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UCAN - LEÓN
CARRERA: Psicología.
TURNO: Sabatino.
ASIGNATURA: Psicoterapia I.
ELABORADO POR:
1.- INTRODUCCIÓN.
La Psicoterapia es el arte de utilizar técnicas y estrategias psicológicas para ayudar a las personas a
encontrar soluciones eficaces a sus problemas desde la conversación y la colaboración entre cliente y
terapeuta, en una relación marcada por el encuentro y el descubrimiento personal de nuevas maneras de
percibir y reaccionar ante la realidad que cada uno de nosotros construye continuamente. Su eficaz
definición parte de la dificultad que se encuentra en la naturaleza compleja y diversa en este campo.
Actualmente existen una multitud de psicoterapias modernas que difieren en cuanto a sus supuestos
subyacentes, focos de tratamiento, objetivos y métodos para alcanzar los propósitos que se plantean. La
diversidad en la psicoterapia también se refiere al "contenido" siendo esta el producto de la interacción
de diversos factores: las características del cliente, del terapeuta y de la relación.
Por lo anterior, y en concordancia con el Perfil de egreso del Programa Académico de la Licenciatura
en Psicología de la Universidad Cristiana Autónoma de Nicaragua, la asignatura de Aprendizaje:
PSICOTERAPIA I, bajo la metodología de la aplicación de estrategias de enseñanza-aprendizaje
crítico interactivo tiene como premisa proporcionar información básica en sesiones de aprendizaje, a
través de espacios expositivo-dialogados, activos y participativos.
1.1. Historia.
Aaron Beck nació en Estados Unidos en 1921, en el seno de una familia de
emigrantes rusos de religión judía. Sus hermanos mayores mueren en una
epidemia de gripe antes de que él naciera y su madre arrastró una depresión
durante largos periodos de su infancia. También él padeció ese problema, así
como algunas fobias a lo largo de su vida.
A partir de ahí, desarrolla la idea de que las personas construyen unos esquemas cognitivos para
interpretar la realidad. Además, las creencias que se aprenden durante la infancia y la adolescencia
parecen fundamentales, porque van a marcar la forma de percibir el mundo el resto de la vida.
Beck incorpora en su teoría clínica los conceptos que la psicología experimental va desarrollando a
partir de la investigación. Concretamente, el modelo de procesamiento de información le servirá para
entender el funcionamiento de la depresión: las personas distorsionan la realidad y tienen una visión
negativa de sí mismas, el mundo y el futuro.
Sus primeros trabajos: Depression: Clinical, experimental, and theoretical aspects [Depresión: aspectos
clínicos, experimentales y teóricos] (1967) y Terapia cognitiva de la depresión (Beck, Rush, Shaw y
Emery, 1979), están dedicados exclusivamente a la depresión. A partir de ahí, el modelo se ha ido
transfiriendo a otros trastornos: ansiedad, dificultades de pareja y trastornos de la personalidad (1990).
Los modelos de Beck y Ellis tienen muchos aspectos en común, y algunas diferencias claras que
consisten en que:
Beck piensa que cada trastorno tiene sus propios contenidos específicos, por lo que hay que trazar su
perfil y usar técnicas diferentes para cada uno. Mientras que Ellis no hace esta diferenciación y piensa
que hay que trabajar los debos sin dar tanta importancia a cuáles sean los síntomas.
La técnica de Beck está más enfocada a que las personas contrasten sus creencias con la realidad y
sean ellas mismas las que busquen ideas alternativas.
El tratamiento de Beck está mucho más estructurado.
Una parte crucial de la teoría de Beck es que, como parte del primer tipo de procesamiento no
voluntario, las personas tenemos pensamientos automáticos que se desencadenan ante experiencias de
la vida cotidiana y que fluyen espontáneamente bastante fuera de nuestro control.
Los esquemas cognitivos son el soporte que almacena nuestras creencias, un concepto amplio que
engloba diferentes construcciones cognitivas (expectativas, reglas, supuestos). Las creencias nos llevan
a hacer evaluaciones de nosotros mismos o de otras personas. Hay una serie de creencias
fundamentales (primal beliefs) que afectan a cuestiones centrales de nuestra existencia (supervivencia,
salud, identidad, relaciones) y otra serie de creencias más intrascendentes que tienen que ver con temas
de la vida cotidiana (Beck y Haigh, 2014). En el pasado, Beck se refería a las creencias fundamentales
con el nombre de esquemas cognitivo-conceptuales o creencias nucleares: visiones que cada persona
tiene sobre sí misma, las otras personas y el mundo (Beck, Rush, Shaw y Emery, 1979). Mientras que
las creencias fundamentales son estables y difíciles de cambiar, porque dan consistencia a nuestra
identidad, las intrascendentes son relativamente fáciles de modificar.
Las creencias pueden clasificarse atendiendo a las siguientes características (Beck y Haigh, 2014):
♦ Accesibilidad. A veces el esquema que contiene la creencia está muy activo y controla toda nuestra
actividad mental. Así, la persona con depresión solo puede pensar en su tristeza, mientras que la que
tiene obsesiones está condenada a vivir para sus rituales («el mundo está contaminado, tengo que
protegerme»). En estos casos es cuando la creencia fundamental que controla la actividad mental
aparece en las situaciones concretas en forma de pensamientos automáticos («he tocado la puerta del
servicio, ahora tendré que lavarme las manos varias veces»).
♦ Relatividad. Las creencias se pueden clasificar en un eje condicional absoluto. Hay creencias que
nos permiten ver la vida con una cierta relatividad («conviene lavarse las manos después de entrar en
un baño») y en el otro extremo estarían las visiones más absolutistas («tengo que lavarme cuatro veces
porque seguro que me he contaminado»). La evolución de los trastornos hace que las creencias sean
cada vez más absolutistas.
♦ Magnitud del sesgo. En qué medida la creencia distorsiona la interpretación de los datos de la
realidad. Ante la misma mancha, la persona puede reaccionar con un pequeño sesgo que puede ser
adaptativo («hay que tener cuidado porque los baños son focos de infección») o con una visión
despegada de la realidad que dificulta la adaptación («el planeta es un lugar infecto, es mejor quedarse
en casa que es el único sitio seguro»).
Los esquemas pueden agruparse en modos: constelaciones de esquemas de diferentes clases que sirven
para manejar demandas complejas; en los modos se conjugan expectativas, reglas, autoevaluaciones y
otros tipos de creencias.
Desde esta perspectiva, pareciera que las personas únicamente reaccionan ante el entorno, cuando en
realidad una gran parte de la conducta humana no es reactiva: somos constructores activos de nuestro
entorno (cambiamos el mundo) y artífices de nuestras ideas (nos cambiamos a nosotros mismos). Y ese
ser activo dirige su conducta creando objetivos y la impulsa a través de expectativas y motivaciones.
En esta nueva conceptualización se describen dos modos básicos:
Modo autoexpansivo. Responde a nuestro interés de aumentar nuestra valía, que hace que nos
impongamos objetivos para conseguir éxitos laborales o relacionales. La consecución de éxitos nos
produce placer y aumentos de autoestima, y el fracaso se asocia a malestar y disminución de la
seguridad.
Los modos agrupan una variedad de esquemas: desde objetivos formulados como creencias simples
(«tengo que ser una buena madre»), pasando por expectativas («y esto es lo más importante para mí en
este momento») que suelen expresarse en creencias condicionales («y si lo consigo habré triunfado en
la tarea más importante de mi vida»); o creencias motivacionales que gobiernan la acción y pueden
concretarse en imperativos («tengo que sacar tiempo como sea para estar con mi hija»); y, por último,
esquemas autoevaluativos («no lo estoy haciendo bien y eso dice poco de mí misma»).
Modo de autoprotección. Nos hace estar alerta para detectar posibles amenazas y estar preparados
para afrontarlas. El papel del procesamiento automático es esencial en este modo. La percepción rápida
de peligro produce una respuesta de activación (ansiedad) asociada a emociones de miedo o ira que nos
conducen a actuar: o bien luchando o bien huyendo de la situación. El modo incluye creencias sobre lo
que debe considerarse como peligroso y sobre cuál es el grado de peligro asociado, dependiendo del
riesgo que la amenaza supone (daño potencial y probabilidad subjetiva de ocurrencia). La evaluación
de la amenaza depende también de la percepción de los propios recursos (personales o relacionales)
que se tienen para afrontarla: si el peligro es grande pero la persona se siente capaz de afrontarlo, la
amenaza se percibe como más manejable.
3.- Patología.
Para entender el funcionamiento patológico de la mente, Beck propone lo que denomina el modelo
cognitivo genérico (MCG), una teoría que explica la patología como producto de la interacción entre
cuatro componentes (Beck y Haigh, 2014):
Una situación concreta (hablar en público), activa una creencia («yo no soy bueno haciendo esto y
todo el mundo me está mirando»), unos sesgos cognitivos («esto solo puede acabar mal») y
atencionales (atención a sensaciones internas de nerviosismo y a indicadores externos de
desaprobación en el público), que hacen que se ponga en marcha una determinada conducta
(rumiación para intentar estar preparados y huida ante cualquier señal interna o externa de peligro).
Para Beck los trastornos psicológicos son, en última instancia, el resultado de un funcionamiento
exagerado de los mecanismos que habitualmente nos sirven para adaptarnos a las situaciones (Beck y
Haigh, 2014). En condiciones normales los sistemas cognitivo, emocional y conductual funcionan para
satisfacer nuestras necesidades.
Tenemos afectos que nos sirven para regular nuestras relaciones. Por ejemplo, experimentamos placer
ante los éxitos, la ansiedad nos señala la existencia de un peligro, sentimos tristeza ante la pérdida o el
fracaso, y la ira nos induce a enfrentar peligros y ofensas.
Las emociones están conectadas con estrategias de afrontamiento (conductas) acordes a la situación:
evitamos situaciones que superan nuestras capacidades, escapamos del peligro o luchamos para
afrontarlo, buscamos ayuda cuando nos sentimos mal, nos preocupamos ante problemas que necesitan
ser solucionados y nos damos por vencidos ante los irresolubles.
3.2. La situación.
El estímulo desencadenante puede ser una situación externa o una activación interna. El estímulo
externo puede ser un suceso concreto (una ruptura de pareja, un fracaso laboral) o una situación (un
ascensor, un centro comercial repleto de gente, una presentación en clase). El desencadenante interno
puede ser un recuerdo o un pensamiento o una sensación somática (dolor, nerviosismo).
Los trastornos psicológicos son el resultado de una combinación de factores biológicos y ambientales
que determinan el tipo de esquemas que construimos (Beck y Haigh, 2014).
La genética hace que algunas personas reaccionen con mayor activación ante acontecimientos
negativos. El ambiente, y concretamente las personas del entorno, determinan el sesgo de las creencias
(aprendemos a preocuparnos en exceso, a ser desconfiados, o a ser perfeccionistas y criticarnos si
nuestro desempeño no es el adecuado).
Algunos de estos aprendizajes están también socialmente reforzados, por ejemplo: la preocupación es
buena porque nos mantiene a salvo y el perfeccionismo ayuda a triunfar laboralmente. El resultado es
que las personas acaban construyendo todo un sistema de creencias desde el que interpretan
erróneamente la realidad.
La terapia cognitiva diferencia entre tres tipos de cogniciones que hay que tener en cuenta para
entender los trastornos psicológicos (J. S. Beck, 1995a):
1. Creencias nucleares. Son los llamados esquemas cognitivo-conceptuales y, para Beck, son el
aspecto central para entender los trastornos psicológicos. Este tipo de cogniciones están en la base de
los problemas y son el producto de aprendizajes muy tempranos del niño. Contienen ideas negativas,
rígidas, incondicionales (absolutas) sobre uno mismo, el mundo y el futuro. Son cogniciones muy
estables y difíciles de cambiar.
Por ejemplo, una mujer que acude a consulta por un problema de ansiedad y depresión desencadenado
por la presión a la que está sometida en el trabajo tiene las siguientes creencias nucleares: «El mundo
laboral es muy difícil y cruel con las mujeres», «yo soy poco competente». Ella recuerda una infancia
complicada, con un padre muy rígido que siempre le exigió demasiado y por el que siempre se ha
sentido menospreciada.
2. Una serie de creencias intermedias en las que se concretan las anteriores y que se formulan en
términos de:
3. En el procesamiento puntual de la información que hacemos al enfrentar una situación concreta las
creencias nucleares e intermedias se materializan en pensamientos automáticos que tienen forma de
autoverbalizaciones o imágenes. Por ejemplo, cuando la mujer con problemas de ansiedad se equivoca
al hacer una tarea en su trabajo en su cabeza aparecen los siguientes pensamientos automáticos: «Ya lo
he vuelto a hacer mal otra vez, lo mío no tiene solución», «mis compañeros van a pensar que soy
estúpida», «mi jefe me va a despedir y será humillante para mí».
Las distorsiones cognitivas son errores lógicos que cometemos a la hora de interpretar la realidad. En
sus primeros escritos Beck hace un intento de categorizarlas (Beck, 1967). Aquí se presentan las más
importantes ejemplificándolas sobre el caso de una mujer con un diagnóstico de depresión que tiene
dos grandes preocupaciones: el rendimiento en el trabajo y sus relaciones familiares. Sobre este
segundo tema cree que sus hijos adolescentes y su marido han dejado de quererla.
Inferencia arbitraria. Sacar conclusiones sin evidencias sólidas que las sostengan. «Un ejemplo de
la falta de amor de mi hija es que ni siquiera me acompaña para ir de compras».
Sobregeneralización. Elaborar una conclusión general a partir de muy pocos datos y aplicarla a
otras situaciones no relacionadas. «Mi hija es así, va a lo suyo y no le importo en absoluto. Es incapaz
de hacer nada para ayudarme».
Personalización. Tendencia a pensar que todos los acontecimientos externos están bajo el propio
control. «La culpa la tengo yo por haberla educado tan mal, por haberle dado todo antes de que lo
pidiera».
Lectura de pensamiento. Tendencia a creer que sabemos lo que otros están pensando. «Seguro que
mientras me ayudaba en la cocina estaba pensando: “Le hago caso un ratito y luego vuelvo a lo mío”».
Predicciones negativas. Pensar que algo negativo va a ocurrir, aunque no haya ninguna evidencia
de ello. «En cuanto pueda se va de casa y no vuelve jamás».
Etiquetado. Una persona se autodescribe basándose en errores del pasado y deja que esa etiqueta
defina su identidad. «Siempre he sido el “patito feo”, la persona que nadie aprecia».
Catastrofismo. Exagerar el impacto negativo de un evento. «Había puesto todas mis esperanzas en
esa salida juntas, si ya no quiere venir conmigo ni para que le regale ropa es que le importo menos que
cualesquiera de sus amigas».
El gran salto conceptual de la terapia cognitiva de los últimos años es entender que varios trastornos
pueden compartir procesos similares (rumiación, por ejemplo) y diferenciarse en función de los
contenidos (Beck y Haigh, 2014; Wells, 2009).
El contenido de los esquemas cognitivos es diferente en cada patología y este es uno de los aspectos
diferenciales de la teoría de Beck con respecto a la propuesta de Ellis (Beck, Freeman y Davis, 1990).
En el tipo de trastorno más estudiado, la depresión, las personas tienen visiones negativas del mundo,
de sí mismos (se perciben como inadecuados) y expectativas pesimistas sobre el futuro; lo que se ha
denominado la tríada depresiva (Beck, 1963). Las personas con esta visión suelen establecer metas muy
perfeccionistas y difíciles de alcanzar, y se autocritican si no las consiguen. Magnifican las pérdidas y
tienden a no conceder importancia a los acontecimientos positivos que les suceden.
Las personas con trastorno de ansiedad generalizada tienen percepciones exageradas sobre los
peligros que puedan acontecerles, por lo que siempre están activadas para hacerles frente. Tienen
pensamientos automáticos que les advierten de todos los riesgos posibles y les obligan a estar todo el
tiempo hipervigilantes y preparadas para lo que pueda suceder. Sus sesgos cognitivos hacen que
perciban los riesgos como más probables de lo que son, al tiempo que minimizan su capacidad para
enfrentarlos (DeRubeis, Tang y Beck, 2001).
En los trastornos de pánico las personas tienden a sobrevalorar los significados de las sensaciones
fisiológicas y a entenderlos como la señal de que algo malo va a pasar (están a punto de sufrir un
ataque o tienen una enfermedad muy grave). Eso les lleva a fijar su atención en diferentes partes del
cuerpo para tratar de prevenir la enfermedad o la pérdida de control.
El modelo para las obsesiones y compulsiones es un poco más complejo. Se trata de personas que
perciben peligros en situaciones que los demás entienden como seguras, y se sienten impulsadas a
hacer algo para disminuir los riesgos o si no se sentirán terriblemente culpables. Las obsesiones
consisten en pensamientos automáticos («tengo que volver a comprobar otra vez si he cerrado el grifo
porque se podría producir una inundación», «tengo que hacerlo yo porque no me fío de que los otros
vayan a hacerlo correctamente»); las compulsiones son los actos que la persona repite sistemáticamente
para evitar la culpa y calmar la ansiedad («lavarme las manos me purifica y hace que me tranquilice»).
4.- Tratamiento.
4.1. Objetivos.
Ayudar a las personas a desarrollar un conocimiento más válido de la realidad. Para ello, hay que
modificar tanto los esquemas cognitivos como las distorsiones cognitivas que subyacen a estos.
Hacer conscientes a las personas del impacto que los pensamientos tienen sobre sus emociones y su
conducta.
Localizar los pensamientos automáticos (y creencias intermedias) y buscar alternativas más
racionales.
Identificar las distorsiones cognitivas que están en la base de los pensamientos automáticos.
Modificar los esquemas cognitivos de base o creencias centrales.
4.2. Terapeuta.
Busca establecer una buena relación terapéutica siguiendo las consignas rogerianas de empatía,
autenticidad y aceptación incondicional.
La terapia cognitiva está basada en la colaboración. Las personas son científicos que procesan
información, el terapeuta les ayuda a comprobar la veracidad de sus creencias negativas, invitándoles a
diseñar métodos para validarlas.
Beck propone un modelo de intervención muy estructurada, en el que cada paso que se ha de seguir
está claramente explicado. En terapia cognitiva de la depresión, por ejemplo, se propone un tratamiento
de veinte sesiones con tareas concretas para cada una de ellas (Beck, Rush, Shaw y Emery, 1979). Un
esquema general de intervención diferencia entre sesiones iniciales, intermedias y centrales.
Las primeras sesiones se dedican a evaluar el problema, para ello el terapeuta usa:
Entrevistas para recoger informaciones sobre la historia de la persona y el estado del problema en
el presente. Se recogen aspectos como historial médico, información sobre la familia, acontecimientos
fundamentales en su vida, valores fundamentales o estrategias de afrontamiento de los problemas.
Además de toda la información pertinente sobre el problema, sus inicios, síntomas y variaciones en el
tiempo.
Autorregistros que el cliente realiza en su vida cotidiana. Por ejemplo: pensamientos automáticos,
situaciones en las que aparecen, emociones que producen.
Escalas y cuestionarios específicos por patología. El propio Beck desarrolla inventarios específicos
para depresión o ansiedad, pero hay multitud de pruebas que son aplicables en función de la patología.
A partir de ahí, los primeros encuentros se dirigen a crear una relación terapéutica y establecer
objetivos concretos de trabajo. Esta primera fase debe terminar con la formulación cognitiva del caso
en la que se describen los siguientes aspectos:
Las sesiones finales se dedican a preparar el cierre del tratamiento, a devolver la responsabilidad al
paciente para que no deje de actuar como un científico ante sus pensamientos negativos, y a identificar
posibles causas de recaída para estar en condiciones de enfrentarlas.
El trabajo de cambio se realiza fundamentalmente en sesión, pero también se prescriben tareas para
casa en forma de autorregistros o pequeños experimentos.
4.4. Técnicas.
Atendiendo al esquema del MCG antes explicado, hay técnicas más dirigidas a trabajar con las
creencias, técnicas para los sesgos y focos atencionales, y técnicas destinadas a cambiar conductas.
Además, hay toda una serie de técnicas que permiten trabajar con imágenes. Las diferentes
intervenciones serán explicadas a continuación siguiendo el esquema de J. S. Beck (1995a, 1995b):
2. Técnicas para trabajar con sesgos cognitivos y atencionales: identificarlos y hacer consciente a la
persona de sus errores lógicos, para que sea capaz de llegar a explicaciones diferentes basadas en una
lógica más racional.
3. Técnicas específicas para trabajar con imágenes.
En realidad, todos estos aspectos se pueden trabajar conjuntamente, pero para que la explicación sea
más simple los trataré por separado.
5.- BIBLIOGRAFÍA.
Rodríguez Morejón, Alberto. (2019). Manual de psicoterapias, Teoría y técnicas. Editorial Herder, S.L.
Barcelona, España.