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La libertad humana

En el ser humano la libertad no tiene una única acepción, sino que existen diversas
dimensiones de la libertad, empezaremos por diferenciar la libertad esencial y la personal,
ya que de acuerdo a la distinción real que plantea Tomás de Aquino: la esencia se distingue
del acto de ser, si bien van muy unidos. La diferencia es para no caer en la indiferencia y
precisamente sólo diferenciando se une, evitando caer en el totum revolutum.

La libertad personal, es la apertura del ser personal (que se abre a personas –humanas
y especialmente a las divinas–). Es la que activa y sostiene a la libertad esencial, la cual
tiene algunos grados como los de la libertad de arbitrio y la libertad ética, que atienden a la
mejora personal que es donde aquella (el libre arbitrio) adquiere su desarrollo propiamente
humano.

Como hemos señalado, la libertad personal sostiene y activa a la llamada libertad


esencial, a la que nos referiremos ahora y que se refiere especialmente a la dinámica propia
de la inteligencia y su compañera inseparable que es la voluntad. Estas facultades de índole
intelectual (porque se apoyan en la inteligencia) están llamadas a dirigir la acción humana
en atención a la verdad (fruto de la inteligencia) y al bien (propuesto a la voluntad).

En este ámbito de la libertad esencial se suelen distinguir dos grados o niveles, uno,
el de la simple libertad de arbitrio y otro superior que es como la perfección del primero y
que se puede llamar libertad ética.

a. El libre arbitrio.

La palabra arbitrio viene de árbitro y alude a la determinación (como un árbitro) a


través de uno de los actos de la voluntad que es la decisión. En este sentido se dice
que es la capacidad de decidir, el grado más básico de la libertad esencial, porque
aquí se trata sólo de la capacidad de elegir entre dos o más alternativas.

Se trata de una libertad importante ya que sólo la tenemos los seres humanos, y
no los animales, gracias a que poseemos inteligencia. Es decir que la luz de la
inteligencia nos da una cierta noticia de los diferentes bienes, con su bondad relativa
en tal sentido o en otro. Es como si la inteligencia nos presentara “en bandeja” las
particularidades que las cosas, los seres, los asuntos, etc., poseen. Es como si nos
dijera: éstas son las ventajas, éstas las desventajas, éstas las alternativas, que tal
realidad te ofrece; proponiéndoselas a la voluntad que posee la capacidad de
adherirse a ese bien o no. En este sentido se dice que la libertad es una propiedad de
la voluntad.

Pero la libertad es tan potente –aún en este nivel– que en cuanto uno se decide
por tal bien o no, esa libertad abre o cierra determinadas líneas temporales. Es decir
que siempre hay consecuencias de dichos actos´, por lo que como luego veremos
conlleva responsabilidad, el responder de las propias acciones y lo que se sigue de
ellas.

Esa libertad de arbitrio es también llamada libertad interior, ya que se asienta en


la voluntad. Y es muy importante como hemos dicho, porque alude a nuestra
inteligencia, pero también porque en ella se asienta el segundo grado que es la
libertad ética, es decir que no se podría calificar de buenos y malos –éticamente– a
los actos humanos si no tuviéramos esa prerrogativa de poder elegir.

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Si ya estuviéramos previamente determinados, como ocurre con los animales, no
tendríamos culpa ni mérito. Los actos de los animales no pueden ser considerados
buenos o malos moralmente, porque ellos no tienen libertad, y no son libres porque
no poseen inteligencia, entonces –por decirlo de algún modo– la “naturaleza
“piensa” por ellos, determinándolos a través de su instinto.

En momentos de crisis hay quienes piensan que es mejor así, que el estar
“defendido” por los instintos hace que los animales no puedan infligirse males
graves como es el del suicidio por ejemplo. Pero la libertad de arbitrio es importante
porque esa “indiferencia” básica encomienda a nuestra inteligencia y voluntad a
determinar nuestras propias acciones.

Desde luego que el uso de la inteligencia y voluntad conlleva esfuerzo, pero eso
nos da la gran capacidad de ser responsables de nuestra vida y de las consecuencias
de nuestros actos. Aristóteles decía que gracias a esa libertad tenemos nuestra propia
vida “en nuestras manos” y eso conlleva una cierta autoría, un “señorío”, en el que
se asienta también la dignidad de seres humanos racionales: ya que podemos hacer
de nuestra vida lo que queramos, como se dice en el lenguaje popular, si queremos
hacer de nuestra vida un pañuelo o una bandera; si bien no puede escapar a la
responsabilidad consiguiente.

Es oportuno insistir en esta libertad de arbitrio ya que existe una tendencia a


negarla o conformarnos con una mera ausencia de coacción externa. Esa libertad
interior, fruto de nuestra capacidad racional y volitiva, al darnos una cierta “autoría”
de nuestros actos, es relevante. Por ejemplo, comparada esa libertad interior con la
simple capacidad de movimiento, que es una libertad exterior, como es la libertad de
movimiento local, se ve cómo es superior de manera patente.

Incluso se puede tener libertad externa, sin libertad interior; y al revés. Según la
libertad externa para que un acto sea libre basta que esté exento de toda coacción
exterior, que no esté determinado por una fuerza superior. En este sentido, para que
una acción sea libre basta que no esté obligada o violentada desde fuera. La libertad
física consiste en poder actuar sin ser detenido por una fuerza física, como las
cadenas o los muros de una prisión. Sin embargo, una persona en prisión puede
tener una libertad interior muy grande.

Así, la libertad interior conlleva la libertad de decisión o de la elección, que es


parte importante del acto voluntario. La libertad de querer consiste en estar exento
de una inclinación necesaria a poner el acto, es decir, a hacer tal elección o tomar tal
decisión, a actuar de una manera o de otra.

El acto libre no está predeterminado, sino que cada quien a través de su voluntad
se determina a realizarlo, precisamente por eso se le llama libertad de arbitrio,
porque el sujeto es en cierto modo un árbitro. Puede elegir entre actuar o no actuar y
entre hacer esto y lo otro. Pero para acertar es necesario que la acción sea
propiamente humana, racional, deliberada; sólo entonces el sujeto se compromete
intensamente en su acto, ya que se ha decidido con conocimiento de causa.

En suma, el libre arbitrio se refiere a la libertad de la voluntad que movida por el


sujeto o persona, se determina a actuar. Según Aristóteles, esto quiere decir que ser
libre es ser «causa de sí mismo». Esto no significa ser causa de la propia existencia,
sino ser causa de su acto, de su autodeterminación.

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Aquí se ve la diferencia de la libertad esencial respecto de la personal, porque si
bien van juntas lo peculiar de esta última es destinar libremente el propio ser,
respecto de una persona –especialmente la divina–, es una destinación absoluta; en
cambio la libertad esencial decide acerca no del Fin Último, sino de medios.

En este ámbito medial, la voluntad es movida por un bien, por una alternativa,
por un motivo, por la representación de un bien que, no siendo el Bien absoluto, no
conlleva una destinación radical. La decisión es el acto por el cual se hace
determinante una alternativa eligiéndola, en medio de un conjunto de posibilidades.

Como dicha decisión inevitablemente tiene consecuencias, entonces la libertad de


arbitrio va acompañada de la responsabilidad; siendo como las dos caras de una
misma moneda. Tenemos que asumir las consecuencias de nuestras acciones y saber
responder de ellas, pechar con la propia responsabilidad nuestros actos,
especialmente porque no sólo afectan a uno mismo sino a otros. Así, si un profesor
tiene entre sus obligaciones –libremente adquiridas–, el dar bien sus clases, no
puede dejar de presentarse sin causa justificada o sin avisar, ni ponerse a leer el
periódico, o poner un video sin más. Esto sería irresponsable.

b. Libertad ética

Es como la extensión de la anterior. Como hemos señalado, la libertad de arbitrio


va de la mano de la libertad ética precisamente porque nuestros actos libres
conllevan responsabilidad, con unos y con los demás. De ahí que se suele decir que
la libertad de arbitrio es la simple capacidad de elegir esto o lo otro, en cambio, la
libertad ética es la capacidad de elegir el bien que en el plano ético es aquel que
conlleva el mejoramiento del ser humano, su perfeccionamiento.

En esta línea está el grito socrático “¡Sé el que eres!, eres ser humano, racional,
¡compórtate como tal! Según la antropología filosófica, se trata de un hábito innato
llamado “sindéresis”, que es como una luz de la inteligencia que ilumina nuestra
naturaleza y esencia humana, haciéndonos conscientes que la tarea que nos compete
es desarrollarnos o como suele decir un colega: “desenrollarnos” (en el sentido de
desplegar las exigencias de nuestra dotación racional).

En este sentido, se puede resumir el mandato de la sindéresis en: ¡Crece! ¡Haz el


bien! Es como si nos dijera: tienes delante de ti todas estas facultades que no están
fijas, y por tanto la tarea más importante es la de desarrollarlas, esforzarte en
perfeccionarte, tienes que crecer como ser humano.

Lo que ocurre es que nos hemos quedado con una contrapartida de ese hacer el
bien y que es el evitar el mal. Pero el mandato principal de la sindéresis no es evitar
el mal, sino sobre todo hacer el bien, crecer en él. Desde luego que hay que evitar el
mal, pero esto es la línea por debajo de la cual no sólo no crecemos sino que nos
deterioramos y está bien que la tengamos en cuenta y que nos ayuden a no traspasar
esa línea, advirtiéndonos. Pero estas advertencias o mandatos llamados negativos:
“no” hagas tal o cual, son pocos; porque por encima está el ámbito mayor que es el
de hacer el bien. También por ello cuando se reglamenta demasiado, en un estilo de
dirección negativa, se incurre en error.

Sucede que si nos quedamos en evitar el mal nos podemos engañar pensando que
es suficiente y de lo que se trata es de CRECER, de HACER el bien. Por ejemplo,
hay quienes piensan que uno es bueno porque no mata, no roba…; pero esta mesa
tampoco mata y no roba, y no por eso es buena.
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Ser bueno éticamente conlleva crecer, esforzarse en esa tarea y eso es precisamente
una expansión adecuada de la libertad. Y como el crecer en el plano de la ética
conlleva tratar de adquirir virtudes, entonces se puede decir que la libertad ética
tiene en la base la práctica de unas virtudes éticas cardinales o centrales.

Entonces, ser libre en el plano ética es practicar unas virtudes que son hábitos
operativos buenos, por las que nos ponemos en condiciones de elegir el bien. Por
ejemplo, un trabajador puede elegir entre hacer tal trabajo o no, incluso el hacerlo
bien o no, es una libertad de arbitrio, una libertad interior que atañe a su voluntad;
pero no basta sólo con un acto de la voluntad que es la intención, debe “aprender” a
hacerlo y ejercitarse en esa tarea, lo cual requiere de la práctica de unos cuantos
hábitos cardinales o centrales como por ejemplo, la prudencia, la justicia, la
fortaleza y la templanza. De lo contrario cuando tenga que llegar puntual a
desempeñar sus obligaciones, si no tiene la fortaleza necesaria, la constancia, la
perseverancia, etc., no podrá hacerlo.

Ese querer y no poder le puede llevar a la frustración de la libertad y en este


sentido se dice de alguien que está “esclavizado” por los vicios, que son hábitos
negativos que le impiden hacer lo que quiere, como puede ser el realizar bien su
trabajo.

Por tanto, en donde se ancla la libertad ética es en la práctica de las virtudes que
son medios para poder llegar a realizar o alcanzar fines muy altos. La antropología
filosófica nos ayuda a conocer esos “resortes” tan profundos de la acción humana
que se llaman facultades humanas y nos da como un “manual de instrucciones”,
para saber cómo se desarrolla adecuadamente la inteligencia, la voluntad, y cómo
con ellas se pueden controlar y dirigir las demás facultades, especialmente las
sensibles; sólo en este ejercicio es como se van adquiriendo niveles muy altos de
libertad esencial.

De manera breve recordaremos que siempre estamos sujetos a adquirir hábitos


buenos o perfectivos (virtudes) o hábitos deteriorantes (vicios), ya que nuestras
facultades son dinámicas por ser principios próximos de operaciones engarzados en
el alma que siendo super activa, es el principio remoto de operaciones.

Por tanto, cuidar la propia alma, es poner en buenas condiciones a las facultades
para que no nos impidan hacer el bien, ya que como hemos señalado ellas son los
“resortes” de la acción humana. Y como un resorte puede estar oxidado si está
descuidado y entonces tener poco alcance; pero también puede ser al revés, esos
resortes o facultades pueden estar bien aceitados y entonces su potencia es mayor.

En este sentido Leonardo Polo sostiene que hay un acercamiento de la ética a la


cibernética; es decir, que las facultades siempre se están reconfigurando, ya que
como hemos señalado están “vivas” (se engarzan en el alma), y entonces con cada
acción esas facultades adquieren una nueva forma, dando lugar a un proceso de
hiper formalización, que es como una retroalimentación constante, en el que los in
put van de la mano con aut put. En el ser humano toda “salida” es una “entrada”. De
ahí que como afirma Aristóteles, el malo no sólo es malo sino que es tonto, ya que
al obrar mal, él mismo se está reconfigurando mal en sus facultades, pero el asunto
es que con éstas va a tener que actuar y si no están bien re configuradas no va a
tener “potencia” para alcanzar fines muy altos, por decirlo de alguna manera se
quedará “corto” o se equivocará.

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En definitiva, practicar virtudes es clave para poder hacer un buen uso de nuestra
libertad, de lo contrario nuestra voluntad se debilitará, pero necesitamos que esté
fuerte para tener la libertad de hacer el bien; de lo contrario nos traicionarán
nuestras pasiones no controladas, nos ganará la soberbia (vicio contrario a una
especie de moderación muy difícil que es la moderación respecto de la
consideración de la propia excelencia –por defecto y por exceso–), nos faltará fuerza
en la voluntad, y claridad en la inteligencia, etc.

Si bien el tema de la libertad y el gobierno o dirección de personas es un tema muy


extenso, que requiere de otro documento de estudio, de paso podemos recordar que
la primera labor de un directivo es ayudar a crecer en libertad a las personas que le
han sido encargadas. Según lo que hemos visto, esa tarea directiva debe partir del
cuidar que su libertad de arbitrio vaya de la mano con cotas cada vez más altas de
responsabilidad, es decir ayudarles a conseguir la libertad ética que exige la práctica
de virtudes; sólo así si crece su libertad esencial y su libertad personal se hace
mayor ya que podrá manifestarse como la persona irrepetible que es, aportando la
novedad que realmente es y que no es igual a ninguna otra, sino que es
personalísima.

La pregunta inmediata es ¿cómo se hace? Como ya hemos señalado, si bien esto


nos llevaría muy lejos, brevemente podemos decir: ¿cuándo una persona falla?
Rápidamente se puede responder: a) porque no sabe, b) porque no puede y c) porque
no quiere. Hay que ver cada caso. Si se trata de lo primero hay que formarle, para
que sepa. La tarea de formación (profesional, ética y humana) se debe fomentar en
la dirección. Si se trata de b) es decir que no se puede por la falta de virtudes hay
que ayudarle a que las adquiera.

La manera de hacerlo es conjugando el respeto a la libertad personal sin soltar la


esencial, esta tarea es en gran parte política (en base a razones), es el diálogo, el
seguimiento cordial; así, en una institución laboral sólo si a pesar de todos los
esfuerzos el subordinado no responde positivamente es que hay que pasar a métodos
coactivos o a prescindir del subordinado en cuestión. Pero lo más difícil es c)
porque no quiere. ¿Cómo se mueve la voluntad en este nivel? ¿Cómo le ayudo a que
quiera lo que quiero por los motivos adecuados?

Es la tarea más ardua, exige de auténticos líderes, es un arte realmente magistral,


porque la voluntad es una potencia muy alta, no es cualquier mecanismo, y sólo se
mueve con la confianza y con el descubrimiento de fines muy altos, trascendentes,
por ello, en este punto es tan necesaria la ejemplaridad. Elevar el nivel de las
motivaciones es tarea directiva fundamental y requiere que quien primero las
descubra y las viva sea el directivo. Por ello la formación de directivos es tarea
clave en la buena marcha de una institución.

c. Algunas concepciones acerca de la libertad

La libertad como ausencia de vínculos

Es una consideración de la filosofía moderna y consiste en afirmar que la libertad


disminuye en la medida en que la voluntad es atraída por un motivo; por lo tanto,
consiste en ser indiferente a cualquier influencia o motivo. Se trata de pretender
elegir libre de cualquier influencia. Por esto deviene en una libertad desvinculada,
que rechaza cualquier vínculo.

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Sin embargo, aunque haya una cierta indiferencia de la voluntad libre, no puede
definirse la libertad por la indiferencia, ya que la libertad supone un cierto
conocimiento. Además la libertad completamente desvinculada es imposible, ya que
la voluntad siempre se adhiere a algo, aunque sean sus propios deseos
independentistas.

Por ello, teniendo en cuenta que nuestra voluntad siempre se va a adherir a algún
bien, es decir que siempre va a vincularse a algo o a alguien; la clave es cuidar con
quién o con qué nos vinculamos, ya que si el vínculo es respecto de un bien muy
alto, esto mueve a la voluntad de manera intensa sacando de nosotros energías antes
insospechadas, elevándonos por encima de nosotros mismos, con un crecimiento
muy exigente y una felicidad muy honda.

La libertad de espontaneidad

La propuso Leibniz, quien sostuvo que no hay acto voluntario sin motivo, ya que
si fuésemos absolutamente indiferentes, no elegiríamos, por lo cual el sujeto elige el
motivo más fuerte que es siempre contingente (no necesario), espontáneo (no
obligado desde fuera), y que esto basta para definir la libertad.

Sin embargo, definir la libertad como espontaneidad no es acertado, pues nos


llevaría a caer en un determinismo psicológico. Leibniz acierta al sostener que no
hay acto de libertad sin motivo y que siempre se elige la parte que parece mejor.
Está bien aceptar que hay en el acto libre una parte de espontaneidad. No obstante,
ésta no basta, se necesita una decisión que cierre una fase de indecisión. Puede
haber un motivo sumamente fuerte pero no basta, tiene que decidirse el sujeto. Por
otra parte, la espontaneidad de la libertad, conlleva mucha irracionalidad, suele
obedecer al capricho o a simples impulsos.

d. Posturas que niegan la libertad. Determinismos

Se da el nombre de determinismos a las doctrinas que niegan la libertad. Los


principales tipos son:

El determinismo científico

Puede presentarse bajo diversas formas, una es la del determinismo universal, el


cual sostiene que la naturaleza obra de modo necesario y que ese determinismo
involucra a la libertad humana, ya que las causas de la conducta humana no son
conocidas y es sólo cuestión de tiempo, que gracias a la ciencia se va a poder
descubrir las determinaciones a las que estamos sometidos.

Sin embargo, el determinismo no es un hecho, no ha sido comprobado y


precisamente cada vez más se comprueban «las relaciones de incertidumbre» en el
universo.

El determinismo físico

Consiste en afirmar que la libertad humana es opuesta al postulado de la


conservación de la energía que sostiene que ésta es constante y que en general toda
la conducta humana, debido a nuestra dimensión corpórea está sujeta al tiempo y al
espacio. Sin embargo, este postulado no es un hecho, sino una teoría física que no
determina el actuar humano.

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El determinismo fisiológico

Sostiene que nuestros actos están determinados por los estados de nuestro
organismo, por la salud o la enfermedad, el temperamento, la herencia, el régimen
alimenticio, el clima, etc. Sin embargo, aunque la influencia de estos factores es
grande, no suprimen la libertad, ya que es diferente el influir y determinar, ya que
aunque haya condicionamientos fisiológicos queda siempre un espacio para
deliberar sobre los propios actos.

El determinismo social

Algunos sociólogos han pretendido que la presión social determina todos los actos
de los individuos. Es cierto que las condiciones sociales influyen en los actos
humanos, la educación, las costumbres, las influencias del medio, de la familia, del
trabajo, las fuerzas económicas forman en gran parte al individuo.

Sin embargo, aunque faciliten algunos actos, no los determinan, ya que el sujeto
puede tomar una actitud interior frente a esas influencias y aceptarlas o rechazarlas.

El determinismo psicológico

Lo sostienen los defensores del psicoanálisis, y aún más los de la psicología


científica. Consiste en afirmar que nuestra conducta está gobernada por los instintos,
que el comportamiento es un conjunto de reflejos condicionados como en un
sistema mecánico y que la vida psíquica puede reducirse a leyes previsibles y
determinadas que no dejan espacio para la libertad.

Sin embargo, al igual que hemos afirmado en las otras clases de determinismo,
todos esos factores, también los psicológicos, influyen, pero eso no quiere decir que
determinen los actos humanos, ya que el hombre puede ejercer un dominio racional
sobre sus tendencias, así como sobre sus experiencias pasadas.

El determinismo filosófico

Consiste en la negación de la libertad fundada en teorías o principios filosóficos.


Sus formas más claras son:

El determinismo panteísta, el cual sostiene que en el fondo no hay más que un ser,
una sustancia infinita, eterna que existe necesariamente porque es por sí misma. Esta
Sustancia divina se manifiesta de modo necesario e igualmente en toda la realidad,
tanto en el interior del ser humano como en el universo físico, por lo que la libertad
consiste en el conocimiento de la necesidad. Sin embargo esto no deja de ser
también una especie de postulado.

El determinismo teológico, el cual sostiene que Dios conoce de antemano todo lo


que haremos, decidiremos. Sin embargo, esto no afecta a la libertad humana ya que
el hecho de que Dios conozca nuestras decisiones y actos, no quiere decir que los
realice en lugar de nosotros. Él puede conocerlos porque en Dios no hay tiempo, el
pasado y el futuro están delante él en un eterno presente, pero verlos no quiere decir
hacerlos.

En esa línea a veces se sostiene que debido al concurso de Dios en la vida de los
seres humanos no sería posible la libertad. Sin embargo, ese concurso divino sobre
las criaturas supone un respeto por la libertad en el caso del hombre.
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e. Argumentos a favor de la libertad

Son los argumentos clásicos a favor de nuestra libertad. Entre ellos:

Prueba de la moralidad de los actos

Este argumento pretende demostrar que la libertad es una exigencia de la moral,


ya que sin libertad no se puede decir que un acto sea moralmente bueno o malo.
Según esta postura, como estamos obligados a vivir moralmente y hay imputación
de castigo o premio entonces tenemos que contar con la libertad.

Sin embargo, según Tomás de Aquino, aunque negar la libertad es extraño a la


filosofía, porque corta por la base toda la filosofía moral, no considera que sea ésta
una prueba suficiente sino que va más en profundidad a su demostración metafísica
que veremos al final.

Prueba por el consentimiento universal

Consiste en la afirmación de la libertad que todos los seres humanos hacemos


siempre, especialmente cuando apelamos a ella con los consejos y exhortaciones,
especialmente en la educación, de otro modo si supiéramos que no hay nada que
hacer entonces no cabría ningún esfuerzo en ese sentido.

De igual modo serían imposibles las promesas y todas las formas de compromiso,
ya que prometer es adelantarse, mediante la propia decisión, al futuro. Sólo puede
disponer del futuro quien es libre.

Sin embargo, el consentimiento universal no es suficiente, pues aunque todos los


hombres se crean libres, esto no deja de ser una presunción. La verdad no depende
de que un número de personas den por verdadero algo, y lo que es falso, no deja de
serlo aunque la mayoría de las personas digan lo contrario.

Prueba psicológica

Es una prueba que se ha difundido en la filosofía moderna a partir de Descartes.


Se resume en que la libertad es un hecho de conciencia que se le aparece al sujeto
claramente. Existe una experiencia de la libertad como libertad de elección, en la
que es posible distinguir primero una conciencia de indeterminación de la voluntad,
un estado de vacilación, de oscilación que hace posible que se experimente «el
apuro de la elección» hasta que el sujeto se auto determina, lo cual hace que en este
segundo momento el sujeto sea consciente de que quien se ha decidido es él.

Sin embargo, la experiencia no puede hacer más que constatar la libertad. Aunque
lo establece con certeza, la experiencia no puede por sí sola aclararlo ni explicarlo,
ya que es subjetiva, y así como hay quienes dicen tener la experiencia de la libertad
puede haber también quien la niegue. Corresponde a la metafísica demostrar la
posibilidad del hecho.

Prueba metafísica

Esta es la prueba tomista más conocida. El argumento metafísico consiste en


demostrar que la libertad es posible, ya que resulta del hecho de que el hombre está
dotado de inteligencia y, por tanto, de voluntad libre. La prueba metafísica de la
libertad no pretende demostrar en particular la existencia de ningún acto libre, sino
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sólo demostrar en general que la libertad es un atributo de la naturaleza humana, o
mejor, que el hombre está dotado de libre arbitrio.

Según la argumentación de Tomás de Aquino, la voluntad sigue a la concepción


por parte del entendimiento. Si el objeto representado es bueno absolutamente y en
todos sus aspectos, la voluntad tenderá necesariamente hacia él. Si el objeto no es
absolutamente bueno o perfecto, la voluntad no tiene necesidad de quererlo, puede
elegir entre unas ventajas y unas desventajas de los diferentes bienes. Siendo que en
esta tierra no hay un bien perfecto, la voluntad no es determinada necesariamente
por ningún bien y, por tanto, puede elegir libremente.

De esta manera, la raíz de la libertad está en la inteligencia, que concibe el Bien


perfecto y juzga a los bienes particulares imperfectos en comparación con aquél. De
acuerdo con esto todo ser que posea inteligencia será libre «a priori». La razón
presenta los diferentes bienes y da una noticia general de ellos de modo que frente a
lo particular es preciso que el sujeto tome una decisión personal.

(Tomado del libro “Hacia el descubrimiento de nuestro ser personal”, Genara Castillo.
Colección Manuales y Estudios Generales, n. 3, UDEP, 2014)

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