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-Patty & Reshi
Wes / Jani LD
-Patty
SINOPSIS GLOSARIO DEDICATORIA
Bharata: Es un Reino
Ujijain: Es un Reino
El Otro Mundo: Es uno de tantos Reinos, oculto entre ellos
Mundo de las Tinieblas: Hogar de los demonios
Naraka: el reino de los muertos (Pertenece al Mundo de las Tinieblas)
Dharma Raja: el señor de la justicia en el Más Allá. Rey del mundo de los
muertos. Es la muerte.
Raja: es un título monárquico equivalente a rey o gobernante, tradicional en
el subcontinente indio y el sudeste asiático.
Bazar Nocturno (perteneciente al Otro Mundo)
Yakshini: Criaturas mitológicas femeninas que custodiaban los tesoros de la
tierra y a menudo se las considera el equivalente de `hadas`
Raksha: Un ser demoníaco, aunque no siempre malévolo.
Apsaras: Una ninfa celestial conocida por bailar y asociada con el agua y las
nubes.
Makara: Un dragón marino comúnmente utilizado como vehículo para las
deidades del agua y representados como guardianes de un Templo
Vanara: Seres parecidos a monos con poderes divinos que fueron creados
para pelear batallas en la Antigua epopeya india, El Ramayana
Vishakanya: Una mujer joven alimentada con veneno hasta que su contacto
se vuelve toxico. Se dice que fue utilizada como asesino contra enemigos
poderosos en la antigua india.
Para mis hermanos, Mónica y Jayesh.
Y para todos los hermanos que se niegan a ser personajes
secundarios en el cuento de nadie.
Son leyendas en lo que hacen.
LA INVITACIÒN
Traducido por Paola AG
Corregido por Paola AG & -Patty
Vikram había pasado suficiente tiempo con la amargura que sabía cómo
retorcer y adormecer el sentimiento. Esta noche, no recurrió a sus años de
experiencia. En lugar de eso, dejó que los dientes ácidos y chasqueantes de la
amargura le mordieran el corazón. Mientras caminaba hacia la red de cabañas
de madera que formaban el ashram, el eco de risa flotaba en el aire. Se quedó en
la oscuridad, un extraño compartía una broma que todo el mundo conocía.
Desde que tenía ocho años, había pasado una parte de cada año en el
ashram, aprendiendo junto a otros nobles. Todos los demás resentían la parte
del año en la que regresaban a sus reinos y soportaban tener que poner sus
lecciones en uso. Vikram no. Cada vez que regresaba a Ujijain, se le recordaba
que su educación era una formalidad. No una base. Él prefería eso. No tener
expectativas significaba aprender sin miedo a ser limitado y tener opiniones sin
miedo a expresarlas. Sus pensamientos preferían el terreno fértil del silencio. El
silencio agudizaba la astucia, lo que le hizo abrazar el título que el imperio de su
padre le había dado, aunque a regañadientes:
Príncipe Zorro1.
Pero astuto o no, en el momento en que entró en el ashram, no sería capaz
de ignorar las celebraciones de otro príncipe llamado a gobernar en casa. Pronto,
Ujijain lo llamaría a casa. ¿Y entonces qué? Los días se desangrarían juntos. La
esperanza se marchitaría. Sería más difícil burlar al consejo. Más difícil hablar.
Apretó los puños. Esa amargura se volvió burlona. ¿Cómo ha pasado tantos años
creyendo que estaba destinado a más? A veces creía que su cabeza era un gruñido
de mitos y cuentos populares, donde la magia sacaba príncipes ignorados de las
sombras y les daba una corona y una leyenda para vivir. Solía esperar el momento
en el que la magia le cubriera los ojos con un nuevo mundo. Pero el tiempo
convirtió sus esperanzas en algo aburrido y sin luz. El Consejo de Ujijain se había
encargado de ello.
Cerca de la entrada del ashram, un sabio estaba sentado junto a las
llamas mortecinas de un fuego ceremonial. ¿Qué hacía un sabio aquí a estas
horas? Alrededor de su cuello, el sabio llevaba la piel de una mangosta dorada.
No una piel. Una mangosta de verdad. La criatura estaba durmiendo la siesta.
—Ahí estás —dijo el sabio, abriendo los ojos—. Te he estado esperando
bastante tiempo, Príncipe Zorro.
Vikram se quedó quieto, con una sospecha que le punzaba en la columna
vertebral. Nadie le esperaba. Nadie lo buscaba. La mangosta que rodeaba el cuello
del sabio bostezó. Algo salió de la boca de la criatura. Vikram lo alcanzó, su
corazón se aceleró cuando su mano se cerró alrededor de algo frío y duro: un
rubí. El rubí brillaba con una luz antinatural.
La mangosta bostezó... ¿Joyas?
—Presumido —dijo el sabio, golpeando a la mangosta en la nariz.
Las orejas de la criatura se aplanaron en señal de reproche. Su pelaje
brilló en la oscuridad. Brillante como el oro verdadero. Brillante como... la magia.
Cuando era un niño, Vikram pensó que el encantamiento lo salvaría. Incluso
trató de atraparlo. Una vez puso una red para atrapar a un yaksha que concedía
deseos y acabó con un muy indignado pavo real. Cuando se hizo mayor, dejó de
11En inglés Fox es tanto Zorro como Astuto, además como un extra, el Zorro es un animal
muy astuto.
intentarlo. Pero no podía renunciar a la esperanza. La esperanza era lo único que
se interponía entre él y un trono que sólo sería suyo de nombre. Agarró el rubí
con más fuerza. Palpitaba, estremeciéndose mientras una imagen bailaba en su
cara: una imagen de él. Sentado en el trono. Poderoso. Liberado.
Vikram casi dejó caer el rubí. La magia se aferraba a su cuerpo. La luz de
las estrellas corría por sus venas, y el sabio sonrió.
—¿No puedes hablar? Así, así, pequeño Príncipe Zorro. Tal vez todas las
palabras están golpeando contra tu cabeza y simplemente no puedes alcanzar y
arrebatar la correcta. Pero soy amable. Bueno, tal vez no. La bondad es una cosa
bastante blanda. Pero me encanta prestar ayuda. Esto es lo que deberías decir:
¿Por qué estás aquí?
Sorprendido, lo único que pudo hacer Vikram fue asentir.
El sabio sonrió. A veces una sonrisa era poco más que un trozo de dientes.
Y a veces una sonrisa era un cuchillo que cortaba el mundo en dos: antes y
después. La sonrisa del sabio pertenecía a esto último. Y Vikram, que nunca
había estado ansioso, sintió como si todo su mundo estuviera a punto de ser
reorganizado por esa sonrisa.
—Estoy aquí porque me has convocado, principito. Estoy aquí para
extender una invitación para un juego que tiene lugar cuando el siglo ha
envejecido. Estoy aquí para decirte que el Señor de la Riqueza y los Tesoros olió
tus sueños y los siguió hasta encontrar tu corazón hambriento y tu astuta
sonrisa.
El rubí en la palma de Vikram tembló y se agitó.
La luz carmesí irrumpió en frente a sus ojos y vio que el rubí no era un
rubí, sino una invitación en forma de joya. Se sacudió... desplegando un
pergamino de oro que decía:
Alaka está pasando el lugar donde los recuerdos devoran y el lugar que
contiene la respiración para acabar con los cobardes.
Puede que no quisiera tener nada que ver con la magia, pero aun así hizo
algo en mí. Las palabras del pergamino envuelven mi corazón. Cuando Parpadeé,
escuché la voz de Maya en la oscuridad, narrando historias de grandes aventuras
que siempre encontrarían su camino en mis sueños luego.
Pero el recuerdo de ella se derrumbó en fragmentos de pesadilla. Yo nunca
lo sabría lo que le ocurrió a ella.
—Útil —dije, tratando de no vacilar.
—Lo he estado pensando sin parar. Necesitamos una entrada a un lugar
de magia. Al principio consideré entrar por los Campos de Cremación, pero no
tengo ningún deseo de terminar en Naraka.
—¿Sabes a dónde ir o no? —pregunté con impaciencia.
—¿Podemos realmente saber algo?
Puse los ojos en blanco. —¿Qué tan pronto podemos irnos?
—No tan rápido, princesa. Quiero que seas mi socio, pero necesito una
demostración de que tu reputación es más que un rumor. No puedo defendernos
a los dos y no tengo ningún problema en admitir que te dejaría morir.
—Por fin, hemos encontrado algo en común —dije con dulzura—. Siento
lo mismo acerca de ti.
Se puso de pie, apoyando las piernas en lo que supuse que pensaba que
era una postura de lucha. Pero su equilibrio estaba fuera del centro y sus piernas
no estaban dobladas lo suficiente para soportar un impacto. Su postura no era
más que postura. —Desármame.
—No me aprovecho de los débiles.
—Eso no es lo que he escuchado.
Algo incorrecto que decir. Hice un giro a la izquierda, cayó. Naturalmente.
Él no era un luchador o estratega. En segundos, estaba de espaldas.
—Eso no cuenta —jadeó—. Me desarmó tu belleza.
—Fuiste desarmado por una patada rápida.
—Eso también.
Se movió para ponerse de pie y puse mi pie en su pecho. —No haré esto
para ti o para cualquier persona. No vuelvas a pedirme que vuelva a hacer algo
así.
Me miró fijamente. —¿Ya terminaste?
—Sí.
—¿Puedo levantarme?
—No.
—Veo que te gustan tus hombres con sus egos destrozados.
—Solo cuando me siento generosa.
Él rió. —Mis disculpas.
—Nos vamos al anochecer —dije—. Y quiero mis armas y mi ropa
Metió las manos detrás de la cabeza como en una almohada antes de
mirar al techo. —Hecho. Ahora, ¿podrías quitarme el pie del pecho?
UNA MANZANA DORADA
Gauri
Traducido por Majo L
Corregido por -Patty
Estaba muriendo.
Debería estarlo. Un hambre como esta era imposible. El hambre empezó
a consumirme cuando estábamos en el Bazar Nocturno. Era como si la manzana
quisiera que la mordiera. Lo único que me contenía de hundir mis dientes en ella
eran las amenazas de los vanara. Cuando saltamos por el portal de cristal, el
hambre se volvió imposible de ignorar. El hambre borraba mi visión. Apenas
podía ver la ciudad fantasma por la que éramos llevados. Pequeños fuegos
estaban encendidos en terrenos lejanos, pero las calles estaban vacías.
Vagamente, podía distinguir banderines deshilachados colgando de torretas
ladeadas. En la distancia, el dientecillo roto de la cresta de una montaña se nos
sonreía y se hacía más grande, como si estuviera preparándose para partir el
mundo a la mitad.
—Casa —canturreó el vanara amarillo. A pesar de la neblina que causaba
mi hambre, podía sentir el dolor en su voz—. Algún día, la Reina Tara regresara.
Algún día, su penitencia será suficiente.
No recordaba haber sido transportada de un lugar al siguiente. Fue hasta
que escuché las puertas de calabozo cerrándose detrás mío que me di cuenta de
que nos habían encerrado.
—El juicio será llevado a cabo a la primera luz del día —nos dijo el vanara
gris por la puerta.
Un olor fétido a humedad se esparció por la habitación. Aguanté las ganas
de vomitar. Losas mojadas de piedra gris formaban las paredes. En la esquina,
un árbol de hierro se erguía casi alcanzando el techo. Era muy grueso como para
intentar romperlo y tratar de mover las losas de piedra. De todas formas, apenas
podía mantenerme de pie. Algo colgaba de las ramas de hierro, una capa de gran
tamaño que probablemente había sido olvidada por algún otro preso.
Las cadenas habían sido removidas, me froté el cuello con una mano, con
una mueca al sentir mi piel hinchada y lastimada. Vikram estaba recargado
contra una pared, murmurando para el mismo—: Creo que, si podemos
engañarlos al hacerlos pensar que tenemos alguna relación con la Reina,
podríamos escapar. Todavía puedes pelear ¿no es así?
Mi cara pareció haber respondido a su pregunta, porque soltó un quejido.
—Muéstrame la manzana.
Estaba muy cansada para pelear, así que le mostré mi mano. La corteza
dorada de la manzana se había empezado a arrugar como si fuera fruta de días.
Se veía un poco derretida a la luz.
—Extraño —dijo
—¿Acaso tu sabiduría no tiene fin?
Me ignoró. —¿Cómo te sientes?
—Como si fuera a morir si no me como esta manzana.
Lo considero un momento. —¿Por qué no la muerdes? Veamos que pasa.
—¿Estás loco?
—Preferiría curioso.
—¡Podría matarme!
—No lo creo —dijo Vikram—. Los vanaras mantuvieron la cadena en tu
garganta muy apretada. No había manera de que pudieras haber comido algo…
¿Qué tal si era para evitar que la comieras?
—No.
No podía expresar lo que me aterrorizaba sobre la manzana. Sentía como
si pudiera ser capaz de causar consecuencias devastadoras. Tenia que serlo, si
un grupo de personas estaban dispuestas a protegerla sin la esperanza de su
regreso por casi mil años.
—Me advirtieron sobre comerla.
—¿Y confías en ellos?
—No —le dije—. Pero confió menos en la idea de comer esta fruta.
Vikram se volteo y empezó a caminar mientras murmuraba cosas que
sonaban muy parecidas a “obstinada” y “por qué yo” para si mismo. Traté de
ahuyentar los dolores que me estaba causando el hambre, pero parecían volverse
más insistentes y ruidosos. Miré a Vikram. El cansancio había dejado marcas
debajo de sus ojos. Su rostro, severo y afilado, se alumbraba con la poca luz que
iluminaba el calabozo. Su cuerpo era menos delgado de lo que creía. Era
musculoso, pero esbelto, con los ángulos de alguien que corría mucho. Nada en
exceso. Y me hacía sentir…
Hambrienta.
Tal vez si me lo comía, tendría suficiente fuerza para luchar y salir de
aquí.
Tal vez si me lo comía, sobreviviría.
¿Qué me estaba pasando? Aterrorizada, di un paso hacia atrás. Pero cual
fuera el demonio que me había poseído demando hablar—: Me servirías más
muerto que vivo.
La cabeza de Vikram se giro al mismo instante que otra voz rió y siseó
desde la otra esquina de la habitación.
Di un salto. Sudor frio se resbalo por mi espalda. Mire hacia el árbol de
hierro camuflajeado contra la fría pared. Lo que creí que era la capa de algún
antiguo prisionero. Pero no era una capa. Era un cuerpo. Pálido. Con solo la
suficiente piel para cubrir y estirarse por sus huesos.
—Solamente es un cuerpo. —susurré.
—¿Un cuerpo? ¡Qué cosa tan común! —resopló el cuerpo—. ¿Qué nunca
habías visto a un vetala?
Vikram lo miro, con la mandíbula floja. —Esos se supone que solo deben
existir en los Campos de Cremación.
—¡Muy bien! —graznó la criatura—. Los Campos de Cremación son el
mejor lugar para robar cuerpos. Como uno lo hace cuando solo es una maldad
incorpórea.
Sabia muy poco sobre vetalas. Maya se negaba a contarme historias sobre
ellos, por miedo de causarme pesadillas por las noches. Sabia que robaban
cuerpos y se alimentaban de almas, pero nada más.
Él vetala se balanceo boca abajo del árbol, una rosillas pálidas y
decadente se sujetaban de las ramas. Detrás de él, doblado y lo que al principio
confundí con una capa, había un par de alas de gran tamaño.
—Admirándolas, ¿eh? —pregunto, doblando su cuello completamente—.
Una lástima que únicamente sean de adorno. Pero no pude soportar el separarme
de ellas. Añaden estilo. Qué tipo de vida después de la muerte vale la pena vivirse
sin un poco de belleza, ¿no lo crees?
Él vetala me miro de arriba abajo, y olfateó. —…Tal vez no estés tan de
acuerdo.
Vikram se acerco a mí. Lo cual no parecía muy inteligente, dado mis
últimos pensamientos.
—¿Qué quieres, criatura? —demandó.
—Un cuerpo con más cartílago estaría bien —exclamó la criatura—.
¿Estarías dispuesto a darme el tuyo?
—No —dijo Vikram.
—¿Tal vez pueda tener el de tu esposa entonces?
—No soy su esposa.
—¿Soltera? ¿Te gustaría ser mi esposa? La mía fue decapitada por unos
pueblerinos. Nadie entendía muy bien su humor —El vetala suspiró—Ah,
Putana… tus pechos podrán haber estado llenos de veneno, pero estaban
esplendorosamente rechonchos.
Vikram cruzo los brazos. —¿Te han enviado a espiarnos?
—¿Por qué desperdiciaría mi inmortalidad en ustedes? —El vetala soltó
una carcajada—. Solamente decidí hablar para ofrecerles un consejo. Será mejor
que le des a esa no-esposa tuya un mordisco de tu brazo. Eso que tiene en la
mano es fruta rakshasi. la necesidad por si sola te devorará. Pero ella estará bien.
Todo es temporal. Como cualquier enojo. Aunque es difícil evitar la tentación. Me
sorprende que no te haya comido todavía. Estaba pensando en ello.
—Espera, ¿Qué? —dijo Vikram
—¿Fruta Rakshasi? —dije—. Como… ¿fruta demoníaca?
—¿En verdad querías comerme?
—Relájate, no iba a hacerlo realmente.
Levanto una ceja, como si dijera: Intentaste matarme hace unas horas.
—Los archivos del ashram decían que no había más fruta demoníaca. Que
simplemente había dejado de crecer en el mundo humano.
—Bah. Los sabios son unos tontos —dijo el vetala
Vikram observo un poco mas cerca a la fruta demoníaca en mi mano. —
Nunca creí que se vería tan…
—…¿bonita? ¿Pulida? ¿Brillante como la esperanza? ¿Dorada como el
primer amor? —gorgojeò el vetala—. Ustedes niñitos son todos iguales. Creen que
una fruta demoniaca tendría cuernos y estaría ensangrentada, con una corteza
de espinas y piel de púas de hierro. ¿Acaso nunca te has enamorado? ¡Ah, el
amor! El infierno y el paraíso nunca han producido una fruta tan exquisita. Todo
demonio en su alma. Tan dorado en su forma. Como una mujer en su madurez
—¿Qué es lo que hace? —pregunte.
—Por un corto periodo de tiempo, le concede a quien la coma poderes
demoníacos. Incrementar en tamaño, fuerza, ese tipo de cosas —dijo Vikram—.
Pero eso no explica porque los vanaras creen que pude haberla robado. Es
imposible para mí el usar esa fruta. Únicamente responde a mujeres. Algunos
crees que nació del corazón de un demonio femenino.
—El chico se está olvidando de algo —canturreó la vetala.
—¿El qué?
Vikram no me miro a los ojos. —Si la fruta rakshasi es comida en el lugar
y momento no indicado, la mujer que la coma puede…
ComerseATodosASuAlrededor.
—¿Enserio? Al menos me desharía de ti.
Sus ojos se agrandaron. —¿Escoges este momento para hacer una broma?
Estás bromeando, ¿verdad? ¿Gauri?
No dije nada. El vetala se carcajeó. Vikram se alejó un poco de mí.
—¿Por qué los vanaras estarían cultivando algo así? —pregunto—. No
tienen Reina alguna que lidere un ejército. Y por lo que vi de la ciudad, ha estado
abandonada desde que la Reina Tara desapareció.
—No es por eso por lo que guardaron la fruta —gorgojeò el vetala—.
Solamente están atendiendo a sus fantasmas. Lo que sostienes en tu mano,
querida niña, es la maldición de la Reina Tara. Y es por esto, querido niño, que
tu plan de contarles un cuento de mentiras para conseguir su libertad a los
vanara nunca funcionara. ¡Ni ahora! ¡Ni nunca! Podemos pasar el resto de la
eternidad juntos. Que diversión.
—Guarda silencio o te cortaré la lengua —le gruñí a la creatura.
—¡Mi lengua no! —dijo el vetala—. ¿Dónde está la diversión en eso?
Además, si no tuviera lengua, ¿Quién les diría como escapar? Soy el único que
sabe.
—¿Sabes como regresar al mundo humano?
El vetala se balanceó. —¿Mundo humano? No puedes regresar ahí si
comen la fruta demoníaca. Donde sea que la comas, ese es el mundo en que
permanecerás por al menos una vuelta de la luna.
La opción se presentaba en frente mío: comer la fruta, quedarse en el Otro
Mundo y potencialmente morir aquí, o no comer la fruta y morir aquí.
Lo pensé por un momento. —Estás mintiendo.
—Querida, ¡estoy mostrándome hasta los huesos! Por ustedes, he
descubierto mi corazón. O lo que queda de él —Se columpio en su árbol,
mostrándonos una gran porción de sus dientes llenos de sangre—. No hay nada
de mí que no vean.
—¿Por qué estás en esta celda?
—Un pequeño mono se paseó por mis Campos de Cremación. ¡Y me lo
comí! Fue una lástima que resultara no ser un mono. Oh, pero que bien me
alimentó por días y días.
Vikram se cruzó de brazos. —¿A qué te refieres con que la fruta demoníaca
es la maldición de la Reina Tara?
El vetala nos miró astutamente. —Eso es lo que cosechó por haber amado
tanto. Ella amó a su consorte y su consorte la amó a ella. Pero un grupo de
cortesanas lo mataron, a él y a otros dos reyes. En vez de dejar que su amor se
convirtiera en un dolor fantasmal, ella se aferró a él hasta que creció una carcasa
gruesa e impenetrable. Se decía que uno de los reyes había herido gravemente a
la hermana de las cortesanas. ¡Pero el rey era inocente! Pero ¿a quién le importa?
¡Nadie le llora a aquellos que mueren inocentes! ¿Cómo les llaman en tu mundo?
Ah, sí. Casualidades. Como si una vida fuera una cosa tan informal. Como un
bostezo o una risa —El vetala se balanceo mientras se reía—. Nadie vengaría la
muerte de su esposo. A nadie le importaba. Así que ella cosechó su propia
venganza. Cortó su corazón para nutrirlo, robó huesos para apoyarlo contra los
elementos, lo convenció para que diera frutos con sus lágrimas. Y forzó a otros a
comer de su fruto y tomar parte en su venganza. Y derrocar aquellos reinos que
le negaban la justicia que merecía. Ah, pero ¿Cuánta sangre debes tragar antes
de que el tiempo acabe con tu dolor? Mala reina. Mala, mala, mala. Por su codicia,
está maldita hasta que un beso caiga sobre su frente de piedra
—¿Qué tanto de todo eso es verdad?
—¿A quién le importa si una historia es cierta o no mientras sea contada?
De cualquier manera, tus vanaras no van a aceptar la fruta que maldijo y le quitó
a su reina.
Que maldición tan ridícula. Si podría derrocar reinos con una fruta
demoníaca también hubiera cosechado una. El vetala fijo su mirada en mí.
—Cuidado, niña. La Reina quería muchas cosas también. Su historia fue
de venganza. Haz lo mismo, y el cuento de tu vida no será más nada que otro
final.
Aún así, eso todavía no contestaba la pregunta. ¿El crimen de la Reina
Tara había sido únicamente el guiar un ejército de mujeres? ¿Cuál era el crimen
de hacerte invencible? El rostro sonriente de Skanda surgió en mi memoria. Si
tuviera la oportunidad de ser invencible, también la hubiera tomado.
—Entonces, asumamos que comes esta fruta y no te comes a todos a tu
alrededor —dijo Vikram—. ¿Podrías derribar las paredes de este lugar y
liberarnos?
—Podrías hacerlo —dijo el vetala, metiéndose en nuestra conversación
una vez más—. Pero ¿cómo saldrías?
—De la misma manera en la que entramos —dije.
—¿Y después qué? —dijo Vikram—. Eso no nos da muchas pistas. Y
únicamente nos quedan dos días antes de…
—¡No! —le grite.
—… el Torneo de Kubera —terminó Vikram.
Pánico inundó mi pecho.
—¿Qué dijiste? —dijo el vetala. Su voz mortalmente calmada. Me
despegué de la pared a pesar del imposible dolor y hambre prendiéndome fuego.
—Tal vez debería seguir mis instintos y comerte por ser tan estúpido —
gruñí.
Vikram dio un paso atrás, sus ojos agrandándose.
—Me sorprende que Ujijain tuviera planes de ponerte a cargo. ¿A caso no
te enseñaron nada? —rechiné, intentado mantener mi voz fuera del campo de
audición del vetala—. Nunca reveles a dónde vas. Nunca reveles lo que necesitas.
Acabas de hacer saber ambas cosas, una vez más, dejando ver lo necesitados que
estamos de ayuda.
—Yo no quería… —empezó Vikram.
—No me importa lo que querías. Me importa lo que acabas de hacer. Esa
cosa… —dije, alzando mi brazo en dirección del vetala—… te convencerá con
palabras bonitas para que le des tu alma y te deje ir a dónde quieres ir.
—¿Qué tal si está diciendo la verdad? —contestó—. ¿Acaso eres la única
que puede tener razón? ¿Qué hace tan difícil tomar un salto de fe e intentarlo?
Además, quiere algo de nosotros. Y hasta que no nos ayude, no lo obtendrá.
—Asumes que siquiera te seguiré a ese Torneo. Tal vez decida ocultarme
en el Otro Mundo hasta que pase el ciclo lunar y regreso al mundo humano.
—¿Tan espantada estás de la magia?
Entrecerré los ojos. —Si fueras la mitad de inteligente de lo que dices,
también estarías aterrorizado.
—¿Así que, desperdiciarás un mes de tu vida en lugar de tomar la mejor
oportunidad?
Abrí la boca. La cerré. La duda inundó mis pensamientos. Antes, no quería
tomar partido alguno en la magia. Pero si sobrevivimos, no podría desperdiciar
un mes de mi vida. ¿A dónde iría? ¿Qué haría? Recordé la promesa al interior del
rubí encantado… la tregua y la tentación de todo lo que quería doblado
cuidadosamente en un deseo.
—Sé cómo salir y sé cómo llegar al Torneo de los Deseos —trinó el vetala—
. ¿Sabían que llaman a Alaka el Reino del Deseo? Está al norte de Naraka. Tan
pintoresco, ¿no creen? La muerte y el deseo se encuentran casi tomados de la
mano. Ni siquiera dejaran este reino sin mí. Este es el reino de los vanaras,
tontos. Son más sabios, más fuertes. Sus túneles, entradas y salidas no son como
sus fuertes con sus pasajes secretos. Pero no puedo romper las paredes. La chica
podría hacerlo.
—¿Qué es lo que quieres, vetala? —pregunte.
—Quiero un cuerpo.
—No te daremos el nuestro.
—¿Qué tal si solo uno de ustedes muere?
—No.
—Bueno, si no pondrán sus cuerpos, entones supongo que debo
conformarme con sus hombros —dijo el vetala—. No puedo caminar. Únicamente
volar. Deseo los Campos de Cremación, y no este maldito y solitario
confinamiento con un apestoso árbol de hierro y sin cuerpos muertos llenándome
por kilómetros.
Vikram volteo a verme. —Entonces, ¿lo intentarás o no? Esa fruta
demoníaca es todo lo que tenemos. Los puedo distraer con un cuento, pero no
será suficiente para sacarnos de aquí. Te necesito. No solo para salir, también
para el Torneo. Piensa en lo que podrías hacer con solo un poco de magia.
La decisión formo un nudo en mi estómago. Vikram alcanzo mi mano,
acunándola con una extraña delicadeza que por un momento ahogó las suplicas
de la fruta demoníaca. No me solté de él.
—Esta es nuestra vida —dijo—. Nuestro deseo está ahí. No podemos
perderlo.
Moví mi mano. —Y no me perderé a mí misma. ¿Qué piel pondrás en este
juego, Zorro? ¿Tu elocuencia? Que gran sacrificio.
—También es mi vida —dijo con fuerza.
—Tu vida no hace la diferencia con esta chica —se rió el vetala—. Tal vez
algún día. Pero no hoy. Una bestia de chica, creo que en otra vida te lo comerías.
Pero la valentía necesita una mordida. Y la has perdido en algún lado. ¿Un
corazón roto tal vez?
Vikram me miró fijamente.
—Entiende esto —dijo—. No moriré contigo. Competiré en el Torneo.
El vetala rió. —¿Competir? Querido niño, el juego no comienza cuando los
jugadores de Kubera llegan a su reino. Empieza tan pronto como escoge a los
jugadores.
NUESTROS MÀS PROFUNDOS Y
OSCUROS SERES
Gauri
Traducido por Romy
Corregido por -Patty
En los meses después de que saqué a Nalini del agua, la ciudad y las
aldeas estaban tan regocijantes que Skanda me permitió convertirme en
representante. Podía asistir a juntas del Concejo. A veces, Nalini y yo jugábamos
con las hijas e hijos de los lideres de las aldeas. Bharata empezó a conocer mi
nombre y yo lentamente comencé a amar mi país y a su gente, sus costumbres y
su historia. Pensé que tenia suerte. Pensé que el corazón de mi hermano había
cambiado. Pero cuando tenía catorce, entendí la razón por la cual había permitido
que mi nombre se relacionara tanto con Bharata.
Skanda me llamó a la habitación del trono. Sospeche que estaba enojado conmigo. El día
de ayer había estado en desacuerdo con él en frente del Concejo en tanto si se construiría un templo
en una aldea devastada por la sequía.
—Los rezos son buenos, pero ¿en que se comparan las palabras con el agua? —dije.
Nalini había pensado en esa línea, y sonreí después de recibir miradas tanto de admiración y
sorpresa de parte de algunos miembros del Concejo. Cuando entre a la habitación del trono de
Skanda, tenía una gran sonrisa en el rostro. La mitad del concejo estaba de pie entre las sombras,
observando nuestra conversación.
Skanda levando una caja ornamentada que nunca había visto.
—Gracias por este obsequio tan generoso, querida hermana.
Fruncí el ceño. —¿Qué obsequio?
Skanda abrió la caja: serpientes de un blanco lechoso se retorcían dentro de ella. El
Concejo jadeó, pero Skanda levanto su mano y rió.
—¿Serpientes de agua? No se preocupen Concejeros. Es una broma privada entre mi
hermana y yo.
Con una mano, los despacho. La habitación se vació en segundos, pero no sin antes
percatarme de las miradas de sospecha y desagrado del Concejo.
—Nunca te di eso —dijo, horrorizada—. ¿Por qué te daría serpientes venenosas?
—Tan inocente, pequeña hermana —dijo, riéndose—. Y estas equivocada, por cierto. No
es su mordida la que es venenosa. Es su toque. Si caen en un pozo de agua bebible, pueden
deshacerse de una aldea entera en un día.
La amenaza tomo forma entre sus palabras. El pozo de agua por el cual había advocado
frente al Concejo podía convertirse en una trampa mortal. Y el veneno podría conectarse a mí por
lo que había dicho en frente del Concejo sobre como las serpientes me pertenecían.
—Estabas mintiendo.
Rió. —¡Mentiras! Todos cuentan cuentos, hermana. Puede que no tenga el ardor y
atención del público de la misma manera que tú la tienes, pero si tengo los oídos de gente muy
convincente.
—¿Qué es lo que quieres, Skanda?
—Me alegra que lo preguntes —dijo—. Permitiré la construcción de este pozo de agua.
Pero a cambio, necesito que convenzas a la mitad de la milicia de la aldea a unirse a las fuerzas
de Bharata.
—La aldea ha sufrido sin descanso. Necesitan una milicia fuerte para mantener a su gente
en orden. Las fuerzas de Bharata están bien entrenadas.
Skanda pateo la caja cerrada de serpientes y un siseo furioso resonó dentro de la madera.
—Necesitan lo que yo diga que necesitan. Y necesito nuestro territorio del este asegurado.
La furia de apodero de mí. —¿Y si no acepto, envenenaras una aldea entera y dejaras que
mi futuro muera junto con ellos?
—¿Lo dudas?
—¿No te importa?
No lo pensó ni un segundo. —No. Preocuparte te hace descuidado. Preocuparse siempre
termina con una tajada en el cuello. Así que no, no me importa si mueren. Me importa mi palacio.
Me importa permanecer al trono. Me importa vivir.
—No puedes acabar conmigo con un cuento, hermano.
—Eres feliz, ¿no es así? Eres amada. Amas a los demás. Creo que la gente está convencida
de que, si le pidieras al sol que no saliera, se mantendría oculto por ti. Pero hay solo una historia
que la gente disfruta más que un ascenso a la fama, la de una caída en desgracia. Y puedo hacerlo
rápido. Y puedo quitarte todo esto. Veras, un cuento no es solo una cosa que le cuentas a un niño
antes de dormir. Un cuento es control.
Seguí moviéndome.
No es real.
—¡Vikram! —grité.
Nada.
—Se suponía que tenías que mantenerme a salvo. Confié en ti —dijo—.
Hice todo lo que pediste. Todo lo que pedí fue esperanza. ¿No te acuerdas? Vine
a ti. Te lo supliqué. ¿Y qué hiciste?
Temblando, avancé. Un paso. Dos. La niebla se hizo más densa cubriendo
mis pies. Mi corazón se aceleró. Los extremos de la chaqueta sherwani atrapados
alrededor de mis piernas. Traté de mirar a través del ojo encantado, pero sólo
podía ver a través de los espíritus de la Gruta de Muertos Vivientes. No la niebla.
Debajo de mí, el suelo se volvió escarpado. Estaba acostumbrada a pelear en
desniveles, pero por lo general tenía botas y ambos ojos abiertos. Aquí estaba
caminando con sandalias raídas, una mano sobre mi ojo y mi sentido del espacio
y la profundidad vacilantes. Se me enganchó el dedo del pie. Me caí, lanzando
mis brazos para sostenerme.
Una voz muy cerca de mi oído susurró—: Contéstame, Gauri. Estábamos
tan unidas como hermanas —Me dio un vuelco la cabeza. Me apresuré a ponerme
de pie, mis ojos se desviaron hacia arriba sin pedir permiso a mi mente. Nalini
me miró fijamente con los ojos color avellana brillantes por las acusaciones—.
¿Cómo pudiste?
Mi voz se quebró. —Estaba tratando de mantenerte a salvo. Pensé que
había un espía, Nalini. No era lo que parecía.
Fue el día antes de la rebelión. Había dejado de comer; la ansiedad
masticada en mi núcleo. Tuvimos una oportunidad de hacer esto bien. Meses de
planificación se habían construido hasta el día de hoy. Pero podía sentir los ojos
de Skanda siguiéndome. Quizás alguien había espiado nuestras reuniones. O
alguien me había vendido. Empecé a guardar la información. Negarme a conocer
gente. Incluso Arjun y Nalini. Esa noche, Nalini me visitó en los jardines y podría
haber jurado que los ojos nocturnos que parpadeaban abiertos en la jungla
pertenecían a los ojos espías de Skanda.
—Gauri —dijo—. ¿Qué te ha pasado?
No dije nada, mis ojos fijos en la jungla.
—¿Qué estás escondiendo? —exigió—. Ni siquiera has visitado a Arjun
desde que regresó...
—¿Quieres decir desde que lo rescaté? —le regresé enojada
Hace una semana, había traído a Arjun a casa. Todo fue gracias a Maya.
El día en que organizó un incendio en el harén, pude escapar de Bharata y rescatar
a Arjun. Desde entonces, ha estado tratando de hablar conmigo, pero no podía
poner en peligro nuestra operación al permitirnos ser vistos juntos. Skanda estaba
todavía furioso conmigo por ir en contra de sus órdenes directas y salvar a Arjun.
—¿Sabes a qué horrores se enfrentó? ¿Acaso te importa? ¿Qué pasó con las
promesas que me hiciste?
La oscuridad crujió. Skanda tenía espías por todas partes. ¿Estaban
mirándonos?
—No hay nada que esconder, Nalini —dije, mi voz fría y distante—. Arjun
es un soldado. Cuando lo encontré, estaba herido. Le salvé la vida. No le debo más
que eso, y ciertamente no te debo nada a ti.
Si le hubiera dicho la verdad, ¿habría escapado del encarcelamiento?
Cuando entré en la jungla después, el susurro no había sido más que una liebre
atrapada debajo de la raíz de un árbol. No era un espía. Podría haberme
disculpado con Nalini. Pero la paranoia es una casa llena de puertas cerradas.
Así que me retiré.
Nalini extendió la mano y me rozó el brazo con los dedos. Me estremecí.
Ella se sintió tan fría.
—Nunca debiste salir lastimada —dije con fiereza—. Tú eras la razón por
la que luché por el trono.
Nalini me había salvado la vida. El día que golpeó una cuchara
envenenada de mi mano fue el día en que dejé de esconderme y comencé a cazar.
Fue la primera vez que Skanda había intentado matarme. Hasta que fue removido
del poder, la vida de Nalini estaba en peligro. Antes de eso, no había estado
dispuesta a arriesgarme. Si fallaba, no podría proteger a los pocos que pudiera.
Pero si Skanda estaba tratando de matarme, significaba que nunca tuvo la
intención de mantener su promesa de nombrarme su heredera.
—Me merecía algo mejor —dijo Nalini.
Mi corazón estalló. —Lo sé.
—Te perdonaré, hermana. Abrázame como lo hiciste una vez. Empecemos
de nuevo.
Me acerqué a ella y las hojas de hierba me cortaron los pies. Perlas de
sangre en mi piel. Miré hacia abajo, frunciendo el ceño. La hierba no debe
cortarse.
—Ven a mí, Gauri —dijo Nalini. Su voz rozaba la desesperación—. ¿No
merezco una disculpa y un abrazo después de lo que me hiciste?
—¿Qué te he hecho?
Nalini no dijo nada. Pero la piel de sus brazos parpadeó de su habitual
marrón lacado a un negro aceitoso inusual. Di un paso atrás.
—¿Qué te he hecho? —pregunté en voz alta.
La pregunta dio la respuesta:
La había metido en la cárcel. Se suponía que estaba acostada en algún
lugar de una celda en Bharata.
—¿Por qué no estás en la cárcel?
Ella ladeó la cabeza. El frío se extendió por mi pecho. El gesto estuvo mal.
Inhumano. Me estaba olvidando de algo. Me miré las manos: estaban sucias.
Ensangrentadas. No debería vestirme con el sherwani de un hombre.
Lentamente, levanté mi mano a mi ojo, el movimiento guiado por un conocimiento
que destellaba al borde de mis pensamientos. Nalini siseó, su mandíbula se abrió
de golpe en una mueca espantosa.
Y luego la vi por lo que era:
Un monstruo de humo y dientes. Hizo chasquear los dientes. Garras
mojadas alzadas para mí. Tropecé hacia atrás, rompiendo el muro de niebla. Esta
cosa había usado la voz de mi mejor amiga.
—¿Gauri? —llamó dulcemente, su vientre raspando el suelo mientras
comenzó a gatear.
Cogí mi cuchillo, lo arrojé directamente a uno de sus brazos y lo inmovilicé
en el suelo. Dejó escapar un grito agudo y helado. Una pequeña roca empujó mi
pie. La levanté, sin mirarlo mientras lo lanzaba por encima de mi cabeza y lo
estrellé contra el cuerpo de la criatura. Los gritos cesaron. Cubrí mi ojo, arranqué
mi daga del brazo manchado de tinta y eché a correr.
La cueva al final de la Gruta brillaba con luz. Corrí. Pasé corriendo por
una visión de Maya tendida con la garganta cortada. Esquivé una visión de Madre
Dhina meciéndose de un lado a otro, la sangre le corría por las muñecas. Vikram
pasó a mi lado. Perseguí su delgada sombra, y el suelo desapareció debajo de mí.
Mis recuerdos aparecieron oscuros y espeluznantes hasta que un pliegue de luz
atrajo mi atención. La cueva. Casi estaba allí. Mientras la niebla se enfurruñaba
y giraba, una mancha oscura se escabulló hacia mí sobre mis muñecas y rodillas
destrozadas. La vetala. Su mano envuelta alrededor de mi pie.
—El chico está muerto —resopló—. Recógeme.
CORAZÒN DESGARRADO
Vikram
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty
Como regla general, Vikram solo corría cuando estaba furioso. Como
sucedía, él estaba casi siempre furioso. Todos los días pisaba la raída línea entre
lívido y lúcido. Había horror en saber que sólo estaba destinado a ser un rey
marioneta. Y había esperanza en saber que era capaz de mucho más. Cuando
corrió, esos pegajosos intangibles: título, nacimiento, expectativas y
resentimientos, no podían aferrarse a él.
Simplemente se estaba moviendo demasiado rápido.
La vetala se rió entre dientes y le rodeó el cuello con sus huesudos brazos.
—¡Más rápido, burro! ¡Más rápido! —gritó.
Vikram sabía lo que mostraría la Gruta, qué recuerdos arrancaría de su
mente y giraría en sílfides rencorosos. Tomó años de practicar encantos para
borrar al chico que el Imperio Ujijain aceptó a regañadientes. Solamente su padre
recordaba el día en que lo encontraron. Nadie recordaba las marchitas flores
azules en su mano, o la forma en que se había aferrado a las quebradizas, flores
incoloras hasta que se convirtieron en polvo. Nadie eligió ver. Era el camino de la
realeza.
Estaba casi en la cueva, con vientos secos ardiendo en sus pulmones,
cuando lo oí—: ¿Beta?
Sabía que vendrías por mí.
La vetala se rió y le susurró al oído—: Protege la cabeza, protege la cabeza.
Vikram se tapó el ojo con una mano, pero un tirón en su corazón detuvo
sus pies. Había endurecido su corazón para no verla. ¿Pero escucharla? Él no
había entrenado su corazón contra el anhelo de enroscarse alrededor del sonido
de su voz. Siempre que su madre hablaba o cantaba, el cielo se iluminaba. Incluso
las estrellas se acercaban un poco más para captar el tono plateado de su voz.
—Hijo mío, ¿me has olvidado? Esperé mucho tiempo a que vinieras de
vuelta —dijo su madre—. Querías sorprenderme. ¿Recuerdas?
—Sí —dijo con voz ronca.
—Te perdono por lo que me hiciste. ¿No me abrazas, mi hijo?
Vikram levantó la vista de sus pies y se encontró al borde de un acantilado
polvoriento. Tropezó hacia atrás, su nariz se llenó con un fuerte aroma a pino.
Una red de ramas de árboles bailaba sobre él como dedos entrelazados.
—Beta —susurró su madre—. Ven a mí.
Él quería. Dioses, quería. Pero algo detuvo su mano. Mano. Su madre
estaba de pie con los brazos cruzados sobre el pecho. Un estallido del azul llamó
su atención. Flores azules. Era el azul que teñía el cuello en el fondo de un
acantilado, con la boca llena hasta los dientes con piedras. Él frunció el ceño.
Imposible.
La imagen estalló.
Salió a trompicones de la niebla, con la cabeza zumbando mientras la
vetala gritaba—: ¡Chico tonto! —Empezó a correr de nuevo, con el corazón
acelerado, para llegar al otro lado. Con un solo ojo abierto, se volvió y encontró la
cosa de la Gruta de Muertos Vivientes tropezando tras él.
—¡Vuelve, Vikram! —llamó en la voz de su madre.
Corrió a ciegas hacia la niebla, esquivando ramas delgadas de árboles.
Pero su pie resbaló justo cuando una roca envuelta en niebla apareció a la vista.
Lo último que él vio fue la tierra de grava que se elevaba a su encuentro.
2 En su pecho.
LA VERDAD DE LA PRIMERA LUZ
Gauri
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty
Leo las palabras lentamente. Atrapados hasta la primera luz. ¿Solo con la
primera luz elegimos en qué dirección viajar? Pero, ¿cómo podemos saber cuál es
la verdad? Miré hacia el palacio de la noche tan fuera de mi alcance. Gracias a
los Ushas por la verdad de la primera luz. Ushas era la diosa del amanecer.
—¿Hay alguna razón por la que no compartiste esto conmigo hasta ahora?
—¿Y perder la oportunidad de verte enfurecer? —preguntó—. Allí es
tiempo de sobra para contemplar nuestra fatalidad inevitable. Tenemos mucho
menos tiempo de saciar nuestros estómagos. Además, quería asegurarme de
tener una ventaja al comer los postres.
—Siempre optimista.
—Soy optimista —dijo Vikram, agitando un plato de comida—, sobre no
morir de hambre.
Mi estómago gruñó. Vikram no parecía diferente al comerse la comida, por
lo que probablemente era segura. Me agaché a su lado, tomando el halwa por mí
misma, y luego me senté frente a la esquina de la habitación cuadrada que se
parecía a la vista fuera de la ventana de mi dormitorio.
—¿Tu hogar? —preguntó Vikram.
Asentí. —Y la esquina con la vista de Ujijain... ¿es tuya?
—Sí.
Era una vista extraña. La visión de Vikram de Ujijain era el reino mismo.
Eso era frío. Privado.
—Amas a Bharata —dijo Vikram. Una declaración de hecho.
—Lo hago.
—¿Qué te hizo decidir jugar en el Torneo? Podrías simplemente esperar
por un ciclo de la luna y apresurarte a regresar con tu amada Bharata.
Me mordí el labio. Si esperaba tanto tiempo sin la esperanza de un plan,
Nalini estaría muerta. No era como si pudiera dar un paseo por Bharata al final
del ciclo lunar. Si pongo un pie en el suelo de Bharata, Skanda ejecutaría a Nalini
y luego me echaría la culpa a mí. Todos los juegos, manipulaciones, pérdidas y
los secretos no servirían de nada. Peor aún, hundiría a Bharata en la guerra si
perdíamos el apoyo del hogar tribal de Nalini.
—Circunstancias —dije con fuerza.
Vikram me miró. —¿Qué hiciste para que tu propio reino te quiera
muerta?
Apreté mi mano. —Digamos que la política en Bharata me obligó a jugar
un juego de poder que pensé que podría ganar. No gané. De ahí la orden de
muerte.
Vikram puso los ojos en blanco y aplaudió lentamente. —¿El estudio de
princesas incluye teatro? ¿También corres por la ciudad como un justiciero
encapuchado?
—No sabes nada sobre mi vida o cómo fue para mí —dije enojada—. Todos
ustedes, príncipes, son iguales. Nunca han trabajado para nada, así que no saben
nada de la lucha de otra persona.
Su mirada se agudizó. —En eso, Princesa, estás equivocada.
Dejé escapar un suspiro y presioné mis sienes. —Ahora que hemos comido
y argumentado, ¿qué pasa con el acertijo?
—Sabemos que el camino a Alaka es seguir el norte verdadero. La estatua
con la imagen de Kubera lo dice. Pero las estatuas están colocadas en una rueda
giratoria...
—Y pueden no ser direcciones precisas cuando se asientan.
Vikram frunció el ceño. Dejando su copa, dibujó una imagen en la tierra:
un estrado y ocho puertas. Lo estudió, elevando sus largos dedos. Gruñí. Ya era
suficiente.
—¿Por qué haces eso?
—¿Hacer qué?
—Eso. —Imité sus manos, aplané mis cejas y traté de hacer que mis ojos
se vieran algo locos.
—Para que sepas, es mi pose de meditación.
—Para que sepas, te ves ridículo.
—¿Y tú qué tal? —preguntó. Se mordió las mejillas y frunció el ceño,
señalando su cara y luego señalándome a mí—. ¿Qué tipo de pose meditativa es
esa?
—No es una pose de meditación en absoluto —le respondí.
—Mis disculpas. ¿Es tu rostro de guerrera déjame-drenar-tu-sangre? ¿No
podrías dominar una expresión que se pareciera menos a la de un gato
indignado?
—Mejor que juntar mis manos y parecer una araña demasiado grande.
—Una araña demasiado grande que rara vez se equivoca.
—Mi rostro de guerrera déjame-drenar-tu-sangre te ha salvado la vida.
—Y esta pose de araña demasiado grande está a punto de salvar la tuya.
Apoyó la barbilla en el borde de la palma de la mano y la cabeza inclinada.
Pálido, la luz se deslizaba sobre los planos tallados de su rostro, desde su nariz
estrecha y afilada mandíbula a labios infernales que siempre bailaban al borde
de la risa. Vikram me sorprendió mirando sus labios y sonrió. Me mordí algunas
maldiciones.
—Cuando los Ushas abandonen su hogar, eso sería el equivalente al
amanecer. Entonces sería la primera luz. Creo que la rueca de las estatuas se
congelará —dijo—. Creo que llegará hasta donde podamos cruzar el estrado y
acceder a esas ocho puertas. Debemos vigilar durante toda la noche y mirar si
empieza a caer.
—Si eso sucede, solo tenemos hasta la primera luz para elegir qué estatua
sigue a través de qué puerta —dije—. No sabemos cuánto tiempo permanecerá el
estrado en su lugar. ¿Alguna idea?
Juntó los dedos. —Creo que deberíamos seguir las reglas de la estatua
Kubera en la dirección del verdadero norte.
—Eso es demasiado simple —Levanté la invitación de la Encrucijada y leí
en voz alta—: 'Miles vendrán aquí y miles perderán', estoy segura de que muchos
de esos miles probaron la ruta más sencilla.
—Sin embargo, no se trata del camino más simple o directo —dijo
Vikram—. La magia es una prueba de fe... ¿por qué si no hubiéramos escapado
de Ujijain, comido una fruta demoníaca y nos dejamos torturar por nuestro
pasado si no crees en lo que ofrece el Torneo?
Era la primera vez que mencionaba lo que había visto en la Gruta de
Muertos Vivientes. El dolor brilló en sus ojos, tan breve que podría haber sido
confundido con la luz brillando sobre nosotros. Pero lo atrapé.
—Hablas con una convicción que se basa en sentimientos, no en hechos
—le dije—. Seguir el norte verdadero es demasiado fácil. Suena como una trampa.
—Pero eso es la mitad de la astucia de este lugar. ¿Cuántas veces tengo
respuestas tan simples y, sin embargo, alguien está decidido a tomar el camino
de las espinas en lugar de rosas?
—No se gana.
—Eso es algo muy humano para decir.
—Una inclinación que no puedo evitar.
—No se trata de las cosas que se ganan, sino de las cosas como son. La
magia nos eligió por una razón. ¿Creías en el Otro Mundo antes de verlo con tus
propios ojos?
Asentí.
—La magia es así —dijo—. Es como la fe.
Habló con tanta seriedad que casi le creí. Pero Vikram tenía algo y yo no.
Inocencia. Quizás el mundo se rompería por él porque creía que lo haría. Pero no
haría lo mismo por mí. Para mí, el Otro Mundo y el mundo humano eran iguales
por una cosa: Ninguno de los dos mundos lo mimaba ni le importaba.
—Necesito pensar.
—Bastante justo —dijo—. Considera las opciones tu misma. Pero no
pienses que solo porque me salvaste la vida, te seguiré hasta el final de la tierra
y a través de cualquier puerta.
—Gracias a los dioses. Esa sería la última recompensa que pediría por
salvar tu vida.
Vikram se puso de pie y se estiró. —Haz lo que quieras.
Cruzó la pequeña tienda. Estudié su andar. Podrías contar mucho sobre
una persona por la forma en que ocupa el espacio. Skanda caminaba como si
esperara un cuchillo en cada esquina. Vikram se movió como si el mundo hubiera
tallado este momento para él solo y no simplemente lo iba a vivir, sino a gobernar.
Estaba tan seguro de todo que me dio envidia.
Cogió uno de los recipientes de agua y empezó a frotarse la cara. Se sentó
medio congelado en el suelo. ¿Se suponía que debía levantarme y marcharme?
Pero entonces fruncí el ceño. ¿Por qué debería irme? Si no quiere que mire, debería
irse.
No lo hizo.
Se quitó la túnica y luego se puso los pantalones. Su espalda estaba
parcialmente vuelta, pero aún podía ver el contorno de los músculos con cordones
adornando sus hombros y la longitud vigorosa de sus brazos.
Una vez, intenté meterme en un atuendo que no me quedaba porque había
tenido demasiadas raciones de postre ese día. La habitación se sintió como eso.
Como un cuerpo entero fruncido y decidido, demasiado apretado y demasiado
consciente de cada contorno y forma dentro de él. Me tenía que ir.
—Deja de admirar la vista —dijo.
—Criticando —mentí, levantándome y recogiendo mi plato de halwa.
—¿Qué me hace falta?
—Honor.
No es exactamente una mentira.
—Ay. Debo haberlo extraviado.
—¿Hay alguna razón por la que buscas todas las oportunidades para
molestarme?
—Es divertido. Tu cicatriz parpadea cuando frunces el ceño. Casi parece
un hoyuelo —dijo Vikram—. Todavía estoy esperando que tu cara se ponga roja
de ira. Puede que te haga parecer que te sonrojas. ¿O tal vez estoy haciendo que
te sonrojes?
Me quedé helada. Nadie excepto la Madre Dhina y Nalini había reconocido
la pequeña cicatriz por lo que era.
—Me entrené junto a soldados varones durante años y he visto, y
probablemente olido, mucho más de lo que debería haber hecho. O quería —
dije—. Tu nunca me harás sonrojar.
—Si dejamos este lugar con vida, estoy decidido a demostrar que estás
equivocada.
La vetala se rió desde el otro lado de la tienda.
—Yo elegiría una búsqueda más factible, muchacho. Tal vez podrías
aplicarte para hacer que la chica te gruña. Eso parece mucho más probable. O
arrancarte la garganta. También más probable —resopló la vetala—. Sin
embargo, cuidado con la cabeza, chica. Y esa chaqueta que le quitaste. Me he
encariñado con ella durante nuestros viajes.
UN ANDAMIO DE SILENCIO
Gauri
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty
La gente siempre piensa que matar requiere una fuerza: una taza de
veneno vertida en una boca, un cuchillo que separa la carne del hueso, un puño
abatido repetidamente.
Incorrecto.
Así es como matas: te quedas en silencio, se hacen tratos que desprenden
las capas del alma una a una, se construye un andamio de excusas endebles y
se vive la vida sobre ellas. Puede que haya matado para salvar, pero he matado
igualmente.
Hace dos años, Skanda se había enamorado de la hija de un noble
prominente. El noble amaba a su hija y no la quería consumiéndose en el harén
de Skanda. Así que él la comprometió inmediatamente con alguien más. Skanda
se enojó. El prometido de la chica fue llevado a sus cámaras personales, donde el
sari de boda de la chica, robado por un espía, había sido metido. Una mirada fue
suficiente para convencer al hombre de que su prometida había sido infiel.
Rompió el compromiso. Dos días después, la chica se quitó la vida para evitar la
vergüenza de su familia.
Había visto al prometido de la chica cuando salió de los aposentos de
Skanda, vi confusión y furia guerreando en su rostro. Pero necesitaba más
reclutas para el ejército, medicinas para los niños del pueblo, y quería que
Skanda comenzara repartiendo fondos para la dote de Nalini antes de su boda
con Arjun.
Así que me quedé en silencio.
Quizás si hubiera sido más valiente, habría hablado. ¿Pero a qué precio?
No había olvidado a la criada que intenté defender. Mi voz era una de las cosas
que podía controlar: cuándo desatarla, cuándo aprisionarla como una brasa
ardiente, cuándo cultivarla en secreto.
Toda mi vida, el control y el poder habían tenido el mismo rostro.
Creía en los dioses, pero la única fe que de verdad practicaba era el
control. Nada en exceso. Nada que pusiera mi vida en manos de otro. Y, sin
embargo, por segunda vez, estaba considerando entregarme por completo a una
magia que no podía manejar ni saber.
—Tenía razón —dijo Vikram, señalando por encima de nosotros.
El estrado giratorio de direcciones había comenzado su descenso en la
noche. Ahora giraba cada vez más rápido, contando hacia atrás hasta el momento
en que tendría que tomar una decisión.
—Yo digo que elijamos el norte y seguimos a Kubera —dijo Vikram—. ¿Vas
conmigo o no?
—¿Pero y si es una trampa? ¿Qué pasa si vamos al sur en su lugar y
elegimos el Dharma Raja?
—Entonces podríamos encontrarnos en Naraka, y no tengo ninguna
intención de morir tan pronto.
Sobre nosotros, el relincho de los caballos iluminaba lo que quedaba de
noche. Un carro plata crujió desde un pasillo invisible, listo para sacar la luna
del cielo y marcar el comienzo del nuevo día.
—¡Vetala! —llamó Vikram.
—Viendo que ya he muerto, esta parte no es muy emocionante —gritó la
vetala—. Continúen entonces. Esto fue de lo más entretenido
Vikram levantó las manos. —Si no vienes ahora, no volveremos a
buscarte.
—Lo sé —dijo la vetala en voz baja—. Lo sé.
Un chirrido atravesó la cueva. Nos quedamos a poca distancia de la zanja,
listos para saltar al estrado en el momento en que cayera en su lugar. Con un
sonido de desgarro, el estrado cayó del aire, estrellándose contra la zanja justo
como el cielo se llenó de luz.
Ocho puertas brillaban con el crepúsculo.
Ocho puertas que no prometían adónde conducirían.
Una oportunidad para elegir el camino correcto.
La primera luz estaba a punto de caer. Juntos, corrimos y saltamos al
estrado. Casi pierdo el equilibrio al alcanzar esa piedra. El viento empañó el
mundo. Las ocho estatuas nos miraron con ojos vacíos y sonrisas de complicidad.
Escojan.
—¡Vetala! ¡No es momento de jugar! —llamó Vikram una vez más.
Se agachó, como si estuviera listo para recuperar a la criatura, cuando
tiré de su brazo.
—Solo tenemos hasta el amanecer. Es supervivencia o simpatía —dije. Mi
voz era de piedra—. Nos dijo que siguiéramos. Es tu elección encontrarla. Pero
no te estoy esperando.
Hizo una pausa solo por un momento antes de ponerse a mi lado. Quizás
la vetala nos había abandonado porque se dio cuenta de que estábamos
destinados a morir. El cielo aligerado. El amanecer había despertado a los
caballos. Ellos treparon por el aire absorbiendo lo que quedaba de la oscuridad
para que gradualmente se alejaran del blanco a ahumado, luego de gris a ciruela
más profundo. Vikram agarró la página de instrucciones con firmeza.
A nuestro alrededor, haces de tierra se deslizaban en ondas gordas...
tragándose la tienda telaraña donde habíamos comido, lamiendo las falsas
arboledas que habían sido nuestros deseos del corazón. Vi el suelo arrastrarse
hacia el único lugar al que podía llamar casa.
Paso a paso, cruzamos el estrado. Lenta, lentamente, se detuvo con un
chirrido. A la vez, las ocho puertas brillaron, cada puerta se abrió apenas más de
una pulgada. Detrás de cada una: luz interminable. Vikram se detuvo frente a la
puerta marcada por la estatua de Kubera.
—¿Bien? ¿Me seguirás de un mundo a otro o no?
La determinación brilló en sus ojos. No había ninguna duda en su mente
de que él estaba en lo correcto. Su creencia se sintió como un calor que arruga y
engrasa el aire. Su fuerza presionó y pinchó al mundo, como si pudiera convocar
reinos por pura fuerza. Su convicción me encendió.
Agarré su mano.
Vikram tocó la estatua de Kubera. Todas las puertas se cerraron de golpe,
pero el uno al norte verdadero. Los engranajes de piedra chocaron como labios
apretados. Enormes olas de tierra rodaban hacia nosotros, empujándonos a
través de la puerta. La luz dorada me lavó los ojos y el calor seco crujió contra mi
piel.
La puerta se cerró de golpe, disolviéndose en la nada.
Me estrellé contra Vikram, tirándolo al suelo. Tomó unos pocos parpadeos
antes de que pudiera ver lo que había frente a mí. Estábamos tirados encima de
una exuberante colina verde. Un camino de espinas y piedras lunares
serpenteando por pequeños valles y entre lagos centelleantes antes de terminar
en una puerta roja que rodeaba el reino de oro. El reino se sentó en el hueco de
una cordillera violeta. El palacio se alzaba tan grande que sus grandes agujas
doradas parecían como si se hubieran desenredado del cielo. Mil torretas que
llevaban banderas de seda con gemas incrustadas ondeaban en el día. Pude
distinguir la silueta de hermosos prados repletos de fuentes brillantes, fragantes
huertos frutales, mesas de banquete repletas de dulces y sabores y una gran
multitud de personas que deambulaban sin rumbo fijo por los terrenos.
—Estamos aquí. Llegamos a Alaka.
Vikram contempló la vista y abrió mucho los ojos.
—Es hermoso —Se volvió hacia mí, la picardía brillaba en sus ojos—.
¿Cómo celebran la buena fortuna en Bharata? En Ujijain, nos besamos.
Solté su mano. —Mira en otra parte.
—¿Está segura? Pasas una gran cantidad de tiempo mirando mis labios
—Eso es sólo porque estoy horrorizada por la pura idiotez de las palabras
saltando de ellos.
—Tales cuentos —bromeó—. Si tienes curiosidad, estoy dispuesto a darte
un capricho.
—Ve a besar una piedra.
—Lo haré —dijo con una reverencia galante—. Las rocas son más amables
y suaves que tú de todos modos
Se dio la vuelta, caminó hacia un afloramiento de rocas y rápidamente
besó una roca.
—Ahí —dijo alegremente—. Esa incluso parece una mujer.
Miré la roca que había besado. Él estaba en lo correcto. Un limonero
solitario creció junto al puñado de rocas, pero la roca que había besado era tan
alta como una mujer, con tallas gastadas que incluso podrían parecerse al
contorno del cabello, labios, senos y una cintura tallada.
—¿Estás segura de que la fruta rakshasi está fuera de tu sistema? —
preguntó Vikram.
—¿Sí?
—Bien —Tomó un respiro profundo—. Porque, una vez más, te lo dije.
—¿Te das cuenta de que no necesito las mejoras de la fruta demoníaca
para tirarte al suelo?
—Lo hago. Pero reconozco que es inevitable que se produzca algún daño
corporal por tu parte. Sólo estoy tratando de minimizar el daño.
—Qué sabio —dije, poniendo los ojos en blanco.
Vikram sonrió. —Me salvaste la vida, ahora yo salvé la tuya.
—Entonces ya no estamos en deuda el uno con el otro —dije, pasando
junto a él.
—¿Sin recompensa, hermosa doncella? —preguntó, trotando para
seguirme. Era al menos una hora de camino hasta las puertas de entrada de
Alaka—. Si recuerdas, muy generosamente te ofrecí mi mano en matrimonio.
—Y la rechacé. Considéralo tu recompensa.
Vikram se detuvo, volviéndose hacia el lugar donde la puerta se había
abierto en el aire y nos dejó caer en Alaka.
—Por tonto que parezca, casi me preocupa la vetala.
Lo entendí. Hasta casi me gustó la vetala. Pero había hecho su elección.
Le habíamos ofrecido ayuda. La criatura la rechazó. No perdería el tiempo en luto.
—Desearía que hubiera venido con nosotros.
Le di un manotazo a Vikram.
—¡Ay! ¿Por qué fue eso?
—Estamos en Alaka ahora. No comenzaría ninguna oración con 'Deseo'.
Guárdalo para cuando ganes.
Vikram sacó el rubí de su bolsillo, arrojándolo al aire para que la gema
atrapara la luz.
Miré delante de nosotros la silueta del palacio, evaluándolo como lo haría
cualquier enemigo en el campo de batalla. Las historias de Maya pasaron por mi
cabeza. Este era un lugar donde los sueños y las pesadillas toman prestados los
rostros de los demás. En algún lugar, doblado entre todo ese oro oscuro y todas
esas joyas brillantes, estaba mi deseo. Un nuevo reinado en Bharata. La
seguridad de Nalini. El legado de Skanda borrado de la historia. Vi una promesa
de libertad tan cerca que pude arrebatar del cielo. Pero también vi a Maya tragada
entera por la oscuridad del bosque. Veía todas las noches que había pasado
preguntándome dónde estaba, qué había sucedido. Lo que nos esperaba no era
solo un torneo, sino un nuevo futuro. Y lucharía por ello con los ojos bien
abiertos.
Miré a Vikram y capté el mismo brillo hambriento en sus ojos.
—¿Competir contigo hasta el final? —dije.
Él sonrió. —¿Qué obtiene el ganador?
—Una oportunidad de arriesgar la vida o la muerte en un juego imposible.
Su sonrisa se desvaneció. —Esa es una victoria solemne.
Me encogí de hombros. —La mayoría de las victorias lo son.
—¿Qué pasa con el perdedor?
—El perdedor no tiene ninguna posibilidad.
Vikram miró el palacio. —Entonces es mejor que empecemos a correr.
PARTE II:
Un Juego
EL SABOR DEL PAN
Aasha
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty
Incluso desde la distancia, la puerta roja se veía mal. Era aburrida, con
una irregular textura, como astillas desiguales de granate que no reflejaban la
luz, pero la engullían ávidamente. Cuando estuvimos frente a ella, me di cuenta
de lo que creó las puertas extrañas de Alaka.
No eran gemas, como el folclore haría creer a un niño...
Lenguas.
Miles de lenguas. Rojas e hinchadas, cortadas de raíz y amontonadas
como piedras hasta que se elevan por encima de nosotros. Un sabor metálico
flotaba en el aire. Como el hierro. O sangre.
Vikram palideció. —Se supone que eso no debe estar ahí.
—¿Dónde leíste eso? —Hice una mueca.
—¿No dirían las historias que la entrada a Alaka está rodeada por… por
eso?
Iba a responderle, pero la puerta cobró vida. Un centenar de lenguas que
se mueven. Instintivamente, empujé a Vikram detrás de mí y saqué la daga.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Vikram perezosamente, empujándome a
un lado—. ¿Amenazar con cortarles la lengua?
Lo fulminé con la mirada. De repente, las lenguas que se movían se
quedaron quietas. La puerta refunfuñó. Se arrastró. Una voz profunda resonó
desde el interior—: Las historias son porciones...
—...cortadas...
—...rebanadas bonitas de...
—... cosas no tan bonitas...
—...Príncipe inteligente y...
—... Princesa feroz.
Vikram se puso un poco más erguido. Las lenguas habían comenzado a
moverse una vez más. Hablando con nosotros.
—...¿Han venido a jugar el juego del Señor de los Tesoros? ¿Deseas...?
—… ¿Ganar un deseo? Entonces danos...
—... la verdad secreta alojada en el pliegue de su primer desamor...
—... y les dejaremos pasar.
—¿Qué eres? —preguntó Vikram.
A pesar de que la puerta no era más que lenguas, pensé que podía sentir
que el aire se transformó en una sonrisa astuta.
—Somos el peaje pagado por los que vinieron antes y se fueron de Alaka...
—...Y los que vinieron antes y...
—...no lo hicieron.
—Verás, una verdad que se separa tiene su propia manera de convertirse
en un cuento. Se cuenta tan a menudo que tropieza en la narración, pequeños
trozos que se desprenden, pequeños trozos que se pegan, y luego los años se
acumulan y ellos...
—...tienden a deformar la verdad, a convertirla en algo que no era al
principio...
—...no es una mentira, sino un...
—...cuento. Es más fácil ver la verdad cuando la disfrazas.
Vikram se aclaró la garganta—: Yo iré primero.
Me preparé para irme. Sus secretos eran asuntos suyos. Pero la puerta
resopló.
—Juegan juntos. Pierden...
—...juntos. Esa es la regla.
Le lancé a Vikram una mirada interrogante, pero él no me miró. Parecía
estar mirando a cierta distancia hacia adelante. Respiró hondo, tamborileando
con los dedos juntos.
—No soy el verdadero hijo del Emperador. Si tomó el trono, será en poco
más que un nombre.
—Eso...
—...es sólo una parte de la verdad...
—Dinos...
—...¿qué le ocurrió a ella?
El rostro de Vikram palideció. —Ella murió. De un desprendimiento de
rocas. Ahí es donde el Emperador me encontró.
—Eso...
—...no es todo.
La mandíbula de Vikram se apretó. Y luego dijo con voz ronca—: Ella
estaba buscando por el borde de la roca. Dejé mi sandalia allí para gastarle una
broma. Quería hacerla reír —Él tragó—. Iba a saltar desde detrás de los árboles
y sorprenderla con las flores. Pero en el momento en que pisó la roca, se cayó.
La puerta se detuvo, como si dejara que esa verdad secreta se sentara en
su lengua como un caramelo.
No me encontré con los ojos de Vikram, pero sentí su mirada ardiente. Mi
cuerpo entero se sintió entumecido. No era una sensación de repugnancia, sino
que se desplomaba la humillación. Sabía lo que sentía. Sabía esa pérdida y culpa,
ese giro frío donde un solo momento podría haber marcado la diferencia.
—Tu turno...
—...Princesa.
Se me secó la garganta.
—Traté de derrocar a mi hermano. Si regreso, desatará un estado de terror
en Bharata y matará a mi mejor amiga.
Sabía lo que diría la puerta incluso antes de escuchar las palabras
húmedas en las lenguas.
—Eso...
—...no es todo.
Las palabras salieron de mi garganta, afiladas y cortantes. Recordé el sari
de la chica en la habitación de mi hermano, la sirvienta a la que Skanda castigó
cuando había azotado al soldado. Todas esas veces que había empujado a Nalini
y Arjun lejos antes de esa rebelión fallida. Estaba tratando de mantenerlos a
salvo.
—Hice lo mejor que pude para jugar los juegos de mi hermano —dije,
manteniendo mis ojos fijados en el suelo—. Pero las decisiones que tomé y los
silencios que guardé fueron igual de mortales.
Miré hacia arriba. Lo que vi en la mirada de Vikram me clavó en el lugar:
comprensión. Esos secretos habían persuadido a una parte oscura de nosotros a
entrar en la luz. La comprensión se sintió como una mano alzada y encontrada
en la oscuridad. Nadie me había mirado nunca de esa manera porque nadie,
hasta ahora, podía hacerlo.
—Ahora tienes nuestros secretos —le dije, volviéndome rápidamente—.
Déjanos pasar.
—...te deseamos...
—...un cuento...
—...digno de ser contado.
—¿Y la suerte? —preguntó Vikram.
La puerta se llenó de risas húmedas.
—…¿de qué sirve...
—...una cosa así?
La puerta se abrió y entramos en Alaka. Vikram se aclaró la garganta y
comenzó a señalar los lugares y las personas. Algunas de las historias que recordé
de Maya. Otros de los que no recordaba, y trataba los cuentos como lo haría
cualquier inteligencia recopilada antes de un campo de batalla. Todo era algo
para manejar para después. Pero incluso mientras hablaba, sentí el peso de lo
que habíamos visto y dicho, ese zarcillo de comprensión al que no sabía cómo
aferrarme.
Al final de un camino, un jardín se desplegó a nuestros pies, salpicado de
pilares de diamantes. Vikram tiró de mí hacia atrás antes de que mis pies
pudieran tocar el césped.
—Nandana —suspiró Vikram, inclinándose para tocar la hierba—. Esto
es parte de la corte del Rey de los Cielos.
Todos los Otros Mundos están vinculados.
Los dioses estaban mirando. Hizo un gesto para que nos quitáramos las
sandalias como un signo de respeto. Solo después de que nuestros pies
estuvieran descalzos, entramos en la hierba. La tierra tarareaba.
Pasó una prueba.
En este laberinto, las bellas y salvajes caminaban con el rostro inclinado
hacia un cielo donde las estrellas flotaban en un océano negro. Ola tras ola de
cometas y nubes, eclipses y nebulosas rodaban sobre nosotros
—Las cámaras de audiencia del Rey de los Cielos albergan todas las
estrellas —dijo Vikram—. Eso debe ser donde estamos.
Por costumbre, miré por encima de mí, buscando la constelación de Maya
y la mía. No estaba aquí. No importa donde estemos, siempre compartiremos el
mismo cielo. Mi garganta se apretó. Maya había mentido. Hubo lugares donde un
cielo terminó y un universo se desarrolló. Lugares donde no podría seguirla. ¿Qué
cielo estaba mirando mi hermana?
Los jardines de Nandana fluían sin problemas hacia una sala de hielo.
Lotos fantasmales flotaban en el aire. De sus tallos cortados goteaba un dulce y
fragante líquido que atrajo a una pequeña multitud. Yakshinis con alas de cristal
o las enjoyadas colas de pavo real, se turnaban bebiendo el líquido y cantando.
—Esta es su ciudad —dijo Vikram, señalando a los hombres y mujeres
hermosos.
Sabía eso de los cuentos de Maya. Yakshas y yakshinis eran los
guardianes de tesoros escondidos en arroyos, bosques, mares y cuevas. A nuestro
alrededor, la música llenó la sala de hielo. Las canciones no tenían palabras sino
imágenes que eran como ráfagas a través de mi cabeza: un cordón de hielo a
través de una palma, el invierno florece en una montaña, la sensación pellizcada
y cetrina de un cielo vacío de lluvia.
—¿Qué otra cosa? —murmuré de vuelta—. ¿Algún punto débil?
¿Estrategias en caso de que tengamos que luchar contra ellos?
Vikram frunció el ceño. —Las historias siempre dicen que no les gustan
los recordatorios del reino de los mortales.
—Qué útil —dije, rodando los ojos.
Traté de hacernos avanzar rápidamente por el pasillo, pero una de las
mujeres nos vio. O, mejor dicho, vio a Vikram. Ella sonrió ampliamente. Un
parpadeo más tarde y tres de ellos estaban de pie ante nosotros.
—¿Quieres beber con nosotros, Príncipe? —preguntó un yakshini.
En su garganta había un collar de cristal en el que un amanecer y un
atardecer en miniatura se disputaban la soberanía. A través de la seda de su sari,
mil mañanas de oro rosa florecían y se retraían.
—Bebe con nosotros, dulce Príncipe —dijo otro yakshini. Ella era salvaje
y hermosa, tan salvaje como un fuego que arrasa el bosque—. Y si encuentras
que la bebida no es de tu agrado, quizás encuentres la compañía más dulce.
—Sí, hazlo —dijo un tercero. Este tenía la piel azul, y el hielo atravesaba
sus muñecas—. Pareces cansado. Tan sediento.
Los yakshinis se rieron. Mi irritación se convirtió en furia. Donde a Vikram
se le ofreció una bebida agradable y refrescante y posiblemente más, yo estaba
aquí de pie reseca y olvidada. Además de eso: me moría de hambre, vestida con
una chaqueta de hombre incrustada de suciedad y no sé qué más, debería ser
quemada por la seguridad del público, y no pude decir nada porque ellos tenían
más poder en una pestaña que yo en todo mi cuerpo. Estaba haciendo una
mueca, mirando las sandalias sucias que llevaba, cuando se me ocurrió una idea
en mi cabeza.
—Disculpen —dije, dando un paso adelante—. Deben haber notado que
ambos caminábamos uno al lado del otro por este jardín —Sé cortés, Gauri—.
¿Puedo tomar algo también?
El yakshini azul parpadeó y me miró fijamente.
—Estoy de acuerdo —Vikram sonrió—. Todo lo que me ofreces, debes
ofrecerlo a mi compañera también.
—No creo que quiera todo lo que te ofrecen.
—Uno nunca sabe hasta que lo intenta.
Tiré las sandalias al suelo. —¿Sería esto un cambio justo? ¿Zapatos por
una bebida?
Los yakshinis retrocedieron, el disgusto escrito en sus rasgos mientras se
apartaron de los zapatos y desaparecieron.
—Vamos —dije, agarrando las sandalias—. Busquemos nuestras muertes
en este Torneo
—¿He elogiado alguna vez tu elocuencia?
—No. Pero tienes mi permiso para empezar en cualquier momento.
Caminamos por un jardín de hielo donde la nieve se elevaba lentamente
hacia arriba. Un árbol blanco presionó dedos esqueléticos contra el cielo.
Alrededor de los bordes de una piscina de invierno, doce hombres y doce mujeres
con rostros demacrados y miembros acariciaban sus reflejos.
Una pared de rosas doradas se separó al final del camino del jardín. De
pie en un podio, de espaldas a la entrada de un palacio ornamentado, una mujer
alta y delgada yakshini nos miró. Alas de gasa se deslizaron de sus omóplatos,
revoloteando en el aire sin viento. Vikram colocó el rubí ante ella y ella sonrió.
—El Señor de Alaka, Guardián de Tesoros y Rey de Reyes, envía un saludo
y les da la bienvenida al Torneo de los Deseos.
MIEL FRÌA, MAGIA ATRAPADA
Vikram
Traducido por Tefy
Corregido por -Patty
La luz se desvaneció, una vez más, Vikram y yo nos quedamos con la cara
impasible. Miré por el pasillo para ver a la gente riendo y cantando en su camino
a las festividades de la Ceremonia de Apertura. El toque de Vikram me devolvió
al momento, luces pálidas habían surgido a lo largo de las paredes, iluminando
nuestros rostros, la habitual alegría y picardía se habían ido de sus ojos.
—No lo sabía —dijo, con una mirada intensa e inquebrantable—. Si
hubiera tenido idea de que solo uno de nosotros podría volver, nunca te lo habría
ocultado.
—Te creo —dije—. Pero tenemos un mes, Vikram, podemos buscar una
salida incluso mientras tratamos de ganar. Escuchaste a Kubera, a él le gusta
romper sus propias reglas.
Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando soltó mi mano.
—Creo que tienes razón.
—¿Puedo tenerlo por escrito?
—Escribiré lo que quieras si ganamos y salimos de aquí.
—Es justo.
Los sonidos de la ceremonia nos llamaron desde el otro lado de la sala.
—La primera mitad de la llave de la inmortalidad —dije, suspirando—.
¿Cuánto de eso es solo un acertijo o un símbolo de una cosa que sustituye a otra?
—A la magia le gusta ser filosófica —dijo Vikram.
—La magia debería de considerar ser menos pretenciosa.
—Escondido a la vista debajo de todas las cosas que queremos y todas las
cosas que nos corroen —repitió.
—Sí, lo sé. Y el deseo es algo venenoso. He oído que…
Ambos dejamos de hablar. Ya habíamos escuchado eso antes, ¿no habían
dicho los vanaras algo similar cuando nos capturaron y nos llevaron a su reino?
¿Y no habían escrito esas mismas palabras en la invitación?
—Fue una pista todo este tiempo —respiró Vikram.
—Y si está escondido a la vista, ya sabemos dónde empezar a buscar.
Por ahora, el flujo constante de los concursantes se había concentrado en
los patios de Alaka para la ceremonia, mis manos se estremecían de anticipación.
Cuando Ujijain me había mantenido prisionera, había dejado de luchar y mi
cuerpo dolía por ello. La guerra era salvaje, pero era el salvajismo lo que hacía
que mi sangre saliera a la superficie. No eran sólo los momentos físicos, era esa
sensación de infinito, sólo mis huesos me inmovilizaban. Todo lo demás era un
borrón de luz, vida y esperanza. Esto era la guerra. Pelearía para ganar y para
volver, y esa esperanza de tener algo por lo que luchar una vez más, hizo crecer
alas dentro de mí.
No había garantía de que la primera mitad de la llave estuviera en algún
lugar del jolgorio de la ceremonia, con un mes entero para las pruebas y el
sacrificio, la idea del sacrificio me hacía estremecer cada vez que lo pensaba,
nosotros solo estaríamos esperando nuestro tiempo hasta los días finales. Kubera
no era un oponente, pero tampoco un aliado. Tenía los juegos en sus manos. Su
excitación se quedó en mi memoria. Él quería jugar.
Y yo también.
La música de la ceremonia retumbaba en el suelo. El patio que habíamos
atravesado para llegar al palacio de Alaka parecía haberse ampliado y cambiado
en cuestión de horas. Tres grandes mesas de fiesta se encontraban a nuestra
derecha, en el centro, una masa de seda surgió ante nuestros ojos: unas alas
pálidas como la luna se estremecieron, un cuello delgado se arqueaba en la
noche. Ante nosotros se desplegó una carpa con forma de cisne encantado,
grande como una pequeña ciudad, y pálido como una escarcha, salvo por la
estrella azul anidada en su pecho. A nuestra izquierda, un gran árbol baniano
arrojaba sus nudosas ramas sobre los seres que se balanceaban y bailaban bajo
sus ramas. Luces tan delicadas como el azúcar hilado se deslizaban por el
entramado de los dedos del árbol. La belleza de Alaka parecía inquietantemente
precisa, como si hubiera arrancado uno de los sueños de mi infancia y la hubiera
puesto como una máscara. No me confiaba. Incluso el aire olía a astucia. Olfateé
el aroma una manta que había guardado desde la infancia y me tensé, esta magia
era una peligrosa seducción de confort. Caminamos entre la multitud que
pululaba por los patios, albos y bajos, delgados y corpulentos, guapos y horribles.
Algunos tenían alas, otros planeaban sobre el suelo, observando el mundo.
—Se ve simple —dije—. Pero no hay nada de simple en esto.
Empezamos a rodear las mesas del festín, buscando cualquier pista que
nos pudiera llamar la atención. ¿Un frasco de venenos? ¿Un alijo de rubíes? Las
instrucciones de Kubera eran más o menos inútiles. Y, además, tenía que
mantener mis ojos y oídos abiertos en busca de información sobre otras salidas
de Alaka.
Al final de la primera mesa colgaba un cartel que decía: “Una fiesta de
Transformación, si tomas de nosotros, debes intercambiar tu dolor”. La mesa no
tenía nada comestible. Había ánforas de vidrio con alas secas, un hueso de un
dedo, una trenza de pelo y un muñeco de paja.
Sobre la segunda mesa flotaban orbes de hielo. Un cordón de nieve
amontonado rodaba por los bordes. Su letrero, un panel de hielo decía: “una
fiesta del frío, si nos quitas, debes intercambiar tu calor”:
Los pájaros cantores caían de sus picos, su cartel decía: “una fiesta de la
canción, si nos quitas, debes intercambiar tus pensamientos”.
—Aquí no hay nada —dije. Tomé a Vikram del brazo antes de que pudiera
distraerse demasiado con las botellas brillantes y me dirigí a los jardines de
Alaka.
Bajo el árbol baniano había comenzado una danza inconexa y lánguida.
Seres del bosque con hojas verdes brillantes como pelo y lianas enroscadas en
sus muñecas saltaban y se balanceaban. Yo los observaba atentamente,
preguntándome si reconocería algo de la tarea de Kubera, cuando un silencio
susurrado se extendió sobre la multitud.
—Han vuelto —susurró uno de los seres del Otro Mundo junto a nosotros.
—¿Quiénes ¡Oh! —respondió su amigo—. No me había dado cuenta de que
ganaron el último torneo.
Me giré para ver de quién hablaban y encontré a tres jóvenes mujeres
moviéndose bajo el baniano. Un lazo azul raído colgaba del cuello de cada una de
ellas. Caminaban de forma extraña, como si sus miembros llevaran el recuerdo
del movimiento, pero no el instinto. Miré al suelo y reprimí un escalofrío, ninguna
sombra se movía por el suelo.
—Si las Sin Nombre están aquí, entonces el Rey Serpiente también debe
de estarlo.
El otro se rió.
—No puedo imaginar que a la Dama Kauveri le guste eso en absoluto.
—Si no fuera el último torneo, nunca se lo habría permitido.
Las Sin Nombre se alejaron de nosotros, desapareciendo directamente en
el árbol baniano. Observé el lugar vacío en el que se encontraban y le di vuelta a
los nombres en mi cabeza. ¿Quién era el Rey Serpiente?
Vikram me tocó el brazo, sacándome de mi cabeza. Aquí no hay nada, lo
único que quedaba por explorar era la tienda gigante. Una línea ya se había
formado, extendiéndose a través de los terrenos e incluso serpenteando entre los
estanques.
Las voces se dirigían a nosotros desde todas las direcciones.
—¡El Señor de los Tesoros los ha contratado!
—Pero la fila ya está…
—Seguramente uno de ellos estará disponible.
—La tienda, por allí.
Un viento lento agitó la carpa del cisne, y el humo salió de la parte
superior. La multitud aplaudió, los zarcillos de humo se dispararon en el aire,
tomando la forma de una bestia alada y de una serpiente brillante, de un árbol
con luces e incluso de una corona parpadeante. Al final, el humo se reunió en la
nebulosa silueta de una mujer, la forma se plegó en una estrella y el color pasó
de gris a azul. Una estrella azul, como la que había en la garganta de cada
vishakanya.
Vikram me agarró la mano, sus ojos brillaban de emoción.
—Eso es. La primera mitad de la llave tiene que estar dentro de la tienda
de las cortesanas venenosas, es la única cosa que tendría sentido. Las vanaras
dijeron lo mismo en el bazar, ¿recuerdas?
—La verdad es que no. Si recuerdas, estaba luchando contra sus ganas
de comerme en ese momento.
Hizo una mueca.
—Sí, bueno, encaja con lo que dijo Kubera de todos modos, todas las cosas
que queremos y todas las cosas que nos corroen. Al principio pensé que cuando
dijo nosotros nos incluía a ti y a mí, pero un vishakanya tiene un efecto diferente
en los seres de otro mundo, ella les muestra los deseos, tal vez eso quería decir.
Vikram estaba tan excitado que no podía decidir entre juntar sus dedos
juntos o hacer pequeños movimientos de arrastre entre sus pies.
—¿Podrías… —empecé, pero él ya me estaba arrastrando por la fila y
directamente a la carpa.
La mitad de las personas que habían estado esperando pacientemente en
la fila se volvieron y nos miraron. En la entrada, los tigres de las sombras
merodeaban, chasqueando y gruñendo, una de las bestias nos dirigió la mirada,
parpadeó y echó la cabeza hacia atrás.
—¿Tan ansiosos están de acabar con su vida, queridos mortales? —Este
era un excelente comienzo.
—No —dijo Vikram.
—Entonces, ¿por qué buscan entrar aquí?
—¿No podemos entrar?
El tigre nos rugió—: SOLO LOS VISHAKANYAS PUEDEN ENTRAR SIN
HACER FILA. Y SOLO LOS YAKSHAS Y YAKSHINIS PUEDEN ESTAR EN LA FILA.
NO HAY HUMANOS.
El aire salió a borbotones de la boca de la criatura. El viento nos obligó a
retroceder y nos retiramos al final de la fila. Vikram caminaba furiosamente.
—¿Cómo vamos a entrar si está claro que no somos vishakanyas? —
murmuró, tirándose el pelo. Se detuvo con el ceño fruncido—. O tal vez solo
tengamos que parecernos a ellas.
Dejé de caminar.
—¿Qué?
Volvió a mirar hacia las mesas del banquete y empezó a caminar, troté
para mantener su ritmo.
—Creo que te he oído decir que deberíamos parecer vishakanyas.
—Has oído bien. No es mi primera opción, prefiero no vestirme como una
cortesana de nuevo.
—Espera, ¿otra vez?
Su rostro se coloreó.
—La fiesta de transformación puede tener algo para nosotros —reflexionó.
—Todavía estoy esperando escuchar la parte en la que explicas por qué te
vestiste como una cortesana en primer lugar.
Vikram apoyó los codos sobre la fiesta de la transformación, los dedos
sobre las botellas. Levantó una botella que contenía un trozo de sari de mujer y
un bote de cosméticos.
—Espero que esto sea más gratificante que la última vez —murmuró.
La fiesta de la transformación exigía un intercambio de heridas. En el
momento en que agarré un frasco, sentí unos dedos fantasmales revisando mis
recuerdos, buscando un núcleo de dolor. No fue difícil encontrarlo. Sentí un
fuerte tiró detrás de mi corazón, el sonido de un recuerdo que se abría y subía a
la superficie de mis pensamientos, y entonces, nada. El recuerdo se desvaneció.
Miré mi vestimenta y me encontré con un traje bastante revelador tachonado de
esmeraldas, un velo translúcido caía sobre mi cabeza. Me veía irreconocible en el
espejo apoyado en la mesa de la fiesta de la transformación. Gracias al glamour,
mi pelo era ahora largo y plateado, mis ojos eran del color del cuarzo y era más
alta y flexible de lo que nunca había sido sin la magia.
A mi lado, oí una respiración aguda, la magia de fiesta de la
transformación había disfrazado a Vikram de mujer baja y bien formada de pelo
cobrizo. Lo único que parecía igual era la sonrisa socarrona que tenía cuando se
inspeccionaba en el espejo.
—Me veo bien —dijo, examinándose desde múltiples ángulos. Se movía de
un lado a otro—. Esto pica muchísimo, ¿por qué las mujeres llevan estas
miserables prendas?
—No creo que haya sido nuestra elección.
—Oh.
Me reí.
—No se me ocurren muchos hombres que se disfracen de mujer.
Levantó la barbilla un poco más.
—Esto es sólo una forma, en los cuentos más antiguos, un dios se
convirtió en una hechicera para engañar a una horda de demonios. Y el guerrero
más famoso de la época se convirtió en eunuco durante un año. Puedo tener la
forma de una vishakanya durante una noche para ganar un deseo.
Aplaudí. Él se inclinó y nos dirigimos a la tienda de las vishakanyas. Antes
de llegar a la entrada, lo aparté a un lado.
—¿Qué pasa?
—Suponiendo que entremos, tienes que estar preparado para una pelea
—Me subí el vestido. Vikram se sonrojó inmediatamente.
—¿Qué estás haciendo? —siseó.
Me desabroché una de las correas del muslo y se la entregué junto con el
cuchillo que había metido antes en su interior.
—¿Dónde pongo esto? —murmuró, palmeando sus caderas de aspecto
muy generoso.
—Una verdadera vishakanya no necesitaría ninguno. ¿Recuerdas?
Escóndelo.
Gimiendo, se ató el cuchillo al tobillo de mala gana.
En la entrada de la tienda me armé de valor. La fila de la gente nos miraba
con anhelo. Odiaba que me miraran así, como si fuera sólo un medio para
satisfacer a alguien. Vikram parecía indignado y cruzó los brazos sobre el pecho.
La bestia giró la cabeza.
—NO HAY PASO —empezó, luego se detuvo, ladeando la cabeza.
Aquí vamos.
—¿Desde cuándo soy un intruso? —pregunté con sorna.
El tigre de las sombras retrocedió y levantó la pata.
—Yo no….
Levanté una mano desdeñosa.
—¿En qué universo te imaginas que me interesa que digas tus
deficiencias?
El ceño de la bestia se frunció, sus orejas se apoyaron en el cráneo.
—No pretendía cometer un error.
Vikram, que no había perdido su profunda voz decidió sabiamente
mantener la boca cerrada y se conformó con una mirada feroz.
—Y yo no pretendía encontrarme con un interrogatorio, hazte a un lado.
Mi corazón latía violentamente, un movimiento en falso y la farsa se
arruinaría.
—Mis disculpas —dijo la criatura y se apartó.
Murmuré una rápida oración antes de levantar los velos de gasa y entrar
a la cálida oscuridad de la tienda. No había lámparas que iluminaran el interior,
pero había pequeñas luces cosidas en la seda, que parpadeaban como estrellas
vacilantes. El incienso pintaba el aire con brillantes notas de sándalo y azahar.
Algo reflectante cubría todas las superficies que no estuvieran ocupadas por
alguien del Otro Mundo. Entramos con cuidado, buscando en las esquinas en
busca de alguna señal de una vishakanya. Vikram se puso de puntillas para
susurrar en mi oído—: Que parezcamos vishakanyas no significa que lo seamos.
Si nos tocan, morimos.
Me dio una palmadita en el muslo, donde el otro cuchillo estaba bien
sujeto. La parte superior de las orejas de Vikram se pusieron rojas.
—No lo he olvidado —le susurré.
Nos movimos rápidamente por el pasillo, buscando cualquier señal de la
llave de Kubera o de un rubí. Pero de momento no había nada, la inquietud se
agolpó en mi cabeza. Si este no era el lugar correcto, teníamos que salir rápido.
No sabíamos cuánto duraban los efectos de la fiesta de la transformación. Al
menos una docena de personas se sentaron adentro, sus cabezas inclinadas
hacia atrás para mirar a sus deseos que se retorcían en los espejos que había
sobre ellos. Seguí la estructura de los espejos, todos estaban unidos, sostenidos
por algún tipo de red.
Otra sala, oculta para los clientes y las cortesanas se bifurcaba desde la
entrada, entré primero, escuchando cualquier pisada o respiración áspera. Nada.
Observé las paredes, un espejo se cernía sobre mí. Por segunda vez ese día, el
espejo no me reflejaba. Pero tampoco mostraba el glamour que llevaba. El espejo
mostraba mi corazón. Bharata. Vi un cielo de peltre cubriendo las torres de
vigilancia, sal apilada en ruedas perfectas en el barrio de mercaderes, hogueras
rociando astillas de rubí en el aire. He visto a mi gente bailando, con las mejillas
sonrosadas por la risa. Vi las leyendas colgando de los árboles como frutas,
maduras para ser tomadas y devoradas, listas para ser compartidas entre amigos
y familiares. Vi todas las razones para volver a casa.
Mis párpados cayeron, tal vez si cerraba los ojos, las imágenes en el espejo
se romperían y se convertirían en una realidad.
—¡Gauri! —siseó Vikram.
Mis ojos se abrieron de golpe, intenté avanzar, pero no pude. Unas finas
cuerdas de seda se habían caído del espejo y se abrían paso alrededor de mis
brazos y piernas, inmovilizándome en el lugar. Vikram también estaba atrapado.
Cualquiera con un mal sentido del humor y un cuchillo afilado podría atravesar
el pasillo y matarnos donde estábamos, sólo por pura suerte el pasillo estaba
abandonado.
—He oído hablar de estar atrapado por tus deseos, pero esto es ridículo
—refunfuñó.
—¿Cuánto tiempo has mirado el espejo? —pregunté.
—Solo miré de soslayo.
Busqué la daga en mi muslo, pero se deslizó fuera de la funda, cayendo
al suelo. Conteniendo un siseo, intenté lanzar todo mi peso hacia atrás y luego
hacia adelante, tratando de desenredar mis miembros de las cuerdas. Las
cuerdas iridiscentes brillaron un poco más, tímidas como una sonrisa.
—¿Cómo te liberas del deseo? —reflexioné—. No es que pueda convertirme
mágicamente en una especie diferente.
Vikram hizo una pausa.
—¡Eso es! Vuelve a mirarte al espejo.
—Por supuesto que no. Eso es lo que nos atrapó la primera vez.
—Y tal vez pueda liberarnos también.
Observé cómo se miraba en el espejo, en un momento dado se convirtió
en un furioso tono de rojo. Entonces, las cuerdas de seda se arrugaron a su
alrededor. Se arrastró hacia mí, recogiendo el cuchillo caído y aserrando las
ataduras de seda. Los hilos ni siquiera se deshicieron.
—¿Cómo lo hiciste? —le pregunté.
—Simplemente me dejé llevar —dijo, encogiéndose de hombros—. Miré los
deseos y me dije que no los quería. Entonces me liberaron. Inténtalo.
Lo intenté. Intenté fingir que ya no quería las imágenes, pero no pude. Me
vi a mí misma arrodillada en un cuadrado de luz solar en los jardines de Bharata,
con la muñeca metida en la tierra mientras cavaba un hogar para un rosal.
Ansiaba esa pertenencia, del tipo que teje la felicidad a tu corazón para que nunca
se aleje demasiado lejos de la vista.
Parpadeando, me separé de la imagen. Las cuerdas de seda habían crecido
en número y fuerza. Pero también vi algo más, había caído pintura en la cuerda,
miré a Vikram, el glamour del cuerpo de mujer ya se estaba desvaneciendo, se
había hecho más alto, los rozos apretados habían empezado a relajarse y perder
su brillo cobrizo.
—¿Qué te detiene? —exigió.
Nos atraparían, quizás incluso nos matarían si no podía liberarme. ¿Qué
me retenía? El hogar, Nalini, la venganza, el trono, tantas cosas tirando de mí.
Era diferente para Vikram, él no estaba impulsado por el deseo del trono de
Ujijain. Estaba impulsado por la creencia de que debería de ser suyo. De alguna
manera, él podía separarse de eso. Yo no podía, pero tal vez… tal pez podría…
¿mirar a través de él?
Volví a mirarme en el espejo. Esta vez traté de concentrarme en el espacio
entre las imágenes a medida que cambiaban. Allí, en ese nexo indefinido, ahí
estaba mi verdadero deseo. El espejo no podía mostrarme lo que me empujaba
hacia esa media llave de la inmortalidad porque era más. Era incuantificable.
Una sílfide sin rostro. Iba más allá de mi necesidad de venganza o de salvar a
Nalini porque era la caza de un legado, parecía como nada y todo. Parpadeé y el
espejo se hizo añicos, las cuerdas de seda se arrugaron.
Las recogí rápidamente antes de que pudieran caer estrepitosamente al
suelo. En el momento en que empujé las cuerdas a un lado del pasillo, Vikram
me lanzó una mirada de advertencia y ambos corrimos por el pasillo hasta donde
un biombo de gas que separaba una habitación de la siguiente. Vikram lo
alcanzó, pero yo le aparté la mano. Entrecerré los ojos, señalando la daga. ¿Había
alguien del otro lado? Me quedé mirando un momento más, pero ninguna sombra
se movió detrás de la pantalla. Asentí con la cabeza, envainando la daga, mientras
Vikram retiraba la cortina. Allí, clavado en la seda como si alguien lo hubiera
clavado en su lugar, había un rubí brillante.
—¡Eso es! —dijo—. Tiene que serlo.
Eché otra mirada alrededor de la habitación con cuidado de evitar el techo
cuando capté el brillo dorado de un centenar de espejos en lo alto. No hay señales
de perturbaciones en los cojines inmaculados. Nada que se haya apartado con
prisa. Un vestíbulo abrazaba un lado de la habitación, curvado hasta perderse de
vista. Me quedé mirando un momento más, pero ninguna sombra parpadeaba en
el otro lado de la pared. Satisfecha, asentí con la cabeza a Vikram, que empezó a
caminar hacia el rubí. Algo brillaba en las facetas de la joya, una mesa rodeada
de comensales. El aire alrededor de la piedra estaba cubierto de hielo. El frío
formaba un puño alrededor de mi corazón.
—Ayúdame —dijo Vikram—. Tal vez pueda arrancar estas cosas con el
cuchillo.
Había juntado las palmas de las manos para darle un empujón cuando
noté algo.
Silencio.
Cuando habíamos entrado por primera vez, la tienda de las vishakanyas
había estado llena de murmullos, susurros de ánimo e incluso uno que otro
gemido. Me agaché, buscando en mi muslo la daga que llevaba en la pierna. Un
suspiro bajo y un sonido de arruga rompieron el silencio. Vikram se había
desplomado en el suelo. El color cobrizo de su pelo se había oscurecido. Sus
extremidades se alargaron y un rastro de barba empezó a ensombrecer su rostro
cambiante.
El pánico se apoderó de mí. Antes de que pudiera tocarlo, una risa baja
resonó desde el lado opuesto de la habitación. Once vishakanyas salieron de las
sombras, habían estado esperando. Invisibles.
—¿Qué le han hecho?
Oí un pequeño grito a mi lado y me giré para ver a una hermosa
vishakanya materializarse en el aire. Se alejó de Vikram, su mano aún estaba
extendida. ¿Lo había tocado?
Los efectos de la fiesta de la transformación habían desaparecido. Vikram
yacía en su chaqueta y pantalones originales. Su rostro estaba pálido y el sudor
caía sobre su piel. Las cosas que antes estaban a la altura de los ojos cayeron
poco a poco. La altura prestada de la fiesta de la transformación había
desaparecido y había vuelto a mi tamaño y formas originales.
—¡Un hombre! —jadeó la vishakanya.
No corrió hacia los otros que se encontraban apretados en los rincones
oscuros de la habitación. En cambio, me miró fijamente.
—No te atrevas a tocarlo —siseé, blandiendo el cuchillo.
Repasé lo que sabía sobre las vishakanyas. Cada centímetro de su piel
era letal. Pero sangraban y morían como cualquier ser moral. Al menos, eso es lo
que decían las historias que Maya siempre me contaba. Solo tenía que superar la
piel.
La vishakanya se hundió en la esquina, repentinamente tímida.
—Solo lo toqué un segundo… nada que pudiera matarlo, lo juro.
—No es para ninguno de ustedes —dije en voz alta, blandiendo el cuchillo
hacia el resto de las cortesanas reunidas. Me puse de forma protectora sobre el
cuerpo de Vikram—. Solo hemos venido por el rubí. Eso es todo. Lo tomaremos,
nos marcharemos y nadie saldrá perjudicado.
—¿Y si no queremos que se vayan? —preguntó una.
Sus movimientos tenían toda la terrible gracia de una pesadilla.
—Han venido aquí por voluntad propia —se burló—. Para conocernos,
vernos, para tomar de nosotras.
Doce a uno, repetí en mi cabeza. Si esto fuera una pelea normal, tal vez
tendría una oportunidad, pero a diferencia de cualquier pelea, el simple contacto
con la piel de mis oponentes podría matarme. Rompí parte de mi salwar kameez
y envolví mis brazos desnudos.
La vishakanya se encogió de hombros.
—Admirable, pero inútil.
—Te lo advierto… —empecé, pero las palabras despertaron algo en la
vishakanya. Ya no sonreía, ya no se insinuaba.
—No, niña —dijo, fría como el cristal—. Yo te lo advierto. Ese chico
humano ahora es mío.
—Él nunca será…
—Está en nuestra tienda. No está protestando, por lo tanto, es nuestro. Y
ahora que es mío, deberías saber que no soy alguien a quien robar. Como ves,
niña, nos gustan los humanos. Los deseos humanos no son como los deseos de
yakshas y yakshinis. Los tuyos son una delicia, hay algo diferente en el deseo
humano. Lo húmedo que es. La forma en que se refleja en sus pesadillas y platea
sus corazones con una capa de escarcha. Llevarás ese deseo, desgarrando la
tierra en sus costuras si eso significa que puedes tener lo que quieres.
—Es destructivo —dijo la vishakanya.
—Es hermoso —comentó otra.
—Y lo tendremos —dijo otra.
—Así que no tomes mis juguetes, niña.
Y entonces se lanzó directamente hacia mí.
DE RUBÌES Y HERMANAS
Aasha
Traducido por Wanda
Corregido por Wanda & -Patty
Me quedé sin aliento cuando por fin llegué a nuestros aposentos. Arrastrar
a Vikram ni siquiera había sido lo más difícil de llevarlo a la habitación. Fue
vadear un mar de intrigantes seres de otro mundo. Un par de yakshinis
intentaron comprarlo. Algunas de las ofertas incluían una voz que adormecería
una tormenta eléctrica y el vestido de piel de un cocodrilo. Se negaron a creerme
cuando les dije que no valía la pena. En un momento dado, un rakshasa me dio
una palmada en la espalda, gritando—: ¡Excelente hallazgo, ¡chica humana!
Empieza por la columna vertebral. Siempre es el mejor corte de carne —No tenía
idea de qué decir, así que dije gracias. Sólo se me ocurrió después de estar tirando
de Vikram a mitad de camino por las escaleras que tal vez debería haber dicho—
: Yo no como gente.
Había sido un día largo.
Mis pensamientos tropezaban unos con otros. Había hecho planes para
que Aasha se reuniera con nosotros mañana a mediodía, pero eso dejaba
demasiadas incógnitas. Ella podría estar dándonos información errónea sobre el
Rey Serpiente o vendiéndonos a algún enemigo sin nombre. E incluso si
tuviéramos una pista para descubrir una salida fuera de Alaka, sólo importaba
si sobrevivíamos y ganábamos el Torneo de los Deseos. Me estremecí. Un día en
Alaka, y la magia me había obligado a salir a mí misma. Iba a la batalla sin casco.
Sin nada que nos proteja excepto la endeble confianza que había depositado en
un extraño y el más terrible de los venenos: la esperanza. Incluso ahora, podía
sentir que la esperanza se filtraba y se asentaba bajo mi piel. Creciendo. ¿Qué
forma tomaría? ¿Alas? Como algo liberado. ¿U hongos? Como algo nacido en la
decadencia.
La media llave retumbó y ardió en mi bolsillo. Abriendo las puertas, dejé
caer a Vikram al suelo y guardé la llave en una mesa cerca de la cama. Afuera, el
amanecer había comenzado a trenzar el cielo con oro, trenzando lo que quedaba
de la noche. El cansancio profundo pesaba en mi cuerpo. Arrojé una almohada y
una manta para Vikram, me metí en la cama y me quedé dormida en momentos.
Tenía que creer que todo sucedía por una razón. En el ashram, se había
esforzado por correr lo más rápido que podía. Los alumnos bromearon diciendo
que se había metido un puñado de relámpagos en sus sandalias para ayudarlo.
En ese entonces, Vikram pensó que se había obligado a correr tan rápido como
podía solo para demostrar que podía. Él estaba equivocado.
Todo había sido práctica para este momento.
La cabeza de Gauri chocó contra su pecho mientras corría. Se sentía
demasiado liviana en sus brazos, como si su esencia ya hubiera comenzado a
deslizarse y desenvolverse. Sus labios se pusieron azules y el corazón de Vikram
se aceleró. No otra vez, pensó. Exigió. Rezó. No otra vez.
En su mano, el frasco azul del veneno del Rey Serpiente bien podría haber
sido un puñado de flores azules. Los labios pálidos de Gauri le recordaron a otro.
Vikram parpadeó y se sintió como si tuviera siete años una vez más, tocando el
borde de un deslizamiento de rocas. Su madre se desplomó en un montón en el
fondo de ellas. Durante todo un día y una noche, le había ordenado que se
despertara. Después de eso, abrazó sus rodillas contra su pecho, incapaz de
hablar porque cada palabra se convirtió en un grito en su garganta. Recordó el
abanico del cabello de su madre debajo de una roca. Insectos blancos,
retorciéndose, moviéndose sobre sus brazos cortados. Su cuello se doblaba
extrañamente, su rostro inclinado hacia la luz como si simplemente estuviera
disfrutando del sol. Solo que esta vez sus labios estaban desgarrados y azules.
Vikram odiaba el miedo. Odiaba cómo se alimentaba de él y se despojaba
de su cómoda ceguera. El miedo lo obligó a sostener el contenido de su corazón
a la luz. Una vez, se parará sobre un deslizamiento de rocas y contemplará ese
miedo: estaría desatado. En ese entonces, el amor de su madre era un hilo de luz
ininterrumpida, una costura que podía seguir en cada momento de su vida hasta
que de repente no podía, dejándolo empujar a través de la oscuridad, distinguir
las formas de su futuro en total ceguera. Ahora, cuando apretó contra su pecho
a una Gauri que no respondía, el miedo lo obligó a verla. Solo ella. Se sentía una
tontería decir que no podía soportar perderla. Él nunca la tuvo. Ella no era algo
para poseer. Pero su entrada en su vida había evocado luz. Y perder la luz de ella
lo hundiría en una oscuridad de la que nunca encontraría la salida.
Gauri estaba pálida, húmeda por el sudor febril. Una vez que el agua
envenenada llegó a su piel desnuda, se negó a salir. Llamas azules sin calor se
retorcían y lamían su camino hasta su tobillo, amenazando con quemarla viva
sin una sola columna de humo. Las piernas de Vikram ardieron.
Hasta donde él sabía, no había curanderos en Alaka. Incluso si lo hubiera,
está herida pertenecía a magia envenenada. Solo conocía un grupo de personas
que pasaban la vida empapadas de veneno. Pero, ¿les ayudarían? Consideró
llevarla directamente a la tienda de las vishakanyas, pero sería demasiado fácil
para ellos verla como una presa herida.
En cambio, Vikram corrió escaleras arriba hacia la cámara, sin aliento y
con el corazón acelerado. Colocó a Gauri en la cama. Sus labios parecían aún
más azules. El sudor le empapaba el pelo. Le apartó los mechones de los ojos y
le tapó el cuerpo con una manta. Luego salió corriendo de la habitación y se
dirigió directamente a la tienda.
Al mediodía, la tienda zumbaba con un estupor perezoso. Algunos clientes
salieron a trompicones por la salida, parpadeando ante la luz del sol. Ningún
guardia patrullaba la entrada ya que no había fila. Vikram respiró hondo. Quizás
esto era lo más tonto que había hecho en su vida. No había ninguna garantía de
que las venenosas cortesanas no le hicieran daño, sobre todo porque se llevó
voluntariamente a su territorio. Tal vez incluso moriría aquí y se envenenaría él
mismo, al igual que Gauri. Pero tenía que intentarlo.
Entró y encontró varias vishakanyas descansando dentro de la tienda.
Dos clientes se sentaron con la cabeza hacia atrás mientras miraban cómo sus
deseos giraban sobre ellos. Una de las cortesanas, una mujer deslumbrante de
cabello dorado y ojos oscuros, se puso de pie. Sus ojos lo recorrieron,
deteniéndose en sus pantalones rotos y en el desagradable corte en su brazo
donde los fragmentos de vidrio rotos lo habían cortado. Sus pupilas se
oscurecieron de lujuria. O quizás hambre. O posiblemente ambos.
—Necesito hablar con una de tus hermanas de inmediato. Su nombre es
Aasha. Ella me conoce.
Su rostro cambió. —¿Aasha? ¿Qué quieres de ella?
—Mi…—Tropezó con las palabras correctas—. Compañera en el Torneo ha
resultado gravemente herida. Ella va a morir envenenada si no consigo ayuda.
—¿Y crees que uno de nosotros se separará de nuestras artes para cuidar
a un humano? —ella se burló.
Más cortesanas salieron de partes invisibles de la tienda hasta que
formaron un pequeño círculo a su alrededor. Al principio lo miraron con
curiosidad, los ojos se abrieron de sorpresa. Pero poco a poco esa sorpresa
cambió. Sus pupilas se ensancharon. Sus labios se separaron. Estaba tan
ansioso por volver con Gauri que ni siquiera había considerado cómo ese feroz
deseo lo haría mucho más atractivo para ellas. Olfatearon el aire, inclinando
bruscamente la cabeza hacia un lado como si estuvieran pensando en la forma
más rápida de escarbar en sus deseos.
—El veneno no es tan malo, príncipe —canturreó—. ¿Por qué no la dejas
morir? Puedes tener toda la gloria para ti. ¿Quizás puedas pedir el segundo deseo
que hubiera pertenecido a tu pareja? Quizás puedas pedir ser inmune a nosotras
—Dio un paso adelante con las manos extendidas en señal de invitación—.
Hacemos una excelente compañía.
Su sonrisa se ensanchó. Vikram había retrocedido, poniéndose de
puntillas y listo para salir corriendo de la tienda, cuando Aasha se abrió paso
entre la multitud.
—¡Aasha! —dijo la vishakanya de cabello dorado. Ella sonrió—. Este
príncipe solo estaba pidiendo tus servicios.
—Se está muriendo —dijo con voz ronca—. El veneno de sus aguas le ha
llegado. Necesito ayuda.
Las hermanas de Aasha murmuraron en su oído, tirando de su brazo.
Sintió que el momento se afilaba hasta convertirse en la punta de un cuchillo.
Todo equilibrado en sus próximas palabras. Ella podría condenarlos. Pero, en
cambio, esperaba, y su esperanza rugió en su interior.
—¿Por qué no le dices que debería dejar ir a esta chica y curar su dolor
en nuestros brazos?
—Dile que la cura para el veneno de la chica está más adentro de la tienda
—susurró otra.
—Vino aquí de buena gana —siseó una tercera—. Así que podemos
llevarlo. El Señor de los Tesoros no otorgó protección a los humanos si
regresaban.
Aasha se mordió el labio mientras levantaba la cabeza. El corazón de
Vikram se hundió. Su rostro era una sentencia de muerte.
—¿Dónde está ella? —preguntó Aasha suavemente.
Los demás la miraron. Algunas en confusión. Algunas en estado de shock.
Otras heridas. Aasha se volvió hacia la de cabello dorado y una conversación
silenciosa pasó entre ellas.
—Te llevaré con ella.
Juntos, dejaron atrás la tienda de las vishakanyas. Solo entonces Vikram
se dio cuenta de que Aasha cojeaba.
—¿Qué pasó? —preguntó.
—Oh. Yo... me caí.
Sintió que estaba mintiendo, pero se negó a presionarla.
—¿Por qué se quedaron allí tanto tiempo? —preguntó Aasha.
Vikram frunció el ceño. —Solo nos fuimos esta mañana.
—Es casi luna llena —dijo, sorprendida—. El Jhulan Purnima es pasado
mañana.
El corazón de Vikram se aceleró. El tiempo corría de manera diferente en
Alaka, pero el reino del Rey Serpiente no pertenecía a Alaka. El tiempo que habían
pasado allí les había costado días. Pasado mañana, comenzaría la segunda
prueba. Si Gauri no estuviera lista para competir o, peor aún, si no pudiera
competir, todo esto habría sido en vano. La impotencia dio paso a una rabia
ahogada.
Tan cautelosamente como pudo, se apresuró a subir a Aasha por los
escalones de la habitación. Gauri no se había movido de su posición. Pero las
llamas sí. Habían salido en espiral de su tobillo y ahora se abrían camino
alrededor de la parte superior de sus muslos. Ningún calor quemaba por las
llamas, pero el aire crepitaba y golpeaba alrededor del cuerpo de Gauri. Como si
la hubiera reclamado y se hubiera negado a dejarla ir.
Aasha se inclinó sobre ella.
—Extraño —murmuró.
Vikram caminó por el suelo, tirando de su cabello. —¿Que es extraño?
¿Puedes arreglarlo?
—El veneno en su piel —dijo Aasha. Ella buscó—. Es lo mismo que el mío.
—¿Cómo es eso posible?
Aasha miró fijamente las llamas, su expresión inescrutable. —Yo... no lo
sé. Mis hermanas siempre decían que recibimos nuestro veneno como una
bendición de una diosa, pero... pero eso no parece tener ningún sentido ahora.
Dejó de caminar. —¿Qué significa eso para Gauri?
—Significa que puedo sacarlo.
Vikram exhaló un suspiro de alivio.
—Pero también significa que no puedo contrarrestarlo. No puedo controlar
si ella vivirá o morirá. Tendrá que luchar por su cuenta. Y si vive, no sé si el
veneno la habrá cambiado.
Vikram se dejó caer en una silla. —Solo haz lo que puedas.
Aasha asintió e inclinó la cabeza sobre Gauri. No miró. Pasaron las horas
y el amanecer iluminó el cielo. Aasha se sentó frente a él y su expresión le dijo
que había hecho todo lo posible. Ahora todo lo que podían hacer era esperar.
En algún momento de la noche, Vikram se sentó a su lado y observó cómo
las llamas azules sin calor se apagaban. Estaban muriendo. Pero ella también.
La magia puede ser enorme, pero en este momento, la sintió como un
zumbido silencioso en su pecho. Los encantamientos que parecían más grandes
que la vida no les habían hecho ningún favor. En cambio, recurrió a la magia
pequeña y ordinaria. La misma magia que su madre había conjurado cada vez
que sus pesadillas lo sacaban del sueño y lo dejaban sin aliento por el miedo.
Ella solía abrazarlo, meciéndolo de un lado a otro y canturreando una canción.
Vikram dejó ir la razón. Bajó los labios a su oído... y cantó.
Palabras suaves y rotas.
No era cantante. Pero, pensó, recordando la invitación del sabio tantas
noches atrás, que tal vez se trataba de la sinceridad. Así que cantó, forzando su
corazón en cada melodía desequilibrada.
Una citación tácita y una súplica surgieron entre las notas de su voz
oxidada: No te vayas.
COMIENDO POESÌA
Gauri
Traducido por Yoseapm
Corregido por -Patty
Vikram entrelazó sus dedos con los míos haciendo que mi piel ardiera bajo
su toque. Unos momentos después salimos de los jardines y, al llegar al patio las
celebraciones a nuestro alrededor nos envolvieron con su melodía. El
encantamiento erosionó el anochecer hasta que lo único que quedó para inhalar
hasta nuestros pulmones era la magia. No el aire. La música nos encomendó
bailar y nos hizo dar vueltas alrededor del otro como si nuestras miradas fueran
anzuelos y bisagras de los que se suspendían nuestros sueños. Y cuando la
música renunció a nosotros, nuestros cuerpos cayeron el uno contra el otro. Su
mirada formuló una pregunta y la mía le otorgó una respuesta. Nuestras sombras
se extendieron en el suelo ante nosotros, guiándonos a través de las festividades
y la prolongada oscuridad, arriba, hacia las escaleras y directo hasta nuestra
habitación.
Me gustaba pensar que contaba con un cierto número de virtudes. Más,
la paciencia nunca había sido una de ellas. Al momento que la puerta se cerró
atrapé sus labios entre los míos. Al compás de besos precipitados y urgentes
nuestras manos se movían voraces por nuestros cuerpos. Sus dedos se clavaron
en mi cintura, atrayendo mis caderas hacia las suyas.
Al unísono, el tiempo parecía ir demasiado rápido y demasiado lento y la
distancia se sentía como una ilusión que intentábamos despedazar. Lo empujé
hacia la puerta y le arranqué la chaqueta. Vikram se quedó ahí parado, con la
cabeza inclinada como si me diera permiso para apreciarlo. La luz quedaba
atrapada entre las líneas cordadas de sus músculos y mis ojos lo recorrieron
desde sus amplios hombros hasta el plano de su esbelto y marcado torso. Lo besé
de nuevo, más despacio, como si faltara una eternidad para la prueba de mañana.
Intercambiamos latidos hasta que nuestros besos sucumbieron a un mismo ritmo
y la noción de donde comenzábamos y donde terminábamos quedó perdida. Este
era el recordatorio que necesitaba, la esperanza que me hizo rechazar la oferta
del yaksha incluso cuando el recuerdo de la fruta demoníaca cantaba en mis
venas. No quería despojarme de mi corazón. Quería entregarlo. Libremente y sin
la sospecha de que terminaría volviéndose un arma en mi contra. Deseaba libre
albedrío para deshielarme, para dejar que se quebrantaran las murallas que el
gobierno de Skanda me había obligado a levantar. Anhelaba el privilegio de la
debilidad.
Vikram sostuvo mi cuello entre sus manos para profundizar nuestro beso.
Y ahí encontré… asombro. Un nuevo encantamiento. Esta magia no era una
ostentosa o esplendorosa ilusión, era el tipo de asombro que se descubre en el
espacio entre cada uno de nuestros latidos y que sale a la luz en la sedosa
sensación de dedos trenzando a través del cabello. Era magia almibarada y
destinada, un mundo diminuto al que solo podíamos acceder nosotros y en el que
quería deleitarme por tanto tiempo como pudiera. Lo besé en las mejillas, en los
labios, en la parte inferior de su barbilla. Cuando mordisqueé su barbilla, él gimió
y también tomé ese sonido entre mis labios.
—Gauri —dijo él con la voz ronca y recubierta de deseo.
Fue el sonido de mi nombre en sus labios lo que me detuvo. Lo había
pronunciado como si fuera una súplica o una plegaria, algo que haría a una vida
terminar o comenzar. Tal vez se dio cuenta de mi vacilación porque tomó mi mano
y la llevó hasta sus labios para besar mis nudillos y la parte interna de mi
muñeca. Todo el calor que se había retorcido en mis venas se volvió un nudo
tenso en mi estómago.
Si sobrevivíamos al mañana... si ganábamos el Torneo… ¿qué significaría
esto? Si nos despojaba de todo lo que éramos, pareceríamos solo una chica y un
chico que habían encontrado algo que deseaban ver en qué se convertiría con el
tiempo. Pero era imposible dejar atrás quién era yo y quién era él. Él era el
Príncipe de Ujijain y, algún día, se volvería el Emperador. Y, si sobrevivíamos,
esas mismas manos que ahora se aferraban a mi cuerpo con tanta intensidad
después empuñarían un gran poder. Quizá, incluso algún día querrían usar ese
poder contra mí.
Retrocedí un paso y Vikram dejó caer sus manos.
—¿Sucede algo?
Sí. Esto. Nosotros.
—No, es solo… Necesito un momento —dije con los labios apretados.
Comencé a alejarme y él atrapó mi muñeca entre sus dedos.
—Esperaré aquí por ti —Me dijo con dulzura mientras sus ojos me
miraban con intensidad. Estaba demasiado oscuro como para distinguir las
líneas de oro que se entretejían entre sus ojos, aun así, sentí que en ese momento
podía distinguirlas con claridad—. Esperaré tanto como sea necesario.
Me incliné hacia él y lo besé.
—No te haré esperar mucho.
—¿Es que acaso he logrado despertar a tu elusiva misericordia?
—Algo así.
Corrí hacia los baños, dejándolo a él entre las sombras. Con mis manos
recargadas contra el lavabo me quedé contemplando mi reflejo y hundí mis
dientes en mis mejillas como si lucir un poco más feroz podría de alguna manera
resolver esta extraña batalla que se desencadenaba dentro de mí. Nunca me
había atrevido a esperar que hubiese alguien quien me desafiara y, al mismo
tiempo, me respetará, que me conociera en mi peor momento y aun así logrará
sacar lo mejor de mí. Y, pese a todo, lo había encontrado en lugar más
inimaginable y con la persona menos conveniente de todas. ¿No era eso razón
suficiente para pelear? ¿Podría vivir sabiendo que lo había dejado entre las
sombras… esperando por mí?
No podría. Esa era la única respuesta que necesitaba.
Rocíe agua en mi rostro, y alise mi cabello. Mi corazón retumbó en mi
pecho. La impaciencia y la cautela invadían mi cuerpo. ¿Por qué nunca había
prestado más atención a la conversación de las esposas del harén? En esos
momentos. siempre había optado por esconderme detrás de mi cabello y perder
a voluntad mi sentido del oído. ¿Sangre y masacre? Ni siquiera pestañaría. Pero,
¿intimidad? ¿Desnudarte ante alguien más? Nada me horrorizaba más que eso.
Afuera la noche comenzaba a retraerse. Las estrellas no eran más que
pequeñas y apagadas joyas en el cielo. Dejé que una cauta ola de felicidad corriera
a través de mí. Y, entonces, salí del baño.
Más, Vikram no estaba de pie junto a la puerta de la que había salido
corriendo. Y la cama no estaba desordenada. Fruncí el ceño, fijando la vista sobre
los cojines y la pequeña área para sentarse… pero tampoco estaba ahí. El frío me
lamía la columna mientras me acercaba hacia la puerta. Algo mojado y oscuro
relucía en el suelo. Ahí, en garabatos propios de una mano temblorosa estaba
escrito con sangre un mensaje:
Podría hacer un banquete con este deseo.
¿Y tú, podrías?
La segunda prueba había comenzado.
32
UN ATRACÒN DE NIEVE
Vikram
Traducido por Irais
Corregido por -Patty
Una mujer se inclinó sobre él, la nieve caía de su cabello. Sus labios
estaban tan fríos como la salvación cuando presionaron su mejilla. Un
recuerdo floreció en su mente: se estaba riendo con Gauri, diciéndole que
en Ujijain le daban las gracias a besos. Ante su burla, besó una roca con
forma de mujer.
Por su codicia, está maldita hasta que un beso caiga sobre su frente
de piedra
Conocía a la mujer que estaba sentada a su lado. Tara. La reina
maldita de los vanaras.
Ese beso…
La había liberado.
Sus pensamientos se sentían espesos. Lento. Vagamente, recordó un
cuchillo separando hueso de músculo. El aguijón de la muerte. Tara lo
alcanzó, un hilo brillante tenso entre sus dedos. Su expresión era
benevolente, llena de gratitud.
—¿Es esto un regalo de la vida? —preguntó el.
—Oh, Príncipe —se rió—. La existencia es el regalo. La vida es una
elección.
Sus manos se movieron sobre sus ojos. La sintió cargándolo,
acunándolo como a un niño. Pasaron por pasillos. A través de puertas. En
una habitación dorada, lo bajó al suelo, los labios fríos presionando justo
debajo de su oreja mientras estampaba su piel con una orden:
Existe.
Abrió los ojos, aspirando una bocanada de aire. Se aferró a ella hasta
que se quemó, hasta que supo sin duda alguna que era suyo, suyo,
suyo. Luego la dejó ir. Cruelmente. Sin aliento. Cuando miró hacia arriba,
estaba de rodillas ante Kubera y Kauveri. Se sintió salvaje. Gauri. ¿Dónde
estaba? Pero si había algo o alguien fuera de esta habitación, una multitud,
un mar, un mundo embrionario que aún no había nacido, no podía
verlo. Kubera y Kauveri se habían despojado de su glamour humano y se
habían vuelto imposibles de mirar. Imposible apartar la mirada.
Era un niño y no un niño. Era un niño de ocho años que lloraba en
su almohada y buscaba significado. Era un niño de trece años que
estudiaba detenidamente mitos y leyendas, reunía las pistas para su futuro,
mantenía sus esperanzas tan firmemente dentro de él que se habían
apoderado de sus huesos, su sangre, sus sueños. Su esperanza era fría.
Venenosa. Eclipsante. Y la alimentó de todos modos, de la misma manera
que alguien alimenta algo por hábito simplemente porque no hay nada más
en su vida que valga la pena cultivar.
Todo este tiempo, pensó que la magia lo había elegido. Quizás la
magia nunca lo eligió. Quizás siempre se había tratado de encajar. Una llave
encajada en un agujero. Tal vez había tenido suficientes agujeros en él para
que la magia se deslizara a través y lo enganchara como espuelas en la tela.
Alaka lo había obligado a mirar hacia adentro. No hacia afuera. Y
había comenzado a tomar prestados un poco de los pensamientos de Gauri:
su voluntad era su arma, y todo lo demás eran solo telarañas por cortar. Su
pérdida era suya al igual que su victoria era suya.
Le aterrorizaba.
Lo desquiciaba.
Y, sin embargo, se sentía más fuerte. La fe seguía siendo pan, todavía
tibia y abundante. Pero Alaka lo había cambiado, lo había perdido de vista,
de modo que no podía confiar en nada ni en nadie más que en sí mismo.
Era libertad.
—¿Qué más van a tomar de mí? —preguntó Vikram—. ¿Qué
sacrificio exigirán?
Kubera simplemente inclinó la cabeza mientras su esposa se reía
detrás de su mano.
—Ya lo tomé, príncipe Zorro. Tomé los sueños que almacenaste
hasta el día en que llegué con una invitación. Tomé tu fe cada vez que
mirabas la muerte y me preguntaba si esto era parte de un plan para
ti. Tomé tu resistencia cuando te preguntabas si la chica de tu alma estaba
destinada a morir —dijo Kubera—. Te dije que tomaría lo que dieras. ¿No
soy misericordioso?
Vikram estaba allí, su corazón era una curiosa mezcla entre vacío y
pesadez. Sintió el dolor de ese sacrificio, la pérdida de esa maravilla
reemplazada por cautela.
—Te agradezco, Lord Kubera. Pero…
—¿Pero quieres saber por qué te trajeron aquí? —ofreció Kauveri—.
Quieres saber por qué mi consorte te eligió a ti y a la princesa Gauri, incluso
yendo tan lejos como para disfrazarse de sabio e incluso de vetala.
La cabeza de Vikram se disparó.
—¿De la vetala también?
Había adivinado que Kubera era el sabio. La mangosta dorada lo
había delatado en su primer encuentro.
Kubera sonrió.
—¡Oh sí! Pero no creas que participé en tu éxito. ¡Solo quería mirar! Y
luego, oh, quizás me sentí un poco apegado a sus corazones tiernos y sus
miradas persistentes. Eran solo huesos y anhelos. Exquisitamente
encantador.
—Hay más para nosotros que eso —dijo Vikram.
—Sin duda, príncipe Zorro, sin duda —dijo Kubera, agitando una
mano—. Por eso los seleccioné a los dos.
El suelo de mármol cambió, los colores pálidos se movieron y se
deslizaron bajo su repentina translucidez. Las imágenes parpadearon ante
él, extendidas como una esperanza no realizada, un imperio que se parecía
un poco a Bharata y un poco a Ujijain. Sintió la tierra debajo de él, la
brillante y ardiente urgencia de innovar y hundir sus dientes en la
historia. Era un reino en medio de la creación de su propia leyenda,
marcando el comienzo de una era que no tenía lugar para la magia. El
sentimiento más extraño era lo posesivo que se sentía. Lo sabía. Conocía
sus bibliotecas y edificios, sus paisajes y templos. Como si esta tierra que
se extendía debajo de él fuera de alguna manera… suya.
—Pronto —dijo Kauveri—, uno no podrá entrar en el Otro
Mundo. Sellaremos nuestras puertas. Cerraremos nuestros
portales. Viviremos aparte. Estos cuentos no son solo piezas de magia. Son
los cimientos del legado. Intentamos durante años encontrar los recipientes
adecuados. Un señor y una dama de la nueva era, por así decirlo. Dos
personas que romperían el tiempo porque sus historias serían
atemporales. Escuchamos corazones vacíos y sonrisas hambrientas y los
guiamos a nuestra tierra solo para verlos fallar una y otra vez. Hasta ahora.
Detrás de sus ojos, Vikram vio las orillas del portal del Rey Serpiente
plagadas de huesos. Todos los que habían sido llevados a Alaka poseían el
mismo potencial que él y Gauri. Pero el potencial no significaba nada frente
a la fuerza de voluntad, y eso era algo que nadie podía poseer excepto él.
Kubera le tendió la mano. Una pequeña moneda de luz descansaba
en su palma.
—Te ganaste tu deseo.
LA MANO DE CRISTAL
Gauri
Traducido por Moon M
Corregido por -Patty
Medianoche en Bharata.
Bharata tenía el mismo aspecto. Todo el tiempo que Ujijain me
mantuvo encerrado, pensé que volvería a casa y encontraría una colección
de ruinas. Pero fui mucho menos crítica para mantener unida a Bharata de
lo que pensaba. Solo debería haber pasado un mes desde mi tiempo en
Alaka. Una profunda bocanada de aire lo confirmó. Temporada de
monzones. Grandes nubes de tormenta se cernían en la distancia, sus
vientres cargados de lluvia esperando para engancharse en los picos de las
montañas.
Me había imaginado regresar a Bharata de cien maneras y mil veces.
Me imaginé cabalgando al frente de un ejército. Banderines fluyendo.
Banderas ondeando tan alto que parecían abolladuras ensangrentadas
formadas por dedos que rastrillaban el cielo. Imaginé espadas chocando y
una victoria brutal, una violencia terrible que quemaba los recuerdos y
demostrara que nadie podía apartarme de mi trono.
Pero Bharata no necesitaba derramamiento de sangre. Y yo tampoco.
Lo que mi país quería y lo que yo necesitaba era lo mismo. No queríamos
cantar la canción de la guerra y la sangre, de las disputas por el poder y la
crueldad. Queríamos un nuevo comienzo.
Las puertas del palacio estaban cerradas como brazos cruzados.
Detrás de ellos, escuché el susurro de la armadura de los centinelas. El
regalo de Kauveri ardía en mi bolso, un fragmento de magia de un río
rugiente y energía que estaba ansiosa por liberarse. Si mi plan funcionaba,
no tendría que luchar. Mi mano de cristal atrapó la luz de la luna y reprimí
una mueca. No podía luchar. Este plan tenía que funcionar.
—¿Quién está allí? —llamó el guardia principal.
Aclaré mi garganta y me enderecé un poco. —La princesa Gauri de
Bharata.
Podía oírlos arrastrarse detrás de la puerta, susurros convirtiéndose
en amenazas y conversaciones silenciosas. Los segundos se convirtieron en
minutos y los susurros se convirtieron en amenazas cada vez más fuertes.
—¡Déjala entrar!
—Mientes…
—Sabes que no permitirá...
—Se supone que está…
Alaka podría haber cambiado mi perspectiva, pero no había hecho
nada por mi paciencia.
—Abre esta puerta y déjame pasar —dije—. Soy tu princesa y estás
obligado por el honor y el deber a obedecerme.
—¿Qué significa esto? —exigió una voz que conocía demasiado bien.
Mi cuerpo respondió antes que mi mente, las náuseas se apoderaron
de mi estómago.
Skanda.
—Su Majestad, la mujer fuera de la puerta dice que es la Princesa
Gauri. Quizás todos estos meses que ha estado perdida, ha regresado...
—Lo he hecho —dije en voz alta. Me sorprendió que Skanda no
hubiera difundido de inmediato un rumor de que estaba muerta. Pero, de
nuevo, Ujijain nunca tuvo la oportunidad de ejecutarme. A Skanda le
gustaban las pruebas. Murmuré un silencioso agradecimiento a Vikram—.
Querido hermano, ¿por qué no me dejas entrar?
—No aceptaremos estas mentiras —dijo Skanda—. Esta mujer es
una impostora. Deberá ser colgada en el acto. ¡Guardias!
—Pero suena como ella —dijo una voz mansa. Un murmullo de
aprobación recorrió a los centinelas.
—No te preocupes, hermano —le dije—. Si no me dejas entrar por la
puerta, simplemente pasaré por encima.
Sonreí. Lancé la daga de agua de Kauveri al suelo y se convirtió en
un tridente forjado en la desembocadura de un río. La luz de la luna brillaba
a través del agua, volviéndola plateada y resplandeciente. El sonido del agua
corriendo iluminó el aire, sacudiendo el suelo con temblores silenciosos. El
tridente tembló. El agua se acumuló alrededor de mis tobillos, apretándose
entre las plantas de mis pies y el suelo y subiendo como una inundación
controlada.
—¿Qué fue eso? —dijo alguien detrás de la puerta.
—Probablemente sólo un trueno —espetó Skanda.
Alaka me enseñó que el mundo era poco más que una historia
palpitante que no tenía principio ni fin. Desde el momento en que puse un
pie en Bharata, comencé una historia.
Pero, ¿por qué conformarse con una historia, cuando podría
comenzar una leyenda?
Sonreí, levanté el tridente en el aire y lo estrellé contra el suelo.
Un millar de chorros de agua se precipitaron bajo mis pies,
sujetándome los tobillos y las pantorrillas mientras se disparaban y me
llevaban con ellos. Mi estómago se desplomó cuando el encantamiento me
empujó por el aire. Aquí arriba, ni siquiera podía ver las copas de los árboles,
pero estaba al nivel de los ojos con las montañas y tal vez si llegaba lo
suficientemente alto, podría despegar una estrella del cielo. Abajo, los gritos
de los guardias apenas llegaban a mis oídos. Me dejé flotar sobre ellos,
saboreando el aire frío y dulce de la medianoche, este momento de magia
que se tambaleaba al borde de la ruptura. Levanté una de mis piernas y la
columna de agua siguió su ejemplo, derramándose sobre la puerta. Levanté
la otra pierna para dar el último paso sobre la puerta. Si quisiera, podría
ahogar a Skanda. Pero me negué a gobernar con sangre en mis manos.
Incluso la suya. Cerré los ojos y las columnas de agua que rugían debajo de
mí colapsaron con gracia hasta que caí al nivel de los ojos de una docena de
guardias de Bharata y mi hermano.
—¿Me reconoces ahora?
Los guardias dejaron caer sus armas. La mitad de ellos se postraron
en el suelo, murmurando oraciones entre dientes. La otra mitad miró
fijamente, con las mandíbulas flojas y los ojos muy abiertos. Se necesitó
toda la fuerza para no regodearse y gritar. Skanda fue el primero en captar
sus pensamientos.
—Mi corazón se alegra de verte a salvo, hermana mía. Y así… dotada
de tus viajes —dijo—. Tenemos mucho que discutir. Tú estabas… —Hizo
chasquear los dedos hacia un asistente de rostro pálido—... prepara sus
aposentos e informe al general Arjun que nuestra princesa ha regresado.
El asistente no se movió.
Sonreí.
El asistente se movió de inmediato.
Skanda no se perdió el intercambio. Su mirada se entrecerró.
—Regresaste a pesar del gran riesgo para la vida y la integridad física
—dijo, con un tono artificialmente admirable—. Y con un truco fascinante
para agregar al arsenal de armas del país. Estoy contento.
Ambos sabíamos que no estaba hablando de mi vida y mi
extremidad. Nalini era el peligro tácito. Pero las palabras de Skanda, a pesar
de su significado, tenían esperanza: todavía estaba arriesgando su vida. Ella
estaba viva. Mi mayor temor no se hizo realidad. Tuve que luchar contra el
impulso de sonreír. En cambio, incliné la cabeza.
Su mirada se posó en mi mano de cristal. Lo flexioné. Ya podía ver
cómo estaba tratando de retorcer la magia que había visto:
Tocada por el demonio.
Poseída.
Un vector del mal.
Pero ya no era el único entrenado en narración. Abracé a mi
hermano, a pesar de que quería arrancarme la piel con su toque. Mientras
caminaba por los pasillos de Bharata, seguí mirando por el rabillo del ojo,
esperando a que alguien saliera de las sombras. No podría luchar contra
ellos con una mano de vidrio que se negaba a tomar un arma.
Caminé por las habitaciones, la daga de Kauveri atada a mi pierna
mientras me bañaba y me cambiaba la ropa de viaje. Después de Alaka,
todos los colores parecían tenues.
Skanda se negó a colocarme en el harén, alegando que molestaría a
las mujeres antes de que él tuviera la oportunidad de explicar mi regreso.
Cobarde. Lo último que quería era a todas las mujeres del harén armadas
con el conocimiento de la magia y preparadas para luchar contra él.
Alguien llamó a la puerta. La abrí, esperando ver a un asistente.
Arjun me devolvió la mirada. Mi garganta se apretó. La alegría, el
dolor y la furia me destrozaron a la vez. Este fue el hombre que me mostró
lo que era un hermano. Me había llevado la mitad del día cuando me rompí
la pierna. Dividió sus postres conmigo. Me molestaba cuando estaba de mal
humor y me ponía serena cuando lo necesitaba. Y, sin embargo, se había
quedado al margen cuando Skanda arrastró a Nalini a la sala del trono. Él
conocía mis planes y me traicionó. Apretó la mandíbula, su mirada se volvió
pedernal.
—¿Cómo pudiste volver después de todo lo que hiciste? —demandó.
Sentí como si me hubieran quitado la alfombra. Me quedé allí,
sorprendida.
—Pusiste mi vida en peligro. Pones en peligro la vida de Nalini —
siseó. Dio un paso adelante—. ¿Cómo pudiste? Y después de todo esto,
después de que suplicamos a Skanda que no te matara, ¿regresaste?
La furia se elevó dentro de mí.
—¿De qué estás hablando, Arjun? —exigí—. ¿Cómo te atreves
siquiera a hablarme sobre la seguridad de Nalini cuando me traicionaste en
el momento en que más te necesitaba, cuando Nalini más te necesitaba?
Una sombra se movió detrás de él. Por inútil que fuera, puse mi mano
de cristal sobre la otra daga de hierro atada a mi brazo izquierdo. La sombra
se deslizó dentro de la habitación y su dueña apareció a la vista: Nalini.
No pude evitarlo. Traté de abrazarla, pero ella se apartó de mí y se
abrazó a Arjun. No parecía que hubiera pasado algún tiempo en una prisión.
Los miré, sin aliento. ¿Qué estaba pasando?
—Nalini... soy yo... volví por ti.
—¿Para hacer qué? ¿Para asegurarte de que estaba muerta incluso
después de que te perdonáramos la vida? —respondió Arjun.
—¿Me perdonaran?
Entraron en la habitación y cerraron la puerta.
—Háblame, Nalini. Por favor. No tienes idea de por lo que luché para
llegar a ti —dije, con todo mi cuerpo temblando.
Nalini me miró como si realmente fuera una extraña. Me miró como
si yo fuera el enemigo y no la víctima. Cuando la alcancé, retrocedió un paso.
Mi corazón se partió.
—Antes de que te fueras, Skanda me dijo que él sabía todo sobre tu
rebelión —dijo, sin mirarme—. Dijo que era para asegurarse de que las
tierras de mi padre nunca me pasaran a mí...
Durante los tres días siguientes, cabalgamos con fuerza. Los caballos
echaban espuma por la boca cuando finalmente llegamos. A falta de una
noche para la coronación, no había tiempo para la habitual ceremonia
política y las conversaciones veladas. Mi comitiva y la tropa de soldados
viajeros tenían poco más que un puñado de horas para entrar en la villa
palaciega que Ujijain había preparado, tomar un refrigerio y prepararnos
para la coronación.
Me encontraba ante un espejo dorado. Me movía con más lentitud
de lo normal, como si mi corazón hinchado hubiera lastrado de algún modo
mis miembros cuando no estaba mirando. Mientras alcanzaba el cofre de
los cosméticos, pensé en la Madre Dhina. Ella había muerto al mes de mi
encarcelamiento en Ujijain. Un pequeño monumento en el jardín esperaba
a su espíritu: un arbusto de rosas oscuras con un canal de agua enterrado
bajo las raíces. Me quedé mirando mi reflejo, mordiéndome las mejillas como
lo haría para cualquier batalla. Contemplando mi armadura.
Oscurecí mis ojos con kohl. Porque a veces mi vida se sentía
enmarcada por las sombras, y sin embargo había cambiado mi forma de ver
el mundo, y había encontrado la belleza.
Me froté un compuesto de pétalos de rosa en los labios y las mejillas.
Porque yo quería que mis palabras, por muy afiladas que estuvieran,
llevaran la cobertura de la dulzura.
Espolvoreé perlas trituradas sobre mis clavículas y a través de mi
cabello. Porque yo sería mi propia luz. Pasará lo que pasará.
El sari dorado se ceñía a mi figura, y dispuse las sedas para cubrir
mi mano derecha. Antes de salir, me deshice del collar de Maya. El zafiro se
deslizó por mi cuello, dejándome un poco más fría. Froté mis dedos sobre el
colgante, besándolo una vez. Maya aparecía cada vez menos en mis
pensamientos. No porque no quisiera a mi hermana o no pensara en ella,
sino porque ya no me preocupaba por ella como antes. A veces recordaba
un sueño de Alaka, una sala blanca y un reino frío, una habitación donde
mi hermana esperaba con una sonrisa triste. Por alguna razón, la imagen
me daba paz.
—Estoy lista —anuncié a la sala vacía.