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09 Libertad y Responsabilidad
09 Libertad y Responsabilidad
Con esta clase iniciamos una reflexión sobre conceptos básicos y fundamentales de la teoría
moral, tanto filosófica como teológica. El primero que analizaremos es el de “libertad”, que a
su vez está íntimamente unido al de “responsabilidad”.
Santo Tomás de Aquino presentó una distinción, que se hizo clásica, entre “acto del
hombre” (actus hominis) y “acto humano” (actus humanus):
De entre las acciones que el hombre realiza, sólo pueden considerarse propiamente humanas
aquellas que son propias del hombre en cuanto que es hombre. El hombre se diferencia de las
criaturas irracionales en que es dueño de sus actos. Por eso, sólo aquellas acciones de las que el
hombre es dueño pueden llamarse propiamente humanas. El hombre es dueño de sus actos
mediante la razón y la voluntad; así, se define el libre albedrío como facultad de la voluntad y
de la razón. Llamamos, por tanto, acciones propiamente humanas a las que proceden de una
voluntad deliberada. Las demás acciones que se atribuyen al hombre pueden llamarse del
hombre, pero no propiamente humanas, pues no pertenecen al hombre en cuanto que es hombre.
(cfr. Suma Teológica, I-II, q.1, a.1,c.).
No cualquier acción que realiza el ser humano es un acto del hombre “en cuanto
hombre”; o mejor, de la “persona en cuanto persona”, sino sólo aquellos actos donde se pone
en juego lo que distingue a la persona humana de los demás seres vivos, que en términos
clásicos se designa como “razón” y “voluntad”. Distinto de los “actos del hombre” –como
puede ser comer, caminar, dormir, etc.-, los “actos humanos” se caracterizan por ser conscientes
y libres, es decir, responsables. Son precisamente estos actos y comportamientos conscientes y
libres los que pueden ser valorados moralmente como positivos o negativos, y siempre en
relación con la persona que los realiza en unas circunstancias concretas. De ahí que podamos
tomar como expresiones equivalentes “acto humano” = “acto personal” = “acto moral”.
Dado que la persona humana no es un ser aislado, sino en relación constitutiva con otras
personas, con la naturaleza, con Dios, “el obrar propiamente humano es por tanto aquel que
compromete la persona en cuanto consciente, libre y responsable, directamente frente a un “tú”
personal, o frente a aquellas realidades terrenas que en diversa manera están implicadas con el
vivir personal de alguno”.
Libertad y responsabilidad1
Extracto y condensación, con pequeñas modificaciones, del capítulo 8 de J.L. MARTÍNEZ – J.M.
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CAAMAÑO, Moral fundamental. Bases teológicas del discernimiento ético, Sal Terrae, Santander 2014, pp. 296ss.
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Libertad y responsabilidad
de una acción libre y de la cual uno mismo tiene que responder, de la que tiene que
responsabilizarse dando cuenta de las consecuencias de sus actos. Dicho de otra manera: el ser
humano es moral porque tiene libertad.
La libertad es una experiencia originaria que atraviesa todos los estratos del ser humano
y que tiene diferentes niveles entrelazados entre sí: psicológico, ético-político, ontológico y
teológico.
De una manera general se puede decir que la libertad tiene una doble dimensión para el
ser humano.
Por otro lado, la libertad tiene también una dimensión experiencial, un aspecto
práctico que remite a la acción, y donde no es ajena a las polaridades, contradicciones, límites
y conflictos que afectan a la totalidad de la vida humana. Por eso la teología moral, que se
refiere a la dimensión práctica de la vida y remite a la acción, trata de la realización de la
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Libertad y responsabilidad
libertad bajo las condiciones de la existencia finita a la luz del misterio de Dios revelado
en Jesucristo.
El teólogo luterano Paul Tillich, afirma que la libertad «se experimenta como
deliberación, decisión y responsabilidad»:
El hecho de que la libertad sea situada no quiere decir que esté determinada de
antemano, sino que parte de unos supuestos biológicos, históricos, culturales y educativos con
los que necesariamente ha de contar.
La libertad es un don de Dios y al mismo tiempo una tarea por realizar, en medio de un
mundo finito en donde siempre existe la posibilidad de la tentación.
Pablo de Tarso es el gran teólogo de la libertad. Para Pablo, el ser humano se encuentra
ante dos posibilidades, vivir según la carne (katá sárka) o vivir según el espíritu (katá pneuma),
de vivir para sí o de vivir para Dios, pero consciente de que tiene que responder de un don que
se le ha ofrecido gratuitamente. Por eso el imperativo (caminar en el Espíritu) se funda en el
indicativo (el don del Espíritu simbolizado en el bautismo): para vivir en libertad -según el
espíritu, no según la carne- nos liberó Cristo. De ahí que la libertad sea siempre don y tarea,
indicativo e imperativo: «si vivimos según el Espíritu, obremos según el Espíritu» (Gal 5, 25).
De este modo se entiende también la relación que Pablo establece entre libertad y ley.
En Rom 10, 4 se nos dice que Cristo es «el fin de la ley» y en Gal 2, 4 que por Él tenemos la
«libertad de la ley». La ley de Cristo es la exigencia del amor (Gal 6, 2), que es la realización
plena de la ley: «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Rom 13, 8-10; Gal 5, 14). Pero el amor
solamente es posible para quien es un ser para los otros, para quien no está centrado en sí mismo
y vive para Cristo.
4. Libertad y gratuidad
La gratuidad forma parte del corazón mismo del cristianismo y, por ende, de la
realización de la libertad. Expresa la respuesta humana a un acto previo, libre y amoroso de
Dios hacia el ser humano.
El ser humano, cuando decide, lo hace desde su centro personal, desde la totalidad
concreta de su persona, de tal manera que se puede decir que el comportamiento moral remite
siempre a una raíz, estructura y referencia primordial «capaz de proporcionar fundamento
aglutinante a las demás». Tal referencia es lo que comúnmente se denomina con la categoría de
«opción fundamental», que por un lado constituye la expresión de una comprensión personalista
del ser humano y la moral, y por el otro remite también al sustrato antropológico, psicológico
y ético de todas las decisiones morales.
De una manera sencilla, cabe decir que la opción fundamental se refiere al tipo de
persona que uno es porque así ha querido ser; algo que evidentemente remite también a otros
elementos del dinamismo concreto de la libertad como son las actitudes morales y los actos,
con los cuales guarda una estrecha relación y que evitan su caída tanto en el subjetivismo como
en el intencionalismo.
Se trata de una cuestión que de una u otra manera siempre surge del interior humano,
especialmente en situaciones límite o extraordinarias, y que nunca deja de inquietar al corazón,
pues al fin y al cabo se trata del sentido mismo de la existencia y de la manera que tenemos de
situarnos libremente ante ella.
La opción fundamental es, por tanto, la primordial expresión del comportamiento moral
humano y que, de algún modo, determina el compromiso personal por el bien o por el mal, y
de ahí que siempre diga referencia al fin último del hombre y a su proyecto total de vida. Es el
primer acto de la libertad fundamental.
Si la opción fundamental representa el centro personal del que manan los actos, y si las
actitudes son las disposiciones derivadas y reflejas de la opción fundamental, los actos se
pueden considerar como el lugar de verificación del tipo de persona que uno es, son la expresión
concreta, visible y externa de la propia vida moral y de la identidad personal.
Los actos expresan el ser de la persona, pero también pueden comprometer y modificar
su opción fundamental de vida. Entre la opción fundamental y las acciones concretas existe una
implicación y dependencia recíprocas.
Para profundizar (opcional): A quienes quieran seguir ahondando en este tema central de la
libertad, les recomiendo el artículo de Giannino PIANA, «Libertad y responsabilidad», en el
Nuevo diccionario de Teología Moral (Ed. Paulinas, Madrid 1992) pp. 1064-1082. Les ofrezco
un extracto del texto y una guía de lectura en un archivo adjunto a esta clase. Pueden ver el
artículo completo en: http://www.mercaba.org/DicTM/TM_libertad_y_responsabilidad.htm.