Está en la página 1de 206

La presente traducción fue posible gracias al trabajo

desinteresado de lectores como tú, es una traducción hecha


por fans para otros fans, por lo tanto, la traducción distará de
alguna hecha por una editorial profesional.

Este trabajo fue hecho sin fines de lucro, por lo cual nadie
obtiene un beneficio económico del mismo, por eso mismo te
instamos a que ayudes al autor comprando su obra original,
ya sea en formato electrónico, audiolibro, copia física e
incluso comprar la traducción oficial al español si es que
llega a salir.

También te instamos a no compartir capturas de pantalla


de nuestras traducciones en redes sociales o simplemente
subir nuestras traducciones en plataformas como Wattpad,
Ao3 y Scribd, al menos no hasta que haya salido una
traducción oficial por parte de alguna editorial al español,
esto para evitar problemas con las editoriales.

Las personas partícipes en esta traducción se deslindan


de cualquier acto malintencionado que se haga con la misma.

Gracias por leer y disfruta la lectura.


Desciende a la locura...

Clara pasó toda su vida luchando en los tribunales por los


oprimidos, los extraños, los abusados. Es natural que cuando
un hombre con orejas de conejo en la cabeza venga a verla,
no parpadee...

...hasta que abre un portal y la arrastra al País de las


Maravillas.

Pero este no es el mundo sobre el que ha leído en casa.


Este mundo ha sido retorcido, envenenado nada menos que
por la Reina Roja.

Hay una profecía, la única posibilidad de supervivencia


que tiene el País de las Maravillas. Se predice que Clara
derrotará al Pillo y reclamará el corazón del Sombrerero. Pero
hay un problema. El Sombrerero está loco y el País de las
Maravillas está lleno de horrores indescriptibles. La muerte
espera detrás de cada árbol. Si los Beezles no te atrapan, los
Bandersnatch lo harán.

¿Clara podrá abrazar la locura y su destino, o continuará


el reinado de la Reina Roja?

Este no es el país de las maravillas que conoces...

**Este es un retelling de terror y romance del País de las


Maravillas lleno de todas las criaturas y personajes que creías
conocer. Contiene gore, temas para adultos y un Sombrerero
sexy. Cada libro de la serie se puede leer de forma
independiente, aunque se sugiere leerlo en orden.

—Mad as a Hatter (Sons of Wonderland #1)


◊ aryancx ◊ Lixeto
◊ AS ◊ mCrosswalker
◊ Emma Bane ◊ Min
◊ Haze ◊ Nea
◊ LilyCarstair99 ◊ -Rompe Maldiciones-
◊ Lilu ◊ Roni Turner
◊ Liv

◊ BLACKTH➰RN ◊ Lyn♥
◊ Emma Bane ◊ Nea
◊ Haze ◊ -Patty
◊ Jeivi37 ◊ Roni Turner

◊ Banana_mou ◊ Jani LD ◊ jackytkat


◊ Mrs. Carstairs~
◊ Roni Turner
Prólogo Capítulo 14

Capítulo 1 Capítulo 15

Capítulo 2 Capítulo 16

Capítulo 3 Capítulo 17

Capítulo 4 Capítulo 18

Capítulo 5 Capítulo 19

Capítulo 6 Capítulo 20

Capítulo 7 Capítulo 21

Capítulo 8 Capítulo 22

Capítulo 9 Capítulo 23

Capítulo 10 Capítulo 24

Capítulo 11 Agradecimientos

Capítulo 12 Sobre la autora

Capítulo 13
Para mi esposo, mi Chiwwy, por escuchar
incansablemente todas mis locas ideas. Te amo.
Traducido por Liv
Corregido por -Patty
Editado por Roni Turner

—¡Se supone que tú eras mi amigo! —gritó Alicia—. ¡Se suponía que
estarías ahí para mí! ¿Dónde estabas Sombrerero? ¿Dónde estabas
cuando te necesité?

—Nosotros no lo sabíamos, Alicia —suplicó el sombrerero. Estaba


esposado a la pared, la sangre goteaba por sus brazos hasta su pecho
desnudo. Su sombrero y su largo abrigo le habían sido arrebatados en el
momento en el que Alicia ordenó que lo arrojaran a las mazmorras. Las
esposas estaban cubiertas de extraños símbolos, como los que
Sombrerero nunca había visto antes. Brillaban con el menor movimiento
y enviaban agujas de dolor a sus muñecas—. El tiempo se mueve de
manera diferente aquí. No es lineal. Podrías haberte ido ayer, o mañana
o un año antes. No hay forma de rastrearlo.

—Me fui hace veinticinco años —gruñó ella—. Tan pronto como dejé
el País de las Maravillas y empecé a escupir historias de flores parlantes
y conejos y Sombrereros, me arrojaron al asilo. Mis propios padres les
pagaron para que me llevaran por miedo y vergüenza. ¡Creyeron que
estaba loca! ¿Tienes una idea de lo que le hacen a la gente loca en mi
mundo?

—Por favor Alicia —intentó el Sombrerero de nuevo—. Éramos


amigos. Esto no es lo que quieres hacer.

Alicia sonrió, acercándose a él. Ella ignoró su comentario,


continuando como si nunca lo hubiera escuchado hablar.

—Tratamiento de electroshock. Lobotomías. ¿Sabías que cortaron mi


cerebro? Dijeron que arreglarían la parte que sufría de locura.
Pregúntame si funcionó. Pregúntame si grité y grité y grité. —Ira salía de
su voz, cubriendo cada palabra.

—Tú no eres mi Alicia —dice con voz ronca, su voz ya se estaba


debilitando. Lo que sea que estuviera en las esposas, estaba funcionando.

—Esto es exactamente lo que soy, lo que siempre estuve destinada a


ser. Los tratamientos no funcionaron. Solo me hicieron enfurecer.
Enfurecida con el doctor que me cortaba. Enfurecida con el País de las
Maravillas por mostrarse ante mí en primer lugar. Enfurecida contigo por
abandonarme. Ahora quiero ver si puedes morir, Sombrerero. —Ella
metió la mano en su pecho desnudo, sus garras se envolvieron alrededor
de su corazón que aún latía. El sombrerero gritó de agonía, sangre
goteando de la comisura de sus labios y fluyendo de donde su mano
todavía estaba acurrucada en su pecho.

—Alicia —balbuceó el Sombrerero, su cabeza se hundió en su pecho—


. Alicia. —Su voz era apenas un susurro. El dolor estaba apagando su
cuerpo.

—No —se burló, riendo maniáticamente mientras le arrancaba el


corazón por completo de la cavidad. Se lo llevó a los labios y lamió la
sangre, dejándola caer, bajando por su barbilla y sobre su pecho—. No
soy Alicia. Ya no. —Ella sonrió, una sonrisa trastornada, mientras
aplastaba el corazón en su mano—. Soy la Reina Roja.
Traducido por Liv
Corregido por -Patty
Editado por Roni Turner

—Así que, ¿cómo llegó a la investigación, Sr. Gregory? —le pregunto


al hombre que se mueve incómodo en el estrado de los testigos. Ha estado
mintiendo entre dientes desde el momento en que se sentó. Sé que estaba
mintiendo cuando sus ojos se movían de un lado a otro entre el acusado
y el techo. Lo había estado conduciendo a cavar un hoyo mucho más
grande del que había cavado.

—Am… —Está buscando en su mente la respuesta que le habían


dicho que memorizara. El pobre bastardo. Perdería su trabajo después
de todo esto, algo con lo que habría podido ayudarlo si él no hubiera
tratado intencionalmente de encubrir lo todo. Tal como está ahora, sería
una gran víctima del gran negocio como para que trabajara.

—Responda la pregunta por favor, Sr. Gregory —indica el juez,


mirando de cerca. Sostiene un bolígrafo en una mano, tomando notas,
sus gafas se deslizan a la punta de su nariz. Estoy bastante segura de
que el juez sabe lo que pasa. El jurado es otro caso. A algunos de ellos no
les importa de una forma o de otra, pero los que están invertidos en el
caso son a los que necesitamos ganar de nuestro lado.

Mis clientes lo han perdido todo, cuando la gran compañía, Industrias


Stanton, les había robado su idea. Todo el dinero que habían invertido se
fue por el desagüe. Habían perdido sus casas cuando no pudieron pagar
la hipoteca. Todo eso mientras Industrias Stanton estaba haciendo
billones de su programa y ni una vez, le dieron crédito a la pequeña
empresa de mis clientes, Jones Tech. No muchos abogados habrían
tomado el caso, considerando a Industrias Stanton demasiado poderosa
para enfrentarse a ellos. Sin embargo, yo no soy cualquier abogado.
—Alguien lo trajo a mi escritorio, uno de los desarrolladores. —
Cuando el Sr. Gregory finalmente habla, su voz se quiebra, gotas de sudor
caen de su frente.

—¿Cuál era el nombre de ese desarrollador? —pregunto.

—No lo sé. Hay demasiados nombres para recordarlos.

Reviso entre mis notas. Cada movimiento de página hace que el Sr.
Gregory se estremezca por el ruido, como si estuviera esquivando balas.

—Hay seis desarrolladores que podrían haber sido responsables de


llevarle la investigación a usted. Seis posibilidades. ¿No puede recordar
seis nombres, Sr. Gregory?

—No. —Está temblando visiblemente, ahora el sudor se está


acumulando y manchando las axilas de su camisa—. Soy malo con los
nombres.

—De acuerdo. ¿Qué tal si le muestro las fotografías de los seis


empleados? ¿Sería capaz de elegir al desarrollador de las fotografías?

—No. —Se tira de la corbata antes de jugar con los botones—. No vi


cual era.

—¿Entonces cómo sabe que fue uno de los desarrolladores? ¿No pudo
haber sido el Sr. Stanton, el acusado, quien dejó la investigación en su
escritorio?

—No lo sé.

—¿No fue el Sr. Stanton quién le insistió que saliera con el programa
lo más pronto posible, incitándole a evitar los procedimientos normales?

—No lo sé.

—¿Qué es lo que sí sabe, Sr. Gregory? —pregunto, mi voz fría. No


tengo ningún respeto por las personas que se sientan en silencio y
pretenden que las cosas malas no han sucedido. Él podría haberse
levantado, reportado el robo a alguien y habría sido protegido por ello.
Ahora se hundirá con el embarque.

—Solo sé que alguien dejó la investigación en mi escritorio, así que


manejé el lanzamiento. No robamos ninguna idea. Había sido algo en lo
que nuestra compañía había estado trabajando durante un tiempo. El
lanzamiento no tiene nada que ver con la pequeña empresa. Solo estaba
haciendo mi trabajo.

—¿En serio? —Sonreí—. ¿No sabía que la idea había sido robada?

—No.

Me giro hacia el jurado, ojeando mis notas otra vez.

—Su señoría, me gustaría llamar la atención del jurado, evidencia


número cincuenta y tres.

Hay un cambio visible en el tribunal, todos curiosos ante la evidencia


que presentaría. Saco un estéreo portátil, con un dispositivo de grabación
conectado. La evidencia había sido añadida esta mañana, difícilmente
hubo tiempo suficiente para que la defensa encontrara la forma de
desacreditarla. Las voces comienzan a llenar la sala cuando el trabajador
de la Corte reproduce el audio.

—Lo saben. Saben que tomamos la idea. Saben sobre nosotros. ¿Qué
vamos a hacer?

—Nada. No haremos nada. Nadie se atrevería a desafiarnos. —La


segunda voz encaja con la del acusado y es baja y brusca, hablando en
susurros.

—¿Y si ellos lo hacen? Saben que tomamos la investigación y la


lanzamos antes de que pudieran actuar. Oh, Dios. Lo van a saber. Voy a
perderlo todo.

—Que te crezcan un par, Jhon. No digas nada y estarás a salvo.


Protegemos a los nuestros.

La grabación se detiene, y encuentro los ojos asustados de Jhon


Gregory. El jurado está murmurando. Hay charla en la sala del tribunal,
la emoción extendiéndose. Las personas siempre aman un buen show y
no soy nada más que complaciente.

—¿Le gustaría cambiar su declaración? —pregunto con calma,


luchando contra la necesidad de curvar mis labios ante su incomodidad.

Está en silencio por un momento, claramente intentado descifrar qué


decir. Su mirada gira por toda la habitación salvajemente, buscando
ayuda. Cuando no hay nada, se pone de pie rápidamente, señalando con
su dedo a Malcolm Stanton, el hombre detrás de la operación, el acusado.
El hombre al que mis clientes están demandando. El Sr. Stanton se había
ofrecido primeramente a comprar a mis clientes, pero cuando se negaron,
sabiendo que tenían una buena idea en sus manos, Stanton había
tomado la investigación aun así, robando cualquier esperanza de éxito de
ellos.

—¡Él me hizo hacerlo! ¡No tuve opción!

El tribunal explota en caos cuando todos comienzan a hablar a la vez.


El juez golpea su mazo, el TUNTUNTUN hace eco a través de la
habitación, pero nadie está escuchando.

—¡Orden! —grita él. Nadie se detiene, puesto que están demasiado


entusiasmados con la admisión.

Tomo el asiento al lado de mi cliente con una amplia sonrisa en mi


rostro mientras miro a Malcolm Stanton. Él me había amenazado cuando
accedí por primera vez a tomar el caso, diciéndome que se aseguraría a
que nunca volviera a trabajar. Pero sobrevaloró la cantidad de personas
que habían sido perjudicadas por un conglomerado. Vi a mi padre perder
los ahorros de toda su vida cuando una gran compañía le robó su invento.
Fue un despertar para mí cuando era niña. Vi a abogado tras abogado
rechazarlo, diciéndole que no tenía oportunidad de ganar y que era un
caso inútil. Cuando nadie estuvo de acuerdo, decidí mi carrera. Ahora
lucho por los desvalidos, por los que todos los demás están demasiado
asustados para representar.

Mis clientes, un dulce matrimonio, se habían esforzado mucho para


diseñar el programa que les habían quitado en las narices. Todo porque
alguien en quien confiaban había hablado de ello con la persona
equivocada. Ellos tenían tres niños en casa que alimentar. A la compañía
Stanton no le importaba eso, solo veían el programa por la joya que era.
Así que, la robaron, sin esperar ninguna represión por sus acciones. Las
personas como él me enferman.

El juez finalmente logra que todos se calmen antes de que comience


a relajar la sala del tribunal.

—¿Tiene alguna otra pregunta, Srta. Ortega? —me pregunta el juez.

La sonrisa sigue en mi rostro.

—No, su Señoría.
—Entonces el jurado discutirá la evidencia, y ustedes pueden esperar
a ser llamados cuando ellos hayan tomado una decisión.

Todos en el tribunal se levantan al mismo tiempo, encaminándose


fuera de la habitación. Sonrío gentilmente a mis clientes para
tranquilizarlos mientras salen y me dirijo al mostrador de café. Tenía una
sería dependencia a la cafeína desde que mi patrón de sueño está
estropeado por las altas cargas de trabajo. El caso había sido uno difícil,
solo por encontrar la evidencia lo suficientemente fuerte para probar la
negligencia que se había intentado. Y luego nos topamos con la cinta.
Uno de los otros empleados de la corporación se había enterado que el
programa había sido robado. Había hecho todo lo posible para obtener la
evidencia para nosotros, dándonos la pieza final del rompecabezas que
necesitábamos, una confesión de la intención y participación de Stanton.
La mujer había permanecido anónima por una buena razón, pero el
matrimonio le dijo que ya tenía trabajo siempre y cuando lo quisiera en
su compañía. Cualquier mujer con las agallas para tomarla contra la
corporación Stanton y la moral para saber lo que hace, es una mujer que
quieren en su equipo. Recibí la noticia anónima de que la mujer ya había
aceptado.

—Eres persistente. Te concedo eso. —La voz me interrumpe mientras


tomo mi café de la barista. Echo veinte centavos en el tarro de propina,
compartiendo mi buen humor.

No levanto la vista después de agregar crema y azúcar por unos


momentos, concentrándome en la tarea. Finalmente, me encuentro con
los ojos de Malcolm Stanton.

—¿No tienes mejores lugares donde estar? ¿Ir a lamer tus heridas a
algún lugar? —pregunto, mi voz entre la indiferencia y el aburrimiento.

—Aún no has ganado.

Sonrío ampliamente, pero no digo nada más. Sus ojos se llenan de


furia mientras tomo un sorbo de mi café y me alejo. Hombres como él
odian ser ignorados. También odian ser revelados como los villanos.
Tendría que cuidarme la espalda después de este caso.

Cuando somos llamados de vuelta a la sala del tribunal, tomo mi


asiento al lado de mis clientes, barajando los papeles que tengo frente a
mí. Siempre había la posibilidad de que el jurado quisiera más
información.
Un miembro del jurado se levanta de su silla mientras todos los
demás se sientan, con un papel en su mano.

—Por favor, lea el veredicto —indica el juez. Toda la sala contiene la


respiración, incluyéndome a mí. No importa cuántas veces haga esto, aún
dejo de respirar, la tensión es lo suficientemente gruesa para cortarse.

La mujer asiente y baja la mirada al papel.

—Nosotros, el jurado, encontramos a Malcolm Stanton, culpable. —


Deja de hablar cuando los murmullos extasiados llenan la sala. Existen
muchas personas a las que les gusta ver la caída de las grandes
corporaciones.

El juez golpea su mazo y todos guardan silencio otra vez.

—¿Y el jurado tiene sugerencias?

—Sí, nos gustaría recomendar que el ochenta y cinco por ciento de


los ingresos del programa se pague a los demandantes en su totalidad.
Que el quince por ciento permanezca en la empresa del acusado, para los
empleados que no participaron en el robo.

—Sus recomendaciones son aceptadas. —El juez asiente con la


cabeza, complacido con el castigo—. Malcolm Stanton, se le acusará de
fraude y robo. Los procedimientos judiciales futuros determinarán el
grado de aplazamiento de la corte de crímenes. —El juez golpea con su
mazo.

Mis clientes saltan de sus asientos, la esposa me rodea con los brazos
y las lágrimas corren por sus mejillas. La sala del tribunal es una
cacofonía de sonidos, mis oídos zumban por los gritos de alegría y
sorpresa. Malcolm Stanton me mira mientras su abogado se apresura a
buscar, tratando de encontrar algo, cualquier cosa para usar. Una
objeción para, probablemente pedir un nuevo juicio, lo que no es raro en
casos como estos. Pero el veredicto es sólido. Cuando el juez firma la
entrada en vigor, los vítores triplican su volumen.

Me doy la vuelta cuando me atraen en otro abrazo, mis ojos miran a


las personas que salen de la sala del tribunal. Hay un hombre sentado
en los bancos, el único que no se está moviendo, sus ojos fijos en
mí. Tiene el pelo rubio rizado hasta la barbilla, el color tan claro, es casi
blanco. Lleva un traje que parece fuera de lugar, como si fuera de una
época diferente. Echa un vistazo a un reloj antes de mirarme a los ojos.
Esta vez, miro fijamente. Sobre su cabeza, clara como el día, hay dos
orejas de conejo blancas. Se mueven, una de ellas dejándose caer en la
linda forma en que lo hacen los conejitos. Parpadeo con incredulidad.

¿Qué estaba haciendo un tipo con orejas de conejo en un tribunal?

Cuando abro los ojos nuevamente, el hombre ya no está, no hay


ninguna señal de que hubiese estado ahí. Lo olvido cuando el juez me
llama para que firme.
Traducido por Liv
Corregido por -Patty
Editado por Roni Turner

Estoy corriendo, rápido a través de un fosforescente bosque. Los


colores son brillantes, pulsando a un ritmo que no puedo escuchar,
llevándome a un lugar donde nunca había estado. Los hongos se abren
paso aquí y allá, gigantes bestias que se elevan sobre mí y parecen estar
tratando de alcanzar algo. Tal vez están intentando alcanzarme a mí, con
grandes bocas abiertas que se abren en sus tallos. Algo salpica mi rostro
y lo limpio. Espero agua, el inicio de una tormenta. En su lugar, mi mano
está manchada de rojo. Levanto la mirada y deseo no haberlo hecho.
Cuerpos, balanceándose, goteando, docenas. No tengo idea de dónde
estoy, de qué estoy corriendo, pero continúo. Ignoro la humedad que
comienza a cubrir mi piel. No quiero saber.

La risa resuena a través de los árboles, alcanzándome mientras


tropiezo con raíces que parecen levantarse mientras salto sobre ellas. Sigue
corriendo, me grito a mí mismo. La risa resuena de nuevo, más cerca. Esta
vez, es difícil pasar por alto la amenaza en esa risa, el peligro. Este es un
juego, nada más. Soy el ratón, pero ¿quién es el gato?

Rompo a través de la línea de árboles, tropezando por lo repentino de


las ramas ya sin rasgar mi ropa. Miro hacia abajo al lujoso vestido que
nunca había utilizado antes, el púrpura brillante y fluido. Estoy rasgado
donde las ramas se han atorado con el material, con la falda prácticamente
en jirones. Frente a mí está el hombre de la sala del tribunal, el hombre
con las orejas de conejo, parado, con su rostro solemne. Levanta el brazo
y toca el reloj de su muñeca. El simple tintineo, tik-tik, a través del claro,
hace eco y me hace estremecer cada vez que llega a mis oídos. El miedo se
desliza por su rostro cuando la risa viene de nuevo. Su fuente, justo detrás
de mí. Me giro.
Me disparo erguida en mi cama, jadeando por aire, el miedo todavía
me pone la piel de gallina a lo largo de mis brazos. Mi cuerpo está
húmedo, mi cabello mojado por el sudor. Lo alejo de mi rostro, trabajando
para estabilizar mi corazón. Que sueño tan extraño tuve, pienso,
tomando respiraciones profundas.

Gracias al estrambótico funcionamiento de mi mente, mi día


comienza con la sensación de que algo está mal. Las cosas están fuera
de lugar, como si toda mi vida se hubiese movido un centímetro a la
derecha. Casi imperceptible, pero suficiente como para volverme loca. Me
toma más alistarme, mi cabello, normalmente domesticado, se niega
a alisarse así que lo dejo ondulado. Mi tacón se rompe después
de apenas ponerme los zapatos, mi par favorito. Casi salgo de mi
apartamento sin mi maletín, después tengp que regresar de nuevo porque
realmente había olvidado mi teléfono. En la boutique cafetería cara a la
vuelta de la esquina, pido un Venti en lugar de mi habitual, Tall. Hoy es
el tipo de día de extra de cafeína.

Entro en la oficina de abogados utilitarios, café en mano y mis


empleados estallan en vítores. Alguien silba. Una sonrisa genuina cruza
mi rostro. Mis empleados lo son todo para mí. Yo solo soy la cara y la
experiencia, nada más. Mis empleados son la columna vertebral.

Casi tengo treinta y cuatro, prácticamente un bebé en el mundo legal,


pero eso no me detuvo de hacerme un nombre. Ya tengo una reputación,
la que lucha por aquellos por los que nadie más luchaba, y estoy
malditamente orgullosa de ello. Sé que mi padre hubiese estado orgulloso
al verme ahora. Desearía que hubiera podido vivir lo suficiente.

Antes de graduarme con mi título de abogada, un derrame cerebral le


cobró la vida. Fue un difícil semestre final. Uno que creí que no lograría.

Paso al grupo de empleados, estrechándoles las manos y


agradeciéndoles. Hago una nota mental para encontrarme y reunirme
con finanzas mientras hago una pequeña charla y acepto las
felicitaciones. Estas personas se merecen bonificaciones por todo su
arduo trabajo. Solía estar en sus zapatos, trabajando para un abogado,
acumulando las horas que necesitaba para llegar a donde estoy ahora.
Había trabajado para un hombre que aún era importante en el mundo
legal. De hecho, me enfrenté a él a menudo, ya que siempre parecía
representar a las grandes corporaciones. Es un completo idiota. Cuando
trabajaba para él, pensó que le había dado el poder de agarrar mi trasero
cuando quisiera. El día que salí de ese bufete de abogados con mi último
cheque, fue uno de los momentos más empoderantes de mi vida. Lo había
engañado al salir. Aún podía ver la indignación en su rostro mientras lo
hacía. El pensamiento me hacía sonreír ampliamente, como usualmente
lo hacía. Quiero que mis empleados sepan que son personas, no ganado
o esclavos. Son mucho más que solo trabajadores.

Mientras camino hacia mí oficina, mi asistente personal se acerca y


comienza a enlistar mis deberes del día. Jessica era un poco nueva en la
oficina, pero hace un trabajo malditamente bueno. Espero poder
mantenerla alrededor el mayor tiempo posible, pero actualmente tiene
cinco meses de embarazo. Ya temo que esté de baja por maternidad, pero
estoy emocionada por ella a partes iguales. Es su primer hijo, una
pequeña niña. No puedo esperar para conocerla.

—Oh —dice Jessica mientras toma asiento en mi escritorio—.


También tienes una nueva consulta a las tres. Con Alastair White.

Arrugué las cejas.

—No suena familiar. ¿Ya he hablado con él por teléfono?

—No estoy segura. Solo llamó y dijo que necesitaba programar una
consulta. Imagino que traerá un nuevo caso.

Asiento con la cabeza, revolviendo los papeles en mi escritorio.

—Gracias, Jessica.

Tengo mucho papeleo que hacer antes de tener que realizar las
numerosas llamadas telefónicas que debo hacer cada día. La tarde está
llena de citas. El esposo y esposa del caso del día anterior quieren venir
y discutir algunas de las acciones que querían tomar para protegerse a
sí mismos en el futuro. Son lindas personas. Tengo algunos casos en
marcha con citas y reuniones con un oficial de precinto.

Me entierro en mi trabajo. Dedico el día a preparar formularios para


los próximos casos, asignar tareas a mis empleados y programar varias
reuniones. Estoy tan metida en mi trabajo que, antes de saberlo, son las
tres de la tarde y Jessica asoma la cabeza para anunciar que el Sr. White
ha llegado.

—Hazlo pasar —respondo, poniendo mi papeleo a un lado. Siempre


les doy a mis clientes mi completa atención. Lo máximo que hago, es
tomar notas, escribiendo lo que sea que considere importante.
Cuando el hombre entra a la oficina, ajustando su chaqueta, tengo
que darle un segundo vistazo. Es el mismo hombre de la sala del tribunal,
el mismo hombre que había jugado un papel en mi extraño sueño. No
tiene orejas de conejo esta vez, y me alivia saber que las ha dejado en
casa. Tengo todo tipo de personas en mi oficina, pero uno peludo es
nuevo.

—Sr. White, no creo que nos hayamos conocido antes. —Me levanto
de mi asiento y rodeo el escritorio para estrechar su mano. Dudo un
momento antes de colocar gentilmente sus dedos en los míos. Un
hormigueo sube por mi brazo, no del todo agradable. Un dolor comienza
en mis huesos, como si hubiese algo urgente de lo que me estuviese
olvidando. Es rápido, pasa tan rápido como llega, antes de que se alejara
y tomara asiento. Hago lo mismo y tomo mi pluma.

—Entonces, Sr. White, ¿qué lo trae a mi oficina? —pregunto.

Él sonríe y me sorprende su belleza. También hay algo más, algo


peligroso, pero no puedo decir el qué. Tal vez son sus ojos, el brillo en
ellos insinuando algo nefasto.

—Clara Ortega —comienza, su voz en tenor suave—. Me temo que


vengo en circunstancias extremas.

—¿Ya se ha abierto un caso judicial? ¿Han atrapado a alguien?

—No, las cosas apenas están comenzando. Los engranajes apenas


comienzan a ponerse en movimiento. Pero me temo que es ahora o nunca
—responde—. Te necesitamos desesperadamente.

—Explíqueme la situación —escribo “RÁPIDO” en mis notas. Si la


situación es como dice, todo necesita ser planeado rápidamente. Este tipo
de casos son brutales.

—Hay una Reina que ha tomado el control —comienza. Mantengo mi


rostro neutral. No es inusual en mis clientes el exagerar cuando se trata
de aquellos que les han hecho daño. Aunque, “Reina” definitivamente es
nuevo. La mayoría de veces recibo maldiciones o “Demonio” u otras cosas
por el estilo. A las personas les gustaba tejer sus historias en cuentos
épicos. Creía que hacer eso les hacía sentir más fuertes—. Ella está
asfixiando a nuestra gente, matándola, arruinándola y llevándose todo
para ella. Estamos a su merced y no podemos enfrentarla. Así que te
necesitamos para poner el plan en marcha y acabar con ella.
En mi papel escribo, “malversación, amenazas y hostigamiento”. Esto
suena como a un asqueroso CEO. Las cosas tendrían que ser manejadas
delicadamente.

—Está abusando de su poder —aclaro, sin dejar de escribir en mi


papel—. Drenando la empresa, a los empleados. ¿Qué tan grande es la
compañía?

—Masiva —replica White—. El valor de todo un mundo.

Escribo “internacional” antes de dejar la pluma y entrelazar mis


dedos.

—No le voy a mentir, Sr. White. Este tipo de casos son difíciles,
especialmente sin pruebas. Tendremos que movernos rápido antes de
que los rumores se esparzan. Las palabras viajan rápido en el mundo de
los negocios.

—Lo entiendo. —Asiente con la cabeza.

—Primero lo primero, necesitamos pruebas. Cualquier documento


que muestre malversación, hostigamiento, abuso, cualquier cosa fuera
de lo natural. Si hay alguien el departamento de RR.HH. dispuesto a
obtener documentos, esa es una forma segura de hacerlo.

Tomo la pluma de nuevo y anoto las cosas que está diciendo, haciendo
un seguimiento. Siempre me gusta recordar lo que les digo a mis clientes.

—Puedo conseguirte las pruebas —dice él.

—Perfecto. —No pedimos nada de dinero hasta que el caso se haya


ganado. Si no ganas, los honorarios judiciales serán pagados en su
totalidad por nosotros. Solo tomamos el quince por ciento de su parte. La
mayor parte va hacia mis empleados y a la corte.

Levanto mi mirada de las notas hasta sus ojos, y mis ojos se abren.
Parpadeo y ahí están. Las orejas de conejo están tan claras como el día
en su cabeza. Miro alrededor por un momento, esperando que alguien me
esté jugando una broma. Tal vez mis empleados están jugando una
broma en celebración. Espero a que alguien salte y diga “¡Te tengo!”.
Nadie lo hace. Lo miro de nuevo. Hay una pequeña sonrisa curvando sus
labios.

—¿Hay algo mal? —pregunta.


—Eh, no. En absoluto. ¿Cuándo podría conseguir los documentos
para mí, Sr. White? Me gustaría comenzar a preparar a mi equipo para
este caso tan pronto como sea posible.

Lo estaba mirando detenidamente, intentando ignorar las orejas que


se estaban moviendo y torciendo en su cabeza, algo que nunca había
visto hacer en orejas falsas. Mis ojos siguen vagando hacia ellas.

—Me encargaré de todo —dice él, mirando al reloj de su muñeca. Le


echo un rápido vistazo; es intrincado, los engranajes en movimiento son
evidentes a través de la esfera del reloj antes de que lo esconda debajo de
la manga nuevamente—. Ahora debo irme, llego tarde a un asunto
importante.

—Espere, necesito su información de contacto. —Él se levanta


mientras hablaba. Lo imito, poniéndome de pie y caminando hacia la
puerta de mi escritorio con él a mi lado.

Él saca una tarjeta de su chaqueta y me la tiende. Una vez más, estoy


sorprendida por el anticuado traje. Lleva un chaleco y un pañuelo en la
solapa. Debe estar en todo el asunto del avivamiento vintage. Veo a
hipsters todo el tiempo, usando cosas como estas. Quizás también lleva
consigo una máquina de escribir en su tiempo libre, negándose a usar
una computadora. Miro la carta que está en mi mano, volteándola hacía
atrás y hacía adelante. No hay nada en el frente además de la silueta
plateada de un conejo.

—Esto no tiene… —comienzo, pero cuando levanto la mirada, el Sr.


White se había ido. Miro alrededor de la oficina, buscando esas orejas de
conejo en su cabeza, pero es como si se hubiera desvanecido por
completo, justo como lo hizo en la sala del tribunal. El ascensor suena y
las puertas se abren, pero no hay nadie dentro ni esperando. Observo,
extrañada, mientras las puertas se cierran y los números comienzan a
contar hasta uno.

—Jessica —llamo desde mi puerta. Ella me mira desde su escritorio


donde ha estado clasificando papeles—. Cuando tengas tiempo, ¿podrías
traerme otro café, por favor?

Aparentemente, voy a necesitarlo.


Miro al reloj en mi escritorio y suspiro. Otra larga noche. Es cerca de
media noche cuando empaco mi papeleo y cierro mi maletín. El resto de
mis empleados se han ido hace horas, hablando conmigo antes de
hacerlo. Me he quedado para terminar los papeles de la corte del último
caso. Miro la canasta gigante de frutas y chocolate que está en el suelo y
sonrío. El matrimonio apareció hoy, extasiados y de buen humor, como
deberían estarlo. Nunca sería capaz de comer tanta fruta. Planeo llevarla
a la cocina de la oficina y que todos tomen. Aunque ya había llevado algo
de chocolate. No puedo dejar que esto se desperdicie.

Me estiro mientras me levanto de la silla, mis articulaciones resuenan


de estar sentada en la misma posición durante tanto tiempo. Realmente
necesito obtener una de esas elegantes sillas que soportan tu espalda
mucho mejor. Dios sabe que paso demasiado tiempo en ella.

Apago las luces de la oficina mientras me voy, dejando el gran espacio


casi en total oscuridad. Las luces del pasillo permanecen encendidas,
enviando rayos directos de luz en la penumbra. Le da a la habitación una
sensación aterradora, como si me llamaran a la oscuridad. Sacudo la
cabeza para alejar el pensamiento y me adentro en el elevador.

En el vestíbulo, Gerald, el guardia nocturno, me saluda mientras mis


zapatos chocan contra el mármol. El sonido hace eco, añadiéndose a la
vibra siniestra que parece estar siguiéndome.

—¿Necesita que lo acompañe hasta su auto, Srta. Ortega? —


pregunta, sus ojos mirando la calle sospechosamente.

—No, gracias Gerald. Estaré bien. Nos vemos mañana —respondo,


dejando el edificio doblando hacia la izquierda. El estacionamiento de
empleados está en el garaje. Pero el edificio le da a cada compañía un
lugar de estacionamiento asignado alrededor del edificio. Es donde
estaciono mi Jaguar. Por supuesto, no siempre está tan oscuro cuando
estaciono aquí. Hago otra nota mental para decirle al jefe del edificio que
hay que poner luces alrededor del área del estacionamiento. En este
momento, no hay iluminación alguna. Si fuera cualquier otra mujer,
estaría preocupada, pero tomo unas clases de defensa personal de vez en
cuando. La única manera en la que alguien podría atraparme por
sorpresa sería si dispararan primero. Aparentemente, las posibilidades
para eso son bastante bajas para una mujer. Nosotras tenemos todas las
preocupaciones extras además de ser robadas.

Saco las llaves de mi maletín, tintinean fuerte en el silencio y me


maldigo por no haberlas sacado antes mientras estaba adentro. Regla
número uno de defensa personal: no te quedes ahí buscando en tu bolso.
No te distraigas. Levanto la mirada cuando hay un sonido por la calle,
atrapando mi atención. Al principio, no veo nada, pero un destello de
blanco capta mi atención. Estrecho los ojos intentando obtener un mejor
vistazo de una sombra que apenas puedo ver cuando mi vista parece
agudizarse. El Sr. White está parado al otro lado de la calle, parado sin
ninguna preocupación en el mundo a pesar de que todo a su alrededor
es oscuro y sórdido. Recordando que necesito su número de teléfono,
ondeo mi brazo para captar su atención.

—Sr. White —llamo, mi voz haciendo eco.

Él se gira para mirarme antes de comenzar a alejarse, sus pasos


lentos y perezosos. Esas orejas de conejo se contraen a un ritmo más
rápido. Si fuese una broma, debería haberse quitado esas cosas para
estas alturas. Tengo que asumir que es una peculiaridad rara que tiene.

—Espere —grito, bajando de la acera y corriendo tras él. Tal vez no


me había reconocido. Cruzo la calle abandonada, caminando tras él, el
golpe de mis talones lleno de propósito. Quizás estoy diez metros detrás
de él cuando se gira hacia un callejón oscuro. Hago una pausa en la
entrada, dudando. Todo en mi me grita que no vaya tras él, no tras un
hombre que apenas conozco dentro de un callejón oscuro, especialmente
alguien tan raro como Alastair White.

—Sr.White. —Incluso puedo escuchar la tensión en mi voz, el hilo


nervioso—. Realmente necesito su número de teléfono, así podremos
empezar a trabajar en su caso. Apreciaría si usted saliera del callejón…

Algo se agita en la oscuridad, y me obligo a mantenerme firme


mientras el Sr. White aparece en la oscuridad, sus orejas blancas como
un faro.

—Srta. Ortega —dice, arrastrando las palabras, su voz adquiriendo


un toso siniestro que no había escuchado antes.
No está vestido en su traje completo ya, solo utilizaba el chaleco verde
sin camisa debajo. Sus brazos son musculosos, tonificados, y aparto la
mirada cuando me doy cuenta de que está observando. Aunque en lugar
de mirar sus ojos, mi mirada aterriza en sus orejas aún en su cabeza.

—Tenemos que deshacernos de la Reina —dice Sr. White, dando un


paso adelante.

—Correcto. —Doy medio paso hacia atrás con cautela—. Su tarjeta


no tiene número de teléfono. Lo necesito si vamos a estar trabajando
juntos.

—¿Entonces está de acuerdo con que necesita ser detenida? —


pregunta, inclinando la cabeza a un lado.

—Por su puesto. Pero como dije, necesitamos trabajar rápido.

Al parecer, tomando una decisión, el Sr. White extiende su mano para


tomar la tarjeta, y suelto un suspiro de alivio. El cabello de la parte
trasera de mi nuca se eriza mientras nuestras manos se acercan. Espero
a que el saque un bolígrafo de algún lugar y estoy preparada para
ofrecerle uno si lo necesita. Siempre tengo bolígrafos en mi maletín. Lo
que no esperaba era que respirare sobre la silueta de conejo y la tire al
suelo. Estoy por preguntarle qué demonios está haciendo, pero antes de
que pueda, una luz brillante aparece en el hormigón, frente a mí. El suelo
se abrie. Un vórtice giratorio de colores que recoge la basura y los
escombros en el callejón, se dispara al aire. Mi cabello vuela alrededor de
mi cara, atrapándose en mi lápiz labial. Un silbido llena el pasillo, del
tipo que te advierte de un tornado. Estoy tan desconcertada que apenas
reacciono. Ni siquiera retrocedo al principio, curiosa sobre lo que está
pasando.

—¿Qué demonios? —murmuro, volviendo a mis sentidos y tratando


de retroceder de lo que se parece mucho a los portales que veo en los
programas de ciencia ficción de la televisión nocturna.

Caigo de espaldas, mis talones se enganchan en el pavimento, y me


doy un fuerte golpe. No me impide intentar escapar, pero es inútil. El
silbido se hace más fuerte y siento que el vórtice tira de mí, como si me
estuviera chupando dentro de su gravedad. Grito mientras me empujan
hacia atrás y hacia el portal. Mis dedos se aferran al borde justo antes de
entrar por completo, el asfalto se clava en mis palmas, y sé que mis
manos tendrán cortes por todas partes. Trato de salir adelante, usando
toda la fuerza que tengo, pero no sirve de nada. White me mira fijamente
mientras mis dedos se deslizan por el borde, y luego caigo, caigo, caigo.
Grito, mi estómago da un vuelco ante la sensación.

Veo al Sr. White saltar detrás de mí, una sonrisa en su rostro,


disfrutando de esto demasiado.

—¡Vamos a matar a la Reina! —grita.

El portal se cierra detrás de él. No hay nada más que oscuridad.


Traducido por Liv
Corregido por -Patty
Editado por Roni Turner

Parpadeo, abriendo los ojos lentamente y luego inmediatamente los


cierro de golpe cuando la luz dispara dolor a través de mi cráneo.

—Literalmente, ¿qué demonios? —murmuro, frotándome la frente.

El dolor penetrante finalmente se desvanece y puedo abrir los ojos.


Desearía no haberlo hecho. No tengo idea de dónde estoy, pero seguro
que no es ningún lugar en el que he estado antes. Pánico se esparce a
través de mí, pero lo empujo. Ahora no es el momento para perder la
cabeza.

Hago una inspección de mi entorno. Estoy tendida en un suelo de


baldosas frías, como si me hubieran abandonado aquí y me hubieran
olvidado. Me duele el cuerpo y me reviso, moviendo los dedos de los pies
y las manos, moviéndome. No encontrando nada roto o con un dolor
grave, me siento, aliviada de ver que mi vestido y zapatos aún siguen
puestos. Nada como estar en una situación desconocida desnuda.
Maldigo el hecho de haber dejado mi chaqueta en el respaldo de la silla
en mi oficina. Hubiera sido útil contra el frío que se filtra en mis huesos
desde el azulejo.

Miro a la habitación en la que estoy, teniendo que entrecerrar los ojos


para enfocarme realmente. La habitación entera está hecha con
diamantes blancos y negros, del suelo al techo, pero está distorsionada,
como si alguien metiera el dedo y la girara. Aparto la mirada cuando el
dolor de cabeza aparece de nuevo por el esfuerzo de enfocar demasiado.
La habitación es trippy1.

Lo que puedo decir, es que el área es cuadrada, aunque asignarle una


forma se siente mal. Parece cambiar entre formas, dependiendo del
ángulo desde el que se mire. En los muros hay diversas puertas, de
diferentes tamaños y colores. Levantándome lentamente, me cepillo y me
acerco a la puerta más cercana a mí, una real, de tamaño real. Tomo la
perilla y giro, molesta al encontrarla bloqueada. Me muevo a la siguiente,
esta es tan gigante que tengo que pararme de puntillas para alcanzar el
mango e intentarlo de nuevo. Lo mismo. Frustrada, doy vueltas en toda
la habitación, intentando con cada perilla, incluso la más pequeña en la
que dudo que incluso mi mano pueda entrar. Grito de frustración cuando
lo mismo sucede con la última. Estoy encerrada en una habitación sin
salida. El dolor de cabeza regresa con toda su fuerza.

Giro, preparándome para gritar de furia, cuando noto pequeña mesa


en el centro de la habitación. Está completamente sola y me pregunto
cómo no la había notado antes.

Olvidando momentáneamente las puertas, cruzo la habitación, mis


tacones resonando, clack, clack, clack a través del azulejo. En la mesa,
hay una taza de té en un platillo, con un líquido púrpura dentro, con las
palabras “bébeme” en una placa. Al lado, hay una pieza de dulce con una
etiqueta, “cómeme”.

—Tienes que estar bromeando —digo en voz alta, mirando alrededor


de la habitación de nuevo. Obviamente he sido secuestrada por algunos
enfermos. Eso o me golpearon en la cabeza y actualmente estoy perdida
en una especie de sueño retorcido—. ¿Hola? —llamo, buscando por
cámaras alrededor. No veo ninguna, pero eso no significaba que no haya
alguna. Si he sido secuestrada, este tipo de personas se divertirían
grabando la acción. Nadie me responde, así que quizás estoy soñando.
Me rehúso a creer que he muerto y estoy en alguna parte del limbo.

Regreso mi atención a la mesa y veo una pequeña llave, una que casi
se mezcla con el mantel. Es ahí cuando realmente tomo nota del material.
Me inclino más cerca para inspeccionarlo. El olor me golpea un poco, un
aroma rancio, podrido, que hace que se me encrespen los vellos de la

1N. del T. Trippy hace referencia a cuando tomas alguna droga y ves las cosas
distorsionadas, sería como estar drogado.
nariz y que se me revuelva el estómago. Me estiro y toco el paño
ligeramente con la punta de mi dedo. El material es suave, una especie
de silicona esponjosa.

Me aparto con horror, dándome cuenta de lo único que podría ser.

—¿Qué carajo?

Corro a una de las puertas de nuevo y comienzo a tirar de ella tan


fuerte como puedo. Es inútil, ni si quiera se mueve, pero estoy
desesperada. Estoy empujando tan fuerte, mis hombros se revientan con
cada tirón, amenazando con dislocarse.

—¡Déjenme salir! ¡Déjenme salir!

Dándome cuenta de que es inútil, me giro y coloco mi espalda contra


la puerta, respirando fuertemente. No soy estúpida. Las similitudes con
lo que me está pasando y lo que le pasó a Alicia en el País de las
Maravillas en el libro que mi mamá me compró cuando era pequeña, es
misterioso. Alguien está jugando juegos, y no estoy segura de si estoy
preparada para enfrentar a cualquiera que pueda hacer un mantel de piel
humana. La textura es correcta. Las costuras en él muestran donde
había que unir las piezas para formar el lino. De cualquier forma, se está
pudriendo y no tengo idea de cómo no he notado el olor antes. Ahora,
llena la habitación, dominando mis sentidos.

Estrujo mi cerebro en busca de los detalles que recuerdo del libro. Tal
vez este es un rompecabezas de algún tipo. Si gano, viviría. ¿No es así
como las películas de terror funcionaban? Cómeme. Bébeme. Uno había
hecho que Alicia creciera y otro había hecho que se encogiera, ¿cierto?
Eso significa que tengo que beber lo que sea que esté en esa taza de té
para salir a cualquier lugar.

Camino lentamente hacia la mesa, tapándome la nariz con una mano


para bloquear lo peor del olor. No funciona, la podredumbre hace que mis
ojos lloren cuanto más me acerco. Mis manos tiemblan nerviosamente
cuando extiendo una y arranco la llave de la mesa. Después curvo los
dedos alrededor de la taza y la levanto.

—Yo no haría eso si fuera tú. —Una voz hace eco detrás de mí.

Me asusto tanto que deo caer la taza, y la porcelana se hace añicos al


chocar contra la mesa. Giro, casi tropezando con mis talones en el
proceso y miro a los ojos a nadie más que al Sr. Alastair White. Dejo
escapar un suspiro de alivio.

—Sr. White —suspiro, colocando una mano sobre mí pecho para


desacelerar el ritmo de mi corazón—. También lo atraparon. Odio decirlo,
pero estoy agradecida de no estar aquí sola.

Las orejas de conejo aún se retuercen y caen sobre su cabeza, pero


tiene mayores problemas en este momento que cualquier mecanismo que
hace que las cosas se muevan como si fueran reales.

Además, no quiero pensar demasiado acerca de las similitudes entre


el cuento y lo que estoy viviendo.

—En realidad, aquí me llaman solo White —dice, arrastrando las


palabras con las manos en los bolsillos mientras me estudia. Solo lleva
el chaleco verde, sin camisa debajo, y pantalones. Exactamente el mismo
atuendo que le vi utilizar en el callejón. Puedo ver tatuajes rodeando su
cuerpo, diseños arremolinados que no puedo distinguir. Estos parecen
moverse y cambiar incluso cuando está quieto. Me pica la curiosidad,
pero la empujo por ahora. No es el momento para estudiar tatuajes.

—¿A qué te refieres con “aquí”? —pregunto, decidiendo enfocarme en


una cosa a la vez. Si tengo un nombre determinado dondequiera que
estemos, significa que vengo a menudo, lo que significa que existe una
posibilidad de que él sea mi secuestrador.

Él ignora mi pregunta, en su lugar, señala hacia la mesa, donde he


tirado la taza.

—Es algo bueno que no hayas bebido el té —dice.

Miro y mis ojos se agrandan ante el agujero gigante, devorando a


través del mantel y la madera. El té todavía chisporrotea donde se
derramó, destruyendo por completo la mesa. Comienza a inclinarse a un
lado, tan torcido como el resto de la habitación. Dios mío, casi pongo esa
cosa dentro de mi cuerpo. Me estremezco pensando en eso. Paso una
mano por mi cabello y vuelvo a mirar al Sr. White. White, me corrijo a mí
misma, porque donde sea que estemos, él ya ha estado aquí antes.

—¿Qué había en la taza? —Mi voz es ronca por el nerviosismo.


Enojada e intrigada por igual.
—La última vez que la reina vino, cambió la taza para poción. No
quería que entrara nadie que pudiera derrotarla. Aunque no contaba
conmigo. —Mira hacia la mesa, con tristeza en sus ojos.

—Por poco llego demasiado tarde. —Se vuelve hacía mi—. Regla
número uno: no bebas el té de aquí a menos que confíes en la persona
que te lo está dando.

—¿Cómo sé en quien confiar? —pregunto, alejándome más de la


mesa. Me da escalofríos.

—No lo haces. —Una sonrisa siniestra se extiende por su rostro—.


Regla número dos: no confíes en nadie.

—Anotado. —Tomo sus advertencias seriamente. Estoy fuera de mi


mente aquí, no tengo idea de dónde estoy, o durante cuánto tiempo me
he desmayado. Voy a confiar en el lunático de las orejas de conejo porque
es la única cosa familiar por el momento.

—Ahora ven conmigo. —White atraviesa una de las puertas—. Ya es


demasiado tarde. Nada te espera aquí.

Mientras sigo a White a través de una puerta de oro adornado, me


armo de valor para preguntar:

—¿Y dónde es “aquí”?

Tengo miedo de la respuesta, y cuando se gira y me mira, esa sonrisa


sigue en su rostro.

Sabía que no iba a gustarme la respuesta.

—Aquí, es el País de las Maravillas, por supuesto.

Sip. Sabía que no iba a gustarme.


Traducido por Liv
Corregido por -Patty
Editado por Roni Turner

Me detengo en seco, apoyando mi mano contra la pared más cercana.


Inhala y exhala profundamente, Clara, canto en mi mente. He estado en
situaciones de mierda antes. Por el momento, estoy en un coma inducido
por drogas o algo así. No es gran cosa. Seguiré con White y encontraré
una manera de despertarme. Puedo hacer eso.

—¿Dijiste, el País de las Maravillas? —le pregunto a White, porque


tenía que estar segura que eso es lo que había escuchado. Solo en caso
de que estuviese soñando y que de alguna manera haya entrado en otra
dimensión, una que de la cual tiene libros completos en casa. Siempre
ten los hechos. Ese es mi lema—. ¿Cómo en el País de las Maravillas del
libro de ficción?

—Probablemente no el que tú conoces. —White saca un pequeño


estuche de su bolsillo y se pone de rodillas frente a la puerta. Me doy
cuenta de que está abriendo la cerradura cuando saca algo afilado de la
caja antes de meterlo en el ojo de la cerradura. Hay unos cuantos clics
mientras gira la herramienta de metal.

—Tengo la llave —le digo, sosteniendo el metal que quité de la mesa.

Él sacude la cabeza.

—Este no es un lindo lugar de cuento de hadas. Al menos, ya no. La


llave es inútil, nada más que un apoyo para darles falsas esperanzas a
las víctimas.

—¿Qué pasó? —Lanzo la llave al suelo y lo miro mientras los clics


llenan la habitación, haciéndose más fuertes en incremento.
—La Reina Roja. Está matando el País de las Maravillas, lenta y
brutalmente.

—Debí haberme golpeado la cabeza bastante fuerte —murmuro,


frotándome los ojos—. Y tú literalmente tienes unas grandes blancas
orejas de conejito en tu cabeza ahora mismo. Las había visto antes de
esto, pero se desvanecieron. No se están desvaneciendo ahora.

—No son orejas de conejito —suena bastante ofendido sobre la


palabra “conejito”. Guardo la información para más tarde—. Son orejas
de conejo. Y es porque soy un Conejo Blanco2.

La cerradura da un último clic fuerte antes de que la puerta se abra.

—Mis orejas son una parte de mí. El hecho de que tú pudieras verlas
en tu mundo fue una revelación. Fue la razón por la que pude ser capaz
de descubrir quién eres.

—¿El Conejo Blanco? ¿Como el de «voy tarde, voy tarde para una cita
muy importante»3? ¿Ese conejo? —pregunto, estupefacta. Ignoro un poco
el hecho de quien soy yo. Eso solo parece demasiado por ahora. Si esto
es un sueño, tendría que darle crédito a mi imaginación. Esto no es como
nada que haya pensado antes.

White ríe, pero el sonido es oscuro, una vibra siniestra saliendo de él


en olas. Involuntariamente doy un paso hacia atrás.

—Sí, seguro. Ese soy yo —dice, mirando al reloj en su muñeca de


nuevo. Estoy impresionada por los engranajes que se mueven en él,
recordándome a lo que pensaba que era un reloj lujoso de casa. Ahora
pienso que es más mágico que costoso—. Es mejor que nos vayamos. No
queremos estar en el bosque cuando anochezca. —Mira alrededor de la
habitación de nuevo—. La Reina Roja sin duda ya sabe que estás en el
País de las Maravillas. Habrá enviado a Bribón en el momento en que la
taza de té fue tocada.

Doy un paso adelante. Mis tacones golpean contra la losa y sus ojos
caen a mis pies.

2N. del T. En inglés, White, por lo cual en español es Sr. White, o sea señor Blanco.
3N. del T. Frase dicha por el Conejo Blanco de los libros originales.
—Esos van a ser un problema. Atravesamos un bosque denso.

Me encojo de hombros.

—Realmente no tengo opción. Si tenías planes para secuestrarme y


llevarme al País de las Maravillas, tal vez deberías haberme advertido
para utilizar zapatos más cómodos.

Él arquea las cejas ante mi comentario.

—Estas tomando esto remarcablemente bien. —Me estudia,


buscando por una señal de que esté enloqueciendo. No encontraría
ninguna. La razón por la que soy una buena abogada es porque mi cara
de póker es perfecta. Sin embargo, estoy lejos de estar histérica. La
curiosidad está sacando lo mejor de mí. Y si esto no es un sueño o algún
tipo de síntoma secundario de alguna droga, quiero averiguar todo lo que
pueda.

—¿Qué otra cosa se supone que haga? —resoplo—. ¿Encogerme en


posición fetal y llorar? Esa no soy yo.

Una sonrisa genuina se esparce por su rostro, acogedora y


completamente diferente a las que había visto antes. Cambia su
apariencia. Luce más apacible en lugar del peligro que suele
acompañarlo.

—No. De hecho, no lo eres. —Mira a través de la puerta, y obtengo


una visión del exterior por primera vez.

Hay árboles, un bosque frondoso incluso si está oscuro. Algunas de


las plantas están brillando, como el sueño que había tenido esta mañana,
pero además de eso, no puedo decir nada más.

—Creí que dijiste que no queríamos estar en el bosque de noche.


Definitivamente luce de noche para mí.

—No lo hacemos —responde, encontrando mis ojos brevemente—. Así


es como luce el bosque durante el día.

Vaya, entonces realmente no quiero ver como luce por la noche. Como
una pesadilla.

—Antes de que vayamos ahí —continúa—. Necesitamos discutir unas


cuantas reglas más.
—¿Por qué? —pregunto, mirando cómo una hermosa mariposa pasa
por la puerta. Miro con intriga mientras sus alas azul y rosa aletean
alrededor de mí. Mientras se acerca, noto las rarezas de su cuerpo.
Ambos lados lucen como aguijones. No hay cabeza a la vista.

Cuando dos ojos parpadean en las alas, mi corazón se detiene, pero


cuando dejo escapar un gruñido agudo que hace que mi cráneo se sienta
como si se estuviera partiendo, estoy malditamente cerca de
desmayarme.

White golpea la cosa desde el aire, cortando el sonido cuando la


aplasta bajo su bota. Sostengo mi cabeza mientras me mira fijamente.

—El País de las Maravillas no es seguro. Nada aquí lo es. No dejes que
los insectos te toquen —explica—. La mayoría beben sangre.

Tomo una profunda respiración. Esto solo continúa empeorando y


empeorando.

—Entendido —gruño. El dolor en mi cráneo finalmente comienza a


disminuir, y dejo caer mi brazo a mi lado.

—Y no te acerques a las flores parlantes.

—¿Las flores parlantes no eran lindas? —pregunto. Es una pregunta


estúpida. No hay mariposas que rompen cráneos o té venenosos en el
cuento original. ¿Por qué creería que las estúpidas flores serían amables?

—Les gusta la carne cruda. —Es la única respuesta que recibo. Siento
la sangre drenarse de mi cara. A la mierda eso. No voy a convertirme en
cena para la fauna.

—¿Por qué demonios estoy aquí? —pregunto—. ¿Por qué yo?

Él me mira desde la puerta desde donde miro a los árboles.

Hay múltiples emociones en sus ojos, rebotando entre la ira y la


tristeza.

—Por qué el País de las Maravillas te necesita, Clara.

—¿Seguramente hay otros a los que puedas traer?

Sacude la cabeza.
—Estabas predestinada a estar aquí.

—Yo decido mi propio destino —digo, con un ceño fruncido


extendiéndose por mi cara. Esas son las palabras que me había repetido
toda la vida.

—Por supuesto que sí —se burla, agarrando mi mano—. Pero el País


de las Maravillas tiene otras ideas. —Me jala a través de la puerta, tras
de él—. Ahora, andando. Vamos tarde.

—¿A dónde vamos? —pregunto, por qué, ¿por qué no? Quería estar
informada antes de ser comida por algo en la jungla. O peor.

—A ver al Sombrerero. —No hay ninguna emoción en su voz mientras


responde, solo fría indiferencia.

Por su puesto, pienso. Es el siguiente paso lógico.


Traducido por LilyCarstair99
Corregido por -Patty
Editado por Banana_mou

El País de las Maravillas no se parece en nada a los libros. El bosque


es tan oscuro que estaría completamente negro si no fuera por la
fosforescencia que emana de la vida vegetal. Los árboles brillan, una
especie de savia de color neón goteando por sus troncos, más parecida a
la sangre que a nada. Los hongos gigantes compiten con los árboles, más
altos y anchos que las secuoyas que había visto en el canal natural. Sus
partes inferiores, las partes suaves y carnosas de ellos, brillan en varios
colores, enviando una cálida incandescencia a través del suelo del
bosque. Le da a todo una sensación relajante, incluso si está lejos de ser
relajante. De vez en cuando, encuentro una gran boca abierta en el tallo
de un hongo, dientes afilados curvándose en una sonrisa mientras unos
ojos negros me miran, esperando que me deslice y me acerque
demasiado. Me quedo justo en las faldas del abrigo de White.

Los bichos son peores que los mosquitos, zumban constantemente a


nuestro alrededor e intentan aterrizar sobre mí. White simplemente los
golpea, pero estoy igualmente aterrorizada de tocarlos como de que
alguien me muerda. El resultado es una especie de pánico agitado
mientras trato de mantenerlos alejados de mí.

—¿No tienes ningún repelente de insectos? —resoplo a White. Cómo


es capaz de no tropezar con el terreno irregular es un misterio para mí.
Incluso si no estuviera en tacones, sería traicionero. Estoy segura de que
las raíces y las enredaderas se mueven para hacerme tropezar a
propósito. Después de ver a uno de los árboles parpadear, decido que no
es una idea tan descabellada. A los árboles, aparentemente, les gusta
causar problemas, y yo soy la víctima desprevenida más reciente.
—No funcionaría aquí —responde White, mirando hacia atrás para
comprobar mi progreso—. El olor amargo los atrae.

—Entonces, usa algo dulce.

Los ojos de White se ensanchan antes de que una mirada de


contemplación cruce su rostro.

—No es una mala idea.

Pongo mis manos en mis caderas y miro hacia el dosel


resplandeciente, respirando profundamente para controlar mi ritmo
cardíaco. Estoy sudando como una loca, el tropezar me está pasando
factura. Nota personal: no vuelvas a usar tacones si existe la posibilidad
de realizar una caminata por un bosque peligroso. Justo cuando me
muevo para seguir a White, hay un pellizco agudo en mi antebrazo. Grito,
alejándome. Hay un bicho en mi brazo, este con cara. Bueno, una boca.
No veo ojos, solo un agujero redondo revestido con capas y capas de
dientes. Parece una sanguijuela con alas de libélula. Las alas brillan con
un rosa brillante, pero su cuerpo es de un marrón viscoso.

Mientras lo miro con horror, la sangre gotea por mi brazo donde me


mordió, gruñe y mi instinto se activa. Lo golpeo con el brazo, tomo el palo
del suelo que parece un garrote que es lo puedo encontrar y procedo a
golpear al siempre-viviente al infierno. Puedo dejar escapar el mismo grito
de batalla que uso cuando mato arañas que logran encontrar su camino
hacia mi apartamento. Es el mismo grito de batalla que hizo que mi
vecina llamara a la policía una vez, pensando que me estaban
asesinando. Bendigo el corazón de la anciana por intentar ayudar. La
vergüenza de explicar la situación de las arañas a los atractivos policías
que aparecieron en mi puerta no había sido tan divertida.

Me enorgullece decir que una vez que termino de vencer al insecto,


no queda nada más que una pequeña mancha de color marrón y rosa
fosforescente. No me juzgues.

—¿Te mordió? —pregunta White, urgencia en su voz.

—Sí. Mi brazo. —Lo sostengo para que él eche un vistazo.

Se mete la mano en un bolsillo de cuero de la presilla del cinturón.


Nunca me di cuenta de que tenía los bolsillos y me sorprende ver algunos
de ellos. Me intriga lo que lleva en ellos. Son un montón de riñoneras.
Sonrío ante el pensamiento mientras White abre un frasco, quitando el
corcho de la tapa con los dientes. Extiende un ungüento verde sobre la
herida, la sensación es fría. El picor que había acompañado a la picadura
desaparece. No habla y decido no preguntar, demasiado asustada por la
respuesta. Sin embargo, estoy bastante segura de que casi muero.

Seguimos nuestro camino, chillidos y chillidos aterradores llenan el


aire.

Hay un bramido particularmente intenso desde lejos, y aunque estoy


segura de que no estamos cerca de él, todavía lo siento a través del suelo.

—¿Qué demonios es eso? —pregunto con los ojos muy abiertos.

—Bandersnatch.4 —No parece preocupado en absoluto a pesar de que


casi me orino—. No querrás encontrarte con uno de esos. Son las
criaturas de la Reina. Si se acercan, tápate los oídos. No detendrá el dolor,
pero podría evitar que te sangren los oídos.

—Fantástico —Niego con la cabeza—. No hay absolutamente ninguna


forma de que esto pueda ser real. Estoy soñando. Tiene que ser eso. Por
supuesto, mis sueños nunca son tan vívidos.

White me sonríe. —¿Todavía no crees que esto es real?

—¿Cómo puede serlo? Simplemente no hay manera —murmuro.

White estudia el suelo frente a él antes de inclinarse y tomar un palo


delgado. Lo dobla hacia adelante y hacia atrás antes de asentir con la
cabeza con satisfacción. Sin previo aviso, me golpea el trasero con el palo,
dejando un dolor punzante. Grito de sorpresa, saltando lejos de él.

—¿Por qué diablos fue eso?

Está sonriendo, la picardía brilla en sus ojos.

—Pensaste que no era real.

—¿Y qué? ¿Cómo es que golpearme tiene algo que ver con eso?

4 N. del T. Si, wey. El monstruo de la película de Alicia.


—Sombra Literaria
—No puedes sentir dolor en tus sueños, ¿verdad?

Lo miro, frotando mi trasero mientras me doy cuenta.

—Y eso me dolió. —Le frunzo el ceño cuando asiente con la cabeza.

—Lógicamente, esto tiene que ser real.

—Lógicamente —repito burlonamente—. Podría haberme pellizcado a


mí misma. No tenías que pegarme.

—Pero ¿Dónde estaría la diversión en eso?

Niego con la cabeza ante la sonrisa en su rostro. Había disfrutado


demasiado de eso.

Doy otro paso, frunciendo el ceño ante el intercambio. Una raíz


particularmente persistente se eleva en el aire, atrapa el talón de mi
tacón, y me lanza hacia adelante tan rápido que no tengo tiempo para
detenerme. Antes de que pueda golpear el suelo, el brazo de White me
envuelve por detrás, deteniéndome a centímetros de plantar la cara. Miro
fijamente a los ojos de una pequeña flor, sus pétalos son blancos y
burlones. Me sonríe, dientes afilados como navajas revelados en su
centro. Saca una lengua bífida, saboreando el aire, saboreándome. Trago
saliva mientras White me levanta. Me deja recuperar el equilibrio antes
de soltarme.

—Cuida tus pasos —gruñe, su diversión de hace unos segundos se


ha ido—. Es mejor dar un paso alto.

—Sí —Mi corazón se está volviendo loco. Si no sufro un infarto antes


de que termine esta pesadilla, me consideraré afortunada. No es una
pesadilla, me corrijo. Todo esto es de alguna manera real—. ¿Esa fue una
de las flores parlantes que mencionaste?

White mira la pequeña flor y la patea con la bota. Gruñe de rabia,


intentando morder la goma dura. White frunce el ceño y lo pisa fuerte,
aplastando el suelo con la punta del pie. Cuando se aleja, hay un rojo
brillante mezclado con pétalos blancos. Me estremezco y aparto la
mirada, perturbada por la brutalidad.

—Eso era solo una semilla. Lo peor que pueden hacer es morderte.
Hay que tener cuidado con las grandes.
Miro el punto brillante en el suelo del bosque oscuro una vez más
antes de seguir a White, mis hombros tensos. No tenemos problemas con
más errores.

Finalmente atravesamos la línea de árboles, un claro se extiende ante


nosotros. En el centro, hay una linda casita de campo, enredaderas
creciendo en sus paredes, humo saliendo de la chimenea. Es
exactamente el tipo de casa que esperaría que tuviera el Sombrerero del
libro. Por eso sospecho inmediatamente. Nada es tan inocente en el País
de las Maravillas que voy a conocer.

—Eso es… lindo —digo, mirándolo con cautela.

—Mira más de cerca —murmura White, sus orejas se mueven de


agitación.

Hago lo que dice, entrecerrando los ojos con fuerza hasta que la vista
que tengo ante mí comienza a brillar y cambiar. Cuando la verdadera
casa se revela en el claro, siento que se me cae el estómago debajo de mí.
¿Esa sensación que tienes cuando estás en una montaña rusa y, de
repente, estás en caída libre? Eso es lo que siento cuando contemplo la
monstruosidad que es la casa del Sombrerero.

Al principio, la cabaña había sido de colores claros, rosas y azules y


pasteles, casi feliz. Ahora, se mueve entre el negro y un púrpura real
oscuro, y los colores cambian como un reflejo oscuro en el agua. Es
enorme, más parecido a un castillo que a una cabaña. Las gárgolas
montan guardia en el techo, sus rostros se tuercen y se burlan mientras
los miro a los ojos. Cuando uno agita sus alas, doy un paso atrás. La
gárgola no se mueve de nuevo, pero sus ojos se enfocan en mí, la intrusa.

—¿Esta es la casa del Sombrerero? —pregunto. Otra pregunta


estúpida, pero tengo que hacerla. No estoy segura de querer conocer al
maestro de esta mansión.

White asiente con la cabeza, eligiendo no hablar. Agradezco la


consideración. Sabe que estoy tratando de digerir la nueva información.
El lugar parece en mal estado, necesita desesperadamente un poco de
cariño. Las ventanas están rotas aquí y allá. Parte de la piedra está
desgastada en algunos lugares, los pedazos se asientan en la base donde
cayeron. Hay un porche en la entrada, pero se inclina pesadamente hacia
un lado, las tablas levantadas y sin clavos. Cuanto más miro la casa, peor
parece. Giro la cabeza y me doy cuenta de que toda la casa está torcida,
como si alguien la hubiera levantado a un lado, la más mínima
insinuación.

Hay un aura a su alrededor, un aire peligroso que me pone la piel de


gallina. Me siento amenazada, mis instintos de lucha o huida asoman la
cabeza, luchando por el control. Desde el interior de la casa se filtra una
risa escalofriante. Me inclino un poco más hacia White.

—¿Es esto como la casa de Hansel y Gretel5? —susurro. No sé por


qué lo hago—. ¿Llevar a los niños adentro, para que se los puedan comer?

White se ríe y niega con la cabeza.

—La bruja sería más segura que el Sombrerero. Al menos con ella,
sabes qué esperar.

—Entonces, ¿por qué diablos venimos a verlo?

No parece inteligente encontrarse con alguien peor que una bruja que
se comió a unos niños. ¿O es una exageración? No estoy seguro de confiar
en la palabra de White. Podría estar burlándose de mí para su propia
diversión.

—Está profetizado. —Mira fijamente el porche delantero.

Mientras miro, la puerta se abre de golpe, una luz brillante se


derrama desde la entrada abierta. Un hombre sale, con un sombrero de
copa colocado graciosamente en su cabeza. Abre los brazos, una sonrisa
maníaca en los labios.

—Bienvenida a casa, Clara —grita, su voz resuena en el claro. Su voz


está teñida de una locura apenas disimulada, haciendo que mi corazón
se salte un latido. Doy un paso atrás con los ojos muy abiertos.

Ataque al corazón, aquí voy.

5 N. del T. Personajes de cuentos, son hermanos… estoy segura de hemos


escuchado de ellos, he de decirles… que la versión original del cuento es… aterradora.
—Sombra Literaria
Traducido por LilyCarstair99
Corregido por -Patty
Editado por Banana_mou

—Déjala, Sombrerero —le sisea White al hombre de pie en el porche—


. No hay necesidad de asustarla más.

Al principio, mi mente no puede comprender nada más que el brillo


loco en sus ojos, las intensas vibraciones de "retrocede" que se arrastran
por mi piel. Instruyo mis rasgos, negándome a acobardarme ante él. Por
alguna razón, White cree que conocer al Sombrerero es importante, así
que me quedaré aquí. Nadie sabrá que mi corazón late a un millón de
millas por minuto. Las orejas de White se mueven hacia mí y maldigo en
voz baja. Tal vez White sepa que mi corazón está tratando de salir de mi
pecho, después de todo.

Cuando miro, realmente miro, al Sombrerero, puedo ver más allá de


la locura e ignorar el instinto de correr arraigado en mí. Es
peligrosamente atractivo, énfasis en peligroso. Lleva un par de pantalones
de cuero negro y una chaqueta larga de color púrpura, con el extremo
rozando la parte posterior de las rodillas. Es un estilo anticuado y parece
de terciopelo, pero no estoy segura al cien por cien. Después del fiasco
del mantel, no tomo nada al pie de la letra.

No lleva camisa debajo de la chaqueta. Me da una bonita vista de su


pecho. Puedo decir que es musculoso pero delgado, más como un
corredor con un poco de volumen. El característico sombrero de copa está
posado en su cabeza, deshilachado y gastado. Su cabello castaño cae
sobre su frente, amenazando con ocultar un ojo dorado.

Esos ojos brillantes están bordeados de carbón y sus labios están


pintados de negro. Su mandíbula parece que puede cortar vidrio. Me
sorprende encontrarlo hermoso, estoy un poco fascinada con él. No es
nada de lo que esperaba.

Hay ese aire en él, peligroso y amenazador. White esencialmente dijo


lo mismo. No debería subestimar al Sombrerero. Hay más en él de lo que
veo.

Mientras lo estudio, me doy cuenta de que el Sombrerero no ha


respondido a White. En cambio, sus ojos están fijos en mí, aparentemente
evaluándome de la misma manera que lo he estado haciendo con él. Su
mirada se posa en la herida que aún rezuma en mi brazo, y todo su
comportamiento cambia. La ira nubla su rostro mientras salta desde el
porche, dirigiéndose directamente hacia mí. No me muevo cuando agarra
el brazo lesionado y lo inspecciona de cerca. Algo me susurra que no corro
ningún peligro. No sé si debería escucharlo o no.

—¿Dejaste que la mordieran? —acusa, mirando a White.

Su agarre es como acero alrededor de mi muñeca, pero no me lastima.


Es gentil, teniendo cuidado de no apretar demasiado fuerte.

—Le puse el antídoto —refunfuña White, con molestia en sus


palabras.

El Sombrerero me mira a los ojos, el oro brilla mientras me estudian.


Abro la boca, con la intención de decir algo, cualquier cosa, para romper
la intensidad, pero no sale nada. Hay un ligero tic en sus labios, como si
estuviera luchando contra una sonrisa antes de que se voltee y se
precipite hacia la casa, arrastrándome detrás de él. White suspira
ruidosamente, pero nos sigue.

No tengo mucho tiempo para mirar alrededor de la casa mientras


atravesamos la puerta, el Sombrerero me arrastra rápidamente detrás de
él. Me empuja hacia la izquierda en una habitación gigantesca que parece
que su propósito previsto es albergar fiestas extravagantes. Hasta ahora,
me he encontrado con olores podridos, pero esta habitación es como un
soplo de aire fresco, el olor de las flores llega primero a mi nariz. Hay
candelabros gigantes colgando del techo, los cristales humeantes por el
polvo. Las enredaderas trepan a lo largo de ellos, reclamándolos de nuevo
a la naturaleza. Toda la habitación es la misma, enredaderas en flor
trepando por las paredes, árboles brotando del mármol. Estoy agradecida
de que ninguno de ellos parezca tener rostro. Es como si la vida vegetal
no tuviera idea de que están dentro de una casa, ocupando espacio en
un salón de baile. Le da a toda la habitación una sensación encantada,
como si acabara de entrar en un cuento de hadas. Supongo que sí,
aunque esta está más cerca de las versiones sombrías que de la moderna.

Observando el salón de baile, que abarca todo el espacio, hay una


mesa larga con teteras y platos. Me trago la risa que amenaza con surgir.
No es momento de ponerse histérica. Especialmente si estoy a punto de
sentarme a una fiesta de té con el Sombrerero Loco, como sospecho.
Pasamos junto a docenas de sillas vacías y nos dirigimos al otro extremo
de la habitación. Mis tacones repiquetean el doble de tiempo sobre las
baldosas cubiertas de enredaderas, y apenas me mantienen en pie.
Pierdo el equilibrio varias veces solo para que el Sombrerero me tire y me
estabilice de nuevo. Si no estuviera tan lejos de mi elemento, podría
haberme molestado.

Cuando nos acercamos al asiento en la cabecera de la mesa, empiezo


a notar que no estamos solos. Sentados en algunas de las sillas cerca del
final hay criaturas como nunca antes había visto. Hay un hombre con
cuernos que le salen de la cabeza, flores que brotan de ellos como un
árbol. No lleva camisa y me mira mientras me arrastran con una sonrisa
pacífica en el rostro. Otra criatura parece más un cerdo que una persona,
pero se sienta erguida y usa perlas con más elegancia de lo que yo podría
lograr. Hay otra persona en la mesa, una mujer con grandes cuernos
rizados. Cuando me mira y sonríe, me doy cuenta de que sus ojos están
cortados como una cabra. Abre la boca mientras saluda con la mano, un
balido sale en lugar de palabras. Tomo todo esto notablemente bien. Esto
es el País de las Maravillas, después de todo, y después de los encuentros
que ya he tenido, esto es pan comido. Es de esperar que haya personas
y criaturas extrañas.

Estoy completamente segura de que no estoy soñando ahora. No soy


lo suficientemente creativa para inventar estas cosas.

El Sombrerero se detiene al final de la mesa y saca la primera silla,


indicándome que me siente. Tomo asiento con gratitud. Tan pronto como
entro, me quito los tacones debajo de la mesa. Nadie lo sabrá, pero no
voy a ganarme las ampollas por un rato más. Estoy bastante segura de
que mis pies están sangrando en este momento. No están hechos para
caer por el portal interdimensional de un conejo y caminar por un
bosque.

El Sombrerero ocupa la silla principal. Mientras se sienta, lanza los


faldones de su chaqueta detrás de él con más estilo del que podría
manejar en un buen día.
Mira por encima de la mesa.

Rastro blanco detrás de nosotros, claramente exasperado. Observa


cómo el Sombrerero levanta las tapas de las teteras y comprueba su
contenido.

—Te lo dije —dice, poniendo los ojos en blanco—. Le di el antídoto.

El Sombrerero elige una tetera negra con la imagen de una calavera


en el costado y comienza a verter el líquido en una delicada taza de té
verde menta.

—¿El antídoto para qué? —pregunto, encontrando mi voz. Es la


primera vez que hablo frente al Sombrerero y se pone tenso.

Me mira, sus manos todavía están sirviendo el té, como si fuera una
segunda naturaleza a estas alturas. Supongo que debería serlo. Debe
haber servido miles de teteras.

—Fuiste mordida por un Beezle —me informa, su voz dulce se desliza


a lo largo de mis huesos y me despierta de una manera que no había
estado en mucho tiempo—. Inyectan un veneno cuando muerden. A todos
los efectos, deberías estar muerta —Un brillo maníaco entra en sus ojos,
su cabeza se inclina hacia un lado—. O tal vez, ya estás muerta. Estás
sentada en mi mesa, después de todo.

—Está viva —interviene White, alejándose deliberadamente de la


mesa. Lo miro preocupada, preguntándome si estoy haciendo algo que se
supone que no debo hacer. ¿Había habido una regla sobre no sentarse a
la mesa del Sombrerero?

—Me serviría bien —murmura el Sombrerero—. Me serviría bien, sí lo


haría.

—Sombrerero —llama una voz desde la puerta—. Tenemos otra


llegada.

Estudio al hombre que habla desde la puerta, y me doy cuenta con


diversión de que tiene orejas de ratón en la cabeza y una cola asomando
detrás de él. Las orejas se ven bastante ásperas, faltan trozos de ambos
y un piercing aquí y allá al azar. No parecen seguir el patrón que hacen
la mayoría de los piercings, brillando en todas partes además del borde
de la oreja. Lleva un traje elegante, aunque sucio y mal cuidado. Debe
ser el Lirón, creo. El Lirón siempre está con el Sombrerero en los libros.
Entonces mi atención se desplaza hacia el hombre que entra tras el
Lirón. Se oye un traqueteo y miro al Sombrerero justo a tiempo para ver
su rostro caer, la tristeza arrastrándose a través de su expresión. Tengo
la repentina necesidad de tomar su mano. Tengo que doblar físicamente
mis dedos en el material de mi regazo para detener el impulso.

El recién llegado camina por la mesa y se sienta directamente frente


a mí. Es hermoso y dorado, aunque mucho más viejo que cualquier
habitante del País de las Maravillas que haya visto hasta ahora. Su
cabello es de un rubio brillante con mechas grises que comienzan a tomar
el control. Su rostro es amable mientras mira al Sombrerero, con una
sonrisa en los labios. Tengo una sensación de paz de él, la misma que
había obtenido de los otros invitados. Sobre su cabeza tiene una corona,
una sencilla banda de oro, bonita pero masculina.

—Bienvenido a la fiesta del té, majestad —dice el Sombrerero con


tristeza.

El hombre asiente y levanta una taza de té, tomando un sorbo antes


de suspirar profundamente.

—Ha pasado tanto tiempo desde que tomé un buen té —gime, sus
ojos se cierran de placer. Tengo esta repentina sensación de desesperanza
del hombre rey, mientras saborea la bebida. Pasa rápidamente, más como
una mota residual de sus sentimientos anteriores.

El Sombrerero vuelve a mirarme y las emociones cambian


instantáneamente de la tristeza al deleite.

—¿Quieres un poco de té, Clara Bee6?

—Uh, White me dijo que no tomara té de nadie —respondo vacilante,


mis ojos saltan de White al Sombrerero.

El Sombrerero de repente golpea la mesa con el puño, haciendo que


los platos tintineen. Los otros invitados no reaccionan, beben su té con
pereza, pero casi salto de mi silla, mi corazón da un vuelco en mi pecho.
Mis ojos están muy abiertos mientras me inclino lejos del Sombrerero.
Mis manos aprietan los lados de la silla con fuerza.

6
N. del T. Abeja. Abejita
—¡Dije que bebas el té! —grita, enojado. Su rostro se suaviza cuando
ve lo tensa que estoy—. Por favor —agrega, encogiéndose.

Me tiende la taza. Miro a White de nuevo. No confío exactamente en


él, después de todo, me había engañado, pero parece quererme viva. Él
asiente con la cabeza en señal de ánimo, no afectado por el arrebato del
Sombrerero.

—El Sombrerero no te hará daño —dice, moviendo las orejas. No estoy


segura de si eso es un signo de agitación o nerviosismo.

Vuelvo la mirada hacia el Sombrerero, todavía sosteniendo la taza de


té hacia mí, sus manos apenas tiemblan. Está sonriendo levemente, la
comisura de su labio se contrae.

—Por favor —dice de nuevo, y me encuentro a mí misma estirándome


para tomarle la taza. Me doy cuenta de que mi propia mano está
temblando cuando un poco de té salpica sobre la mesa.

—Entonces, ¿puedo confiar en ti? —pregunto, vacilante.

Sus ojos brillan cuando la sonrisa se extiende por su rostro.

—No —dice—. No confíes en nadie en el País de las Maravillas. Ni


siquiera en ti misma.
Traducido por -Rompe Maldiciones-
Corregido por -Patty
Editado por Banana_mou

Tomo la taza de té con dedos temblorosos, asegurándome de que no


se derrame más mientras la coloco frente a mí. Recordando la última taza
de té que casi bebí, tomo una cuchara y la mezclo con el líquido lavanda.
Nada. Sin vapor ni chisporroteo de respuesta. Dejo la cuchara sobre la
mesa y vuelvo a tomar la taza.

—Bien —El Sombrerero asiente—. Ya estás aprendiendo —Inclina la


cabeza hacia un lado—. Eres una Clara Bee inteligente —canta.

Levanto la taza a mis labios y tomo un sorbo vacilante. Cierro los ojos
cuando el sabor golpea mi lengua. Estoy bastante segura de que gimo
cuando el sabor de la ambrosía inunda mi boca. Todo mi cuerpo se
calienta. No tengo idea de qué estoy bebiendo, pero ciertamente no puede
ser té. Nunca he probado nada parecido. Inclinando la cabeza hacia
atrás, bajo toda la taza de té antes de volver a colocarla en el platillo de
donde salió. Mi cabeza se siente un poco borrosa, las puntas de mis dedos
hormiguean. Abro los ojos lentamente, sintiendo que estoy bajando de lo
alto; mi visión es incluso borrosa. Una vez tuve la misma sensación
cuando probé algún tipo de píldora en mis días de universidad.
Irónicamente, mi amigo había dicho que se llamaba Maravilla.

¿Cuáles son las probabilidades?

Cuando mi visión se aclara, ahogo un chillido cuando el rostro del


Sombrerero aparece a la vista. Debe haberse movido cuando estaba
bebiendo el té. O es un ninja, o estaba tan absorta en el té que no lo
escuché moverse. Ahora, se agacha a mi lado, su rostro al nivel del mío,
mientras me mira con asombro en sus ojos. También hay algo más. Un
calor que puedo sentir, el mismo calor respondiendo en mi propio cuerpo.
Me muevo incómoda, mirando a los ojos dorados del Sombrerero.

—Ha pasado tanto tiempo desde que tomé el té con los vivos —
susurra—. Lo olvidé, lo olvidé.

El Sombrerero se inclina hacia adelante, su mano subiendo hacia mi


cara. Es la primera vez que noto que tiene las uñas pintadas de negro.
Normalmente, el detalle no me haría nada más que pensar que el hombre
requiere mucho mantenimiento. En él, sin embargo, encaja con su
personalidad, y encuentro que me gusta. Sus dedos tocan la comisura de
mis labios, haciendo cosquillas con el ligero toque. Cuando retira la
mano, hay una gota de humedad en la punta de su dedo, un poco de té
que se había adherido. Mientras lo miro, se mete el dedo en la boca y se
lo chupa, sus ojos se clavan en los míos. Lo libera y sonríe.

—Si fuera por mí, la Srta. Clara Bee se sentaría para siempre y
tomaría un sorbo de mi té —canta en voz baja—. Milisegundos. Clara
Bee.

Lo miro, extrañamente cautivada. Hay algo que me llama, suplicando


ser reconocido. Me encuentro inclinándome ligeramente hacia él, como si
me estuviera tirando hacia su gravedad. Es una sensación agradable,
como si estuviera destinada a estar allí.

—¿Qué había en el té?

Mi voz es ronca y toso para tratar de ocultar el hecho de que es por


culpa del Sombrerero.

Sonríe con malicia.

—Veneno.

Siento que la sangre se me escapa de la cara. ¿Me habían engañado?


¿Fue todo esto una artimaña para traerme aquí y matarme?

—¿Qué?

—El antídoto para el Beezle —dice—. Está hecho con su veneno —Me
mira pensativo—. Clara Bee vivirá para ver otro día pasar conmigo.

Cantando de nuevo. Empiezo a ver un patrón.


—Entonces, ¿me salvaste? —pregunto suavemente, una pequeña
sonrisa curvándose en mis labios cuando me doy cuenta de que había
estado preocupada sin ninguna razón. Solo estaba tratando de salvarme.
Ya me estoy ablandando con el lunático. Lo que sea que haya dicho sobre
mí, no quiero saberlo. Estoy disfrutando de la intriga que siento de
cualquier manera.

—Sí —responde, esa sonrisa todavía en su rostro. Se inclina más


cerca, entrando en mi espacio, pero no me aparto. Ni siquiera se me
ocurre—. Nada es gratis en el País de las Maravillas. Me gustaría un beso
como pago.

Arrugo la nariz en confusión.

—¿Un beso? ¿En serio? ¿Ahora mismo?

Incluso yo puedo decir que mi voz es entrecortada, y maldigo la señal


reveladora en mi cabeza.

Su rostro se suaviza cuando escucha el tono.

—Ahora no. Ahora no.

Se inclina lejos de mí y junta las manos, haciéndome saltar de nuevo.


Se pone de pie. Tan cerca, noto los músculos que se ondulan a través de
su estómago, los abdominales cincelados que eran más fáciles de ignorar
cuando desconfiaba de él. Ahora, están justo en frente de mi cara, y el
dolor de tocar me golpea con fuerza, pero hago todo lo posible por
ignorarlo. Problema. El Sombrerero es un problema.

—Criaturas Gentiles —llama a los otros cuatro invitados a la mesa—


. Es hora.

Todos volvieron a colocar sus tazas de té en los platillos y se pusieron


de pie, con la felicidad evidente en todos sus rostros. Esa sensación de
paz aumenta, y me encuentro con ganas de ir con ellos, de encontrar la
misma calma que ellos.

—Ven, viejo amigo —le dice el Sombrerero al recién llegado,


apretándole el hombro cariñosamente.

—¿Le dirías a mi esposa que la amo? —pregunta el hombre aturdido,


la corona en su cabeza capta la luz y envía destellos por la habitación.
Me hace parpadear cuando brillan en mis ojos.
El Sombrerero duda.

Puedo verlo. Sus ojos apartan la mirada del hombre y me encuentran


a mí. Lo que ve parece estabilizarlo, y la próxima vez que habla, suena
más cuerdo de lo que todavía no he escuchado de él. Sonríe antes de
volver su atención al hombre.

—Cuando ella se una a ti, puedes decirle que todos lo hicimos. —Su
voz es cálida cuando lo dice, haciendo eco de recuerdos lejanos. No
pregunto, pero lo guardo para más tarde.

Y luego el Sombrerero los está guiando, más adentro del salón de baile
y hacia una sección particularmente cubierta de vegetación en la parte
de atrás. Los hongos gigantes se arquean sobre algo, pero no puedo ver
a dónde van exactamente. Supongo que hay una especie de puerta ahí.
Los hongos no se mueven; sin bocas abiertas mientras la gente camina
hacia ellos. Nos dejan a White y a mí en silencio.

—¿A dónde van ellos? —le pregunto a White mientras me inclino


hacia un lado para tratar de ver mejor. Hay un destello brillante, pero eso
es todo lo que puedo distinguir.

El crecimiento es demasiado grueso, formando un muro entre


nosotros y ellos.

—La fiesta del té del Sombrerero es la última parada antes del Más
Allá —responde White, con tristeza en su rostro—. El Sombrerero se
sienta con todos ellos.

—¿Esa gente estaba muerta? —La sorpresa me pilla con la guardia


baja. Había estado sentada con gente muerta y ni siquiera lo sabía—. No
parecían muertos.

—Parecen más vivos que cuando vivían —Encuentra mi mirada—.


Nos despojamos de nuestra miseria cuando morimos. Y el Sombrerero...
—Hace una pausa, sus ojos angustiados—. El Sombrerero nos ve con
ambas pieles.
Traducido por -Rompe Maldiciones-
Corregido por -Patty
Editado por Banan_mou

White me lleva a través de pasillos y pasillos retorcidos,


confundiéndome con cada giro hasta que estoy tan desesperadamente
perdida que no puedo pensar con claridad. Todo es extraño, como si
estuviera teniendo un mal viaje con LSD7. Sin embargo, no espero menos
del País de las Maravillas. Sigo esperando encontrarme con más criaturas
en los pasillos, después de todo, la casa es enorme, pero salvo por el Lirón
y el Sombrerero, no veo a nadie más. Hace que la casa gigante se sienta
abandonada, más como un Coliseo que como un hogar. No hay calor en
las paredes, un frío impregna el aire. Pierdo la noción de nuestra
dirección desde el principio y acepto el hecho de que no puedo escapar si
quiero. No es que lo quiera. Mi curiosidad ha alcanzado su punto máximo
y me siento cada vez más atraída por el Sombrerero. Es una de mis
debilidades, esa curiosidad. Si mi madre todavía estuviera viva, me
estaría poniendo los ojos en blanco ahora mismo. Ella siempre solía decir
que me atraían los extraños. Supongo que tenía razón.

Finalmente, llegamos al final de un pasillo, y White se detiene ante


una puerta de color púrpura oscuro. Hay una silueta pintada en la
madera, justo en el centro. Es de una tetera vertiéndose en una taza de
té. Parece apropiado para la casa del Sombrerero, pero me pregunto por
qué las otras puertas no tienen el mismo detalle. White empuja la entrada
para abrirla, un fuerte crujido rompe el silencio, y lo sigo adentro.

El cuarto... no es lo que esperaba. No es que esté esperando un hotel


de cuatro estrellas ni nada. Sabía que la casa no parecía cuidada. Sabía

7 N. del T. Una droga.


que estaba gastada e inclinada, pero supuse que la habitación al menos
estaría limpia. Toda la zona está cubierta por una capa de polvo tan
espesa que inmediatamente siento un cosquilleo en la nariz, un
estornudo a punto de escapar. Es como si nadie hubiera entrado en la
habitación en décadas, como si estuviera sellada. Casi me siento como si
estuviera en un territorio inexplorado cuando me doy cuenta de que mis
zapatos dejan huellas en el polvo.

White no parece molesto por el polvo mientras camina dentro unos


pasos y me hace un gesto para que lo siga. Intento no concentrarme
demasiado en las pequeñas nubes que se elevan con cada uno de sus
pasos. Su nariz se contrae, tan levemente que apenas la alcanzo.

—Cuando el Sombrerero haya terminado, vendrá y se deshará del


polvo.

La voz de White está completamente desprovista de emoción, como si


estuviera absolutamente aburrido con el giro de los acontecimientos.
Entro en la habitación unos pasos más, mirando a mi alrededor,
poniendo a White a mi espalda.

—¿Por qué estoy aquí?

Él no responde. Me vuelvo para preguntarle de nuevo solo para


descubrir que se ha ido. Figúrate. Mirando la habitación, me doy cuenta
de que es como si alguien le hubiera dado la vuelta a todo. Hay muebles
que cuelgan del techo, una silla, una mesa, una lámpara. La lámpara
incluso se enciende, emitiendo un rayo de luz nebuloso a través del polvo.

Hay una lámpara de araña de pie en el centro de la habitación, que


crece desde el suelo. Mis labios se arquean ante la rareza. La cama parece
haber sido una ocurrencia tardía, una monstruosidad gigante con dosel.
Es tan polvoriento como todo lo demás, y aunque puedo decir que la ropa
de cama es de color púrpura, no sé qué tono. Sin embargo, cuanto más
miro la cama, me doy cuenta de que también hay algo extraño, pero no
puedo señalar qué. ¿Quizás las paredes tienen una forma extraña? Me
acerco a una puerta de la habitación, abierta. Conduce a un baño más
lujoso que el que tenía en casa, o lo será, una vez que esté limpio. Hay
una bañera con patas en el centro de la habitación, lo suficientemente
grande para dos. Ignoro las imágenes que me vienen a la cabeza con ese
pensamiento y me muevo más adentro. Los grifos son criaturas grotescas
moldeadas en plata. Tienen dientes terriblemente afilados por donde
fluye el agua. Los grifos del lavabo siguen la misma idea, aunque puedo
ver que hay diferentes criaturas esculpidas para cada uno.
Son casi hermosos de una manera aterradora.

—Clara Bee —llama una voz llena de sexo y violencia desde el


dormitorio.

No es el Sombrerero. Ciertamente no es White. Doy vueltas, el polvo


gira conmigo, creando una nube ascendente mientras miro hacia atrás a
través de la puerta y dentro de la habitación. Mis talones se deslizan en
la espesa mugre que cubre el piso, pero los mantengo firmes. No veo a
nadie en la habitación, pero sé que no me lo imaginé. En la cama, puedo
ver un lugar donde se ha removido el polvo, la huella de un cuerpo, pero
no hay nadie. Alguien había estado acostado en la cama.

—¿Hola? —Llamo con cautela mientras me acerco. Mi mano envuelve


un candelabro pesado que está sobre una mesa justo afuera de la
entrada. Tiene la forma de una especie de gusano monstruoso, dientes
afilados que se abren para colocar una vela. No miro demasiado los
detalles. Sin embargo, es dorado y pesado.

—¿Qué planeas hacer con eso? —pregunta la voz. Confundida, miro


más fijamente la huella cuando no veo otros signos de perturbación.

Lentamente, una sonrisa comienza a formarse sobre la cama,


exactamente donde se mueve el polvo. Estoy bastante segura de que los
ojos se me salen de la cabeza cuando dos ojos me miran parpadeando
desde la oscuridad.

—Cheshire —susurro, porque ¿quién más puede ser?

Mantengo el candelabro levantado como un arma. No confíes en


nadie. Un hombre se enfoca lentamente, esos espeluznantes ojos
amarillos mirándome. Tiene una vibra punk rock, creo que estaba en una
banda de Metal Rock. Tiene el pelo desgreñado de color gris oscuro, con
mechas azules que le caen sobre la frente en esa mirada desordenada
que algunos chicos simplemente consiguen. Parece que podría tardar
mucho, pero en este momento, es más como si hubiera estado pasando
las manos por él. Tiene grandes orejas de gato en la parte superior de la
cabeza. Una oreja tiene perforaciones en el borde. A ambos les faltan
pequeñas mellas aquí y allá, y las cicatrices brillan de color rosa brillante.
Está recostado en la cama como si fuera su dueño, con una cola gris y
azul colgando sobre su cadera, moviéndose perezosamente.

—Sabes quién soy —dice, con una amplia y siniestra sonrisa.


Inmediatamente me doy cuenta de que necesito estar en guardia con
él.

—Solo de las historias en casa —respondo, mirando la chaqueta de


cuero y las botas de moto que lleva—. Aunque ninguno de ellos te
describe como te ves ahora.

—¿Cómo me describen? —pregunta perezosamente, pero puedo decir


que tiene fuerza y peligro en espiral. Sé que puede salir de la cama más
rápido de lo que yo puedo reaccionar, arrancándome la garganta si
quiere.

—Eres solo un gato con una amplia sonrisa —Aprieto el candelabro


con más fuerza—. Y tú eres uno de los buenos, creo.

Los ojos de Cheshire comienzan a brillar mientras se sienta en la


cama cubierta de polvo. Se arrastra por el edredón, acechándome como
una pantera, el polvo se agita a su alrededor en nubes. No hace nada
para restar valor a su atractivo. A medida que se mueve, su cuerpo se
mueve, su ropa se desvanece para revelar un pelaje que brota de su piel.

Sus caninos se afilan, asomando por la comisura de sus labios. Se


parece más al gato que es ahora. Todavía es humanoide, no hay duda de
que es un hombre, pero está cubierto de pelaje gris, con rayas azules que
le dan pequeños toques de color.

—¿Como esto? —pregunta, sonriendo como un tiburón.

—No —Mi voz suena estrangulada cuando respondo—.


Definitivamente no es así.

Cheshire tiene el mismo magnetismo que el Sombrerero. Si bien


puedo apreciar lo sexy que es, no siento la misma atracción que siento
por el Sombrerero. Algo en mí lo llama a él y no a este hombre peligroso
y bromista frente a mí. Algo me dice que Cheshire es rebelde, chico malo.
No es mi estilo. No, aparentemente, me gustan los locos.

Cheshire se ríe de mi incomodidad y se transforma de nuevo en el


hombre vestido de cuero más rápido de lo que puedo seguir. Se levanta
de la cama y se sacude el polvo, golpeando su chaqueta para quitarse la
mugre. Ese estornudo amenaza con alcanzarme de nuevo mientras lo
miro de cerca. Nunca reconoce mi comentario anterior.
—¿Estás en el lado bueno aquí? —pregunto, mi cuerpo se tensa. No
sé qué haré si dice que está en el lado malo. Tal vez lo golpee en la cabeza
con el candelabro y me arriesgue con el laberinto de pasillos afuera. Me
mira con curiosidad en los ojos. Supongo que somos dos.

—No estoy del lado de nadie más que del mío, señorita Clara Bee —
dice.

—¿Por qué todo el mundo sigue llamándome así? —gruño, frustrada


por sentirme fuera del circuito. Necesito más información en un lugar
destinado a confundirme. Necesito poner en orden mi cabeza.

—Porque estás profetizada —responde, encogiéndose de hombros


como si fuera completamente normal tener una profecía escrita sobre ti.
Quizás, es común en el País de las Maravillas.

—¿Profetizada para hacer qué? —Ahí está, la pregunta que me ha


estado molestando desde que me arrastraron a través de un portal de
conejos al País de las Maravillas, la pregunta que nadie parece querer
responder. Pero necesito saber, mi alma pide una explicación. Cheshire
está repentinamente frente a mí, se detiene a apenas un pie de distancia.

Mi respiración tartamudea mientras miro hacia su rostro, mis ojos


se agrandan. El candelabro está encajado entre nosotros, inútil en este
punto. Estúpida Clara, estúpida, pienso. Deberías haber estado prestando
más atención.

—Eres la primera en provocar la caída de la Reina Roja, Clara Bee. La


primera de la tríada. La primera en poner de rodillas a un Hijo del País
de las Maravillas.

Mi mandíbula cae y dejo de respirar. Cheshire me guiña un ojo,


completamente indiferente.

—¿Qué? —Me ahogo.


Traducido por -Rompe Maldiciones-
Corregido por -Patty
Editado por Mrs. Carstairs~

La puerta se abre de golpe y golpea la pared con tanta fuerza que creo
que podría haber un agujero en la pared desde el pomo, pero no aparto
la mirada de Cheshire. Sé que se supone que no debo darle la espalda a
un depredador o darle la oportunidad de atacar. La sonrisa en su rostro
está goteando malicia, ya sea por mí o por otra cosa, no lo sé. De
cualquier manera, no me arriesgaré. Levanta su mano hacia mi cuello,
con garras afiladas y malvadas en la punta de sus dedos. El pánico se
dispara a través de mí, y me sacudo con fuerza para liberar el candelabro.
Se suelta y lanzo la pesada pieza a Cheshire, apuntando a su cabeza. No
se acerca a dar en el blanco. Su puño lo envuelve, deteniendo el metal a
centímetros de su rostro, la sonrisa en su rostro se ensancha de manera
imposible.

—¡Vete, Cheshire! —ruge el Sombrerero mientras irrumpe en la


habitación. Supongo que fue él quien abrió la puerta de golpe. Por qué
esperó tanto para reaccionar cuando Cheshire claramente me estaba
amenazando, no lo sé.

Cheshire se desvanece rápidamente, pero justo antes de desaparecer


por completo, habla.

—Cuidado con la locura, Clara Bee.

Lo que sea que eso signifique.

Este mundo entero está loco.

El Sombrerero me observa mientras pongo el candelabro en su lugar


de origen antes de volverme para mirarlo. Se ve exactamente igual, su
pecho todavía se muestra hermosamente debajo de su chaqueta. Por
primera vez, noto un delicado collar colgando de su cuello, pero no puedo
entender qué es. Sé que vuelve a llamar la atención sobre sus
abdominales. Hago todo lo posible por no concentrarme en ellos.

—¿Te gustaría intentar golpearme con eso también? — pregunta, sus


ojos brillando—. Podría dejarte.

Está dando pasos lentos y mesurados hacia mí mientras lo miro. Más


polvo se arremolina alrededor de sus piernas.

—Eso depende. ¿Necesito protegerme de ti? —Inclino mi cabeza


ligeramente, considerando su pregunta. Se detiene a unos metros frente
a mí, con los brazos relajados a los lados.

—Necesitas protegerte contra todo en el País de las Maravillas —


responde—. Especialmente yo.

Hay una tristeza abrumadora en sus ojos ante la admisión, y me


encuentro inclinándome hacia él, queriendo consolarlo.

—¿Tienes la intención de hacerme daño? —susurro.

Ya había bajado la guardia a su alrededor, y me pregunto si eso era


lo correcto o no. Parece tan inflexible que es peligroso.

—A veces no podemos elegir a quien lastimamos —dice


malhumorado, pero luego, una amplia sonrisa lo reemplaza,
extendiéndose por su rostro. Cierra la distancia entre nosotros hasta que
nuestros cuerpos están al ras. Me tenso, pero no me aparto. Mi mamá
estaría tan exasperada en este momento. Puedo escuchar su voz en mi
cabeza claramente. Clara, ¿qué te he dicho sobre coquetear con hombres
extraños?

No sé qué tiene el Sombrerero que me hace confiar en él. Tal vez sea
porque mi trabajo como abogada es ayudar a los vivos mientras el
Sombrerero ayuda a los muertos.

Alguien malvado no ayuda a los desafortunados, no importa si es su


trabajo o no. Había visto una tristeza genuina en su rostro en ese salón
de baile. A la gente malvada no le importa cuando alguien muere. El mal
no llora el fallecimiento de extraños. Entonces, podría tensarme por la
sorpresa cuando presiona su cuerpo contra el mío, pero no lo alejo.
Podría inclinarme más cerca.
—¿Quieres que te haga daño? —pregunta, su voz ronca—. Puedo
hacer que el dolor se sienta como placer.

—El dolor no es lo mío —le respondo en un susurro. Mi cuerpo se


está calentando, pero lucho contra la compulsión de envolver mis brazos
alrededor de su cuello mientras veo su mirada. Sus ojos son de un bonito
tono de oro viejo, brillando en la tenue luz de la habitación. Son como
dos monedas antiguas que brillan en una tumba olvidada hace mucho
tiempo. Me estudia atentamente y lo dejo, contenta de estar cerca.

—Clara Bee, ¿qué me estás haciendo? ¿Es esto solo la profecía? —


susurra con una voz cantada.

Respiro profundamente.

—¿Cuál es la profecía? —pregunto, porque necesito saberlo. Todo el


mundo sigue hablando de ello como si fuera muy importante.
Obviamente, es un gran problema para el País de las Maravillas—.
¿Cómo se supone que voy a ayudar a derribar a la Reina Roja?

Él sonríe, más suave esta vez cuando comienza a hablar. Su voz


adquiere una cualidad inquietante, como si fuera más de una voz
pronunciando las palabras que salen de sus labios.

—La primera de las tres es Clara Bee,


que vendrá a liberar al País de las Maravillas. Ella domesticará al
Sombrerero y derribará al Bribón, porque Clara Bee lucha por los valientes.
Una tríada comenzará a destruir a la Reina, aunque parece que nada será
fácil. Ella deberá perder su corazón mientras toma una posición con el
primer hijo del País de las Maravillas8.

Cuando su voz se detiene, y la inquietante cualidad se desvanece,


siento que la rima se desliza dentro de mis huesos y se instala, como si
el peso de las palabras me estuvieran presionando. Mi corazón da un
fuerte golpe mientras el Sombrerero continúa luciendo esa suave sonrisa.
La comprensión y la conmoción inundan mi cuerpo cuando las palabras
se registran.

8 N. del T. En inglés es una rima: “The first of three is Clara Bee. Who will come to
set Wonderland free./She’ll tame the Hatter and down the Knave. Because Clara Bee
fights for the brave./A triad begins to destroy the Queen. Though nothing is ever easy,
it seems./She must lose her heart while taking a stand. To the first son of Wonderland.”
—Entonces, ya ve, señorita Clara Bee. —Inclina la cabeza hacia un
lado, observando mi reacción—. Estamos destinados el uno para el otro.

Siento que mi rostro se endurece, sus palabras provocan una


reacción instintiva.

—Yo hago mi propio destino —digo, levantando mis manos e


intentando alejarlo. Digo intentando porque en realidad no se mueve. No
esperaba la fuerza bruta que puedo sentir en su cuerpo, el poder oculto
debajo de su chaqueta. No esperaba que me guste la sensación de su
pecho contra mis manos.

—Muévete —gruñí, empujando más fuerte.

—Dime —dice—. ¿Hay alguna diferencia entre el placer y el dolor


cuando tu mente es un huracán?

Hago una pausa, sorprendida por la insoportable tristeza en sus ojos.


La simpatía detiene mis manos donde permanecen contra su pecho.

—No lo sé —susurro.

Inmediatamente me doy cuenta de que he hecho algo mal. Su rostro


se apaga, sus ojos brillan de ira. El color oro viejo destella,
arremolinándose en colores metálicos.

—No necesito tu lástima —gruñe antes de dar media vuelta y salir de


la habitación como una tormenta.

Respiro con alivio, agarrando mi pecho para disminuir mi ritmo


cardíaco. Las diversas emociones que acabo de presenciar hacen que mi
cabeza dé vueltas. Cuando vuelvo a mirar la habitación, me doy cuenta
de que todo el espacio está limpio, no queda ni una mota de polvo. En
algún momento, mi nariz incluso dejó de picarme y no me había dado
cuenta. Todo brilla, chispeante y fresco. Incluso hay un suave olor a
lavanda en la habitación. Niego con la cabeza. Ni siquiera quiero
cuestionar cómo había sucedido todo. Sin embargo, estoy agradecida por
ello. En la cama, puedo ver ropa tendida sobre el edredón morado.

Mientras me acerco, me doy cuenta de que es un par de pantalones


de cuero negro y una chaqueta larga a medio vestir. La parte de arriba se
asemeja a un abrigo largo, la parte de atrás un vestido amplio que fluiría
detrás de mí mientras camino. Desde atrás, nadie pensaría que estoy
usando pantalones. Desde el frente, parecería que estoy lista para hacer
negocios. La chaqueta tiene un cuello alto, un bonito diseño de damasco
en violeta que se parece mucho a la chaqueta del Sombrerero. El mío es
de un púrpura más claro, aunque no mucho. Hay un par de botas de
combate al pie de la cama. Alzo mis cejas. Todo el atuendo es una versión
más femenina del Sombrerero. Aparentemente, estamos combinados
ahora. Si no fuera tan desagradable, sería lindo.

Más o menos.
Traducido por AS
Corregido por -Patty
Editado por Mrs. Carstairs~

Pierdo completamente la noción del tiempo en mi habitación. Me


acuesto para dormir la siesta, la caminata por el bosque me alcanzó.
Sueño con conejos blancos, y flores rabiosas que se acercan para dar un
mordisco. Alguien que no puedo ver, dice:

—Aliméntame, Seymour

Me despierto desorientada, olvidándome dónde estoy por un momento


hasta que todo vuelve a mí. Me tomo un momento para recordar todo lo
que sé que es verdad. Eliminas todas las posibilidades ilógicas y te
quedas con la única lógica, ¿verdad?

Una, estoy en el País de las Maravillas.

Dos, estoy en la casa del Sombrerero Loco.

Tres, hay una profecía escrita que me incluye ayudando a derribar a


la Reina Roja.

Cuatro, no estoy loca.

Eso es todo. De alguna manera, consigo no asustarme.

Me levanto de la cama y me estiro antes de dirigirme a la ventana.


Aparto las cortinas, con la intención de ver lo oscuro que está, pero me
doy cuenta de que las ventanas han sido pintadas por fuera. No entra
nada de luz.
Sin nada más que hacer, aprovecho la gran bañera. Hay frascos
bonitos llenos de líquidos y jabones de olor dulce. No hay manera de
saber cuál es para las burbujas y cuál para el lavado. Acabo tirando dos
frascos diferentes que huelen a lavanda en el agua y espero que una de
ellas haga espuma. El resultado es una bañera llena de espuma tan alta,
que acabo cerrando el agua en pánico. El suelo puede o no ser peligroso
para caminar ahora. El vapor que sale de la bañera es exactamente lo
que necesito. Cuando me meto dentro y me hundo en el cielo, me relaja
de una manera que no había sentido desde que aterricé en el País de las
Maravillas. Me quedo hasta que el agua se enfría y los dedos de las manos
y los pies parecen pasas. Sí, valió la pena.

Al salir del baño, observo el traje que el Sombrerero ha dejado para


mí. Me siento tentada de ir a elegir mi propia ropa del armario que está
en el rincón, pero el traje me intriga. No es algo que me pondría
normalmente, falda y pantalón, pero siempre he soñado con ponerme un
gran vestido y correr por los pasillos como una princesa. No es el gran
vestido de mis sueños, pero apuesto a que la fluidez de esa falda es
increíble. Me visto lentamente con el traje, tomándome el tiempo
necesario para acostumbrarme al cuero y al cuello alto. Definitivamente,
satisface la necesidad de una falda fluida. Me siento como una malota y,
al mismo tiempo, como Cenicienta, si Cenicienta fuera una cazadora de
monstruos de primera. Los pantalones de cuero le dan un toque especial.
La chaqueta-falda de damasco púrpura le da un toque femenino. Las
botas de combate me hacen sentir que voy a la guerra, lo cual supongo
que haré. Estoy pensando en recogerme el pelo en un moño desordenado
cuando llaman a la puerta.

Espero que sea el Sombrerero. En cambio, me encuentro con el Lirón


que me mira desapasionadamente. Empiezo a pensar que no es tan
fanático de mí.

—Es la hora del té, señorita Clara —dice antes de darse la vuelta y
marcharse.

Supongo que debo seguirlo, así que cierro la puerta y me apresuro a


alcanzarlo. Mi falda flota para mi total excitación. La próxima vez, pediré
una capa, otra cosa que siempre he querido llevar. A veces, me enrollo la
toalla de baño en el cuello y finjo que es una capa mientras me preparo
por la mañana. No me juzgues. Todos queremos ser un superhéroe.

El Lirón no dice otra palabra mientras caminamos por el laberinto de


pasillos hasta que llegamos de nuevo a las puertas del salón de baile. Me
giro para decirle gracias, pero ya se está alejando. No es demasiado
amistoso. Empujo las puertas para abrirlas y entro.

De nuevo, ya hay unas cuantas criaturas sentadas en diferentes


zonas de la mesa. La primera parece una rana gigante, con abrigo y
corbata. Mientras lo estudio, mira hacia arriba y me guiña un ojo. Sonrío
por lo extraño que resulta y continúo por la sala. Hay más que la última
vez; cuento seis. Tres parecen hermanos, todos con una serie de bolas y
orejas de zorro.

—Hola, Clara Bee —me dice uno.

—Saludos, Clara Bee —prácticamente grita otro.

El tercer hermano solo asiente con la cabeza mientras sorbe su té de


una delicada taza, con el meñique en el aire como un caballero. Les sonrío
con tristeza, angustiada por conocer su destino. Tengo que preguntarle
al Sombrerero por qué tanta gente acaba en su mesa, pero sospecho que
todo es obra de la Reina Roja. Me da una mayor determinación para hacer
lo que pueda por esta gente, tanto si la profecía conoce mi destino como
si no. Si no puedo ayudar a los muertos como lo hace el Sombrerero, voy
a tratar de hacer lo mejor que pueda para ayudar a los vivos. Es lo que
he hecho toda mi vida. ¿Por qué dejaría de hacerlo ahora solo porque
estoy en un mundo del que solamente se habla en los libros?

Hay dos mujeres esta vez, o hembras debería decir. Una parece
normal, además de estar desnuda, hasta que veo los tentáculos que se
arremolinan a su alrededor, moviendo tazas de té alrededor de la mesa.
Dejan una película viscosa en todo lo que tocan, como hacen las babosas
en el balcón de mi casa. Cuando me miran su sonrisa es malvada, sus
dientes puntiagudos y dentados como los de un tiburón. Una película
parpadea en sus ojos. Le hago un gesto con la cabeza, pero no hablo; me
da escalofríos y, para ser sincera, no estoy segura de si me va a robar la
voz9 o no.

La otra mujer no es tanto una mujer como una bestia. Está


completamente cubierta de pieles. Lleva unos pantalones y una chaqueta
estilo militar con medallas y cintas prendidas en el pecho. Su cara tiene
un claro aspecto de lobo mientras conserva sus rasgos humanos, dándole
una apariencia de hombre lobo de horror clásico. Sin embargo, su pelaje

9 N. del T. Referencia a otro clásico de Disney, la Sirenita.


no es marrón ni negro. Es blanco puro y completamente hermoso. Tengo
que recordarme a mí misma que no debo mirar fijamente, pero vuelvo a
mirar sus ojos azules y claros. Son amables, y es la razón por la que no
siento miedo de ella.

—Hola, señorita Clara Bee. —Su voz es como la miel caliente, y me


hace desear que siga hablando—. Hace tiempo que quería conocerla.
Como fortuna, tengo el placer de hacerlo antes de pasar al Más Allá.

—Hola —respondo, deteniéndome junto a ella. Está sentada lo más


cerca del Sombrerero, a solo tres sillas de distancia.

—Soy Tera. —Me ofrece una mano con garras, pero no dudo en
estrecharla. Su pelaje es la cosa más suave que he sentido nunca—. Es
un placer conocerte.

—Ojalá fuera en otras circunstancias. —Sé que mi voz es triste.


Incluso puedo escuchar las palabras con punta de pena.

—El hecho de que estés aquí es razón suficiente para celebrar.


Significa que la marea va a cambiar. Puede que yo no esté aquí para verlo,
pero tengo una familia que lo hará. Gracias por luchar por nosotros.

Me quedo sin palabras. No he hecho nada por el País de las Maravillas


además de ser absorbida por un portal. De hecho, me engañaron, así que
no he hecho nada. Entiendo que estoy profetizada para estar aquí y
luchar por ellos, pero no he hecho nada por esta gente. Al menos, todavía
no. Tengo la intención de hacer todo lo que pueda para ayudar. Si eso
significa enfrentarme a la Reina Roja, que así sea.

—Ven, Clara —dice el Sombrerero, levantándose y caminando hacia


mí. Me ofrece la mano. Yo deslizo la mía entre las suyas y dejo que me
lleve hacia su asiento. Todo el tiempo, lucho contra las emociones que
amenazan con desbordarse. Hago una nota mental para preguntarle al
Sombrerero sobre la familia de Tera más tarde. Quiero ver si hay algo que
pueda hacer para aliviar el dolor que deben sentir por su pérdida.

Una vez sentado, el Sombrerero vuelve a ocupar su silla en la


cabecera y sonríe.

—¿No acabamos de tomar el té? —pregunto. Esta es la segunda vez,


y eso sin contar las que me haya podido perder antes de la última. No me
di cuenta de que es algo que ocurre más de una vez cada cierto tiempo.
Una o dos veces al mes, tal vez. Una vez a la semana, una posibilidad.
¿Pero todos los días? Eso parece extremo. El hecho de que haya un
número decente de personas en ambas partes me preocupa.

—Siempre es la hora del té —responde solemnemente el Sombrerero.


No hago ningún comentario. En su lugar, hago el voto de cambiarlo y
salvar a la gente que pueda—. Debes estar hambrienta. —El Sombrerero
suena demasiado excitado por ese hecho, como si no pudiera esperar a
verme comer. Si fuera una chica normal y agradable como mi madre
siempre quiso, me habría extrañado. En cambio, sonrío ante su
exuberancia.

Chasquea los dedos y la comida aparece en la mesa frente a mí, un


plato apilado con pasteles y croissants de aspecto dulce. Hay una
mermelada al lado que huele a cielo y fresas. Mi estómago ruge con fuerza
y me doy cuenta de que no he comido desde el desayuno en la oficina.
¿Hace cuánto tiempo de eso? Era normal que me olvidara de comer a lo
largo del día cuando tenía mucho trabajo. ¿Solo han pasado uno o dos
días?

A pesar de que mi estómago da otro gruñido estruendoso, dudo.

—¿Debería comer esto? —le pregunto al Sombrerero, mirando el plato


con anhelo. Estoy segura de que White mencionó una regla sobre la
comida y que no debería comer nada. El Sombrerero no me responde. Se
recuesta en su silla, colgando una pierna sobre el brazo, abierto de
piernas de manera que muestra cada centímetro de su cuerpo. Él sonríe
cuando mis ojos bajan—. Dijiste que no debía confiar en ti —señalo.

Su sonrisa se amplía.

—Apuesta, muerde. ¿Es de fiar o no10? —canta.

La criatura rana se ríe mientras hurga en su plato. Cuando miro de


cerca, veo que sus croissants están cubiertos de moscas. Está sorbiendo,
y los sonidos son totalmente repugnantes, pero me estoy acostumbrando
al País de las Maravillas. Ni siquiera me da asco. Todos los demás
huéspedes tienen comida adaptada a sus dietas. Me doy cuenta de que
la de Tera tiene carne cruda entre las rebanadas de pan. No pregunto qué
tipo de carne es por miedo a la respuesta.

10 N. del T. Otra rima, al Sombrerero le gusta rimar.


—No sé si confiar en ti o no, pero acepto tu apuesta con cierto
pensamiento —canto, imitando su rima.

Sus ojos se iluminan y se endereza en su silla, inclinándose hacia


delante, mientras yo doy un bocado de lo que creo que es un danés. El
sabor explota en mi lengua, el sabor es diferente a todo lo que he comido
antes. Había pensado que el té sabía a Ambrosía. La comida hace que el
té sepa a ceniza. Gimo mientras tomo otro bocado, sintiendo que mi
hambre se apodera de mí. El Sombrerero me observa, embelesado,
mientras empiezo a limpiar sistemáticamente el plato que tengo delante.

No es hasta que he terminado la mayor parte de la comida que me


doy cuenta de que algo no va bien, de que no me siento bien. Hay un
zumbido debajo de mi piel, una sensación de arrastre que suele ser la
primera señal de que he tomado demasiado alcohol. La piel bajo mis
uñas, y en lo más profundo de mis canales auditivos donde no puedo
rascarme, pica. Súbitamente acalorada, miro al Sombrerero en cuestión.

—¿Había algo en la comida? —pregunto. Con mis propios oídos,


puedo decir que mis palabras son un poco confusas. Entonces suelto una
risita. Pongo los ojos en blanco. Soy una borracha predecible. Pronto
estaré bailando sobre la mesa y riendo histéricamente por nada.

—Toda la comida del País de las Maravillas tiene efectos


secundarios. —El Sombrerero observa divertido cómo empiezo a
balancearme en mi asiento. La música llena la habitación, no tengo ni
idea de dónde proviene, y no puedo evitar moverme al ritmo profundo y
palpitante. Puedo sentirlo en los dedos de los pies, recorriendo mi cuerpo.

—Me siento borracha —digo, riendo—. Como muy borracha. Estoy


bastante segura de que me va a doler mañana si esto es como beber doce
tragos de tequila de forma consecutiva.

—Eres hermosa. —El Sombrerero sonríe con las palabras, y de


repente me siento tan hermosa como él me ve. Siento que puedo
enfrentarme al mundo en este momento y ganar.

—Quizá quieras dejar de comer —dice Tera desde mi lado—. O sino,


te despertarás mañana sin tus recuerdos.

Me vuelvo hacia ella bruscamente, mis sentidos se aclaran por un


momento, lo suficiente para encontrarme con sus ojos. Confío en que me
diga la verdad, y de algún modo sé que no miente. Mi instinto me dice
que no podría mentirme, aunque quisiera.
—¿Olvidaré mis recuerdos?

—Solo si tomas tanto y te desmayas —aclara, sonriendo—. Entonces,


te sugiero que vayas más despacio.

Aparto el plato, las pocas migas que hay en él me llaman. En el


momento de sobriedad, le doy la vuelta al plato, ocultando los trozos
sobrantes. El Sombrerero se ríe, pero no comenta nada. El intenso
zumbido vuelve con la música que me hace vibrar el cuerpo hasta que no
puedo evitar balancearme de nuevo en mi asiento, riéndome, junto con
los otros invitados mientras bromeamos de ida y vuelta.

—No pueden conmigo —gruñe Tera a los hermanos zorros,


olfateando con desdén. Es la primera vez que la veo siendo algo más que
amable, y me recuerda que se parece más a un lobo que a una mujer.

—Tal vez —responde uno de los hermanos—. Pero tampoco puedes


con nosotros.

—¿Qué te hace pensar que yo podría considerar ese pensamiento?

Escucho la conversación, embelesada con el giro de los


acontecimientos. Con un buen zumbido, no puedo controlar el vómito de
palabras que sale.

—¡Solo bésense de una vez! —Me tapo la boca con la mano,


sorprendida. Tera me mira, sus ojos bailan con un fuego que es tan
caliente como la tensión en la habitación. Luego echa la cabeza hacia
atrás y se ríe. Los hermanos zorro se unen a ella.

Observo, fascinada, cómo Tera se levanta de su silla antes de subirse


a la mesa.

—Acompáñame, Clara Bee. —Me tiende la mano. Deslizo mis dedos


en su mano con garras y me sube a la mesa sin esfuerzo—. Vamos a
bailar.

Me sentía como en casa, había ido al club con mis amigas. No lo


había hecho desde mis días de universidad, pero todavía recuerdo la
diversión de tirar de la otra en la pista de baile y bailar juntas, atrayendo
todas las miradas de la sala. Esto era algo como eso, pero mejor.

Tera me atrae contra ella, y empezamos a balancearnos, su cola


peluda girando alrededor de mis piernas mientras giramos. Me río
cuando los platos caen de las mesas y se estrellan contra el suelo. El
Sombrerero nos sonríe, completamente relajado, mientras sorbe su té. La
rana se acerca a la mujer de los tentáculos y se sienta a su lado. Ambos
acercan sus cabezas y hablan, mientras nos sonríen a Tera y a mí
mientras nos balanceamos con la música. No tengo ni idea de dónde viene
la canción tan alegre, pero no la cuestiono. Me siento demasiado bien
para tanto pensamiento.

Los hermanos zorro se levantan de sus asientos como un solo


hombre. Saltan sobre la mesa, con sonrisas malvadas en sus caras
mientras se acercan a Tera. Ella se enfrenta a ellos mientras muevo las
caderas y giro en círculos sobre la mesa. Menos mal que es una mesa
robusta. Habría sido mortificante caerse.

Mi atención se centra en Tera y los hermanos zorros, que empiezan a


balancearse juntos en una danza sensual. Los hermanos la rodean,
deslizando toques astutos aquí y allá, que normalmente me harían arder
la cara. En el estado en que me encuentro ahora, disfruto del espectáculo.
Parece que no puedo apartar la mirada durante unos momentos hasta
que siento el calor de otra mirada sobre mí. Me vuelvo y me encuentro
con los intermitentes ojos dorados del Sombrerero. No está mirando a
Tera y a los hermanos. Solo tiene ojos para mí.

La canción cambia a algo profundo y sensual, las notas de fondo


golpean lo suficientemente fuerte como para atravesar la mesa y llegar al
interior de mi cuerpo. Mantengo mis ojos en el Sombrerero,
absorbiéndolo todo. Sigue sentado en su silla, recostado perezosamente,
con una pierna colgando sobre un brazo de nuevo de tal manera que
muestra su parte inferior completamente. Mi cuerpo sigue
balanceándose, mis caderas se mueven al ritmo. Me muevo hacia él
lentamente, pasando por encima de los platos que traquetean debajo.
Pateo algunos platos de la mesa cuando juzgo mal la distancia, el
desconcierto me hace tropezar un poco. El Sombrerero se endereza en su
silla cuando llego al borde, mirando hacia abajo. Me arrodillo con cautela
y me siento, abriendo las piernas a ambos lados de él para colgarme sobre
el borde. Él sonríe al ver mi posición, y sus manos rodean mis tobillos
antes de subir por mis piernas vestidas de cuero hasta acariciar la parte
posterior de mis muslos.

—¿En qué puedo ayudarla, señorita Clara Bee? —Su voz ronca, me
atraviesa y me llega al corazón. Un calor se extiende en mi vientre
mientras aspiro el aroma del chocolate y el té de manzanilla.
En lugar de responder, me inclino ligeramente hacia adelante. Los
ojos del Sombrerero caen sobre mis labios11, y sonrío. Estoy segura de
que espera algo sexy, tal vez un susurro en voz alta o una frase picante
para ligar. ¿Qué hago en su lugar, en mi estupor de borracha? Le doy un
golpe en la nariz, riendo cuando una mirada de sorpresa cruza su cara.
Le quito el sombrero de copa de su cabeza y lo coloco en la mía, el moño
desordenado se ha caído hace mucho tiempo. Tengo el pelo suelto y
encrespado, pero no me molesta.

El Sombrerero me gruñe por haberle robado el sombrero, un sonido


sexy que hace que mis pechos se tensen. Estoy bastante segura de que
acabo de cometer un gran no-no. ¿White me dijo que no tocara el
sombrero del Sombrerero? No lo recuerdo. Cuando el Sombrerero me
acerca, sentada a su alrededor, con la risa en la cara y el sombrero de
copa en la cabeza, su expresión se suaviza y el peligro que había en sus
ojos desaparece tan rápido como había aparecido. Sus manos se aprietan
en la parte posterior de mis muslos antes de tirar de mí hacia él. Me
deslizo desde el borde de la mesa y aterrizo con un golpe en su regazo. El
sombrero de copa se queda posado en mi cabeza.

Debajo de mí, puedo sentir su excitación a través de sus pantalones


de cuero, y la sensación embriagadora de sentirme deseada me recorre.
Me alegro de no estar sola con esta abrumadora atracción; el Sombrerero
parece tan afectado como yo. Nuestros ojos atrayéndose el uno al otro,
su oro envolviéndome y arremolinándose con mi gris. Todo lo demás se
desvanece, las risas, la música, los otros invitados. Solo estamos el
Sombrerero y yo.

—Creo que te debo un beso —susurro, con la voz ronca mientras me


inclino hacia delante.

Su rostro se vuelve serio antes de que yo cierre los ojos,


preparándome para el beso que estoy segura que sacudirá mi mundo. Mi
única esperanza es estar lo suficientemente sobria para recordarlo.
Siento sus manos en mi cintura, y me doy cuenta de lo íntimos que
estamos en una habitación llena de gente. Eso no me disuade en
absoluto. En todo caso, me siento más excitada por ello, que el
Sombrerero no siente ninguna vergüenza, ninguna preocupación por mí

11N. del T. Wey, solo puedo ver en mi mente a Johnny Depp como el Sombrerero…
No me disgusta la imagen JAJAJAJAJA
—Sombra Literaria
o por mi excitación. Puede que esté un poco borracha de comida del País
de las Maravillas, pero eso no significa que no sepa lo que está pasando.
Me quedo ahí, casi frunciendo los labios, pero no pasa nada. Abro los
ojos confundida ante el rostro todavía serio del Sombrerero.

—No. —Su voz es dura mientras estudia mi rostro—. Quiero que


seas totalmente tú cuando nos besemos.

La vergüenza inunda mi cuerpo por primera vez y siento cómo se me


calientan las mejillas. En el estado en que me encuentro, el rechazo me
golpea con fuerza, creciendo con cada respiro. Las lágrimas amenazan
con caer aunque sé que estoy exagerando. Mi mortificación no tiene
ninguna lógica, y, sin embargo, me golpea como una tonelada de ladrillos.

La mirada del Sombrerero tartamudea al ver la lágrima que se desliza


por mi mejilla. Me la quito de encima horrorizada y salgo de su regazo.
Soy tan ágil como un flamenco con una sola pierna, pero consigo salir sin
avergonzarme más. Por primera vez, me doy cuenta de que la música ha
desaparecido, y me pregunto si es cosa mía o del Sombrerero. Los demás
invitados me miran fijamente. Tera se baja de la mesa, y se acerca a mí.
Me rodea con sus brazos en un abrazo, y es exactamente lo que necesito.

—No pasa nada —me susurra al oído—. Es solo la comida. Aumenta


nuestras emociones. Ve. Tómate un tiempo para respirar. Te sentirás
mejor.

—Gracias —respondo, con un sollozo en la voz. Si no salgo de aquí,


voy a perder la cabeza. Le aprieto la mano—. Por todo.

—No, gracias a ti, señorita Clara. La veré de nuevo. Mantente fuerte


ahora. El Sombrerero, es una criatura del País de las Maravillas. La tierra
le duele, por eso sufre. Debes permanecer fuerte contra su locura.

Sonrío, le doy otro abrazo rápido y me voy, con la falda ondeando


detrás de mí. Si no estuviera tan angustiada, me habría emocionado por
eso. No me doy la vuelta ni miro al Sombrerero. Me olvido de que llevo su
sombrero de copa.

Salgo por las puertas del salón de baile, los efectos de la comida
desaparecen casi al instante. Respiro profundamente, las emociones de
hace unos segundos desaparecen. Todavía queda el escozor del rechazo,
apenas, pero soy capaz de ignorar y racionalizar lo inútil que era sentirse
así. El Sombrerero estaba siendo un caballero y tenía suficiente honor
para no aprovecharse. Debería respetar eso en lugar de desear saber a
qué saben sus labios. O la comida sólo tiene el efecto en el salón de baile
o yo abrazaba la sensación de zumbido un poco demasiado. Se me pasa
tan rápido que me quedo de pie fuera del salón de baile, frotándome la
frente, confundida.

Me vuelvo hacia el salón de baile, preparándome para disculparme


con el Sombrerero cuando se oye un fuerte golpe en la puerta principal.
Miro fijamente, pero no muevo. De ninguna manera voy a abrir una
puerta en el País de las Maravillas yo sola. El golpe vuelve a sonar, más
insistente y enfadado. Hay tanta rabia en ese golpe que la puerta suena
con fuerza. Me preocupa que la derriben por completo, pero se mantiene
firme, impidiendo que entre quienquiera que esté detrás de ella. Cuando
el golpeteo se hace tan fuerte que puedo sentirlo a través del suelo de
mármol, me apresuro a subir las escaleras y doblar la esquina,
empujando mi espalda contra la pared. Me asomo por el borde justo
cuando El Lirón sale. Hay preocupación en su rostro, la primera emoción
que veo en él, y es esa visión la que me hace entrar en pánico. Si el Lirón
está preocupado, entonces algo está definitivamente va mal.

Oigo un grito ahogado al otro lado, acompañado de alguien que golpea


la puerta tan fuerte como puede. Todo el calor es absorbido por el aire.
Contengo la respiración mientras el Lirón se acerca al pomo.
Traducido por Lixeto
Corregido por -Patty
Editado por Mrs. Carstairs~

El Lirón duda cuando se forma una grieta en la puerta, la ira irradia


a través de la puerta creciendo a niveles nucleares. Estoy flotando en mi
escondite, mis manos se aferran a la barandilla mientras me inclino para
ver quién está allí. Cuando el Lirón comienza a alejarse de la puerta, dejo
escapar el aliento y lucho para controlar mi corazón acelerado. Algo está
sucediendo y estoy debatiendo entre irme por el laberinto de pasillos o
correr por las escaleras hacia el Sombrerero, con suerte, golpeando a
quien esté detrás de esa puerta. Una mano aterriza en mi hombro y salto
mientras me hace girar. Tengo mi brazo levantado, lista para noquear a
quien tenga el descaro de tocarme, pero me relajo cuando me doy cuenta
de que es solo Cheshire. No debería. Cheshire es tan amenazante como
quienquiera que esté al otro lado de la puerta, pero él es el menor de dos
males en este momento. Sé qué esperar de él. ¿La persona detrás de la
puerta? No tanto..

—Ven conmigo. —Tira de mi brazo, tratando de que me mueva—.


Tenemos que irnos. Ahora.

—¿Quién es? —pregunto, porque, claro, estoy asustada, pero también


estoy increíblemente curiosa. Debería estar corriendo, gritando como loca
para alejarme de la puerta. Tengo un repentino destello de horror—. No
es un Bandersnatch, ¿verdad?

Cheshire resopla y niega con la cabeza.

—Bribón sabe que estás aquí. Ese es él tratando de derribar la puerta.


Me da un tirón para que me mueva, tirando de mí por un pasillo lejos
de la conmoción. Apenas puedo seguir el ritmo de sus largas zancadas,
cronometrando dos veces mis pasos en un intento de hacerlo.

—Que Bribón me encuentre es malo, ¿verdad?

—Bribón pertenece a la Reina Roja. Si te encuentra, te llevará con


ella. —Él me mira, más serio de lo que nunca lo había visto—. Ella te
matará, lenta y brutalmente hasta que pidas piedad que nunca te
mostrará. —Me trago el miedo asfixiante que sube por mi garganta. Ya
había prometido ayudar a estas personas. No retrocedería ante la primera
señal de problemas. Yo solo podría suponer que las cosas empeorarían
antes de que puedan mejorar. No tengo tiempo para el miedo.

—¿Por qué no nos limitamos a luchar contra Bribón? —pregunto—.


¿Por qué estamos corriendo si se supone que lo derribaría?

Cheshire me mira de nuevo y sonríe.

—¿Quién dice que estamos corriendo?

Finalmente, Cheshire me detiene frente a una puerta. Ya no puedo


escuchar los golpes, pero si me concentro, creo que puedo sentir un
profundo golpe a través del suelo. No tengo idea de cómo alguno de los
huéspedes de la casa encuentra su camino en el laberinto de pasillos.
Hago todo lo posible por notar las direcciones que tomamos, solo para
perder la pista después del duodécimo giro. La casa no parece tan grande
desde fuera. En el interior, bien podría ser tan grande como quiera, y
seguir y seguir como si no tuviera fin. Cheshire abre la puerta de una
patada y entra como una tormenta, arrastrándome detrás de él. Estoy
empezando a ver un patrón con los hombres del País de las Maravillas,
pero no me preocupo por eso ahora mismo. En cambio, mi mandíbula
cae.

La habitación es enorme, pero eso no es lo que me sorprende. Cada


pared está completamente cubierta de armas, exhibidas desde el suelo
hasta el techo. Hay muchos tipos, puedo sentir que mi cerebro
literalmente explota por la sobrecarga. Una pared está cubierta con todo
tipo de armas, desde pequeñas cosas que parecen inocentes hasta algo
que estoy segura que debe ser un lanzacohetes. Se parece bastante a los
que he visto en películas en casa, pero el barril no es recto. Está curvado
por la razón que sea. Otra pared está llena de varios tipos de espadas y
cuchillos. Estoy tentada de armarme con un hacha de batalla de aspecto
perverso que veo, una apropiada para mi grito de batalla asesino de
arañas, pero dudo que pudiera levantarla si quisiera. Las otras dos
paredes están llenas de artículos para los que no tengo nombres. Ni
siquiera puedo describir algunas de las cosas como para adivinar.
Cheshire se acerca a la pared de armas y estudia las opciones,
sacudiendo su cabeza levemente cuando mira más allá de algunos en
particular.

—¿Puedes pelear? —Su voz atraviesa la habitación, pero no vuelve a


mirarme.

Niego con la cabeza a pesar de que no puede ver.

—He tenido algunas clases de autodefensa, y tomé una clase de porte


de armas, así que puedo llevar mi arma, pero eso es todo. —Un hecho del
que me arrepiento ahora.

—Tendremos que arreglar eso —responde dándome la espalda. Él


llega a lo alto de la pared y saca un arma mucho más grande que
cualquier otra cosa que haya manejado—. Al menos, sabes cómo disparar
un arma.

—Uh, ¿hay alguna forma de que tengas un 9 mm? —El arma es


enorme, una mezcla entre una pistola y las uzis que los mafiosos de
antaño solían llevar. Tiene una gran cámara debajo, que creo que
contiene balas.

El cañón de la pistola es largo y definitivamente más grande que la


pequeña pistola que llevo en mi maletín cuando no estoy en el tribunal.
La cosa tiene que tener balas gigantescas, y no tengo idea de qué calibre
pueden ser. Probablemente tendrán un nombre como "Tres partes
pasadas" o "Media muerte". Cheshire lo trae. Cuando miro más de cerca
el cañón de la pistola, puedo ver las palabras "Rompecorazones" grabadas
como un diseño de filigrana roja. Levanto las cejas. Algo correcto para
referirse a este nombre. Cheshire me lo entrega descuidadamente, y entro
en pánico cuando el arma de fuego casi se cae de mis manos.

—Esto es el País de las Maravillas. —Cheshire comienza a colocar


todo tipo de armas en su cuerpo. Él está deslizando espadas en vainas a
lo largo de su espalda y largas dagas en soportes de muslo. Lo miro,
sosteniendo el arma con cautela—. Una 9mm no hará nada aquí, solo
cabreará a la gente.

—Anotado. —Pongo los ojos en blanco. Por supuesto, tendría que


disparar balas destinadas a derribar un dinosaurio en el País de las
Maravillas. Tiene sentido de una manera ilógica. Lo veo esconder un
arsenal de armas en su ropa, usando cada bolsillo y agregando algunos
cuando eso no parece ser suficiente. Finalmente, se vuelve hacía mí y me
mira de arriba abajo. Se arrodilla y alcanza mi muslo. Tomo un paso
apresurado fuera de su alcance. Me mira y arquea una ceja.

—No confío exactamente en ti —señalo.

—No deberías. —Me sonríe—. Solo estoy tratando de atar algunas


armas a tus muslos. —Me hace un gesto para que me acerque—. ¿Puedo?

Asiento con la cabeza vacilante, dando un paso adelante. Agarra mi


pierna, sus manos clínicas mientras comienza a abrochar las correas
alrededor de mi muslo con fuerza. Es mecánico, nada sensual en el acto,
y me tranquiliza. Después de atar las fundas a mis dos muslos, desliza
un par de hermosos cuchillos largos en ellas antes de ponerse de pie.
Agarra otro cinturón de cuero y lo coloca alrededor de mi cintura, tirando
de él lo suficientemente apretado como para que no se deslice cuando me
muevo. Hay una funda elegante para el “Rompecorazones”, otra correa
que se envuelve alrededor de la parte superior de mi muslo para
asegurarlo. La pistola es pesada cuando la desliza dentro. Al otro lado de
mi cintura, hay una vaina adjunta. Allí entra una espada corta, no tengo
idea de cómo usar la espada o los cuchillos, y espero no tener que hacerlo.
Esa es probablemente una ilusión, sin embargo. Cuando ha terminado,
se siente como si estuviera atada sin restringirme realmente. También
me siento ruda, incluso si no tengo idea de cómo usar cualquiera de estas
armas.

Cheshire da un paso atrás y me estudia antes de agarrar dos


pequeños cuchillos para arrojar a la pared y deslizarlos por los lados de
mis botas de combate.

—Allí. —Él asiente con la cabeza—. Ahora parece que estás preparada
para la guerra. —Él comienza a alejarse, hacia la puerta—. Solo dispara
a Bribón o a los naipes de la Reina. Y, solo si es necesario.

—¿Cómo puedo distinguir entre los malos y los amistosos? —


pregunto. Porque este es el País de las Maravillas. No tengo ni idea de
cómo se ven Bribón o los naipes. ¿Y si se parecen a las otras criaturas?

—Lo sabrás —gruñe Cheshire, el desdén goteando de su voz. Okey,


wow. No hay amor perdido allí. Cheshire abre la puerta y el miedo me
atraviesa.
—¿Dónde está el Sombrerero? ¿Y White? —pregunto, recordando de
repente que están en la casa también.

—White está fuera haciendo lo que sea que haga. El Sombrerero está
abriendo la puerta y mostrándoles el salón de té —responde, esa sonrisa
siniestra se extiende a través de su rostro. Al menos, los libros tienen eso
de correcto. La sonrisa de Cheshire es francamente aterradora.

Salimos de la habitación. Me quedo lo más cerca posible de Cheshire


mientras nos arrastramos a lo largo del pasillo en silencio. Todo está en
silencio, arrojando la casa a una atmósfera más espeluznante de lo
habitual. Normalmente, hay una charla de criaturas que no puedo ver en
los pasillos, y la casa gime. Parece que hasta la casa sabe que necesita
estar callada. Intento imitar los pasos silenciosos que da Cheshire, pero
no soy tan sigilosa como un gato. Mi atuendo se agita, y con cada paso,
algunas de las hebillas en mí emiten un suave tintineo. De vez en cuando,
una tabla del suelo cruje bajo mis botas de combate, y me estremezco,
esperando que no haya nadie cerca, eso significa que nadie nos herirá.
Cada vez que sucede, veo que el hombro de Cheshire se tensa y sé que
está luchando para no molestarse.

Llegamos al final de un pasillo, no hay adónde ir más que girar a la


derecha. Cheshire levanta su mano, diciéndome que me detenga sin decir
nada. Me pongo de inmediato en modo lucha, lo que básicamente
significa que mis manos revolotean alrededor de mi cuerpo
preguntándome qué arma debería agarrar.

¿He mencionado que no tengo idea de lo que estoy haciendo?

Puedo argumentar para salir de cualquier cosa, blandiendo palabras


como armas.

¿Pero armas reales? Una clase de porte de armas. Sé lo básico, pero


probablemente no soy un tirador de primera. Si se trata de una batalla,
podría convertirme en una carga más que en una ayuda. Sin embargo,
eso no me impedirá realmente intentar ayudar.

Estamos parados al final del pasillo, las orejas de Cheshire se mueven


hacia atrás y adelante, durante unos minutos. Mantengo mi respiración
lenta y mesurada, por si acaso algo puede oír.

—Espera aquí —susurra Cheshire tan bajo que tengo que esforzarme
por escuchar las palabras. Él se desliza alrededor de la esquina en
silencio.
Espero y espero, pero cuando no regresa después de largos minutos,
me pongo ansiosa. Saco el arma de mi cintura; es realmente mi opción
más segura entre las armas. Yo probablemente me cortaría el brazo con
una espada. Espero que el seguro funcione de la misma manera que mi
arma en casa. Me preparo, manteniendo mi hombro relajado y mis brazos
firmes mientras agarro la extraña pistola con fuerza. Respiro hondo y
asomo mi cabeza.

Debería haber corrido antes.

Tropiezo hacia atrás, malditamente cerca de tropezar con la parte de


atrás de mi atuendo en un intento de volver. No grito, pero solo porque
estoy muy sorprendida, nada se escapa de mi garganta. Cuando
retrocedo, el hombre que ha estado esperando alrededor de las esquinas
escalonadas alrededor de la pared. Él se enfoca en mí cuando obtengo mi
primera mirada de Bribón. Cheshire tiene razón. No hay forma de que
pueda confundirlo con nadie más.

Lleva una armadura dorada, reluciente y perfecta, una burla contra


las hazañas que realiza para la Reina Roja. Hay un corazón blasonado
rojo gigante en el pecho para que todos lo vean, para mostrar quién lo
posee. Hay una herida a la izquierda al lado de su pecho, como si alguien
le hubiera arrancado el corazón una vez. En la carne sangrienta y
desgarrada, diminutas rosas rojas en flor, allí para que todos las vean. El
lado izquierdo de su rostro sufre un destino similar. Donde solía estar su
ojo, hay un enorme agujero lleno de más rosas brotando. Puedo decir que
probablemente solía ser guapo. Tiene una mandíbula cuadrada y una
nariz fuerte. Su ojo restante es de un brillante azul, su cabello de un
rubio descolorido. Hay un pequeño corazón negro entintado debajo del
ojo restante. Su rostro parece moteado y golpeado, sangre y cicatrices
marcando la piel pálida. Con manos temblorosas, levanto el arma,
apuntando directamente a su pecho. Él ni siquiera se inmuta.

—¿Y quién podrías ser, cosita bonita? —pregunta, con una mueca en
su rostro. Estoy bastante segura de que su mueca es lo más cerca a una
sonrisa, pero parece tensa. El lado izquierdo de su cara ya no parece
funcionar. Sin embargo, su voz es hermosa. Es profunda y resuena, y me
pregunto la contradicción entre eso y su apariencia. Por cada paso lento
que da hacia mí, retrocedo, sin querer estar en cualquier lugar cercano a
él. No respondo a su pregunta, manteniendo el arma apuntada hacia él.
No parece preocupado en absoluto por el Rompecorazones, pero su cara
se transforma en rabia cuando sigo alejándome de él.
—¿Dije quién eres? —grita, golpeando su puño contra la pared a su
lado. Me estremezco, pero no salto, una victoria en mi libro.

—¡Detente! —grita el Sombrerero, acercándose a zancadas detrás de


él. Pasa a Bribón y viene directamente hacia mí, enhebrando mi brazo en
el suyo. Rápidamente agarra el arma de mi mano y la vuelve a meter en
la funda, la acción es tan rápida que apenas la sigo—. Ella es de mi fiesta
del té. Una invitada.

Me quita el sombrero de copa de la cabeza que de alguna manera


todavía estoy usando. Ni siquiera sentí como si hubiera estado usando
un sombrero.

—Nunca la he visto en el País de las Maravillas —dice Bribón, con esa


mueca en su cara—. Y nunca he visto a un invitado empuñando un arma
y vistiendo tu sombrero de copa.

—¿No crees que sabría si ella no fuera parte del País de las
Maravillas? —Sombrerero se encoge de hombros—. Los muertos están
muertos tanto si perdieron la cabeza como si perdieron el corazón.

Bribón no se mueve por un momento. Entonces, sus ojos se


entrecierran y tengo que luchar contra el nudo en mi garganta. Trato de
imitar la mirada pacífica de los invitados a la fiesta del té. Todos lo han
hecho, pero es difícil. Estoy segura de que no tengo el aura de paz a mi
alrededor, un elemento básico para sentarse a la mesa del Sombrerero.
Estoy luchando contra mi respuesta de lucha o huida. Igualmente quiero
sacar el arma de su funda y volar a Bribón en pedazos tanto como quiero
dar media vuelta y correr, alejándome del hombre tanto como sea posible.
Lo único que me mantiene de pie aquí es mi voto por ayudar al país de
las maravillas y el brazo del Sombrerero en el mío.

—No te importa si los acompaño entonces, ¿verdad? —Debería haber


sido una pregunta, pero Bribón no la está preguntando. Es una orden.
Por dentro, me estoy volviendo loca, gritando. Externamente, el único
signo de mi incomodidad es lo fuerte que estoy sosteniendo al
Sombrerero. Mi otra mano está temblando, pero la pongo contra mi
espalda y fuera de la vista.

—Es una ocasión muy íntima —dice el Sombrerero, y entiendo lo que


está intentando hacer. Deshacerse de Bribón. Quita su atención de mí.
Bribón vuelve a golpear la pared con el puño. Esta vez, una gran grieta
de telarañas a lo largo de la pared, se originan donde su mano golpeó.
—Los acompañaré —gruñe.

El Sombrerero frunce el ceño, pero asiente solemnemente. El


Sombrerero tira de mi brazo llevándome por el pasillo. Cuando pasamos
a Bribón, inhala profundamente en el aire, como si me estuviera oliendo.
Me obligo a no reaccionar cuando pasamos. Nosotros flotamos por las
escaleras; tropiezo un par de veces, pero el Sombrerero mantiene su
agarre firme, mientras Bribón nos sigue. El Sombrerero parece
imperturbable por cualquier cosa que esté sucediendo. Yo, estoy
entrando en pánico por dentro. ¿Cómo diablos vamos a salir de esta?
Cuando entramos al salón de baile, me alegra ver que no hay otras
criaturas en la zona. No sé dónde están, si ya cruzaron o se esconden
fuera de la vista, o cómo el Sombrerero se encargó de ellos. Pequeñas
bendiciones. Yo no sé si Bribón puede herir a personas que ya están
muertas, pero prefiero no descubrirlo. El hecho de que se hayan escapado
hace que me relaje un poco más. El temblor en mi mano se detiene.

Miro detrás de mí a tiempo para ver algunas… cosas uniéndose a


Bribón de algún lugar. Tienen que ser las Cartas de la Reina de las que
me advirtió Cheshire. Una vez más, no hay forma de confundirlas con
nada más. Son criaturas grotescas erguidas como hombres. Deben haber
sido personas en algún momento, pero eso es todo lo que puedo decir. No
tienen caras, solo una pizarra en blanco donde deberían tener ojos, boca
y nariz. Llevan cascos de metal, cada uno estampado con un juego de
cartas diferente. Avanzan con arrogancia, ya sea completamente
confiados o desconcertados. No tengo idea de cómo ven a dónde se
dirigen. Cada uno lleva una especie de garrote o un bate con uñas de
aspecto perverso que sobresalen de ellos. Los bates están cubiertos de
sangre, como si nadie los limpiara jamás. Mientras los miro fijamente, el
de enfrente cambia la cara. En lugar del tramo de piel en blanco, una
boca se abre, ocupando todo el espacio. Está lleno de dientes afilados que
gotea, manchados de rojo. Me vuelvo hacia adelante de nuevo tan rápido
que mis ojos ven borroso. De ninguna manera quiero tener nada que ver
con esas cosas. Dame Beezles cualquier día.

Hago todo lo posible por respirar normalmente mientras el


Sombrerero nos lleva más allá de la mesa y la parte de atrás de la
habitación donde los árboles y los hongos crecen más espesos. Él duda
un momento antes de arrojar su sombrero al suelo frente a nosotros. Un
portal giratorio se abre, chupando mechones de mi cabello sueltos y
azotándolos a mi alrededor. Tomo una respiración profunda, recordando
la última vez que atravesé un portal, me desmayé la primera vez. ¿Sería
lo mismo con este? El Sombrerero aprieta mi brazo en el suyo,
manteniendo un firme agarre sobre mí.

—¿Bien? —Bribón está detrás de nosotros con los brazos cruzados


sobre su pecho. Algunos delicados pétalos de rosa caen al suelo.

El Sombrerero se inclina hacia mí.

—No me sueltes —susurra.

—Está bien —le susurro en respuesta, agarrándome con fuerza.


Tengo la sensación de que estamos a punto de hacer algo que no se ha
hecho antes. Estoy a punto de entrar en el Más Allá, a donde los muertos
van. ¿Es como el cielo o como el infierno? No tengo tiempo para
preguntar.

—¿Confías en mí? —pregunta el Sombrerero, dando un paso más


hacia el portal. me muevo adelante con él, la gravedad comenzaba a tirar
de mi ropa. Me acerco y uso la otra mano para agarrar la manga de su
abrigo. Necesito toda la seguridad que pueda conseguir.

—Sí —respiro, mi voz tiembla un poco.

El Sombrerero me mira con los ojos brillantes. Hay un pequeño rizo


en sus labios como si estuviera disfrutando esto demasiado, como si la
locura estuviera en la punta de su lengua.

—Entonces vamos a la aventura —grita, y atravesamos el portal.


Traducido por AS
Corregido por -Patty
Editado por Mrs. Carstairs~

Mientras atravesamos el portal, me esfuerzo por no cerrar los ojos


ante los colores brillantes que se arremolinaban a nuestro alrededor.
Cuando caí en la madriguera de White, había sido un vórtice de verde y
blanco, los mismos colores que al bastardo astuto le parecen favorecer.
El portal del Sombrerero es una mezcla de oro, púrpura y negro, que me
arrastra hasta que mis ojos arden por el esfuerzo que supone
mantenerlos abiertos.

Lucho contra el pánico creciente mientras parece que nos movemos


más y más rápido a través de los colores. Lo único que evita que pierda
completamente la cordura es el Sombrerero a mi lado, con su brazo
entrelazado con el mío, su fuerza nos mantiene unidos. Casi me río de
eso, por lo inapropiado que es el momento en que el Sombrerero Loco me
mantiene cuerda. ¿Cuáles son las probabilidades de eso?

Cuando pienso que seguirá para siempre “el Más Allá debe ser un
largo viaje” los colores se disipan, y salimos a una exuberante y verde
selva. El aire es húmedo, lo que hace que mi ropa sea diez veces más
sofocante. El cuello alto es lo peor, pero los pantalones de cuero le siguen
de cerca. Todo está empapado de humedad, casi como si acabara de
llover, lo suficiente para hacerla más húmeda. Tiro del cuello de mi
chaqueta, odiando todo mi atuendo que parece perfecto para el País de
las Maravillas, pero es terrible para el sofocante Más Allá.

Miro a nuestro alrededor, los sonidos de la selva llegan a mis oídos.


Los pájaros se llaman entre sí en los árboles, el chillido de un mono suena
cerca. Ninguno de ellos hace sangrar mis oídos. Es exactamente lo que
imaginé que sería el País de las Maravillas, un mundo mágico y pacífico,
el sol brillando y filtrándose entre los árboles. No me sorprende, estaba
cien por ciento equivocada.

El Sombrerero no dice nada mientras estudio el nuevo mundo en el


que me encuentro. De nuevo, sacudo la cabeza. Definitivamente acabaré
en el manicomio si le cuento a alguien en casa sobre todo esto. Con su
brazo todavía alrededor del mío, alcanza detrás de él, hacia donde el
portal aún se arremolina. Coge su sombrero del suelo del otro lado, y me
confundo. Acabamos de viajar durante largos minutos para llegar al Más
Allá, y, sin embargo, soy capaz de ver de nuevo el salón de baile donde el
Bribón está de pie. La ira nubla su rostro antes hermoso mientras nos
observa. Hace que las rosas tiemblen. No puedo creer que, aunque el viaje
a través del portal...haya sido eterno, podamos ver el otro lado. Veo cómo
el Sombrerero vuelve a colocarse el sombrero en la cabeza. El portal
comienza a cerrarse, haciéndose cada vez más pequeño. El Sombrerero
le hace un gesto al Bribón, con una sonrisa en la cara.

El portal se cierra con el grito de rabia del Bribón.

—Entonces, ¿esto es el Más Allá? —¿Qué más puedo decir? Acabo


de atravesar un portal del País de las Maravillas a su versión del Más
Allá. Me gusta pensar que estoy manejando bastante bien la situación
cuando todo lo que creía saber se ha puesto de cabeza.

—Sí —responde el Sombrerero, mirándome—. Y no deberías estar


aquí. Este lugar está destinado a los muertos.

—Pero tú estás aquí —señalo. Sé con certeza que está muy vivo. Él
es tan sólido como yo. Su brazo no se ha aflojado ni un poco, y tengo la
sensación de que no sabe lo que pasará si no me toca. Está mucho más
tenso que en el País de las Maravillas.

—No estoy ni aquí ni allí.

—¿Qué significa eso?

—Un hijo del País de las Maravillas no puede morir a menos que el
fin del País de las Maravillas esté cerca —canta, inclinando su cabeza
hacia mí.

—Entonces, si el País de las Maravillas muere, tú mueres —aclaro. Él


asiente con la cabeza una vez—. ¿Y eso es lo que está pasando ahora?
—La Reina Roja es una plaga en nuestro mundo, que lo drena incluso
mientras se hace más fuerte. —Mira a la distancia, con tristeza en su
rostro—. Alicia nunca debió subir al trono.

Me detengo bruscamente, mis pies se niegan a dar un paso más. El


Sombrerero hace una cómica parada dramática que solo se ve en los
dibujos animados, como si lo hubiera anclado. Sé que es mucho más
fuerte que yo. Lo hizo a propósito, y me hace sonreír brevemente antes
de volver a sacar el tema.

—¿La Reina Roja es La Alicia? —pregunto, porque ¿quién lo vio venir?


¿No se supone que Alicia es una niña inocente de doce años?

Sus ojos se oscurecen, la ira se mueve por su rostro antes de


desvanecerse.

—Una historia para otro momento, me temo —responde,


encontrándose con mis ojos—. Tenemos un límite de tiempo.

—¿Qué clase de límite de tiempo?

—Nunca he llevado a alguien vivo al Más Allá y tú ya estás empezando


a desvanecerte. Tenemos que llegar al otro portal y sacarte de aquí. El
Bribón sin duda estará esperando en este.

—No me estoy desvaneciendo. —Miro mi cuerpo y casi me ahogo


con mis palabras. Mi mano que sostiene el Sombrerero es translúcida,
parece más las alas de un hada que piel—. ¡Oh, mierda!

Tira hasta que volvemos a movernos. Me tropiezo con él, mirando


mi mano que se desvanece.

—Vamos, Clara Bee. Todavía no es tu hora.

—¿Qué pasa si me desvanezco por completo? —pregunto, mi voz es


un susurro áspero.

—No tienes que preocuparte. —Sonríe—. Dijiste que confiabas en


mí.

—Pero, ¿qué pasa si me desvanezco en el Más Allá?

Me mira de reojo. Hay tristeza allí, un brillo en ellos.


—Entonces desapareces por completo. Sería como si nunca
hubieras existido.

Siento que el horror cruza mi cara, la idea me asusta más que


cualquier otra cosa que haya encontrado hasta ahora. Profetizada para
derrotar a la Reina Roja. Destinada a ser la compañera del Sombrerero
Loco, bien. Desaparecer como si nunca hubiera existido, ¡No!

El Sombrerero se burla y se inclina, cogiéndome al estilo nupcial.


Chillo cuando el mundo se inclina, y envuelvo mis brazos alrededor del
cuello del Sombrerero en pánico. Él mueve las cejas mientras sus brazos
me rodean.

—Te estás moviendo muy despacio. —Se encoge de hombros—.


Clara Bee estás destinada a mí, y yo no puedo dejarte morir. Así que
agárrate fuerte, señorita Clara Bee, y todo estará bien —canta.

Y entonces empieza a correr, la selva pasa volando a una velocidad


que me deja sin aliento. Esta vez, cierro los ojos contra los colores
borrosos.

Todo me parece igual. Verde, verde, verde con varios estallidos de


color en las enredaderas florales. Los sonidos no cambian, un constante
parloteo de pájaros y animales que crujen entre la maleza. Ni un solo
bicho intenta picarme. El Más Allá está benditamente libre de insectos
chupadores de sangre y pequeñas cosas venenosas.

Nos encontramos con un arroyo y el Sombrerero frena. El sudor le


cae por la cara y el pecho, el pelo se le pega a la frente. Estoy bastante
segura de que mi pelo es un nido de ratas. El sudor cortado y enredado
no es uno de mis looks más sexys. El Sombrerero pone su mano para
rodear la mía, asegurándose de que nuestra piel siempre esté en
contacto. Las palmas de las manos de ambos están húmedas, pero
ninguno de los dos lo comenta.

—¿Tienes sed? —El Sombrerero mira el agua con anhelo.


Balanceo mi cuerpo. Todo mi brazo está descolorido, pero nada
más. Tal vez, no está progresando tan rápido como el Sombrerero teme.
Me tomo un momento para pensar en ello, pero la decisión está tomada
cuando mi mano se mueve hacia el cuello y comienza desabrochar los
botones de mi abrigo. El Sombrerero me mira desconcertado.

—Tengo demasiado calor —respondo mientras me arranco de un


brazo la pesada chaqueta y cambio la mano con la que me agarro de ella,
a la mano que sujeta la del Sombrerero antes de arrancar la otra manga.
La chaqueta cae al suelo, las hojas se agitan con el pesado peso.

—No tenemos tiempo. —El Sombrerero niega con la cabeza, pero


observa cómo tiro de mi camisa manchada de sudor sobre mi cabeza.
Los diferentes arneses de las armas son los siguientes. Se caen al suelo
y las hebillas metálicas chocan entre sí.

—No se extiende tan rápido. No tardaré mucho. Solo quiero


refrescarme. —Me quito de a una las pesadas botas de combate y empiezo
a trabajar en mis pantalones de cuero. Desabrocharlos con una sola
mano resulta difícil, pero finalmente logro la hazaña—. Ahora, ¿te vas a
unir a mí o te vas a sentar en el borde? De cualquier manera, me voy a
meter en esa agua.

Me quito los pantalones de cuero, el sudor hace que me succionen.


No será divertido volver a meterme en ellos, pero al menos, tengo un
momento en el que puedo sentir una fresca brisa fresca en mi acalorada
piel. Podría considerar caminar el resto del camino así, vestida solo con
mi sujetador y mi ropa interior. Al Sombrerero no parece importarle. De
hecho, él no parece ser capaz de apartar sus ojos de mí.

Le doy un tirón de la mano.

—¿Y bien? —Apenas tarda un segundo en quitarse el sombrero de


copa y dejarlo en el suelo a su lado. Su chaqueta le sigue. Observo cómo
se revela más y más piel. Espero que sus pantalones le sigan.

—Me los dejaré puestos. —Se quita las botas de una patada, pero
no se quita el cuero.

—¿Estás seguro? Eso no parece cómodo. —No hay manera de que


nadar en los pantalones de cuero lo sea.

Él sonríe.
—Tentar al destino sería genial, excepto que aún me debes un beso.
Si perdiera los pantalones, perdería mi oportunidad, de tocar tus labios
con mis labios.

Le devuelvo la sonrisa.

—Haz lo que quieras, mi querido Sombrerero, si eso es lo que


realmente quieres. Pero espero que sepas exactamente lo que te pierdes
—le contesto mientras meto el dedo del pie en el agua. Está fría pero no
helada. Me meto dentro, suspirando mientras mi cuerpo se adapta
lentamente al cambio de temperatura. Vuelvo a mirar a Sombrerero,
sonriendo. Todavía está de pie en el borde, con una suave sonrisa en la
cara—. ¿Qué?

—Me gusta cuando haces eso —responde suavemente, sus dedos


apretando suavemente los míos.

—¿Hacer qué? —Estoy realmente confundida. No había hecho nada


fuera de lo ordinario.

—Abrazar mi locura.

Mi corazón da un fuerte latido en mi pecho cuando escucho la


emoción en su voz. Tiro del brazo del Sombrerero hasta que se ve obligado
a meterse en el agua conmigo.

Es más alto que yo, así que nuestras caras no están a la altura, pero
me aseguro de que me presta atención mientras lo miro a los ojos. Lo
envuelvo en un abrazo, un poco incómodo con nuestras manos unidas,
pero lo abrazo tan fuerte como puedo. Huele a su chocolate normal y
manzanilla, una mezcla tentadora que me hace inhalar profundamente.

—Sombrerero —susurro, atrayendo sus ojos a los míos—. Eres más


que tu locura. Y eres perfecto. No pienses nunca que no voy a aceptar lo
que eres.

Él frunce el ceño.

—¿No te molesta la locura? Mi mente es un lugar muy oscuro.

—Si me importara, ¿crees que estaría aquí en ropa interior pensando


en el sabor de tus labios? ¿O en que eres la persona más interesante que
he conocido?
El Sombrerero me levanta en el aire de repente, sus brazos me
rodean, apretando nuestro abrazo. Me río mientras se adentra en el
arroyo, con el agua fresca pasando por nuestros muslos. Luego se pone
en cuclillas hasta que solo sobresalen nuestras cabezas. Al instante me
siento mejor, el arroyo es exactamente lo que necesito.

—Clara Bee —suspira El Sombrerero mientras apoya su frente en


la mía.

—¿Podemos besarnos ahora? —pregunto, anticipando el momento,


pero él niega con la cabeza.

—No podemos demorarnos mucho. Todavía te estás desvaneciendo.

Miro mi brazo y veo que mi hombro es transparente. Gimoteo.

—¡Clara! —dice una voz desde el banco—. ¿Qué en el País de las


Maravillas estás haciendo aquí?

Dirijo la cabeza hacia el sonido y mis ojos se posan en Tera. Está


vestida con una bata verde, y una toalla sobre el hombro. Cuando miro
detrás de ella, puedo ver a los hermanos zorros dirigiéndose hacia
nosotros, todos vestidos con túnicas verdes similares.

Así que han llegado al Más Allá. Como supuse que lo habrían hecho,
enarco las cejas y sonrío.

—¡Tera! —Me muerdo el labio—. Es una larga historia. Y al parecer,


no tenemos mucho tiempo. —Levanto el brazo para que lo vea, y sus ojos
se abren de par en par por el pánico.

—¡Tienen que salir del Más Allá de inmediato!

—Lo planeamos. No estaba vestida para la selva, así que el calor se


hizo un poco insoportable.

Tera mira mi estado de desnudez antes de dirigirse al Sombrerero, al


que tengo envuelto alrededor como un mono araña.

—Me parece que has tenido la misma idea que nosotros —ríe, con un
sonido ronco—. Los chicos y yo estábamos a punto de bañarnos
desnudos.

Sonrío, aunque me sonrojo. Parece feliz, y eso me hace muy feliz por
ella.
No tengo ni idea de cómo era su vida en el País de las Maravillas, qué
dificultades tuvo que pasar para llevarla finalmente a la muerte, pero
aquí está despreocupada y segura. Me siento mucho mejor después de
verla.

—Tenemos que irnos, Clara Bee —me susurra el Sombrerero al oído.


Una parte de mi pecho se desvanece, y me levanto bruscamente, tirando
de Sombrerero conmigo. Subimos el arroyo y empezamos a vestirnos.
Tengo que hacer un pequeño baile de saltos para volver a ponerme los
pantalones. Tenía razón. Ponerlos de nuevo es un asco. La chaqueta es
peor, como abotonarse en una manta térmica. Dejo la mayoría de los
botones desabrochados en un intento de detener algo del calor.

Cuando termino, Tera me abraza a ella.

—Mantente fuerte. Y ten cuidado con el Bribón.

—Ya nos conocemos —respondo—. Así es como hemos acabado aquí.


—El Sombrerero me levanta de nuevo—. ¡Diviértete con los chicos!

—¡Diviértete con el Sombrerero! —Me guiña un ojo mientras


despegamos, más rápido que antes.

Tengo una vista rápida de los hermanos Zorro tirando de la bata de


los hombros de Tera antes de que se pierdan de mi vista.

Cuando el Sombrerero por fin empieza a frenar, mi cabeza se siente


tan ligera como mi cuerpo. Me miro a mí misma, todo lo que puedo ver
es translúcido, igual a un fantasma más que a una persona, y frunzo el
ceño. Intento que el pánico no se apodere de mí cuando los brazos del
Sombrerero se estrechan a mi alrededor y la preocupación se dibuja en
su rostro. No tengo ni idea de cómo afrontar lo que está sucediendo, cómo
luchar contra ello. ¿Cómo puedo evitar desaparecer de la existencia? Lo
único que se me ocurre es salir de aquí, cosa que me viene a la mente.
—¿Cuánto falta? —Mi voz suena diferente, más jadeante y suave,
como si se estuviera desvaneciendo, también.

—No mucho. No mucho —responde el Sombrerero. Sigue repitiendo


las palabras una y otra vez en voz baja. No hace nada para calmar mis
nervios.

Atravesamos la arboleda y entramos en un círculo de árboles, un


claro. En el centro, mezclado con el verde de la selva, se encuentra un
poco del País de las Maravillas. Unos hongos gigantes se levantan altos y
orgullosos en el centro, formando un arco cuando se doblan juntos. Los
bichos del País de las Maravillas revolotean alrededor de la pequeña área,
zumbando incesantemente. Vuelan de manera perezosa, todo lo contrario
del modo ataque que parecen tener normalmente. El sonido de los pájaros
y los animales está ausente aquí, el lugar tiene una sensación sagrada.

El Sombrerero no duda. Se acerca a los hongos gigantes, con un


propósito en sus pasos. Los insectos zumban más rápido al darse cuenta
de que estamos aquí, pero no nos tocan. Justo en la puerta, me deja
suavemente en el suelo, manteniendo un brazo firmemente unido con el
mío. Me tambaleo cuando mis pies tocan el suelo, desconcertada cuando
me doy cuenta de que no los siento. Me siento como si estuviera flotando,
como aquella vez que Jill Landon me convenció de fumar un porro en el
instituto. El suelo zumba bajo una sensación de arrastre que tira de mi
cuerpo. No sé si es el lugar o el hecho de que ya no puedo ver los
mechones de mi pelo. No sé si hay alguna parte de mí que no sea
transparente.

Nota para mí misma: no volver al Más Allá a menos que esté muerta.

El Sombrerero se quita el sombrero de un tirón y lo arroja


violentamente al suelo a nuestros pies. Mientras observo, el portal se abre
de nuevo, pareciendo girar desde el interior del propio sombrero. Le
preguntaré sobre eso más tarde, y cómo le hizo para que los invitados
pasaran sin su sombrero. Tal vez es solo una herramienta más que el
propio portal, ¿una forma de concentrar su poder? No pierde el tiempo
antes de saltar al portal, arrastrándome tras él. Espero atravesar como
la última vez, entrando en el País de las Maravillas de la misma manera
que atravesar una puerta. En cambio, tan pronto como nuestros cuerpos
cruzan completamente el portal, empezamos a caer. Es exactamente la
misma sensación que tuve cuando White me llevó al País de las
Maravillas, como si volviera a caer por la madriguera del conejo. Después
de todo, probablemente evitaré los portales por el resto de mi vida.
Definitivamente no están en mi lista de cosas favoritas.
Siento un fuerte tirón en el brazo que aún está envuelto con el del
Sombrerero antes de sentir que me lo quita de encima. Me apresuro a
agarrar su mano de nuevo, moviendo mi brazo con fuerza, pero solo
golpeo el aire vacío. Grito, el terror me atraviesa. No puedo hacerlo sin él.
¿Qué pasa si no llego a donde se supone que debo llegar? ¿Qué se supone
que debo hacer?

Incluso antes de que tenga tiempo de gritar o quedarme ronca, los


colores brillantes del portal desaparecen, y entonces estoy cayendo de
verdad a través del aire libre. Grito de nuevo, pero no debería haberme
preocupado. Justo cuando creo que voy a abrirme el cráneo en las
baldosas blancas y negras que hay debajo de mí, aterrizo en los brazos
del Sombrerero con un golpe fuerte sin gracia.

—Qué amable de tu parte en honrarnos con tu presencia. —Sonríe,


sus brazos me rodean con fuerza mientras acunan mi cuerpo contra el
suyo.

Pongo los ojos en blanco, tratando de calmar mi corazón acelerado,


pero una pequeña sonrisa curva mis labios de todos modos. Me pone de
pie y me tambaleo antes de encontrar el equilibrio. Miro mi brazo y sonrío.

—Vuelvo a ser normal —exclamo.

—Bueno, todo lo normal que puede ser. —El Sombrerero se ríe, la


sonrisa sigue en su cara—. ¿Pero qué consideras tú normal? Ya que, para
mí, tienes un aspecto bastante diferente.

Me río de lo absurdo que suena que El Sombrerero me diga que no


soy normal. Me río, fui al Más Allá, al Más Allá literal, y sobreviví. Un
subidón llena mi cuerpo incluso tengo ganas de saltar y girar en círculos.
Estoy mareada de alegría, feliz de que el Sombrerero esté aquí conmigo y
sea la razón por la que sigo viva.

En mi excitación, le echo los brazos al cuello. Se pone rígido contra


mí, con la sorpresa en su rostro mientras le doy un ruidoso beso en los
labios por la emoción. El mundo se congela cuando me inclino un poco
hacia atrás para mirarle a los ojos. Sus pupilas se ensanchan ligeramente
antes de que el color se oscurezca y deje de ser un oro brillante de
felicidad para convertirse en oro viejo, brillando como diamantes
mientras me mira fijamente. Pasa tal vez un segundo antes de que gruña,
un sonido animal, que me excita de una manera que no sabía que podía
hacerlo.
Antes de que pueda responder, el Sombrerero me levanta por la
cintura y me empuja contra una pared que ni siquiera sabía que estaba
allí. Sus labios se estrellan contra los míos en un beso abrasador, un
fuego que recorre mi cuerpo y llega hasta mi corazón. Dejo escapar un
chillido de sorpresa antes de devolverle el beso con la misma furia. No
dudo. Supongo que el hecho de estar a punto de morir me hace ver las
cosas en perspectiva. Sabía que, si había una cosa que lamentaría no
haber hecho, sería no haber cedido a la química entre nosotros. Así que
aquí estoy, entre la espada y la pared. Bueno, algo difícil. Nunca he estado
tan agradecida de que el Sombrerero solo lleve un abrigo mientras mis
manos se deslizan por sus definidos abdominales, sus músculos se
tensan bajo mis uñas mientras raspo las líneas rígidas.

Nuestros dientes chocan en nuestra pasión. Tengo la abrumadora


necesidad de acercarme. Estamos tan lejos, aunque estemos tan cerca.
Como si supiera lo que estoy pensando, las manos del Sombrerero bajan
a mi trasero y me agarran con fuerza, levantándome y contra él, mi núcleo
se alinea con la dureza de sus pantalones. Envuelvo mis piernas
alrededor de él, y otro gruñido retumba en su garganta. Una mano se
queda debajo de mi trasero, sosteniéndome, con su agarre de hierro. Su
otra mano se desliza bajo el dobladillo de mi abrigo y sus dedos ásperos
rozan mi piel de forma deliciosa. Esos dedos se deslizan por mis costillas
hasta que su pulgar apenas roza la parte inferior de mi pecho. Enredo
una de mis manos en su pelo, sacando el sombrero de copa de su cabeza.
No parece importarle. Aprieto mi agarre hasta el punto del dolor mientras
mi otra mano se sumerge a lo largo de sus abdominales, hacia la cintura
de sus pantalones de cuero.

Alguien se aclara la garganta.

El sombrerero se separa, un gruñido curvando sus labios, su cara


más animal que humana mientras me pone de pie y se retuerce,
escondiéndome detrás de él. Jadeo para respirar, confundida y tan
excitada que podría morir si no consigo lo que quiero. Sin importarme la
amenaza, aparentemente, frente al Sombrerero, mis manos se deslizan
alrededor y bajo su chaqueta. Ya estaba tenso, pero cuando mis uñas
recorren el borde de sus pantalones, su columna vertebral cruje mientras
se endereza aún más. Un suspiro sale de sus dientes, y sus manos siguen
las mías contra su piel suavemente. Su mano tiembla un poco, como si
le costara mantener la concentración.

—Clara Bee —canta en voz baja, para que solo yo pueda oírlo—.
Tenemos compañía. —Realmente no me importa quién es, estaba
demasiado metida en mi placer para preguntar, pero no tengo que
hacerlo—. Conoce a Tweedledee y Tweedledum.
Traducido por Roni Turner
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Mrs. Carstairs~

El interés y la preocupación atraviesan la neblina de placer que


recorre mi cuerpo. Sacudo la cabeza para aclararla, un poco paralizada
con la facilidad con la que me he perdido en el Sombrerero. Simplemente
no soy yo. Sin embargo, supongo que no me estoy quejando realmente.

En los cuentos en casa, Tweedledee y Tweedledum son hombrecitos


bajos y regordetes. Cuando echo un vistazo a los tensos hombros del
Sombrerero, me pongo rígida, mis dedos se aferran a su chaqueta. Solo
hay una similitud con respecto a los cuentos. Son mellizos. Eso lo puedo
ver fácilmente. Además de eso, no hay nada lindo ni alegre en ellos.

—Dee está a la derecha. Dum a la izquierda —me susurra el


Sombrerero, y miro con atención.

Dee es definitivamente una mujer, bella como una serpiente. Tengo


una intensa sensación de que soy la presa en esta habitación, y de
repente me alivia tener amarradas todas esas armas al cuerpo. Dee lleva
un vestido muy ceñido, de un color oro oscuro. La falda cae en olas
suaves desde sus caderas, ensanchándose a su alrededor como una
modelo en pasarela. Sospecho que es por la forma en que se mueve. Su
pecho está completamente cubierto de escamas de armadura brillantes,
cubriendo sus hombros y replegándose hacia abajo hasta su ombligo. La
falda reluce, como si estuviera cubierta de cristales que atrapan la luz.
Los cristales parecen moverse. Cuando enfoco la mirada en ellos, me doy
cuenta de que no son para nada cristales. Son pequeños escarabajos
metálicos que reptan a través del material, enredándose en la tela.

Eso ni siquiera es lo más aterrador de Dee. No, su cara es lo


verdaderamente sorprendente. Desde su nariz hasta su cuello, tiene la
cara más hermosa que he visto jamás. Los labios que todo hombre
querría envolviéndolo, un mentón y una mandíbula gráciles, es celestial.
Pero no tiene ojos. En su cabeza, unos grandes cuernos se curvan hacia
arriba, magníficos y oscuros. Se curvan alrededor de su cabeza antes de
juntarse en el medio, elevándose hasta formar puntas afiladas en lo más
alto. Unas pocas puntas afiladas más salen del costado donde los cuernos
son más gruesos. La base de los cuernos baja hasta su frente, cubriendo
la parte donde sus ojos deberían estar, formando una especie de escudo.
Algo gotea de los cuernos. No tengo el coraje de mirar muy detenidamente
lo que es. Su cabello oscuro y ondulado cae pasando sus hombros,
moviéndose a merced de una inexistente brisa.

Dum es básicamente un hombre, su cara siendo tan evocadora como


la de su hermana. Tiene ojos, hermosos ojos de color azul hielo, los cuales
puedo ver desde donde estoy. Tiene una fuerte mandíbula, y una nariz
afilada, al igual que sus pómulos. También tiene correspondientes
cuernos curvados que sobresalen del costado de su cabeza, donde sus
orejas deberían estar. Los suyos, aunque gruesos, son más angulares,
mientras que los de su hermana son más lisos. También, de sus cuernos
gotea algo, algo rojo.

Mientras que Dee es todo oro brillante, Dum es tonos de metálico azul
pavo real. Las escamas de su armadura le cubren igual que a Dee,
protegiendo su pecho y sus anchos hombros. Las escamas se detienen
en su cadera, donde se convierten en una larga falda. Unas largas hebras
parecen conectar a Tweedledee y Tweedledum bajo sus cinturas, casi
como hilo enrollado atándoles. Crea la ilusión de una red que los
escarabajos usan para escalar de arriba abajo entre ellos. La falda de
Dum está cubierta de insectos también. Contengo el escalofrío que me
recorre cuando los mellizos se centran en nosotros. Son hermosos y
terroríficos, todo a la vez. Me aferro más fuerte al Sombrerero.

—¿Es quien creo que es? —pregunta Dum, cuya voz hace eco con una
agonía olvidada hace mucho.

—No es quien piensas que no es —responde Dee. Ambos inclinan la


cabeza a un lado exactamente al mismo tiempo. Me habría largado de
aquí si no hubiese sido por el Sombrerero.

—¿Qué es lo que ven, Tweedledum y Tweedledee? —La voz del


Sombrerero se siente como una amenaza. Me alegra que nunca use ese
tono de voz conmigo.

—No sabemos si lo es. —Dee.


—Pero definitivamente no lo es. —Dum.

—Debe ser Clara Bee —concluye Dee. Jesús. Esto es demasiado. Se


me pone la piel de gallina en los brazos. El vello de mi fría y húmeda nuca
se erizan.

El Sombrerero se encoge de hombros, pero no responde. Introduzco


mi mano en la suya, buscando coraje, antes de acercarme a su lado, con
la espalda forzadamente erguida. No estoy preparada cuando toda su
atención se vuelca a mí al mismo tiempo. Mi corazón se detiene un
segundo, pero ayuda a prevenir que me vaya corriendo. Sin embargo, mi
sensor de vuelo se ha vuelto loco.

—¿Son amigos? —pregunto, con voz sorprendentemente fuerte—. ¿O


enemigos?

El Sombrerero gruñe suavemente, con su mano apretando la mía,


pero no dice nada, permitiéndome hablar.

—¿Nos querrías como amigos? —Dum.

—¿Si pensaras que somos enemigos? —Dee.

—Si son solo enemigos, entonces no son amigos —respondo—. Si son


amigos, entonces no son enemigos. —Mi voz es firme mientras los
confronto.

—¿Y si somos ambos?

—¿Y si no somos ninguno?

—Entonces tienen una oportunidad. —Mi voz toma el mismo tono que
ante el tribunal.

Ladean sus cabezas hacia el costado.

—¿Deseas hacer un trato, Clara Bee? —preguntan a la vez, con sus


voces coincidiendo, y haciéndolas sonar ni masculina ni femenina.

—¿Qué implica un trato?

La agitación del Sombrerero aumenta, cambiando de pie a pie. El giro


que ha dado nuestra conversación lo pone obviamente nervioso, pero no
me detiene. Cuando le echo un vistazo desde el rabillo del ojo, no puedo
evitar sentir una dulce sensación que recorre mi cuerpo. El Sombrerero
parece no confiar en nadie, ni siquiera en sí mismo. Y aquí está,
confiando en mí.

—Podemos hacer un trato —dice Dee.

—Por un precio —añade Dum.

—Siempre hay un precio —finaliza Dee.

Su forma de hablar me pone en ascuas, pero me estoy acostumbrando


a ello, prestando atención a los pequeños matices que los diferencian.
Dee parece ser ciega, por su obvia falta de ojos. Estoy bastante segura de
que Dum es sordo, juzgando por los cuernos que salen de donde sus
orejas supuestamente deberían estar. Pero no hay manera de apreciarlo
en su forma de hablar. Es más aparente por el hecho de que se toman de
las manos, y cuando hablo, Dee parece apretar la mano de Dum. Ella es
los oídos de él, él es los ojos de ella. Funciona con la extraña dicotomía
melliza que tienen.

Me giro hacia el Sombrerero.

—¿Cuáles son las repercusiones de hacer un trato con ellos? —


pregunto.

—Debes verbalizar tu deseo de manera exacta, o sino te robarán la


vista. Piensa sabiamente, entonces vuelve a pensar, porque Dee y Dum
no son tus amigos. —El Sombrerero suspira suavemente, sus hombros
tiemblan por la tensión reprimida. Sus ojos no se apartan de Tweedledee
y Tweedledum, manteniendo en ellos su mirada.

—Así que les gusta malinterpretar la letra pequeña, eh. —Sonrío—.


Qué bien que es con lo que me gano la vida. —Me vuelvo hacia los mellizos
que están esperando pacientemente, con el único movimiento de los
escarabajos—. ¿Cuál sería su precio para asegurar que son nuestros
aliados?

Ninguno habla. Ladean sus cabezas a la vez como si estuvieran


teniendo una conversación, con sus cuernos extrañándose de una
manera que me dice que están en completa armonía. Quién sabe,
probablemente tienen poderes telepáticos o algo así. Finalmente, elevan
sus cabezas y se centran en nosotros de nuevo.

—¿Un aliado amigo?


—¿O un aliado enemigo?

—Ambos —respondo—. Necesito a ambos, amigos y enemigos,


luchando de mi parte. Necesito a alguien que pueda pensar como ambos.

Vuelven a ladear sus cabezas y las juntan.

—¿Qué estás haciendo, Clara Bee? —susurra el Sombrerero—. Esto


acabará mal.

—Estoy aquí por un motivo, ¿no es así? —respondo igual de bajo, con
mi semblante serio.

—Derrocar a la Reina Roja, La Alicia.

—Exacto. —Aprieto su mano para reconfortarlo—. Y no puedo hacerlo


sola. Necesitamos aliados.

Su pecho sube, sus ojos relucientes se encuentran con los míos.

—Me tienes a mí.

—¿Te tengo? —pregunto seriamente—. Cuando llegue el momento,


¿me apoyarás?

Su rostro se suaviza, una pequeña sonrisa ladeada aparece en sus


labios. Levanta mi mano y besa la parte de atrás.

—El Sombrerero Loco y Clara Bee siempre han estado destinados a


ser —canturrea con un tono dulce en la voz. Entonces vuelve su mirada
a los mellizos, quienes esperan pacientemente a que nuestra
conversación se acabe. Me doy cuenta de que llevamos sin mirarlos todo
ese tiempo, y eso me hace perder los papeles.

—¿Cuál es su precio? —Espero a su respuesta con el alma en vilo, a


la espera de alguna joya u objeto mágico, o a mi primogénito.

—Vista —dice Dee.

—Oído —añade Dum.

Frunzo el ceño, mirando al Sombrerero.

—¿Podemos hacer eso? —pregunto.


Asiente una vez.

—Siempre y cuando salgamos victoriosos.

—Muy bien —anuncio—. A cambio de la vista y el oído tras nuestra


prevalencia, ustedes nos apoyarán contra la Reina Roja, antes, durante
y después de la Batalla. Permanecerán leales a nuestra buena causa y se
mantendrán involucrados. —Miro al Sombrerero—. Y no harán daño a
nadie que consideremos amigo. Nos darán consejo cuando lo
necesitemos. Quiero que nos pongamos de acuerdo. ¿Tenemos un trato?

Ladean sus cabezas de nuevo, pero esta vez hablan mucho más
rápido tras la pausa.

—Entonces, es ahora —dice Dee.

—O nunca —concluye Dum.

Una pequeña ola recorre mi cuerpo por la rotundidad del trato.


Cuando mis costillas empiezan a arder, bajo la mirada alarmada para ver
un símbolo apareciendo como un logo en mi piel. Es un círculo con dos
líneas atravesándolo como la forma de los cuernos de los mellizos. Mi piel
crepita donde el símbolo aparece, y hago una mueca ante el dolor.

El Sombrerero me mira, con enfado en sus ojos, pero sé que no es


directamente contra mí.

—Y así comienza —gruñe—. Abajo el reinado de la Reina Roja.


Traducido por Min
Corregido por Roni Turner
Editado por Mrs. Carstairs~

La caminata de regreso a la casa del Sombrerero es interesante. Dee


y Dum flotan silenciosamente detrás de nosotros. No hacen
absolutamente ningún sonido, ni siquiera el roce de la tela. Estoy a nada
de preguntar si son fantasmas después de voltearme por quinceava vez
para encontrarlos más cerca de lo que esperaba. Estoy bastante segura
de que saben que me están haciendo sentir incómoda, y creo que hasta
cierto punto les divierte. Si son capaces de sentir emociones, eso es.
Cuanto más pienso sobre ellos, menos sé realmente.

Me siento rara con ellos a mi espalda. Sé que son depredadores y


darle la espalda a un depredador nunca termina bien. Pero hicimos un
trato sellado por la marca en mi muñeca. Sé que no pueden lastimarme
mientras me quede en su lugar, o eso dice el Sombrerero. Después de la
batalla, y después de que reciban su pago, serán incluso más peligrosos.
Tendré que asegurarme de cuidarme la espalda.

Después de un largo viaje a través del bosque, más rápido que la


primera vez siendo que tengo zapatos normales, la casa del Sombrerero
finalmente se ve. Afortunadamente no tengo ningún otro encuentro con
los Beezles. De hecho, todas las criaturas del país de las maravillas se
mantienen alejadas de los Tweedles. No puedo culparlos. Si no fuese por
nuestro trato, los habría dejado muy atrás.

Suelto un suspiro de alivio hacia la casa al recordar que el Bribón es


la razón por la que nos fuimos en primer lugar.

—¿Tenemos que preocuparnos por el Bribón? —Miro al Sombrerero


con preocupación. Realmente no quiero encontrármelo de nuevo por un
tiempo.
—Se fue.

—¿Cómo sabes?

El Sombrerero me mira, su rostro está medio serio, medio sonriente.

—Mi casa es mi casa, y puedo sentir cada alma.

Levanto mis cejas, pero al final me encojo de hombros. No es la cosa


más rara que escuché en el país de las maravillas. Ni por asomo.

Antes de pasar por la puerta frontal, el Lirón la abre desde adentro,


con su rostro más serio que nunca.

—Llegas tarde. —Su voz suena molesta, pero es toda la emoción que
puedo deducir.

—¿Para qué? —pregunto.

—Té.

Suspiro y, sorprendentemente, el Sombrerero también. Estaba


esperando ansiosa para disfrutar de un largo y agradable baño en la
bañera. Parece que tendré que ponerlo en espera de nuevo.

—El Bribón se fue hace horas. Se quedó por aquí durante unos
minutos, pero se fue cuando no regresaste inmediatamente —nos
informa el Lirón mientras vamos hacia el salón de baile—. Estaba en lo
cierto.

Estoy sorprendida de que el Bribón no se haya quedado aquí, pero


cuando abro las puertas y veo la cantidad de invitados que hay, me doy
cuenta de que se fue por una razón, para castigarnos. Hay un total de
diez miembros sentados para el té, y jadeo por el número.

El Sombrerero se ve igual de angustiado mientras avanzamos por la


mesa hacia nuestros asientos. Él asiente hacia ellos y los llama por su
nombre mientras pasa. Los invitados asienten con una reverencia hacia
él antes de que sus ojos se muevan hacia mí. Cada uno de ellos luce feliz
de verme, y hace que me duela el corazón. No he sido capaz de ayudarlos.
Necesito moverme más rápido. No puedo quitarme el sentimiento de que
algo mucho peor va a pasar, y necesito estar preparada.
Tomamos nuestros asientos, el Sombrerero en su puesto usual y yo
a su lado. Los Tweedles toman asiento más lejos, sus ojos observando a
los invitados a su alrededor. Un par de invitados miran con cautela, pero
ninguno comenta nada cuando los Tweedles comienzan a servirse té.

La mesa, en este momento, está repleta con comida y yo la miro con


recelo. Me muero de hambre, pero no sé si vale el riesgo de desmayarme.
El Sombrerero sonríe ante mi vacilación mientras nos sirve el té.

—Es comida normal. —Deja caer la tetera con estrépito y enhebra sus
manos colocándolas debajo de su barbilla mientras me mira. El
movimiento le da un toque inocente que no funciona del todo porque he
pasado suficiente tiempo con él. Puedo ver el brillo travieso en sus ojos y
el tic en su mandíbula, una señal que revela que es todo lo contrario.

—¿Normal como yo, o normal como tú? —pregunto. No tocaré ni un


pedazo hasta que tenga la certeza de que no me emborrachará.

—Como tú.

Levanto uno de los croissants y tomo un bocado de prueba. Cuando


veo que no me siento mareada, me lo devoro de inmediato, mi hambre
prevalece sobre los modales. El Sombrerero frunce el ceño.

—Recuérdame asegurarme de que comas más seguido, olvidé que


necesitabas alimentarte. —Escucho la vergüenza en su voz al olvidar que
podría tener hambre. Sonrío por su comentario mientras devoro otro
croissant.

—Está bien. Estuvimos un poco ocupados.

Me doy cuenta de que nuestras sillas están más cerca de lo que suelen
estar, así que nuestras rodillas se rozan entre sí debajo de la mesa. Lucho
contra el impulso de deslizar mi mano por su pierna hasta su regazo. Es
probablemente inapropiado para la hora del té.

—Así que… —empiezo después de devorar más dulces de mi plato. Mi


estómago da un gorgoteo satisfecho mientras me siento en mi silla—.
Cuéntamelo todo.

Nos sirve más té cuando nuestras tazas están vacías. Está a tiempo,
mi té es de color rosa pastel y sabe a arándanos. Es dulce pero no
demasiado.
—Puedo mostrarte mejor de lo que puedo decirte —bromea con su voz
llena de pecado y sexo.

Aprieto mis muslos debajo de la mesa, pero pongo los ojos en blanco
hacia él.

—Tú sabes a lo que me refiero. —Tomo un sorbo del té, que resuena
en mi garganta ante el sabor. Mis ojos se fijan en el pecho desnudo del
Sombrerero antes de caer en su regazo. Cuando me doy cuenta de lo que
acabo de hacer, levanto los ojos de un tirón para ver la risa en su cara.

—¿Estás segura de que sabes de lo que estamos hablando? —


pregunta. Se inclina hacia adelante, esos viejos ojos dorados hacen una
aparición justo antes de que nuestras mejillas se toquen—. Puedo
mostrarte cuan loco puedo ser. Todo el País de las Maravillas te
escucharía gritar mi nombre —susurra en mi oído

Mi cuerpo se calienta con sus palabras y eso viaja hacia mi rostro, así
que estoy segura de que hay llamas en respuesta. Hay un infierno furioso
dentro de mí, y quiero dejarlo salir.

Pero ahora no es el momento, incluso si la tensión es tan fuerte entre


nosotros, podría llorar. Entonces, cuando se aparta para mirarme a los
ojos, le beso la punta de la nariz. La sorpresa hace que sus labios se
separen ligeramente y sus ojos se agranden. Sonrío ante la ternura que
me da, antes de inclinarme y empezar a tomar bocados de la comida que
todavía está en mi plato.

—Necesito saber sobre la Reina Roja y cómo Alicia se convirtió en ella.


—Realmente voy a tientas en esto. Necesito más información, así sabré
ante qué estoy.

El Sombrerero me sonríe suavemente mientras se acomoda en su


asiento.

—Puedo mostrarte eso también. —Se pone de pie y agarra mi mano.


La deslizo sin dudar en la suya—. Volveré —les dice a los invitados de la
fiesta del té mientras me arrastra detrás de él. Logro agarrar otro
croissant antes de que me arrastre completamente. Tweedledum y
Tweedledee nos ignoran. Todavía están tomando su té, una mezcla negra
que jamás había visto antes, mirando a los invitados con interés. Hay
hambre en los ojos de Dum, y me hace sentir nerviosa.
—Son todos amigos —les digo antes de dejar la habitación. Juro
haber visto la decepción en sus caras.

El Sombrerero me lleva hacia la puerta principal y la abre.

—¿A dónde estamos yendo? —pregunta.

—A ver a un viejo amigo.

El Sombrerero me arrastra por la casa hasta los árboles. Digo arrastra


porque el Sombrerero da pasos tan grandes que prácticamente debo
trotar para alcanzarlo. Siento que mi cuerpo se vuelve resbaladizo, sudo
por el trabajo extra y gimo. ¿Cuántas veces debo hervir en este atuendo
antes de poder darme un baño?

Una vez dentro de la línea de árboles, el Sombrerero se ralentiza lo


suficiente para que pueda caminar cómodamente a su lado. Nos
movemos en silencio durante unos veinte minutos antes de que una
pequeña y abandonada cabina aparezca a la vista. Lo miro con los ojos
entrecerrados esperando que sea una ilusión al igual que la casa del
Sombrerero, pero no cambia. Es pequeña, con madera podrida y musgo
cubriendo cada centímetro. La naturaleza lo ha reclamado, hay espesas
enredaderas trepando por los lados que no dejan mucho a la vista.
Mientras observo a la casa destartalada, la risa llena el aire, viniendo
desde adentro. Me pongo tensa cuando un hombre pasa a través de la
puerta, la risa viene de su boca.

El traje que está usando solía ser lujoso y hermoso. Eso es todo lo
que puedo decir. Ahora cuelga de él hecho jirones, comido por las polillas
y sucio. Tiene dos largas, marrones y grandes orejas de conejo en su
cabeza, pero a una de ellas le falta la mitad. Son rudas, como si hubiesen
sido masticadas, falta piel en parches aquí y allá. La oreja más intacta
está cubierta de piercings, pequeñas joyas destellando hacia nosotros.
Miro su cara y me doy cuenta de que todo su cuerpo imita a sus orejas.
Falta piel en algunos lugares o está podrida en otras; puedo ver sus
músculos y huesos, que no se supone que vea. Se parece a los zombis de
la televisión, solo agrégale las orejas de conejo. Dudo cuando el
Sombrerero comienza a caminar hacia el hombre.

—Sombrerero —exclama el hombre, con una sonrisa espantosa que


se extiende por su rostro, llena de dientes afilados y ensangrentados.

—March —responde el Sombrerero, sonriendo cálidamente—. Me


gustaría que conocieras a Clara Bee.
El hombre, March, jadea ruidosamente, su mirada se dirige hacia mí.
Es la primera vez que noto que sus ojos son rojos como la sangre, sin
pupilas a la vista.

—¿Ha comenzado? —Sus ojos están muy abiertos. No estoy segura


de si hay miedo o asombro en ellos. El Sombrerero asiente—. Entonces
ven. Ven adentro. Apúrense. —March hace un gesto salvaje hacia la
puerta, y se retira hacia la cabina. Cruje mientras se mueve por las tablas
del suelo y me pregunto cómo no se cae a través de la madera podrida.

—¿La Liebre de Marzo? —le pregunto al Sombrerero mientras


seguimos sus pasos. Las maderas crujen debajo de nosotros, pero no se
rompen.

—Sí.

—¿Qué le sucedió? —No tengo idea de cómo March sigue vivo con esa
apariencia.

El olor a moho me hace arrugar la nariz mientras trepamos hacia el


porche.

—La Reina Roja —responde el Sombrerero

Luego entramos a la cabaña, juntos.

Cuando entramos a la casa mis ojos vuelven a encontrar a March, no


puedo suprimir un jadeo. No luce para nada como lucía afuera. Su traje
es impecable y su piel suave. Ya no veo músculos o huesos, tampoco
carne moteada. El único defecto en su cuerpo es la media oreja que le
falta. Eso sigue siendo igual, incluso si sus orejas están cubiertas de pelo
y lucen saludables. Aparte de eso, es guapo, sorprendentemente, aunque
uno de sus ojos se crispa constantemente atrayendo mi atención cada
vez. Parece más un tic que cualquier otra cosa. Noto algunos de sus dedos
hacer lo mismo, moviéndose de vez en cuando a un ritmo que no puedo
escuchar.
La casa es igual que March. Por fuera luce lista para colapsar,
prácticamente inhabitable. Por dentro es normal y brillosa, sin olor a
moho o a madera podrida. Está desordenada pero no sucia, es cálida y
acogedora.

March se ríe cuando nota que le estoy mirando la oreja. Estoy


tratando de descubrir por qué es la única cosa que no está completa,
porque todo lo demás está arreglado al lado del fragmento faltante.

—Es porque se fue antes de que la Reina Roja me atrapara —dice,


apuntando a su media oreja. Acompaña las palabras con una risa
maniática, como si fuera la cosa más divertida que alguna vez ha
escuchado—. Lo conseguí en una pelea con un Bandersnatch. Bueno,
con un Bandersnatch diferente.

Levanto mis cejas hacia él, pero no comento. No estoy segura de si


quiero saber algo más sobre el Bandersnatch, no después de escuchar el
aullido cuando estaba con White.

—Clara Bee quiere aprender sobre la historia de la Reina Roja. —La


voz del Sombrerero es amable y March nos ofrece asientos en una mesa.

Hay libros por debajo de una de las patas para mantenerla nivelada.

—Por supuesto, por supuesto —responde bullicioso alrededor de la


cocina—. Será mejor que lo hagas antes de que el Bandersnatch dirija
este camino. —Mira el terror que cruza por mi cara. Se ríe tratando de
reprimirlo poniendo su mano en su boca. No funciona—. A las bestias les
gusta andar por ahí —dice—, porque la Reina Roja me las echó encima.

—¿Eso es lo que te pasó? —Pienso en cómo se veía afuera, como si


algo lo hubiera desgarrado.

Su cara se ensombrece y su sonrisa cae instantáneamente. Abro mi


boca para disculparme, pero él me gana.

—Lo verás muy pronto. —Su voz es áspera mientras agarra frascos
de los armarios. Llena una tetera con agua y la pone en una estufa.
Vierte un poco de cada frasco en una taza de té y los mezcla juntos.
Cuando la tetera silba, vierte el agua hirviendo sobre los ingredientes y
una pequeña nube en forma de corazón sale. Trae la taza a la mesa y se
sienta delante de mí. Miro el líquido notando el color rojo sangre en él.
—¿Esto es seguro? —le pregunto al Sombrerero, mirando al líquido
opalescente.

White me había advertido que nunca bebiera té de nadie y, sin


embargo, aquí estoy, aceptando más té. Aparentemente soy terrible con
las reglas del País de las Maravillas. No he seguido muchas de ellas.

Asiente antes de tirarme de mi silla y colocarme en su regazo.

—Respira hondo Clara Bee. —Sus brazos son fuertes a mi alrededor—


. Va a ser un viaje duro e intenso. —Con manos temblorosas, levanto la
taza de té y estornudo. Rosas. Huele a rosas y a espiga metálica que me
recuerda a la sangre. Tomo un sorbo del líquido. Al principio, nada pasa.

—¿Funciona? —pregunto

Entonces el mundo explota.


Traducido por Haze
Corregido por Jeivi37
Editado por Banana_mou

Estoy volando, o flotando. Cómo sea que lo veas, mis pies no tocan el
suelo. Por un momento no tengo idea de dónde estoy, solo sé que me
siento como lo hice en el Más Allá. Me siento ligera. Miro hacia abajo con
pánico y veo que estoy entera, pero el sentimiento aún persiste. Estoy
flotando a un pie del suelo de cuadros blancos y negros, revoloteando.
Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que estoy en el mismo lugar en
el que aterricé cuando bajé de la Madriguera del Conejo. La mesa con la
taza de té «Tómame» y el caramelo «Cómeme» están colocados en el medio
de la habitación. Es exactamente lo mismo que cuando llegué, menos el
mantel de piel humana.

Un grito infantil llena el aire cuando una niña cae de un portal que
se abre en el techo. Aterriza fuertemente sobre su coxis. Hago una mueca,
conociendo el dolor. Mientras se sienta ,con terror en sus ojos, hago la
conexión. Cabello rubio, ojos azules y vestido azul y blanco, estoy viendo
a la Alicia original. Esta es la primera vez que entra al País de las
Maravillas.

—¿Hola? —llama la pequeña Alicia, sus ojos miran a través de mí.

—¿Puedes verme? —Ella no responde a mi pregunta, supongo que allí


está mi respuesta.

Camina alrededor de la mesa y mira fijamente la llave, curiosidad


llenando su mirada. Ella la toma, guardándola en su bolsillo antes de
tomar un sorbo de la taza de té. Ella se encoge ante mis ojos y se desliza
por la puerta más pequeña. La llave la abre.
El mundo gira repentinamente y no estoy más en la Madriguera del
Conejo. Estoy sentada en la mesa de té del Sombrerero Loco, una invitada
que nadie puede ver. Alicia está sentada en la mesa junto al Lirón y
March. Ellos ríen y tiran la comida de ida y vuelta. Mis ojos encuentran
al Sombrerero y me apego a él. Luce tan feliz y despreocupado, incluso si
hay un toque de locura ahí. Es absolutamente hermoso cómo sonríe
hacia la pequeña Alicia, su mirada abierta. Me inclino más cerca de él
mientras todos ríen e intercambian bromas. Incluso el Lirón, sin
emociones, se une, su rostro sonriente y amable. March lanza una taza
de té al aire antes de arrojarle algo. La porcelana se hace añicos al otro
lado de la mesa. Alicia ríe y aplaude con alegría.

—Alicia. —El sombrerero se ríe mientras arroja otra taza de té al aire.


Alicia lo dispara con una honda, explotando más fragmentos en el
escenario. Todos aplauden y se animan.

Me acerco para tocar al Sombrerero cuando la escena cambia de


nuevo.

Estoy fuera de un castillo en un hermoso jardín, uno en el que nunca


había estado, pero es brillante. El castillo brilla como una joya bajo el sol.
Veo cómo Alicia corre riendo desde los setos, un chico rubio
persiguiéndola. Sus risas son inocentes y llenas de amistad. Hay otras
tres personas en el jardín, todas con coronas sobre sus cabezas. Una
mujer está completamente vestida de blanco, su corona incrustada con
diamantes blancos. Su piel es pálida, su cabello incluso, es pálido. Sus
ojos parecen carecer de color. Mira a Alicia con cautela. Las otras dos
personas miran a los dos niños jugar con sonrisas en sus caras. Un
hombre y una mujer. Inmediatamente los conecto como si fueran el rey
y la reina originales del País de las Maravillas.

—¿Qué sabemos de esta niña? —pregunta la Reina Blanca, un ceño


fruncido en su rostro.

—Es solo una niña. —El rey aleja su preocupación—. A Alexander


parece gustarle. Déjalos jugar.

—No me gusta. —La Reina Blanca toma su labio inferior mientras


retuerce las manos.

—Cálmate hermana —dice la Reina—. Todo está bien. Solo es una


pequeña niña fantástica. ¿Qué daño podría hacer ella?
Los niños se ríen de nuevo desde algún lugar en los setos y me muevo
hacia el sonido.

—Voy a encontrarte, Alexander —dice Alicia con su pequeña voz. El


niño se ríe desde algún lugar en el laberinto de setos, escondiéndose de
ella. Ellos deben estar jugando al escondite. Alicia no parece muy
preocupada en encontrarlo, paseando por el seto, sus dedos
arrastrándose en las paredes.

Una ardilla se escapa de los arbustos ante la perturbación y Alicia se


detiene, cayendo de rodillas ante la criatura.

—Ven aquí —le susurra Alicia, extendiendo su mano—. Vamos.

La ardilla da unos pocos pasos vacilantes hacia Alicia, olfateando sus


dedos.

—Eso es, pequeña ardilla.

La pequeña cosa se sube a su mano y ella aprieta su puño,


atrapándola. La ardilla chilla y retrocedo antes el sonido, dando un paso
atrás. Gritos de terror vienen de su puño ahora, donde la ardilla pelea
para liberarse, rascando y mordiendo su palma, pero ella no libera a la
pobre cosa. En lugar de eso, la agarra con ambas manos y las retuerce,
un nauseabundo crujido hace que mi estómago se revuelva. Me fuerzo a
ver cómo la sangre cae en medio de sus manos. Ella agarra una olla vacía
y coloca el líquido rojo dentro. Cuando el flujo se detiene, ella arroja el
cuerpo sin vida de la ardilla entre los setos y corre al laberinto.

—Su Majestad —llama, sonriendo—. Encontré algo de pintura.


¿Puedo pintar algunas rosas de rojo?

La Reina ríe.

—Eres una pequeña niña imaginativa —arrulla ella—. Hazlo,


querida.

La Reina Blanca mira fijamente la sangre antes de fijar sus ojos en


mí, tropiezo hacia atrás.

Los colores se arremolinan.

Estoy de vuelta en la Madriguera del Conejo de nuevo, mirando el


suelo a cuadros blancos y negros. Todo tiene una sensación más oscura,
como si la noche hubiera caído dentro. Cuando Alicia cae por el portal
esta vez, no grita. Aterriza en el suelo agachada, las baldosas crujiendo
debajo de ella. Cuando mira hacia arriba, me congelo. Su cabello todavía
es rubio como la seda de maíz. Su vestido sigue siendo azul y blanco.
Pero, esta vez, está cubierto de sangre. Tanta sangre mancha el vestido,
su rostro, sus brazos. Ella es mucho mayor, quizás en sus treinta, cerca
de mi edad. Se pone de pie y pisa fuerte hacia la mesa, esparciendo todo
por el suelo. La taza de té se rompe y el líquido se esparce por el azulejo.
El Conejo Blanco sale corriendo detrás de una cortina, su reloj marcando
su marcha. Hay miedo en sus ojos mientras corre.

—¡Mierda! —Lo escucho murmurar mientras pasa corriendo a mi


lado. Se mueve tan rápido que apenas lo veo transformarse en un conejo
blanco y desaparecer por una puerta.

—¡Vuelve aquí, White! —grita Alicia de rabia, corriendo tras él. Tiene
un gran cuchillo ensangrentado en la mano.

Los colores giran y estoy mirando la casa del Sombrerero mientras él


entra al porche. La preocupación arruga su rostro mientras mira a Alicia.
Ella se para frente a él en la hierba, mirando. White está apoyado contra
la barandilla, sus orejas se mueven nerviosamente. Cheshire se burla de
Alicia, moviendo la cola de un lado a otro con agitación.

—¿Qué te pasó, Alicia? —pregunta el Sombrerero, sus ojos mirando


la sangre goteando, goteando del cuchillo. Está más fresco que la última
vez que lo vi.

—Crecí —gruñe, dando un paso adelante. Solo hay tres metros entre
ellos—. Cuando me abandonaste a los males de la realidad.

—Has perdido tu grandeza. —El Sombrerero la mira con el ceño


fruncido. Cheshire se tensa desde su posición, sus garras se deslizan
fuera de las puntas de sus dedos.

—No —responde Alicia, acercándose a él. No se aleja—. He ganado


poder.

Ella clava el cuchillo en el corazón del Sombrerero. El shock nubla


sus ojos mientras yo grito. Cheshire y White entran en acción. Corro
hacia adelante, pero la escena cambia antes de que pueda alcanzarlo.
Parpadeo ante la humedad de mis ojos.
Estoy en una sala del trono. Alicia se sienta en una opulenta silla
dorada con un vestido rojo brillante. Lleva en la cabeza la misma corona
que solía llevar la reina. La sangre le corre por la cara y el cuello, se
acumula contra la tela y la oscurece. Cuerpos esparcidos por el suelo
alrededor del trono, abandonados donde cayeron. Cuando miro más de
cerca, veo los cadáveres del rey y la reina, sus cuerpos mutilados, sus
cabezas cortadas y sentadas en los escalones como una especie de obra
maestra espantosa. Tienen la boca abierta de horror. Charcos de sangre
debajo de ellos.

Alicia tiene un corazón en su mano, todavía tibio, sospecho, de


cuando lo sacó del pecho de la reina. Miro desde mi lugar frente al trono.
Alexander está frente a ella, los cuerpos de sus padres a sus pies. Está
golpeado y ensangrentado, sosteniendo un brazo en un ángulo extraño.
Él también es mayor ahora, y la diferencia de tiempo me confunde. Parece
que está más cerca de los veintiún años. Observa cómo Alicia se lleva el
corazón a la boca y lame la sangre que gotea. Alexander se estremece.

—Alicia. —Su voz tiembla—. No eres mi Alicia.

Más rápido de lo que puedo seguir, Alicia se levanta de la silla y se


para frente a Alexander, con la mano alrededor de su garganta. Él agarra
su mano, jadeando por respirar cuando ella se acerca.

—Ya no soy Alicia —le gruñe a la cara. Su otra mano deja una huella
de sangre en su mandíbula mientras toma su mejilla—. Soy la Reina Roja.

Ella arrastra sus garras por su rostro, rasgando un lado. Grita de


agonía, su cuerpo se debilita por el dolor. La sangre brota de la herida
antes de que pequeñas rosas broten en su lugar. Alexander no pelea
mientras ella le besa los labios.

Mi corazón late con fuerza en mi pecho a medida que cambia la


escena. Tengo miedo de lo que veré a continuación, de lo mal que se
pondrá esto. Estoy de pie en la rama de un árbol, mirando hacia un claro.
March pasa corriendo, justo en el centro. Alicia sigue a lomos de una
temible criatura. Abre la boca, los labios se pelan hacia atrás sobre su
rostro para revelar dientes afilados y con costras de sangre.
Inmediatamente me doy cuenta de que debe ser un Bandersnatch. No
puede ser otra cosa. Alicia monta en él como un caballo, con alegría en
su rostro mientras se concentra en March. Está detenido en medio del
claro, rodeado por más criaturas. March hace un último esfuerzo para
salir, corriendo a la derecha hacia el Bandersnatch. Finge hacia la
izquierda antes de moverse hacia la derecha, pero la bestia lo espera. Mi
corazón se detiene cuando la cosa arranca dirigiéndose a March. La
sangre y los pedazos vuelan por el claro mientras los otros Bandersnatch
se unen en un aullido de victoria. Las lágrimas ruedan por mis mejillas
cuando los gritos me alcanzan.

No sé cuánto más de esto puedo soportar, pero no tengo otra opción.


Cualquiera que sea la visión inducida por las drogas en la que me
encuentro, estaré estancada hasta que termine. La escena está
cambiando de nuevo y rezo para que sea la última vez que tenga que ver
algo tan horrible. Por favor, no seas el Sombrerero, pienso. Por favor, no
el Sombrerero.

Estoy de pie en una mazmorra, el aire es frío y húmedo. Me


estremezco, aunque no estoy realmente aquí. Las mazmorras significan
cosas malas. Siempre lo hacen.

Contra la pared, dos personas están esposadas a la piedra. Alicia se


para frente a ellos. Lleva un vestido formal intrincado, rojo y brillante con
rubíes. Un cuello alto enmarca su delicado cuello. La corona roja
descansa sobre su cabello perfectamente peinado. Me muevo hacia un
lado, un pequeño gemido se me escapa cuando veo quién está
encadenado a la pared. El vestido de la Reina Blanca está cubierto de
sangre y suciedad, pero su rostro está sereno incluso cuando sus ojos
brillan como dagas. A su lado, el Sombrerero está encadenado. Le falta el
abrigo y el sombrero, pero es él de todos modos. Está magullado y
ensangrentado, como si hubiera luchado. Sus pantalones están
desabotonados y empujados hacia abajo en un ángulo, apenas ocultando
sus partes íntimas. Hay manchas de sangre seca alrededor de su piel.
Lloro por la implicación detrás de esto.

Alicia le sonríe con malicia.

—Eras mi amiga —susurra el Sombrerero, con la voz llena de dolor.

—Un amigo no me habría dejado pudrirme en un manicomio —sisea


Alicia en respuesta.

Da un paso hacia la Reina Blanca, dientes afilados que nunca antes


había visto sacar de sus labios. La Reina Blanca se encuentra con su
mirada de frente, con la barbilla en alto.

—¿No le rogarás piedad a tu Reina? —le pregunta Alicia, la maldad


goteando de cada palabra.
—Tú no eres mi reina. —La voz de la Reina Blanca es fuerte cuando
habla. Alicia tira la cabeza de la mujer hacia un lado y golpea, sus dientes
se hunden en la carne de su cuello. Un sonido confuso pasa por los labios
de la Reina Blanca. Observo cómo se marchita ante mis ojos, su piel
revela los huesos debajo. Su cuerpo se hunde, sus ojos se hunden en su
cráneo. Su cabello cae al suelo en mechones, solo algunos mechones
cuelgan. Su corona no se cae de su cabeza.

El Sombrerero grita y Alicia se aleja del cuerpo de la Reina Blanca.


Observo el traqueteo del pecho de la reina, que apenas se eleva. Sigue
viva. La sangre gotea por la barbilla de Alicia, sus colmillos aún más
largos que antes, y fija sus ojos en el Sombrerero. Me muevo frente a él,
tratando de protegerlo, un acto realmente inútil. Ella golpea, su mano me
atraviesa y entra en el pecho del Sombrerero.

Grito y grito.

Me recupero, jadeando, mi corazón latiendo frenéticamente dentro de


mi caja torácica. Rápidamente me doy cuenta de que mi piel está húmeda
por un sudor frío, las gotas aún gotean por mi frente. Estoy tendida sobre
el regazo del Sombrerero, sus brazos envueltos alrededor de mí, fuertes y
gentiles a la vez.

—Shh —susurra, apartándome mechones de cabello de la cara. Estoy


segura de que me veo hecha un desastre en este momento. Ciertamente
me siento como un desastre—. Pasará. Pasará.

Su voz me ancla al presente, enfocando mi mente hasta que ya no


escucho los chillidos de la ardilla, las súplicas del príncipe o los gritos
roncos del Sombrerero.

March se sienta a la mesa frente a nosotros, bebiendo té con


delicadeza de una taza de té desportillada. De vez en cuando, deja
escapar una pequeña risa mientras nos mira. Aún no he decidido si está
loco o completamente destrozado. Apuesto mucho a lo último.
Cuando mi frecuencia cardíaca vuelve a la normalidad y ya no siento
que voy a vomitar, me siento en el regazo del Sombrerero. Me estabiliza
mientras los temblores golpean mi cuerpo pero, por lo demás, me deja
adaptarme a mi propio ritmo.

—¿Qué diablos había en ese té? —le pregunto a March. Mi voz todavía
es ronca, ya sea por los gritos o por el té, no estoy segura.

Él sonríe, una risa escapándose de su garganta. Las orejas de su


cabeza se mueven hacia adelante y hacia atrás, como si realmente ya no
supieran hacia dónde señalar.

—Reali-Té —susurra antes de taparse la boca con las manos para


detener una carcajada. No tiene éxito. Termina escupiendo por toda la
mesa cuando una histeria de vientre profundo se apodera de él. Se cae
de la silla, rugiendo de diversión mientras rueda por el suelo. Lo miro con
una ceja levantada. Miro el rostro del Sombrerero. Él tiene la misma
diversión, como si quisiera unirse a March en las risitas en el piso, pero
cuando sus ojos se enfocan en mí, gana control sobre el impulso.

—¿Cómo estás aquí? —pregunto en voz baja, volviéndome sobre su


regazo para mirarlo de frente.

—Yo no estoy ni aquí ni allá —responde—. Estoy en todas partes.

Agarro los lados de su rostro con seriedad, instándolo a que se


concentre solo en mí. La risa de March se desvanece en un ruido de fondo
mientras lo miro profundamente a los ojos.

—Te vi morir. —Mi voz se quiebra en la última palabra—.Te vi morir


dos veces.

Me estudia con atención.

—Mientras viva el País de las Maravillas, yo también lo haré. ¿Te


acuerdas, Clara Bee?

—¿Pero puedes sentir dolor? —aclaro porque esas imágenes se


quedarán conmigo el resto de mi vida. Tendré pesadillas de esos gritos,
de ver morir al Sombrerero una y otra vez.

Él asiente con la cabeza, sus mejillas están calientes bajo mis palmas.
Siento que las lágrimas brotan de mis ojos de mala gana, al darme cuenta
de que debe haber sentido una agonía tan terrible, que, si yo no puedo
cumplir con mi parte en la profecía, él podría sentirla de nuevo,
demasiado. He estado en este mundo por unos pocos días, al menos, creo
que han pasado unos días, pero ya siento que pertenezco. No quiero
fallarles a todos. Una sola lágrima recorre mi rostro y él la mira con
asombro.

—No llores por mí, Clara Bee —susurra en voz baja—. No creo que
pueda soportarlo.

—Lo siento. —Levanto la mano para secar la lágrima, avergonzada de


estar perdiendo la cabeza.

Toma mi mano con la suya antes de que me arregle. Sus ojos están
llenos de emoción mientras se inclina hacia adelante y besa la gota, sus
labios suaves contra mi piel. Es suficiente para asfixiarme de nuevo, pero
lucho contra eso. Se siente como una batalla perdida.

—Nunca sientas lástima. —Me mira a los ojos—. No para mí. Nuestro
mundo es un caos, todos sufrimos de alguna manera. Mi mente... —Se
da unos golpecitos en un lado de la cabeza—, es dónde sufro. Dentro de
mis pensamientos, hay caos, locura, miedo. No puedo luchar contra eso.
No puedo apartarlo. Pero dentro de todo ese caos, estás tú, brillando
intensamente, mi propia estrella para iluminar el camino y mostrármelo
para ir a casa. Nunca te arrepientas de quién eres —dice, más serio de lo
que nunca lo he visto—. Porque quién eres, lo es todo para mí.

Me derrito. Allí mismo, en su regazo, en la cabaña podrida de la loca


Liebre de Marzo, que todavía rodaba por el suelo, jadeando, luchando por
respirar. Si soy sincera conmigo misma, es el momento en que me
enamoro del Sombrerero Loco, tan loco y torturado que canta con
acertijos y rimas y, sin embargo, puede hilar palabras tan hermosas que
suenan a verdad y amor. Puede que se profetizara que estaríamos juntos,
pero una profecía no me hizo amar al Sombrerero. El hombre con abrigo
y sombrero de copa lo hizo todo por su cuenta.

En el suelo, March se sienta de repente, con las orejas erguidas y


apuntando en la misma dirección por una vez.

—Shh, ¿escuchas eso? ¿Lo oyes? —susurra. Su nariz se contrae.

Hacemos una pausa, escuchando. Todo está en silencio. Y luego un


fuerte chillido llena el aire, el ruido discordante y fuerte. Siento como si
me metieran piquetes en los oídos a pesar de que el Sombrerero los tapa
con las manos. Veo la sangre gotear de sus canales auditivos cuando
permanecen desprotegidos. Aprieto la mía alrededor de la suya en un
intento de ayudar. El chirrido se detiene, pero sea lo que sea, está muy
cerca.

—Bandersnatch. —La voz de March tiembla—. Es el Bandersnatch.


Traducido por Nea
Corregido por Jeivi37
Editado por Banana_mou

—¡Vete! ¡Vete! ¡Debes irte! —grita March. Él se ríe y luego comienza a


cantar las mismas palabras una y otra vez, bailando en círculos. Es
exactamente la cosa que hace que mi ansiedad se dispare. Nada como un
lunático delirante dando vueltas y cantando tu perdición cuando la
muerte está esperando justo al lado de la puerta.

Supongo que los Bandersnatch son las mismas bestias que vi montar
a la Reina Roja en la visión inducida por el té. Nadie me ha dicho
específicamente cómo son, pero el sonido que hacen es el mismo que
escucho ahora. Si realmente son las mismas criaturas, tenemos que
movernos rápido. No tengo ningún deseo de encontrarme con las bestias
de frente.

El Sombrerero no pierde el tiempo y me agarra de la mano, tirando


de mí hacia la parte trasera de la cabaña.

—¡No te has bebido el té! —grita March y una taza de té se rompe


contra la pared ante nosotros, los fragmentos de vidrio llueven. El té gotea
por la pared, dejando una mancha roja. Parece sangre. El Sombrerero ni
siquiera reacciona.

El chillido vuelve a sonar, un poco más cerca que antes. El


Sombrerero no es lo suficientemente rápido para cubrir mis oídos esta
vez y siento que la humedad me recorre el costado del cuello. Hago una
mueca, rechinando mis dientes contra el dolor.

El Sombrerero me lleva a una puerta trasera que no había notado


antes. Está diseñada para parecerse más a la pared, mezclándose para
ocultarla. La abre de un empujón y me empuja tras él. Es un milagro que
mis brazos sigan unidos. Parece que me arrastran de un lado a otro en el
País de las Maravillas.

Tengo un momento de pánico de que estemos caminando en el mismo


bosque que esas criaturas, pero no tengo tiempo para concentrarme en
ello. Nos adentramos en la línea de árboles. Aceleramos el paso hasta que
prácticamente corremos entre ellos. Me concentro, en cambio, en no
tropezar con las raíces bajo nuestros pies.

La casa del Sombrerero no está muy lejos, solo a veinte minutos de


paseo. Sé que no está lejos, pero parece mucho más lejano cuando estás
corriendo por tu vida. No hay forma de que podamos dejar atrás al
Bandersnatch. Incluso la Liebre de Marzo no pudo, y él había sido rápido.

Las ramas de los árboles rasgan la cola de mi abrigo detrás de mí,


desgarrando mi ya enmarañado cabello. El Sombrerero intenta evitar que
las peores ramas me golpeen en la cara mientras tira de mí, pero no puede
hacer mucho. Siento que la madera me hace pequeños cortes en las
mejillas, pero eso es lo que menos me preocupa ahora mismo. Siento que
mi energía disminuye, el poco sueño que he tenido me agota.

Los chillidos de Bandersnatch se acercan, se hacen más fuertes y


frecuentes, como sabuesos que han captado nuestro rastro. Por primera
vez, me doy cuenta de que hay más de uno, después de todo. Hay
demasiados chillidos. Apenas puedo oír más allá del rugido en mis oídos
y el golpeteo de mi corazón, pero sus llamadas siguen atravesando los
sonidos. Mi pecho me aprieta y tropiezo, pero no llego a tocar el suelo. El
agarre del Sombrerero es como el hierro, y estoy de pie de nuevo antes de
que me dé cuenta de que estoy cayendo.

Mi respiración entra y sale, mi corazón amenaza con salirse del pecho.


Mis piernas tropiezan con la maleza, el Sombrerero es la única razón por
la que sigo adelante. No puedo respirar. No puedo respirar. No puedo
respirar.

Oigo el chasquido de los dientes detrás de mí, el sonido de las


mandíbulas cerrándose en un gruñido.

Está tardando demasiado. No lo vamos a conseguir. Los


Bandersnatch se están acercando.

Vamos a morir.
—Sombrerero —resoplo, con el terror arañando mi garganta. Mis
piernas se mueven más despacio, mi cuerpo empieza a apagarse.

Él vuelve a mirarme. Sus ojos se levantan por encima de mi hombro


y se ensanchan de miedo. Por un momento, hay un terror absoluto en su
rostro.

—Sombrerero —repito, y sé que él puede oír el horror en mi voz. El


reconocimiento de lo que va a suceder a continuación. No puedo seguir
adelante. No soy lo suficientemente fuerte.

Su cara se endurece y me da un fuerte tirón del brazo, mi hombro se


contrae por él empujándome hacia su cuerpo. Detiene nuestro paso
apenas un segundo para recogerme sobre su hombro, sus brazos
rodeando mis piernas para mantenerme segura. El último trozo de aire
de mis pulmones sale disparado cuando sus músculos se clavan en mi
abdomen con fuerza.

—Aguanta, Clara Bee —grita, y entonces nos movemos más rápido.

Pero no lo suficientemente rápido. Ni de lejos lo suficiente.

Arrojada sobre sus hombros, tengo una vista privilegiada de lo que


hay detrás de nosotros, lo cerca que están. Desearía no poder verlos. Tres
grandes y corpulentas criaturas atraviesan los árboles, corriendo lado a
lado, esquivando los árboles en su camino. Ellos no parecen preocuparse
por las ramas o la maleza. En vez de ello, parecen romper todo por lo que
pasan y sus cuerpos absorben los impactos. Son de color negro intenso,
como los lobos gigantes que se ven en las películas de terror en casa.
Aunque estos no son como cualquier otro lobo que haya visto.

Al igual que la Liebre de Marzo, se están pudriendo en algunos


lugares. A uno le falta su gran ojo rojo, tiene un agujero enorme donde
solía estar. Puedo ver el hueso debajo, brillando en blanco contra el pelaje
negro. Me tapo los oídos con las manos cuando uno suelta otro chillido,
levantando la cabeza en el aire como si fuera a aullar. El sonido es
ensordecedor tan cerca. Gruñen, la sangre gotea de sus fauces cuando
abren la boca de par en par, la piel doblando su cara para revelar los
afilados dientes de su interior. Sus dientes parecen una mezcla entre un
pez pescador y un tigre con dientes de sable. Pero los Bandersnatch no
son las cosas más aterradoras que hay detrás de nosotros.

A lomos del Bandersnatch, en el centro, cabalga una mujer. Su piel


es pálida, su cabello es de un rubio tan pálido que parece más blanco
que amarillo. Su vestido es rojo sangre, el mismo color que la sangre que
gotea por su barbilla, por el cuello y alrededor de los ojos. El vestido tiene
una falda enorme que vuela detrás de ella cuando el Bandersnatch salta
hacia adelante. En su cabeza se encuentra una corona de color rojo
sangre, goteando con joyas. Atrapa la luz de la vida vegetal brillante,
enviando chispas como luciérnagas alrededor de ella. Lleva la sonrisa
más malvada que he visto nunca. Reconozco a Alicia al instante.

—¡Sombrerero! —ruge, su cara se contrae en una mirada de pura


rabia.

El Sombrerero corre más fuerte, empujándose tan rápido como puede


ir.

—Sombrerero —susurro, ahogándome con la palabra. Mis manos se


aferran a su chaqueta en la espalda—. Tenemos que ir más rápido.

Puedo sentirlo jadear debajo de mí, la carrera lo desgasta. El peso


extra que lleva, lo está retrasando. Yo lo estoy haciendo más lento.

—Déjame. —Mi voz se tambalea. Sus brazos se tensan alrededor de


mis piernas, hasta el punto de doler, pero no lo comento—. Déjame y
corre.

—¡Para! —jadea—. No lo haré.

—Vamos a morir. Si me dejas, escaparás.

—¡No! —ruge—. ¡No lo permitiré!

Vuelvo a mirar a la Reina Roja y me encuentro con sus ojos. Ella


sonríe, y recuerdo todo el dolor que ha causado al País de las Maravillas,
todo el dolor que le ha causado al Sombrerero. Quiero hacerle daño.
Quiero que pague por sus pecados, por sus crímenes. Quiero ser capaz
de luchar contra ella. Me doy cuenta de ello.

—¡La pistola! —exclamo, golpeando al Sombrerero en la espalda—.


¡La pistola! Por favor, ¡dime que la pistola aún está en mi funda!

Cheshire me había armado con el Rompecorazones, y el Sombrerero


lo había metido en mi funda cuando estábamos tratando de escapar del
Bribón. Los hombros del Sombrerero se tensan, y su respiración se
estremece.
—Está en tu funda todavía. Todavía la tienes —resopla.

Paso mis manos por la espalda del Sombrerero y por mi cadera,


buscando la funda. Mis dedos rodean la empuñadura, y tiro de la pistola
para liberarla, abriendo los cierres que la mantenían segura.

La Reina Roja está lo suficientemente cerca como para que pueda


distinguir el color de sus ojos. Negros como el carbón, sin pupilas, sin
blanco. Ella se ve como el demonio que es.

La cabalgata es dura, pero soy capaz de sostener la gran pistola en


mis manos, lista para apuntar a la perra del Bandersnatch. Mis
abdominales se acalambran por el esfuerzo de levantar mi cuerpo lo
suficiente para apuntar. Aprieto los dientes contra el dolor.

—¡Espera! —La voz del Sombrerero es apenas algo más que un


susurro en este punto, su respiración entrecortada—. Un claro.

Justo cuando lo dice, atravesamos los árboles, justo en el claro que


mencionó. Se detiene justo en el medio, gira y me pone de pie al mismo
tiempo. Levanto el arma y apunto a la Reina Roja que entra en el claro
en el lomo del Bandersnatch. Por una vez, mis manos no tiemblan, mi ira
me da una fuerza que no sabía que tenía.

El Sombrerero está detrás de mí, con sus manos sobre mis hombros,
preparándome para el retroceso del arma. Asumo que va a ser fuerte.
Probablemente necesitaré toda la ayuda posible.

Para el crédito de la Reina, ella no parece molesta en absoluto por el


arma con la que le estoy apuntando. Los dos Bandersnatch flanquean
sus lados, extendiéndose. Hay más gruñidos detrás de nosotros y siento
que el Sombrerero gira, poniendo su espalda contra la mía.

—Hay tres más detrás de nosotros —susurra. Todavía puedo oír el


silbido en su respiración, su cuerpo agitado por el esfuerzo.

—¿Qué posibilidades hay de que salgamos vivos de esto? —pregunto,


con voz dura.

No responde y lo tomo como la respuesta que es. Llevo la mano más


débil detrás de mí y agarro la suya con fuerza. Si voy a morir, al menos
no estoy sola.
—Bueno, bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? —pregunta la Reina
Roja, Alicia, inclinando su cabeza antinaturalmente a un lado. Me
enfadada porque su voz sigue sonando dulce, aunque esté cargada de
malicia.

Ninguno de los dos le responde. La miro fijamente, manteniendo la


pistola apuntando a mi objetivo.

—¿El Sombrerero ha conseguido otra mascota, hmmm? —pregunta


ella—. ¿Te ha dicho que yo era una de sus mascotas? —La observo, el
arma apuntando a su corazón—. ¿Te dijo cómo me destruyó?

—No veo más que una mujer que es exactamente quién es. El
Sombrerero no te convirtió en un monstruo. Tú eres un monstruo —
gruño.

Ella se ríe, el sonido es como un cristal tintineante.

—Eres linda. Dime, ¿cómo te llamas, mujer?

Le sonrío, apoyándome en la espalda del Sombrerero Loco mientras


me preparo. Sus ojos se entrecierran.

—Soy Clara Bee —respondo.

Tengo la satisfacción de ver sus ojos abrirse de par en par en estado


de shock antes de apretar el gatillo. Un sonido como el de una bomba
que estalla hace eco en el claro, la fuerza del disparo me empuja contra
el Sombrerero. Ambos tropezamos, pero él evita que nos caigamos,
gruñendo por la fuerza del retroceso. Sean cuales sean las balas dentro
de la recámara, tres de ellas salen disparadas del cañón. Observo casi a
cámara lenta cómo las balas explotan hacia afuera, las puntas afiladas
giran a su alrededor mientras se dirigen a sus objetivos. Aparentemente,
el arma se apunta sola porque dos de las balas van a parar a los
Bandersnatch que la flanquean. Observo un gruñido, sus labios se
despegan sobre su cara y sus dientes afilados chasqueando mientras
trata de evitar la bala. No es lo suficientemente rápido. La bala golpea en
el centro, rasgando a través de la materia cerebral y el cráneo y sale por
el otro lado, antes de finalmente incrustarse en un árbol. El tronco del
árbol se rompe y comienza a caer hacia atrás, lejos de la lucha.

El otro Bandersnatch esquiva, pero igualmente la bala le golpea el


pecho. Ambas bestias caen, desmenuzándose en montones peludos en el
suelo. Esto hace que el resto de los Bandersnatch se conviertan en un
caos. Chasquean sus dientes, gruñen, grandes gotas de saliva gotean de
sus mandíbulas, pero los ignoro a todos. Mis ojos están clavados en la
última bala, la destinada a la Reina Roja.

Su Bandersnatch tampoco es lo suficientemente rápido. Se levanta


sobre sus patas traseras, exponiendo su suave parte inferior. La bala
entra por su esternón. Las otras balas atravesaron a los otros sin
resistencia. Esta vez tampoco encuentra ninguna. La bala pasa a través
de la bestia y se estrella en el estómago de la Reina Roja, haciéndola volar
desde su espalda hasta el suelo en un montón de material rojo. Un grito
de rabia resuena alrededor del claro. No tengo la oportunidad de respirar
un suspiro de alivio.

Ese disparo habría matado a cualquier otro. Diablos, habría matado


a un elefante. La Reina Roja salta inmediatamente del suelo, con la mano
sujeta a la herida mientras da un paso hacia nosotros. La sangre fluye
alrededor de sus dedos, goteando por la parte delantera de su vestido.

—¡Arruinaste mi vestido! —gruñe.

Levanto la ceja ante eso. Un vestido con un agujero parece mucho


menos importante que un agujero en su cuerpo. Tal vez necesita ordenar
sus prioridades. Se inclina, alcanzando al gimiente Bandersnatch que
muere a sus pies. Este da un grito de dolor cuando la Reina Roja golpea
su puño a través de su pecho. Su mano vuelve a salir, la sangre cubriendo
todo hasta el codo, con un gran corazón en la mano. La bestia no emite
ningún otro sonido. Me sonríe alegremente mientras lame la sangre que
gotea del corazón. Veo con horror cómo el agujero gigante en su estómago
comienza a coserse de nuevo ante mis ojos.

—¿Qué hacemos? —pregunto frenéticamente al Sombrerero.

Los tres Bandersnatch que están detrás de nosotros se acercan, y el


Sombrerero les gruñe, el sonido es completamente animal y aterrador. No
detiene su avance en absoluto.

Sus ojos se encuentran con los míos, con determinación, mientras


gira y me rodea con sus brazos.

—¡Diablos, no! No nos vamos a rendir ahora —gruño, levantando la


pistola de nuevo.

Aprieto el gatillo tres veces más, las balas se esparcen y giran tan
pronto como salen del cañón. La Reina Roja sonríe mientras esquiva cada
una de ellas, sus movimientos demasiado rápidos para seguirlos con la
vista. Una bala impacta en otro Bandersnatch, pero los otros dos
aprendieron de sus hermanos y las evitan.

—Clara Bee —susurra el Sombrerero en mi cuello, abrazando con


fuerza—. Mi Clara Bee.

Los dos últimos Bandersnatch saltan hacia nosotros y yo cierro mis


ojos, apretando un puño en la chaqueta del Sombrerero. Desenvaino la
espada corta en mi cadera, con la intención de derribar uno conmigo,
aunque no quiera verlo. No voy a caer sin luchar. Espero que sea
indoloro, pero sé que es una tontería esperar en esta circunstancia.

Un siseo resuena en el claro y yo arqueo las cejas en señal de


confusión. Cuando abro los ojos, el humo azul sale de un bote frente a
nosotros. La Reina Roja grita de rabia mientras cuatro más caen al suelo.
Los Bandersnatch gimen y retroceden, temiendo que el humo les toque.
Observo con asombro cómo el humo azul nos oculta por completo. El
Sombrerero se ríe con alegría, me levanta y me hace girar.

—¿Qué está pasando? —pregunto justo cuando una figura encubierta


rompe a través del humo, viniendo hacia nosotros.

Unas manos masculinas se extienden y nos agarran a los dos, casi


arrancando mi brazo de su órbita de nuevo mientras nos empuja detrás
de él. Pasamos justo por delante de los dos últimos Bandersnatch,
chasqueando y gruñendo. No parecen ser capaces de vernos, el humo
haciéndoles mover la cabeza con agitación. Los sonidos se desvanecen
detrás mientras corremos a través de los árboles. La punzada en mi
costado comienza de nuevo. Mi cuerpo está agotado, pero sigo
empujando. Tenemos una oportunidad de sobrevivir. No voy a dejar que
mi poca resistencia sea la razón por la que no lo logremos.

—Date prisa —nos invita La figura encapotada, la voz definitivamente


es de un hombre—. Solo tenemos unos minutos más antes de que el
humo se disipe.

Nos detenemos bruscamente en un gran árbol, el tronco, por lo


menos, el doble del tamaño de una secuoya. Hay trozos tallados en la
corteza y, cuando el hombre encapotado empieza a trepar, me doy cuenta
de que son asideros, formando una escalera.

El Sombrerero me levanta del suelo y me coloca lo más alto en el


tronco como es posible, instándome a seguir el manto por encima de mí.
No menciono que me dan miedo las alturas mientras empiezo a escalar.
No parece tan importante en este momento. Solo no mires hacia abajo.
No mires hacia abajo. Repito eso en mi cabeza todo el camino hasta la
parte superior donde el hombre se extiende hacia abajo y tira por el
borde. Hace lo mismo con el Sombrerero. Los dos caemos al suelo, con la
respiración agitada. Estoy segura de que mi corazón nunca volverá a latir
igual.

Levanto la vista cuando el hombre se baja la capucha y hago una


doble lectura. Es guapo y definitivamente más joven que yo. En algún
lugar de los veinte años, supongo. Su piel es azul, y puedo ver las puntas
de las orejas puntiagudas que asoman entre su largo pelo castaño. Su
boca es una línea sombría mientras cruza los brazos sobre su pecho,
haciendo que los músculos de sus bíceps sobresalgan. Sus ojos son de
un turquesa brillante. No habla y el Sombrerero no parece intimidado por
él. El Sombrerero comienza a reírse, tapándose los ojos. El sonido rebota
de un lado a otro entre sonar como risas y sonar como sollozos.

Todo el interior del árbol parece una casa, todo tallado en la propia
madera. Las paredes son ásperas donde fueron talladas y hay puertas.
Los suelos están cubiertos con almohadas y alfombras. El único
accesorio que puedo ver es un extraño material que cuelga del techo en
una esquina, parece una especie de saco, y una pipa de agua de pie en
medio de una pila de almohadas.

Desde una puerta tallada en el lateral, sale otro hombre. Camina con
un bastón, encorvado sobre él mientras arrastra los pies hacia el interior.
Es claramente anciano, su piel es igual de azul que la del hombre más
joven, aunque más desgastada. Sus ojos son blancos, sin nada dentro de
las órbitas. No hay ninguna pupila nublada que indique ceguera. No lleva
nada más que una especie de taparrabos azul brillante, su pecho cubierto
de manchas de hígado y símbolos extraños que nunca he visto antes.
Una barba cae desde su barbilla hasta las rodillas. Parece musgo, y hay
todo tipo de bichos arrastrándose por ella, como si fuera un hábitat.

Entonces sonríe, con huecos donde faltan dientes. Mi piel se eriza.

—¿Y quién eres tú? —me dice.


Traducido por aryancx
Corregido por Haze
Editado por Mrs. Carstairs~

Luchar contra la intensa necesidad de dar un paso atrás, sabiendo


que detrás de mí habría una caída que podría matarme si doy el paso. Sé
que el Sombrerero evitaría que yo cayera, pero no tengo ganas de
imaginar siquiera una posibilidad en la que no lo haría. En cambio, me
mantengo firme. La piel de gallina corre por mis brazos mientras el
anciano cojea hacia el centro de la habitación, su paso es lento y
mesurado. Los repiqueteos del bastón contra la madera del suelo, el golpe
solo se ablanda cuando arrastra los pies sobre una alfombra.

Me había hecho una pregunta, pero no contesté. No estoy segura de


querer hacerlo. Los ojos del anciano recorren la habitación, y me doy
cuenta de que posiblemente sea ciego. No estoy segura, ya que no tiene
un iris pálido o pupila en sus profundidades lechosas, y nunca se centra
en algo por demasiado tiempo. Parece ser que no sé nada del País de las
Maravillas, así que todavía no lo tomo como un hecho. Asiento con la
cabeza a mí misma cuando los ojos del anciano dejan de girar y se fijan,
completamente atentos, en el Sombrerero. Entonces no está ciego; o por
lo menos no al cien por ciento.

—Muchas gracias por su colaboración —habla el Sombrerero,


inclinándose levemente ante el anciano. Se quita el sombrero por si acaso
mientras pasa sus dedos por los míos. El tacto ayuda a calmarme.

—Sombrerero —responde el anciano con cariño. Su voz es ronca como


si hubiera fumado muchos cigarrillos a lo largo de su vida—. Has venido
en un momento muy desafortunado. Es mi purga.

—Te pido disculpas. Pero si tuvieras un momento de sobra para la


profecía, por favor, ¿no la compartirías? —Los dedos del Sombrerero se
contraen. No es la primera vez que me pregunto si no puede evitar que
las rimas se escapen de su boca. Quizás el hábito lírico es un producto
de su locura.

El anciano le sonríe al Sombrerero, sus ojos se mueven de él y se


concentran en mí. Me tenso.

—El País de las Maravillas ha elegido sabiamente. —Sus ojos se


encuentran con los míos. No tengo idea de cómo lo sé. Literalmente no
tiene pupilas, pero, aun así, sé el momento exacto en el que nos estamos
mirando directamente a los ojos—. Clara Bee, ¿supongo?

—Sí. —Mi voz es ronca y tengo que aclararme la garganta para decirlo
otra vez y ser escuchada.

El anciano parece estudiarme, atendiendo cada detalle desde mis pies


hasta el nido de ratas en mi cabeza. No estoy segura de qué es lo que ve.
Necesito urgentemente una ducha. No me acuerdo cuando fue la última
vez que me sentí limpia. Estoy usando la misma ropa que llevaba cuando
escapé de Bribón, ardiendo en temperatura en el húmedo Más Allá, frente
a Tweedledee y Tweedledum, sentada a través de una fiesta de té, donde
bebí un poco de Reali-Té y huyendo de un Bandersnatch y de la Reina
Roja. Decir que apesto es una subestimación. Mi apariencia es mucho
peor. Mi cabello se siente como si estuviera enredado con nudos que
probablemente no saldrán ni con una sierra, atrapando mis dedos
cuando los paso entre ellos conscientemente. ¿Acaso sigo pareciendo
humana? ¿Cuándo fue la última vez que dormí? ¿Cuánto tiempo había
pasado desde que aterricé por primera vez en el País de las Maravillas?

Lo que sea que él vea, toma una decisión y hace un gesto hacia el
hombre más joven parado a un lado. El joven inmediatamente se acerca
y lo ayuda guiándolo hacia la Hookah, sentándolo en el medio de la
habitación. Hay almohadas alrededor. Toma asiento lentamente a un
lado antes de señalar los otros cojines. El Sombrerero nos guía y nos
hundimos en nuestros asientos. Las almohadas son increíblemente
suaves e instantáneamente siento la necesidad de recostar la cabeza y
tomar una siesta, el agotamiento me gana. Me obligo a abrir bien los ojos
y a concentrarme en el anciano.

—Podemos hablar mientras me preparo —dice. El joven desengancha


la Hookah y se la pasa. Es en ese momento en que me ilumino. Sé
exactamente con quién estoy hablando.
—Eres la Oruga Azul. —Mi voz suena un poco asombrada mientras lo
miro. Luego miro al joven—. Tienes un hijo.

La oruga se ríe.

—No, niña. Él es solo una extensión de mí.

Frunzo el ceño. ¿Qué demonios significa eso? ¿Acaso debo preguntar


o dejar pasar esta información extraña? Decido dejarlo pasar por ahora.
Puedo preguntarle al Sombrerero después.

—¿Cómo debo llamarte? —pregunto. Todos los demás parecen


conocerse con solo una parte de su nombre. White. Sombrerero. March.
¿Él será Azul u oruga?

Él se encoge de hombros.

—Viejo. Joven. Azul. Oruga. Absolem. No hacen una diferencia para


mí. Yo soy todo.

Da una calada a la Hookah, sosteniendo el humo por un momento


antes de exhalar humo azul. Este se enrosca enfrente de nosotros,
formando círculos y remolinos antes de formar criaturas. Miro fascinada
cómo un conejo se forma en la neblina. Y luego comienza a moverse,
saltando alrededor de la habitación, brillando desde adentro mientras
corre. Después se forma la silueta de un hombre con sombrero de copa.
Miro al Sombrerero. Está fascinado con el espectáculo. Cuando miro de
nuevo al humo hay otra silueta que, sospechosamente, se parece a mí.
Las dos siluetas se unen en un abrazo íntimo antes de bailar entrelazadas
por la habitación. Más de esas siluetas se mueven, pero no puedo
concentrarme en ellas sin mirar a la pareja de baile. Absolem vuelve a
hablar.

—Clara, debes tener muchas preguntas.

Detrás de nosotros, el joven se apresura a dar vueltas por la


habitación, moviendo cosas para preparar algo en la estufa. Hay un olor
distintivo a tierra y flores que sale de su dirección. Tengo tantas
preguntas que hacerle al hombre frente a nosotros, soplando sobre su
Hookah, pero dudo. No tengo idea por dónde comenzar.

—Ven, ven, niño. No me tengas miedo. Pregunta lo que deseas saber.


—Dice esto alrededor de la boquilla. Se lo ofrece al Sombrerero, pero él
niega con la cabeza. Cuando me lo ofrece, niego también. Si el
Sombrerero no quiere hacerlo, definitivamente yo tampoco.

—¿Eres psíquico? —Si estoy en lo correcto, eso significa que la


profecía vino de la Oruga Azul, y aquí estoy sentada frente a él. Debe
saber todas las respuestas.

Él se ríe.

—He sido dotado, maldecido, para ver el pasado, el futuro, el


presente.

—¿Y estas cosas están grabadas en piedra?

—El futuro es un río que fluye. No es un muro. Veo muchas


posibilidades. Veo muchos resultados.

—¿Cómo sabemos cuál es el correcto? —pregunto.

—No lo sabemos. El futuro cambia tan rápido.

La frustración hace que me levante de mi asiento sobre las


almohadas.

—Entonces, ¿cómo saben que la profecía habla de mí?

No digo cuánto me dolería si la profecía no se tratara de mí después


de todo. Ya me había permitido enamorarme del Sombrerero. La idea de
dejar el País de las Maravillas para pavimentar el camino para otra mujer
destinada a estar con el Sombrerero envía un rayo de agonía a través de
mi pecho. No creo que pueda sobrevivir al desamor.

—En todas las posibilidades, existe una constante. —Aspira del


Hookah de nuevo—. La profecía. Y tu nombre nunca cambia. El País de
las Maravillas solo tiene una posibilidad de sobrevivir.

—¿Solo una? —Eso parecen ser terribles probabilidades para el


futuro de un mundo. ¿Uno en cuántos otros futuros? ¿Cuántas
posibilidades de que fallemos?

—Solo uno.

—¿Pero no existe garantía de que podamos tener éxito?

—Nada está garantizado, Niña.


Suspiro. El Sombrerero me sonríe para animarme. Es exactamente lo
que necesito. Enderezo mi columna, determinación por hacer mi parte
me aviva.

—¿Qué es exactamente la profecía? —He escuchado una pequeña


parte, pero quiero saber todo. Podría haber algo que no estemos
contemplando.

Absolem sonríe alrededor de la Hookah. Las luces en la habitación se


oscurecen considerablemente y un resplandor sale de él. Pequeñas motas
brillantes aparecen en el aire, bailando con las formas que salen del
humo. Todo lo que nos rodea se reduce a Absolem; ya no escucho al joven
moviéndose por la habitación. El Sombrerero aprieta mi mano mientras
se quita el sombrero, sus ojos se enfocan en el humo y la luz frente a
nosotros.

Cuando Absolem comienza a hablar, su voz hace eco, un cierto poder


gotea de cada palabra. De repente me doy cuenta de la profundidad de lo
que está sucediendo. Estoy escuchando mis posibilidades, y el posible
destino del País de las Maravillas si tenemos éxito.

“La primera de las tres es Clara Bee


Quién vendrá a liberar el País de las Maravillas
Ella domesticará al Sombrerero y derribará al Bribón
Porque Clara Bee lucha por los valientes.
Una tríada comienza a destruir a la Reina.
Aunque nada es tan fácil como parece,
Ella debe perder su corazón mientras toma una posición
Para el primer Hijo del País de las Maravillas.
La segunda llega en la media noche
Después de salvar la vida de White del País de las Maravillas,
Ella se hará amiga de las criaturas del día
Y le quitará la inmortalidad a la Reina Roja.
Destinada al segundo Hijo del País de las Maravillas,
Ella conquistará su corazón y tomará su mano
La tríada serán dos fuertes
Y corregirá las cosas que han sido agraviadas.
Para completar el triángulo, hay que preguntarse
Cómo el tercer hijo usa su máscara,
Luchará contra la opresión, pero será mejor que sea rápido
O perderá su oportunidad con cada tic, tac, tic.
La tercera completa la tríada de tres
Trayendo fuerza y la caída de la Reina Roja,
Más fuertes juntas mientras toman su posición
Para salvar a los Hijos del País de las Maravillas”.

A medida que las palabras finales de la profecía se desvanecen, el


brillo se atenúa y la habitación vuelve a la normalidad. Dejé escapar el
aliento que había estado conteniendo, aflojando mi agarre sobre el
Sombrerero al que había estado exprimiendo hasta la mierda. No parece
importarle. Su atención está en mi cara, la preocupación en su frente.
Sonrío para hacerle saber que estoy bien y eso lo relaja.

—Entonces, ¿seremos tres? ¿Quiénes son los Hijos del País de las
Maravillas? —pregunto. Obviamente, el Sombrerero es uno de ellos, pero
quiero confirmar quiénes son los otros dos. Aunque creo saber de quienes
se trata.

—Sí. El sombrerero es uno. White es otro. Cheshire es el último.

Suspiro.

—Cheshire no parece el tipo de persona que deja que una profecía le


diga qué hacer.

—No —confirma Absolem, pero no da más detalles, y yo lo dejo pasar


por ahora, concentrándome en mi porción.

—Entonces, mi trabajo es domesticar al Sombrerero. —Miro al


Sombrerero, pero no parece molesto por el término—. Y respecto a
Bribón, ¿cómo lo hago?

Absolem se ríe, sacudiendo la cabeza con diversión.

—Eso depende de ti, Niña. Solo tú sabes la respuesta.

—Pero puedes ver el futuro. ¿No puedes decirme cómo hacerlo?

Niega con la cabeza de nuevo.

—No funciona así, Clara. Sí, veo la posibilidad y el resultado, pero no


siempre veo el viaje.

Entonces el joven se acerca a nosotros, y levanta a Absolem del cojín.


Sus huesos crujen y se rompen mientras se endereza lo mejor que puede,
envolviendo los dedos desgastados alrededor del bastón. Mis ojos se
enfocan de nuevo en la barba, el musgo, y los diversos insectos que se
arrastran alrededor. Supongo que una oruga siente una especie de lazo
con otros insectos.

El joven lleva a Absolem al saco oscuro que cuelga desde el techo en


la esquina de la habitación. Se funde con él. Unas paredes talladas, los
paneles exteriores parecen mojados cuando se refleja la luz hacia
nosotros. El joven comienza a ayudarlo dentro de la cámara. Se balancea
bajo el movimiento. La rareza de la situación ya ni siquiera me afecta. El
humo de la Oruga Azul trepa hasta lo que creo es un capullo. Nada.
¿Extraños insectos en su barba? Comprensible. Si alguna vez vuelvo a
casa, imagino que todo será increíblemente aburrido después de todo
esto.

La cámara comienza a fusionarse lentamente. Absolem nos sonríe,


los dientes faltantes lo hacen ver espeluznante.

—¿Pero no me dirás cómo salvar el País de las Maravillas? —intento


una vez más. Necesito más información. Necesito saber todo.

El Sombrerero no habla, sus ojos miran cómo la oruga desaparece


lentamente dentro del capullo.

—Sigue a tu corazón —dice—. Eres Clara Bee la valiente. Debo


purgarme. Nos vemos en el otro lado. —Entonces su rostro se endurece
y habla una vez más antes de ser sellado completamente—. No muestres
piedad, Hija. No te lo puedes permitir.

Cuando las palabras se registran en mí, Absolem se ha ido, envuelto


dentro de un capullo del tamaño de un hombre mientras lo miramos. No
tengo ni idea de lo que saldrá cuando termine su purga. Ni siquiera estoy
segura de querer saberlo. Pero tengo una misión. Miro hacia el
Sombrerero que ya me está mirando, con una pequeña sonrisa en su
rostro. Hay un toque de locura en ello, eso hace que lo quiera más. Mi
cuerpo se hunde y me recuesto en las almohadas.

—Necesitas dormir. —El Sombrerero se mueve alrededor de algunas


de las almohadas, colocándolas en forma de cama—. Acuéstate. Podemos
ir a casa después de descansar un rato.

—¿No tenemos que irnos ahora? —Bostezo alrededor de las palabras


arruinando la urgencia que quiero infundir en mi pregunta.
—No lo lograrás en tu condición. Yo también estoy cansado.
Descansaremos y luego iremos a casa a limpiarnos.

—Por favor. Realmente necesito una ducha y ropa nueva. —Me


acuesto en las almohadas y mi cuerpo se relaja rápidamente.

Sus ojos se oscurecen mientras sonríe.

—Haré todo lo que Clara Bee considere apropiado exigirme.

—Entonces vayamos a casa y bajemos la escalera, para que pueda


finalmente disfrutar de mi Sombrerero —respondo a su encanto—.
Después de la siesta, por supuesto.

Cierro mis ojos. Supongo que será difícil dormir en la misma


habitación donde está un capullo gigante con un anciano purgando lo
que sea que necesite purgar. Es raro y espeluznante pero mi cuerpo está
tan agotado que no parece importarle. El Sombrerero se acuesta a mi
lado y me acurruco junto a él. Pasan los segundos y me hundo en un
profundo sueño sin sueños.
Traducido por mCrosswalker
Corregido por Lyn♡
Editado por Mrs. Carstairs~

No hay señal del Bandersnatch o de la Reina Roja cuando


despertamos finalmente y descendemos la escalera. Me siento tan fresca
cuando froto el sueño de mis ojos. El capullo sigue colgado en la esquina,
ningún movimiento o ruido viene de él. Me doy cuenta de que el joven se
ha ido, pero no pregunto. Quizás desaparece cuando Absolem está
purgando. No lo sé. Realmente no quiero saber. Solo acepto esto como un
hecho del País de las Maravillas. Algunas cosas no tienen explicación.

No vamos lejos antes de pasar a través del claro donde tuvimos el


enfrentamiento, donde le disparé a la Reina Roja con las balas más locas
solo para que ella se parara y me acusara de arruinar su vestido. No están
los cuerpos de las cuatro criaturas caídas. No hay ningún rastro de
sangre. El claro está tan inmaculado como si nunca hubiéramos estado
aquí. Es perturbador.

―Son parte de la Reina. ―El Sombrerero ofrece una explicación―.


Viven porque ella desea que lo hagan.

―¿Entonces qué son exactamente? ¿Zombis?

―No. ―Él mira al frente, su rostro sombrío―. Y sí, sus cuerpos están
vivos, pero sus almas han muerto. Pasaron al Más Allá. Son en su
mayoría envases vacíos.

―¿Solían ser personas? ―pregunto con horror. Nunca se me había


ocurrido que las horribles criaturas podrían haber sido algo más de lo
que eran.
Asiente, pero no dice nada más. Decido dejar el tema por ahora,
viendo la obvia aflicción que causa. Hay tanta tristeza en el País de las
Maravillas, en un lugar que siempre luce tan mágico en papel. No sé cómo
lo hace el Sombrerero, viendo a las personas que le importan siendo
asesinadas una por una, viendo su mundo ser destruido por alguien que
una vez llamó su amiga, todo mientras sigue viviendo. Es una carga, no
ser capaz de morir con esos amigos, una que sin duda ha pasado factura.
Aun así, él sigue haciéndolo, sin quejarse, sin desdén. Sigue escoltando
cada una de las almas al Más Allá y las ayuda a establecerse. El
pensamiento me hace sentir humillada. Ayudar al oprimido siempre ha
sido mi pasión. El hecho de que el Sombrerero y yo tengamos eso en
común es increíble, aun siendo triste. Desearía que no tuviéramos que
hacer los trabajos que hacemos, pero alguien tiene que hacerlo. Y
preferiría que fuera yo, o el Sombrerero, que alguien a quien no le importa
o no le afecta. El hombre detrás de la locura es mucho más que su
demencia. Es mucho más de lo que aparenta, de lo que piensa.

―¿Qué es lo que piensas cuando me miras así? ―pregunta


repentinamente el Sombrerero. Me sonrojo, ¿lo he estado mirando
mientras estaba perdida en mis pensamientos?

―¿Te miro cómo?

―Como si fuera una criatura maravillosa. Me miras con asombro


―replica suavemente.

Enlazo mis dedos con los suyos y le sonrío.

―Eres maravilloso. ¿No está bien? ¿Si te miro así? ―Su rostro se torna
serio y frunzo el ceño―. ¿Sombrerero?

―La demencia es una enfermedad que consume mi mente. No soy una


cosa mágica y bella ―gruñe―. Soy locura y muerte, y no me merezco la
mirada en tus ojos. Soy un monstruo que no puede morir como un
monstruo debería.

Esas palabras están mal. Completamente mal. Veo belleza en su


locura. Veo al hombre debajo todo ello, su alma pidiendo que alguien le
quite su soledad. Sus palabras me golpean en el corazón y no puedo
pensar en nada para decirle. Abro mi boca. Di algo. Di cualquier cosa.
Dile que él vale la pena. Dile que es perfecto del modo que es. Dile que
quiero todo, cada parte de ello, tanto como él quiera tenerme a mí.

―Sombrerero.
Gruñe y me detengo ante la agonía en el sonido. Agonía de la cual soy
responsable. Espero que vuelva a hablar, pero no lo hace. No importa
cuánto suplico con mis ojos o tiro de su mano. El silencio está lleno de
tensión, la caminata de vuelta a casa es una tortura. En algún lado a lo
largo del camino dije algo equivocado. O hice algo malo y esto sacó un
lado del Sombrerero que no había visto antes. Es un lado que quiero
abrazar y sostener y decirle que todo estará bien si él me deja. Siento olas
de desesperación provenientes de él.

Entramos al prado, su casa mostrándose a plena vista frente a


nosotros. Suelta mi mano y se apresura, prácticamente corriendo hacia
la puerta.

―¡Sombrerero! ¡Espera! ―lloro, tratando de alcanzarlo, pero no soy


competencia para sus largas zancadas en un buen día. Hasta ahora, mis
piernas siguen débiles y se sienten como gelatina.

Él está abriendo la puerta de golpe justo cuando yo escalo el porche.


El Lirón parado al otro lado, su rostro sereno mientras la tormenta que
es el Sombrerero pasa. A su paso, el Sombrerero recoge un jarrón
particularmente feo y lo lanza contra la pared. Se hace añicos, piezas de
cerámica volando alrededor del camino de entrada. Observo los hilos de
sangre que corren por su mano, rojo brillante contra su piel pálida. Saca
a relucir recuerdos de las visiones, de la sangre que vi manando de su
pecho y lucho contra una ola de náuseas.

―Oh, Sombrerero. ―Me muevo hacia él, con la intención de limpiar la


sangre no importa cuánto se encoja mi estómago.

―Bribón regresó ―dice el Lirón―, pero se fue de nuevo cuando no


estaban.

Me detengo y miro al Lirón. Sigue sin haber ninguna emoción en su


rostro y tengo que preguntarme de nuevo si él siquiera tiene alguna.

―Mata a Bribón, mata a Bribón. Córtenle la cabeza para liberar al


esclavo ―murmura el Sombrerero agitado, parado en el medio de los
trozos de cerámica, mirando la sangre que gotea desde su propia mano
hacia el suelo. Repite las líneas, más molesto con cada palabra.

Pongo mi mano en su hombro para reconfortarlo y él se sacude lejos


fuertemente. Clava su puño en la pared, en el mismo punto donde el
jarrón conoció su destino. Deja una marca sangrienta detrás donde hay
un cráter y cuando se va corriendo lejos hacia el salón deja un rastro de
sangre detrás de él. Me muevo para seguirlo.

―Yo no lo haría ―dice el Lirón, su voz monótona deteniéndome.

―¿Por qué no?

―Cuando está estresado su locura sale más. No se sabe qué pueda


llegar a hacer.

―Nunca me haría daño. Y, además, este es el momento en el que


necesita más de alguien ―defiendo, no quiero dejarlo solo―. ¿Hay alguna
fiesta del té ahora?

―No. La próxima no es hasta mañana. Pero sigue teniendo que pasar


a los últimos invitados. Lo han estado esperando.

Frunzo mi labio inferior, mirando las manchas de sangre en el piso.

―Al menos dale un poco de tiempo para calmarse ―dice el Lirón―. He


dejado comida en tu cuarto y el armario está lleno de ropa. Quizás puedas
hacer uso de las instalaciones.

―¿Estás diciendo que apesto, el Lirón? ―pregunto, levantando mi ceja


hacia él.

Juro que sus labios se torcieron, pero no puedo estar segura.

―Nunca le diría a Clara Bee que huele como el raro final de un


cotorreo ―dice.

Resoplo y agito mi cabeza. A modo de burla le hago una reverencia,


exagerando los movimientos antes de encaminarme hacia las escaleras
en lugar de al salón. El Lirón tiene razón, huelo a mierda. No sé qué es
un cotorreo, pero no debe ser agradable oler como el trasero de uno. Lo
archivo en la sección de mi cabeza “Preguntarle Luego al Sombrerero”.

Esta vez, no parezco tener ningún problema en encontrar el camino


hacia mi cuarto. Debe haber algún tipo de magia en ello. Tan pronto como
dejo de pensar tanto y me concentro en el hecho de que quiero ir a mi
cuarto, giro justo frente a la puerta púrpura. Cuando entro, está
exactamente del mismo modo que la dejé excepto por la cama que está
hecha. Claramente no la hice yo. Miro al área alrededor brevemente antes
de irme directo al baño.
Hay un espejo grande sobre el lavabo y gimo cuando diviso mi reflejo.
Luzco como si hubiera caído por una colina y luego revolcado en la mugre
en gran medida. Mi cabello es una pila gigante de nudos en lo alto de mi
cabeza, hebras sueltas por todos lados. Hay sangre salpicada en mi
chaqueta a lo que hago una mueca. Ni siquiera recuerdo de quién podría
ser esta sangre. ¿Estaba parada cerca de los Bandersnatch cuando
fueron impactados? ¿Es sangre de la Reina? ¿Es mía? Tengo cortes en
mis mejillas hechas por tres ramas, así que puede ser mi sangre. Me alejo
del espejo.

Abro el agua para la bañera, alabando a cualquiera que sea la deidad


que está escuchando mientras agua caliente comienza a salir del grifo.
Hay varias botellas alineadas en la bañera y huelo unos cuantos antes
de decidirme por uno que huele como una mezcla de manzanilla y
chocolate. Es el mismo olor que desprende el Sombrerero y me pregunto
si usa las mismas cosas. Vierto una cantidad generosa en la bañera y
miro la espuma comenzando a crecer.

Desabotono la chaqueta y la sacudo de mis hombros, haciendo una


mueca a la textura húmeda de mi piel. Se cae al suelo con un pesado
golpe. Mis hombros instantáneamente se sienten diez libras más ligeros.
Tengo que despegarme los pantalones de cuero, se pegan a mi piel y
hacen un sonido de ventosa mientras los bajo. Voy a sugerir que el Lirón
queme todo el conjunto, no importa cuán glamoroso sea. No creo que
pueda sobrevivir después de todo por lo que ha pasado. Solo con el olor,
no sé si alguna vez saldrá.

Introducirme en la bañera llena de espuma es el paraíso y un poco


más. Suspiro mientras el vapor del agua relaja mis músculos cansados.
Definitivamente estoy haciendo mis ejercicios de cardio aquí en el País de
las Maravillas. Todo lo que corro tiene que ser bueno para mis
coyunturas. Me lavo el sudor, la mugre, la sangre de mi piel antes de
hacer lo mismo con mi cabello. El agua se ensucia y tengo que vaciarla y
rellenarla de nuevo, así puedo sumergirme. El agua caliente se siente
agradable mientras corre por mis pies cubiertos de ampollas. Me quedo
allí, relajada, hasta que el agua se vuelve fría y mis dedos se arrugan. En
todo el tiempo no dejo de pensar en nada más que en el Sombrerero y su
alma torturada. Quiero ayudarlo a enmendar lo que sea que esté roto,
pero no sé si pueda. No sé si soy lo suficientemente fuerte.
Definitivamente voy a intentarlo.

Envuelvo una larga toalla púrpura a mi alrededor, murmurando una


canción mientras camino desde el baño. Dejo que mi cabello cuelgue
suelto alrededor de mis hombros, así el aire lo puede secar. Cuando veo
a cierto gato yaciendo en mi cama y me detengo.

―¿No conoces la privacidad? ―pregunto, arrugando mi nariz hacia él.

―Por supuesto ―replica Cheshire. Su cola se sacude hacia atrás y


hacia adelante. No estoy segura de si está agitado o sintiéndose juguetón.
Está desparramado en mi cama de nuevo, justo como un gato. Este
hombre es más felino que humano. Sonríe ampliamente mientras me
mira de arriba hacia abajo. Agarro más fuerte mi toalla.

―¿Alguien te ha dicho que eres escalofriante?

Su sonrisa se amplía de una manera imposible.

―Sí.

Ruedo mis ojos ante sus juegos.

―¿Qué haces aquí? La última vez que te vi me dejaste abandonada a


Bribón y desapareciste con la cola entre tus piernas.

Aún me duele que me haya dejado atrás. Sí me había advertido que


él estaba solo. Supongo que es mi culpa por no escucharlo. Debí
esperarlo. He confiado con demasiada facilidad. No lo haré de nuevo.

Se voltea sobre su espalda, tirando sus manos detrás de su cabeza y


se estira aún más.

―¿Has visto a la Oruga? ―Arrastra las palabras, ignorando mi


pregunta.

Me muevo hacia el armario que mencionó el Lirón y lo abro. Dentro


hay metros y metros de diferentes telas. Aguanto la respiración ante el
gran número de conjuntos aplastados dentro. La parte inferior está
alineada con zapatos. ¿De dónde provino todo esto? Puedo ver de todo,
desde ropa casual a vestidos extravagantes. ¿Por qué iba a necesitar todo
esto?

Me giro hacia Cheshire de nuevo, estudiándolo. La pregunta había


estado cargada con algo, algún trasfondo de emoción que no había
querido que yo escuchara.

―Sí ―respondo agotada.


―¿Y qué aprendiste?

―Que soy la primera de las tres profecías para hacer que caiga la
Reina Roja.

―¿Y estás preparada para eso? ―pregunta, estudiando sus uñas―.


¿Estás preparada para llenar un destino escrito por alguien más?

―No. ―Me dedica una afilada mirada, sus ojos buscando los míos―.
Pero lo haré.

―¿Por qué?

Es una pregunta tan simple. Una que no estoy segura de cómo


responder. Sí, quiero ayudar al País de las Maravillas. Sí, quiero detener
a la Reina Roja. ¿Pero qué negocio tengo salvando a un mundo que ni
siquiera es mío? ¿Por qué estoy de acuerdo con llenar una profecía que
fue, de hecho, escrita por alguien más?

Miro a la puerta. No puedo verlo, pero puedo sentirlo. No sé cómo,


pero hay algún tipo de conexión entre el Sombrerero y yo. No tengo idea
de cuando pasó, pero está ahí. Y parece que ya tengo mi respuesta.

―Ahhh. ―Cheshire ríe bajo―. ¿Entonces te sedujo con su locura?

―No. Ha despertado mi curiosidad.

―La curiosidad mató al gato ―declara Cheshire, y ni siquiera se ríe de


la ironía de él usando la frase. Pero esa sonrisa amplia se mantiene en
su rostro, así que quizás es un poco gracioso para él. Estoy comenzando
a preguntarme si la sonrisa es más que nada una máscara―. Sospecho
que hay un poco más que curiosidad.

Mi corazón da una pequeña sacudida ante la verdad en sus palabras.


Siento mucho más por el Sombrerero que simple curiosidad. Está en lo
correcto. El País de las Maravillas es curioso. Sus habitantes son
curiosos. ¿Pero el Sombrerero? El Sombrerero es un rompecabezas que
sigo tratando de unir, solo para darme cuenta de que ninguna de las
piezas es del mismo rompecabezas. Me hace quemarme, me hace amar,
me hace completa. Tengo que decírselo. Tengo que mostrarle qué está
comenzando a significar para mí. Él es suficiente. Es suficiente
exactamente como es, locura y todo.
Cheshire comienza a desvanecerse de su lugar en la cama, sus ojos
afilados mientras me estudian.

―Ve a él ―ruega antes de desaparecer completamente. Pienso que se


ha ido cuando sus palabras finales hacen eco a través de la habitación―.
Él te necesita Clara Bee.

No pregunto cómo es que lo sabe. Estoy segura de que realmente se


ha ido esta vez. No sospecho que Cheshire esté muy en contacto con sus
sentimientos. El hecho de que respeta lo que obviamente siento por el
Sombrerero me golpea y me doy cuenta de que de nuevo estoy juzgando,
basándome en las apariencias. Nunca juzgues un libro por su portada, o
por la capa de actitud idiota que suele esconder detrás.

Aparto todos los pensamientos de Cheshire de mi mente. Hay


demasiadas capas de él y simplemente no tengo tiempo de despegarlas
todas. Curioso y más curioso, ese.

Me giro al armario.
Traducido por Emma Bane
Corregido por Roni Turner
Editado por Mrs. Carstairs~

Busco a través del armario, finalmente me encuentro con un vestido


púrpura. Es corto, más corto que cualquier cosa que normalmente
usaría, pero quiero sentirme sexy, segura. Quiero tentar. Me pongo el
vestido, agradecida de que tenga una cremallera lateral en lugar de una
trasera. El material es ajustado y sin tirantes, me abraza las caderas y
levanta mi pecho. Cuando me miro en el espejo, girándome hacia un lado
y el otro, estoy feliz con cómo se ve. Me tomo el tiempo para secar mi pelo,
retorciendo mechones alrededor de mi dedo para darle forma. Es lo mejor
que puedo hacer sin un rizador.

También encuentro un par de zapatos de tacón negro en el armario.


Miden fácilmente cinco centímetros, dándome la altura para estar más a
nivel del Sombrerero. Me los pongo, abrochando las hebillas laterales. Me
miro en el espejo otra vez y suspiro. ¿Qué estoy haciendo? Me estoy
arreglando para el Sombrerero Loco mientras estoy atrapada en una
versión retorcida del País de las Maravillas. ¡Oh! Y ya casi he muerto unas
cuatro veces. Y, aun así, todo lo que parece importarme es si al
Sombrerero Loco le gustará mi atuendo o no. Alejo los pensamientos,
soplando en su dirección. No voy a preocuparme por la locura de mi
situación ahora mismo. Me voy a enfocar en lo que quiero ahora mismo,
y es al Sombrerero.

Salgo de la habitación, dirigiéndome hacia las escaleras. El vestido se


me desliza hacia arriba, apenas cubriendo las áreas importantes. Tiro de
él nerviosamente. Mi guardarropa normal consiste en pantalones de
vestir y faldas tipo lápiz. No me había puesto algo tan corto desde la
universidad, pero veo los beneficios. Me siento sexy y segura. Me siento
poderosa.
El sonido de mis zapatos contra el suelo hace eco a través de la casa
mientras bajo las escaleras cuidadosamente. El Lirón no está por ningún
lado. Agudizo mis oídos para escuchar cualquier ruido, pero no escucho
nada. Está inquietantemente silencioso, como si fuera la única en casa.
Quizás todos desaparecen cuando el Sombrerero está de mal humor.

Empujo las puertas del salón de baile y el crujido me hace hacer una
mueca. Buena forma de anunciar que voy a entrar, supongo.
Inmediatamente mis ojos se dirigen hacia la silla del Sombrerero, y me
desinflo cuando la encuentro vacía. Suspirando, me dirijo lentamente
hacia el final de la mesa, pasando mi mano por el respaldo de las sillas
desiguales. Cuando llego al del Sombrerero, lo observo, admirándolo. Es
enorme, más un trono que una simple silla. Es de color negro mate, los
brazos y el respaldo están tallados con intrincados diseños de criaturas
grotescas y cráneos. Al final de los brazos, hay dos cráneos,
perfectamente colocados para agregar un poco más de amenaza. Los
cojines son de un material de terciopelo violeta y se ven cómodos. La silla
está rayada y gastada, pero eso no quita mérito a su impacto. Supongo
que tiene sentido que el Sombrerero tenga un trono. Después de todo, él
es el rey de la Hora del Té.

Tiro de mi vestido hacia abajo y me siento en la silla, tratando de


sentirme cómoda. Las tazas de té frente a mí están vacías, los pasteles,
normalmente apilados, no están. Supongo que son colocados en fiestas
de té reales. Nunca noté que no estaban aquí todo el tiempo. Cruzo mis
piernas y miro fijamente las tazas vacías, mis pensamientos huyendo con
posibilidad.

La profecía dice que yo seré la única en derribar a Bribón y ganar el


corazón del Sombrerero, pero no dice lo que se supone que debo hacer
después de eso. ¿Se supone que tengo que quedarme en el País de las
Maravillas y olvidar mi antigua vida? Qué hay de mis clientes, mi
empleo… Me detengo. ¿A qué tengo que regresar realmente? Por
supuesto, tengo un trabajo al que amo, pero eso es todo. No tengo amigos
reales, ni familia. En su lugar, decidí enfocarme en trabajar. No tengo
nadie a quien aferrarme, hace mucho que mis padres murieron. Ni
siquiera tengo una mascota por la que deba preocuparme ya que trabajo
muchas horas. Honestamente, ¿a qué tengo que regresar realmente?
¿Quiero regresar siquiera?

Estoy tan perdida en mis pensamientos, que no escucho a nadie


entrar al salón de baile. Me toma completamente por sorpresa cuando
una mano aparece de la nada y me envuelve el cuello. Me congelo, pero
la mano no ajusta su agarre. No me lastima. Cuando el Sombrerero
aparece a mi lado, me doy cuenta exactamente de por qué. Lo miro con
asombro. No lleva su chaqueta normal, solo el sombrero y sus pantalones
de cuero. El collar que siempre lleva cuelga entre sus pectorales. Observo
sus abdominales con apreciación antes de volver a mirarlo a la cara.

—¿Por qué estás en mi silla? —Hay un hilo de amenaza en su voz que


hace cosas en mi estómago.

—Estaba buscándote —suspiro.

Sus ojos siguen el movimiento de mi pecho, se fijan en la visión de


mis pechos amenazando con salirse del vestido. Sus ojos se oscurecen
cuando miran el resto de mi atuendo, la cobertura apenas visible, la piel
que estoy mostrando. Su aliento silba entre sus dientes. Su mandíbula
de aprieta.

—Ponte de pie —ordena, su mano suelta mi cuello.

Hago lo que me pide, tambaleándome un poco en los zapatos. El


Sombrerero me está mirando, iniciando un fuego por dentro que no deseo
sofocar. Él toma mi lugar en su asiento, poniéndose cómodo antes de
estirarse y agarrar mi muñeca. Tira hasta que doy un paso adelante.
Extiende la mano y me levanta por la cintura sin esfuerzo antes de
colocarme en su regazo, mis piernas abiertas alrededor de las suyas. El
vestido es tan corto, que no hace más que deslizarse hacia arriba, puedo
sentir cuan expuesta estoy. ¿Me importa? Ni un poco. Mientras me siento
a horcajadas sobre sus caderas, sus manos se aprietan con fuerza sobre
las mías, sus ojos clavados en donde mi vestido se amontona. Sus pupilas
se dilatan.

—Clara Bee, Oh, Clara Bee, ¿qué es lo que me estás haciendo? —Su
voz es áspera, atormentada. Cuando sus ojos se estrellan contra los míos,
sonrío.

Levanto la mano y le arranco el sombrero de la cabeza. Estoy tentada


a ponérmelo de nuevo, para molestarlo. En cambio, lo dejo suavemente
en la silla más cercana. Envuelvo mis brazos alrededor del cuello del
Sombrerero, mis dedos se enredan en el pelo de su nuca. Aprieto con las
uñas allí, complacida cuando él tiembla. Puedo sentir su excitación entre
mis piernas, presionando contra mí. Apenas me detengo de frotarme
contra él como un gato.

Invoco la poca valentía que tuve antes de bajar las escaleras y hablo.
—Sombrerero, parece que estoy en problemas, creo que prometiste
hacerme gritar. —Lo miro profundamente a los ojos mientras lo digo, de
modo que entienda lo que quiero decir. Muerdo mi labio cuando se asoma
una sonrisa en sus labios.

Sus manos sueltan mi cadera, para envolverme y agarrar mis nalgas


con fuerza, empujándome hacia abajo sobre su erección. Se me escapa
el aliento al sentirnos rechinando juntos. Uso mis uñas un poco más
fuerte en la parte posterior de su cuello, y sus manos tienen espasmos
sobre mi espalda.

Lanzo al viento cualquier duda que tenía. Me inclino hacia adelante,


arrastrando mi lengua por su cuello, besándolo todo el camino. Él gruñe,
el sonido vibra a través de su cuerpo mientras sus manos me presionan
más fuerte contra él. La sensación es exquisita, pero no es suficiente.
Quiero todo lo que pueda darme.

Bajo mis labios, deteniéndome en el músculo entre su hombro y su


cuello. Me quedo ahí por un momento antes de morder, con fuerza, en el
punto sensible. El Sombrerero gruñe y luego el mundo se inclina. Estoy
confundida hasta que escucho que las tazas de té en la mesa se
desparraman, golpean el piso y se rompen en cientos de pedazos. Más
porcelana sufre la misma suerte cuando el Sombrerero me deja sobre la
superficie de madera. Mantiene mis piernas enganchadas alrededor de
su cintura mientras me mira, sus manos esparcen senderos de fuego
mientras acarician mis muslos. El collar cuelga de su pecho, flotando
sobre mí, tiene un símbolo extraño, pero no es el momento de preguntar
o estudiar.

—No debiste haber hecho eso. —Sus manos pasan de ser gentiles a
ser un poco rudas cuando me agarra con fuerza. Tira de mi cuerpo, la
acción golpea mi centro contra su erección. Las únicas barreras son sus
pantalones y mi tanga de encaje. Mi respiración se dificulta cuando cae
encima de mí. Trato de envolver mis brazos alrededor de su cuello, pero
él agarra mis muñecas con fuerza en su mano antes de sujetarlas por
encima de mi cabeza. Me muerde los hombros y el cuello, dejando
pequeños pinchazos que alivia con la lengua.

—Sombrerero —gimo, frotándome contra él.

Se mueve hacia atrás lo suficiente para mirarme la cara, con sus ojos
un poco salvajes.
—¿Estás segura? —pregunta, su duda rompe el momento. Incluso
ahora, se preocupa por mí.

—Si te detienes, jamás te lo perdonaré —gimo.

Él sonríe, inclinándose hacia adelante para envolver mis labios con


los suyos. Su beso es ardiente y apasionado, todas las emociones
acumuladas que hemos estado dejando de lado se derraman por nuestros
labios. Mantiene mis manos sobre mi cabeza, pero su otra mano se
desliza por mi costado, antes de deslizarse por el escote del vestido.

—Qué vestido tan lindo —murmura sobre mi boca justo antes de


agarrar mi escote y tirar. Tira con tanta fuerza que el vestido se rasga por
la mitad, pero no se desprende. Solo se rasga lo suficiente para revelar
mis pechos. El material morado permanece envuelto alrededor de mi
cintura, la falda hace mucho que está por encima de mi cintura—. Mejor.
—Pasa la mano por mis pechos con su mano, sus dedos pellizcan mi
pezón. Gimo en su boca, respirando con fuerza. Me muevo, tratando de
frotarme contra lo que quiero, pero él se aleja, dejando una pequeña
distancia entre nosotros. Gruño en protesta—. Paciencia, Clara Bee —me
molesta—. Te he esperado por mucho tiempo. —Suelta mis muñecas,
pero no sin antes susurrar una advertencia—: No te muevas.

Se desliza por mi cuerpo, sus manos acariciándome. Hace una pausa


sobre mis pechos antes de inclinarse y atrapar un pezón entre sus labios.

—Oh —gimo, mis muslos se aprietan a su alrededor.

Lo libera con un “pop” antes de continuar bajando. Cuando pienso


que seguirá trazando un camino de besos, se levanta de entre mis piernas
y se sienta completamente. Levanto mi cabeza y lo miro con confusión.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto, frunciendo el ceño ante la


pérdida de su peso.

Sus ojos se arrastran sobre mí, su ángulo permitiéndole ver todo,


permitiéndole verme tendida sobre la mesa.

—Admirando la vista —responde, sonriendo—. Si solo la hora del té


fuera así de hermosa. —Me sonrojo, recostando mi cabeza—. Mírate —
continúa—, toda abierta frente a mí como un festín.
Sus palabras se disparan a mi centro, y trato de cerrar mis muslos,
de esconderme. Es más instintivo que cualquier cosa. Sus manos agarran
mis rodillas, evitando que las cierre por completo.

—Sombrerero. —Mi voz es ronca, jadeante.

Él tararea, sus ojos se arrugan al notar mi incomodidad. Sus manos


comienzan a subir por mis piernas, iniciando desde los zapatos de tacón
atados a mis pies. Nunca pensé que unos dedos deslizándose ligeramente
por mis tobillos y luego mis pantorrillas fuera tan excitante, pero para
cuando sus dedos llegan a mis rodillas, soy como gelatina en sus manos.

—Hay mucho sobre mí que probablemente no entiendas —dice,


haciendo una pausa en sus movimientos cuando sus dedos llegan a mis
rodillas—. Hay mucho de mí que no le muestro a nadie. —Sus dedos se
mueven otra vez, apenas acercándose a mi entrepierna, moviéndolos
terriblemente lento—. Soy caos, Clara Bee. —Sus ojos se encuentran con
los míos cuando lo miro de nuevo—. Soy caos, y te destruiré.

—No te tengo miedo —le digo, y es la verdad. Él es intenso y letal,


pero también es mío, está destinado a estar conmigo. No le tengo miedo.
Lo conozco mejor de lo que cree. Su oscuridad llama a la mía.

—Deberías —responde, sus dedos se deslizan por el borde de mi


tanga—. Deberías tener miedo de estar a mi merced.

Le sonrío, dejando que vea todo escrito en mi rostro.

—No te detengas. —Sus ojos se expanden, sorprendidos, pero lo


supera rápidamente.

Su rostro se oscurece cuando se desliza por debajo del encaje, y sus


dedos finalmente, por suerte, tocan exactamente donde quiero que lo
haga. Sus ojos no se apartan de los míos mientras se desliza por la
resbaladiza acumulación entre mis piernas. Mi pecho sube y baja
rápidamente, el oxígeno escasea.

Se inclina hacia adelante y me arranca la tanga, el material endeble


se rompe fácilmente para dejarme desnuda ante él.

—Tan hermosa —dice. Todavía está sentado en la silla conmigo


abierta frente a él. Me sorprendo cuando se inclina hacia abajo. Grito
cuando sus labios se cierran alrededor de mi clítoris, chupando con
fuerza. Mis caderas se elevan de la mesa, y sus manos se extienden para
bajarlas, sosteniéndome contra la superficie mientras él se da un festín
conmigo.

—Mierda —gruño, mis manos incapaces de permanecer sobre mi


cabeza. Las deslizo hacia abajo y las paso a través de su cabello. Tiro otra
taza de té mientras lo hago, el estallido apenas penetra la neblina de la
pasión.

El sombrerero gira su cabeza a un lado y muerde entre mis muslos,


haciéndome saltar por la sorpresa.

—Te dije que no movieras tus manos —gruñe.

Lanzo mis manos sobre mi cabeza otra vez, agarrándome con fuerza.
Él lame mi entrepierna en recompensa, alternando entre pellizcar y usar
su lengua. Una mano libera mi cadera y se desliza hacia abajo, su dedo
se desliza a través de la humedad mientras se concentra en mi clítoris.
El dedo se desliza dentro y maúllo. Cuando agrega otro, comienzo a
moverme, tratando de acercarme más. Lo siento sonreír contra mí.

—Eres tan impaciente. —Se ríe antes de besar mi centro. Se levanta,


sacando sus dedos. Me siento vacía por un momento, pero no me quejo
cuando escucho una cremallera. Levanto la mirada hacia él, observando
mientras se quita los pantalones de cuero para revelar su pene, erecto
con orgullo. Muerdo mi labio por la anticipación—. Última oportunidad,
Clara Bee —dice, sus ojos sofocados mientras recorren mi cuerpo—. Si
hacemos esto, nunca tendré suficiente de ti.

—No pares —susurré, encontrando sus ojos—. Dámelo todo.

Él gruñe.

—No quieres todo.

—Sí lo quiero. —Nuestros ojos permanecen fijos—. Quiero todo lo que


tengas para dar. No te guardes nada.

Gruñe nuevamente, el sonido es más salvaje que antes, y se coloca


entre mis piernas, enganchando las mías alrededor de su cintura. Ya
estoy colgando ligeramente del borde de la mesa, en el ángulo perfecto.
Aguanto la respiración mientras él se acomoda, su mirada es salvaje, pero
no me penetra, no me da lo que quiero. Gruño con frustración.

—Fóllame ya —gruño.
Esa sonrisa se extiende por su cara, la que es un poco psicópata.

—Ahí está esa oscuridad —dice con júbilo. Luego empuja dentro de
mí, y grito de placer, mis piernas se aprietan a su alrededor. Hace una
pausa por un momento, con éxtasis en su rostro mientras me mira.

Muevo mis caderas, muevo mis manos otra vez para envolverlas en
su cuello. Él muerde mi pecho antes de salirse y volver a penetrarme. Mi
respiración se interrumpe, mis uñas se aprietan con fuerza sobre sus
hombros. Hay un traqueteo cuando vuelve a empujar contra mí y otro
choque en algún lugar en la distancia. Sus labios aplastan los míos, y
puedo saborearme mientras le devuelvo el beso frenéticamente. Nuestros
dientes chocan mientras luchamos por acercarnos.

Una mano se envuelve suavemente alrededor de mi cuello otra vez, y


comienza a entrar y salir de mí. Grito de placer, mi mente huye bajo la
embestida. Es rudo y brutal, no ralentiza su ritmo, pero no lo haría de
otra manera. Me está dando todo. Me está entregando su alma.

Se endereza, agarra mis tobillos en su mano y los dobla hacia atrás,


poniendo mis rodillas hacia mi pecho. Se introduce más profundo dentro
de mí, golpeando justo en mi punto G en cada ocasión. Estoy frenética
de placer, mis manos no tienen nada a lo que aferrarse mientras él se
apodera de mí.

—Mierda —gruñe cuando agarro mis pechos, amasándolos con


fuerza—. Lo eres todo, Clara Bee. —Gruñe antes de salirse de mí. Me
pone de pie de un tirón. Mis piernas no me sostendrán bajo el repentino
torrente de sangre, pero no tengo que preocuparme. Me da la vuelta
rápidamente y me empuja de espaldas hasta que me inclino sobre la
mesa. Su mano agarra mi cabello con fuerza en su puño antes de
embestirme nuevamente. Esta vez grito de placer. No detiene el ritmo, no
se vuelve gentil cuando me reclama allí mismo en su famosa mesa, los
platos se rompen cuando traquetean y caen al suelo.

El Sombrerero tira de mi cabello, hasta que mi espalda se arquea, y


puede envolver su mano alrededor de mi cuello otra vez. Giro la cabeza y
sus labios capturan los míos, su ritmo nunca se ralentiza. Empuja mi
cabello hacia un lado, pellizcando donde mi hombro se encuentra con mi
cuello, antes de morder, marcándome. Exploto, mi clímax me toma por
sorpresa, un grito en absoluto placer resonando en el salón de baile vacío.
Su mano apenas se aprieta en mi cuello, apretando solo una insinuación
mientras aprieto a su alrededor. Su ritmo se interrumpe, su pecho
retumba con otro gruñido mientras empuja dentro de mí un par de veces
más antes de caer detrás de mí, su sudor goteando por mis muslos. Estoy
agradecida de tener un DIU insertado. No creo que jamás pueda recordar
un condón en el que esté involucrado el Sombrerero. Todas mis
sensibilidades se van por la ventana.

Nuestra respiración se ralentiza, pero no nos movemos, todavía


estamos entrelazados, mi espalda contra su pecho. Sus brazos me
apoyan, evitando que me caiga en el suelo.

—Eres perfecta —susurra el Sombrerero en mi oído—. Eres


absolutamente perfecta.

Me muevo, girando en sus brazos mientras se desliza fuera de mí. Me


inclino hacia atrás en la mesa, dejando que soporte mi peso mientras
sostengo sus mejillas entre mis manos.

—Y tú lo eres todo —le digo—. Eres suficiente, y no te cambiaría por


nada en el mundo.

Sus ojos brillan antes de que los cierre y apoya su frente contra la
mía. Sus manos descansan en mis caderas.

—¿Lo dices en serio? —susurra, y siento lágrimas cubrir mis ojos.


Está tan dañado, tan torturado. Él cree que no vale lo que tengo para
dar, y nada más lejos de la verdad. Me preocupa más no ser suficiente
para él.

Lo beso en la punta de la nariz.

—Me estoy enamorando de ti, Sombrerero, y no tiene nada que ver


con una profecía. Me siento así por quien eres, no por como los demás te
pintan. Te veo. Y te quiero a ti.

Me levanta de la mesa repentinamente. Suelto un quejido y envuelvo


mis piernas alrededor de su cintura.

—¿A dónde vamos? —le pregunto mientras comienza a caminar


conmigo en sus brazos.

—A mi habitación.

—¡Espera! ¡No podemos caminar por la casa así! Estoy desnuda.

Técnicamente, aun llevo el vestido puesto, pero está alrededor de mi


cintura. La parte rasgada es más grande de lo que creí, me llega hasta el
ombligo, así que todo me cuelga. Se detiene, mirando especulativamente
mi estado de desnudez.

—Tienes razón —dice, poniéndome de pie suavemente. Puedo


mantenerme de pie por mi misma esta vez mientras él va detrás de su
silla y regresa con su chaqueta morada.

Me lo tiende para que me lo ponga. Aspiro el aroma que emana de él,


chocolate y manzanilla, el olor que siempre lo acompaña. Agarro su
sombrero y se lo doy. En lugar de ponérselo, lo deja sobre mi cabeza.
Cuando lo miro en señal de pregunta, me sonríe.

—Me gusta verte con mi ropa. —Se encoge de hombros—. En mi


habitación, espero que no lleves nada puesto a excepción de esos zapatos
y mi sombrero.

El deseo aparece a través de mi abdomen, listo para continuar,


incluso después de la intensa sesión que acabamos de tener. Sin duda
estaré adolorida mañana.

Mientras el Sombrerero envuelve su brazo alrededor de mí y me saca


del salón, el vidrio cruje bajo nuestros zapatos, arrojo todos los
pensamientos fuera de mi cabeza. Puedo preocuparme por el País de las
Maravillas y la profecía mañana. Por hoy, me voy a perder en mi
Sombrerero.

Oh, cómo desearía estar perdida para siempre.


Traducción por Lilu🥰
Corrección por Emma Bane
Editado por Mrs. Carstairs~

Otra fiesta del té nos pide que nos alejemos de los brazos del otro a la
mañana siguiente. Estábamos tan absortos el uno en el otro que no
escuchamos al Lirón llamando a la puerta, alertándonos. No es hasta que
golpea repetidamente la puerta con el puño que nos separamos. Me
siento presa del pánico en la cama, tomando las sábanas de seda púrpura
contra mi pecho. El Sombrerero se ríe, sus manos errantes tirando de
estas suavemente.

—Deja de golpear —siseo—. Lirón puedes escucharnos.

—Es la hora del té. —La voz aburrida del Lirón llega a través de la
puerta de madera—. Los espero a los dos en treinta minutos.

Me pongo pálida, el hecho de que el Lirón sepa lo que estamos


haciendo detrás de la puerta cerrada me aterra. Lo escucho alejarse, las
tablas del piso crujiendo bajo sus medidos pasos.

—Oh, mi Dios. Él lo sabe.

El Sombrerero se sienta y me tira de nuevo a la cama. Apoyándose en


un codo sobre mí, sonriendo.

—El Lirón nunca se atrevería a decir una palabra sobre esto. Es


demasiado duro para eso.

—¿Cómo se supone que volveré a mirarlo a los ojos de nuevo? —Me


muerdo el labio inferior, mis manos se deslizan por los costados del
Sombrerero. Recorro con mis uñas sus costillas.
—Estoy seguro de que todos en el País de las Maravillas sabrán y
esperarán que compartamos la cama. El Lirón probablemente lo ha
esperado desde el principio.

Mis ojos se amplían.

—Todo el País de las Maravillas lo sabe…

—Todo el País de las Maravillas supo de la pareja del Sombrerero en


el momento en que la profecía habló de nuestro destino —canta, besando
la punta de mi nariz.

—Genial. Es bueno saber que todos conocen nuestra vida sexual. —


No hay vergüenza en mis palabras. De hecho, cuanto más lo pienso, más
tonto parece preocuparme. Envuelvo mis brazos alrededor del cuello del
Sombrerero.

—Puedo hacerte olvidarlo —bromea el Sombrerero, sus ojos brillando


hacia mí.

—Pero llegaremos tarde para el té.

—Ah, sí. La hora del té. —Sus palabras son tristes por un momento
antes de animarse—. Todo lo que necesito son dos minutos para hacerte
olvidar —sonríe.

Envuelvo mis piernas alrededor de su cintura.

—Te daré cinco.

Me retiro a mi propia habitación para prepararme, robando una bata


que había estado colgada en la puerta del Sombrerero. Me miró desde la
cama, su piel tan resbaladiza como la mía por el sudor. Estaba
completamente desnudo, recostado sobre las sábanas, su sombrero
cubriendo las partes importantes, burlándose de mí. Es una imagen que
me cuesta sacar de mi cerebro, para poder concentrarme en la tarea que
tengo entre manos.
Mis tacones cuelgan de la punta de mis dedos, mis pies descalzos
mientras abro la puerta y me deslizo dentro de la silenciosa habitación.
Me recuesto contra la madera, con una sonrisa bobalicona en el rostro.
Estoy adolorida en todos los lugares correctos, lo que me hace olvidar los
dolores de toda la carrera. No estoy lo suficientemente adolorida como
para causar problemas en una pelea, pero es suficiente para recordarme
lo que he estado haciendo toda la noche.

—Parece que has estado disfrutando.

Frunzo el ceño mientras Cheshire toma forma, esta vez apoyado en el


poste de mi cama.

—¿En serio? —Lanzo mis tacones a un lado con un suave golpe que
resuena cuando aterrizan en la alfombra—. ¿No sabes llamar a la
puerta?

Él se encoge de hombros.

—¿Por qué iba a llamar a la puerta cuando puedo entrar sin más?

Sacudo mi cabeza. No hay esperanza para el hombre. Parece que no


le importa la privacidad. ¿Por qué insiste en torturarme? No tengo idea.
Voy a tener que recordar que nunca ande desnuda en mi habitación. Mis
ojos se amplían.

—No habrás estado espiando mientras estoy en otros lugares,


¿verdad?

Sus labios se curvan en una media sonrisa.

—Relájate. No he estado viendo lo que sea que tú y el Sombrerero han


estado haciendo.

Suspiro aliviada antes de cruzar los brazos sobre el pecho.

—¿Qué quieres, Cheshire?

—Tengo una pregunta para ti.

Cuando no la elabora, levanto una ceja.

—¿Y bueno?
Su rostro se vuelve serio. Empiezo a pensar que no va a preguntar
cuando por fin se endereza y me mira a los ojos.

—El Sombrerero obviamente se preocupa por ti. ¿Tú sientes lo mismo


por él?

—Por supuesto que me preocupo por el Sombrerero. ¿Por qué


preguntas?

—¿Es porque sabes que estás destinada a estarlo? ¿Es por la profecía
por lo que te preocupas por él?

Me doy cuenta. Cheshire está pescando, y está preocupado. Absolem


había dicho que Cheshire es el tercer hijo del País de las Maravillas,
aunque lo sospechaba antes de que él lo confirmara. Cheshire está
destinado a encontrar una pareja que complete la triada, la tercera mujer
que me ayudará a mí y a otra a derribar a la Reina Roja.

Noto que Cheshire está inquieto, con su cola moviéndose de un lado


a otro y sus dedos golpeando un ritmo en su muslo. Se esfuerza por
parecer frío e indiferente, pero empiezo a ver un poco debajo de su
máscara. Puedo elegir no responder a su pregunta. Es personal después
de todo. Pero cuando abro la boca, descubro que la verdad sale a
borbotones sin dudarlo.

—Admito que hubo un empate al principio. Es como una sensación


en tu pecho, que tira de ti, aunque estés receloso, o asustado. Tenía
curiosidad por saberlo, claro. —Cruzo la habitación y me pongo delante
de él. Lo miro a los ojos, las pupilas se mueven entre un círculo y una
rendija, como si no pudiera decidir qué mirada asumir—. Pero, eso no me
obligó a amar al Sombrerero. Él capturó mi corazón por sí mismo.
Ninguna profecía hizo eso.

—Tú hablas de amor —suspira con asombro. Su cola finalmente deja


de moverse mientras me mira—. ¿Cómo puedes saber que no se trata de
una fuerza mayor que juega con tus emociones?

—No puedes forzar a la gente a amar. Si ese fuera el caso, cuando vi


por primera vez al Sombrerero, no habría sentido miedo, preocupación o
confusión. No hubo amor instantáneo. Puedo decirte el momento exacto
en que sucedió, y no fue a primera vista.

—¿No lo fue?
—No. Fue en la casa de la Liebre de Marzo, después de que bebiera el
Reali-Té, minutos antes de que el Bandersnatch aullara afuera. March
estaba siendo March. —Me río ante la imagen de él rodando por el suelo
riendo—. Acababa de ver la terrible historia de la Reina Roja, estaba
cubierta de un sudor frío y estaba llorando. ¿Y sabes lo que pasó?

—¿Qué?

—El sombrerero me dijo que soy su luz dentro de la locura. Que soy
la luz que lo trae a casa. —Sonrío al recordar las palabras—. Me enamoré
allí mismo. Esas palabras sellaron mi destino. Ese fue el momento en que
lo abracé. —Cheshire mira el techo por un momento. Tomo su mano, solo
sosteniéndola para confortarlo. El toque trae sus ojos de regreso a mí,
sus cejas se arrugan en confusión. Le da a su rostro una mirada inocente,
una que normalmente nunca usaría—. Entiendo que te asuste la idea de
una pareja destinada, Cheshire. Pero esta es la forma en que lo veo: La
profecía sabe qué dos personas son compatibles, seguro. Pero depende
de ti si el amor crece a partir de eso o no. Tú decides si quieres abrazar
ese destino. Nadie más lo hace.

—Ninguna mujer podría mirarme como tú miras al Sombrerero,


Clara. —Su voz es triste, de aceptación y escucho el quebranto que lleva
dentro—. Además... —Se encoge de hombros—, no creo en toda esa
mierda del amor.

Así de rápido, descarta todo lo que había dicho, la esperanza en sus


ojos se desvanece. Sonrío, dándole un ligero apretón a su mano. Sus ojos
cambian a los de un gato mientras me mira. Ya no me inquieta. Intenta
volver a colocar su máscara de indiferencia en su sitio, pero es demasiado
tarde. Ya puedo ver más allá de eso.

—Lo harás —le aseguro—. Cuando la veas.

No responde al comentario, pero comienza a desvanecerse. Su mano


se desliza de la mía mientras su cuerpo desaparece. Su rostro es lo último
en irse.

—Te veré a la hora del té, Clara Bee. —Su voz resuena antes de que
sus brillantes ojos azules desaparezcan por completo.
Hay otra vestimenta en mi cama, similar a la primera. Pantalones de
cuero, una vez más en negro, están asentados en la parte superior. La
chaqueta es negra esta vez, con un bonito patrón de damasco dorado y
un corte mucho más bajo que el cuello alto de la primera chaqueta.
Mostrará un poco de escote y hará que sea menos estirado. Es sin
mangas, se detiene en la parte superior de mis hombros. La parte
posterior de la chaqueta es menos formal que la primera. Solo me llega a
las rodillas, y parece más una larga cola de abrigo que la mitad trasera
de una falda. Hay un par de botas de combate diferentes para completar
el atuendo, de color dorado gastado. Me pongo el conjunto antes de
atarme el cabello en un moño desordenado. Me vuelvo a atar todas las
armas al cuerpo, tropezando con la forma de abrochar las hebillas, y me
dirijo al salón de baile. De nuevo, es fácil orientarse por la casa. No tengo
problema para encontrar el camino.

Cuando llego al salón de baile, es el Lirón quien abre la puerta por


mí. No puedo mirarlo a los ojos, mi cara se pone de un bonito tono de
rojo, pero no debería haberme preocupado. Él tampoco se encuentra con
la mía, siempre la cara del profesionalismo. Cuando entro por las
puertas, los invitados a la fiesta del té dejan de hablar y sus ojos se
centran en mí. Hago una pausa.

Salto cuando el Lirón habla detrás de mí, gritándole a Cheshire que


ya está sentado hacia la cabecera de la mesa, cerca del Sombrerero.

—Quita los pies de la mesa, Grimalkin12 inculto. —Se mofa el Lirón.


Es la mayor emoción que he escuchado de él, su ofensa por los malos

12 Un grimalkin es un término arcaico para un gato; el término proviene de "gris" (el


color) más "malkin", un término arcaico con varios significados (una mujer de clase
baja, un debilucho, una fregona). La leyenda escocesa hace referencia al grimalkin como
un gato hada que habita en las tierras altas.
modales es fuerte. Cheshire le sonríe, pero no quita las botas de arriba
de la mesa. El Lirón se mofa y cierra la puerta tras de sí al salir.

Tweedledee y Tweedledum están sentados uno al lado del otro a mitad


de la mesa. Sus cabezas se inclinan juntas mientras estudian a los
invitados. Hay hambre y curiosidad a partes iguales en sus rostros. Hago
una nota mental para preguntarle al Sombrerero si deberíamos
preocuparnos por eso o no. Odio pensar que tengo que decirles cada vez
que los invitados son amigos. Tal vez haga un cartel y lo cuelgue en la
pared. ¿El Sombrerero los ha alimentado? Pienso mucho y me doy cuenta
de que no recuerdo que alguna vez hayan comido. ¿Se alimentan de
comida, o, de algo más horroroso? Va al archivo de “Preguntas al
Sombrerero” que hay en mi cerebro.

White se sienta junto a Cheshire, con el rostro nublado por la ira. No


deja de mirar su reloj una y otra vez. Cuando me ve en la entrada, levanta
las manos al aire, y juro que oigo las palabras “por fin”. Sus orejas se
agitan y sus nudillos golpean la mesa.

También hay otros invitados, los de los fallecidos. Hay más de los que
he visto nunca a la vez. Esta vez cuento catorce. Otras catorce criaturas
y personas han muerto a manos de la Reina. Está aumentando la
cantidad, probablemente porque logramos huir de ella. Debe estar tan
furiosa porque nos escapamos, que la Oruga nos ayudó.

El Sombrerero se sienta en su asiento regular, sus ojos brillan al


verme entrar en el salón de baile. Mi rostro se enrojece mientras me dirijo
a la mesa para ir a mi asiento, especialmente cuando pienso en las cosas
que hicimos en este mismo lugar la noche anterior. El Sombrerero sonríe
con malicia, como si supiera exactamente por qué me pongo roja. Tengo
destellos de piel, visiones de la última vez que usamos la mesa.

—Hay menos porcelana de la que suele haber —comenta Cheshire,


estudiando la mesa—. ¿Qué pasó con el bol de azúcar? Me gusta mi té
con azúcar.

No pude evitarlo. Se me escapa una risita, mi rostro se enrojece aún


más. Estoy segura de que me veo como un tomate. Los ojos de Cheshire
se fijan en los míos y sus cejas se levantan. Se aleja de la mesa, retira los
pies y la mira con desconfianza, como buscando evidencias.

—Conveniente para el Sombrerero —murmura. Afortunadamente,


nadie más parece entender nuestra conversación. No puedo soportar esta
conversación.
Estoy a punto de tomar asiento cuando el Sombrerero desliza su
brazo alrededor de mi cintura y me lleva a su regazo, tumbándome en
una posición incómoda. Me río y me acomodo a un lado, lo que facilita
que ambos veamos la mesa y a nuestros invitados. Envuelvo un brazo
detrás de su cuello, mis dedos jugando con la cadena.

—Te ves enloquecedoramente revitalizante con la ropa que escogí


para ti —susurra en mi oído, y sus manos envolviendo mi vientre y
frotando, provocando.

—Todos están viendo —siseo.

—Déjalos ver.

Mi rostro se calienta aún más, pero no lucho contra él, demasiado


mareada. Además, en realidad no quiero que se detenga. White nos
observa de cerca, con curiosidad en su rostro. Cheshire nos ignora a
propósito.

—Entonces, ¿alguien tiene un plan? —Me aventuro, el zumbido en la


sala se apaga cuando todos se centran en mí de nuevo. Nadie contesta—
. Para derrotar a Bribón —aclaro. Tal vez no entiendan qué estoy
preguntando.

—Siempre puedes cortarle la cabeza —agrega Cheshire, estudiando


sus garras—. Bastante sencillo en realidad.

—Me gustaría evitarlo si es posible. Bribón es tan víctima como


nosotros. Si hay una manera de salvarlo, preferiría hacerlo. —Miro
alrededor a los invitados silenciosos. Tweedledum y Tweedledee me
observan, ambos inquietamente quietos.

—Algunas personas podrían estar demasiado lejos para ser salvadas


—habla el Sombrerero, su voz lo suficientemente alta para que la sala lo
escuche. Me giro para mirarle, encontrándome con sus ojos. Hay tristeza
allí.

—¿Realmente crees eso? —pregunto—. ¿Crees que hay algunos de


ustedes que no pueden ser salvados?

—No hace mucho tiempo —interrumpe White—, creías que no podías


ser salvado, Sombrerero.
El Sombrerero inclina la cabeza hacia White en reconocimiento antes
de mirarme de nuevo.

—Entonces, necesitamos un plan que implique salvar al príncipe —


concuerda el Sombrerero—. Sin presión.

—¿Por qué necesitamos eliminar al príncipe? —pregunta alguien en


la mesa, una mujer con cuernos—. ¿Por qué no ir por la Reina Roja? Si
eliminamos a la Reina, todo lo demás es discutible.

—Bribón es el general de la Reina Roja. Debe ser removido para que


ella se debilite —responde el Sombrerero—. La profecía habla de la triada.
Clara es solo la primera. La Oruga dice que solo hay un futuro posible en
el que tenemos éxito. Este es ese futuro.

Cuando nadie más habla, me dirijo a los Tweedles.

—¿Hay alguna manera de revertir lo que la Reina Roja le ha hecho al


príncipe? —Formulo la pregunta con cuidado, especificando todas las
personas en cuestión. Menos posibilidades de que me desvíen de esa
manera.

Como parte de nuestro trato, se supone que deben proporcionar


consejo y asesoramiento. Sin duda repiten el trato en sus cabezas antes
de decidirse a responder. No hacen nada sin consultarse entre ellos
primero. Tampoco hacen nada sin recibir algo a cambio.

—Hay maneras —dice Dee.

—Podría funcionar si lo hiciera —agrega Dum.

—Podría fallar si no lo hace —finaliza Dee.

Veo un escalofrío recorrer a algunos de los invitados. Parece que no


soy la única a la que le asusta los gemelos.

—Entonces será arriesgado. —Asiento, mirando a Dum a los ojos,


acostumbrándome a su forma de hablar—. ¿Qué hay qué hacer para
salvarlo?

Todo tiene un precio en el País de las Maravillas. Si quiero salvar al


Príncipe, habrá un intercambio justo. Necesito saber si lo puedo pagar.
Hablan al mismo tiempo con esa voz inquietante que flota en el aire.

—El amor provocó la muerte del Príncipe. El amor lo hará libre.


Miro al sombrerero.

—¿A quién amaba el Príncipe? —pregunto, aunque tengo una


pequeña sospecha.

—Solo a una, que yo sepa —murmura—. Alicia.

Suspiro.

—Genial. Así que eso es imposible. Tal vez no tenga que ser un amor
romántico. ¿Tal vez podría ser amor Maternal?

El rostro del Sombrerero se ilumina, la excitación le recorre mientras


se tensa debajo de mí.

—¡La Reina! —exclama—. Amaba a la Reina.

—Su madre —aclara Cheshire—. ¿Cómo puede su madre ayudarlo a


traerlo de vuelta? Ella está muerta.

—Podría ser capaz de actuar como una especie de faro, capaz de atar
a la Reina a este mundo de la misma manera que fui capaz de atar a
Clara en el Más Allá.

—¿Hiciste eso? —pregunta White, sobresaltado—. Nunca lo habías


hecho antes.

—El cambio llegó al País de las Maravillas, en el momento en que


Clara Bee unió nuestras manos —dijo el Sombrerero encogiéndose de
hombros.

—¿Será capaz de hacerlo? ¿Ella querría hacerlo? —pregunta, feliz de


tener algún tipo de plan en marcha.

—Solo hay una manera de averiguarlo. —El Sombrerero me levanta


de la silla y me pone de pie—. La fiesta del té se acabó para todos. Es
momento de irse.

Los invitados se levantan y comienzan a dirigirse hacia el otro lado de


la sala. Los gemelos los miran y se levantan. Veo que Dee se lame los
labios. Empiezo a creer que Tweedledum y Tweedledee se alimentan de
almas.

—Ellos son amigos —les digo de nuevo, solo para ponerlo en evidencia
en caso de que intenten sacar la carta de “no lo sabíamos”—. Todo el
mundo en esta casa en este momento es un amigo. —Definitivamente voy
a poner un cartel.

Suspiran decepcionados antes de volver a sentarse. Sorben su té en


silencio, con su atención puesta en mí.

Se te advierte, la voz de Dee flota a través de mi cabeza.

El Más Allá puede quitarles una vida a los muertos, agrega Dum. Si
tomas un alma de los muertos.

Genial. Nada de lo qué estresarse entonces, creo. Espero que no llegue


a eso. Y espero seriamente que los Tweedles no vuelvan a hablar a mi
mente. Dejan una sensación aceitosa. Me dan ganas de raspar el interior
de mi cerebro.

Cheshire y White siguen sentados en la mesa, observándonos. White


comprueba de nuevo su reloj, su rodilla rebota inquieta. Cheshire sonríe
cuando se da cuenta de que lo estoy mirando.

—Trata de no perderte. —El mensaje es claro. Frunzo el ceño ante su


comentario de mal gusto, endureciendo mi columna vertebral mientras
flotamos hacia el otro lado de la habitación. Cuando miro por encima de
mi hombro, los dos están concentrados en otra cosa.

—¿Estás lista, Clara Bee? —pregunta el Sombrerero. Asiento, aunque


me tiemblan las manos. La última vez no fue tan divertida; apenas
llegamos a tiempo.

Envuelve mi mano en la suya, lanza su sombrero, y el portal se abre


ante nosotros.

—La próxima vez que vengamos aquí, recuérdame que traiga


pantalones cortos y una camiseta de tirantes. —Resoplo cuando la
humedad me golpea. El sudor se acumula inmediatamente en mi frente,
mis pantalones de cuero y mi chaqueta lo hacen casi insoportable.
—Siempre puedes quitarte la ropa. —El Sombrerero sonríe, y menea
las cejas. Pongo los ojos en blanco.

—Sí, exactamente lo que quiero hacer. Conocer a la antigua Reina del


País de las Maravillas desnuda.

—Como quieras. —Se quita la chaqueta y se la echa por encima del


hombro, sin dejar de tocar nuestra piel. Sin camisa y con solo pantalones
de cuero, botas y su sombrero, el Sombrerero es un espectáculo para la
vista, especialmente mientras su cuerpo brilla de sudor. Frunzo el ceño
al ver lo fácil que le resulta quitarse la chaqueta y miro la mía,
contemplando. Había guardado mi camisola blanca que llevaba debajo
de la ropa cuando caí en el agujero del conejo. Me la puse esta mañana,
solo para tener una barrera extra entre la chaqueta y mi piel. Es delgada,
y sin duda mostrará todo a través del endeble material, pero está
ridículamente caluroso, y estoy segura de que voy a comenzar a
derretirme pronto si no hago algo.

—Bien —murmuro, trabajando en los botones de la parte delantera


de la chaqueta.

El Sombrerero hace una pausa, mirándome con gran interés mientras


me quito la chaqueta de los hombros, revelando la camisola translúcida
que tengo debajo. El sudor lo ha hecho aún peor, delineando mi sostén
de encaje debajo. Sus ojos se calientan cuando caen en la sombra de mis
pezones a través de la tela.

—Tal vez deberías dejártela puesta. —Se esfuerza, limpiándose la


frente con el dorso del brazo.

—Hace calor —remarco—. Deberías haberme vestido con algo más


fresco si querías que me lo dejara puesto.

—Podría arrinconarte contra un árbol y salirme con la mía. —Su voz


es ronca, y calienta mi núcleo cuando las imágenes saltan
inmediatamente a mi cerebro. Sacude la cabeza, como si intentara
desalojar el pensamiento—. Estamos en un tiempo prestado. No hay
tiempo para el coqueteo en el Más Allá. —Me mira de nuevo el pecho—.
Pero después. Después, después, después. —Sonríe.

Empezamos a movernos por la selva. Intento concentrarme en la tarea


que tengo entre manos, pero es difícil con las vibraciones que provienen
del Sombrerero. Son difíciles de ignorar. Entre sus miradas de reojo y los
roces “accidentales” contra mi cuerpo acalorado mientras avanzamos
entre los árboles, es casi imposible pretender que no hay una tensión tan
espesa zumbando entre nosotros. Me repito las mismas palabras una y
otra vez. No tenemos tiempo. No tenemos tiempo. Las puntas de mis
dedos ya se están desvaneciendo.

—Entonces, ¿dónde encontramos exactamente a la Reina en la


jungla? —Estoy agradecida de haber tenido la previsión de atarme el
cabello en un moño suelto. El sudor corre por mi cuello en senderos
constantes. No estoy acostumbrada a esta clase de humedad.
Honestamente, no veo como podría estarlo alguien. Es como un sauna.

—Seguir el rastro de mil lágrimas para imaginar un encuentro con los


oídos de la vieja Reina.

Le frunzo el ceño al Sombrerero.

—¿Qué significa eso? ¿El rastro de mil lágrimas?

No responde, sino que señala el suelo a nuestro paso. Es la primera


vez que noto un pequeño destello allí, algo que refleja la luz del sol en
incrementos. Parece un poco de brillantina. Me agacho, manteniendo mi
mano en la del Sombrerero y miro más de cerca lo que está causando las
refracciones de luz.

—Es un cristal —digo sorprendida—. Un montón de cristales.

—Diamantes.

Un sonido estrangulado sale de mi garganta.

—Estamos siguiendo un rastro de diamantes, ¡A la mierda!

Y estos diamantes no se parecen en nada a los que vi antes. Brillan


más de lo que jamás he visto brillar un diamante, sus facetas refractan
la luz como una estrella. No tengo idea de cómo me los perdí antes.

—Tienes que saber buscar —dice el Sombrerero, respondiendo a mis


pensamientos no expresados—. Si no sabes que están allí, no los verás.

—¿Cómo es posible?

Él se encoge de hombros.

—Magia, supongo.
Es una respuesta del País de las Maravillas, una que realmente no
entiendo, pero ya no cuestiono. Hay algunas cosas que escapan a mi
comprensión.

Continuamos por la densa jungla, el sonido de los animales


parloteando a nuestro alrededor. Todavía no veo a nadie, aunque espero
que haya miles de criaturas y personas aquí.

—¿Dónde está toda la gente? —pregunto, curiosa. ¿No debería el Más


Allá estar más poblado?

—Tienes que mirar más de cerca. El Más Allá solo te mostrará lo que
quieres ver. Tienes que querer ver a todos para poder verlos.

—Está bien. —Aprieto mis labios en concentración—. Tengo que


querer verlos —Me repito a mí misma. Pienso en encontrarme a la gente
que me rodea, en ver a los habitantes.

De repente, todo se vuelve más claro, y ya no estamos caminando por


una selva sin vida. Estamos rodeados de criaturas a nuestro alrededor,
siguiendo nuestro rastro. Las criaturas rosas parecidas a los monos
saltan de una rama de árbol a otra, manteniendo el ritmo junto a
nosotros. Hay un puercoespín y una especie de gato con rayas verdes
caminando a mi lado. Mientras los miro con asombro, el gato verde
levanta su rostro y unos ojos humanos me devuelven la mirada,
sobresaltándome tanto que tropiezo. El Sombrerero me mantiene en pie.
Mientras observo, el gato se transforma en una mujer ante mis ojos. Su
cabello es tan verde como lo era su pelaje, su vestido un bonito tono
dorado. Grandes orejas se asientan en su cabeza, una cola detrás de ella,
al igual que Cheshire. La única diferencia es que donde Cheshire es todo
azul, ella es toda verde.

—Sombrerero —exclama, con una gran sonrisa—. Qué bueno que nos
visites.

—Danica. —El Sombrerero sonríe tristemente—. Me alegra volver a


verte.

—Y tú debes ser Clara —dice enfocándose en mí—. He oído las


conversaciones. Estoy feliz de poder conocerte. Solo desearía que sea en
la tierra de los vivos y no aquí.
—Encantada de conocerte —le digo sonriendo. Me gusta de
inmediato. Tiene ese aire inocente que me hace querer protegerla, aunque
no lo necesite, aunque ya haya pasado el tiempo.

—Hay tantas cosas que han cambiado, Sombrerero. Un día pronto,


Clara y tú deben venir a tomar el té. —Ella le sonríe, con una mirada
traviesa en su rostro.

—Estaremos encantados —le contesta. Yo le sonrío y asiento.

—Bueno, tengo que irme —dice Danica, sonriéndonos dulcemente—.


¿Le dirás a Cheshire que lo saludo? —Se vuelve, pero vacila—. Y dile que
lo amo y que no se meta en problemas.

El Sombrerero resopla.

—Cheshire no se aleja de los problemas. Sabes eso.

—Solo dile. Tal vez escucharlo de mi parte haga la diferencia.

El Sombrerero asiente y Danica se transforma de nuevo en gato.

Dale al País de las Maravillas el infierno, Clara, su voz flota a través


de mi mente. Derríbala por todos nosotros.

Me sobresalto, en serio, ¿todos pueden hablar en mi mente en el País


de las Maravillas? Pero sonrío diciendo que lo entiendo. Cuando se va,
me vuelvo al Sombrerero de nuevo.

—¿Quién es ella para Cheshire?

Él mira el dosel sobre nosotros, observando los pájaros revoloteando


alrededor, los monos rosados balanceándose de rama en rama.

—Su hermana pequeña —susurra tan suavemente que apenas lo


entiendo.

Mi corazón se detiene.

—Oh, no —murmuro—. ¿Fue la Reina Roja?

Él no responde de inmediato, pero no tiene por qué hacerlo. Ya sé la


respuesta. Me da rabia, tanta rabia, que la Reina Roja le haya quitado
tanto al País de las Maravillas. Todo por una venganza mal planeada.
—Debe ser detenida —dice el Sombrerero mientras comenzamos a
movernos de nuevo—, a toda costa.

—Estoy de acuerdo. —Aprieto su mano suavemente en la mía—. La


derribaremos.

Me mira con ojos increíblemente tristes. No puedo imaginar la carga


de pasar al Más Allá a aquellos que te importan, viéndolos morir uno por
uno a manos de alguien a quien una vez llamaste amigo. El Sombrerero
es la persona más fuerte que he conocido.

Sé que estamos cerca cuando empiezo a oler rosas. Esa es mi primera


señal. La siguiente es el humo que susurra a su lado, como si alguien
estuviera cocinando fuera. Cuando atravesamos los árboles, el rastro de
diamantes termina, mis ojos se posan en una pequeña y pintoresca
cabaña. Las rosas crecen a un lado, de color blanco puro. No hay ni una
sola mota de rojo, y entiendo por qué los que están en el Más Allá no
quieren ver las flores nunca más.

—Esperaba algo más grande —le digo al Sombrerero honestamente.


Al fin y al cabo, eran el Rey y la Reina y vivían en un castillo. Esta es una
reducción considerable, incluso si se ve cómoda y bonita. Hay un fuego
en el patio, una especie de criatura asándose sobre las llamas. No puedo
decir qué es, pero parece un pavo gigante.

—Los difuntos Rey y Reina siempre han sido modestos. Eran


conocidos por ser muy generosos y se aseguraban de que nadie pasara
hambre. Si no tenías un lugar para cenar, cualquiera podía entrar por
sus puertas y unirse a su mesa.

—Exactamente como debe ser un gobernante. —Sonrío ante la idea,


deseando que más personas sean como ellos. Se oye como si fueran los
monarcas perfectos.

La puerta principal se abre, y la mujer de mi cepillo de Reali-Té sale.


Lleva un sencillo vestido amarillo y una diadema dorada en la frente.
Todavía luce tan majestuosa como en su traje de corte completo, su
postura delata su estatus. Su rostro se ilumina cuando ve al Sombrerero.
Ella se apresura a cruzar el patio y lo envuelve en un cálido abrazo. Me
arrastra junto con el abrazo ya que nuestras manos todavía están unidas.
Mi brazo opuesto ya se ha desvanecido por completo, y mi pierna está
justo detrás de él. La Reina suelta al Sombrerero y sus ojos se posan en
mí.

—¿Es ella? —le pregunta al Sombrerero con asombro.

—Soy Clara —le proporciono amablemente, y la mujer chilla de


emoción antes de envolverme en sus brazos. Me corta el aire de tan
apretado.

—Estoy tan feliz de poder conocer a la mujer que se ha ganado el


corazón de nuestro querido Sombrerero. —Me sonrojo, apartando
algunos cabellos sueltos de mi cara cuando ella me deja ir—. Edward está
ayudando a algunos de los habitantes más nuevos a construir casas. Pero
por favor entren. Únanse a mí para el té.

—Me temo que no tenemos mucho tiempo, su majestad. —El


Sombrerero sonríe tristemente—. Cómo desearía que pudiéramos
quedarnos, pero Clara no pertenece aquí, y se está desvaneciendo. Si no
regresamos antes de que se desvanezca por completo, podría perderla
para siempre.

—¡Oh, querido! ¡No queremos eso! ¿Hay algo que pueda hacer por ti
entonces? No viniste al Más Allá para arriesgar su vida por nada.

—No —interrumpo. Miro al Sombrerero y el asiente animándome—.


Necesitamos su ayuda.

Su rostro se endurece.

—Me temo que ya no podré levantar mi espada y luchar. Si eso es lo


que buscan.

—La profecía dice que seré la ruina de Bribón —digo en voz baja.

—Mi hijo. —Su rostro es serio mientras me escucha atentamente,


pendiente de cada una de mis palabras.

—Sí, pero Alexander es una víctima en todo esto sin importar lo que
haya hecho bajo la influencia de la Reina Roja. Si puedo salvarlo sin
matarlo, preferiría hacerlo.
Ella parpadea antes de tomar mis mejillas suavemente entre sus
manos. Sus ojos brillan.

—Te agradezco por eso, Clara. Eres todo lo que imaginé que serías. —
Ella me deja ir y pone sus manos en sus caderas—. Ahora dime cómo
juego en todo esto.

—Los Tweedles… —se mofa el Sombrerero, y sospecho que es por su


desagrado hacia los gemelos—, han dicho que el amor puede liberarlo —
continúa El Sombrerero tras su interrupción.

—Alicia es un callejón sin salida, por supuesto —agrego.

—¿Pero quieres que lo intente? —La Reina está pensativa—. ¿Ellos no


especificaron qué tipo de amor?

—No. Solo que debe ser amor.

—Eres bastante lista para saltar a la conclusión del amor maternal,


querida. —La reina sonríe—. Por supuesto que estoy dispuesta a ayudar.
Déjame dejarle una nota a Edward, y podemos estar en camino antes de
que empiece a preocuparme. Te estás volviendo bastante translúcida.

—Estará atada a mí en el País de las Maravillas, su majestad. Estará


presente pero incorpórea —le dice el Sombrerero. ¿Tal vez ahora sea un
buen momento para mencionar la advertencia de los Tweedles? Los miro
cuidadosamente y sacudo la cabeza. Si hay un precio que pagar, lo
pagaré. Cualquier cosa para detener a la Reina Roja.

—Lo entiendo. —Ella se vuelve a mí—. ¿De verdad crees que mi amor
puede sacarlo de la prisión de su mente?

La miro a los ojos.

—Creo que vale la pena intentarlo. Si puedo salvar a su hijo, lo haré.

Me sonríe con cariño antes de entrar corriendo para dejar una nota.
Cuando ella regresa, hacemos la caminata de regreso a través de la
jungla, los animales una vez más parlotean y nos siguen. La Reina les
habla dulcemente, instándoles a que se acerquen y se sienten sobre sus
hombros.

Me encuentro deseando que siga siendo la reina, que siga siendo la


gobernante del País de las Maravillas. Pero entonces, miro al Sombrerero,
tan decidido a salvar su mundo, luchando contra la locura que se cuela
en su alma, y agradezco a quien quiera que esté escuchando que estemos
destinados a estar juntos. Estoy agradecida de haber sido atraída a su
mundo.

Yo hago mi propio destino, pero a veces, está bien ser feliz con alguien
que cae en tu vida. O al revés, en este caso. A veces, el Destino sabe lo
que hace.

¿Y esa persona que entra en tu órbita? Bueno, puede que sea el amor
de tu vida, después de todo. Aunque estén un poquito locos.
Traducido por Nea
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Banana_mou

Volvemos a pasar por el portal para encontrar la habitación


exactamente como la dejamos, sin los invitados de la fiesta del té que
viajaron a través del portal con nosotros en primer lugar. White sigue
sentado en el mismo sitio, comprobando constantemente su reloj. No
tengo ni idea de lo que ve en la esfera del reloj. Planeo preguntárselo
pronto. Cheshire tiene los pies sobre la mesa, con un palillo en la
comisura de los labios. Parece increíblemente aburrido mientras abre
una navaja de bolsillo una y otra vez. Tweedledee y Tweedledum se
sientan más adelante en la mesa, tan inmóviles como estatuas. Dum
parpadea y me recuerda que, de hecho, están vivos y no son sólo figuras
de cera de los gemelos. Nadie habla ni presta atención a los demás.

White levanta la vista cuando nos adentramos en la habitación.


Cuando sus ojos se posan en la Reina, salta de su asiento más rápido de
lo que mis ojos pueden seguir. Corre a través del salón de baile hacia
nosotros. Cheshire lo mira extrañamente antes de ver a la Reina. Él
también se levanta y se guarda el cuchillo antes de cruzar la sala en
nuestra dirección a una velocidad mucho más lenta que White. Los
gemelos no muestran ninguna emoción. Se limitan a mirar sin
comprender. No parece que les importe la vieja Reina.

—¡White! ¡Cheshire! —exclama la Reina, abriendo sus brazos de par


en par.

White va directo a su abrazo pero, en lugar de poder abrazarla, la


atraviesa. Me sobresalta tanto que chillo antes de recordar lo que el
Sombrerero había dicho. Ella es esencialmente un fantasma. Nadie podrá
tocarla.
White parece afectado por un momento antes de recomponerse, se
endereza el chaleco y sonríe.

—Está tan guapa como siempre, majestad.

—Sí —ríe—. La muerte hace maravillas con la apariencia.

White frunce el ceño, pero no comenta nada. Cheshire se queda a una


distancia saludable, observando.

—Cheshire. —Le sonríe. No intenta un abrazo de nuevo mientras lo


mira con cariño—. Cómo los he echado de menos a todos. —Mira hacia
los Tweedles—. Incluso a ustedes dos.

Los gemelos asienten cordialmente con la cabeza, pero no responden.


La reina los despide, sin prestarles más atención.

—Vengan —dice el Sombrerero—. Sentémonos a tomar el té. Podrá


disfrutar de las opciones, su majestad. La mesa está encantada para
permitir a los difuntos una comida.

—Hacía mucho tiempo que no me sentaba en la Fiesta del Té del


Sombrerero Loco.

Ella agita las pestañas ante el Sombrerero cuando este le ofrece su


brazo. Parece que es capaz de posar su mano fantasmal sobre la de él,
dando la apariencia de que realmente están caminando del brazo. Los
veo alejarse, charlando animadamente sobre tonterías. Todavía se me
eriza la piel por haber estado en el Más Allá y casi haberme desvanecido
por segunda vez. Es casi como si mi cuerpo necesitara tiempo para
acostumbrarse de nuevo a su propia piel. Es una sensación extraña, casi
morir, sabiendo lo cerca que estás. Confío en el Sombrerero, confío en
que se asegurará de que siempre vuelva, pero eso no hace que los
sentimientos desaparezcan. He esquivado la muerte demasiadas veces
desde que caí por la Madriguera y, sin embargo, no parece preocuparme.
Mis prioridades han cambiado obviamente desde que estoy aquí. Sólo
espero tenerlas en orden.

White sigue al Sombrerero y a la Reina, tomando su asiento en la


mesa con ellos. Cheshire sigue de pie a mi lado, sus ojos mirando hacia
la puerta del portal con anhelo.

Me muerdo mi labio inferior entre los dientes, moviéndome


incómodamente.
—Me dijo que te dijera que te quiere. Y que no te metas en problemas
—susurro, segura de que me escuchará.

Los ojos de Cheshire se mueven hacia los míos, con una emoción lo
suficientemente fuerte como para hacer que me duela el corazón. Lucho
contra el dolor allí, sabiendo que Cheshire no aceptará mi empatía.

—Ella habló contigo. —No es una pregunta, pero respondo de todos


modos.

—Sí. Es increíble. Y hermosa. —Lo digo en serio. Puedo vernos a


Danica y a mí convirtiéndonos en rápidas amigas en el Más Allá. Solo...
desearía que fuera una posibilidad en la tierra de los vivos.

—Era —roe Cheshire—. Ella era increíble. Era hermosa. Ahora, solo
está muerta.

Me sorprende la rabia que irradia Cheshire, la rabia que hierve en sus


ojos cuando se encuentran con los míos. Hay tanto ahí, tanto reprimido.
Sus ojos se vuelven completamente felinos, convirtiéndose en una fina
hendidura y brillan con un color amarillo intenso. Sus orejas se apoyan
en la cabeza.

—Cheshire, no quise decir...

—Atrás, Clara. Vuelve con tu Sombrerero.

—Pero ella está ahí, y parece feliz. Puede que no esté en este mundo,
pero existe. Cuando sea tu momento, la volverás a ver.

Cheshire me mira, realmente estudia mi cara.

—¿No te dijo el Sombrerero que un Hijo del País de las Maravillas no


puede morir?

Me doy cuenta de ello. Abro la boca, insegura de lo que va a salir. No


sale nada. En su lugar, termino cerrándola de nuevo, con los ojos llorosos
por el dolor que veo reflejado en sus ojos. ¿Qué le dices a alguien cuando
conoce el peor dolor? ¿Cuando saben que nunca más van a ver a alguien
a quien aman? No hay nada que pueda decir para hacer que sea mejor.
Nada.
—Ahórrate las obras de agua, Clara. No necesito la compasión —mira
hacia la mesa donde la Reina está riendo, White y el Sombrerero
sonriendo junto a ella—. Guárdala para alguien que la merezca.

Comienza a caminar hacia las puertas, obviamente con la intención


de abandonar la incómoda y triste situación en la que me he metido. Esta
vez no intento detenerlo. ¿Qué más puedo decir? «Siento mucho que no
vuelvas a ver a tu hermana» no parece que vaya a ser suficiente. Estoy
empezando a ver que El País de las Maravillas no es lo único dañado. Sus
habitantes están sufriendo tanto o más. La mente del Sombrerero es
como una prisión que lo está volviendo loco. La incesante comprobación
del reloj de White tiene que ser de algo, alguna obsesión nacida del
horror. Y Cheshire. Cheshire está enfadado. Enfadado con la Reina Roja,
enfadado conmigo, enfadado con el mundo. Esa ira va a comerlo vivo.

Cheshire está a medio camino de las puertas cuando estas se abren


de golpe, los paneles de madera haciendo marcas en las paredes a ambos
lados donde chocan con el yeso. El Bribón se queda enmarcado con el
Lirón delante de él, ensangrentado y roto. Observo con horror cómo el
Bribón arroja su cuerpo al suelo del salón de baile a sus pies. El rojo
brillante comienza a acumularse debajo y jadeo. El Lirón no respira. El
Lirón no va a decirle a Cheshire que mantenga sus botas fuera de la mesa
nunca más. Doy un paso adelante, sin saber qué quiero hacer.

La Reina hace un sonido estrangulado, su mano cubriendo su boca


ante la escena que tenemos delante. El Bribón la mira, pero no reconoce
su identidad. Ni siquiera parece que haya un reconocimiento. Empiezo a
preocuparme de que nuestro plan podría no funcionar.

—Siento llegar tarde al té —anuncia El Bribón—. Pero yo vengo con


regalos.

Abre sus brazos de par en par y las Cartas comienzan a derramarse


en la habitación.
Traducido por aryancx
Corregido por BLACKTH➰RN
Editado por Banana_mou

Estoy demasiado lejos del Sombrerero. Él está al otro lado del salón
de baile y yo estoy muy lejos. Es el primer pensamiento que se me
atraviesa por la cabeza cuando gira y corre hacia mí. Todo se mueve en
cámara lenta, los sonidos desaparecen hasta que se siente como si
estuviera en un túnel, como si mis oídos estuvieran cubiertos de algodón.
La reina se levanta de su asiento, su rostro refleja horror mientras mira
fijamente la apariencia de su hijo, en las rosas. Tengo un pensamiento
fugaz de que debí advertirle. Tweedledum y Tweedledee apenas
reaccionan. Ni siquiera se levantan de sus asientos. La única razón por
la que supongo que saben que algo está sucediendo es porque los veo
sonreír al mismo tiempo, su concentración está en las Cartas que caen
en la habitación. Es seguro decir que saben que las Cartas no son amigas.

Cheshire desaparece de su lugar más rápido de lo que antes había


visto, solo para reaparecer junto a White en el otro extremo de la mesa.
Ambos sostienen espadas de aspecto perverso, ambos con colores
diferentes. No puedo ver ningún detalle, pero sé que son complejas. White
y Cheshire dan un grito de batalla y empieza la emboscada, cortando
Cartas a la velocidad de rayos.

El Sombrerero es rápido, pero no lo suficientemente rápido. Miro


angustiada cómo la Sota lanza una daga por el aire. Está apuntado hacia
el Sombrerero y el pánico se apodera de mi corazón.

—¡Cuidado! —grito, pero mi voz no le llega a tiempo. La daga se


estrella contra el hombro del Sombrerero, incrustándose profundamente.
Se tropieza por la fuerza, pero no se detiene nunca. La sangre brota de la
herida, goteando sobre su pecho desnudo en pequeños ríos.
Me agarra de la mano y me arrastra hacia el portal de escape,
arrancándose el sombrero de la cabeza. Escapar. Estamos tratando de
escapar.

—Tenemos que irnos. Debemos irnos —canta mientras arroja el


sombrero en el suelo.

No sucede nada.

El Sombrerero hace un ruido ahogado y vuelve a intentarlo,


recogiendo el sombrero y tirándolo hacia abajo, poniendo toda su
concentración en la tarea. Su rostro se arruga mientras intenta recurrir
a su poder. El sonido de la risa de la Sota llega a nuestros oídos.

—¿Pensaste que no tendría un plan esta vez? —pregunta Bribón,


caminando hacia nosotros, dando pasos lentos y mesurados.

La Reina sigue detrás de él. Apenas reacciona a ella, elige ignorar a


su madre a favor de hacernos daño.

—Alexander —intenta. Nada pasa—. Por favor, debes detener esto.

La Sota se toma su tiempo para caminar hacia nosotros, como si no


le importara nada en el mundo. Detrás de él, las Cartas aún abarrotan la
habitación. White y Cheshire se encuentran con ellos, balanceando sus
espadas y gruñendo, los cuerpos se amontonan a su alrededor a un ritmo
alarmante. No parece afectar a la gran cantidad de enemigos.
Tweedledum está rastrillando sus garras por el pecho de uno.
Justamente observo cuando Tweedledee agarra a una de las Cartas y
arranca su cabeza limpiamente de su cuerpo. Mi estómago se revuelve.
Ahora entiendo por qué me siento como una presa a su alrededor.

—El cuchillo. —El Sombrerero arranca el metal de su hombro, el


borde dentado se desgarra. Grita de dolor y la sangre brota de la herida
antes de dejar caer el filo al suelo. Retumba, enviando gotas de sangre
roja brillante a través del suelo dorado y gastado. Algo me salpica las
botas.

—Qué encantador. —La Sota sonríe—. Hecho especialmente para el


Sombrerero de la Reina Roja. Deberías considerarte especial ya que gastó
tanto tiempo contigo.

—Alicia puede irse al infierno —gruñe el Sombrerero.


Me quedo allí mientras escupen palabras de un lado a otro, insegura
de lo que debería estar haciendo. Tengo el Rompecorazones en mi mano,
esperando no tener que usarlo. Mi trabajo es detener esto, derribar a la
Sota. No quiero lastimarlo, pero estamos a su merced. Me niego a dejar
morir a más habitantes del País de las Maravillas. Necesito dar un paso
al frente ahora, antes de que sea demasiado tarde. Mis ojos buscan a la
Reina y la encuentran justo detrás de Alexander. Su rostro denota
tristeza pero ella es fuerte. Su columna está rígida. Ligeramente asiento
la cabeza hacía ella, haciéndole saber que es hora de actuar, de salvar a
su hijo. Ella camina hacia adelante.

La Reina está al lado de la Sota cuando saca una espada que nunca
había visto. Está dirigida a su cuello, pero pasa de la misma manera que
lo había hecho White. No tiene que ser algo para hacerle daño, los ojos
de la Sota se abren un poco, y veo los primeros signos de reconocimiento
en sus profundidades. La Reina, para su sorpresa, no ralentiza ni
muestra ninguna reacción percatándose que la espada pasa a través de
ella. Ella sigue caminando hasta que se pone de pie a nuestro lado.

—Alexander. —Enfoca sus ojos hacia el hombre que dio a luz,


asimilando todo lo que se ha convertido—. Mi bebé. Cuánto te extrañe.

—¡No pertenezco a nadie más que a la Reina Roja! —gruñe él,


tomando un paso hacia nosotros amenazadoramente.

El Sombrerero y yo sacamos las espadas que usamos al mismo


tiempo, los sonidos que hacen al deslizarse de las vainas dibujándose
frente a los ojos de la Sota. Para entonces, ya había puesto al
Rompecorazones lejos de aquí, decidiendo que estamos demasiado cerca
para que las balas golpeen con seguridad solo a la Sota. Hay demasiados
de nuestro equipo en la línea de fuego.

—¿Piensas vencerme en la batalla? —pregunta. La cuestión es


dirigida a mí. Levanto la barbilla.

—Es mi destino —respondo, sosteniendo la espada firmemente a mi


lado.

Él se ríe y yo me tenso.

—Esa oruga ha estado llenando sus cabezas con tonterías, ¿cierto?


¿En serio crees que eso sea verdad?
Le sonrío y sé que no es una sonrisa amistosa. Puedo sentir la
amenaza que tengo que mostrar, saliendo de mis labios. Mi rabia se
apodera de mí, pero cuando hablo de nuevo, mi voz es tranquila, firme.
El Sombrerero permanece a mi lado, mi oscuridad roza contra él.

—No sabemos si es verdad. Pero esperamos que lo sea. Tenemos


esperanza para el País de las Maravillas. Y voy a blandir esa esperanza
como una espada.

—Tu esperanza morirá contigo. —La Sota levanta su espada.

—Alexander. Este no eres tú. —La Reina vuelve a intentarlo—. Este


no es el chico que crie. Mi hijo nunca alzaría su espada contra amigos.

—No soy un niño. Soy un hombre. En la estación más alta posible.

—No, hijo mío. Eras un príncipe. Ahora, no eres nada más que una
marioneta.

—¡Cállate! —gruñe la Sota—. No sabes de lo que estás hablando.

—Conozco a mi hijo. Y lo amo. Sé que está en alguna parte dentro de


ti, luchando por salir. Déjalo salir. —La reina da un paso más cerca, sus
ojos brillan mientras trata de razonar con la Sota. Espero con todo el
corazón que Alexander todavía esté en alguna parte de él, capaz de
encontrar el camino a casa—. Este no eres tú.

—Tú no sabes nada. Todos morirán por las mentiras que se derraman
de tus labios. Les quitaré las cabezas y se las daré a la Reina en bandeja
de plata. —La Sota mira al Sombrerero—. ¿Podrás sobrevivir a una
decapitación, Sombrerero? ¿Lo ponemos a prueba?

Una rabia cegadora llena mi cuerpo, pero me mantengo bajo control.


Inhalo y exhalo de la misma manera que hago en la sala del tribunal.
Necesito mantener la cabeza ecuánime. Las guerras no se ganan con
decisiones imprudentes. Se ganan con estrategia.

—No puedo morir. —La voz del Sombrerero es áspera y no tengo duda
de que los recuerdos que vienen de regreso no son nada más que
horripilantes.

—Bueno, entonces supongo que la Reina Roja mantendrá tu cabeza


en una caja de cristal donde te verás obligado a ver a todos los que amas,
como tu mundo entero, muere a manos de la única y verdadera reina.
Ella se bañará en su sangre y no se detendrá hasta que el último cadáver
esté frío sobre sus pies. Te veré gritar en su caja de vidrio hasta que
triture tus cuerdas vocales para convertirlas en cintas.

El Sombrerero se sobresalta, el viento lo golpea profundamente. Trato


de agarrar su mano, siento la tensión enroscarse, lista para explotar.
Actuó con demasiada lentitud. Siempre soy demasiado lenta. Toma su
espada contra la Sota, elevándola alto. Hay un choque de metales cuando
sus hojas se encuentran, el sonido metálico se mezcla con los de la lucha
que nos rodea.

White, Cheshire y los Tweedles están luchando duro, pero las Cartas
los superan en número diez a uno. Cuanto más matan, más se
multiplican, como una hidra. Corta una cabeza y salen dos cabezas más.
Veo a los Tweedles dejar un rastro de carnicería detrás de ellos, pero
incluso entonces, no parece ser suficiente. Tweedledum está sangrando
por una gran herida en su pecho, la armadura de escamas de dragón
abierta. Tweedledee tiene sangre goteando por sus cuernos.
Ensangrentados, hacen una horripilante vista.

White está completamente cubierto por el crúor de la batalla. Está


chorreando sangre, el aerosol empapando su ropa. No sé si es suya o si
todo es de las Cartas que ha derrotado. Sus orejas se contraen,
catalogando los movimientos a su alrededor. Parece saber segundos
antes de que una Carta lo ataque, capaz de salir del camino. Cheshire
está completamente impecable en todas partes a excepción de las
aterradoras garras en sus manos. Gotean la sangre de las Cartas que ha
mutilado, dejando charcos por todas partes mientras se abre paso a
través del grupo. Los destroza uno a uno, su cuerpo completamente
felino. Ambos son un espectáculo para observar.

Cuando me concentro de nuevo en el Sombrerero y la Sota, puedo


decir que están empatados. Pelean de un lado a otro balanceando sus
espadas. El Sombrerero parece más fuerte, pero está lesionado, y empiezo
a pensar que su mente le está jugando unas bromas pesadas. De vez en
cuando agrega un giro extra en una dirección diferente, como si pensara
que alguien está allí corriendo hacia él. Nunca hay nadie allí, y la Sota
toma ventaja de sus costillas abiertas. El Sombrerero está sangrando por
los cortes que le recorren el costado del cuerpo. Cada sonido metálico
hace que mi corazón se apriete con fuerza.

—Tenemos que hacer algo —digo lo obvio, mirando a la Reina en


busca de ayuda.
—¿Qué podemos hacer? No me escucha.

—Necesitamos algo poderoso —murmuro, mirando la lucha de


cerca—. Algo que funcione.

—¿Cómo qué? —La voz de la Reina tiembla. Retuerce sus manos.

—¿Hay algo que puedas decirle? ¿Algo que haga que recuerde el
tiempo antes de convertirse en la Sota? ¿Algo que desencadenará una
fuerte emoción? Lo que sea. —Es mi última excusa antes de tener que
llamar al plan un fracaso y volver a la idea de que tengo que matar al
hombre que es más víctima que villano. Si puedo evitar eso, lo haré, pero
las probabilidades no se ven bien.

—Yo... sí. Quizás haya algo. Es una canción de cuna.

—¿Qué canción de cuna? ¿La reconocerá?

Ella sonríe levemente, a pesar de que el caos nos rodea.

—Cuando Alexander era un bebé, solía cantarle una canción de cuna


cada noche. Hasta que creció y no estaba para tales cosas, todavía la
tarareo alrededor del castillo. Nunca le gustó admitirlo, pero yo lo
sorprendí una vez escuchando el sonido de mi tararear, fascinado de la
misma forma en que lo hacía de niño. Le escribí la canción cuando nació.

—Tenemos que intentarlo. Es nuestra última oportunidad. —La miro


a los ojos, asegurándome de que me escucha—. Y es todo, si fallamos,
encontraremos otra forma de deshacernos de la Sota. No tenemos otra
opción.

Ella asiente a pesar de que le acabo de decir que podría tener que
matar a su hijo. Hay demasiado en juego, y la Sota es el arma más
poderosa de la Reina Roja. Si fallamos, El País de las maravillas muere.
Ella entiende aunque su corazón se rompe. No hay otra opción.

La Reina está erguida, cruzando las manos. Sus ojos comienzan a


lagrimear incluso antes de abrir la boca. Las lágrimas se derraman sobre
sus pestañas y sus mejillas. Cuando comienza a cantar, siento el dolor
que está infundiendo en las palabras, la agonía de un hijo perdido. Las
lágrimas brotan de mis propios ojos, y las limpio mientras caen.

Tranquilo, mi bebé.
Tranquilo, amor, no llores más.
Es hora de descansar tus cabellos dorados.
Dragones te persiguen
Mi dulce caballero
Cuando te acuestas en tu cama.
Vences el mal,
Ayudas a los débiles
Porta tu humilde corona con orgullo.
Mi niño fuerte,
Sé fiel a ti mismo
No hay razón para esconderse.
Silencio ahora, mi bebé
Descansa tus cabellos dorados
Y voltea tu rostro hacia el sol.
Todas esas sombras
Se quedarán atrás, mi estrella,
Tu viaje apenas ha comenzado.

Cuando la Reina había comenzado la canción, el salón de baile estaba


lleno con los sonidos de la batalla, su voz se ahogaba por el sonido de las
espadas golpeándose entre ellas y los gritos de ira. Cuando terminó, el
salón de baile estaba inquietantemente silencioso, las últimas notas de
la canción de cuna flotando por el aire.

Las lágrimas fluyen libremente por mi rostro mientras miro. La Sota


mira inmóvil a su madre. El Sombrerero lo mira con cautela, sosteniendo
su brazo por donde la sangre sale de su herida. Ninguno de nosotros se
atreve a moverse.

—¡Madre! —ruge la Sota.

El ojo que puedo ver es negro, el color azul está oculto por el intenso
poder de la reina, la oscuridad se traga la pupila y todo lo demás dentro.
Miro con asombro cómo la negrura se desvanece, revelando un azul tan
claro que parece el agua de folletos de viajes. Doy un paso atrás
sobresaltada. El ojo de la Sota se mueve hacia mí y la comprensión cruza
su rostro. Hay asombro ahí dentro, sorpresa, esperanza. La esperanza
me hace arrugar la cara en un intento de contener las lágrimas.

—Lo conseguiste. Encontraste la forma de liberarme.

Miro en estado de shock cómo las rosas en su rostro y pecho se


vuelven blancas y mueren y, por un momento, siento la victoria bailando
en mis talones. Mi pecho se siente un poco más ligero.
—Quiero salvarte —me ahogo—. No matarte.

—No necesito salvación —gruñe, la negrura baila en el borde de su


ojo.

—Cariño —interviene la Reina, llamando su atención de vuelta a ella.


La negrura vuelve a desaparecer—, este no eres tú.

—Soy el esclavo de la Reina Roja. —Las palabras suenan con dolor,


la rabia y la tristeza se mezclan—. Alicia me traicionó.

—Alicia nos traicionó a todos. No eres el esclavo de la Reina Roja. No


perteneces a Alicia. —La Reina levanta su barbilla—. Eres el príncipe
Alexander, el legítimo rey del País de las Maravillas. Debes luchar contra
este control que ella tiene sobre ti. Lucha por todos nosotros.

—Esa parte de mí está muerta. Ya no soy ese hombre.

—Está en alguna parte, luchando por salir. Eres más fuerte que esto.
Eres un rey.

Las lágrimas brotan de sus ojos, su cuerpo se tensa.

—No soy lo suficientemente fuerte como para mantenerla fuera.


Incluso ahora puedo sentir su poder moviéndose a través de mí,
buscando echar raíces de nuevo.

Le creo. Una rosa roja brillante florece en su frente, solo una. Siento
la escala en la que estamos parados, actuamos en este equilibrio
mientras luchamos para ver quién puede acumular más peso. Por un
momento creí que habíamos inclinado la balanza a nuestro favor. Creí
que podíamos hacer esto sin el derramamiento de sangre. Cuando veo
otra rosa roja floreciendo. Mis ojos buscan los del Sombrerero. Él también
nota las rosas. Su rostro está angustiado y me doy cuenta que esto es
algo que él tampoco quería que pasara. Ambos depositamos toda nuestra
esperanza en este plan. Ambos luchamos duro para salvar una vida que
no está destinada a morir. Es demasiado pronto. Alexander necesita vivir.
Estamos tan cerca pero no lo suficientemente cerca. Estamos perdiendo
la batalla.

—Puedes luchar contra esto —insta la Reina—. Te amo, Alexander.


Tu padre y yo te amamos mucho.

—¡Basta! —susurra la Sota.


—Te amamos, Alexander. Eres más fuerte que ella. ¡Lucharás contra
esto! —Hay pánico en la voz de la reina ahora mientras otra rosa florece,
esta vez en su pecho—. ¡Debes luchar contra ella!

—Deja de hablar.

—Debimos de haberte protegido todos esos años. Debimos haberte


evitado toda esta agonía. Siempre estaremos contigo.

—¡Basta! —La Sota está gritando ahora, sus manos toman puñados
de su cabello. Tira brutalmente de las raíces. Las venas de su cuello
comienzan a hincharse por la tensión de la lucha contra la influencia de
la Reina Roja. Me encojo, apretando los puños. Me duele el pecho, mi
corazón late frenéticamente por dentro.

Hay una luz cegadora en la habitación, una que causa que mis ojos
se cierren. No puedo ver más allá de las estrellas en mi visión, no puedo
respirar por miedo a que venga algo peor. Cuando miro más allá de mis
pestañas otra vez, Dánica está a mi lado en toda su gloria, su cola
curvándose alrededor de mis tobillos, su forma indulgente. Lleva el
mismo vestido dorado, la misma sonrisa serena. Un ruido estrangulado
proviene de algún lugar de la habitación, como si alguien no pudiera
respirar. No miro, pero sé que es Cheshire, sé que los ruidos se ahogan
con los sollozos. Lucho contra la sorpresa de mi cara, sin revelar nada
mientras me preparo para lo que sea que esto signifique.

—Dánica —susurra la Sota. Una rosa se marchita en su rostro.

—Hola, Alexander. —Su voz es suave, hilos de amor se tejen a través


de sus palabras. Me encuentro con los ojos sorprendidos del Sombrerero,
los míos reflejan la misma emoción. Dánica. El también ama a Dánica.

La agonía está escrita en el rostro de la Sota, sus manos agarran su


frente con fuerza.

—No puedo detenerla —grita, su rostro esta enrojecido por el


esfuerzo—. No puedo detenerla.

—Lucha —dice Dánica—. Eres más fuerte que ella.

—Ya no lo soy. —La Sota cae de rodillas, su espada traquetea en el


mármol—. Ya no lo soy.
Dánica se acerca, cayendo de rodillas delante de él. Sus manos se
estiran y rozan su piel. Hay una luz brillante donde se tocan a pesar de
que Dánica no es corpórea. Otra rosa cae, pero es reemplazada por dos
más. Él mira a Dánica, las lágrimas caen por su mejilla.

—Lo siento —jadea—. Lo siento tanto.

—No vamos a discutir eso. No ahora. Pelearás, pelearás contra ella.


Por mí. Por el País de las Maravillas.

—Volverá. Siento que se apodera de nuevo. No puedo ganar. —El ojo


de la Sota me mira y la claridad brilla en el—. La profecía —susurra.
Niego con la cabeza—. ¡Sí! ¡debes hacerlo! Mátame ahora. Hazlo mientras
puedas. No puedo detenerla. No puedo ganar.

—No pudiste evitar lo que hiciste. Eres una víctima. Mereces vivir.

Todo en mi naturaleza se rebela contra castigar a un hombre


inocente. Mi alma sangra por lo que me pide que haga y mi miedo de
tener que hacerlo se hace añicos. Quiero ayudar a las personas. Quiero
ayudarlas. No causarles daño. No causarles daño. No causarles daño.

—Tienes que matarme —ruge, en su rostro siguen floreciendo más


rosas. La herida en su rostro está casi completamente cubierta de nuevo.
Está perdiendo la batalla—. No podré retenerla por mucho tiempo.

La Reina llora consternada, al darse cuenta de que es así. Este es el


momento que temíamos. Ella corre para envolver sus brazos alrededor de
sus hombros, la misma luz brillante emana de ella como Dánica. Hay un
zumbido en mis oídos mientras el tiempo se ralentiza y aprieto mi corazón
con consternación. Un viento fantasma gira a través de la habitación,
creando un vórtice que se suelta de mi cabello alrededor de mi cara. Mis
ojos dejan escapar un rastro de lágrimas sin fin.

En algún momento, el Sombrerero se mueve y se para al lado


conmigo. Él sostiene mi mano en la suya, en su rostro muestra la misma
agonía que la mía. Hay una espada en su otra mano, una espada que me
ofrece.

—Apuñálame en el pecho —suplica la Sota. Abre sus brazos, Dánica


y la Reina se aferran a sus hombros.

—No puedo… —me ahogo—. No puedo hacer esto.


—Tienes que hacerlo. Ese es tu deber. ¡Debes salvar el País de las
Maravillas! ¡Debes salvarnos a todos! —Su voz se ahoga con las palabras,
la desesperación toma el control.

El Sombrerero se mueve, envolviendo sus brazos a mi alrededor por


detrás. Sus palmas doblan las mías sobre el pomo de la espada,
manteniéndolas juntas como si tuviera miedo de que me soltara. No las
hizo moverse, solo terminamos sosteniendo juntos la espada en alto.
Niego con la cabeza, ya no puedo hablar.

—Tienes que hacerlo.

La Reina está llorando, sus brazos rodean a su hijo. Ella no es más


que humo, pero sus brazos parecen estabilizar a la Sota, dándole fuerza.
Dánica tiene lágrimas corriendo por sus mejillas también, sus manos
ahora tocan cada lado de su rostro, manteniendo sus ojos en los de ella.
Ellos se miran fijamente, memorizando. Si hacemos esto, estaremos
lanzando el espada a través de ella primero. Mis brazos comienzan a
temblar.

—Está bien —les susurra Alexander—. Está bien.

Dánica se inclina hacia adelante y coloca sus labios contra los de él.
Es el más mínimo de los toques y, donde se tocan, hay un brillo verdoso.
El viento se levanta y escucho que las cosas comienzan a chocar contra
la mesa, las ráfagas lo atraviesan todo. Cuando ella se aleja, su mirada
me encuentra de nuevo.

—Por favor… —se lamenta entre sollozos—. Ya no quiero ser este


monstruo.

Apenas y puedo ver, las lágrimas que derraman mis ojos, vuelven mi
vista borrosa pero el Sombrerero me ayuda a dar un paso adelante y luego
otro, hasta que estamos frente a Alexander y Dánica, y la Reina.

—¿Juntos? —susurra el Sombrerero en mi oído—. No estás sola,


Clara.

No peleo mientras levantamos los brazos. Entiendo lo que debo de


hacer. Danzas negras en el borde del ojo de Alexander, buscando hacerse
cargo. Las rosas están floreciendo rápidamente en su pecho. Está
perdiendo la batalla y está dispuesto a perder su vida para salvar el
mundo que debería haber gobernado. Su sacrificio nos salvará a todos.
—Que vuele en las alas de las maravillas, su Majestad. —Las palabras
vienen automáticamente a mis labios. No tengo conocimientos de lo que
es apropiado o tradicional, pero parece ser la cosa más correcta que
decir—. Que puedas abrazar la libertad de la muerte.

Su columna vertebral se endereza mientras me mira a los ojos. Él


asiente con la cabeza. Su mandíbula se aprieta con fuerza por el dolor en
el que se encuentra. Los tendones palpitan en su cuello, las venas están
listas para estallar en su frente, mientras lucha por contener a la Reina
Roja.

—¡Hazlo ahora mismo! —grita, cada palabra con agonía—. ¡Hazlo


ahora mismo!

Juntos, el Sombrerero y yo, apretamos la espada con fuerza. Damos


un paso adelante, empujando la espada reluciente, justo en el centro de
la rosas en su pecho. El aire se detiene, la habitación se queda callada.
Miro cómo la sangre emana alrededor de la espada, corriendo por su
pecho en pequeños ríos antes de acumularse en el suelo debajo de sus
rodillas. El negro se desvanece. Las rosas se marchitan una vez más y
caen al suelo como cenizas. La Reina, en silencio, solloza. Dánica
mantiene sus manos en el rostro de Alexander, sosteniéndolo, haciéndole
saber que no está solo.

Otra luz cegadora llena la habitación, tan poderosa que puedo sentir
su calor. Cierro los ojos, pero cuando los vuelvo a abrir, manchas bailan
a través de mi visión. Cuando finalmente puedo parpadear, Alexander se
arrodilla ante nosotros en la gloria dorada, la espada aún sobresale de su
pecho. Aquí está el hombre de mis visiones, el que estaba destinado a ser
Rey.

Dánica se aferra a él, sus manos sosteniendo su rostro todavía


mientras la sangre gotea de la comisura de su boca. No se mueve, no
vacila. La Reina le aprieta la mano mientras el Príncipe me mira con dos
ojos azules claros. Una corona de bronce se sienta sobre su cabeza, el
cabello dorado se derrama sobre su frente. Sonríe solo un poquito.

—Gracias. —Las palabras están libres de dolor. Son claras pero


suaves. Tengo un momento en el que pienso que todavía podemos
salvarlo. Está libre de sus garras. Pero entonces, se derrumba en el suelo,
en la sangre acumulada debajo de él. No vuelve a moverse.

Me doy la vuelta en los brazos del Sombrerero y entierro mi rostro en


su pecho, indiferente a la sangre que sigue ahí, dejando que mis lágrimas
fluyan libremente. Lloro por la brutalidad del mundo que ha creado la
Reina Roja. Lloro por la madre y la mujer que perdieron a un hijo y a un
amante, no una vez, sino dos veces. Pero, sobre todo, lloro por el sacrificio
hecho por el hombre para salvar su País de las Maravillas.

Lloro hasta que no quedan más lágrimas que derramar.


Traducido por mCrosswalker
Corregido por Lyn♡
Editado por Banana_mou

No debería estar sorprendida cuando bajo las escaleras un par de


horas después para encontrar todo de vuelta a una espeluznante
sensación de normalidad. La entrada está inmaculada, incluso cuando
había estado cubierta de sangre y la mayoría de los muebles destrozados
cuando la atravesé de camino a la habitación. El Lirón se había llevado
unas cuantas Cartas con él. No había caído sin luchar. Ahora, mientras
la atravieso de camino al salón, todo está en su lugar, ni una sola cosa
fue dejada rota. Ahí está el jarrón reparado, los diseños de volutas de
humo y dragones grotescos. Está ubicado sin romper encima de la mesa,
flores negras y púrpuras arregladas dentro. Las losas que habían sido
aplastadas o destrozadas están de nuevo lisas, sin que quedara evidencia
de que habían sido dañadas anteriormente. La entrada permanece
callada. Nadie golpea la puerta. Ningún eco alcanza mis oídos. Los únicos
sonidos son los de mi respiración y el zarandeo de mi ropa.

No está el Lirón.

Cuando bajo el último escalón su presencia está dolorosamente


perdida, incluso si él nunca me dijo más que: «Está en el salón».

He estado debatiendo respecto a salir de mi habitación en lo absoluto.


Esta fiesta del té estará más llena que nunca, y dudo que mi corazón
pueda soportar mirar a aquellos a los que les he fallado. Pero se los debo.
Si ellos pudieron sacrificar sus vidas por la causa mayor, entonces yo
podré sentarme en la mesa con ellos y verlos a los ojos. Puedo recordarles
que sigue habiendo esperanza para el País de las Maravillas.

Abro las puertas gigantes del salón, el chillido inquietante que hacen
siempre alertando a todos dentro de que estoy entrando. El Sombrerero
me mira, una cálida sonrisa en su rostro incluso aunque sus ojos están
tristes. No logro regresársela, las emociones flotando debajo de la
superficie de mi piel tiene prioridad. Todo duele, mi cuerpo, mi alma, mi
corazón. Enfrentándome a las personas que forman parte de ese
sufrimiento, que son el motivo por el que me duele, no puedo forzarme a
mostrar felicidad.

El Sombrerero no está solo en la mesa, por supuesto. Hoy, está casi


completamente llena. La cantidad de personas llenando la mesa me
impacta. No me di cuenta de que las cartas de la Reina serían invitados,
asumiendo que son poco más que secuaces sin rostro. Mientras observo
todos los rostros poco familiares no puedo creer que cada uno es una
persona que ha estado atrapado del mismo modo que el Príncipe
Alexander. Eso significa que hay muchas más personas a las que no pude
salvar.

El Príncipe Alexander se sienta al final de la mesa, cerca del


Sombrerero. Su madre se sienta a un lado de él. Dánica se sienta al otro.
Esperaba que Cheshire se sentara junto a Dánica, una oportunidad para
que se visitaran, pero Dánica parece tener ojos solo para el Príncipe y
Cheshire solo tiene ojos para la taza de té enfrente de él. Ambos, Cheshire
y White, se sientan al otro lado de la mesa, frente a ellos. Cheshire luce
como si estuviera tratando de quemar la mesa con su mirada intensa.
Incluso sus orejas yacen planas en su cabeza. ¿Por qué nadie reconoce
la tensión aquí? White luce tenso, revisando su reloj como de costumbre.
Está sentado al final de la mesa, justamente en la silla en la que me siento
típicamente.

Los Tweedles se sientan en medio de las Cartas, absorbiendo su té


delicadamente. Ya no miran a los invitados a su alrededor. Parecen
contentos solo por encajar, llenos con lo que sea de lo que necesitan para
alimentarse. Es algo extraño verlos sentados tan regios cuando, un par
de horas atrás, los vi ir a toda velocidad contra las Cartas con sus propias
manos.

El Lirón se sienta junto al Sombrerero, opuesto a White y junto a


Dánica. Hay una pequeña sonrisa en su rostro mientras me observa
parada en la puerta, mi cerebro un reguero de emociones. Mientras doy
un paso hacia la habitación, alguien comienza a aplaudir. El sonido crece
hasta que todos aplauden, todos excepto Cheshire, White y el
Sombrerero. El Sombrerero entiende que no quiero ser celebrada por
fallar, por tener que matar al hombre que estaba intentando salvar. Sé
que no había habido otra opción y que habíamos hecho lo mejor.
Eventualmente tendré paz por ello pero, por ahora, no quiero hacer más
que olvidar los sonidos que hace una hoja mientras de desliza cortando
piel y hueso.

No estoy segura de por qué Cheshire y White no se unen a los


aplausos. Quizás se dan cuenta de lo que me llevó realizar la labor, que
tuve que perder una parte de mí en el proceso. Quizás ellos se dieron
cuenta de que el País de las Maravillas ha empezado a crecer en mí, a
envolverme, comenzando a cambiar mi alma del mismo modo que había
hecho con la de ellos. Quizás ellos entiendan exactamente por lo que
estoy pasando.

Atravieso la habitación, hacia el asiento vacío que han dejado para


mí. Ya no está en el lado apartado de la mesa, ya no está en mi lugar
habitual. Ahora tenemos sillas igualmente divididas de un lado a otro en
la cabecera, donde ambos presidiremos las fiestas del té a partir de ahora.
Es mi modo de devolverle algo a aquellos que perdemos, para ayudarlos
a tener una última comida. Es mi modo de darle apoyo al Sombrerero y
ayudarlo a mantenerse fuerte. No dejaré de ayudar a aquellos que siguen
vivos, pero también voy a ayudar a los muertos. Voy a seguir luchando
por la libertad del País de las Maravillas. No dejaré de luchar contra la
Reina Roja. No hasta que sea mi turno para cruzar al Más Allá. E incluso
entonces, tendré a mi Sombrerero junto a mí.

Tomo mi asiento en la silla dorada ornamentada que combina con la


negra del Sombrerero. Sigue teniendo las calaveras y los detalles pero, de
algún modo, parece más brillante. La almohadilla sigue teniendo la firma
púrpura del Sombrerero. Me siento pequeña mientras me siento en la
butaca de terciopelo, como si fuera una niña jugando a disfrazarse, como
si no tuviera ninguna idea de lo que estoy haciendo. Pero ahora este es
mi mundo y seré la guía que ellos necesitan. No evita que me sienta tan
perdida como la pequeña Alicia, o tan loca como el Sombrerero. Quizás
ese es el motivo por el cuál escogí usar el atuendo que tengo puesto.
Quizás, necesito sentirme más como yo misma justo ahora, para
centrarme.

―Me gusta lo que usas ―se inclina y susurra el Sombrerero en mi


oído. La mesa vuelve a su cháchara, dándonos un pequeño momento de
privacidad.

―¿En serio? ―Tomo un sorbo del té frente a mí. Un sabor a chocolate


se eleva cubriendo mi lengua y lo saboreo. Se asemeja bastante al sabor
del Té-Real, pero sin el sabor añadido del metal. Esta es una mezcla
especial del Sombrerero, del tipo sanador. ¿Él cree que puede sanar mi
alma?

―Creo que luces radiante.

Miro al Sombrerero, elevando una ceja. Estoy usando vaqueros


apretados y una camiseta que, milagrosamente, encontré en el fondo de
mi armario. Los vaqueros son negros como la mayoría de las cosas de
aquí, pero la camiseta es de un rosado brillante que llama la atención.
No pude encontrar más zapatos que las botas de combate y los tacones,
así que escogí las botas. No exactamente lo que usaría pero lo
suficientemente cerca. Mi cabello está amontonado en lo alto de mi
cabeza, unas cuantas hebras húmedas cayendo alrededor de mi rostro y
rizándose en mi nuca.

―Eres lo más hermoso que he visto ―reitera el Sombrerero―. Lo


suficientemente hermosa como para ser mi reina.

Frunzo mi ceño hacia él, haciendo obvio mi disgusto por la palabra.

―No soy una reina.

―No ―sonríe él―. Tienes razón mi Clara Bee. Mi Sombrerera.

Hay tanta alegría en su rostro que estoy desesperada. Le sonrío de


vuelta con una pequeña sonrisa, tomando su mano con la mía.

La risa llena la habitación mientras la mesa se alborota con una


charla animada. El ruido de vajillas y platos se unen al bullicio cuando
la comida aparece en la mesa, volviéndose casi abrumador para mis
oídos. Mordisqueo al pastel de carne frente a mí. Está tibio y mucho mejor
que los dulces que he estado comiendo. No pregunto de qué es. Algunas
cosas es mejor no saberlas.

Observo la mesa, mis hombros relajándose ante la celebración en ella.


Mis ojos siguen dirigiéndose del Bribón al Príncipe Alexander. Cumplí con
mi parte de la profecía, derribé al Bribón. No luce triste ni furioso. De
hecho, luce más pacífico que nunca, su rostro lleno de alegría como su
madre lo dotó y Dánica se encuentra con sus ojos. Disminuye el dolor
solo un poco, saber que es feliz, sabiendo que es libre si no está vivo.

El Sombrerero levanta su taza al frente de él y la habitación completa


se queda en silencio, sus ojos fijos en nosotros.
―A la primera de la Tríada. ―Su voz se desplaza por toda la mesa,
alcanzando los ojos de todos fácilmente―. A mi Clara Bee.

Me ruborizo ante la atención, pero no aparto la mirada mientras todos


levantan sus propias tazas de té en el aire. Incluso los Tweedles levantan
las suyas.

―Por el País de las Maravillas y el Príncipe Alexander ―añado antes


de que todos tomemos un sorbo juntos. El Príncipe encuentra mis ojos
con una pequeña sonrisa en su rostro. Asiento hacia él y me devuelve el
gesto. Parece que ambos llegamos a un acuerdo. Ambos hemos
sacrificado algo.

Está presente este sentimiento de pertenecer mientras todos dejamos


las tazas de té en sus soportes. Tengo esta sensación de que estoy
exactamente donde debería estar, como si estuviera en casa. Me
encuentro sonriendo solo un poco más amplio con la idea. Estoy en casa.

Luego, después de que todos han llenado sus rostros con pastel y
dulces y se han atragantado con té, me aventuro a la pregunta que
empezaba a preguntarse.

―Así que, ¿ahora qué? ―Soy solo la primera de tres. Hemos ganado
una batalla, pero no hemos ganado la guerra.

―Encontramos al segundo de la Tríada ―responde el Sombrerero, un


resplandor feliz en su rostro―. Bueno, lo hace White. ―El Sombrerero no
ha sido capaz de evitar que el amor irradie con toda su intensidad en toda
la noche. Cheshire ya lo había señalado una vez, llamando desagradable
el hecho de no apartar los ojos del otro, pero el Sombrerero agitó las
palabras lejos. Sus manos siguen tocándome, ya sea con su mano en mi
rodilla o nuestros dedos enlazados juntos. Es como si ambos
estuviéramos asustados de lo que pasaría si nos soltamos. Mis ojos se
dirigen al vendaje en su hombro, la rigidez con la que lo sostiene. Un hijo
del País de las Maravillas no puede morir, pero puede sentir el dolor.
Sanar no es instantáneo. Sana más rápido de lo que yo lo haría, pero
sigue siendo lento.

Miro hacia White que está revisando su reloj por milésima vez.

―Ese es tu siguiente compañero.

White me mira y asiente, sus labios curvándose en las esquinas.


―Si es capaz de aceptar el País de las Maravillas y todo eso. Imagino
que es un poco desorientador caer por el Portal de un Conejo.

―Lo es, de hecho ―asiento, recordando mi propia caída. Estaba


segura de que había sido secuestrada y drogada primero. Mis ojos se
dirigen hacia Cheshire después de tomar un sorbo de mi té―. Y entonces
tú eres el Tercero.

Cheshire se mofa, rodando los ojos a las palabras.

―No, gracias.

―Pero lo dice la profecía ―exclama White, mirándolo horrorizado.

―Y también es una porquería. Tuvimos suerte la primera vez. Clara


hizo exactamente lo que la profecía dijo que haría. Eso no significa que
las otras dos lo harán. Y no significa que no habrá giros inesperados.

―Cheshire ―regaña Dánica―. No hay razón para tentar al Destino con


este despido. Si siguen probando, el Destino decidirá que hay que
enseñarte una lección.

―Al menos, será una mejor enseñanza de la que he aprendido de ti.

Dánica se agarrota, sus ojos ampliándose ligeramente. Tomo la mano


del Sombrerero, esperando por la explosión.

―¿Y qué se supone que eso significa? ―pregunta, su voz agitándose.

―Estás tomada de la mano con tu asesino, quien… ¡sorpresa! también


era tu amante. ―Los labios de Cheshire se enroscan en un gruñido―.
Estás muerta porque no podías aceptar que la Reina Roja pudiera tomar
tu juguetito real. Siempre pensé que ese día no te moviste por miedo, que
estabas congelada por el terror mientras el Bribón te taladraba. No sabía
que fue porque lo amabas y pensaste que sería suficiente.

―Es suficiente ―interrumpe el Sombrerero―. No toleraré esto en mi


mesa.

Los ojos de Dánica están centellando con lágrimas retenidas. Ella


lucha para aguantarlas, pero aun así una se escurre por el borde,
dejando un rastro lentamente por su mejilla. Cheshire sigue su curso, su
rostro suavizándose ligeramente. Mira hacia abajo a la mesa, a su plato.
La vergüenza colorea su rostro de rojo.
―Lo siento Dánica ―murmura―. Es solo que, te extraño. ―Todos oyen
las palabras. Todos sienten el dolor mientras Cheshire se desvanece,
desapareciendo bajo los ojos penetrantes de la mesa. Sus últimas
palabras flotando en el aire, alcanzando nuestros oídos―. Estoy solo, yo
decido mi destino.

Hay un silencio aplastante por un momento antes de que alguien


hable.

―Lo siento ―solloza Dánica―. No quería que eso saliera a relucir.

Agito su disculpa lejos.

―No te preocupes por ello. No es cosa nuestra. Además, las emociones


están intensas ahora.

White mira a su reloj nuevamente y se levanta.

―¿Ya te vas? ―pregunto, una pequeña sonrisa curvando mis labios.

―Mejor me voy a encontrar a la segunda ―se gira para irse pero mira
sobre su hombro hacia mí―. Deséame suerte.

―No lo necesitas White, solo sé tú ―me pregunto qué mujer está a la


altura del Conejo Blanco.

―Oh, no sé nada sobre ello ―sonríe maliciosamente. Luego


desaparece de la habitación. Siento la puerta frontal cerrándose detrás
de él.

―¿Hay mucho más sobre White de lo que yo sé, eh? ―Miro hacia el
Sombrerero que ya está mirándome. El amor brilla de sus ojos. Se inclina
y besa mis labios suave y brevemente antes de regresar a su posición.

―Nosotros, los hijos del País de las Maravillas, somos un puñado.


Todos estamos dañados de algún modo. Blanco quizás no lo vea, pero
está tan roto como Cheshire y yo.

―No estás roto Sombrerero ―susurro, besando sus manos―. No más.

La fiesta del té se extiende hasta la noche, todo el mundo demasiado


envuelto en el sentimiento de esperanza para preocuparse por la hora. El
Sombrerero finalmente tiene que levantarse y anunciar que es tiempo de
partir. Todos nos paramos juntos. Esta vez no acompaño al Sombrerero
al Más Allá. No quiere que el estrés de desvanecerme una tercera vez
comience a hacer efecto en mí. Dos veces es más que suficiente. Así que
me despido de todos en el pasillo. La Reina me da un abrazo apretado,
un abrazo que me sorprende que pueda sentir antes de que ella camine
a través del portal. Algo sobre los encantos que la habitación del
Sombrerero abastece. Permite a todos dar un último adiós. Dánica es la
próxima, abrazándome como una amiga. Sigo buscando a Cheshire,
esperando que reaparezca y le diga adiós a su hermana. Estoy
decepcionada cuando no lo hace.

―Cuida de Cheshire por mí ―susurra, lágrimas en sus ojos. Me río


bajito, el sonido aguando mis propias lágrimas sin derramar.

―Voy a intentar lo mejor que pueda, pero no puedo prometerte que él


me deje.

―Realmente es un gran blandengue.

No tengo el corazón para decirle que Cheshire probablemente no es el


mismo que era la última vez que lo vio. El País de las Maravillas ha hecho
efecto en él, rompiéndolo. Perder a su hermana probablemente fue difícil.
Perderse a sí mismo es probablemente agonizante. Cuando atraviesa el
portal con una última sonrisa al Príncipe, las Cartas empiezan a desfilar
tras ella. Cada una de ellas agita una mano hacia mí mientras pasan,
dando sus gracias. No me merezco un agradecimiento, pero les regreso
sus sonrisas con un asentimiento de mi cabeza. El Príncipe Alexander se
para junto a mí, mirando el progreso. Son muchas de ellas.

―No es tu culpa ―rompe el silencio―. Hiciste lo que tenías que hacer.

―No hace más fácil el tener que vivir con ello.

―No. ―Agita su cabeza―. No, no lo hace. ―Sonríe hacia mí


tristemente―. El País de las Maravillas está muriendo, Clara. Puede que
ya no esté vivo, pero el resto del País de las Maravillas lo está. Sálvalo por
mí.

Me besa en la mejilla antes de atravesar el Portal.

―Alexander ―lo llamo. Se detiene y mira hacia mí, los colores del
portal iluminándolo desde atrás, dándole una apariencia celestial―.
Siento que no pude salvarte.

Sonríe de nuevo, esta vez la felicidad se desprende de él.


―Pero lo hiciste, Clara. Y nos salvarás a todos.

Atraviesa el portal. Los colores desaparecen y me quedo sola en el


salón del Sombrerero.
Traducido por Roni Turner
Corregido por Jeivi37
Editado por Banana_mou

El camino a mi dormitorio es silencioso y espeluznante. No tengo ni


idea de dónde están los Tweedles, y no sé si quiero saber dónde duermen
o si siquiera lo necesitan. Si duermen en el sótano como los vampiros, no
es de mi incumbencia.

La casa rechina y cruje mientras atravieso los pasillos. Empujo la


puerta morada y entro. La habitación está iluminada por la chimenea,
calentando el frío aire. Inmediatamente me dirijo al baño, abriendo el
grifo hasta que la humeante agua caliente sale. Echo algunos de los botes
con ese olor a lavanda, y la fragancia relaja mi cuerpo mientras el aroma
alcanza mi nariz.

Miro las burbujas que se están empezando a formar perdida en mis


pensamientos antes de finalmente empezar a quitarme la ropa. Ya me
había limpiado tras los eventos del baile, lavando la sangre y la mugre,
pero solo quiero relajarme ahora, para aliviar mi mente. Demasiadas
cosas han pasado en tan poco tiempo.

Cuando me introduzco en la humeante agua y relajo mi cabeza contra


el borde de la bañera con patas, empiezo a pensar en mi hogar, y en lo
que todos pensarán que me ha pasado. En la visión, el Sombrerero me
decía que el tiempo transcurre diferente aquí. He estado fuera durante
una semana en el tiempo del País de las Maravillas, pero en casa, podrían
haber pasado meses ya. Podrían estar buscándome, sospechosos
pudieron haber sido interrogados, enemigos que tenía en los tribunales.
Mis empleados, sin duda, encabezando la campaña. Eran mis más
allegados allí, aparte de mi familia, pero incluso así, no sentía que
perteneciera a su lado. Solo quería cuidarlos, luchar por quienes sufrían
el mismo destino que mi padre. Lo había hecho bastante bien. Espero
que mi padre hubiera estado orgulloso.

Afortunadamente, redacté un testamento cuando creé el bufete de


abogados, declarando lo que pasaría para retener mi posición si muriera
o quedara inhabilitada. El bufete quedaría repartido en partes iguales
entre mis empleados en caso de morir o, en este caso, desaparecer. Pearl,
mi suplente, recibiría una financiación completa para terminar sus
estudios y así poder tomar mi puesto. Me pregunto qué habrían pensado
cuando mi propio abogado entrase y les dijese que ahora todos eran
dueños de la compañía. Me pregunto qué habrían pensado al ver que les
cuidaba por una última vez. No les había contado sobre el testamento. A
nadie.

No tenía deseos de regresar a mi mundo. El País de las Maravillas me


había revelado los pedazos rotos de mi interior incluso cuando los estaba
arreglando. Siempre había ansiado tener una familia propia desde que
perdí a mis padres, para que la gente me entendiera y aceptara tal y como
soy. Lo he encontrado aquí. Todo es un poco macabro y caótico, y
sumamente terrorífico a veces, pero ahora pienso en ello como en mi
hogar. Y planeo luchar por ello y por las personas a las que quiero.

El Sombrerero da la vuelta a la esquina y sus ojos aterrizan en mi


cara, que sobresale de la masa de burbujas, algunas de ellas cayéndose
del borde de la bañera al suelo. Las burbujas ocultan mi cuerpo pero, por
la manera en la que me mira, es como si viera todo, hasta mi alma.

Entra perezosamente a la habitación, quitándose de los hombros la


chaqueta y dejándola caer al suelo.

—¿Te has estado relajando? —dice, arrastrando las palabras, dejando


el sombrero en el tocador.

—Un poco. Mayormente pensando.

—¿Sobre qué?

—Mi casa.

Sus manos se detienen donde empezaban a desabrocharse el botón


de sus pantalones, y sus ojos se alzan de golpe hasta los míos. El dorado
se apaga solo un poco.

—¿Quieres irte del País de las Maravillas?


La forma en la que lo pregunta, con miedo y aceptación a partes
iguales, envía flechas que apuñalan mi corazón.

—No voy a ninguna parte —respondo, con la voz gruesa—. Estás


atrapado conmigo.

Se relaja visiblemente, sus hombros cayendo antes de bajarse sus


pantalones de cuero, dejándolo completamente desnudo ante mí.
Encorvo el dedo cuando veo que vacila, como si no estuviera seguro de si
unirse a mí o no. Sonríe, entrando y balanceando sus piernas.
Lentamente se introduce en las burbujas y nuestras piernas entran en
contacto. El agua se desborda de las orillas y cae, salpicando el suelo de
mármol. Me río por lo bajo y la sensación de su piel resbaladiza contra la
mía me hace sentir una oleada que me atolondra.

El Sombrerero apoya su nuca, mirándome con los párpados pesados.

—No creo que pudiera soportar que me abandonaras —susurra, y yo


frunzo el ceño—. Si abandonaras el País de las Maravillas.

—Yo tampoco podría soportarlo, Sombrerero. Ni siquiera albergo la


idea de abandonar este terrorífico mundo, de vivir sin ti.

Me sonríe suavemente, y hace que su rostro se vea menos áspero. Sus


ojos relucen un poco, como si estuviera tan feliz que las lágrimas
amenazaran con salir. Conozco el sentimiento. También las intento
retener, pero estoy perdiendo. ¿Cómo una profecía puede saber que
combinamos tan bien? ¿Cómo puede saber algo tan profundo, que
podemos superar la locura, el caos, y encontrar amor brillando bajo todo
eso?

Me muevo en la bañera y más agua se sale mientras me envuelvo en


el Sombrerero. Mi centro golpea contra su dureza, y ambos retenemos el
aliento ante el contacto. Beso sus labios suavemente antes de apoyar mi
frente contra la suya, feliz de respirarlo y tenerlo para mí.

—Y pensar —susurro—, que tuve que caer por la madriguera de un


conejo para encontrar el amor —resoplo, las emociones tomando el
poder—. Te amo, Sombrerero.

Sus manos envuelven mi cintura, aferrándome a él como si tuviera


miedo de que me fuera flotando.
—El amor es locura. —Besa la comisura de mis labios, mis mejillas,
la punta de mi nariz—. Y te amo con toda la locura de mi alma, Clara
Bee.

Las lágrimas se deslizan de mis pestañas, cayendo entre nosotros.


Frenéticamente empieza a apartarlas, y una risa ronca sale de mí. El
Sombrerero no parece ser capaz de soportar mis lágrimas. Bajo y dejo
prolongados besos en su pecho, justo sobre su corazón con latido
constante y fuerte.

Miro hacia arriba a sus ojos, una sonrisa grande extendiéndose en mi


cara.

—Entonces seamos locos juntos.


Primero, me gustaría agradecer a mi hijo por ser la razón por la que
me levanto todos los días y escribo. Mostrarle que los sueños pueden
hacerse realidad siempre está en primer plano en mi mente.

Gracias a mis padres, por apoyarme pase lo que pase. Estoy segura
de que se preguntarán qué pasa por mi cabeza a veces, pero no se
preocupen, estoy publicado ahora, así que es legítimo. Los quiero mucho
a todos.

Gracias a los miembros de la familia que me han apoyado tanto.


Abuela, abuelo, Martina, Kelly, Susie, Mark y toda la pandilla. Estoy tan
feliz de que todos estén detrás de mí. Espero que este no los haya
asustado demasiado. *Huye y se esconde.*

Muchas gracias a mi familia Penned in Ink. Sin todos ustedes, no


habría recibido la patada en el trasero que necesitaba. El apoyo es
increíble y me alegro de haber hecho este viaje con todos ustedes.

A mis absolutamente increíbles CP, Nicole JeRee, Elizabeth Clare y


Amara Kent. Las palabras no pueden expresar cuánto me han ayudado.
Me alegro de que nos encontráramos y formáramos el grupo perfecto,
incluso si estamos todos en diferentes zonas horarias alrededor del
mundo.

Gracias a Nicole JeRee nuevamente porque dio formato a este libro y


es increíble. Gracias a Methyss Art por la increíble portada.

Y finalmente, gracias a todos los que leen este libro.

Gracias por darme una oportunidad con una nueva autora y espero
que te quedes en el viaje. Sin ti, este libro no estaría en ninguna parte.

Si hay alguien a quien me dejo, lo siento. Sepan que estoy


absolutamente agradecida con todos ustedes. Espero que hayan
disfrutado la historia del Sombrerero y Clara. Bienvenido a mi País de las
Maravillas.
Kendra Moreno nació y se crió en Texas, donde, si las
langostas no te vuelven loco, las hormigas rojas y las rebabas
de pegatinas sí lo harán. El té helado, o acertadamente llamado
azúcar puro, la impulsa a luchar contra las fuerzas del mal y
lavar los platos interminables que ensucia su hijo.

Tiene un esposo que escucha sus cuentos constantemente


sin falta. Aunque él no siempre sabe de qué está hablando, la
apoya como un corpulento. Kendra tiene un hijo que algún día
leerá sus historias. Por ahora, le está enseñando que los libros
deben ser apreciados y no destruidos. Sus tres cerberos le
hacen compañía mientras escribe. Si no está escribiendo, por
lo general, puedes encontrar a Kendra hundida hasta el cuello
en cualquier cosa, desde pintura hasta masa para galletas.

Si desea tener un lugar para discutir el libro con otros


fanáticos, diríjase al grupo de Facebook de Kendra (Worlds of
Wonder) donde puede obtener actualizaciones sobre su trabajo
antes que nadie.
¡Gracias por leer nuestra traducción! No olvides seguirnos
en nuestras redes sociales para más información de libros y
futuras traducciones.

Si quieres unirte a Ciudad del Fuego Celestial, mándanos


un correo a ciudaddelfuegocelestial@yahoo.com con el asunto
“CDFC: Traducciones”, solamente tienes que decir que deseas
unirte como traductor y nosotros te daremos más información.
También puedes escribirnos si te interesa ser corrector, editor
o editor de PDF.
¡Somos un pequeño grupo de lectoras que nos dedicamos a
la traducción de libros, apoyamos totalmente a cada autor y
queremos que ustedes lean sus historias!

También podría gustarte