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Rebeliones indígenas

I. Causas de las rebeliones


Las rebeliones indígenas del período colonial se producen
por diversas motivaciones que se pueden englobar en la
imposición de un sistema económico y social que había
quebrado las antiguas estructuras nativas. La resistencia
germina cuando el aborigen decide rechazar dichas
imposiciones por la fuerza de las armas.

Si bien las rebeliones o movimientos anticoloniales más conocidos desde la


resistencia de Vilcabamba (1533-1572) los encontramos a mediados del
siglo XVIII, a saber las de Juan Santos Atahualpa y Túpac Amaru II, no
significa que durante el siglo XVII y la primera mitad del XVIII no hayan
surgido y desarrollado diversos movimientos rebeldes de pequeña escala o
localizados. Y en este caso, la diversidad es un término por demás
adecuado, pues los movimientos anticoloniales hasta antes del de Túpac
Amaru II resaltan por sus diferentes reivindicaciones, composiciones
sociales, características de liderazgo, ubicación y desarrollo.

Así, tenemos el movimiento del mestizo Ramírez Carlos en 1620, la rebelión


de los indios de Larecaja y Omasuyos en el Alto Perú en 1623, el
levantamiento de Tucumán en 1632, y luego el de Pedro Bohórquez en la
misma localidad en 1650, la intentona de Gabriel Manco Cápac en 1667, el
levantamiento de Fernando Torote y de su hijo en la selva peruana
alrededor de 1724 hasta 1737, la rebelión de Alejo Calatayud en Oropesa
en 1730, y la conspiración de Juan Vélez de Córdoba en Oruro en 1739,
entre otros. Poco después, en 1742, Juan Santos Atahualpa puso en
aprietos por casi una década al estado virreinal, lo cual sólo sería un
presagio de un movimiento más articulado y de gran escala, como lo fue el
de Túpac Amaru II. Si bien fueron numerosos los levantamientos, éstos se
caracterizaron por su focalización, desorden interno, desorganización,
pugnas y desgaste al no articular sus demandas con las de otras zonas y así
avivar las intentonas rebeldes. En la mayoría de los casos, la Corona aplastó
las rebeliones y ejecutó a sus líderes, incluso antes de que se iniciaran.

Paradójicamente, las noticias de estos levantamientos o intentonas calaron


hondamente en el imaginario social colonial, provocando un sentimiento de
inseguridad latente. Es por ello que muchas de las intentonas, por más que
se trataron de simples arengas y conspiraciones vacías, hayan sido
aplastadas con severidad por las autoridades virreinales.

El estudio de las rebeliones indígenas del siglo XVIII ha devenido en uno de


los debates historiográficos más fructíferos de las últimas décadas.
Prácticamente olvidados hasta la década de 1970, momento en el cual los
estudios sobre el campesinado y los conflictos agrarios se convierten en un
campo vital de la investigación académica, han ido apareciendo de manera
continua nuevas noticias de rebeliones y levantamientos, haciendo más
variado y complejo el panorama social del último siglo virreinal. Durante la
década de 1970 también el tema adquirió tintes políticos, llegando a ser
utilizado por el gobierno de Velasco Alvarado (1968-1975) con el fin de
encontrar raíces a la lucha campesina que su gobierno intentó resolver. Así,
la imagen de Túpac Amaru II y la de su rebelión fueron idealizadas al punto
de querer encontrar una conexión directa con los movimientos
independentistas del siglo XIX, o de atribuirle una conciencia nacional más
de acorde a los planteamientos políticos del siglo XX.

La amplia literatura sobre el tema producida en las últimas tres décadas


incluye estudios de diversas disciplinas como la historia, la sociología, la
antropología y la etnohistoria, y ha convocado a investigadores de varios
países. Lamentablemente, la mayoría de esos estudios ha buscado
demostrar otras tesis de acorde a la agenda política de los investigadores,
más que ahondar en el movimiento mismo. Es recién en las década de 1980
y 1990, que los estudios han privilegiado la diversidad de fuentes y a partir
de entonces nuevas interrogantes se han abierto sobre el tema, muchas de
ellas contradictorias, demostrando que el complejo tema de las rebeliones
indígenas es un tema en constante debate y análisis

¿Cuáles fueron las causas de los levantamientos indígenas en el Perú?


El levantamiento de los pueblos indígenas se originó debido a las reformas fiscales
impuestas por José Antonio de Arreche, que fueron el establecimiento del pago de
aduanas, el alza de alcabalas (impuestos).
¿Cuáles fueron las rebeliones indígenas en el Perú?
Así, tenemos el movimiento del mestizo Ramírez Carlos en 1620, la rebelión de
los indios de Larecaja y Omasuyos en el Alto Perú en 1623, el levantamiento de
Tucumán en 1632, y luego el de Pedro Bohórquez en la misma localidad en 1650, la
intentona de Gabriel Manco Cápac en 1667, el levantamiento de Fernando Torote y
¿Cuáles fueron las causas de las rebeliones indígenas del siglo xviii?
- REBELIONES INDÍGENAS siglo XVIII - causas  Fueron movimientos de
insurrección principalmente de campesinos (indígenas), contra el sistema de explotación
y la corrupción de la administración española.
¿Cuál fue la rebelión indígena más importante?
La rebelión de Túpac Amaru II fue la primera gran revolución acontecida dentro
del proceso emancipador que tuvo lugar en el virreinato del Perú y significó un
precedente para las guerras de independencia que emergerían en América a
inicios del siglo XIX
¿Cuándo iniciaron las rebeliones indígenas?
1724-1736. La rebelión de los indígenas de Azángaro, Carabaya, Cotabambas
y Castrovirreyna, quienes dieron muerte a sus corregidores, como reacción
frente al abuso que cometían estos funcionarios.
JUAN SANTOS ATAHUALPA
Juan Santos Atahualpa fue un dirigente mestizo de raíces quechuas de una importante
rebelión indígena que estalló en 1742, cuyo propósito era restaurar el Imperio de los incas
y expulsar a los españoles

Bibliografía
 Andean Worlds: Indigenous History, Culture, and Consciousness Under Spanish Rule,
1532-1825. Kenneth J. Andrien. 2001. University of New Mexico Press. ISBN 0-8263-
2359-6
 Busto Duthurburu, José Antonio del: Enciclopedia Temática del Perú (2004). Tomo 3:
Conquista y Virreinato. Lima, Empresa Editora El Comercio S.A. ISBN 9972-217-18-3
 Loayza, Francisco A.: Juan Santos, el invencible (1942). Los Pequeños Grandes
Libros de la Historia Americana, Lima.
 Roel Pineda, Virgilio: Conatos, levantamientos, campañas e ideología de la
independencia (1982). Historia del Perú. Perú Republicano. Tomo VI. Cuarta edición.
Lima, Editorial Mejía Baca.
 Tauro del Pino, Alberto: Enciclopedia ilustrada del Perú (2001). Tomo 15. Peisa,
Lima. ISBN 9972-40-164-1
 Tamayo Herrera, José: Nuevo compendio de Historia del Perú (1995), Editorial
Universo S.A. 4.ª edición. Lima
 Vargas Ugarte, Rubén: Historia General del Perú. Tomo IV. Virreinato (1689-1776).
Editor: Carlos Milla Batres. Tercera edición. Lima, Perú, 1981. Batres, Lima. Tomo
IV ISBN 84-499-4816-9
Efigie de Juan Santos Atahualpa en el Panteón de los Próceres en Lima.

Líder rebelde inca


(Autoproclamado Apu Inca)

1742-1756

Sucesor Túpac Amaru II

Información personal

Nacimiento ¿1710?
Cuzco, Virreinato del Perú, Imperio español

Fallecimiento ¿1756?
Posiblemente en Metraro, selva
alta de Junín, virreinato del Perú, Imperio
español

Información profesional

Ocupación Ayudante de misioneros, líder de la rebelión

Rebeliones DE JUAN Atahualpa


¿Cómo fue la rebelión de Juan Santos Atahualpa?
La idea de la rebelión surgió entonces en Juan Santos, al comprobar la
desalmada dominación española que ejercían con total impunidad. Se propuso
restaurar el trono de sus antepasados y dar la libertad a los indios.

La rebelión
El plan de Juan Santos Atahualpa
El movimiento libertario estalló en junio de 1742. Juan Santos se hizo proclamar Apu Inca,
aduciendo ser descendiente de Atahualpa. Confiaba en el apoyo de los indios de todo el
territorio peruano; llegó incluso a afirmar que estaba relacionado con los ingleses y que
una flota británica apoyaría por mar su rebelión.
Su meta era restaurar el Imperio inca y expulsar a los españoles y a sus esclavos negros,
para inaugurar un nuevo régimen de prosperidad, aunque aseguró que la religión de todos
seguiría siendo la católica. Sin embargo, incitó a los indios a que se rebelaran contra los
trabajos que les imponían los misioneros católicos y exigió la ordenación de sacerdotes
indígenas. Su plan era ganar primero la selva, luego la sierra y finalmente la costa. Por
último, se coronaría Inca en Lima.
Nombró por teniente suyo a un cacique cristiano llamado Mateo de Asia y mantuvo como
ayudante cercano a un negro, Antonio Gatica, que era su cuñado.

La extensión de su movimiento
El conocimiento que poseía de la lengua quechua y de varias lenguas amazónicas le
permitió a Juan Santos ser comprendido prontamente por los indígenas de la selva central,
que se plegaron a su lucha con gran entusiasmo. La rebelión logró congregar a los
pueblos de la selva central: ashaninka, yanesha y hasta shipibo, es decir, las poblaciones
que habitaban las cuencas de los ríos Tambo, Perené y Pichis. Toda esa zona era
conocida con el nombre del Gran Pajonal y era territorio de las misiones franciscanas.
Juan Santos llegó a contar con más de 2000 hombres, con los cuales logró controlar la
selva central, territorio que, por lo demás, no se hallaba eficazmente regulado por el poder
virreinal.

INICIO DE SU REVELION
fue un dirigente mestizo de raíces quechuas de una importante
rebelión indígena que estalló en 1742, cuyo propósito era
restaurar el Imperio de los incas y expulsar a los españoles.

¿Cuándo y dónde se dio la rebelión de Juan Santos Atahualpa?


LA REBELIÓN DE JUAN SANTOS ATAHUALLPA EN LA SELVA CENTRAL
PERUANA (1742-1756).

¿Qué hizo Juan Santos Atahualpa en la rebelión?


Durante su rebelión, el emancipador Juan Santos Atahualpa, tuvo el coraje de
enfrentarse a dos generales, a cinco expediciones virreinales, desde aquella
vez es testigo eterno, el río Chanchamayo y el fuerte de Kimiri, los escenarios
en las cuales los enfrentamientos culminaron en contundentes victorias

Desarrollo de la rebelión
El primer objetivo de los rebeldes fue la reducción de Eneno, para luego seguir
con Matranza, Quispango, Pichana y Nijandaris. Destruyeron en total 27
misiones y amenazaron con atacar la sierra.
El virrey marqués de Villagarcía ordenó a los gobernadores de la frontera de
Jauja y Tarma, Benito Troncoso y Pedro de Milla Campo que se internaran en
la región convulsionada, para cercar al rebelde. Así se hizo y Troncoso llegó
hasta Quisopango, en donde encontró alguna resistencia, pero logró ahuyentar
a los indios. Juan Santos, que rehuyó al encuentro, se dirigió hacia el pueblo de
Huancabamba. Desde Tarma salieron fuerzas coloniales para ir en su
búsqueda, pero el caudillo mestizo logró ponerse a salvo.
Al año siguiente, los españoles organizaron una expedición a Quimiri (hoy La
Merced), en el valle de Chanchamayo. Iban bajo el mando del corregidor de
Tarma, Alfonso Santa y Ortega, acompañado por el gobernador de la Frontera,
Benito Troncoso. El 27 de octubre de 1743 llegaron a Quimiri, donde levantaron
un fuerte, que concluyeron en el mes de noviembre. Fue dotado de cuatro
cañones y cuatro pedreros, con su correspondiente provisión de municiones. El
día 11 de noviembre, el corregidor Santa partió hacia el interior, quedando en el
fuerte de Quimiri el capitán Fabricio Bertholi con 60 soldados. Juan Santos, que
estaba al tanto de todos los movimientos del adversario, planeó atacar a la
pequeña guarnición. Previamente, se apoderó de una remesa de víveres que
marchaba
con destino al fuerte, iniciando luego el sitio del mismo. Muchos de los
soldados españoles perecieron entonces a raíz de una epidemia y en los
demás cundió la desmoralización, al extremo que presionados por el hambre
algunos desertaron. Entonces, Juan Santos exigió a Bertholi la rendición, mas
éste se negó confiando en que le llegarían pronto los refuerzos que había
solicitado por intermedio de un religioso que pudo eludir a los insurrectos.
Finalmente, Juan Santos decidió atacar el fuerte y todos los españoles fueron
muertos. Eran los días finales del año 1743.
Mientras tanto, asumió el poder un nuevo virrey, José Antonio Manso de
Velasco, futuro conde de Superunda, un militar con mucha experiencia. Juan
Santos continuó sus ataques. Tomó el pueblo de Monobamba, el 24 de junio de
1746, extendiendo el radio de acción de su movimiento. Incluso se habló de
manifestaciones a su favor en la lejana provincia de Canta.

El virrey Manso de Velasco nombró jefe de una tercera expedición a Joseph de


Llamas, marqués de Menahermosa. Pero Juan Santos tomó la iniciativa
tomando Sonomoro en 1751 y Andamarca el 4 de agosto de 1752. Esto último
significaba ya una seria amenaza, porque Andamarca era ya la cordillera y
estaba cerca de Tarma, Jauja y Ocopa. La rebelión amenazaba extenderse a la
sierra, poblada por una nutrida población indígena, cuyo alzamiento habría
dado un giro formidable y decisivo a la misma.
El marqués de Menahermosa maniobró para dar alcance a Juan Santos pero
este logró eludirlo. El virrey enfureció con los resultados, pues no se había
librado una batalla
decisiva y el rebelde seguía controlando una gran zona en la selva. Corrieron
rumores de que Juan Santos atacaría Paucartambo, que caería sobre Tarma,
que asolaría Jauja, pero nada de esto ocurrió. Misteriosamente, el líder mestizo
no volvió a realizar sus osados ataques y la región volvió a gozar de paz.
La rebelión de Juan Santos Atahualpa

Hacia la década de 1740, nada hacía presagiar que toda la labor de los
franciscanos en la Selva Central se iba a ver seriamente afectada por
esta rebelión indígena, liderada por un supuesto descendiente de los
incas, Juan Santos Atahualpa, quien no había nacido en el lugar sino,
según la leyenda, en el Cuzco.

Antes de entrar en detalle de lo ocurrido, es importante rescatar el


testimonio de Antonio Raimondi quien fue el primero en analizar el
impacto que tuvo en la región este levantamiento. Con el título
de Pérdida de todo lo conquistado en las montañas de Chanchamayo y
río Perené, Raimondi describe este colapso de la siguiente manera:
“Desde la fundación de los nuevos pueblos en las márgenes de los ríos
Chanchamayo y Perené, esta bella cuanto fértil región, había ido en
continuo progreso; pues además de los pueblos de conversiones, iba
poco a poco creciendo las haciendas, cuyos importantes productos
daban lugar a un activo comercio. No se tiene hoy la menor idea del
floreciente estado en que se hallaba toda la montaña de Chanchamayo a
principios de 1742. Basta decir que, en los terrenos actualmente
habitados por los salvajes, había productivas haciendas de caña, cacao,
café, coca, etc”.

“Así, según el Intendente Urrutia, el mismo lugar de Chanchamayo era


entonces una hacienda de caña dulce y coca del Colegio Santo Tomas de
Lima. Cerca de Chanchamayo habían establecido los misioneros
franciscanos el pueblo de Sauyria, cuyos habitantes tenían chacras en
terrenos muy fértiles. Detalla de igual forma : “que en el valle de Vitoc
con sus anexos de Sivis, Pucará y Collac en aquella época, había toda
una comarca de haciendas denominadas: Chontabamba, La Colpa,
Marancocha, San José, Santa Catalina, San Fernando, Nuestra Señora del
Carmen y, que siguiendo las orillas del río Chanchamayo, se notaban
otros hermosos fundos. De igual forma, en el pueblo de Quimiri, tenían
los padres misioneros y algunos particulares grandes cañaverales. Otras
tierras cultivadas se ubicaban en el Cerro de la Sal y hacia el norte de
este, hasta Huancabamba, Pucará, Lucen y Vaquería”.

Añade Raimondi: “Aquellos silenciosos bosques, hoy en día habitados


tan solo por pequeñas tribus salvajes, eran centros de gran actividad; y
se había entablado el comercio con los mismos infieles, quienes
cambiaban los ricos productos de la montaña, con víveres y objetos de
nuestra industria. Intercambiaban la gente de la sierra: carne salada,
quesos, ají, aguardiente, herramientas, etc., y regresaban con valiosas
especies de la montaña, multiplicando de este modo sus capitales. La
ciudad de Tarma, situada en la puerta de esta feraz región, iba
continuamente progresando; pues sus habitantes mantenían un activo
tráfico con la montaña, obteniendo grandes provechos de su lucrativo
comercio. Hasta los chunchos, -según dice Urrutia- , llegaron a entablar
su viaje a Tarma para vender o cambiar sus frutos, regresándose muy
confiados a sus reductos, surtidos de cuanto necesitaban en su país.
¿Pero, quien hubiera dicho que tanta prosperidad debía desaparecer en
muy poco tiempo, bajo la mano destructora de estos mismos chunchos,
tan solo por instigación de un hombre ambicioso y cruel? La hermosa
montaña de Chanchamayo, poblada a principios del año 1742 de
numerosas y bellas haciendas, cayó desde su apogeo, en un mar de
desgracias; siendo poco después teatro de escenas sangrientas, que
sembraron por todas partes destrucción y muerte. Este bello país, que
había sido conquistado poco a poco a la virgen naturaleza, volvió a
quedar bajo su dominio, después de haber gozado unos pocos años los
beneficios de la civilización”.

¿Quién era Juan Santos Atahualpa? El primer testimonio sobre la figura


de Juan Santos Atahualpa fue el del padre Amich, quien nos dice que fue
un indio del Cuzco que había ido a España sirviendo a un padre jesuita;
otros dicen que incluso viajó por el norte del África. De regreso al Perú,
según la leyenda, cometió un crimen en Guamanga (Ayacucho) y,
viéndose perseguido por la justicia, huyó a la montaña, donde se
encontró con el curaca de Quisopango, quien lo refugió en el Gran
Pajonal. Se hizo llamar Juan Santos Atahualpa y, con astucia, logró que
los indios lo creyesen descendiente del último inca del Cuzco,
Atahualpa.

La mayoría de estudiosos de este movimiento coincide en que es muy


difícil reconstruir una historia verídica del personaje. Sus datos
biográficos son muy sueltos y, especialmente, envueltos en el mito. Se
dice que recibió cierta educación y, con lo que había aprendido en su
viaje a Europa, logró, poco a poco, dominar los ánimos de todos los
habitantes del Pajonal, que llegaban de todas partes a prestarle
obediencia, dejando desiertos sus pueblos. Fue adquiriendo tanto
prestigio que aun los indios de las reducciones, fundadas en las
márgenes del río Perené, tales como Eneno (Eneñaz), Metravo (Metraro),
San Tadeo, Pichana (Pichanaki), Nijandaris, y Cerro de La Sal, iban a
visitar al pretendido “inca”. Parece que en 1743 era dueño ya de todas
las poblaciones del Pajonal y de las márgenes del río Perené, desde el
conflictivo Cerro de La Sal para abajo.

El móvil de la rebelión.- La moderna historiografía coincide en tres


factores:

1. La disputa por el control del Cerro de la Sal (ubicado en las


inmediaciones de lo que es hoy La Merced) entre los grupos indígenas y
los curas franciscanos.

2. La reacción de los indios de la selva central frente a un modelo


evangelizador, de “civilización”, que no iba de acuerdo a su modo de
vida tradicional. Como bien sabemos, los aborígenes de la montaña eran
semi nómades; combinaban la caza, pesca y recolección en el territorio
amazónico con formas superficiales de agricultura. La implantación de
pueblos o “reducciones” emprendida por los franciscanos, alteraba de
modo significativo su orden de vida y sus formas de explotación de la
naturaleza. Definitivamente, no guardan el perfil de los indios “andinos”
que, con el tiempo, pudieron combinar la vida en sus pueblos y el
tradicional “control de los pisos ecológicos”.

3. Una esperanza mesiánica y milenarista de retorno a tiempos del


pasado liderada por un “mesías”, un supuesto descendiente de los incas,
personificado en Juan Santos Atahualpa.
Lo cierto es que a partir de 1742 y 1743 la rebelión tomó proporciones
alarmantes y el gobierno virreinal optó por enviar tropas, armas,
municiones, cuyas expediciones salieron de Tarma. En 1745 el virrey
Conde de Superunda envió varias tropas de soldados. Todas ellas
fracasaron en aplacar la insurrección, por los factores que describió
Raimondi: “Las impenetrables selvas, tan favorables para las
emboscadas de los indios y que utilizan las armas de largo alcance
(lanzas, flechas) , la gran humedad que echa a perder la pólvora y que
mohosea y pudre en pocos días los víveres; el temperamento cálido al
que no están habituados los soldados, que, por lo general, son indios de
la sierra; numerosos ríos que hay que vadear a cada paso y, el pánico
que tienen los soldados a los salvajes, son otros tantos obstáculos
improvistos que dificultan las operaciones militares en aquella región,
dando al contrario a los salvajes y sus armas gran superioridad”. En una
estrategia de guerra de “guerrillas” emprendida por los rebeldes, entre
1742 y 1754, producto de la rebelión, se perdieron todos los pueblos
fundados por los misioneros en Chanchamayo, por ejemplo. Se
perjudicaron también las misiones del Cerro de la Sal, Perené, Gran
Pajonal, Pangoa y Ucayali.

Un análisis moderno de la rebelión.- Entre los historiadores, estudiar los


hechos del levantamiento de Juan Santos Atahualpa siempre ha sido
polémico, ya que para algunos es un personaje cuestionado (legendario)
y para otros un héroe que dio el primer grito de independencia en la
selva central del país.

El historiador español Arturo de la Torre, acaso el que mejor conoce el


tema hoy, opina: “La impresión transmitida por la historiografía
americanista tradicional sorprende por la aparente paz de la vida
colonial, sin otras alteraciones que unos pocos levantamientos
puntuales que sirvieron de contraste con la tónica secular. Las obras
aparecidas desde 1970 están sirviendo para acercarnos a una imagen
más aproximada a la real. De entre los levantamientos utilizados como
ejemplo de lo “inhabitual” se encuentra la revuelta de Juan Santos
Atahualpa que junto a la de José Gabriel Condorcanqui aparece como
fenómeno emblemático del s. XVIII. Ambos episodios pueden ser
considerados como precedentes de los movimientos emancipadores,
debido a su carácter nativista siendo, en todo caso, un ejemplo para las
élites criollas. Pese al intenso trabajo historiográfico de los últimos
años, han pervivido sorprendentemente notables errores sobre el
levantamiento selvático”.

A partir de ese análisis, lo que podemos afirmar como historiadores es


lo que sigue. La selva, históricamente, permaneció alejada de la
trayectoria del Perú. Habitada por grupos amuesha y campas, ninguno
de los conquistadores que tentó su anexión, desde épocas incaicas,
logró incorporarla. A la expedición infructuosa de Túpac Yupanqui, hay
que sumar las de Alonso de Alvarado, de Ursúa y otras más, que no
obtuvieron mejores resultados que algunos pájaros de hermoso colorido
y la desazón de la derrota frente a una naturaleza hostil. Durante el
siglo XVII y principios del XVIII se inició un nuevo tipo de incursiones
con objetivos más altruistas que los de las huestes conquistadoras del
siglo XVI. Fueron, como vimos, las entradas evangelizadoras
emprendidas por misioneros en busca de la expansión del reino
espiritual cristiano.

La labor en la cuenca del Perené correspondió a los franciscanos. En


1635, con la entrada de fray Jerónimo Jiménez, se fundó una capilla en
un centro económico y religioso de la región: Cerro de La Sal. Al empeño
del fraile siguieron otros esfuerzos semejantes. En general, la actitud de
los naturales resultó poco receptiva a la evangelización, siendo
necesario el apoyo de soldados que acompañaran a los frailes en su
labor. El problema fue que la presencia de los franciscanos y la
arrogancia de los militares se convirtieron en elementos perturbadores,
originando continuos levantamientos.

En este sentido, la primera revuelta importante fue protagonizada por el


cacique de Catalipango, Ignacio Torote (1737), quien, aprovechando una
reunión de franciscanos en Sonomoro, atacó sorpresivamente a los
frailes. La respuesta de las autoridades españolas fue un ejemplo de
lentitud: seis meses tardó en partir la columna encomendada de la
represión. Cuando la expedición, mandada por el Gobernador Militar de
Tarma, Pedro Milla, inició la búsqueda de Torote, éste ya se había
puesto a buen recaudo de la justicia virreinal. Años después volvería a
aparecer enrolado en las huestes de Juan Santos.

La mañana del 3 de junio de 1742 se inicia la rebelión en Chanchamayo


al mando de Juan Santos Atahualpa, quien logró congregar a diversos
pueblos de la selva central como asháninka, yánesha y hasta shipibo.
Llama a todos los indios amajes, andes, cunibos y simirinchis. Los
indios, en su situación de “cristianos infieles”, hacen muchos bailes y se
muestran muy contentos con su nuevo “rey” y dicen mil cosas contra
españoles y negros.

Juan Santos, se hizo proclamar Apu Inca, descendiente de Atahualpa. Su


meta era restaurar el Imperio Inca aniquilando a los españoles y sus
costumbres. Su primer objetivo fue la reducción de Eneno (Eneñaz), para
luego seguir con Matranza, Quispango (Pangoa), Pichana (Pichanaki) y
Nijandaris. Esta rebelión duró aproximadamente diez años.

De otro lado, se dice que Juan Santos Atahualpa fue descendiente inca
nacido en Cuzco y criado por los jesuitas. Aprendió castellano y latín.
También se dice que viajó a España, Angola, Inglaterra y Francia.
Regresó al Perú y allí fomentó una rebelión al comparar el viejo mundo
con la dominación española ejercida en su patria. Se dice que estuvo
relacionado con los ingleses pues al iniciar la lucha de la libertad se vio
por las costas del virreinato la nave del inglés Jorge Anso.

En cuanto al supuesto trato con los ingleses, sobre lo cual no hay mayor
información documental que lo confirme, se puede, no obstante, lanzar
algunas hipótesis a partir de ciertas circunstancias por entonces
acaecidas, tal como lo hace el historiador Francisco Loayza. Es conocida,
por ejemplo, la vieja pugna que sostenían los ingleses con los españoles
en busca de tener mayores facilidades para comerciar con los mercados
de América, celosamente guardados por España. Estos hechos no eran
desconocidos para un hombre bien informado y culto como Juan Santos
Atahualpa. Así, en la primera noticia sobre él se dice “que habló con los
ingleses, con quienes dejó pactado que le ayudasen a cobrar su corona
por mar, y que él vendría por tierra, recogiendo su gente, para al fin
recobrar su corona”. Para Loayza este pacto no es inverosímil por los
hechos antes referidos y podría haberse establecido en 1741.

Los ingleses –dice- cumplieron lo pactado con Juan Santos a favor de la


independencia. El vicealmirante Jorge Anson, al mando de cinco buques
de guerra, fue comisionado por su Gobierno, para entrar al Pacífico y
perseguir todas las naves y bloquear todos los puertos subyugados a
España. Agrega Loayza: “No es probable que Anson, después de tantas
correrías, por más de medio año, al no tener noticia de levantamiento
alguno en el virreinato del Perú, decidió alejarse, rumbo al Asia. Cinco
meses después de estas correrías (mayo 1742) no habiéndose levantado
los pueblos peruanos de la costa y de la sierra, dan los indios de la
montaña, con Juan Santos Atahualpa, el grito de rebelión. Si este
movimiento de los montañeses hubiera estallado en su debido tiempo,
la expedición del vicealmirante inglés Jorge Anson habría resultado
eficiente y, quizá, definitiva…”.

Por último, no se sabe mucho sobre la desaparición de Juan Santos


Atahualpa. Se dice que desde 1756 no se sabía nada de él. Otra versión
dice que hubo una sublevación entre los rebeldes y tuvo que ordenar la
muerte de Antonio Gatica, su lugarteniente y otros hombres por posible
traición. Se dice también que fue envenenado. Pero la más acertada es
que murió de vejez. Lo cierto es que después de ser desalojados
misioneros y soldados “blancos”, no volverían a ingresar nuevos grupos
de colonos a la selva central hasta ya conformada la República del Perú
en el siglo XIX.

Las misiones franciscanas luego de la rebelión.- Los franciscanos, a


pesar del desastre, no estaban dispuestos a perder sus reducciones y,
en 1766, desde Ocopa, decidieron recuperar las misiones del alto
Ucayali, un territorio que no había sido convulsionado por la rebelión de
Juan Santos. Así, en 1791, se reconstruyó el pueblo de Sarayacu donde
se congregó a indios setebos y conibos.

Luego, en 1809, los franciscanos lograron reunir a un gran número de


familias piro en el Alto Ucayali, y, en 1813, fundaron, con 300 familias
shipibo, el pueblo de San Luis de Sharasmaná en el río Pisqui. Ahora, la
idea era encontrar un camino de comunicación entre Ocopa y Sarayacu y
se emprendieron varias expediciones de exploración. Pero el recuerdo
de la rebelión de Juan Santos estaba aún fresco y los nativos no se
avenían con facilidad a recibir de nuevo a los misioneros, lo que decidió
a los franciscanos a construir un fuerte para amedrentarlos.

En realidad, el contexto era peligroso. Por ejemplo, en 1816, los indios


campa atacaron la expedición del padre Plaza. Frente a este revés, se
organizó una expedición con el fin de obtener la comunicación deseada
entre Ocopa, Andamarca y Sarayacu. Como vemos, en esta nueva etapa
de la acción misional se retomaron los métodos de los inicios de la
Conquista: la acción armada secundó la tarea evangelizadora.

Pero había otro problema. Esta etapa coincidió con el contexto de las
guerras por la independencia, lo que provocó el descenso del ímpetu
misionero. El Estado virreinal no estaba en capacidad de brindar apoyo
económico ni logístico a los evangelizadores. En 1823 el convento de
Ocopa fue abandonado por los religiosos. Incluso, el general realista
José Ramón Rodil acusó al libertador Simón Bolívar de haber dado
muerte a los misioneros. El Libertador reaccionó enviando a Andrés de
Santa Cruz para que los presentase en Lima con el fin de demostrar la
falsedad de las acusaciones. Finalmente, por razones políticas, el
colegio misionero de Ocopa, en 1824, fue clausurado por orden de
Bolívar y convertido en colegio de instrucción pública. Esto fue un golpe
muy duro a la acción misional pues se puso fin al centro rector de la
labor evangelizadora en la selva central.

Fin
El movimiento de Juan Santos Atahualpa, luego de la toma de
Andamarca, se diluyó hasta desaparecer, y se dice que su líder
murió luchando contra un curaca local en Metraro, alrededor de
1756.

La rebelión de Juan Santos Atahualpa


Juan Santos estableció su cuartel general en el Gran Pajonal, luego
de destruir 25 misiones franciscanas y expulsarlos de la selva central.
Rápidamente, el virrey Marqués de Villagarcía mandó expediciones
militares en 1742 y 1743, dirigidas por Pedro Milla y Benito Troncoso,
integradas por soldados profesionales, enviados del Callao y por
milicias reclutadas en Tarma y Jauja. Los españoles fueron derrotados
gracias a una estrategia militar adecuada para el terreno del monte:
la guerra de guerrillas. La estrategia de emboscadas fue utilizada por
los hombres de Juan Santos durante los diez años que duró el
movimiento, sumando a esto la toma de algunas ciudades
importantes por algunos pocos días, lo cual, si bien no significaba
ningún éxito militar a largo plazo, sí calaba hondo en la moral de los
españoles y conseguía difundir los logros del movimiento en amplias
zonas del virreinato, mientras hacía aumentar el sentimiento de
inseguridad. En la expedición de 1743, los españoles establecieron un
fuerte en Quimiri (La Merced), pero fue destruido por los rebeldes el
1 de agosto, consiguiendo después la toma del valle de
Chanchamayo.

Durante el mandato del siguiente virrey, José Antonio Manso de


Velasco (1745-1761), Conde de Superunda, veterano de la guerra de
indios en Chile, se mandaron nuevas incursiones bajo la comandancia
del prestigioso general José de Llamas. Le fueron asignados 850
hombres, que fracasaron en 1746, y luego repitieron la derrota en
1750, en la zona de Monobamba. En ambos casos, la estrategia de
emboscadas logró diezmar a los españoles lo suficiente para hacer
fracasar la empresa.

Luego de estas victorias de Juan Santos es que su movimiento realizó


la acción militar más importante hasta ese momento, al tomar los
poblados de Sonomoro y Andamarca en 1752, la zona más cercana a
la sierra a la que logró llegar la rebelión. Al parecer, se buscó tomar
la región de Jauja y establecer una cabecera de playa desde la cual
organizar un ataque final a Lima, con la ayuda de las poblaciones
serranas que se habrían plegado al movimiento. Sin embargo,
advertido de un contraataque de las fuerzas coloniales, dejaron el
pueblo tan sólo dos días después de haberlo tomado.

Para ese entonces, los españoles ya habían optado por una nueva
estrategia defensiva. Se basaba en convertir a Jauja y Tarma en
bastiones militares para evitar que Juan Santos alcanzara la sierra y
que su movimiento influyera en una zona articulada con la capital, lo
que hubiese comprometido el abastecimiento de alimentos a Lima.
También se quería evitar que el fenómeno escalara a un
levantamiento panandino. Así es que se dispuso utilizar cinco
compañías de infantería y caballería, apoyadas por milicias locales y
patrullas de la región. Y el virrey designó a militares profesionales
como corregidores de la zona. Sin embargo, las fuerzas españolas y
rebeldes nunca se volverían a enfrentar.

El movimiento de Juan Santos Atahualpa, luego de la toma de


Andamarca, se diluyó hasta desaparecer, y se dice que su líder murió
luchando contra un curaca local en Metraro, alrededor de 1756.
Túpac Amaru
(José Gabriel Condorcanqui o Quivicanqui; Surimana, 1738 - Cuzco,
1781) Revolucionario peruano. José Gabriel Condorcanqui descendía por
línea materna de la dinastía real de los incas: era tataranieto de Juana
Pilco-Huaco, la hija del último soberano inca, Túpac Amaru I, que había
sido ejecutado por los españoles en 1572. Más de doscientos años
después, en 1780, el vigoroso José Gabriel, hombre carismático, culto y
de elegante estampa, lideró el más importante de los levantamientos
indígenas contra las autoridades coloniales españolas.

Tras el fracaso de la revuelta, que ha sido vista como el preludio de las


luchas por la independencia, fue ejecutado con extrema crueldad,
uniendo su destino al de su ancestro. Las rebeliones indígenas
prosiguieron durante dos años en diversas regiones del país, y obligaron
a las autoridades a introducir poco más que algunas reformas. Pero el
nombre de Túpac Amaru se convirtió en símbolo y bandera para
posteriores insurrecciones indígenas y criollas; todavía en el siglo XX
diversos movimientos guerrilleros revolucionarios reivindicaron su figura.

Biografía
Hijo del cacique Miguel Condorcanqui, nació Surimana o quizá en
Tungasuca hacia 1738, y se educó con los jesuitas en el Colegio de San
Bernardo de Cuzco. Durante un tiempo se dedicó al negocio del
transporte entre las localidades de Tungasuca, Potosí y Lima, para lo
cual contó con un contingente de varios centenares de mulas; hizo
también fortuna en negocios de minería y tierras. Hombre educado y
carismático, llegó a ser cacique de Tungasuca, Surimana y Pampamarca,
y las autoridades reales le concedieron el título de marqués de Oropesa.

Su prestigio entre los indios y mestizos le permitió encabezar una


rebelión contra las autoridades españolas del Perú en 1780; dicha
rebelión (precedida por otras similares) estalló por el descontento de la
población contra los abusos de los corregidores y contra los tributos, el
reparto de mercaderías y las prestaciones obligatorias de trabajo que
imponían los españoles (mitas y obrajes).

José Gabriel Condorcanqui adoptó el nombre de su ancestro Túpac


Amaru (razón por la que sería conocido como Túpac Amaru II) como
símbolo de rebeldía contra los colonizadores. Se presentó como
restaurador y legítimo heredero de la dinastía inca y envió emisarios
para extender la rebelión por todo el Perú. El levantamiento se dirigía
contra las autoridades españolas locales, manteniendo al principio la
ficción de lealtad al rey Carlos III. Sin embargo, no solamente los
insistentes abusos de los corregidores, sino también la dureza de
algunas de las recientes medidas impulsadas por la misma monarquía
española (y las cargas económicas que implicaron para la población
indígena) fueron el motor de la sublevación de Túpac Amaru II.
Las raíces de una crisis
Los levantamientos de finales del siglo XVIII, en especial en las regiones
con una fuerte presencia indígena, fueron el preludio de la
descomposición del imperio español en América. Debido a la penuria en
que se hallaban las arcas públicas a causa de los conflictos
internacionales, la corona española impuso una carga fiscal excesiva en
sus dominios americanos. El despliegue reformista que transformó el
viejo orden colonial entre los años 1776 y 1787, período en que José de
Gálvez ocupó la Secretaría de Indias, tuvo consecuencias divergentes en
los distintos territorios. En general, las nuevas medidas favorecieron el
crecimiento de las economías portuarias vinculadas al comercio con
España.

En cambio, sobre las regiones que habían sido hasta entonces centros
neurálgicos del imperio, como Perú, el impacto fue más bien negativo.
Las ciudades sufrieron un claro retroceso, como muestra el
estancamiento de Lima, y se desencadenó una crisis económica, con
caída de la industria y de la circulación monetaria, así como una gran
inquietud social a causa de la fuerte presión fiscal, que castigó
duramente a las clases campesinas y urbanas, atrapadas entre el
descenso de sus ingresos y el alza de los precios. Las poblaciones
indígenas, el eslabón más débil del sistema económico, no podían
cumplir con estas imposiciones; sufrieron los abusos de los corregidores,
y no encontrarían otro camino que enfrentarse a esa opresión con
métodos violentos.

Al llegar a Lima el visitador José Antonio de Areche (enviado por José de


Gálvez para ejecutar las nuevas medidas dictadas por la corona), se
inició un sistemático aumento de los impuestos de alcabala y un reajuste
de los impuestos aduaneros en el sur de Perú, lo cual produciría grandes
dificultades comerciales. Por ejemplo, para ir de Arequipa al Cuzco había
que pasar por territorio del Virreinato del Río de la Plata, porque Puno
pertenecía a esa jurisdicción, y ello comportaba el pago de impuestos
aduaneros. Por otra parte, una vez legalizado el reparto forzoso de
mercaderías (la obligación de comprar mercancías al corregidor a precios
injustamente altos), se intentó regular legalmente esta abusiva práctica
comercial, restringiéndola a un tope que no podía ser excedido. No
obstante, el corregidor Antonio Arriaga, encargado de los cacicazgos de
José Gabriel Condorcanqui, había sobrepasado con creces dicho límite.

Los indígenas peruanos sufrían además la imposición del servicio


personal forzoso o mita: periódicamente eran llamados y obligados a
trabajar en las minas, en los campos, en las obras públicas y en el
servicio doméstico a cambio de un salario irrisorio. Curiosamente, se
concedían mitas para la construcción de casas para particulares porque
se consideraba de "interés público", pero no así para el cultivo de
determinadas plantas juzgadas dañinas, como la coca y la viña.

El sistema de mitas tuvo graves consecuencias, porque el traslado de la


sierra al llano y del llano a la sierra de la población indígena (lo que se
ha dado en llamar la "agresión climática") desencadenó una gran
mortandad entre los indios peruanos; las aldeas se iban despoblando, de
modo que a los supervivientes les tocaba cada vez con más frecuencia
cumplir el servicio de mita. No eran los únicos en ser explotados: los que
trabajaban en los obrajes (fábricas de tejidos) comenzaban su tarea al
alba, no la interrumpían hasta que las mujeres les traían la comida y
continuaban hasta que faltaba la luz solar, en una extenuante jornada.

La rebelión de Túpac Amaru


Ante este intolerable estado de cosas se produjeron numerosos
alzamientos, de intensidad creciente, y que tuvieron escenarios y
razones variadas; pero en Perú y en el territorio de la Audiencia de
Charcas, las manifestaciones más o menos puntuales de descontento
popular se transformarían en una sublevación general que sacudió los
cimientos del orden colonial. Debe decirse que Túpac Amaru intentó
primeramente promover, de forma pacífica, reformas que aliviasen la
insoportable situación de sus protegidos. En 1776 se trasladó a Lima
para solicitar que se exonerara a los indígenas de los servicios de mita y
de la abusiva explotación que padecían en los obrajes. Pero todas sus
reclamaciones fueron desatendidas y en 1778 volvió a su cacicazgo de
Tungasuca.

La revuelta no se haría esperar. El alzamiento se inició el 10 de


noviembre de 1780, con la ejecución del despótico corregidor Antonio
Arriaga, que había sido apresado en Tinta por sus partidarios. Túpac
Amaru lo mandó ajusticiar en la plaza de Tungasuca, ordenando
asimismo la destrucción de diversos obrajes. Como respuesta inmediata,
las autoridades de Cuzco enviaron una expedición punitiva formado por
mil doscientos hombres, que cayó derrotada en Sangarará el 18 de
noviembre.
Por razones difíciles de comprender, Túpac Amaru no intentó entonces el
asalto definitivo a Cuzco, sino que regresó a Tungasuca, se autoinvistió
de la dignidad de soberano legítimo del imperio incaico e intentó
ingenuamente negociar la rendición de la ciudad. Mientras tanto, los
llamamientos enviados a través de sus emisarios extendieron la revuelta
por todo el Bajo y el Alto Perú y parte del virreinato del Río de la Plata,
es decir, por la actual Bolivia, Perú y el norte de Argentina. Con razón la
historiografía considera que la de Túpac Amaru fue la más importante
insurrección del siglo XVIII contra el dominio español: su influencia se
dejó sentir incluso en la revolución de los comuneros del virreinato de
Nueva Granada (1781) y tuvo profundas repercusiones en toda la
América española.

La reacción fue, como era previsible, militar y no diplomática. En enero


de 1781, las fuerzas de Túpac Amaru II fueron rechazadas por los
españoles en las inmediaciones de la antigua capital: el asedio de Cuzco
había fracasado. A partir de entonces el movimiento se estancó y pasó a
la defensiva. El virrey Agustín de Jáuregui mandó desde Lima un
poderoso ejército de 17.000 hombres, al tiempo que desalentaba la
rebeldía haciendo concesiones a los indios (como crear en la Audiencia
una sala especial para atender sus quejas o limitar los poderes de los
corregidores).

Derrota y ejecución

Apenas un mes antes de ser derrotado, Túpac Amaru envió una carta a
las autoridades coloniales en la que expresaba tanto su preocupación por
la situación de sus protegidos como su posición ideológica. En dicha
misiva se aprecia la amplitud de sus conocimientos; se declara católico,
recuerda la acción de Vespasiano y su hijo Tito en la destrucción de
Jerusalén, y compara a sus opresores con "ateístas, calvinistas y
luteranos, enemigos de Dios"; detalla los abusos cometidos por los
funcionarios, pide que los indígenas no sean reclutados como esclavos y
que desaparezcan los malos corregidores y las encomiendas. Tras una
minuciosa denuncia en torno a cada uno de los problemas planteados,
basa su reclamación de justicia en el derecho indiano, del que era
profundo conocedor, ya que había cursado estudios jurídicos en la
Universidad de Chuquisaca.

En la noche del 5 al 6 de abril de 1781, el ejército virreinal asestó el


golpe definitivo a los sublevados en la batalla de Checacupe. Túpac
Amaru II se retiró a Combapata, pero fue traicionado por el criollo
Francisco Santa Cruz, que lo entregó a los realistas junto con su familia.
Para el líder de los rebeldes estaban reservadas, en los días que
mediaron entre su captura y su ejecución, las torturas mandadas
ejecutar por el implacable visitador José Antonio de Areche, cuya misión
consistía en averiguar los nombres de los cómplices del vencido caudillo.
Sin embargo, pese a los pocos miramientos que tuvo para con el
prisionero, no obtuvo de Túpac Amaru sino esta noble respuesta:
"Nosotros somos los únicos conspiradores: Vuestra Merced por haber
agobiado al país con exacciones insoportables y yo por haber querido
librar al pueblo de semejante tiranía."

El 18 de mayo de 1781, conforme a la sentencia dictada cuatro días


antes, el visitador Areche mandó ejecutar sañudamente, en presencia de
Túpac Amaru, a la esposa, hijos y otros familiares y lugartenientes del
cabecilla en la plaza de Cuzco. El propio Areche hubo de conceder que
Túpac Amaru era "un espíritu de naturaleza muy robusta y de serenidad
imponderable". Ello no fue óbice para que a continuación, convencido de
que nunca lograría convertir a Túpac Amaru en delator, mandase al
verdugo que le cortara la lengua, que le atasen las extremidades a
gruesas cuerdas para que tirasen de ellas cuatro caballos y que se
procediera a la descuartización. Así se hizo, pero las bestias no
consiguieron durante largo rato desmembrar a la imponente víctima, por
lo que Areche, según algunos piadosamente, según otros más airado
que compadecido, decidió acabar con el inhumano espectáculo de la
tortura ordenando que le cortaran la cabeza.

Cumplida la sentencia, se envió cada parte de su cuerpo a un pueblo de


la zona rebelde, en un intento de dar a la ejecución un valor
ejemplarizante. Aunque la revuelta continuó durante algún tiempo más
(encabezada por un primo y un sobrino de Túpac Amaru) y algunas
otras le siguieron, ninguna llegaría a revestir especial gravedad, y en
este sentido la muerte de Túpac Amaru marcó el fin de un ciclo de
levantamientos indígenas anticoloniales. Durante mucho tiempo algunos
historiadores situaron en esta rebelión el inicio de la independencia del
Perú; hoy posiblemente no se pueda ser tan enfático, puesto que se
debe tener en cuenta que en el proceso de independencia intervinieron
otros factores, como la conciencia de los criollos acerca de sus derechos
de autogobierno. En cualquier caso, es innegable que el levantamiento
de Túpac Amaru II tuvo un carácter plural, ya que en sus filas
confluyeron indígenas, mestizos, criollos e incluso españoles, una
integración que fue un paso importante para el logro de la futura
emancipación.

Túpac Katari
(Julián Apasa; Ayo Ayo, La Paz, 1750 - Peñas, 1781) Líder del
levantamiento indígena que tuvo lugar en Bolivia en 1781 y que puso en
jaque a las autoridades coloniales españolas.

Huérfano desde muy pequeño, sirvió durante años en la parroquia de su


localidad natal, y si bien no tuvo acceso a la educación por la humildad
de su condición, se nutrió de la tradición oral aymara. Todos los
testimonios sobre su vida indican que desde muy temprano compartió el
sufrimiento de sus hermanos indígenas y manifestó públicamente su
rechazo a la opresión a que los sometían los españoles.

Tras las muertes de Túpac Amaru, con quien había mantenido contactos, y
de Tomás Katari, el líder de la insurrección de Chayanta, tomó el
nombre de Túpac Katari, con el que encabezó el más importante
levantamiento indígena de la región aymara, a principios de 1781. Su
movimiento buscaba la liberación de los indígenas frente al yugo
impuesto por las fuerzas coloniales españolas. Durante la insurrección,
Túpac Katari lideró un ejército de más de 40.000 indígenas, que llegó a
controlar Carangas, Chucuito, Sicasica, Pacajes y Yungas, y que
mantuvo sitiada la ciudad de La Paz durante tres meses.

Fue apresado al ser traicionado por uno de sus colaboradores y, una vez
juzgado por las autoridades españolas, fue condenado a muerte y
ejecutado en Peñas (La Paz), el 15 de noviembre de 1781. Tras cortarle
la lengua para que nadie escuchara sus últimas palabras, cruciales como
mensaje en un pueblo de tradición oral, se le condenó a morir
descuartizado por caballos que tiraban en direcciones opuestas. Idéntica
suerte corrieron sus inmediatos seguidores.
Información
Descripción
Julián Apaza Nina, más conocido como Túpac Katari, Túpaj Katari, o simplemente Katari
fue un caudillo de origen aimara, hijo de un minero en las minas de Potosí. Wikipedia

Nacimiento: 9 de enero de 1750, Ayo Ayo, Bolivia

Fallecimiento: 15 de noviembre de 1781, Peñas, Bolivia

Cónyuge: Bartolina Sisa (m. ?–1781)

Hermanos: Gregoria Apaza

Padres: Nicolás Apaza, Marcela Nina

Conocido por: Caudillo rebelde aimara que luchó en el Alto Perú

Familiares: Gregoria Apaza (hermana menor)


Túpac Katari - Julián Apaza Nina
(Unknown - 1781/11/15)

Caudillo aimara
 Uno de los referentes de la lucha de los pueblos indígenas.
 Padres: Nicolás Apaza y Marcela Nina
 Cónyuge: Bartolina Sisa
 Hijos: Anselmo
 Nombre: Julián Apaza Nina - Túpaj Katari - Túpac Catari

Túpac Katari nació en 1750 en Ayllu Sullcavi, Ayoayo, provincia de


Sicasica (Bolivia).

Hijo de Nicolás Apaza y Marcela Nina.


A muy temprana edad quedó huérfano, siendo recogido por el párroco
de Ayoayo, al que ayudó en la iglesia como monaguillo y sacristán.

Siendo un adolescente trabaja en las minas de Oruro. A su regreso a


Ayoayo se hace panadero y, después, comerciante en hoja de coca y
bayetas. Allí conoció a Bartolina Sasi con la que se casó. Anselmo, el
único hijo del caudillo, fue fruto de su relación con otra mujer, Marcela
Sisa.

A inicios de marzo de 1781, lidera una rebelión en su pueblo que se


extiende por la provincia de Sicasica y por las de Pacajes, Omasuyos,
Larecaja, Chuchito, Carangas y Yungas, abarcando una gran
extensión del altiplano boliviano. En agosto de 1780, estalló la
sublevación de los hermanos Catari, en Chayanta y en noviembre la
de Túpac Amaru, en la región de Cuzco. No parece que los tres
alzamientos respondieran a un plan preconcebido

Asumió por entonces como nombre Túpac Katari, que, en aymara y


en quechua se puede traducir como “Serpiente Soberana”.

Desde el inicio de su alzamiento se distingue por su violencia,


quedando los poblados de españoles, criollos y mestizos
materialmente barridos en lo que fue una guerra de extermino.

Ante las matanzas indiscriminadas, la mayoría de los mestizos y


criollos consideraba un peligro mayor la revolución indígena que la
continuación del sistema español, por lo que no se unió a ella.
Tampoco se sumaron los indios de las minas, lo que limitó su ámbito
al elemento indígena y solo a los campesinos.

Tuvo como objetivo primordial la ciudad de La Paz por ser la más


populosa y centro del poder español. El 14 de marzo de 1781, las
vanguardias de sus fuerzas aparecieron en los altos que rodean la
ciudad, aunque para entonces ya tenía completada su defensa.

En pocos días unos cuarenta mil hombres cercaban la ciudad,


comenzando un asedio que duraría más de tres meses. En la plaza se
refugiaban miles de habitantes de los alrededores y empezaron a
faltar los suministros. Centenares murieron de inanición y parece que
llegó a practicarse el canibalismo. Una epidemia de disentería
multiplicó la cifra de bajas.

El 5 de junio Sorata, capital de la provincia de Larecaja a 150 km de la


ciudad de La Paz, asediada desde el 4 de mayo, cayó en manos de
los rebeldes. Entre ellos las huestes de Katari y los Túpac Amarus.
Sorata fue tomada cuando los sitiadores hicieron una presa que
acumuló las aguas procedentes del nevado Tipuani. Cuando se
alcanzó un volumen suficiente fue abierta y la inundación arrasó las
defensas de la ciudad, permitiendo la entrada de los sublevados. La
mayor parte de los habitantes, en torno a diez mil, fueron pasados a
cuchillo. La ciudad fue totalmente saqueada.

A últimos de junio se produjo la liberación de La Paz con la llegada de


un ejército de socorro de mil setecientos hombres, formado
mayoritariamente por tropas locales y un reducido contingente de
soldados regulares de dragones y de infantería del Regimiento de
Saboya, llegado desde Buenos Aires.

El virrey Agustín de Jáuregui ofreció amnistía a los rebeldes que se


rindieran, lo que hicieron muchos, incluidos líderes del movimiento.

La retirada de la columna de Flores propició que, Túpac Katari


estableciese un segundo cerco a La Paz. De nuevo, el hambre y las
enfermedades asolaron la ciudad y, cuando la situación se hacía
insostenible y se pensaba en una salida a la desesperada, apareció en
el Alto de La Paz la vanguardia de la segunda expedición de auxilio
que el 1 de octubre había partido de Oruro con cinco mil hombres.
Ante su aproximación, los rebeldes levantaron el cerco.

El 28 de octubre, los principales dirigentes quechuas iniciaron


contactos para acogerse a la amnistía prometida. El 3 de noviembre
se firmaron las llamadas Paces de Patamanta, en virtud de las cuales
el principal ejército indígena, de veintidós mil hombres, acordó
deponer las armas. Túpac Katari se negó a entrar en negociaciones y
el 29 de octubre inicia la marcha con la intención de castigar a
Guamansongo, cacique fiel a España.

Tras ser traicionado por algunos de sus seguidores fue apresado el 9


de noviembre de 1781.

Tras un rápido juicio en Peñas el día 13 de noviembre, a las 12 de la


noche se dicta la sentencia y es ajusticiado el 14, siendo
descuartizado su cuerpo atado por las extremidades a cuatro caballos
y luego exhibido en señal de escarmiento. Su cabeza fue expuesta en
el cerro de K’iliK’ili (La Paz), su brazo derecho en AyoAyo, el izquierdo
en Achacachi; su pierna derecha en Chulumani, y la izquierda en
Caquiaviri.

Su esposa, Bartolina Sasi, tuvo un importante papel en la rebelión,


llegando a mandar, en ausencia de su marido, las fuerzas que sitiaban
La Paz. Capturada por una traición, también fue ejecutada.

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