fortuna en Bharata? En Ujijain, nos besamos.
Solté su mano. —Mira en otra parte.
—¿Está segura? Pasas una gran cantidad de tiempo mirando mis labios
—Eso es sólo porque estoy horrorizada por la pura idiotez de las palabras
saltando de ellos.
—Tales cuentos —bromeó—. Si tienes curiosidad, estoy dispuesto a darte
un capricho.
—Ve a besar una piedra.
—Lo haré —dijo con una reverencia galante—. Las rocas son más amables
y suaves que tú de todos modos
Se dio la vuelta, caminó hacia un afloramiento de rocas y rápidamente
besó una roca.
—Ahí —dijo alegremente—. Esa incluso parece una mujer.
Miré la roca que había besado. Él estaba en lo correcto. Un limonero
solitario creció junto al puñado de rocas, pero la roca que había besado era tan
alta como una mujer, con tallas gastadas que incluso podrían parecerse al
contorno del cabello, labios, senos y una cintura tallada.
—¿Estás segura de que la fruta rakshasi está fuera de tu sistema? —
preguntó Vikram.
—¿Sí?
—Bien —Tomó un respiro profundo—. Porque, una vez más, te lo dije.
—¿Te das cuenta de que no necesito las mejoras de la fruta demoníaca
para tirarte al suelo?
—Lo hago. Pero reconozco que es inevitable que se produzca algún daño
corporal por tu parte. Sólo estoy tratando de minimizar el daño.
—Qué sabio —dije, poniendo los ojos en blanco.
Vikram sonrió. —Me salvaste la vida, ahora yo salvé la tuya.
—Entonces ya no estamos en deuda el uno con el otro —dije, pasando
junto a él.
—¿Sin recompensa, hermosa doncella? —preguntó, trotando para
seguirme. Era al menos una hora de camino hasta las puertas de entrada de
Alaka—. Si recuerdas, muy generosamente te ofrecí mi mano en matrimonio.
—Y la rechacé. Considéralo tu recompensa.
Vikram se detuvo, volviéndose hacia el lugar donde la puerta se había
abierto en el aire y nos dejó caer en Alaka.
—Por tonto que parezca, casi me preocupa la vetala.
Lo entendí. Hasta casi me gustó la vetala. Pero había hecho su elección.
Le habíamos ofrecido ayuda. La criatura la rechazó. No perdería el tiempo en luto.
—Desearía que hubiera venido con nosotros.
Le di un manotazo a Vikram.
—¡Ay! ¿Por qué fue eso?
—Estamos en Alaka ahora. No comenzaría ninguna oración con 'Deseo'.
Guárdalo para cuando ganes.
Vikram sacó el rubí de su bolsillo, arrojándolo al aire para que la gema
atrapara la luz.
Miré delante de nosotros la silueta del palacio, evaluándolo como lo haría
cualquier enemigo en el campo de batalla. Las historias de Maya pasaron por mi
cabeza. Este era un lugar donde los sueños y las pesadillas toman prestados los
rostros de los demás. En algún lugar, doblado entre todo ese oro oscuro y todas
esas joyas brillantes, estaba mi deseo. Un nuevo reinado en Bharata. La
seguridad de Nalini. El legado de Skanda borrado de la historia. Vi una promesa
de libertad tan cerca que pude arrebatar del cielo. Pero también vi a Maya tragada
entera por la oscuridad del bosque. Veía todas las noches que había pasado
preguntándome dónde estaba, qué había sucedido. Lo que nos esperaba no era
solo un torneo, sino un nuevo futuro. Y lucharía por ello con los ojos bien
abiertos.
Miré a Vikram y capté el mismo brillo hambriento en sus ojos.
—¿Competir contigo hasta el final? —dije.
Él sonrió. —¿Qué obtiene el ganador?
—Una oportunidad de arriesgar la vida o la muerte en un juego imposible.
Su sonrisa se desvaneció. —Esa es una victoria solemne.
Me encogí de hombros. —La mayoría de las victorias lo son.
—¿Qué pasa con el perdedor?
—El perdedor no tiene ninguna posibilidad.
Vikram miró el palacio. —Entonces es mejor que empecemos a correr.
PARTE II:
Un Juego
EL SABOR DEL PAN
Aasha
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty

La estrella azul en su garganta ardía.


—¿Qué ocurre? —preguntó una de sus hermanas.
—Nada —dijo Aasha, cubriendo la estrella con la mano.
—Tienes hambre —dijo otra—. Necesitas tu fuerza, querida. Si tu no bebes
un poco de deseo...
Aasha suspiró, ignorando las palabras de su hermana. Ella ya sabía que
podría pasar. Había escuchado la amenaza toda su vida. Sin devorar deseos,
ningún vishakanya sería capaz de defenderse del veneno en sus venas. Ella
moriría. Ella debería comer. Ella comería. Pero mientras tanto, ella soñó que sería
comer algo diferente a deseos.
Cuando habían montado su tienda ayer, podía oler la fiesta desde el
palacio de Alaka. Todas las verduras asadas y pan dorado, arroz crujiente y
dulces relucientes. Pero los vishakanyas no podían digerir esas cosas. Aasha casi
había tropezado con sus sedas porque no podía apartar los ojos de las espirales
tenues de los fuegos de cocina. Se le hizo agua la boca. Ella conocía las palabras
'especias', 'azúcar', 'sal' y 'agrio'. Pero eran poco más que palabras fantasmas. No
tenía experiencia para darles vida.
—Somos el entretenimiento después de todo —continuó su hermana—,
así que...
—¿Eso es todo lo que somos? ¿Sólo entretenimiento? —preguntó Aasha.
—Técnicamente, cualquiera en Alaka durante el Torneo de Deseos es un
concursante, pero no es como los jugadores humanos que reciben reglas y juicios.
—¿Para qué podamos ganar un deseo?
Su hermana se rió. —¿Qué querrías con un deseo? Viniste a nosotros tan
joven que las dificultades nunca tuvieron la oportunidad de mirar hacia ti. No
hay suficientes deseos en el mundo para hacerte más afortunada, Aasha.
Aasha hizo un nudo con su bufanda de seda. Ella no quería suerte. Ella
quería algo que nunca le habían dado, no desde el día en que las hermanas la
habían comprado a su familia biológica a los cuatro años. Las vishakanyas
dijeron que la habían rescatado. La llevaron a casa, le abrieron las venas y
derramó su sangre amarga por sus labios hasta que una estrella azul floreció en
su garganta y la magia la atravesó. Le habían enseñado su oficio: bailar, música,
poesía y filosofía, canto y seducción.
Llamaron a sus poderes, para matar con un toque y alimentarse de los
deseos, la Bendición.
Cuando era más joven, a Aasha le encantaba la historia de cómo sus
hermanas heredaron la Bendición. Dijeron que una reina guerrera fue llamada a
la refriega de batalla, pero no quería dejar a sus hermanas indefensas. Entonces
la diosa dio a las hermanas un poco de su propia sangre, y su toque se volvió
venenoso y mortal. Cada cien años, la diosa decidiría si eran dignas lo suficiente
para mantener la Bendición. Durante los últimos trescientos años, habían sido
dignas.
La mayoría de las hermanas se unieron al harén vishakanya después de
perder o dejar un marido, huyendo de familias crueles o simplemente tropezando
con el Otro Mundo y en busca de empleo y libertad. Aasha fue la única que nunca
había vivido fuera del harén. Ella era la única que nunca hizo la elección entre el
sabor del pan y el sabor de los deseos.
La primera vez que fue enviada al dormitorio de un humano y torcido
príncipe, sus hermanas le habían contado las fechorías del hombre. Le dijeron
que él había encontrado a una mujer del Otro Mundo y la sedujo sólo para
abandonarla cuando se embarazó con un niño. Le dijeron cómo profanó los
sagrados espacios de los ríos y cómo toda su gente lo deseaba muerto. Ellos le
dijeron cómo se lo merecía.
Ninguna de sus hermanas mencionó lo que se merecía.
La burla de esa vida humana no vivida comenzó como una semilla de
curiosidad. Eso creció en la oscuridad de sus pensamientos, ganando forma y
fuerza cuando ella no estaba mirando, una casa en algún lugar con un techo de
paja y sin seda a la vista, un huerto donde los árboles gemían de frutos, una
extensión de piel libre de una estrella azul. Ahora, se comía el espacio alrededor
de su corazón. Una pesadilla viviente que rompía su alegría. ¿Qué era esa vida
que le habían negado? Tal vez eso habría sido corto, pero al menos sería de ella.
Pero a nadie le importaba que quería desesperadamente tocar a alguien y sentir
su pulso subiendo hasta las yemas de los dedos y no su vida marchitándose con
su toque. Y nadie se dio cuenta cuando regresó a casa de esa primera misión,
enferma y temblando, los deseos pegajosos del rey humano se adornaron con su
piel. Sus hermanas llamaron a esa primera misión una marca de libertad.
Al final, a nadie le importaba que su libertad no se pareciera a la libertad
de sus hermanas.
LA PUERTA DE LAS VERDADES
SECRETAS
Gauri
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty

Incluso desde la distancia, la puerta roja se veía mal. Era aburrida, con
una irregular textura, como astillas desiguales de granate que no reflejaban la
luz, pero la engullían ávidamente. Cuando estuvimos frente a ella, me di cuenta
de lo que creó las puertas extrañas de Alaka.
No eran gemas, como el folclore haría creer a un niño...
Lenguas.
Miles de lenguas. Rojas e hinchadas, cortadas de raíz y amontonadas
como piedras hasta que se elevan por encima de nosotros. Un sabor metálico
flotaba en el aire. Como el hierro. O sangre.
Vikram palideció. —Se supone que eso no debe estar ahí.
—¿Dónde leíste eso? —Hice una mueca.
—¿No dirían las historias que la entrada a Alaka está rodeada por… por
eso?
Iba a responderle, pero la puerta cobró vida. Un centenar de lenguas que
se mueven. Instintivamente, empujé a Vikram detrás de mí y saqué la daga.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Vikram perezosamente, empujándome a
un lado—. ¿Amenazar con cortarles la lengua?
Lo fulminé con la mirada. De repente, las lenguas que se movían se
quedaron quietas. La puerta refunfuñó. Se arrastró. Una voz profunda resonó
desde el interior—: Las historias son porciones...
—...cortadas...
—...rebanadas bonitas de...
—... cosas no tan bonitas...
—...Príncipe inteligente y...
—... Princesa feroz.
Vikram se puso un poco más erguido. Las lenguas habían comenzado a
moverse una vez más. Hablando con nosotros.
—...¿Han venido a jugar el juego del Señor de los Tesoros? ¿Deseas...?
—… ¿Ganar un deseo? Entonces danos...
—... la verdad secreta alojada en el pliegue de su primer desamor...
—... y les dejaremos pasar.
—¿Qué eres? —preguntó Vikram.
A pesar de que la puerta no era más que lenguas, pensé que podía sentir
que el aire se transformó en una sonrisa astuta.
—Somos el peaje pagado por los que vinieron antes y se fueron de Alaka...
—...Y los que vinieron antes y...
—...no lo hicieron.
—Verás, una verdad que se separa tiene su propia manera de convertirse
en un cuento. Se cuenta tan a menudo que tropieza en la narración, pequeños
trozos que se desprenden, pequeños trozos que se pegan, y luego los años se
acumulan y ellos...
—...tienden a deformar la verdad, a convertirla en algo que no era al
principio...
—...no es una mentira, sino un...
—...cuento. Es más fácil ver la verdad cuando la disfrazas.
Vikram se aclaró la garganta—: Yo iré primero.
Me preparé para irme. Sus secretos eran asuntos suyos. Pero la puerta
resopló.
—Juegan juntos. Pierden...
—...juntos. Esa es la regla.
Le lancé a Vikram una mirada interrogante, pero él no me miró. Parecía
estar mirando a cierta distancia hacia adelante. Respiró hondo, tamborileando
con los dedos juntos.
—No soy el verdadero hijo del Emperador. Si tomó el trono, será en poco
más que un nombre.
—Eso...
—...es sólo una parte de la verdad...
—Dinos...
—...¿qué le ocurrió a ella?
El rostro de Vikram palideció. —Ella murió. De un desprendimiento de
rocas. Ahí es donde el Emperador me encontró.
—Eso...
—...no es todo.
La mandíbula de Vikram se apretó. Y luego dijo con voz ronca—: Ella
estaba buscando por el borde de la roca. Dejé mi sandalia allí para gastarle una
broma. Quería hacerla reír —Él tragó—. Iba a saltar desde detrás de los árboles
y sorprenderla con las flores. Pero en el momento en que pisó la roca, se cayó.
La puerta se detuvo, como si dejara que esa verdad secreta se sentara en
su lengua como un caramelo.
No me encontré con los ojos de Vikram, pero sentí su mirada ardiente. Mi
cuerpo entero se sintió entumecido. No era una sensación de repugnancia, sino
que se desplomaba la humillación. Sabía lo que sentía. Sabía esa pérdida y culpa,
ese giro frío donde un solo momento podría haber marcado la diferencia.
—Tu turno...
—...Princesa.
Se me secó la garganta.
—Traté de derrocar a mi hermano. Si regreso, desatará un estado de terror
en Bharata y matará a mi mejor amiga.
Sabía lo que diría la puerta incluso antes de escuchar las palabras
húmedas en las lenguas.
—Eso...
—...no es todo.
Las palabras salieron de mi garganta, afiladas y cortantes. Recordé el sari
de la chica en la habitación de mi hermano, la sirvienta a la que Skanda castigó
cuando había azotado al soldado. Todas esas veces que había empujado a Nalini
y Arjun lejos antes de esa rebelión fallida. Estaba tratando de mantenerlos a
salvo.
—Hice lo mejor que pude para jugar los juegos de mi hermano —dije,
manteniendo mis ojos fijados en el suelo—. Pero las decisiones que tomé y los
silencios que guardé fueron igual de mortales.
Miré hacia arriba. Lo que vi en la mirada de Vikram me clavó en el lugar:
comprensión. Esos secretos habían persuadido a una parte oscura de nosotros a
entrar en la luz. La comprensión se sintió como una mano alzada y encontrada
en la oscuridad. Nadie me había mirado nunca de esa manera porque nadie,
hasta ahora, podía hacerlo.
—Ahora tienes nuestros secretos —le dije, volviéndome rápidamente—.
Déjanos pasar.
—...te deseamos...
—...un cuento...
—...digno de ser contado.
—¿Y la suerte? —preguntó Vikram.
La puerta se llenó de risas húmedas.
—…¿de qué sirve...
—...una cosa así?
La puerta se abrió y entramos en Alaka. Vikram se aclaró la garganta y
comenzó a señalar los lugares y las personas. Algunas de las historias que recordé
de Maya. Otros de los que no recordaba, y trataba los cuentos como lo haría
cualquier inteligencia recopilada antes de un campo de batalla. Todo era algo
para manejar para después. Pero incluso mientras hablaba, sentí el peso de lo
que habíamos visto y dicho, ese zarcillo de comprensión al que no sabía cómo
aferrarme.
Al final de un camino, un jardín se desplegó a nuestros pies, salpicado de
pilares de diamantes. Vikram tiró de mí hacia atrás antes de que mis pies
pudieran tocar el césped.
—Nandana —suspiró Vikram, inclinándose para tocar la hierba—. Esto
es parte de la corte del Rey de los Cielos.
Todos los Otros Mundos están vinculados.
Los dioses estaban mirando. Hizo un gesto para que nos quitáramos las
sandalias como un signo de respeto. Solo después de que nuestros pies
estuvieran descalzos, entramos en la hierba. La tierra tarareaba.
Pasó una prueba.
En este laberinto, las bellas y salvajes caminaban con el rostro inclinado
hacia un cielo donde las estrellas flotaban en un océano negro. Ola tras ola de
cometas y nubes, eclipses y nebulosas rodaban sobre nosotros
—Las cámaras de audiencia del Rey de los Cielos albergan todas las
estrellas —dijo Vikram—. Eso debe ser donde estamos.
Por costumbre, miré por encima de mí, buscando la constelación de Maya
y la mía. No estaba aquí. No importa donde estemos, siempre compartiremos el
mismo cielo. Mi garganta se apretó. Maya había mentido. Hubo lugares donde un
cielo terminó y un universo se desarrolló. Lugares donde no podría seguirla. ¿Qué
cielo estaba mirando mi hermana?
Los jardines de Nandana fluían sin problemas hacia una sala de hielo.
Lotos fantasmales flotaban en el aire. De sus tallos cortados goteaba un dulce y
fragante líquido que atrajo a una pequeña multitud. Yakshinis con alas de cristal
o las enjoyadas colas de pavo real, se turnaban bebiendo el líquido y cantando.
—Esta es su ciudad —dijo Vikram, señalando a los hombres y mujeres
hermosos.
Sabía eso de los cuentos de Maya. Yakshas y yakshinis eran los
guardianes de tesoros escondidos en arroyos, bosques, mares y cuevas. A nuestro
alrededor, la música llenó la sala de hielo. Las canciones no tenían palabras sino
imágenes que eran como ráfagas a través de mi cabeza: un cordón de hielo a
través de una palma, el invierno florece en una montaña, la sensación pellizcada
y cetrina de un cielo vacío de lluvia.
—¿Qué otra cosa? —murmuré de vuelta—. ¿Algún punto débil?
¿Estrategias en caso de que tengamos que luchar contra ellos?
Vikram frunció el ceño. —Las historias siempre dicen que no les gustan
los recordatorios del reino de los mortales.
—Qué útil —dije, rodando los ojos.
Traté de hacernos avanzar rápidamente por el pasillo, pero una de las
mujeres nos vio. O, mejor dicho, vio a Vikram. Ella sonrió ampliamente. Un
parpadeo más tarde y tres de ellos estaban de pie ante nosotros.
—¿Quieres beber con nosotros, Príncipe? —preguntó un yakshini.
En su garganta había un collar de cristal en el que un amanecer y un
atardecer en miniatura se disputaban la soberanía. A través de la seda de su sari,
mil mañanas de oro rosa florecían y se retraían.
—Bebe con nosotros, dulce Príncipe —dijo otro yakshini. Ella era salvaje
y hermosa, tan salvaje como un fuego que arrasa el bosque—. Y si encuentras
que la bebida no es de tu agrado, quizás encuentres la compañía más dulce.
—Sí, hazlo —dijo un tercero. Este tenía la piel azul, y el hielo atravesaba
sus muñecas—. Pareces cansado. Tan sediento.
Los yakshinis se rieron. Mi irritación se convirtió en furia. Donde a Vikram
se le ofreció una bebida agradable y refrescante y posiblemente más, yo estaba
aquí de pie reseca y olvidada. Además de eso: me moría de hambre, vestida con
una chaqueta de hombre incrustada de suciedad y no sé qué más, debería ser
quemada por la seguridad del público, y no pude decir nada porque ellos tenían
más poder en una pestaña que yo en todo mi cuerpo. Estaba haciendo una
mueca, mirando las sandalias sucias que llevaba, cuando se me ocurrió una idea
en mi cabeza.
—Disculpen —dije, dando un paso adelante—. Deben haber notado que
ambos caminábamos uno al lado del otro por este jardín —Sé cortés, Gauri—.
¿Puedo tomar algo también?
El yakshini azul parpadeó y me miró fijamente.
—Estoy de acuerdo —Vikram sonrió—. Todo lo que me ofreces, debes
ofrecerlo a mi compañera también.
—No creo que quiera todo lo que te ofrecen.
—Uno nunca sabe hasta que lo intenta.
Tiré las sandalias al suelo. —¿Sería esto un cambio justo? ¿Zapatos por
una bebida?
Los yakshinis retrocedieron, el disgusto escrito en sus rasgos mientras se
apartaron de los zapatos y desaparecieron.
—Vamos —dije, agarrando las sandalias—. Busquemos nuestras muertes
en este Torneo
—¿He elogiado alguna vez tu elocuencia?
—No. Pero tienes mi permiso para empezar en cualquier momento.
Caminamos por un jardín de hielo donde la nieve se elevaba lentamente
hacia arriba. Un árbol blanco presionó dedos esqueléticos contra el cielo.
Alrededor de los bordes de una piscina de invierno, doce hombres y doce mujeres
con rostros demacrados y miembros acariciaban sus reflejos.
Una pared de rosas doradas se separó al final del camino del jardín. De
pie en un podio, de espaldas a la entrada de un palacio ornamentado, una mujer
alta y delgada yakshini nos miró. Alas de gasa se deslizaron de sus omóplatos,
revoloteando en el aire sin viento. Vikram colocó el rubí ante ella y ella sonrió.
—El Señor de Alaka, Guardián de Tesoros y Rey de Reyes, envía un saludo
y les da la bienvenida al Torneo de los Deseos.
MIEL FRÌA, MAGIA ATRAPADA
Vikram
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty

En Ujijain, el consejo se apresuró a enseñarle quién era. En primer lugar,


lo habían bañado con pequeños desaires, tan pequeños que cuando era más
joven, ni siquiera los había reconocido. Pero bastantes pequeños golpes agudos
pueden cortar tan profundamente como cualquier cuchillo. Cuando tenía doce
años, el consejo lo llevó a una sala de ámbar en el lado más alejado del palacio.
El Emperador nunca visita esta habitación, le dijeron.
—Los secretos son muy poderosos, joven Príncipe —dijo uno de los
miembros del consejo, un hombre con una nariz curvada y ojos esmeralda
astillados—. Te hacen bailar.
En el centro de la habitación había un estrado para títeres de sombras.
Este era su parte favorita de todos los festivales que se celebran en el recinto. Le
encantaba ver una historia cobrar vida con nada más que trozos de papel y palos.
Una fuerte marioneta con una corona bailaba en la pantalla.
—Este es un Príncipe —dijo un miembro del consejo.
Vikram había aplaudido, encantado. —¿Cómo yo?
Silencio
—No —dijo uno—. No como tú.
—Cuando no tienes la sangre adecuada para gobernar, la carga se vuelve
muy pesada... —dijo otro miembro del consejo.
Un títere de sombra entró cojeando en la pantalla, algo pesado que se
inclina y rompiendo su espalda. Vikram había fruncido el ceño. Esta no era la
historia que normalmente jugaban.
—Verá, joven Príncipe, este es el que debe tomar la carga de esa corona.
Pero podemos ayudar —dijeron—. Podemos hacer que te mantengas alto. Como
la otra marioneta.
—Pero yo ... yo soy un verdadero Príncipe. Padre dice...
—Diga lo que diga tu padre, él conoce el secreto más importante sobre ti,
principito. Sabe que no eres su sangre. Sabemos la verdad también. ¿Y sabes lo
que pasa cuando un secreto como ese ya no es un secreto?
Uno de los miembros del consejo le agarró la barbilla, tirándola hacia la
pantalla. La marioneta rota se arrugó.
—¿Entonces lo ves, principito? —se burló el miembro del consejo—.
Tenemos un secreto. ¿Quieres mantenerte erguido...? —El títere fuerte apareció
en la pantalla—… ¿o no?
Vikram había pasado el resto de su vida luchando contra esa imagen. Pero
el consejo había tenido razón. Los secretos hacían bailar a la gente. Y él había
hecho su vocación de conocer todos los secretos de Ujijain, hasta que pudiera
sostenerlos en su puño y obligar a las personas a su alrededor a bailar. Pero
nunca es suficiente. Su propio secreto tiró sin piedad de sus hilos.
En el momento en que dijo su verdad secreta ante la puerta, su corazón
se hundió. Él había esperado que Gauri lo fijará con la mirada con la que había
crecido. Pero ella no lo hizo. La comprensión llenó su mirada, y la fuerza de ella
dejó sin aire a sus pulmones. No se había dado cuenta, hasta entonces, de cuánto
importaba que ella no lo viera como todos los demás. Y cuando ella partió de su
propio secreto, entendió. Los hilos los habían colgado y tiró de ambas
extremidades. Todo este tiempo, ambos estaban tratando de ser libres.
La asistente los condujo por un camino de mármol y cámaras de nido de
abeja. Al final del pasillo, un grupo de asistentes mágicos de Alaka jadeó y
susurró detrás de sus manos.
—...¡tan complacido, tan complacido!
—¡La joya de Bharata! —siseó uno emocionado.
—Oh —resopló alguien con decepción—. Pensé que era una joya de
verdad.
—¡Y ahí está el Príncipe Zorro! ¡Ellos están aquí!
Vikram reprimió un gemido. Se estaba cansando de ese apodo.
—Este es el Pequeño Consejo de Alaka —dijo la asistente—. Estaremos
observando e informando a Lord Kubera.
Hicieron sus saludos. Vikram no captó ninguno de sus nombres.
—¿Dónde están los otros concursantes? —preguntó.
—Todo el mundo dentro de Alaka durante el Torneo de Deseos es un
concursante.
—¿Incluso tú?
—Incluso yo —dijo la asistente—. Pero las reglas son diferentes para seres
del Otro Mundo. Los jugadores humanos son los únicos que pueden ganar o
perder. Lo único que perdemos es tiempo y tenemos mucho.
—Entonces, ¿cómo se gana? —preguntó Gauri.
—Nadie lo sabe realmente —dijo la asistente, bajando la voz a un susurro
conspirativo—. Incluso aquellos que son jueces no saben muy bien qué busca el
Señor de los Tesoros. Simplemente nos pregunta cosas. Como de qué color es
una persona favorecida. Si estaban sonriendo. De qué color se volvió el cielo
cuando se reían.
—Suena irracional —dijo Gauri.
El rostro de la asistente se ensombreció. —Nada de lo que hace es sin
razón, incluso si no entendemos. Pero sus tareas serán diferentes —dijo el
asistente—. Eres humana, después de todo. Y esa es la naturaleza del juego. El
Señor de los Tesoros cree que la búsqueda del poder es una cuestión de soledad.
El juego refleja eso.
—¿Soledad? —repitió Gauri—. Pensé que estábamos peleando juntos.
—Por supuesto —dijo la asistente—. El Señor de los Tesoros nunca tiene
amantes separados. Es demasiado devoto a su esposa, la Dama de la Prosperidad
y Riqueza, la Kauveri River.
—¿Amantes? —dijo Gauri.
Vikram le dio un codazo. Varias de las expresiones de los miembros del
consejo se deslizaron en la sospecha.
—¿No lo son? —preguntó ella, su voz se agudizó—. Eso cambiaría su
capacidad para jugar como socios.
—Por supuesto que lo somos —dijo Vikram secamente—. ¿No parecemos
locamente enamorados?
—No particularmente
—¿Cuál es su color favorito? —preguntó un miembro del consejo.
—El color de mis ojos —dijo Vikram rápidamente.
—Sí —dijo Gauri inexpresivamente—. Son muy... marrones.
—¿Y su comida favorita?
Vikram deslizó su brazo alrededor de la cintura de Gauri. Ella se puso
rígida. —Consejo, ¿el verdadero amor es realmente tan severo que puedes medirlo
en preguntas sobre las preferencias de alguien? Nuestro amor es del tipo que no
se puede cuantificar.
Un par de personas suspiraron. Pero la sospecha del asistente se agudizó.
Ella frunció el ceño, mirando un trozo de pergamino. Eso no presagia nada bueno.
Él llamó la atención de Gauri, con una ceja medio arqueada. Lo que vio en su
rostro lo detuvo. Ella se veía furiosa. Pero no con él. Con lo que ella estaba a
punto de hacer. No tuvo tiempo de pensar. Ella solo volvió la cabeza hacia la de
él, pero sintió que el movimiento pellizcaba al mundo. La gente al borde de la
habitación desapareció. Ella se inclinó hacia adelante, lo atrajo hacia ella con
brusquedad y lo besó...
La parte racional de él sabía que esto era una demostración para el
asistente. Pero otra parte de él no podría importarle menos. Entrelazó sus dedos
a través de su cabello, acercándola más. Su beso le quemó los huesos. Y tal vez
fue la magia de Alaka o tal vez su mente se estaba partiendo de todo lo que había
pasado, pero él habría jurado que sabía a miel fría y magia atrapada.
Él retrocedió. Sus ojos se abrieron rápidamente. Ella pareció sorprendida.
Así de cerca sus ojos eran negros e infinitos. En ese momento robado, un
pensamiento extraño se acercó a él. Cuando vivía en el ashram, leer poesía en
voz alta era un pasatiempo común. Había pasado horas escuchando cómo el tirón
de ciertas personas supuestamente haría que el mundo se detuviera. Ahora sabía
que estaba mal. El mundo no se había detenido. El mundo acababa de empezar
a agitarse, respirar y vivir.
Gauri se aclaró la garganta y se apartó de su abrazo. Una máscara de
calma se deslizó sobre su rostro. Se volvió hacia el asistente y dijo—: Preferimos
no tener audiencia.
La asistente miró hacia otro lado, sus orejas de yakshini torcidas con
puntas rosadas.
—Por aquí a sus habitaciones, por favor.
Los pájaros cantores llenaron su habitación. Las paredes crujieron, un
ser vivo lleno de penachos iridiscentes. Las notas musicales más suaves
florecieron en el aire. No había sonidos de instrumentos hechos a mano, pero
armonías esquivas: truenos rugientes y lluvia plateada, parloteo de pájaros y
balanceo de árboles.
—En estas habitaciones, nadie entrará excepto ustedes. No necesitan
preocuparse por robo —dijo—. El Señor de los Tesoros espera poder darles la
bienvenida y transmitir las reglas del Torneo esta noche durante la Ceremonia de
Apertura.
—¿Cuándo deberíamos llegar? —preguntó Gauri.
—El suelo se convertirá en fuego, mi señora. Esa será su señal para ir a
la habitación y unirse a él.
—¿Y el Torneo? ¿Cuándo empieza eso?
La yakshini sonrió levemente. —A estas alturas, son jugadores
experimentados.
Ella se fue con una breve reverencia. En el momento en que estuvieron
solos, Vikram sintió como si la habitación se estuviera expandiendo para
adaptarse a todo lo que no se decía: las verdades que habían dado a la Puerta de
las Lenguas, el beso que aún saboreaba en sus labios. Él sintió la mirada de
Gauri como un umbral abriéndose dentro de él. Una vez que se cruzó, nunca
podrán volver a ser lo que fueron.
—Te culpas a ti mismo —dijo en voz baja.
Una declaración. No es una pregunta.
—Solía hacerlo —dijo.
Tenía siete años. Ni siquiera había ido lo suficientemente lejos para ver
eso, que había colocado su zapato a dos pasos de un barranco. Ese 'y si' nunca
deja de perseguirlo. Pero sabía que, si dejaba que se lo comiera desde adentro
hacia afuera, no sería más que huecos y sombras. Su madre no hubiera querido
eso para él.
—Entiendo —dijo, dejándose caer contra la pared.
Quería decir más cosas. Podía sentir las palabras escarbando en las
garras de sus pensamientos, ansiosas por ser conocidas. Liberadas. Pero ella se
quedó ahí de rostro pétreo e impasible. Y recordó a la chica que había visto en la
Gruta, la que dejó caer sus hombros cuando nadie miró, la que peleaba todos los
días sin que nadie se diera cuenta. La que una vez esperaba que el Bazar
Nocturno se negociará con los sueños. Ella se merecía más que soledad.
—No puedes culparte a ti misma —dijo en voz baja—. Vi lo que hizo —Sus
ojos se entrecerraron, buscando su rostro—. Lo vi justo antes de que corriéramos
por la Gruta de Muertos Vivientes...
Ella apartó la mirada de él.
—Incluso si tuviera dos vidas en el trono, no sería suficiente para
enmendar las cosas que permití que sucedieran.
Vikram apretó los labios. No podía decir que ella no tenía otra opción,
porque ella lo hacía. Pero eran elecciones imposibles, la muerte flanqueaba lado.
Fueron crueles y horripilantes. Eso no significaba que fueran condenatorios.
—Una reina con conciencia siempre tendrá una vida mucho más
duradera. Además, cualquiera habría hecho lo mismo. Tú sabías que pelear con
él abiertamente era un riesgo aún mayor, por lo que trataste de proteger a tu
gente. No hay vergüenza...
—No quiero tu lástima —espetó.
—¿Por qué no? —preguntó—. ¿No tengo tú lástima? ¿Qué es más
lamentable que un huérfano con delirios de un gran destino?
Se sintió liberado al decir las palabras. Y la verdad es que no tuvo miedo
de ser visto por lo que era. Tenía miedo de ser visto como alguien que nunca
podría ser.
—Quería cambiar las cosas —dijo.
—Yo también —dijo Vikram—. Pero no puedo cambiar Ujijain con la
ilusión de un título. Y si eso es todo lo que me queda, entonces no volveré.
Su mirada se ensanchó. —¿Es por…? —Ella se apagó, y Vikram sabía que
había vislumbrado a su madre en sus recuerdos.
—Su nombre era Keertana —dijo en voz baja. Habían pasado años desde
que había dicho su nombre en voz alta—. Ella era cantante en la corte. Ujijain la
forzó a que se fuera cuando quedó embarazada. Íbamos a intentar volver al
palacio y suplicar por su puesto en la corte cuando se deslizó en el borde de la
montaña. Necesitaba protección y no la tenía. La tierra y el título no son solo
cosas que hacen a una persona digna. Ujijain lo ha olvidado. Al reino, su propia
gente es poco más que formas para que otros se conviertan en adinerados. Haría
las cosas de manera diferente.
Esta vez, cuando la miró, ella le dedicó la más pequeña de las sonrisas.
Vikram sintió que estaba pisando un territorio nuevo y extraño. Gauri era a la
vez todo y nada de lo que esperaba.
—¿Esta camaradería va a ser una prueba habitual para nosotros? —
bromeó. Pero escuchó un anhelo que hizo eco del suyo. De alguna manera
mientras tropezaban juntos de un incidente cercano a la muerte al siguiente,
había encontrado una conexión. Y no estaba dispuesto a dejarlo pasar.
—¿Por qué no? Somos una especie de amigos, ¿no?
—Supongo que sí.
Una sonrisa asomó a sus labios.
—Entonces —continuó Vikram—, tengo tu lástima. Y tú tienes la mía.
Vamos a llamarlo empate. ¿Amigos?
—Amigos —dijo con incertidumbre—. ¿Significa esto que vas a dejar de
irritarme a propósito?
—Por supuesto que no —dijo.
Mientras caminaba hacia los baños, escuchó a Gauri gritar—: Para que lo
sepas, ese beso no significó nada.
Él rió. —Estás actuando como si fueras mi primer beso.
Se olvidó de decirle que su primer beso fue, técnicamente, con el guardia
que lo había hecho girar apasionadamente después de confundirlo con una
cortesana cuando tenía quince años e intentaba colarse en el harén. Como la
mayoría de los primeros besos, lo dejó con el amargo sabor del arrepentimiento.
—No lo eres, Gauri —dijo, sonriendo—. Pero ciertamente fuiste
memorable.
TRES ES UN MUY BUEN NÙMERO
Gauri
Traducido por Wanda
Corregido por Wanda & -Patty

Cuando Vikram se fue a los baños me tiré en la cama. Los músculos me


dolían. Miré al techo, parpadeando una… dos veces… antes de que me reclamara
el sueño. Me desperté con Vikram mirándose en el espejo. Su pelo todavía estaba
húmedo por el baño y ligeramente enroscado alrededor de las orejas. Jaló las
mangas de su chaqueta azul bordada con delicadas plumas plateadas. El corte
en la mandíbula le había dejado una pálida cicatriz, pero solo ayudaba a llamar
la atención sobre los labios que había besado profundamente no hace mucho
tiempo. Me miró, sus ojos brillando con demasiada complicidad. Era
dolorosamente consciente de lo desaliñada que parecía.
—Estaba pensando en lo que dijiste antes —dijo Vikram—. ¿Qué fue lo
que le dijiste a la asistente yakshini? ¿Preferimos no tener audiencia?
Se giró lentamente por la habitación, como si se maravillara de su vacío.
—No lo recuerdo —dije, poniéndome de pie.
Era mentira. Por supuesto que me acordaba. El recuerdo se abalanzó
sobre mí en el momento en que me dormí. El fuego lamió mis huesos cuando lo
besé. En el fondo de mi cabeza, había sentido el tipo de hambre somnolienta que
iluminó mis pensamientos cuando comí por primera vez la fruta demoníaca. Más
o menos, algo imposible.
—¿Pateas?
Seguí su mirada hacia la cama.
—Oh, sí —dije—. Y duermo con garras plateadas pegadas a mis talones.
—Suena doloroso.
—También rebuzno como un burro en mis pesadillas, babeo océanos y
tengo una tendencia a golpear en los sueños.
—Duermo como un muerto —dijo Vikram despreocupado—. No me
molesta en absoluto. Además, prefiero compartir mi cama con mujeres
ligeramente asilvestradas.
—Yo prefiero no compartir en absoluto. La tumbona es perfectamente
cómoda.
—Entonces duerme allí y yo me quedo con la cama. No quisiera ofender
tus sentimientos de doncella.
—Discutiremos esto más tarde —dije, deslizándome de las sábanas—.
Tengo que prepararme.
En la cámara del baño las linternas de cristal de colores flotaban a través
del vapor, mientras los cocodrilos de piedra abrían sus mandíbulas y ruciaban
chorros de agua caliente en la bañera vacía desde las esquinas de la habitación.
Me hundí en la piscina de zafiro. Por un momento, vi cómo los fragmentos de luz
bailaban en la superficie del agua, pero como siempre, salí antes de ponerme
demasiado cómoda. Demasiada belleza y lujo resultaban peligrosos. Muchos
consejeros de Bharata habían dejado que la lujuria por un raro perno de seda o
un collar con genas incrustadas los cegara ante Skanda para el poder o la
corrupción. La belleza de Alaka tenía dientes, y no dejaría que ninguna parte de
ella me atrapara.
A pocos pasos de los baños había un armario de ónice. Elegí un salwar
kameez gris paloma con pequeños diamantes cosidos en los dobladillos. Los
cosméticos se alineaban en un pequeño tocador a la derecha del armario, hice
rodar los pequeños frascos entre las palmas de las manos, calentando los aceites.
Después de murmurar una rápida oración por las madres de mi harén, me puse
la armadura y delineé los ojos con kohl hasta que se oscurecieron como la muerte
y me puse pétalos de rosa aplastados en mis labios hasta que quedaron escarlatas
como la sangre. En un aparador separado encontré un pequeño alijo con
cuchillos, cogí dos y me los até a los mismos. Solo por si acaso.
Cuando salí, Vikram parpadeó un par de veces.
—Eres sorprendentemente encantadora.
—Tú eres sorprendentemente insultante.
Él sonrío. Y justo cuando lo hizo, el suelo estalló en llamas frías. Me puse
alerta, casi saltando sobre la mesa cercana. Vikram, sin embargo, observó las
llamas con interés.
—Lord Kubera está listo para nosotros —dijo.
Mientras salíamos de la habitación me mordí las mejillas. Había estado
tan concentrada en llegar a Alaka que solo ahora me había dado cuenta de lo
poco que sabía sobre lo que esperar. En la batalla, la estrategia y el recuento de
cuerpos allanaban el camino hacia la victoria. La magia convertía el juego en algo
inescrutable, de modo que no sabías si la oscuridad que tenías delante pertenecía
al cielo nocturno o al negro sin luz del fondo de la garganta de un monstruo.
Fuera de la habitación, el palacio había cambiado. El pasillo estaba lleno
de la presión de los cuerpos y el perfume almizclado que se deshacía en el aire.
Pequeños insectos ardientes aparecieron ante nosotros, haciéndonos señas para
que los siguiéramos.
—¿Son nuestros guías? —preguntó Vikram.
Los insectos resplandecientes asintieron con la cabeza.
—Bien, brillen, pequeñas estrellas.
Los insectos zumbaron, brillando un poco más, como un rubor.
Caminamos tras ellos y bajé la voz a un susurro—: ¿Estás tratando de encantar
a los insectos?
—Hablas como una verdadera princesa —dijo, sacudiendo la cabeza—.
Nunca le prestas atención a la gente pequeña.
—Son insectos.
—Insectos mágicos.
Por costumbre, escudriñé el pasillo, buscando algo sospechoso. Delante
de nosotros, un espejo captaba la luz. Esperaba nuestros reflejos, pero no me vi
a mí, o a Vikram. Fruncí el ceño, un ser desconocido con alas cornudas y una
máscara de oro frunció el ceño.
Oh, dioses.
El espejo había torcido nuestros reflejos. Vikram siguió mi mirada y se rió.
—Inteligente —dijo.
—¿Inteligente?
—Puedo admirar el método y el resultado.
Vikram se acicaló su nuevo reflejo.
—Qué apropiado, han teñido el reflejo con rojo sangre.
—Deberías de decir qué engañoso, porque ahora no podemos saber quién
podría ser un enemigo.
—Pero esa es la cuestión, ¿no? —respondió Vikram—. Todos somos
enemigos a la vista. Nuestros enemigos nos miran desde el espejo. Ese fue el
anuncio que hizo el asistente al principio, ¿recuerdas? La búsqueda por el poder
y el tesoro es solitaria. ¿Quién más es el verdadero enemigo en esta búsqueda
sino nosotros mismos?
—La verdadera guerra no es filosófica.
—Toda guerra es filosófica, por eso la llamamos guerra. Quítale la pintura
y no es más que un asesinato.
—¿No se supone que las marionetas tienen cabezas de madera?
—No soy muy bueno como marioneta —dijo Vikram—. Por lo tanto, mi
deseo de lanzarme a un torneo sobrenatural y precipitarme hacia la muerte.
—Suena lógico.
—Sin embargo, no me importaría tener una corona hecha de madera.
Podría tirársela a la gente para entretenerme.
Sacudí la cabeza.
—¿Por qué eres así...?
Hizo una reverencia burlona y juntos caminamos por un vestíbulo con
pájaros de cristal. En cuanto nuestros pies tocaron el suelo, los pájaros alzaron
el vuelo. La oscuridad ahogaba el final del vestíbulo. Caminamos lentamente,
nuestros únicos guías los insectos sumergidos en el fuego, Vikram se acercó.
—¿Necesitas protección?
—Prefiero quedarme al lado del monstruo que conozco —dijo.
Al final del pasillo, una roca gris oscura se alzaba a nuestro encuentro.
—Creía que esto iba a ser una fiesta —murmuré—. ¿Espera que nos
comamos las sombras?
—Oh, no, querida. Estamos demasiado cansados de esas cosas —dijo una
voz sedosa.
Los pequeños vellos de mi cuello se levantaron. Alguien en la oscuridad
dio una palmada, la luz goteaba como la sangre por las paredes, espesa y lenta.
Entrecerré los ojos. Era el tipo de luz que te hacía desear la oscuridad. Era
escabrosa y casi amoratada, tan brillante como un sol, pero vacía de calor.
Cuando la luz se atenuó, por fin pude ver lo que teníamos delante, una
mesa vacía. Al final de la misma estaban sentados el Señor de los Tesoros y su
consorte, la Dama Kauveri. Kubera era del tamaño de un niño, con una barriga
generosa, ojos pesados. Su sonrisa era elegante, radiante. Pero era el tipo de
sonrisa que pertenecía al poder, no a la alegría. Sólo podías sonreír así si poseías
el tipo de invencibilidad que te permitía afilar tus dientes en el mundo. La
advertencia se encendió en mí. Alrededor de su cuello se enroscaba una mangosta
dorada. La criatura bostezó y un ópalo cayó de su boca. A mi lado, Vikram inhaló
con fuerza, le lancé una m irada, pero su vista estaba fija en la mangosta.
La dama Kauveri nos sonrió. Llevaba un sari de agua corriente, y en sus
elaboradas trenzas, pequeños arroyos y guijarros, tortugas y cocodrilos no más
grandes que la uña de un pulgar trepaban por su pelo. Ningún ser inmortal
presentaba un defecto, pero había algo inquietante en ella, una especie de energía
ansiosa propia de alguien que espera una tragedia.
—Bienvenidos, concursantes —dijo Kauveri, extendiendo el brazo ante la
fiesta—. Por favor, coman.
Cuando nos sentamos, apareció un suntuoso festín en la mesa. Lo miré
con desconfianza. Había un fragante biryani con arroz al azafrán, huevos duros,
blancos como piedras de luna en un curry espeso, chutbeys de manzana y menta
en cuencos de cristal, globos de gulab jamun empapados con jarabe de
cardamomo y kalebis de color naranja brillante enrollados como brazaletes de
oro.
Todo el tiempo, Kubera nos observaba, con una mirada cada vez más
amplia. Observó atentamente cuando cogíamos el naan, lo rompíamos y lo
sumergíamos en un cuenco de curry. No podía permitirme ofenderlos. En el
momento en que me llevé la comida a la boca, Kubera saltó de su trono.
—¡Por fin! ¡Nuestra comida ha pasado por tus labios! Ahora que la
hospitalidad de huéspedes y anfitriones ha sido satisfecha, puedo finalmente
hablar. Nos tenían a los dos tan curiosos. ¡Al borde de nuestros tronos! Sabía que
los dos…
—Paciencia, mi amor —advirtió Kauveri.
Intercambié una mirada con Vikram. ¿Qué quería decir con que le
dábamos curiosidad? Sentí los nervios en los brazos. El día que escapamos de
Ujijain, sentí que el Otro Mundo nos buscaba. Nos quería. Pero tal vez no era el
Otro Mundo el que nos deseaba tanto, sino el propio Kubera, ¿por qué? ¿Quería
a los otros concursantes igual de mal o pretendía utilizarnos para algún
propósito?
Kubera bajó de su trono y nos rodeó como un mercader examinando su
mercancía. Me tendió la mano y la extendí con toda la gracia que pude reunir.
Kubera cacareó de aprobación. Dejó caer mi mano y se inclinó hacia Vikram.
—Ahm, qué corazón tan hambriento tienen los dos. Encantador. Sospecho
que ambos serán excelentes narradores. Y Rey y Reina, sin duda. Por otra parte,
eso depende de a cuál de los dos se les permita salir. Y ahora se preguntan si eso
significa que morirán. ¡No es así! Uno de ustedes puede quedarse aquí para
siempre. Podría ser mi nuevo trono, ese hombre… —Miró a su trono dorado, tenía
forma de humano a cuatro patas—. Tiene un perpetuo dolor de espalda baja y no
puedo soportar escucharlo gemir una y otra vez. La otra opción, por supuesto, es
la muerte. Ah, y no. No pueden concederle la salida a la otra persona.
Me negué a que la sorpresa se reflejara en mi rostro. Sabía que la
invitación rubí era demasiado buena. Pero al igual que Vikram asumí que ganar
el torneo significaba que los dos podíamos irnos. No uno o el otro.
—¿No podemos volver los dos? —preguntó Vikram.
—¡Puede ser! No lo sé. Me invento las reglas sobre la marcha —Kubera
sonrió.
Kauveri se levantó de su trono y se unió a su marido en el centro de la
sala. Dondequiera que pisaba, caían monedas de oro.
—Hablando de juegos, han venido a ganar un deseo.
—¡Ah! ¡Sí! Instrucciones. Mis disculpas —él rió—. Este es el reino del
deseo y los tesoros. Y quiero ver lo que creen que es un tesoro. Dos pruebas. Un
sacrificio. Tres cosas en total. Porque tres es un muy buen número.
Exquisitamente simple, como la mayoría de las cosas que te llevan a la mayor
felicidad o al mayor descontento.
—¿Estamos compitiendo contra los otros concursantes?
—No. Todas las cosas que nos hacen desear algo imposible son diferentes.
Como lo son sus pruebas. Todos pueden ganar un deseo. O nadie puede. Es lo
que es.
—Mi señor —dije con cautela—. Usted mencionó un sacrificio. ¿Qué será
lo que demos?
—Nada corporal, físico, animal o humano.
—Eso significa que aún no ha decidido —dijo Kauveri, sonriendo.
—¿Y los detalles de nuestra prueba, señor? —preguntó Vikram—.
¿Cuánto tiempo…
—¿Tiempo? —Kubera se rió—¿Qué es el tiempo en Alaka sino una cosa
que viene y va a su antojo? Como un siglo se desvanece, incluso el Tiempo salta
de un lado a otro con regocijo. El Torneo de los Deseos es un lugar donde todas
las historias pueden renovarse o reinventarse.
Kubera sonrió y el hielo bailó a lo largo de mi columna vertebral.
—Hemos tomado prestada una luna para que el Torneo lleve la cuenta del
“tiempo”. Esta noche es luna nueva y cuando vuelva a serlo, entonces el “tiempo”
se acaba.
Un mes. Tenemos un mes para dos pruebas y un sacrificio. Eso no era
mucho, pero si el tiempo funcionaba diferente en Alaka, tal vez incluso podría ser
manipulado.
—¿Y en el mundo humano? —preguntó Vikram.
Ni siquiera había pensado en eso. No podía imaginarme consiguiendo la
victoria solo para ver las ruinas de un tiempo que nos había olvidado y seguido
hace mucho tiempo.
—Príncipe inteligente —rió Kubera—. Sólo un mes de tu veloz tiempo
humano.
—Mi señor, ¿cómo hacemos… es decir, ¿qué es exactamente lo que nos
pide para esta prueba? —pregunté—. ¿Pelearemos? ¿Intercambiaremos
acertijos…
—Buscan la riqueza de un deseo —dijo Kubera—. ¿Y cómo puede alguien
lograr la riqueza? ¿Acaso cortan gargantas y rajan los pesados bultos de las
bolsas del mercader? ¿Generan bondad como una plaga y recogen sonrisas en
lugar de monedas? ¿Qué valor tiene para ellos? Hagan lo que quieran.
Eso no respondía absolutamente nada. ¿Cómo se juzgarían nuestras
pruebas? Todo lo que salía de la boca de Kubera era su propio enigma. Antes me
había sentido así, con Skanda cada vez que hablaba alrededor de una mentira.
Cuando negociaba con mi hermano, tenía que saber exactamente lo que quería,
o el precio que pagaría sería demasiado grande.
—¿Puedo preguntarle algo, Su Majestad?
Kubera inclinó la cabeza.
—Sí, pequeña joya, adelante.
—¿Por qué quiere que compitamos en este Torneo? ¿Qué es lo que gana?
—Gano una historia —dijo Kubera, sonriendo lentamente—. Y ese tesoro
es infinito y cambiará y le crecerán alas. El mundo está entrando en una nueva
era. Después de este juego, nunca más habrá un Torneo de los Deseos. El Otro
Mundo cerrará sus portales. Sonreirá al reino humano, pero nada pasará por sus
labios. Los que jueguen nuestro Torneo y vivan para contarlo nos dejarán respirar
en esta nueva era. Con un cuento, no nos limitaremos a existir como figuras en
templos de piedra, con todos nuestros mitos estáticos, contados y fijos. Nosotros,
viviremos. Pasados entre la boca, mente y memoria.
Kauveri dio una palmada.
—Suenas tan siniestro, mi amor. Creo que estás sobreexcitado —Extendió
sus manos y un fijo espejo de agua se acumuló y ensanchó entre sus palmas—.
La clave de la inmortalidad está en crear una historia que te sobreviva. Cada
cuento es su propia llave, que se esconde a la vista debajo de todas las cosas que
queremos y de todas las cosas que nos corroen.
Un rubí brilló en el espejo de agua, reluciente y brillante como la invitación
al Torneo de los Deseos.
—Su primera tarea es encontrar la mitad de la llave de la inmortalidad —
dijo Kubera.
La imagen desapareció. No sabía si inclinarme o correr, agradecerles o
gritar. ¿Encontrar una llave? Ni siquiera estaba claro si se trataba de una llave
tangible o no. Kauveri se acercó a mí y me cogió la cara. Sus ojos parpadeaban
desde el cuarzo ahumado hasta el marrón salobre, como el lecho de un río
drenado.
—Te encontramos a través de tus corazón, sabes —dijo suavemente,
acariciando mi mejilla—. Tan brillante y sincera. Casi te envidio, porque hay
tantas cosas que desearía —Sus ojos brillaron—. O tal vez solo deseo querer como
tú. Tal vez no debería. El deseo, después de todo, es algo tan venenoso.
Retiró su mano. Donde me tocó, mi piel se sintió helada y húmeda. La
expresión de Vikram se agudizó.
—Disfruten de las comodidades del palacio, queridos concursantes —dijo
Kubera, con sus dientes inquietantes y afilados en la luminosa habitación—. Y
por favor, disfruten de las festividades de nuestra Ceremonia de Apertura. En la
luna nueva, nos gusta todo tipo de diversión.
LA FIESTA DE LA TRANSFORMACIÒN
Gauri
Traducido por Wanda
Corregido por Wanda & -Patty

La luz se desvaneció, una vez más, Vikram y yo nos quedamos con la cara
impasible. Miré por el pasillo para ver a la gente riendo y cantando en su camino
a las festividades de la Ceremonia de Apertura. El toque de Vikram me devolvió
al momento, luces pálidas habían surgido a lo largo de las paredes, iluminando
nuestros rostros, la habitual alegría y picardía se habían ido de sus ojos.
—No lo sabía —dijo, con una mirada intensa e inquebrantable—. Si
hubiera tenido idea de que solo uno de nosotros podría volver, nunca te lo habría
ocultado.
—Te creo —dije—. Pero tenemos un mes, Vikram, podemos buscar una
salida incluso mientras tratamos de ganar. Escuchaste a Kubera, a él le gusta
romper sus propias reglas.
Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando soltó mi mano.
—Creo que tienes razón.
—¿Puedo tenerlo por escrito?
—Escribiré lo que quieras si ganamos y salimos de aquí.
—Es justo.
Los sonidos de la ceremonia nos llamaron desde el otro lado de la sala.
—La primera mitad de la llave de la inmortalidad —dije, suspirando—.
¿Cuánto de eso es solo un acertijo o un símbolo de una cosa que sustituye a otra?
—A la magia le gusta ser filosófica —dijo Vikram.
—La magia debería de considerar ser menos pretenciosa.
—Escondido a la vista debajo de todas las cosas que queremos y todas las
cosas que nos corroen —repitió.
—Sí, lo sé. Y el deseo es algo venenoso. He oído que…
Ambos dejamos de hablar. Ya habíamos escuchado eso antes, ¿no habían
dicho los vanaras algo similar cuando nos capturaron y nos llevaron a su reino?
¿Y no habían escrito esas mismas palabras en la invitación?
—Fue una pista todo este tiempo —respiró Vikram.
—Y si está escondido a la vista, ya sabemos dónde empezar a buscar.
Por ahora, el flujo constante de los concursantes se había concentrado en
los patios de Alaka para la ceremonia, mis manos se estremecían de anticipación.
Cuando Ujijain me había mantenido prisionera, había dejado de luchar y mi
cuerpo dolía por ello. La guerra era salvaje, pero era el salvajismo lo que hacía
que mi sangre saliera a la superficie. No eran sólo los momentos físicos, era esa
sensación de infinito, sólo mis huesos me inmovilizaban. Todo lo demás era un
borrón de luz, vida y esperanza. Esto era la guerra. Pelearía para ganar y para
volver, y esa esperanza de tener algo por lo que luchar una vez más, hizo crecer
alas dentro de mí.
No había garantía de que la primera mitad de la llave estuviera en algún
lugar del jolgorio de la ceremonia, con un mes entero para las pruebas y el
sacrificio, la idea del sacrificio me hacía estremecer cada vez que lo pensaba,
nosotros solo estaríamos esperando nuestro tiempo hasta los días finales. Kubera
no era un oponente, pero tampoco un aliado. Tenía los juegos en sus manos. Su
excitación se quedó en mi memoria. Él quería jugar.
Y yo también.
La música de la ceremonia retumbaba en el suelo. El patio que habíamos
atravesado para llegar al palacio de Alaka parecía haberse ampliado y cambiado
en cuestión de horas. Tres grandes mesas de fiesta se encontraban a nuestra
derecha, en el centro, una masa de seda surgió ante nuestros ojos: unas alas
pálidas como la luna se estremecieron, un cuello delgado se arqueaba en la
noche. Ante nosotros se desplegó una carpa con forma de cisne encantado,
grande como una pequeña ciudad, y pálido como una escarcha, salvo por la
estrella azul anidada en su pecho. A nuestra izquierda, un gran árbol baniano
arrojaba sus nudosas ramas sobre los seres que se balanceaban y bailaban bajo
sus ramas. Luces tan delicadas como el azúcar hilado se deslizaban por el
entramado de los dedos del árbol. La belleza de Alaka parecía inquietantemente
precisa, como si hubiera arrancado uno de los sueños de mi infancia y la hubiera
puesto como una máscara. No me confiaba. Incluso el aire olía a astucia. Olfateé
el aroma una manta que había guardado desde la infancia y me tensé, esta magia
era una peligrosa seducción de confort. Caminamos entre la multitud que
pululaba por los patios, albos y bajos, delgados y corpulentos, guapos y horribles.
Algunos tenían alas, otros planeaban sobre el suelo, observando el mundo.
—Se ve simple —dije—. Pero no hay nada de simple en esto.
Empezamos a rodear las mesas del festín, buscando cualquier pista que
nos pudiera llamar la atención. ¿Un frasco de venenos? ¿Un alijo de rubíes? Las
instrucciones de Kubera eran más o menos inútiles. Y, además, tenía que
mantener mis ojos y oídos abiertos en busca de información sobre otras salidas
de Alaka.
Al final de la primera mesa colgaba un cartel que decía: “Una fiesta de
Transformación, si tomas de nosotros, debes intercambiar tu dolor”. La mesa no
tenía nada comestible. Había ánforas de vidrio con alas secas, un hueso de un
dedo, una trenza de pelo y un muñeco de paja.
Sobre la segunda mesa flotaban orbes de hielo. Un cordón de nieve
amontonado rodaba por los bordes. Su letrero, un panel de hielo decía: “una
fiesta del frío, si nos quitas, debes intercambiar tu calor”:
Los pájaros cantores caían de sus picos, su cartel decía: “una fiesta de la
canción, si nos quitas, debes intercambiar tus pensamientos”.
—Aquí no hay nada —dije. Tomé a Vikram del brazo antes de que pudiera
distraerse demasiado con las botellas brillantes y me dirigí a los jardines de
Alaka.
Bajo el árbol baniano había comenzado una danza inconexa y lánguida.
Seres del bosque con hojas verdes brillantes como pelo y lianas enroscadas en
sus muñecas saltaban y se balanceaban. Yo los observaba atentamente,
preguntándome si reconocería algo de la tarea de Kubera, cuando un silencio
susurrado se extendió sobre la multitud.
—Han vuelto —susurró uno de los seres del Otro Mundo junto a nosotros.
—¿Quiénes ¡Oh! —respondió su amigo—. No me había dado cuenta de que
ganaron el último torneo.
Me giré para ver de quién hablaban y encontré a tres jóvenes mujeres
moviéndose bajo el baniano. Un lazo azul raído colgaba del cuello de cada una de
ellas. Caminaban de forma extraña, como si sus miembros llevaran el recuerdo
del movimiento, pero no el instinto. Miré al suelo y reprimí un escalofrío, ninguna
sombra se movía por el suelo.
—Si las Sin Nombre están aquí, entonces el Rey Serpiente también debe
de estarlo.
El otro se rió.
—No puedo imaginar que a la Dama Kauveri le guste eso en absoluto.
—Si no fuera el último torneo, nunca se lo habría permitido.
Las Sin Nombre se alejaron de nosotros, desapareciendo directamente en
el árbol baniano. Observé el lugar vacío en el que se encontraban y le di vuelta a
los nombres en mi cabeza. ¿Quién era el Rey Serpiente?
Vikram me tocó el brazo, sacándome de mi cabeza. Aquí no hay nada, lo
único que quedaba por explorar era la tienda gigante. Una línea ya se había
formado, extendiéndose a través de los terrenos e incluso serpenteando entre los
estanques.
Las voces se dirigían a nosotros desde todas las direcciones.
—¡El Señor de los Tesoros los ha contratado!
—Pero la fila ya está…
—Seguramente uno de ellos estará disponible.
—La tienda, por allí.
Un viento lento agitó la carpa del cisne, y el humo salió de la parte
superior. La multitud aplaudió, los zarcillos de humo se dispararon en el aire,
tomando la forma de una bestia alada y de una serpiente brillante, de un árbol
con luces e incluso de una corona parpadeante. Al final, el humo se reunió en la
nebulosa silueta de una mujer, la forma se plegó en una estrella y el color pasó
de gris a azul. Una estrella azul, como la que había en la garganta de cada
vishakanya.
Vikram me agarró la mano, sus ojos brillaban de emoción.
—Eso es. La primera mitad de la llave tiene que estar dentro de la tienda
de las cortesanas venenosas, es la única cosa que tendría sentido. Las vanaras
dijeron lo mismo en el bazar, ¿recuerdas?
—La verdad es que no. Si recuerdas, estaba luchando contra sus ganas
de comerme en ese momento.
Hizo una mueca.
—Sí, bueno, encaja con lo que dijo Kubera de todos modos, todas las cosas
que queremos y todas las cosas que nos corroen. Al principio pensé que cuando
dijo nosotros nos incluía a ti y a mí, pero un vishakanya tiene un efecto diferente
en los seres de otro mundo, ella les muestra los deseos, tal vez eso quería decir.
Vikram estaba tan excitado que no podía decidir entre juntar sus dedos
juntos o hacer pequeños movimientos de arrastre entre sus pies.
—¿Podrías… —empecé, pero él ya me estaba arrastrando por la fila y
directamente a la carpa.
La mitad de las personas que habían estado esperando pacientemente en
la fila se volvieron y nos miraron. En la entrada, los tigres de las sombras
merodeaban, chasqueando y gruñendo, una de las bestias nos dirigió la mirada,
parpadeó y echó la cabeza hacia atrás.
—¿Tan ansiosos están de acabar con su vida, queridos mortales? —Este
era un excelente comienzo.
—No —dijo Vikram.
—Entonces, ¿por qué buscan entrar aquí?
—¿No podemos entrar?
El tigre nos rugió—: SOLO LOS VISHAKANYAS PUEDEN ENTRAR SIN
HACER FILA. Y SOLO LOS YAKSHAS Y YAKSHINIS PUEDEN ESTAR EN LA FILA.
NO HAY HUMANOS.
El aire salió a borbotones de la boca de la criatura. El viento nos obligó a
retroceder y nos retiramos al final de la fila. Vikram caminaba furiosamente.
—¿Cómo vamos a entrar si está claro que no somos vishakanyas? —
murmuró, tirándose el pelo. Se detuvo con el ceño fruncido—. O tal vez solo
tengamos que parecernos a ellas.
Dejé de caminar.
—¿Qué?
Volvió a mirar hacia las mesas del banquete y empezó a caminar, troté
para mantener su ritmo.
—Creo que te he oído decir que deberíamos parecer vishakanyas.
—Has oído bien. No es mi primera opción, prefiero no vestirme como una
cortesana de nuevo.
—Espera, ¿otra vez?
Su rostro se coloreó.
—La fiesta de transformación puede tener algo para nosotros —reflexionó.
—Todavía estoy esperando escuchar la parte en la que explicas por qué te
vestiste como una cortesana en primer lugar.
Vikram apoyó los codos sobre la fiesta de la transformación, los dedos
sobre las botellas. Levantó una botella que contenía un trozo de sari de mujer y
un bote de cosméticos.
—Espero que esto sea más gratificante que la última vez —murmuró.
La fiesta de la transformación exigía un intercambio de heridas. En el
momento en que agarré un frasco, sentí unos dedos fantasmales revisando mis
recuerdos, buscando un núcleo de dolor. No fue difícil encontrarlo. Sentí un
fuerte tiró detrás de mi corazón, el sonido de un recuerdo que se abría y subía a
la superficie de mis pensamientos, y entonces, nada. El recuerdo se desvaneció.
Miré mi vestimenta y me encontré con un traje bastante revelador tachonado de
esmeraldas, un velo translúcido caía sobre mi cabeza. Me veía irreconocible en el
espejo apoyado en la mesa de la fiesta de la transformación. Gracias al glamour,
mi pelo era ahora largo y plateado, mis ojos eran del color del cuarzo y era más
alta y flexible de lo que nunca había sido sin la magia.
A mi lado, oí una respiración aguda, la magia de fiesta de la
transformación había disfrazado a Vikram de mujer baja y bien formada de pelo
cobrizo. Lo único que parecía igual era la sonrisa socarrona que tenía cuando se
inspeccionaba en el espejo.
—Me veo bien —dijo, examinándose desde múltiples ángulos. Se movía de
un lado a otro—. Esto pica muchísimo, ¿por qué las mujeres llevan estas
miserables prendas?
—No creo que haya sido nuestra elección.
—Oh.
Me reí.
—No se me ocurren muchos hombres que se disfracen de mujer.
Levantó la barbilla un poco más.
—Esto es sólo una forma, en los cuentos más antiguos, un dios se
convirtió en una hechicera para engañar a una horda de demonios. Y el guerrero
más famoso de la época se convirtió en eunuco durante un año. Puedo tener la
forma de una vishakanya durante una noche para ganar un deseo.
Aplaudí. Él se inclinó y nos dirigimos a la tienda de las vishakanyas. Antes
de llegar a la entrada, lo aparté a un lado.
—¿Qué pasa?
—Suponiendo que entremos, tienes que estar preparado para una pelea
—Me subí el vestido. Vikram se sonrojó inmediatamente.
—¿Qué estás haciendo? —siseó.
Me desabroché una de las correas del muslo y se la entregué junto con el
cuchillo que había metido antes en su interior.
—¿Dónde pongo esto? —murmuró, palmeando sus caderas de aspecto
muy generoso.
—Una verdadera vishakanya no necesitaría ninguno. ¿Recuerdas?
Escóndelo.
Gimiendo, se ató el cuchillo al tobillo de mala gana.
En la entrada de la tienda me armé de valor. La fila de la gente nos miraba
con anhelo. Odiaba que me miraran así, como si fuera sólo un medio para
satisfacer a alguien. Vikram parecía indignado y cruzó los brazos sobre el pecho.
La bestia giró la cabeza.
—NO HAY PASO —empezó, luego se detuvo, ladeando la cabeza.
Aquí vamos.
—¿Desde cuándo soy un intruso? —pregunté con sorna.
El tigre de las sombras retrocedió y levantó la pata.
—Yo no….
Levanté una mano desdeñosa.
—¿En qué universo te imaginas que me interesa que digas tus
deficiencias?
El ceño de la bestia se frunció, sus orejas se apoyaron en el cráneo.
—No pretendía cometer un error.
Vikram, que no había perdido su profunda voz decidió sabiamente
mantener la boca cerrada y se conformó con una mirada feroz.
—Y yo no pretendía encontrarme con un interrogatorio, hazte a un lado.
Mi corazón latía violentamente, un movimiento en falso y la farsa se
arruinaría.
—Mis disculpas —dijo la criatura y se apartó.
Murmuré una rápida oración antes de levantar los velos de gasa y entrar
a la cálida oscuridad de la tienda. No había lámparas que iluminaran el interior,
pero había pequeñas luces cosidas en la seda, que parpadeaban como estrellas
vacilantes. El incienso pintaba el aire con brillantes notas de sándalo y azahar.
Algo reflectante cubría todas las superficies que no estuvieran ocupadas por
alguien del Otro Mundo. Entramos con cuidado, buscando en las esquinas en
busca de alguna señal de una vishakanya. Vikram se puso de puntillas para
susurrar en mi oído—: Que parezcamos vishakanyas no significa que lo seamos.
Si nos tocan, morimos.
Me dio una palmadita en el muslo, donde el otro cuchillo estaba bien
sujeto. La parte superior de las orejas de Vikram se pusieron rojas.
—No lo he olvidado —le susurré.
Nos movimos rápidamente por el pasillo, buscando cualquier señal de la
llave de Kubera o de un rubí. Pero de momento no había nada, la inquietud se
agolpó en mi cabeza. Si este no era el lugar correcto, teníamos que salir rápido.
No sabíamos cuánto duraban los efectos de la fiesta de la transformación. Al
menos una docena de personas se sentaron adentro, sus cabezas inclinadas
hacia atrás para mirar a sus deseos que se retorcían en los espejos que había
sobre ellos. Seguí la estructura de los espejos, todos estaban unidos, sostenidos
por algún tipo de red.
Otra sala, oculta para los clientes y las cortesanas se bifurcaba desde la
entrada, entré primero, escuchando cualquier pisada o respiración áspera. Nada.
Observé las paredes, un espejo se cernía sobre mí. Por segunda vez ese día, el
espejo no me reflejaba. Pero tampoco mostraba el glamour que llevaba. El espejo
mostraba mi corazón. Bharata. Vi un cielo de peltre cubriendo las torres de
vigilancia, sal apilada en ruedas perfectas en el barrio de mercaderes, hogueras
rociando astillas de rubí en el aire. He visto a mi gente bailando, con las mejillas
sonrosadas por la risa. Vi las leyendas colgando de los árboles como frutas,
maduras para ser tomadas y devoradas, listas para ser compartidas entre amigos
y familiares. Vi todas las razones para volver a casa.
Mis párpados cayeron, tal vez si cerraba los ojos, las imágenes en el espejo
se romperían y se convertirían en una realidad.
—¡Gauri! —siseó Vikram.
Mis ojos se abrieron de golpe, intenté avanzar, pero no pude. Unas finas
cuerdas de seda se habían caído del espejo y se abrían paso alrededor de mis
brazos y piernas, inmovilizándome en el lugar. Vikram también estaba atrapado.
Cualquiera con un mal sentido del humor y un cuchillo afilado podría atravesar
el pasillo y matarnos donde estábamos, sólo por pura suerte el pasillo estaba
abandonado.
—He oído hablar de estar atrapado por tus deseos, pero esto es ridículo
—refunfuñó.
—¿Cuánto tiempo has mirado el espejo? —pregunté.
—Solo miré de soslayo.
Busqué la daga en mi muslo, pero se deslizó fuera de la funda, cayendo
al suelo. Conteniendo un siseo, intenté lanzar todo mi peso hacia atrás y luego
hacia adelante, tratando de desenredar mis miembros de las cuerdas. Las
cuerdas iridiscentes brillaron un poco más, tímidas como una sonrisa.
—¿Cómo te liberas del deseo? —reflexioné—. No es que pueda convertirme
mágicamente en una especie diferente.
Vikram hizo una pausa.
—¡Eso es! Vuelve a mirarte al espejo.
—Por supuesto que no. Eso es lo que nos atrapó la primera vez.
—Y tal vez pueda liberarnos también.
Observé cómo se miraba en el espejo, en un momento dado se convirtió
en un furioso tono de rojo. Entonces, las cuerdas de seda se arrugaron a su
alrededor. Se arrastró hacia mí, recogiendo el cuchillo caído y aserrando las
ataduras de seda. Los hilos ni siquiera se deshicieron.
—¿Cómo lo hiciste? —le pregunté.
—Simplemente me dejé llevar —dijo, encogiéndose de hombros—. Miré los
deseos y me dije que no los quería. Entonces me liberaron. Inténtalo.
Lo intenté. Intenté fingir que ya no quería las imágenes, pero no pude. Me
vi a mí misma arrodillada en un cuadrado de luz solar en los jardines de Bharata,
con la muñeca metida en la tierra mientras cavaba un hogar para un rosal.
Ansiaba esa pertenencia, del tipo que teje la felicidad a tu corazón para que nunca
se aleje demasiado lejos de la vista.
Parpadeando, me separé de la imagen. Las cuerdas de seda habían crecido
en número y fuerza. Pero también vi algo más, había caído pintura en la cuerda,
miré a Vikram, el glamour del cuerpo de mujer ya se estaba desvaneciendo, se
había hecho más alto, los rozos apretados habían empezado a relajarse y perder
su brillo cobrizo.
—¿Qué te detiene? —exigió.
Nos atraparían, quizás incluso nos matarían si no podía liberarme. ¿Qué
me retenía? El hogar, Nalini, la venganza, el trono, tantas cosas tirando de mí.
Era diferente para Vikram, él no estaba impulsado por el deseo del trono de
Ujijain. Estaba impulsado por la creencia de que debería de ser suyo. De alguna
manera, él podía separarse de eso. Yo no podía, pero tal vez… tal pez podría…
¿mirar a través de él?
Volví a mirarme en el espejo. Esta vez traté de concentrarme en el espacio
entre las imágenes a medida que cambiaban. Allí, en ese nexo indefinido, ahí
estaba mi verdadero deseo. El espejo no podía mostrarme lo que me empujaba
hacia esa media llave de la inmortalidad porque era más. Era incuantificable.
Una sílfide sin rostro. Iba más allá de mi necesidad de venganza o de salvar a
Nalini porque era la caza de un legado, parecía como nada y todo. Parpadeé y el
espejo se hizo añicos, las cuerdas de seda se arrugaron.
Las recogí rápidamente antes de que pudieran caer estrepitosamente al
suelo. En el momento en que empujé las cuerdas a un lado del pasillo, Vikram
me lanzó una mirada de advertencia y ambos corrimos por el pasillo hasta donde
un biombo de gas que separaba una habitación de la siguiente. Vikram lo
alcanzó, pero yo le aparté la mano. Entrecerré los ojos, señalando la daga. ¿Había
alguien del otro lado? Me quedé mirando un momento más, pero ninguna sombra
se movió detrás de la pantalla. Asentí con la cabeza, envainando la daga, mientras
Vikram retiraba la cortina. Allí, clavado en la seda como si alguien lo hubiera
clavado en su lugar, había un rubí brillante.
—¡Eso es! —dijo—. Tiene que serlo.
Eché otra mirada alrededor de la habitación con cuidado de evitar el techo
cuando capté el brillo dorado de un centenar de espejos en lo alto. No hay señales
de perturbaciones en los cojines inmaculados. Nada que se haya apartado con
prisa. Un vestíbulo abrazaba un lado de la habitación, curvado hasta perderse de
vista. Me quedé mirando un momento más, pero ninguna sombra parpadeaba en
el otro lado de la pared. Satisfecha, asentí con la cabeza a Vikram, que empezó a
caminar hacia el rubí. Algo brillaba en las facetas de la joya, una mesa rodeada
de comensales. El aire alrededor de la piedra estaba cubierto de hielo. El frío
formaba un puño alrededor de mi corazón.
—Ayúdame —dijo Vikram—. Tal vez pueda arrancar estas cosas con el
cuchillo.
Había juntado las palmas de las manos para darle un empujón cuando
noté algo.
Silencio.
Cuando habíamos entrado por primera vez, la tienda de las vishakanyas
había estado llena de murmullos, susurros de ánimo e incluso uno que otro
gemido. Me agaché, buscando en mi muslo la daga que llevaba en la pierna. Un
suspiro bajo y un sonido de arruga rompieron el silencio. Vikram se había
desplomado en el suelo. El color cobrizo de su pelo se había oscurecido. Sus
extremidades se alargaron y un rastro de barba empezó a ensombrecer su rostro
cambiante.
El pánico se apoderó de mí. Antes de que pudiera tocarlo, una risa baja
resonó desde el lado opuesto de la habitación. Once vishakanyas salieron de las
sombras, habían estado esperando. Invisibles.
—¿Qué le han hecho?
Oí un pequeño grito a mi lado y me giré para ver a una hermosa
vishakanya materializarse en el aire. Se alejó de Vikram, su mano aún estaba
extendida. ¿Lo había tocado?
Los efectos de la fiesta de la transformación habían desaparecido. Vikram
yacía en su chaqueta y pantalones originales. Su rostro estaba pálido y el sudor
caía sobre su piel. Las cosas que antes estaban a la altura de los ojos cayeron
poco a poco. La altura prestada de la fiesta de la transformación había
desaparecido y había vuelto a mi tamaño y formas originales.
—¡Un hombre! —jadeó la vishakanya.
No corrió hacia los otros que se encontraban apretados en los rincones
oscuros de la habitación. En cambio, me miró fijamente.
—No te atrevas a tocarlo —siseé, blandiendo el cuchillo.
Repasé lo que sabía sobre las vishakanyas. Cada centímetro de su piel
era letal. Pero sangraban y morían como cualquier ser moral. Al menos, eso es lo
que decían las historias que Maya siempre me contaba. Solo tenía que superar la
piel.
La vishakanya se hundió en la esquina, repentinamente tímida.
—Solo lo toqué un segundo… nada que pudiera matarlo, lo juro.
—No es para ninguno de ustedes —dije en voz alta, blandiendo el cuchillo
hacia el resto de las cortesanas reunidas. Me puse de forma protectora sobre el
cuerpo de Vikram—. Solo hemos venido por el rubí. Eso es todo. Lo tomaremos,
nos marcharemos y nadie saldrá perjudicado.
—¿Y si no queremos que se vayan? —preguntó una.
Sus movimientos tenían toda la terrible gracia de una pesadilla.
—Han venido aquí por voluntad propia —se burló—. Para conocernos,
vernos, para tomar de nosotras.
Doce a uno, repetí en mi cabeza. Si esto fuera una pelea normal, tal vez
tendría una oportunidad, pero a diferencia de cualquier pelea, el simple contacto
con la piel de mis oponentes podría matarme. Rompí parte de mi salwar kameez
y envolví mis brazos desnudos.
La vishakanya se encogió de hombros.
—Admirable, pero inútil.
—Te lo advierto… —empecé, pero las palabras despertaron algo en la
vishakanya. Ya no sonreía, ya no se insinuaba.
—No, niña —dijo, fría como el cristal—. Yo te lo advierto. Ese chico
humano ahora es mío.
—Él nunca será…
—Está en nuestra tienda. No está protestando, por lo tanto, es nuestro. Y
ahora que es mío, deberías saber que no soy alguien a quien robar. Como ves,
niña, nos gustan los humanos. Los deseos humanos no son como los deseos de
yakshas y yakshinis. Los tuyos son una delicia, hay algo diferente en el deseo
humano. Lo húmedo que es. La forma en que se refleja en sus pesadillas y platea
sus corazones con una capa de escarcha. Llevarás ese deseo, desgarrando la
tierra en sus costuras si eso significa que puedes tener lo que quieres.
—Es destructivo —dijo la vishakanya.
—Es hermoso —comentó otra.
—Y lo tendremos —dijo otra.
—Así que no tomes mis juguetes, niña.
Y entonces se lanzó directamente hacia mí.
DE RUBÌES Y HERMANAS
Aasha
Traducido por Wanda
Corregido por Wanda & -Patty

Si Aasha quisiera, podría alcanzar y tocar a la chica humana. Matarla.


Pero si lo hiciera, las preguntas que rebosan en su interior quedarían sin
respuesta. Ya se sentían fuera de control, como si hubieran crecido espinas y
pronto la cortarían en pedazos. ¿Quién podría haber sido? ¿Qué vida podría haber
llamado propia? Esa urgencia por saber la hizo fingir un inesperado dolor de
cabeza y esperar, agazapada, encogida e invisible, en un rincón de la tienda donde
el Señor de los Tesoros había escondido un rubí. Había visitado la tienda por la
tarde, informando a sus hermanas de que un par de concursantes humanos
podrían venir a buscar la joya. Si los humanos fallaban, serían presa fácil para
las vishakanyas.
Aasha esperaba llegar primero a los humanos, había planeado negociar
con ellos, respuestas a sus preguntas sobre el mundo humano a cambio de
dejarlos escavar con el rubí.
Pero sus hermanas habían sido más rápidas que ella.
Ahora no había posibilidad de conversas. Sus hermanas se lamieron los
labios con hambre. Como una sola, las vishakanyas se lanzaron, las manos hacia
los tobillos de la chica mientras ella saltaba hacia un terreno más alto. Aasha se
apretó más en la esquina. A su lado, el hombre se agitó. Su tacto había impartido
una trampa de sueño, no muerte. Algunas de sus hermanas utilizaron la técnica
como un asesinato piadoso. Aasha la utilizaba para evitar matar del todo.
Sus hermanas derribaron la mesa sobre la que la chica había saltado,
empujándola hacia atrás. La chica saltó al suelo, clavando su cuchillo en el aire
y atrapando uno de los brazos de una de sus hermanas.
—La próxima vez te apuntaré a la cara —dijo la chica humana—. Danos
ese rubí. No tengo ningún deseo de herirte.
Pero las hermanas de Aasha solo se rieron y rieron. Tenían muchas ganas
de comer en Alaka. Tal vez sería más fácil dejar ir a la chica y olvidar este asunto.
La humana volvió la cara hacia el techo, sus ojos recorriendo los cientos
de espejos entrelazados. Una inquietante sonrisa iluminó su rostro. Sus
hermanas se acercaron. La muchacha saltó, con los dedos extendidos para
agarrar la cuerda dorada anclada a uno de los espejos clavados en la pared.
Rápidamente la chica hundió su cuchillo en la cuerda que unía todos los espejos.
—Ahora que tengo su atención… —dijo la chica, clavando la cuerda—. Ya
habrán notado que, si bien no puedo matarlas a todas en un solo movimiento,
los espejos sí pueden.
Sus hermanas se encogieron un poco más hacia el suelo. Aasha comenzó
a avanzar a lo largo de las paredes, tratando de llegar a ellas. La chica humana
balanceó su cuerpo y los espejos se balancearon peligrosamente a su ritmo,
contoneándose y gimiendo contra las paredes.
—Puedo hacerlo poco a poco —dijo la chica, aserrando delicadamente la
cuerda. Levantó un cuchillo—. O puedo empezar a cortar.
El miedo se apoderó de ella. Si sus hermanas resultaban heridas, ¿cómo
se alimentarían? Se marchitarían hasta quedarse sin nada. El miedo de Aasha se
volvió delgado y frío, deslizándose en el espacio entre sus pensamientos y
adormeciendo sus nervios. Cambió de dirección y corrió hacia la chica.
—¡Detente! No lastimes a mis hermanas por favor —dijo Aasha—. ¡Haré lo
que sea!
Algo en la mirada de la chica cedió. La misericordia parpadeó en sus ojos
por un instante, al momento siguiente, sus ojos se oscurecieron.
—¿Cualquier cosa?
Aasha asintió con fuerza.
La chica dirigió su mirada al resto de la sala.
—Váyanse.
Todas sus hermanas, excepto una, desaparecieron entre las sombras.
—Eres una buena oponente —dijo su hermana, mirando a la chica con
admiración—. Serías una vishakanya aún mejor si buscaras una nueva salida
para tus talentos.
La chica soltó la cuerda y se dejó caer al suelo con los dedos extendidos
contra el suelo. Se levantó y se inclinó.
—Mis deberes ya han sido reclamados para esta vida —dijo la chica,
respetuosamente.
—Entonces tal vez en la siguiente.
La pena y gratitud brillaron en los ojos de su hermana. Aasha se
estremeció, ¿en qué se había metido? Sólo quería preguntarles a los humanos
por sus vidas. Ahora estaba en deuda con ellos. La idea de las tierras de los
mortales le encantó, pero los humanos eran astutos y rencorosos. La chica se
inclinó para comprobar el pulso del chico. Satisfecha, se levantó y arrancó el rubí
de la tienda. Lo guardó, junto con su cuchillo en algún lugar de su falta.
—¿Cómo te llamas?
Aasha parpadeó. No se había imaginado que la chica le hablaría de esa
manera. Incluso los yakshas y yakshinis sólo abrían la boca para hacer
exigencias. Dame algo milagroso. Dame lo que quiero. Esta chica estaba
preguntando. Su voz no era amable, pero tampoco cruel. Aasha tropezó para
encontrar su aliento.
—Aasha.
—Soy Gauri —dijo la chica. Pinchó al hombre en el suelo con su dedo del
pie—. ¿Cuánto tiempo estará inconsciente? ¿Habrá algún daño duradero?
—Estará despierto al amanecer. Su mente debería de estar
completamente intacta.
La chica dejó escapar un suspiro y se pasó el brazo por la frente.
—Te ofreciste a ayudarnos y lo que más necesitamos es información.
¿Sabes de alguna manera de salir de Alaka?
Aasha había olvidado que las reglas eran diferentes para los humanos.
Para los seres del otro mundo, podían irse cuando quisieran. Pero si
abandonaban el juego antes de tiempo, perdían un deseo.
—Si no se te ha concedido el permiso de Lord Kubera, entonces debes
pedirle permiso a su consorte, Lady Kauveri.
La chica sonrió,
—No dijo nada cuando escuchó que sólo uno de nosotros podría irse, así
que imagino que su permiso no ha sido concedido.
—Entonces debes darle algo que ella quiera.
Levantó una ceja.
—¿Qué querría una diosa? ¿Más resplandor? ¿Los simples placeres de
una existencia mortal, como las arrugas? ¿Manchas de edad?
Aasha dudó. Cada vez que los yakshas y yakshinis visitaban la tienda,
traían consigo chismes, algunos de los cuales, ella sabía, debían de ser ignorados.
Pero no ayudar a la chica humana podría perjudicar a sus hermanas. Ella se
negó a dejar que eso ocurriera. Además… había algo que había escuchado. Un
rumor que mantenía la misma forma sin importar quién lo contara. Eso en sí
mismo era una hazaña. Así que los seres del otro mundo odiaban decir la verdad,
no porque prefirieran el engaño, sino porque preferían el sabor de un rumor
decadente en su lengua que el sabor sordo y quebradizo de una verdad.
—No es un objeto —dijo Aasha con cuidado—. Se dice que hay algo que
ella quiere de alguien. Y está en Alaka.
—¿De quién?
—El Rey Serpiente.
EL JARDÌN DE CRISTAL
Gauri
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty

Me quedé sin aliento cuando por fin llegué a nuestros aposentos. Arrastrar
a Vikram ni siquiera había sido lo más difícil de llevarlo a la habitación. Fue
vadear un mar de intrigantes seres de otro mundo. Un par de yakshinis
intentaron comprarlo. Algunas de las ofertas incluían una voz que adormecería
una tormenta eléctrica y el vestido de piel de un cocodrilo. Se negaron a creerme
cuando les dije que no valía la pena. En un momento dado, un rakshasa me dio
una palmada en la espalda, gritando—: ¡Excelente hallazgo, ¡chica humana!
Empieza por la columna vertebral. Siempre es el mejor corte de carne —No tenía
idea de qué decir, así que dije gracias. Sólo se me ocurrió después de estar tirando
de Vikram a mitad de camino por las escaleras que tal vez debería haber dicho—
: Yo no como gente.
Había sido un día largo.
Mis pensamientos tropezaban unos con otros. Había hecho planes para
que Aasha se reuniera con nosotros mañana a mediodía, pero eso dejaba
demasiadas incógnitas. Ella podría estar dándonos información errónea sobre el
Rey Serpiente o vendiéndonos a algún enemigo sin nombre. E incluso si
tuviéramos una pista para descubrir una salida fuera de Alaka, sólo importaba
si sobrevivíamos y ganábamos el Torneo de los Deseos. Me estremecí. Un día en
Alaka, y la magia me había obligado a salir a mí misma. Iba a la batalla sin casco.
Sin nada que nos proteja excepto la endeble confianza que había depositado en
un extraño y el más terrible de los venenos: la esperanza. Incluso ahora, podía
sentir que la esperanza se filtraba y se asentaba bajo mi piel. Creciendo. ¿Qué
forma tomaría? ¿Alas? Como algo liberado. ¿U hongos? Como algo nacido en la
decadencia.
La media llave retumbó y ardió en mi bolsillo. Abriendo las puertas, dejé
caer a Vikram al suelo y guardé la llave en una mesa cerca de la cama. Afuera, el
amanecer había comenzado a trenzar el cielo con oro, trenzando lo que quedaba
de la noche. El cansancio profundo pesaba en mi cuerpo. Arrojé una almohada y
una manta para Vikram, me metí en la cama y me quedé dormida en momentos.

El problema de tener una habitación llena de pájaros cantores era que la


habitación estaba llena de pájaros cantores. Apenas había dormido antes de que
los trinos y el susurro de las plumas me despertaran. Me apoyé en un codo y me
quedé mirando la habitación. Las paredes temblaban, la luz bailaba sobre las
plumas verdes. Vikram estaba tumbado en una de las sillas, ya vestido e
impecable y lanzando la llave de rubí al aire como si fuera una pelota. Vio mi
atención y sonrió.
—Dicen que la luz de la mañana revela la verdadera naturaleza de una
mujer. Mis condolencias a tu futuro consorte.
—Es demasiado temprano para derramar sangre —gemí, recogiendo un
brazo lleno de almohadas y enterrando mi cara en ellas—. Además... bien
pensado sobre la transformación.
Los ojos de Vikram se abrieron de par en par. —¿Qué es esto? ¿Elogios de
su Bestialidad en la mañana? ¿Estás bajo una maldición que te hace amable
antes del mediodía? Si es así, ¿cómo lo hacemos permanente?
Le lancé una almohada a la cara. Él inclinó la cabeza, esquivándola con
la mínima cantidad de energía necesaria.
—Sinceramente, la primera llave la conseguimos juntos —dijo—. Los dos
pensamos en el acertijo. Aunque yo tuve la brillante idea de la transformación.
Le lancé otra almohada. —Luché contra una horda de mujeres venenosas
para asegurarme de que podíamos mantener la llave.
—No estaba consciente para esa parte.
—Qué conveniente.
—Lo intento.
—Sin embargo, tuvimos algo de buena suerte —dije, contándole sobre el
trato con Aasha y nuestros planes de reunirnos con ella más tarde. A diferencia
de mí, él ni siquiera parecía receloso de reunirse con la vishakanya, y cuando me
enfrenté a él, se encogió de hombros.
—El mundo se mueve al son de la lógica, aunque lleve la cara del caos.
Tal vez se suponía que debía suceder así —dijo, lanzando el rubí entre sus
manos—. Como mínimo, Aasha forma parte del Otro Mundo y probablemente
sabe mucho más que nosotros sobre su estructura de poder. Reunirse con ella
podría indicarnos la dirección correcta y, espera, ¿por qué te estás rascando la
piel?
—Tu optimismo hace que me pique —refunfuñé, dirigiéndome a los
baños—. De nada, por cierto, por arrastrarte hasta aquí. Tuve un par de ofertas
para venderte y casi lo consideré.
—Intrigante. ¿Por cuánto?
—Una bolsa de oro, la capacidad de hacer que las tormentas eléctricas se
duerman. Algo más. ¿Cinco cabras?
—¿Sólo cinco cabras? Valgo por lo menos diez. Más una vaca.
Puse los ojos en blanco y me dirigí a la cámara de baño. Después de
bañarme, me acomodé el cabello en una trenza apresurada y entré en la
habitación para encontrar a Vikram paseando y estudiando un trozo de
pergamino.
—¿Qué es eso?
—El Señor de los Tesoros nos ha enviado una carta. Nos felicita por haber
resuelto la primera prueba y dice que la segunda prueba tendrá lugar en la luna
llena justo después de la celebración de Jhulan Purnima.
Una conocida punzada de pánico me arrancó el corazón. Jhulan Purnima
era un festival que celebraba el vínculo del alma de los amantes sagrados,
Krishna y Radha. Radha era algo más que la deidad consorte de Krishna. Ella era
la manifestación de su energía vital. Su propia alma. Antes de que Skanda
difundiera el rumor de que yo había hecho un voto de castidad, el Consejo de
Bharata utilizó el festival para tratar de forzarme a aceptar una propuesta de
matrimonio de un príncipe o rey. Afirmaban que una propuesta aceptada en el
día de Jhulan Purnima significaba una vida de amor.
Rechacé todas las ofertas.
Si me convertía en reina, una fuerte alianza de matrimonio sería un
movimiento político clave. No basaría esa decisión en algo tan voluble y
resbaladizo como el amor.
—Jhulan Purnima sería el momento perfecto para emboscar a alguien.
Todo el mundo estaría somnoliento o intoxicado...
—Gauri —dijo Vikram, medio indulgente y medio severo—. Es una fiesta
sagrada. Además, el mundo no está siempre tratando de atacarte.
—Sólo quiero estar preparada. Si te preparas para que el mundo te
ataque, entonces al menos la mitad de las veces no gana.
—Hablas como una verdadera reina.
—¿Qué? ¿Cómo es eso?
—Sólo la realeza está perpetuamente paranoica.
—Estoy preparada. No paranoica.
Sabía por experiencia que la paranoia era un momento de diferencia con
la preparación. Lo primero cerraba los ojos y lo segundo los abría. El problema
era que a veces la diferencia se anunciaba sólo en retrospectiva. Retorcí los
extremos de mi salwar kameez, el rostro desconsolado de Nalini detrás de mis
ojos.
—Como quieras.
—Cuidado con esa palabra —advertí, antes de mirar al exterior—. Queda
algún tiempo antes de que tengamos que reunirnos con Aasha.
—Excelente. Al menos tenemos algo de tiempo libre...
—No hay tal cosa como tiempo libre. Tenemos que explorar los terrenos
del palacio —dije—. No sabemos cuál será el próximo juicio, así que deberíamos
estar preparados con posibles arenas...
—¡Estaba hablando de comida! —cortó Vikram—. ¿No quieres comer?
—Podemos comer mientras exploramos.
Vikram refunfuño. Después de salvaguardar la media llave, salimos de las
cámaras y nos dirigimos a la planta baja. Una multitud considerable se
arremolinaba alrededor de la entrada principal. La pareja de gemelos humanos
pasó junto a nosotros, de la mano. La pulpa de mango manchaba sus rostros y
Vikram los miraba con envidia. En el reflejo de un espejo, nuestros rostros nos
miraban. Completamente inalterados. Hoy, al parecer, el Señor Kubera no había
visto ninguna razón para que ocultáramos nuestros verdaderos rostros.
Una larga mesa de marfil se extendía a lo largo del salón. Platos de fruta
cortada, uttapam sabroso, sago de patata crujiente y tazas de cristal llenas de
humeante masala chai cubrían toda la mesa. Al final de la fila, vi a las tres
mujeres Sin Nombre observando los alimentos. Sólo una de ellas llevaba un plato.
Vikram les llamó la atención, ignorándome cuando negué con la cabeza.
Aasha no había dicho lo que Lady Kauveri quería con el Rey Serpiente, pero
recordaba haber oído el nombre del Rey Serpiente en relación con las Sin Nombre.
¿Qué querían de él?
La Sin Nombre caminó hacia nosotros, lento y sedoso.
—¿No tienes hambre? —preguntó Vikram con su habitual brillantez.
—Esto no es para nosotros —dijo una—. Ya no podemos comer esta
comida.
—Es para ella —dijo la segunda—. Nuestra hermana.
—Nuestra miembro perdida —dijo la tercera con una sonrisa triste—. A
ella le encantaba el uttapam.
Vikram comenzó a decir algo, pero la Sin Nombre se fue sin otra palabra.
Me reí.
—Si disminuye el escozor de tu rechazo, estoy bastante segura de que el
demonio del otro lado de la habitación quería comprarte por cinco cabras. ¿Hago
las presentaciones?
—El sentido del humor —dijo—. No podría estar más satisfecho con esta
transformación. A veces pienso que las piedras húmedas son más conversadoras
que tú —Sonrió. Una sonrisa de verdad. Conocía sus sonrisas. Sus medias
sonrisas. Incluso sus respingos de medio lado. Esta sonrisa era diferente. Era
suave y despreocupada. Y me ablandó a su vez. Yo había puesto esa sonrisa en
su cara y me sentí extrañamente territorial al respecto. Quería conservarla.
Nos dirigimos a uno de los cinco salones principales, con la comida en la
mano. El vestíbulo principal terminaba en unas puertas que daban al patio donde
se había celebrado la Ceremonia de Apertura. Los tres primeros pasillos no
conducían a nada excepto a las elaboradas piscinas. Vikram juró que las estatuas
tenían tendencia a saltar de un lugar a otro, pero eso no nos decía nada. Al final
del cuarto pasillo había una sala marcada con un letrero dorado grabado:

Curiosos, entramos en el jardín de cristal. En el momento en que empujé


la puerta, la familiaridad se apoderó de mí. El aire era agradable, la primavera se
deslizaba hacia la estación de las lluvias. Era mi época favorita del año en
Bharata, donde las nubes arrastraban vientres cargados de lluvia por el cielo y la
tierra se hinchaba, como si estuviera haciendo espacio para las lluvias
torrenciales. Por encima de nosotros, las estrellas marcaban la noche, y las
cabezas de los truenos se deslizaban por los bordes de la habitación antes de
desaparecer para bailar en la medianoche de otra tierra. Pero lo más milagroso
era el propio jardín. Cada flor y cada arbusto estaban tallados en cristal. Y sin
embargo se balanceaba. Una cosa viva, que respiraba, de cristal y cuarzo, magia
y memoria. El jardín parecía sacado de mi memoria de los viejos céspedes de
Bharata. Antes de morir, mi padre era conocido por sus jardines. Por despecho,
Skanda saltó la tierra y construyó una fuente sobre el terreno después de su
muerte. Pero nunca los olvidé. Maya y yo solíamos jugar allí. Una vez, incluso
encontré una zapatilla que pensé que pertenecía a una bailarina apsara.
—Conozco este lugar —respiré.
—Eso es... —Vikram empezó y luego se detuvo—. Iba a decir imposible,
pero estoy tratando de retirar esa palabra de mi vocabulario para el resto de
nuestro tiempo en Alaka. ¿Cómo?
—Mi padre construyó un jardín como éste.
Caminamos por el jardín y extendí la mano, dejando que mis dedos
rozaran las vides de cristal y los lirios de cuarzo. Cada toque se sentía como una
palabra de aliento susurrada.
—Me encantan los jardines —dije.
—¿De verdad?
Asentí con la cabeza. —Me encanta ver crecer las cosas. Sé que suena
extraño para alguien que se crió en la guerra.
Me miró. —No es extraño en absoluto. ¿Por qué no tendrías hambre de
vida si sólo has estado rodeada de muerte? Si pudieras cultivar cualquier cosa en
tu jardín, ¿qué sería?
—Espadas.
Resopló. —Debería haberlo adivinado.
—Las espadas requieren mucho tiempo para ser encargadas. Si pudiera
sacarlas con un equilibrio perfecto y una punta afilada, sería feliz y también lo
estarían mis herreros. También intentaría cultivar gulab jamun —dije. No hay
nada mejor que esos dulces calientes empapados de jarabe—. Sólo quiero
arrancarlo de los árboles y comerlo allí mismo.
—Vicioso y dulce —dijo Vikram, sacudiendo la cabeza—. Chica bestial.
—Te gusto, no mientas —me burlé.
—No podría mentir, aunque lo intentará —dijo en voz baja.
Al final de la pasarela había una pequeña nota escrita en una placa de
marfil:
Cada palabra era una capa de luz. Se deslizaban en mi interior, cobrando
dimensión y brillo hasta que las palabras habían remodelado, reenfocado y
devuelto mis esperanzas. Cerré los ojos y casi sentí a mi hermana a mi lado, sus
manos sosteniendo mis hombros, sus ojos oscuros rebosantes de preocupación.
Cuando salimos del jardín, llevé conmigo la luz de esas palabras.
En la quinta y última sala, las jaulas de pájaros vacías se enroscaban
desde un techo dorado para formar un entramado brillante. La puerta de cada
jaula se abría, como una mandíbula a punto de romperse. Al final de la sala
oscura, un revuelo de alas rasgó el silencio. Nos habíamos acercado, siguiendo el
sonido de las alas frenéticas, cuando agarré a Vikram. Alguien estaba esperando
al final del pasillo.
Kubera.
Estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo. Recorrí la
habitación, pero estaba solo. Su cabeza se inclinó hacia arriba mientras
observaba a los pájaros sobre él. Di un paso atrás, para intentar una salida
rápida.
—Hola, concursantes —dijo el Señor de los Tesoros—. ¿No quieren
saludar?
Dejé caer el brazo de Vikram. Juntos, nos inclinamos. —No queríamos
molestarle. Parecía pensativo.
Kubera sonrió. —Ver historias siempre me pone pensativo.
Fruncí el ceño. Estaba mirando a los pájaros. Hay que reconocer que eran
unos pájaros muy extraños. Se deslizaban en nuevas formas mientras volaban,
poniéndose de nuevos colores con cada bamboleo. Era imposible seguir la pista
de cada pájaro en esa masa de alas. Por encima de mí, alcancé a ver un pájaro
nevado con una cresta de diamantes. Sobre el blanco crecían plumas doradas y
de bíster. Las plumas se arrugaron y se contrajeron. Al momento siguiente, el
pájaro se había convertido en un gorrión. Kubera dio una palmada y el sonido
retumbó en la oscura sala. Todos los pájaros se detuvieron en pleno vuelo. Ni
siquiera sus alas se movieron.
Kubera zumbó y un único colibrí esmeralda se separó de la masa y se
lanzó a sus palmas. Nos hizo un gesto para que nos acercáramos.
—Cada uno de ellos es un cuento que se cuenta —dijo Kubera, señalando
a los pájaros—. ¿Ves cómo cambian al contarlo? Reflejan el cuento. Por ejemplo,
este pájaro es tu historia con los vishakanyas.
Lanzó el pájaro al aire, y el súbito zumbido de sus alas envió una
salpicadura de imágenes ondeando en el aire… Vikram en la Fiesta de la
Transformación, el rubí brillando en la tienda.
—Pero esto es sólo una historia —dijo Kubera.
Cogió el colibrí del aire, le susurró, dobló sus alas en una nueva forma y
lo lanzó al aire. Ahora, el pájaro tenía una cola como la de un pavo real, la historia
se retorció para mostrar a Aasha escondida en el pasillo junto al rubí, sus dedos
trazando la estrella azul en su garganta y sus ojos abiertos de par en par por la
necesidad.
—Ya ves —dijo Kubera—. Nada es tuyo. Ni siquiera una historia es tuya,
aunque puedas reclamarla con los dientes de tu mente.
Observé cómo el pájaro volaba en espiral sobre nuestras cabezas. Iba
cambiando cuanto más alto volaba, a la historia de un patrón que había trocado
un año de su vida sólo para ver a su pareja muerta a través de las artes de los
vishakanyas, sólo para verse obligado a huir cuando mi lucha con los
vishakanyas lo expulsó de la tienda. Yo no había ni siquiera considerado la fila
de seres del Otro Mundo que habían estado esperando para visitar a los
vishakanyas. Supuse que todos estaban allí en busca de placer.
—Las historias son ilimitadas e infinitas, siempre cambiantes y esquivas
—dijo Kubera—. Son el tesoro más verdadero y, por tanto, mis posesiones más
queridas. Cada concursante concede al mundo un nuevo cuento, vierte un poco
de magia en la tierra. Eso es todo lo que quedará cuando el mundo se vista con
las ropas de una nueva era y el Otro Mundo cierre sus puertas. Ya lo verán. Si
sobreviven.
—¿Incluso los que mueren? —pregunté, con la agudeza que se colaba en
mi voz.
—¿Qué es una historia sin un poco de muerte? —dijo Kubera, sonriendo—
. Siempre me han gustado las historias de amantes rotos que vagan por los
campos cantando sus historias de dolor y separación, su dulce anhelo por la
próxima vida cuando puedan reunirse de repente. Eso hace felices a los demás,
ya verás. Hace que la gente agradezca que no les haya pasado a ellos. Me gusta
hacer feliz a la gente —Kubera dio una palmada—. Bueno, no debería retenerles.
Disfruten de las celebraciones —dijo—. Y si no hacen nada más, denme un cuento
que valga la pena contar. Que valga la pena conservar.
Cuando nos fuimos, le di vueltas a sus palabras en mi corazón. Kubera
podría querer cosechar una historia de nuestras pruebas, pero había dejado
escapar algo: Una historia no tiene dueño. Una historia puede romper sus
huesos, crecer alas, volar fuera de su alcance y perderse de vista en el tiempo
que se tarda en respirar. Eso significaba que no estábamos caminando por un
camino cortado. Lo esculpimos en la existencia con cada paso.
NO TOCAR
Aasha
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty

Aasha no había dormido anoche. En cambio, se escabulló para sentarse


al final de un camino de piedra que conectaba la tienda de las cortesanas con un
arroyo. La brillante hierba verde flanqueaba el camino, burlándose de ella. Le
dolían los dedos por sentir el suelo. ¿Sería la hierba dura y fría, como el cristal?
¿O cedería como un hilo de gasa, suave y frágil, antes de romperse bruscamente
bajo su palma? La experiencia le hizo bajar la mano. Cualquier cosa viva que
tocaba se ennegrecía y se arrugaba. Ni siquiera se atrevió a meter los pies en el
agua por miedo por cualquier vida salvaje oculta.
Aasha se levantó y volvió a la tienda. Pronto tendría que reunirse con
Gauri y el chico humano. Una parte de ella estaba encantada de pasar tiempo en
compañía humana. Incluso anoche, no pudo apartar los ojos de Gauri. La forma
en que estaba sin aliento y quebradiza e imprudente. Aasha quería verse así.
Como algo vivo.
A veces, Aasha se esforzaba por recordar los días anteriores a que los
vishakanyas la recogieran, pero todo lo que podía recordar era un campo lavado
por la lluvia y manos cálidas frotando aceite de coco en su cuero cabelludo. Esos
restos del pasado no le decían nada. La otra parte de Aasha se sentía nerviosa
por conocerlos. Incluso sus hermanas parecían preocupadas. Desde la noche
anterior, la habían tratado como una muñeca de cristal.
—No puede ser tan malo —dijo Aasha, cuando una de sus hermanas
intentó, una vez más, impedir que se reuniera con Gauri—. Después de todo, una
vez fuimos humanas, así que...
—Nunca digas eso en esta tienda —dijo una de sus hermanas—. Podemos
sangrar y nacer de la misma manera, pero ahí terminan las similitudes. Somos
diferentes. Sólo nosotras llevamos la Bendición en nuestras venas. Ellos no.
Después de prometer que mantendría su consejo, Aasha se apresuró a ir
al árbol banyan. Los vio mientras subía la colina. Gauri era alta y feroz. Se
mantenía como si no estuviera hecha más que de puntas de cuchillo, tan afiladas
que Aasha echó un vistazo a su sombra, preguntándose si la había hecho pedazos
sólo por estar encima de ella. A su lado estaba el chico que se había disfrazado
como uno de ellos. Era guapo, con una cara y una figura que algunas de sus
hermanas habrían querido tocar a pesar de sus deseos. Él se apoyaba en el
banyan, tranquilo y elegante, pero con un brillo en su mirada, como si pudiera
ver más que la mayoría.
Gauri se adelantó. —Temía que no aparecieras.
—Un ser del Otro Mundo siempre cumple su palabra.
Gauri sólo levantó una ceja. Como si dijera: 'Ya veremos'. —Este es
Vikram.
El chico esbozó una sonrisa.
Aasha olfateó el aire con cautela, saboreando sus deseos y buscando
cualquier amenaza para ella. Pero sus deseos no habían sido codiciosos ni llenos
de lujuria. Al menos, no de lujuria dirigida a ella.
—Dijiste que había algo que Lady Kauveri quería del Rey Serpiente. ¿Qué
es?
—Veneno.
La sorpresa parpadeó en el rostro de Gauri. —¿Por qué alguien querría el
veneno de un naga?
Aasha nunca había sido de las que cotillean. Siempre había sido la que
estaba en la habitación, escuchando a sus hermanas más ruidosas y excitadas
mientras intercambiaban noticias del Bazar Nocturno. Nunca le pareció prudente
hablar de otras personas. Pero ella había dado su palabra de ayudar a los
humanos. Y se sintió bastante orgullosa de sí misma en ese momento. Nadie
quería su toque asesino o encantador. Querían información, y a ella no le costaba
nada darla. Incluso mejor, ella tenía el control sobre qué información divulgar.
—Se dice que quien posee el veneno del Rey Serpiente puede controlarlo.
—¿Por qué querría controlarlo? —preguntó Vikram.
Aasha estaba a punto de responder cuando Gauri interrumpió, con su voz
baja y áspera...
—Por venganza. Para vengarse de algún mal —dijo. Miró a Aasha—.
¿Estoy en lo cierto?
Aasha asintió. —Dicen que secuestró a la hermana de Lady Kauveri y la
obligó a casarse. No sería la primera vez que un demonio naga hiciera algo así.
—¿Es un demonio? —preguntó Vikram.
—Es un descendiente del más cruel de todos los demonios naga. Kaliya.
La expresión de Gauri se oscureció. —¿Cómo conseguimos su veneno?
—No estoy segura —admitió Aasha—. Pero primero hay que conseguir
acceso a su reino. Hay un estanque en el lado más lejano del huerto que lleva su
escudo e invitación.
Si sus hermanas estuvieran aquí, le habrían dicho que había hecho todo
lo que necesitaba y la habrían arrastrado a casa. Pero Aasha se quedó. En el
momento en que ella regresara, su mundo volvería a caer en su ordenado caos.
Ella mantendría los codos metidos a los lados cuando caminaba para que nada
vivo rozara su piel. Noche tras noche, se deshacía del deseo de una persona,
saciando su hambre y tratando de olvidar que en el momento en que los seres
dejaban sus brazos, tocaban a alguien que amaban, ponían comida en su mesa
que mantendría el sabor y nunca se convertiría en ceniza, tal vez incluso
hundirían sus manos en la tierra simplemente porque podían hacerlo. Todavía
no. Todavía no.
—¿Puedo llevarlos? —se ofreció.
LA INVITACIÒN DEL REY SERPIENTE
Gauri
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty

Aasha me ha desconcertado. Estaba demasiado cerca. En la guerra, el


volumen de un soldado demuestra su propia amenaza silenciosa. Pero Aasha no
estaba ocupando espacio para mostrar que su presencia era mortal. Se puso de
pie y se inclinó hacia nosotros con una mirada aguda de deseo. No es hambre.
No es lujuria. Yo había visto ambas cosas en los ojos de una vishakanya. Esto
era algo más. No confiaba en su deseo, fuera lo que fuera.
Antes de que pudiera decirle que no, Vikram me apartó.
—Si vas a decirme que confíe en ella, este es un buen momento para
recordarte que fuiste golpeado inconscientemente por ella mientras nosotros casi
fuimos asesinados por sus hermanas.
—No estoy discutiendo eso.
—¿Entonces por qué me apartaste? —pregunté—. Podemos encontrar este
estanque nosotros mismos. Ella ofreció información a cambio de piedad. Ambos
hemos mantenido nuestra palabra. El fin.
—Tal vez ella podría ser de más ayuda —dijo—. Ella conoce este lugar
mucho mejor que nosotros. Y quiere algo. ¿No lo ves en sus ojos?
—Sí, y por eso creo que no hay que confiar en ella. ¿Qué pasa si ella sólo
tiene hambre? —Señalé a los dos—. Ella no puede evitar querer tocarnos. Y si lo
hace, morimos.
—No puedo evitar ser irresistible
—Un raksha ni siquiera pensó que valías diez cabras y una vaca.
Frunció el ceño. —Llevarnos a un estanque no nos pone en su deuda
inmortal, Gauri. A veces es más eficiente confiar en la gente y pedir ayuda.
—Eso suena maravillosamente eficiente hasta el día en que encuentras
un cuchillo presionado contra tu garganta.
—Ten un poco de fe.
—Entre la fe y la desconfianza, ¿cuál es más probable que te mantenga
vivo?
—¿Y cuál es más probable que te permita experimentar la vida?
Levanté las manos. —¿Por qué todo es tan filosófico contigo?
Se encogió de hombros. —Me gusta pensar.
—Después de que ella nos lleve al Rey Serpiente, eso es todo. Le deseamos
lo mejor. El final.
Aasha nos estaba esperando cuando regresamos. Mientras caminábamos
hacia ella, la luz del sol atrapaba el envés de las hojas, iluminando sus rasgos en
una belleza tan desgarradora que me resultaba difícil creer que algún hombre la
recibiera en su cama sin sospechar. Pero entonces recordé la mirada atónita de
Vikram cuando vio a Aasha por primera vez. Estaría mintiendo si dijera que no
sentí un parpadeo de envidia. Pero la envidia no hace a una más hermosa. Madre
Dhina me había enseñado eso. La belleza, por muy codiciada que fuera, no podía
sobrevivir. Sólo las acciones lo harían. Nunca lo olvidaré. En el harén, podrían
haberme disgustado algunas chicas por la fealdad de sus corazones, pero nunca
por la belleza de sus rostros.
Aasha nos llevó de vuelta a través de los patios. Esperaba miradas
extrañas como las de ayer, pero el Otro Mundo estaba demasiado preocupado en
sus propias tareas. Un caballo con un vientre translúcido pasó trotando junto a
nosotros. Entre sus costillas, unos destellos de luz parpadeaban alrededor de una
ciudad de alabastro en miniatura. El suelo se estremeció cuando un raksha con
aspecto de toro cavó un agujero con sus cuernos. A su lado manos incorpóreas
arrancadas de las muñecas se introdujeron en el agujero, arrojando suciedad y
arrastrando raíces grumosas. Las tres mesas del festín de ayer se habían
acercado al suelo, con las patas de madera metidas debajo de ellas como si
estuvieran descansando. La magia de Alaka se sentía dócil. Incluso el aire no
llevaba seducción fragante. Ningún recuerdo de la infancia se asomó al fondo de
mis pensamientos o trataba de adormecer mi corazón para que no se acelerara.
Todo lo que podía oler era la humedad, tierra removida y un rastro de fruta en el
viento.
Cuando dejamos las mesas del festín, una arboleda oculta saltó a la vista.
Deslumbrantes árboles se extendían en todas las direcciones, sus miembros altos
y enjutos, alcanzando el cielo como si quisieran grabar sus nombres en el mundo.
Había árboles de oro y árboles de hueso. Árboles en los que los instrumentos se
balanceaban suavemente como frutas musicales. Árboles en los que había letras
clavadas en el tronco, garabateadas con una letra demasiado lejana para
descifrarla.
Miré detrás de nosotros, comprobando el perímetro en busca de alguna
señal de los Sin Nombre. Si sabían que teníamos alguna pista de dónde encontrar
al Rey Serpiente, podrían haber estado espiando. O tramando algo peor.
—¿Qué sabes de los Sin Nombre? —pregunté.
Aasha frunció el ceño. —No sé de ellos. Por otra parte, este es mi primer
y último Torneo de los Deseos. Sólo tengo cien años recién cumplidos.
—Yo espero envejecer la mitad —dijo Vikram.
—¿No viven tanto tiempo en las tierras de los mortales? —preguntó Aasha.
—Bueno, no tanto —dije—. La mitad de los hijos de Bharata no tienen
nombres porque no han vivido lo suficiente como para demostrar que pueden
llegar hasta la edad adulta.
—¿Así que son muy mayores entonces?
Me reí. —Supongo que sí. Tengo dieciocho años.
—Una niña —respiró Aasha, con los ojos abiertos de asombro—. ¿Y tu
compañero?
La parte superior de las orejas de Vikram se puso roja. —Dieciocho.
Inmediatamente intenté cambiar de tema. —No entiendo por qué Lord
Kubera invitó al Rey Serpiente al Torneo si Lady Kauveri lo odia tanto.
Aasha sólo se encogió de hombros. —Cualquier ser del Otro Mundo que
haya jugado en un Torneo anterior siempre está invitado a jugar en el siguiente.
La mayor parte del Otro Mundo es invitado, pero algunos eligen no venir porque
saben que su presencia sólo inspirará miedo. El Señor de los Tesoros incluso
invita al Dharma Raja y a la Reina de la Luz. ¿Te imaginas lo que pasaría si
vinieran? —Se estremeció—. Nada más que el caos. Aunque he oído que enviaron
un regalo ya que no asistirán.
Caminamos en silencio mientras Aasha recorría con pericia las extrañas
arboledas. A lo lejos, el agua se alisaba sobre las rocas. La escarcha flotaba en el
aire y una fina niebla se derramaba sobre las raíces de los árboles.
—¿Qué comen? —preguntó Aasha de repente. La pregunta se le escapó
como si ya no pudiera luchar contra su fuerza.
La miré. ¿Y si no se quedaba cerca porque quería alimentar nuestros
deseos o hacernos daño? ¿Y si sólo tenía... curiosidad?
—Frutas, verduras… —dije.
—A veces algún humano cuando no tenemos otra opción —añadió
Vikram.
Aasha parecía asustada. —He leído eso en alguna parte —dijo a la
defensiva.
—¡No le digas eso! —siseé, volviéndome hacia Aasha—. No es cierto.
Ella esbozó una sonrisa, pero parecía más bien una mueca de dolor. —¿Y
puedes salir de tu casa en cualquier momento?
La nostalgia llenaba su voz.
—No en cualquier momento. Sólo depende de cuáles sean tus
responsabilidades y de quién eres.
Aasha asintió, pero me di cuenta de que esa respuesta sólo había creado
mil preguntas más. Cuanto más caminábamos, más cambiaban los árboles,
disminuyendo se reducían a grupos de árboles jóvenes rezagados o se volvían
escasos y esqueléticos. Un charco de agua blanca y lechosa atravesaba la tierra
como una cinta fina. Seguimos hasta llegar a un estanque tranquilo. Ni siquiera
los árboles arrodillados alrededor los bordes del agua arrojan un reflejo. El
encanto ardía en el aire, creando bolsas en el cielo que se asomaban a mundos
totalmente diferentes.
—¿Esta es la entrada a su reino? —preguntó Vikram.
Dio un paso adelante, inclinándose sobre el estanque, e inmediatamente
salté hacia atrás.
—¿Qué es?
—Hay algo escrito en el agua.
—Es la invitación del Rey Serpiente —dijo Aasha—. Si lo resuelves, te
concederá una audiencia. De lo contrario, debes atraparlo cuando elija salir a la
superficie
Aasha y yo nos unimos a Vikram junto a la orilla del agua. Aquí, incluso
el cielo parecía diferente, gris y sin color. Ni una sola nube se movía en el cielo, y
la ligera niebla de antes se había convertido en garras humeantes que raspaban
la tierra.

Para uno es invisible


Pero ten cuidado si pierdes mucho
Para algunos lo es todo
Una historia a la que aferrarse
Aunque es la vida, no puede comprar tiempo
Dilo mal, y lo tomaré como mío.

Gemí. —¿Otra adivinanza?


Vikram sonrió y enseguida juntó los dedos. Aasha parecía temerosa.
—Yo no hablaría ante este estanque —susurró—. Si el Rey Serpiente está
de mal humor, puede tomar incluso tus reflexiones como una respuesta. Y sólo
tienes que mirar a tu alrededor para ver el resultado.
La niebla se replegó sobre sí misma, revelando un cementerio en la orilla
opuesta. Di un paso atrás, con los oídos atentos a cualquier señal de ondulación
del agua o de que las ramas se agrietaran a nuestro alrededor. No ocurrió nada.
Respiré aliviada. Pensé que Vikram también se sentiría reconfortado, pero el
cementerio lo había paralizado. Se negó a mirar a otra parte durante un buen
rato. Sólo cuando tiré de su codo se alejó de la orilla del agua. Una vez que
estábamos a una distancia segura de la piscina, Vikram se cruzó de brazos, con
la mirada fija en el suelo.
—Allí había huesos —dijo con voz ronca—. La gente ha muerto tratando
de llegar al Rey Serpiente.
—Tal vez sea sólo una decoración morbosa.
Se giró para mirarme. —Esto no es una broma, Gauri.
Levanté una ceja. —¿Qué te pasa?
—Nada —dijo escuetamente y se dio un rápido tirón de pelo.
Aasha nos miró con complicidad, pero si de alguna manera podría leer
sus pensamientos, no diría sus secretos. Mientras caminábamos de vuelta al
patio de Alaka, el sol había comenzado a ponerse. Una multitud de yakshas
estridentes se había reunido cerca de la entrada de las arboledas. En el momento
en que vieron a Aasha, una sonrisa somnolienta se deslizó en sus rostros.
—Ven aquí, belleza —cantó uno de ellos—. Déjanos tocarte.
En lugar de amenazarlos o mutilarlos, que es lo que habría hecho en un
instante, Aasha pareció tropezar. Se encogió un poco sobre sí misma. Miré a los
yakshas, pero no iba a arriesgarme a luchar con un ser a menos que no tuviera
otra opción. En su lugar, me dirigí al otro lado de Aasha. Yo era una débil barrera
contra la magia, pero era mejor que nada. Vikram se quedó donde estaba.
—¿No te atacarán? —pregunté.
—Puede que lo hagan. Ya ha ocurrido antes —dijo en voz baja—. Pero para
que ellos puedan cosechar algún placer de los deseos que convoco, tendría que
querer tocarlos.
—Entonces no hay razón para que te ataquen. No tengas miedo.
No sabía por qué mi primer instinto era protegerla. Ella era mil veces más
mortífera de lo que yo jamás sería. Pero su cara cuando vio a los yakshas me dio
un tirón de orejas. Había visto esa expresión cada vez que los eunucos del harén
anunciaban las visitas de Skanda. Era peor que el miedo. Era la desesperanza.
Deformaba el rostro de una persona: aplanaba sus ojos, fruncía sus labios en
líneas sombrías. Lo reconocí. Y lo odié.
—No es por eso que tengo miedo —dijo Aasha—. No necesitan forzarme.
Siempre saben que desearé sus deseos con la misma intensidad que ellos quieren
que se los muestren —Aasha levantó la mano y trazó delicadamente la estrella
azul en su garganta—. No quiero desear sus deseos. Pero es mi sustento. Y ellos
lo saben.
Me estremecí. —Eso no lo hace correcto.
—Así son las cosas.
—No debería ser así —dijo Vikram.
Cuando llegamos al árbol banyan, un grupo de trabajadores ya había
comenzado a montar la carpa de los vishakanyas. Esta vez, la carpa parecía un
pavo real. Las garras de oro se clavaban en la tierra, y una cola del tamaño de un
pueblo se extendía como una gran alfombra y entrada, moteada de zafiro y
esmeralda. La plata y el oro se enhebraban entre las falsas plumas, y el diseño
del cuello del ave se arqueó en una graciosa bienvenida.
—Gracias por tu ayuda —dijo Vikram.
Aasha asintió. —Mis palabras me honran.
Después se marchó, desapareciendo por la colina y adentrándose en unos
invisibles cuarteles donde las vishakanyas presumiblemente descansaban antes
de entretener a las multitudes de Alaka. Me volví hacia Vikram. Estaba callado
desde que había leído el acertijo del Rey Serpiente.
—¿Estás bien?
—Sí —dijo, pero su voz era mordaz y nada amistosa—. Esos huesos... no
puedo quitármelos de la cabeza. No me había dado cuenta... es decir que me
había olvidado de la muerte.
—Después de todo lo que hemos pasado, ¿recién ahora te preocupas por
la muerte? —Casi me dieron ganas de reír.
Levantó su mirada hacia la mía. —Es que ahora se siente diferente.
Ahora me tocaba a mí callar. Miré a nuestro alrededor. El sol poniente
había esculpido el mundo en un paisaje de gemas. Colinas rojas como granates.
Pozas llenas de fuego de zafiro. Y la gente también había sido transformada por
la caída del sol. La luz que quedaba en el cielo parecía correr ansiosamente para
iluminar a Vikram. Si no lo hubiera conocido, habría pensado que era un ser de
otro mundo que había venido a intentar robarme algo a mí. Como mi voz. O el
recuerdo de mi primer beso.
O algo mucho más valioso.
—El riesgo se corresponde con la recompensa —dije, tratando de
mantener mi voz ligera.
—Gauri —dijo en voz baja. Demasiado suave. Como si mi nombre fuera
de cristal.
Di un paso atrás y forcé una sonrisa. —Un poco más de tiempo conmigo
y podrías perder la cabeza de verdad. Tal vez se nos ocurra la respuesta al acertijo
más rápido si nos tomamos un tiempo para pensar por nuestra cuenta —dije
rápidamente—. Me reuniré contigo aquí al anochecer.
Algo en su mirada se retiró.
—No vas a volver al estanque del Rey Serpiente, ¿verdad?
—No he llegado tan lejos en la existencia de la estupidez.
Asintió y esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos. —No empieces ahora.
Sonreí, le hice un gesto para que se fuera y volví a caminar en dirección a
las arboledas. No tenía intención de ir al estanque, pero quería pensar a solas,
lejos de donde él pudiera distraerme. No pude evitar el sonido de mi nombre en
sus labios. Se deslizaba por mis pensamientos, extendiendo raíces y espinas.
Incluso aunque todo lo que dijo fue mi nombre, una pregunta había tomado forma
en su voz. Como si... como si me preguntara si le dejaría preocuparse por mí, y
que apoyara sus dedos en mi nuca y le dejara memorizar mis secretos sin
importancia que nunca pondrían de rodillas a los reinos pero que aún me
inmovilizaban el alma. Lejos de él, sabía la respuesta correcta: No.
Nuestra situación era extraña. Habíamos sido lanzados juntos en una
competencia por algo que ambos queríamos desesperadamente. Lo
necesitábamos. Si no ganábamos, ¿qué hogar nos tendría? Dije que quería volver
a Bharata, pero el Bharata que yo quería, uno con Nalini a salvo y mi libertad
asegurada, no existía sin una victoria. No había futuro sin victoria. Si no
ganábamos, seríamos como fantasmas: nuestras formas se mantendrían unidas
por la fuerza de nuestros deseos insatisfechos, sin que quedara de nuestras vidas
más que lo que había sido y lo que nunca podría ser. Ante ese miedo, tal vez la
mente no pudo evitar reunir sentimientos hacia la única persona con la que
teníamos una conexión. Sólo era eso. Una consecuencia de la supervivencia.
Me repetí esto mientras marchaba hacia la arboleda de árboles mágicos.
Cada vez que oía un sonido detrás de mí, me volvía, esperando a Vikram. Después
de las primeras veces, me di cuenta de que no lo esperaba. Lo estaba buscando.
Sacudí la cabeza y me concentré en el acertijo.
Para uno es invisible
Pero ten cuidado si pierdes mucho
Para algunos lo es todo
Una historia a la que agarrarse
Aunque es la vida, no puede comprar tiempo
Habla mal, y lo tomaré como mío

Mi primera suposición fue la memoria. Pero la memoria no era la vida. Y


mi segundo pensamiento fue el aliento. Pero el aliento no tiene nada que ver con
la historia. Estaba tan metida en mis pensamientos, dándole vueltas al acertijo y
expulsando el recuerdo de la sonrisa de Vikram, que casi no vi a las tres personas
que estaban delante ante mí:
Los Sin Nombre.
UN CORAZÒN PLANTADO
Gauri
Traducido por LilyCarstair99
Corregido por -Patty

—No deberías estar aquí —dijeron.


Clavé mis talones en el suelo. —¿Por qué no? Lord Kubera no ha prohibido
a los concursantes entrar en esta parte de Alaka.
—Estamos honrando a nuestra hermana perdida —dijo la primera,
volviendo su mirada hacia mí. Puede que pareciera joven, incluso encantadora,
pero su mirada tenía esa pesadez plana de alguien cuyo espíritu era antiguo.
Como una sola, las Sin Nombre alcanzaron las cintas azules alrededor de sus
gargantas. El collar de Maya presionó contra mi piel. Traté de honrarla, de estar
a la altura de las historias que me contaba. Pero había fallado.
—No te estoy impidiendo que la honres. Simplemente estaba caminando
por las arboledas.
—Esta arboleda es para ella. Por ella. Debido a nosotras. Elige otra.
Miré detrás de ellas a los árboles blancos como el hueso. Cuando pasamos
por la arboleda antes, me había clavado las uñas en la palma de la mano,
luchando contra el impulso de vagar por esta arboleda encantada. Algo en eso
me llamó. ¿Pero qué? No brotaron hojas de sus ramas de marfil y ningún fruto
adornó sus ramas. Ninguna tierra cubría la pequeña arboleda; era como si
alguien hubiera convertido astillas de hueso en cenizas y las hubiera llamado
árboles, y los huesos hubieran olvidado cómo ser otra cosa.
—De todos modos, a la reina Tara nunca le agradaron las visitas a sus
huertos.
—¿Reina Tara? —repetí con incredulidad. Sabía ese nombre. Ella era la
reina desaparecida de los vanaras, la que había plantado frutas demoníacas y,
como resultado, había sido maldecida.
—Esta es su arboleda.
Sin previo aviso, el hambre corrió por mis venas. Puede que no sepa cómo
era el árbol de la fruta del demonio. Pero mi sangre reconoció este lugar. La Sin
Nombre dio un paso atrás, y uno se separó del trío para colocar su mano contra
el árbol blanco hueso y descansar su frente en su corteza.
—Plantado del corazón de una hermana, dado de mala gana —dijo la
primera.
—Fijado al suelo del hueso de un amado, dado de mala gana —dijo la
segunda.
—Regado por las lágrimas, dado de mala gana —dijo la tercera.
Sus palabras me dejaron helada.
—¿Y qué hay de la fruta demoníaca? —pregunté.
La primera, que no había quitado la mano de la corteza, acarició el árbol.
—El fruto está en el corazón del árbol. Pero solo puede ser tomado por un
hombre que ha entregado su corazón. Nadie más puede tomar la fruta. Y, sin
embargo, nadie puede comer de él.
—¿Por qué honrarías la memoria de tu hermana en un lugar como este?
La Sin Nombre sonrió. —Es su corazón lo que la Reina tomó. Este es el
legado de nuestra hermana. Nuestra venganza. Este es el último Torneo. Cuando
ganemos, nuestra hermana será honrada para siempre.

Me alejé de ellas lo más rápido que pude. Murmuré algo vagamente


educado justo antes de correr hacia Vikram. No me importaba que aún no
hubiera caído la noche. Las palabras de las Sin Nombre resonaron en mis
pensamientos. Mi lengua se sentía espesa y mi boca se secó. Yo había comido esa
fruta. Había comido algo nacido de huesos, corazón y lágrimas. Peor... lo ansiaba.
Ese mordisco de poder. De invencibilidad. Tal vez la fruta demoníaca trajo consigo
una maldición, pero para mí se sentía como una seguridad.
Vikram no se había movido del lugar donde lo dejé. Solo que ahora, su
rostro estaba pálido. Y su cabello estaba revuelto, como si hubiera tirado de los
mechones una vez de más.
—Descubrí el acertijo —dijo—. La respuesta es sangre.
Tenía sentido. No podías ver tu propia sangre. Si perdías demasiado,
morías. Algunas personas juraron por su linaje. Y la sangre era vida, aunque
tener más no cambiaría el momento de tu muerte.
—Creo que quiere que coloquemos un poco de nuestra sangre en el
estanque antes de dejarnos entrar.
Mis dedos temblaron por mi encuentro con las Sin Nombre. Los apreté
juntos. No quería morir aquí. No quería volverme como ellas, deambular por este
palacio y jugar un juego una y otra vez, esperando un resultado diferente. Pero
necesitaba fuerza si quería ganar.
—Te veré junto al estanque al amanecer —dije.
—¿A dónde vas?
—A dormir y esperar no recordar las pesadillas.
—La noche antes de una posible muerte con toda la comida, las
festividades y el baile a nuestro alrededor, ¿quieres ir a dormir?
—Celebrar como si fuera tu última noche en la tierra generalmente genera
errores imprudentes al día siguiente —dije, cruzando los brazos.
—Resolví el acertijo. Exijo una recompensa.
Entrecerré mis ojos. —¿Qué quieres?
Vikram asintió con la cabeza a las juergas que tenían lugar debajo del
árbol de higuera. La música ya me embriagaba con los tambores frenéticos y el
canto de los músicos de anhelo y reclamo. Dio un paso más cerca, hasta el punto
en que tuve que mirar hacia arriba para encontrarme con sus ojos. Una sonrisa
vulpina apareció en su rostro. En ese momento, parecía picardía y medianoche,
como una tentación que siempre se escapaba demasiado rápido y te dejaba a la
vez aliviado y decepcionado.
—Quiero un baile contigo.
UN TALISMÀN DE TACTO
Vikram
Traducido por LilyCarstair99
Corregido por -Patty

Los huesos se habían destacado demasiado. Demasiado a sabiendas.


Como si hubieran estado esperando a que los encontrara. Quizás esos huesos
pertenecían a alguien como él. Alguien que creía que la magia significaba que
estaban destinados a más. Quizás lo creyeron bien hasta el momento en que
murieron.
Vikram no estaba tan cegado por la idea de la magia como para pensar
que era una cosa hermosa y sin dientes. Él sabía un poco. Pero no se había
imaginado que podría… morderlos.
Si perdía, ¿de qué serviría la magia? La vida que le esperaba en Ujijain era
la cáscara de una existencia. No podía regresar. Y, sin embargo, ya no sentía esa
certeza brillante de que la victoria bailaba a su alcance. Se sentía... fuera de sí
mismo. Aferrándose, una vez más, a esa esperanza y creencia.
Y así bailó con Gauri no por querer, sino por necesidad. En el ashram, los
alumnos llevaban amuletos de la suerte en los bolsillos o escondían diminutas
figuras de deidades por todas partes de sus habitaciones. Vikram nunca entendió
esa compulsión de mantener lo que se sentía sagrado. Ahora lo hizo.
Era la conexión que la gente ansiaba; la sensación de que el tacto los
conectaba con algo más allá de ellos mismos. Por eso necesitaba bailar con ella.
Anhelaba esa conexión con el momento en que la magia había roto su realidad y
le había mostrado que su destino como marioneta era solo un camino. No una
promesa.
Antes de conocer a Gauri, pensó que la invitación al Torneo de los Deseos
marcaba la entrada de la magia en su vida. Pero ese momento no fue más que
eso: una invitación. Gauri fue el verdadero comienzo. Lo supo en el momento en
que ella voló hacia él, con los labios tirados hacia atrás en un gruñido, los ojos
negros como el invierno e igualmente implacables.
Vikram llevó a Gauri a la fiesta. El aire se sentía pesado y húmedo, como
siempre ocurría durante la temporada de lluvias. La atrajo hacia sí hasta que sus
cuerpos estuvieron al ras. Quería memorizar esto, la forma en que su pierna
presionaba la suya, la forma en que los mechones de su cabello quedaban
atrapados en los pequeños botones de su chaqueta. Incluso la forma en que ella
lo fulminó con la mirada cuando él sonrió. Cuando la tocó, no se sintió como el
hilo de un cuento, tirado sin voluntad. Fue algo que se acercó y respondió.
Gauri se rió cuando tropezó con los movimientos del baile.
—Eres un descrédito para tu título, Vikram. Príncipe Zorro, de hecho —
dijo—. Nunca había visto un zorro más torpe.
—Lo que me falta en habilidad, lo compenso con entusiasmo.
—¿Sabes siquiera bailar?
—En absoluto —dijo, haciéndola girar en un círculo.
—Puedo preguntar. ¿Porque te dejaste arrullar por la música?
—La compañía.
—Ahora solo estás tratando de ser astuto y encantador.
—Soy un crédito3 a mi título, después de todo.
Dos veces, la había atraído tanto que su mirada amenazaba con eclipsar
sus pensamientos. Cuando bailó, sus ojos se suavizaron. Ya no es dura y negra
como el invierno, sino vasta y... no impresionante, pero absorbe el aliento.
Devoradora de aliento. Así de cerca, sus ojos brillaban como fragmentos de cielo
nocturno. Si miraba más de cerca, se preguntaba si vería estrellas cobrar vida
detrás de sus pestañas.
Dos veces, sus párpados cayeron y sus ojos trazaron sus labios al igual
que los de él trazaron los de ella. Pero siempre se alejaba al final. Había pasado
suficiente tiempo con ella para adivinar cómo interpretaría un beso. Lo vería como
un acto imprudente de valentía, algo que debía hacerse antes de la muerte.
Habría sido un acto de valentía imprudente. Pero no por esas razones.
Bailaron hasta que incluso las estrellas salieron cojeando del cielo. Solo
quedaban unos pocos rezagados para presenciar la fiesta. Quedaban un puñado
de horas entre ahora y el amanecer. Y al amanecer, supo que ella estaría
levantada y lista para pelear, así que la alejó del baile.
—Finalmente —dijo ella. Pero le pareció oír una leve decepción en su voz.
Cuando subieron las escaleras, se sentó en el sofá del lado opuesto de la
habitación sin hacer comentarios. En unos momentos, estaba dormida. Un brazo
se echó sobre su estómago. Un tobillo metido debajo de su rodilla. Nunca había
visto a nadie dormir en un nudo, pero Gauri hizo que la pose pareciera el alma
del sueño. Se permitió un momento para preguntarse cómo sería conocer esa
calidez, apoyar la mejilla contra su hombro desnudo y rastrear los sueños que
revoloteaban bajo sus párpados. Y luego le cerró la mente.
Como esperaba, Gauri se levantó con el amanecer. Ella lo despertó sin
demasiada suavidad, pero lo compensó empujando una taza de chai en una de
sus manos y un plato de uttapam en la otra.
—¿Listo para morir?
Él gimió. —Me doy cuenta de que te estás adaptando recientemente al
sentido del humor, pero ten piedad.
—No soy conocida por eso.
Levantó su copa hacia ella. —Nunca es tarde para empezar.
El mundo estaba gris y oscuro cuando salieron de sus aposentos y
caminaron penosamente por la arboleda. Gauri seguía mirando por encima del
hombro a un bosquecillo de árboles que parecían esqueléticos, con una mano en
el cinturón de armas que colgaba de su cintura. En el estanque, Vikram extendió
su brazo y Gauri rápidamente pasó un cuchillo por su antebrazo y luego por el
suyo. No hizo una mueca cuando la sangre se desplegó en el agua lechosa,
manchando la invitación del acertijo garabateada en la pálida superficie. El agua
tembló. El estanque se hundió en la tierra, transformándose en un conjunto de
escaleras de zafiro que formaron una espiral serpenteante directamente en la
oscuridad.
—Bien hecho, mortales —gritó una voz desde las profundidades

3 Recordemos: Zorro significa también Astuto.


LAS SIETE NOVIAS
Gauri
Traducido por Yoseapm
Corregido por -Patty

Imaginé que la guarida del Rey Serpiente se vería como la madriguera de


una serpiente: un agujero en el suelo plagado de fragmentos de huesos y piel
muda que luciría un fantasma de su brillo anterior. Pero este palacio subterráneo
era hermoso. Al pie de las escaleras, se extendía una gran cámara. Estalactitas
vidriosas salían en espiral de un techo cavernoso salpicado de trozos de cuarzo y
plata. Una ola de agua quieta cubierta con un delgado trozo de vidrio formó el
piso.
Al pie de las escaleras, hice una mueca. Las escaleras eran la única
entrada y salida. Si tuviéramos que pelear en medio de la habitación, forzaría una
estrategia de salida. A pesar de que la habitación estaba vacía, la atmósfera se
sentía tensa. Se sentía... vigilado. Esperé. En las batallas, a veces podía adivinar
cuándo un soldado enemigo cargaría desde la oscuridad. Podías sentir el aire
reunirse y liberarse. Como si hubiera adivinado lo que vendría después y eligiera
hacerse a un lado.
La oscuridad se deshizo
Cola.
Torso.
Dientes.
—Viniste buscando un monstruo —dijo el Rey Serpiente—. Y ahora has
encontrado uno.
Quería tomar de este monstruo tanto como él había tomado de la hermana
de Lady Kauveri. Quería que fuera tan feo como sus acciones, con piel moteada
y colmillos amarillentos, una cola marrón hinchada unida a un torso hinchado.
Pero cuando me di la vuelta, era todo menos espantoso.
Era más alto que cualquier hombre que hubiera visto en mi vida, pero tal
vez eso se debía a que se había elevado más alto en su propia espiral de serpiente.
Su cabello negro estaba entretejido con plata, no la plata opaca que se veía como
un cabello envejecido, sino plateado real. Aasha dijo que era descendiente del
demonio naga Kaliya. Pero era demoníaco solo si considerabas su belleza tan
severa que rayaba en lo siniestro. El Rey Serpiente se acercó a nosotros con una
gracia líquida antes de detenerse e inclinar la cabeza. Una sonrisa de complicidad
curvó sus labios en las comisuras.
—Desearías que no fuera tan hermoso —me dijo.
Fruncí el ceño. —Yo...
—No tienes nada que temer —dijo el Rey Serpiente, descansando su
mirada en Vikram—. Mi corazón no puede ser tentado por quien lo posee.
Podía leer mentes. ¿Podría manipularlos? ¿O hipnotizar? Quizás fue así
como sedujo a la hermana de Kauveri. Mi mano se acercó al cinturón de armas
que colgaba de mi cintura. El Rey Serpiente frunció los labios en un gruñido y
siseó. Una capucha de cobra se encendió detrás de su cuello, tan azul como el
corazón de una llama. Sus dientes se alargaron hasta convertirse en colmillos.
Afirmé mis piernas, preparándome para un ataque.
—¿Eso es lo que piensas de mí? —dijo—. ¿Que forcé su mano? ¿Qué le
arrebaté el corazón de su pecho?
Vikram se movió a mi lado. El Rey Serpiente se volvió bruscamente hacia
Vikram, y su capucha de cobra se aplanó y desapareció.
—¿No estás de acuerdo, Príncipe Zorro, en que, si tú puedes ser más que
tu sangre, entonces yo puedo ser más que la mía? —Volvió su mirada hacia mí—
. Puedes jugar en el Torneo de los Deseos, pero duermes en el Palacio de las
Historias. Déjame contarte una.
Avanzó, obligándonos a retroceder un paso.
—Una vez, hubo un naga con sangre de demonio en las venas que vio a
una hermosa chica cantando junto al río. Regresó todos los días durante un año
para escuchar su voz hasta que su canción corrió por sus venas en lugar de
sangre. Él reveló el secreto de su propio veneno a cambio de la magia de un
nombre mortal solo para compartir el mismo idioma con ella. Y una vez que pudo
hablar, le pidió que cantara en su palacio bajo el mar y le prometió todo su
corazón, por envenenado que estuviera. Ella aceptó.
Los ojos del Rey Serpiente se suavizaron. Se movió hacia adelante de
nuevo, presionándonos aún más hacia atrás.
—Déjame contarte otra historia —dijo, tan suavemente que podría haber
parecido manso. Pero escuché el temblor en su voz. Era rabia apenas contenida—
. Una vez, hubo un rey demonio que aterrorizó al río y lo envenenó hasta que un
dios bailó sobre su cabeza y lo desterró a las profundidades del agua. El rey
demonio aprendió la lección. Y enseñó esa lección a cada uno de sus
descendientes, hasta a la cría más pequeña, para que aprendan a ignorar el
veneno que corre por sus venas. Su descendiente se enamoró de un río y el río le
devolvió el amor. Pero nadie había olvidado las hazañas de sus antepasados. Y
nadie le creyó ni a él ni al río que lo amaba.
La duda revoloteó en la parte posterior de mi cabeza. Pensé en esas jaulas
de pájaros vacías y en las alas que se elevaban y cambiaban con cada historia
que se cruzaba. Pero Kauveri era hermana de la esposa del Rey Serpiente. Si la
historia no era cierta, ¿por qué Aasha diría que Kauveri quería su veneno? La
demanda de Kauveri era una prueba de cómo ella lo consideraba: indigno de
confianza. Fuera de control. Tal vez pensó en liberar a su hermana de sus garras
usando el veneno. Quizás esa era la única razón por la que Kubera la había
invitado al Torneo. Elevé mi barbilla más alto mientras miraba al Rey Serpiente.
Estaba lista para pelear, pero Vikram puso su mano en mi brazo.
—Si quieres que te creamos, hablemos con tu pareja.
La vergüenza me atravesó. ¿Qué tipo de persona era yo que ni siquiera
había pensado en preguntarle directamente a la hermana de Kauveri? Mi mente
había ido instantáneamente al castigo.
El Rey Serpiente inclinó la cabeza. —Solíamos honrar tales solicitudes. ¿Y
sabes lo que hemos recibido cada vez? Desdén. Ridículo. Nos negamos a ser
sometidos a las dudas de los demás. Mi compañera es el río Kapila —dijo con
orgullo—. Ella es más fuerte que cualquier corriente y más poderosa que el mar
en su forma más feroz. Y, sin embargo, tendría que escuchar, una vez más, cien
preguntas para investigar si estaba encantada, estupefacta, secuestrada y
arrastrada hasta la guarida de una serpiente. No la degradaré tanto. Y no dejaré
que la degrades.
La mano de Vikram recorrió mi espalda. Sus ojos brillaron en advertencia.
—Aquí hay otra historia —siseó el Rey Serpiente. A estas alturas,
estábamos pegados a la pared—. Una vez hubo un rey demonio que se robó a la
hermosa diosa del río y la mantuvo prisionera hasta que estuvo tan debilitada
que aceptó convertirse en su esposa. Ese rey demonio habría tenido que romper
la ferocidad de un río y todos sus poderes. Y cualquier par de mortales que
decidiera luchar contra él tendría que superar eso. Entonces, ¿qué cuento eligen
creer? No crean que no sé lo que quieren. Podía escuchar sus pensamientos
gritando y pidiendo mi veneno en el momento en que sus pies golpeaban la
escalera.
—Si sabes que estamos aquí por tu veneno, entonces sabes por qué lo
necesitamos —dijo Vikram con calma—. No tenemos otra opción.
—Oh, pero la tienen —dijo el Rey Serpiente—. Elijan qué historia creer.
¿Un hombre enamorado o un hombre lujurioso? ¿El agraviado o el injusto?
Tienen la opción de creer en mi inocencia y dejaré que se vayan en paz. Le diré al
Señor de los Tesoros lo que han hecho y personalmente les procuraré una salida.
O pueden optar por creer en el daño que causé. Pueden luchar conmigo por mi
veneno, y si ganan, se lo daré. Yo también sigo las reglas del Torneo. Entonces,
¿qué será? Una vez que elijan, no se puede deshacer. No importa cuánto se
rompan nuestros corazones por su elección.
El Rey Serpiente se movió hacia atrás, como si nos estuviera dando
privacidad. Pero no hizo ninguna diferencia, ya que él podía leer nuestras mentes
de todos modos. Cuanto más pensaba en Kauveri, más creía que había hecho
mal. ¿Por qué otra razón Kauveri querría su veneno? Incluso Aasha parecía
disgustada con él. Más que eso, esta podría ser nuestra única oportunidad de
asegurar una salida de Alaka. Sin este veneno, ni siquiera importaría si
ganáramos el Torneo, porque no sabíamos a quién de nosotros se le permitiría
dejar Alaka. Mi mente estaba decidida. El Rey Serpiente me miró con frialdad, y
luego su mirada se volvió hacia Vikram. Vikram parecía menos decidido, pero su
mano ni una sola vez se movió de la parte baja de mi espalda.
—Ya veo —dijo el Rey Serpiente. Su voz era sedosa y amenazadora—.
¿Quieren preguntarle a mi esposa la verdad detrás de nuestra historia? Entonces
háganlo. Cuando elijan qué historia de mí creer, elíjanla a ella. Pero si eligen mal,
perderán la vida.
No entendí lo que quería decir hasta que se movió a un lado de la
habitación. Movió la cola contra el suelo de cristal y lo hizo añicos. La niebla se
elevó de las grietas delgadas como una araña, abriendo las grietas para dar paso
a las siete mujeres que salieron del agua. Eran casi idénticas, pero su forma de
vestir y sus joyas variaban. El río Kapila se parecía mucho a su hermana, Kauveri.
Pero había una suavidad en su mandíbula en comparación con los bordes
afilados de Kauveri. Y donde los ojos de Kauveri habían cambiado del cuarzo
helado de un río al amanecer al marrón salobre de un río al anochecer, los ojos
de Kapila seguían siendo de un azul cálido y constante.
—Tienes hasta que el piso se rompa —dijo el Rey Serpiente, sonriendo—.
Oh, y me movería rápido. Porque el agua debajo es venenosa.
Tiré de Vikram lejos de una fisura que había comenzado a formar una
araña cerca de su pie. Pequeñas grietas se extendieron lentamente por los
agujeros en el suelo donde las siete mujeres habían salido del agua. Calmé mi
respiración incluso cuando mis palmas comenzaron a sudar. Ve con cuidado.
Elije cuidadosamente. Eso fue todo lo que pude decirme.
—¿Le creíste? —pregunté en voz baja.
—No sé qué creer —dijo Vikram, escaneando la línea de siete mujeres—.
Pero si es una oportunidad para asegurarnos de que los dos saldremos vivos de
aquí, no la desperdiciaría.
El Rey Serpiente nos miró desde su rincón. Las siete mujeres se pararon
frente a nosotros, sus rostros casi impasibles. Vikram se acercó con cuidado a la
primera de las siete mujeres y yo caminé a su lado.
—¿Esta tiene el pelo más largo? —él dijo.
—Eso no nos dice si ella es su esposa —dije. A cada mujer, me incliné
hacia ella y le dije—: Voy a llevarle el veneno a Kauveri. Ayúdame y puedo
ayudarte a escapar de él.
Pero eso no cambió nada
La primera tenía una piedra brillante en el centro de su frente. La segunda
llevaba un collar de escamas. La tercera tenía una cola larga esmeralda. La cuarta
lució un vestido de pez de río plateado. La quinta se cruzó de brazos. La sexta
apoyó la mano en la cadera. La séptima tenía colmillos.
Caminamos por la línea, cada paso nos condenaba un poco más. La niebla
había comenzado a espesar el aire. Las mujeres se quedaron completamente
quietas, pero nos siguieron con la mirada.
Vikram amontonó sus dedos. El sudor le perlaba la frente. —Todo es solo
una distracción.
Arqueé una ceja. —¿Qué quieres decir?
—La ropa, las posiciones de los brazos, todo. Es un truco. No nos dice
nada sobre cuál es su verdadera esposa.
Presioné la palma de mi mano contra mis ojos, como si eso pudiera
cambiar de alguna manera la vista frente a mí. Casi podía imaginarme al Rey
Serpiente riendo en su rincón.
—No responderán a nada de lo que digo. Pensé que su verdadera esposa
tendría una reacción hacia él.
—Me acabas de dar una idea brillante —susurró—. Dame tu cuchillo.
Levanté una ceja. —Si alguno de nosotros va a usar un cuchillo, debería
ser yo.
—Tu puntería es demasiado buena— dijo—. Confía en mí.
Le entregué el cuchillo. La niebla se elevaba rápidamente. El suelo crujió
y se astilló debajo de nosotros. El agua lamió los bordes de la frágil hoja de vidrio
sobre la que estábamos parados, y los vapores venenosos me picaron en la parte
posterior de la garganta. Nuestro peso estaba demasiado concentrado. Todo lo
que se necesitaba era un buen pisotón para romper el suelo.
—Abre las piernas —grité.
—Adelante de ti...
—Distribuye tu peso o nos vamos a morir.
Abrió las piernas y estabilizó el trozo de suelo de cristal que se
tambaleaba. Sosteniendo el cuchillo en una mano, se inclinó para susurrar—:
Mira sus caras. Quien sea su verdadera esposa tendrá una reacción.
Vikram arrojó la daga, apuntándola al espacio justo encima de la cabeza
del Rey Serpiente. En el momento en que lo soltó, la sexta mujer en la fila dejó
escapar un grito.
—¡Ella! —señalé.
Un rugido furioso iluminó las cavernas, sacudiendo las estalactitas. Si era
dolor por ser apuñalado o frustración por ser atrapado, no lo sabía. La niebla se
elevaba tan rápido que todas las superficies se volvían resbaladizas. El veneno
comenzó a humear y echar humo en los bordes de mis sandalias,
ennegreciéndolas. Me ardieron los pulmones y contuve la tos.
—¡Corre! —grité.
Salté sobre una hoja de vidrio resbaladiza, apenas manteniendo el
equilibrio mientras se inclinaba violentamente hacia un lado. Me arrojé sobre una
nueva sábana, mi cuerpo se estrelló contra una pieza que apenas se ajustaba a
mi cuerpo. Arañaba debajo de mí, amenazando con romperse. Pero fui más
rápida. Salté de hoja en hoja, y estaba casi en tierra firme cuando escuché un
grito detrás de mí. Me volví para ver a Vikram no muy lejos de mí, sus brazos
giraban, sus pies temblaban. Iba a caer. No lo pensé dos veces antes de salvarlo.
Extendí la mano para agarrarlo, usando todo mi peso para empujarlo hacia la
orilla. Cayó, golpeando la pared. Salté para unirme a él, pero los hilos
desenredados de mi salwar kameez se engancharon en un borde irregular de
vidrio, tirando de mi cuerpo hacia un lado. Me resbalé. Vikram alcanzó justo a
tiempo para tirar de mí al suelo, pero no antes de que una ola de agua me subiera
por la pierna. Grité. Manchas de dolor se iluminaron detrás de mis ojos. El veneno
hundió sus dientes más allá de la seda de mis pantalones, pintando insoportables
zarcillos de fuego a través de mi pantorrilla y tobillo.
Me dejé caer contra Vikram. Envolvió su brazo alrededor de mi cintura,
arrastrándome hacia la escalera. Parpadeé. Luchando para estar de pie. Para
empujarme hacia arriba y hacia adelante, pero no pude. La cola del Rey Serpiente
se agitó, pero no bloqueó nuestro camino. La mujer que era su verdadera esposa
había aparecido a su lado, con el rostro enterrado en su pecho. La miré a la cara,
luchando contra los temblores que subían y bajaban por mi cuerpo. Vikram me
apoyó e hizo de soporte. Estaba murmurando algo, pero no pude oírlo. Solo vi la
cara del río Kapila: cerrada y con el corazón roto mientras sollozaba en los brazos
del Rey Serpiente.
—¿Qué has hecho? —ella lloró, mirándonos—. ¿Por qué no nos pudiste
creer?
No dijimos nada. ¿Qué podríamos decir? Vikram hizo una mueca,
volviéndose hacia ella. Medio me arrastró, medio me llevó escaleras arriba. El
dolor abrasó mis pensamientos, pero incluso a través de esa neblina vi el rostro
surcado de lágrimas de Kapila y vi al Rey Serpiente apartar los mechones de su
cabello.
Se amaban.
Las punzadas enfermizas de la victoria me atravesaron. O tal vez era el
veneno que me atravesó la pierna. Ya no pude sentirlo. Habíamos ganado esto.
Tuvimos una salida. Y si la libertad vino con el precio de la culpa, tal vez ya estaba
tan harta de la emoción que el sabor no se registraría. Parpadeé y la angustia de
Kapila ardió en mi visión.
Me equivoqué.
La culpa aumenta. Construye y construye, tallando escaleras y agujas en
el corazón hasta que una persona puede llevar dentro una ciudad de
desesperanza. Mi culpa estaba construyendo un universo.
Vikram estaba susurrando. Pero su voz venía de mil direcciones. Cuando
tropecé, me levantó. No lo detuve.
En lo alto de las escaleras, el Rey Serpiente le tendió un frasco azul.
—Ahora sabes la verdad —dijo con voz ronca—. También debes saber esto.
Kauveri puede desterrarme o encarcelarme, pero eso no cambiará nada. Puedes
decirle que, si se preocupa tanto por su hermana, no disfrutará verla consumirse
ante sus ojos.
Mi visión se negó a enfocarse. Apreté la mandíbula, mis pensamientos se
esforzaron. Vine a Alaka para liberarme de la culpa, no para descubrir más. Le
diría a Kauveri lo que había visto incluso mientras intercambiaba nuestra salida
de aquí. Haría las paces.
—¿Gauri? —Vikram llamada. Su voz sonaba lejana—. ¡Gauri!
Traté de concentrarme en él, de sacar las palabras de mi boca. Pero el
dolor había comenzado a devorar mis huesos. La oscuridad se asomó por las
esquinas de mi visión justo antes de que me tragara por completo.
UNA CANCIÒN QUEBRADA
Vikram
Traducido por Yoseapm
Corregido por -Patty

Tenía que creer que todo sucedía por una razón. En el ashram, se había
esforzado por correr lo más rápido que podía. Los alumnos bromearon diciendo
que se había metido un puñado de relámpagos en sus sandalias para ayudarlo.
En ese entonces, Vikram pensó que se había obligado a correr tan rápido como
podía solo para demostrar que podía. Él estaba equivocado.
Todo había sido práctica para este momento.
La cabeza de Gauri chocó contra su pecho mientras corría. Se sentía
demasiado liviana en sus brazos, como si su esencia ya hubiera comenzado a
deslizarse y desenvolverse. Sus labios se pusieron azules y el corazón de Vikram
se aceleró. No otra vez, pensó. Exigió. Rezó. No otra vez.
En su mano, el frasco azul del veneno del Rey Serpiente bien podría haber
sido un puñado de flores azules. Los labios pálidos de Gauri le recordaron a otro.
Vikram parpadeó y se sintió como si tuviera siete años una vez más, tocando el
borde de un deslizamiento de rocas. Su madre se desplomó en un montón en el
fondo de ellas. Durante todo un día y una noche, le había ordenado que se
despertara. Después de eso, abrazó sus rodillas contra su pecho, incapaz de
hablar porque cada palabra se convirtió en un grito en su garganta. Recordó el
abanico del cabello de su madre debajo de una roca. Insectos blancos,
retorciéndose, moviéndose sobre sus brazos cortados. Su cuello se doblaba
extrañamente, su rostro inclinado hacia la luz como si simplemente estuviera
disfrutando del sol. Solo que esta vez sus labios estaban desgarrados y azules.
Vikram odiaba el miedo. Odiaba cómo se alimentaba de él y se despojaba
de su cómoda ceguera. El miedo lo obligó a sostener el contenido de su corazón
a la luz. Una vez, se parará sobre un deslizamiento de rocas y contemplará ese
miedo: estaría desatado. En ese entonces, el amor de su madre era un hilo de luz
ininterrumpida, una costura que podía seguir en cada momento de su vida hasta
que de repente no podía, dejándolo empujar a través de la oscuridad, distinguir
las formas de su futuro en total ceguera. Ahora, cuando apretó contra su pecho
a una Gauri que no respondía, el miedo lo obligó a verla. Solo ella. Se sentía una
tontería decir que no podía soportar perderla. Él nunca la tuvo. Ella no era algo
para poseer. Pero su entrada en su vida había evocado luz. Y perder la luz de ella
lo hundiría en una oscuridad de la que nunca encontraría la salida.
Gauri estaba pálida, húmeda por el sudor febril. Una vez que el agua
envenenada llegó a su piel desnuda, se negó a salir. Llamas azules sin calor se
retorcían y lamían su camino hasta su tobillo, amenazando con quemarla viva
sin una sola columna de humo. Las piernas de Vikram ardieron.
Hasta donde él sabía, no había curanderos en Alaka. Incluso si lo hubiera,
está herida pertenecía a magia envenenada. Solo conocía un grupo de personas
que pasaban la vida empapadas de veneno. Pero, ¿les ayudarían? Consideró
llevarla directamente a la tienda de las vishakanyas, pero sería demasiado fácil
para ellos verla como una presa herida.
En cambio, Vikram corrió escaleras arriba hacia la cámara, sin aliento y
con el corazón acelerado. Colocó a Gauri en la cama. Sus labios parecían aún
más azules. El sudor le empapaba el pelo. Le apartó los mechones de los ojos y
le tapó el cuerpo con una manta. Luego salió corriendo de la habitación y se
dirigió directamente a la tienda.
Al mediodía, la tienda zumbaba con un estupor perezoso. Algunos clientes
salieron a trompicones por la salida, parpadeando ante la luz del sol. Ningún
guardia patrullaba la entrada ya que no había fila. Vikram respiró hondo. Quizás
esto era lo más tonto que había hecho en su vida. No había ninguna garantía de
que las venenosas cortesanas no le hicieran daño, sobre todo porque se llevó
voluntariamente a su territorio. Tal vez incluso moriría aquí y se envenenaría él
mismo, al igual que Gauri. Pero tenía que intentarlo.
Entró y encontró varias vishakanyas descansando dentro de la tienda.
Dos clientes se sentaron con la cabeza hacia atrás mientras miraban cómo sus
deseos giraban sobre ellos. Una de las cortesanas, una mujer deslumbrante de
cabello dorado y ojos oscuros, se puso de pie. Sus ojos lo recorrieron,
deteniéndose en sus pantalones rotos y en el desagradable corte en su brazo
donde los fragmentos de vidrio rotos lo habían cortado. Sus pupilas se
oscurecieron de lujuria. O quizás hambre. O posiblemente ambos.
—Necesito hablar con una de tus hermanas de inmediato. Su nombre es
Aasha. Ella me conoce.
Su rostro cambió. —¿Aasha? ¿Qué quieres de ella?
—Mi…—Tropezó con las palabras correctas—. Compañera en el Torneo ha
resultado gravemente herida. Ella va a morir envenenada si no consigo ayuda.
—¿Y crees que uno de nosotros se separará de nuestras artes para cuidar
a un humano? —ella se burló.
Más cortesanas salieron de partes invisibles de la tienda hasta que
formaron un pequeño círculo a su alrededor. Al principio lo miraron con
curiosidad, los ojos se abrieron de sorpresa. Pero poco a poco esa sorpresa
cambió. Sus pupilas se ensancharon. Sus labios se separaron. Estaba tan
ansioso por volver con Gauri que ni siquiera había considerado cómo ese feroz
deseo lo haría mucho más atractivo para ellas. Olfatearon el aire, inclinando
bruscamente la cabeza hacia un lado como si estuvieran pensando en la forma
más rápida de escarbar en sus deseos.
—El veneno no es tan malo, príncipe —canturreó—. ¿Por qué no la dejas
morir? Puedes tener toda la gloria para ti. ¿Quizás puedas pedir el segundo deseo
que hubiera pertenecido a tu pareja? Quizás puedas pedir ser inmune a nosotras
—Dio un paso adelante con las manos extendidas en señal de invitación—.
Hacemos una excelente compañía.
Su sonrisa se ensanchó. Vikram había retrocedido, poniéndose de
puntillas y listo para salir corriendo de la tienda, cuando Aasha se abrió paso
entre la multitud.
—¡Aasha! —dijo la vishakanya de cabello dorado. Ella sonrió—. Este
príncipe solo estaba pidiendo tus servicios.
—Se está muriendo —dijo con voz ronca—. El veneno de sus aguas le ha
llegado. Necesito ayuda.
Las hermanas de Aasha murmuraron en su oído, tirando de su brazo.
Sintió que el momento se afilaba hasta convertirse en la punta de un cuchillo.
Todo equilibrado en sus próximas palabras. Ella podría condenarlos. Pero, en
cambio, esperaba, y su esperanza rugió en su interior.
—¿Por qué no le dices que debería dejar ir a esta chica y curar su dolor
en nuestros brazos?
—Dile que la cura para el veneno de la chica está más adentro de la tienda
—susurró otra.
—Vino aquí de buena gana —siseó una tercera—. Así que podemos
llevarlo. El Señor de los Tesoros no otorgó protección a los humanos si
regresaban.
Aasha se mordió el labio mientras levantaba la cabeza. El corazón de
Vikram se hundió. Su rostro era una sentencia de muerte.
—¿Dónde está ella? —preguntó Aasha suavemente.
Los demás la miraron. Algunas en confusión. Algunas en estado de shock.
Otras heridas. Aasha se volvió hacia la de cabello dorado y una conversación
silenciosa pasó entre ellas.
—Te llevaré con ella.
Juntos, dejaron atrás la tienda de las vishakanyas. Solo entonces Vikram
se dio cuenta de que Aasha cojeaba.
—¿Qué pasó? —preguntó.
—Oh. Yo... me caí.
Sintió que estaba mintiendo, pero se negó a presionarla.
—¿Por qué se quedaron allí tanto tiempo? —preguntó Aasha.
Vikram frunció el ceño. —Solo nos fuimos esta mañana.
—Es casi luna llena —dijo, sorprendida—. El Jhulan Purnima es pasado
mañana.
El corazón de Vikram se aceleró. El tiempo corría de manera diferente en
Alaka, pero el reino del Rey Serpiente no pertenecía a Alaka. El tiempo que habían
pasado allí les había costado días. Pasado mañana, comenzaría la segunda
prueba. Si Gauri no estuviera lista para competir o, peor aún, si no pudiera
competir, todo esto habría sido en vano. La impotencia dio paso a una rabia
ahogada.
Tan cautelosamente como pudo, se apresuró a subir a Aasha por los
escalones de la habitación. Gauri no se había movido de su posición. Pero las
llamas sí. Habían salido en espiral de su tobillo y ahora se abrían camino
alrededor de la parte superior de sus muslos. Ningún calor quemaba por las
llamas, pero el aire crepitaba y golpeaba alrededor del cuerpo de Gauri. Como si
la hubiera reclamado y se hubiera negado a dejarla ir.
Aasha se inclinó sobre ella.
—Extraño —murmuró.
Vikram caminó por el suelo, tirando de su cabello. —¿Que es extraño?
¿Puedes arreglarlo?
—El veneno en su piel —dijo Aasha. Ella buscó—. Es lo mismo que el mío.
—¿Cómo es eso posible?
Aasha miró fijamente las llamas, su expresión inescrutable. —Yo... no lo
sé. Mis hermanas siempre decían que recibimos nuestro veneno como una
bendición de una diosa, pero... pero eso no parece tener ningún sentido ahora.
Dejó de caminar. —¿Qué significa eso para Gauri?
—Significa que puedo sacarlo.
Vikram exhaló un suspiro de alivio.
—Pero también significa que no puedo contrarrestarlo. No puedo controlar
si ella vivirá o morirá. Tendrá que luchar por su cuenta. Y si vive, no sé si el
veneno la habrá cambiado.
Vikram se dejó caer en una silla. —Solo haz lo que puedas.
Aasha asintió e inclinó la cabeza sobre Gauri. No miró. Pasaron las horas
y el amanecer iluminó el cielo. Aasha se sentó frente a él y su expresión le dijo
que había hecho todo lo posible. Ahora todo lo que podían hacer era esperar.
En algún momento de la noche, Vikram se sentó a su lado y observó cómo
las llamas azules sin calor se apagaban. Estaban muriendo. Pero ella también.
La magia puede ser enorme, pero en este momento, la sintió como un
zumbido silencioso en su pecho. Los encantamientos que parecían más grandes
que la vida no les habían hecho ningún favor. En cambio, recurrió a la magia
pequeña y ordinaria. La misma magia que su madre había conjurado cada vez
que sus pesadillas lo sacaban del sueño y lo dejaban sin aliento por el miedo.
Ella solía abrazarlo, meciéndolo de un lado a otro y canturreando una canción.
Vikram dejó ir la razón. Bajó los labios a su oído... y cantó.
Palabras suaves y rotas.
No era cantante. Pero, pensó, recordando la invitación del sabio tantas
noches atrás, que tal vez se trataba de la sinceridad. Así que cantó, forzando su
corazón en cada melodía desequilibrada.
Una citación tácita y una súplica surgieron entre las notas de su voz
oxidada: No te vayas.
COMIENDO POESÌA
Gauri
Traducido por Yoseapm
Corregido por -Patty

Me desperté con una sensación de ardor recorriendo mi pierna.


Levantando un codo, miré alrededor de la habitación. El cielo sobre mí estaba
salpicado de estrellas y tenues nubes violetas. ¿Cuánto tiempo había estado
fuera? Gemí y traté de levantar la pierna. Nada roto o torcido. Apartando las
mantas, solo vi la habitual extensión de bronce y piel intacta. Era como si el agua
envenenada nunca me hubiera tocado.
—¿Gauri?
Vikram se levantó de una silla. Círculos oscuros por no dormir marcaban
sus ojos.
—Estas despierta —Se sentó en la cama a mi lado y tomó mi mano—. No
estábamos seguros de que lo lograrías.
—¿Nosotros?
Una figura se levantó del otro lado de la habitación. La luz la iluminó.
Aasha. Caminó hacia mí tentativamente, su barbilla agachada mientras nos
miraba a través de sus pestañas. Nalini se movió de la misma manera cuando
llegó por primera vez a Bharata. Vacilante. Como si pensara que el aire la
rechazaría por no pertenecer. Pero luego recordé por qué estaba acostada en una
cama, el dolor subía por mi pierna. Había elegido mal después de confiar en la
palabra de Aasha. El rostro arrugado de Kapila nadó en mi visión. Desde el otro
lado de la habitación, el frasco del veneno del Rey Serpiente atrapó la luz.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Aasha—. Dormiste todo el día.
Mi cabello se había caído frente a mi cara. Vikram se inclinó hacia
adelante, levantando su mano para quitarme el pelo. Giré la cabeza, aparté los
mechones de la cara y él retiró la mano como si le doliera.
—Tengo dolor —solté entre dientes.
—¿Te sientes diferente?
Lo había apartado para mostrarles la piel intacta cuando algo me llamó la
atención. Pensé que no tenía cicatriz, pero el veneno había dejado algo atrás. Una
pequeña estrella azul, no más grande que una uña, estaba impresa en la parte
posterior de mi pantorrilla.
Aasha lo vio y contuvo el aliento. —Esa es nuestra marca.
¿Tenía una marca vishakanya? Mi corazón se aceleró y me volví hacia
Vikram. —Me tocaste. ¿Te sientes diferente?
Sus ojos se agrandaron. —No. No siento nada.
—¿Quizás es solo una cicatriz del veneno? —ofreció Aasha—. Estoy segura
de que no es nada.
La amargura se apoderó de mi garganta. ¿Qué era seguridad y certeza?
Solía aferrarme a la certeza como una luz dentro de mí, con la esperanza de que
persiguiera la oscuridad desconocida. Pero la certeza era un fantasma unido a
las esperanzas. Te llevaría por mal camino a la primera oportunidad.
—¿Lo estás? —pregunté en voz baja—. ¿Estás tan segura como lo estabas
cuando nos dijiste que el Rey Serpiente había robado a la hermana de Kauveri?
¿O que incluso quería su veneno en primer lugar?
—Gauri... —dijo Vikram en voz baja.
Conocía ese tono. Era una parada de que estás por delante del tono. Me
negué. Había existido la posibilidad de elegir un camino sin derramamiento de
sangre. Sin dolor. Y ahora esa oportunidad se había ido. Una vez que elijan, no se
puede deshacer. No importa cuánto se rompan nuestros corazones por su elección.
El problema de la culpa no era cómo atacaba el presente, sino cómo manchaba
el pasado. La retrospectiva era una mancha en la memoria. ¿Había hecho
suficientes preguntas? ¿Podría haberme dado cuenta de que no tenía todas las
piezas que necesitaba para tomar esa decisión? ¿Podría haberse evitado algo de
esto?
—El Rey Serpiente no se robó a su esposa. ¿De dónde sacaste esa
información?
Aasha dio un paso atrás, sorprendida. —Te dije lo que sabía de mis
propias hermanas. Todos los yakshas que sirven a Lady Kauveri habían dicho
que quería el veneno del Rey Serpiente. Nos lo dijeron cuando frecuentaban
nuestra tienda. Escuché a muchos de ellos decir que Lady Kauveri solo quería el
veneno porque se había robado a su hermana. Era un chisme, lo admito, pero
era toda la información que tenía.
—Aasha te salvó la vida, Gauri —dijo Vikram—. Tú puedes…
—¿Me salvaste de la culpa? ¿Porque mentiste? —pregunté alzando la
voz—. ¿Querías que el río Kapila también sufriera? Sabías que iríamos allí y
asumiríamos que había hecho algo mal por lo que nos dijiste. Quizás lo hiciste
por despecho. Tal vez una de tus hermanas o incluso tú eras la amante
despreciada del Rey Serpiente. ¿Fue eso?
Vikram se puso de pie abruptamente. —No tomaste esa decisión por ti
misma. Yo también le creí. Ella nos dio la mejor información que tenía. Tuvimos
que tomar una decisión. Lo hicimos. Esa decisión y responsabilidad es nuestra y
solo nuestra.
—Oh, es así de fácil, ¿verdad?
—Es así de fácil —dijo Vikram con frialdad—. Verías eso si te tomas un
momento para despejar tu mente de toda tu autocompasión.
Mis mejillas se encendieron. Ambos estaban de pie y mirándome. Me sentí
enjaulada. Pequeña. Manipulada.
Aasha salió de la habitación. —No te salvé de la culpa. Yo... yo solo traté
de ayudar —Se volvió hacia Vikram—. Me alegro de que esté a salvo. Tengo que
irme.
Se dio la vuelta y huyó de la habitación, pero no antes de ver lágrimas
formándose en las esquinas de sus ojos y su andar cojeando. Cada pelea en mí
me abandono. ¿Qué me pasaba?
—¿Estás satisfecha? —gritó Vikram—. Ambos estábamos preocupados
por ti. Ambos esperamos a tu lado. Aasha trabajó todo el día para tratar de sacar
el veneno de tus venas o manipularlo para que no te matara. La gente se preocupa
por ti. Podrías haber estado agradecida. En cambio, pasaste los primeros
momentos de conciencia atacando a todos los que te rodeaban. ¿Es esto lo que
quisiste decir con sobrevivir? ¿Simplemente culpas y atacas a todo lo que te rodea
porque no puedes controlarte?
Me puse de pie. El dolor en mi pierna estalló y se atenuó. Dolor o no, le
debía la vida a Aasha. Y le pagué con palabras crueles. Yo también le debía mi
vida a Nalini y le había pagado de la misma manera: dejando que las palabras
frías persiguieran su sombra en la noche. Mis intenciones podrían haber estado
arraigadas en el bien, pero al final siempre crecieron espinas.
—Nos merecíamos respuestas.
—¿Que respuestas? Escuchó algo. Ella nos dijo. Actuamos en
consecuencia, con razón, porque no tenemos experiencia con los Reyes Serpiente
o sus consortes, ¡que también son ríos reales! Cualquiera hubiera hecho lo
mismo. Solo estás buscando a alguien a quien culpar.
Sus palabras me cortaron. —Deja de hablarme como si pudieras entender
cualquier cosa por la que he pasado.
—¿Crees que eres la única persona que sufre? —demandó—. Te conozco.
Yo... te vi en la Gruta de Muertos Vivientes. En Bharata, mantenías viva a la gente
incluso si te mataba un poco todos los días. Tomaste decisiones que nadie debería
tener que tomar. Esa es la Gauri que respeto —Me estremecí—. ¿Pero esta
persona? Ahora solo está buscando un escape.
Las palabras colgaron entre nosotros. Quería sacarlas del aire y retirarme
detrás de ellas, pero no pude. Esas palabras se hundieron en mis pensamientos,
sacando a relucir un pasado que nunca quise volver a visitar. En Bharata,
sobrevivir en la cancha de Skanda significaba conocer a todos los jugadores,
todas las piezas y toda la información. Todo ese tiempo, solo pensé en cómo me
afectaron esas piezas. Me hundí en la cama y me quedé mirando los cojines
ligeramente revueltos donde Aasha había mantenido su vigilia. Vikram se pasó
una mano por el pelo. Se sentó en el borde de la cama, con la espalda recta y la
barbilla en alto. No me alcanzó.
—Sobrevivir no se trata solo de cortarte el corazón y convertir cada
sentimiento en cenizas —dijo—. A veces significa tomar todo lo que se te arroja,
hermoso o grotesco, venenoso o dichoso, y labrar tu vida con las piezas que te
dan.
—Deja de ser sabio.
Arqueó una ceja. —Entonces deja de exigir sabiduría.
La vergüenza se extendió a través de mí. Pensé en esa última noche en
Bharata. Nunca olvidaré la cara llena de lágrimas de Nalini o las palabras que le
lancé. Nunca me disculpé cuando tuve la oportunidad. No cometería el mismo
error dos veces.
Dejando a Vikram, salí a los baños. Mientras me vestía, rocé con mis
dedos la extraña estrella azul en mi piel. Era pequeña, casi manchada por los
bordes. Nada en absoluto como los ornamentados sellos que marcaban las
gargantas de las vishakanyas. Cuando salí de los baños, Vikram estaba girando
el frasco del veneno del Rey Serpiente en sus manos.
—Mañana es el Jhulan Purnima.
—¿Qué? ¿Tan rápido?
Hizo una mueca. —Perdimos tiempo en el palacio del Rey Serpiente.
—Maravilloso. Ni siquiera un día de descanso antes del próximo juicio.
—Podría ser peor.
—Siempre optimista —dije con un pequeño movimiento de cabeza.
—La esperanza da forma al mundo.
—O lo mancha para que no sepa cómo se ve realmente.
—O eso —admitió.
—Descansa —le dije, cuando lo vi mirar con nostalgia la cama—. Volveré
más tarde esta noche.
Afuera, el patio se había transformado. Entre los árboles colgaban
delicadas campanillas de plata. La nieve espolvoreaba el aire y todo era plateado
e iridiscente, blanco perla o el más mínimo toque de rubor. Columpios con lotos
trenzados por cuerdas colgados de los árboles, un homenaje a los amantes
sagrados que habían pasado tantas tardes con la cabeza inclinada mientras se
balanceaban uno al lado del otro, la música de flauta envolviendo sus miembros
y sus ojos desbordados con la vista de sus rostros… Los columpios flotaban
suavemente en el aire sin viento, una invitación a sentarse, hablar y enamorarse.
Nunca quise enamorarme. Para mí, el amor parecía una luz pálida. No lo
suficientemente brillante como para iluminar el mundo o deslumbrar los ojos de
uno, pero lo suficientemente brillante como para engañarlo y hacerle pensar que
podría hacerlo. En el harén, algunas de mis madres me dijeron que el amor era
una ambrosía decadente, algo para beber y saborear. Otras me dijeron que era
una herida abierta. Una de las madres, un desliz de una mujer que no sobreviviría
a su primer embarazo, me hizo a un lado y me dijo algo que nunca olvidé: El amor
es como la muerte sin la garantía de su llegada. Puede que el amor no venga por
ti, pero cuando lo haga será tan rápido y despiadado como la muerte y tan ciego a
tus protestas. Y así como la muerte acabará con una vida y te dejará con otra,
también lo hará el amor.
Sus palabras me aterrorizaron. Nunca me sentí así por alguien.
Nunca quise hacerlo.
No muy lejos de la tienda de vishakanyas, encontré a Aasha sentada junto
a un arroyo. Ella miró hacia arriba cuando me vio, cualquier expresión en su
rostro se apagó instantáneamente.
—¿Puedo sentarme contigo?
Ella asintió.
—Escucha… me perdí en mi cabeza allá atrás —dije—. Y en algún lugar
entre ser horriblemente ingrato y simplemente horrible, nunca te di las gracias.
Te debo una disculpa. No tienes ninguna razón para aceptarla, pero espero que
lo hagas.
Aasha asintió. —Entiendo. Y te perdono.
Mis cejas se alzaron. —¿Eso es todo? Esperaba que me pidieras que me
humillara o me ahuyentaras con un toque —Me reí—. Eres una persona mucho
mejor que yo.
—¿Lo soy? —preguntó—. ¿Una persona, quiero decir? Empecé como una.
Empecé como tú.
Su pregunta me tomó por sorpresa.
—Por supuesto que eres una persona, Aasha —le dije—. La humanidad
no tiene nada que ver con lo que corre por tus venas o aparece en tu piel.
Cerró los ojos, como saboreando las palabras. —¿Sabías que el Señor de
los Tesoros encargó esta corriente especialmente para vishakanyas? Lo hizo para
que tuviéramos un lugar en el que mojar los pies sin preocuparnos por matar a
cualquier ser mortal en sus aguas. Me enteré hace solo un día —Ella pateó su pie
en el agua, frunciendo el ceño—. Podría haber estado haciendo esto desde el día
que llegamos aquí.
—¿Es mejor un descubrimiento tardío que ninguno?
—Supongo que sí —Ella se encogió de hombros—. Hay algunos arroyos
que atraviesan nuestro harén en casa, pero no es nada como esto... nada bajo
cielos abiertos.
—¿Dónde está casa?
Aasha apartó la mirada de mí. —No se nos permite decirle a aquellos que
no son vishakanya.
—Oh. ¿Alguna vez has tenido otro hogar?
—Supongo que debo haberlo hecho —dijo—. Pero mis hermanas me
llevaron cuando tenía cuatro años.
La ira estalló a través de mí. —¿Cómo pudieron separarte de tu familia?
—No digas eso —reprendió Aasha gentilmente—. Ellas son mi familia. Y
las amo. Como ellas me aman. Querían salvarme —Mis ojos se agrandaron—. Un
adivino había venido a nuestra aldea y declaró que yo sería una viuda joven. En
mi pueblo, todas las viudas deben cometer sati en el momento en que muere su
marido. Me rescataron de la suerte de quemar vivo el cuerpo de mi esposo.
Incluso se aseguraron de que mi familia estuviera bien compensada. Espero que
a mi familia biológica le guste mucho.
La vi mover el pie en el agua, algo que podía hacer mil veces y nunca
encontrar una razón para agradecer. —¿Dejarías las vishakanyas, si pudieras?
Ella me miró fijamente. —No podría sobrevivir en tu mundo. Es imposible.
No hay forma de alimentarse de los deseos humanos sin matar al humano.
Noté que no me había respondido. Tener una marca de vishakanya no me
permitió de repente leer los deseos, pero Aasha se sintió lo suficientemente
poderosa. Quería conocer el mundo que le había sido negado. Una visión de
Nalini, sola en una celda oscura en Bharata, mordió mis pensamientos. Todo este
tiempo, solo había pensado en mantenerla viva. ¿Y más allá de eso? ¿Qué pasa
con lo que ella quería para su vida? Antes de la rebelión, Nalini siempre me había
preguntado sobre regresar a casa con su gente. Siempre le dije que no porque
sabía que no estaba segura durante el reinado de Skanda. Pero yo no era diferente
de las hermanas de Aasha que le habían asegurado la vida, pero no le habían
dado otra opción. Excepto que ahora ni siquiera podía decir que había mantenido
viva a Nalini. La vergüenza anudó mi corazón. Cuando regresara a Bharata, haría
las paces.
—Puedes preguntarme lo que quieras —dije.
Quizás era una oferta endeble, pero era todo lo que tenía.
Aasha dudó solo un momento. —¿Cualquier cosa?
Asentí.
Aasha apretó las cejas. —¿A qué sabe el dulce?
—Oh…
Tropecé. ¿Qué era dulce para alguien que no conocía el sabor? Busqué las
palabras adecuadas, tratando de pensar en ellas de manera diferente. Mirarlo de
otra manera.
—Es como... como despertar y recordar un buen sueño. Como comer
poesía.
Aasha cerró los ojos. —Eso suena bien.
—Lo es.
—¿Qué pasa con las flores?
—¿Cómo seda mojada?
Ella hizo una mueca.
—Es mejor de lo que parece, lo prometo.
Aasha se rió. Ella me preguntó sobre bailes y pasto, picaduras de abejas
y espinas.
Incluso preguntó acerca de los besos y se sintió decepcionada cuando le
expliqué que no tenía tanta experiencia como ella pensaba.
—¿Por qué no? —exigió.
Me ahogué. —¿Qué? Eso es privado.
—Si hubiera una mujer hermosa o un hombre guapo que quisiera
besarme, no lo dudaría. Especialmente si yo también quisiera besarlos.
Ella me dio una mirada muy aguda. Miré a otra parte. Mi mirada se posó
en el arroyo debajo de nosotros. Aasha tenía una pierna sumergida en la corriente
y la otra pegada al pecho. Entrecerré los ojos. Su posición parecía casual, pero
me había torcido el tobillo una vez en una pelea y tuve que cojear hasta un
estanque solo para reducir la hinchazón. Aasha no se estaba relajando. Ella
estaba tratando de curarse.
—¿Cómo te lastimaste?
Ella miró hacia el agua. —Puede que te agrade mi ayuda, pero a otros no.
Dicen que no debería haber ayudado. Muchos hervirán en silencio. Otros no
estarán tan silenciosos.
—Esa no es una respuesta, Aasha.
—Es mejor que una respuesta —dijo—. Es una advertencia.
No iba a presionarla, pero sus palabras me pusieron nerviosa. Hasta
donde yo sabía, nadie podía entrar en nuestras habitaciones y robar lo que
habíamos ganado. Pero eso no significaba que nadie lo intentaría. Y si alguien
había atacado a Aasha, ¿qué iba a impedir que vinieran detrás de mí o de Vikram?
—Tengo que irme. Mis hermanas estarán ansiosas. Me he ido demasiado
tiempo.
Me puse de pie. —Gracias por tu ayuda, Aasha.
Ella sonrió. —Gracias, Gauri, por tu tiempo e historias.
Caminé penosamente hacia el patio. En dos días comenzarían nuestras
pruebas. Estaba empezando a comprender el Torneo de los Deseos. Cada paso
que dábamos y cada elección que tomábamos formaban la historia que Kubera
nos ocultaría. No era asunto suyo si sobreviviríamos para contarlo nosotros
mismos. Quería ver lo que pensábamos, cómo nuestra voluntad y ambición
daban forma al futuro. Yo era completamente mortal. Mi toque no era tóxico.
Ninguna habilidad mágica se me había revelado nunca, sin importar cuánto las
deseara. Pero tenía una gran fuente de voluntad. Y la voluntad era un
encantamiento que ningún ser podía tocar porque solo yo podía manejarlo. Eso
era poder.
Mientras pasaba junto al árbol de higuera, unas figuras salieron de las
sombras. Las Sin Nombre.
La primera siseó. —Robaste el veneno del Rey Serpiente...
La segunda gruñó. —Eso no era tuyo para tomar. Primero hicimos el
intercambio. Compramos su veneno y encantamiento al precio de nuestros
propios nombres. Ese veneno estaba destinado a nosotros, como lo ha sido para
todos los torneos.
Me crucé de brazos. —Tiene más. Ve a buscar el tuyo.
La tercera miró hacia un lado. —Solo da un frasco cada cien años. Esas
son sus reglas. Este es el último Torneo. Lo necesitamos.
La segunda habló—: No es el camino de la justicia.
Me reí. —¿Justicia? Ni siquiera los dioses prometen justicia. Esta es una
competencia. Descubrimos el acertijo. Luchamos. Fin.
—Cuidado, niña —dijo la segunda—. No tienes conocimiento del juego que
juegas. Todos aquí tienen una historia que contar. Pero algunos de nosotros
tenemos más en juego. Algunos de nosotros tenemos magia que necesita ser
renovada. Y algunos de nosotros haremos lo que sea necesario para asegurarnos
de que nuestros deseos se hagan realidad.
Como una sola, alcanzaron las cintas azules en sus gargantas.
Murmurando para sí mismas, las Sin Nombre se fundieron en las sombras. El
silencio cubrió el patio. Sentí como si el mundo hubiera cosido sus secretos,
reuniendo toda la magia y escondiéndola en otro lugar para esta noche. Ningún
cliente formaba filas fuera de la tienda de vishakanyas. Ningún ser de Otro
Mundo participaba en ninguna juerga o probaba las comidas extrañas de las
mesas de la fiesta. Estaba sola.
Cuando volví a la habitación, sacudí la nieve de mi cabello y golpeé mis
pies. Vikram estaba desplomado contra los cojines, un libro apoyado en su
rodilla, un vendaje envuelto alrededor de un brazo y su camisa… no sobre él. Un
resplandor ambarino de varias linternas cercanas hizo que sus magros músculos
se sintieran aliviados. Desde los ejercicios de entrenamiento y los finales de las
batallas, había visto muchos cuerpos de hombres. Hubo algunos que me hicieron
desear haber lucido un poco más. Y había otros a quienes mi memoria todavía
estaba tratando de purgar. El Príncipe Zorro no se parecía en nada a ellos. Su
piel era de oro oscuro, intacta y sin cicatrices. Su sedoso cabello negro parecía
salvaje. No se mostraba como un soldado, alerta y tenso. Era todo una elegancia
lánguida y sonrisas cómplices. Apoyando los codos en las rodillas, se inclinó
hacia adelante y me miró, completamente divertido.
—¿Y bien?
Aparté mi mirada de él y miré el frasco en su lugar. —En mi camino de
regreso, esas mujeres Sin Nombre me encontraron. Están furiosas porque
quieren el veneno.
—También la mitad de los yakshas y yakshinis —dijo, dejando el libro a
un lado—. Es una competencia. ¿Qué esperaban?
—Eso es lo que dije.
—¿Qué quieren con el veneno de todos modos? —musitó, frotándose la
mandíbula.
Buscó una vez más su libro.
En lugar de su camisa.
—¿Te quedaste sin ropa?
—¿No? —Miró hacia abajo, como si solo se diera cuenta de que estaba
parcialmente expuesto—. Tuve que vendar algunos de los cortes que me hicieron
después de volver corriendo aquí.
—Pero ya tienes las vendas puestas.
—Astuta como siempre, princesa. ¿Estoy volviendo a ofender tus sentidos
de doncella? ¿No puedo disfrutar del lujo en una sola noche sin la amenaza de
lesiones corporales?
—¿Podrías hacerlo con más ropa?
—¿Por qué te importa?
Levanté las manos. —¿Qué pasa si manifiesto habilidades vishakanya y
accidentalmente te toco y luego mueres o algo así?
Se apoyó en los cojines. —Inténtalo.
—¿Por qué invitarías abiertamente a la muerte? Deberías tener miedo de
que te toque.
—Todo lo contrario —Sus ojos brillaron. Nos miramos el uno al otro.
Ninguno de los dos rompió el contacto visual.
Uno…
Dos…
Vikram se echó a reír. —¿Nada? ¿Todavía? Un día te haré sonrojar.
—Sigue intentándolo.
Puse los ojos en blanco, ignorando ese segundo de ingravidez
desorientadora, y me acerqué a la ventana que daba al patio. Una ligera escarcha
cubrió los terrenos de Alaka y vi dónde mis huellas habían formado grietas en la
tierra. Mañana, la nieve encantada robaría cualquier evidencia de que alguna vez
había caminado allí. Lo que me esperaba al otro lado de Alaka no era diferente.
El tiempo lamía con avidez cualquier paso o huella que intentara introducir en el
mundo.
Pero por primera vez, quería creer en las cosas que nos sobrevivieron: las
historias que cobraron vida en la cabeza de un niño, el miedo a la oscuridad, el
hambre de vivir. Esos fueron los pasos que ni el Tiempo4 podía descubrir y borrar,
porque vivían lejos de su alcance, en el canto de la sangre corriendo por las venas
y en los silenciosos hilos que componían los sueños. Quería mantener la
esperanza de esos cuentos dentro de mí y seguirlos como un señuelo todo el
camino de regreso a mí misma.

4 El Dharma Raja, recordemos que en el primer libro también se le conoce como El


Tiempo.
29
COMPARTIR TU SOMBRA
Gauri
Traducido por Ornella
Corregido por -Patty

La mañana de Jhulan Purnima amaneció rosada y fría. El aire se sentía


diferente a como se sentía el día que nos fuimos al estanque del Rey Serpiente.
No chisporroteaba con magia, sino que se sentía tenso como la cuerda de un arco.
Como si el mundo colgara en un acto de equilibrio, igualmente arrastrado por el
fuego y el hielo, el fervor y la calma.
Vikram se paseaba inquieto. Froté el sueño de mis ojos, mirándolo. Antes
de que pudiera decir algo, se acercó y colocó un trozo de pergamino en mi mano.
—Quiere vernos.
Kubera. Mi corazón se hundió.
—Me prepararé.
Él asintió con la cabeza y luego señaló algunos artículos para el desayuno
en la mesa a mi lado.
—Bajé las escaleras y te traje algo de comida. Todo el mundo está...
preocupado hoy. Y están vestidos con galas, así que haz con eso lo que quieras.
Arqueé una ceja. ¿Un Vikram lacónico y agitado por la mañana?
¿Habíamos cambiado de cuerpo durante la noche? Me miré a mí misma. Una
manta cubría mi cuerpo y una almohada descansaba debajo de mi cabeza. No
me había quedado dormida con ninguna de esas cosas. Iba a darle las gracias,
pero había comenzado a caminar de nuevo. Siguió dando palmaditas al cajón con
la media llave de la inmortalidad y, ahora, el veneno del Rey Serpiente.
—¿Dijiste que todos están vestidos con sus mejores galas?
—Sí, pero están...—Vaciló, haciendo una extraña rueda con las manos—
… juntos. De una sola especie. Se vistieron para alguien obviamente. Así que no
importa lo que te pongas. Honestamente, también podrías ir usando eso.
Llevaba un salwar kameez 5de algodón liso, no tenía maquillaje y mi
cabello era una trenza irregular colgando por mi espalda. El hecho de que hubiera
sido atacada, amenazada, envenenada y privada de una semana entera no
significaba que tuviera que mostrarse en mi rostro. Me quité la manta, lancé lo
que esperaba que fuera mi mirada más imperiosa a Vikram y me fui a los baños.
Hoy puede ser feriado, pero también era el día antes de la segunda prueba.
Incluso si el Torneo tuvo que esconderse y enfurruñarse desde los límites del día,
todavía estaba allí. La amenaza era una bestia sutil, mirándonos de reojo, y mi
armadura necesitaba coincidir con ella, así que me volví hacia el sigilo y el poder
de la belleza. En el harén, Madre Dhina nunca me dejó apresurar los preparativos
del día. Su consejo era siempre el mismo—: Vístete como si fueras el espejo de
tus esperanzas y el mundo hará todo lo posible para igualarlo.
Seleccioné el vestido más hermoso que pude encontrar. El frente era un
grupo de intrincados abalorios de perlas e hilo de cristal. Alrededor de mi cuello,
había disfrazado el colgante de zafiro de Maya con varios collares de lágrimas y

5 Vestimenta unisex usada en Afganistán, Pakistán y el norte de la India. Consta de una


camisa, pantalón y túnica.
cadenas de plata. Mis cosméticos eran igual de elaborados. Perla espolvoreó mis
mejillas. Labios y mejillas enrojecidos. Ojos oscurecidos. Di un paso atrás y
admiré mis talismanes. No me había permitido este lujo en lo que me pareció una
eternidad. Estaba arreglando la más mínima mancha en mi mejilla cuando
escuché un golpe violento en la puerta.
—¿Estás esperando la próxima luna llena? Te das cuenta de que el Torneo
habrá terminado para entonces, ¿no? —llamó Vikram.
—Cálmate.
—Me estoy volviendo anciano.
Salí afuera. Abrió la boca para hablar. Me vio. La cerró.
—¿Eres tan anciano que te has convertido en piedra?
Se enderezó.
—¿Estás planeando seducir para ganar?
—La envidia no te conviene —dije a la ligera, pasando a su lado y tomando
la delantera por las escaleras.
Se apresuró a seguirme.
—No envidia. Si pudiera seducir en mi camino para ganar, lo haría. De
hecho, consideré usar tu atuendo, pero el vello del pecho carece de cierto encanto
femenino.
—Tienes muchos más obstáculos para parecer encantador que el pelo en
el pecho.
Varias velas pequeñas florecieron frente a nosotros, abriéndose paso entre
la graciosa multitud. Una guía de Kubera. Nadie se volvió para presenciar las
pequeñas llamas. Pero tal vez eso se debió a que cada persona estaba demasiado
distraída. Tuvimos que abrirnos paso a través de manos juntas, cinturas
apretadas, nudos de amantes con los labios enterrados en los huecos del cuello
y los dedos rozando los brazos desnudos.
Caminar sobre llamas calientes y puntas de cuchillo pulidas habría sido
mucho menos incómodo que luchar para abrirnos paso a través de miembros
enamorados. Dejé a un lado un par de brazos errantes y traté de arrojar dagas
de mis ojos cuando una pareja particularmente amorosa bloqueó una puerta.
—En serio —murmuré.
En poco tiempo, nos detuvimos ante las grandes puertas dobles de un
gran salón. Vikram se movió para abrir la puerta. Le estabilicé la mano. Anoche
habíamos hablado sobre qué hacer con el frasco del Rey Serpiente. Suponiendo
que viésemos a Kubera o Kauveri hoy, ¿ocultamos que teníamos el veneno o les
decimos de inmediato con la esperanza de negociar una segunda salida?
Decidimos no decir nada. Nadie podía empezar a adivinar cómo funcionaban las
mentes de los gobernantes del Otro Mundo. ¿Qué pasaría si hicieran la segunda
tarea mucho más difícil una vez que supieran que teníamos el veneno?
—Recuerda no decir nada —murmuré.
—No tengo deseos de morir.
Abrimos las puertas de un empujón y encontramos un vestíbulo
escasamente pulido de piedra gris. Nada en absoluto como los adornos
ornamentales habituales. Kubera y Kauveri se sentaron en lados opuestos de un
gran columpio que cayó del techo. Kubera vestía un sherwani 6hecho a medida
de color azul escarchado y Kauveri vestía un sari 7 hecho con un río helado donde
unas finas gavillas de hielo flotaban sobre su atuendo. A su alrededor, fragantes

6 Prenda de abrigo largo que se usa en Asia Central y del Sur.


7 Vestido tradicional de las mujeres del subcontinente indio.
guirnaldas de lotos brillantes como la luna, pájaros de seda y cintas relucientes
formaban el columpio.
—¡Ah, están vivos! —dijo Kubera cálidamente. Se palmeó el estómago.
Kauveri nos miró con astucia.
El rostro manchado de lágrimas de su hermana atrapó mis pensamientos.
¿Kauveri sabía lo que estábamos escondiendo? ¿Lo que sabíamos? La miré de
cerca. Una diosa del río no tenía defectos. Al menos nada discernible para el ojo
mortal. Sin embargo, algo se sentía silenciado en ella, el tipo de energía contenida
de alguien que estaba exhausto.
A mi lado, Vikram forzó una sonrisa y se inclinó.
—Estamos llenos de sorpresas, Lord Kubera.
Kubera sonrió y rebotó un poco en su trono.
—Ciertamente me asombró. ¡Deseo mucho saber dónde desaparecieron
durante una semana! ¿Una nueva tierra, quizás? O incluso…
Kauveri levantó la mano.
—Hoy no es para juicios.
—¡Pero mañana lo es! —rio Kubera.
—Mi lord, ¿por qué pidió vernos?
—Curiosidad, sobre todo. Pero también para recordarles que la segunda
prueba comienza mañana. Recuperaron la mitad de la llave de la inmortalidad
después de luchar contra deseos venenosos. ¿Qué nos hace sobrevivir a todo? Lo
eterno no es únicamente una lucha por el deseo. Es una lucha a través del miedo.
Nunca he conocido el miedo, pero me imagino que es como no tener lengua para
saborear la victoria y llenar tu estómago de nieve —Kubera se encogió de
hombros, apoyó la barbilla en la mano y nos miró con expresión de puro
aburrimiento—. Pero tal vez el deseo de llevar a cabo algo es la mitad de la batalla.
No me gustó cómo sonaba todo eso. ¿Una lucha a través del miedo? ¿Qué
pensaba que era luchar a través de una horda de cortesanas venenosas? ¿Un
paseo por una tienda de campaña? Vikram me fulminó con la mirada y traté de
convertir mi expresión en una máscara en blanco.
—Gracias —dije, inclinándome levemente.
Kauveri se inclinó hacia adelante, sus ojos fijos en nosotros. —
Diviértanse, queridos campeones. Alaka es suyo para vagar, suyo para
conquistar. Hundan sus dientes en nuestro oro. Destruyan nuestro palacio.
Quizás encuentren a alguien con quien compartir su sombra al final de la noche,
porque entonces el mundo será suyo para que lo tomen.
Una niebla se levantó del suelo, cubriendo a la pareja. Cuando la niebla
se aclaró momentos después, se habían ido. Estábamos solos. Las últimas
palabras de Kauveri resonaron crudamente en mis pensamientos: este era un día
para los amantes y los últimos placeres antes de que el miedo amenazara con
robarlo todo. Apreté la mandíbula. El festival aguijoneaba cada pensamiento que
había intentado alejar de mí. Estaba balanceándome en un borde: atrapada por
lo que no debería querer y lo que quería de todos modos.
En la puerta, me di la vuelta para encontrar a Vikram de pie mucho más
cerca de mí de lo que imaginaba. Ojos marrones, altos y delgados, astutos, llenos
de oro. Me causó algo.
Te conozco... te veo.
En Bharata, me protegía a mí misma. La debilidad era un privilegio. Te
dividía, eliminaba tus secretos y te ponía cada rayo de poder sobre ti. No tenía
piezas de repuesto. Bharata me llamó su Joya, y tal vez yo era como una. No era
brillante ni preciosa. Pero sí una cosa fría con cien caras. Como facetas de una
gema. Una para cada persona.
Pero Vikram había visto a través de cada faceta, sosteniéndome contra la
luz como si realmente fuera translúcida, y en lugar de hacerme sentir como si me
hubieran examinado y encontrado falsa, me sentía... vista. Mis ojos se posaron
en su mano. Incluso a través de la fuga de ese sueño venenoso, recordé su toque.
Reverente y suave como un sueño. Recordé cómo me miró cuando me desperté,
la forma en que contemplas lo sagrado, no con tus ojos recatados y entrecerrados,
sino con asombro, gratitud e incluso un toque de codicia porque una sola vista
nunca será suficiente.
Fue avivante y liberador. Y me distrajo. Solo tenía que pensar en la
traición de Arjun y el encarcelamiento de Nalini para recordarme por qué estaba
aquí. Y por qué no lo estaba.
—Planeo buscar en los jardines y habitaciones de Alaka —dije—. Tal vez
encuentre algo sobre cómo usar la media llave que tenemos.
—Yo haré lo mismo —dijo, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Preferiría buscar sola.
Su expresión se volvió un poco más fría.
—Nunca dije nada sobre querer unirme a ti.
Oh, pensé, sintiéndome irracionalmente herida.
—Por la noche, tal vez podamos informar sobre lo que hemos encontrado.
A menos, por supuesto, que estés ocupado con las festividades.
Los ojos de Vikram se entrecerraron.
—Lo mismo va para ti. Si no te veo, asumiré que estás... ocupada de otra
manera.
—Bien.
—Bien.
—Disfruta tu noche.
Él sonrió con suficiencia.
—Lo haré.
Pasé el resto de la tarde sin analizar qué significaba "lo haré" mientras
caminaba por el palacio de Alaka. Si había una arena o un espacio secreto donde
se llevaría a cabo la próxima prueba, no tuve suerte para encontrarlo. En cambio,
dondequiera que miraba, el amor y el compañerismo me devolvían la mirada.
Todo se había suavizado. Una fina capa de escarcha helaba el baniano8. Gotas de
lluvia heladas se aferraban a sus extremidades, brillantes y relucientes como un
diamante. Diminutos columpios y campanillas de viento colgaban de sus ramas,
de modo que el mundo era una cosa de hielo y música. Una tienda fantasmal
flotaba por el terreno, arrojando objetos extraños: un reloj de arena lleno de perlas
que flotaban hacia atrás, ampollas de cristal que bailaban sobre sí mismas y
derramaban música, cisnes en miniatura del tamaño de uñas de pulgares y
caballos hechos de pétalos de rosa encantados que galopaban entre los árboles.
No sentía resentimiento por los amantes que me rodeaban, pero era
imposible ignorar ese abismo que se abría dentro de mí. Me sentí como si
estuviera parada sobre él, mis dedos de los pies a poca distancia del borde. ¿Me
rompería o me fortalecería caer? En Bharata, no había tentación de caer. Ahora
sentía ese pánico silencioso de saber que algo estaba a mi alcance y no saber si
arrebatárselo o dejarlo ir.
Al dar vueltas inútilmente por los terrenos de Alaka, me encontré mirando
la tienda de las vishakanyas. Ningún cliente hacía cola. Ningún guardia
flanqueaba la entrada. Y ni una sola columna de humo salía de la gran tienda de

8 Árbol nacional de la República India.


pavo real. Una pequeña rama se partió detrás de mí, seguida de suaves pasos
que reconocí al instante.
—¿Estás aquí para unirte a nuestras filas?
Aasha salió de los árboles llevando un manojo de tallos llenos de ramas
florecidas.
—Quizás en mi próxima vida —dije—. ¿Qué estás haciendo?
—Experimentando —dijo—. Me di cuenta de que el bosque fuera de
nuestra tienda también era inmune a nuestro toque, así que he estado
explorando. ¡Mira! —Dejó caer las ramas y arrancó una flor de uno de los
extremos. Presionó la flor contra su mejilla y suspiró—. Se siente… mejor que la
seda. Ojalá este no fuera el último Torneo. Nunca volveré a tener esta
oportunidad. ¿Qué estás haciendo?
—Tratando de encontrar algunas pistas para la próxima prueba.
Me lanzó una mirada de complicidad y supe que estaba olfateando
cualquier deseo que yo decidiera no expresar. Vi cómo se quitaba una flor de la
mejilla, mirándola con los ojos entrecerrados.
—Aasha, yo no...
Se metió la flor en la boca. Sus ojos se agrandaron. Ella lo escupió,
gimiendo. No pude evitar empezar a reír, lo que la hizo reír, y en poco tiempo
estábamos dobladas en ataques de risa.
Ella suspiró.
—Algunos experimentos son, lo admito, mejores que otros.
—¿Por qué nadie hace fila en la carpa hoy?
—Este día es para las cosas verdaderas —dijo Aasha, acariciando los
pétalos—. No imitaciones. No es tan malo tener un descanso de los
patrocinadores, pero sí significa que el Torneo de los Deseos casi ha terminado.
Después de Jhulan Purnima, lo único que queda para celebrar es el Desfile de
Fábulas y luego... y luego no hay nada en mi futuro más que veneno.
Una punzada de lástima me atravesó.
Aasha suspiró. —Pero vale la pena. He hecho algo con lo que soñaba.
Casi deseé que Aasha pudiera regresar al mundo humano, solo para
experimentar lo que era y lo que no se estaba perdiendo. No pude evitar admirar
a alguien que no deseaba nada, sino que buscaba el conocimiento por curiosidad
y por puro amor por aprender. Se parecía mucho a Nalini en ese sentido, siempre
en movimiento y nunca del todo satisfecha. Y al igual que Nalini, también estaba
atrapada. La sonrisa desapareció de mi rostro.
—¿Qué dijiste después de Jhulan Purnima?
—El Desfile de las Fábulas —dijo Aasha—. Es cuando el Señor de los
Tesoros muestra todas las historias que han crecido en sus pasillos.
Los pájaros de la historia, pensé. A Kubera le encantaban sus cuentos.
Dijo que era porque las historias eran el mayor tesoro, pero ¿solo quería
coleccionarlas o había algo más?
—Deseo verlo algún día —dijo Aasha en voz baja—. Pero las vishakanyas
nunca están permitidas dentro del palacio.
—¿Quizás algún día lo harás?
—Tal vez —admitió.
A estas alturas, la tarde tocaba el cielo. Aasha se fue para estar con sus
hermanas y yo no estaba más cerca de encontrar alguna pista para el próximo
juicio. A mi alrededor, el canto y la danza llenaron el patio. Barrí con mis ojos el
paisaje de Alaka. Seguí esperando que las Sin Nombre salieran de las sombras,
pero se habían mantenido para sí mismas. Sin ningún lugar para buscar en los
patios, me dirigí a los huertos mágicos.
Nunca antes me había adentrado tanto en los huertos. Todo estaba quieto.
Tranquilo. Los árboles se erguían altos y solemnes, sin madera para su corteza,
pero con cintas de espejo plateadas y deslustradas. Cuando di un paso atrás, la
arboleda parecía la caja torácica de algún monstruo olvidado. Nada quedaba de
su terror, salvo sus huesos de invierno y sus dientes de espejo. Ningún reflejo
brillaba en la corteza del espejo. En cambio, los árboles se convirtieron en una
especie de lente. No eran transparentes, pero pude ver a través de ellos algo
brumoso en la distancia: pedazos de un cielo de peltre a través de un entramado
de árboles. La energía zumbaba alrededor de los árboles espejo, y me pregunté si
funcionarían como la piscina del portal del Rey Serpiente. Un puente de un lugar
a otro.
Ramas heladas se partieron detrás de mí. Vikram. Todo mi cuerpo se tensó
y se iluminó a la vez. Lo extrañe. Si este fuera el único día que quedara, ¿lo
desperdiciaría en una existencia austera y gélida? ¿O lo tomaría por lo que era y
descubriría en qué podría convertirse más tarde?
—Ninguna mujer hermosa debería estar sola en Jhulan Purnima —dijo
alguien en voz baja.
Mi corazón dio un vuelco. No era Vikram. Me encontré cara a cara con un
hermoso yaksha. Era moreno y de hombros anchos. La savia ambarina corría por
su cabello y sus ojos eran de un cambiante e hipnotizador color verde y negro.
—¿Quién eres tú?
Él rio.
—El Guardián de los Huertos, tanto abandonados como atendidos. Los
árboles me dijeron que te escucharon. Les gustas, lo sabes. Les recuerdas a otro.
¿Por qué no me dejas acompañarte a los ritos finales de la noche? El festival es
una celebración de tantas cosas —dijo con una voz como la seda oscura—. Cosas
que hacemos en la oscuridad con solo la noche como testigo. Cosas que si el día
supiera harían que el cielo se sonrojara de carmesí al verlas.
—No. Me estaba yendo.
El yaksha apareció a mi lado en un instante.
—Dime, belleza, ¿eres tú la humana que despojó al Rey Serpiente de su
veneno?
Me agarró del brazo. Mis manos fueron inmediatamente a mi daga.
—Quita tu mano de mí.
—No hay razón para volverse hostil, belleza —se rió el yaksha—. Creo que
podríamos hacer un intercambio. Quiero ese veneno. Puedes tener lo que quieras
de mí. Puedo ser muy generoso.
Acarició mi mejilla. Le escupí en la cara.
—No —dije dulcemente, en caso de que la saliva que goteaba por su mejilla
fuera demasiado sutil.
—No me gusta que me digan que no —dijo el yaksha.
—No me gusta que me toquen sin permiso.
Me solté de su agarre. Las raíces se derramaron de la túnica del yaksha,
anclándolo al suelo. Él rio. El sonido rompió mi paciencia. Me lancé, haciendo
girar los cuchillos del cinturón oculto en mi cadera, cortando las raíces atándolo
en su lugar. Gruñó y retrocedió. La lujuria humedeció sus ojos y todo mi cuerpo
se estremeció de disgusto. Me mantuve firme, sin romper el contacto visual.
Acércate. A ver si te atreves.
Se atrevió.
Extendí la mano hacia las ramas que se extendían por encima de mi
cabeza, eché un puñado hacia atrás antes de soltarme en el momento en que él
corrió hacia mí. Aulló, arañándose la cara. Avancé y lo derribé al suelo. Lo rodé
sobre su espalda, pateando sus rodillas y hundiendo mi cuchillo a unos
centímetros del lugar que instantáneamente mataría su lujuria. Para bien.
—No fallé —dije—. Déjame ir o arriésgate a tentar mi puntería.
Me volví para irme cuando lo escuché gruñir.
—Mi turno —siseó.
Lanzó sus manos al aire, convocando una capa susurrante de polillas. El
suelo desapareció. Dondequiera que mirara, las polillas con alas plateadas
apagadas me robaron la vista. Me arrastré, el pánico tensó mi piel. Su risa llenó
mis oídos y se apoderó de mis pensamientos. Estaba fuera de mi cabeza. Fuera
de mis habilidades. No podía luchar contra su magia con fuerza.
—Los árboles te quieren, princesa —dijo su voz desde todas partes—.
Puedes cultivar un hermoso árbol de ese corazón tuyo. Ha pasado tanto tiempo
para ellos. No desde que la reina Tara arrancó un corazón y lo regó con sus
lágrimas y lo protegió con los huesos de su amada. Puedo enseñarte a vivir para
siempre. Puedo enseñarte cómo convertir tu venganza en fruto. Puedo enseñarte
lo que significa ser invencible. Todo lo que tienes que hacer es darme el veneno.
Alas de polilla azotaron mi cara y enredaron mi cabello. Antes de Alaka,
me habría tentado. La invencibilidad era todo lo que había deseado cuando
Ujijain me mantuvo en esa celda mes tras mes. Pero había probado el fruto de la
venganza. Y era estrecho y amargo. No es una historia en absoluto, sino un final.
Me merecía más.
—Nunca —siseé.
El manto de las polillas se rompió. Agarrando mi daga, me levanté de un
salto y me enfrenté al yaksha. Sus ojos se entrecerraron.
—Me cansas —dijo—. Tendré lo que quiero.
Echó un vistazo a mi daga y pasó de metal a madera. Apenas tenía un
juguete para protegerme de él. Calmé mi respiración, concentrándome en sus
debilidades. Las raíces. Apuntar a ellos. Patearlos, desgarrarlos, cortarlos con las
manos y los dientes si es necesario. Estaba lanzándome, con las manos
extendidas, cuando algo brillante y dorado surcó el aire.
El guardián del huerto saltó hacia atrás justo a tiempo para evitarlo. Pensé
que la bola dorada rebotaría contra el árbol, pero en lugar de eso pasó
directamente a través de la corteza del espejo. A lo lejos, escuché voces de un
bosque diferente. Incluso el yaksha frunció el ceño. Las voces parecían provenir
del interior del árbol. Los pequeños pelos de la parte posterior de mi cuello se
erizaron. La gente sonaba demasiado familiar.
Sonaban como Vikram y yo.
Pero no tuve tiempo de procesar las espeluznantes voces. Alguien se
estrellaba contra los árboles. Entrecerré los ojos en la densa red de ramas. Fuera
lo que fuese, sonaba como un toro trastornado. Miré más de cerca.
No era un toro trastornado.
Para nada.
30
MUNDO DESAJUSTADO
Vikram
Traducido por Ornella
Corregido por -Patty

Vikram no era ajeno a encontrar debilidades. Había sido parte de su


talento como el Príncipe Zorro de Ujijain. Sobrevivió encontrando los hilos que
unían a las personas y descubriendo sus secretos, encontrando los agujeros... y
presionando.
En una de sus últimas visitas a casa, había programado una reunión con
un asesor de alto rango con la esperanza de ayudar en un proyecto de
planificación para la ciudad.
—¿Y por qué le permitiría participar en una reunión así, alteza? —se burló
el consejero—. No es necesario que asista. Nos ocuparemos de esos compromisos
cuando se siente en el trono. Hay mejores formas de gastar sus horas.
Vikram se había acercado al consejero y golpeó con los dedos.
—Tal vez me sienta inspirado por la forma en que pasas tus horas —había
dicho—. Tal vez iré a las mesas de dados. Me he dado cuenta de que sus
ganancias están controladas por la poca o mucha atención que presta a los
intereses del representante de la ciudad.
—¿Cómo sabe eso? —preguntó el consejero, palideciendo.
—Resulta que no todo el mundo sabe que debo simplemente 'sentarme'
en el trono de Ujijain.
Dejó que esta información se demorara solo para ver sudar al consejero.
—Tiene demasiado tiempo libre, príncipe Vikramaditya.
—Entonces cambia eso —dijo Vikram—. Inclúyeme en los comités.
Dedique mi tiempo, y puede que haga la vista gorda con el suyo.
Estuvo involucrado en siete comités esa temporada.
Pero pasar gran parte de su tiempo buscando debilidades significaba que
no podía ignorar las suyas.
Jhulan Purnima amenazaba con desatarlo. Incluso el aire se volvió
embriagador y dulce. Casi, pensó Vikram, olía a ella. Lo había notado el otro día,
cuando se inclinó para murmurar una canción rota en su oído y suplicarle que
viviera. Tenía esa fuerte fragancia verde que pertenecía a las flores sin abrir.
Belleza calentada por el sol a punto de estallar.
Ni siquiera se había dado cuenta de su debilidad hasta esa noche, cuando
esas llamas sin calor lamieron su camino a través de su torrente sanguíneo. ¿Y
si ella no viviera? Al principio, su mente se negó a considerar la posibilidad de su
muerte. Pero luego la había llevado. Él había sostenido su cuerpo inerte y
envenenado contra su pecho, y sintió que su vida se deshacía. Y sabía que el
Torneo de los Deseos había dejado de ser un juego.
Desde esa noche, necesitaba decirle... algo. ¿Pero qué?
Por favor, no mueras, sonaba tonto. Hueles bien, sonaba peor. Ni siquiera
estaba seguro de cuáles eran las palabras correctas, pero se sentaron en su
lengua e hicieron imposible hablar a su alrededor. Antes de Alaka, se habría
contentado con mantener los espinosos no-sentimientos que se habían levantado
dentro de él. Pero la muerte imponía urgencia. La muerte arrancaba la piel de los
sueños y mostraba los huesos debajo. Y Vikram veía los huesos ahora. Cuando
cerró los ojos, vio que la mirada de largas pestañas de Gauri se cerraba. Y
permanecía cerrada. Vio su propio cuerpo arrugado junto a las orillas de un
estanque no muy diferente al portal del Rey Serpiente, convirtiéndose en un
esqueleto para que algún príncipe ignorante reflexionara o ignorara.
Irritado, Vikram atravesó la juerga y sacó una copa con joyas de una de
las bandejas de cristal flotantes. Hizo girar la copa y observó cómo la bebida de
color rosa pálido se intensificaba de rosa a granate y a negro invernal. El mismo
tono que sus ojos. Derramó la bebida al suelo.
Vikram estaba ahora lejos de las juergas, al borde de los huertos. Una risa
baja resonó a través de los árboles silenciosos. No era una risa de camaradería o
amor. Era una risa de control.
Persiguiendo el sonido, entró en un huerto lleno de árboles blancos como
los huesos delgados como una aguja. Aquí, la nieve y el hielo se convirtieron en
cenizas suaves. La arboleda poseía la calidad inalterada de los campos de
cremación. El dolor abolló el aire, volviéndolo tan pesado y denso que pensó que
podría atravesarlo. Su aliento se convirtió en plumas frías mientras avanzaba
sigilosamente, consciente de los extraños árboles.
A través de una red de ramas, vio a Gauri arrastrándose por el suelo del
huerto. A cierta distancia, delante de ella, había un yaksha de cabello ámbar. Se
mantuvo de forma extraña, con las piernas hundidas hasta los tobillos en el
suelo, el rostro duro y retorcido. Vikram se quedó paralizado, hipnotizado por la
flor negra en la cara del yaksha, aceite y hongos, raíces goteando y colgando de
la nariz y la barbilla.
Algo se rompió. Un aullido del yaksha. Gauri se levantaba victoriosa. No
fue hasta que vio que su mano agarraba una daga de madera que el pánico se
apoderó de su corazón en un puño. Si tuviera su verdadera daga, podría volverse
contra él por atreverse a interrumpir su victoria. Pero este no era su oponente
habitual de carne y hueso. Vikram miró hacia abajo y maldijo. En Ujijain, nunca
había tenido motivos para portar armas, por lo que nunca desarrolló el hábito.
Era musculoso, pero eso no importaba frente a la magia.
Sin embargo, podría correr.
Podía correr muy rápido.
El tiempo corría sobre él. El yaksha se acercó a Gauri. Correr rápido no
haría la diferencia si no pudiera distraer al yaksha. Necesitaba algo. Algo que
compraría un momento de distracción. Vikram se inclinó, escudriñó la ceniza en
busca de una piedra o un palo, y sus manos golpearon la corteza del árbol blanco
como el hueso. El árbol tembló. Con un exuberante suspiro, la corteza se desplegó
y se dividió por la mitad para revelar una manzana perfectamente dorada en el
centro. Vikram no lo pensó dos veces. Metió la mano, agarró la fruta, apuntó
directamente al yaksha y la tiró. La fruta navegó por el aire, una corteza dorada
y bruñida brillando en la tenue luz del atardecer. Su objetivo, por una vez, fue
certero. Pero el yaksha debe haberlo detectado. Dio un paso atrás y la manzana
atravesó la corteza como si el árbol estuviera hecho de agua.
No era exactamente lo que esperaba, pero había aprendido a aceptar cosas
más extrañas. No perdió el tiempo. Vikram cargó hacia adelante. El viento rasgó
su chaqueta. El suelo se volvió borroso. Una luz pálida iluminaba los árboles de
los espejos, pero la luz era concisa y distante, como un relámpago que palpita
detrás de un velo de nubes. Las raíces que habían cosido el yaksha al suelo se
alzaron en su desesperación por moverse. Pero Vikram fue más rápido. Se estrelló
contra él. El yaksha se inclinó hacia un lado, con los brazos echados hacia atrás.
Telas de araña brillantes como el cuarzo salieron de sus dedos, buscando agarre.
Con el cuello arqueado y los ojos muy abiertos, el yaksha se deslizó hacia un lado
y cayó al suelo. Vikram se preparó para una caída, pero Gauri lo agarró por el
cuello de la chaqueta y lo enderezó. Jadeó, su corazón aún latía en su pecho
mientras el yaksha se apoyaba sobre sus codos y lo miraba.
—Cógela y lo lamentarás —escupió.
Gauri hizo girar su daga de madera entre sus dedos antes de apuntar al
yaksha. Vikram se apartó de su camino.
—Toma esto maldita sea —dijo, soltándolo. La daga encontró su marca y
rápidamente golpeó al yaksha en la cabeza. Desapareció en el acto.
Gauri lo enfrentó. Su cabello se había deshecho alrededor de su cara. De
alguna manera, sus ojos se veían aún más negros de lo normal, como si hubieran
capturado el cielo nocturno en su mirada. Se sintió sin aliento. Pero no de su
carrera. El fuego ardía justo debajo de su piel. Maldijo. ¿Qué pasó con tener
siempre un don con las palabras? Las palabras se convirtieron en cenizas en su
boca.
—¿Encontraste algo útil? —Había comenzado a decir cuando ella habló
por encima de él—: Estaba pensando en la advertencia de Kubera. Sobre el deseo.
Y lo peligroso que es.
Se detuvo en seco.
—Sí —dijo lentamente—. Lo es —Y luego, porque tenía que hacerlo,
porque cada astilla de él gritaba que en este momento podrían crecerle alas si su
alma lo hacía sincero, dijo—: Para mí, no hay nada más peligroso en este palacio
que tú.
Ahora ella lo miró. Ella no se ablandó. O sonrió. En todo caso, se había
convertido en un poco del suelo en el que estaban. Fría y encantadora. Pero el
asombro brotó de sus ojos. Maravilla y algo así como... alivio. Y si antes pensaba
que había fuego bajo su piel, no era nada comparado con ahora. Ahora se había
tragado el sol. Ahora el mundo había dejado de dar bandazos y había comenzado
una danza imposible.
—Pensé que ibas a mantenerte alejado de mí —dijo.
La miró, esta princesa que parecía tan peligrosamente aguda que podría
cortarse con solo rozar su sombra.
—No sé cómo.
Él esperó. Pensó que podía trazar el espacio entre ellos. Era delicado.
Demasiado delicado. Una cosa de seda, nieve y filigrana de oro. Y nada era real
excepto ella, y el exquisito brillo de sus ojos y la comisura de sus labios dibujando
una sonrisa.
—Entonces no lo hagas.
31
UN BANQUETE DE DESEO
Gauri
Traducido por Ravel
Corregido por -Patty

Vikram entrelazó sus dedos con los míos haciendo que mi piel ardiera bajo
su toque. Unos momentos después salimos de los jardines y, al llegar al patio las
celebraciones a nuestro alrededor nos envolvieron con su melodía. El
encantamiento erosionó el anochecer hasta que lo único que quedó para inhalar
hasta nuestros pulmones era la magia. No el aire. La música nos encomendó
bailar y nos hizo dar vueltas alrededor del otro como si nuestras miradas fueran
anzuelos y bisagras de los que se suspendían nuestros sueños. Y cuando la
música renunció a nosotros, nuestros cuerpos cayeron el uno contra el otro. Su
mirada formuló una pregunta y la mía le otorgó una respuesta. Nuestras sombras
se extendieron en el suelo ante nosotros, guiándonos a través de las festividades
y la prolongada oscuridad, arriba, hacia las escaleras y directo hasta nuestra
habitación.
Me gustaba pensar que contaba con un cierto número de virtudes. Más,
la paciencia nunca había sido una de ellas. Al momento que la puerta se cerró
atrapé sus labios entre los míos. Al compás de besos precipitados y urgentes
nuestras manos se movían voraces por nuestros cuerpos. Sus dedos se clavaron
en mi cintura, atrayendo mis caderas hacia las suyas.
Al unísono, el tiempo parecía ir demasiado rápido y demasiado lento y la
distancia se sentía como una ilusión que intentábamos despedazar. Lo empujé
hacia la puerta y le arranqué la chaqueta. Vikram se quedó ahí parado, con la
cabeza inclinada como si me diera permiso para apreciarlo. La luz quedaba
atrapada entre las líneas cordadas de sus músculos y mis ojos lo recorrieron
desde sus amplios hombros hasta el plano de su esbelto y marcado torso. Lo besé
de nuevo, más despacio, como si faltara una eternidad para la prueba de mañana.
Intercambiamos latidos hasta que nuestros besos sucumbieron a un mismo ritmo
y la noción de donde comenzábamos y donde terminábamos quedó perdida. Este
era el recordatorio que necesitaba, la esperanza que me hizo rechazar la oferta
del yaksha incluso cuando el recuerdo de la fruta demoníaca cantaba en mis
venas. No quería despojarme de mi corazón. Quería entregarlo. Libremente y sin
la sospecha de que terminaría volviéndose un arma en mi contra. Deseaba libre
albedrío para deshielarme, para dejar que se quebrantaran las murallas que el
gobierno de Skanda me había obligado a levantar. Anhelaba el privilegio de la
debilidad.
Vikram sostuvo mi cuello entre sus manos para profundizar nuestro beso.
Y ahí encontré… asombro. Un nuevo encantamiento. Esta magia no era una
ostentosa o esplendorosa ilusión, era el tipo de asombro que se descubre en el
espacio entre cada uno de nuestros latidos y que sale a la luz en la sedosa
sensación de dedos trenzando a través del cabello. Era magia almibarada y
destinada, un mundo diminuto al que solo podíamos acceder nosotros y en el que
quería deleitarme por tanto tiempo como pudiera. Lo besé en las mejillas, en los
labios, en la parte inferior de su barbilla. Cuando mordisqueé su barbilla, él gimió
y también tomé ese sonido entre mis labios.
—Gauri —dijo él con la voz ronca y recubierta de deseo.
Fue el sonido de mi nombre en sus labios lo que me detuvo. Lo había
pronunciado como si fuera una súplica o una plegaria, algo que haría a una vida
terminar o comenzar. Tal vez se dio cuenta de mi vacilación porque tomó mi mano
y la llevó hasta sus labios para besar mis nudillos y la parte interna de mi
muñeca. Todo el calor que se había retorcido en mis venas se volvió un nudo
tenso en mi estómago.
Si sobrevivíamos al mañana... si ganábamos el Torneo… ¿qué significaría
esto? Si nos despojaba de todo lo que éramos, pareceríamos solo una chica y un
chico que habían encontrado algo que deseaban ver en qué se convertiría con el
tiempo. Pero era imposible dejar atrás quién era yo y quién era él. Él era el
Príncipe de Ujijain y, algún día, se volvería el Emperador. Y, si sobrevivíamos,
esas mismas manos que ahora se aferraban a mi cuerpo con tanta intensidad
después empuñarían un gran poder. Quizá, incluso algún día querrían usar ese
poder contra mí.
Retrocedí un paso y Vikram dejó caer sus manos.
—¿Sucede algo?
Sí. Esto. Nosotros.
—No, es solo… Necesito un momento —dije con los labios apretados.
Comencé a alejarme y él atrapó mi muñeca entre sus dedos.
—Esperaré aquí por ti —Me dijo con dulzura mientras sus ojos me
miraban con intensidad. Estaba demasiado oscuro como para distinguir las
líneas de oro que se entretejían entre sus ojos, aun así, sentí que en ese momento
podía distinguirlas con claridad—. Esperaré tanto como sea necesario.
Me incliné hacia él y lo besé.
—No te haré esperar mucho.
—¿Es que acaso he logrado despertar a tu elusiva misericordia?
—Algo así.
Corrí hacia los baños, dejándolo a él entre las sombras. Con mis manos
recargadas contra el lavabo me quedé contemplando mi reflejo y hundí mis
dientes en mis mejillas como si lucir un poco más feroz podría de alguna manera
resolver esta extraña batalla que se desencadenaba dentro de mí. Nunca me
había atrevido a esperar que hubiese alguien quien me desafiara y, al mismo
tiempo, me respetará, que me conociera en mi peor momento y aun así logrará
sacar lo mejor de mí. Y, pese a todo, lo había encontrado en lugar más
inimaginable y con la persona menos conveniente de todas. ¿No era eso razón
suficiente para pelear? ¿Podría vivir sabiendo que lo había dejado entre las
sombras… esperando por mí?
No podría. Esa era la única respuesta que necesitaba.
Rocíe agua en mi rostro, y alise mi cabello. Mi corazón retumbó en mi
pecho. La impaciencia y la cautela invadían mi cuerpo. ¿Por qué nunca había
prestado más atención a la conversación de las esposas del harén? En esos
momentos. siempre había optado por esconderme detrás de mi cabello y perder
a voluntad mi sentido del oído. ¿Sangre y masacre? Ni siquiera pestañaría. Pero,
¿intimidad? ¿Desnudarte ante alguien más? Nada me horrorizaba más que eso.
Afuera la noche comenzaba a retraerse. Las estrellas no eran más que
pequeñas y apagadas joyas en el cielo. Dejé que una cauta ola de felicidad corriera
a través de mí. Y, entonces, salí del baño.
Más, Vikram no estaba de pie junto a la puerta de la que había salido
corriendo. Y la cama no estaba desordenada. Fruncí el ceño, fijando la vista sobre
los cojines y la pequeña área para sentarse… pero tampoco estaba ahí. El frío me
lamía la columna mientras me acercaba hacia la puerta. Algo mojado y oscuro
relucía en el suelo. Ahí, en garabatos propios de una mano temblorosa estaba
escrito con sangre un mensaje:
Podría hacer un banquete con este deseo.
¿Y tú, podrías?
La segunda prueba había comenzado.
32
UN ATRACÒN DE NIEVE
Vikram
Traducido por Irais
Corregido por -Patty

El mundo terminó no con una ruptura, sino en un abrir y cerrar de ojos.


En un momento, su cuerpo había sido una columna de fuego contra el de
él. Al siguiente, había desaparecido en los baños. Se había desplomado contra la
puerta, sin aliento. Su mirada, sin saber adónde viajar, se había aventurado al
cielo más allá de la ventana, donde tenues nubes llevaban la mancha escarlata
del amanecer. La vista lo había sacudido. Ese parpadeo de conciencia, un nuevo
día, brilló en su cabeza. Un parpadeo más tarde, y un pasillo vacío y nevado llenó
su vista. Sus rodillas golpearon tierra congelada. La piel de gallina le picaba la
piel. Parpadeó. La respiración se anudó en su pecho, dejándolo jadeando
mientras su mente reunía febrilmente fragmentos de observación: un beso en el
hueco de su garganta, un fragmento de cielo despegado para revelar un nuevo
día. Nieve en sus ojos. Un fuego frío que arde hacia una nueva verdad: Había
comenzado la segunda prueba.
Cruel y veloz.
Su corazón se sentía como si lo hubieran dejado colgando. Hizo una
pausa, empujando su furia fuera del camino. Si quería volver a Gauri, y quería,
necesitaba concentrarse. Vikram se obligó a pararse, devanándose los sesos por
la advertencia de Kubera.
Es una lucha a través del miedo...
...es como no tener lengua para saborear la victoria y llenarse el estómago
de nieve...
Sobre él, una red de telarañas formaban el cielo. Hilos de seda
entrelazados, salpicados de lluvia helada como diamantes. Hubiera sido hermoso,
pero podía sentir el frío hasta la raíz de los dientes. La luz de esas gotitas
suspendidas era tan áspera como la punta de un cuchillo, y el aire tenía un sabor
oxidado y seco. Como sangre y polvo.
Dio un paso adelante. El hielo se agrietó bajo sus pies. Se estremeció.
Gauri se había quitado la chaqueta, un pensamiento que lo habría calentado si
no fuera por la escarcha que trepaba por su hombro. No había sandalias que
cubrieran sus pies. La escarcha quemó. Dio otro paso. Un sonido, como un
deslizamiento de rocas, iluminó el mundo. Miró hacia arriba para ver algo
envuelto en vidrio girando ante él. Era grande, tan alto y ancho como él, y tenía
la forma de una crisálida. Vikram maldijo. No tenía armas. ¿Cómo podría vencer
al miedo si no podía luchar contra él?
La crisálida se dio la vuelta para mirarlo. Se rompió por la mitad,
partiéndose con un sonido húmedo al abrirse. Allí, de pie en todo su esplendor,
estaba su padre, el Emperador Pururavas. Puru sonrió, su rostro se arrugó con
calidez. Vikram dio un paso atrás, alejándose de la ilusión de su padre.
—Hijo, lo has hecho muy bien —dijo su padre—. Simplemente habla y
hazme saber que quieres el trono y es tuyo.
Su padre extendió las manos y un Consejo de Ujijain en miniatura se
acomodó en sus palmas, mirando expectante a Vikram.
Vikram abrió la boca, pero ni un solo sonido salió de su garganta. Estaba
mudo. Se arañó la piel, tratando de gritar. Tratando de hablar. Nada más que
aire silbaba de sus dientes.
—¿Qué es esto? —preguntó su padre, inclinando la cabeza—. Tu lengua
es tu mejor arma, Príncipe Zorro. Es lo que le ha dado forma a tu vida. ¿No
hablarás y reclamarás tu trono?
Vikram miró hacia arriba, sorprendido. Su mayor miedo tomando forma
frente a él.
No tenía voz. Ningún poder.
La cara de Puru desapareció, reemplazada por la cabeza de leopardo
mascota. La sangre le salpicó el hocico. Los ojos planos de animal miraron a
Vikram, llenos de burla.
—Bueno —dijo el leopardo con la voz de su padre—. Siempre fuiste una
cosa débil. Ahora no puedes hablar. En ese caso…
Se abalanzó y se liberó de los confines del cristal.
Vikram corrió.
Otro miedo surgió del cielo. Gauri. Patinó hasta detenerse, con el corazón
enloquecido por la esperanza. Pero luego vio el brillo fantasmal de su piel. Otra
ilusión. Vikram debería haberlo sabido. Después de los años que pasó
manipulando el consejo, no hay dos miedos que tengan el mismo rostro. Esta era
una pelea que enfrentarían por separado.
—Fue tan fácil engañarte —se rió—. Quería un deseo y ahora tengo tu
corazón y tu imperio. Me pregunto cómo será romper ambos. O tal vez te mostraré
algo de esa misericordia elusiva después de todo y te cortaré donde estás parado.
Habla, querido príncipe. Adelante. O te mostraré mi famosa misericordia.
El intentó. Una y otra vez lo intentó. Pero las palabras se le escaparon.
Gauri levantó una espada por encima de su cabeza. Vikram se deslizó
donde estaba, apenas evitando la espada asesina de su miedo fantasma. Trepó a
otro puesto, sintiendo la presión de los cuerpos a su alrededor. Su madre flotaba
en el aire, girando y sin ver. Un collar de escarcha rodeaba su cuello roto.
—Morí por ti —dijo—. Pero ya lo sabías, ¿no?
Él se agachó, evitando por poco su cuerpo oscilante. Dio un paso hacia
adelante y su cuerpo cayó del aire, esta vez rompiéndose en el suelo helado.
El cuerpo se dio la vuelta, los labios azules rasgados murmurando—: Morí
por ti. Y mira en lo que te has convertido...
Corrió, el viento helado rasgaba su piel. El cuerpo de su madre se levantó,
se inclinó y se retorció mientras gritaba—: Morí por ti y te convertiste en nada
más que una mascota humana cenando en la mesa de tus superiores, ansioso
por las sobras y tratando de enloquecer con una princesa enemiga que tan pronto
como te sonreiría te romperá el corazón entre los dientes —Ella corrió tras él—.
No morí por esto. Quiero mi vida de vuelta. Habla, perro. Muéstrame que mi
muerte valió algo o te quitaré la vida para recuperar la mía.
Vikram corrió.
Le siguieron sus miedos.
Caminaban con paso ligero, andadura pesado, rápidos y astutos, saliendo
de las sombras y desenvolviéndose de las telarañas sobre él. Le rozaron el brazo,
le hicieron cosquillas en la garganta, se rieron de su desconcierto y tiraron del
suelo debajo de él. Vikram corrió hasta que llegó al final del pasillo. Sus ojos
escudriñaron el final frenéticamente. Buscando una puerta, un agujero. Alguna
cosa. Cualquier cosa.
Se dio la vuelta para ver a los alumnos y sabios del ashram, Gauri, su
madre, su padre, el consejo, Kubera, incluso él mismo, bajando las cejas y
mirándolo. Sus ojos ardían. Sus bocas trabajaron furiosamente. No había forma
de escapar de ellos. Dieron un paso adelante. Las sombras se derramaron sobre
el suelo, extendiéndose sobre él. Un muro de miedo ineludible lo acorralaba por
todos lados. Esto era todo. Quería reír. Todo este tiempo, había esperado estar
destinado a más. Lo había creído ferozmente. Y ahora estaba mirando la verdad,
y la verdad mostraba cimitarras en su sonrisa y destellaba hambre en sus ojos.
Un espacio exprimido de las sombras. Vikram tranquilizó su mente,
concentrándose. No había ninguna dirección para moverse excepto una:
Hacia adelante.
A través de ellos.
Se paró. En su propia mente, dio un paso hacia un lado. Cambiando sus
pensamientos. Sus miedos eran suyos, ¿no? Los había extraído de sí mismo. Los
había forjado a partir de cada dolor y furia. El miedo era un recordatorio de que
incluso los insustanciales podían matar. Pero insustancial significaba que no
tenían forma. No podían ser conquistados, domesticados o evitados. Solo se
movían, con fuerza y voluntad. Vikram se agachó, sus dedos extendidos sobre el
suelo, su aliento formando carámbanos en el aire.
Sus miedos se hundieron. Afilados. Hambrientos. Él sonrió.
Yo los hice.
Soy su dueño.
Repitió las palabras como un mantra, hasta que encontró la fuerza para
pararse... Y correr.
33
UNA FIESTA DE MIEDO
Gauri
Traducido por Irais
Corregido por -Patty

El pánico se abrió como un océano debajo de mí, pero no pise el borde. No


me ahogaría. Esto era mágia. Debería haber sabido que cuando era más hermoso,
solo estaba silenciando su espada. Lo que no sabía era que Kubera nos haría
pelear la segunda prueba sin el otro.
Me concentré en la oscuridad entre cada uno de mis latidos acelerados,
encontrando esa evasiva calma y sin dejarme ir. Esta era la guerra. Trátalo como
tal.
La segunda prueba era por la segunda mitad de la llave de la inmortalidad.
No sabía si el rubí era mi propia arma, pero corrí hacia los cajones y lo saqué de
todos modos. A continuación, rodeé el mensaje en el suelo. Vikram no era un
guerrero, pero estaba lejos de ser débil. Debería haber podido contraatacar. O
gritar.
El hecho de que no hubiera hecho ninguna de las dos cosas se poso dentro
de mí como una piedra fría.
Abrí la puerta, medio esperando y medio temiendo una pisada o una
mancha de sangre. No encontré nada. Abajo, todo estaba en silencio. Nada más
que silencio y piedra se encontraron con mis ojos. Quería gritar. Quería correr
hacia esa arboleda de demonios, cortar una fruta de su árbol y romper los
cimientos de Alaka si eso es lo que haría falta para encontrar a Vikram.
Respiré profundamente, aquietando mi corazón. Si me acercara a esto
como una tonta desconsolada, fracasaría. Las emociones pueden ser sílfides que
te arrullan y te estrellan la cabeza contra las rocas. Cerré mi corazón a todas las
emociones excepto a una: rabia. La rabia se disparó dentro de mí, afinando mis
pensamientos. Mordí mis mejillas justo cuando el amanecer se burló a través de
las ventanas cortadas que tachonaban los pasillos de Alaka. El aire se sentía tan
agudo como una reprimenda que se burlaba de una cosa una y otra vez: era hora
de jugar.
Palmeé las dagas a mi costado.
Lista cuando tu lo estés.
Un sonido de raspado y refriega provino de una de las cámaras al otro
lado del pasillo. Seguí el sonido, manteniéndome cerca de las paredes. Habíamos
explorado esta parte de Alaka el otro día y no encontramos nada más que un
jardín de cristal y un salón de historias. Pero Alaka era un acertijo de capricho y
horror. Podía hacer lo que quisiera.
Una luz tenue brillaba al final del pasillo, proyectando un brillo de cera
sobre tres puertas de vidrio. La luz nunca le había parecido amenazadora hasta
ahora. Esta luz no iluminaba el otro lado, pero dejaba el brillo suficiente para
mostrarme lo que cubría el suelo: sangre.
En medio de la guerra, la mente y el cuerpo se fusionaban o se
fracturaban. Había visto a hombres fracturarse ante mis ojos cuando un horror
final, a veces algo delicado, como un brazalete de boda pisoteado, o algo terrible,
como un cuerpo a merced de aves carroñeras, los rompía. Sobreviví forzando cada
emoción tan abajo que hubo días más tarde en los que tuve que clavar mis uñas
en mi palma y sacar sangre solo para saber que estaba allí. En la guerra, solo
conocía el movimiento y la quietud. Vida y muerte.
Mientras caminaba, la sangre empapó mis tobillos, espesa y cálida. El
óxido y la sal salpicaban el aire. Apretando mi mandíbula, caminé hacia adelante.
La sangre no cedía como el agua. Se aferraba. Cada emoción que había empujado
profundamente dentro de mí burbujeó furiosamente a la superficie. Cerré los
ojos, imaginando la victoria que tenía que creer que me esperaba al final del
pasillo.
Un paso.
Cuando cerré los ojos, no solo vi el trono de Bharata esperándome a mí o
a Nalini de pie, erguida y libre. Vi dedos enredados en mi cabello y una boca
hecha para sonreír bajando a mi piel.
Otro paso.
Sentí una luz dentro de mí que atenuó el mundo en comparación. Ese
sentimiento me empujó hacia adelante: la esperanza de más, la promesa de algo
mejor. No solo la búsqueda del poder, sino la búsqueda de la esperanza.
Presioné mi nariz contra las puertas de vidrio, tratando de descifrar las
formas detrás de ellas. En medio de cada puerta había un hueco donde encajaría
perfectamente la llave de rubí.
En el primero: una mesa rodeada de una bruma de figuras. Me acerqué
más al cristal, pero era imposible saber si las figuras de la mesa eran incluso
personas.
En el segundo: un charco de agua turbia. Respiré hondo. Flotando por la
superficie, con los brazos extendidos y boca abajo, estaba la figura de un hombre
del mismo tamaño y forma que Vikram.
En el tercero: mi dormitorio en Bharata. Incluso podía oler el almizcle de
mi perfume favorito, sándalo y almendra dulce.
El instinto me guió hacia la segunda puerta y hacia la figura que tenía
que ser Vikram, pero dudé. El instinto no había sido amigo mío una vez que la
magia entró en mi vida. Pensé en Vikram en la encrucijada, suplicándome que
tuviera un poco más de fe, que desechara la reacción humana. Las palabras
garabateadas con sangre me llegaron de forma burlona: Podría hacer un banquete
con este deseo. ¿Y tú, podrías?
Comida. Me volví hacia la primera puerta, con la mesa. Una parte de mí
gritó que se sentía demasiado fácil. Y la otra parte gritó: ¿A quién le importa? Me
quedé allí, atrapada entre mi yo pasado y mi presente. Quería ser fuerte, pero
mostrar fuerza no siempre se trataba de valor físico o incluso de astucia. La
verdadera fuerza a veces exigía descoser todo lo que sabías. Me descosí. Me volví
ciego a lo que esperaba y lo que habría hecho si nunca hubiera conocido a Vikram
o me hubiera visto obligada a contar con la magia. Le di la espalda a la imagen
de él flotando boca abajo en la piscina, ignorando cómo la cobardía me perseguía.
Dejé la llave de rubí en la puerta que mostraba la mesa del comedor y
contuve la respiración mientras la puerta absorbía la llave y se abría. Entré. La
puerta se cerró detrás de mí, sumergiéndome en una oscuridad tan densa que
podía sentirla presionando contra mí. ¿Había elegido bien?
Silenciosamente, quité mis dagas. Nada me ataco. Nada se movió. Frente
a mí, doce cuerpos desnudos y hambrientos encorvados sobre una mesa de
comedor. Cada ser escondió su cabeza debajo de un trozo de tela roja. Las telas
eran de color idéntico: carmesí. Carmesí como sed de sangre en el alma de
alguien, brillante y visceral. Este tono de rojo no existía en el mundo humano.
Di un paso más cerca, pero ninguno de los comensales se movió. Tenían
la cabeza inclinada sobre la mesa y las manos apoyadas en los muslos. No dijeron
nada. Ni siquiera un temblor. No aparecía comida en la mesa de plata y, sin
embargo, pude oír y oler un festín.
Un decimotercer comensal apareció al final de la mesa. No vestía seda
para oscurecer su rostro. Mi corazón dio un vuelco.
—¿Vikram? —llamé suavemente.
Pero él no respondió. Estaba mirando al frente. Un cordón de escarcha se
deslizó sobre su hombro, como si se estuviera congelando ante mis ojos. Su pecho
no se movió. ¿Estaba respirando siquiera?
Di un paso adelante, pero una pared de aire me obligó a retroceder. Mi
corazón empezó a latir con fuerza. Otro mensaje garabateado con sangre se filtró
del suelo como una herida:
Podemos comer primero.
O tu puedes.
El mensaje se distorsionó y se acumuló por el suelo. Mi mente empezó a
acelerarse. ¿Comer primero? Di un paso atrás fuera del alcance de la sangre.
Cualquier valla invisible que me había impedido llegar a Vikram brilló en la
visibilidad: una gruesa pared roja. Las náuseas se apoderaron de mi estómago.
La pared me repugnaba hasta la médula. Parecía... suave. La forma en que la
podredumbre corrompe un cuerpo y lo convierte en un guiso de entrañas. O la
forma en que la fruta dejada por mucho tiempo se arruga y se colapsa sobre sí
misma. La sangre del suelo me llegó a la piel. Lo sentí. No la textura, sino el alma
de esta.
Una visión brilló detrás de mis ojos: abejas zumbando cerca de mi oído.
Les di un manotazo. Odiaba las abejas. Una vez me habían picado cuando tenía
siete años y solía tener pesadillas en las que una colmena entera me perseguía
hasta las profundidades del bosque, donde nunca podría encontrar el camino a
casa. Salté, alejándome del alcance de la sangre. Se filtró, encontrando mi piel
una vez más. Esta vez sentí que estaba parada sobre un acantilado alto. Un mar
gris se agitaba hambriento debajo de mí. Una vez más, me alejé de la sangre.
Levanté mi daga y la hundí en esa pared blanda. La pared estalló,
enviando húmedos trozos de rojo por todo mi cuerpo. Traté de meter la mano por
el hueco y abrirme paso con las garras, pero el agujero se cerró de inmediato.
Sentí un trozo húmedo de la pared en mi boca. Disgustada, arrastré mi
mano por mi cara, pero las náuseas eran tan abrumadoras que me atraganté y
algo de esa pared encontró su camino más allá de mis dientes. El sabor era
amargo y metálico. Me estaba agarrando el estómago cuando noté algo... un poco
de la pared se abrió. Y se quedó abierto.
Podemos comer primero.
O tu puedes.
Una vez más, la sangre se deslizó por mi piel. La deje. Esta vez estaba
preparada para la ola de miedo que se apoderó de mí... más profundo esta vez.
Me vi cabalgando triunfalmente de regreso a Bharata solo para descubrir la
ceremonia fúnebre de Nalini justo al pasar las puertas. Abrí los ojos,
comprendiendo finalmente la prueba.
Para llegar al otro lado, tenía que comerme mis miedos.
El miedo no me era ajeno. Toda mi vida, el miedo había sido la mano en
mi espalda, dirigiéndome. El miedo había amortiguado mi mente en tiempos de
guerra, agudizando mis sentidos y manteniéndome a un respiro de la muerte.
Entrecerré los ojos y agarré un puñado de la pared. Cedió con un sonido
nauseabundo y repugnante. Cerré mis ojos. Masticar. Tragar.
Caminé por el bosque y encontré el cuerpo de Maya. Todas esas historias
que había imaginado para ella, finales bailando fuera de la vista donde lucía una
corona de estrellas y olvidaba cómo llorar, destrozados.
Otro bocado.
Me enamoré de Vikram solo para descubrir que el amor era un control
mucho mejor que el miedo. Su amor y control me romperían hasta que no pudiera
reconocerme.
El agujero en la pared se ensanchó. Casi lo suficientemente ancho como
para atravesarlo. Me temblaron las manos.
Mientras comía miedo, el también me había probado. Me sentí como un
hueso lamido hasta ser dejado limpio. Mi memoria perdió el foco ... ¿Por qué
estaba levantando mi mano hacia esta pared de carne? ¿Qué era tan importante
del otro lado? No quería pelear más. Quería acurrucarme alrededor del frío, cerrar
los ojos. Hielo tejido sobre mi cuerpo. La sangre se acumuló a mi alrededor.
Ineludible. Ola tras ola de pequeños miedos me asaltaron: arañas en mi garganta,
agujeros que se abrían en el suelo, puertas que me encerraban adentro donde
nadie me escucharía gritar.
Un bocado final.
Mordí. Duro.
Moriría aquí. Y todo esto, la magia y la aventura, el terror y la esperanza,
sería en vano. Me olvidarían. Mi nombre se convertiría en cenizas en la boca de
la gente. Mis esfuerzos no marcarían una línea en la historia. Moriría aquí, sin
siquiera recordar lo que perseguía.
La pared se abrió.
Solía pensar que el miedo adormecía o empujaba. Ahora sabía que el
miedo no hacía ninguna de las dos cosas. El miedo era una llave que se adaptaba
a los espacios huecos de cada persona, esas cosas que nos mantenían fríos por
la noche y ese lugar donde nos retiramos cuando nadie miraba, y todo lo que
podía hacer era desbloquear lo que ya estaba allí. El miedo abrió llamas dentro
de mí. Crucé la pared y el miedo desapareció de mi piel. Una por una, las cabezas
de los comensales estaban frente a mí. ¿Habían estado mirando hacia mí antes?
¿O a otro sitio? No pude recordar.
Al otro lado de la mesa, Vikram parpadeó. Pero aun así no dijo nada.
Ninguna advertencia brilló en sus ojos. Ninguna expresión pasó por su rostro.
Detrás de él, un rubí brillaba en la penumbra. La mitad final de la llave. Si rodeo
la mesa, uno de los seis comensales podría extender la mano. O los seis. Saltar
en línea recta era la distancia mínima y tal vez Vikram saldría de cualquier
hechizo congelado que se había apoderado de él y sería capaz de luchar.
Había apoyado las piernas en la mesa, preparándome para saltar, cuando
la cabeza de Vikram se echó hacia atrás. Sus ojos se abrieron con horror—: ¡No!
La mesa se estremeció. Los comensales se despertaron. Lentamente, los
comensales levantaron sus pálidas manos. La seda cayó de sus rostros. Sus
expresiones se volvieron vacías y devoradoras. Un gemido bajo y gutural escapó
de sus gargantas. Me quedé helada. Eran todo lo que quedaba cuando el miedo
devoraba a una persona, los fibrosos restos indigeribles de amargura y ansias.
De inmediato, la mesa se alargó, extendiéndose como una arena. Los
comensales treparon hacia adelante, empujándose sobre la mesa con los codos
desgarrados. Corrí, esquivando el golpe de una mano demacrada. Vikram se puso
de pie en su silla, con los labios pálidos y los ojos rodeados de blanco por el terror.
El rubí detrás de él se atenuó y se encendió.
—¡Detrás de ti! —grité—. ¡Consigue el rubí!
Lo ignoró. Uno de los comensales se tambaleó hacia la mesa convertida
en arena. Estaba de pie, alto y oscuro, goteando hambre. Corrió hacia mí con
movimientos inconexos y horribles. No funcionó. No tenía que ser así. Si nos
alcanzaba, no habría escapatoria. Los otros once se unieron a él.
Vikram corrió a ayudarme y le arrojé una de las dagas. Los comensales
nos rodearon. Una masa de cuerpos triturados y fragmentados. Olfatearon el aire
con rostros sin nariz, con los cortes de la boca abiertos y abiertos. Se lanzaron.
Nos detuvimos, trabajando sin problemas para apuñalar, desviarnos del camino,
agacharnos bajo sus brazos. Los comensales se acercaron a nosotros, algunos de
ellos golpeando el aire como si pudieran arrancarnos de la existencia. El hambre
brotó de ellos. Si sentí náuseas antes, no fue nada comparado con esto. Sus
lenguas secas se extendieron para saborear lo que durante mucho tiempo se les
había negado: el mundo. Sus matices, colores como sabores bailando a lo largo
de la lengua. El sabor de un beso en los labios de alguien. Especias y aire.
Nuestras respiraciones llegaron apresuradas, jadeos rápidos. El rubí bailaba lejos
de alcance. Los comensales avanzaron. Más lento esta vez. Como si se estuvieran
preparando para saborear la comida.
—¿Saltamos? —dijo Vikram.
—Juntos —dije.
Extendió su mano y la agarré con fuerza. Vikram arañó la pared. El rubí
se soltó. Debajo de nosotros, el suelo desapareció. Sus dedos se deslizaron de los
míos. Me preparé para una larga caída, un terrible choque. Pero la infinitud
contuvo el aliento y nos puso en ridículo. Nos estrellamos contra el suelo. Vikram
se tambaleó hacia atrás y lo agarré por el brazo.
Los comensales habían desaparecido.
El silencio también.
Vikram deslizó su mano en la mía. Su rostro parecía contraído y me
pregunté qué horrores y pruebas lo habían mantenido clavado en su asiento,
incapaz de moverse. Nos abrazamos el uno al otro. Nuestra respiración ronca.
Manos temblorosas. La primera prueba me había dejado mareada de victoria.
Pero esta prueba había exprimido mi espíritu. Miré hacia arriba para encontrar
a Kubera de pie frente a nosotros, aplaudiendo.
—¡Bien hecho! —él dijo—. Excelente actuación, concursantes.
Sin mover su brazo de alrededor de mi cintura, Vikram arrojó el rubí a los
pies de Kubera.
Kubera sonrió. —Me han traído un tesoro excelente.
Nuestras dos pruebas nos obligaron a liberarnos del miedo y conquistar
el deseo. Cuando Kubera nos dijo que íbamos a encontrar la llave de la
inmortalidad, imaginé algo grandioso y codiciado. Algo que haría que los reyes
cayeran de rodillas e incluso los dioses se esconderían celosamente. Terminamos
con todo y nada parecido a lo que esperaba. Kubera tomó el rubí con delicadeza,
con reverencia. Apretó ambas palmas sobre la piedra y cuando abrió las manos,
un pájaro escarlata voló hacia la oscuridad. Una historia.
Esta era la llave de la inmortalidad.
Lo que hizo temblar a los reyes y desconfiar de las deidades: nada más
que un cuento.
34
UN POCO DE AGRADO
Vikram
Traducido por Kasis
Corregido por -Patty

Vikram nunca había sido piadoso. Creía en las historias porque lo


necesitaba, porque tenía la esperanza de que si había un lugar al que pertenecía,
fuera en algún marco celestial. Necesitaba saber que no era un contratiempo del
destino. Pero por primera vez, sintió una oleada de algo sagrado. Había una
bocanada de lo sagrado en toda esta oscuridad, un pulso que se sentía nuevo y
antiguo. Cuando saltó a la oscuridad y soltó el rubí, la calma se había apoderado
de él. Quizás nunca sería nada más que un hilo en el tapiz del destino. Pero él y
Gauri habían hecho algo digno de la atención de la inmortalidad. Nadie podría
quitarles esta historia.
La parte racional de Vikram sabía que todavía tenía motivos para ser
cauteloso. Su anfitrión en el Torneo seguía siendo el voluble Señor de los Tesoros.
Pero en ese momento, no podía sentirse más que una historia que se tambaleaba
al borde del mito. Se sentía como alguien que había vencido todas las
posibilidades, encontrado a alguien que encendía sus sueños y realizaba hazañas
mágicas sin perder la vida o un miembro. Se sentía... como un héroe.
Kubera sonrió ante ellos, su expresión amplia e inocente.
—Me preocupaba que no llegaran a tiempo —dijo—. Los focos del miedo
son sus propias tierras. Podemos perdernos en ellos tan a menudo.
—¿A tiempo para qué? —preguntó Gauri. Sin formalidad. Sin deferencia.
Añadió apresuradamente—: Su Majestad.
Ella estaba temblando, su piel estaba fría y húmeda.
—El Torneo de los Deseos ha terminado —dijo Kubera—. Ahora lo
celebramos.
Kubera aplaudió. Antes, habían estado parados en una habitación oscura.
Si la habitación tenía paredes y pisos, eran indistinguibles entre sí. Simplemente
se fusionaban en enormes extensiones de sombras negras. Pero ahora, la luz
atravesaba la oscuridad. Una ventana se abrió, revelando un cielo al atardecer.
—El miedo nos quita el sentido del tiempo —dijo Kubera—. Por eso lo
guardé para el final.
—Dos pruebas y un sacrificio —dijo Gauri—. Ese fue el trato que hiciste
con nosotros.
Kubera asintió. La inquietud se filtraba a través de Vikram. Al principio,
pensó que estaba temblando de miedo. Pero tal vez no era miedo en absoluto…
tal vez era rabia. Presionó su mano con más fuerza en su piel. Ella lo ignoró.
—¿Qué nos queda para dar? —preguntó ella, con la voz quebrada.
El rostro de Kubera se dividió en una amplia sonrisa. —Te sorprenderías.
—Mi señor, ¿exige nuestro sacrificio en este mismo momento? —preguntó
Vikram.
—En absoluto. Y les prometo que no les pediré nada que no les hayan
quitado ya.
Vikram frunció el ceño, leyendo las palabras lentamente. Eso no
presagiaba nada bueno. Ahora que la victoria inicial había desaparecido, la
prueba lo había dejado exhausto y frío. Esperaba que la magia lo hiciera sentir
elegido para algo, extraordinario en formas que no se había dado cuenta. En
cambio, descubrió que la magia escondía sus colmillos detrás de fábulas. Las
historias de su infancia no eran formas de vivir, sino formas de ver, una ceguera
practicada. Y ahora lo veía todo.
—Todos los campeones del Torneo de Deseos estarán presentes en las
festividades de esta noche. Entonces puedes diezmar tu sacrificio. Regresen a sus
habitaciones. Las festividades de la noche serán un espectáculo para la vista.
—¿Campeones? —repitió Vikram—. ¿Eso significa... eso significa que
hemos ganado?
Kubera lo miró durante un buen rato. Un rubor se deslizó por el cuello de
Vikram.
—¿Ganado? —repitió el Señor de los Tesoros—. ¿Qué es ganar?
—Quiero decir, mi señor, ¿nos hemos ganado un deseo cada uno?
Hizo un gesto con la mano. —¡Oh! Deseos. Sí, sí. Cosas molestas. Cada
uno puede tener uno —dijo—. Aunque no sonreiría tan rápido, Príncipe Zorro.
¿Has pensado en el deseo? ¿Cómo lo exigirías, lo pronunciarías, lo probarías?
Porque los deseos tienden a cobrar vida por sí mismos. A veces harán lo que
quieras. Y a veces no lo harán. Una vez, un artista trabajador conocido por su
atención al detalle y su ojo para el color me suplicó prosperidad. Le concedí su
deseo porque no soy más que la bondad encarnada. Y luego le robé la vista porque
no soy más que la malevolencia encarnada. El artista se ahorcó. Pero obtuvo lo
que deseaba, ¿no es así?
—Y tú harías lo mismo con nosotros —dijo Gauri, acusadoramente.
—¿Quizás? ¡Nunca sé lo que haré hasta que estoy listo! —dijo Kubera—.
Los veremos esta noche para el Desfile de Fábulas.
Asintió y giró sobre sus talones.
Gauri lo llamó. —¿Qué pasa con los otros concursantes?
Kubera dejó de caminar. No se giró para mirarlos cuando dijo—: Oh, se
despertaron debajo de los árboles o boca abajo en los arroyos o tal vez no lo
hicieron si no parecían recipientes apropiados para las historias. Si no puedes
contar una buena historia, no me sirves de nada.
Las sombras salieron como una gran burbuja, cubriéndolos. El negro
nadaba frente a los ojos de Vikram. En el momento siguiente, ambos estaban de
pie en su habitación. Miró a Gauri de cerca. Había círculos debajo de sus ojos. El
intrincado salwar kameez estaba rasgado y manchado de sangre. Su rostro
parecía contraído. Embrujado. Sin hablar, ella lo atrajo, envolviendo sus brazos
alrededor de su cuello y lo besó profundamente. Su cuerpo reaccionó más rápido
que su mente lo hizo. Sus manos se aferraron a su cintura. Y pasaron unos
momentos estrechamente juntos. Pero este beso no se sentía como el de ayer, en
el que se abrazaron con vacilación y energía nerviosa, el encanto que suavizaba
el aire y persuadía sueños no contados. Este beso se sentía empañado. Como si
solo estuvieran tratando de robar algo que les fue arrebatado. Se sentía mal. Y
por un momento, Vikram se sintió como los comensales de la mesa del miedo.
Nada más que un cuerpo buscando cualquier sentimiento para sacudirse el frío.
PARTE III:
UNA TORMENTA CRUZADA
Gauri
Traducido por Kasis
Corregido por -Patty

El año pasado, Skanda y su consejo de guerra habían planeado atraer y


destruir a un grupo de élite del ejército de un reino enemigo. Fui yo quien sugirió
que colocáramos a los soldados de Bharata a ambos lados de un río que pasaba
uno de nuestros pueblos en la montaña. Nuestros exploradores habían visto al
ejército acampando justo al otro lado del campo. Mi plan era simple, sacar sus
provisiones, obligarlos a cruzar la montaña en busca de agua corriente. Rodear.
Matar. A Skanda le gustó la idea. Una semana antes de que Bharata pusiera en
práctica mi plan, le pregunté cuándo regresarían los mensajeros de Bharata
después de informar a la aldea que evacuara.
—No le dije al pueblo que evacuara —dijo, sirviéndose una copa de vino
pálido.
—Pero... van a morir.
—¿No crees que sería extraño para el enemigo si saquearan una aldea vacía?
Ellos se preguntarían qué ha pasado.
—Las enfermedades pueden afectar a pueblos enteros a la vez, hermano.
Podrías usar eso como excusa —dije, tratando de que mi voz no se rompiera—.Esos
son… —me mordí la palabra "mi"—, tu pueblo. Tus súbditos. Tu reino. ¿Quieres que
mueran?
—Si eso significa mantener el resto de mi reino, entonces sí.
No podía permitir que eso pasara. Esa noche, se me ocurrió un plan. Toda la
noche, Nalini y yo trabajaríamos en una dosis y una cápsula de veneno. De una visita
anterior a ese pueblo, sabía que hacían peregrinaciones regulares a un santuario de
curación junto a un géiser de montaña. Lo había visitado yo mismo, vagando por las
serenas brumas y descansando en una de las numerosas cabañas que rodeaban el
área de curación. Era un lugar grande. Lo suficientemente grande, tal vez, para
albergar a todo un pueblo. Solo tenía que llevarlos allí.
Daño para ayudar, murmuré para mí misma, incluso mientras mis dedos
temblaban por colocar las cápsulas de veneno que se disolverían fácilmente en el
líquido. Incluso cuando sabía que la aldea estaba en medio de la celebración de su
festival de la cosecha. Todos beberían de la cuba ceremonial de cebada de miel
malteada. Los niños tomarían sus primeros sorbos, de vida a la vida, de la tierra a la
sangre, y los amantes compartían tímidamente su primera copa, y los esposos y las
esposas tragarían profundamente y saborearían el calor de la seguridad.
Y los habría envenenado.
Forzados por la falta de suministros, los soldados del reino enemigo llegaron
a una aldea casi vacía. Casi vacía. Algunos eran demasiado viejos para llegar a los
terrenos de curación. Algunos estaban con niños. Algunos eran niños. Los soldados
de Bharata hicieron lo que había planeado. Ellos rodearon. Ellos mataron. Tal vez se
salvaron mil vidas, pero fueron esas pocas las que me atormentaron. Sentí cada
pérdida de vida como un fantasma acurrucado dentro de mi cuerpo, hasta que estuve
tan lleno de fantasmas que se apiñaron en mi boca y no dejaron espacio para las
palabras. Toda esa semana, vomité cada comida.
Daño para ayudar. Daño para ayudar. Daño para ayudar.
Esos fantasmas llevarían para siempre nuevos miedos... si hubiera hecho lo
suficiente, si hubiera sido suficiente. El miedo significaba no saber dónde comenzaba
y dónde terminaba porque el control no era más que una ilusión. El festín de miedos
de Alaka puede ser que no me haya devorado, pero había borrado mis emociones.
Me ha vaciado.
Cuando atraje a Vikram hacia mí, todo lo que sentí fue frío. Un frío que se
congeló en el recuerdo de la calidez. Él rompió el beso primero. Me alejé de él a
trompicones, desorientada.
—No quiero ser la distracción de nadie —dijo. Extendió la mano para trazar
mi mejilla—. Ni siquiera la tuya.
—Fue sólo un beso de victoria —dije. Mi lengua se sentía seca. Me acerqué a
él—. Puedo hacerlo mejor.
Vikram solo me miró, su mirada descansaba sobre mis labios. Y luego negó
con la cabeza con una sonrisa triste.
—No tengo ninguna duda.
Vikram tomó mi mano, guiándome a los baños y me entregó ropa limpia que
no tenía costras de sangre. Preparó un baño caliente, se dio la vuelta mientras yo
me hundía lentamente en el agua. Tarareó una tonta melodía rota, dispersando
mis pensamientos. Después de cambiarme, me llevó a la cama. Fruncí el ceño,
confundida. Pero no hizo nada más que apoyarse en las almohadas, acercarme a su
pecho y rodearme con sus brazos.
—¿Quieres saber un secreto? —preguntó.
Me estremecí. Alaka había desenterrado suficientes secretos.
—Si es un secreto que quieres revelar, no suenas tan convencido.
—Está bien, si no…
—Dime.
Él se rio. —Te canté cuando te envenenaron.
—No es de extrañar que permaneciera inconsciente durante tanto tiempo.
Me golpeó la oreja mi oreja. Le golpeé en la mano.
—Te diré otro —dijo.
Me contó cosas ridículas. Como cuando era escuálido y tenía quince años, se
vistió de cortesana para colarse en el harén de Ujijain solo para ser atrapado por
parecer demasiado convincente. O cómo había entrenado a uno de los loros
favoritos de su padre para que gritara obscenidades a los sacerdotes del palacio. No
pidió ningún secreto a cambio. Todo lo que él quería, al parecer, era que me riera. Y
poco a poco me di cuenta de que estaba sonriendo. El frío dejó de roerme el corazón.
Poco a poco me permití sentir. El festín del miedo no había desaparecido, pero se
había desvanecido. Estuvimos sentados durante lo que nos parecieron horas.
—No es exactamente lo que esperaba de la victoria —dijo, pasando sus dedos
por mi cabello húmedo.
—¿Cómo es eso?
—Es más triste, supongo.
—La guerra se siente así —dije en voz baja.
—¿Cómo lo superas?
Me quedé en silencio por un momento. Había visto batallas horribles. A veces
no sabía cómo sobrevivía. O incluso si merecía sobrevivir. La única manera de
afrontar el día siguiente era cambiar la historia y vivir esa nueva perspectiva. A veces,
los otros horrores se desvanecían en un silencio aburrido. A veces no lo hacían. Le
dije a Vikram y él asintió. Antes, habría pensado que estaba de acuerdo por cortesía.
Pero esta vez él entendió y yo le creí.
—Los cuentos que nos contamos a nosotros mismos para dormir —murmuró.
Me estremecí y me abrazó con más fuerza. —Estamos en una pesadilla, no
en un cuento.
—Eso no es cierto —dijo en voz baja—. Aquí, te lo diré. Una vez hubo una
princesa bestia y un príncipe zorro…
—¿Princesa bestia? Eso suena horrible, yo…
Me hizo callar. —…y tuvieron que hacer todo tipo de cosas horribles. Como
hablar entre ellos —Me reí—. Y luchar contra los recuerdos que intentaban alejarlos,
bellezas venenosas y... miedo —Mi pecho se apretó—. E hicieron todo esto por la
libertad. Un día, aunque no pudieran verlo ahora, valdría la pena el dolor.
Los dos nos quedamos callados. Jugué con mi collar. Esta era la primera
historia que alguien me contaba desde que Maya dejó el harén. Casi había olvidado
el verdadero poder de una historia... cómo te arrulla fuera de tus pensamientos, te
permite procesar el mundo de una manera que era agradable. No venenosa. La
calma me invadía.
—Olvidaste mencionar el sacrificio —le dije.
Él se encogió de hombros. —No será nada. Kubera no se va a llevar nada que
no se haya llevado ya. Si lo piensas, no es un gran sacrificio.
—¿Cómo puedes creer realmente eso?
—Ayuda cuando no hay otras opciones.
Me reí. —Hablando como un verdadero príncipe zorro.
Él frunció el ceño. —Me pregunto si cambiarán mi nombre a Rey Zorro
cuando regrese.
—Eso no suena tan intrigante.
—Quizás le dedique un comité real a mi nuevo título. Ellos pueden pasar el
día inventando títulos aduladores y yo me convertiré en el rey denso que los cree.
Nos reímos. A carcajadas. Ni siquiera fue tan gracioso, pero lo
necesitábamos y el sonido de la risa parecía coser de nuevo los trozos embotados de
mí. La fiesta de los miedos comenzó a sentirse como una pesadilla lejana. Lo que
significaba que el mañana se acercaba cada vez más. ¿Qué iba a hacer cuando
finalmente regresara a Bharata? ¿Qué significaba esto, reírse en los brazos del
príncipe enemigo?
—¿Qué quieres después de esto, Vikram?
Sus ojos se agrandaron. Pero cuando abrió la boca para hablar, el suelo
estalló en llamas. Nos preparamos apresuradamente. Justo antes de salir, fui al
cajón que escondía el veneno del Rey Serpiente y lo escondí suavemente dentro de
un bolsillo cosido de mi salwar kameez. Estábamos tan cerca del final que casi podía
saborear el deseo en mi lengua. Un paso más cerca de Bharata. De Nalini.
—¿Gauri? —preguntó Vikram. Extendió su brazo. Lo tomé.
En el momento en que salimos, el frío me lamió la espalda. No estaba segura
de sí lo que sentía era una secuela de la fiesta del miedo, pero el ambiente de Alaka
era todo menos festivo.
Se sentía como una tormenta agazapada sobre el mar, esperando el momento
justo para atacar.
36
UNA CANCIÒN DIFERENTE
Aasha
Traducido por -M
Corregido por -Patty

No podía dejar de mirar la invitación que había llegado a sus


habitaciones.

A TODOS LOS CAMPEONES:


Su asistencia es requerida en el Desfile de Fábulas, concluyendo así el
Torneo de los Deseos.
Al concluir, todos los deseos serán cumplidos.
Llegar antes del ocaso.

Era campeona en el Torneo de los Deseos. Se había ganado un


deseo.… pero ¿cómo?
Sus hermanas bailaban alrededor de la carpa.
—¿Qué vas a desear, Aasha? —exclamó una—. ¡Deséanos un enorme
palacio! ¡Con un elefante hecho de gemas que nos cargue a donde sea!
—Que floja eres —se mofó una—. Desea la habilidad de doblegar el
clima a tu voluntad al cantar. Así siempre tendríamos días templados o
incluso nieve cuando queramos.
—O desea…
—Es suficiente —dijo la mayor. Las hermanas obedecieron—.
Comiencen a preparar la carpa. Una vez que el Señor de los Tesoros haya
ocupado a los campeones, cada participante a través de Alaka estará
atravesando nuestro patio suplicando nuestro tiempo.
Otra de sus hermanas se encogió de hombros.
—¡Bien hecho, Aasha!
En cuanto se fueron, Aasha se hundió en su silla, doblando sus
manos sobre su regazo. ¿Un deseo? Nunca había considerado la posibilidad
de poder decidir algo para ella misma. Toda su vida, ella y sus hermanas
habían compartido todo. Era comprensible que asumieran que incluso un
deseo ganado por una sola de ellas sería algo que compartir. Culpa se
retorció dentro de Aasha.
Ella no quería compartir esto.
Últimamente, todo se sentía diferente. Ya ni siquiera se vestía como
antes lo había hecho. Hoy, vestía una flor detrás de su oreja. La mayoría de
sus hermanas creía que no era más que un pasajero sentido de elegancia,
curiosidad que se desvanecería en el momento en que el Torneo terminara
porque entonces no tendría que hacer tal cosa, pero su hermana mayor no
había apartado su vista de ella. Como si finalmente la mirara.
—No las escuches —dijo la mayor. Aasha se impulsó fuera de su
asiento. No se había dado cuenta de que alguien la miraba—. Ese deseo es
tuyo. Tú te lo ganaste.
—No estoy segura de qué hice para ganármelo.
Su hermana sonrió, pero era una sonrisa triste y llena de anhelo, del
tipo que pertenece a las despedidas.
—Yo sé qué hiciste —dijo bajo—. Lo deseaste. Actuaste en
consecuencia. Fuiste valiente, amable y curiosa.
Aasha no estaba segura de haber sido valiente o amable, pero en
definitiva curiosa. Había pasado cada vez más tiempo fuera de la carpa,
yendo cada vez más lejos por los bosques aledaños y no regresaba hasta que
sabía que su presencia sería añorada.
No podía evitarlo.
Había tanto que ver, tanto que intentar capturar antes de que
tuvieran que irse. Justo el día anterior, había encontrado una mata llena de
moras azules muy brillantes. Antes, si hubiera intentado comer algo más
que no fueran los deseos de lo yakshas y yakshinis que la visitaban, habría
terminado con el sabor de la ceniza en su boca y de inmediato habría
vomitado. Sólo que esta vez, las moras se habían quedado brillantes y
rechonchas en su palma. Tan azules como trozos de nirvana. Y cuando los
masticó, sabor explotó en su boca: jugoso y dulce. Pequeñas semillas se
alojaron entre sus dientes. Le había tomado una eternidad deshacerse de
todas, pero lo disfrutó todo de todas formas. Ni frustración o sabor habían
acompañado jamás un alimento de una vishakanya. No había palabras o
experiencias para describir la dulzura, era como la memoria de un infante,
algo con lo que te chocabas y lo olvidabas fácilmente. Una sonrisa,
interrumpida. Poesía comestible, por supuesto. Tiempo después, se
atrapaba rodando su lengua a través de su paladar, en busca de cualquier
rastro de dulzura.
—Sé dónde has estado, Aasha.
Sus palabras no eran acusatorias, pero Aasha se retorció de todas
formas.
Quería sentirse como sus hermanas: complacida. Seguido, quería no
sentirse como la única desesperada por querer que las cosas fueran
diferentes. Pero no podía evitar ser quien era y no quería disculparse más
por sus sueños.
—Ve —le dijo su hermana—. Escuché que el Desfile de Fábulas es
incomparable. Puedes contarnos todo sobre ello cuando vuelvas.
—Desearía que pudieran venir conmigo al palacio —dijo Aasha.
—Cuidado con lo que deseas, hermanita.
Aasha se ruborizó.
—No pensé...
—Vacía tu carga, Aasha. Te extrañaremos cuando partas —le dijo su
hermana. La miraba atentamente. Palabras sin pronunciar brotaban entre
ellas—. Cuando sea que nos necesites, aquí estaremos. Donde sea que estés.
Y...lo que sea que seas.
Se marchó. Ahora Aasha estaba de verdad sola. El cuarto se sentía
apretado. El peso de su decisión había acaparado todo el espacio. En tan
poco tiempo como lo había sido un mes, había vivido más plena que lo que
lo había sido en los pasados cien años. Hambrienta por el deseo de aprender
mucho más, ver más, tocar más la llenó hasta que se sorprendió rascando
la estrella azul engalanando su cuello. Desesperada por arrancarla.
Aasha se preparó. En los otros cuartos, escuchó a sus hermanas
reñir por cosméticos perdidos y vestidos prestados, peleando por los méritos
filosóficos de un poema comparado con otro. Por mucho tiempo, su amor y
gentiles peleas habían sido la música de toda su vida, pero más allá de su
tienda, una canción diferente la llamaba.
Cuando se fue, siguió mirando detrás de ella.
A ninguna vishakanyas le estaba permitido alojarse en el palacio.
Aasha seguía esperando que alguien saltara desde las sombras y le dijera
que no pertenecía ahí, pero todos estaba preocupados. Caminó cautelosa,
su tobillo aún adolorido del ataque. Estremeciéndose, Aasha miró alrededor,
pero no había rastros de…
—Traidora de los tuyos —alguien susurró.
—Ensucias nuestro legado.
—Arruinas a tus hermanas.
Las Sin Nombre salieron de la oscuridad, Aasha se estremeció. La
última vez que las había visto, la habían perseguido por el bosque, gritando
y demandando el vial con el veneno del Rey Serpiente. Corrió tan rápido,
que se tropezó con un tronco y se torció un tobillo. Frente a ella, lucían como
si la venganza tomara la forma de tres mujeres. La desesperación con piel
humana.
—Te daremos una última oportunidad de ayudarnos, hermana —dijo
la Sin Nombre—. Tómalo de los humanos y te dejaremos conservar la
Bendición. No quieres forzarnos a hacer algo al respecto.
Los ojos se Aasha se ensancharon.
—¡La Bendición no es suya! Ni siquiera sé quién son.
Las Sin Nombre soltaron una risotada. Una sonrisa horrible partió
sus caras. Aasha corrió al palacio, pero no pudo ser lo suficientemente
rápida como para ahogar el sonido de su respuesta en el viento—: Somos
tú.
EL DESFILE DE FÀBULAS
Gauri
Traducido por Achilles
Corregido por -Patty

Alaka parecía el final de una historia, tranquila y definitiva. Todos


sonreían. Cada escena parecía serena. Apsaras bailaban sobre un podio de
alas apretadas. Mechones de luz atravesaban la multitud, aferrándose a
cuernos lacados o colas relucientes. El aire sabía a azúcar quemada y
jazmín, y se sentía como el final de una celebración donde una velada
agotada estaba lista para sacar a los invitados y abrazar el sueño. Pero
retrocedí. Se sentía demasiado… ordenado. No podía deshacerme de la
sensación de estar viendo algo sin terminar.
La multitud aumentó. Era imposible saber quién participaba en el
Torneo y quién era un campeón a punto de pedir un deseo. En mi bolsillo,
podía sentir el calor elevándose del frasco del veneno del Rey
Serpiente. Necesitaba hablar con Lady Kauveri antes de pedir un deseo. No
haría ninguna diferencia si deseara mi trono a mi regreso si nunca tenía la
oportunidad de irme. Si pudiera hablar con ella antes del Desfile de Fábulas,
tal vez podría convencerla de que el Rey Serpiente no representaba ningún
daño para su hermana. Tal vez se quedaría con el frasco de veneno y no lo
usaría. Limpiaría mi salida y mi conciencia también. La suerte no me
favorecía, pero la magia al menos me había enseñado a creer en lo imposible.
A mi lado, Vikram inhaló profundamente.
—Es él.
Seguí su mirada hacia el lado opuesto de la habitación, donde el Rey
Serpiente estaba con su novia. Se presentó como un hermoso hombre
humano vestido con largas túnicas azules. Su consorte, el Río Kapila, no se
movió de su lado. Caminaba frente a él, casi protegiéndolo.
—¿Qué hacen aquí?
Vikram se encogió de hombros.
—Es el último día del Torneo. ¿Quizás todos los que fueron invitados
tienen que venir?
Un yakshini apareció ante nosotros, sosteniendo una bandeja de
cristal en la que copas llenas de líquido brillante captaban la luz.
—¿Dulce memoria? —preguntó el yakshini.
Agarré una copa y la bebí de un trago. El líquido estaba frío y
burbujeante en mi lengua. Un recuerdo brillante se iluminó detrás de mis
ojos: trepar a un árbol de guayaba con Maya y comer la fruta agria con una
pizca de sal. Vikram estaba en silencio a mi lado, una mirada brumosa cruzó
su rostro.
—¿Otra? —preguntó el yakshini.
Dejé mi copa.
—No, gracias.
El yakshini hizo una reverencia. Vikram se pasó el brazo por la boca
y miró con un poco de resentimiento la bandeja de copas que se retiraba.
—Si querías otra dulce memoria, deberías haberla pedido.
—No me interesan las memorias del pasado —dijo Vikram,
sosteniendo mi mirada—. Tengo un futuro ahora. No hay nada más dulce
que eso.
Apreté su mano.
—¡Bienvenidos! —gritó Kubera.
Las apsaras que habían estado entreteniendo a la multitud dejaron
de bailar y se movieron a un lado de un gran podio donde Kubera y Kauveri
estaban parados y observaron a la multitud. Para las festividades de esta
noche, Kubera vestía una túnica escarlata. El sari de río de Kauveri se
jactaba de un pálido rubor en sus aguas. Como si estuviera ensangrentado.
—Esperamos que hayan disfrutado de las festividades de esta
noche. Sabemos lo que han esperado ansiosamente presenciar, y no nos
atrevemos a mantener el suspenso por más tiempo.
La luz se atenuó. Un fuerte aplauso estalló entre los invitados
reunidos. Le eché un vistazo a Kapila. Pensé que miraría con reproche a su
hermana, Kauveri, pero su expresión no mostraba odio. Solo
dolor. Incredulidad. La misma expresión que tenía Nalini cuando la alejé de
mí.
—Aquellos que han sido derrotados en mi Torneo ahora saldrán del
reino de Alaka a través del Desfile de Fábulas —dijo Kubera—. ¿Acaso no
soy el Señor de la Fortuna y los Tesoros? ¿No soy yo el Rey de las
Riquezas? Les prometí a cada uno de ellos que, si jugaban, los dejaría más
ricos —Se detuvo para sonreír ampliamente—. Y lo hice. De cierta manera.
—No recuerdo que recibiéramos esa promesa —murmuró Vikram.
—¿Qué nos ofreció?
—Todos nuestros sueños o una muerte segura.
—El riesgo y la recompensa están igualados.
Él rió.
—Tu sentido del humor sigue confundiéndome.
—Te acostumbrarás.
Me miró, una sonrisa astuta curvó sus labios.
—Con el tiempo suficiente, podría acostumbrarme a cualquier cosa
contigo.
Al final del pasillo, un gran árbol de higuera se desplegó justo detrás
de Kauveri y Kubera. Pequeñas luces fantasmales colgaban de las
ramas. Una gran rasgadura había partido el árbol por la mitad. Un camino
brillante se extendía desde el árbol rasgado hasta un espejo al final del
pasillo. El viento que pertenecía a otro reino atravesó el aire, agitando las
puntas de mi cabello.
—Que comience el Desfile de Fábulas —entonó Kubera.
Un granjero salió del árbol. Con una sacudida, recordé dónde lo
había visto: arrodillado en el césped de Alaka, arrojando piedras a un
agujero y maldiciendo en voz baja. Cayó de rodillas frente a la multitud,
doblándose y tosiendo. Su mano apretó su estómago. Tres de sus dedos
eran de oro puro.
Vikram dio un paso adelante, como para ayudarlo. Extendí mi mano
para detenerlo. El granjero no se estaba muriendo. Estaba tratando de
deshacerse de algo alojado en su interior.
El granjero tosió. Un pájaro blanco se liberó de la jaula de sus dientes
manchados. Una historia. La historia rodeó al granjero. Todos miraron hacia
arriba. Una historia brilló en sus alas: el granjero se despertó boca abajo en
un manglar y descubrió sus dedos dorados. Quizás cantaría canciones
sobre un palacio bajo las raíces de los árboles y todos lo escucharían y se
maravillarían. Quizás se cortaría los dedos y nunca hablaría de lo que había
visto. Quizás, quizás. La historia llegó a Kubera, y el granjero tropezó a
través del espejo, dejando a Alaka atrás.
A continuación, una anciana se bajó del árbol. Miré más de cerca. No
era una anciana en absoluto, sino una mujer joven con cabello plateado
puro. Un pájaro historia voló de sus labios. Tal vez le diría a un comerciante
que había dejado su verdadero cabello en algún lugar de las ramas de un
árbol imposible donde los deseos brotaban de su savia en la luna nueva, y
el comerciante se lo diría a los demás y todos se maravillarían. Tal vez se
escondería de todos y se cortaría las muñecas por temor a que todos
pensaran que había perdido la cabeza. Quizás, quizás. La historia llegó a
Kubera.
Cinco, diez, tal vez cien historias más treparon desde el hueco del
árbol. No pude seguirles la pista. Por encima de mí, los pájaros blancos
enjaulados ya habían adquirido diferentes tonalidades a medida que
cambiaban en la narración. Topacio y azul océano, grises sombríos y
esmeraldas oscuras. Y luego, la melodía de Alaka se hizo más
profunda. Surgieron fisuras en el sonido, como si fuera una voz quebrada
por el dolor.
Aparecieron cuerpos en el suelo. Cuerpos apilados uno encima del
otro. Ninguna herida marcaba la piel, pero un olor se elevaba desde el centro
de la habitación, como hongos húmedos y tierra oscura. A alguna señal
secreta de Kubera, las bestias de las sombras salieron de los rincones de los
pasillos y cayeron sobre los muertos.
—¿Es así como honran a sus muertos? —pregunté apretando los
dientes.
Vikram no dijo nada.
Las bestias forzaron a abrir las fauces de los muertos. El olor de la
muerte rancia llenó el aire. Me recordó a los campos de batalla. Aunque el
hedor me disgustaba, me resultaba familiar… incluso bienvenido. No me
deleitaba con la muerte, pero tampoco la odiaba. La muerte me había criado,
como una hermana mayor. En medio de la muerte, había encontrado mi
rumbo como soldado. Rodeado de muerte, había encontrado mi lugar como
líder. Y así, cuando los pequeños pájaros blancos del cuento se
desprendieron de las bocas de los difuntos, miré en lugar de acobardarme. Y
me pregunté cuánto tiempo llevaban atrapadas esas historias. Si apestaban
a podredumbre. O si olían a lluvia, libertad y sin carga.
Cuando salieron volando, las historias pasaron por mi cabeza. Vi los
cuerpos descubiertos al amanecer, los cortes del Otro Mundo que los habían
partido en dos. Vi a aldeanos asombrados recogiendo extremidades
extraviadas. Una mandíbula en medio de un campo. Una cabeza cortada
sonriente. Vi a los aldeanos retroceder desde el horizonte y advertir contra
los monstruos que acechaban a medianoche. Quizás, quizás.
Las historias se dispararon hasta Kubera.
—Gracias, invitados de honor —dijo Kubera—. Gracias por el
privilegio de su voz. Gracias por alimentar la magia.
Él y Kauveri bajaron y desaparecieron entre la audiencia. El silencio
cayó sobre la multitud. Un asistente de yaksha ocupó el lugar de Kubera en
el podio. Reprimí un grito ahogado. Era el mismo yaksha que me había
acorralado en Jhulan Purnima. Observó a la multitud.
—Campeones del Torneo de los Deseos —dijo en voz alta—. Por favor,
síganme.
La multitud se puso inquieta. Una oleada de movimiento se aceleró,
casi bloqueándome de Vikram, pero me agarró del brazo y se mantuvo
firme. Un grito iluminó la habitación. Me volví, sin saber qué había llamado
mi atención, y vi que Aasha corría hacia mí.
—¡Gauri!
La multitud de seres del Otro Mundo se separó ante ella, algunos la
miraban con lujuria y otros con vago disgusto. Voló directamente hacia mí
y Vikram, deteniéndose justo antes de abrazarnos a los dos. Sus ojos se
lanzaron detrás de nosotros. Seguí su mirada, pero no había nada más que
una pared cubierta de seda.
—Aasha, ¿qué pasa? —preguntó Vikram.
Tuve que contenerme para no estirar la mano para agarrarla por los
hombros. Estaba temblando.
—Ya vienen —susurró—. Hice todo lo posible para protegerte de
ellas. Pero están detrás del veneno…
—¿Qué? —exigí—. ¿Quiénes?
—Las Sin Nombre —suspiró, su rostro palideciendo. Dio un paso
atrás. Sus ojos se entrecerraron mientras buscaba en la pared detrás de
nosotros—. Saben que tienes el veneno del Rey Serpiente…
La mano de Vikram se apretó en mi brazo. Sostuvo su daga lista, la
vacilación tensó su rostro. Intentó arrastrarme entre la multitud,
indicándole a Aasha que se uniera, pero estaba cansada de pelear y ser
manipulada. Ya nada se interpondría entre ese deseo y yo. Estaba hecho.
Habíamos ganado.
—Déjalos que intenten conseguirlo —dije, con una vieja
bravuconería colándose en mi voz.
—El hecho de que lleves nuestra marca no te hace invencible al dolor
que podemos causar.
Las Sin Nombre salieron de las sombras justo al lado de Vikram. Un
movimiento fluido. Adentro. Afuera. Inevitable desde el momento en que vi
el brillo metálico parpadeando en la oscuridad.
—¡No! —gritó Aasha.
A mi lado, escuché un gruñido de dolor. La mano de Vikram se
apretó sobre la mía hasta el punto en que perdí la sensibilidad en mis
dedos. Me giré y lo agarré antes de que cayera al suelo. Agarré sus hombros,
tratando de levantarlo. El hielo cortó mis pensamientos. Él… no se suponía
que debía caer. Se suponía que iban por mí. No por él. Nunca él. Sus ojos
se agrandaron, los labios palidecieron. Una empuñadura hundida en su
espalda captó la luz. Mi mano se puso roja. Una mancha gruesa… algo
oscuro… algo que mi mente se negó a comprender mientras la sangre se
esparcía por su camisa. Me sentí como si me hubieran abierto de un tirón,
con un hueco en sólo un parpadeo. Gritos, furia y noche se apresuraron a
llenarme. Caí de rodillas.
—No necesitamos tocarte para hacerte daño, niña.
OSCURO COMO EL ANOCHECER
Gauri
Traducido por Achilles
Corregido por -Patty

Siempre pensé en el silencio como ausencia de sonido. Pero


arrodillada allí, viendo a Vikram desplomarse en el suelo, la sangre
formando una sombra roja debajo de él, pensé que sentía que el mundo se
derrumbaba, suplicando en silencio por un respiro. O tal vez solo era yo. La
vista no cabía dentro de mí. Mi corazón se negó a retenerlo. Se
desbloqueó. Rompió. El sonido hizo que el silencio gritara.
Agudos jadeos y murmullos se arrastraron al alcance de mi oído,
pero apagué los sonidos. Lo único que quería escuchar era la voz de
Vikram. Aasha se agachó a su lado, sus dedos flotando sobre su cabello y
la creciente mancha de sangre en su espalda. Las lágrimas se deslizaron por
sus mejillas. Pero ella no lo tocaría. No podía. A nuestro alrededor, la gente
de Alaka se acercó. Me volví sobre ellos, mi daga levantada.
—Ayúdenlo —siseé. Luego más fuerte—: ¡Ayúdenlo! ¿Qué están
haciendo?
Mil ojos brillantes se encontraron con los míos. Nadie se movió. Este
no era su juego.
Las Sin Nombre me rodearon.
La primera se burló.
—Tratamos de apelar a tu corazón, pero no tienes ninguno.
La segunda rió.
—Intentamos apelar a tu mente, pero no tienes ninguna.
La tercera sonrió.
—Entonces tomaremos lo que es nuestro por la fuerza. El veneno fue
nuestro comercio primero. Nuestro premio primero. Es nuestro legado. Cada
cien años, luchamos por él. Durante los años que pasamos, nos hundimos
en el suelo, durmiendo y esperando, nuestro legado crece. ¿De verdad
pensaste que podrías quitárnoslo?
Aasha dijo mi nombre. Miré para verla sosteniendo la daga que había
dejado caer Vikram. La manejó con torpeza, como si fuera a morderla en
cualquier momento. Pensé que me la iba a dar, pero en lugar de eso, se
acercó a mi lado con expresión sombría.
Las Sin Nombre sisearon.
—Este es el último Torneo, niña. Si no tomamos el veneno, se
desvanecerá. ¿Lucharás contra los tuyos? ¿Tomarás esta venganza de tus
hermanas?
—Ninguna hermana mía haría esto —dijo Aasha en voz baja—. Mis
hermanas no lo llaman venganza. Lo llaman una bendición.
—Que así sea —dijeron las Sin Nombre como una.
Se lanzaron, cortando el aire. Agarré el veneno en una mano,
saltando fuera del camino. Aasha era un viento diminuto a mi lado, una
barrera viviente que giraba. La multitud de Alaka formó una costra negra a
nuestro alrededor, ojos silenciosos siguiendo cada uno de nuestros
movimientos. Dondequiera que volteara, las Sin Nombre se desenredaban
de las sombras. No podía distinguirlas. Incluso cuando mis ojos se
desviaron de un rostro a otro, no quedó ningún detalle. Este era el precio de
la venganza, una lenta destrucción de uno mismo hasta que no eras más
que tu odio. Rugí, cargando hacia adelante, balanceando mi brazo para
cortar. Pero la hoja las atravesó como si el cuchillo no existiera. Ellas
sonrieron.
Un parpadeo después, y las Sin Nombre
desaparecieron. Recuperando el aliento, me di la vuelta en un círculo
lento. Alaka me devolvió la mirada. Kubera y Kauveri flotaron sobre la
multitud. Esperando. Aasha captó mi atención, la confusión se extendió por
sus rasgos. Y luego me di cuenta de lo que habían hecho las Sin
Nombre. Nos empujaron a las sombras. No estaban intercambiando mástil
por mástil o puñetazo por puñetazo; estaban cambiando la luz por la
oscuridad.
Vi la sombra en mis pies. Salté fuera del camino, pero una mano
salió disparada, cerrándose alrededor de mi tobillo. En ese momento, pensé
que podía saborear la muerte en mi lengua, todo ceniza funeraria y
caléndulas ardientes. Me agaché, cortando violentamente, inútilmente, la
muñeca. La Sin Nombre salió rodando de las sombras. Levanté mi espada.
Pero no importaba. La sonrisa de la Sin Nombre era la muerte. Una presión
se hundió en mi estómago. Una cuchilla. No se sintió afilada. Simplemente
romo. Deslizaron una mano por mi cintura.
—Nuestro ahora —dijeron, tirando del frasco del veneno del Rey
Serpiente. Caí de rodillas, el negro bordeó mi visión. En un movimiento
fluido, la Sin Nombre sacó el tapón del frasco de veneno y lo bebió. La luz
burbujeó a través de su piel. La cinta azul que cada una de ellas llevaba en
homenaje a su hermana muerta brilló y se apretó en un nudo en el hueco
de cada garganta. Mis ojos buscaron a Vikram. Alguien se había acercado a
él. Una hermosa mujer con una corona de nieve se agachó junto a su
cuerpo. Tenía tanto frío. Estaba vacía. Volví a mirar a las Sin Nombre. Las
cintas se habían transformado. Una estrella azul se deshizo en el hueco de
cada una de sus gargantas.
—Finalmente —susurraron.
Estaba ingrávida y vacía.
Me había ido.

Cuando abrí los ojos, me arrojaron sobre la espalda de una


bestia. Olía a muerte. No de podredumbre y sangre, sino de puertas y ojos
cerrados. La bestia agitó la cola, resopló y se volvió para mirarme. Un
caballo blanco. Casi hermoso, si no fuera por el brillo maníaco de sus
ojos. Miré a mi alrededor, pero el paisaje entraba y salía, como si alguien
hubiera llevado un cuchillo a este mundo y hubiera comenzado a
cambiarlo. El pánico mordió mi corazón. ¿A dónde se fueron todos? ¿Dónde
estaba Vikram? Y luego un terrible pensamiento me atravesó.
—¿Estoy viva?
El caballo se echó a reír y casi me caigo del susto.
—¿Qué está vivo de todos modos, pero una forma le dice a otra forma
que está ahí? ¡Por esa lógica, estoy vivo! Y no creo que lo esté. Pero sí pienso,
por lo tanto… por lo tanto, algo. Hm…
El caballo siguió corriendo.
—¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? —exigí—. ¡Llévame de regreso
a Alaka en este instante!
—¿Una cosa mortal dando órdenes? Hmpf. La audacia. Debe correr
en la sangre —El caballo refunfuñó—. Es muy inconveniente que no seas
comestible. Me gusta jugar con la comida.
El caballo, si es que se le podía llamar así, dejó de correr ante una
puerta de marfil que apareció en medio de un páramo. Me tiró de espaldas
y abrió la puerta con el morro.
—¿Dónde estoy? —dije, clavando mis talones en el suelo. Me negué
a moverme.
—¡En todos lados! —rió el caballo—. Estás a la sombra del
sueño. Estás al principio y al final. Estás pisando la saliva, los tendones y
los cartílagos que hacen que una historia valga la pena contarla, chica.
—¿Quién eres?
El caballo resopló.
—La individualidad es una cosa molesta. Lo dejé hace mucho
tiempo.
Giró la cabeza hacia la puerta.
—Ella no estará feliz de verte —dijo, con un toque de cariño—. Pero
eso es de esperar.
Sin saber qué más hacer, atravesé la puerta y me encontré en la sala
del trono de un vasto palacio. El palacio no se sentía como Alaka. Las
ventanas no daban a nada más que matorrales yermos. Las baldosas bajo
mis pies latían como un latido. Traté de mirar a mi alrededor, pero ni
siquiera podía orientarme. Era como si la habitación no quisiera ser vista.
La puerta se abrió. Dos figuras se deslizaron dentro. Me puse de pie
con dificultad, mi corazón se aceleró. No pude distinguir sus rasgos, pero
sabía que no eran Kubera y Kauveri. El Raja vestía
una chaqueta sherwani color carbón. Un poder oscuro y brillante salía de él
y se movía con una gracia espeluznante. Su reina caminaba a su
lado; volutas estrelladas y espirales del cielo del atardecer iluminaban el
espacio a su alrededor. Y luego se volvió y mi corazón se quedó quieto. Mi
mirada viajó desde los pies descalzos de la Reina, donde los truenos
bailaban alrededor de sus tobillos, más allá de sus brazos, donde los rayos
se abrían camino a través de sus muñecas y sus ojos. Oscuros como el
crepúsculo. Sabía que los ojos de la reina se apretaban en las esquinas
cuando estaba nerviosa. Sabía que prefería su habitación fría y su cama sin
mantas. Sabía que su fruta favorita era la guayaba y que siempre la comía
con sal.
Sabía todas estas cosas porque la Reina era Maya. Sus ojos se
abrieron, primero con sorpresa y luego con furia.
—¿Qué estás haciendo aquí? —exigió.
El Raja se movió a su lado. Maya se volvió hacia él. No había duda
de la mirada que pasó entre ellos. Amor. Miró a mi hermana como si fuera
maravillas y milagros hechos carne. Y luego me miró. Giré mi cabeza. La
idea de mirarlo a los ojos me hizo sentir como si fuera la última cosa que
haría en mi vida. Habló y su voz era exuberante y oscura—: Perdona mis
modales, princesa, pero no me complace conocernos y preferiría no
conocerte todavía.
Para cualquier otra persona, sus palabras apestarían a
insolencia. Pero sentí como si me hubiera hecho un gran favor. Busqué a
tientas mi voz.
—Tal vez en otro momento.
Ante esto, sonrió.
—Inevitablemente.
Se llevó la mano de Maya a los labios y desapareció. Solo éramos
nosotras. Quería llorar, abrazarla, reír. Quería decirle que la buscaba en
cada constelación, no solo en la nuestra. Quería decirle que estaba cansada
y asustada. Maya sonrió y me tendió los brazos.
—Has trabajado tan duro, mi Gauri —dijo—. Y sé que ha dejado tu
corazón herido y tu alma en carne viva. Puedo llevarme el dolor. Puedo
borrarlo de tu memoria para siempre. O puedes regresar y no puedo decirte
lo que pasará. Solo puedo decirte que la elección es tuya. ¿Quieres ser
valiente?
39
LA FE ERA PAN
Vikram
Traducido por Achilles
Corregido por -Patty

Una mujer se inclinó sobre él, la nieve caía de su cabello. Sus labios
estaban tan fríos como la salvación cuando presionaron su mejilla. Un
recuerdo floreció en su mente: se estaba riendo con Gauri, diciéndole que
en Ujijain le daban las gracias a besos. Ante su burla, besó una roca con
forma de mujer.
Por su codicia, está maldita hasta que un beso caiga sobre su frente
de piedra
Conocía a la mujer que estaba sentada a su lado. Tara. La reina
maldita de los vanaras.
Ese beso…
La había liberado.
Sus pensamientos se sentían espesos. Lento. Vagamente, recordó un
cuchillo separando hueso de músculo. El aguijón de la muerte. Tara lo
alcanzó, un hilo brillante tenso entre sus dedos. Su expresión era
benevolente, llena de gratitud.
—¿Es esto un regalo de la vida? —preguntó el.
—Oh, Príncipe —se rió—. La existencia es el regalo. La vida es una
elección.
Sus manos se movieron sobre sus ojos. La sintió cargándolo,
acunándolo como a un niño. Pasaron por pasillos. A través de puertas. En
una habitación dorada, lo bajó al suelo, los labios fríos presionando justo
debajo de su oreja mientras estampaba su piel con una orden:
Existe.
Abrió los ojos, aspirando una bocanada de aire. Se aferró a ella hasta
que se quemó, hasta que supo sin duda alguna que era suyo, suyo,
suyo. Luego la dejó ir. Cruelmente. Sin aliento. Cuando miró hacia arriba,
estaba de rodillas ante Kubera y Kauveri. Se sintió salvaje. Gauri. ¿Dónde
estaba? Pero si había algo o alguien fuera de esta habitación, una multitud,
un mar, un mundo embrionario que aún no había nacido, no podía
verlo. Kubera y Kauveri se habían despojado de su glamour humano y se
habían vuelto imposibles de mirar. Imposible apartar la mirada.
Era un niño y no un niño. Era un niño de ocho años que lloraba en
su almohada y buscaba significado. Era un niño de trece años que
estudiaba detenidamente mitos y leyendas, reunía las pistas para su futuro,
mantenía sus esperanzas tan firmemente dentro de él que se habían
apoderado de sus huesos, su sangre, sus sueños. Su esperanza era fría.
Venenosa. Eclipsante. Y la alimentó de todos modos, de la misma manera
que alguien alimenta algo por hábito simplemente porque no hay nada más
en su vida que valga la pena cultivar.
Todo este tiempo, pensó que la magia lo había elegido. Quizás la
magia nunca lo eligió. Quizás siempre se había tratado de encajar. Una llave
encajada en un agujero. Tal vez había tenido suficientes agujeros en él para
que la magia se deslizara a través y lo enganchara como espuelas en la tela.
Alaka lo había obligado a mirar hacia adentro. No hacia afuera. Y
había comenzado a tomar prestados un poco de los pensamientos de Gauri:
su voluntad era su arma, y todo lo demás eran solo telarañas por cortar. Su
pérdida era suya al igual que su victoria era suya.
Le aterrorizaba.
Lo desquiciaba.
Y, sin embargo, se sentía más fuerte. La fe seguía siendo pan, todavía
tibia y abundante. Pero Alaka lo había cambiado, lo había perdido de vista,
de modo que no podía confiar en nada ni en nadie más que en sí mismo.
Era libertad.
—¿Qué más van a tomar de mí? —preguntó Vikram—. ¿Qué
sacrificio exigirán?
Kubera simplemente inclinó la cabeza mientras su esposa se reía
detrás de su mano.
—Ya lo tomé, príncipe Zorro. Tomé los sueños que almacenaste
hasta el día en que llegué con una invitación. Tomé tu fe cada vez que
mirabas la muerte y me preguntaba si esto era parte de un plan para
ti. Tomé tu resistencia cuando te preguntabas si la chica de tu alma estaba
destinada a morir —dijo Kubera—. Te dije que tomaría lo que dieras. ¿No
soy misericordioso?
Vikram estaba allí, su corazón era una curiosa mezcla entre vacío y
pesadez. Sintió el dolor de ese sacrificio, la pérdida de esa maravilla
reemplazada por cautela.
—Te agradezco, Lord Kubera. Pero…
—¿Pero quieres saber por qué te trajeron aquí? —ofreció Kauveri—.
Quieres saber por qué mi consorte te eligió a ti y a la princesa Gauri, incluso
yendo tan lejos como para disfrazarse de sabio e incluso de vetala.
La cabeza de Vikram se disparó.
—¿De la vetala también?
Había adivinado que Kubera era el sabio. La mangosta dorada lo
había delatado en su primer encuentro.
Kubera sonrió.
—¡Oh sí! Pero no creas que participé en tu éxito. ¡Solo quería mirar! Y
luego, oh, quizás me sentí un poco apegado a sus corazones tiernos y sus
miradas persistentes. Eran solo huesos y anhelos. Exquisitamente
encantador.
—Hay más para nosotros que eso —dijo Vikram.
—Sin duda, príncipe Zorro, sin duda —dijo Kubera, agitando una
mano—. Por eso los seleccioné a los dos.
El suelo de mármol cambió, los colores pálidos se movieron y se
deslizaron bajo su repentina translucidez. Las imágenes parpadearon ante
él, extendidas como una esperanza no realizada, un imperio que se parecía
un poco a Bharata y un poco a Ujijain. Sintió la tierra debajo de él, la
brillante y ardiente urgencia de innovar y hundir sus dientes en la
historia. Era un reino en medio de la creación de su propia leyenda,
marcando el comienzo de una era que no tenía lugar para la magia. El
sentimiento más extraño era lo posesivo que se sentía. Lo sabía. Conocía
sus bibliotecas y edificios, sus paisajes y templos. Como si esta tierra que
se extendía debajo de él fuera de alguna manera… suya.
—Pronto —dijo Kauveri—, uno no podrá entrar en el Otro
Mundo. Sellaremos nuestras puertas. Cerraremos nuestros
portales. Viviremos aparte. Estos cuentos no son solo piezas de magia. Son
los cimientos del legado. Intentamos durante años encontrar los recipientes
adecuados. Un señor y una dama de la nueva era, por así decirlo. Dos
personas que romperían el tiempo porque sus historias serían
atemporales. Escuchamos corazones vacíos y sonrisas hambrientas y los
guiamos a nuestra tierra solo para verlos fallar una y otra vez. Hasta ahora.
Detrás de sus ojos, Vikram vio las orillas del portal del Rey Serpiente
plagadas de huesos. Todos los que habían sido llevados a Alaka poseían el
mismo potencial que él y Gauri. Pero el potencial no significaba nada frente
a la fuerza de voluntad, y eso era algo que nadie podía poseer excepto él.
Kubera le tendió la mano. Una pequeña moneda de luz descansaba
en su palma.
—Te ganaste tu deseo.
LA MANO DE CRISTAL
Gauri
Traducido por Moon M
Corregido por -Patty

¿Quieres ser valiente?


Escuché la elección en las palabras de Maya
¿Quieres empezar a ser valiente?
Pensé que había sido valiente. Había librado guerras de poder con
Skanda, defendí a mi país, protegí a las personas que amaba. Pero esa
valentía no requería elección. Era algo que tenía que hacer. Vivir bajo el
gobierno de Skanda no me había asustado porque esperaba su tipo de
horror y me entrené.
El verdadero terror llegó cuando un cuchillo extrajo sangre de la piel
de Nalini y Arjun permaneció de pie en la penumbra de la sala del trono,
silencioso y despiadado mientras mi mundo pasaba de una dosis esperada
de horror a un largo tramo de mañanas desconocidas. Ese era el comienzo
de la fuerza. En el umbral de la fuerza y la valentía estaba la esperanza. Si
iba a ser valiente, significaba reconocer que la esperanza no era una
promesa. No regresaba con la esperanza de salvar a Vikram o incluso salvar
a Bharata. Regresaba por mí misma.
—Sí —dije—. Quiero ser valiente.
Tan pronto como hablé, un tapiz al costado de la habitación se
alargó. Como si estuviera cambiando solo por mis palabras. Maya sonrió.
Miré a nuestro alrededor, pero no podía tener una idea de los alrededores.
—¿Dónde estoy?
Maya ladeó la cabeza. —¿Dónde te gustaría estar?
—En mi hogar.
Y ahí es a donde fuimos. Estábamos sentados en el suelo de las
antiguas cámaras de Maya en Bharata. Tonos de violeta intenso pintaban el
cielo. Pequeñas nubes de luciérnagas flotaban soñolientas por los jardines.
Maya me abrazó y apoyó la mejilla en mi cabeza.
—Nunca creas que no estoy orgullosa de ti —dijo—. Siempre lo
estaré.
Me aferré a ella y aspiré su aroma. Mi hermana siempre olía a flores
que solo brillaban a la luna.
—Te extrañé.
—Yo también te extrañé.
Afuera, el cielo cambió. Profundizando en la noche. Y luego, incluso
la noche comenzó a aclararse. Una fría sensación de pérdida se abrió camino
a través de mis miembros. Sabía, de alguna manera, que en el momento en
que el cielo se convirtiera en el amanecer, Maya se iría. Quería preguntarle
dónde estaba, quién era, pero esas preguntas seguían siendo arrancadas de
mi lengua. Como si no se me permitiera preguntar. No para controlarme,
sino porque esas preguntas no eran importantes.
—¿Me contarás una historia, didi? —pregunté.
Maya asintió. Me acurruqué contra ella, descansando mi cabeza en
su regazo. Y me trenzó el pelo como solía hacer. El sol vertió oro en el cielo.
No recordaba los detalles de la historia que me contó Maya. Pero cuando
terminó, me sentí completa. A veces, cuando miras fijamente una cosa
durante demasiado tiempo, en el momento en que cierras los ojos, puedes
ver el contorno borroso en la luz. Así se sentía mi corazón, aferrado a una
última imagen y dejándome iluminar.
—¿Cuándo voy a verte de nuevo? —pregunté.
—No quiero saber. Siempre será demasiado pronto para mí y
demasiado lejos para ti. Pero te prometo que cuando me visites, te
demorarás un poco más. Dormirás en mi palacio y cenarás en mi mesa. Te
mostraré mi habitación favorita con todas sus flores de vidrio y tomaré tu
mano mientras caminamos por los pasillos —dijo Maya—. Siempre serás mi
hermana.
La conciencia volvió a mí. Poco a poco. El cielo fuera de nuestra hora
robada cambió. El suelo desapareció. Lo último que sentí fueron los brazos
de mi hermana a mi alrededor, cálidos y firmes. No sabía si lo había soñado
todo, pero cuando abrí los ojos, el calor surgió a través del colgante de zafiro
alrededor de mi cuello. Estaba arrodillada ante Kubera y Kauveri. La
realidad volvió a mí, primero en fuegos artificiales, antes de estrellarse
contra las olas. Vikram. Aasha.
¿Dónde estaban ellos? ¿Qué pasó con las Sin Nombre? Lo último que
recordaba es que habían drenado el frasco del veneno del Rey Serpiente, mi
única herramienta de negociación para ganar una salida de Alaka, y se
habían convertido en... vishakanyas.
Miré alrededor de la habitación, buscando respuestas. Pero la
multitud del Otro Mundo se había desvanecido. Nada más que suelos
pulidos y paredes relucientes me rodeaban.
—Él está aquí. Él está vivo. Y está a salvo —dijo Kauveri, como si
escuchara mis pensamientos—. Está esperándote.
—A lo que parece bastante acostumbrado —añadió Kubera—. Lo
verás en breve.
—¿Y Aasha?
Kauveri enarcó una ceja. —¿Has llegado a preocuparte por la
vishakanya?
Asentí.
—Ella está bien, niña.
El alivio me inundó. Levanté mi mano sobre mi estómago, sintiendo
la herida infligida por la Sin Nombre cuando me detuve... mi mano. Ya no
era mía. Me llevé la mano derecha a la cara, parpadeando ante la réplica de
cristal que se movía y brillaba como si fuera de carne y hueso. Puse rígido
mi brazo y vi cómo se tensaban los pequeños músculos a lo largo de mi
antebrazo. Pensé en mover mis dedos y la mano de vidrio bailó a mis
pensamientos.
—¿Te gusta? —preguntó Kubera.
—Me tomaste la mano —dije sin aliento.
—Todavía funciona —dijo Kubera—. Aunque no tomará ningún
arma.
Cogí la daga que llevaba en la cadera. La mano de cristal no se sentía
diferente a mi otra mano. Un pulso atravesó su forma de cristal tallada.
Incluso podía sentir la textura de mi vestido debajo de mis dedos
translúcidos.
Pero en el momento en que mi mano tocó la daga, el vidrio se
convirtió en... vidrio.
Rígido y quebradizo. Golpeó el metal con un tintineo sordo.
Intenté de nuevo. Sonido metálico. Coloqué mi mano en la daga,
queriendo que se rompiera y solo me doliera el hombro.
Me dolía todo el brazo.
El horror de mi mano me atravesó, lento y espeso.
No podía pelear.
No. Podía. Pelear.
Sacudí mi brazo, tratando de soltarlo. Como si fuera un insecto. Pero
la mano se quedó. Se quedó. El cristal atrapó la luz. La sostuvo. Mi garganta
se apretó. La lucha fue la última conexión que tuve con Maya. Sus historias
me hicieron valiente. Me hicieron ver el mundo de otra manera, luchar por
el mundo que quería ver en lugar del que tenía. Y mi mano, incluso si era
solo una parte de ese sueño, había sido... importante. Una ráfaga de
despedidas que nunca podría pronunciar me ahogó. Nunca sabría el peso
de blandir ambas dagas al mismo tiempo. Nunca captaría el aroma del
hierro en mi palma después de una sesión de práctica. Ni siquiera tendría
la oportunidad de preocuparme por los callos en mis manos, porque el vidrio
nunca se arrugaría.
—¿Este es mi sacrificio? —pregunté, tratando de que mi voz no
temblara.
Mi piel se sentía tensa por la conmoción. Luchar era mi consuelo, mi
control sobre el que no podía ser arrebatado. En Bharata, los campos de
batalla eran el único lugar donde podía ser yo mismo. Y Kubera le había
robado esa paz.
Ellos asintieron.
—Pero… pero dijiste que solo tomarías algo que ya nos hubieran
quitado. ¿Cómo iba a perder ya mi mano?
—No perdiste tu mano.
Agité mi mano. —Habiendo vivido con ella durante dieciocho años,
puedo asegurar que no empezó como vidrio.
—No perdiste la mano —repitió Kubera.
—Perdiste tu sentido de control —dijo Kauveri.
—¿Cómo sabes que ya lo habría perdido? —exigí. Sabía que sonaba
tan petulante como un niño, pero no pude evitarlo. Esto no era algo que
hubiera estado dispuesta a dar.
Kubera sonrió y odié saber que tenía su compasión.
—Comenzaste a perder tu sentido de control en el momento en que
aceptaste la magia en tu vida. Lo perdiste cuando perdiste tu trono y pusiste
en peligro a tu mejor amiga —dijo Kauveri—. Lo perdiste cuando te
sucedieron cosas repetidamente y no pudiste hacer nada más que
reaccionar. Tus reacciones todavía te pertenecen. No es un sacrificio tan
malo, querida princesa. Lo habrías perdido de todos modos.
—Y ganaste un deseo —dijo Kubera.
—¿De qué sirve eso sin una salida? —pregunté. Me volví hacia
Kauveri—. Mi señora, sé que...
—Te concedo una salida —dijo suavemente.
La miré, estupefacta. —Pero la Sin Nombre robó el frasco del veneno
del Rey Serpiente.
—¿Crees que quería el veneno porque anhelaba controlar al marido
de mi hermana?
Asentí.
—No —dijo ella—. Después de intercambiar tantas palabras duras
con la persona que amas, a veces es imposible que vuelva a confiar en ti. Se
suponía que el veneno del Rey Serpiente era un regalo de confianza y fe.
Pero tú y yo fuimos derrotadas. Solo una deidad podría aprovechar la
capacidad de controlarlo. Nunca busqué hacer eso. Solo buscaba mostrarle
que no lo haría. A veces, el mayor poder no proviene de lo que hacemos, sino
de lo que no hacemos. Y tenía mi deseo. Me hiciste un gran servicio, Gauri
de Bharata.
Miré detrás de Kauveri hacia el pequeño podio donde el Río Kapila y
el Rey Serpiente estaban abrazados, sonriendo en dirección a Kauveri.
—¿Qué significa eso para las Sin Nombre?
—Continuarán teniendo la Bendición de vishakanyas durante otros
cien años. Las Sin Nombre pensaron que estaban luchando por la
permanencia de algo. Pero nada dura para siempre. Eventualmente, el
veneno se desvanecerá.
—Tu deseo es tuyo —dijo Kubera.
Aunque sabía que todavía estábamos en Alaka, no podía sentir la
magia en el aire. No había una curiosa ingravidez en el mundo, como si
estuviera esperando para abrir las cortinas y mostrarme la maravilla bajo la
podredumbre.
El mundo apestaba sólo a muerte. Hierro y sal y rosas que alguna
vez fueron brillantes. Agua ensartada a través de espinas de pescado. Pensé
que en el momento en que ganara, mi respiración se detendría y las estrellas
allanarían mi camino. En cambio, todo en lo que podía pensar era en mi
propio agotamiento hasta los huesos y en el hecho de que ya no me conocía
a mí misma.
—Ten cuidado con tu deseo —dijo Kauveri—. Incluso un buen deseo
puede tener repercusiones. El deseo de que la lluvia apague las gargantas
resecas de un campo puede convertirse en una inundación que se lleve toda
una aldea. Un deseo de un corazón malvado de mutilar a otra persona puede
terminar salvando mil vidas. Yo no tomo esas decisiones.
Después de todo este tiempo, me di cuenta de que ya ni siquiera
sabía lo que desearía. Había cambiado. Quería mi trono y quería la
seguridad de Nalini, pero ¿a qué precio? Mis deseos me habían atrapado.
Mis miedos habían intentado devorarme. Si actuara sobre ellos, sabiendo
con qué facilidad todo podría volverse en mi contra, ¿terminaría haciendo
más daño que bien?
—No tienes que pedir tu deseo ahora —dijo Kubera—. Pero cuando
regreses, recuerda contar una buena historia. ¡Inventa detalles! Me encanta
eso. ¡Quizás puedas decirle al mundo que era un gigante! O que cabalgué a
lomos de varias águilas. En realidad, no. Nunca me gustaron las alturas.
—¿Fue todo solo una historia para que coleccionaras?
Kubera inclinó la cabeza hacia un lado. —Es imposible recopilar una
historia. Después de todo, las intersecciones de un cuento y sus
consecuencias son mucho más grandes de lo que puedas imaginar. ¿Puedo
contarte una historia?
Asentí con la cabeza y extendió las manos mientras las imágenes del
suelo cambiaban.
—Algunos cuentos que nunca terminan comienzan con algo tan
simple como un acto de impulso y terminan con algo tan malvado como un
acto de amor.
41
UNA COLECCIÒN DE PÁJAROS
Traducido por Steph M
Corregido por -Patty

UN PÁJARO CON PLUMAS AZULES

Una cortesana baila ante un grupo de reyes.


Su corazón es joven, tan lleno de luz que ninguna espina ha crecido
para perforar su inocencia.
Un rey que nunca había escuchado un "no" se dio cuenta. La
cortesana pelea. Pierde.
No porque no fuera valiente.
Sino porque la valentía no puede comprar el aliento cuando unos
dedos furiosos envuelven cintas alrededor de la garganta.

UN PÁJARO CON PLUMAS DE HUESO

El dolor ejerce una magia peligrosa.


Tres hermanas se hunden en las sombras.
Sus manos tiemblan sobre el cuerpo roto de una cortesana en el
suelo.
Ahora ella está muerta.
Pero ella era otras cosas antes: amada, hermosa, hermana.
Esas cosas no cambian.
Cogen la seda de su bufanda, azul como las venas, y se la atan
alrededor del cuello.
Este es su grillete.
Cambian la magia de sus nombres por veneno encantado.
Por venganza.
Y actúan como todos los actos de venganza: A ciegas.

UN PÁJARO CON PLUMAS DE ESCALA

Un príncipe serpiente se desliza junto a las orillas del río, atrapado


en una canción.
Lo arrulla desde las aguas invernales.
Enamorado, anhela caminar junto a la cantante, no sobre las olas
donde ella se sienta.
Anhela hablar en su lengua.
Un trueque.
Piernas para el veneno encantado, lenguaje para la venganza.
No lo piensa dos veces.
El río Kapila lo mira con ojos pálidos, tan pálidos y brillantes, que
rivalizan con las estrellas inacabadas.
Tan claro y sabio, ven directamente a través de su sangre
contaminada
Y de su corazón
Donde ni sangre ni icor llena sus venas
Solo su canción.

UN PÁJARO CON PLUMAS DE ORO

Seda azul alrededor de su garganta


Muerte a su toque
Un grupo de reyes asesinados
Un villano
El resto es inocente
Asesinado no por su traición sino por su oportunidad.
En un reino escondido en las Montañas Kalidas, la reina vanara cae
de rodillas.
Pero un corazón roto con demasiada brusquedad es como una flor de
cristal que se cae.
Examine las piezas y encontrará un arma.
Ella busca venganza, pero nadie defenderá su causa
Y si no puede encontrar venganza, debe cultivarla.

UN PÁJARO CON PLUMAS DE AGUJA

El mundo se acaba, no con un chasquido sino con un suspiro


Una atadura suelta: antes y después, amado y desconsolado,
deseoso y viudo
Rica arcilla para el desamor.
Arcilla más rica para la fruta demoníaca.
Un cuerpo.
Un hueso.
Una abundancia de lágrimas.
Así termina el mundo
Y comienzan las maldiciones.
Pasan los años
Los nombres se eliminan y se recuperan
Los reinos se acercan a las sombras, esperando.

Y una reina convertida en roca espera un beso.


LLAMAS DE MIEL CRISTALIZADA
Vikram
Traducido por Steph M
Corregido por -Patty

Él la esperó en el patio de Alaka. Ahora que el Torneo de los Deseos


había terminado, todos se habían desplazado. La tienda de
las vishakanyas estaba vacía, los banderines de seda encantados yacían
esparcidos por la hierba. Los manzanos habían sido despojados de su fruto,
ningún instrumento musical ni manzanas con joyas brillaban bajo las
ramas oscuras. Ningún yakshas o yakshinis pasaba flotando con alas
vaporosas o con cabezas con cuernos en su dirección.
El silencio era inquietante, pero liberador. Había imaginado la
victoria de mil maneras. Pensó que podría montar en elefantes dorados
hasta la ciudad. O tal vez aparecer en una lluvia de monedas en medio de
una reunión del consejo. Quizás no sea la última idea, por temor a que las
monedas de oro lo golpeen en la cabeza.
Antes del Torneo de los Deseos, conocía la forma del vencedor,
amplia y proyectando una sombra que se filtraba a través de las páginas de
la historia, pero no la sensación. La sensación era algo brillante y urgente
presionando contra sus huesos, empujándolo a hacer espacio para una
nueva versión de sí mismo. No sabía cómo adaptarse a este nuevo Vikram,
o al peso que venía con tener un yo anterior y uno nuevo.
Vikram había perdido todo sentido del tiempo mientras estaba de pie
ante Kubera y Kauveri, mirando cómo las historias ondulaban sobre él.
Antes de llegar a Alaka, se atrevió a tener la esperanza de que estaba
destinado a algo más. Ahora se atrevía a esperar poder dar forma a ese
significado por sí mismo. Todo este tiempo, había esperado que la magia
uniera su futuro. Pero todo lo que la magia había hecho era mostrarle cómo
unirlo por sí mismo.
Echó un vistazo al documento encantado que tenía en la mano. Ni
siquiera un deseo era la solución. Aunque sin duda era un comienzo.
—¿Qué deseas, príncipe Zorro? —le había preguntado Kubera.
Antes de la magia, la respuesta le había parecido simple. Creía que
el trono de Ujijain debía ser suyo y pensaba que el torneo mágico de alguna
manera validaba ese deseo. Pero eso fue una tontería. Todo lo que siempre
había querido era que se reconociera el potencial que había en él. No podía
apuntalar mágicamente esas deficiencias de la noche a la mañana. Debía
ganárselas, de la misma manera que necesitaba aprenderlas.
—Deseo que otros vean el potencial que hay en mí.
Kubera había sonreído. Al momento siguiente, un documento
encantado quedó cuidadosamente sellado en su mano.
—Muéstralo a tu consejo —le dijo—. Y recuerda contar una historia
que sea digna de nosotros.
Vikram sonrió, sosteniendo el pergamino cerca de su pecho junto
con el otro regalo de Kubera: una serpiente que se contraía al oír una
mentira. La había llamado Biju, por "Joya", y pasó la mayor parte de una
hora probando sus habilidades de detección de mentiras.
—Soy el príncipe más guapo del mundo —dijo.
Biju se contrajo.
—Cuida tus modales, Biju. Ahora soy el verdadero heredero de
Ujijain. O algo así. Ciertamente ya no soy una marioneta.
Biju no se contrajo. Su corazón dio un vuelco.
—¿Soy el príncipe más guapo de Alaka? —hizo el intento.
un encogimiento.
—¿Soy el príncipe más guapo del patio?
No hubo ningún movimiento. Vikram echó un vistazo al jardín, lo
que confirmó que no solo era el único príncipe, sino que también la única
persona en el patio de Alaka. Frunció el ceño.
—Tu sentido del humor me recuerda a alguien más —comentó—.
También la llaman Joya, pero no creo que pueda detectar una mentira.
Biju no respondió, solo se deslizó alrededor de su cuello y atrapó su
cola con su boca. Podría haber jurado que escuchó el suspiro de una
serpiente resignada. Se volvió hacia la entrada, con sus nervios bailando.
¿Por qué no estaba todavía aquí? ¿Había mentido Kubera? Antes, su
creencia habría sido férrea. Pero en solo un corto mes había aprendido algo
que nunca lo dejaría:
La duda.
—Gauri está viva e ilesa —le susurró a la serpiente, rezando para
que no se moviera.
Escuchó una risa suave.
—¿Le estás susurrando chismes sobre mí a una serpiente?
Vikram se quedó helado. Gauri estaba en la entrada. Alta e
imperiosa, iluminada por el sol a contraluz como si hubiera captado un
puñado de sus rayos y hubiera decidido que le quedaba mejor que al cielo.
Gauri tenía una forma de expulsar los elementos, ahuyentando el aire para
que Vikram sintiera que no había suficiente para que él aspirase con sus
pulmones.
—Te habría contado chismes a ti sobre ti, pero no estabas por aquí
—contestó, presumiendo de Biju. Gauri miró a la serpiente que decía la
verdad con un toque de envidia—. ¿Dónde estabas? ¿Caminando por la
delgada línea entre la vida y la muerte?
—Como uno sabe hacer —respondió Gauri, cruzándose de brazos—.
¿Y tú? La última vez que te vi, tenías un cuchillo en la espalda.
—Y la última vez que te vi, tenías tus brazos alrededor de mí.
Gauri parecía exasperada.
—¿Es ese el único detalle que recuerdas? ¡Te estabas muriendo!
—Me estaba cayendo al suelo.
—... hacia tu muerte.
—Hacia un limbo cuestionable de la existencia que fue, sin duda,
doloroso.
Ella rió. Y Vikram, que nunca había querido que su vida se
ralentizara, sino que se moviera cada vez más rápido a la siguiente cosa, se
encontró deseando vivir en este segundo. Se quedaron allí, mirándose el uno
al otro. Sintió como si pudiera sentirla repitiendo todo lo que sucedió la
noche anterior a la fiesta de los miedos. La sonrisa se congeló en su rostro,
ahora más por costumbre que por alegría. Cuando extendió la mano para
apartarse un mechón de cabello de la cara, un puñado de cristal atrapó la
luz y la refractó, casi cegándolo. Entrecerró los ojos ante el repentino brillo
antes de darse cuenta de que no era un puñado de cristal en absoluto, sino
la mano de Gauri.
—¿Eso... es nuevo? —preguntó Vikram, señalando sus dedos.
La boca de Gauri formó una línea apretada.
—Será difícil olvidar el sacrificio que hice —El dolor estalló detrás de
sus ojos—. ¿Tú no tienes extremidades de vidrio?
Él sacudió la cabeza incluso cuando su corazón tronó en su pecho.
¿Quién era él para decir que Alaka no había reemplazado una parte de él
con vidrio? Quizás fue su corazón. Mirando a Gauri, se sintió mucho más
transparente que nunca. Como un fragmento de vidrio. Igual de translúcido.
Igual de fácil de romper.
—Antes del Desfile de Fábulas, me preguntaste qué quería.
Gauri se mordió el labio. Esperando. Sintió las palabras arrastrarse
con impaciencia dentro de él. Trató de practicar cómo decirlas mientras
esperaba, pero ahora que ella estaba aquí, su luz, brillante y feroz, hacía
que las palabras se dispersaran mientras salían de su garganta.
—Quiero pasar tiempo contigo —espetó Vikram—. Quiero tener
momentos en los que no estemos mirando alrededor de nuestros hombros y
preguntándonos qué nos va a atrapar —¿Había dado un paso más cerca o
fue ella? O tal vez el suelo se había salido de su camino—. En los que no
estemos corriendo o escapando hacia nada más que el uno al otro. En los
que abrazarte no tenga nada que ver con tratar de engañar a los que nos
rodean, celebrar una festividad o defenderse de los ecos de cualquier horror
que haya intentado matarnos. De nuevo. Todo lo que quiero es un día en el
que no haya nada más que tú y yo, y definitivamente postres, pero sobre
todo...
Ella lo agarró. Él ya se estaba inclinando hacia ella, así que cuando
ella agarró un puñado de su chaqueta, casi se desploma. Sus labios se
encontraron con los de él. Perdió el equilibrio de nuevo. Tan de cerca, era
embriagadora. Era toda: llamas de miel y relámpagos crepitantes. Podía
saborear la persistencia de su beso. La desgana. Y supo, incluso antes de
que ella se separara de él, que eso era lo que le ofrecía. No tiempo, sino un
recuerdo.
—Sobre todo, esto —añadió él con una risa débil.
Ella apoyó la frente contra su pecho.
—Yo también quiero esto.
Vikram esperó, acariciando las puntas de su cabello entre sus dedos.
No olvidaría esto.
—Este lugar me cambió —dijo Gauri con voz ronca—. Necesito
descubrir quién soy después de todo esto. Hay gente esperándome para
sacarlos del caos. No sé cuánto tiempo llevará eso. No sé cuánto tiempo
pasará antes de saber quién soy y qué necesito hacer y... necesito cada parte
de mí para esa pelea —Ella lo miró a él—. Especialmente mi corazón.
Sabía lo que ella diría, pero escucharlo no lo hizo mejor. Incluso
magullado, la admiraba. Era casi más que desearla. Se fijó en la seda oscura
de su cabello y el negro invernal de sus ojos, memorizándola. Y luego notó
algo en su cuello, una pequeña curva de luz que descansaba justo debajo
del colgante de zafiro que siempre usaba. Él frunció el ceño.
—Eso es...
Ella agarró su collar, sonriendo.
—No lo necesito.
Un deseo. Después de todo, ella no lo necesitaba.
—Creo que a veces el deseo más verdadero de todos es no tener que
pedir uno —exclamó Gauri—. Además, creo que hay alguien en casa que lo
necesita más que yo.
—¿Qué planeas hacer, Gauri? —Le preguntó Vikram, sonriendo—
¿Vas a pasear por las puertas de Bharata con nada más que una daga?
Ella metió la mano en una pequeña bolsa y sacó una daga que él
nunca había visto. Era de un azul antinatural, con un acabado brillante
como si estuviera hecho de agua.
—Un regalo de Lady Kauveri —le contestó. Gauri la tiró al suelo,
donde se convirtió en un tridente de agua—. Creo que es capaz de hacer una
gran entrada.
—Te gustan las entradas dramáticas.
—No puedo evitarlo.
—Si me necesitas...
—Te lo pediré —finalizó, guardando la daga—. ¿Harás lo mismo?
El asintió. Se necesitó cada hilo de su disciplina para alejarse de ella.
Las puertas se abrieron. En el momento en que pasara junto a ellos, Alaka
desaparecería. El imperio de Ujijain se desmoronaría ante él. Un deseo no
puede forjar el futuro más de lo que creer en el destino puede hacerte
merecerlo. Ahora lo sabía, e incluso si Alaka había eliminado una creencia,
le había dejado cien nuevas, cada una más poderosa que la anterior.
—Vikram —llamó Gauri. Él se volvió hacia ella—. Cuando lo haya
resuelto... todo... no te haré esperar.
Él rió.
—Dijiste eso la última vez.
Y entonces él cruzó por las puertas.
43
PLUMAS CRUJIENTES
Aasha
Traducido por Steph M
Corregido por -Patty

Aasha trazó la piel sin marcas en su garganta donde una estrella


azul una vez manchó su cuello. Cerrando los ojos, buscó el recuerdo del
veneno bailando por sus venas, y la estrella azul floreció bajo sus dedos.
Ahora podía controlarlo, y la capacidad de tomar esa decisión la dejaba
embriagada de poder. En el momento en que pidió su deseo, su vida se
dividió en dos: antes y después. Es extraño cómo no fueron más que un
puñado de palabras las que cambiaron su vida.
El Señor de los Tesoros fue quien le sacó el deseo. Ella había estado
agachada en el suelo, sus dedos manchados con la sangre de Vikram, todo
su cuerpo temblaba de impotencia. ¿Por qué no podía tocarlo y sacar el
cuchillo de su espalda? ¿Por qué no podía empujar a Gauri fuera de peligro?
Su cuerpo era una prisión.
—Sabía que sería más difícil para ti —dijo el Señor de los Tesoros
desde el otro lado de la habitación.
Aasha recordó parpadear entre lágrimas y mirar la habitación vacía.
El Otro Mundo se apresuró a perder interés. Una vez que los humanos se
desplomaron en el suelo, el entretenimiento terminó. Se habían marchado
a los terrenos del patio, con copas de recuerdos felices cayendo al suelo. La
indiferencia pintaba el aire rígido y quebradizo. Aasha había odiado cada
momento que se fueron. Había odiado el momento en el que había buscado
a Gauri y Vikram, solo para ver el contorno de sus cuerpos y no su yo real.
¿Alaka se había llevado a los muertos para no arruinar la decoración del
palacio?
Las Sin Nombre se rieron en un rincón, estrellas azules brillando en
sus gargantas. El conocimiento de que eran vishakanyas la inquietaba.
Mientras el Señor de los Tesoros caminaba por los pisos vacíos y se dirigía
hacia ella, las Sin Nombre habían girado en círculo y había ejecutado una
torpe reverencia en su dirección.
—Otros cien años de magia son nuestros —cantaron—. Nuestra
venganza sigue viva.
—Sí —dijo el Señor de los Tesoros, y Aasha creyó escuchar un eco
de tristeza en su voz—. Han extendido sus encantamientos durante otros
cien años. Quizás, algún día, su venganza dé paso a la libertad. O quizás
siempre bailarán a destiempo, no del todo fantasmas y no del todo seres
vivos, despojándose un poco más de tu humanidad cada vez.
—Hacemos esto por ella —alegó la Sin Nombre, señalando a Aasha y
burlándose—. Lo haremos otra vez —Se volvieron hacia Aasha—. ¿Ves,
niña? Somos ustedes, como ustedes son nosotros. Te dimos a ti y a tus
hermanas el regalo de nuestra sangre y nuestro legado. Gracias a nosotros,
nada puede tocarte. Deberías darnos las gracias, no lamentar tales cosas.
Ellas no te llorarían.
Aasha no dijo nada, y la Sin Nombre solo se rió y desapareció.
—Los dejas morir —sentenció Aasha.
—No soy tan cruel, niña —dijo el Señor de los Tesoros, levantando la
barbilla—. Simplemente dejo que sus elecciones se desarrollen como
quieran.
—¿Que les pasara a ellos?
—Eso no nos corresponde a ninguno de nosotros decidir —le dijo.
Aquí. Pide un deseo para ti.
Extendió su mano para mostrar un destello de luz bailando en el
centro de su palma. Una elección se extendió ante ella.
Las palabras de la Sin Nombre sonaron en sus oídos: nada puede
tocarte. Tenían razón.
El conocimiento y la curiosidad nunca rozarían su mente.
Solo conocería un recinto de seda y veneno.
Ella solo conocería los deseos de los demás y nada de los suyos. La
magia era una ganga. En cien años, tal vez la magia vishakanya disminuiría
poco a poco, volviéndolas humanas una vez más si vivían tanto tiempo.
Pero Aasha estaba inquieta. El Torneo de los Deseos había encendido
un hambre en su propio corazón. La curiosidad se sentía como un miembro
fantasma, una parte de ella que había muerto y exigía la resurrección. En
los brazos de sus hermanas, el mundo era tan pequeño que podía ahuecarlo
en sus palmas. Ese mundo tenía amor y amistad. Las Sin Nombre estaban
equivocadas. La venganza no era su legado. Solo veneno. Sus hermanas
fueron una prueba. Muchas de ellas entraron en el redil de los vishakanyas
no por venganza... sino por la libertad. Ni siquiera llamaron venganza a su
regalo, sino una Bendición. La hicieron suya.
Con las rodillas dobladas debajo de ella, Aasha se sintió como un
pájaro incipiente, medio ciego y ansioso. Cogió el tenue deseo, lo curvó entre
los dedos y se lo llevó a los labios. Expresó su deseo sin palabras: un deseo
de control y elección, de curiosidad y coraje. Cuando abrió los ojos, el Señor
de los Tesoros se había ido. Y también su estrella.
Aasha había deambulado por el patio, rodeando la tienda de
vishakanyas durante la mayor parte de la noche hasta que reunió el coraje
para entrar y revelar lo que había hecho. Ella cambió entre su ser humano
y vishakanya, preparándose para el disgusto. Pero los abrazos de sus
hermanas no fueron más que cálidos, aunque tuvieron cuidado de
asegurarse de que pudieran tocarla. Presionaron sus verdaderos nombres
en sus muñecas y brazaletes encantados brotaron alrededor de sus brazos:
hechizos de protección y llaves entre mundos, hechizos para la belleza y la
riqueza, para la buena salud y mejores sueños.
Esa noche durmió en el bosque, bajo las estrellas y sobre un lecho
de flores. Al día siguiente, se dirigió a las puertas de Alaka y encontró una
silueta familiar esperando en la salida. Gauri miró la puerta como si su
corazón estuviera del otro lado. En el momento en que vio a Aasha, sonrió
ampliamente antes de que su mirada se posara en el parche vacío de piel en
su cuello.
—Mi deseo se hizo realidad —dijo Aasha.
—¿Querías dejar de ser una vishakanya?
Ella sacudió su cabeza.
—Quería honrar la herencia de mis hermanas y mi propia
curiosidad.
Aasha retiró su mano y la estrella azul brilló sobre su piel antes de
desaparecer.
—¿Puedes controlarlo? —preguntó Gauri con los ojos muy abiertos.
—Quizás me sea de utilidad durante mis viajes.
—¿Adónde vas a ir?
—Aún no lo sé, pero creo que eso es lo que más me gusta.
Gauri sonrió.
—No sé a dónde te llevarán tus viajes, pero siempre habrá un hogar
para ti en Bharata. Y mucha comida, para que no tengas que volver a
intentar comer una flor —Aasha se rió—. Una habitación y una comida es
lo mínimo que puedo ofrecer. Salvaste nuestras vidas.
Aasha se quedó en silencio.
—Quizás tú también salvaste la mía —Le tendió la mano, pero Gauri
la apartó y la abrazó—. Te deseo lo mejor, amiga mía.
—Y deseo que no tengas la necesidad de pedir deseos.
Gauri pasó más allá de las puertas, con la barbilla en alto y los ojos
fijos en un mundo que Aasha no podía ver. La magia destellaba en el aire,
filtrando luz a través de su piel hasta que parecía una llama sostenida:
incandescente y rugiente. En un abrir y cerrar de ojos, desapareció. Aasha
sonrió para sí misma y caminó lentamente hacia la puerta. Miró por encima
del hombro, a la magia de las agujas doradas que perforaban el cielo, a los
banderines de seda arrugados de la tienda de sus hermanas y al susurro de
las plumas en las alas de las historias inconclusas. Ella caminó hacia
adelante.
Esta vez, no miró hacia atrás.
44
UN GIRO EN EL CORAZÒN
Gauri
Traducido por Moon M
Corregido por -Patty

Medianoche en Bharata.
Bharata tenía el mismo aspecto. Todo el tiempo que Ujijain me
mantuvo encerrado, pensé que volvería a casa y encontraría una colección
de ruinas. Pero fui mucho menos crítica para mantener unida a Bharata de
lo que pensaba. Solo debería haber pasado un mes desde mi tiempo en
Alaka. Una profunda bocanada de aire lo confirmó. Temporada de
monzones. Grandes nubes de tormenta se cernían en la distancia, sus
vientres cargados de lluvia esperando para engancharse en los picos de las
montañas.
Me había imaginado regresar a Bharata de cien maneras y mil veces.
Me imaginé cabalgando al frente de un ejército. Banderines fluyendo.
Banderas ondeando tan alto que parecían abolladuras ensangrentadas
formadas por dedos que rastrillaban el cielo. Imaginé espadas chocando y
una victoria brutal, una violencia terrible que quemaba los recuerdos y
demostrara que nadie podía apartarme de mi trono.
Pero Bharata no necesitaba derramamiento de sangre. Y yo tampoco.
Lo que mi país quería y lo que yo necesitaba era lo mismo. No queríamos
cantar la canción de la guerra y la sangre, de las disputas por el poder y la
crueldad. Queríamos un nuevo comienzo.
Las puertas del palacio estaban cerradas como brazos cruzados.
Detrás de ellos, escuché el susurro de la armadura de los centinelas. El
regalo de Kauveri ardía en mi bolso, un fragmento de magia de un río
rugiente y energía que estaba ansiosa por liberarse. Si mi plan funcionaba,
no tendría que luchar. Mi mano de cristal atrapó la luz de la luna y reprimí
una mueca. No podía luchar. Este plan tenía que funcionar.
—¿Quién está allí? —llamó el guardia principal.
Aclaré mi garganta y me enderecé un poco. —La princesa Gauri de
Bharata.
Podía oírlos arrastrarse detrás de la puerta, susurros convirtiéndose
en amenazas y conversaciones silenciosas. Los segundos se convirtieron en
minutos y los susurros se convirtieron en amenazas cada vez más fuertes.
—¡Déjala entrar!
—Mientes…
—Sabes que no permitirá...
—Se supone que está…
Alaka podría haber cambiado mi perspectiva, pero no había hecho
nada por mi paciencia.
—Abre esta puerta y déjame pasar —dije—. Soy tu princesa y estás
obligado por el honor y el deber a obedecerme.
—¿Qué significa esto? —exigió una voz que conocía demasiado bien.
Mi cuerpo respondió antes que mi mente, las náuseas se apoderaron
de mi estómago.
Skanda.
—Su Majestad, la mujer fuera de la puerta dice que es la Princesa
Gauri. Quizás todos estos meses que ha estado perdida, ha regresado...
—Lo he hecho —dije en voz alta. Me sorprendió que Skanda no
hubiera difundido de inmediato un rumor de que estaba muerta. Pero, de
nuevo, Ujijain nunca tuvo la oportunidad de ejecutarme. A Skanda le
gustaban las pruebas. Murmuré un silencioso agradecimiento a Vikram—.
Querido hermano, ¿por qué no me dejas entrar?
—No aceptaremos estas mentiras —dijo Skanda—. Esta mujer es
una impostora. Deberá ser colgada en el acto. ¡Guardias!
—Pero suena como ella —dijo una voz mansa. Un murmullo de
aprobación recorrió a los centinelas.
—No te preocupes, hermano —le dije—. Si no me dejas entrar por la
puerta, simplemente pasaré por encima.
Sonreí. Lancé la daga de agua de Kauveri al suelo y se convirtió en
un tridente forjado en la desembocadura de un río. La luz de la luna brillaba
a través del agua, volviéndola plateada y resplandeciente. El sonido del agua
corriendo iluminó el aire, sacudiendo el suelo con temblores silenciosos. El
tridente tembló. El agua se acumuló alrededor de mis tobillos, apretándose
entre las plantas de mis pies y el suelo y subiendo como una inundación
controlada.
—¿Qué fue eso? —dijo alguien detrás de la puerta.
—Probablemente sólo un trueno —espetó Skanda.
Alaka me enseñó que el mundo era poco más que una historia
palpitante que no tenía principio ni fin. Desde el momento en que puse un
pie en Bharata, comencé una historia.
Pero, ¿por qué conformarse con una historia, cuando podría
comenzar una leyenda?
Sonreí, levanté el tridente en el aire y lo estrellé contra el suelo.
Un millar de chorros de agua se precipitaron bajo mis pies,
sujetándome los tobillos y las pantorrillas mientras se disparaban y me
llevaban con ellos. Mi estómago se desplomó cuando el encantamiento me
empujó por el aire. Aquí arriba, ni siquiera podía ver las copas de los árboles,
pero estaba al nivel de los ojos con las montañas y tal vez si llegaba lo
suficientemente alto, podría despegar una estrella del cielo. Abajo, los gritos
de los guardias apenas llegaban a mis oídos. Me dejé flotar sobre ellos,
saboreando el aire frío y dulce de la medianoche, este momento de magia
que se tambaleaba al borde de la ruptura. Levanté una de mis piernas y la
columna de agua siguió su ejemplo, derramándose sobre la puerta. Levanté
la otra pierna para dar el último paso sobre la puerta. Si quisiera, podría
ahogar a Skanda. Pero me negué a gobernar con sangre en mis manos.
Incluso la suya. Cerré los ojos y las columnas de agua que rugían debajo de
mí colapsaron con gracia hasta que caí al nivel de los ojos de una docena de
guardias de Bharata y mi hermano.
—¿Me reconoces ahora?
Los guardias dejaron caer sus armas. La mitad de ellos se postraron
en el suelo, murmurando oraciones entre dientes. La otra mitad miró
fijamente, con las mandíbulas flojas y los ojos muy abiertos. Se necesitó
toda la fuerza para no regodearse y gritar. Skanda fue el primero en captar
sus pensamientos.
—Mi corazón se alegra de verte a salvo, hermana mía. Y así… dotada
de tus viajes —dijo—. Tenemos mucho que discutir. Tú estabas… —Hizo
chasquear los dedos hacia un asistente de rostro pálido—... prepara sus
aposentos e informe al general Arjun que nuestra princesa ha regresado.
El asistente no se movió.
Sonreí.
El asistente se movió de inmediato.
Skanda no se perdió el intercambio. Su mirada se entrecerró.
—Regresaste a pesar del gran riesgo para la vida y la integridad física
—dijo, con un tono artificialmente admirable—. Y con un truco fascinante
para agregar al arsenal de armas del país. Estoy contento.
Ambos sabíamos que no estaba hablando de mi vida y mi
extremidad. Nalini era el peligro tácito. Pero las palabras de Skanda, a pesar
de su significado, tenían esperanza: todavía estaba arriesgando su vida. Ella
estaba viva. Mi mayor temor no se hizo realidad. Tuve que luchar contra el
impulso de sonreír. En cambio, incliné la cabeza.
Su mirada se posó en mi mano de cristal. Lo flexioné. Ya podía ver
cómo estaba tratando de retorcer la magia que había visto:
Tocada por el demonio.
Poseída.
Un vector del mal.
Pero ya no era el único entrenado en narración. Abracé a mi
hermano, a pesar de que quería arrancarme la piel con su toque. Mientras
caminaba por los pasillos de Bharata, seguí mirando por el rabillo del ojo,
esperando a que alguien saliera de las sombras. No podría luchar contra
ellos con una mano de vidrio que se negaba a tomar un arma.
Caminé por las habitaciones, la daga de Kauveri atada a mi pierna
mientras me bañaba y me cambiaba la ropa de viaje. Después de Alaka,
todos los colores parecían tenues.
Skanda se negó a colocarme en el harén, alegando que molestaría a
las mujeres antes de que él tuviera la oportunidad de explicar mi regreso.
Cobarde. Lo último que quería era a todas las mujeres del harén armadas
con el conocimiento de la magia y preparadas para luchar contra él.
Alguien llamó a la puerta. La abrí, esperando ver a un asistente.
Arjun me devolvió la mirada. Mi garganta se apretó. La alegría, el
dolor y la furia me destrozaron a la vez. Este fue el hombre que me mostró
lo que era un hermano. Me había llevado la mitad del día cuando me rompí
la pierna. Dividió sus postres conmigo. Me molestaba cuando estaba de mal
humor y me ponía serena cuando lo necesitaba. Y, sin embargo, se había
quedado al margen cuando Skanda arrastró a Nalini a la sala del trono. Él
conocía mis planes y me traicionó. Apretó la mandíbula, su mirada se volvió
pedernal.
—¿Cómo pudiste volver después de todo lo que hiciste? —demandó.
Sentí como si me hubieran quitado la alfombra. Me quedé allí,
sorprendida.
—Pusiste mi vida en peligro. Pones en peligro la vida de Nalini —
siseó. Dio un paso adelante—. ¿Cómo pudiste? Y después de todo esto,
después de que suplicamos a Skanda que no te matara, ¿regresaste?
La furia se elevó dentro de mí.
—¿De qué estás hablando, Arjun? —exigí—. ¿Cómo te atreves
siquiera a hablarme sobre la seguridad de Nalini cuando me traicionaste en
el momento en que más te necesitaba, cuando Nalini más te necesitaba?
Una sombra se movió detrás de él. Por inútil que fuera, puse mi mano
de cristal sobre la otra daga de hierro atada a mi brazo izquierdo. La sombra
se deslizó dentro de la habitación y su dueña apareció a la vista: Nalini.
No pude evitarlo. Traté de abrazarla, pero ella se apartó de mí y se
abrazó a Arjun. No parecía que hubiera pasado algún tiempo en una prisión.
Los miré, sin aliento. ¿Qué estaba pasando?
—Nalini... soy yo... volví por ti.
—¿Para hacer qué? ¿Para asegurarte de que estaba muerta incluso
después de que te perdonáramos la vida? —respondió Arjun.
—¿Me perdonaran?
Entraron en la habitación y cerraron la puerta.
—Háblame, Nalini. Por favor. No tienes idea de por lo que luché para
llegar a ti —dije, con todo mi cuerpo temblando.
Nalini me miró como si realmente fuera una extraña. Me miró como
si yo fuera el enemigo y no la víctima. Cuando la alcancé, retrocedió un paso.
Mi corazón se partió.
—Antes de que te fueras, Skanda me dijo que él sabía todo sobre tu
rebelión —dijo, sin mirarme—. Dijo que era para asegurarse de que las
tierras de mi padre nunca me pasaran a mí...

—¡Nunca haría eso! —protesté.


—Te lo pregunté, Gauri —dijo—. ¿No te acuerdas? Vine a ti y exigí
saber qué me pasaría en tu esquema de poder.
Recordé.
—¿Por qué mencionas eso? —dije—. Tu poder de herencia solo se
aplica si alcanzas los dieciocho años. Apenas tienes dieciséis años. Pueden
pasar mil y una cosas entre ahora y entonces. Concéntrate en lo que podemos
controlar en el presente.
El tiempo se congeló. Esa fue la misma noche que me enfrenté a ella
en el jardín.
La misma noche creí oír a los espías de Skanda moverse en la
oscuridad.
—Nos mostró los documentos que habías escrito... —dijo Nalini, con
la voz quebrada. Los documentos falsos. Cerré mis ojos. Los había escrito
para proteger lo que estaba haciendo. Tenía la intención de que cayeran en
"manos equivocadas", pero mi hermano había hecho precisamente eso.
— Tú te negaste a hablar con nosotros, a contarnos tus planes —dijo
Arjun—. Nos rechazaste, Gauri. Y Skanda nos mostró la verdad. Nos mostró
cómo querías a Nalini fuera del camino y demostró lo que has estado
haciendo todo el tiempo.
Recordé a Nalini cayendo de rodillas, con el cuchillo presionado
contra su garganta.
Las palabras de Skanda, elegidas con tanto cuidado, sé lo que
quieres. Pensé…
Pensé que quería decir que la quería a salvo. Pero había actuado para
ambos lados.
¿Cuántas veces Arjun había rogado que hablara en privado con él
después de que lo rescatara? Todo este tiempo, había asumido que quería
hablar sobre lo que había visto, los traumas que lo habían mantenido
cautivo. No le presté atención. Era demasiado arriesgado, una declaración
demasiado abierta de que estábamos aliados unos con otros. Me dije a mí
misma que estaría allí para él como amigo más tarde, que ahora mismo no
podía perder ni tiempo ni seguridad. La insensibilidad que me había salvado
tantas veces me había destruido también.
—Le rogué a Skanda que te enviara a un ashram donde nadie más
pudiera resultar herido. Le rogué que te perdonara la vida, incluso después
de todo lo que hiciste para lastimarnos. ¿Por qué volviste?
Antes de irme de Alaka, le dije a Vikram que no me conocía. Ahora
estaba mirando las profundidades de lo que eso significaba. Heroína.
Salvadora. Villana. ¿Qué eran esas palabras, sino diferentes puñados de
una historia que dependía de quién estaba contando? Verán, una historia no
es solo una cosa que se le cuenta a un niño antes de dormir. Una historia es
control. Lo vi ahora. Sentí que las garras de esa verdad me atravesaban. Vi
cómo había dejado los huesos de la historia de Skanda: una historia de un
corazón vuelto y una codicia insaciable.
—Skanda les mintió —dije, mi voz quebrada.
Me hundí en el suelo, la cabeza entre las manos: una de cristal, una
de carne. Uno translúcido. Uno opaco. Uno que podía empuñar un cuchillo
y otro que no. Pasado y presente. Alaka había cortado mi vida por la mitad.
Cuando miré hacia adelante, la mano que había sido mi horror se convirtió
en mi esperanza: la transparencia.
Nalini respiró hondo. Arjun trató de contenerla, pero ella se agachó
a mi lado, sosteniendo la mano de cristal. —¿Qué te ha pasado?
Me reí. —Ni siquiera puedo empezar a contarles todo.
—Inténtalo —instó Nalini—. Arjun fue enviado a buscarte, pero no
pude... tenía que verte... —Se detuvo, parpadeando para contener las
lágrimas—. Sabes que tu hermano enviará a otro asistente pronto.
Lo intenté. Les conté lo que había sentido el día en que salí a la sala
del trono para ver a los soldados abatidos y a Arjun de pie al lado de Skanda.
Les conté que me arrojaron sobre la frontera de Ujijain, me amordazaron la
boca y me ataron las muñecas; los meses de tortura silenciosa mientras el
imperio decidía qué hacer conmigo. Les conté cómo Vikram cambió todo,
sobre la invitación al Torneo de los Deseos en la ciudad de Alaka hasta el
momento en que me gané la fuga. Sin embargo, no les dije sobre el deseo.
Conociendo a Arjun, él querría una demostración, y no podía arriesgarme a
regalar la última arma que tenía. Cuando Nalini sostuvo el regalo de
Kauveri, sus ojos se entrecerraron de la incertidumbre al asombro. Incluso
Arjun dejó de fruncir el ceño para sostener la daga. La daga brilló en sus
manos, transformándose en un tridente de agua. Desde donde estaba
sentado, podía sentir la corriente de un río invisible, la magia de una
poderosa ola que rebosaba por la habitación y se agitaba con energía.
—¿Por qué iba a volver solo para que me mataran? —dije cuando
Arjun se alejó de mí—. Todo este tiempo pensé que te habías vuelto contra
mí. No sé de qué otra manera probar...
Un asistente llamó a la puerta.
—¿General Arjun?
Mi pulso se aceleró. El asistente estaba llamando a mi puerta.
Entonces, ¿por qué se estaba dirigiendo a Arjun? Arjun habló a través de la
puerta—: No pude cumplir con la directiva de Raja Skanda —dijo—. Sus
viajes la han desgastado y parece que uno de los sirvientes le dio un
somnífero para calmar sus nervios. Dile al Rajá que la acompañaré a la sala
del trono.
—Muy bien, General.
Los pasos resonaron y desaparecieron por el pasillo.
—... ¿Te envió aquí para matarme?
La boca de Arjun se apretó en una línea, que fue toda la respuesta
que necesitaba.
—No lo dejaría —dijo Nalini—. No sin verte. O escuchar por qué
hiciste lo que... lo que pensamos que hiciste.
Mi corazón dio un vuelco. —¿Tú me crees?
Nalini sostuvo mi mirada. —No sé qué creer.
Cogí su mano, pero Arjun me detuvo.
—Tenemos que irnos —dijo con fuerza—. Podemos enfrentarnos a
Skanda nosotros mismos —Me puso de pie de un tirón—. Tienes una
oportunidad para hacerme creer en ti. De lo contrario, seguiré con la orden.
Y luego se volvió hacia Nalini, ahuecando su rostro entre sus palmas
y besándola suavemente en la frente. ¿Qué tan ciega había estado entonces?
Todo este tiempo, pensé que Arjun no había amado a Nalini lo suficiente
como para protegerla de Skanda. La verdad era que la amaba tanto que me
había traicionado.
Nalini nos miró mientras caminábamos hacia la puerta, sus ojos
nunca dejaron mi rostro.
—Gracias —dije cuando comenzamos a caminar por el pasillo.
—¿Por qué?
—Por no matarme, para empezar. Y por mantenerme a salvo cuando
no era necesario.
—No lo hice por ti.
—Arjun, sé cómo se ve. Pero éramos como hermanos...
—Exactamente —dijo cortante—. Éramos como hermanos. Y luego
cambiaste. Skanda puede aclarar esta consigna.
—Skanda es un mentiroso. Las cosas que ha hecho y me ha hecho...
—Eso es lo que dijiste antes para hacerme prometer ser soldado. Lo
hice porque confiaba en tu palabra hasta que seguiste demostrando que no
valías la pena. Pero, ¿alguna vez demostró que hizo todo lo que dijo?
La debilidad es un privilegio.
Nunca le había dicho. Pensé... pensé que me estaba manteniendo a
salvo.
Pero a veces la debilidad tenía el rostro de la fuerza y, a veces, la
fuerza tenía el rostro de la debilidad.
—Puede que no me creas, pero ¿seguramente has visto algo de su
engaño desde que te convertiste en su segundo al mando? ¿Nada de lo que
ha hecho te ha convencido de que podría no ser inocente?
Arjun vaciló. Skanda puede ser un experto narrador de historias,
pero ni siquiera él podía mantener una artimaña de la inocencia durante
demasiado tiempo. Deteniéndose ante las puertas del trono, Arjun me miró
con una mirada oscura. —No intentes nada.
Levanté las manos en señal de rendición. —No lo haré.
Dentro de la habitación, Skanda se reclinó contra almohadas de
seda. Escaneé la habitación: no había asistentes. Ni siquiera un sirviente
para responder a sus mil insignificantes necesidades. Parecía como si
quisiera que esto fuera informal, pero se sentía calculado. Sobre una
bandeja de cristal había copas llenas de thandai frío. Se me hizo agua la
boca. Podía oler las semillas de vetiver y los pétalos de rosa empapados en
la bebida lechosa.
—Solías beber esto cada vez que volvías a casa de una escaramuza
u otra —dijo Skanda, con la voz llena de orgullo fraternal burlón.
Me senté frente a él, consciente de la daga de Kauveri colgada contra
mi cadera. Lo había colocado en el lado izquierdo, esperando que Skanda lo
interpretara como un signo de paz y no como un signo de que mi mano
derecha se negaba a sostener armas. Arjun se hundió en la almohada junto
a Skanda, con una mano protectoramente sobre su daga.
—Actualmente, ahora, Arjun, no hay necesidad de ser tan agresivo.
Después de todo, la princesa Gauri ha regresado de un largo y arduo viaje
—Estaba tan debilitada que apenas podía permanecer despierta. Skanda
esbozó una sonrisa fina y aceitosa. Nos ofreció tazas de thandai a Arjun y a
mí. Tomé el mío con cautela, inhalando el aroma picante.
—¿Puedo ver esa daga tuya, hermana?
—Más tarde —dije—. Estoy cansada.
Él sonrió. —Por supuesto. Por ahora, brindemos por tu salud y tu
regreso.
Me llevé la bebida a los labios, pero no bebí el líquido hasta que
Skanda tomó un trago. Tomé un sorbo y reprimí una mueca. Quienquiera
que hiciera la bebida había añadido demasiado extracto de almendras.
Arjun bebió su bebida en un trago.
—Lamento que tuviéramos que tener esta reunión en tales
circunstancias —dijo Skanda, con otro pequeño movimiento de cabeza.
El thandai me hizo cosquillas en la garganta. Tosí y bebí un poco
más. El calor se extendió por mis miembros. Una picazón ardía justo detrás
de mi pantorrilla.
—Pero no me dejaste otra opción.
A mi lado, Arjun comenzó a toser. Cogió un vaso de agua, pero sus
dedos temblorosos lo hicieron a un lado. Skanda buscó algo en los pliegues
de su manga, sacando un nudo de hojas, que masticó de inmediato. Arjun
lo miró fijamente, con los ojos muy abiertos y furioso, arañando su garganta.
—¿Qué le has hecho?
Agarré a Arjun, golpeándole la espalda. Empezó a temblar. Su rostro
palideció.
—¡No puedes dejarlo morir, Skanda! —grité—. ¡Dame el antídoto!
Pero Skanda no dijo nada. Simplemente miraba de mi a la taza.
—¿Por qué sigues hablando? —él susurró.
Las puertas de la sala del trono se abrieron de golpe. Un remolino de
sedas y plata tintineante clamaba por volumen sobre la violenta tos de
Arjun. Nalini gimió. Ella lo alcanzó, inclinando su rostro hacia él de ella
mientras buscaba el pulso en su cuello. El convulsionó. El sudor le perlaba
la piel.
Me abalancé sobre Skanda, sosteniendo la daga con mi mano
izquierda en su garganta.
—Te dejaré vivir si me dices cómo salvarlo.
Skanda se apretó contra los cojines, su rostro gordo brillaba y sus
ojos se agrandaron en estado de shock.
—Él... él no puede... tomé el único antídoto.
Empujando a Skanda a un lado, me volví hacia Nalini y Arjun. Ella
estaba agachada sobre él, todo su cuerpo temblaba. Arjun yacía en su
regazo, con los labios entreabiertos y los ojos mirando ciegamente al techo.
Él estaba muerto.
45
AL ECLIPSE
Gauri
Traducido por Dayana
Corregido por -Patty

Skanda se volvió hacia a mí. —¿Por qué aun sigues viva?


Una sensación vaga de ardor me iluminó toda la pierna. Y supe,
incluso sin mirar, que la pequeña estrella azul de las aguas envenenadas
del Rey Serpiente me había salvado la vida. Pensé en la acusación de las Sin
Nombre, la forma en que me llamaron "marcada". No podía matar a alguien
con mi toque, pero de alguna manera se me había concedido la inmunidad
al veneno.
—Tú lo mataste —susurró Nalini—. ¿Cómo pudiste?
Los gritos habían alterado al resto de guardias. Uno por uno se
presentó en la sala del trono.
—El Raja Skanda ha envenenado al General Arjun —dijo Nalini, su
voz fuerte pero temblorosa.
—¡No! —grito Skanda—. ¡La princesa Gauri fue el única detrás de
esto! Ella bebió el veneno y ni siquiera fue dañada. ¡No es natural!
¡Agárrenla! Tú viste lo que hizo fuera de las puertas. Ella es una bruja de
algún tipo. No es ni siquiera ella.
—Puedo responder por la inocencia de la princesa —dijo Nalini.
Ahora su voz era de puro acero.
Podía oír al mundo contener la respiración. La última prueba de
lealtad. Arjun había guiado a los soldados, dándoles razones una y otra vez
para confiar en él. Nalini era su esposa, amada por él tanto como por los
soldados. Pero Skanda seguía siendo el rey. Entonces, ¿Qué es un rey sino
alguien que otros dicen que lo es? Llevaba una corona. Al igual que yo lo
hice una vez. Pero el poder es algo que se gana. Seduce. Tal vez las
circunstancias de mi nacimiento me dieron el esqueleto del poder, pero
dependía de mí, mi historia, mi voz, poner carne en esos huesos y hacer que
el poder viva. Arjun lo sabía. Cada día que había conocido a Arjun se había
hecho merecedor del poder. Dos guardias estaban detrás de Skanda. Él los
miró, furioso. Expectante. Una elección colgaba en el aire: ¿Qué poder
seguir? Ellos eligieron. Dos de los guardias sacaron a Skanda de su nido de
cojines.
—¿Alteza? —dijo uno de los guardias, dirigiéndose a mí.
Por costumbre, miré a mi hermano. Pero no le hablaban a él. Me
hablaban a mí.
Yo era la reina.
Durante tanto tiempo, los deseos que había tenido en mi corazón, Mi
reino arrancado del control de Skanda, un reino asegurado sin
derramamiento de sangre, Nalini viva y bien, se sentían como las semillas
de un futuro inalcanzable. Ahora esas esperanzas echaban raíces dentro de
mí. No había necesitado un ejército para recuperar mi país. No había ni
siquiera un deseo. Sólo había necesitado volver y ser honesta.
Encontré mi voz—: Llévenlo a las celdas de la prisión y envíen un
sanador.
Skanda rugió—: ¡Soy tu pariente! ¿Y tú me matarías?
Ladeé la cabeza, mirando fijamente a esta bestia con la que
compartía sangre.
—No voy a matarte.
Se relajó.
—Entonces...
—Voy a eclipsarte —dije en voz baja—. Voy a enterrar tu nombre en
el polvo, no con tu muerte, sino con mi fuerza. Voy a darte un destino peor
que la muerte, hermano. Voy a borrarte de la memoria.
Se fueron, y Nalini me miró fijamente, con lágrimas en la cara.
—Tú sabes que está muerto. ¿Por qué convocar a un sanador?
Me arrodillé junto a Nalini y busqué detrás de mí cuello el cierre de
mi collar. Cuando lo saqué, el deseo no utilizado brilló con fuerza. Cerré los
ojos, recordando a Alaka mientras las imágenes de los pájaros de la historia
se alejaban en la oscuridad.
—¿Quieres pedir un deseo? —preguntó Kauveri.
Más allá de ellos, un río salpicaba de diamantes un cielo gris brillante.
Allí había magia y esperanza en ese espacio de cielo y mar donde un nuevo
mañana se arrastraría al mundo con el mismo sol y una luna cambiante y
todos los secretos en sus estrellas. Elegí un nuevo tipo de valentía. Una con
un futuro que elegí ganar, en lugar de exigir.
—No.
Una parte de mí casi pronunciaba el deseo que creía que quería
Nalini. Pero no iba a asumir más. Ella se merecía esa oportunidad y esa
elección. Cuando miraba a Nalini, el rostro de Aasha aparecía en mis
pensamientos. La vida que ella anhelaba, las opciones que le habían sido
negadas. Cerré mi mano sobre el brillante deseo, y lo puse en la palma de
Nalini.
—Toma —dije—. Creo que siempre debió ser tuyo.
—¿Qué es esto, Gauri? —preguntó Nalini, abriendo sus manos.
La luz bañó su rostro, derramándose suavemente sobre los ojos de
Arjun que no veían.
—Un nuevo comienzo.
CONTAR UNA MENTIRA
Vikram
Traducido por Viv_J
Corregido por -Patty

La serpiente esmeralda se apretó alrededor del brazo de Vikram. Él


hizo una mueca de dolor antes de dar una palmadita en la cabeza de la
serpiente enjoyada.
—Es suficiente, Biju. Has demostrado tu punto.
Biju cedió y le mostró a Vikram su lengua bífida de diamante antes
de deslizarse por sus hombros. Su cola se balanceó con gracia desde su
cuello hasta su hombro. Se mordió el extremo, e inmediatamente se enfrió.
La luz de la mañana brilló en sus escamas.
A no ser que detectara una mentira, Biju prefería vivir su existencia
como una maravillosa guirnalda de piedras esmeralda pulidas y talladas a
semejanza de las escamas de las serpientes reales. A veces cambiaba a
zafiro. Una vez, incluso fue rubí. Pero el verde era su color favorito. La
semana pasada, Vikram la había llamado, excesivamente predecible. Ella
había respondido enroscándose como una prensa alrededor de su brazo. Su
manera de decir: Dices una mentira.
Vikram comenzaba cada una de sus mañanas con una mentira. Y
cada día, era la misma mentira. Se paraba frente a su espejo y decía: Hoy,
ella está lista —Y cada día, Biju se apretaba en un torniquete que le
aseguraba que no debía esperar tal cosa.
Hoy, como todos los días de las dos últimas lunas llenas, no había
sido una excepción.
Al volver de Alaka, pensó que había saciado su hambre de maravillas,
pero algo seguía gruñendo de necesidad en su interior. Miró por la ventana.
La mañana apenas había tocado Ujijain. Las sombras abrazaban la mitad
de la ciudad. Una vez que las campanas de la ciudad sonarán, comenzaría
su interminable procesión de reuniones. Era una rutina que le reconfortaba.
Las reuniones, la investigación, el debate. El hecho de que después de todo
este tiempo, su voz finalmente importaba. Tenía un propósito y un lugar.
Incluso disfrutaba quejándose de sus pies doloridos y sus dolores de cabeza,
pero sospechaba que la novedad pronto desaparecería.
Vikram se puso en marcha hacia la casa de fieras, pero apenas había
dado cinco pasos por el pasillo cuando una voz lo llamó—: ¡Su Majestad!
Tardó un momento en darse cuenta de que se dirigían a él. Todavía
estaba acostumbrándose a su nuevo título. Emperador, tenía un sabor
demasiado pesado y agridulce en su lengua. Dejó de caminar, permitiendo
que un cortesano de rostro fresco lo alcanzara.
—¿Puedo caminar a su sombra, Su Majestad?
Solías huir de ella.
—Por supuesto —dijo, barriendo el aire como una invitación. El
cortesano se puso a su lado.
—Fue un honor escucharle en la asamblea de la semana pasada.
Oh, ¿estabas escuchando? Cuando vi tu cabeza echada hacia atrás y
las babas cayendo de tu boca, pensé lo contrario. Mis más sinceras disculpas.
—Te agradezco que me hayas escuchado.
—Sólo deseo que hayamos tenido la oportunidad de ser iluminados
por su inteligencia antes.
—Les he dado múltiples oportunidades.
El color se drenó de la cara del cortesano. —Su Majestad, no era mi
intención recordarle tal... irresponsabilidad e ignorancia del consejo en el
pasado.
Incluyéndose a sí mismo.
—Pero seguramente, Su Majestad, vio cómo el consejo cambió el día
que usted regresó. Usted los asombró. Se quedaron atónitos.
—Aparecer con un tesoro de otro mundo tiende a hacer eso.
Hace dos lunas llenas, había regresado a Ujijain y entró directamente
en una reunión del consejo con nada más que el documento encantado en
su mano y Biju alrededor de su cuello. Su deseo había sido que todos los
que vieran el documento reconocieran su potencial, pero tuvo el beneficio
imprevisto de permitir que todos los que miraran el trozo de pergamino
vieran el potencial no sólo en Vikram, sino también en ellos mismos. Les
habló de sus viajes por el Otro Mundo, la razón por la que había ascendido
al poder y se encogió de hombros ante el título de gobernante mascota. La
otra mitad se atribuyó el mérito de haberse dado cuenta por fin de la, notable
mente, del Príncipe.
—Supongo que tiene razón, Su Majestad —dijo el cortesano—. Sin
embargo... Creo que incluso sin la magia, habrían cambiado de opinión. He
leído sus informes en el pasado, y siempre aportaron las soluciones más
creativas.
Vikram miró al cortesano un poco más de cerca. —¿Cómo te llamas?
—Chandresh.
—¿Y quién eres tú?
Chandresh meditó su respuesta. —Yo era un tonto del más alto
pedigrí antes del regreso de Su Majestad. Soy el cortesano que duerme en la
mayoría de las reuniones. También soy el cortesano que proporciona los
mejores comentarios. Y después de cada reunión leo atentamente las notas.
Vikram sonrió. —Intrigante. Me interesaría hablar contigo después
de la reunión. O de tu siesta, por así decirlo.
—Sería un honor, Su Majestad.
El cortesano se inclinó a la altura de la cadera y le dejó en el
vestíbulo. Vikram lo vio partir, y una cautelosa felicidad lo inundó. Tal vez
estaba en camino a forjar alianzas dentro del imperio. Todavía estaba
aprendiendo a desenvolverse en la política, ahora que la novedad de los
regalos de Kubera había desaparecido. En el reino aún se murmuraba sobre
los juegos de Otro Mundo en los que había desaparecido durante un mes,
pero eran más que nada rumores. La mayoría creía que había regresado al
ashram y que había realizado la más estricta de las penitencias para suceder
en el trono. Sólo el consejo, seis hombres, la mitad de los cuales llevaban la
sombra de la muerte y la otra mitad eran tan hábiles para mentir que ni
siquiera sus esposas les creían, había visto su demostración mágica. Su
palabra era la única que contaba. Una vez que se había ganado su lealtad,
o más bien había logrado asustarlos, no había visto la necesidad de seguir
impresionando a la gente con el documento encantado. Lo único que le
resultaba indispensable era Biju. Las conversaciones eran mucho más
eficaces cuando era imposible mentir.
Vikram se detuvo frente a la casa de fieras y llamó dos veces a la
puerta. —¿Padre?
Un gruñido resonó dentro de la habitación. —¡Entra!
Vikram pasó y cerró rápidamente la puerta. El leopardo, Urvashi,
seguía empujando su cabeza contra el marco de madera.
—Estaba pensando en dejarla vagar por el palacio —dijo Pururavas,
acercándose a la puerta—. Se ha vuelto muy inquieta.
—¿Deambular por el palacio?
—Con una correa.
—Con un guardia armado.
Pururavas jadeó. —¿Crees que alguien trataría de hacerle daño?
Vikram se quedó mirando. —Padre, creo que a veces eres demasiado
inocente.
—¿Pero eso es un sí a dejarla vagar? —dijo su padre—. Esa decisión
te corresponde a ti.
—Lo consideraré —Urvashi lo miró con reproche—. Tal vez
podríamos hacerle un nuevo patio. Poner cosas de las que pueda saltar.
Tiene tendencia a trepar —Señaló las mesas que habían sido apiladas unas
sobre otras como percha para el leopardo.
Pururavas asintió con aprobación. —Me alegro de que hayas
pensado en visitarme. Hay algo que quería discutir contigo.
Vikram se preparó. Sabía que las preguntas de su padre sólo podían
referirse a una de dos cosas... o a Gauri o a sus perspectivas de matrimonio.
—Has huido con la princesa.
Una de dos.
—Lo hice. Y ella ya no es una princesa. Es la Reina de Bharata.
Cuando dijo las últimas palabras, el orgullo brilló en su voz. No pudo
evitarlo.
—Y ella estuvo contigo durante este... torneo.
Pururavas no podía obligarse a decir ninguna palabra sobre la
magia, a pesar de haber visto las maravillas que Vikram trajo a casa.
—Sí, lo estuvo —dijo Vikram. Y entonces sus ojos se entrecerraron—
. No has hablado de esto con nadie, ¿verdad, padre? Sólo tú sabes que
estuvo conmigo.
—¡Claro que no! —resopló Puru—. Pero desde que has regresado,
Bharata ha retirado sus unidades militares restantes de nuestras fronteras.
La carta del General Arjun llegó hace poco. Nosotros hemos hecho lo mismo.
Creo que ahora sólo es cuestión de formalizar las relaciones. Los mensajeros
que enviamos respondieron favorablemente. Y los mensajeros de Bharata
enviados a Ujijain han sido nada menos que cordiales. Incluso enviaron un
regalo la última vez, aunque curioso.
Vikram reprimió su sonrisa. El regalo había sido una corona de
madera con una pequeña nota: “para su entretenimiento”. Algunos de su
consejo se habían inclinado a creer que era un insulto, pero Vikram lo
entendía.
Sin embargo, no me importaría tener una corona hecha de madera.
Podría tirársela a la gente para entretenerme
—¿Crees que es por tu excursión con la Princesa?
—Una vez más, padre, no es una princesa sino una Reina. Y no creo
que haya encontrado prudente decirle a alguien que ella, una princesa
soltera en ese momento, pasó semanas fuera de su casa con un príncipe y
regresó sin compromiso. Pero la liberé de su prisión. Imagino que eso habría
sido razón suficiente para descongelar nuestras relaciones.
Liberar a Gauri había sido el único comentario espinoso cuando
volvió a Ujijain. En su mayor parte, había convencido al consejo de que
liberarla había sido una estrategia diplomática. En su mayor parte, estaban
de acuerdo. Una vez que los delegados regresaron con informes positivos, el
resto del consejo respiró aliviado por haber terminado con su reclusión.
—Entonces, ¿por qué no...?
Dos de dos.
Vivía esta discusión al menos doce veces al día. Una por cada hora
que el emperador Pururavas estaba despierto.
—Padre, sé a dónde quieres llegar con esto, y la respuesta es no —
No del todo. La respuesta no era no, sino que esperaba que lo fuera—,
todavía no.
Ella vendría a él cuando estuviera lista. Al menos, esperaba que lo
hiciera.
Pururavas resopló—: Has pasado un mes con la chica, ¿y no sientes
nada? Es una reina poderosa. No creas que porque me paso todo el día en
mi casa de fieras no leo esos informes. Apenas ha gobernado dos lunas, y
ya es la Reina Gauri la Grande…
—Leo los informes, padre, sé lo que ha hecho.
Vikram sonrió. No esperaba menos de ella. En el poco tiempo que
llevaba como reina, había cambiado la estructura de poder con las díscolas
tribus que bordeaban Bharata otorgando un título de gobernadora a Lady
Nalini, hija de un poderoso cacique y esposa del general Arjun. También
prohibió el reclutamiento en el ejército de Bharata, reforzó las milicias de
las aldeas para que pudieran defenderse por sí mismas y encargó nuevos
sistemas de escuelas gurukul en todo el reino.
—Entonces, ¿por qué razón es que no buscas nada con ella? Una
alianza sería poderosa de hecho.
—Tengo mis razones.
—¡Pah! Eso es lo que pienso de tus razones.
Vikram encontró la silla más cercana y se hundió en ella. Su padre
podía sermonearlo durante horas antes de cansarse. Mientras Pururavas
empezaba a pasearse por la habitación, gritando sobre la necesidad del
matrimonio y de los herederos, mientras su leopardo lo vigilaba tenazmente,
Vikram levantó a Biju del cuello. Intentó contenerse para pedirlo sólo una
vez al día, pero hoy no pudo evitarlo:
—Ella está lista.
Vikram esperó la familiar sensación de tensión alrededor de su
brazo.
Pero por primera vez, Biju no se movió.
SUEÑOS NO REALIZADOS
Gauri
Traducido por Viv_J
Corregido por -Patty

La mano de cristal se movió. Siempre se movía cuando estaba en la


sala de armas. A veces creía que estaba conteniendo la respiración,
preguntándose cuándo iba a volverse quebradiza y sin vida. Le dolía el brazo
izquierdo, pero de todos modos balanceaba la espada de práctica en el aire,
comprobando el equilibrio y el peso. Ya no era tan ágil como antes. Pero
entrenar con la mano izquierda tenía alguna ventaja. La gente siempre se
defendía de un ataque con la mano derecha. La izquierda les sorprendía.
Le gustaba ser una sorpresa.
Afuera, todo olía a fresco. A crudo. Mi primer edicto como reina fue
arrasar el jardín y empezar de nuevo. Mi reinado no llevaría ningún recuerdo
de Skanda. Traje nuevas semillas de ciudades extranjeras que prometían
árboles donde los frutos eran tan brillantes como las gemas, con cortezas
de color púrpura oscuro y suave rosa, y una carne más dulce que un sueño.
Incluso descubrí un secreto entre los jardineros: el jardín de mi padre no se
había arruinado del todo. Los jardineros del palacio no podían soportar verlo
destruido, así que habían conservado semillas y esquejes, y los cultivaron
en secreto. Rosas de Damasco y limas dulces, tilos, neem y almendros
echaron sus raíces en la tierra de antaño. Aquel jardín era toda una
esperanza para mi reinado. Eran fragmentos del pasado anclados junto al
presente, raíces plateadas enredadas como historias que un día eclipsarían
las semillas de las que surgieron.
Concentrada en las armas que tenía ante mí, intenté tomar mi mano
de cristal por sorpresa y agarrar una espada de práctica. Se volvió
quebradiza al contacto, enviando pequeñas ondas de choque en mi brazo.
Con una mueca de dolor, la sacudí.
—Bien jugado.
La mano de cristal regresó a su estado usual en un movimiento
fluido, aunque no pude evitar pensar que se sentía un poco petulante. Desde
que había regresado, no había tenido ninguna necesidad de empuñar un
arma. Los diplomáticos de Ujijain habían llegado a Bharata no más de una
semana después de que Skanda me nombrara reina y se retirara a una vida
tranquila en un ashram. Junto con mis embajadores, habíamos comenzado
a construir un tratado. Incluso había enviado a Vikram un regalo. Me pasé
toda la semana esperando. Ridículas ensoñaciones se deslizaban en mis
pensamientos, que él llegaría disfrazado entre sus mensajeros, irrumpiendo
a través de las puertas y declarando que había montado a caballo en cuanto
vio mi regalo. Pero entonces mis mensajeros volvieron. Confirmaron que lo
había recibido. Y eso fue todo. La decepción revolvió mis entrañas. Quise
presionarlos para obtener detalles, si sonreía, qué tipo de sonrisa, si sus
dedos estaban tensos como siempre o estaban a su lado, pero no quería
parecer demasiado ansiosa ante el rechazo.
Cada vez que los embajadores de Bharata regresaban, traían nuevas
historias del Emperador, sus ingeniosos diseños para reorganizar la ciudad,
nuevas formas de cultivo para maximizar las cosechas, incluso trozos de
sus tratados filosóficos que había comenzó a publicar al principio de cada
ciclo lunar.
—¿Gauri?
Me giré para ver a Arjun apoyado en la puerta. Parecía un poco
desolado, como siempre que Nalini tenía que volver a su nuevo puesto de
gobierno. No estaría en Bharata por un tiempo. Después de que Nalini
utilizara el deseo, había convencido a Skanda, con un cuento no del todo
cierto, de que no era el único poder que había traído de mis viajes. Que,
además de la furia de Arjun y Nalini, fue razón suficiente para que abdicara
del trono y me nombrara reina.
—¿Necesitas un compañero? —preguntó, frunciendo el ceño ante la
espada de práctica en mi mano izquierda.
—¿Qué tan desesperada me veo?
Se rió. Mi corazón se aligeró. No había escuchado a Arjun reír en lo
que parecían siglos. Todo en Bharata era algo para experimentar de nuevo.
Me sentí como si estuviera volviendo a aprender con los amigos que fueron
mi familia. No era diferente a practicar con la espada en mi mano, repasando
los movimientos que había dado por sentado. Y como un músculo nuevo,
me dolía.
Discutimos durante casi una hora antes de que sonará una
trompeta, indicando la llegada de uno de mis cortesanos. Dejé caer la espada
de práctica y alcancé el guante de seda rojo. Después de esa primera noche
en Bharata, limité el número de personas que verían la mano de cristal. La
gente estaba hambrienta de lo que no podían ver, y a mí me gustaba el
enigma y el misterio. Mi gente inventó sus propias historias, afirmando que
era una marca de magia o un signo de transparencia. Decían que se volvía
rojo cada vez que alguien tenía un pensamiento asesino y que cuando
miraba en la palma de cristal, podía ver a mis ciudadanos. Me gustaban
mucho más sus historias que la verdad.
—Su Majestad —llamó el cortesano—. Hay una mujer que está
llamando en las puertas de Bharata exigiendo verle.
Arjun tocó su espada. —¿Qué han hecho mis hombres con ella? ¿Ella
parece una amenaza para la vida de la Reina?
—Los hombres pensaron que ella...—El cortesano se quedó sin
palabras, puntos brillantes de color iluminando sus mejillas.
Sonreí. Sabía quién estaba en la puerta.

Un mes después, Aasha se asomó a la ventana, apoyando la barbilla


en las palmas de las manos y suspirando con fuerza. En el segundo mes de
mi reinado, Aasha apareció ante las puertas de la ciudad exigiendo que
cumpliera mi promesa de un lugar en mi palacio. En la primera semana de
su llegada, había frustrado dos intentos de asesinato simplemente
olfateando los pensamientos de cualquier noble o mujer de la nobleza que
quisiera reunirse conmigo.
—¿Podemos salir? —preguntó—. Esto me cansa.
La sorpresa iluminó la mitad de los rostros de mis asistentes. Aasha
era una de las pocas personas que nunca simpatizaba. No sabía cómo
hacerlo y no le importaba aprender.
Despidiendo a los asistentes, me uní a ella en el balcón. El jardín
había crecido exuberante y verde en los tres meses transcurridos como
consecuencia de haber arrancado el patio desde las raíces y volvía a
empezar. Nunca caminé por los senderos. Había demasiados recuerdos
metidos en el perfume de esas flores. Cuando caminaba por los jardines, el
recordatorio de que algo, alguien, faltaba en mi vida era imposible de
ignorar. Me parecía verlo en cada sombra delgada que se extendía por el
suelo. Me parecía oírlo en cada fuente risueña. Cuando volví a Bharata, fue
más fácil dejar de lado el dolor de echarle de menos, porque dedicaba cada
momento a la reestructuración de Bharata. Pero ahora me había acomodado
a un ritmo. Cada día parecía un poco más normal. Incluso estaba mejorando
en el entrenamiento con mi brazo izquierdo. Lo que significaba que había
demasiados momentos en los que la ausencia de él roía mi corazón.
—Sé que estás cansada, pero no, no podemos salir —dije—. Tengo
papeles que revisar.
Aasha frunció el ceño. —Pero quieres salir.
Gimiendo, me cubrí la cabeza con las manos, como si eso fuera a
impedir que mis deseos me traicionaran.
—Tú también quieres verlo.
—Vete.
Se inclinó un poco más cerca, olfateándome. —Y quieres comida.
¿Por qué siempre quieres comida?
—Por favor, para.
—¿Por qué no vas a verle?
—¡Porque estoy ocupada! —dije, quitando un insecto muerto del
cristal de la ventana.
Aasha levantó una ceja. —Mientes.
—Lo haré. Pronto. Creo —dije con evasivas—. Nunca me devolvió un
regalo después de que le diera esa corona.
Cruzando los brazos, Aasha me miró como si yo acabara de anunciar
que iba a entregar el trono y a emprender una nueva carrera profesional de
quitar insectos muertos de las ventanas.
—¿Cuál es la palabra que me enseñaste ayer cuando mordí la rosa
que me pinchó?
Ayer, un apuesto noble había dejado una rosa escarlata para Aasha.
Ella la había cogido sólo para que una de las espinas le cortara el pulgar.
Gruñendo, Aasha había mordido la cabeza de la rosa. El noble corrió en otra
dirección.
Suspiré. —La palabra era 'mezquina'.
—Ah. Sí. Esa eres tú.
¿Y si los dos últimos meses de gobierno lo habían cambiado y sólo
estaba contento con el descongelamiento gradual de las relaciones
diplomáticas y nada más? ¿No habría enviado alguna señal? Por otra parte,
sí que había dicho que se mantuviera alejado... Pero ¿Por qué iba a
mantenerse alejado durante tanto tiempo? ¿No era la corona de madera una
clara indicación de que quería verlo? Odiaba a los chicos.
—¿Cuál es la otra palabra que te gusta? —preguntó Aasha.
—Me gustan muchas palabras.
—Cierto, ¿pero la palabra que usas siempre que hablas de alguien
por quien los deseos de tu mente se convierten en una lenta tortura o en un
deseo de que se le caiga la boca?
—¿Tonto?
—¡Sí! —dijo Aasha alegremente—. Tú también eres tonta.
—Eres la peor amiga.
—Eso no es lo que dice tu mente.
—¡Deja de leerla!
Aasha puso los ojos en blanco, y la estrella azul de su garganta
desapareció.
—¿Feliz? —preguntó.
—Sí.
—No necesito la Bendición para ver que estás mintiendo.
Iba a discutir cuando las puertas de la sala del trono se abrieron.
Miré el sol, todavía alto en el cielo. Hoy, los delegados de Ujijain deseaban
reunirse conmigo personalmente, pero no había esperado su visita tan
pronto.
Aasha se tapó la cara con un pañuelo de seda y se rodeó el cuello
justo cuando la brillante estrella azul volvió a brillar. Un grupo de delegados
de Ujijain entró en la sala, caminando en fila india y vestidos con sus
mejores insignias carmesí. Aasha me tocó el hombro: una señal de que no
venían con ningún daño para mí en sus pensamientos. Pero entonces sus
dedos se tensaron y sus cejas se fruncieron en señal de alarma. No era una
amenaza para mi vida. Algo más. Mis pensamientos volaron hacia Vikram.
¿Le había ocurrido algo que los delegados sabían y no habían revelado
inmediatamente?
—Su Majestad —dijeron, haciendo una reverencia.
Volví a mi trono y me hundí en el asiento.
—Bienvenidos.
—Su Alteza, el Emperador Vikramaditya se complace de que su reino
haya sido tan amable y dispuesto mientras buscamos una alianza entre
nuestros dos reinos. Deseamos fortalecer ese vínculo.
Mi corazón se aceleró. Sabía lo que podía ser una alianza reforzada
entre dos reinos: una propuesta de matrimonio.
—Él espera que usted pueda estar dispuesta a una reunión dentro
de cuatro días, cuando tenga lugar su coronación oficial.
—¿Cuatro días? —repetí, frunciendo el ceño. No me había dado
mucho tiempo para viajar. Se necesitaban tres días para viajar a Ujijain. A
menos que no hubiera querido invitarme. O peor, a menos que se hubiera
olvidado hasta el último momento. No sabía qué golpeaba más mi corazón.
El diplomático asintió. —Se sentiría honrado con su presencia. O por
una delegación. La que Su Majestad considere oportuno enviar. Como
nuestras naciones trabajan juntas, también esperamos que asista a la
futura boda del Emperador.
Ahora mi corazón se congeló. —¿Boda? ¿Con quién?
—Su Majestad aún no ha elegido novia.
—¿Pero se han enviado invitaciones para las discusiones
matrimoniales a las posibles novias? —pregunté. Debería haberme obligado
a callar y no revelar un interés tan evidente, pero no pude evitarlo.
—Sí —dijo el diplomático.
Dejé pasar esta información. Vikram estaba eligiendo una novia.
Y yo no estaba en esa lista.
Mi primer instinto fue rechazar la invitación. Las ganas de
arrancarme el corazón se agitaron en mi interior como una vieja herida. Pero
no podía tener miedo. Cuando no hablé con Nalini, estuve a punto de
arruinar nuestra amistad. Cuando no escuché al Rey Serpiente, casi destruí
su amor.
Tenía miedo de soltarme, miedo de dejar ir ese último trozo de control
y desnudarme, pero me aterraba más lo que perdería si nunca hablaba.
—Estaré en la coronación —dije. Apreté brevemente las mejillas
antes de dedicar una tersa sonrisa a los diplomáticos—. Bharata agradece
esta invitación personal. Esperamos que haya paz entre nuestros países.
Se inclinaron. Me fui.
Me sentía mareada. Desde que había vuelto de Alaka, el matrimonio
se cernía sobre mí como un fantasma. Escuché la presión tácita en las
exigencias de mi consejo y me fijé en el montón de regalos y cartas de los
nobles elegibles. Mi consejo hablaba de fuertes lazos y de hacer avanzar
nuestra historia.
Pero yo sabía lo que quería.
Quería una sombra enroscada alrededor de la mía en la noche. Una
mano que nunca estuviera demasiado lejos de mi alcance. Quería a alguien
que llevara una luz secreta en su interior, para que yo nunca estuviera a
oscuras. Cuando pensé en eso, sentí los dedos de Vikram enhebrándose
suavemente en mi pelo. Recordé cómo el festín de miedos dejó mi corazón
demacrado, cómo había ofrecido mi propio cuerpo hueco como distracción.
Él no lo había aceptado. En su lugar, había alimentado mi corazón
hambriento con brillantes estallidos de risa y ligeros secretos. Hasta que me
dolió, no por el vacío, sino por la sonrisa.
¿Se había olvidado? O... ¿no había importado?
Aasha abrió la puerta de mi habitación.
—¿Quieres que te acompañe a Ujijain? —preguntó.
Asentí con la cabeza. Le habría pedido a Nalini que viniera también,
pero estaba fuera de la capital.
—¿Tal vez deberías elegir tu atuendo? Eso siempre ayudaba a mis
hermanas cuando estaban nerviosas.
Asentí, paseando por mi habitación. Había traído algo de Alaka
conmigo. El techo estaba pintado con pájaros cantores en pleno vuelo.
Trazos de lámina de oro abrazaban las pinturas, de modo que cuando me
iba a dormir, el mundo sobre mí era una cosa resplandeciente que se
inclinaba hacia la magia. Cuando lo encargué, pensé que sería un
recordatorio de los lazos formados a través de los desafíos. Pero la persona
a la que quería recordárselo nunca llegó a pasar una noche bajo este techo.
—¿Tal vez azul? —sugirió Aasha—. No querrás robarle demasiada
atención a un emperador en su coronación.
Te gustan las entradas dramáticas.
No puedo evitarlo.
Levanté la barbilla. —Usaré el dorado.
Aasha mostró una sonrisa de complicidad. —Como usted ordene.
UN MUNDO EN ESPERA
Gauri
Traducido por Viv_J
Corregido por -Patty

Durante los tres días siguientes, cabalgamos con fuerza. Los caballos
echaban espuma por la boca cuando finalmente llegamos. A falta de una
noche para la coronación, no había tiempo para la habitual ceremonia
política y las conversaciones veladas. Mi comitiva y la tropa de soldados
viajeros tenían poco más que un puñado de horas para entrar en la villa
palaciega que Ujijain había preparado, tomar un refrigerio y prepararnos
para la coronación.
Me encontraba ante un espejo dorado. Me movía con más lentitud
de lo normal, como si mi corazón hinchado hubiera lastrado de algún modo
mis miembros cuando no estaba mirando. Mientras alcanzaba el cofre de
los cosméticos, pensé en la Madre Dhina. Ella había muerto al mes de mi
encarcelamiento en Ujijain. Un pequeño monumento en el jardín esperaba
a su espíritu: un arbusto de rosas oscuras con un canal de agua enterrado
bajo las raíces. Me quedé mirando mi reflejo, mordiéndome las mejillas como
lo haría para cualquier batalla. Contemplando mi armadura.
Oscurecí mis ojos con kohl. Porque a veces mi vida se sentía
enmarcada por las sombras, y sin embargo había cambiado mi forma de ver
el mundo, y había encontrado la belleza.
Me froté un compuesto de pétalos de rosa en los labios y las mejillas.
Porque yo quería que mis palabras, por muy afiladas que estuvieran,
llevaran la cobertura de la dulzura.
Espolvoreé perlas trituradas sobre mis clavículas y a través de mi
cabello. Porque yo sería mi propia luz. Pasará lo que pasará.
El sari dorado se ceñía a mi figura, y dispuse las sedas para cubrir
mi mano derecha. Antes de salir, me deshice del collar de Maya. El zafiro se
deslizó por mi cuello, dejándome un poco más fría. Froté mis dedos sobre el
colgante, besándolo una vez. Maya aparecía cada vez menos en mis
pensamientos. No porque no quisiera a mi hermana o no pensara en ella,
sino porque ya no me preocupaba por ella como antes. A veces recordaba
un sueño de Alaka, una sala blanca y un reino frío, una habitación donde
mi hermana esperaba con una sonrisa triste. Por alguna razón, la imagen
me daba paz.
—Estoy lista —anuncié a la sala vacía.

Ujijain tenía unos terrenos preciosos. No tan bonitos como los de


Bharata, pensé con una sensación de orgullo, pero había algo muy querido
en el lugar. Los terrenos de Ujijain celebraban su pasado y su presente.
Cuatro estatuas de hermosas mujeres ataviadas con ropajes de emperatriz
se encontraban a la sombra de suaves abetos. Los estanques con reflejos de
zafiro bordeaban el camino hacia el pabellón ceremonial donde tendría lugar
la coronación. Por todas partes, el aroma de las caléndulas frescas y la
menta flotaban sutilmente en el aire. Una franja de jardines se asomaba tras
un velo de árboles.
La multitud para la coronación de Vikram era, como se esperaba,
enorme. Diplomáticos y distinguidos invitados reales habían llegado de
todos los rincones. El sudor me recorría las palmas de las manos. Una
energía nerviosa me recorrió. Un sirviente me ofreció una copa de cuarzo y
una punzada me iluminó el pecho. ¿Qué posibilidades había de que
sirvieran recuerdos brillantes?
—Su Majestad, nos sentimos muy honrados de que haya elegido
asistir —dijo un diplomático a mi codo—. ¿Le importaría acompañarme? El
emperador Vikramaditya tiene algo de tiempo antes de la coronación y desea
reunirse con usted a solas y sin ninguna de sus respectivas comitivas.
Preferimos no tener audiencia.
Compuse mi cara en una máscara vacía. —Guíe el camino.
Creo que viví y morí cien veces en el tiempo que tardé en llegar al
camino del jardín privado. La rabia, la furia, la excitación y el dolor se
apoderaron de mí. Cada parte de mí se sentía sobrecogida y tensionada. No
dejaba de imaginar las palabras que saldrían de su boca, su forma amable
de decir que Alaka había sido una experiencia fuera del tiempo que no
deseaba repetir. Otro pensamiento, peor que cualquiera, me arañaba... que
había esperado demasiado.
Aquí, los sonidos de la fiesta de coronación nunca llegaron a los
árboles. Todo estaba quieto. Silencioso.
—Su Majestad está al final del paseo del jardín.
El cortesano hizo una última reverencia antes de dejarme sola.
Nunca había visto un jardín como éste. La mayoría de los terrenos
reales favorecían al césped esculpido y los arreglos elegantes. Este lugar
parecía... un capricho. Encima de mí, había pequeñas piedras lunares
ensartadas en los árboles, como un eco del gran baniano de Alaka, donde
las luces iluminaban las hojas y la escarcha cubría las ramas. Pequeños
banderines de seda colgaban de las miles de ramas. Cuando el viento
peinaba sus dedos entre los árboles, la música caía por el aire.
Siempre me había gustado pasear por los jardines, pero desde que
volví a Bharata, no soportaba cómo la soledad enseñaba sus dientes y se
anunciaba a cada paso. Pero aquí... Aquí sentía un consuelo arraigado no
en mis sentidos, sino en mi alma. Era como reconocer tu habitación en la
oscuridad. No necesitabas la vista para saber que era tuya.
Las rosas crecían en colores que nunca había visto, verde exuberante
y azul profundo. La fragancia se movía como una canción en el aire, sin
prisa y sin pausa. Pequeños arbolitos tallados en forma de espejo estaban
colocados alrededor del paseo del jardín, bebiendo la luz y proyectando su
propia ilusión de reflejos. Unos frutos dorados brillaban bajo las ramas de
un árbol. Me acerqué y vi que las frutas doradas eran adornos. No eran
mágicas. O tal vez eran magia. ¿Qué era la magia, sino el mundo
contemplado por alguien que decidió verlo de otra manera?
Caminé más rápido. Brotando de la tierra, las puntas de las espadas
cortaron los arbustos en flor. Se me cortó la respiración.
Si pudieras cultivar cualquier cosa en tu jardín, ¿qué sería?
Espadas.
Y allí estaban.
Di otro paso y miré hacia arriba para ver los cuencos de plata que
colgaban de los árboles, donde el aroma del almibarado gulab jamun se
aferraba al aire.
Quería arrancarlo de los árboles y comerlo allí mismo.
Recordé que Vikram se reía al oír que lo único que quería cultivar
eran dulces y espadas. ¿Cómo me había llamado?
—Chica bestia —dijo. Levanté la vista, dándome cuenta de que las
palabras no habían sido suministradas por mi mente, sino por la persona
que estaba de pie a una corta distancia.
Mi corazón dio un salto. Sabía que, si le miraba inmediatamente, mis
emociones se reflejarían en mi rostro. Así que le miré por partes. Primero,
sus manos. Aún están cruzadas. No tan eruditas como parecían antes. Una
cicatriz adornaba su mano izquierda. Luego, sus hombros. Gobernar le
sentaba bien. Se mantenía de forma diferente, con sus hombros anchos
echados hacia atrás, una chaqueta esmeralda pegada a su cuerpo delgado.
Biju, la serpiente, colgaba de su cuello como un collar. Por último, su rostro.
Sus rasgos de Otro Mundo seguían siendo los mismos. Atractivo, tal vez
incluso demasiado. Su boca tenía la misma inclinación, como si estuviera a
punto de sonreír. Estaba de pie, medio a la sombra y medio al sol, con la
picardía y la tentación plasmadas.
Era difícil mirarlo, como si yo no pudiera soportar esa sola imagen a
la vez.
—¿Qué te parece? —preguntó—. ¿Se parece al jardín de tus sueños,
con espadas y todo?
—¿Hiciste esto para mí?
Asintió con la cabeza.
—Pero entonces, ¿por qué los delegados me dijeron que ibas a...? —
Las palabras se me atascaron en la garganta.
—Más que nada para hacer que me visitaras. También tuve que
trabajar en el momento oportuno. No quería que te perdieras el evento, pero
tampoco quería que estuviéramos atrapados en una eternidad de
ceremonias para la primera visita de Bharata a Ujijain —dijo casualmente—
. Y yo pensé en acudir a Bharata, pero no podía llevarte el jardín e incluso
si lo hiciera, dudo que tus guardias se hubieran tomado bien que apuñalara
espadas por todo el césped.
—Nunca dijiste nada sobre el regalo que te envié —espeté.
—¿La corona de madera? —preguntó, tomándola de una mesa a su
lado—. Es mi juguete favorito. He cumplido mi palabra y se la he lanzado a
la gente. Excepto que el leopardo parece pensar que es un juguete para
masticar y eso...
—¿Por qué no has dicho nada al respecto?
Me miró fijamente, con las cejas juntas. —¿Cómo iba a saber qué
querías que dijera algo?
—Yo te doy un regalo. Tú me devuelves un regalo. Así es como
debería funcionar la entrega de regalos.
—Así no es cómo funciona la entrega de regalos. Tú das un regalo.
Yo lo acepto.
—Podrías haber dado las gracias.
—Me dejaste muy claro cuando me fui de Alaka que necesitabas
tiempo y espacio para resolver tu reinado y a ti misma —dijo, subiendo la
voz—. No quería enturbiar tus pensamientos introduciéndome en ellos y
recordándote, una vez más, que estaba por aquí mirando por las ventanas
y suspirando como un desalmado que acaba de descubrir la poesía trágica.
Lo miré fijamente. —¿Qué?
Vikram se cruzó de brazos. —¿Crees que cuelgo postres y luces en
los árboles porque no tengo nada mejor que hacer? No puedo creer que
tengas el valor de enfadarte conmigo. Estaba haciendo lo que querías que
hiciera y dándote espacio.
—¡No quería tanto espacio!
—¿Cómo iba a saberlo si nunca me lo dijiste? —exigió, lanzando los
brazos al aire.
—Lo habrías sabido si hubieras respondido al hecho de que te envié
un regalo.
—Era una corona de madera.
—¿Entonces no te gusta?
—¡Nunca he dicho eso! —refunfuñó.
Todo mi corazón se sentía como un ovillo enredado. Al mismo tiempo,
el placer bailaba dentro de mí porque se había llamado a sí mismo un
desalmado sin corazón.
Y, sin embargo, me había engañado.
—Me manipulaste para traerme hasta aquí, aunque no sabías cómo
me sentía...
—Yo nunca te haría eso —cortó con fiereza—. No te manipulé. Te
animé. Mi consejo sí quiere que me case. Sólo pensé que nos habíamos
acostumbrado tanto a molestarnos el uno al otro que bien podríamos hacer
eso por lo que resta de vida, ¡y hubiera preferido pedírtelo cuando estuvieras
frente a mí y no a través de una serie de tratados! Y digo el resto de mi vida,
no la nuestra, ya que esto sólo confirma que serás mi muerte. Y en cuanto
a saber cómo te sentías, lo supe porque lo pregunté.
Levantó a Biju.
—Me dijiste que esperara hasta que estuvieras lista. Día y noche, le
pregunté a Biju. Día y noche, me reveló que no lo estabas. Entonces, un día,
le pregunté y me reveló que estabas lista. Yo esperé, Gauri —Sus ojos se
clavaron en los míos y había un anhelo tan feroz allí que lo sentí en mi
corazón—. Yo esperé día y noche a que dijeras algo como creía que lo harías.
Tu nunca lo hiciste. Ya no quería esperar más, así que le pregunté a Biju si
sentías lo mismo por mí.
Biju parpadeó, pasando de ser un collar de joyas a una serpiente de
verdad. Giró la cabeza para mirarme, chasqueando su lengua bífida.
—Mira —dijo, con la voz baja—. Sientes lo mismo que yo.
Biju no se movió. Verdad.
—Estabas preparada para que nos viéramos.
Verdad.
—Te amo.
Verdad.
En ese momento, el resto del mundo se deslizó silenciosamente fuera
de la vista. Todo lo que sentí fue el tirón de algo entre nosotros, un hilo de
una historia aún no terminada. Un principio, o tal vez un final, o tal vez no
exista ninguno de los dos, buscó sus dedos con los míos. Una llamada.
Extendí mis brazos a Biju y ella se deslizó sobre mis hombros antes de
colgarse de mi cuello y adquirir un tono dorado intenso. Vikram siguió cada
movimiento con la mirada. Su mandíbula apretada, su rostro inescrutable.
—Te creo —dije.
Biju se quedó quieto. Verdad.
Vikram esperó. Un pequeño músculo se movía en su mandíbula.
Estaba furioso por la espera al igual que yo. Y entonces dije las palabras
que había conocido todo el tiempo, las que me perseguían mientras dormía
y bailaban en mis sueños hasta despertar.
—Te amo.
Verdad.
Él no esperó después de eso. Dio un paso adelante, cerrando el
espacio entre nosotros y tirando de mí para besarme. Nos balanceamos allí,
en aquel extraño jardín de cosas afiladas y decadentes, de adornos que
guardaban el recuerdo de la magia pero que se rehacían con nuestro propio
encanto. Me besó hasta que la luz se movió lentamente sobre el jardín y,
aún lejos de la ceremonia de coronación, un murmullo de confusión
comenzó a llegar hasta nosotros.
—Me pregunto si esto es lo que quería Kubera —murmuró en mi
pelo—. Como un final para nosotros.
—No es un final —dije, levantando la cabeza—. Es un comienzo para
nuestra historia.
Sobre nosotros, algo revoloteó. Levanté la vista y capté el borde de
un ala escarlata. Desde aquí, no podía saber si uno de los pájaros de los
cuentos de Kubera nos había seguido o si se trataba de un pájaro corriente
que saltaba entre los árboles. Pero sí sabía que en algún lugar nuestra
historia estaba tomando vuelo. Quizá ya había viajado, de la boca y el oído
a la mente y a la memoria. Y tal vez eso fuera en sí mismo el gran secreto,
no sólo para el legado, sino también para la vida. Podías llevar una historia
dentro de ti y exponerla a la luz cuando más la necesitabas. Podías mirar a
través de ella, como un marco, y ver cómo cambiaba tu visión cuando
mirabas al mundo.
Un nuevo mundo nos esperaba fuera del jardín. Un mundo con
nuevos sueños y esperanzas desgastadas. Un mundo que esperaba ser
llenado con historias que extenderían pálidas raíces a lo largo del tiempo
hasta hacerse indistinguibles de la historia.
Vikram me tendió el brazo y lo tomé.
Juntos, caminamos hacia ese nuevo mundo.
Los segundos libros son difíciles. Me doy cuenta de lo trillado que
suena eso. Escribir es difícil. Salir de la cama los lunes es difícil. Pero los
segundos libros son una forma única de dolor porque son implacables en sus
demandas. Es como "Si le dieras a un ratón una galleta, en un pozo negro
de desesperación, un ego devastador por el debut del año pasado y el puro
pánico de no saber "Cómo reservar". Pero este libro surgió duro y
hambriento, y no habría sido posible sin la ayuda de tantas personas
resplandecientes.
A mi compañera de crítica, Lyra Selene: ¡Fyuiste la primera en leer
esto en forma de horrible borrador y te encantó. Gracias por los comentarios
y los gifs de Claire Danes llorando. Estoy muy contenta de llamarte amiga.
Para JJ: que conste en acta que tú reclamaste a Vikram primero. Gracias
por dejarme divagar a causa de las bebidas. Eres un oráculo. A Stephanie
Garber: gracias por ser una animadora imitable y compañera lectora de
romances de la Regencia. Nuestras horas de conversación telefónica me
traen el mejor tipo de alegría. A Tristina Wright, Sona Charaipotra, Ayesha
Patel, Annie Kirke, Amanda Foody: gracias por la lectura beta con ojos
amables y corazón abierto. A Sarah J. Maas: gracias por prestar tu
inestimable visión de reina guerrera en este borrador, por Barrons (porque
*swoon*) y por tomarte el tiempo de escuchar y aconsejar con amabilidad
y humor. A Jessie Sima: Gracias por el hermoso arte y por el bello arte y por
disfrutar conmigo de PYNCH. A Kat Howard, Kavitha Nallathambhi y Sohum
Chokshi: Siempre estoy en deuda con su sabiduría y amistad y agradecida
por su perspicacia. A las señoras de Tall Tree Lane (Leah Bobet, Ryan
Graudin, E. K. Johnston, Lindsay Smith y Emma Higginbotham): gracias por el
licor, las risas y la derrota de las arañas del muelle. "Fue una buena muerte".
A Sabaa Tahir, Renee Ahdieh, Beth Revis y Jodi Meadows: gracias por su
amabilidad, generosidad y brillantez durante todo el año. Estoy muy
agradecida.
No puedo agradecer lo suficiente a la comunidad de booktubers
y bloggers por la conmoción de The Star-Touched Queen y por inspirarme
cada día. Un agradecimiento especial a Rachel Simon, Brittany de Brittany's
Book Rambles, Alexandra de Lit Legionnaire, Summer de Butter My Books,
Rachel de YA Perfectionist, Samantha de Thoughts on Tomes y Melissa Lee
de Live Love Read YA. Un saludo a Viktoria (@seelieknight) y Andrea
(@ashryvur), cuyas listas de reproducción me ayudaron en las revisiones y
sacaron las palabras.
A mi familia de St. Martin's Press: muchas gracias por su apoyo,
orientación y por dar un hogar amoroso a mis historias. Eileen, tú ves los
huesos de una historia cuando todo lo que yo veo es prosa púrpura y
tonterías. Gracias por creer en mí, y por llevar mil sombreros: animadora,
recomendadora de novelas románticas, gurú de la vida. Al fabuloso equipo
de marketing y publicidad (Brittoni, Karen y DJ): Daros a cada una de
ustedes una corona de deseos sería un agradecimiento insuficiente. Al
equipo de la biblioteca (Talia y Annie): gracias ¡por todo lo que hicierón!
Talia, estoy trabajando en tu historia de vampiros.
Mil y una gracias a mi brillante agente Thao Le. Humildemente doy
las gracias de tener a alguien tan trabajador y creativo como tú en mi
equipo. A mi familia de la Agencia Literaria Sandra Dijkstra, especialmente
a Jessica Watterson y Jennifer Kim. Gracias por toda vuestra ayuda y apoyo.
Andrea Cavallaro: gracias por llevar The Star-Touched Queen al extranjero y
por darle un hogar.
A mis amigos, sin los cuales sería un bacalao. Victoria G.: gracias
por cambiar de zapatos conmigo aquel fatídico día en el jardín de infancia.
Niv S.: gracias por el té y los cuentos de hadas. Bismah R.: gracias por el
pescado sueco y lecciones casi francesas. Chelsey B.: gracias por estar de
acuerdo en que las venenosas cortesanas son siempre un sí.
A los clanes Chokshi, Gandhi, Negrosa, de León: su apoyo y amor
es mi base. Siempre en deuda con Momo, Dodo, Cookie, Poggi y Oso
Panda: gracias por no pestañear cuando corro por la casa, dejando mis
gafas por todas partes, poniéndome cuernos, consultando con las fuerzas
del mal y por no explicar nunca mis proyectos de escritura. A Shraya, la tía
Pallavi y el tío Sanjay: gracias por dejarme entrar en sus vidas y en su cocina.
Gracias por el apoyo, el amor, los jadeos de rata y la pizza. Aman: gracias
por las risas y la tarta de nueces, por mantener las promesas y desterrar las
pesadillas, por recordarme cómo ser humana y por desafiarme. Y lo que es
más importante, gracias por sacar la magia del mundo cuando he olvidado
cómo verla.
Y, por último, a mis lectores. Los adoro. Me inspiran cada día y me
humillan sin medida. Gracias por los fan arts, las listas de reproducción, las
cartas, los ánimos y el amor. Gracias por darme la oportunidad de contar
estas historias.

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