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http://repobib.ubiobio.cl/jspui/bitstream/123456789/2142/1/Segura_Inostroza_Lorena.pdf
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https://www.comunidadhistoriamapuche.cl/wp-content/uploads/2017/06/Enrique-Antileo-2.pdf
abolir la exclusión social y política, y mitigar las reivindicaciones históricas como se había
comprometido, entre ellas:
“la aprobación de la Ley 19. 253 sobre Protección, Fomento y Desarrollo de los
Indígena (1993); la creación de la Corporación de Desarrollo Indígena (CONADI) y la
formulación de una política de restitución de aguas y tierras para avanzar en la
superación de la división y despojo de las tierras. A ello se sumó la declaración de las
Naciones Unidas sobre Derechos de los Pueblos Indígenas en 2007 y la ratificación
del Convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales, en septiembre de
2008” (INDH, 2013: 15).
Sin embargo, a lo menos, la elaboración y aplicación de estas políticas públicas ha sido
insuficiente y no ha tenido los resultado deseados tanto para el Estado como para dar
respuesta a las reivindicaciones de los pueblos Indígenas, inclusive a costa de contravenir
estándares internacionales en derechos indígenas.
Es por ello que, los nuevos movimientos Mapuche a partir de los años 90 se ven
obligados a revitalizarse y a organizarse primero en torno al Consejo de Todas las Tierras y
luego en otras expresiones como la Coordinadora Arauco-Malleco (Salazar, 2012: 125),
apelando como máximas reivindicaciones la preservación de su memoria cultural-
cosmovisión y el Küme Mongen, su autonomía y libre determinación política, la
refundación de las relaciones chileno-mapuche sobre la base del reconocimiento
constitucional a su condición de pueblo diferente del chileno -nuevas relaciones
interculturales que inclusive abordan la posibilidad de construir un nuevo tipo de Estado
Plurinacional-, y la garantía de poder desarrollarse individual y colectivamente de otras
formas fuera de los límites del capitalismo hegemónico en la sociedad chilena mediante la
recuperación y gestión de su territorio ancestral usurpado y el fin de la depredación
empresarial en sus territorios. Es aquí donde radica el núcleo del conflicto entre el Estado
chileno y el pueblo Mapuche, porque si bien el primero ha reconocido el carácter
eminentemente violento de la ocupación del territorio Mapuche durante el siglo XIX, la
negación de la identidad mapuche y la necesidad de nuevas formas de relacionarse con éste,
como por ejemplo, lo señalado en el Informe de la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo
Trato con los Pueblos Indígenas (2003: 340-345), también es verdad que, es el mismo
Estado nacional chileno en el que emprende acciones para ver afectados lo menos posible
los intereses económicos que tiene sobre el territorio ancestral Mapuche, siendo entonces
desoídas las reivindicaciones del pueblo Mapuche y llevados éstos a condiciones cada vez
más marginalizada en el sistema de imaginarios colectivos, invisibilizadas sus expresiones
políticas y culturales, y precarizadas su subsistencia a condición de emprender políticas
públicas que pudiesen beneficiarlos siempre y cuando se integren al sistema institucional,
no se opongan a la agenda librecambista neoliberal y acepten los sentidos preferentes ya
previamente consensuados sobre cómo se debe vivir la praxis política y cultural. Moneda
de cambio que ha sido utilizada sucesivamente e indistintamente por los gobierno de la
Concertación, de la Alianza, Nueva Mayoría y Chile Vamos.
Lo anterior se traduce en que los gobiernos democráticos han privilegiados políticas
públicas de desarrollo económico por sobre otras de carácter social –incluyendo las del
orden indígena, siendo esta actitud sintomática a toda América Latina (Aylwin, 2009:17).
Por ejemplo, en el gobierno de Eduardo Frei “en materia económica se privilegió el
desarrollo de proyectos energéticos en territorios indígenas, -y en- el de Ricardo Lagos,
aunque tuvo un gesto de reconocimiento al mundo indígena con la publicación del Informe
de la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato con los Pueblos Indígenas, en paralelo
reinstala la Ley Antiterrorista para procesas a comuneros mapuche” (Barrientos, 2014: 13-
14), lo que ha sido considerado por parte de la comunidad nacional e internacional como un
intento de criminalizar la protesta social Mapuche para deslegitimizarla y así no tener que
acceder a las demandas por la tierra. Lo que es obvio ante la persistencia del conflicto es
que las políticas en materia indígena y en materia mapuche de los gobiernos
postdictatoriales no han permitido resolver la problemática de manera definitiva y esto se
evidencia en que “los pueblos indígenas en general y el Mapuche en particular, continúan
reclamando sus tierras ancestrales mediante diversos actos de protesta, tales como las
llamadas ocupaciones productiva y más recientemente, la posibilidad de crear un gobierno
autónomo” (Amnistía Internacional, 2013: 4), lo que ha conducido a su vez al Estado de
pasar a una actitud que privilegiar la negociación a otras denominadas como “legalista”
(Peñeiro, 2004: 186) que ha tenido como principal consecuencia la creciente y sostenida
militarización de las zonas en donde se expresa la disputa.
A lo que se le agrega que, el Estado de Chile debe tomar las acciones necesarias para hace
un registro de los abusos cometidos por los agentes del Estado, someter a procesos
judiciales a los involucrados en los actos y resistirse en aplicar la Ley Antiterrorista contra
expresiones de protesta eminentemente social. Es claro que a la fecha estas observaciones
no fueron consideradas por funcionarios y agentes del Estado chileno que siguen actuando
impunemente y cometiendo vulneración a derechos.
Por otro lado, el Estado de Chile le solicito al Relator Especial sobre los Derechos
de los Pueblos Indígenas James Anaya que revisara el documento preliminar sobre
normativa de consulta indígena elaborado en 2012. En el análisis si bien el Relator es
explícito en señalar que dicha normativa es positiva ya que vendría a actualizar en parte las
obligaciones del Estado para con los derechos de los pueblos indígenas, en particular
regulando y dando cuerpo constitucional al Convenio 169 de la OIT, es igual de elocuente
en indicar que el informe sólo debe ser considerado como una formulación preliminar ya
que carece de mecanismos de consulta en su elaboración, siendo de vital importancia el
“consultar con los pueblos indígenas, mediante un procedimiento apropiado, cualquier
reglamento o ley que les concierne, inclusive un reglamento sobre la misma consulta”
(Anaya, 2012: 4). Además, entre los múltiples comentarios que revelarían la necesidad de
verificar el documento presentado para que se adecue a los estándares internacionales en
materia de consulta indígena como un derecho inalienable, define que, el reglamentar los
procesos de participación y consulta indígena sólo a los planes de desarrollo nacional y
racional susceptibles de afectarles diferentemente sería discordante con el derecho a la
participación de los pueblos indígenas que no se reduce meramente a mecanismos
vinculados con proyectos de desarrollo, sino que engloba todo tipo de acciones y políticas
públicas que afecten alguna dimensión social, cultural, económica y política de los pueblos
indígenas.
También en 2013, Amnistía Internacional se refirió a las posibles vulneraciones del
Estado de Chile en derechos humanos en contra del pueblo Mapuche, expresando en una
elocuente declaración pública que el “Estado, en sus tres poderes, tiene la obligación de
respetar, proteger y cumplir los derechos humanos en general y los derechos de los pueblos
indígenas en particular” (Amnistía Internacional, 2013: 2), cosa que no habría estado
sucediendo debido a que, en primer lugar, no ha existido una imparcialidad en los procesos
judiciales en trámite o con sentencia contra comuneros/as y autoridades religiosas, en
especial en aquellos casos en los que se ha invocado la Ley Antiterrorista que no permitiría
un proceso judicial basado en el principio de igualdad de condiciones, medios procesales y
presunción de inocencia hasta que se demuestre lo contrario. En segundo lugar, debido a la
creciente militarización de las comunidades mapuche que ha permitido acopiar numerosas
informaciones y recibir denuncias sobre
“el usos de carros lanzaaguas impactando de forma directa a las personas y dirigido de
forma indiscriminada, el uso de gases lacrimógenos lanzados directamente a las
personas o al interior de viviendas y el uso de balines de goma y metálicos, el ser
víctimas de tortura y malos tratos durante allanamientos, uso excesivo de la fuerza,
detenciones arbitrarias e incluso robo de herramientas de trabajo, dinero y zapatos.
Más aún, hemos recibido reportes de casos que esto sin exhibir una orden judicial y las
comunidades señalan que cuando denuncian los hechos, éstos no son debidamente
investigados y permanecen en la impunidad” (Amnistía Internacional, 2013: 5).
Además, se describen diferente formas en que los derechos de los niños/as mapuche se ven
vulnerados por la acción estatal y particularmente por el accionar de las fuerzas policiales
en sus irrupciones en comunidades mapuches o por el procesamiento de menores de edad
en el sistema judicial, incluso siéndoles aplicados la Ley Antiterrorista.
En 2018 Amnistía Internacional publica el Informe Anual 2017-18 sobre Derechos
Humanos en el cual si bien se valora el anunció del gobierno de Bachelet sobre el Plan de
Reconocimiento y Desarrollo de la Araucanía “para fomentar la participación de los
pueblos indígenas, el desarrollo económico y la protección de las víctimas de violencia […]
–de igual manera- el Ministerio Público y el gobierno han seguido abusando de la Ley
Antiterrorista para procesar a mapuche sin cumplir las debidas garantías procesales”
(Amnistía Internacional, 2018: 146), en condiciones que dicha Ley y otras similares fueron
considerada por la Corte Interamericana de derechos Humanos en 2014 (debido al caso
Norín Catrimán y otros vs. Chile) en su aplicación contra activistas mapuche como
violatoria de la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
En prensa escrita, radial y televisiva también se pueden rastrear informaciones y
sensibilidades críticas a la política de derechos del Estado de Chile en materia indígena,
pero esta debe ser encontrada e investigada en medios de comunicación externo al duopolio
de los medios tradicionales escritos de las grandes compañías del Mercurio y Copesa S.A.,
o ajeno al sistema de televisión abierta caracterizado principalmente por tener un régimen
empresarial de oligopolios que reproducen la agenda y el discurso oficial, salvo que se trate
de acontecimiento e informaciones en donde se es evidente la vulneración y violencia
ejercida por agentes del Estados como lo hemos visto con el caso de asesinato del
comunero Camilo Catrillanca. En una columna de opinión, Diego Ancalao en referencia a
la utilización de la Ley Antiterrorista señaló que: “Acá hay dos cosas muy distintas, una es
investigar los hechos de violencia que han afectado a diversas localidades de la región y la
otra es condenas antes de que haya un debido proceso […] antes de que haya un juicio justo
se está acusando a personas y eso viola el artículo 8 del Pacto de San José” (El Mostrador,
28 septiembre, 2017). Recordando que la Corte Interamericana ya ha condenado
previamente al Estado chileno por mantener un régimen jurídico por medio de la Fiscalía
que no asegura un proceso judicial justo a los imputados por terrorismo o violencia en la
Araucanía si son de la etnia o si provienen de comunidades Mapuche. En el mismo sentido,
en otra columna de opinión esta vez escrita por la fundación sin fines de lucro PIDEE, se
reconoce que el fortalecimiento de la política represiva y policial se ha traducido en el
aumento de la vulneración de los derechos de las comunidades Mapuche, en condiciones en
que en la Araucanía –y en consonancia con lo dicho por el Relator Emmerson- en Chile no
existe terrorismo. En relación a la violación de derechos humanos se identifican
“los asesinatos, la tortura y los tratos crueles. La persecución, encarcelamiento, juicios
viciados, montajes judiciales, faltas al debido proceso, aplicación del artículo
contemplado en la Ley Antiterrorista que permite testigos sin rostro y nula posibilidad
de defensa. Y, la detención de menores de edad sometidos posteriormente a juicio.
Esta última tiene la agravante que vulnera los derechos de la niñez más allá de
quebrantar el artículo de la Convención de los Derechos de la Niñez, la Ley de
Derechos Indígenas, el Convenio 169 de la OIT y trasgredir la ratificación y adhesión
contra la Tortura y Otros Tratos o penas Crueles, Inhumanos o Degradantes” (PIDEE,
2014: 4)
Propuesta que se reconoce como fundamental para la aplicación del marco internacional de
derechos indígenas en el país y para la garantía de que no sean vulnerados, también queda
como un declaración de buenas intenciones, y nada hace presuponer que se llevara a cabo
pensando en que otras administraciones en democracia postdictatorial también lo han
propuesto pero sin concretar. Hasta la fecha de escritura de este ensayo aún no se había
enviado al Congreso la propuesta de modificación Constitucional. C) Se busca conducir a
una institucionalización de la participación política indígena encauzando sus formas de
organización particulares del movimiento social Mapuche bajo el tutelaje de un futuro
Ministerio y Consejo de Pueblos Indígenas, en el Consejo de los Pueblos, en el Servicio
Electoral y en los partidos políticos de la Clase Política Civil al promover un sistema de
cuotas para promover la participación de candidatos indígenas. Esta propuesta no piensa en
el ejercicio libre las expresiones políticas indígenas y por cierto las mapuche ya que nada
asegura que sus demandas y reivindicaciones ligadas al ejercicio de sus derechos a sus
propias cosmovisiones de mundo y de relaciones sociopolíticas sean transmitidos en las
instancias institucionales por candidatos de partidos políticos que poseen agendas que poco
o nada han teorizado y realizado por avanzar en políticas públicas con enfoque de derechos
en materia indígena y dar solución a las demandas del pueblo Mapuche. Por otro lado, si
consideramos que gran parte de las organizaciones mapuche vinculadas a reivindicaciones
por el territorio y por la autonomía son asociadas a la categoría de violencia rural, es
imposible que se institucionalicen o sean aceptadas por el Estado para su
institucionalización sin que renuncien a estas demandas. Esta propuesta presenta propuestas
altamente cuestionables y que parecen ser irresolubles si no se cambia el sentido del
reconocimiento de la participación política indígena y mapuche fuera de los límites de la
institucionalidad o ¿será posible, por ejemplo, pensar en una autodeterminación o
autonomía dentro de un sistema político predominantemente unitarios?, ¿sobre esté cuadro
institucional de participación política indígena en el que no tienen cabida expresiones del
movimiento social Mapuche, éstas continuarán siendo perseguidas y criminalizadas?, ¿es
posible que la institucionalización de las relaciones y organizaciones mapuche puedan
convivir con prácticas y epistemes políticas y sociales eminentemente vinculadas a una
racionalidad occidentalizada del quehacer político entendiendo que las primeras responden
a constructos y sistemas de pensamiento y culturales no occidentales y no liberales, y que
en muchos aspectos son contradictorias a éstos sistemas?
Y, D) medidas propuestas para incentivar el desarrollo territorial indígena, lo que
genera más discrepancia es que la política de Acuerdo Nacional por La Araucanía señala:
“Apoyados por instituciones públicas que promuevan el desarrollo territorial mapuche y
con las capacidades técnicas requeridas, o por asesores jurídicos expertos y acreditados,
ampliar las posibilidades para que las comunidades puedan suscribir contratos de
arriendo, mediería o aparcería, etc., en sus tierras indígenas sin que éstas dejen de ser
mapuche […] –además- permitir que las comunidades titulares de tierra puedan dividir
total o parcialmente el título común y generar títulos individuales de dominio para los
miembros de la comunidad, siempre y cuando exista mayoría absoluta para ello”
(Acuerdo Nacional por La Araucanía, 2018: 14).
Se hace evidente que el “Plan Araucanía 2.0” cree y promueve en la división y enajenación
de las tierras mapuche aunque sea por arriendo o por su división individual, al considerarlo
una de las vías más eficientes para fomentar el desarrollo de la población mapuche,
propuesta que significa posicionarse desde una perspectiva diametralmente opuesta a las
exigencias, demandas, cosmovisiones y relaciones que mantienen el pueblo Mapuche con
su territorio, no entiendo en definitiva que, a pesar de las palabra iniciales del texto, la gran
demanda del movimiento social Mapuche es la recuperación de sus tierras en que
ancestralmente se asentaron por la relación cultural que mantienen con ellas hoy usurpadas
y no desprender de ellas. Es un reconocimiento implícito a la creencia de que el pueblo
Mapuche no se desarrolla por su incapacidad productiva sobre la tierra, siendo un respaldo
a la clase empresarial –único actor que puede arrendar o que puede ejercer las presiones
necesarias para impulsar la división de los títulos de propiedad para luego negociar
individualmente con cada propietario indígena- y las formas de producción extractivistas
que se desarrollan en la región, quienes de facto podrían pasar a controlar más tierras
mapuche de las que controlan hoy. Como corolario final, la política pública no se pronuncia
sobre las demandas de recuperación del territorio histórico mapuche.
Por último, como tercer principio se plantea una intervención estatal que
comprometa también la inversión privada que fomente un desarrollo integral e inclusivo
para la región sistematizada en el Plan Impulso Araucanía 2018-2026. Programa elaborado
de manera interseccional por las autoridades regionales de La Araucanía en conjunto con
todos los Ministerios de Gobierno, se propone como objetivo fundamental “sentar las bases
para sacar a la región del retraso en que se encuentra y buscar una convergencia de los
indicadores económicos y sociales de la región al promedio nacional, en un plazo de dos
periodos de gobierno” (Acuerdo Nacional por La Araucanía, 2018: 15). Principalmente es
un esfuerzo de inversión en protección social y en infraestructura que permita incrementar
la inversión empresarial, actor reconocido como fundamental para que la región progrese y
se desarrolle.
Sin poner en duda la necesidad de mejorar el sistema de protección social en La
Araucanía por parte del Estado –más y mejores hospitales por ejemplo- cabe preguntar dos
cosas: ¿dónde queda el enfoque de derechos indígenas en esta política de impulso
económico manteniendo la cosmovisión y prácticas de los pueblos a los que se dice
desarrollar?, y ¿cómo se resolverá la problemáticas de la intervención empresarial en la
región y sobre los territorios/comunidades mapuche teniendo en cuenta que los intereses de
éstos no siempre respetan los derechos indígenas y que el movimiento social Mapuche
rechaza gran parte de las formas y métodos de la inversión empresarial? Se puede
presuponer que el Plan Impulso Araucanía propone mejorar el sistema de protección social,
sin tener necesariamente un visión intercultural, como moneda de cambio a una mayor
inversión empresarial nacional y transnacional en región, lo cual no significa que el
aumento de servicios de protección social signifique necesariamente el reconocimiento,
promoción y protección de los derechos de los pueblos indígenas y Mapuche para este caso.
Conclusiones.
Dos días después de que el presidente Piñera anunciara la política pública Acuerdo
Nacional para el Desarrollo y Paz de La Araucanía, el portal de noticias bibiochile.cl
señalaba que representantes de la comunidad mapuche lafkenches de Toltén se habían
dirigido a la Intendencia de la Araucanía para evidenciar su rechazo al Acuerdo Nacional
por La Araucanía y al Plan Impulso Araucanía, señalado “que la iniciativa del Gobierno
vulnera los derechos territoriales, culturales y políticos del pueblo Mapuche, lo que alcanza
ribetes nacionales internacionales” (Radio biobiochile.cl, 26 de septiembre, 2018).
Principalmente criticando el respaldo que se le daría a los megaproyectos empresariales, a
la división de tierras que se propone como forma de desarrollo territorial y a una ley de
cuotas en participación política que buscaría minar las organizaciones propiamente
mapuche. El mismo día de las protestas, en una columna de opinión de Pedro Marileo,
dirigente mapuche de la Comunidad Antonio Paillao de Tirúa publicada en el portal
Mapuexpress señalaba que las política presentada por el gobierno era una continuación de
las políticas impulsadas por el Estado no cambiando en lo sustancial la vulneración de los
derechos del pueblo Mapuche ni dando solución a sus reivindicaciones:
“Existe una similitud en cada plan, una de ellas es la escaza y nula participación de los
que hoy en día siguen como Lof o Comunidades. Las segunda similitud, es que ninguna
aborda el problema de fondo que es la restitución territorial parcial y completa, o una
alternativa de indemnización por los años de ocupación de nuestro territorio y que la gran
parte, por ejemplo en la zona de Arauco al sur está ocupada por las grandes empresas
forestales con terrenos entregados en gobierno militar […] para que hablar de autonomía,
impensado. En cuanto a lo nuevo en cuanto a representación parlamentaria, hoy la elite
no va a ceder sus cupos para seguir manejando el país, los partidos políticos ya deben
haber empezado a buscar reclutas con apellido de Pueblo originarios para llenar las cuotas
de sus listas […] en fin hoy en día la violencia no se soluciona con más lucas, el conflicto
entre la nación mapuche y el pueblo chileno no se soluciona con medidas parches para la
paz, porque no existe paz mientras las heridas no sean curadas y en el pueblo Mapuches
esas heridas siguen abiertas” (Mapuexpress, 26 de septiembre, 2018).