Primero llegamos los más dormilones: Luisa, Tomás y
yo. El resto habían salido que si a pasear, que si a tomar el sol, que si a hacer fotos a los alrededores. La mesa ya estaba puesta y pedimos algo para beber y picar mientras hacíamos tiempo a que llegasen los demás. Según iban llegando se fueron sentando a continuación de nuestra tertulia. El murmullo de la chara de tres fue elevándose hasta que el camarero nos preguntó si queríamos empezar a comer. Ya estábamos todos. La comida transcurrió ni muy deprisa que nos atragantásemos ni muy despacio que hiciésemos la digestión del plato recién comido antes de empezar el siguiente. Los temas de conversación fueron de aquí para allá en un vaivén mecido por las corrientes de nuestras ocurrencias. Habíamos quedado para ese fin de semana cosa así como un mes atrás. Luisa ha sido la responsable, la culpable de esta reunión. Llamó a Juan y entre los dos nos fueron convenciendo a los demás para hacer un hueco en el que quedar todos. Somos unos cuantos y, quien más y quien menos, todos tenemos nuestros quehaceres cotidianos de los que solo podemos escapar muy de vez en cuando. Habían pasado ya cuatro años desde la anterior reunión. Se oye como música de fondo el golpeteo de los cubiertos con los platos. La masticación va marcando el ritmo uniforme que se rompe con las carcajadas repentinas de una parte de la mesa. Inesperadamente apareciste tú. Ahí, parada bajo el dintel. Primero te vio Tomás que estaba de espaldas al ventanal que da a los prados. Estaba levantado la mano que lleva la copa para beber un poco de vino y se quedó quieto, con la copa a media altura, como si fuese a hacer un brindis, solo que a destiempo, ojiplático y con la mandíbula a medio caer. Los que estábamos enfrente de él le miramos extrañados. Poco a poco toda la fila donde estaba sentado Tomás se fueron callando y los de la fila contraria nos giramos para ver qué les paralizó. Entonces Luisa, que estaba junto a mí, se pone a gritar como solo podéis hacerlo vosotras y corre hacía ti y os abrazáis en un pequeño baile de San Vito bajo el dintel. ¿Veis?—dijo Luisa mirándonos a todos—Esta es la sorpresa que os iba a alegrar.