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En el ser humano la libertad no tiene una única acepción, sino que existen diversas
dimensiones de la libertad, empezaremos por diferenciar la libertad esencial y la personal,
ya que de acuerdo a la distinción real que plantea Tomás de Aquino: la esencia se distingue
del acto de ser, si bien van muy unidos. La diferencia es para no caer en la indiferencia y
precisamente sólo diferenciando se une, evitando caer en el totum revolutum.
La libertad personal, es la apertura del ser personal (que se abre a personas –humanas
y especialmente a las divinas–). Es la que activa y sostiene a la libertad esencial, la cual
tiene algunos grados como los de la libertad de arbitrio y la libertad ética, que atienden a la
mejora personal que es donde aquella (el libre arbitrio) adquiere su desarrollo propiamente
humano.
En este ámbito de la libertad esencial se suelen distinguir dos grados o niveles, uno,
el de la simple libertad de arbitrio y otro superior que es como la perfección del primero y
que se puede llamar libertad ética.
a. El libre arbitrio.
Se trata de una libertad importante ya que sólo la tenemos los seres humanos, y
no los animales, gracias a que poseemos inteligencia. Es decir que la luz de la
inteligencia nos da una cierta noticia de los diferentes bienes, con su bondad relativa
en tal sentido o en otro. Es como si la inteligencia nos presentara “en bandeja” las
particularidades que las cosas, los seres, los asuntos, etc., poseen. Es como si nos
dijera: éstas son las ventajas, éstas las desventajas, éstas las alternativas, que tal
realidad te ofrece; proponiéndoselas a la voluntad que posee la capacidad de
adherirse a ese bien o no. En este sentido se dice que la libertad es una propiedad de
la voluntad.
Pero la libertad es tan potente –aún en este nivel– que en cuanto uno se decide
por tal bien o no, esa libertad abre o cierra determinadas líneas temporales. Es decir
que siempre hay consecuencias de dichos actos´, por lo que como luego veremos
conlleva responsabilidad, el responder de las propias acciones y lo que se sigue de
ellas.
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Si ya estuviéramos previamente determinados, como ocurre con los animales, no
tendríamos culpa ni mérito. Los actos de los animales no pueden ser considerados
buenos o malos moralmente, porque ellos no tienen libertad, y no son libres porque
no poseen inteligencia, entonces –por decirlo de algún modo– la “naturaleza
“piensa” por ellos, determinándolos a través de su instinto.
En momentos de crisis hay quienes piensan que es mejor así, que el estar
“defendido” por los instintos hace que los animales no puedan infligirse males
graves como es el del suicidio por ejemplo. Pero la libertad de arbitrio es importante
porque esa “indiferencia” básica encomienda a nuestra inteligencia y voluntad a
determinar nuestras propias acciones.
Desde luego que el uso de la inteligencia y voluntad conlleva esfuerzo, pero eso
nos da la gran capacidad de ser responsables de nuestra vida y de las consecuencias
de nuestros actos. Aristóteles decía que gracias a esa libertad tenemos nuestra propia
vida “en nuestras manos” y eso conlleva una cierta autoría, un “señorío”, en el que
se asienta también la dignidad de seres humanos racionales: ya que podemos hacer
de nuestra vida lo que queramos, como se dice en el lenguaje popular, si queremos
hacer de nuestra vida un pañuelo o una bandera; si bien no puede escapar a la
responsabilidad consiguiente.
Incluso se puede tener libertad externa, sin libertad interior; y al revés. Según la
libertad externa para que un acto sea libre basta que esté exento de toda coacción
exterior, que no esté determinado por una fuerza superior. En este sentido, para que
una acción sea libre basta que no esté obligada o violentada desde fuera. La libertad
física consiste en poder actuar sin ser detenido por una fuerza física, como las
cadenas o los muros de una prisión. Sin embargo, una persona en prisión puede
tener una libertad interior muy grande.
El acto libre no está predeterminado, sino que cada quien a través de su voluntad
se determina a realizarlo, precisamente por eso se le llama libertad de arbitrio,
porque el sujeto es en cierto modo un árbitro. Puede elegir entre actuar o no actuar y
entre hacer esto y lo otro. Pero para acertar es necesario que la acción sea
propiamente humana, racional, deliberada; sólo entonces el sujeto se compromete
intensamente en su acto, ya que se ha decidido con conocimiento de causa.
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Aquí se ve la diferencia de la libertad esencial respecto de la personal, porque si
bien van juntas lo peculiar de esta última es destinar libremente el propio ser,
respecto de una persona –especialmente la divina–, es una destinación absoluta; en
cambio la libertad esencial decide acerca no del Fin Último, sino de medios.
En este ámbito medial, la voluntad es movida por un bien, por una alternativa,
por un motivo, por la representación de un bien que, no siendo el Bien absoluto, no
conlleva una destinación radical. La decisión es el acto por el cual se hace
determinante una alternativa eligiéndola, en medio de un conjunto de posibilidades.
b. Libertad ética
En esta línea está el grito socrático “¡Sé el que eres!, eres ser humano, racional,
¡compórtate como tal! Según la antropología filosófica, se trata de un hábito innato
llamado “sindéresis”, que es como una luz de la inteligencia que ilumina nuestra
naturaleza y esencia humana, haciéndonos conscientes que la tarea que nos compete
es desarrollarnos o como suele decir un colega: “desenrollarnos” (en el sentido de
desplegar las exigencias de nuestra dotación racional).
Lo que ocurre es que nos hemos quedado con una contrapartida de ese hacer el
bien y que es el evitar el mal. Pero el mandato principal de la sindéresis no es evitar
el mal, sino sobre todo hacer el bien, crecer en él. Desde luego que hay que evitar el
mal, pero esto es la línea por debajo de la cual no sólo no crecemos sino que nos
deterioramos y está bien que la tengamos en cuenta y que nos ayuden a no traspasar
esa línea, advirtiéndonos. Pero estas advertencias o mandatos llamados negativos:
“no” hagas tal o cual, son pocos; porque por encima está el ámbito mayor que es el
de hacer el bien. También por ello cuando se reglamenta demasiado, en un estilo de
dirección negativa, se incurre en error.
Sucede que si nos quedamos en evitar el mal nos podemos engañar pensando que
es suficiente y de lo que se trata es de CRECER, de HACER el bien. Por ejemplo,
hay quienes piensan que uno es bueno porque no mata, no roba…; pero esta mesa
tampoco mata y no roba, y no por eso es buena.
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Ser bueno éticamente conlleva crecer, esforzarse en esa tarea y eso es precisamente
una expansión adecuada de la libertad. Y como el crecer en el plano de la ética
conlleva tratar de adquirir virtudes, entonces se puede decir que la libertad ética
tiene en la base la práctica de unas virtudes éticas cardinales o centrales.
Entonces, ser libre en el plano ética es practicar unas virtudes que son hábitos
operativos buenos, por las que nos ponemos en condiciones de elegir el bien. Por
ejemplo, un trabajador puede elegir entre hacer tal trabajo o no, incluso el hacerlo
bien o no, es una libertad de arbitrio, una libertad interior que atañe a su voluntad;
pero no basta sólo con un acto de la voluntad que es la intención, debe “aprender” a
hacerlo y ejercitarse en esa tarea, lo cual requiere de la práctica de unos cuantos
hábitos cardinales o centrales como por ejemplo, la prudencia, la justicia, la
fortaleza y la templanza. De lo contrario cuando tenga que llegar puntual a
desempeñar sus obligaciones, si no tiene la fortaleza necesaria, la constancia, la
perseverancia, etc., no podrá hacerlo.
Por tanto, en donde se ancla la libertad ética es en la práctica de las virtudes que
son medios para poder llegar a realizar o alcanzar fines muy altos. La antropología
filosófica nos ayuda a conocer esos “resortes” tan profundos de la acción humana
que se llaman facultades humanas y nos da como un “manual de instrucciones”,
para saber cómo se desarrolla adecuadamente la inteligencia, la voluntad, y cómo
con ellas se pueden controlar y dirigir las demás facultades, especialmente las
sensibles; sólo en este ejercicio es como se van adquiriendo niveles muy altos de
libertad esencial.
Por tanto, cuidar la propia alma, es poner en buenas condiciones a las facultades
para que no nos impidan hacer el bien, ya que como hemos señalado ellas son los
“resortes” de la acción humana. Y como un resorte puede estar oxidado si está
descuidado y entonces tener poco alcance; pero también puede ser al revés, esos
resortes o facultades pueden estar bien aceitados y entonces su potencia es mayor.
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En definitiva, practicar virtudes es clave para poder hacer un buen uso de nuestra
libertad, de lo contrario nuestra voluntad se debilitará, pero necesitamos que esté
fuerte para tener la libertad de hacer el bien; de lo contrario nos traicionarán
nuestras pasiones no controladas, nos ganará la soberbia (vicio contrario a una
especie de moderación muy difícil que es la moderación respecto de la
consideración de la propia excelencia –por defecto y por exceso–), nos faltará fuerza
en la voluntad, y claridad en la inteligencia, etc.
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Sin embargo, aunque haya una cierta indiferencia de la voluntad libre, no puede
definirse la libertad por la indiferencia, ya que la libertad supone un cierto
conocimiento. Además la libertad completamente desvinculada es imposible, ya que
la voluntad siempre se adhiere a algo, aunque sean sus propios deseos
independentistas.
Por ello, teniendo en cuenta que nuestra voluntad siempre se va a adherir a algún
bien, es decir que siempre va a vincularse a algo o a alguien; la clave es cuidar con
quién o con qué nos vinculamos, ya que si el vínculo es respecto de un bien muy
alto, esto mueve a la voluntad de manera intensa sacando de nosotros energías antes
insospechadas, elevándonos por encima de nosotros mismos, con un crecimiento
muy exigente y una felicidad muy honda.
La libertad de espontaneidad
La propuso Leibniz, quien sostuvo que no hay acto voluntario sin motivo, ya que
si fuésemos absolutamente indiferentes, no elegiríamos, por lo cual el sujeto elige el
motivo más fuerte que es siempre contingente (no necesario), espontáneo (no
obligado desde fuera), y que esto basta para definir la libertad.
El determinismo científico
El determinismo físico
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El determinismo fisiológico
Sostiene que nuestros actos están determinados por los estados de nuestro
organismo, por la salud o la enfermedad, el temperamento, la herencia, el régimen
alimenticio, el clima, etc. Sin embargo, aunque la influencia de estos factores es
grande, no suprimen la libertad, ya que es diferente el influir y determinar, ya que
aunque haya condicionamientos fisiológicos queda siempre un espacio para
deliberar sobre los propios actos.
El determinismo social
Algunos sociólogos han pretendido que la presión social determina todos los actos
de los individuos. Es cierto que las condiciones sociales influyen en los actos
humanos, la educación, las costumbres, las influencias del medio, de la familia, del
trabajo, las fuerzas económicas forman en gran parte al individuo.
Sin embargo, aunque faciliten algunos actos, no los determinan, ya que el sujeto
puede tomar una actitud interior frente a esas influencias y aceptarlas o rechazarlas.
El determinismo psicológico
Sin embargo, al igual que hemos afirmado en las otras clases de determinismo,
todos esos factores, también los psicológicos, influyen, pero eso no quiere decir que
determinen los actos humanos, ya que el hombre puede ejercer un dominio racional
sobre sus tendencias, así como sobre sus experiencias pasadas.
El determinismo filosófico
El determinismo panteísta, el cual sostiene que en el fondo no hay más que un ser,
una sustancia infinita, eterna que existe necesariamente porque es por sí misma. Esta
Sustancia divina se manifiesta de modo necesario e igualmente en toda la realidad,
tanto en el interior del ser humano como en el universo físico, por lo que la libertad
consiste en el conocimiento de la necesidad. Sin embargo esto no deja de ser
también una especie de postulado.
En esa línea a veces se sostiene que debido al concurso de Dios en la vida de los
seres humanos no sería posible la libertad. Sin embargo, ese concurso divino sobre
las criaturas supone un respeto por la libertad en el caso del hombre.
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e. Argumentos a favor de la libertad
De igual modo serían imposibles las promesas y todas las formas de compromiso,
ya que prometer es adelantarse, mediante la propia decisión, al futuro. Sólo puede
disponer del futuro quien es libre.
Prueba psicológica
Sin embargo, la experiencia no puede hacer más que constatar la libertad. Aunque
lo establece con certeza, la experiencia no puede por sí sola aclararlo ni explicarlo,
ya que es subjetiva, y así como hay quienes dicen tener la experiencia de la libertad
puede haber también quien la niegue. Corresponde a la metafísica demostrar la
posibilidad del hecho.
Prueba metafísica
(Tomado del libro “Hacia el descubrimiento de nuestro ser personal”, Genara Castillo.
Colección Manuales y Estudios Generales, n. 3, UDEP, 2014)