Está en la página 1de 2

EDUCACIÓN ENTRE LOS GUARANÍES

LOS TUPINAMBA

“En 1556, disposiciones reales prohíben el empleo de las palabras conquista y conquistadores, que deben
reemplazarse por descubrimiento y colonos”
Los aborígenes, a partir de la ocupación de sus tierras pierden toda posibilidad de desarrollar sus propios
modelos. Hay una contradicción, pues ni son asimilados totalmente ni se les permite autonomía. La mayoría de
los indígenas enfrentan el dilema del exterminio o la marginalidad.
Los tupíguaraní estaban muy extendidos. Dentro de ellos estudiaremos en especial a los tupínambá.
Cuando los europeos llegaron al Brasil, los tupíes daban los primeros pasos de la revolución agrícola,
superando la condición de cazadores recolectores. Lo mismo que otras tribus de la selva, ya habían logrado
transformar muchas especies silvestres en plantas de cultivo. Sin embargo, todavía dependían en buena parte de la
estacionalidad de la caza y de la pesca.
Todavía en el siglo XVI se extendían por toda la costa oriental del Brasil, desde el Amazonas hasta el Río
de la Plata.
Divididas en numerosas naciones, muchas veces en guerra entre ellas, pero tenían una gran unidad
cultural e idiomática.
La educación entre los tupínamba estaba vertebrada sobre tres puntos principales:
Ø El valor de la tradición con sus contenidos sociales y religiosos, que contribuía a resguardar una conducta
adecuada y de eficacia comprobada. Pero ellas imputaban las innovaciones culturales a héroes sagrados.
Ø El valor de la acción, es decir aprender haciendo. De este modo el adiestramiento de niños y adolescentes
quedaba indisolublemente ligado a los deberes y obligaciones del adulto: ‘la exigencia era convertir la propia
acción en modelo a imitar’
Ø El valor del ejemplo, esto es, el sentido del legado de los antepasados y el contenido práctico de las tradiciones.
Queda demostrada la eficacia de la educación por imitación – que otros autores llaman indebidamente
natural – para reproducir las actividades y preferencias paternas o maternas desde el nacimiento hasta la madurez
culminando como jefes (Thuvuae) algunos de los cuales podían convertirse en pajés (jefes, líderes) y a la vez
entre éstos podían surgir chamanes (hechiceros). En esta serie de transiciones importa destacar cómo se realizaba
el adiestramiento de los inmaduros y cómo se extendía progresivamente la participación de la cultura.
La falta de especialización (consecuencia de su escasa tecnología) favorecía la graduación de la
transmisión de experiencias según los principios de sexo y edad. Los tupinambá necesitaban hacer su aprendizaje
lentamente, participando en forma repetida de las situaciones que incluían cooperación y solidaridad, de la familia
pequeña a la grande y a las familias interdependientes del grupo local o de la tribu, para entender así la dimensión
humana de la técnica. De esta manera, las condiciones del adiestramiento facilitaban tanto la transmisión de las
pautas de comportamiento como la formación del carácter.
No existían escuelas; los conocimientos se transmitían de manera informal o asistemática. Pero la
educación satisfacía tres necesidades básicas:
1. Ajuste entre las generaciones, verdadero mecanismo de control y dominación que permitía a las generaciones
maduras y dominantes graduar y dirigir la transmisión de la herencia social. Se trataba de una gerontocracia
tradicionalista y carismática chamanística. La regla era la obediencia de los jóvenes a los mayores en seguir las
costumbres.
2. Preservación y valorización del saber tradicionalista y mágico-religioso, en cuanto a sus formas y contenido.
3. Adecuación de los dinamismos de la vida psíquica al ritmo de la vida social
En síntesis, a pesar de su carácter asistemático, la educación lograba lo que se propone cualquier sistema
educativo: transmisión de conocimientos, formación de la personalidad, ajuste a la comunidad, selección y
promoción de dirigentes (que en este modelo era de índole gerontocrática y shamánica). Los medios eran
funcionales a su objetivo, asegurando su supervivencia y cohesión interna.
Rasgo sobresaliente de la educación en la infancia es no castigar a los niños. El concepto europeo de
castigo correccional de los adultos no existe en la mentalidad guaraní, pues nunca se castiga con el fin de
corregir...el caso sería escandalosos y considerado como una mala acción.
  El padre guaraní jamás castiga a sus hijos ni les reprende con palabras severas. Por el contrario, los deja
hacer limitándose a que no caigan en peligro o hagan cosas inconvenientes. Aún en este último caso jamás
reprende con severidad o les habla fuerte, sino que de forma sueva les explica lo correcto, apelando a la
persuasión y si no lo consigue insiste siempre con paciencia sin hacer una amenaza, viendo con complacencia
aquellos actos de independencia que nosotros solemos castigar o reprimir.
Estos preparativos de la infancia responden perfectamente a la vida del adulto en toda la organización social y
económica guaraní. En esta sociedad la coacción no existe. EL hombre y hasta cierto punto la mujer y
todo miembro de la colectividad son libres y pueden disponer libremente de su voluntad.
No existe imposición por la fuerza ni directa ni indirectamente. Se trabaja en común y en común se
aprovecha el producto de este trabajo.
Pero el individuo no pertenece a la comunidad, sino que forma parte de ella porque quiere y hasta cuando
quiera, siendo completamente libre de dejarla y entrar en otra que le admitirá sin reservas.
El cacique es como un padre y como los padres ni castigan ni imponen a sus hijos (que es como llama a los
hombres de la tribu que dirige). Sólo emplea la persuasión dando buenos consejos o inculcando ideas, valiéndose
únicamente de su arte oratorio y del prestigio que sus experiencias y conocimientos le han dado. Pero no impone
nada por la fuerza ni podría, pues todos y cada uno son libres de obedecerle. Además, fuerza de policía no hay ni
nunca hubo en ningún país guaraní. Ningún trabajo, ningún servicio es materialmente obligado ni el de las armas.
Ni siquiera en caso de defensa de la tribu y del hogar el guerrero tiene obligación absoluta de concurrir. Si se
niega, su voluntad es respetada como siempre. Sólo la potestad moral es materialmente admitida por ser tal y
carecer de fuerza material y por no quebrantar la voluntad individual ni intentarlo siquiera.

Weinberg, G. (1984): Modelos educativos en la historia de América Latina. Bs.As.: UNESCO / CEPAL / PNUD/
Kapelusz, cap 1: 19-24

También podría gustarte