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BAUTISMO

DicTB
 

SUMARIO: I. La praxis bautismal en la época apostólica:


1.  Testimonio de los Hechos; 2. Bautismo y profesión de fe; 3.
Jesús en el  origen del bautismo cristiano. II. El bautismo de
Juan y el bautismo cristiano. III. La doctrina del bautismo en el
evangelio de Juan: 1.  El bautismo como renacer de lo alto; 2. El
bautismo nace de la cruz. IV. El bautismo en la doctrina de san
Pablo: 1.  El bautismo como asimilación a la muerte y
resurrección del Señor 2. El bautismo nos hace hijos de Dios; 3.
El bautismo como nueva circuncisión; 4. El bautismo como
lavatorio. V. El bautismo en la primera carta de Pedro: 1.  El
bautismo como "antitipo" del diluvio; 2. El bautismo y el
sacerdocio universal.

El bautismo es el acto del nacimiento del cristiano, y tiene, por


tanto, una importancia fundamental. Pero uno es cristiano en la
medida en que se adhiere por la fe a Cristo y por medio de él
comulga con todos los hermanos en la fe. De aquí la importancia
que asume en el bautismo la t fe, así como su dimensión
eclesial. Todos estos problemas se advierten hoy con agudeza y
afectan á no pocos aspectos pastorales; pensemos, por ejemplo,
en el bautismo de los niños. Ese bautismo, ¿tiene sentido
realmente donde no está suficientemente garantizada una
educación en la fe dentro de la familia o en otro ambiente? Y
para un adulto, que quiera quizá vivir en la fe, pero la vive
aisladamente, ¿no es quizá el bautismo un estímulo a
trascenderse y a unirse a la comunidad?

Aunque se trate de problemas típicamente modernos, la Biblia


está llena de indicaciones histórico-teológicas, que de alguna
forma pueden ayudarnos a resolverlos.

I. LA PRAXIS BAUTISMAL EN LA ÉPOCA APOSTÓLICA. Ante todo


hay que advertir que la praxis del bautismo no sólo está
atestiguada desde la época apostólica, sino que es incluso el
sacramento del que se habla más en todo el NT. Es esto una
señal evidente de su originalidad, precisamente porque habría
faltado tiempo fiara tomarlo prestado de otros ambientes,
aunque no pueden negarse ciertas analogías con ritos similares
de ablución, usados sobre todo en el mundo judío. Pensemos,
por ejemplo, en las diversas abluciones de Qumrán y en el
mismo bautismo de Juan, que sólo vagamente recuerda al
bautismo cristiano, aunque pudo haber influido en él de alguna
manera.

I. TESTIMONIO DE LOS HECHOS. Los Hechos de los Apóstoles


demuestran constantemente que el primer paso que hay que dar
para ser cristiano es hacerse bautizar, aceptando la fe
proclamada por los apóstoles. Así, por ejemplo, después del
discurso de Pedro para comentar el suceso de pentecostés,
cuando la gente le pregunta, qué ha de hacer para salvarse,
Pedro responde: "Arrepentíos, y que cada uno de vosotros se
bautice en el nombre de Jesucristo para el perdón de vuestros
pecados; entonces recibiréis el don del Espíritu Santo" (He 2,37-
38).

El bautismo está aquí claramente unido a la fe, que exige la


conversión de los pecados y produce como fruto una presencia
particular del Espíritu. Como se ve, el bautismo no es un gesto
aislado, que valga en sí y por sí mismo, sino que está vinculado
a todo un conjunto de actitudes espirituales, producidas en parte
por él y presupuestas en parte. En cierto sentido es como la
síntesis de todos los elementos que constituyen la "novedad"
cristiana; sobre todo es fundamental la relación bautismo-fe,
que se expresa de nuevo inmediatamente después en el texto,
recordado, cuando se dice que "los que acogieron su palabra se
bautizaran; y aquel día se agregaron unas tres mil personas"
(2,41).

También de los primeros creyentes de Sainaría se dice que,


después de haber escuchado el anuncio de Felipe, "hombres y
mujeres creyeron en él y se bautizaron" (8,12). Tras el
encuentro del diácono Felipe con el eunuco de la reina
Candaces, al que había explicado la profecía de Is 53,7-8, al
llegar junto a un manantial, el eunuco le dice: "Mira, aquí hay
agua, ¿qué impide que me bautice?... Bajaron los dos al agua,
Felipe y el eunuco, y lo bautizó" (8,36-38). Ni siquiera Saulo se
libra de la ley del bautismo (9,19). Pedro bautiza a los de la casa
de Cornelio después de haber visto que los signos del Espíritu
empezaban ya a manifestarse en aquellos primeros creyentes
paganos (10,47-48).

También Pablo, que será el gran teólogo del bautismo, lo


practica continuamente en su múltiple actividad misionera. Así,
en Filipos bautiza a Lidia, después de que el Señor hubiera
abierto "su corazón para que aceptase las cosas que Pablo
decía" (16,14-15). Igualmente, en Filipos bautizó al carcelero
después de la prodigiosa liberación de la cárcel por obra de un
imprevisto terremoto: "Y le anunciaron la palabra del Señor a él
y a todos los que había en su casa. A aquellas horas de la noche
el carcelero les lavó las heridas, y seguidamente se bautizó él
con todos los suyos" (16,32-33).

Aquí, como en el caso anterior, se habla del bautismo conferido


a toda la familia; pero siempre está vinculado a la fe, como se
deduce del diálogo del carcelero con Pablo y con Silas (16,30-
31). La referencia ala familia, que incluye normalmente también
a los pequeños, según algunos (J. Jeremias, O. Culimann, etc.)
es un buen indicio del bautismo concedido a los niños, que muy
pronto se hará práctica común en la Iglesia (siglo II).

También en Corinto, después de la predicación de Pablo,


"Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su
familia; y muchos de los corintios que habían oído a Pablo
creyeron y se bautizaron" (18,8). En Éfeso, habiéndose
encontrado con algunos discípulos que habían sido bautizados
sólo en "el bautismo de Juan", les invitó a hacerse bautizar "en
nombre" de Cristo: "Al oírlo, se bautizaron en el nombre de
Jesús, el Señor. Cuando Pablo'les impuso las manos, descendió
sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas
extrañas y a profetizar" (19,4-6).

2. BAUTISMO Y PROFESIÓN DE FE. De todo lo dicho resulta


evidente que el bautismo es el rito que presupone e inicia, al
mismo tiempo, en la fe cristiana, de la que es la proclamación
pública, y constituye además un compromiso a vivirla delante de
los demás. La predicación del evangelio incluye también el
anuncio del bautismo como sacramento para significar y
producir la novedad cristiana.

A la luz de cuanto venimos diciendo se puede comprender lo que


Pablo escribe a los corintios -indignado al ver que estaban
divididos entre sí y que algunos declaraban que pertenecían a
él- y que parece disminuir la importancia del bautismo: "Doy
gracias a Dios de no haber bautizado a ninguno de vosotros,
excepto a Crispo y a Gayo. Así nadie puede decir que fuisteis
bautizados en mi nombre... Pues Cristo no me mandó a
bautizar, sino a evangelizar..." (1Cor 1,14-17).

Se trata indudablemente de una afirmación hiperbólica, que


quiere resaltar la primacía de la evangelización, de la que el
bautismo es, sin embargo, la coronación. Por otra parte, hay en
ese texto una frase que puede ayudarnos a comprender por qué
se expresó Pablo de esta manera: "Nadie puede decir que
fuisteis bautizados en mi nombre" (v. IS).

Más de una vez, en el libro de los Hechos, se dice que el


bautismo se administraba "en el nombre de Jesucristo" (2,38;
etc.); es una frase más bien genérica y sobre la cual disputan
los exegetas. Algunos la han interpretado como si se tratara de
la fórmula con que se administraba el bautismo; otros como si
quisiera decir: "por la autoridad que viene de Cristo". En relación
con el texto de Pablo ("nadie puede decir que fuisteis bautizados
en mi nombre'),  esta fórmula parece significar más bien casi
una especie de apropiación espiritual, que el apóstol niega, ya
que él es sólo un administrador del sacramento, mientras que
para Cristo la cosa es verdadera en el sentido de que el
bautismo consagra efectivamente a él, convirtiendo al cristiano
en una especie de propiedad suya.

La única diferencia es que en 1 Cor 1,15 se dice "en  mi nombre"


(EIS tó e'ón ónoma),  mientras que en He 2,38 se dice "sobre  el
nombre (EP) tó onómati)  de Jesucristo", y en He 10,48 "en  el
nombre,(EN tó onómati)  de Jesucristo".

Pero por todo el conjunto parece que las tres preposiciones no


cambian el sentido de las cosas; no son más que variantes para
decir que el bautismo une a Cristo y "consagra" misteriosamente
a él y no a un hombre, aunque sea tan grande como Pablo.

3. JESÚS EN EL ORIGEN DEL BAUTISMO CRISTIANO.


Precisamente porque el bautismo guarda una relación muy
particular con Cristo y porque se practicó desde el comienzo de
la experiencia cristiana, estamos obligados a pensar que se
deriva directamente de Cristo. Es posible encontrar huellas de
ello en varios pasajes de los evangelios, aun admitiendo que
sufrieron algunos retoques a la luz tanto de la fe pospascual
como de la praxis litúrgica posterior.

En este sentido son significativas las conclusiones de los dos


primeros sinópticos, donde el bautismo forma parte esencial del
mandato universal confiado por Jesús a sus apóstoles: "Id por
todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que
crea y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se
condenará. A los que crean les acompañarán estos prodigios: en
mi nombre echarán los demonios, hablarán lenguas nuevas" (Mc
16,15-18).

El mandato misionero en Mateo, aunque es sustancialmente


igual, tiene también notables diferencias: "Id, pues, y haced
discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles
a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy
con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-
20).

Me parece que en estos dos textos es fundamental tanto la


"predicación" de la fe, sin limitación geográfica y mucho menos
de raza ("Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda
criatura'),  como su aceptación. Pero junto a la fe se exige el
bautismo, que no puede ser solamente una ratificación externa
de la fe, sino algo más profundo, que realiza lo que significa en
su rito externo.

Y eso más profundo" debería estar precisamente en la palabra


que sólo nos refiere san Mateo, recogiéndola probablemente de
la praxis litúrgica de su tiempo: "Bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"; allí "en el nombre" no
significa simplemente "con la autoridad", sino más bien
consagrándolos y casi insertándolos en el seno del misterio
trinitario, como parece señalar también la preposición de
movimiento (EIS tó ónoma).  Si la fe es la aceptación del
misterio, el sacramento es la introducción total en el misterio
trinitario, en donde todo es asombro y maravilla.

En este sentido, como indicación de esta novedad de relaciones


con el Dios-Trinidad, no tiene por qué sorprender el conjunto de
"signos" que menciona Marcos y que acompañarán "a los que
crean": hablar lenguas nuevas, echar a los demonios, etc. ¿No
pueden significar, a modo de ejemplo, la "novedad" que surge
en la historia mediante la fe y el sacramento? Y la promesa de
Cristo de "estar" con los "suyos" todos los días hasta el fin del
mundo, ¿no podría aludir al hecho de que, sobre todo mediante
el bautismo "en el nombre" de la Trinidad, él está presente y
operante en el corazón de sus fieles?

II. EL BAUTISMO DE JUAN Y EL BAUTISMO CRISTIANO. En este


punto también es posible ver la diferencia que hay entre el
bautismo cristiano y el de Juan, que era un simple rito externo,
aunque con un simbolismo purificatorio que podía captar
fácilmente la gente como una invitación a una renovación
interior. Es lo que nos indica expresamente el evangelio de
Marcos: "Juan Bautista se presentó en el desierto bautizando y
predicando un bautismo para la conversión  y el perdón de los
pecados" (Mc 1,4).

Pero la suya era sólo una fase transitoria, en espera de la


definitiva, en la que habría de darse el don del Espíritu: "Detrás
de mí viene el que es más fuerte que yo... Yo os bautizo con
agua, pero él os bautizará en el Espíritu Santo" (vv. 7-8). En
Mateo se añade "y fuego" (3,11), acentuando la dimensión
escatológica del bautismo, pero también la transformación
interior que éste realiza, purificadora como el fuego, a lo que se
añade la fuerza del Espíritu que Cristo dará a los suyos en
plenitud.

Y el /Espíritu es el don del Padre y del Hijo; por eso el bautismo


cristiano se convierte no sólo en comunión con el misterio
trinitario, sino también en expresión del dinamismo de la gracia
que dimana de él.

III. LA DOCTRINA DEL BAUTISMO EN EL EVANGELIO DE JUAN.


También la tradición joanina, aunque recogiendo diversos
materiales, confirma la presencia particular del Espíritu en el
bautismo cristiano. Esto es lo que declara el Bautista al ver a
Jesús que acude a hacerse bautizar: "Yo no lo conocía, pero el
que me envió a bautizar con agua me dijo: Sobre el que veas
descender y posarse el Espíritu, ése es el que bautiza en el
Espíritu Santo. Yo le he visto y doy testimonio de que éste es el
Hijo de Dios" (Jn 1,33-34). El agua seguirá siendo indispensable
por su carácter significativo de purificación y de fecundación
vital, pero lo determinante será el Espíritu. Y es precisamente en
fuerza del Espíritu, que es don de Cristo, como los futuros
bautizados participarán de lo que es típico de Cristo, esto es, de
su filiación divina. Es lo que nos dirá más ampliamente san
Pablo.

Pero, por lo demás, es lo que nos enseña también san Juan en el


diálogo de Jesús con Nicodemo, en donde el maestro divino hace
por lo menos cuatro afirmaciones, bastante importantes, ligadas
todas ellas entre sí.

1. EL BAUTISMO COMO RENACER DE LO ALTO. La primera es


que para entrar en el reino de Dios, hay que "nacer" de nuevo:
"Te aseguro que el que no nace de lo alto (ánóthen,  que puede
significar también "de nuevo") no puede ver el reino de Dios" (Jn
3,3). La idea fundamental es la de un nuevo "nacimiento", que
deriva su fuerza sólo del poder de Dios ("de lo alto"). No tiene
nada en común con el nacimiento natural, sino que produce
también, en cierto sentido, una nueva vida, como se dice (en el
prólogo) de los que han "acogido" en la fe al Hijo de Dios hecho
carne (1,13).

A continuación, ante la dificultad de Nicodemo de aceptar esto,


como si se tratase de volver al seno maternal, Jesús especifica
cuáles son los elementos que entran en juego en este proceso
de regeneración: "Te aseguro que el que no
nace (ghennéthé)  del agua y del Espíritu no puede entrar en el
reino de Dios" (3,5). Lo decisivo es el Espíritu, como se deduce
también de los versículos siguientes, pero ligado al elemento
material del agua con toda su fuerza evocativa de purificación,
de frescor, de vitalidad.

Puede ser, como sostienen algunos autores (p.ej., I. de la


Potterie), que el término "agua" haya sido añadido
posteriormente para indicar dónde y cómo se verifica en
concreto el nuevo nacimiento, es decir, en el bautismo. De todas
forma queda en pie el hecho de que, por la fuerza del Espíritu
que actúa en el signo del agua, el cristiano renace a una vida
nueva, la cual tiene incluso moralmente unas exigencias nuevas,
como sigue declarando Jesús: "Lo que nace de la carne es carne,
y lo que nace del Espíritu es espíritu" (v. 6).
La tercera afirmación de este párrafo es que únicamente la fe
permite no solamente captar estas realidades, sino
apropiárselas. Es lo que Jesús declara a Nicodemo, que le
pregunta sobre "cómo" puede suceder esto: "Te aseguro que
hablamos de lo que sabemos y atestiguamos lo que hemos
visto, y, a pesar de todo, no aceptáis nuestro testimonio" (vv.
1011). Todo consiste en la capacidad de aceptar el testimonio de
Jesús, que anuncia solamente lo que él ha visto y conoce.

2. EL BAUTISMO NACE DE LA CRUZ. Finalmente, Jesús revela


dónde está la fuente de la eficacia del bautismo, con el que se
nos da el Espíritu: su pasión y muerte, que no son tanto una
derrota como su glorificación. He aquí por qué inmediatamente
después habla de la necesidad de ser "levantado" también él
(vv. 14-16), como la serpiente de bronce en el desierto (cf Núm
21,8ss). Jugando con el doble sentido de ypsóó, que quiere decir
tanto "levantar" físicamente (en la cruz) como "exaltar", es
decir, glorificar, Jesús presenta la muerte de cruz como la
exaltación suprema de su amor, y por eso mismo capaz de
salvar. El bautismo saca toda su fuerza de la muerte en la cruz,
donde se expresa el punto más alto del amor de Cristo a los
hombres, y que el bautizado tiene que reexpresar a su vez en su
propia vida. Parece ser que alude a esto aquella misteriosa
salida de "sangre y agua" que brotó del costado herido de Cristo
en la cruz (Jn 19,34); en efecto, según la interpretación más
común, se aludiría a la eucaristía y al bautismo como frutos
producidos por el árbol de la cruz.

IV. EL BAUTISMO EN LA DOCTRINA DE SAN PABLO. Aquí


enlazamos inmediatamente con san Pablo, que centra toda su
teología del bautismo en la muerte y resurrección del Señor, de
la que es signo sacramental.

1. EL BAUTISMO COMO ASIMILACIÓN A LA MUERTE Y


RESURRECCIÓN DEL SEÑOR. Es fundamental en este sentido el
pasaje de la carta a los Romanos donde el apóstol afirma
solemnemente que el bautismo nos asimila al misterio de la
muerte y resurrección del Señor: "¿No sabéis que, al quedar
unidos a Cristo mediante el bautismo, hemos quedado unidos a
su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo y
morimos, para que así como Cristo fue resucitado de entre los
muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos
en nueva vida. Pues si hemos llegado a ser una sola cosa con él
por una muerte semejante a la suya, también lo seremos, por
una resurrección parecida. Sabemos que nuestro hombre viejo
ha sido crucificado con él para que el cuerpo del pecado sea
destruido, a fin de que no seamos ya esclavos del pecado..."
(Rom 6 3-6).

En este texto hay dos afirmaciones de especial importancia. La


primera es que verdaderamente, de manera misteriosa, el
bautismo nos hace participar de la muerte, sepultura y
resurrección del Señor. Sigue siendo un misterio cómo se hace
esto. Pero creo que se puede pensar en una comunicación con
efectos salvíficos de aquel gesto supremo de amor: no es la
reproducción en nosotros de aquellos hechos, sino la
apropiación, en virtud del sacramento, de su densidad salvífica.

Pero esto supone -y es ésta la segunda afirmación- que, en


virtud de esta participación, se da en el cristiano una
transformación moral: un continuo morir al pecado, para
"caminar en novedad de vida", iniciando ya desde ahora ese
proceso de transformación que culminará con la resurrección de
nuestro propio cuerpo. Obsérvese ese futuro: "Si hemos llegado
a ser una sola cosa con él por una muerte semejante a la suya,
también lo seremos  por una resurrección parecida" (v. 5).

Quizá en este clima de exaltación del bautismo es cómo se


practicaba en Corinto un extraño "bautismo por los muertos"
(1Cor 15,29), como para garantizar a los que habían muerto
antes de recibirlo una especie de salvoconducto para la
resurrección final.

Así pues, el bautismo es como la síntesis de nuestro ser de


cristianos, que nos marca hasta la resurrección final, poniendo
en movimiento todos los mecanismos de nuestra actuación
moral: No hay que olvidar que todo esto esta bajo el signo de la
fe, que constituye el núcleo de toda la carta a los Romanos.

2. EL BAUTISMO NOS HACE HIJOS DE Dios. Este tema vuelve a


tratarse en la carta a los Gálatas, para decir que el bautismo, no
separado nunca de la fe, al insertarnos en Cristo, nos hace a
todos hijos de Dios, que deben, sin embargo, intentar reproducir
en sí su fisonomía; el texto habla de "revestirse" de Cristo:
"Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; pues los que
habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo.
No hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni
mujer, pues todos vosotros sois uno (eis) en Cristo Jesús" (Gál
3,2628).

Por el contexto es evidente que el bautismo, unido siempre a la


fe, produce en nosotros tres efectos: nos hace "hijos de Dios" a
través de Cristo, que es el único Hijo verdadero; nos hace
"revestirnos" de él, expresión sugestiva para decir que hemos de
asimilarlo de tal manera que lo sepamos reexpresar en nuestras
acciones; suprime todas las diferencias de raza, de cultura, de
sexo, para hacer de todos nosotros un "solo ser" nuevo en
Cristo. Tal es el sentido del término griego eís (=una sola
persona), que es masculino: el bautismo es el que forma la
comunidad eciesial, eliminando todos los elementos
discriminatorios.

Inmediatamente después, san Pablo hace ver las metas


ulteriores que exige y propone nuestra adhesión a Cristo en el
bautismo: "Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo,
nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para que redimiese a
los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la
condición de hijos adoptivos. Y como prueba de que sois hijos,
Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que
clama: Abba!,  ¡Padre! De suerte que ya no eres esclavo, sino
hijo; y si eres hijo, eres también heredero por la gracia de Dios"
(4,4-7).

El bautismo vuelve a crearnos y nos reconstruye a la manera


trinitaria: entrando en contacto con Cristo, nos hacemos hijos
del Padre, que nos da su Espíritu.

3. EL BAUTISMO COMO NUEVA CIRCUNCISIÓN. La realidad del


bautismo es el presupuesto de todas las exigencias morales que
Pablo propone a sus cristianos, los cuales tienen que vivir
dignamente como miembros del pueblo de Dios. Quizá por esto
lo presenta también como una forma de circuncisión, viendo en
semejante expresión, que recuerda la antigua práctica judía, no
sólo una nueva forma de agregación al nuevo Israel que es la
Iglesia, sino también una voluntaria consagración al bien,
arrancando de nosotros mismos toda raíz de mal.
En la carta a los Colosenses, después de haber dicho que los
cristianos son como llenados de Cristo por la fe, continúa: "En él
también fuisteis circuncidados con una circuncisión hecha no por
la mano del hombre, sino con la circuncisión de Cristo, que
consiste en despojaros de vuestros apetitos carnales. En el
bautismo fuisteis sepultados con Cristo, habéis resucitado
también con él por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de
entre los muertos" (Col 2,11-14).

Es evidente la vinculación que establece el apóstol entre la


circuncisión y el bautismo en este lugar, no ya para reproducir
esa circuncisión con un rito distinto, sino para aplicar su
simbolismo a la realidad nueva introducida por Cristo: hay algo
que debe ser cortado y echado de nosotros, es decir, nuestras
culpas; se produce en nosotros una especie de muerte ("fuisteis
sepultados con Cristo"); se realiza una vida nueva resucitando
con Cristo. Nótese además que todos estos hechos no se
expresan en futuro, sino en pretérito ("habéis resucitado", etc.):
señal de que expresan una realidad ya en acto. El bautizado vive
ya la dimensión escatológica de su fe, aunque no se haya
desvelado ésta todavía.

Es lo que se percibe con mayor evidencia todavía cuando, poco


después, Pablo exhorta a aquellos cristianos: "Por consiguiente,
si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba,
donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; pensad en las
cosas de arriba, no en las de la tierra. Vosotros habéis muerto, y
vuestra vida está escondida con Cristo en Dios..." (Col 3,1-4).
También aquí aparece de forma explícita la dialéctica muerte y
resurrección, como una realidad ya operante; lo que pasa es que
ahora en la vida del cristiano tiene que aparecer más este
misterio de muerte y de "ocultamiento" en Cristo, que dice
superación del pecado, para que a su debido tiempo se
manifieste en plenitud la "gloria" de la futura resurrección.

4. EL BAUTISMO COMO LAVATORIO., Siguiendo en el terreno de


los escritos paulinos (o en los que se le atribuyen de alguna
manera), nos parece muy importante el testimonio de la carta a
Tito que, de hecho, aunque con términos nuevos, se mueve en
la línea de la enseñanza expuesta hasta ahora: "Pero Dios,
nuestro salvador, al manifestar su bondad y su amor por los
hombres, nos ha salvado, no por la justicia que hayamos
practicado, sino por puro amor, mediante el bautismo
regenerador y la renovación del Espíritu Santo, que derramó
abundantemente sobre nosotros por Jesucristo, nuestro
salvador, a fin de que, justificados por su gracia, seamos
herederos de la vida eterna, tal y como lo esperamos" (Tit 3,4-
7).

Haciendo remontar todo el misterio de nuestra salvación a la


bondad y a la misericordia del Señor y no a nuestras pretendidas
obras de justicia, el autor afirma que esto se ha verificado en el
signo sacramental del bautismo, el cual ha realizado
verdaderamente con el simbolismo del rito la regeneración del
cristiano; se trata de un lavatorio (loutrón), que debe purificar y
limpiar, pero también de una especie de germen de vida que nos
regenera, separándonos de nuestra vida anterior, y nos renueva
dándonos el don del Espíritu, que es Espíritu de novedad y de
vida. Todo esto es ya realidad, pero espera su maduración en la
vida eterna; por eso somos "herederos de la vida eterna, tal y
como lo esperamos" (v. 7). Una vez más, el bautismo aparece
con toda su riqueza de significado, con la realidad de sus efectos
salvíficos, pero también con su falta de plenitud es signo de un
"más allá", que todavía está por venir.

Otra referencia al bautismo como lavatorio la tenemos en Ef


5,26 en donde, al hablar de la Iglesia, se dice que Cristo se
entregó a ella "a fin de purificarla por medio del agua del
bautismo y de la palabra". Dado el contexto nupcial, es casi
seguro que se aluda aquí al baño ceremonial que la novia tenía
que hacer para prepararse al matrimonio.

Para la Iglesia, esposa de Cristo, este baño es el bautismo: la


"palabra" que la acompaña aludiría a la profesión de fe, que el
catecúmeno pronunciaba solemnemente en aquella ocasión.

El tema del bautismo como lavatorio no sólo del cuerpo, sino


sobre todo del corazón, lo tenemos también en Heb 10,22,
donde se dice que, teniendo a Cristo como sumo sacerdote,
podemos ahora acercarnos a Dios "con un corazón sincero, con
fe perfecta, purificados los corazones de toda mancha de la que
tengamos conciencia, y el cuerpo lavado con agua pura".

V. EL BAUTISMO EN LA PRIMERA CARTA DE PEDRO. Antes de


concluir, nos gustaría recordar algunas alusiones al bautismo
que aparecen en la primera carta de Pedro, que algunos autores
(P. Boismard, etc.) consideran incluso, al menos en los cuatro
primeros capítulos, como una especie de catequesis pascual,
dirigida sobre todo a los recién bautizados, que son llamados
"niños recién nacidos" (2.2).

1. EL BAUTISMO COMO "ANTITIPO" DEL DILUVIO. El texto más


explícito es aquel donde el autor -después de introducir una
referencia a una bajada misteriosa de Cristo a los infiernos para
"anunciar la salvación incluso a los espíritus que estaban en
prisión y que se habían mostrado reacios a la fe en otro tiempo,
en los días de Noé, cuando Dios esperaba con paciencia
mientras se construía el arca, en la cual unos pocos, ocho
personas, se salvaron del agua" (3,1920)- se basa precisamente
en el diluvio para decir que el bautismo estaba de alguna
manera prefigurado en aquel dramático suceso de destrucción y
de salvación al mismo tiempo: "Esa agua" presagiaba
(era antítypon)  el bautismo, que ahora os salva a vosotros, no
mediante la purificación de la inmundicia corporal, sino mediante
la súplica hecha a Dios por una conciencia buena, la cual recibe
su eficacia de la resurrección de Jesucristo, el cual, una vez
sometidos los ángeles, las potestades y las virtudes, subió al
cielo y está sentado a la diestra de Dios" (3,2122).

Es evidente que aquí se toma del diluvio, como fuerza simbólica,


no sólo el recuerdo del agua, sino también su capacidad de
salvación para las ocho personas encerradas en el arca que se
salvaron (diesóthésan),  pero no su fuerza destructora. Además,
se explica también así con mayor claridad en qué consiste esa
"salvación" (sózei,  salva): no se trata de una purificación de las
inmundicias del cuerpo, sino de la creación de una "conciencia
buena" para con Dios, que se manifestaba en el interrogatorio
inicial (eperótéma,  pregunta) con que se introducían en el
bautismo los catecúmenos, precisamente para responsabilizarles
de lo que hacían. Era una "nueva creación" lo que entonces
empezaba para el recién bautizado, una especie de "antidiluvio":
la salvación, en lugar de la destrucción (diluvio).

Todo esto es posible en virtud de la resurrección de Cristo, el


cual, "sentado a la diestra del Padre", puede comunicar su vida
inmortal a los que creen en su nombre. Todo bautizado debe
vivir como resucitado, dominando, lo mismo que Cristo, todas
las "potestades" del mal y del pecado (v. 22). En cierto sentido
podemos decir que el bautizado pertenece ya al mundo futuro,
aun viviendo en el presente eón, hecho de malicia y de pecado.

2. EL BAUTISMO Y EL SACERDOCIO UNIVERSAL. En la misma


carta tenemos otra alusión al bautismo, aun cuando no aparezca
este nombre, con toda la riqueza de vida nueva, de exigencias
morales, de compromiso para construir la "casa de Dios"; se
trata del párrafo en que el autor habla del sacerdocio de los
fieles: "Desechad toda maldad, todo engaño y toda clase de
hipocresía, envidia o maledicencia. Como niños recién nacidos,
apeteced la leche espiritual no adulterada, para que alimentados
con ella crezcáis en orden a la salvación, ya que habéis
experimentado qué bueno es el Señor. Acercaos a él, piedra
viva, rechazada por los hombres, pero escogida y apreciada por
Dios; disponeos como piedras vivientes, a ser edificados en casa
espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer víctimas espirituales
agradables a Dios por mediación de Jesucristo" (2,1-5).

La imagen del "niño recién nacido" recuerda la idea de


inocencia, de sencillez, de abandono confiado, de docilidad; el
bautizado debe poseer esta actitud no sólo en los comienzos,
sino durante toda su vida. Además, fundamentalmente se trata
de la docilidad a la palabra de Dios, expresada aquí por la
imagen de la leche, que el niño desea ardientemente para su
nutrición y su crecimiento.

El bautismo, por otra parte, no es una realidad aislada, sino una


construcción en Cristo, junto a los demás creyentes, para formar
un templo espiritual, donde puedan ofrecerse a Dios los
sacrificios espirituales que constituyen las buenas acciones y la
santidad de la vida, de la que Cristo no sólo es maestro, sino
sobre todo modelo insuperable.

El "sacerdocio de los fieles", que representa la forma más radical


de consagración a Dios y exige una revaloración del laicado
dentro de la Iglesia, se da en el bautismo, que encuentra allí su
raíz (cf también 2,9-10) y abre a todos un amplio espacio de
trabajo en la viña del Señor. Volviendo al bautismo, con todo lo
que éste significa y da, es como la Iglesia advertirá el deber de
valorar los carismas de todos, sin encerrarse ya en clericalismos
anacrónicos. La recuperación del bautismo es la obra más
urgente en el rejuvenecimiento de toda la pastoral de la Iglesia
de nuestros días.

BIBL.: AA.VV., Il Battesimo, en "Parole di vilo" 4 (1973);.AA.VV.


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Spirito, Marietti, Turín 1975.

S. Cipriani
Bautismo en la Teología
Sistemática
2020, 16 abril por Fidel Sambrano Salguero

Bautismo en la Teología Sistemática


Este elemento es una expansión del contenido de los cursos y guías de Lawi.
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Bautismo en la Teología Sistemática en Relación a


Teología
En este contexto, a efectos históricos puede ser de interés lo siguiente: [1] El
Bautismo es un sacramento (véase, si se desea, más sobre este último termino en
la plataforma general) instituido por Jesucristo, que devuelve al hombre la amistad
con Dios, perdida por el pecado original, mediante una regeneración espiritual
obrada por el agua y por el Espíritu Santo. Véase el significado etimológico de la
palabra bautismo en I, 1. Aquí estudiamos: 1. Institución por Cristo. 2. Estructura
teológica del bautismo 3. Efectos. 4. Ministro. 5. Sujeto del bautismo 6. Necesidad
del bautismo 7. Condiciones de validez y licitud del bautismo 8. El bautismo en las
confesiones cristianas no católicas.
1. Institución por Cristo. Puede decirse que la institución del bautismo como
sacramento, hecha por Jesucristo, se asienta sobre la universal inclinación del
hombre a expresar y conocer las realidades suprasensibles (como son las
espirituales, y más aún las sobrenaturales) por medio de signos y símbolos. El
baño es un símbolo religioso primario que expresa que el hombre debe estar
limpio y que continuamente debe purificarse para comparecer ante Dios; así se
explican las diversas «prácticas bautismales» estudiadas por la historia de las
religiones (véase en esta plataforma: I y II, 1).Si, Pero: Pero el bautismo instituido
por Cristo no deriva de esos baños, sagrados o purificatorios, practicados en
algunos grupos religiosos; las características, e incluso la práctica, del bautismo
cristiano son originales (unicidad e irrepetibilidad, consecuencia de su carácter
esencial constitutivo), como lo son su sentido y efectos sobrenaturales (cfr. I, 4 y
ii). Aunque sí puede decirse que Cristo de alguna manera recoge esas «prácticas
bautismales», dándoles contenido y significación nuevas. Sería un ejemplo más del
conocido principio teológico de que la gracia y la revelación no destruyen la
naturaleza humana y sus necesidades, sino que las suponen y las perfeccionan
dándoles su acabamiento. El bautismo está intrínsecamente ligado a la obra
histórica de salvación de Jesús, la cual, de una vez y para siempre, purificó a los
hombres de toda culpa.
El bautismo instituido por Jesucristo fue significado y profetizado en el Antiguo
Testamento mediante diversas figuras y vaticinios. Zacarías afirma que llegará un
día en que «habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes
de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia» (Zach 13, 1).
Isaías hace también una alusión profética al bautismo (Is 44, 34), mientras
Ezequiel, refiriéndose a la nueva alianza que sustituiría a la antigua (véase en esta
plataforma: ALIANZA II), pone en boca de Dios estas palabras: «os rociaré con
aguas puras y os purificaré de todas vuestras impurezas, de todas vuestras
idolatrías. Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo; os
arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de
vosotros mi Espíritu» (Ez 36, 2527). Además el Antiguo Testamento, «sombra de
las cosas futuras» (Col 2, 17), está lleno también de hechos que prefiguran el
bautismo cristiano; en efecto, «la Revelación se realiza por obras y palabras
intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación
manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a
su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio» (Vaticano II, const.
Dei Verbum, 2). Así, se consideran figuras del bautismo la circuncisión (véase, si se
desea, más sobre este último termino en la plataforma general), el paso del mar
Rojo, el agua sacada de la roca por Moisés, el paso del Jordán, etc. Cada una de
estas figuras expresa de un modo particular algunas características del B.: el
perdón del pecado original, la pertenencia del bautizado al Pueblo de Dios, la
liberación de la esclavitud del pecado y la consecución de la vida de la gracia, las
aguas regeneradoras que apagarían la sed de los hombres, etc.
El Nuevo Testamento narra la realización de todas estas promesas y figuras, en la
institución por Cristo del sacramento del B.; institución que forma parte de la fe de
la Iglesia, proclamada solemnemente en diversas ocasiones (p. ej., en el Concilio
de Trento, cfr. Denz.Sch. 1601).Entre las Líneas En cuanto al momento preciso de
esa institución, la explicación más común lo sitúa poco antes de la Ascensión de
Jesucristo («id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo», Mt 28, 19). Antes, lo había ido anunciando,
revelándolo a los Apóstoles poco a poco, como todos los misterios
sobrenaturales, y dando a conocer progresivamente los diversos aspectos del
sacramento (véase en esta plataforma: II, 2 y 3). El primer anuncio es el de Juan
Bautista, cuando Cristo comenzó su ministerio público: «yo os bautizo con agua
para moveros a penitencia; pero el que ha de venir después de mí. ha de
bautizaros en el Espíritu Santo y en el fuego» (Mt 3, 11). El de Juan no es todavía el
bautismo cristiano, sino un bautismo de penitencia que sirve para suscitar e
indicar las disposiciones requeridas por el bautismo cristiano: apartamiento del
pecado, fe en el Mesías prometido. El bautismo de Jesús en el jordán es otro
momento de esa revelación; se muestra entonces que la fuente de la regeneración
bautismal es la Santísima Trinidad, hecha presente de modo visible en la teofanía
del jordán descrita por los evangelistas: «bautizado Jesús, al instante que salió del
agua se le abrieron los cielos, y vio bajar el Espíritu de Dios a manera de paloma, y
posar sobre Él. Y se oyó una voz del cielo que decía: Éste es mi Hijo querido en
quien Yo me complazco» (Mt 3, 1617). También se indica aquí el efecto propio del
B.: filiación divina y apertura de las puertas del cielo. El coloquio de Jesús con
Nicodemo (lo 3, 5 ss.) da a conocer de modo preciso que el bautismo cristiano es
fruto del agua y del Espíritu Santo, y que es absolutamente necesario para
alcanzar la salvación. También en otros momentos de su vida, Jesucristo alude a
esté sacramento. Y en el agua que manó del costado abierto de Cristo en la cruz
(lo 19, 34), los Padres de la Iglesia han visto simbolizado, unánimemente, el B.
El mandato de Jesucristo fue enseguida puesto en práctica por la Iglesia. Los
Hechos de los Apóstoles narran cómo inmediatamente después de Pentecostés
son bautizadas más de tres mil personas (Act 2, 41), que mediante este rito son
agregadas a la naciente Iglesia. Ya entonces el bautismo cristiano se distingue
perfectamente del bautismo predicado por Juan (como los Apóstoles mismos se
preocupan de subrayar) porque, mientras el bautismo de Juan sólo movía a
penitencia, el bautismo de Cristo perdona realmente los pecados y otorga el
Espíritu Santo (Act 2, 38; 19, 36). Se distingue también de las diversas abluciones
rituales judaicas y de los ritos purificatorios de los paganos (véase en esta
plataforma: i; PURIFICACIÓN I y II). La Sagrada Escritura, especialmente los Hechos
de los Apóstoles, dicen que este bautismo se realizaba «en el nombre de Jesús»;
pero esto no quiere decir, según la opinión más común, que no se empleara la
fórmula trinitaria impuesta por el mismo Cristo, sino que se administraba con la
autoridad de Jesucristo y bajo su mandato, en unión con Él y por su virtud (véase
en esta plataforma: ii).

Puntualización

Sin embargo, la polémica de algunos Padres contra la fórmula «en el nombre de


Jesús» (Orígenes, In Romanos, 5, 8: Cipriano, Epístola 73, 18; Basilio, De Spiritu
Sancto 12, 28) puede significar que esa expresión se había usado como fórmula
bautismal en algunas partes; su equivalencia a la fórmula trinitaria parece que fue
defendida por algunos Padres y teólogos en determinados casos.
2. Estructura teológica del Bautismo. La reflexión teológica sobre los textos
bíblicos ha llevado a distinguir tres elementos fundamentales en la estructura de
los sacramentos: el signo sacramental («sacramentum tantum»), la realidad
contenida y significante («res et sacramentum») y la realidad contenida y
significada («res tantum»).
A. El signo sacramental. Lo que la teología ha dado en llamar «sacramentum
tantum» no es otra cosa que el mismo signo externo y material por el que toda la
realidad sacramental se hace presente y operante entre los hombres (véase en
esta plataforma: SIGNO III y Iv). Se distingue siempre un elemento material o
materia del sacramento, y un elemento formal, las palabras u otro acto sensible
que determinan y se aplican a aquella materia. El elemento material del bautismo
es el agua natural, perfectamente apta para significar el efecto purificador propio
del B.; es lo que los teólogos llaman materia remota; la materia próxima sería el
hecho mismo de derramar ese agua sobre el sujeto del sacramento. Las palabras
pronunciadas por el ministro en el momento de derramar el agua sobre el sujeto,
son la forma del B., y determinan plenamente el significado de ese lavado con
agua. Ya el Concilio Romano del 382 recalcaba que la fórmula necesaria para la
validez del bautismo es: «Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo», según había declarado el mismo Jesucristo.

Secuencia

Posteriormente, lo reafirman múltiples documentos de la Iglesia, principalmente


los Concilio Florentino y Tridentino. Las Iglesias católicas orientales, en lugar de la
forma indicativa «yo te bautizo.», utilizan la forma deprecativa «es bautizado.»,
igualmente válida porque manifiesta claramente que el rito se realiza en nombre y
con el poder de las tres Personas divinas (cfr. Concilio Florentino, bula Exultate
Deo, 22 nov. 1439: Denz.Sch. 1314).
Estos elementos esenciales del rito bautismal (materia y forma) se acompañan de
múltiples ceremonias que pretenden significar lo que ocurre en el alma del
bautizado: exorcismos, degustación de la sal, etc. (véase en esta plataforma:
IV).Entre las Líneas En cuanto al hecho mismo de la ablución, en los primeros
tiempos de la Iglesia, y hasta bien entrada la Edad Media, el bautismo se
administraba por inmersión: todo el cuerpo del neófito se sumergía en el agua,
significándose de este modo que moría al pecado y resucitaba a la vida de la
gracia, según el conocido texto de S. Pablo: «¿no sabéis que cuantos hemos sido
bautizados en Jesucristo fuimos bautizados en su muerte? En efecto: por el
bautismo hemos sido sepultados con Él muriendo al pecado.» (Rom 6, 34). Este
simbolismo se hacía más evidente sumergiendo por tres veces al bautizado en el
agua bautismal, para representar los tres días que el cuerpo muerto de Jesucristo
permaneció en el sepulcro. Durante la Edad Media surgió la costumbre de
administrar el bautismo por infusión, derramando el agua sobre la cabeza del
sujeto; el agua así derramada debe dejarse correr, de modo que se signifique bien
el efecto de lavado propio del bautismo Aún es posible una tercera forma, el
bautismo por aspersión, mucho menos utilizada que las anteriores.
B. La realidad contenida y significante: el carácter. La segunda característica de
todo sacramento es lo que la teología llama «res et sacramentum»; una realidad
interior producida y significada por la aplicación del signo sacramental, que a su
vez significa y produce otra realidad, la gracia, más intrínseca.Entre las Líneas En el
caso del B., la «res et sacramentum» es el carácter: signo o marca espiritual
indeleblemente impreso en el alma. El bautismo nunca se reitera, se da una sola
vez, lo que quiere decir que imprime carácter. El carácter bautismal, pues, es
indeleble, y obra la incorporación del bautizado a la Iglesia, distinguiéndole de los
que no forman parte del Pueblo de Dios (véase, si se desea, más sobre este
último termino en la plataforma general) y dándole un status jurídico peculiar,
como fiel cristiano, en el seno de la comunidad eclesial, que le hace sujeto de
determinados derechos y deberes (véase en esta plataforma: IGLESIA III, 2). El
carácter bautismal es el fundamento último de la igualdad radical de todos los
cristianos en el seno del Cuerpo Místico (véase, si se desea, más sobre este
último termino en la plataforma general) de Cristo, igualdad sobre la que se
edifica la diversidad funcional inherente a la condición jerárquica de la Iglesia.
Desde el punto de vista ontológico, el carácter es un accidente que afecta
intrínsecamente al alma; según la doctrina de S. Tomás de Aquino, es una cualidad
a modo de potencia. Desde el punto de vista teológico, en cuanto potencia pasiva,
da derecho a recibir los demás sacramentos: el bautismo es por eso «puerta de
todos los sacramentos», como señalan los Santos Padres.Entre las Líneas En
cuanto potencia activa, el carácter bautismal hace partícipe al hombre del oficio
sacerdotal, profético y real de Jesucristo (véase, si se desea, más sobre este
último termino en la plataforma general).Entre las Líneas En el carácter bautismal,
por tanto, se fundamenta el derecho y el deber, inherente a la misma condición
cristiana, de ofrecer el sacrificio eucarístico; de enseñar a los hombres el camino
de la salvación, con la palabra y con el ejemplo; de contribuir a la consecratio
mundi mediante la santificación del trabajo y demás realidades temporales (véase
en esta plataforma: LAICOS I y II; IGLESIA III, 46; APOSTOLADO; TRABAJO
HUMANO VII).
C. La realidad contenida y significada: la gracia. La «res tantum» del bautismo es,
como en todos los sacramentos, la gracia santificante, participación creada de la
naturaleza increada de Dios (véase en esta plataforma: GRACIA SOBRENATURAL).
La gracia dada por el bautismo se llama primera porque antes de recibirlo el
hombre se halla en estado de pecado, de enemistad con Dios, incompatible con el
estado de gracia; y a los sacramentos que la conceden, bautismo y Penitencia, se
les llama sacramentos de muertos, a diferencia de los demás sacramentos,
llamados de vivos por presuponer necesariamente la vida sobrenatural en el alma.
Por la gracia habitual o santificante, que reviste el alma del bautizado y la
perfecciona con las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo, el hombre queda
justificado (véase en esta plataforma: JUSTIFICACIÓN), es decir, «se convierte de
injusto en justo, y de enemigo en amigo, para ser heredero según la esperanza de
la vida eterna» (conc. de Trento: Denz.Sch. 1528).
Junto a la gracia habitual o santificante, el bautismo concede, como los demás
sacramentos, una gracia sacramental específica, necesaria para que el bautizado
viva dignamente su nuevo modo de existencia «en Cristo». Por la gracia
sacramental se diversifican entre sí los sacramentos (cfr. Concilio de Trento, sess.
VII, can. 3; Denz.Sch. 1603). Los teólogos difieren en sus explicaciones sobre el
constitutivo formal de la gracia sacramental (véase en esta plataforma: GRACIA
SOBRENATURAL I; SACRAMENTOS II); en todo caso, es una gracia que configura
con Cristo al que recibe el sacramento, de un modo peculiar y propio en cada uno
de ellos.Entre las Líneas En el caso del B., y de acuerdo con el principio general de
que «los sacramentos hacen lo que significan», la gracia sacramental configura al
hombre con Cristo muerto y resucitado, según se deduce del simbolismo propio
de este sacramento, corroborado por la catequesis de San Pablo en varias de sus
epístolas (cfr. Roni 6, 48; Col 2, 1112; Gal 3, 27) y recogido en el Magisterio de la
Iglesia. «Por el sacramento del B., enseña el Concilio Vaticano II, debidamente
administrado según la institución del Señor y recibido con la requerida disposición
del alma, el hombre se incorpora realmente a Cristo crucificado y glorioso y se
regenera para el consorcio de la vida divina, según las palabras del Apóstol: `con Él
fuisteis sepultados en el B., y en Él, asimismo, fuisteis resucitados por la fe en el
poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos’ (Col 2, 12)» (Decr. Unitatis
redintegratio, 22).
3. Efectos. Como acto de Cristo, el bautismo aplica al que lo recibe la obra
redentora, le hace participar en el misterio mismo de la salvación. El bautismo es
un encuentro personal con Jesucristo Señor, que introduce al mismo tiempo en la
vida de la Trinidad (véase, si se desea, más sobre este último termino en la
plataforma general) Santísima y en el Cuerpo místico de Cristo (se puede repasar
algunas de estas cuestiones en la presente plataforma online de ciencias sociales y
humanidades). Filiación divina e incorporación a la Iglesia son simétricas y
complementarias; la gracia es dada con vistas a la edificación del Cuerpo de Cristo.
Ya se ha explicado, al hablar del carácter y de la gracia, lo que el bautismo realiza
en el alma del bautizado. Resumiendo esos dos efectos principales, podemos decir
que por el carácter bautismal se incorpora el cristiano a la Iglesia y, hecho
miembro del Cuerpo Místico de Cristo, pasa a formar parte del Pueblo de Dios,
con una misión concreta que debe realizar a lo largo de su vida: «los fieles,
incorporados a la Iglesia por el B., quedan destinados por el carácter al culto de la
religión cristiana; y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar
delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia» (Vaticano
II, const. Lumen gentium, 11). Por la gracia recibida, en cambio, el cristiano se
configura con Jesucristo, su modelo; de modo especial, con su muerte y su
resurrección. Esta doble incorporación, a Cristo, y por Él a la Trinidad, y a la Iglesia
es el hecho fundamental sucedido en el B., que transforma radicalmente y para
siempre la vida humana. De aquí se deducen de modo inmediato los tradicionales
efectos del bautismo que estudia la teología moral:
El mismo rito del bautismo indica ya que la configuración con Cristo obrada en
este sacramento es a modo de regeneración espiritual, como decía Jesús a
Nicodemo: «quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en
el Reino de Dios» (lo 3, 5). Este nuevo nacimiento en el Espíritu es el fundamento
de la filiación divina (véase, si se desea, más sobre este último termino en la
plataforma general) alcanzada en el bautismo «Y~ así, por el Bautismo, los
hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con Él, son
sepultados con Él y resucitan con Él; reciben el espíritu de adopción de hijos, `por
el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre!’ (Rom 8, 15), y se convierten así en los verdaderos
adoradores que busca el Padre» (Vaticano II, const. Sacrosanctum Concilium, 6).
Esta adopción lleva consigo la aniquilación de todo lo que era pecado en el alma
del hombre, y la infusión de la gracia.Entre las Líneas En efecto, «al ser
incorporados a la pasión y muerte de Cristo por el B., según la expresión de S.
Pablo: `si hemos muerto con Él, también viviremos con Él’ (Rom 6, 8), es evidente
que a todo bautizado se le aplican los méritos redentores de la pasión de Cristo
como si Él mismo hubiese padecido y muerto» (S. Tomás, Sum. Th. 3 q69 a2). Y
como la muerte de Cristo tiene un efecto universal, que alcanza a todo pecado y a
toda pena, en el bautismo se perdonan el pecado original y todos los pecados
personales, así como todo reato de pena eterna y temporal debida por los
pecados (véase en esta plataforma: PECADO III). Simultáneamente, la
configuración con Cristo Resucitado, simbolizada por la emersión del agua
bautismal, indica que la gracia divina, las virtudes infusas (véase en esta
plataforma: VIRTUDES II) y los dones del Espíritu Santo (véase en esta plataforma:
ESPÍRITU SANTO III) Se han asentado en el alma del bautizado, la cual se ha hecho
morada de la Santísima Trinidad. El último efecto, por fin, es la apertura del cielo,
cerrado antes al alma por causa del pecado; por eso, «si los bautizados mueren
antes de cometer culpa alguna, llegan inmediatamente al reino de los cielos y a la
visión de Dios» (conc (se puede repasar algunas de estas cuestiones en la presente
plataforma online de ciencias sociales y humanidades). Florentino, bula Exultate
Deo, 22 nov. 1439: Denz.Sch. 1316).
Todo pecado y toda pena son destruidos, por tanto, en el bautismo Permanecen,
sin embargo, en la naturaleza humana aquellas consecuencias del pecado original
que, si bien proceden de él, no tienen en sí mismas razón de pecado, ya que
formalmente no son privación de ningún don sobrenatural, sino privación de otros
dones ciencia (para un examen del concepto, véase que es la ciencia y que es una
ciencia física), integridad, inmortalidad llamados preternaturales porque superan
las exigencias de la naturaleza humana, aunque no trasciendan el orden natural. El
hombre bautizado sigue sujeto al error, a la concupiscencia y a la muerte.

 Muerte
 Áreas
 Tanatología
Morir es un fenómeno tanto social como fisiológico. Cada sociedad caracteriza y,
en consecuencia, trata la muerte y el morir a su manera, formas que difieren
notablemente. Estos patrones particulares de la muerte y el morir engendran
respuestas culturales modales, y este comportamiento institucionalizado tiene
implicaciones familiares, económicas, educativas, religiosas y políticas.

 Pena de Muerte
 Historia
 Delitos
 Religión
 Clemencia
La pena de muerte es el asesinato de un ser humano sancionado por el gobierno
como castigo por los delitos que ha cometido.
La pena de muerte, también conocida como pena capital, no es legal en la
mayoría de los países, pero sigue siendo legal en un tercio de las naciones,
aunque no todas la aplican. Algunos países, como China, aplican la pena capital a
gran escala. Este recurso examina algunas cuestiones clave, como su historia, su
relación con la religión y la clemencia.

 Pena Capital
 Familias
 Raza
 Inocencia
 Mundo
 Discapacidad
 Alternativas
En una democracia, el contenido de las leyes lo determina el pueblo. Incluso la
constitución puede cambiarse a través del proceso democrático. El sentimiento
público puede medirse a través de las encuestas, pero también se refleja en las
elecciones y los referendos, tanto a nivel local como nacional. El pueblo de la
mayoría de los países democráticos está en contra de la pena capital. Incluso en
Estados Unidos las encuestas de opinión pública muestran que el apoyo a la pena
de muerte (motivo clave en la que se justificaba) se encuentra actualmente cerca
de mínimos históricos, tras haber alcanzado un máximo en 1994 y haber
disminuido desde entonces. Este recurso ofrece información en algunas áreas
importantes del debate sobre la pena capital.

 Muerte
 Áreas
 Tanatología
Morir es un fenómeno tanto social como fisiológico. Cada sociedad caracteriza y,
en consecuencia, trata la muerte y el morir a su manera, formas que difieren
notablemente. Estos patrones particulares de la muerte y el morir engendran
respuestas culturales modales, y este comportamiento institucionalizado tiene
implicaciones familiares, económicas, educativas, religiosas y políticas.

Pero aun así, el bautismo ha sembrado en el cuerpo humano la semilla de una


renovación gloriosa, que incluso puede llegar a superar aquella perfecta libertad
(sujeción de todo el hombre a su alma) de que gozaba por los dones
preternaturales perdidos con el pecado original; al final de los tiempos, cuando el
Señor venga gloriosamente para juzgar a vivos y a muertos (véase en esta
plataforma: PARusíA) se completarán los efectos del bautismo con la redención y
resurrección para la gloria también del cuerpo (cfr. Rom 8, 23): «porque es
necesario que este cuerpo corruptible sea revestido de incorruptibilidad, y que
este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad. Mas cuando este cuerpo mortal
haya sido revestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: la
muerte ha sido absorbida por una victoria» (1 Cor 15, 5354; v. RESURRECCIÓN DE
LOS MUERTOS).

Puntualización

Sin embargo, la perseverancia final es un don que no se recibe con la gracia


bautismal; se requiere el Ulterior auxilio de Dios, que se ha de pedir humilde y
confiadamente, y la cooperación humana mediante la práctica de las buenas
obras, la obediencia a las leyes divinas y eclesiásticas, etc. (véase en esta
plataforma: GRACIA SOBRENATURAL II; PERSEVERANCIA). [rbts name=»teología»]

Recursos
Notas y Referencias

1. Basado parcialmente en el concepto y descripción sobre bautismo en la


teología sistemática en la Enciclopedia Rialp (f. autorizada), Editorial Rialp,
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Véase También

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