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ARBITRAJE Y ESTADO DE DERECHO

Si se tienen en cuenta los rasgos que configuran el paradigma histórico que da a luz a este concepto
refiriéndose a el Estado liberal, y que se mantienen en sus otros modelos históricos como el Estado
social y el Estado democrático de derecho, las exigencias de su contenido básico esencial se agrupan en
torno a cuatro elementos que son: el imperio de la ley, la separación funcional del poder, la legalidad de
la administración y el reconocimiento y eficacia de los derechos fundamentales.

Es decir, no se trata de cualquier ley, sino que, en el contexto ideológico-político en que surge y se
desarrolla el concepto de Estado de derecho que arranca del liberalismo y continúa con la democracia,
pasando por los aportes republicanos, socialistas. Y se trata de la que ha sido creada por el órgano
popular representativo, que es el parlamento, como expresión de la voluntad general; es decir, con
participación y representación de los integrantes del grupo social. Por lo tanto, atendiendo al origen y
desarrollo histórico que ha tenido para este concepto, a pesar de que todo el estado genera derecho,
presenta cierto grado de organización, se encuentra más o menos sometido a su propia legalidad, e
incluso puede estar orientado a una determinada finalidad moral, no todo Estado es Estado de derecho.

En el caso peruano, el Tribunal Constitucional ha relacionado está prohibición de arbitrariedad con la


dimensión sustancial del debido proceso y la exigencia de razonabilidad, pues considera a «los principios
de razonabilidad y proporcionalidad como componentes del debido proceso sustantivo, a cuyo respeto y
observancia se encuentran obligadas todas las personas e instituciones, sean estas públicas o privadas».
Sobre esa base, ha desarrollado el derecho a la razonabilidad de las decisiones, como expresión de la
dimensión sustancial del debido proceso, sintetizándolo en la siguiente máxima: «El requisito de
razonabilidad excluye la arbitrariedad. La idea que confiere sentido a la exigencia de razonabilidad es la
búsqueda de la solución justa de cada caso».

El Tribunal Constitucional menciona el significado de arbitrariedad, la cual lo define en tres acepciones:


la primera, que lo arbitrario se entiende como decisión infundada desde la perspectiva jurídica; la
segunda como aquella decisión despótica de toda fuente de legitimidad; y la tercera, que lo arbitrario se
entiende como contrario a los principios de razonabilidad y proporcionalidad jurídica.

Aplicando estas ideas al arbitraje, se puede concluir que el «imperio de la ley», como elemento esencial
de un Estado de derecho, en armonía con la dimensión sustancial del debido proceso, exige que la
elección y las actuaciones de cualquier autoridad arbitral no sean arbitrarias.

Así también se puede percibir tres tipos de supuestos en los cuales la decisión de una autoridad arbitral,
emitida en el marco de un arbitraje, resulta arbitraria y vulneradora del llamado imperio de la ley y de la
dimensión sustancial del debido proceso. Dando a conocer que la arbitrariedad que se produce cuando
el árbitro sustenta su decisión en su simple voluntad o subjetividad, es decir, en lo que considera justo o
injusto, válido o inválido, y no en una derivación razonada del derecho aplicable, en relación con las
circunstancias comprobadas del caso materia del arbitraje.

Asimismo, la arbitrariedad que se produce cuando la decisión del árbitro es producto de un


razonamiento viciado, defectuoso, de tal suerte que lleva a conclusiones desacertadas, intolerables o
contradictorias, al no encajar dentro del campo de lo opinable, sino dentro de lo ilógico, lo irreal o lo
irracional, pues una decisión absurda no solo resulta descalificable como acto procesal, sino que además
afecta la justicia del caso concreto (sea porque el resultado es injusto o porque el derecho a una
resolución adecuadamente motivada y fundada de las partes

resultó afectado).
En consecuente, la arbitrariedad se produce cuando las decisiones del árbitro no son conformes con la
justicia material recogida en la Constitución, en la modalidad de derechos fundamentales u otros bienes
jurídicos constitucionalmente protegidos.

En conclusión, se puede advertir, la exigencia de la razonabilidad de las decisiones, o de la interdicción


de la arbitrariedad, busca asegurar en todo proceso, incluyendo el arbitraje, la vigencia real y efectiva de
los valores, derechos y demás normas que integran el ordenamiento jurídico, en armonía con la realidad
social a la que pertenece y con las circunstancias comprobadas de la causa. Por lo tanto, una decisión
que no respete esta exigencia no solo contraviene el «imperio de la ley», como componente esencial del
Estado de derecho, sino también el derecho fundamental a un debido proceso, resultando, en
consecuencia, inválida por inconstitucional.

PREGUNTA 3: En el Perú, la Ley General de Arbitraje establece que los arbitrajes pueden ser de
Derecho o de conciencia. Serán de Derecho cuando los árbitros resuelvan la controversia con arreglo a
la normativa aplicable y serán de conciencia cuando la controversia sea resuelta de acuerdo al
conocimiento y leal saber y entender de los árbitros. Sin embargo, la citada norma no se pronuncia
respecto de las normas que protegen el derecho al debido procedimiento en la aplicación de los
arbitrajes de conciencia1. ¿Considera usted que la aplicación de dichas normas debe ser imperativa
incluso en los arbitrajes de conciencia?

En este aspecto Ignacio Suarez menciona, que los árbitros estén apoderados para ajustar el resultado
del procedimiento a lo que perciben como justo más allá de la pura legalidad no implica que las partes
no tengan derecho a ser debidamente escuchadas y que no se respeten todos los aspectos básicos de la
bilateralidad del proceso. Menciona también que el arbitraje de conciencia es un acto de confianza en la
integridad del juzgador para que ajuste el resultado a la justicia superando la legalidad, pero siempre
respetando los principios del debido proceso.

Asimismo, Alejandro Garro señala que cuando se habla de arbitraje de conciencia a lo que se refiere es a
que no debe haber un apego estricto a la norma jurídica, pero, aun cuando fuera de Derecho tampoco
debe haber un apego estricto a la norma jurídica, porque toda norma jurídica viene interpretada. Infiere
también que: “si el arbitraje es de Derecho, probablemente voy a tener que estar muy ligado a los
términos de prescripción, pero aun dentro de los términos de prescripción, si yo veo que ha habido
razones para demandar, me voy a fijar en si ha habido causales de suspensión o de interrupción de la
prescripción, punto de partida”.

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