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ÉTICA PROFESIONAL

RESUMEN 1 DEl SEGUNDO PARCIAL


II PERIODO 2023

FUNDAMENTOS ANTROPOLÓGICOS-MORALES DE LA LIBERTAD,


LA VOLUNTAD Y LA CONCIENCIA.

I.- LIBERTAD.

El estudio de la libertad es la piedra de toque de la /Antropología filosófica, por cuanto


que la libertad constituye un tema clave en la interpretación del hombre. Además, los
pensadores de todos los tiempos, la han considerado a lo largo de la historia. No
obstante, hay una variabilidad histórica en la forma de contemplar este tema, que puede
aportarnos un marco valioso para la posterior reflexión antropológica sobre la libertad.
En términos generales, en el pensamiento presocrático, predomina una visión fatalista
del mundo. Las fuerzas del universo obedecen a leyes inmutables que ordenan y dirigen
todas las cosas. Para ellos, todo se realiza de acuerdo con los decretos de los hados. Este
pensamiento cosmológico centra su reflexión en los problemas de la Naturaleza. La
reflexión ética entra en el pensamiento griego con Sócrates. Piensa que el hombre tiende
necesariamente al /bien. El hombre virtuoso es el sabio, ya que conoce mejor que nadie
los medios para alcanzar el bien. Para conseguir la libertad es necesario conocerse a /sí
mismo con el fin de liberarse de las trabas interiores. Aparece también en Platón la idea
de que el hombre, en cuanto libre, es creador de su propio destino, y la libertad se funda
en una voluntad libre: «Gracias a su dominio de sí mismo y su moderación, ha sometido
a lo que producía el vicio del alma y dado libertad a lo que producía su virtud»1. En
Aristóteles, la libertad se inscribe dentro de la problemática del acto voluntario: «Lo
voluntario parece ser aquello cuyo principio se halla en el agente que conoce todas las
circunstancias particulares de la acción»2. El hombre tiende a su fin (felicidad) ejerciendo
acciones voluntarias, mientras que las acciones involuntarias son producidas por
coacción o ignorancia.

El advenimiento del /cristianismo supuso una nueva concepción y una mayor


profundización de la libertad, una perfecta y verdadera libertad moral, desconocida para
los antiguos. La voluntad es, ante todo, libre de coacción, pero este concepto de coacción
adquiere un nuevo sentido moral, y es la relación conciliadora de la perfecta libertad,
mediante la gracia, lo que enmarca este pensamiento.

La nueva concepción teológica interpreta que la verdadera esclavitud del hombre es el


pecado. La gracia divina es la que libera al hombre de esta esclavitud interior, porque sin
la libertad del hombre no sería concebible el pecado y su liberación o Redención, que es
lo que da al hombre la posibilidad de la perfecta libertad espiritual.

San Agustín distingue entre libre albedrío, como posibilidad de elección, y libertad
propiamente dicha, como la realización del bien con vistas a la beatitud. La definición
agustiniana de la libertad comporta dos elementos: autodeterminación de la voluntad y
orientación al bien.

Para Tomás de Aquino, la raíz intrínseca de la indeterminación objetiva de la voluntad


está en el conocimiento intelectual del que se deriva la elección: «La raíz entera de la
libertad hay que ponerla en la razón. Y según que algo se comporte respecto a la razón,
así se comporta respecto a la libertad».

La libertad se entiende desde su acepción psicológica, como capacidad de escoger en


sentido moral: tanto sea escoger el bien o el pecado. Así, Descartes identifica la voluntad
y la libertad. Ahora bien, como el área de acción de la voluntad es infinita, el campo en el
que se desenvuelve la libertad es también infinito. Por esta voluntad o libertad es por la
que llegamos a saber que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. La gracia
divina aumenta y fortifica mi libertad. Para comprender la libertad hay que apelar al
testimonio de la conciencia. En el siglo XX aparecen dos grandes doctrinas: las que
afirman la posibilidad de la libertad y las que la niegan. El estudio de la libertad acapara
todos los ámbitos posibles del individuo como ser sociológico, religioso, psicológico,
metafísico, etc. Tanto los planteamientos materialistas como los espiritualistas, tratan el
tema de la libertad desde una perspectiva metafísica.

La libertad fundamental es la condición imprescindible de la libertad psicológica, ya que,


si no existiera esa apertura al ser, no se podría distinguir lo que es necesario de lo que es
libremente querido. Ahora bien, es precisamente este estar abierto de modo irrestricto lo
que nos obliga a tomar continuamente decisiones o a ser necesariamente libres. Pero,
tanto la libertad fundamental como la libertad psicológica, no son libremente adquiridas,
sino que están ya dadas, o nos encontramos con ellas en la existencia.

El hombre se autodetermina y, para ello, requiere la reflexión que caracteriza a la


libertad. Esta reflexión supone la toma de conciencia de sí mismo, un yo que se capta a sí
mismo, que es sujeto y que se contempla desde el mundo como realidad diferente del
mundo. Este sujeto que se sabe distinto del mundo, se decide, y esa decisión es una
autoposesión. El dominio sobre uno mismo es parte esencial de la libertad y viene dado
por la autorreflexión, en virtud de la cual un sujeto se conoce y juzga sobre las cosas y
sobre su propio juicio.

Decir que el hombre es libre es decir que en él hay capacidad de tomar en sus manos su
propio obrar. Somos nosotros quienes hemos de elegir y decidir nuestro destino,
partiendo ya de un bagaje dado, y bajo la orientación del conocimiento. El conocimiento
nos abre a un amplio campo de posibilidades y objetivos que cada uno de nosotros debe
poner en práctica, de acuerdo con su modo peculiar de ser y sus circunstancias. En la
afirmación y realización de estas posibilidades concretas, que son mis posibilidades o
fines, yo realizo mi existencia. Así, la libertad me permite elegir y decidir sobre las
posibilidades que se abren a mi existencia y sobre mí mismo, porque cada elección que
yo realizo supone un compromiso sobre mí mismo, ya que el yo se pone y se configura
en cada una de mis elecciones, acrecentando o limitando mi propia libertad o mis
posibilidades.

Elegir libremente implica la liberación de todo aquello que esclaviza la libertad (la
superstición, la ignorancia, el miedo, algunas políticas, la mentira, etc.); ser libre es ir
liberándose poco a poco de aquellas trabas que no me permiten tener un dominio o
control sobre mí mismo. Poder determinar mi propia existencia, sin la presión externa o
interna, para conseguir ser plenamente yo mismo, bajo la guía de mis opciones
personales meditadas. En este sentido, la libertad como poder de dominación sobre el
propio obrar es el motor fundamental de la liberación.

II.- LA VOLUNTAD.

En los estudios filosóficos, el tema de la voluntad ha sido encarado tanto como un


componente psicológico del hombre, como muy especialmente vinculado a las
cuestiones morales o religiosas; y aún desde el punto de vista metafísico, como un motor
de los cambios.

La voluntad se presenta como una actividad abstracta, intelectual, del hombre, que se
concreta esencialmente en la toma de una decisión, que constituye su fase más propia.

Existe un proceso de la voluntad, en el cual generalmente se reconocen cuatro etapas:

• El surgimiento o la incorporación en la conciencia, de los motivos, que constituyen


determinantes de naturaleza intelectual, representaciones de ideas; de los móviles, que
constituyen determinantes de orden emocional o afectivo, representaciones de
sensaciones placenteras o de temor al sufrimiento. Lo frecuente, es que los motivos y los
móviles, como determinantes de la voluntad, no se presenten en una forma claramente
distinguida; sino que por lo común operan de forma entremezclada.

• La deliberación, considerada como un análisis racional, que en algunos desarrollos


acerca de los métodos de la adecuada toma de decisiones se presenta como un estudio
cuidadoso y prudente a partir de una enunciación de las opciones planteadas y una
evaluación de los factores a favor o en contra, a partir de una representación de las
consecuencias de uno u otro tipo que puedan derivarse. Sin embargo, en la práctica, la
mayor parte de las decisiones son tomadas de una manera sumamente rápida; sea por
prescindir de una detenida evaluación racional a causa de la intensa influencia de
factores emocionales, sea porque la previa experiencia - y aún la rutina - elimina una
gran parte del proceso racional a su respecto.
• La decisión, que consiste esencialmente en la formulación de un juicio conclusivo, que
cierra el proceso deliberativo con una representación imperativa de una acción futura;
aunque en muchos casos se trata de un futuro tan inmediato que prácticamente se
confunde con el momento mismo de la decisión.

• La ejecución, que por lo general no está constituida por componentes abstractos o


ideales sino por acciones materiales; y que asimismo tiene primariamente un lugar en el
tiempo futuro, ya sea que la ejecución esté constituida por la realización instantánea o
muy breve de un acto, o que se configure como una sucesión coherente de actos en
distintos momentos del futuro. Esta es una etapa que, normalmente, carece de interés
desde el punto de vista filosófico; aunque como elemento de la realidad experimental
pueda repercutir en algunos aspectos, especialmente en el enfoque moral o ético.

Desde el punto de vista de la psicología, se formulan diversas observaciones en cuanto a


que la voluntad, en último análisis, no constituye en sí misma un estado de la conciencia;
como pueden serlo las sensaciones, las imágenes, las ideas, e inclusive los deseos o los
estados afectivos. Para algunos filósofos y psicólogos - sobre todo modernos - la
voluntad no constituye un aspecto irreductible de la conciencia, sino que es meramente
una combinación de juicios y, en consecuencia, una resultante de la inteligencia.

Esta posición ilustra la polémica antigua, respecto de la voluntad, entre la corriente


“intelectualista” - que evidentemente hace predominar los factores del análisis racional
previo como constitutivos de la voluntad - y la corriente “voluntarista” que apunta a
estudiar el concepto de la voluntad como un elemento irreductible, como una capacidad
abstracta del hombre, considerada en sí misma, cuyo producto son las voliciones,
consideradas casi como un objeto.

La cuestión de las relaciones de la voluntad con la inteligencia, el deseo, los impulsos, se


origina ya en los albores de la filosofía.

Platón incluyó la voluntad entre las potencias o poderes del alma; considerándola como
una facultad intermedia, en su división tripartita del alma y de la sociedad y el Estado
(Ver Platón). La consideró ubicada por debajo de la razón que rige o debe regir al
hombre, y por encima de los apetitos sensibles o simples deseos. No la consideró en sí
misma como una facultad racional, pero tampoco como una facultad totalmente
irracional. Para Platón, el mero seguimiento de los deseos no significa ejercicio de la
voluntad; el deseo pertenece al ámbito del alma sensible o concupiscible, pero la
voluntad pertenece al orden de lo inteligible .

Para Aristóteles, la voluntad debe tener un carácter conforme a lo racional.


Conjuntamente con el deseo, para Aristóteles la voluntad es un motor, cuya función es la
de mover al alma; sin embargo, ella no se mueve como el deseo, ajena a toda
condicionante del intelecto.

En la filosofía medieval, el tema de la relación que debe establecerse entre la voluntad, la


inteligencia, y la razón, se encontró sumamente afectado por los enfoques de la teología;
aunque de todos modos los filósofos cristianos estuvieron guiados muy fuertemente por
las ideas de Platón y sobre todo de Aristóteles.

Las concepciones de Santo Tomás de Aquino acerca de la voluntad se asentaron sobre las
de Aristóteles; sosteniendo que la voluntad del hombre es una facultad estrictamente
ajena a la necesidad, y que ella es una manifestación del libre albedrío (Ver La libertad ),
y que la voluntad es en el hombre una potencia superior a las potencias irascibles y
concupiscibles. La inteligencia es motora de la voluntad por medio de objetos, y la
voluntad es motora de sí misma en consideración al fin propuesto; por lo que la
denomina apetito intelectual.

En la filosofía moderna, existen en cuanto al tema de la voluntad una tendencia


racionalista cuyos principales representantes son Renato Descartes (1596-1650) y
Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716); y una tendencia empirista cuyos más destacados
representantes son Thomas Hobbes (1588-1679) y David Hume (1711-1766).

Para Descartes, decididamente voluntarista, la voluntad es la facultad de asentir o de


negar el juicio de modo que todo acto intelectual es un acto de voluntad. Leibniz se
opone a ese concepto, y considera que la voluntad tiende a lo reconocido como bueno
por el pensamiento, por lo cual solamente puede quererse lo que se percibe por el
intelecto. En ese sentido, algunos señalan que el acto de voluntad quiere lo que es
juzgado como bueno por el entendimiento, independientemente de que en un plano
externo al sujeto volitivo su volición sea moralmente negativa.

Para los empiristas, no hay un apetito racional, sino que la voluntad vale en sí misma
como inicio de la acción. Para ellos, los actos voluntarios no son racionales ni
intelectuales, sino acción pura; no encuentran sentido en pensar que hay un acto de
voluntad independiente de la existencia empírica de la acción correspondiente.

Emmanuel Kant (1724-1804) resaltó el contenido moral de la voluntad, mencionando el


concepto de la buena voluntad que posee en sí un valor absoluto, en forma
independiente de sus resultados.

III.- LA CONCIENCIA.

El término no es empleado en este punto en su sentido de percepción del ser de sí


mismo y de la circunstancia de que es en la propia mente que ocurren diversos procesos
abstractos; sino con una connotación predominantemente ética, con referencia a la
función particular que existe en el hombre, de auto-evaluar su propio ser y su propio
comportamiento, en el alcance a que se alude frecuentemente designándola como
conciencia moral.

Se trata, sin duda, de una actividad interior del individuo, que puede tener mayor o
menor intensidad generalmente en relación al grado de desarrollo cultural de cada
sujeto, pero que en alguna medida existe siempre. La conciencia reflexiva constituye, por
una parte, una derivación de la capacidad humana de raciocinio, y es por tanto una
manifestación de la inteligencia, consistente en retornar a aplica la capacidad racional
esencialmente en forma retrospectiva.

Filósofos modernos, como Spinoza y Schopenhauer, han señalado acentuadamente el


carácter de la conciencia de conformar un referente hacia el pasado. Descartes aludía al
remordimiento como “un recuerdo triste” emanado de la duda acerca de si la conducta
que se ha ejecutado ha sido correcta o no; agregando de que no haber existido duda de
que era malo se habría abstenido de ejecutarlo, o de no haberlo percibido así pero tener
ahora certeza, existiría arrepentimiento.

Tanto Sócrates como Aristóteles señalaron la conexión moral de la conciencia; el primero


considerando que formaba parte del “demonio” que interviene en la existencia humana,
el segundo señalándolo como expresión del sentido moral.

Se han realizado algunas distinciones acerca de la conciencia:

• Desde el punto de vista de su origen, se ha hablado de una conciencia innata (de fuente
divina) y de una conciencia adquirida, basada en los valores provenientes de fuentes
humanas, como originadoras de los conceptos morales contrastados por la conciencia
con la propia conducta.

• Desde el punto de vista de los principios y valores morales; se distingue una


conciencia pseudomoral o egoísta basada en el eudemonismo individual; y una
conciencia auténtica que se atiene a principios éticos de validez objetiva y universal.

CLASIFICACIÓN DE LA ÉTICA.

I.- ÉTICA DESCRIPTIVA.

La ética descriptiva, por su naturaleza, desempeña funciones completamente distintas de


las que desempeña la ética normativa.
No pretende valorar para prescribir, no trata de juzgar para establecer cuál deba ser la
actitud moralmente buena o el comportamiento moralmente recto. Más bien se limita a
constatar el dato que de hecho existe y a describirlo detallada y minuciosamente; no
trata de lo que debería ser ni del ideal hacia el que tender, sino de lo que en la realidad
de los hechos caracteriza al fenómeno moral.

Porque el fenómeno moral, en efecto, se objetiva en la historia, en la cultura, en la


práctica de las relaciones socio-personales y en la mutua interferencia de la esfera socio-
política con la individual personal.

Por eso mismo se le puede describir en todas sus características y en todas sus
estratificaciones diacrónicas y sincrónicas.

Toda persona individual y todo grupo social, todo pueblo y toda cultura poseen su propia moral,
su propio ethos, es decir, un código de normas que guía la vida de los individuos y de la sociedad y
que sanciona la orientación de las relaciones interpersonales.

El objeto de la ética descriptiva es el ethos. Lo constituye la sedimentación histórico-


cultural del fenómeno moral dentro de un pueblo y el modo práctico de vida con el que
se identifica el fenómeno moral.

En cuanto descriptiva, la ciencia ética resalta la manifestación histórica del fenómeno,


sus variantes evolutivas e involutivas, su caracterización estática o dinámica, las
justificaciones teóricas que se le dan, la coherencia o no entre los comportamientos
prácticos y las justificaciones teóricas, su importancia, la divergencia o convergencia de
algunas convicciones o de algunos comportamientos que se encuentran en un fenómeno
moral con respecto a los que se manifiestan en otros grupos o sociedades.

La ética descriptiva toma en consideración sobre todo la dimensión sociocultural del fenómeno
moral. Aunque también se tome en consideración como fenómeno personal, pero sólo por
su relación a la dimensión sociocultural, para que pueda evidenciarse la homogeneidad o
heterogeneidad más o menos parcial de los comportamientos individuales respecto al
ethos vigente.
La ética descriptiva puede prestar atención a la revelación del fenómeno moral también
desde el punto de vista de sus relaciones fácticas con el fenómeno religioso. Esta ética,
teológica sólo en cuanto se interesa por tal objeto, a nivel metodológico seguirá siempre
las reglas de las otras disciplinas, exactamente igual que la sociología religiosa sigue
siempre las reglas de toda investigación sociológica.

Desde esta perspectiva, la ética se reduce a ser la ciencia que relata a nivel descriptivo la
diversidad de las decisiones iniciales pero no la ciencia que pretende valorar la elección
del bien no sólo como fundamentalmente distinta de la egoísta, sino también como
necesaria y obligatoria. Esta forma descriptiva de la ética no equivale a un modo de
plantear la reflexión ética junto a otros modos, sino que equivale a la afirmación de la no
valorización estructural de la ética y a su identificación casi total con las diversas ciencias
empíricas (ya que asumir la dimensión descriptiva como única dimensión del carácter
científico de la ética no tendría por qué excluir la perspectiva normativa y la importancia
de la coherencia lógica del comportamiento respecto a la decisión inicial).

Así entendida, la ética es sólo descripción de los múltiples modos humanos de ver una realidad
inexistente o por lo menos incognoscible; de las muchas actitudes y comportamientos cuya
diversidad se identifica con el acto de decisión de quien los realiza y se agota en su
mismo aspecto descriptivo empírico. La vida del santo sería sólo diversa de la del delincuente;
no podría ponerse como ejemplo que imitar o ideal al que tender. Más allá de la decisión
humana inicial sólo habría vacío, algo que no es posible captar o algo que crea la misma
decisión humana. Más acá de la decisión sólo habría diversidad de decisiones
fundamentales, múltiples decisiones individuales graduadas de modos distintos,
posibilidad de describirlas, pero no de valorarlas. La ética, si se la reduce a una simple
ciencia descriptiva, se identificaría con la inutilización de su aspecto valorativo. La
imposibilidad de aceptar este planteamiento tanto a nivel filosófico como teológico
salta a la vista.

II.- ÉTICA NORMATIVA


¿Qué es la ética normativa?

La ética normativa es una rama de la ética o filosofía moral que estudia y relaciona los
criterios de lo que es moralmente correcto o incorrecto. De este modo, busca establecer
normas o estándares para la conducta. Su principal desafío es determinar cómo se llega y
se justifican esos estándares morales básicos.

La ética normativa es la que pone el acento en describir lo que las personas deberían
considerar bueno o malo, mientras que la ética descriptiva pone de relieve lo que la
mayoría de la gente cree que es correcto o incorrecto.

Por otro lado, la clasificación que realiza la ética normativa de las acciones humanas
como adecuadas o inadecuadas la diferencia de la metaética, que estudia la valoración de
las teorías éticas morales y, también, la diferencia de la ética aplicada, la cual expone las
reglas en contextos prácticos y que, por tanto, se ocupa de campos específicos del
comportamiento humano y de discutir las respuestas debidas ante estas situaciones.

Se refiere al aspecto de la ética que tiene que ver exclusivamente con la formación y
elaboración de las normas sociales, pero no con su seguimiento o cumplimiento, porque
ya sería el aspecto fáctico de la ética.

La ética normativa estudia la clasificación de los actos humanos en correctos e


incorrectos dejando a un lado los prejuicios clasifica las acciones humanas como
adecuadas o inadecuadas, esta ética que tiene que ver exclusivamente con la formación y
elaboración de las normas, pero no con su seguimiento o cumplimiento.

La ética es una disciplina normativa, es decir, a la ética no le preocupa describir cómo


están las cosas, se preocupa por ver cómo deberían ser las cosas. La sociología o la
antropología podrían interesarse en describir las opiniones éticas que sostienen este
grupo o aquel, mientras que la ética se refiere a si esas opiniones éticas pueden
justificarse razonablemente y cómo. La ética normativa en particular se ocupa de
articular y desarrollar las teorías éticas generales en términos de las cuales podrían
justificarse las opiniones éticas a nivel aplicado. Los temas centrales de la ética normativa
incluyen qué es para una acción ser moralmente permisible y qué es para una sociedad
ser justa.

Un ejemplo para comprender exactamente qué es un principio normativo es la regla de


oro. Esta se enuncia: “debemos hacer a los demás lo que quisiéramos que otros nos
hicieran.”

Por supuesto que basándose en la regla de oro es incorrecto todo aquello que atente
contra los demás, porque en principio también atenta contra nosotros mismos. Así es
incorrecto mentir, victimizar, asaltar, matar, hostigar a otros.

Para los estudiosos la regla de oro es un claro ejemplo de una teoría normativa que
instaura un principio único mediante el cual se pueden juzgar todas las acciones.

No obstante existen otras teorías normativas que se centran en un conjunto de buenos


rasgos de carácter o de principios fundacionales.

Modalidades

El punto principal de la ética normativa es determinar de qué manera se justifican los


estándares morales básicos.

La respuesta a esta problemática se ha dado a partir de dos posturas o categorías: la


deontológica y la teleológica. Ambas difieren entre sí en que las teorías teleológicas
establecen los estándares éticos en base a consideraciones de valor, en tanto las teorías
deontológicas, no.

De este modo las teorías deontológicas utilizan el concepto de su corrección inherente


cuando se establecen los estándares éticos. Por su parte, las teorías teleológicas sostienen
que el valor o la bondad generadores de acciones es el principal criterio de su valor ético.

Además cada una de ellas claramente se diferencia de la otra, en otros conceptos


fundamentales.
III.- ÉTICA DEONTOLÓGICA

¿Qué es la deontología?

La deontología es una rama de la ética que estudia los deberes y el comportamiento


ético, especialmente en relación con el ejercicio profesional. Como disciplina filosófica, la
deontología trata el estudio de las obligaciones morales, así como la teoría de la ética
normativa que determina qué acciones se deben realizar y cuáles no.

La deontología como disciplina de estudio filosófico no es lo mismo que la deontología


profesional con que se rigen las distintas profesiones. La diferencia radica en que la
primera es una rama de la ética o de la filosofía moral, mientras que la segunda es una
forma de la ética aplicada (apunta a un problema concreto del mundo real). Sin embargo,
ambas tienen un enfoque común basado en la comprensión de las obligaciones y los
deberes.

Muchos filósofos se dedicaron al estudio deontológico, tales como Jeremy Bentham


(1748-1832), Immanuel Kant (1724-1832) y William David Ross (1877-1971). La obra de
Kant fue particularmente importante en el desarrollo de la disciplina, en especial en lo
relacionado al imperativo categórico, tal y como lo postuló en Fundamentación de la
metafísica de las costumbres (1785).

El primer gran filósofo en definir principios deontológicos fue Immanuel Kant, el


fundador alemán de la filosofía crítica del siglo XVIII (véase Kantianismo). Kant sostuvo
que nada es bueno sin calificación excepto una buena voluntad, y una buena voluntad es
aquella que quiere actuar de acuerdo con la ley moral y por respeto a esa ley en lugar de
por inclinaciones naturales. Vio a la ley moral como un imperativo categórico—es decir,
un comando incondicional, y creía que su contenido podía establecerse solo por la razón
humana. Por lo tanto, el imperativo categórico supremo es: «Actúa solo en esa máxima a
través de la cual puedes al mismo tiempo querer que se convierta en una ley universal.
Kant consideró que la formulación del imperativo categórico equivalía a: «Actúa de tal
manera que trates a la humanidad en tu propia persona y en la persona de todos los
demás siempre al mismo tiempo como un fin y nunca meramente como un medio.» La
conexión entre esas dos formulaciones, sin embargo, nunca ha sido del todo clara. En
cualquier caso, los críticos de Kant cuestionaron su opinión de que todos los deberes
pueden derivarse de un principio puramente formal y argumentaron que, en su
preocupación por la coherencia racional, descuidó el contenido concreto de la obligación
moral.

Esa objeción fue enfrentada en el siglo XX por el filósofo moral británico Sir David Ross,
quien sostuvo que numerosos «deberes prima facie», en lugar de un solo principio
formal para derivarlos, son en sí mismos inmediatamente evidentes. Ross distinguió esos
deberes prima facie (como el cumplimiento de la promesa, la reparación, la gratitud y la
justicia) de los deberes reales, ya que «cualquier posible acto tiene muchas facetas que
son relevantes para su corrección o injusticia»; y esas facetas deben sopesarse antes de
«formarse un juicio sobre la totalidad de su naturaleza» como una obligación real en las
circunstancias dadas. El intento de Ross de argumentar que la intuición es una fuente de
conocimiento moral fue, sin embargo, fuertemente criticado, y a finales del siglo XX, las
formas de pensamiento kantianas, especialmente la prohibición de usar a una persona
como un medio en lugar de un fin, estaban proporcionando de nuevo la base para las
opiniones deontológicas que fueron más ampliamente discutidas entre los filósofos. A
nivel popular, el énfasis internacional en la protección de los derechos humanos—y por
lo tanto en el deber de no violarlos—también puede verse como un triunfo de la ética
deontológica.

En la actualidad, el código deontológico o código ético es el conjunto de normas y


principios morales que rigen el ejercicio de una profesión determinada. Estos son
normalmente fomentados por los cuerpos colegiados profesionales, quienes tienen la
potestad para retirar su licencia profesional a quien los incumpla.

Etimología e historia del término “deontología”


La palabra deontología viene del griego deon (“obligación” o “deber”) y logos
(“conocimiento” o “estudio”). De aquí se desprende la idea de la deontología como el
estudio o la ciencia del deber.

El filósofo inglés Jeremy Bentham utilizó el término por primera vez en Deontología o
ciencia de la moralidad, obra publicada en 1932. La intención de Bentham fue dar con
una nueva forma de llamar a la ética, orientándola al utilitarismo.

Es posible rastrear un antecedente filosófico en la obra de Kant, para quien, en Crítica de


la razón práctica y Fundamentación metafísica de las costumbres, la ética debía aplicarse
al estudio del deber. Con el tiempo, el término evolucionó hasta transformarse en una
forma de ética aplicada a las distintas profesiones.

Ética deontológica, en filosofía, teorías éticas que ponen especial énfasis en la relación
entre el deber y la moralidad de las acciones humanas. El término deontología se deriva
del griego deon, «deber», y logos, «ciencia».»

En ética deontológica, una acción se considera moralmente buena debido a alguna


característica de la acción en sí, no porque el producto de la acción sea bueno. La ética
deontológica sostiene que al menos algunos actos son moralmente obligatorios,
independientemente de sus consecuencias para el bienestar humano. Descriptivos de tal
ética son expresiones como «Deber por el deber», » La virtud es su propia recompensa
«y» Que se haga justicia aunque caigan los cielos.»

Tipos de deontología

Existen dos formas distintas de deontología:

Deontología aplicada: Se centra en la aplicación práctica de la ética en la vida cotidiana.


Es decir, determina qué es lo correcto o lo incorrecto en una situación determinada. Es la
base para la construcción de los códigos deontológicos profesionales.

Deontología prescriptiva: Estudia el comportamiento moral de cara a la necesidad de


convivir pacíficamente. Como tal, se centra en las normas o reglas que son necesarias
para dar con su fin determinado. A veces se la llama deontología teórica, ya que no juzga
problemas concretos.

También se puede ver dentro de la deontología, hay dos variaciones principales:

La deontología del acto, la cual juzga cada acción individualmente según sea o no moral.
Esta versión del pensamiento deontológico realmente juega con las ideas de Kant sobre
la moralidad humana que gira en torno al pensamiento racional. Si una persona
considera que tomar una acción es lo correcto, basándose únicamente en la intención de
la acción y no en las consecuencias, está siguiendo la deontología de la acción. Esta rama
del pensamiento deontológico también se denomina deontología particularista, ya que
los juicios morales se consideran en cada situación particular.

La deontología de reglas, por otro lado, aplica un conjunto de reglas universalmente, sin
tener en cuenta las variaciones dentro de una situación determinada. La deontología de
reglas es la más estricta de las dos y requiere una adhesión absoluta a un conjunto de
principios morales. La deontología de reglas se ve comúnmente en ejemplos religiosos, o
en situaciones que requieren un cumplimiento absoluto de las reglas establecidas por un
lugar de trabajo o un gobierno.

Los códigos profesionales o códigos deontológicos son documentos en los que se


expresan las normas y valores que rigen el ejercicio de una profesión.

En ellos se explicita lo necesario para llevar a cabo correctamente la labor profesional,


especialmente en las áreas y disciplinas que involucran a terceros. Por ejemplo: la
medicina, la psicología, la abogacía o el periodismo. La elaboración de códigos
deontológicos es un ejemplo de la aplicación de la deontología a la vida cotidiana.

Los códigos deontológicos funcionan como mecanismos a través de los cuales una
comunidad profesional se regula a sí misma, labor que suele desempeñar el colegio
profesional. Desde allí se controla y supervisa que las acciones desempeñadas por un
profesional colegiado sean siempre acordes con lo establecido, para no causar daño a las
personas a las que se supone se debería estar ayudando.
IV.- ÉTICA TELEOLÓGICA

La ética teleológica sostiene que el criterio básico del deber es la contribución que hace
un acto a la realización de valores no morales. Las teorías teleológicas difieren en cuanto
a la naturaleza de los bienes no morales que las acciones deben promover. El
eudaimonismo enfatiza el cultivar la virtud del agente como fin de toda acción. El
utilitarismo sostiene que el fin consiste en el equilibrio global entre placer y dolor para
todos los interesados. Otras teorías teleológicas afirman que el fin de la acción es la
supervivencia y el crecimiento, como en la ética evolutiva (Herbert Spencer); el poder
sobre los otros (Nicolas Maquiavelo y Friedrich Nietzsche); la satisfacción y la
adaptación, como en el pragmatismo (Ralph Barton Perry y John Dewey), y la libertad,
como en el existencialismo (Jean-Paul Sartre).

Ética teleológica, (teleológico del griego telos, «fin»; logos, «ciencia»), teoría de la moral
que deriva el deber o la obligación moral de lo que es bueno o deseable como fin a
alcanzar. También conocida como ética consecuencialista, se opone a la ética
deontológica (del griego deon, «deber»), que sostiene que las normas básicas para que
una acción sea moralmente correcta son independientes del bien o del mal generado.

La ética moderna, especialmente desde la filosofía deontológica alemana del siglo XVIII
de Immanuel Kant, ha estado profundamente dividida entre una forma de ética
teleológica (utilitarismo) y las teorías deontológicas.

Las teorías teleológicas difieren en la naturaleza del fin que las acciones deben
promover. Las teorías eudaimonistas (griego eudaimonia, «felicidad»), que sostienen que
la ética consiste en alguna función o actividad propia del hombre como ser humano,
tienden a enfatizar el cultivo de la virtud o la excelencia en el agente como fin de toda
acción. Podrían ser las virtudes clásicas -el valor, la templanza, la justicia y la sabiduría-
que promovían el ideal griego del hombre como «animal racional»; o las virtudes
teológicas -la fe, la esperanza y el amor- que distinguían el ideal cristiano del hombre
como un ser creado a imagen de Dios.
Las teorías de tipo utilitarista sostienen que el fin consiste en una experiencia o
sentimiento producido por la acción. El hedonismo, por ejemplo, enseña que este
sentimiento es el placer, ya sea el propio, como en el egoísmo (el filósofo inglés del siglo
XVII Thomas Hobbes), o el de todos, como en el hedonismo universalista, o el
utilitarismo (los filósofos ingleses del siglo XIX Jeremy Bentham, John Stuart Mill y
Henry Sidgwick), con su fórmula de «la mayor felicidad del mayor número». Otros
puntos de vista de tipo teleológico o utilitario incluyen las afirmaciones de que el fin de
la acción es la supervivencia y el crecimiento, como en la ética evolutiva (el filósofo
inglés del siglo XIX Herbert Spencer); la experiencia del poder, como en el despotismo
(el filósofo político italiano del siglo XVI Nicolás Maquiavelo y el alemán del siglo XIX
Friedrich Nietzsche); la satisfacción y el ajuste, como en el pragmatismo (los filósofos
estadounidenses del siglo XX Ralph Barton Perry y John Dewey); y la libertad, como en
el existencialismo (el filósofo francés del siglo XX Jean-Paul Sartre).

El principal problema para las teorías eudaimonistas es mostrar que llevar una vida de
virtud también estará acompañado de felicidad, por la obtención de los bienes
considerados como el principal fin de la acción. Que Job sufra y Sócrates y Jesús mueran
mientras los malvados prosperan, como señala el Salmista (73), parece entonces injusto.
Los eudaimonistas suelen responder que el universo es moral y que, en palabras de
Sócrates, «a un hombre bueno no le puede suceder ningún mal, ni en la vida ni después
de la muerte», o, en palabras de Jesús, «pero el que aguante hasta el final se salvará».

Las teorías utilitaristas, en cambio, deben responder a la acusación de que los fines no
justifican los medios. El problema surge en estas teorías porque tienden a separar los
fines alcanzados de la acción por la que se produjeron dichos fines. Una de las
implicaciones del utilitarismo es que la intención al realizar un acto puede incluir todas
sus consecuencias previstas. La bondad de la intención refleja entonces el equilibrio entre
el bien y el mal de estas consecuencias, sin que la naturaleza del acto en sí le imponga
límites, aunque se trate, por ejemplo, del incumplimiento de una promesa o de la
ejecución de un inocente. El utilitarismo, al responder a esta acusación, debe mostrar o
bien que lo que es aparentemente inmoral no lo es en realidad, o bien que, si realmente
lo es, un examen más detallado de las consecuencias pondrá de manifiesto este hecho. El
utilitarismo ideal (G.E. Moore y Hastings Rashdall) trata de superar la dificultad
defendiendo una pluralidad de fines e incluyendo entre ellos la consecución de la propia
virtud, que, como afirmó Mill, «puede ser sentida como un bien en sí misma, y deseada
como tal con tanta intensidad como cualquier otro bien».

Las Teorías éticas teleológicas se preocupan por las consecuencias de las acciones, lo que
significa que los estándares básicos para que nuestras acciones sean moralmente
correctas o incorrectas depende del bien o del mal generado.

Tipos de teorías éticas teleológicas

Egoísmo ético: El egoísmo ético es una teoría teleológica que postula que una acción es
buena si produce o es probable que produzca resultados que maximizan el interés
propio de la persona como lo define, incluso a expensas de los demás. Se basa en la
noción de que siempre es moral promover el propio bien, pero a veces evitar el interés
personal también puede ser una acción moral.

Esto hace que el egoísmo ético sea diferente del egoísmo psicológico que sostiene que las
personas son egocéntricas y auto-motivadas y realizan acciones solo con la intención de
maximizar su interés personal sin ayudar a los demás, negando así la realidad del
verdadero altruismo (sacrificando el interés personal de uno en el bienestar de los
demás).

Utilitarismo: La teoría del utilitarismo sostiene que una acción es buena si da como
resultado máxima satisfacción para un gran número de personas que es probable que se
vean afectados por la acción. Suponga que un gerente crea un programa anual de
vacaciones para los empleados después de solicitar las preferencias de tiempo de
vacaciones de todos los empleados y respetar sus preferencias, entonces estaría actuando
de una manera que maximizará el placer de todos los empleados.

Eudaimonismo: El eudaimonismo es una teoría teleológica que postula que una acción es
buena si resulta en el cumplimiento de metas junto con el bienestar de los seres
humanos. En otras palabras, se dice que las acciones son fructíferas si promueven o
tienden a promover el cumplimiento de las metas constitutivas de la naturaleza humana
y su felicidad. Suponga que el gerente hace cumplir los estándares de capacitación y
conocimiento de los empleados en el trabajo, que son componentes naturales de la
felicidad humana.

Así, una teoría moral que sostiene que lo correcto o incorrecto de las acciones depende
únicamente de sus consecuencias se denomina teoría teleológica.

Conclusiones y diferencias entre Ética Deontológica y Teleológica

Son dos las figuras argumentativas que se utilizan para el establecimiento de una norma:
la teoría teleológica y la deontológica. Según la teoría teleológica, el juicio moral tendrá
que formularse siempre a partir de las consecuencias de la acción medidas sobre la base
de los valores y sobre todo de la actuación del amor al prójimo. La referencia a los
valores y a los no valores producidos por la acción o con los que se identifican sus
consecuencias es tan indispensable en la aplicación de esta teoría que ésta presupone, y
no puede menos de presuponer, una teoría de los valores muy concreta.

La teoría ético-normativa de tipo teleológico, por consiguiente, mira siempre y ante todo
a la realización del valor moral, afirmando que habrá que preferirlo siempre a cualquier
otro valor no moral. Sostiene igualmente que, en caso de conflicto entre valores no
morales, hay que realizar en primer lugar los más fundamentales y a continuación los
menos fundamentales.

Según la teoría deontológica, por el contrario, el juicio moral sobre unas acciones tendrá
que establecerse prescindiendo de las consecuencias, cuando se trata de acciones
humanas, sobre todo de las que se refieren al ámbito de la sexualidad, del matrimonio,
de la vida, del lenguaje, cuyo juicio moral está ya claro por otros caminos.

La teoría deontológica se distingue en deontología de la regla, que se percibe en Kant y


en la teología moral católica, según la cual existen ciertas reglas basadas en los dos
argumentos, y deontología del acto, que se advierte en el existencialismo filosófico y en
el discurso teológico de la ética de la situación, que excluye la existencia de cualquier
norma mixta del comportamiento o que afirma la imposibilidad de formular juicios
morales universales y la posibilidad de formular la única norma moral de la actitud.

Los dos argumentos deontológicos presentes en la Tradición católica son: ilícito por ser
antinatural e ilícito por falta de permiso. El primero se usa ante todo para las normas
morales relativas a la sexualidad y al lenguaje; al segundo se suele recurrir en el proceso
valorativo de los comportamientos que atañen a la vida humana.

El deontólogo considera que la ilicitud moral de ciertas acciones aparece así claramente,
identificándose con su ser antinatural o con la falta de permiso para que las pueda
cumplir el hombre, por lo que no puede ponerse nunca en discusión, ni siquiera en el
caso de que esas acciones tuvieran que provocar, consideradas teleológicamente,
consecuencias catastróficas para uno mismo y para la humanidad entera, Como se habrá
advertido, el término deontológico no se toma aquí en el sentido etimológico de la
palabra, que corresponde al conjunto de deberes señalados en un código profesional.
Este término se usa más bien para definir la teoría ético-normativa de tipo no teleológico
u opuesta a ella. A su vez, teleología asume el sentido etimológico de estudio de los fines
o de las consecuencias. Por consiguiente, entre estas dos teorías argumentativas no hay
ningún punto de convergencia en lo que se refiere al tipo de fundamentación que hay
que dar a una norma moral: si se sigue una de las dos teorías, se debería excluir
categóricamente el uso de la otra.

Ésto debería valer por lo menos si se observasen con coherencia las reglas típicas de los
dos modos diversos de argumentar. Por desgracia, de hecho, no siempre se siguen estas
reglas con rigor lógico; por eso, a veces el deontólogo añade a los argumentos de tipo
deontológico otros argumentos de tipo teleológico, y viceversa, agravando más todavía
la confusión ya existente.

Las dos teorías divergen sólo en la fase relativa a la fundamentación de la norma, pero
no en el modo de referirse a la norma o en el deber que existe de observarla; aunque
divergen en la asunción de los argumentos que fundamentan el juicio moral, no siempre
-más aún, muy raras veces- llegan a juicios divergentes.
La teología moral tradicional, entre otras cosas, aunque siempre aplicaba en los
ambientes operativos señalados el tipo de fundamentación deontológica, de hecho
adoptaba luego la perspectiva teleológica recurriendo al uso de diversos principios,
como el del doble efecto, el de la restrictio mentalis, el de la excepción, el de la totalidad,
etc., o a las distinciones directo-indirecto, voluntario-involuntario, inocente-culpable, etc.
De esta manera se salvaba, pero sólo aparentemente, el modo de proceder deontológico,
mientras que en realidad se procedía teleológicamente.

• ESTUDIAR:

- Estudio y reflexión de Jeremías 11, 1-12: La conducta ética tiene su fundamento en la alianza
con Dios.

- Estudio y reflexión de Joel 3, 1-5: El Señor derrama su espíritu y quien lo acoge vive una vida
ética.

- Estudio y reflexión de Isaías 2: una vida ética tiene como fruto la paz y el bienestar.

- Estudio y reflexión de Amós 5: Yahvé llama a una vida auténtica.-

- Estudio y reflexión de Isaías 9: En medio del sufrimiento del pueblo es necesario que existan
personas que denuncien la injusticia y anuncien la salvación de Dios. Eso hizo Jesús.

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