Está en la página 1de 9

Los sacramentos

Durante todo el siglo XX se disertó más que antes la existencia de los sacramentos en el cuarto
evangelio. Muchos autores protestantes los negaron, más por su fidelidad histórica que por
convicción. Otros de ellos, como Cullmann y desde luego los católicos, a partir de las constantes
simbologías que en el escrito encontraron, y quisieron leerlas como alusiones a la sacramentaria.
Tal vez esas exageraciones provengan del tipo de exegesis de ambos testamentos que vieron
correlaciones con palabras y discursos efectuados en tiempos pretéritos.

Pero también grandes pensadores de las escuelas alemanas como Borkhamm, Bultman Lohse y
Schweiser dicen que ni en los orígenes de la génesis conformadora del evangelio había tanta
presencia sacramentaria porque no hay ahora mismo tantas referencias al bautismo y a la
eucaristía, pues no hay un relato eucarístico ni un mandato explicito para el bautismo como en Mt
28,19. Y siguen diciendo que Juan carga el acento en la palabra y no en las intervenciones
mediáticas realizadas por el hombre, la apertura de los símbolos para su intelección, veinte siglos
después, sería una eiségesis para proteger lo establecido.

Analicemos pues algunos textos para cerciorarnos si hay ciertas pautas o lineamientos
sacramentales. Empecemos por algunos que Bultmann atribuye al redactor final. Ya hemos dicho
lo que señalan Borkhamm y Bultmann sobre la calidad y el origen de Juan 6, 51-58, se trata de un
texto añadido pues carece de contextualidad y de contenido dentro del gran discurso del pan de
vida palabra. Por otra parte algunos sostienen que sin los versos citados el texto del discurso ya
contiene una fuerte carga cúltica, que los versos en cuestión podrían pertenecer a la redacción
final y que no vinieron a darle esa tonalidad sacramentaria al evangelio, pues a parte de las
simbologías joánicas, por los demás hagiógrafos sabemos que el bautismo y la eucaristía se
iniciaron con el mismo cristianismo ya que también los artistas acusan recibo de esas prácticas
originales.

Pero las pruebas externas no son suficientemente probatorias, pues estas últimas no eran de
exegetas sino de gente sencilla catequizada, que expresaban según su comprensión, lo que habían
oído. Así, por ejemplo, si un artista utilizaba el milagro de Bezatá para ilustrar el bautismo sería
imprudente afirmar que esa fue la intensión del redactor joánico. Además, muchas veces, entre los
escritos y la interpretación catequética hay diferencias, y estas hay que suponerlas siempre.

Entonces es aconsejable que las aportaciones externas sirvan solamente de confirmación a los
indicios internos. Eso quiere decir que nos quedemos atados al texto y con muchos cuidados, pues
la apertura y significado de un símbolo creado en el siglo I es arriesgado de confirmar en el siglo
XXI. ¿Quién se hubiera imaginado que la elevación de la serpiente de bronce en el siglo XIII a.C. en
pleno desierto, fuera un símbolo de Jesús crucificado sin la anotación del evangelista 3, 14
proviniendo de Núm 21, 4-9? Como este ejemplo, nos podrían sorprender otros, cuya
interpretación extraña, encontramos en el escrito joánico 21, 28-19. También la curación del ciego
de nacimiento 9, 1ss y el lavatorio de los pies, en la lógica de la interpretación actual, no parecen
tener relación con el bautismo, sin embargo, hay quienes ven esta relación en ambos textos.

Otra forma de enriquecer nuestra tarea es la de preguntarnos por los pasajes sacramentales
omitidos en el cuarto evangelio, pero muy presentes en los sinópticos. La omisión de la escena del
solemne mandato del bautismo en Mt 28, 19, nos hubiera gustado que apareciera en los cuatro
relatos, sin embargo, solo lo encontramos en la primera narración. Esto no debe preocuparnos
pues desde los teólogos clásicos no se veía este solemne mandato como la institución del
sacramento. Hay quienes prefieren asociar a la Institución el texto de Jn 3,1-5.

El hecho de que las profundas afirmaciones eucarísticas no se hayan pronunciado en la cena de


institución crea mayores dificultades. Pero su contenido, en 6, 51-58, es seguramente eucarístico
ya que las palabras y los contenidos cambian en relación de la primera parte del discurso, las
palabras comer, beber, carne y sangre, que en la cultura judía de muchos siglos tenían significados
contrapuestos, llegan a nuestra redacción con conceptualidades bien precisas Sal 27,2; Zac 11, 9;
Gen 9, 4; Lev 3, 17; Dt 12,23; Hch 15,20, Para que las palabras de Jesús deban interpretarse
positivamente se deben referir a la eucaristía pues inclusive hacen paralelo con “Tomad y comed,
esto es mi cuerpo… “Bebed todos, esta es mi sangre”.

Juan da por entendida la práctica de ambos sacramentos y tal vez por eso las frases eucarísticas no
están colocadas en el capítulo del lavatorio de los pies y carezca del mandato de Mateo sobre el
bautismo, pero es este escrito el que más explicita que el bautismo engendra hijos para una nueva
vida 3, 5, y se derrama sobre ellos el Espíritu Santo 7,37-39, convirtiéndose este sacramento en
fuente de vida eterna 4, 13-14. La eucaristía nutre la vida de los hombres y estos viven después
que han nacido para la Vida de Dios en el bautismo, por la presencia directa de Jesús en el pan y
en el vino transformados. La expresión “Sangre y agua” del capítulo 19,34, debió tener en la
intensión sacramentaria una significación, si seguimos tratando de penetrar los símbolos de los
escritores joánicos. Estas alusiones tangenciales evitan repetir los elementos históricos de las
intenciones, pero refuerzan los significados profundos de las tradiciones comunitarias que ya se
frecuentaban normalmente para finales del siglo.

Pneumatología joánica.
Juan, cuando dice que Jesús prometió el Espíritu Santo para después de su partida de este mundo,
recoge la misma teología sinóptica (Lc 24, 49). En 16, 7 dice claramente que el don del Divino
Espíritu está ligado a su regreso al Padre y así tal vez con mayores contundencias lo encontramos
en 7,38-39. Lo mismo en 6, 62-63, donde se hace una velada alusión a la Ascensión, se vuelve a
afirmar que el Espíritu solamente se comunica después de la exaltación.

De acuerdo a su carácter redaccional del cuarto evangelio, nos encontramos en el texto


afirmaciones que dicen lo contrario. En el largo y profundo diálogo con Nicodemo en 3, 5 Jesús
afirma: “En verdad, en verdad os dio: el que no nazca ahora del agua y del Espíritu no puede entrar
en el reino de Dios” y en 4,23-24 habla de la hora de “Adorar a Dios en espíritu y en verdad”. No
hay contradicción con las primeras ya que la frase 3, 5 es una promesa a Nicodemo para el futuro
pues de hecho los bautismos inician después de la resurrección, por otra parte, en 4,2 se aclara
definitivamente que Jesús no bautizaba. En el diálogo el bautismo, además del agua por su origen
antropológico, la enseñanza es que va unida al poder transformante del Espíritu Santo para el
tiempo en que Jesús así lo ordene. En el diálogo con la samaritana el “Ha llegado la hora” no
quiere decir el instante sino el tiempo ya cercano de la ejecución de las promesas de Dios y esa
adoración en “Espíritu y en verdad” vendrá después de que los hombres, con el corazón limpio y
gracias a pentecostés y al bautismo, así lo lleven a cabo.
La presencia más completa en la enseñanza en relación con el Paráclito se encuentra en los
discursos de despedida 14, 16-17 “Yo rogaré al Padre y Él os dará otro Paráclito que estará con
vosotros para siempre, el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir porque no le ve
ni le conoce. Vosotros lo conoceréis porque con vosotros vive y con vosotros permanecerá”. El
texto asegura de parte del maestro que los discípulos no se quedarán solos, pues les enviara a otro
Paráclito que remplace el afecto, la seguridad y la dirección que les daba Jesús. Los mandamientos
no se refieren a los del Sinaí, sí, a los de la caridad dados por el mismo Señor, pues en 14, 23-24 se
refiere en general a todas las indicaciones y palabras que les transmitió durante el ministerio. Y se
refiere a guardar una disposición plena para cumplir la voluntad divina.

Paráclito se refiere a un abogado que ante un tribunal habla a favor de su defendido, aunque
paracletós no se traduce del todo con el término latino advocatus pues la palabra primera no es
técnica en el uso jurídico. Paracletós es más bien protector e intercesor. Desde los tiempos
antiguos se usa como consolador aunque la traducción no es tan exacta.

Jesús habla en el verso 16 de otro Paráclito que el Padre enviara 14, 26 eso quiere decir que tal
función hasta ahora la ha ejercido Jesús. En 16, 7 y 15,26 es Jesús quien envía al Paráclito, por lo
tanto, dentro del plan salvífico, el Santo Espíritu es enviado por el Padre y por Jesús mismo. La
permanencia para siempre tiene una connotación universal de tiempo pues se refiere, sin duda, a
la iglesia posterior a los apóstoles.

Este Paráclito enviado a la iglesia también se le llama, verso 17, el Espíritu de la Verdad, 15,26 y
16,13, pues su oficio es transmitir a los discípulos la profundidad total de la verdad, que, durante
la estancia de Jesús, éstos no habían podido penetrar. La hostilidad del mundo que aparece en
toda la obra joánica es la imposibilidad de entendimiento de las cosas divinas, que conlleva el no
poderlas vivir. Los humanos imbuidos por lo material de la vida, por los resultados hedonistas de
sus esfuerzos, están ciegos para ver más allá, para levantar los ojos al cielo. En cambio, los
discípulos de Jesús, ya saborearon la invisibilidad de lo trascendente y la obra del Espíritu de la
Verdad que los ha llevado al final, a la plenitud. Este espíritu habitará en ellos y promoverá su
propia acción interior.

La misión en la tierra del Santo Espíritu es continuar las enseñanzas de Jesús, haciendo que tales
doctrinas se vuelvan vitales en el corazón de los creyentes. De hecho, el Espíritu Santo no
comunica una nueva revelación, sino es agente transformador de las personas, haciéndolas vivir el
mismo mensaje de Jesús, desarrollándolo y completándolo.

En el párrafo pequeño de 14, 25-26, Jesús tiene conciencia de que su tiempo en la tierra se le
agota. La frase “Os lo he dicho mientras estaba con vosotros” es una mirada retrospectiva de
pretérito como maestro de los discípulos, y al mismo tiempo anuncia que su separación es
inminente. Pero esto no debe desanimarnos, pues su obra seguirá adelante a través del Espíritu, a
quien el Padre enviará en concordancia con la voluntad de Jesús, por petición suya como ya había
dicho en 14, 16.

La actividad del paráclito es la de enseñar y recordar, dos acciones complementarias: como


maestro imparte a los discípulos una más profunda y completa instrucción explicando más las
palabras, pero sobre todo la obra de Jesús de acuerdo a los momentos, necesidades y situaciones
de la iglesia. Recordar es velar por la ortodoxia, cuidar que no se apague o se pierdan las
inatenciones salvíficas del maestro, sino que los discípulos sigan viviendo según los trazos
originales.

En el segundo discurso de despedida 15,1-16,33; encontramos en 16, 5-15 una vez más reafirmada
la misión del Paráclito, los versos 5-7 son introductorios y hablan de la tristeza que causa la
próxima partida. Los lazos de amistad fueron verdaderos y profundos, ellos se sentían seguros y
protegidos por la certera conducción del maestro, ahora se ven sacados de su contorno social
original, con una vida ilustrada y diferente a la de los demás, expuestos a la burla y a la
impotencia. Ante esta expectativa irrevocable Jesús les dice que les conviene que Él se vaya y eso
implicará una ganancia para ellos, pues les enviará el Paráclito. Si los discípulos hubieran
empezado por preguntarle a dónde iba y Jesús les hubiera explicado que su misión en la tierra se
había terminado con la muerte y la resurrección y por lo tanto tenía que regresar al Padre para
facilitarles el consolador, tal vez la tristeza de la partida hubiera tenido como fondo sólo la lejanía
del amigo y hubiera sido menos desgarradora.

Ahora Jesús describe más a fondo la obra del Espirito Santo enunciando que con su gran poder
convencerá al mundo del pecado, de la justicia y del juicio. El mundo en los versos 9-11 asume el
papel de acusador. El maestro Jesús hizo su gran labor y ganó la batalla contra el mal, pero aún el
mundo no se convence. La incredulidad del mundo y su violencia llevaron al maestro a la cruz,
acusándole de intolerable y de no soportar la verdad. Pero ahora el que acusa será el Paráclito que
tiene como misión convencer al mundo de pecado que consiste en su falta de visión y de no
entender la palabra y la obra del enviado del Padre.

Esta labor no será para el fin de los tiempos, sino que ya ha empezado dentro de un proceso largo
que irá empujando a muchos hacia la verdad. Por lo pronto la labor concreta que realizará el
Paráclito es dar testimonio de Jesús y su obra 15, 26, mediante su propia pedagogía, a veces
imperceptible, pero efectiva. La justicia se toma aquí en sentido jurídico, como declaración de
inocencia ante un tribunal, se trataría de la conducción de un proceso, que ya desde ahora
demuestra su victoria porque va al Padre para compartir su gloria: “Él ha sido manifestado en la
carne, justificado en el espíritu, visto de los ángeles, proclamado a los gentiles creído en el mundo
y levantado a la gloria” 1Tim 3, 16ss. Ir al Padre, es la expresión joánica con la que el resto del
Nuevo Testamento llama exaltación de Cristo por el Padre Hch 2, 33; 5, 31; Fil 2, 9. La obra de
convencer al mundo, según el sentido jurídico, se cumple cuando el Espíritu Santo presente las
pruebas de que Jesús se fue al Padre. Por eso la predicación primitiva puso en su centro la
resurrección y la exaltación de Cristo como credenciales de su divina misión 2 36; 3,15; 5, 31; 13,
30; Fil 2, 9-10.

En relación con el juicio se refiere a la idea que el mundo tenía de haber juzgado a Jesús, cuando
en realidad en la cruz se cumplió el juicio contra el príncipe de este mundo responsable de la
crucifixión cfr. 13, 2. 27, pasando por la muerte volvió triunfante a Dios a participar de su gloria.
Desde entonces el demonio y las fuerzas del mal quedaron vencidos y juzgados para siempre cfr.
Jn 12, 31; Col 2, 15.

Jesús tendría muchas cosas que comunicar a los suyos, pero ahora no están preparados para
oírlas, será obra magistral del Paráclito. No se trata realmente de nuevas revelaciones 15, 15 sino
de la penetración de las ya enseñadas y de los corolarios que van suponiendo sus respectivos
desarrollos. Pero la iglesia representada por los doce deberá saber que el Espíritu de la Verdad
tiene como objetivo, llevar a cada cristiano de la mano, a la comunidad plena y a la verdad total,
ya que la plena y consiente cristianización es un proceso sujeto a la capacidad intelectiva y volitiva
del hombre. Se insiste en que el Espíritu Santo no habla por su propia iniciativa sino como
continuador y explicitador de la misma revelación de Dios Jn 12, 49; 14, 10, lograda por Jesucristo
3, 32; 7, 17; 8, 28; 12, 49, y anunciando todo lo que está por venir. Los exegetas dividen sus
opiniones sobre esta frase: unos dicen que el Paráclito aclarará todas las profecías escatológicas
de Jesús y otros afirman que distribuirá el don de la profecía 1 Cor 13, 8; 14, 21-23; 1 Tes 5, 19-20;
1 Jn 4, 1. La glorificación de Jesús consiste, en este caso, en que el mensaje de Jesús continúe vivo
en la iglesia, así como la glorificación del Padre se llevó a cabo en la obra total del hijo.

La teología siempre ha considerado las afirmaciones de los versos 14-16 como las afirmaciones
más contundentes en Juan para hablar de la distinción de las personas en la Trinidad. Y de la
verdad de que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. La expresión “Todo lo que tiene el
Padre es mío” se refiere directamente a la verdad revelada por Dios, pero también se puede
colegir como una alusión a la relación de la naturaleza divina que la Trinidad posee en común con
toda la verdad.

Presente y futuro en Juan

Son dos palabras que atraviesan todas las páginas de nuestro escrito refiriéndose a la vida
prometida por Jesús a sus seguidores aquí y ahora y en la dimensión del más allá.

El Dios de Israel, aunque actua desde lo alto lo hace en contextualidad para el hombre en el
devenir de la historia. Desde la creación hay un sentido de futuro y de orientación hacía el más
allá. La palabra salvación se concibe como el actuar histórico de Dios en la culminación final de los
tiempos; la otra visión, muy de nuestro evangelio, es abierta a los dos mundos el de arriba y el de
abajo concebido en dimensiones distintas y bipolares: luz, tinieblas, verdad, mentira, carne,
espíritu y pan bajado del cielo en contraposición del pan cotidiano de la tierra. En ambos aspectos,
Juan revela una como dimensión vertical de la salvación pues el Hijo de Hombre ha descendido de
los cielos 3, 13, y la Palabra se ha hecho carne 1, 14, para traernos la salvación. En las
proximidades de la muerte, Jesús anuncia que atraerá hacia sí a todos los hombres 12, 32, no solo
hacia la cruz, sino a su elevación al Padre, así como ya anunció que sus dones son verdaderos:
pues el agua verdadera da la vida en contraposición del agua ordinaria 4, 10-14, y lo mismo afirma
sobre el pan 6,27.

Pero están también allí los otros elementos de una intervención paciente e histórica de Yahvé en
la conciencia de su pueblo. Ya desde el prólogo, que canta una planeación y descenso del Verbo de
arriba hacia abajo, habla también de la creación. La venida de Jesús presenta una intervención
espiritual, empezando por la encarnación y la iluminación de todo hombre que viene a este
mundo, ambas tareas de esencia salvífica. La profecía del pozo de Samaria sobre la adoración en
espíritu y en verdad 4, 21-23 se refiere al tiempo culminante y según 5, 39, todas las viejas
escrituras apuntaban hacia una plenitud. La hora, tan presente en Juan 2, 4; 8,20; 12, 23, va
marcando la historia de Jesús y apuntando hacia su pasión, muerte, resurrección y ascensión como
momentos salvíficos de suma importancia. Aun el correr del tiempo litúrgico judío, en cada una de
sus fiestas, lleva una marca de superación significante de plenitud.
El mismo concepto de iglesia, que con otros términos y expresiones se mueve en el trasfondo de
nuestro escrito, tiene esa dimensión procesual que al lector le toca descubrir y marcar su
dinamismo así como su relación con el Fundador. Pues se da por supuesta una actividad misionera
cristiana 4, 35. 38; 20, 21, se adivina fácilmente un conflicto entre los seguidores de Jesús y el
mundo 16, 8, una perspectiva de los que van a creer gracias a la predicación de los apóstoles 16,
20. Y la reunión de todo a hasta formar un rebaño y un solo pastor 11, 52; 10, 16; 21, 15-17. El
mismo Apocalipsis nos viene a confirmar que la historia del hombre camina, que Dios va con él y
que la última expresión de la salvación se dará triunfante al final de los tiempos.

Concluyamos esta parte diciendo que en todas las páginas de este evangelio hay una idea salvífica
que lo recorre y remarca los tiempos de la hora como sucesivos y muy intensivos pero que aún
está en síntesis. De la historia salvífica hay frases que señalan la dinámica de un grupo compacto
con un rebaño que actúa y es consciente de un futuro mediato y de uno inmediato donde está
Dios siempre con su programa pedagógico, diacrónico y de un final espectacular. Estamos lejos de
la concepción pregnóstica de Bultmann, más bien parece que arrastra un sincretismo greco judío
que ya venía desde los sapienciales, especialmente del libro de la Sabiduría cuando habla de la
inmortalidad del alma junto a la afirmación de la resurrección de los muertos, ambas aceptadas
por la fe cristiana.

En la predicación de Jesús, en nuestro evangelio, hay largas referencias escatológicas unidas a la


presencia existencial introducida por Él. Hay quienes afirman que cuando Jesús hablaba de la
βασιλεια se refería a una intervención dramática de Dios que pondría un punto final a la historia
presente. En esta interpretación se afirma que nuestro Predicador esperaba una intervención
durante su ministerio, durante su muerte y en los tiempos inmediatos. Cuando pasaron las
décadas del siglo, y lo anunciado no llegaba, los cristianos alargaron los tiempos hablando de una
parusía lejana.

Por otra parte, otros exegetas interesados en el hic et nunc de los beneficios salvíficos, como
Dodd, dicen que Jesús proclamó la existencia de la βασιλεια desde y para el tiempo de su
predicación ministerial prescindiendo de las tramoyas apocalípticas propias de estos anuncios. Su
presencia declaraba el Reino como realidad existencial para todas las gentes que los aceptaron.
Pero para ser fieles a su contorno teológico, proyectaron una segunda venida en el futuro, primero
para un tiempo cercano y después fueron alejando las esperanzas. Otros trabajadores de los
textos hablan de una concepción intermedia que proclama la existencia del Reino durante el
tiempo de Jesús, pero la plenitud de su realización estaría aun por venir, y la actividad misionera
de la iglesia trabajaría para ese reino futuro.

Sin embargo, parece más propio decir que una dimensión joánica innegable es la que sostiene, en
varios de sus textos, una escatología ya realizada con la palabra y obra de Jesús. En 1, 14, se afirma
que si esperamos ver su gloria, en su manifestación definitiva, ya la vimos desde su encarnación. Y
el juicio que señala la intervención de Dios 3, 19 “El juicio consiste en que vino la luz al mundo y
los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras eran malas”. De hecho en el
escrito joánico, aquí y ahora, separa a los hombres en dos bandos: el de los hijos de las tinieblas
que odian la luz y por lo tanto a la verdad. En Mt 25, 31 se habla del hijo del Hombre apocalíptico
viniendo en su trono de gloria al final de los tiempos para separar a los buenos de los malos. En
Juan, la venida de Jesús es una crisis o juicio sobre los hombres que aceptan o no aceptan a Jesús.
En 3, 18 “El que cree en Él no es juzgado, pero el que no cree ya está juzgado porque no ha creído
en el nombre del Hijo único de Dios”. En el capítulo 5, 1 ss Jesús llega a Jerusalén por la fiesta de
Pentecostés y allí se lleva a cabo el milagro de la piscina de Bezatá y al final, como entre signos,
hay un discurso cuyos versos centrales hablan del juicio ya realizado en la aceptación o no
aceptación del mismo maestro, y a partir del verso 25 se vuelve otra vez a las concepciones
comunes con los sinópticos sobre la escatología final.

Para los tres primeros evangelios la “vida eterna” es algo para el tiempo futuro o para el juicio final
Mc 10, 30; Mt 18, 8-9 en cambio para Juan es una posibilidad existencial presente. Para Lc 6, 35;
20,76 la filiación divina es un premio para la vida futura en cambio Jn 1, 12, desde el prólogo,
habla del mismo privilegio que se concede aquí y ahora.

Sin embargo, también en nuestro evangelio hay elementos futuros y también apocalípticos en su
escatología. El don de la vida no llega durante el ministerio sino después de la resurrección.
Entendemos que cuando se redacta el evangelio joánico la participación de la vida era algo
corriente, a través de bautismo 3, 5, de la eucaristía 6, 54, y el factor vitalizante era el Espíritu 6,
63; 7,38-39, y como ya dijimos, este Divino Espíritu sólo se entregará después de que Jesús vuelva
al Padre 7, 39;16,7; 19, 30;20, 22.

Otro de los elementos futuristas de la actitud de Jesús es sin duda lo que se refiere al Dos de la
vida, aunque ya la poseemos. En el diálogo con Martha debe suceder después de la muerte física,
el mismo texto y los anexos nos hacer ver que después de la muerte nos aguarda una dimensión
plena de vida. Otro indicio lo encontramos en el primer discurso de despedida joánica, 14,2-3
donde el maestro les dice a sus discípulos que debe ir a prepararles un lugar donde vivirán los que
creen en Él. Aunque los hombres ven a la gloria de Dios aquí y ahora, la visión de una gloria futura
les aguarda a los discípulos par cuando se unan con Jesús 17, 24.

Por lo que se refiere a los elementos apocalípticos finales, su aceptación es más difícil, hay
afirmaciones contundentes como las de 5, 28-29; 6, 39-40. 44-54; 12, 48, que hay que analizar
preguntándose ¿Qué hacen juntos los arriba estudiados? Según Bultmann son adiciones del
redactor eclesiástico que quiso darle al evangelio una portada que abarcara la dimensión
escatológica de los primeros escritos neotestamentarios sin borrar los avances de las afirmaciones
más existenciales. Sin embargo, algunos de esos pasajes, no parecen ser añadidos, dentro del
mismo proceso de conformación del escrito.

A partir de los datos den N T podemos seguir los pasos del pensamiento escatológico: El mismo
mensaje de Jesús contenía la doble dimensión de la escatología. El reino de Dios se manifiesta
entre los hombres durante su ministerio, pero siendo heredero de una tradición apocalíptica, el
maestro habla también de una manifestación final. Algunas de sus afirmaciones parecen referirse
a un futuro próximo Mc 9,1 “Yo os aseguro que, entre los aquí presentes, hay algunos, que no
gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el reino de Dios”, y otras muy parecidas en Mc
13, 30; Mt 10, 23; 26, 64, que dejan suponer un lapso de tiempo como en Lc 17, 22-37 hasta
señalar una fecha imprecisa Mc 13, 32- 33 “Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada ni los
ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre. Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuando será
el momento”. Buscando comprobar el pensamiento auténtico de Jesús no podemos suprimir unas
afirmaciones y tomar en cuenta otras, más bien, hay que aceptar que aun antes del maestro, el
futuro se conjugaba en varios de sus tiempos y que nuestro Predicador, de acuerdo con la
tradición, también pronuncio sentencias para futuros próximos y lejanos, siendo los escritores del
NT, los encargados de acercar o alejar más la proyección.

En 1QM hay esperanzas claras de una intervención final, pero al mismo tiempo los manuscritos
reflejan, que los individuos de la secta, sentían que estaban participando ya de los dones celestes.

No hay tampoco en el NT, como ya dijimos, una unidad escatológica entre los cristianos primitivos.
En Hch 2, 17ss Pedro proclama como último día de la expectativa la resurrección de Cristo y el don
del Espíritu, pero ente el reloj del tiempo, empezaron a ganar lugar las ideas de la segunda venida
del Hijo del Hombre para juzgar a vivos y a muertos, y estas afirmaciones se fueron coloreando y
escenificando con imágenes apocalípticas.

Con el paso de las décadas, las inquietudes de algunos fueron exigiendo cumplimientos, pero aun
en tiempo de Pedro 4, 7, escrita por el año sesenta, seguía afirmando: “El fin de todas las cosas
está cerca”. La destrucción de la ciudad de Jerusalén de los años setenta, cambió la faz del mundo
judío especialmente en nuestro tema escatológico. Lc 21, 20 y Ap 4-11 vieron en el drama social el
cumplimiento al menos parcial de la mano de Dios que vino a juzgar a los pecadores de este
mundo. En cuanto a la instauración definitiva del reino, algunos sobrevivientes del tiempo de
Jesús, creían que estaba próxima su instauración. Ante las esperanzas no cumplidas y la extrema
vejez de todos ellos, algunos reaccionaron burlándose 2Pe 3,4, y otros con gran desaliento Jn 21,
22-23 escribieron expresiones que se referían o traducían la misma espera paulina y en gran parte
sinóptica, es decir, la espera de la parusía final tal como 1 Cor 11, 26; 16,22; Ap 1,7;22,7.12.17.20,
se había enseñado. Estas concepciones dejaron la palabra maranatha, en su arameo original, y
tuvo tanta importancia que aún se conserva en las reuniones litúrgicas: el Señor viene.

Otros, a finales de siglo, cuando toda esperanza visible se había esfumado, empezaron a sumar
todos los bienes que habían recibido de Cristo, y en vez de seguir viendo hacia el horizonte, se
empeñaron por vivir la vida del presente. Ya no había que preocuparse del juicio final anunciado
porque este se daba en la aceptación o rechazo de la persona y doctrina de Jesús aquí y ahora. En
cuanto a las bendiciones que iba a traer consigo la parusía, es decir, la vida eterna y la filiación
divina, ya las tenemos por el bautismo y la eucaristía.

Después de la muerte a los creyentes no les esperaba un tiempo indefinido para encontrarse con
Jesús, pues al poseer la vida eterna, hic et nunc, morir era solo un cambio de domicilio y de
intensidad en la posesión de la vida, ya no había que esperar la resurrección de los muertos. En
tiempos de persecución se anhelaba la venida tradicional del Señor para que pusiera en su lugar a
los enemigos y auxiliara a los suyos. El Apocalipsis, que se debió escribir en tiempos de las grandes
persecuciones de Domiciano 81-96, guarda recuerdo de estas tendencias sobre todo en los
capítulos 12- 22. Pero las respuestas que ya habían encontrado los seguidores del Nazareno a su
desilusión frente al no cumplimiento de la parusía final, cobran cuerpo en la redacción del cuarto
evangelio combinándose ambas dimensiones y coexistiendo hasta el día de hoy. Aunque el escrito
joánico debió consolidarse en su proceso redaccional, después de la destrucción de los setenta, y
en su versión más original, sus escritores le habían dado a la espera una dimensión existencial
buscando que los cristianos revitalizaran su fe en Jesús presente en la iglesia.

Los pasajes de Juan donde se encuentran presencias de la escatología apocalíptica y que Bultmann
creyó que se fueron adicionando al evangelio por manos de Redactor final, no todos han
interpretado las cosas de la misma manera, pues no es fácil hacer afirmaciones contundentes
sobre estos materiales porque varios, como Boismard opinan que más bien estas afirmaciones
escatológicas finalísticas eran más primitivas, y el Redactor final quiso dejarlas en el escrito por
entender que venían desde Jesús y desde las primeras etapas de la redacción de nuestro escrito,
cuyo origen, más remoto, era una fuente parecida, aunque no idéntica a la sinóptica. En todo caso
el evangelio joánico es fiel reproductor de los tiempos posteriores a Jesús, y su evolución
representa una búsqueda sincera a una conjugación práctica del presente y del futuro que
iluminarán más la fe de estos cristianos de finales de siglo.

También podría gustarte