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Sinopsis

Cuando teníamos once años, Oliver Ford Pemberton me retó a saltar desde el
techo de un granero. Dijo que no se podía romper una pierna con un salto de 3
metros.
Mintió.
(También puedes romperte una clavícula, lo que sirvió para que yo tuviera razón).
Ojalá pudiera decir que fue el último desafío que acepté de él, la última apuesta
que hice con él, la última vez que confié en Oliver Ford Pemberton.
Pero no lo fue.
Porque tuvo el valor de crecer guapo, encantador y sexy. Y a medida que
crecíamos, los retos se volvían más sucios y las apuestas más altas, hasta que
finalmente me dejó destrozada. Juré que no volvería a hablar con él.
Pero veinte años después de que diera aquel salto mortal, ha vuelto a mi vida,
retándome a arriesgarlo todo por él: mi trabajo, mi autoestima y mi corazón.
¿Cuántas oportunidades merece el amor?

Cloverleigh Farms #2

Melanie Harlow
Contenido
• 1. Chloe ………………………………………………………… Página 6
• 2. Chloe ………………………………………………………… Página 9
• 3. Oliver ………………………………………………………… Página 17
• 4. Chloe ………………………………………………………… Página 29
• 5. Oliver ………………………………………………………… Página 28
• 6. Chloe ………………………………………………………… Página 36
• 7. Chloe ………………………………………………………… Página 46
• 8. Oliver ………………………………………………………… Página 55
• 9. Chloe ………………………………………………………… Página 60
• 10. Oliver ………………………………………………………… Página 69
• 11. Chloe ………………………………………………………… Página 74
• 12. Oliver ………………………………………………………… Página 86
• 13. Chloe ………………………………………………………… Página 93
• 14. Oliver ………………………………………………………… Página 102
• 15. Chloe ………………………………………………………… Página 111
• 16. Chloe ………………………………………………………… Página 119
• 17. Oliver ………………………………………………………… Página 129
• 18. Oliver ………………………………………………………… Página 137
• 19. Chloe ………………………………………………………… Página 145
• 20. Oliver ………………………………………………………… Página 154
• 21. Chloe ………………………………………………………… Página 163
• 22. Oliver ………………………………………………………… Página 173
• 23. Chloe ………………………………………………………… Página 180
• 24. Chloe ………………………………………………………… Página 186
• 25. Oliver ………………………………………………………… Página 191
• 26. Chloe ………………………………………………………… Página 197
• Epílogo ………………………………………………………… Página 200

Melanie Harlow
Para todos los increíbles escritores que asistieron al Retiro Madcap de Gatlinburg.
Me enseñaron, me animaron y me inspiraron.

Melanie Harlow
AMAR A ALGUIEN REQUIERE UN SALTO DE FE, Y UN ATERRIZAJE SUAVE NUNCA ESTÁ
GARANTIZADO.

SARAH DESSEN

Melanie Harlow
Uno
Chloe

Entonces
―¿Estás seguro?
―Por supuesto que estoy seguro ―se burló Oliver―. He saltado desde
tejados mucho más altos que este.
―Porque parece un largo camino hacia abajo.
Se encogió de hombros.
―Tal vez para alguien como tú.
―¿Como yo?
Oliver me dedicó una sonrisa de lado, de comemierda, mientras agitaba
los codos y cacareaba como una gallina.
―¡Para! ―Le di un puñetazo en el brazo. Sabía que odiaba que me
llamaran gallina o gato asustado o bebé, o cualquiera de los otros nombres
que me ponía porque no me gustaban las alturas. O la oscuridad. O las
tormentas eléctricas. O las serpientes. Era exactamente el tipo de niño que
conseguía que le cuentes tus miedos secretos y luego usarlos en tu contra.
―No soy una gallina.
―Entonces salta.
―Voy a hacerlo. ―Lo miré y miré al suelo desde el tejado del granero de
la pequeña granja de mi familia. Era finales de agosto, hacía más calor que las
cuatro de la tarde y el sol había convertido el barro de abajo en un pozo con
costra, de color chocolate y leche. Oliver me había retado a saltar y luego me
había apostado su Tamagotchi a que no lo haría.
Puede que haya sido capaz de resistir el reto -aunque es dudoso-, pero
realmente quería ese Tamagotchi. La Navidad pasada pedí uno, pero en su
lugar me dieron una Barbie, que regalé a mi hermana pequeña Frannie casi
inmediatamente. (Antes le regalé una noche fabulosa con Ken. A mis Barbies
les gustaba el sexo)
―¿De verdad vas a darme tu Tamagotchi? ―pregunté.
Conocía a Oliver prácticamente desde que nació, y si algo sabía de él
era que no era de fiar. Todas sus ideas nos metían en problemas.
Puso los ojos en blanco.

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―Dije que lo haría, ¿no? Y no te vas a romper la pierna. Son como tres
metros o algo así. No puedes romperte una pierna desde esta altura.
Me mordí el labio y volví a mirar hacia abajo. Parecían más de tres
metros. ¿Podría aterrizar con la suficiente suavidad como para no hacerme
daño?
―¿Y tú también vas a saltar? ―pregunté, con la voz llena de suspicacia.
―Si tú saltas, yo salto.
Asentí con la cabeza, haciendo acopio de la última pizca de valor
necesaria.
―Muévete. Yo iré primero ―dijo Oliver, acercándose al borde.
―¡No! ―Le di un empujón que casi lo hizo rodar por el techo inclinado.
Siempre estaba presumiendo. Teníamos la misma edad, pero él era más
grande, más fuerte y más rápido... y a veces era un idiota.
Yo llamaba a su madre y a su padre tía Nell y tío Soapy (más adelante),
pero en realidad no éramos primos. Simplemente nos juntábamos mucho
porque nuestras madres habían sido las mejores amigas desde siempre.
Habían estado embarazadas de nosotros al mismo tiempo y habían dado a
luz con sólo dos días de diferencia. Oliver era mayor, por supuesto, y se
podría pensar que esos dos días marcaron la diferencia. La mitad de las veces
no lo soportaba y la otra mitad hacía todo lo posible por impresionarlo.
A veces no me entiendo a mí misma.
―Pues hazlo ya. ―Consultó su reloj. Oliver Ford Pemberton siempre
llevaba reloj―. No tengo todo el día.
―Bien. ―Me acerqué un poco más al borde y colgué las piernas―. A la
cuenta de tres.
―Uno. ―Oliver sonaba engreído y ligeramente aburrido, como si supiera
que no lo haría.
―Dos ―aventuré vacilante, esperando que no fuera a vomitar.
―Tres. ―Hizo una pausa―. Sabía que no... ¡oh, mierda!
Había saltado. Y aterricé mal, con un ruido que sólo puede describirse
como un chasquido nauseabundo y una pierna retorcida en un ángulo
antinatural debajo de mí. Antes de que pudiera sentir el dolor y empezar a
gritar, Oliver también saltó.
GOLPE.
Acabó justo a mi lado en el barro, aterrizando incluso con menos
gracia que yo, prácticamente de cabeza.
Él gimió mientras yo empezaba a chillar. Nuestros padres no tardaron
en venir corriendo. Resulta que Oliver había mentido sobre varias cosas.
Nunca había saltado de un tejado. Ni siquiera tenía un Tamagotchi. Y en
realidad, se puede romper una pierna saltando desde una altura de un doce

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pies.
También se puede romper una clavícula, lo que le sirvió de algo en lo
que a mí respecta.
Acabé necesitando una operación, que me dejó una cicatriz en la pierna
derecha, y cada vez que la veía, volvía a enfadarme con él. También conmigo
misma.
Ojalá pudiera decir que fue el último desafío que acepté de él, la última
apuesta que hice con él, la última vez que confié en el maldito Oliver Ford
Pemberton.
Pero no lo fue.
Ni siquiera cerca.

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Dos
Chloe
Ahora
―No puedes hablar en serio. ―Miré fijamente al otro lado de la mesa
a mi padre, que acababa de arruinar mi vida con una sola frase―. ¿Esperas
que trabaje para Oliver?
―Es sólo por seis meses. ―Mi padre se encogió de hombros y tomó una
rebanada de pan, como si no fuera gran cosa que tuviera que recibir órdenes
de ese imbécil durante medio año―. Parece creer que eso será tiempo
suficiente para entrenarte.
―¡Seis meses! ―Agarré mi copa de vino y la sujeté con fuerza.
―Tiene sentido, Chloe. Quieres abrir una destilería. Ya dirige una. Y
le ha ido muy bien en los últimos años.
Lo sabía todo sobre su maldita destilería: había sido mi idea.
―Oliver es como de la familia ―dijo mi madre―. Lo conoces desde que
naciste.
―Eso no es culpa mía. ―Tomé un trago de rosado.
―Creo que Oliver es simpático ―dijo mi hermana menor, Frannie,
eterna enamorada.
La miré con ojos de daga.
―No lo conoces como yo.
―¿Quién es Oliver otra vez? ―preguntó Mack, el novio de Frannie. En
realidad, acababan de comprometerse, así que ahora era su prometido.
Trabajaba como director financiero en Cloverleigh Farms, que era el negocio
de nuestra familia y abarcaba no sólo una granja, sino también una bodega,
una posada y un lugar para celebrar bodas. Me sorprendió que no supiera
nada del trato que había hecho mi padre. Había asistido a varias reuniones
que había tenido con mi padre sobre la posibilidad de abrir una destilería
pequeña aquí, reuniones que siempre acababan en decepción para mí.
Por mucho que argumentara que una destilería sería una gran adición
a nuestro negocio en general y nos daría una ventaja moderna, el hecho era
que no había dinero.
―Oliver es el hijo de mi mejor amiga ―le dijo mi madre a Mack con
cariño en su voz―. Y es tan encantador.

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―También lo era Ted Bundy ―le recordé.
―Inteligente, guapo, exitoso. ―Mi madre continuó como si yo no
hubiera hablado―. Realmente ha hecho algo de sí mismo.
―Lo cual no es tan difícil de hacer cuando tu apellido es Pemberton
―murmuré, clavando un espárrago a la parrilla con el tenedor.
―¿Pemberton como la compañía de jabón? ―Preguntó Mack.
―Exactamente. ―Apunté con la lanza a Mack―. Y su segundo
nombre es Ford. ¿Qué tan difícil puede ser encontrar el éxito cuando vienes
no de una, sino de dos, enormes fortunas familiares?
―Ahora Chloe ―amonestó mi madre―. Nell dijo que usó su propio
dinero para empezar la destilería.
Resoplé.
―Su propio dinero. Sí.
―De la misma manera que usaste tu propio dinero para tu educación
universitaria ―señaló mi padre, con una sonrisa de pesar en su rostro―. El
dinero de la familia es el dinero de la familia. El nuestro sólo resulta que es
dinero de Sawyer, no de Pemberton. No va tan lejos. ―Se rió de su propia
broma.
―Eso es diferente ―argumenté―. Sí, tú pagaste mi licenciatura, pero yo
pagué el posgrado, ¿no? Pedí préstamos como una persona normal, y trabajé
mientras estudiaba para poder empezar a devolverlos. Todavía los estoy
pagando.
―Y estamos muy orgullosos de ti ―dijo mi padre, dando un sorbo a su
rosado―. Pero esa es otra razón por la que asociarse con Oliver es una buena
idea. Sabes que ojalá tuviéramos todo el dinero extra que necesitarás para
abrir una destilería aquí, pero no lo tenemos. No si quieres hacerlo bien. Mack
puede dar fe de ello.
Mack parecía culpable.
―Lo siento, Chloe. No puedo discutir ahí: si tu corazón está puesto en
ese costoso equipo de cobre y realmente quieres hacerlo más pronto que
tarde, creo que un socio experimentado es una buena idea.
No quería ningún maldito socio; era ferozmente independiente y quería
hacerlo por mi cuenta, demostrando a todos que podía. Pero se me estaba
acabando la paciencia, que nunca había sido una de mis virtudes.
Dejé mi vino en la mesa.
―De acuerdo, bien. Un compañero con experiencia podría ser una
buena idea. Pero, ¿por qué tiene que ser Oliver?
―Oliver es una elección natural ―dijo mi padre―. Él y yo hablamos un
poco de tus ideas cuando mamá y yo visitamos a Nell y Soapy el mes pasado
en Harbor Springs. Resulta que él estaba allí en ese momento. Luego, de

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repente, me llamó ayer. Dijo que lo había pensado y que tenía una propuesta
para mí.
Me quedé con la boca abierta. No sabía qué me molestaba más: que mi
padre hubiera compartido mis ideas con Oliver en primer lugar sin decírmelo,
o que los dos hubieran hecho este trato a mis espaldas, secuestrando
efectivamente mi idea.
¡Típico de los hombres!
―¿Cuál es la propuesta exacta? ―Pregunté con rigidez, tratando de
mantener la calma.
Mi padre terminó de masticar, tragó y tomó otro sorbo de vino antes
de responder.
―Te enseñará lo que necesitas saber sobre el negocio, y cuando
esté seguro de que estás preparada, seguirá adelante con la sociedad y te
pondrá en marcha aquí. Y pondrá la mitad del dinero.
―Eso le da todo el poder ―me ericé.
―En absoluto. ―Se recostó en su silla―. Mira, si no te interesa, no
tienes que hacerlo, pero entonces no habrá destilería en Cloverleigh. Le prometí a
tu madre que iría más despacio, que pensaría en retirarme. Ella ya tiene viajes
reservados para nosotros este otoño, tan pronto como la temporada turística
disminuya. No puedo asumir un proyecto de esta magnitud en este momento
de mi vida, ni personal ni económicamente.
―El médico dijo que necesita menos estrés ―dijo mi madre, acariciando
su hombro―. Más tiempo libre. Lo hablamos anoche y nos parece genial. La
oferta de Oliver es muy generosa. ¿Habrías preferido que la rechazáramos?
―No ―admití, cruzando los brazos sobre el pecho―. Sólo desearía que
hubieras hablado conmigo antes de decirle que lo haría.
―Llevas años queriendo esto, hoyuelos ―me recordó mi padre,
utilizando su antiguo apelativo para mí―. ¿Por qué ser terca con esto? Es la
solución perfecta. ¿Verdad, Mack?
―Uh. ―Mack se puso un poco pálido ante la idea de tener que
intervenir en una discusión familiar.
―Oh, adelante, Mack ―le dije con tono de enfado―. También puedes
opinar. Ahora eres de la familia y confío en que me dirás la verdad.
Mack se aclaró la garganta.
―Bueno, aunque no estoy al tanto de los detalles del acuerdo o la
asociación de la que habla tu padre, y no sé nada sobre Oliver o su negocio,
puedo decirte que asociarse con alguien que tiene los conocimientos y los
medios para ver algo como esto es una mejor idea que pedir prestado o
crowdsourcing toneladas de dinero e ir a ciegas.
―Exactamente. ―Mi padre asintió a Mack―. También hablé con Henry

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DeSantis sobre esto, y está de acuerdo. No tiene experiencia en la destilación
de bebidas espirituosas, además está muy ocupado con el viñedo esta
temporada.
―¿Ya has hablado con Henry de esto? ―Henry DeSantis era el enólogo
de Cloverleigh, y yo trabajaba mucho con él ya que me encargaba del
marketing y las relaciones públicas de nuestros vinos y también gestionaba
las salas de degustación tanto aquí como en el centro. Era un gran tipo y
éramos muy buenos amigos, por lo que esto se sintió como una traición por
muchos lados. Me sentí como si todos formaran parte de un club de chicos en
el que no se me permitía entrar, pero que tenía que decidir mi futuro.
―Tenía que hacerlo ―continuó mi padre encogiéndose de hombros―. Al
fin y al cabo, será Henry quien se quede corto mientras tú trabajas con Oliver,
si eso es lo que quieres, claro. ―Volvió a tomar su vino―. No te obligaré a
aceptarlo.
Frunciendo el ceño, me quedé mirando el tenedor y el cuchillo. Luego
corté y comí un bocado de gambas a la plancha, sobre todo para tener algo
que hacer mientras reflexionaba. Mi terapeuta, Ken, me había enseñado el
beneficio de tomarse un tiempo antes de soltar la lengua, aunque fuera de dos
o tres segundos. No siempre me resultaba fácil, pero estaba trabajando en
ello.
―Creo que es una buena idea ―dijo mi hermana mayor, April, sentada
a mi izquierda―. ¿Por qué no dar una oportunidad a la asociación con Oliver?
¿Por qué no? Tenía cientos de razones, pero estas son las dos
principales:
1. Oliver Ford Pemberton no era de fiar.
2. No se podía confiar en mí cerca de Oliver Ford Pemberton.
Pero me tomé mi tiempo para masticar y tragar. Otra cosa que Ken me
había enseñado era a ser más empática, a ponerme en el lugar de otra
persona. Mi padre era mayor, casi setenta años, y su salud era un problema.
Todos nosotros -mi madre, mis cuatro hermanas, empleados de toda la vida
como Mack y Henry- estábamos de acuerdo en que lo mejor para él sería
reducir la velocidad. En el fondo, esperaba que me cediera parte de la
dirección general de Cloverleigh... era lo más lógico.
Yo no era la mayor, esa era Sylvia, pero ella vivía en Santa Bárbara con
su marido y sus hijos. Ni siquiera era la segunda mayor, esa era April. Ella
era la planificadora de eventos aquí. Era increíble en su trabajo, y nunca
escuché que quisiera hacer otra cosa. Las bodas y otros eventos corporativos
la mantenían ocupada, y siempre se adaptaba a las nuevas tendencias. La
siguiente en la lista era Meg, pero vivía en D.C., donde estaba ocupada
luchando contra la injusticia e intentando cambiar el mundo a mejor, lo que
siempre había sido su sueño.
Eso nos dejaba a Frannie y a mí. Frannie era la más joven, con
veintisiete años, pero hacía poco que había dejado de trabajar en la recepción

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de la posada para dirigir su propia empresa de macarons en una cafetería del
centro de Traverse City, que estaba a unos veinte minutos. Además, acababa
de comprometerse con un padre soltero que tenía tres niñas pequeñas y
acababa de mudarse con ellos. Entre su nuevo negocio, la ayuda para criar a
las tres niñas y la planificación de la boda, no había forma de que pudiera
asumir más responsabilidades en Cloverleigh.
Así que promocionarme tenía sentido. Me dedicaba plenamente al
negocio familiar. Tenía treinta y dos años. Estaba soltera y no tenía
perspectivas ni planes de dejar de estarlo en un futuro próximo -mi historia
romántica era un camino salpicado de comportamientos impulsivos y
decisiones lamentables. Tenía un gusto terrible para los hombres, y hasta que
Ken no me explicara por qué siempre elegía a los imbéciles en lugar de a los
chicos buenos, había renunciado a las relaciones.
Pero comprendí que si quería demostrar que era una jugadora de
equipo, flexible e inteligente, una pensadora con visión de futuro y una mujer
de negocios con la cabeza fría, tenía que estar dispuesta a hacer compromisos
y no dejar que mis emociones se apoderaran de mí.
Respiré profundamente y tomé otro sorbo de vino.
―Me gusta la idea del compromiso ―comencé―. Es que... me preocupa
que Oliver y yo no seamos la mejor pareja.
A mi izquierda, escuché a April soltar una risita, que trató de ocultar
levantando su copa de vino a los labios. Nadie en la mesa conocía toda mi
historia con Oliver Ford Pemberton, pero April sabía lo suficiente como para
reconocer lo incómodo de la situación. Le di una ligera patada en el tobillo
antes de continuar.
―¿Por qué no? ―preguntó mi madre―. Ustedes dos eran uña y carne
hace tiempo.
―Porque yo soy una trabajadora dura, y él es un trotamundos, un
explorador de yates, un diablo.., rico, playboy egoísta. Por eso.
―Ahora, Chloe. La gente cambia. Oliver puede haber sido un poco
revoltoso en sus veinte años, pero realmente se ha asentado en los últimos
años.
―No nos llevamos bien, mamá.
―Oh, calla. ―Mi madre descartó esa idea con un gesto de la mano―.
Puede que se hayan peleado un poco cuando eran más jóvenes, pero eso era
sólo porque eran muy parecidos, tan testarudos y competitivos. Pero se
conocen desde siempre. Por el amor de Dios, incluso te llevó a su baile de
graduación.
La miré fijamente.
―Su madre lo obligó a pedírmelo. Y tú me hiciste decir que sí.
―Y eran encantadores juntos. ―Suspiró con tristeza―. Nell y yo siempre

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pensamos que serían perfectos el uno para el otro. Es una pena que ustedes
dos nunca... bueno, de todos modos, ambos son mucho más maduros ahora.
Me retorcí un poco en mi silla.
―Supongo, pero todavía no he olvidado las cosas malas que me hizo
cuando éramos más jóvenes.
―¿Como cuando te convenció de que tenías la enfermedad del olmo
holandés? ―se burló April.
―Eso no fue gracioso ―espeté, aunque el resto de la mesa se echó a
reír.
―No lo sabía ―dijo Frannie―. ¿Cómo lo hizo?
―Le dijo que las pecas en la nariz eran una señal segura, y que si le
empezaba a crecer pelo en las piernas, debía cubrirlas definitivamente con
mantequilla de cacahuete ―soltó April, esa traidora―. Le dijo que esa era la
única cura conocida.
―Oh, es cierto. ―Mi madre se limpió las lágrimas de los ojos mientras
jadeaba de risa―. Me había olvidado de eso. Un día la encontré en la despensa
cubierta de Skippy.
―La llamamos Skippy durante meses después de aquello ―resopló
April.
―Todo lo que sabía era que ella se rompió la pierna después de que él
la retara a saltar desde el tejado del granero ―dijo Frannie, riendo―. ¿Y no se
rompió la clavícula saltando tras ella?
Mi madre aspiró y se puso una mano en el pecho.
―¡Sí! Dios mío, creí que me había dado un ataque al corazón cuando
los vi a los dos ahí tirados.
―Más que un reto, fue una apuesta, que gané, y que nunca saldó ―dije,
gruñona al recordarlo― porque era un mentiroso y un tramposo y en el fondo
probablemente no ha cambiado, y por eso no quiero ser su compañera.
―Esto me hace sentir mejor sobre lo que mis hijas se hacen ―dijo
Mack, sonriendo mientras recogía su botella de cerveza.
―Apuesto a que tus hijas nunca pusieron una serpiente de goma
debajo de las sábanas de alguien cuando eran huéspedes en la casa de campo
de la familia ―resoplé―. Luego se escondía bajo la cama para ver lo fuerte que
gritaba.
Mack hizo una pausa con su cerveza a medio camino de la boca y
sacudió la cabeza.
―No puedo decir que lo hayan hecho, pero suena a algo que yo le
habría hecho a mi hermana.
―Me resulta difícil de creer ―dije con un resoplido― porque a diferencia
de Oliver Pemberton, eres un caballero. Y tienes modales.

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―Oh, Chloe, por el amor de Dios ―me regañó mi madre―. Oliver
tiene modales. Ustedes dos solían discutir sólo porque estaban muy unidos.
―Eso no es todo lo que solían hacer a tope ―murmuró April en voz
baja.
Le di otra patada en el tobillo -más fuerte esta vez- y volví a intentar ser
fría y racional.
―Mira. Estoy dispuesta a ser abierta en esto, pero también quiero ser
honesta. No sé si él y yo funcionaremos juntos.
―Parece que piensa que van a trabajar muy bien juntos ―dijo mi padre.
Puse los ojos en blanco.
―No, parece que piensa que será estupendo mandarme durante seis
meses. Eso es lo que será hermoso para él. Probablemente me hará fregar los
baños y trapear los pisos.
―Eso no es en absoluto lo que dijo ―me aseguró mi madre,
acercándose para acariciar mi mano―. Dijo que también era reacio al
principio, ya que ustedes dos habían tenido algunos roces en el pasado.
¿Roces?
Esa era una forma de decirlo.
―Pero cuanto más lo pensaba ―continuó― se dio cuenta de la gran
oportunidad que supondría trabajar con alguien con tanto talento y pasión
como tú.
―¿Él dijo eso? ―Pregunté con dudas.
―Lo hizo. Y también dijo que le gusta la idea de trabajar con alguien en
quien sabe que puede confiar, porque considera que eso es lo más importante
en una asociación.
Qué ironía, pensé.
―Creo que deberías hacerlo, Chloe. ―Frannie me sonrió con
entusiasmo―. Eres increíble en lo que haces aquí, pero sé que siempre has
querido desafiarte a hacer más. Yo digo que vayas por ello.
―¿Cómo puede funcionar esto? ―Me pregunté―. ¿Tendría que mudarme
a Detroit durante seis meses? ¿Qué pasa con mi trabajo aquí?
―Tú y Oliver pueden resolver los detalles de tu horario, pero sí, imagino
que implicará ir allí durante parte del tiempo ―dijo mi padre―. En cuanto a tu
trabajo aquí, tu madre y Henry trabajarán juntos para encontrar un sustituto.
Lo pensé cuidadosamente por un momento. Mi instinto me decía que
esta era mi gran oportunidad: si decía que no, perdía la estima de mis padres
y la oportunidad de dejar mi huella aquí. Parecería la adolescente desafiante
que solía ser, o peor aún, una niña pequeña y testaruda con una rabieta. Pero
si dijera que sí demasiado rápido, parecería demasiado ansiosa y el Club de
Niños pensaría que podrían avasallarme para siempre. No iba a ser su

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muñequita de trapo.
Sentada más alta, me acomodé el pelo detrás de las orejas y hablé con
confianza.
―Consideraré la oferta después de escuchar por mí misma lo que Oliver
tiene que decir. Me pondré en contacto con él mañana y organizaré una
reunión.
―Oh, eso no será necesario ―dijo mi padre, tomando otra rebanada de
pan―. Ya está de camino hacia aquí. Llegará sobre las nueve, creo, y se
quedará aquí a pasar la noche. Si estás demasiado cansada para quedarte a
charlar con él, puedes reunirte con nosotros mañana en mi despacho a las
ocho.
Se me cayó la mandíbula y sentí que la apisonadora se movía sobre mí,
caliente y pesada, dejándome aplastada.
No era la primera vez que Oliver me dejaba con esa sensación.
Y no sería la última.

Melanie Harlow
Tres
Oliver
Ahora
Dios, ojalá hubiera podido ver su cara.
Cada vez que pensaba en lo enfadada que debía estar Chloe cuando sus
padres le contaban el trato que le había propuesto, y en cómo habían
aceptado básicamente en su nombre, me reía a carcajadas.
Hacía años que no hablaba con ella, pero me la imaginaba
perfectamente, no solo porque de vez en cuando acechaba -quiero decir,
tropezaba- con sus fotos en las redes sociales, sino porque nos conocíamos
desde que nacimos y me resultaban familiares todas y cada una de sus
expresiones.
Acalorada y enfadada porque la habías distraído y luego te habías
comido la galleta de su plato.
Testaruda y decidida cuando le apostabas a que no podía correr tan
rápido como tú (no tenía ni idea de por qué aceptaba esas apuestas, yo era
mucho más alto y con las piernas mucho más largas y le ganaba todas las
putas veces).
Indignada y desafiante cuando la llamabas gallina por negarse a hacer
una estupidez que le retabas a hacer (lo hacía siempre).
Con los ojos estrechos y resentidos cuando nos atraparon a los dos
haciendo algo tonto y peligroso que había sido idea tuya, aunque ella nunca te
delató.
Ruborizada y sin aliento, sus ojos oscuros medio cerrados, su boca
abierta mientras te deslizabas dentro de ella, sus manos aferrándote
desesperadamente, tu nombre como una súplica en sus labios...
Joder.
Acomodándome en mi asiento, me centré de nuevo en la carretera.
Había sido un viaje bastante fácil el domingo por la tarde. La mayoría de
la gente se dirigía al sur por la I- 75, volviendo a casa después de unas
vacaciones en el norte. Mi familia tenía una casa de verano en Harbor Springs,
pero estaba a unas dos horas en coche de Cloverleigh, así que en lugar de
quedarme allí, había decidido aceptar la oferta de los Sawyer de quedarme en
una de las habitaciones de invitados de su casa.

Melanie Harlow
¿Le habían dicho ya que iba a venir? Empecé a sonreír de nuevo. El tío
John había dicho que la familia cenaría el domingo a las siete, y fue entonces
cuando mencionaría mi oferta. Me había invitado a unirme a ellos, pero
supuse que sería mejor que ella se enterara del trato cuando yo no estuviera
en la habitación. Probablemente lo habría rechazado en ese mismo momento
sólo para fastidiarme, y eso no nos habría hecho ningún bien a ninguno de los
dos.
A pesar de lo que ella pensara, lo hacía por los dos. Sabía lo mucho que
deseaba una destilería y podía hacerla realidad, pero necesitaría su ayuda.
¿Qué tan furiosa estaba? ¿Se quedaría a hablar conmigo? ¿O ya se
habría marchado, furiosa y con la sensación de que nos habíamos
confabulado contra ella?
Frotando un dedo bajo mi labio inferior, calculé que las probabilidades
estaban más o menos igualadas. Si se dejaba llevar por su temperamento,
probablemente ya se habría marchado a casa, posiblemente después de
arrojar algo. Si se tomaba un momento para pensar razonablemente en el
trato, se daría cuenta de que lo mejor para ella era quedarse. A Chloe se le
calentaba la sangre, y no era mi mayor fan en este momento, pero no era una
tonta. Y tampoco era muy paciente. Si creía que yo podía conseguirle lo que
quería antes de lo que ella podía conseguir por sí misma, podría inclinarse a
jugar bien.
Decidí que las probabilidades se inclinaban a favor de que se quedara el
tiempo suficiente para saludarme, olfatear la situación y anunciar su
incuestionable disgusto, si no su franca indignación.
Pero entonces ella diría que sí. Nunca pudo resistirse a mí.
Mi sonrisa se amplió aún más y pisé un poco más el acelerador,
ansioso por llegar.
Maldita sea, ojalá hubiera podido ver su cara.

Melanie Harlow
Cuatro
Chloe
Ahora
Mi primer instinto, por supuesto, fue dar la vuelta a la mesa y salir
furiosa.
¿Pero lo hice? No. No.
Porque ya no era una niña tempestuosa, sino una adulta tranquila y
madura. Una mujer lo suficientemente astuta como para reconocer una
oportunidad y considerar sus posibilidades con una mente abierta. Una mujer
lo suficientemente segura de su propia valía -en su mayoría- como para dejar
lo pasado en el pasado, perdonar y olvidar.
O al menos así es como quería parecer.
Para ello, después de ayudar a mi madre con los platos, probé un poco
de lenguaje corporal en el cuarto de baño del primer piso de mis padres, o lo
que llamábamos "el tocador" porque tenía una pequeña zona adyacente con
un tocador con tapa de mármol y espejos de tres lados que llegaban hasta el
techo.
Me quedé allí durante diez minutos ensayando diferentes poses y
expresiones que podría emplear mientras Oliver hacía su presentación. Probé
las expresiones de distanciamiento, perplejidad, discernimiento, escepticismo,
optimismo cauteloso, cortesía pero pesimismo y franca indignación. Cuando
me sentí segura con ellos, me despeiné rápidamente con los dedos, me apliqué
una capa de un viejo pintalabios que había encontrado en el cajón, que no era
realmente de mi tono pero era mejor que nada, y me pinté un poco las
mejillas. Me hubiera gustado llevar algo más bonito que unos pantalones
cortos de mezclilla, pero al menos había cambiado mi camiseta blanca por
una bonita blusa verde y mis zapatillas de deporte por sandalias.
Cuando salí, Frannie estaba de pie en el pasillo mirándome con
curiosidad.
―¿Estás bien? ―preguntó―. Estuviste ahí dentro una eternidad.
―Estoy bien.
Ella arqueó una ceja.
―¿Qué pasa con el lápiz de labios? No lo llevabas antes.
―¿Qué? Sí, lo llevaba. ―Pasé junto a ella, sintiendo calor en mis

Melanie Harlow
mejillas.
―¿Es para Oliver? ―se burló, siguiéndome al salón.
―No. Es por confianza. ―Miré a mi alrededor, preguntándome si debía
estar sentada o de pie cuando entrara.
―Esto te tiene realmente excitada, ¿no?
―Un poco ―admití, debatiendo una pose casual junto a la chimenea,
tal vez con una copa de vino en la mano. Eso era lo que necesitaba: un
accesorio―. Oye, ¿te quedas? Vamos a abrir otra botella de vino.
Ella negó con la cabeza.
―No puedo. Las niñas tienen una niñera, y prometimos volver antes de
las nueve.
―No entiendo por qué no las traen. Mamá los invita siempre. Podrían
venir más a menudo si lo hicieran.
―Lo sé. ―Frannie suspiró―. Es Mack. No quiere entrometerse en la
cena familiar de mamá y papá.
―¿He oído mi nombre? ―Mack apareció en la puerta del salón, con las
llaves en la mano.
―Sí. Queremos que dejes de sentirte como un invitado en esta casa ya.
―Me acerqué a él y le golpeé el hombro―. Te vas a casar, eres de la familia. Y
las niñas también, así que deberías traerlas a la cena del domingo. Mamá y
papá se mueren por tener niños cerca. Les quitarían la presión.
Mack sonrió.
―Quizá la próxima vez.
―Bien. Te veré mañana, Mack. Buenas noches, Frannie. ―Le di a mi
hermana un rápido abrazo y a Mack otro golpe en el hombro antes de
dirigirme a la cocina, donde saqué otra botella de rosado de la nevera―.
¿Crees que puedo abrir esto?
April, que estaba apoyada en el mostrador revisando su teléfono, me
miró.
―Por supuesto. Buena idea.
―¿Dónde están mamá y papá?
―Papá está en el estudio, y creo que mamá subió a asegurarse de que
el cuarto de huéspedes estuviera listo para Oliver.
Descorché la botella.
―Ojalá tuviera una serpiente de goma para ponerla en la cama.
Se rió y dejó el teléfono a un lado.
―¿Cuándo fue la última vez que hablaron?

Melanie Harlow
Lo pensé mientras sacaba un par de vasos del armario.
―Hace dos años y medio. La última vez que los Pemberton vinieron
aquí para la fiesta de Navidad. Él trajo a su prometida. ―Me burlé de la
palabra―. ¿La recuerdas? ¿La reina del hielo?
April se rió.
―Oh, sí. La rubia de los tacones y las perlas y el bolso de diseño. Era
bonita.
―¿Pensaste que era bonita? No lo pensé. ―Era una mentira. Había
pensado que era hermosa, alta, elegante y refinada. Fresca y pulida. Todo lo
que yo no era. Verlos juntos me había enfurecido.
―Me pregunto qué pasó con ella ―reflexionó April―. No estuvieron
comprometidos por mucho tiempo.
―Probablemente haya entrado en razón. Toma. ―Le entregué una
copa de rosado―. Voy a vigilar por la ventana por si aparece su coche.
Me dedicó una sonrisa de complicidad.
―¿Emocionada por verlo?
―No. ―Resoplé―. Es que no quiero que me tiendan una emboscada.
Quiero estar preparada.
―¿Preparada para qué?
―¡Para defenderme! No quiero que papá y Oliver piensen que pueden
tomar todas las decisiones. Y siento que ahora que papá se retira, está
tratando de traer a Oliver para que me cuide. Mantenerme a raya.
―¿Y por qué iba a tener Oliver interés en cuidarte?
Me encogí de hombros.
―¿Para torturarme? ¿Quién sabe? El tipo es un sádico.
Puso los ojos en blanco y se llevó el vaso a los labios.
―Estoy de acuerdo en que lo que te hizo en Chicago fue una mierda,
pero no creo que sea un sádico. Y debe querer trabajar contigo. Quiero decir
que a Oliver Pemberton no le falta dinero; si quisiera abrir una destilería aquí,
probablemente lo haría.
―Es cierto ―admití, poniéndome un poco más alta―. Espero que tengas
razón. Porque realmente quiero esto, April. Quiero demostrar a mamá y a
papá que puedo imaginar algo, investigar, sentar las bases y seguir adelante.
―Puedes hacerlo absolutamente… ―Su sonrisa se volvió irónica―. Sólo
tienes que aguantar primero a Oliver Ford Pemberton.
Tres golpes rápidos en la puerta de entrada puntuaron su declaración.
Intercambiamos una mirada y tomamos un trago de vino, reflejándonos
mutuamente ya que yo soy zurda y ella diestra.

Melanie Harlow
―¿Estás lista? ―me preguntó mientras dejaba mi vaso.
―Sí. Voy a defenderme. Y no voy a dejar que me encante esta vez.
Sonrió.
―Buena suerte.
Con los dedos enredados en el pomo de la puerta principal, me detuve
para respirar. Cerré los ojos por un segundo. Me recordé a mí misma que al
otro lado de la puerta estaba el mismo chico que había conocido toda mi vida,
y que no era ni más inteligente ni más sabio ni mejor que yo. Sólo era diez
veces más rico, dos días más viejo y cinco veces más seguro de sí mismo.
Pero lo conocía. Podía manejar esto.
Abriendo la puerta de un tirón, mantuve una expresión facial neutra, si
no fría.
Y allí estaba él.
Tan guapo como siempre, el maldito bastardo. Pelo grueso y oscuro,
cortado por encima de las orejas y un poco más largo en la parte superior, el
mismo corte de pelo que llevaba desde los ocho años. Estaba un poco
despeinado, pero no desordenado como si no lo hubiera cepillado, sino más
bien alborotado en esa forma de "acabo de salir de mi barco y ahora es el
momento de un G&T".
―Hola, hoyuelos. ―Sus ojos azules tuvieron el valor de iluminarse al
verme, su boca se enganchó en esa sonrisa de colegio.
―Hola. ―Tuve cuidado de permanecer inexpresiva, aunque su uso del
apodo me molestó.
Puso una mano en la parte superior de mi brazo y presionó sus labios
brevemente a la derecha de los míos.
―Me alegro de verte. Ha pasado mucho tiempo.
No lo suficiente, pensé, pero me mordí la lengua.
―Así es. Entra.
Abrí la puerta por completo y me apreté contra ella. Atravesó el umbral
de la casa y percibí su olor: una pizca de colonia cara, un rastro de almidón y,
por debajo de todo ello, algo juvenil y familiar que le era propio. Hizo que mis
regiones inferiores se estrecharan de una manera que no me gustó nada.
Resistiendo el impulso de taparme la nariz, contuve la respiración y
cerré la puerta.
Oliver llevaba al hombro una bolsa de lona muy gastada (con el
monograma OPF, por supuesto). Yo esperaba que apareciera con pantalones
cortos de color caqui y una camiseta de Vineyard Vines-que era su vestuario
de adolescente-, pero se puso unos vaqueros y una camiseta de golf blanca,
que dejaban ver su bronceado y sus musculosos antebrazos.

Melanie Harlow
―¡Oliver! ―Mi madre bajó corriendo las escaleras y lo abrazó. Se
besaron en la mejilla―. Mírate. Tan alto y guapo.
Le dedicó una sonrisa ganadora.
―Gracias, tía Daphne. Te ves muy bien. ¿Te has cortado el pelo?
Mi madre se ha puesto el pelo corto y desordenado.
―Lo hice. Gracias por darte cuenta. ¿Tienes hambre, cariño?
―No gracias, he comido algo al subir.
―¿Qué tal una bebida? ¿Un cóctel? ¿Una copa de vino?
―Eso suena bien. ―Me miró por encima de su hombro―. ¿Chloe? ¿Nos
acompañas?
―Claro. Acabo de abrir una botella de rosado. ¿Está bien, o prefieres...?
―Es perfecto ―dijo cuando April entró en el vestíbulo, con una copa de
vino en la mano. Se saludaron y pasaron al salón, mientras yo me deslizaba
por el pasillo hasta la cocina. Respirando hondo para calmar los nervios,
coloqué la botella de rosado y algunas copas en la bandeja junto con un
pequeño plato de galletas y queso, y volví al salón. Mi padre estaba
estrechando la mano de Oliver y dándole palmaditas en la espalda.
―Me alegro de verte, hijo ―dijo jovialmente. A mi padre siempre le
había gustado Oliver, y era fácil ver cuánto le gustaba tener otro chico en
casa―. ¿Cómo fue el viaje en coche?
―Tranquilo ―dijo Oliver, tomando asiento en un extremo del sofá azul
marino―. Muchas gracias por invitarme.
Puse la bandeja en la mesa de café frente a él y le serví un vaso.
―¿Mamá? ¿Papá? ¿Un poco de vino?
―Para mí no, gracias. ―Mi madre se sentó en uno de los sillones a
rayas frente al sofá, y mi padre en el otro.
―Yo tampoco ―dijo.
Me serví un poco más mientras April se sentaba en el otro extremo del
sofá, lo que no me dejó otra opción que sentarme entre ella y Oliver. Cuando
me senté en el cojín, la miré mal y ella sonrió.
Mis padres preguntaron por la madre y el padre de Oliver, que pasan
algo más de la mitad del año en Florida y los meses más cálidos en su casa de
Harbor Springs. Preguntaron por la creciente familia de su hermano mayor,
Hughie, y por su hermana pequeña, Charlotte, que esperaba su primer bebé
en algún momento del verano.
Oliver respondió amablemente a todas sus preguntas y les envió los
mejores deseos de su familia, animándonos a todos a unirnos a los Pemberton
en Harbor Springs para el 4 de julio, el miércoles.
―También es la celebración del nonagésimo cumpleaños de mi abuela.

Melanie Harlow
Tenemos mucho espacio en la casa de campo, y mis padres me dijeron que
insistiera en que vinieran.
Puse los ojos en blanco. Tenían mucho espacio porque no era una casa
de campo, era un maldito recinto, con una casa victoriana de siete
dormitorios, una pista de tenis, una piscina y un campo de croquet en el
recinto.
Mientras hablaba, hice lo posible por ignorarlo, respirando por la boca
para no captar su olor sin querer. Intenté no escuchar los tonos profundos y
cálidos de su voz, que aún hoy me sorprenden después de haber escuchado
su chillido infantil durante casi la mitad de nuestras vidas. Y traté de no
mirar sus manos, con sus largos y bronceados dedos, que eran
particularmente elegantes y hábiles. Lo sabía con certeza y deseaba no
hacerlo. Todavía llevaba un reloj de pulsera, y recordé una vez que le había
visto quitárselo y dejarlo en la mesita de noche de un hotel.
Al verlo, me olvidé de respirar.
―Oh, tu madre siempre está encima de nosotros para que vayamos
para el cuatro ―dijo mi madre con un suspiro―. Ella sabe muy bien que eso
es imposible hasta que John se jubile. ―Luego miró a mi padre por encima de
las gafas.
Mi padre levantó las palmas de las manos.
―Lo estoy intentando, lo estoy intentando. Para ello, ¿deberíamos
hablar un poco de negocios, Oliver? Le conté a Chloe sobre tu oferta de
asociarte con ella.
Tomé otro pequeño sorbo de vino y me senté un poco más alto. Aclaré
mi garganta y mi cabeza.
―Sí, y estoy un poco insegura sobre la idea.
―¿Oh? ―Oliver me dedicó una sonrisa exasperante―. ¿Por qué?
―Porque no me fío de ti.
―Por el amor de Dios, Cloe, cuida tus modales ―me regañó mi madre
mientras Oliver se echaba a reír.
―No pasa nada. ―Mostró la sonrisa de la escuela preparatoria a mi
madre―. Chloe nunca ha tirado de la cuerda. Eso me gusta.
―Bien ―dije―. Porque algunas cosas no cambian. Algunas personas no
cambian.
Me miró a los ojos y asintió ligeramente, y supe que lo había entendido.
Por lo menos, Oliver y yo teníamos una capacidad de comunicación casi
extrasensorial.
―Quizá te ayude si te explico un poco ―dijo.
Le di una sonrisa falsa.
―Por favor, hazlo.

Melanie Harlow
Puso su vaso sobre la mesa y miró a mis padres.
―Cuando empecé con Brown Eyed Girl Spirits hace cinco años, el
mercado estaba mucho menos concurrido. Y no tenía ningún gran plan de
negocio, sólo el sueño de hacer algo a mano que supiera jodidamente bien.
―Hizo una pausa―. Disculpen mi francés.
―Tu francés está bien aquí ―dijo April riendo.
Oliver le sonrió.
―Gracias. De todos modos, no sabía realmente lo que estaba haciendo,
pero sabía lo que me gustaba e investigué.
―Y ha ido bien, ¿no? ―preguntó mi madre.
―En muchos sentidos, sí. ―Oliver se frotó la nuca―. La ginebra y el
vodka tuvieron una buena acogida, y aunque la distribución siempre es un
reto para los pequeños productores como yo, conseguimos hacer un negocio
decente in situ y nos metimos en algunas tiendas locales y en bares de
cócteles populares de Detroit. Pero el sector está cada vez más saturado:
ahora hay algo así como mil ochocientas destilerías artesanales en
Estados Unidos , y en Michigan hay más de sesenta.
―Vaya ―dijo April―. No tenía ni idea.
―Destacarse es cada vez más difícil y, aunque el potencial de
crecimiento global es fantástico en los próximos cinco o diez años, en mi
opinión va a ser más difícil para los pequeños. O bien nos compran las
grandes bebidas, por así decirlo, o nos hundimos. No quiero hacer ninguna
de las dos cosas.
―¿Y crees que asociarte con Chloe podría ayudarte a destacar?
―preguntó mi padre.
―Creo que asociarse con Cloverleigh sería una buena estrategia ―dijo
Oliver―. La mejor oportunidad de crecimiento está en el estado de origen de
un destilador de lotes pequeños. Necesito expandirme más allá del área
metropolitana de Detroit, y tú tienes el turismo incorporado, las salas de
degustación de la bodega, un bar y un restaurante... todo está aquí. Además,
con la experiencia de Chloe en marketing, sería un gran activo. El marketing
marca la diferencia: necesitamos una buena historia. ―Me puso una mano en
la pierna durante un segundo, y un cosquilleo subió por mi columna
vertebral―. Se que quiere hacer un buen whisky, como yo. Pero eso requiere
más tiempo e inversión.
―Mientras tanto, ¿sólo buscas ubicación para tu vodka y tu ginebra?
―pregunté, apartando mi rodilla de su alcance.
―Quiero ampliar la distribución, sí, pero también estoy buscando un
socio, Chloe. Mis instalaciones en Detroit no tienen todo el espacio que
necesito para alambiques adicionales o una sala de barricas, y como he
mencionado, la elaboración de un centeno realmente interesante y sabroso es
algo en lo que estoy empeñado. He estado experimentando un poco, y creo que

Melanie Harlow
he conseguido una mezcla ganadora. Apuesto cualquier cosa a que estarás de
acuerdo.
No me perdí la palabra apuesto, ni el brillo en sus ojos cuando la dijo,
pero no tomé el cebo.
―Así que, para que quede claro ―dije― lo que quieres es una asociación
con Cloverleigh: el uso de su espacio de venta al público, la red de
distribución, la sala de degustación, algunas propiedades en la carta de
cócteles del bar y un terreno en el que construir otra instalación de
producción y una casa de barriles.
Se encogió de hombros.
―Más o menos. Pero también...
―¿Entonces por qué, exactamente, tengo que trabajar para ti durante
seis meses?
―Pensé que querías dedicarte a la destilación de licores aquí.
¿Brandies de fruta local para empezar? ―Miró a mi padre―. Eso es lo que
decía tu plan de negocios. Lo tengo en mi bolsa si quieres comprobarlo.
Miré fijamente a mi padre.
―¡Papá! ¿Le diste mi plan de negocios?
―Escúchalo, cariño ―me animó mi padre―. Le gustaron tus ideas.
―Es cierto ―dijo Oliver―. Creo que tu plan es sólido y estoy dispuesto a
invertir. Pero si voy a hacer una contribución considerable a los costes de
puesta en marcha de tu negocio, comprando alambiques y granos y equipos
de embotellado y demás, lo lógico es que me asegure de que sabes lo que estás
haciendo. Además, no voy a estar aquí arriba todo el tiempo. Necesitaré que
supervises la producción en mi ausencia, sobre todo cuando empecemos con
el whisky.
―Tiene mucho sentido ―dijo mi padre―. Toda la investigación del
mundo no puede competir con la formación práctica. Si te tomas esto en
serio, hoyuelos, tienes que remangarte y dedicar horas de trabajo.
―Estoy dispuesta a trabajar, papá ―espeté―. Nadie puede acusarme de
ser perezosa.
―Chloe, querida, no hemos dicho eso ―dijo mi madre.
―Francamente, estoy bastante segura de que he hecho más horas de
trabajo, sea lo que sea que eso signifique, en la granja que las que Oliver ha
hecho en cualquier lugar. Y he tenido el sueño de hacer whisky a mano tanto
tiempo como él, sólo que no tenía su fondo fiduciario para empezar. ―Me
levanté, dándome cuenta de que tenía que salir de la habitación antes de
decir algo de lo que realmente me arrepentiría―. Discúlpame si no aprovecho
la oportunidad de recibir órdenes de tu parte, Oliver. Pero necesito algo de
tiempo para pensar en esto.

Melanie Harlow
Y con eso, dejé la copa de vino en la mesa y salí furiosa de la
habitación, por el pasillo y a través de la cocina, abriendo de golpe la
puerta corredera de cristal que daba al patio.
Necesitaba un poco de aire.
Un poco de espacio.
Un poco de distancia entre yo y esos ojos azules. Ese olor. Esas manos.
Hacía años que no me tocaban, pero no había olvidado lo que se sentía.
No había olvidado nada.

Melanie Harlow
Cinco
Oliver
Entonces
―Esto es una tortura. ―Chloe habló entre dientes, con una sonrisa
pegada a la cara.
―Lo sé. Lo siento. ―Yo hice lo mismo. Nuestras madres revoloteaban
con sus cámaras digitales como buitres, sacando una foto tras otra de
nosotras y del resto de mis amigas y sus citas totalmente ataviadas con el
traje de gala del baile.
Bueno, algunos de nosotros íbamos completamente ataviados con el
traje de graduación.
―Esos pantalones cortos parecen tan estúpidos ―me dijo Chloe,
luchando con la palabra estúpido mientras seguía sonriendo―. ¿No podían
permitirse trajes?
Se refería a los pantalones cortos que mis amigos y yo habíamos elegido
para llevar con nuestras camisas de vestir y americanas azul marino. Mis
pantalones cortos eran de color rojo pálido, pero todos los tonos del arco iris
preppy estaban representados: verde kelly, rosa salmón, azul aqua, amarillo
limón. Mocasines, sin calcetines. También llevábamos pajaritas. La mía era de
rayas rojas y azules, y pensé que me quedaba bastante bien, la verdad.
―Esto es una elección. No una circunstancia ―le aseguré cuando
nuestras madres finalmente se tomaron un respiro para llorar y abrazar y
decir cosas como no puedo creer que esta sea la edad que tenemos.
Chloe enarcó una ceja.
―De verdad.
―Sí. No queremos ser como todos los demás chicos que han ido al
baile. Estamos proclamando nuestro individualismo.
―En pantalones cortos a juego. Lo tengo.
―No van a juego; van coordinados. ¿Y por qué deberíamos estar
obligados a llevar esmoquin o traje? Nos estamos graduando. Estamos hartos
de las reglas, y nos estamos pegando al hombre.
Chloe puso los ojos en blanco.
―Por Dios, Oliver. Mira a tu alrededor. Ustedes son el hombre.

Melanie Harlow
Miré a mis amigos y tuve que admitir que todos los que estaban allí
eran ricos y privilegiados, que se dirigían a escuelas cubiertas de hiedra
donde estudiaríamos negocios o derecho o política o medicina, siguiendo los
pasos de nuestros padres, lo que probablemente nos llevaría de vuelta aquí a
una gran casa de ladrillo cerca del agua, donde viviríamos con nuestras
primeras esposas e hijos y perros. Navegaríamos en verano, esquiaríamos en
invierno, nos uniríamos a clubes de campo, jugaríamos al golf los fines de
semana y al tenis después del trabajo. Al cabo de un tiempo, algunos de
nosotros probablemente nos divorciaríamos y nos mudaríamos a un piso en el
Parque, donde nuestros enfadados hijos se verían obligados a pasar tiempo
con nosotros. Luego, tal vez, nos volveríamos a casar y volveríamos a empezar
el ciclo. Era un poco deprimente, en realidad, la claridad con la que lo veía
todo.
Pero Chloe tenía razón. Una cosa que probablemente no seríamos es
impotentes o pobres.
¿Debía sentirme mal por ello?
―Oye, no es mi culpa que mi familia tenga dinero ―le dije―. ¿Qué
quieres que haga?
―No sé, ¿quizás usar algunos de tus millones para marcar la diferencia
en el mundo? ¿Hacer algo significativo?
―Damos mucho a la caridad.
―¿Haciendo qué?
No tenía ni idea, pero estaba seguro de que mi madre estaba en la junta
de al menos tres organizaciones filantrópicas. Me inventé algo.
―Los Shriners ―le dije―. Esa gente con los sombreros raros que tocan
la campana fuera de las tiendas de comestibles en Navidad.
Chloe resopló.
―Creo que te has confundido de sombrero de caridad. El toque de
campana es para el Ejército de Salvación.
―Oh. Bueno, estoy seguro de que damos a ambos. Y voy a donar mi
tiempo a un campamento de vela para niños desfavorecidos este verano.
―¿Lo harás? ―Parecía sorprendida―. Eso está bien.
―Sí. ―Casi había olvidado que mi madre me había obligado a hacerlo.
Al principio me quejé porque significaba levantarme a las tantas de la
mañana, y porque iba a reducir el tiempo que planeaba pasar en mi propio
barco este verano, trabajando en mi bronceado y tratando de recuperar a
Caitlyn Becker. Habíamos estado juntos todo el año hasta que la jodí al liarme
con un estudiante de segundo año justo antes del baile. Caitlyn se enteró y
me dejó la semana pasada. Quizá debería contarle lo del campamento de vela,
pensé. Chloe me miraba de forma diferente ahora, como si me viera bajo
una luz nueva y más favorable.

Melanie Harlow
La última vez que salimos, se enfadó por un comentario que hice sobre
su estúpido novio, Chuck. Pero no me arrepentí. Ese tipo era un puto inútil. Ni
siquiera recuerdo exactamente lo que dije, tal vez algo sobre que él era la
razón por la que la reserva genética necesitaba un salvavidas, pero ella se
había ido contra mí, me acusó de ser un privilegiado, prejuicioso e imbécil de
instituto. Una oveja con una chaqueta azul marino y pantalones caqui.
A veces me preocupaba que tuviera razón. Pero seguía pensando que
me veía bien.
Esta noche también estaba muy guapa. Al igual que el resto de las
chicas, llevaba un vestido largo de tirantes y llevaba adornos brillantes en las
orejas y alrededor del cuello. Llevaba el pelo oscuro recogido, lo que la hacía
parecer mayor y más sofisticada. También significaba que su tatuaje era
visible en la parte superior de la espalda, algo que las otras chicas del grupo
definitivamente no tenían. Era una línea de un libro o algo así, pero olvidé
cuál. Dijo que sus padres estaban tan furiosos con ella por habérselo hecho
sin permiso que la habían castigado durante un mes. Le quitaron las llaves, el
teléfono, su libertad.
También dijo que había valido la pena. Me gustó eso.
Las mamás hacían que las niñas se pusieran en fila solas para una
foto, y las vi sonreír a todas para la cámara. Sus dientes eran muy, muy
blancos, pero sus vestidos eran de diferentes colores. Parecían una fila de
sabores de yogur helado en TCBY. El de Chloe sería de lima, pensé, pero
incluso yo sabía que probablemente no era algo que debiera decir en voz alta.
Sin duda era la chica más bajita del grupo, pero en mi opinión era la
más sexy, otra cosa que no diría en voz alta. O se lo tomaba a mal y pensaba
que me gustaba, o me pegaba. Estábamos muy cerca, pero no siempre se
sentía como una elección. Incluso esta noche había sido preparada por
nuestras madres. Y si sus ojos oscuros y sus hoyuelos me venían a la cabeza
mientras me masturbaba en la ducha, no era a propósito.
―¿Y qué pasó con Chuck? ―le pregunté después mientras nos
balanceábamos torpemente en la pista de baile, mis manos en sus caderas y
las suyas en mis hombros.
Se encogió de hombros.
―Rompimos.
―Bien. ―Entonces no pude resistirme a dar un golpe―. Incluso tú
puedes hacerlo mejor que ese imbécil.
Me miró fijamente.
―¿Qué pasó con Caitlyn?
―La engañé.
―¿Con quién?
―Alguna estudiante de segundo año al azar.

Melanie Harlow
―¿Por qué?
―No lo sé. ―Traté de recordar por qué lo había hecho―. Caitlyn no
estaba por aquí una noche y esta chica era linda.
Ella negó con la cabeza.
―Eres un cerdo.
―Sí, fue estúpido ―admití―. En realidad quiero recuperar a
Caitlyn. Al menos para el verano. No quiero irme a la universidad con una
novia.
―¿La amas?
―No lo sé. Tal vez. Me encantan las mamadas que me hace.
Chloe me golpeó en el pecho e hizo un sonido de disgusto.
―Tú eres realmente el peor. ¿Qué estoy haciendo aquí?
―Desengancharse. ―Su madre le había acortado el castigo por el
tatuaje dos semanas después de que aceptara ser mi cita esta noche.
―Oh, sí. ―Hizo una mueca―. Supongo que tendré que sufrirlo.
Pero en realidad, lo pasamos bastante bien. A diferencia de Caitlyn, a
Chloe no le importaba que hiciera el ridículo haciendo el gusano por el suelo.
Podía hablar con cualquiera, incluso con los adultos, y se reía de todos mis
chistes. Era cómodo y divertido estar con ella, como en los viejos tiempos. Y se
veía tan jodidamente bien en ese vestido. Nunca habíamos tonteado antes,
pero la atrapé mirándome una o dos veces, como si estuviera dispuesta a ello.
No podía decidir cómo me sentía al respecto.
Cuando terminó el baile, volvimos a casa de mi amigo Jeff para
celebrar una fiesta en la piscina, y todos mis amigos babeaban por el cuerpo
de Chloe en su escaso bikini blanco. Yo me quedé callado, aunque a decir
verdad, también se me caía la baba.
¿Desde cuándo tenía esas curvas? ¿Habían estado ahí dentro de ese
vestido de lima durante toda la noche? Me pregunté cómo se sentirían bajo
mis palmas.
―Pemberton, no te importa que le dé a eso, ¿verdad? ―preguntó Lowell,
con los ojos puestos en Chloe mientras bajaba al jacuzzi con otras chicas.
―Sí, lo hago ―dije, dándome cuenta de que me importaba mucho más
de lo que pensaba, y no sólo porque pensara que Lowell era un imbécil―. Así
que ni se te ocurra.
Todos los chicos me echaron la bronca por mi reacción, y Lowell
empezó a echarme en cara un poco, así que los dejé y me fui a estirar en una
tumbona cerca del jacuzzi. No quería pelearme con mis amigos en la noche del
baile. Y, en realidad, tenía más ganas de pasar el rato con Chloe que de estar
con ellos.
Cuando me vio sentado allí solo en la oscuridad, se bajó, se envolvió

Melanie Harlow
con una toalla y se dejó caer en la silla junto a mí.
―Hola ―dijo por encima de la música―. ¿Qué pasa?
―Nada.
―¿Nada? ―Se echó hacia atrás, cruzando sus piernas desnudas por el
tobillo―. No te creo.
―Mis amigos están siendo imbéciles.
―Ah. ―Miró hacia la piscina, donde Lowell estaba ocupado flexionando
en el trampolín―. Ese tipo es un imbécil, seguro.
―Él piensa que estás caliente.
―Ew. Que se joda.
―Me preguntó si me importaba que se te insinuara ―le dije, intuyendo
una oportunidad para ser un poco héroe. Tal vez ella estaría lo
suficientemente agradecida como para meter su mano en mis pantalones o
algo así.
―¿Qué has dicho?
―Le dije que se alejara de ti. ―Llevando las manos detrás de la cabeza,
me sentí orgulloso de mí mismo.
Excepto que entonces se enfadó.
―¿Es eso lo que estás haciendo aquí solo? ¿Guardándome? Porque no
necesito que lo hagas. Puedo cuidarme sola.
―Bien. ―Demasiado para una paja de gratitud.
Un momento después, preguntó:
―Sólo por curiosidad, ¿qué harías tú? Si no se alejara de mí, quiero
decir.
―¿Como si intentara algo contigo y tú no quisieras?
―Sí.
―Le daría una puta patada en el culo.
―¿Te pelearías con tu amigo por mí? ―Parecía sorprendida.
―No, le daría una patada en el culo. No habría mucha pelea. ―No era
cierto: Lowell era un tipo grande y probablemente me daría una buena paliza
si le pegaba, pero Chloe no necesitaba saberlo.
―Oh. Bueno, ... gracias. ―Pasaron unos minutos. En la piscina, las
chicas se subían a los hombros de los chicos para jugar a la gallina, y en el
jacuzzi, una pareja había empezado a besarse. Hacía calor para ser principios
de junio, más de setenta a casi medianoche, y yo me sentía algo acalorado y
sudoroso, a pesar de que sólo llevaba un traje de baño. Pensé en Chloe subida
a mis hombros, su coño contra mi nuca, sus piernas enganchadas alrededor
de mi torso, y mi polla empezó a ponerse dura.

Melanie Harlow
Genial.
¿Qué iba a hacer si no desaparecía? ¿Podría escabullirme al baño y
ocuparme yo mismo? No ayudaba que una suave brisa viniera de la dirección
de Chloe y juro por Cristo que olía a pastel de lima.
―Oliver ―dijo ella.
―¿Sí?
―¿Alguna vez piensas en mí?
Me pregunté cómo diablos responder a esa pregunta sin recibir un
puñetazo en la cara. ¿Estaba mirando mi entrepierna?
―¿Pensar en ti cómo?
―Ya sabes cómo.
Crucé las piernas por el tobillo y traté de mantener la calma.
―¿Por qué me preguntas eso?
―Porque quiero saberlo.
Me reí.
―No estoy seguro de que lo hagas.
―¿Eso es un sí?
―Sí ―admití―. Pero no es realmente mi culpa. Soy un chico de
dieciocho años y no pensamos en mucho más.
―Las chicas también piensan en el sexo, ya sabes.
―¿Ah sí?
―Sí. Mucho.
La esperanza, y mi erección, aumentaron.
―¿Así que has pensado en mí de esa manera?
Ella se rió.
―Ni siquiera por un minuto.
―Vete a la mierda ―dije, con el calor subiendo a mi cara.
―Lo siento. Sólo estoy siendo honesta. Realmente nunca he pensado en
tener sexo contigo.
No dije nada porque estaba demasiado ocupado enojado porque me
había engañado.
Debería haber sabido que no debía ser honesto con ella.
―Todavía soy virgen ―continuó―. Me estoy reservando para el chico
perfecto.
Resoplé.

Melanie Harlow
―Pero estaba pensando en besarte ahora mismo.
La miré y encontré su cabeza girada hacia mí. Estaba seria, por lo que
pude ver.
―¿Por qué ahora? ―Pregunté.
―No lo sé.
―¿Sigues pensando en ello?
Otro asentimiento.
―Entonces te reto a que vengas aquí. ―Lo dije, pero en realidad no
pensé que lo haría, así que me sorprendí cuando se levantó de la silla.
Al moverme sobre la mía para que pudiera tumbarse a mi lado, pensé
que mi polla iba a salirse del bañador. ¿Era esto real?
Sin decir nada, se estiró a mi lado, con la cabeza apoyada en una mano
y la otra todavía agarrando la toalla entre sus pechos. Por el momento,
mantuve las manos bloqueadas detrás de la cabeza; no me fiaba de ellas.
―¿Y? ―dijo ella después de un momento.
―¿Y qué?
―Así que te reto a que me beses.
Con el pulso acelerado, me acerqué a su nuca y atraje sus labios hacia
los míos. Eran suaves y dulces como el algodón. La besé ligeramente
durante unos diez segundos y me retiré.
―¿Cómo fue eso?
―Agradable. Demasiado agradable.
―¿Demasiado agradable?
―Bueno, Jesús, Oliver, si te vas a atrever a besarme, hazlo como si
fuera en serio.
Dios, me volvía loco. Ni siquiera sabía si estaba coqueteando conmigo o
insultándome, pero si quería que la besara de verdad, lo haría. Metí la mano
en su pelo mojado y volví a acercar sus labios a los míos; esta vez, abrí la boca
e incliné la cabeza para besarla con más fuerza y profundidad. Introduje mi
lengua en su boca. Le mordí el labio inferior. La puse encima de mí para que
su cuerpo cubriera el mío. Sabía que podía sentir lo duro que estaba pero no
me importaba: ella lo había pedido. La besé hasta que apenas pudo respirar y
me puso una mano en el pecho mientras jadeaba.
―Oliver ―susurró―. Deberíamos parar.
―¿Por qué?
―Porque la gente puede ver.
―¿Y?

Melanie Harlow
―Así que es suficiente. ―Se bajó de mí y se puso de pie.
―Un momento, ¿eso es todo? ―Me apoyé en los codos―. ¿Me
desafías a besarte y ahora me dejas aquí así?
Levantó la toalla, envolviéndola de nuevo a su alrededor.
―Más o menos. Estoy lista para ir cuando tú lo estés. Voy a ponerme
ropa seca.
Enojado, la vi alejarse, con las manos cerradas en un puño. Sabía que
no tenía derecho a enfadarme con ella, pero lo estaba. Esto era una trampa.
¿Por qué me obligó a besarla así? Ahora iba a estar toda azulado y torturado
por el resto de la noche, tal vez incluso por el resto del verano, si Caitlyn no
me aceptaba.
Las chicas. Eran tan jodidamente agravantes. Especialmente Chloe
Sawyer.
Me juré que nunca más aceptaría un reto como ese de ella.
Pero lo hice.

Melanie Harlow
Seis
Chloe
Entonces
―Muéstrame tu habitación ―dije.
―¿Mi habitación? ―Oliver me miró divertido y se acercó a mi oído. La
música del bar estaba muy alta y la multitud era ruidosa―. ¿Por qué quieres
ver mi habitación? Es sólo un dormitorio. Es un desastre. Y probablemente
huela mal.
―No me importa. Sólo quiero verlo. Estoy aburrida. ―Miré por encima
de mi hombro a Blair, mi compañera de cuarto de primer año de Purdue, que
estaba coqueteando descaradamente con el compañero de cuarto de Oliver de
Miami Ohio―. No parece que estén listos para irse todavía.
―Sí, yo también estoy un poco aburrido. ―Se encogió de hombros―.
Supongo que podríamos.
―Genial. Le diré que volvemos enseguida. ―Luego dudé. La hermana de
Blair estaba aquí, en algún lugar; era una alumna del último curso y nos
íbamos a quedar en su apartamento esta noche-pero no tenía ni idea de
dónde estaba. No quería dejar a mi compañera de piso con un cretino―. No va
a ser un imbécil, ¿verdad? No la dejaré sola con él si lo es.
―¿Quién, Beekman? ―Oliver resopló―. No, es inofensivo.
―Bien, dame un segundo. ―Me acerqué a Blair y le susurré al oído―.
Oye. Oliver y yo nos vamos a ir un rato. Volveremos.
Levantó un dedo hacia Beekman y se volvió para susurrar:
―¿Estás segura de esto? Sigo pensando que es una idea tonta.
―Sí, estoy segura. ―Puse los ojos en blanco ante su expresión de
duda―. Mira, sólo quiero acabar con esto. Es mi elección, así que deja de
acosarme por ello.
―De acuerdo, de acuerdo ―dijo, dándome un abrazo―. Pero vuelve
rápido o me preocuparé. Y ten cuidado.
―Lo haré. ―Me dirigí de nuevo a Oliver―. Bien, estoy lista.
En el exterior, el aire de finales de otoño era fresco mientras
caminábamos por High Street desde la parte alta de Oxford hacia el grupo
de residencias universitarias en las afueras del campus. En un sábado por la
noche, las aceras estaban abarrotadas de estudiantes que salían a divertirse.

Melanie Harlow
Parecía que éramos los únicos que caminaban en dirección contraria.
―Este campus es bonito ―dije.
―Sí.
―¿Te gustan tus clases?
Se encogió de hombros.
―Sí.
―Tu compañero de cuarto parece genial.
―Sí.
Era como tratar de hablar con una pared de ladrillos, pero estaba bien:
no había venido hasta aquí para tener una conversación intelectual brillante.
Bueno, técnicamente, Blair y yo habíamos venido hasta aquí para visitar a su
hermana, pero yo también tenía una misión personal.
―¿Alguna vez volviste con esa chica? ―Pregunté, metiendo las manos
dentro de mi jersey.
―¿Qué chica?
―La chica que te dejó justo antes del baile. La que hacía buenas
mamadas. ―Sólo habían pasado cinco meses desde aquella noche, pero
parecía que había pasado una eternidad. Irme a la universidad había hecho
que mi vida anterior pareciera que la había vivido otra persona.
Oliver se rió.
―Oh, sí. Caitlyn.
―Sí. Caitlyn.
―No, no hemos vuelto a estar juntos.
Bien. Una novia habría sido una complicación.
―¿Cómo está tu familia? ―Pregunté.
―Están bien. Hughie entró en el programa de MBA de Harvard, así que
mis padres están jodidamente enloquecidos.
―Harvard, wow.
Oliver refunfuñó algo que no escuché.
―¿Y cómo está tu hermana, Charlotte?
―Bien. Vino con mis padres de visita el mes pasado.
Ya había agotado todos los temas de conversación cuando subimos
las escaleras hacia el tercer piso del dormitorio de Oliver. Mientras
caminábamos por el pasillo, que -como sugería- olía bastante mal, como un
vestuario y ropa vieja y sudada, me hizo una pregunta.
―¿Te gusta Purdue?

Melanie Harlow
―Sí, es bastante genial. Terminé con un gran compañero de cuarto, así
que eso ayuda.
―Esto es. ―Se detuvo ante una puerta de madera con una pizarra de
borrado en seco, en la que estaba escrito CÓMETE MIS BOLAS. Desbloqueó la
puerta y la abrió de un empujón, haciéndome un gesto para que entrara
primero.
Era un dormitorio típico: dos camas individuales y dos escritorios con
lámparas utilitarias pegadas a las paredes. Una de las lámparas estaba
encendida. La ventana estaba de frente, con la persiana bajada, y había un
armario a cada lado de la puerta. No había alfombra en el suelo de madera.
Un edredón azul marino y otro de rayas azules y blancas. Ninguna de las dos
camas estaba hecha, y había gorras de béisbol, zapatillas de deporte y
sudaderas tiradas por ahí. Era un marcado contraste con mi dormitorio: Blair
y yo teníamos juegos de edredones de cachemira a juego para nuestras camas
gemelas, una alfombra a juego y cojines decorativos, gracias a un viaje de
compras a Target que habíamos organizado de antemano. Lo mantuvimos
bastante ordenado.
―Es bonito ―mentí, oliendo tímidamente―. Y no huele demasiado mal.
―En realidad, olía bastante bien, como la colonia que Oliver había llevado la
noche del baile. La noche en que nos besamos en la tumbona. No lo había
olvidado. De hecho, había pensado bastante en ello desde entonces. Era una
de las razones por las que estaba aquí.
Cruzando los brazos sobre el pecho, me adentré en la habitación.
Escuché a Oliver suspirar y la puerta se cerró tras de mí.
―¿Cuál es la tuya? ―Pregunté, echando un vistazo a las camas antes
de volver a mirarle.
―Esa. ―Señaló el edredón a rayas y me senté a los pies de su cama.
Fue entonces cuando me fijé en las sábanas de velero con monograma.
Por supuesto.
Reboté en su colchón unas cuantas veces, tratando de reunir el valor
para decir lo que había venido a decir.
―Entonces, ¿qué quieres hacer? ―preguntó, metiendo las manos en los
bolsillos de sus vaqueros―. Tengo un poco de hambre. Podríamos ir...
―Quiero tener sexo ―anuncié, mirándolo a los ojos.
Se quedó boquiabierto.
―¿Qué?
―Quiero tener sexo.
―¿Conmigo?
―Sí, contigo. ¿Por qué si no iba a estar aquí?
―No tengo ni puta idea. ―Sacudió la cabeza―. Desde que me mandaste

Melanie Harlow
un mensaje diciendo que ibas a venir aquí y que querías salir, pensé que era
raro.
―¿Qué tiene de raro? Somos amigos, ¿no?
―Sí, pero... ―Le costó encontrar las palabras―. No sabía que esto
era lo que querías decir. No he sabido nada de ti desde el baile de
graduación.
―Lo sé. ―Bajé un poco la cabeza y lo miré a través de las pestañas―.
¿Sigues enfadado por lo de aquella noche?
―Más o menos. ―Cruzó sus musculosos brazos sobre el pecho. Había
engordado un poco desde que llegó a la universidad―. Me provocaste para que
me metiera contigo y luego te fuiste.
―No te he puesto un cebo. Te reté. ―Me apoyé en las manos y balanceé
los pies―. No es mi culpa que no hayas podido resistirte.
Un ceño fruncido apareció en su rostro.
―Bueno, no voy a tener sexo contigo.
―¿Por qué no?
―Porque es una trampa. Me desafiarás a quitarme los pantalones o
alguna mierda, y me pondré nervioso, y entonces decidirás en el último
segundo que no quieres realmente follar conmigo, que sólo estás enfadada con
tu padre o algo así, y...
―Oliver, esto no es lo que es.
Me miró con recelo y dio un paso atrás, dejándose caer en la cama de
su compañero de habitación, justo enfrente de mí.
―¿Entonces qué es?
Tomé aire y me lancé al discurso que había preparado.
―Postergué el sexo cuando todas mis amigas lo hacían en el instituto
porque quería que fuera correcto y significativo, con el chico perfecto. Pero
ahora creo que eso es una estupidez.
―Entonces también era una estupidez.
Lo ignoré y continué.
―Cuanto más lo pospongo, más se acumula en mi mente. Quiero
quitarme de encima la primera vez para que no me parezca tan grave.
―¿Estás borracha? ―me preguntó, entrecerrando los ojos.
―¡No! No he tomado ni una gota de alcohol esta noche. ―Me levanté y
empecé a pasearme de un lado a otro entre las dos camas―. Mira, todas mis
amigas están siendo presionadas para tener sexo con estos completos
imbéciles que no las respetan y las tratan como una mierda. Quiero que mi
primera vez sea en mis términos con alguien que conozca y confíe.

Melanie Harlow
―¿Confías en mí? ―Parecía sorprendido.
―Hasta cierto punto ―dije con cuidado―. Es decir, nunca saldría
contigo, pero para mis propósitos actuales, me servirás.
―¿Servir? ―Se levantó e hinchó el pecho―. Que sepas que hay muchas
chicas que se mueren por acostarse conmigo. No necesito ser tu polvo de
confianza sólo para acostarme.
―Lo sé ―le dije―. Y me imagino que tu experiencia será muy útil. Esa
es otra razón por la que te elegí.
Omitía la tercera razón, porque no quería decirla en voz alta: que
nuestro beso de la noche del baile seguía teniendo el poder de excitarme cada
vez que pensaba en su cuerpo bajo el mío y en la forma sensual en que
besaba. Me sentía atraída por Oliver sin estar enamorada de él, lo que le
convertía en el candidato perfecto para ayudarme a cumplir mi objetivo.
No dejaba de mirarme, como si no estuviera seguro de si esto era una
broma o un sueño.
―¿Por qué nunca saldrías conmigo?
―Porque te conozco desde hace demasiado tiempo y te conozco
demasiado bien. Tu prioridad es pasar un buen rato. Nunca me serías fiel.
Además eres inmaduro, engreído, malcriado...
―De acuerdo, de acuerdo. ―Levantó una mano y frunció el ceño―.
Entiendo el punto.
―¿Entonces lo harás?
―¿Cómo es que siento que debo sermonearte sobre tener más respeto
por tu cuerpo? ―preguntó, sacudiendo la cabeza―. ¿Qué carajo me pasa
ahora mismo?
―Tengo respeto por mi cuerpo. ―Como sentí que podría no estar de
acuerdo con mi plan, decidí pasar al siguiente nivel.
Primer paso: agarré la parte inferior de mi jersey y me lo pasé por la
cabeza, dejándolo caer al suelo.
Su nuez de Adán se movía mientras sus ojos recorrían mi pecho.
Debajo del jersey, llevaba una camiseta negra muy ajustada con cuello
redondo y un sujetador pushup. La mirada que puso fue exactamente la que
yo esperaba. Los chicos son tan predecibles.
Paso dos: me quité la camiseta de tirantes y la dejé caer de mis
dedos.
―Vamos. Di que sí. ¿No quieres?
―Sí, quiero ―contestó, con la voz cruda, su mirada en la parte superior
redondeada de mis pechos por encima de la parte superior de ese ridículo
sujetador. Cuando me lo quitara, probablemente se sentiría engañado.
―Bien. ―Es hora del tercer paso. Llevé la mano a mi espalda y

Melanie Harlow
desabroché el sujetador. Pero antes de que se deslizara de mis hombros, cerró
los ojos de golpe.
―Jesús, Chloe. ¿Qué carajo me estás haciendo? Estoy todo. . . ―Tragó
con fuerza y se retorció antes de abrir un ojo y ajustar la entrepierna de sus
vaqueros―. Confundido.
―¿Por qué?
Me miró seriamente.
―Porque el sexo sin ataduras con una chica sexy es el sueño de
cualquier hombre, y estoy aquí sentado tratando de convencerme de no
hacerlo. Me siento como si estuviera en la maldita Dimensión Desconocida.
―Mira, Oliver. Quiero esto. Lo he pensado bien. Quiero perder mi
virginidad, y quiero que sea contigo. ―Empecé a enganchar mi sujetador de
nuevo―. Pero si no estás dispuesto y no puedes, tendré que buscar...
―Espera, espera, espera sólo un maldito minuto ―dijo, sacando el
pecho de nuevo, con las manos en las caderas―. Nunca dije que no estuviera
dispuesto. Y definitivamente soy jodidamente capaz.
Lo miré.
―Entonces te reto a que lo demuestres.
―Estás adentro. ―Alcanzó el sujetador, pero lo mantuve en su sitio.
―Sólo hay algunas cosas que tenemos que acordar primero.
Se quejó.
―Lo sabía. ¿Qué?
―Número uno: usamos protección.
―Duh. Siguiente.
―Este es nuestro secreto. Nunca le decimos a nadie que ha pasado.
―Bien. Siguiente.
―Esto es algo único. Nada cambia entre nosotros. Así que nada de
mensajes o llamadas extrañas ni de tratarnos de forma diferente. No nos
gustamos después.
―Ahora mismo no me gustas nada.
Sonreí y dejé caer el sujetador.
―Perfecto.
Sus manos estaban en mis pechos antes de que pudiera respirar, y me
empujó de nuevo a su cama tan rápido que sentí que me había dejado sin
aliento.
De alguna manera, no estoy segura de cómo, ya que nunca parecía
quitar sus manos de mi cuerpo -se quitó el jersey azul marino y lo que llevaba

Melanie Harlow
debajo y se estiró sobre mí con el pecho desnudo sobre el mío. Sentí una
especie de calor y pesadez agradable, pero luego la sensación desapareció y
fue sustituida por otra diferente cuando su boca recorrió mi garganta y mi
pecho y pasó por cada uno de los pechos. Mis pezones se pusieron rígidos y
hormiguearon, enviando pequeños rayos de excitación a lo más profundo de
mi vientre. Oliver no era el primer tipo que llegaba tan lejos conmigo, pero
sin duda era el más hábil. Hizo cosas con sus labios y su lengua que me
hicieron jadear y levantarme de la cama. Mis manos se movieron por voluntad
propia y se enredaron en su pelo oscuro. Mis dedos se cerraron en puños.
Esperaba que fuera directamente al grano, así que me sorprendió que
pareciera querer tomarse su tiempo. Mientras su boca se movía de un pecho
al otro y viceversa, como si no pudiera decidir cuál era su favorito y tuviera
que seguir probando los dos, una de sus manos se deslizó entre mis muslos y
me frotó lenta pero firmemente por fuera de mis vaqueros. Esto tampoco era
algo nuevo para mí, pero lo sentí así, porque nunca nadie me había tocado ahí
mientras me besaba de esa manera. El efecto era vertiginoso y hacía que mi
cuerpo se sintiera suelto y líquido. Cuando me desabrochó y bajó la
cremallera de los vaqueros, estaba preparada para ello. Quería más.
Su mano se deslizó dentro de mi ropa interior, pero no se apresuró a
meter su dedo dentro de mí, fue lento, frotando círculos sobre mi clítoris
antes de acariciarme suave y superficialmente, con su lengua aún burlándose
de mi pezón. Fue tan lento que empecé a impacientarme. Esto no debía ser
romántico.
―Oliver ―susurré, usando mi agarre en su pelo para levantar su
cabeza―. Quítame los vaqueros.
Sin mediar palabra, se dirigió a los pies de su cama y me quitó los
zapatos y los calcetines, los vaqueros y la ropa interior. Antes de que pudiera
sentirme rara por estar completamente desnuda delante de él por primera vez,
se deshizo del resto de la ropa y se tumbó a mi lado.
Esta vez me besó de verdad, y me di cuenta de por qué aquel beso de la
noche del baile se me había quedado grabado. Oliver era un gran besador.
Tenía una boca generosa con unos labios carnosos y exuberantes que
dominaban un beso como un general dominaba a sus hombres. Se apoyó en
un brazo y buscó entre mis piernas con la otra mano. Esta vez hice lo mismo,
un poco indecisa al principio, pero descubrir lo duro que estaba y oír el
gemido de su garganta cuando lo rodeé con la mano, reforzó mi confianza.
Deslizó un dedo dentro de mí mientras su lengua acariciaba la mía.
Luego dos. Moví mi puño hacia arriba y hacia abajo por la longitud caliente y
rígida de su polla, y pronto empezó a empujar al ritmo que yo marcaba. Su
respiración era cada vez más rápida. Sacando sus dedos de mi cuerpo, frotó la
sedosa humedad sobre mi clítoris con las yemas de los dedos. Quería
moverme contra su mano, pero estaba demasiado cohibida. Se suponía que
esto no tenía que ver con el placer. No necesitaba seducción.
Se volvió resbaladizo dentro de mi palma.

Melanie Harlow
―Tienes algo? ―Susurré, con el corazón bombeando con fuerza.
―Sí. ―Subiendo por encima de mí, se levantó de la cama, se acercó a
su cómoda y abrió el cajón superior.
No podía apartar los ojos de él; nunca había visto a un tipo
completamente desnudo caminando por ahí. El cuerpo de Oliver era delgado y
tenso, con crestas en el abdomen, hombros musculosos y piernas peludas. Su
erección sobresalía de su cuerpo, apuntando en diagonal hacia el techo.
Estuve a punto de reírme por puro nerviosismo, pero al segundo siguiente
abrió el envoltorio del preservativo y empezó a pasarlo por su polla, y algo en
verlo hacer me robó el aliento.
Entonces volvió.
―¿Aún estás segura de que quieres hacer esto? ―preguntó, estirándose
sobre mí.
Abrí más las piernas para que pudiera meterse entre mis muslos.
―Sí.
―Porque ahora es el momento si...
―Sabes, Oliver, realmente no me imaginé toda esta reacción. Pensé que
lo harías sin hablar.
―¿No se me permite hablar?
―No. Sólo necesito una polla sin complicaciones para esto.
―Jesús. ―Metió la mano entre nosotros y apuntó la punta de su
erección entre mis piernas, como si estuviera a punto de lanzar un cohete a
través de un aro―. Esto tiene que ser la cosa más extraña que he hecho.
―Sólo hazlo ―dije sin aliento―. Blair se preocupará si no vuelvo
pronto al bar.
Lo hizo. No tardó mucho, tengo que decir.
No es que no lo disfrutara un poco. La verdad era que se sentía bien
estar piel con piel con Oliver. Su cuerpo era cálido y fuerte, y olía salado y
masculino. Ni siquiera me dolió tanto como había pensado.
Pero me bloqueé desafiantemente de cualquier revoloteo de placer
dentro de mí. No quería disfrutar demasiado. El objetivo de tener sexo con
Oliver no era satisfacer mi propio deseo. Era para satisfacer mi curiosidad.
Tachar la virginidad de mi lista.
Así que no me moví como me pedía el cuerpo, me mordí la lengua en
lugar de hacerme eco de los sonidos calientes y abandonados que emitía
Oliver, giré la cabeza hacia un lado cuando sus labios se acercaron a los míos
y me dijeron que iba a correrse. Durante los siguientes segundos, su cuerpo
se quedó quieto y sentí un débil latido en mi interior en el que me negué a
concentrarme.
Entonces estaba hecho. Exactamente como lo había planeado.

Melanie Harlow
Excepto que... algo no estaba bien. Después nos quedamos tumbados,
con el pecho de Oliver sobre el mío, su respiración fuerte y rápida, sus labios
rozando mi sien. Luego bajó la cabeza, enterrando su cara en mi cuello. Me
besó la garganta. Tragué con fuerza. No me sentía tan aislada de la
experiencia como esperaba. Había imaginado que esto sería más bien una
transacción comercial, pero se me hacía un nudo en el estómago. Me debatía
entre querer decirle a Oliver que mis reglas eran estúpidas y que si quería
llamarme, podía hacerlo, y seguir con el plan original.
―Chloe ―dijo en voz baja―. Tal vez podríamos...
―No puedo respirar ―dije, empujando su pecho―. ¿Puedo levantarme?
―Oh... claro. ―Se bajó de mí y yo me escurrí rápidamente de la cama.
Oliver y yo nos vestimos en silencio, aunque sentí que me miraba como
si hubiera algo que quisiera decir. No sabía qué esperar.
En el camino de vuelta al bar, hacía más frío que en el camino a la
residencia.
―¿Quieres mi chaqueta? ―me preguntó.
―No. Estoy bien. ―No estaba bien, me estaba congelando, pero nunca
me habría puesto la chaqueta de Oliver antes de tener sexo, así que no me la
pondría después. No quería que pensara que esperaba algo más de lo que
había pedido. En su lugar, metí las manos dentro de las mangas de mi jersey.
Se metió las manos en los bolsillos. Pasaron unos minutos antes de que
volviera a hablar.
―Entonces, ¿fue lo que pensabas?
―Supongo.
―¿Y tú estás... bien?
―Estoy bien.
Caminamos en silencio durante un rato. Mi mente daba vueltas a todo
tipo de pensamientos, pero no estaba de humor para hablar. A decir verdad,
tenía un poco de miedo de decir algo que no debía. Algo de lo que me
arrepentiría. Tenía un extraño nudo en el estómago, como si no quisiera
despedirme. Como si lo extrañara. Como si estuviéramos más cerca de lo que
habíamos estado antes.
Tenía que ceñirme a las reglas, o me arriesgaba a terminar con
sentimientos por Oliver que no quería. Sabía cómo trataba a las chicas con las
que salía, y yo nunca sería una de ellas. Él no las respetaba. Ciertamente no
las amaba. Sólo le importaba pasar un buen rato en el momento y seguir
adelante.
Nunca quise ser la chica que dejó atrás.

Melanie Harlow
Siete
Chloe
Ahora
Oliver me encontró en la terraza unos veinte minutos después de que
saliera furiosa del salón, tumbada en una de las tumbonas y con el ceño
fruncido mirando las estrellas.
―¿Es una fiesta privada? ―preguntó, dejándose caer en el sillón junto
al mío.
―Sí.
―Bueno, me estoy estrellando. ―Se estiró de espaldas, cruzando los
brazos sobre el pecho―. Hermoso aquí afuera. Está tan tranquilo.
―Lo estaba.
―Vamos, Chloe. ¿No podemos encontrar una manera de trabajar
juntos? ¿Dejar lo pasado en el pasado y todo eso?
―No estoy segura.
Se rascó la cabeza y volvió a cruzar los brazos.
―Mira. No puedo cambiar el pasado, pero puedo intentar compensarte.
Dejemos de lado nuestras diferencias y trabajemos juntos. Déjame ayudarte a
realizar tu sueño. Sé que sería más satisfactorio mandarme a la mierda y
hacerlo por tu cuenta, pero no seas terca, ¿de acuerdo? Sé inteligente.
Lo miré con incredulidad.
―Estoy siendo inteligente, Oliver. Mi cabeza me dice que no para
olvidar todas las estupideces que me has engañado en el pasado. Mi instinto
me dice que no se puede confiar en ti. Mi corazón dice...
―¿Qué? ―interrumpió, inclinándose hacia mí. Me puso una mano en el
brazo―. ¿Qué dice tu corazón? Sé sincera.
Aparté mi brazo de su alcance y lo miré fijamente en la oscuridad.
―Mi corazón está indeciso.
―Entonces déjame convencerte. ―La voz de Oliver se suavizó―. Dame
la oportunidad de demostrarte por qué asociarnos es la forma más inteligente,
fácil y rápida de que ambos consigamos lo que queremos.
―¿Y cómo va a funcionar eso? ―Pregunté―. ¿Voy a ir a Detroit a trabajar

Melanie Harlow
en tus destilerías y tú mandas?
―En absoluto. ―Hizo una pausa―. Haz un viaje conmigo.
―¿Qué? ―Grazné―. ¿Estás loco?
―Tal vez. ―Se rió―. Pero haz un viaje conmigo. Hay algo que realmente
quiero que veas, y una historia que necesito contarte.
―¿Cuál es la historia?
―Primero di que lo harás.
―¿A dónde es el viaje?
―No está lejos.
―No me estás dando mucho para seguir.
―Lo sé, pero te prometo que al final tendrá sentido si dices que sí al
principio. Por favor, Chloe. ―Se acercó y me tocó de nuevo, esta vez la pierna,
la parte superior del muslo―. Quiero que hagamos esto juntos.
―Tuviste tu oportunidad. La desperdiciaste.
―¿No crees en las segundas oportunidades?
Parecía sincero, y dejé que dejara su mano en mi pierna, pero algo me
preocupaba.
―¿Por qué ahora? ¿Por qué, de repente, quieres hacer esto conmigo?
―Porque eres genial en lo que haces. Sé lo que has logrado aquí en
cuanto a las campañas de marketing para Cloverleigh, desde los vinos hasta
la posada y el negocio de las bodas. Eres ambiciosa y creativa y aguda, y sé
que eres muy trabajadora. Y para ser justos, no es realmente de repente.
Habría tendido la mano antes, pero me pareció más prudente dejar pasar un
tiempo, dadas las... circunstancias.
El halago no pasó desapercibido para mí, pero me quedé en silencio por
el momento, tratando de hacer lo que dijo Ken y dejar que las cosas se
asimilaran antes de dar mi respuesta. Mientras yo rumiaba, Oliver continuó.
―Sé que manejé mal las cosas en Chicago ―dijo en voz baja. Quitó su
mano de mi pierna y enlazó sus dedos entre sus rodillas―. No debería
haberme ido así.
―No te preocupes por eso ―dije con rigidez―. Ya no me importa.
Era una mentira.
―No tengo más excusa que...
―No necesito escuchar tu excusa. ―Eso era seguro. Lo último que
quería era oírle confirmar en voz alta lo que había sabido todos estos años:
que me había estado mintiendo todo ese fin de semana. Que yo nunca había
sido más que un juego para él―. Toda la experiencia me enseñó algunas
buenas lecciones sobre la confianza. Y tienes razón en una cosa: sería más

Melanie Harlow
satisfactorio mandarte a la mierda y hacer realidad este sueño por mi cuenta,
pero si hago eso, tardaré mucho más.
―¿Significa eso que lo harás?
―Significa que lo consideraré. ―Me senté y puse los pies en el suelo
para que estuviéramos frente a frente―. Tienes una semana para
convencerme. Iré a cualquier viaje que tengas planeado. Escucharé tu
historia. Te daré la oportunidad de venderme esta asociación y por qué vale la
pena mi tiempo y mi esfuerzo.
―Eso es todo lo que pido.
―Si consigues convencerme, me apunto. Si no, no hay trato.
―Me parece bien. ―Extendió la mano.
Dudé, pero finalmente extendí también la mía y él la encerró en la suya.
Su abrazo era cálido y fuerte, y el apretón de manos era sólido. Sin embargo,
no todo eran negocios: un escalofrío me recorrió la nuca al sentir su contacto.
Maldito sea.
―Gracias ―dijo―. No te arrepentirás.
No estaba tan segura de ello, pero le solté la palma de la mano y me
volví a reclinar en la silla. Él hizo lo mismo y, durante unos minutos, nos
quedamos tumbados uno al lado del otro, escuchando el parloteo de los
katídidos y mirando al cielo.
―Esto me recuerda a la noche del baile. ¿Te acuerdas? ―me preguntó.
Por supuesto que me acuerdo.
―Sí.
―Nunca entendí por qué, de la nada, querías que te besara.
Sonreí en secreto.
―Bien. Espero que te haya torturado durante años.
―Dime en qué estabas pensando.
En realidad, había querido que me besara porque se veía tan guapo y
melancólico acostado a mi lado. Y me lo había pasado muy bien con él esa
noche. Pero no se merecía esa respuesta.
―Estaba aburrido. Te veías solo.
―¿Aburrido? ¿Solo?
Parecía tan indignado que me reí.
―Supongo que había una buena dosis de curiosidad. Siempre estabas
presumiendo de que las chicas estaban encima de ti. Supongo que quería
saber a qué venía tanto alboroto.
―Ya veo. ¿Y ese beso satisfizo tu curiosidad de saber por qué era tan
semental?

Melanie Harlow
―La verdad es que sí. ―Lo miré de nuevo―. Me pareció que besabas
muy bien.
―Y sin embargo te alejaste.
Me sentí orgullosa de mi yo adolescente.
―Sí. Porque no quería que fuera más allá y no confiaba en que no me
presionaras.
―Vete a la mierda, nunca te habría presionado así.
―Tal vez no ―permití―. Pero no me estaba arriesgando.
―Bueno, debes haberlo disfrutado, ya que no tardaste en venir a mi
dormitorio en busca de más. ―Sonaba presumido.
―Eso no era realmente sobre ti. Se trataba de mí.
Ahora le tocó a él reírse.
―Mentirosa. Me querías. Lo admitiste años después. ―Me miró―. ¿Te
acuerdas? En la fiesta de graduación de Hughie.
―Sí. Recuerdo esa noche. Gracias por recordarme otra ocasión en la
que me demostraste por qué no se puede confiar en ti. ―Giré mis pies hacia el
suelo―. Y con eso, te doy las buenas noches.
―Chloe, vamos. Sólo estaba...
―Buenas noches, Oliver. ―Antes de que pudiera decir otra palabra, me
puse de pie y me dirigí a la puerta corrediza de la cocina.
A partir de ahí, tanteé la casa oscura, encontré mi bolso y mis llaves
en una mesa del vestíbulo y me escabullí por la puerta principal.
Durante los veinte minutos que duró el viaje de vuelta a casa, sentí
tanto calor que tuve que bajar la ventanilla y dejar que el viento fresco me
pasara por el pelo.
Por un minuto, dejé que mi mente vagara hacia atrás. A la noche del
baile. A su dormitorio. A la fiesta de graduación de Hughie. A ese increíble fin
de semana que pasamos juntos encerrados en una habitación de hotel de
Chicago hace siete años.
Habíamos tenido nuestros altibajos, pero nuestra química era
innegable. Sabíamos exactamente cómo encender el fuego del otro en todos
los sentidos, buenos y malos. Pero ese fin de semana, ese fin de semana, me
hizo creer que éramos almas gemelas. Honestamente pensé que pasaríamos el
resto de nuestras vidas juntos. Pensé que me había equivocado con él.
Qué estúpida.
Esos recuerdos habían estado enterrados en lo más profundo de mi ser
durante años. Pero quizás sería bueno que los desenterrara y dejara que me
hicieran compañía durante la próxima semana. Oliver tenía una manera de
meterse en mi piel.

Melanie Harlow
No podía dejarlo.
***
―¿Estás seguro de que estarás bien sin mí durante un tiempo? ―le
pregunté a Henry DeSantis a la mañana siguiente en el trabajo―. Mi madre y
April pueden cubrir los asuntos relacionados con la posada, pero es una
época de mucho trabajo para la bodega. ―Me sentí muy mal por haberme
ausentado durante nuestra temporada alta.
Me miró desde detrás de su ordenador.
―Estaré bien. ―Henry rara vez estaba en su escritorio durante el día de
trabajo; normalmente estaba en el viñedo, sirviendo vino en la sala de
degustación, dando visitas a la bodega a escritores o compradores o
sumilleres, manteniendo sus líneas de embotellado, supervisando el proceso
de fermentación, o asistiendo a reuniones de marketing conmigo, Mack, mi
padre y otros miembros de la familia. Pero esta mañana lo sorprendí
revisando su correo electrónico antes de salir―. Renee va a venir esta semana
―añadió.
―¿Ah, sí? Qué bien. ―Renee era la esposa de Henry. No la conocía
demasiado bien, pero era una diseñadora gráfica de gran talento y había
hecho algunos trabajos para nosotros en el pasado―. En este momento,
probablemente sólo estaré fuera una semana ―le dije― pero las cosas están
un poco en el aire para mí en este momento.
―Eso es lo que tu padre dijo ayer por teléfono. Parece que lo de la
destilería podría ocurrir, ¿no? ¿Tu amigo quiere asociarse e invertir?
Hice una mueca.
―Tal vez. Ya veremos. Primero tengo que sobrevivir una semana con él
para saber si puedo aceptarlo como compañero.
Henry se rió.
―¿No te llevas bien con él?
―Es complicado. Voy a intentarlo.
―Buena suerte.
―Gracias ―dije, saliendo de su oficina al pasillo―. La necesitaré. ―A
continuación, metí la cabeza en el despacho de mi padre―. ¿Tienes un
segundo?
―Para una de mis chicas, siempre. ―Sonrió―. ¿Así que tú y Oliver
van a salir hoy, he oído?
―Sí, aunque no tengo ni idea de dónde. Le he dicho que tiene una
semana para venderme esta idea de asociación.
―Eso es lo que me dijo esta mañana en el desayuno. ―Asintió con la
cabeza―. Creo que es inteligente. Escúchalo, obtén todos los hechos y cifras.
No ha hablado mucho de eso conmigo.

Melanie Harlow
―Lo haré. Tengo muchas preguntas que hacer. ―De hecho, había
empezado una lista anoche―. Quiero saber exactamente cómo ve que esto
funcione con nosotros como copropietarios de la empresa. No quiero ser sólo
su socia silenciosa. Quiero tener voz y voto.
―Bien por ti, cariño. Sólo recuerda que él tiene más experiencia que tú.
Mis manos se cerraron en puños.
―Sí, lo sé, papá. No estoy segura de si vamos a Detroit o qué, pero me
mantendré en contacto contigo.
―Suena bien. Diviértete.
Después de eso, me dirigí a la recepción de la posada, donde mi madre
estaba de guardia.
―Ahí estás ―me dijo alegremente―. Oliver te estaba buscando.
―¡Apenas son las ocho de la mañana!
―Creo que hoy quería empezar temprano. ―Sonrió con aprobación―.
Siempre ha sido muy ambicioso.
Me moría de ganas de poner los ojos en blanco, pero conseguí
contenerme. No quería que nadie me acusara de ir con mala actitud.
―Acabo de hablar con Henry y dice que estará bien sin mí esta semana.
Al parecer, Renee va a venir a ayudar.
La sonrisa de mi madre desapareció, y unas líneas de expresión
arrugaron su frente.
―¿Lo hará? La pobre.
―¿Qué pasa?
Suspiró.
―No puedes decir nada de esto, pero me la encontré la semana pasada
en la ciudad, y cuando le pregunté cómo estaba, se echó a llorar. Resulta que
han estado luchando con los tratamientos de fertilidad. Me confió que su
última ronda de FIV fracasó.
―Oh. Eso es muy malo.
―Estaba muy alterada. Me recordó a cuando Sylvia intentaba
quedarse embarazada.
Mis ojos se abrieron de par en par.
―¿En serio? No sabía que Sylvia se había sometido a la FIV.
―Ella no hablaba mucho de ello. Ya sabes lo reservada que es.
―Suspiró―. Pero fue muy duro para ella. De todos modos, eso te demuestra
que no deberías esperar eternamente para empezar a intentar tener hijos ―me
regañó mi madre―. Nunca se sabe qué tipo de problemas podrías...
―Adiós, mamá. ―La dejé a mitad de la frase, sin querer escuchar otro

Melanie Harlow
sermón sobre posponer el matrimonio y la familia. No tenía ni idea de si eso
estaba en mis planes y no sentía ningún deseo ardiente de hacerlo realidad.
Estaba muy ocupada con mis objetivos profesionales.
Gracias a Dios, Frannie acababa de comprometerse con Mack, nuestra
madre podía regañarla sobre los niños ahora.
Desde el vestíbulo de la posada, que empezaba a llenarse de huéspedes
que bajaban de sus habitaciones para desayunar, me dirigí al ala de mis
padres, que era la casa de campo original, aunque había sido ampliada y
remodelada muchas veces en los últimos 100 años.
Entré por la puerta lateral, que conducía directamente a la cocina,
donde encontré a Oliver apoyado en la encimera, bebiendo una taza de café y
mirando su teléfono. Estaba duchado y vestido, y su pelo aún estaba un poco
húmedo, por lo que parecía más oscuro de lo que realmente era. Sus
pantalones cortos me hicieron reír: eran rojos.
―Buenos días ―dijo, levantando la vista de la pantalla―. ¿Qué es tan
gracioso?
―Tus pantalones cortos. Me recuerdan al baile de graduación.
Sonrió.
―Oh, claro. Me había olvidado de eso. Qué montón de idiotas éramos.
―Por fin, algo en lo que podemos estar de acuerdo. ―Metí una cápsula
en el Keurig y tomé una taza de café―. Entonces, ¿cuál es la primicia de hoy?
―He pensado en dar un paseo en coche, para enseñarte el lugar que
quiero que veas.
―¿Cuánto dura el viaje? ―Pregunté, viendo cómo se llenaba mi taza.
―No es mucho tiempo. Pero estaba pensando que podríamos pasar la
noche allí.
Suspicaz, lo miré por encima de un hombro.
―¿Pasar allí la noche?
―Claro. ―Bebió su café, cruzando los pies por los tobillos.
―¿Como en un hotel o algo así?
Dudó.
―O algo así.
Suspirando, saqué mi taza de la máquina y me giré para mirarlo.
―No voy a compartir una habitación contigo, Oliver.
―De acuerdo.
―Esto no es una especie de reunión para nosotros.
―Lo entiendo.

Melanie Harlow
―Y si no quiero quedarme donde sea que me lleves, no me quedo.
―Me parece justo.
Tomé un pequeño sorbo del café caliente y lo miré. Estaba siendo muy
agradable, para él. Parecía apuesto y relajado, como si no tuviera ninguna
preocupación en el mundo. Su suave camisa de chambray azul -metida por
dentro, con las mangas remangadas- no tenía ni una sola arruga, y el corte
ceñido mostraba su complexión atlética. Esbelto y musculoso, pero no
fornido. Por un breve momento, me lo imaginé desnudo y se me apretó el
estómago. Me quité la imagen de la cabeza.
―¿Qué debo empacar? ―Pregunté.
―Nada demasiado elegante. La ropa cómoda está bien. Querrás un
traje de baño. Zapatillas. Vaqueros y una sudadera por si refresca.
―¿Un traje de baño? ―Ladeé la cabeza―. ¿A dónde diablos me llevas?
―Es un secreto ―bromeó, sus ojos se iluminaron―. Confía en mí.
―Lo dice el chico responsable de mi pierna rota.
Oliver parecía ofendido.
―Yo no te obligué a saltar del tejado. Aceptaste la apuesta. Y también
me rompí un hueso, ya sabes.
―¡Ni siquiera tenías lo que habías apostado!
―De acuerdo, no es uno de mis mejores momentos, estoy de acuerdo,
pero también tuvimos muchos buenos momentos. ¿Recuerdas cuando
teníamos doce años y espiamos a Hughie y Sylvia besándose en el porche?
Me reí.
―Oh, sí. Dios, estaban tan locos.
―¿Y qué hay de la vez que sacamos a pasear el Cadillac de mi padre?
―Definitivamente valió la pena el castigo ―dije, regocijada por el
recuerdo.
―Y mi mamá todavía no sabe cuál de nosotros derribó el jarrón de
porcelana jugando a la etiqueta de los Cazafantasmas en la casa.
Le di un sorbo a mi café.
―De nada.
Su sonrisa lenta y tortuosa me hizo retroceder años.
―Gracias. Ahora vete a casa y haz la maleta, luego mándame un
mensaje con tu dirección. Te recogeré a las diez.
―¿Nos vamos tan pronto?
―No hay tiempo que perder, hoyuelos.
―¿Tienes que llamarme así? ―pregunté. No es que me desagrade tanto

Melanie Harlow
el apodo, pero sugería cierta cercanía entre nosotros que no quería que él
asumiera.
―Sí ―respondió.
―¿Por qué?
―Porque me gusta cómo te molesta.
Lo fulminé con la mirada y salí de la cocina sin despedirme. De camino
a casa, llamé a April y la puse al corriente.
―¡Dios mío, me pregunto a dónde te lleva! ―chilló―. No tengo ni idea.
Dice que es un secreto.
―¿Un viaje secreto? Eso es muy divertido.
―Tal vez. Pero si no me pongo en contacto en dos días, comprueba el
maletero de su coche.
Se rió.
―Trato hecho.

Melanie Harlow
Ocho
Oliver
Ahora
Llamé a la puerta del apartamento de Chloe en Traverse City unos
minutos después de las 10 de la mañana.
―¡Ya voy! ―Su voz atravesó las pantallas de sus ventanas abiertas. Un
momento después, abrió la puerta―. Hola. Entra.
―Hola. ―Entré y ella cerró la puerta tras de mí. Su casa era larga y
estrecha, con un salón en la parte delantera y una cocina/comedor en la parte
trasera. Sus muebles eran neutros, con muy pocos adornos o toques
hogareños como almohadas o mantas, o incluso arte en las paredes. Pero los
suelos de madera eran bonitos y los armarios de la cocina eran blancos y
brillantes, y las encimeras de piedra parecían brillantes y despejadas.
―Sólo necesito unos minutos más ―dijo, subiendo una escalera
alfombrada a la izquierda―. Sabes, realmente ayudaría si supiera a dónde
voy. Sólo estaremos fuera una noche, ¿verdad?
Fuera de su vista, me estremecí.
―Sí, sobre eso...
Apareció de nuevo al pie de la escalera, con las manos en la cadera.
―¿Sobre qué?
Hice todo lo que pude para mantener la calma. Todo dependía de que
pudiera convencerla de que confiara en mí.
―Bueno, tenía un par de ideas diferentes. Una era que cuando
termináramos nuestro viaje de negocios, podríamos ir a la casa de mi familia
en Harbor Springs.
Me miró fijamente.
―¿Por qué?
―Por diversión, Chloe. ¿Cuándo fue la última vez que te tomaste unas
vacaciones?
―No estoy segura.
―¿Ves? Te toca un descanso. No está muy lejos, se supone que el
tiempo será magnífico toda la semana. Las familias de Hughie y Charlotte
también estarán allí, celebrando los 90 años de la abuela. Sé que a ella le

Melanie Harlow
encantaría que estuvieras allí también.
Para mi sorpresa, parecía estar considerándolo.
―Me gusta la casa de tu familia.
―Podemos nadar, sacar el barco, hacer esquí acuático, jugar al croquet,
algo de tenis, tomar copas en el porche…
―Suena tentador.
―¿No es así? Vamos, te lo mereces. Date unos días libres, ven a
saludar a mi familia, y volverás al trabajo renovada y descansada y lista para
empezar nuestra nueva aventura.
Me miró fijamente, arqueando una ceja.
―Todavía no he aceptado esa aventura.
―Lo harás.
Lanzando un suspiro, se dio la vuelta y volvió a subir las escaleras.
―Sube aquí. Necesito ayuda para empacar.
―Encantado. ―La miré subir, encontrando imposible mantener mis
ojos fuera de sus piernas en esos pequeños pantalones cortos que llevaba.
Sus miembros no eran largos ni mucho menos, pero eran fuertes y suaves y
los recordaba envueltos a mi alrededor como si fuera ayer―. Voy a recoger algo
de mi coche. Subiré en un segundo.
―De acuerdo. Vuelve a entrar.
Salí por la puerta delantera y abrí la parte trasera de mi todoterreno.
Tenía varias cosas allí: la pequeña bolsa de viaje que había utilizado en
Cloverleigh, una bolsa de lona más grande para unos días en Harbor Springs,
una gran mochila negra llena de todo lo que necesitaríamos para la excursión
nocturna que había planeado, y una mochila de carbón de tamaño medio q u e
había comprado para Chloe. Con una rápida oración para que aceptara la
excursión, tomé la mochila y me dirigí al interior. Al final de las escaleras de
su apartamento, había un baño y dos puertas en un largo pasillo. La más
cercana estaba abierta y mostraba lo que parecía ser un dormitorio de
invitados y un despacho. Había una cama doble, una mesita de noche con
una lámpara y un escritorio. Seguí bajando el pasillo hacia la segunda puerta,
que también estaba abierta.
Chloe me miró desde donde estaba mirando montones de ropa doblada
sobre su cama pulcramente hecha.
―Puedes entrar. Está bien.
Entré en la habitación y dejé la mochila sobre su cama. La miró con
extrañeza.
―¿Qué es eso?
―Es una mochila para ir de excursión.

Melanie Harlow
―Ya lo veo. ―Me miró a los ojos con recelo―. ¿Qué hace en mi cama?
―Bueno, necesitarás una para nuestra excursión nocturna, y no
estaba seguro de que tuvieras una, así que la he traido para ti ―dije,
dejándome caer en un sillón en una esquina de su habitación―. De nada.
Me miró fijamente durante unos segundos más.
―¿Una excursión nocturna?
―Te va a encantar.
―¿Una excursión nocturna... contigo?
Bloqueé mis dedos detrás de mi cabeza.
―Obviamente.
―¿Dónde vamos a dormir?
―En una tienda de campaña. Ya la tengo metida en la mochila, así que
no tienes que preocuparte por su peso ―dije, esperando parecer considerado y
generoso.
―¿Una tienda?
―Ya hay una colchoneta y un saco de dormir metidos en tu mochila;
espero que no te importe que los haya elegido para ti, pero son de primera
línea, por supuesto.
―Por supuesto.
―Y también tengo toda la comida y el agua que necesitaremos. Todo lo
que necesitas es algo de ropa y algunas otras cosas.
Durante un segundo, no dijo nada. Luego sacudió la cabeza.
―Eres increíble.
―No es nada, de verdad. Piensa en todo esto como un regalo de
cumpleaños anticipado. ―Sonreí con benevolencia.
Tomó un montón de ropa y la metió en un cajón de la cómoda.
―No te lo agradezco, Oliver. Porque no voy a ir a una excursión
nocturna contigo. Así que puedes llevarte los regalos a la tienda.
―¿Qué quieres decir con no ir?
―Ya me has oído. ―Tiró otro montón en un cajón.
―Tienes que ir ―argumenté―. Dijiste que tenía una semana para
convencerte. Prometiste escuchar. Dijiste que harías el viaje conmigo.
―¡No sabía que implicaba dormir a tu lado en una tienda de campaña!
―dijo acaloradamente, cerrando de golpe un cajón y abriendo otro―. Dios, no
puedo creer que no viera esto venir.
―Oye. Teníamos un trato. Te has puesto a temblar. ―Me levanté en
señal de protesta, como si fuera yo que había sido engañado―. ¿Vas a faltar a

Melanie Harlow
tu palabra?
De cara a mí, se puso las manos en las caderas.
―Hice ese trato bajo falsos pretextos. Deberías haberme dicho por
adelantado lo que implicaba esto. Ya era bastante malo cuando pensaba que
tendríamos habitaciones de hotel separadas, ¿pero una tienda de campaña?
―Bien. Tal vez debería haber sido más comunicativo con los detalles.
―Levanté las palmas de las manos―. Mea culpa. Pero, sinceramente, no pensé
que fuera a ser tan importante. Te gusta el senderismo. Te gusta acampar. No
quería que los dos tuviéramos que llevar una tienda de campaña; me parecía
un desperdicio de peso y espacio en tu mochila. Y el lugar al que vamos es tan
bonito que pensé que te gustaría pasar la noche allí.
―Esa no es la cuestión y lo sabes. Te dije esta mañana que no
compartiría habitación contigo y dijiste que sí. Mentiste.
―¡No, no lo hice! No es una habitación. Es una tienda de campaña
―dije, como si eso lo hiciera mejor, no peor.
Sacudió la cabeza.
―Eres despreciable.
―Prometo comportarme.
―¡Ja! ¿Cuándo has hecho eso?
―Hablo en serio, Chloe. ―Me acerqué a ella―. Juro solemnemente que
no te pondré un dedo encima, no diré ni haré nada sugerente, y me meteré en
mi saco de dormir y me quedaré en mi lado de la tienda. Puedes dormir con
una sartén en tu bolsa, y si me acerco a ti, puedes golpearme en la cabeza con
ella.
Una sonrisa hizo que sus labios se movieran.
―Vamos. Di que sí. Será divertido.
―¿Y si digo que sí ahora y cambio de opinión? ¿Es una opción o me
quedaré tirada en el desierto?
―No te quedarás tirada. Si no quieres pasar la noche, no tienen por qué
hacerlo. Subiremos al ferry y volveremos a casa.
―¿Ferry? ―Parecía curiosa―. ¿Es una isla?
Sonreí, sintiendo que la victoria se hinchaba en mi pecho.
―Llena tu mochila con ropa ligera que sirva para el calor y el frío. Las
capas son buenas. Sombrero y gafas de sol. Protector solar. Tengo repelente
de insectos, pastillas para purificar el agua y papel higiénico.
Arrugó la nariz.
―¿Tengo que compartir un rollo de papel higiénico contigo? Eso podría
ser peor que compartir una tienda de campaña.

Melanie Harlow
Me reí.
―Sobrevivirás. Empaca una bolsa diferente con tus cosas para la casa
de campo y la guardaremos en mi coche.
―Bien. ¿Necesitaré algo elegante?
―No.
―Pero a tu madre le gusta que la gente se vista para cenar.
Me encogí de hombros.
―Puedes ponerte lo que quieras.
―¿Seguro que está bien que me lleves a tu reunión familiar?
―Estoy seguro, pero si te hace sentir mejor, llamaré a mi madre ahora
mismo para que sepa que vas a venir.
―Por favor, hazlo. Gracias.
Me dirigí a la puerta.
―Sólo dame un grito cuando estés lista, y te ayudaré a llevar todo al
coche.
―De acuerdo.
Bajé las escaleras y saqué el teléfono del bolsillo. Pero después de
pensarlo un momento, salí afuera para hacer la llamada.

Melanie Harlow
Nueve
Chloe
Ahora
Increíble.
¿Cómo lo había hecho? En un momento estaba guardando mi ropa en
mi vestidor, y al siguiente estaba sacando las cosas de nuevo, metiéndolas en
una mochila para poder ir a una excursión nocturna con Oliver Ford
Pemberton.
¡Sólo nosotros dos!
¡Durmiendo en una tienda de campaña!
¡Solos!
¡Juntos!
Era igual que él. Sabía perfectamente lo que se traía entre manos la
noche anterior, y debería habérmelo contado todo. En lugar de eso, esperó a
que yo ya me hubiera sacudido en el trato y prometiera escucharlo, sabiendo
que yo no era alguien que faltara a mi palabra. Luego falseó la verdad sobre
pasar la noche juntos.
―Imbécil ―murmuré.
Después de todo lo que había hecho, ¿de dónde sacaba el valor? Lo
admiraría, si no estuviera tan irritada porque siempre parecía salirse con la
suya. Mientras metía cosas en el fondo de la mochila, empezando por los
pantalones de deporte y los calcetines de más, lo escuché salir por la puerta
principal. Un momento después lo escuché hablar a través de las ventanas
abiertas de mi habitación.
―Hola, mamá. ―Una pausa―. Estuvo bien, no hubo mucho tráfico.
Ropa interior. Sujetador deportivo. Camiseta suave para dormir.
―Todos están bien. La tía Daphne dijo que le encantaría venir para el
Cuarto, pero están demasiado ocupados en la posada. ―Silencio. Risas―. Lo
sé, lo he intentado. Pero Chloe y yo definitivamente vamos a ir.
Un par de chanclas. Traje de baño. Camiseta de tirantes. Sombrero.
―Sí, yo también. Pero recuerda que no puedes decir nada al respecto.
Todavía no.
¿Eh? ¿De qué estaba hablando? ¿De nuestra asociación?

Melanie Harlow
Me acerqué a la ventana y me asomé. Estaba de pie en mi paseo
delantero frente a un brillante todoterreno negro que supuse que era el suyo.
―Lo sé, mamá, pero lo preferimos así. Al menos por ahora. Me costó
mucho volver a tener su gracia. No quiero echarlo a perder.
¡No vuelves a tener mi gracia! Tenía ganas de gritar. ¡No después de que
me hayas engañado para hacer un viaje de una noche contigo!
Al alejarme de la ventana, me quité la camisa, cambié el sujetador
normal por la parte superior del bikini, la ropa interior y los pantalones
vaqueros por la parte inferior del bikini y unos pantalones cortos de
senderismo que eran ligeros y fáciles de mover.
―De acuerdo, gracias ―dijo Oliver―. Nos vemos mañana por la noche.
Yo también te quiero. Claro, hablaré con papá.
Me puse un top de yoga sin mangas, me até una camiseta de cuadros
alrededor de la cintura y cambié las sandalias por calcetines y botas de
montaña.
En el cuarto de baño, me recogí el pelo y me até un pañuelo alrededor
de la cabeza, anudándolo en la parte superior. En la mochila metí sólo lo
necesario: cepillo de dientes y pasta, toallitas faciales, crema solar, gotas para
los ojos y desinfectante para las manos. El resto del maquillaje y los artículos
de aseo personal estaban en mi pequeña maleta, junto con la ropa que querría
en Harbor Springs. Le tomé la palabra a Oliver y me decanté por la ropa
informal: pantalones cortos, camisetas, ropa de tenis, un abrigo, vaqueros y
una sudadera, pero, por si acaso, incluí un bonito vestido blanco y unas
sandalias de vestir.
Bajé mi mochila primero, dejándola en el suelo justo cuando Oliver
entró por la puerta.
―¿Seguro que no necesito empacar bocadillos ni nada? Tengo algunas
cosas que podrían ser útiles.
Se encogió de hombros.
―Lo que quieras.
De mi despensa saqué un poco de mezcla de frutos secos casera y la
vertí en una bolsa Ziploc, luego añadí unas barritas de proteínas y algo de
fruta seca.
―¿Hablaste con tu madre?
―Sí. Está más que emocionada. No puede esperar a verte.
―Yo también estoy emocionada por verla. ―Me agaché, metiendo el
Ziploc en mi mochila―. Ha pasado mucho tiempo. Quizá desde aquella fiesta
de Navidad en Cloverleigh a la que vino tu familia hace unos años.
―Oh, claro.
Levanté la vista y sonreí, sin poder resistirme a escarbar en él, aunque

Melanie Harlow
en ese momento no me había hecho ninguna gracia.
―Trajiste a tu prometida esa noche.
―¿Por qué no tomo tu otra bolsa? ―preguntó, desapareciendo por las
escaleras antes de que pudiera responder.
Está claro que su compromiso roto no era su tema favorito.
De la encimera de la cocina, tomé el teléfono, el cargador, la funda de
las gafas de sol y las llaves. Después de ponerme las gafas en la cabeza, metí
los demás objetos en un bolsillo exterior y me probé la mochila.
Oliver bajó cargando mi maleta.
―Se ve bien. ¿Cómo se siente?
―Bastante bien. Un poco pesada, pero me acostumbraré. ―Me dirigí a
la cocina, saqué una botella de agua de acero inoxidable de un armario y se la
entregué―. ¿Puedes meter esto en un bolsillo exterior?
Dejó mi maleta en el suelo y metió la botella en un bolsillo lateral.
―Encaja perfectamente.
Me di la vuelta para mirarle y extendí los brazos.
―¿Y bien? ¿Cómo me veo?
―Perfecta ―dijo con una sonrisa―. ¿Lista para ir?
―Lista para salir.
Tengo que admitir que me sentí emocionada y entusiasmada al meter
mi mochila en la parte trasera del todoterreno de Oliver y subirme al asiento
delantero. No sabía exactamente a dónde nos dirigíamos, pero era un
precioso día de verano, no estaba en el trabajo y me encantaban las
aventuras. A veces iba de excursión con April o con amigos, pero hacía mucho
tiempo que no hacía una excursión nocturna. Me sentía libre y espontánea y -
sí, lo confieso- incluso un poco agradecida a Oliver por obligarme a hacerlo.
No sería tan malo, ¿verdad? Seguía sabiendo cómo sacarme de quicio,
pero parecía más maduro. Más centrado en sus objetivos y no sólo en pasar
un buen rato. Tal vez tenía razón, y esta asociación iba a ser algo bueno para
ambos.
Si pudiera aprender a confiar en él.
Mientras conducíamos hacia el oeste por la autopista 72, con las
ventanillas bajadas, el brazo extendido y el aire caliente corriendo sobre mi
piel, incliné la cabeza hacia atrás y canté junto a Stevie Wonder en la radio
por satélite.
Oliver se rió.
―Había olvidado lo terrible que es tu voz para cantar.
Me acerqué y le toqué el hombro.

Melanie Harlow
―Según recuerdo, la tuya no es mejor.
―No, no lo es. ―Me miró―. ¿Ya sabes a dónde vamos?
―Tengo una idea. ―Me mordí el labio―. Pero sólo porque has dicho isla.
―¿Cuál es tu idea?
―¿Manitou Norte o Sur?
Sonrió, pero mantuvo los ojos en la carretera.
―Sur. ¿Has estado?
―No en años ―dije, sentándome más erguida en el asiento del
copiloto―. Recuerdo que una vez fui con Sylvia y mi padre porque a ella le
gustaba la fotografía y quería hacer fotos del faro. Yo debía de tener entonces
unos trece años. Hicimos una excursión por la isla, pero a Sylvia no le gusta
mucho acampar, así que no pasamos la noche. Tomamos el último ferry a
casa. ―Me encontré aún más emocionada―. Siempre he querido volver, y
nunca lo he hecho. Parece una tontería, cuando piensas en lo cerca que
está. He ido de excursión por todo el mapa, pero no he explorado realmente mi
propio estado.
―Bueno, si todo va como está planeado hoy, vamos a explorar toda la
isla, de arriba a abajo y todo lo que hay en medio.
―¡Genial! ―Aplaudí―. ¡No puedo esperar! Pero tengo que preguntar qué
tiene que ver este viaje con los negocios. No me imagino qué tiene que ver la
isla de South Manitou con la destilación.
Su sonrisa se amplió.
―Ahí es donde entra la historia.
―Entonces, cuéntame ―dije.
―Todo a su debido tiempo. Por ahora, relajémonos y disfrutemos del
viaje.
Le saqué la lengua, pero un minuto después volví a ser perfectamente
feliz: los ojos cerrados, el viento en el pelo, la Motown en la radio, la
expectación en el vientre.
Me alegro de haber venido.

***

Después de almorzar rápidamente en Leland, compramos sándwiches


para cenar y los metimos en nuestras mochilas antes de dirigirnos al muelle
de Fishtown, donde Oliver compró pases para el parque y un permiso de
acampada. Luego compramos nuestros billetes y subimos al ferry de Manitou
Island Transit.

Melanie Harlow
No podía dejar de sonreír.
Oliver y yo nos sentamos arriba, y hacía tanto sol que necesitaba mi
gorra para protegerme la cara. Tomé mi gorra Cloverleigh azul celeste de mi
mochila, me la puse en la cabeza y me pasé la coleta por detrás. Oliver
también llevaba una gorra: era azul marino y ponía CSYC, lo que supuse que
era un club náutico al que pertenecía.
También me puse crema solar en los brazos, las piernas, el pecho y la
cara, pero Oliver dijo que lo haría más tarde. A estas alturas del verano ya
estaba bronceado.
―¿Navegas mucho? ―Le pregunté.
―Bastante. Soy instructor voluntario en una escuela de vela. ―Se
subió sus Ray Bans de tortuga a la nariz.
―¿Eres voluntario?
Se encogió de hombros.
―Forma parte de un programa de verano para niños desfavorecidos. Mi
madre me obligó a hacerlo hace años, pero acabé disfrutándolo.
―Oh, sí, recuerdo vagamente que me hablaste de eso. ¿Todavía tienes
tu propio barco?
Sacudió la cabeza.
―Lo hice durante un tiempo, pero lo vendí a un amigo de Chicago hace
unos años. A veces navego a Mackinac con él.
La mención de Chicago me sacudió un poco, y miré por un minuto al
otro lado del agua azul del lago Michigan, lejos de Oliver. ¿Ibamos a hablar
alguna vez de lo que había pasado allí? ¿Quería hacerlo? ¿Tendría algún
sentido? Durante años, me había convencido de que no necesitaba ningún
cierre en lo que a él se refería. Pero tal vez estaba equivocada.
La voz del capitán del ferry sonó por los altavoces, dándonos la
bienvenida a bordo, avisándonos de que alguien vendría a recoger nuestros
billetes y diciéndonos que el viaje duraría aproximadamente una hora y
media.
―Una hora y media ―dije, pinchando a Oliver en la pierna―. Tiempo de
sobra para que me cuentes una historia.
Exhaló como si yo fuera un gran dolor de cabeza.
―Está bien, de acuerdo. Pero no deberías ser tan impaciente. Eso no te
va a servir en el negocio del whisky, sabes. El envejecimiento lleva tiempo. No
puedes apresurar las cosas.
―Gracias, lo sé. Yo también he investigado. Ahora cuéntame una
historia, y más vale que explique qué hago en este barco, rumbo a una isla en
medio del lago Michigan donde me veré obligada a compartir tienda contigo
esta noche.

Melanie Harlow
―Lo harás.
―Bien. ―Me estiré un poco, cruzando las piernas por los tobillos y los
brazos sobre el pecho, inclinando la cara hacia el sol―. Bien, empieza.
―La historia comienza hace cien años con un joven ruso valiente y
decidido llamado Jacob Feldmann. Había crecido en la granja de su familia,
pero los tiempos eran difíciles. Ante la pobreza generalizada, la persecución
religiosa y el hambre, decidió arriesgarse en una tierra lejana: América.
Sonreí ante su dramatismo.
―Continúa.
―Como muchos de sus compatriotas, Jacob parte a pie, con destino a
una ciudad portuaria en el este para poder navegar a través del océano y
conseguir una vida mejor. Y metida en uno de sus bolsillos está la llave de su
versión del sueño americano.
―¿Frijoles mágicos? ―Adiviné.
―Algo mejor. Semillas mágicas.
―¿Qué tipo de semillas?
―Centeno ―dijo Oliver con énfasis―. Pero no cualquier centeno: era
una variedad desconocida que sólo se había cultivado en las tierras de su
familia en Rusia durante generaciones. Tenía un sabor grande y terroso que
daba vida al pan y al whisky.
Me senté un poco más alto en mi asiento.
―Ahora, sólo tiene un puñado de semillas, menos de un puñado, en
realidad, pero Jacob tiene confianza. Se dirige al oeste de la ciudad de Nueva
York, a Michigan, y la planta. Elige el estado porque cree que el clima y el
suelo son similares a los de Rusia.
―¿El puto frío nueve meses del año?
Oliver me señaló.
―Sí. Y funciona: el centeno de Jacob se extiende maravillosamente a
casi un millón de acres. La gente empieza a cultivarlo en Pensilvania y Ohio
y, como se prometió, hace un whisky delicioso y sabroso. Jacob prospera.
―Siento que algo está a punto de salir mal.
Me dio un golpecito en la nariz.
―Bingo. Dos cosas van mal, en realidad. Primero, resulta que el
centeno ruso de Jacob Feldmann es una princesita quisquillosa. No soporta
las mezclas. En el momento en que se introduce polen extraño, el centeno
empieza a perder todas sus características de sabor distintivas.
Yo jadeé.
―No.

Melanie Harlow
―En diez años, sólo el 5% de la cosecha era apta para la venta. Pero
Jacob no se dio por vencido: sabía que lo único que necesitaba era encontrar
un lugar en el que fuera posible cultivar únicamente centeno Feldmann puro
sin intrusos. Pero mientras busca el lugar adecuado, se aprueba la
Decimoctava Enmienda y la industria del whisky muere.
―Maldita seas, Prohibición. ―Agité el puño.
―Esto significa una menor demanda, y una menor demanda significa
que los agricultores tienen que encontrar otros cultivos. El centeno cae en
desgracia. Jacob no encuentra a nadie en un entorno convenientemente
aislado dispuesto a arriesgarse a cultivar su semilla.
―Hay un chiste en alguna parte ―me río.
Oliver me dio un codazo en la pierna con la suya.
―Mantén tu mente fuera de la cuneta, Sawyer.
―Lo siento. Continúa.
―Ahora, justo a esta hora, ocurre algo fortuito.
―¿Qué?
―Jacob... ―Oliver hizo una pausa dramática―. Se enamora.
―¡Oooooh! ―Aplaudí y me removí en mi asiento―. ¿Quién es ella?
―Se llama Rebecca Hofstadt y es hija de un leñador de la isla de South
Manitou, un inmigrante alemán llamado George. Creció en la isla, pero se fue
después del octavo grado para poder asistir a la escuela secundaria en el
continente. Más tarde, se convierte en maestra de escuela y regresa a la isla
para hacerse cargo de la escuela de una sola aula que hay allí.
―Interesante ―dije―. ¿Y cómo se conocen?
―Una tarde de verano, Jacob ve a Rebecca caminando por los muelles
de Fishtown en Leland. Ella venía a menudo durante los meses más cálidos
para abastecerse de las provisiones que no se podían conseguir en la isla
durante el invierno, cuando los barcos no funcionan. Según la historia, Jacob
echa un vistazo a la hermosa Rebeca y cae de rodillas en la calle. Nunca había
visto una criatura tan celestial en toda su vida. Mientras la ve avanzar por las
tablas, oye la voz de Dios en su cabeza diciendo: Cásate con esa chica, Jacob
Feldmann. Ella es tu destino.
―¿Así que propone allí mismo en los muelles?
―Por supuesto que sí. Acababa de escuchar la voz de Dios. ¿No es así?
Me reí.
―¿Qué dijo?
―Ella dijo que no, por supuesto, pero en la conversación posterior, él se
enteró de su nombre y de dónde vivía. Ahora está aún más extasiado porque
ese mismo día se encuentra en los muelles de Fishtown esperando un barco

Melanie Harlow
que le lleve a la isla de South Manitou, que es un lugar de autoconstrucción
agrícola contenida y autosuficiente. Cree que su centeno tendría la
oportunidad de crecer puramente allí. Todo lo que necesita es un agricultor
que lo pruebe, y lo encuentra.
―Déjame adivinar: el viejo y querido padre de Rebecca.
―Exactamente. Sin inmutarse por el rechazo de su oferta de
matrimonio, Jacob pide permiso para acompañarla de vuelta a la isla y
conocer a su padre. Ella acepta.
Mirando el agua hacia la isla, me imagino a Jacob y a Rebeca en un
ferry como éste, dirigiéndose a su futuro juntos.
―¿Y cómo convence a George de cultivar el centeno?
―Bueno, George no era realmente un agricultor. Había sido marinero, y
así fue como acabó en el sur de Manitou: los barcos de vapor solían llegar allí
para abastecerse de madera para sus calderas. En aquella época, el paso de
Manitou era un punto crítico en el viaje para los barcos que viajaban por los
Grandes Lagos. South Manitou contaba con una importante estación de
salvamento y un faro que ayudaba a evitar los naufragios que eran demasiado
frecuentes en aquella época debido al elevado tráfico, el imprevisible clima y el
paisaje submarino.
Asentí con la cabeza, recordando algo de esto al estar en la isla con
Sylvia y mi padre.
―Creo que todavía hay un naufragio visible desde la playa. Como
sobresaliendo del agua.
―Lo hay. Lo veremos hoy en nuestra excursión. Así que George decidió
que ser maderero sonaba mejor que ser marinero, y decidió quedarse en
South Manitou y establecerse en la pequeña isla en auge. Pero cuando los
barcos empezaron a quemar carbón, el negocio de la madera murió. Se dedicó
a la agricultura, sobre todo para mantener a su familia.
―¿Tenía hijos?
Oliver asintió.
―Rebeca era la mayor de cinco. Bueno, Jacob debió de ser un buen
vendedor, porque convenció a George de convertir veinte acres en centeno
Feldmann, y convenció a Rebecca para que se casara con él. Se traslada
a la isla, construye una cabaña y ayuda a George con la siembra.
―¿Y crece?
―Lo hace. Resulta que el suelo ligero y arenoso de la isla es perfecto
para el centeno. De hecho, tienen tanto éxito que convencen a los otros seis
agricultores de la isla para que sólo cultiven centeno Feldmann, como llegó a
llamarse. Y hasta hoy, es el único lugar del país donde crece.
―¿De verdad? ―Lo miré sorprendido.

Melanie Harlow
―Mmhm. ―Oliver parecía presumido―. Y nadie ha hecho whisky con él
en casi un siglo.
Mis entrañas saltaban. Vi a dónde quería llegar Oliver con esto.
―Pero lo haremos ―dije antes de pararme a pensar.
Asintió con la cabeza.
―Lo haremos.
Emocionada, mi cerebro creativo se puso en marcha, y le agarré la
mano.
―¡Oliver, esto podría ser increíble! ¿Te das cuenta de lo que tenemos?
Quiero decir, no sólo el potencial de hacer un whisky realmente bueno, sino
algo aún mejor, algo que nos ayudaría a destacar en un mercado saturado.
Tenemos un centeno heredado, hecho con semillas traídas aquí hace cien
años por un inmigrante ruso. Tenemos el sueño americano en una botella.
Tenemos el oro del marketing.
Me apretó la mano.
―Tenemos una historia.
Me encontré con sus ojos.
―Tenemos una historia.

Melanie Harlow
Diez
Oliver
Entonces
Normalmente, intento evitar ir a la fiesta de Navidad de Cloverleigh con
mis padres, pero este año me subí al coche con mucho gusto para hacer el
viaje de dos horas desde Harbor Springs.
Era la cosa más loca: no podía pensar en otra ocasión en la que
hubiera estado tan emocionado por ver a alguien, y mucho menos a Chloe
Sawyer. No habíamos hablado en más de dos meses... desde aquella increíble
noche en mi dormitorio.
A veces, cuando pensaba en ello, normalmente justo antes de
masturbarme, me preguntaba si todo había sido un sueño. Pero entonces
recordaba haberla visto quitarse el jersey. Luego la camisa. La oía explicarme
por qué quería que me la follara pero no la llamara. Recordaba el sabor de su
piel y el olor de su pelo y el sonido de su voz diciéndome que le quitara los
pantalones.
Recordé lo bien que me sentí al entrar en ella y saber que yo era su
primera vez, que ella quería que yo fuera el primero. De alguna manera, había
sentido que también era mi primera vez, aunque no lo fuera.
Recordé esa sensación después, extraña y familiar al mismo
tiempo, porque era Chloe de la que no me cansaba. Quería más.
Pero después había estado jodidamente callada. ¿Había disfrutado?
Había tenido un orgasmo, ¿no? A veces era muy difícil saberlo con las chicas.
Me distraía y perdía el control tan fácilmente.
Pero había intentado no ir demasiado rápido. Quería que lo disfrutara,
aunque sólo lo hiciera para tachar "perder la virginidad" de su lista.
Sinceramente, pensé que su plan era bastante estúpido y pensé que al final se
iba a arrepentir y me iba a culpar de todo, pero aun así no había podido evitar
hacerlo. No sólo porque tenía dieciocho años y estaba obsesionado con el
sexo, sino porque era ella. Chloe no sólo estaba buena, sino que me hacía
algo. No tenía ni idea de por qué ni de qué. Pero desde que se alejó de mí en la
noche del baile, había estado pensando en ella. Me volvía loco que no me
quisiera.
¡Todas las chicas me querían! ¿Por qué no lo hizo?
Así que hice lo que me pidió esa noche, y había sido jodidamente
fantástico. Tan bueno que no pude dejar de pensar en ello durante semanas.

Melanie Harlow
Otras chicas se me acercaban y a veces me metía con ellas, pero de alguna
manera nunca se comparaban con ella. Eran bonitas pero aburridas. Nunca
me desafiaron. Nunca me hicieron sentir nada.
Cientos de veces pensé en llamarla, pero luego recordaba que había
prometido no hacerlo. Recordaba lo distante que parecía en el camino de
vuelta a la ciudad.
Y fui un maldito caballero, le pregunté si estaba bien. Ella dijo que
estaba bien, pero yo sabía que algo estaba mal. Nunca estaba tan callada. Tal
vez ya se había arrepentido.
Esperaba que no. No me arrepentí. De hecho, esperaba que ella
quisiera hacerlo de nuevo. Y tal vez me dejaría mandarle un puto mensaje
después. Tal vez podríamos visitarnos o algo así. Purdue no estaba tan lejos
de Miami Ohio.
Lo primero que hice después de saludar a los señores Sawyer fue
buscarla. La vi al otro lado de la amplia extensión del vestíbulo, de pie cerca
del árbol. Mi estómago hizo algo raro y nervioso mientras empezaba a cruzar
la habitación. Me pasé una mano por el pelo, esperando que mi camisa no se
hubiera arrugado demasiado en el coche. La había planchado yo mismo.
Estaba con un grupo de personas que no reconocí, y estaba muy sexy
con un vestido negro y botas altas con tacones. Sus labios eran de un rojo
intenso. Al acercarme a ella, mi corazón comenzó a latir con fuerza.
Me vio y, por un momento, pareció nerviosa. Luego sonrió.
―Hola, Oliver.
―Hola. ―Le di un abrazo, a pesar de que normalmente no nos
saludábamos de esa manera, sosteniéndola un poco más de lo necesario sólo
para poder respirar su perfume―. ¿Cómo estás?
―Bien. ―Me soltó y puso una mano sobre el tipo que estaba a su
lado, un tipo rubio de aspecto fornido con un cuello grueso y un corte de pelo
de mierda―. Este es mi amigo Dean. Vino de Purdue conmigo por unos días.
Luchando contra una sensación de mareo, extendí mi mano.
―Oliver Pemberton. Encantado de conocerte.
―Lo mismo. ―Dean me estrechó la mano, aunque no parecía muy
contento de conocerme.
Chloe me presentó al resto del grupo, pero olvidé todos los nombres
inmediatamente. Lo único en lo que podía concentrarme era en la forma en que
ella seguía tocando el brazo de Dean y sonriéndole con esos labios rojos, y en
cómo él ponía su mano en la parte baja de su espalda. Estaba claro que eran
pareja.
Quería darle un puto puñetazo.
En cuanto pude excusarme educadamente, lo hice, me acerqué a la

Melanie Harlow
barra y pedí un poco de Woodford Reserve, solo. El camarero me pidió el carné
de identidad, por supuesto, y blandí uno de los viejos carnés de Hughie.
Estaba caducado, pero el tipo no se dio cuenta o no le importó. Tomé mi
whisky y tomé asiento al final de la barra, lejos de la multitud. Tras devolverlo
en menos de dos minutos, pedí otro.
Estaba a mitad de camino, disfrutando de un buen zumbido, cuando
Chloe entró en el bar y me vio.
―Ahí estás ―dijo, viniendo a mi lado―. Desapareciste tan rápido que
pensé que algo andaba mal.
―No pasa nada. ―Apenas la miré.
Hizo una pausa.
―Okaaaaay. Bueno, ¿por qué estás aquí solo? ¿Por qué no vienes a
pasar el rato con nosotros?
―Estoy bien.
―¿Estás enfadado por algo?
―¿Por qué iba a estar enfadado?
―No lo sé. Dímelo tú.
Levanté mi vaso.
―Entonces, ¿ese tipo es tu novio?
―¿Dean? ―Cruzó los brazos sobre el pecho―. ¿Por qué?
Al terminar mi bebida, le hice una señal al camarero para que me
pidiera otra.
―Parece una especie de tarado.
―Ni siquiera lo conoces ―espetó.
Me encogí de hombros. Estaba siendo un idiota, pero no podía evitarlo.
―No necesito conocerlo. Pero supongo que es tu tipo. ¿Practica algún
deporte?
―Fútbol.
Esperaba que dijera tenis o fútbol o lacrosse o hockey sobre hierba,
algo en lo que pudiera ganarle. Pero yo era una mierda lanzando un balón de
fútbol, y no me gustaba llevar todo ese puto equipo.
―Me imagino. ¿Es tan tonto como parece?
―¿Por qué te comportas como un imbécil?
Otro encogimiento de hombros.
―Sólo soy yo mismo.
―Vete a la mierda, Oliver. Tenía muchas ganas de verte esta noche.

Melanie Harlow
El camarero me entregó el whisky y di un gran sorbo.
―¿Por qué?
―Buena pregunta. ―Se quedó allí un momento, con la ira emanando de
ella en ondas calientes y pulsantes―. Mírame.
De mala gana, dirigí mi mirada en su dirección.
―¿Esto es sobre octubre?
―¿Qué quieres decir?
Sus ojos se entrecerraron.
―Ya sabes lo que quiero decir.
Fingí estar confundido por un segundo.
―Oh, eso. Me había olvidado de eso.
―¿Qué?
Volví a levantar mi vaso.
―He dicho que me he olvidado de todo eso.
―Estás mintiendo.
Nuestras miradas se cruzaron en una batalla silenciosa.
―¿Sabe Dean lo nuestro?
―No. Y será mejor que no digas nada. Lo prometiste.
Me reí.
―Es cierto. Lo hice. Oye, ¿por qué estamos hablando de esto, de todos
modos? ¿No va en contra de las reglas?
―Estás siendo un idiota en este momento.
―Apuesto a que lamentas haberme dado tu virginidad. Deberías haber
dejado que Dean te hiciera la pelota. Probablemente sea un tipo mucho más
agradable que yo.
―Lo es ―dijo ella―. ¿Y sabes qué? No me arrepentí de ti hasta esta
noche.
Eso me puso aún más furioso -conmigo mismo-, pero me desahogué
con ella.
―Bueno, fue una puta idea estúpida. No puedo creer que lo haya
hecho.
Se quedó boquiabierta.
―¿Dices que no querías?
Me encogí de hombros.
―La verdad es que no.

Melanie Harlow
―Entonces, ¿qué, te apiadaste de mí?
―Más o menos.
Sus ojos brillaron, ya sea de ira o de lágrimas, tal vez de ambas cosas.
―Realmente te odio ahora mismo, Oliver. Gracias por arruinar mi
Navidad. ―Se dio la vuelta y se marchó, con los tacones de sus botas
repiqueteando furiosamente en el suelo.
Me sentí como una mierda. Mi Navidad también se arruinó, pero fue mi
maldita culpa. Había acumulado demasiado en mi cabeza el verla de nuevo.
¿Qué demonios esperaba? Ella había dejado claro desde el principio que ella
no me quería. Que nunca me querría, no así. No era lo suficientemente bueno
para Chloe Sawyer.
Bueno, que se joda. Y que se jodan estos sentimientos. No los había
pedido, y no los quería.
Deseaba saber cómo hacerlos desaparecer.

Melanie Harlow
Once
Chloe
Entonces
―¿Tenemos que pasar la noche? ―le pregunté a mi madre mientras
bajábamos del coche frente a la casa de los Pemberton en Harbor Springs.
―Por el amor de Dios, Chloe, acabamos de llegar. ―Ella me dio una
mirada de mamá que decía cuida tus modales.
Huraño y con un mohín, vi a mi padre entregar sus llaves al
aparcacoches.
―Sólo estaba preguntando.
―Bueno, Hughie es nuestro ahijado, y graduarse en Harvard con un
M.B.A. es algo importante. Esta fiesta es importante para él, para sus padres
y para nosotros.
―Bien. ―La seguí hasta la parte trasera del coche, donde otro
aparcacoches estaba sacando nuestras maletas del maletero. Como mis tres
hermanas mayores no vivían en casa ese verano, sólo estábamos mis padres,
Frannie y yo―. Pero no voy a conocer a nadie aquí, y va a ser aburrido estar
sentada todo el día y la noche.
―Tonterías ―dijo mi madre, echándose el bolso al hombro―. Ya
conoces a toda la familia. Y Oliver está en casa. ¿Cuándo fue la última vez que
se vieron?
―No lo sé ―murmuré mientras subíamos con dificultad los amplios
escalones del porche. No era cierto; sabía exactamente cuándo había sido: En
la fiesta de Navidad de Cloverleigh en nuestro primer año de universidad,
cuando insinuó que sólo se había acostado conmigo por lástima y que ni
siquiera lo había disfrutado. Fue lo más hiriente que alguien me había dicho.
Incluso ahora, más de tres años después, todavía me escuece. Nunca le
perdoné y no hice caso de los mensajes de disculpa que me envió. Me negué a
visitar la casa de su familia o a asistir a cualquier acto en el que supiera que
él estaría presente.
Incluso ahora, no quería verlo. Lo único que haría soportable este día
era un trago fuerte. Varios tragos fuertes.
―Estaré contigo ―se ofreció Frannie mientras mi madre llamaba a la
puerta principal.
―Gracias. ―Le di una sonrisa a medias. Frannie era dulce, pero a los

Melanie Harlow
diecisiete años, ella no tenía la edad suficiente para beber conmigo y no era
del tipo que lo hacía a escondidas. No nos parecíamos en nada. Me hizo sentir
peor.
Saludamos a la tía Nell y al tío Soapy con abrazos en el vestíbulo y
seguimos a un ama de llaves uniformada hasta nuestras habitaciones.
Frannie y yo compartíamos habitación, la misma en la que me había alojado
cuando Oliver puso la maldita serpiente de goma en mi cama. Tenía
exactamente el mismo aspecto que entonces. Dos camas gemelas, una mesita
de noche de mimbre blanco entre ellas, una cómoda de mimbre blanco y todo
de flores: colchas, alfombra, cortinas, sábanas, almohadas.
―¿Quieres que nos pongamos nuestros trajes? ―Preguntó Frannie―.
¿Ir a nadar o algo así?
―No.
Me quité las sandalias y me tumbé en una de las camas.
―En realidad no me siento tan bien. ¿Puedes decirle a mamá que tengo
calambres y que estoy descansando?
La mirada que me dirigió me dijo que sabía que estaba mintiendo, pero
accedió obedientemente a hacer lo que le pedía.
―De acuerdo. Voy a bajar. Mándame un mensaje si cambias de
opinión.
―Lo haré. ¿Puedes cerrar la puerta al salir? Gracias.
Cuando se fue, crucé los pies por los tobillos y cerré los ojos. No estoy
segura de cuánto tiempo estuve allí tumbado antes de oír que llamaban a la
puerta.
Asumiendo que era Frannie, ni siquiera abrí los ojos.
―Entra.
La puerta crujió al abrirse y cerrarse.
―Hola.
Definitivamente no era la voz de Frannie. Mis ojos se abrieron de golpe
y me senté.
Apoyado en la puerta de la habitación estaba Oliver.
Se veía bien. Mi corazón empezó a latir con fuerza, cosa traicionera.
―¿Qué estás haciendo aquí arriba?
―Buscándote a ti.
―¿Por qué?
―No lo sé. Hace tiempo que no te veo. Tu madre dijo que viniera a
buscarte.
Por supuesto, no había sido idea suya buscarme. Lo estudié por un

Melanie Harlow
momento, molesta porque se había vuelto aún más guapo al madurar. Esa
mandíbula cincelada de Pemberton. La piel bronceada. El pelo oscuro
espolvoreado de oro por el sol. Incluso a tres metros de distancia, podía ver lo
espesas que eran sus pestañas, lo perfectamente que enmarcaban sus
brillantes ojos azules. Algo se agitó en mi interior.
No.
Me recosté de nuevo y cerré los ojos. Yo le importaba un bledo.
―Bueno, no quiero que me encuentren. Ni siquiera quiero estar aquí.
―Yo tampoco. ―Hizo una pausa―. ¿Sigues enfadada conmigo?
―Sí. Así que vete.
―¿No podemos hablar de ello?
Por un momento iba a negarme a decirle nada más, pero luego cambié
de opinión.
―¿Por qué? ¿Para que puedas insultarme de nuevo?
―¿Qué quieres decir?
―Fuiste un verdadero idiota conmigo la última vez que hablamos.
―¿En la fiesta de Navidad?
―Sí, en la fiesta de Navidad ―repetí.
―Chloe, eso fue hace como tres años.
Abrí los ojos y le dirigí una mirada que esperaba que le quemara los
globos oculares.
―He dicho que lo siento. ¿No recibiste mis mensajes?
―Sí. Los he borrado.
―¿Por qué?
―Porque has herido mis sentimientos, Oliver. ―Hice una pausa,
queriendo hacer una pregunta y a la vez temiendo la respuesta. Al final, no
pude resistirme―. ¿Querías decir esas cosas que dijiste?
―No.
―Entonces, ¿por qué las dijiste?
―No lo sé. ―Hizo una pausa―. Creo que me molestó que tuvieras novio.
―¿Por qué?
―Porque esperaba que quisieras tener sexo conmigo de nuevo.
Espera... ¿qué? Me senté y lo miré.
―¿Lo hacías?
Se encogió de hombros.

Melanie Harlow
―Sí. Así que era bastante incómodo.
―No pensé que te importara.
―No pensé que te importara. Además, parecía estúpido.
Me crucé de brazos sobre el pecho.
―Crees que todos mis novios son estúpidos.
―Eso es porque tienes un gusto terrible para los chicos.
Fruncí el ceño.
―¿No has venido a disculparte? Porque si esperas que finalmente
acepte, tal vez no quieras insultarme.
―Lo siento. ¿Aceptas?
Exhalando, me acosté de nuevo.
―Supongo que sí. Sobre todo si me traes una bebida.
―¿Qué quieres?
―No me importa. Algo fuerte.
―No digas más.
Oí que la puerta se abría y se cerraba de nuevo, y cuando me asomé,
estaba sola en la habitación. Por un segundo, pensé en encerrarlo -le vendría
bien-, pero una copa sonaba bien, y me sentí un poco mejor sabiendo que no
había querido decir las cosas crueles que había dicho en la fiesta. Sólo estaba
celoso.
¡Celoso!
Eso debe significar que había disfrutado esa noche en su dormitorio.
Qué mentiroso.
¿Por qué no podía ser honesto conmigo? Siempre era un juego con él.
Esa era exactamente la razón por la que me había obligado a no
acercarme después de esa noche en su dormitorio, sin importar cuántas
veces pensaba en él o me preguntaba si alguna vez pensaba en mí.
Unos minutos después, volvió a llamar a la puerta. Imaginando que
llevaba dos bebidas, me levanté y abrí la puerta.
―Gracias ―dijo, entrando en la habitación con dos vasos antiguos
llenos de líquido ámbar―. Espero que te guste el buen whisky. He sacado lo
mejor de Soapy.
―Puede que sí. Nunca lo he probado.
―Te estás perdiendo. Ten, toma un sorbo. Si no te gusta, te traeré otra
cosa. ―Me pasó uno de los vasos.
Se lo quité y olfateé.
―Vaya. Huele fuerte.

Melanie Harlow
―Pruébalo.
Me mojé los labios con la potente sustancia y me los lamí.
Consideré.
―Me gusta. Podría costar un poco acostumbrarse, pero es interesante.
Un poco... humeante.
―Quiero visitar esta destilería cuando vaya a Escocia.
―¿Te vas a Escocia? ―Me senté de nuevo en la cama, y él se sentó
frente a mí, en la cama de Frannie.
―Bueno, me voy a Europa con unos amigos durante un par de meses.
Vamos a ir de mochileros por todas partes, pero Escocia está definitivamente
en mi lista. Me interesan mucho las destilerías.
―Genial. ¿Cuándo te vas?
―Pasado mañana.
Asentí con la cabeza. Sorbí de nuevo.
―¿He oído que te vas a Boston a estudiar un posgrado?
―Sí. Tufts. ―Dio un gran trago―. No es Harvard ni nada parecido.
―¿Y qué? Tufts es una gran escuela. Deberías estar orgulloso.
―Díselo a Hughie. Juro por Dios que cree que caga oro sólo porque
fue a Harvard. No puedo ni escucharlo hablar. O a mis padres, tampoco.
Quiero decir, tal vez no quiero seguir los pasos de mi hermano, y los de mi
padre, y los de mi abuelo. ¿Alguna vez pensaron en eso? Quizá no tenga
nada que ver con entrar en Harvard. Tal vez quiero hacer mi propio camino.
―¿Entraste en Harvard?
―No ―admitió con el ceño fruncido―. Pero no habría ido allí de todos
modos.
Sin saber qué responder, volví a probar el whisky. Me gustó el modo en
que los sabores del escocés no se manifestaban de inmediato: había que
dejarlo reposar un poco en la lengua para descubrirlos. Decidí cambiar de
tema.
―¿Estás emocionado por tu viaje?
―Sí. Tengo que salir de aquí. ―Tomó otro trago―. ¿Y tú? ¿Qué vas a
hacer en otoño?
―Me voy a Chicago. He conseguido un trabajo en una empresa de
marketing de allí, y también voy a tomar algunas clases de posgrado.
―Genial. Me encanta Chicago.
―Entonces tendrás que venir a visitarme ―le dije, y me sorprendió
descubrir que esperaba que realmente lo hiciera.
Sonrió.

Melanie Harlow
―Tal vez lo haga.
Hablamos un rato. Fue agradable volver a pasar el rato, los dos solos.
Me habló de la muerte de su abuelo y de lo duro que había sido para él
porque habían estado muy unidos. A él no le importaba que yo no hubiera ido
a Harvard. Siempre me dijo que hiciera lo mío.
Hablé de que me sentía frustrada con mis padres porque se negaban a
creer que la marca Cloverleigh necesitaba una revisión seria, con una nueva
página web, más publicidad y presencia en las redes sociales.
―No me toman en serio en absoluto ―me quejé―. Sólo quieren seguir
haciendo las cosas como siempre las han hecho, y es un gran error.
―¿Por qué no te escuchan? Tienes un título en marketing, ¿verdad?
―Correcto. ―Levanté una mano en el aire―. ¿Quién sabe? Quizá les
moleste que no quiera volver a casa de inmediato y trabajar para ellos. Hasta
ahora, ninguno de sus hijos ha mostrado realmente interés en hacerse cargo:
Sylvia se casó y se mudó, April está trabajando en Nueva York, Meg está en la
escuela de derecho en D.C.
―¿Tienes algún interés en trabajar para Cloverleigh? ―preguntó.
―Sí ―dije con dudas― pero me gustaría salir y vivir un poco primero,
¿sabes? He pasado toda mi vida en esa granja, y me encanta, pero quiero
experimentar otras cosas.
―Lo entiendo. Dios sabe que no me interesa el negocio del jabón.
Me reí.
―¿Qué quieres hacer?
―Todavía no estoy seguro ―dijo, dando vueltas al último poco de
whisky que quedaba en su vaso antes de volver a tirarlo―. Sobre todo quiero
divertirme. ¿Quieres otra copa?
―Claro. ¿Crees que tenemos que hacer una aparición en la fiesta?
Son casi las seis.
―A la mierda la fiesta. Ahora mismo vuelvo. ―Tomó mi vaso y salió de
la habitación, volviendo con otros dos generosos vertidos unos minutos
después.
No tengo ni idea de cuánto tiempo pasó, pero cuando terminamos
nuestra segunda copa, el sol se había puesto, habíamos encendido una
lámpara y estábamos sentados en el suelo entre las dos camas, riéndonos del
incidente de la serpiente de goma.
―Algún día te voy devolver eso ―le dije, dejando mi vaso vacío en la
mesita de noche―. Será mejor que cierres la puerta con llave esta noche.
―Nunca te dejaría fuera.
Nuestras miradas se cruzaron y se me cortó la respiración.

Melanie Harlow
―Entonces, ¿vamos a hablar alguna vez de ello? ―preguntó.
―¿Hablar de qué?
―Esa noche en mi habitación.
Mi cara se sonrojó inmediatamente.
―¿Por qué tenemos que hablar de ello?
―Porque tengo preguntas.
―¿Qué quieres saber?
―Para empezar, ¿por qué yo? De verdad.
―Te lo dije. Necesitaba a alguien en quien confiar. ―Dudé, pensando
que estaba lo suficientemente achispada como para admitir la verdad―.
Además, me sentía atraída por ti.
―¡Ahá! ―Parecía presumido―. Lo sabía, joder.
―Felicidades.
Se quedó callado un momento.
―¿Todavía te arrepientes, como dijiste?
Suspiré.
―Lo hice, después de que fueras tan malo en la fiesta de Navidad. Pero
ahora... supongo que no. Quiero decir, no me gusta que haya estropeado
nuestra amistad durante tres años, pero supongo que el suceso ocurrió
exactamente como yo quería. Y al final, me alegro de que fueras tú.
Sonrió, y eso hizo que algo cálido y un cosquilleo subiera por mi espina
dorsal.
―Bien. Entonces, ¿tuviste sexo con ese tipo, Dean?
Entrecerré los ojos. Justo cuando me sentía afectuosa con él, tenía que
arruinarlo.
―¿Qué tiene que ver eso con todo esto?
―Tengo curiosidad.
―No es que sea de tu incumbencia, pero sí.
―¿Era mejor que yo?
Poniendo los ojos en blanco, me eché a reír.
―Por Dios, Oliver. ¿Vas a preguntarme de quién era la polla más
grande?
―No. ―Y un segundo después hinchó el pecho―. Espera, ¿el mío era
más grande? Lo era, ¿no?
Eso me hizo reír aún más. Era tan predecible.
―Lo siento ―resoplé―. No me acuerdo. ―Era mentira: la de Oliver había

Melanie Harlow
sido más grande. Tal vez fuera simplemente que fue mi primero, pero en mi
memoria, era más grande que los tres chicos con los que había estado desde
él. También era el que mejor besaba. De lejos.
―¿Te hizo venir? ―Preguntó Oliver, dejando su vaso vacío en la mesita
de noche. Era evidente que estaba muy nervioso por esto.
―No, no lo hizo. ―Hice una pausa―. Pero entonces, tú tampoco lo
hiciste.
―¿No lo hice? ―Parecía genuinamente sorprendido, lo que me hizo
estallar de nuevo.
Sacudiendo la cabeza, me agarré el estómago y solté una risa
incontrolable.
―No. Lo siento. Aunque, en tu defensa, no estoy segura de que hayas
tenido tiempo. Se acabó demasiado rápido.
Su mandíbula cayó, y luego la apretó.
―Dame otra oportunidad ―exigió―. Ahora mismo.
―¿Qué? ―Lo miré fijamente, tratando de recuperar el aliento―. ¿Estás
loco?
―No. Hablo totalmente en serio, Chloe. Tienes que darme otra
oportunidad.
―¿Por qué?
―Porque, ¿y si las chicas han estado fingiendo conmigo? ¿Y si no tengo
ni idea de lo que estoy haciendo? ¿Y si soy un idiota despistado y egoísta en la
cama? Necesito que me enseñes.
―Estoy segura de que estás bien. ―Me puse de pie, sintiendo que
necesitaba un poco de aire―. Vamos a la fiesta.
―¡No te vayas! ―Se levantó de un salto y me agarró del brazo―.
Escucha, me harías un favor, igual que yo te lo hice a ti. Entonces estaríamos
en paz.
Lo miré fijamente.
―¿Estás borracho?
―No. ¿Lo estás tú?
―No.
―Entonces déjame darte un orgasmo.
―Estás loco. ―Me sacudí y fui hacia la puerta, pero él saltó sobre la
cama de Frannie y la bloqueó.
―No te irás hasta que te haga venir.
Sus palabras me estaban excitando, pero no podía ceder.

Melanie Harlow
―Oliver, acabamos de pasar tres años sin hablar porque tuvimos sexo.
―Vale la pena.
Entorné los ojos hacia él.
―Apártate de mi camino, imbécil.
―No.
No había ninguna posibilidad de que lo superara. Pensé en darle una
patada en las pelotas, pero no estaba seguro de poder caer tan bajo. Tenía que
haber una forma de ser más astuto que él. Me di la vuelta y corrí hacia mi
bolso, que estaba en el suelo a los pies de la cama, y metí la mano dentro
para tomar el teléfono. Le envié un mensaje a Frannie, y luego...
―¡Oye!
Oliver había intentado arrebatarme el teléfono, pero fui lo
suficientemente rápida como para cambiarlo a la otra mano y mantenerlo
fuera de su alcance.
―¡Basta ya! ―Grité mientras luchaba por conseguirlo. Salté sobre mi
cama, reboté en la de Frannie y salí corriendo por el perímetro de la
habitación.
Me cortó el paso junto a la cómoda y grité cuando agarró de nuevo mi
teléfono, consiguiendo esquivar sus brazos y correr hacia la puerta. Pero justo
cuando cerré los dedos alrededor del pomo y tiré, su mano salió disparada por
encima de mí y la cerró de golpe.
―¡Dios, eres un idiota! ―Tiré del pomo, pero fue inútil. Me tenía presa.
Su frente se apretaba contra mi espalda. Mi mejilla estaba en la puerta.
Los dos respirábamos con dificultad.
―Quieres esto ―dijo―. Admítelo. Me querías entonces y me quieres
ahora.
―Quiero que me dejes salir de aquí, arrogante hijo de puta ―grité con
los dientes apretados―. Sabía que no debía confiar en ti.
―Entonces grita. ―Su voz era baja en mi oído, y luego su boca estaba
en mi cuello―. Envía un mensaje a tu hermana. Pide ayuda. Llama al 911, por
el amor de Dios. ―Una mano se coló alrededor de mi cintura y se deslizó por
la parte delantera de mi vestido―. No te detendré.
Sabía que debía decir que no, pero su lengua estaba haciendo cosas en
mi garganta y sus dedos se deslizaban por debajo del dobladillo de mi camisa
y se paseaban por el interior de mis muslos. Luego estaba su voz, profunda e
intensa.
―Pero no creo que realmente quieras irte. Creo que quieres ver cómo es
estar conmigo de nuevo. ―Las yemas de sus dedos me rozaron por
encima de mis finas bragas de encaje―. Ahora soy mucho más paciente. Y
tengo todo tipo de trucos nuevos.

Melanie Harlow
―¿Lo haces?
―Mmhm. ―Me dio la vuelta, poniendo mi espalda contra la puerta. Sus
labios se posaron sobre los míos―. Apuesto a que puedo hacer que te corras
en cinco minutos. ―Su expresión era arrogante―. ¿Quieres apostar contra mí?
Me mordí la lengua, negándome a responder.
―Tan terca. Nunca cambia nada. ―Me besó y sentí que me hundía.
Luego fue Oliver el que se hundió hasta arrodillarse frente a mí. Levantando
mi vestido. Bajando mi ropa interior.
Creo que gemí. Se me cayó el teléfono.
Se rió mientras echaba una de mis piernas por encima de su hombro, y
sentí su aliento sobre mí.
―No te preocupes. Te prometo que voy a ser muy, muy amable.
Y fue amable: besos suaves en el interior de mis muslos; dulces y
prolongadas caricias con su lengua en mi centro; lentas y vertiginosas
espirales sobre mi clítoris.
Apoyé las palmas de las manos contra la puerta y me esforcé por no
hacer el tipo de ruidos embarazosos que se oyen a través de las paredes de las
habitaciones de hotel.
Luego no fue tan amable: pasó la punta de su lengua por mi clítoris con
un rápido movimiento de aleteo que hizo que la parte inferior de mi cuerpo
zumbara; lo chupó en su boca y gimió de placer; me agarró el muslo con una
mano mientras me follaba con dos dedos en la otra.
Me tapé la boca con una palma. Golpeé la puerta. Sentí que mis
piernas empezaban a temblar y a entumecerse de placer, la que tenía de pie
estaba a punto de doblarse.
―Oliver ―jadeé―. No puedo estar de pie. No puedo levantarme.
Se rió, pero no cejó en su empeño, y en menos de diez segundos todo
mi cuerpo se convulsionó, oleada tras oleada de puro placer que se extendía
desde su lengua hasta la punta de los dedos de mis pies y las puntas de mi
pelo y mis pechos que hormigueaban y ansiaban ser tocados. Fue el
orgasmo más intenso, más sobrenatural y más potente que jamás había
experimentado, y me hizo desear más.
Quería que Oliver me follara. Lo anhelaba. Y él tenía que estar duro,
¿no? Tenía que desearlo tanto como yo.
De repente, oí un pitido, como el de la alarma de un teléfono.
―¡Sí! ―Oliver golpeó con el puño y recogió mi móvil del suelo―. Menos
de cinco minutos. Yo gano.
Quité mi pierna de su hombro, la bruma sensual que me rodeaba se
evaporó.
―¿Eh?

Melanie Harlow
Me miró triunfante.
―Hice que te corrieras en menos de cinco minutos.
Me quedé con la boca abierta. Había tantas cosas malas en lo que
había dicho que apenas podía pensar.
―Espera un minuto. Espera un momento. ―Extendí una mano―.
¿Pusiste un temporizador?
Se encogió de hombros.
―Sí.
―¿En mi teléfono?
―Sí.
Sacudí la cabeza.
―¿Cómo es que...?
―Tu código de acceso es tu cumpleaños. ―Me dirigió una mirada de
advertencia―. Deberías tener más cuidado.
―Pero... ni siquiera me di cuenta de que jugabas con él.
―Lo sé. Soy bueno, ¿verdad?
Junté las piernas. Apretadas.
―Eres vil y repugnante. Y nunca acepté ninguna apuesta.
Se echó a reír.
―No importa. Fue más bien un reto que me propuse. Menos de cinco
minutos. ―Se limpió la boca y se sentó―. Maldita sea, soy bueno.
Quería darle un puñetazo. Por darme un orgasmo. ¿Qué carajo estaba
pasando?
―Todo esto fue una treta, ¿no? ―Pregunté―. Nunca te preocupó que no
supieras lo que hacías con las mujeres. O que estuvieran fingiendo.
―Joder, no ―se burló―. Quizá no fui a Harvard, pero sé lo que hago.
Sacudí la cabeza.
―Sólo estabas enfadado por no haberme hecho venir.
―Sí, más o menos.
―No puedo creer que realmente haya tenido sentimientos cálidos y
difusos hacia ti esta noche.
―Aww. ―Puso una mano en su corazón―. Eso es lindo.
―Que te follen.
Puso las manos en el botón de sus pantalones cortos.
―Quiero decir... podemos. Ciertamente estoy dispuesto y soy capaz.

Melanie Harlow
―Jodete. Tú. ―Abrí la puerta de un tirón, tomé mi teléfono del suelo y
salí por el pasillo, sin zapatos, sin ropa interior, sin dignidad.
Y me juré a mí misma que nunca dejaría que Oliver Ford Pemberton se
acercara a mí de nuevo.
Era una promesa que no podía cumplir.
¿Qué era lo que estaba mal conmigo?

Melanie Harlow
Doce
Oliver
Ahora
Me relajé. No podría haber ido mejor.
A mi lado, Chloe no paraba de hablar de las posibilidades de marketing
de nuestro whisky de herencia -cómo podríamos llamarlo, el potencial de las
campañas publicitarias, la etiqueta de la botella, el precio- y podía oír en
su voz lo emocionada que estaba con la idea.
―¿Y estás seguro de que los granjeros te van a vender? ―preguntó, con
las cejas fruncidas.
―Bueno, en este momento sólo quedan dos agricultores comerciales a
tiempo completo en la isla ―le dije―. Un padre y un hijo llamados Jergen y
Josef Feldmann, nieto y bisnieto de Jacob y Rebecca. Ambos son viudos y
siguen viviendo en la casa original. Ahora cultivan algo de centeno Feldmann,
pero no una tonelada.
―Increíble ―se maravilló―. ¿Y has hablado con ellos?
―Varias veces. Están dispuestos a aumentar la producción de
inmediato y a dedicar varios cientos de acres exclusivamente al centeno
Feldmann. Lo plantarán este otoño.
―¿De verdad? ¿Accedieron a ello sin más?
―No exactamente. ―Me reajusté la gorra en la cabeza―. Verás, están
pensando en dejar el negocio de la agricultura en los próximos años. Jergen
está envejeciendo, y Josef tiene una pierna mala. Tenían un comprador listo
para darles el mejor precio por su tierra, también. Un magnate del automóvil
que quiere construir una casa de vacaciones.
Chloe retrocedió.
―A la mierda. No puede tener nuestra tierra.
Me reí.
―Esa es la cuestión. No es nuestra. Al menos, todavía no.
―¿Qué quieres decir?
―Quiero decir que, para asegurar el terreno para nuestros fines, tuve
que ofrecerme a comprarlo directamente.
Se quedó boquiabierta.

Melanie Harlow
―¿Quieres decir, no sólo comprar el centeno a los Feldmann, sino la
propia granja? ¿No será eso caro?
―Sí. Tuve que prometer acercarme a lo que ofrecía el magnate, que era
casi un millón.
Su mandíbula se abrió.
―Caramba. ―Luego sonrió y golpeó la parte superior de mis piernas―.
Pero eso es como una gota de agua para ti, ¿verdad? ¿Y qué mejor inversión
para tu herencia que un terreno? No es que vaya a perder su valor, ¿verdad?
Me aclaré la garganta.
―Espero que no.
―Entonces, ¿acordaron un precio?
―Creo que estamos cerca.
―Y me necesitas para sellar el trato, ¿eh? ―Me dio un codazo en las
costillas―. No te preocupes, puedo encantar a cualquiera con cualquier cosa.
Mi padre siempre dice que podría vender arena a la playa.
―Bien. Porque definitivamente necesitaré su ayuda. No sólo
necesitamos que acepten nuestro precio, sino que necesitamos que se queden
al menos las primeras temporadas. No soy un granjero.
―¿Podemos encontrar un agricultor arrendatario?
―¿Quieres confiar nuestro preciado centeno ruso a un arrendatario que
no conoce la tierra? ―le pregunté.
―Entiendo tu punto de vista. ―Se quedó callada un minuto―. Estoy
segura de que por la cantidad adecuada de dinero, se les puede convencer de
que se queden. Sólo tenemos que asegurarnos de que vale la pena. Menos mal
que tienes los bolsillos llenos.
Tosí.
―Bien.
―¡Ya casi llegamos, mira!
Más adelante, la costa arbolada y rocosa de la isla se acercaba. Chloe
seguía burbujeando de emoción mientras atracábamos, levantando su pesada
mochila y deslizándola sobre su espalda como si no pesara nada. Me
sorprendió que no empezara a saltar por la pasarela. Una vez que llegamos a
la isla, completé el registro de nuestra caravana y le mostré a un
guardabosques el permiso que había comprado en el muelle de Fishtown.
Me sentía un poco culpable por lo feliz y esperanzada que estaba Chloe
con respecto a este viaje y a la granja; después de todo, no le había contado
exactamente toda la verdad. Pero había pensado mucho en ello antes y había
llegado a la conclusión de que sería mejor dejar que la verdad saliera a
cuentagotas en lugar de contársela de golpe. Si hubiera hecho eso, ella sólo se
habría centrado en los aspectos negativos y habría ignorado por completo

Melanie Harlow
todas las oportunidades. De este modo, le di la oportunidad de encariñarse
con la idea de la destilería y de nuestro patrimonio de centeno... tan
encariñada que esperaba que hiciera cualquier cosa por tenerlo.
―Entonces, ¿qué debemos hacer primero? ―Le pregunté―. Son las tres
y media. Nuestra reunión con los Feldmann es a las siete. Lo dejé para más
tarde porque no estaba seguro de qué ferry podríamos tomar.
Chloe asintió.
―Entonces, ¿deberíamos ir de excursión primero? ¿Revisamos el faro?
¿Tal vez nadar?
―Claro. En realidad, eso es perfecto porque la granja está en el lado
norte de la isla, que no está lejos de nuestro campamento. Podemos terminar
allí.
Ella sonrió.
―Hagámoslo.

***
Chloe se mantuvo de buen humor durante la caminata de media milla
por el paseo marítimo hasta el faro, en la subida en espiral de 117 escalones
hasta la cima, y mientras estamos en la cima de la plataforma de observación
disfrutando de la increíble vista.
―Dios, es tan hermoso ―dijo, el viento azotando su cabello, su voz llena
de asombro―. Puedo ver por qué el magnate quiere una casa de vacaciones
aquí.
Pensé en el precio que el magnate estaba dispuesto a pagar -el precio
que yo iba a tener que igualar- y estuve a punto de hacer una broma sobre el
salto. Pero no quería que sospechara que no tenía el dinero.
―Es precioso.
Suspiró.
―No creo que pueda vivir en un lugar demasiado alejado del agua.
―Yo tampoco.
―Pero a veces echo de menos el bullicio de la ciudad, ¿sabes? Me
gustaba Chicago. Tenía agua y ajetreo.
―Chicago es increíble ―acepté.
―Pero mis raíces están aquí arriba ―dijo con firmeza―. Y me gusta
trabajar para mi familia.
―Tienes suerte de que tu pasión coincida con tu negocio familiar
―dije―. No tengo ningún interés en el jabón, la pasta de dientes y el
detergente para la ropa.

Melanie Harlow
―¿Tus padres te siguen presionando para que trabajes en la empresa?
―preguntó.
―En realidad no. Tienen a Hughie, después de todo, el niño de oro.
¿Qué necesitan conmigo?
―Oh, vamos. ―Me dio un codazo―. Tus padres te adoran. Mis padres te
adoran. Siempre has sido el que tiene todo el encanto. Nada en contra de
Hughie, por supuesto, pero él es tan encantador como una barra de jabón.
Me reí.
―Cierto. Y como chirriantemente limpio. Nunca hizo nada malo. Nunca
se metió en problemas.
―Eso es porque era aburrido y poco imaginativo. Dame problemas
cualquier día.
La miré.
―¿Todavía?
Se encogió de hombros y se rió un poco.
―Los viejos hábitos son difíciles de romper. He aprendido a manejar de
forma más... productiva algunos de mis impulsos, pero sigo ansiando el caos.
No me gusta quedarme quieta, no me gusta aceptar un no por respuesta,
discuto por cualquier cosa y a menudo actúo sin pensar las cosas. Aunque mi
terapeuta está intentando ayudarme con eso.
―¿Tienes un terapeuta? ―Me sorprendió que compartiera ese tipo de
detalles personales.
Chloe parecía tan decidida a mantener una fachada en lo que a mí se
refiere, que la admisión permitió que se filtrara un poco de vulnerabilidad. Su
sinceridad me hizo sentir peor.
―Sí. Se llama Ken. ―Sonrió con pesar―. Empecé a verlo hace unos
años después de que otra relación terminara mal, para tratar de ordenar
algunas cosas en mi cabeza, tal vez descubrir por qué siempre me atraen los
imbéciles.
―¿Lo has descubierto?
Ella se encogió de hombros.
―Ken cree que voy por tipos que sé que me decepcionarán. Me
predispongo al fracaso para no tener que arriesgarme. Creo que simplemente
tengo un gusto de mierda para los hombres. ―Luego se rió―. Pero de todos
modos no importa, porque ahora estoy muy ocupada en Cloverleigh,
especialmente con mi padre a punto de jubilarse. No tengo tiempo para salir
con nadie. ¿Deberíamos bajar?
Sin esperar mi respuesta, se dio la vuelta e inició el descenso por la
escalera de caracol.
Cuando llegamos al fondo, decidimos tomar un sendero que lleva al

Melanie Harlow
oeste hacia el naufragio del Morazán, visible en el agua desde la orilla sur de
la isla, y el Valle de los Gigantes, una arboleda de enormes cedros
centenarios.
―Así que tu padre se jubila, ¿eh? ―pregunté, caminando junto a ella
por el sendero de arena―. ¿Te va a ascender como su sustituta? Me dio esa
impresión cuando hablamos el mes pasado.
―No lo sé con seguridad ―dijo ella, mirándose los pies―. Espero que sí.
Mi padre ha sido tan reacio a la jubilación que no hemos hablado mucho de
ello en detalle. Pero tendría sentido, ya que April no tiene interés en nada más
allá de las bodas, y somos los únicos dos hermanos que ya trabajan allí.
―¿Cuál sería la razón de que no te promoviera?
Suspiró.
―¿Quién sabe? Creo que he demostrado mi valía en lo que respecta al
trabajo, pero a veces siento que él me mira y sigue viendo a la adolescente
sabelotodo que ignoró el toque de queda, rompió las reglas y no le importó lo
que la gente dijera. Quizá le preocupa que haga demasiados cambios y no
respete la tradición.
―No sé nada de eso ―dije, extendiendo la mano delante de ella para
mover una rama en nuestro camino―. Tengo la sensación de que confía en tus
instintos y aprecia tu ética de trabajo. He visto el aumento de las ventas y la
visibilidad de los vinos Cloverleigh en los últimos años. Creo que has
demostrado tu valía.
―Gracias. ―Me sonrió―. Estaba pensando el otro día que si me
ascienden, probablemente me mudaría de nuevo a Cloverleigh, quizás al
antiguo apartamento de Frannie sobre el garaje, ahora que se ha mudado a la
casa de Mack.
Silbaba.
―¿Volver a casa? Eres valiente.
―Bueno, me gustaría estar más en el sitio, y creo que mis padres están
planeando viajar mucho, así que no estarán respirando en mi cuello todo el
tiempo. Esa es mi esperanza.
Caminamos un poco más en silencio, golpeando a algún mosquito
ocasional, sacando botellas de agua para dar algún que otro sorbo.
―Háblame de Frannie y Mack. Él es el director financiero, ¿verdad?
―Le pregunté.
―Sí. Empezaron a salir durante el invierno y se comprometieron hace
un par de semanas. Él es un padre soltero de tres niñas que Frannie adora
absolutamente. Son perfectos el uno para el otro y están totalmente
enamorados. Creo que ella quiere casarse este otoño.
―Vaya. Eso es rápido.

Melanie Harlow
Me miró con una sonrisa pícara.
―Así es como debe ser, Oliver. Te comprometes para poder casarte.
De alguna manera, me había metido en un terreno peligroso, y traté de
echarme atrás.
―¿Me prestas tu protector solar? Creo que se me está quemando la
nuca.
―Claro. ―Tomo una lata de SPF 30 de un bolsillo lateral de su
mochila―. Quieres que lo haga yo?
―De acuerdo. ―Me di la vuelta y dejé que me rociara, esperando que se
olvidara del tema del compromiso.
No.
―Entonces, ¿qué pasó con tu prometida? ―preguntó cuando
empezamos a movernos de nuevo―. ¿Cómo se llamaba? ¿Alice? ¿Ellen?
―Alison.
―Alison. Sí.
Cuando no dije más, volvió a pinchar.
―¿Y dónde está Alison ahora?
―En Chicago, supongo. Con su nuevo marido.
Chloe dejó de caminar.
―¿Te dejó por otro?
―No. Rompí con ella.
―¿Por qué?
―Porque nunca iba a funcionar. Yo no era quien ella creía que era
―dije, continuando el camino.
Chloe se apresuró a alcanzarla.
―¿Quién se creía que eras?
No estaba seguro de cómo responder a eso sin revelar todo.
―Probablemente mi hermano Hughie.
Ella resopló.
―¿Así que quería a alguien estirado y predecible?
―Ella quería un cierto tipo de vida. Quería casarse, dejar su trabajo y
mudarse a una casa como la de Hughie y Lisa, donde tendría un ama de
llaves, un chef y un entrenador personal a su alcance. ―Miré al suelo
mientras caminábamos por un momento―. Cuando empezamos a salir, creo
que ella esperaba que yo jugara con la destilería durante un tiempo y luego
me pusiera serio y me pusiera a trabajar para Pemberton. Unirme al club de
campo. Comprar un yate. Podría decir que se sintió defraudada cuando eso no

Melanie Harlow
sucedió. Además, me lo decía constantemente.
―Suena jodidamente terrible, Oliver. Deberías alegrarte de no estar
casado con ella.
―Créeme, lo estoy haciendo.
―¿Por qué le propusiste matrimonio en primer lugar?
Pateé una piedra en el camino.
―Ella dijo que era el momento. Mis padres dijeron que era el
momento. Mi abuela dijo que no se estaba haciendo más joven. Y mi hermano
me hizo sentir que era un desastre. Supongo que intentaba demostrarles que
no lo era. ―Me quedé en silencio por un momento―. Pero resulta que lo era.
Me dio un codazo.
―Para. No eres un desastre.
―¿No?
―No ―se burló ella―. Lo tienes todo, Oliver. Un negocio exitoso, una
gran familia, probablemente un apartamento genial y un millón de amigos.
Tomaste la decisión correcta al no casarte con la persona equivocada,
retribuyes enseñando a navegar a niños desfavorecidos, y hasta eres
marginalmente atractivo. ¿Qué hay de lo que dice la cagada?
Me reí, mirándola de reojo.
―Marginalmente atractivo, ¿eh?
―Claro. Es decir, te vendría bien un corte de pelo, y tu tripa podría
estar toda blanda y flácida por lo que sé, pero objetivamente hablando, diría
que estás bien.
―Vaya, gracias. Pero te aseguro que... ―La corté y me puse justo
delante de ella para que se chocara con mi pecho. Tuve que agarrarla de los
brazos para evitar que cayera hacia atrás―. No hay nada suave y flácido en
mí. Siéntete libre de comprobarlo.
Miró el espacio que había entre nuestros cuerpos y volvió a mirarme a
los ojos. Sus mejillas se colorearon ligeramente.
―Te tomo la palabra. Sigamos adelante.

Melanie Harlow
Trece
Chloe
Ahora
Después de ver el lado parcialmente sumergido del Morazán,
atravesamos un bosquecillo de cedros gigantes y continuamos por el sendero
que llevaba a los acantilados de la costa occidental de la isla. El viento era
fuerte, pero el sol era abrasador, y el agua azul del lago Michigan brillaba de
forma atractiva. Estaba sofocada, y cada vez que pensaba en chocar con el
ancho pecho de Oliver, sentía más calor.
Necesitaba refrescarme.
―¿Qué te parece? ―Le pregunté a Oliver―. ¿Tenemos tiempo de bajar a
nadar antes de ir a la granja?
Comprobó su reloj de pulsera.
―Sí. Estamos bien.
Con cuidado, bajamos al agua y nos deshicimos de nuestras mochilas,
botas, sombreros, gafas de sol y ropa en la arena. Volví a sacar mi tubo de
protector solar facial, me lo volví a aplicar en la cara y luego saqué el bote.
―Oye, ¿puedes rociar mi espalda? ―le pregunté.
―Claro. ―Tomó la lata e hizo lo que le pedí, y me pregunté si me
miraba el culo o mantenía los ojos donde debían estar.
―Gracias ―dije cuando terminó―. Ahora déjame rociarte o vas a tener
dolor toda la noche y me mantendrás despierta con tus quejas.
Puso los ojos en blanco pero me permitió rociarle la espalda y los
hombros antes de volver a tomar el bote y rociarse el pecho y la cara.
―¡Oliver! Se supone que no debes rociar eso en tu cara, tengo uno
mejor para eso ―lo regañé.
―¿Cuál es la diferencia? ―Tiró la lata a la arena y echó a correr hacia el
agua―. ¡Carrera! El último en llegar es un huevo podrido.
―¡No es justo, tenías una ventaja! ―Grité mientras le seguía de cerca.
El agua estaba helada y chillé mientras me metía hasta la cintura.
Oliver se zambulló primero y, antes de salir, me tomé un segundo para
asegurarme de que la parte superior de mi bikini estaba bien colocada antes
de sumergirme. Cuando salí, él estaba allí mismo sonriendo, con el pelo

Melanie Harlow
sobresaliendo en todas las direcciones.
―Yo gano ―anunció.
Lo salpiqué.
―No todo tiene que ser una competición. Si vamos a ser socios,
tenemos que trabajar mejor juntos.
―Tienes razón ―dijo, sorprendiéndome.
Lo miré con los ojos entrecerrados.
―¿El agua fría te congeló el cerebro o algo así?
―En absoluto. ―Se levantó, el agua le golpeó en la parte superior de
sus pantalones cortos, que colgaban un poco más abajo que antes―. Sólo
estoy de acuerdo contigo en que tenemos que dejar de lado nuestras
habituales diferencias y rachas competitivas. Ahora somos un equipo.
Incliné la cabeza.
―Supongo que sí.
―¿Significa eso que tu respuesta es sí? ¿Vas a hacer negocios conmigo?
Estuve tentado de decir que sí en ese mismo momento. Oliver tenía algo
con este ángulo de centeno ruso, y yo estaba ansioso por saltar a bordo. Pero
ya me había subido a la tabla de Oliver sin pensarlo, y no había terminado
bien para mí. Aunque, a decir verdad, se le veía tan bien allí de pie, con el sol
brillando en su piel mojada, sus ojos azules brillantes, las gotas de agua
corriendo por sus abdominales de tabla de lavar hasta la parte superior de
sus líneas en V... por un momento, habría saltado a bordo de cualquier cosa
que él quisiera.
Pero me he controlado a mí misma. Ya no era esa chica.
―Todavía estoy pensando.
―¿En qué estás pensando?
Me di cuenta de que seguía mirando su abdomen y levanté los ojos
hacia los suyos.
Estaba sonriendo. Me había atrapado mirando sus partes bajas.
―Nada ―dije rápidamente, sumergiéndome en el agua hasta el cuello.
Mis pezones estaban duros.
―No te creo. ―Se acercó un poco más―. Si vamos a ser compañeros y
todo eso, deberíamos ser sinceros el uno con el otro, ¿no?
―¡Ja! Yo no soy la que tiene un historial de ocultar la verdad. Y de
todos modos, ser sincero no significa que tengamos que contarnos todo.
―Nadé hacia atrás mientras se acercaba―. Sólo significa que no nos mentimos
el uno al otro.
―Sólo estaba haciendo una pregunta, Chloe. ¿Por qué te pones a la

Melanie Harlow
defensiva?
Me obligué a dejar de retroceder. Si lo nuestro iba a funcionar, no
podía dejar que me presionara.
―Francamente, estaba pensando en todas las malas decisiones que he
tomado en tu compañía.
Oliver echó la cabeza hacia atrás y se rió.
―Algunas de esas decisiones fueron totalmente tuyas, me gustaría
recordarte. Estoy pensando en una en particular, cierta noche en mi
residencia universitaria.
―No te estoy culpando del todo, sólo digo que tengo un historial de
juicio cuestionable en lo que a ti se refiere ―dije.
―Te gustaron los juegos tanto como a mí. Admítelo.
―Tal vez lo hice. ―Me concentré en mi mano abanicando el agua―. Me
gusta pensar que ahora soy más inteligente. Más madura.
―No sé, parecías muy madura esa noche. ―Cayó sobre su espalda,
flotando en la superficie―. Sabías lo que habías venido a buscar, y lo
conseguiste.
―Como hemos establecido, tú fuiste el único que viniste esa noche.
Se levantó.
―Oh, eso es frío. Ahí estaba yo, haciéndote un favor...
―¡Ja! ―chillé, salpicándole―. ¡Como si fuera tan difícil para ti!
―Eso fue mucha presión, ser el primero ―argumentó―. No creo que
hayas apreciado eso. Si no te daba una buena experiencia, podrías haber
quedado marcada de por vida.
―Bueno, no te preocupes. La experiencia estuvo bien. Apenas sentí
nada, y se acabó antes de que me diera cuenta.
―Eso es. ―Oliver se abalanzó sobre mí, tratando de sumergirme bajo la
superficie―. ¿Cuándo vas a dejar de burlarte de mí por eso?
―¡Cuando deja de ser gracioso, entonces nunca!
Finalmente consiguió empujarme hacia abajo, pero me aferré a su
cuello con tanta fuerza que ambos acabamos completamente sumergidos.
Bajo el agua, cada uno luchaba por sujetar al otro, como lo habíamos hecho
cientos de veces cuando éramos niños. Finalmente, volvimos a salir a la
superficie, riendo y jadeando, con mis brazos aún enroscados en su cuello.
Le solté inmediatamente y retrocedí mientras recuperaba el aliento.
―No es justo ―jadeé―. Eres mucho más grande que yo.
―Y tienes uñas ―dijo, comprobando las marcas rojas que le había
dejado en el brazo―. Había olvidado cómo me arañabas.

Melanie Harlow
―Vamos a llamarlo entonces. ―Me agaché una vez más para poder
quitarme el pelo de la cara.
Cuando volví a abrir los ojos, me estaba mirando fijamente.
―¿Qué? ―Le pregunté.
―Nos remontamos a un largo camino, ¿no?
Me encogí de hombros.
―Desde que nacimos. Diría que es un camino bastante largo.
―Y aunque hayamos tenido nuestras diferencias, si hubiera algo que
uno de nosotros necesitara, que realmente necesitara, nos ayudaríamos
mutuamente, ¿no?
―Claro. ―Hice una pausa―. ¿De qué se trata? ¿Necesitas un riñón o
algo así?
Sonrió.
―No. Sólo estaba pensando que tengo mucha suerte de tenerte en mi
vida. No importa lo que pase con el negocio, espero que sepas que siempre
puedes acudir a mí si necesitas algo. Siempre estaré ahí para ti.
Un pequeño escalofrío recorrió mi columna vertebral.
―Gracias. Puede que sea lo más bonito que me hayas dicho nunca.
―Lo digo en serio. Sé que nuestra amistad no ha sido exactamente
convencional, o incluso consistente, pero me preocupo por ti, Chloe.
―¿Lo haces? ―¿Quién demonios era este tipo? No sonaba para nada
como el Oliver que yo conocía.
Era desorientador y muy sospechoso, pero... también era agradable.
―Sí. Pasas por mi mente todo el tiempo.
―Bueno, gracias. Yo también me preocupo por ti. ―Dudé antes de
continuar―. He pasado años enfadada contigo, y me siento bien al dejarlo
pasar.
La sonrisa que me dedicó era dulce y juvenil. Hizo que mi estómago se
agitara rápidamente y tuve que apartar la mirada.
―¿Qué te parece si continuamos? ―sugirió―. ¿Tal vez sentarnos en la
playa un poco para secarnos, comer algo y luego ir hacia el interior?
―Suena bien.
Volvimos a la arena y nos sentamos para dejar que el sol y la cálida
brisa nos secaran. Comimos nuestros sándwiches y charlamos un poco más
sobre el centeno, sobre qué edificios necesitaríamos en Cloverleigh y dónde
podrían ir, cuántas personas tendríamos que contratar, cuándo podría ocurrir
todo esto, cuán caro sería.
―Siento no tener dinero para invertir ―dije, recogiéndome el pelo en

Melanie Harlow
una coleta―. Pero podría mirar de conseguir un préstamo si eso nos ayudara.
―Dejame el dinero a mí ―dijo con confianza―. No tendremos que lidiar
con préstamos o bancos.
Después de vestirnos y aplicar otra capa de insecticida y protector solar
-me alegraría cuando por fin me diera una ducha de verdad-, volvimos a
colocarnos las mochilas en la espalda. Volviendo sobre nuestros pasos por el
sendero por donde habíamos venido, giramos a la izquierda después de pasar
el naufragio. El sendero que se adentra en el interior atraviesa el centro de la
isla y nos lleva hasta el lago Florence, las ruinas de una antigua cabaña y la
escuela de una sola aula donde Rebecca Hofstadt Feldmann había enseñado,
con una campana en la parte superior. Abandonamos el camino para
asomarnos a las ventanas, pero estaban tapiadas.
―¿Qué te parece ponerle su nombre al whisky? ―Sugerí mientras
continuábamos―. Rebecca's Rye.
―Centeno de Rebecca. ―Oliver pensó por un momento―. Me gusta.
Tiene un bonito sonido aliterativo. Me pregunto si tenía ojos marrones.
―Apuesto a que podemos averiguarlo. Quizá los Feldmann tengan
incluso una fotografía de ella ―dije con entusiasmo―. Aunque seguro que
sería en blanco y negro. Pero si es buena, quizá podamos usarla en la
etiqueta. Con el permiso de la familia, por supuesto.
―Podemos preguntar. Me gusta la idea. ―Me dio un codazo juguetón―.
¿Ya somos compañeros?
Suspiré.
―Supongo que lo somos.
―¡Por fin! Estaba empezando a preocuparme.
―¿De verdad?
―¿La verdad? No. Sabía que entrarías en razón.
Le devolví el codazo.
―Cuando volvamos a casa, Oliver, necesitamos un contrato que
establezca exactamente cómo va a funcionar esta asociación. No quiero
trabajar para ti, quiero trabajar contigo. Somos iguales en esto, y ambos
aportamos valor a la mesa.
―Absolutamente ―dijo―. Lo solucionaremos. ¿Quieres ser socio de
Brown Eyed Girl Spirits? ¿O prefieres formar una nueva LLC para todo lo que
se produzca en Cloverleigh?
Dejé de caminar y le agarré del brazo, haciendo que me mirara.
―¿Me traerías como compañero en Brown Eyed Girl?
―Claro, si es lo que quieres. ―Dudó―. Eso es lo que quiero.
―¿Lo es?

Melanie Harlow
―Por supuesto. No debería haberlo hecho sin ti en primer lugar. Y lo
siento. Siempre lo lamentaré. Se suponía que Brown Eyed Girl siempre iba a
ser lo nuestro. Me equivoqué al hacerlo solo. ―Puso sus manos en mis
hombros―. Se llama así por ti. Deberías formar parte de él.
Al encontrarme con sus ojos, me pregunté si él, al igual que yo, estaría
pensando en la noche en que se le ocurrió el nombre. Mi pulso empezó a
acelerarse.
―Di que sí, Chloe ―instó―. Hagamos todo juntos.
Pero no podía decir nada en ese momento. Lo único que podía hacer era
mirar la boca de Oliver y pensar en lo bien que besaba. Me sentí caliente y
mareada, asaltada por los recuerdos de estar piel con piel con él, su cuerpo
moviéndose sobre el mío. Mi visión empezó a nublarse mientras sus palabras
daban vueltas en mi cabeza.
Hagamos todo juntos.
Di un paso atrás. Ya había estado en esta encrucijada y había tomado
la decisión equivocada. No podía dejarme arrastrar de nuevo.
―De acuerdo, eso suena bien.
―Genial. Cuando lleguemos a Detroit, organizaré una reunión con mi
asesor financiero y lo haremos oficial por escrito. ―Ofreció una mano―.
¿Socios en todo?
Puse mi mano en la suya y la estreché, deseando poder culpar al calor
por la forma errática en que latía mi corazón.
―Socios en todo.
Llegamos a la granja de los Feldmann sobre las seis y media y
llamamos a la puerta principal de la casa, una vieja estructura de dos
plantas, muy deteriorada por la intemperie, con pintura blanca
descascarillada, un porche delantero caído y un tejado de tejas negras. Un
hombre corpulento y barrigón, con una barba espesa y casi gris, respondió a
nuestra llamada. Llevaba una camiseta amarilla que anunciaba un negocio de
alquiler de barcos de pesca en Wisconsin, y su piel estaba enrojecida por los
años de exposición al sol.
―¿Eres el tipo de Detroit? ―le preguntó a Oliver.
―Lo soy. ―Oliver extendió su mano―. Soy Oliver Pemberton, y esta es
mi socia, Chloe Sawyer.
―Encantado de conocerte. Josef Feldmann. ―Nos estrechó la mano a
los dos―. Pasen. Papá está en la parte de atrás.
Lo seguimos hasta la casa, que estaba desordenada pero limpia. Me di
cuenta de que Josef caminaba con una cojera.
―Papá es un poco duro de oído, así que tendrás que hablar un poco
más alto si quieres que te oiga. ―Josef sacudió la cabeza mientras nos guiaba

Melanie Harlow
a través de una pequeña y anticuada cocina -la última mejora parecía ser una
encimera de fórmica- y añadió―: Se niega a usar sus audífonos, el muy tonto.
―No hay problema ―dijo Oliver.
La parte de atrás resultó ser un pequeño estudio que se añadió a la
casa en algún momento posterior a su construcción. Jergen Feldmann estaba
sentado en un sillón reclinable destartalado viendo Jeopardy en la televisión a
un volumen absurdamente alto.
―¿Papá? ―dijo Josef en voz alta―. Están aquí.
―¿Qué? ―El anciano parpadeó a través de unas gruesas gafas.
Josef silenció la televisión.
―Los que quieren hacer una oferta por la granja están aquí ―gritó.
―Oh. ―Jergen se esforzó por levantarse de su silla.
―No te levantes ―dije claramente, entrando en la habitación y
ofreciéndole la mano―. Hola. Soy Chloe Sawyer.
Lo agitó.
―Jergen Feldmann.
Oliver se presentó también y Josef señaló el sofá.
―Por favor, siéntate. ¿Puedo ofrecerte algo de beber?
―No, gracias ―dije.
Sonrió.
―¿Ni siquiera un poco de sabor a whisky hecho con nuestro centeno?
Mis ojos se abrieron de par en par.
―¿Tienes un poco?
―Claro que sí. Llevamos generaciones haciendo nuestro propio alcohol
ilegal.
Oliver y yo intercambiamos una mirada.
―¿Por qué no? ―Le devolví la sonrisa a Josef―. Lo probaremos.
El whisky era áspero, pero tenía un sabor distintivo y único que tanto a
Oliver como a mí nos encantaba. Sabía que con el equipo y el proceso
adecuados, teníamos el potencial de crear algo que tendría un sabor
extraordinario. Después de charlar (en voz alta) con los Feldmann sobre su
granja y su historia familiar, Josef nos preguntó si queríamos dar un paseo
por la granja.
Aceptamos su oferta, y si no me había convencido de la idea de
comprar esta tierra antes de probar el whisky hecho con el centeno que crecía
allí, ahora sí. Tal vez fuera el ligero zumbido que tenía, tal vez fuera la belleza
de los campos a la luz del atardecer,

Melanie Harlow
Tal vez fue la creciente emoción que sentía por formar parte de esta
historia, pero sabía teníamos que tener esa tierra.
―¿Has pensado en mi oferta? ―le preguntó Oliver a Josef mientras
dábamos vueltas hacia la casa. Era un placer caminar sin el peso de la
mochila en la espalda.
―Sí. Sí, lo hemos hablado. ―Josef se rascó la nuca―. La otra oferta es
más alta, ya sabes, pero a papá le gusta más la tuya.
―Es en efectivo por adelantado ―explicó Oliver―. Pueden quedarse en
la casa todo el tiempo que quieran.
―Y no le gusta mucho la idea de que alguien derribe la casa y triture la
granja ―dijo Josef―. Mi tatarabuelo construyó esta casa y levantó ese granero.
Mi tatarabuela enseñó en la escuela de la carretera. Sus huesos están
enterrados allí mismo, en el cementerio. No queremos que todo eso se borre.
―Suspiró―. Pero es difícil decir que no a más dinero.
―Lo es ―asentí, encendiendo el encanto―. Pero hay cosas que el dinero
no puede comprar, y un legado es una de ellas. De hecho, la historia de tu
familia es una parte importante de lo que queremos hacer aquí. Pensamos no
sólo mantenerla viva, sino celebrarla. Incluso estamos pensando en
nombrar el whisky que fabricamos con el nombre de tu tatarabuela:
Rebecca's Rye. Si les parece bien a ti y a tu padre, por supuesto. Nos
preguntamos si podemos ver una foto de ella.
Al cabo de una hora, Josef nos estrechó la mano y nos dijo que
teníamos un trato. Lo celebramos con un poco más de whisky, prometimos
ponernos en contacto la semana que viene y nos fuimos con la garantía de los
Feldmann de que la tierra sería nuestra en cuanto la quisiéramos y de que se
quedarían el tiempo suficiente para plantar el centeno en otoño.
Oliver y yo nos alejamos de la casa, apenas capaces de contener
nuestra emoción.
―Dios mío ―susurré mientras avanzábamos rápidamente por el largo
camino de tierra―. ¡Está ocurriendo de verdad!
―Joder, sí que lo es. ―Oliver me pinchó el hombro juguetonamente―.
Tú hiciste que eso sucediera.
―¡Yo! No, no lo hice; tu oferta es lo que hizo que eso sucediera.
―Pero viste que dudaba porque la oferta del otro era más alta, y te
lanzaste con toda esa charla sobre continuar el legado de su familia y
nombrar el centeno con el nombre de Rebecca y pedir ver su foto. Fuiste muy
oportuna.
Me reí.
―Fue un esfuerzo de equipo, el primero.
―Y yo diría que fue un éxito rotundo. ―Me agarró la mano y la apretó―.
Hacemos un buen equipo.

Melanie Harlow
Mi corazón se aceleró por delante de mi respiración por un momento, y
el calor floreció en mis mejillas.
―¿Debemos dirigirnos al campamento?
―Sí. Está oscureciendo y los bichos serán aún peores muy pronto.
Quiero preparar nuestra tienda de campaña.
La tienda. Así es.
Tenía que compartir una tienda de campaña con Oliver esta noche.
Dormir junto a él.
Escucharlo respirar.
Hablar con él en voz baja en la oscuridad.
Hoy me preocupaba que se mantuviera en su lado de la tienda, pero
ahora me preguntaba cómo reaccionaría si no lo hiciera.
Caminamos el kilómetro y medio que nos separa del camping sin
ninguna prisa, tomados de la mano durante todo el trayecto.

Melanie Harlow
Catorce
Oliver
Ahora
El campamento Popple era el sitio más alejado de los muelles, por lo
tanto el menos concurrido. En mi opinión, también era el más bonito. Situado
en un acantilado de arena, tenía la ventaja de la brisa del lago para mantener
a raya a los mosquitos, y la playa en la parte inferior de la duna era de arena
y estaba aislada. Había acampado aquí un par de veces el verano pasado
cuando estaba explorando las granjas, y era con mucho mi favorito.
―¿Qué te parece? ―Le pregunté a Chloe cuando estaba claro que
tendríamos que elegir entre los siete sitios posibles. No había nadie más
cerca―. ¿Base de la duna o aquí arriba?
Chloe se dio una palmada en un bicho del brazo.
―¿Cuál tendrá menos mosquitos?
Me reí.
―Los hay por todas partes, pero estos dos sitios están más altos en el
acantilado, y tal vez la elevación nos dará un viento más fuerte.
―Entonces quedémonos aquí arriba.
Dejé caer la mochila de mi espalda y fijé nuestro permiso en el poste del
sitio número 7.
―Aquí está. Voy a empezar con la carpa.
Hizo una mueca mientras miraba el retrete.
―Debería haber usado el baño en casa de los Feldmann. O no haber
bebido whisky.
Sonreí mientras bajaba la cremallera de mi mochila.
―Eres un hueso duro de roer. Sobrevivirás.
Mientras montaba la tienda, pensé en lo que había pasado hasta
entonces. Todo había salido a la perfección: los Feldmann habían dado su
palabra de que aceptarían nuestra oferta, Chloe estaba de acuerdo con todo y
los dos nos llevábamos mejor de lo que esperaba. De hecho, me estaba
divirtiendo mucho con ella.
Eso no había sido parte del plan.

Melanie Harlow
Pero no había sido una tontería lo que le había dicho sobre nosotros.
Pensaba en ella como alguien que siempre estaría ahí para mí, y yo siempre
estaría ahí para ella. Tuvimos diferencias, pero tuvimos una historia.
Habíamos compartido algunas experiencias inolvidables, tanto dolorosas
como placenteras. Pero debajo de todos los altibajos superficiales había un
vínculo que no podía romperse. Lo sentía en mis entrañas, y tenía que creer
que Chloe también lo sentía. De lo contrario, después de todo lo que había
pasado entre nosotros, ¿por qué estaría aquí conmigo?
Formábamos el equipo perfecto. Nos desafiábamos mutuamente para
ser mejores, más inteligentes, más creativos. No nos engañamos ni recortamos
gastos. Cada uno de nosotros aportaba conocimientos y experiencia únicos a
la empresa, y nos conocíamos desde hacía tanto tiempo que nos
comunicábamos casi en taquigrafía.
El problema era nuestra química física.
Por mucho que lucháramos contra ello, siempre estaba ahí, cociendo a
fuego lento justo debajo de la superficie de todo lo que decíamos, amenazando
con estallar en cualquier momento. No estaba segura de poder detenerlo,
aunque quisiera. Aunque supiera que eso sólo complicaría las cosas.
Porque lo haría.
―¿Quieres ayuda? ―me preguntó cuando volvió. No sé cómo se las
arregló para estar tan guapa después de un día de excursión en este clima tan
caluroso y húmedo.
―Claro.
Juntos montamos el campamento, tomamos un tentempié y atamos los
restos de nuestra comida fuera del alcance de las ardillas.
―Necesitamos más agua ―dijo ella, limpiándose la frente―. Y a mí me
vendría bien un baño. ¿Quieres ir a la playa? Podemos traer agua para
purificarla.
―Buena idea ―dije―. Y tengo algo más que agua mientras tanto. ―De
mi mochila, saqué una petaca que había llenado con mi bourbon favorito.
Se rió.
―Por supuesto que sí.
Le ofrecí el primer sorbo y luego tomé dos antes de volver a meterlo en
mi mochila.
―Vamos ―dijo ella―. Te echo una carrera.
Como aún teníamos los trajes puestos, salimos corriendo hacia la playa
y no nos detuvimos hasta llegar a la arena, donde nos quitamos la ropa y nos
lanzamos al agua fresca y transparente. Le gané por cinco segundos porque
uno de los cordones de sus botas estaba anudado.
―No sé por qué me desafías ―me burlé de ella―. Nunca me has ganado

Melanie Harlow
ni una vez.
―Podría haber ganado aquella vez ―insistió―. Tuve un fallo de
vestuario. Llegué a la playa tan rápido como tú.
―Tal vez ―permití―. Supongo que podría llamar a la carrera a la playa
un empate. Me siento generoso.
―Bueno, muchas gracias. ―Me sacó la lengua antes de volver a
sumergirse en el agua―. Dios, esto se siente bien ―dijo cuando salió a la
superficie―. Hoy hacía mucho calor.
―Lo hizo. ―Intenté no mirar sus pechos―. Pero pronto refrescará. El
sol se está poniendo rápidamente. Las nubes están llegando.
Nos quedamos en el agua y vimos cómo sucedía, cómo el cielo se volvía
naranja y luego rosa a medida que el sol bajaba en el horizonte y desaparecía
en el lago. Después, se refrescó de inmediato.
Chloe miró hacia arriba y hacia abajo en la playa.
―Supongo que tenemos el lugar para nosotros, ¿eh?
―Lo tenemos. Así que siéntete libre de bañarte desnuda si quieres.
―Ja. Ya quisieras. ―Pasó por detrás de mí con una forma perfecta.
―Presumida. ¿Sigues nadando mucho?
―Pertenezco a un gimnasio. A veces nado antes del trabajo. Es un buen
ejercicio.
―Te ves bien haciéndolo.
―Gracias. ―Se dio la vuelta y volvió a nadar hacia mí. Cuando se
acercó, se agachó y se levantó, echando la cabeza hacia atrás para quitarse el
pelo de la cara, con el agua cayendo por el cuerpo.
―Te ves bien, y punto ―le dije, sin poder dejar de mirar sus curvas, su
piel, sus pequeños pezones tensos asomando por la tela de la parte superior
del bikini. Mi polla empezó a ponerse dura.
Ella no dijo nada por un momento.
―Oliver, ¿a qué te referías antes, cuando decías que se te pasaba por la
cabeza?
―Quería decir que he pensado en ti. ―Me acerqué a ella, atraído por
una fuerza invisible―. Todavía pienso en ti.
Se echó atrás.
―¿Pensaste en mí cuando te fuiste a Europa sin siquiera despedirte?
¿Cuando ignoraste mis mensajes y llamadas telefónicas? ¿Cuando volviste
a casa y montaste una destilería sin mí?
―Sí. Sé que no me crees, pero lo hice.
―Todo lo que tenías que hacer era devolverme el mensaje. 'Decidí

Melanie Harlow
mudarme a Europa y festejar por dos años en lugar de hacer negocios contigo.
Paz.
―Lo siento. Debería haberlo hecho.
―Todavía no entiendo por qué no lo hiciste.
―Era joven y estúpido, Chloe. No estaba preparado para manejar lo que
sentía por ti después de ese fin de semana. Entré en pánico.
―Dijiste cosas. Pensé que las decías en serio.
―Lo hice. Yo sólo... ―Ver lo dolida que estaba, incluso después de todo
este tiempo, me encogió el corazón―. Me asusté. Lo siento. ―Me acerqué lo
suficiente a ella para tomarla por los hombros―. Quise decir cada palabra que
dije ese fin de semana. Y lo que te digo ahora va en serio: eres especial para
mí.
Apartó la mirada de mí, hacia el horizonte.
―No podemos seguir haciendo esto cada vez que nos vemos. Esto... me
desordena. Cada vez que creo que sé lo que somos, lo que es esto, lo que
sentimos, me explota en la cara.
―A mí también me molesta. Dejé Chicago, joder, dejé el país, para
intentar olvidarte. ―Apreté sus brazos―. Pero nunca lo hice.
―Vamos a hacer negocios juntos, Oliver. No podemos ser más que
amigos.
Tomé su barbilla con la mano, obligándola a mirarme.
―Siempre hemos sido más que amigos.
Ella no discutió.
Sin poder resistirme, apreté mis labios contra su frente, su mejilla, su
mandíbula.
―Es una idea terrible, terrible ―dijo débilmente.
―Lo sé. ―Moví mi boca hacia su garganta.
―Uno de nosotros tiene que ser racional y detener esto antes de que
empiece.
―Definitivamente. ―Apreté su cuerpo contra el mío y ella se
estremeció―. ¿Tienes frío?
―No. Sólo... te sentí, y me excité. ―Entonces ella me empujó hacia
atrás―. Pero eso es suficiente.
Gimiendo interiormente, levanté las manos y retrocedí.
―Lo siento.
Nos miramos bajo el cielo cada vez más oscuro, con la piel
cubierta de piel de gallina.

Melanie Harlow
―Ya no somos niños ―dijo suavemente―. Tenemos que ser maduros y
pensar en el panorama general. El éxito a largo plazo de Brown Eyed Girl es
más importante que la gratificación a corto plazo, ¿verdad?
―Bien ―dije―. Pero en el futuro, definitivamente no deberíamos
celebrar reuniones de negocios en traje de baño. Tu cuerpo me está matando.
Cruzó los brazos sobre el pecho y me dedicó una sonrisa socarrona, con
los ojos medio cerrados.
―Bien.
Cada uno de nosotros recogió un poco de agua, la purificó y se limpió.
Le di a Chloe la intimidad de la tienda mientras yo aprovechaba el bosque
vacío para desnudarme y darme un rápido y gélido baño. Me vestí con unos
pantalones cortos y una camiseta limpia tan rápido como pude, intentando no
convertirme en un festín de mosquitos, y utilicé un poco más de agua limpia
para cepillarme los dientes. Desde el oeste, oí el lejano retumbar de los
truenos, lo que me sorprendió. No había visto ninguna tormenta en el radar.
Llamé a Chloe.
―¿Puedo entrar?
―Sí. ―Abrió la cremallera de la tienda―. Sólo quiero lavarme los
dientes, pero lo haré ahí fuera. ¿Fue eso un trueno?
―Sí. Debe haber aparecido una tormenta de verano. ―Vi la mirada de
preocupación en su rostro―. Pero probablemente sólo una pequeña.
Cambiamos de lugar, y ella se fue sólo un minuto o dos antes de volver
a entrar a toda prisa.
―He visto algunos relámpagos. ¿Estás seguro de que estaremos bien
aquí dentro si hay tormenta?
―Positivo ―le dije, tratando de no insistir en el hecho de que no parecía
llevar pantalones cortos debajo de su gran camiseta―. Pero llevemos todas
nuestras cosas al interior. Tendremos un poco menos de espacio para dormir,
pero no queremos que se moje el equipo. ―Recogimos todo y lo metimos
dentro de la tienda justo cuando empezaron a caer las primeras gotas de
lluvia gordas. Los truenos se hicieron más fuertes.
―Está muy oscuro de repente ―dijo nerviosa―. Empacaste una luz?
Saqué una pequeña linterna LED de mi mochila y la encendí,
colocándola en una esquina de la tienda.
―Ya está. ¿Mejor?
―Sí.
―Había olvidado que te daba miedo la oscuridad ―bromeé, tirando mis
chanclas a un lado.
―No tengo miedo ―dijo ella, metiendo las suyas detrás de su mochila―.
Sólo que no me gusta. Igual que como no te gusta el ketchup.

Melanie Harlow
―El ketchup es asqueroso. La oscuridad es divertida.
―Me gusta saber que hay luz si la necesito. Especialmente aquí en
medio del bosque. Y con la tormenta que se avecina.
―No te preocupes, hoyuelos. Te protegeré de cualquier amenaza.
―Saqué la petaca de mi bolsa y se la entregué.
―¿Y quién va a protegerme de ti? ―preguntó ella, enarcando las cejas
mientras destapaba la petaca y se la llevaba a los labios.
―¿Significa eso que no empacaste la sartén?
―Debo haberme olvidado. ―Entrecerró los ojos y me devolvió la
petaca―. Pero no creas que eso significa que puedes meterte conmigo esta
noche. Lo prometiste.
―Es cierto. Lo hice.
―Y dijiste que podía confiar en ti.
―Puedes hacerlo. ―Después de otro sorbo, le devolví el bourbon―. Así
que cuéntame todos tus secretos.
Ella soltó una risita y tomó otro sorbo.
―De ninguna manera. Te olvidas, te conozco.
―Entonces juguemos a un juego. Verdad o reto.
Se detuvo con la petaca a medio camino de sus labios y me dirigió una
mirada de desaprobación.
―Tampoco voy a hacer eso. Me vas a retar a quitarme la ropa o algo así.
―Juro por Dios que seré un perfecto caballero. ―Mientras la lluvia
empezaba a golpear el exterior de la tienda, me acosté de lado sobre mi saco
de dormir, apoyado en un codo―. Pero podemos eliminar la parte del reto y
limitarnos a hacernos preguntas. Puedes empezar tú.
Tomó otro sorbo de bourbon.
―¿No deberíamos hablar de negocios?
―Voy a darnos la noche libre. ―Fuera, el trueno retumbó con fuerza―.
Adelante.
―Hmm. ―Miró la petaca y la hizo girar―. Si pudieras cambiar algo
sobre ti, ¿qué sería?
Pensé por un momento.
―Ojalá pudiera ver el futuro.
Me lanzó una mirada exasperada.
―Oliver. No es así como se supone que debes responder a esa pregunta.
―De acuerdo, bien. ―Exhalé y le di diez segundos más―. Estoy
trabajando en ser más responsable. Más maduro.

Melanie Harlow
―¿Ah sí?
―Sí. Creo que muchos de los errores que he cometido en mi vida se
deben a que nunca he pensado realmente a largo plazo en nada. Tomé cada
decisión basándome en cómo me sentía en el momento. ―Fruncí el ceño―."A
diferencia de Hughie, que lo hacía todo bien desde el principio.
Me devolvió la petaca.
―Lo entiendo. Solía sentirme así con mis hermanas mayores. Como si
las tres hubieran sido unos ángeles perfectos, y yo hubiera nacido con
cuernos en la cabeza. Mis padres nunca supieron qué hacer conmigo. ―Se
recogió el pelo húmedo sobre un hombro―. Después de un tiempo, creo que
simplemente actué porque era lo que se esperaba de mí. Era lo que me
diferenciaba.
Asentí con la cabeza.
―De acuerdo, me toca a mí. Déjame pensar. ¿Qué es lo que más
quieres en la vida?
―¿Qué es lo que más quiero? Hmm. ―Jugó con el dobladillo
deshilachado de su camiseta―. Quiero probarme a mí misma. No sólo quiero
hacerme cargo del negocio familiar y dirigirlo como él lo haría. Quiero dejar mi
propia marca. Como con nuestra destilería.
Me encantó que lo llamara nuestra destilería.
―No tengo ninguna duda de que puedes hacer todas esas cosas.
¿Dudas de ti misma?
―A veces ―admitió ella.
―Bueno, nunca se nota.
Sus mejillas se volvieron un poco rosadas bajo la suave luz.
―Gracias.
―Así que esos son tus objetivos profesionales. ¿Y los objetivos
personales? ¿Quieres tener una familia?
Inhaló y exhaló.
―No lo sé. Lo he pensado. Supongo que nunca he llegado a ninguna
conclusión, y nunca he conocido a nadie con quien me muriera por tener
hijos, así que... ―Se encogió de hombros―. Nunca ha estado realmente en lo
alto de mi lista. ¿Y tú?
Volvimos a intercambiar la petaca.
―Siempre he asumido que me casaría y tendría hijos. En mi familia, es
lo que se hace cuando se llega a cierta edad. Es una tradición.
Ella asintió.
―La tradición parece muy importante en tu familia.

Melanie Harlow
―Lo es. Especialmente para mi abuela, y ella tiene mucha influencia.
―¿Y eso por qué?
―Porque todavía controla el dinero.
―¿De verdad? Creía que habías heredado tu dinero al cumplir los
veinticinco años. Te vi en Chicago justo después de eso, y recuerdo que
dijiste que acababas de tener acceso a él.
Me tomé un poco de bourbon.
―Yo heredé una parte de mi fideicomiso después de la carrera, pero la
fortuna de la familia Pemberton sigue siendo controlada por la abuela. Y
nuestros fideicomisos se establecieron de tal manera que van pasando a
nuestros nombres a medida que envejecemos y alcanzamos ciertos hitos.
―¿Y cuáles son los hitos?
―Cumplir veinticinco años. Casarse. Comprar una casa. Tener hijos.
Ella quiere ver que estamos asentados antes de heredar. Quiero decir, ella
tiene noventa años. Tiene valores bastante tradicionales y anticuados.
―Joder, no tenía intención de entrar en esto con Chloe todavía. El bourbon
me estaba soltando la lengua―. ¿A quién le toca?
―El mío, creo. ―Me quitó la petaca y la inclinó hacia arriba―. Dios, esto
es bueno. Aunque será mejor que deje de beberlo. No quiero volver a visitar
ese retrete esta noche, especialmente con la lluvia. Toma. Ya he terminado.
Le di un último trago y volví a enroscar la tapa antes de dejarla a un
lado.
Se estiró de lado sobre el saco de dormir, apoyando la cabeza en la
mano.
―¿Cuál es tu mayor miedo?
―Fracaso. Odio que me llamen fracasado.
―¿Cuál es tu logro más orgulloso?
―¿Hasta ahora? Brown Eyed Girl. Pero creo que lo que hagamos juntos
lo superará.
―Lo mismo. ―Ella sonrió―. Bien, última pregunta. Ve tú.
―¿Cuál es tu mayor arrepentimiento? ―le pregunté en voz baja.
―No estoy segura de tener uno, como adulta. Supongo que me
arrepiento de haber sido una adolescente tan terrible con mis padres, pero
ahora tenemos una buena relación. Probablemente me harán pagar por ello
algún día mudándose conmigo y haciéndome cuidar de ellos cuando sean
viejos y estén de mal humor todo el tiempo.
Me reí.
―Probablemente.

Melanie Harlow
―¿Y tú? ―Me miró a los ojos―. ¿Cuál es tu mayor arrepentimiento?
Las gotas de lluvia retumbaban sin cesar en la tienda y los truenos
seguían rodando suavemente por encima. Inhalé y percibí el aroma de algo
que debía de haberse puesto en la piel: era veraniego y dulce, y se mezclaba
con el olor de la lluvia, que siempre me había gustado. Le acomodé el pelo
detrás de la oreja.
―Huir de ti.
―Oliver. ―Cerró los ojos―. No lo hagas. Dijiste que no lo harías.
―Puede que haya mentido.
Ella suspiró.
―Por eso no puedo confiar en ti.
―De acuerdo, no era una mentira exactamente, pero puede que
haya... sobrestimado mi capacidad de resistirte. Y quise decir lo que dije. ―Le
pasé un pulgar por la mejilla―. Fui un completo idiota al irme cuando lo hice,
de la forma en que lo hice. Y siempre me he arrepentido.
―No te creo. ―Su labio inferior temblaba.
―Dame otra oportunidad, Chloe. Ya no soy ese tipo.
Ella levantó la barbilla.
―Demuéstralo.

Melanie Harlow
Quince
Chloe
Ahora
Oliver parecía confundido.
―¿Huh?
―Demuéstralo ―lo reté―. Demuéstrame que no eres el mismo que antes.
―¿Cómo?
Aparté su mano.
―Manteniendo tu promesa de no ponerme un dedo encima.
―Pero... ¿no podemos pensar en otra forma? ―Miró con anhelo mis piernas
desnudas.
―No. ―Para reforzar mi postura, abrí mi saco de dormir y me metí en él―.
Si hablas en serio y realmente quieres otra oportunidad conmigo, no tendrás
problema en mantener tus manos en tu lado de la tienda. Si sólo quieres echar
un polvo esta noche y buscas una vagina sin complicaciones, tendrás que
buscarla en otra parte.
―¿Porque tu vagina es complicada?
Levanté la barbilla.
―Es muy complicada.
―Bien. ―Suspirando con fuerza, se acercó y bajó la luz, se quitó la
camiseta y se tumbó de espaldas, con las manos detrás de la cabeza―. Buenas
noches.
―Buenas noches. ―Me puse de lado, de espaldas a él, tratando de ocultar
una sonrisa en la sudadera que usaba como almohada. Estaba segura de que se
arrastraría hacia mí en cuestión de minutos, dándome la razón.
Entonces, y sólo entonces, me rendiría. Así que me quedé despierta y
esperé.
Y esperé.
Y esperé.
Los truenos siguieron su curso, la lluvia se redujo a una llovizna, los
grillos cantaron más fuerte... pero Oliver permaneció en su lado de la tienda.
Maldito seas, Oliver. Sé que me quieres.

Melanie Harlow
Suspiré con fuerza, sólo para recordarle que estaba allí y hacerle saber que
no estaba dormida.
Nada.
Después de otro minuto, me puse de espaldas y saqué las piernas del saco
de dormir.
Nada.
Me puse de lado, de cara a él, y miré. Estaba en la misma posición que
antes. Con los ojos cerrados. Su pecho desnudo era visible, e hizo que mis
músculos pélvicos se contrajeran.
Volví a suspirar. Incluso más fuerte.
―¿No puedes dormir? ―preguntó, sin mover un músculo. Tenía un perfil
tan estupendo.
―Supongo que no.
―¿Cómo es eso? ¿Demasiado oscuro?
―No.
―¿Demasiado calor?
―No.
―¿Demasiado frío?
―No.
―¿Entonces qué es? Debe haber algo que te mantiene despierta.
Sin paciencia, me senté.
―He cambiado de opinión.
―¿Oh? ¿Sobre qué?
―Sobre esta noche. ―Me incliné hacia él y le susurré tímidamente―:
Puedes ponerme un dedo encima.
―No, mejor que no. ―Todavía no había abierto los ojos.
Indignada, me enderecé.
―¿Qué? ¿Por qué no?
―Porque tenías razón. Si realmente voy a probarme a mí mismo y ganarme
tu confianza, necesito mantener mis promesas.
Me quedé con la boca abierta, intentando decidir si estaba impresionada u
ofendida.
―Además, me da un poco de miedo tu complicada vagina ―continuó, con
una sonrisa dibujada en su rostro―. Nunca he visto una de esas antes. Puede
que no sepa qué hacer con ella.
―Olvídalo ―espeté, poniéndome de lado, alejándome de él de nuevo.

Melanie Harlow
―Buenas noches.
No pasaron ni tres segundos cuando sentí su cuerpo presionando detrás
del mío y su mano deslizándose por mi muslo.
―Sólo estoy jodiendo contigo ―susurró, con sus labios contra mi oído―. Sé
exactamente qué hacer con ella.
―Suéltame ―le dije―. No quiero jugar a tus jueguecitos del gato y el ratón.
―Vamos, te encantan los juegos. Tú empezaste este.
―Todo lo que haces es agredirme.
―Lo sé ―dijo, deslizando su mano entre mis piernas―. Y ahora mismo
quiero agredirte tan fuerte.
―No estoy de humor.
―Mentirosa. ―Sus dedos habían sobrepasado mi ropa interior y se
deslizaron fácilmente dentro de mí.
La dura longitud de su erección me presionó el coxis y me arqueé contra
él. Enterró su cara en mi cuello, besando mi garganta mientras sus dedos hacían
magia entre mis piernas.
―Ojalá no te quisiera así ―susurré―. No eres más que un problema.
―Te encantan los problemas ―me recordó.
Me puse de espaldas y deslicé una mano dentro de sus calzoncillos,
enfundando su caliente y dura polla con mi puño.
―Vete a la mierda.
En un instante, su boca estaba sobre la mía mientras empujaba a través
de mis dedos y yo movía mis caderas contra su mano. Estábamos ávidos e
impacientes, como si quisiéramos recuperar el tiempo perdido. Sin apenas
romper el beso, tiramos de los calzoncillos y la ropa interior y nos quitamos las
camisas, con la piel cada vez más sudorosa y la respiración agitada. En poco
tiempo, él estaba encima de mí y mis piernas le rodeaban.
―¿Está bien? ―preguntó, burlándose de mí con la punta de su polla.
―Está bien ―jadeé, mi cuerpo no quería esperar a que mi mente se
detuviera a pensar en esto.
Entonces, se introdujo en mí, y no me importó nada más que lo bien que
me sentí al tener a Oliver moviéndose sobre mí, llenándome, metiéndose en mi
cuerpo con más fuerza y profundidad. Le rastrillé las uñas por la espalda y le
agarré el culo, apretándolo más contra mí. Gemí y suspiré y maldije, odiándome a
mí misma por desearlo tanto, por dejar que me hiciera esto otra vez, por saber
exactamente cómo hacerme venir.
Pero yo también lo amaba por eso: me encantaba la forma en que le
gustaba un poco de rudeza, me encantaba cuando se arrodillaba y tiraba de mis
caderas hacia sus muslos, me encantaba cuando frotaba su pulgar sobre mi

Melanie Harlow
clítoris mientras me metía la polla una y otra vez. Gemía, gruñía y juraba con los
dientes apretados. Me dijo que iba a correrse y, en el último segundo, me agarró
por debajo de los brazos y me subió a su regazo, llevándome con él al límite
mientras aguantaba el orgasmo sobre su gruesa y palpitante polla.
―Jesús ―jadeé, aferrándome a Oliver sólo para mantenerme en pie.
―Eso no fue para nada complicado. ―Él también estaba sin aliento.
―No ―acepté―. No lo fue. Pero hemos complicado nuestra relación de
negocios significativamente.
―Yo diría que la hemos mejorado.
Me incliné hacia atrás para mirarlo a los ojos, con mis brazos aún
enroscados en su cuello.
―¿Qué vamos a hacer?
―¿Sobre qué?
―Sobre nosotros. ―Suspirando, observé su pelo desordenado y su cara
bonita, con la pequeña cicatriz en la barbilla que se había hecho cuando
saltamos del tejado del granero―. Tengo miedo de que vayamos a arruinar todo.
―¿Por qué?
―Porque eso es lo que hacemos. ¡Ese es el patrón, Oliver! Nos acercamos a
algo bueno, y luego lo echamos a perder. Nos precipitamos. No te estoy culpando
del todo, yo también lo hago.
―Ahora no lo hacemos ―insistió―. Antes éramos demasiado jóvenes. No
estaba preparado. ―Inclinó su frente hacia la mía―. Pero siento algo por ti. No
importa cuánto tiempo pase, o cuánto tiempo pase sin verte, nunca desaparece.
En el momento en que vuelvo a estar contigo, me golpea ―puso una mano en su
pecho desnudo― justo aquí.
Un extraño miedo amenazaba con ahogarme.
―Oliver. No.
―Siente esto. ―Me tomó la mano y la puso sobre su corazón, que sentí
latir con fuerza y rapidez bajo mi palma.
Se me estrechó la garganta.
―Eso es por el sexo.
―Eso es por ti.
―¿Y qué es tan diferente esta vez, eh? ―Aparté la mano―. ¿Cómo sé que
esto no es otro Chicago, donde todo parece real y perfecto, pero para cuando sale
el sol, has cambiado de opinión? Te conozco.
―Y te conozco. Si no sintieras algo por mí, si no pensaras que lo que
tenemos es demasiado bueno para ignorarlo, te habrías quedado en tu lado de la
tienda.

Melanie Harlow
―Maldito seas tú y esta tienda. ―Crucé los brazos sobre el pecho.
―Esto no es Chicago, Chloe ―dijo en voz baja, tomando mi cabeza entre
sus manos―. Sé que la he cagado. Sé que estás asustada. Sé que no tienes
motivos para creerme cuando te digo que ahora las cosas serán diferentes, pero lo
único que puedo hacer es pedirte una oportunidad más. Podríamos estar tan bien
juntos, Chloe.
―Oh, Dios. ―Cerré los ojos y me besó de nuevo, suave y dulce―. He
pasado muchas noches maldiciendo lo que hiciste. Me hiciste sentir inútil, tonta
y enojada. Me hiciste odiarte.
―Lo sé. Me odié a mí mismo.
Lo miré de nuevo y tragué contra el nudo de mi garganta.
―Pero todavía te echaba de menos. Todavía te quería.
Sus labios se inclinaron hacia arriba.
―¿Así que me darás otra oportunidad?
Asentí con la cabeza.
―Pero tienes que prometerme algo.
―Cualquier cosa.
―Nada de juegos. Nada de tonterías. Tienes que ser honesto conmigo.
―Lo seré.
Lo miré a los ojos y desnudé mi alma.
―Estaba preparada para darte todo hace siete años. Y me rompiste el
corazón.
Asintió lentamente, aceptando la verdad.
―Pero siempre has tenido una parte ―susurré mientras mi garganta se
cerraba de nuevo.
―Nunca te la voy a devolver. ―Aplastó sus labios contra los míos y me
inclinó suavemente hacia atrás, y nos acostamos piel con piel, besándonos y
susurrando en la oscuridad como los adolescentes que solíamos ser. Finalmente,
nos metimos en su saco de dormir y nos abrazamos mientras nos dormíamos,
con mi cabeza sobre su pecho.
Cuando me desperté a la mañana siguiente, estaba sola en la tienda. Por
un momento me entró el pánico: me había dejado otra vez. Luego me di cuenta de
que todas sus cosas seguían allí y pensé que debía haber ido al baño o algo así.
Pero cuando no volvió al cabo de un par de minutos, me puse la primera ropa que
encontré, me calcé las chanclas y salí.
El aire de la mañana era fresco, el bosque húmedo, y volví a la tienda para
coger mi sudadera antes de bajar a la playa. Algo me decía que allí estaría Oliver.
Lo vi tan pronto como salí de los árboles y llegué al acantilado. Estaba

Melanie Harlow
sentado en la arena, de cara al agua, con los brazos sobre las rodillas. Subiendo
la cremallera de mi sudadera, contra el ligero frío, me dirigí hacia la duna.
―Buenos días ―dije, dejándome caer de rodillas en la arena junto a él.
―Hola. ¿Qué haces levantado tan temprano? ―Su pelo sobresalía en
todas las direcciones, y rápidamente trató de arreglarlo.
Puse mis manos en él, desordenándolo de nuevo.
―No lo hagas. Me gusta que esté desordenado. Es bonito.
Sonrió y me puso delante de él, acomodándome entre sus piernas, con sus
brazos rodeando mis hombros.
―¿Dormiste bien?
―Supongo. Acampar es divertido, pero no voy a mentir, prefiero un buen
hotel.
Me besó el hombro.
―Lo mismo.
Enganché mis manos sobre sus antebrazos.
―¿Has dormido bien?
―Bastante bien.
―¿Cuánto tiempo llevas aquí abajo?
―No demasiado tiempo. ―Hizo una pausa―. Estaba un poco inquieto esta
mañana. Pensando en muchas cosas. No quería despertarte.
Permanecimos en silencio durante un par de minutos, observando las olas.
―Cuando me desperté y me di cuenta de que no estabas, me puse un poco
nerviosa ―dije.
―¿Pensaste que te había abandonado en el bosque?
―Por un momento.
Apretó sus labios a un lado de mi cabeza.
―Ya no tienes que preocuparte por eso.
Le apreté los brazos.
―Entonces, ¿qué vamos a hacer hoy?
―Estaba pensando en eso. Pensé que tal vez podríamos caminar alrededor
del lado este de la isla en nuestro camino de regreso a los muelles para tomar el
ferry.
―Suena bien.
―Y luego ―continuó― creo que nos merecemos un rato de celebración. A
solas.
Me incliné hacia un lado y lo miré por encima del hombro.

Melanie Harlow
―¿Ah sí?
―Sí. Cuando volvamos a tierra firme, voy a llamar a mi madre y decirle
que estaremos una noche más. Entonces voy a hacer reservas para que nos
quedemos en algún lugar un poco menos rústico.
Mi pulso se aceleró un poco.
―¿De verdad?
―Sí. ¿Está bien?
―Claro. ¿Se molestará tu madre?
―No me importa. ―Me besó la sien―. Sólo te tengo para mí, y soy un
bastardo egoísta. No quiero compartir.
―¿Y el cumpleaños de tu abuela?
―Todavía tendrá noventa años cuando lleguemos.
Me reí.
―Nuestras familias van a enloquecer con esto. Nuestras madres se van a
regodear.
―No me importa. Si tú eres feliz, yo soy feliz. Nada más importa.
―Soy feliz. ―Incliné la cabeza hacia atrás y la apoyé en su pecho.
Desayunamos, recogimos nuestro campamento y caminamos alrededor del
lado este de la isla, llegando a los muelles antes del mediodía. Nos tomamos de la
mano casi todo el tiempo. En el viaje en ferry, apoyé mi cabeza en su hombro y él
mantuvo una mano en mi pierna. Cuando volvimos a su coche, me abrió la
puerta del pasajero y encendió el aire acondicionado antes de meter en el
maletero todo nuestro equipo.
Mientras lo hacía, me miré en el espejo de la visera, encogiéndome ante el
pelo encrespado del sombrero, la nariz quemada por el sol y la cara sudada.
Necesitaba una ducha, un secador de pelo y un buen rato a la sombra.
Una habitación de hotel estaría bien.
Almorzamos en Leland y, mientras estábamos sentados a la mesa,
Oliver reservó una habitación en una posada no muy lejos de Sleeping Bear
Dunes, donde habíamos ido juntos una vez de niños. Luego llamó a su madre.
―Hola, mamá. Sólo quería decirte que Chloe y yo vamos a estar una
noche más. ―Hizo una pausa, sosteniendo el teléfono más cerca de su oreja.
Luego me miró―. Sí. Ella está aquí. ―Otra pausa―. Sí. Se lo diré.
¿Decirme qué? me pregunté. ¿Y por qué parecía un poco nervioso?
―¡No! Puedes hablar con ella más tarde. ―Su tono era vehemente.
¿Hablar conmigo? ¿Por qué demonios querría su madre hablar conmigo
ahora mismo?
Luego puso los ojos en blanco.

Melanie Harlow
―Lo mismo digo, mamá. Lo sé. Nosotros también estamos deseando verte.
Sólo es una noche más.
Sorbí mi té helado, riéndome cuando hizo un gesto farfullante con la
mano, como si su madre no dejara de hablar. Mi madre era exactamente igual.
―De acuerdo, mamá, tengo que irme. Chloe me está esperando, y no
querrás perderte el torneo. Sí, nos vemos mañana. Adiós.
―¿Torneo? ―Pregunté―. ¿Qué tipo de torneo?
―De croquet. Es muy serio en mi familia.
―Oh, Dios mío. Eso es tan Pemberton. ―Me reí y puse mi té helado en la
mesa―. Voy a usar el baño muy rápido. Vuelvo enseguida.
―Tómate tu tiempo.
Tomé mi bolso y me dirigí al baño de mujeres, agradeciendo que hubiera
un retrete y un lavabo de verdad. Después de lavarme las manos, busqué
rápidamente en mi bolso mi paquete de píldoras anticonceptivas. Teniendo en
cuenta lo que había sucedido anoche y lo que probablemente continuaría en el
futuro inmediato, tendría que estar atenta a ellas. Oliver y yo necesitábamos una
oportunidad para hacer que funcionara por las razones correctas, razones reales,
por elección, no porque quisiéramos ganar una apuesta o demostrar algo o
impresionarnos mutuamente. Y, desde luego, no por una píldora olvidada. Pero
mientras me tragaba una, me pregunté si llegaría un momento en el que no me
preocuparía tanto.
Antes de volver a la mesa, decidí llamar a April rápidamente. Ella contestó
de inmediato.
―Estás viva ―dijo a modo de saludo―. ¿Estás en un maletero?
Me reí.
―No. Estoy en el baño de un restaurante en Leland, pero anoche
estuvimos acampando en South Manitou.
Ella jadeó.
―¿Solos?
―Solos en una tienda.
Silencio.
―¿Lo hiciste?
―Lo hicimos. ―Me encogí, sintiendo que tenía que defenderme―. Pero no
es lo que piensas.
―Dijiste que no ibas a dejar que te encantara.
―Lo sé, lo sé. ―Me mordí el labio―. Pero esta vez parece diferente.
―¿Qué pasa con Chicago?
―Hablamos de ello. Se disculpó.

Melanie Harlow
―¿Cuál fue su excusa?
―Que era joven e inmaduro. No estaba preparado para afrontar sus
sentimientos.
April suspiró.
―Todavía podría haberte llamado.
Me quedé mirando un grafiti en la pared.
―¿Crees que estoy siendo estúpida?
―No, por supuesto que no. Sólo sé que tiendes a precipitarte en las cosas.
Pero también sé que ustedes dos tienen mucha historia.
―Lo hacemos. Y hay algo en él que no puedo resistir, aunque sé que
debería. Él... me llega. No sé cómo explicarlo.
―Es una buena química. No tienes que explicarlo. Sólo tómatelo con
calma.
―Lo haré. ―Una mujer y su niña entraron en el baño―. Escucha, tengo
que irme. Vamos a pasar la noche por aquí esta noche y luego nos dirigiremos a
Harbor Springs mañana para ver a su familia.
Se rió.
―Eso no es exactamente tomarse las cosas con calma.
Yo también me reí mientras salía por la puerta.
―Lo sé. Pero me siento bien ahora, y estamos muy emocionados con los
planes de la destilería. Tengo muchas cosas que contarte cuando vuelva.
―No puedo esperar a escucharlos. ―Ella dudó―. Me gusta Oliver,
Chloe. Realmente me gusta. Y si puede ayudarte a ver tu sueño de la destilería
hecho realidad, me gustará aún más.
―Siento que viene un pero.
―Pero como tu hermana mayor ―continuó― sólo quiero que seas
precavida. Tienes tendencia a saltar antes de mirar.
―Lo sé. ―Levanté la vista y vi que Oliver me sonreía, y mi estómago se
volvió ingrávido―. Tendré cuidado.
Pero mientras dejaba caer el teléfono en el bolso y volvía a la mesa, no
podía evitar sentir que mi cautela se debilitaba con cada latido de mi corazón.
¿Estaba loca al pensar que esta vez era real?

Melanie Harlow
Dieciséis
Chloe
Entonces
―¿Chloe?
Estaba en la cola de la barra de una gala benéfica de un hospital cuando
oí mi nombre. La profunda voz provenía de mi hombro izquierdo y miré detrás de
mí.
―¿Oliver?
Sonrió.
―Pensé que eras tú.
―¿Desde atrás? ¿Cómo me has reconocido?
―El tatuaje.
―Oh. Duh. ―Me había olvidado de que llevaba un vestido con la espalda
baja, y mi pelo también estaba recogido, haciendo que la línea del guión a través
de mis omóplatos fuera claramente visible.
―¿Cómo estás? ―Se inclinó para besar mi mejilla y lo dejé. Tenía buen
aspecto, por supuesto, perfectamente ataviado con un traje color carbón y una
corbata a rayas.
―Bien.
Sonrió.
―Yo también estoy bien.
―No he preguntado.
Levantó su bebida.
―Te ves muy bien.
―Gracias. Tú también. ―Miré sus piernas―. Decidiste usar pantalones
para esta ocasión, ¿eh?
Se rió.
―En efecto, lo hice.
Volví a mirar al frente, deseando que mi piel no estuviera tan caliente. Era
como si irradiara algún tipo de energía térmica a la que mi cuerpo estaba
condicionado a responder. Hace un momento había estado perfectamente fría.

Melanie Harlow
―Supongo que todavía estás enfadada por lo que pasó en la fiesta de
Hughie ―dijo.
Me encogí de hombros.
―Vamos, hay crímenes más grandes en el mundo que darle un orgasmo a
alguien.
―¡Silencio! ―Miré a mi alrededor, asegurándome de que nadie me oyera―.
Esa no fue la razón por la que me enojé, y lo sabes.
―¿Cuál era el motivo?
Avanzamos en la fila.
―Tu repugnancia moral.
―Oh, bien. Pensé que era algo serio.
Lo miré mal.
―¿Qué estás haciendo aquí?
―¿En Chicago o en este evento?
―Ambos.
―Estoy en la ciudad visitando a un amigo. Su madre está en la junta
directiva del hospital. ¿Y tú?
―He venido con mi compañera de piso. Ella trabaja para la fundación del
hospital. Y mi empresa hace sus relaciones públicas.
―Ah. ―Agitó el líquido de color miel en su vaso―. Me he acercado unas
cuantas veces en el último año o así. Te envié algunos mensajes.
―¿Ah, sí? No los recibí ―dije―. Quizá te has equivocado de número.
Sonrió, porque sabía que estaba mintiendo.
Un momento después, llegamos a la primera fila y Oliver me preguntó qué
quería.
―Vodka y soda con una lima, por favor ―le dije al camarero.
Que me condenen si dejaba que pida por mí.
El camarero asintió y miró a Oliver.
―¿Y para ti?
―Para mí nada, gracias.
Mientras me servían la bebida, puse un dólar en el tarro de las propinas y
consulté mi teléfono. Sólo eran las nueve, y ya me aburría mucho en este evento.
No me gustaban las galas y, aunque me gustaba apoyar una buena causa con mi
trabajo, estar de pie con un vestido elegante y tacones altos hablando con gente
rica y estirada me aburría rápidamente. Mi compañera de piso había
desaparecido hacía una hora con un cirujano recién divorciado del que estaba
enamorada, y tenía la sensación de que habían conseguido una habitación en el

Melanie Harlow
piso de arriba. Pero no quería irme sin saber de ella.
El camarero volvió con mi cóctel y Oliver lo tomó.
―Lo llevaré por ti ―dijo―. ¿Dónde estás sentada?
―¿Dónde está tu cita? ―pregunté, alejándome de la barra―. ¿No te echa
de menos a estas alturas?
Me siguió.
―Vine con un amigo, y aunque es gay, estoy bastante seguro de que no
soy su tipo.
―Oh. ―Miré hacia mi mesa, a la que no me hacía especial ilusión volver―.
Estaba sentada allí, pero...
―¿No quieres sentarte?
―La verdad es que no. ―Le quité la bebida de la mano y bebí un sorbo,
haciendo una mueca―. Ew. Esto está totalmente aguado, y creo que le puso
tónica, no soda.
―¿Quieres que te traiga otro?
Suspiré y negué con la cabeza.
―No te preocupes.
―Escucha. ¿Por qué no subimos al bar del hotel y nos tomamos una copa
de verdad?
―No lo sé. Estoy algo cansada. ―Revisé mi teléfono, y efectivamente, el
mensaje de mi compañera de piso decía ¡¡¡Quédate aquí esta noche!!!
―Vamos, hoyuelos ―le dijo Oliver―. Yo invito y podemos ponernos al día.
No nos hemos visto en, ¿cuánto, dos años?
―Tres ―dije, entrecerrando los ojos hacia él, porque sabía exactamente
cuándo era―. La fiesta de Hughie, ¿recuerdas?
―Lo recuerdo. ―Terminó su bebida, sus ojos bailando sobre el borde de su
vaso―. Entonces, ¿qué dices? ¿Un trago por los viejos tiempos? Te prometo que
no llevaré ninguna serpiente de goma, ni te retaré a saltar del tejado.
―Tus promesas no significan nada para mí, Oliver Pemberton. Porque
nunca las cumples. ―Fruncí el ceño ante mi cutre cóctel―. Pero me gustaría un
buen trago antes de irme.
Se rió, tomando el vaso lleno de mi mano y poniéndolo junto al suyo vacío
en una bandeja de servicio cercana.
―Ya lo tienes. Vamos. Un trago, y luego te conseguiré un Uber.
Suspiré.
―Bien.
Nos dirigimos hacia los ascensores del hotel y tropecé ligeramente con el

Melanie Harlow
largo dobladillo de mi vestido. Oliver me tomó inmediatamente del brazo.
―¿Estás bien?
―Sí. Me prestaron este vestido, así que no me queda perfecto. Mi
compañera de cuarto es más alta que yo.
―¿Quién no lo es?
Lo miré fijamente, pero dejé que mantuviera mi brazo agarrado. No me
gustaba que me tocara -mi cuerpo siempre reaccionaba a su contacto-, pero
tampoco quería caerme de bruces.
Uno al lado del otro, subimos al ascensor en silencio, y cuando las puertas
se abrieron, Oliver me guió a través de ellas. Una mujer que esperaba para subir
al ascensor nos sonrió.
―Qué bonita pareja ―dijo.
―Gracias ―respondió Oliver.
―Pero no somos una pareja ―añadí, quitando mi brazo. Me levanté el
dobladillo del vestido mientras caminábamos por el vestíbulo hacia el bar.
Estaba lleno de gente y no vi ningún sitio donde sentarse, salvo unas
cuantas mesas con carteles de Reservado.
―¿Deberíamos ir a otro sitio? ―pregunté.
―No. Dame un minuto. ―Oliver se acercó al anfitrión, sacó algo de dinero
de su cartera y se lo dio. Un momento después, estaba de vuelta.
―Podemos sentarnos donde queramos ―dijo con seguridad.
Me sentí molesta y aliviado al mismo tiempo. Los pies me estaban
matando.
―¿Qué tal por allí? ―Señalé una pequeña cabina de esquina con una mesa
redonda.
―Perfecto. ―Me tomó del brazo de nuevo y me guió hacia el lugar.
Nos deslizamos en la cabina y me quité inmediatamente los zapatos. Un
camarero se acercó y preguntó qué queríamos, y Oliver me miró.
―¿Qué suena bien? ¿Vodka?
―¿Qué vas a tomar?
―Probablemente whisky.
―Yo también lo haré.
Discutió la selección con el camarero y eligió. Cuando volvimos a estar
solos, se echó hacia atrás y puso su brazo a lo largo del respaldo del asiento,
justo por encima de mis hombros.
Lo miré, y luego a él.
―¿De verdad?

Melanie Harlow
―¿Te molesta?
Refunfuñando, me moví en el asiento de felpa.
―Está bien. Siempre y cuando entiendas que las cosas no se van a poner
románticas entre nosotros esta noche.
―¿Cuándo han sido las cosas románticas entre nosotros?
―Ya sabes lo que quiero decir. No va a pasar nada. Me tomo una copa y
me voy a casa.
Nuestras miradas se cruzaron y una lenta sonrisa se dibujó en sus labios.
―De acuerdo.
No hace falta decir que algo pasó.
Ni siquiera estoy segura de cómo.
Un trago se convirtió en dos. Luego en tres. Nos pusimos al día. Nos
reímos de los viejos tiempos. Preguntamos por la familia. Compartimos
anécdotas, miramos las fotos de los teléfonos de los demás, hablamos del whisky.
Cuando nuestras copas estaban vacías, Oliver pagó la cuenta y salimos
hacia los ascensores. Para entonces yo ya estaba agradablemente achispada, pero
aún así lo atrapé dándole a la flecha de arriba.
―Oye ―dije―. Tengo que buscar mi abrigo. El salón de baile está en el
nivel inferior.
―Lo sé. ―Las puertas se abrieron y él entró. El ascensor estaba vacío―.
Pero mi habitación está arriba.
No me moví. Mantuvo el dedo en el botón, manteniendo las puertas
abiertas, y se encontró con mis ojos. La mirada en su rostro me retó a subir.
Subir a su habitación. Desnudarme.
Deseaba que no se viera tan jodidamente bien en ese traje.
―Uno ―dijo.
Me mantuve firme, pero sentí que se agrietaba bajo mis pies.
―Dos.
Apreté los músculos del estómago, recordando lo grande que era, cómo
usaba su boca, lo rápido que me hizo venir.
―Tres. ―Quitó la mano del botón―. Buenas noches, Chloe.
Las puertas comenzaron a cerrarse.
Mi mano salió disparada.
Las puertas se abrieron de nuevo y las atravesé, respirando con dificultad.
―Eres jodidamente imposible ―le dije.
―Y tú eres jodidamente predecible. ―Bajó la voz―. Pero he estado
esperando esto mucho tiempo.

Melanie Harlow
Las puertas se cerraron detrás de mí y nos lanzamos como lobos.
Llenos de lujuria contenida y whisky, entramos en la habitación de Oliver
y nos desgarramos la ropa mutuamente. Fue caliente y áspero y un poco violento,
como si estuviéramos furiosos por no haber podido mantener nuestras manos
para nosotros mismos y quisiéramos desquitarnos con el cuerpo del otro. Nos
empujamos, tiramos, gruñimos y agarramos. Nos insultamos y maldecimos con
saña. Derribamos una lámpara y rompimos la camisa de Oliver.
Cuando por fin explotamos juntos, Oliver me tenía contra la puerta, y si
nuestros gritos no despertaron a todo el piso, los golpes debieron de hacerlo.
Tendría moratones durante días.
Después, nos desplomamos en la cama, desnudos y sudorosos y agotados.
―Oh, Dios mío ―dije―. No puedo creer que hayamos hecho eso.
―Lo sé. Yo tampoco.
―Creo que me ha dado un tirón.
―Creo que me has mordido. ¿Estoy sangrando?
Me reí.
―No, pero espero que no estés viendo a nadie. Si lo estás, se preguntará
por todos esos arañazos en tu espalda.
―No estoy viendo a nadie. ―Hizo una pausa―. ¿Y tú?
―No.
Ninguno de los dos se movió durante varios minutos. Cuando me
sorprendí a mí mismo quedándome dormido, me senté.
―Debería irme.
―¿Por qué? Quédate aquí"
Bajé la mirada hacia él.
―¿Quieres que me quede?
―Sí. ―Abrió los ojos. Con la poca luz, casi parecían negros en lugar de
azules―. Pasa la noche conmigo.
Esperé el chiste sucio, la excusa, la sutil indirecta, la razón que esgrimió
para pedirme que me quedara. No podía ser sólo que me quisiera aquí.
Pero no dijo nada más. Se limitó a extender la mano y cubrir la mía con la
suya. Me miré las manos por un momento y me vinieron mil recuerdos. Algunos
buenos, otros malos, pero todos de nosotros. Me sentía cerca de él, y no quería
irme.
―Está bien. Me quedaré.
―Bien. ―Se quitó el reloj y lo puso en la mesita de noche.
***

Melanie Harlow
―¿Qué deberíamos hacer hoy? ―Oliver trazó las letras de mi tatuaje con el
dedo―. ¿Museo? ¿Acuario? ¿Pasear por la Avenida Michigan?
Estaba boca abajo, con los brazos cruzados bajo la almohada.
―¿Qué día es?
Se rió.
―Sábado. ¿Tienes que estar en algún sitio?
Intenté pensar, pero mi cerebro, al igual que mi cuerpo, estaba
completamente hecho papilla. Habíamos pasado toda la noche alternando el sexo
alucinante con breves y pesadas siestas. Ninguno de los dos había dormido lo
suficiente.
―No puedo recordar.
―No trabajas los sábados, ¿verdad?
―No.
―Bien. Pasa el día conmigo.
―No tengo ropa.
―Aún mejor. ―Miró a la ventana―. Está lloviendo de todos modos. Nos
quedaremos en la cama.
Sonriendo, miré su pelo alborotado y su mandíbula con rastro.
―¿Cuánto tiempo estarás en Chicago?
―Para el fin de semana.
―¿Tienes planes?
―Sí. Follarte de diez maneras diferentes. Darte muchos orgasmos. Hacerte
gritar mi nombre un poco más. ―Se inclinó y me besó el hombro―. ¿No suena
divertido?
Por supuesto que sí. Pero no estaba segura de que mi cuerpo pudiera
soportar otro día más.
―No sé, Oliver. Estoy algo dolorida. ―Intenté estirarme y me estremeció
el dolor de los músculos de la espalda.
―He sido bastante duro contigo, ¿no? ―Sonaba orgulloso.
―Sí. ―Me puse de lado y le eché un brazo y una pierna encima―. Pero
me gusta.
Me pellizcó el culo con fuerza.
―Esa es mi chica.
***
Durante los dos días siguientes, Oliver sólo salió de la habitación dos
veces: una para ir al salón de baile a por mi abrigo y luego a la tienda del
vestíbulo a comprar un cepillo de dientes para mí, y la segunda para comprar

Melanie Harlow
más condones.
No me fui ni una vez en todo el fin de semana.
Comimos platos ridículamente caros en el servicio de habitaciones,
bebimos una costosa botella de bourbon, rememoramos recuerdos de la infancia,
discutimos incesantemente sobre todo lo que hay bajo el sol y tuvimos tanto sexo
que no creí que fuera capaz de salir de allí.
Y en algún momento, entre tanta comida, bebida, risas y orgasmos, nació
la idea de Brown Eyed Girl.
―No sé qué quiero hacer con mi vida ―dijo, tomando otro palito de
mozzarella de cinco dólares de la cesta―. Ahora que he terminado la carrera, mis
padres quieren que vuelva a casa y trabaje en Pemberton, pero no quiero un
trabajo de oficina. Tengo miedo de que, si lo acepto, me conviertan en alguien en
quien no tengo interés en convertirme. Me despertaré un día y descubriré que
odio mi vida, pero será demasiado tarde para hacer algo al respecto. Tendré un
trabajo aburrido, una ex mujer que no me soporta y dos hijos que me culpan de
haberles jodido la vida. Hasta el perro me odiará.
Me reí.
―Entonces no aceptes ese trabajo. Cambia de rumbo. Haz otra cosa.
―¿Como qué?
―No lo sé. ¿Qué te gusta?
Pensó por un segundo.
―Sexo, veleros y whisky.
―Bueno, no estoy segura de cómo ganarme la vida con las dos
primeras, pero ¿quieres oír una idea que he estado barajando y que tiene que ver
con el whisky?
―Sí. ―Se estiró de lado en la cama, llevando sólo unos vaqueros, y apoyó
la cabeza en las manos.
―Voy a volver a Cloverleigh este otoño para encargarme del marketing y
las relaciones públicas, además de gestionar las salas de degustación de la
bodega. Y he estado pensando en poner en marcha una destilería de pequeños
lotes.
―Es una locura. Yo también lo he pensado ―dijo emocionado―. Desde que
hice ese viaje a Escocia, ha estado en mi cabeza.
―¿De verdad?
―Sí. ―Sacudió la cabeza―. Es como si compartiéramos ondas cerebrales o
algo así.
Sonreí.
―Puede que lo hagamos.
―¿Y cuándo lo harás?

Melanie Harlow
―No estoy segura. No de inmediato; tengo que investigar más y
asegurarme de que tengo los recursos financieros necesarios, pero me
entusiasma.
―Tengo recursos financieros. Hagámoslo juntos.
―¿Qué? ―Lo miré fijamente.
―Acabo de cumplir veinticinco años y he heredado una parte de mi
patrimonio. Hagámoslo juntos. ―Pensó por un segundo―. Pero tal vez
deberíamos ubicarlo en otro lugar que no sea la granja. Cloverleigh recibe mucha
gente del vino y familias, pero querríamos un grupo demográfico diferente: más
joven y más moderno.
―¿Estás pensando en aquí? ¿En Chicago?
―No necesariamente. ¿Qué hay de Detroit? Allí ya hay algunas destilerías
que lo hacen bien. Tendríamos que pensar en una forma de destacar, pero
apuesto a que podríamos hacerlo.
Me senté.
―Oliver, ¿hablas en serio? ¿Te meterías en un negocio conmigo?
―Por supuesto que sí. ―Me sonrió―. Hagámoslo.
Estuvimos media noche tomando notas e investigando en Internet y
esbozando ideas en la papelería del hotel. Pensamos en empezar con algo más
sencillo que de vodka o ginebra, y luego pasar al whisky, que era más difícil y
llevaba más tiempo. A medida que pasaban las horas, nos emocionábamos cada
vez más, convencidos de que era la mejor puta idea del mundo, que éramos unos
genios y que todo el mundo iba a decir que nos conocía. Puede que estuviéramos
medio borrachos, o medio locos - probablemente las dos cosas-, pero en ese
momento, el mundo entero nos pertenecía.
―¿Te mudarías a Detroit? ―preguntó, apoyándose en las almohadas y
estirando las piernas hacia delante. Sólo llevaba un par de calzoncillos de color
verde oscuro, y su pecho desnudo mostraba débiles marcas de arañazos rojos.
―Joder, sí, lo haría. ―Me senté con las piernas cruzadas junto a él en una
de sus camisetas, con nuestra pila de notas entre nosotros―. Empezaré a buscar
trabajos de relaciones públicas allí de inmediato, ya que nuestro negocio no dará
beneficios durante un tiempo.
―No te preocupes por eso. Me aseguraré de que tengas suficiente dinero
para que no tengas que trabajar en otro sitio. El marketing va a ser fundamental
para nosotros. Hay mucha competencia.
Miré fijamente a Oliver.
―¿Vas a pagarme un sueldo? ¿Con tu dinero?
―Es una inversión. Y tú lo vales. ―Se acercó a mí, tirando de mí en su
regazo para que me sentara a horcajadas sobre él―. Creo que deberías dejar tu
trabajo el lunes y mudarte a Detroit.

Melanie Harlow
Me reí.
―¡Estás loco!
―Probablemente.
―Ni siquiera tengo un lugar para vivir en Detroit.
―Así que quédate conmigo hasta que encuentres un lugar. ―Me acomodó
el pelo detrás de las orejas―. O todo el tiempo que quieras.
―Oliver ―susurré, con el corazón latiendo enloquecido―. ¿Qué es esto?
―No lo sé. Sólo sé que no quiero que termine mañana cuando salgas de
aquí.
―Yo tampoco.
Nos miramos fijamente durante un momento, luego me agarró la cabeza y
aplastó sus labios contra los míos.
―Ya sé cómo deberíamos llamar a nuestra empresa.
―¿Cómo? ―Pregunté sin aliento.
―Brown Eyed Girl.
―¿Como la canción?
―Como tú.
La habitación daba vueltas y no estaba segura de cuál era el camino.
En pocos minutos, su ropa interior y mi camiseta estaban en el suelo y él
se deslizaba dentro de mí de nuevo. Esta vez se sintió diferente. Menos juguetón.
Más intenso. No estábamos follando sólo por diversión o porque estuviéramos
aburridos o porque nos sintiéramos bien, sino porque sentíamos algo el uno por el
otro.
Y cuando nos despedimos a última hora de la noche del domingo, nos
besamos profunda y largamente y dijimos que nos veríamos pronto.
A la mañana siguiente, di mi preaviso en el trabajo.
Dos días después, le dije a mi compañero de piso que me iba a mudar a
finales de mes. Tres días después, les dije a mis padres que no me mudaría a
casa para trabajar en Cloverleigh.
Me pareció un poco extraño que no hubiera tenido noticias de Oliver, pero
nunca hubiera imaginado por qué.
Ya se había ido.

Melanie Harlow
Diecisiete
Oliver
Entonces
Alison me estaba poniendo de los nervios.
―Mis zapatos se van a arruinar.
―Está nevando, Alison. ¿Qué quieres que haga? No puedo llevarte más
cerca de la puerta que el valet.
Ella resopló, pero permaneció en silencio mientras yo tiraba hacia delante.
Asistíamos a la fiesta de Navidad de Cloverleigh a petición de mis padres. Hughie
y Lisa también estaban aquí, presumiendo de su flamante bebé. En realidad no
quería venir, pero mi madre me había hecho sentir culpable. Mi estado de ánimo
era cualquier cosa menos festivo.
―Ya sabías el tiempo que hacía cuando te vestiste ―dije irritado, poniendo
el todoterreno en el aparcamiento―. Esto es el norte de Michigan. Tenemos nieve
en diciembre.
―Lo sé, Oliver. Soy de Kenilworth, no de Kenia.
Dejé las llaves en el contacto, asentí escuetamente al aparcacoches y me
dirigí al lado del pasajero. Un segundo empleado había abierto la puerta de Alison
y la ayudé a salir.
―Han puesto sal, así que no debería estar muy helado.
―Genial ―dijo sarcásticamente, mirando el camino que llevaba a la puerta
principal de la posada―. Eso es aún peor para mis zapatos.
Por Dios, pensé, guiándola cuidadosamente hacia la puerta. Es un paseo
de tres metros. ¿Quieres que te lleve?
―Ni siquiera sé por qué estamos aquí. ¿Quiénes son estas personas?
―preguntó por enésima vez.
Apreté la mandíbula.
―John y Daphne Sawyer. Son los dueños de las granjas Cloverleigh.
―¿Y cómo los conoces?
―Daphne y mi madre crecieron juntas. Han sido las mejores amigas
durante cincuenta años. ―Le abrí la puerta―. Nuestras familias siempre han
estado unidas.

Melanie Harlow
―¿Tienen hijos?
―Cinco hijas. Sylvia, April, Meg, Frannie y Chloe.
No había hablado con Chloe desde que salió de mi habitación de hotel en
Chicago hace cuatro años, y decir su nombre en voz alta me hizo sentir un poco
extraño. ¿Sería incómodo verla esta noche? ¿Seguía enfadada? Había intentado
ponerme en contacto con ella después de volver de Europa, pero a juzgar por la
respuesta llena de improperios a mi mensaje de texto Hola, ¿cómo estás? Nunca
había visto tantas palabrotas en una sola frase.
―¿Alguna de las hijas está casada? ―Alison miró el anillo de compromiso
que llevaba en el dedo mientras abría la pesada puerta principal.
―Sólo Sylvia, la mayor. ―Por la expresión de su cara, me di cuenta de que
sentía una especie de victoria en su estado prematrimonial, como si el diamante
en su dedo la hiciera mejor persona.
Una vez dentro, comprobamos nuestros abrigos y saludamos a los Sawyer,
que estaban charlando con mis padres junto a la chimenea. Les presenté a
Alison, y me sentí mal cuando la tía Daphne intentó abrazarla y mi prometida
permaneció rígida. Alison no era muy dada a los abrazos. No me molestaba, ya
que no me sentía especialmente inclinado a ser cariñoso con ella. Alison era
perfecta sobre el papel, casi un calco de la mujer de Hughie, de hecho, pero no
estaba enamorado de ella. La idea de tenerla hacía feliz a mi familia -les
tranquilizaba que por fin estaba sentando la cabeza-, pero sobre todo me volvía
loco.
April Sawyer se acercó a saludar y le besé la mejilla.
―Me alegro de verte, April. Esta es Alison.
―Su prometida ―le informó Alison, extendiendo una mano pálida y
cuidada.
―Por supuesto. ―April le sonrió cálidamente y miró el anillo―. Encantada
de conocerte, y enhorabuena por tu compromiso.
―Gracias. Estamos muy contentos. ―Alison me miró como si fuera un
perro que no hubiera hecho un truco cuando se le pidió.
―Necesito un trago ―dije―. ¿Puedo ofrecerles algo a alguno de ustedes?
―Estoy bien ―dijo April―. Pero pide lo que quieras en el bar.
―Tomaré una copa de vino. Alison miró a los invitados, en su mayoría
familiares, amigos cercanos y empleados de Cloverleigh. Podía imaginarla
midiendo a todos, juzgándolos por lo que llevaban. Cosas como las etiquetas le
importaban.
―Tenemos un gran vino aquí ―dijo April―. Oliver, llévala al bar y mira las
nuevas renovaciones.
―Lo haré, gracias. ―Tomé el brazo de Alison, sobre todo porque ella
esperaba que lo hiciera, y la llevé al restaurante. El bar estaba a un lado, y

Melanie Harlow
enseguida vi a Chloe de pie junto a unos amigos. Tenía una copa en la mano y se
reía de algo que alguien había dicho, con la cara iluminada.
Era aún más hermosa de lo que recordaba, y la recordaba mucho.
Ni siquiera fue a propósito. Pensar en Chloe me hacía sentirme mal; sabía
que no debía haber hecho lo que hice y no tenía una buena excusa. Durante los
últimos años, había intentado determinar exactamente qué me había llevado a
abandonarla de esa manera, y no había encontrado una buena razón, excepto
que... era un imbécil inmaduro y no estaba preparado para tomar nada en serio.
Pero ella siempre había sabido eso de mí, ¿no? Y realmente, no nos habíamos
hecho ninguna promesa. Sólo habíamos barajado algunas ideas. Ella no podía
echármelo en cara para siempre.
Evitándola por ahora, dirigí a Alison hacia el extremo opuesto del bar, sin
apenas notar las renovaciones que April había mencionado.
―¿Qué pasa? ―Preguntó Alison―. Parece que has visto un fantasma.
―Nada. ―Me aclaré la garganta y me enfrenté al camarero―. ¿Qué tipo de
vino tinto tiene?
Enumeró algunas de las variedades de Cloverleigh.
―¿Son todos de Michigan? ―preguntó Alison, levantando la nariz.
Me hizo enfadar, pero en lugar de defender los méritos del vino de
Michigan, me mordí la lengua. Mientras el camarero repasaba las opciones
adicionales, eché una mirada furtiva a Chloe por encima del hombro de Alison.
Seguía sonriendo, y sus hoyuelos hicieron que se me acelerara el pulso. Maldita
sea, ¿por qué no era yo quien la hacía reír?
―¿Oliver?
Miré a Alison y parpadeé.
―¿Qué?
―¿Qué quieres beber? ―Señaló con la nariz al camarero, que claramente
había estado esperando mi pedido.
―Oh, lo siento. ―Al escudriñar los estantes detrás de la barra -no me
sorprendió ver que no tenían licores de Brown Eyed Girl- pedí un bourbon de
Kentucky y me dije a mí mismo que no debía volver a mirar a Chloe.
Pero en el momento en que Alison empezó a mirar a su alrededor y a
enumerar todas las razones por las que no celebraría una boda aquí -demasiado
pequeño, demasiado oscuro, demasiado rústico- me resultó imposible no dejar
que mis ojos volvieran a pasar por encima de su hombro.
Esta vez, Chloe me vio. Lo supe en el momento, porque la sonrisa se le
borró de la cara y todo su comportamiento cambió. Su postura se volvió rígida.
Sus ojos se estrecharon. Apretó los labios. La tensión zumbaba en el aire entre
nosotros, y debajo de mi traje, la piel se puso de gallina.
Volvió a mirar a la persona con la que había estado hablando y yo intenté

Melanie Harlow
volver a centrarme en Alison. Pero incluso después de que llegaran nuestras
bebidas y de que diera unos cuantos tragos grandes para calmar mis nervios, no
pude mantener los ojos donde debían estar.
Alison finalmente se quejó.
―No estás escuchando una palabra de lo que digo. ¿Y a quién demonios
sigues mirando detrás de mí?
―Nadie.
Miró por encima de su hombro y juro por Dios que utilizó algún tipo
de magia negra, el sexto sentido, para localizar a Chloe.
―¿Quién es ella?
Me hice el tonto.
―¿Quién?
Se centró en mí con la intensidad de un láser.
―Esa chica que estabas mirando con el pelo oscuro y el vestido negro
corto.
Fingí buscar a la mujer en cuestión.
―¿Te refieres a Chloe?
―No lo sé, Oliver ―espetó―. ¿Me refiero a Chloe?
―Creo que sí. Es una de las hermanas Sawyer.
Volvió a mirar por encima del hombro y, por desgracia, fue en el mismo
instante en que los ojos de Chloe se dirigieron a mí una vez más.
Siguió un momento de tensión y luego Chloe me señaló con el dedo. Me
habría reído si no estuviera tan nervioso.
Alison, que era demasiado fría para hacer una escena, se giró para
mirarme de nuevo.
―¿Qué es todo eso?
Tragué un poco de bourbon.
―No es nada. Rencor de la infancia, ella y yo solíamos ser muy
competitivos. Le ganaba en todo.
―Y ahora te echa la bronca en las fiestas. ―Alison tomó otro sorbo de
vino―. Con clase.
―Ella es simplemente... ―Me detuve, sin saber cómo describir a Chloe. No
es que le faltara clase, simplemente no toleraba las tonterías. Había que
respetarla por ello―. Simplemente tenemos un cierto tipo de historia, eso es todo.
―¿Te acostaste con ella?
―¿Qué? No. ―Me pasé una mano por el pelo―. Por supuesto que no. Nos
conocemos desde que nacimos.

Melanie Harlow
―Será mejor que no me estés mintiendo, Oliver.
―No lo hago ―mentí.
―De cualquier manera, no vendrá a la boda. ―Lo dijo como si ese fuera el
peor castigo que pudiera imponer a alguien.
Por el amor de Dios, desearía no tener que ir a la boda. La idea de pasar
el resto de mi vida con Alison era asfixiante, y ese anillo me había costado una
puta tonelada. Ni siquiera era el original que había presentado: cuando lo
llevamos a ajustar, ella había pedido una piedra más grande.
Alison dejó su copa de vino vacía sobre la barra.
―¿Podría pedirme otra copa, por favor? ¿Y llevarlo a la otra habitación con
la chimenea? Voy a buscar a Lisa y a Hughie.
―Bien.
Alison salió del bar con la nariz en alto, sin apenas mirar a Chloe. Una
parte de mí quería correr y esconderse. Pero sabía que si no me enfrentaba a ella
ahora, nunca sería capaz de mirarla a los ojos. Al diablo con eso.
Enderezando mi corbata, hinché el pecho y me dirigí hacia ella.
―Chloe.
―Oliver. ―No me presentó a sus amigos.
―¿Puedo hablar contigo un minuto?
―¿Por qué?
―Para ponernos al día. Hace tiempo que no nos vemos.
―¿De quién es la culpa?
Fruncí el ceño.
―¿Podríamos tener esta conversación en privado?
―No quiero volver a tener otra conversación contigo, ni en privado ni en
ningún sitio.
Mi temperamento se encendió al ser puesto en mi lugar frente a extraños.
―Estás siendo un poco infantil con esto, ¿no?
Tosió, poniéndose una mano en el pecho.
―¿Estoy siendo juvenil?
Esta discusión nos iba a avergonzar a los dos, así que la agarré del brazo y
la arrastré hasta un rincón oscuro del restaurante que no se estaba utilizando.
―Suéltame. ―Ella me sacudió―. Imbécil.
―Bien. Soy un imbécil. Pero al menos puedes escucharme.
Se cruzó de brazos.
―Tienes diez segundos.

Melanie Harlow
―Supongo que estás enfadado por Brown Eyed Girl.
―Sí, estoy enojada por Brown Eyed Girl. ―Sus ojos se entrecerraron y
brillaron en la oscuridad―. Esa fue mi idea y tú la robaste.
―Chloe, sé justa. No te robé la idea: los dos queríamos montar una
destilería y hablamos de hacerlo juntos. Pero cuando llegué a casa de Europa, ni
siquiera me hablabas.
―Con razón.
―Intenté enviarte un mensaje de texto. Me dijiste que me fuera a la
mierda.
―¡Eso es porque tu mensaje decía hola, cómo estás! No lo siento o por favor
perdóname o cualquiera de las cosas que deberías haberme dicho.
―Iba a llegar a eso. ¡No me diste la oportunidad!
Ella negó con la cabeza.
―¿Cómo has podido escapar así de mí?
―No lo sé ―dije sin ganas―. Fue un movimiento de idiota. Lo admito.
―Vaya, qué grande eres.
―Mira, ese fin de semana fue una locura. Ninguno de los dos pensaba con
claridad.
―Al menos estamos de acuerdo en algo. No sé qué me hizo creer que
hablabas en serio. ―Se puso una mano en el pecho―. Dejé mi trabajo, Oliver.
Estaba lista para mudarme a Detroit. Seguí adelante, y tú me dejaste tirada.
―De acuerdo, pero han pasado cuatro años, Chloe. ¿Cuándo vas a
superarlo?
―Cuando pueda mirarte a la cara y no quiera pegarte.
―¿Quieres pegarme? Hazlo. Te reto.
Nos enfrentamos y pude ver la furia en sus ojos. Aun así, me quedé tan
sorprendido como siempre cuando sentí que su palma golpeaba mi mejilla con
fuerza.
Luego jadeó, llevándose la mano al pecho, como si también la hubiera
aturdido.
Moví la mandíbula a derecha e izquierda, satisfecha de que no me hubiera
hecho ningún daño real, aunque me escocía como a un hijo de puta.
―¿Te sientes mejor?
―Un poco. ―Hizo una pausa―. ¿Te ha dolido?
―No. Golpeaste como una chic.
―¿Puedo volver a intentarlo? ―preguntó entre dientes apretados.
―No. ―En caso de que ella tuviera alguna idea, retrocedí―. Entonces,

Melanie Harlow
¿estamos bien ahora?
―Tú y yo nunca vamos a estar bien, Oliver. Pero ten una buena vida.
Estoy segura de que serás muy feliz con Elsa.
―¿Te refieres a Alison?
Se encogió de hombros.
―No sé su nombre. Sólo parece el tipo de persona que desencadena un
invierno eterno.
Hice una mueca.
―Mira, no quiero que seamos enemigos, Chloe. Nos conocemos desde hace
mucho tiempo.
Ella exhaló.
―Bien. No somos enemigos. Pero tampoco somos amigos. Y tus diez
segundos se han acabado.
Pasó a mi lado y volvió con sus amigos.
Fui al bar y pedí otra ronda para Alison y para mí, y luego me reuní con
ella en el vestíbulo, donde estaba hablando con mi hermano y su mujer. Chloe y
yo no volvimos a hablar.
Sin embargo, ella tuvo la última palabra.
En el viaje de vuelta a casa, durante el cual Alison estaba siendo aún más
fría que de costumbre, le espetó:
―Dime la verdad. ¿Tuviste sexo con esa chica Chloe o no?
―¿Por qué?
―Porque me ha dicho algo raro. O te ha visto desnudo o te odia.
―¿Qué ha dicho?
―Hace un momento, en el baño del vestíbulo antes de irnos, salí de la
cabina para lavarme las manos y ella se estaba pintando los labios en el espejo.
Me ha felicitado por nuestro compromiso.
―Eso no suena...
―Entonces ella dijo: 'Qué suerte tienes. Esa gran polla1 en tu cama para el
resto de tu vida'. ―Me eché a reír.
―Entonces, ¿te llamó por un nombre o se refirió a una parte de tu
anatomía? ―Alison exigió―. Dímelo ahora.
―Las dos cosas ―dije, aunque sabía que me iba a echar la bronca por
mentirle.
Pero no pude evitarlo. Sólo Chloe diría algo así. Me di cuenta entonces de
lo mucho que la echaba de menos en mi vida.

1 La palabra original es Big Dick: Gran Polla o Gran Idiota.

Melanie Harlow
¿Me perdonaría alguna vez?

Melanie Harlow
Dieciocho
Oliver
Ahora
La sonrisa en la cara de Chloe mientras volvía a la mesa era una que sólo
había visto una vez antes, en una habitación de hotel en Chicago después de
haberle pedido que se mudara conmigo. Era dulce. Genuina. Tierna.
Y me hizo sentir como una mierda.
Se había abierto a confiar en mí y yo seguía ocultándole la verdad. Tenía
que decirle lo que no quería decirle, pero aún no me atrevía a hacerlo. Seguro que
habría fuegos artificiales. Acusaciones. Rabia. Esa sonrisa de adoración se
desprendería de su cara, y puede que nunca la volviera a ver.
Ya había metido la pata con Chloe antes, y había tardado años en tener
esta segunda oportunidad. No era un idiota, no habría una tercera, así que tenía
que hacerlo bien.
¿Debo decírselo ahora?
Una parte de mí sabía que sería la mejor estrategia, sobre todo porque mi
madre pronto se vería involucrada. La quiero, pero es la peor guardadora de
secretos. Se emociona mucho y no puede evitarlo. Podía imaginarme a mi madre
diciéndole cosas a Chloe que le hicieran saber lo que había hecho. La mentira que
había dicho. El plan que había puesto en marcha.
Todo era un medio para conseguir un fin, y había pensado que valdría la
pena, pero cada vez estaba menos seguro de que Chloe estuviera de acuerdo. Este
asunto entre nosotros me tenía confundido. ¿Cómo no lo había previsto? Qué
jodido idiota era.
―Hola ―dijo, deslizándose en la cabina frente a mí―. ¿Listo para ir? Me
muero por una ducha.
Pensar en ella en la ducha era una distracción bienvenida.
―Qué casualidad ―dije, tomando una patata frita sin comer de su plato y
metiéndomela en la boca―. Yo también.
Condujimos hasta la posada, nos registramos y llevamos nuestras maletas
a la habitación. Me sentí bien al abrir la puerta de una habitación de hotel y ver a
Chloe entrar delante de mí. Llevar su maleta por ella. Verla dejar su bolso sobre
el escritorio y mirar la cama grande, sabiendo que esta noche dormiríamos juntos
en ella.

Melanie Harlow
Entre otras cosas.
―Esto es raro, ¿no? ―preguntó mientras la puerta se cerraba de golpe
detrás de mí.
―¿Qué es?
―Nos registramos juntos en una habitación de hotel.
Me reí.
―Estaba pensando en lo genial que era.
Sonrió con pesar.
―Si alguien me lo hubiera dicho ayer...
―Lo sé. ―Saqué la cartera y el teléfono del bolsillo y los dejé sobre la
cómoda―. Cuando estaba conduciendo el domingo, ni siquiera estaba seguro de
poder conseguir que hablaras conmigo.
―No estaba segura de hacerlo. ―Se dio la vuelta y se sentó a los pies de la
cama para desatar sus botas de montaña―. Fuiste bastante persuasivo.
―Tenía que serlo. ―Dejándome caer a su lado, hice lo mismo―. Tuve que
superar años de resentimiento. Fueron unos muros muy grandes los que tuve
que derribar.
―Bueno, yo diría que los has hecho pedazos. ―Se quedó mirando los
cordones que acababa de deshacer―. Felicidades.
―Oye. ―Me arrodillé en el suelo a sus pies―. ¿Qué pasa?
Tomó aire.
―Estaba pensando en cómo pasé años construyendo mis defensas en lo
que respecta a ti, y tú las destruiste en una noche. Es un poco aterrador, para
ser honesta.
―No tienes nada que temer, Chloe. Voy a ser honesto. Cuando vine a
pedirte que te asociaras conmigo, era estrictamente por negocios. Esperaba que
pudiéramos volver a ser amigos y socios en el futuro, pero no tenía ni idea de que
esto iba a pasar.
―¿Y qué es esto? ―preguntó―. ¿Qué estamos haciendo?
―Bueno, primero vamos a tomar una ducha. ―Le quité las botas―. Luego
tal vez una pequeña siesta, ya que no dormimos mucho anoche. ―Le quité los
calcetines―. Luego pensé que podríamos explorar un poco las dunas, cenar algo,
dar un paseo. O podemos quedarnos en nuestra habitación toda la noche, follar
como conejos y planear la conquista del mundo. ―Levantándome, la tomé de las
manos y la puse en pie―. Estoy dispuesto a todo, siempre que esté contigo.
Ella sonrió.
―De acuerdo. Supongo que tengo que dejar de preocuparme. ¿Puedo
tener cinco minutos de ventaja en la ducha?

Melanie Harlow
―Tú... ―Le besé la frente―. Puedes tener todo lo que quieras.
Mientras se desnudaba y entraba en el baño, la sonrisa volvió a aparecer
en su rostro. Todo lo que tenía que hacer era averiguar cómo mantenerla allí.
***
―¿De qué libro es esto? ―Tracé la letra tatuada en su espalda mientras el
vapor se elevaba en nubes calientes a nuestro alrededor.
―No es de un libro, es de una obra de teatro, y te lo he dicho un millón de
veces. ―Me miró mal por encima de un hombro.
Sonreí.
―Perdón. ¿Qué obra?
―El sueño de una noche de verano. ―Se puso más alta y levantó un
puño―. Oh, cuando se enfada, es aguda y astuta. Era una zorra cuando iba a la
escuela, y aunque es pequeña, es feroz.
Aplaudí su actuación, y ella se dio la vuelta e hizo una reverencia.
―Gracias. Es lo único que recuerdo del inglés del instituto.
La rodeé con mis brazos.
―Te queda bien. Me gusta esa parte de zorra.
―A mí también me gustaba ese papel. Fue el único personaje de una obra
de Shakespeare con el que me relacioné.
Puso sus manos en mi pecho.
―¿Cuál era tu libro favorito en el instituto?
―No recuerdo nada del instituto.
Puso los ojos en blanco.
―Vamos. ¿Ni un solo recuerdo académico? ¿Nada que haya dejado una
impresión en tu joven mente?
Ladeé la cabeza y traté de recapacitar.
―Oh, espera. Hay algo que recuerdo. Mackenzie Williams se sentaba
delante de mí en American Lit, y a veces llevaba una falda muy corta. Así que de
vez en cuando, se me caía el lápiz y...
―De acuerdo, ya está bien. ―Cerró los ojos―. Eso no es realmente lo que
quería decir, y no creo que quiera escuchar el final de esa historia. Puedes dejar
de hablar.
―Me parece bien. ―Besé la parte superior de su cabeza, inhalando el
aroma de su champú. Me había dejado lavarle el pelo y luego ella me había
lavado el mío. Nadie había hecho eso por mí antes, y no podía creer lo bien que se
sentía.
También me dejó enjabonarla, y se me puso la piel de gallina al pasarle las

Melanie Harlow
manos por todo el cuerpo y ver cómo se enjuagaba la espuma de la piel. Ella hizo
lo mismo conmigo, y me encantó la forma en que sus ojos se abrieron al ver mi
erección.
Todavía la tenía dura. Y ella la estaba mirando de nuevo.
―Lo siento. Es que nunca lo he visto de día ―dijo, dejando que se deslizara
por ambas manos.
―No te disculpes. ¿Significa eso que estás impresionada?
Ella asintió.
―Tengo que admitir que lo estoy. Es muy largo.
―Gracias. Pero si sigues haciendo eso con las manos, no va a durar.
―¿Ah sí? ―Un brillo diabólico apareció en sus ojos―. ¿Cómo de rápido
podría hacerlo?
―Bastante rápido, joder. ―Apreté la mandíbula, decidido a no explotar
como un adolescente.
―¿Crees que podrías durar cinco minutos? ―Me agarró más fuerte,
acarició un poco más rápido.
―Eh... ―Joder, no había manera.
―Apuesto a que no puedes. ―Riendo como la pequeña zorra malvada
que era, se puso de rodillas―. Apuesto a que pierdes el control en tres.
―¿Tres? ―grazné, apoyando una mano en la pared de la ducha mientras
ella frotaba sus labios por toda mi polla.
―Uh huh. ―Ella tomó la corona en su boca y chupó―. Mm. Tal vez incluso
dos. Ya puedo saborearlo.
―Oh, Jesús. ―Envolví mi otra mano alrededor de la barra de la cortina de
la ducha―. ¿Qué estamos apostando?
Hizo una pausa.
―Ahora veamos. Qué tal esto: si puedo hacer que te corras en menos de
cinco minutos, me haces directora general de Brown Eyed Girl. Presidente, con
una participación del cincuenta y uno por ciento. ―Me acarició la punta de la
polla con la lengua―. Esencialmente, trabajas para mí.
Luché por el control.
―¿Y si puedo aguantar?
―Entonces te llevas el cincuenta y uno por ciento.
Me quejé.
―¿Y si no quiero aceptar la apuesta?
Se rió y me miró, con puro placer en sus ojos.
―Oh, aceptarás la apuesta. Te conozco, Oliver Ford Pemberton. No puedes

Melanie Harlow
resistirte.
Maldita sea. Me conocía demasiado bien.
―¿Cuándo empieza el reloj?
―¿Nos ponemos de acuerdo en un reloj para caballeros? ¿O tengo que
poner la alarma en mi teléfono, como hiciste tú?
―¡Joder! ―Esto era una venganza. Podía sentirlo. Pero no podía decir que
no―. Bien. Reloj de caballero. Reloj de caballero. Sólo... no te detengas.
Tenía ambas manos sobre mi pene y estaba lamiendo la punta de mi polla
como si fuera un cono de helado. También hacía ruidos ridículos y exagerados
que no podían ser reales, y, sin embargo, me encantaban. Sabía que estaba
montando un espectáculo para mí, demostrando un punto sólo para ganar la
apuesta, pero no me importaba.
Seguramente ninguna actriz de Shakespeare fue más magnífica en una
interpretación. Ella gimió. Jadeó. Lamió y chupó. Me miró con sus inocentes ojos
marrones. Me llevó al fondo de su garganta. Deslizó una mano entre sus piernas
y se tocó mientras sus labios se deslizaban por mi polla una y otra vez.
En cuanto a mí, maldije. Me enfurecí. Tiré de la barra de la cortina con
tanta fuerza que pensé que se iba a caer. Luché por el control, y luché con fuerza:
si perdía esta apuesta, perdía el control de Brown Eyed Girl. No era que no
confiara en Chloe, pero una vez que supiera toda la verdad, podría no quererlo de
todos modos.
Joder, no podía pensar en eso ahora. Y no podía pensar en su boca en mi
polla. O en las ganas que tenía de correrme. O en cómo mi cuerpo parecía
moverse sin mi permiso, mis caderas sobresaliendo hacia delante, clavando mi
polla profunda y rápidamente, follando su boca como había fantaseado tantas
veces.
¡Pero no! Podía aguantar. Yo era fuerte. Era poderoso. Era un hombre, y no
iba a caer sin luchar.
Desesperadamente, traté de concentrarme en otras cosas. Cosas poco
sexy. Cosas terribles y aburridas.
Reuniones de la junta directiva de Pemberton. Los recitales de piano de los
niños de Hughie. Las actuaciones del Cascanueces de Charlotte. Cenas familiares
en las que mis padres no hacían más que alabar a mi hermano.
Sentí que tenía esto. Podía aguantar. No me mataría. Mucho.
Y entonces.
Y luego.
Sentí que una de sus manos se paseaba por el interior de mis muslos.
Jugando con mis pelotas. Deslizándose detrás de ellos.
Oh, mierda.
Ella no lo haría.

Melanie Harlow
Pero lo hizo.
Siguió con su viciosa y gloriosa succión de mi polla y me introdujo la
punta de un dedo en el culo.
No voy a mentir. Me vine un poco.
Y esa pequeña zorra feroz sólo fue a por mí con más fuerza. Metió el dedo
hasta el fondo.
Relajó su garganta y me llevó aún más profundo.
Y eso fue todo.
Ya no tenía la capacidad de preocuparme por las apuestas o por mi
compañía o por el hecho de que ella podría no hablarme mañana a esta hora. No
me importaba que se estuviera vengando de mí por lo que le había hecho diez
años antes en una habitación de la casa de verano de mis padres o que
probablemente no estuviera disfrutando de esto tanto como pretendía.
No habían pasado ni cinco minutos, y también habían pasado quince
años.
Mi visión-desaparecida.
Mi control-desaparecido.
Mis modales- desaparecidos.
Tomé su cabeza entre mis manos y me vacié en su garganta sin ningún
remordimiento.
Ella lo tomó. Lo quería. Lo había pedido. Y cuando terminó, se sentó,
sonriendo y jadeando, arrastrando una muñeca por la boca.
―Fue divertido ―dijo.
No Yo Gano. No Tú Pierdes. No Yo acabo de chupar la mayoría de la
propiedad de tu empresa (que ella tenía). Pero sí eso fue divertido.
Mi corazón- desaparecido.
Cenamos en el restaurante de la posada, sentados en el patio exterior.
Chloe llevaba un vestido de verano blanco que dejaba ver su piel bronceada y su
larga melena oscura, y yo apenas podía apartar los ojos de ella.
Después de la cena, decidimos dirigirnos a las dunas para ver la puesta de
sol. Tomados de la mano, nos paseamos por el paseo marítimo de madera y nos
quedamos unos minutos con todos los demás turistas capturando el momento
con selfies, para luego publicarlos en las redes sociales. Pero ninguno de los dos
miró siquiera su teléfono. Esta noche era sólo nuestra, y no quería compartirla
con nadie.
Volvimos a pasear hacia las dunas y nos quitamos los zapatos para subir.
En la cima del acantilado, nos dejamos caer sobre la arena y observamos cómo el
sol se hundía en el lago.
―Qué bonito ―murmuró con un suspiro.

Melanie Harlow
Le di un codazo suavemente.
―¿Te alegras de haber venido?
―Sí. Hacía mucho tiempo que no hacía algo así: sentarme a ver la puesta
de sol. Parece que siempre hay algo que hacer en el trabajo o en casa. No hay
tiempo para sentarse.
―Sé lo que quieres decir. Siempre que me quedo quieto, me siento
culpable, como si hubiera algo que probablemente debería estar haciendo.
―Exactamente. ―Sacudió la cabeza―. Ni siquiera puedo recordar las
últimas vacaciones que tomé. O incluso la última cita que tuve.
―Bien. No debe haber sido muy memorable.
Riendo, me pinchó en el hombro.
―¿Celoso?
―Siempre. ―La alcancé y la subí a mi regazo, de cara a mí―. Desde el
primer día, odié que hablaras de chicos.
―Lo sé. Me acuerdo. Pero hablabas todo el tiempo de chicas.
―Bueno, no quería que pensaras que me gustabas o algo así.
―Dios no lo quiera. ―El viento le movió el pelo por los hombros y lo recogió
con ambas manos en un lado―. Habíamos pasado todos esos años acumulando
animosidad, no podíamos tirar todo eso por la borda sólo porque nos sentíamos
atraídos el uno por el otro.
―Diablos, no. ¿Qué diversión habría tenido eso?
Ella sonrió.
―Sabes, solía preguntarme qué habría pasado en la noche del baile si no
me hubiera alejado.
―Um, yo habría hecho estallar tu cereza unos cuatro meses antes.
―Tal vez...
―Definitivamente. Te deseaba tanto esa noche.
Se rió.
―Me alegro de que no lo hiciéramos entonces. Creo que habría cambiado
todo.
―Probablemente ―acepté, pensando en cómo se habían desarrollado los
acontecimientos a lo largo de los años. Definitivamente no tuvimos un comienzo
convencional―. Nuestra historia es una especie de zig-zag, ¿no?
―Sí, pero es nuestra ―dijo, renunciando a sujetar su pelo y rodeándome
con sus brazos―. Y nos trajo aquí, así que me gusta.
Apreté mis labios contra los suyos.
―A mi también.

Melanie Harlow
Melanie Harlow
Diecinueve
Chloe
Ahora
De vuelta a nuestra habitación, me quité las sandalias.
―Hoy fue mágico.
Oliver cerró la puerta y puso su cartera y su teléfono en la cómoda.
―Así fue.
―Había olvidado lo bonito que es esto. Tengo que volver más a menudo.
―Me acerqué a la ventana y miré hacia el lago, pero estaba demasiado oscuro
para ver nada.
―Volveremos más tarde este verano. ―Oliver se acercó por detrás de mí y
me envolvió en sus brazos―. ¿Qué te parece?
―Bien. Tal vez podamos ir a Manitou Sur de nuevo. Quizá incluso cuando
estén plantando el centeno.
Oliver se rió.
―Cuando quieras. Me alegro de que estés entusiasmada.
―Lo estoy. De verdad que sí. ―Me giré hacia él, me puse de puntillas y le
rodeé el cuello con los brazos―. No he estado tan feliz y emocionada por algo en
mucho tiempo. Gracias. Por pedirme que haga esto contigo. Por insistir en que te
escuche, cuando lo único que quería era castigarte.
Inclinó su frente hacia la mía.
―Me lo merecía.
―Lo hacías. Pero estoy lista para perdonarte y seguir adelante.
Sonreí.
―Tal vez el momento no era el adecuado antes. Tal vez todavía teníamos
que crecer. Quizá si hubiéramos seguido adelante con los planes que hicimos
entonces, no estaríamos hoy aquí. Y creo que hoy es jodidamente increíble.
―Apreté mis labios contra los suyos y me abalancé sobre él, rodeando su cintura
con mis piernas.
―Lo es ―aceptó, acercándose a la cama―. Y está a punto de ser aún
mejor.
Fuimos despacio. Deliciosamente, tortuosamente lento.

Melanie Harlow
Una vez retiradas todas las prendas, nos prodigamos en la piel que queda
al descubierto. El interior de sus muñecas. La parte inferior de mi espalda. Las
líneas de sus abdominales. La curva de mi cadera. Los músculos de las
pantorrillas. Las clavículas. Los pechos.
Recorrió con sus manos cada centímetro de mi piel como si nunca hubiera
tocado algo tan suave o sexy. Me susurró al oído cosas dulces y sucias que me
hicieron sonrojar. Enterró su cabeza entre mis muslos y utilizó sus labios, su
lengua y sus dedos sobre mí hasta que me arqueé y jadeé, retorciéndome bajo él
con mis manos en su pelo.
―¿Así que fueron menos de cinco minutos? ―Pregunté, todavía jadeando
mientras se arrastraba por mi cuerpo.
―No tengo ni idea. Esta vez no tengo prisa ―dijo, apoyándose con sus
manos sobre mis hombros.
―Yo tampoco. ―Me agaché y tomé su caliente y dura polla entre mis
manos―. Pero no me hagas esperar.
No tenía que preocuparme: él estaba tan ansioso por estar dentro de mí
como yo por tenerlo allí. Mientras sus caderas se movían sobre las mías, mis
manos serpenteaban alrededor de su espalda y bajaban por su culo, atrayéndolo
más cerca, más profundo, más cerca de mí.
Fue despacio hasta que no pudo contenerse más, hasta que le rogué que
me follara más fuerte, hasta que nuestros cuerpos se vieron tan abrumados por
la necesidad que se apoderaron de ellos, sacudiéndose salvajemente el uno contra
el otro hasta que la tensión se hizo tan fuerte y alta que se rompió, haciéndonos
girar sobre el borde, elevándonos de cabeza, explotando como estrellas.
Después, nos acurrucamos abrazados y con mi cabeza sobre su pecho. Ya
me estaba quedando dormida cuando oí su voz.
―Chloe.
―¿Qué?
―Necesito decir algo.
―De acuerdo. ―Levanté la cabeza y le miré.
―Nunca me había sentido así por nadie. Y nunca he estado más seguro
de que algo es correcto. Sé que fue un riesgo para ti confiar en mí, pero no te
defraudaré. ―Su sonrisa torcida apareció―. A partir de ahora, somos tú y yo.
La alegría pura irradiaba a través de mí.
―¿Estás intentando de hacerme caer por tí, Oliver Pemberton?
Sonrió.
―No nos caemos. Saltamos.
Me dormí con una sonrisa en la cara, segura de que el riesgo había
merecido la pena, de que mi corazón me había guiado por fin en la dirección
correcta, de que la gente podía cambiar de verdad.

Melanie Harlow
Esto era real. Lo sentí en lo más profundo.
***
Pasamos la mayor parte de la mañana en la cama, mirándonos a la luz del
sol que entraba por la ventana, pasando nuestras manos por las extremidades
desnudas del otro, descubriendo pecas y hoyuelos y cicatrices en lugares ocultos.
―¿Qué es esto? ―Pregunté, trazando una cicatriz en su caja torácica.
―Un verano me la clavé en unas grandes rocas del lago.
―Ouch.
―Sí, me dolió. Pero me tiré para salvar a un chico que se había caído del
barco, no sabía nadar y no llevaba chaleco salvavidas.
Yo jadeé.
―¡Oh, Dios mío! ¿Hablas en serio?
―No. ―Su sonrisa torcida apareció―. Pero es una historia mejor que
'Estaba siendo un idiota saltando de una pila de rocas y me resbalé'
Le di una palmada en el pecho.
―Idiota. Te creí.
―Lo sé. Eres tan crédula.
―¿Acaso enseñas a navegar a los niños o eso también era mentira? ―Por
un momento, tuve un pequeño ataque de pánico por ser crédula, y Oliver seguía
siendo un estafador, un lobo con piel de cordero.
―Sí. Yo no mentiría sobre eso, Chloe. Puedes quitar esa mirada
sospechosa de tu cara.
―Bueno, ¿cómo iba a saberlo? Tienes que admitir que tienes un historial
de estirar la verdad cuando te conviene.
―¿Cuándo te hiciste esto? ―me preguntó, rozando con sus pulgares la
larga y tenue línea morada de mi pierna, que estaba enganchada sobre sus
caderas.
―Bueno ―dije, apoyando la cabeza en mi mano― cuando era más joven,
solía salir con un chico que siempre me retaba a hacer tonterías como saltar
desde los tejados.
Oliver besó la cicatriz.
―Qué imbécil. Dame su nombre, y le patearé el culo.
Le sonreí, entrecerrando los ojos.
―Vamos, yo no doy nombres. Me conoces mejor que eso.
Sonriendo, se dio la vuelta para que estuviéramos tumbados de la misma
manera, de la cabeza a la cadera a los pies.
―Lo hago. ―Le señalé la marca en la clavícula―. Es curioso que los dos

Melanie Harlow
tengamos una cicatriz de ese día. ¿Crees que fue el destino?
Se rió un poco.
―Probablemente. O la estupidez. Una de las dos.
―Tenía muchas ganas de impresionarte ―confesé.
―Funcionó. Estaba tan seguro de que no ibas a saltar.
―Tan seguro que apostaste algo que ni siquiera tenías ―le recordé con un
golpe en el pecho.
Volvió a reírse, y mi corazón se aceleró al oírlo.
―Lo siento. Algún día te lo compensaré. ¿Te molesta alguna vez la pierna
que te rompiste?
―La verdad es que no. Pensé en hacerme un tatuaje para cubrir la cicatriz,
pero decidí no hacerlo.
―¿Cómo es eso?
―Bueno, en primer lugar, la cicatriz es un poco brava, ¿no crees? ―Levanté
mi pierna en el aire y ambos la miramos.
―Definitivamente ―se burló―. Si vinieras hacia mí y viera esa cicatriz,
pensaría que das mucho miedo.
Dándole una palmada en el pecho, bajé la pierna y él la cogió, metiéndola
entre las suyas.
―Y por otro ―continué― me pareció un buen recordatorio de que debo
mirar antes de saltar y todo eso. Es una lección que necesitaba aprender.
Siempre he sido demasiado impulsiva y precipitada.
―Pero eso me encanta de ti. ―Pasó un brazo por encima de mi cadera y
me apretó contra él―. No cambies.
―No te preocupes ―le dije―. Sigo siendo la chica del tejado. Si me desafías
a saltar, salto, pero más vale que vengas conmigo.
Sonrió.
―Tú saltas, yo salto.
Con el corazón a punto de salírseme del pecho, le rodeé el cuello con el
brazo y tiré de él sobre mí. Sentía que nunca sería capaz de saciar a este nuevo
Oliver, que tenía todo lo mejor del antiguo Oliver, pero que había madurado y
cambiado de una forma que nunca hubiera podido anticipar. Mis sentimientos
por él crecían rápidamente; era aterrador y estimulante al mismo tiempo.
―Oliver ―dije sin aliento, cuando estaba dentro de mí de nuevo y sentí que
la última cuerda que ataba mi corazón al pecho empezaba a deshacerse―. Dime
que esta vez es diferente. Dime que no tengo nada que temer.
Levantó la cabeza y me miró a los ojos.
―No tienes nada que temer. Te lo prometo. Todo va a ser perfecto.

Melanie Harlow
Le creí.
***
Hacia las once, por fin nos levantamos de la cama. Oliver me tomó de la
mano mientras íbamos a desayunar bajo el cálido sol de julio, y sentí una
calma interior que no había sentido en mucho tiempo... quizá nunca.
Pero, en cambio, Oliver parecía un poco nervioso por algo. No paraba de
mirar el reloj, carraspear, frotarse la nuca. Mientras comía huevos y tortitas, lo
sorprendí mirando al espacio con una expresión de preocupación en su rostro.
―¿Todo bien? ―Pregunté.
―¿Qué? Ah, sí. Bien. ―Me dedicó su habitual sonrisa arrogante y dio otro
bocado a su tortilla.
Pero sucedió de nuevo mientras esperábamos la cuenta.
―Oye. ―Chasqueé los dedos frente a sus ojos―. ¿Qué pasa ahí dentro?
Algo está en tu mente.
Frunció el ceño.
―Lo siento. Creo que es sólo el tema de la familia. Preferiría salir contigo
pero tenemos que ir a Harbor Springs muy pronto.
―Está bien, Oliver. Estaremos allí un par de días y luego podremos irnos.
Realmente no me importa.
―Sí.
―Probablemente deberíamos ir a Detroit para que me enseñes la destilería,
¿no? Quiero decir, ahora soy el propietario mayoritario. ―Le di una pequeña
patada por debajo de la mesa.
Eso lo hizo sonreír.
―Sí, claro. ¿Quieres caminar un poco más por las dunas antes de salir a la
carretera?
―Claro. Si no crees que tu madre se molestará, llegaremos más tarde.
―Llegaremos a tiempo para la cena, y eso es suficiente.
Un paseo por las dunas se convirtió en otro revolcón en el saco, y no
salimos de la cama hasta que la dirección golpeó la puerta a las tres.
Riendo, nos vestimos rápidamente y nos ponemos en marcha.
―¿Necesitas algo de casa? ―me preguntó mientras nos acercábamos a
Traverse City―. Podemos parar fácilmente.
―No. Tengo todo lo que necesito, y ya vamos tarde.
―¿Estás segura? ―Me tomó la mano y la besó―. No me importa parar.
Demonios, tal vez deberíamos saltarnos la casa de campo por completo y pasar la
noche solos.

Melanie Harlow
―No podemos hacer eso ―reprendí―. Tus padres nos están esperando,
Oliver. Vamos a llegar allí.
Suspiró.
―Bien.
Durante un rato, escuchamos música y hablamos del centeno y de los
pasos que tendríamos que dar en cuanto al negocio sobre el papel. Oliver parecía
de buen humor, relajado y feliz. Pero poco a poco se fue callando y volví a notar el
roce nervioso de su cuello. El ceño fruncido. El apretón de su mano en el volante.
Quería preguntárselo, pero no quería ser molesta. La dinámica familiar era
complicada, y pasar tiempo con todos bajo el mismo techo podía ser estresante.
Tal vez sólo fuera eso.
Hacia las cinco, subimos por el largo y sinuoso camino de entrada a la
casa de sus padres. Había varios coches más aparcados delante de la casa, y
Oliver se detuvo junto al último coche de la fila y apagó el motor.
Me desabroché el cinturón de seguridad, pero antes de que pudiera abrir
la puerta, Oliver me puso una mano en la pierna y se aclaró la garganta.
―Chloe, hay algo que tengo que decirte.
―¿Qué?
Se volvió hacia mí y me cogió la mano.
―Primero, quiero decir que los dos últimos días han sido increíbles. Nunca
he estado tan emocionado en mi vida.
―Yo tampoco.
―Como he dicho, esto de tú y yo no formaba parte de mi plan cuando
conduje hasta aquí, pero ha sido la mejor sorpresa. Siento que me han dado una
segunda oportunidad que no merezco, pero la tomo igual.
Sonreí.
―Más te vale.
―Y he querido decir cada palabra que he dicho. Necesito que lo sepas.
Mi estómago se revolvió. No en el buen sentido.
―De acuerdo.
―Antes de entrar ahí...
―¿Son mis padres? ―Otro coche se había detenido junto a nosotros en el
lado del conductor, ypodría haber jurado que era mi padre al volante y mi madre
en el asiento delantero. También parecía su Cadillac.
―Oh, mierda. ―Oliver miró por la ventana―. Creo que sí.
―¿Qué están haciendo aquí?
―Mis padres deben haberlos convencido para que suban a cenar.

Melanie Harlow
Efectivamente, mi madre salió del asiento del copiloto y me saludó
alegremente.
―¡Hola!
―¡Hola, mamá! ―llamé, devolviendo el saludo. Luego apreté la mano de
Oliver―. Lo siento. ¿Quizás podamos terminar esta charla más tarde?
―Sí. ―Su cara estaba un poco pálida.
―¿Te sientes bien?
―Estoy bien. ―Me dedicó una sonrisa algo menos tranquilizadora de lo
que debería ser.
Pero abrí la puerta y salí, rodeando el coche para saludar a mis padres.
―¿Qué están haciendo aquí? ―Pregunté, dándoles a ambos un abrazo.
―Nell llamó esta mañana y dijo que teníamos que subir a pasar la noche
―dijo mi madre mientras mi padre sacaba las maletas del maletero.
―¿Ah, sí? ―Me reí―. Me pregunto por qué.
―Dijo que habría algo que no querría perderme.
―¿Lo hizo? ―Miré por encima del hombro a Oliver, que estaba recogiendo
nuestras maletas de la parte trasera de su todoterreno―. Me pregunto qué será.
―Probablemente sea una treta para que subamos aquí ―dijo mi padre
mientras cerraba el maletero.
―¿Está April vigilando el escritorio? ―Pregunté.
―Sí. Mack y Frannie también están trabajando horas extras ―dijo mi
madre mientras nos dirigíamos al porche delantero―. Creo que incluso reclutaron
a las chicas de Mack para trabajar.
Me reí mientras subíamos los escalones.
―Bien. Vamos a necesitar ayuda extra. Oliver y yo tenemos grandes planes
para Cloverleigh.
―¿Lo hacen? ―Mi madre nos miraba de un lado a otro, obviamente
emocionada―. Me muero de ganas de saber de ellos.
La puerta principal de la casa de campo se abrió de golpe y apareció la
madre de Oliver. Era delgada y mantenía su físico practicando mucho tenis y golf.
Llevaba el pelo hasta los hombros del mismo color castaño que había tenido
desde que la conocí, y siempre lo llevaba suelto con una diadema a juego con su
ropa: hoy eran unos pantalones cortos blancos, un jersey de punto rosa,
sandalias Jack Rogers y perlas. Siempre perlas.
―¡Hola, queridos! ―llamó―. Estoy tan feliz de que estén todos aquí!
―Siento que lleguemos tarde ―le dije mientras me abrazaba. Su perfume
olía a lirios del valle―. Esta mañana hemos empezado con retraso.
Me soltó y me guiñó un ojo.

Melanie Harlow
―Lo entiendo perfectamente. No te preocupes por nada, estoy encantada
de que estés aquí. ¡Estoy encantada de absolutamente todo!
No sabía exactamente a qué se refería, pero sonreí.
―Yo también.
Hubo un torbellino de abrazos, besos y saludos. El tío Soapy entró para
dar fuertes abrazos y sinceras palmadas en la espalda. Oliver subió nuestras
maletas y luego bajó y subió también el equipaje de mis padres. Hughie entró
para estrechar la mano de mi padre y besar la mejilla de mi madre. La tía Nell
nos llevó a todos por la casa y al patio trasero. Apenas tuve tiempo de
intercambiar una mirada con Oliver, pero cada vez que lo miraba, parecía un
poco más miserable.
En el patio trasero, Soapy preparaba las bebidas en el "bar", que en
realidad no era más que una mesa con vasos, hielo y botellas de ginebra, vodka,
whisky y mezclas. El resto de la familia Pemberton se reunió en el patio: Lisa, la
embarazada Charlotte y su marido Guy, los hijos de Lisa y Hughie, Joel y Toddy,
y, por supuesto, la abuela.
Se acercó, diminuta y frágil, pero todavía elegante, con sus pantalones y
su blusa, un jersey colgado sobre los hombros y un collar de perlas alrededor del
cuello. Su peinado era idéntico al de la madre de Oliver, pero el color era
totalmente plateado. Llevaba un G & T en una mano y el mango de un bastón en
la otra.
―Hola, abuela. Feliz cumpleaños. ―Oliver besó obedientemente su
mejilla―. ¿Cómo te sientes?
―Nunca mejor, cariño. Gracias. ―Se volvió hacia mí―. Me alegro de verte,
Chloe. No podría estar más feliz por todo.
De nuevo me pregunté por qué demonios se alegraban tanto todos: ¿ya
sabían lo del negocio?
―Me alegro mucho de oírlo. Feliz cumpleaños. ―Le besé la mejilla―.
Hacía tiempo que no te veía. Tienes buen aspecto.
Se rió amablemente.
―Gracias, querida. Lo intento. Ahora tengo dos caderas nuevas, ¿te lo ha
dicho Oliver?
―No lo hizo. ―Le guiñé un ojo―. Pero ya conoces a los hombres. Olvidan
todas las cosas importantes.
Ella le devolvió el guiño.
―Ciertamente lo hacen. Si lo aceptas, puedes evitar muchas peleas en la
vida matrimonial.
―Abuela, ¿te traigo una silla? ―preguntó Oliver―. ¿Por qué no vienes a
sentarte?
―Gracias, cariño, pero creo que voy a subir a mi habitación para

Melanie Harlow
descansar un poco antes de la cena. No quiero dormirme antes de la emoción.
―Me parece bien, te ayudaré a subir las escaleras ―dijo Oliver
rápidamente, tomándola del brazo―. Ya vuelvo, Chloe.
―No hay prisa. ―Sonreí y dejé que mi madre me arrastrara hasta el bar,
donde el tío Soapy me sirvió una copa. Le di un sorbo, sonreí y charlé con
todos, manteniendo un ojo en la puerta del patio, atento a Oliver.
Cuando salió, unos quince minutos más tarde, tomó una bebida de la
barra y se acercó a donde yo estaba sentada con mis padres. Se tomó un gran
trago antes de sentarse en la silla de al lado.
―¿Todo bien? ―Le pregunté.
―Todo está muy bien ―dijo.
Pero no me miró a los ojos.
Todo el mundo quería saber sobre nuestra aventura empresarial, así que
les describimos nuestro viaje a South Manitou, los obsequiamos con la historia
de Jacob Feldmann, les contamos todo sobre la granja que queríamos comprar,
sobre el centeno patrimonial que queríamos plantar, sobre nuestros planes de
construir nuevas instalaciones en Coverleigh en colaboración con Brown Eyed
Girl. Me sonrojé al escuchar a Oliver elogiar mis habilidades de marketing, todo lo
que había logrado en Cloverleigh, lo encantado que estaba de que hubiera
aceptado trabajar juntos.
Se puso en su modo habitual de showman mientras contaba la historia de
Jacob y Rebeca, y pareció recuperar parte de su carisma y chispa habituales ante
el público. No hablamos de nuestra relación personal, aunque en un momento
dado me tomó de la mano, y sé que mi madre lo notó. Ella y la tía Nell
intercambiaron lo que sólo puede describirse como una mirada de ¿No son
adorables?, como si volviéramos a tener cinco años.
Pero su pierna se movía debajo de la mesa y no pude evitar la sensación de
que algo le pasaba.

Melanie Harlow
Veinte
Oliver
Ahora
Estaba empezando a entrar en pánico.
De alguna manera, tenía que conseguir que Chloe se quedara a solas y
contarle toda la historia y por qué era necesaria, pero no veía cómo iba a ser
posible antes de la cena. Mi madre, que, como se preveía, no tenía ninguna cara
de póquer, ya nos estaba haciendo pasar del patio a la casa.
―La cena está casi lista, todos ―dijo―. Después de cambiarnos y
refrescarnos, nos reuniremos todos en la biblioteca para comer tarta y champán
dentro de diez minutos. Tenemos que hacerlo antes de la cena, ya que mamá se
cansa fácilmente. Supongo que cuando uno tiene noventa años, puede tomar el
postre antes que las verduras.
Todo el mundo se rió, mientras yo pensaba, joder, diez minutos no van a
ser suficientes para explicar las cosas.
Pero era todo lo que tenía.
La agarré de la mano y tiré de ella hacia las escaleras antes que los demás.
Pero justo cuando llegamos al rellano, mi madre nos alcanzó.
―Queridos, los tengo juntos en la antigua habitación de Oliver ―dijo con
una sonrisa cómplice―. Espero que esté bien. Con John y Daphne aquí también,
no había suficientes habitaciones para que cada uno tuviera la suya.
―Está bien ―dijo Chloe.
―Normalmente, no pondría a dos solteros juntos en una habitación con la
abuela aquí. Es un poco demasiado contemporáneo para ella ―susurró mi
madre―. Pero yo también soy una mujer moderna y estoy segura de que esta
noche querrán estar juntos. ―De repente, rodeó a Chloe con sus brazos―. Estoy
muy contenta. Espero que no te importe que haya invitado a tus padres. Pensé
que debían estar aquí para esta ocasión.
Por Dios, mamá.
Chloe me miró por encima del hombro de mi madre, alzando las cejas. Sin
duda, estaba confundida sobre qué ocasión podía ser esta.
―No me importa ―dijo―. Es divertido tener a todos juntos de nuevo. Ha
pasado mucho tiempo.

Melanie Harlow
―Así es. ―Mi madre soltó a Chloe y miró a un lado y a otro entre nosotros,
con los ojos empañados―. Pero piensa en todos los años que tendremos para
reunir a las familias.
―Tenemos que ir a cambiarnos ya, mamá ―agarré la mano de Chloe y
empecé a tirar de ella subiendo las escaleras―. Te veremos en la biblioteca en
diez minutos.
―No llegues tarde, cariño ―llamó ella.
Prácticamente arrastré a Chloe por el pasillo hasta mi antigua habitación
en la casa de campo, cerrando la puerta tras nosotros. Tenía el mismo aspecto
que cuando era niño, salvo que las dos camas individuales fueron sustituidas por
una de matrimonio cuando estaba en el instituto. La misma combinación de
colores azul marino y verde kelly. Las mismas cortinas y el mismo papel pintado
con temática de veleros. Las mismas obras de arte en las paredes, sobre todo
cuadros de puertos al atardecer.
―Tu mamá está actuando un poco extraño ―dijo Chloe, acercándose a su
bolso, que estaba en un banco a los pies de la cama―. ¿No crees?
―Eh, sí. ―Empecé a pasear de un lado a otro entre el banco y la cómoda―.
Pero probablemente pueda explicar eso.
―Tú también estás actuando un poco raro. ―Chloe me miró divertida
mientras se quitaba los zapatos y abría la cremallera de su bolso―. ¿Pasa algo?
Se me revolvieron las tripas y me pasé una mano por el pelo. Había
preparado un discurso para esto, pero no podía recordar ni una sola palabra.
Maldita sea, ¿por qué me bebí ese whisky en el patio?
―Oye. ―Chloe se acercó a mí y deslizó sus brazos alrededor de mi
cintura―. Háblame. ―Miré su expresión de preocupación, en el lugar donde sabía
que aparecerían sus hoyuelos si sonreía. Y no podía soportar pensar que nunca
los vería de nuevo. Este plan había parecido tan brillante antes de que me
enamorara de ella.
―No es nada ―dije, odiándome a mí mismo―. Sólo estoy cansado después
del largo viaje, y mi familia puede ser un poco demasiado.
―¿No puede la de todos? ―Me dio un rápido beso en la barbilla y volvió a
rebuscar en su bolso―. ¿Qué te vas a poner para la cena? ¿Debo llevar mi
vestido?
―Lo casual está bien.
―Probablemente debería ponerme el vestido ―dijo con un suspiro―. La
idea que tienen tu madre y tu abuela de lo informal no es la misma que la mía.
¿Te importa verme con él de nuevo?
―En absoluto. ―Observé cómo se quitaba los shorts, la camiseta y el
sujetador, deslizando el vestido blanco por encima de su cabeza. Mi sangre se
calentó un poco al ver sus pechos, pero no me atreví a acercarme y tocarla. No
me lo merecía.

Melanie Harlow
―Espero que esto no esté demasiado arrugado. ¿No deberías cambiarte?
―me preguntó, atando el cordón de su cintura―. Sólo tenemos unos minutos
más.
¡Joder!
―Tengo que decirte algo ―solté.
―De acuerdo. ―Sacó sus sandalias del bolso, las dejó caer al suelo y
rebuscó un poco más en su bolso―. ¿Dónde está mi cepillo de pelo? ¿Lo he
metido aquí? Espero no haberlo dejado en el hotel.
―Tiene que ver con mi herencia ―proseguí, sintiendo que un sudor
brotaba en mi espalda.
Juraría haber oído el tictac de un reloj en algún lugar de la habitación.
―Oh, ahí está. ―Sacó un cepillo de su bolso y se acercó a usar el espejo
que había sobre el tocador, poniéndose a mi lado―. ¿Y tu herencia?
Tragué con fuerza. Mi garganta estaba seca como el puto desierto.
―Uh, como sabes, se me concedió acceso parcial a mi fondo fiduciario
después de terminar la escuela de posgrado, cuando tenía veinticinco años. Justo
antes de encontrarme contigo en Chicago.
―Sí. Lo recuerdo. ―Pasó el cepillo por su larga y oscura cabellera con
movimientos rítmicos.
―Y la cosa es que... yo como que... um, lo arruiné.
Se detuvo con el cepillo en el aire. En el espejo, se encontró con mis ojos y
parpadeó.
―¿Te lo has cargado? ¿Todo?
―Más o menos.
―¿En qué?
Los nudos de mi estómago se apretaron.
―Uh, de fiesta. Jugar. Ser irresponsable.
―Por Dios, Oliver. Eso tuvo que ser mucho dinero.
―Lo fue"
―¿Qué te ha poseído?
―Estaba huyendo. De la familia, de la responsabilidad. ―Volví a tragar
saliva―. De ti.
Ella no dijo nada.
―Sabía que estaba cometiendo un gran error, pero no quería afrontarlo.
Pensé: A la mierda, si voy a estropear mi vida, mejor me lo paso bien haciéndolo.
Buscaba adormecer la culpa que sentía. Fue una idiotez y una inmadurez, y
siempre me arrepentiré.

Melanie Harlow
―¿Y cómo empezaste con Brown Eyed Girl? ―preguntó, dándose la vuelta
y apoyándose en la cómoda.
―Cuando por fin entré en razón, volví a casa y reuní lo justo para ponerme
en marcha. La destilería va bien, y creo que con la ampliación irá aún mejor, pero
va a hacer falta mucho dinero para poner en marcha los planes que hemos
discutido.
―La tierra. ―Chloe se bajó del tocador, sus ojos se abrieron de par en par
mientras empezaba a entrar en pánico―. Dios mío, Oliver: si no tienes el dinero,
¿cómo vamos a comprar el terreno en South Manitou? ¿Cómo vamos a construir
una instalación en Cloverleigh?
―No te preocupes. Tengo un plan.
Podría haber sonado más convincente si mi voz no se hubiera quebrado en
la palabra plan.
―¿Un plan? Oliver, todo depende de tu capital. No tengo nada para
invertir, y Cloverleigh no tiene activos líquidos.
Intenté ponerme más alto y hablar con más seguridad.
―Todo va a salir bien, Chloe.
―¡Pero le prometimos a los Feldmanns dinero en efectivo por adelantado!
Esas fueron nuestras palabras exactas a ellos. Si tenemos que pasar por un
banco y conseguir un préstamo, aceptarán la oferta de ese otro tipo, y ahí se va
nuestra tierra. Ahí va nuestra historia. Adiós a nuestra esperanza. ―Se mordió el
labio―. Ojalá me hubieras dicho esto antes.
La tomé por los hombros, obligándola a mirar hacia mí.
―¿Aún quieres hacer esto conmigo?
Parecía desgarrada.
―Bueno, sí. Quiero decir, no estoy feliz de que no me hayas dicho lo del
dinero, pero...
El alivio se apoderó de mí. Tal vez todavía había esperanza. Tal vez incluso
pensara que era un genio por pensar en esta idea.
―Pero si se me ocurre una manera de conseguirlo, ¿todavía estás dentro?
Se lo pensó un segundo y luego asintió.
―Sí, todavía estoy dentro. Fuiste un idiota, y deberías habérmelo dicho,
pero todos cometemos errores.
―Gracias a Dios. ―La abracé con fuerza―. Deja todo en mis manos. Todo
va a salir bien.
―¿Pero cómo? ―preguntó ella―. Todavía no entiendo qué vamos a...
Un golpe en la puerta la interrumpió y nos separamos.
―¿Sí? ―Llamé.

Melanie Harlow
La puerta se abrió y mi madre apareció con un vestido floreado, un jersey
sobre los hombros y una bebida en la mano.
―Perdona que te moleste. Pero Oliver, me preguntaba si podrías
acompañar a la abuela por las escaleras hasta la biblioteca.
¡Maldita sea!
―Oh, claro. ―Con las tripas revueltas, me acerqué a mi bolsa y empecé a
rebuscar en ella, intentando pensar con claridad, pero no podía. Todavía no había
llegado a la parte más crítica de la historia, y parecía que no podría hacerlo―.
Sólo necesito cambiarme.
―Muy bien. Está lista cuando tú lo estés. Y está fuera de sí ―dijo mi
madre―. La has hecho la mujer más feliz del mundo. Me dijo que le estás dando
el único regalo de cumpleaños que quiere.
―¿Lo estás? ―Chloe me miraba con extrañeza mientras se ponía los
zapatos―. ¿Qué pasa?
―No es nada ―dije rápidamente, cogiendo una camiseta de mi bolsa sin ni
siquiera mirarla―. Mamá, ¿puedes ir a decirle que sólo tardaré un minuto?
―Claro.
―¿Está la fiesta aquí? ―La puerta se abrió más y apareció la madre de
Chloe. Maldita sea, nunca iba a tener a Chloe sola.
―Oliver necesita cambiarse, así que ¿por qué no bajamos todos a la
biblioteca ahora? ―Chloe me miró―. Tómate tu tiempo. Nos vemos allí.
―De acuerdo ―dije.
¿Qué otra cosa podría hacer?
Chloe salió de la habitación con nuestras madres, y yo me cambié
rápidamente de camisa, cambié los pantalones cortos por los pantalones y las
zapatillas de deporte por unos zapatos más bonitos. Me habría venido bien un
afeitado, pensé, comprobando mi reflejo en el espejo, pero no había tiempo para
eso. Tal vez, una vez que llegara abajo, podría apartar a Chloe.
Era mi última esperanza.
Cerrando la puerta de mi habitación tras de mí, me apresuré a bajar por el
pasillo hasta la habitación de invitados donde siempre se quedaba mi abuela. Por
el camino, casi tropecé con mis sobrinos, que estaban jugando en el suelo con los
camiones que solían ser de Hughie y míos. Les acaricié la cabeza a cada uno
antes de llamar a la puerta de la abuela, pensando que Hughie nunca se habría
metido en un lío así. Tampoco Charlotte.
La abuela abrió la puerta y me sonrió.
―Hola, querido. Pasa.
Miré por encima del hombro hacia las escaleras. Hughie y Lisa habían
salido de su habitación y estaban recogiendo a Joel y a Toddy y haciéndoles bajar
para cenar. Se me estaba acabando el tiempo.

Melanie Harlow
―¿No quieres bajar las escaleras? ―le pregunté a la abuela.
―En un minuto ―dijo, acercándose a la cómoda, donde abrió un joyero.
Luego me guiñó un ojo por encima de un hombro―. Tengo que darte algo
primero, ¿no?
Tragué con fuerza.
―¿Ahora mismo?
―Bueno, por supuesto ahora mismo. ¿Cómo vas a proponerte sin el anillo?
Se me nubló la vista, y me apoyé en el marco de la puerta para
sostenerme.
―No lo sé.
―Lo tengo aquí. Lo he estado guardando para ti. ―Sacó un anillo de la
caja y lo levantó―. No tengo la caja, por supuesto, pero sabes que tampoco la
tenía tu abuelo cuando me la regaló hace setenta años.
Me obligué a caminar hacia ella y tomar el anillo de sus dedos.
―Lo sacó del interior del bolsillo de su chaqueta y lo puso en mi dedo.
―Ella parecía un poco consternada―. ¿No tienes una chaqueta para la cena?
―Me temo que no.
―Bueno, supongo que lo harás sin una. ―Su sonrisa se iluminó―. Chloe
es tan encantadora.
―Lo es.
Espero que no me odie por esto. Cuidadosamente metí el anillo en el bolsillo
de mis pantalones.
―Y sé que tu abuelo estaría encantado de que guardara este anillo para ti.
Eras muy especial para él.
―Él también era especial para mí. ―De alguna manera, pensar en mi
abuelo me hizo sentir aún peor. ¿Qué pensaría él de lo que estaba haciendo,
estafando a mi fondo fiduciario para poder comprar ese terreno? ¿O prometiendo
a la abuela que le pediría matrimonio este fin de semana como regalo de
cumpleaños? ¿O fingir que Chloe y yo llevábamos un tiempo juntos en secreto?
¿Importaba que la relación resultara ser real?
¿Tendría un pase en eso?
―Siempre sintió que estabas destinado a hacer grandes cosas ―continuó
la abuela―. Y está bien que te haya costado un poco más de tiempo enraizarte
que a tus padres. O a tus hermanos. O los primos.
―Gracias. ―La tomé del brazo y la guié fuera de la habitación―. Me
gustaría hacer grandes cosas.
―¡Lo harás! ¿Qué hay más grande que formar tu propia familia? Y todo
comienza con la elección de una esposa.

Melanie Harlow
Me aclaré la garganta mientras bajábamos las escaleras.
―Bien.
―Sabes, ese anillo había estado en la familia Pemberton durante décadas,
y cuando le preguntó a su madre si podía tenerlo para mí, su madre dijo que
sí. Me consideraban un buen partido, ya sabes.
―Lo sé.
―Igual que tu Chloe ―susurró―. Agárrate a ella. Y sé bueno. Ella no va a
aceptar ninguna broma.
―No, no lo hará. ―Estábamos casi al final de las escaleras, y podía oír
voces que venían de la biblioteca―. Pero escucha, abuela. No estoy seguro de que
esta noche sea la adecuada para, ya sabes, hacer la pregunta.
―¿Por qué?
―¿Tanta gente alrededor?
―¡Todo lo mejor para una celebración!
―Uh, no hemos estado juntos mucho tiempo, sólo unos meses. Y hemos
tenido que mantenerlo en secreto, así que...
―Tonterías ―dijo ella, apretando más su brazo―. Siempre han sido el uno
para el otro, y no se están haciendo más jóvenes. Ya es hora de que sientes la
cabeza, Oliver Pemberton, y si te retrasas, ella encontrará a alguien menos
vacilante y se conformará con él. ¿Es eso lo que quieres?
―No, pero...
―Entonces pon ese anillo en su dedo esta noche. Recuerda mis palabras,
ella se irá si no lo haces.
Llegamos al final de las escaleras y nos dirigimos a la biblioteca.
―¿Y si no está lista?
―Pepito grillo, tiene treinta y dos años, Oliver. Por supuesto que está
preparada.
―Tal vez ella no quiere un marido ―traté.
―Todas las chicas quieren un marido.
Sabía que no era así, pero la abuela tenía noventa años. ¿Cómo podía
discutir con ella?
―Y una vez que estés comprometido y la fecha de la boda esté fijada
―susurró― conseguiremos el resto de tu fideicomiso para que los dos puedan
comprar una casa e instalarse donde quieran, aunque tus padres y yo esperamos
que se queden cerca. Ya sabes que me encanta adorar a mis bisnietos.
―Lo sé.
―Entonces, ¿esta noche? ―insistió.

Melanie Harlow
Asentí con la cabeza, tragando con fuerza.
―Esta noche.
―Buen chico. ―Me dio una palmadita en el brazo cuando entramos en la
biblioteca―. Oh, y sé bueno y hazlo antes de la cena, ¿quieres? Me canso y no
siempre llego al último plato.
―¿Antes de la cena? ―Casi me atraganté―. ¿Como ahora mismo?
―¡Es una idea maravillosa! La biblioteca es un escenario precioso. ―Se rió
alegremente y señaló a Chloe, que estaba charlando con Charlotte junto a la
ventana―. Ahí está. Ve a buscarla.
Mi estómago se revolvió aún más mientras me apresuraba hacia ella.
―Disculpa. Chloe, ¿puedo hablar contigo a solas un minuto?
―¿Qué te pasa? ―Preguntó Charlotte―. Parece que has visto un fantasma.
¿Alguien puso una serpiente de goma en tu cama?
Chloe se rió y levantó su copa de champán.
―Dios, era una pequeña mierda, ¿no? Todavía no le he perdonado por
eso.
―Tampoco deberías hacerlo nunca ―dijo Charlotte.
―Sólo será un minuto. ―Agarré el brazo de Chloe y traté de arrastrarla
fuera de la habitación, pero mi padre nos bloqueó el camino.
―¿Y a dónde crees que vas? ―dijo―. Toma un vaso de burbujas. Estoy a
punto de hacer un brindis por tu abuela por su cumpleaños.
―Enseguida volvemos ―dije, tratando de esquivarlo.
―Oliver, para ―siseó Chloe, sacudiéndome―. No podemos perdernos esto.
―Chloe, tengo que hablar contigo.
―Más tarde ―me dijo―. Ahora ve a buscar un vaso para que podamos
brindar por la abuela. Nos está mirando.
De mala gana, me acerqué a la mesa donde descansaba una bandeja con
copas de champán llenas y cogí una. Luego volví a acercarme a Chloe y me puse
a su lado, observando al grupo reunido. Mis padres, sus padres, la familia de
Hughie, Charlotte y Guy, la abuela... todos serían testigos de mi absoluta
humillación si ella decía que no.
―¿Estamos todos? ―preguntó mi padre en voz alta, mirando a su
alrededor―. ¿Todos tienen un vaso?. Bien. Hoy tenemos mucho que celebrar.
―¡Oye, oye! ―Hughie gritó, lo que me molestó sin razón. ¿Siempre tenía
que decir algo?
―No sólo estamos celebrando la independencia de nuestra gran nación,
sino que estamos aquí para honrar a mi querida madre, que es un poco
más joven que los Estados Unidos de América, pero no menos formidable.

Melanie Harlow
Todos se rieron de la broma y la abuela sonrió.
―Más formidable, podrían decir algunos.
―Puedo dar fe de ello ―dijo mi madre, provocando más risas.
―También tenemos un nuevo miembro en la familia ―dijo, señalando a mi
hermana― y un nuevo velero para bautizar ―continuó, señalando a Hughie y
Lisa.
―¿Cómo va a llamar a éste? ―preguntó Charlotte.
―La Lisa Yvonne II, por supuesto ―dijo Hughie, sonriendo a su mujer.
Qué aburrido, pensé. Como si fuera una señal, Chloe se inclinó hacia mí y
me susurró:
―Si alguna vez nombras a un barco Chloe Lorraine, se acabó lo nuestro.
Ew.
Le dediqué una media sonrisa.
―Estaba pensando lo mismo. Ya se nos ocurrirá algo mejor. ―Ver que
reprimía una risita me hizo sentir mejor. Pensábamos igual en muchos aspectos:
ella me entendía. Entendería por qué teníamos que fingir este compromiso, ¿no es
así?
―También me gustaría brindar por nuestros amigos de toda la vida, John
y Daphne Sawyer ―dijo mi padre, levantando su copa en dirección a los padres
de Chloe―. John, brindo por tu jubilación, por tu éxito continuado y tu buena
salud, y por conseguir que finalmente te tomes unas vacaciones y juegues al
maldito golf conmigo. La hora de salida es a las nueve de la mañana.
―¡Estás en el aire! ―gritó John, levantando su vaso.
―Y por último ―dijo mi padre― me gustaría que todos brindáramos por
una nueva asociación, tanto profesional como personal. Oliver, tu madre y yo no
podríamos estar más contentos por ti y por Chloe. Siempre la hemos querido
como a una hija y estamos deseando que lo hagan oficial.
A mi lado, Chloe hizo una especie de chillido y un murmullo recorrió la
habitación. Llamé la atención de mi abuela y asintió con la cabeza, dedicándome
una sonrisa sagaz.
Oh, mierda.
La habitación daba vueltas. Mi corazón se aceleró. Las palmas de mis
manos estaban sudadas. Sentí que todas las miradas estaban puestas en mí
cuando me giré para mirar a Chloe y dejé mi copa de champán a un lado. Se
había acabado el tiempo. Si iba a hacer esto, tenía que hacerlo ahora.
No podía fallar.
Mirándola a los ojos, me arrodillé.

Melanie Harlow
Veintiuno
Chloe
Ahora
No.
Esto no puede estar pasando.
Era demasiado ridículo. Demasiado farsante. Demasiado absurdo. No
había forma de que Oliver me propusiera matrimonio ahora mismo.
Y sin embargo, allí estaba, arrodillándose.
Alguien en la sala jadeó. Casi se me cae el champán. Oliver me miró
con una extraña mezcla de desesperación, culpabilidad y ansiedad en su
rostro; no es la expresión que quieres que tenga el tipo que te pide que pases
el resto de tu vida con él.
―Chloe ―dijo, su voz anormalmente alta, como si estuviera en el
escenario―. Sé que esto probablemente parece repentino.
¿Repentino? ¿Me estaba tomando el pelo? ¡Sólo llevábamos dos días
juntos!
―Pero nos conocemos de toda la vida, y por muy lejos que
estuviéramos, nuestros caminos siempre parecían llevarnos el uno al otro.
De acuerdo, eso era cierto, y un poco dulce, pero seguía sin explicar
qué estaba haciendo arrodillado. Le habría preguntado, pero estaba
demasiado aturdida para hablar.
Metió la mano en el bolsillo y luego me tomó la mano izquierda.
―Siempre has sido la única para mí, y espero que me hagas el honor de
convertirte en mi esposa. Chloe Sawyer, ¿quieres casarte conmigo?
―Dios mío ―escuché decir a mi madre.
Mis rodillas golpeaban. Mi pulso martilleaba. Mi respiración era
demasiado rápida. Me sentí como una actriz que hubiera olvidado todas sus
líneas y hubiéramos llegado a la escena más culminante de la obra.
―Uh ―dije.
―¿Qué? ―susurró alguien en la sala―. ¿Fue un sí? ¿Ha dicho que sí?
―Miré alrededor de la habitación con pánico, desesperado por encontrar una
puerta de escape.

Melanie Harlow
Oliver me apretó la mano y me encontré con sus ojos de nuevo. Eran
profundos, azules y familiares. Había una urgencia en ellos que leí
inmediatamente como "por favor, sigue con esto". Te necesito.
El hecho de que pudiéramos comunicarnos sin esfuerzo y sin palabras
me llegó al corazón.
Iba a matarlo por esto, pero no lo haría delante de su familia.
Me puse a sonreír.
―Sí.
Oliver parecía sorprendido.
―¿Si?
―¡Sí! ―Me incliné y lo besé, luego le susurré al oído―. Pon el anillo en
mi dedo, imbécil.
Tanteó con él, pero al final consiguió deslizarlo hasta la punta de mi
dedo y lo empujé hasta el final. Lo miré por un segundo: era un hermoso reloj
de época, tal vez de estilo Art Deco, con una banda de platino grabada y una
gran piedra redonda, un diamante, que brillaba con los últimos rayos de sol
que se colaban por la ventana de la biblioteca a mi espalda. Lo levanté para
que todos lo vieran.
―¡He dicho que sí!
La sala estalló en vítores y aplausos, y la voz del tío Soapy volvió a
sonar.
―Así que brindemos todos por la salud, por la felicidad, por los
maravillosos años pasados y por todos los maravillosos años venideros.
¡Salud!
―¡Salud! ―se hicieron eco todos, levantando sus copas y tomando un
sorbo. Inmediatamente después, nos rodeó la familia. Todos los presentes
nos abrazaron, nos besaron y nos felicitaron. La tía Nell y Charlotte lloraron.
La abuela tenía cara de satisfacción. Mi madre y mi padre se quedaron
boquiabiertos, por supuesto, ya que habían visto cómo había tratado a Oliver
la otra noche, pero nos abrazaron a los dos y dijeron lo emocionados que
estaban.
―¿Así que todo eso fue una actuación? ―dijo mi madre, sacudiendo
la cabeza con incredulidad―. ¿Se han estado viendo en secreto?
¿Ocultándonos a todos?
Me reí nerviosamente.
―Lo explicaremos todo en un minuto, lo prometo. ―Agarré la mano de
Oliver―. Sólo necesito un momento a solas con mi prometido.
―Buena idea, cariño. ―Oliver tomó la delantera, tirando de mí fuera
de la biblioteca, por el pasillo, y a través de una puerta de vaivén en la braga
del mayordomo.

Melanie Harlow
En el momento en que la puerta se cerró, solté su mano.
―¿Qué demonios, Oliver? ¿Estoy perdiendo la cabeza o nos acabamos
de comprometer? ―Hablé en el susurro más furioso que pude, pero lo que
realmente quería hacer era gritar.
Levantó sus palmas hacia mí.
―Puedo explicarlo.
―Más vale que lo hagas.
―Se trata de mi fondo fiduciario.
Me puse las manos en las caderas y ladeé la cabeza.
―¿Qué?
―Mi fondo fiduciario. El dinero que recibiré por alcanzar este
importante y maduro hito. Una vez que...
―Oh, Dios mío. ―Le di un empujón en el pecho, y luego me puse las
manos en el pelo―. El dinero para la tierra. ¿Este era tu plan? ¿Engañar a tu
abuela haciéndole creer que estábamos comprometidos para que te diera
acceso al resto de tu fideicomiso porque te gastaste la primera parte en putas
y cocaína?
Oliver parecía ofendido.
―Nunca he contratado a una prostituta, muchas gracias.
―¡Sabes lo que quiero decir! ―Le pinché en el pecho―. Eres un
estafador, y ahora estás haciendo uno conmigo.
―No tenemos que estafar a nadie, Chloe. Estamos realmente
comprometidos. Te lo he pedido y has dicho que sí. ―Me tomó la mano y la
levantó―. ¿Ves? Hay un anillo en tu dedo.
La tiré hacia atrás.
―Eres increíble, y estoy tan jodidamente furiosa contigo que no sé ni
por dónde empezar. Esto no está bien. Y no voy a casarme contigo. Ni siquiera
por un millón de dólares.
―¿Por qué no?
―Porque mientes, Oliver. Todo este tiempo me has estado mintiendo.
―No, no lo he hecho. Yo sólo... revelé la verdad lentamente. Y te iba a
contar lo del compromiso, pero no tuve oportunidad. Lo juro por Dios, no
tenía ni idea de que la abuela esperaba que lo hiciera tan rápido.
Mi confusión de antes se estaba aclarando.
―A eso se refería tu madre, a lo de las ocasiones especiales. Por eso
invitó a mis padres. ¿Les dijiste que te ibas a declarar hoy?
―Bueno, la abuela me lo pidió. Ya sabes, como regalo de cumpleaños.

Melanie Harlow
Sacudí la cabeza.
―Esto es totalmente ridículo. ¿Cómo han podido caer en la trampa? Ni
siquiera hemos hablado en años.
Oliver hizo una mueca.
―Bueno, como que piensan que nos hemos estado viendo a escondidas
durante un tiempo.
―¿Qué? ―Levanté las manos―. ¿Cómo vamos a conseguir que mis
padres se lo crean? Nos vieron juntos la otra noche. Apenas pude soportar
sentarme a tu lado.
―Lo sé. Somos la definición misma de una relación de amor/odio. Y no
queríamos que nadie lo supiera hasta estar seguros de que era realmente
amor.
―Ahora mismo, no siento amor, Oliver. Me has mentido. No importa
cómo intentes disfrazarlo, la verdad desnuda está ahí delante de mí. ―Se me
hizo un nudo en la garganta―. Me prometiste que ibas a ser abierto y honesto
de aquí en adelante, y tuviste un millón de oportunidades para sincerarte.
Tuviste días. ―Cuando me di cuenta del alcance de su engaño, mi corazón
empezó a romperse. Las lágrimas brotaron de mis ojos y se derramaron.
Oliver gimió y me tomó por los hombros.
―Chloe, escúchame. No sabía lo que iba a pasar entre nosotros y eso
me desconcertó. Lo único que quería era convencerte para que vieras la
increíble oportunidad que sería esa granja. Y esta era la única manera de
conseguirlo a tiempo.
―¿Por qué no pudiste pedir un préstamo a tus padres?
Su rostro enrojeció.
―Porque no. No quiero que sepan que no tengo el dinero por mi cuenta.
Nunca les conté lo de gastar todo ese dinero en Europa. No quiero que nadie
lo sepa.
―¿Así que es por las apariencias? Eso es ridículo, Oliver.
Se puso más alto.
―Tengo mi orgullo, ¿de acuerdo?
―No. No está bien. Podríamos haber ido al banco.
―Si tuviéramos que esperar a que el banco aprobara un préstamo,
habríamos perdido el terreno. Necesitamos el dinero con urgencia. Todo lo que
quería era conseguir esa granja.
Sacudí la cabeza.
―Mentira. Todo lo que querías era engañarme. Hacer que me
enamorara de ti para que dijera que sí a tu estúpido plan y luego me dejaras,
como antes.

Melanie Harlow
―Te equivocas ―dijo con fuerza.
Ni siquiera pude hablar por un momento. Las pequeñas piezas del
rompecabezas estaban encajando en su sitio, y el panorama general no era
bonito. ¿Había sido una tonta para él otra vez? ¿Era sólo un peón en su
juego? ¿Le importaba algo de mí, o simplemente era el camino más corto para
llegar a su gran herencia?
―Cristo ―dije, luchando contra los sollozos―. Soy un blanco tan fácil.
Lo sabías todo el tiempo. Lo sabías cuando te acercaste a mi padre el mes
pasado. Lo sabías al conducir hasta aquí. Sabías que me enamoraría de ti
otra vez y lo usaste en mi contra. Ya lo dijiste una vez, soy tan jodidamente
predecible.
―¡Eso no es cierto! No tenía ni idea de que tú y yo íbamos a continuar
donde lo dejamos.
Me enjugué los ojos.
―No reconocerías la verdad ni aunque apareciera y te mordiera. Y no lo
dejamos, Oliver, tú me dejaste. Me engañaste haciéndome creer que eras otra
persona en Chicago, alguien que realmente se preocupaba por mí, y luego
desapareciste. Lo hiciste entonces, y lo estás haciendo ahora.
―¡No lo hago! Chloe, por favor. Piensa en todos los planes que hemos
hecho en los últimos días. Hemos tenido este sueño durante mucho tiempo, y
está a nuestro alcance. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para
conseguirlo. ¿No lo estás tú?
Oímos ruido en el pasillo mientras la familia se dirigía al comedor.
Sabía que tendríamos que hacer acto de presencia en breve, pero sentí que
antes tendría que vomitar.
―Me siento mal, Oliver. ¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Salir y
fingir que estamos enamorados?
―Bueno... sí. ―Dejó caer los brazos.
Sacudí la cabeza.
―No sé si puedo hacerlo.
―¿Puedes intentarlo? Por favor"
―¿Y luego qué? No voy a seguir con este ridículo compromiso de farsa,
Oliver. No me amas. No quieres casarte conmigo. Sólo querías tu dinero.
―No es así, Chloe, lo prometo. Sí te amo.
Fue a tomarme en sus brazos pero yo puse mis manos para detenerlo.
―Tus promesas no significan nada para mí ahora. Y no amas a nadie
más que a ti mismo. Nunca lo has hecho. ―Dando un paso atrás, respiré
profundamente, negándome a reconocer la mirada devastada en su rostro.
Probablemente era falsa, de todos modos.
―Saldré y pasaré la cena, pero eso es todo. Mañana me voy con mis

Melanie Harlow
padres y te vas a sincerar con tu familia.
―¿Pero qué pasa con el dinero? ¿Y la tierra y el centeno? ¿Y nuestro
sueño?
Los sollozos amenazaron de nuevo, pero me los tragué y me puse de
pie.
―Mi autoestima es más importante. Tendrás que encontrar otra
forma de conseguir tu dinero. Estoy fuera.
Me di la vuelta y empujé la puerta batiente, rezando por tener fuerzas
para pasar la siguiente hora y media.
Antes de ir a la mesa, subí las escaleras hasta mi habitación para
arreglarme un poco la cara. No había forma de ocultar el hecho de que había
estado llorando, pero supuse que unas cuantas lágrimas eran normales
después de comprometerse. Hice lo que pude y me dirigí al comedor.
―Ahí está ―cantó la abuela cuando entré.
Oliver ya estaba sentado en la mesa, que estaba preparada para trece
personas, pero en la que fácilmente podrían haberse sentado veinte. El único
lugar vacío estaba entre Oliver y Charlotte, y me esforcé por poner una
sonrisa en mi rostro mientras me acercaba a él.
―Siento haberte hecho esperar.
―Está bien. ―Oliver se levantó de un salto y me retiró la silla. Siempre
un caballero. Todo forma parte de su actuación.
Pero me senté y dejé que me empujara más cerca de la mesa,
conteniendo la respiración cuando se colocó a mi lado. No quería percibir su
olor por miedo a romper a llorar. Así las cosas, tuve que evitar mirar mi mano
izquierda, donde aquel hermoso anillo rodeaba mi dedo, recordándome lo
idiota que había sido.
Enseguida, mis padres quisieron saber cómo habíamos conseguido
nuestra relación secreta. Ante un primer plato de ensalada Waldorf, intenté
explicarlo, agradecida por los campamentos de teatro de verano que había
hecho de niña cuando mis padres necesitaban un lugar seguro para que yo
liberara energía.
―Fue complicado ―dije―. No nos veíamos muy a menudo, y no tenía ni
idea de que estaba hablando con papá sobre mis planes de destilería.
―Me gusta mantenerla alerta ―dijo Oliver.
―Y me gusta asegurarme de que no dé por sentado que voy a estar de
acuerdo con lo que dice ―le contesté.
El tío Soapy se rió con ganas.
―Ya suenan como una vieja pareja casada, ¿no es así? Yo diría que has
encontrado a tu pareja, Oliver.
―Yo también lo diría, papá. ―Oliver me miró de soslayo, y yo traté de

Melanie Harlow
quitarle algo de asesinato a mi mirada.
No fue fácil.
Mientras comíamos langosta, maíz, judías verdes y pan fresco, me las
arreglé para responder a las preguntas de todo el mundo con lo que esperaba
que fuera una facilidad convincente, reírme de los chistes de Oliver, decir
algunas cosas bonitas sobre él e incluso mirarlo con adoración unas cuantas
veces. Puede que no fuera el actor que era, pero para cuando comimos la tarta
y el helado, estaba bastante segura de que nadie sospechaba que el
compromiso era sólo un plan. Incluso la abuela se las arregló para aguantar
toda la comida, sonriendo benévolamente en nuestra dirección todo el tiempo.
La comida estaba deliciosa, pero apenas la toqué. Todo lo que podía
pensar era cómo estábamos mintiendo a todos los que queríamos, por dinero.
Cuando se recogieron los platos del postre, Lisa se llevó a los niños a la
cama, la abuela se retiró a su habitación y los demás adultos se trasladaron a
la sala de estar para jugar a las cartas. Los seguí, pero no quise quedarme.
―¿Qué dices, Chloe? ¿Te apetece jugar al bridge o al euchre?
―preguntó Oliver.
―No, gracias. En realidad no me siento muy bien. Creo que me
iré a la cama. Gracias por la cena, tía Nell. Estaba deliciosa.
―De nada, querida. Descansa un poco. ―Se acercó y me besó la
mejilla―. Quizá mañana, mientras los chicos juegan al golf, tu madre, tú y yo
podamos sentarnos a hablar de la planificación de la boda.
―¡Oh, sí, vamos! ―dijo mi madre desde su lugar en la mesa de cartas―.
No puedo creer que ahora tenga dos hijas para planear bodas.
―Quizá no deberías retirarte este año, John ―se burló el tío Soapy―.
Con dos bodas que pagar y todo eso.
Mi padre gimió.
―Puede que tenga que vender la granja.
―No te preocupes, papá ―le aseguré―. Estarás bien. Buenas noches
a todos.
―Subiré contigo ―dijo Oliver, siguiéndome fuera de la habitación.
Quise discutir, pero me contuve hasta que subimos las escaleras.
―No tienes que hacerme de niñera. No voy a revelar tu secreto. Lo
dejaré para cuando me vaya.
―Chloe, por favor. ¿No podemos hablar de esto un poco más? ―susurró
mientras íbamos por el pasillo.
―No.
―Todo esto fue un shock, lo sé. ¿Pero no quiere tu terapeuta que
pienses las cosas antes de actuar precipitadamente?

Melanie Harlow
Me detuve frente a él, lanzándole una mirada de pura incredulidad.
―No puedes hablar en serio. Mi terapeuta está tratando de evitar que
cometa errores horribles, como saltar a la cama contigo. Como confiar en ti.
Como caer en tu actuación y pensar que has cambiado.
―He cambiado, Chloe.
Sacudiendo la cabeza, continué avanzando por el pasillo.
―No voy a creer ni una palabra más de lo que dices.
Me siguió hasta el dormitorio y cerró la puerta en silencio tras él.
―¿Puedes al menos tomarte la noche para pensarlo?
―No necesito la noche. ―Me quité el anillo y lo dejé en la cómoda antes
de quitarme los zapatos―. Y no vas a dormir en esta cama conmigo.
―¿Dónde se supone que voy a dormir? Todas las habitaciones están
ocupadas.
Me encogí de hombros mientras me dirigía a mi bolsa, donde comencé a
buscar mi pijama.
―Piensa en algo. No te quiero aquí.
―Chloe. ―Caminó hacia mí lentamente―. Mírame, por favor.
No quería hacerlo. Tenía un punto de ternura para él y él lo sabía.
―Déjame en paz, Oliver.
―Dame otra oportunidad.
Me obligué a mirarlo a los ojos. Parecían reflejar contrición y
remordimiento, pero ya no confiaba en mi evaluación de sus sentimientos. Era
demasiado bueno en el juego.
―No mereces otra oportunidad.
Suspiró con fuerza. Asintió una vez.
En un momento, me iba a derrumbar, pero por ahora me armé de valor.
―Voy al baño a cambiarme. Cuando vuelva, quiero que te vayas. Y
llévate ese anillo, ponlo en un lugar seguro para que puedas devolvérselo a tu
abuela cuando me vaya.
No dijo nada mientras entraba en el baño y cerraba la puerta.
Una vez que me quedé sola, me agarré al fregadero y dejé que las
lágrimas fluyeran tan silenciosamente como pude. No quería que me oyera
llorar. No quería que supiera lo mal que me había hecho. No quería que
supiera lo mucho que iba a echar de menos sus brazos alrededor de mí
durante el resto de mi vida o lo devastada que estaba porque todos los planes
que habíamos hecho nunca verían la luz del día.
Dios, ¿cómo pude ser tan estúpida?

Melanie Harlow
Enfadada, tomé un pañuelo de papel de la caja que había en el fondo
del retrete y me soné la nariz. ¿No había sabido antes de que empezara todo
esto que no se podía confiar en él? En toda su vida, ¿cuándo había
demostrado que se preocupaba por alguien más que por sí mismo? Ni una
sola vez se había quedado lo suficiente como para desarrollar verdaderos
sentimientos por alguien, y menos por mí. Era un canalla, u n jugador y un
estafador que se las arreglaba con sus mentiras y su encanto, y nunca iba a
cambiar. Siempre lo supe.
Así que la culpa fue mía, pensé, mientras miraba mi cara manchada de
rímel en el espejo, con la nariz roja y los ojos inyectados en sangre. Una vez
más, había demostrado la mierda de juicio que tenía. Me había lanzado a algo
sin tener en cuenta el panorama general. Me había dejado llevar por palabras
bonitas y sueños porque me sentía bien. Era como volver a ser adolescente.
¿No había aprendido nada?
No era apta para ser director general de Cloverleigh o de mi propio
negocio. Era un terrible juez de carácter y no tenía idea de cómo controlar mis
impulsos. Por mucha terapia que recibiera o por mucho que creciera o por
mucho que sintiera cosas en mis entrañas, no se podía confiar en que hiciera
lo correcto.
La constatación me golpeó con fuerza y provocó nuevas lágrimas que
arrancaron sollozos de mi pecho. Me senté en el borde de la bañera y lloré con
fuerza por mí misma, por mis sueños aplastados, por mi corazón roto.
***
No podía dormir.
Me quedé allí sola en la vieja cama de Oliver en la oscuridad durante
horas. Despierto. Vacía. Dolorido.
Lo echaba de menos. Echaba de menos la sensación de excitación con
la que me había despertado esta mañana. Lloré los sueños que habíamos
compartido.
¿Y si nunca lo superara? ¿Y si nunca hubiera conocido a nadie más
que me presionara como lo hacía él? ¿Y si nadie más me afectara como lo hizo
él? ¿Estaba destinada a vivir sola, maldiciéndolo a él y a su estupidez por el
resto de mi vida? ¿Lo estaba?
Las relaciones eran jodidamente difíciles, y nunca había sido capaz de
hacer que funcionara con alguien, nunca había conocido esa sensación de
satisfacción y seguridad. Nunca me había permitido ser tan vulnerable como
lo había sido en los últimos días, y nunca más lo haría. Me dolía demasiado
saber que había sido un error.
Dios, Oliver. Estuvimos tan cerca.
La vieja casa crujía con el viento, y más de una vez escuché ruidos
extraños que hicieron que mis ojos se abrieran de par en par y mi corazón
latiera más rápido. Nunca me había gustado estar sola en la oscuridad.

Melanie Harlow
Cuando oí que la lluvia empezaba a tamborilear contra el cristal de la
ventana, me levanté y encendí la luz del cuarto de baño, dejando la puerta
parcialmente abierta para que me diera un poco de luz. Al volver a la cama, vi
algo brillante en la cómoda.
El anillo.
No me había dado cuenta antes, cuando había caído en la cama
exhausta y había gritado. ¿Por qué no se lo había llevado cuando se fue, como
le había pedido?
Me acerqué a la cómoda, el viejo suelo de madera crujía bajo mis pies
descalzos. Recogí el anillo y lo miré por un momento antes de volver a
ponérmelo en el dedo. Luego lo examiné en mi mano, con los dedos
extendidos.
Oliver, pensé, mi corazón roto se hundió más. Bastardo. Habría dicho
que sí.
Eso es lo que me mató. Me conocía a mí misma. Y sabía lo que sentía
por él. Si era honesta, tenía que admitir que si no hubiera habido juegos,
ningún plan para conseguir el dinero, ninguna traición a mi confianza, y
Oliver me hubiera dicho anoche, tal vez mientras me sostenía en sus brazos o
se movía dentro de mí o me daba un beso de buenas noches, Siempre te he
amado, pasa el resto de tu vida conmigo... habría dicho que sí. Habría sido
una locura, rápido e impulsivo, pero era la verdad.
Volví a la cama y lloré contra la almohada.
Habría dicho que sí.

Melanie Harlow
Veintidós
Oliver
Ahora
La escuché llorar en el baño, y casi me rompió.
En el momento en que cerró la puerta, oí los jadeos desgarradores, e
inmediatamente corrí en su dirección.
Pero me detuve con la mano en el pomo. Ella no te quiere. Sólo
empeorarás las cosas. Se me cayó la mano y retrocedí.
¿Qué iba a decirle que no hubiera dicho ya? ¿Cómo iba a mejorar la
situación? Qué palabras serían las que le harían ver que no le había mentido,
que quería estar con ella, que me había equivocado, sí, pero que era humano
y que aún me estaba haciendo a la idea.
La amaba. Nunca había amado a nadie como la amaba a ella. ¿No
debería eso contar para algo?
Sentí que debía hacerlo, pero también sentí que ella tenía razón: no
merecía otra oportunidad.
Al alejarme de la puerta, miré el anillo sobre la cómoda. Me había dicho
que me lo llevara cuando me fuera.
Me acerqué a él y lo recogí, recordando la vergonzosa propuesta y la
torpeza con la que me esforcé por ponerle el anillo en el dedo.
Joder. ¿En qué había estado pensando? Ella se merecía algo mucho
mejor. Una mejor propuesta. Una mejor historia de amor. Un hombre mejor.
Volví a colocar el anillo en la cómoda y salí de la habitación. Al final, no
me atreví a tomarlo. Quizá no lo llevaría en el dedo, pero no me arrepentía de
habérselo dado. Y tal vez si lo dejaba aquí, ella sabría que lo había dicho en
serio.
Siempre había sido la única para mí.
Cuando bajé a la planta baja, evité la sala de estar donde se jugaba a
las cartas y me dirigí a la biblioteca. Cerré la puerta tras de mí, apagué la luz
y me tumbé en el sofá de cuero frente a la chimenea. Sabía que no podría
dormir, pero al menos era un lugar tranquilo para pensar.
Con una mano detrás de la cabeza, me estiré de espaldas y dejé que
los recuerdos de mi amistad con ella se desenvolvieran. Nos vi de niños
saltando desde aquel tejado. Nos vi como adolescentes en el baile de

Melanie Harlow
graduación. La vi sentada en la cama de mi dormitorio pidiéndome que me
acostara con ella, diciéndome que quería que le quitara la virginidad pero que
no la llamara después; incluso entonces, no me confiaba su corazón.
Había tenido razón.
Vi su expresión devastada la Navidad siguiente, cuando le mentí
diciendo que sólo lo había hecho porque me daba pena. Había querido herirla
porque ella no me quería como yo la quería a ella, y yo era demasiado joven y
estúpido para ver que debería haber sido sincero con ella en lugar de jugar.
La vi riendo y con las mejillas sonrosadas mientras nos
emborrachábamos con whisky entre dos camas gemelas en la fiesta de
graduación de Hughie. La vi de pie sobre mí, con una pierna sobre mi
hombro, mientras le enterraba la lengua. La vi de espaldas mientras se
alejaba de mí, enfadada, por el pasillo, al darse cuenta de que había
cronometrado su orgasmo.
Ese recuerdo me hizo sonreír.
La vi de pie en la barra con un precioso vestido en una recaudación de
fondos en un hospital, la vi dudar antes de subir a ese ascensor conmigo, la vi
desnuda y sudorosa y sin vergüenza contra la puerta de una habitación de
hotel.
Recordé un viaje en taxi al aeropuerto después de despedirnos en
Chicago, odiándome a mí mismo por ser demasiado inmaduro e indigno de
ella.
La vi darme el dedo en una fiesta de Navidad de Cloverleigh. Sentí el
escozor de su palma en mi mejilla. Oí el dolor y la ira en su voz cuando me
acusó de traicionarla con Brown Eyed Girl.
Vi la desconfianza en sus ojos cuando la convencí de que me diera una
semana para convencerla de que se asociara conmigo. La oí decir: Algunas
cosas no cambian. Algunas personas no cambian.
Tal vez ella tenía razón. Tal vez era el mismo imbécil egoísta que había
sido todos esos años.
La había cagado muchas veces. ¿Cuántas oportunidades se merece un
hombre?
¿Y qué podría decir para que me diera otra?
No estaba segura de cuánto tiempo permanecí allí en la oscuridad, pero
al final oí que todos los demás se iban a la cama y, un rato después, oí que
empezaba a llover. Tamborileaba contra los cristales de la biblioteca y el
viento presionaba el vidrio. Cuando los relámpagos brillaron y los truenos
comenzaron a retumbar en la distancia, pensé en Chloe, sola en el piso de
arriba, y me pregunté si estaría nerviosa. Sabía que no le gustaban las
tormentas ni la oscuridad. Imaginarla allí arriba, sola y asustada, me hizo
estrechar el pecho.

Melanie Harlow
Déjala en paz. Ella no te quiere.
Pero al final no pude soportarlo más.
Me levanté del sofá y me apresuré a salir en silencio de la biblioteca,
subir las escaleras y bajar el pasillo. Cuando llegué a la puerta de mi
antiguo dormitorio, dudé un segundo, pero luego la abrí.
Enseguida vi que se había dejado la luz del baño encendida y la puerta
entreabierta, y eso me desgarró el corazón. Un rayo iluminó la habitación por
un momento y vi que estaba dormida, tumbada de lado con la mano izquierda
sobre la almohada junto a la cara.
Había algo brillante en su dedo.
¿Era un truco de la luz o llevaba el anillo? Esperando que no se
despertara y me descubriera acechándola en la cama como un acosador, me
acerqué, con los músculos del estómago tensos.
Efectivamente, el anillo de compromiso de mi abuela estaba de nuevo
en su dedo. Debió ponérselo después de que yo saliera de la habitación. Mi
corazón se aceleró.
¿Significaba eso que no me odiaba? ¿Que todavía le importaba? ¿Que
podría estar dispuesta a escucharme?
Pero, ¿qué diablos iba a decir?
Si hubiera confiado en mí mismo para encontrar las palabras
adecuadas, podría haberme metido en la cama con ella.
Poner mis brazos alrededor de ella. Detener sus protestas con un beso.
Pero no lo hice.
Al final, salí de la habitación y cerré la puerta tras de mí, retirándome
de nuevo a la planta baja para afrontar mi noche de purgatorio en el sofá.
***
Debo haberme quedado dormido en algún momento porque era de día
cuando mi padre me despertó, con la luz del sol entrando por las ventanas.
―¿Le pasa algo a tu cama? ―me preguntó. Al abrir los ojos, lo vi de pie
junto a mí, vestido con su ropa de golf, con un vaso de zumo de naranja en la
mano. Me quejé al incorporarme, con la espalda rígida y el cuello dolorido.
―Eh, yo se lo di a Chloe. Se sintió rara al quedarse en la misma
habitación.
Asintió, aparentemente satisfecho con la explicación.
―Vamos a salir en media hora a jugar al golf. ¿Te unes a nosotros?
―Tal vez. ―Giré la cabeza hacia la derecha y hacia la izquierda,
tratando de aliviar un poco la tensión―. ¿Sigue yendo el tío John?
―Sí. ¿Por qué no lo haría?

Melanie Harlow
―Ninguna razón. ―En realidad, la razón era que me preguntaba si
Chloe había convencido a sus padres para volver a casa de Cloverleigh a
primera hora de la mañana―. Déjame consultar con Chloe, para ver qué
quiere hacer hoy.
Subí las escaleras y encontré mi habitación vacía, la cama hecha y su
maleta preparada. Mi corazón se hundió.
Pero cuando miré el tocador, el anillo no estaba allí. De alguna manera,
eso me dio esperanzas, aunque sabía que probablemente sólo lo llevaba para
guardar las apariencias hasta que pudiera irse.
Me di una ducha rápida, me puse ropa adecuada para jugar al golf y
bajé a la cocina, preguntándome qué me iba a decir.
La cocina estaba vacía, pero oí voces procedentes del patio. Me serví
una taza de café y seguí el sonido.
―Buenos días, dormilón ―llamó mi madre. Ella, la tía Nell y Chloe
estaban sentadas a la mesa bajo la sombrilla, con tazas de café y platos de
fruta y magdalenas delante. Me di cuenta de que Chloe no había tocado su
desayuno. Tampoco había comido casi nada en la cena de anoche. El
sentimiento de culpa se apoderó de mis hombros.
―Buenos días a todos. ―Tanteé el terreno tomando el asiento junto a
ella, pero no protestó.
―¿Vas a jugar al golf con los chicos hoy? ―preguntó mi madre.
―He pensado que podría hacerlo. Si te parece bien ―le dije a Chloe.
―No pasa nada ―dijo con rigidez, sin apenas dedicarme una mirada.
Llevaba gafas de sol, así que no pude ver sus ojos.
―De acuerdo, entonces supongo que lo haré. ―Tomé un sorbo de mi
café―. ¿Qué van a hacer hoy, señoras?
―Oh, no te preocupes por nosotras. ―Mi madre agitó la mano en un
gesto despectivo―. Tenemos mucho que hablar sobre la boda, y puede que
vayamos a la ciudad, hacer algunas compras. Más tarde, podríamos pasar un
rato en la piscina. Va a ser un día precioso.
―Suena divertido. ―Intenté sonreír, pero el gélido silencio a mi derecha
fue desalentador. Tal vez no significaba nada que se hubiera puesto el anillo
de nuevo anoche.
Cuando se excusó de la mesa sólo unos minutos después de que me
sentara, me levanté y la seguí, dejando mi café sobre la mesa.
No dijo nada hasta que llegamos a la cocina, que estaba vacía.
―¿Qué quieres, Oliver?
―Hablar contigo.
Tiró su desayuno sin comer a la basura y puso su plato en el fregadero.

Melanie Harlow
―¿Sobre qué?
―Sobre todo. ―Pero ahora que estábamos solos, no sabía qué decir―.
¿Cómo has dormido?
―Bien. ―Se dio la vuelta y se apoyó en el mostrador, empujando sus
gafas de sol a la parte superior de su cabeza―. ¿Y tú?
―Como la mierda.
―¿Dónde has acabado?
―En el sofá de la biblioteca.
Ella asintió, cruzando los brazos sobre el pecho. Llevaba unos
pantalones cortos que dejaban ver sus piernas bronceadas y musculosas, y
me dolió todo el cuerpo al pensar que nunca volvería a estar cerca de su piel
cálida y desnuda.
―Puedes quedarte con la cama esta noche. Espero convencer a mis
padres de que se vayan antes de la cena.
―Chloe, no te vayas. ―Me acerqué a ella y pensé que se escabulliría,
pero no lo hizo. Puse mis manos en sus hombros―. Lo siento. Quiero
solucionar esto. Sé que lo que hice estuvo mal, pero lo importante era
conseguir el dinero.
Sacudió la cabeza.
―¿Te estás escuchando a ti mismo? Así es como malgastaste tu dinero
la primera vez, Oliver. No puedes ir por la vida pensando sólo en la
gratificación a corto plazo. Tus decisiones tienen consecuencias. Hacen daño a
la gente, y este plan para engañar a todos tus seres queridos es cruel.
―Esto no habría hecho daño a nadie. La gente rompe todo el tiempo. No
es como si fuera una relación real. ―Me di cuenta de lo que había dicho y
fruncí el ceño―. Quiero decir, no se suponía que lo fuera.
Una lágrima resbaló por su mejilla.
―Nada cambia. Sigues siendo el mismo Oliver de siempre.
―¡No! Mira, siento no haber sido sincero contigo. Siento haber ocultado
toda la verdad. Siento no hacerlo todo bien a la primera. ―Hice una pausa―.
O la segunda vez. Pero no soy perfecto, Chloe; sólo quería construir algo
propio. Quería hacer crecer algo, crear algo. Y quería hacerlo contigo. Todavía
lo quiero.
―Es demasiado tarde ―dijo ella, limpiándose los ojos―. Es
demasiado tarde.
Entonces me empujó y salió corriendo de la habitación.
Exhalando, apoyé las manos en el borde del mostrador y agaché la
cabeza. Era inútil.
Lo había perdido todo.

Melanie Harlow
Decidí no jugar al golf con el resto de los chicos. No había forma de que
lo disfrutara, y no tenía ni la energía ni las ganas de fingir. A pesar de lo que
Chloe pensaba de mí, no era tan buen actor. En su lugar, le dije a mi padre
que quería sacar el barco y me dirigí al puerto deportivo sin decir una palabra
a nadie más.
Anoche, me pasé horas repasando el pasado, revisando todos mis
errores. Hoy, en el agua, pensé en mi futuro. Lo que realmente quería. Dónde
acabaría. Cómo llegaría allí.
De niño, me había imaginado con una vida exactamente igual a la de
todos los hombres adultos que conocía-una vida de marido, de padre, de
hombre de carrera de Pemberton con un despacho en la esquina y un armario
lleno de trajes de Brooks Brothers. Pero cuando llegó el momento de elegir
esas cosas, no las había elegido. De alguna manera, en el fondo, nunca había
querido ir por ese camino.
No es que hubiera nada malo en ello. Mis padres eran felices. Mi
hermano y mi hermana eran felices. Todavía me veía como padre algún día.
Pero siempre había estado convencido de que había algo más.
El fin de semana que Chloe y yo pasamos en la habitación de mi hotel
de Chicago, me sentí seguro de haberlo encontrado, y tal vez lo hice. Me
atraganté un poco al pensar que había estado en lo cierto entonces, pero
demasiado asustado para ir a por ello.
Porque, ¿y si hubiera fallado? ¿Y si no era el hombre que ella creía que
era? ¿Y si no estaba destinado a grandes cosas o no era digno de una chica
como Chloe, o no merecía una vida fuera de lo común?
Nunca había sentido tanta duda sobre mí mismo, así que había huido
de ella. Luego me avergoncé tanto de mí mismo que me alejé. Veía mi
compromiso con Alison como una especie de castigo: había desperdiciado mi
oportunidad con la chica que realmente quería, así que debía estar obligado a
soportar toda una vida con alguien que no soportaba, ¿no?
Incluso ahora, cuando miraba hacia atrás mi gran plan para conseguir el
resto de mi fideicomiso, podía ver las formas en que la vergüenza y la duda sobre
mí mismo habían alimentado mi comportamiento. Era demasiado orgulloso para
acudir a mi padre, admitir mis errores y pedir un préstamo. Estaba demasiado
preocupada por parecer tonta en comparación con mi hermano. Estaba
demasiado preocupado por lo que los demás pensarían de un tipo como yo, un
tipo que había recibido todas las ventajas de la vida y que, sin embargo, se las
arreglaba para arruinarlo todo.
De cara al futuro, no tenía ni idea de lo que pasaría. Suponía que
tendría que cubrirme una vez que Chloe se fuera, encontrar alguna manera de
explicar la ruptura a mi familia y buscar otra forma de reunir el dinero para
comprar el terreno, ampliar Brown Eyed Girl y elaborar un centeno de
herencia.
Pero todo parecía inútil sin ella. Ya casi no me importaba. Me hizo

Melanie Harlow
preguntarme si todo el tiempo lo que me había impulsado a perseguir este
sueño era el deseo de estar con ella, más que el dinero, los galardones o el
orgullo.
Tal vez el sueño siempre había sido ella.

Melanie Harlow
Veintitrés
Chloe
Ahora
Pasé el día con mi madre y mi tía Nell, aunque no puedo decir que lo
disfrutara. Lo único de lo que querían hablar era de Oliver y de mí, de lo
bonito que era que por fin nos hubiéramos enamorado, de lo acertadas que
habían estado todo el tiempo sobre la buena pareja que haríamos, de lo
buenos guardadores de secretos que éramos por haber ocultado tan bien
nuestra relación. Hablaron de vestidos de novia, de despedidas de soltera y de
listas de invitados. De música, comida y flores. Las invitaciones y las
fotografías y los recuerdos de sus propias bodas, en las que se habían puesto
al lado de la otra como damas de honor.
Fue una agonía.
Todo lo que podía pensar era que nunca tendría ninguna de esas cosas.
Lo peor de todo es que mi madre se negaba a considerar la posibilidad de irse
antes.
―Pero siempre estamos tan ocupados esta semana de julio ―había
protestado―. ¿Es realmente justo dejar a April y Frannie con una carga tan
grande?
―Está bien ―dijo, dándome una palmadita en el hombro mientras
mirábamos los escaparates―. Acabo de hablar con April esta mañana y me
dijo que todo estaba bien.
―No has dicho nada sobre el compromiso, ¿verdad? ―Pregunté.
Ella suspiró.
―No, pero fue muy difícil. Se lo vas a contar cuando lleguemos a
casa, ¿no? No sé cuánto tiempo podré guardar un secreto tan jugoso.
Asentí con la cabeza, sintiéndome de nuevo mal del estómago.
―Claro.
Cuando llegamos a casa, mi madre y mi tía Nell decidieron sentarse
alrededor de la piscina con Charlotte, Lisa y los niños, pero yo dije que me
sentía cansada y quería acostarme.
―Has estado muy cansada en las últimas veinticuatro horas ―comentó
mi madre mientras guardaba algunas cosas en su bolsa de piscina―. También
estás un poco pálida. Y tampoco has comido mucho. ―Levantó la vista, con

Melanie Harlow
una expresión entre excitación y alarma―. ¿Estás embarazada?
Poniendo los ojos en blanco, me apoyé en el marco de la puerta de su
habitación.
―No estoy embarazada, mamá. Sólo estoy cansada. Ha sido una
semana de locos.
No parecía del todo convencida, y yo sólo podía imaginar que ella y la
tía Nell se sentarían alrededor de la piscina para nombrar a sus futuros
nietos. Pero me dejó sola y se fue a la piscina, y yo me fui sola a mi
habitación.
Lo primero que hice fue quitarme el anillo y colocarlo en la cómoda. Se
me cerró la garganta, pero lo dejé allí y me acurruqué en la cama. Sólo llevaba
unos minutos descansando allí cuando oí que llamaban a la puerta.
Oliver.
Me senté rápidamente.
―¿Sí?
La puerta se abrió lentamente, y la abuela estaba allí.
―Hola, querida.
―Oh, hola. ―Me sorprendió la decepción que sentí. Debería haberme
alegrado de que Oliver hubiera renunciado a mí y se hubiera ido a navegar
solo, ¿no?
―¿Puedo entrar? ―Preguntó la abuela.
―Claro.
Con su bastón, entró en la habitación y se dirigió a la única silla que
había junto a la cómoda. Enseguida me di cuenta de que vería el anillo
en la encimera de la cómoda.
Efectivamente, se detuvo un momento a mirarlo antes de bajar a la silla
tapizada de flores.
―¿Y dónde está nuestro Oliver hoy?
―No estoy segura. ―Jugué con mi dedo anular vacío―. Creo que iba a
salir a navegar. ―Siguió un extraño silencio. No tenía ni idea de qué decir.
La abuela me estaba estudiando con ojos astutos.
―No quieres casarte con nuestro Oliver, ¿verdad?
Pensé en mentir. De hecho, abrí la boca para hacerlo. Pero no pude. En
lugar de eso, negué con la cabeza, sintiendo que la vergüenza me pintaba las
mejillas.
Ella asintió como si lo supiera.
―Pero lo amas.

Melanie Harlow
De nuevo, pensé en dar una respuesta falsa, pero no lo hice.
―Sí ―dije en voz baja, mirando mis manos―. No puedo evitarlo.
―¿Incluso después de lo que ha hecho?
La miré sorprendida.
―¿Qué ha hecho?
―Oh, querida, uno no sobrevive a los noventa años sin convertirse en
un buen juez de carácter. Y Oliver no es el actor que cree que es.
―Bueno, me engañó ―admití―. Pensé que realmente se preocupaba por
mí, pero lo único que quería era el dinero.
―No estoy segura de que eso sea cierto ―dijo ella―. De hecho, estoy
bastante segura de que le importas, incluso más de lo que él sabe. ―Hizo una
pausa para suspirar―. Por eso no creí que siguiera adelante con esa tonta
propuesta de anoche. Pensé que al presionarlo para que lo hiciera tan rápido,
se doblegaría y me diría la verdad.
―Oliver tiene una relación complicada con la verdad ―dije con
amargura―. Sólo la abraza cuando le conviene.
―En eso tienes razón.
―Y se ha salido con la suya toda la vida!
―Podemos culpar a su madre por eso ―dijo la abuela con sorna―. Amo
a mi hija, pero a Pepito Grillo lo malcrió mucho.
Tuve que reír un poco.
―Lo hizo.
―Y tiene más encanto del que se le debería permitir a cualquier
hombre.
―Estoy de acuerdo ―dije, sacudiendo la cabeza―. No sé qué es lo que
tiene, pero siempre me afecta. Incluso cuando sé que no está jugando con las
reglas, yo...
―¿No puedes evitar querer seguir el juego? ―La abuela me guiñó un
ojo―. Sé lo que quieres decir. Yo también estuve casada con un encantador.
Lo que necesitan es una mujer buena y fuerte para mantenerlos a raya.
Asentí con la cabeza.
―Exactamente.
―Sabes, todo el mundo piensa que soy anticuada y testaruda en
cuanto a la tradición, y tal vez lo sea, pero soy feminista a mi manera. Y creo
que tienes razón al decirle a Oliver que se vaya al diablo. ¿Cómo se atreve a
asumir que puede apuntalarte como su prometida y engañarme en el proceso?
―Chasqueó la lengua―. Qué asno.
La palabrota me hizo reír.

Melanie Harlow
―Estoy de acuerdo.
―La cuestión es ―continuó― ¿qué vamos a hacer con él? ¿Crees que
este plan suyo con el centeno ruso es una farsa o es algo real?
―Creo que es el verdadero negocio ―dije honestamente―. Está en algo.
―¿Entonces crees que debería darle el dinero?
Parpadeé al verla. ¿Realmente me estaba preguntando si debía darle a
Oliver un millón de dólares?
―No estoy segura de estar capacitada para dar esa respuesta.
―Claro que sí. Ten confianza. Confía en tu instinto. Si fuera
tu dinero, ¿comprarías ese terreno?
―Sí, lo haría. Oliver ha hecho la investigación. Tiene talento y
experiencia, y conoce el mercado. Ha cometido errores en el pasado ―dije, sin
querer decir demasiado.
Agitó una mano.
―Oh, sé todo sobre la forma en que quemó su dinero en Europa, el
maldito tonto.
―¿Lo haces?
Se dio un golpecito en la cabeza.
―Noventa. ¿Recuerdas?
Me reí.
―Sí. Bueno, como he dicho, ha cometido errores, y todo esto del falso
compromiso es la peor idea que ha tenido, pero sabe lo que hace. Si
consiguiera esa tierra, lograría todo lo que quiere, no me cabe duda.
―¿Con o sin ti?
Me lo pensé un momento.
―No lo sé. Cuando se acercó a mí para asociarse con él, me hizo sentir
que me necesitaba, pero... no tengo ni idea de si hablaba en serio.
―Oh, creo que lo hizo. Escuché la forma en que habló de ti anoche. Y vi
la forma en que te miró. Eso no era actuar. Pero déjame preguntarte esto. ―La
abuela me miró pensativa―. Si tuviera el dinero para comprar la tierra,
¿seguirías asociándote con él?
Se me llenaron los ojos y negué con la cabeza.
―No lo creo ―dije, con un nudo en la garganta.
―¿Porque no puedes confiar en él?
―Eso, y... porque lo quiero ―susurré, incapaz de hablar.
Ella asintió una vez.
―Bueno, me has dado mucho en qué pensar. Te dejaré ahora y me

Melanie Harlow
echaré la siesta también. ―Se puso en pie con tanta facilidad que casi me
pregunté si el bastón era para aparentar.
La abuela era una galleta afilada.
En la puerta, se dio la vuelta.
―¿Estarás en la cena esta noche?
―Sí. Quería irme hoy, pero mi madre se negó. Ella no sabe… ―Me
quedé sin palabras.
―¿Cuál es el plan para eso? ―preguntó.
―Le dije a Oliver que seguiría actuando mientras estuviéramos aquí,
pero que tenía que sincerarse con todos ustedes una vez que me hubiera ido.
―Muy generoso de su parte. Más generoso de lo que se merece.
Levanté los hombros, sintiendo que la garganta se me volvía a apretar.
―Lo sé ―suspiró ella―. Es un culo de burro, pero es el culo de burro
que tú quieres. Te veré esta noche.
Cerró la puerta detrás de ella y me quedé sola de nuevo.
Me recosté, pero estaba inquieta e intranquila, mis pensamientos eran
un revoltijo y mis sentimientos aún más enmarañados. Finalmente, me rendí,
saqué el teléfono del bolso y llamé a April.
―Hola, Chloe ―dijo cuando respondió.
―Hola. ¿Estás ocupada?
―No está mal. Estamos en una especie de calma de la tarde. ¿Qué
pasa?
Gemí y me dejé caer sobre mi espalda.
―No sé ni por dónde empezar.
Ella se rió.
―¿Por el principio?
―Eso está muy atrás, como el día en que nací. Es el maldito Oliver.
Tan rápido como pude, la puse al corriente de los dos últimos días, sin
escatimar detalles. Cuando terminé, me la imaginé en el suelo junto al
mostrador de recepción, con la boca abierta por la sorpresa.
―Dios mío ―dijo cuando terminé de contarle la conversación con la
abuela―. No puedo creer que ella supiera que él estaba fingiendo. ¡Y aún así
le dio el anillo!
―Lo sé. ―Me senté y lo miré en el tocador, un poco sorprendida de
que no se lo hubiera llevado cuando se fue―. Supongo que tengo que
seguir usándolo también. Al menos una noche más. Se siente tan mal.
―Lo siento mucho, cariño.

Melanie Harlow
―¿Sabes qué es lo peor? ―El techo se volvió borroso mientras las
lágrimas llenaban mis ojos―. Sigo preguntándome si esa estúpida propuesta
falsa es la única que tendré.
―No lo es, Chloe.
―Como si nunca me hubiera importado ―dije, limpiándome los ojos―.
Nunca he sido esa chica obsesionada por casarse. Pero estaba allí de pie
mirándolo de rodillas, escuchándolo decir esas dulces palabras delante de un
público, y realmente apesta que ni siquiera sé si las decía en serio.
―Apuesto a que lo hizo, en el fondo. Piensa en todas las cosas que te
dijo sin público. Se refería a esos, ¿no crees?
―No tengo ni idea. ―Apreté los ojos y me obligué a dejar de llorar―.
Pero da igual. Supongo que nunca tendré ninguna pista.
―¿Así que no hay manera de salvarlo? ―preguntó―. ¿Aunque todavía
sientas algo por él?
―No veo cómo. ―Respiré profundamente, estremecida, y me enfrenté a
la verdad diciéndola en voz alta―. Quiere ese dinero más que a mí, April. Si
no, ya habría dicho la verdad.
No tuvo respuesta.
―Lo siento, hermana. Esto es duro. ―Suspiró―. Y estamos empezando
a estar ocupados aquí, así que mejor me voy.
―De acuerdo. Te veré mañana. Gracias por escuchar.
Colgamos y me hice un ovillo de lado, preguntándome cómo iba a pasar
la noche.

Melanie Harlow
Veinticuatro
Chloe
Ahora
―No entiendo por qué llega tan tarde ―se quejó la tía Nell―. Él sabe a
qué hora es la cena. ¿Por qué no ha vuelto antes?
Estábamos en la biblioteca tomando un cóctel y Oliver aún no había
aparecido. Me habría preocupado de que navegara solo si no fuera porque me
había enviado un mensaje de texto diciendo que llegaba tarde porque tenía
que hacer un recado.
Eso no le gustaba a su madre.
―Sinceramente, ese chico no tiene ningún sentido de la urgencia por
nada ―continuó, sentándose a mi lado en el sofá―. Debería haberle enseñado
mejor. Probablemente llegará tarde a su propia boda.
Intenté sonreír, pero era difícil. Había estado sentada bebiendo un
poco de whisky y mirando el anillo en mi mano, cada vez más abatida.
Mañana se lo devolvería a la abuela y me iría sola a casa.
Era lo que quería. Entonces, ¿por qué me dolió tanto?
Estaba a punto de excusarme de la habitación porque temía romper a
llorar de nuevo, cuando oí la voz de Oliver detrás de mí
―Siento llegar tarde ―dijo en voz alta.
Lo miré por encima del hombro: estaba vestido con la misma ropa que
había llevado todo el día, y parecía bronceado, con el viento a favor y
guapísimo.
―Oliver, ¿qué demonios llevas puesto? ―le preguntó su madre―. Ve a
cambiarte para la cena, por favor. Y por favor, pásate un peine por el pelo.
―No. ―Se adentró en la habitación, hasta llegar a la chimenea, y se
paró frente a ella. Todas las miradas estaban puestas en él―. Siento llegar
tarde, mamá, y conozco tu norma sobre las camisetas en la mesa, pero lo que
tengo que decir es más importante que mi aspecto al decirlo.
Parpadeé sorprendida.
―De hecho, les debo a todos una disculpa ―dijo―. Les he mentido. Y lo
peor es que también obligué a Chloe a mentir. ―Me miró a los ojos―. Lo
siento, Chloe.

Melanie Harlow
Un escalofrío recorrió mi piel. Se me cayó la mandíbula.
―No lo entiendo ―dijo la tía Nell.
―Déjame explicarte. ―Oliver tomó aire―. Necesitaba dinero para
comprar el terreno del que te hablé ayer, y era demasiado orgulloso para
admitir que no lo tenía por mi cuenta y pedir un préstamo.
―¿Por qué necesitas un préstamo? ―Preguntó Hughie desde algún
lugar detrás de mí.
Oliver hizo una mueca.
―Esa es otra historia. Basta con decir que mi cuenta bancaria no es
tan grande como lo sería si hubiera tomado mejores decisiones a los veinte
años. Así que mi plan era pedirle a Chloe que aceptara un compromiso falso
para poder heredar el resto de mi fondo fiduciario de la abuela.
―Oh, Dios mío. ―La tía Nell se tapó la boca con la mano―. Oliver
Ford Pemberton, no lo hiciste.
Oliver asintió, con la boca en una línea.
―Lo hice. Pero Chloe no lo sabía. Antes de que pudiera explicarle las
cosas, la situación se me escapó. Así que estaba totalmente a oscuras cuando
le pedí que se casara conmigo anoche.
La tía Nell me miró.
―¿Es esto cierto?
―Sí ―dije, con la voz y las rodillas temblando. El resto de mí se sentía
como si estuviera teniendo una experiencia extracorporal. ¿Esto estaba
sucediendo realmente?
―¡Pero si has dicho que sí! ―Exclamó la tía Nell―. ¿Por qué dijiste que
sí?
―Dijo que sí para cubrirme ―respondió Oliver, y me alegré de que lo
hiciera.
Tenía la garganta muy apretada.
―Entonces... ―Me agarró del brazo―. ¿Así que no están realmente
enamorados ?
Mi madre, que estaba sentada junto a mí en un sillón de cuero, se
incorporó y se tocó el corazón.
Miré a Oliver.
―Lo estamos ―dijo enfáticamente, con sus ojos clavados en los míos―.
Al menos, yo la amo, y espero que pueda encontrar en su corazón la forma de
perdonarme y darme otra oportunidad. No es que la merezca.
―No. No lo haces.
Todos miraron a la abuela, que había pronunciado las palabras. Estaba

Melanie Harlow
sentada a la derecha de la chimenea en un sillón alto con respaldo, con
aspecto imperioso y descontento, pero no escandalizado.
―Lo siento, abuela ―continuó Oliver―. Lo sabía mejor. Mis padres me
enseñaron a hacerlo mejor. El abuelo esperaba algo mejor.
Su voz vaciló y me dolió el corazón. Sabía cómo había querido a su
abuelo.
―Sí, lo hizo ―dijo la abuela. Luego su voz se suavizó―. Pero tampoco
era perfecto.
Oliver negó con la cabeza y volvió a mirarme.
―Chloe dijo que sí anoche porque pudo ver lo humillado que estaría si
hubiera dicho que no. Ella no tuvo nada que ver con la mentira.
―Oh, Oliver ―dijo su madre, llevándose las manos a las mejillas.
―No he sido honesto contigo ―dijo Oliver, mirando alrededor de la
habitación―. Y he cometido muchos errores. Pero quiero compensar los
errores que he cometido si puedo, empezando por uno del pasado lejano.
Mi corazón latía como un loco cuando se acercó a mí y se arrodilló a
mis pies. Esta vez, me tomó la mano y me quitó el anillo de su abuela del
dedo.
―No es que no quiera que tengas esto ―dijo―. Lo quiero. Pero primero
tengo que ganarme ese privilegio, y me va a llevar un poco más de tiempo.
―Se embolsó el anillo y miró a su abuela por encima del hombro―. Si te
parece bien, abuela, lo guardaré.
Ella asintió con la cabeza.
Oliver volvió a centrarse en mí. Buscando en su otro bolsillo, sacó... un
Tamagotchi. Ni siquiera estoy bromeando, sacó un maldito Tamagotchi.
―Chloe, esto es algo que te debo desde hace mucho tiempo. Es un
símbolo de una de las primeras veces que te defraudé.
Me puse a llorar. No pude evitarlo.
―Sé que no compensa el dolor que te he causado, pero espero que lo
veas como un nuevo comienzo para nosotros, un guiño a nuestro pasado y a
nuestro futuro.
―No sé qué decir ―lloré.
―Di que sí. Di que me darás otra oportunidad. Te prometo, delante de
toda esta gente ―señaló alrededor de la habitación― que me pedirá cuentas,
no más juegos. Quiero que sea de verdad.
―Yo también, Oliver. Pero tengo miedo. ―Sentí calor en mi cara y supe
que tenía que estar roja como una remolacha―. Y esto es muy dulce con el
Tamagotchi y todo, pero me estás poniendo en un aprieto aquí.
―Lo siento. Pero quería que estuvieras aquí cuando le dijera la verdad a

Melanie Harlow
mi familia. Quería que me oyeras decir públicamente que siento lo que te hice
pasar, y aunque tienes todo el derecho a alejarte de mí, espero que te quedes.
Estuve tan tentada de ceder inmediatamente y decir que sí, que por
supuesto que me quedaría. Después de todo, estaba loca por él y lo quería en
mi vida. Pero necesitaba saber que no me daría por sentado ni me haría
sentir tonta de nuevo.
―¿Podríamos tener unos minutos a solas? ―Pregunté en voz baja.
―Por supuesto ―dijo la tía Nell, poniéndose rápidamente en pie―. La
cena está lista, todos. ¿Por qué no vamos al comedor y nos sentamos? Chloe y
Oliver, pueden unirse a nosotros cuando estén listos.
―Gracias, mamá ―dijo Oliver, poniéndose en pie.
―Y si lo arruinan, están castigados ―susurró ferozmente antes de
reunir a todos y sacarlos de la biblioteca.
Entonces nos quedamos solos.
Oliver se sentó a mi lado en el sofá y me entregó el Tamagotchi.
―Toma. Esto es para ti. Y siento haberte emboscado delante de todos
otra vez.
Sonreí con fuerza.
―Te gusta el espectáculo. Sé esto de ti.
―Me conoces mejor que nadie.
Asintiendo lentamente, respiré profundamente y miré el Tamagotchi
que tenía en mis manos.
―Quiero creer todo lo que dices. Y quiero que estemos juntos. Quiero
confiar en ti. Pero esto es difícil para mí.
―Lo sé.
―Significa mucho que hayas contado la verdad a tu familia. No debe
haber sido fácil.
―¿Sabes qué? ―Oliver pensó por un momento―. En cierto modo lo fue.
O tal vez no fácil, pero una vez que tomé la decisión, me sentí bien al quitarme
todo eso de encima. Como descargar un montón de viejo equipaje antes de
empezar un nuevo viaje. ―Me tomó las manos―. Ven conmigo. No sé
exactamente a dónde vamos a partir de aquí o si podemos conseguir el dinero
para ese terreno o no, pero incluso si no podemos, no me importa. Tú eres
más importante para mí que cualquier negocio inmobiliario o cantidad de
dinero.
La alegría me apretó el corazón.
―Me encanta escuchar eso.
―Hoy me he dado cuenta, cuando estaba en el agua, que nada de esto
importaría si no te tuviera a mi lado. Ni siquiera querría esa estúpida granja.

Melanie Harlow
Tuve que reírme.
―Se supone que no debes mentirme, ¿recuerdas?
―Lo digo en serio. ―Me colocó el pelo detrás de la oreja y me levantó la
barbilla―. Te amo, Chloe. No pasa nada si no me crees, o si no me amas. Te
seguiré amándote.
Incliné mi mejilla contra su palma.
―Sabes que te amo. Siempre te he amado... bueno, casi siempre.
Cuando no me hacías bromas o me llamabas gallina o apostabas a que no era
lo suficientemente valiente como para saltar de un tejado.
―Lo retiro todo. ―Apretó sus labios contra los míos―. Eres la persona
más valiente que conozco. Y siento que te hayas roto la pierna.
―Siento que te hayas roto la clavícula. Pero fuiste un poco idiota al
saltar después de ver lo mal que había aterrizado.
―Bueno, no podía dejar que me superaras ―dijo, pareciendo y sonando
de nuevo como si tuviera once años―. No habría sido capaz de vivir conmigo
mismo. Y además. ―Me agarró y me atrajo hacia su regazo, inclinando su
frente hacia la mía―. Tú saltas, yo salto. Siempre.
Sonreí.
―Siempre.

Melanie Harlow
Veinticinco
Oliver
Ahora
Salimos de la biblioteca y entramos en el comedor tomados de la mano.
Todos estaban ya sentados a la mesa y debían estar hablando de nosotros,
porque la conversación se detuvo en el momento en que aparecimos.
―¿Todo bien? ―preguntó mi madre nerviosa, dejando el tenedor. La
comida en su plato -en los platos de todos- estaba intacta.
―Todo está bien ―dije.
Miró a Chloe en busca de confirmación.
―Todo está bien ―dijo Chloe.
―Oh, gracias a Dios. ―Mi madre se recostó en su asiento, con la mano
en el pecho. Le di un codazo a Chloe―. Nunca pudo resistirse a mí.
Mi madre puso los ojos en blanco.
―Por Dios, Oliver. Compórtate. Apenas te has librado del agua caliente
con Chloe.
―Ya estoy acostumbrada a él ―dijo Chloe.
―Siento haber retrasado la cena.
―No te preocupes ―dijo mi padre―. Me alegro de que hayan
solucionado las cosas. Y mañana, hijo, vamos a tener una charla sobre la
ética del trabajo y la fuerza de carácter. Tienes que dar algunas explicaciones.
―Uh, claro, papá. ―Le aparté la silla a Chloe y tomé asiento, tratando
de pensar en una manera de evitar el insufrible sermón de ética laboral de mi
padre. Lo había escuchado al menos un millón de veces mientras crecía.
Estaba claro que tendría que hacerlo mejor con mis propios hijos. O inventar
una que fuera aún más tortuosa.
La idea me hizo sonreír. Podría verme a mí mismo siendo ese padre
algún día.
Y vi a Chloe a mi lado. Era la primera vez que ser marido y padre no me
parecía algo que tenía que hacer porque se esperaba, sino que era algo que
quería hacer.
―¿Qué vas a hacer con la tierra que pensabas comprar para el
centeno? ―preguntó mi hermano. Por supuesto.

Melanie Harlow
Intenté que no me molestara mientras extendía la servilleta sobre mi
regazo.
―Solicitaré un préstamo, supongo. Si tiene que ser, será.
―Un momento.
Todos miraron a la abuela.
Se puso en pie en un extremo de la mesa.
―Parece que todavía hay una oportunidad de negocio aquí. Y como
tengo noventa años, siento que mi tiempo para invertir en empresarios con
talento podría estar agotándose.
Sacudí la cabeza.
―Gracias, abuela, pero he decidido que quiero hacer esto por mi
cuenta.
―No estoy hablando de ti. Estoy hablando de Chloe.
Se me cayó la mandíbula.
A todo el mundo se le cayó la mandíbula.
―¿Qué quieres decir? ―Preguntó Charlotte.
―Quiero decir, voy a invertir un millón de dólares en Chloe. Lo que ella
decida hacer con él, y con quién decida compartirlo, es asunto suyo. Pero ella
me impresiona. Tiene corazón, inteligencia y coraje, y no hay nada mejor que
eso.
Todos miramos a Chloe. Su rostro estaba blanco como una sábana.
Volví a mirar a la abuela y ella me guiñó un ojo.
Le devolví la sonrisa, apreciando lo que estaba haciendo por mí.
―¿Qué dices, Chloe? ―Preguntó la abuela―. ¿Aceptas mi oferta de
invertir en tu futuro?
Chloe me miró a los ojos y me encogí de hombros.
―Tu decisión. No hay presión aquí.
―¡Esto es una locura! ―gritó, riendo y secándose las lágrimas de los
ojos―. ¿Un millón de dólares?
―Un millón de dólares. ―Los ojos de la abuela brillaron―. Y tal vez
una botella de ese elegante whisky que vas a hacer.
―Trato ―dijo Chloe, poniendo su mano en el pecho―. Oh, Dios mío, mi
corazón está acelerado. No me lo puedo creer. Gracias.
―De nada. Tengo la máxima confianza en ti. ―Me miró y sonrió―. En
los dos.
―Gracias, abuela ―dije, con la garganta apretada―. Eso significa
mucho para nosotros.

Melanie Harlow
―Chloe va a ser una mujer muy ocupada ―dijo su padre.
Todos miramos al tío John.
―¿Sí? ―preguntó Chloe.
―Sí. ―Rodeó a su mujer con el brazo y miró a su hija―. Tu madre me
ha convencido finalmente de que me retire este otoño, y la única persona en la
que confío para dirigir Cloverleigh eres tú. Llevas allí más tiempo que nadie y
conoces el lugar por dentro y por fuera. Trabajas duro, trabajas
inteligentemente. Tienes la educación, la experiencia, la ética de trabajo, el
instinto y la pasión que se necesita.
―¿Pero qué pasa con April? ―preguntó Chloe.
Su madre sonríe.
―April es feliz haciendo lo que hace. Está al cien por cien de acuerdo
con que asumas el cargo de director de operaciones. Todos lo están: Sylvia,
April, Meg, Frannie, Mack, Henry... si quieres el trabajo, es tuyo.
Me encontré con que se me atragantó y agarré la mano de Chloe.
―Todo esto es tan surrealista ―dijo, parpadeando las lágrimas―. Siento
que todo está sucediendo a la vez.
―¿Necesitas algo de tiempo para pensar en las cosas? ―le preguntó su
madre.
―¡No! ―Chloe estalló―. ¿Cuándo me he tomado tiempo para pensar las
cosas? Quiero el trabajo, dámelo.
Todos se rieron y le besé la mejilla.
―Felicidades. Haremos que esto funcione, lo prometo. Estarás ocupada,
pero puedes hacerlo.
―Gracias ―dijo sin aliento, apretando mi mano.
―¡Bueno, oigan, oigan! ―dijo mi padre, levantando su copa―. ¡Un
brindis por los nuevos comienzos!
Mi madre sirvió rápidamente vino para Chloe y para mí.
―Un brindis por un pasado maravilloso.
―Por el amor y la familia ―dijo la tía Daphne con ojos brillantes.
―A los amigos que son familia ―dijo el tío John.
Chloe levantó su vaso.
―Por las segundas oportunidades.
Me incliné hacia ella.
―Puede que necesite más que esa.
―Puede que las dé ―bromeó.
Nos miramos fijamente mientras brindamos por nuestro pasado,

Melanie Harlow
nuestro presente y nuestro futuro.
Esa noche, más tarde, nos desnudamos y nos metimos en la cama. La
rodeé con mis brazos bajo las sábanas.
―No puedo creer que casi te pierda otra vez.
―Yo tampoco. ―Se acurrucó bien, con la cabeza en mi pecho―. Eso
estuvo cerca.
―Voy a intentar con todas mis fuerzas ser el hombre que te mereces,
Chloe. Lo digo en serio.
―Todo lo que quiero es a ti. ―Ella besó mi pecho desnudo―. Y no tienes
que ser perfecto. Simplemente honesto.
―Lo haré. Por ejemplo, estoy pensando sinceramente que me gustaría
mucho tener sexo contigo ahora mismo.
Riendo, negó con la cabeza.
―De ninguna manera. Tus padres, mis padres, tus la abuela, tus
sobrinos... todos están al final del pasillo. Y esta vieja cama chirría.
―Así que vamos a hacerlo en el suelo.
―¡El suelo de esta casa cruje más que las camas!
Suspiré.
―¿De verdad vas a hacerme esperar hasta que lleguemos a casa para
estar dentro de ti otra vez?
―Lo siento. Sí. ―Se quedó en silencio por un momento―. Entonces,
¿dónde estará el hogar?
―¿Dónde quieres que esté?
Levantó la cabeza y me miró.
―¿Sinceramente?
Le acaricié el lóbulo de la oreja.
―Duh.
―Justo en Cloverleigh.
―Entonces también será mi hogar.
Su sonrisa iluminó la oscuridad.
―¿Lo dices en serio?
―Claro. Conseguiré un condominio en Traverse, o compraré una casita
en Hadley Harbor. Nunca he vivido en un pueblo pequeño. Tal vez me
convenga.
―Eso espero. ―Me pasó las yemas de los dedos por la clavícula―. O
puedes quedarte conmigo en Cloverleigh si quieres. Aunque sea
temporalmente.

Melanie Harlow
―Chloe, si me mudo contigo, nunca voy a querer irme.
―¿De verdad?
―De verdad. Quiero decir, estarás allí todo el tiempo cocinando para
mí, lavando mi ropa, planchando mis camisas...
Me golpeó en el pecho.
―Muy gracioso.
―Estoy bromeando. ―Agarrando sus brazos, la puse de espaldas. Besé
sus labios―. Nunca voy a querer irme porque te amo. Y quiero pasar el resto
de mi vida contigo. No hay nada que no quiera compartir, y no puedo creer
que haya perdido tanto tiempo. ―La besé de nuevo―. No quiero perder más.
Deslizando sus brazos, los pasó por mi cuello y me rodeó con sus
piernas.
―Haces que quiera arriesgarme a la cama chirriante ―susurró.
―Podríamos. ―Moví mi boca por su mejilla hasta su oreja―. O
podríamos ir a mi armario, donde te besé por primera vez.
Se quedó completamente quieta.
―Te acuerdas.
―Por supuesto que me acuerdo. ¿Quién olvida su primer beso?
―No fue realmente un beso.
Me aparté y la miré.
―Um, nuestros labios se tocaron. También nuestras lenguas.
―Y decidimos que era tan asqueroso que no volveríamos a besar a
nadie más.
―Éramos bastante jóvenes. ―Me la imaginé a esa edad, con cola de
caballo y dientes separados.
Mejillas con hoyuelos.
―Debíamos tener, ¿cuántos, seis años? ―se preguntó.
―Si, eso.
Se rió.
―Nunca se lo conté a nadie.
―Yo tampoco. Creo que intenté bloquearlo por completo de mi
memoria. Me dio mucho asco.
―Y sin embargo fue tu idea ―dijo ella.
―No, no lo fue. Fue tuya.
―De ninguna manera. ―Sacudió la cabeza―. Tú sacaste el tema.
Estoy segura.

Melanie Harlow
―Puede que haya sacado el tema, pero tú sugeriste que lo
hiciéramos.
―¡No lo hice!
―¿Qué tal si acordamos no estar de acuerdo? Después de todo, no hay
forma de saberlo con seguridad, y tú y yo discutiremos siempre.
Volví a inclinar mi boca sobre la suya, acariciando su lengua con la
mía.
―Pero definitivamente creo que necesitamos una nueva memoria para
ese armario.
―No pusiste una serpiente de goma ahí, ¿verdad?
―No. Pero tengo un pantalón con un solo ojo...
―Sin bromas de serpientes, por favor. Especialmente si estás tratando
de excitarme.
―¿Eso es un sí al armario?
―Me conoces ―susurró, metiendo la mano entre nosotros para
acariciar mi erección―. Siempre me han gustado los problemas.
Al final, no llegamos al armario y la cama hizo un ruido espantoso.
Convencí a Chloe de que nuestros padres se lo merecían por tirarnos tanto, y
además la abuela tenía noventa años y era dura de oído.
Después, mientras nos acurrucábamos de nuevo bajo las mantas, tuve
que reírme.
―¿Qué es lo que le hace gracia? ―preguntó ella, reprimiendo un
bostezo.
―Todo. Esto. Nosotros. El hecho de que hace veintitantos años
estuviéramos sentados en ese armario de ahí jurando que no volveríamos a
besar a nadie, y mucho menos el uno al otro.
―Es bastante sorprendente. Hemos llegado muy lejos. Me hace feliz
pensar en ello.
Besé la parte superior de su cabeza.
―A mí también. ¿Crees que si pudiéramos retroceder en el tiempo y
decirles a esos dos niños del armario lo que pasaría en el futuro nos creerían?
Se rió y se acurrucó más.
―Ni hablar.

Melanie Harlow
Veintiseis
Oliver
Entonces
―¿Has tocado alguna vez la lengua con alguien? ―preguntó Oliver.
Teníamos seis, sentados con las piernas cruzadas en el suelo de su
armario, escondidos para no tener que bajar a cenar. Teníamos una bolsa
gigante de patatas fritas Better Made, un par de latas de cerveza de jengibre
Vernor's, una caja de fresas cubiertas de chocolate y un grueso trozo de
caramelo de arce. Pensamos que esos eran todos los grupos de alimentos. La
puerta del armario estaba cerrada, pero por suerte teníamos una linterna, que
lanzaba un cono de luz al techo.
―Ew, no ―dije, crujiendo una patata frita―. ¿Lo has hecho?
―No. ―Sorbió de su lata de Vernor's y luego eructó.
Los chicos eran tan asquerosos.
―Pero lo he visto ―continuó―. En un programa de televisión.
―¿Era de adultos? ―pregunté.
―Eran como adolescentes ―dijo.
―Huh. ―Me comí otra patata frita―. ¿Es eso lo que hacen los
adolescentes?
―Creo que sí. ―Mordisqueó el dulce de leche, dando un mordisco al
caramelo―. ¿Quieres un poco?
―Claro.
Oliver partió un trozo y me lo dio. Mientras se disolvía en mi boca,
empecé a pensar en cómo sabría realmente la lengua de otra persona.
―Me pregunto cómo será. Tocar la lengua con alguien.
―Yo también.
―Probablemente sea realmente asqueroso, pero tal vez
deberíamos probarlo. Entonces lo sabríamos con seguridad.
―Bien. Saca la lengua.
―Espera. Tengo que tragar. ―Tomé un trago de ginger ale―. Ahora
estoy lista.
Apretando los ojos, saqué la lengua y esperé a que Oliver se

Melanie Harlow
inclinara hacia mí, presumiblemente con la lengua fuera también. Pero no me
dio en la boca y acabó lamiéndome la mejilla.
―Qué asco ―dije, limpiando mi mejilla con la manga.
―Lo siento, tenía los ojos cerrados. Lo intentaré de nuevo.
Volví a cerrar los míos y, de repente, sentí sus manos sobre mis
hombros y sus labios tocando los míos. No me había dejado tiempo para
prepararme. Rápidamente introduje mi lengua entre nuestros labios y él hizo
lo mismo. Los suyos eran cálidos y firmes y podía sentir el sabor del ginger
ale. En conjunto, la sensación era bastante viscosa y desagradable.
Después de menos de medio segundo, nos separamos.
―Ew ―dijimos los dos al mismo tiempo.
Se limpió la lengua con la parte inferior de su camiseta.
Me lamí la manga para deshacerme de su saliva.
―Eso fue una mierda. No volveré a hacerlo.
―Yo tampoco.
Una vez decidido esto, volvimos a comer nuestros bocadillos.
―Aunque me case, si mi marido quiere besar, le digo que no ―anuncié.
Oliver resopló.
―No te preocupes, nadie querrá casarse contigo.
―Nadie querrá casarse contigo tampoco ―le dije.
―Bien. Las chicas son estúpidas.
―Tú eres estúpido.
―Al menos no soy una gallina.
―¡No soy una gallina!
En ese momento, la puerta del armario se abrió de golpe y nuestras
madres se plantaron allí con las manos en la cadera.
―¡Ahí están! ―gritó la tía Nell―. Hemos estado buscando por todas
partes.
―Llegas tarde a cenar ―añadió mi madre―. ¿Y qué es toda esa basura
que estás comiendo?
―¿De quién fue la idea? ―La tía Nell se cruzó de brazos y se golpeó el
dedo del pie―. ¿Oliver? ¿Chloe? Te escucho.
Oliver y yo intercambiamos una mirada, durante la cual acordamos
tácitamente no delatarnos mutuamente. Los dos teníamos la culpa: a él se le
había ocurrido saltarse la cena y a mí asaltar la despensa.
―Sal de ese armario ahora mismo ―exigió mi madre―. Y ve a limpiarte
para la cena.

Melanie Harlow
Sin decir nada más, nos pusimos en pie y nos apresuramos a hacer lo
que nos habían dicho.
Esa noche no tomamos el postre, lo que fue una pena porque eran los
bollos de crema de chocolate caliente de Sander, mis favoritos.
―Quizá la próxima vez lo piensen dos veces antes de desobedecer las
normas ―dijo la tía Nell.
Oliver y yo intercambiamos otra mirada que decía que de ninguna
manera.
Puede que no nos gustara besarnos, puede que ni siquiera nos
gustáramos tanto, pero algo que sí nos gustaba era desobedecer las normas.
No hace falta decir que hubo muchas noches en las que Oliver y yo nos
quedamos sin postre. Nunca pudimos evitar los problemas. Pero con una
mirada al otro lado de la mesa, siempre sabía que él pensaba lo mismo que
yo.
Merece la pena.
Es lo que nos hizo tan innegablemente buenos juntos. Siempre.

Melanie Harlow
Epílogo
Chloe
Finales de Agosto
―Oliver, esto es una locura. ¿Por qué tengo que mantener los ojos
cerrados? ―Avancé con pasos vacilantes, con mis dos manos en las suyas,
como los torpes alumnos de secundaria en un baile. Estábamos en el pasillo
fuera de mi oficina en Cloverleigh, bueno, nuestra oficina. Ahora la
compartíamos, además de mi apartamento en Traverse City y el suyo en
Detroit, que habíamos decidido mantener por el momento, ya que íbamos a
estar allí mucho tiempo. Estaba aprendiendo todo lo que podía sobre el
proceso de destilación en Brown Eyed Girl, y cuando estábamos en
Cloverleigh, seguía mucho a mi padre, aprendiendo todo lo que necesitaría
saber cuando se retirara definitivamente este otoño. Él y mi madre se iban a ir
de crucero por el mundo en octubre, justo después de la boda de Frannie y
Mack.
Eso significaba que Oliver y yo estábamos juntos casi las veinticuatro
horas del día, pero ninguno de los dos se quejaba. De hecho, yo era más feliz
que nunca. Ambos lo estábamos.
―Tienes que mantener los ojos cerrados porque quiero sorprenderte
―dijo.
―No me gustan las sorpresas.
―Silencio. ¿No tienes ningún sentido del romance? Espera, voy a abrir
la puerta.
―¡No puedo pensar en el romance! ―Exclamé mientras dejaba que me
llevara afuera en un caluroso día de verano―. Se suponía que íbamos a salir
hacia Manitou Sur a la una. Si esperamos mucho más, no tomaremos el ferry
de la tarde.
―Así que iremos por la mañana. He hablado con los Feldmann y me
han dicho que trabajarán de sol a sol. ―Siguió caminando hacia atrás con sus
manos agarrando las mías.
―Pero te dije que quería estar allí para la primera plantación ―me
quejé―. Estamos perdiendo una oportunidad impagable de hacer fotos para
usarlas en las redes sociales.
―Te prometo que tendremos todas las fotos de las redes sociales que
necesites. Nos levantaremos temprano y tomaremos el primer ferry y
pasaremos todo el día en tus campos millonarios, susurrando dulces palabras

Melanie Harlow
a nuestras semillas de centeno.
Me reí.
―No son mis campos del millón de dólares. Son nuestros.
―Eso dices. Ven por aquí.
Hice un medio giro como él me indicó. Manteniendo los ojos cerrados,
escuché con atención.
―¿Estamos en el camino hacia el granero?
―Buena suposición. Pero la pregunta es, ¿por qué estamos en el
camino del granero?
―No tengo ni idea, Oliver. Dímelo tú.
―Tiene que ver con la fecha.
―¿La fecha? ―Pensé por un momento. Era el treinta de agosto... ¿se
suponía que significaba algo?― No lo entiendo. No es el cumpleaños de
nadie, no es una fiesta, no es un aniversario.
―Pero lo es. ―Me condujo suavemente hacia el granero y a través del
suelo de madera cubierto de heno.
Mi mente daba vueltas. ¿Un aniversario? Él y yo no habíamos estado
juntos el tiempo suficiente para tener un aniversario. Ni siquiera habían
pasado dos meses completos. De acuerdo, las cosas no podrían estar mejor
entre nosotros, y nuestra historia había comenzado mucho antes de que él...
Me golpeó y jadeé.
―Oh, Dios mío. ¿Es eso?
―¿Es qué? ―Su voz contenía una sonrisa.
―¿El aniversario del salto?
―Bien pensado. Puedes abrir los ojos para subir la escalera.
Los abrí y lo encontré de pie junto a la escalera que conducía al desván.
Sus ojos azules bailaban con picardía, y su sonrisa era muy retorcida. El
corazón me dio un par de golpes fuertes; lo sentí como una advertencia.
―Oliver, ¿qué es esto? Dímelo antes de que suba.
Se rió y me dio una palmada en el trasero.
―Gallina. Sube.
Con un suspiro exasperado, comencé a subir la escalera. Oliver me
siguió, y desde el desván subimos al tejado.
Inmediatamente, Oliver me tomó la mano.
―Cuidado ―dijo―. Ven por aquí.
Lentamente, nos acercamos al borde del tejado donde había lanzado el
desafío.

Melanie Harlow
Luego se giró hacia mí y tomó la otra mano.
―Así que ―dijo―. Aquí estamos de nuevo.
―¿Me vas a retar a saltar?
―No, pero voy a pedirte que des un salto conmigo.
Mi corazón se detuvo.
―¿Qué?
Oliver se arrodilló.
―Intentaba que el momento fuera exacto. Según los recuerdos de mi
madre -y de la tuya-, eran alrededor de las dos de la tarde cuando hicimos
aquella fatídica apuesta.
Me reí y asentí, pero tenía la garganta tan apretada que no podía
hablar.
―Sé que metí la pata al proponerte matrimonio en la casa de campo de
esa manera. Fue de la nada, fue demasiado apresurado, fue demasiado
público. Y lo hice por las razones equivocadas. Pero cuando retiré el anillo, no
fue porque no te amara lo suficiente, o porque no quisiera pasar el resto de mi
vida contigo. Porque sí quiero.
Una lágrima resbaló por mi mejilla y resoplé.
―En ese momento, me prometí a mí mismo que no volvería a cometer
ese tipo de errores. No me precipitaría ni sería egoísta. Me juré que sería
paciente y te daría todo el tiempo que necesitaras para volver a confiar en mí,
para creer en mí. Para saber sin duda que eres todo lo bueno en mi vida.
―Metió la mano en el bolsillo y sacó el anillo de la abuela―. Pero, de nuevo,
mentí.
Yo me moqueé y sonreí.
―¿Lo hiciste?
Asintió con la cabeza.
―Sí. Porque cuando se trata de ti, no puedo ser paciente. Sé lo que
quiero, y lo quiero ahora. Y si eso me hace parecer un mocoso malcriado,
bueno, no sería la primera vez que me llamas así. Y probablemente no sea la
última.
Las lágrimas caían ahora más rápido, pero yo también me reía.
―Probablemente no.
Me dio la vuelta a la mano y me puso el anillo en el dedo, y luego me
miró. El sol de la tarde hacía que sus ojos azules parecieran claros y
luminosos, y su piel dorada.
―Cásate conmigo, Chloe. Quiero que seas mi esposa. Quiero ser tu
marido. Quiero que seamos socios en todo: nuestro negocio, nuestro
matrimonio, nuestra familia. Quiero una casa que sea sólo nuestra. No me

Melanie Harlow
importa dónde, no me importa de qué tamaño, sólo me importa vivir en ella
contigo y con nuestros niños increíblemente guapos e inteligentes pero
completamente desobedientes que van a intentar salirse con la suya
rompiendo todas las reglas, igual que hicieron sus padres.
―Oh Dios, van a ser terribles, ¿no? ―pregunté, riendo entre lágrimas.
Pero no podía dejar de mirar el anillo en mi dedo.
―Probablemente. Pero sobreviviremos. Y seremos felices. ―Apretó mi
mano―. Así que vamos, hoyuelos. Di que sí. Te desafío.
Yo también me arrodillé y tomé su cara entre mis manos.
―Sí ―dije entre lágrimas de alegría―. ¡Sí!
Nos besamos rápidamente y luego Oliver se inclinó ligeramente hacia el
borde del techo.
―¡Ha dicho que sí! ―gritó.
Inmediatamente oí vítores y aplausos desde abajo. Con la boca abierta,
me acerqué al borde y vi a casi toda mi familia -y la suya- reunida abajo. Mis
padres, April, Mack y Frannie y las tres niñas, la tía Nell, el tío Soapy, la
abuela, Hughie y Lisa y sus hijos. Incluso Charlotte estaba allí con Guy y su
flamante bebé. Sonreí y saludé.
―¡He dicho que sí! Esta vez es de verdad.
―¡Baja por champán! ―Llamó April.
―¡Pero usa la escalera! ―gritó mi madre frenéticamente―. ¡No saltes!
Oliver y yo nos reímos y nos tomamos de la mano mientras volvíamos
con cuidado hacia el palomar. Una vez que estuvimos a salvo en el tejado y en
el interior del granero, no pude resistirme a volver a rodearlo con mis brazos.
Me envolvió en su abrazo y me hizo girar, con los talones en el aire.
Riendo, enterré mi cara en su cuello.
―Nunca quiero que mis pies toquen el suelo, Oliver.
―Bien ―dijo―. Porque este salto es eterno.

Fin

Melanie Harlow
Siguiente libro
Insatiable
No quise verlo desnudo... fue un accidente.
Tenía que serlo, ¿verdad?
Porque Noah McCormick y yo nunca hemos sido
más que amigos. En todos los años que lo conozco,
nunca me ha puesto un dedo encima. Y aunque a
los 16 años era un guapo socorrista y a los 34, un
comisario de policía más sexy que el infierno,
siempre ha sido ese tipo protector en el que podía
confiar para que mantuviera las manos quietas.
Nunca quise meterme con eso.
Hasta que lo encontré saliendo de la ducha y vi su
cuerpo duro y musculoso totalmente desnudo y
mojado. En ese momento nunca quise meterme
tanto con algo en toda mi vida.
Debería haberme tapado los ojos. Decir que lo sentía. Como mínimo, podría
haberle dado una toalla.
Después de todo, sólo estaba en la ciudad por unos días, y él sólo me estaba
haciendo un favor al acompañarme a la boda de mi hermana. No era una cita de
verdad.
Pero no me disculpé.
Y él no se cubrió.
(Hablando de un lío caliente.)
Después de todos esos años de ser sólo amigos, de repente somos insaciables.
Ha dejado claro que no le interesa el romance. Lo cual está bien para mí porque
tengo un billete de avión de vuelta a mi vida real al final de la semana.
Todo es por diversión... ¿o no?

Melanie Harlow
AGRADECIMIENTOS
¡Mucho amor y gratitud a las siguientes personas!
Melissa Gaston, Brandi Zelenka, Jenn Watson, Hang Le, Kayti McGee,
Laurelin Paige, Sierra Simone, Corinne Michaels, Lauren Blakely, Sarah
Ferguson, Rebecca Friedman en Friedman Literary, Flavia Viotti en Bookcase
Literary, Nancy Smay en Evident Ink, la correctora Michele Ficht, los primeros
lectores Alison Evans-Maxwell Louise McKie y Shannon Mummey, Stacey Blake
en Champagne Book Design, Andi Arndt en Lyric Audio, los narradores Stephen
Dexter y Savannah Peachwood, los Shop Talkers, las Harlots y el Harlot ARC
Team, los blogueros y organizadores de eventos, mis Reinas y CH, mis lectores de
todo el mundo... y siempre, siempre, siempre mi familia. Los quiero.

Melanie Harlow
Sobre la Autora

A Melanie Harlow le gustan los tacones altos, el martini seco y su historia


con las partes traviesas. Además de la serie Cloverleigh Farms, es autora de la
serie One and Only, la serie After We Fall, la serie Happy Crazy Love, la serie
Frenched, Hold You Close e Imperfect Match (en coautoría con Corinne Michaels),
Strong Enough (un romance M/M en coautoría con David Romanov) y The Speak
Easy Duet (un romance histórico ambientado en los años 20). Escribe desde su
casa en las afueras de Detroit, donde vive con su marido y sus dos hijas. Cuando
no está escribiendo, probablemente tenga un cóctel en la mano. Y, a veces,
cuando lo hace.

Melanie Harlow

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