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Este documento resume la historiografía sobre las insurrecciones andinas entre 1742-1782 en Perú y Bolivia. Destaca dos momentos clave: la insurrección mesiánica de Juan Santos Atahualpa en 1742 y la gran guerra civil de 1780-1782. Argumenta que estos eventos definen una "Era de la Insurrección Andina" y analiza diferentes enfoques sobre las causas de las rebeliones, incluyendo desplazamiento forzado y abusos en el sistema tributario colonial.
Este documento resume la historiografía sobre las insurrecciones andinas entre 1742-1782 en Perú y Bolivia. Destaca dos momentos clave: la insurrección mesiánica de Juan Santos Atahualpa en 1742 y la gran guerra civil de 1780-1782. Argumenta que estos eventos definen una "Era de la Insurrección Andina" y analiza diferentes enfoques sobre las causas de las rebeliones, incluyendo desplazamiento forzado y abusos en el sistema tributario colonial.
Este documento resume la historiografía sobre las insurrecciones andinas entre 1742-1782 en Perú y Bolivia. Destaca dos momentos clave: la insurrección mesiánica de Juan Santos Atahualpa en 1742 y la gran guerra civil de 1780-1782. Argumenta que estos eventos definen una "Era de la Insurrección Andina" y analiza diferentes enfoques sobre las causas de las rebeliones, incluyendo desplazamiento forzado y abusos en el sistema tributario colonial.
Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes - Stern.
La era de la insurrección andina, 1742-1782: una reinterpretación.
Entre 1720 y 1790, las poblaciones andinas nativas del Perú y Bolivia, a veces acompañadas o dirigidas por castas o blancos disidentes, se levantaron bastante más de cien veces en violento desafío a las autoridades coloniales. Dos momentos se destacan. El primero: la insurrección mesiánica en 1742 por Juan Santos Atahualpa desde las zonas selváticas limítrofes con la sierra central del Perú. Después de varias derrotas humillantes, el Estado colonial resolvió finalmente construir una red de fortificaciones militares destinadas a impedir la expansión hacia la sierra. El segundo momento fue la más grande guerra civil que abarcó los amplios territorios serrados del sur del Perú y Bolivia entre 1780 y 1782. Conforme la movilización masiva de los indios apartó a sectores criollos y mestizos de la coalición insurreccional. Estos dos momentos definen una era que puede llamarse la “Era de la Insurrección Andina”. Durante los años 1742-1782, las autoridades coloniales tuvieron que enfrentar algo más que los disturbios locales y las conspiraciones insurreccionales abortadas de los años previos. En el Perú, la insurrección dejó como legado un ataque a la memoria del pasado incaico, una reorganización de los mecanismos de control social del período colonial tardío, un amargo endurecimiento de las tensiones y una tendencia de los criollos a alinearse con los realistas durante las Guerras de la Independencia. La historiografía de las insurrecciones andinas. El Indigenismo de los años 20 y 30 dio lugar a un redescubrimiento celebrativo de las rebeliones andinas y de héroes individuales. En el caso de la movilización de Juan Santos Atahualpa, los estudios más sustanciales, bien se centran en el significado de Juan Santos para las poblaciones de las tierras bajas y los migrantes serranos que habitaban la montaña central o, estudian el movimiento en el contexto del trabajo misionero franciscano en las fronteras de los asentamientos coloniales. La escasa evidencia y la falta de una discusión sistemática de los lazos serranos hacen que este enfoque sea descartable. De hecho, la mayoría de los más serios estudios de las rebeliones andinas del siglo XVIII han sido impresionados por el fracaso de las poblaciones de las provincias vecinas de la sierra central (Jauja y Tarma) para unirse al movimiento insurreccional que tenía a lo largo de su frontera oriental, ven, por tanto, el
movimiento de Juan Santos como una insurrección de frontera.
Por contraste, la gran rebelión de Túpac Amaru, quizá el acontecimiento serrano más importante desde la conquista española, ha generado una extensa literatura. El ámbito geográfico de la insurrección se ha convertido en el tema más importante en los trabajos más reciente e innovadores sobre las causas de la revolución tupamarista. El “verdadero problema” es “por qué la rebelión estalló sólo en una parte de las provincias y no en todas”. Cornblit encontró que el territorio insurrecto del sur del Perú y Bolivia incluía en su población indígena un alto porcentaje de forasteros, migrantes, desplazados y alienados de sus ayllus. De acuerdo a este autor, la población forastera resultaba en gran medida producto de fugas y desplazamiento demográficos ocasionados por el reclutamiento forzado de mano de obra para las grandes minas de Potosí. La rebelión de Túpac Amaru fue, en gran medida, un estallido de venganza por parte de indios desplazados. El estudio más reciente sobre las causas hace un uso extenso del método espacial. En un estudio detallado de población, economía y rebelión en el siglo XVIII, Golte trata de demostrar el papel clave del reparto de mercancías en la insurrección de Túpac Amaru. Los repartos, manejados por corregidores que actuaban como comerciantes monopólicos en sus distritos, fueron el mecanismo clásico de extracción de excedentes en los Andes durante el siglo XVIII. De acuerdo a Golte, la intensificación de los repartos, que según él se triplicaron a partir de la mitad del siglo, los convirtió en algo más que un método para extraer un gran “excedente” del campesinado indígena, y de expropiar los ingresos de algunos kurakas, mestizos, hacendados. De acuerdo con la fórmula de Golte, los distritos centrales de Huanta, Angaraes, Jauja, Tarma y Huánuco, se hallaban singularmente dispuestos a no rebelarse. Su capacidad de pago excedía la carga de tributo. En la medida en que continuemos considerando el movimiento de Juan Santos principalmente como un episodio fronterizo sin mayores implicaciones para la historia serrana, continuaremos concentrándonos en explicar por qué la sierra sur explotó mientras que la sierra central permaneció dormida.