Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1
F. ARDUSSO, Magisterio eclesial. El servicio de la Palabra, San Pablo, Madrid 1998; E. LÓPEZ
AZPITARTE, El nuevo rostro de la moral, San Benito, Buenos Aires 2003, pp. 177-194; Los desafíos
éticos del mundo actual: una mirada intercultural. Primera Conferencia Internacional e Intercultural
sobre la Ética Teológica Católica en la Iglesia Mundial, editado por J. Keenan, San Benito, Buenos Aires
2008, 257ss.
2
E. LÓPEZ AZPITARTE, El nuevo rostro de la moral, p. 177.
El testimonio de la comunidad eclesial: una moral de la fe, la razón y el corazón 2
1. Una moral de la fe
La esencia de la moral cristiana sólo se comprende si se la ubica en el horizonte
de la fe en el Dios Trinitario. Ya en el Antiguo Testamento, vemos cómo las normas éticas
y reglas de comportamiento están insertas en el contexto de la Alianza que hace Dios con
su pueblo. Así, por ejemplo, la particularidad del Decálogo no está tanto en los preceptos
particulares (no matarás..., no robarás...), que eran compartidos también con otros
pueblos, sino en el hecho de que estos preceptos vienen enmarcados y re-significados a
partir del primer “mandamiento”, que en realidad no es un mandamiento sino una
“palabra”: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de
esclavitud» (Ex 20,2; Dt 5,6). En el contexto de la Alianza, los preceptos del Decálogo
tienen como función ayudar a que el pueblo mantenga la libertad que Dios le dio al salir
de Egipto. Los hijos de Israel son libres porque Dios los ha liberado, y por eso deben
erradicar de entre ellos cualquier comportamiento que oprima o explote al hermano.
Al tiempo de la venida de Jesucristo sin embargo, la Ley que debía tener un
sentido y un fin liberador, se había convertido en un pesado yugo que oprimía a los hijos
e hijas de Israel con una desproporcionada cantidad de preceptos y normas que hacían
agobiante la vida. Frente a esta situación, Jesús proclama: «Vengan a mí todos los que
están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan
de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi
yugo es suave y mi carga liviana» (Mt 11,28-30). Jesús llama a ir hacia él, a caminar con
él; a cargar con su yugo... En una palabra, Jesús llama a “seguirlo”; y es precisamente la
expresión “seguimiento de Cristo” una de las categorías más importantes que definen la
identidad de una moral cristiana. Por tratarse de un seguimiento que involucra toda la
vida, no se reduce a un determinado número de prácticas litúrgicas o sacramentales, ni a
la creencia meramente intelectual en una serie de verdades o dogmas. El seguimiento de
Cristo es el horizonte vital, existencial, en el cual el cristiano está llamado a “vivir bien,
con y para los demás, en instituciones justas” (P. Ricoeur). Además, la expresión
“seguimiento” implica movimiento, dinamismo, procesualidad. “Seguimiento” significa
que estamos en camino, que aún no hemos alcanzado la meta; y esto es lo que queremos
significar cuando hablamos de un proceso de “conversión permanente” que abarca todo
el arco de la vida del cristiano.
La moral cristiana no es la moral del fariseo que da gracias “por no ser pecador
como los demás” (Lc 18,9-14); no es la moral que pone el cumplimiento de una ley por
encima del valor de la persona (Lc13,10-17 y otros muchos pasajes donde se le recrimina
a Jesús las curaciones que hace en día sábado); no es la moral de los esclavos, sino de
personas libres y liberadas en Cristo.... (Gal 5,13). Porque el horizonte de la fe en Cristo
ubica la moral no frente a una ley impersonal, sino en una relación interpersonal de
llamada y respuesta, que pone a cada cristiano simultáneamente delante de Dios y del
prójimo.
también que se trata de una moral que puede ser compartida y propuesta con otras
personas que no tienen esta misma fe, gracias a la “racionalidad” que la constituye.
El Vaticano II utiliza una bella fórmula para expresar lo que aquí estamos tratando,
cuando dice que «el Concilio, a la luz del Evangelio y de la experiencia humana, llama
ahora la atención de todos sobre algunos problemas actuales más urgentes que afectan
profundamente al género humano» (GS 46). No sólo el Evangelio, es decir, la Palabra
Revelada contenida tanto en la Escritura como en la Tradición interpretadas
eclesialmente, sino también la experiencia humana, que incluye la razón pero que abarca
mucho más, aportan la luz que permite discernir los problemas del mundo
contemporáneo. Se establece así un fecundo círculo hermenéutico según el cual la
experiencia humana es interpretada a la luz del Evangelio; a su vez, el Evangelio viene
leído a partir del contexto y de los interrogantes concretos que surgen de la experiencia
histórica. La vitalidad de este círculo metodológico es imprescindible para la
actualización de la Palabra de Dios en los distintos tiempos y culturas, según una
inseparable fidelidad a Dios y al ser humano.
Entre la propuesta moral del Evangelio y el bien moral que percibe la razón
humana no puede, en línea de principio, haber contraposición. Ya Pablo señalaba en su
Carta a los Romanos que “cuando los paganos, que no tienen Ley, guiados por la
naturaleza, cumplen las prescripciones de la Ley, aunque no tengan la Ley, ellos son ley
para sí mismos, y demuestran que lo que ordena la Ley está inscrito en sus corazones. Así
lo prueba el testimonio de su propia conciencia, que unas veces los acusa y otras los
disculpa” (Rm 2,14.15)
Una correcta comprensión de cómo se relacionan fe y razón en la propuesta moral
cristiana, evita que se caiga en los extremos de un “dogmatismo fideista” que buscase en
la Biblia las “recetas” para resolver los distintos problemas éticos del mundo actual, como
de un “racionalismo” que podría fácilmente esconder posiciones ideológicas.
Ya San Alfonso, Doctor de la Iglesia y patrono de los moralistas y confesores,
decía que en moral se debe dar preferencia a los argumentos de razón por sobre los
argumentos de autoridad. Y hoy, se podría decir que este pensamiento tiene más
actualidad que nunca. En primer lugar para todo creyente, que está llamado a vivir como
un cristiano adulto, que se hace responsable de la formación de su propia conciencia (para
lo cual cuenta con la ayuda del Magisterio eclesial, los aportes de la teología, las ciencias,
la comunidad, etc.) y asume el riesgo de discernir, de cara a Dios y al prójimo, lo que
debe hacerse en cada circunstancia. Pero además, en un mundo pluralista como el que nos
toca vivir, debemos transmitir y comunicar los valores del Evangelio de un modo que
pueda ser comprendido, aceptado y valorado también por aquellos que no comparten la
misma fe, pero se dejan guiar por la luz de sus conciencias y buscan sinceramente el bien.
Son todos aquellos a quienes los últimos Papas han dirigido también sus encíclicas,
especialmente en materia de Doctrina Social de la Iglesia, bajo la denominación de “todos
los hombres de buena voluntad”. Frente a ellos, debemos estar siempre dispuestos a “dar
razón de nuestra esperanza” (1Pe 3,15), de tal manera que en el diálogo sincero y fraterno
se pueda arribar a encontrar las soluciones cada vez más adecuadas a los problemas éticos
que afligen nuestro mundo. En este diálogo, un lugar importante tendrá el que se vaya
El testimonio de la comunidad eclesial: una moral de la fe, la razón y el corazón 7
acrecentando con otras iglesias cristianas (ética ecuménica) y con otras religiones
tradicionales (ética interreligiosa).