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Dimensión personal por la cual la persona siente positivamente sobre ella misma
(Gergen, 1971)
Valor que un individuo atribuye a su propia persona (Manis y Holand, 1960)
Branden (1969) distingue la autoestima global o de base y la autoestima específica
ligada a una situación o a unos acontecimientos específicos. Afirma que el grado de
autoestima básico no se ve afectado por los sucesos específicos, los cuales
producen, sin embargo, una modulación en torno a ese nivel básico.
Coopersmith (1967) entiende por autoestima un juicio personal de mérito que se
expresa en las actitudes que posee el individuo hacia él mismo. O sea, una
evaluación que un individuo hace y mantiene constante en relación a sí mismo;
expresa una actitud de aprobación o desaprobación e indica la medida en que el
individuo se cree a sí mismo capaz, significativo, con éxito y con valía. Es una
experiencia subjetiva con la que el individuo se comunica a los otros por medio de
conductas verbales y de comunicación no verbal.
La autoestima puede variar a través de las diferentes áreas de la experiencia de acuerdo con
el sexo, la edad y otras condiciones definitorias. De este modo es concebible que un
individuo pueda verse a sí mismo con mucha valía para el área intelectual, moderada como
jugador de tenis o de fútbol y sin ninguna valía como músico.
Sin embargo podemos remitirnos a juicios globales que equivaldrían a un balance total de
nuestra apreciación.
Nosotros resumiríamos estas nociones en: percepción y juicio de valor relativamente
estables que la persona hace de sí misma en relación a atributos positivos deseados por ella
y según pensamientos y recuerdos de sus recursos y capacidades físicas, intelectuales,
morales y de relación social, así como de sus actitudes y conductas habituales.
IMPORTANCIA DE LA AUTOESTIMA
Branden (1969) afirmaba que una buena estima de sí mismo procura a la conciencia un
sentimiento de seguridad, permitiéndole consagrar plenamente sus fuerzas para reconocer
los hechos y para resolver los problemas.
Coopersmith (1967) explica que esta dimensión de la personalidad está asociada de manera
significativa a la satisfacción personal y al funcionamiento eficaz, pues las actitudes hacia
sí mismo están muy cargadas emotivamente y constituyen un factor que incide
notablemente en la motivación.
Una persona con una alta estima de sí misma mantiene una imagen totalmente constante de
sus capacidades y de su distinción como persona.
Estas personas con una alta autoestima tienen confianza en sus percepciones y juicios y
creen que podrán sacar partido de sus esfuerzos. Creen que tienen razón y por tanto, valor
para expresar sus convicciones. Están también más dispuestas a asumir un papel activo en
grupos sociales y a expresar sus puntos de vista frecuente y activamente. Menos
angustiados por ambivalencias y amenazas, menos agobiados por dudas personales y con
problemas de personalidad menores, tienen más posibilidades de concentrar su energía y
atención en los logros y buenos rendimientos. Y todo ello va cerrando un círculo positivo
que tenderá a autoalimentarse.
Diversos estudios experimentales indican que una persona con una baja estima de sí misma
es menos capaz de resistir las presiones externas y no puede percibir estímulos
amenazadores. Tienen una ansiedad alta en general, que les impide cosechar aciertos, por lo
que cada vez confían menos en sus posibilidades. Adoptan una actitud defensiva excesiva,
por lo que se repliegan o se muestran agresivos.
Algunos psicólogos clínicos observan que las personas que tienen una baja autoestima no
pueden dar ni recibir amor, temerosos aparentemente de que la exposición de su intimidad
manifieste su inadecuación y así ocasione un rechazo en su pareja. También hacen notar
que los niños castigados y dominados tienen una baja autoestima.
Para la consolidación de una autoestima buena, es imprescindible que atribuir con actitudes,
comportamientos, y expresarlo verbalmente a las personas.
Pero ¿Qué significa atribuir en este sentido? Significará creer y confiar en que el “otro”
tiene ya o tendrá el rasgo o actitud que esperamos promover. Supone una capacidad de
confianza y esperanza en las posibilidades positivas del ser humano, facilitada y fecundada
por la estimación y el amor.
Aunque muchas veces nos cueste apreciarlo, la persona está constituida por cualidades
positivas.
Todos experimentamos en nuestra vida cotidiana y de relación el hecho de que nos cuesta
más expresar los elogios que las quejas. Parecería que estamos hechos para la plenitud de
las cosas bien hechas, de las máximas cualidades. Y cuando las cosas van bien, nos
habituamos con facilidad y no consideramos necesario expresar elogios, como si aquel
fuera “el estado normal de las cosas”. En cambio, expresamos rápidamente las quejas y el
reproche.
Ese déficit de apreciación, debemos superarlo con la atribución de positividad,
prescindiendo de comparaciones, focalizando la atención en aquella persona directamente.
No podemos negar que esa persona al que tan difícil nos resulta atribuir cualidades
positivas, está viviendo profundamente un proyecto, un deseo de felicidad. Es lo más
importante de su ser. Todas las cualidades que vemos sobresalir en otros, en él están
totalmente presentes pero quizás todavía por actualizar y educar.
Las personas necesitamos para nuestro sostenimiento y crecimiento la aceptación de los
demás, al menos el reconocimiento de nuestra existencia.
Así, en cada momento, en cada día, las personas que conviven, que trabajan o estudian
juntas, etc. Tendrán que verse con “ojos nuevos”, no dejándose llevar por los esquemas
esclerotizados y reconociendo los logros de los demás, por pequeños que sean, cuando se
hayan producido, incluso cuando estén envueltos de muchos otros aspectos negativos.
EN SINTESIS