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Introducción1.

El conflicto entre el Estado chileno, la clase empresarial nacional y transnacional, y


la Clase Política Civil contra el pueblo Mapuche por el control y defensa de las tierras
tradicionales y ancestrales ha persistido durante toda la historia de la República de Chile,
desde que ésta miró con ansias de expansión el territorio de la Nación Mapuche
independiente y le puso precio de mercado e impulso una política de colonización, siendo
lo acontecido en nuestras historia reciente una actualización del conflicto y de los intereses
en disputa.
Desde su inicio hasta el presente ha sido un conflicto permeado por la violencia. Por
un lado se encuentra aquella que radica en las diversas situaciones de atentados,
especialmente incendiarios, quema de maquinarias para la producción forestal o la
recuperación de predios mediante tomas territoriales, contra personas o empresas que
actualmente utilizan los territorios para su usufructo mercantil considerados como
ancestrales por las comunidades mapuche. Y por otro lado, las comunidades mapuche han
denunciado reiterativamente un uso excesivo de la fuerza por parte de funcionarios
policiales y por agentes de seguridad privados, en algunas ocasiones con resultados de
muerte en el contexto de control de la manifestación social Mapuche y de violentos
allanamientos desarrollados para realizar detenciones o para la búsqueda de pruebas en los
casos judiciales investigados (Amnistía Internacional, 2013: 6). Desde las comunidades
mapuche y organizaciones que destacan en su movimiento social han interpelado al Estado
que de haber implementado políticas públicas acordes a las reales necesidades y
reivindicaciones históricas, de haber cumplido los Acuerdos de Nueva Imperial o los
posteriores a él, de dejar de fomentar el extractivismo en territorio ancestral, y de haber
terminado con la ocupación militar y empresarial las acciones de violencia mapuche no
habrían brotado (Tricot, 2017). En cambio, desde el Estado se ha acusado a determinadas
organizaciones y al movimiento social Mapuche en general de emprender acciones
“violentistas” y “terroristas” a las que se les aplica todo el rigor de la Ley (Antiterrorista).
Destacados organismos nacionales e internacionales en derechos humanos, como se
verá, han denunciado la política de represión del Estado y la falta de unas políticas públicas
en materia de derechos indígenas que pudiese actuar para dar término al conflicto. Inclusive
señalando que lo que acontece en las XVIII y XIX regiones del país sería una vulneración
de numerosos derechos humanos en general y también los derechos específicos para los
pueblos indígenas. En es en ese contexto de creciente violencia y de presión internacional
hacia el Estado que, el actual gobierno de Sebastián Piñera, ha propuesto el denominado
“Acuerdo Nacional por el Desarrollo y la Paz en La Araucanía” o “Plan Araucanía 2.0” el
que se plantea como la nueva –vieja- estrategia institucional para dar solución a un
conflicto que parece no menguar.
En lo que sigue, se analizará el “Plan Araucanía 2.0” desde un enfoque de derechos
humanos, considerando el marco internacional de derechos indígenas y el marco histórico
más amplio de conflictividad.
1
La presente reflexión ha sido escrita en gran parte con anterioridad al asesinato del weichafe Camilo
Catrillanca por efectivos del GOPE de Carabineros, por lo que el análisis en torno a la política pública “Plan
Araucanía” y las violaciones del sistema de derechos humanos e indígenas que se le acusan al Estado chileno
no han de considerar este acontecimiento que en términos generales ha dado otra valorización y visibilización
del conflicto étnico, político y social que se vive en la zona.
Breve historia del despojo territorial.
Durante las últimas décadas del siglo XIX el joven Estado chileno emprendió como
principal tarea la construcción de una sociedad estatonacional sobre lo que consideró su
territorio, emprendiendo para ello significativos esfuerzos económicos, institucionales y
militares (Góngora, 1986). En ese proceso de construcción de la identidad nacional, el
Estado chileno “no sólo abolió las relaciones coloniales y liberó al indio, sino que más allá
de ello continuó forzando la asimilación de las poblaciones étnicamente diferentes, para
construir, con ingredientes culturales europeos hegemónicos la nación chilena del presente”
(Marimán, 2012: 45). Es a través de lo que la historia oficial denomina como “Pacificación
de la Araucanía” que se consolida este proceso, mediante una “estrategia jurídica y militar
que conduciría a la asimilación por la fuerza las tierras y territorios, así como a la negación
de los derechos políticos de los mapuche” (INDH, 2014: 14). Es la aplicación de la guerra
contra el pueblo Mapuche que hasta 1881 era una nación independiente, y que desde
entonces se le aplicó un sistema político y social que lo obligó “a vivir en pequeñas
reducciones para facilitar así la entrega de sus fértiles tierras a colonos chilenos y
extranjeros que impulsarían el tan ansiado progreso” (Coordinadora Arauco-Malleco, 1999:
3). El Estado se apropió de más del 90% de las tierras del pueblo Mapuche, les impuso una
política de reservaciones indígenas, busco asimilarlos para “civilizarlos” a la modernidad
privándolos de sus particularidades culturales al considerarlas “bárbaras”, y acto seguido
procedió a la repartición, asignación, venta y subasta de los territorios siendo éstos
adquiridos por terratenientes y colonos extranjeros al Wallmapu (Widogski, 2010: 5). Los
mapuche se vieron enfrentados a una guerra de conquista por el Estado chileno –y del otro
lado de la cordillera por el Estado Argentino en la denominada “Conquista del Desierto”-,
pugna que perdieron, “pasando a ser militarmente conquistados y políticamente
incorporados, inmersos en un proceso de colonialismo interno, toda vez que el nuevo
colonialismo se desarrollaba al interior de espacios territoriales que los Estados reclamaban
como propios” (Marimán, 2012: 46).
Entre los años 1884 y 1925/29 la política del Estado chileno fue de radicación,
reducción y entrega de títulos de merced mediante un sistema de reservaciones similar al
aplicado por los Estado Unidos con sus poblaciones indígenas subyugadas, pero es a partir
de la década de los años treinta que “el Estado llevó adelante un proceso para seguir
dividiendo el territorio mapuche, concretamente, se formaron hijuelas individuales para ser
enajenadas a personas no indígenas” (INDH, 2014: 4). Esta política, para algunos
investigadores y especialista en la historia mapuche como para el historiador José Bengoa
(1985), fue el inicio de la estrategia por la cual el Estado buscará, “a través de la
desorganización de las estructuras políticas y sociales ancestrales y vía la penetración de la
lógica comercial occidental el control absoluto del pueblo Mapuche” (Melli Wixan Mapu,
2005: 4), que tiene efectos hasta en la actualidad como el sostenido empobrecimiento de la
sociedad mapuche, en su dispersión territorial, y en la trasformación de las comunidades en
espacios de resistencia anteponiendo la barrera de la cultura como forma de sobrevivencia
física, psíquica y social (Bengoa, 1985: 371).
Si bien, la Reforma Agraria implementada a partir de los años 1960 permitió cierta
capacidad de organización y demanda del pueblo Mapuche hacia sus espacios territoriales
ancestrales, y aunque siempre sus requerimientos fueron tratados como si de población
campesina en general se tratara por las administraciones de la época (Correa y Mella, 2009:
101)2, durante el gobierno de la Unidad Popular las comunidades cansadas de su estado de
exclusión deciden “ocupar tierras reclamadas, correr los cercos y exhibir desafiantes los
amarillentos papeles con los títulos de merced que atestiguan sus derechos sobre las tierras
otrora usurpadas y ahora recuperadas” (Piñeiro, 2004: 166). Es precisamente por las
convulsiones políticas y sociales de aquellos tiempos lo que lleva al pueblo Mapuche a
compartir un común destino con amplios sectores sociales por efecto del golpe de Estado y
la imposición de la dictadura militar de 1973 que clausura toda opción de cambio social. Al
igual que sectores populares, barrial-poblacionales, productivos industriales proletarios y
trabajadores en general, campesinado, capas bajas y sectores medios, y partidos y
militancias de izquierda, la dictadura militar trazó en el pueblo Mapuche “una huella de
dolor, sufrimiento e incertidumbre y remeció los pilares fundamentales de toda la sociedad
mapuche” (Calbucura, 2013: 39). Ésta llevo al extremo la política de asimilación y
desarraigo territorial-cultural implementada casi un siglo antes por la República oligárquica
chilena, mediante la implementación de los Decretos de Ley (D.S.) N° 2.568 y N° 2.6750,
los que contribuyeron a la división de la propiedad de las tierras colectiva mapuche a favor
de la propiedad privada, significando en la práctica “un atentado a la esencia del modo de
vida mapuche, el cual se basa en la concepción cultural ancestral de la posesión
comunitaria de las tierras” (Coordinadora Aurauco-Malleco, 1999: 4). Además, la
Contrarreforma Agraria y el de D.S.701 contribuyeron a una redistribución, revocación y
devolución de tierras a individuos y entidades privadas que habían sido expropiadas durante
el proceso de Reforma Agraria, permitiéndose incrementar el proceso de planeación de
bosques artificiales de pino y eucalipto en detrimento de los bosques nativos, facilitando la
concentración de las tierras tradicionalmente mapuche. Esta concentración de la propiedad
de las tierras “en zonas rurales fue acompañada por una creciente transnacionalización de la
economía del país” (Coordinadora Arauco-Malleco, 1999: 6), y también mediante el
traspaso de empresas y tierras estatales al sector privado nacional y transnacional,
preparando el surgimiento de los grande grupos económicos forestales y energéticos en el
contexto de desregulación económica, grupos que han tomado posesión de territorios
históricamente mapuche, como Bosques Forestal Arauco S.A.
Los esfuerzo realizados en el escenario transicional llevaron a que en 1989 el
entonces candidato a la presidencia de la Concertación Patricio Aylwin se comprometiera
en el Pacto de Nueva Imperial con todas las organizaciones indígenas incluyendo las
representante de las comunidades mapuche a excepción del Consejo de Todas las Tierras
liderado por Aucán Huilcamán (Piñeiro, 2004: 165), a promover e impulsar una nueva
política pública indígena considerando las reivindicaciones históricas incluyendo las del
pueblo Mapuche, buscando desmarcarse del lenguaje y las prácticas del antecesor régimen
militar, a cambio de que los comuneros comprometieran su voto en la elección presidencial
(Antileo, 2013: 13)3. Pareciera, entonces, iniciarse una nueva época de relaciones entre el
Estado chileno y el pueblo Mapuche que albergó la esperanza de éstos últimos para que por
fin décadas después la usurpación territorial y la injusticia histórica terminase. Es así que,
desde el Estado se desarrolló, aprobó e implementó nuevas políticas públicas para buscar

2
http://repobib.ubiobio.cl/jspui/bitstream/123456789/2142/1/Segura_Inostroza_Lorena.pdf
3
https://www.comunidadhistoriamapuche.cl/wp-content/uploads/2017/06/Enrique-Antileo-2.pdf
abolir la exclusión social y política, y mitigar las reivindicaciones históricas como se había
comprometido, entre ellas:
“la aprobación de la Ley 19. 253 sobre Protección, Fomento y Desarrollo de los
Indígena (1993); la creación de la Corporación de Desarrollo Indígena (CONADI) y la
formulación de una política de restitución de aguas y tierras para avanzar en la
superación de la división y despojo de las tierras. A ello se sumó la declaración de las
Naciones Unidas sobre Derechos de los Pueblos Indígenas en 2007 y la ratificación
del Convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales, en septiembre de
2008” (INDH, 2013: 15).
Sin embargo, a lo menos, la elaboración y aplicación de estas políticas públicas ha sido
insuficiente y no ha tenido los resultado deseados tanto para el Estado como para dar
respuesta a las reivindicaciones de los pueblos Indígenas, inclusive a costa de contravenir
estándares internacionales en derechos indígenas.
Es por ello que, los nuevos movimientos Mapuche a partir de los años 90 se ven
obligados a revitalizarse y a organizarse primero en torno al Consejo de Todas las Tierras y
luego en otras expresiones como la Coordinadora Arauco-Malleco (Salazar, 2012: 125),
apelando como máximas reivindicaciones la preservación de su memoria cultural-
cosmovisión y el Küme Mongen, su autonomía y libre determinación política, la
refundación de las relaciones chileno-mapuche sobre la base del reconocimiento
constitucional a su condición de pueblo diferente del chileno -nuevas relaciones
interculturales que inclusive abordan la posibilidad de construir un nuevo tipo de Estado
Plurinacional-, y la garantía de poder desarrollarse individual y colectivamente de otras
formas fuera de los límites del capitalismo hegemónico en la sociedad chilena mediante la
recuperación y gestión de su territorio ancestral usurpado y el fin de la depredación
empresarial en sus territorios. Es aquí donde radica el núcleo del conflicto entre el Estado
chileno y el pueblo Mapuche, porque si bien el primero ha reconocido el carácter
eminentemente violento de la ocupación del territorio Mapuche durante el siglo XIX, la
negación de la identidad mapuche y la necesidad de nuevas formas de relacionarse con éste,
como por ejemplo, lo señalado en el Informe de la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo
Trato con los Pueblos Indígenas (2003: 340-345), también es verdad que, es el mismo
Estado nacional chileno en el que emprende acciones para ver afectados lo menos posible
los intereses económicos que tiene sobre el territorio ancestral Mapuche, siendo entonces
desoídas las reivindicaciones del pueblo Mapuche y llevados éstos a condiciones cada vez
más marginalizada en el sistema de imaginarios colectivos, invisibilizadas sus expresiones
políticas y culturales, y precarizadas su subsistencia a condición de emprender políticas
públicas que pudiesen beneficiarlos siempre y cuando se integren al sistema institucional,
no se opongan a la agenda librecambista neoliberal y acepten los sentidos preferentes ya
previamente consensuados sobre cómo se debe vivir la praxis política y cultural. Moneda
de cambio que ha sido utilizada sucesivamente e indistintamente por los gobierno de la
Concertación, de la Alianza, Nueva Mayoría y Chile Vamos.
Lo anterior se traduce en que los gobiernos democráticos han privilegiados políticas
públicas de desarrollo económico por sobre otras de carácter social –incluyendo las del
orden indígena, siendo esta actitud sintomática a toda América Latina (Aylwin, 2009:17).
Por ejemplo, en el gobierno de Eduardo Frei “en materia económica se privilegió el
desarrollo de proyectos energéticos en territorios indígenas, -y en- el de Ricardo Lagos,
aunque tuvo un gesto de reconocimiento al mundo indígena con la publicación del Informe
de la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato con los Pueblos Indígenas, en paralelo
reinstala la Ley Antiterrorista para procesas a comuneros mapuche” (Barrientos, 2014: 13-
14), lo que ha sido considerado por parte de la comunidad nacional e internacional como un
intento de criminalizar la protesta social Mapuche para deslegitimizarla y así no tener que
acceder a las demandas por la tierra. Lo que es obvio ante la persistencia del conflicto es
que las políticas en materia indígena y en materia mapuche de los gobiernos
postdictatoriales no han permitido resolver la problemática de manera definitiva y esto se
evidencia en que “los pueblos indígenas en general y el Mapuche en particular, continúan
reclamando sus tierras ancestrales mediante diversos actos de protesta, tales como las
llamadas ocupaciones productiva y más recientemente, la posibilidad de crear un gobierno
autónomo” (Amnistía Internacional, 2013: 4), lo que ha conducido a su vez al Estado de
pasar a una actitud que privilegiar la negociación a otras denominadas como “legalista”
(Peñeiro, 2004: 186) que ha tenido como principal consecuencia la creciente y sostenida
militarización de las zonas en donde se expresa la disputa.

Factores generales del conflicto Estado chileno-pueblo Mapuche.


Las consecuencias de todo este escenario histórico de despojo territorial, ha sido la
imposición de precarias condiciones socioeconómicas sobre las comunidades mapuche
existentes, una ascendente migración hacia los centros urbanos asentándose sobre las
periferias de las ciudades debido a la dificultades que la población indígena encuentra
respecto a una sociedad altamente racista y discriminatoria y a políticas públicas en materia
indígena equivocadas de enfoque, siendo en la gran mayoría de los casos la población
mapuche excluida y segregada física, económica, cultural y socialmente (Calbucura, 2013).
Mientras tanto en las comunidades rurales, con los procesos de continua profundización de
las políticas neoliberales, se ha incrementado el asedio y la presión sobre aquellos reductos
mapuche que aún no seden sus territorios a las empresas nacionales y extranjera, siendo
acosados, perseguidos, amenazados, imposibilitados de practicar sus relaciones sociales,
culturales y espirituales en condiciones de libertad y autonomía, intersectado esto con la
pobreza estructural que afecta a la población indígena, en particular aquella de la región de
La Araucanía.
Ante esta situación, “ha surgido un movimiento Mapuche desde el seno de las
propias comunidades que a través de movilizaciones ha buscado frenar la expansión de las
empresas trasnacionales en los territorios mapuche, retomando del mismo modo la lucha
por las demandas históricas de la Nación Mapuche” (Coordinadora Arauco-Malleco, 1999;
5). Movimiento social Mapuche altamente heterogéneo y diverso que mantiene “su
referencia a un pasado común, a una matriz cultural, a una identidad colectiva histórica y a
una aspiración de unidad política en un territorio: el Wallmapu” (Tricot, 2009 179). No hay
que olvidar que la lucha de los pueblos indígenas difiere de la lucha de otros movimientos
sociales porque luchan por mantener las raíces y reivindicar su identidad mediante la lucha
por el territorio (Souza, 2002). Movimiento social Mapuche que se constituye como tal
porque precisamente se rearticula en torno a la identidad étnica que permite mantener
fuertes lazos de solidaridad, porque se plantean ejes del conflicto y de lucha que son
reconocidos por casi toda la población y comunidades mapuche como creencias comunes
generalizadas, y, porque se apela a un reconocimiento a su condición de pueblo que expresa
la esencia de la demanda por su autonomía que viene a plantear la cuestión de la
transgresión de los límites de un Estado nacional. Todo lo cual da sustento teórico y
legitimidad por un lado a una serie de principales organizaciones las que se han ido
conformado durante los últimos treinta años (Peñeiro, 2004), y por otro lado a la
constitución de una verdadera episteme que alude a la noción de nación Mapuche en el
sentido de conceptualizar un pueblo sin Estado que ejerce la representación de su
particularidad por medio de expresiones nacionales culturales mapuche que son
profundamente políticas (Rebolledo, 2017), y que inclusive han logrado superar los límites
de las reivindicaciones etno-gremiales para constituirse en uno de los principales
movimientos sociales en el escenario social chileno, movilizando la solidaridad de parte del
pueblo chileno y obligando al Estado avanzar en derechos políticos y culturales (Bonet,
2013). Movimiento en el que “pareciera existir un proceso de construcción consiente y de
carácter colectivo en torno a las ideas de cultura, identidad, territorio y política” (Tricot,
2009: 180).
Frente a este movimiento, la respuesta del Estado ha sido esencialmente centrarse
desde una perspectiva judicial, mediante el uso de la fuerza policial y una persecución
criminal que por lo general no distingue entre comunidades y comuneros (INDH, 2013:
17). Por ejemplo, en 2012 el primer gobierno de Piñera lazó el denominado “Plan Especial
de Seguridad para la Región de la Araucanía” que contemplaba ocho puntos destinados en
asegurar el orden público de la región de la Araucanía y la reutilización de la Ley
Antiterrorista 18.314 –modificada en las leyes 20.467 y 20.519. A pesar de este contexto
represivo y a la falta de espacios reales de participación que relegan su conocimiento y su
identidad frente a las presunciones de la modernidad capitalista (Sanhueza, 2016: 78), el
movimiento social Mapuche ha logrado rearticularse como proyecto sociocultural
centrándose en las comunidades, mediante la búsqueda de la defensa de las tierras y evitar
su pérdida y se ha abierto a conciliar otros proyectos como la recuperación de la lengua, la
cultura y la historia, consolidando el ideal del kume felen o el buen vivir (Caniuqueo, 2014:
75), que implica una reconstrucción identitaria y cultural.
Se puede considerar además, que las acciones de las comunidades mapuches y del
pueblo Mapuche en torno a la defensa de la tierra y de sus recursos, se enmarca dentro de lo
que se ha teorizado como Conflictos Ambientales Locales (CAL), con fuertes lazos con el
ecologismo popular. Estos tipos de conflictos surgen en relación a tres factores presentes en
el conflicto histórico y actual que tiene el Estado de Chile con el pueblo Mapuche en su
defensa por el patrimonio territorial y natural. En primer lugar, “debido a los variados
destinos que le asignan los diversos actores al uso del suelo, los cuales se sustentan en el
sistema de valores culturales que una determinada sociedad ha elaborado en torno al
recursos tierra y las diversas modalidades socioeconómicas enfrentadas entre sí” (de la
Cuadra, 2001: 55). En segundo lugar, estos conflictos por lo general emergen en el presente
“como una contestación a la aplicación de reformas neoliberales orientadas al mercado, lo
cual plantea el desafío a rebelarse a tales reformas, y simultáneamente a ser capaces de
elaborar alternativas a sus efectos perversos por medio de la lucha por el establecimiento de
relaciones más simétricas entre el Estado, las empresas y la sociedad” (de la Cuadra, 2001:
55), lo que efectivamente plantea el movimiento social Mapuche. Y tercero, pueden ser
desplegados en el escenario público a pesar de los intentos de suprimirlos, debido a las
transformaciones de los sistemas sociales luego del periodo dictatorial ya que existen
mecanismos y medios alternativos a los hegemónicos vinculados a las esferas de poder que
permiten su visibilización. Lo dicho no debe descontextualizar que el conflicto en La
Araucanía es un conflicto de larga data inscrito en una temporalidad de larga duración y
que además es eminentemente político.
Con todo, es preciso comprender que el despojo territorial y las demandas por el
territorio ancestral más el anhelo de reconocimiento y autodeterminación son la esencia del
conflicto entre el Estado de Chile y el pueblo Mapuche, y en la medida de que el primero
no tome las acciones pertinentes para dar solución a esta demanda poco o nada se avanzará
en establecer formas para solucionar el conflicto. Desde la fundación del Estado de Chile,
se miró el territorio al sur del Biobío desde una potencialidad de explotación económica la
que ha primado hasta el presente. Esta visión si bien ha tenido que incorporar políticas
públicas que contemplen cierta protección y desarrollo de la población indígena sobre todo
en la medida de que Chile subscribe acuerdos internacionales en materia de derechos
indígenas, no ha sido lo suficientemente eficaz para garantizar los derechos de estas
comunidades, reparando la usurpación y la discriminación histórica (INDH, 2013). Pero
esto no ha de extrañar porque no basta simplemente con adoptar un marco internacional en
derechos si es que no se comprende cual es la especificidad cultural y el marco de ideas que
hace del mundo un sistema inteligible desde la perspectiva del pueblo Mapuche y en esto,
el Estado de Chile, ha fallado garrafalmente o quizás no ha tenido la voluntad política
debido a una Clase Política Civil y una clase empresarial que por su pretensión de ganancia
económica -cifrado en términos librecambista- y de construcción de una identidad nacional
unitaria, no ha sabido/querido entender las necesidades territoriales y autonómicas del
pueblo Mapuche. Entender esto es sumamente importante porque es en la relación que el
mapuche establece con la tierra, con el territorio en el que tradicionalmente se asentó, que
puede establecer sus vínculos socioculturales de todo tipo. Y esto lo señalan las diferentes
corrientes de movimientos Mapuche surgidos en las últimas décadas, ya sea más o menos
autonomistas, más o menos nacionalistas: “Mapuche significa gente de la tierra, de aquí se
desprende que la Nación Mapuche la tierra, el espacio territorial, tiene una gran
importancia, puesto que es allí se desarrolla la integridad de su ser… comunidad familia,
organización, idioma, cultura, religiosidad, todo lo mapuche se articula en torno a la tierra y
los diferentes elementos que allí coexisten” (Coordinadora Arauco-Malleco, 1999: 2), o
dicho de otra forma, “su relación con la tierra no era de propiedad, sino de usufructo
comunitario, su reorganización básica tradicional es la familia ampliada o un grupo de
ellas, que a la vez se organizaban a la llegada de los españoles en identidades territoriales o
Butal Mapus, por zonas geográficas” (Melli Wixan Mapu, 2005: 3).
Ante lo señalado hasta ahora y siguiendo las propuestas de Marcelo de la Cuadra
(2001) y Teodoro Wigodski (2010), es que se pueden proponer los siguientes ejes centrales
del conflicto entre el Estado de Chile y el pueblo Mapuche:
A. Deuda Histórica: transformación de mapuche a ciudadanos chilenos con derechos y
obligaciones de sumisión al Estado chileno que, a generado un perpetuo sistema de
discriminación desde los agentes del Estado y la sociedad chilena hacia lo mapuche,
una pérdida de autonomía política-territorial, y marginación de su cultura, religión e
idioma frente a la identidad nacional, a lo cual el movimiento Mapuche exige su
reparación y autonomía.
B. Procesos de colonización agrícola: proceso que exfolió a los mapuche de sus
territorios, siendo reducidos en reservas y luego en propiedad individuales, para
entregar las tierras ancestrales a colonos chilenos y extranjeros. Exigencia de
recuperación de sus territorios ancestrales.
C. Empobrecimiento sostenido ante la pérdida de su principal unidad productiva, la
tierra.
D. Fragmentación, dispersión y exilio de las comunidades mapuche, y la creciente
migración a las ciudades sin tener asegurados derechos básicos y derechos
específicos indígenas.
E. Perdida de espacios para la manifestación de expresiones culturales, religiosas e
indetitario. Restitución de estos espacios que permiten legar su memoria hacia las
nuevas generaciones y término de la asimilación forzada.
F. Persistencia de acciones de despojo sobre las comunidades mapuche existentes,
deben afrontar nuevas situaciones de desplazamiento o usurpación solapada de sus
tierras por partes de empresas privadas.

Marco Internación de derechos Indígenas:


El sistema de derechos humanos específicamente creado para el reconocimiento y
protección de los pueblos indígenas ha sido posible por la evolución misma de los derechos
humanos generales y por la capacidad de negociación entre diferentes actores
internacionales, nacionales y locales. Es más, “los derechos de los pueblos indígenas se han
perfilado en los últimos tres decenios como destacado componente del derecho y las
políticas internacionales gracias a un movimiento impulsado a escala nacional, regional e
internacional por pueblos indígenas, la sociedad civil, mecanismos internacionales y
Estados” (ONU, 2013: 1). La necesidad de reconocer y proteger derechos específicos para
los pueblos indígenas radica en las dificultades que estos afrontan para poder reproducir sus
formas específicas de vida en sus diferentes dimensiones, ya sea por efecto a una
globalización económica y cultural que tiende a homogeneizar las sociedades, o por la
imposición de diferentes regímenes políticos y de derecho que arraigan prácticas de
violencia y discriminación como los fueron los sistemas coloniales y sus herencias,
específicamente la violencia política y cultural que ejercen los Estados herederos
reconvertidos en endocoloniales o neocoloniales (Tricot, 2017) que aún conservan gran
parte del acervo espistémico y racional que sustentan la discriminación racial, la identidad
nacional unitaria y la usurpación de los medios productivos. Entonces, las mayores
“dificultades a los que hacen frente los pueblo indígenas en el ámbito de los derechos
humanos derivan de la presión de que son objeto sus tierras, territorio y recursos como
consecuencia de actividad relacionadas –por ejemplo- con el desarrollo y la extracción de
recursos” (ONU, 2013: 4), amenazando sus culturas y coartando la posibilidad de promover
y proteger sus derechos. Para el caso mapuche, las tierras y territorios de propiedad legal
y/o ancestral se han visto afectadas por la proliferación de proyectos de inversión de
empresas tanto extractivas como productivas o de infraestructura, nacionales y
transnacionales, entre las cuales destacan la de carácter hidroeléctrico, forestal y de
salmonicultura, las que no han respetados lo derechos del pueblo Mapuche subscrita por el
Estado de Chile y de las directrices aplicables a la actividad empresarial (Observatorio
Ciudadano, 2015).
Las demandas de los pueblos indígenas y sus constantes reivindicaciones han
impulsado que la comunidad internacional haya reconocido “cada vez más la marginación
socioeconómica de los grupos indígenas, su exclusión sistemática de los beneficios del
crecimiento económico, y los efectos perjudiciales que frecuentemente tienen los procesos
mundiales en las culturas, identidades y recursos de estos colectivos” (FAO, 2013: 23). Es
en parte por ello que, se fue y continua generando un nuevo debate sobre la redefinición de
las relaciones entre los Estados nacionales y los pueblos indígenas en el cual el tema de los
derechos humanos se ha tornado prioritario (Stavenhagen, 2001: 122). Es en ese contexto
que a la historia sobre la construcción de la infraestructura internacional de derechos
humanos se debe agregar lo realizado en materia de derechos indígenas durante las últimas
décadas, formulando un nuevo marco jurídico internacional vinculante y nuevas
consideraciones éticas para el trato con los pueblos indígenas.
Esta infraestructura institucional internacional en derechos indígenas básicamente se
comprende del sistema de derechos humanos de la ONU, el Convenio N° 169 de la OIT y
de los sistemas regionales en derechos humanos, redefiniendo el rol, relaciones y
obligaciones del Estado para con los pueblos indígenas.
Respecto al sistema dependiente de la ONU, se debe señalar que si bien la
Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 es considerada como la piedra
angular de todo el sistema de derechos humanos al presentar a los Estados miembros una
norma moral y política aceptados como derecho consuetudinario –jus congens-
(Stavenhagen, 2001), desde entonces y ante la profundización de las denuncias en las
vulneraciones de los derechos de los pueblos indígenas, se ha hecho evidente que la sola
Declaración Universal no ha sido suficiente para promover y proteger éstos derechos,
siendo necesario la elaboración de otros instrumentos. En ese sentido, “el sistema de
derechos humanos de las Nacionales Unidas consta de dos elementos principales: los
órganos creados en virtud de la Carta y los organismos creados en virtud de los tratados”
(ONU, 2013: 14).
En relación a los primeros, existen dos organismos dependientes de la Asamblea
General: el Consejo Económico y Social, y el Consejo de Derechos Humanos. A su vez, el
Consejo Económico y Social creó “en virtud de su resolución 2000/22 el Fondo
Permanente –para las Cuestiones Indígenas- en atención a la solicitud de los pueblos
indígenas de un órgano de alto nivel que promoviera el diálogo y al cooperación entre los
Estados miembros, los organismos de Naciones Unidas y los pueblos indígenas” (ONU,
2013: 13). Su mandato consiste en:
“prestar asesoramiento especializado y formular recomendaciones hacia las cuestiones
indígenas al Consejo, así como a los programas, fondos y organismos de la ONU, por
conducto del Consejo; difundir las cuestiones relacionadas con las cuestiones
indígenas y promover su integración y coordinación dentro del sistema de las
Naciones Unidas; y preparar y divulgar informas sobre las cuestiones indígenas”
(ONU, 2013: 13).
Así mismo, desde la aprobación de la Declaración en la ONU sobre los Derechos de los
Pueblos Indígenas el Foro Permanente busca su aplicación por parte de los Estados
miembros a pesar de no ser vinculante.
Por otro lado, se encuentran los organismos dependientes del Consejo de Derechos
Humanos (CDH): el Mecanismo de expertos sobre los derechos de los pueblos indígenas y
la labor realizada por el relator Especial sobre Derechos de los Pueblos Indígenas. El CDH
se aboca en: “mantener un diálogo interactivo con el mecanismo de Expertos sobre los
derechos de los pueblos indígenas y el relator Especial; celebra una Mesa redonda sobre
cuestiones concretas relativas a los pueblos indígenas; y aprueba su resolución anual sobre
los pueblos indígenas y los derechos humanos” (ONU, 2013: 15).
El Mecanismo de expertos creado de manera subsidiaria por el CDH tiene como
mandato “proporcionar al Consejo de Derechos Humanos los conocimiento temáticos
especializados sobre los derechos de los pueblo indígenas que solicite el Consejo
principalmente en formas de estudios e investigación” (ONU; 2013: 16). Mientras que, las
labores pertinentes del Relator Especial en materia de derechos indígenas son las de
“evaluar la situación de los derechos humanos en determinados países; llevar a cabo
estudios temáticos; se pone en comunicación con gobiernos, pueblos indígenas y otras
instancias cuando se denuncian violaciones a los derechos indígenas; y promueve las
buenas prácticas en materia de protección de estos derechos. El Relator Especial
también presenta al Consejo de Derechos Humanos informes anuales sobre
determinados aspectos de los derechos humanos que incumban a los pueblos indígenas
y coordina su labor con el Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas y con el
Mecanismo de expertos” (ONU, 2013: 18).
Por ejemplo, en 2011 James Anaya señala en su informe sobre la situación de los derechos
indígenas que, “el Relator Especial ha seguido reuniendo, solicitando, recibiendo e
intercambiando información de todas las fuentes pertinentes, incluidos los pueblos
indígenas y los gobiernos, sobre casos de presuntas violaciones a los derechos humanos”
(Consejo de Derechos Humanos, 2011: 7), en coordinación con las investigaciones
proporcionadas por el Mecanismo de expertos y con las recomendaciones establecidas en el
Foro Permanente.
De forma paralela, los Estados miembros han adoptado y firmado diferentes
tratados internacionales vinculantes de derechos humanos subsidiarios de la ONU y se han
creado órganos específicos en virtud de estos, tales como: el Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos y el Comité de Derechos Humanos que reconoce el derechos
específico de la libre determinación de los pueblos indígenas; el Pacto Internacional de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales y su Comité, la Convección Internacional
sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial y el Comité para la
Eliminación de la Discriminación Racial; la Convención sobre los Derechos del Niños y el
Comité de los Derechos del Niño; y, la Convención Contra la Tortura y el Comité Contra la
Tortura, entre otros.
Cabe destacar que el 13 de septiembre de 2007 la Asamblea General de la ONU
aprobó la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas,
considerado como “el instrumento más amplio relativo a los derechos de los pueblos
indígenas existente en el ámbito del derecho y las políticas internacionales, figuran normas
mínimas en materia de reconocimiento, protección y promoción de estos derechos” (ONU,
2013: 4). La declaración es elocuente en señalar las causas y los objetivos para la
protección de los derechos indígenas afirmando que entre lo primero su preocupación por
“el hecho de que los pueblos indígenas hayan sufrido injusticias históricas como resultado,
entre otras cosas, de la colonización y la enajenación de sus tierras, territorios y recursos, lo
que les ha impedido ejercer, en particular, sus derechos al desarrollo de conformidad con
sus propias necesidades e intereses” (ONU, 2013: 1-2), y entre lo segundo toma conciencia
“de la urgencia de respetar y promover los derechos intrínsecos de los pueblos indígenas,
que derivan de sus estructuras políticas, económicas y sociales y de sus culturas, de sus
tradiciones espirituales, de su historia y de su filosofía, especialmente los derechos de sus
tierras, territorios y recursos” (ONU, 2007: 1-2), siendo en parte este el análisis que
promueve el texto de la Declaración. Principalmente se reconocen derechos específicos
para los pueblos indígenas como el relativo a la libre determinación, el reconocimiento de
derechos sobre territorios y recursos ancestrales a pesar que estos en el presente se
encuentren controlados por otros actores, al desarrollo de su singularidad cultural, etc.
El Convenio N° 169 sobre pueblo indígenas y triviales en países independientes de
la OIT fue aprobado en 1989 cuando se revisó el antiguo Convenio N° 107 de 1957, “el
primer instrumento internacional que consagró derechos de los pueblos indígenas y las
correspondientes obligaciones para los Estados que lo ratificaran” (Due Process of Low
Foundation, 2012: 3). En este Convenio se consagran derechos y principios básicos tales
como el de no discriminación (art. 2,4, 30, 24), derechos a la propiedad y posesión de
tierras que tradicionalmente ocuparon los pueblos indígenas (art. 14 y 18), derechos al
respecto de su integridad, cultura e instituciones (art. 2, 5 y 7), derecho a determinar su
propia forma de desarrollo (art. 7), derecho a participar directamente acerca de políticas
públicas y medidas que afecten sus formas de vida (art. 6, 7 y 15), derecho a consulta
indígenas sobre medidas administrativas tomadas por los Estado (art. 6, 15, 17, 22 y 28).
Para asegurar el cumplimiento del Convenio, la OIT cuenta con un sistema de supervisión
que se encarga de estudiar los informes periódicos enviados por los Estados parte por la
Comisión de Expertos en la Aplicación de Convenios y recomendaciones de la OIT, y
elaborar las conclusiones pertinentes haciendo las recomendaciones que se consideren
necesarias para la implementación del Convenio en los marcos legales y constitucionales
nacionales.
Principalmente, si bien el Convenio N° 169 de la OIT se encarga de reconocer y
proponer medidas para le protección de un amplio aspecto de derechos indígenas, se
considera que sus mayores contribuciones van en el orden de impulsar un cambio de
paradigma en las políticas públicas nacionales que transita desde la asimilación a la
autonomía de los pueblos indígenas. Esto se debe en parte al ámbito de aplicación que
consideración el carácter de “pueblos” a proteger sobre la base de características
socioculturales históricamente particulares diferentes a las generalmente reconocidas por
los Estados nacionales (Nash, Núñez y Bustamante, 2014: 9). Además, incorpora la visión
de que los derechos indígenas sólo pueden ser considerados para su protección desde una
perspectiva colectiva que, vendría a superar los límites que se le critica al derecho
tradicional eminentemente liberal-individualista (Stavenhagen, 2001). Es así que, se puede
entender por ejemplo, el derecho a la libre determinación política, al ejercicio de las
particularidades culturales relacionadas con los entornos, territorios y recursos, y la
obligatoriedad de consulta indígena que establece el Convenio desde el enfoque de lo
colectivo concerniente a formas de pensar y practicar relaciones sociales diferentes.
En cuanto al sistema interamericano de los derechos de los pueblos indígenas, lo
primero a señalar es que “no existe un tratado o instrumento específico que reconozca los
derechos de los pueblos indígenas como colectividad, pero sus instrumentos si contienen
disposiciones que protegen derechos individuales de particular importancia para los pueblos
indígenas” (Due Process of Low Foundation, 2012: 50). Este está basado en tres
instrumentos: la Carta de la Organización de estados Americanos (OEA), la Declaración
Americana de los derechos y deberes del Hombre, y la Convención Americana sobre
Derechos Humanos (Nash, 2004: 30). La Carta de la OEA establece como uno de sus
órganos la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, encargada de la promoción y
defensa de los derechos humanos en el sistema interamericano, mientras que la Corte
Interamericana de derechos humanos es el órgano judicial autónomo del sistema de
derechos humanos de la OEA teniendo como objetivo hacer cumplir los requerimientos de
la Convención Americana por los Estados que la hayan ratificado (ONU, 2013: 39).
Finalmente la Declaración Americana al igual que los anteriores mecanismos es vinculante
para todos los Estados miembros de la ONU.
El sistema interamericano de derechos humanos establece las obligaciones de los
Estados americanos en derechos humanos, la cual ha servido para la protección de los
derechos de los pueblos indígenas estableciendo recomendaciones o comunicaciones
cuando ha considerado que éstos se ven vulnerado. Es interesante, por ejemplo, la labor de
la Corte Interamericana de Derechos Humanos al ser considerada en sus sentencia una de
las más avanzadas en la interpretación en materia de derechos indígenas como se demuestra
en el Caso de la Comunidad Mayagna (Sumo) Awas Tingni Vs. Nicaragua, donde la
sentencia de 2001 señala en materia de derechos territoriales y recursos:
“La estrecha relación que lo indígenas mantienen con la tierra debe ser reconocida y
entendida como la base fundamenta de sus culturas, su vida espiritual, su integridad y su
supervivencia económica. Para las comunidades indígenas la relación con la tierra no es
meramente una cuestión de posesión y producción sino un elemento material y
espiritual del que deben gozar plenamente, inclusive para preservar su legado cultural y
transmitirlo a las generaciones futuras” (Corte Interamericana de Derechos Humanos,
2001:149).
Es importante subrayar que, en materia de entendimiento y protección de los
derechos de los pueblos indígenas, “la edificación de este aparato internacional de defensa
y protección de los derechos humanos representa un paso decisivo en las relaciones
internacional, porque lo que antes era considerado exclusivamente como un asunto
domético de los Estados miembros, es cada vez más reconocido como tema de
preocupación mundial y llega a ser objeto central del nuevo derecho internacional”
(Stavenhagen, 2001: 127), generando obligaciones a los Estados miembros de los diferentes
organismos internacionales o los que han ratificado los pactos y tratados señalados, como
es el caso de Chile.

Crisis de los derechos del pueblo Mapuche y críticas al Estado de Chile.


Hoy en día en las zonas territoriales que se asocian al denominado conflicto entre el
Estado de Chile y el pueblo Mapuche, específicamente en la región de la Araucanía, se ha
instalado un discurso oficial de discriminación, segregación y criminalización hacia la etnia
Mapuche y sus reivindicaciones, aceptado y naturalizado por el conjunto de la sociedad
chilena salvo algunas excepciones. Esto ha conllevado que algunos aspectos y dimensiones
esenciales para el desarrollo de la calidad de vida y del potencial de las personas que
refieren a la salud, a la educación, a vivienda, a vivir en contexto sociales pacíficos, a la
posibilidad de practicar libremente la cultura y la religión, a tener procesos judiciales justos
o establecer formas de vincularse con el territorio y con el medio ambiente de otra manera
que implique prácticas económicas responsables con los ecosistemas no puedan lograr su
pleno ejercicio y cumplimiento. Además se priva al pueblo Mapuche de sus derechos y
autonomías reconocidas en el sistema internacional. Esto se debe en gran parte por el
modelo extractivista y a la usurpación histórica del territorio que el Estado, La Clase
Política Civil y la clase empresarial han impuesto sobre el conjunto de las poblaciones
indígenas. Frente a esto es que el pueblo Mapuche en la actualidad, y por cierto desde las
invasiones coloniales, lucha por la conservación y/o recuperación de su territorio ancestral,
y contra la homogeneización cultural que implica la destrucción de sus formas culturales al
ser negadas e imposibilitada su espiritualidad y el Ñuke Mapu.
Conflicto en el cual se ha racionalizado un sistema de violencia física (militarismo,
allanamientos), institucional (criminalización, aplicación Ley Antiterrorista), psicológica
(trauma) y étnica (discriminación, homogeneización) que aplica el Estado de Chile frente al
pueblo Mapuche que se traduce en la continuación de la relación eminentemente colonial
con la que es visto el pueblo Mapuche, impidiendo una igualdad efectiva del mapuche y de
lo mapuche, perpetuando en definitiva las deudas históricas en cuanto a un nuevo trato con
los pueblos indígenas y también, lo que es más grave, imposibilitando la garantía de
cumplimiento del ejercicio efectivo del marco internacional de derechos humanos y los
específicos en materia indígena, contraviniendo pactos y protocolos internacionales
suscritos por el Estado de Chile. En vista de esto es que, comunidades mapuche, las redes
de apoyo chilenas y organismos internacionales principalmente aquellos referidos con la
observación y protección de los derechos humanos, han denunciado, buscado difundir,
hacer de conocimiento público o llevado al Estado de Chile a instancias resolutivas o
condenatorias internacionales -como en la Corte Interamericana de Derechos Humanos- la
vulneración sistemática de los derechos humanos del pueblo Mapuche por parte del Estado,
con el objetivo último de que el Estado chileno primero deje de vulnerar los derechos de la
población Mapuche y segundo, establezca todos los esfuerzos y mecanismos institucionales
para dar solución a las demandas y reivindicaciones Mapuche, comprendiendo que éstas, en
su totalidad, son consideradas obligatoria de garantizar por los Estados nacionales en el
marco internacionales de derechos indígenas.
Ya el año 2003 el sitio de noticias online Emol informaba que el Relator Especial de
las Naciones Unidas para los Pueblos Indígenas, el mexicano Rodolfo Stevenhagen en su
visita al país, declaraba que “el Estado de chileno vulnera los derechos humanos de los
pueblos indígenas al no reconocer su existencia y transgredir derechos económicos, sociales
y culturales” (Emol, 29 de julio, 2003), agregando el Relator que, “lo que yo he observado
es una situación de raíces muy profundas históricas de vulneración de derechos […] los
mapuche sufren de una histórica marginación social, con el despojo de sus tierras
ancestrales y de sus recursos por parte de intereses privados” (Emol, 29 de julio, 2003). Por
otra parte, en el año 2009 en su 42° periodo de sesiones el Comité Contra la Tortura
dependiente de la Convención contras la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles,
Inhumanas o Degradantes de la ONU en las observaciones finales realizadas al Informe
presentado por el Estado de Chile señaló en materia de pueblo indígenas algo muy similar a
Stevenhagen:
“El Comité toma nota del texto de reforma constitucional que incluye el
reconocimiento de los pueblos indígenas, actualmente en tramitación en el Congreso.
Así mismo, el Comité celebra que se haya creado una defensoría Penal Indígenas
especializada. Sin embargo, al Comité le preocupa las numerosas denuncias recibidas
que apuntan a una persistencia de actuaciones abusivas por parte de los agentes
policiales contra integrantes de pueblos indígenas, en particular, en contra de
miembros del pueblo mapuche. Le preocupa al Comité especialmente que entre las
víctimas de esas actuaciones se encuentren mujeres, niños, niñas y personas de
avanzada edad. Asimismo, el Comité también nota con preocupación que, en
ocasiones, el Estado parte ha aplicado la Ley Antiterrorista contra integrante de pueblo
indígenas en relación con actos de protesta social” (Comisión Contra la Tortura, 2009:
7-8).

A lo que se le agrega que, el Estado de Chile debe tomar las acciones necesarias para hace
un registro de los abusos cometidos por los agentes del Estado, someter a procesos
judiciales a los involucrados en los actos y resistirse en aplicar la Ley Antiterrorista contra
expresiones de protesta eminentemente social. Es claro que a la fecha estas observaciones
no fueron consideradas por funcionarios y agentes del Estado chileno que siguen actuando
impunemente y cometiendo vulneración a derechos.
Por otro lado, el Estado de Chile le solicito al Relator Especial sobre los Derechos
de los Pueblos Indígenas James Anaya que revisara el documento preliminar sobre
normativa de consulta indígena elaborado en 2012. En el análisis si bien el Relator es
explícito en señalar que dicha normativa es positiva ya que vendría a actualizar en parte las
obligaciones del Estado para con los derechos de los pueblos indígenas, en particular
regulando y dando cuerpo constitucional al Convenio 169 de la OIT, es igual de elocuente
en indicar que el informe sólo debe ser considerado como una formulación preliminar ya
que carece de mecanismos de consulta en su elaboración, siendo de vital importancia el
“consultar con los pueblos indígenas, mediante un procedimiento apropiado, cualquier
reglamento o ley que les concierne, inclusive un reglamento sobre la misma consulta”
(Anaya, 2012: 4). Además, entre los múltiples comentarios que revelarían la necesidad de
verificar el documento presentado para que se adecue a los estándares internacionales en
materia de consulta indígena como un derecho inalienable, define que, el reglamentar los
procesos de participación y consulta indígena sólo a los planes de desarrollo nacional y
racional susceptibles de afectarles diferentemente sería discordante con el derecho a la
participación de los pueblos indígenas que no se reduce meramente a mecanismos
vinculados con proyectos de desarrollo, sino que engloba todo tipo de acciones y políticas
públicas que afecten alguna dimensión social, cultural, económica y política de los pueblos
indígenas.
También en 2013, Amnistía Internacional se refirió a las posibles vulneraciones del
Estado de Chile en derechos humanos en contra del pueblo Mapuche, expresando en una
elocuente declaración pública que el “Estado, en sus tres poderes, tiene la obligación de
respetar, proteger y cumplir los derechos humanos en general y los derechos de los pueblos
indígenas en particular” (Amnistía Internacional, 2013: 2), cosa que no habría estado
sucediendo debido a que, en primer lugar, no ha existido una imparcialidad en los procesos
judiciales en trámite o con sentencia contra comuneros/as y autoridades religiosas, en
especial en aquellos casos en los que se ha invocado la Ley Antiterrorista que no permitiría
un proceso judicial basado en el principio de igualdad de condiciones, medios procesales y
presunción de inocencia hasta que se demuestre lo contrario. En segundo lugar, debido a la
creciente militarización de las comunidades mapuche que ha permitido acopiar numerosas
informaciones y recibir denuncias sobre
“el usos de carros lanzaaguas impactando de forma directa a las personas y dirigido de
forma indiscriminada, el uso de gases lacrimógenos lanzados directamente a las
personas o al interior de viviendas y el uso de balines de goma y metálicos, el ser
víctimas de tortura y malos tratos durante allanamientos, uso excesivo de la fuerza,
detenciones arbitrarias e incluso robo de herramientas de trabajo, dinero y zapatos.
Más aún, hemos recibido reportes de casos que esto sin exhibir una orden judicial y las
comunidades señalan que cuando denuncian los hechos, éstos no son debidamente
investigados y permanecen en la impunidad” (Amnistía Internacional, 2013: 5).

Adhiriendo a la tesis planteada desde las comunidades en “que la forma, frecuencia e


intensidad de los allanamientos policiales los hace sentir sitiados, y que tendrían por único
propósito intimidarlos por sus actividades de protesta y afectando a toda la comunidad, en
especial a niños y niñas” (Amnistía Internacional, 2013: 5), vulnerado así sus derechos de
expresión, a la protesta social y los derechos de los niños/as y adolescentes, dando cuenta
de un patrón sistemático del uso indebido y desproporcionado de los medios de disuasión y
fuerzas de orden público, contraviniendo la normas internacionales que regulan su uso para
prevenir precisamente violaciones a los derechos humanos. Y en tercer lugar, se señaló la
obligatoriedad del cumplimiento de los derechos indígenas establecidos en las normas
internacionales vigentes en Chile, entre ellas la Declaración de las Naciones Unidas sobre
los Derechos de los Pueblos Indígenas, el Convenio 169 de la OIT y la Convención
Americana sobre Derechos Humanos -como ha sido interpretada por la Comisión y la Corte
Interamericana de Derechos Humanos-, lo que implica la consideración que se tenía hasta
el año 2013 sobre la normatividad y legalidad respecto a los derechos indígenas era
considerada como insuficiente o no adecuada a los estándares internacionales, en especial
aquella referente sobre el reglamento de Consulta Indígena -D.S. 123 de 2009, D.S. 66 de
2013, y D.S. 40 de 2013-, no logrando materializar la obligatoriedad de promoción y
protección por todos los medios legales de los derechos indígenas por parte del Estado
chileno (Amnistía Internacional, 2013: 8).
El mismo año 2013 el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial
dependiente de la Comisión Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de
Discriminación Racial de la ONU, en su 83° periodo de sesiones, hace una serie de
recomendaciones al Estado de Chile por considerar de preocupación algunas falencias u
acciones del Estado para asegurar el pleno ejercicio de los derechos humanos de la
población indígenas. El Comité reitera lo señalado por otros Comités respecto a la ausencia
de información sobre casos judiciales de discriminación racial específicamente hacia los
pueblos indígenas, reitera la lentitud de las reformas constitucionales que permitirían el
reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas y la precariedad de la normativa
sobre consulta indígenas que no se ajustaría al Convenio N° 169 de la OIT, reitera la
preocupación por la utilización de la Ley Antiterrorista casi exclusivamente contra el
pueblo Mapuche en situaciones de protesta social y las formas de violencia que ésta puede
promover. Igualmente recuerda que “los tratado firmados por el Estado parte y los pueblos
indígenas, especialmente –con- el pueblo Mapuche, le preocupa al Comité que el
mecanismo de concurso público para la devolución de tierras de la Corporación Nacional
de Desarrollo Indígena (CONADI) impida a muchos miembros de los pueblos indígenas
acceder a sus tierras ancestrales” (Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial,
2013: 4) a no ser que sean reconocidos como comunidades “no conflictivas” lo que
promovería la división, marginación y el empobrecimiento estructural de ciertos sectores
del pueblo Mapuche excluidos de la participación institucional propiamente indígena, del
mundo laboral, social y educacional (Comité para la Eliminación de la Discriminación
Racial, 2013: 6).
En 2014, en el Informe del Relator Especial sobre la promoción y la protección de
los derechos humanos y libertades fundamentales en la lucha contra el terrorismo, Ben
Emmerson en su misión en Chile señala que, “la visita del Relator Especial a Chile se
centró en la utilización de la Ley Antiterrorista en relación con las protestas de activistas
mapuches dirigidas a reivindicar sus tierras ancestrales, y afirmar su derecho al
reconocimiento colectivo como pueblo indígena y al respecto de su cultura y tradición”
(Asamblea General, 2014: 5), afirmando que “la Ley Antiterrorista ha sido utilizada
desproporcionalmente en contra de imputados por delitos relacionados por las protestas
mapuches por las tierras” (Asamblea General, 2014: 13), siendo vulnerados derechos
judiciales y derechos indígenas mientras se continúan aplicando formas de violencia
policial contra comunidades mapuche. En ese sentido el Relator Emmerson concluye
cuestionando la aplicabilidad de la Ley Antiterrorista contra el pueblo Mapuche en
condiciones en que según los estipulado en el Consejo General y el Consejo de Seguridad
de la ONU, lo que acontece en el sur de Chile no entraría en las tipificaciones de
terrorismo.
Y por último, en cuanto a informes internacionales de organismos protectores en
derechos humanos, el sitito web de noticias Radio.Uchile informo que el Philip Alston
Relator Especial de la ONU sobre Pobreza Extrema en su informe posterior a su visita al
país el año 2015 señalo que “el pueblo mapuche es el talón de Aquiles para Chile en los que
respecta a derechos humanos durante el siglo XXI” (Radio.Uchile, 21 julio, 2016),
agregando que, “el aplazamiento de las política públicas enfocadas en los pueblos indígenas
sólo demuestra el fuerte racismo que se mantiene a nivel político… existe un abandono
hacia los pueblos originarios en este país, ni siquiera están consagrados en la Constitución,
entonces se margina y discrimina” (Radio.Uchile, 21 julio, 2016). El Informe del Comité de
Derechos económicos, Sociales y Culturales del Consejo Económico y Social de la ONU en
sus sesiones 34° y 35° ahondan lo señalado por Alston, al identificar que los derechos de
los pueblos indígenas aún carecen de reconocimiento constitucional no existiendo “un
mecanismo legal que garantice la obtención del consentimiento previo, libre e informado de
los pueblos indígenas en relación a la toma de decisiones que pudiera afectar el ejercicio de
sus derechos económicos, sociales y culturales” (Comité de Derechos económicos, Sociales
y Culturales, 2015: 2). También se hace saber la preocupación del Comité frente a la
explotación empresarial de recursos en territorios indígenas sin una consulta previa, la
persistente discriminación contra pueblos indígenas entre otros grupos excluidos y
marginados política y económicamente, el estado de desigualdad y pobreza que sigue
afectando a los grupos más desfavorecidos particularmente a los pueblos indígenas (Comité
de Derechos económicos, Sociales y Culturales, 2015: 8), y la vulneración de los derechos
culturares al no ser asegurados por el Estado el respeto a la diversidad cultural y la
promoción en el ámbito educativo de las lenguas indígenas.
Además de lo señalado, una revisión no tan exhaustiva sobre otras instituciones y
organizaciones respectivas a la protección, educación y promoción de derechos, nos puede
proporcionar su visión mediante la publicación de Informes. En ese sentido, en 1999 la
Coordinadora Aruco-Malleco presentó en su 55° periodo de sesiones de la Comisión de
Derechos Humanos de la ONU un informe sobre las Violaciones de Derechos Humanos en
Comunidades Mapuche en calidad de informe alternativo del presentado por el Estado de
Chile. En este se describen las múltiples vulneraciones de derechos cometidas por empresas
forestales o por agentes del Estado, en tanto hostigamiento, expulsión, reasentamientos,
amenazas y amedrentamiento físico y policial, y militarizaciones de comunidades mapuche
en reclamo por sus tierras ancestrales, frente a lo cual el Estado ha optado por proteger la
propiedad privada empresarial antes que restituir o defender el derecho territorial colectivo
del pueblo Mapuche (Coordinadora Arauco-Malleco, 1999).
Sobre ese mismo argumento, el Informe: Situación derechos Humanos del Pueblo
Mapuche en Chile, elaborado por un equipo de trabajo de la Coordinadora de
Organizaciones e Identidades Territoriales que aglutinó a más de una veintena de
organizaciones mapuches en colaboración con medios de información como Agrupación
Konapewman y Mapuexpress identificó que las vulneraciones al derecho territorial y sobre
los recursos naturales que se comenten en contra del pueblo Mapuche y sus comunidades
son vinculantes al proceso de alienación territorial que se vive ya que, “el concepto
mapuche de Tierra como parte de su territorialidad, engloba de manera integral todos los
recursos: suelo, agua, riberas, subsuelos bosques –se contrapone al-, concepto jurídico
chileno –que- desvincula en distintos regímenes de propiedad y concesión a particulares”
(Melli Wixan Mapu, 2005: 11), último que se dispone dominante a la hora de resolver
judicialmente el conflicto subyacente entre el Estado de Chile, empresariado nacional y
trasnacional y Mapuche. De modo que, se establecería un estado de desprotección al
derecho de la territorialidad ancestral mapuche y de la posibilidad de gestionar los recursos
naturales que existen en aquellos territorios, traducido esto en situaciones de conflictos
territoriales y ambientales como los acontecidos en torno a la construcción de la Carretera
Costera por la Isla Wapi, el conflicto entre los regímenes de propiedad de las forestales y la
usurpación de la tierra o compra fraudulenta frente a la reivindicación por el territorio
ancestral, la contaminación de los territorios y comunidades Mapuche al ser destinados sus
territorios como depósitos de vertederos y por la construcción de represas entre otros.
El año 2013 con ocasión de la entrega del 6° Informe sobre derechos humanos
facilitado por el Estado de Chile durante el 108° periodo de sesiones de la Comisión de
Derechos Humanos, las entidades Comisión Mapuche de derechos Humanos-Asociación
Auspice Stella, Comunidad de Juan Paillalef Lof Willilafkenche Gulumapum y el equipo de
Derechos Humanos-Enlace Mapuche Internacional redactan el Informe Alternativo
Mapuche presentado a la Comisión. En él se alude, “si bien a partir de la ratificación del
Convenio 169 de la OIT y su entrada en vigencia, la deficiente aplicación y cumplimiento
por parte del Estado chileno hasta la fecha no ha establecido un plan de cumplimiento de
los derechos de los pueblos indígenas de acuerdo con los estándares internacionales con los
cuales se ha comprometido” (Informe Alternativo Mapuche, 2013: 2), agregando, “se
intentó regular de formas restrictiva los derechos reconocidos en instrumentos
internacionales por medio del DS N° 124 del Ministerio de Planificación y Cooperación, a
través del resquicio de normar la participación indígena establecida en el artículo 34 de la
Ley N° 19.253” (Informe Alternativo Mapuche, 2013: 2), lo que en su conjunto a limitado
enormemente la posibilidad de participación mapuche para gestionar sus comunidades y
para dar solución a su problemáticas y reivindicaciones. Es más, se reconoce al Estado de
llevar a cabo “una política de control represivo contra el Pueblo Mapuche, como respuesta
a las demandas de este último por el respeto de sus derechos territoriales, políticos y
culturales, -que- ha sido motivo de numerosas denuncias en organismos de derechos
humanos nacionales e internacionales” (Informe Alternativo Mapuche, 2013: 4). Política
represiva que denota racismo e incomprensión por parte del Estado ya que se les excluye de
las instancias de diálogo y revisión de la situación en la Araucanía que afectan a las
políticas públicas posteriormente planificadas, dando cuenta de una “perspectiva unilateral,
sesgada y parcial de la violencia en la Araucanía” (Informe Alternativo Mapuche, 2013: 9),
y, se les somete a un régimen de violencia policial y política dividiendo sus comunidades al
ser ocupadas y militarizadas, criminalizada la protesta social y la demandad de territorio, y
judicializando el conflicto aplicando medidas ya condenadas por organismos
internacionales como la Ley Antiterrorista. Esta estrategia según el Informe sería la
causante de la vulneración sistemática que acontece en comunidades mapuche y que afecta
al conjunto de su población, siendo ejemplificado con la impunidad frente a casos de
asesinatos de comuneros mapuche.
El mismo año, la Comisión Ética contra la Tortura publica un libro en el que su
Capítulo 2 lo dedica a tratar la represión en territorio Mapuche. Entre los diferentes
apartados hay uno particularmente interesante ya que da cuenta de la vulneración
institucional de los derechos de la niñez. En él se puede leer:
“Las operaciones policiales dirigidas en contra de comunidades y familias mapuche se
caracterizan por la violencia desmedida contra personas de toda edad y condición. La
violencia y los abusos afectan transversalmente a todas las personas y no reparan en la
condición de especial vulnerabilidad de los niños y niñas, quienes habitualmente
pueden testimoniar de acciones abusivas sufridas, de amenazas, dichos racistas y
agresiones de palabra por parte de los funcionarios policiales que realizan
permanentes controles en las calles y caminos [...] dichas situaciones de abuso se han
constituido en parte de la normalidad del trato que el Estado y sus instituciones
prodigan a las comunidades mapuche” (Equipo Fundación Anide, 2013: 8).

Además, se describen diferente formas en que los derechos de los niños/as mapuche se ven
vulnerados por la acción estatal y particularmente por el accionar de las fuerzas policiales
en sus irrupciones en comunidades mapuches o por el procesamiento de menores de edad
en el sistema judicial, incluso siéndoles aplicados la Ley Antiterrorista.
En 2018 Amnistía Internacional publica el Informe Anual 2017-18 sobre Derechos
Humanos en el cual si bien se valora el anunció del gobierno de Bachelet sobre el Plan de
Reconocimiento y Desarrollo de la Araucanía “para fomentar la participación de los
pueblos indígenas, el desarrollo económico y la protección de las víctimas de violencia […]
–de igual manera- el Ministerio Público y el gobierno han seguido abusando de la Ley
Antiterrorista para procesar a mapuche sin cumplir las debidas garantías procesales”
(Amnistía Internacional, 2018: 146), en condiciones que dicha Ley y otras similares fueron
considerada por la Corte Interamericana de derechos Humanos en 2014 (debido al caso
Norín Catrimán y otros vs. Chile) en su aplicación contra activistas mapuche como
violatoria de la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
En prensa escrita, radial y televisiva también se pueden rastrear informaciones y
sensibilidades críticas a la política de derechos del Estado de Chile en materia indígena,
pero esta debe ser encontrada e investigada en medios de comunicación externo al duopolio
de los medios tradicionales escritos de las grandes compañías del Mercurio y Copesa S.A.,
o ajeno al sistema de televisión abierta caracterizado principalmente por tener un régimen
empresarial de oligopolios que reproducen la agenda y el discurso oficial, salvo que se trate
de acontecimiento e informaciones en donde se es evidente la vulneración y violencia
ejercida por agentes del Estados como lo hemos visto con el caso de asesinato del
comunero Camilo Catrillanca. En una columna de opinión, Diego Ancalao en referencia a
la utilización de la Ley Antiterrorista señaló que: “Acá hay dos cosas muy distintas, una es
investigar los hechos de violencia que han afectado a diversas localidades de la región y la
otra es condenas antes de que haya un debido proceso […] antes de que haya un juicio justo
se está acusando a personas y eso viola el artículo 8 del Pacto de San José” (El Mostrador,
28 septiembre, 2017). Recordando que la Corte Interamericana ya ha condenado
previamente al Estado chileno por mantener un régimen jurídico por medio de la Fiscalía
que no asegura un proceso judicial justo a los imputados por terrorismo o violencia en la
Araucanía si son de la etnia o si provienen de comunidades Mapuche. En el mismo sentido,
en otra columna de opinión esta vez escrita por la fundación sin fines de lucro PIDEE, se
reconoce que el fortalecimiento de la política represiva y policial se ha traducido en el
aumento de la vulneración de los derechos de las comunidades Mapuche, en condiciones en
que en la Araucanía –y en consonancia con lo dicho por el Relator Emmerson- en Chile no
existe terrorismo. En relación a la violación de derechos humanos se identifican
“los asesinatos, la tortura y los tratos crueles. La persecución, encarcelamiento, juicios
viciados, montajes judiciales, faltas al debido proceso, aplicación del artículo
contemplado en la Ley Antiterrorista que permite testigos sin rostro y nula posibilidad
de defensa. Y, la detención de menores de edad sometidos posteriormente a juicio.
Esta última tiene la agravante que vulnera los derechos de la niñez más allá de
quebrantar el artículo de la Convención de los Derechos de la Niñez, la Ley de
Derechos Indígenas, el Convenio 169 de la OIT y trasgredir la ratificación y adhesión
contra la Tortura y Otros Tratos o penas Crueles, Inhumanos o Degradantes” (PIDEE,
2014: 4)

El 8 de agosto del presente año, El Desconcierto publicó un reportaje que abordaba la


violación y vulneración de los derechos de los niños en condiciones de represión policial,
detallando mediante múltiples ejemplos cómo niños y niñas son afectados por el actuar del
Estado y la militarización de la región de la Araucanía, ahondando con especial
preocupación en las secuelas psicológicas debido a los procesos reiterados de violencia
física y mental, generando lesiones más permanentes si es que no son tratados
oportunamente (El Desconcierto, 8 de agosto, 2018). Aquí parece oportuno por lo menos
mencionar que el INDH el año 2016 entregó la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos el Informe Sobre Violencia Policial contra Niños, Niñas y Adolescentes Mapuche
e impunidad, en el que se describen las constantes vulneraciones cometidas contra esos
segmentos de población Mapuche en las comunidades de Temucuicui y Trapilwe,
Como último ejemplo de lo que se puede encontrar en prensa escrita vinculada a
sitios de internet, el Observatorio latinoamericano del Conflicto Ambientales (OLCA),
haciendo eco de lo anteriormente expuesto, en una publicación con fecha del 9 de octubre
de 2018, señalo que la violencia en las comunidades Mapuche y en territorio ancestrales
hoy controlados por empresas privadas es principalmente ejercida por estas últimas en
vinculación a las políticas públicas que los gobiernos promueven, siendo los principales
responsables del conflicto mediante la violencia física y un tipo embrionario de
agrupaciones paramilitares –Comando Trizano- y mediante políticas pública enfocadas casi
únicamente en mejorar los indicadores macroeconómicos de la región mediante la
promoción de la inversión privada, buscando al final de cuentas silenciar a los pueblos
indígenas y Mapuche que se opongan a los proyectos que económicos extractivistas.

Acuerdo Nacional por el Desarrollo y Paz en La Araucanía.


El Acuerdo Nacional por el Desarrollo y Paz en La Araucanía o “Plan Araucanía
2.0.” se plantea como una política pública que pretende en un plazo de ocho años sentar las
bases para poder dar solución al conflicto existente en La Araucanía mediante diferentes
principios articuladores de las acciones que desde los organismos del Estado se reconocen
como los necesarios en aplicar. En una primera instancia, en el texto publicado el 24 de
septiembre de 2018, se reconoce en los antecedentes que las tensiones y las diferencias
entre la población indígena y el Estado de Chile es de larga data originado por la ocupación
de este último del territorio al sur del Biobío en el siglo XIX, lo que genera un sistema de
colonización y de asimilación (Acuerdo Nacional por La Araucanía, 2018: 3). También se
señala que a fines de los años 80, con el nuevo sistema democrático, el Estado abría
buscado impulsar nuevas políticas públicas mediante una institución que permitiera sacar
de la marginación social a los pueblos indígenas y abordar de mejor manera sus
necesidades, pero la forma en que abrían sido aplicados estos procesos sentó las bases para
producir una profunda desconfianza por parte de los pueblo indígenas hacia el Estado la
cual se mantiene y se expresaría en la violencia que vive la región de La Araucanía y en
condiciones socioeconómicas adversas reflejadas en indicadores que demostrarían el
retraso de la región respecto al resto del país sobre todo en términos de desarrollo
económico.
Es valorable que en la presente política pública se reconozca –aunque de manera
implícita- que el Estado es un actor con responsabilidades en la estructuración de relaciones
desiguales entre la población indígena y la población chilena. Pero esto queda hasta ahí, ya
que no existe primero un reconocimiento a que desde el Estado también se produce
violencia –la principal violencia- lo que genera un problemática que traza todo el texto
respecto a lo que se va a considerar y quién va a ejercer la violencia, y segundo, no hay
referencia explícita sobre las vulneraciones presentes e históricas sobre el pueblo Mapuche
sino que se generaliza al denominador común de población indígena.
Este reconocimiento es el telón de fondo para asegurar que en La Araucanía
producto a una estigmatización por hechos de violencia que si bien no son generalizados si
son de gran impacto los que han ahuyentado el desarrollo económico integral, presentado a
la zona como una de alta conflictividad, contribuyendo así a la no inversión que se
reconoce en los apartados subsiguientes del documentos como un factor prioritario a
solventar ya que es determinante en la mejoría de las condiciones de vida material, el
sistema de protección social y la integración (Acuerdo Nacional por La Araucanía, 2018:
3).
Es así que como principal objetivo y como declaración de buenas intenciones se
platea que el Acuerdo Nacional por el Desarrollo y la Paz en La Araucanía es un esfuerzo
institucional por fundar un acuerdo nacional de carácter “integral e inclusivo, que se
construya mediante la voluntad de diálogo y acuerdo, que reconozca el carácter
intercultural de La Araucanía y, en definitiva, permitan a todos los habitantes vivir en paz y
desarrollar en igualdad de condiciones” (Acuerdo Nacional por La Araucanía, 2018: 6).
Acuerdo que busca constituirse como el hito definitivo y de referencia para el desarrollo
económico de la región mediante la exigencia a la renuncia de la violencia por medio de la
aplicación de las medidas destinadas al “reconocimiento y valoración de nuestra diversidad,
que se materializan en las acciones de rescatar y proteger en todo el país la importancia de
las culturas indígenas y sus representaciones cultural” (Acuerdo Nacional por La
Araucanía, 2018: 8), por medio reparaciones a las víctimas del conflicto, reafirmar el
compromiso del Estado en asegurar la paz social, y con el Plan Impulso Araucanía –adjunto
a la presente política pública- que se erige como el motor producto.
Pero, ante lo dicho existen planteamientos sobre asuntos que no parecen quedar tan
claros o que de otro modo tienen un enfoque que no sería el adecuado para resolver el
conflicto del Estado con el pueblo Mapuche en materia de derechos. ¿Cuáles son los
actores sociales a los que no se les debiese dar cabida al proceso de diálogo por promover
la violencia? ¿Son solamente las acciones de preservación de las culturas indígenas las
necesarias para asegurar que éstas sean respetadas y puedan ser expresadas libremente en
un sistema social que históricamente las ha negado o han sido utilizadas por el Estado para
su legitimidad mediante la construcción de un relato y memoria nacional que las
descontextualiza? ¿El reconocimiento cultural de los pueblos indígenas y el reconocimiento
constitucional son suficientes para construir un marco institucional con enfoque de
derechos indígenas acorde a las normativas y protocolos internacionales? ¿Es tan evidente
que el desarrollo económico en la región contribuirá al diálogo y a la paz teniendo presente
que es precisamente el modelo productivo y los interés económicos unos de los factores
más importantes en las discrepancias entre el Estado y la clase empresarial por un lado con
el pueblo Mapuche del otro? ¿De qué modo se abordarán las reivindicaciones por el
territorio, la autodeterminación y la desmilitarización de las comunidades mapuche por
parte del Estado? ¿Se considera esto? Y, ¿la presente política pública Acuerdo Nacional por
el Desarrollo y la Paz en La Araucanía responde finalmente a las demandas del pueblo
Mapuche, soluciona el problema de la violencia estatal y empresarial, tiene otra mirada
respecto al movimiento social Mapuche o continuará su criminalización y con ello la
vulneración de sus derechos?
Para dar respuesta a estas preguntas en prudente analizar los tres principios básicos
para la aplicación de los objetivos planteados por el Acuerdo Nacional por la Araucanía. El
primero, “Voluntad de diálogo, acuerdo y búsqueda de la paz” propone la creación de una
Consejo por el Reencuentro en la Araucanía encargado de construir, perpetuar y fomentar
el diálogo entre los diferentes actores menos aquellos que no renuncien a la violencia.
Además y como medida prioritaria se abordarán las acciones reparatorias por parte del
Estado hacia aquellas “personas y familias de distinto origen y condición –que- hayan sido
afectados gravemente en su seguridad y en sus bienes, los que les ha constado mucho
sufrimiento, dolor y en muchos casos les ha imposibilitado progresar” (Acuerdo Nacional
por La Araucanía, 2018: 9).
El primer principio a primera vista parece enfocarse en la búsqueda de un diálogo
que permita sentar las bases para superar el conflicto pero un análisis un poco más acabado
permite cuestionar los enfoques de las medidas propuestas así como también su pertinencia
al reconocimiento de derechos indígenas y Mapuche. El Consejo por el Reencuentro en La
Araucanía se piensa como el organismo institucional técnico y regulador del diálogo entre
los diferentes actores legitimados también por el Estado, pero el primer problema que se
atisba es que este organismo no cuenta con una legitimación desde las comunidades
mapuche y desde el pueblo Mapuche ya que previamente a la propuesta de elaboración no
se realizó ninguna tipo de consulta indígena o instancia semejante. El Consejo se prevé más
como la instancia institucional que el Estado dispone para que las organizaciones mapuche
puedan canalizar sus demandas para con los otros actores –escasamente identificados-
desde una perspectiva esencialmente institucional lo que no asegura que las
reivindicaciones mapuche sean oídas y puestas en discusión en el proceso de diálogo ya que
exceden la institucionalidad. A esta primera y significativa carencia que dice mucho sobre
el sentido y orientación que se le quiere dar a las instancias de diálogo se suma la idea de
que no todas las personas y agrupaciones pueden participar quedando excluidas aquellas
que vendrían a ejercer un tipo particular de violencia: la violencia rural. Pero, ¿qué significa
ésta? En el texto sobre el Acuerdo Nacional por la Araucanía no hay una definición clara al
respecto pero sí algunas ideas que sirven para comprender a qué se refiere esta categoría.
En las medidas reparatorias que deben ser implementadas por el Ministerio del Interior hay
tres que son significativa para el esfuerzo de esclarecer la noción de violencia rural.
Aquella que refiere a inicia una reposición de actividades sociales afectadas por hechos de
violencia rural mediante el traspaso de $1.500 millones desde el Fondo Nacional de
Seguridad Pública de la Subsecretaría de Prevención del Delito para financiar
reconstrucción, mejoramiento y/o equipamiento para la infraestructura dañada (Acuerdo
Nacional por La Araucanía, 2018: 10). También se propone la cobertura a préstamos de
bancos o instituciones financieras hasta de 90% para inversión, capital de trabajo y/o
refinamiento de pasivos a las personas afectadas por hechos de violencia y que han perdido
su capacidad productiva, con un tope de hasta 18.000 UF siempre y cuando el beneficiario
tenga una proyección anual de hasta 200.000 UF. Y, se propone generar un programa de
apoyo psicológico para víctimas de violencia rural por medio de la gestión del Ministerio
del Interior.
En relación a estas medidas adoptar, la violencia rural sería obviamente aquel tipo
de violencia que se ejerce en las zonas rurales de la región de La Araucanía con población
predominantemente indígena –mapuche- por sectores que no son partidarios del diálogo.
Sus acciones estarían mermando la capacidad productiva de otro actor reconocido como
víctima al destruir o imposibilitar las faenas productivas, actor al cual el Estado reconoce
que debe reparar. Si asociamos esta idea a la retórica de las administraciones pasadas y
presente del Estado en relación a los denominados hechos de violencia –sindicados como
de terrorismo- entonces parece más evidente que la violencia rural se le asocia con una
práctica política emanadas principalmente por algunos sectores del movimiento social
Mapuche que han buscado en la ocupación de fundos y quema de maquinaria empresarial
formas de presionar o resistir –según su visión- la persistente enajenación territorial y
cultural. Si bien esta es una forma de violencia política que puede ser válida o no, lo
importante aquí es revelar que el concepto de violencia rural está construido para reconocer
sólo a unos actores como de violentos que deben ser apartados del proceso de diálogo y se
les debe aplicar la Ley penal correspondiente a sus delitos –reconocidos por el Estado-, y
que sólo reconoce a unos actores como posibles víctimas: esencialmente el empresariado.
La políticas reparatorias de créditos o subsidios económicos sólo puede ser aplicadas a
empresas, ya que sólo ellas en la región cumplen la cláusula de generar ganancias de 200
mil UF anuales o ¿acaso alguna comunidad mapuche tiene esa capacidad? Además, es
impensable que desde las mismas comunidades que se sienten vulneradas por la política
policial del Estado articulada principalmente desde el Ministerio del Interior acepten a este
como un interlocutor válido para la asistencia psicológica de la misma violencia que
genera. Y finalmente, no hay mención, una vez más, de la violencia ejercida por el Estado y
a reparaciones concretas hacia el pueblo Mapuche por la violencia de carácter histórica que
ha ejercido.
Es por ello que el primer principio se vislumbra difícil de realizar: no puede haber
diálogo si esta instancia no es legitimada por uno de los actores en conflicto mediante la
correspondiente consulta indígena, y por otro, no puede ser legitimada si sólo reconoce a
unos actores como violentos y a otros como víctimas, persistiendo de manera soterrada en
la dicotomía opuesta movimiento social Mapuche/clase empresarial, exculpándose el
mismo Estado de las vulneraciones a los derechos indígenas que ha realizado de manera
sistemática –a pesar de la declaración de buenas intenciones de lo antecedentes de la
política pública- y no reconociendo el rol del sistema productivo en ello.
El segundo principio sobre “Reconocimiento y valorización de nuestra diversidad se
subdivide en 4 ejes. A) Sobre diversidad cultural que propone una serie de medidas en
cuanto a la conservación y puesta en valor de la diversidad y cultura de los pueblos
indígenas y de su patrimonio, la selección de nuevas bases curriculares, implementación de
lenguas y ceremonias indígenas en los organismos y por los agentes del Estado, revisar
junto a historiadores indígenas la pertinencia de cómo se ha construido el dispositivo de
historia oficial, entre otras más, lo que no queda claro es cómo, de qué camena y en qué
sentidos el Estado se hará cargo de lo que propone siendo más otra declaración de buenas
intenciones más que un política pública concreta con mecanismos y protocolos específicos.
Además, se observa que lo planteado no necesariamente se sustenta sobre la base de
construir nuevas relaciones interculturales entre el Estado y los pueblos indígenas, ya que
estas medidas si bien pueden dar un reconocimiento a éstos últimos quedan siempre
enmarcadas en su sentido institucional que tiende a descontextualizar formas culturales que
aún se encuentran en estado vivo. B) Respecto al reconocimiento constitucional, una de las
principales carencias en derechos indígenas, se propuso ingresar antes de fin de año 2018
“una reforma constitucional que incorporará a nuestra Constitución el reconocimiento y
valorización de los pueblos indígenas
[…] reconociendo los derechos a conservar, fortalecer y desarrollar la historia,
identidad, cultura, lenguas, instituciones y tradiciones propias de estos pueblo e
incorporaremos el deber del Estado de preservar la diversidad cultural del país. También
–se- reconocerá la protección de los derechos culturales y lingüísticos de los pueblos
indígenas y promoveremos la protección del patrimonio cultural tanto material como
inmaterial” (Acuerdo Nacional por La Araucanía, 2018: 12)

Propuesta que se reconoce como fundamental para la aplicación del marco internacional de
derechos indígenas en el país y para la garantía de que no sean vulnerados, también queda
como un declaración de buenas intenciones, y nada hace presuponer que se llevara a cabo
pensando en que otras administraciones en democracia postdictatorial también lo han
propuesto pero sin concretar. Hasta la fecha de escritura de este ensayo aún no se había
enviado al Congreso la propuesta de modificación Constitucional. C) Se busca conducir a
una institucionalización de la participación política indígena encauzando sus formas de
organización particulares del movimiento social Mapuche bajo el tutelaje de un futuro
Ministerio y Consejo de Pueblos Indígenas, en el Consejo de los Pueblos, en el Servicio
Electoral y en los partidos políticos de la Clase Política Civil al promover un sistema de
cuotas para promover la participación de candidatos indígenas. Esta propuesta no piensa en
el ejercicio libre las expresiones políticas indígenas y por cierto las mapuche ya que nada
asegura que sus demandas y reivindicaciones ligadas al ejercicio de sus derechos a sus
propias cosmovisiones de mundo y de relaciones sociopolíticas sean transmitidos en las
instancias institucionales por candidatos de partidos políticos que poseen agendas que poco
o nada han teorizado y realizado por avanzar en políticas públicas con enfoque de derechos
en materia indígena y dar solución a las demandas del pueblo Mapuche. Por otro lado, si
consideramos que gran parte de las organizaciones mapuche vinculadas a reivindicaciones
por el territorio y por la autonomía son asociadas a la categoría de violencia rural, es
imposible que se institucionalicen o sean aceptadas por el Estado para su
institucionalización sin que renuncien a estas demandas. Esta propuesta presenta propuestas
altamente cuestionables y que parecen ser irresolubles si no se cambia el sentido del
reconocimiento de la participación política indígena y mapuche fuera de los límites de la
institucionalidad o ¿será posible, por ejemplo, pensar en una autodeterminación o
autonomía dentro de un sistema político predominantemente unitarios?, ¿sobre esté cuadro
institucional de participación política indígena en el que no tienen cabida expresiones del
movimiento social Mapuche, éstas continuarán siendo perseguidas y criminalizadas?, ¿es
posible que la institucionalización de las relaciones y organizaciones mapuche puedan
convivir con prácticas y epistemes políticas y sociales eminentemente vinculadas a una
racionalidad occidentalizada del quehacer político entendiendo que las primeras responden
a constructos y sistemas de pensamiento y culturales no occidentales y no liberales, y que
en muchos aspectos son contradictorias a éstos sistemas?
Y, D) medidas propuestas para incentivar el desarrollo territorial indígena, lo que
genera más discrepancia es que la política de Acuerdo Nacional por La Araucanía señala:
“Apoyados por instituciones públicas que promuevan el desarrollo territorial mapuche y
con las capacidades técnicas requeridas, o por asesores jurídicos expertos y acreditados,
ampliar las posibilidades para que las comunidades puedan suscribir contratos de
arriendo, mediería o aparcería, etc., en sus tierras indígenas sin que éstas dejen de ser
mapuche […] –además- permitir que las comunidades titulares de tierra puedan dividir
total o parcialmente el título común y generar títulos individuales de dominio para los
miembros de la comunidad, siempre y cuando exista mayoría absoluta para ello”
(Acuerdo Nacional por La Araucanía, 2018: 14).

Se hace evidente que el “Plan Araucanía 2.0” cree y promueve en la división y enajenación
de las tierras mapuche aunque sea por arriendo o por su división individual, al considerarlo
una de las vías más eficientes para fomentar el desarrollo de la población mapuche,
propuesta que significa posicionarse desde una perspectiva diametralmente opuesta a las
exigencias, demandas, cosmovisiones y relaciones que mantienen el pueblo Mapuche con
su territorio, no entiendo en definitiva que, a pesar de las palabra iniciales del texto, la gran
demanda del movimiento social Mapuche es la recuperación de sus tierras en que
ancestralmente se asentaron por la relación cultural que mantienen con ellas hoy usurpadas
y no desprender de ellas. Es un reconocimiento implícito a la creencia de que el pueblo
Mapuche no se desarrolla por su incapacidad productiva sobre la tierra, siendo un respaldo
a la clase empresarial –único actor que puede arrendar o que puede ejercer las presiones
necesarias para impulsar la división de los títulos de propiedad para luego negociar
individualmente con cada propietario indígena- y las formas de producción extractivistas
que se desarrollan en la región, quienes de facto podrían pasar a controlar más tierras
mapuche de las que controlan hoy. Como corolario final, la política pública no se pronuncia
sobre las demandas de recuperación del territorio histórico mapuche.
Por último, como tercer principio se plantea una intervención estatal que
comprometa también la inversión privada que fomente un desarrollo integral e inclusivo
para la región sistematizada en el Plan Impulso Araucanía 2018-2026. Programa elaborado
de manera interseccional por las autoridades regionales de La Araucanía en conjunto con
todos los Ministerios de Gobierno, se propone como objetivo fundamental “sentar las bases
para sacar a la región del retraso en que se encuentra y buscar una convergencia de los
indicadores económicos y sociales de la región al promedio nacional, en un plazo de dos
periodos de gobierno” (Acuerdo Nacional por La Araucanía, 2018: 15). Principalmente es
un esfuerzo de inversión en protección social y en infraestructura que permita incrementar
la inversión empresarial, actor reconocido como fundamental para que la región progrese y
se desarrolle.
Sin poner en duda la necesidad de mejorar el sistema de protección social en La
Araucanía por parte del Estado –más y mejores hospitales por ejemplo- cabe preguntar dos
cosas: ¿dónde queda el enfoque de derechos indígenas en esta política de impulso
económico manteniendo la cosmovisión y prácticas de los pueblos a los que se dice
desarrollar?, y ¿cómo se resolverá la problemáticas de la intervención empresarial en la
región y sobre los territorios/comunidades mapuche teniendo en cuenta que los intereses de
éstos no siempre respetan los derechos indígenas y que el movimiento social Mapuche
rechaza gran parte de las formas y métodos de la inversión empresarial? Se puede
presuponer que el Plan Impulso Araucanía propone mejorar el sistema de protección social,
sin tener necesariamente un visión intercultural, como moneda de cambio a una mayor
inversión empresarial nacional y transnacional en región, lo cual no significa que el
aumento de servicios de protección social signifique necesariamente el reconocimiento,
promoción y protección de los derechos de los pueblos indígenas y Mapuche para este caso.

Conclusiones.
Dos días después de que el presidente Piñera anunciara la política pública Acuerdo
Nacional para el Desarrollo y Paz de La Araucanía, el portal de noticias bibiochile.cl
señalaba que representantes de la comunidad mapuche lafkenches de Toltén se habían
dirigido a la Intendencia de la Araucanía para evidenciar su rechazo al Acuerdo Nacional
por La Araucanía y al Plan Impulso Araucanía, señalado “que la iniciativa del Gobierno
vulnera los derechos territoriales, culturales y políticos del pueblo Mapuche, lo que alcanza
ribetes nacionales internacionales” (Radio biobiochile.cl, 26 de septiembre, 2018).
Principalmente criticando el respaldo que se le daría a los megaproyectos empresariales, a
la división de tierras que se propone como forma de desarrollo territorial y a una ley de
cuotas en participación política que buscaría minar las organizaciones propiamente
mapuche. El mismo día de las protestas, en una columna de opinión de Pedro Marileo,
dirigente mapuche de la Comunidad Antonio Paillao de Tirúa publicada en el portal
Mapuexpress señalaba que las política presentada por el gobierno era una continuación de
las políticas impulsadas por el Estado no cambiando en lo sustancial la vulneración de los
derechos del pueblo Mapuche ni dando solución a sus reivindicaciones:
“Existe una similitud en cada plan, una de ellas es la escaza y nula participación de los
que hoy en día siguen como Lof o Comunidades. Las segunda similitud, es que ninguna
aborda el problema de fondo que es la restitución territorial parcial y completa, o una
alternativa de indemnización por los años de ocupación de nuestro territorio y que la gran
parte, por ejemplo en la zona de Arauco al sur está ocupada por las grandes empresas
forestales con terrenos entregados en gobierno militar […] para que hablar de autonomía,
impensado. En cuanto a lo nuevo en cuanto a representación parlamentaria, hoy la elite
no va a ceder sus cupos para seguir manejando el país, los partidos políticos ya deben
haber empezado a buscar reclutas con apellido de Pueblo originarios para llenar las cuotas
de sus listas […] en fin hoy en día la violencia no se soluciona con más lucas, el conflicto
entre la nación mapuche y el pueblo chileno no se soluciona con medidas parches para la
paz, porque no existe paz mientras las heridas no sean curadas y en el pueblo Mapuches
esas heridas siguen abiertas” (Mapuexpress, 26 de septiembre, 2018).

Para finalizar concluyendo que:


“Es necesario avanzar en la restitución del territorio sin vetas de por medio, devolviendo
las tierras usurpadas desde hace muchos años, principalmente por las grandes forestales;
es necesario avanzar en un cambio Constitucional que reconozca un estado plurinacional
e intercultural […] Es necesario así como se hizo con las personas y familias detenidos
desaparecidos en gobierno militar, un esclarecimiento histórico del genocidio del pueblo
Mapuche con reparación correspondiente” (Mapuexpress, 26 de septiembre, 2018).

El Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales también informo sobre


la protesta en la Intendencia pero de manera más completa al señalar que se trató de una
marcha multitudinaria de rechazo, “actividad realizada en las calles y en la plaza central de
Temuco, -que- reunió a comunidades Lafkenche, Pehuenche, Williches, Nagches y
Warriaches, entre otras, que a los sonidos del Kultrún y la trutruca escucharon a diferentes
Werkenes, Lonkos y otros representantes de la diversidad política, cultural y espiritual
Mapuche” (OLCA, 26 de septiembre, 2018), afirmando que la política del gobierno estaba
“dirigido para las transnacionales, para los empresarios, para las forestales, para los
políticos corruptos, frete a esto hay que movilizarse por todo el Wallmapu para recuperar
nuestro territorio, nuestro leguaje, nuestra vida y nuestra gente” (OLCA, 26 de septiembre,
2018).
Y, entre otras publicaciones más, Diego Ancalao haciendo un análisis más profundo
de la propuesta de política para La Araucanía por el gobierno, señala que ésta se sustenta
sobre la idea de que “el mapuche es desarrollado en la medida de que deje de ser lo que es,
su cosmovisión, su cultura y sus costumbres. El único camino posible para desarrollarse es
integrarse y homogeneizarse, construyendo, así, un modelo a su medida, un cliente,
dependiente y cooptado” (El Mostrador, 31 de septiembre, 2018). Para continuar señalando
que, “el intendente Mayol y el ministro Moreno intentan hacer creer que el problema de
fondo, entre el estado y la Nación Mapuche, es un problema de pobreza, de “violencia
rural” y de terrorismo. Bajo esta concepción, éstos serían obstáculos para la inversión
privada, deduciendo “inteligentemente” que se debe a que el mapuche no trabaja la tierra”
(El Mostrador, 31 de septiembre, 2018). Propienda que una verdadera política pública que
dé solución al conflicto debe considera primero que, “no pasa por bonos , ni subsidios para
vender leña, sino por perfeccionar la democracia y redefinir el mecanismo para acceder al
poder, la democracia, en su expresión electoral, no representa al pobre ni al indígena […] la
solución es reconocimiento legal y político no integración. Ese concepto hace colisionar a
los pueblos indígenas con la sociedad mayoritaria y deja fuera la riqueza de la
interculturalidad, sumándolos al desarrollo económico y educacional externo. En el caso
mapuche, esto coarta la libre expresión de su identidad […] espacio de autonomía y
costumbres” (El Mostrador, 31 de septiembre, 2018), Y segundo, reconocer los derechos
civiles y ciudadanía indígena y mapuche, “con derechos e identidades particulares para que
los pueblos puedan desarrollarse y participar activamente y libremente en la vida política,
económica, social y cultural” (El Mostrador, 31 de septiembre, 2018). A juicio de Ancalao,
la política Plan Araucanía “está inspirada en la idea de aplicar el mismo modelo económico
que ja fracaso en Chile y que no beneficia a la mayoría” (El Mostrador, 31 de septiembre,
2018).
Las impresiones recogidas dan cuenta de un rechazo generalizado por el mundo
mapuche y por movimiento social Mapuche a la política impulsada desde el Estado,
criticando que no daría solución a las reivindicaciones por territorio y autonomía, tampoco
se lograría implementar un sistema de reconocimiento legal que permita la defensa de los
derechos indígenas frente a los intereses económicos de la clase empresarial, y que
finalmente se continuara perpetuando un sistema de homogeneización y vulneración de
derechos reconocidos internacionalmente. Lo anterior se evidencia en que el día en que el
presidente Piñera anunciaba el “Plan Araucanía 2.0”, declaraba
“La historia está escrita, podemos hablar sobre ella, comentarla, analizarla, pero no
podemos cambiarle ni una sola coma. Lo maravilloso del futuro es que todavía no está
escrito, depende de nosotros. Podemos tomar nuestros pinceles y trazar esos caminos del
futuro. Y los hombres y mujeres libres no estamos hechos para repetir la historia, estamos
hechos para cambiar, y para mejor, la historia. Y nuevamente ésa es la motivación y el eje
central del Plan para la Paz y el Desarrollo de La Araucanía que vamos a presentar hoy
día” (Piñera, 24 de septiembre, 2018),

pero ya con fecha del 28 de julio el mismo había presentado en La Araucanía el ya


tristemente célebre “Comando Jungla” o la unidad del GOPE para tareas de antiterrorismo
entrenado en Colombia, cumpliendo una promesa de campaña en materia de seguridad que
planteaba “el mejoramiento de la infraestructura y modernización policial, nuevo sistema
de inteligencia y fuerza conjunta antiterrorismo” (Comando Electora de Candidatura de
Piñera, 2018).
Es esclarecedor que antes de presentar el “Plan Araucanía 2.0” se haya introducido
una fuerza policial para continuar con la aplicación de la militarización y persecución del
movimiento social Mapuche amparado en la retórica sobre terrorismo, y sólo luego de ello,
promover una política de desarrollo que responde más al actor empresarial que al mundo
mapuche. Se evidencia por tanto, lamentablemente, la continuación de las políticas en
materia indígena de militarización,

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