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Traducción
3lik@ Mary Rhysand
Aelinfirebreathing NaomiiMora
Anamiletg Rimed
Candy27 Rose_Poison1324
CarolSoler Taywong
Grisy Taty Vale
Jexa Niehaus Vanemm08
Liliana Wan_TT18
Mais Yiany
Manati5b YoshiB
Mer
Recopilación y Revisión
Mais
Diseño
Nohe48
Índice
Sinopsis Capítulo 16
Dedicatoria Capítulo 17
Mapa Capítulo 18
Glosario Capítulo 19
Capítulo 1 Capítulo 20
Capítulo 2 Capítulo 21
Capítulo 3 Capítulo 22
Capítulo 4 Capítulo 23
Capítulo 5 Capítulo 24
Capítulo 6 Capítulo 25
Capítulo 7 Capítulo 26
Capítulo 8 Capítulo 27
Capítulo 9 Capítulo 28
Capítulo 10 Capítulo 29
Capítulo 11 Capítulo 30
Capítulo 12 Epílogo
Capítulo 14 Próximamente
Capítulo 15
Sinopsis
Nahri nunca ha creído en la magia. Ciertamente, tiene poder, en
las calles del Cairo del siglo 18, es una estafadora con un talento sin
igual. Pero sabe mejor que nadie que lo que comercia para salir
adelante —lecturas de palmas, zaar, curaciones— son todos trucos,
juegos de manos, habilidades aprendidas; un medio para el fin
encantador de estafar a los nobles otomanos.
Después de todo, hay una razón cuando dicen ten cuidado con lo
que deseas…
Seres de Fuego
Daeva: El término antiguo para todos los elementos de fuego
antes de la rebelión djinn, también es el nombre de la tribu que reside
en Daevastana, de donde son tanto Dara y Nahri. Una vez fueron
cambia forma que vivieron durante milenios, y tuvieron sus habilidades
mágicas bruscamente refrenadas por el Profeta Solimán como un
castigo por herir a la humanidad.
Seres de Aire
Peri: Elementos de aire. Más poderosos que los djinn, y más
secretos, los peri se mantienen resolutamente entre ellos.
Seres de Tierra
Ghouls: Los cuerpos de humanos re-animados y caníbales que
han hecho tratos con los ifrit.
Terminología General
Abaya: Un vestido suelto, largo y de mangas, utilizado por
mujeres.
1
N.T. Titulo honorario.
Bueno, este tonto supersticioso estaba a punto de estafarte por
todo lo que vales, así que aleja el insulto. Nahri sonrió mientras los
hombres se acercaban.
Pero los turcos no necesitaban saber eso, así que los ignoró,
fingiendo estudiar los restos de la taza del basha. Finalmente suspiró,
su velo ondeando contra sus labios de una manera que atraía la mirada
de ambos hombres, y dejó caer la taza al piso.
2
N.T. Hierba aromática.
Se rompió como debía, y el basha se quedó sin aliento.
Arslan suspiró.
—Y caro, apuesto.
—Debo tratar.
—¡Por supuesto!
—¿Yaqub?
—¿Y luego?
3
N.T. En dialecto quiere decir “si”, también puede significar, dependiendo de
la región “alto”, “suficiente”.
—Sí. Lo juro por el Misericordioso.
—Su casa necesita ser limpiada, y eso solo puede ser hecho si es
abandonada. Toda su familia debe irse, animales, sirvientes, todo. No
debe haber un alma viviente en la casa por siete días.
—Dios proveerá.
—Sí, por supuesto. Así que tiene que ser Faiyum —decidió, su
mirada determinada—. ¿Y entonces mi corazón se sanará?
—¿Disculpa?
Él resopló.
—¡Y ámbar gris! ¡Tienes suerte que de que haya tenido algo en
reserva! ¿Cómo no podías convencerlo de que pintara su puerta con oro
fundido?
—Eso no va ayudar.
—Oh, ¿en serio? Dígame otra vez Doctora, ¿con quién se entrenó?
Nahri sonrió; Yaqub odiaba cuando hacia eso. Se volvió hacia los
estantes, buscando la olla familiar. La tienda era un desastre, un caos
de frascos y suministros sin etiqueta que parecían levantarse y moverse
por sí mismos.
—¿Y tú lo sabes?
—No la he escuchado.
—Ya, abuelo, tampoco me oyes entrar. Tal vez la culpa esté en tus
oídos.
6
N.T. El diablo en países musulmanes.
Yaqub apartó el mortero con un ruido de disgusto y se volvió
hacia la esquina trasera donde guardaba sus ganancias.
Nahri se rio.
—Abu Talha dice que su líder tiene los pies de una cabra.
7
N.T. Fue un médico, rabino y teólogo.
Eso no era por falta de esfuerzo. Había intentado vender amuletos
a algunos cuantos soldados franceses con los que se había encontrado,
y se habían alejado de ella como si fuera una especie de serpiente,
haciendo comentarios condescendientes sobre su ropa en su extraño
idioma.
—Podrías ser una partera —ofreció él—. Has recibido bebés antes.
Podrías ir al este, lejos de esta guerra. Beirut tal vez.
Él sacudió su cabeza.
—No existen.
Él suspiró.
Ella asintió.
Nahri sonrió.
11
N.T. “Oye” en hebreo.
Era un buen grupo, enérgico e involucrado. Varias mujeres se
pusieron de pie, aplaudiendo y uniéndose al baile. La gente
normalmente lo hacía; los zaar eran tanto una excusa para socializar
como para lidiar con un djinn problemático. La madre de Baseema
observaba el rostro de su hija, luciendo esperanzada. Las pequeñas
niñas tomaron sus premios, saltando de emoción mientras el pollo
chillaba en protesta.
—¿Ya, Nahri?
—¿Escuchar qué?
—Nada.
—Por supuesto.
Baseema todavía se balanceaba, sus ojos medio cerrados, una
sonrisa soñadora en su rostro. Nahri tomó sus manos y gentilmente la
tiró al suelo, consciente de que gran parte del grupo estaba observando.
—Sí, habibti12.
Nahri vaciló.
—¿Y el djinn?
—Si me disculpan.
13N.T. Es una oración de los musulmanes que se celebra cada viernes, poco
después del mediodía.
La ceremonia finalmente llegó a su fin. Su canasta estaba al ras,
llena de un aleatorio surtido de diversas monedas usadas en el Cairo:
abolladas fils14 de cobre, esparcidas paras15 de plata, y un antiguo
dinar16 de la familia de Baseema. Otras mujeres habían puesto
pequeñas piezas de joyería barata, todas intercambiadas por las
bendiciones que se suponía ella debía traer. Nahri les dio a Shams y
Rana dos paras y les permitió tomar la mayoría de la joyería.
17
N.T. Un tipo de pastel de Egipto.
La dueña miró con indignación y suspiró, sabiendo que estaba a
punto de ser expulsada. Él inicialmente había rechazado su servicio,
alegando que ninguna mujer honorable se atrevería a salir sin
compañía por la noche, y mucho menos a visitar una cafetería llena de
hombres extraños. Después de exigir repetidamente saber si sus
hombres sabían dónde estaba, la visión de las monedas del zaar
finalmente lo había hecho callar, pero ella sospechaba que esa breve
bienvenida estaba a punto de terminar.
—¿Baseema?
—¿El qué?
18
N.T. Viento local arenoso, seco y caliente, típico de Egipto.
Baseema miró al cielo. La alarma floreció en su pequeño rostro.
Se giró sobre Nahri.
No puedo quedarme aquí. Pero Nahri no podía ver nada más que
tumbas frente a ella y no tenía ni idea de cómo volver a las calles.
Apretó los dientes, intentando armarse de valor.
Su corazón latía tan fuerte que podía oírlo en sus oídos. Respiró
hondo, forzándose a encontrarse con su mirada.
Pensó rápido.
—¿Esto es un cementerio?
—No.
—¿Y has hecho algo así antes? —exigió, su voz urgente—. ¿Algo
fuera de lo común?
—Un terremoto...
Baseema rio.
¿Al más nuevo qué? Pero el término debe haber significado algo
para el hombre: sus manos temblaban en el arco.
—¡La mataste!
Parecía pensativo.
Él suspiró.
Ella tragó con fuerza, lista para meterse con este Afshin si era la
mejor manera de evitar convertirse en una comida para los muertos.
Palideció.
Le dio un empujón.
Nahri sintió una ola de presión que sacudió la pared, arena que la
arrasó desde la pantalla abierta.
—¡Afshin! —gritó.
Nahri sabía que algo estaba mal antes de abrir los ojos.
El sol brillaba —demasiado— contra sus aun cerrados ojos, y su
abaya húmedo se le pegaba en el estómago. Una brisa gentil le sopló el
rostro. Gimió y se dio vuelta, tratando de refugiarse en su manta.
—Este.
—Siéntate.
—Siéntate.
—Lo que le hice a esa chica fue una bondad. Estuvo condenada
desde el momento en que el ifrit la poseyó: ellos arden dentro de sus
huéspedes.
—Lo intenté. Puede que haya escapado antes que ella muriera.
—Oh —dijo. Tenía muy poca idea cuáles eran las diferencias entre
ambos, pero parecía sabio no presionar en el asunto—. Mi error. —
Presionó sus palmas contra sus rodillas para esconder su temblor—.
¿Tienes… un nombre?
—¿Por qué?
—No.
Ignoró su pregunta.
—¿Tienes sed?
No tienes idea.
Oh, ¿Por qué no? tal vez él tendrá, de hecho, algunas respuestas
para mí.
—Continúa.
Este lenguaje era incluso más fuerte, musical y bajo, más como
un murmullo que un discurso. Lo miró de vuelta.
—Esa es una forma muy cerrada de verlo. Prefiero pensar que soy
un mercader de tareas delicadas.
—Claro.
—¿Disculpa?
Él ya se estaba alejando.
—¡Ese no es tu problema!
Se encogió de hombros.
No. Asintió.
—Sí.
—¿Qué es un shafit?
La presión del agua fría fue como el toque de un amigo. Cerró los
ojos, intentando digerir la locura del día anterior. Había sido
secuestrada por un djinn. Un daeva. Lo que sea. Una criatura mágica
con demasiadas armas que no parecía particularmente enamorado de
ella.
Con una piedra afilada, cortó una sección más larga de su abaya
en forma de velo. Su cabello se había secado en un lío salvaje de rizos
negros que intentó trenzar antes de atarse la bufanda improvisada a la
cabeza. Bebió hasta saciarse del odre —parecía rellenarse por sí solo—
pero el agua hizo poco para ayudar a que el hambre carcomiera su
estómago.
—Khayzur... —exhaló.
—Es mejor verlo que explicarlo. —Miró alrededor del oasis, y sus
ojos se fijaron en el escondite de Nahri—. Sal, chica.
—Se curó ante mis ojos. Dos veces. Y tiene un don con los
idiomas.
Él resopló.
Ella examinó la taza con asombro; el vidrio era tan delgado que
parecía como si el té humeante flotara en su mano.
—¿Qué eres?
Dara. Era la tercera vez que el peri lo llamaba así. Ella le mostró
una sonrisa triunfante.
Dara asintió.
—¿Y esperar que encuentre su camino más allá del velo? Espero
que la familia Qahtani crea la palabra de una chica perdida y de
aspecto humano, ¿debería llegar al palacio? —Khayzur parecía
horrorizado—. Eres un Afshin, Dara. Su vida es tu responsabilidad.
¿La guerra?
Qué alentador.
Khayzur vaciló.
Una brisa helada barrió las sinuosas calles, pasó por intrincadas
casas de baños de azulejos y las gruesas puertas que protegen los
templos de fuego cuyos altares se habían quemado durante milenios,
trayendo el olor a tierra húmeda y savia de árboles de las montañas
densamente boscosas que rodeaban la isla. Era el tipo de mañana que
enviaba a la mayoría de los djinn escurriéndose al interior como gatos
huyendo de la lluvia, de regreso a las camas de brocado de seda
ahumada y compañeros cálidos, quemando las horas hasta que el sol
resurgía caliente y apropiado para que la ciudad cobrara vida.
El Príncipe Alizayd al Qahtani no era uno de ellos. Se pasó la cola
del turbante por el rostro y se estremeció, encorvando los hombros
contra la lluvia fría mientras caminaba. Su aliento llegó en un silencio
humeante, el sonido amplificado contra el paño húmedo. La lluvia
goteaba de su frente, evaporándose cuando cruzaba su piel ahumada.
Repasó los cargos de nuevo en su mente. Tienes que hablar con él,
se dijo. No tienes elección. Los rumores se están yendo de las manos.
Por el rabillo del ojo, Ali vio que su compañero fruncía el ceño,
pero antes de que pudiera responder, el imam de la mezquita se acercó
al mihrab.
Anas suspiró.
Ali retrocedió.
Se puso de pie.
—¿Mostrarme?
Anas asintió.
—Sí —dijo, su voz cada vez más firme, como si hubiera tomado
una decisión—. ¿Puedes alejarte de la Ciudadela de nuevo esta noche?
—Supongo que sí. —Ali frunció el ceño—. Pero no veo qué tiene
que ver eso con…
El Sheikh lo interrumpió:
—Eso no...
Ali abrió el frasco y colocó unas gotas en cada ojo. Mordió una
maldición. Dios, quemaba. Le habían advertido que lo haría, pero el
dolor lo tomó por sorpresa.
La Puerta de Daeva.
—La paz sea con usted, hermano. —Estaba vestido con una
túnica casera del color del agua sucia de lavado, con la cabeza
extrañamente desnuda.
—Y sobre ti la paz.
—No uno que te concierna —dijo Anas con firmeza—. Él está aquí
simplemente para observar. —Asintió con la cabeza a Hanno—. Así que
continúa. Sé que te gusta presumir.
—Bastante justo.
Aplaudió, y un remolino de humo envolvió su cuerpo. Cuando se
disipó, su galabiyya sucia había sido reemplazada por un chal
iridiscente, un turbante color mostaza decorado con plumas de faisán y
un dhoti20 de color verde brillante, la tela de la cintura que usaban
típicamente los hombres de Agnivanshi. Mientras Ali observaba, sus
orejas se alargaron, y su piel se iluminó a un marrón oscuro y
luminoso. Trenzas negras salieron de debajo de su turbante,
estirándose para barrer la empuñadura de la talwar Hindustani ahora
envuelta en su cintura. Parpadeó, sus ojos cobrizos se volvieron del
color de un pura sangre de Agnivanshi. Una reliquia de acero en forma
de banda sonó alrededor de su muñeca.
Hanno resopló.
20
N.T. Vestimenta tradicional de los hombres en la India.
Ali se sintió como un tonto.
Hanno sonrió.
—Llegas tarde.
—¿Quién es tu amigo?
—Aléjate de mi sirviente.
Se aclaró la garganta.
—Bastante. Los shafit siempre han sido más fértiles que los de
pura sangre, una bendición y una maldición de nuestros ancestros
humanos. —Señaló la pequeña fortuna que brillaba en la alfombra—.
Es un negocio lucrativo, uno que se ha prolongado durante siglos.
Probablemente hay miles en Daevabad como este niño, criados como
pura sangre sin idea de su verdadera herencia.
Dio un paso atrás. El temor, más grueso que cualquier cosa que
alguna vez hubiera sentido, lo atrapó, como vides apretándose alrededor
de su pecho. Regresó a los demás.
Anas palideció.
—¿Funcionaría esto?
Ali asintió, con la boca seca. ¿Qué opción tenía? Apartó la cortina
y entró en el oscuro pasillo.
Ali le sonrió.
Anas gritó.
—¡Déjala ir!
Estalló en llamas.
—¡Anas Bhatt! —gritó una voz familiar. Wajed... Oh, Dios, no...—.
¡Sabemos que estás aquí!
—¡Vamos!
—Nunca lo lograremos.
La niña shafit miró a Ali, sus ojos marrones enormes con miedo.
Él parpadeó las lágrimas. Anas había sellado su destino; lo menos que
Ali podía hacer era seguir su última petición. Cogió a la niña, y ella se
aferró a su cuello, su corazón palpitaba contra su pecho.
—¡Trepa!
El enrejado sería.
El marco de madera se sacudió violentamente mientras trepaba,
las enredaderas espinosas destrozaban sus manos. La pequeña niña se
aferró a su espalda, casi ahogando a Ali cuando enterró la cara en su
cuello, sus mejillas se llenaron de lágrimas. Otra flecha pasó volando
por sus cabezas, y ella chilló, con dolor esta vez.
—¡Están en el techo!
—¡Vamos!
Se fue corriendo, y Ali lo siguió. Corrieron a través del techo,
saltando sobre el estrecho espacio hasta el próximo edificio y luego
volviendo a hacerlo, corriendo a través de líneas de secado de ropa y
árboles frutales en maceta. Ali trató de no mirar al suelo mientras
saltaban, con el corazón en la garganta.
Ali se quedó sin aliento, deteniéndose justo antes del borde. Pero
el cambia forma no fue arrojado al suelo debajo; en cambio, aterrizó
sobre el muro de cobre que separaba los cuartos tribales. La pared era
tal vez la mitad de la longitud de un cuerpo más baja que el techo y a
unos diez pasos de distancia. Era un salto imposible, por pura fortuna
Hanno lo logró.
—¿Estás loco?
—No puedo.
—No tienes otra opción. —El humor desapareció de la voz de
Hanno—. Al Qahtani… Alizayd —presionó cuando Ali no respondió—.
Escúchame. Ya oíste lo que dijo el Sheikh. ¿Crees que puedes dar la
vuelta ahora? ¿Pedirle piedad a tu abba21? —Él negó con la cabeza—.
Conozco a los Geziris. Tu gente no juega con la lealtad. —Hanno se
encontró con la mirada de Ali, sus ojos oscuros con advertencia—. ¿Qué
crees que hará tu padre cuando sepa que su propia sangre lo traicionó?
Y luego saltó.
21
N.T. También conocido como Allah, el Dios del Islam.
5
Nahri
Traducido por 3lik@ & YoshiB & Grisy Taty
Una semana con Dara fue suficiente para que supiera que no
había forma de que se estuviera atrapada en una ciudad llena de
muchos djinn malhumorados. Estaría mejor por su cuenta.
Seguramente podría encontrar una manera de evitar el ifrit;
posiblemente no podrían buscar en todo el mundo humano, y no había
forma en el infierno de que pudiera volver a realizar un zaar de nuevo.
—¿Dónde estamos?
—Hierapolis.
—¿Dónde?
Nahri puso los ojos en blanco, sabiendo que él creía que ella era
el resultado de tal cruce.
—¿Qué río es ese?
—El Ufratu.
Al otro lado del camino roto había una enorme fuente llena de
agua negra turbia; la suciedad fétida manchaba el mármol de donde
había comenzado a evaporarse. Tuvo que tomar siglos para que un
lugar se pusiera así. Había ruinas similares en Egipto, y se decía que
pertenecían a una antigua raza de adoradores del sol que vivían y
morían incluso antes de que se escribieran los libros sagrados. Se
estremeció.
—¿Cuántos años tienes?
—No es de tu incumbencia.
—¿Dara?
—¿Qué?
—La alfombra. Duermes en ella todos los días. —Dejó caer una
nota de queja en su voz—. Es mi turno.
—Entonces compartámosla. —Él asintió con la cabeza en el
templo—. Encontraremos un lugar en la sombra.
Su anillo.
Observé la tierra muerta con un ojo crítico. Este lugar había sido
una vez verde y cubierto de hierba, rico en campos irrigados y huertos,
pero la armada de mi maestro pisoteaba todos los signos de fertilidad,
dejando nada más que lodo y polvo. Los huertos son arrancados y
quemados, el río envenenado hace una semana, con la esperanza de que
la ciudad se rindiera.
—Otros dos o tres días —digo, tropezando con los sonidos. Aunque
le he pertenecido durante un año, su lenguaje todavía es extraño para mí,
lleno de duras consonantes y gruñidos—. No pueden resistir mucho más
tiempo.
—Se está tardando más porque son valientes, mi señor. Tal cosa
debe ser admirada. —Mi maestro no parece escucharme, así que
continúo—: Obtendrás una paz más duradera mediante la negociación.
—¡No!
—¿Por qué?
Nahri dudó.
—Ya no más. —Su respuesta fue un susurro, una cosa frágil que
colgó en el aire, la primera verdad real que le había ofrecido. Se dio la
vuelta; la pena de nuevo estaba grabada en su rostro—. Ya no soy un
esclavo.
—¡Vamos!
Ella vaciló.
—¿La quemaste?
—¿Estás enojada?
Luego se le ocurrió.
Él murmuró.
—¿Ahora mismo?
Dara exhaló.
—¿Qué es un daeva?
Él suspiró.
Él frunció el ceño.
Él sacudió su cabeza.
—No. Aquellos creados a partir de la tierra, como los humanos,
por lo general no pueden vernos al resto de nosotros. Además, la
mayoría de los seres mágicos prefieren lugares salvajes, lugares ya
vacíos de su tipo. Si un humano tuvo la desgracia de encontrarse con
uno, podría sentir algo, ver una imagen borrosa en el horizonte o una
sombra en el rabillo del ojo. Pero es probable que estén muertos antes
de pensarlo dos veces.
—¿Es verdad?
—Cuidado.
Él se encogió de hombros.
—¿Marid?
Nahri exhaló.
—Sí, sí, estoy segura que fue un castigo de lo más injusto. ¿Qué
hizo?
Dara le hizo señas hacía adelante al pilar humeante.
—¿Cuál fue?
Él ignoró su sarcasmo.
Él asintió.
—Los mismos.
Nahri se estremeció.
Él asintió.
—¿Era venenosa?
—¿Puedes nadar?
Nahri sabía que debería ser desconfiada, pero, Dios, sus palabras
golpearon su corazón. ¿Por cuántos años había soñado con Estambul?
¿O estudiando medicina adecuada con respetados estudiosos?
¿Aprendiendo a leer libros en lugar de pretender leer palmas? ¿Qué tan
a menudo había contado sus ahorros con decepción y puesto a un lado
sus esperanzas de un mejor futuro?
Tomó su mano.
Wajed resopló.
—¿Él fue... ?
—Déjame vestirme.
23
N.T. Festividad religiosa de la tradición islámica. Significa la celebración del fin
del Ramadán y abarca los tres primeros días del Shawwal.
24
N.T. Construcción de origen sumerio y asirio que consiste en una torre piramidal
y escalonada de base cuadrada y con terraza, muros inclinados y soportados
por contrafuertes revestidos de ladrillo cocido, que culmina en un santuario
o templo en la cumbre, al que se accede a través de una serie de rampas.
—No está embrujado —respondió Wajed—. Simplemente... echa de
menos a su familia fundadora.
Muntadhir saltó.
25
N.T. Arameo para padre o papá.
Oh Sheikh, lo siento mucho... La visión ante él, un hombre de traje
único sin habilidades mágicas rodeado de cientos de vengativos pura
sangre, parecía una broma cruel.
26
N.T. Tiene varias connotaciones, pero puede significar “Apresúrate”.
El rey barrió el largo pasillo, su túnica de ébano besaba el suelo.
Dos criados se volvieron bruscamente para apresurarse por un corredor
opuesto, y un secretario de bajo rango se arrojó al suelo en postración.
Ghassan se burló:
Kaveh se erizó:
Su padre suspiró.
—Alizayd. Es solo por unos meses y será una buena práctica para
cuando esté muerto y éste... —Ghassan sacudió la cabeza en dirección
a Muntadhir—, está demasiado ocupado con las bailarinas para
gobernar el reino.
—Un imán que dirige una mezquita cerca del Gran Bazar contactó
a la Guardia Real hace unas semanas y dijo que sospechaba que Bhatt
había reclutado a uno de sus congregantes. —Wajed sacó su khanjar y
abrió los listones de madera de la caja—. Mis soldados siguieron a ese
hombre a uno de sus escondites. —Hizo un gesto a Ali y Muntadhir—.
Encontramos esto allí.
Las armas que Anas juró que no tenía estaban apretadas dentro.
Garrotes de hierro crudo y dagas de acero maltratadas, mazas
tachonadas y un par de ballestas. Media docena de espadas y algunos
de los largos dispositivos incendiarios —¿fusiles?— que los humanos
habían inventado, junto con una caja de municiones. Los ojos
incrédulos de Ali escanearon la caja y luego su corazón dio un vuelco.
Espadas de entrenamiento zulfiqar.
Tomó un respiro profundo. Por el rabillo del ojo, vio que Wajed lo
miraba con curiosidad. Se enderezó.
—Sí, mi rey.
¿Qué? ¿Por qué? Ali apenas mantenía sus emociones bajo control;
no quería estar solo con su padre.
—¿Crees eso?
—Lo siento.
—Sí —respondió—. Creo que el shafit debe ser tratado por igual.
Por eso nuestros antepasados vinieron a Daevabad. Por eso fue Zaydi al
Qahtani a la guerra con los Nahid.
—Una guerra que casi destruyó a toda nuestra raza. Una guerra
que terminó con el saqueo de Daevabad y nos ganó la enemistad de la
tribu Daeva hasta este día.
—Por supuesto que creo que valió la pena. Simplemente soy capaz
de ver ambos lados de un problema. Es una habilidad que debes tratar
de desarrollar. —Las mejillas de Ali se pusieron calientes y su padre
continuó—. Además, no había tantos shafit en la época de Zaydi.
Ghassan interrumpió:
—Perdona mi impertinencia.
Sospechaba que esa no era la respuesta que Ghassan quería: los
ojos de su padre permanecieron alerta otro momento antes que cruzara
abruptamente la habitación hacia los estantes de madera que se
alineaban en la pared opuesta.
—Ven acá.
Ali lo siguió. Ghassan recogió una larga caja negra lacada de uno
de los estantes superiores.
¿Porque eran infieles y Dios nos quería para la victoria? Ali contuvo
la lengua; sospechaba que si decía eso, la flecha obtendría una nueva
capa de sangre Qahtani.
Ghassan retiró la flecha.
—Hay una cosa más. —Su padre se alejó del estante—. Regresarás
al palacio. Inmediatamente.
Ali asintió y se inclinó; fue todo lo que pudo hacer para no correr
hacia la puerta.
Muntadhir lo abrazó.
—Felicitaciones, akhi. Estoy seguro de que vas a hacer un Qaid
aterrador.
—No estaba aquí ayer. —Muntadhir tocó el brillante sol del mural.
Brilló bajo las puntas de sus dedos, y ambos saltaron.
—No suele ser tan malo. —Asintió con la cabeza a una de las
figuras en la fachada de yeso agrietado—. ¿Sabes quién se supone que
es?
—Es Solimán. —Se dio cuenta Ali—. La paz sea con él. —Miró el
resto de la pintura—. Creo que representa la ascensión de Anahid
cuando recibió sus habilidades y el sello de Solimán. —Sus ojos se
posaron en la figura doblada a los pies de Solimán. Solo se veía su
espalda, el largo cono de sus orejas revelaba que era un djinn. O daeva,
más bien. Anahid, primero de su línea.
—No lo sé.
7
Nahri
Traducido por Vale
—¿Así?
Le devolvió el cuchillo.
Él frunció el ceño.
—Come.
Le dio una olfateada de sospecha. Olía bien, a lentejas
mantecosas y cebollas. Nahri arrancó una tira de pan de su bolsa y la
sumergió en la olla. Tomó un bocado cauteloso y luego otro. Sabía tan
bien como olía, a crema, lentejas y algún tipo de hojas verdes.
Rápidamente alcanzó más pan.
—Está muerta.
Dara se sobresaltó.
—¿Qué?
Le sacudió un dedo.
—Cuando Solimán nos liberó, nos dispersó por todo el mundo que
conocía, cambiando nuestras lenguas y apariencias para reflejar a los
humanos en nuestras nuevas tierras.
—os Tukharistan.
—Los Agnivanshi.
—Los Geziri.
Al sur de Egipto, un erudito de ojos dorados lanzó una brillante
bufanda verde azulado sobre su hombro mientras escudriñaba un
pergamino. Dara asintió hacia él.
—Estábamos a cargo.
Dara asintió.
—¿El Consejo Nahid? Pero pensé que los Qahtanis eran los que...
Tomó otro largo sorbo de vino. La copa nunca parecía estar vacía,
por lo que Nahri solo podía imaginar cuánto había consumido hasta
ahora. Mucho más que ella, y su cabeza estaba empezando a nadar.
Su boca se abrió.
—¿Pero cómo? ¡Dijiste que los djinn solo viven por algunos siglos!
Estaba incrédula.
Su rostro se oscureció.
Ghassan rió.
—Sí, Kaveh, déjalo estar. —El rey salió de detrás del escritorio y le
dio una palmada en la espalda a Ali—. Tiene a Am Gezira en su sangre
—dijo con orgullo—. En casa, nunca nos molestamos con todas estas
tonterías ceremoniales. —Se rió entre dientes mientras guiaba a Ali
hacia la puerta—. Si parece que acaba de terminar de golpear a alguien
con un zulfiqar, que así sea.
Más chismes.
—Tú eliges.
—¡Mentiroso!
El comerciante se inquietó.
—Puede ser.
—¿Qaid?
—¿Qué?
—Si puedo ser tan audaz, Qaid... normalmente tomo notas para
mí con respecto a los asuntos de la Ciudadela. Con mucho gusto los
compartiré con usted. Y aunque estoy seguro de que preferiría nombrar
a un pariente o miembro de la nobleza como su secretario, si necesita a
alguien mientras...
—La paz sea con usted, príncipe Alizayd. —Abrió la puerta para
Ali y luego se hizo a un lado.
Sus hermanos podrían haber tratado de encontrar alojamientos
sencillos para Ali, pero aún era un apartamento de palacio, dos veces el
tamaño de los cuarteles que una vez había compartido con dos docenas
de jóvenes cadetes. El dormitorio era sencillo pero grande, y contenía la
cama demasiado blanda y el cofre de pertenencias que había traído de
la Ciudadela contra la pared. Junto a la habitación había una oficina
rodeada de estanterías ya medio llenas; un mejor acceso a la Biblioteca
Real era el único beneficio de la vida de palacio del que Ali pretendía
hacer uso.
Se echaron a reír.
—Creo que finalmente nos vio —dijo una de las mujeres con una
sonrisa. Se acostó boca abajo, con los tobillos delicados cruzados por
encima.
No es que haya ayudado; era hermosa. Shafit; eso quedó claro por
sus orejas redondeadas y su opaca piel marrón. Sus ojos estaban llenos
de kohl y brillantes de diversión. Se levantó de la cama, los cascabeles
en su tobillo tintinearon cuando se acercó.
Ali tragó.
Caminó hacia adelante con mucha más gracia que la chica shafit,
sus ojos negros líquidos se clavaron en su rostro. No parecía haber
ningún reconocimiento allí, pero la noche volvió a inundar a Ali: la
taberna llena de humo, la espada atravesando la garganta del guardia,
la mano de Anas sobre su hombro.
—Yo…
27N.T. Cuando alguien hace una salam, se inclinan con la mano derecha
sobre la frente. Esto se utiliza como una forma formal y respetuosa
de saludar a alguien en la India y en los países musulmanes.
—¡Que mantenga a sus putas adora fuego para sí mismo!
—¿Y cómo crees que eso irá? —preguntó—. ¿El hijo adolescente
del rey, que ya se rumorea que es una especie de fanático religioso,
reprendiendo a uno de los Daeva más respetados de la ciudad, un
hombre que ha servido lealmente a su padre durante décadas? ¿Y sobre
qué, un regalo que la mayoría de los jóvenes estarían encantados de
recibir?
Ali se sorprendió.
Ali suspiró.
—Lo siento. Tienes razón. Ha sido un día muy largo. —Se movió
contra el escritorio, golpeando rápidamente una de sus pilas de papeles
cuidadosamente arregladas—. Un día sin señales de terminar pronto.
—Tal vez debería haberte dejado con las mujeres. Podrían haber
mejorado tu actitud. —Muntadhir se levantó de la ventana—. Solo
quería asegurarme de que sobreviviste a tu primer día en la corte, pero
parece que tienes mucho trabajo. Al menos piensa en lo que he dicho
sobre los Daeva. Sabes que solo estoy tratando de ayudar.
—¿Mis qué?
Lo que vio cuando abrió los ojos fue tan extraño que
inmediatamente se sentó.
Nieve.
—Déjame ayudar…
—No me toques.
—¿Es un truco?
—El título que le damos a las mujeres líderes Nahid. Una posición
de honor —agregó con un pequeño desagrado en su voz—. De
responsabilidad.
Dara suspiró.
Él rió.
—El ojo de Solimán. No creo que nos haya visto todavía, pero… —
Parecía preocupado—. No hay lugar para esconderse.
—¿Eso es malo?
—Nunca lo lograremos.
—No seas tan pesimista. Tengo una idea. Algo de lo que escuché
en una historia. —Colocó en el arco una de sus relucientes flechas
plateadas—. Solo quédate abajo y agarra a tu caballo. No mires atrás, y
no te detengas. No importa lo que veas. —Él tiró de sus riendas,
sacudió a su caballo en la dirección correcta, e instó a ambos animales
a trotar.
Ella tragó saliva, con el corazón en la garganta.
Pero no reapareció.
Su cuello se movió.
Ella lo alcanzó.
—Déjame curarte.
—¡Mira, Daru!
—¡No! —grito, por una vez sin importarme mi honor—. ¡Por favor!
¡No hagan esto!
¿Fuego?
Sin aliento, sin latidos del corazón. Nahri cerró los ojos y todo se
unió demasiado rápido.
—Estaba cazándonos.
Él sacudió la cabeza.
28
N.T. En la época medieval, era un funcionario musulmán encargado
de regular elementos como el comercio, seguridad y circulación de vehículos.
Ali se volvió hacia Rashid.
—Dirijo una tienda fuera del barrio que vende bienes humanos de
lujo —comenzó a decir. Su Djinnistani estaba quebrado, coloreado por
un fuerte acento Divasti.
Ali levantó las cejas, sintiendo hacia dónde iba esto. Los únicos
"Bienes humanos de lujo" que un comerciante de Daeva vendería fuera
de su barrio eran intoxicantes hechos por el hombre. La mayoría de los
djinn tenían poca tolerancia a los espíritus humanos, y estaban
prohibidos por el Libro Sagrado de todos modos, por lo que era ilegal
venderlos en el resto de la ciudad. Los Daeva no tenían tales reparos y
libremente intercambiaban las cosas, vendiéndolo a tribus extranjeras a
precios muy inflados.
El hombre continuó.
—He tenido algunos problemas en el pasado con djinn. Mis
ventanas rotas, protestan y escupen cuando paso. No digo nada, pues
no quiero problemas. —Sacudió la cabeza—. Pero anoche, estos
hombres irrumpieron en mi tienda mientras mi hijo estaba allí y
rompieron mis botellas y prendieron fuego a todo. Cuando mi hijo trató
de detenerlos, lo golpearon y le cortaron la cara. Lo acusaron de ser un
"adorador de fuego" y que ¡está llevando a los djinn a pecar!
Pero no había una solución fácil; la mayor parte del ejército era
Geziri, y ya estaban escaseados.
Él suspiró.
—Alabado sea Dios. Luego hablaré con mis hombres y veré qué
podemos hacer al respecto, mejorando la seguridad en su barrio.
Repase los daños a su tienda y presente la factura a mi ayudante
Rashid. La tesorería cubrirá...
—Me temo que no. Se ven demasiado feroces —dijo con calma.
Kaveh no dijo nada, pero Ali pudo sentir su fría mirada sobre él
mientras continuaba caminando. Por el Altísimo, ¿qué había hecho
para ganarse el odio de este hombre? ¿Podría realmente pensar que las
creencias de Ali representaban una gran amenaza para su gente?
Fue un paseo agradable por lo demás, el Barrio Daeva tenía una
vista mucho más bella cuando no estaba corriendo por él perseguido
por arqueros. Las piedras adoquinadas eran perfectamente parejas y
limpias. Los cipreses ensombrecían la avenida principal, divididos por
fuentes llenas de flores y arbustos de agracejo en maceta. Los edificios
de piedra estaban finamente pulidos, sus paredes de madera con techo
de paja ordenadas y frescas, uno nunca adivinaría que este barrio fuera
uno de los más antiguos de la ciudad. Por delante, unos pocos hombres
mayores jugaban chatrang29 y bebían de pequeños frascos de vidrio,
probablemente llenos de algún tóxico humano. Dos mujeres con velo se
deslizaron desde la dirección del Gran Templo.
Una flecha Afshin. Ali frunció el ceño. Era justo como los
adoradores del fuego dejaban que sus niños corrieran fingiendo ser
criminales de guerra. Se tocó la oreja y salió con una mancha de sangre
en los dedos.
29
N.T. Antigua forma de ajedrez.
—No. Es solo un niño.
Al ver que no iba a ser castigado, el niño les dirigió una sonrisa
maliciosa y saltó de la fuente para huir por un callejón sinuoso.
Rashid se le acercó.
Muntadhir suspiró.
Supongo que sus encantos son suficientes para pagar por todo
esto. El salón de Khanzada estaba ubicado en uno de los vecindarios
mas deseados de la ciudad, un frondoso enclave ubicado en el corazón
del distrito de entretenimiento de Agnivashi. Su hogar era grande y
hermoso, tres pisos de mármol blando y ventanas con pantallas de
cedro que rodeaban un amplio patrio con árboles frutales y una fuente
con intrincados azulejos.
—Perdóname, mi amor.
—Calma, Zaydi.
—Estoy seguro que así es —dijo Ali con desdén—. ¿Y con cuántos
de estos clientes deben acostarse para salir de esta lista?
—¿Disculpe?
—Debería irme.
—Mis disculpas.
Tomó los oscuros escalones que guiaban a la calle de dos en dos,
sorprendido por la rápida respuesta de su hermano. Muntadhir
claramente no había estado de acuerdo con la conducta de Ali, pero aún
así lo había defendido, había humillado a su propia amante para
hacerlo. Ni siquiera había dudado.
—¿No es de tu gusto?
Jamshid rió.
Extraño.
—¿Llegamos?
Nahri lo siguió.
—¿Por qué?
Él asintió.
—Estaré bien.
Él sacudió la cabeza.
—Algo así.
Un relámpago iluminó la cueva, seguido poco después por un
trueno. Ella estudió su perfil en la tenue luz. Su mirada recorrió sus
largas pestañas, bajó por su cuello y por sus brazos desnudos. Su
estómago revoloteó; de repente se dio cuenta de cuán poco espacio los
separaba.
—Es probable.
Él tocó su mejilla.
Dara parecía casi tan asombrado como ella con el acto, como si
sus dedos estuvieran trazando ligeramente su mandíbula por su propia
cuenta. Había tanto anhelo en su rostro —así como un poco de
indecisión— que el corazón de Nahri comenzó a acelerarse, el calor se
acumuló en su estómago. No, se dijo a sí misma. Es literalmente el
enemigo de las personas a las que estás a punto de pedir refugio, y
¿quieres agregar esto a los lazos que ya te unen? Solo un tonto haría tal
cosa.
Lo besó.
Él se apartó.
—¿Qué pasa?
—Yo… No lo sé.
Té. El té de Khayzur.
Él frunció el ceño.
—No importa.
Entonces el ifrit estaba allí, elevándose sobre ella con brazos tan
gruesos como ramas de árboles. Su carne era ligera, su piel brillaba
entre el blanco ceniciento del humo y el naranja teñido carmesí del
fuego. Sus manos y pies eran negro carbón, su cuerpo sin pelo cubierto
con un garabato de marcas de ébano incluso más salvajes que las de
Dara.
Y era hermoso. Extraño y mortífero, pero hermoso. Se quedó
paralizada cuando un par de ojos felinos dorados se posaron en ella.
Sonrió, sus dientes ennegrecidos y afilados. Una mano color carbón
alcanzó la guadaña de hierro que estaba a su lado.
—Dime, y te sanaré.
—Mentí.
Una brisa caliente barrió sus mejillas, y Nahri levantó los ojos.
Los acantilados estaban en llamas; los árboles mojados se quebraban y
se agrietaban mientras ardían. El aire olía venenoso, caliente y
sembrado con pequeñas brasas ardientes que barrían el paisaje muerto
y centelleaban sobre el río oscuro.
Apretó una de sus manos ensangrentadas contra su sien
mientras una oleada de náuseas la recorría. Se apartó del ifrit muerto,
la visión de su cuerpo provocó una extraña sensación de rectitud que
no le gustaba.
—Yo… dijo algo acerca de… —Dejó de hablar. Más humo negro
caía por el acantilado, retorciéndose y deslizándose entre los árboles y
creciendo en una ola espesa que se acercaba a ellos.
El árabe del ifrit era impecable, con suficiente sabor del Cairo
para hacerla estremecer. Inclinó la cabeza en una leve inclinación.
—¿Qué deseas?
—Primero: que salgas del agua. No hay seguridad allí para ti,
pequeña sanadora.
—¿Qué es lo que…?
Khayzur.
Lo habían logrado.
—No hay nada que puedas hacer —susurró—. Rompí nuestra ley.
—Levantó la mano y tocó el anillo de Dara con una de sus garras—. Y
no por primera vez.
—No te voy a dejar —dijo Dara con firmeza—. Nahri puede cruzar
el umbral sin mí.
—¡Khayzur! —Le dio una patada a Dara otra vez, pero él solo
aceleró, luchando por trepar sobre una duna de arena con ella todavía
en su hombro—. ¡Dara, por favor! Dara, no ...
Era una oferta amable, aunque algo extraña. Ali era el hijo del rey;
no era alguien a quien invitabas casualmente a tomar el té.
—¿Qaid?
Ali dio un paso atrás tan rápido que tropezó. Tenemos un refugio
en el barrio de Tukharistani... Con horror, lo comprendió.
Ali se movió incómodamente sobre sus pies. Era mucho más fácil
enfurecerse con los hombres de Tanzeem que esta figura de abuela.
Ali se sonrojó.
—Eso es diferente.
Fatumai sonrió.
—Queremos que ayudes a salvar a los shafit, por supuesto.
Idealmente, reanudando nuestra financiación lo antes posible.
Estaba incrédulo.
—Absolutamente no.
Ali bajó la mirada. No hay nada que les impida darse la vuelta y
gastar todo lo que les doy en armas. Había confiado en Anas mucho más
de lo que confiaba en estos extraños, y el sheikh aún lo había engañado.
Ali no podía arriesgarse a traicionar a su familia nuevamente.
Un ratón pasó por encima de sus pies, y una gota de lluvia cayó
sobre su mejilla por una gotera en el techo. En la habitación contigua,
podía escuchar a los niños roncando desde sus camas improvisadas en
el suelo. Pensó culpablemente en la enorme cama en el palacio que ni
siquiera usaba. Probablemente aguantaría diez de esos niños.
—Debes. Eres un Qahtani. Los shafit son la razón por la que tus
antepasados vinieron a Daevabad, la razón por la cual tu familia ahora
posee el sello de Solimán. Conoces el Libro Sagrado, Alizayd. Ya sabes
cómo te obliga a defender la justicia. ¿Cómo puedes decir que eres un
hombre de Dios cuando...?
Dara dejó caer a Nahri suavemente sobre sus pies, y ella aterrizó
sobre un parche de musgo. Respiró profundamente el fresco y limpio
aire antes de girarse hacia él.
—Al que maté dijo que estaban trabajando con mi madre, Dara.
—Su voz se atragantó con la palabra—. Ese Manizheh del que seguían
hablando. —Se tambaleó; la muerte de Khayzur, la mención de su
madre, todo un maldito río que se levanta para hacerlos pedazos… Todo
era demasiado.
—Está bien.
—¿Djinn entonces?
—¿Por qué?
Nahri miró a los hombres con asombro. Todas los Ayaanle eran al
menos dos cabezas más altas que ella, sus brillantes túnicas verde
azulado se agitaban como pájaros. Sus ojos eran dorados, pero sin la
dureza amarilla de los ifrit. Estaba completamente paralizada; ni
siquiera tuvo que tocarlos para sentir la vida y la energía
chisporroteando justo debajo de su piel. Podía escuchar su respiración,
podía sentir enormes pulmones llenos y resoplando como fuelles. El
latido de sus corazones era como los tambores de boda.
—¿Arriesgado?
—Oh, el marid maldijo este lago hace siglos. Si pones tanto como
un dedo en el agua, te agarrará, te hará pedazos y enviará tus restos a
todos los lugares que tu mente haya contemplado.
—¡No hay más dios que Dios! —gritó el capitán y golpeó la vara,
que ahora era un palo casi tan largo como el bote, en la orilla arenosa.
Él miró al djinn.
—No empieces.
Nahri suspiró.
Sin decir nada, caminó hasta el borde del bote. Dara la siguió.
—Primo…
Ali lo miró.
—¿Entonces entendido?
—Y si te atrapan…
Había entrado como un Qaid, pero ahora Ali se sentía más como
un niño esperando ser regañado. Se sentó en la plana silla frente a su
padre. Se dio cuenta por primera vez que el rey estaba en sus negras
túnicas ceremoniales y llevaba su colorido turbante enjoyado, lo que era
extraño. La corte se llevaría a cabo más tarde esa tarde, y su padre no
se vestía típicamente de ese modo salvo que esperara asuntos públicos.
Una humeante taza de café verde descansaba junto a su
enjoyada mano y su pila de pergaminos parecía más desordenada de lo
usual. En lo que sea que estuviese trabajando, claramente lo había
estado haciendo por algún tiempo.
—¿Qué hice?
Ali retrocedió.
—¿Inventando cargos?
—Te das cuenta de que las personas que hacen esas quejas son
esclavistas, ¿no? ¡Ellos secuestran a esos niños de sus padres para
venderlos al mejor postor! —Ali comenzó a levantarse de su asiento.
—Pero, Abba…
Su padre golpeó con su puño el escritorio con tanta fuerza que los
pergaminos saltaron. Un tintero cayo, rompiéndose contra el suelo.
—Es algo que considerar, sí. Pero las cosas no continuarán así
hasta el regreso de Wajed. Después de hoy, tendrás excusa suficiente
para reprimir a los shafit.
—¿Qué son…?
—Hay un esclavo Daeva cruzando el lago con una marca Afshin
en su rostro.
El explorador persistió.
Ali tragó.
Muntadhir lo miró.
—Probablemente.
—¿Qué?
Nombres Daeva.
—Probablemente.
—¿Crees que fue decisión de Abba? Mira qué edad tienen algunos de
estos cuerpos. Este lugar probablemente fue construido por el propio Zaydi…
Oh, no me mires así, sé que él es tu héroe, Ali, pero no seas tan ingenuo.
Debes saber las cosas que la gente solía decir sobre los Nahid, que podían
cambiar sus rostros, intercambiar formas, resucitarse mutuamente de la
ceniza…
Una reliquia, reconoció. Todos los djinn llevaban algo similar, un poco
de sangre y cabello, a veces un diente de leche o un pedazo de piel desollada,
todo encuadernado con versos sagrados en metal fundido. Era el único medio
por el cual podían ser devueltos a un cuerpo si eran esclavizados por un ifrit.
Ali usaba uno, al igual que Muntadhir, con pernos de cobre en sus orejas
derechas a la manera de todos los Geziri.
Frunció el ceño.
—Darayavahoush e-Afshin's.
—¿Y qué dicen los libros que sucedió, Alizayd? ¿Que el Azotador
desapareció misteriosamente cuando su rebelión estaba en su apogeo,
mientras se preparaba para volver a tomar Daevabad? —Su hermano se
arrodilló para recuperar el amuleto—. Extraña sincronización.
Ali sacudió la cabeza.
Ali asintió.
—¿Qué va a pasar?
—Todo lo que te pido es que dejes que Abba haga lo que tiene que hacer
para mantener la paz de la ciudad. —Muntadhir le dirigió una mirada
sombría—. Sé que estás tramando algo con los shafit, Zaydi. No sé qué es
exactamente, ni quiero hacerlo. Pero termina. Hoy.
—Dhiru, yo…
Muntadhir lo calló.
—No, akhi. No hay discusión aquí. Soy tu emir, tu hermano mayor, y te
digo: aléjate de los shafit. Zaydi... mírame. —Tomó a Ali por los hombros y lo
obligó a mirarlo a los ojos. Estaban llenos de preocupación—. Por favor, akhi.
Solo puedo hacer algo hasta cierto punto hacer para protegerte en todo caso.
Y luego colapsar.
Muntadhir lo abrazó.
Ali vaciló. Gana esto. La última orden de Anas nunca estuvo muy lejos
de su mente, y si cerraba los ojos, Ali todavía podía ver el orfanato en ruinas,
podía escuchar la tos del pequeño niño.
—Sí, mi emir.
15
Nahri
Traducido por YoshiB & Grisy Taty
—Sí. De Sarq...
El guardia lo despidió.
Nahri trató de mirar por encima de sus cabezas para ver hacia la
calle llena de gente.
30
N.T. peregrinación que realizan los fieles musulmanes a La Meca
en Arabia Saudita.
—Ven —dijo, tirando de ella hacia adelante—. Llamaremos la
atención si nos quedamos aquí con la boca abierta.
—Conozco el camino.
—Necesitamos…
—¿Toque de queda?
—Vámonos.
Seis puertas para seis tribus, se dio cuenta, así como una puerta
para el bazar. Dara la empujó hacia la que estaba al otro lado de la
plaza. La Puerta Daeva estaba pintada de azul pálido y mantenida
abierta por dos estatuas de latón de leones alados. Un solo guardia
Geziri estaba allí, agarrando su guadaña cobriza mientras trataba de
guiar a la nerviosa multitud.
—¿Y qué obtienes por defender a los fieles? ¿Por ayudar a los
necesitados y oprimidos? ¡Muerte! ¡Una muerte espantosa mientras
nuestro rey se esconde detrás de los pantalones de su gran wazir
adorador de fuego!
Un hombre djinn vestido con una túnica marrón sucia y un
turbante blanco manchado de sudor se había subido a la fuente y
estaba gritando a un grupo creciente de hombres reunidos debajo. Hizo
un gesto furioso hacia la Puerta Daeva.
—Dara, no creo…
La ignoró y cruzó la plaza hacia la multitud, girando la hoz en sus
manos como si estuviera probando el peso del arma. Con el resto de los
Daeva tras la puerta, estaba solo: un solo hombre enfrentando a
cientos. La vista debió haberles parecido divertida; Nahri divisó unos
cuantos rostros perplejos y escuchó risas.
—No puede ser… ¿Hay al menos un adorador del fuego con algo
de coraje?
Él sacudió su cabeza.
—No están aquí ahora, y he visto suficientes Daeva asesinados en
mi vida. —Se volvió hacia la multitud.
—¿Quién eres?
—¿No dijiste que lidiar con los djinn era mejor que ser ahogado
por un rio de demonios?
Él le lanzó una mirada oscura y continuó girando rápidamente el
cuchillo.
—¿Los qué?
—¿Ese es el palacio?
Tenía que serlo; apenas podía imaginar que otro edificio podría
ser tan enorme. Descansando pesadamente en una cumbre de piedra
sobre la ciudad, el palacio de Daevabad era un masivo edifico de
mármol tan grande que bloqueaba parte del cielo. No era
particularmente lindo, su edificio principal un simple zigurat de seis
niveles que rasgaban el cielo. Pero ella podía ver la silueta de dos
delicados minaretes y una cúpula resplandeciente metida tras el muro
de mármol, insinuando grandeza más allá.
—¿No acabo de lidiar con ustedes dos? Por el Altísimo, ¿Por qué
siguen haciendo negocios con el otro? Seguramente hay otros… —Se
calló.
—¿Manizheh?
16
Nahri
Traducido por Vanemm08 & YoshiB & Mary Rhysand
—¿Humana?
—¿Disculpa?
No tuvo que emitir la orden dos veces, Nahri no sabía que tantos
hombres podían moverse tan rápido. Observó con silencioso temor
cómo los cortesanos eran reemplazados por más soldados. Una línea de
guardias —armados con esas mismas espadas de cobre extrañas— se
formó detrás de Dara y Nahri, bloqueando su escape.
—Su Afshin.
—En ese momento, ella era tan inflexible que yo… ah…
—¿Qué?
—Pero eso no tiene sentido. Los ifrit sabían de mí. Si ella huyó
antes de que alguien se enterara de su embarazo, si fue asesinada en
su viaje, entonces...
No debería estar viva. Nahri dejó la última parte sin decir, pero
Ghassan se veía igualmente bloqueado.
Dara lo instó:
—Darayavahoush e-Afshin.
—Supuse que era el lugar más seguro para ella —dijo Dara con
frialdad—. Hasta que llegué y encontré un grupo armado de shafit que
se prepara para despedir el Barrio Daeva.
—¿Tatakallam arabi31?
—Por supuesto.
—¿Y tú no lo harás?
31
N.T. Significa, “¿Hablas árabe?”
Cuando Dara soltó su mano, vio la cuidadosa mirada del rey
hacia ellos. Ghassan asintió, y ella siguió al príncipe a través de un
conjunto enorme de puertas.
Nahri le lanzó una mirada furtiva por el rabillo del ojo. Joven fue
su primera impresión. Sus manos se juntaron detrás de su espalda y
sus hombros se encorvaron, Alizayd llevaba su cuerpo flaco como si
hubiera brotado recientemente con su alarmante altura y todavía se
estaba acostumbrando a ello. Tenía una cara larga y elegante, una que
podría incluso haber sido guapo si no estuviera fruncido en una mueca.
Su barbilla era desaliñada, más la esperanza de una barba que no era
nada sustancial. Además de la cimitarra de cobre, una daga
enganchada estaba metida en su cinturón, y Nahri pensó que había
atrapado un vistazo de otro cuchillo pequeño atado a su tobillo.
—No.
—Pareces decepcionado.
—La paz sea contigo, hermana —la saludó Alizayd cuando ella se
inclinó, en un tono mucho más amable que el que había usado con
Nahri—. La invitada de mi padre ha tenido un largo viaje. ¿Te
importaría atenderla?
Tenía más sed que hambre; el calor del baño había absorbido
hasta la última humedad de su piel. Miró a su alrededor, pero su ropa
destruida no se veía por ninguna parte, y tenía pocas ganas de revelar
más de sí misma ante la aterradora princesa.
Detente, se reprendió.
—Hay vino.
—Puede que desees dejar de tomar eso. Escuché que es más que
potente.
—¿Potente?
Nahri sintió que era acomodada sobre unos suaves cojines. Una
sirvienta comenzaba a cubrirla con grandes hojas de palma mientras
otra extendía un delgado dosel para bloquear el sol.
¿Y qué tiene que ver eso conmigo? Nahri quería protestar. Había
estado en Daevabad apenas un día; ¿en serio podría haberse ganado ya
un adversario en el palacio?
Su sonrisa cayó.
—Señora Nisreen —dijo, girándose hacia la mujer mayor—.
Perdóneme… ¿pero le importaría darnos un momento a solas?
—Me gusta.
Él respiró profundamente.
—Voy tras el ifrit.
—¿Qué si miente?
—Tal vez los Qahtanis no están mintiendo, tal vez esa es la verdad
de la que ellos están conscientes. Pero el ifrit sabía algo, y ahora mismo
eso es todo lo que tenemos. —Había una pista de súplica en su voz—.
Alguien me trajo de vuelta, Nahri. Alguien te salvó. Tengo que saber.
Se sonrojó.
—¿Qué con los marid, Dara, y los peris? Khayzur dijo que estaban
tras de ti.
Su rostro cayó.
—Nahri, tengo que hacer esto… oh, por favor no llores —le rogó
mientras ella perdía la lucha contra las lágrimas que intentaba
contener. Las limpió de sus mejillas, sus dedos calientes contra su
piel—. Ni siquiera sabrás que me fui. Hay tanto que robar aquí que tu
atención estará muy ocupada.
Abrió la boca.
—¡Ahhh! No, Dios, no… ¡por favor! —gritó otra vez, un alarido
animal de dolor y pánico que desgarró el alma de Ali.
Era por esto que los hombres saltaban inmediatamente al lago, por
qué este castigo en particular infundía tanto terror en los corazones de
los shafit. Si no encontrabas la valentía para enfrentar el agua
despiadada, arderías lentamente hasta morir por el bronce derretido.
Ali estalló. Nadie merecía morir así. Se arrancó las botas y liberó
su zulfiqar, apartando al metalúrgico del medio.
—¡Alizayd! —gritó Abu Nuwas, pero Ali ya estaba trepando al bote.
Pero tardó demasiado. Las rodillas del chico cedieron, y una ola de
metal líquido resbaló por su espalda, templándose inmediatamente. La
espada de Ali golpeó inútilmente contra eso. El chico chilló más fuerte
mientras se sacudía y giraba con desesperación intentado ver qué
estaba ocurriendo detrás de él. Ali se tambaleó de horror mientras
levantaba su zulfiqar.
—Ninguno.
Ghassan asintió.
—Estoy bien.
Su padre se rió.
—¿Lo necesito?
¿Banu Nahida? ¿Qué tenía que ver la chica con que él fuera Qaid?
Ali sacudió la cabeza.
El rey se burló:
Le recorrió un escalofrío.
Salieron sobre una de las gradas más altas del zigurat. Uno podía
ver la isla entera desde su altura. Ali se dejó llevar hacia el almenar.
Era una vista preciosa: la ciudad antigua ajustada por los muros
cobrizos brillantes, las hileras de casas ordenadas y los campos regados
en las colinas del sur, el lago apacible rodeado por las montañas verde
esmeralda. Tres mil años de arquitectura humana se extendían ante él,
meticulosamente imitados por los djinn invisibles que transitaron por
ciudades humanas, observando el ascenso y caída de sus imperios. Los
edificios diseñados por djinn se situaban alejados, torres
imposiblemente altas de retorcidos vidrios pulidos con arena, sutiles
mansiones de plata fundida, y tiendas flotantes con adornos de seda.
Algo se removió en su corazón ante la vista. A pesar de su crueldad, Ali
amaba su ciudad.
Ali se estremeció.
—Perdón —murmuró.
—Pero qué tiene que ver esto con mi renuncia como Qaid.
Ghassan se rió.
—Abba, ¡no sabemos quién es esa chica! ¿Estás listo para aceptar
su identidad como hija de Manizheh de la palabra indirecta de un
supuesto ifrit y el hecho de que una caída de la bañera no la mató?
—¿Qué?
—Astronomía —corrigió Ali en voz baja. Pero dudaba que una chica
criada por humanos fuera a estar interesada en la importancia de
cambiar el peso de las monedas—. ¿Por qué no se lo pides a Zaynab?
Ghassan dudó.
Ali se quedó helado; tenía que haber oído mal. Sin embargo,
cuando dirigió una mirada alarmada a su padre, algo más llamó su
atención.
Ali tragó y presionó sus palmas con más fuerza contra el muro
para ocultar su temblor. Disculparse. No cambiaría nada. ¿De verdad
había sabido su padre todos estos meses que había financiado a los
Tanzeem? ¿Y el asesinato de los hombres Daeva?
El dinero, Dios, por favor permite que solo sea el dinero. Ali no podía
imaginar que siguiese vivo si su padre supiera el resto.
Ali tragó y asintió. No dijo nada. Era todo lo que podía hacer para
permanecer erguido.
—Bien. —Su padre le palmeó el hombro tan fuerte que Ali saltó y
después hizo un gesto hacia su arruinado uniforme—. Ahora debes ir a
lavarte, hijo mío. —Soltó el brazo de Ali—. Hay un montón de sangre en
tus manos.
18
Nahri
Traducido por AnamiletG
32
N.T. Un hombre que llama al rezo musulmán.
Otra puerta se abría a una cámara para su armario. Para una
chica que tenía veinte años durmiendo en las calles de El Cairo, una
que alguna vez se consideró afortunada de tener dos abayas en buen
estado, el contenido de esa pequeña habitación era como las cosas de
un sueño, un sueño que habría terminado con ella vendiéndolos a todos
y obteniendo ganancias, pero un sueño de todos modos. Vestidos de
seda, más claros que el aire y bordados con hilo de oro hilado; abrigos
de fieltro ajustados en un arcoíris de color adornado con un alboroto de
flores adornadas; zapatillas de cuerdas tan encantadoras e intrincadas
que parecía una pena caminar en ellas.
—Desayuno, mi señora.
—¿En casa?
Nisreen asintió.
Eso era decir mucho. Nahri había asumido que ser una sanadora
para los djinn sería similar a ser una sanadora entre humanos, su
tiempo dedicado a corregir huesos rotos, dar a luz a bebés y coser
heridas. Resultó que los djinn no necesitaban mucha ayuda con ese tipo
de dolencias, los pura sangre de todos modos. En cambio, necesitaban
un Nahid cuando las cosas se... complicaban. ¿Y qué era complicado?
Las curas eran un poco mejores. Las hojas de las cimas de los
cipreses, y solo las de las cimas, podrían hervirse en una solución que,
cuando era soplada por un Nahid, abría los pulmones. Una perla
molida mezclada con la cantidad justa de cúrcuma podría ayudar a una
mujer infértil a concebir, pero el bebé resultante olería un poco salado y
seria terriblemente sensible a los mariscos. Y no eran solo las
enfermedades y sus curas asociadas lo que sonaba increíble, sino la
lista interminable de situaciones que parecían completamente ajenas a
la salud.
—Es una posibilidad remota, pero a veces una dosis de dos
semanas de cicuta, cola de paloma y ajo, tomada cada amanecer al aire
libre, puede curar un desagradable caso de mala suerte crónica —le dijo
Nisreen la semana pasada.
—Es el mayor honor, Banu Nahida —dijo en voz baja—. Que los
fuegos ardan intensamente para usted. Rezo para que el Creador le
bendiga con la vida más larga y los niños más felices y…
—Insha’ Allah.
Nisreen sonrió.
—¡Ay! —La mujer mayor gritó mientras una gota de sangre negra
floreció contra su vestido—. ¡Eso duele!
—¡No me grites!
Casi la mato. Nahri dio un paso atrás y tiró una de las bandejas
de la mesa. Se estrelló contra el suelo, y los viales de vidrio se
estrellaron contra el mármol.
—N-Necesito un poco de aire. —Se volvió hacia las puertas que
daban a los jardines.
Tan pronto como lo oyó salir, se dirigió hacia ella. El chal estaba
envuelto alrededor de la parte superior de su cuerpo con el mismo
fastidio que Noahri había visto a nuevas novias tímidas cubrir su
cabello. El agua goteaba de su cintura empapada.
—¡Devuélvelo!
Nahri no se movió.
—Vidas.
—¿Qué vidas?
¿Sus cuidadores?
—Bien.
—¿La Ciudadela?
Él asintió.
—En absoluto. —Le divertía la idea errónea: tal vez los humanos
eran un misterio tanto para los djinn como los djinn para los
humanos—. Siempre he querido aprender. Esperaba tener la
oportunidad aquí, pero parece que no es así. —Suspiró—. Nisreen dice
que es una pérdida de tiempo. Me imagino que muchos en Daevabad
sienten lo mismo. —Incluso mientras tocaba la columna dorada de uno
de los volúmenes, Nahri podía decir que la estaba estudiando.
Él no pestañeó.
—No creo que quieras leer esto, Banu Nahri. No creo que te guste
lo que dicen.
—Como... ¿economía?
—Supongo.
—Bastante.
—¿Qué?
—¿Qué?
—¿Pero por qué? Eres excelente con un sable, incluso aún mejor
con un arco. ¿Por qué aprender a usar un arma que nunca podrás
empuñar apropiadamente?
—No estoy seguro de que ese sea un instinto que debas suprimir.
Jamshid se rió.
—Si insistes.
—¿Jamshid?
¿Qué?
Darayavahoush se liberó.
El Afshin le lanzó una mirada mucho más fría una vez que los
Pramukhs se fueron.
—Hiciste bastante daño al hijo del gran wazir.
Ali se sonrojó.
—No con un arma que sabía que mi oponente nunca podría usar
adecuadamente.
—Así es como son las cosas, ¿no? —preguntó Ali—. ¿La leyenda
que pesa más que la figura de carne y hueso?
Ali se detuvo.
—No está mal, Zaydi. Peleas muy bien para un chico de tu edad.
—Gracias.
—¿Buscando un látigo?
Hubo silencio. Y luego… por primera vez desde que el Afshin entró
en la habitación con su sonrisa engreída y ojos risueños, Ali vio un
rastro de incertidumbre en su rostro.
—Eso no es verdad.
El Afshin resopló.
—Ilumíname, djinn.
—Suena como que tu familia tuvo mucha suerte de que los ifrit
me mataran cuando lo hicieron, entonces.
—¿Terminamos?
El Afshin escupió.
—No soy como tú —replicó Ali—. Nunca haría las cosas que
hiciste.
—Es un candado.
—¿Un candado? No, no puede ser. Míralo. Obviamente es un
mecanismo avanzado. Una herramienta científica… o, considerando el
pez, tal vez una ayuda de navegación para el mar.
Ali rió, un sonido cálido que ella rara vez escuchaba y siempre la
tomaba por sorpresa.
Nahri resopló.
—Divasti —no hubo duda—. Así podré leer los textos Nahid por
mí misma en lugar de escuchar a Nisreen zumbar.
—No exactamente.
—¿Tienes un paciente?
—Si insistes.
El titubeó.
Pero también sabía que el tema del shafit era uno que dividía sus
tribus, el que había conducido al sangriento derrocamiento de sus
antepasados a manos de él.
Él rió.
—Mi príncipe.
Ali dio un paso adelante con una expresión de enojo y Nahri entró
en acción, el acto lunático de Dara la puso en foco. Probablemente
rompiendo al menos una docena de reglas del protocolo, tomó al
príncipe de los hombros y le hizo girar hacia la puerta.
—Creo que Nisreen y yo podemos manejar esto —dijo con una
alegría forzada mientras lo empujaba hacia afuera—. ¡No querrías
perderte la oración! —El djinn asombrado estaba abriendo su boca para
protestar cuando ella sonrió y cerró la puerta en su cara.
—Déjanos, Nisreen.
—¡Ve!
Ella lo miró.
—¿Como tú?
—No —dijo, nervioso—. No dije eso. Yo… no tiene nada que ver
conmigo.
—¿Y cómo es eso? —preguntó con una voz gentil—. ¿Cómo te está
yendo aquí?
Él sonrió.
Dara resopló.
—No estoy segura de que sea buena idea, Dara. No confío en él.
Tenía que coincidir. Para ella, parecía una fortuna que Dara no
recordara su tiempo en cautiverio, pero no respondía al resto.
Asintió.
Ali sabría, sospechaba que uno de ellos los estaba vigilando justo
ahora. El pergamino que buscaba estaba acurrucado cerca de otro del
doble de su tamaño, hecho de lo que parecía la piel de un gran lagarto.
Había estado temblando violentamente desde que había entrado al
estante.
—¿Estás bien?
Ali rio.
—Yo no.
—Tócalos.
—¿Tocarlos?
Él asintió.
Ali la detuvo.
Y entonces se le ocurrió.
—Inténtalo en árabe.
—¿Viste eso?
Él sonrió.
—De nuevo.
Los ojos de Nahri brillaron con ira y el aire sobre su palma estalló
en llamas.
—Préndela.
Ali la silenció.
—No deberías rendirte tan fácilmente con las cosas. —Una idea le
vino a la cabeza—. Conozco a alguien que podría ser capaz de traducir
esto. Un erudito Ayaanle. Ahora está retirado, pero podría estar
dispuesto a ayudarnos.
—¿Preguntarte qué?
—Lo que has querido preguntar desde ese día en el jardín. Desde
que te dije el significado de la marca en tu brazo Afshin.
Nahri parecía aún más molesta por haber sido atrapada, sus ojos
brillando. Cuan maravillosamente había planificado él esta pelea, que
ocurriera luego de que le enseñara a conjurar llamas.
Él asintió.
—La maldición de los esclavos devuelve a los djinn a su estado
natural, como nosotros estábamos antes de que el Profeta Solimán, la
paz sea con él, nos bendijera. Pero, el problema es que solo puedes usar
tus habilidades al servicio de un maestro humano. Estás
completamente ligado a ellos, a todos sus caprichos.
—Pero los ifrit odian a los humanos, ¿no? ¿Por qué darles
esclavos tan poderosos?
Nahri palideció.
—¿Su reliquia?
—¿Por qué?
Ali dudó, sin saber cómo decir lo que tenía que decir con
delicadeza.
Ali vaciló.
—No es así como hacemos las cosas aquí. —Parecía aún más
nerviosa que Nahri. La invitación al Gran Templo había llegado ayer sin
previo aviso, y Nisreen había pasado cada minuto del último día
tratando de preparar a Nahri con conferencias apresuradas sobre la
etiqueta Daeva y los rituales religiosos que en su mayoría habían
entrado por un oído y salían por el otro.
Dara.
Nahri se encogió.
Nisreen la detuvo.
¿No puede? Nahri arqueó una ceja. Si ella y Dara hubieran estado
solas, podría haberse sentido tentada a aprovechar esa información.
Pero por ahora, simplemente lo llamó a levantarse.
Él rió.
—Sin magia, sin armas, sin joyas; el Gran Templo está destinado
a ser un lugar de contemplación y oración, sin distracciones permitidas.
—Hizo un gesto hacia los alrededores serenos—. Diseñamos nuestros
jardines como un reflejo del Paraíso.
Él rió.
—¿Tributo?
Si crees en las leyendas. Daevabad lo fue una vez para ellos.
Nahri se rio.
Jamshid sonrió.
—Lo es, lo creas o no. Pero era un novicio aquí. Pasé gran parte de
mi juventud entrenando para ingresar al sacerdocio.
Sacudió la cabeza.
Nahri poco tenía que discutir allí: todavía recordaba la rapidez con
que Ali había despachado a la serpiente en la biblioteca.
—Solo los Daeva tienen permitido entrar a los terrenos del Gran
Templo. Ha sido así durante siglos.
Nahri miró hacia atrás. Dara todavía estaba al lado del palanquín
con Nisreen y Kaveh, pero su mirada estaba en Nahri y Jamshid. Había
algo extraño, casi apagado, en su rostro.
—Varios.
Nahri se tambaleó.
El del sombrero alto dio un paso adelante. Tenía los ojos amables
coronados por las cejas grises más largas y salvajes que Nahri había
visto en su vida, con una marca de carbón que le partía la frente.
Sin saber nada más que decir, asintió con la cabeza hacia el
enorme altar de fuego.
Se le revolvió el estómago.
—Lidera el camino.
Lo hizo, dirigiéndose a un par de puertas de latón martilladas
colocadas en la pared detrás del altar. Nahri lo siguió, saltando cuando
la puerta se cerró detrás de ellos.
Nahri se acercó, con los ojos muy abiertos. Cada cojín albergaba
un único objeto pequeño, en su mayoría anillos, pero también
lámparas, brazaletes y algunos collares de joyas.
—No sabíamos qué hacer con ellos, así que nos conformamos con
traerlos aquí, donde podrían descansar cerca de las llamas del altar de
fuego original de Anahid. —Señaló un recipiente de latón golpeado, que
estaba parado sobre un taburete en el centro de la habitación. El metal
estaba apagado y chamuscado, pero un fuego ardía entre la madera de
cedro dispersa en su centro.
—Desde allí hay una hermosa vista del jardín. ¿Por qué no
descansa un poco? Veré si puedo deshacerme de esa multitud.
—Toda tuyo.
Tomó el asiento frente a ella, inclinándose sobre sus rodillas.
Él bajó la mirada.
—Completamente merecido.
—Indudablemente.
Nahri lo miró. Parecía nervioso, frotándose las palmas de las
manos sobre las rodillas.
Nahri entrecerró los ojos; Dara nunca había sido sutil y estaba
hablando de Jamshid con demasiada indiferencia fingida.
—¿Bien emparejados?
—Nahri…
—¿Y?
Podía ver la disculpa en su rostro antes de que él respondiera.
—No hay nada que arreglar, Nahri. Esto es lo que soy. Es una
conclusión a la que sospecho, llegarás pronto de todos modos. Quería
que tuvieras otra opción cuando lo hicieras. —Algo amargo se apoderó
de su expresión—. No te preocupes. Estoy seguro de que los Pramukh
te proporcionarán suficiente dote.
Nahri se rio. Era la primera vez que la oía reír en días, y el sonido
le calentó el corazón.
Él frunció el ceño.
—Nahri...
Ella le dedicó una sonrisa forzada.
Ali se ofendió.
—¿Qué les pasa a ustedes dos? —preguntó él—. No solo fuiste
grosera con nuestra invitada, sino que también rechazas la oportunidad
de contemplar las mejores obras de Dios, una oportunidad de la que
solamente una fracción de las personas existentes serán bendecidas…
—Completamente advertido.
Zaynab se fue. Su hermano se levantó, sacudiendo la cabeza
mientras se unía a Ali en el borde del parapeto.
—¿Abba no te lo dijo?
Muntadhir lo rechazó.
Ali hizo una mueca, un hilo de vieja lealtad hacia Anas tirando de
él.
—Algo así.
Muntadhir se echó a reír.
—¿Recuerdas cuando le diste el anillo de tu abuelo a la vieja
bruja que solía pasear por las puertas del palacio? Por el Altísimo,
tenías mendigos shafit que te siguieron durante meses. —Él sacudió la
cabeza y le dirigió a Ali una sonrisa afectuosa—. Apenas llegaste a mi
hombro en ese entonces. Estaba convencido de que tu madre te
arrojaría al lago.
—¿Así de mal?
Su hermano regresó, dejando uno de los platos de comida y una
copa llena de vino oscuro antes de volver a subir a la pared.
—Es un esclavo liberado. ¿No retienen parte del poder que tenían
cuando trabajaban para el ifrit?
Muntadhir se burló:
—¿Entonces quién?
Muntadhir levantó las rodillas y dejó la copa vacía.
—¿Cuál es?
Ali abrió la boca para gritar cuando el dolor lo golpeó en una ola
cegadora. El criado empujó un trapo entre sus dientes, amortiguando el
sonido, y luego lo empujó con fuerza contra la pared de piedra.
—¿Qué?
Ali luchó por respirar. El dolor en su estómago se desvanecía.
Estaba bastante seguro de que estaba a punto de desmayarse, o morir,
una posibilidad que probablemente debería haberlo molestado más de
lo que lo hizo. Pero estaba concentrado en una sola cosa: el asesino del
traje que yacía a sus pies, su mano agarrando una espada mojada con
sangre Qahtani. Su padre asesinaría a cada sangre mezclada en
Daevabad si veía esto.
—Sí, mi príncipe.
Ali se apoyó contra la piedra, la pared estaba helada en
comparación con la sangre que empapaba su ropa. Jamshid arrastró a
Hanno al parapeto; hubo un chapoteo distante. Los bordes de su visión
se oscurecieron, pero algo brilló en el suelo, atrayendo su atención. El
telescopio.
Urgente.
La palabra resonó por la mente de Nahri, atando nudos en su
estómago mientras se apresuraba de regreso a la enfermería. No estaba
preparada para nada urgente; de hecho, estaba tentada a aligerar su
paso. Mejor que alguien muera esperando antes de ser asesinada
directamente por su incompetencia.
—Mucho mejor —dijo con voz rasposa—. Alabado sea Dios, mis
pies finalmente dejaron de doler.
—Hay algo que debes ver —dijo Nisreen suavemente. Levantó la
sábana del sheikh, bloqueando su vista para que Nahri pudiera
examinar sus pies.
Habían desaparecido.
Eso puede haber sido el caso, pero Nahri no podía evitar pensar
sobre cuán afectuosamente había hablado Ghassan sobre el otro
hombre.
—Bueno, Dios quiera, que se mueva más rápido que él. Porque no
voy a hacer nada con ese tubito asesino.
Sacudió la cabeza.
—Ven aquí.
Nisreen asintió.
—El rey no estaba aquí solo para ver a un viejo amigo, Nahri.
Estaba aquí para contar las camas vacías y preguntar por qué no estás
tratando más pacientes. Hay una lista de espera, veinte páginas y
contando, por turnos contigo. Y esos son solo los nobles, el Creador solo
sabe cuántos otros en la ciudad necesitan tus habilidades. Si fuera lo
que los Qahtanis quisiesen, cada cama aquí estaría llena.
—¡Entonces la gente necesita ser más paciente! —apuntó Nahri—.
Daevabad duró veinte años sin un sanador, seguramente puede esperar
un poco más. —Se inclinó contra el lavabo—. Dios mío, incluso los
médicos humanos estudian por años, y están lidiando con resfriados,
no maldiciones. Necesito más tiempo para ser debidamente entrenada.
Nisreen se acercó.
Nisreen jadeó.
—¿Qué dijiste?
Muy tarde Nahri recordó que los Daeva odiaban ese término.
Nisreen la siguió.
Tal vez por eso es que quiere mantenerlo en silencio. Era obvio que
Ali tenía un punto sensible por los shafit. Pero no estaba a punto de
quejarse. Justo unas pocas horas antes, temía que Ghassan la
castigaría por matar accidentalmente al sheikh. Ahora su hijo más joven
—su favorito, de acuerdo a algunos chismes que había escuchado—
estaba escondido en su habitación, su vida en sus manos.
La puso abajo.
Excelente punto.
—Se rápido.
Jamshid se fue, y Nahri regresó a la cama.
—¿Sediento?
Asintió.
Su respiración se detuvo.
—¿Por qué?
Sacudió la cabeza.
—¿Entonces qué?
Ali tragó.
—Siempre quise esto… bueno, algo como esto. Solía soñar con
convertirme en médico en el mundo humano. Salvé cada moneda que
pude, esperando un día tener suficiente para sobornar a alguna
academia para aceptarme. —Su rostro cayó—. Y ahora soy terrible en
ello. Cada vez que siento que estoy dominando algo, una docena de
cosas nuevas son lanzadas sobre mí sin advertencia.
Ali entrecerró los ojos y miró hacia debajo de su larga nariz para
estudiarla.
Ella asintió.
—Por supuesto.
Y luego la bajó.
Tal vez debería ir a hablar con él. Ali salió del canal, goteando
agua en los decorativos azulejos bordeándolo. Buscó su camisa. Trata
de explicar…
Zaynab asintió.
—También se rehúsa a dejar que Muntadhir tome una segunda
esposa. Lo quiere escrito en el mismo contrato en reconocimiento del
hecho que los Daeva no lo permiten. Más tiempo para entrenar, sin
pacientes por al menos un año, acceso sin restricciones a las viejas
notas de Manizheh… —Zaynab señaló con los dedos—. Estoy segura
que me estoy perdiendo de algo. La gente dice que estuvieron
discutiendo pasada la medianoche. —Sacudió su cabeza, viéndose tanto
impresionada como indignada—. No sé quién se cree esa chica que es.
—¿Y Muntadhir?
—¿Qué le dijiste?
—Zaynab…
—Necesito encontrarlo.
—Sin duda tienes cosas más importantes que hacer que tomar el
té con tu estropeada hermana.
Él sonrió.
—Para nada.
Estaba oscuro para cuando Ali llegó al salón Khanzada. La
música sonaba en la calle, y unos cuantos soldados vagabundeaban
afuera. Asintió hacia ellos y se preparó mientras subía las escaleras que
le llevaban al jardín del techo. Podía escuchar un hombre gruñir; el bajo
llanto de una mujer de placer hizo eco de uno de los oscuros pasillos.
Darayavahoush sonrió.
Hubo una explosión de risa de los hombres Daeva al otro lado del
camino. El Afshin parecía estar contando alguna clase de broma en
Divasti, su rostro animado, sus manos ondeándose en énfasis. Jamshid
se rió mientras el tercer hombre derramó su copa. Ali frunció el ceño.
—¿Qué? —demandó Muntadhir—. ¿Qué estás mirando?
—¿Qué cosas?
Muntadhir interrumpió:
Ali se enojó:
Muntadhir lo ignoró.
Muntadhir asintió.
—Sigo a Banu Nahida en todas las cosas —dijo, con la voz más
fría de lo que Ali jamás pensó que podría ser la de un hombre—. No
importa cuán abominable. Así que supongo que las felicitaciones están
en orden.
Muntadhir juró:
—Sí, mi príncipe.
Su temperamento se encendió.
Nahri exhaló.
Se veía incrédulo.
—¿Y el precio, Nahri?
No. Pero Nahri había dejado en claro sus sentimientos por Dara.
Los había rechazado. Y en su corazón sabía que estaba empezando a
querer más en Daevabad que solo a él.
—Dara... Esto no tiene que ser algo malo. Estaré a salvo. Tendré
todo el tiempo y los recursos para entrenarme adecuadamente. —Su
garganta se contrajo—. En otro siglo, bien podría haber un Nahid en el
trono de nuevo. —Lo miró con los ojos húmedos a pesar de su mejor
esfuerzo por controlar sus lágrimas—. ¿No es eso lo que quieres?
Ali se enderezó.
Dara maldijo y corrió hacia la puerta para poner sus manos sobre
los tiradores de la puerta. La plata se derritió al instante, atravesando
las puertas en un patrón de encaje para unirlas.
—Lo sé.
Agarró el zulfiqar de Ali cuando la serpiente cobriza intentó
deslizarse, y al instante se reformó en sus manos. Se acercó a su
escritorio y vació un cilindro de vidrio que contenía algunos de sus
instrumentos. Revolvió las herramientas al azar y sacó un tornillo de
hierro. Se derritió en sus manos.
—Ven.
Se la entregó.
—Entonces apurémonos.
Dara se detuvo.
Los ojos de Dara brillaron, y luego hizo algo que Nahri nunca lo
había visto hacer.
Se metió en el agua.
Dara levantó las manos y el agua huyó, corriendo sobre las rocas
y corriendo por las grietas. Las gotas que no lo hicieron chisporrotearon
bajo los pies al pasar.
—Me arrojaré al lago antes de dejar que ese monstruo use mi vida
para robar la tuya. —Sacudió la cabeza—. Debería haberte dado ese
libro en el jardín. Debería haberte contado sobre las ciudades que
destruyó, los inocentes que asesinó... tu misma le habrías clavado un
cuchillo en la espalda.
Nahri retrocedió.
Nahri miró hacia otro lado; tenía que hacerlo, no podía soportar la
sinceridad en su rostro. Vio sus muñecas ensangrentadas aún atadas
en hierro. Él sobrevivirá a esto, se juró. Sin importar qué.
—Los ifrit no nos van a matar, Nahri —le aseguró—. Las cosas son
diferentes ahora. Estarás a salvo.
Ali miró a los soldados mientras el bote corría por el agua quieta
hacia las montañas oscuras.
Nahri se acercó a él.
—Lo hago.
Nahri retrocedió.
—No —susurró—. ¿Qué has…?
Oyó a Dara gruñir. Estaba en el otro extremo del bote, pero sacó
su arco en un abrir y cerrar de ojos, apuntando una flecha a la
garganta de Ali. Nahri no podía imaginar lo que estaba pensando.
Estaban completamente superados en número.
Jamshid lo agarró.
—¡Muntadhir, no lo hagas!
Dara se rio.
—Ella es tan inocente como yo, Dhiru. —Lo vio mirar a los otros
barcos también, pareciendo hacer el mismo cálculo que su hermano.
Ali vaciló.
—Nahri...
—¡No sé cómo!
Él la sacudió.
Nahri abordó el barco, trepó por los remos rotos y las cadenas de
ancla, mientras trataba con fuerza de no mirar la maldita agua que
brillaba debajo. Nunca había olvidado lo que Dara le había contado
sobre la trituración de carne de djinn.
Pero la carnicería en el trirreme le hizo olvidar el lago mortal. El
fuego lamió la cubierta de madera y arrastró los aparejos por la vela
negra. La línea de arqueros yacía donde habían caído, perforados con
docenas de flechas. Uno gritó por su madre mientras se agarraba el
estómago arruinado. Nahri dudó, pero sabía que no tenía tiempo que
perder. Tomó los cuerpos, tosiendo y agitando el humo lejos de su cara
mientras tropezaba con una pila de hule ensangrentada.
Ali no lo soltó.
—¡Akhi!
—Munta...
—¡Ali!
—Nahri, yo...
—Dara...
Él se paró.
Un látigo.
—No te dejaré.
Ella presionó la mano que sostenía el látigo.
—No te estoy pidiendo que lo hagas. —Dara miró hacia abajo, sus
ojos brillantes se encontraron con los suyos. Ella tomó el látigo de él—.
Pero necesitas dejar ir esto. Es suficiente.
—¿Z-Zaydi?
Mata al daeva.
El sello de Solimán.
Dara.
—¡No!
Separando el anillo.
Dara no emitió ningún sonido mientras caía. Ella podía jurar que
parecía mirar más allá de Ali, mirarla por última vez, pero no estaba
segura. Era difícil ver su rostro; se había vuelto tan tenue como el
humo, y había una mujer gritando en su oído.
La imagen del odiado Afshin fue barrida para ser reemplazada por
Daevabad. O lo que alguna vez fue Daevabad y ahora era poco más que
una ruina en llamas, rodeado por un lago evaporado y lleno de cenizas
de su gente. Su padre yacía asesinado en los escalones de mármol de la
corte real destrozada, y Muntadhir colgaba de una ventana rota. La
Ciudadela se derrumbó, enterrando a Wajed vivo y a todos los soldados
con los que había crecido. La ciudad ardió; las casas estallaron en
llamas y los niños gritaron.
¡No! Ali se retorció en las garras del lago, pero no había forma de
detener las terribles visiones.
Ali se rompió.
Mata al daeva.
—¿Qué me darás?
—Hecho.
—¡No soy un bebé! —El tío Wajed incluso le había dado un asta
para que la llevara y asustara a las serpientes. Los bebés no podrían
hacer eso.
Ali levantó los dedos y señaló el agua más cerca. Sonrió cuando
comenzó a bailar.
—No, Alizayd.
Lo apartó y jadeó.
Nisreen desapareció.
—¿Qué te ha pasado?
—¡No!
—¿Qué estás diciendo? —Ali tocó sus heridas—, ¿Crees que los
ifrit me hicieron esto? —jadeó—. Eso significa…
—No los ifrit, Zaydi —Muntadhir interrumpió en voz baja. Ali
observó cómo su hermano miraba a su padre, pero Ghassan no la
interrumpió—. Eso no es lo que vive en el lago.
—¿Qué?
Ghassan asintió.
Ali se sorprendió.
—¿Los marid nos ayudaron a tomar Daevabad de los Nahid? Pero
eso es absurdo. Eso es... Aborrecible. —se dio cuenta—. Eso sería...
Ali se estremeció.
Muntadhir resopló.
—¡Es la verdad!
—No importa por qué estuvo allí, Abba —dijo Muntadhir con
desdén—. Te dije que la protegería; está tan enamorado que ni siquiera
se da cuenta. Probablemente piensa que es inocente.
Algo metálico gimió sobre sus cabezas. Surgió una pequeña fuga.
El techo colapsó.
Relajó los hombros y giró las palmas hacia arriba para ofrecer sus
súplicas, pero su mente se quedó en blanco al ver sus manos. Aunque
sus heridas se estaban curando notablemente rápido, las cicatrices
permanecieron obstinadas, desvaneciéndose en líneas oscuras y
delgadas que se asemejaban tanto a los tatuajes del muerto Afshin que
le revolvió el estómago.
—¿Abba?
—Muntadhir te lo dijo.
Ghassan asintió.
—Sí —dijo Ghassan secamente—. Creo que eres capaz. Creo que
serías reacio, pero bastante capaz. —Hizo una pausa para mirarlo—.
Incluso ahora veo la ira en tus ojos. Puede que no encuentres el coraje
para desafiarme. Pero Muntadhir...
—No puedo —admitió el rey—. No puedo dar esa orden. Y por esa
debilidad, hijo mío, me disculpo. Se volvió para irse.
Ali había destruido su futuro para decir la verdad. Más vale que
significara algo.
—Siéntate.
—No fue él. —No había habido nada de Ali en el espectro de ojos
de aceite que subió a bordo del bote cantando en un idioma como la
brisa del mar—. Fue el marid. Probablemente lo obligaron...
Arrastró a Nahri por el sendero del jardín. Era un día feo; nubes
grises golpearon el cielo, y un viento helado trajo lluvia contra su rostro.
Apretó el chador a su alrededor y se estremeció, deseando poder
desaparecer en el.
Cruzaron el pabellón cubierto de lluvia hacia un pequeño
cenador de madera ubicado entre un jardín de hierbas silvestres y un
antiguo y extenso árbol de lila india. El rey estaba solo y parecía tan
sereno como siempre, su túnica negra y su turbante brillante un poco
húmedo.
Él despidió al soldado.
—Es mucho más creíble que Manizheh tuviera una hija secreta
escondida lejos en una ciudad humana distante. Una niña cuyo porte
sugeriría un pedigrí casi completamente humano... perdóname, ¿qué
dijimos que era? Ah, sí, una maldición para afectar tu apariencia. —El
rey apretó sus largos dedos—. Sí, yo vendo esa historia bastante bien.
Su confianza la sacudió.
—Porque no me importa.
—Así que no te molestará escucharlo. —Ghassan se recostó,
presionando sus manos juntas—. Hablemos de Qui-zi. Los
Tukharistanis fueron alguna vez tus antepasados, los sujetos más
leales, ya sabes. Firmes y pacíficos, dedicados al fuego culto… Con solo
una falla, intencionalmente infringieron la ley con respecto a los
humanos.
Golpeó su turbante.
Se tocó la barbilla.
Nahri retrocedió.
Él le soltó la muñeca.
—¿Qué quieres?
No, no impasible.
Desafiante.
Pero Kartir no hizo nada por el estilo. En cambio, juntó las yemas
de los dedos en la tradicional muestra de respeto Daeva, bajó la mirada
y se inclinó.
—No entiendo.
—Por supuesto.
Pero Kaveh no podía decir eso. Los cargos que quería lanzar a
Muntadhir probablemente terminarían con Kaveh siendo declarado
cómplice del Afshin y una de las flechas en la espalda de Jamshid
clavada en su corazón.
El hijo mayor de Ghassan al Qahtani era intocable: Kaveh y su
tribu habían aprendido demasiado bien cuán fríamente el rey trataba a
las personas que amenazaban a su familia.
Por favor, Creador, te lo ruego: deja que esto funcione. Kaveh dejó
el escalpelo en la punta del primer glifo giratorio. La carne marcada de
ébano siseó al tocar el hierro, la magia protestaba. Con el corazón
acelerado, Kaveh cortó una astilla de piel.
Sacudió su cabeza.
Él asintió en silencio.
Quemaría Daevabad.
—Si puedo llevarle el anillo… ¿de verdad crees que puede traerlo
de vuelta?
Continuará….
Agradecimientos de la autora