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Para Gustavo Rodríguez Ostria,
entrañable amigo y compañero de
trajines por los senderos de la historia.
Se fué...pero permanece.

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INDICE

INTRODUCCIÓN

Capitulo I. COCHABAMBA EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS DEL PODER


OLIGÁRQUICO

 Modernidad versus tradición


 Un vistazo a Cochabamba en 1950
 Algunos rasgos de la dinámica económica de la ciudad
 El Estado y la región
 El agro cochabambino en 1950
 La defensa del último baluarte

Capítulo II: EL DERRUMBE DEL VIEJO ORDEN

 La realidad nacional y las tareas de la Revolución de Abril


 La oligarquía y la cuestión del indio
 Los antecedentes de la movilización campesina de 1952-53
 La sindicalización rural anterior a 1952
 La revolución de Abril en Cochabamba
 La Revolución Agraria
 La Reforma Agraria de 1953

Capítulo III: LA CONSTITUCIÓN DEL NUEVO BLOQUE E PODER REGIONAL:


VIEJOS ESCENARIOS PARA NUEVOS ROLES

 La estructura del poder oligárquico


 La emergencia de las nuevas estructuras de poder
 La Reformas Agraria y la caricatura del desarrollo capitalista
 Expansión mercantil y acumulación
 La guerra de los caciques
 La constitución del nuevo poder regional
 La expansión del sistema feriales
 El intercambio desigual: los rescatistas llegan a la cima
 El intercambio desigual: los productores de prosperidades ajenas
- Los compadrazgos
- Las chicherías
- Los mecanismos de crédito
- Los tambos
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 Los nuevos caminos conducen a las viejas servidumbres
 El modelo regional de capitalismo atrasado
 Las raíces estructurales de la expansión mercantil
 La nueva constelación del poder regional

Capitulo IV: LAS MASAS DE ABRIL Y LA CUESTIÓN URBANA

 Las teorías del desarrollo y la cuestión urbana


 Rasgos de la realidad urbana de Cochabamba en los años 1950
 El campo invade a la ciudad
 La otra cara de la medalla: crisis y pobreza urbana
 Crisis de vivienda e inquilinato
 Nacionalización de Minas, Reforma Agraria y urbanización
 La Reforma Urbana
 Sindicatos de inquilinos y la lucha por el techo
 Estado, vivienda popular y demanda social
 De inquilinos a pobladores
 Inquilinos, pobladores y cuestión urbana: movimientos sociales o
maniobras políticas?

Capítulo V: EL DESARROLLO URBANO: UTOPÍAS Y REALIDADES

 Municipio, planificación y movilización social


 La política municipal de obras públicas
 La planificación urbana: el desfase entre la prédica y la práctica
 El desarrollo urbano: un sistema de premios y castigos
 La expansión urbana

Capítulo VI: CRISIS URBANA: LAS MASAS DE ABRIL PAGAN LOS PLATOS
ROTOS

 La crisis del agua


 El tiempo de las penumbras
 Las penurias del transporte urbano
 Urbanización y destrucción del medio natural: la alternativa del Parque
Tunari
 La persistente crisis sanitaria
 El subdesarrollo urbano de Cochabamba y el proceso latinoamericano
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Capitulo VII: EL ESPEJISMO DEL DESARROLLO REGIONAL Y LA CRÓNICA
FRUSTRACIÓN DEL DESPEGUE DE LA MODERNIDAD

 Cochabamba y el desarrollo nacional


 La vinculación con el oriente
 Una vez más, el rostro de la crisis
 La industria

Capitulo VIII: EL IRRESISTIBLE DESPEGUE DEL REINO DE LOS


INTERMEDIARIOS

 La situación del agro a inicios de los años 1960


 La economía de la chicha
 El comercio
 La expansión de La Cancha y sus raíces estructurales

REFLEXIONES FINALES

INDICE DE CUADROS

BIBLIOGRAFÍA

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Agradecimientos

La obra que tiene en sus manos el lector fue gestada a fines del siglo pasado en el seno del Instituto de
Investigaciones de Arquitectura. Su concreción fue el resultado de un laborioso proceso de recopilación de
datos, análisis de los mismos, construcción de un estructura expositiva, contrastación de hipótesis, donde
esforzados ayudantes de investigación conjuntamente con el autor pasaron largas jornadas en hemerotecas y
archivos de diversas instituciones, ademas de recolectar información de diversos actores directos que
gustosos ofrecieron testimonio de sus recuerdos. A todos ellos, que sería difícil nombrar, sin cometer
omisiones, mi reconocimiento sincero.

Por otro lado, no merece olvido, el esfuerzo de la legendaria secretaria del IIA, la Sra. Ninfa Noriega que
pasó a limpio la primera versión de este trabajo y sin cuyo esfuerzo, el mismo difícilmente hubiera podido ser
llevado a una base de datos electrónica.

La obra sufrió una larga hibernación y tuvo que ser reconfigurada para incluir nuevos y significativos aportes
bibliográficos que se dieron en las últimas dos décadas, y sobre todo, valiosos comentarios y sugerencias de
Gustavo Rodriguez Ostria cuya temprana partida no le permitió examinar la obra concluida.

En fin, todo este esfuerzo no habría impedido que la obra siguiera siendo inédita, sin el concurso decidido y
desinteresado del Arq. Carlos Andrés Loza Ugon, actual Director del Instituto de Investigaciones de
Arquitectura y Ciencias del Hábitat de la Facultad de Arquitectura de la UMSS, así como del apoyo del Arq.
Fabián Farfán, decano de esa unidad académica.

Para todos ellos mis sinceros agradecimientos.

Cochabamba, octubre de 2021

El Autor

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PROLOGO

“…conocerse es ya casi vencer.” sentenciaba René Zavaleta en aquel lumi-


noso ensayo sobre la construcción de lo nacional-popular en Bolivia. En
esta perspectiva, comprender nuestra historia, los imbricados caminos que
nos han llevado a ser quienes somos, no solamente responde a una necesi -
dad de conocimiento, sino que se entrelaza con un deseo de futuro, de por-
venir. Podemos decir que la lectura crítica de nuestra historia es una apues-
ta a la construcción de otros futuros, aquellos que todavía pueden ser, que
transitan subrepticiamente, que se realizan fragmentariamente y que falta ar-
ticular. Aquellos que nos toca “descubrir” como posibilidad de lo nuevo.
“Cochabamba y la Revolución Nacional” apunta en esa línea y viene a for-
mar parte de una impresionante apuesta intelectual que data de varias déca-
das de incansable producción, que se constituye en referencia imprescindi-
ble para comprender la ciudad y toda la región cochabambina. Sin duda, el
trabajo de Humberto Solares, en su conjunto, es uno de los proyectos más
importantes y enconados de generación de conocimiento local.
Con esta impronta, el presente trabajo nos propone un análisis certero y pro-
fundo del conjunto de condiciones previas que dieron lugar a la revuelta revolucio-
naria y de las transformaciones socio espaciales generadas por la Revolución Na-
cional de 1952, acontecimiento constitutivo cuyas reverberancias continúan mar-
cando el devenir de esta ciudad y la región. Lo fundamental, en 10 términos analí-
ticos, es la capacidad de articular efectivamente los procesos sociales y los espa -
ciales, es decir, su comprensión como parte de una totalidad concreta.
No se trata de verificar los efectos espaciales de la acción social, mirada pro -
pia de una concepción del espacio como simple reflejo, sino de comprender las
múltiples determinaciones que definen los procesos de construcción socio espa-
cial en una dinámica contradictoria y solidaria a la vez. Es así que se escudriña en
las formas locales de construcción territorial, no como manifestación mecánica de
determinaciones externas sino como procesos propios a la compleja formación
social cochabambina. Adicionalmente, talvez uno de los aspectos más relevantes
en la comprensión de las dinámicas territoriales y urbanas es la capacidad de arti -
cular, analíticamente, los principios de multiescalaridad y multitemporalidad. En
este sentido, cada acontecimiento, en el sentido propuesto por Milton Santos, es
considerado en toda su dimensión espacio/temporal.
En esta perspectiva, inicialmente se exploran las condiciones locales y regio-
nales que determinaron la descomposición progresiva de un sistema hacendal an-
clado en valores feudales y estamentarios, y los esfuerzos espurios y caricatures-
cos de modernización, asociados en este caso a la transformación de las formas y
la adopción de una nueva estética arquitectónica y urbana. Esto, visto lo sucedido
después, será un rasgo característico de la sociedad cochabambina, una perma-
nencia, sobre todo de sus élites, entusiastas promotoras de “la modernidad” pero
a la larga, incapaces de transformar efectivamente la economía regional, que
adopta decididamente su carácter terciario. Se abren así, como resultado de la re-
composición impulsada por la revolución nacional, las puertas a un nuevo reino,
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que el autor denomina como el “reino de los intermediarios”.
La Reforma Agraria (1953) y, la denominada, Reforma Urbana (1954) ha-
brían de transformar radicalmente las dinámicas territoriales y urbanas, tanto ma-
terial como simbólicamente. La primera de ellas habría definirá la estructuración
de un nuevo modelo de acumulación fundado en la expropiación de los exceden-
tes agrícolas y las condiciones desiguales del intercambio campo-ciudad. Esto se
traduciría en la utilización de dichos excedentes en la acumulación y la obtención
de rentas urbanas, y, también, en la progresiva intensificación de migración cam -
po-ciudad. La segunda abriría el mercado de tierras urbanas y sentaría las bases
de especulación inmobiliaria generalizada. En esto, el ’52 cambiaría el carácter de
la relación con el suelo. En el sentido oligárquico, el suelo tenía la connotación de
un bien patrimonial a conservar, como factor de prestigio social, símbolo de poder
y de capacidad de acumulación. Con la revolución nacional se consolida la consi -
deración del suelo como mercancía, es decir, se consolida la visión capitalista del
suelo, con lo que se da rienda suelta al juego de la especulación y la acelerada in -
corporación de tierras al mercado urbano, favoreciendo a las élites locales, ahora
fervientes MNRistas, y al conjunto de actores involucrados en el juego clientelar
En este marco, resulta particularmente interpelante la articulación programá-
tica entre los principios del urbanismo moderno aplicado en Cochabamba, mani-
fiestos en el Plano Regulador de Cochabamba, y el proyecto de la élite y la pe -
queña burguesía local, aquella que abraza “incondicionalmente” los principios de
la revolución de abril. Algo sumamente relevante, puesto que en esta coyuntura
se habrían de anclar varios de los principios que aun hoy rigen la planificación, las
formas de hacer y los imaginarios urbanos. Si queremos entender las formas ac-
tuales de “construir” ciudad seguramente tendríamos que remontarnos a este mo-
mento, en que se conjugan racionalismo con nacionalismo. En esto, el presente
estudio pasa a constituirse en referencia absoluta.
Varios son los aspectos a considerar; si bien el Plano Regulador fue aproba -
do con anterioridad al ’52, en 1951, la nueva administración municipal supo hacer
de él el “…ideal de ciudad del nuevo orden imperante pos 1952…un procedimien-
to cargado de tintes políticos, destinado a favorecer a las nuevas élites, para con-
solidar su permanencia en las mejores zonas residenciales y comerciales, y de
paso, participar en expectables negocios de fraccionamiento de tierras” (p. 190).
Es así que, en la medida en que la planificación urbana opera como un mecanis-
mo de clase, para asegurar ciertos privilegios y localizaciones, se generan toda
una serie de demandas populares de acceso al suelo y la vivienda que a la larga
darán lugar a la ocupación de terrenos originalmente destinados a fines recreati-
vos y ambientales. Podemos encontrar aquí, los “orígenes” de la dinámica que
aun hoy caracteriza el patrón de expansión urbana, definido por la incapacidad o
el desinterés por regular el mercado del suelo y la inversión inequitativa de los
presupuestos municipales.
Es importante dar cuenta que el carácter tecnocrático y vertical, que adquie-
re la planificación urbana en este contexto, pasaría a constituirse en una constan-
te que definiría el accionar futuro tanto de autoridades como de técnicos munici-
pales, más preocupados por aplicar normas que de planificar efectiva e inclusiva -
mente el territorio. Si a esto le sumamos las premisas funcionalistas que determi-
naron la implantación de un urbanismo de sectores, segregativo y homogeneizan-

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te, tenemos el panorama casi completo que permite comprender la situación ac-
tual de esta ciudad.
Pero el análisis de Solares va mucho más allá de las condiciones referidas a
la planificación urbana en sí y permite recomponer el conjunto de intereses y prác-
ticas puestas en juego por los diferentes actores sociales en su lucha por el espa-
cio urbano. Aquí radica la riqueza analítica, manifiesta en la capacidad de dar
cuenta de la dialéctica sociedad/espacio y de sus complejas articulaciones. En
esto, tanto el presente trabajo como el conjunto de la obra de Humberto Solares
son un referente que se diferencia de la inmensa mayoría de documentos e inves -
tigaciones existentes sobre la historia territorial y urbana, los cuales generalmente
no pasan de descripciones, muchas veces apasionantes, pero que encuentran
sus limitaciones en la comprensión de la totalidad histórica y espacialmente deter-
minada..
Para todos quienes trabajamos temas arquitectónicos, urbanos y territoria-
les, desde la docencia, la investigación o la práctica, el presente trabajo es, tam-
bién, un llamado de atención frente a la modorra intelectual que caracteriza nues-
tro tiempo y accionar. El discurso de la complejidad se ha quedado en eso, un dis-
curso, y lo que opera es la segmentación y especialización descontextualizada,
inerte, funcional. Lo holístico no es más que eso, el todo hipostasiado. La integra -
lidad, una linda palabra, reducida a una función abarcadora. Y en medio de todo
esto, nada nuevo. Pues bien, he aquí un documento trascendental, que ojalá pue-
da llegar a nuestros estudiantes, transgrediendo los anquilosados y descontextua-
lizados planes de estudio, ojalá recordemos la importancia de (re)conocernos.
En definitiva, Solares nos ofrece un documento fundamental para el conoci-
miento de la sociedad cochabambina, en general, y de las dinámicas que han de -
lineado a lo largo de estos últimos 70 años los criterios de tratamiento y formas de
intervención territorial y urbana. Estamos seguros que su destino es constituirse
en referencia fundamental, precisamente para construir nuevos caminos, para so-
ñar futuros otros.
Andrés Loza Armand Ugon
Octubre de 2021

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Prefacio

La región de Cochabamba hasta fines de la década de los años 1940, respondía


a una realidad extremadamente contradictoria. Las corrientes del progreso que se
hicieron más visibles en la posguerra del Chaco, encontraron en los valles
centrales a una sociedad férreamente amarrada al peso de la tradición y la
inmovilidad. El reto lanzado por la frustración del Chaco al corazón mismo de la
Nación, en sentido de romper con el viejo molde colonial y encarar la
modernización del Estado y la sociedad como una cuestión de supervivencia y
viabilidad del destino nacional, constituyó para Cochabamba una dura prueba
que no dejó de conmocionarla hasta sus cimientos más profundos.

A fines de los años 1930, cuando el mapa político del país comenzaba a tomar la
fisonomía representativa de las aspiraciones de los nuevos protagonistas y la
cuestión social -otrora una suerte de tabú, solo murmurado por cerrados círculos
de subversores-, comenzaba a dominar en la escena nacional, Cochabamba una
vez más, se dio a la tarea de irradiar su posición de eje nacional antes que centro
regional. La llamada generación del Chaco, ya sea desde posiciones de izquierda
o derecha, tomó con seriedad y consecuencia, la tarea de fortalecer la idea del
Estado Nacional en oposición al Estado Oligárquico, como la única alternativa de
modernizar el país y por tanto transformar la osificada sociedad cochabambina.

Este proyecto de remozamiento estatal, sin embargo, en cierta forma retomaba


una vieja tradición de las élites regionales; el reforzamiento del Estado central
protegido por la dinámica del macizo minero, permitiría revivificar, al otrora,
espacio vital potosino, como una condición previa para proyectar y reconducir al
país y a la región por la senda del desarrollo. Recuperar en algún momento, el
gran mercado minero de Potosí era una aspiración irrenunciable, pero como parte
de un potenciamiento de la economía nacional.

Es decir, no se trata propiamente de un discurso regional en pro de una


alternativa de desarrollo unilateral, sino del reconocimiento de un sentimiento
fuertemente enraizado en los viejos patriarcas vallunos y proyectado a las nuevas
generaciones que tomaron parte activa en la fundación del PIR, del MNR y FSB.
La “razón del centro” debía ser necesariamente una propuesta de viabilidad
nacional, pues en este caso Cochabamba como “eje del país” estaba
definitivamente amarrado al destino de Bolivia.

Sin embargo, no necesariamente, los vuelos de la inteligencia valluna coincidían


con las fuertes reservas del mundo gamonal. Curiosamente, en tanto muchos
hijos de latifundistas proclamaban la necesidad de un nuevo país y un nuevo

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Estado, donde sus padres no tendrían cabida, éstos se atrincheraban tercamente,
no tanto, en torno a la viabilidad de reflotar una economía hacendal perforada por
las permanentes crisis de mercado que se sucedieron sin pausa desde la Guerra
del Pacífico, como por conservar, cueste lo que cueste, un ilusorio mundo de
valores coloniales sobre el que todavía ejercían autoridad y donde encontraban y
recibían respeto. Más que bonancibles fortunas y deslumbrantes oropeles, aquí,
se hacía la defensa cerrada del valor que tenía la invocación de los apellidos de la
“gente decente”, que vinculados a antiguas memorias de hechos gloriosos reales
o ficticios, justificaban la vigencia ininterrumpida de antiguos privilegios que
debían permanecer intocables.

Simultáneamente en forma tenaz, continua y bullanguera, avanzaba sin pausa


una realidad opuesta, primero imperceptiblemente, pero luego con creciente
audacia. El mundo de los criollos y mestizos vallunos que desde el siglo XVIII
controlaban la producción del comercio de chicha y el comercio de productos
agrícola en las ferias regionales, incluidas las feria de San Antonio y Caracota,
consolidaban la única alternativa real de desarrollo regional: fortalecer el mercado
interno y proveerle de alimentos y cereales, es especial el maíz, el “grano de oro”
por excelencia. Bajo esta dinámica, pacífica y metódicamente, muchas décadas
antes de 1952, comenzaron a sepultar la viabilidad de la economía y la sociedad
hacendal, que hacia 1950 no tenía nada que ofertar, al haber cesado su
capacidad de conducir la sociedad regional. Por ello mismo, no resultaba casual
que el modernismo cochabambino de la década de 1940 fuera caricaturesco y se
resumiera en materializar obras de ornato y “cosmética urbana” en la capital del
Departamento, con recursos que ni siquiera provenían de los impuestos a las
utilidades del sector industrial -estos simplemente no existían-, sino de la
dinámica de la economía del maíz y sus derivados, es decir, de la hábiles manos
de mestizos que exitosamente consolidaban una red ferial y un potente mercado
de chicha en oposición a los sueños urbanísticos para modernizar la ciudad de
Cochabamba, cuya única fuente de recursos financieros, captados a través de
implacables impuestos, era justamente esta potente economía popular.

La obra que tiene en sus manos el lector, retoma la visión de un trabajo anterior 1,
tomando como referencia un periodo histórico extraordinariamente importante
para comprender lo que es hoy Cochabamba. La Revolución Nacional de 1952
vino a constituir para la región, una suerte de golpe de gracia a la sociedad
tradicional, cuyo lento desmoronamiento definió los matices del periodo que se
inicia con la decadencia de Potosí, se prolonga a lo largo del siglo XIX y culmina
en la primera mitad del siglo XX.

1 Ver Solares, 1990.


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El periodo 1950 - 1964, que abarca este trabajo, focaliza desde la óptica de los
procesos de estructuración de la economía, la sociedad y el espacio en sus
dimensiones urbano-regionales, la dinámica de constitución de lo esencial de la
Cochabamba actual y el dramático cambio que se operó entre el cierre de la
historia de la región cerealera y el inicio de lo que hemos convenido en
denominar, a falta de otro denominativo más preciso y comprensible, la
emergencia del reino cochabambino de los intermediarios.

Esta investigación fue iniciada en 1993, con muchas interrupciones debidas a


motivos de trabajo, dificultades para acceder a fuentes de información confiables,
una postergación casi indefinida de esta labor para atender las urgencias de la
vida, y en fin, un poquito de falta de voluntad para retomar un trabajo que merecía
una necesaria actualización que tuviera en cuenta la importante bibliografía que
apareció con posterioridad a la finalización provisional del texto original. El
espacio de tiempo necesario para hacer la revisión y complementación de este
trabajo fue dado por el enclaustramiento forzoso que produjo la pandemia del
coronavirus todavía en curso en el momento en que se escriben estas lineas. En
fin, no hay mal que por bien no venga.

El estudio, se desdobla en dos niveles: por una parte, una visión del universo
regional sacudido por los efectos de la Revolución de Abril de 1952 y dando curso
a la emergencia de los otrora actores subalternos que ahora pasan a recomponer
la realidad económica y social de la región sobre nuevos términos, dándole forma
y configuración a una nueva estructura de poder que reemplaza al viejo orden
gamonal, pero que no suprime necesariamente sus viejas injusticias y menos,
abre alguna viabilidad a la alternativa de un desarrollo agroindustrial o agrícola
moderno. Por otra, una visión del proceso urbano, que finalmente abandona el
contradictorio esquema de ciudad-aldea para alcanzar la jerarquía urbana
propiamente, pero sin abandonar las contradicciones que caracterizan a la nueva
sociedad regional, de tal suerte que lo urbano, lejos de ser la referencia de una
pujante ciudad capitalista industrial, no deja de debatirse entre el seudo
modernismo formal y el campamento informal, que finalmente servirá de espacio
operativo y de reproducción social al reino de la informalidad. Como un
antecedente a estas dos grandes partes, se inserta, a manera de una introducción
necesaria, una alusión a lo que fue Cochabamba en los últimos tiempos del poder
hacendal, para ubicar al lector en el antecedente inmediato de los hechos
analizados.

Por último, la división del trabajo en dos grandes partes, solo tiene un carácter
metodológico, pues las realidades urbanas y rurales contrastadas son parte de
una sola realidad que interactúa: la expansión del minifundio y la aguda

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mercantilización de la producción agrícola reproduce la pobreza campesina en
términos ampliados. Esta pauperización del agro incentiva las migraciones campo
ciudad, en la medida en que La Cancha y otros centros feriales operan como
imanes para atraer contingentes de campesinos pobres, lo que a su vez provoca
la expansión física de la ciudad bajo la forma de una imparable mancha de aceite,
en tanto, simultáneamente, densifica el comercio informal. El producto resultante
fue la materialización de una estructura urbana contradictoria: por una parte,
centrífuga con respecto a la función residencial mayoritariamente dispersa y
configurando barrios-dormitorio, y por otra, centrípeta respecto a las actividades
comerciales y de servicios, ya sean estas, formales o informales, crecientemente
concentradas en espacios inadecuados e irracionalmente densificados.

Finalmente, lo que se desea resaltar es la transformación estructural de las


relaciones campo-ciudad, que más allá de lo mucho que se ha dicho al respecto,
son esencialmente relaciones de poder. La relación campo-ciudad tradicional se
expresaba como una relación jerárquica entre la ciudad que representaba el
asiento principal del poder oligárquico, es decir, el lugar donde cobraban una
dimensión material los principios del orden, los imaginarios del progreso y los
valores de la civilización; frente al agro, sometido con firmeza por los poderosos
patrones, pero siempre peligroso y capaz de desatar la irrupción de la barbarie
para destruir el oasis civilizatorio que representa la ciudad.

La Revolución de 1952, altera esta relación ciudad opresora-campo oprimido, al


expropiar los medios de producción de la burguesía terrateniente y anular la base
material de su poder opresivo. En su lugar, no emerge una burguesía industrial o
agroindustrial moderna, sino una confusa mescolanza de dirigencias sindicales
primero, y luego un variopinto estrato de comerciantes-camioneros mestizos,
mejor conocidos como rescatiris que ocuparan el sitial de los antiguos patrones
pero cumpliendo, en esencia, la misma función: apoderarse del excedente
agrícola y controlar los centros comerciales, convirtiéndolos en mercados persas.
Es decir, la ciudad pasa a ser el asiento de una nueva forma de poder, el espacio
de comercialización de los productos agrícolas controlados monopólicamente por
poderosos intermediarios, en tanto el campo se convierte en un espacio vasallo
de la economía de mercado en condiciones extremadamente desiguales y
sumergido en formas de producción precapitalistas.

En fin, el toque irónico de todo este proceso, es que Cochabamba elige la


modernidad de su superestructura y el atraso de su estructura productiva; o como
sentencia Yuval Noah Harari (2019:344): “El capitalismo distingue ‘el capital’ de la
simple ‘riqueza’. El capital consiste en dinero, bienes y recursos que se invierten
en la producción. La riqueza en cambio se entierra bajo el suelo o se malgasta en

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actividades improductivas”.

Como verá el lector, esta es la historia de un drama que termina en tragicomedia,


donde los capitanes de la modernidad ocupan lugares subalternos, la pobreza
estructural del agro se profundiza y unos nuevos actores no previstos, cosechan
poder y riqueza improductiva.

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CAPITULO I
COCHABAMBA EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS DEL PODER OLIGÁRQUICO

Modernidad versus tradición:

Los aires de progreso y las aspiraciones de modernidad que se permitieron los


patriarcas del valle, en la primera mitad del siglo XX, se reducían a la
urbanización de la ciudad de Cochabamba. Creían posible ponerse a tono con la
marcha de la historia2 proponiendo la renovación del viejo escenario urbano y su
reemplazo por la "Ciudad-Jardín", es decir, pensaban que el abandono de los
recovecos coloniales por amplias avenidas arboladas y lujosos chalets
ajardinados que transformarían la tradicional campiña cochabambina, permitiría
cubrir con un vistoso barniz renovador las viejas contradicciones entre élites y
clases subalternas, erradicando o por lo menos postergando la temida "revolución
social".

Por ello no resultó casual que desde fines de los años 30 del siglo pasado, uno de
los temas que se debatió con intensidad en los círculos intelectuales de la ciudad,
fue la cuestión de la Urbanización de Cochabamba, entendida esta como un
proyecto de modernización de los antiguos soportes materiales urbanos de la
sociedad tradicional, que abandonando el obsesivo modelo colonial pasarían a
recrear los valores de la arquitectura moderna, que justamente desde la citada
década pasó a identificarse plenamente con los valores de la sociedad capitalista
industrial de avanzada. Sin duda, una de las expresiones más importantes de
estas aspiraciones de renovación fue el propio Plano Regulador, que más allá de
su razón técnica, resumía las pretensiones ideológicas de una modernidad formal,
que incluso se permitía prefigurar las aspiraciones de industrialización y
modernización de los procesos productivos, que en ese momento armonizaban
con las aspiraciones de progreso de las burguesías industriales latinoamericanas.

Sin embargo, más allá de este despliegue de apariencias, el arraigo de la


tradición tenía raíces muy profundas, al extremo que, estas mismas raíces eran el
sustento fundamental de la estructura económica y del orden social que defendía
férreamente la sociedad oligárquica, en la medida en que esta vigencia era vital
para una élite regional que por siglos hizo reposar su poder en dos pilares
esenciales: la posesión de la tierra y la apropiación de los excedentes económicos

2 La realidad mundial al inicio de los años 1950, era el resultado de sociedades profundamente
conmocionadas por la Segunda Guerra Mundial y el derrumbe de la Alemania nazi. Las élites locales no eran
ajenas a la fobia del anticomunismo obsesivo de los primeros tiempos de la Guerra Fría, pero enarbolar estas
banderas suponía aceptar los nuevo valores de Occidente liderizado por los EE.UU. que desplazaron al
agotado Imperio Británico. O sea, pasar a adoptar como patrón de progreso y nuevo paradigma ideológico
“el modo de vida norteamericano” que ciertamente era incompatible con el mantenimiento de herencias
coloniales y prácticas medievales obsoletas·
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generados por una fuerza de trabajo sometida a relaciones serviles de
producción. Era posible "modernizar" la superestructura jurídico-política e
ideológica hasta cierto punto, pero un expediente más cómodo y menos
comprometedor, era cambiar la fisonomía de la ciudad tradicional. En todo caso,
hacer algo para conciliar las aguas que separaban al mundo señorial, a los
"caballeros", a la “gente decente” de la plebe y la barbarie, era algo no
negociable.

¿Pero que existía en realidad detrás de esta defensa cerrada de los valores de la
sociedad tradicional? El objetivo de este capítulo inicial es intentar formular una
respuesta a esta cuestión intentando fundamentar la hipótesis de que lo que en
realidad estaba en juego no eran grandes bienes materiales, enormes fortunas y
exagerados lujos, sino, y sobre todo, apenas la vigencia de un estatus, de un
reconocimiento social, de una valoración ideológica en favor de una élite, que era
tal, no tanto por su discutible bonanza económica, sino por la posesión
latifundiaria de la tierra, por "sus colonos" y por ejercer, de hecho, el rol de "eje
social", una suerte de distribuidor de favores, premios, castigos y normas de
comportamiento indiscutibles dentro de la esfera de su influencia local 3.

Como podría sugerir Pierre Bourdieu (2006), lo que estaba en juego era la
vigencia y permanencia estable del capital social y cultural, en suma, del capital
simbólico. Cuestiones como el valor del prestigio, el respeto al apellido y a la
tradición familiar, las influencias que se tenían sobre el poder institucional, las
redes de amistad y favores entre iguales, etc., eran ciertamente, cuestiones que
se consideraban más valiosas que los bienes económicos, que a estas alturas se
reducían a fundos retaceados, prácticamente improductivos y en muchos casos,
hipotecados por deudas impagables. Pero veamos el escenario concreto en que
tienen lugar y se tejen estos dramas.

Un vistazo a Cochabamba en 1950

Un somero examen de la ciudad y el Departamento de Cochabamba en 1950


permite establecer los siguientes rasgos demográficos y económicos:

3 Por razones de concepto y método, este ensayo no se limita a la ciudad de Cochabamba y el Cercado, sino
abarca el contexto departamental y regional, cuando la comprensión de los hechos circunscritos al marco
citado, por su profunda articulación con otros escenarios, así lo exigen.
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CUADRO No. 1
BOLIVIA: DISTRIBUCIÓN DE POBLACIÓN POR DEPARTAMENTOS
(1900-1950)
Departamentos Año 1900 Año 1950
Población % Población %
Altiplano 857.312 47,2 1.693.105 56,08
La Paz 447.616 24,5 948.446 31.41
Oruro 86.081 4,7 210.260 6,96
Potosí 325.615 18,0 534.399 17,71
Valles 633.484 35.0 900.207 29.82
Cochabamba 326.163 18,0 490,475 16,25
Chuquisaca 204.434 11.3 282.980 9,37
Tarija 102.887 5,7 126.752 4,20
Llanos 273.605 15.1 425.719 14,10
Santa Cruz 209.592 11,5 286.145 9,48
Beni 32.180 1,8 119.770 3,97
Pando (1) 31.833 1,8 19.804 0,65
Litoral (2) 49.820 2,7 - -
TOTAL 1.814.271 100 3.019.031 100
Notas: (1) En 1900 el Departamento de Pando formaba parte del Territorio de Colonias.
(2) En el censo de 1900 figuraba nominalmente el Departamento de Litoral.
Fuentes: Elaboración propia en base a los censos nacionales de 1900 y 1950.

Se puede percibir que la distribución de la población por territorios y


departamentos estaba fuertemente condicionada por el peso de la economía
minera. De esta forma la meseta andina, la región menos apta para un
poblamiento intensivo, pero con enormes recursos minerales, en el período 1900-
1950, y continuando con la tendencia demográfica expresada a partir del siglo
XVI; se constituía en la región más poblada del territorio, sobrepasando su
población, en más del 50% al total de la población nacional, según los registros
del Censo Demográfico de 1950, dentro de un proceso de continuo reforzamiento
del polo minero con respecto al resto del país, y que particularmente se acentúa,
en el acelerado crecimiento demográfico del Departamento y la ciudad de La Paz.
La población de los valles andinos hacia 1900 estaba relativamente próxima a la
de las zonas altiplánicas, sin embargo, medio siglo más tarde la brecha que
separa ambos volúmenes de población se ensancha favoreciendo a la región
minera. La población de los llanos orientales que abarcan más de 50% del
territorio nacional, en 1900 apenas representaba el 15% del total de la población
nacional, acentuándose aún más esta anomalía hacia 1950.

En suma, la dinámica demográfica favoreció exclusivamente a los departamentos


mineros en detrimento de los valles y los llanos orientales, pudiéndose inferir que
importantes contingentes migratorios de estas últimas dos regiones pasaron a
reforzar la población altiplánica, en especial la del Departamento de La Paz. Este
hecho se manifestaba en forma muy acentuada en la población de los valles
20
andinos y de la región oriental.

En el caso de Cochabamba, la población departamental hacia 1900 representaba


el 18 % del total nacional, sin embargo, la misma sólo era equivalente al 16,2% de
dicho total en 1950. Es decir, en tanto la tasa anual de crecimiento poblacional del
Departamento de Cochabamba en los primeros 50 años del siglo XX, sólo alcanzó
al 0,99%, inferior a la tasa nacional para este período (1,32%), el Departamento
de La Paz experimentaba un crecimiento demográfico equivalente al 2,25% anual.
Pese a ello Cochabamba era el tercer Departamento más poblado de la república
y de hecho, era la región más densamente poblada del país (con 8,82 h./Km 2.).
Potosí era el segundo Departamento más poblado, pero con una población
predominantemente rural. En suma, los anteriores indicadores demográficos
sugieren que el Departamento de Cochabamba pese a las emigraciones hacia las
minas y las salitreras en el período 1900-1950, era una región con una importante
dinámica económica, sólo superada por el polo minero-comercial paceño. Más
adelante observaremos con mayor detalle la naturaleza de esta dinámica.

A continuación, veamos cual era la relación entre población urbana y rural en el


país en 1950:

CUADRO No. 2
BOLIVIA: POBLACIÓN URBANO-RURAL POR DEPARTAMENTOS (1950)
Departamentos Población % Población % TOTAL
urbana rural
Altiplano 634.167 37,4 1.058.938 62,6 1.593.105
La Paz 409.711 43,2 538.735 56,8 948.446
Oruro 95.172 45,3 115.088 54,7 210.260
Potosí 129.284 24,2 405.115 75,8 534.399
Valles 247.757 27.5 652.450 72,5 900.207
Cochabamba 146.444 29,8 344.031 70,2 490.475
Chuquisaca 69.869 24,7 213.111 75,0 282.980
Tarija 31.444 24.8 95.308 75,2 126.752
Llanos 146.441 34,4 279.278 65,6 425.719
Santa Cruz 105.608 36,9 180.537 63,1 286.145
Beni 39.107 32,6 80.663 67,4 119.770
Pando 1.726 8,7 18.078 91,3 19.804
TOTAL 1.028.365 34,0 1.990.666 66,0 3.019.031
Fuente: Elaboración propia en base al Censo Demográfico de 1950.

Tomando las precauciones del caso en cuanto al grado de realidad que expresan
las cifras del cuadro anterior, una vez que el Censo Demográfico de 1950 mostró
deficiencias, tanto en la cobertura de las áreas rurales como en la consideración
del concepto de "urbano" otorgado a aldeas, campamentos y villorrios que no
alcanzaban este rango; en términos generales, se puede establecer que Bolivia a

21
mediados del siglo XX era un país eminentemente rural, con casi un 70% de su
población no incorporada a ninguna modalidad de vida urbana. Dentro de este
contexto, relativamente las zonas mineras -excepto el Departamento de Potosí-,
eran las más urbanizadas, en tanto las zonas de los valles andinos, presentaban
los índices de población rural más elevados, incluso -exceptuando Pando-
ligeramente superiores a los registrados por los departamentos orientales.

Dentro de los valles andinos, el Departamento de Cochabamba, era relativamente


el de mayor población urbana con casi un 30% de su población total. En todo
caso, este indicador no refleja la dinámica económica interna, pero sí su escaso
protagonismo o participación en relación a aquellos factores que en los casos de
La Paz y Oruro habían generado un mayor grado de urbanización, es decir, el
predominio de procesos productivos con grados significativos de concentración de
medios de producción, tecnología y fuerza de trabajo. Indudablemente
Cochabamba en 1950 pertenecía más a la Bolivia rural, que solo muy tenuemente
ingresaba en la dinámica capitalista del siglo XX. Veamos a continuación como se
distribuía la población en el ámbito geográfico departamental:

CUADRO No. 3
DEPARTAMENTO DE COCHABAMBA: POBLACIÓN POR GRANDES ZONAS
ECOLÓGICAS (1900-1950

Grandes zonas 1900 1950


ecológicas Población % Población %
Zonas de puna (1) 73.410 22,5 84.127 17,1
Zonas de valle (2) 241.155 74,10 375.648 76,7
Zonas de Yungas (3) 11.198 3,4 30.700 6,2
Totales 326.163 100 490.475 100

Notas: (1) Se consideran las actuales provincias de Arque, Tapacarí y Bolivar.


(2) Se consideran las provincias de Capinota, Quillacollo, Cercado, E. Arce, Jordán,
Arani, Punata, Mizque y Campero, más zonas de valle de otras provincias.
(3) Se consideran las provincias de Ayopaya, Chapare y Carrasco en sus zonas
tropicales.
Fuente: Elaboración propia en base a censos de 1900 y 1950.

El cuadro anterior muestra que en el Departamento de Cochabamba, más del


70% de la población habita la región de los valles, donde además se concentraba
lo esencial de su economía. En el período 1900-1950 esta situación se mantiene
inalterable, con una tendencia a un mayor afianzamiento de la población valluna,
un incremento relativo de la población de los trópicos y un igualmente relativo
decaimiento de la población de las zonas de puna, en relación al total
departamental en 1950. Observemos más detenidamente esta situación:

22
CUADRO No. 4
DEPARTAMENTO DE COCHABAMBA: POBLACIÓN RURAL Y URBANA POR PROVINCIAS
EN 1950
Provincias Población % Población % Población %
urbana rural total
Cercado 82.081 92,3 7.781 7,7 88.962 100
Campero 4.568 19,9 18.685 80,1 23.343 100
Ayopaya 2.878 6,8 39.064 93,3 41.942 100
Esteban Arce 5.895 20,0 23.580 80,0 29.575 100
Arani 4.866 17,1 23.650 82,9 28.516 100
Arque 3.251 11.8 24.243 88,2 27.494 100
Capinota 3.142 14,0 19.300 86,0 22.442 100
G. Jordán 5.044 21,5 18.414 78,5 23.458 100
Quillacollo 15.078 27,7 39.308 72,3 54.386 100
Chapare 4.930 11,5 37.819 88,5 42.749 100
Tapacarí 1.699 8,7 17.910 91,3 19.609 100
Carrasco 4.239 14,8 24.407 85,2 28.646 100
Misque 2.549 12,8 17.317 87,2 19.866 100
Punata 7.134 18,0 32.453 82,0 39.587 100
TOTAL 146.444 29,8 344.031 70,2 490.475 100
Fuente: Elaboración propias en base al Censo Demográfico de 1950

En primer lugar se puede constatar que la única provincia con un elevado nivel de
urbanización es el Cercado por ser sede de la capital del Departamento. A partir
de esta situación se puede verificar que en realidad la ciudad y el Cercado son
una suerte de "oasis urbano" en medio de un extenso universo rural, es decir que,
si asumimos que en 1950, la ciudad de Cochabamba y en cierta forma el Cercado
comienzan a plegarse a concepciones y hábitos de vida urbana modernos, ello
implica que, con esfuerzo, se podría admitir que los proyectos modernizadores de
las élites regionales alcanzaban a un 18% de la población departamental, y al
mismo tiempo, que siendo estos esfuerzos de modernidad eminentemente
urbanos, abarcaban al 56% de la población urbana del departamento que se
concentraba en Cochabamba.

De todas formas las poblaciones de las zonas de puna y trópico no estaban


integradas a esta dinámica, y en cierta forma la población valluna, unas 287.000
almas, no se sentían muy atraídas por las pretensiones modernistas de la urbe
cochabambina, pero sin duda, sí, por las peculiaridades de la actividad agrícola y
el sistema de ferias campesinas que concitaban mayores grados de atracción que
los despliegues de la urbanización.

Por ello, no resulta extraño que hasta un 43% de la población departamental


(unos 211.000 habitantes, descontando la ciudad de Cochabamba) fijaran
residencia en provincias y zonas involucradas directamente por el sistema ferial
de comercialización de productos agrícolas, artesanías y chicha. Para profundizar
23
esta idea observemos el cuadro siguiente:

CUADRO No. 5
DEPARTAMENTO DE COCHABAMBA: CENTROS URBANOS Y SEMIURBANOS: 1900 – 1950

Localidades Población Localidades Población 1950


1900
1. Cochabamba 21.886 1. Cochabamba 80.795
2. Punata 5.788 2. Quillacollo 9.123
3. Tarata 4.681 3. Punata 5.014
4. Quillacollo 3.885 4. Aiquile 3.465
5. Totora 3.501 5. Cliza 3.121
6. Sacaba 3.462 6. Tarata 3.018
7. Cliza 2.475 7. Sacaba 2.752
8. Arani 2.261 8. Totora 2.290
9. Aiquile 2.287 9. Arani 2.218
10. Tapacarí 1.890 10. Arbieto 1.823
11. Tiraque 1.808 11. V. Independencia 1.742
12. V. Indepencencia 1.428 12. Capinota 1.743
13. Capinota 1.273 13. Tiraque 1.390
14. San Benito 1.231 14. Colomi 1.260
15. Muela 1.164 15. Arque 1.254
16. Paredón 1.092 16. V. Mendoza 1.116
17. Anzaldo 1.056
18. Colcapirhua 1.054
19. Pojo 1.042
20. Pasorapa 1.016
21. Villa Ribero 1.004
TOTAL 60.112 TOTAL 127.563
Fuente: Elaboración propia en base a los censos de 1900 y 1950
Nota: Se define como "centro urbano" aquel cuya población es igual o mayor a 2.000 habitantes.
"Centro semiurbano" es aquel cuya población fluctúa entre 1.000 y 1.999 habitantes. Estos
criterios son aceptados en la actualidad por varios países del continente, incluyendo Bolivia.

A comienzos del presente siglo apenas el 15.4% de la población del


Departamento vivía en centros que podían catalogarse como urbanos de acuerdo
a los parámetros actuales4, en tanto que, incluyendo las localidades superiores a
1.000 habitantes, este porcentaje apenas alcanzaba al 18,4% englobando 16
núcleos. Este panorama demuestra la extrema precariedad de la urbanización en
1900, expresando por el contrario, la incontrastable pujanza de un universo rural
que se había modificado en forma insignificante desde los tiempos de Viedma, en
el siglo XVIII.

Hacia 1950, si bien se mantiene inalterable el número de centros superiores a los


2.000 habitantes, estos se han densificado, pues ahora la población urbana
departamental alcanza al 22,8% (111.796 h.) de la población departamental. Sin
embargo la modificación más importante radica en el incremento de localidades

4 De acuerdo a lo definido por el Instituto Nacional de Estadística se consideran urbanos todos los centros
con 2.000 y más habitantes.
24
"semiurbanas" que ahora son más numerosas, en algo más de un 30% con
relación a 1900. Además el total de población urbana y de centros "semiurbanos"
pasa a representar un 26% de la población departamental. Sin embargo, pese a
este incremento, el sistema urbano de Cochabamba en 1950 es aun
extremadamente incipiente y con una fuerte tendencia en el ámbito regional, hacia
un modelo de "primacía urbana" que privilegia a la ciudad capital, reproduciendo
en este orden, a nivel regional, lo que ocurre con la ciudad de La Paz a nivel
nacional5

En efecto, el único centro urbano dinámico a nivel departamental es la ciudad de


Cochabamba, que incrementa su población de 1900 (21.886 h.) en un 169%
hasta 1950, alcanzando una tasa de crecimiento anual de 3.38%. Este incremento
de la primacía absoluta de Cochabamba, que en 1900 representaba un volumen
de población urbana 3,8 veces mayor con relación al segundo centro en
importancia (Punata) y 4,7 veces mayor con relación al tercer centro (Tarata),
configurando una situación de relativa proporcionalidad, en 1950 se acentúa aún
más, quedando más nítido el rasgo anotado, es decir, la población urbana de la
ciudad de Cochabamba pasó a ser casi 9 veces mayor que la segunda localidad
urbana (Quillacollo) y 16 veces mayor que la tercera localidad (Punata).

Estas comprobaciones formales expresan, que la lenta transformación de la


aldeana Villa de Oropesa de los siglos XVII y XVIII en un centro urbano efectivo,
comienzan a cobrar celeridad. Para ello concurrieron factores internos y externos
a la realidad regional: Entre los primeros podemos citar el potenciamiento del
mercado interno de los valles a través de la dinámica ferial, además como
consecuencia de lo anterior, la consolidación de un sistema de transporte regional
moderno, que a su vez permite el potenciamiento de los mercados urbanos -sobre
todo el de Cochabamba- que se convierte en un gran centro de consumo de la
producción agrícola regional, sobre todo con relación al maíz y sus derivados. En
lo que hace a los segundos, sobre todo después de la Guerra del Chaco, se
inician corrientes migratorias desde otros departamentos e incluso internacionales
en dirección a Cochabamba. La apertura de la vía férrea a Oruro en 1917 y el
mejoramiento del sistema de carreteras en los años 1930 y 1940 permiten
migraciones de retorno desde los centros mineros.

5 En 1950, La Paz tenía 321.073 habitantes (Ver cuadro 6)


25
CUADRO No. 6
BOLIVIA: POBLACIÓN DE LAS CAPITALES DE DEPARTAMENTO

Tasa de
Ciudades Población en 1900 Población en 1950 crecimiento
anual
La Paz 71.860 321.073 6,94
Cochabamba 21.886 80.795 5.38
Oruro 15.900 62.975 5.92
Sucre 20.900 40.128 1.84
Santa Cruz 18.300 42.476 2.64
Tarija 6.500 16.869 3.19
Potosí 20.900 45.758 2.37
Trinidad 4.294 10.759 3.01
Cobija -- 1.726 --
Total 180.540 622.558 4,90
Fuente; Elaboración propia en base a Censos de los años citados y Solares 1990.

El cuadro anterior revela el acelerado crecimiento urbano de La Paz con respecto


al resto de las ciudades del país en los términos de un proceso de primacía
urbana que expresaba, también desde el punto de vista de la urbanización, la
vigencia de un modelo de centralización estatal y de concentración de la dinámica
económica nacional en función de las demandas de los grandes centros
industriales metropolitanos por materias primas minerales, en los términos de una
urbe que formaba parte esencial de las condiciones generales de funcionamiento
del enclave minero del estaño.

Cochabamba tanto en 1900 como en 1950, aparece como la segunda ciudad en


cuanto al volumen de población, sin embargo la distancia que le separa de La Paz
en cuanto a dinámica demográfica se va ensanchando. En 1900 La Paz es sólo
3,2 veces mayor que Cochabamba y 3,4 veces mayor que Sucre y Potosí. En
1950, dicha ciudad, es 4 veces mayor que Cochabamba y 5 veces mayor que
Oruro.

Algunos rasgos de la dinámica económica de la ciudad.

A mediados del siglo XX el eje de la dinámica urbana del país se concentraba en


tres centros: La Paz, Cochabamba y Oruro que presentaban tasas de crecimiento
superiores a la media nacional. La economía del estaño y otros minerales
dinamizaba el rápido crecimiento de La Paz y Oruro. Sin embargo el caso de
Cochabamba era distinto: la influencia de la minería era muy indirecta. El
verdadero motor de esta dinámica era la economía del maíz. En efecto,
particularmente en la década de los años 1940, el denominado "grano de oro"
arrojó grandes recursos para el desarrollo urbano, a través de los gravámenes a

26
la fabricación de chicha y muko, y sobro todo, a su comercialización6

En este orden resulta interesante observar, que hacia 1900 el sistema urbano
boliviano presentaba rasgos de relativo equilibrio, con una ciudad-eje todavía en
vías de consolidar su primacía y las ciudades de Cochabamba, Sucre y Potosí
que prácticamente detentaban el mismo rango de población. A principios del siglo
XX, Sucre todavía concentraba gran parte del aparato estatal y en ese momento
era el principal centro administrativo, aunque ya en trance de ser transferido a La
Paz. En el caso de Potosí, todavía estaban presentes los efectos del último boom
de la plata (1880-1890) de la que se benefició colateralmente. En cuanto a
Cochabamba, comenzaba a dar muestras de recuperación después de la pérdida
de sus mercados de exportación en el Altiplano y el Pacífico como consecuencia
de la guerra con Chile. Merced a la dinámica de su mercado interno estos
contrastes tendían a relativizarse. A continuación, observemos cual era la
distribución de la población por ramas de actividad económica y ocupación, de
acuerdo a los censos de 1900 y 1950:

CUADRO No. 7
CIUDAD DE COCHABAMBA: POBLACIÓN POR RAMAS DE ACTIVIDAD ECONÓMICA Y
OCUPACIÓN (1900 – 1950)
ACTIVIDADES Censo de 1900 Censo de 1950
ECONÓMICAS Población % Población %

Sector I (Agricultura) 736 5,3 1.667 5.4


Sector II 3.281 23,8 10.462 33,7
1. Artesanos en general 3.281 2.777
2. Obreros sd. 5.590
3. Empleados sd. 1.343
4. Patrones sd. 752

Sector III 6.069 44,0 15.848 51,0


1. Profesionales 391 1,253
2. Iglesia 125 252
3. Administración civil 343 3.904
4. Comercio 1.995 4.364
5. Servicios 3.215 6.075
Transporte y Comunicaciones 65 0,5 2.423 7,8
1.Transporte 54 2.099
2.Comunicaciones 11 374
Otras ramas no clasificadas 3.342 24,2 640 2,0
1. Propietarios diversos 1.647 -
2. Otras ocupaciones no 1.695 640
precisadas
Sin profesión u ocupación 294 2,2 sd. -
Total PEA 13.787 100 31.040 100
Total población urbana 21.886 - 80.795
Fuente: Elaboración propia en base a censos de 1900 y 1950 y Anaya et al: 1965.
6 A este respecto, ver Solares, 1990, Vol. 2 y Solares y Rodríguez, 2011.
27
Adentrándonos en la caracterización de algunos rasgos de la economía urbana,
en lo que respecta a las ramas de actividad y a la estructura ocupacional de la
población económicamente activa (PEA), se puede anotar que, a comienzos del
siglo pasado, el aparato productivo urbano tenía unas dimensiones modestas y
estaba dominado por artesanos y productores por cuenta propia, configurando un
predominio de medios y relaciones de producción tradicionales a contrapelo de la
racionalidad industrial capitalista. En 1950, Cochabamba presenta una fisonomía
bastante diferente, una vez que el artesanado cede paso a un claro predominio de
obreros y trabajadores asalariados, revelando este rasgo un significativo cambio
cualitativo en la economía urbana. Este hecho, en cierta forma expresa la
dinámica del crecimiento industrial a partir de la posguerra del Chaco con el
surgimiento de multitud de pequeños y medianos establecimientos industriales,
que pese a sus estrecheces infraestructurales, limitaciones tecnológicas y
reducidos volúmenes de capital fijo, ya constituyen unidades de producción de
tipo empresarial capitalista, lo que implica un progreso en relación a las formas
artesanales tradicionales7

El sector primario en el interior de la ciudad es poco significativo y con tendencia a


mantenerse invariable, es decir, apenas disputando al avance efectivo de la
urbanización, algunas tierras en el interior del radio urbano, que por su fertilidad y
recursos de riego continúan siendo ocupadas en actividades agrícolas en
pequeña escala.

El sector terciario que en 1900 ocupaba al 44% de la PEA, en 1950 es netamente


predominante, involucrando al 51% de la población activa. Dentro de este
contexto, en 1900 aparecen como dominantes los ramos de comercio y servicios
que incorporan al 85,8% de la población ocupada en el Sector III, en tanto que la
administración estatal apenas aporta con un 5,6% de empleos. En 1950, los
ramos de comercio y servicio ocupan al 65,8% de la PEA. Este indicador resulta
significativo pues pese a que entre 1900 y 1950 hay un importante crecimiento del
sector comercial y de servicios, proporcionalmente se registra un retroceso que
favorece, por una parte al crecimiento del sector secundario (en algo más de un
10% con relación a 1900), y por otra, al crecimiento del aparato estatal que se
convierte en una fuente de empleo significativa, pues en 1950 proporciona empleo
a un 24,6% de la PEA. Este último rasgo revela un reforzamiento importante del
aparato estatal que se complejiza e incrementa la esfera de su influencia.

Otro sector que crece significativamente es el ramo de transporte y


comunicaciones, que en 1900 es insignificante, pero en 1950 involucra a un 7,8%
de la PEA, resaltando el hecho de que casi un 87% de trabajadores de este sector

7 Ver a este respecto: Solares: 1990 y 2011.


28
encuentran empleo en tareas de transporte, indudablemente participando en la
actividad ferial, donde los camiones comienzan a competir exitosamente con el
Ferrocarril del Valle.

En suma, Cochabamba a inicios del siglo XX era una típica aldea rural, dominada
por formas económicas tradicionales, con un fuerte predominio de las actividades
terciarias, que dada la modesta dimensión del comercio en ese momento, sin
duda encontraba asidero en la comercialización de productos agrícolas en la Feria
de Cochabamba, así como en el creciente comercio de los derivados del maíz. En
1950, se consolida la ciudad como tal, diversificando su dinamismo económico.
Si bien siguen predominando las actividades terciarias, dentro de estas cobra
significado el crecimiento del aparato estatal. Además el sector secundario, se
podría decir que se "moderniza" al ganar terreno la pequeña y mediana empresa
industrial con relación al artesanado tradicional. En la misma forma, como
corresponde a una ciudad en expansión, crece el sector transportes y
comunicaciones, y en suma, cobra un mayor grado de nitidez y complejización la
división social y técnica del trabajo, constituyendo tal vez esto último, el rasgo
fundamental que contribuye a neutralizar en definitiva los resabios aldeanos que
hasta ese momento predominaron en la organización y el comportamiento de los
estratos sociales urbanos y en la propia producción de su dimensión espacial.

En síntesis, de acuerdo al análisis realizado, el Departamento de Cochabamba en


1950 era predominantemente, un universo rural, cuya dinámica era generada por
su activo mercado interno de cereales, particularmente el maíz. La esfera
"moderna" de esta economía se reducía a un pequeño oasis limitado a la capital
departamental, donde un modestísimo desarrollo industrial comenzaba a
despuntar y ganar significación, dando algún sentido menos alegórico a los
afanes de consolidar la ciudad moderna.

El Estado y la Región

Lanzando una mirada a la composición del Estado Boliviano y su fundamento


económico, en los años previos a la Revolución Nacional, se puede constatar, que
después de la victoria de los liberales sobre los conservadores en 1899, emergió
en sustitución de los grandes mineros de la plata, un empresariado moderno en
torno a la minería del estaño, integrado al mercado internacional, y que a
diferencia de sus antecesores, no actúa como mero exportador de minerales, sino
logra establecer el control casi absoluto sobre todo el circuito económico del
dicho metal -producción comercialización e industrialización- a escala
internacional (Arce Cuadros, 1979: 249) 8.

8 Una pormenorizada y documentada historia sobre la minería del estaño se puede consultar en Mitre, 1993.
29
Esta connotación es más notoria a partir de 1924, cuando la principal compañía
estañífera boliviana fija la residencia de su sede matriz en Delaware (EE.UU.), en
tanto que el sector minero, dominante sin rival en la economía nacional, asume
las características de un "enclave", es decir:

Extensión de una economía dominante sobre un espacio dependiente,


núcleo periférico complementario de las industrias desarrolladas del centro,
agudizando de esta forma aún más la situación de aislamiento del sector
dinámico de la economía 'nacional' con respecto al mercado interno, y
subrayando una vez más el carácter colonial de la vinculación del país con
los países imperialistas, mediante vías férreas y caminos que comunicaban
a campamentos mineros y a ciudades bolivianas circundantes con puertos
marítimos situados en el exterior, mientras que el resto del país
permanecía desarticulado y desintegrado (Arce Cuadros, 1979: 250).

En estos términos es explicable el acelerado desarrollo de La Paz, no sólo por ser


sede del Poder Ejecutivo, sino por ser parte importante de la infraestructura de
comunicaciones y vinculación con los grandes centros de las finanzas
internacionales y los centros industriales hacia los que se dirige la producción
minera, además, por ser sede de los niveles superiores de la administración de la
minería, fuertemente articuladora y manipuladora del aparato estatal, y por
constituirse en el gran centro bancario, comercial y de abastecimiento del
complejo minero, además de sede de la mayor guarnición militar del país que
ofrece protección a dicho complejo.

El resto del país no involucrado en los intereses de la expansión o reproducción


de la gran minería, con diversos grados de intensidad, se transformó en una
suerte de mundo "marginal" encerrado en las diminutas dimensiones de sus
inmovilismos locales, donde todavía la realidad colonial y sus antiguos valores
tenían plena vigencia.

Cochabamba en este contexto, no pasaba de ser un espacio periférico y


subordinado al eje central, encargado de abastecer de mano de obra y alimentos
a la actividad minero-exportadora (Laserna, 1984: 45).

El agro cochabambino en 1950

La constatación anterior todavía resulta insuficiente, sino la contrastamos con la


realidad del universo regional en 1950. La historiografía política suele referirse al
agro cochabambino en esta época como un territorio dominado por la realidad del

30
latifundio y la extensa vigencia de las relaciones serviles de producción. En
realidad esta afirmación sólo puede ser admitida parcialmente y corrigiendo su
énfasis cuantitativo, pues la pequeña propiedad rural es casi tan antigua como la
gran hacienda. En efecto su posible origen se remonta por lo menos al siglo XVII,
época en que se hacen evidentes los primeros signos de la irreversible
decadencia potosina que obligó a los encomenderos del valle a debilitar la
institución del yanaconaje y comenzar a dividir sus heredades para entregarlas en
arriendo a los exyanaconas, a fin de subsanar en parte la contracción económica
que trae consigo la pérdida del mercado minero de Potosí (Larson, 1978 Y 1982,
Jakson Y Gordillo, 1987). Estos exyanaconas transformados en arrenderos,
tempranamente se vieron obligados a incursionar en la economía de mercado
para hacer frente a las obligaciones monetarias del arriendo, el diezmo y otras
gabelas coloniales. Así surgió una vocación por dicha economía y se
establecieron las bases para la constitución de un pujante mercado interno
regional a partir del siglo XVIII.

De esta forma, no fueron prácticas extrañas y excepcionales, las frecuentes


operaciones de transferencias de tierras y fragmentación de grandes propiedades
como la hacienda de Santa Clara y muchas otras, originándose en este contexto
procesos de acumulación de excedentes económicos que no siempre se
concentraron en manos de las elites locales o el poder eclesiástico. Con el
advenimiento de la República, estas tendencias se aceleraron aún más, sobre
todo con las disposiciones de venta de tierras de las comunidades andinas a lo
largo del siglo XIX. Estos hechos, determinaron no sólo la temprana extinción de
la propiedad comunal en los Valles de Cochabamba, sino incluso, la igualmente
precoz atomización de las haciendas que paulatinamente se fueron reduciendo a
parcelas y luego a pequeñas fracciones de estas, que se denominaron "piquerías"
y que de alguna forma, en muchos casos fueron adquiridas por colonos o
pegujaleros (Albo, 1987).

Por tanto no resulta casual que aún mucho antes de la Reforma Agraria, en el
agro cochabambino convivieran lado a lado, haciendas y pequeñas unidades de
producción campesina bajo la modalidad de: pegujales, o sea terrenos de la
hacienda arrendado a los colonos, que a cambio, consumían su fuerza de trabajo
en forma no remunerada en favor de sus patrones, o las citadas piquerías, es
decir, pequeños terrenos resultantes de la fragmentación de los bordes de las
haciendas o parcelas de estas, vendidas a campesinos, colonos, mestizos, etc.

La organización o racionalidad de la producción hacendal no se regía por


patrones demasiado rígidos y preestablecidos, sin embargo, la hacienda
cochabambina hacía reposar el eje de su viabilidad económica en la extracción de

31
la renta de la tierra mediante la coerción extra-económica practicada por los
gamonales con relación a los colonos, lo que implicaba no sólo obligaciones
contractuales en la esfera productiva (siembra, cosecha, pastoreo), sino abarcaba
también la esfera de la circulación (venta de productos en los mercados,
transporte de dichos productos agrícolas a la ciudad, etc.). Además el colono no
era el único sujeto de estas coerciones y obligaciones, ellas se extendían al
conjunto de la familia campesina que prestaba servicios personales en la casa de
hacienda (Rodríguez y Solares, 1990).

En el otro extremo de esta estructura agraria, se encontraban los pequeños y


medianos campesinos -piqueros-, cuyo volumen no sólo era significativo, sino
incluso dominante en zonas como el Cercado y otros sitios del Valle Central, el
Valle Alto y el Valle Bajo.

A este respecto un destacado defensor de los valores tradicionales y un ideólogo


de las elites locales expresaba hacia 1930, lo siguiente:

Las antiguas haciendas ya no existen: han sido retaceadas y están en


manos de indios y de cholos que son propietarios [...]. Esta subdivisión
territorial sigue en ascenso en los valles, casi ya no existen hacendados,
todo está en manos de indios y cholos, y con dejar que siga este hecho,
pronto tendremos retaceada la tierra para todos [...]. Aquí el propietario no
tiene sino que abrir la boca, encuentra en venta tierras de todo tamaño y
clase, y está de tal modo fraccionada que ya es perjudicial, pues no se
pueden emprender grandes obras de irrigación, hacer ensayos científicos,
de abonos, máquinas, etc. (Salamanca, 1931: 7).

Sin embargo ¿Cómo éstos indios y mestizos podían satisfacer las exigencias
monetarias de los ofertantes de tierras? Según el autor citado, a quien
volveremos a mencionar más de una vez, uno de los factores determinantes fue el
amplio proceso de mestizaje que experimentó la región desde el siglo XVII y que,
en cierta forma, nos atrevemos a sugerir, operó como una suerte de condición
general y promovió una atmósfera propicia para la constitución del mercado
interno y el sistema ferial regional. Respecto a la cuestión planteada se
argumentaba la siguiente hipótesis que dejamos a juicio del lector:

El mestizaje ha tenido felices resultados ayudado por el clima templado y la


alimentación abundante. Trabajan en la agricultura comenzando como
colonos de finca. Mientras los hombres cultivan, las mujeres transforman
los productos para comercializarlos, fuera de sus faenas del hogar hacen
negocios de toda forma. Así reúnen un capitalito que sirve para comprar

32
pequeños recintos de tierras que suelen cultivarlos sin abandonar el
servicio de las haciendas. Un mayor crecimiento de sus ahorros les
permite fabricar chicha, comerciar en las ferias, en la harinería y reventa de
alimentos, y así salen del Departamento llevando los productos del país,
así los cochabambinos que han emigrado a otros distritos en busca de
trabajo (encuentran) sus bebidas y alimentos en todas partes. Este
comercio despierta en la raza el espíritu de observación: conocen el
mecanismo de los negocios, hacen sus cálculos, prosperan. En este
desarrollo son las mujeres las que dirigen generalmente el hogar y los
negocios y tienen la caja y disponen del dinero [...] Así las tierras de este
Departamento se fraccionan ante este impulso y los tenedores de grandes
haciendas las retacean y sacan precios enormes. Más de la mitad de las
120.000 propiedades que existen en el Departamento están en sus manos
y este desplazamiento del propietario blanco por el mestizo continúa activo.
(Salamanca, obra citada: 169-170).

No deja de ser muy significativa la decisiva participación de la mujer en la


expansión de la economía campesina, al ser capaz de afrontar el pesado trabajo
doméstico, ampliar su jornada a tareas productivas colaterales y administrar
exitosamente el ahorro familiar. A este respecto el autor mencionado precisaba:

Mientras los hombres trabajan en los sembrados o alquilan sus brazos en


las ciudades próximas, las mujeres crían animales, hilan, tejen, hacen
huiñapo, chicha, revenden frutos y hacen comercio con las minas y las
ciudades del Altiplano a las que llevan todos los productos de estos valles.
Esta actividad desarrolla el cálculo, el hábito al trabajo, la observación, la
inteligencia [...] Son las mujeres las que hacen de cajeras y corren con los
gastos de la familia y del negocio [...] En estos ahorros se tiene la
explicación de la enorme subdivisión territorial de los valles (Salamanca,
1931: 188-189).

Sin embargo, el Censo Agropecuario de 1950, revela otras facetas de este


aparentemente idílico paisaje económico valluno no exento de agudas
contradicciones y conflictos: Según el citado Censo, tanto haciendas como
propiedades campesinas concentraban casi un 87% del universo de informantes,
el 90,5% de las áreas censadas y hasta algo más de un 83% de las tierras
cultivadas, lo que de por si definía su avasalladora preponderancia en el
escenario del agro regional. El resto de los informantes y el pequeño saldo de
tierras, se diluía entre medieros, arrendatarios, tolerados y comunidades
indígenas que tenían muy escasa presencia 9
9 Estos datos y la información que sigue ha sido extraída y sintetizada de Rodríguez y Solares: 1990, pág.
13 y siguientes.
33
CUADRO No. 8
DEPARTAMENTO DE COCHABAMBA: UNIDADES CENSALES SEGÚN GRADO DE ACCESO
A LA TIERRA (1950)
Categoría Informantes Posesiones Tierras
cultivables
Nº % Ha. % Ha.
Haciendas 2.357 7,36 2.891.407 80,53 75.004
Campesinos 25.791 80,60 358.592 9,98 29.616
Comunidades 132 0,41 82.930 2,31 6.182
Otros (*) 3.716 11,63 257.437 7,18 14.900
TOTAL 31.996 100 3.590.366 100 125.702
(*) Arrenderos, medieros (trabajo "al partir"), tolerados, tierras fiscales y cooperativas
Fuente: Elaborado por Rodríguez y Solares, 1990 en base al Censo Agropecuario de 1950.

Lejos del esbozo propuesto por Octavio Salamanca, en el sentido de un traspaso


casi masivo de las tierras de las haciendas a manos de los mestizos, el Censo
Agropecuario de 1950 revelaba una realidad diferente: la vigencia de una
extremadamente desigual distribución de la tierra, que favorecía en forma
evidente a su concentración en manos de los latifundistas, es decir, que el 80,5%
de las tierras registradas en el Censo, equivalentes casi al 60% de las tierras
cultivables, se concentraban en 2.357 grandes y medianos latifundios trabajados
por colonos y que apenas representaban el 7,3% del total de los fundos
censados. En el otro extremo 25.791 pequeñas propiedades campesinas, que
comprendían el 80,6% del total de predios rústicos censados, apenas aglutinaban
el 9.98% de la tierra mensurada equivalente al 23,5% de la tierra cultivable, en
tanto el saldo restante de tierras que se distribuía entre otras categorías de
propiedad, incluyendo la propiedad comunal, eran francamente insignificantes.

No obstante lo anteriormente señalado, resulta igualmente evidente la existencia


de un volumen importante de pequeñas propiedades rústicas que revelan un nivel
significativo de fragmentación de la propiedad hacendal, aunque no en las
proporciones sugeridas y estimadas por Octavio Salamanca. En todo caso, el
cuadro Nº 8 demuestra, que si bien las posesiones de tierra agrícola que
globalmente detentan las pequeñas propiedades campesinas son francamente
modestas frente a la dimensión territorial de las haciendas, en contrapartida su
índice de tierras cultivadas y aprovechamiento del suelo agrícola es mayor con
respecto a las haciendas. En este orden el censo registra que en 1950 el 8,2% de
las tierras de las pequeñas y medianas propiedades campesinas, estaban
efectivamente cultivadas. Sin embargo, como todo promedio, este dato puede no
reflejar la realidad efectiva, pues en los valles estas propiedades eran
intensamente explotadas, en oposición a las piquerías de tierras altas, que sobre
todo se destinaban al pastoreo y a pequeños cultivos de subsistencia, hecho que

34
las cifras censales no diferencian. En contraste, las haciendas apenas
aprovechaban el 2,6% de su enorme extensión territorial, configurando una
situación de franca subutilización del suelo agrícola. En todo caso, es posible
inferir que el 23,56% de las tierras cultivables en pequeñas y medianas
propiedades, al que se podría sumar el 11,86% de las tierras trabajadas por
arrenderos, medieros, etc., totalizando algo más del 35% de las tierras cultivables
en el Departamento, eran las que en gran proporción se destinaban a satisfacer la
demanda del mercado interno y pasaban a nutrir el sistema ferial, en tanto la
producción de las haciendas sólo en parte tenía este mismo destino, una vez que
mayoritariamente las cosechas restantes se dirigían a la exportación cuando esto
era posible.

En fin, el panorama agrícola departamental en 1950 muestra la realidad de una


región con múltiples formas de producción, de organización de pisos ecológicos,
de tenencias de la propiedad rural y de relaciones de producción, que relativizan
la noción de una estructura rural homogénea y apenas escindida por la
contradicción entre patrones y colonos.

En efecto:

En el escenario pre Reforma, los Valles Alto, Bajo y de Sacaba -que


enmarcan la ciudad capital- presentaban un visible contraste con el resto
del departamento. Esto porque los tres valles principalmente desde fines
del siglo XIX, mostraban las huellas de un creciente avance campesino
sobre las tierras hacendales. Mientras en las serranías de Ayopaya, los
valles cálidos de Mizque o los Yungas de Totora predominaban intocados
los grandes latifundios. Finalmente, las áridas tierras de Arque eran las
únicas que mostraban un leve predominio comunal frente a las haciendas
(Rodríguez y Solares, 1990: 15 y 16) .

Profundizamos en este panorama, observando el siguiente cuadro:

35
CUADRO No. 9
DEPARTAMENTO DE COCHABAMBA: DISTRIBUCIÓN DE UNIDADES AGRÍCOLAS
POR PROVINCIAS Y ZONAS GEOGRÁFICAS (1950)
Provincias Haciendas Pequeñas propiedades Comunidades
Zonas Nº Sup. en Has % Nº Sup. en Has % Nº Sup. en Has
Valles Cercado 23 1.981,78 0,07 862 1.825,50 0,51 1 22,00
Quillacollo 96 13.417,73 0,46 5.251 8.071,06 2,25 - -
Capinota 129 23.922,79 0,83 1.134 5.060,99 1,41 3 43,50
Esteban Arce 259 1.282.680,00 44,36 314 22.165,06 6,18 15 121,00
Arani 160 46.446,15 1,61 2.126 10.225,06 2,85 13 1.337,23
Jordan 67 3.315,28 0,11 3.590 4.954,40 1,38 - -
Punata 253 204.446,66 7,07 715 21.248,31 5,93 4 1.403,00
Totales 987 1.576.210,20 54,51 13.992 73.550,38 20,51 36 2.926,73
Altu- Ayopaya 293 30.685,90 1,06 3.214 14.004,17 3,91 - -
ras Tapacari 258 166.794,54 5,77 2.635 70.825,32 19,75 2 12.505,42
Arque 135 46.683,40 1,61 338 12.165,49 3,39 63 56.165,80
Totales 686 244.163,84 8,44 6.187 96.994,98 27,05 65 68.671,22
Cono Campero 191 796.562,25 27,56 162 112.322,60 31,32 - -
Sur Carrasco 223 207.495,56 7,18 1.146 59.753,29 16,66 1 11,00
Misque 70 7.652 0,26 4.251 9.498,71 2,65 - -
Totales 484 1.011.709,80 35,00 5.559 181.574,60 50,63 1 11,00
Tró- Chapare 200 59.323,00 2,05 53 6.472,31 1,81 30 11.321,50
pico
TOTAL GENERAL 2.357 2.891.406,80 100,00 25.791 358.592,27 100,00 132 82.930,45
Fuente: Elaborado en base a Solares y Gonzales (2010) y el Censo Agropecuario de 1950

Siguiendo el análisis desarrollado por Solares y Gonzales (obra citada), el


presente cuadro al ordenar la información del Censo Agropecuario de 1950 no
solo por provincias, sino por zonas geográficas, revela la falta de homogeneidad
en la forma como se estructura la tenencia de la tierra, puesto que en cada zona
se ponen en evidencia rasgos más o menos específicos respecto a la relación
entre la gran propiedad y la pequeña propiedad. Así, en los valles Alto y Central, a
contracorriente de lo que sugiere más de un autor, la propiedad hacendal era
dominante en superficie, pero no solo eso, aglutinaba el 54,51 % de la superficie
total de las haciendas en el departamento y casi el 42 % del número total de
dichas unidades. Ocurre que a diferencia de las provincias vecinas, Esteban Arce
(Tarata) era un verdadero reducto hacendal que concentraba el 44 % de la
superficie total de todas las haciendas en el Departamento, en contraposición a
un muy modesto número de propiedades de piquería. Claro está que si se excluye
a esta provincia, en ambos valles prácticamente la pequeña propiedad aparece
como dominante no solo por su número sino por su superficie. En efecto, muchos
cantones de las provincias Quillacollo, Jordán y Arani estaban prácticamente
desmenuzadas por el avance de la propiedad parcelaria, pero aun así el volumen
de hectáreas de las haciendas sobrevivientes se equilibraba con la superficie
ganada por el minifundio o incluso lo superaba. Otra cuestión notable es la
existencia de 36 comunidades en los valles, particularmente en las provincias de
Esteban Arce y Arani aunque muy mermadas en superficie.

36
En las provincias altas (Ayopaya, Tapacari, Arque) que suelen ser caracterizadas
como territorios indiscutibles del régimen de hacienda, el censo también depara
algunas sorpresas: si bien fueron registradas en las tres provincias 686 haciendas
(29 % del total), éstas en términos de la cantidad de hectáreas que detentaban,
no representan sino un modestísimo 8,44 % del total de la tierra hacendal
departamental. En contraposición, en Ayopaya se registraron más de 3.000
pequeñas propiedades y en Tapacarí algo más de 2.600, superando entre ambas
la gran concentración de piqueros de Quillacollo. En este caso, el baluarte
hacendal era Arque, aunque su aporte a la superficie total de las haciendas es
ínfimo. Sin embargo, lo más significativo de esta última provincia, era la nutrida
presencia de comunidades. Específicamente, Arque era la provincia que se
constituía en el último bastión de la propiedad comunal con 63 comunidades
censadas y algo más del 67 % del total de tierras comunales a nivel
departamental.

El Cono Sur también guarda algunas sorpresas: Campero era otra fortaleza de la
propiedad terrateniente con algo más del 27 % del total de tierras de hacienda
registradas en el censo a nivel departamental y una mínima incidencia de
pequeñas propiedades (162) a pesar de que la superficie de estas representaba
el 31,32 % del total censado, lo que hace sospechar que se trataba de estancias o
propiedades en zonas cálidas. La provincia Carrasco (Totora) también estaba
dominada por las haciendas, pero lo notable es que se percibe un crecimiento
significativo de la propiedad parcelaria con la presencia de 1.146 piqueros que
contrastan con las escasas centenas de comienzos del siglo XX. Misque repara
otra sorpresa, pues hacia 1950 estaba tan fragmentada como las provincias de
los valles. En efecto algo más de 4.000 piqueros habían logrado adquirir más del
54 % del total de las tierras provinciales, en tanto las haciendas no solo han
dejado de ser hegemónicas, sino que su superficie total apenas representa el 0,26
% del total departamental. Por último el Chapare muestra el predominio de las
haciendas y una modesta presencia de pequeñas propiedades.

A manera de conclusión, se puede establecer que hacia 1950, no existían ya


“zonas” con ciertas cualidades de homogeneidad respecto a una forma de
tenencia de la tierra que fuera francamente dominante respecto a un grupo de
provincias con similares características ecológicas. Ciertamente, la propiedad
hacendal gozaba de salud aceptable y los resultados del censo estaban muy lejos
de expresar un cuadro de desmembramiento de las haciendas. A diferencia de lo
que pudo ocurrir a fines del siglo XIX e inicios del XX, ciertamente ya no existían
regiones extensas dominadas por la gran propiedad, pero si bolsones provinciales
de hegemonía hacendal en diferentes regiones: Esteban Arce en el Valle Alto,
seguida a bastante distancia por Arani y Tapacarí en las zonas de altura, Campero

37
y Carrasco en el Cono Sur. En las provincias restantes la gran hacienda no estaba
extinta, ni siquiera en el Cercado pese a la expansión de la ciudad. Sin embargo
existían grandes bolsones provinciales de piquería: Quillacollo, Jordan, Arani en
los valles; Ayopaya y Tapacari en las tierras altas; Misque en el Cono Sur.

Esta composición muestra una estructura compleja, si se comprende que las


relaciones de poder en cada zona y territorio expresaban los delicados equilibrios
entre los intereses de una variada gama de propietarios de tierras. En territorios
como Esteban Arze, Arani, Punata, Tapacari, Campero, Carrasco, Capinota y
otras provincias, con diversos matices, el poder hacendal era dominante pese al
avance importante de la pequeña propiedad en varios de ellos. En provincias
como Quillacollo, Jordán y Misque este poder aparentemente estaba muy
mermado y tal vez horadado por el avance incontenible de la agricultura
parcelaria. Luego el paisaje agrario departamental ya no era más el incontestable
paraíso de haciendas de otros tiempos, sino un campo de lucha sobre el que se
gestaba la venidera Reforma Agraria.

En base a todo lo anterior, es posible afirmar, que la parcelación intensiva de la


propiedad rural en 1950, reflejaba un franco retroceso de las haciendas y una
continua expansión de la pequeña propiedad campesina 10. Dichos fenómenos de
contracción hacendal y expansión minifundiaria además, coincidían con el
escenario geográfico donde, desde las primeras décadas del siglo XVIII, se fue
potenciando el mercado interno regional de granos y otros productos de los valles.
En este orden, -sin considerar el exiguo espacio agrícola de la provincia Cercado,
que en 1950 estaba reducido a un conjunto abigarrado de huertos, quintas y
maizales en vías de ser urbanizados- no resulta casual que, el mayor énfasis de
este proceso de parcelación de tierras se diera justamente en zonas directamente
influidas por las grandes ferias de Cliza y Quillacollo, una vez que la dinámica de
esta densa red de comercio y trajines reposaba en la febril actividad de los
piqueros para hacer marchar la agricultura e incluso ampliar su campo de acción
con multitud de actividades complementarias, todas ellas articuladas a los
escenarios donde se desplegaba la economía mercantil, cuyo producto estrella
era sin duda la chicha.

Retomando las reflexiones de Octavio Salamanca anteriormente citadas, se


puede sostener en función de los hechos analizados que, la descripción de la
forma como operaban los agricultores vallunos, incorporando la unidad familiar al
proceso económico y desempeñando en este orden, un rol fundamental la mujer
campesina, que tal visión -por lo menos en el caso de los valles-, se ajusta a la
10 Después de la Guerra del Chaco, el sistema hacendal cochabambino ingresó a un lento proceso de
estancamiento y deterioro, en virtud de que producciones como la del trigo y otros cereales encontraron
fuerte competencia en similares extranjeros importados. (Solares 2011)
38
realidad connotada y es coherente con sus tendencias. No obstante, la pretensión
de la ideología terrateniente, expresada por el citado autor, al presentar el agro
cochabambino como una "tierra de promisión" donde la justicia social se daba por
vía natural, donde los valles eran un paraíso de pequeños propietarios 11 y donde
la prédica contestaria estaba fuera de lugar; no eran más que simples deseos y
fantasías que no se ajustaban a los hechos destacados por el Censo
Agropecuario de 1950, pues pese al avance de la pequeña y mediana propiedad
y a la creciente emergencia de un campesinado libre, la tierra en un 80% todavía
estaba dentro de las fronteras hacendales juntamente con miles de pegujaleros
sometidos a un férreo régimen servidumbral, que desdibujaba esta supuesta
imagen idílica de los valles cochabambinos.

Sin embargo, la limitación del Censo Agropecuario de 1950, es que la realidad


que nos revela se reduce a la del momento censal, pero no al proceso histórico
que condujo a tales resultados. Para mejorar nuestra comprensión de la
estructura agrícola que despliega en cifras frías el citado censo, es conveniente
hilar más fino y proyectar una mirada larga sobre la cuestión de las haciendas y
su siempre difícil relación con los mercados comerciales, dificultad de carácter
endémico que se puede admitir, fue el origen de las presiones para proceder, en
diversos momentos, a la fragmentación de las mismas, como una suerte de
estrategia para paliar con circulante fresco, la falta casi permanente de
rentabilidad en sus operaciones. Se puede afirmar, sin cometer algún tipo de
exageración, que estos males tuvieron su origen en la situación catastrófica y de
prolongada duración que significó la contracción y declinación irreversible del
emporio minero potosino a partir de la segunda mitad del siglo XVII y con
particular intensidad a lo largo del siglo XVIII.

No se debe pasar por alto que el proceso de expropiación-apropiación de las


tierras fértiles de los valles de Cochabamba pertenecientes originalmente a
comunidades andinas con vínculos en las tierras altas y bajas, por los
encomenderos españoles en la primera mitad del siglo XVI, tuvo como referente
central la conjunción de dos factores fundamentales: la emergencia de un centro
minero con un crecimiento demográfico vertiginoso y la existencia providencial de
unos valles excepcionalmente fértiles donde, además de la abundante producción
de maíz, parte de la dieta básica de los mitayos, era posible cultivar el trigo para
proveer de pan, alimento esencial de los peninsulares. En torno a estos dos
factores, se introdujo aceleradamente el régimen de propiedad de la tierra y la
mercantilización de la agricultura, es decir, la rápida transformación de las
11 Sobre este particular Octavio Salamanca sostenía: “En los valles casi ya no existen hacendados, todo está
en manos de indios y cholos, y con dejar que siga este hecho, pronto tendremos la tierra retaceada para
todos, cosas que no han obtenido ni el soviet ruso y nosotros ya hemos logrado este fin, sin derramamiento
de sangre, ni violencias, ni injusticias” (1931:6). Estos mismos argumentos fueron retomados por la Sociedad
Rural en 1952-53 para demostrar que la Reforma Agraria en Cochabamba no era necesaria.
39
encomiendas originales en prósperas haciendas exportadoras de granos 12, al
punto que su importancia estratégica y la necesidad de una infraestructura
apropiada para el comercio de exportación de cereales, fue determinante para la
fundación de la Villa de Oropesa en 1538.

El derrumbe de las ventajas comparativas anotadas por la contracción de la


producción de plata y el descenso igualmente vertiginoso de la población de la
Villa Imperial en el S.XVIII, determinaron el inicio de la larga descomposición de la
economía de las haciendas, que en forma magistral analiza y describe Brooke
Larson (1978) para la última etapa del régimen colonial.

Con el advenimiento de la República, emerge la temible cuestión de la viabilidad


real de liberar a los hijos del Inca de sus cadenas de sumisión colonial y hacer de
ellos ciudadanos independientes. Las banderas independentistas en el Alto Perú y
otras regiones, a lo largo de la guerra contra España, no dejaron de exaltar este
objetivo. La desintegración del sistema económico de reclutamiento forzoso de
fuerza de trabajo (los mitayos) y recolección de tributos a las comunidades que
impuso el virrey Francisco de Toledo en el S.XV, no solo supuso la desarticulación
del entorno económico-productivo que hacía viable la explotación rentable del
Cerro Rico, sino el debilitamiento del sistema tributario, que naturalmente, en el
régimen colonial de castas hispano, recaía sobre los pueblos originarios.

La estrategia de los indios comunarios para escapar a las crecientes y pesadas


cargas tributarias fue emigrar hacia otras regiones, sobre todo hacia los valles de
Cochabamba, que pronto cobraron fama como ámbitos donde se podía evadir y
perforar el régimen tributario, en la medida en que estos migrantes encontraban
acomodo en los porosos resquicios del comercio ferial y la producción artesanal,
donde era fácil adquirir el estatus de mestizo. De esta manera aparecieron en las
comunidades, las categorías de indios originarios obligados a tributar e indios sin
tierra o forasteros13 que no estaban obligados al tributo y que, en muchos casos,
se protegían eficazmente con el barniz de mestizos.

Las insoportables presiones tributarias del régimen colonial para mantener los
niveles de recaudación en favor de la Corona mermados por la crisis potosina,
desembocaron en las grandes rebeliones indigenales de 1780 que abarcaron gran
parte del Virreinato de Lima. Finalmente, la administración colonial y los ayllus,
resolvieron reconocer el tributo como un impuesto que se aplicaba a la
comunidad, pero a cambio de que la Corona española reconociera la propiedad
12 Un análisis de este proceso en el caso del valle bajo de Cochabamba se puede encontrar en Gordillo
(1987).
13 Los indios sin tierra eran aquéllos que al abandonar sus ayllus de origen perdían sus asignaciones de
tierras. Al encontrar refugio en otras comunidades, eran considerados forasteros, por tanto sin derecho a
participar como miembros activos de la comunidad receptora.
40
comunal (Soux, 2008).

El advenimiento de la República de Bolivia trastrocó este delicado equilibrio,


puesto que el Estado Republicano impregnado de ideales de corte liberal dio
forma a un aparato institucional y legal, donde la única forma de propiedad
reconocida y protegida, era la propiedad privada de la tierra. Por ello, no resulta
casual, que la propiedad comunal y el tributo indigenal fueran considerados como
una suerte de resabio colonial que era necesario extirpar. Por tanto, dicho tributo
fue eliminado en 1826 por la administración del Mariscal Sucre, pero luego en
1831, se derogó esta disposición y fue repuesto por la administración del Mariscal
Santa Cruz. En realidad esta cuestión planteaba una suerte de nudo gordiano que
no se podía cortar con un sable. El tributo indigenal hasta fines del siglo XIX fue la
columna vertebral de los ingresos del fisco, por tanto su supresión era
impensable14. Para suprimirlo se debía ejecutar una drástica reforma tributaria que
afectaría al universo total de ciudadanos, cuestión que las elites urbanas y rurales
se negaban a aceptar15.

Esta es la suerte de enredo en que se entrampan los ímpetus liberales para


modernizar el agro y convertir a los comunarios en campesinos modernos.
Ciertamente el Estado Boliviano se negaba a reconocer la propiedad colectiva o
comunal y consideraba que la tenencia de tierras bajo esta modalidad era una
anomalía, puesto que las mismas, al no estar registradas como propiedad privada
en los catastros rústicos, eran, de hecho, propiedad del Estado. Varias
generaciones de tinterillos a lo largo del S. XIX quemaron sus pestañas para
encontrar una salida a este entuerto. De esta manera, proliferaron disposiciones
legales que intentaban obligar a las comunidades a regularizar su situación legal
parcelando sus tierras en parcelas individuales que debían ser adquiridas al
Estado, quien proveería los títulos de propiedad individual a cada miembro de
dichas comunidades. Entonces, diversos intentos, unos más sutiles y otros más
violentos, trataron de romper la estructura social y económica de los ayllus
“desvinculando” a los comunarios de su identidad colectiva y convirtiéndolos en
pequeños propietarios rurales.16
14 Víctor Peralta y Marta Irurozqui (2000) consideran que los tres pilares sobre los que reposaba la política
económica de los gobiernos militares y civiles en buena parte del S. XIX, eran: la contribución indigenal, los
diezmos y el monopolio estatal en torno a la comercialización de la plata.
15 Un estudio pormenorizado de esta cuestión se puede encontrar en Ovando Sanz, 1985.
16 El intento más violento de despojar a las comunidades de sus tierras se dio en 1866 durante el gobierno
dictatorial de Mariano Melgarejo, quien dispuso la venta de las tierras comunales en un plazo perentorio para
que fueran adquiridas individualmente por sus ocupantes, algo inviable para los afectados carentes de
circulante, quienes protagonizaron violentas insurrecciones, sobre todo en los departamentos de La Paz y
Oruro, que culminaron con la caída del tirano y la derogación de la ley. En 1874 la Asamblea Nacional, puso
en práctica la ley desamortizadora o de exvinculación de tierras de comunidad, es decir, se planteaba la
supresión legal de las comunidades indígenas, el libre ejercicio del derecho de propiedad de los indígenas a
título individual, la organización de una revisita general de tierras para aplicar esta disposición y la apertura
del mercado de tierras indigenales. Bajo los preceptos de esta ley se cometieron excesos y despojos, que
41
Estas políticas claramente dirigidas a arrebatar las tierras de las “manos
muertas”17 de las comunidades indígenas para dar apertura a un libre mercado de
tierras que favoreciera francamente el crecimiento de las haciendas y la supuesta
emergencia de pequeños propietarios campesinos; provocó incesantes
levantamientos indígenas en toda la región del altiplano, sin embargo, como
sugieren varios estudios, no sucedió algo similar en las zonas de los valles de
Cochabamba18.

Más allá de las coyunturas diversas y generalmente adversas que experimentaron


las haciendas vallunas a lo largo de los siglos XVIII, XIX y primera mitad del XX,
queda claro que el motivo que les dio origen, es decir, la edad de oro del gran
mercado de granos potosino, era algo que no volvería a ocurrir 19. Tampoco pudo
eclosionar una alternativa empresarial agrícola y menos una perspectiva
agroindustrial en torno a los cereales y otros productos que ofrecían abundantes
las tierras vallunas.

En lugar de ello, la práctica del lamento y la búsqueda de pequeños horizontes


para salvar las necesidades inmediatas fue la tónica dominante. Como sugiere
Brooke Larson:

Con el descenso de la agricultura señorial y del capital comercial y el


concomitante crecimiento de una economía campesina muchos
dieron lugar a nuevas sublevaciones indigenales en el Altiplano, aunque su incidencia en Cochabamba no fue
significativa, puesto que la venta de tierras de comunidad y el debilitamiento de las comunidades,
particularmente en los valles, eran expresiones de una tendencia históricas de vieja data (Rodríguez 1991 y
2014, Sánchez Albornoz, 1978; Antezana, 1992, Ovando Sanz, 1985, Gotkowitz, 2011).
17 Con esta alusión despectiva, las elites gamonales y sus representantes, se referían a las condiciones
arcaicas y en pequeña escala de la producción de los ayllus y las pequeñas parcelas, suponiendo que tales
prácticas implicaban un despilfarro de las tierras laborables, supuestamente en oposición a la alternativa
racional de la agricultura de las haciendas.
18 Al respecto, abarcando varios estudios de caso, tanto en el valle bajo como en el valle alto de
Cochabamba, se pueden consultar, sin ser exhaustivos, los trabajos de Gustavo Rodríguez (1991, 2007,
2014), de José Gordillo y Robert H. Jackon (1987), Guido Guzmán (1999), Walter Sánchez (1993), Alberto
Rivera (1992), Humberto Solares y Evelyn Gonzáles (2010).
19 Los mercados de granos en el altiplano, incluyendo sus grandes centros urbanos eran fuertemente
disputados por las exportaciones de la pequeña producción parcelaria valluna, además la producción de
haciendas y pequeña propiedades de la misma región, la producción triguera de Chayanta, etc. Por otra parte,
el mercado minero era relativamente modesto respecto a los yacimientos argentíferos. De acuerdo a Antonio
Mitre (1981:148) la población de las minas de plata de Huanchaca y Pulacayo en 1870 era de 3.895
habitantes alcanzando a 7. 635 en 1900. Respecto a la población que concentraba la minería del estaño, la
situación demográfica era mucho más dinámica. Según este mismo autor (1993:221), el conjunto de minas de
estaño hacia 1900 concentraban a unos 3.000 trabajadores mineros, alcanzando a los 50.000 en 1940. Sin
embargo, estos mercados era igualmente muy disputados y era normalmente asediados por la oferta de la
producción parcelaria de los valles en contraste con la presencia modesta e irregular de las haciendas, no
obstante, la presencia de la producción hacendal llegaba a ser significativa en tiempos de sequía en
Cochabamba, aprovechando el riego propio de las haciendas y la contracción de la producción de las tierras
de arriendo y los pegujales que dependían del régimen de lluvias.
42
terratenientes se convirtieron en rentistas. Pero a finales del siglo XVIII, un
pequeño segmento de la clase propietaria comenzó a invertir en usura y
sobre todo en diezmos. Para los que especulaban con los diezmos, la
propiedad de la tierra era menos importante como fuente de renta o como
factor de producción, que como garantía contra los riesgos de la inversión
(1982:32)

El diezmo20 fue una de las numerosas estrategias usurarias a las que apelaron los
hacendados para dar liquidez a sus actividades. Otras alternativas se regían por
la regla del “mínimo esfuerzo y la máxima ganancia” que se traducía en la práctica
de realizar las menores inversiones posibles, maximizar la aversión a los riesgos y
explotar a colonos y arrenderos, incluso hasta más allá de lo humanamente
posible. Cada hacienda, en los valles y serranías, se dividía en dos grandes
fracciones: el demesne o sea la porción de tierra irrigada, por tanto la más fértil,
que el hacendado reservaba para sí y cuya explotación queda a cargo de los
colonos; y las tierras sin riego, tanto en los bordes como en el interior de las
haciendas y que, convenientemente fraccionadas, se destinan a la venta cuando
era necesario, pero generalmente al arriendo.

El arrendero además de abonar anualmente un monto en dinero, previamente


convenido, se obligaba a pagar por el acceso al riego y a participar con trabajo
gratuito en las labores agrícolas de la tierra de demesne, incluso trabajar como
“alquilado” en esta misma condición en otras haciendas permitiendo el acceso a
otra fuente de usufructo en favor del patrón y, en fin, plegándose
compulsivamente a obligaciones como la de proveer determinadas cantidades de
muko21, ceder parte de la cosecha de su parcela, obsequiar aves de corral o
ganado menor, etc. al privilegiado dueño de la tierra 22. Por si fuera poco, cada
latifundista solía realizar cuidadosos pronósticos climatológicos para vaticinar
periodos de lluvia abundante o sequía, para definir su comportamiento
económico. Las lluvias abundantes solían ser favorables a los arrenderos que
acudían a las ferias locales o regionales con abundante producción agrícola para
comercializarla a precios bajos; pero en las épocas de sequía, se intensificaba la
producción del demesne aprovechando el riego propio, para ofertar granos y
legumbres a precio de especulación en los mercados de Cochabamba y en las
ferias de Quillacollo y Cliza.
20 Parte del producto bruto de las cosechas, generalmente la décima parte, que los fieles entregaban a la
Iglesia representada por el Poder Eclesiástico, cuyos funcionarios se encargaban de las licitaciones anuales
para la recolecta del tributo que generalmente recaía en las espaldas de los arrenderos y pequeños
productores.
21 Harina de maíz fermentada por la práctica del mukeo, es decir, la masticación de la harina hasta formar un
bolo útil para la producción de chicha. Este producto era muy cotizado en las ferias de Cliza, Quillacollo,
Cochabamba y otras menores.
22 Una descripción pormenorizada de la explotación y los abusos a que estaban sujetos colonos de haciendo
y arrenderos, se puede encontrar en De Jong (1988) y Sánchez, obra cit.
43
Este panorama no variará demasiado a lo largo del siglo XIX. Los intentos
estatales para incorporar las tierras comunales al mercado de tierras, como ya se
observó, no encontrarán resistencia significativa en los valles y tampoco en las
tierras altas. La guerra del Pacifico y sus consecuencias determinan la pérdida de
los mercados de la costa para las exportaciones de Cochabamba. Las arrias que
transportaban granos, tubérculos, aves de corral y otros efectos, tanto de
procedencia hacendal como de los pequeños productores, se interrumpe,
afectando además a las curtidurías y talleres de zapatería que exportaban sus
productos a los citados mercados.

A la conclusión de las hostilidades, Chile impone la presencia de su producción


agrícola e industrial en los centros urbanos del país, lo que provoca una
competencia destructiva para la economía de Cochabamba, agravada por la
presencia de los ferrocarriles en el Altiplano que terminan eliminando las plazas
ceraleras de esa región para el comercio cochabambino. La inauguración del
Ferrocarril Oruro-Cochabamba en 1917, trae consigo nuevas angustias con el
ingreso de harinas chilenas y calzados de la misma procedencia a los mercados
locales. En la década de 1920, las haciendas ven una luz de esperanza con su
participación en la industria alcoholera como proveedoras de maíz para las
destilerías de La Paz y Oruro que abastecen la demanda de las minas, sin
embargo, a finales de la citada década, el levantamiento de la prohibición para la
importación de melazas y alcoholes peruanos y la inauguración del Ferrocarril
Oruro –Villazón–La Quiaca que permite la introducción de maíz blanco argentino
en cantidades que superan la producción valluna, terminan sepultando este breve
auge hacendal (Solares, 1990).

Las haciendas en la década de 1940 han dejado definitivamente de lado su


condición de unidades de producción agrícola rentable y los hacendados han ido
diversificando paulatinamente sus actividades. Sin abandonar el negocio de los
arriendos y la venta de los bordes de sus haciendas a multitud de piqueros o
pegujaleros como una alternativa de monetización de sus arcas vacías, han
convertido sus tierras en objetos de respaldo hipotecario para adquirir prestamos
de los bancos y comprar huertos en la campiña Norte de la ciudad, pero también
adquirir vetustas casonas en el centro de la misma y convertirlas en conventillos
que arrojan utilidades no despreciables por concepto de alquileres, o incluso
incursionar en el comercio urbano abriendo tiendas en diversos rubros (Solares,
2011). La economía del agro queda en manos de miles de familias de piqueros y
arrenderos que, a la manera de incansables hormigas, movilizan sus productos a
las ferias locales e incluso incursionan en el altiplano y las minas. Pero además,
logran dominar en calidad de monopolio, la economía del maíz y la chicha, que

44
pese a los pesados gravámenes municipales y estatales que costean el desarrollo
urbano de la ciudad y las grandes obras públicas, no deja de arrojar jugosas
utilidades a sus principales operadoras, las chicheras (Solares y Rodríguez,
2011).

En suma, como sugiere Broke Larson (1982 y 1992), la respuesta estructural de


los hacendados a la contracción irreversible del comercio de exportación de
granos en el siglo XVIII, no fue la emergencia de un abanico de emprendimientos
empresariales de corte capitalista, sino algo más sencillo, menos riesgoso y más
cómodo: la imposición del sistema de arriendo de tierras y la conversión de la
gran propiedad agraria en fuente de rentas usurarias. Esta decisión no se
modificará a lo largo del siglo XIX y persistirá hasta el final de la primera mitad del
siglo XX. En estos términos, el Censo Agropecuario de 1950, se convierte en una
suerte de radiografía de la sociedad oligárquica cochabambina cargada de
contradicciones pero preñada del nuevo rumbo que tomará la sociedad. Las
grandes propiedades improductivas son el claro testimonio de la decadencia de
una élite gamonal que ha perdido el control de la economía, y por tanto, su
capacidad de mando sobre el resto de la sociedad, lo que era vital para su
supervivencia. Al mismo tiempo que la multitud abigarrada de pequeñas y
medianas propiedades en manos de arrenderos y piqueros, a pesar de no
representar, sino un modesto porcentaje del total de tierras laborables del
departamento, expresa la dinámica del mercado interno regional controlado por la
economía campesina y los matices que tomará la nueva estructura agraria que
irrumpirá con la Revolución Nacional de 1952 23.

23 Una problemática sobre la que vale llamar la atención, es que la gran mayoría de los estudios históricos
desarrollados sobre el agro cochabambino, dirigen su mirada al escenario de los valles centrales y sugieren
que el drama histórico que en ellos se desarrolla, se puede aplicar a la totalidad de las regiones que
conforman la realidad departamental, de esta manera, quedan opacadas y relegas situaciones más específicas
que pueden ser la excepción a esta regla. Este es el caso de las haciendas de la Provincia Carrasco (Totora),
una región, que a diferencia de los valles y las tierras de altura, presenta múltiples pisos ecológicos (valles
templados y cálidos, serranías y yungas) que fueron muy bien aprovechados por los latifundistas. Ésos fueron
capaces de visualizar que la economía de la coca y no la de los cereales, se constituía en el eje de su poder y
de su propia existencia como élite. Luego, fueron totalmente racionales en comprender que su hegemonía
sobre el circuito económico de la hoja sagrada, era el fundamento del ejercicio de su dominio absoluto sobre
la región, al punto que no solo logran prosperidad económica, sino consolidan sobre esta sólida base, una
estructura de distinción, opulencia, honorabilidad, respeto y obediencia, jamás alcanzados por sus pares
vallunos. Las grandes haciendas, alguna sobrepasando las 50.000 Has y otras mayores a las 20.000, se
despliegan sobre diversos pisos ecológicos que abarcan los yungas de Totora y Pocona (Arepucho, Icuna,
Chuqioma o Machuyunga), de tal suerte que permiten la explotación de cocales y resuelven el gran desafío
de transportar las cargas de coca hasta Totora y de allí a los mercados de consumo del Sur de Bolivia y el
Norte argentino. Con el excedente que genera este comercio, Totora se convierte en una ciudad señorial que
pese a su pequeñez, no envidia el lujo y la prestancia de las urbes europeas (Gonzales, 2012).
45
La defensa del último baluarte

Esta amplia visión de la realidad departamental y urbana en los últimos tiempos


del poder oligárquico, muestra no sólo la fragilidad de su base de sustentación,
esto es la posesión hegemónica de la tierra y sus labradores como fuente de
poder y vigencia social, sino también el carácter utópico de sus aspiraciones
modernistas empeñadas en proveer una "nueva imagen" a algunos soportes
materiales de su esfera superestructural, es decir, los afanes para modernizar
algunas zonas de la ciudad de Cochabamba; en tanto languidecían los proyectos
de desarrollo industrial y se contemplaban como hechos extravagantes los
emprendimientos de Simón I. Patiño para modernizar su hacienda de Pairumani
en Vinto, o como esfuerzos exóticos, obras como el embalse de la Angostura, que
finalmente sólo serviría para regar tierras de piqueros.

Volviendo finalmente a la hipótesis inicialmente planteada en torno a la defensa


cerrada de los valores de la sociedad tradicional, se puede inferir que este
empeño parece no referirse tanto, como ya sugerimos, a la calidad de la riqueza
material en juego: el 80% del total de tierras laborables en el Departamento que
equivalen a 2.891.407 Ha. que estaban en poder de 2.357 haciendas, de las
cuales sólo se aprovechaban efectivamente el 2,6% de la tierra disponible, pues
hacia 1950, la expectativa de la agricultura comercial de exportación manejada
por las haciendas no rebasaba esa modesta escala; sino, a la dimensión
ideológica de la cuestión, es decir, lo que se preservaba era un estatus histórico, y
una vieja cadena de privilegios señoriales.

Si bien el dominio de la tierra había proveído renombre, apellido y respeto,


debilitado este cordón umbilical, se luchaba por la preservación de las
apariencias. Un soporte fundamental de este orden ilusorio, era mantener, sino la
realidad hacendal de antaño, por lo menos el buen recuerdo de sus glorias y,
sobre todo, la permanencia de sus instituciones colaterales, y entre ellas la más
apreciada, el derecho a mandar sobre los colonos, cuya sumisión a falta de otros
símbolos, se transformó en el recurso que proporcionaba vigencia, distinción,
prestigio y ¡lo más añorado! un retazo de poder real. Por ello, no era extraño que
una buena proporción de hacendados, desde la década de 1930, se dedicara a
otros negocios como la compra y el arriendo de bienes inmuebles, el loteo de
predios rústicos en las inmediaciones de la ciudad de Cochabamba, se insertaran
en la actividad comercial urbana, incursionaran en las actividades mineras, o
incluso, se convirtieran en pobres de solemnidad, pero cuidando las apariencias,
es decir el despliegue de sus dotes de mando sobre una vasta servidumbre, sino
de pongos, por lo menos de criados. La Revolución Nacional y la Reforma
Agraria, antes que destruir una estructura latifundiaria férrea, propinó un golpe

46
piadoso, a un mundo que se desplomaba lentamente víctima de su propia
inviabilidad. Por ello mismo, la ira de las masas de Abril se dirigirá, sobre todo, a
propiciar la destrucción sañuda de este universo ideológico de figuración y
opresión social.

Sin embargo, lo planteado requiere profundizar más en las cargas ideológicas que
portaban las elites, y en general, la sociedad que las consideraba tales, no tanto
por sus destrezas económicas como por los valores intangibles que operaban
transversalmente y con mucha eficacia, sobre el conjunto de la formación social
valluna.

Como ya se mencionó, de acuerdo al Censo Agropecuario de 1950 existían en


todo el Departamento de Cochabamba 2.357 haciendas. Suponiendo que a cada
una de estas haciendas correspondiera un propietario y su familia. 24 Ello
implicaría, a groso modo, una población de 9.428 personas (cada familia con 2
hijos) u 11.785 (cada familia con 3 hijos) 25. Asumiendo el promedio de ambos
cálculos, se tienen unas 10.605 personas que pertenecerían al sector de grandes
propietarios de tierras. El Censo Demográfico de 1950 arrojaba una población
total departamental de 490.475 habitantes, lo que significa que el universo de
latifundistas y sus familias giraba, en torno al 2,16 % aproximadamente del total
antes mencionado. Es decir, que este minúsculo porcentaje de población, tuvo la
capacidad de imponer sus valores, sus gustos, sus determinaciones políticas y un
orden social fuertemente segregador y racista, sobre el resto de la sociedad,
desde los tiempos coloniales al primer siglo y medio de vida republicana.

El poder gamonal, más que un aparato monolítico de ejercicio del mando sobre la
totalidad del territorio departamental e incluso nacional, se rigió por multitud de
poderes locales (cantonales, municipales, provinciales), donde en cada escenario,
un puñado de familias, en algunos casos incluso desde fines de la Colonia,
lograron ocupar distintos ámbitos sociales y profesionales, operando como un
grupo de influencia y poder que: “se fue perpetuando a través de estrategias
complejas de orden matrimonial, económicas y políticas, hasta constituir lo que

24 Esta suposición puede ser válida para un mayoritario porcentaje de haciendas, sin embargo no se puede
descartar la posibilidad de que un hacendado poseyera dos o más latifundios, como sucedía en la Provincia
Carrasco (Solares y Gonzales, 2010), sin embargo esta situación no alcanzaba niveles de incidencia
significativos.
25 Los datos del censo Demográfico de 1950, definen la existencia de 27.634 familias a nivel departamental,
sin embargo, no se específica su procedencia rural o urbana, por una parte, y por otra, las familias
urbanas en general, aunque no en todos los casos, eran familias patriarcales compuestas por la pareja, los
hijos, pero además, los abuelos, los tíos solteros, los allegados, etc., cuestión que el citado censo no dilucida.
Por esta razón, la composición real de la familia censal adoptada no queda adecuadamente definida. Luego,
el cálculo que realizamos solo tiene valor estimativo, pero ello no cambia, puntos porcentuales más o menos,
la realidad de que el universo poblacional del sector latifundista era marcadamente minoritario con respecto a
la población total.
47
convenimos en denominar una élite tradicional” (Gonzales: 85). Es decir, una
suerte de cofradía cerrada, donde no siempre el mérito por los éxitos económicos
y el despliegue de fortunas logradas en el comercio, la minería u otros escenarios,
la popularidad política, el acceso a la cima del poder estatal o el reconocimiento
de las capacidades intelectuales, se convierten en una carta de presentación
suficiente para pertenecer a tan hermética institución. Para ello es necesario ser
parte del cerrado círculo interno del grupo de familias distinguidas que se
reconocen entre sí, más por su apellido y su árbol genealógico, que por su fortuna
material. Encuentran su identidad en los valores de prosapia y el ejercicio
arbitrario de marcar distancias y diferencias para auto excluirse del común de los
mortales. Como afirmaría Pierre Borudieu (2006 y 2011), el capital simbólico, es
decir, el prestigio que se adquiere desde la cuna por llevar un apellido reconocido,
el habitus distinguido de las gentes que se consideran decentes, el círculo
exclusivo de relaciones entre pares que se reconocen y son reconocidos como
respetables y el convencimiento de que grupal e individualmente son portadores
de valores civilizatorios, vendría a ser el cimiento sobre el que reposaba la
mencionada élite tradicional.

Alberto Rivera (1992:92 y siguientes) señala que en las provincias donde


permanecían los grandes latifundios (Ayopaya, Campero, Carrasco, Arani,
Mizque), era mayor la incidencia de latifundistas que ocupaban posiciones
institucionales, en oposición, a las provincias donde las haciendas coexistían con
multitud de piquerías y propiedades medianas, donde el dominio hacendal desde
posiciones institucionales era menos marcado. Esta connotación sugiere que el
poder gamonal, como se anotó, no era tan monolítico como se podría pensar y
que no solo, en cada región o escenario, podía asumir sus propias modalidades,
sino que incluso en ciertos ámbitos, como el Valle Alto y otros, podía ceder su
preeminencia a otros actores intermedios (notables de provincia como abogados,
comerciantes, curas y otros) que no necesariamente poseían grandes
propiedades. Por tanto en el cerrado círculo de la oligarquía, hacia las primeras
décadas del siglo XX, el ser propietario de fundos, no siempre era un requisito
suficiente para pertenecer al exclusivo Club Social de Cochabamba 26.

Al respecto Rivera anota: “que no por el hecho de ser latifundista y además


accionistas de los bancos o comerciante registrado, se podía pertenecer al Club
Social”. El citado autor anota que la fragmentación de las haciendas complicó
tanto la estructura social vigente, que el simple hecho de ser propietario de tierras
no era garantía para acceder “a los círculos sociales de dominación hacendal”,
donde, no tanto los título de propiedad sobre extensos, medianos o pequeños
fundos agrícolas o incluso la no tenencia de propiedades rurales, no era un
26 Rivera (obra citada:92) anota que de 150 propietarios de tierras registrados en su investigación, solo 18
pertenecían al Club Social.
48
impedimento para pasearse por los salones del Club Social, siempre y cuando, su
vinculación a las altas esferas del poder se diera por algo realmente indiscutible
como el apellido, el origen étnico y la posición institucional que se transfería de
padres a hijos.27 Por ello mismo, las elites tradicionales, de acuerdo con Rivera,
“eran impermeables al acceso de los ‘nuevos ricos’ de la época y de los grandes
latifundistas. Solo una fracción de ellos controlaban el sistema bancario por la vía
de las acciones y de todos ellos, sólo una pequeña minoría pertenecía al
exclusivo círculo del club social” (obra citada: 93).

Desde esta perspectiva, esa impenetrable élite, no solo negaba la necesidad de


una reforma de la estructura agraria y menos aún de la tenencia de la tierra o de
revisar la situación de vasallaje a que estaban sometidos los colonos de hacienda.
Al respecto sostenía un airado personaje entrevistado por Rivera (obra citada:
99):

“La artillería de grueso calibre de los demagogos se ha estrellado contra


estos dos oficios o modos de trabajo, pongo y mit’ani para calificarlos como
un resabio del colonialismo o del feudalismo odioso. Dicen que nadie puede
ser servido por su semejante, pero no hay esclavitud si hay libre contratación
y estos eran servicios pagados de dinero y una especie. Lo mismo sucede en
París en que un par de Francia o un grande de la nobleza que en su modo de
vivir utiliza a un ‘valet de chambre’ o un sirviente como hacían los ingleses de
la India ¿Que de condena hay en todo esto? Hoy en día en todas las familias,
las sirvientas hacen la atención llamémosla domestica como un servicio,
como un oficio igual al de las mit’anis como cocineras profesionales que le
sirven a la patrona sin que nadie observe ni denuncie este nuevo servilismo”.

Otro personaje complementaba al respecto esta ficción idílica:

“Las mit’anis eran ayudantes de la cocinera principal y tenían funciones


específicas...La chiquilla mit’ani convivía en armonía con la familia y esta es
una verdad indiscutible, con las hijas del propietario en la mayor parte de las
casas de hacienda, las veían juguetear en los huertos y jardines, recogiendo
frutas y flores en las horas de descanso, y en las noches a la hora del
‘rosario’ después de la cena, la mit’ani coreaba las letanías y avemarías y en
el día llevaba y recogía a los niños de las escuelas… En las fincas los
propietarios de cultura jamás han ofendido de manera alguna a estas
mujeres, eso ocurría en las fincas de los cholos y de los arrendatarios, jamás
hemos necesitado nosotros de calzones hediondos”.
27 Rivera considera que lo que denomina “elites de propiedad” existentes en las provincias, “podían ser de
cualquier condición social: campesinos agricultores, ex-colonos, chicheros, comerciantes, etc.,
económicamente muy solventes, pero ajenos a los círculos de poder y jerarquía social” (obra citada: 93).
49
Sin embargo, la realidad del agro pre-Reforma Agraria analizada por varios
autores niega totalmente esta idílica armonía de contrarios, y para muestra basta
un botón. Alcides Arguedas un connotado ideólogo de la élite tradicional
expresaba sus ideas acerca de esta basta servidumbre indígena, focalizando en
concreto la situación del pongo, de la siguiente manera:

“Y el indio sujeto a la tiranía del patrón, vivía su pobre y miserable vida en


medio de explotaciones sin nombre, enteramente subyugado a aquél. De
todo le servía y era solo con el sudor de su frente que se alimentaba el
blanco. Su miseria y su ignorancia escasamente servían para inspirar
artículos jocosos a algún foliculario ocurrente y despreocupado, uno de los
cuales daba la siguiente definición del pongo, que es el peón de una
hacienda que por una semana va a prestar sus servicios de doméstico al
patrón en la ciudad llevando consigo el combustible” (sus alimentos):
“Un pongo es el ser más parecido a un hombre; es casi una persona, pero
pocas veces hace el oficio de tal; generalmente es cosa. Es algo menos de
lo que los romanos llamaban res. El pongo camina sobre dos pies, porque no
le han mandado a que lo haga de cuatro: habla, ríe, come y más que todo
obedece; no estoy seguro si piensa...Pongo es sinónimo de obediencia; es el
más activo, más humilde, más sucio y glotón de todos los animales de la
creación” (Arguedas, Vol. V: 218-219).

Los párrafos anteriores son suficientemente explícitos como para abundar en


mayores consideraciones28. En todo caso, cabe aclarar que si bien, Arguedas se
refiere a la condición del indígena en las haciendas del altiplano, la situación de
arrenderos y colonos en los valles no era mejor, tal como muestran numerosas
investigaciones históricas desarrolladas sobre este tema 29.

Las haciendas, como se puede inferir, por sus relaciones sociales internas, antes
que ser empresas productivas capitalistas, eran unidades de explotación
semifeudales y tal como lo afirma Morner (1979:36): “los mercados eran
demasiado pequeños para que los terratenientes obtuviesen verdaderos
rendimientos”, su función -anota el autor citado- era sobre todo, servir como
unidades de producción para proveer comida europea, ante todo trigo y carne
vacuna para la población blanca y maíz para los trabajadores indígenas, cultivo,
28 Sin embargo no se puede pasar por alto el esfuerzo de los intelectuales orgánicos del gamonalismo para
sugerir que la inferioridad del indio respecto a la elite blancoide, no solo era cultural, sino biológica,
amparándose, para tamaño disparate, en las teorías en boga, a fines del siglo XIX, sobre el “darwinismo
social”. Al respecto se puede consultar el sustancioso artículo de Demelas, 1981.
29 Sobre esta cuestión, se pueden consultar los trabajos de Lagos (1997), Rodriguez (2014), Schramm
(2012), Sánchez (sf), Solares y Gonzales (2010) entre otros. Son especialmente explícitos y hasta
desgarradores los testimonios recogidos por Marianne de Jong (1988) para el caso de la provincia Carrasco
(Totora) y otras regiones.
50
este último, que era dominante en las pequeñas parcelas de arriendo, todo esto,
configurando una oferta a escala de la demanda de ciudades, pueblos y centros
de explotación minera con poblaciones que representaban mercados de consumo
de dimensiones discretas, por decir lo menos. Por tanto el apasionado apego a la
tierra por parte de los latifundistas, no se puede explicar desde un punto de vista
estrictamente económico. Entonces, analicemos cuales otros, podían ser los
factores que incidían en este cerrado afán de monopolizar la tierra para sí.
Veamos lo que sugiere al respecto Gustavo Rodríguez (2014:356):

“La hacienda iba mucho más allí de un control del proceso inmediato de
producción, sino que se erigía en un complejo entramado de poder
cultural, simbólico y político. El latifundista controlaba, regulaba y
sancionaba frecuentemente con violencia real o simbólica, las
manifestaciones disonantes, religiosas y políticas de los colonos y las
reducía a un mundo subterráneo que solo `podía expresarse en momentos
de rebelión o de fiesta. Regulaba los contactos entre colonos fuesen
hombre o mujeres, de distintas haciendas y no fomentaba la apertura de
escuelas para hijos e hijas de sus subordinados”

Más adelante añade:

Desde hacía siglos la pequeña élite hacendal controlaba el poder y la


riqueza en la región. De sus filas salían autoridades locales, ministros y
parlamentarios e incluso presidentes como Eliodoro Villazón y Carlos
Blanco Galindo. Salvo violencias y reclamos focalizados en una u otra
hacienda, no habían confrontado una insurrección indígena contundente y
de amplio espectro, salvo la de 1781 que lograron desbaratar rápidamente.
Y aunque su imperio económico estaba menguado desde fines del siglo
(XIX) por la obligada fragmentación de sus tierras, seguían considerando
que los hilos de la potestad de decidir lo bueno y lo malo les correspondía
por derecho que consideraban natural por su origen de clase y de raza”
(obra citada: 178)

Queda claro, que los hacendados eran esencialmente operadores del poder
político y el control social en sus localidades, cantones, municipios, provincias y a
nivel departamental, que copaban los cargos públicos de jerarquía e imponían la
visión de orden y obediencia que correspondía al mantenimiento de sus privilegios
e intereses elitarios. La defensa cerrada de lo que conceptualizaban como
decencia, moral, religión, familia y respeto, eran cuestiones irrenunciables e
innegociables con quienes no pertenecían a su círculo social exclusivo. Las
infracciones se castigaban con la excomunión y frecuentemente la cárcel o algo

51
peor30.

Sin embargo, los terratenientes como clase social, no llegaron a construir un


aparato estatal hegemónico que se amoldara a sus intereses. En realidad, su
única alternativa viable fue servir de furgón de cola a la gran minería de la plata
primero, y luego a la del estaño. Al respecto señala con gran tino Juan Albarracín
(2008):
Desde que el estaño boliviano hizo su triunfal aparición en el mercado
internacional de Londres, poco después del novecientos, lo que hizo el
latifundismo fue acoplársele. En el Palacio Quemado, ni liberales ni
republicanos, llegaron a gobernar por sí mismos con poder autónomo.
Estos sólo cumplían tareas a nivel de la burocracia estatal, ejerciendo
mandatos del poder minero del que, sustancialmente dependían. El poder
real en Bolivia desde la conquista hispana de Potosí, se encontraba en la
minería, no en la agricultura tradicional. La oligarquía rural boliviana,
heredera de la colonia, nunca pudo, a nivel ideológico, crear una
concepción nacional propia de lo que debía ser el Estado boliviano; vivió
financieramente, de la mina, desde cuando hubieron ingresos mineros;
cuando la minería caía en crisis, faltaban recursos nacionales; cuando
estos entraban en auge, aumentaban los ingresos aduaneros (plata,
estaño) (obra citada: 19).

Ciertamente, la gran hacienda nunca pudo superar su herencia colonial, a tal


punto, como sugiere el autor antes citado: “El país en lo principal, comía de la
producción agrícola campesina salida de las manos de los indios. La oligarquía
no pudo desarrollar la agricultura y al no hacerlo, mantuvo el régimen colonial
anterior a 1825” (2008: 34). Incluso, jugando el rol de apéndices de la gran
minería, los negocios de los hacendados vallunos, en relación al abastecimiento
de las minas de estaño, y antes, los yacimientos argentíferos, no arrojaron
beneficios expectables, y pese a tener a su disposición la fuerza represiva del
Estado, nunca pudieron frenar la competencia de los pequeños productores
campesinos que abastecían de harinas, cereales e incluso chicha, a la urbe
paceña, Oruro y las minas, con mucha mayor eficiencia que las haciendas. En
realidad, el rol que jugaban los gamonales vallunos y de otras regiones, no giraba
en torno a la importancia económica de su articulación con la burguesía minera,
sino a la transcendencia política de mantener en paz, a un país mayoritariamente
campesino, cuyas iras esporádicas se dirigían a repudiar la servidumbre colonial
imperante en los latifundios, pero no, a orientar su lucha hacia la columna
vertebral del sistema que los mantenía oprimidos, es decir, la gran minería. A
30 La estrecha vinculación entre la élite tradicional y la Iglesia se constituía en una suerte de sólido pilar
para mantener la disciplina y el orden sobre el resto de la sociedad. El “temor a Dios” se extendía al temor a
la autoridad de turno y a las consecuencias que suponían violar el orden divino y terrenal de las cosas.
52
cambio de tan importante papel, se conformaban con acceder a cargos
ministeriales y otras funciones públicas menores dentro del aparato estatal
dominado por los patriarcas de la plata primero, y luego, por los barones del
estaño. Sin embargo, más de un latifundista paceño y algún cochabambino,
llegaron a ocupar la primera magistratura, aunque sin modificar su dependencia
respecto al verdadero poder económico que gobernaba el país.

En suma, la propiedad de un latifundio, por retaceado e improductivo que fuera,


pero vinculado a una cuna noble de nacimiento, confería estatus y poder. Ambos
a su vez elevaban a sus poseedores a la cima del orden social local, sin importar
necesariamente sus cualidades intelectuales o morales. Como señala Bordieu, la
acumulación de poder simbólico se decanta en poder real y virtual sobre el
entorno social inmediato y mediato. Veamos como, un acucioso estudioso de la
cuestión agraria en América Latina describe la complejidad de este poder:

“El latifundio señorial (esto es, el que recogió las tradiciones de dominio
sobre la tierra y la ideología de ‘encomienda’ sobre la población indígena)
se constituye como una constelación de poder articulado al monopolio
selectivo sobre la tierra agrícola y al dominio paternalista sobre la mano
de obra adscrita servilmente a esa tierra. Progresivamente el monopolio
sobre la tierra fue ampliándose y transformándose en control hegemónico
sobre los servicios institucionales, sobre los recursos técnicos y
financieros y, finalmente, sobre los sueltos mecanismos de la
representatividad. Dentro de este esquema, el latifundio señorial era
mucho más que una forma de concentración de la propiedad sobre la
tierra y de recaudación de renta fundiaria, obtenida por medio de
colonos, aparceros, arrendatarios, minifundistas y peones: era una
constelación social de poder y, desde luego, un sistema de vida capaz de
seguir sus propias normas de crecimiento. Esa economía se caracterizó
por estar cerrada abajo al nivel de la población campesina sujeta al
dominio señorial y abierta arriba, en cuanto la empresa patronal se
reservó el monopolio de la comercialización de productos agrícolas con el
sistema superior de mercado (ciudades metropolitanas grandes o
pequeñas) (García, 1972: 187)31.

Todo lo anterior nos conduce a un pregunta crucial: ¿Cuál era el fundamento de la


ideología señorial y como ésta pudo ser dominante en una formación social como
31 La cuestión del monopolio de comercialización de la productos de las haciendas con las ciudades
mayores, hasta cierto punto pudo ser cierto para el caso del altiplano y otras regiones. Sin embargo en el caso
de Cochabamba, la ciudad capital y otras se abastecían de la producción agrícola parcelaria que concurría
semanalmente a las grandes y pequeñas ferias de los valles. Solo en épocas de sequía más o menos
prolongada se hacía presente la producción de las haciendas, merced a que sus tierras de demesne tenían
riego propio y no dependían del régimen de lluvias.
53
la cochabambina, atravesada por profundas contradicciones, tales como la
emergencia de un campesinado libre mucho antes de la Reforma Agraria?

Es sabido que el orden colonial, que formalmente fue derrocado por la victoria de
las armas de los ejércitos libertadores y dio paso a la fundación de repúblicas
independientes, entre ellas la República de Bolivia, a lo largo y ancho del
continente sudamericano de habla hispana desde las primeras décadas del siglo
XIX, dio paso a un nuevo orden formal en términos político-institucionales, pero no
necesariamente en cuanto hace a la base económica del viejo régimen, y menos
aún, en cuanto a las razones ideológicas que sustentaron la superestructura de la
división de castas y razas, que en realidad eran los verdaderos pilares del
régimen hispano, que formalmente fue removido por las ideas libertarias, pero en
realidad las nuevas elites emergentes se las ingeniaron para que no perdieran
vigencia y eficacia. En suma la figura republicana era una suerte de oropel que
escondía la vigencia y la buena salud de la realidad colonial, esta vez ejercida por
los formalmente patriotas criollos.

Pero sigamos persiguiendo el rastro a la cuestión planteada. Como nos enseñan


desde el colegio, los buenos profesores de historia, la encomienda fue, junto con
las mercedes de tierras, el antecedente sobre el que tomaron forma las
haciendas. La primera institución, proporcionaba a los conquistadores hispanos
que sobresalían en sus hazañas, el derecho a poseer tierras o minas y explotar la
mano de obra de los aborígenes a título gratuito. Es más, los indios que vivían
dentro de los límites de la encomienda llamados yanaconas o indios
encomendados, pagaban tributo y prestaba servicios al encomendero. Por tanto,
la encomienda era un instrumento fundamental de la conquistas y una forma
efectiva de dominación sobre la tierra conquistada y sus habitantes, los indios, a
quienes se explotaba hasta más allá de su capacidad física (Kay, 1980).

En el caso de Cochabamba, las haciendas se fueron consolidando a lo largo de


un siglo, entre mediados del XVI y mediados del siglo XVII, tiempo que tomó el
saneamiento y la titulación de las tierras. Sin embargo, ello no impidió que las
mismas, operaran como unidades de explotación agrícola vinculadas a la
exportación de granos hacia el emporio minero potosino (Gordillo, 1987). En la
última etapa colonial, la tierra hacendal en los valles centrales, como ya vimos,
estaba erosionada por la fragmentación de las mismas y la emergencia del
régimen de arriendo como una consecuencia colateral del declive de la minería de
Potosí. Además, como efecto de la Guerra de Independencia, muchos
hacendados hispanos vendieron sus tierras a los criollos e incluso muchos de
ellos ya eran propietarios de las mismas desde fines del siglo XVIII (Larson,
1978). En suma, pese a que las haciendas ya no generaban las rentas de antaño,

54
los herederos criollos de los antiguos encomenderos, en los albores de la
República, consideraban que su tenencia era un instrumento de poder nada
desdeñable.

El escenario de las ideas de la clase dominante, desde la fundación de la


República se expresaba en dos vertientes, los liberales apegados a las ideas
libertarias, como: eliminar el tributo indigenal, separar el Estado de la Iglesia,
permitir el acceso a la educación al conjunto de la población, etc. y los
conservadores que aconsejaban prudencia en el manejo de la administración del
gobierno, sobre todo, no alterar el orden heredado de España y no poner en duda
los derechos adquiridos sobre la propiedad privada. La cuestión del “orden”
convertida en una suerte de bandera, era la idea central de la predica
conservadora.

Sin embargo, este discurso sobre la necesidad de conservar el orden heredado,


ocultaba la preocupante percepción de que el proceso independentista y la
proclamación de la República, habían transformado la sociedad y en cierta forma,
trastocado el valor de todas la cosas. La sociedad emergente era, quiérase o no,
diferente a la sociedad tradicional y por tanto, su devenir estaba preñado de
peligros. Para muchos, resultaba no solo indeseable, sino incompatible con las
costumbres del país, introducir reformas europeizantes o copiar el modelo
norteamericano, para reemplazar la tradicional sociedad de castas y erradicar las
desigualdades seculares. En realidad, es difícil hablar de una doctrina
conservadora y de unos personajes ilustres que la cultivaran, esto por qué, como
sugiere Romero (2001:133):

“En el fondo, el pensamiento político conservador era esencialmente


pragmático. Consideraba que la realidad -en todos sus aspectos:
socioeconómico, político, ideológico, religioso- era algo dado y constituido
en un pasado remoto por obra divina o, acaso por un pacto social, que
debía mantenerse inmutable o con el menor cambio posible. Y no se
consideraba necesario argumentar sobre un hecho de tan inequívoca
evidencia”

En buenas cuentas, el pensamiento conservador, más allá de sus distintas


variantes desplegadas en cada escenario político especifico, se mantuvo firme en
la defensa de su núcleo duro original: perpetuar una concepción de la vida
materializada durante la época colonial, inseparable de la tradicional posesión de
la tierra y la cualidad única de la élite por su origen noble, por el color de su piel y
su intelecto superior, que le concedían una suerte de derecho sagrado para
ejercer el comando del conjunto de la sociedad. La irrenunciable posesión de los

55
privilegios heredados desde el tiempo colonial y la certidumbre absoluta de que
los mismos les correspondían por derecho cuasi divino, se convirtieron en
patrimonio de los sectores apegados a las tradiciones y los valores articulados al
apellido y el abolengo.

La imposición de este ideario sobre el resto de la sociedad, vino acompañado por


un poderoso e incondicional aliado: la Iglesia, institución que fue capaz de
convertir en valores simbólicos los intereses de las elites y hacer que la predica
del orden y la permanencia de las desigualdades, es decir, los privilegios en favor
de unos y en desmedro de otros mayoritarios, se homologara con la voluntad de
Dios. Situación que en gran medida todavía se puede percibir, con menor o mayor
fuerza, en pleno siglo XXI.

En consecuencia, lo que estaba en juego, en el caso de Cochabamba, no era ni


mucho menos, el destino de unas haciendas en cuasi quiebra, sino el peligro
inminente de la pérdida de los viejos privilegios y la preeminencia de los apellidos
de los notables, es decir el capital simbólico de respeto a la prosapia, la
obediencia y la posición social.

56
CAPITULO II
EL DERRUMBE DEL VIEJO ORDEN.

La realidad nacional y las tareas de la Revolución de Abril

Los rasgos contradictorios que caracterizaban a Cochabamba en 1950 no eran


exclusivos de esta región y abarcaban, incluso con matices más álgidos, al
conjunto del país. La inviabilidad para seguir conduciendo el timón de mando que
anotábamos, con respecto a la cada vez más debilitada vigencia de la oligarquía
terrateniente valluna, formaba parte de la profunda crisis que carcomía el
denominado súper Estado minero en alusión al enorme grado de servidumbre que
caracterizaba la relación entre el Estado Oligárquico y la gran minería del estaño.

Los objetivos y el alcance de este trabajo no hacen propicio ingresar en el detalle


de los antecedentes y episodios políticos, sociales y militares que precipitaron la
Revolución del 9 de Abril de 1952, no sólo porque sobre este particular existe una
amplia bibliografía, sino porque sus antecedentes se amplían al tratamiento de un
conjunto de materias y situaciones que tienen que ver con una historiografía
política, económica y social del país que excede los límites de la labor propuesta.
Simplemente como una introducción a las cuestiones concretas a tratar,
trazaremos algunos rasgos de la realidad nacional en 1950.

Como es sabido, el poder de los barones del estaño sobre la vida económica del
país era incuestionable, las tres grandes empresas mineras controlaban el 80%
de las exportaciones nacionales, y en la década de los años 30, dichas empresas
llegaron a producir hasta un 25% del estaño mundial. "La rosca" como denominó
el pueblo a este consorcio hegemónico, no sólo dominaba el comercio
internacional, sino que había establecido una alianza tácita con los grandes
terratenientes del Altiplano y los Valles para garantizar la "paz interna" que
requería la explotación minera, así como había colocado en puestos claves del
aparato estatal a un conglomerado de abogados y políticos que con frecuencia
oficiaban de ministros, pero que en realidad se desempeñaban como empleados
de Patiño, Hoshschild o Aramayo. El resultado de todo esto, era el predominio de
una situación de estancamiento y atraso que envolvía el conjunto del país, con
excepción de la urbe paceña articulada a los enclaves mineros 32. En este orden de
cosas el PIB nacional alcanzaba escasamente a 118,6 dólares per cápita, es decir
colocaba a Bolivia entre los países más pobres de América Latina. Por otra parte
más del 72% de la PEA se dedicaba a labores agrícolas, sin embargo la gran
masa campesina en 1950 ocupaba menos del 2% de las tierras agrícolas en
32 Sin embargo el “progreso” de La Paz tenía un sentido altamente elitario y solo favorecía a un puñado de
grandes comerciantes, castas militares y personajes encaramados en el poder, en tanto miles de familias
obreras y de clase media estaban en la miseria.
57
condición de propietaria, sin embargo, era capaz de generar una riqueza
equivalente al 33% del PIB nacional. La industria apenas ocupaba el 4% de la
citada población económicamente activa y, sólo aportaba en conjunto al 9% del
PIB. La minería empleaba el 3,2% de la PEA y producía el 25% del PIB. De los
tres millones de habitantes que registró el Censo Demográfico de 1950, sólo el
22% vivía en núcleos urbanos mayores a 2.000 habitantes. Bolivia tenía menos
escuelas que el Paraguay y el analfabetismo alcanzaba al 70% de la población.

Al lado de estos índices de atraso estructural, se ubicaban aquellos factores de


comportamiento económico que acentuaban la penuria de la población. De esta
forma entre el inicio de la guerra del Chaco y 1951 el índice del costo de la vida a
nivel nacional había ascendido al 5.041%, mientras que el tipo de cambio pasó de
30,14 bolivianos por dólar en 1938 a 176,11 en 1950. Para rematar, Bolivia un
país eminentemente agrícola, sufría de carestía de alimentos básicos, merced a la
extrema irracionalidad con que se explotaba el agro, de esta forma, más del 18%
de las exportaciones -harinas, carne, azúcar, etc.- eran alimentos que
tradicionalmente los producía el país. En fin, las continuas bajas en la cotización
del estaño, ocasionadas por la escasa demanda que trajo consigo el fin de la
Segunda Guerra Mundial, y en 1951-52, el armisticio en la Guerra de Corea,
terminaron por minar esta frágil estructura, al punto que en 1952, la Junta Militar
sólo disponía de 30 dólares por cada habitante del país en su magro presupuesto
(Dunkerley, 1987: 18-19)32.

La insurrección de Abril, al margen de la coyuntura política que la originó,


constituyó finalmente la respuesta que encontró la nación para alcanzar una
viabilidad y dar una proyección favorable a su porvenir. Si la tarea de las fuerzas
nacionales consistía en sustituir "la estructura semi colonial subdesarrollada y
extremadamente dependiente", en transformar el carácter de la minería convertida
en un "verdadero enclave colonial" y consolidar en su lugar un verdadero Estado
Nacional Moderno (Bedregal, 1967), la contribución de las fuerzas progresistas
regionales de Cochabamba a esta magna tarea, pasaba por la sustitución del
viejo orden oligárquico feudal sustentado en la posesión hegemónica de la tierra y
un andamiaje de privilegios erigidos sobre esta base, por un ordenamiento social
más democrático, que cumpliera esencialmente la tarea de eliminar el régimen de
coerción sobre la fuerza de trabajo, ampliara el universo de pequeños propietarios
a costa de las antiguas tierras hacendales, y sobre todo, liberará las fuerzas del
mercado de las barreras jurídicas, ideológicas y sociales que frenaban su
expansión, y con ello, poder dar curso a la única alternativa real de desarrollar las
fuerzas productivas en la región, superando la persistente crisis agraria y el
prolongado estancamiento de la economía de Cochabamba.

58
La oligarquía y la cuestión del indio.-

Como toda sociedad oligárquica nutrida largamente con los valores coloniales,
como ya vimos en el capítulo anterior, la de Cochabamba era profundamente
racista. "El problema del indio", era el tema que arrojaba sombras, evocaba
fantasmas y convocaba oscuras amenazas que intranquilizaban continuamente a
las élites locales.

En lo íntimo de sus tertulias, e inclusive en diversos momentos de su vida pública,


los patriarcas vallunos solían dar rienda suelta a sus prejuicios culturales y
raciales, y continuamente se evocaban las antiguas matanzas de españoles y
criollos en manos de las huestes de Tupac Katari y Tupac Amaru, o las más
contemporáneas, masacres de distinguidos chuquisaqueños en Ayo Ayo a manos
del "Temible" Willka Zárate, o de los hacendados de Ayopaya que se enfrentaron
a la sublevación de indios de 1947, etc., y que servían para reforzar
continuamente la idea de que los indios -incluso los amestizados vallunos- eran
seres rencorosos, taimados y vengativos. Por ello con frecuencia -contemplando
la actitud aparentemente sumisa de los colonos- se parafraseaba el veredicto del
escritor peruano Enrique López Albujar:

“El indio es una esfinge de dos caras [...] la primera le sirve para vivir entre
los suyos, la segunda para tratar con extraños [...]. Bajo el primer aspecto
es franco con el trato [...], bajo el segundo, hipócrita, taimado, receloso,
falso” (citado por Salamanca, 1931).

Haciéndose eco de esta prejuiciosa y racista visión, Octavio Salamanca resumía


el sentir generalizado de los hacendados cochabambinos cuando señalaba:

“Los indios están constreñidos en sus venganzas sólo por el poder de la


fuerza, tienen constantemente al ejercito armado de rifles de repetición, de
cañones, de tanques, de gases asfixiantes, de aviones y telégrafos, frente
a ellos [...] cuando por cualquier motivo se sienten seguros que no vendrá
la represión violenta y mortal, se muestran como son, unos salvajes.”
(Salamanca, 1931: 195).
La cuestión del indio en el imaginario de los conservadores y, con muy pocos
matices distintivos, en el de liberales, queda claramente expresado por Broke
Larson (2001):

“En el emergente positivismo liberal, el indio fue reconfigurado como un


sujeto empobrecido, desafortunado, iletrado e incivilizado (un lejano
lamento de sus ilustres ancestros tiawanacotas e incas), quien

59
permanecía en los márgenes de la economía de mercado, desinteresado
e incapaz de cualquier iniciativa mercantil o productiva. Obviamente, la
concepción del indio como una inmisericorde criatura que vivía más allá
de las fronteras de la civilización (y del mercado) reflejaba, y al mismo
tiempo, legitimaba tanto el asalto estatal como las fuerzas económicas
desencadenadas en esta época en contra de los ayllus. (Obra citada: 30)

Sin embargo, la Revolución de Abril de 1952, en el marco regional significó la


incorporación plena de estos temidos salvajes a la vida ciudadana:

A partir de acá, todo deberá resolverse teniendo en cuenta a los indios que
se vuelven por vez primera y para siempre en hombres interiores al marco
humano del Estado, hecho que implica una vasta democratización de la
sociedad boliviana (Zabaleta, 1977: 107).

Esta incorporación, que en cierta forma representa la transformación profunda y


radical de la sociedad cochabambina, no estuvo libre de conflictos y "ajustes de
cuentas" con las viejas castas que intentaron identificar el poderoso movimiento
social campesino con el avance de la barbarie sobre la civilización señorial. Por
ello, fueron motivo de gran revuelo y pesadumbre en los círculos hacendales, más
que las invasiones de fincas y las huelgas de brazos caídos con que se
saboteaban en 1952-53 las labores agrícolas; la estremecedora noticia de que los
indios de la hacienda de Pairumani se habían comido a la parrilla los finos
reproductores lecheros traídos por Patiño desde Holanda, o que los colonos de
Aramayo en sus fundos de La Paz se habían permitido zapatear con sus mulas
las finas canchas de tenis preparadas con polvo de ladrillo inglés 33. En suma lo
más temido por las clases dominantes no era la pérdida de unas haciendas que
desde hacía mucho tiempo sólo arrojaban pérdidas o rentas mínimas y muchos
dolores de cabeza, como ya constatamos, sino la subversión de los valores
establecidos, la ruptura de la tradición señorial y la cancelación de los privilegios
coloniales34.

La subversión del "anciene regime" cochabambino, si bien tuvo expresiones


urbanas significativas tomó como escenario principal las áreas rurales, allí donde
reposaba la esencia material del poder oligárquico.

33 Episodios mencionados por Zabaleta, 1977: 107.


34 Con respecto al enorme arraigo de la tradición, el autor de “Pueblo Enfermo” sostenía: “En
Cochabamba, por su situación aislada poco cambiaban las costumbres y no se renuevan casi nunca (...) los
hombre crecen y se desarrollan bajo una modalidad uniforme y para ellos, casi es un crimen, romper de
hecho con lo tradicional” (Arguedas: 1937, citado por Miguel de Unamuno, Prensa Libre Nº 1150,
15/09/1964).
60
Los antecedentes de la movilización campesina de 1952-53.

Los Valles de Cochabamba no fueron en el siglo XVIII y XIX testigos de grandes


alzamientos indigenales, si se comparan las confrontaciones locales con las
sublevaciones que periódicamente sacudían el Altiplano Boliviano.

Si bien, el antecedente de insurgencia más remoto y mejor conocido, fue el


protagonizado por Alejo Calatayud en 1730-31 y originado en la revisita ordenada
por el Virrey del Perú José de Armendáriz, Marqués de Castelfuerte, con el
propósito de hacer un censo de la población indígena y mestiza en los valles de
Cochabamba a fin de reorganizar la cuota de la mita y extender el universo
tributario, dicha rebelión, comandada por criollos y mestizos, (O'Phelan, 1988;
Larson, 1978; Rodríguez, 1991) no expresó necesariamente el sentimiento de las
masas indígenas agobiadas por exacciones, corrupciones y tributos, sino, la
cerrada oposición de éstos a la pretensión de ampliar esta condición a dichos
actores, muchos de ellos propietarios de tierras y artesanos.

Las grandes sublevaciones de 1780-81, a las que aparentemente no se plegaron


los indios de los valles de Cochabamba, los que, por el contrario -sobre todo la
población mestiza y criolla- apoyaron la causa real, apoyo que incluso mereció
que la Villa de Oropeza adoptara el rango de Ciudad, expresa un punto de vista
de la historia oficial, que no necesariamente refleja la realidad de los hechos.
Cochabamba no permaneció indiferente al movimiento encabezado por Tupac
Amaru y los hermanos Katari. Estudios realizados en torno a esta cuestión
permiten establecer que a principios de 1781 la rebelión indígena alcanzó
Cochabamba, abarcando una extensa zona que incluía las alturas de Tapacarí,
toda la región fronteriza con Oruro y Potosí, e incluso tomando localidades del
Valle como Anzaldo y los pueblos de Pocona y Tin Tin en el Valle de Mizque
(Rodriguez, 1991). Como parte de estos hechos se destacan dos episodios: a
fines de febrero de 1781 se subleva Martín Ucho en la hacienda de Sacabamba,
extendiéndose la acción de los rebeldes desde el valle de Cliza hasta el río Caine,
prolongándose la misma hasta mayo del año citado en que muere el caudillo
(Rodríguez, obra citada). El mismo año y paralelamente a la acción anterior, los
indios de Tapacarí reunidos en la hacienda de Challa descendieron de las
montañas y asaltaron el pueblo y la parroquia del mismo nombre, ultimando a 400
personas. En marzo de 1781 se libró una sangrienta batalla en el cañón de la
quebrada de Tapacarí donde perecieron 500 indios. Sin embargo fue necesaria
una segunda expedición para someter dicha jurisdicción a costa de otra batalla en
el mismo poblado donde murieron otros 400 indios y 40 españoles. (Larson,
1978).

61
En el siglo XIX y XX fueron frecuentes las rebeliones en las alturas de Arque,
Tapacarí y Ayopaya, sin embargo no existen estudios sobre este particular y
apenas noticias sueltas y dispersas en la prensa de la época, no obstante, los
valles estuvieron relativamente exentos de estos episodios e incluso la gran
sublevación del Willka Zárate en 1899-1900 no tuvo repercusiones concretas.
Estas connotaciones se vinculan sin duda con el debilitamiento del sistema
hacendal en los valles y el consiguiente fortalecimiento de un campesinado que
en grado significativo se había liberado de las formas compulsorias de
explotación, lo que no ocurría necesariamente con las "provincias altas" limítrofes
con los departamentos de Oruro, Potosí y La Paz. Disposiciones como la "Ley de
Exvinculación" de 1874 y otras, sobre todo, los excesos cometidos por Melgarejo,
que dieron lugar a grandes revueltas en el Altiplano; en los valles fortalecieron el
mercado de tierras. De esta manera, se favoreció no sólo el fraccionamiento de
las haciendas, sino el aporte a este proceso, de las tierras de las comunidades
indígenas35, tal como ya se observó en el capítulo anterior (Rodríguez y Solares,
1990).

En general en los valles de Cochabamba no se produce el modelo de expansión


de la frontera hacendal descrito por Silvia Rivera (1986). Es decir, que la Ley de
Exvinculación al no promover el latifundio -como en el caso del Altiplano-, pero sí
ampliar el universo de los pequeños campesinos, particularmente en el periodo
1886 a 1900, tampoco hizo necesario el afloramiento generalizado de situaciones
de conflicto y rebelión. Por todo ello desde fines del siglo XIX, prácticamente en
los valles no existía la propiedad comunal, salvo en el caso de las las
comunidades que circundaban los pueblos de Sipe Sipe, Paso y Tiquipaya que
mantenían tierras que habían recuperado de las expropiaciones melgarejistas,
aunque sin influir mayormente en la estructura de la propiedad rural donde
predominaba, por un lado, el régimen de arriendo de tierras hacendales, y por
otro, la propiedad privada de la tierra que favorecía a hacendados y pequeños
agricultores.

Pese a todo ello, como afirmamos anteriormente, Cochabamba no fue un oasis de


paz social: “Los conflictos en el agro, entre patrones y colonos, menudearon,
como los hubo también entre fracciones de terratenientes por el control de la
sociedad rural, aguas o linderos.” (Rodríguez y Solares, 1990: 38).

En el siglo XIX y la primera mitad del XX, la Hacienda de Cliza de propiedad del
Monasterio de Santa Clara fue el principal latifundio y la principal fuente de
conflictos locales. En 1881 poseía una superficie aproximada de 2.550 Ha. (860
fanegadas), sin embargo, debido a reiterados parcelamientos y subdivisiones de
35 Entre 1878 y 1900, los indígenas comunarios (en Cochabamba) vendieron 2.718 Has que representaban
78 % del total del de sus tierras -3.644,23 has -.(Rodríguez y Solares, obra citada)
62
fracciones menores, en 1915 la extensión de la Hacienda se redujo a 1.000 Ha.,
que nuevos fraccionamientos la redujeron a 400 Ha. en 1926. (Pardo, 1988). En
el último año citado (1926), el cantón Cliza que incluía la hacienda, registraba en
su catastro 1.112 propiedades, de las cuales casi un 48% eran menores a una
hectárea. Pero además siete latifundistas, cuyo origen reposaba en la adquisición
de tierras al Monasterio, compartían con la Hacienda Santa Clara un 37% de las
tierras del cantón. En años posteriores la fragmentación continuó, y este proceso
fue el que generó conflictos y varias revueltas campesinas. Por ejemplo, la
necesidad de construir el templo de Santa Clara en Cochabamba (1912), estimuló
la división de la hacienda en dos grandes fracciones, una de las cuales, a su vez
fue subdividida en 17 parcelas, 3 de las cuales fueron subastadas públicamente
para la finalidad señalada, lo que originó problemas legales que no es el caso
detallar. Sin embargo estos enredos jurídicos permitieron a los colonos instaurar
juicios contra las monjas, "demandando se les declare dueños legítimos de las
parcelas que ocupaban" por haber transformado en productivos terrenos baldíos y
yermos (Pardo, obra cit.).

Fueron episodios como este, los que dieron paso a una nueva forma de lucha por
la tierra, esta vez ya no se trataba de la defensa de tierras de la comunidad, sino
de la aspiración a la propiedad individual. Lo que sigue, como veremos más
adelante, desembocó en la fundación, en 1936, del primer sindicato agrario en
Cochabamba el Sindicato de Ana Rancho que se planteó como objetivo: el
arrendamiento de tierras y luego su compra por los colonos, provocando la alarma
entre los hacendados. Luego de muchos conflictos, incluso el confinamiento de
los dirigentes del sindicato, finalmente entre 1941 y 1942 más de doscientos
colonos compraron 217 Ha. (Dandler, 1984, citado por Rodríguez y Solares,
1990), Rodríguez, 2011, Schelchkov, 2018.

Adicionalmente, Schelchkov (2018), señala que durante el gobierno del Gral.


David Toro, el movimiento obrero del país, así como los sectores socialistas
exigían la abolición del pongueaje, llegando a presentarse un proyecto de ley en
este sentido, pero que no prosperó en su promulgación. En contrapartida, el
gobierno militar prefirió orientar su accionar apoyando el movimiento pro
educación de los indígenas36. Según el Gral Toro, el indígena debía ser un agente
activo en la economía y había que integrarlo al mercado, pero para ello era
necesario educarlo. Siguiendo esta pauta, Elizardo Pérez y Eduardo Arze Loureiro
crearon en el valle de Cliza una escuela semejante a la de Warizata, en tanto el
régimen militar se aventuró en los primeros experimentos de Reforma Agraria.
Estos hechos causaron gran conmoción entre latifundistas e indígenas,
36 El 2 de Agosto de 1937 se organizó las Escuela-Ayllu de Warisata y para celebrar este acontecimiento, los
militares decretaron que en conmemoración a este acontecimiento se celebrara el Día del Indio (Bonifaz,
1953, citado por Schelchkov, obra citada).
63
focalizándose la agitación en torno a la cuestión de la Hacienda Santa Clara, la
misma que desde 1715 pertenecía al monasterio del mismo nombre y que las
sucesivas malas administraciones la convirtieron en un foco de agitación continua.
A este respecto, el autor antes mencionado, (citando a Dandler, 1983) nos brinda
el siguiente relato:

“A comienzos de la década de 1930 el monasterio arrendó a algunos


campesinos que juntaron su dinero producto de su trabajo en las minas y
en las fábricas de las ciudades. Posteriormente las monjas arrendaron
todo el predio a un tercero con mano de obra incluida. Como era de
suponerse, la explotación a los campesinos por el hacendado arrendador
fue tan despiadada, que en Octubre de 1935, estalló un levantamiento
encabezado por los hermanos Delgadillo, excombatientes del Chaco. Los
rebeldes estaban vinculados a los vecinos del pueblo de Cliza, donde
vivían muchos excombatientes, ellos contactaron a los campesinos con el
abogado Arze Loureiro, conocido marxista y filotrotskista, quién organizó
clandestinamente un sindicato de los trabajadores agrícolas bajo el
amparo de una escuela fundada por él (…) Los campesinos de Santa
Clara exigían liquidar el subarriendo de los terrenos.” (Schelchkov, obra
citada: 208).

Simultáneamente a los hechos relatados, el Ministerio del Trabajo del régimen de


Toro, trató de inmiscuirse en las relaciones de propiedad en el campo, dando paso
a experimentos como la socialización (cooperativización) de la producción e
incluso la creación de “granjas sindicales”. Estos hechos, causaron el repudio de
los terratenientes, quienes consideraron que este tipo de experimentos,
impulsados justamente en Cliza, una zona muy conflictiva y donde no existían
comunidades indígenas, sino colonos, arrenderos y pegujaleros, se convertía en
un pésimo ejemplo para el agro y era un atentado contra el derecho sobre la
propiedad de la tierra, en vista de lo cual, el gobierno militar se vio obligado
apaciguar a los grandes propietarios de tierras y aclarar que no era su intención
promover una Reforma Agraria y menos inmiscuirse en las relaciones entre éstos
y los campesinos (Schelchkov, obra citada: 209).

Por último, en 1947 se produjo el alzamiento de los colonos de varias haciendas


en Ayopaya dirigidos por Hilarión Grajeda, protestando contra los excesos que
cometían los patrones, los mismos que se intensificaron después del
derrocamiento y muerte de Gualberto Villarroel. La hacienda Yayani fue atacada y
saqueada, así como otras, donde murieron varios hacendados. Los colonos no
pretendían la propiedad de la tierra, sino apenas que se respetaran las
disposiciones del Primer Congreso Indigenal (1945), se suprimieran los abusos y

64
mejoraran las condiciones de trabajo incluyendo la abolición de los servicios
gratuitos en las haciendas (Dandler y Torrico, 1986).

En resumen, es posible establecer que las luchas campesinas en Cochabamba


asumieron dos modalidades con anterioridad a 1952: por una parte, en las zonas
donde el poder hacendal estaba intacto y la pequeña propiedad o piquería era
poco significativa, las reivindicaciones se dirigían a mejorar las condiciones de
trabajo de los colonos, quienes aspiraban a un salario y a que se les considerara
"trabajadores rurales", aboliendo el servicio gratuito y el vasallaje, además de
defender las tierras de comunidad contra los intentos de despojo y avance de la
frontera hacendal. Por otra parte, en los valles, donde el sistema hacendal estaba
más debilitado por la expansión de la pequeña propiedad campesina, la
reivindicación de los colonos de hacienda e incluso de los arrenderos sin tierra,
era más radical: aspiraban a convertirse en propietarios individuales de sus
sayañas o pegujales a costa de las tierras de la hacienda. Esta segunda
tendencia será la que dominará las luchas campesinas en los valles, a partir de la
posguerra del Chaco, oponiendo al viejo espontaneismo campesino -la poblada o
motín-, la organización sistemática de la base social, a través del sindicato rural,
como veremos a continuación.

La sindicalización rural anterior a 1952

Muchos elementos y modalidades que fortalecen la tendencia de lucha por la


propiedad individual de la tierra, surgieron a partir de los conflictos que tuvieron
lugar en torno al parcelamiento de tierras de la Hacienda Santa Clara de Cliza.
Dicha hacienda, como se mencionó más de una vez, era el mayor latifundio del
Valle Alto, se trataba de una extensa propiedad rodeada por centenares de
pequeñas propiedades -menores a una hectárea- en manos de colonos y
piqueros. Los primeros estaban sujetos a realizar trabajos en la hacienda, que
cada cierto tiempo cambiaba de administradores, viéndose estos, obligados a
defender sus pegujales contra los abusos de cada nueva administración, en tanto
los segundos, de alguna manera, a partir de fines del siglo XIX adquirieron en
propiedad sus pequeñas parcelas, lo que los liberó de las redes coercitivas y del
vasallaje del régimen de colonato, permitiéndoles al mismo tiempo, el libre acceso
al mercado -en este caso la feria de Cliza-. Obviamente la aspiración de los
colonos vallunos fue alcanzar el estatus de piqueros 37 dueños de pequeñas
parcelas.
37 Piquero o pegujalero era un término despectivo que utilizaban los hacendados para referirse a
ex arrenderos que habían logrado comprar las tierras de arriendo o pequeñas parcelas (los pegujales)
ofertadas por éstos en los bordes de la hacienda o en zonas por fuera de las tierras con riego o de demesne
(las más fértiles que el latifundista se reservaba para su provecho). Se trataba generalmente de tierras de
secano, áridas y pedregosas, que debían ser desbrozadas y removidas a punta de pico, -de ahí el apelativo de
piqueros-, dependiendo del régimen anual de lluvias para su cultivo.
65
El antecedente institucional para la sindicalización, tanto obrera, minera y
campesina, fue la disposición que en este sentido instruyó el gobierno de David
Toro en agosto de 1936. Sin embargo, en el caso de Cochabamba, esta forma de
organización carecía de antecedentes. El sindicato era el instrumento de lucha
utilizado por mineros y obreros fabriles y su estructura se acomodaba más a la
experiencia de las luchas proletarias de los países industriales de Occidente. En
contrapartida, las organizaciones campesinas originarias se nutrían de la
experiencia del ayllu andino, donde el mando y la deliberación colectiva no se
encuadraba necesariamente al modelo de organización sindical tradicional y
menos aún, a la emergencia del jilakata “que se situaba en la cúspide del poder
factual y simbólico” (Rodríguez: 2011: 361). De esta manera, el origen del
sindicato campesino en los valles, incluso con anterioridad a 1952, se debió a una
influencia, hasta cierto punto exógena, trasmitida por militantes de partidos de
izquierda, y sobre todo, por campesinos excombatientes de la guerra de Chaco
que habían compartido esta dura experiencia con trabajadores mineros y obreros
urbanos.
En todo caso, el sindicato rural fue el instrumento de la movilización social más
eficaz, posterior a la Revolución de 1952, Su aparición en los valles de
Cochabamba se remonta a la posguerra con el Paraguay. Dicho sindicato se
inspiró, como ya anotamos, en los modelos similares de fabriles y mineros.
Veamos cual fue su gravitación:

Se convirtió en un instrumento propio del campesinado con características


especiales [...] asumió las principales reivindicaciones campesinas como el
control y propiedad parcelaria de la tierra, pero también fundamentalmente
llegó a ser una organización de auto-gobierno local y de afirmación de una
identidad y legitimación de ciudadanía y de ejercicio político [...]. El
sindicato campesino es una síntesis orgánica de relaciones económicas y
sociales, políticas y culturales del campesinado. (Calderón y Dandler, 1984:
44).

Según los autores citados, sus roles se dirigían a organizar el proceso de


posesión de la tierra en forma parcelaria como una manera de consolidar y
legitimar la afectación y expropiación de la hacienda. En torno a este rol, después
de 1952, se constituyeron milicias armadas de defensa de la tierra conquistada.
Pero además el sindicato, también se constituyó en una forma de cohesión del
campesinado para mejorar su relación con el Estado y los partidos políticos,
siendo un instrumento esencial de apoyo a los gobiernos del MNR, pero al mismo
tiempo, fue objeto de un sistema de prebendalismo y de alianzas manipuladas
que favorecieron más a distintas fracciones de la burguesía gobernante, antes

66
que a los propios campesinos. A nivel local, prácticamente el sindicato se
constituyó en el eje del poder con capacidad de auto-gobierno. Fue en este nivel
que el sindicato y su liderazgo manifestaron una mayor tendencia a organizarse
democráticamente (elecciones, rotación de líderes, representatividad de las
bases) y a estimular prácticas comunales. En fin, contemporáneamente, todavía
los sindicatos agrarios en los valles de Cochabamba mantienen su vigencia como
la forma principal de organización política, cultural, económica y social del
campesinado (Calderón y Dandler, 1986: 45-46).

De acuerdo a Gregorio Iriarte (1980), desde sus orígenes, el sindicato de Ucureña


tuvo el cuidado de identificarse con la comunidad, nunca se presento como un
organización por encima de ésta, sino como un instrumento de la misma. “Es toda
la comunidad la que se organiza y se organiza obligatoriamente El sindicato
campesino viene a ser una forma de organización más moderna de la comunidad
originaria o de los colonos de la hacienda” (obra citada: 79)38.

De acuerdo a José Antonio Rocha (1999), los dirigentes de Ucureña, Vacas y


Ayopaya tenían una amplia capacidad para “intermediar” entre lo “dentro” y
“afuera” de sus conformaciones sociales39, es decir, hacer uso del poder sindical
sin perder el horizonte de sus reivindicaciones sociales con relación a la tierra y a
la erradicación de un sistema de trabajo basado en los servicios personales. Por
tanto no se trataba necesariamente de destruir a la clase hacendal, sino
intermediar con ella y con el Estado (los de afuera) la materialización de estas
aspiraciones irrenunciables para los de “dentro”.

Un antecedente de mayor alcance para el inicio de la sindicalización masiva del


agro cochabambino, fue la crisis del Estado administrada por las viejas castas
oligárquicas que habían agotado sus posibilidades para conducir a la sociedad
boliviana por los senderos del progreso, objetivo que con mayor o menor éxito,
transitaban otras burguesías latinoamericanas. Si esto era un síntoma evidente
antes de la guerra del Chaco, lo fue aún más al término de esta contienda. Como
anotaba certeramente René Zabaleta, la primera descomposición del aparato del
poder oligárquico provino de su propio tronco: el ejército, que la "cultura racista de
la oligarquía de este país de indios" concebía como una institución elitaria,
comandada por una casta de oficiales hábiles para imponer el paso de ganso, las
fanfarrias a la prusiana y dejarse guiar por un oscuro oficial alemán 40. Sin
38 Una descripción pormenorizada de las características, los alcances, la organización y otros aspectos de los
sindicatos rurales en el altiplano y los valles, se puede encontrar el Iriarte (obra citada).
39 Rocha se refiere a este término (conformaciones sociales) como: “totalidades sociales que están por
encima de sus miembros, además que tienen carácter de determinantes sobre la vida de sus
componentes.”(obra citada: 1999:213)
40 Se hace referencia al Gral. Hans Kundt, un militar alemán que se convirtió en la principal figura militar
en Bolivia en las dos décadas anteriores a la Guerra del Chaco y condujo las operaciones militares del citado
67
embargo: "El vórtice de las cosas mismas sacó en cambio a la luz a una
generación de oficiales que venían de los sectores medios y pobres", a quienes
se sumó un amplio estrato de mandos medios (suboficiales y clases) "que
compusieron el ejército que libró la guerra". La destitución de Salamanca en
Villamontes significó, entre otras cosas que "la guerra había dado fin a la
respetabilidad y a la ideología misma del Estado Oligárquico". (obra citada,1977:
83-84).

La guerra del Chaco operó como un ariete que demolió el "muro de contención en
que la oligarquía parapetaba su legitimidad" (Rivera, 1985:159). En efecto, el
cuestionamiento a la autoridad de los letrados, que no hicieron otra cosa que
"emboscarse"41 durante el conflicto chaqueño, dio paso a un enorme alud de
voces y posturas contestatarias que carcomieron el aparato de poder del “anciane
regime” interna y externamente. En virtud de ello, surgió una generación de
oficiales salidos de las trincheras y poseídos por la "misión sagrada" de reivindicar
el país resolviendo sus enormes problemas sociales y económicos y, destruyendo
los viejos andamiajes políticos que habían empujado a Bolivia al borde de la
catástrofe. Por ello proliferaron asociaciones de excombatientes y logias militares,
que se convirtieron en la primera expresión organizativa de la recomposición
social y política de la posguerra (Rivera, obra citada). Bajo este impulso llegaron
al poder militares progresistas como David Toro que nacionalizó el petróleo,
expulsó a la Standard Oil y creó el primer Ministerio de Trabajo y Germán Busch,
quien dispuso que el 45% de las divisas de la gran minería favorecieran al Estado,
enfrentando aun a costa de su vida el embate oligárquico.

En este contexto medidas como el decreto de sindicalización obligatoria emanada


del flamante Ministerio del Trabajo del Gobierno de Toro, como ya mencionamos,
aceleraron el proceso organizativo de la clase trabajadora. "Al amparo de este
decreto se formaron en los Valles de Cochabamba los primeros sindicatos de
colonos de hacienda" (Rivera, obra citada). Efectivamente, en 1936 surge en el
Valle Alto el primer sindicato campesino en tierras de la Hacienda de Cliza o Santa
Clara, propiedad del Monasterio del mismo nombre (Dandler, 1969; Iriarte, 1980;
Rivera, 1985 y 1986; Antezana y Romero, 1968, Vargas, 2015).

El surgimiento del primer sindicato en Ana Rancho fue el desemboque de largos


conflictos originados en el desmembramiento de la hacienda citada.
Específicamente el conflicto se incuba a partir de 1930 cuando la hacienda fue
entregada previa licitación al sacerdote Juan de Dios Gamboa en calidad de
conflicto en su primera etapa.
41 “Emboscado”: término despectivo utilizado por los combatientes de primera línea en el conflicto
chaqueño, para referirse a elementos que por influencias diversas, ocupaban puestos en la retaguardia, es
decir potenciales combatientes que apelaban a innumerables pretextos para no cumplir con sus obligaciones
militares.
68
administrador, quien sometió a los colonos a un duro y despótico régimen de
explotación. El arriendo que concluía en 1935 pretendió ser ampliado hasta 1940,
lo que dio lugar a una sublevación de los colonos en octubre de dicho año (Iriarte,
1980: 16-17)42.

Este levantamiento conducido por ex soldados del Chaco 43, fue brutalmente
aplastado por fuerzas represivas de Cochabamba. Tal hecho, motivó un cambio
en las tácticas de lucha: "comprendieron que debían unirse y que debían tomar
contacto con otras personas no campesinas pero simpatizantes con la justicia de
la causa”, de esta forma surge la primera organización campesina, amparada por
la acción de partidos políticos como el PIR y el MNR. El 3 de abril del año 1936 se
constituye, en el más absoluto secreto, lo que se llamó en ese momento el
“Sindicato Agrario de Huasacalle” y poco después de Ana Rancho,
constituyéndose en el primer sindicato indígena a nivel nacional. Años más tarde,
cuando salio a la luz y se fortaleció, tomó el nombre de Sindicato de Colonos de
Cliza y tuvo su sede en lo que ahora es la localidad de Ucureña. (Iriarte, obra
cit.17)44.

De esta manera fueron siendo superadas las formas espontáneas de lucha,


dirigidas en muchos casos por líderes surgidos al calor de las circunstancias. A
esta primera iniciativa de organización sindical, siguió en diciembre de 1936 la
organización del Sindicato de Trabajadores Agrarios de Vacas, en tierras de
propiedad de la Alcaldía de Cochabamba que anualmente eran arrendadas a
administradores que corrían con la gestión de las fincas explotadas por colonos.
El antecedente fue el Decreto de 19/10/1936 del gobierno de Toro, por el que se
obligaba a los terratenientes a mantener escuelas rurales en favor de sus colonos,
lo que despertó las iras de la Sociedad Rural de Cochabamba 45.
42 Una relación detallada de este proceso y otros, se puede encontrar en Rodríguez, 2011.
43 Los dirigentes del levantamiento de 1935 fueron el exsoldado colono de Cliza Desiderio Delgadillo y el
maestro Andrés Davalos. El primer directorio estuvo compuesto por los citados y Primitivo Pinto, quienes
fueron asistidos eficazmente por el abogado Eduardo Arce Loureiro. El mencionado jurisconsulto “era un
sociólogo indigenista primo de José Antonio Arze, fundador del PIR. Colaboró estrechamente con Elizardo
Pérez desde 1935 para establecer núcleos (educativos) en el campo. Con el tiempo llegaría a ser el Primer
Presidente del Consejo Nacional de Reforma Agraria” (Iriarte, obra citada: 18).
44 Una relación detallada del accionar del Sindicato de Huasacalle y su defensa contra los terratenientes
locales, se puede encontrar en Vargas, 2015.
45 Fundada en 1934, se trataba de la organización gremial de los latifundistas. La Sociedad Rural,
consideraba que estas medidas (las escuelas en la haciendas) y otras, como la eliminación del pongueaje,
nunca llegarían a concretarse y quedarían en la letra muerta de disposiciones que el propio Estado no tenía
capacidad de hacer cumplir. A esto se debió que sus campanadas de alarma se redujeran a comunicados de
prensa, sin generar una real movilización. Al respecto, un testimonio recogido por Alberto Rivera (1992: 100)
señalaba: “La Sociedad Rural no pasó de ser una entidad casi agonizante de no más de cien inscritos, que
solo tuvo cierto vigor en algunos momentos para canalizar créditos del Banco Agrícola pero que nunca llego
a consolidarse como una institución que pudiera ser comparada con el poder que tenía por ejemplo la
Asociación de Mineros Mediano. Jamás tuvo un periódico propio, radios ni mecanismos de coerción y
defensa, ni menos el carácter corporativo para llevar adelante acciones conjuntas, en el fondo, no pasó de
ser un club social en chiquito”.
69
A fines de 1935, Elizardo Pérez creador de la Agencia de Educación Indigenista y
de la primera Escuela Rural de Warisata, organizó una Escuela Rural en Vacas.
Sobre esta base, en el contexto de lo que Pearse (1984) llamó la "campaña por la
educación", se organizó el sindicato que intentó hacer cumplir el Decreto de enero
de 1937, en sentido de que las propiedades rurales de órdenes religiosas y
municipios, debían pasar a ser administradas por los propios colonos.
Obviamente el Director de la Escuela de Vacas e impulsor del sindicato, Toribio
Claure, fue sañudamente perseguido (Iriarte, obra citada: 19). Sin embargo los
campesinos de Huasacalle y Ana Rancho, mediante su sindicato, construyeron
una escuela en 193746. Estas y otras iniciativas, como la creación de más
escuelas y la obtención del arriendo de la hacienda de Cliza por parte del
sindicato, causaron enorme desazón entre los hacendados de Cochabamba,
quienes desataron una intensa campaña que culminó con la disolución, por
Decreto Supremo de mayo de 1938, del Sindicato de Ana Rancho.

Pese a este y otros contrastes, los campesinos de Cliza no renunciaron a su


organización sindical. Se opusieron tenazmente a la transferencia de la hacienda
de Cliza en favor de los grandes terratenientes vallunos, logrando en 1942, que la
Corte Suprema de Sucre favoreciera al Sindicato de Ucureña, declarando
fraudulentas las transferencias operadas en favor de los hacendados (Iriarte, obra
citada: 21). Sin embargo, y tal vez lo más significativo de este proceso, fue el
apoyo que el sindicato campesino recibió de la Federación Obrera del Trabajo -
organización sindical nacional de los obreros- y de la Federación Obrera Local de
Cochabamba. De esta manera, a través de este tipo de apoyo y el contacto con
veteranos sindicalistas e incluso fogueados políticos de izquierda, se asimilaron
nuevas formas de lucha, consistentes, ya no sólo en los tradicionales
levantamientos indígenas, sino en la paralización de las labores agrícolas, en la
disminución del ritmo de trabajo (trabajo a desgano), en la negativa a cumplir con
las obligaciones servidumbrales extra agrícolas, y sobre todo, en la introducción
en los años 40, de la modalidad de "huelga de brazos caídos" o sea la negativa a
sembrar o levantar las cosechas de las haciendas 47.

En fin, el agro cochabambino con anterioridad a 1952, fue más que un ámbito de
bucólica paz rural, un campo de lucha, a veces sorda, pero con frecuencia abierta

46 El lugar donde se erige la escuela, donado por las monjas, pasará a denominarse Ucureña. Junto a la
escuela, los colonos fueron construyendo sus casas, dando lugar al pueblo que hoy lleva ese nombre, que
además, posteriormente fue adoptado por el sindicato.
47 Al respecto, recogemos el testimonio del dirigente campesino Salvador Vásquez: “Antes de la Revolución
había el sacrificio de aquéllos maestros indigenistas. Aquélla vez, los maestros indigenistas, en la escuela
indigenista de Ucureña, eran de un partido, del PIR, en el que estaba el Sr. Ricardo Anaya, Nivardo Paz.
Toda esa gente nos ha ayudado, nos ha enseñado que quería decir la Revolución, para que servía la
Revolución”(Gordillo, compilador, 1998: 70).
70
y sangrienta, que permitió trazar el camino y fijar el rumbo que conduciría a la
"Revolución Agraria" de 1952-53 y a la posterior Reforma Agraria.

La Revolución de Abril en Cochabamba

Pese a los presagios alimentados en el cercano recuerdo del levantamiento de


Ayopaya de 1947 y los hechos luctuosos de la guerra civil de 1949, la ascensión
del MNR al poder en Cochabamba transcurrió en forma relativamente pacífica 48.
Sin embargo esta paz era aparente. Finalmente el cambio de guardia era un
hecho común que se repetía con aburridora regularidad. El verdadero cambio no
tenía como escenario la ciudad, sino el campo donde los actores sociales de
ambos bandos -colonos y patrones- libraban enfrentamientos periódicos desde
hacia varias décadas.

En las primeras semanas posteriores al 9 de abril, una tensa calma reinó en la


ciudad y el departamento. La gran incógnita era si el régimen gobernante,
pasadas las primeras euforias del triunfo, procedería a efectivizar sus promesas
de reformas y justicia social. La posición del MNR en relación al tema agrario era
ambigua: "Nunca figuró en ningún programa del partido antes de 1953 una
Reforma Agraria en cuanto tal y se discutía únicamente en términos más
generales" (Dunkerley, 1987: 67). El discurso dominante se dirigía más bien a
abolir el régimen de servidumbre, a imponer el salario justo para el trabajo
agrícola y a enunciar vagamente "la incorporación" del campesino -el término
"indio" debía quedar abolido por el sentido peyorativo que le asignaba la
oligarquía- a la Nación Boliviana. Una declaración de principios de dicho partido,
muy anterior a 1952, señalaba explícitamente un punto de vista que más bien
marcaría la línea adoptada por el Primer Congreso Indigenal y los decretos
agrarios de Villarroel de mayo de 1945 49:

48 Los Tiempos hizo el siguiente relato: “El día 9 de abril gran cantidad de gente se reunión en la plaza 14
de Septiembre, donde se organizó un desfile encabezado por mujeres y jóvenes del MNR que llevaban una
bandera nacional. la gente se congregó en torno al kiosco desde donde hablaron el Dr. Germán Vera Tapia,
el obrero José R. Crespo, la Srta. Rosa Morales Guillén, un universitario recién llegado de La Paz y el
popular lustrabotas ‘Zig Zag’ (...) Finalizó la manifestación sin incidentes y luego los miembros del
Comando Departamental del MNR ingresaron al salón del Interventor Municipal (...) La guarnición local y
la Prefectura se mantuvieron leales a la Junta Militar (...) El cuerpo de carabineros se declaró neutral, y
esta institución y la plaza de armas fueron cercadas por el Ejército. se emplazaron ametralladoras en los
edificios altos como el Hotel Bolívar, Radio Cochabamba, el Cine Víctor, torres de la Iglesia Matriz de la
Compañía de Jesús, Santo Domingo e incluso el techo de la Prefectura. Todas las armas apuntaban al
cuartel de carabineros (...) En la tarde, la situación era todavía incierta. A esta altura se registró la única
baja de la revolución, cuando un grupo del MNR descendía por la calle Santivañez, Max Espinoza Nuñez,
militante del MNR, sastre modelista trató de arrebatar el fusil de uno de los soldados apostados en la
esquina Santivañes y Ayacucho, tras breve lucha, consiguió Espinoza su objetivo, pero otro soldado disparó
su arma contra él, hiriéndolo mortalmente (Nº 2.450, 15/04/1952).
49 Decreto Supremo del 15/05/1945 que establecía, entre otras disposiciones, la remuneración del trabajo
campesino y la abolición de las relaciones servidumbrales.
71
“Exigimos una ley que reglamente el trabajo del campesino de acuerdo a
las peculiaridades de cada región, sin modificar la costumbre impuestas
por el medio geográfico pero garantizando la salud y las necesidades del
trabajador boliviano (…) Exigimos el estudio, sobe bases científicas del
problema agrario indígena con vista a incorporar a la vida nacional a los
millones de campesinos marginados de ella, y a lograr una organización
adecuada de la economía agrícola para obtener el máximo rendimiento
(…) Exigimos la organización y el fomento de la educación indígena sobre
bases económicas y pedagógicas que respondan a nuestras posibilidades
y a nuestra realidad” (Bases y Principios del MNR, 1942, paginas 44 y
siguientes).

Evidentemente, el MNR respecto a la problemática rural, inicialmente reivindicaba


el cumplimiento de los postulados del Primer Congreso Indigenal (1945), antes
citado, que abolía formalmente el pongueaje y otras formas de vasallaje, en favor
de reconocer el valor real del trabajo campesino y remunerarlo en forma digna. La
figura del colono y el pongo debían desaparecer y ser sustituidos por el
“trabajador campesino”.

Sin embargo, dentro del propio MNR no existía unanimidad respecto al problema
agrario. Un sector más conservador, se inclinaba por racionalizar las relaciones de
trabajo en el agro en función de lo expresado líneas arriba: pago justo al trabajo
de los colonos en las haciendas y educación del campesino para incorporarlo
plenamente al goce de la ciudadanía. Sin embargo, un sector más radical
apoyaba la idea pura y simple de abolir los latifundios y distribuir las tierras
divididas en parcelas entre los colonos. En todo caso, los líderes de la Revolución
Nacional de 1952, no plantearon explícitamente, con anterioridad al evento
revolucionario, la cuestión de una Reforma Agraria. Al respecto anota Gabriel
Ponce: “Lo manifiesto de la propuesta emenerrista sobre la cuestión de la tierra
en el periodo pre-revolucionario, es que finca su solución en la superación del
atraso en las formas de explotación en el agro y no así en el problema nodal de la
propiedad” (1986: 352).

De acuerdo a José M. Gordillo (2000), las ambigüedades del MNR respecto al


problema de la tierra derivaban de su cercanía con algunas posturas de los
propios latifundistas respecto a esta cuestión. En el universo ideológico de los
gamonales cochabambinos, de acuerdo con el autor citado, se podían distinguir
tres posturas: la primera y la más reaccionaria, consideraba a los indios como
seres inferiores y su único horizonte político era la “guerra de razas” para
exterminar a la raza blanca, por tanto, la defensa armada para contenerlos se

72
justificaba plenamente50. La segunda postura consideraba que la propia evolución
histórica de la región “ha logrado abrir una brecha de solución a la contradicción
indio/blanco”, haciendo reposar su esperanza en la mayor apertura del “mestizo”,
una vez que su destreza mercantil, posibilita “una salida a la propiedad parcelaria,
a través de la compra de tierras a sus legítimos propietarios”. Sin embargo, esta
opción se debilitó en favor de la primera postura, cuando los mestizos se
convirtieron en dirigentes campesinos y comandaron el asalto a las haciendas, en
1953. Una tercera postura, de índole más pragmática, sin abandonar el sesgo
racista, consideraba que los problemas en la división y distribución de las tierras
se vinculaban con la ineficiencia estatal que permitió agudas contradicciones en la
forma de distribución del territorio, pero ello no debía ser necesariamente algo
conflictivo, pues podría tener una solución, distribuyendo las abundantes tierras
estatales a todos los que se consideraren afectados por las anomalías citadas.
Esta última, era la postura de la Federación Rural de Cochabamba (obra citada:
154 y siguientes).

De acuerdo, siempre a José M. Gordillo, sectores de derecha del MNR intentaron


dilatar la promulgación de la Reforma Agraria, aduciendo la necesidad de evitar
precipitaciones y de realizar estudios previos, además de educar a los
campesinos que serían los directos beneficiarios de políticas agrarias adecuadas.
Pero además, el ala izquierda del partido gobernante tampoco era indiferente a
estas posiciones, puesto que coincidían con la idea de que la solución campesina
de fragmentar y distribuir las tierras de hacienda, técnicamente era poco
recomendable, por conducir a una caída de la producción agrícola 51. Al respecto,
finalmente, señala Gordillo:

“El gobierno revolucionario que no tenía en principio un plan definido de


Reforma Agraria, se estrelló contra la oligarquía desarmando sus dos
argumentos centrales contra el cambio. Primero, rebatiendo la idea de que
la educación de los indígenas era una tarea previa a la reforma y, segundo,
señalando que el latifundio era un régimen explotador. Estos puntos de
vista fueron sostenidos por el Ministro de Asuntos Campesinos, Ñuflo
Chavez Ortiz, e iniciaron una ruda polémica pública, a la que se sumaron
la FSTCC (Federación Sindical de Trabajadores Campesinos de
Cochabamba) y las organizaciones de maestro rurales de Cochabamba en
apoyo a los planteamientos del ministro.” (Obra citada: 156-157).

50 Según Gordillo, “Este sector de la élite hacendal aconsejaba ‘saturar’ los campos con familias
agricultoras europeas, las cuales introducirán sus técnicas modernas y sus costumbres, contribuyendo a
civilizar por contagio a nuestros indios” (2000: 152-153).
51 La Federación Rural de Cochabamba aceptaba la liquidación del latifundio improductivo pero “previa
calificación y estudio científico de lo que sería considerado como tal,” considerándose también partidarios de
la extinción del minifundio (Gordillo, obra citada: 156).
73
Como puede percibir el lector, los cambios que deseaba introducir el MNR en
materia agraria, para superar el enorme atraso del país, eran en realidad de corte
reformista, pero la dimensión de este atraso era tan profunda y compleja, que la
reforma más tímida y superficial, sacudía como un terremoto la anquilosada
estructura gamonal y la convertía en verdadero acto revolucionario, cuando en
realidad, no existía el menor ánimo de destruir a los latifundistas como clase
social expropiando sus propiedades, sino apenas convencerlos de la necesidad
de modernizar las relaciones capital-trabajo en el interior de la haciendas,
permitiendo que los colonos dejaran de ser tales, y pudieran integrarse a la vida
nacional a través de su elevación cultural mediante la educación intensiva. En
suma, el MNR planteaba la modernización del agro, no un cambio estructural en
las relaciones de producción. Al respecto, Huascar Salazar hace el siguiente y
significativo aporte:

“Los limitados horizontes reformistas del gobierno del MNR se hicieron


evidentes con la intención de llevar adelante el voto universal sin
Reforma Agraria, ya que esta medida contaba con una gran oposición y
un costo político significativo para el gobierno. Fue la presión indígena
campesina –que se había convertido en el electorado mayoritario y que
desde el momento de la revolución había iniciado la toma de haciendas
sin pedir permiso a nadie– y la de los obreros, la que obligo a Paz
Estenssoro, justamente en la localidad de Ucurena, a firmar la Ley de
Reforma Agraria el 2 de agosto de 1953.” (2013: 49-50).

En todo caso, la fuerza de los acontecimientos y la estrecha alianza inicial entre


las fuerzas nacionalistas y la clase obrera, que hicieron posible el triunfo de Abril
de 1952, obligó a una modificación en torno a estas posturas conservadoras: un
editorial de Los Tiempos reconocía la ansiedad que causó entre las élites
cochabambinas los anuncios del Presidente Paz Estenssoro, al dejar en claro que
los tópicos principales de su gobierno serían la nacionalización de las minas y la
Reforma Agraria52. Dicho editorial haciéndose eco de dichas ansiedades y sin
duda francos temores, reconocía la gravedad de estas cuestiones, sobre todo la
Reforma Agraria, y consideraba inoportunas "transformaciones a base de
intempestivos actos revolucionarios" (Nº 2455 17/04/52).

La incertidumbre pobló de imágenes, unas fantásticas, pero otras


52 El tema agrario no era nuevo, mucho antes de 1952, el POR, el PIR y el MNR plantearon la cuestión
rural. El PIR fue el primero en plantear la Reforma Agraria, sin embargo esta cuestión no era privativa de
dicho partido, ya en 1938 se publicó “La Reforma Agraria” de Alfredo Sanjinez Gonzales, cuya propuesta
fue presentada por Guevara Arce al Congreso en 1945. Las diferencias entre estos partidos radicaba en que el
PIR y el POR proponían expropiar a los latifundistas sin indemnización, y el MNR hablaba de indemnizar.
Además se ponía en relieve que “Dentro de estos partidos, especialmente el MNR , había también muchos
hacendados, por tanto el tema de la reforma no era plenamente aceptado” (Albo y Barnadas, 1984: 182).
74
atemorizantemente reales, de "masas obreras y nativas [...] excitadas por
predicas destinadas a exacerbar sus sentimientos y amarguras ancestrales", por
ello, el editorial anteriormente citado reproducía fielmente el sentir de los
hacendados cuando señalaba: "No hace falta destruir a ninguna de las clases
sociales de Bolivia, mucho menos a la muy reducida clase capitalista".
En realidad no eran vanos ni demasiado exagerados estos temores, los valles
eran tierras muy abonadas para que el germen de las reivindicaciones
campesinas prendiera muy velozmente. Sin embargo los primeros meses
posteriores a la toma del poder por el MNR y la consolidación del cogobierno con
la flamante Central Obrera Boliviana (COB), fueron dedicados, en las zonas
rurales, a una extensa tarea de organización y masiva sindicalización.
Prontamente la proliferación de sindicatos en áreas rurales y urbanas y la
organización de milicias obreras y campesinas fueron "la forma contundente del
nuevo poder de las masas en la arena política pos revolucionaria" (Rivera, 1986:
88).

Sin embargo, los valles de Cochabamba no formaron parte de la geografía


tradicional de los levantamientos campesinos. Desde los grandes alzamientos de
1780 hasta los años anteriores a 1952, las movilizaciones rurales, como ya se
mencionó, tuvieron como escenarios: las punas y serranías del Norte potosino, las
alturas de Cochabamba (Tapacarí, Arque, Ayopaya), el Altiplano de Oruro y La
Paz, e incluso las orillas del Lago Titicaca. Sin embargo, paulatinamente desde la
posguerra del Chaco, como se estableció anteriormente, juntamente con el
surgimiento de nuevas formas de lucha y organización, también emergieron
nuevos escenarios. Concretamente, los citados valles, y sobre todo, el Valle Alto
que pasó a convertirse en el ámbito geográfico principal de las luchas campesinas
en Bolivia (Albo y Barnadas,1984: 184).

Los autores citados al preguntarse por las causas de este desplazamiento de la


geografía de las luchas agrarias, sugieren que las sublevaciones indígenas de los
siglos XVIII, XIX y parte del XX, -hasta 1932 por lo menos-, fueron protagonizadas
por comunarios ya sea enfrentándose a corregidores y otros administradores
corruptos del poder colonial o, luchando posteriormente contra hacendados que
intentaban usurpar las tierras de las comunidades andinas y contra el ejército que
apoyaba estos hechos. Después de la guerra del Chaco, el movimiento
campesino que cobró conciencia en las trincheras de su condición de sumisión y
vasallaje, encontró nuevos protagonistas en los colonos de fincas, cuyas
aspiraciones crearon condiciones extremadamente propicias en los Valles de
Cochabamba, para socavar el sistema hacendal que, como se vio, estaba muy
desgastado y debilitado por la persistente subdivisión de las tierras hacendales. 53
53 La venta de tierras de hacienda que se incrementa sin pausa desde la segunda mitad del siglo XIX, era
parte de una estrategia para enfrentar las continuas crisis regionales que obligaban a monetizar los bolsillos
75
Esta realidad, dio paso a la emergencia de "un nuevo estilo de campesinos: los
piqueros o pequeños propietarios", quienes pasaron a constituirse en un referente
y en un ejemplo irresistible para los colonos, que crecientemente comenzaron a
aspirar a convertirse en campesinos libres, rompiendo en cierta forma con sus
raíces comunitarias. La guerra del Chaco les permitió establecer contacto con
obreros, mineros y clases medias urbanas pobres con quienes descubrieron las
nuevas formas de lucha anteriormente descritas, pero también, las tentaciones
que ofrecía la economía de mercado y las relaciones campo-ciudad (Albó y
Barnadas, obra citada, 1984: 183-184).

Estas nuevas modalidades de organización, movilización y lucha fueron


ampliamente aplicadas a partir de abril de 1952. El 6 de agosto de dicho año se
constituyó en Sipe Sipe la Federación de Campesinos de Cochabamba controlada
por el MNR, a través de Sinforoso Rivas -un exminero y comerciante que ofreció
sus servicios a este partido-. La base social de esta primera Federación reposaba
sustancialmente en los campesinos del Valle Bajo y de las provincias altas donde
se produjeron los levantamientos de 1947 (Iriarte, 1980: 36-37).

Sin embargo los intentos de esta Federación de tinte "oficialista" para representar
genuinamente a los campesinos del departamento encontró insalvables escollos
en el Valle Alto, donde la tradición de lucha iniciada en 1936, había arrojado como
saldo unas bases combativas y no susceptibles de someterse a maniobras
políticas. De esta forma, el campesinado de Cochabamba se divide
tempranamente, a partir de diciembre de 1952, en el marco del Primer Congreso
Departamental de Campesinos -con la presencia de más de 100 sindicatos-
donde afloraron pugnas políticas, ideológicas y otros motivos como ambiciones
personales, que produjeron la expulsión de Rivas de la F.S.T.C. en enero de 1953
y el ascenso al poder sindical de un nuevo grupo más radical (controlado por el
POR) que logró ser posesionado por el Ministro Juan Lechín. Este episodio
produjo gran alarma entre los sectores oficialistas más conservadores e impulsó
la retoma de la F.S.T.C. a fines del citado mes por los oponentes inicialmente
desplazados. De esta forma surgen dos fuerzas sindicales en los Valles de
Cochabamba: la Federación "amarilla" de Sipe Sipe dirigida por S. Rivas, y otra
aglutinada en torno al Sindicato de Ucureña, más radical (tipificada por el MNR
como "comunista") dirigida por José Rojas (Iriarte, 1980: 41 y Los Tiempos Nº
2689, 5/02/1953)54.

de los latifundistas a través de la venta fraccionada de sus tierras, sobre todo para impedir el remate
inminente de muchos fundos hipotecados, realizar nuevos emprendimientos comerciales, adquirir bienes
inmuebles en Cochabamba o simplemente no perder prestancia en su elevado nivel de vida.
54 Según Hugo Guzmán Vargas (2015), Rojas era un simpatizante del POR, que junto con el universitario de
la Facultad de Derecho de la UMSS, Encarnación Colque, difundía las ideas de este partido a cerca de un
gobierno de obreros y campesinos y la colectivización de la tierra.
76
El surgimiento de la F.S.T.C. fue parte de una amplia movilización que se inició
desde las primeras semanas de abril:

“A los pocos días de la Revolución de Abril se estableció en Cochabamba


una red de movilizadores o agentes rurales del MNR escogidos
personalmente por el prefecto. Este había sido Jefe del partido en
Cochabamba por muchos años, de modo que conocía a la militancia de las
diferentes células en las capitales de provincia y se puso en contacto con
los campesinos de confianza.” (Dandler, 1975: 14).

Sin embargo no era sólo el MNR el que se preocupaba por controlar el enorme
potencial de movilización de los campesinos. Otros partidos como el POR, el PIR,
el PCB, e incluso los líderes de izquierda del MNR (Lechín y Ñuflo Chavez Ortiz
entre otros), aprovechando las limitaciones de la postura moderada y conciliadora
de las autoridades departamentales, se disputaban este mismo favor:

Dos líderes campesinos -Sinforoso Rivas y José Rojas- lograron eclipsar a


los agentes de la primera red y desarrollaron su influencia en áreas que
llegaron a ser sus ‘dominios exclusivos’, consolidando organizaciones
formales en las cuales se observa un sistema de relaciones de clientelas
políticas personales (Dandler, 1975: 14).

Por otro lado el aporte a la sindicalización campesina que ejerció la Central


Obrera Boliviana comandada por Juan Lechín, no fue nada desdeñable. Un
número considerable de aguerridos mineros, que recibieron su bautismo de fuego
en la guerra civil de 1949, eran de origen quechua y ex campesinos. Estos
experimentados agitadores sociales, recorriendo incansablemente los valles de
Cochabamba: “Organizaron asambleas y reunieron a los campesinos de varias
comunidades, llamándolos por medio del ‘pututu’. Después una comisión del
Ministerio de Asuntos campesinos llegaba a formalizar los nuevos sindicatos”
(Huizer, 1974: 168)55

En síntesis, la indefinición del MNR respecto a cómo gestionar la problemática


agraria, como ya mencionamos, se expresó, en el caso de Cochabamba, en el
establecimiento de un doble poder, uno más moderado y reflejando las posturas
reformistas y los remedios paliativos que sugerían sectores conservadores del
flamante partido gobernante, que se aferraba a los decretos de anulación de la
servidumbre en el campo dictados por el gobierno de Villarroel. Y otro, más radical

55 De acuerdo a Gabriel Ponce (1986) Las iniciativas de sindicalización en el agro, no necesariamente,


estuvieron patrocinadas por el MNR, algunos sindicatos emergieron por decisión de sus bases y sin ningún
patrocinio y otros fueron receptivos a las convocatorias de partidos rivales como el POR. Este fue el caso de
la Central Campesina de Sacabamba.
77
e independiente que recogía las experiencias de lucha de los colonos del Valle
Alto y que encontró apoyo en los partidos de izquierda (POR, PIR, PCB), pero
también en el ala más radical del propio MNR.

La Revolución Agraria

Desde el segundo semestre de 1952, el mundo rural cochabambino estaba en


plena efervescencia, por doquier surgían sindicatos, centrales, milicias y hasta
regimientos campesinos. Las clases poseedoras estaban más que alarmadas, ya
no ante meros rumores que poblaban de fantasmas sus sensibles imaginaciones,
sino ante la amenazadora realidad de un movimiento generalizado de agitación
rural, que muy pronto cobró la dimensión de hechos consumados: asaltos a
haciendas, hostigamientos, amedrentamientos, tomas y repartos de tierras e
incluso ataques armados a pueblos y capitales provinciales.

Un editorial de Los Tiempos (Nº 2505, 21/06/52) no sin razón reconocía que "los
indios que por cuatro siglos vivieron bajo la férula del patrón han erguido la cerviz
y tienen en jaque a sus patrones". Era evidente que tales ímpetus iban más allá
de lo planeado por el propio MNR, que inicialmente más que definir una
intencionalidad clara con respecto a la Reforma Agraria (Ponce, 1986) procuró
con premura una base social para consolidar en los valles la Revolución de 1952.
Por ello el pánico que cundía entre los hacendados a mediados de 1952, también
alcanzaba a las esferas de mando del partido gobernante, quienes leían con
absoluta preocupación párrafos como el siguiente:

Los indios anuncian ahora que ellos por cuenta propia realizarán la
Reforma Agraria. Esta es una advertencia alarmante en grado superlativo.
Las fuerzas que mueven al indio después de tantos siglos de opresión son
fuerzas de revancha que no están canalizadas hacia una evolución
orgánica, sino a la anarquía sangrienta, que puede traducirse en los más
luctuosos acontecimientos. (Los Tiempos, Nº cit.)

Lejos de realizar una evaluación de los hechos, de reconocer que gran parte de lo
que ocurría, no era otra cosa que la cosecha de las innumerables semillas de
injusticia que por doquier sembró el sistema hacendal, se recurrió, aun en esta
extrema circunstancia, a negar la posibilidad de que el indio sometido a siglos de
vasallaje fuera capaz por si solo de adquirir conciencia de su sometimiento. Las
autoridades políticas departamentales y la propia oposición -los grandes
hacendados y su entorno social- convinieron unánimemente en explicar la
movilización rural como obra de agitadores que envenenaban con esmero el alma
simple del bueno y sumiso colono. La Federación Rural de Cochabamba en una

78
extensa carta pública dirigida al Prefecto del Departamento, en julio de 1952,
expresaba a cabalidad esta idea:

El ambiente en el agro está siendo tremendamente perturbado por


agitadores anónimos provenientes de las ciudades que se diseminan por
los campos o por agentes a veces identificados, pero que van quedando
impunes y prosiguen en su condenable labor (Los Tiempos Nº 2516 de
4/07/1952).

La posición de la Federación Sindical de Trabajadores Campesinos de


Cochabamba sugería que la descripción de la realidad del agro estaba empañada
por una campaña alarmista dirigida a "crear en las ciudades un clima de
animadversión a los trabajadores agrarios". Ejemplificando este criterio con
respecto a graves desórdenes y hasta una sublevación de los colonos de las
haciendas de Colomi se decía:

Los sucesos de Colomi fueron en realidad espontáneos en su origen y


restringidos en su amplitud. No se debieron, como se afirma
perversamente, a la prédica demagógica de los ‘agitadores’, los mismos
que son una cómoda invención de los gamonales, sino a las tremendas
condiciones de miseria y explotación, y a los inhumanos abusos cometidos
por el feudalismo superviviente en el agro. (Los Tiempos Nº 2632,
15/11/1952).

Sin duda, la exacta dimensión de los hechos, no pasaba necesariamente por


ninguna de las dos argumentaciones contrapuestas, era obvio que existía una
amplia agitación en el campo, pero también era cierto que la miserable vida rural
agravada por las extremas compulsiones y exacciones a que era sometida una
fracción mayoritaria de la fuerza de trabajo rural, eran un excelente caldo de
cultivo, para que las protestas y movilizaciones asumieran enormes proporciones
y con frecuencia culminaran con acciones y hechos luctuosos.

No obstante, un análisis más cuidadoso de las acciones desarrolladas en el


marco de lo que se denominó "la revolución agraria", muestra que, más allá de la
estructura formal de la organización sindical, de los conflictos de liderazgo y de
las prédicas de agitadores, lo que prevaleció fue una enorme energía de
movilización espontánea que no se canalizó hacia una estrategia global de
destrucción del latifundio, sino más bien se bifurcó en el afloramiento de multitud
de conflictos y ajustes de cuentas locales. La identificación de antiguos verdugos
y la implacable memoria colectiva de las víctimas operaron con mucha eficacia
para resaltar el carácter local y selectivo de los hostigamientos.

79
El campesinado en ese momento poseía armamento, una infraestructura militar
-milicias y regimientos-, pero sobre todo no tenía al frente a su enemigo más
poderoso, "el antiguo ejército" derrotado en la Revolución de Abril y que poseía
una larga experiencia represora de alzamientos indígenas, por lo que estaba
capacitado para emprender acciones aún más radicales que su falta de cohesión
le impidió56. De acuerdo a Gerrit Huizer (1974):

“Unos cuantos meses más tarde (el segundo semestre de 1952) en el


departamento de Cochabamba había 1.200 sindicatos activos, con
200.000 miembros; este movimiento y la violencia que le acompañaba, en
algunos casos debe considerarse como una reacción ante los esfuerzos
desplegados por la élite territorial, particularmente en Cochabamba, para
organizar una contrarrevolución” (obra citada: 168)

No cabe duda que en la esfera de los imaginarios terratenientes, circulaban los


más espantosos temores y la zozobra reinaba por doquier, al punto que la
mayoría de los dueños de tierras y sus familias abandonaron las haciendas para
no volver y emprendieron la huida a la ciudad de Cochabamba o a las capitales
provinciales. En realidad, esta suerte de estampida no era una exageración, el
propio gobierno, ante la ausencia de un brazo armado institucional, no tuvo
mayores remilgos en entregar las armas del ejercito disuelto en abril de 1952, a
los mineros y campesinos vallunos, quienes se organizaron en milicias armadas,
situación que se vio ampliamente favorecida por que la mayor parte de estos
actores eran excombatientes de la guerra del Chaco capaces de corroborar su
formación militar de forma eficiente, veamos cómo:

Las fuerzas recién organizadas tuvieron una oportunidad de probarse,


poco después de la promulgación del decreto de Reforma Agraria. El 9 de
noviembre de 1953, se realizó otro golpe de Estado y un intento de
asesinar al presidente Víctor Paz Estenssoro. Cochabamba estaba
prácticamente controlada por las fuerzas conservadoras, particularmente
por FSB (Falange Socialista Boliviana). Los campesinos armados llegaron
por miles a la ciudad y después de una batalla de siete horas lograron
56 A fines de marzo de 1953 una delegación de representantes de sindicatos agrarios se entrevistó con el
presidente V. Paz. E. y entre otros planteos, se pidió el reconocimiento para el regimiento campesino “ Carlos
Montenegro” con 10.000 combatientes. En mayo de ese mismo año, se dio cuenta de la organización de
muchas milicias armadas, incluso un batallón de 2.000 campesinos en Arani, para el que se solicitaba
armamento (Los Tiempos Nº 2731, 31/03/1953 y 2759, 09/05/1953). De acuerdo a Guzmán Vargas (obra
citada), los colonos de Ucureña se organizaron en dos compañías armadas. El armamento provenía del envío
que hicieron los mineros de Potosí, otro armamento fue capturado a los propios hacendados o provisto por
militantes del MNR. La primera acción armada de este contingente de 6.000 milicianos, fue la ocupación de
Cliza y la expulsión de los terratenientes Ramón Ledezma, Washington Arandia y otros. Además, de acuerdo
a Crespo y Soto (2002), en Cochabamba, también se organizaron milicias obreras y una de ellas fue la
organizada por el Sindicato Manaco.
80
dominarla” (Antezana, 1968: 73, citado por Huizer, 1974)

En fin, una relación, que resulta extensa, pero que sin embargo, es sintética y
parcial de la forma como la vieja sed de tierra y justicia es saciada de alguna
manera por las masas campesinas movilizadas, esta presente en los siguientes
hechos:

CUADRO No. 10
DEPARTAMENTO DE COCHABAMBA:
RELACIÓN PARCIAL DE HECHOS Y CONFLICTOS GENERADOS POR LAS
MOVILIZACIONES CAMPESINAS DE MAYO DE 1952 A AGOSTO DE 1953
Relación de hechos Haciendas, localidades, provincias Fuentes
Brotes y agitación en haciendas Haciendas de Collpa rancho y Pucara Huani, Los Tiempo, 15/06/52
Arani
Incendio y destrucción de trojes y casas Hacienda Jatum Pampa, Ayopaya Los Tiempos, 15/06/52
de hacienda
Agitación campesina Provincias Ayopaya y Arani, localidades de Los Tiempos, 17/06/52
Cliza, Tarata y Tamborada (Cercado).
Prosigue agitación campesina Cantón Ramada, Tapacarí Los Tiempos , 18/06/52
Cabildos campesinos exigen jornal para Alturas de Tirani y Altamachi, Cercado y Los Tiempos, 26/06/52.
recoger cosechas Quillacollo.
Agitación campesina Haciendas de la región de Pucara Los Tiempos, 30/06/52
Arrenderos solicitan bajar precios de Finca de Vacas, propiedad municipal Los Tiempos, 29/07/52
arriendos
Denuncias de agitación y sabotaje a la Hacienda Liquinas, Cliza Los Tiempos, 1º/08/5
producción
Paralizakción de las labores agrícolas Hacienda Arruman, Mizque Los Tiempos, 15/08/52
Gran concentración campesina para Cochabamba Los Tiempos, 14/09/52
recibir a Víctor Paz E.
Manifestación armada de 4.000 Asalto de las haciendas El Rosario, la Los Tiempos, 07/11/52.
campesinos. Asalto de haciendas, Candelaria, Cusicancha, Pucara y otros.
ocupación y destrucción de casas en Ocupación de Colomi, Chapare.
Colomi
6.000 indígenas del Sindicato Agrario de Cliza El País , 17/11/52
Cliza amenazan atacar la capital
provincial
Concentraciones campesinas. En las afueras de Ucureña y en Tolata. Los Tiempos, 19/11/52
500 campesinos del Sindicato Agrario Hacienda Pucara, Cercado Los Tiempos, 03/12/52
Tamborada ponen sitio a la hacienda
Movilizaciones para exigir desocupación Haciendas Molle Molle Pampa, Sivingani, Los Tiempos, 03/12/52
de administradores de fundos. Chullpa Pama y otras en Esteban Arce.
Sindicato agrario de Santivañez exige Hacienda El Convento, Santivañez Los Tiempos, 04/12/52
desalojo de administrador.
Parcelación de finca por campesinos Finca Tacachi, próxima a Villa Rivero, Jordán Los Tiempos, 22/01/53
Agitación campesina Pojo, Carrasco Los Tiempos, 22/01/53
Saqueo de fincas Pojo, Carrasco Los Tiempos , 22/01/53
Manifestación armada solicitando libertad Cochabamba Los Tiempos, 30/01/53
de dirigentes campesinos
Apropiación de fundo por Sindicato Fundo Liquinas de padres franciscanos El País, 3/03/53
Agrario de Cliza
Despojo de tierras a patrones Haciendas Arrumani y Murucucha, Mizque Los Tiempos, 14/03/53
Campesinos amenazan repartirse Haciendas de Tacachi, Cuchu Muela y Los Tiempos, 31/03/53.
cosechas Tocrocollo, Punata

81
Anuncian organización de regimiento Cochabamba Los Tiempos, 31/03/53.
campesino “Carlos Montenegro” con
10.000 plazas.
Desordenes indígenas. Haciendas de Sacabamba, Matarani, Los Tiempos, 15/04/53.
Sirampu, zona Anzaldo, Esteban Arce
Ataque a hacienda Hacienda Yerba Buena, Carrasco Los Tiempos, 16/04/53.
Sitio a población Tiraque Los Tiempos, 16/04/53.
Temen asalto en masa Totora Los Tiempos, 16/04/53.
Agresión a hacendado Hacienda La Alcoholería, Tolata Los Tiempos, 16/04/53.
Invasiones de haciendas Copachuncho, Duraznillo, Manuari y Yuta Los Tiempos, 19/04/53.
pampa, Carrasco
Asalto de hacienda y flagelación de Hacienda Sikimira, Mizque Los Tiempos, 21/04/53.
hacendado
Concentración de 10.000 campesinos y Totora Los Tiempos, 21/04/53.
amenaza de saqueo de capital de
provincia.
Huelga de brazos caídos Hacienda Pucara, Cercado Los Tiempos, 23/04/53.
Asalto de hacienda y distribución de Hacienda Huayapacha, Carrasco Los Tiempos, 25/04/53.
tierras y cosechas
Campesinos exigen incremento de Hacienda Pairumani, Quillacollo Los Tiempos, 25/04/53.
salarios y subsidios
Se aprestan a defender pueblo Tin Tin, Mizque Los Tiempos, 29/04/53.
amenazado por campesinos
Pueblo sitiado por campesinos armados Tacopaya, provincia Arque Los Tiempos, 30/04/53

Campesinos cosechan directamente en Haciendas de Sipe Sipe y Pojo Los Tiempos, 1º/05/53
varias fincas
Formación de milicias campesinas Arani Los Tiempos, 09/05/53
armadas
Manifestación campesina causa zozobra Tarata Los Tiempos, 12/05/53

Asalto a hacienda Hacienda Cuchira, Anzaldo, E. Arce. Los Tiempos, 12/05/53


Campesinos de Ucureña siembran Tarata, Punata. Arani, Cliza y muchas Los Tiempos, 02/07/53
pánico. Atacan varios centros poblados, haciendas
siendo Tarata el más afectado. Se allanan
casas de hacienda
Enfrentamientos entre campesinos y Vila Vila y Anzaldo Los Tiempos, 04/07/53
vecinos con bajas de ambas partes
Ocupación de centro poblado y requisa de Anzaldo Los Tiempos, 08/07/53
domicilios

La relación, en realidad incompleta 57, de los hechos contenidos en el cuadro


anterior muestra que el mayor énfasis en las movilizaciones y sus expresiones
más radicales se dieron en las provincias del Valle Alto, donde incluso se atacaron
varios centros poblados. Por otra parte, en los últimos meses anteriores a la
Reforma Agraria arreciaron las ocupaciones de haciendas y las distribuciones de
tierras e incluso la recolección de cosechas y su distribución entre los colonos 58.
57 Muchos actos de expulsión de patrones, tomas de tierra, hostigamiento a las haciendas, etc. no eran
publicados por la prensa por la censura gubernamental.
58 Una singular descripción de la celebración de una toma y reparto de tierras en el valle alto, proporcionaba
los siguientes detalles: “Faltando una semana para el acto, se preocupan por la provisión de chicha en gran
cantidad, y de antemano contratan algún componente que toca acordeón. Por ejemplo en la reciente
distribución de terrenos en Cliza, se pudo observar que en el trigal existente, gran cantidad de campesinos
bailaban y zapateaban a los acordes de un acordeón, mientras a la vera del camino se veían cántaros de
chicha (...) Las imillas y los mozos del campo silbaban y cantaban como nunca, dando volteretas sobre el
82
Todo este proceso de amplia movilización, acompañada de otras similares en el
Norte de Potosí, los valles de Chuquisaca, el altiplano orureño y paceño y las
orillas del Lago Titicaca colocaron al MNR en una delicada situación, en realidad
contra las cuerdas, pues no existía ni decisión ni unanimidad en torno a la
cuestión agraria. La derecha del MNR se enfrascó en un complot contra la COB y
esta ola de radicalización. Dicho complot, descubierto a principios de enero de
1953, mostró que el partido gobernante corría el riesgo de fracturarse. Estos
hechos obligaron a Paz Estenssoro, por un lado, a nombrar una comisión
redactora del Proyecto de Ley de Reforma Agraria para acometer esta tarea sin
tardanza, y por otro, a emitir un decreto de excepción, a fines de abril de 1953,
instruyendo la expropiación de las tierras próximas a Ucureña a fin de que no se
perdiera el control de la situación, que se tornaba cada vez más delicada, por el
empeño de fracciones rivales de campesinos y dirigencias sindicales en asumir
medidas cada vez más drásticas y desafiantes al orden constituido. Esto condujo
a que en el agro cochabambino surgiera un doble poder, como se mencionó
anteriormente59.

Finalmente, pese a los reparos de Paz Estenssoro, que llego a declarar en febrero
de 1953 que "la Reforma Agraria sólo ha de beneficiar a la burguesía". (El Diario,
4/02/1953, citado por Iriarte, 1980: 41), el 2 de agosto del año citado, en medio de
una enorme concentración que se calculó en 100.000 campesinos, se firmó en
Ucureña, el Decreto de Reforma Agraria, que proporcionó plena legalidad a las
ocupaciones de tierras operadas con anterioridad a dicha disposición y consolidó
la tenencia individual de las parcelas en que se subdividieron los fundos
afectados, aunque su titulación individual se demoraría por décadas 60.

La Reforma Agraria de 1953

Para Cochabamba, este fue un hecho trascendental, sólo equiparable con aquella
lejana "primera reforma agraria"61 que expulsó a los antiguos ayllus, rompió el
sentido de pisos ecológicos complementarios de las comunidades andinas,
impuso la encomienda colonial y el modelo de hacienda hispana. Es decir, las
transformaciones agrarias, desde la llegada de los guerreros Incas a los valles,
pasando por la invasión hispana y finalmente, el Decreto Ley de 1953, no sólo
fueron simples operaciones de parcelamiento de tierras e incremento del universo

terreno del cual ya se creían propietarios, mientras que en otro sector, un grupo de indígenas media los
terrenos utilizando solamente rústicas correas” (Los Tiempos, 26/04/53).
59 Una relación sobre las rivalidades y pugnas en el seno del movimiento campesino, encontrará el lector en
el trabajo de Dandler, 1984, en Calderón y Dandler, 1984.
60 Para un análisis más pormenorizado del contenido del decreto y otros aspectos, existe una amplia
bibliografía entre las que se puede citar: Urquidi 1976, Albo 1979, Canelas 1966, Paz Ballivián 1983, Echazu
1983, Dandler 1975, etc.
61 Ver Solares 2011.
83
de propietarios, sino procesos que conmocionaron en profundidad las
formaciones sociales involucradas.

En el contexto regional, la Reforma Agraria significó realmente el derrumbe del


viejo orden y el desquiciamiento de los valores de la sociedad oligárquica tan
celosamente conservados por siglos. Sin embargo, el nuevo modelo de sociedad
regional que emerge no se encuadra a los pronósticos y temores de subversión
socializante con que las viejas élites justificaban sus excesos represivos y su
terca oposición a los menores cambios e innovaciones. El resultado fue la
consolidación final de una república de pequeños propietarios, formalmente
democrática y abierta a las aspiraciones de ascenso social, que se encaminó
trabajosamente hacia un modelo de desarrollo capitalista, que dado todo el
singular, complejo y original antecedente histórico que carga la región, no podía
dejar de tener sus peculiaridades propias.

La división del tiempo en "antes" y "después" de la Reforma Agraria, tiene aun un


hondo significado, pues esta separación, no sólo tiene un alcance retórico, sino
expresa el límite entre dos bordes conteniendo mundos totalmente diferentes.
Por ello es posible afirmar que las nuevas élites se constituyen a partir de los
hechos relatados, y en suma, la formación social regional actual, de una u otra
forma es una criatura que nació a la sombra de la citada Reforma Agraria como
resultado de la profunda recomposición de las fuerzas sociales regionales que ella
generó.

La inexistencia de comunidades andinas, o por lo menos, de sentimientos


comunitarios significativos en algún grado, que influyeran en el sentido de
agrupación u organización de los ex colonos de hacienda y los piqueros, fue un
factor decisivo -a diferencia del Altiplano-, para que en los Valles de Cochabamba
surgiera el sindicato agrario como el único instrumento aglutinador que dio
expresión y permitió la homogeneización de las demandas del campesinado
parcelario: “Es pues en Cochabamba donde el sindicato se aproxima mejor a su
definición convencional, pues es allí donde el proceso de individualización -
producto del desarrollo mercantil y capitalista- se encuentra más avanzado.”
(Rivera, 1986: 109)

En cierta forma el predominio del sindicato significó el predominio de una naciente


aristocracia de dirigentes que, cumplida la gran tarea de dotar de tierras a sus
bases y saciar eficazmente su vieja sed de tenencia individual del pegujal o
parcela, se preocupó más de medrar del poder y cobijarse a su sombra, para
satisfacer a su manera su ansia de riqueza y de disponibilidad de alguna fracción
de dicho poder, lejos ya de una relación orgánica con las masas campesinas a las

84
que formalmente representaban. En realidad esta temprana corrupción de la
dirigencia sindical campesina, este irresistible apego a las prácticas clientelistas y
de "incondicional" apoyo a la clase política gobernante, pronto se convirtió en una
estrategia eficaz de acumulación de poder y capital, en medio de un verdadero
torbellino de expansión de la economía de mercado, vertiginosamente
incrementado por la concurrencia de miles de nuevos ofertantes y demandantes,
y cuyo efecto más significativo fue el raudo crecimiento del sistema ferial que
alcanzó los sitios más recónditos de la geografía departamental.

Los ex colonos dueños, por fin, de una parcela de tierra, dejaron de depender del
patrón de hacienda para su subsistencia, pero pasaron a depender de un patrón
más omnímodo y abstracto, el mercado y sus férreas leyes, lo que les obligó, en
unos casos, a desdoblar su vocación campesina con un aprendizaje forzoso de
las artes comerciales del feriante, y en los más, a enrolarse en las complejas
redes de la comercialización de alimentos, donde se acomodaron casi
masivamente los lideres sindicales de escalones medios y superiores, que en un
pasado todavía muy próximo protagonizaron las heroicas jornadas de lucha
contra los k'aras, pero que ahora se transformaron en "rescatiris" prósperos o en
vías de serlo.

En los valles esta acelerada recomposición y decantación de los estratos sociales


despojados de sus antiguos roles una vez derrumbado el viejo tronco hacendal,
permitió una nueva articulación en torno a un nuevo eje: el sistema ferial y sus
mecanismos de funcionamiento. La constitución de redes especializadas de
comercio de granos, verduras, tubérculos, frutas y chicha, pronto definió la
ubicación de los actores, unos en vías de acceder como iguales al mundo de la
otrora élite regional, otros sepultados en su vieja pobreza, pero alimentando la
esperanza de recorrer este promisorio camino. En este contexto no resulta
extraño que finalmente todos: los nuevos ricos y los esperanzados pobres
desearan defender el mundo que habían conquistado, es decir no sólo el pedazo
de tierra, sino el derecho a inscribir en la constitución de la nueva superestructura
los valores mestizos tan sañudamente combatidos por las élites oligárquicas. Por
ello resultaba natural ver en el MNR la imagen del Estado benefactor y patriarcal,
y aportar a su defensa y perdurabilidad, era contribuir a conservar los derechos
conquistados.

De hecho, en principio la relación entre campesinado, MNR y Estado tuvo este


significado, que además no resulta excepcional, sino como sugirió Albo, parte de
un largo proceso de "acomodación a lo que va llegando”, con ciertas
dependencias del “amigo de arriba" (1987). Los sindicatos, los nuevos estilos de
lucha, las nuevas formas de relación política e incluso la Reforma Agraria fueron

85
valores traídos de afuera y soportados "desde arriba", que finalmente aportaron al
logro de los objetivos históricos del campesinado valluno, que sólo muchas
décadas después comprendió, que su relación inicial con el Estado del 52 fue
ingenua. Es decir que todo lo logrado se obtuvo gracias a que este campesinado,
con su elevada conciencia de lucha y enorme capacidad de movilización, fue
capaz de presionar a dicho Estado y arrinconarlo con el fantasma de la
"Revolución Agraria", para arrancarle la conquista del 2 de agosto de 1953.

En fin, el derrumbe del poder oligárquico en las áreas rurales fue la compuerta
que dio curso a la constitución de la Cochabamba actual, donde más allá de los
magros resultados -la miseria del minifundio, la transformación del sistema ferial
en un instrumento eficaz de intercambio desigual y de explotación campesina, el
surgimiento de nuevas élites locales que, como otrora, hacen reposar su poder
sobre dicha expoliación, etc.-, emergió una identidad regional capaz de asimilar la
modernidad y el cambio pero sin renunciar totalmente a su trasfondo andino.

Como veremos más adelante 62, la capital departamental pasó a expresar en grado
sumo esta identidad regional y a su modo, la "revolución urbana" que también
concluyó en una reforma, permitió establecer la dimensión material que
correspondía a esta nueva composición de fuerzas sociales e imaginarios
ideológicos.

Finalmente, todo proceso histórico no deja de tener sus giros irónicos y el drama
del derrumbe oligárquico no es una excepción ni mucho menos, sino algo que
amerita ser puesto en relieve: la cuestión del indio y la tierra, fue una suerte de
pesadilla que quitó el sueño no solo a los conquistadores, sino, y sobre todo, a
sus herederos los criollos que fundaron la República de Bolivia. Como ya
observamos, el régimen colonial, sobre todo los funcionarios borbónicos de la
corona, que trataron de dar un nuevo impulso a la decadente economía minera,
en las últimas décadas del siglo XVIII e inicios del XIX, lograron llegar a una
suerte de pacto entre las comunidades indígenas y el Estado Colonial en torno al
delicado asunto del tributo indígena que fue consolidado a cambio del
reconocimiento de las tierras de comunidad, las mismas que fueron provistas de
títulos de la Corona o títulos de composición 63 En la República, esta protección
estatal a cambio del tributo indigenal se convirtió en una suerte de nudo que no
pudo ser desatado pese a los numerosos intentos para despojar de sus tierras a
62 Ver capítulo IV.
63 La composición de tierras era una figura jurídica del derecho castellano mediante la cual se podían
regularizar las situaciones que estaban al margen de la ley, tales como la ocupación indebida de la tierra.
Era un mecanismo de negociación, pacto o concierto entre el soberano y sus súbditos, en el cual las
dos partes resultaban beneficiadas, pues el vasallo corregía su condición irregular y obtenía certeza legal,
mientras que la Corona se favorecía de la contribución monetaria correspondiente (el tributo), Carrera
Quesada, 2015.
86
las comunidades. La propiedad comunal o colectiva, contra viento y marea, sobre
todo en el altiplano y tierras altas de Cochabamba, pudo sobrevivir a los embates
liberales, pese a la cerrada oposición de la legislación boliviana a reconocer esta
forma de propiedad.

Las circunstancias históricas singulares que caracteriza el devenir de la estructura


agraria en los valles cochabambinos, y cuyos pormenores han sido ya
suficientemente analizados, permitió desde fines del periodo colonial y a lo largo
de los primeros 125 años republicanos, el fortalecimiento paulatino de la pequeña
propiedad campesina, y a partir de los conflictos para consolidar este derecho
adquirido, la temprana sindicalización rural en dichos territorios. Sin embargo,
visto desde una perspectiva más amplia – el mundo andino-, este movimiento de
pequeños propietarios era minoritario y la reivindicación de la “la tierra para quién
la trabaja” no necesariamente representaba el sentir de los ayllus del altiplano y
las tierras altas.
Estas dos tendencias, el respeto a las formas de propiedad colectiva de la tierra
versus la fuerte presión de los sindicatos vallunos para la titularización individual
de pegujales y sayañas, terminó favoreciendo el cálculo político del MNR, en favor
de la segunda opción. Al respecto señalábamos lo siguiente:
“la mencionada medida (la Reforma Agraria) significó el triunfo de la
tendencia privatizadora de la tierra reivindicada por el viejo Estado
oligárquico, pero también por las masas de colonos arrenderos de los
valles, que deseaban convertirse en piqueros en contraposición con la
idea del retorno a la propiedad comunal que reivindicaban poblaciones
aymaras. La reforma, en realidad, se redujo a la expropiación de las
tierras de hacienda y su distribución gratuita en favor de los antiguos
colonos sometidos a relaciones de servidumbre social y laboral. El Estado
dio por cumplida su tarea con esta concesión y evitó comprometerse con
cualquier orientación técnica o apoyo financiero eficaz” (Solares, 2011:53)

Ciertamente, la Reforma Agraria universalizó el derecho a la propiedad privada de


la tierra agrícola, dejando en una situación ambigua la cuestión de las tierras de
comunidad. Lo irónico, es que el movimiento campesino más radical acompañado
de un partido político que nunca dejo de lado su oportunismo para acoplar esta
radicalidad al furgón sus propios intereses, termino desatando el nudo de la
contradicción tierras comunales de origen – tributo indigenal, favoreciendo un
desarrollo agrario que hizo propietarios de minifundios a miles de familias
campesinas, pero no las sacó de la pobreza y la dependencia política, esto último,
por lo menos hasta inicios del siglo XXI. En fin, los patriarcas reaccionarios,
incluido Melgarejo, Tomas Frías y muchos otros, a pesar de que no se salvaron
las haciendas, pueden descansar en paz. Ironías de la Historia.

87
CAPITULO III
LA CONSTITUCIÓN DEL NUEVO BLOQUE DE PODER REGIONAL: VIEJOS
ESCENARIOS PARA NUEVOS ROLES

La estructura del poder oligárquico

La estructura de haciendas, piquerías, pueblos provincianos, ferias rurales y un


centro urbano dominante que mantuvo su vigencia en los valles hasta 1953,
históricamente no fue un producto de la vida republicana, ni surgió con las luchas
por la independencia, sino fue, en su forma original, un producto de la economía
colonial que se remonta a fines del siglo XVI, En su composición, como no podía ser
de otra manera, si nos atenemos a la sugerente observación de Javier Albó, (1987)
sobre la diferenciación y originalidad de los q'hochalas para constituir sus
instituciones sociales y sus formas de relación con el Estado, se combinaron
factores económicos, tanto como culturales y étnicos, que no sólo dieron por
resultado el mestizaje de la economía y la sociedad, sino el temprano surgimiento
de las relaciones mercantiles y todo un conjunto de condiciones generales que
estimularon la aparición de un campesinado que exitosamente perforó el sistema
colonial de tributos y segregaciones raciales (Larson, 1982) dando paso a la exitosa
constitución de un mercado interno regional dinámico en el siglo XIX (Azogue,
Rodriguez, Solares, 1986).

Dicha estructura, sobre la que se apoyaba todo el aparato y la alternativa de la


sociedad oligárquica, presentaba dos componentes principales: los latifundios y la
ciudad tradicional.

En la esfera de la composición del aparato productivo, aparecía la hacienda como la


unidad dominante. En el caso de Cochabamba, esta unidad se basaba en la
captación de renta en trabajo en forma mayoritaria, combinada con renta en
productos y dinero. En el caso de haciendas medianas y fincas, resultantes de la
mercantilización de la tierra hacendal y su consiguiente fragmentación, esta
captación, se dirigía a la aparcería y el arriendo en favor de productores directos
(Paz Ballivian, 1983: 56).

Pero el latifundio era mucho más que una unidad productiva dominante. Volviendo al
planteo de Antonio Garcia, ya abordado en el Capítulo I, la hacienda, era una
constelación compleja de relaciones de poder y sojuzgamiento, que iba más allá de
las relaciones sociales de producción y abarcaba un amplio espectro de la esfera de
los comportamientos, los valores y los imaginarios que imponía el hacendado sobre
sus subordinados, convirtiéndose no solo en el temido patrón, sino también en un

88
ser omnímodo que se atribuía virtudes paternales con relación a sus semejantes
inferiores, poco capacitados para adoptar iniciativas correctas en su vida cotidiana.

En los valles cochabambinos el surgimiento exitoso de un dinámico mercado interno


de productos agrícolas, sobre todo del maíz y sus derivados, paulatinamente se
constituyó en un factor de subversión de esta constelación de poder, en la medida
en que la parte "inferior" de esta economía no permaneció cerrada, sino
experimentó una gran apertura, justamente debido a que en el polo opuesto de la
misma, la empresa patronal se ahogaba continuamente en su ineptitud para
mantener convenientemente "abierto" el vínculo vital entre la hacienda y el "sistema
superior de mercado", esto es los mercados mineros, la gran urbe del Altiplano y
otros mercados extrarregionales dominados por empresas agrícolas capitalistas
modernas provenientes de Chile y Argentina, con las cuales el sistema hacendal
valluno jamás pudo competir.

No obstante el poder hacendal, como se sugirió anteriormente no sólo aspiraba al


pleno control de una población arraigada en el interior de la frontera hacendal, sino
al ejercicio efectivo de prácticas de dominación social que se ejercitaban -a veces
bajo la imagen paternalista del "Tata patrón" y otras en forma torpemente autoritaria
-repartiendo "huasca" a la indiada-, sobre un abigarrado universo de colonos,
arrenderos, aparceros e incluso piqueros localizados en las fronteras de la casa de
hacienda.

Como señala García, el eje del dominio hacendal reposaba en el monopolio


selectivo de la mejor tierra agrícola, el agua, los campos de pastoreo, etc. El
pegujalero tenía acceso, por ejemplo al agua, a cambio del consumo gratuito de su
fuerza de trabajo, es decir, la renta en trabajo. El aparcero o compañero, a cambio
del acceso a la tierra laborable, debía aportar con su trabajo al proceso agrícola, y
tenía derecho a parte de la cosecha, normalmente el 50% "al partir", o aún menos
en otras modalidades, como la renta en especie. El arrendero a cambio del arriendo
de un pegujal sin riego, se obligaba a cumplir con una renta monetaria, o sea, a
proporcionar retribuciones periódicas (anuales o semestrales) en dinero.

El resultado es efectivamente una constelación de relaciones de poder e intercambio


desigual que tejía una espesa red de vínculos entre latifundio, pequeña propiedad
campesina, feria y centro poblado. En este último, se establecía la sede del aparato
estatal: policía provincial, juzgados y notarías, telégrafo, iglesia y una celosa capa de
notables pueblerinos, que se disputaban arduamente entre si el favor de los
hacendados, quienes llenaban con estos sectores sus requerimientos de rodearse
de una guardia pretoriana de temibles capataces mestizos. Esta era la estructura del
poder hacendal, que definía en cada caso, según la importancia y el tamaño de la

89
hacienda, un área de influencia local más o menos extenso, donde la voluntad del
patrón tenía fuerza de ley64.

La alternativa que fue minando este sistema en los valles, fue el surgimiento de
campesinos libres (piqueros) que encontraron en el sistema ferial la opción más
eficaz para liberarse, por lo menos parcialmente, del poder de los patrones, quienes
al despreciar este "mercado de indios", renunciaban al control eficaz de los circuitos
de comercialización de un importante volumen de productos agrícolas 65.

El otro componente de esta estructura de poder, era la ciudad tradicional, cuya


influencia no sólo hacía referencia a su condición de plaza comercial y sede de la
administración regional del Estado, asiento de la fuerza pública y la guarnición militar
y lugar donde se desplegaba la dimensión material -la arquitectura y la urbanización-
que expresaba el poder y la fortuna de la élite regional; sino además, al inflexible
control sobre una extensa periferia rural, donde, a la manera de sedientos
tentáculos, extendía su red de tributos y exacciones diversas con que se gravaba a
la economía campesina por su acceso al mercado. De esta forma, la ciudad era la
sede de un intrincado mecanismo de reproducción del intercambio desigual y de la
apropiación del excedente agrícola, con el cual financiaba su propia modernidad, sin
gravar a la hacienda con este significativo egreso. En este sentido, preservando sus
aires señoriales, Cochabamba, en tanto se preocupaba de modernizar aquello que
se consideraba la verdadera ciudad, estimulaba la existencia de un extenso cinturón
periférico de chicherías, con cuyos tributos se nutrían las arcas municipales y
prefecturales que viabilizaban estas aspiraciones formales de renovación.

Esta estructura de poder que se fue debilitando paulatinamente en los valles de


Cochabamba a lo largo de muchas décadas, finalmente, se desmoronó en pocos
meses, de tal manera que en agosto de 1953, lo que se hizo en realidad, fue crear
un marco legal y jurídico, que ofreciera cobertura al desmembramiento, que de
hecho, habían sufrido entre junio de 1952 y julio de 1953, la mayor parte de las
haciendas del valle.

64 Esta constelación de poder, bien puede ejemplificar lo que Gramsci denomina "bloque de poder" en
términos de una visión menos rígida de las luchas de clase, es decir, donde el control de las clases
subalternas, compromete no a una sola clase social (los latifundistas) sino se extiende a una suerte de
alianza de clases, fracciones de clase y estratos sociales que en conjunto aseguran su dominio sobre la
formación social regional, contando para ello con la mediación del Estado.
65 Sin embargo, aunque no existen datos muy específicos al respecto, desde mediados de los años 1930
muchos hacendados comenzaron a producir maíz y fabricar chicha, que posiblemente era exportada a centros
urbanos como La Paz, Oruro y otros menores o vendida en Cochabamba.
90
La emergencia de las nuevas estructuras de poder

La interpretación de los hechos que se suceden con posterioridad a la Reforma


Agraria han enfatizado sobre todo en el proceso de captación y plegamiento de la
dirigencia sindical campesina a los intereses del partido gobernante (Canelas, 1966,
Iriarte 1980, Rivera 1986, Etc.). Sin embargo, sin negar la evidencia de este
fenómeno, consideramos que el mismo tiene apenas una dimensión formal que
cubre la realidad de un proceso de recomposición y constitución de la nueva
estructura del poder regional, proceso indudablemente plagado de conflictos,
contradicciones, marchas y contramarchas revestidas de un tinte político partidario
lleno de infidelidades, oportunismos, traiciones y continuas luchas intestinas que no
sólo fueron exclusivos de los valles de Cochabamba, sino abarcaron otros
escenarios departamentales, donde también se había hundido el antiguo poder y
estaba emergiendo una nueva correlación de fuerzas sociales, que a falta de otros
canales de manifestación, optó por la vía de expresarse a través del movimiento
campesino.

Este proceso, en cierta forma, se vio facilitado por la desmovilización de los


excolonos que habían dinamizado enormemente el movimiento campesino anterior
a 1953, quienes obtenida la ansiada parcela, pegujal o sayaña por la vía de los
hechos consumados, procedieron a consolidar su conquista, convirtiendo en
obsesión el peligro del "retorno de los patrones"66. Ello explica, por que aceptaron y
delegaron a sus dirigencias sindicales, las tareas de fortalecer una alianza entre este
campesinado y el MNR como portavoz del Estado benefactor, que naturalmente
pasó a ser defendido a toda costa.

Pero además de esta actitud política, para los miles de nuevos pequeños
propietarios, se abría una perspectiva totalmente nueva y relativamente
desconocida. De pronto, desaparecido el patrón y la institución de la hacienda, que
hasta ese momento habían sido el referente concreto de unas relaciones de
producción y de unas modalidades específicas de reproducción de la fuerza de
trabajo, los excolonos comenzaron a comprender la nueva realidad, donde ellos
eran los patrones de si mismos, y que, de la racionalidad mayor o menor de sus
actos económicos dependía su propia subsistencia. Sin duda, la base de
constitución de la nueva fisonomía del poder regional, se materializó a partir de la
forma en que estos nuevos pequeños productores y consumidores se articularon a
la economía de mercado. Al respecto se sugiere que:

66 La predicas del inminente retorno de los antiguos patrones, fue una estrategia eficaz que utilizó el MNR
para mantener estable su base social en las áreas rurales. Este fue uno de los grandes justificativos para que
las dirigencias sindicales abandonaran su condición de campesinos y se convirtieran en el eje de poder de sus
localidades y regiones. Para ello, recibieron el periódico espaldarazo de los inofensivos golpes de estado que
protagonizo la Falange Socialista Boliviana a lo largo de la década de 1950 e inicios de los 60.
91
“Quizás el aspecto más dinámico de la Reforma Agraria en una región como
los valles de Cochabamba, radique en la vinculación de este sector
reformado con el mercado interno, a través de una intensa mercantilización
de productos agropecuarios, un proceso de integración del campesinado
como consumidor y la proliferación del pequeño comercio. Por tanto, si bien
la economía campesina se diversifica, la Reforma Agraria no produjo en la
región un desarrollo sustancial de las fuerzas productivas: hubo una
diversificación de la economía rural de Cochabamba y fundamentalmente los
campesinos lograron posesionarse de la tierra por la cual lucharon.” (Dandler,
1984: 244-245).

En este contexto, resulta conveniente examinar y comprender el significado de la


retórica política y de las sordas -y luego francas y violentas- luchas de fracciones
campesinas rivales conducidas por "dirigentes campesinos convertidos en caciques
regionales" (Dandler, obra cit.: 205), las mismas que objetivamente no agotan su
explicación en el hecho de que dichos conflictos tuvieran "una estrecha relación con
la rivalidad interna y la crisis institucional del MNR" (Dandler, obra cit.: 245).

Si bien, es incuestionable que existió la relación formal anotada y que el MNR -sobre
todo su ala derecha-, para recobrar la conducción del timón del Estado después de
la Reforma Agraria, se dedicó a controlar el movimiento campesino, quedando claro,
que el objetivo de la Revolución Nacional era finalmente desarrollar una burguesía
nacional y un capitalismo moderno que sustituyera a la antigua oligarquía minero-
feudal. Para ello, no ahorro esfuerzos ni recursos para captar clientelas que
pudieran facilitar la viabilidad de este objetivo central, en el contexto de la estrategia
anotada: “Desarticular la alianza obrero campesina y el cogobierno de los años
iniciales, convirtiéndose el campesinado cada vez más, en un elemento importante
de apoyo a un régimen de una burguesía nacional dependiente (Dandler, obra cit.:
245-246).

El campesinado valluno se plegó, con cierta docilidad, y acepto a acomodarse


"dentro del contexto del proyecto económico-político del MNR" (Dandler, obra cit:
246), En realidad, en líneas generales, dicho proyecto no era incompatible a las
tendencias que evidenciaba el desarrollo regional. El temprano surgimiento de un
mercado interno que se fortalecía con la expansión de la economía mercantil y un
campesinado libre muy anterior a 1952, eran realidades compatibles con la
evolución de la política emenerrista. Por tanto las rivalidades entre caciques
campesinos sólo tomaban el ropaje de las contradicciones partidarias, pero en el
fondo, se trataba de luchas por el control de esferas de influencia y dominio en el
marco de la constitución del nuevo bloque de poder regional emergente, el mismo
que no se limitaba al control de las dirigencias agrarias, sino a establecer una amplia
92
alianza con las clases medias citadinas y pueblerinas, en la perspectiva de
reemplazar el viejo modelo de acumulación de riqueza en el nivel regional, por otro
que les permitiera bonanza y ascenso social. Naturalmente este proceso no fue un
camino sembrado de pétalos de rosa, sino más bien de espinas y conflictos.

La Reforma Agraria y la caricatura del desarrollo capitalista

El eje de los conflictos, se situó en la provincia Jordán, donde el fraccionamiento


parcial de la gran hacienda del Monasterio de Santa Clara, como ya vimos, había
dado lugar al surgimiento de un numeroso estamento de piqueros con mucha
anterioridad a los años 50, pero donde al mismo tiempo, se mantenía una
significativa cantidad de colonos que sólo tuvieron acceso a la tierra a través de las
luchas sindicales iniciadas en 1936. Este proceso, sobre todo en el período 1952-53
y en el inmediatamente posterior, dio lugar a dos dirigencias rivales: José Rojas, que
finalmente impuso su liderazgo sobre la poderosa Central Campesina de Ucureña y
Miguel Veizaga líder de la Central de Cliza. La primera, representaba más los
intereses de los excolonos, y la segunda, aglutinaba las expectativas creadas en
torno a la famosa feria de la localidad citada67, muy concurrida por pequeños
comerciantes y piqueros, tanto de la propia Cliza, como de otros centros próximos y
distantes, abarcando un área de influencia directa que involucraba al conjunto del
Valle Alto, e indirectamente a los otros valles y zonas de altura.

Junto con la extinción de las haciendas y la consiguiente distribución de tierras,


acompañadas de grandes movilizaciones sociales, los alineamientos políticos y las
pugnas de las dirigencias sindicales mencionadas anteriormente; se produjeron
modificaciones importantes en la esfera de la producción y el intercambio. A este
respecto uno de los destacados autores del proyecto de Ley de Reforma Agraria, al
sintetizar sus objetivos señalaba lo siguiente:

1. La producción agrícola debe adquirir un carácter plenamente mercantil


comercial, superando la economía natural cerrada o de autoconsumo, propio
del sistema feudal.
2. La producción agrícola debe diversificarse conforme a un plan de
especialización regional de los cultivos.
3. El desarrollo de la agricultura mercantil o monetaria debe contribuir a la
creación y fomento de un vasto mercado interno mediante el intercambio
regional de los productos, la demanda creciente de artículos manufacturados
y fabriles, el empleo de medios técnicos modernos en las actividades rurales,
67 La feria de Cliza en el Valle Central, la feria de Quillacollo en el Valle Bajo y la Feria de San Antonio,
luego La Pampa en la ciudad de Cochabamba, constituían el eje vertebral del mercado interno regional.
La Feria de Cliza era el espacio de intercambio comercial que operaba como una referencia para el conjunto
de la oferta mercantil de la región, por tanto el control de esta plaza comercial era un objetivo nada
despreciable.
93
la formación de industrias agrícolas campesinas y, en fin, mediante la
utilización de mayor fuerza de trabajo.
4. El desarrollo del capitalismo en la agricultura -condición necesaria para
liquidar el feudalismo en el campo- debe ser considerado como una fuerza
progresiva
(Urquidi, 1954: El Pueblo, 17/10).

Obviamente que entre objetivos y realidades la brecha fue notable y la disparidad


creciente, no obstante que, cuestiones como acentuar el carácter mercantil de la
producción agrícola, diversificarla y además fomentar un amplio mercado interno, no
eran contradictorias con la realidad regional. Sin embargo este planteo teórico era
muy esquemático y pasaba por alto, que dichos objetivos suponían además una
reestructuración profunda del cuerpo social que se había articulado en torno al
sistema hacendal, de tal forma que, para que efectivamente el ex colono
evolucionara hacia una racionalidad económica y empresarial de tipo capitalista,
esto suponía, además de la distribución de tierras, un enorme despliegue asistencial
del Estado en recursos de capital, formación de mano de obra, protección a la
producción agrícola y a la industria nacional que utilizaba insumos y materias primas
agrícolas y amplios recursos de apoyo técnico y difusión tecnológica que
introdujeran innovaciones sustanciales en los medios de producción y en el proceso
mismo de explotación del agro.

Como nada de esto sucedió, excepto la distribución de tierras y el lanzamiento


abrupto de los ex-colonos a la economía mercantil, el resultado, comparado con el
nivel de las buenas intenciones, fue caricaturesco. A pesar de ello, estos modestos
logros se articularon a la lógica interna de un proceso coherente con los rasgos
históricos regionales, y que encontró finalmente un cauce para consolidar y expandir
dicha economía hasta grados imprevisibles, pero manteniendo el aparato productivo
en niveles pre-capitalistas y donde la economía natural -que la Reforma Agraria
debía extinguir- se constituyó en el recurso defensivo de la economía del pequeño
productor agrícola, que se acostumbró a sobrevivir con un pie puesto en el mercado
y otro en el auto-consumo.

Sobre esta forma de estructuración de la economía, se mantuvo, por una parte, un


aparato productivo agrícola tradicional, atrasado, reacio a la innovación tecnológica
y huérfano de recursos financieros, y por otra, una esfera del intercambio, dinámica
y actuando bajo patrones capitalistas. Bajo la influencia determinante de esta
estructura económica contradictoria, tuvo lugar la constitución y consolidación del
nuevo bloque de poder regional.

94
En este sentido, frente a los planteos modernizantes del MNR no dejó de ser
caricaturesca la prosperidad de los sectores intermediarios (transportistas y
comerciantes) simultáneamente a la persistencia de la pobreza y la franca
pauperización de la fuerza de trabajo rural, la única que producía riqueza y
generaba excedentes; o que, en lugar del florecimiento de la empresa capitalista
rural, la agroindustria y la industria, lo que floreció fue el sistema ferial y la
consiguiente multiplicación -no de los productores- sino de los comerciantes,
quienes en una gran proporción se adhirieron a la economía informal, fenómeno que
incluso se convirtió en un factor decisivo en la expansión urbana que experimentó la
ciudad de Cochabamba desde los años 1950; y que finalmente, en lugar de un
crecimiento del sector industrial basado en la producción agrícola regional, la única
industria que persistió y aun se potenció en los pueblos y ferias provinciales, fue la
tradicional elaboración de chicha. Por ello, tampoco resulta casual, que los nuevos
actores sociales que articulaban para si el nuevo bloque de poder, no fueran los
capitanes de la industria regional y los grandes empresarios comerciales, sino
comerciantes de ferias, rescatiris, excolonos convertidos en caciques sindicales,
camioneros, tamberos, cuperos68 y no pocos contrabandistas.

Expansión mercantil y acumulación

Retornando al escenario donde se expresaron con mayor nitidez las confrontaciones


que sostuvieron los actores sociales mencionados, es decir Cliza y su feria por una
parte, y Ucureña por la otra, apelaremos en este apartado y en los siguientes, al
sugerente trabajo de Katherine Barnes y Juan Torrico, para trazar los rasgos
sobresalientes de esta dinámica.

Una relación sucinta de Cliza y su feria con anterioridad a 1952 revela los siguientes
aspectos:

Cliza era la residencia habitual de los patrones que tenían haciendas en el


valle del mismo nombre. Esta preferencia domiciliaria se debía a que Cliza
era el asiento de la feria más importante de los valles. A dicha feria acudían
comerciantes de todo el ámbito departamental y de provincias de otros
departamentos. Aquí concurrían arrieros que conducían rebaños de Santa
Cruz y Beni para venderlos a intermediarios que lo comercializaban en
Cochabamba y Oruro. De la misma forma, prácticamente todos los
68 Los cuperos emergieron en el contexto de la crisis de abastecimiento urbano que caracterizó a la primera
administración del MNR. Se trataba de personajes que tenían la responsabilidad de abastecer de alimentos de
primera necesidad a un cierto número de familias en un cierto número de manzanas. A cada familia le
correspondía un cupo de alimentos y el cupero era quién recibía la cantidad de insumos y los distribuía a cada
familia desde su domicilio. El negocio consistía en que el número real de familias asistidas era siempre
inferior al número efectivo de cupos entregados, de tal manera que los cupos de dos o más familias fantasma
beneficiaban al citado cupero, quien monetizaba estos artículos de primera necesitad en el mercado negro.
95
productos agrícolas que producían las extensas piquerías del Valle Alto se
comercializaban en Cliza. Incluso el sector hacendal solía vender sus
cosechas en esta feria, razón por la cual sus casas en el pueblo no sólo
servían de alojamiento sino contenían trojes para almacenar los granos. Los
colonos de distintas haciendas transportaban estos cereales en animales de
carga, para ser vendidos en la feria o en las propias trojes del pueblo. Los
comerciantes que adquirían cereales, tubérculos, legumbres y otros
productos a piqueros y/o hacendados, los transportaban en camiones a
Cochabamba (Barnes y Torrico, 1971: 144).

La revolución de Abril de 1952, la consiguiente "revolución agraria" y la Reforma


Agraria de 1953, determinaron que el conjunto del sector hacendal abandonara
Cliza y fuera sustituido por comerciantes mestizos provenientes de las provincias del
Valle Alto y que eran mejor conocidos como "vallunos", y otros provenientes de
Cochabamba y provincias de otras regiones, que se los identificaba como "cholos".
Se trataba, sean vallunos o cholos, de un abigarrado conjunto de rescatistas 69
intermediarios, transportistas y chicheros, que en estrecha alianza con los dirigentes
sindicales campesinos, comenzaron a controlar la actividad ferial en Cliza y otros
sitios del valle. Barnes y Torrico proporcionan estas sugerentes imágenes del
proceso de acumulación que comenzó a favorecer a estos estratos, tomando como
ejemplo el florecimiento de la feria de Punata, que según dichos autores se debió
fundamentalmente a la acción de dos factores: Por una parte, el papel de los
transportistas que:

“después de comprar su casa, comenzaron a trabajar para comprar un


camión. Al comienzo compraron en sociedad entre dos o tres personas,
posteriormente cada uno fue adquiriendo su propio vehículo, con el cual
comenzaron a trasladar gente a la feria de los días martes. Actualmente
(1971), -declaran los investigadores citados-, en la población de Punata
existen 450 vehículos entre rápidos, góndolas y camiones de alto tonelaje
utilizados para traer gente de todas las zonas aledañas y luego retornarlas
nuevamente a su lugar” (Obra cit.: 144-145).

Un segundo factor para el surgimiento de la feria de Punata, hace referencia a las


luchas entre las facciones de Cliza y Ucureña, que perjudicaban el desarrollo de la
feria dominical de Cliza, inclusive poniendo en riesgo la integridad física de los
69 Rescatista o rescatiris eran comerciantes mayoristas que generalmente disponían de un camión y que
recorrían las zonas de piquerías de los valles y serranías adquiriendo diversos productos agrícolas para
revenderlos en las ferias a medianos y pequeños comerciantes que participaban en las mismas. Generalmente,
se especializaban en determinados productos (tubérculos, ciertas legumbres, cereales y frutas de temporada)
y ejercían hegemonía sobre un determinado universo de proveedores campesinos y un dominio similar sobre
cierto número de comerciantes de las ferias a quienes proveían semanalmente. Más adelante se analizará con
mayor detalle a estos personajes.
96
participantes, quienes comenzaron a frecuentar con mayor regularidad la feria de
Punata, contribuyendo a su afianzamiento, en desmedro de la feria anteriormente
citada, es decir que, mientras los bandos contendientes, entre otras cosas, se
disputaban el dominio de dicha feria (Cliza), otro grupo de poder se ocupaba
subrepticiamente de fortalecer la feria de Punata, convirtiendo en estéril el trasfondo
económico del conflicto bélico entre Cliza y Ucureña70.

Sin embargo, la cuestión no era tan simple como aparentaba, lo que estaba en
disputa no eran los asientos feriales, sino el jugoso excedente que generaba el
intercambio desigual campo-ciudad que se materializaba a la sombra del variopinto
paisaje ferial. Los dirigentes campesinos, pero además, una multitud de vallunos de
igual variopinta procedencia: diversos oportunistas de última hora etiquetados como
emenerristas, leguleyos pueblerinos, comerciantes de desarrollado olfato,
camioneros que comenzaron a dominar el arte del rescatiri, en fin, clasemedieros
diversos deslumbrados por la alternativa del enriquecimiento fácil, cada cual a su
manera, quería para sí la mayor tajada de tan suculenta torta. Pero para lograr ese
objetivo, era necesario consolidar, en torno a cada feria, en este caso la de Cliza, un
bloque de poder local que garantizara estabilidad y seguridad en el desarrollo del
proceso de apropiación-expropiación del excedente campesino y el acceso a
posiciones espectables dentro de los aparatos municipales y estatales, sin
posibilidad de que competidores indeseables vinieran a perturbar esta hegemonía71.

La guerra de los caciques

¿Qué era lo que realmente se diputaba en la ch'ampa guerra -como acertadamente


la denominó Dandler-, más allá de las pretensiones de hegemonía política de
pazestenssoristas y guevaristas?72 El encono y fanatismo puesto en la lucha podía
sugerir que lo que estaba en juego era la posesión de la tierra, y que en realidad se
trataba de un conflicto irreconciliable entre patrones y excolonos. Sin embargo, esto
70 Barnes y Torrico sugieren que los riesgos que corrían los comerciantes con los continuos tiroteos entre los
bandos en conflicto, indujo a los camioneros de Punata a recorrer todas las exhaciendas y ranchos, adquiriendo
los productos a pie de cosecha y revendiéndolos en la feria de la localidad citada.
71 Barnes y Torrico una vez más ofrecen los siguientes testimonios: “Antes de la época revolucionaria los
cargos públicos fueron ocupados por los familiares de los propietarios o algunas veces por ellos mismos.
Ningún cargo público en esta población (Cliza) podía ser desempeñado sin el consentimiento de los
propietarios antes de 1952 (…) Pero desde la llegada de la revolución todo cambió; las autoridades públicas
se nombraron con la aceptación de los campesinos y cuando les imponían una u otra autoridad, estos no
aceptaban, ni tampoco permitían que ella fuera posesionada. Desde entonces varios hijos de campesinos
educados en la ciudad llegaron a ocupar dichos cargos. (1971: 167).
72 Se hace referencia a la ruptura entre Paz Estenssoro y su ministro del interior, Walter Guevara Arze en
torno a las elecciones presidenciales de 1960. Guevara consideraba que le correspondía ser el nuevo
presidente, pero ante la negativa del primero, organizó su propia facción a la que bautizó como MNR
Auténtico (más adelante daría origen al PRA, Partido Revolucionario Auténtico), lo que dará lugar a su
expulsión, del que ahora se denominará MNR Histórico. Además, la insistencia de Paz Estenssoro para
permanecer en el poder, provocará el alejamiento de otro aspirante a la silla presidencial, Juan Lechín.
Oquendo que fundará el Partido Revolucionario de Izquierda Nacional (PRIN). (Lavaud. 1998).
97
no era así. Militantes de ambos bandos habían luchado por la Reforma Agraria y
habían marchado bajo una sola bandera. Un primer desmembramiento del MNR,
que incluso no estaba bien asimilado por la masa campesina, y que además no
afectaba sus tenencias y conquistas, no justificaba la confrontación armada, sin
embargo esta se dio. La explicación de la larga cadena de rivalidades personales
entre caciques de máxima, mediana e ínfima jerarquía no termina por satisfacer, por
lo que intentaremos modificar este ángulo de análisis.

Muchos trabajos que han tomado como tema el campesinado y la Reforma Agraria
en Cochabamba, han presentado el esbozo de un universo de colonos sujetos a
relaciones de explotación servil en las haciendas, como los únicos protagonistas de
los hechos, dando la sensación de que la población campesina era muy homogénea
en cuanto a la comunidad de sus intereses y sentimientos. Por el contrario, dicho
campesinado, en el caso que nos ocupa, y en el de otros departamentos, era
heterogéneo. Como hemos señalado con anterioridad, en los valles, además de los
colonos y pegujaleros, estaban presentes pequeños propietarios de tierras agrícolas
o piqueros que conformaban un campesinado libre con respecto al sistema
hacendal desde muchas décadas antes de la Reforma Agraria, a la que se
agregaban multitud de campesinos sin tierra -arrimantes, forasteros, aparceros,
etc.-, los que no necesariamente compartían las aspiraciones e intereses de los
colonos e inclusive, expresaban una actitud hostil con respecto a estos, sobre todo
cuando, después de la Reforma Agraria comenzaron a ver invadidos sus espacios
de actividad comercial en las ferias.

Por otra parte, los pueblos de provincia que, como hemos visto, desempeñaron el rol
de centros de apoyo, residencia y servicios al sector hacendal, concentraban un
vecindario igualmente hostil al avance de los colonos, de tal suerte que en muchos
pueblos como Cliza, Punata, Tarata, Anzaldo existían en forma latente núcleos de
resistencia y resabios del poder gamonal desplazado. El MNR, y sobre todo los
colonos, eran conscientes de esta situación, y con ella justificaron la formación de
milicias campesinas que se empeñaron a fondo en tareas de represión contra todos
aquéllos que consideraban como "enemigos de la Reforma Agraria".
Paulatinamente Ucureña se convirtió en un importante baluarte armado que pasó a
simbolizar el nuevo poder conquistado por los excolonos.

Para los vecinos de Cliza y de muchos otros pueblos, donde predominaban


"vallunos" y "cholos", esta situación representaba "el ascenso del 'cholo campesino'
y de Rojas su máximo cacique" (Dandler, 1984: 296). Sin duda este mundo
pueblerino de mestizos de la ciudad (cholos) y de la provincia (vallunos), es decir,
pequeños comerciantes, transportistas y piqueros, veían con mucho prejuicio y
temor el avance de la "indiada" (los excolonos). En cierta forma, en cada pueblo del

98
valle se reproducía la férrea separación entre campo y ciudad: la frontera del pueblo
marcaba el límite que separaba la decencia, el comportamiento civilizado y el temor
a Dios, del oscuro imperio de la barbarie. Sin duda la situación se tornaba más
álgida cuando esta temible horda osaba irrumpir e interferir en "los negocios del
pueblo".

Por otra parte, los pequeños propietarios campesinos o piqueros, que habían
apoyado al MNR y se habían organizado sindicalmente, eran los grandes ausentes
de los beneficios de la Reforma Agraria. Por ello, su rencor y desconfianza hacia los
excolonos tendía a acentuarse, pues dichos piqueros, habían obtenido la tierra con
grandes sacrificios, a un costo elevado y en el marco de no pocos litigios, en tanto
los colonos la recibían sin costo alguno. Pero lo más sensible era, que además,
debían soportar la competencia de estos nuevos productores en el mercado
regional. Para los piqueros, la dotación de tierras a los colonos, no les daba derecho
a concurrir a los mercados.

Sin embargo, y tal vez lo más significativo, era que se tendía a dislocar un delicado
equilibrio de poder, que se había constituido en pueblos como Cliza y otros, ante el
paulatino retroceso de la hegemonía hacendal. El entorno autoritario de los patrones
fue gradualmente invadido y compartido por una capa de "notables", es decir
comerciantes mayoristas de productos agrícolas, transportistas, una pequeña élite
de "letrados" -notarios, maestros, jueces provinciales, abogados, etc.-, a la que se
sumaban grandes fabricantes de chicha; ocupando un peldaño inferior, se
encontraban los pequeños comerciantes de feria y los piqueros o pegujaleros; en
tanto los indios sin tierra y similares, ocupaban, en esta pirámide, la amplia base
inferior. Sin duda resultaba inaudito, que esta estructura todavía no muy sólida en
los años 1950, corriera el riesgo de desplomarse por la irrupción de intrusos
excolonos, sobre todo, cuando la emigración de patrones desde los pueblos entre
1952 y 1953, dejó libre el acceso a la cúspide del poder provincial y local al estrato
de "notables".

Por ello no debe sorprender, que los piqueros, alentados sin duda por otros sectores
que en la década de los 50 "no podían alzar cabeza", comenzaran a nuclearse en
torno a la central campesina de Cliza: “Alrededor de 1959, aproximadamente la
mitad de los sindicatos asociados a la central de Cliza eran de piqueros, mientras
que aquéllos asociados a la central de Ucureña, eran en su mayoría sindicatos de
colonos.” (Dandler, 1984: 257).

El autor citado sugiere además, que en muchos sindicatos de colonos existían


piqueros en una proporción minoritaria, hecho que reflejaba la situación de
heterogeneidad antes mencionada, que era normal en rancheríos y otros sitios,
donde la población de colonos era dominante pero no absoluta y donde, un solo
99
sindicato englobaba al conjunto del campesinado. En suma Dandler reconoce, con
acierto, que entre el campesinado cochabambino que masivamente apoyó al MNR y
a la Reforma Agraria, existían diferencias sociales y económicas, que determinaron
que:
“1) Los campesinos sin tierra y colonos dependientes de la hacienda se organizaran
militantemente bajo el liderazgo de Rojas y,
2) una alianza de grupos no campesinos arraigados en pueblos que apoyaban la
Revolución pero defendían la pequeña y mediana propiedad, y se oponían a
la primacía del campesinado sobre el pueblo. Estos últimos explotaron las
diferencias del campesinado, apoyándose en el resentimiento del piquero
frente al ex colono beneficiado por la Reforma Agraria.” (Obra cit.: 257-258).

Sin entrar en el análisis de la personalidad de los protagonistas del enfrentamiento


entre Cliza y Ucureña, ni en el fatigoso detalle del proceso político que lo envolvió y
que ha sido descrito por diversos autores73, preferimos remitirnos al interesante
testimonio recogido por Barnes y Torrico:

“El factor principal para estas peleas entre Cliza y Ucureña fue que antes los
dirigentes campesinos de esta central (la de Cliza) tenían bajo su dominio la
licitación del impuesto a la chicha, luego los impuestos que se pagaban en
las distintas plazas (de la feria) que funcionan los domingos, más algunos
sueldos que percibían tanto de la Alcaldía de esta población como de la
Prefectura de Cochabamba. Ahora, los impuestos son rematados por la
Alcaldía y los impuestos a la chicha son controlados mediante una oficina
independiente, pero siempre hay la injerencia de los dirigentes, más ya no
en forma directa como antes, sino en muy poca escala e igualmente
participan con alguna gratificación en los impuestos rematados por la
Alcaldía. Los dos grupos, tanto dirigentes (de Ucureña) como vallunos (de
Cliza), colocaron en cargos influyentes a sus parientes, quienes
aprovecharon la situación para beneficiarse con grandes cantidades de
dinero. Varios de los nuevos ricos obtuvieron su fortuna porque llegaron a
ser autoridades y desde sus cargos tuvieron acceso a los arbitrios
municipales en nombre de algunos de sus familiares y dicho dinero lo
emplearon para la compra de algún vehículo. A la Alcaldía pagaban recién a
fin de año, y, cuando la Junta de Almonedas exigía el pago de los arbitrios,
hacían un depósito de sólo un 30 o 50% del monto total, diciendo que el
resto lo pagarían posteriormente, o en caso contrario se declaraban en
quiebra.” (1971: 145-146).

73 Ver: Dandler, 1984 e Iriarte, 1980.


100
A partir de la declaración anterior, de un testigo muy observador y muy bien
informado, se puede colegir que el enfrentamiento entre las centrales agrarias de
Cliza y Ucureña, más allá de sus rivalidades político partidistas -que más les servían
como un pretexto-, se disputaban arduamente: por una parte, el control hegemónico
de la política provincial, es decir el acceso a los principales cargos que ofertaba el
aparato estatal, para forzar una suerte de acuerdo prebendalista que favoreciera a
ambas partes. Por otra, el control sobre la recaudación de impuestos a la chicha y a
otros rubros, pues esto permitía el acceso a circulante, sin mayores restricciones.
Finalmente, el control sobre un aparato distributivo de favores y servicios
prebendales: cesión de puestos en la feria previa gratificación, acceso a cargos
secundarios en el municipio y otras instituciones públicas, recomendaciones,
padrinazgos y compadrazgos diversos, que permitían establecer una tupida red de
canales de control social y de reforzamiento de la autoridad, que requería de tal aval
para llenar sus bolsillos y los de sus allegados.

El punto de vista de uno de los principales actores del conflicto, el dirigente Miguel
Veizaga de Cliza, arroja luz sobre algunos entretelones que motivaron la división, es
decir, una combinación de pugnas personales e intereses económicos, impregnados
de prácticas políticas del más bajo nivel. El objetivo principal era el control del
aparato sindical campesino, que operaba como una "llave" que abría las puertas de
acceso a las cumbres del poder político y económico. Veamos una síntesis de las
razones que se exponen:

“Como no había peligro para el campo, para que vuelvan los patrones [...] la
gente ya no tenía esa vigilancia [...] La división de Cliza y Ucureña, eso lo
dividió, pues el propio MNR, porque a mí no me tomaron en cuenta las
autoridades de Cochabamba [...] El motivo era que a mí me dijeron que yo
era guevarista, de la derecha [...] porque José Rojas era de izquierda, como
lechinista era. [...] Así me tachaban, antes me tachaban de trotskista, de
porista [...] pero yo no soy de ningún lado [...] El motivo de la división con los
dirigentes de aquel entonces, el principal era José Rojas, Ministro de Asuntos
Campesinos y Secretario Ejecutivo de la Federación de Campesinos de
Cochabamba: yo lo vi mal, las malas intenciones que ha hecho a los
compañeros campesinos. Primero yo pedí informe de una cooperativa que
hemos formado en Ucureña, cooperativa de consumo [...] hemos recibido un
año bien, normalmente. Después, el siguiente ya han gastado mal la plata,
de la cooperativa se ha prestado y no ha devuelto más [...] yo interpelé en
una reunión de dirigentes de Ucureña y pedía que rinda cuentas y porque
desaparecía tanta plata, porque había seiscientos millones, [...] para
entonces José Rojas me amenazó cada vez, llamándome trotskista,
comunista [...] Así fue la división, poco a poco entró en todo el valle de

101
Cochabamba. Primero en Cliza, Ucureña, después en otra parte [...] hemos
hecho un Congreso en la provincia de Sacaba. Ahí era la división más peor
y se veía muy claro que ellos querían rechazar la unión de los campesinos,
han dividido a la clase campesina [...] todos nos hemos retirado porque yo
gane democráticamente y no han aceptado ellos [...] Así fue la división.
“(Testimonio de Miguel Veizaga en Mayorga y Birhuet, 1989).
Estas son las razones valederas que movieron a los contendientes -a partir de
antagonismos políticos formales- a iniciar hostilidades en enero de 1960. Dicho
antagonismo, originado más en los motivos enunciados que en otros, habían
enfrentado desde hacía mucho tiempo atrás a Miguel Veizaga que encabezaba a los
piqueros de Cliza y a José Rojas dirigente máximo de los excolonos de las
haciendas de dicha localidad que se nuclearon en torno al baluarte de Ucureña.
Pronto, el enfrentamiento tomó proporciones que:

“Sobrepasaron el circuito ritual de intrigas dentro de ministerios, los bloqueos


de caminos y la competitividad en torno a las ‘afiliaciones’ en zonas
intermedias para manifestarse en conflicto. Pero no fue sino a partir de 1959
que el MNR demostró ser incapaz de imponer su voluntad y orden en el
campo, sin aceptar alianzas que otorgaran a los caciques una considerable
autonomía.” (Dunkerley, 1987: 94).

Esta "considerable autonomía" y la coyuntura apropiada proporcionada por la


ruptura de Walter Guevara con Víctor Paz E. y luego con Hernán Siles, fue la que
precipitó los acontecimientos:

“A fines de enero de 1960 los ataques, secuestros y ocupaciones eran ya tan


comunes que Paz y Guevara, ambos ya candidatos formales para las
elecciones (presidenciales), se apresuraron a visitar la zona para negociar
una tregua74. A principios de marzo dos provincias fueron declaradas zonas
militares [...] Pero incluso esto fue insuficiente; grandes zonas del Valle
carecían de toda apariencia de orden. Mientras Rojas amenazaba con
ocupar Cochabamba, Veizaga intimidaba con cortar el suministro de agua a
esa ciudad.” (Dunkerley, obra cit.: 95).
Luego de innumerables escaramuzas que costaron centenares de vidas, en
septiembre de 1963, los bandos en contienda arribaron a un acuerdo, con el
patrocinio del Gral. René Barrientos, que a partir de este logro comenzó a ganar
ascendencia en el campesinado. Sin embargo el resultado de esta contienda fue
74 Los ánimos en Ucureña estaban tan caldeados que la presencia y habilidad de V. Paz E. no logró apaciguar
a los campesinos, quienes llegaron al extremo -a la altura de la Angustura- de bloquear el paso al vehículo en
que el presidente retornaba a Cochabamba, someterlo a una requisa e intentar arrebatarle el arma que portaba.
(El Mundo, Nº 164, 28/01/1960).
102
irónico: los verdaderos ganadores fueron los punateños, que sin hacer mayores
sacrificios, desplazaron a Cliza como el principal centro comercial y ferial del Valle
Alto.

La constitución del nuevo poder regional

En la constitución del nuevo poder regional, no sólo se expreso la faceta bélica, sino
también una faceta pacífica donde la persuasión y la astucia -la picardía q'hochala
según Albo- desplegada por los estratos emergentes jugaron un rol principal. Este
es el caso de Punata.

Sin embargo esta dinámica de recomposición y ampliación del mercado interno, fue
un proceso generalizado que involucró al conjunto de los núcleos y poblaciones de
los valles y otras regiones, donde los nuevos protagonistas: excolonos, rescatistas,
transportistas, piqueros, etc. pasaron a llenar el vacío dejado por el antiguo poder
hacendal. Apelando, una vez más a los valiosos testimonios recogidos por Barnes y
Torrico, podemos inferir que la estructura de poder comenzó a consolidarse en torno
a la forma como cada estrato o grupo pasó a articular su rol y participación en el
proceso de comercialización de la producción agrícola, dejando más o menos
intacto el proceso de producción que se mantuvo, en lo esencial, dentro de los viejos
y arcaicos sistemas tradicionales.

Los factores determinantes para esta participación fueron los diversos grados de
vinculación de los espacios productivos con los centros de comercialización y los
recursos técnicos que en materia de transporte -ferrocarril, camiones, tracción
animal- se emplearon para el acceso a los productos a ser comercializados. Un
informe registrado por los investigadores citados líneas arriba, señalaba que los
rescatistas de Punata, Arani y Villa Rivero -especialmente los que tienen camiones-
recorrían los rancheríos de la zona en busca de productos para "rescatar" y llevarlos
a las ferias de Punata o Cliza. Se enfatizaba que dichos comerciantes "rescataban"
productos sobre todo a agricultores de las alturas "quienes por no tener animales
para el traslado o por no ir hasta la plaza, prefieren vender sus productos en sus
mismas casas o en las ferias que se realizan cerca de sus estancias". Por el
contrario, los campesinos (excolonos y piqueros) que vivían en las proximidades de
Punata o Cliza "no venden sus productos a los rescatistas, sino que ellos los llevan
personalmente a venderlos" (Barnes y Torrico, obra cit. 146).

El testimonio anterior nos permite inferir que en las redes de constitución del espacio
mercantil ampliado, la acción de los dos factores antes mencionados, se
presentaban, a su vez, bajo dos modalidades: Primero el "rescate" o adquisición de
productos agrícolas a larga o mediana distancia, directamente a piqueros y

103
excolonos que vivían en rancheríos y comunidades distantes de los escenarios
feriales más importantes. El medio empleado para este efecto era -aun es- el
camión, por su versatilidad para acceder aun por caminos precarios, a los sitios más
inaccesibles y aislados. De hecho un camión, partiendo de Punata o Cliza, en un
máximo de un día -dependiendo de que la ruta fuera mínimamente transitable
accedía al punto más lejano del Valle Alto. Esta capacidad eliminaba de la
competencia para comerciar a distancias considerables, a las arrias que en décadas
anteriores dominaron el escenario valluno, e incluso al ferrocarril, una vez que al
tratarse de una ruta fija, no tenía la versatilidad para alcanzar a los poblados más
alejados y donde se obtenían las transacciones más expectables75. Por todo ello, la
posesión de un camión era algo sumamente codiciado, pues en la constitución de
este mundo mercantil, dicho motorizado no sólo era una herramienta de trabajo, sino
una suerte de llave que permitía el acceso a una red de acumulación de riqueza y
poder. De hecho la mayor parte de las fortunas que se amasaron en los valles en los
años 1950 evocan la imagen de destartalados camiones Ford, Chevrolet, Mack, etc.
sobrecargados de granos, tubérculos y verduras, recorriendo sinuosos y
polvorientos caminos.

En segundo lugar, la concurrencia a las ferias de Cliza, Punata y otras, de


productores directos, que por poseer tierras próximas a estos centros no dependían
de los "rescatiris" y por tanto, se apropiaban de gran parte del excedente producido
por sus parcelas, permitiéndoles esta feliz circunstancia, que tempranamente
comenzarán a diferenciarse en términos económicos y sociales de los campesinos
de las alturas o de ámbitos alejados de las ferias más importantes. La acción
combinada de estos dos factores fue la génesis del nuevo poder regional.

La expansión del sistema ferial

La dinámica descrita, que experimentó un gran impulso desde 1953, fue un factor
fundamental para estimular la ampliación de los escenarios feriales. De hecho, el
incremento del universo de ofertantes de productos agrícolas, requería tanto de
medios de transporte adecuados como de nuevos escenarios de intercambio. En un
primer momento transportistas y rescatistas -en la mayoría de los casos
congregándose ambas funciones en una sola persona- ingresaron a los nuevos
escenarios de producción comprando productos o trasladando campesinos a las
ferias distantes, pero pronto éstos, comenzaron también a aspirar a tener ferias
locales más próximas.

La proliferación de ferias nuevas, sobre todo en las tierras altas, no sólo respondió al
deseo de los nuevos pequeños productores, sino fue una respuesta a necesidades
75 El ferrocarril del valle básicamente permitió estructurar la red ferial de los Valles Alto y Bajo, pero su
opción era muy limitada para las operaciones de "rescate" y en ello no podía competir con el camión.
104
más objetivas: los piqueros, tradicionalmente dominaban los principales escenarios
feriales, por ello, la concurrencia de los excolonos no era bien recibida. Por otro
lado, fueron los propios camioneros y rescatistas quienes estimularon el deseo de
desconcentrar las ferias, pues la concentración de productores lejanos en un solo
asiento ferial cantonal, facilitaba enormemente su actividad comercial. Estas ferias
nuevas, en muchos casos, eclipsaron a centros comerciales tradicionales, tal fue el
caso de la suerte corrida por las ferias de Arani y Tarata. Con respecto al primer
caso, un testimonio recogido por Barnes y Flores revelaba lo siguiente:

En el caso de Arani, antes de 1953 no existían ferias cantonales."Tanto los patrones


como los piqueros vendían sus productos acá (en Arani) o los llevaban a la feria de
Punata". En este último caso, los hacendados enviaban a sus colonos con los
productos hasta la estación de ferrocarril, de donde se transportaban a mercados
distantes -las minas y el altiplano. Sin embargo esta modalidad de comercio se
modificó a partir del año citado y Arani fue decayendo "porque fueron creándose
otras ferias en las alturas a las que acudían todos los rescatistas al igual que los
transportistas".

En el caso de Tarata, otro testimonio revelaba que el decaimiento de la feria de


dicha localidad se debía a dos razones: por una parte desde 1953, el valle se llenó
de camiones tanto de los pueblos vecinos como de la misma ciudad (Cochabamba).
Esta proliferación de medios de transporte pesado estimuló la apertura de caminos a
diferentes localidades: "a cada lado que entraban -los camioneros- compraban los
productos de los campesinos para luego llevarlos hacia la ciudad". Esta alternativa
permitió que los campesinos vendieran sus productos directamente en Cochabamba
y que adquirieran sus insumos en dicha ciudad a precios más convenientes que en
la capital de la provincia, lo que repercutió en una contracción del comercio en
Tarata. Por otro lado, a medida que los campesinos fueron dominando el comercio
de productos agrícolas con Cochabamba, los camioneros ampliaron su radio de
acción a las alturas en su búsqueda de productos más baratos para comercializarlos
en las ferias. Esta nueva vinculación, terminó estimulando el surgimiento de ferias
en las alturas, no existiendo ya razón para conducir su producción a Tarata. En
síntesis: la difusión del transporte automotor permitió la conexión fluida con
Cochabamba: podían ir y volver en el curso del día, en lugar de los 2 o 3 días que
antaño invertían para ir a la ciudad con sus animales de carga. Además la misma
alternativa de transporte permitió que los campesinos de las zonas altas y otros
sitios distantes de la provincia organizaran ferias cantonales y dejaran de tener
necesidad de concurrir a Tarata, localidad que como en el caso de Arani, entró en
una franca situación de decadencia.

105
El siguiente cuadro proporciona una relación de las ferias que surgieron después de
1953 en las provincias de Arani, Esteban Arce (Tarata), Mizque, Chapare (Sacaba) y
otras. Las mismas que representan apenas una idea parcial del proceso de
expansión mercantil que experimentó el conjunto de los valles:

CUADRO No. 11
DEPARTAMENTO DE COCHABAMBA: NUEVOS CENTROS FERIALES
POSTERIORES A 1953

Provincias
Arani Esteban Arce Mizque Chapare Otras
Vacas Sacabamba Lagunillas Colomi Vinto (Quillacollo)
Rodeo Matarani Racay Cotani Colcapirhua
Cañada Chica Liquinas Pampa Aguirre (Quillacollo)
Cañada Grande Tia Taco Molinero Candelaria Parotani
Yacupartina Arbieto Ichulaca (Quillacollo)
Yana Toma Sanra Rosa San Vicente Tiquipaya
Paredones Puca Pila (Quillacollo)
Tuturaya Koari Villa Mendoza
Hicay Huasi Sivingani (Punata)
Cañacota Tin Tin Villa Rivero
Saka Saka Alalay (Punata)
Cuchillada Morochata
Catani (Ayopaya)
El Puente Independencia
(Ayopaya)
Aiquile (Campero)
Omereque
(Campero)
Villa Granado
(Campero)
Puente Arce
(Campero)
Capinota
(Capinota)
Buen Retiro
(Capinota)
Santivanez
(Capinota)
Chillijchi (Carrasco)
Pocona (Carrasco)
Tolata (Jordan)
Toco (Jordan)
El Puente (Jordan)

Fuente: Elaborado en base a Barnes y Torrico, 1971 – Laserna, 1984

El cuadro anterior, muestra la intensidad de la expansión ferial en la década de los


años 1950 y primeros del 60, impulsada por la ampliación de la red caminera
departamental, ejecutada en muchos tramos por los propios campesinos, al punto
que la competencia que experimentó el Ferrocarril del Valle con respecto a los
106
camiones, hizo que el otrora concurrido tren valluno tuviera que suspender sus
servicios en los años 1960 y los sustituyera por modestos auto-carriles.

En suma los escenarios feriales tradicionales que se remontan a la época colonial,


Cliza y Quillacollo entre otros, se vieron sometidos a la fuerte competencia de las
ferias cantonales dependientes de multitud de sinuosos y hasta precarios caminos
vecinales recorridos por camiones, a cuya apertura contribuyeron con fuerza de
trabajo gratuita, los propios excolonos y piqueros de distantes comunidades
andinas.

El intercambio desigual: los rescatistas llegan a la cima

Uno de los cambios importantes que introdujo esta expansión mercantil fue que se
incrementó la demanda de productos agrícolas, se intensificó la competencia entre
los comerciantes para acaparar dichos productos y se profundizó la importancia de
la economía monetaria, que paulatinamente fue desplazando a la práctica del
trueque que se encontraba muy extendida en los valles con anterioridad a 1952,
sobre todo a nivel de las transacciones que mantenían piqueros y colonos. Al
respecto se señala lo siguiente:

“Un sistema de intercambio muy difundido en las zonas de los ‘piqueros’ era
el trueque, que poco a poco se iba transformando en un comercio peculiar,
debido a que los "truequeros" iban obteniendo más y más ganancias, y
también tendían con esto a especializarse y a vivir de esta actividad.” (Ustariz
y Mendoza, 1982: 11).
Es probable que el antecesor del "rescatiri" fuera el "truequero", es decir el piquero y
el pequeño comerciante pueblerino, que gradualmente fue teniendo un fácil acceso
a ciertos productos y comenzó a acapararlos para comercializarlos en los centros
feriales, para adquirir con el producto de esas ventas, pequeñas cantidades de
mercancías manufacturadas que las revendía o intercambiaba entre los campesinos
de su lugar de origen, ensanchando de paso la modesta esfera de consumo de la
economía campesina (Ustariz y Mendoza, 1982: 11 y siguientes.).

Poco a poco, el piquero percibió que obtenía mayores ventajas vendiendo sus
productos en la feria, en lugar de adjudicarlos al rescatista a pie de finca. Esta
percepción estimuló la tendencia de promover el traspaso de la unidad campesina a
la actividad comercial a tiempo completo, es decir, restar parcialmente fuerza de
trabajo a la esfera productiva en favor de un crecimiento sustancial del sector
terciario76. Sin embargo, la propia dinámica de la esfera del intercambio y, sobre
76 El piquero fue acentuando sus vínculos con el mercado, en la medida en que pudo comprobar que la venta
de los productos de su parcela rendían mejores utilidades en la feria que vendiendo sus cosechas al
comerciante mayorista, permitiéndole un excedente económico que le daba margen al ahorro para adquirir la
107
todo la expansión de las transacciones en moneda, convirtieron al antiguo
"truequero" en "rescatiri"77, es decir, un agente económico intermediario, que
merced a la posesión de un pequeño o mediano capital de arranque, era capaz de
acaparar, a un determinado precio, un cierto volumen de productos y revenderlos a
otro precio -en muchos casos duplicado o triplicado-, apropiándose de este
excedente sin mayor esfuerzo. Sin embargo, con frecuencia se producían
combinaciones de trueque y comercialización, es decir, los rescatistas al tener
acceso a comunidades campesinas muy alejadas de los circuitos feriales, apelaban
al trueque para ejercitar prácticas de intercambio extremadamente desiguales, que
se acentuaban, cuando el producto del trueque se convertía en moneda en la feria
de Cochabamba u otras. Barnes y Torrico proporcionan un claro ejemplo de este
extremo:

parcela arrendada entre otras opciones. La estrategia de esta economía familiar fue convertir a la ama de casa
en comerciante a tiempo completo, en tanto el arrendero seguía en la labores agrícolas y en el transporte de
los productos a la feria. Pero, para que esta operación fuera exitosa, se requería del favor y la mediación de
los administradores municipales de la feria, para consolidar un puesto estable en la misma. De ahí que la
cuestión del control de la feria por sindicatos de piqueros y los rescatiris fuera algo crucial.
En realidad, aquí se impone un aspecto básico de la ley del valor dentro de la economía de mercado: el
valor final de una mercancía es igual al costo de producción más el consto de transporte al mercado de
consumo. Suponiendo que el costo de producción en los valles de Cochabamba para productos como el maíz
y otros fuera constante (lo que no es necesariamente cierto), el costo de transportar el producto a la Pampa o
a otras ferias es variable y esta variación depende de la distancia entre la parcela y la feria. En el caso de
piqueros situados en torno a la ciudad de Cochabamba (huertistas) o a una distancia que se podría cubrir sin
el flete adicional del transporte automotor, el margen de utilidad que podría obtener de su mercancía era
mayor, es decir, que podría captar para si una mayor proporción del plus valor generado por su trabajo. Pero,
en el caso de un excolono situado en una zona poco accesible y a decenas e incluso centenas de kilómetros de
distancia a la feria (situación que era dominante entre los excolonos), suponiendo que su costo de producción
fuera similar al anterior, el costo de transporte sería prohibitivo, por lo que su producto, si este operador
decidiera concurrir personalmente feria, no sería competitivo y de paso tendría que hacer frente a enormes
dificultades, gastos adicionales y riesgos para lograr vender su producto al consumidor final; entonces la
opción más razonable, pero la menos conveniente, era vender los cereales, las legumbres y otros productos de
una sola vez, al precio que le ofreciera el rescatiri, que si bien correría con el costo del transporte, también
obtendría buenas utilidades, puesto que el precio impuesto al excolono era la mitad o menos del que regía en
la feria (Solares, 1987).
77 El rescatiri generalmente no era un piquero devenido en comerciante salvo excepciones poco gravitantes.
Este intermediario requería además del capital de arranque, un instrumento de trabajo costoso: el camión, que
solo podía ser accesible para un comerciante mestizo que tuviera capacidad, inicialmente de alquilarlo y
luego adquirirlo en propiedad. A manera de hipótesis, el origen social de estos operadores estaría
vinculado con los estratos de pueblerinos notables (comerciantes, tinterillos, administradores de fincas,
etc.) que otrora prestaban servicios a los hacendados y que ahora, roto este vínculo, dirigieron sus
iniciativas al floreciente comercio mayorista de productos agrícolas y pecuarios.
108
CUADRO No. 12
PROVINCIA ESTEBAN ARCE: INTERCAMBIO DESIGUAL EN LA FERIA DE SACABAMBA

Producción campesina Precio del producto Cedido en trueque en Precio del producto
de piqueros y ex adquirido en trueque y Sacabamba, por: cedido en trueque
colonos vendido en en Cochabamba
Cochabamba ($Bs) ($Bs)
3 libras de papa 2,40 a 3,00 8 a 10 cabezas de 1,00
cebolla
3 libras de papa 2,40 a 3,00 10 locotos 1,00
3 libras de papa 2,40 a 3,00 3 cajas de fósforos 0,60
3 latas de papa (1) 30,00 1 litro de alcohol 8,00
3 libras de papalisa, 2,10 4 limones 0,30
oca o papa
6 libras combinadas de 4,20 1 litro de kerosene 0,25
papalisa, oca y papa
(1) La “lata” contiene 16 litros y equivale a una arroba o 25 libras.
Fuente: Elaborad en base a Barnes y Torrico, 1971: 153

Entre otros productos de trueque, además de los mencionados, que arrojaban


grandes utilidades, los rescatistas ofertaban coca, cigarrillos rústicos (coyunas),
manteca, sal, jabón de ropa, ají, pan, azúcar, fideo, sultana, dulces baratos,
herramientas rústicas de labranza, condimentos, etc., con los cuales no sólo
ampliaban la esfera del consumo de estos pequeños agricultores, sino que los
hacían cada vez más dependientes de la economía capitalista para llenar sus
necesidades de subsistencia.

Así, en esta suerte de auge del mercantilismo, cuyos espacios eran disputados con
despliegues bélicos o con singular astucia y "olfato", fue emergiendo la figura del
comerciante "rescatista", como la representativa de un estrato social que iba
consolidando cada vez más su predominio sobre el conjunto del campesinado y
heredando, lógicamente con otros estilos y modalidades, el sitial ocupado por el
antiguo patrón.

El comerciantado valluno había logrado este sitial no sólo por el despliegue de los
recursos y habilidades anteriormente descritos -intercambio desigual y uso de
medios coercitivos para eliminar a oponentes y competidores-, sino también merced
a su estrecha vinculación con el sistema de transporte, el comercio de chicha, el
servicio de alojamientos o tambos, las formas de transacción que operan sobre
pago anticipado de las cosechas futuras aceptando como garantía la propia parcela
y el sistema de compadrazgo para articular, consolidar y ejercer dominio estable
sobre redes de producción-intercambio de determinados productos y en

109
determinadas zonas geográficas. El progresivo dominio del rescatista sobre esta
constelación de poder, lo condujo a acumular para así, varias funciones y recursos:
“Muchas veces un comerciante no es solamente un rescatista, sino también, es
dueño de uno o más camiones, tiene una casa en el pueblo que sirve de chicheria y
de alojamiento a sus clientes (compadres) campesinos.” (Obra citada, 1971: 154).

A este respecto, los autores citados recogen el singular testimonio de un rescatista


de Tiraque que sostiene: que con anterioridad a la Reforma Agraria las actividades
de "rescate" eran practicadas limitadamente por "la gente media de los pueblos
provinciales, quienes no salían al campo y vivían del comercio local [...] y la venta de
chicha". Con posterioridad a 1953: "este negocio de rescate iba proliferándose en
gran proporción, pues todos se dedicaron a esta clase de negocio". Quienes tenían,
previamente al citado año, algún capital significativo (como los fabricantes de
chicha), algunos notables pueblerinos que no eran hacendados y tal vez alguno que
otro piquero y "truequero", se esforzaron por comprar camiones, con los que, como
ya se describió, alcanzaron los sitios de producción más distantes, ejerciendo sobre
todo, dominio sobre las zonas cordilleranas, porque en el valle propiamente: "los
campesinos no les permitían el ingreso a las tierras ni a los lugares y menos todavía
a rescatar productos como lo hacían en las alturas".

Sin embargo, el dinamismo de esta actividad no introdujo resultados homogéneos


en todos los centros poblados puesto que unos prosperaron rápidamente y otros
tendieron a estancarse. En el caso de Arani, como ya vimos, el efecto fue
desventajoso pues muchos de sus habitantes, atraídos por la pujanza de Punata,
trasladaron sus domicilios a esa localidad. Estas eran las declaraciones de un
vecino de Arani:

“En Punata hay mayor movimiento económico. No tenemos -en Arani- ni una
tienda con mercaderías, ni un buen almacén de abarrotes. Para buscar una
de estas tiendas hay que ir hasta Punata. A lo único que la gente de Arani se
dedica es a la elaboración de chicha y a rescatar productos para luego
llevarlos a las ferias de Cliza y Punata. Varios de los rescatadores de
productos hoy son los nuevos ricos, mientras que los campesinos que son
los verdaderos productores siguen en las mismas condiciones de vida,
especialmente los campesinos de las alturas, quienes son explotados tanto
por los rescatistas como por los transportistas.” (Citado por Barnes y Torrico,
1971: 155).
Este mismo vecino, con mucha lucidez, ponía de manifiesto que, en efecto, la base
de la acumulación de capital en los valles se debía a la expropiación del excedente
agrícola generado sobre todo por los campesinos de estancia y los excolonos de
haciendas alejadas, en tanto que los piqueros no sólo preservaban su presencia
110
directa en el mercado, sino que imponían sus precios en la venta de sus productos,
e incluso tomaban parte de las actividades de rescatismo a través de sus mujeres;
de esta forma accedían a fracciones expectables del excedente agrícola anotado, lo
que en muchos casos, les permitió adquirir camiones y prosperar, cosa que no
ocurrió necesariamente con muchos excolonos, sobre todo de zonas alejadas.

El pequeño productor que se encontraba muy aislado con relación a los centros de
comercialización, inmediatamente después de la Reforma Agraria, difícilmente
estuvo capacitado para producir en forma rentable bajo las nuevas condiciones. En
estas circunstancias, era este campesino, carente de recursos para organizar
adecuadamente su actividad productiva, el primero en acudir en busca de
intermediarios: "Es así que se encamina a los poblados cercanos o [...] a las
ciudades, procurando ‘prestamos’ o ‘socios’ para el trabajo en compañía. Así, se
estaba relacionando, sin saber, con los futuros rescatistas". (Ustariz y Mendoza,
1982: 17). Pero al mismo tiempo, con esta relación, estaba consolidando, sobre
sólidas bases, la continuidad de su la ancestral miseria.

El intercambio desigual: los productores de prosperidades ajenas

El fugaz reinado del poder campesino en la primera mitad de 1953, se fue


debilitando después de la Reforma Agraria. Las grandes movilizaciones y la marea
social que derribó el poder hacendal parecieron aplacarse con la deseada posesión
de la tierra. Un síntoma del naciente reflujo fue la creciente manifestación de
posiciones conservadoras y acomodaticias entre el campesinado y, una
confirmación de esta tendencia, fue el acelerado divorcio de las dirigencias agrarias
con relación a sus mandantes y la conversión de estos dirigentes en "caciques" que
pasaron a disponer políticamente de unas bases extrañamente pasivas, aun frente a
groseras componendas clientelistas o a formas tiránicas y corruptas de conducción
sindical.

Entre tanto, las masas campesinas de Abril -los excolonos y demás campesinos sin
tierra- en su condición de flamantes propietarios, estaban enfrascados en cuestiones
más preocupantes. La revolución había quedado atrás... ahora la nueva realidad
llamaba a las puertas de cada rancho y choza campesina, bajo la forma de una
economía de mercado a la vez deseada y temida, es decir escasamente practicada
hasta ese momento por unos ex siervos que por generaciones vivieron y sufrieron a
la sombra paternal de los patrones. Pronto, las inflexibles leyes del capitalismo
mercantil, combinadas con resabios culturales e ideológicos gamonales,
demostraron a dichas desmovilizadas masas, que aun siendo formalmente dueñas
de las sayañas y pegujales, estaban muy lejos aún de ser dueñas de su destino y
que la alternativa que les deparaba el nuevo orden social no era muy distinta del

111
viejo orden: debían permanecer en la base de una estructura clasista que no podía
prescindir de la explotación campesina y de la expropiación de la renta agrícola. Por
ello mismo deberían seguir cumpliendo, a cabalidad, su antiguo rol de productores
de prosperidades ajenas.

Factores tales como el relativo aislamiento de una cantidad apreciable de


productores que vivían en tierras altas de las provincias del valle o en zonas de
puna u otros sitios apartados de la red de carreteras y caminos vecinales, definían
las condiciones de una apreciable desventaja de estos campesinos en su novísima
relación con el mercado: "les era sumamente anti económico llevar a distancias
lejanas su pequeño excedente", señalan Ustariz y Mendoza (1992). Por ello su
única opción era el rescatista y, en todo caso continuar acogiéndose a la auto
subsistencia para sobrevivir. Es de este universo de pequeños productores
totalmente desamparados de toda ayuda estatal, del que se nutrieron los
rescatistas, quienes en esta situación, y en observancia de la propia lógica de la
economía de mercado, pasaron a cumplir el rol de acopiadores, rescatadores y
concentradores de aquellas fracciones de producción, que de otra forma se
hubieran perdido para el intercambio mercantil y no hubieran rendido el excedente
que potencialmente contenían. La posibilidad de adquirir productos baratos en gran
escala, permitió finalmente organizar la actividad del rescatismo en términos más
racionales, abaratando los costos de comercialización en función de, por una parte,
lograr en forma estable el control o monopolio sobre la adquisición de productos
agrícolas de una "clientela" de pequeños productores que pasaron a operar como
abastecedores regulares del rescatista y, por otra, estimular la condición de
aislamiento de estos productores con relación al mercado, fomentar su
vulnerabilidad económica y su dependencia con respecto a dicho rescatista,
retornando así a la reproducción de una variante de las antiguas relaciones entre
colonos y patrones. De esta forma se organizaron verdaderas redes de dominación
abarcando áreas geográficas importantes que lograron controlar un puñado de
rescatistas-camioneros.

La conversión de muchos ex hacendados y sus ex aliados los notables pueblerinos


en rescatistas, y la participación en este mismo nivel, de contingentes de antiguos
piqueros, hizo propicio el desplazamiento de la masa de productores campesinos
hacia los niveles inferiores de los circuitos mercantiles, y aún más, permitió la
persistencia de los viejos prejuicios raciales y culturales de la sociedad hacendal.
Pronto comenzó a enfatizarse la curiosa diferencia entre "campesino" e "indio", y
este último terminó no sólo persistió, sino mantuvo su sentido peyorativo y pasó a
designar a aquellos contingentes de productores más intensamente explotados por
los distintos estratos de comerciantes. A este respecto Barnes y Torrico (obra citada)
señalan, que los sectores sometidos a formas de explotación más intensivas, no

112
sólo estaban en esta situación debido a su aislamiento geográfico con relación al
sistema de comunicaciones generado por la actividad ferial, ni a su menor grado de
conciencia política y de recursos que los relacionaran mejor con las clientelas del
partido gobernante, sino y sobre todo, por razones culturales: su dominio del idioma
español era muy precario y en gran medida conservaban sus hábitos y vestimentas
ancestrales. En cambio los "campesinos" -mayoritariamente pequeños productores
piqueros de los valles- que: "han asumido desde 1952 una nueva vestimenta,
hablan más el castellano y tienen una actividad muy independiente", ocupaban una
posición dentro de la actividad comercial de menor dependencia con relación a los
rescatistas por su capacidad de acceder a los centros comerciales por sus propios
medios, lo que los ubicaba en un nivel superior al campesinado de las tierras altas y
de distantes cabeceras de valle, que pasaron a ser denominados como "laris",
"indios", "runas", etc., para diferenciarlos de los "vallunos" como se auto calificaban
los piqueros.

Un informante desarrollaba la siguiente explicación, con relación a los campesinos


de las zonas de puna colindantes con el departamento de Oruro:

“Los llaman ‘chuños"’porque son gente que vive donde hace frio y en estos
lugares elaboran el chuño [...] Visten con ropa de bayeta y no como los
campesinos que están cerca de la población. Hay discriminación cuando
este campesino (chuño) está vendiendo sus productos y no quiere rebajar,
entonces sí, lo tratan como a ‘chuño’..” (Citado por Barnes y Torrico, 1971:
163).

En fin, no sólo la férrea ley del valor de la economía de mercado, que colocaba a
este campesino en desventaja por su aislamiento físico con relación a los
escenarios mercantiles, sino por la gravitación de condicionantes culturales y
prejuicios raciales, ya sea por su procedencia aymara en muchos casos, o en otros
por su vestimenta, sus hábitos o su desconocimiento del castellano, fue
determinante para que gruesos sectores del campesinado pasaran a relacionarse
con la economía capitalista como pasivos proveedores de productos agrícolas
integrando los niveles inferiores de los circuitos económicos y los mecanismos de
apropiación de renta agrícola, que en unos casos, -hacia arriba-, propiciaba el
fortalecimiento económico y político de las nuevas élites regionales y, en otros -hacia
abajo-, mantenía las ancestrales miserias y penalizaba con prejuicios raciales las
expresiones culturales de las clases y estratos subalternos.

113
Los nuevos instrumentos de dominación

Los recursos que emplearon los rescatistas para consolidar y ampliar su predominio,
no sólo fueron los descritos, también se echó mano de otras formas más sutiles e
indirectas, en las que desempeñaron un rol importante las relaciones de
compadrazgo, las chicherías, tambos y los préstamos. Veamos como operaban
estos instrumentos de dominación en base a los testimonios recogidos por Barnes y
Torrico78:

Los compadrazgos: Este era un recurso esencial que permitía que la relación entre
campesinos y pueblerinos, no fuera un vínculo entre iguales, sino una relación
paternalista entre el compadre o padrino "protector" y "consejero" y el ahijado
psicológicamente dispuesto a reconocer como algo natural la autoridad del primero y
guardar "por respeto" una actitud de sumisión y reconocimiento. El testimonio de
algunos compadres nos permitirá aproximarnos a los mecanismos de explotación
que se esconden en esta respetable y difundida institución. En el caso de Punata un
compadre reconocía que:

“Cuando un campesino viene en busca de nosotros para nombrarnos, ya sea


compadre o padrino, no lo rechazamos porque sabemos que de ellos se
sacarán muy buenas utilidades. Algunas veces nos ofrecemos a los
campesinos para ser compadre o padrino, en cambio en la época de la
hacienda, cuando los campesinos querían tener un compadra del pueblo,
tenían que rogarle mucho y de paso traerle muchos regalos.”

Esta búsqueda de mutuas ventajas sobreentendidas que tenía esta relación, empujó
a los campesinos a buscar "protectores" de mayor influencia. Un vecino de Cliza
reconocía que los campesinos, que en los primeros años de la Revolución Nacional
buscaban un compadre entre la gente de poblaciones rurales y ciudades de
provincia, "ahora buscan compadres en la gente que vive en la ciudad de
Cochabamba”, es decir, dueños de tiendas y casas en la ciudad, políticos en función
pública, dirigentes del MNR, etc. Todo esto en razón de que dicho compadre, al
tener mejores posesiones y mayor estatus, les permitía cumplir con el requisito de
presentar un garante solvente cuando se trataba de hacer algún negocio en la
ciudad, como comprar lotes urbanos, casas o camiones. Dicho de otro modo, la
categoría social del compadre también era expresión de la categoría social del
ahijado. Piqueros que accedían al mercado en forma independiente requerían
padrinos en los pueblos que los protegieran de las arbitrariedades de la
competencia o de la autoridad. A medida que prosperaban y diversificaban su
economía, hasta el punto en que comenzaron a tener "negocios" en Cochabamba,
78 Buena parte de la información y los testimonios que se citan en las siguientes páginas -salvo que se mencione
otra fuente, provienen del trabajo de estos investigadores.
114
resultaba imprescindible tener un compadra "de peso" en esta ciudad, que además
de proporcionarles protección, les brindara cierto estatus para realizar dichos
negocios. El compadre o el padrino de la ciudad lógicamente cobraba "sus favores",
ya sea, recibiendo periódicamente jugosos obsequios en productos agrícolas,
adquiriendo con gran ventaja y exclusividad el resto de los productos e incluso
haciendo trabajar sus fincas y propiedades sin mayores remuneraciones.

El mismo vecino anteriormente citado, informaba que los campesinos de las tierras
altas, llegaban a Cliza en busca de compadres que tuvieran camiones, tiendas y
casas, porque alentaban la esperanza de que así gastarían menos en transporte,
tendrían opción de vender en mejor precio y obtendrían alojamiento eventual
cuando fuera necesario. Tal como menciona el citado vecino, el compadre, sin
mayor esfuerzo, ejercía un control absoluto sobre la economía de su protegido: "la
mayoría de las personas que tienen movilidades, tienen en sus casas ventas de
chicha, donde alojan a sus ahijados y además les compran toda la cosecha". En
Cliza, Punata y otros centros resultaba corriente que los campesinos de las alturas
"para no dormir en la calle" buscaran a su compadre para pedirle alojamiento. Una
vez alojado era de rigor que el campesino obsequiara a su comadre con chuño,
quinua, papa u otros productos de la cabecera de valle o puna, en retribución la
comadre le invita chicha y comida: "luego, poco a poco la comadre es la que
compra todo el producto que trae el campesino para vender en el mercado" 79/.

En suma el compadrazgo era un recurso eficaz para obtener ventajas económicas


del campesino. Bajo esta cubierta ideológico-cultural se escondía un sutil sistema
de favores y servicios desiguales, pues mientras el compadre proyectaba su
prestigio o poder -un valor abstracto no monetario- para proteger a su ahijado, este
le retribuía con bienes de valor económico. El compadre con frecuencia se
apropiaba del excedente agrícola generado por dicho agricultor y explotaba su
fuerza de trabajo80.

79 En Sacaba un campesino añadía: "Mucha gente en el pueblo se aprovecha de que son compadres de los
campesinos, pues con este motivo hacen sembrar sus tierras en compañía y pagan por sus productos precios
bajos y muchos [...] salen a los campos a realizar los trueques en la época de cosecha" (citado por Barnes y
Torrico 1971).
80 De acuerdo a Jesus Contreras (1985) que realizó un detallado estudio de la comunidad de Chinchero,
Departamento de El Cusco, Perú, el compadrazgo es una estrategia mediante la cual se persiguen
objetivos concretos a partir de alianzas que se establecen en el marco de esta institución. Este autor distingue
dos tipos de compadrazgos: uno horizontal, es decir, una alianza entre iguales o sea entre campesinos; y un
compadrazgo vertical, cuando la alianza se establece entre campesinos y no campesinos (mestizos,
comerciantes, hacendados, funcionarios, etc.). Al respecto se señala: “podemos considerar como
compadrazgo vertical el establecido entre los mestizos residentes en Chinchero y otras personas
generalmente de estatus superior (…) Con ello queremos poner de manifiesto que sobre el compadrazgo
vertical se ha ido entretejiendo una estructura de poder que articula los diversos niveles económicos,
políticos y administrativos y que dicha articulación incluye desde la comunidad campesina hasta la capital
departamental, e incluso, la de la República” (obra citada: 177-179)
115
Las chicherías: Durante el siglo XIX y hasta 1952 por lo menos, las chicherías
cumplieron un importante rol en la constitución y desarrollo del mercado interno
regional, posibilitando que el comercio de granos en gran proporción fuera
controlado por los sectores populares, lo que sin duda contribuyó a debilitar el poder
hacendal. Al margen de ello, la chicheria en sí, se constituyó en una alternativa de
ruptura con la rígida estructura social de élites y castas de la sociedad oligárquica.

Sin embargo, a partir de la Reforma Agraria, por lo menos en lo que hace a las
chicherías de los pueblos, -y muy probablemente también en el caso de
Cochabamba-, este rol comienza a modificarse. La chicheria, que se identificó como
uno de los símbolos más genuinos de la cultura popular, en medio de este torbellino
de recomposición social que origina el derrumbe de la autoridad hacendal, se
convirtió en manos de astutos y codiciosos mestizos en un instrumento útil para
ejercer el control social y la explotación indirecta de ingenuos campesinos -
excolonos-, que en la década de los años 1950, desarrollaban sus primeras
experiencias, en el difícil proceso de insertarse en el mercado.

En dicha época, el mundo de los negocios y las transacciones en los pueblos y


ferias se trasladó a la chicheria, allí los "compadres" ejercían su pleno dominio y
forzaban operaciones extremadamente desventajosas -inclusive asumiendo la
dimensión de simples estafas- contra sus supuestos protegidos. Aquí, el campesino
con frecuencia perdía sus magros recursos: el producto de sus ventas y sus
pequeños ahorros. Además no sólo quedaba en la más desesperante insolvencia,
sino que se convertía en deudor: el dinero gastado entre agasajos, comilonas y
lisonjas en la chicheria, se le volvía a "prestar" sobre la garantía de la próxima
cosecha. Una práctica usual era ampliar estas deudas con créditos por chicha de
ínfima calidad -"aprovechando la propensión del campesino a beber durante la
cosecha"- y así acentuar el dominio sobre este.

El expendio de chicha, particularmente después de la Reforma Agraria, pasó a ser el


negocio más rentable de los pueblos del valle por las connotaciones anotadas y
porque la expansión de las ferias incrementó la demanda del licor. El valioso
testimonio de una chichera, resulta extremadamente explícito para comprender el
nuevo rol de las chicherías:

“El negocio de la chicha era bien rentado en los primeros años de la


revolución. Los campesinos algunas veces se quedaban en la población a
beber durante algunos días, hasta una semana en ciertas ocasiones,
especialmente comenzando un domingo y terminando en la siguiente
semana o tomaban hasta terminar toda la plata de la venta de su producto

116
[...] viendo este negocio todas las casas de Cliza se convirtieron en
chicherías, luego varios de los campesinos fueron a vivir a esta población y
el primer negocio que emprendieron fue el de la chicha, con cuyas ganancias
llegaron a comprar un camión o a adquirir algunos valores.”
Indudablemente muchos piqueros y sobre todo dirigentes de sindicatos agrarios,
miembros de los comandos del MNR y rescatiris optaron por abrir chicherías
mediante sus familiares y allegados. Estos negocios les sirvieron como base inicial
de acumulación de sus bastas fortunas y prontamente, no sólo en Cochabamba,
sino en los pueblos del valle surgió todo un estrato de "nuevos ricos". Los nuevos
fabricantes y expendedores de chicha mencionados, prontamente pasaron a
dominar dicho comercio y a exportar a Cochabamba. Sin embargo, este éxito no fue
muy duradero y alcanzó límites que luego mermarían su rentabilidad. Veamos como:

“Las nuevas chicherías comenzaron a hacerse ricas y los campesinos


acudían más a estas casas -donde además estaban sus compadres-; en
cambio las chicherías que existían antes comenzaron a decaer por la gran
competencia que hubo. Varios de los campesinos que fueron a vivir a la
población no vendían toda su cosecha de maíz en el mercado, sino que lo
molían para elaborar chicha. Después de algunos años de bonanza del
negocio [...] tanto de nuevas y antiguas chicheras, comenzó a decaer, pues
las mujeres de los campesinos empezaron a elaborar esta bebida en sus
lugares de origen, lo que antes -cuando las haciendas estaban vigentes- les
estaba prohibido, y esta elaboración la hacen sin pagar impuestos en el
pueblo.”
Sin duda, el alto costo económico y social que significaba para la economía del
piquero y el ex colono, su dependencia de la chicheria del pueblo, llevó a la familia
campesina a procurar alternativas para romper con esta cadena expoliadora,
encontrando una respuesta adecuada en la producción de chicha campesina para el
autoconsumo, actividad que aún continúa vigente. En todo caso, el auge de las
chicherías de pueblo -entre 1953 y los años 60 más o menos-, fue suficiente para
catapultar a toda una capa de los denominados "nuevos ricos" que se valieron de
este negocio para captar en su favor la renta agrícola 81.

Además la chicha no sólo se consumía en el pueblo. Durante el citado auge, la


chicha tenía el valor de una mercancía versátil y se la empleaba como equivalente
monetario en muchas transacciones e incluso se practicaba ampliamente el trueque
de chicha por diversos productos agrícolas. Además, muchos negocios iniciados al
81 En Cliza, Punata y otros pueblos se fabricaban tres tipos de chicha: la de mejor calidad para exportar a
Cochabamba, la de calidad media para el consumo local y la de calidad inferior destinada por chicheras y
rescatistas para el consumo de los campesinos: (esta chicha) "no es más que borra dejada por las dos
primeras chichas que luego es fermentada nuevamente añadiendo alcohol puro o ron cruceño, con el cual
resulta muy fuerte y produce un efecto mucho mayor en el consumidor". (Barnes y Torrico, 1971: 158).
117
calor de la "buena" o tal vez... adulterada chicha, concluían a pie de cosecha cuando
las chicheras llegaban a los ranchos a cobrar pesadas deudas que el campesino se
veía obligado a pagar con porciones generosas de su cosecha. Cuando esta
hermenéutica no era suficiente, los rescatistas-compadres y las chicheras-
comadres, entraban en acuerdos formales con el campesino para utilizar su fuerza
de trabajo en la modalidad de compañía, es decir que la chichera ponía la semilla y
el agricultor el terreno y la faena agrícola. Un informante de Arani declaraba al
respecto:

“Varias chicheras, en época de siembra, se van hasta la misma estancia


llevando chicha, luego se alojan en la casa, ya sea de un compadre o
ahijado, y ahí permanecen cambiando chicha por la cosecha de la estancia.
Varias de estas chicheras-rescatistas llevan hasta dos turriles de chicha sólo
para hacer trueque. Cada turril contiene 200 a 300 botellas. Luego, de
terminar lo que llevan, vuelven con lo que ya cambió y después de dejarlo en
Arani, retorna otra vez con otra cantidad de chicha para ocuparse de lo
mismo. La chicha que llevan a las alturas para hacer los cambios es la de
inferior calidad, esta curada ya sea con alcohol o con ron cruceño.”
En suma, el uso de la chicha, como se sugirió lineas arriba, era muy versátil, así, en
los años 1930 y 40 el impuesto a este licor fue la vía que encontró la sociedad
oligárquica para apropiarse del excedente agrícola y costear las obras que
permitieron el desarrollo urbano de Cochabamba. En los años 50 y parte de los 60,
este licor se utilizó como recurso directo o indirecto para la misma apropiación, pero
esta vez en favor de los comerciantes mestizos, cuya bonanza económica, en
alguna medida, tuvo este origen.

Los mecanismos de crédito.- Un otro recurso utilizado por los rescatistas para
acentuar su dominio sobre el productor campesino fue el crédito, que más que tal
asumía generalmente la forma de un pago anticipado por parte o el total de una
cosecha o de una retribución de trabajo en compañía. El campesino totalmente
desamparado, en este y otros aspectos, por el Estado, muchas veces, para
enfrentar una coyuntura adversa por causas naturales o por contrastes en el
mercado, que era lo más frecuente, se veía obligado a cargarse de deudas y
profundizar su dependencia económica con respecto a sus acreedores82.Un
informante de Sacaba señalaba lo siguiente: muchos campesinos desarrollaban
labores agrícolas por el sistema de compañía asociados a vecinos del pueblo,
incluso corriendo con los gastos de la siembra, como amortización de los intereses
del dinero que se prestaron, el mismo que normalmente era invertido en la compra
de semillas, abonos y herramientas, pero con mucha frecuencia era dilapidado: "lo
usan para beber y luego no pueden pagar el préstamo, por cuya razón están
82 El crédito bancario estaba fuera del alcance del pequeño productor campesino, imposibilitado de dar
cumplimiento a innumerables trabas, garantías y exigencias.
118
obligados a sembrar año tras año para la gente de quien se prestaron el dinero". Por
otra parte los campesinos, por imprevisión o por tener que enfrentar contratiempos y
obligaciones, consumían, vendían o disponían para otros fines, la semilla que
debían utilizar en la siguiente temporada, "razón por la cual siguen en busca de
plata para la siembra de cada año".

Víctimas propicias de estos sistemas de explotación eran los campesinos de las


alturas. Un testimonio sobre este aspecto arroja luz sobre los siguientes hechos:
muchos comerciantes pueblerinos (rescatistas, chicheras, etc.) concurrían a las
fiestas campesinas llevando chicha, alcohol, coca y otras mercaderías que dejaban
a crédito, a cambio de hacerse cancelar con productos agrícolas. En la misma
forma, una modalidad muy extendida era amortizar con productos agrícolas los
intereses de las deudas en moneda. A cuenta de estos intereses se presentaban las
siguientes modalidades:

“Por 100 pesos prestados, hacen sembrar una romana de papas, equivalente
a un cuarto de hectárea de terreno; por 500 pesos que reciben prestados los
campesinos siembran una hectárea de su terreno, en cuya extensión entra
la cantidad de 5 a 6 romanas de semillas de papa. Los que hacen sembrar
por intereses dan las semillas y el abono y el campesino pone la tierra y su
trabajo. La cosecha recogida de esta siembra es la destinada íntegramente
al prestamista y el contrato del préstamo tiene que ser por dos años, con la
finalidad de mejorar el terreno, ya que en el segundo año vuelven a sembrar
papa, trigo o cebada”.
Otra modalidad muy extendida, era que los prestamistas exigían como pago de los
intereses del préstamo, el hacer trabajar sus propias fincas, sobre todo en las zonas
de Mizque, Sacaba y Tiraque. Tales modalidades y probablemente otras, tendían a
rigidizarse y a estimular mayores situaciones de explotación en las zonas más
alejadas de los circuitos feriales, donde se presentaban frecuentes conflictos por
abusos cometidos por los acreedores. El testimonio ofrecido por uno de éstos
prestamistas, nos permite conocer el punto de vista que tenían respecto a estas
operaciones:

“El campesino negocia sus productos o los productos que tiene que cosechar
con varias personas, o sea que, a cuenta de estos productos saca dinero de
numerosas personas con la finalidad de entregárselos (hacer efectiva la
devolución). Pero en algunos casos, esto no se vuelve efectivo, porque a
ningún de sus acreedores le da sus cosechas, sino las vende a otra persona
o las lleva hasta la ciudad, si se le presenta la oportunidad. Mientras tanto las
personas que le adelantaron el dinero se quedan a la espera que les traiga,
pero él nunca llega ni aparece. Por eso suelen ir hasta la casa del campesino
119
en su busca para cobrarle [...] Cuando los rescatistas no pueden hacer
efectivo el cobro, recurren a las autoridades de la población para que por
medio de éstos puedan cobrar, pero si el campesino no dispone con que
pagar su deuda, les quitan algunos animales que tienen en su casa o en
último caso, recurren a exigir que paguen con el terreno que tienen. Para que
eso no suceda el campesino se compromete a sembrar en el sistema de
compañía con su acreedor, y de tal suerte este recién puede recobrar el
dinero endeudado del campesino.”
Esta declaración demuestra que los préstamos que se hacían a los campesinos no
eran operaciones riesgosas, pues si bien el retorno podía ser lento o litigioso, de
ninguna forma se perdían los intereses y menos aún el capital, pues la garantía real
era la tierra del campesino y la cesión de su fuerza de trabajo. Incluso, no había
mayor apuro por parte del prestamista -rescatista-, para que se hiciera efectiva la
cancelación de la deuda, pues en tanto esta rindiera intereses que fueran saldados
con el trabajo campesino, se cristalizaba una forma expeditiva de apropiación del
excedente agrícola, que en operaciones sucesivas perfectamente equivalía al monto
adeudado o mucho más, sin que en ningún momento corriera riesgo el capital
empeñado, pues finalmente una fracción menor o mayor, o aun toda la parcela
acababan en poder del acreedor. Este tipo de mecanismos indudablemente
aceleraron el proceso de minifundización de la tierra.

Los tambos.- El hospedaje del campesino que debía pernoctar en los pueblos, era
otro recurso que desplegaban los rescatistas para crear condiciones propicias que
les permitieran obtener ventajas de los campesinos. El testimonio de un camionero
nos ilustra sobre la forma como este servicio se transformaba en un elemento de
presión y coerción:

“Los rescatistas que tienen sus camiones convierten sus casas en una
especie de tambos83, a cuyo fin traen al campesino con sus productos y una
vez que llega ahí, al campesino ya no le permiten salir a vender su producto
en el mercado. Los mismos dueños de casa exigen al campesino que les
venda, y si llega a negarse, en otra oportunidad no lo traen al campesino en
su camión.” A lo anterior, una chichera añadía lo siguiente “Los rescatistas o
chicheras que tienen su casa, tienen su balanza, la que está mal regulada y
pesan mayor cantidad de lo que corresponde. Fuera de eso les pagan
precios inferiores a los que están en vigencia en el mercado.”

Queda claro que el alojamiento o tambo, era un servicio que se pagaba con creces,
pues el piquero o pegujalero era prácticamente raptado y presionado
83 Este término, muy usual en La Paz, hace referencia al lugar donde llegan los campesinos a pasar la noche y
vender sus productos.
120
compulsivamente para vender sus productos a la dueña de la casa a precios
ínfimos, e incluso sometiéndolo a engaño en el pesaje de sus cargas.

Los nuevos caminos conducen a las viejas servidumbres

Compadrazgos, chicherías, préstamos y alojamientos se convirtieron en una suerte


de trampas -ingeniosas por cierto- que el mercado tendía a los campesinos que
masivamente comenzaban a concurrir al mismo, con la finalidad de despojarlos de
una u otra forma de la renta agrícola. Es decir, que en el fondo todos estos
mecanismos, pese a su aparente diversidad, perseguían un objetivo común:
expropiar al campesino de sus excedentes y conducirlo a un estado de dependencia
con relación al rescatista, en grado tal, que se llegaba al extremo de estimular
relaciones de sujeción muy próximas a las aborrecidas servidumbres hacendales.

Esta detallada, pero necesaria relación de la constitución del mercado y la


recomposición de los grupos y estratos sociales en Cochabamba, con posterioridad
a la Reforma Agraria, permiten establecer la emergencia de una nueva élite de
comerciantes mestizos que, en alianza con el MNR y haciendo un hábil uso de sus
prácticas clientelistas, sus procedimientos organizativos y el acceso a niveles de
dirección partidaria -comandos zonales, direcciones sindicales, cargos públicos,
etc.- pudieron desarrollar mecanismos coercitivos que les permitieron un férreo
control sobre el mercado local y regional. Pronto quedó claro, que quien ejercía
dicho control sobre cada feria y sobre el sistema ferial en general, tenía el poder real
en sus manos.

Los hechos establecidos y el proceso anteriormente descrito inclinan a pensar que


el campesinado de los valles, logrado el gran objetivo de poseer la tierra, para lo
cual había propiciado masivas y combativas movilizaciones, se había replegado
hacia posiciones más conservadoras, por lo que sus representantes pudieron
adherirse incondicionalmente a los esquemas políticos del MNR y en general a los
gobiernos de turno, guiados por intereses personales. Sin embargo, no se trata
simplemente de la culminación de la descomposición del movimiento campesino y la
profunda corrupción de sus dirigentes convertidos en caciques e incluso en
funcionarios de la represión gubernamental. Por el contrario, toda la situación
descrita, parece inscribirse mejor en la perspectiva trazada por Albó del "centenario
esquema cochabambino de apostar a nuevas fórmulas traídas por los amigos de
arriba" (1987:154), que adoptaron las clases medias mestizas para sustituir en el
poder a las antiguas elites gamonales, y hacer reposar esa nueva hegemonía en,
igualmente nuevas e ingeniosas formas de apropiación-expropiación del excedente
agrícola, la única riqueza real disponible en el departamento de Cochabamba en la
década de 1950-60.

121
En todo caso, las impresiones anteriores (corrupción, clientelismo, etc.) apenas
hacen referencia a juicios expresados desde un nivel más superficial y global. La
recomposición del mercado, las clases y estratos sociales, con todo el despliegue de
los mecanismos descritos tuvo su propia lógica y unos objetivos perfectamente
claros, que no eran opuestos a la visión reformista del MNR y a su actitud de
estimular la vía capitalista del desarrollo rural en oposición a las tendencias
colectivistas del POR y otros grupos radicales. Tampoco parece casual que el
gobierno, cumplida su palabra de distribuir la tierra en términos de propiedad
individual, abandonara a los nuevos propietarios a su suerte, es decir, no les
proporcionara ninguna asistencia técnica y financiera, ni los encuadrara en ningún
plan de desarrollo rural que propiciara un planificado crecimiento de las fuerzas
productivas agrícolas y menos les permitiera el acceso al crédito bancario en
condiciones ventajosas. Por el contrario, los dejó inermes frente a las fuerzas del
mercado, permitiendo que otros grupos sociales poseedores de recursos, medios de
transporte, pleno conocimiento de los canales del intercambio, cultura mercantil, etc.
pasaran a ocupar el lugar de los antiguos patrones y a consolidar una estructura de
poder que expresaba los intereses de un modelo de desarrollo profundamente
distorsionado y sesgado, donde: al mismo tiempo que permanecían los viejos
escenarios feriales e incluso se multiplicaban por doquier, en un proceso donde lo
viejo se adaptaba a los nuevos roles, también las arcaicas prácticas productivas y
hasta las formalmente abolidas relaciones de servidumbre retoñaban bajo nuevas
determinaciones.

Apostar a las nuevas fórmulas "traídas por los amigos de arriba", es apenas un
aspecto de la cuestión. En realidad las "nuevas fórmulas" estuvieron presentes en
el escenario regional en forma latente o expresándose limitadamente desde mucho
antes de 1953. La Reforma Agraria fue el detonante que abrió las compuertas a la
plena expansión del liberalismo económico con la complacencia de dichos "amigos
de arriba", en realidad "amigos" para las nuevas fracciones dirigentes de la
formación social regional.

El modelo regional de capitalismo atrasado

La alianza política del campesinado, en realidad estrictamente de una aristocracia


sindical, con el partido de gobierno, que hacia mediados de los años 1950, poco ya
tenía de campesina, expresaba, -más allá de la coyuntura de las marchas y
contramarchas políticas-, el compromiso formal del Estado de 1952 con un modelo
regional de capitalismo atrasado que se acomodaba a la estrategia nacional de
desarrollo con respecto a Cochabamba, como veremos más adelante.

122
Los rasgos del citado modelo podrían sintetizarse en los siguientes aspectos: en
primer lugar, en la supervivencia de un aparato productivo tradicional, donde la
desaparición de la hacienda y la multiplicación de pequeños productores operando
con medios de producción arcaicos y bajo modalidades de agricultura extensiva, no
modificaban en sustancia, la realidad de unas relaciones de producción
dominantemente no capitalistas y precapitalistas. En segundo término, el acelerado
crecimiento de una economía de mercado que adoptó los viejos escenarios feriales
e incentivó su expansión, desarrollando una serie de recursos para expropiar el
excedente campesino que sirviera de base material para la constitución del nuevo
bloque de poder regional, y donde los conflictos bélicos, las alineaciones políticas, el
caciquismo, incluso el pacto militar-campesino, se movían en el marco tácito de una
alianza entre Estado y clases medias emergentes, que se disputaban fracciones y
esferas de influencia del nuevo poder, pero que globalmente requerían y aceptaban
el manto de la protección estatal para consolidar su vigencia.

Como un tercer aspecto, podemos anotar, que la base productiva se mantenía en


los tradicionales niveles de atraso mientras la esfera del intercambio revelaba las
formas más agresivas del liberalismo capitalista, combinando creativamente los
recursos y prácticas populares -comercio de chichas tambos, fiestas y
compadrazgos-, con modernos medios de transporte y créditos usureros, en el
contexto de un despliegue amplio de esfuerzos para sojuzgar al pequeño productor
campesino en favor de los intereses de las nuevas élites locales y regionales.
Finalmente, otras fracciones de la formación social regional -obreros y burguesía
industrial y comercial con sede en Cochabamba- operaron más periféricamente,
expresando con ello su importancia relativa con relación a un modelo que no se
propuso en ningún momento la modernización del agro y su articulación al desarrollo
industrial regional.

Sin intentar sobrecargar con tintes teóricos el análisis anteriormente desarrollado, y


confiando que investigaciones futuras más específicas podrán perfeccionar el
cuadro trazado, simplemente señalaremos que el nuevo bloque de poder que
sustituye al poder oligárquico es compartido por diferentes fracciones de las
antiguas clases medias que dejan de ser tales en la medida en que acumulan
riqueza y amplían el ejercicio de su poder real. El pueblo, en los años 1950, calificó
a estos estratos como los "nuevos ricos", unos personajes, que a diferencia de las
desplazadas élites regionales sensibles a la pureza de sus árboles genealógicos, al
número de sus colonos y al despliegue de sus barnices de urbanidad y cultura;
colocan en el primer peldaño de su escala de valores el estatus del dinero y las
posesiones acumuladas, que además, son sinónimo de eficientes vinculaciones
políticas y efectivo ejercicio del poder y control sobre una esfera de influencia, que

123
pasando por niveles intermedios, normalmente concluyen en el pleno dominio y
sometimiento de una fracción de productores campesinos.

No obstante, esta estratificación social no se mueve exclusivamente dentro de una


lógica fríamente económica, aquí también están presentes factores culturales,
étnicos y políticos, entendidos estos últimos como las formas de participación estatal
para soldar y consolidar esta delicada armadura compuesta por una variedad de
piezas no siempre congruentes.

Las raíces estructurales de la expansión mercantil

En casi todos los pueblos del valle, la "revolución agraria" y la fuga de los patrones,
dio paso a un pleno dominio de los campesinos -sobre todo excolonos- que entre
fines de 1952 y agosto de 1953 se alzaron con el poder en extensas zonas de la
geografía departamental. Sin embargo, prontamente, los propios dirigentes
campesinos se encargaron de desalojar a sus bases de esta situación, en la medida
en que los cambios en los patrones de la organización de la economía, pronto los
alinearon con los grupos que ejercían dominio sobre los circuitos del intercambio.
Dichos dirigentes, que formalmente expresaban un poder político emanado de la
fuerza de sus bases, en la práctica pasaron a representar los intereses de los
comerciantes mestizos y, ellos mismos se incorporaron a esta legión de buscadores
de fortuna.

¿Pero de donde salen estas legiones de comerciantes mestizos? Su origen tiene


raíces históricas sobre las cuales no volveremos a abundar. Lo cierto es que la
existencia de un potente mercado interno regional con anterioridad a 1953 había
abonado ampliamente el terreno que permitió la irrupción, no necesariamente de
unos recién llegados al mundillo de los negocios mercantiles, sino de un estrato
experimentado y ampliamente fortalecido en el dominio del comercio ferial.

Fue, justamente la expansión de este comercio y la apropiación de la renta agrícola


que otrora captaba el sistema hacendal, el ámbito donde distintos grupos y
fracciones sociales pusieron en evidencia sus intereses y desplegaron sus mejores
recursos para ganar posiciones de privilegio, es decir, de mayor capacidad para
acumular capital y poder. El estrato de rescatistas, era muy heterogéneo y su
actividad, no fue necesariamente, un fruto de la Reforma Agraria. Su presencia en
los valles era de larga data y probablemente su aparición se remonta a la propia
constitución del sistema ferial en tiempos coloniales. La relación entre comerciantes
de productos agrícolas y piqueros no era reciente. Ferias como las de Cliza,
Quillacollo y Cochabamba se dinamizaban con las ventas al por mayor de harinas,
cereales, tubérculos y verduras "rescatadas" por comerciantes del altiplano, sobre

124
todo después de 1917 en que se inauguró la línea férrea Cochabamba-Oruro. Pero
todavía mucho antes de estos eventos, pequeños productores campesinos y
arrieros condujeron la producción de los valles a escenarios tan distantes como las
orillas del Pacífico o el sud peruano, esto sin contar el intenso comercio de muko y
chicha entre Cochabamba y los centros mineros y ciudades del altiplano.

La diferencia entre este comercio de larga distancia, donde aparece como una
especialidad el arriero-transportista y comercializador de productos agrícolas y
artesanales en el siglo XVIII, XIX y primera mitad del XX, fue la rápida expansión de
la economía mercantil a partir de 1953, merced a la alternativa innovadora de los
camiones, unas unidades de transporte más versátiles, de mayor capacidad de
carga (100 quintales y más) y capaces de recorrer grandes distancias -100 y más
kilómetros en una sola jornada-, superando además la rigidez de la ruta fija del tren
y la capacidad de las arrias. Por otra parte, gracias a este revolucionario medio de
transporte, los camioneros que desde los años 30 fueron desplazando a los arrieros
del escenario regional, y que pasaron a desempeñarse además como comerciantes
de productos agrícolas (rescatiris), dueños de chicherías y de casas convertidas en
tambos, constituyeron el único estrato social capacitado para responder a los
desafíos que planteaba la repentina incorporación de nuevos productores
campesinos a la economía de mercado.

Estos nuevos actores, no sólo fueron capaces de limitar la concurrencia de los


excolonos a los escenarios feriales mediante el sistema de compras a pie de finca,
sino también fueron capaces, de desarrollar recursos indirectos que combinaron
prácticas de la cultura mestiza, valores de la cultura andina y elementos de la
racionalidad capitalista, para crear esferas de influencia: circuitos comerciales y
reclutamiento de productores estables para proveer regularmente a las ferias. En
torno a esta nueva estructura de poder, se articularon otros estratos sociales como
los piqueros, que preservaron su predominio en los espacios del comercio ferial
tradicional.

Este proceso, no fue homogéneo y cada provincia y sub-región indudablemente fue


capaz de recrear situaciones más o menos específicas y originales. Sin embargo, la
tendencia general fue la consolidación de los rescatistas en la pirámide superior de
esta estructura de poder. Por último, estas nuevas élites no negaron su raíz histórica
forjada en las luchas antioligárquicas, es decir conservaron sus formas de
organización popular, por ello, prontamente los sindicatos de comerciantes,
transportistas y chicheras compitieron exitosamente con los sindicatos agrarios que
paulatinamente abandonaron los centros feriales84.
84 Esta es sin duda la raíz del enorme poder que acumularían en décadas posteriores los sindicatos de
gremiales y de transportistas, capaces de paralizar la economía de la ciudad y el departamento, con el simple
expediente de las huelgas y bloqueos de caminos.
125
En fin, los viejos escenarios urbanos y rurales donde se desplegó el poder hacendal
y el pujante mercado interno regional, no se modificaron sustancialmente, por el
contrario, tendieron a adoptar los nuevos roles que supuso la abrupta ampliación de
la economía mercantil después de la Reforma Agraria.

La nueva constelación de poder regional

La antigua constelación de poder, como ya mencionamos, se estructuraba en torno


a la relación entre haciendas, pueblos rurales y una ciudad tradicional dominante
(Cochabamba). Estas relaciones expresaban el pleno dominio del sector
terrateniente sobre una masa de colonos sometidos a servidumbre y proveedores
de rentas en trabajo, cuyo producto generalmente se exportaba a lejanas plazas
comerciales fuera de la región. Para ello, los gamonales se apoyaban en el aparato
estatal represivo y en centros de comercio y finanzas que expresaban sus
articulaciones externas y su necesidad de centros urbanos que fueran sede de las
funciones de apoyo a la economía hacendal. Simultáneamente, aunque en un nivel
diferente, comenzó a estructurarse, tal vez desde los años 20 del siglo pasado, un
poder emergente basado en las enormes potencialidades de la economía del maíz y
la chicha consumidas en la región, y que fue fortaleciendo los circuitos feriales y las
plazas de comercio provincial. La propia Cochabamba dejó de ser un centro
exclusivo de asiento del poder hacendal y se desdobló en el desempeño de
funciones opuestas a su rol tradicional, al convertirse en cabecera de un mercado de
consumo de la producción campesina que continuamente debilitaba el poder de la
hacienda, ya agobiada por las crisis del comercio de granos a larga distancia.

Estos hechos, es decir la paulatina decadencia del sector terrateniente y el continuo


potenciamiento del mercado interno, que en los años 1940, con el auge del "grano
de oro" llegó a la cima de su apogeo, financiando el desarrollo urbano de la ciudad,
hicieron posible la adaptación de este mercado a los nuevos requerimientos que
supuso la conversión en economía dominante, de las prácticas mercantiles, que
otrora se movieron en un marco de situaciones que no estaban plenamente
reconocidas en el plano legal e institucional.

Por ello, la desaparición de la hacienda, lejos de debilitar el andamiaje de relaciones


entre centro urbano, pueblos rurales, ferias, chicherías y piquerías, lo potenció y lo
proyectó raudamente para copar el espacio hacendal e incorporar a los colonos
recién liberados a las redes de la economía mercantil.

La nueva constelación de poder regional tuvo dos expresiones concretas: el


afianzamiento de un sistema vial y de comunicaciones fluido, que permitió la

126
vinculación ágil entre ferias próximas y lejanas, ranchos y espacios de producción,
factor que se constituyó en una condición esencial para el funcionamiento del
modelo de acumulación y expropiación del excedente agrícola que impuso el
comercio de rescate de productos. Por otro lado, el potenciamiento de Cochabamba
como eje central y nudo de una vasta red de circuitos mercantiles y sede de un
mercado capitalista que pasa a nutrirse de este torrente circulatorio.

Cochabamba como eje de la nueva constelación de poder pasó a ser cabecera


regional de un mercado de bienes de capital, fuerza de trabajo y capital financiero,
además de asiento del poder político y del aparato estatal, y por ello mismo, el
centro urbano más privilegiado para captar en provecho de su propio crecimiento,
una fracción significativa de la renta agrícola extraída a la base campesina. Es decir,
la relación espacial y económica entre ámbitos productivos -piquerías y pegujales-,
poblados menores, centros intermedios y ciudad dominante, pasa a reproducir las
redes que organiza la economía mercantil en los valles, de tal suerte que esta
organización de la población y el territorio, también pasa a contener la relación entre
dichos espacios productivos, las ferias cantonales, las ferias provinciales y la gran
feria central de Cochabamba. Por ello, al tenor de los "nuevos tiempos", como
veremos más adelante, el propio concepto de modernidad deja de ser tan
europeizante y se impregna de un cierto sabor mestizo, que se hace patente en la
infinidad de edificios en propiedad horizontal de tres y cuatro plantas85 que edifican
los "nuevos ricos" punateños, cliceños, tarateños, quillacolleños, sacabeños, etc. en
su afán de dar muestras de su nueva condición y prestarle un "marco moderno" al
grandioso escenario de la zona sud, que contiene la Feria de Cochabamba, que allá
por los años 1950 y 60 -y más aun posteriormente- es el nervio y motor de la
economía de este nuevo bloque de poder regional.

No obstante, la ciudad no fue un componente pasivo de todo el proceso descrito.


Por el contrario, esta necesaria referencia a la constitución de las nuevas élites
locales, permitirá comprender la dinámica urbana en el contexto anotado, pues a
partir de 1953, campo y ciudad se convierten en una sola realidad con escalas
diferentes, de tal suerte que los fenómenos urbanos pierden su sentido y coherencia
si se los separa de su vínculo estructural con los escenarios feriales y campesinos.

85 Estos edificios de escaso gusto arquitectónico, en realidad una suerte de paralelepípedos con aberturas,
expresaban más una mezcla de un imaginario imperfecto de modernidad y pragmatismo utilitario. Las
plantas bajas se aprovechaban hasta la saciedad con funciones comerciales, las primeras plantas se
forzaban como depósitos y las plantas superiores, supuestamente destinadas a departamentos solían
permanecer desocupados.
127
CAPITULO IV
LAS MASAS DE ABRIL Y LA CUESTIÓN URBANA

Las teorías del desarrollo y la cuestión urbana

Los estudiosos de los fenómenos urbanos coinciden en destacar que la


urbanización latinoamericana en los primeros años de la segunda mitad del siglo
XX, mostraba promedios más altos que similares de Europa meridional, África y
Asia, estimándose que en la década de 1950-60, el ritmo de la urbanización
continental se había incrementado en un 32%, y que eran frecuentes los índices o
tasas de crecimiento de población urbana anual del orden del 4 o 5% (Durand y
Peláez, 1974; Browning, 1970, División de Población-NN.UU, 1962).

Las tendencias que expresaba este acelerado crecimiento de las ciudades -y que se
confirmarían en los años 1970 y 80- es que América Latina estaba en un proceso de
transición hacia sociedades francamente urbanas. A inicios de los años 1950, el
fenómeno de las migraciones campo-ciudad estaba presente como un factor
importante que explicaba la acelerada urbanización de las nuevas metrópolis del
área, y la consiguiente proliferación de cuadros de miseria y tugurización que
comenzaron a caracterizar las periferias de las grandes urbes, y aun de las ciudades
intermedias86.

Muchos autores, sobre todo a partir de los años 60, incorporaron este acelerado
proceso de transformación de las ciudades, a un cuerpo de argumentaciones más
amplio, que intentó mostrar las nuevas pautas de la modernización y el desarrollo de
las sociedades latinoamericanas que impulsaban el crecimiento urbano, en función
a los roles y posibilidades que les asignaron unos procesos económicos
internacionales, dominados crecientemente por la racionalidad del desarrollo
industrial capitalista, que en términos cada vez más absorbentes y eficientes, pasó a
dominar la economía y las estructuras sociales y políticas de los países de menor
desarrollo. Para estudiosos como Cardozo y Faletto (1969), Furtado (1976), Quijano
(1977), Sunkel y Paz (1974), etc., estas transformaciones fueron efectos de la
industrialización de los países del área, dentro del denominado ciclo de "sustitución
de importaciones", que no sólo profundizó procesos de división social y territorial del
trabajo, sino amplió las diferencias entre campo y ciudad, introdujo factores de
disolución de las economías mercantiles, transformó las pautas culturales de las
sociedades agrarias y creó las condiciones para una profunda modificación de los
comportamientos demográficos, al ampliar las contradicciones entre regiones y
86 Diversos organismos internacionales, a mediados del siglo XX, comenzaron a llamar la atención sobre la
proliferación de tugurios alrededor de la gran Lima, la expansión de las favelas en Rio de Janeiro y en
general, sobre la expansión de las manchas urbanas de las ciudades latinoamericanas como frutos no
deseados de la planificación, es decir, como resultado de invasiones de tierras y un agudo proceso
especulativo de la tierra urbana.
128
territorios sometidos a ritmos desiguales de crecimiento económico e integración a
la economía mundial.

Si bien, las anteriores concepciones permitieron superar una visión dualista de la


sociedad, que en el siglo XIX y la primera mitad del XX, tuvieron mucho arraigo en
los medios intelectuales del continente87, introdujeron en el análisis interpretaciones
excesivamente globalizantes, de tal modo que la comprensión de los distintos
niveles de la realidad en la esfera de los procesos productivos, la estructuración de
las relaciones sociales y la propia constitución de los aparatos de poder y
dominación, pasaron a depender exclusivamente de la naturaleza de las relaciones
entre "centro" y "periferia", es decir, de una sobrecargada trama de lazos de
dependencia, donde lo central pasaría a ser la forma de articulación de las
economías locales y regionales con el mercado capitalista internacional y no las
correlaciones de fuerza entre clases sociales confrontadas.

Numerosos trabajos, que enfocaron su esfuerzo analítico, en los nuevos fenómenos


que comenzaron a modificar profundamente las estructuras físicas de las ciudades
tradicionales, pasaron a explicar los mismos bajo estas premisas. De esta manera,
cuestiones como las migraciones campo-ciudad, las condiciones de reproducción de
la fuerza de trabajo en las urbes latinoamericanas, la creciente segregación social y
espacial en la producción del espacio urbano y la proliferación de formas
"alternativas" de subsistencia de las masas de nuevos habitantes urbanos, entre
otras, pasaron a ser interpretadas como expresiones concretas, en diversa escala y
circunstancia, de los lazos de dependencia entre países que, -empleando la
sugerencia de Gunder Frank (1973)-, ampliaban simultáneamente sus condiciones
de desarrollo y subdesarrollo.

Autores como Laclau (1978) Castañeda y Hett (1978), Kalmanovitz (1983), y otros,
se constituyeron en las voces discordantes de un enfoque que dominó el escenario
latinoamericano, por lo menos durante dos décadas, mostrando los riesgos de hacer
reposar las interpretaciones de la realidad, a partir exclusivamente, de enfoques
totalizadores, donde la naturaleza de los rasgos nacionales, regionales y locales
eran algo secundario y subordinado al sistema capitalista mundial, y que todo el
nudo de contradicciones sociales, étnicas, culturales, etc. se reducían a la lógica de
su articulación con los centros que rigen el comportamiento del sistema capitalista a
escala planetaria.

87 Eran comunes las explicaciones del atraso o deficiente desarrollo de los países latinoamericanos, a partir
de la idea arraigada de la existencia simultánea, dentro del organismo social, de un cuadro de antagonismos
entre un sector, a veces mayoritario de la sociedad, que se aferraba a los valores tradicionales y un sector
moderno que no podía desarrollarse con la suficiente dinámica, pues tenía que cargar con el lastre del sector
conservador. Es decir, que las sociedades subdesarrolladas se debatían en este dualismo de contrarios que
postergaba su efectivo despegue hacia un desarrollo moderno.
129
En esta perspectiva, la interpretación de los hechos analizados en los capítulos
anteriores, y la propia transformación de la ciudad de Cochabamba, apenas se
reducirían a simples datos y episodios secundarios de un proceso más amplio de
articulación del Estado y la economía nacional al sistema capitalista mundial, cuyas
circunstancias expansivas o depresivas, marcarían los ritmos de los
comportamientos económicos y sociales de las realidades regionales y locales. Sin
duda, esta excesiva valorización de los factores externos, tendía a uniformizar y
relativizar el significado de las circunstancias específicas, y sobre todo, a ignorar el
movimiento interno de los procesos sociales, oscurecer sus contradicciones y
simplificar el aporte de estos factores, en la constitución de las realidades nacionales
resultantes.

Los nuevos fenómenos que comienzan a gravitar en la realidad urbana de


Cochabamba, ya sean a nivel de modificaciones profundas en el comportamiento
demográfico de su población, en la expansión de la economía terciaria y en la propia
ampliación de la realidad física de la urbanización, si bien, no negamos que tienen
que ver con la acción más general de la dinámica capitalista mundial, mediada por
las formas de relación del Estado Boliviano y la región a esta instancia, y las formas
de participación de Cochabamba en los modelos de desarrollo nacional vinculados
en su viabilidad, a la trama de subordinaciones entre "centro" y "periferia"; no es
menos cierto, que tal nivel de análisis conduciría a esquematizaciones y
generalidades poco interesantes y predeterminadas, en desmedro de la gravitación
de las condiciones específicas, que hacen que cada formación social, -muy lejos de
las concepciones lineales y preestablecidas-, muestre una capacidad de respuestas
y rasgos creativos, incluso en la materialización de las circunstancias de su atraso y
postergación. Tal omisión relativiza y diluye el carácter pedagógico de estas
circunstancias históricas en relación a los desafíos del porvenir y, conduce a la
conclusión errónea de que el producto histórico resultante, es fruto de una
aplastante y cómoda fatalidad que termina absolviendo a sus protagonistas.

Por estas razones, no se juzgó provechoso hacer girar la consideración de los


hechos que abarcan este capítulo, sobre la acción exclusiva de los factores externos
adversos al desarrollo del aparato productivo regional, sino sobre el marco del
proceso de recomposición de la economía y las fuerzas sociales que siguió al
derrumbe del poder hacendal y que articularon a la ciudad y la región en una sola
unidad compleja, donde los "factores internos" operaron en forma determinante para
hacer propicia la acción de los "factores externos" y no inversamente, es decir,
atribuyendo a estos últimos, el poder de influir hegemónicamente sobre la
constitución de la formación social regional y sus soportes materiales.

130
Por ello mismo, la acción de las "masas de Abril" sobre el escenario urbano y sobre
la transformación de su estructura, por una parte, así como la postura modernista y
la naturaleza de las políticas del desarrollo urbano, por otra, son procesos
profundamente influidos por la propia dinámica histórica de la región antes que
resultados mecánicos de la acción del Estado y el capitalismo mundial.

Rasgos de la realidad urbana de Cochabamba en los años 1950

Según la División de Población del Departamento de Asuntos Sociales de las


Naciones Unidas, se consideró como "centro urbano", desde los años 1950 en
adelante, a toda aglomeración humana que tenía una población de 20.000 o más
habitantes. Este criterio fue el imperante, tanto en los documentos oficiales, cuanto
en las estadísticas y estudios que sobre los problemas urbanos se desarrollaron a
través de una profusa bibliografía en la década de los años 1960. De acuerdo a
estos puntos de vista, a mediados del siglo XX, Bolivia -con excepción de La Paz-,
era un país muy débilmente urbanizado, con centros que no habían logrado
alcanzar los 100.000 y más habitantes para detentar el rango de "poblaciones de
ciudad" (1974: 50). Cochabamba, la segunda ciudad de la república en cuanto a
población urbana, recién en 1900 logró la consideración de "centro urbano" y sólo
en la primera mitad de la década de 1960, cuando pudieron alcanzar sus primeros
100.000 habitantes mereció, de acuerdo a los parámetros internacionales, la
calificación de "ciudad".

Sin embargo, tales definiciones "técnicas", al sugerir que la calificación de "urbano"


es apenas un problema de cantidad y densidad de población, olvidan o pasan por
alto, la cuestión cualitativa, es decir que la ciudad tiene una dimensión histórica y
que su realidad expresa los términos concretos de un proceso de modificación de la
naturaleza por la sociedad, es decir, es el resultado de lo que Castells denomina: "la
producción social de formas espaciales" (1974: 26), o sea, la producción de
soportes materiales, que se constituyen en la condición indispensable para el
funcionamiento de una estructura de clases sociales, un sistema político que
legitima dicha estructura, un sistema institucional que organiza los niveles
ideológicos y culturales, y las prácticas tecnológicas que garantizarán la
permanencia y reproducción del modelo de sociedad que contiene lo urbano. En fin,
un sistema de intercambio (mercado) que organiza las condiciones de circulación
del capital y las formas concretas de irradiación de la economía de la ciudad sobre
las zonas rurales, el ámbito regional y otras áreas geográficas próximas o lejanas; y
finalmente, una base productiva industrial o agro industrial, o incluso apenas
agrícola, de cuya transferencia de excedentes o plusvalía, se nutre la ciudad para
proyectar su desarrollo.

131
Indudablemente que si contemplamos Cochabamba desde este nuevo ángulo
conceptual, podremos admitir que su rol de "ciudad" se remonta al siglo XVI, cuando
aún era una modesta villa perdida en la inmensidad de un amplio universo rural,
pero con la capacidad de extender sobre este, el peso de un poder político, militar e
ideológico, y constituirse en el sostén del orden económico y social impuesto por el
Estado colonial en esta parte del centro de Sud América.

Es en función de estos puntos de vista, que nos proponemos, antes que ofertar un
ensayo puramente descriptivo y ciertamente aburrido, transitar el camino más
complejo, pero más gratificante, de proponer una visión de la ciudad, a mediados del
siglo XX, como el producto resultante de la dinámica de fuerzas sociales internas
(actores urbanos y rurales), fuertemente influidas por el derrumbe del viejo orden
secular. Para este cometido, utilizaremos las escuetas descripciones que se
realizaron al respecto, así como la escasísima relación estadística existente, que
nos permitirán, sin embargo, una aproximación a esta problemática específica88. No
obstante, pedimos de antemano, disculpas al lector por la extensión de este
capítulo, una vez que la ausencia de bibliografía específica a la cual referirnos, nos
obliga al despliegue de todo lo disponible, para dar coherencia a nuestra
argumentación.

Como se observó con anterioridad89, los resultados del censo de 1950 confirmaron
que la ciudad de Cochabamba ocupaba el segundo lugar -después de La Paz- entre
las ciudades de Bolivia, radicando esta importancia no sólo en su peso poblacional,
sino en su posición central dentro del territorio nacional y su gravitación sobre las
comunicaciones entre las diferentes regiones del país, además de su tradicional
importancia agrícola. Al respecto se sostenía: “A la par que el centro del sistema de
aeronavegación nacional, (Cochabamba) es la puerta de entrada a las extensas
áreas inexplotadas del Oriente y el Noroeste bolivianos.” (El País Nº 4.253,
14/09/52).

La calificación de "ciudad-jardín" que le atribuyeron cochabambinos querendones de


su terruño a fines del siglo XIX, se puso en boga en los años 1940 del siglo pasado,
cuando los estudios de urbanización de la ciudad, introdujeron este término para
describir un modelo de desarrollo urbano que estimulaba la expansión de la ciudad,
pero respetando los valores de la rica naturaleza circundante, en estricta aplicación
a las doctrinas urbanas imperantes. Sin embargo, aun cuando apenas se iniciaba la
plena aplicación de estos preceptos, la ciudad ya presentaba un bello ejemplo de
integración con el marco natural de su hermoso valle y los macizos andinos

88 En contraste con los relativamente abundantes estudios sobre las transformaciones sociales que tienen
lugar en el área rural, antes y después de la Reforma Agraria, los estudios urbanos al respecto, son realmente
escasos.
89 Ver capítulo I.
132
circundantes, equilibrio todavía no alterado por los excesos "modernistas" en
materia de arquitectura y urbanismo que décadas más tarde se cometieron. Una
descripción de principios de los años 1950 presentaba esta imagen:

“Vista desde un avión Cochabamba presenta el aspecto de una ciudad


semitropical con calles bien trazadas y casas espaciosas de dos pisos
construidas junto a patios y jardines resplandecientes de sol -una
ordenanza dispone que no se autorizaba la construcción de ningún edificio
sin su correspondiente jardín-. Hermosos floreros adornan los pórticos y
balcones de las casas. Ricos y pobres colaboran en el cuidado de los
parques y jardines públicos, en el noble afán de que ellos superen en
belleza a los jardines privados [...] La ciudad está rodeada de pintorescos
paseos y lugares de recreo como ‘El Cortijo’ que cuenta con una buena
piscina de natación y un buen restaurant; ‘Berbeley’, ‘Cala Cala’, "Queru
Queru’, ‘La Pascana’ y muchos otros que también disponen de piscinas y
baños públicos [...] Cochabamba se enorgullece de tener el aeropuerto
más grande de la República. Cuenta además con un excelente hotel
situado en los suburbios de la ciudad -el gran Hotel Cochabamba-que en
nada desmerece a los mejores del continente (El País No. cit.).
A inicios de los años 1950, muchos de los afanes modernistas esbozados en la
década anterior parecieron plasmarse, incluyendo significativas obras de vinculación
vial y de reforzamiento del modestísimo parque industrial, de tal suerte que el
porvenir de la ciudad era visto con gran optimismo, en el marco de la imagen de una
futura pujante urbe sustentada por sólidas bases económicas:

“Después de La Paz, Cochabamba es la ciudad que mayores progresos ha


alcanzado en el país durante los últimos tiempos en el orden urbanístico e
industrial [...] Actualmente se están realizando dos obras públicas de gran
aliento y de vastas proyecciones para el desarrollo económico de la nación,
a saber: la construcción de una carretera asfaltada de primera clase entre
Cochabamba y Santa Cruz [...] y la instalación de la gran Refinería en Valle
Hermoso punto terminal del oleoducto que transporta el petróleo de Camiri
a Cochabamba.” (El País, No. cit.).
Al lado de esta acelerada marcha hacia el progreso, el mercado interno regional no
cedía paso en su pujanza y vitalidad, constituyendo un componente esencial de la
dinámica de cambio que experimentaba la propia ciudad, dinámica que en el decir
de la crónica periodística que comentamos no dejaba de maravillar a los "turistas del
Altiplano":

133
“Constituyen un aspecto interesante de la vida rural cochabambina las
tradicionales ferias que durante diferentes días de la semana se realizan en
los pintorescos pueblos de Quillacollo, Cliza, Punata, Totora, Sacaba y Arani.
Tanto por la cuantía de las transacciones como por la diversidad de los
productos que son objeto de ellas, estas ferias revelan el relativo bienestar
de las clases campesinas, a la par que el grado de progreso alcanzado por
las industrias manuales, tales como la alfarería, la manufactura de tejidos,
etc.” (El País, No. cit.).
Otra crónica semejante proporciona una idea de esta realidad urbana, muy diferente
y distante de la antigua aldea decimonónica, que todavía sobrevivía intacta pocos
años antes de la guerra del Chaco, arrastrando pesadamente detrás de sí siglos de
inmovilidad y tradición, que sobre todo, a partir de los años 1940, se vieron
drásticamente sacudidos por la fiebre de la urbanización y el afán de materializar los
nuevos ropajes urbanos modernos, con que tardíamente intentó cubrirse la antigua
clase hacendal. Veamos algunos rasgos de esta nueva realidad desde la
perspectiva de un perspicaz viajero que a bordo de un motorizado paseaba por la
ciudad:

“Un Chrysler deteriorado por el tiempo y el trabajo de muchos años nos lleva
al amplio puente de la Avenida Libertador Bolívar [...] Un hormiguero de
automóviles y peatones sale del Estadio Departamental después de una
emocionante justa deportiva [...] En medio del estrépito de las bocinas y del
torbellino del tránsito, el auto se desliza por la Avenida Ballivián frente a la
estatua de Bolívar [...] Atravesamos plazas y calles. La Coronilla [...] Más allá
el Aeropuerto del Lloyd Aéreo Boliviano: construcciones, pistas asfaltadas,
hangares, cuadrimotores [...] avalancha de pasajeros de todas partes [...]
Pasamos por las dos estaciones de ferrocarriles de pretensiones
interoceánicas […] contemplamos en el trayecto una muchedumbre
abigarrada de obreros y campesinos de porte marcial y placentera expresión:
índice de reivindicaciones posrevolucionarias y de ostensible elevación socio
económica [...] El auto reanuda la velocidad por el camino carretero a la
Refinería de Petroleo cuyas construcciones: oleoductos, tanques, torres,
columnas y chimeneas [...] anuncian la fiebre de trabajo y edifican el futuro
[...] Regresamos por los mercados populares en día de feria: abarrotamiento
de negocios, vendedores ambulantes, tránsito embotellado por el
hacinamiento en demanda de artículos de consumo.” (Anaya: El Pueblo No.
350, 14/09/1954). Citado por Solares, 2011.
Resulta evidente que envueltos en el tráfico de motorizados y muchedumbres que
llenan sus centros comerciales, subyacen dos alternativas de desarrollo urbano:
una, la visión modernizante de las avenidas, los paseos, los grandes equipamientos

134
como las instalaciones deportivas, las terminales de transporte y la refinería de
petróleo que tanto llenaban de orgullo a los cochabambinos, que con frecuencia
apelaban a estos ejemplos de indiscutible progreso, para esbozar alegorías y
aspiraciones a un modelo de ciudad del futuro, que mereciera el pleno
reconocimiento del poderío de una Cochabamba industrial y promotora de la
integración nacional90.

Otra, la dinámica más genuina del mundo ferial, que comenzaba a proyectar
sólidamente su articulación con la ciudad, superando el modelo del antiguo
campamento o "Cancha" rural, para -sin abandonar su sabor andino y popular-
consolidar un marco urbano, que más allá de las populares "casetas", kioscos y
galpones, estructuraba el soporte material que serviría de base para estimular
alternativas -como veremos más adelante- incluso conflictivas y opuestas a la
racionalidad urbanística, pero incuestionablemente lógicas en el contexto de la
expansión de la feria campesina tradicional y su conversión en "mercado negro",
"miamicito", "nylon khatu", etc. Un otro testimonio de Cochabamba, al filo del
régimen de la Revolución Nacional corrobora esta impresión:

“Al presente (la ciudad) se ha hecho más extensa, más variada, ya sea en la
construcción de sus edificios como por los parajes verdes que van
extendiéndose a lo largo de la ciudad; admiramos al Norte poblaciones
nuevas: Cala Cala, Mayorazgo, Temporal, Tupuraya, Muyurina y la Recoleta;
al Sud, Villa las Delicias, Villa Santa Cruz; al Este, Barrio Ferroviario, la
Universidad, 9 de Abril; al Oeste, Villa Galindo, Montenegro.” (Echalar,
Prensa Libre no. 944, 10/01/64).

Al lado de este despliegue de la urbanización expandiéndose por los cuatro puntos


cardinales, de acuerdo a los alcances del Plano Regulador de la ciudad, e incluso en
algunos casos, vulnerando algunos de sus preceptos, se desarrollaba una otra
realidad no menos dinámica y sugerente:

“Su comercio en días de feria es algo fantástico, el mercado repleto de


artículos preciosos, juguetes, productos de toda índole, de trópicos,
subtrópicos y frígidos: la papa, cereales, hortalizas, legumbres, frutas
variadísimas fragantes y atractivas, colocadas con bastante arte y gusto en
los puestos de venta [...] también nos atrae a la vista los comedores
populares bien presentados, luciendo sus ricos y sabrosos platos [...] donde
90 Eran frecuentes las apelaciones a las bondades climáticas y a la cuestión del ventajoso emplazamiento
central de Cochabamba tanto en relación al territorio nacional como al propio continente, para refrendar la
aspiración de que: "la nueva capital de la República de Bolivia será Cochabamba, porque así lo quieren los
cochabambinos" Alvestegui, Prensa Libre No. 869, 9/10/63. Ver ideas simulares en Pereira, Prensa Libre No.
686, 2/03/63; Costas, el Mundo No. 349, 14/09/60; Calvimontes, Prensa Libre No. 860, 29/09/63, etc.
135
también las campesinas de vistosas polleras, morenas y rubias, gozando del
ambiente democrático se sirven los ricos picantes, en medio de multitud de
gente, sorbiendo la rica chicha, bebida típica del valle, saboreando la
característica llajua aderezada con fragante quilquiña que sólo la mano
cochabambina prepara con tan rico sabor sin rival en el mundo.” (Echalar,
Prensa Libre No. citado).
Ciertamente, la modernidad a ultranza, de calles y avenidas rectilíneas y
arborizadas, manzanas regulares, arquitectura residencial y destellos urbanísticos
que muestran parentescos no muy lejanos, con las inspiraciones y aportes de Le
Corbusier91, se combinan sin rubor, con las prácticas y lógicas de uso y ocupación
del espacio por los sectores populares, que a su manera, traen a la ciudad sus
raíces andinas. En realidad, desde tiempos coloniales, el campo no dejó de
incursionar en el recinto urbano, pero ahora, esta incursión, como veremos a
continuación, adquiere la dimensión de una verdadera invasión.

El campo invade la ciudad

La ciudad de Cochabamba en los años 1950 y hasta la primera mitad de la década


de los 60, no sólo modificó su estructura física de acuerdo a las pautas del
desarrollo urbano definidas a fines de los 1940, sino que incorporó a esta dinámica,
aquellos factores del cambio económico, social y político resultantes de la
recomposición de fuerzas y clases sociales afectadas por la Revolución de Abril de
1952. Por ello, el potenciamiento de la economía de mercado que examinamos en
el capítulo anterior, tuvo su referencia más notable, en el acelerado crecimiento del
comercio ferial y popular, mucho más allá de las previsiones técnicas,
constituyéndose este fenómeno, en un ingrediente importante de la nueva estructura
urbana, dada su capacidad de introducir pautas diferentes en el crecimiento de las
funciones residenciales y en la expansión comercial, incluso modificando y
vulnerando las previsiones de la planificación urbana propuesta por el plano
regulador de la ciudad elaborado en la segunda mitad de la década de 1940.

Un síntoma precoz de esta nueva lógica ordenadora del espacio urbano, fue sin
duda, la presencia de aquellos actores sociales que la sociedad oligárquica había
relegado hacia las periferias de la ciudad, en su afán de consolidar un espacio
urbano a la medida de su imaginario social: un baluarte de modernidad que imitara

91 Charles-Édouard Jeanneret, mejor conocido como Le Corbusier, arquitecto francés autodidácta. A partir
de la década de 1930 descolló como promotor de la arquitectura y el urbanismo racionalistas que
aspiraban a expresar la nueva estética de la modernidad europea pos Primera Guerra Mundial. Organizó
los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM) que fundaron los principios de la
organización del espacio sobre bases funcionalistas y la relación coherente entre vivienda colectiva y
diseño urbano. Su influencia fue planetaria y naturalmente tuvo discípulos entre los planificadores
urbanos de Cochabamba en las décadas de 1940-50.
136
en la medida de lo posible los patrones occidentales de urbanización, y que en
consecuencia, erradicara todos los signos, evidencias y referencias de la cultura
andina y de sus expresiones mestizas.

La intensificación de los conflictos sociales y las luchas políticas que precedieron al


derrumbe del antiguo régimen, que con frecuencia llegaron al extremo de las
confrontaciones bélicas y profusos derramamientos de sangre, trajeron consigo el
fantasma de la temible perspectiva del avance del mundo andino -sinónimo de
barbarie en el referente ideológico señorial- sobre los santuarios urbanos. Los
rumores de motines plebeyos y de la marcha inminente de la "indiada" sobre los
pueblos del valle y la propia ciudad, poblaron de pesadillas y oscuros presagios los
días finales del poder oligárquico. De hecho, no dejaba de ser aterrador, cómo las
más afiebradas amenazas imaginarias cobraban dimensiones de realidad en el
largo invierno de 1952, cuando el campo "levantaba la cabeza" y se diluía la
autoridad de la clase gamonal. Sin embargo, estos presagios cuasi infernales,
tomaron giros más bien simbólicos.

Con motivo de las fiestas septembrinas de 1952, finalmente, las temibles huestes
campesinas se hicieron presentes en la ciudad para recibir a su líder Víctor Paz E.
El recuerdo de los excesos cometidos por los patrones y las temibles venganzas
prometidas, no fueron el marco que guio el ingreso de estos nuevos protagonistas
sociales a la historia de Cochabamba. El desarrollo del singular acontecimiento tomó
un curso muy diferente:

“A lo largo de la avenida que conduce al aeropuerto se encontraban más de


2.000 indígenas en correcta formación portando enormes letreros de tela con
una fotografía de Paz Estenssoro. Entre las comisiones de indígenas que
pudieron ser identificadas, se pueden citar al Sindicato Agrario de Cliza, la
Federación Sindical Agraria de Sipe Sipe, delegados de Ckocha Rancho,
Tamborada, Pucara, Hornoni, Chaquiri, Maica, Tarchairi, Aguirre, Isata,
Tarata, Alalay, Balconcillo, Yana Rumi, Caracollo (Oruro), Itapaya, Punata,
Cliza, Sacaba, Arque y otras regiones. Muchas de las delegaciones tenían
grupos de música que ejecutaban zampoñas, quenas y otros instrumentos.”
(Los Tiempos, Nº 2.575, 14/09/52).
Las masas de Abril se contentaron con profanar el universo de modernidad de la
clase señorial y hacer sentir el retumbar de sus pututus y sus ojotas en las
asfaltadas calles del centro de la ciudad, hazaña otrora totalmente impensable.
Pronto la ciudad, con sus atractivos y novedades, se convirtió en un irresistible imán
y en una gran tentación para miles de campesinos que por fin se liberaban del
encierro hacendal a que estuvieron sometidos por generaciones. De esta forma las
concentraciones campesinas en la ciudad, por su enorme frecuencia, se hicieron
137
algo rutinario, al punto que la prensa se atrevió a mostrar una postura crítica, y por
primera vez, se observó que los productores abandonaban el campo fascinados por
los encantos urbanos. El tono de editoriales como el siguiente: "Nueva
concentración de indios en la capital: Otra holgazanería" comenzaron a aparecer
periódicamente, expresando el sentir de conservadores ciudadanos que pasadas las
angustias iniciales, esbozaban criterios como los siguientes:

“La concentración de indios en la capital se ha convertido en la novedad del


día y en el ‘llénelo todo’. Llega el ‘compañero’ Presidente de la República,
concentración de indios; manifestación de protesta contra una intentona
revolucionaria, concentración de indios; arribo del ‘compañero’ Juan Lechín,
concentración de indios; toma de posesión del ‘compañero’ Alcalde,
concentración de indios [...] Los ‘compañeros’ indios llenan en el día todos los
resquicios [...] abandonan los campos y los sembradíos [...] cuando en
septiembre del año pasado (1952) S.E. visitó Cochabamba, los ‘compañeros’
indios pulularon en la ciudad no sólo para recibir a su padre y protector, sino
para dedicarse a la holganza y la orgía más descarada. La plaza 14 de
Septiembre estuvo convertida por muchísimos días en campo de diversión,
tribuna de discursos demagógicos y pista de bailes grotescos [...] En las
concentraciones posteriores no han sido menos. Han ‘chupado’, igualmente
hasta el exceso y han ‘descansado’ más allá del límite [...] Mientras esto
ocurre en la ciudad, los sembrados están en el más completo abandono [...]
Consecuencia lógica: no hay papa en el mercado ni por 5.000 Bs. la carga”
(El País, Nº 4.377, 15/02/1953).
El campo se volcó sobre la ciudad. Ahora los antiguos siervos miraban con
asombro la riqueza que habían ayudado a erigir con el sudor de sus frentes. Las
frecuentes concentraciones con sus imágenes de "holganza" y "zarabanda", que
hería los sentimientos de la "gente decente", eran apenas actos de legitimación de
los indios, que al fin de cuentas, y en realidad, contra todas las predicciones,
irrumpían pacíficamente en el escenario nacional y obviamente festejaban ruda y
ruidosamente su condición de ciudadanos libres. El oficialista El Pueblo al
editorializar sobre estos hechos no exageraba cuando destacaba que:

“Ese personaje (el indio) que vivía privado de su yo humano, vencido por los
prejuicios de una pequeña sociedad explotadora [...] -sometido- al ama que
lo había acostumbrado a dormir en las losas de zaguanes, sin más cama
que la jerga de su atadillo ni más tapa que su poncho [...] hasta convertirlo en
una especie de bruto apenas superior al hato de sus acémilas [...] anda hoy
risueño, con la cabeza en alto, hablando sin cortarse ni titubear” (El Pueblo
Nº 25, 22/09/53).

138
La ciudad, esa vieja explotadora del campo, en medio del dislocamiento de los
antiguos valores, si bien no sufrió los castigos bíblicos con que fue amenazada,
experimentó en 1952-53, un agudo desabastecimiento, fruto no sólo de la
intempestiva "invasión" relatada, sino de la propia recomposición del mercado, y
efectivamente, el temporal abandono de los cultivos, que la propia dinámica de la
expansión mercantil se encargó de subsanar sin mayores consecuencias92.

El efecto de esta expansión mercantil en la ciudad no sólo consistió en un rápido


crecimiento del comercio popular, sino en la incorporación a la esfera del consumo
de estos nuevos protagonistas. Veamos como:

“Nos informan en el comercio, que el campesino ya no se contenta con


‘curiosear’ apegado a las vitrinas de los escaparates, sino que entra en la
tienda, averigua el precio y compra tales artículos como zapatos, camisas -
que antes les tejían sus mujeres- y hasta corbatas” (El País No. 25,
22/09/53).
Bajo este tenor pronto el negocio de tocuyos, franelas, casimires y artículos de
plástico, bajo la forma de diversos utensilios que tendieron a desplazar a la cerámica
tradicional, entraron en auge e inundaron el mercado local y regional. La
transformación de los "indios" en "compañeros" y "vallunos" tuvo esta otra
connotación, que como veremos más adelante, también repercutirá en las
transformaciones que experimentará la ciudad.

Esbozando una interpretación y reflexión sobre los hechos relatados, podemos


anotar lo siguiente: En tanto las movilizaciones campesinas de 1952-53 barrían con
los últimos resquicios del poder hacendal y subvertían irreversiblemente la
estructura económica y social que dominaba la vida rural, Cochabamba también era
el escenario de grandes movilizaciones sociales. Anteriormente sugerimos que las
luchas populares antioligárquicas, no apuntaban tan solo a derribar el sistema de
haciendas coloniales, sino también, a expropiar supuestas acumulaciones de
riqueza. Sin embargo, como apuntamos en el capítulo inicial, estas riquezas, eran
más alegóricas que reales, una vez que, décadas de crisis del comercio exportador
de cereales, terminaron pasando una pesada factura, agotando la viabilidad
económica de la hacienda, lo que se traducía en la insignificante proporción, de
tierras de hacienda que se cultivaban hacia 195093.
92 La escasez de los productos de primera necesidad entre 1953-56, que llevó al famoso sistema de "cupos",
para la distribución de artículos de la canasta familiar escasos, se debió más al bloqueo económico
internacional a que se vio sometido el régimen del MNR en su primer período.
93 La clase hacendal que residía en la ciudad, salvo casos muy puntuales, tenía muy poco que ostentar, como
no fueran vetustas casas de vecindad y “casas-quinta”, es decir casonas con alguna pretensión art-noveau o
simples casas de campo rodeadas, eso sí, de esplendidos huertos. Sin embargo, en la ciudad no existía algo
parecido a un barrio exclusivo de familias distinguidas (tal vez lo más perecido fue el Paseo del Prado y la
Plaza Colón) que sirviera de residencia a la clase terrateniente. Las familias distinguidas, todavía en muchos
139
En realidad, el énfasis de las movilizaciones, se dirigía a derruir el aparato
ideológico-cultural de los patrones, que proyectaba la sombra del vasallaje más allá
de las relaciones de producción. La ciudad de Cochabamba estaba cargada de
símbolos físicos e ideológicos que representaban el viejo orden. No sólo los tímidos
despliegues modernistas de renovación arquitectónica, la configuración inicial de los
nuevos barrios residenciales bajo el modelo de "ciudad-jardín", la delimitación de un
perímetro de calles asfaltadas y limpias de donde se expulsaron las repudiadas
chicherías y la cuidadosa separación entre la "ciudad" y la "aldea" de mestizos de la
zona sud, sino también, las rígidas prácticas sociales impregnadas de prejuicios
racistas, a tal punto, que apenas admitían la presencia de indios en algunos
escenarios urbanos, como la Plaza de Armas, el paseo de la Alameda, etc., siempre
que estuvieran acompañados de sus patrones y como parte de las obligaciones
servidumbrales.

Por ello mismo, las primeras formas de transgresión contra este último baluarte de
tintes ideológicos, fue invadiendo los santuarios vedados a mestizos, cholos e
indios, que como vimos, fueron el escenario de marchas y manifestaciones. La
transformación de la Plaza 14 de Septiembre, la plaza Colón y el Prado en
campamentos de indios y escenarios de fiestas y francachelas tuvieron ese sentido,
de violar y ridiculizar las odiosas prohibiciones, convirtiendo dichos santuarios en
espacios públicos más democráticos. Es probable, que más que las noticias de
haciendas saqueadas y patrones flagelados, el trago más amargo que tuvieron que
apurar las desplazadas élites, fue su impotencia ante la profanación de su mundo y
sus valores.

No transcurrió mucho tiempo sin que estas formas simbólicas de "toma de la


ciudad", avanzaran hacia expresiones más radicales. Como vimos anteriormente los
problemas urbanos eran muy agudos y las distancias materiales entre las zonas
urbanas trazaban gruesas diferenciaciones y francas segregaciones sociales. La
pobreza urbana no sólo era estrechez económica, sino además era sinónimo de
extremos padecimientos en materia de vivienda y servicios básicos. Los viejos
pleitos entre dueños de casa e inquilinos tendieron a cobrar nuevo vigor.

casos, vivían alrededor de la plaza de armas y sólo en forma muy paulatina se trasladaron a sus propiedades
en la campiña que otrora les sirvieron como sitios de veraneo, cuando los inmuebles del centro histórico
comenzaron a valorizarse para funciones comerciales y sus nuevos sitios de residencia comenzaron a
urbanizarce dando paso a los barrios de la Zona Norte de la ciudad. Pero aún así, estos distinguidos
personajes tuvieron que convivir con vecindades indeseables: una pleyade de nuevos ricos con escasos
barnices de cultura y urbanidad (comerciantes mestizos, ostentosos rescatiris transportistas, negociantes del
impuesto a la chicha, cuperos, antiguas chicheras e incluso grandes contrabandistas) que se apropiaron de las
moderna arquitectura residencial de los chalets que se pusieron de moda justamente en la década de l950-60.
140
La "revolución agraria" no sólo provocó el éxodo de los patrones hacia la ciudad de
Cochabamba, sino la presencia masiva de grandes contingentes campesinos, que si
bien "ocupaban" la ciudad por cortos períodos, su frecuencia fue tornando
permanente la residencia urbana de capas de dirigentes agrarios, que prontamente
abandonaron sus vestimentas indígenas y se integraron a la vida urbana y al mundo
de los negocios. Camioneros, rescatistas, grandes comercializadores de chicha, en
fin, "nuevos ricos" de última hora y de toda laya, junto a grandes masas de pobres
con ilusiones de riqueza demandaron su "derecho a la ciudad". Ex mineros,
piqueros, viejos obreros curtidos en las luchas sociales de los años 1940, también
demandaron un lugar en la ciudad como justa retribución a su trayectoria de entrega
y sacrificio. En fin, las clases medias pobres que habían padecido desde los años
1930 la crisis de vivienda, también al igual que los demás, aspiraban a un "lotecito"
propio y a "una casita con un huertito y unos animalitos" en la campiña
cochabambina94.

La otra cara de la medalla: crisis y pobreza urbana

El conjunto de fenómenos económicos y sociales que delineaban los rasgos


esenciales de la realidad urbana analizada, y que imprimían celeridad a las
tendencias de cambio que experimentó la ciudad desde los años 1940, no
reposaban precisamente en unas bases económicas sólidas que permitieran
proyectar hacia el futuro estas perspectivas innovadoras. En realidad, no sólo surgía
como un límite a tales pretensiones de transformación, la escasa repercusión que
tuvo la Reforma Agraria sobre el aparato productivo urbano y aun regional -
particularmente sobre el desarrollo industrial-; sino además, emergía como un
obstáculo casi insalvable, la inadecuación de los soportes materiales urbanos en
materia de alojamiento, infraestructura y equipamientos. Estos factores gravitaban
sobre la incapacidad institucional para dar respuesta a los crecientes requerimientos
de nuevos contingentes de población que se incorporaban a la vida urbana.

Tal vez en este orden, la deficiencia más aguda, -junto con las tradicionales
insuficiencias en materia de abastecimiento de agua, provisión de energía eléctrica,
saneamiento ambiental, penuria de vivienda, etc. que trataremos más adelante-, era
el absoluto desfase entre los crecientes contingentes de trabajadores y ofertantes de
fuerza de trabajo y la modesta capacidad de la economía urbana para generar
empleo productivo o aun en otras ramas de la economía.

94 Sin embargo, la idea que tenían estos nuevos ciudadanos sobre la vivienda no era homogénea, unos apenas
aspiraban a trasladar su choza campesina a la ciudad, otros soñaban con las "casitas funcionales y baratas"
introducidas en los años 1940 por el propio Estado a título de "vivienda obrera", otros se contentaban con
adueñarse de los conventillos y algunos, -los menos- aspiraban a imitar los chalet y a construir " casas de
muchos pisos".
141
Prontamente el sector estatal se constituyó en la única fuente de empleo estable, y
por ello mismo en un poderoso recurso de control sobre una vasta clientela política.
La empleomanía, o más vulgarmente la proliferación de los "busca pegas" se
convirtió en una verdadera obsesión. En torno a este propósito, se articularon
verdaderos circuitos de influencias, esferas de poder y un verdadero sistema de
favores, recomendaciones y compensaciones, que configuraron un amplio espectro
de prácticas corruptas. En estos términos los diferentes cuerpos del aparato estatal -
entre ellos el Municipio con su suculenta Oficina de Recaudación al Impuesto a la
Chicha o la Jefatura de Mercados que administraba la proliferación de sitios y
locales municipales en mercados y ferias- se convirtieron en irresistibles botines, y
en una suerte de agencias de enriquecimiento rápido.

Obviamente resultaba insalvable la brecha entre los centenares y hasta miles de


demandantes de empleo y las pocas centenas de cargos públicos disponibles y
arduamente disputados. La ausencia de otras opciones empujó a las clases medias
y a las capas de las aristocracias sindicales no satisfechas, a incursionar en las
actividades comerciales -algunas muy bonancibles como el rescatismo-, y el sector
servicios, pero sobre todo proliferaron los pequeños negocios y comenzó a tomar
forma un enorme ejército de trabajadores por cuenta propia.

Sin embargo, pese a la gran capacidad de los estratos sociales emergentes para
articularse a la economía de la ciudad, no todos lo hicieron con la misma fortuna. El
desempleo abierto o encubierto y las situaciones de pobreza y aun de miseria
extrema, que estaban presentes como bolsones de alguna significación en los años
1930 y 40, tendieron a incrementarse y profundizarse. Contingencias de orden
económico como las drásticas medidas de estabilización monetaria de 1956, la
ausencia de capitales para apuntalar el sector industrial o apoyar la producción
agrícola, dieron paso, una vez más, sobre todo en los últimos años de la década de
los 1950 e inicios de los 60, a una situación de crisis y estancamiento. Veamos
algunas crónicas a este respecto:

“Cochabamba sufre una crisis de crecimiento. La Reforma Agraria ha


dislocado sus fuentes de ingreso, afectando directamente a la economía de
sus instituciones: la Prefectura, el Municipio y la Universidad. La ciudad está
estancada en un periodo en que debe avanzar.” (El Mundo Nº 921,
3/03/1962).

Esta era una clara alusión al declinio de la famosa "gallina de los huevos de oro", es
decir, el impuesto a la chicha, por diversas razones que veremos más adelante y
que, incluso empujaron a la quiebra a los recaudadores provinciales del impuesto al
licor.
142
Un estudio del Instituto Nacional de Vivienda dirigido a fijar condiciones para
adjudicar viviendas de interés social a sectores de bajos recursos, llamaba la
atención sobre la "exagerada promiscuidad de los hogares indigentes", agravada
por situaciones de franca subalimentación donde: "elementos alimenticios como la
leche, fruta y carne son considerados artículos de lujo". En suma este estudio
llegaba a la constatación de que: “El panorama general de las clases humildes
realmente viene a ser desconsolador hasta el momento en que los poderes públicos
no tomen las medidas necesarias para evitar tantos males derivados de la crisis
económica del hogar indigente.” (Prensa Libre Nº 614, 29/11/62).

Todavía en forma más explícita se anotaba:

“Es impresionante el espectáculo de la mendicidad en nuestro medio.


Romerías interminables de niños y adultos incursionan sin discriminación en
todos los establecimientos públicos y privados[...]Tan grave es la crisis
económica que no solamente los zaparrastrosos hacen de mendigos, sino
gente de apariencia presentable[...] Esta alarmante proliferación de la
mendicidad revela la dramática situación de pobreza en que vive el país[...]
En esas condiciones se agudiza la miseria y la mendicidad aumenta
progresivamente [...]En esa legión de abandonados hay una mayoría de
niños[...] Particularmente en Cochabamba es alarmante el número de
pequeños menesterosos que pululan sin protección de ninguna naturaleza.”
(Editorial Prensa Libre Nº 617, 4/12/62).

“Por lo menos alrededor de quinientos niños de tres a cinco años de edad


andan de sol a sol deambulando en pos de un poco de comida. En la
Avenida Ballivián [...] hay en altas horas de la noche, niños tiernos de ambos
sexos esperando una mano piadosa que les extienda un billete.” (Prensa
Libre Nº 780, 25/06/63).
Mendicidad, sobre todo infantil, además del agravamiento de cuadros de pobreza en
diverso grado, extremas carencias, desempleo, constituyeron el caldo de cultivo en
el que finalmente se incubó un proceso de insatisfacción social, que reivindicó, a
través de la lucha por el techo, la salud y la educación, un mejoramiento sustancial
de la calidad de vida urbana, en favor de los sectores más postergados.

En fin, el marco en el que se gestó el más importante movimiento social urbano en


la historia de la ciudad, estaba muy lejos de las visiones idílicas y soñadoras. En la
primera mitad de los años 1960, un editorialista de la prensa escrita cochabambina
se preguntaba si realmente Cochabamba progresaba, la reflexión que respondía a

143
tan preocupante pregunta descubría una realidad diferente y extremadamente
contradictoria de la ciudad. Veamos un resumen de su editorial

“¿La ciudad ha progresado o sigue manteniendo su fisonomía de hace


cincuenta años o más? Sin pecar de optimistas ni pesimistas, la perspectiva
general nos muestra la ciudad extendida en dirección, a los cuatro puntos
cardinales, con una mayoría de edificios vetustos, calles y avenidas sin
asfalto [...] Son limitadas las zonas donde debido al esfuerzo y sacrificio de
la iniciativa privada se han erigido confortables y modernos edificios, que si
no cambian fundamentalmente, disimulan la semblanza de una población
sumergida en el abandono y que más parece una gran aldea que una
metrópoli moderna [...] !que vivo testimonio de nuestro subdesarrollo! Fuera
de los contados barrios residenciales circunscritos al Norte y en alguna
medida al Este y al Oeste, el atraso y la miseria es patético. Profusión de
viviendas ruinosas, sin agua, luz eléctrica ni alcantarillado [...] y pensar que
cincuenta años no han sido suficientes para modernizar la ciudad cuyas
principales calles tienen cubierto de asfalto escasamente 10 cuadras a lo
sumo a la redonda de la histórica Plaza de Armas. Aun dentro del
denominado casco viejo, las calles se conservan igual o peor que en los
años de 1910 a 1920. La zona Sur cada día más extendida mantiene su
apariencia invariable de la época en que por primera vez ingresó el ferrocarril
de Oruro. Los pocos parques y zonas verdes de recreo conservadas (lo son)
no con la pulcritud y el esmero que sería de esperar [...] Últimamente la
vigencia de la Reforma Agraria agudizó el problema de la escasez de
vivienda al haber desplazado de las áreas rurales un elevado número de
familias que no encuentran acomodo en el campo debido a la política de
agitación y amenaza contra los ex propietarios de tierras [...] El
abastecimiento de agua potable se sujeta al mismo sistema de esa época
(de 50 años atrás). El servicio de alcantarillado está limitado al ámbito del
casco viejo de la ciudad. La energía eléctrica no sobrepasa los escasos
4.000 kilovatios. Faltan calles y avenidas y, las que existen, están
abandonadas y cubiertas de una gruesa capa de polvo en vez de asfalto. En
síntesis no existe correlación entre lo poco que ha progresado materialmente
la ciudad, con los cincuenta años que han transcurrido de luchas intestinas,
pendencias y divergencias políticas enconadas. [...] y no es la falta de
recursos la causa del atraso pues siempre hubo y sigue habiendo [...]
Cuantiosas sumas de dinero se malgastan en ajetreos políticos, en
subvenciones a incondicionales servidores de quienes tienen el poder entre
manos, en vez de destinarlas a obras públicas.” (Editorial de Prensa Libre Nº
1.488, 2/11/65).

144
La extensa pero necesaria cita anterior, finalmente muestra la naturaleza y las
limitaciones del esfuerzo modernista, así como la relatividad del desarrollo urbano. A
más de una década de la Revolución de Abril, la cruda radiografía de la realidad
urbana anteriormente expuesta, mostraba las profundas contradicciones existentes
en el ordenamiento de los espacios urbanos y en la calidad de vida urbana que
propiciaban. Las zonas populares del Sud de la ciudad permanecían con la misma
fisonomía de rancherío rural de comienzos de siglo, el casco viejo -o "la city" como
gustaban la denominarla los urbanistas de los años 1940- se reducía a un perímetro
de diez cuadras asfaltadas en torno a la Plaza de Arma, en cuyo interior
tímidamente asomaban escasos ejemplos de arquitectura moderna, apenas
suficientes para disimular precariamente la fragilidad de los despliegues
modernistas, más ideológicos que materiales. Los nuevos barrios del Norte, Este y
Oeste que se constituían en el principal aporte a la conversión de la gran aldea en
ciudad, no estaban totalmente consolidados, pese a que en ellos se intentaba
reproducir la ciudad-jardín.

En fin los viejos problemas y miserias de hacia cincuenta años y más, estaban
plenamente vigentes e incluso se habían incrementado, pese a los profundos
cambios sociales que introdujo la Revolución Nacional. Sin embargo una evaluación
más cuidadosa del proceso urbano en los años 1950 y 60 muestra, como veremos a
continuación, movimientos de participación popular que introducen otras alternativas
y otros ingredientes en la visión, tal vez muy tecnocrática y poco apegada a la
realidad, de la planificación urbana, y que tomando como motivación, cuestiones
concretas como la aguda demanda de tierras urbanas y la extrema penuria de
vivienda, propiciaron formas distintas de producción del espacio urbano con relación
a los modelos vigentes.

Crisis de vivienda e inquilinato

La crisis económica, a la que ya hicimos alusión, y en especial, las primeras


devaluaciones monetarias que eclosionaron a la conclusión de la guerra del Chaco,
precipitaron la compra de inmuebles en Cochabamba: latifundistas, mineros y
comerciantes que hicieron fortuna con la guerra, se dedicaron a comprar casas y
huertos. Esta exagerada demanda produjo, por primera vez, una mayor valorización
de la tierra para usos urbanos en desmedro de su valor agrícola y, provocó una
escalada especulativa sin precedentes en las operaciones del mercado de tierras y
vivienda, con impacto particular sobre los alquileres. Esto a su vez, provocó graves
conflictos sociales: surgieron organizaciones sindicales de inquilinos en los años
1940 para hacer frente a las exacciones de los dueños de casa y se multiplicaron
exageradamente los desahucios y las demandas judiciales que sembraron las
semillas de los rencores sociales que brotaron en los años 195095.
95 Ver a este respecto Solares, 1990.
145
Los conflictos aludidos giraron en torno a la extrema concentración de la tierra
urbana en manos de un sector minoritario de la población. Según los datos del
Censo Municipal de 1945, unas 5.600 viviendas estaban en manos de 3.400
familias, lo que representaba un promedio de 1,64 viviendas por cada familia
propietaria. En realidad era frecuente que un terrateniente, un comerciante próspero
y hasta un acaudalado licitador del impuesto a la chicha, poseyera dos, tres e
incluso más casas, tanto en el casco viejo como en las nuevas zonas urbanas, sin
contar extensos terrenos suburbanos que pronto, con el crecimiento de la ciudad, se
convirtieron en verdaderos latifundios urbanos. En el otro extremo, se situaban algo
más de 9.000 familias obligadas a resolver el problema de la residencia a través del
régimen de alquiler y otras formas de locación.

Disposiciones como el decreto de rebaja de alquileres de enero de 1945 y el decreto


de reglamentación de dicha disposición de abril de ese mismo año, dictados por el
Gobierno del Cnel. Gualberto Villarroel parecieron inclinar la balanza en favor de los
inquilinos. No obstante, una densa maraña de argucias legales combinadas a
situaciones de franca parcialidad del aparato judicial con los dueños de casa,
impidieron los beneficios sociales de estas disposiciones. A la caída del gobierno
Villarroel, se desarrolló una franca ofensiva para derogar los decretos mencionados,
lo que si bien no se produjo, en razón de no agregar más material combustible al
caldero de la ebullición social y política que carcomía al poder oligárquico, no era
menos cierto que hacia 1950 los citados decretos eran letra muerta. Sin embargo
todo esto no impidió, a que el problema habitacional fuera agravándose
paulatinamente y que amplios sectores de la población, ya reprimida políticamente,
también sufriera la represión de los dueños de casa, convertidos en muchos casos,
en pequeños tiranos. El cuadro siguiente muestra algunos rasgos de esta situación:

CUADRO No. 13: CIUDAD DE COCHABAMBA


HOGARES SEGÚN TENENCIA DE LA VIVIENDA (1945-1950)

Años N.º de hogares Régimen de tenencia


(*) Propia % Alquiler %
1945 12.656 27 73
1950 15.770 30 70
(*) La fuente de esta información asumía que cada unidad de alojamiento ocupada por un hogar era
una vivienda. Sin embargo el Censo de 1945 contabilizó 5.600 viviendas y 12.656 familias, por lo que
se decidió mantener la referencia a hogares sin homologarlos con viviendas.
Fuente: Anaya, 1965: 58.

Tanto en los años 1940 como a inicios de los 50, el cuadro de carencia habitacional
y tugurización era muy agudo, pese a la levísima mejoría que aparentemente se dio
en 1950. Hacia 1952 y años siguientes, cuando la población comenzó a
146
incrementarse, sin duda, el problema era extremadamente crítico. A ello se sumaba
la beligerancia de los dueños de casa que no renunciaron a inicios de los 1950, a
exigir la derogatoria de los decretos de Villarroel sobre la rebaja y congelamiento de
alquileres e incluso pretender un reajuste drástico en esta materia.

La Liga de Propietarios de Inmuebles Urbanos, una de las entidades más


influyentes en el seno del Comité Pro Cochabamba, no renunció a este empeño. En
enero de 1952, su portavoz, el Dr. Edmundo del Granado, en una reunión del citado
Comité denunciaba que la ley de rebaja de alquileres de 1945 sólo amparaba la
morosidad de los inquilinos, haciendo conocer luego un anteproyecto de ley que
resumía la posición de los dueños de casa, en sentido de, entre otras cosas:
decretar un reajuste general de alquileres hasta un 20% del valor catastral,
reglamentar y agilizar los juicios de desahucio, extendiendo sus causales a aspectos
que permitirían a los propietarios pedir desalojos por innumerables motivos (Los
Tiempos Nº 2.369, 4/01/52). Mucho más explícita todavía, era la posición hecha
pública por un airado propietario, que señalaba que en todo negocio, incluida la
renta de habitaciones, debe existir una utilidad expectable, al respecto afirmaba:

“Se tiene el dato estadístico oficial de que en esta ciudad a dos habitaciones
de vivienda con servicio higiénico corresponde un canon mensual de Bs.
4.000.-, que sin embargo no paga ningún inquilino, prefiriendo explotar al
propietario indefenso quien es conceptuado como un explotador, especie de
delincuente, por el único delito de tener casa de inquilinato”.
Revelaba, además que no se respetaba el sacrificio del propietario para construir la
casa, ni los impuestos con que se la gravaba, ni los gastos de conservación y
refacción del predio. En suma se consideraba que el dueño de casa era una víctima
"privada de los más elementales derechos", incluso el derecho a cobrar el alquiler
más conveniente, pues su monto por disposiciones oficiales (la de enero de 1945)
no podía sobrepasar el 10% anual del valor catastral del inmueble: "quedando así
expuesto a una expropiación gratuita de todo el excedente que tenía derecho a
percibir". En fin, le daba al asunto un nuevo giro al sostener que:

Los inquilinos, muchos de los cuales son millonarios, tienen casas propias y
prefieren perpetuarse en inquilinatos logrados antes de los decretos
demagógicos de los gobiernos de facto o seudo socialistas. La famosa ley de
3 de enero de 1945 sobre rebaja obligatoria de alquileres fue obtenida por el
forcejeo de un diputado periodista e inquilino para embromar a su dueño de
casa [...] El decreto reglamentario de esa ley lo elaboró sin duda algún
pinche comunista ministerial. (Corvera, Z., Los Tiempos, Nº 2.370, 5/01/52).
Este y otros puntos de vista simulares revelan, que, pese al enorme repertorio de
recursos para pasar por alto la rebaja de alquileres dispuesta por el Gobierno
147
Villarroel en 194596, estas disposiciones eran un serio freno a la reproducción más
fluida de renta inmobiliaria e impedían inversiones mayores en el campo de la
construcción. Esto en cierta forma explica, por qué fue disminuyendo el ritmo de la
renovación urbana en el centro de la ciudad, en favor de las refacciones,
subdivisiones y remodelaciones poco ortodoxas a que fueron sometidas las viejas
casonas republicanas, desfigurando los proyectos modernistas que apostaron en
favor de una expansión de la empresa capitalista inmobiliaria, lo que en medio del
enorme desgaste del poder oligárquico no podía darse. Irónicamente, este alicaído
poder enormemente necesitado de una base social de sustentación, no se atrevió a
derogar las disposiciones de Villarroel en materia de alquileres, aun a costa de
afectar los intereses de sus aliados naturales.

En este orden de cosas, la orfandad del régimen empujó a la Junta Militar de


Gobierno en 195297, a alentar un Proyecto de Decreto-Ley sobre Inquilinato que
refrendaba plenamente las disposiciones de 1945, incluyendo la reiterada vigencia
del doloroso límite del 10% del valor del inmueble como el máximo monto anual a
percibirse por concepto de arriendo. Estas disposiciones, proyectadas por acérrimos
adversarios de Villarroel y el MNR, no tenían otro objeto que mostrar una tardía
imagen de sensibilidad social que arrojara un poco de oxígeno al tambaleante
régimen, que pese a todo este esfuerzo, se derrumbó de todos modos en abril de
ese año.

Obviamente las críticas, reclamos y reproches que motivaron tal "desatino"


exacerbaron los ánimos de inquilinos y propietarios. Quedaba claro para estos
últimos, que los negocios de casas iniciado a mediados de los años 1930 se habían
agotado, en la medida que las limitaciones y obstáculos a un mayor margen de
utilidades y apropiación de volúmenes de renta inmobiliaria adecuados, daban curso
a una insalvable brecha entre el monto de las inversiones, en continuo ascenso
merced a los precios especulativos de los materiales de construcción, el alza de la
mano de obra, la rigidez de los préstamos bancarios, etc. y los poco atractivos
retornos, seriamente frenados por las limitaciones al monto de los alquileres y otras
disposiciones colaterales. Al respecto Fidel Anze, presidente de una comisión del
Comité Pro Cochabamba al examinar este problema anotaba:

“El problema de la vivienda lejos de haber experimentado algún progreso,


continúa latente y agravado por la constante elevación de precios de los
materiales destinados a construcciones [...] debido al ningún control
efectuado sobre su expendio.” (El País Nº 4.215, 26/07/52).
96 Un expediente muy difundido y eficaz era hacer declarar al inquilino un monto de alquiler muy inferior al
real, como condición para permitir su permanencia.
97 En las elecciones presidenciales de 1951, no fue reconocido el triunfo del MNR, por el gobierno de
Mamerto Urriolagoitia, quien prefirió transferir el poder a una Junta Militar presidida por el Gral. Hugo
Ballivián, quién a su vez, fue depuesto en abril de 1952.
148
Estas circunstancias, a las que se sumaron, aquellas que rodearon el inicio de las
movilizaciones campesinas y el fortalecimiento de los inquilinos que se organizaron
sindicalmente, demostraron que la opción de los propietarios ya no era más el
alquiler de casas y habitaciones, sino el negocio de lotes y todas aquellas
operaciones ligadas al fraccionamiento de tierras que permitía la aplicación del
Plano Regulador de la ciudad. Nuevas disposiciones como la creación de un
impuesto que gravaba al monto de los alquileres congelados con el 15% anual,
además de gravar a todos los inmuebles con el 12% de su valor catastral (Los
Tiempos Nº 2.678, 23/01/53), terminaron por desplazar la cuestión de la vivienda
hacia la lucha por la tierra urbana.

Nacionalización de Minas, Reforma Agraria y urbanización

Con motivo del Decreto de la Nacionalización de las Minas, a fines de octubre de


1952, se dispuso entre otras medidas complementarias, que los trabajadores
retirados en razón de su edad, por motivos de salud o voluntariamente, podrían
retornar a las áreas rurales para dedicarse a la agricultura. El grueso de los
contingentes mineros que abandonaban las minas acogiéndose a esta disposición,
que además les ofertaba tierras, se dirigió a Cochabamba y en su gran mayoría al
Cercado, demandando tierras prácticamente en el perímetro urbano de la ciudad e
incluso dentro de ella. Un decreto supremo de septiembre de 1953 declaraba de
necesidad y utilidad pública terrenos agrícolas destinados a dotar de lotes a estos
trabajadores como parte de las indemnizaciones que les correspondían. El siguiente
Cuadro proporciona una relación de los terrenos afectados en el Departamento de
Cochabamba para la finalidad anotada:

CUADRO No. 14
DEPARTAMENTO DE COCHABAMBA: RELACIÓN DE PREDIOS RÚSTICOS EXPROPIADOS EN
FAVOR DE LOS TRABAJADORES DE LAS MINAS NACIONALIZADAS

Relación de predios Propietarios


01. Pacata o Arocagua Maria Teresa G. vda. de Rivero
02. La Maica Sucesores de Samuel Paz Torrico
03. Sumunpaya Octavio Salamanca
04. Chojnacollo Adrián Pierola
05. Viloma Sucesores de Carlos La Torre
06. Illataco Valentín Achá y sucesores de Hipólito Lazarte
07- Vinto Chico Adrián Pierola
08. Caviloma Carlos Knaudt
09. Callayani Luís Ríos
10. Parotani Sucesores de Carlos Urquidi
11. Chillimarca Laura S. de Guzmán
12. Montecillo Rafael Salamanca
13. Tucsapugio Alfredo A. Zelada
14. Curubamba Carolina G. de Lopez

149
15. Arbieto Luís Vallejos
16. San Isidro Plácido Vallejos
17. Huayra Mayu Agustín Villegas
18. Paracaya Sucesores de Samuel Paz Torrico
19. Duraznillo Familia Martinez Villarroel
20. El Convento Caja Nacional de Seguro Social
21. Cocamarca Municipalidad de Cochabamba
22. Charamoco Padres Cordimarianos
23. Marcavi Monasterio de Santa Clara
24. Tambo Emiliano Ríos
25. Cocapata Isabel N. vda. de Ugarte
26. Altamachi Luís dela Reza
27. Tucma Juana Grumeng vda. de Viscarra
28. Novillero Sucesores de Anibal Calvo
29. Coari Severino Camacho
30. Pojo Mateo Zegarra
31. Iturri Lucio Zabalaga
32. Pucara Humberto Cano
33. Yayani Monasterio de Santa Teresa
Fuente: El Pueblo Nº 13, 06/09/53

Estas afectaciones involucraban la transferencia a favor de los trabajadores mineros


de miles de hectáreas, principalmente en el Cercado y las provincias de Quillacollo y
Sacaba, que preferentemente, fueron las efectivamente ocupadas por los
adjudicatarios, que lejos de aprovechar su potencialidad agrícola, las destinaron a
usos urbanos. Esto no sucedió con las tierras afectadas en las provincias del Valle
Alto y Bajo, que en muchos casos no fueron aceptadas y menos consolidadas en
favor de los trabajadores mineros, poco interesados en la agricultura propiamente.
En todo caso los propietarios afectados formaban parte de lo más granado de la
sociedad tradicional cochabambina, y no deja de llamar la atención, la
intencionalidad del decreto expropiatorio, para afectar a estos sectores,
exceptuando los casos de la CNSS, del Municipio y de las órdenes religiosas.

Esta fue probablemente la referencia más importante que dio inicio a la acelerada
ocupación y urbanización de la periferia urbana. Como se mencionó, los nuevos
propietarios mineros dueños de tierras en las inmediaciones de la ciudad,
comenzaron a gestionar su incorporación a esta y, en los hechos no esperaron
mayores tramitaciones. Frente a esta realidad, la Alcaldía de Cochabamba intentó
encausar esta fiebre de loteo, que en realidad comenzó a manifestarse desde fines
de los años 1940, lanzando una Ordenanza en fecha 19/02/53 suscrita por el
Alcalde Rafael Saavedra, que en sus considerandos anotaba significativamente:

“Durante la tiranía del sexenio la H. Municipalidad aprobó festinatoriamente


numerosos fraccionamientos de quintas y tierras de labor ubicadas en la
periferia de la ciudad, obrando no con criterio previsor administrativo, sino
con el de favorecer a propietarios o empresas vinculados con sus
150
personeros [...] estos fraccionamientos o loteos dieron origen a numerosas
fortunas de decenas de millones de bolivianos, mientras la H.
Municipalidad al aprobar los planos quedó comprometida ante los
adquirientes de las nuevas propiedades urbanas para dotar a estas de los
servicios públicos [...]Que la ‘cesión gratuita’ del 33% de la superficie total
del fraccionamiento [...] que acostumbran efectuar los loteadores a cambio
de la exoneración del pago del impuesto municipal de plusvalía esta lejos
de compensar las cuantiosas erogaciones futuras [...] por concepto de los
servicios públicos [...] Que los terrenos que han venido siendo loteados
previa aprobación municipal [...] fueron adquiridos como tierras de labor en
unos pocos bolivianos por metro cuadrado, habiendo sido vendidos
después de la aprobación del plano de loteo con una ganancia de dos mil
o tres mil por ciento.” (El País Nº 4.378, 20/03/53).
La citada ordenanza disponía, por las reparticiones técnicas correspondientes, que
se elaborara un proyecto de norma municipal que estableciera "una
proporcionalidad equitativa entre la H. Municipalidad y los propietarios de las
urbanizaciones", suspendiendo entre tanto toda aprobación de loteos. Más allá de
estas buenas intenciones municipales, dicha ordenanza, de hecho reconocía, que el
negocio de fraccionamientos y loteos de tierras rústicas baratas para ser vendidas o
revendidas como lotes urbanos, era un excelente negocio, el mismo que originó
muchas fortunas y desplazó, ya a fines de los años 1940, las operaciones de
captación de renta inmobiliaria por la vía de los alquileres.

El cumplimiento de la ordenanza anterior recién fue efectiva en 1954, cuando


mediante otra similar de 4 de mayo de dicho año, se aprobó el Reglamento de
Fraccionamiento de Propiedades Urbanas de Cochabamba. Una vez más, los
considerandos de dicha ordenanza revelaban hechos como los siguientes:

“Mientras el propietario fraccionador queda satisfecho con las utilidades


obtenidas, el ciudadano que adquiere una parcela de tierra con la esperanza
de beneficiarse con los servicios indispensables, es defraudado en sus
aspiraciones en mérito de que la Municipalidad, con sus escasos recursos
económicos se halla imposibilitada de responder a las necesidades de la
extensa área urbana [...] los terrenos loteados hasta el presente fueron
adquiridos a precios exageradamente reducidos, habiéndose vendido,
después de la urbanización, con utilidades de más de dos mil o tres mil por
ciento.” (Disposiciones Legales del Gobierno Municipal de Cochabamba,
1967: 270).
El reglamento en sí, tanto en el orden técnico como en su intencionalidad de llevar
adelante una política municipal de defensa del interés público, frente al desmedido

151
afán de lucro de los loteadores, era básicamente correcto. Incluso, disposiciones
como aquellas que obligaban al fraccionador "a realizar por su cuenta" obras
públicas como la apertura de vías, la construcción de cordones y aceras, el ripiado
de las calzadas, la ejecución de desagües pluviales, las instalaciones de agua
potable, los servicios de alcantarillado y la red de distribución de energía eléctrica,
en forma previa a la comercialización de los lotes, o alternativamente, a través de
una fianza para la venta inicial de hasta un 25% de la superficie total útil del
fraccionamiento, consistente en la primera hipoteca en favor del Municipio como
garantía de ejecución de dichas obras; no dejaban de ser medidas "revolucionarias"
a tono con los tiempos e incluso innovadoras, si se las comparaba con los códigos
urbanos, muy conservadores, de otras ciudades de América Latina. Sin embargo,
estas disposiciones que herían profundamente los intereses de los loteadores, es
decir, de las nuevas élites locales empeñadas en la carrera de la fortuna, jamás
fueron aplicadas a plenitud, en la medida en que el Municipio, carente de legitimidad
democrática y de plena participación popular en sus instancias de gobierno, pese al
elevado contenido social de sus decisiones, no tuvo, en ningún momento la
capacidad y el poder político para imponerlas98.
Por otro lado, los loteadores desarrollaron la habilidad de cubrir sus intenciones con
un manto de "interés social", empujando y estimulando enfrentamientos entre
organizaciones sociales adjudicatarias y Municipio, donde siempre salía perdiendo
la institución edilicia, frecuentemente rebasada por los poderes centrales y las no
menos poderosas influencias políticas manejadas como instrumentos usuales de
transgresión y corrupción. En el curso de 1954, arreció la fiebre de los loteos bajo el
impulso de las adjudicaciones efectuadas por el Estado en favor de los ex
trabajadores mineros en septiembre de 1953 y las afectaciones producidas por la
aplicación de la Reforma Agraria. Además, a este proceso se sumaron otros
contingentes sociales, incluso campesinos excolonos y piqueros. Un resumen
parcial de estos hechos se expresa en el siguiente cuadro:

98 Los Municipios a partir de abril de 1952 se convirtieron en apéndices del poder ejecutivo y los alcaldes
eran funcionarios nombrados por el Ministerio del Interior.
152
CUADRO No. 15
CIUDAD DE COCHABAMBA Y CERCADO: DOTACIÓN DE TIERRAS A ORGANIZACIONES
SOCIALES CON ANTERIORIDAD A LA REFORMA URBANA
Organizaciones Ubicación de la Extensió Número de Fuente
sindicales dotación n en Has familias
favorecidas
Federación de Mineros Chujnacollo – 140 30 f. mineras El Pueblo, Nº 157, 23/03/1954
Sindicatos agrarios de Tiquipaya 30 f. campesinas
excolonos 500 20 f. campesinas
Chillimarca - Tiquipaya 36 f. mineras
Trabajadores mineros Viloma - Quillacollo 500 135 f. campesinas
Campesinos 30 f. mineras
excolonos Cocamarca - 600 155 f. campesinas
Quillacollo 30 f. mineras El Pueble, Nº 160, 28/03/1954
450 13 f. campesinas
Vinto Chico - 32 f. mineras
Quillacollo
Sindicato Minero Mixto Mayorazgo - Cercado 35 400 f. mineras El Pueblo Nº 180, 15/06/1954
de Colquiri
Maestros Urbanos de Alalay – Cercado 26,75 s.d. El Pueblo Nº 279, 15/06/1954
Cochabamba Linde - Cercado 30 s.d.
Federación de Mineros La Maica - Cercado 200 34 f. mineras El Pueblo Nº 280, 16/06/1954
Sindicato agrario 24 f. campesinas
excolonos
Federación de Mineros Paracaya - Chapare 644 164 f. mineras y El Pueblo Nº 283, 19/06/1954
Sindicato agrario de campesinas. No
excolonos se hace
diferenciación
Sindicato agrario de Pucara - Cercado 200 45 f. campesinas El Pueblo Nº 284, 20/06/1954
excolonos
Referencia: Elaboración propia en base a las publicaciones citadas.

Estas dotaciones, según la Comisión Calificadora Especial de Dotación de Tierras,


afectaron a unos 30 fundos, incluidos 10 grandes latifundios, ubicados en diferentes
zonas de los valles. Por lo menos entre 3.500 a 4.000 Ha. se distribuyeron en el
valle central, además en zonas próximas a la ciudad e incluso en el interior del
perímetro urbano. Estos actos, enmarcados en las disposiciones de la Reforma
Agraria, se desarrollaron en medio de grandes movilizaciones populares99, pero
también, dentro de una situación de completa inexistencia de previsiones técnicas
que propiciaran alguna orientación y sentido a esta súbita distribución de tierras, que
de hecho, comenzaban a insertarse en la mancha urbana sin orden ni concierto.

99 Cada acto de dotación de tierras, culminaba en grandes concentraciones de campesinos y mineros, con
salvas de fusilería, cohetes, cachorros de dinamita, vítores, bandas, transmisiones radiales, filmaciones,
agasajos y discursos de ministros y personalidades como Mario Torrez y Juan Lechín. Estas concentraciones
solían reunir a 10.000 y más campesinos y mineros, que ruidosamente festejaban su nueva condición de
ciudadanos propietarios.
153
En sustitución de las instancias técnicas municipales, y pasando por alto la
referencia del Plano Regulador de la ciudad y el Esquema de Ordenamiento de la
Región de Influencia Inmediata a la misma, se crearon organismos, como la citada
Comisión Calificadora de Dotación de Tierras, dependiente del Ministerio de Asuntos
Campesinos que por Decreto Supremo de febrero de 1954, se convirtió en la
Comisión de Dotación de Tierras dependiente de la Corporación Minera de Bolivia
(COMIBOL) para la transferencia de tierras a favor de los trabajadores mineros. Esta
comisión, incluso creó una: "Sección de Arquitectura": encargada de confeccionar
planos para edificaciones de vivienda para campesinos y mineros [...] edificar los
nuevos edificios [...] realizar los proyectos de urbanización de las zonas vecinales"
(El Pueblo Nº 285, 23/06/54).

Esta efervescencia estimuló renovadas movilizaciones de otros grupos sociales -


maestros urbanos, ferroviarios, empleados públicos, fabriles, etc.- que también
aspiraron a beneficiarse con estas dotaciones amenazando desbordar el restringido
marco legal creado por la Reforma Agraria, que en muchos casos no impidió la
afectación de propiedades agrícolas medianas en el Cercado, creando
antecedentes y jurisprudencias amenazadoras para el conjunto de las propiedades
suburbanas (Solares, 1990, 1991 y 2011).

La Reforma Urbana

Las tendencias hacia una rápida pérdida del control, sobre las cada vez más
insistentes y radicales reivindicaciones de dotación de tierras, preferentemente
urbanas, a cargo de diversos grupos sociales identificados con la Revolución de
Abril, y que, se convirtieron rápidamente, en francas amenazas al ordenamiento
jurídico de la propiedad privada del suelo urbano, obligaron al Gobierno de Paz
Estenssoro a dictar el Decreto Ley de 26 de agosto de 1954.

Según Calderón (1983: 77) este decreto que pasó más adelante a ser conocido
como "Decreto de Reforma Urbana" intentaba dar respuesta a dos cuestiones: por
una parte, salvar la contradicción entre la apropiación privada y la especulación del
suelo, además, de atender las necesidades de tenencia de dicho medio de
producción por los sectores populares, carentes de este recurso; y por otra parte,
satisfacer la necesidad de vivienda de dichos sectores. En el caso de Cochabamba,
la respuesta que proporcionó el citado decreto fue más específica: a partir de
mediados de 1954, las clases medias urbanas, trabajadores, mineros y no pocos
campesinos migrantes comenzaron a organizar más o menos subterráneamente
"sindicatos de inquilinos" que amenazaban "tomarse tierras" consideradas baldías y
sin cumplir ninguna función social, las que abundaban en el interior del extenso y
ampliado perímetro urbano.

154
Los considerandos del decreto de agosto de 1954 hacían mención específicamente
a la existencia de predios baldíos, que al no ingresar en el mercado de tierras, a
espera de mejoras urbanas y por tanto mejores cotizaciones, impedían encarar la
solución de la vivienda en favor de los sectores populares, y daban margen a
exageradas utilidades, que no eran provenientes del trabajo personal o de mayores
inversiones de capital, sino fruto de la apropiación de la plus-valía urbana provocada
por la creciente presión demográfica que experimentaban las principales ciudades
del país. Esta presión demográfica, que además era presión política y social,
consideramos que se constituyó, en el factor determinante que impulso la dictación
de la mencionada ley. Un resumen de los artículos más importantes del decreto
muestran las siguientes disposiciones:

“Art 1º: Todas las propiedades no edificadas comprendidas en los radios


urbanos de las capitales de departamento mayores a 10.000 metros
cuadrados quedan sujetas al régimen legal establecido por el presente
Decreto. Art. 2º: Cualquiera que sea la forma de la propiedad, el propietario
tiene derecho inafectable sobre una extensión de 10.000 m2. con la facultad
de escoger la parte que más le convenga [...] Art. 3º: Los establecimientos
lecheros industriales, los campos deportivos, los sanatorios y clínicas [...]
podrán conservar la extensión necesaria al mantenimiento de sus
actividades aunque estas sean mayores de 10.000 m2. Art. 4o.: Se declara
de necesidad y utilidad pública la expropiación de las tierras que resultaren
excedentes o sobrantes en favor de las respectivas municipalidades [...] Art.
5º: Los excedentes y sobrantes previos los estudios de planificación y
urbanismo serán transferidos en venta por las municipalidades a obreros y
elementos de las clases medias que no posean bienes inmuebles urbanos,
considerados individualmente o agrupados en federaciones, sindicatos,
asociaciones o meras dependencias públicas, en forma de lotes de extensión
suficiente para la construcción de sus viviendas.” (Disposiciones Legales... y
El Pueblo Nº 338, 29/08/54).
Dichas disposiciones, en realidad, estaban lejos de ser una verdadera Reforma
Urbana que planteara una modificación significativa en la tenencia de la propiedad
privada del suelo urbano. Apenas se dirigían a limitar el tamaño de los inmuebles
urbanos y a rectificar tendencias de acaparamiento de tierras urbanas en manos de
un puñado de grandes propietarios, que comenzaron a consolidarse como tales
desde fines de los años 1930. De todas formas, no dejaba de ser un golpe que
arrebataba los restos del poder económico que aún poseían ex terratenientes
rurales, grandes comerciantes y grupos ligados a la oligarquía minera, o -en el caso
de Cochabamba- a los negocios de licitación de la chicha, que desde la posguerra

155
del Chaco comenzaron a operar y controlar especulativamente el mercado de tierras
y vivienda (Solares, 1990 y 2011).

Un otro efecto de este decreto, fue que las cuestiones técnicas que planteaban los
fraccionamientos de tierras, así como la tramitación de las expropiaciones y la
dotación de tierras, pasaban al ámbito municipal. Pese a que la Alcaldía de
Cochabamba, a la inversa que otros municipios, poseía un instrumento técnico de
referencia para encausar el desarrollo urbano y administrar coherentemente la
enorme cantidad de tierras que pasaban a dominio público y privado, no pudo influir
mayormente en el rumbo que tomó la fiebre de loteos que se desató a continuación.
De esta forma, la dispersión y atomización de las áreas verdes y su endémico
déficit, el caprichoso diseño del tejido urbano de muchas zonas y la dispersión
desmedida de las funciones residenciales, incluso vulnerando las propias normas
municipales, fue el saldo de todo este proceso de conversión de los sufridos
inquilinos en propietarios de lotes y viviendas. Un resumen parcial de las dotaciones
dispuestas por la Oficina de Reforma Urbana dependiente del Municipio, hasta
1956, mostraba los siguientes resultados:

CUADRO No. 16
CIUDAD DE COCHABAMBA: DOTACIÓN DE TIERRAS URBANAS A ORGANIZACIONES
SOCIALES, EN EL MARCO DE LA REFORMA URBANA
Exten-
Grupos y organizaciones sociales Ubicación de la sión Propietario anterior
dotación en
Has
Sindicato de obrero y empleados del LAB Actual Barrio Piloto 4,00 Estanislao Vargas
Sindicato de Trabajadores Petroleros Villa Plaffer- Km 0 a 19,66 Familia Quiroga Moreno
Santa Cruz
Sindicato de Mineros de Pulacayo Sarco 12,94 Eduardo Guzmán Vila
Sindicato de OO.PP. municipales Sarco 1,69 Concepción Ocampo vda de Quiroga
Sindicato del Banco Minero Santa Ana de Cala 0,87 Abraham Giacoman
Cala
Sindicato del Banco Hipotecario Cala Cala 1,20 Banco Hipotercario
Federación Trabajadores de la Prensa Las Cuadras 10,40 José Antonio Quiroga y otros
Mutual de Oficiales de Reserva de la Sarco 31,19 Hermanos Gutierrez
Guerra del Chaco
Sindicato de Empleados Municipales Sarco 16,95 Abrahan Asbun
Muyurina 1,77
Empleados Contraloría Gral. de Alalay 72,40 Lucio Salazar
República
Sindicato Trabajadores Petroleros Zona Sudeste 14,76 Carlota Schorth
Federación de Excombatientes Sarco 14,28 Daniel Alvarez
Chimba 1,29

156
Federación de Excombatientes Jayhuayco 29,50 Estanislao Vargas
Sudeste 3,39
Federación de Trabajadores Mineros Sarco 3,63 Angel Maria Garcia
Sindicato Fabril Bressmer Hipodromo 3,36 Zacarías Coca
Sindicato Fabril Tiquipaya Mayorazgo 2,82 Maria de Cornachia
Aduana Nacional - Cochabamba Hipodromo 2,31 Julia vda de Cossio
Federación de Excombatientes Queru Queru 4,58 Carlos Anze
Sindicato COBANA La Chimba 13,30 Antonio Fernández L.
Sindicato Jabones Patria La Chimba 17,04 Emma Fernández L.
Federación Trabajadores Mineros Maica - Jayhuayco 26,47 Herederos José León García
Sindicato de Empleados de Bancos Sarco 26,47 José R. García
Federación de Mineros
Sindicato Agrario de Queru Queru Queru Queru 1,77 Bethsave Ortega vda. de Aguilar
Fuente: El Pueblo Nos. 357, 24/05/54, 875, 26/1/56 y 985, 17/07/56.

De acuerdo al Cuadro anterior, hasta julio de 1956 habían sido adjudicadas o


estaban en vías de serlo, unas 264,64 hectáreas. Si a estas, aplicando el
Reglamento de Fraccionamiento de Propiedades Urbanas vigente en ese momento,
se les restaba el 33% con destino a la formación de calles, avenidas, áreas verdes y
otros espacios de carácter público, el saldo restante, unas 177,30 Has, constituían
una superficie suficiente como para la conformación de algo más de 3.500, lotes con
un promedio de 500 m² cada uno, tamaño acorde con las aspiraciones de los
adjudicatarios. Es decir, que las afectaciones descritas alcanzaban para dotar a
unas 3.500 familias (unas 17.500 a 18.000 personas), con terrenos para construir la
casa propia. Una estimación de la H. Municipalidad señalaba que la Reforma
Urbana afectó en la ciudad de Cochabamba alrededor de 900 Ha. de terrenos. De
acuerdo a este cálculo, existía la posibilidad de favorecer hasta a un 50% de la
población. El Dr. Armando Montenegro, Alcalde Municipal precisaba: "Calculándose
la dotación de lotes con una extensión que fluctúa entre 250 y 500 m2., se produce
la cantidad de 18.000 lotes suficientes para 50.000 personas". Esta información se
basaba en la existencia de 200 predios en el interior del radio urbano con
extensiones superiores a los 10.000 m2. (El Pueblo Nº 724, 13/07/55). Según estas
estimaciones, hasta julio de 1956 apenas se adjudicaron un 29% del total de
terrenos afectables. En efecto, curiosamente en ese momento, la oferta de tierras
canalizadas por el Estado era mayor que la demanda social, tal como sugiere el
siguiente cuadro:

157
CUADRO No. 17
CIUDAD DE COCHABAMBA: TERRENOS AFECTADOS POR LA REFORMA URBANA SIN
DEMANDANTES SOCIALES HASTA 1956

Propiedades afectadas Ubicación de las Extensión en


propiedades Has
Abel Herbas Lacma 6,92
Maria Teresa Soliz Lacma 19,91
Rodolfo Granier La Villa 3,07
Angélica C. de Sempertegui La Maica 12,16
Francisco y Jorge Altamirano La Chimba 3,80
José Maria Daza La Chimba 3,59
Hernán y Bertha Arandia La Maica 4,31
Fuente: El Pueblo No. 985, 7/07/56.

Si las estimaciones del Alcalde Montenegro, basadas sin duda en datos catastrales,
no resultaban conservadoras, hasta mediados de 1956, habían sido distribuidas
apenas algo más de un 35% del total afectado, sin embargo, este porcentaje era
suficiente para dotar con lotes a unas 4.300 familias. Los índices anteriores inducen
a pensar, que el volumen de tierras urbanas que, a través de la Reforma Urbana,
ingresaron al proceso de urbanización, eran suficientes para dotar de lotes a la
masa de inquilinos y resolver en poco tiempo el problema de la vivienda.

El cuadro Nº 14 muestra que el déficit habitacional en 1945 afectaba al 73% de los


12.656 hogares censados dicho año, es decir abarcaba a 9.239 familias que no
tenían casa propia. El censo de 1950, a su vez reveló, que pese a que el citado
porcentaje bajó al 70%, el número de familias sin vivienda propia subió a 11.039. En
1956 la Municipalidad de Cochabamba, con objeto de organizar una mejor
distribución de artículos de primera necesidad que escaseaban, ejecutó un recuento
de habitantes urbanos, en base a declaraciones de los jefes de hogar, que arrojó por
resultado 118.000 habitantes, cifra que se estimó exagerada en relación a las tasas
de crecimiento de la población imperante hasta 1950, razón por la cual se sugería
que una estimación más prudente eran 100.000 habitantes para 1957 (Anaya, 1962:
22)100.

Adoptando esta última relación de población y aplicando la media de la relación


inquilinos/dueños de casa para el periodo 1950-67101 que pasó de 70% de inquilinos
en 1950 al 54,3% de estos para 1967, se tiene que la necesidad de vivienda en
100 El Censo Municipal de 1967 arrojó un resultado de 137.004 habitantes y 27.021 hogares con un promedio
de 5 personas por hogar. Tomando como referencia este censo, la tasa anual de crecimiento de población
urbana entre 1950 y 1967 fue de 4.09%, de donde resulta que hacia 1956, la población de la ciudad de
Cochabamba era de 100.622 habitantes, coincidente con lo sugerido en la monografía de Ricardo Anaya.
101 La relación inquilinos/dueños de casa decreció entre 1950 y 1967 en un 22,43% para dicho periodo, lo que
representó un índice de disminución anual de 1,32% con relación a 1950. Por tanto esta relación en 1956 sería
de un 62% de inquilinos y un 38% de dueños de casa estimativamente.
158
1956 afectaba a unas 12.400 familias, sin embargo, en el curso del citado año unas
3.500 a 4.000 familias habían recibido o estaban en vías de recibir tierras para
construir su propia casa. Por último, si el conjunto de tierras afectadas por la
Reforma Urbana en 1956 alcanzaba a 318.45 Ha., es decir a solo el 35,38% del
total de posibles tierras afectables, con el saldo restante, introduciendo un criterio de
mayor densificación, se puede afirmar, que era posible en poco tiempo, proveer a
cada hogar sin techo propio, de un lote de unos 250 m2. para que edificara su
vivienda.

Sin embargo la realidad social no se guía necesariamente por las frías estimativas
aritméticas, en la medida en que otro tipo de factores diluyen la sólida razón
matemática. En este caso, la composición social de los beneficiarios con la Reforma
Urbana revela un predominio de estratos de empleados públicos, exmineros y
excombatientes que demandaban lotes, si posible próximos a sus centros de
actividad y trabajo, que no coincidían necesariamente, con iguales requerimientos e
interés de los sectores productivos. El fortalecimiento, al lado del centro
administrativo y comercial tradicional, de una gran actividad comercial ferial
transformada en los años 1950, en un gigantesco bazar urbano, hizo que las
preferencias por tierras en la zona sud más o menos próximas a estos escenarios,
fuera absoluta, en desmedro de opciones menos privilegiadas. Por tanto aquí se
introdujo un factor distorsionante: ya no se trataba sólo de la justa reivindicación
social de expropiar a unos 200 terratenientes urbanos para resolver el problema del
techo propio, sino además, de tener acceso a lotes que pudieran valorizarse
rápidamente en términos comerciales, en razón de su favorable ubicación con
relación a los centros de actividad comercial. Esta situación, indudablemente,
produjo distorsiones en la aplicación de la Reforma Urbana.

A partir de lo anterior, se puede inferir -a falta de datos más precisos-, que se


produjeron situaciones más o menos disfrazadas, de acaparamiento de lotes en
manos de influyentes políticos y que fue favorecida toda una capa social que se
movía en las esferas decisionales de los mecanismos de adjudicación de tierras.
Además, es probable que surgieran tempranamente negociados entre adjudicatarios
de lotes "bien ubicados" y demandantes, que antes que requerir tierras para la casa
propia, intentaban por todos los medios, hacerse de tierras con alto potencial de
acumulación de plus valor. Además, muchos inquilinos no deseaban cambiar sus
precarios, pero bien ubicados alojamientos, por lotes y casas de interés social en la
lejana periferia. En fin, el hecho de que en 1956 existieran más de 50 hectáreas de
tierras afectadas por la Reforma Urbana (Ver cuadro N.º 17) sin demandantes
sociales y que, hacia 1959, surgieran nuevos demandantes de tierras, dirigiendo sus
aspiraciones hacia el consumo de áreas verdes y tierras municipales,
aparentemente dentro de los términos de una situación opuesta, es decir, de

159
agotamiento de las tierras afectadas disponibles, permite sospechar, que un
importante volumen de estas tierras no demandadas, finalmente ingresaron al
mercado inmobiliario, a través de operaciones mercantiles que violaban el espíritu
de la Ley de Reforma Urbana, pero que favorecían a la legión de "nuevos ricos".

Sindicatos de Inquilinos y la lucha por el techo

La Reforma Urbana de 1954 operó como un estimulante poderoso para fortalecer


las aspiraciones de grandes contingentes de clases medias, obreros, artesanos,
pequeños agricultores del Cercado, que según, su opción económica y el punto de
vista de cada cual, vieron la oportunidad, unos de encontrar por fin una posibilidad
cierta de liberarse del yugo del inquilinato, y muchos otros, de sacar mayores
ventajas a su condición de inquilinos y, de paso, obtener algunos lotes. Sea cual
fuere la alternativa asumida, pronto quedó claro, que los sindicatos establecidos
obtenían mayores ventajas que inquilinos dispersos -pequeños comerciantes,
rescatistas, transportistas, trabajadores en servicios personales, empleados
públicos, etc.- no insertados en las estructuras del floreciente sindicalismo boliviano,
unos por no estar incluidos en la categoría de "obreros" o "proletarios", y otros, por
ser poseedores de medios de producción u otras características que los separaban
de esta condición, o incluso, porque, dada su excesiva dispersión, su escaso grado
de concientización y otros factores no lograron consolidar organizaciones genuinas.

Así, la opción fue nuclearse en torno a intereses comunes con referencia a la


cuestión de la vivienda. "El inquilino" dejó de ser un simple locatario de un inmueble
cualquiera, y pasó a operar, como una categoría social oprimida por la tiranía y el
afán usurero de los dueños de casa, quienes fueron tipificados como la clase
patronal, en fin, una entidad real contra la cual orientar la lucha, opción que gruesos
sectores de trabajadores manuales e intelectuales por cuenta propia no lograban
articular en el marco de sus relaciones económicas. De ahí que, el "sindicato de
inquilinos" jugó un rol más amplio que su finalidad específica y pronto en la ciudad
tuvo el mismo o parecido nivel de influencia política, que el sindicato agrario en el
medio rural, a pesar de su carácter heterogéneo en términos estrictamente sociales.

El 20 de noviembre de 1954, luego de una paciente labor preparatoria, algo más de


3.000 inquilinos que llenaron las instalaciones del otrora Bar Palmeras (ubicado en
la calle Lanza), organizaron el "Sindicato de Inquilinos"102. El objetivo central, no era
precisamente la obtención de lotes afectados por la Reforma Urbana, sino: “Poner
coto definitivo a una de las formas de explotación que alcanza a casi todas las

102 Un antecedente de esta iniciativa fue la creación de la Unión de Inquilinos en 1937, que al igual que el
Sindicato de 1945, pasó a denunciar la especulación de los alquileres, focalizando su campaña en la
demostración de que las viviendas habían dejado de ser un bien social y se habían transformado en
mercancías caras y ofertadas en términos absolutamente especulativos (Solares, 1999: 201)
160
capas sociales, en beneficio de unos cuantos privilegiados que se han constituido
en inhumanos explotadores.” (El Pueblo Nº 350, 21/11/54).

Esta gran asamblea auspiciada por la Central Obrera Departamental y el Bloque


Obrero Campesino, decidió la sindicalización de los inquilinos, quedando elegido
como Secretario General, el dirigente del Bloque, Arturo Ruescas. En medio de
vítores este dirigente mostró la tónica del accionar del flamante sindicato al anunciar
que:

“Desde hoy han quedado abolidos para siempre los odiosos privilegios de
alquilar a ‘familias sin hijos’, contratos anticréticos; alquileres en moneda
extranjera [...] No habrán tampoco más desahucios y se creará una Policía
del Sindicato para que practique constantes inspecciones en las casas
denunciadas como desocupadas.” (El Pueblo Nº cit.).
Rápidamente se desató una verdadera casería de habitaciones y casas
desocupadas para ser adjudicadas a afiliados al Sindicato de Inquilinos por montos
de alquiler fijados por esta entidad sindical. Lógicamente estos hechos desataron la
reacción y llenaron de temor a los dueños de casa que optaron por "clausurar" sus
casas, es decir cerrarlas "a piedra y lodo" o llenarlas con ficticios habitantes para
burlar la acción sindical: (Los) “sindicatos de inquilinos cuentan con ‘veedores’
profesionales que se especializan en recorrer las calles observando qué casas se
encuentran desocupadas para tomarlas en seguida por la fuerza e instalar allí a los
que no tienen donde vivir. (El Mundo Nº 921, 3/09/1962.

La proliferación de estas prácticas, obligaron al Municipio a prohibir la ocupación


coactiva de habitaciones vacantes, concediendo a los propietarios un brevísimo
plazo para que arrendaran estas dependencias. Entre tanto, los sindicatos de
inquilinos proliferaron por todos los barrios de la ciudad y cada uno de ellos, pasó a
operar como un receptor de quejas, una instancia de amparo y una agencia de
locación de habitaciones, departamentos y casas en favor de sus afiliados. Los
conflictos y denuncias arreciaron, y a través de ellas, es posible conocer algunas
facetas de la realidad de las casas de inquilinato o "conventillos" que existían en la
ciudad y que normalmente no merecían la atención de las autoridades y los medios
de información.

Por ejemplo, una comisión del Sindicato de Inquilinos visitó el inmueble de Justo
Marañón en la calle Jordán y Suipacha realizando la siguiente descripción:

“El ‘conventillo’ en cuestión es un enorme edificio semiderruido en el que se


encuentran hacinadas más de 70 familias que totalizan 300 personas entre
hombres, mujeres y una legión de niños descalzos que juegan entre los
161
charcos infectos estancados en el gigantesco corralón del edificio que se
encuentra dividido en partes, como basural, lavandería y closet de
necesidades íntimas.” (El Pueblo Nº 353, 25/11/54).
Otro ejemplo era el caso del conventillo existente al final de la Avenida Oquendo de
propiedad de Teodosio Melendres, del que se hacía la siguiente descripción:

“Existen en la misma 63 covachuelas, todas ellas ocupadas por gente


humilde. Allí la suciedad ha sentado sus reales. Tugurios donde tienen vida
común, familias con 6, 7, 9 hijos. Pocilgas que hacen de dormitorio,
comedor, cocina, criadero de aves, taller de trabajo, etc. Habitan en ese
laberinto, más de 60 familias, donde existen varias callejuelas que dan
acceso a innumerables habitaciones.” (El Pueblo Nº 378, 24/12/54).

Un estudio realizado por personero del Instituto Nacional de Vivienda y alumnos de


la Facultad de Arquitectura, mostró que en 1962, las condiciones eran similares a las
imperantes en 1954. Al respecto se informaba:

“La sanidad y comodidad habitacional (muestran) la triste realidad de que las


familias ocupan generalmente una o dos habitaciones que sirven
simultáneamente de comedor, dormitorio, cocina y en algunos casos de sala
[...] Como se deduce,, la sanidad habitacional es menos que regular en los
hogares indigentes [...] Generalmente estas habitaciones son cedidas por
los padres a los hijos que han adquirido estado, sin haber buscado la
independencia necesaria [...] lo que significa que la reducción de
habitaciones es aún más determinante [...] Por falta de agua la gente no se
baña, los niños generalmente lo hacen en el rio o en aguas estancadas en
pozos, de donde fueron extraídos adobes [...] La invasión de insectos y
bichos es alarmante en estas habitaciones estrechas, faltas de higiene y
atención.” (Declaraciones de Elsa Vega, Prensa Libre Nº 614, 29/11/62).
En fin sería demasiado largo incluir diversos testimonios que con escasas variantes,
en lo esencial, reiteran una y otra vez, el mismo drama. Estas circunstancias pronto
mostraron la esterilidad de luchar por la posesión temporal de alojamientos tan
precarios. Finalmente la reivindicación del techo propio, a través de la dotación de
vivienda de interés social, se impuso como una aspiración cualitativamente superior.

En suma, la realidad de casas de inquilinato, a pesar de la amplia oferta de lotes


que tuvo lugar a la sombra de la Reforma Urbana, se constituye en un indicador, de
la deficiente labor de quienes ejecutaron esta política de Estado y, peor aún, una
señal clara de las irregularidades y corruptelas que tuvieron lugar en la asignación

162
de las propiedades afectadas por dicha reforma, a tal grado que, todavía en la
década de 1960, existían familias viviendo en tugurios de la peor especie.

Estado, vivienda popular y demanda social

Tanto los nuevos dueños de lotes resultantes de tierras afectadas por la Reforma
Urbana, como los inquilinos no estaban satisfechos con su situación. Los unos y los
otros, coincidían en que el objetivo real era el acceso a la vivienda propia y no la
simple tenencia de un lote. Además, igualmente coincidían, en considerar que tal
objetivo -la casa propia-, sobre todo por la inversión que representaba, estaba más
allá de la modesta economía de amplios sectores de clase media y otros del campo
popular, por lo que se hacía imperativo considerar tal aspiración, como parte de las
reivindicaciones sociales que debía resolver el Estado y el Gobierno de la
Revolución Nacional.

Por otro lado, el amplio proceso de dotación de tierras descrito anteriormente, dio
origen a nuevos problemas, como la rápida expansión urbana de la ciudad, la
consiguiente ampliación de las necesidades infraestructurales y la renovada
necesidad de nuevas viviendas (Solares, 1990). Esta cuestión a partir de 1954-55
cobró mucha fuerza: no era suficiente redistribuir más equitativamente la tierra
urbana y dejar que cada familia resolviera la cuestión de cobijo por su cuenta, pues
se corría el riesgo de reproducir irrefrenablemente, las formas más precarias de
habitación, que los sindicatos de inquilinos denunciaban continuamente, originando,
a su vez, una riesgosa contradicción que terminaría debilitando políticamente al
régimen gobernante y agravando aún más, toda aquella problemática que se intentó
resolver con la Reforma Urbana.

Por todo ello, la acción estatal no se dejó esperar. El antecedente previo -


multiplicación de iniciativas sindicales a cargo de mineros, ferroviarios, petroleros y
otros para crear entidades de producción de vivienda-, impulsó y agilizó la toma de
decisiones. A principios de mayo de 1956, mediante un decreto supremo, se crea el
"Régimen de Vivienda Popular" que se lo conceptualiza como: “Un servicio público
de carácter general social y obligatorio; este régimen alcanza a todas las personas
nacionales o extranjeras de ambos sexos que trabajan en el territorio nacional “(El
Pueblo Nº 931, 4/05/1956). El instrumento de aplicación de este servicio fue el
Instituto Nacional de Vivienda considerado como: “Un organismo que estará a cargo
del estudio, planteamiento y construcción de las viviendas. (Dicho instituto) tiene
autonomía y personería jurídica” (El Pueblo, No. cit.)
Entre otras disposiciones, se establecía que los recursos para el régimen de
vivienda "estarían constituidos por el aporte patronal en el monto del 14% sobre las
remuneraciones". La totalidad de estas recaudaciones se invertirían en construir

163
viviendas. Dicha producción de nuevas unidades de alojamiento "se hará de
acuerdo a un plan cuatrienal el que será ejecutado gradualmente con planes
anuales". Los futuros beneficiarios, se nuclearían en torno a grupos independientes
entre si: minería nacionalizada, minería privada, industria fabril, empleados
estatales, petroleros, ferroviarios, comercio y bancos, seguros sociales y privados,
constructores, periodistas, gráficos, gastronómicos, maestros, etc.(El Pueblo Nº cit.).

No obstante, todas estas medidas no podían tener efectos inmediatos. El principal


obstáculo a una rápida y masiva producción de vivienda, era la inexistencia de
recursos financieros, excepto aquellos provenientes de los aportes patronales, cuya
lenta acumulación no se acomodaba a las urgencias del momento, dejando además
sin opción -y esta era una de las limitantes más serias del régimen de vivienda
popular- a miles de pequeños comerciantes, artesanos y a gruesos sectores de la
rama de servicios personales, que operaban como trabajadores por cuenta propia y,
por ello, estaban fuera del régimen de los aportes patronales. La ley, al no prever
esta situación, marginaba del acceso a la vivienda de interés social justamente a los
sectores más necesitados de techo y a los más vulnerables a los excesos de los
dueños de casa (Solares 1999). Más adelante, veremos los efectos de esta seria
omisión.

En los años inmediatamente posteriores a la Reforma Urbana, como hemos visto,


se agravaron los enfrentamientos entre inquilinos sindicalizados y propietarios de
inmuebles. Pese a que estos últimos, soportaban muchas adversidades:
congelamiento de alquileres, impuestos a la propiedad inmueble elevados, control
social rígido sobre la administración de su heredad, prepotencia sindical y política,
etc., estaban lejos de constituir un estrato social aplastado y en retroceso. Es más,
en tanto más adversa era su situación, se desarrollaban con más fuerza, ingeniosas
y mañosas formas de neutralizar y despejar tales obstáculos, así proliferaron: los
contratos de alquiler dobles o "casados", es decir, un documento para el consumo
de la autoridad, el sindicato, etc. y, otro privado -el verdadero- que regulaba la
efectiva relación entre las partes; los desalojos -ya sea mediante desahucio o
formas más expeditivas- por supuestas reconstrucciones, parodias de demoliciones
por imaginarios riesgos de colapso constructivo, súbitas actitudes "progresistas"
para colaborar a las disposiciones del Plano Regulador realizando cesiones
gratuitas al municipio de fracciones del inmueble -justamente las partes ocupadas
por inquilinos molestos- para el ensanche de vías públicas, transferencias ficticias,
etc., etc., que hacían que a mediados de los años 1950 la lucha por el techo fuera
muy reñida y sin cuartel 103.

103 En los años 60 se organizó la Federación de Propietarios Urbanos de Cochabamba, que paso a ser el
oponente principal de la Federación de Inquilinos, siendo frecuentes las denuncias sobre "la deformación de
un sindicalismo convertido en fácil medio de vida de una clase ociosa", en alusión a los sindicatos de
inquilinos y a sus continuos excesos. (Prensa Libre Nº 399 y 28/03/62).
164
Este estado de beligerancia, puso en la orden del día, la cuestión del marco jurídico
y normativo que rodeaba el tratamiento del régimen de alquiler. Unos se esforzaban
por demostrar que las disposiciones sobre esta materia, vigentes desde 1945, eran
contraproducentes y perjudiciales, otros abogaban por su permanencia y
profundización. Menudearon los proyectos de ley sobre alquileres 104, pero no se
logró ningún consenso y menos una acción estatal clara a este respecto. Por el
contrario el Decreto de Estabilización Monetaria de 1956 105 significó un rudo golpe
contra los inquilinos:

“La Ley del Inquilinato que regía hasta hace poco con alguna severidad [...]
era de protección franca al inquilino quien se beneficiaba con los alquileres
congelados y la inamovilidad [...] Desde principios de este año y como
resultado de las medidas de estabilización, las cuestiones de inquilinato han
variado en forma notoria. Los propietarios se han apresurado a adoptar el
sistema de comercio libre o ‘libre trato’ como le llaman ellos, dejando de lado
la Ley del Inquilinato y los tribunales de la vivienda, y ahora el propietario
puede hacer desocupar a sus inquilinos en cualquier momento, puede elevar
los alquileres en la proporción que le venga en gana y, todo lo que antes era
favorable al inquilino, se ha tornado en favor del propietario. Un canon de
alquiler de Bs. 200.000 al mes es cosa corriente y es frecuente que por un
departamento de 5 piezas se cobre 300 o 400 mil bolivianos al mes. Es
sabido que un sueldo de 500 o 600 mil bolivianos es muy raro; de tal modo
que los propietarios pretenden beneficiarse con todo el producto del trabajo
de su inquilino [...] tales dificultades económicas tiene que enfrentar un
inquilino en su vida diaria.” (El Pueblo Nº 1.232, 23/05/1957).

Bajo estas circunstancias la cuestión de la vivienda se puso a la orden del día. Tanto
fue así, que cualquier demolición de un vetusto edificio en el casco viejo, fue motivo
de reclamos, acres recriminaciones y polémicas sobre la vida útil de las
edificaciones, pues en medio de esta carestía y escalada especulativa del
alojamiento, el derrumbe de todo techo que dejaba desamparada a alguna familia,
era un acto condenable, aun cuando tal acción hubiera sido emprendida en
provecho del progreso urbano. La frecuente intervención del Municipio, abocado a
modernizar la ciudad con tales demoliciones, avanzó hacia la riesgosa idea, de que
se "impulse la construcción de viviendas baratas en terrenos municipales", es decir
en áreas verdes. Ciertamente, un verdadero desatino. (El País Nº 1396, 5/12/57).
104 Una de las propuestas más meditadas fueron "Las bases generales para una nueva ley de inquilinato" del
Colegio de Abogados de Cochabamba (El Pueblo N.º 1.168, 15/02/57 y sigts.)
105 Esta disposición dirigida a frenar el proceso hiperinflacionario que vivía el país, cortó de raíz las
subvenciones a artículos de primera necesidad, colocó el dólar en su precio real suprimiendo el régimen de
divisas baratas e impuso en las actividades económicas el juego de las leyes del mercado, afectando con ello la
cuestión de los alquileres.
165
Sin embargo los inquilinos tampoco se dieron por derrotados, y así mediante una
suerte de infinita cadena de acciones y reacciones, leyes y trampas, mañas y
astucias, se fue arrastrando el conflicto. En fin, una nueva modalidad que emplearon
los inquilinos para frenar los desahucios, fue el famoso "derecho de llaves":

“Todo el mundo sabe, que aquí en Cochabamba, la desocupación de un


departamento, aposento o local, de vivienda o de negocio, se ha convertido
en caso de especulación lucrativa de inquilinos que aprovechando de las
urgencias del patrón, lo obligan a erogar una suma por lo menos diez veces
mayor del alquiler que pagaban. Todo por el solo hecho de desocupar. Así el
inquilino comercia el privilegio de inamovilidad [...] El genial Cantinflas
aparece en una de sus películas reprochando de ingratitud a su dueña por
colocarle alquileres sin reconocer su antigüedad de inquilino gratuito.
(Augusto Guzmán: El Mundo Nº 48, 12/08/59).
En tanto se multiplicaban los conflictos entre inquilinos y caseros, el Instituto
Nacional de Vivienda cumplía una labor sacrificada en medio de una penuria
económica que nunca encontró soluciones efectivas en la esfera estatal. Un informe
de labores del INV elevado por los directivos de esta institución, José Lavayen y
Walter Murillo, revelaban que, entre otros factores adversos, la Caja Nacional de
Seguro Social como organismo recaudador del Fondo Nacional de Vivienda "no
cumplió con sus obligaciones”, hecho que se agravo con el Decreto de
Estabilización Monetaria. Por otro lado varias entidades se apartaron del INV y
crearon sus propias cajas y organismos para construir viviendas, entre éstos los
sindicatos ferroviarios, petroleros, bancarios, maestros urbanos, minería
nacionalizada, etc. (Prensa Libre Nº 492, 29/06/1962).
Pese a esta adversidad se mostraba que el INV programó 1.144 viviendas en todo
el país, de las cuales se ejecutaron 523 viviendas y hasta 1962, se encontraban en
construcción otras 621, se adquirieron 315.50 Ha. de terreno y se planificaron 7.413
lotes con un promedio de 300.oo m2. En Cochabamba se construyeron 325
viviendas. Una relación de este emprendimiento se expresa en el siguiente cuadro:
CUADRO No. 18
CIUDAD DE COCHABAMBA: VIVIENDAS DE INTERÉS SOCIAL CONSTRUIDAS O EN
CONSTRUCCION, POR EL INV ENTRE 1956 Y 1962

Adjudicatarios N.º de viviendas Zona


Sindicatos fabriles: Tardío, Norte y Sud: Mayorazgo,
Taquiña, Imbol, Madema, Ravi, 222 Linde, Chimba, Sarco, etc.
Cinematógrafos, Cobana, Cintas
Condor, Ruarca, Etc.
Sindicato Motorbol 54 Sarco Sud
Empleados de OO. PP. 49 Lajma y Sarco Sud

166
Municipales
Total 325
Fuente: Elaboración propia en base a Informes Labores del INV, Prensa Libre No. 500, 2/07/62.

Por otra parte el Departamento Social de la COMIBOL daba cuenta de la


construcción de 107 viviendas hasta mediados de 1959, en favor de mineros de
Catavi, Llallagua, Colquiri, Siglo XX, Pulacayo en las zonas de Alalay, la Chimba y
Mayorazgo, estando en construcción otras 230 casas en los barrios citados y en
Sarco. (El Pueblo Nº 1.826, 4/07/1959).

En suma entre 1956, ya sea mediante el INV o COMIBOL, se construyeron


alrededor de 660 viviendas, en casi todos los casos, sin dotaciones de agua potable,
energía y alcantarillado. El Gerente del citado Departamento Social de COMIBOL, a
este respecto reconocía: “Esta situación acobarda a muchos beneficiarios a
establecerse en sus casas al extremo de que muchos alquilan su propiedad y
retornan a las minas.” (El Pueblo, No. cit.).

Este volumen de viviendas de interés social era un aporte muy modesto y un


paliativo de escasa significación frente a la enormidad de las necesidades reales, las
que desbordaban ampliamente los escasos recursos estatales disponibles. Por otro
lado, pese a disposiciones legales expresas de finales de 1960 106, que prohibían la
ejecución de desahucios y ratificaban la inamovilidad de los locatarios de inmuebles,
estos procedimientos continuaron siendo ejecutados con total normalidad, y pese a
todo el esfuerzo de los sindicatos de inquilinos, se impuso el libre juego de la oferta
y la demanda en la fijación del monto de los alquileres, agravando aún más la crisis
habitacional.

En síntesis, a inicios de los años 1960 la Reforma Urbana dejó de ser un


instrumento de redistribución más justa de la tierra urbana, ante el rápido
agotamiento de esta por la existencia de una demanda social que lejos de declinar,
se incrementaba continuamente. En la misma forma, el INV, tampoco colmó la
expectativa creada, y estuvo muy lejos de alcanzar los objetivos que se propuso, por
falta de recursos financieros e incluso técnicos. Esto dio márgenes a la existencia
de amplios sectores populares frustrados e insatisfechos en materia de vivienda,
que nuevamente amenazaron con acciones sobre la propiedad privada.

El Gobierno del MNR intervino en algunas ocupaciones irregulares, pero


simultáneamente intentó impulsar planes habitacionales con recursos externos
provenientes de la Alianza para el Progreso y el Banco Interamericano de Desarrollo
(BID). Con este soporte el INV planificó construir 15.000 viviendas dentro del Plan
Bienal de Vivienda 1963-64, todo ello en el marco del Plan Decenal de Desarrollo
106 Ley del Inquilinato de 27/12/1960.
167
1962-71, cuyo diagnóstico social estimaba que el déficit habitacional en el país para
1962 alcanzaba a 100.000 viviendas urbanas, y que en realidad, se debían construir
150.000 viviendas en dicho decenio. Estos requerimientos, que estaban más
próximas al mundo de la utopía, apenas dieron por resultado la construcción de 834
viviendas de interés social en Bolivia entre 1956 y 1964, es decir que ni siquiera se
concluyeron muchas de las que estaban en construcción en 1962. Sin embargo, la
solución más expeditiva era buscar un chivo expiatorio:

“La actitud estatal al respecto fue cómoda y autoritaria: se acusó al INV de


inoperante y, por tanto se pasó a proyectar un nuevo organismo: el Consejo
Nacional de Vivienda (CONAVI), en el contexto de una típica maniobra para
precautelar los intereses políticos que impregnaban estos magros
resultados.” (Solares, 1990: 141).
El propio expresidente del INV, José Lavayen, a tiempo de señalar que en 1964
existía un déficit de 56.000 viviendas urbanas, reconocía que había sido víctima de
"un golpe de estado", ya que su designación, emergente de dos congresos
nacionales de trabajadores, había sido cancelada por un simple memorándum "al
margen y en violación de lo previsto por la Ley de Vivienda de 1956". Dicha acción
había sido fraguada por la Corporación Boliviana de Fomento y el Banco
Interamericano de Desarrollo, interesados en invertir, buena parte del crédito de 18
millones de dólares ofertando, en La Paz, "departamento donde pueden observarse
[...] los resultados de la Alianza para el Progreso, por ello, existiendo proyectos para
Cochabamba, se proyectaron otras 560 viviendas en Villa Dolores". (El Mundo Nº
1.343, 27/02/64). En fin, estos hechos pusieron a descubierto la esencia política y
promocionalista del MNR, que no dudó en cancelar el INV, controlado por las
organizaciones obreras y, patrocinar la intromisión de EE.UU. en la política
habitacional del país, concretamente, intentando dividir el movimiento popular y
debilitar el poder de la COB, todo ello, en el contexto de un panorama de amplia
capitulación de dicho partido frente al imperialismo norteamericano.

En julio de 1964, el Ejecutivo aprobó un Decreto creando el Consejo Nacional de


Vivienda "como organismo rector de la política de vivienda de interés social",
anunciándose un "plan de vivienda", con aportes financieros del BID, en cuya
primera fase, se encararía la construcción de 3.870 casas. A tiempo de destacarse
la inoperancia del INV, pero evitando anotar la drástica penuria económica a que fue
sometido, se destacaba que: “Hay ahora una entidad técnica que encara
decididamente la dotación de casa propia a las clases laborales del país, como una
tarea orientada desde el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, cuyo titular es el
Presidente del Consejo Nacional de Vivienda “(Prensa Libre Nº 1.070, 11/06/64).

168
La maniobra quedaba clara: la política estatal de vivienda no se dirigía a encarar con
seriedad este enorme problema, sino apenas a valerse de él como un instrumento
de promoción política. Para ello, se debían liquidar los resabios de "control obrero"
de la fase inicial de la Revolución Nacional y, crear una entidad sometida al
Ejecutivo. Bajo esta condición sería viable el flujo de capitales para construir algunos
cientos de viviendas baratas que proporcionarían un poco de oxigeno y algún
decorado realista al discurso social, que el agónico gobierno de Paz Estenssoro,
cada vez más huérfano de apoyo, esbozaba en torno a la vivienda107.

De inquilinos a pobladores

Si bien la Reforma Agraria, con todas sus limitaciones e imperfecciones, fue una
medida eficaz para saldar con justicia las reivindicaciones históricas del
campesinado y convertirlo en un aliado poderoso de los gobiernos del MNR, no se
puede decir otro tanto, de la Reforma Urbana, que no sólo, no resolvió otra vieja
reivindicación popular, como es la aspiración al techo propio, sino que su rápido
agotamiento como opción válida, profundizó las contradicciones y las luchas
sociales urbanas.

Como habíamos observado anteriormente, la falta de orientaciones técnicas


precisas, el manejo político prebendalista, que guio en muchos casos la dotación de
tierra urbana a diversos sectores sociales, incluso con frecuencia, favoreciendo a
quienes no tenían la urgencia de un techo propio, pero si de "hacer negocios", y el
despilfarro de estos recursos, en desmedro de un crecimiento urbano más
coherente; fueron factores que sumados, determinaron finalmente, que a fines de la
década de los años 1950, la creciente insatisfacción de una demanda social, que no
tuvo alternativa o llegó tarde a la distribución, de la en realidad, escasa tierra urbana
destinada a los necesitados de techo, determinaron el surgimiento de una fuerte
tendencia a ocupar tierras que se juzgaban baldías y sin uso social definido, pero
que en realidad estaban destinadas a conformar futuramente áreas verdes o recibir
equipamientos, que el propio crecimiento de la ciudad, los hacía imperiosamente
necesarios.

Pese a la existencia de un Plano Regulador, y de una casi tradición en esta materia,


que se remontaba a los años 1940, no existía en realidad -salvo en restringidos
círculos intelectuales- una conciencia clara sobre el desarrollo urbano y menos
sobre el tipo de políticas que en este campo requería la ciudad. La actitud tradicional
107 El Decreto Ley de 3 de julio de 1964 que creaba CONAVI, señalaba que, entre otras, las funciones de esta
entidad eran: "Elaborar el plan nacional de vivienda urbana; dirigir, orientar coordinar y supervisar en
escala nacional las actividades del sector de vivienda urbana; promover investigación permanente del
problema de la vivienda en el país en coordinación y colaboración con las universidades, las municipalidades
y otras instituciones; fomentar el desarrollo de la industria de la construcción; definir y calificar la vivienda y
las urbanizaciones de interés social” (Prensa Libre Nº 1.258, 30/10/65).
169
con respecto a este punto, era que en Cochabamba "sobraba espacio", y por tanto,
no existía ninguna razón para no pensar en la casita aislada rodeada de jardines,
huertos y corralitos. En realidad existía aversión hacia otras posibilidades. Un
ejemplo claro de esto lo dio el Sindicato Ferroviario, cuando rechazo airadamente
"el proyecto tipo horizontal de las futuras edificaciones" esgrimiendo las siguientes
razones: “Cochabamba es un valle extenso que ofrece mucho campo para
edificaciones modernas y destinadas exclusivamente para cada familia […] Las
construcciones de carácter colectivo en las que deberán caber muchas familias,
sólo son factibles en ciudades populosas y restringidas de espacio.” (El País Nº
4.361, 28/01/53).

Este sentimiento generalizado, sobre todo entre los sectores populares, hacía que
opiniones en contrario, incluso aquéllas que desplegaban razones técnicas
indiscutibles, tuvieran escaso eco. Una crítica de fondo a la política de vivienda
vigente, ponía en relieve el carácter disperso o por "cupos" en la ejecución de
pequeños conjuntos de vivienda para uno u otro distrito y para una u otra
organización laboral. Se afirmaba con pertinencia que "esta forma de encarar el
problema resulta muy aleatoria y rutinaria". Por ello mismo, la mayor parte de las
casas construidas por el INV en Cochabamba, carecían de servicios públicos
indispensables. El criterio imperante -que todavía prevalece actualmente-, reposaba
en la creencia de que resolver el problema de vivienda, consistía en construir
exclusivamente casas baratas, olvidando los servicios conexos -agua, luz,
alcantarillado, pavimentación, transporte, etc.- con lo que el problema quedaba mal
resuelto y terminaba en un "despilfarro de tierras y dineros". Al respecto, el Arq.
Jorge Urquidi, argumentaba con mucha lucidez:

“Con la Reforma Urbana, por lo que hemos observado en Cochabamba,


hasta ahora no se han conseguido resultados muy positivos, que se diga, en
la solución del problema de la vivienda, y no se ha pasado en la mayoría de
los casos de un indiscriminado reparto de lotes, cuando lo lógico a nuestro
modo de pensar, habría sido hacer la afectación y expropiación de tierras en
favor del Estado y mantenerlas como reserva o fondo común, de modo que,
estudiado un plan integral de construcción de vivienda […] se proceda en
forma orgánica [...] construyendo por núcleos o ‘unidades vecinales’ que
cuenten con todos los elementos y servicios de orden colectivo.” (El Mundo
Nº 808, 14/04/62).
En efecto, pese a la existencia de un Plano Regulador, en el caso de Cochabamba,
los "barrios" mineros, fabriles, ferroviarios, del magisterio, etc. en realidad eran
caseríos dispersos y desarticulados de la estructura urbana y su único rol efectivo
fue marcar las pautas del avance de la frontera urbana sobre tierras agrícolas. Bajo
estas condiciones y consecuencias, se anotaba que: “Las viviendas unifamiliares a
170
la larga son menos convenientes desde el punto de vista económico para las
familias de modestos recursos, y son más propias de los que gozan de una
economía bonancible (Urquidi, artículo citado)108.

En razón de este tipo de consideraciones el arquitecto mencionado, apuntaba que:

“En Cochabamba [...] es un verdadero crimen el que se está cometiendo con


la ocupación indiscriminada y dispersa, especialmente fuera del radio urbano
de la ciudad, de valiosos terrenos de cultivo que se los está fraccionando
febrilmente so pretexto de solucionar el problema de la vivienda, sin
considerar que al reducir innecesariamente aquéllas áreas agrícolas, se está
atentando contra los medios de producción con que se cuenta, sobre todo de
productos alimenticios [...] Por otra parte, con una política de distribución casi
gratuita de tierras urbanas y semiurbanas, se está dando lugar al éxodo de
campesinos, vale decir, agricultores hacia la ciudad, donde tampoco hay
trabajo para todos, con las consiguientes emergencias sociales y
económicas [...] De esta manera se están destruyendo las bases mismas de
la existencia de Cochabamba.” (Urquidi, El Mundo Nº 809, 15/04/62).
En vista de todos estos argumentos, el Arq. Urquidi sugería la idea de la
construcción de "departamentos en propiedad horizontal", como un medio de
densificar la mancha urbana, aprovechando la proliferación de "manzanas medio
vacías [...] eliminando los tugurios de la periferia" y permitiendo una dotación de
infraestructura y servicios más factible por su menor costo. Obviamente estas ideas
resultaban "muy avanzadas" y hasta impertinentes para ese tiempo109.

Lo extraño es que, siendo la cuestión de la vivienda el factor principal que operaba


sobre la expansión urbana y la especulación del suelo urbano, el Municipio, pese a
contar con medios y atribuciones contempladas por la propia Ley del Régimen de
Vivienda, para investigar, estudiar y realizar propuestas en torno a la vivienda de
interés social, procurando soluciones compatibles con el Plano Regulador, no sólo
que no hizo uso de esta atribución, sino que ignoró totalmente, la relación íntima
entre vivienda y urbanización, dejando esta cuestión crucial en manos de los
organismos centrales del Estado como el INV, que en la misma forma, operaban
sobre la afectación de tierras y la producción de vivienda, ignorando dicha relación y
sus cruciales consecuencias. Esta mutua omisión y total falta de coordinación, entre
planes de vivienda social y desarrollo urbano pronto condujo a graves conflictos,
como veremos a continuación.
108 Indudablemente, se hacía referencia a los efectos de una baja densidad urbana que incrementa los costos
de dotación de servicios e infraestructura y promovía el crecimiento horizontal, ciertamente oneroso para
cualquier arca municipal del Tercer Mundo.
109 Incluso en la actualidad el apego a la vivienda dispersa esta fuertemente arraigado en los sectores de bajos
ingresos.
171
Las necesidades de mejorar las instalaciones del creciente comercio ferial, dieron
lugar, a mediados de 1959, a una ordenanza municipal disponiendo la expropiación
y demolición de varias vetustas casonas colmados de inquilinos en la calle Punata y
San Antonio. Los afectados no deseaban perder su nexo con este ámbito comercial
y solicitaron a la Alcaldía "se les permita construir edificaciones en la colina de San
Miguel". (El Pueblo Nº 2.931, 14/11/59). De acuerdo al Servicio de Urbanismo, era
impostergable la necesidad de "construir un mercado central de ferias o plaza de
abasto de productos agropecuarios" en la medida en que la plaza Calatayud, dada
su extrema saturación ya no presentaba las condiciones adecuadas para este
desempeño. Por ello era de absoluta necesidad la expropiación de tres manzanas
que ya desde 1955 se habían destinado para este proyecto. Sin embargo, de
acuerdo a declaraciones del Director de Urbanismo: “En la propiedad ‘reclamada’ se
habían establecido en forma arbitraria y en chozas totalmente provisionales algunas
familias de gente aparentemente de pocos recursos que ahora se niegan a
desocupar esas habitaciones retardando la realización de la obra en cuestión.” (El
Pueblo Nº 2.936, 24/11/59).

Bajo el auspicio de un episodio que podría haber sido intrascendente y resuelto


rápidamente, se inició un conflicto urbano de proporciones, que terminaría
vulnerando profundamente las disposiciones del Plano Regulador de la ciudad. Un
argumento central de los damnificados, era un aparente tratamiento segregativo y
discriminatorio que sufrían, de parte del personal técnico municipal. Según el
Alcalde Eduardo Cámara de Ugarte, la realización del citado proyecto o "Gran
Parque Sur" como se lo bautizó, apenas suponía el traslado de las familias
afectadas a sitios más apropiados. Sin embargo, este temperamento no era
aceptado, pues el Departamento de Arquitectura del Municipio había cometido el
error de admitir "viviendas nuevas y modernas" en una de las manzanas que
originalmente debían ser expropiadas, en tanto el trato a los reclamantes era
inflexible (El Mundo Nº 120, 4/12/59). Rápidamente, las posiciones de las partes en
conflicto se tornaron intransigentes. En 1960 se organizó el "Sindicato Único pro-
vivienda San Miguel" que se opuso sistemáticamente a cualquier solución
conciliatoria, reforzado por nuevos contingentes de demandantes110. La pugna se
sintetizaba en la cerrada oposición municipal para planificar un asentamiento urbano
en San Miguel, dirigiéndose más bien a desarrollar trabajos de forestación para
consolidar su situación de "área verde". El sindicato, consideraba esos terrenos
baldíos y sujetos a las afectaciones contempladas en la Ley de Reforma Urbana. A
este respecto el citado sindicato, al anunciar "medidas de hecho, por incumplimiento
de la ley", señalaba:

110 En 1959, las familias afectadas según el Servicio de Urbanismo, eran 40. Según los afectados, alrededor
de 100. En 1960, reclamaban lotes en la colina San Miguel, 400 familias.
172
“A cubrir alquileres exorbitantes que sobrepasan nuestra capacidad de pago,
a vivir en la intemperie postrados en los andenes de la estación del
ferrocarril, La Cancha, o simplemente a vivir en buhardillas asquerosas, mil
veces preferimos con manos encallecidas construir nuestras propias
viviendas, haciendo una realidad el Barrio San Miguel.” (Prensa Libre Nº 32,
20/12/60).
Nuevas disposiciones en materia de alquileres promulgadas por el Ejecutivo a fines
de 1959, definiendo la vigencia del "régimen de libre contratación" para el arriendo
de locales comerciales y otros, que no fueran destinados a servir de alojamiento y
vivienda, dieron paso a que los dueños de casa extendieran dicho régimen
especialmente a la vivienda, agravándose aún más el conflicto ante los crecidos
reajustes de alquileres y la multiplicación de los desahucios.

Los sindicatos de inquilinos organizados en una Federación, comenzaron a ganar


las calles. Una manifestación particularmente masiva que se desarrolló en diciembre
de 1960, identificó sin tapujos, a aquellos que los inquilinos consideraban "sus
enemigos", es decir, obviamente los dueños de casa, pero además "el grupo de
gamonales" del Comité Pro Cochabamba, los administradores de justicia que no
permitieron que en ningún juicio de desahucio gane el inquilino y, por último, al
propio Municipio enfrascado en una concepción del desarrollo urbano ajena a los
requerimientos populares. Al respecto, Alberto Nogales Secretario General del
Sindicato Único Pro Vivienda del Cerro San Miguel, sentenciaba en un fogoso
discurso: "primero que la forestación y los adornos esta la propia casa". (El Mundo
Nº 429, 22/12/60). Pronto esta frase se convirtió en la consigna del movimiento.

De esta forma, a fines del citado año, el Sindicato tomó posesión simbólica de 450
lotes en la colina San Miguel; en un acto ilegal pero revestido de solemnidad y que
contó con la cobertura del propio comando del MNR. A tono con la circunstancia de
este "acto revolucionario", el citado dirigente del Sindicato Pro Vivienda, definió el
sentido de la acción en los términos siguientes: “Si nuestros compañeros
campesinos desde 1953 son propietarios de sus pegujales, es justo que los
proletarios de la ciudad seamos propietarios de unos metros de tierra, para la
construcción de nuestras viviendas, gracias a la Reforma Urbana.” (El Mundo Nº
435, 30/12/60).

A inicios de 1961 unas 400 familias iniciaron la ocupación de la colina de San Miguel
y comenzaron a reclamar en su favor, la dotación de cuatro hectáreas invocando la
Ley de Reforma Urbana. En enero de 1961, se produjeron las primeras
escaramuzas cuando funcionarios del Departamento de Arquitectura, Urbanismo y
Ornato del Municipio, que procedían a la arborización de dicha colina fueron
desalojados violentamente con el empleo de cachorros de dinamita. Una nota

173
periodística realizaba la siguiente descripción: “La totalidad de los miembros del
Sindicato San Miguel agazapados en posición de combate estaban dispuestos a
recurrir a todos los medios de violencia para impedir sean desalojados del cerro.”
(Prensa Libre Nº 51, 12/01/61).
La Dirección de Urbanismo de la H. Municipalidad, a través de su Director, Arq.
Jorge Urquidi Z., definía la posición del Municipio con respecto a este problema,
señalando que la expropiación de terrenos hacia el Este de la Plaza Fidel Aranibar
eran necesarios para la construcción del Gran Mercado Central y de Ferias y que la
resistencia de quienes habían construido clandestinamente alojamientos precarios
en las inmediaciones de la citada Plaza o el cerro San Miguel, postergaban la
realización de estas obras. Con respecto a la pretensión de ocupar la colina,
señalaba:

(El cerro San Miguel) “está destinado a un Bosque Forestal por ser
inapropiado para vivienda, por las pendientes y, la imposibilidad en muchos
años de que pueda ser dotado de agua potable, alcantarillado y luz. -En
consecuencia, los ocupantes- sólo trasladarían sus actuales casuchas al
citado cerro en condiciones más deprimentes, pues se convertirá en un foco
de infección semejante a las famosas favelas de Rio de Janeiro.” (El Mundo
No. 440, 5/01/61).
En respuesta a estos argumentos, el Sindicato Pro Vivienda, al tiempo de reiterar su
rechazo al traslado a otras zonas, manifestaba que el riesgo de no contar con los
servicios básicos en caso de que se erigiera el barrio en la colina, era algo relativo,
pues las zonas periféricas donde se pretendía transferirlos, en la misma forma, no
tenían ninguna infraestructura y era previsible que también esta situación se
mantuviera por muchos años. Por otra parte, también se desestimaba una oferta
municipal de dotación de tierras en otro sitio al precio de Bs. 500/m2., por cuanto de
acuerdo a la Ley de Reforma Urbana "la expropiación debe hacerse de acuerdo al
cálculo catastral y no dentro de los límites de la oferta y la demanda, que es lo que
en realidad propone la Municipalidad", señalando que este precio sólo podría ser
conveniente para sectores de recursos saneados (El Mundo Nº 469, 8/02/61).
Además de estos motivos, indudablemente pesaban otros, a la hora de hacer el
balance sobre el emplazamiento urbano del barrio San Miguel, como ser la penuria
del transporte público, la escasa transitabilidad de las calles en las zonas
suburbanas, etc.

En suma, no sólo se reivindicaba el derecho al techo propio, que era una


reivindicación de tipo general, sino el derecho a un sitio específico, a una relación
conveniente entre el lugar de la actividad económica y el sitio de reproducción social
e individual de los pobladores. Este último rasgo, era el que convertía el movimiento
en contestatario, pues vulneraba el modelo de estructura urbana implícito en el
174
Plano Regulador, que al aplicar los principios del "zonning" y las "unidades
vecinales" legitimaba el sentido de segregación social y espacial que imponía la
economía del mercado inmobiliario.

No obstante este franco despliegue de controversias e intransigencias, la posición


del Municipio era mesurada, pero no proclive a ninguna claudicación. El Dr. Ramiro
Villarroel, Oficial Mayor en ejercicio del cargo de burgomaestre, reiteraba la posición
municipal, señalando:

“No es capricho municipal prohibir la construcción de viviendas en San


Miguel, sino que responde a la necesidad de mantener sitios destinados a
áreas verdes [...] Además no sólo se ejecutará un mercado de
abastecimiento que reemplazará a la actual plaza Calatayud que resulta muy
céntrica y pequeña para la feria, se tiene en mente la construcción del
Parque Sud.” (Prensa Libre Nº 59, 21/01/61).
En una reunión propiciada por el Dr. Héctor Cossío Salinas, Alcalde Municipal de
Cochabamba, que tuvo lugar a fines de enero de 1961, con presencia de la COD, la
Federación de Inquilinos, el INV, el Sindicato Pro Vivienda San Miguel, una vez más,
los puntos de vista contrapuestos entraron en franca confrontación. El Alcalde, a
tiempo de solicitar la fundamentación de la posición del Sindicato, hizo referencia al
proyecto municipal de formación de un gran parque que vincula las colinas de La
Coronilla y San Miguel, y que contemplaba, el traslado de la Feria de la plaza
Calatayud a un espacio disponible entre la calle Punata, el cerro San Miguel, el
Barrio Obrero y la Av. San Martín (declaraciones del Alcalde, El Mundo Nº 444,
1/01/61), pero que la intransigencia de los ocupantes de esos terrenos, impedía
realizar, contraviniéndose así con los principios de jerarquización de las áreas
verdes y forestales acordes con teoría y la práctica del Urbanismo Moderno, que las
agencias internacionales de la ONU y otras difundían en ese momento. Frente a
estos planteos, que encarnaban los ideales urbanos del Municipio con respecto a la
zona Sud, se desarrollaron planteos diferentes que, por momentos, parecían casi
heréticos, con relación a las razones y a la visión institucional del desarrollo urbano.
Un resumen de los argumentos desarrollados por el Sindicato podría sintetizarse en
los siguientes aspectos:

1. Que de acuerdo a las propias fuentes municipales, en la ciudad, sólo el 37%


de las familias tienen acceso a vivienda propia, existiendo unas 14.387
familias sin este beneficio.
2. Que las áreas verdes, la forestación, "los pulmones de la ciudad" son
importantes en tanto se resuelvan los problemas básicos de la población, y
no a costa de éstos. En este sentido, los criterios de la Unión Panamericana y
otros organismos internacionales, sobre esta materia, "sólo se han aplicado a
175
los barrios de gente acomodada, por ejemplo, una plaza como la Colón o la
Cobija, (de acuerdo a esta lógica) no pueden suponerse en la Av. 9 de Abril o
en Caracota".
3. Todos los trámites de afectación de tierras por la Reforma Urbana "han
chocado con el obstáculo frio de las autoridades". Todos los sectores que
intentaron dotaciones mediante este camino "fracasaron en lo fundamental o
tuvieron que alzar las manos".
4. Los lanzamientos judiciales seguían en pleno vigor, como un instrumento
represivo eficaz en manos de los dueños de casa.
5. Todos estos aspectos configuraban -desde la óptica del Sindicato-, una
situación de incuria de las autoridades y la sociedad, con respecto a los
sectores de menores recursos. Por ello, la ocupación del cerro San Miguel se
consideraba como "un triunfo" y la propia colina bajo estas condiciones se
había convertido "en un bastión histórico, que no lo abandonarán". (El Mundo
Nº 461, 31/01/61).
Las posiciones enfrentadas se mantuvieron inconciliables. Por una parte, la Alcaldía
manteniendo una defensa rígida e inflexible del Plano Regulador que contemplaba
el traslado del Mercado de Ferias y la arborización de las colinas circundantes a la
laguna Alalay111; por otra, los ocupantes de la colina, que luchaban por el techo
propio, "cerca de la Cancha". En último término, esta cuestión era la verdadera
razón que alimentaba su cerrada intransigencia. El propio Comando del MNR de
Cochabamba en una actitud ambivalente reconocía que:

“Nuestro criterio revolucionario esta con los trabajadores, pero no con el


capricho de quedarse en la colina, solamente por tener a mano el lugar de su
negocio. Por otra parte los ocupantes y reclamantes, que en un principio no
fueron ni 60, ahora según confesión de los mismos interesados, pasan de
500.” (Declaraciones de Jorge Gómez V. Jefe del Comando de MNR, Prensa
Libre, Nº 67, 1/02/61).
En efecto, a medida que crecía la animosidad y la beligerancia, también se
multiplicaban los ocupantes, pues como buenos comerciantes no podían dejar pasar
la oportunidad de hacerse de lotes próximos al mayor centro de comercio popular de
la ciudad. En estas condiciones, las argumentaciones anteriores eran respondidas
por Andrés Arispe dirigente del Sindicato San Miguel, señalando que no se
abandonaría la colina puesto que su ocupación era "una conquista revolucionaria".

Estas posturas llenaron de alarma al Municipio y a la clase propietaria, pues más


allá del episodio de la ocupación de una colina árida, se materializaba el peligroso e
intolerable antecedente de abrir una vía expedita a las prácticas de usurpación,
111 Justamente en mayo de 1961, se hizo pública la versión oficial del Plano Regulador de Cochabamba, y sin
duda resultaba desalentador, su temprana vulneración.
176
dándoles la etiqueta de "conquista revolucionaria". Tal criterio fue rápidamente
rechazado, incluso por la Central Obrera Departamental. Una declaración del Ing.
José Antonio Tapias, Decano de la Facultad de Arquitectura interpretó perfectamente
la necesidad de clarificar estos conceptos:

“Los parques y zonas verdes al constituir pulmones de la ciudad se


convierten en bien común, tanto para los pobres como para los ricos, en
consecuencia quien atenta contra la existencia de un parque, atenta contra la
propiedad colectiva, puesto que un precedente de esta naturaleza puede
sentar el principio de ocupación de todas las áreas verdes de la ciudad.”
(Prensa Libre Nº 68, 2/02/61).
En fin, a todo lo anterior siguió una prolongada guerra de comunicados, donde unos
y otros esgrimían argumentos contradictorios, tornándose esta cuestión en el
principal problema urbano de ese momento, y en un conflicto que ganó la atención
de la opinión pública. Entre tanto, los inquilinos aprendían rápidamente las lecciones
"prácticas" para resolver el problema de lote y techo que propiciaba el Sindicato San
Miguel. De esta manera, comenzaron a surgir desde comienzos de 1961
"Cooperativas pro-vivienda". En febrero de ese año, la cooperativa pro-vivienda de
Villa Santa Cruz, constituida por 200 familias ocuparon ocho hectáreas de tierras en
la zona Sud. A fines de ese mismo mes, un sindicato pro-vivienda "San Pedro"
ocupó parte de esa escarpada colina en el sector de Las Cuadras. (Prensa Libre Nº
77, 17/02/61 y N.º 83, 24/02/61). Pronto se sumaron nuevas ocupaciones de tierras
a cargo de los sindicatos pro-vivienda de Cerro Verde y la Avenida América, entre
otros.
Un largo pronunciamiento de los sindicatos pro-vivienda San Miguel, Cerro Verde,
San Pedro, Av. América, San Sebastián y Villa Galindo ("La Ley de Reforma Urbana
y los sindicatos pro-vivienda", Prensa Libre Nº 114 al 116, 9/04 al 13/04/61), se
constituye en un documento importante para poder penetrar en el trasfondo político-
social que dio origen al poderoso movimiento de los sindicatos pro-vivienda, a inicios
de los años 1960. Tal pronunciamiento, con profusión de datos, ponía a descubierto
los mecanismos empleados para minimizar el efecto de la Reforma Urbana e incluso
convertirla en fuente de negocios. Por ejemplo se anotaba, que a la sombra de la
disposición que declaraba inafectables los predios mayores a 10.000 m2 tipificados
como establecimientos industriales y otros, proliferaron las lecherías, logrando
evadir muchos propietarios las disposiciones de afectación a través de este
expediente, para luego fraccionar estas propiedades, merecer aprobaciones por el
Municipio y hacerlas ingresar al mercado de tierras112.

112 De acuerdo al citado documento, este fue el caso de las propiedades de Alberto Aranibar en Sarco y Pablo
Gutiérrez y sucesores en Cala Cala.
177
Este mismo documento revelaba otras formas de transgresión a través de
operaciones de "transacción", mediante los cuales los propietarios vendían tierras
por valores superiores a los permitidos por la Reforma Urbana 113. Estos arreglos
"salomónicos", sostenían los sindicalistas:

“No han hecho otra cosa que desconocer la Ley de Reforma Urbana,
sentando un funesto precedente y sembrando el caos y la anarquía.-Además
se añadía-. En la H. Municipalidad de Cochabamba existen varios planos de
fraccionamiento pendientes de aprobación, desde luego con superficies
mayores a los 10.000 m2. sin que los propietarios ni la H. Municipalidad
hicieran alusión al régimen de afectación [...] En la ciudad de Cochabamba -
se sostenía- existen más de 150 propiedades privadas con extensiones
superficiales mayores a los 10.000 m2 que aún son considerados como tabú
por la H. Alcaldía Municipal. (Documento citado, Prensa Libre Nº 115,
10/04/61).
Más allá del apasionamiento con que los dirigentes de los sindicatos pro-vivienda
defendían aquello que consideraban justo, los hechos materiales expuestos hacían
ver que la Reforma Urbana no había sido aplicada adecuadamente, y que al cabo
de algunos años, no sólo no había coadyuvado a resolver el problema habitacional,
sino que había sufrido distorsiones, merced a las cuales, se amasaron fortunas y se
burocratizaron enormemente los tramites de afectación. Estas circunstancias -en el
decir de los propios protagonistas- fueron las que los impulsaron, en vista de la
acuciante necesidad de vivienda114, a entrar "en posesión de hecho de los terrenos
sujetos al régimen de afectación", en tanto simultáneamente, en cumplimiento de lo
dispuesto por la Reforma Urbana, se demandaba la respectiva dotación.
Indudablemente estas acciones eran impensables sin un mínimo de organización
social, y fue justamente esta condición, la que estimuló la formación de los
sindicatos pro-vivienda. Un somero vistazo a las acciones desarrolladas por estos
sindicatos hasta 1961, mostraba el siguiente panorama:

113 Específicamente se mencionaban, entre otros, los siguientes casos: los sindicatos de trabajadores de
prensa, los gráficos y el sindicato de OO.PP. municipales, para adjudicarse 50.000 m2. del fundo "Las
Cuadras" transó con sus propietarios por el precio catastral de Bs. 27.150.000, pero a cambio los propietarios
se quedaron "con la parte del león" o sea con 198.112 m2 en lugar de los 30.000 m2. permitidos por ley, con
cargo de vender libremente por dos años. Los maestros urbanos en similar operación pagaron 70 millones de
bolivianos a Plaza y Cía. por terrenos en el Temporal de Cala Cala, los trabajadores municipales transaron bajo
el mismo estilo con Asbun y Cía.

114 No se debe olvidar que el Decreto de Estabilización Monetaria relativizó el efecto protectivo de las leyes
de inquilinato de 1945 y posteriores y colocó los alquileres en el régimen de oferta y demanda, lo que significó
un drástico reajuste en esta materia.
178
CUADRO No. 19
CIUDAD DE COCHABAMBA: TRAMITACIONES DE AFECTACIÓN DE TIERRAS
URBANAS EFECTUADAS POR SINDICATOS PRO-VIVIENDA
Sindicatos Pro-Vivienda N.º de Síntesis descriptiva del trámite
afiliados
(Familias)
San Miguel 600 Pendiente de resolución en el Ministerio de Gobierno, el petitorio de enero de
1961, solicitando aclaración sobre el derecho propietario del Municipio con
relación a la Colina de San Miguel, una vez que esta pretensión es “a título
espectaticio”.Si fuera así, la H. Municipalidad, no puede ser juez y parte en su
propia causa. Aclarada esta cuestión, se demandará la afectación
Cerro Verde 400 En situación parecida a la anterior (pendiente de una resolución del Ministerio
de Gobierno), con la ventaja de la aceptación tácita de la H. Alcaldía para la
dotación, “en razón de que no está contemplado en el Plano Regulador y no
distrae la visual de los turistas de este valle”
San Pedro 600 Tiene incorporada demanda de afectación de terrenos de “El Solterito” y
terrenos adyacentes de Las Cuadras pertenecientes a Enrique Sánchez de
Lozada, Alberto Gutierrez y el Country Club. Además, en marzo de 1961, se
instauró demanda de afectación de los terrenos de José Antonio Quiroga y
otros.
Avenida América y San sd. Se solicitó a la H. Alcaldía en marzo de 1961, la afectación de terrenos en
Sebastián Sarco, de propiedad de Pablo Gutierrez y sucesores, pese a estar tipificados
como establecimiento lechero, situación que se pide sea revisada, en virtud
de que la propiedad fue objeto de remate coactivo por demanda contra el
citado propietario.
Villa Galindo y Villa sd Se ha incoado ante la H. Municipalidad, demanda de afectación de terrenos
Montenegro situados en Villa Galindo, Villa Carlos Montenegro y La Chimba, de propiedad
de Eduardo Plaza, Simón I. Patiño y otros
Fuente: Prensa Libre Nº 115, 10/04/61.

Sin embargo, no era suficiente llevar adelante engorrosos trámites y propiciar


ocupaciones simbólicas. Era necesario, consolidar efectivamente la tenencia, y la
única manera, era establecer residencia en las tierras reclamadas. Esto determinó, a
partir de 1961, que se estimulará el desarrollo de una nueva experiencia, es decir la
construcción de barrios, sin referencias técnicas municipales ni apoyo estatal de
ninguna naturaleza. En suma, en San Miguel, Cerro Verde y el Solterito, se pasó de
los encendidos discursos a la auto construcción masiva de casas de adobe y
cubiertas de calamina, consistentes en habitaciones en hilera en el fondo y los
límites laterales de lotes proyectados por topógrafos, las mismas que pasaron a
conocerse como "medias aguas" en alusión a los techos de una sola pendiente115.
Estas primeras experiencias se desarrollaron al calor del conflicto: familias íntegras,
incluyendo niños, materializaron rápidamente los barrios San Miguel y Cerro Verde.

115 La construcción de casas en hilera se remonta a una larga tradición de los sectores populares para edificar
el techo propio por etapas, de acuerdo a las disponibilidades económicas y a las necesidades de la familia.
Sin embargo, la aplicación de esta alternativa, con anterioridad a los hechos relatados, era de orden
puntual y no de carácter masivo, como sucedió a partir de mediados de la década de 1950 y a lo largo de
los años 60.
179
A fines de enero de 1962, una Comisión de la Central Obrera Departamental que
visitó los asentamientos citados, realizaba la siguiente evaluación:

“En Cerro Verde: pudimos ver la construcción de más o menos 40 casas,


unas con techo y la mayor parte paralizadas a la altura de las paredes,
construcciones que previamente han requerido gran esfuerzo para remover
tierra donde asentar los cimientos ya que estas construcciones están en las
mismas faldas del cerro por encima del canal de la Angostura [...] Cuando
(les) preguntamos de donde se proveían de agua nos condujeron a la cima
de la colina [...] y nos mostraron unas pequeñas cantidades de agua
estancada [...] En esta zona se nos presentaron personas, y especialmente
mujeres, manifestándonos que ellas solas habían construido sus viviendas.
En San Miguel: En esta colina existen casas habitadas, aún antes del
revoque y el acabado completo, según declaraciones de los dirigentes
actualmente existen más de 100 casas con techo. En la zona más poblada
por los inquilinos, los mismos manifestaron haber construido con su propio
esfuerzo, y como para ratificar esta aseveración, vimos a una mujer
haciendo unos adobes. En este cerro como en el otro, hay necesidad de
desplazar toneladas de tierra para construir los cimientos [...] la tierra
empleada para adobes no tiene consistencia ya que contiene gran cantidad
de arena pizarrosa [...] Los dirigentes del Sindicato San Miguel -al igual que
el otro sindicato- nos presentaron también sus planos de loteamiento donde
existen lotes para mercados, plazas, calles y avenidas, tienen prevista la
construcción de estanques para almacenamiento de agua en la cima de las
colinas empleando bombas.” (El Mundo Nº 748, 31/01/62).
Sin duda, lo más significativo de este esfuerzo constructivo no fue la edificación,
más bien precaria, de varias decenas de viviendas o mejor habitaciones en hilera,
sino, la amplia movilización social que se desarrolló, y el fuerte sentido de
solidaridad que se puso de manifiesto, en la ardua tarea de hacer mínimamente
habitables unas inhóspita y desérticas colinas. Veamos, en extenso, algunos
testimonios registrados en la prensa de la época, que hacen innecesarios
comentarios adicionales:

“La cooperativa y el sindicato se posesionaron de todo el Cerro de San


Miguel, y actualmente con el concurso de un topógrafo, se hallan estacando
las parcelas que corresponden a cada familia. Las dos arganizaciones
alegan representar a más de 600 jefes de familia [...] que confrontan el agudo
problema de la vivienda” (El Mundo Nº 444, 10/01/61).
‘Solo muertos abandonaremos estos lotes’, expresaron los ocupantes del
Cerro San Miguel al ser interrogados por reporteros de este diario en horas
de la mañana de ayer, cuando en compañía de sus familiares se
180
encontraban cavando la tierra para poner los cimientos de sus futuras
viviendas [...] Los dirigentes del Sindicato Único Pro Vivienda San Miguel
manifestaron que se distribuyeron 150 lotes de 300 m2 cada uno a familias
que ya comenzaron a construir sus moradas [...] Interrogados sobre la forma
en que encararán los problemas de agua potable y alcantarillado, expresaron
que para lo primero contaban con una vertiente en el mismo cerro, en base a
la cual construirán un tanque de agua, mientras tanto utilizarán un cisterna
de reparto por medio de aguateros. La iluminación esperan salvar mediante
adaptadores especiales y, el alcantarillado [...] con la construcción de
profundos pozos ciegos [...] Además de la parte más alta del cerro tienen
planeado construir una plaza con jardines alrededor de la cual edificarán una
sede social del Sindicato (El Mundo N.º 459, 28/01/61).
‘Ya hemos trabajado bastante para iniciar la construcción de nuestras
viviendas y no sería posible que nos saquen de estos lotes’, expresó la hija
de una de las 400 familias que ocuparon el Cerro de San Miguel pese a la
prohibición de la Alcaldía Municipal. Su padre José Bustamente de 50 años
de edad, dijo al reportero de este diario que tiene ocho hijos bajo su cuidado
y que necesita poseer una vivienda. El mismo con la ayuda de sus hijos
empezó a horadar la dura roca del cerro con lampas, picotas y otros
utensilios [...] La anciana Cristina Pastor y su hija Nilda Méndez tomaron los
picos y sin pensarlo dos veces empezaron a escarbar la tierra con inusitado
vigor: ‘Queremos trabajar para tener una casa donde vivir. Hace ya muchos
días que estamos cavando en este lote y no sería justo que nuestro sacrificio
fuera en vano’. [...] Alberto Ramallo de 42 años, tiene esposa y cuatro hijos,
y se encontraba preparando el barro para hacer los adobes de su futura
casa: ‘Aquí vamos a permanecer hasta el último’, dijo […] Entre familias
vecinas formaron cooperativas con el fin de efectuar una colaboración
mutua, tanto en lo que se refiere a la construcción de las viviendas, como
también a la adquisición de material indispensable" (El Mundo Nº 460,
29/01/61).
“Trescientos ochenta integrantes del Sindicato Pro Vivienda San Miguel
desde el domingo realizan intensos trabajos en la colina del mismo nombre
ocupada por ellos con el objeto de abrir calles y avenidas [...] Por obligación,
cada una de las personas que se apoderaron de lotes en esa colina,
destinan dos días al esfuerzo común para conseguir la apertura de las
mencionadas arterias [...] Se crearán cuatro avenidas principales cuyo
ancho será de 12 metros y las calles tendrán seis. Existen alrededor de 10
casas entre concluidas y en construcción, pero en todas ellas ya habitan
familias en general menesterosas que levantaron desde los cimientos sus
domicilios. Uno de los afiliados que recibió su lote de 300 m2., un albañil
llamado Erasmo Ortiz, quien con la ayuda de su esposa viene penosamente

181
construyendo ‘el techo que lo abrigará del frio’ [...] su esposa emocionada
dijo: ‘muchas veces sólo comen una vez al día, con el objeto de acelerar la
conclusión de nuestra pequeña vivienda’ (El Mundo Nº 573, 24/06/61).
A fines de diciembre de 1961 el Congreso Nacional aprobó una ley que autorizaba la
expropiación de estas tierras en beneficio de sus ocupantes. La cerrada oposición
municipal a esta disposición ocasionó que los sindicatos pro-vivienda declararan
"enemigo y persona indeseable de las clases humildes de Cochabamba [...] por su
labor obstruccionista" al alcalde Héctor Cossio Salinas (El Mundo Nº 727, 6/01/62).

En su informe anual de labores esta autoridad exponía las razones técnicas y


urbanísticas de su oposición, calificando el proyecto de urbanizar las colinas como
"absurdo y descabellado", fruto de "embozados enemigos del progreso [...] guiados
por un afán demagógico de popularidad no vacilan en comprometer el futuro de la
urbe". El argumento central mostraba que persistía la posición inflexible de defensa
del Plano Regulador como un modelo intocable: “La expropiación importaría anular
el Plano Regulador que ha costado 15 años de trabajo ejecutarlo pues con el se ha
buscado hacer él uso científico de la tierra en relación directa con las necesidades
del armónico desarrollo de la ciudad.” (El Mundo Nº 728, 7/01/62).

Instituciones como el Comité Pro Cochabamba, la Facultad de Arquitectura y otras


se hicieron eco de esta cerrada oposición, calificando la consolidación de la
ocupación de las colinas, como un acto de anarquía urbana. Un editorial de El
Mundo expresaba bien este sentimiento al sostener:

“La presión deformadora de los intereses antisociales ha sido siempre la


causa para que el desarrollo urbano asuma formas anárquicas e irracionales,
al extremo de convertir las ciudades en ambientes impropios para la vida en
su más plena expresión [...] Los estudiantes -de arquitectura-, con la
vehemencia propia de su juventud califican el hecho [...] ‘de increíble suceso
de canibalismo urbanístico, sin paralelo en la historia de las ciudades’. [...]
En todo caso, la promulgación de la ley mencionada, no podrá tener para
Cochabamba sino aciagas consecuencias, será el punto de partida para la
destrucción de un plan que asegura un desarrollo orgánico a la ciudad.” (Nº
738, 19/01/62).
Esta cerrada oposición enardeció a los contendientes: de la guerra de comunicados
se pasó a las amenazas personales, el principal blanco fue el Alcalde Cossio Salinas
(El Mundo Nº 748, 31/01/62) y otras autoridades116.

116 En este clima de beligerancia se vio obligado a dejar su cargo de Director de Urbanismo, el Arq. J.
Urquidi.
182
Pese a todo, la permanencia de los ocupantes de las colinas se fue consolidando.
Sin embargo, todavía en 1965 "aún no se vislumbraba una solución definitiva". El
Decreto promulgado en 1962, expropiando dichas colinas, en el orden jurídico no
surtió efecto, pues los ocupantes no lograron obtener títulos de propiedad (Prensa
Libre Nº 1439, 6/09/65). En realidad el problema se arrastraría por muchos años y
la falta de titulación sólo sería resuelta unas dos décadas más tarde117.

En marzo de 1964 fue promulgada una ley expropiando tierras en las faldas de la
colina de San Pedro, en favor del Sindicato de Inquilinos y la Cooperativa de
Vivienda de esa zona. Sin embargo, sólo varios años más tarde y mediante un
acuerdo amigable con el antiguo propietario, los ocupantes de "El Solterito" -hoy
Barrio de la Concordia, en recuerdo a ese arreglo-, obtuvieron títulos de propiedad.
Otros sindicatos pro-vivienda como los de la Av. América, Pampa Grande, Sarco,
San Sebastián e incluso algunas organizaciones sindicales como las del magisterio,
se enzarzaron en prolongados pleitos con los hermanos Gutiérrez y otros
propietarios que terminaron, también muchos años más tarde, en "arreglos" de
compra-venta no enmarcados necesariamente en la Ley de Reforma Urbana, la
cual, dicho sea de paso, después de la caída del MNR, fue totalmente archivada y
olvidada.

Los propios sindicatos pro-vivienda fueron perdiendo poder de convocatoria en


medio de luchas intestinas, denuncias de malos manejos económicos y el paulatino
distanciamiento de sus bases y sus direcciones, las mismas que trataron de hacer
de este sindicalismo un medio de vida. En todo caso, también los sindicatos de
inquilinos perdieron fuerza, pues sus bases más aguerridas a mediados de los años
1960, se habían transformado en pobladores de la extensa periferia urbana en plena
conformación.

En síntesis: ¿pudo existir otra alternativa para encausar de mejor manera la solución
de los problemas descritos? Creemos que si, pero no hubo la voluntad necesaria
para superar el apasionamiento con que los contendientes defendieron sus
posiciones. Un análisis frio por parte del Municipio, debía mostrar que la cuestión de
la rehubicación de los ocupantes de la colina de San Miguel, -salvo empleando la
fuerza pública, lo que dadas las circunstancias políticas imperantes no era posible-
era impracticable y que, insistir en este aspecto era persistir en una posición no
negociable. Sin embargo, sectores de la opinión pública consideraban que esta
postura irreductible no conducía a ninguna solución adecuada para el interés

117 A fines de 1965, según los datos de un censo levantado por los propios vecinos, la realidad de San Miguel,
era la siguiente: Existían 400 familias e igual número de lotes distribuidos en manzanas concéntricas, las casas
habitadas eran 273 y las en construcción 126. El número total de habitantes del barrio era de 926 personas.
También se mostraba que tanto San Miguel como Cerro Verde eran propiedad de las familias Quiroga Moreno,
Quiroga Vargas, Luis Demartini, Lucio Salazar y herederos de Julio Knaudt (Prensa Libre Nº 1511, 28/11/65).
183
ciudadano, y que en este caso, las autoridades debían mostrar mayor
responsabilidad. Al respecto un editorial de El Mundo anotaba:

“A nuestro juicio, las autoridades administrativas y políticas han cometido en


este problema dos errores fundamentales: a) Ignorar la cuestión, hasta que
se han enfrentado con ella, a través de sucesivas administraciones
comunales, puesto que no otra cosa quiere decir, que ahora se hable de que
los ocupantes del cerro San Miguel pueden recibir lotes en otros lugares, sin
que se hayan precisado estos, no obstante de que el entredicho se viene
arrastrando desde hace cinco años. b) Creer que el problema puede ser
resuelto aplicando la ciencia administrativa, cuando de lo que se trata es de
demostrar la capacidad política del Buen Gobierno.” (Nº 459, 28/01/61).

Otro editorial del mismo órgano de prensa abogaba por una "solución sensata",
haciendo notar que el conflicto no era de naturaleza irreconciliable. Al respecto se
señalaba:

“No podemos menos que suscribir, como todos, la justeza de las


invocaciones urbanísticas en pro de conservar la belleza del cerro de San
Miguel, para solaz y alivio de todas las clases sociales de nuestra población
[...] No obstante creemos que urbanismo y ocupación no son términos
excluyentes entre si [...] el Alcalde debe abandonar su intransigente posición
en contra de las pretensiones del Sindicato Único, y demostrar mayor
sensibilidad social y ductilidad política, poner al servicio de los ocupantes
todos los recursos a su alcance, sus arquitectos [...] en suma intervenir en el
loteamiento y no mantenerse al margen [...] Al parecer el cerro es
suficientemente extenso como para plantar miles de árboles, crear parques
hermosos y paseos [...] y al mismo tiempo admitir la construcción de unos
dos o tres centenares de viviendas.” (Nº 470, 9/02/61).
El propio Sindicato pro Vivienda San Miguel en un manifiesto hecho público en
marzo de 1961, mostraba un temperamento favorable a este tipo de solución, al
señalar:

“A través de un cuidadoso estudio de nuestra sección técnica se aclara que


nosotros no estamos contra la arborización de la Colina San Miguel [...] pero
tampoco tenemos la menor idea de desocuparla [...] sostenemos que la
única solución al problema de la vivienda es aquel que reza en uno de los
proyectos de nuestra sección técnica: se distribuirán 300 ó 400 m2. por cada
familia, de los que se ocupará para edificación de las viviendas sólo 75 m2.
destinándose el resto sagradamente a la plantación de árboles de uso
colectivo [...] Las propiedades no serán divididas por muros de adobe, sino al
184
contrario en forma exclusiva por pinos de cerco, que a través del tiempo
podrán tener diversas formas y adornos de un verdadero parque orgullo de
Cochabamba [...] El anterior manifiesto concluía con un pedido al Alcalde
para que les provea de 50.000 pinos que serían cuidados por los hortelanos
de San Miguel.” (El Mundo Nº 493, 11/03/61).
Lamentablemente esta predisposición no fue aprovechada. El Municipio persistió en
su posición irreductible, evitando cualquier posibilidad de concertación, cuando en
realidad esta era la única alternativa para llegar a la solución sensata que reclamaba
la opinión ciudadana.

La tozudez municipal sólo puede explicarse en el marco de un conflicto de poderes


de contornos ideológicos. La razón técnica y las aspiraciones de modernidad de las
elites citadinas118 habían encontrado en el Plano Regulador de Cochabamba, una
suerte de documento programático y una bandera, que explicaba mejor su visión de
ciudad e incluso, su justificación histórica como clase social comprometida con el
progreso y el avance civilizatorio expresado en el ideal de la “Ciudad Jardín”, en
contraste con las desgraciadas fatalidades que jalonaban sus experiencias en la
gestión de las haciendas señoriales, que estaban por esa época -la década de
1940-, en avanzado estado de decadencia, justamente por la incapacidad de los
grandes propietarios de tierras, para modernizarlas. Es decir, como convertir las
haciendas en empresas agrarias, significaba la transformación de los vasallos
pongos en trabajadores rurales, algo ciertamente inaceptable; la mejor alternativa
para mantener su vigencia como clase, era patrocinar el desarrollo urbano y, en este
contexto, el Plano Regulador, era un instrumento que venía como anillo al dedo, a
tales aspiraciones.

La osadía de las clases sociales consideradas subalternas, que habían subvertido el


orden natural de la sociedad a partir de 1952, intentando, con sus demandas
demagógicas de tierra urbana y vivienda, vulnerar la armonía de la planificación, era
algo que iba más allá de toda tolerancia. Permitir que unas estériles colinas, pero
pigmentadas de verde por el Plano Regulador, se convirtieran en residencia de los
sin techo, era simplemente un insulto. Ello explica la posición del Municipio,
totalmente cerrada a toda solución transaccional. Era inaceptable que la razón
técnica fuera derrotada por la razón social. Era preferible una solución por la vía del
118 En realidad, tales elites, mayormente estaban constituidas por latifundistas que administraban sus
haciendas desde la ciudad, al mismo tiempo que incursionaban en el comercio urbano y en la
especulación inmobiliaria en general, por tanto, su interés en el desarrollo de la ciudad tenía que ver, en
buena medida, con la valorización de sus propiedades urbanas. Dado el incipiente desarrollo industrial,
los empresarios de esta rama eran minoritarios y su compromiso con los problemas urbanos, era más bien
de orden pragmático (mejores dotaciones de infraestructura, vialidad, acceso a los mercados, etc.). Los
profesionales que procedían de estas raíces sociales, encontraron en la Alcaldía de Cochabamba un
importante baluarte para defender su visión particular del desarrollo urbano, tratando de preservar el
Plano Regulador, cual si tratase de una isla, amenazada por la borrasca desatada por las huestes
insatisfechas, que encontraron algún cobijo en el triunfo de la Revolución de 1952.
185
desastre, como sucedió en efecto. Había que preservar el “verde” de las colinas,
aunque fuera solo en los planos de la ciudad.

Inquilinos, pobladores y cuestión urbana: ¿Movimientos sociales o maniobras


políticas?

Una reflexión final necesaria acerca del proceso urbano relatado, no puede dejar de
lado esta difícil cuestión: ¿el impulso que experimentó el crecimiento urbano en los
años 1950 y hasta 1964, fue fruto de un movimiento social urbano genuino o, de
maquiavélicas maquinaciones políticas, en el marco de un amplio campo de
maniobras clientelares?

Para responder esta cuestión e intentar un balance, debemos retornar a algunas


consideraciones teóricas en torno al significado de los "movimientos sociales
urbanos", cuya dinámica impulsó la transformación de no pocas urbes
latinoamericanas. Para Manuel Castells, un asiduo estudioso de esta temática en
diferentes ámbitos:

“Son movimientos sociales urbanos aquéllas acciones colectivas, que


partiendo de las contradicciones urbanas, transforman la lógica dominante
de producción del espacio y de organización de los procesos urbanos [...]
esto nos remite al hecho de que una gran parte, yo diría la mayoría de las
movilizaciones populares, no son movimientos sociales urbanos [...] En este
sentido, un movimiento social urbano, se lo define e identifica realmente
como tal, siempre después, es decir, en función de los efectos que produce
sobre la estructura social urbana, sobre la ciudad, sobre el espacio [...] sólo
aquellas luchas urbanas que producen efectos de transformación en la
estructura urbana, son lo que yo denomino movimientos sociales urbanos”.
(1988: 79).

Según el citado autor los movimientos de protesta urbana parecen surgir y


polarizarse en torno a tres cuestiones:

1. “Las demandas centradas en el ‘consumo colectivo’, esto es los bienes y


servicios directa o indirectamente proporcionados por el Estado.
2. La defensa de la identidad cultural asociada con un territorio concreto y
organizado alrededor del mismo.
3. La movilización política, en relación con el gobierno local.” (1986: 23).
Ampliando estas ideas, otro autor en base a la experiencia europea sugiere cuatro
motivaciones que dieron origen a movimientos sociales urbanos: a) Movilizaciones
por el deterioro rápido y súbito de las condiciones de vida, b) Acciones similares
186
generadas por la amenaza que representa la acción urbanística, c) Procesos de
movilización generados por un déficit constante de la vivienda y d) Acciones de
oposición a las políticas urbanas municipales (Jordi Borja, 1975: 17-18).

No es posible enmarcar el proceso urbano de Cochabamba entre 1952 y 1964 en el


contexto de alguna de estas motivaciones, pues por una parte, las distintas
movilizaciones sociales que tuvieron lugar en este periodo no fueron homogéneas,
y por otra, de alguna forma el Estado, jugó el rol de promotor indirecto de estas
acciones, sobre todo en el periodo 1952-56, cuando razones políticas, como el
nucleamiento de las fuerzas opositoras en los principales centros urbanos del país,
estimularon medidas como la Reforma Urbana que pasaron a operar como factores
de movilización social y apoyo popular al MNR en las ciudades, neutralizando los
riesgos de desestabilización política 119.

No obstante, no es posible afirmar que todos estos movimientos de reivindicación de


tierras y techo, hubieran sido exclusivamente digitados con finalidades de
recompensa política. Por ejemplo, los sindicatos pro-vivienda, con frecuencia
estimularon las rivalidades entre facciones del MNR, de tal suerte que, en tanto
formalmente apoyaban al gobierno, también atacaban y debilitaban la
representación del ejecutivo en el Municipio y en otras instancias.

Para una evaluación más ordenada de este conjunto de situaciones heterogéneas,


es conveniente diferenciar las razones que motivaron movilizaciones sociales en
diferentes momentos y con diferentes motivos, distinguiendo además las luchas por
los alquileres de las luchas por la tierra y el techo propio. En estos términos
podemos distinguir las siguientes situaciones, clasificadas en cinco etapas:

1o. La interpelación del campo a la ciudad.- Transcurre a lo largo de los primeros


meses posteriores a abril de 1952 y básicamente consiste en la "invasión" de las
masas campesinas liberadas por la Reforma Agraria, que protagonizan ocupaciones
temporales de los santuarios urbanos del poder oligárquico, promoviendo
manifestaciones, asambleas y organizando campamentos en plazas y paseos que
otrora constituían "territorios prohibidos" para los aborígenes. Es decir, se trata sobre
todo de actos simbólicos de reafirmación de los valores culturales andinos de las
clases oprimidas y demostraciones del poder social, político y aun militar que
ostentaban en ese momento.

2o. Las luchas por la tierra entre 1953 a 1954.- Se trata en realidad de una

119 Con frecuencia las luchas entre inquilinos y dueños de casa tomaron un tinte político, donde los primeros
apoyaban al MNR y, los segundos eran alineados con las fuerzas opositoras, sobre todo FSB.

187
extensión de las movilizaciones rurales que alcanzan el perímetro urbano de la
ciudad y penetran en su interior en algunos casos. Las afectaciones de la Reforma
Agraria y las dotaciones de tierras suburbanas a trabajadores mineros de las minas
nacionalizadas, dan lugar a verdaderas movilizaciones minero-campesinas y a
tomas pacíficas de tierras de ex latifundistas, todo ello con el manto protector del
Estado que organiza la distribución de lotes, estimulando así las primeras
tendencias de expansión de la ciudad. En la medida en que estas ocupaciones
tienden a afectar a las grandes propiedades urbanas no consideradas afectables por
la Reforma Agraria, el propio Estado precautelando francas transgresiones al
derecho privado, abre una vía legal, a través de la Reforma Urbana, para encausar
esta situación y reforzar el control político sobre las principales ciudades del país.

3o. La Reforma Urbana y la dotación de tierras a los sectores populares.- Entre


la Reforma Agraria de agosto de 1953 y la Reforma Urbana de agosto de 1954, no
existen similitudes, pero sí, algunas coincidencias desde la óptica política. En ambos
casos se trata de encausar por vías legales, procesos de movilización social cuyo
radicalismo intentaba ir más allá del marco del populismo que el régimen gobernante
podía permitirse. Además en ambas situaciones se apela a la alegoría de un Estado
benefactor que redistribuye la riqueza social en términos más justos y equitativos.
En este caso, se trata de traspasar a las masas de inquilinos parte de las grandes
propiedades urbanas acaparadas desde los años 1930, por la acción de un puñado
de ex latifundistas, grandes comerciantes, ex licitadores del impuesto a la chicha,
etc. que acumularon grandes extensiones de tierras en el interior del radio urbano
ampliado convenientemente en 1945. Esta medida tuvo dos efectos diferentes: por
una parte permitió que sectores obreros, empleados públicos y otros organizados
sindicalmente o nucleados en torno a las influyentes federaciones de
excombatientes, acceder a dotaciones de lotes en diferentes zonas periféricas. Por
otra, estimuló la sindicalización de los inquilinos, la mayoría poco interesados en fijar
residencia en los extramuros urbanos, pero muy motivados por defender su derecho
a habitar las zonas centrales. En todo caso, el Estado logró sus fines de neutralizar
tendencias proclives a la ocupación arbitraria de tierras y creó una situación de
desmovilización, a través de ofertas de planes de vivienda, para cuyo efecto creó el
Instituto Nacional de Vivienda. Sin embargo el manejo político de la Reforma
Urbana, minada por prácticas de corrupción administrativa y recursos evasivos para
eludir afectaciones de predios comprendidos en los términos de la Ley, con objeto
de incorporarlos al mercado inmobiliario, terminó agotando esta posibilidad en pocos
años. El saldo resultante es la expansión de una mancha urbana en términos de
extensos fraccionamientos de muy baja densidad y carentes de cualquier servicio, y
donde, la vivienda continuó siendo más un sueño y una aspiración lejana, que una
realidad alcanzable, por lo que, la única opción viable fue sembrar de “medias
aguas” extensas zonas cultivables.

188
4o. Los sindicatos de inquilinos.- La propia Reforma Urbana estimuló el
surgimiento y proliferación de estos sindicatos, que retomaron la dinámica de las
grandes movilizaciones de 1952-53, pero con objetivos bastante más limitados y
hasta conservadores, pues su programa de lucha no planteó una profundización de
la Reforma Urbana, de tal forma que también afectará a los casatenientes y
propiciará la reducción de la extensión de tierra urbana inafectable. Su prédica se
dirigió más bien, a hacer respetar la Ley de Inquilinato basada en las disposiciones
que sobre esta materia emitió el Gobierno Villarroel en 1945. La cacería de
departamentos y cuartos vacíos, que son la expresión más radical de este
movimiento, apenas se dirigió a dotar de habitaciones con alquileres bajos, a
diversos sectores de clase media de ingresos modestos. Por ello mismo, este
movimiento se agotó por si solo en 1956, cuando la Ley de Estabilización Monetaria,
introdujo el liberalismo económico en el juego de la renta inmobiliaria. El saldo fue,
que muchos inquilinos, a cambio de permanecer en las zonas céntricas, se
subordinan a los apetitos de los dueños de casa. Sin embargo otros, que tenían
iguales deseos pero ningún soporte económico, se radicalizaron y organizaron los
sindicatos pro-vivienda.

5o. La lucha de los sindicatos pro-vivienda.- Los sindicatos pro-vivienda que


surgen a partir de 1959, expresaron por una parte el agotamiento de las
posibilidades de la faceta benefactora del Estado del 52 -burocratización de la
Reforma Urbana e inoperancia del INV por extremas limitaciones económicas-, y la
escasa repercusión de las acciones estatales emprendidas a partir de 1954 para
aliviar la escasez de vivienda. Además, los diferentes barrios con viviendas de
interés social carentes de los servicios y las infraestructuras básicas, configuraban,
en realidad, un sistema de segregación social y espacial, es decir, una forma de
expulsión de los sectores de menos recursos a las periferias, antes que una
respuesta mínimamente valida al problema de la vivienda.

El Sindicato San Miguel, a contracorriente de todo lo anterior, planteó la cuestión del


derecho a la residencia en zonas consideradas próximas a los centros comerciales,
en favor de los sectores populares, rechazando la posibilidad ofertada de su
reubicación en zonas suburbanas. Además, a la inversa que los procesos
anteriores, se atrevió a cuestionar la razón técnica contenida en el Plano Regulador
y, tal ves lo más significativo, fue capaz de alcanzar un grado de organización y
cohesión social que no sólo resistió con éxito las presiones políticas, los embates de
la opinión pública y la inflexible oposición municipal, sino que consolidó su posesión
de la tierra, a través de la auto-construcción de habitaciones y del propio barrio, en
condiciones increíblemente difíciles, una vez que, no sólo la sociedad, sino la propia

189
naturaleza -una colina rocosa y muy empinada- dificultaban esta tarea, tornándola
penosa.

No obstante, el Sindicato logró arrancar al poder estatal el decreto expropiatorio de


esas tierras, en diciembre de 1961 e incluso pudo demostrar que las colinas eran
propiedad de grandes propietarios urbanos. Sin embargo, no consiguió doblegar el
pesado aparato jurídico para legitimar su tenencia. De todas formas, la ocupación de
las colinas de San Miguel y Cerro Verde marcaron una alternativa peligrosa de
expansión de la ciudad: el loteo clandestino y la auto construcción de habitaciones o
"medias aguas", es decir, definieron el rasgo esencial que, asumirían unos años
más tarde, las extensas periferias del Sud y Norte de la ciudad.

En conclusión, las movilizaciones urbanas para mejorar las condiciones de vida y


vivienda que promueven los sectores populares entre 1953 y fines de la década de
1950 no pueden ser tipificados como verdaderos movimientos sociales urbanos,
sino movilizaciones populares de alcances más limitados en razón de que:

 Se inspiran en la dinámica de las transformaciones estructurales -Reforma


Agraria, Nacionalización de las Minas, Voto Universal, etc.- que promueve el
Estado democrático burgués sustitutivo del viejo orden oligárquico.
 Están controlados y orientados por agentes políticos del partido gobernante y
la naturaleza de sus reivindicaciones, no sobrepasa el marco de lo que puede
ser tolerado y legitimado por el régimen. Es decir, se trata de apuntalar y
dinamizar iniciativas estatales como la Reforma Urbana o la vigencia de las
leyes de inquilinato inspiradas en las disposiciones de 1945, pero no
contradecirlas y avanzar hacia posiciones más radicales.
 Al presentar estas limitaciones, inconscientemente dichas movilizaciones
proporcionaron un barniz "popular" a otras intencionalidades: la Reforma
Urbana por si misma, pese a tener un sentido redistributivo de la riqueza
social -en este caso el suelo urbano- en favor de grandes masas de
desposeídos, al no articularse a una política clara de desarrollo urbano en
favor de estos sectores, donde la cuestión de la urbanización, la vivienda y
los equipamientos colectivos tuvieran un tratamiento integral, se convirtió en
un instrumento eficaz de segregación residencial y de desalojo pacífico de
grandes contingentes de inquilinos indeseables en las zonas centrales de la
ciudad y que pasaron a poblar la zona Sud y su extensa periferia, sin ninguna
dotación de servicios básicos y consolidando campamentos dispersos que
piadosamente fueron denominados por el resto de los ciudadanos y los
círculos oficiales como "villas", "barrios pobres" o "barrios marginales".

190
Sin embargo, el caso del Sindicato Pro-vivienda San Miguel y otros similares, puede
ser tipificado como un movimiento social urbano en razón de:
 Tratarse de un proceso de movilización por reivindicaciones urbanas
concretas -vivienda y sitios céntricos para residir- que desde un inicio fue
contestatario a las políticas estatales y municipales en materia de
urbanización y vivienda.
 Desenmascarar una política municipal incapaz de conciliar el desarrollo
urbano con los intereses populares. Por el contrario, el Plano Regulador
concebido como un proyecto modernizador de la oligarquía derrotada en
1952, pasa a ser el estandarte de las nuevas élites regionales, de ahí que, la
postura de intransigencia técnica obtuviera un apoyo político y social.
 Introducir en el ámbito urbano, un patrón de consumo del suelo que, más allá
de su irracionalidad técnica y de las consecuencias negativas que ello
ocasionará a la ciudad, no dejó de ser una alternativa popular contraria a la
planificación municipal en materia de urbanización y vivienda, que modificó
sensiblemente la estructura urbana, aunque lamentablemente sin una
orientación técnica adecuada.
 Las luchas de los sindicatos pro-vivienda en los años 1950 y 60 dejaron una
tradición de resistencia en los barrios populares que aún perdura. Las
posteriores juntas vecinales, en muchos momentos, se constituyeron en un
factor de poder y definición de las movilizaciones populares de los años 1970
y 80, aun cuando no llegaron al nivel de un movimiento social urbano.
En fin, las masas de Abril, de una u otra forma, definieron las pautas de
transformación de la ciudad. Por ello, aún es posible percibir el eco de su presencia,
en la bullente zona Sud y en el avance cotidiano de lo popular sobre lo moderno,
que hacen de Cochabamba una ciudad formalmente remozada pero con un espíritu
profundamente mestizo, como un testimonio imperecedero de su compleja
constitución.

Por último, un balance final sobre la relación entre la estructura urbana resultante y
el aparato de poder que emerge como resultado de doce años de vigencia formal de
la Revolución Nacional:

En la ciudad, al contrario que en las áreas rurales, las nuevas élites compartieron el
espacio urbano con los restos de la sociedad hacendal y se adscribieron al
modernismo con respecto al ideal urbano. El Plano Regulador de fines de los años
1940, fue rápidamente adoptado y aplicado, sin tomar en cuenta las
transformaciones económicas y sociales que se operaron en la región a partir de
1952. Por el contrario este instrumento técnico tendió a convertirse en un verdadero
e intocable tabú. A ello contribuyeron una serie de factores, especialmente la
cancelación de la democracia municipal y el surgimiento, en su lugar, de un
191
creciente "burocratismo autoritario", utilizando la acertada calificación de Calderón
(1982).

A partir de esta referencia, es posible comprender, por qué, cuestiones tan


candentes como la penuria de vivienda, los conflictos entre inquilinos y propietarios,
y toda la escalada de especulación de tierras, no obtienen una respuesta pertinente
en el marco de la política urbana municipal120. De esta manera, la propia Reforma
Urbana y las políticas habitacionales, aparecen como elementos ajenos, extraños y
lejanos a la visión municipal del desarrollo urbano, apegado mecánicamente a las
propuestas de los años 1940.

En el marco de esta situación, la movilización sindical de demandantes de tierras


afectadas por la Reforma Urbana y las luchas de los inquilinos, son vistas con
aversión y hostilidad, en la medida en que su práctica urbana amenazaba la
armonía de un hipotético desarrollo urbano equilibrado. Lógicamente, cuando
quedan más o menos explícitos los mecanismos de zonificación y asignación de
espacios urbanos en favor de las nuevas élites, y surgen movimientos como el del
Sindicato Pro-vivienda San Miguel, no sólo se evidencia una abierta hostilidad y una
inflexible postura por velar e imponer un criterio normativo rígido, para resolver una
problemática social, sino además, los transgresores son satanizados y convertidos
en "enemigos del desarrollo urbano", es decir del modelo de desarrollo adoptado,
tanto en el plano municipal como en otros niveles por el gobierno del MNR 121. Por
ello mismo, jamás se barajó la posibilidad de una conciliación entre planificación y
movimiento social urbano, en torno a posibilidades técnicas que preservaran la
doctrina urbanística y, al mismo tiempo, dieran respuestas creativas a la demanda
social.

La conversión de la Reforma Urbana en una operación de relocalización de sectores


de bajos recursos a la periferia urbana y la transformación del centro urbano y la
zona Sud en un gran centro comercial informal, además de la consolidación de
zonas residenciales para las nuevas élites dentro de las concepciones del Plano
Regulador, pasaron a constituirse en los ingredientes de una estructura, fuertemente
marcada por patrones de uso del suelo, que definían las distancias económicas,
sociales y culturales de los habitantes urbanos, en términos de una tendencia
segregativa manifiesta que, rápidamente condujo a los principales protagonistas -las
masas de abril- a una situación de desheredados de la Revolución Nacional y
pobladores del cinturón de pobreza que comenzó a exhibir Cochabamba.
120 Los reglamentos sobre fraccionamientos y divisiones de la propiedad urbana y otros "homogenizan" el
tratamiento de una problemática urbana marcadamente heterogénea donde la concertación, en lugar de la
aplicación fría de la norma, podría resultar más adecuada.
121 Hacia 1960, la derechización del régimen y su claudicación frente a las presiones de EE.UU. eran
evidentes. Tanto en el plano de la economía como en el plano social, se libraba una lucha frontal para barrer
con los resabios del co-gobierno MNR-COB.
192
CAPITULO V
EL DESARROLLO URBANO: UTOPÍAS Y REALIDADES

Municipio, planificación y movilización social

No cabe duda que la década de los años 1950 fue decisiva en la transformación y
crecimiento de la ciudad, no sólo, porque en definitiva desaparecieron los resabios
aldeanos, sino porque, tanto desde un punto de vista demográfico, como de la
constatación técnica de su crecimiento físico, alcanzó, el rango de ciudad exigido
por los patrones de urbanización internacionalmente aceptados.

Sin embargo, el proceso urbano que acompañó a este resultado, como observamos
en el capitulo anterior, estuvo lejos de ser una simple y tranquila operación de
administración y conducción de la dinámica de este crecimiento. En realidad, el
mismo, fue más un producto de contradictorias circunstancias, donde los
componentes institucionales y políticos, la razón y la visión técnica y las fuerzas
sociales, estuvieron lejos de alcanzar algún grado de conciliación. No obstante,
tampoco lo anterior significa necesariamente, que el desarrollo de la urbanización se
dio en medio de una completa anarquía, sino que, los canales que las nuevas
expresiones del poder regional emplearon para materializar su predominio sobre el
ámbito urbano, estuvieron alejados de las prácticas democráticas, y su adhesión al
modelo de ciudad concebido a fines de los años 1940, tuvo más un tono imperativo
que conciliador, de tal forma que la cuestión de "hacer cumplir" e "imponer" la
normatividad del Plano Regulador, tuvo un carácter represivo con relación a los
grupos sociales que no compartían necesariamente estos puntos de vista.

Con el ascenso de la Junta Militar de Gobierno, en 1951, la Alcaldía de


Cochabamba pasó a manos de un "interventor", cancelándose así formalmente la
democracia municipal. Después de abril de 1952, con el retorno de Alfredo Galindo
a la cabeza de la Alcaldía de Cochabamba, curiosamente no se planteó la cuestión
de reponer o encontrar una alternativa a la vigencia del Concejo Municipal122.

La práctica autoritaria en el manejo del gobierno municipal y, la transformación del


burgomaestre en un funcionario del poder ejecutivo, dieron margen a la extrema
precariedad del cargo de Alcalde Municipal, que al ser una autoridad "de facto", dejó
de contar con una base social real, y pasó a depender del favor político, siempre
sinuoso y cambiante. Esto contribuyó al surgimiento de una burocracia municipal
robusta, que paulatinamente, comenzó a manejar el municipio en su propio
provecho, ante la ausencia de una instancia efectiva de control social que en forma
eficaz le pidiera cuenta de sus actos.
122 En realidad, el MNR, considerando que las ciudades se constituían en centros de oposición al régimen, se
abstuvo de democratizar los municipios, convirtiéndolos en apéndices del Ministerio del Interior.
193
El nuevo estilo de gobierno municipal fue el verticalismo. La ausencia de diálogo y
de canales de expresión legítimos que permitieran el debate en torno a los grandes
problemas urbanos, tendieron a que esta burocracia encontrara la justificación de
sus actos en el apego a las normas y ordenanzas. Bajo estas circunstancias los
estudios de planificación urbana existentes con anterioridad a 1952 fueron
rápidamente adoptados sin mayores adecuaciones o evaluaciones, y lo peor, sin
tener en cuenta, en absoluto, la realidad de las nuevas circunstancias sociales y
políticas, en que pasaron a desenvolverse las prácticas urbanas.

En principio (entre 1952 y 1954), las formulaciones de desarrollo urbano contenidas


en el Plano Regulador, resultaron una abstracción para las masas de nuevos y
antiguos ciudadanos movilizados en pos de tierra y techo. Sólo los técnicos y el
aparato municipal se avocaron a la tarea de promover la vigencia y obediencia a los
preceptos del plan urbano, que sin discusión ni mayor consulta o explicación, pasó a
representar el ideal de ciudad del nuevo orden imperante pos 1952. Ciertamente,
esta no era una maniobra de inspiración tecno-burocrática, sino, un procedimiento
cargado de tintes políticos, destinado a favorecer a las nuevas elites, para consolidar
su permanencia en las mejores zonas residenciales y comerciales, y de paso,
participar en expectables negocios de fraccionamiento de tierras, con lo que su
"vocación" por el desarrollo urbano y la modernización de la ciudad, bajo los
términos practicados, se incrementó, especialmente cuando quedó claro que la
"zonificación" de las actividades urbanas, sobre todo las residenciales, más allá de
su racionalidad técnica, se convertían en un eficaz instrumento de diferenciación
social y de valorización especulativa de la tierra urbana.

Bajo estos términos, es difícil sostener la idea de la existencia de una "política


urbana popular" como sugiere Calderón (1982), por lo menos para el caso de
Cochabamba. Sin embargo, es inobjetable el carácter popular del debate sobre la
calidad de la vida urbana y el derecho a un sitio decoroso dentro de la ciudad. Por
ello, resulta pertinente la observación del autor citado cuando señala que:

“Las exigencias de reproducción de la fuerza de trabajo vinieron de las


masas, pero mediatizadas por la política popular de dicho Estado, lo que a
su vez retroalimentó la hegemonía política del MNR en lo urbano, generando
una amplitud de clases-apoyo, a la política global del gobierno.” (1982: 60).
Cabe observar, retornando una vez más al caso de Cochabamba, que no fue el
Municipio, sino al propio Poder Ejecutivo, en forma directa, a través de la dotación
de tierras a los mineros, la Reforma Urbana y el Régimen de Vivienda Popular, el
que encausó estas movilizaciones, haciendo de la satisfacción relativa de los
requerimientos de vivienda, un recurso importante para promover el apoyo político al
194
MNR. Sin embargo, paralelamente, tales iniciativas al encuadrarse en el contexto
del Plano Regulador vigente, definían al mismo tiempo, la constitución y
consolidación de urbanizaciones carentes de los servicios más indispensables y
reforzaban el carácter periférico de los asentamientos populares.

La inexistencia, como se mencionó, de canales orgánicos de participación del


movimiento popular en la definición de la política urbana municipal, hizo inviable la
coordinación de las políticas de desarrollo urbano y la adaptación del propio Plano
Regulador a medidas como la citada Reforma Urbana de 1954. En este caso en
concreto, la inexistencia de un nexo entre política municipal y movimiento popular
impidió conciliar los intereses del desarrollo urbano con las reivindicaciones de tierra
y vivienda. El resultado fue: el despilfarro de tierras distribuidas sin un sentido de
previsión respecto a las necesidades de servicios, áreas verdes y equipamientos de
los nuevos barrios en formación; la expansión física de la ciudad más allá de la
capacidad del municipio para dotarle de servicios básicos; la práctica generalizada
de la auto construcción clandestina de habitaciones como alternativa a la escasa
gravitación del Instituto Nacional de Vivienda y, por último, la invasión de sitios
municipales, administrativa y normativamente dispuestos como "áreas verdes",
"parques", etc., pero en la práctica, mantenidos como terrenos baldíos -muchas
veces convertidos en basurales-, por lo que pasaron a ser calificados por los
sectores populares, ante su falta de compromiso con ese estilo y modelo de
desarrollo urbano que se pretendía, como tierras vacías e insalubres carentes de
una función social reconocida.

No obstante, todo lo anterior no significa que el Municipio fuera inoperante y que


careciera de una política urbana, sino que sus programas de acción, al ser fruto de
decisiones administrativas y técnicas secantes, carecían de una base social y por
ello eran continuamente interpeladas. Pero antes de emitir mayores juicios de valor,
pasemos a observar los hechos concretos.

La Política Municipal de Obras Públicas

El referido régimen de Intervención Municipal que promovió la Junta Militar de


Gobierno a partir de julio de 1951, no sólo anuló la democracia municipal, sino que
paralizó los estudios y proyectos del Plano Regulador de la ciudad. Por ello, una de
las primeras tareas de la administración del Alcalde Alfredo Galindo, a partir de abril
de 1952, fue reestructurar e imprimir una nueva dinámica al servicio de Obras
Públicas de la H. Comuna que quedó reorganizado con las siguientes
dependencias: el Departamento de Ingeniería con las secciones de Electricidad,
Aguas Potables y Alcantarillado, Pavimentación, Desagües Pluviales y Vialidad; y el

195
Departamento de Urbanismo con sus secciones de Urbanismo, Arquitectura,
Catastro, Parques y Ornato.

En suma, la Alcaldía a inicios de los años 1950 mantiene y concentra para si, el
conjunto de recursos y responsabilidades que supone la promoción del desarrollo
urbano. No obstante, ello no significa necesariamente, que en ese momento, el
Municipio pudiera desplegar métodos y recursos eficientes de manejo técnico-
administrativo, que le permitieran definir políticas globales y planificar los
lineamientos de una alternativa de desarrollo urbano, que interpretara las
aspiraciones sociales de los nuevos sectores emergentes que irrumpen en la vida
pública, a partir del triunfo de la Revolución Nacional; sino apenas, la prolongación
rutinaria de un modelo municipal, que dadas las modestas dimensiones -casi
aldeanas- de la ciudad tradicional, podía concentrar el conjunto del aparato técnico-
administrativo urbano sin mucho esfuerzo.

Si bien, desde fines de los años 1940, servicios como el agua potable, el
alcantarillado y otros que dependían de la Prefectura pasaron al Municipio, tales
iniciativas que debían tener un carácter transitorio, en función de la creciente
complejidad que promovía el acelerado crecimiento de la ciudad, al limitarse a un
mero traspaso de funciones, en un momento decisivo para el desarrollo urbano,
dieron por resultado, que en realidad no existiera nítidamente una política municipal
en materia de obras públicas y sí, iniciativas parciales de uno u otro burgomaestre,
en la realización de obras puntuales que no ayudaron a consolidar las líneas
maestras del Plano Regulador ni priorizaron sus objetivos. Esto es lo que revela el
siguiente cuadro:

Cuadro N.º 20
Ciudad de Cochabamba:
Principales obras públicas ejecutadas en el periodo 1952-1964

Años Relación de la principales obras públicas ejecutadas Zonas urbanas favorecidas


1952 * Ejecución de la usina hidroeléctrica La Angostura
* Conclusión del edificio municipal Zona central
* Plazas: Rosendo Peña y 14 de Noviembre Jayhuayco
* Plazuela frente al Tenis Club Zona Noroeste
1953 * Ensanche Av Perú entre Ayacucho y Baptista Zona Central
* Habilitación avenidas Man Césped y América Cala Cala
* Habilitación Av. Abaroa Zona Sudoeste
1954 * Reconstrucción de la planta hidroeléctrica La Angostura
* Construcción de galpones en la Plaza Calatayud Zona Sudeste
* Apertura Av. Papa Paulo (1) Zona Noreste
* Remodelación de la Plaza Colon Zona Noreste
* Habilitación del Parque Zoológico Zona Noreste

196
1955 * Ensanche del canal de aducción de la planta hidroeléctrica La Angostura
* Tendido de redes de agua potable y alcantarillado Zona N.E., Cala Cala, V.
* Inauguración del Centro de Salud Cochabamba Galindo
* Conclusión obra gruesa del Palacio de la Cultura Zona Sudeste
* Depósito de agua en la colina San Miguel Zona central
* Mejoramiento del Paseo del Prado Zona Sudoeste
* Habilitación de parques ribereños al río Rocha Zona Noreste
Zona Noreste
1956 * Arborización de la colina San Miguel Zona Sudoeste
* Apertura de calles y avenidas en zonas residenciales Zona Noreste y Muyurina
* Embellecimiento y modernización de la Plaza de Cala Cala Cala Cala Cala
1957 * Mejoramiento Plaza Barba de Padilla Zona Noroeste
* Mejoramiento de la Av. 9 de Abril Las Cuadras
* Inicio carretera asfaltada a Quillacollo Varias zonas
1958 * Remodelación de la Plaza Guzmán Quitón Zona Sudoeste
* Mejoramiento de la Plaza Cobija Zona Noroeste
* Pavimentación de varias calles Zona Noreste
* Mejoramiento de las plazas Sucre y Busch Zona Noreste y Las Cuadras
* Instalación de la red de agua potable Las Cuadras
* Formación del Parque Infantil Tupac Amaru Zona Noreste
1959 * Remodelación Parque Montenegro y plazas Cobija y S. Sebastián Zonas Noreste y Sudoeste
* Prosecución obras de canalización del río Rocha Zona Noroeste
* Mejoras en la Avenida Villazón y el Prado Zona Noroeste
* Parque infantil en la Plaza Carmela Cerruto Alalay
* Entrega de tribunas del Stadium Departamental (2) Cala Cala
* Tramo de la Avenida de Circunvalación Zona Sudoeste
* Dique de contención de la laguna de Chapisirca Chapisirca
1960 * Trabajos de forestación Zonas Noreste y Sudoeste
* Mejoramiento del alumbrado público con gas de mercurio Zona Noroeste
* Prosecución de obras de asfaltado en el camino a Quillacollo Varias zonas
* Obras de pavimentación de calles Zonas central, N.OE, y N.E.
1961 * Gradería de acceso a la Colina de San Sebastián Zona Sudoeste
* Iluminación plazas Colón, Montenegro, S. Sebastián y L. F. Zonas N.E., N.OE y Cala Cala
Guzmán La Recoleta
* Inicio de obras del Puente Topater
1962 * Entrega del Puente Topater La Recoleta
* Remodelación de la Plaza Sucre Las Cuadras
* Canal aductor de Chusequeri, Escalerani y La Cumbre Cordillera del Tunari
* Obras de pavimentación en el camino a Quillacollo Varias zonas
1963 * Reforzamiento de la estructura del Puente de Cala Cala Cala Cala
* Obras de pavimentación de calles de zonas residenciales Cala Cala y Queru Queru
1964 * Remodelación de la Plaza Constitución Zona Noreste
* Entrega del Hospital Albina Patiño (3) Las Cuadras
* Obras de pavimentación de calles en zonas residenciales Cala Cala, Queru Queru, N.E.
Notas: (1) Parte de esta obra sufrió hundimientos por fallas en su ejecución.
(2) Obra realizada por la Prefectura.
(3) Obra financiada por la Familia Patiño.
Fuente: Elaboración propia en base a Anuarios Municipales 1952-1964. Periódicos: El Pueblo, El
País, El Mundo y Prensa Libre.

197
El cuadro anterior muestra que las obras públicas emprendidas entre 1952-64,
efectivamente, no apuntaron hacia la materialización de los aspectos fundamentales
del Plano Regulador. Exceptuando la ejecución del puente Topater, el ensanche
parcial de un tramo de la Av. Perú, la apertura de la Av. Papa Paulo, América, 9 de
Abril, el asfaltado del camino a Quillacollo y algunas otras vías, siempre en tramos
parciales, o la ejecución de obras de infraestructura básica para el mejoramiento de
la dotación de energía eléctrica, agua y alcantarillado, también en forma parcial; las
obras restantes fueron de menor alcance y respondieron más a la rutina de
administraciones municipales acuciadas políticamente por "mostrar obras", pero
careciendo de un sentido de prioridades, sobre todo para materializar aspectos
importantes del Plano Regulador y que respondieran a una política concreta en este
sentido, y por si fuera poco, constreñidas por recursos económicos siempre
escasos.

La estructura vial propuesta por el Plano Regulador no llegó a consolidarse, sino


muchas décadas más tarde y cuando tales medidas ya resultaban insuficientes para
la nueva realidad urbana. Por ello, importantes propuestas del citado plan urbano,
como el sistema vial del casco viejo, quedaron sin efecto. El propio Departamento
de Urbanismo de la H. Alcaldía, al realizar en 1962, una evaluación de la aplicación
del Plano Regulador reconocía que las obras realizadas de mayor significación se
referían sobre todo a la defensa y consolidación de áreas verdes y de equipamiento
en las nuevas zonas urbanizadas (El Mundo Nº 746, 28/01/62). A esto se podría
añadir, las obras de pavimentación que abarcaron casi la totalidad de las vías en la
zona central y las principales avenidas de los barrios residenciales del Norte y el
Este.

Innegablemente, más allá de las contingencias puntuales que definieron la


realización de unas obras y la postergación de otras por razones económicas o
porque frecuentemente, la sólida argumentación técnica, fue desplazada por la
discutible pero poderosa lógica política; la ciudad en la década de los años 1950 y
primera mitad de los 60, experimentó transformaciones importantes que modificaron
profundamente su imagen aldeana. No obstante, dichas transformaciones no se
dieron en términos armónicos, sino expresando, también en este orden, las
contradicciones y desigualdades contenidas en la nueva estructura económica y
social de la sociedad regional. De esta manera, el porcentaje mayoritario de las
obras municipales, para el periodo considerado, premiaron las zonas centrales y los
nuevos barrios residenciales del Norte, en desmedro de las muy pocas y dispersas
obras en la Zona Sur, y las ciertamente, obligadas inversiones en la infraestructura
hidroeléctrica y de captación de aguas cordilleranas, para mejorar los precarios
servicios de energía eléctrica y de distribución de agua potable, que igualmente no
beneficiaban a la totalidad de la población.

198
La planificación urbana: el desfase entre la prédica y la práctica

Los conflictos que afloran en este periodo en torno al problema de la vivienda al que
hicimos referencia en el capítulo anterior, tal vez se constituyen en la expresión
principal de esta difícil transformación, donde como hicimos mención, la ausencia de
una alternativa de participación democrática de las distintas instituciones y grupos
sociales en el planeamiento urbano, dio lugar a estériles, desgastantes y
perjudiciales enfrentamientos entre los técnicos que pasan a encarnar la voluntad de
hacer cumplir el Plano Regulador y diferentes sectores de población inmersos en un
cúmulo de carencias de vivienda, servicios, empleo, etc. que no encuentran en este
instrumento y en la argumentación sobre las bondades del modelo urbano
adoptado, la respuesta urgente a sus vicisitudes cotidianas.

Un editorial de El Pueblo en 1958, de alguna forma daba curso a la expresión de


estas preocupaciones cuando se manifestaba que en materia de obras públicas era
necesario no exaltar excesivamente "el lado ornamental, la fachada diríamos", sino
"lo fundamental", es decir, todo aquello que atañe a la vida misma de la población y
al mejoramiento de sus difíciles condiciones de existencia, sobre todo en lo que
hace a los servicios básicos. Este punto de vista, sin duda harto polémico, desde la
óptica técnica imperante en ese momento, esbozaba la siguiente argumentación:

“La ciudad está creciendo en forma verdaderamente sorprendente y los


barrios suburbanos densamente poblados significan un progreso efectivo
que no debe ignorarse [...] una vez que desaparezcan los muladares del
centro de la ciudad, una vez que estén eliminados los suburbios, una vez
que se provea agua a todos los barrios, que se asfalten las calles principales
de acceso a la capital, que se ponga alcantarillado donde hace falta, y se
asegure así la higiene, es decir la vida de la población, deberán
emprenderse recién los trabajos de carácter ornamental sin los cuales la
población puede vivir, pero no sin aquellos. El problema debidamente
enfocado es de sencilla solución [...] Hay que comenzar por el principio [...]
Hay que dar a estas obras la prioridad que tienen.” (El Pueblo, Nº 1.630,
5/10/58).
Los problemas de la ciudad de Cochabamba no eran distintos a los actuales, y se
sintetizaban, en el inadecuado servicio de agua potable, alcantarillado, energía
eléctrica y pavimentación. Indudablemente estos problemas tendieron a agudizarse
en el marco de las transformaciones económicas y sociales propiciadas por la
Revolución de 1952. La recomposición de las fuerzas sociales y los poderes
locales, la emergencia de nuevas élites regionales, la expansión de la economía de
mercado y, como se verificó anteriormente, la ampliación de la pobreza campesina y
el atraso rural, impactaron sobre la ciudad y atrajeron grandes contingentes de
199
población migrante, provenientes de las áreas rurales, las minas, los ámbitos
urbanos provinciales y extra regionales que definieron pautas de transformación
muy diferentes a las sugeridas por el modelo teórico de desarrollo urbano. Al
respecto se anotaba:

“Como efecto del periodo revolucionario que advino después del 9 de Abril de
1952, se ha producido una migración de las provincias hacia la capital,
especialmente después de la agitación campesina y la dictación de la Ley de
Reforma Agraria. La ciudad no estaba preparada para alojar semejante
población y como resultado de ello, se han creado muchos problemas que
no parecen alcanzar ninguna solución. El pasado año no se contaba con
agua para las premiosas necesidades. El remedio temporal del alumbrado
privado y público está lejos de significar una solución a la escasez de energía
eléctrica [...] Más de sesenta mil personas están lejos de poseer agua, luz y
alcantarillado. El proyecto de Chapisirca importa para su ejecución ocho
millones de dólares, suma astronómica en relación a los magros ingresos de
la Alcaldía que no pasan de ochocientos mil dólares anuales. Es remota la
posibilidad de dotar de los servicios públicos a la población que
paralelamente crece en forma incontenible.” (Prensa Libre Nº 771, 13/06/63).
Haciendo un breve paréntesis, que permita contrastar mejor no sólo el creciente
desfase entre un Municipio con escasos recursos y un crecimiento urbano de
características onerosas, sino la sensible distancia que comienza a verificarse, entre
modelo de urbanización planificada y ciudad real, es pertinente recordar algunos de
los aspectos esenciales del Plano Regulador vigente en ese momento: Para ello nos
vamos a referir a la obra del Arq. Jorge Urquidi (1967) y a las consideraciones del
Arq. Franklín Anaya, (1965: 38 y siguientes.)

1. La estructura física urbana que propuso el Plano Regulador, reposaba en el


criterio de un núcleo central o "city" constituido por el casco viejo remodelado
y modernizado, en torno al cual se articularían "unidades vecinales".

2. Cada unidad vecinal, de acuerdo a su extensión y densidad, podría contener


entre 15 a 20 mil habitantes. La "city" o centro urbano (el casco viejo), sería el
centro de trabajo de las unidades vecinales del denominado "primer anillo",
situadas a media hora de recorrido peatonal a partir de la Plaza de Armas.
Las unidades vecinales del "segundo anillo" más distantes, tendrían sus
propios centros de trabajo, abastecimiento y comercio, etc. es decir tendrían
relativa autonomía123.
123 Se consideraba que cada "Unidad Vecinal" debía contener los elementos que permitan su existencia
autónoma dentro del organismo urbano, incluyendo por tanto en cada una de estas, además de residencias,
establecimientos comerciales, administrativos, de educación, abastecimiento, salud, pequeña industria
compatible, etc. (Urquidi, 1967).
200
3. El sistema vial propuesto, comprendía un sentido de jerarquización y
funcionalidad de las vías, distinguiéndose un sistema orgánico de vías
principales o dominantes, que deberían delimitar a las unidades vecinales,
otras de penetración desde el ámbito regional, otras que conectarían zonas
urbanas entre sí, otras secundarias de carácter zonal o distrital y en fin, otras
peatonales. En suma lo más importante se refería a la existencia de:

Anillos de circunvalación: Se consideraban tres anillos, cuya misión era evitar


la penetración profunda y brusca del tránsito pesado o rápido proveniente de
las carreteras interdepartamentales y distribuirlo, sin crear congestiones, a
las distintas zonas de la ciudad. El "Primer Anillo" debía rodear el Casco
Viejo, conectando entre sí, las terminales ferroviarias, de buses, el gran
mercado de ferias y el Stadium Departamental. El "Segundo Anillo" o anillo
intermedio debía enlazar las unidades vecinales con el Aeropuerto, el
Cementerio, el Hipódromo, el Country Club y una proyectada Zona Industrial
en el Sud. El "Tercer Anillo" finalmente, debía delimitar el radio urbano y
vincular a las zonas semirurales o suburbanas entre sí.

Avenidas radiales y ejes: Debían permitir el movimiento centrífugo y


centrípeto de la ciudad, ingresando hasta el "Primer Anillo" de circunvalación
y enlazando la ciudad con Quillacollo y Sacaba.

4) La zonificación que debía corresponder al modelo urbano descrito, definía en


el Casco Viejo, la existencia de un distrito administrativo y zonas comerciales,
que de acuerdo a su jerarquía e intensidad, serían de 1ra. y 2da. Clase. En
las unidades vecinales, se desarrollarían zonas residenciales.
Particularmente en la zona Sud se contemplaban actividades artesanales y
áreas de residencia económica. Además se contemplaban áreas verdes,
áreas de equipamiento, y otros.

5) Todo este conjunto de propuestas era encausado en su realización, sobre


todo en lo que respecta al uso del suelo y la consolidación de las nuevas
zonas urbanas dentro del perímetro definido por el Plano Regulador; por un
cuerpo normativo (reglamentos generales de construcción y urbanización)
que definían el carácter de las edificaciones según diferentes zonas, el perfil
de las vías, la superficie de los lotes, las líneas de rasante, incluyendo fajas
jardín y retiros laterales, las alturas de los pisos, las servidumbres, las
edificaciones auxiliares. etc. además de establecer el régimen de cesiones a
dominio público y las condicionantes técnicas a que debían sujetarse las
nuevas urbanizaciones124.
124 Para un detalle más amplio y completo, ver: Urquiudi, 1967 y 1986.
201
A la ejecución planificada, armónica y oportuna de esta propuesta, que debió darse
en el marco de una política general de desarrollo urbano de largo aliento, que debía
aplicar el Municipio a partir de los años 1950; no sólo se opusieron circunstancias de
tipo político y social, como las relatadas en los capítulos anteriores, sino, la crónica
escasez de recursos, y sobre todo, la vigencia de una estructura política y
administrativa municipal, que no sólo no asimiló la importancia del Plano Regulador,
sino, que ni siquiera se identificó, por lo menos parcialmente, con éste; pero sí lo
utilizó, sin mayor rubor, para el ejercicio de prácticas de prevendalismo, politiquería
intrascendente y promoción -en base a pequeñas o fragmentarias obras y
realizaciones- de ciertas figuras ediles y esquemas político-partidarios que tomaban
al Municipio como un peldaño más en el logro de objetivos subalternos. Sin
embargo, también la gestión del plan, manejado dentro de una estrategia de
"defensa a ultranza", a la manera de una tortuga que esconde la cabeza dentro de
su caparazón, cuando las cosas no salen como le conviene, impidió el surgimiento
de alternativas que hubieran podido sustentarlo más eficazmente, al ganar una base
social comprometida con un desarrollo urbano viable. En fin, la ausencia de medidas
como:
 La adecuación de la propuesta técnica a las nuevas circunstancias políticas
que vive el país, la región y la ciudad, a partir de 1952,
 La ejecución del Plano Regulador con la participación de todos los sectores
ciudadanos, para canalizar sus reivindicaciones y adecuar las políticas de
planificación a la realidad social imperante, rompiendo con el modelo
autoritario y burocrático,
 La definición de políticas de ejecución de obras públicas, que fueran
expresión de los intereses técnicos y sociales, que operando conjuntamente,
propiciaran la ruptura de las pequeñas realizaciones cortoplacistas y
clientelistas.

En ausencia de todo lo anterior, resulta obvio, que no sólo la razón técnica fuera
frecuentemente arrollada y avasallada por la presión política, sino que resultó
imposible, sustentar un desarrollo urbano teóricamente consistente, pero
inadecuado para la compleja realidad imperante. Por ello, su materialización fue
fragmentaria, propició el desarrollo desigual de la ciudad, y no pudo evitar la
persistencia y ampliación de los problemas que aquejaban a esta en los años 1930
y 40, así como la aparición de nuevas situaciones conflictivas.

Por otro lado, incluso los gestores del Plano Regulador no tuvieron la oportunidad, y
tal vez, la voluntad, para hacer realidad partes esenciales de la propuesta urbana,
como ser, por ejemplo, las Unidades Vecinales, que desde un punto de vista
conceptual eran correctas, pues se proponía descentralizar la excesiva
202
concentración de funciones comerciales, de servicios y administrativas en el Casco
Viejo, en favor de la creación de módulos descentralizados con estas actividades, en
torno a las cuales se aglutinarían las funciones residenciales, de tal manera que
cada Unidad Vecinal (o barrio) gozaría de relativa autonomía para satisfacer sus
necesidades diarias, creando esta alternativa, no solo una relación menos
imperativa con las zonas centrales, sino una intensidad de tráfico periferia-centro-
periferia menos intensivo.

Se trataba sin duda, de una propuesta de transformación del modelo centrípeto de


ciudad o mono céntrico que se imprimió a la Villa de Oropeza desde su fundación,
por otro policéntrico, seguramente más gratificante y amigable con las frágiles
condiciones ambientales del Valle Central. Sin embargo, como todo esto quedo en el
discurso, el resultado fue la permanencia de la estructura urbana histórica, con la
distorsión de dos centros antagónicos (la Plaza de Armas y La Cancha), en torno a
los que giran barrios-dormitorio desordenados que exhiben diferentes grados de
segregación residencial y social. En síntesis, el Plano Regulador, sin duda,
contradiciendo el deseo de sus creadores, no pudo convertirse en un instrumento
significativo del desarrollo urbano y el bienestar ciudadano, sino en un medio
propicio para expandir el mercado de tierras, hasta más allá de los horizontes
soñados por los propios loteadores.

El desarrollo urbano: Un sistema de premios y castigos

No resulta sorprendente que el estandarte del desarrollo urbano, tan ampliamente


utilizado, para dar un marco de credibilidad a multitud de emprendimientos cuya
prioridad e importancia era más que discutible, finalmente, diera curso a una
transformación de la ciudad que conceptualmente respondía, más a la realidad de
un crecimiento acelerado, pero simultáneamente, desordenado y contradictorio, que
a un proceso de desarrollo propiamente, donde estaba implícito el sentido de
equilibrio, armonía y justa redistribución de los beneficios al conjunto de la
población.

Un síntoma claro de esto último, eran los problemas que atingían a amplios sectores
de población, sobre todo la que habitaba las nuevas zonas urbanas. Resaltaba con
nitidez, que la "modernización" de la ciudad era algo relativo, que apenas
involucraba a un segmento del ámbito urbano. En materia de servicios básicos:
pavimentación, agua, alcantarillado, energía eléctrica, alumbrado público, acceso a
equipamientos -abastecimiento, educación, salud, etc.- y a medios de transporte
adecuados; apenas el casco viejo que se había beneficiado con este tipo de obras
desde los años 1920, y excepcionalmente, algunos ejes de penetración a zonas
residenciales nuevas, presentaban rasgos que podrían ser incorporados a una

203
condición más o menos tolerante de desarrollo. Dada su excepcionalidad y la
implicación socio económica e ideológica que asumía este hecho, el mismo, podría
considerarse, como una suerte de premiación, a los desvelos renovadores de las
élites que habitaban el casco viejo y algunos barrios de la zona Norte de la ciudad.
En tanto su opuesto, la precariedad en todos los órdenes -como una suerte de
castigo-, era el rasgo dominante que caracterizaba el crecimiento del resto de la
ciudad.

De ahí, surgía una sustancial diferencia en la forma como los ciudadanos concebían
el desarrollo urbano: en tanto para unos, incluidos los propios técnicos, sectores
amplios de las capas gobernantes y la opinión pública que habitualmente se
expresa por medios de prensa, se trataba de modernizar los antiguos ropajes
urbanos, en función, por ejemplo, del próximo Cuarto Centenario de Fundación de la
Ciudad, poniéndose énfasis en la realización de nuevos edificios, parques públicos,
mejoramiento del ornato, etc. Para otros, -los más- se trataba de dar respuesta a
necesidades vitales -agua, alcantarillado, saneamiento ambiental, vivienda, etc.-.
Por tanto, con frecuencia estas dos formas de ver el desarrollo urbano, entraban en
conflicto y entredicho, sobre todo, cuando se observaba que los magros recursos
para ejecutar obras públicas, tenían más un sentido de realce de la estética de las
zonas urbanas más favorecidas. Observemos algunos rasgos de estas
concepciones:

La visión técnica, apegada a los principios universales del urbanismo moderno,


privilegiaba en su análisis valores relativamente abstractos como "el desarrollo de
las funciones de la vida colectiva", referidos a que más allá de la vivienda, existía un
espacio urbano de vías y ámbitos públicos -áreas verdes, plazas, parques, etc.- que
resultaban tan vitales como la cuestión del alojamiento, al respecto se argumentaba:

“La función de habitar no se concreta a permanecer dentro de la vivienda,


sino al cumplimiento de otras necesidades biológicas, tales como las del
consumo de alimentos, la exposición al aire, a la luz y al calor del sol, la
recreación y la práctica de los deportes, la educación de los niños, las
relaciones sociales, la cultura (...) necesidades que además de la vivienda,
requieren de otros elementos de uso común (...) En el caso de nuestra
ciudad, si consideramos que las necesidades de espacios públicos
solamente para escuelas sobrepasan las cien hectáreas (...) Veremos que
las áreas verdes segregadas en el Plano Regulador resultan más bien
cortas.” (Prensa Libre Nº 1211, 4/12/64).
En contraposición a esta argumentación unos vecinos de Queru Queru y Aranjuez
argumentaban:

204
“Los técnicos y entendidos rehuyen considerar la escasez de grandes
extensiones de terrenos urbanos para viviendas, hecho innegable que obliga
a hacer uso irracional de las áreas verdes (...) si el plano (regulador) señala
ya con su dedo acusador sectores ocupados por gente del pueblo, como
futuras áreas verdes ¿porque no se consideró al faccionar el plano, la
solución que se iba a dar a esos casos? No solo es cuestión de planificar,
porque los terrenos que poseen los perjudicados no pueden ser construidos,
hipotecados ni vendidos (...) ¿Cuántos años estará esa gente en tales
condiciones inhumanas? (...) Por eso sostenemos que se quiere embellecer
la ciudad exagerando en la zona Norte donde estará el gran Parque Tunari, a
costa de gente, en su mayoría pobre y humilde, que necesita conservar su
techo? ¿Tenemos razón?” (El Mundo Nº 1226, 22/12/64).
Al margen de que, detrás de los argumentos de los vecinos, se escondieran los
intereses de grandes propietarios afectados por proyectos como los de creación del
Parque Tunari, era incuestionable que existía una brecha entre la importancia de los
proyectos y obras programadas y las prioridades que identificaban los vecinos de
diferentes zonas sometidos a los rigores de innumerables carencias. Veamos
algunas expresiones ciudadanas recogidas por la prensa, respecto a este último
aspecto. “En 1959 se afirmaba que los problemas vitales de Cochabamba se
resumían en: agua, energía eléctrica y alcantarillado y se reconocía que el Municipio
no tenía capacidad económica para resolver estos problemas, sino apenas para
mitigarlos en forma precaria y parcial” (El Mundo No. 61, 27/08/59). El mismo
órgano de prensa en 1961, remarcaba que:

“Cochabamba no se distingue precisamente por su limpieza, pero si


sobresale por la basura acumulada en sus calles, sus alcantarillas
malolientes, propaganda política en las paredes de sus casas y un
sinnúmero de otros detalles que causan pésima impresión [...] Aparte de todo
lo enumerado hay otro problema que se torna cada día más agudo y que
como los demás, tampoco favorece en nada a la ciudad. Se trata del
deficiente servicio de locomoción colectiva urbana”. (Nº 567, 17/06/61).
Artículos y editoriales de prensa con este tenor o expresiones similares, son
frecuentes y hasta rutinarios. Estadísticas de fuente municipal revelaban en 1962,
que en la ciudad unas 50.000 personas, de una población estimada en 110.000
habitantes, no tenían acceso a agua potable y otros servicios (Prensa Libre Nº 337,
13/01/62). Un documento elaborado por el Alcalde Héctor Cossio Salinas, con la
colaboración de Nivardo Paz y Leónidas Calvimontes, con el objeto de tramitar
préstamos del BID, señalaba que la situación de los servicios básicos en
Cochabamba era álgido, sucediendo otro tanto con el problema de la basura, que ya
no sólo era un problema de ornato, sino social por repercutir en la salud pública. Se

205
reconocía que la imprevisión y el empirismo de anteriores administraciones, así
como "el extraordinario crecimiento de la población en los últimos años" habían
provocado este estado de cosas (Prensa Libre Nº 361 y siguientes, 11/02/62)125. Con
relación a este último aspecto se desarrolló un criterio crítico respecto a la situación
del Municipio, que apuntaba a resaltar la extrema contradicción entre una situación
de continua penuria económica para enfrentar la problemática urbana y una
frondosa burocracia que esquilmaba estos escasos recursos. A este respecto un
editorialista reclamaba que:

“La comuna necesita desligarse de la tremenda carga de 1.002 jornaleros


que, en gran porcentaje están ya inhabilitados para el trabajo por razones de
edad y estado físico. No es posible que una institución sin presupuesto
saneado tenga que arrastrar la responsabilidad de sostener tan frondoso
núcleo burocrático en el que se incluyen a 400 funcionarios de planta”
(Prensa Libre No. 640, 3/01/63).
Un otro editorial profundizaba aún más en la cuestión de la crisis institucional y de
gestión del Municipio al apuntar certeramente que:

“La falta de recursos económicos para cubrir las crecientes necesidades de


la población y la inestabilidad en el ejercicio del cargo de Alcalde Municipal
(determina que) las autoridades del supremo Gobierno actúen con criterio
esencialmente político en la selección de las personas que deben dirigir la
Alcaldía Municipal, sin tamizar más méritos y deméritos que los
estrechamente correlacionados con el interés del partido oficial. De esta
forma se relega a segundo plano los complejos problemas que se van
acumulando sin posibilidad de solución inmediata [...] Entretanto la población
tiene que sufrir las consecuencias [...] Miles de hogares viven dentro de la
periferia urbana al margen de los beneficios de agua potable y alumbrado
eléctrico. Numerosas calles se encuentran sin asfalto y no existe la
posibilidad de que la Comuna afronte este problema en un plazo breve.
Zonas integras no disponen de servicio de alcantarillado. El desaseo de la
ciudad es deplorable, en fin, los alcaldes han echado al olvido que entre sus
atribuciones figuran la atención y la vigilancia de los servicios públicos.”
(Prensa Libre Nº 1092, 7/07/64).

125 Un punto de vista diferente planteaba sobre esta cuestión lo siguiente: "El desajuste del mecanismo
administrativo municipal comenzó en el momento en que se incorporaban al radio urbano nuevos sectores, a
través del irracional loteamiento de terrenos, sin imponer a los propietarios que ostentan pingues beneficios
económicos con su venta, el cumplimiento previo de ciertas normas contempladas en Ordenanzas que no
tienen aplicación práctica. Naturalmente como consecuencia de este crecimiento de la ciudad se han
agudizado los problemas" (Prensa Libre No. 640, 3/01/63).

206
No cabe duda que el desarrollo urbano y, en general, los problemas de la ciudad
eran algo secundario en relación a las prioridades políticas. Las soluciones
integrales o de fondo no estaban en estos cálculos, ya sea por que excedían los
escasos recursos que el Estado estaba dispuesto a erogar en la región, como,
porque tales soluciones superaban el reducido margen de posibilidad y vigencia
política que les podía permitir un cargo jerárquico que no necesariamente era fruto
de la competencia profesional, sino del favor político partidista. Un caso típico a este
respecto fue la visita que realizaron a Cochabamba en 1964, personalidades como
el General Charles de Gaulle, Presidente de Francia y el Mariscal Joseph Broz
(Tito), Presidente de Yugoslavia. En esta coyuntura, el Gobierno Central destinó
fondos "para hermosear un poco la ciudad, especialmente en el trayecto del Prado a
Portales". (Prensa Libre Nº 2001, 17/07/64). Con este motivo, la Plaza de Armas se
favoreció con un justo remozamiento abandonando -merced al oportuno pintado de
las fachadas que la delimitan- su tradicional aspecto de obra antigua y mal
conservada. En la misma forma fueron favorecidos algunos paseos y sobre todo la
avenida de acceso a Portales y la Plaza de la Recoleta, que fueron el punto de
referencia inicial, del posterior progreso de Queru Queru.

Tales acontecimientos, finalmente dieron margen a que comenzara a despertar el


adormecido sentimiento regional: en 1962, salió a luz lo que podría considerarse
como un primer manifiesto de carácter cívico de que se tenga noticias126, suscrito por
el Cnl. Humberto Costas y Eduardo del Granado, a nombre de un "Centro de
Defensa Nacional", que calificaba la situación de Cochabamba como "pavorosa,
dentro del cuadro dramático de miseria, disolución y hambre que padece toda la
nación". Al respecto de los problemas urbanos se precisaba:

“En cuanto a los servicios públicos de Cochabamba, nadie ignora tampoco


su calamitoso estado, sobre todo de los más esenciales como son los de
suministro de agua potable y energía eléctrica, de salubridad e higiene y de
enseñanza pública. Basta decir que en la capital de nuestro departamento,
hasta hace poco la segunda ciudad de Bolivia, se carece de agua realmente
potable [...] pues el agua que consumimos como bebida tiene contaminación
de bacterias por lo que fue calificada de "no potable" [...] Por otra parte hay
barrios enteros en que escasea en forma crítica el vital elemento. Respecto
a la energía eléctrica [...] en lo concerniente a la ciudad de Cochabamba
hace tiempo que por su insuficiencia venimos sufriendo restricciones y
racionamientos continuos [...] tratándose del estado sanitario de nuestra
población, sabido es que ella vive aquejada por el flagelo de múltiples
enfermedades y epidemias [...] una repartición como la Asistencia Pública no
126 Si bien, el Comité Pro Cochabamba desde 1930, emitía regularmente comunicados, estos no tenían el tono
de reclamos y reivindicaciones ni abordaban la problemática regional a profundidad, sino puntualizando
problemas diversos y generalmente insustanciales, en forma más o menos dispersa.
207
dispone para casos de emergencia ni siquiera de algodón o gasa [...] En
realidad como alguien dijo, nuestro pueblo sobrevive aun milagrosamente
quizá por la bondad de su clima [...] ¿Y qué decir de la situación
educacional? [...] buena parte de los alumnos de nuestros colegios fiscales
reciben todavía sus clases sentados en el suelo, sobre piedras o adobes y
frecuentemente a la intemperie por falta de aulas y mobiliario [...] Tal es el
panorama desolador de Cochabamba..” (El Mundo Nº 892, 29/07/62).
Puntos de vista similares expresados editorialmente, y seguramente por otros
medios, comenzaron a ser frecuentes, al punto que el Comité Pro Cochabamba, una
institución sumida en sueño invernal desde 1952, también dejó escuchar su
preocupación, abandonando su postura de portavoz de los sectores más
conservadores. Al respecto señalaba, cuidando de dejar muy en claro el motivo del
problema al que hacía alusión: “Que Cochabamba se sacuda de su letargo y piense
que para el ‘Cuarto Centenario de su Fundación’ ofrezcamos al país una ciudad
capitalina digna de su pasado histórico, orgullosa de su presente promisorio y
esperanzada de su futuro progreso y bienestar” (Prensa Libre Nº 1284, 28/02/65).

Naturalmente las obras prioritarias que reclamaba el Comité eran: agua potable,
alcantarillado, electrificación y, además, el asfaltado de la carretera de penetración al
Chapare. En términos parecidos o similares se pronunciaban en 1965, diversas
instituciones como el Obispado, el Rotary Club, la Cámara Junior, el Club de
Leones, etc. (Prensa Libre Nº 1400, 20/07/5), vislumbrando el nuevo rumbo que
tomarían las reivindicaciones regionales a partir de la segunda mitad de los años
1960.

Bastan y sobran los testimonios anteriores para ofrecer una idea de la problemática
urbana, y de la distancia que existía entre los ideales de desarrollo urbano que
ofertaba el Plano Regulador y la situación de subdesarrollo que caracterizaba la
transformación y ampliación física de la ciudad. No obstante para evitar que los
problemas relievados se mantengan en el nivel de un dato abstracto y
aparentemente homogéneo, dirigiremos nuestra mirada, para concluir esta parte,
hacia la situación de diferentes barrios apremiados por requerimientos no
satisfechos, y que, configuraban el extenso ámbito urbano postergado o "castigado"
con innumerables penurias, en contraste con los comparativamente escasas zonas
"premiadas" con servicios públicos y equipamientos básicos. Dejemos entonces,
que sean los propios protagonistas quienes ofrezcan algunos testimonios:
En 1958, los vecinos del Barrio Obrero, próximo a La Pampa, o actual mercado de
ferias, señalaban al Alcalde Aníbal Zamorano lo siguiente:

“Ante la angustiosa realidad que experimentamos todos los días de nuestra


vida otra vez apelamos a su autoridad [...] concierne nada menos que a la
208
falta absoluta de agua que en el Barrio Obrero nos aqueja a 50 familias, sin
que nuestras clamorosas reclamaciones hayan logrado una solución
definitiva en cerca de 10 años de penosos trámites.” (El Pueblo Nº 1611,
12/09/58).
En 1959 los vecinos de Mayorazgo y Sarco, en conocimiento de que la Comuna
realizaría trabajos de mejora del alumbrado público, en zonas ya servidas, con la
introducción de luminarias de gas de mercurio, señalaban:

No cree Ud. señor redactor, que en vez de embellecer el centro de la ciudad


se debe primero atender las necesidades urgentes del pueblo? En vez de
gastar ese dinero en una nueva instalación lujosa por qué no se dota de luz a
los barrios suburbanos? En Sarco y Mayorazgo vivimos en medio de las
tinieblas [...] Pero ademas -agregó otro vecino-, necesitamos con suma
urgencia la construcción de un mercado [...] la ampliación de la línea de
colectivos hasta el Barrio Minero [...] La dotación de agua potable...” (El
Pueblo No. 1757, 11/03/59).

Ese mismo año, las demandas de la Zona Sud, encontraban un canal de expresión
en el Jefe del Comando del MNR de dicha zona, que invitó a periodistas a que
verificaren personalmente los siguientes problemas:

“El barrio que resulta ser la cenicienta de la H. Alcaldía por la inmundicia


maloliente que abunda en las calles Brasil, final Lanza, Punata y otras [...]
constituye una afrenta para el progreso urbano de la ciudad [...] La serpiente
negra, que así se llama el canal de desagüe de la Laguna de Alalay, bordea
precisamente por un barrio cuya población sobrepasa los 2.000 habitantes.
Es un canal de heces que constantemente envenena la atmósfera con las
emanaciones pestilentes haciendo intolerable la vida en aquella parte de
nuestra ciudad [...] La acera Este de la plaza Calatayud y las nuevas
edificaciones que se extienden en dirección al cerro de San Miguel carecen
del servicio de alcantarillado. Hay caserones [...] donde viven 50 familias [...]
toda esa gente ha convertido la calle en mingitorio público [...] durante los
días de feria la gente paga la suma de 2.000 Bs. para utilizar el servicio
higiénico si así puede llamarse un inmundo corral [...] Nada diremos del
estado en que se encuentran las calles cubiertas de basurales, lodo y tierra.
La gente en pleno centro se va resignando a vivir sin agua y luz. A tres
cuadras de la plaza de Caracota hay viviendas que no tienen estos dos
elementales servicios [...] A las calamidades anteriores hay que añadir el
grave peligro de la delincuencia.” (El Pueblo No. 2946, 5/12/59).

209
En 1963, el panorama descrito se mantenía invariable en la zona Sud: Al respecto
se recogía este testimonio:

“Con la caída de las últimas precipitaciones pluviales la continuación de la


calle Esteban Arce que va a las Villas, la General Mariano Melgarejo y las
arterias denominadas "A", "B", "C" y "D" y otras, simplemente ya no pueden
llamarse calles, sino lugares donde el transeúnte puede aparecer "clavado"
en el lodo, en los charcos, en los hoyos llenos de agua maloliente y en la
basura, y donde los vehículos como camiones, automóviles, inclusive los
"Jeeps" modernos están destinados a romper sus ejes, muelles y su
carrocería [...] en la calle Melgarejo un camión no podía salir del fango. Su
dueño entre sudoroso e indignado expresó: "esta calle más parece un
infierno de barro" [...] Por otro lado se vio gran cantidad de basura [...] donde
los perros buscaban los desperdicios para satisfacer su hambre [...] Las
amas de casa como no hay agua en esos barrios, se abastecen de ese
líquido después de recorrer largas distancias [...] El rio que cruza la línea
férrea Cochabamba-Santa Cruz y la calle Esteban Arce es un verdadero foco
de infección.” (El Mundo Nº 1095, 21/04/63).
Pero no sólo los barrios populares presentaban condiciones tan desastrosas,
también los nuevos barrios residenciales sufrían esta extrema crisis de salubridad:

“En las proximidades de la plaza Sucre existen no menos de seis sitios


convertidos en basurales, citaremos la calle Aurelio Melean, Francisco
Prado, Perú, no obstante de que se trata de barrios residenciales. Un
representante de este diario hizo un recorrido [...] a pedido del vecindario y
pudo establecer que esos basurales impiden el tránsito, el paso de los
peatones, porque abarcan hasta la media calle [...] Los basurales proliferan
por todo lado. Citaremos también la zona de Muyurina, la Av. Oquendo Norte
y Sud, la calle Reza, la zona del Parque Zoológico, Villa Galindo y
Montenegro.” (Prensa Libre Nº 724, 17/04/63).
En fin, resultaría excesivamente tedioso y reiterativo, revisar la situación de los
diferentes barrios de la ciudad que, en general, presentaban cuadros similares a los
descritos, y que por su crudeza nos eximen de mayores conclusiones.

La realidad de la crisis urbana, a fines de los años 1950 e inicios de los 60 golpeaba
las puertas de todos los hogares cochabambinos. Esto dio cabida, no sólo, al
surgimiento de un vigoroso movimiento cívico que se expresaría en los siguientes
años, sino permitió la reestructuración de las juntas vecinales organizadas en los
años 1940, y que se extinguieron casi completamente en los 50, al calor de disputas
políticas. En la misma forma esta álgida situación promovió la intervención de la

210
clase obrera. La Segunda Conferencia Departamental de Trabajadores en 1961,
enfocó la problemática urbana, y al igual que la Federación de Juntas Vecinales en
1960 (El Mundo Nº 201, 15/03/) coincidió en señalar, que los principales problemas
urbanos se referían a las extremas carencias en materia de agua potable
alcantarillado y energía eléctrica, agravados por la postergación de una serie de
obras de interés regional, como el Plan Chapisirca para dotar de agua potable a la
ciudad, el Proyecto de Corani para producir energía eléctrica y los planes de
vinculación caminera hacia el Chapare. Sin embargo, tal vez lo más lúcido de todo
este análisis de la COD, se refería a la sugerencia de crear una Junta
Departamental de Planeamiento:

“Cochabamba [...] ha quedado librada de modo permanente a la


improvisación o a la buena voluntad de algunos ciudadanos. En los tiempos
que corren en que la técnica y el planeamiento han cobrado especial
jerarquía, no puede pensarse en la solución de los vitales problemas locales
y departamentales, sino es acudiendo al concurso de especialistas ye
expertos que planifiquen y elaboren programas racionales de largo alcance.
En ese sentido es imperioso para el porvenir de nuestro pueblo organizar
una Junta Departamental de Planeamiento integrada por expertos
(ingenieros, agrónomos, economistas, etc.), la misma que se encargaría de
estudiar la totalidad de nuestras cuestiones sociales, urbanísticas,
económicas, de desarrollo industrial, de forestación, de agriculturas etc., etc.,
aconsejando las medidas necesarias a su materialización. Esta Junta
Departamental de Planeamiento tendrá un carácter técnico y no estará sujeto
en ningún instante a la influencia política circunstancial.” (El Mundo Nº 65,
6/10/61).
En 1963, mediante un Decreto Supremo se organizaron Comités Regionales de
Planificación del Desarrollo, en el marco del Plan Decenal de Desarrollo y
subordinados a una Junta Nacional de Desarrollo. En el caso de Cochabamba, este
Comité Regional comenzó a funcionar en abril de 1964 y sus primeras tareas se
dirigieron a elaborar "micro planes" de desarrollo rural. Sin embargo su existencia
fue efímera y concluyó a fines de ese mismo año, con el triunfo de la "Revolución
Restauradora" de noviembre de dicho año127 (El Mundo Nº 1061, 6/03/63 y No.
1388, 25/04/64).

127 El enorme desgaste que sufrió el MNR tras doce años en el poder, no solo devaluaron las banderas
de Abril de 1952, sino condujeron a este partido a una orfandad social intensa, de tal suerte, que el simple
episodio de la terquedad de Víctor Paz Estenssoro de volver a ser candidato en las elecciones de 1965,
precipitó un golpe protagonizado por componentes de la propia “célula militar del MNR” encabezada por el
Gral René Barrientos, que también se consideraba presidenciable y que dio curso a un régimen dictatorial de
extrema derecha.
211
La expansión urbana

Sin lugar a dudas los agudos problemas urbanos que caracterizaron a la ciudad
tradicional y que cobraron plena notoriedad en las estadísticas que registró el Censo
Municipal de 1945, no sólo no fueron resueltos, sino que cobraron mayores
dimensiones en la década siguiente.

La existencia del Plano Regulador y la intensa actividad de los planificadores


urbanos desde la segunda mitad de los años 1940 y a lo largo de los 50, no impidió
que las situaciones de crisis descritas anteriormente, fueron una lacerante realidad.
En verdad, quedó ampliamente demostrado que el paso de la teoría a la práctica, es
decir, la materialización de las previsiones y la realización de las obras propuesta
por el plan, no sólo eran actos técnicos, sino eminentemente políticos, y que, el
divorcio entre la propuesta técnica y la realidad política y social, tendían a desfigurar
los pilares más sólidos de la planificación urbana.

El hecho de que el citado Plano Regulador, fuera adoptado apenas formalmente por
las nuevas élites políticas, valiéndose de este instrumento para justificar obras
públicas de alcance menor, pero de alto rendimiento político, y tendientes a
favorecer los intereses del capital inmobiliario de los nuevos grupos de poder; no
sólo significaron la postergación indefinida de obras vitales para el desarrollo de la
ciudad, sino inviabilizaron la posibilidad real del nuevo modelo urbano, que no sólo
quedó desfasado con relación a los problemas que planteaba la nueva realidad
urbana, emergente de las intensas movilizaciones sociales de la primera mitad de
los años 1950, sino, comenzó a dar muestras de su temprana caducidad e
impotencia, para reencauzar este agresivo proceso urbano bajo nuevas pautas.

Es comprensible que los técnicos municipales, huérfanos de real apoyo político, y


sin ningún poder efectivo que diera fuerza a sus decisiones, se enfrascaran en una
defensa cerrada de las propuestas técnicas, para intentar evitar que los frecuentes
atropellos practicados contra el Plano Regulador y su cuerpo normativo, derivaran
en una completa anarquía. Por ello, no sólo, no se claudicó en esta defensa, sino
que se avanzó, contra viento y marea, en el estudio de aspectos de detalle del
Plano, así como, en el fortalecimiento de su marco legal.

En este último aspecto, la Ordenanza Municipal de 10/02/1950, emitida por el H.


Concejo Municipal, aprobó el Plano Regulador de Cochabamba en lo que hace a su
estructura espacial urbana, en tanto la Ordenanza Nº 407 de 12/09/1961 aprobó el
Plano Regulador General, medida que fue complementada por la aprobación de los
reglamentos de Fraccionamiento de Propiedades Urbanas y de Urbanización y
Construcciones por ordenanzas Nº 132 de 4/05/1954, 419 de 18/01/1962 y 479 de

212
3/06/1963 (Urquidi, 1986: 19). En cuanto al primer aspecto, el siguiente cuadro
intenta una relación de los principales proyectos que dieron mayor consistencia al
Plano Regulador, o que, alternativamente mostraron más en detalle el alcance de
algunas de sus disposiciones.

CUADRO Nº 21
CIUDAD DE COCHABAMBA:
PRINCIPALES ESTUDIOS Y PROYECTOS REALIZADOS POR LOS DEPARTAMENTOS DE
ARQUITECTURA Y URBANISMO DE H. MUNICIPALIDAD (1952-64)

Años Planes urbanos sectoriales, estudios especiales, proyectos Zonas urbanas favorecidas
arquitectónicos significativos, paisajismo, normas
1952 * Plano Regulador de Unidad Vecinal Queru – Queu
* Proyecto de Reglamento General de Edificaciones
* Proyectos de plazas y parques Cala Cala, Jaihuayco, Chimba
1953 * Plano Regulador de Unidades Vecinales Muyurina, Jaihuayco, Las
Cuadras
1954 * Proyecto de Unidad Vecinal “El Poligono” Zona Sur
* Complementación de estudios de urbanización de varias unidades vecinales Queru - Queru, Jaihuayco, Las
Cuadras, Muyurina
* Proyecto de remodelación de las plazas Montenegro y Cala Cala Zona Norte, Cala Cala
1955 * Proyecto de Urbanización Incacollo
* Proyecto de remodelación urbana Zona Sudeste
* Proyecto de remodelación urbana del sector Oeste de la colina San Miguel Zona Sudeste
* Proyecto de Unidad Vecinal Las Cuadras
* Proyecto de remodelación de la plazuela La Paz Queru – Queru
* Proyecto de remodelación de la Plaza 14 de Noviembre Jaihuayco
* Proyectos de mercados seccionales en diferentes zonas Muyurina, Chavez Rancho y
* Proyecto de edificio municipal adyacente al Palacio de la Cultura otros
Zona Central
1956 * Proyecto de Urbanización Zona Noroeste
* Proyecto de Urbanización zona El Matadero Zona Sudeste
* Complementación de estudios urbanos Queru – Queru
* Proyecto balneario popular Zona Sud
* Proyecto de viviendas económicas para obreros y empleados municipales Zona Sud
1957 * Estudios complementarios de urbanización Sudeste
* Estudios complementarios de unidad vecinal Queru – Queru, Cala Cala
* Proyectos de urbanización y de Unidad Vecinal Zonas NE y NOE, Cala Cala
* Proyecto de urbanización Sarco
* Proyecto de urbanización Muyurina
* Proyecto de remodelación de la Plaza Barba de Padilla Noreste
* Plan de Forestación de la Colina San Miguel Sudeste
1958 * Proyecto de urbanización de unidades vecinales Cala Cala, NOE
* Proyecto de urbanización de unidades vecinales Shimba Norte y Sud
* Proyecto de urbanización de unidades vecinales Sarco Norte y Sud
* Proyecto de urbanización de unidad vecinal Tupuraya
* Varios estudios de urbanización Alalay. Hipódromo, Jaihuayco
* Proyectos plazas San Sebastián, Francisco del Rivero y 14 de Noviembre Zona Sud, Jaihuayco
* Remodelación Plaza Virrey Toledo Villa Galindo
* Remodelación Plaza Guzmán Quitón Noroeste

213
1959 * Varios estudios de urbanización Queru-Queru, Tupuraya,
* Proyecto paisajístico de la Colina San Sebastián Jaihuayco
* Proyecto del Parque Zoológico Noreste
* Proyecto de remodelación de la Plaza 14 de Septiembre Zona Central
* Proyecto de remodelación de la Plaza Carlos Montenegro Noreste
* Proyecto de remodelación de la Plaza San Sebastián Sudoeste
1960 * Varios estudios urbanos no especificados s.d.
1961 * Estudio final del Plano Regulador
* Proyecto de remodelación del Mercado 27 de Mayo Zona Central
* Elaboración del Reglamento General de Urbanización
1962 * Proyectos de urbanización de varias unidades vecinales Las Cuadras, Barrio Petrolero,
Jaihuayco
* Proyecto del nudo viario del Puente de Quillacollo Noreste
* Estudio del tráfico en la zona del Stadium Departamental Cala Cala
* Proyecto de remodelación de la Plaza Sucre Las Cuadras
1963 * Varios estudios urbanos no especificados s.d.
* Proyectos de nudos viarios Cala Cala
* Proyecto de urbanización de la Vivienda Militar La Chimba
* Estudio urbano parcial de la Av. Blanco Galindo
* Estudio catastral del Parque Tunari
1964 * Varios estudios urbanos no especificados s.d.
* Proyecto de remodelación de la Plaza Constitución Noreste
Fuente: Anuarios Municipales 1952-1964.

El cuadro anterior muestra, que prácticamente todas las unidades vecinales


contempladas en el Plano Regulador fueron proyectadas a lo largo de los años
1950. Sin embargo, contrastando estos proyectos, con la relación de ejecución de
obras que contiene el Cuadro Nº 20, se puede comprobar, que el énfasis se dirige a
materializar las remodelaciones de parques y paseos preferentemente. Por otro
lado, los proyectos de "unidades vecinales" y estudios de urbanización,
fundamentalmente estimulaban el establecimiento de las nuevas zonas
residenciales, con la acción preponderante de la iniciativa privada, constituyéndose
en este caso, en un instrumento técnico importante de la expansión urbana,
resultando significativo el hecho de que las unidades vecinales proyectadas
omitieran su esencia multifuncional y se redujeran a simples propuestas de
fraccionamiento de lotes. Por último, resulta igualmente significativo que la mayor
parte de los estudios y proyectos urbanísticos sectoriales son anteriores al estudio
final del Plano Regulador y del Reglamento General Urbanización, esto por un lado,
y por otro, que la vigencia efectiva de dicho Plano, tiene lugar cuando el mismo ya
ha sufrido serias distorsiones y vulneraciones.

El ritmo del crecimiento urbano que los citados estudios trataron de encausar, queda
reflejado en los siguientes cuadros (Nº 22 y 23) referidos a los fraccionamientos
aprobados por la H. Alcaldía en los Años 1950.

214
CUADRO Nº 22
CIUDAD DE COCHABAMBA: FRACCIONAMIENTOS APROBADOS POR EL MUNICIPIO POR
ZONAS URBANAS (1953-1958)
Años Sup. Útil Sup. % Sup. Zonas urbanas
Cesión Total
1953 3,8362 1,4780 27,81 5,3142 Noroeste
1,9807 0,5219 20,85 2,5026 Noreste
59,4237 16,6487 21,88 76,0724 Sudeste
8,0529 3,8625 32,41 11,9154 Cala Cala
1.7419 0,7822 30,98 2,5241 Incacollo
75.0354 23,2933 23,69 98,3287
1954 5,6405 3.2153 36,30 8,8558 Las Cuadras
3,1534 1,4102 30,83 4,5636 Sudeste
16,9986 5,5516 24,62 22,5502 Sudoeste
3,8793 0,9148 19,08 4,7941 Noreste
16,6658 8,7317 34,38 25,3975 La Villa (Zona Sud)
18,2979 8,7368 32,32 27,0347 Mayorazgo
7,9558 4,1344 34,20 12,0902 El Poligono (Z. Sud)
1,1878 0,6358 34,86 1,8236 Cala Calla
0,5341 0,3186 37,36 0,8527 Aranjuez (Z. Norte)
7,6836 3,9602 34,01 11,6438 Muyurinja
81,9968 37,60.94 31,13 119.6062
1955 1,4480 0,4551 23,91 1,9031 Noreste
0,6242 0,0188 2,92 0,6430 Recoleta
1,7732 0,9264 34,83 2,6996 Cala Cala
1,2347 0,7876 43,49 2,0223 Muyurina
1,3833 0,8797 38,87 2,2630 Queru Queru
10,7861 5,4883 33,69 16.2744 Chimba
2,9325 2,0306 40,91 4,9631 Las Cuadras
39.4035 19.4444 33.04 58,4790 La Villa (Z. Sud)
4,4973 2,6333 36,93 7,1306 Sudoeste
64,0828 32,6642 33,76 96,7447
1956 1,8002 0,8959 33,22 2,6910 Noreste
13,9555 8,2630 37,18 22,2185 Sudoeste
5,1075 2,8009 34,32 7,9084 Chimba
3.1391 1,7409 35,67 4,8800 Cala Cala
0,2439 0,0351 12,58 0,2790 Temporal (Z. Norte)
5,6647 3,3198 36,95 8,9845 Lacma (Z. Sud)
29,9109 17,0556 36.31 46,9665
1957 3,4501 1,0290 22,97 4,47910 Sudeste
15,2337 8.0191 34,48 23,2528 Sudoeste
1,2579 0,6236 33,15 1,8815 Noreste
1,0682 0,2619 19,69 1,3301 Noroeste
4,8854 1,8678 27,65 6,7532 Cala Cala
0,6363 0,3134 32,99 0,9497 Recoleta
0,5501 0,2077 27,40 0,7578 Mayorazgo
0,9482 0.1073 10,16 1,0555 Queru Queru
0,2081 0,0837 28,68 0,2918 Muyurina
0,9680 0,1181 10,87 1,0861 Aranjuez
12,1265 7,0875 36,89 19,2140 Sarc0o
41,3325 19,7191 32,30 61,0516
1958 1,7117 0,3660 17,61 2,0777 Noreste
6,3452 3,3978 34,87 9,7430 Noroeste
1,2134 0,5975 33,00 1,8109 Sudeste
22,1597 11,5648 34,29 33,7245 Sudoeste
14,4361 2,8947 16,67 17,3578 Chimba
215
2,0310 1,4840 42,41 3,5150 Sarco
0,3442 0,1096 24.15 0,4538 Recoleta
47,7013 20.4144 29,73 68.1157
340,0597 150,0756 29,97 490,8174
Fuente: Elaboración propia en base a Anuarios Municipales 1953 – 1958
Nota: Se incluyen tierras afectadas por la Reforma Urbana.

CUADRO N.º 23
CIUDAD DE COCHABAMBA: FRACCIONAMIENTOS APROBADOS POR LA H.
MUNICIPALIDAD EN EL PERIODO 1953-1962

Años Sup. Total de terrenos Sup. Total de cesiones % de la Cesión con


urbanizados (Has) a dominio público (Has) respecto a la sup. total
1953 98,3287 23,2933 23,69
1954 119.6062 37,60.94 31,13
1955* 96,7447 32,6642 32,75
1956* 46,9665 17,0556 35,94
1957* 61,0516 19,7191 32,29
1958* 68,1157 20,4144 29,73
1959* 67,5959 22,3063 24,81
1960* 99,8810 32,9607 24,81
1961* 43,2230 13,0829 23,23
1962* 26,3956 11,6787 30,67
Totales 727.9089 230,7846 31,70**
Fuentes; Elaboración propia en base al Cuadro Nº 22 y Anuarios Municipales 1959-62, que
solo presentan datos globales y no el detalle desglosado por zonas de la ciudad.
Notas: (*) Los datos, a partir de 1955 incluyen tierras afectadas por la Reforma Urbana
(**) La superficie de cesiones a dominio público, de acuerdo a reglamento debía ser igual al
33% de la superficie total urbanizada

El Cuadro No. 22 muestra por una parte, que entre 1953 y 1958 se fraccionaron las
nuevas tierras incorporadas a la urbanización dentro de las unidades vecinales
propuestas por el Plano Regulador. Fue particularmente intenso el fraccionamiento
de tierras en la zona Sud donde grandes propiedades fueron afectadas por la
Reforma Urbana. También se puede percibir, que el régimen de cesiones es
relativamente irregular, no siendo proporcional al tamaño de las tierras fraccionadas.
Esto, probablemente en razón de que el diseño de las unidades vecinales afectó a
las propiedades en forma desigual, sin embargo, esta cuestión, queda mejor
expresada en el Cuadro Nº 23, donde se puede observar que el total de las
superficies cedidas al dominio público solo alcanza al 31,70,00%, quedando un
déficit del 1,30% (9,4628 Has), cuya incorporación a la superficie util de los
fraccionamientos, por decir lo menos, deja un razonable signo de interrogación.

Por otra parte, se puede verificar, que la Revolución de Abril de 1952, tuvo
significativa influencia sobre el mercado de tierras, propiciando una suerte de fiebre
de urbanización, para el periodo 1953-1955, donde se incorporan al tejido urbano
216
314,6796 Has, es decir, el 43,05%, del total de tierras urbanizadas ente 1953 y
1962.

Realizando una evaluación más minuciosa de las tierras fraccionadas por zonas en
el período y contrastándolas con el total de 490,8134 hectáreas urbanizadas entre
1953 y 1958, se tiene lo siguiente:

CUADRO N.º 24:


CIUDAD DE COCHABAMBA: RELACIÓN DE SUPERFICIES TOTALES URBANIZADAS POR
ZONAS Y SU PARTICIPACIÓN PORCENTUAL EN EL VOLUMEN TOTAL DE TIERRAS
FRACCIONADAS (1952-1958)
Zonas Superficie total Porcentaje
urbanizada por
zonas
* Zona Noroeste 16,3873 3.34
* Zona Noreste 15,8491 3.30
* Zona Sudeste 86.9260 17,71
* Zona Sudoeste 108.3420 22,07
* Cala Cala 28,0318 5,71
* Las Cuadras 13,8189 2,81
* La Villa (Z. Sud) 83.8765 17.08
* Mayorazgo 27,7925 5,66
* El Poligono 12,0902 2,46
* Aranjuez 1.9097 0,39
* Muyurina 14.3532 2,92
* Incacollo 2,5241 0,51
* Recoleta 2,0465 0,41
* Queru Queru 3,3185 0,67
* Chimba 41,5136 8.45
* Temporal 0,2790 0.05
* Lacma 8,9845 1,83
* Sarco 22,7290 4,63
Total 490,8134 100
Fuente: Elaborado en base al Cuadro No. 23

En base a la relación anterior se puede establecer que, en el citado periodo la zona


más intensamente fraccionada fue la Sudoeste, seguida por la Sudeste y la Villa 128.
En realidad, comparativamente toda la zona Sud de la ciudad presentó un ritmo
intenso de urbanización, abarcando un 57% del total de tierras urbanizadas, en
contraste con el modesto 19,38% que en conjunto presentaron los barrios del Norte.
Llama la atención el fuerte contraste entre las tasas bajas de urbanización de las
zonas Noreste y Noroeste en contraste con sus similares del Sud. No dejando
128 Justamente las propiedades urbanas más extensas se encontraban en la zona Sud. Entre estas, se pueden
citar las de Carlota G. de Schont con 15,74 Ha., la de Osvaldo De Martini con 51,61 Ha., la de Alberto
Quiroga con 25,39 Ha., la de Emilio Quiroga con 17,41 Ha., la de Alberto Quiroga con 12.00 Ha., la de la Flia.
Quiroga Moreno con 58,84 Ha., la de Abel Herbas con 21,67 Ha., la de Antonio Fernandez con 13,4 Ha., etc.
Entre otras grandes propiedades en otra zona se pueden citar la de Eduardo Guzmán con 19,2 Ha. en Sarco, la
de la Flia. Rivero Torrez con 11,6 Ha. en Muyurina, la del Colegio La Salle con 27 Ha. en Mayorazgo, la de
Abraham Asbun con 19,6 Ha. en Cala Cala, etc. (Anuarios municipales de lo años estudiados).
217
tampoco de resultar significativo que los barrios residenciales del Norte (Cala Cala,
Queru Queru, La Recoleta, Aranjuez, Mayorazgo) y los del Este (Muyurina y Las
Cuadras) tuvieron índices realmente escasos.
En realidad queda claro que el énfasis de la urbanización en los años 1950 y parte
de los 60, se vuelca hacia los barrios del Sud, donde entre otras cosas, se
encontraban grandes propiedades afectadas por la Reforma Urbana, y donde, se
orientó la presión popular por acceso a lotes y vivienda, originándose, como se
comprobó, el temprano desfase entre las previsiones del Plano Regulador y un
crecimiento urbano en condiciones extremadamente precarias e impregnadas de
conflictos sociales e injerencias políticas. En resumen, es posible establecer:

 Que las zonas de expansión urbana más acelerada coinciden con aquéllas
donde las carencias de servicios básicos, las situaciones de contaminación
ambiental y los cuadros de miseria y degradación del hábitat son mas
pronunciadas.
 Que frente a este proceso, lamentablemente, el Plano Regulador no logra
formular propuestas alternativas a sus lineamientos originales, de tal suerte
que este instrumento apenas juega un rol indicativo, en un momento en que
las tendencias de la expansión urbana, exigían la participación social en la
definición de los lineamientos técnicos y las políticas municipales que debían
encausar este proceso 129.

El Cuadro Nº 24 permite establecer globalmente que la dinámica de la urbanización


es marcadamente acelerada entre 1953 y 1955, en que se fraccionan el 43,05% del
total de tierras incorporadas a la mancha urbana entre 1953 y 1962, como se
mencionó anteriormente. Es notorio, que los momentos de máxima tasa de
urbanización (1953, 1954 y 1955), coinciden con los años previos a la aplicación
efectiva de la Reforma Urbana, en tanto, esta tasa desciende bruscamente en 1956
y años siguientes, cuando la citada medida entró el pleno vigor. En todo caso se
comprueba una vez más, que los ritmos y pulsos de la urbanización expresan la
acción y concurrencia de factores políticos, económicos y sociales, ajenos y
opuestos al ideal técnico de un desarrollo armónico y equilibrado.

A manera de síntesis, podemos anotar, que la relación Estado - Planificación Urbana


en el caso de Cochabamba, y posteriormente en el resto del país, nunca alcanzó un
grado aceptable de coordinación y menos de valorización de los esfuerzos de
previsión técnica para enfrentar los problemas locales, regionales y nacionales.

129 Hacia 1950, se encontraban consolidados los barrios del Noreste y Noroeste, así como gran parte de la
Muyurina y Las Cuadras, que se urbanizaron en la década anterior. En cambio permanecieron baldíos extensos
terrenos, no afectados por la Reforma Urbana, en Cala Cala, Queru Queru, Hipódromo, Sarco, Tupuraya, etc.
que recién fueron urbanizados a partir de 1965 y sobre todo en los años 70.
218
Tales esfuerzos fueron vistos en general, por los gestores estatales, como
cuestiones casi exóticas, en medio del devenir de las urgencias políticas del
momento, consideradas más apegadas a la realidad. Esta suerte de piadosa
indiferencia estatal, hacia los discursos de los conductores del Plano Regulador,
ciertamente socavó sus posibilidades y posibilitó que ese valioso instrumento
técnico acabará plegándose a las urgencias del dinámico mercado inmobiliario.

Sin embargo, no sólo factores externos atentaron contra la viabilidad del Plano
Regulador. Si bien, es comprensible, la actitud del equipo técnico y algunas
autoridades ediles, de adherirse a una defensa cerrada de los preceptos normativos
del instrumento planificador, frente a la acción avasalladora del propio Estado y sus
agentes políticos, no fue menos ciertos, que no se realizaron esfuerzos mayores
para materializar aspectos fundamentales de la propuesta urbana, aunque fuera
sólo a título de experiencias piloto. Tal fuel caso de las Unidades Vecinales, sin duda
una de las propuestas más lúcidas, para encausar el crecimiento de la ciudad.
Conceptualmente era totalmente correcta, la propuesta de desarrollar módulos
descentralizados de actividades comerciales, de servicios, abastecimiento,
infraestructura social e institucional, entre otros, en torno a los cuales se dispusieran
las funciones residenciales de baja y mediana densidad, que permitieran convertir
dichas unidades o barrios residenciales, en entidades autónomas respecto a las
zonas centrales de la ciudad, para satisfacer sus necesidades y urgencias
cotidianas. De esa manera las tendencias del tráfico motorizado periferia-centro-
periferia en permanente crecimiento, hubieran cambiado su lógica por recorridos
intra e ínter Unidades Vecinales, sin provocar las grandes congestiones, que ya eran
notorias en la década de 1950, facilitando además la organización de un transporte
público urbano más eficiente y menos obsesionado por llegar a las zonas centrales,
una vez que las fuentes laborales, los centros educativos, los servicios de salud y
otros estarían adecuadamente descentralizados.

Esta era sin duda una propuesta que rompía con el modelo urbano centrípeto con
que se fundó la Villa de Oropeza, como ya se mencionó, y que habría camino hacia
una perspectiva diferente del desarrollo urbano, no solo desde el punto de vista
“funcional” que tanto apreciaban los planificadores de esa época, sino también,
desde la perspectiva de una alternativa de crecimiento urbano más amable con las
frágiles condiciones ambientales del Valle Central de Cochabamba.

El costo de no haberse plasmado esta propuesta en el momento oportuno, ha


pasado y pasa, hasta el día de hoy, una pesada factura a los habitantes de la
ciudad. La conservación del modelo histórico de estructura urbana, de orden
marcadamente centrípeto, que décadas más tarde se agravaría con la emergencia
de tendencias de conurbación, han arrojado por saldo un modelo urbano que gira en

219
torno a un centro focal distorsionado y tensionado por dos polos antagónicos, la
Plaza de Armas y el caótico Centro Ferial, en torno al cual se despliegan, sin mayor
orden ni concierto, barrios-dormitorio totalmente dependientes de los citados
centros. Incluso, en décadas posteriores, cuando se manifestaron espontáneamente
tendencias para descentralizar funciones comerciales y otras, el peso de los centros
mencionados, sigue gravitando de manera irrefrenable.

220
CAPITULO VI
CRISIS URBANA: LAS MASAS DE ABRIL PAGAN LOS PLATOS ROTOS

La permanencia intocada de la estructura urbana, mencionada al final del capítulo


anterior, trajo además, otra consecuencia no menos lamentable. La irrupción, como
ya se vio, de un proceso de expansión urbana raudo y agresivo, que dio por
resultado un desfase total, mejor, una suerte de insalvable abismo entre los escasos
recursos económicos municipales y el diluvio de necesidades sociales en materia de
infraestructura básica, para hacer habitables los barrios dispersos que rodeaban las
zonas centrales de la ciudad. Veamos más en detalle los efectos de esta situación:

La crisis del agua

Este es, en el orden especifico, uno de los problemas perennes de Cochabamba,


que ya ocupó nuestra atención anteriormente130, razón por la cual no nos referiremos
a los antecedentes de este tema. Simplemente recordaremos, que pese a los
esfuerzos desplegados desde fines del siglo XIX, la crisis del abastecimiento de
agua fue una constante realidad que padeció la ciudad en la primera mitad del siglo
XX. A inicios de los años 1940, la ciudad se abastecía de las aguas de Arocagua y
Quintanilla, que resultaban totalmente insuficientes, al extremo de que se llegó a
pensar en el aprovechamiento del vaso de Alalay. Diez años más tarde, la situación
no era mejor: el Ing. Fabio Cornejo, Jefe de la Oficina Municipal de Aguas Potables
proporcionaba los siguientes rasgos de las condiciones de servicio existentes: hacia
1950 Cochabamba se abastecía con las aguas de Arocagua y Chapisirca, la
capacidad de ambas fuentes permitía, -naturalmente con fuertes descensos en
épocas de estío-, un promedio de consumo medio diario de 100 litros por habitante,
considerando una población de 80.000 personas. Este índice, hasta cierto punto
aceptable, escondía sin embargo, diversas penurias de este servicio131.

Inicialmente, un problema marcadamente grave era la calidad de este líquido


elemento, hecho que relativizaba su aparente disponibilidad. La propia Alcaldía
reconocía francamente su falta de potabilidad y, en consecuencia, el hecho de que
se constituía en un riesgo para la salud, por ser causante de: "enfermedades
intestinales que se presentaron los años anteriores con caracteres realmente
alarmantes". En concreto se afirmaba que esta peligrosidad se debía a la
contaminación de las aguas de Chapisirca en el trayecto cordillerano, sobre todo
porque las aguas pluviales arrastraban al canal aductor arena, materias orgánicas y
130 Ver Solares, 1990:
131 Este índice alcanzaba en esta época, a 400 litros/habitante en EE.UU. y a 200 litros en Europa y A. Latina.
Una familia promedio de cinco miembros, de acuerdo a los técnicos municipales, podría disponer teóricamente
de 500 litros/día para su aseo personal, pero si se descuentan otros consumos colaterales (lavado de ropa,
limpieza de vajillas, limpieza del hogar, etc.), este índice se sitúa por debajo de lo mínimo admisible para un
consumo humano óptimo.
221
heces fecales, teniendo también este origen, la turbidez de estas aguas, totalmente
desprotegidas frente a estos agentes contaminantes (Saavedra: El Pueblo Nº 1398 y
1399, de 6 y 8/12/57). Al respecto de esta última situación -las condiciones de
captación de aguas de la Laguna de Chapisirca y otras- se sostenía lo siguiente:

“El agua que consume la población baja de varias lagunas de la cordillera, y


principalmente de la de Chapisirca. Los canales de conducción son
descubiertos sin ninguna protección. El líquido se deposita en cuatro
estanques de reducida capacidad existentes en la zona de Cala Cala (...) y
de allí pasa directamente a la cañería matriz de distribución. Es decir que en
Cochabamba estamos retrasados con tres siglos en las técnicas del servicio
de agua potable. Aquí no se aplica decantadores ni cloradores” (El País Nº
4361,28/01/53).
En 1956 este cuadro de contaminación era aún más grave, al respecto se
denunciaba: “Cuadrillas de trabajadores de la H. Municipalidad a tiempo de efectuar
la limpieza de los canales de agua (proveniente de Chapisirca) en la zona de Cala
Cala han constatado la instalación de pozos sépticos conectados a tales canales”
(El Pueblo Nº 885, 7/02/56).

En fin, funcionarios del Servicio Cooperativo Interamericano de Salud Pública


(SCISP) que colaboraban con la Unidad Sanitaria de Cochabamba, admitían sin
reserva esta delicada situación en base a resultados de análisis bacteriológicos
efectuados en muestras de aguas obtenidos en diferentes puntos de la ciudad,
muestras que arrojaron sin excepción resultados negativos, ya que se detectó la
presencia de bacilos-coli, es decir que: "se evidencio que el agua destinada al
consumo diario se halla contaminada con peligrosos agentes bacteriológicos" (El
Pueblo Nº 1361, 23/10/57).

La citada institución de salud, a través del Dr. Julio Bustillos, Director de la Unidad
Sanitaria de Cochabamba, realizaba el siguiente diagnóstico del sistema de
abastecimiento de agua: de acuerdo al Censo Demográfico de 1950, y tomando
como base, una tasa de crecimiento anual de 3,2% sugerida por la H. Alcaldía, la
población urbana de Cochabamba en 1960 se estimaba en 120.000 habitantes
ocupando una extensión de 4.600 hectáreas. El sistema de provisión de agua
potable en base a las captaciones de Arocagua y Chapisirca tenía una capacidad
para la época de estiaje de abastecer a 82.080 habitantes, con un promedio diario
de 200 litros por habitante. Sin embargo, en base a la capacidad de los tanques de
sedimentación con un tiempo de retención mínimo de 3 horas, el sistema sólo tenía
una capacidad real para abastecer a 40.800 habitantes, con el promedio señalado
La turbidez del agua se debía al insuficiente tiempo de retención en los depósitos
que en épocas de estiaje se reducía incluso a hora y media. Los filtros tenían una
222
capacidad de filtración máxima de 150 m3/día por m2 de superficie filtrante,
aceptable en aguas bien sedimentadas, con lo que se podía abastecer a 90.000
habitantes con el promedio de 200 litros mencionado. Sin embargo la capacidad
efectiva en 1960, alcanzaba apenas para una población de 72.000 habitantes con
una provisión promedio de 83 litros/día/habitante, o sea que si se aplicaba el índice
normativo internacional de 200 litros/día/habitante, este servicio solo cubría a una
población de 29.880 habitantes. En suma, de los 16.416.000 litros/día que realmente
ingresaban a la red, solo 5.976.000 litros/día eran distribuidos a la población. El área
servida por este precario servicio, apenas abarcaba a 690 hectáreas, que
correspondía sólo el 15% del área total de la ciudad. Las causales de esta situación
quedaban tipificadas en los siguientes aspectos:

A) Defectos del sistema de distribución:


 Presencia de numerosas fugas y pérdidas de agua en las
instalaciones públicas y privadas, debidas a defectos en los artefactos
sanitarios, hidrantes de riego de jardines y plazas públicas, válvulas en
mal estado, grifos públicos y otros aparatos e instalaciones de
consumo en situación deficiente.
 Presencia de numerosas conexiones cruzadas en las instalaciones
públicas y privadas.
 El método intermitente de distribución de agua daba lugar a presiones
negativas y reflujos que favorecían las perdidas y la contaminación del
agua.

B) Defecto en la planta de Cala Cala: La mala calidad física y bacteriológica


del afluente filtrado se debía a:
 Mala graduación de arena de los lechos filtrantes. Prácticamente ya no
existía arena sino grava.
 Escasa capacidad de los tanques de sedimentación que originaba los
deficientes tiempos de retención.
 Falta de coagulación en el proceso de sedimentación.
 Ausencia de desinfección. Existían dos cloradores en desuso.
(El Mundo Nº 184, 20/02/60).

Con respecto al sistema de distribución, la propia Alcaldía reconocía, que dicho


sistema en las condiciones descritas, solo servía al 25% del área urbana, debido a
que del caudal total suministrado por el sistema de captación se aprovechaba
menos del 50%, perdiéndose el resto por el mal estado de las cañerías, "el derroche
en sectores privilegiados por el riego de jardines, huertos, etc." Con respecto al
estado de la red de agua, se daba cuenta de la existencia de 50.000 metros de
cañerías de 2" y 3" que vulneran las normas técnicas. Las cañerías distribuidoras de
223
4" apenas alcanzan a 25.000 metros y de esta longitud, apenas eran aprovechables
6.345 metros (informe proporcionado por los ingenieros Héctor Peredo, Álvaro
Galindo, Rene Olmedo y Freddy Costas, (El Mundo Nº 275, 1º/06/60).

Un muestreo realizado por la Unidad Sanitaria para evaluar las pérdidas de agua en
las instalaciones sanitarias arrojaba los siguientes resultados. En un total de 743
grifos y 422 inodoros revisados, se verifico una perdida diaria de 710 litros/minuto,
que correspondía al desperdicio de 511.200 litros/día, considerando solo 12 horas
de suministro, lo que significaba una pérdida de 87 litros/habitante/día sobre el
universo encuestado de 5.909 habitantes. La misma investigación, demostró que un
40% de las fugas y pérdidas totales se originaban en las fuentes, grifos públicos e
hidrantes de riego de parques y jardines, alcanzando estas pérdidas al sorprendente
valor de 145 litros/habitante/día, es decir que 10.440.000 litros/día se
desperdiciaban por el mal estado de la red y los artefactos sanitarios. Además la
distribución promedio de 83 litros/día/habitante no era uniforme al respecto se
anotaba:

“Hay barrios de la ciudad que reciben más de esa dotación y otros barrios en
que cada habitante recibe menos de 10 litros diarios, especialmente en
época de estiaje en que los habitantes tienen que formar ‘colas’ desde
tempranas horas de la madrugada para poder recibir un poco de agua.” (El
Mundo No. 185, 21/02/60).
En fin, el Ing. Héctor Peredo, señalaba que apenas un 9% de la red de agua potable
existente contaba con cañerías adecuadas. Además, que de los 110.000 habitantes
de Cochabamba únicamente 60.000 recibían agua por conexiones domiciliarias con
todas las insuficiencias anotadas, en tanto otros 50.000 se veían obligados a
proveerse por otros medios -aguateros, vertientes y piletas públicas-. La provisión
en 1961 era apenas de 49 litros/habitante/día bajo un régimen intermitente. (El
Mundo Nº 527, 23/04/61).

Sin embargo el sesgo más dramático de este problema se presentaba, -como aun
hoy- bajo la forma de severas penurias y restricciones en cuanto a la disponibilidad
de este líquido vital, como aquéllas que padeció la ciudad al inicio de los años 1960.
En 1961, el periódico El Mundo daba testimonio del clamor ciudadano:

“¿Hola?... ¿con El Mundo?... queremos denunciar que en barrio Sud no hay


una sola gota de agua potable. ! Es una cosa desesperante!... Expresiones
similares se escuchan infinidad de veces al día en nuestra redacción, ya sea
por teléfono o personalmente, y la verdad es que el problema de la escasez
del agua potable es realmente desesperante (...) Nuestros redactores
visitaron ayer diferentes zonas de la ciudad y en todas ellas comprobaron
224
que el problema es el mismo: NO HAY AGUA (...) ¿Cuándo nuestras
autoridades encararán seriamente el problema de la falta de agua?
preguntan todos. Nosotros explicamos a la gente que las autoridades se
preocupan de solucionar el problema y que existen proyectos para dotar de
agua a nuestra ciudad.- Pero, -nos cortan-, sabemos que esos proyectos se
llevarán a la práctica dentro de bastante tiempo y, mientras tanto... ¿qué
haremos con la escasez de agua?... y nos quedamos callados ante la
tremenda lógica de la pregunta.” (Nº 662, 15/10/61).
En 1961 la falta de agua fue tan grande que se comenzó a especular con la escasa
provisión. Al respecto el citado matutino denunciaba que el turril de agua se vendía
en 2.500 y hasta en 5.000 bolivianos, estableciéndose puestos de venta a precios
exorbitantes en la Plaza Fidel Aranibar, donde se llegó a ocupar un kiosco para la
venta de fichas, a los precios señalados a la gente necesitada que a su vez, de
acuerdo a la cantidad acordada, recibían un agua no potable de un carro aguatero.
Algo similar ocurría en la Av. 9 de Abril y otros sitios similares. En otros lugares como
el Barrio Obrero ubicado en las vecindades de la actual Av. Barrientos, existía una
pileta en torno a la cual se formaban inmensas colas y se producían no pocas
reyertas. En fin, en zonas como el Barrio Ferroviario, la citada Av. 9 de Abril y toda la
Zona Sud la situación era desesperante, llegándose a producir airados reclamos y
hasta manifestaciones de protesta en que se pidió la renuncia del Alcalde. (El
Mundo Nº 663, 17/10/61).
En el siguiente año, a consecuencia de la prolongada sequía que se inició el año
anterior, la situación continúo siendo angustiosa y nuevamente la desesperación y el
padecimiento por la enorme escasez de agua hizo presa de los habitantes de la
ciudad. La situación se tornó tan desesperante que se reconocía que si no se
producían precipitaciones pluviales inmediatas: “Los cinco carros cisternas de que
dispone la Municipalidad (...) los pozos públicos y privados y los eventuales,
aguateros que venden cada turril de líquido a 4.000 bolivianos (unos 10 dólares) no
serán suficientes para abastecer a la población.” (El Mundo Nº 985, 29/11/62).
Toda crisis que afecta al conjunto de la colectividad tiende a estimular el espíritu
crítico de los afectados en torno al desempeño de quienes se juzgan responsables,
en este caso, de proveer y resolver el abastecimiento de agua potable o de canalizar
las denuncias sobre esta situación. Al respecto, un editorial de prensa recogía, sin
disimulos, el sentir general cuando señalaba:

“Esta crisis es la culminación de la incapacidad de sucesivas


administraciones municipales, excluyendo una última -la del Alcalde Ramiro
Villarroel C.-, que se preocupó de presentar interesantes proyectos sobre
captación de aguas en el sistema de Chapisirca. Los demás y no obstante
los periodos de bonanza económica, no realizaron estudios de
225
aprovechamiento de las aguas en correlación al crecimiento demográfico de
la población (...) De La Paz han llegado comisiones asumiendo la
representación de los principales dignatarios de Estado, para solucionar la
situación creada en Cliza y Ucureña las luchas entre campesinos, pero ni
una sola de carácter técnico para saber que problemas tiene la ciudadanía
como emergencia de la falta de agua (...) Hasta las entidades cívicas y
laborales que solían ganar las calles para protestar contra el imperialismo
yanqui o los desmanes de un dignatario X o Z e improvisaban
manifestaciones en menos que canta un gallo, esta vez marchan a paso
lento.” (Prensa Libre Nº 615, 1/12/62).
Finalmente el Comité Pro Cochabamba dio expresión adecuada a estos
sentimientos de frustración e impotencia al señalar que:

“Ninguna aldea por miserable que sea podría soportar la desgracia de tener
que dar de beber a sus habitantes AGUAS INADMISIBLES POR SU
TURBIDEZ Y CONTAMINADAS DE BACTERIAS INTOLERABLES y, con
racionamiento en los más de los días del año (...) El burgomaestre actual
mostrando un grueso legajo de papeles nos dijo (...) que será una firma
francesa la que se haga cargo de los trabajos de sistema de Chapisirca (...)
¿Hasta cuándo el pueblo vivirá de promesas?”
A continuación, la citada institución realizaba una larga enumeración de promesas
incumplidas con relación a ofertas realizadas por el embajador del Gobierno de
Francia132, palabras empeñadas por el BID133, remarcando que, en tanto en otros
países la "ayuda americana" y la "Alianza para el Progreso" resultaban eficaces
para realizar obras de desarrollo urbano e infraestructura básica, "Cochabamba, la
cenicienta" no obtenía nada. (Prensa Libre No. 624, 12/12/62).

En 1963 y 1964, los problemas de escasez de agua persistieron, sin embargo


resultaría monótono insistir en la descripción de las mismas situaciones anteriores,
por lo que, simplemente, señalaremos que esta cuestión en ese tiempo, con mayor
rigor que hoy, rebasaba las modestas posibilidades de la administración y los
recursos financieros disponibles en la ciudad.

Como es de suponer, la propia realidad de la crisis, estimulaba la proliferación de


propuestas de solución de toda índole. Prácticamente, cada cochabambino tenía la
suya propia para aplacar la sed de la ciudad. Este hecho se expresaba en la prensa,
que casi continuamente reproducía una y otra opinión de distintas personalidades,
hombres públicos, ciudadanos comunes y de los propios periodistas que

132 Oferta del embajador francés para contar con los servicios de la firma Gromont para resolver el problema
del agua potable.
133 Oferta de apoyo técnico del BID para estudios de ingeniería.
226
expresaban el punto de vista de la opinión pública. Obviamente resultaría
inacabable referirnos a todas las ideas y criterios respecto a las "soluciones" a este
problema, por lo que además de referirnos sólo a los más significativos haremos
mención a las cuestiones concretas que en realidad debían resolverse:

Un informe de los ingenieros Felipe Seleme, Alfonso Balderrama y Luis Calvo, hacía
referencia a que el problema del agua en Cochabamba, contenía dos aspectos: su
volumen insuficiente para la provisión permanente y su falta de potabilidad, es decir,
además de existir un aspecto cuantitativo, también existía una cuestión de calidad.
Para resolver estos problemas, no sólo hacían falta estudios de largo aliento, sino
acciones inmediatas para evitar que los escasos recursos hídricos continuaran
siendo derrochados por un uso irracional y por el mal estado de las instalaciones.
Con respecto a las acciones inmediatas, los citados ingenieros sugerían: la
colocación de medidores de agua "para evitar los fabulosos desperdicios actuales"134
y la perforación de pozos para el riego de parques públicos. Al respecto afirmaban
que: "estas dos simples medidas aumentarían las disponibilidades de agua para
fines sanitarios en 50%.” Con relación a la turbidez y la contaminación, señalaban
que la cuestión no era tan compleja, se debían proteger las aducciones y desarrollar
sistemas de cloración en forma permanente. En cuanto a las "soluciones definitivas"
se recomendaba: a) El levantamiento aerofotogramétrico de la Cordillera de
Cochabamba, y b) En base a lo anterior, se señalaba, que era necesario elaborar un
anteproyecto para el aprovechamiento de las aguas de la hoya, enumerando una
serie de pasos técnicos, que permitirían establecer el monto real de las inversiones
y su factibilidad. (El Pueblo Nº 1494, 8/04/58).

Desde 1950, en que la provisión de agua potable pasó a la administración municipal,


se dispusieron estudios diversos para aprovechar las aguas de la cordillera. Uno de
los objetivos principales, fue el estudio de la cuenca de Chisiqueri, que requería de
un embalse conectado a un aductor que enlazaría con el canal de Chapisirca. Este
canal fue ejecutado en una longitud de 8 Kms. quedando interrumpidas las obras,
porque el vaso de Wara Wara, en Chusiqueri presentó fallas tectónicas que
impidieron la acumulación de las aguas. Este contraste, sumado a los elevados
costos de las obras en la cordillera, dieron lugar a la continuada búsqueda de
nuevas opciones en materia de captar los acuíferos subterráneos que proliferan en
el valle de Cochabamba, destacándose los estudios realizados por "Ingeniería
Global" y continuados por "Doyle Ingeneering" de EE.UU. (Galindo, 1974: 37). Sin

134 A respecto de este punto, la H. Alcaldía amparada por el Decreto Supremo de 2/02/1940 que imponía el
uso de medidores para el consumo de agua en Cochabamba, dictó una Ordenanza Municipal en 1958,
disponiendo el uso obligatorio de medidores de agua. Para este efecto adjudicó a la firma Socoben Ltda., la
tarea de dotar medidores "Bop. Renter" de procedencia alemana, disponiendo la implantación de las siguientes
tasas: viviendas populares" Bs. 30/m3. casas residenciales: Bs. 50/m3. fábricas, estaciones de servicio,
piscinas: Bs. 150/m3.
227
embargo, además de los señalados, se desarrollaron una serie de propuestas de
ingeniería, quedando las más significativas resumidas en el siguiente Cuadro:

CUADRO No. 25:


CIUDAD DE COCHABAMBA: PRINCIPALES PROPUESTAS PARA RESOLVER EL PROBLEMA
DE AGUA POTABLE EN EL ÁREA URBANA

Años Resumen del contenido de las propuestas Autoes y fuente


1958 Obras inmediatas: Ingenieros: Nicanor Ríos, Carlos
* Construcción del canal aductor del sistema de Chusiqueri con el Saavedra, Fabio Cornejo y Hector
objeto de mejorar el actual abastecimiento del sistema de Peredo. El Pueblo N.º 2576,
Chapisirca. 31/07/58
* Mejoramiento de obras de drenaje en el canal aductor de
Chapisirca con objeto de evitar la contaminación de las aguas con
materias orgánicas, asi como su turbidez.
* Complementación de las caídas y rápidas hidráulicas desde la
cumbre hasta el pie de la cordillera (Tolapucro) con objeto de evitar
derrumbes y la consiguiente turbidez.
* Ampliación del acueducto de Tolapucro a Calla Cala, instalando
paralelamente otras tuberías, con objeto de evitar el
estrangulamiento del suministro de agua de la cordillera.
* Ampliar y mejorar la planta de tratamiento, con objeto de mejorar
la calidad del agua.
Obras futuras:
* Complementación de las obras del sistema Chusiqueri.
* Construcción de las obras del sistema de Chapisirca,
incorporando la laguna de Saltu-Khocha a este sistema.
* Construcción de la planta hidroeléctrica del Tunari
1959 * Propuesta para aprovechar nuevas áreas hidrográficas como el Ing. Ricardo Urquidi.
“bloque elevado de Ayopaya”. Sus aguas serían conducidas hacia El Pueblo, N.º 1691, 18/12/59
lods pasos bajos de la cordillera del Tunari
* Obras inmediatas: Construcción de un canal de aducción del Ing. Fabio Cornejo
sistema de Chapisirca a la “Cumbre”, incluyendo una presa El Pueblo, N.º 1225, 29/01/59
derivadora en el lugar del futuro embalse, con una extensión de 12 Idea sustentada por Luís de la Reza,
Kms., con objeto de incrementar el caudal de suministro a la Abel Herbas, Jesus Lozada y Antonio
ciudad en 40 litros por segundo. Zimmerman.
* Proyecto de almacenamiento de aguas pluviales de una cuenca El Pueblo, N.º 1524, 5/11/59
de 800 Km2, en el vaso formado por el Valle de Misicuni, mediante
la construcción de un dique en el extremo Sud de dicho valle.
Conducción de dichas aguas a Cochabamba mediante un túnel de
10 a 15 Kms de largo, construcción de una planta hidroeléctrica
para aprovechar la caída de las aguas e incluso el uso del
excedente de agua en obras de riego.
1960 * Profundización de las ideas anteriores con mayor sustentación Ing. Luís Calvo S. y Emprersa
técnica. Se demuestra la posibilidad de proveer a la población de INGENSOC.
250 litros/segundo en lugar de los 40 litros actuales. Además se El Mundo, N.º 186, 23/02/60
precisa la conveniencia de instalar una planta hidroeléctrica, en las
proximidades de El Paso o Chocaya, con una capacidad de
producción de 44.000 Kwh y un máximo de 56.000 Kwh, Con las
aguas excedentes de Misicuni se podrían regar 12.000 Has en
zonas no favorecidas por aguas de La Angostura.
* Construcción de una planta purificadora de aguas, para Alcalde Hector Cossio Salinas y

228
aprovechar las existentes en La Angostura, con capacidad de técnicos municipales.
producir 150 litros/segundo. El Mundo, N.º 298, 26/05/60
1961 * “Proyecto Integral de Agua Potable”: Captación de aguas de la Ings. Hector Peredo, Freddy Costas
Cordillera del Tunari en las cuencas de Chapisirca y Chusiqueri, y Rosendo Montenegro
mediante embalses de las lagunas de Escalerani, Toro, Wara Wara El Mundo N.º 527, 23/04/61
y La Cumbrey, aprovechando de la caída de aguas de 1.300 mts,
generar energía eléctrica mediante una usina en Tolapucro. Estas
aguas pasarán a una planta de tratamiento en Cala Cala y luego a
un depósito de 66.000 M3, suficientes para atender la demanda de
la población en 24 horas.
1962 * Anteproyecto de dotación de agua potable encargado por el Empresa de Ingeniría Horza. Informe
Municipio, sobre la base del Plan Chapisirca elaborado por del Alcalde Cossio Salinas.
los ingenieros Marrón y Saavedra en 1949. Estos estudios Prensa Libre N.º 333, 9/01/62
comprenden: la captación, aprovechamiento hidroeléctrico,
tratamiento, distribución y eliminación de aguas servidas.
* Propuestas de trabajos inmediatos: Sugerencias del Comité Pro
a) Utilización de las aguas de Suticocha, Wara Wara y San Cochabamba.
Juan en casos de emergencia. Prensa Libre N.º 624, 12/12/62
b) Utilización de las aguas de Laguna Mayu abriendo un
canal.
c) Completar la acequia que conduce las aguas del río
Chasiqueri hasta la Cumbre.
d) Utilizar las aguas de los ríos Tirani, Taquiña y Tiquipaya.
e) Perforar pozos semisurgentres en distintas zonas de la
ciudad.
Trabajos mediatos:
a) Ejecutar el proyecto de aprovechamiento de las aguas del
Sistema de Misicuni propuesto por el Ing. Calvo.
b) Ejecutar el proyecto de aprovechamiento de las aguas del
Sistema de Chapisirca propuesto por el Ing. Saavedra.
1963 * Ideas que sustentan la necesidad de ejecutar el Ing. Rómulo Valdivia
Proyecto Misicuni. Prensa Libre, sd.

1964 * Se propone: consolidar dique de Escalerani y Ingeniería Global.


construcción de la mampostería en Tolapucro. Mejorar Galindo, 1974.
la planta de tratamiento de Cala Cala con filtros
adicionales. Renovación de la red de agua potable en
el Casco Viejo y su ampliación a nuevas zonas. Ampliar
las fuentes existentes perforando pozos a 2000 mts de
profundidad en la hoya de napas de Vinto y Quillacollo.

En conclusión, se pueden hacer las siguientes puntualizaciones:

 La crisis de agua potable en Cochabamba, no se refería necesariamente a


una situación de escasez de acuíferos, ni preponderantemente a una
insuficiente captación de las aguas desde las fuentes cordilleranas, sino
esencialmente ,a una absoluta falta de capacidad para administrar y
suministrar adecuadamente este servicio a través de un eficiente sistema de
almacenamiento, tratamiento y distribución

229
 En este sentido, la crisis del agua, era sobre todo, la expresión de la crisis de
la administración municipal para mantener en debida forma este servicio y
ejecutar una gestión racional sobre el mismo. No otra cosa significa -como
demostraron los estudios realizados por el Servicio Interamericano de Salud
Pública en 1960- que del total de aguas captadas en ese momento por los
sistemas de Arocagua y Chapisirca, -algo más de 16 millones de litros/día-,
se perdieran más de un 60% por el completo estado de colapso en que se
encontraba la red urbana de distribución de agua potable, al margen de que
esta apenas servia a un 50% de la población total urbana, puesto que el otro
50% carecía de redes de distribución de agua potable.

 Es presumible, que las sequías que azotaron la región a inicios de los años
60, no hubieran significado padecimientos tan graves en materia de
abastecimiento de agua para los habitantes de Cochabamba, si la
infraestructura de tratamiento y distribución hubieran estado en condiciones
adecuadas. En este sentido, la crisis del agua no hacía alusión
necesariamente, como la opinión pública, las autoridades y los propios
técnicos sugerían, a un cuadro grave de carencia de fuentes hídricas y por
tanto a un grave déficit en los volúmenes del líquido elemento requeridos por
la población, sino -sin negar la gravitación de lo anterior-, en gran medida, al
gran despilfarro de este recurso escaso, a causa del pésimo estado de las
instalaciones sanitarias y la insuficiencia de los depósitos de sedimentación.
En efecto, tomando en cuenta el año 1960, -año en que comienzan a
agudizarse los problemas de abastecimiento de agua-, los 16.416.000
litros/día que según el SISP se captaban de los sistemas de Arocagua y
Chapisirca, de ser distribuidos adecuadamente, hubieran alcanzado para
abastecer a 82.080 habitantes con un promedio de 200 litros/día per cápita.
Considerando, de acuerdo a nuestra propia estimación, una población urbana
de 113.500 habitantes en 1960135, se constata un déficit efectivo de 6.284.000
litros/día para proveer a casi 30.500 habitantes adicionales, lo que era factible
de ser cubierto mejorando el sistema de captación de Chapisirca,
incorporando Chusiqueri o incluso perforando pozos. Sin embargo todo este
esfuerzo resultaba inútil ante un dramático cuadro de pérdida de un 63,6%
del total del caudal captado por la obsolescencia de los sistemas de
almacenamiento, distribución y la ausencia de control efectivo sobre el
consumo mismo, pues en tanto un sector de la población derrochaba agua,
otro amplio sector se moría de sed.

 Sin embargo el grueso de los esfuerzos se dirigieron a privilegiar el


aspecto del déficit cuantitativo de este problema, por lo que gran parte de las
135 Tomando en cuenta los censos de 1950 y 1967, se verifica una tasa de crecimiento anual de 4,19%. En
base a esta tasa, la población de la ciudad de Cochabamba en 1960 alcanzaba a unos 113.520 habitantes.
230
propuestas técnicas se dirigieron a mejorar y ampliar las fuentes de
captación, empeño que si bien era necesario para atender el futuro
crecimiento de la población, no resultaba de primerísima prioridad. En este
contexto, resultaban pertinentes sólo las propuestas de Ingeniería Global que
se dirigían a mejorar y modernizar la planta de tratamiento de Cala Cala, así
como renovar la obsoleta red de agua potable del casco viejo y ampliarla
hacia los nuevos barrios. En la misma línea de acción se ubican las
sugerencias de los ingenieros F. Seleme, A. Balderrama y L. Calvo, en torno
al empleo de medidores de agua.

 En cuanto a los recaudos a futuro que había que providenciar para enfrentar
el problema del agua en la ciudad, la propuesta del embalse de las aguas del
Valle de Misicuni de Luís de la Reza, el Ing, Luís Calvo y otros, resultaba
profética y, a pesar de que fue un proyecto de curso tortuoso y novelesco,
que fue sometido a intenso debate en la segunda mitad del siglo XX,
finalmente, a inicios del siglo XXI se logró materializar, aunque el disfrute del
agua potable suficiente durante las 24 horas del día, es todavía un problema
a resolver.

En fin, entre otras razones, sin duda fueron las mencionadas, las que gravitaron
para que en la gestión del Alcalde Ramiro Villarroel C., se impulsara el proyecto de
creación del Servicio Municipal de Agua Potable y Alcantarillado (SEMAPA), el
mismo que fue presentado a una reunión de alcaldes del país, que la aprobó
unánimemente en agosto de 1965, quedando así libre el camino para constitución
de un ente autónomo y descentralizado que encarará con un mayor grado de
eficiencia esta difícil situación, aunque sin dejar de debatirse entre las penurias
económicas y las intromisiones políticas.

El tiempo de las penumbras

Uno de los logros más preciados del progreso urbano fue la superación de la tenue
penumbra de velas y bujías, que allá por 1908, pareció ser una realidad efectiva e
irreversible. Sin embargo, la brillante luz de las ampolletas eléctricas, no llegó a
colmar la expectativa de la ciudadanía. Esa deseada iluminación, que de alguna
manera, sustituía la luz del día, era precaria y por momentos, a veces más
prolongados que la más sabia paciencia, se solía extinguir de improviso o apenas
reproducía la penumbra de los siglos pasados, como queriendo recordar a los
cochabambinos que su marcha por las sendas del desarrollo estaban todavía llenas
de zonas oscuras.

231
En los años 1950 y 60, los problemas de las décadas anteriores persistían sin
mayores modificaciones136. Es decir, la producción de energía eléctrica era
persistentemente insuficiente en relación a los requerimientos de consumo de la
población, dejando incluso sin este servicio a grandes sectores de la misma por
imposibilidad de ampliar la red instalada en los años 1940.

No sólo las necesidades domiciliarias quedaban perjudicadas, sino, y lo más


preocupante, era que esta continua escasez de energía, afectada al desarrollo
industrial y a las actividades económicas en general. A fines de 1960, una crónica
periodística trazaba el siguiente panorama de la situación imperante:

“Barrios hay en los que se vive en las tinieblas y domicilios donde se


alumbran con la clásica vela de cera, mientras que en algunas avenidas
principales existe iluminación perfecta y modernísima, acaso más moderna
que en otras ciudades de América. Este contraste debe llamarnos a serias
reflexiones (...) La industria que sufre los impactos cuando hay cortes de
corriente, confronta pérdidas que nadie repara.” (Prensa Libre Nº 40,
30/12/60).
En suma, los problemas que comenzó a experimentar la ciudad en los años 1930 y
40, merced a las insuficientes condiciones técnicas y a la falta de acuíferos para
mejorar el volumen de producción de energía para un número de usuarios en
continuo incremento, persistía con similar gravedad.

A inicios de los años 1950, se vislumbró una posibilidad de mejoría mediante el


aprovechamiento de las aguas de la represa de la Angostura, para lo que se
procedió a la construcción de una usina eléctrica con fondos municipales137. Pero,
sobre esta obra, en la que se pusieron muchas esperanzas, se abatió la adversidad:
a pocos días de su inauguración, el 14 de septiembre de 1953, la misma, por fallas
constructivas en los muros de la cámara de carga, quedó parcialmente destruida al
ceder los muros laterales por la presión del agua, que además destruyó la casa de
máquinas con daños para el generador y la turbina (Los Tiempos Nº 2448,
11/09/53). Este contratiempo que involucró a la Empresa Constructora CONBO y
precipitó la fugaz renuncia del Alcalde Armando Montenegro, determinó que por
primera vez, las fiestas departamentales quedarán oficialmente suspendidas138 -
aunque ello no impidió la presencia de los sindicatos campesinos en la ciudad, como
se vio en el capitulo anterior-. A raíz de estos hechos, el gobierno central mostró su
136 Para una relación de estas contingencias con anterioridad a 1950 ver Solares, 1990.

137 En el presupuesto municipal de 1952 se destinaron Bs. 48.654.912.- con esta finalidad (Anuario
Municipal 1952).

138 A partir de 1954, se reconstruyó la usina a costa de la citada empresa que realizo una erogación de
5.600.000.- Bs. Entrando la planta en servicio en agosto del citado año. (Anuario Municipal 1954).
232
disposición para realizar estudios y encarar la posterior construcción de una planta
hidroeléctrica en la zona de Corani. Este proyecto que databa de varios años atrás,
apareció como la opción más seria.

El punto de partida de la citada opción, era el reconocimiento de que la Usina de la


Angostura era una solución transitoria e insuficiente. Los costos del proyecto
alcanzaban a cien millones de bolivianos en lo que hace a la planta hidroeléctrica y
33 millones con respecto a los motores diésel. En realidad se trataba de una
solución de fondo frente a una situación de real penuria.

La ciudad de Cochabamba con relación a los servicios eléctricos presentaba fuertes


deficiencias en materia de instalaciones e infraestructura. En 1961 contaba con
cuatro plantas generadoras de energía, cuya situación era la siguiente:

CUADRO No. 26:


CIUDAD DE COCHABAMBA: CAPACIDAD ELÉCTRICA (POTENCIA) INSTALADA Y CAUSAS
DEL BAJO RENDIMIENTO (1957).

Usina Nominal Potencia máxima Causas de la reducción


generadora KW efectiva KW
Incachaca 3.500 2.100 Insuficiencia de canales, tubería de
presión y línea de transmisión.
Chocaya 160 100 Falta de agua
Angostura 2.200 1.600 Irregularidad en el caudal de agua
por necesidades de riego
Diesel 4.750 3.300 Seguridad, mala ventilación. Un
motor en reserva para emergencias
Total 10.610 7.100
Fuente: Elaborado em base a informe del Ing. O. Chiarella, em Anaya (1965:47)
La situación de total obsolescência de las plantas instaladas y los equipos
disponíbles, explica la enorme brecha existente entre los modestos índices de
energía producidos, con relación a los requerimientos de los consumidores. Una
idea de esta álgida situación, nos proporciona el siguiente cuadro:

CUADRO No. 27:


CIUDAD DE COCHABAMBA: DÉFICIT DE GENERACIÓN DE ENERGIA ELÉCTIRCA 1953-1954

Potencia requerida Potencia disponible Potencia no


Fechas cubierta
KW % KW % KW
Al 31/05/1953 15.000 100 2.400 16 12.600
A Abril de 1953 16.250 100 3.400 21 12.850
1954 17.500 100 4.000 23 13.500
Fuente: Informe del Ing. F.A, Rocha (Los Tiempos, 11/03/1954)
233
El Ing. Jaime Carvallo (El Mundo Nº 678, 1/11/61), como consecuencia de esta
precaria producción de energía, anotaba que el consumo de electricidad por
habitante apenas alcanzaba a 10 Kwh. para la población urbana, índice que en
comparación con los países vecinos era ridículo, pues se situaba, por debajo del
consumo de la población rural en países como Argentina y otros. Todavía, a este
respecto se hacían las siguientes precisiones:
“El consumo urbano no industrial que agrupa a los sectores domésticos,
comercial, alumbrado público, etc. dispuso en 1960 de un poco más de 16
millones de Kwh. Esta cantidad si bien ha duplicado la obtenida en 1950 ha
dejado escaso margen para la utilización de artículos eléctricos (planchas,
radios, ventiladores, etc.) indicando las escasas posibilidades que tiene el
ciudadano cochabambino de utilizar la energía eléctrica. (El Mundo No. cit.).
Este mismo informe precisaba que la energía que se distribuía en 1961 a través de
la red pública experimentaba pérdidas, cuyo promedio entre 1950 y 1960 alcanzó a
18.47%. La razón para tal situación radicaba en que las líneas de transmisión eran
insuficientes para trasladar las cargas existentes, pues su sección sólo permitía
cargas menores. Este tipo de factores, sumados a la obsolescencia de las plantas
generadoras, determinaban que en 1960, la demanda insatisfecha alcanzara a
7.000 Kw (El Mundo Nº 680, 8/11/61).

La conclusión resulta obvia, la Empresa de Luz y Fuerza Eléctrica Cochabamba,


pese a que pasó a la tuición de la Corporación Boliviana de Fomento desde febrero
de 1956, con el objetivo de mejorar su nivel de servicio y eficiencia empresarial, se
desenvolvía en condiciones totalmente penosas y antieconómicas, además de estar
sometida a innumerables desaciertos por la acción inconsecuente de los numerosos
profanos que gerentaron la empresa, invalidando con frecuencia los esfuerzos del
escaso personal técnicamente calificado. En consecuencia, ¿cuáles eran las
alternativas que se consideraban para resolver esta crisis?

Como se mencionó, el proyecto más importante era el aprovechamiento de las


aguas de Corani. Se proponía la construcción de una represa de embalse y un salto
de aguas en las cumbres de la cordillera del Tunari, a unos 75 kms de Cochabamba
(Anaya, 1965:46). Este proyecto, que acertadamente fue considerado vital para
resolver el problema del déficit de energía ocupó la atención de la opinión pública a
inicios de los años 1960, una vez que se reconoció, que ELFEC con sus arcaicos
recursos, no podría superar esta situación. La opción se orientó a captar créditos
internacionales, particularmente del Banco Interamericano de Desarrollo. La
prioridad era elaborar los estudios técnicos correspondientes: en junio de 1962 la
empresa Montreal Engireering Co. que tuvo a su cargo el proyecto de ingeniería de
la planta hidroeléctrica de Corani entregó el informe final a la CBF. Dicho estudio
234
contemplaba: una presa con 26,7 mts. de alto y una capacidad de almacenamiento
de 82 millones de metros cúbicos de agua, que permitirían que la planta proyectada
pudiera producir 36.000 kilovatios de energía por hora, contemplándose una
segunda fase ampliatoria que permitiría la producción de 45.000 KWH. El costo de
esta obra alcanzaba, según dicho estudio, los diez millones de dólares (El Mundo Nº
874, 6/07/62). Sin embargo, este proyecto no sólo tenía una importancia local y
regional, sino que se constituía en la alternativa para proveer de fluido eléctrico a
otras regiones del país, especialmente las extensas zonas mineras del altiplano
administradas por COMIBOL. En razón de ello, el Ing. Roberto Capriles hacía
conocer en 1963 que Corani formaba parte de un programa nacional de
electrificación, cuyo financiamiento era gestionado directamente por la CBF ante el
Banco Mundial, el BID y USAID, por tratarse de una obra de interés nacional.

Fue esta última virtud, -el interés del Estado para mejorar las condiciones de
producción de la minería nacionalizada-, y no necesariamente la cuestión de las
penumbras en que vivía Cochabamba, lo determinante, para que la inversión, que
alcanzaba los 22 millones de dólares, contemplara el financiamiento y ejecución de
la totalidad de las obras civiles de la planta de Corani y se ampliara la potencia
originalmente contemplada en el proyecto hasta los 27.000 KW: "para servir la
demanda de Cochabamba y abastecer parte de las necesidades del área minera de
Oruro, por medio de una línea de transmisión de 110 Km". Esta nueva proyección
contemplaba además, en una segunda fase, la ejecución de la planta hidroeléctrica
de Santa Isabel, aguas abajo de Corani con capacidad de generar 40.000 KW y
más. En fin, esta obra pasaría a formar parte "del primer sistema interconectado del
país mediante el enlace de las plantas de Corani, Bolivian Power y COMIBOL" (El
Mundo Nº 1162, 12/07/63).

Contrariando pronósticos que reposaban en la comparación con el lento y


desalentador tratamiento que sufrían las propuestas y proyectos locales para
resolver el problema del agua, las obras que se estimaban de "largo plazo", fueron
iniciadas por la Empresa Bartos, sub contratista de J.A. Jones en septiembre de
1964, con un monto de 26 millones de dólares otorgados por el BID y AID dentro del
"Programa de Alianza para el Progreso" (Prensa Libre Nº 1400, 20/07/65). La planta
hidroeléctrica de Corani, entró en servicio en 1967, con lo que concluyeron las
penumbras cochabambinas y quedaron atrás los odiosos recuerdos de los
racionamientos y las oscuridades forzosas, una vez que estos pasaron a ser hechos
excepcionales.

Así quedó resuelto un problema urbano y regional que comprometía el desarrollo


económico, sin embargo esta diligente solución sólo fue factible por que el
estratégico sector minero requería de la energía producida en Corani, de no ser así

235
es probable que el tiempo de las penumbras hubiera sido aún mucho más
prolongado. Sin embargo, todavía pasarían muchos años, antes de que los distintos
barrios de la ciudad pudieran acceder a este servicio en forma plena.

Las penurias del transporte urbano

Circunstancias como el acelerado crecimiento de la ciudad y el consiguiente


incremento de la población, hicieron del transporte una de las necesidades más
sentidas y, sin embargo, menos atendidas de la ciudad. El retiro de los vetustos
tranvías en los años 1940 y su sustitución por el transporte motorizado, que
aparecía como una opción adecuada en esa época, dio paso a los populares
"colectivos", los que mostraron serias deficiencias en los años 1950 y siguientes.

Para ello, no sólo conjuraba la precaria organización del transporte, sino la falta de
un adecuado mantenimiento de las vías que fueron pavimentadas a partir de 1935-
36 y la calificación de "intransitables" que merecían muchas de las calles de las
nuevas urbanizaciones. En 1961, con mucha razón se hacia la siguiente reflexión:

(La ciudad) “ha experimentado una expansión anárquica y las edificaciones


cubren ya zonas alejadas del casco viejo. Desaparece el aspecto de aldea
tranquila que antes ofrecía nuestra ciudad y en todas direcciones surgen
siluetas de viviendas (...) Este fenómeno trae consigo el problema del
transporte para movilizar a los habitantes de uno a otro extremo de la
población. Exceptuando la parte central, donde existen servicios de
pavimentación, las rutas principales que parten hacia Lacma, Linde y la
Taquiña son infernales en época de lluvia.” (Prensa Libre Nº 52, 13/10/61).
A esta situación se sumaba el deterioro de las calles pavimentadas y aquellas de
mayor circulación:

“No solamente se trata de corregir el deterioro del pavimento diseminado en


contadas calles, sino de corregir la situación de otras céntricas e
intensamente transitadas, llenas de baches y hoyos que inciden en el
desgaste general de los vehículos motorizados que recorren por esas rutas
en itinerarios de servicio de transporte público (...) No se exige la cobertura
asfáltica, sino simplemente el ripiado (...) Lamentablemente ni esa labor se
puede emprender.” (Prensa Libre No. 1226, 22/12/64).
Nos bastan estos pocos ejemplos, para tener una idea de la precaria infraestructura
vial que en realidad disponía la ciudad, y sobre la cual se desplegaba un sufrido
sistema de transporte público, que no sólo se resentía del estado de abandono de
las principales arterias, sino de la vetustez y anacronismo de las propias unidades

236
de transporte que en muchos casos databan de los años 1930 y 40. Un testimonio
perspicaz y certero nos ha dejado la siguiente imagen del "colectivo " o "góndola" de
aquellos tiempos:

“Junto al progreso de la edificación, a las deslumbrantes luces que bañan de


luz de luna nuestra Avenida San Martín, se arrastran las góndolas de las
líneas suburbanas. Su aspecto fantasmal, su grosera confección con
parches de lata y pintura generalmente verde, su interior destartalado, con
asientos de tablas que manchan las asentaderas y con órganos de
locomoción que hace veinte años que han cumplido su misión sobre la tierra
(...) todo es hosco allí, el aire irrespirable, el conductor imperturable y el
cobrador que parece un espantapájaros.” (Prensa Libre Nº 111, 5/04/61).
Un estudio sobre este mismo particular realizado hacia 1959 revelaba con respecto
a la situación de los autobuses de transporte urbano:

“Con un promedio de capacidad de 30 pasajeros. Ni uno solo de ellos brinda


un mínimo de comodidad. Todos circulan peligrosamente sobrecargados de
bultos y pasajeros. Son vehículos que habiéndose hecho inservibles en La
Paz, terminan su ruina en Cochabamba” (Anaya, 1965: 55).
Otro informe terminaba por desentrañar la naturaleza social de este problema, al
denunciar la suerte de monopolio que ejercitaban las federaciones y sindicatos de
transportistas, para evitar el ingreso de nuevas unidades en mejor estado. Un
ejemplo era el conflicto protagonizado por el Sindicato de Propietarios de Colectivos
de Quillacollo que culminó en una huelga general del transporte público. Al respecto
se hacían las siguientes puntualizaciones:

“La línea de esa provincia está atendida por 45 colectivos y 16


vagonetas. Los colectivos en su mayoría están manejados por sus
dueños, muchos de los cuales son propietarios de las vagonetas,
colectivos y camiones (...) El ingreso de las vagonetas o ‘rápidos’ costó
sangre y fuego. Los usufructuarios de la línea se opusieron a la habilitación
de ese servicio (...) Se dice que el ingreso de un "rápido" cuesta 3 millones
de bolivianos y de un colectivo 5 millones (...) hace 10 años que no ha
ingresado un colectivo nuevo al que pueda llamársela en propiedad
"ómnibus" (...) Un elevado porcentaje de colectivos son vehículos
destartalados que debían estar fuera de servicio, pero que con el visto bueno
de tránsito, las ‘muñecas’ y la presión de las organizaciones de
transportistas, se mantienen en las líneas (El Pueblo Nº 1818, 25/06/59).
Lo anterior sugiere, que no sólo los baches callejeros y los vetustos carromatos,
eran los responsables de las penurias del transporte público, sino a ello se sumaba,
237
el férreo control que ejercían puñados de propietarios de estos medios de transporte
organizados sindicalmente, y que confundían el servicio público con un buen
negocio, que para rendir mejores frutos exigía abaratar sus costos, es decir,
prolongar la vida útil de los famosos colectivos, mantener una artificial y permanente
obsolescencia de este servicio y transformar el transporte urbano en una suerte de
hacinamiento motorizado.

En 1959-1960, de acuerdo a los registros de la Dirección Departamental de Tránsito


existían en la ciudad 6.441 vehículos y 99 motocicletas, de acuerdo al siguiente
detalle:

CUADRO No. 28:


CIUDAD DE COCHABAMBA: PARQUE AUTOMOTOR (1959)

Tipo de vehículo Cantidad


Camiones 2.360
Automóviles particulares 1.279
Automóviles oficiales 85
Camionetas 1.160
Jeeps 700
Taxis 561
Colectivos 296
Total 6.441
Fuente: Anaya, 1965: 54.

En realidad, descontando los vehículos pesados que normalmente operaban en las


carreteras provinciales y los centros feriales, el parque automotor urbano alcanzaba
a la cifra de 4.081 vehículos, de los cuales casi el 80% eran vehículos particulares.
Exceptuando los taxis, el transporte público masivo era realmente insignificante.
Para una población estimada en 110.000 habitantes en 1959, el transporte privado
sólo cubría los requerimientos de unas 16.000 personas, en tanto, las restantes
dependían del precarísimo servicio de unos tres centenares de colectivos, arrojando
un promedio de una unidad por cada 300 y más personas, atendidas por buses con
una capacidad máxima de 30 personas! 139

Esto explica, la preferencia masiva de los cochabambinos por las bicicletas, como
una opción frente a esta situación crítica del transporte público. Unos ciclistas que
reclamaban al Director de Tránsito por sus disposiciones en favor del tránsito
motorizado y que tendían a erradicar el uso de este popular medio de transporte,
acertadamente señalaban:
139 En 1957, existían cuatro líneas de colectivos urbanos: La línea Nº 1 con un recorrido de Muyurina a
Jaihuayco con 14 unidades. Las líneas 2 y 3 con un doble recorrido Mayorazgo-Lacma y Mayorazgo-
Cementerio con 33 unidades. Finalmente la línea 9 con 4 unidades, que hacía el recorrido desde la Av. 9 de
Abril a Villa Berdecio (El Pueblo Nº 1324, 11/09/57).
238
“La bicicleta, en nuestro medio ha dejado de ser un vehículo de paseo, de
placer, entretenimiento o diversión, para constituirse en un elemento
indispensable y necesario de la vida urbana. Es el vehículo imprescindible
que utilizan las personas para su traslado de un lugar a otro. De ahí su
popularidad y su uso mayoritario. Desconocer esta circunstancia es alejarse
de la realidad (...) Las personas tienen que recurrir a este medio motriz
porque precisamente no existe en nuestra ciudad un sistema de transporte
colectivo bien organizado y con tarifas al alcance de las mayorías (...) Las
góndolas son incómodas, escasas y no cumplen sus horarios.” (El Pueblo Nº
1257, 14/06/57).
Fueron estos, los argumentos que convirtieron Cochabamba en los años 1950 y 60
en una ciudad de ciclistas, pues eran miles los ciudadanos que optaron por esta
solución. Según datos oficiales de la Jefatura de Tránsito se reveló que en 1952 sólo
existían 6.200 bicicletas, pero estas pasaban de las 60.000 en 1959 en el
Departamento. (El Pueblo Nº 1869, 28/08/59). Por información que ofrecía la fuente
citada, entre 1952 y 1959 "los campesinos de Cochabamba han adquirido más de
35.000 bicicletas", reconociéndose que la bicicleta se había convertido "en un
elemento indispensable" pues había permitido la ampliación de las actividades de
intercambio. Sin lugar a dudas, la ampliación del mercado regional no sólo se
operaba a partir de los camiones, sino también reposaba en el enérgico pedaleo de
miles de vallunos. De acuerdo a la citada fuente, existían en la ciudad no menos de
24.000 bicicletas140.

Este fue sin duda, uno de los logros no planeados de la Revolución Nacional. Antes
de 1952, la bicicleta era un artículo de lujo propio de "snobs", un sueño inalcanzable
para la plebe. Posteriormente, factores como la dinamización de las ferias, el acceso
de los ex colonos a la economía de mercado y la amplia movilidad de la fuerza de
trabajo liberada de las viejas ataduras hacendales, la pusieron al alcance del
campesino valluno.

Por todo ello, pronto los mecanismos de control sobre los ciclistas fueron
desbordados. En 1961-62 la Oficina de Tránsito intentó poner algún orden en esta
situación imponiendo la inscripción obligatoria de las bicicletas y el uso de una placa
numerada, amenazando con severas batidas. Es claro que estas medidas nunca
llegaron a aplicarse, pues el asunto causó la reacción de la ciudadanía. Al respecto
declaraba lo siguiente un dirigente de la COD: “A la iniciación del año escolar
cuando los padres de familia, particularmente los trabajadores, que viven en el
cinturón de la ciudad deben trasladar a sus hijos, el Tránsito no puede proceder a la

140 En 1959 estaban registradas 21.729 bicicletas en las oficinas de Tránsito, pero se admitía que muchísimas
más no cumplieron con este requisito. (El Pueblo No. cit.).
239
batida de bicicletas amputando los pies de la ciudadanía.” (El Mundo Nº 747,
30/01/62).

La popular bicicleta pedaleada por obreros, artesanos, amas de casa, oficinistas,


estudiantes, respetables ancianos y toda clase de ciudadanos sin ninguna distinción,
pasó a formar parte indisoluble de la vida cotidiana de la ciudad y, de este continuo
pedaleo dependió por varias décadas el funcionamiento normal de las actividades
económicas, sociales, educativas y administrativas. En fin, este era el único recurso
de que disponían miles de ciudadanos que habitaban la extensa periferia de la
ciudad, frente a un transporte público obsoleto, monopólico y especulativo.
Ciertamente los más pedaleaban, en tanto los menos disponían de vehiculos
particulares.

Urbanización y destrucción del medio natural: la alternativa del Parque Tunari

Toda forma de asentamiento humano relativamente denso, y sobre todo aquel que
asume características urbanas, se desarrolla alterando, modificando y aun
destruyendo el medio natural primigenio. La Villa de Oropeza, desde su fundación, y
con mayor intensidad la posterior ciudad de Cochabamba, alteraron este medio
natural y tuvieron que abonar un elevado costo social para evitar, por ejemplo, que
el Rio Rocha arrasara con el núcleo urbano. Este fue uno de los problemas
centrales que ocuparon la atención ciudadana en los siglos pasados y no dejaron de
causar hondas preocupaciones hasta los años 1960141.

El acelerado crecimiento que experimentó la ciudad, particularmente a partir de los


años 1950, agravó aún más esta situación, no sólo porque se intensificó la
destrucción de la flora natural y los sectores boscosos, que abundaban en las
campiñas que rodeaban la ciudad, para dar paso a la urbanización, sino que el
impulso de esta, al invadir los faldeos cordilleranos del Norte, fue destruyendo la
vegetación de soporte y encause de innumerables torrentes. La destrucción de este
manto de vegetación natural, abrió curso a un intenso proceso de erosión y al
inusitado avance de los eriales y pedregales en sustitución de la antigua cubierta
vegetal que adoptaba la forma de monte bajo y pradera. Los riachuelos mansos que
descendían del macizo cordillerano, al encontrar debilitado y desprotegido de
vegetación su cauce natural, tendieron a ensanchar y modificar el mismo,
convirtiéndose en peligrosos torrentes, que comenzaron a poner en peligro las
nuevas zonas urbanas.

En Síntesis, podemos identificar tres factores característicos que amenazaron la


intensificación de un modelo de urbanización y de ampliación de la frontera urbana,
141 Para una referencia sobre los problemas planteados por el Rio Rocha en el siglo XIX y hasta 1950, ver
Solares, 1990.
240
de características agresivas y destructoras del medio natural, y que se constituyeron
en un peligro serio para la ciudad, bajo este patrón de crecimiento. Estos factores
son: los desbordes del Rio Rocha, las torrenteras y la polución ambiental.

Con respecto a la primera cuestión, el tema de "los defensivos del Rio Rocha",
formaba parte de una antigua tradición de encarar soluciones precarias y
momentáneas. Entre los muchos estudios que se desarrollaron, sobre todo a partir
de las décadas finales del siglo XIX y primeros del XX, destaca el proyecto del Ing.
Julio Knaudt, que lamentablemente, luego de casi 30 años de lenta ejecución de la
obra de desvío del Rio Rocha hacia el vaso de Alalay y a un canal guía de desfogue
por la zona Sud, sufrió el contraste de la ruptura de la presa derivadora de San
Pedro durante la gran inundación de 1940 (Ver Solares 1990 y Galindo 1974).

A consecuencia de estos hechos, se creó la Oficina de Regularización del Rio


Rocha dependiente de la Prefectura del Departamento, la misma que se
municipalizó en 1956. En 1959, los ingenieros Carlos Saavedra y Luis Calvo S.
elevaron un informe al Alcalde Eduardo Cámara de Ugarte, en que se tomaban
parcialmente los criterios del Ing. Knaudt en torno a la canalización del Rio Rocha,
enfatizando sobre su urgencia. Al respecto se señalaba:

“Estas obras de canalización que consisten en la construcción de muros


laterales de encauce y cortinas transversales, para definir la pendiente, de
conformidad al proyecto Knaudt, tienen la fundamental importancia de
proteger la ciudad contra las crecientes máximas del Rio Rocha; en
consecuencia son obras de vital importancia que deben completarse a la
brevedad posible.” (El Pueblo Nº 1846, 29/07/59).

Los citados ingenieros distinguían dos tramos para las obras de canalización: del
puente Siles al Bolivar (puente de Cala Cala) y del citado Puente Bolivar "hasta el
cruce de la matriz del alcantarillado o sea 500 mts. aguas abajo del puente Blanco
Galindo". En 1959, parte del primer tramo se encontraba ejecutado, quedando
pendiente la realización de los muros laterales de mampostería de piedra; en tanto
el segundo tramo no tenía ningún grado de realización. Estas obras fueron
estimadas en 80.000 dólares. Al respecto, una nota del Alcalde dirigida al Prefecto
del Departamento solicitando soporte económico del poder central (El Mundo Nº 67,
3/09/59), encontraba una respuesta desalentadora, pues se reconocía que no
existían recursos ni siquiera para atender las obras de carácter urgente. (El Pueblo
Nº 1874, 3/09/59).

Amenazadores presagios sobre un año excepcionalmente lluvioso para el verano


1959-60, dieron curso a reiterados reclamos, convirtiendo éste, en un tema
241
candente sobre el cual todas las autoridades hacían aparatosos despliegues
oratorios, pero nadie quería comprometerse con trabajos concretos. El Alcalde
Cámara de Ugarte resumía este temperamento señalando, que el Municipio no
podía destinar personal a estas tareas, "ya que de ser así, cargaría a la Comuna la
responsabilidad de lo que sobrevenga". (El Mundo Nº 125, 10/12/59). Finalmente, la
Empresa Bartos realizó la ejecución de un defensivo consistente en un muro de
contención de unos 120 mts. de longitud en el sector del Puente de Quillacollo (El
Mundo Nº 126, 11/12/59). Afortunadamente los presagios cargados de trágicos
recuerdos, no llegaron a cumplirse142.

Sin embargo, episodios como el descrito, donde un mar de rumores e


incertidumbres en torno al amenazador "tiempo de lluvias" traía a colación el tema
de "el peligro del Rio Rocha" con sus despliegues de informes técnicos, editoriales
de prensa, declaraciones diversas, las consabidas y siempre infructuosas
búsquedas de recursos, -y cuando el peligro era algo más que una simple hipótesis-,
el cuidadoso afán de políticos y autoridades de asumir posturas de consternación,
pero al mismo tiempo evitar responsabilidades directas o indirectas; eran hechos, a
menudo tragicómicos que de cierta manera, formaban parte de la cotidianidad de la
ciudad.

En 1963, en una reunión conjunta de personeros de la Sociedad de Ingenieros y el


Centro de Arquitectos, conjuntamente con funcionarios de dependencias técnicas
municipales, acordaron la definición del trazó que seguiría el curso regularizado del
Rio Rocha, que se regía en lo esencial, por el cálculo efectuado por el Ing. Julio
Knaud en 1910, para el tramo comprendido entre el Puente de Cala Cala y el
Puente de Quillacollo. Esta decisión, no sólo encontró sustento en razonamientos
específicamente técnicos, sino también de tipo urbanístico, al ser este, el trazo
considerado por el Plano Regulador y que sirvió de base para todo el estudio vial en
las márgenes del Rocha. Esta determinación se consideró como definitiva, en lugar
de una otra alternativa sugerida por el Ing. Fabio Cornejo, pese a que la alternativa
elegida afectaba a numerosas viviendas clandestinas ubicadas a la altura de Villa
Galindo143.

Bajo estas circunstancias, se fueron ejecutando paulatinamente las obras de


canalización del Rio Rocha, quedando establecido un perfil de 42.00 metros. De
acuerdo al Ing. Eudoro Galindo, esta regularización supuso: la construcción de un
puente de hormigón armado sobre el camino a Quillacollo, en reemplazo del antiguo
puente de madera construido por ELFEC; reemplazo por otro puente de hormigón

142 En realidad estos temores se materializaron en enero de 1965 cuando Villa Galindo, Mayorazgo, el
Aeropuerto, Cala Cala y otras zonas fueron gravemente afectadas por inundaciones.
143 Este problema, pese a tratarse de una ocupación ilegal de construcciones clandestinas se arrastró por
muchos años, perjudicando las obras de regularización.
242
armado, del puente de acero de dos tramos existente en el camino a Cala Cala; un
puente de hormigón armado de acceso a la Recoleta; traslado del puente metálico
de Cala Cala al camino a Sacaba, el que posteriormente fue sustituido por uno de
hormigón, como parte del proyecto carretero al Chapare, y finalmente, traslado del
antiguo puente de tres tramos de la Recoleta a la zona de Tupuraya, donde prestó
servicios hasta las décadas finales del siglo XX, en que fue sustituido por otro
puente de hormigón (Galindo, 1974: 58 y 59).

De esta manea, a través de la canalización, el peligro del río Rocha que atormentó a
muchas generaciones de ciudadanos a lo largo del siglo XIX y primera mitad del XX,
dejo de ser un problema significativo, sin embargo, todavía en décadas posteriores a
1960, las inundaciones del río en la zona de la Tamborada y otras siguió causando
zozobra.

En relación al problema planteado por las torrenteras, sin duda su irrupción, fue el
resultado combinado de un largo proceso de depredación del manto vegetal
cordillerano, particularmente, las talas indiscriminadas de árboles para proveer de
troncas a las obras ferrocarrileras, a la minería y a los centenares de braseros
donde fermentaba la tradicional chicha; pero sobre todo, al avance de la
urbanización sobre zonas afectadas por la erosión y convertidas en áreas de riesgo
natural. En los años 1940, como consecuencia de la expansión de la ciudad sobre la
campiña de Cala Cala y Queru Queru, se produjeron los primeros desbordes de
torrentes que afectaron asentamientos urbanos. Estas situaciones se repitieron
periódicamente: en 1958, diez años después de inundaciones similares en la zona
Norte, una vez más, las llamadas torrenteras de Mayorazgo, Aranjuez y Cala Cala
se desbordaron de su cauce natural (El Pueblo Nº 1437, 24/01/58). Como
consecuencia de estos hechos, se comprobó que las zonas de Linde, Rosedal,
Calampampa, Taquiña y aledaños se encontraban en inminente peligro, por la
acción de las aguas y mazamorras que arrastraban las quebradas de Tirani y
Chaquimayu (El Pueblo Nº 1439, 26/01/58). Dicho peligro, se materializó con el total
anegamiento de la zona de Calampampa, por efecto del desborde de la quebrada
de Chaquimayu la noche del 21 de enero de 1958. Una de las víctimas daba el
siguiente testimonio:

“Como lava de volcán la mazamorra arrastrada por la torrentera invadió por


sorpresa las calles y el interior de humildes viviendas. Presas de pánico
indescriptible los vecinos no atinaron sino a salvar a sus familiares (...) Al día
siguiente se comprobó cuan grave era la inundación de Calampampa. De
continuar 5 minutos más, la población habría desaparecido, pues a 500 mts.
del barrio en dirección Norte, providencialmente quedaron amontonadas

243
miles de piedras gigantescas desprendidas de los despeñaderos por efecto
de la lluvia.” (El Pueblo Nº 1443, 31/01/58)144.
Estos hechos, una vez más, como en el caso de los desbordes del río Rocha,
motivaron no sólo alarma, sino la búsqueda de soluciones que fueran más allá de la
simple limpieza y dragado de las numerosas quebradas que amenazaban la zona
Norte de la ciudad. Un antecedente importante, eran los planteos que contenían los
estudios del Anteproyecto del Plan Regional del área de influencia inmediata a la
ciudad, y el propio Plano Regulador. Dichos estudios contemplaban la forestación
del sector afectado por las torrenteras. En función de ello, existía una política
concreta de evitar y conciliar el avance de la urbanización hacia zonas de riesgo, y
definidas como destinadas a formar parte de un Parque Nacional, que pasó a ser
mejor conocido como Parque Tunari. A este respecto el Arq. Jorge Urquidi
puntualizaba: “En las zonas factibles de urbanización solamente se permitiría la
formación de huertos agrícolas en una extensión suficiente, quedando prohibidos
los fraccionamientos y una densidad de edificación máxima del 5%” (El Pueblo Nº.
1894, 30/04/59).

Tomando como referencia las pautas contenidas en el Plano Regulador de la


ciudad, y en el marco de una necesaria reflexión, tendiente a evitar la repetición de
los desbordes de las torrenteras de enero de 1958, ese mismo año, en un extenso
artículo bajo el título: "Un grave peligro amenaza a la población de Cochabamba" los
señores Jorge A Ovando, Eduardo Tardío y Benno Marcus elaboraron una propuesta
más específica que pasamos a sintetizar, dada su importancia:

Inicialmente, este estudio realizaba un análisis retrospectivo para mostrar que los
valles centrales de Cochabamba estuvieron sometidos a severas agresiones a su
marco natural, prácticamente desde la llegada de los españoles, quienes
introdujeron la peligrosa y dañina práctica de las talas indiscriminadas y la "roza a
fuego", es decir la costumbre de habilitar anualmente tierras destinadas zonas de
cultivo o pastoreo, mediante la destrucción de la flora nativa y el manto vegetal
natural a través de la acción del fuego. A tiempo de hacer un repaso de la
insuficiente legislación existente para preservar los recursos naturales, señalaban a
manera de antecedente sobre el agravamiento del problema de las torrenteras, lo
siguiente:

“Particularmente grave es el problema que afecta a toda la zona Norte de la


ciudad de Cochabamba, incluidas las zonas del Temporal y de la Cordillera
del Tunari. Precisamente a partir de 1952, como consecuencia de la
Reforma Agraria y de la falta de cumplimiento de su objetivo relativo a la

144Estas escenas se repetirán una y otra vez, afectando a las zonas de Tiquipaya y otras situadas al pie del
Tunari, inclusive en pleno siglo XXI.
244
conservación de los recursos naturales, se ha venido practicando a un ritmo
vertiginoso la tala indiscriminada de la vegetación de la zona, así como la
aplicación del sistema de roza a fuego de pajonales y matorrales (...) En la
región del Temporal, los grandes propietarios que han seguido los
procedimientos de afectación contemplados por el Decreto-Ley de Reforma
Agraria, han procedido a la tala de las especies forestales existentes en la
zona, con un criterio absolutamente contrario a una sana política de
conservación de estos recursos, y al parecer, con el fin de obtener ingresos
que ellos estimaban perdidos como consecuencia de la Reforma Agraria.
Por otra parte, los campesinos del lugar y otras personas, vinculadas con
algunas actividades artesanales han procedido a talar los matorrales en
forma arbitraria. Como consecuencia de esto, la región del Temporal que
hasta hace algunos años conservaba todavía una capa de vegetación
bastante apreciable ha perdido esta protección vegetal. A ello se añade, que
los vecinos de la zona y personas dedicadas a la industria de la construcción
han procedido a recolectar piedras con remoción de tierra, lo cual sumado a
la falta de protección vegetal, ha dejado la zona en condiciones de ser
atacada por la erosión.” (El Pueblo Nº 1667, 20/11/58).
En suma a manera de un diagnostico se ponía en relieve que la intensa depredación
de la flora natural "sometida durante siglos a la acción del fuego y del hacha", dado
el agudo proceso de erosión y desertificación resultante, terminaron por convertirse
en una amenaza para la ciudad, al transformar los torrentes naturales en corrientes
descontroladas, cargadas de materiales (piedras, tierra, lama, etc.) que la cubierta
natural destruida ya no podía retener, dando lugar a la formación de grandes conos
de deyección que inutilizaron extensas zonas cultivables, además de causar
estragos en las nuevas urbanizaciones.

Los citados autores, planteaban concretamente, la creación de un Parque Nacional


como la forma más eficaz de evitar una mayor destrucción de los recursos naturales,
un mayor avance de los conos de deyección, un agravamiento de la acción
destructiva de las torrenteras y un necesario freno a la expansión urbana. Al efecto
realizaban la siguiente propuesta (Ver El Pueblo Nº 1668, 21/11/58 y números
siguientes) que pasamos a sintetizar:

La extensión del parque abarcaría unos 300 Km2., desde la Avenida América al Sur
hasta las cabeceras del rio Tablas al Norte, desde la primera quebrada de Tupuraya
al Este hasta la quebrada de Alisukhasa al Oeste. En dicha extensión se distinguían
las siguientes zonas:

 Zona de las campiñas, en que se incluían las de Sarco, Mayorazgo,


Calampampa, Cala Cala, Queru Queru, Aranjuez y Tupuraya comprendidas
245
dentro de la ciudad. En este caso se sugería que sólo se permitiera la
aplicación de las disposiciones de la Reforma Urbana, evitando una mayor
densificación. Al respecto, los proyectistas señalaban que las urbanizaciones
de estas áreas "no correspondían a una visión adecuada", en función de la
situación topográfica y por encontrarse atravesadas por torrenteras que con
frecuencia se desbordaban. Por todo ello solicitaban: a) Estudios de las
urbanizaciones existentes introduciendo modificaciones convenientes y
anulando los permisos de construcción en todas las zonas de riesgo, así
como prohibiendo totalmente la tala de árboles. b) Crear franjas forestales de
10 a 20 mts. de ancho a lo largo del curso de los torrentes145. c) Crear áreas
verdes extensas en las zonas citadas.

 Zona de Temporal, por ser esta la zona más afectada por la erosión se
sugería prohibir totalmente la roza a fuego y la tala de árboles y arbustos. Se
proponía crear dos tipos de franjas forestales: a) Una franja protectora de 200
metros de ancho que delimite las zonas de la campiña y del Temporal. b)
Franjas protectoras de 200 a 300 mts. de ancho a lo largo de las quebradas
que cruzan el Temporal, es decir franjas transversales a las anteriores y que
se extenderían hasta la cordillera delimitando el curso de las aguas e
impidiendo la formación de conos de deyección. No obstante, el raudo
avance de los fraccionamientos urbanos en 1958, ya habían incursionado en
esta zona, donde existían asentamientos como la Villa Paz Estenssoro, la
Urbanización de la Quinta del Beato Salomón, Villa del Cortijo, a las que se
añadirían muchas más en años inmediatamente posteriores, en franca
vulneración del Plano Regulador de la ciudad. Los proyectistas reconocían
que esta situación era irreversible dado el avanzado estado de consolidación
de los citados asentamientos, sugiriendo en consecuencia, la creación de
"unidades vecinales de un tipo especial", es decir que además de respetar en
el trazado de calles y manzanas, las condicionantes topográficas, "se
procedería el fraccionamiento de los terrenos de acuerdo al criterio de crear
en ellos quintas de 2 a 3 Ha. destinadas a la producción de frutales,
hortalizas y legumbres".

 Zona de la Vertiente Sur, constituía el sector básico del Parque Nacional,


poblada esencialmente por campesinos pastores y pequeños agricultores,
quienes practicaban extensamente la roza a fuego y la tala de árboles, en la
creencia de que dicha quema de pastos fortalecía la producción de mejores
forrajes. Aquí los proyectistas sugerían medidas pedagógicas y de
concientización sobre la preservación de los recursos naturales. Al respecto
se sostenía que la supresión de los pavorosos incendios anuales por unos
145 En realidad el perfil de estas franjas, de seguridad resultaba insuficiente. El criterio actual es un mínimo
de 30.00 mts. existiendo situaciones en que este debiera ser ampliado.
246
años, permitiría la reposición del manto vegetal. En esta zona se distinguían
dos tipos de áreas forestales: a) Las manchas forestales existentes,
formadas por la vegetación primitiva y todavía cubriendo superficies
importantes sobre todo en las hoyas de formación de las quebradas a unos
3.000 a 3.500 mts. de altura, conformando restos de bosques de kehuiñas,
alisos, etc., que debían protegerse. b) Manchas forestales artificiales, que se
debían formar en las zonas más vulnerables a la acción de la erosión.

 Zona de las cumbres y altiplanos, comprendía un extenso territorio situado


por encima de los 4.000 mts. de altura, donde existían haciendas productoras
de papa y, donde aun se conservaba una variada fauna silvestre de vicuñas,
venados, etc. Aquí también se debía prohibir la roza a fuego y el control del
pastoreo en las praderas naturales.

 Zona de los bosques naturales, comprendía la vertiente Norte de la cordillera


desde la ceja de monte hasta el llamado rio Tablas. Presentaba
características forestales de la región de Yungas. En la época en que se
realizó esta propuesta, esta zona permanecía aún inexplotada con relación a
sus recursos madereros de modo que aun permanecía conservando
especies forestales nativas, razón por la cual debía ser protegida a toda
costa.

Los autores de la propuesta descrita, para materializar su proyecto, todavía


sugerían: la construcción de un camino de acceso que partiendo de la campiña
llegara hasta la zona de bosques naturales, y la construcción de un sistema de
canales de riego en base al aprovechamiento de las aguas de las lagunas
existentes (El Pueblo Nº 1668, 21/11/58 y siguientes).

Esta propuesta, sin duda la más concreta e integral, no sólo desmiente la


aseveración de una supuesta ausencia de propuestas técnicas en torno a la
creación del Parque Tunari, razón por la cual, resultó incontenible el avance de la
urbanización, sino pone en evidencia la problemática económica y social que
alentaba la continua destrucción del medio natural. Sin embargo, ¿Cuáles fueron las
razones para que este proyecto no fuera profundizado hasta un nivel de factibilidad,
y mereciera un discreto silencio posterior por parte de las instituciones que debieran
haber desarrollado aun más este valioso aporte? Nos atrevemos a considerar que
su inviabilidad se originaba en relación a:

 Que parte de la zonificación planteada, alteraba significativamente la


dinámica de la expansión urbana imperante en ese momento. La idea de
reducir la urbanización de la campiña a la simple aplicación de la Reforma
Urbana, era algo que no sólo modificaba significativamente lo dispuesto por
247
el Plano Regulador, sino sobre todo, afectaba profundamente los intereses de
grandes y medianos propietarios ansiosos de captar rentas inmobiliarias en
una circunstancia que juzgaban propicia para los negocios de tierras

 La realidad de las primeras alteraciones a los límites previstos por el Radio


Urbano definido por el Plano Regulador, con la presencia de asentamientos
en zonas de temporal, dentro de la jurisdicción del Parque propiamente.
Estos asentamientos, lejos de ser tratados como "Unidades Vecinales
Especiales" como sugerían los proyectistas, se beneficiaron de una
Ordenanza Municipal dictada en fecha 14/12/64 por el Alcalde Tcnl. Francisco
Baldi, que disponía la "ocupación temporal de sitios y edificaciones
comprendidos dentro del área del Parque Nacional Tunari" mientras se
desarrollarán los trámites y procedimientos legales expropiatorios (Prensa
Libre Nº 1223, 18/12/64). Obviamente, los trámites expropiatorios nunca
culminaron, y a título de "provisional o temporal" los asentamientos
proliferaron con posterioridad a esta disposición.

 Que, ni el Municipio, ni el Gobierno Central, en ningún momento dispusieron


de recursos económicos para encarar las expropiaciones que permitieran la
consolidación efectiva del Parque.

La creación del Parque Nacional Tunari, fue sancionada por el Decreto Supremo Nº
06045 de 30/03/62. El texto fue autoría del Arq. Jorge Urquidi y la parte legal fue
gestionada por el Senador Fernando Ayala Requena y el Dr. Héctor Cossio Salinas.
Esta disposición, definía en su primer artículo como área afectada por el Parque: al
Norte, la ceja de monte en la región de Tablas, al Sud la Avenida de Circunvalación,
al Este la Quebrada de Arocagua y al Oeste la Quebrada de la Taquiña. El artículo
segundo declaraba de utilidad y necesidad pública, los terrenos comprendidos
dentro de la jurisdicción del Parque. El artículo tercero disponía los alcances de un
Plan General de Construcción del Parque146. El Artículo séptimo, definía que los
fondos necesarios para este emprendimiento provendrían de las arcas fiscales, del
producto de la venta en subasta pública de especies forestales comerciales, del 2%

146 El Arq. Jorge Urquidi en un extenso trabajo publicado en el matutino Prensa Libre, en 1963, bajo el título
"Importancia y Proyecciones del Gran Parque Nacional Tunari" desarrollaba una amplia y erudita
fundamentación sobre la importancia de este proyecto, así como el detalle del Plan General mencionado en el
Art. 3ro. del Decreto. Con respecto a dicho plan se proponían tres etapas: Primera: Plan de estudios previos.
Segunda: Planificación de obras. Tercera: Plan de ejecución de obras. Los estudios previos comprendían, entre
otros, el levantamiento topográfico general del área, trabajos exploratorios, trabajos de catastro, lo que
permitiría levantar censos demográficos, de producción agrícola, ganadera e industrial. La planificación de
obras, comprendía entre otros, la planificación física general, el estudio de zonificación, la planificación de
vías, la captación de agua, el sistema de riego, la electrificación y el Plan de Ejecución de Obras de defensivos
y regularización de las torrenteras. El Plan General de Ejecución de Obras propiamente, definía aspectos de
gestión y administrativos (Nº 793, 10/07/63 y siguientes).
248
del presupuesto anual prefectural y del 2% del presupuesto municipal, así como de
partidas que se voten en el Presupuesto Nacional147.

Si bien, el destino posterior de este Proyecto excede los límites temporales de este
ensayo, es importante llamar la atención sobre la envergadura del mismo, en
relación a las modestas disponibilidades de la economía regional. Sin embargo, el
conflicto mayor radicaba en disposiciones expropiatorias, que al no ejecutarse con la
necesaria oportunidad, propiciaron situaciones de vulneración a la ley, que
terminaron por convertir al proyecto en algo que sólo existía en el plano teórico, en
tanto en la realidad, la expansión urbana -incluso estimulada por el propio Estado-
"desbordaba" los hipotéticos espacios destinados a este ambicioso e incomprendido
emprendimiento. Entre tanto, el problema de las torrenteras que dio lugar a la
formulación de este Parque, no fue resuelto, y sobre la ciudad aún se cierne este
peligro.

Como todo proyecto, con una fuerte consistencia técnica y un elevado nivel de
sentido común, pero no comprendido por los niveles estatales, y menos por las
élites locales, que desde los orígenes del Parque vieron en éste, un obstáculo para
sus intereses y horizontes inmobiliarios; término convirtiéndose en un escenario de
transgresiones y arreglos corruptos, para dar vía libre al mercado de tierras,
minimizar el riesgo de las torrenteras, ridiculizar las airadas protestas de los técnicos
y hacer la vista gorda o incluso despliegues teatrales, cuando se precipitaban las
tragedias. Naturalmente, quienes pagaban (pagan todavía) los platos rotos eran
familias humildes engatusadas por hábiles loteadores.

En cuanto a la cuestión de la polución ambiental, pese a su gravedad, la misma no


mereció el favor de la prensa de la época ni movió a la preocupación de las
autoridades. Sin embargo el raudo avance de los fraccionamientos de tierras en los
años 1950 y primera mitad de los 60, definieron la incorporación de una mancha
urbana carente de los servicios básicos y promoviendo, como comprobamos
anteriormente, procesos erosivos y de destrucción de la campiña, muy graves. Un
análisis no exhaustivo sobre este asunto nos permite identificar las siguientes
causas de deterioro de la calidad ambiental en la ciudad:

 La proliferación de nuevas vías urbanas (calles y avenidas) y áreas verdes


(plazas, parques) que no reciben adecuado tratamiento, es decir, en un caso,
permanecen sin ningún tipo de pavimento, y en otro, permanecen como
simples terrenos baldíos y abandonados. Estos sitios públicos se convierten

147 El propio Arq. Urquidi reconocía que los fondos creados por el Art. 7o. del Decreto fueron insuficientes, al
extremo que no se llegó a crear el Departamento Técnico que debía ejecutar el Plan de Obras (Urquidi, 1986:
70).
249
en proveedores de grandes masas de polvo y tierra que contamina la
atmósfera que respira la ciudad.

 Gran cantidad de lotes baldíos y, plazas y parques no consolidados que se


convierten en depósitos de basuras.

 Las precarias condiciones de higiene en zonas densamente pobladas, como


La Cancha y otras, que continuamente se convierten en focos emanadores
de polución y olores nauseabundos. El foco contaminador de mayor
gravedad era la Laguna de Alalay.

 La tala de árboles y la destrucción generalizada de los recursos naturales que


otrora protegían a la ciudad, también convierte extensos campos en eriales
productoras de grandes masas de polvo.

En fin la capsula de tierra, monoxido de carbono (C02) y otros agentes químicos que
hoy delimitan la atmósfera que respira la ciudad, se originó en los años 1950 y 60,
como resultado de un modelo de expansión urbana sin desarrollo, es decir que
apenas se nutría del afán especulativo y mercantil, concibiéndo como "normal" la
producción de un espacio urbano compuesto de lotes, calles y casas carentes de los
reales beneficios que diferencian un simple campamento de lo que conceptual y
técnicamente se considera como ciudad. Otra vez, son los barrios de la periferia
Norte, pero sobre todo, los de la periferia Sud, quienes padecen de cuadros de
polución permanente. Es decir, nuevamente pagan los platos rotos los menos
favorecidos por la fortuna.

La persistente crisis sanitaria

Los rasgos esenciales del proceso urbano analizado exhibían extremas


contradicciones. Las ansias modernizadoras que ganaron a las élites locales a partir
de la posguerra del Chaco, que en la década de 1930, se manejaban en un plano
casi onírico, se trocaron en los años 1950 y 60 en una imprevisible realidad. La
transformación de la aldea en ciudad, siguió un rumbo muy diferente al sugerido por
las alegorías técnicas tejidas en torno al desarrollo urbano: el modelo de ciudad-
jardín sólidamente sustentado en los indiscutibles principios del Urbanismo
Moderno, era apenas un referente lejano, cada vez más un ideal inalcanzable, casi
una broma de mal gusto, si se lo comparaba con los resultados que ofrecía la
realidad. Ciertamente, el desarrollo urbano era algo muy muy relativo, prácticamente
un vistoso barniz que escondía demasiadas ironías.

250
Las grandes obras públicas emprendidas en los años 1920, y que proporcionaron a
la aldea su fisonomía urbana, en realidad se convirtieron en obras inconclusas y
continuamente rebasadas por renovados requerimientos. Veamos como: los
emprendimientos en materia de instalación de redes de agua potable, alcantarillado,
desagües pluviales, pavimentación, energía eléctrica resultaban fatalmente
obsoletos frente a la dinámica de la expansión urbana. El resultado era, un franco y
contradictorio cuadro de contradicciones: apenas un restringido ámbito de la ciudad
podía aspirar y mostrar incompletos atributos que le permitieran alcanzar la
designación de "espacio urbano" propiamente, en oposición a extensos suburbios,
que muy lejos del ideal de "unidades vecinales", eran apenas barriadas dispersas,
casi campamentos o aglomeraciones semirurales ahogadas en un mar de
necesidades y carencias, que con frecuencia se transformaban en un peligro
mortífero para sus habitantes, dadas las extremas condiciones de insalubridad que
desplegaban y acumulaban.

Elevadas tasas de mortalidad infantil y morbilidad, índices de esperanza de vida


subnormales, cuadros epidémicos frecuentes, precariedad de la infraestructura
hospitalaria, y para agravar esta situación, escasos hábitos de higiene, eran los
rasgos que resumían la situación de la salubridad urbana en la primera mitad del
siglo XX. Inclusive la actitud institucional respecto a estos hechos era indolente, y
sólo se sensibilizaba y se escenificaban teatrales despliegues de energía, cuando
periódicamente surgían cuadros de crisis. Al respecto un editorial de prensa
ilustraba acertadamente esta situación:

“Han coincidido (...) varios viejos vecinos de la ciudad en comunicarnos su


alarmante impresión del estado sanitario de la ciudad por falta de agua y
consiguientemente por la falta de control profiláctico de los reductos
microbianos y de las enfermedades (...) (Sin embargo) nuestras modalidades
administrativas propensas a las obras de ornato y también a lo
representativo y exteriormente impresionante, nos hacen olvidar lo principal y
propiamente edilicio, que es la protección de la salud en constante riesgo, allí
donde existe aglomeración de gente y falta de higiene (...) Es una empresa
técnica y económica el lograr la vida de una ciudad en condiciones higiénicas
y culturales aceptables (...) Preocupaciones como las que motivan esta nota
son de alta política y no como parece proverbialmente juzgarse asuntos de
importancia inferior al ajetreo político o a la popularidad edilicia.” (El Pueblo
Nº 1344, 3/10/57).

No cabe sino aceptar el veredicto de esta reflexión, que además aun es plenamente
vigente: los oropeles, los discursos y las fanfarrias para inaugurar, y a veces
reinaugurar, elementos de ornato en cada efemérides cívica resultaba (resulta) una
251
obsesión para la autoridad municipal, que bajo esta lógica terminaba invirtiendo el
orden de prioridades, requerimientos y urgencias, hasta convertir las
manifestaciones más agudas y perversas de la crisis urbana en "asunto de
importancia inferior", en una suerte de fatalidad que de una u otra manera debía
sobrellevarse. En razón de ello, el alarmante cuadro sanitario de la ciudad pasaba
desapercibido, una vez que, dada su antigüedad y permanencia, había pasado a
constituir parte de la rutina diaria, casi una tradición consuetudinaria, por ello sólo
cuando amenazaban y se extendían brotes epidémicos, la ciudadanía salía de su
modorra y se admiraba de como podía sobrevivir en medio de tan precarias
condiciones. Recién entonces surgían pasajeras voces de protesta:

“Casi a diario recibimos en la dirección de este periódico cartas de nuestros


lectores denunciando focos infecciosos: basurales, aguas estancadas, tubos
de desagüe fracturados, mingitorios en plena vía pública, que forman el
cúmulo de focos infecciosos repartidos en todos los barrios de la ciudad,
especialmente en los suburbanos de la zona Sud (...) En la actualidad, de
acuerdo a la información que nos ha proporcionado la autoridad sanitaria,
existen brotes de varias epidemias que se propagarían rápidamente sino se
adoptan medidas profilácticas.” (El Pueblo Nª 1261, 25/06/57).
Luego de superada la crisis, incrementada la respectiva cuota de morbilidad y
mortalidad, restañadas las heridas y aplacadas las angustias, todo volvía a la
normalidad, es decir permanecían los focos infecciosos con su latente amenaza
hasta una próxima oportunidad, entre tanto el tema era piadosamente archivado.
Por ello, sentencias como las lanzadas por el Dr. Ricardo Arze Loureiro, al calificar a
Cochabamba como "la ciudad más insalubre de Bolivia" (El Mundo Nº 768,
23/02/62), no tenían el efecto que hubieran desatado en otros lugares. En realidad
para restar efecto a estas certeras calificaciones, instituciones como la Jefatura
Distrital de Salud Pública reconocían la necesidad de mejorar las condiciones
ambientales de la ciudad, dotándole de mejor infraestructura básica, mejores
sistemas de manipulación de alimentos, eliminación de basuras, etc. y que existían
políticas, planes y disposiciones a este respecto. Luego de esta retórica de rigor, se
concluía que el Estado (el ministerio del ramo) se preocupaba:

“Particularmente de las necesidades de Cochabamba, y que en ningún


momento descuidó sus obligaciones (…) Empero lamentablemente la
precaria situación económica habría impedido la materialización de diversas
obras (...) El Dr. Oscar Camacho Meleán -Jefe Distrital de Salud Pública-
reveló que el presupuesto de salud pública de Bolivia es el más bajo del
mundo” (Prensa Libre Nº 627, 15/12/62).

252
Entre tanto Cochabamba se debatía en su tradicional crisis sanitaria, arrastrada a lo
largo de varios siglos, y para la cual los aprestos modernistas no habían logrado
ninguna respuesta. El problema no sólo era económico, sino político, en el sentido
de que los escasos recursos se malgastaban en hechos superfluos, pero reditables
desde el ángulo político partidario. En fin, los temas de salud pública sufrían de falta
de jerarquía en el orden de las prioridades que en la práctica se definían como
factibles con los presupuestos disponibles.

No es necesario realizar una caracterización más específica de estos problemas,


bajo riesgo de ser redundantes, una vez que el lector a estas alturas, posee un
criterio suficiente sobre la dimensión del problema del abastecimiento del agua, de
la plaga de los basurales, de la insuficiente dotación del alcantarillado, de la polución
atmosférica, de la condición de la vivienda, que hemos ido abordando en este y los
anteriores capítulos; para concluir, que en realidad, la naturaleza de la crisis urbana,
con sus diversas facetas, apuntaba hacia un proceso destructivo de la vida humana,
en particular a la de los sectores de menores recursos, incluida la clase trabajadora
y sensiblemente la población infantil. Al respecto, veamos el siguiente cuadro:

CUADRO Nº 29:
CIUDAD DE COCHABAMBA: MORTALIDAD Y MORBILIDAD GENERAL E INFANTIL

Defunciones Años
1948 1949 1950 1953 1963
Cantidad % Cantidad % Cantidad % Cantidad % Cantidad %
Adultos de 869 52 871 56 989 56 869 55 863 51
ambos sexos
Niños de 800 48 689 44 768 44 725 45 847 49
ambos sexos
Totales 1.669 100 1.560 100 1757 100 1.594 100 1.710 100

Fuente: El Pueblo Nº 77, 13/12/53 y Anuario Municipal 1963.

Aun cuando los datos disponibles, no son técnicamente satisfactorios, ellos son
suficientemente explícitos para sugerir que los índices de mortalidad infantil entre
1948 y 1963 fueron elevados, y que tal situación no se modificó a lo largo de esos
15 años. En cierta forma, los factores de morbilidad que habían influido en el lento
crecimiento de la población hasta 1950, permanecían inalterables, con la salvedad
de que los movimientos migratorios pasaban a constituirse en el fenómeno que
modificó el pausado crecimiento demográfico, sumado a las mejoras que introduce
por ejemplo el régimen de seguridad social a las condiciones materno infantiles
imperantes.

Una de las causas que afectaba con mayor intensidad a este deterioro de las
condiciones de salubridad, no sólo era la escasez de agua, sino su insuficiente
253
potabilidad. A este respecto eran continuas las denuncias. Veamos algunos
ejemplos:

“El Ing. Fabio Cornejo, Jefe de la Sección de Aguas Potables de la


Municipalidad nos informa que los análisis bromatológicos de agua de
consumo en Cochabamba revelan la presencia de bacilos coli. Si bien estos
bacilos no son portadores de enfermedades en cambio, constituyen un índice
de contaminación (...) Este dato corresponde al agua de Chapisirca y fue
obtenido en los laboratorios del Servicio Interamericano de Salud Pública.”
(El Pueblo Nº 59, 6/01/56).

Un informe del Dr. Luis Mealla C., Inspector Distrital de Salud Pública, elevado al
Prefecto del Departamento, con motivo de una epidemia de fiebre tifoidea que
asolaba a la ciudad en el verano de 1956 revelaba lo siguiente:

La endemia tifoídica y la epidemia actual son evidentes según los informes


que tengo a mi vista y los análisis de laboratorio practicados tanto en el agua
de consumo como en los enfermos (...) La causa directa de estos azotes es
la mala calidad del agua, que se encuentra contaminada (este es) el vehículo
principal de transmisión, además la mala calidad del agua es la causa del
bocio endémico existente en la actualidad en la ciudad (...) Es urgente
además que se disponga de inmediato la apertura de las represas existentes
en la desembocadura de los emisarios del alcantarillado, especialmente las
tres represas que existen en el Rio Rocha, incluyendo Cotapachi a fin de
drenar convenientemente las aguas de los ríos Rocha y Tamborada, para
evitar en adelante que estas aguas servidas o ‘aguas negras’ sean utilizadas
en el riego de las verduras que después tienen que consumir los habitantes
de la ciudad (El Pueblo Nº 874, 25/01/56).

Siete años más tarde, los problemas anotados lejos de mejorar tendían a
agudizarse. Al respecto se señalaba:

“Además de ser insuficiente la provisión de agua en Cochabamba, lo poco


con que se abastece la población esta contaminada de microorganismos que
originan una serie de enfermedades intestinales del tipo de la teniasis o el
bocio (...) Los tanques de abastecimiento, así como los canales de
conducción del sistema de aguas potables no han sido por casualidad
higienizados como las normas exigen. Probablemente desde que se
instalaron los tanques no se llevó a efecto una limpieza que extraiga de sus
paredes un sinnúmero de mohos, helmintos, etc. los cuales por desidia del

254
público consumidor son bebidos con el agua que debiera hervirse
previamente” (Prensa Libre No. 870, 10/10/63).
No es extraño, como se mencionó, que los brotes epidémicos fueran frecuentes. En
1956 la fiebre tifoidea que tenía carácter endémico asoló una vez más a la ciudad.
1957 fue un año particularmente crítico en materia de salud pública, pues además
de la amenaza de una epidemia de viruela que campeaba en las provincias del
Departamento, se sumó la veloz propagación de una epidemia de gripe o influenza
que afectó a gran parte de la población. En 1963, continuaron los brotes de tifoidea
que cobraron la vida de muchos niños. En 1958, a través de estudios de laboratorio
efectuados por especialistas del Servicio Cooperativo Interamericano de Salud
Pública, se constató la proliferación de otra temible enfermedad: el mal de Chagas
ampliamente difundido en la ciudad, dadas sus precarias condiciones
habitacionales148.

Sin duda uno de los mayores focos infecciosos de la ciudad era la Laguna de Alalay,
cuyas aguas estancadas periódicamente lanzaban sobre la ciudad emanaciones
pútridas, que ante la falta de renovación de las aguas y la falta de lluvias se hacían
insoportables. Particularmente en 1962, esta situación afectó al conjunto de la
ciudad al extremo de que la idea de "desecar la laguna" emergió como una tarea de
urgencia que ganó a grandes sectores de la opinión pública, frente a otras que
sugerían cubrir de petroleo su superficie o de vaciar en sus aguas "algunas
toneladas de hipoclorito de sodio o de calcio". (El Mundo Nº 721, 21/02/62 y Nº 768,
23/02/62)149. Tan delicada cuestión como era de esperar, provocó polémicas entre
partidarios de soluciones radicales (Universidad, Comité Pro-Cochabamba) y
soluciones intermedias como la renovación anual de las aguas a través de un canal
que condujera las del Rio Rocha, retomando el proyecto Knaudt (Sistema de
Riegos, Municipio, COD). Como quiera que primó este último criterio, la Alcaldía
inició las obras dejadas inconclusas en 1940 por el Ing. Knaudt para captar las
aguas del Rio Rocha y verterlas sobre Alalay a través de un túnel en la región de El
Abra. (El Mundo Nº 773, 1/03/62). No obstante todo este empeño, las emanaciones
de Alalay aun atormentan periódicamente a la ciudad.

Para completar este cuadro tan deprimente, la situación de la infraestructura


hospitalaria en Cochabamba era igualmente crítica. La ciudad contaba con las
siguientes unidades: el Hospital Viedma dependiente del Ministerio del ramo y de la
Facultad de Medicina de la UMSS en lo técnico, a partir de los años 1960. El
Hospital Bronco Pulmonar, el Hospital de la Caja Nacional de Seguro Social que
148 Las primeras investigaciones acerca de este mal en nuestro medio fueron realizados por el Dr. Rafael A.
Torrico en 1946. A raíz del problema de Chagas, mediante Ordenanza Municipal se erradicó otra vieja
costumbre cochabambina: la crianza de conejos y aves de corral (El Pueblo Nº 1594, 22/08/58).
149 En una carta hecha pública el Rector de la UMSS, Raúl Maldonado S., solicitaba al Alcalde Héctor Cossio
S. la desecación de la laguna "para recuperar valiosas tierras que buenamente podrían servir para conjurar el
problema de la vivienda" (El Mundo No. 768, 23/02/62).
255
inicialmente funcionó en predios del Hospital Militar de la Muyurina y el Hospital
Ferroviario. De estos, el Hospital Viedma, era el más completo y dada su jerarquía
cubría la totalidad de la ciudad y el ámbito regional. (Anaya 1965: 72 y siguientes).
Con respecto al Hospital General Viedma, se anotaba que sus funciones específicas
se desarrollaban en medio de continuas penurias económicas. Al respecto un
editorial de El Mundo puntualizaba:

“Su local es demasiado vetusto y anticuado, carece de instrumental más


indispensable, prácticamente no existe ropa de cama y no dispone de fondos
para la alimentación y compra de drogas. Este estado de cosas no ha
podido mejorar a lo largo de los últimos años. Por el contrario su situación es
cada día más precaria (...) En los hechos el Ministerio de Salubridad (...)
ignora la existencia de nuestro hospital.” (Nº 977, 18/11/62).
Una crónica aún más explícita, proporcionaba la siguiente información: la penuria
del hospital era tan grande que su presupuesto apenas alcanzaba para pagar
magros sueldos al personal, en tanto requerimientos urgentes, como equipos de
rayos X, laboratorios, banco de sangre, no podían ser atendidos en modo alguno (El
Mundo Nº 1066, 11/03/63). Entre tanto, este nosocomio se veía obligado a
sobrevivir con estrategias "informales" como rifas y donaciones.150Obviamente desde
esas épocas Cochabamba requería un nuevo hospital. Otro tanto ocurría con el
Bronco Pulmonar, al que se calificaba como "centro de agonizantes" dadas sus
extremas carencias y necesidades, que una vez más, sus escasísimos recursos no
podían cubrir (Prensa Libre Nº 1258, 31/01/65).

Sin embargo no todo eran calamidades. Una de las obras más importantes de la
Revolución Nacional en el campo de la salubridad, fue la implantación del Régimen
de Seguridad Social. Por Decreto Supremo de 9 de abril de 1953 y similar de 3 de
abril de 1954, se estableció en favor de la clase laboral un régimen de subsidios
familiares, creándose la Caja Nacional de Seguro Social y el Fondo Nacional de
Compensación de Subsidios Familiares, en base al aporte patronal del 13% sobre el
total de sueldos y salarios. En diciembre de 1956 entró en vigencia el Código de
Seguridad Social que contemplaba los siguientes seguros: enfermedad y
maternidad, riesgos profesionales, invalidez, vejez, muerte y asignaciones familiares
(Anaya, 1965: 83 y siguientes).

Una relación de los asegurados a la C.N.S.S. en 1959, nos proporciona una idea de
la importancia de este régimen:

150 Una evaluación de la situación del Hospital Viedma en esta época concluía con la siguiente sentencia: "En
resumen puede anotarse que este nosocomio se encuentra completamente abandonado, que lejos de ser una
Casa de Salud, es una pocilga donde campean el desaseo y la miseria”. (Anaya, 1965: 77).
256
CUADRO No. 30:
CIUDAD DE COCHABAMBA: RELACIÓN DE POBLACIÓN ASEGURADA Y BENEFICIARIA POR
EL RÉGIMEN DE SEGURIDAD SOCIAL EN COCHABAMBA (1959).

Ramas de Actividad N.º de N.º de asegurados


empresas
ACTIVOS
* Minería mediana y pequeña 4 237
* Petroleros 7 823
* Trabajadores fabriles 362 4.955
* Trabajadores de comercio 368 989
* Trabajadores constructores 16 293
* Trabajadores gráficos 13 51
* Trabajadores gastronómicos 62 186
* Trabajadores del transporte 1 26
* Trabajadores de comunicaciones 5 227
* Trabajadores de la Universidad 1 394
* Magisterio fiscal - 2.796
* Administración pública - 2.510
* Trabajadores municipales 4 995
* Trabajadores C.N.S.S. 1 408
Total activos 844 14.890
PASIVOS
* Jubilados municipales - 75
* Jubilados judiciales - 29
* Jubilados Administración pública, - 403
Magisterio y Comunicación
* Rentistas - 897
* Inválidos y viudas de guerra - 722
Total pasivos - 2.126
Total activos y pasivos - 17.016
Total Beneficiarios (17.016 x 2,5) - 42.540
Total Asegurados y Beneficiarios - 59.556
Fuente: Informe del Dr. Jorge Barrero, El Mundo Nº 11, 25/06/59.

De acuerdo con las cifras que contiene el cuadro anterior, la relación entre el
volumen de población asegurada y beneficiada (59.556 asegurados) y la población
total urbana estimada en 1959 por personeros del a C.N.S.S. en 86.241 habitantes,
mostraba que un 69% de los habitantes de la ciudad estaban bajo protección del
Régimen de Seguridad Social, lo que significaba un espectacular avance en relación
al panorama de precariedad que hemos constatado. (El Pueblo Nº 1819, 20/06/59).
Sin embargo, otra estimación realizada, más o menos en la misma época, revelaba
un total de asegurados activos y pasivos de 15.410 personas, al que se agregaban
unos 38.525 beneficiarios, totalizando unos 53.935 personas que representaban el
40% de la población total urbana (Anaya, 1965: 89)151.
151 El manejo porcentual de esta relación sufría manipulación en función de la estimación de la población
total urbana. Por ejemplo resulta poco probable que entre 1950 y 1959 la población se hubiera incrementado
257
En todo caso, pasando por alto un afán de exactitud preciosista, resulta significativa
la elevada incorporación de población urbana al Régimen de Seguridad Social. De
todas maneras, un vistazo a las ramas de actividad de la población asegurada,
permite verificar el marginamiento de importantes sectores de la población
económicamente activa, como los pequeños comerciantes, los artesanos y los
trabajadores por cuenta propia en general, sin contar la multitud de pequeños
agricultores y campesinos, que también se encontraban fuera de este régimen.

Por otra parte, los asegurados de las ramas de actividad que corresponderían a los
productores directos (obreros fabriles, mineros, petroleros y constructores)
representaban apenas el 36% del total de activos y pasivos. En cambio los sectores
de trabajadores no directos (transportistas, servicios, administración, magisterio,
etc.) representaban el volumen mayoritario de beneficiarios. De aquí se puede
inferir, que este beneficio favoreció sobre todo a los estratos de clase media, y sólo
muy parcialmente a la clase trabajadora, marginando a importantes sectores
(alrededor del 50% de la población) cuya relación con el aparato productivo y la
economía en general no se plegaba a las formas institucionales y a los mecanismos
de aporte laboral que fijaba el Estado. Este rasgo, además de las deficiencias del
sistema, relativizaban el efecto benéfico de la seguridad social, por ello, pese a su
sorprendente expansión el impacto cualitativo no era necesariamente proporcional a
los indicadores estadísticos. En fin, es posible inferir que justamente los sectores
más deprimidos y más necesitados de protección resultaban los más
desamparados, es decir, como afirmamos más de una vez, eran los que pagaban
los platos rotos152.

El subdesarrollo urbano de Cochabamba y el proceso urbano de América


Latina: la naturaleza estructural de las carencias infraestructurales

Los proyectos de transformación y modernización de la ciudad tradicional


emprendidos con gran energía en los años 1940 y aplicados a partir de los años 50,
se sitúan en el contexto más amplio de una dinámica similar, que abarcó gran parte
de América Latina, como efecto de la viabilidad relativa que durante la Segunda
Guerra Mundial y aún en la posguerra encontraron los modestos procesos de
desarrollo industrial emprendidos, particularmente a partir de los años 30, y que
abrieron paso al denominado ciclo de "sustitución de importaciones". Sin embargo,
este proceso no se verificó en términos homogéneos, ni obedeció a modelos y
sólo en unos 6.000 habitantes. En el otro caso este incremento habría alcanzado casi 55.000 habitantes, lo que
parece exagerado. Tomando en cuenta la tasa de crecimiento que sugieren los censos de 1950 y 1967 (110.000
habitantes aproximadamente en 1959) esta relación fluctuaba entre un 49 a un 54% según la información
contenida en el Cuadro N.º 30 que figura en el estudio de R. Anaya.
152 Las deficiencias de la prestación de servicios de la CNSS, se registraban preponderantemente a nivel de
las inadecuadas instalaciones del Hospital Obrero en predios del Ejército en la Muyurina.
258
metodologías similares. Por ello, los ritmos de industrialización del continente fueron
irregulares y teniendo como trasfondo circunstancias históricas sociales y políticas
muy específicas. Bolivia, fue uno de los países que no sólo ingresó tardíamente a
este proceso, sino que para ello, tuvo que protagonizar un profundo proceso de
transformaciones políticas que asumieron las características de una revolución
democrático burguesa, que en última instancia, planteó las bases de la
modernización del Estado y la sociedad. La "diversificación de la economía", es
decir la superación del modelo de país mono productor de minerales, se constituyó
en la versión nacional de esta acción continental.

El impacto que supuso la aplicación de un nuevo modelo económico que


simultáneamente procuraba estimular la expansión de las fuerzas productivas de
aquellos sectores que se juzgaban estratégicos -minería nacionalizada,
hidrocarburos y agroindustria- e introducir patrones de modernidad en las relaciones
de producción, para aspirar a la constitución de una burguesía nacional competitiva,
no sólo supuso una modificación profunda en la estructura de relaciones y
subordinaciones de las clases sociales y la implantación de un nuevo modelo de
acumulación, que exigía la modernización acelerada de la empresa capitalista o
alternativamente estimulaba la incorporación -vía la ampliación de mercado- de las
formas pre industriales y su sujeción a los requerimientos de circulación y
reproducción capitalista; sino supuso además, una significativa recomposición de las
relaciones interregionales, la reestructuración territorial en función de los nuevos
requerimientos de la economía, la dinámica demográfica y el comportamiento de las
tendencias migratorias, las formas tradicionales de articulación hacia los mercados
internos y externos y, dentro de todo ello, la exteriorización de un significativo
impacto sobre los factores que tradicionalmente habían modelado las estructuras
espaciales en su dimensión regional y urbana.

A partir de inicios de los años 1950, tomaron nuevo énfasis los estudios de los
fenómenos urbanos, no sólo en el ámbito académico, sino institucional. Organismos
como las NN.UU., la OEA, la CEPAL y otras, estimularon este trabajo y propiciaron
eventos internacionales donde se debatieron las diferentes facetas de los procesos
urbanos. Aquí se fueron evidenciando las peculiaridades continentales y regionales,
y sobre todo, fueron quedando neutralizados los supuestos de que la urbanización
era una consecuencia directa del crecimiento industrial. A partir de los resultados
que arrojó el debate de las experiencias consideradas en estos eventos, se introdujo
la necesaria diferenciación entre procesos urbanos de países industrializados y la
urbanización del llamado Tercer Mundo, dentro del cual se destacó con especial
énfasis el caso latinoamericano

259
Al respecto, un sugerente informe presentado a la Décima Sección de Comisión
Económica para América Latina (CEPAL), en 1963, a tiempo de constatar la rauda
urbanización latinoamericana señalaba:

“Un proceso de urbanificación rápida debería implicar la presencia de


condiciones similares a las que se dan en cualquier otra parte. En otras
palabras tendría que haber ese continuum entre los sectores urbanos y
rurales que es típico de los grandes países industriales de nuestro tiempo.
En América Latina, sin embargo, ese continuum no existe, sino por el
contrario una completa ruptura. No hay una suave linea de transmisión
directa -donde las distancias sean naturalmente un puente-, sino una
escarpada serie de cambios abruptos, saltos y hiatos. ¿No habrá una falla en
la teoría prevaleciente con respecto al proceso de urbanificación? ¿Cómo es
posible explicarse la constante expansión de las ciudades más grandes,
junto con una productividad agrícola estacionaria?” (Citado por Higgins en
Beyer, 1970: 158).
Estos y otros interrogantes llenaban de incertidumbre a los estudiosos de los
procesos urbanos, formados en la tradición de teorías del desarrollo urbano cuyas
raíces se remontaban a la Revolución Industrial. Indudablemente el continuum entre
campo y ciudad, es decir la articulación del desarrollo rural a los ritmos del
crecimiento industrial y el sentido de proporcionalidad y armonía en la dinámica de
expansión de ambos, que caracterizó en lineas generales el proceso de
urbanización de los países industriales; al ser elevado a la categoría de principio
teórico que cualificaba el desarrollo urbano en términos universales, no dejó de
causar desazón cuando la experiencia empírica mostró resultados que negaban
estos paradigmas, sugiriendo tanto desde el campo de la urbanización, como desde
el de la economía y la sociedad, que el desarrollo capitalista no era homogéneo y
que detrás de sus escasas virtudes se escondían profundas contradicciones, y
sobre todo, no pocas sorpresas.

Una de ellas resultó, en la verificación de que no necesariamente la urbanización


acelerada era un producto exclusivo del crecimiento de la economía y de la
modernización de las partes esenciales del cuerpo social. Situaciones que dejaron
de ser excepcionales inclinaron a sugerir que: “Puede haber urbanización sin
desarrollo económico, debido a que pueden registrarse cambios en la estructura
productiva en contra de la agricultura y en favor de las actividades no agrícolas, sin
que aumente el ingreso total por habitante.” (Medina y Hauser, en HAUSER, 1962).

Pero al mismo tiempo también se constató que este "tipo de urbanización" estaba
muy alejado del ideal urbano perseguido por la planificación y aun por las

260
expectativas más modestas de los ideólogos modernistas. Pronto resultó totalmente
evidente que:

“El desarrollo económico es condición esencial para la organización material


técnico-administrativa y eficaz de la ciudad. En realidad la provisión de
habitaciones higiénicas, de agua potable y alcantarillado, de escuelas y
hospitales y de toda la gama de servicios que exige el habitante urbano, sólo
puede ser realizada en términos satisfactorios en la medida en que aumente
su ingreso. Las ciudades ricas en estos servicios son incompatibles con
habitantes pobres.” (Medinas y Hauser, Obra cit.).
Consecuentemente emergió como una seria anomalía, la cuestión de la
urbanización sin desarrollo. Pero en realidad, este hecho sólo podía causar un
asombro relativo en los círculos latinoamericanos, para los cuales, las
contradicciones del capitalismo eran mucho más que una simple especulación
teórica. En los años 1960 -como vimos con anterioridad-, la gravitación de las
teorías dependentistas y, profundas cuestionamientos al orden establecido como la
Revolución Cubana, dejaban al desnudo, ya sea desde el ángulo de los procesos
urbanos o de la sinuosa trayectoria de los desarrollos económicos en general, que el
modelo capitalista al articular a sus determinaciones de crecimiento, sólo parcelas
del aparato productivo, segmentos de la sociedad y parcialidades de las entidades
regionales y nacionales, en los términos frondosamente descritos por una amplia
bibliografía dedicada al tema de la dependencia, introducía profundas
contradicciones estructurales en los ritmos del desarrollo, que lejos de ser armónico,
tendía a remarcar las desigualdades y las diferencias, profundizando un modelo de
acumulación de riqueza para los menos y una continua ampliación de la pobreza
para amplias capas de población, al margen de otras secuelas globalizadas en las
agudas referencias a la ampliación del atraso y al "desarrollo del subdesarrollo" que
se hicieron en ese tiempo.

Uno de los hechos más palpables de este modelo de desarrollo desigual, fue el
ensanchamiento de la brecha entre campo y ciudad, es decir la acelerada
pauperización del medio rural, en oposición a la aparente opulencia que exhibían los
centros urbanos. Quedó fuera de duda que el crecimiento de las ciudades no era
impulsado por los sectores "avanzados", "dinámicos" o "modernos" de la economía,
como prescribían los manuales del desarrollo urbano, sino por los sectores más
rezagados, que adoptaron la forma de imparables torrentes migratorios de masas
campesinas y urbanas de zonas deprimidas. La figura del "migrante" pasó a ser el
protagonista obligado de todas las referencias desarrolladas en torno al crecimiento
acelerado de las principales ciudades del continente. Términos como la "explosión
urbana", "la primacía de las ciudades”, "la macrocefalia urbana", etc., pasaron a ser

261
acuñados profusamente para explicar este fenómeno. En realidad no existían
medias tintas para reconocer esta situación:

“Es creencia compartida entre los investigadores de la situación demográfica


en Latinoamérica, que aproximadamente la mitad del crecimiento urbano,
sino más, en varios países proviene de la migración rural-urbana (...)Puede
verse en consecuencia, que la migración es una fuerza poderosa”.
(Browning, en Beyer, 1970: 116-117).

A similares conclusiones llegó el Seminario sobre Problemas de Urbanización en


América Latina, celebrado en Chile en 1959, con el patrocinio de la ONU, la CEPAL
y la OEA, al destacar que gran parte de la problemática urbana de América Latina se
vinculaba con la intensa inmigración de población desde las zonas rurales, debido a
causas económico-sociales que reflejaban profundos desequilibrios en los procesos
de desarrollo de los diferentes países. Se enfatizaba que gran parte de las causas
para estos desplazamientos de población se debía a la falta de trabajo, a la falta de
oportunidades para mejorar la condición de vida y al agravamiento de la pobreza.
(Medina y Hauser, en Hauser 1962: 59).

Todo lo señalado hasta aquí, incluyendo las deficiencias en materia de servicios


básicos y los hechos analizados en el Capítulo IV, son plenamente identificables con
el proceso urbano de Cochabamba, que se enmarca plenamente con la naturaleza
de las tendencias de urbanización imperantes en esta época en el continente. Aun
cuando en lo específico podrían establecerse algunas diferencias como ser:

 Que a la inversa de lo que ocurría en países como Brasil, Perú, Colombia y


otros, donde la brecha entre sectores capitalistas modernos que propiciaban
la industrialización y sectores tradicionales agrarios aferrados a formas
feudales de control de la tierra, que profundizaba el estancamiento rural y la
pobreza campesina; en el caso de Bolivia, y particularmente Cochabamba,
sucedía lo contrario: la destrucción del poder oligárquico y la eliminación del
monopolio sobre la propiedad de la tierra a través de la Reforma Agraria,
permitieron la penetración de la economía de mercado, en forma amplia, en
el ámbito rural, dando curso, en medio de un panorama de total desamparo
del pequeño productor campesino en materia de planes de desarrollo
agrícola, crédito, apoyo tecnológico, etc., a la consolidación de mecanismos
de expropiación del excedente agrícola, en favor de multitud de
intermediarios urbanos, que profundizaron la contradicción campo-ciudad y
subordinaron la producción campesina a los requerimientos de una
expansión urbana crecientemente parasitaria desde el punto de vista de la
economía.
262
 Que el atractivo que impulsaba la llegada de los migrantes rurales y de
pueblos menores a la ciudad de Cochabamba, no era el desarrollo industrial
como en el caso de las grandes urbes latinoamericanas, sino la propia
dinámica del mercado interno regional, definitivamente incorporado a la lógica
capitalista, y que propició la conversión de la tradicional feria campesina
inserta en el interior de la estructura urbana prácticamente desde la época
colonial, en un dinámico centro de intercambio capitalista con tintes
populares, que pasó a controlar el conjunto del sistema ferial tradicional, que
también en mayor o menor grado sufrió esta mutación. Por tanto, los
negocios de adquisición de la producción campesina aun en los confines más
remotos de Cochabamba eran operados por comerciantes-transportistas de
la ciudad o vinculados a ella, lo que termina de convertir al Centro Ferial o
"Cancha" de Cochabamba, en un imán irresistible.

Estos migrantes, tanto en Cochabamba como en Lima, San Pablo o Buenos Aires,
pasaron a ser tipificados como "marginales" en el sentido de constituir un segmento
de población "impermeable" a la ideología de la modernidad, es decir, reacios a
integrarse a la economía, a las instituciones y al orden social "moderno", una vez
que culturalmente, pese a vivir en la ciudad, continuaban aferrados a los valores
tradicionales, y por tanto, se "marginaban" de los canales de participación en la vida
ciudadana153.

El hábitat que correspondía a estos supuestos "marginales" por vocación propia,


definía el típico paisaje de miseria del atraso urbano latinoamericano, y en ese
orden, detalles más o menos, las descripciones que se hacían al respecto, bien
podían corresponder a gran parte de la realidad urbana de Cochabamba:

“Poblaciones callampas y tugurios (...) uso incontrolado de la tierra; servicios


urbanos inadecuados: vivienda, agua, alcantarillado y otros servicios públicos
y de transporte; pobreza de medios educativos y de recreo, así como de
centros comunales; servicios de bienestar y salubridad en extremo
deficientes y hasta servicios comerciales y de abastecimiento ineficaces. En
resumen, la rápida urbanización latinoamericana va unida a un medio urbano
incompleto e imperfecto, poco favorable para la vida urbana decente y que
ocasiona graves molestias a grandes porciones de población.” (Medina y
Hauser relatores, en Hauser, 1962: 60).
Bajo estas pautas es posible comprender la verdadera naturaleza del contradictorio
crecimiento urbano de Cochabamba, es decir, una suerte de desarrollo urbano
153 Renfield, Parson y otros fueron los propugnadores de estas teorías en los años 1940. En América Latina
encontraron amplia difusión en los 1950 y 60, aunque posteriormente Castells, Kowarick y otros realizaron
rigurosos cuestionamientos a la teoría de la marginalidad.
263
fragmentado y combinado con tendencias opuestas a un real progreso de la ciudad.
La estructura física resultante define un proceso de severo deterioro del casco viejo,
en lo que hace a la situación residencial y al efecto de una excesiva concentración
de actividades de todo tipo en un espacio inadecuado; manifestaciones agudas de
disfuncionalidad en la eficiencia de la infraestructura básica y los servicios de
transporte, salud, abastecimiento, etc.; tendencia a la dispersión residencial, con
fuertes diferenciaciones sociales promovidas por un acelerado ritmo de
fraccionamiento de las tierras de la campiña y de las zonas más inhóspitas,
generando simultáneamente "barrios residenciales" y una amplia periferia de
"barrios marginales". Son justamente estos sectores populares, impulsados por
fuertes carencias los que promueven el crecimiento urbano bajo modalidades no
previstas por la planificación urbana. Estos hechos, una vez más no resultan
excepcionales frente a la realidad latinoamericana y los juicios que sobre este
particular se emiten, perfectamente se encuadran a la situación de la urbanización
cochabambina:

“La construcción de las ciudades y sus conurbaciones se realiza poco a


poco. Su expansión física es definida, en gran parte, por la decisión de los
grupos de bajos ingresos sobre donde construir sus barrios, decisión que a la
vez esta determinada por la elección de sitios de los que ellos piensan no
serán desalojados y podrán consolidar su ocupación. De modo que las
áreas urbanas crecen de forma fragmentada y fortuita, y cada barrio se
construye sin articularse adecuadamente con otros barrios o vecindarios (...)
este proceso caótico y, en gran medida, espontáneo, refleja con gran
realismo las circunstancias socio económicas y los problemas políticos de
cada país y región.” (Hardoy y Satterthwaite, 1987: 30).
En este contexto la brecha entre la planificación de la ciudad y el sentido de su
desarrollo armónico y equilibrado que tanto desvelo causó los técnicos, tiende a
volverse un referente casi mítico, en medio de un mar de actos improvisados e
imprevisibles, pues los verdaderos constructores de la ciudad, como sugieren los
autores anteriormente citados, "saben poco o nada" acerca de las previsiones
técnicas. Los grandes objetivos de Plano Regulador muy poco tenían que ver con
las acuciantes necesidades de los nuevos habitantes urbanos. En realidad, en tanto
los urbanistas soñaban con una ciudad ordenada, obediente de las normas y
disposiciones, que conducía a un modelo racional, estructurado por anillos de
circunvalación y avenidas de penetración, que elevaran el grado de funcionalidad
del espacio urbano idealizado; los pobres de la ciudad pensaban en resolver el
angustiante problema del techo buscando tierras baratas, aun al precio de generar
asentamientos totalmente desprovistos de los servicios básicos mínimos, lo que a su
vez promovía nuevos requerimientos y verdaderas situaciones de crisis, cuando la
escasez de agua, las falencias sanitarias y de transporte tornaban insoportable la
264
vida urbana. En suma, como señalan Hardoy y Satterthwaite, "las barriadas de los
pobres forman una ciudad de pragmáticos". Por ello el drama urbano de esta sui
generis combinación de subdesarrollo y modernismo, se reduce a la acción de unos
prácticos desesperados y unos políticos y técnicos inoperantes y encerrados en
visiones oníricas cada vez menos factibles. La penosa diferencia, una vez más, es
que los primeros pagan los platos rotos que provocan los segundos, con su
marcada incapacidad para conducir el desarrollo de la sociedad.

265
CAPITULO VII
EL ESPEJISMO DEL DESARROLLO REGIONAL Y LA CRÓNICA
FRUSTRACIÓN DEL DESPEGUE DE LA MODERNIDAD

Cochabamba y el desarrollo nacional

Las banderas de Abril enarboladas por la Nación Boliviana contra la vieja oligarquía
minero-feudal, eran representativas de un profundo sentimiento de afirmación
nacional nacido en las arenas del Chaco, para recuperar para sí un país ajeno, que
no había dejado de esgrimir su contenido colonial, su aspiración extranjerizante y su
rígido sentido de castas y privilegios para someter a la servidumbre y marginación a
la mayoría de la población.

Como observamos en los capítulos anteriores, el proyecto de modernizar el Estado


y el país propuesto por el MNR, fue impulsado mucho más allá de lo previsto por los
ideólogos del Nacionalismo Revolucionario, y medidas como el Voto Universal, la
Nacionalización de las Minas, la Reforma Agraria e incluso la Reforma Urbana,
tuvieron contenidos más radicales que los que hubieran sido deseables. En realidad
existía, como se fue comprobando con el desarrollo de los acontecimientos, un
creciente desajuste entre las concepciones de transformación del país que el MNR
podía permitirse y las aspiraciones de justicia social y un drástico ajuste de cuentas
con el pasado que exigían las masas de obreros, campesinos y clases medias
secularmente postergadas.

Tal como sugiere Zabaleta Mercado (1977: 104), la perspectiva que en realidad
ofertaba el MNR al país no era otra que "algo así como un país bien alimentado, con
escuelas suficientes y buenas costumbres personales", es decir un programa
moderado, apacible y practicable, ajeno a las fobias y a los extremismos,
obviamente muy lejos de un modelo estatal obrero-campesino, y que aspiraba sobre
todo, a la materialización de un plan económico que promoviera la integración
nacional, como base para la constitución de una burguesía nacional moderna.

Esta tarea, como sugiere el citado autor, en cualquier otro país del continente, no
hubiera requerido una revolución que derrumbara el orden vigente, sino apenas el
ejercicio de reajuste que puede practicar sobre sí mismo cualquier estado
burgués154. No obstante, el grado de atraso del país resultaba tan enorme, que las
tareas de transformación adquirían contornos de obras monumentales e
impracticables dentro de los límites de un modelo democrático representativo, razón
por la cual los líderes más equilibrados de la Revolución Nacional, como Paz
154 Zabaleta destaca que Aguirre Cerda en Chile y el propio Perón habían ido bastante más lejos sin semejantes
exageraciones en el proceso social. Sin embargo en Bolivia para un plan tan modesto que ni siquiera implicaba el
surgimiento de una burguesía industrial, ya era necesario destruir el aparato estatal previo (1977: 104).
266
Estenssoro y Siles Zuazo que tempranamente se dedicaron a negar viabilidad a
transformaciones demasiado atrevidas, para avocarse a imaginar: "concretos planes
posibles, no importa si al precio de ciertas abdicaciones", es decir para materializar
una salida conservadora que pusiera freno a la temible e indeseable anarquía que
imprevisiblemente había generado la Revolución de Abril.

Lo "realizable" bajo esta perspectiva, se asociaba a propiciar un proceso de


diversificación económica que estimulara la vertebración del país, neutralizando el
sentido de "geografía minera" a que se había reducido el antiguo Alto Perú durante
siglos, sin que esta realidad sufriera mayor modificación en manos de la República
oligárquica. Tal aspiración se basaba fundamentalmente en la ruptura de la
monoproducción minera y la urgencia de incorporar al Oriente, es decir a la región
de Santa Cruz, a la economía nacional para alcanzar el acariciado objetivo de la
“diversificación económica”.

No obstante, esta determinación, que muy indirectamente involucraba a


Cochabamba, no era una premisa demasiado original. La guerra del Chaco había
mostrado la necesidad de esta vinculación. Sin embargo ya desde los tiempos de
Viedma se había debatido tal posibilidad y, situaciones concretas como la pérdida de
las plazas comerciales de Cochabamba en el Pacifico y el Altiplano como
emergencia de la guerra con Chile y sus posteriores consecuencias, habían dado
curso a que conspicuos representantes de las élites cochabambinas, como Von
Holten, Francisco Velarde, Fernando Quiroga y otros, lanzaran la propuesta de
fortalecer la economía de Cochabamba en base a los amplios espacios del oriente.
Esto motivó que desde fines del siglo pasado, se multiplicaran las expediciones
hacia las tierras de los yuracarés para procurar una ruta expedita a los llanos
orientales, y que desde los años 1920, se definiera como una aspiración prioritaria
de Cochabamba la construcción del ferrocarril a Santa Cruz, iniciándose un largo
debate sobre la factibilidad de su trazado, quedando finalmente fijada la ruta que
aprovechaba el trazo del ferrocarril del Valle para enlazar Aiquile, Totora y Valle
Grande155.

Sin embargo, el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial y el


alineamiento formal de Bolivia con el esfuerzo bélico de los países aliados
empeñados en la destrucción del III Reich, despertó el interés de los EE.UU. no sólo
en el estaño, sino en otros recursos naturales como el petróleo y el caucho que
contenían los llanos orientales del país. Entonces, la cuestión de la vinculación con
el Oriente ganó importancia nacional, esta vez definiéndose la prioridad de una

155 Ver al respecto: Solares, 1990, Rodríguez 1993. Las iniciativas desarrolladas durante la colonia, estan muy
bien documentadas en Hans van den Berg, 2008.
267
carretera entre Cochabamba y Santa Cruz dispuesta por el Gobierno Villarroel en
1943156.

En rigor, los lineamientos principales de la política de desarrollo practicada por los


gobiernos del MNR estaban contenidas en el Informe Bohan, es decir en el trabajo
elaborado por la Misión Económica de los EE.UU. y entregada al Gobierno de
Bolivia en 1942 y que, a partir del cuidadoso análisis de la realidad del país en el
período 1936-40, realizaba recomendaciones sobre políticas de desarrollo. En
suma, este vino a constituirse en el primer estudio serio de la economía del país.
Sin embargo, no tuvo la receptividad adecuada en las esferas del gobierno
imperante, una vez que, en contraste con los intereses que dominaban el manejo de
las políticas económicas del país, demostraba la fragilidad de estas, al depender
exclusivamente de las exportaciones de minerales, razón por la cual recomendaba
fortalecer el sector agrícola e incluso promover la intervención estatal en este sector
a fin de estimular la sustitución de las importaciones de productos agropecuarios
que el régimen hacendal importaba debido a su inoperancia. Esta estrategia que
contradecía el secular estatus de tenencia monopólica de la tierra cultivable,
apuntaba en dirección de un objetivo plausible: liberar divisas para importar bienes
de capital y manufacturas, es decir fortalecer un proyecto que estimulara el
surgimiento de una burguesía empresarial moderna en detrimento de las élites
oligárquicas. El eje de esta política se estructuraba en torno a la necesidad de la
vertebración territorial y, concretamente, en la incorporación del Oriente a la
economía del país, para lo cual recomendaba:

 La construcción de una carretera asfaltada Cochabamba-Santa Cruz y Santa


Cruz-Montero-Saavedra como eje principal y dos ramales de penetración
hacia el Río Grande y Piraí, además de la carretera Sucre-Camiri.

 Trasplante de las familias campesinas de los valles y el altiplano hacia las


nuevas fronteras agrícolas en el oriente, con fines de colonización.

 Modificar la política impositiva sobre las tierras rurales, gravando la


tenencia improductiva y/o revirtiéndola al Estado para transferirlas a
pequeños agricultores.

 Fijación de precios de fomento a productos agrícolas. Ampliar las


líneas de crédito del Banco Agrícola al mediano y pequeño productor
campesino.

156 Para una relación detallada de los antecedentes y el proceso de ejecución de la carretera Cochabamba –
Santa Cruz, consultar a Limpias (2009).
268
 Expropiación o compra por el Estado, de tierras de valor estratégico para la
consolidación de proyectos agro industriales a ser materializados por el
sector publico o la Corporación Boliviana de Fomento creada en 1942.

 Mejorar la producción de YPFB y su capacidad de refinación.

 Instalación en Montero de un ingenio azucarero, así como estimular el


desarrollo ganadero y el cultivo del algodón, etc. (citado por Arrieta et al:
1990: 74 y siguientes).

Resulta notoria la coincidencia entre algunas de estas sugerencias y las medidas


que se adoptaron a partir de 1952. Sin embargo este estudio no constituía una
propuesta global de ordenamiento de la economía y tampoco un diagnóstico
exhaustivo de la realidad del país, pero si, refrendaba muchos de los puntos de vista
propuestos por partidos de la oposición como el PIR y el MNR, que utilizaron este
informe para fortalecer su autoridad en relación a la justeza de sus reivindicaciones
políticas y sociales157. De hecho, la mayor parte de estos problemas fueron
analizados con anterioridad por los partidos políticos que encarnaban las
aspiraciones del nuevo sentido de nacionalidad emergente.

En todo caso, la política de diversificación económica, que tuvo los antecedentes


anotados, enfatizó en un primer momento, la necesidad de vertebrar el país, es decir
de romper con el ordenamiento espacial estanco heredado del régimen colonial y
mantenido en la primera etapa republicana, propugnando el desarrollo de la
infraestructura de transportes y comunicaciones, con énfasis en la ejecución de
carreteras, oleoductos, gasoductos, nuevos tramos ferrocarrileros y ampliación de
rutas aéreas.

Dicha política en realidad no se orientó hacia criterios de desarrollo integral y


equilibrado entre las regiones del país. Por el contrario el sentido de la
diversificación se dirigió a:

 Desarrollar con prioridad la agricultura y la ganadería del Oriente, donde la


Reforma Agraria prácticamente no fue aplicada. Es decir, la mayor parte del
crédito agrícola, supuestamente destinado a mejorar la producción de la

157 A respecto del significado y alcance de estos estudios Arze Cuadros señala: "Es bien conocida la proverbial
ineptitud que muestran los expertos norteamericanos en el diseño de planes globales de desarrollo, hecho tan
universalmente reconocido como su reputada habilidad en la concepción de proyectos específicos: basta hojear
cualquiera de los informes... (y el de Bohan es de lejos el mejor precisamente por su especificidad) para concluir
inmediatamente en que no constituyen, bajo la definición prescrita, planes de desarrollo y ni siguiera aun
diagnósticos más o menos adecuados a la realidad nacional” (1979: 266).
269
mediana y pequeña propiedad campesina liberada del yugo hacendal, fue
masivamente desviada hacia el Departamento de Santa Cruz158.

 Se estimuló y financió el surgimiento de la agroindustria del Oriente y en


consecuencia, se promovió el acelerado desarrollo de las fuerzas productivas
de dicha región.

 Por otra parte, otro beneficiario de la política de diversificación económica fue


el sector petrolero, que el gobierno de la Revolución Nacional consideró
prioritario.

 El proceso industrial adquirió un rasgo marcadamente estatal. Las mayores


empresas como YPFB y CBF son una expresión de esta determinación.

 Paradójicamente, pese a que con mucha anterioridad a 1952, se reconocía


que el enclave minero se encontraba en decadencia merced a su escasa
innovación tecnológica y a las desventajosas ventas del mineral durante la
conflagración mundial, fue justamente el régimen de la Revolución Nacional
quien le propinó golpes aún más severos, al practicar una política de
reorientación de las utilidades mineras hacia otros sectores de la economía.
En concreto, por lo menos en un primer período COMIBOL financió los
fondos del crédito agrícola y particularmente la expansión de YPFB159.

Como se puede comprobar, sin necesidad de apelar a mayores abundamientos,


Cochabamba es el gran ausente en el desarrollo de la política de diversificación
económica. Su participación era (es) en realidad periférica y circunscrita a la
casualidad geográfica de que los valles centrales andinos de este departamento se
sitúan entre los llanos orientales y la meseta altiplánica. En efecto, el desarrollo del
polo agroindustrial y petrolero del Oriente que dio sustento a la idea de vertebración
del país, en los hechos, significó la creciente eficiencia de los vínculos entre Oriente
y Altiplano pasando por los valles cochabambinos, sin dejar ningún beneficio a
éstos.

Entre tanto, Cochabamba vive intensamente el proceso de desintegración del


sistema hacendal, la acelerada expansión de la economía mercantil expresada en el
potenciamiento del sistema ferial merced a la concurrencia de miles de nuevos
158 Según Arze Cuadros, se estima que entre 1952 y 1975 se destinaron unos 250 millones de dólares al
desarrollo de la agricultura y la agroindustria en el Oriente. En este sentido, la distribución del crédito agrícola a
nivel de regiones fue extremadamente desigual. El citado autor mencionando fuentes del Banco Agrícola, señala
que en el período 1955-64, la región altiplánica sólo se benefició con el 16.1% del volumen global de dicho
crédito, los valles con el 26.4% (Cochabamba con el 13.5%) en tanto el Oriente se benefició con el 57.5% (Santa
Cruz con el 42.6%), agudizándose esta tendencia en los años posteriores (1979: 268-269).
159 A este respecto consultar Arze Cuadros, 1979 y Bedregal 1967.
270
ofertantes campesinos y, en el crecimiento de los procesos de intermediación
anteriormente descritos160, que supusieron por una parte, una profunda
recomposición de la sociedad regional, y por otra, la expansión del mercado interior,
pero a base de la permanencia invariable del atraso rural y la sustitución de las
formas de servidumbre feudal a que estaban sometidos los colonos, por otras no
menos eficaces, a que son sometidos los recién liberados campesinos, inermes
frente a la acción represiva de la economía de mercado, y sobre todo, huérfanos del
apoyo estatal en capitales y tecnología, tan pregonados en diversos artículos de la
propia Ley de Reforma Agraria.

Toda esta dinámica de transformaciones regionales fue ajena a las determinaciones


de las políticas de desarrollo nacional, que apenas asumieron la existencia de
Cochabamba, como un espacio de tránsito entre el oriente y la región minera. Ya
desde fines de los años 1940, con la instalación de la refinería de Valle
Hermoso,cuyo efecto económico sobre la región fue poco significativo, se abrió una
nueva perspectiva: el rol que jugaría Cochabamba en la articulación de la economía
del oriente a la dinámica minera del altiplano. Sin duda, el debilitamiento del sistema
hacendal y la ausencia de una clara postura de "política regional" planteada por la
inteligencia valluna, evitó que Cochabamba delineará sus aspiraciones, intereses y
objetivos de cara a esta nueva alternativa histórica161.

Estas circunstancias, y no necesariamente una supuesta vocación histórica


cochabambina por la práctica del viejo arte fenicio del comercio, se constituyeron en
factores, tanto internos como externos, que estimularon y modelaron la personalidad
interior de la región. La Reforma Agraria en este sentido, no operó como un factor
progresivo en el desarrollo de las fuerzas productivas y en la modernización del
propio aparato económico, y su sector industrial, de cara a responder al desafío de
un modelo de desarrollo que valorizara el significado geopolítico de Cochabamba
como centro geográfico del país y antiguo granero del Alto Perú. La ausencia de
esta perspectiva, la inexplicable pasividad cochabambina o quizá como sugiere
Albó, su espíritu de "acomodarse" y, "sacar partido" de las cosas tal como vienen,
determina, de una u otra forma, que la recomposición de la formación social regional
para llenar el vacío dejado por las élites hacendales, diera como resultado. no la
emergencia de una burguesía industrial y empresarial capaz de modificar el
contenido de la política de desarrollo propuesta por el MNR162, sino el surgimiento de
160 Ver Capítulo III
161 Si existió una región que tuvo profundas razones para articular un movimiento regional que reivindicara sus
derechos históricos a una participación más activa y protagónica en el desarrollo nacional, esta fue sin duda
Cochabamba.
162 En realidad, “la marcha hacia el Oriente" la inició Cochabamba desde la posguerra del Pacífico, una vez que
acertadamente se intuyó, que la dinámica económica de los valles encontraría su complemento en el acceso a los
llanos orientales, incluso aprovechando la ventaja de su emplazamiento geográfico con relación al macizo
minero, que objetivamente satisfacía sus requerimientos de la producción valluna con el modesto comercio de
arrias.
271
una muchedumbre de pequeños, medianos y grandes especuladores, que en
propiedad, no articularon algo semejante a una clase social hegemónica, pero si un
bloque de intereses y alianzas que jugaban este rol para satisfacer su "sed de
capital" en base a la apropiación-expropiación del excedente campesino, que en ese
momento, como ayer y aun hoy, era el único que realmente generaba riqueza en
grado significativo en Cochabamba. Por ello el horizonte de los "nuevos ricos" de
Abril, no fue más allá de los negocios feriales, pues objetivamente allí, y no en otra
perspectiva, se encontraba la panacea del "desarrollo", tal como ellos lo entendían.
En cierta forma, se podría aventurar la hipótesis, de que la variopinta elite que
sustituyó a la vieja oligarquía hacendal, estaba inmersa en el afán de una suerte de
neo acumulación primitiva de capital, pero orientada hacia un horizonte mercantil.

El alcance de las políticas económicas del MNR fue expresado en documentos


como el Programa Gubernamental de Inversiones Inmediatas (1960) y
especialmente en el Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social o "Plan
Decenal" 1962-71, que constituyó el primer referente de la planificación económica
en el país, el mismo que entre otras cosas, se proponía cubrir el déficit alimenticio
del país fortaleciendo el sector agrícola; sin embargo, este enunciado era muy
general y no llegó a plasmarse en políticas, programas y proyectos concretos y
específicos (Carranza, 1984).

El Plan Inmediato de Política Económica del Gobierno de la Revolución Nacional


(1955), no obstante, resulta más explícito con relación al desarrollo agropecuario
"concebido como acciones muy dinámicas del Estado, la ayuda americana y las
inversiones privadas extranjeras y nacionales" (Arrieta et al, 1990: 96). Dicho plan
definía cuatro grandes áreas geográficas, que servirán de escenario a acciones de
desarrollo: el área de Santa Cruz, el área de Villamontes, el proyecto ganadero de
Reyes y los Valles de Cochabamba, Chuquisaca, Tarija y Potosí, así como el
Altiplano (Arrieta et al, Obra cit.: 97). En síntesis de las áreas citadas: tres
correspondían al Oriente o sea a las zonas de producción que se desplegaban
sobre grandes extensiones de tierra y, una a los valles andinos donde pasó a
concentrarse la agricultura tradicional de carácter minifundiario, con lo que quedó
configurada la estructura agraria nacional, en términos de una zona oriental de
carácter moderno y empresarial y una zona andina de carácter tradicional, como se
mencionó, y donde este término resultaba sinónimo de agricultura atrasada.

Obviamente el énfasis esencial de este esfuerzo, se dirigió a fortalecer y modernizar


la incipiente agroindustria del Oriente. Sin lugar a dudas, los objetivos centrales
relativos a la sustitución de importaciones y a una mejor distribución de la población
excesivamente concentrada en la meseta y los valles andinos, no eran otros que los
del desarrollo del Oriente. Sin embargo, sólo el Departamento de Santa Cruz

272
presentaba condiciones convenientes de accesibilidad, de tal suerte que fue aquí
donde se dirigió el mayor esfuerzo de la política diversificadora, a través del real y
efectivo potenciamiento de la agricultura y de la industria del petróleo (Arrieta et al,
1990:98)163.

Los objetivos específicos definidos por el Plan Inmediato se referían entre otros a:

 Desarrollo de vías de comunicación, es decir asegurar el flujo de cargas y


pasajeros a las zonas de desarrollo y vincularlas particularmente con el
Occidente del país. Las vías de transporte y comunicación fundamentales
eran: en cuanto a la vinculación interior: la carretera troncal Cochabamba-
Santa Cruz, y el ferrocarril Santa Cruz-Corumbá (Brasil) y Santa Cruz-
Yacuiba (Argentina) para promover la vinculación externa.

 Política de población, consistente en redistribuir la población del país, para


trasladarla a zonas fértiles de los llanos, desde las regiones de puna y valle.
Se buscaba incentivar la inmigración extranjera como forma de modernizar la
agricultura y la inmigración interna para ampliar la frontera agrícola y mejorar
la disponibilidad de fuerza de trabajo. Se contemplaba originalmente para
este efecto, el asentamiento de 5.000 familias europeas, aunque finalmente
se favoreció a la inmigración de ciudadanos japoneses y coreanos. En lo
interno, se contemplaba el traslado de 5.000 familias procedentes de las
minas (personal supernumerario de COMIBOL) y agricultores del Valle de
Cochabamba y el altiplano. A la larga, esta inmigración fue mucho más
voluminosa y con un gran porcentaje de fuerza de trabajo valluna.

Además, se implementaron tareas aceleradas de ampliación efectiva de la frontera


agrícola a través del desbosque de extensas áreas con el apoyo de maquinarias del
Servicio Agrícola Americano, se inició la ejecución de ingenios azucareros y otras
instalaciones, y sobre todo, se creó el Crédito Supervisado a cargo del Banco
Agrícola, que juntamente con la fijación de precios remunerativos para el arroz,
azúcar, trigo, maíz y café producidos en las nuevas zonas de desarrollo agrícola,
generó finalmente, un poderoso incentivo para el desarrollo de Santa Cruz y la
constitución, en dicho departamento, de una pujante burguesía regional (Datos
citados por Arrieta et al, 1990: 100-101).

El polo opuesto a este despliegue de recursos y disponibilidades se encontraba


Cochabamba. En realidad una vez más le tocaba a este departamento sustentar
ciclos de desarrollo de la economía boliviana que tenían como escenario otras
163 En concreto: "se trataba de incorporar a corto plazo unas 50.000 Ha. que debían llegar a las 100.000 a
mediano plazo, lo que equivalía a un 30% de la superficie cultivada en todo el país" (Arrieta et al: 1990: 100).
Las importaciones a sustituir se referían a productos como el arroz, el azúcar, el algodón, aceites comestibles, etc.
273
regiones, es decir, en este caso los valles cochabambinos verían pasar de largo, los
recursos humanos, técnicos y de capital que promoverían el despegue de Santa
Cruz, en tanto la propia Cochabamba consolidaba su condición de centro periférico,
o mejor, "periferia central" utilizando la acertada fórmula con que Roberto Laserna
define la relación entre la región y el Estado, para resaltar que los períodos de auge
y de desarrollo impulsados por la economía capitalista internacional, siempre
dejaron para Cochabamba una modesta e indirecta participación, pues los
escenarios de los ciclos mineros, caucheros o del desarrollo agroindustrial ganadero
y petrolero, nunca alcanzaron a estos apacibles y fértiles valles. Al respecto el
citado autor señala:

“Desde la inserción de la economía boliviana en los circuitos internacionales


de valorización del capital, se han sucedido diversos períodos de ‘auge’,
marcados por el crecimiento de la actividad exportadora de recursos
naturales estratégicos en su momento. La explotación de mineral durante la
colonia y el siglo XIX incidió directamente sobre las regiones de Potosí y
Chuquisaca, mientras en el siglo XX fueron afectados La Paz, Oruro y Potosí
con el estaño; Beni y Santa Cruz con la quina; Pando y Beni con el caucho;
Santa Cruz, Tarija y Chuquisaca con la producción de petróleo y gas natural.
Todos estos ciclos siguieron el ritmo marcado por las necesidades del
mercado mundial, pero exigieron de Cochabamba siempre lo mismo:
alimentos y fuerza de trabajo.” (Laserna, 1984: 50).
El saldo histórico no es halagüeño: el granero cochabambino como expresión de su
pujanza y desarrollo resulta un mito, pues los frutos del trabajo de encomenderos,
hacendados, y sobre todo yanaconas, arrenderos, piqueros, colonos y artesanos,
sólo sirvió para sustentar bonanzas ajenas, que además en buena medida, se
amasaron con el sudor y la sangre de arrieros, mineros, trabajadores salitreros y
zafreros cochabambinos.

El modelo de desarrollo que sustentó el nuevo Estado Nacional a partir de 1952,


reforzó aun más la condición de región periférica que desempeñó Cochabamba
durante el ciclo minero, delegándole roles de sustentación y apoyo a la
materialización del eje Oriente-Altiplano. En consecuencia, desde los años 1950, los
valles de Cochabamba, antes que graneros, jugaron el rol de espacios de tránsito.
Por ello mismo, los proyectos carreteros, los oleoductos, las plantas de generación
de energía aparecen en la región como prioritarios, pero en verdad, son prioritarios
para economías externas a la región, en tanto las cuestiones fundamentales para el
"despegue económico" de Cochabamba, como el desarrollo agrícola e industrial
apenas merecen una atención de segundo orden. El saldo, es la emergencia de un
“polo de servicios” que favorece al desarrollo agroindustrial cruceño y a la viabilidad
de la minería nacionalizada. Para esta función, ciertamente era suficiente bosquejar
274
una ilusión de desarrollo para el consumo del universo de ajetreados intermediarios
a quienes les preocupaba más afianzar el mercado interior y su corazón: el sistema
ferial.

La vinculación con el Oriente

No resulta casual, que las grandes obras de la Revolución Nacional en


Cochabamba, fueron la carretera a Santa Cruz y la planta hidroeléctrica de Corani,
ambas en función de mejorar la vertebración y fortalecer la economía de la región
minera y el Oriente, no obstante ello, ambas obras en su momento fueron bien
recibidas por la ciudadanía, y no se escucharon voces que llamaran a la reflexión,
sobre el real significado de tales realizaciones en relación con la relatividad de su
gravitación para el desarrollo regional.

Aparentemente, no existía una conciencia clara en torno a las perspectivas que en


realidad se habrían para Cochabamba, con el "boom" del Oriente. Sin embargo,
instituciones como el Comité Pro Cochabamba, desde los años 1930, no
escatimaron esfuerzos y argumentos para reclamar ante el poder central por lo que
consideraban "los derechos de Cochabamba".

Los acontecimientos de Abril de 1952, y particularmente, la Reforma Agraria y la


consiguiente movilización campesina parecieron aquietar estos ímpetus. No
obstante el Comité Pro Cochabamba mantuvo su vigencia, aunque sustentando
cada vez en mayor medida, los intereses de las viejas clases desplazadas, hecho
que le restó fuerza y representatividad.

En 1953, en medio de las grandes movilizaciones de colonos, la preocupación


central de un pronunciamiento de dicho Comité, presidido por Fidel Anze, se dirigía
a considerar como uno de los problemas mayores, el que aquejaba a un pequeño
puñado de comerciantes importadores con relación al régimen de divisas y la
"nefasta política de fomento a la multiplicidad de cambios que sólo origina el
nacimiento de una rosca privilegiada", que evidentemente fue el origen de mágicas
prosperidades y odiosos favoritismos que debían erradicarse. En consecuencia, en
momentos en que se iniciaba el debate sobre la Reforma Agraria y el destino de las
haciendas, la cuestión principal para el ente cívico regional era la reivindicación del
cambio único para la divisa norteamericana, seguida de otros asuntos como aliviar
el régimen impositivo que agobiaba el comercio legal y a la propiedad inmueble
urbana y rural. (El País Nº 4369, 6/02/53 y Nº 4375, 10/02/53).

Preocupaciones como la señalada, muestran el divorcio entre la visión del Comité


dedicado a jugar el rol de "opositor consentido" del MNR, y los dramáticos cambios
que se sucedían en la región, y que no encontraron sensiblemente portavoces que
275
reflexionaran sobre su significado. La apertura de la carretera Cochabamba-Santa
Cruz, sin duda, la obra de dimensión regional de mayor trascendencia no fue
suficiente para motivar esta reflexión

Es posible inferir que los ímpetus y motivos de los Von Holten, Quiroga y Velarde,
que reivindicaron la importancia esencial que tenía para Cochabamba este vínculo,
ya no tenían razón de ser, pues los promotores y los objetivos eran diferentes. Ya no
se trataba de llevar los granos y harinas cochabambinas a los mercados orientales y
cambiarlos por chancaca, azúcar, arroz y otros preciados productos cruceños, para
revenderlos con ventaja en los mercados altiplánicos, e incluso invertir en el
mejoramiento de esta producción, es decir dinamizar un comercio que revitalizara
las alicaídas arcas de los gamonales y comerciantes vallunos. Por el contrario,
Cochabamba apenas era un punto en el itinerario de los flujos del comercio
internacional que llegaban pujantes a los llanos orientales. En todo caso, la carretera
mejoraba la importancia comercial de Cochabamba, pero sobre todo, beneficiaba a
Santa Cruz, la región minera y a La Paz, pues finalmente, aunque en forma
modesta, se habría una vía entre el Atlántico y el Pacífico que dinamizaría la
economía de ambas ciudades permitiendo que rápidamente alcanzaran una
fisonomía metropolitana.

A fines de septiembre de 1954 fue inaugurada la carretera Cochabamba-Santa


Cruz, con una extensión de alrededor de 500 kilómetros y un costo de 45 millones
de dólares, considerado significativo en esa época. La obra fue ejecutada por la
empresa americana Macco Pan Pacific que reemplazó a la Mc Graw Warren
contratada originalmente. La obra iniciada en 1944 fue dirigida por la Corporación
Boliviana de Fomento (El Pueblo Nº 360, 28/09/54).

Bogart Rogers, un periodista norteamericano, publicó un extenso artículo al respecto


de esta carretera en la revista Peruvian Times de Lima. Curiosamente, es la única
crónica de la época publicada en la prensa local, donde a más de unos pocos
editoriales sin mayor trascendencia, es notoria la ausencia de análisis y reflexiones
en torno a esta obra y sus repercusiones, que fueran representativos del punto de
vista regional. Rogers significativamente anotaba:

“Esta no es una carretera cualquiera. Todo lo contrario, bien puede


clasificársele como la carretera de mayor importancia que jamás se haya
construido en Sud América, ya que asegura la prosperidad y la futura
estabilidad de una nación de cuatro millones de habitantes. Los 500
kilómetros de este camino troncal ancho y de carpeta ripiada unirán, después
de larga espera las elevadas mesetas del Altiplano ricas en minerales con los
fértiles planos de la Cuenca del Amazonas.” (El Pueblo Nº 328, 18/08/54).

276
Sin embargo, no sólo se trataba de la materialización del "puente" entre los Andes y
los llanos, que terminarían con el marginamiento de una extensa región, sino en
opinión del citado periodista, su alcance y significación era mucho más amplio, pues
suponía que:

“Desde el punto de vista internacional se cierra el tramo que faltaba de una


ruta ferroviaria y caminera de 2.000 millas que une el Pacífico y el Atlántico,
atravesando la parte central de Sud América -desde puertos chilenos y
peruanos a La Paz y Cochabamba, luego pasando por Santa Cruz y
Corumbá, Santos, San Pablo y Río de Janeiro.” (El Pueblo No. cit.).
Indudablemente esta carretera no era una vía cualquiera, poseía toda la
trascendencia anotada por el perspicaz periodista, a lo que se sumaba el hecho, de
convertirse en el instrumento más eficaz de la política de diversificación económica,
pues hacía viable la "marcha hacia el Oriente" y la incorporación de grandes
extensiones agrícolas a la economía nacional permitiendo que la aspiración del auto
abastecimiento interno y el desarrollo agroindustrial se convirtieron en proyectos
realizables, ocurriendo otro tanto con la política de colonización que aspiraba a
desconcentrar la excesiva población altiplánica y valluna, ocupando los vacíos
espacios de la llanura amazónica. Sensiblemente todos estos objetivos históricos,
apenas proponían a Cochabamba un modesto rol económico: para la política de
desarrollo imperante, el valor de Cochabamba se reducía a su estratégico
emplazamiento, como punto de apoyo al tráfico Altiplano-Oriente, quedando en un
segundo orden su potencialidad productiva, escasamente estimulada, en provecho
de la promoción de una "ilusión de desarrollo" que se encarnaba en la dinámica de
un polo de servicios, como se sugirió anteriormente, donde lo trascendente era el
impulso al comercio, la ampliación de los servicios (distribución de la electricidad
generada por Corani, refinación de petroleo, nudo de transporte terrestre y aéreo,
provisión de mano de obra barata para los emprendimientos agroindustriales y
mineros entre otros), y en fin, el fluir de capitales y agentes económicos, que
transitaban por estos valles, otrora asiento de prodigiosas cosechas de granos y,
ahora reducidos a la condición de plazas comerciales en pleno auge, pero apenas
dejando circular una riqueza monetaria, que sólo en modesto porcentaje se invertía
en la región.

Tal vez, como una suerte de reacción a la pérdida de protagonismo en la integración


con el Oriente, más o menos por la época de la apertura del camino carretero a
Santa Cruz, volvió a cobrar actualidad la importancia que tenía para Cochabamba la
vinculación con el Chapare Tropical, dándose gran importancia a la rehabilitación del
camino Cochabamba-Todos Santos, que permitiría el abastecimiento autónomo de
los valles con productos tropicales, así como la provisión de materias primas que
permitieran mayor viabilidad al desarrollo de la industria regional. A partir de 1956 y
277
particularmente 1957, se enfatizó sobre este particular hasta lograr que el Servicio
Cooperativo de Caminos Boliviano-Americano dependiente del Punto IV, encarara
dicha rehabilitación. Una vez más, el mítico Chapare parece constituir la verdadera
alternativa para el desarrollo de Cochabamba. La prensa vuelve a reproducir las
asombrosas descripciones, que a comienzos de siglo realizara el prestigioso director
de El Heraldo, Juan Francisco Velarde. Esta vez, cronistas como Félix Fernández y
sobre todo René Cuadros Quiroga, cobran un relieve importante. Temas largamente
olvidados como la enorme potencialidad forestal del trópico cochabambino, o su
potencial agrícola y agroindustrial, vuelven a ganar actualidad. Se abunda en
detalles sobre el cultivo del banano, que en esa época era dominante en el Chapare,
relievándose su valor económico y el antecedente de la prosperidad que significó a
empresas como la United Fruit Co. la explotación de tal recurso.

El Dr. Cuadros planteó la urgencia de colonizar el Chapare, como un hecho de


mayor conveniencia para el desarrollo regional, incluso contemplando la posibilidad
de establecer un vínculo muy provechoso con el Departamento del Beni. Para este
efecto, realizó un detallado estudio de las posibles vías de penetración, proponiendo
tres rutas alternativas: Villa Tunari-Puerto Villarroel, Villa Tunari-Limoquiye y Villa
Tunari-Puerto San Francisco (sobre el río Isiboro). (El Pueblo Nº 1888 y sigts.
septiembre de 1959). A lo anterior se sumaban minuciosas consideraciones sobre la
potencialidad económica del Chapare, mostrando que las inversiones en
mejoramiento vial y apertura de nuevas rutas eran perfectamente subvencionables
por los márgenes de utilidad que arrojarían la comercialización de productos como el
banano y el arroz provenientes del Trópico cochabambino 164. Estas y otras razones
y estimaciones, inclinaban al autor a concluir, que "esta era la oportunidad de
realizar el plan económico y social más rápido, barato y productivo de que haya
noticia". Sin embargo, en ese momento nadie se hizo eco de este despliegue de
optimismo y visión de futuro. La apertura de la carretera al Chapare tuvo que
esperar muchos años más, y los resultados obtenidos fueron totalmente distintos en
función del potente desarrollo agroindustrial cruceño, que relativizaba la viabilidad de
emprendimientos similares en el trópico cochabambino, exceptuando a la larga, la
opción de la economía de la coca.

El saldo de esta vinculación al oriente que debía dinamizar la economía valluna,


hacia el inicio de los años 1960, mostraba una faceta diferente: grandes
contingentes de inmigrantes vallunos llenaban los requerimientos de fuerza de
trabajo de las empresas agrícolas cruceñas. Al respecto se reconocía:

164 Con relación a los cultivos de coca, René Cuadros Q. destacaba lo siguiente: "También la producción de
coca por sí sola puede pagar el camino. Pero ella llega laboriosamente después de dos años y medio y la
cultivan ahora los nuevos agricultores del Chapare en pequeñas superficies por su demanda y precio
contingente, prefiriéndose el plátano por su cultivo fácil y su mercado seguro" (El Pueblo No. 2950, 10/12/59).
278
“Unos 20.000 hombres del valle (...) laboran en los cultivos, principalmente
de caña, que desde la hermosa capital de Oriente se extiende a la vera de
las grandes carreteras que conducen al Río Grande o a Portachuelo, San
Carlos y Yapacaní rumbo al trópico subandino. Son los clásicos emigrantes
de Cochabamba que fueron con los grandes convoyes de la vitalidad
empresaria o por su cuenta, sin encontrar obras de magnitud y trabajo más o
menos asegurado con el cual pudieran sustentar sus familias en los pagos
cochabambinos (...) Fueron y van sin medidas protectoras, sin organización
alguna, como parias de trabajo incondicional, como iban antes al Norte
argentino. Regresaban de los cañaverales de Salta o Tucumám con la
máquina de coser, símbolo del adelanto familiar, algunos enseres y
pequeñas economías (...) Ahora trabajan en el Oriente con salarios a tope
con sus necesidades (...) dando ejemplo de empeño y persistencia en sus
tareas de año redondo, aliviando considerablemente con su valluna
capacidad de trabajo pesado y su disciplina, el logro del rápido progreso
cruceño como buenos misioneros de la obra boliviana.” (Editorial de Prensa
Libre Nº 143, 20/05/61).
En suma para Cochabamba no se vislumbraban cambios significativos.
Nuevamente, afloraban los viejos roles históricos: los vínculos y los músculos de
Cochabamba impulsaban el desarrollo de otras regiones.

Una vez más, el rostro de la crisis

"Cochabamba nada tiene que agradecer al Gobierno de la Revolución Nacional"


sentenciaba un editorial de la prensa cochabambina en 1960. En cierta forma, esta
corta frase resumía un extendido sentimiento de frustración y reproche al poder
central por el atraso, que caracterizaban la realidad urbana y regional. En realidad,
las grandes transformaciones en el orden social y económico que trajo consigo la
Revolución de Abril, aparentemente sólo operaron como movimientos que
trastrocaron la corteza de la realidad regional, recompusieron su superestructura e
introdujeron un recambio en sus protagonistas y en sus instituciones. Sin embargo,
la marea revolucionaria no llegó al fondo de la base estructural: formalmente
desaparecieron las haciendas y el régimen de colonato, pero el espíritu y la
ideología señorial no desapareció necesariamente, e incluso, fueron adoptadas por
las nuevas clases emergentes para explicar la constitución de nuevas fronteras de
segregación social y aun racial, que mantuvieron inalterable la posición subalterna y
opresiva de los ex colonos formalmente convertidos en "compañeros campesinos" y
"trabajadores del agro", pero virtualmente tratados y considerados como una fuerza
de trabajo servil, sometida las exacciones del mercado, es decir a la explotación de
los "nuevos patrones", que debajo de su ropaje popular de rescatiris, escondían el
férreo ejercicio de las leyes de la acumulación capitalista.
279
Indudablemente esta situación, estimulada por el escaso protagonismo de
Cochabamba con relación a la dinámica del desarrollo nacional, significó también, la
permanencia invariable de los procesos de producción tradicionales, más aptos para
dar respuesta a los modestos requerimientos de economías de subsistencia, que a
las exigencias de un mercado en continua expansión, a lo que se sumó obviamente
el escaso o ningún interés por la innovación tecnológica y la modernización del agro
y el sector industrial.

Las tímidas formulaciones que esbozó la región al poder central, para la realización
de obras postergadas una y otra vez, como fue el caso, del problema del agua de
consumo urbano y de riego o la ejecución de vías de penetración al Chapare, en la
esperanza de que este vínculo formalizaría el ansiado "despegue" de Cochabamba
rumbo a un futuro promisorio, en realidad no llegaban a conjugar un discurso
coherente, ni menos a esbozar o delinear articulaciones de un proyecto
medianamente consistente de desarrollo regional.

Sin duda la enorme expansión de la economía mercantil, por sí sola, no podía


generar un incremento de riqueza, peor aún si los contingentes de productores
rurales mermaban en virtud de los fuertes atractivos que les ofertaban las ferias que
proliferaban a lo largo y ancho de la geografía departamental. En cierta forma, no
sucedía otra cosa que una nueva polarización del excedente agrícola en favor del
conglomerado de agentes económicos que pasaron a controlar el mercado y los
medios de transporte y, a constituir toda una red de mecanismos directos e
indirectos de exacción y apropiación del fruto del trabajo de miles de excolonos y
pegujaleros.

Por tanto no resulta casual o sorprendente, que el empequeñecimiento o ningún


crecimiento del aparato productivo, en contraste, con el auge de la actividad
comercial, dieran por resultado en poco tiempo un cuadro de crisis y franca recesión
económica. Al respecto un editorialista nos mostraba la siguiente realidad al inicio
de los años 1960:

“La base de las actividades económicas en nuestro departamento estaba


fundamentalmente afirmada en la agricultura que por diversas causas ha
disminuido sustancialmente en su rendimiento en los últimos años. Fue
primero, la lógica consecuencia de los profundos cambios generados en el
campo lo que restringió el volumen de la producción de las mercaderías
agrícolas y luego ha sido la importación de fuertes cantidades de trigo, por
ejemplo, la que ha mantenido esa severa restricción agrícola (...)
Posteriormente una aguda contracción de las actividades mineras -todavía

280
poco desarrolladas en nuestro departamento- han provocado también la
presencia de un nuevo factor de crisis en Cochabamba, aumentando el
marasmo económico, la desocupación de numerosísimas personas y,
finalmente, el que la actividad económica en general se trasplantara a otros
centros del país (...) Teniendo en cuenta tal situación y si analizamos con
criterio desapasionado el problema, tenemos que convencernos que en el
momento Cochabamba no cuente con ninguna actividad fundamental que
genere el movimiento económico, una vez que lo fundamental de la
agricultura ha retrocedido al estado de una especie de economía natural que
no produce esencialmente para el mercado sino para el consumo ya
considerablemente disminuido de los propios campesinos (...) En lo que se
refiere a la actividad industrial, estadísticas de la CNSS muestran que más
del 50% de los establecimientos (...) Tuvieron que cerrar sus puertas con el
consiguiente despido de los trabajadores (...) En el ramo de la construcción,
la situación, es aun peor (...) estando poco menos que paralizada.” (El Mundo
Nº 822, 12/05/62).
Paralelamente a este panorama, la conciencia ciudadana parecía adormecida: el
Comité Cívico había dejado de gravitar en la opinión pública desde hacía muchos
años. Esta situación se reflejaba claramente en el agrio reclamo que formulaba la
ciudadanía al matutino El Mundo:

“Existe en nuestro medio un estado de laxitud y apatía que conspira contra el


futuro del Departamento, un conformismo estúpido ha hecho que dejemos de
ser la segunda ciudad de la República por su importancia económica. Aquí
la crisis se presentó con caracteres tan hondos que todavía no hemos
reaccionado contra la misma (…) Abundan los planes y proyectos, se
centuplican los anuncios sobre obras cuya ejecución, es inminente, y sin
embargo, pasan y pasan los años, quedando Cochabamba estancada en su
progreso y desarrollo”. (El Mundo Nº 963, 21/10/62).
Uno de los grandes desencantos que comenzaban a ser palpables, se refería al
balance de los primeros diez años de aplicación de la Ley de Reforma Agraria:
Indudablemente, el saldo más significativo se refería al cumplimiento a cabalidad, de
la conversión de los antiguos colonos en nuevos piqueros propietarios de pequeñas
parcelas, vieja aspiración campesina que se había convertido en realidad. La
universalización del régimen parcelario condujo, como se vio anteriormente, a una
acelerada expansión de la economía de mercado, aparentemente sobre la base de
un campesinado libre de gabelas, y en posibilidad de disponer libremente del fruto
de su trabajo, pero en la práctica esto no sucedió con el efecto positivo deseable: el
excedente agrícola fue arduamente disputado por multitudes de intermediarios, y en
cierta forma la capacidad mayor o menor de apropiación de la renta agrícola por

281
dichas estratos, sirvió de base para estructurar las nuevas relaciones sociales y de
poder en la región, sobre la base inamovible de la persistente subordinación de la
masa campesina, si bien, ya no al régimen hacendal, pero sí y férreamente, a la
lógica capitalista del intercambio.

Es evidente como señala Laserna, citando fuentes especializadas sobre el tema,


que en todo caso, también se experimentó un incremento de la tierra cultivada, un
significativo aumento de la producción agrícola y una mejora en los niveles de
consumo de calorías por parte del campesinado, con relación al período hacendal
(1984: 83-84). A pesar de estos y otros logros165, como el acceso creciente del
campesinado a la producción manufacturera, el régimen parcelario rápidamente
mostró sus limitaciones, pues la tendencia evidente, fue el paulatino
empequeñecimiento de la parcela dotada, de tal suerte que hacia 1978, según
fuentes del Consejo Nacional de Reforma Agraria, citadas por Laserna, mas del
62% de las familias en los valles de Cochabamba disponían de menos de 2
hectáreas de tierra. Era evidente, que la sub parcelación de la tierra, sobre todo
como efecto de su incorporación a mecanismos de crédito no institucionalizados,
(sistemas de préstamo con garantía de la tierra practicada por los rescatistas, como
se vio en capítulo III), particiones por herencia y otros, hizo que la unidad productiva
agrícola, dejara de ser suficiente para reproducir plenamente la fuerza de trabajo de
la familia campesina166.

Esto motivó un creciente proceso de movilización espacial de la fuerza laboral


agrícola que procuró otras opciones de empleo, resultando la más factible, la
ofertada por el auge ferial, sobre todo en la ciudad de Cochabamba. Por tanto, la
creciente emigración campo-ciudad fue otro efecto no deseado de la Reforma
Agraria, así como el fuerte flujo de campesinos vallunos hacia el Oriente en calidad
de braceros y otras labores de baja calificación y elevado consumo de energía de
trabajo167. En suma un saldo general no previsto en sus consecuencias de alto costo
social, fue la subordinación casi completa de la economía campesina a las

165 Un logro significativo fue el enorme desarrollo de la educación rural, sin embargo este proceso por sí solo,
estimuló la emigración hacia las ciudades, de las nuevas generaciones de campesinos.
166 Al respecto, Dandler (1987: 651), sugiere que bajo estas condiciones toman forma nuevas estrategias
campesinas orientadas a configurar la unidad doméstica, es decir, “una unidad de gestión y distribución de
recursos productivos que maneja problemas de presupuesto y estrategias de vida, al mismo tiempo que se
ocupa de satisfacer las necesidades de consumo. También es la unidad legalmente reconocida para tratar
cuestiones de herencia e impuestos y, es a través de ella que los individuos adquieren derechos y
obligaciones en la comunidad”. Dicha unidad está íntimamente articulada a la capacidad de diversificación
laboral de la economía campesina que finalmente, sin abandonar las tareas agrícolas, extiende sus
expectativas hacia una amplia esfera de servicios urbanos poco calificados que le ofertan nuevas
oportunidades, haciendo de la migración campo-ciudad un ejercicio elástico y muy dinámico.
167 Muchas capitales de provincia de zonas alejadas del sistema de ferias e incluso alguna localidades del
Valle Alto y Bajo, se convirtieron en una suerte de asilos de niños y ancianos, pues la fuerza de trabajo
económicamente activa de hombres y mujeres había emigrado hacia el Oriente, la ciudad de Cochabamba, las
minas e incluso el Norte argentino.
282
determinaciones de un mercado capitalista de productos agrícolas, que se movía y
aun se mueve, bajo la lógica de abaratar al máximo los costos de producción del
agro, para obtener los mayores márgenes de utilidad posibles. Dicho de otra
manera, la prosperidad de los intermediarios reposaba (aún reposa) en la baratura
de los productos alimenticios que aportaban los campesinos para este cometido.

En fin, a inicios de los años 1960, las esperanzas puestas en la Reforma Agraria
como vehículo efectivo del desarrollo rural y regional, se habían debilitado
considerablemente y, una vez más, la inviabilidad de dicho desarrollo se ubicaba en
el centro de la crisis regional168.

Sin embargo, como ya se evidenció, el movimiento cívico regional era débil, y al


margen de aisladas y graves reflexiones sobre los problemas de Cochabamba, todo
parecía indicar que el auge de la mercantilización ofrecía un barniz de progreso que
deslumbraba a gruesos sectores. El Comité Pro Cochabamba, periódicamente
emitía laboriosos documentos, que sin embargo no alcanzaban el nivel de claridad
analítica y consistencia argumental que estos difíciles tiempos exigían. En estos
pronunciamientos, era notorio su alineamiento con las modestas miras teóricas de la
oposición política, de ahí que sus análisis evaluativos de temas como la Reforma
Agraria tomaran como centro, por ejemplo, la cuestión de un pago justo a los
dueños de los latifundios expropiados, situándose en general en una posición ultra
conservadora y añoradora del pasado gamonal, que le impedía mayor contundencia
en sus planteos. Esta suerte de vacío intentó ser llenado, momentáneamente en
1962, por un denominado Centro de Defensa Nacional, dirigido por el Cnel.
Humberto Costas y el Dr. José Quintanilla dirigentes de la Federación de Ex-
Combatientes del Chaco, quienes en realidad, desarrollaron un primer antecedente
de un movimiento cívico regional más genuino.

En un manifiesto publicado en agosto de 1962 el citado Centro de Defensa


Nacional, a tiempo de definirse como una "institución cívico-patriótica que
conjunciona importantes y numerosas entidades y personas en su seno" justificaba
su emergencia, en vista de la crítica situación de Cochabamba que era descrita en
estos términos:

“Es del dominio de nuestro pueblo y del de los poderes del Estado, la crítica
situación económica y social del Departamento de Cochabamba, sobre todo
en los tiempos recientes, con su producción agropecuaria en completa
desorganización y descenso y su minería a punto de periclitar, mientras la

168 Miguel Urioste, (1987: 147), hacía este drástico balance: “Han transcurrido más de 30 años (de la
Reforma Agraria) y las condiciones de vida de casi cuatro millones de campesinos continúan siendo
inhumanas: altísima mortalidad infantil, desnutrición, vivienda inadecuada, analfabetismo y pobreza
extrema”.
283
industria y el comercio se hallan a su vez en pleno proceso de paralización y
decaimiento como lo demuestran las estadísticas, haciendo notar que en los
últimos diez años cesaron sus actividades más del 50% de los
establecimientos fabriles con la consiguiente desocupación de miles de
trabajadores y empleados” (Prensa Libre Nº 519, 1/08/62).
A este respecto, vale la pena añadir, que esta apreciación no era totalmente
exagerada. Particularmente a partir de 1956, año de la Estabilización Monetaria, que
además de poner freno a la hiperinflación imperante, y terminar con el sistema de
divisas diferenciales que permitieron amasar importantes fortunas, abrió las puertas
a un pleno liberalismo comercial, incluyendo la libertad de importación que en poco
tiempo socavó la modesta industria regional e incluso determinó el cierre de muchas
empresas comerciales, que sólo habían sido viables merced a las ventajas que
brindaba el negocio de las divisas. En este sentido, un editorial de la época hacía la
siguiente consideración:

“El Presidente de la Caja Nacional de Seguridad Social -institución oficial


ajena a cualquier exageración de la oposición política-, sostuvo que la
situación de esa entidad es crítica en Cochabamba, porque seis mil
empresas privadas que se cerraron (...) dejaron de pagar sus aportes (...) El
cierre de seis mil empresas en Cochabamba, en los años posteriores a la
estabilización es francamente alarmante y muestra una tendencia
absolutamente opuesta a los deseos de los gobernantes y los empresarios.”
(El Mundo Nº 1088, 5/04/63).
Pero, retornando al manifiesto del Centro de Defensa Nacional, luego de abundar en
consideraciones sobre la penuria en que se debatía la ciudad y la región, también
emitía el siguiente balance sobre las causas y repercusiones de la crisis:

“1o. La descapitalización casi total de Bolivia y en particular de Cochabamba,


por la fuga de capitales al exterior ante la inseguridad para cualquier clase de
inversión privada.
2o. El desempleo y la desocupación en proporciones alarmantes en todas las
actividades de Cochabamba.
3o. La extinción casi completa del turismo a Cochabamba por la deficiencia
de servicios públicos y de transportes en la ciudad y los peligros que ofrece
el campo.
4o. La bancarrota y empobrecimiento general, el hambre y la miseria de
nuestro pueblo (...) La quiebra económica, moral y social de los hogares
cochabambinos: La desmoralización general de los ciudadanos y la pérdida
de toda esperanza en un futuro mejor.”

284
A este ensombrecedor panorama todavía se sumaba:

“El despoblamiento de Cochabamba, principalmente de sus clases media y


laboral que ante la falta de todo aliento para sobrevivir se ven forzadas a
abandonar el suelo natal (...) en busca de trabajo para dirigirse a la ciudad de
La Paz o Santa Cruz, mientras los que pueden hacerlo emigran a las
naciones vecinas (...) El resultado final de este proceso tendrá que ser
fatalmente el aniquilamiento y liquidación de Cochabamba en sus
poblaciones y el campo, convirtiéndose su capital en una ciudad de ínfima
categoría (...) es la suerte y el triste destino a que se nos va reduciendo.”
(Prensa Libre No. cit.) 169.
La situación descrita es suficientemente explícita para abundar en mayores
consideraciones. Quedaba claro, que el saldo de una década de Revolución
Nacional era negativo para Cochabamba, sobre todo si se considera, que los
principales ideólogos del Nacionalismo Revolucionario, que definieron las bases
teóricas y políticas del nuevo Estado, eran hijos de Cochabamba, y que buena parte
de su discurso ponía en relieve la importancia del "centro", es decir de Cochabamba
como articulador de la viabilidad del proyecto nacional. Irónicamente, la práctica
nada tuvo que ver con la teoría. En lugar del "centro" primó el concepto del "eje"
Altiplano-Oriente, convirtiendo los valles cochabambinos en lugares de tránsito y
servicios.

Tardó diez años Cochabamba para percibir que su auge mercantil no era el
equivalente al progreso, por ello, el sentimiento general, interpretado por un
periodista en una sencilla pregunta: "Cochabamba necesita saber con urgencia,
¿qué lugar ocupa dentro de los planes de Gobierno?", resultaba a estas alturas, no
sólo ingenua sino extemporánea, pues la respuesta era palpable, Cochabamba
había permitido que se la convirtiera en una suerte de centro periférico, y sólo a
posteriori mostraba su asombro y desazón.

Tal vez lo más curioso de todo esto, es que la "inteligencia mestiza" fortalecida por
notables intelectuales de cuna gamonal, que fue capaz de desarrollar un discurso
orientado hacia la opción de un proyecto de Estado Nacional sustitutivo del viejo
esquema estatal, no tuvo las mismas luces para "mirar" la región y trazar una
viabilidad para la misma, dentro de este proyecto de basto alcance. Por ello mismo,
se puede verificar que entre este discurso excepcionalmente lúcido para ver la
nación en su globalidad y difuso para ver el universo regional, se expresa la
ausencia de objetivos claros y voluntades que mostraran firmeza y militancia en la
169 En diciembre de 1962, quedó constituido formalmente un Comité de Defensa de los Intereses de
Cochabamba con respaldo de la Cámara de Comercio y la Central Obrera Departamental, pero de vida efímera.
No obstante esto motivó el resurgimiento del Comité Pro Cochabamba, que a fines de dicho año emitió un
extenso manifiesto refrendando en líneas generales el panorama trazado por el Centro de Defensa Nacional.
285
exposición de unas aspiraciones, que articularan indisolublemente el proyecto de
desarrollo regional con el proyecto de hegemonía política, económica y social, en
favor de una clase o un bloque social, que hiciera gravitar la viabilidad histórica de
su condición dominante en función de dicho desarrollo, como sucedió en el caso de
Santa Cruz.

La profunda crisis que vivió Cochabamba desde mediados de los años 1950 y con
particular crudeza a inicios de los 60, no fue suficiente para torcer esta actitud. Cuál
fue la razón para que no sucedieran emergencias cívico-sociales como las
protagonizadas por Santa Cruz?.

La respuesta no es sencilla, es más, resulta un tema de sumo interés que una


investigación más específica debiera resolver. Aquí apenas aventuramos una
hipótesis: la constitución temprana de un mercado interno regional que estimuló la
formación de capas medias de intermediarios que desde larga data dominaban los
"secretos feriales" y en cierta forma poseían una "cultura mercantil" pudieron
aprovechar al máximo el derrumbe del poder hacendal y la incontenible ampliación
de la economía de mercado con posterioridad a la Reforma Agraria, por tanto, estas
clases medias de cholos y vallunos "saciaron" en mayor o menor grado su sed de
riqueza y estatus, y confundieron su propia bonanza con el bienestar general, es
más, comprendieron que el subdesarrollo regional era la fuente de su
potenciamiento económico y político, y por tanto, no podían existir razones de mayor
peso para comprometerse a fondo con una modernización real de la región, que
intuían (y aun intuyen) que les podría ser adversa, en consecuencia, el límite de su
compromiso con el desarrollo regional, fue más bien formal y discursivo, apenas
suficiente para guardar convenientes apariencias. Este no fue el caso de Santa
Cruz, donde su vieja oligarquía permaneció intacta -allí no hubo revolución
campesina ni aplicación real de la Reforma Agraria- y se comprometió a fondo con la
modernización de la empresa agrícola, pues vio en ello su propia sobrevivencia
histórica y su viabilidad para no perder hegemonía170.

En esta perspectiva, no resulta casual que el tono y contenido de los manifiestos


cívico-regionales en Cochabamba, fuera confuso y de tipo meramente reivindicativo
de obras de todo tipo, cuya suma o integralidad no configuraba ningún plan y menos
una estrategia de desarrollo. Tal vez por ello mismo, los empeños del Comité de

170 José M. Gordillo et al (2007) al analizar las estructuras de poder en Cochabamba, describen bien la
incapacitad de las viejas elites gamonales para amoldarse a la nueva realidad creada por la Revolución
Nacional y hacer suyas las banderas de la modernidad proyectadas hacia el desarrollo departamental,
como ocurrió en Santa Cruz, sino lejos de ello, se diluyeron en una suerte de ambigüedad y búsqueda de
oportunidades familiares, en las alternativas que les ofrecía dispersamente el aparato estatal o las siempre
frágiles empresas privadas. De esta manera, su gravitación como elite, si así se las puede considerar, no
sobrepasa la vecindad de los barrios residenciales que habitan o, en el mejor de los casos, el radio urbano
de la ciudad.
286
Defensa Nacional y del Comité de Defensa de los Intereses de Cochabamba fueran
muy efímeros, y el discurso del Comité Pro Cochabamba no pudo salir del esquema
antes citado.

Esta fue en realidad, la pauta que siguió, por ejemplo, el Comité Cuarto Centenario,
creado en enero de 1964, con motivo de organizar debidamente la celebración del
cuarto centenario de la fundación de la ciudad, que se cumplía en 1971. Con este
motivo, se concebía la realización de una serie de obras y proyectos que debían
permitir a Cochabamba, en tan magna oportunidad, demostrar que efectivamente
había iniciado un proceso de franco desarrollo. Las obras que se barajaban, en
realidad, constituían un conjunto heterogéneo, que iban desde la búsqueda de
financiamiento para realizar el proyecto hidroeléctrico de Corani y la captación de
aguas para riego, y para satisfacer la demanda urbana, hasta obras de simple
embellecimiento urbano como la construcción de un centro cívico, el ensanche de
vías y la conformación de avenidas urbanas (Perú y Ayacucho), construcción de
nuevos puentes sobre el río Rocha, la conformación del Parque Forestal Tunari, la
apertura de un prado comercial en la zona Sud, la urbanización de la laguna Alalay,
etc. (El Mundo Nº 1306, 10/10/64). De acuerdo a esta óptica, la idea de desarrollo
regional, consistía en realizar emprendimientos puntuales como Corani, la carretera
a Puerto Villarroel, la irrigación del valle, la instalación de algunas industrias
(cemento, llantas, etc.), además de la modernización más acelerada de la ciudad y
la solución de sus problemas de infraestructura básica. (El Mundo Nº 1391,
29/04/64).

En fin, si bien algunas de estas aspiraciones potencialmente podían poseer efectos


multiplicadores para la dinámica económica, su eficacia de todas formas era relativa,
al no estar enmarcadas en una propuesta integral de desarrollo que se fijara como
metas modernizar el agro y desarrollar una industria regional que impulsara dicha
modernización consumiendo materias primas regionales. En ausencia de una
estrategia mínima, de una concepción del desarrollo menos discursiva y empirista y
más orientada, hacia la formalización de instrumentos técnicos para promover el real
crecimiento del aparato productivo, todas estas aspiraciones, una vez más, eran
apenas ropajes y parches para cubrir piadosamente una situación de subdesarrollo,
que las nuevas élites emergentes no deseaban observar pero si mantener, pues en
todo caso, la cuestión de modernizar el agro suponía acabar con las nuevas formas
de vasallaje o con las antiguas que subrepticiamente continuaban vigentes, es decir,
cortar el cordón umbilical que nutria de excedentes agrícolas y riqueza al nuevo y
heterogéneo conglomerado de intermediarios, y esto era algo impensable, tanto
como plantearse unas metas dirigidas a obligar a que la suerte de "acumulación
primitiva" amasada, finalmente fuera invertida en el sector productivo y dinámico de
la economía. Las pretensiones eran más modestas en realidad: construir una

287
escenografía de desarrollo. Para esto eran suficientes los listados de obras que
debía proveer el Estado171.

Por todo ello, la primera crisis regional que experimentó Cochabamba en la segunda
mitad del siglo XX, ya no es comparable con las crisis de las décadas anteriores y
las del siglo XIX, pues no se trata de crisis de mercado para los excedentes de
producción de granos u otros productos, sino de una crisis que expresa las
contradicciones estructurales de un modelo de acumulación y desarrollo relativo,
que persiste en sustentarse sobre el ancestral atraso rural. Es decir, el sello de la
nueva crisis hace referencia, no a la dificultad de realización comercial, para el
sector hacendal, de los ponderados frutos del "granero de Bolivia", sino de la
ausencia, casi absoluta de algún producto valluno que pudiera ingresar con ventaja
a la economía nacional o internacional.

En síntesis, las crisis del nuevo reino de los intermediarios -del que nos ocuparemos
más adelante-, hace referencia, a los denodados esfuerzos a que se someten estos
actores, para hacer frente con provecho, a una situación desproporcionada, entre un
creciente universo de pequeños, medianos y grandes empresarios comerciales, y un
cada vez más reducido ejército de productores, que materializan una "torta" llamada
riqueza agrícola, cada vez más pequeña, y cuyas delgadas tajadas ya no satisfacen
a la multitud de demandantes. Por ello mismo, como pasaremos a observar, los
componentes de la economía regional sólo pueden ser comprendidos en este
contexto. Inicialmente pasaremos a examinar la situación del sector industrial,
teóricamente el pivote de cualquier género de desarrollo que pudiera merecer tal
nombre y el único instrumento válido para proporcionar realismo a la modernidad, tal
como fue vista por los protagonistas de la Revolución Industrial.

La industria
La industria de Cochabamba a mediados de los años 1950, según revelaba el
Censo de aquel año y el Censo Municipal de 1945, presentaba dimensiones
modestas, y en cierta forma, su existencia era resultado de un lento tránsito desde la
artesanía a una todavía incipiente manufactura, donde destacaban el ramo textil, el
de alimentos y cueros, aunque todavía conservando un fuerte predominio artesanal.
Así al lado de la naciente industria del calzado, persistían en su labor artesanal, algo
más de un millar de zapateros. Por otro lado, el Censo de 1950 revelaba que la
categoría de empleo del sector productivo de la PEA tenía un significativo
componente de "obreros y jornaleros" por una parte, y por otra, de "trabajadores por

171 Dado este comportamiento acomodaticio y conservador, ¿se podría hablar de la emergencia de una suerte
de “lumpen-burguesía”? como plantea Gunder Frank (1974) al analizar comportamientos similares de las
burguesías latinoamericanas, parafraseando el concepto marxistas de lumpen-proletariado aplicado a los
estratos desclasados, degradados y no organizados de la clase obrera.
288
cuenta propia" (artesanos) aunque el sector de "asalariados" propiamente resultaba
minoritario172.

Desde inicios de los años 1950, el sector industrial estuvo fuertemente condicionado
en su posibilidad de desarrollo por el sistema de control de divisas para la
importación de materias primas, accesorios y repuestos. En 1954, la asignación de
"cupos" o "cuotas" de importación de insumos para la industria de Cochabamba,
para el segundo semestre del citado año, alcanzaba a un monto próximo a los
800.000 dólares. Asumiendo que la distribución del cupo, era relativamente
representativa del rango y capacidad de la industria, pese a las distorsiones
políticas, se obtiene el siguiente resultado por ramas de producción:

CUADRO No. 31:


COCHABAMBA: DISTRIBUCIÓN DE CUOTAS DE IMPORTACIÓN PARA EL SECTOR
INDUSTRIAL POR RAMAS DE PRODUCCIÓN (SEGUNDO SEMESTRE 1954)

N.º de Distribución de cuotas (cupos) en


Ramas de producción estableci- dólares
mientos Materia Accesorios Total
prima y repuestos
01. Industrias alimenticias
a) Productos de panadería y afines 5 1.050 4.700 5.750
b) Productos de molinería 3 300 3.870 4.170
c) Conservas y carnes 1 18.000 4.000 22.000
d) Productos lácteos 2 350 - 350
e) Chocolates y confituras 3 5.750 - 5.750
f) Aceites comestibles 1 15.000 10.000 25.000
Subtotal 15 40.450 22.570 63.020
02. Industrias de bebidas en general
a) Cerveza 1 40.000 8.000 48.000
b) Alcoholes y aguardientes 2 4.000 10.600 14.600
c) Aguas minerales y gaseosas 3 4.580 1.220 5.800
Subtotal 6 48.580 19.820 68400
03. Industrias textiles 5 81.300 6.500 87.800
04. Industrias de vestuario y calzado
a) Ropa y afines 7 38.700 3.500 42.200
b) Calzados 9 102.900 36.300 139.200
Subtotal 16 141.600 39.800 181.400
05) Industrias madereras
a) Aserraderos 6 10.000 15.200 25.200
b) Mueblerías, pisos y afines 9 19.200 14.000 33.200
Subtotal 15 29.200 29.200 58.400
06) Industrias de papel y cartón 9 5.050 15.350 20.400
07. Industrias químicas y farmacéuticas
a) Jabones, velas y afines 10 82.000 8.000 90.000
b) Fármacos y afines 3 8,000 1.300 9.300
c) Perfumes 1 600 - 600
Subtotal 14 90.600 9.300 99.900
08. Industrias de cemento, cerámica
a) Materiales de construcción 3 4.500 500 5.000
b) Lozas y cerámicas 3 6.150 9.400 15.550
Subtotal 6 10.650 9.900 20.550

172 Para una información más detallada ver Solares, 1990.


289
09) Industrias mecánicas y metalúrgicas
a) Maestranzas y fundiciones 1 - 5.000 5.000
b) Objetos metálicos 5 15.400 9.900 25.300
c) Cocinas y hornos sd - - -
d) Motores 2 20.000 3.850 23.850
Subtotal 8 35.400 18.750 54.150
10) Industrias de cueros
a) Curtiembres 5 56.000 - 56.000
b) Productos de cuero 6 12.400 8.850 21.250
Subtotal 11 68.400 8.850 77.250
11) Industrias varias
a) Electrónica y afines 2 5.500 - 5.500
b) Productos ópticos 1 1.000 - 1.000
c) Productos pirotécnicos 1 1.000 - 1.000
d) Productos de goma 2 2.400 1.850 4.250
Subtotal 6 9.900 1.850 11.750
TOTAL 111 661.130 181.890 843.020

Fuente: Elaborado en base a: "Asignación de cuotas de importación a la industria de Cochabamba


por el 2do. semestre de 1954". (El Pueblo Nº 353, 18/09/54).

En base al cuadro anterior, inicialmente se puede inferir que, la industria de


Cochabamba requería en 1954 alrededor de un millón y medio de dólares anuales
para cubrir sus requerimientos de materias primas y mantenimiento de sus
instrumentos de producción, cifra que podría representar, más o menos, un
promedio anual de demanda de divisas para este sector, en un período en que la
oferta disponible era muy restringida. Por otro lado, se puede observar que la rama
de producción que demandaba mayores montos eran las "Industrias de vestuarios y
calzados", que absorbían casi un 24% de las divisas disponibles, en realidad, de los
181.400 dólares asignados a este sector, un 77% era requerido por la industria de
calzados, de los que un 34,5% correspondía a "MANACO-Manufacturas Bolivianas
S.A." y un 28,7% a “Tardío S.A.” Es decir, que ambas fábricas en conjunto
acaparaban el 63.2% de los 139.200 dólares destinados a cubrir los requerimientos
de este sector.

Ocupando un segundo rango, a bastante distancia del anterior, se encontraban las


“Industrias químicas y farmacéuticas", que accedían a un 13% del monto total de
divisas en el segundo semestre de 1954 y, rubro dentro del cual se destacaban las
fábricas de jabones y velas que acaparaban el 90% de los 99.900 dólares
destinados a este sector, aunque dentro del mismo, no se destacaban fábricas
específicas que absorbieran un volumen significativo del monto citado, salvo el caso
puntual de la “Fábrica de Velas El Sol de Gosager y Trimas” que accedía a un 20%
del monto destinado a estas industrias y la “Fábrica de Jabones Sol” que
demandaba casi un 17% del mismo monto.

Seguían en este orden, las “Industrias alimenticias” (12.17% del total de divisas),
donde destacaban la “Sociedad Industrial y Agrícola” y la “Fábrica Nacional de

290
Conservas Dillmann” Un cuarto rango estaba ocupado por las “Industrias textiles”
que accedían globalmente a un 11,45% del total de divisas asignado en el semestre
citado. En este caso sobresalía nítidamente la “Fábrica de Tejidos e Hilados de
Brechner Hnos.” que recibía una cuota equivalente al 49% de las disponibilidades
de moneda norteamericana destinada a los requerimientos de dicho sector. En fin,
en el rango inmediatamente posterior, se situaban las "Industrias de cueros", que en
conjunto accedían al 9.9% de las citadas divisas, y de las que, hasta un 73.44%
correspondía a los requerimientos de las curtiembres. De este monto, las
curtiembres “San Miguel Ltda.” y “Fénix Limitada”, accedían al 53,6%. Un discreto
quinto lugar, correspondía a las “Industrias de bebidas” que sólo demandaban el
8.9% del total de divisas, pero donde se destacaba la “Cervecería Taquiña” que
retenía el 70% de las divisas destinadas a este sector, ocupando un segundo lugar
dentro de las industrias locales que demandaban mayores montos para importar
insumos173. Seguían las “Industrias de madera” (7.6% del total de divisas) con
predominio de las industrias del mueble. Finalmente, se tenían a las “Industrias
mecánicas y metalúrgicas” (7.05% del total de divisas) donde predominaban las
fábricas de muebles y objetos metálicos y los talleres de motores.

Además, vale la pena añadir que el cuadro anterior muestra palpablemente que el
grueso del sector industrial dependía de insumos y materias primas que debía
importar, es decir que del monto global de divisas asignado para el citado segundo
semestre de 1954, el 75% era destinado exclusivamente a dicha finalidad.

La asignación de divisas de que daba cuenta el Banco Central de Bolivia, agencia


Cochabamba, para la gestión de 1955, contenía características muy próximas a las
evidenciadas con relación a las asignaciones del segundo semestre de 1954. Una
relación de la forma como se distribuyó el total del monto asignado al sector
industrial en Cochabamba, queda expresado en el cuadro siguiente

CUADRO No. 32:


COCHABAMBA: ASIGNACIONES DE DIVISAS SEGUN IMPORTANCIA DE LOS MONTOS
UNITARIOS REQUERIDOS POR LAS EMPRESAS INDUSTRIALES (1955)
Rangos de montos de divisas N.º de empresas Observaciones
asignados en dólares
Hasta 500 3 Empresas diversas
Desde 501 a 1.000 13 Empresas diversas
Desde 1.001 a 2.500 26 Predominan industrias de cueros y
maderas (fábricas de artículos de
cuero, calzados y aserraderos)
Desde 2.501 a 5.000 12 Empresas diversas
Desde 5.001 a 10.000 13 Predominio de industrias de cueros y
maderas

173 El primer lugar correspondía a la Fábrica MANACO.


291
Desde 10.001 a 20.000 14 Predominio de industrias de jabones
Desde 20.001 a 30.000 6 Predominio de industrias de cuerois y
merales
Desde 30,001 a 40.000 3 Motorbol, Ofra (fábrica de pieles) y
Velas El Sol
Desde 40.001 a 50.000 3 Curtiembre San Miguel, Textiles Intex
y Conservas Dillmann
Desde 50.001 a 75.000 1 Cervecería Taquiña
Desde 75.001 a 100.000 1 Calzados Tardío, Fábrica de Tejidos
Brechner, Fábrica de Tejidos Urbaitel
y Cia.
Más de 100.000 1 Calzados Manaco
Fuente: Elaborado en base a: "Cuadro de asignación de Divisas a la Industria de Cochabamba", El
Pueblo Nº 714, 1o. de julio de 1955.

El anterior cuadro nos permite establecer algunas pautas sobre el volumen de


requerimientos de las empresas, como un indicador de su capacidad productiva: En
1955 se asignaron divisas por un monto de 1.387.155 dólares americanos para
solventar requerimientos de importación de materias primas, repuestos y accesorios
que demandaban 98 empresas industriales. De estas, unas 42 (el 42.85%) sólo
requería montos no mayores a 2.500 dólares, es decir, se trataba de solventar
necesidades de pequeñas empresas, incluso muchas, que no tenían rango industrial
como imprentas y estudios fotográficos, aunque también figuraban algunas
pequeñas industrias propiamente (fideos, artículos de cuero, alimentos, etc.). Unas
25 empresas (el 25.5%) demandaba divisas cuyos montos fluctuaban entre más de
2.500 dólares y 10.000 dólares, en este caso se trataba de empresas medias donde
se destacaban las industrias del cuero y la madera cuyos requerimientos se
situaban entre los más altos de este nivel, aunque también figuraban pequeñas
industrias de alimentos, bebidas, jabones, artículos de goma, etc. Las empresas
que requerían divisas con montos superiores a los 10.000 dólares y hasta los 20.000
dólares (el 14.3%) se caracterizaban por el predominio de fábricas de jabones,
tejidos y cueros. Las industrias que accedían a montos superiores a los 20.000
dólares con destino a importaciones de insumos y repuestos sólo representaba el
17.3% del total y, de estas, las que recibían asignaciones superiores a 50.000
dólares, sólo representaban el 5.10% de dicho total englobando las principales
industrias como veremos más adelante. Desde un otro ángulo, se puede establecer
que esta última categoría -empresas que reciben más de 20.000 dólares en divisas-
en conjunto recibía un total de 966.700 dólares, es decir, casi el 70% del total de
divisas. Dicho de otra manera: 17 empresas industriales acaparaban un volumen
significativo de divisas en razón, -obviando otros aspectos no verificables-, de su
mayor capacidad productiva y de su mayor complejidad tecnológica, en tanto,
prácticamente el 85% restante no alcanzaba este rango, y se componía en general,
de pequeñas industrias, muchas de ellas semiartesanales y caseras, o con
292
tecnologías no renovadas. Veamos en el siguiente cuadro, cual es la composición
de las empresas grandes y medianas y los montos de divisas que recibían:

CUADRO No. 33:


COCHABAMBA: ASIGNACIONES DE DIVISAS SUPERIORES A 20.000 DOLARES A
EMPRESAS DEL SECTOR INDUSTRIAL (1955)
Rangos de montos
de divisas asignados Detalle de empresas industriales Detalle de
en $US montos Totales
recibidos en
$US
De 20.001 a 30.000 * Beyer y Fuerenberg – Fábrica de objetos metálicos 28.000
* Curtiembre Cocodrilo Ltda. 25.000
* Fenix Ltda. - Curtiembre y charolería 26.000
* David Kessembaun – Fábrica de Medias Kestec 28.000
* Fábrica de Cierres y Confecciones La Metálica 25.000
* Industria Maderera IMBOL 25.000 157.000
De 30.001 a 40.000 * Wohenka y Cia – Fábrica de Bovinas de Motores 40.000
* Golstager y Trima -Fábrica de Velas El Sol 38.000
* Ofra S.A. - Fábrica de Pieles Nacionales 40.000 118.000
De 40.001 a 50.000 * Industrias Textiles Ltda. - INTEX 44.000
* Dillmann Sucs. – Fábrica Nacional de Conservas 49.000
* Curtiembres San Migel Ltda. 48.000 141.000
De 50.001 a 75.000 * Cervecería Taquiña S.A. 69.200 69.200
De 75.001 a 100.000 * Tardío S.A. - Fábrica de Cueros y Calzados 85.000
* Brechner Hnos. - Fábrica de Tejidos 100.000
* Urbaitel y Cia – Fábrica de Tejidos Punto Mundial 76.000 261.000
Mas de 100.000 * Manufacturas Bolivianas S.A. - MANACO 220.000 220.000
TOTAL 966.200
Fuente: Elaborado en base a Cuadro No. 36 y Fuente cit. (El Pueblo Nº 714, 1o/07/55)

En base al cuadro anterior, es posible percibir que sólo eran cinco las industrias que
requerían divisas por montos superiores a los 50.000 dólares anuales para importar
materias primas y repuestos, de lo que se infiere que el valor de su producción era
proporcional a tal volumen de egresos. Estas industrias: una del ramo de bebidas,
dos del de cueros y otras dos de textiles, en conjunto, accedían a casi el 60% del
monto concentrado en torno a las 17 empresas más importantes por los volúmenes
de importaciones anuales que movilizan, y casi al 40% del monto total de divisas
destinado al sector industrial en Cochabamba, en 1955. Dentro de este conjunto
destacan la Fábrica de Calzados MANACO y la Fábrica de Tejidos de Brechner
Hnos. que en conjunto detentaban el 23% del total de divisas citado.

A partir de 1956, los problemas de escasez de divisas que experimentaba la


industria, como emergencia de la nueva política económica, fueron sustituidos por
otros de igual o mayor gravedad, que afectaron al conjunto de la industria nacional.
Al respecto un informe del Ministerio de Hacienda reconocía:

293
“De 1957 a 1960, la industria boliviana pasa por una etapa de contracción
emergente de la aplicación del programa de estabilización monetaria. La
estabilización monetaria, el sistema de libre comercio adoptado en diciembre
de 1956 y la competencia de un contrabando masivo de mercaderías, hizo
caer verticalmente la demanda de las manufacturas nacionales, a tal punto
que en 1957, la industria sólo ha contribuido al Producto Bruto Interno con el
10%” (Ministerio de Hacienda, 1963).

Indudablemente, los factores anotados pasaron a gravitar negativamente en la


industria local, sin embargo, antes de dirigir nuestra atención hacia un análisis más
pormenorizado de esta situación, vale la pena realizar una caracterización de la
importancia de la industria de Cochabamba con relación al resto del país. Para este
efecto, inicialmente observemos el contenido del siguiente cuadro:

CUADRO No. 34:


BOLIVIA: NUMERO DE ESTABLECIMIENTOS INDUSTRIALES POR DEPARTAMENTOS
(1956-1963)

Departamentos 1956 1957 1958 1959 1960 1961 1962 1963


La Paz 931 770 768 671 650 674 654 541
Cochabamba 191 159 188 200 194 159 147 161
Oruro 262 189 132 133 139 119 119 105
Santa Cruz 48 48 70 58 53 41 51 37
Tarija 44 51 47 51 46 40 47 46
Chuquisaca 44 45 43 33 37 37 34 32
Potosí 29 20 12 9 9 11 9 6
Beni 3 2 2 2 1 2 2 2
Pando 1 - - - 2 - - -
Totales 1.553 1.284 1.258 1.157 1.131 1.083 1.063 930
Fuente: Ministerio Hacienda, Anuarios Industriales años citados

Inicialmente, el cuadro anterior revela en términos cuantitativos, que en 1956, el


89% de los establecimientos industriales se concentraban en los departamentos de
La Paz, Oruro y Cochabamba, de los cuales el 60% radicaban en el primer
departamento citado. En 1963, pese a la fuerte contracción del sector esta situación
no se modificó sustancialmente, pues dichos departamentos todavía concentraban
casi el 87% del total nacional de establecimientos industriales. Cochabamba en
1956, era el tercer centro industrial del país, después de La Paz y Oruro; en 1963
Cochabamba, pese a la crisis pasó a detentar un segundo lugar (en realidad desde
1958), pues aparentemente Oruro experimentó un enorme deterioro y franco
retroceso en su actividad industrial. En realidad en este orden de cosas, entre 1956

294
y 1963, La Paz vio reducido su stock industrial en un 41,9%, Oruro en un 60%,
Potosí en un 79%; en tanto Cochabamba sólo en un 15,7% y Santa Cruz en un
22,9%. Sólo Tarija experimentó un leve crecimiento y Cochabamba solo presentaba
un índice de disminución bajo, comparado con otros departamentos y con la media
nacional que alcanzaba al 40%. En todo caso, como se verá más adelante, el
panorama industrial, particularmente a partir de 1959 no era nada optimista, pese a
que Cochabamba no había experimentado la escalada depresiva de otros
departamentos.

Por último el cuadro anterior, al margen de mostrar la involución crítica del sector, es
demostrativo de la excesiva concentración de la industria nacional en La Paz,
Cochabamba, Oruro y en menor grado Santa Cruz, con fuerte predominio de La
Paz, donde radicaba más del 50% del total de industrias del país. Observando más
en detalle la composición de este sector industrial y el valor de la producción de la
industria en Cochabamba, en relación con otros departamentos y el país, se puede
profundizar en el análisis anterior, a partir del siguiente cuadro:

CUADRO No. 35
BOLIVIA: VALOR DE LA PRODUCCION (EN $BS.) ESTABLECIMIENTOS INDUSTRIALES
POR RAMAS Y PRINCIPALES DEPARTAMENTOS INDUSTRIALES 1956-1963)
Rubros Año 1956 Año 1963
Total La Paz Cocha- Oruro Total La Paz Cocha- Oruro
Nacional bamba Nacional bamba
Textiles VP 40.234.508 36.025.919 1.818.768 2.389.821 104.536.790 92.995.279 3.154.365 8.387.151
NUP 414 284 64 40 174 121 14 14
Piedra, vidrio, VP 6.412.191 5.724.169 587.243 86.457 19.477.999 19.091.845 314.475 71.679
cerámica NUP 66 43 7 10 38 19 12 4
Metales VP 3.413.276 1.767.973 577.973 1.023.371 56.816.816 8.117.091 1.242.995 47.456.730
NUP 53 37 5 8 49 35 5 5
Empresas de VP 67.904 67.904 sd sd sd sd sd Sd
construcción NUP 1 1 sd sd sd sd sd sd
Alimentos VP 22.380.450 12.898.956 2.898.131 3.280.219 84.246.710 39.700.396 14.098.034 11.200.364
NUP 440 223 41 140 299 188 45 45
Bebidas VP 14.479.910 6.304.241 1.321.447 894.120 84.105.949 64.950.394 5.366.191 6.182.818
NUP 115 59 10 10 82 30 22 4
Madera y muebles VP 2.158.598 685.158 663.897 16.137 8.291.866 2.449.742 3.916.722 Sd
NUP 75 44 10 4 47 22 11 sd
Caucho VP 1.400.295 646.103 754.192 sd 3.834.558 869.685 2.964.863 Sd
NUP 10 9 1 sd 10 8 2 sd
Cueros VP 11.927.142 2.584.805 7.515.520 1.297.948 42.594.447 8.211.078 31.244.566 1.787.166
NUP 175 89 38 27 113 41 34 16
Electricidad VP 4.036.825 2.593.133 964.867 302..036 17.696.700 11.525.339 sd 5.122.409
NUP 21 15 3 1 11 8 sd 2
Papel, cartón VP 2.930.544 2.413.748 186.160 318.270 23.316.387 20.607.982 662.789 1.748.322
NUP 53 39 4 6 39 28 5 4
Cine y fotografía VP 34.727 34.727 sd sd 124.728 124.728 sd Sd
NUP 5 5 sd sd 5 5 sd sd
Varios otros VP 489.445 411.100 65.608 12.737 5.769.679 5.729.733 39.946 Sd
NUP 8 6 1 1 7 6 1 sd
Totales VP 109,965.815 72.157.936 17.353.805 9.630.116 450.812.678 304.373.292 63.004.646 84.003.438
NUP 1436 854 184 247 859 511 151 105
Referencias: VP = Valor de la producción en dólares - NUP = Número de unidades de producción

295
Fuente: Ministerio de Hacienda: Anuarios Industriales 1956 y 1963.

El cuadro anterior permite establecer en primer lugar, que la disminución numérica


de establecimientos industriales entre 1956 y 1963, del orden del 59,83% con
relación al primer año citado, es inversamente proporcional a la tendencia que
experimenta para el mismo período el valor de la producción, pues esta se
incrementa en un 416,6%. Lo anterior induce a pensar, que la nueva política
económica del Estado si bien provocó el achicamiento del volumen de unidades de
producción, estimuló la eficiencia productiva de las industrias que sobrevivieron a
este proceso, es decir, las industrias más vulnerables por su obsolescencia
tecnológica y otros factores, dejaron de operar, en tanto las restantes son obligadas
a mejorar su competitividad, lo que favorece el incremento del valor de su
producción. Esta impresión puede presentar algún grado de relatividad, en función
de la devaluación de la moneda con relación a la divisa norteamericana, aunque de
ninguna forma en el grado significativo del período inflacionario174.

Al margen de lo anterior se puede comprobar que desde el punto de vista del valor
de la producción industrial que genera Cochabamba con relación al resto del país,
esta representaba en 1956 el 15,78% y el 1963, el 13,98%, es decir que entre
ambos años se produce un decremento relativo que acompaña la tendencia de
disminución de sus unidades industriales, en lo que hace a su aporte al PIB
industrial nacional. Algo similar ocurre con La Paz; sin embargo en el caso de Oruro,
la situación es distinta: este departamento en 1956 generaba un valor de producción
equivalente al 8,75% del valor nacional, casi duplicando esta tasa en 1963 (16,80.
Al tenor de lo anterior se puede establecer, que indudablemente La Paz era el polo
industrial indiscutible del país. En 1963, Cochabamba aventajaba a Oruro en el
número de unidades de producción industrial, empero Oruro presentaba un stock
con mayor capacidad de generación de valor, es decir cualitativamente superior en
los volúmenes producidos y en la agregación de valor al producto industrial, razón
por la cual pese a su relativa inferioridad cuantitativa con relación a Cochabamba,
conservaba su rango de segundo centro industrial del país.

Considerando el nivel nacional, en 1956, el 90, 15% del valor generado por el sector
industrial y el 89% de las unidades de producción industrial se concentraban en tres
ciudades (La Paz, Cochabamba y Oruro): en tanto que, en 1963, esta concentración
del valor generado por las industrias, se había incrementado hasta llegar al 98% en
tanto el nivel de concentración de unidades de producción industrial se mantenía
casi estable (88%). En síntesis, las características de la concentración industrial
descrita, permite deducir que en el resto del país el desarrollo industrial era
inexistente o muy incipiente, por otro lado, observando la incidencia de unidades

174 El tipo de cambio en 1956 llegó a 12.000 Bs. descendió hasta 7.500 Bs. en enero de 1957 y retornó a 12 $Bs.
(12.000 Bs.) aproximadamente en 1962-63).
296
industriales por ramas de este sector en los dos años considerados, se puede
establecer que el grueso de las unidades industriales se situaban en la categoría de
industria ligera destinada a satisfacer las necesidades básicas de la población.
Observando el valor de producción por ramas industriales expresados en el Cuadro
No 35, se observa para el caso de Cochabamba, que en 1956, tanto por su volumen
numérico, cuanto por el valor producido, sus sectores más importantes eran las
industrias del cuero con el 40,9% del valor industrial producido, las industrias
alimenticias con el 16,5% y los textiles con el 10,4%, lo que en conjunto
representaba el 67,8% del valor de las manufacturas departamentales. En 1963 la
situación era la siguiente: la dinámica industrial más significativa se concentran en
torno a las industrias del cuero, cuya producción representaba el 49,3% del valor de
la producción industrial del Departamento, seguida por la industria de alimentos con
el 22% y la de bebidas con el 8,3%; lo que en conjunto representaba el 79,6% del
valor citado. Lo anterior permite constatar que uno de los sectores industriales más
golpeados en Cochabamba por la recesión del sector en el período estudiado, fue la
rama textil que sufrió una fuerte contracción, tanto en el volumen de unidades de
producción como en su capacidad de generación de valor, siendo esto determinante
para que Cochabamba mantuviera su condición de tercer centro industrial del país.

Centrando, finalmente nuestra atención en la industria del cuero (curtiembres y


calzados), se puede decir que en este rubro, tanto en 1956 como en 1963,
Cochabamba ocupaba el primer lugar a nivel nacional. En este orden, dichas
industrias habían generado en 1956, pese a no ser numéricamente dominantes, el
63% del valor nacional producido por el sector y, en 1963 el 73,35% de dicho valor.
Con estos antecedentes, pasaremos a observar con mayor especificidad la situación
de la industria en Cochabamba, a partir del siguiente cuadro:

CUADRO No. 36:


COCHABAMBA: NUMERO DE INDUSTRIAS POR GRANDES RAMAS DE PRODUCCION (1959).

Nº de Nº de empresas por
Ramas de Producción empresas por rama
rubro
1. Alimentos 10
* Molinos 12
* Panaderías y productos afines 13
* Confituras, chocolate, cacao 2
* Productos lácteos 6
* Conservas y carnes preparadas (embutidos) 1
* Aceites comestibles - 44
2. Alcoholes y bebidas gaseosas
* Cerveza 1
* Alcoholes y aguardientes 4
* Bebidas gaseosas y aguas minerales 7 12
3. Textiles 7 7

297
4. Vestuarios y calzados 58 58
5. Madera y derivados 21 21
6. Papel y cartón (imprentas) 7 7
7. Productos químicos y famaceúticos
* Productos farmacéuticos 1
* Fábricas de velas 2
* Fabricas de jabones 1
* Otros productos (perfumería) 13 17
8. Materiales de construcción
* Materiales en base a cemento 10
* Losas y cerámica 1 11
9. Metalmecánicas y metalúrgicas
* Maestranzas y fundiciones 10
* Objetos metálicos y afines 5 15
Totales 192 192
Fuente: Anaya, 1965: 113.

El cuadro anterior, que recogía el registro de la Cámara de Industrias de las


empresas asociadas, muestra el predominio significativo de las industrias de ropas y
calzados, aunque muchas de estas unidades, exceptuando las fábricas de calzados
de tipo manufacturero, eran en realidad pequeños talleres y en muchos casos
establecimientos que trabajaban con personal a domicilio. Exceptuando la Fábrica
de Medias Intex y alguna otra, no existían instalaciones industriales en el ramo de la
confección de vestuario. Un segundo lugar de importancia, lo ocupaba la rama de
alimentos, donde exceptuando la Fábrica de Conservas Dillmann y algunos molinos,
el resto también no pasaban de pequeños establecimientos. Sin embargo,
contrastando el cuadro anterior, con los que muestran la forma de asignación de
divisas, se puede comprobar que la incidencia cuantitativa no siempre revela el
rango de las empresas involucradas. Exceptuando el caso de la Fábrica Manaco y
algunas otras del ramo de calzados y cueros y la Empresa Dillmann, otras empresas
importantes como las del ramo textil, la Cervecería Taquiña, Industrias Ravi,
Motorbol, etc. formaban parte de sectores industriales con escasa concurrencia.

Antes de esbozar una tipificación de la actividad industrial, cuyos rasgos generales


hasta aquí esbozados permitirían establecer características de precariedad, vale la
pena echar un vistazo más detallado, a la real situación que presentaban algunas de
las principales industrias en 1959. Para ello, observemos el resumen expresado en
el siguiente cuadro:

298
CUADRO No. 37:
COCHABAMBA: CARACTERÍSTICAS Y PROBLEMÁTICA QUE PRESENTAN ALGUNAS
EMPRESAS INDUSTRIALES EN 1959.
Año inicial
Empresa y propiedades de Maquinaria Capacidad Algunas características y problemas
operación
Molinos Coronilla de Antonio Molino italiano 90.000 qq/año En 1959 produce por debajo de su
Banovic y AntonioFranulic 1946 automático 250 qq/día capacidad. A mediados de dicho año el
molino suspende sus actividades por
falta de mercado. Sufre fuerte impacto
del contrabando y exportaciones de
países vecinos (incluso las donaciones
de trigo de los EE.UU). La materia
prima acumulada (trigo) y la harina
producida corrían el riesgo de perderse.
Industrias Hispano Bolivianas Maquinaria 150.000 a Fábrica de envases de hojalata y cartón,
de Jorge Ramirez y Ernesto 1951 especial producida 200.000 archivadores, tampones. Además fábrica
Villaplana por la propia envases/año. de cocinas a queroseno.
empresa 2.000 a 2.500 Desde 1957 experimentó fuerte caída de
cocinas/año mercado. Su producción anual se redujo
a 20.000 envases y 100 cocinas. Sufre
competencia desleal del contrabando.
Fabrica MOTORBOL de Maquinaria Fabricaban motores a gasolina de 3, 6 y
Ignacio Wohanka moderna, tornos, 9 HP, grupos electrógenos, autobombas
sd. centrífugas, sd. y otros para embarcaciones y uso
rectificadores, industrial. Experimenta fuerte caída de
fundición mercado por cierre de empresas
demandantes y competencia desleal.
Fábrica de Medias Nylon Maquinaria 19.200 docenas/ Solo producía el 65% de su capacidad,
INTEX de Enrique Palazzi 1947 moderna, tejedoras año. unas 1.00 docenas/mes. Sufría
mecánicas 1.600 docenas/ contracción de mercado y fuerte
mes. competencia desleal por acción del
contrabando.
Fábrica de Calzados MANACO Maquinaria Más de un Experimenta fuerte bajas de producción,
de Tomás Bata 1940 moderna millón de pares 1956: 1.078.166 pares, 1958: 605.777
de zapatos/año pares. Pérdida del mercado por acción
del contrabando no
controlado por las autoridades.
Fábrica de Conservas Dillmann Maquinaria Sufre fuerte contracción de mercado por
de E. Dillmann traspasada a 1923 moderna sd. acción del contrabando. Además se
Carlos Peña perjudica por la caída de la calidad de
los productos agrícolas, la falta de
crédito y otros.
Fuente: Periódicos El Mundo Nºs118,12/12/59; 119, 3/12/59., El Pueblo Nº 2944, 3/12/59; Nº 2247,
6/12/59; Nº 2249, 9/1259 y el Mundo Nº 125, 10/12/50.

El cuadro anterior nos aproxima a un panorama, donde la precariedad y el incipiente


desarrollo de la industria local encuentran su explicación, en la fuerte contracción del
mercado local y nacional como efecto dañino del contrabando, a lo que se suma, la
inoperancia estatal para proteger la industria nacional, la falta de créditos, etc., como
analizaremos más adelante. No obstante, es posible percibir que con posterioridad a
1956, la industria departamental, experimenta una crisis generalizada motivada por
la cuasi legalización del comercio de productos de contrabando, que es uno de los
299
motores que mueve el comercio de los intermediarios informales. Veamos, en el
cuadro siguiente, como este hecho repercute sobre el empleo industrial:

CUADRO No. 38:


COCHABAMBA: EMPLEO INDUSTRIAL POR RAMAS DE PRODUCCIÓN 1956-57

Nº de obreros % de % de
Ramas de producción 1956 1957 decre- incre-
mento mento
por rubro por rubro
01. Alimentos (1)
* Panadería, pastelería y afines 251 183 27,09
* Molinos 89 81 8,9
* Conservas y carnes 56 61 8,92
* Lácteos 11 10 9,09
* Confituras, chocolate, cacao 54 47 12,96
Total Rama 461 382 - -
02. Bebidas gaseosa y alcohólicas en general
(2) 179 155 - -
03. Textiles 177 154 - -
04. Ropas y calzados
* Ropas y vestuario en general 1.117 943 15,57
* Calzados 516 339 34,30
Total Rama 1.633 1.282 - -
05. Maderas y derivados
* Aserraderos 175 117 33,14
* Muebles, materiales de construcción 107 102 4,67
Total Rama 282 219 - -
06. Papel y cartón (imprentas) 20 16
07. Químicos y farmacéuticos (3)
* Velas y jabones 30 29 3.33
08. Cemento y cerámica
* Materiales de construcción 69 49 29,00
* Loza y alfarería 131 72 45,03
Total Rama 200 121
09. Mecánicos, metalúrgicos, eléctricos (4)
* Productos metálicos
* Artículos eléctricos 216 174 19,44
25 9 64,00
Total Rama 241 183
10. Cueros
* Curtiembres 184 109 40,76
* Artículos de cuero 4 9 125
Total Rama 188 118
11. Minero extractiva
* Minería 884 370 58,14
* Yesería 62 29 53,22
Total Rama 946 399
12. Otras ramas
* Artículos de goma 38 24 36,84
*/ Joyería 50 42 16,00
* Empresas agrícolas 60 61 1,66
Total Rama 148 127
Total General 4.505 3.131

300
Notas:
1) No se incluye aceites comestibles.
2) La información disponible no diferencia rubros.
3) No se incluyen perfumerías y productos farmacéuticos
4) No se incluye maestranzas y fundiciones.
5) No distingue minería estatal y privada. Presumiblemente se trata de pequeñas empresas
mineras afiliadas a la C.N.S.S.
Fuente: Anaya, 1965: 115, en base a datos de archivos de la Caja Nacional de Seguridad Social.

Inicialmente se debe destacar que entre los años 1956 y 57, la industria en
Cochabamba sufre una fuerte contracción que repercute drásticamente sobre el
empleo industrial, pues este se reduce en un 30,5%, lo que significó el despido de
1.374 obreros. Al margen de la situación del sector minero-extractivo que redujo su
planta de obreros en casi un 58%, y que induce a pensar, en el cierre de empresas
mineras pequeñas y medianas que trabajaban en la restringida franja minera del
Departamento, subsistiendo gracias a la subvención estatal consistente en divisas
baratas para sufragar costos de operación elevados y, que se cortan a partir del
Decreto de Estabilización de 1956; es percibible una situación de crisis aguda en
algunas ramas, y una situación de contracción que aquejaba al conjunto del sector
industrial.

En este orden resalta la delicada situación de la rama de cueros, donde el sector de


producción de calzados, en un año, reduce en casi un 41% su personal de obreros,
dato que concuerda con la caída del ritmo de producción de la Fábrica MANACO
(Ver cuadro No.37). Otro tanto ocurre con la rama de cemento y cerámica: en este
caso el sector de lozas y alfarería reduce su planta de obreros en un 45%, sin duda
agobiada por el contrabando y la brusca subida de la divisa norteamericana175. Sin
embargo otro sector de esta rama muy afectado, fue el de la construcción sobre el
cual nos detendremos brevemente.

Tanto los aserraderos como las fábricas de materiales de construcción mostraban


en 1957 índices significativos de disminución de sus trabajadores: un tercio de
retiros en el primer caso y casi un 30% en el segundo. Dichos índices mostraban
indirectamente que la construcción se encontraba enfrentando una seria recesión,
en este caso, indudablemente merced a una drástica contracción de la demanda de
edificaciones y obras del sector público y privado, como emergencia de los
mencionados ajustes económicos operados a partir de 1956, a lo que se sumaba
una persistente escasez de cemento proveniente de La Paz y Sucre, además de
condiciones de crédito bancario demasiado exigentes176.
175 La divisa preferencial vigente hasta 1956 subió bruscamente en más de un 1.000% a raíz de las medidas de
estabilización monetaria del citado año.
176Planillas de la CNSS revelaban en 1956-57 que los obreros empleados en empresas constructoras alcanzaban
a 247 en 1956 y sólo a 41 en 1957. Otro tanto ocurría en el sector público: los obreros de obras públicas
municipales en el primer año citado eran 544, en 1957 sólo 458 mantuvieron su fuente de trabajo (Anaya, 1965:
301
Por otro lado el descenso que se observa en el empleo industrial en las ramas de
alimentos, bebidas, textiles, vestuarios etc. es suficientemente expresivo para poder
afirmar que la industria enfrentaba una situación de aguda crisis que impulsaba esos
elevados índices de despidos de obreros: casi un tercio del total empleado en un
solo año!

Lo llamativo, es la aparente serenidad y pasividad de los cientos de obreros y


obreras despedidas, sin que la Central Obrera Departamental y sus numerosos
sindicatos afiliados dejaran escuchar sus airados reclamos y protagonizaran
protestas y disturbios callejeros. Sin duda, hubieron protestas y reclamos que la
prensa de la época no recoge y que por su pequeña escala pasaron casi
desapercibidos para la opinión pública. Lo cierto es que tal conducta no puede ser
tipificada como una derrota de la clase obrera, sino simplemente como un proceso
de desplazamiento de la fuerza de trabajo fabril hacia el sector informal de la
economía, que en en ese tiempo podía equipararse a una suerte de esponja
sedienta que engullía a los trabajadores que por una u otra razón, eran desplazados
del sector formal, sin que ello provocara necesariamente, alguna suerte de drama
social digno de mención.

Este panorama no era coyuntural. Una relación proporcionada por la Cámara


Departamental de Industria acerca del registro de empresas asociadas resulta
suficientemente expresivo para definir, que lejos de ser una crisis pasajera, lo que
ocurría, equivalía al desplome del sector. Veamos el siguiente cuadro

CUADRO No. 39:


COCHABAMBA: REGISTRO DE EMPRESAS ASOCIADAS A LA CÁMARA DE INDUSTRIAS:
1938-1963

Periodos de registro N.º de empresas


asociadas

Al 28/01/1938: 16
Al 1/01/1939: 40
Al 28/03/1940: 84
Al 22/04/1941: 220
Al 30/06/1942: 253
Al 30/03/1943: 207
Al 25/08/1944: 182
Al 25/03/1945: 183
Al 25/03/1946: 172
Al 25/03/1947: 189
Al 20/03/1948: 186
Al 5/03/1949: 203
Al 23/03/1950: 216

119).
302
Al 27/06/1951: 242
Al 30/06/1952: 246
Al 26/06/1953: 253
Al 10/06/1954: 272
Al 24/06/1955: 334
Al 3/07/1956: 321
Al 2/07/1957: 274
Al 16/07/1958: 210
Al 29/06/1959: 155
Al 15/07/1960: 154
Al 31/07/1961: 117
Al 26/06/1962: 89
Al 26/01/1963: 81
Fuente: Cámara de Industrias, El Mundo Nº 1033, 27/01/1963.

El registro de socios de la Cámara de Industrias, muestra que desde el año de


fundación (1938) hasta 1942 alcanzó un raudo ascenso, que luego dio paso a un
reflujo más o menos pronunciado, que se extendió de 1943 a 1948, motivados
probablemente por la inestabilidad económica, social y política del país. A partir de
1949, la tendencia vuelve a ser ascendente -en 1953 se retorna al nivel alcanzado
en 1947- y se llega al tope con 334 empresas asociadas en 1955. En este punto, es
interesante comprobar que, si bien tal vez, el corte populista del gobierno Villarroel y
la convulsión política posterior, pudieron ser factores que operaron negativamente
sobre las inversiones en el sector industrial; los cambios que se operan en el país a
partir de 1952, parecen contar con la aprobación de este sector, pues el incremento
de empresas se acelera a partir del citado año hasta 1955. Por último, a partir de
1956 comienza una brusca declinación, al extremo que en 1963 se retorna al nivel
de 1940, lo que sugiere que entre 1955 y 1963, las empresas asociadas a la
Cámara disminuyen en un 76%, o dicho de otro modo, presumiblemente cesan en
sus operaciones productivas 253 empresas industriales.177

A este respecto, Enrique Palazzi, Presidente de la Cámara de Industria, en un


discurso de circunstancia al conmemorar los primeros 25 años de existencia de la
institución señalaba:

“334 empresas asociadas en 1955 con 3.500 trabajadores y 85 empresas


con 1.100 trabajadores en 1962, pueden decir a Uds. con elocuencia el
grado de deterioro a que ha llegado la actividad industrial. De esas 89
empresas, en la actualidad, 5% se desenvuelven en condiciones que
podríamos calificar de normales, 15% trabajan sin utilidad, y el saldo se
encuentra en situación precaria.” (Prensa Libre Nº 663, 3/01/1963).

177 Los registros del Ministerio de Hacienda contabilizaban 161 industrias en el Departamento de Cochabamba
en 1963, lo que sugiere que muchas empresas se desafiliaron posiblemente porque sus actividades eran mínimas.
303
Cuáles fueron las causas de esta dramática situación, que hasta 1963 había dejado
sin empleo a 2.400 trabajadores y había reducido el empleo industrial a un 31% con
relación a 1955?

Al respecto existen abundantes argumentos, que podrían dividirse en dos grandes


vertientes, que pese a partir de ópticas distintas, confluyen en un cuadro donde
factores económicos, sociales y políticos gravitaron combinadamente para llegar a
este resultado.

Por una parte, es evidente que el florecimiento industrial cochabambino desde fines
de los años 40 fue más o menos artificial, pues se vio fuertemente estimulado por el
régimen de divisas preferenciales y a costo irrisorio con relación al valor de la
moneda norteamericana en el mercado negro. En consecuencia resultaba un
negocio atractivo realizar emprendimientos industriales para acceder a los famosos
"cupos" o asignaciones de divisas donde el favor político era decisivo. A la sombra
de estos mecanismos de fácil enriquecimiento, se organizaron no pocas empresas
estructuralmente frágiles y prácticamente organizadas tan solo para sobrevivir bajo
el régimen citado. Por esta razón, los decretos de Estabilización Monetaria de
diciembre de 1956, que daban curso al régimen de libre cambio, elevando la divisa
al valor que le asignaba el mercado, liquidaron los incentivos que estimularon el
auge industrial. Al respecto se anotaba:

“Es bien conocido el hecho de que muchas industrias elevaron artificialmente


los niveles de ocupación para aumentar el cupo de dólares que les asignaba
el gobierno (...) es decir que este procedimiento les reportaba un beneficio
neto muy superior a los de la inversión. Modificado este sistema, los
industriales han recurrido a los despidos en un ritmo que se viene
agudizando cada vez más. Pero también actúan otros factores. El libre
cambio -la economía de mercado- ha colocado a la industria en el trance de
competir con la del extranjero. El congelamiento de salarios, la restricción de
los créditos, etc. están comprimiendo el mercado.” (Anaya, 1965: 116).

Un estudio que data de 1959 desarrollado por el Instituto de Estudios Sociales y


Económicos de la UMSS sobre la situación de la industria local, revelaba en base al
resultado de una encuesta, que esta ofrecía "un contraste paradojal con el cuadro
de ruina que la industria asociada expone reiteradamente en sus comunicados de
prensa". Al respecto se hacían las siguientes precisiones: ninguna de las empresas
encuestadas sufrían pérdidas en 1956 y esta situación se mantenía en 1957, con
excepción del ramo hotelero. No obstante, se reconocía que las ramas de textiles,
confecciones, químicos, metalurgia, alimentos, energía eléctrica habían
experimentado pérdidas entre 1956 y 1957. De todas maneras, pese a sugerirse un
304
tono de exageración en la exposición de la realidad de la industria, dicho estudio
reconocía que este sector:

“Se encuentra prácticamente inerme ante la competencia de los productos


extranjeros, la internación por contrabando de dichos productos y la
contracción del mercado interno (...) En las condiciones del libre cambio
irrestrictamente impuesto en el país la situación de la industria es aun más
dramática. Por eso, estimamos oportunos los llamados que viene haciendo la
industria en orden a la necesidad de adoptar una política proteccionista
flexible e inteligentemente planeada. Más no por ello debemos dejar de
señalar, que los industriales han hecho muy poco por racionalizar sus
actividades, reducir sus costos, formar mano de obra calificada, estudiar y
estimular el mercado interno. Tampoco podemos solidarizarnos con la
política de desempleo insistentemente exigida por ellos para mantener el
nivel de sus beneficios a la mera subsistencia de sus actividades.” (Anaya:
1965, 117-118).
Una otra vertiente explicativa de la crisis de la industria, era la desarrollada por el
sector empresarial, cuyo portavoz era la Cámara Departamental de Industria. Un
resumen de esta argumentación, hacía referencia a las siguientes cuestiones: los
factores adversos que conspiraban contra el sector industrial eran: el contrabando,
la existencia de fuertes imposiciones tributarias, aranceles aduaneros sin sentido
protectivo, cargas sociales que no correspondían a la situación del ramo industrial, y
además, "una completa deformación de los fines del sindicalismo". La incidencia de
estos factores ocasionaba la baja alarmante de la producción así como la elevación
desproporcionada de los costos de producción, haciendo inaccesible el producto a
un consumidor cada vez más empobrecido. (Discurso de E. Palazzi, Prensa Libre Nº
663, 30/10/63).

A respecto de lo anterior la Cámara de Industrias realizaba las siguientes


precisiones en relación a temas como el contrabando:

“El contrabando es un acto delictivo en cualquier país del mundo. En Bolivia


constituye una actividad no sólo permitida, sino privilegiada, pues las
esporádicas represiones contra ella, no han llegado en absoluto a extremos
definitivos y efectivos. En efecto, además de que las mercaderías que
ingresan clandestinamente al país no pagan impuesto alguno, se hallan
libres de una serie de cargas y formalidades a los que se encuentran sujetos
los productos de la industria nacional” (El Mundo Nº 1033, 27/01/63).
Se anotaba que la circunstancia relatada hacía insostenible la situación de las
empresas que se veían forzadas a reducir su personal y en muchos casos a cerrar

305
sus puertas. Se insistía en que sectores como los textiles, conservas, fideos, vinos,
galletas, jabones, chocolate, caramelos, medias y confecciones, carecían casi
totalmente de mercado para su producción178.

La realidad que se trazaba iba mucho más allá que la simple denuncia de hechos
delictivos puntuales que siempre estuvieron presentes, y hacían referencia, a un
cuadro de institucionalización y consolidación extensa de la práctica comercial
alimentada por el contrabando, que incluso habían logrado un base social amplia y
había estimulado el surgimiento de aguerridos "sindicatos" que reclamaban
airadamente su derecho al "libre comercio", es decir a que se reconociera, sin
restricción el reinado de los intermediarios, sin fijarse en el “pequeño detalle” de la
procedencia de su mercadería. La Cámara de Industria denunciaba al respecto:

“La perniciosa acción del contrabando ha anarquizado y destruido en gran


parte el mercado interno. La pregonada "rehabilitación industrial" seguirá
siendo un espejismo sino se garantiza y restablece el mercado para los
productos nacionales. De poco o nada servirá que se inviertan recursos para
reactivar las fábricas, si estas no tienen posibilidad de vender sus
manufacturas.” (Prensa Libre Nº 842, 8/09/63).
En buenas cuentas, era innegable que "el liberalismo" implantado por los decretos
de Estabilización Monetaria, no sólo sustituyó el duro régimen de cupos, libretas
familiares y continuas escaseces y restricciones en el aprovisionamiento de artículos
de primera necesidad que caracterizó el período 1953-56, por una amplia libertad
comercial, que terminó en libertinaje, pues concluyó estimulando la importación
ilícita e incontrolada de mercaderías similares a las que proveía la industria nacional
y que "se expenden abiertamente en mercados públicos como la Plaza Calatayud
en Cochabamba y los numerosos mercados negros de La Paz, Oruro y Santa Cruz"
(Daza Ondarza: El Pueblo Nº 2596, 17/12/59). En río revuelto, muchos de los
antiguos “rescatiris” de productos agrícolas, se convirtieron en prósperos
comerciantes informales de mercaderías de dudosa procedencia.

Sin embargo, pese a que la cuestión del contrabando era un argumento irrebatible
para explicar la crisis de la industria, no dejaban de existir voces contestarias que
argumentaban que la vulnerabilidad del sector industrial tenía otras raíces, que

178Al respecto se citaban casos concretos: la Fábrica de Medios INTEX, pese a su modernidad y capacidad
productiva había cerrado sus puertas: el precio de costo de su producción era de 7.000 Bs. pero las medias de
contrabando se ofertaban en 6.000 Bs. La Fábrica de Chocolates Venus, de Pastillas Las Delicias y Rucar no
podían competir con el contrabando, por lo que habían reducido drásticamente su personal y trabajaban a pérdida.
Viñas Muyurina, una de las industrias más antiguas de la ciudad, operaba apenas con parte de su capacidad
productiva, sin posibilidad de ampliar sus instalaciones pese a tener todo lo necesario para ello. Esta situación
también alcanzaba a la mayor parte de los molinos, a la industria del calzado y otras ramas de importancia,
dejando sin protección y en completa ruina particularmente a las pequeñas factorías (El Mundo No. 1033,
27/01/63).
306
tornaban la cuestión bastante polémica y la ubicaban en la perspectiva trazada por
las dos vertientes contrapuestas que intentaban explicar el problema industrial,
anteriormente mencionado.

Para una importante corriente de pensamiento que se identificaba con posiciones de


la izquierda nacional, el problema esencial radicaba -una vez más- en que la
llamada "industria nacional" era una industria artificial, en virtud de su extrema
dependencia del extranjero para proveerse de materias primas y recursos
tecnológicos, así como de su escasa motivación para modificar esta situación. Un
comentarista que sostenía esta posición, afirmaba enfáticamente con relación al
interés último que guiaba el accionar de los capitalistas industriales con anterioridad
a 1956: "Dichos industriales se preocupan únicamente de asegurarse los cupos de
divisas (dólares) (...) con el fin de obtener un elevado margen de ganancias con el
estribillo de proteger a la industria nacional" (Del Castillo, Prensa Libre Nº 785,
30/06/63). Otro articulista sostenía:

“Todos sabemos que después de abril de 1952 surgieron en la arena del


comercio y la industria los ‘cuperos’ y ‘diviseros’ en tal profusión como papas
en la cosecha valluna. Este era un fenómeno nuevo, por un lado vino un
nuevo tipo de ‘comerciante’ y de ‘industrial’ que comprando los artículos a
precio de ‘190 dólar’, lo vendían a dos, tres, cuatro y más miles de
bolivianos, resultando un negocio ‘archiredondo’. Se llegó a tal extremo, que
junto a los nuevos personajes que se introducían en el tronco de nuestra
burguesía industrial y comercial, se pervirtió a vastos sectores del comercio y
la industria: por ejemplo, una firma recibía un cupo de dólares y de su monto
una parte asignaba a su fábrica para justificar los cupos, y la otra parte de
dólares comerciaba en bolsa negra, lo que era más pingüe y no había
problemas laborales de por medio. Cuando se suprimieron los cupos, a este
grupo de industriales y comerciantes les fue difícil -cuando no imposible-
volver a su viejo y tradicional sistema burgués de trabajo.” (Pereira, C.: El
Mundo Nº 658, 6/10/1961).
En consecuencia, siguiendo esta línea de argumentos, la verdadera "crisis
industrial", más allá de la cuestión del contrabando, y otros factores, consistía en el
cierre de los grifos que alimentaba con divisas baratas suculentos negocios
encubiertos detrás de frágiles vitrinas de apariencia industrial. Por tanto, los
establecimientos que cesaron en sus operaciones, no vendrían a ser otros que el
sector "artificial" de esa industria, en tanto las verdaderas industrias enfrentaron el
vendaval y sobrevivieron. Frente a estos argumentos, la Cámara de Industrias
sostenía que, lo de industria "artificial" era un término empleado por gente poco
afecta a lo nacional, y por razones de ignorancia, pues el intercambio de materias
primas tenía alcance universal y no existían industrias, que de una u otra forma, no
307
dependieran de insumos provenientes de otros mercados, lo cual no dejaba de ser
cierto, aunque es claro, que el grado de dependencia de la industria local con
respecto a estos insumos era exagerado. (Prensa Libre Nº 848, 15/09/63).

En cuanto al asunto de las divisas, no ha sido posible, encontrar un pronunciamiento


oficial del sector industrial, que corresponda a este período. En todo caso, es
innegable que se dieron situaciones de corrupción, sin embargo,no es posible
realizar generalizaciones sobre esta cuestión, en función de que importantes
establecimientos industriales demostraron su elevada capacidad técnica, productiva
y creativa para sortear esta aguda crisis, merced a que sus cupos de divisas fueron
empleados para acumular materia prima e introducir innovaciones tecnológicas que
les ayudaron a sortear este difícil trance.

Al margen del bullado asunto del contrabando, todavía existían otros problemas que
aquejaban al sector industrial: Por una parte, una excesiva carga impositiva que
agobiaba a este sector; esta consistía en derechos arancelarios, servicios
prestados, impuestos aduaneros, a los que se sumaban los impuestos que cobraba
la Administración de la Renta, la H. Municipalidad y la Caja Nacional de Seguro
Social179. Por otra parte, gravitaban negativamente enormes restricciones crediticias.
Al respecto se denunciaba:

“Seguramente Bolivia es el único país del mundo en el que el interés


bancario es prácticamente un interés usurario, porque no puede calificarse
de otro modo la actual tasa exorbitante del 36% anual, que en la
eventualidad de mora se transforma en aproximadamente el 50% (...)
sorprende en verdad que los responsables de la política económica y
financiera del país supongan que con semejantes intereses podrá el
industrial amortizar el préstamo y mantener el giro normal de sus
operaciones. Para ello el beneficio líquido tendría que ser superior al 50%
anual.” (El Mundo Nº 116, 29/11/59).
En razón de tan adversa situación los industriales demandaban: la prohibición de la
importación de artículos que se fabricaban en el país, obviamente esto significaba
debilitar la economía de mercado y el libre comercio y lógicamente fue algo que no
recibió atención positiva del gobierno Siles. Además, el sector demandaba la
liberación del crédito restringido y el sistema del crédito supervisado con menores
179 El régimen impositivo vigente para el sector industrial era el siguiente: Derecho consular del 6% sobre valor
CIF de la mercadería. 2% mensual por servicios prestados a la Aduana. Impuesto aduanero sobre ventas entre el
3 y el 5% sobre valor CIF de la mercadería. En la Renta: el 2% sobre ventas brutas y otros porcentajes según
ramas de actividad (8% sobre bebidas gaseosas, 50% a la cerveza, etc.), 25% impuesto sobre utilidades líquidas,
2,5% impuesto pro educación industrial. A la H. Alcaldía: Patentes: 1% sobre ventas brutas. 1 al 5% impuesto al
consumo y recargo de 20% pro universidad. A las cargas sociales: 1% sobre total ventas con destino a sedes
sociales de los trabajadores, 28% sobre planillas de sueldos y salarios en favor de la CNSS; 2% sobre total de
planillas para el Instituto Nacional de Vivienda (Prensa Libre No. 842, 8/09/63).
308
intereses, la liberación del arancel y de la factura consular, la liberación total a la
exportación de productos manufacturados con materia prima nacional y la liberación
total del arancel para la materia prima que no se produce en el país. En suma, se
planteaba la viabilidad de una industria subvencionada y reanimada con créditos
blandos en compensación a la desaparición del régimen de divisas baratas.

Sin embargo la solución no consistía en reflotar una "industria artificial", sino que la
empresa industrial pudiera racionalizar su proceso productivo, encarar seriamente el
mejoramiento técnico de sus plantas, la mejor calificación de su mano de obra, la
diversificación de sus líneas de producción, que redundará en la disminución de los
costos de producción y en la posibilidad de producir artículos competitivos dentro del
mercado nacional, es decir, convertir la industria tradicional acostumbrada a mermar
a la sombra de la protección estatal, en una empresa eficiente. Pocas industrias
salieron airosas de este desafió, que para el caso de Cochabamba resultaba crucial,
pues no se dio la alternativa del favor del Estado que impulsó, por ejemplo, a la
industria de Santa Cruz o La Paz, más o menos en la misma época180.

La única actividad industrial que por ese entonces aparecía como promisoria, era la
lechería. En 1959 existían próximas a la ciudad 62 lecherías, instaladas sobre todo
en la zona de La Maica y aledaños, contando con casi 5.000 cabezas de ganado
vacuno, que arrojaban un promedio de producción diario de 9.688 litros. Una
relación de la importancia de las granjas lecheras, según su capacidad de
producción diaria, nos lo proporciona el siguiente cuadro:

180 Al respecto de la extrema dependencia de distintas ramas de la industria nacional con respecto a materias
primas importadas, se trazaba el siguiente panorama: "LOS TEJIDOS: A pesar de las condiciones climáticas
favorables para la producción de algodón y lana, la industria nacional depende casi en su totalidad de materias
primas importadas. Las fábricas de tejidos hacen grandes importaciones de algodón (...) igual cosa que los
tintes y demás aditamentos para la fabricación de casisetes, driles, kakis, oxford, vichies, tocuyos, lanas, etc.
LOS CALZADOS: Las fábricas de calzados utilizan, pero no en su totalidad suela cruceña u otra del país e
importan cueros de becerros "Rusia", "Box-calf", cabretillas, gamuzas, así como tacones, ojetillos, pasadores,
ganchos, trenzas y como un colmo, hasta estaquillas de madera, lo que quiere decir que a excepción de una
reducida cantidad de suela de origen nacional, absolutamente todo lo demás viene de mercados extranjeros.
SOMBRERERIAS: Las fábricas de sombreros importan íntegramente todo cuanto es preciso para el armado de
ellos. Vienen hechas las copas y faldas, se trae toquillas, cintas, forros, etiquetas, etc. de donde tenemos que la
"fábrica" no es más que un taller de armaduría”. (Ascarrunz, El Mundo Nº 298, 12/07/1960).
309
CUADRO No. 40:
COCHABAMBA: ESTABLECIMIENTOS LECHEROS SEGUN PROMEDIO DE PRODUCCION
DIARIA

Promedio de producción N.º de


diaria de leche establecimientos

Menos de 100 litros 28


de 101 a 300 litros 28
de 301 a 500 litros 3
más de 500 litros 3

N.º total de
establecimientos 62
Fuente: Anaya:1965: 15

Además de los establecimientos lecheros establecidos existían productores


pequeños que se dedicaban a elaborar quesos, quesillos y mantequilla o vendían
leche al menudeo181. En todo caso, la mayoría de dichos establecimientos, eran en
realidad granjas pequeñas, cuyos niveles de producción no sobrepasaban los 300
litros de leche diarios, en contraste con 6 granjas consideradas importantes y dentro
de ellos apenas 3, consideradas de cierta magnitud para esta modesta escala de
producción. Del conjunto de estos establecimientos, sólo la Granja Experimental de
La Tamborada dependiente del Servicio Agrícola Interamericano, poseía
instalaciones modernas y realizaba el ordeño por medios mecánicos, en tanto que
en el resto se seguía practicando el tradicional ordeño a mano. Apenas 19 granjas
estaban electrificadas, 28 poseían maquinaria agrícola adecuada, 3 en forma
incompleta y 28 no estaban mecanizadas; en tanto sólo 25 granjas habían
construido galpones de ordeño que contemplaban por la menos parcialmente las
regulaciones técnicas (Anaya, Obra cit.). En suma la producción lechera reposaba
mayoritariamente en pequeñas granjas, donde el proceso de producción era todavía
rudimentario. No obstante, las perspectivas que ofrecía esta incipiente producción
lechera, fue lo suficientemente promisoria para justificar la instalación y puesta en
marcha de una planta industrializadora de leche.

La Planta de Leche PIL entró en operaciones en julio de 1960, gracias a la donación


de capital y asistencia de UNICEF. Originalmente con una capacidad máxima de
40.000 litros/día de leche pasteurizada. Se consideraba que la producción de 10.000
litros diarios en la región, podrían duplicarse bajo el estímulo de los requerimientos
de la planta, una vez que la actitud conservadora de los productores de leche por las
fluctuaciones de mercado, pudiera modificarse sustancialmente182. La Planta quedó
ubicada en la zona de Colcapirhua, en medio de tierras consideradas de excelente
181 Existían 25 productores de mantequilla y queso y 51 productores de leche fluida (Anaya, Obra cit.).
182 Según los productores lecheros, Cochabamba producía 40.000 litros/día antes de 1953. (Prensa Libre Nº 31,
8/12/60).
310
calidad para producir pastos inmejorables (alfalfa) que garantizarían la crianza de
ganado vacuno lechero en condiciones óptimas. Tres años más tarde, (en 1963), la
planta alcanzaba un nivel de producción de 12.000 a 15.000 litros, sin embargo,
enfrentaba una primera crisis: la leche en polvo que se producía no tenía mercado
suficiente debido a la competencia de la similar proveniente de la "ayuda americana"
(Prensa Libre Nº 754, 24/03/63). La amenaza de un consiguiente y prematuro cierre
de la planta, sin embargo, no prosperó.

No cabe duda, que el acontecimiento industrial de la década 1950-60 fue la


instalación de la citada planta industrializadora de leche: su primer Director de
Producción, el Ing. Luis Barron, realizaba el siguiente balance, en 1963:

“La Pil viene produciendo una serie de cambios en la fisonomía agropecuaria


del Valle. De menos de 100 productores lecheros que habían antes de
1958, hoy este número esta en la vecindad de 300. La Planta recibe a la
fecha de 250 lecherías (...) la mayoría son piqueros o pequeños productores
que se han venido proliferando como consecuencia de la puesta en marcha
de esta nueva industria (...) se han hecho importaciones de ganado lechero
de la República Argentina tanto por entidades estatales como privadas.
Esas importaciones totalizan 400 nuevas cabezas de ganado (...) La
entrega de leche a la PIL ha aumentado desde 1.700 a 15.000 litros por día
en el verano pasado.” (Barrón: El Mundo Nº 1146, 26/06/63).
Pese a esta expansión de la producción lechera, la PIL sin embargo, experimentaba
problemas, entre los cuales se citaban:

“1.- Dificultades en la comercialización de sus productos por falta de


mercados inmediatos para las actuales líneas de producción de PIL (...). 2.-
Escaso margen entre el precio de producto crudo y el terminado. 3.-
competencia desleal de productos similares y substitutos no lácteos que se
introducen de países vecinos usando el fácil camino del contrabando. 4.-
Atraso en los pagos por el Ministerio de Higiene y Salubridad que de acuerdo
al plan de operaciones Bolivia-UNICEF debía comprar toda la producción de
leche en polvo descremada de PIL (...) 5.- Altos costos en la producción por
falta de asistencia técnica al productor (...) 6.- Altos costos en la
industrialización. A este respecto cabe señalar que PIL sólo trabaja a un
30% de su capacidad. El transporte de leche desde la granja a la planta
recarga marcadamente los costos de industrialización, los malos caminos
hacen su impacto (...) 7.- incumplimiento del Reglamento de Bebidas y
Alimentos (...) que permite que en Cochabamba se comercialice a iguales
precios que los productos PIL aprovechando el desconocimiento que tiene el
consumidor sobre las condiciones deplorables de estas leches. 8.-
311
Imposibilidad de aplicar sistemas flexibles de comercialización de acuerdo a
variaciones y fluctuaciones del mercado.” (El Mundo No. cit.).

Las consiguientes pérdidas que arrojaba esta situación pasaron a ser absorbidas
por C.B.F. Los problemas enumerados desnudaban viejos problemas: altos costos
de producción agropecuaria por el permanente atraso y la precariedad valluna en
este orden, altos costos industriales por una incipiente producción que no aprovecha
toda la capacidad instalada, a lo que se suman rudimentarias vías de transporte,
mercado constreñido y proclive a preferir productos similares por su bajo precio y no
por su calidad. Todavía a ello se sumaba la endemia del contrabando. Pese a todo
ello, y dentro del panorama que presentaba la industria en Cochabamba, resultaba
el sector más dinámico y que había producido mejores efectos multiplicadores al
apoyarse en un tipo de materia prima que estimulaba el desarrollo del sector
agropecuario, fundamental para pensar en la viabilidad del desarrollo regional.

Lo expresado hasta aquí, hace ver que la industria era una empresa de riesgo,
sobre todo con posterioridad a la aplicación de la política de Estabilización Monetaria
de 1956, ¿Pero quienes eran estos empresarios casi pioneros, que se embarcaban
en la quijotesca tarea de forjar contra la corriente, una industria nacional que
continuamente amenazaba desplomarse dada su precariedad? No dejaba de
resultar paradójico que en medio de un proceso de constitución de una burguesía
nacional moderna que propiciaba el Estado del 52, la embrionaria burguesía
industrial cochabambina enfrentara adversidades aun más severas y
desalentadoras que las que se daban en la época del dominio gamonal. ¿Pero,
realmente los capitalistas vallunos apostaban en favor de esta difícil empresa?
Veamos, en el siguiente cuadro algunos indicadores a este respecto:

CUADRO No. 41:


COCHABAMBA: RELACIÓN DE EMPRESAS INDUSTRIALES POR SU PERTENENCIA A
EMPRESARIOS NACIONALES Y EXTRANJEROS Y POR LOS RANGOS DE MONTOS DE
DIVISAS QUE PERCIBÍAN EN 1955.

Rangos de montos de divisas N.º de Inversores Inversores


asignadas (en dólares) empresas nacionales extranjeros
Hasta 500 3 2 1
De 501 a 1.000 13 5 8
De 1.001 a 2.500 26 14 12
De 2.501 a 5.000 12 8 4
De 2.501 a 10.000 13 8 5
De 10.001 a 20.000 14 5 9
De 20.001 a 30.000 6 2 4
De 30.001 a 40.000 3 - 3
De 40,001 a 50.000 3 1 2
De 50.001 a 75.000 1 - 1
De 75.001 a 100.000 3 1 2
Más de 100.000 1 - 1
Totales 98 46 52

312
Fuente: Elaborado en base al Cuadro Nº 39 y el "Cuadro de asignación de divisas a la
industria de Cochabamba", El Pueblo Nº 714, 1º/07/55.

El cuadro anterior muestra un predominio relativo (53%) de empresarios extranjeros


sobre los nacionales. Sin embargo, esta relación no es homogénea: se puede
percibir una mayor presencia de empresarios nacionales en industrias que
demandaban montos de divisas hasta un máximo de 20.000 dólares. En este caso,
de los 81 establecimientos industriales que corresponden a este primer nivel, 42 (el
51,8%) eran detentados por empresarios nacionales -este porcentaje era
equivalente al 42,8% del total de empresas que demandaron divisas en 1955-. En
un segundo nivel, con requerimientos superiores a 20.000 dólares se encontraban
17 establecimientos: en este caso la situación de su tenencia se invierte, pues de
estos, 13 empresas son de súbditos extranjeros (el 76,5%).

Estos rasgos permiten establecer, que el empresariado de la región sólo controlaba


en términos relativos la pequeña industria, o en todo caso, aquella cuya capacidad
productiva, requerimientos de materia prima y otros insumos no demandaba sumas
de divisas muy voluminosas. En tanto la situación tenía un giro totalmente distinto
cuando se trataba de empresas de mayor envergadura, que suponían sin duda
mayores niveles de capital fijo en maquinarias e instalaciones, tecnología más
compleja y mayor capacidad productiva, que demandaban en consecuencia,
mayores volúmenes de materia prima e insumos, que se traducían en un
requerimiento global de divisas mucho más voluminoso que en el caso anterior.

Lo señalado hasta aquí, permite percibir, que la empresa industrial no se constituyó


en un objetivo de las habilidades financieras que por esta época desplegaban
arduamente las élites locales emergentes, sin duda, porque veían que el proceso de
recomposición de la agricultura pos Reforma Agraria, permitía formas más
expeditivas de capitalización, a través del desarrollo de mecanismos de
expropiación-apropiación del excedente agrícola, como ya observamos en el
capítulo III. Lo anterior, permite además comprobar que la visión de futuro de estas
nuevas élites, no configuraba en propiedad una "cultura burguesa" de dominación,
que como las similares de otros países, aportara en favor del desarrollo industrial,
como la forma más adecuada de materializar una sociedad capitalista moderna.

Como veremos más adelante, lo que primó fue un sentido de pragmatismo


inmediatista de acumular riqueza y transferirla hacia operaciones especulativas o
depositarla en bancos extranjeros, pues la "habilidad" de los empresarios criollos,
sólo se limitaba al mundillo de los negocios mercantiles, en tanto la industria, en la
medida en que dejó de ser un coto de caza de divisas baratas y semillero de
fortunas rápidas, también dejó de ser un rubro de interés, quedando relegada a una
consideración casi romántica o quijotesca, no apta para los partidarios de raudos
313
enriquecimientos. En fin, la veloz expansión de la economía de mercado, en lugar
de valorizar la inversión industrial, había elevado a categoría de respeto a su
opuesto: el gran contrabandista y el gran mercader criollo, que aparecían como
negociantes "prácticos" que sabían acomodarse al espíritu de los nuevos tiempos y
los nuevos valores de este universo regional vuelto al revés y donde, la ausencia de
una "inteligencia" burguesa empresarial, visionaria y audaz resultaba el componente
principal de la tragedia o el ingrediente sutil de la tragicomedia sobre la que se
proyectó el desarrollo mediatizado que los cochabambinos confundieron con
"progreso" y "modernidad".

Finalmente, un breve vistazo a un importante sector de la actividad manufacturera


que no dejó prácticamente ningún registro documental de su significativa presencia:
nos referimos a los talleres artesanales, cuya tradición se remontaba a la colonia, y
que todavía tenían plena vigencia en los años 1950 y 60. Sin embargo, en el análisis
institucional, estas actividades eran tratadas como marginales y no eran registradas
en las cuentas regionales o municipales, por ello los datos disponibles sólo tienen el
valor de estimaciones aproximadas. El cuadro siguiente nos da una idea de la
composición de este sector:

CUADRO No. 42:


COCHABAMBA: NUMERO DE TALLERES ARTESANALES POR RUBROS (1958)

Talleres artesanales N.º de talleres


* Confecciones y talleres de costura y modas 205
* Curtidurías 10
* Fuegos artificiales y pirotecnia 7
* Dulces y confituras 13
* Maestranzas y carpinterías 25
* Talabarterías y maleterías 7
* Sombrererías 24
* Otros: colchonerías, encuadernación, etc. 37
Total 328
Fuente: Anaya, 1965: 114.

El cuadro anterior resulta apenas una referencia episódica frente al total de


"trabajadores por cuenta propia" que registró el Censo de 1950: 6.407, de los cuales
3.070 eran varones y 3.337 mujeres, cuya distribución por actividades económicas
era la siguiente:

314
CUADRO No. 43:
COCHABAMBA: TRABAJADORES POR CUENTA PROPIA SEGÚN RAMAS DE ACTIVIDAD
ECONÓMICA

Ramas de actividad económica Trabajadores por cuenta propia


Varones Mujeres Total
* Agricultura 292 15 307
* Ganadería 6 - 6
* Minería 3 - 3
* Industrias de transformación 1.176 1.244 2.420
* Construcción 130 6 136
* Comercio 741 1.813 2.554
* Transporte 288 10 298
* Administración y servicios 327 49 376
* Profesiones, servicios 94 196 290
personales (domésticos)
* Otras ramas 13 4 17
Totales 3.070 3.337 6.407
Fuente: Censo Demográfico de 1950 y Anaya, 1965: 28.

Del total de trabajadores por cuenta propia que registra el cuadro anterior, unos
2.420 que aparecen en la rama de industrias de transformación eran sin duda
artesanos (el 37,7% del total), apareciendo la participación femenina como
ligeramente mayoritaria. Los gremios más destacados eran los de zapateros,
sastres, costureras, curtidores, etc. Sin duda, la relación registrada anteriormente,
que ya mostraba un predominio de pequeños comerciantes en 1950, a fines de
dicha década mostraban un incremento muy importante, por ello, nos atrevemos a
firmar que los gremios de artesanos mantuvieron su vigencia, pese a que también
sufrieron la competencia de manufacturas baratas (ropas, plásticos -incluso zapatos
de este material-, alimentos, etc.) introducidos por el contrabando, que resultaban
muy atractivos para los sectores de menores recursos, razón por la cual muchas de
estas actividades, si bien no desaparecieron, gracias a la dinámica ferial que les
ofertaba una alternativa, tendieron a evolucionar hacia formas más especializadas y
orientadas hacia el consumo turístico, en calidad de "curiosidades" folclóricas y
medios de consumo para los citados estratos de menores ingresos.

En suma, la precariedad del desarrollo industrial y la participación periférica de


Cochabamba en los planes de desarrollo nacional, convertían la aspiración de
desarrollo en una ilusión, en una suerte de espejismo que se diluía cada vez que se
consideraba alcanzable y cuyo saldo, traducido en un perenne ejercicio para hacer
despegar la modernidad, solo cosechaba frustraciones.

315
CAPITULO VIII
EL IRRESISTIBLE DESPEGUE DEL REINO DE LOS INTERMEDIARIOS

La dimensión modesta del desarrollo industrial y su actitud reacia a aprovechar


adecuadamente los recursos naturales de la región para satisfacer sus insumos,
acompañada de la permanencia del agro en sus niveles de aparato productivo
arcaico y dominado por fuerzas sociales, que en su momento asumieron posiciones
revolucionarias respecto a su reivindicación de tierra y supresión de las prácticas de
vasallaje, pero que una vez conquistados tales objetivos, se convirtieron en actores
conservadores y reacios a transformaciones tecnológicas y formas colectivas de
explotación más eficientes del agro, de tal manera que su articulación con la
industria local pudiera haber sido el fundamento sólido de un despegue hacia un
horizonte de desarrollo efectivo. Al no darse esta alternativa histórica, las
consecuencias fueron contradictorias y su peso todavía gravita como un lastre sobre
las aspiraciones de la Cochabamba actual.

Como veremos a continuación, en este capítulo final, la gravitación de los factores


anotados, solo favorecieron a la esfera de la circulación de la economía y con ello
hicieron irresistible el despegue del reino de los intermediarios. Para dar
consistencia a esta afirmación, inicialmente nos detendremos en la cuestión del agro
pos Reforma Agraria y los avatares de la economía de la chicha, para finalmente
enfocar nuestra atención en el desarrollo del comercio urbano y la enorme
expansión de sus operadores como un fenómeno de raíces estructurales.

La situación del agro a inicios de los años 60

A lo largo de este y los capítulos anteriores se han hecho numerosas referencias y


consideraciones en torno a diversos aspectos de la realidad del agro. A fines de los
1950 e inicios de los 60, ya era posible realizar una primera evaluación de la
Reforma Agraria, y anotar que muchas esperanzas en torno al desarrollo rural y al
mejoramiento de las condiciones de vida de los campesinos no se habían cumplido
en forma adecuada. Es verdad que, juntamente con la propiedad de la tierra. habían
comenzado a tener acceso al beneficio de la educación y que su dieta alimentaria
había mejorado en alguna medida, pero otros problemas como las condiciones de
salubridad, la capacitación técnica, la innovación tecnológica, el acceso al crédito
agrícola y el ejercicio de una real autonomía en el acceso al mercado de productos
agrícolas, así como la mejora de las condiciones de intercambio, con precios justos
para el fruto del trabajo campesino, eran cuestiones que merecieron escasa
atención gubernamental. A este respecto anotaba Miguel Urioste:

“La Reforma Agraria de 1953 es el punto de ‘no retorno’ del proceso de


incorporación del área rural al capitalismo dependiente creándose en

316
consecuencia, una ‘clase social’ típicamente campesina que deja de trabajar
para la hacienda y con el tiempo deviene parcialmente en asalariada e
intensifica relaciones comerciales con otros sectores de la población. La
campesinización del ‘indio’ empieza a tener lugar con el relativo autocontrol de
algunos de sus medios de producción, de la tierra, de la venta de su fuerza de
trabajo y por medio de sistemas de comercialización que implementan los
intermediarios” (1984:57)

En buenas cuentas, el tránsito de “indio” subordinado a la hacienda a campesino,


poseedor de medios de producción rústicos y tierra, pero subordinado a las fuerzas
del mercado, no significan un cambio sustancial en su condición de subalternidad
respecto a las fuerzas que controlan la mercantilización de su producción y por
tanto, ello implica que su precariedad social y su centenaria miseria no se modifican
sustancialmente.

El agro cochabambino en la época citada, además de la fuerte expansión ferial y el


consiguiente desarrollo vial, así como su enorme organización social183, presentaba
una problemática que hasta el día de hoy escasamente se ha modificado. Gran
parte de las tierras cultivables eran tierras de secano por falta de recursos hídricos e
infraestructura de riego; la parcelación de las haciendas había evolucionado hacia
una situación de franco minifundio; el grueso de la producción para el mercado
estaba controlada por intermediarios diversos que operaban sobre el férreo dominio
de circuitos de producción-comercialización por productos y zonas geográficas,
gracias a que detentaban el monopolio casi absoluto del transporte automotor; y por
si fuera poco, el movimiento campesino sufría un proceso de reflujo que facilitó la
aparición de caciques sindicales que se enzarzaron en cruentas y estériles luchas
intestinas.

Si bien la hacienda secular se había extinguido y había sido reemplazada por otras
unidades de producción, las antiguas formas de trabajo y los cultivos tradicionales
persistían invariables: el maíz continuaba siendo el cultivo dominante y continuaba
constituyendo la base de la alimentación del campesinado y de otros gruesos
sectores de población, además de servir de materia prima a la chicha. Al respecto
se anotaba:

“Lo evidente es que se produce maíz en cantidades superiores a las que


puedan destinarse a la alimentación. En tal sentido hay una demanda
artificial debido a la elaboración del alcohol y bebidas alcohólicas. Para el
productor cochabambino siempre ha sido más conveniente producir maíz
183 En 1959 existían en el departamento 1.100 sindicatos campesinos organizados en subcentrales y centrales
dependientes de la Federación de Campesinos de Cochabamba que agrupaba unos 150.000 afiliados (El Pueblo
Nº 1850, 2/08/59).
317
que cualquier otro cereal, y esto se explica porque la demanda ha sido
siempre constante.” (Balderrama, El Pueblo No. 1581 6/08/58).
No obstante, el otrora granero valluno productor de grandes cosechas de maíz y
trigo, ya no reproducía estas magnitudes por el agotamiento paulatino de la tierra, al
respecto hacía notar el cronista citado:

“En el valle de Sacaba, en el que la capa fértil había alcanzado a unos 60


cms., la erosión la ha reducido a menos de 30 cms. y este hecho se debe
entre otras razones al esfuerzo extenuante al que se someten las tierras con
cultivos como los del maíz.”
Esta observación en realidad podía ser extensiva, con pocas excepciones, al
conjunto de los valles, donde los métodos rutinarios y la ausencia de orientación
técnica, como la falta de uso adecuado de fertilizantes, riego, rotación de cultivos,
etc. debilitaban la vitalidad de la otrora fértil tierra valluna. A ello se sumaban otras
secuelas, como la tala excesiva y el desmonte por fuego, que ocasionaba la
continua destrucción del limo y el desborde de torrentes que convertían cientos de
hectáreas cultivables en eriales y conos de deyección.

Una relación del registro de fundos rústicos efectuado entre 1953 y 1958 permite
desarrollar algunas consideraciones:

CUADRO No. 44:


COCHABAMBA: REGISTRO DE FUNDOS RÚSTICOS 1953-58.

Provincias Registro de propiedades Incremento de


1953 1958 Nº de
propiedades
Cercado 7.700 8.726 1.026
Cliza 10.425 11.672 1.247
Punata 23.553 24.035 482
Quillacollo 22.655 24.334 1.669
Totales 64.399 65.767 1.368
Fuente: Oficina Catastro Rústico Cochabamba (El Pueblo Nº 1848, 31/07/59).

El cuadro anterior no incluye las propiedades rústicas de campesinos dotados por la


Reforma Agraria. Por el contrario, se trata en su mayoría, de "propietarios antiguos
que han dividido los fundos entre los familiares o por ventas parciales". Pese a que
el citado cuadro resulta muy parcial e incompleto, permite establecer el avanzado
estado de división de la tierra en las provincias consideradas, ya con anterioridad a
la Reforma Agraria, dentro de un horizonte más amplio de la acelerada parcelación
de la propiedad rural. Es obvio, que la mayor parte de los "propietarios antiguos" no
eran otros que los piqueros, es decir, que un número importante de las propiedades
registradas hasta 1953, eran sin duda pequeños fundos no afectados por la
318
Reforma, sin embargo, ello no había impedido su paulatina subdivisión. Si bien, el
panorama ofrecido por la información disponible es muy insuficiente, sobre todo con
relación a Cliza, Punata y Quillacollo, ello no impide inferir que el avance del
minifundio era una tendencia incontenible.

En este sentido, el Jefe de la Oficina de Catastro Rústico de Cochabamba, se


refería en 1959, "al problema de la excesiva partición de la tierra en Cochabamba"
en particular en las provincias anteriormente mencionadas. El citado funcionario
reiteraba, que la situación era mucho más grave que lo que revelaban las
estadísticas, pues allí no estaban incluidos los nuevos propietarios favorecidos por la
Reforma Agraria. Al respecto remarcaba: “El número de propiedades rurales ahora
es en realidad mucho más alto que el indicado, cuyo total debe alcanzar a la suma
indicada (sobre todo para las provincias del Valle Alto y Bajo) multiplicada por 5 a 7
aproximadamente.” (El Pueblo No. 1851, 4/08/59)184.

Este proceso de extrema parcelación de la tierra, debilitó las posibilidades y


viabilidades del desarrollo rural, y como ya destacamos anteriormente, se convirtió
en un factor gravitante de la pauperización campesina y la consiguiente
intensificación de las migraciones en busca de nuevas oportunidades en el trópico o
los centros urbanos.

Sin embargo, resulta un tanto cómodo y mecánico reducir la problemática del atraso
del agro a la cuestión de la extrema parcelación de la tierra, aunque ciertamente
este es un factor que no puede ser tenido a menos en su gravitación. No obstante,
al lado de este factor gravitan otros no menos significativos. La inserción del
campesino minifundiario en la economía de mercado en las condiciones que fueron
descritas en el Capítulo III, es decir, su dominio parcial de la economía agrícola,
reducida a la esfera de la producción, pero dejando en manos de intermediarios la
circulación y el acceso a los mercados de consumo, resultan determinantes para
mantener sus ingresos en los límites de la subsistencia, pero además, como su
persistente miseria no mejora con la tenencia de su parcela y ya no existe la figura
del patrón para identificarlo como el causante de esta situación frustrante, emerge
en su lugar, la figura abstracta de la economía de mercado con sus implacables
operadores que hablan un lenguaje de oferta-demanda, costo-beneficio y otras
fórmulas complicadas, que le resultan incomprensibles y lo empujan desarrollar
actitudes conservadoras y de desconfianza respecto a las innovaciones
tecnológicas que apuntan a mejorar los índices de productividad de la parcela
campesina para responder mejor a las urgencias de ese misterioso mercado, que
resulta más implacable que el antiguo patrón.

184 En el Cercado existían hacia 1952-53 ya muy pocos fundos afectables por la Reforma Agraria.
319
Al respecto de esta problemática, se señalaba con acierto, para que no quedaran
dudas a este respecto:

“Aclaremos antes que nada, que la extrema indigencia del campesinado no es


producto de su aislamiento del mercado, al contrario es un fenómeno
irrevocablemente asociado a este. En efecto, los campesinos andinos no son
pobres porque su economía sea natural y bárbara, reducto tradicional-natural
aislado de la economía nacional e internacional (…) No es, pues, en su
aislamiento sino en su vinculación al mercado donde debemos indagar las
causas de su miseria” (Caballero, 1984: 140)

En realidad la inserción del campesino minifundista al mercado de productos


agrícolas es incompleta en la medida en que la producción que destina a dicho
mercado esta mediada por precios, a veces caprichosos y arbitrarios, asignados por
el intermediario185. De esta manera, el productor campesino no controla los precios
de sus productos y tampoco el volumen de la producción campesina que demanda
este mercado. Por ello, la familia campesina mantiene inalterable la práctica de
destinar una parte de su producción para el autoconsumo, como una muestra de su
desconfianza hacia una plena participación en dicho mercado186.

Sin embargo, hacia 1953 y los años siguientes. la dependencia del campesino y su
familia es creciente respecto a la economía de mercado, en su rol de proveedor de
alimentos a los centros de consumo urbanos y feriales 187. En virtud de su propia
evolución social y cultural, ha desarrollado prácticas que lo alejan del inerme ex
colono de otros tiempos. En efecto, la familia campesina es capaz de realizar un
cálculo económico para planificar la producción destinada al mercado. Este cálculo,
que en la práctica se traduce, en la forma como dispondrá en su parcela, del cultivo
de una cierta cantidad de productos comercializables y de otra destinados al
autoconsumo, de hecho, no solo se apoya en el dominio de la ciencia agrícola
campesina y en su profundo conocimiento de los condicionantes climáticos y

185 El pequeño productor minifundiario no tiene ningún control sobre los precios del producto-mercancía
que oferta. Este valor unitario está determinado por el juego de la oferta y demanda del mercado mediada por
el intermediario que es el portavoz de esta determinación. Por tanto, la reproducción la fuerza de trabajo del
campesino, los abonos, aperos, semillas, riego y otros insumos que forman parte del costo de producción, son
subvalorados o simplemente no existen en esta relación desigual entre economía precapitalista y economía de
mercado.
186 Para un análisis más detallado y completo, que los límites de este trabajo no nos permiten, se puede
consultar: Miguel Morales, coordinador (2011)
187 La familia campesina depende cada vez más del acceso al circulante monetario para satisfacer nuevas
necesidades de consumo, que solo su conexión con el mercado capitalista puede satisfacer. En su vida diaria,
la espartana lagua de maíz, el mote, el quesillo, el chuño y el charque, que era su dieta básica de otros
tiempos, se ha ampliado con los fideos, el arroz, el aceite, el azúcar, las gaseosas, las golosinas y un sin fin de
novedades y tentaciones que incluyen, aunque ello signifique muchas privaciones, el acceso a una bicicleta y
una radio portátil. Sin embargo, el amplio horizonte de sus deseos solo se materializa a cuenta gotas y
parcialmente dada la siempre insuficiente utilidad que extrae de la cosecha que rinde su parcela.
320
ambientales, sino, en el desarrollo de un agudo olfato respecto al potencial
comercializable de su producción, una igualmente aguda percepción del juego de
los precios de los productos que ofertará y de los máximos beneficios que podría
obtener en función del comportamiento de la competencia y de las argucias del
intermediario para convencerlo a plegarse a sus requiebros de hábil comerciante.

Esta forma de sujeción al mercado, como ofertante individual de los productos de su


parcela, y objetivamente, considerando al resto de los miembros de su comunidad
en este nivel (el de la comercialización) como competidores; determina su actitud
conservadora frente a la innovación tecnológica y las opciones de ampliar su
producción a través de formas colectivas o asociativas que implicaran integrar su
parcela a unidades de producción de mayor escala. Los intentos de diversos
técnicos agrónomos desde la década de 1960, igual que los intentos estatales y de
la cooperación internacional para introducir en el agro paquetes tecnológicos,
propuestas de mejoramiento de las técnicas de cultivo, de mejor aprovechamiento
del riego, etc. han tropezado con una innata desconfianza de la familia campesina
respecto a las bondades ofertadas, pues en todas ellas, no se incluía la cuestión
crucial de una mejor participación del productor campesino en la esfera de la
circulación y venta de sus productos, incluyendo el control sobre el precio de
comercialización de los mismos

A contrapelo de todo el discurso sobre el desarrollo agrícola desplegado por


organismos como la FAO (Food an Agriculture Organization) dependiente de las
NN.UU., las misiones técnicas de la Alianza para el Progreso para incentivar el
desarrollo rural, similares de gobiernos europeos, etc., han mostrado, con la
conducta reacia de los campesinos vallunos minifundiarios hacia estos cantos de
sirena, -que tuvieron gran auge desde fines de la década de 1950 y a lo largo de
décadas posteriores-, que ésta se apoya en la premisa de la sapiencia campesina
que considera falsa la idea de que el mejoramiento técnico de su producción será la
llave que abre las puertas a su prosperidad, cuando toda su experiencia con relación
al comercio de sus productos le indica que no es el incremento de la oferta de sus
producción lo que amplía el mercado, sino a la inversa, es el comportamiento
sinuoso de ese mercado, lo que determina su lógica productiva. Ciertamente intuye
que una sobre oferta de sus productos solo repercutirá en la baja de los precios de
su producción.

Por ello, para las dimensiones del mercado de alimentos en los años 1960, sumado
a los obstáculos insuperables que habría que vencer para romper el sistema de
intermediación que contaba con el amparo estatal de esa época, el comportamiento
de cautela y desconfianza del pequeño productor campesino respecto a lo nuevo
recubierto de promesas y fantasías, era una postura lógica y su actitud

321
conservadora de tener un pie firme en el autoconsumo y otro calculador en el
mercado, era acertada y expresaba el vacío creado por la ausencia de políticas
coherentes respecto al desarrollo rural y su viabilidad articulada al desarrollo
industrial regional (Solares, 1989)188.

En suma, una caracterización de la situación del agro en Cochabamba podría


tipificarse, haciendo mención a la realidad y consecuencias de la consolidación de la
pequeña parcela minifundiaria, explotada en base a la fuerza de trabajo familiar,
apegada a la tradición pre-colonial de explotación de la tierra, es decir, disponiendo
apenas de arcaicos medios de producción, situación que se hacía más grave por las
modestas dimensiones de la tierra laborable disponible. Estas condiciones,
determinaron la baja productividad de la parcela campesina, que como ya se
mencionó, en parte, se destinaba al autoconsumo, y en parte, a la comercialización,
la misma que se realizaba en condiciones extremadamente desiguales, hecho que
impedía cualquier posibilidad de ahorro o inversión para mejorar esta circunstancia
negativa. Estos factores, hacían enormemente penosas las condiciones de
reproducción del trabajo campesino, sobre todo en unidades familiares extensas,
que no tenían ante sí otro alternativa que la emigración forzosa hacia los
cañaverales cruceños, las minas de COMIBOL o la feria de Cochabamba y, todavía
en menor medida, hacia las tierras de colonización del Chapare. Pese a estas
adversidades, el maíz constituía aun una alternativa económica, como pasaremos a
observar a continuación189.

La economía de la chicha

La producción de maíz para la fabricación de chicha siguió ocupando un lugar de


relieve en la economía departamental. Como establecimos en el Capítulo III, las
chicherías constituían la actividad dominante en los pueblos de valles y serranías, y
el gremio de chicheras, particularmente a inicios de los años 1950, jugó un rol
preponderante en la articulación de los excolonos a la economía de mercado,
constituyéndose en estos términos la chichería, en uno de los instrumentos de poder
que utilizaron hábiles comerciantes para establecer y consolidar un modelo eficaz de
apropiación y expropiación de los excedentes económicos generados por los
flamantes propietarios de parcelas. En este sentido, las chicherías de pueblo y
ciudad dejaron de tener el significado de espacios de transgresión del rígido
188 Sobre la agricultura campesina, la producción para el mercado y las formas de mercadeo, ver Blanes
(1983).
189 Frente a estos enormes desafíos, la unidad doméstica campesina como sugiere Dandler (1987) desarrollo
diversas estrategias de sobrevivencia vinculadas a los flujos migratorios y a la diversificación laboral. De esta
manera, desde los años 1950, se hizo frecuente en la ciudad de Cochabamba, la incursión de jóvenes
campesinos en las tareas menos calificadas del ramo de la construcción y en las labores domésticas. Además
surgieron pequeños comerciantes campesinos, como las “rankeras”y “rankeros”de feria que se ocupaban de
vender productos agrícolas en calidad de ambulantes y con ese producto, comprar o “agarrar” productos
manufacturados y revenderlos en sus comunidades.
322
ordenamiento social y racial oligárquico, para pasar a desempeñar el papel menos
trascendental, de sitios donde se tejían verdaderas "telarañas" para atrapar a los
desprevenidos excolonos y envolverlos en las redes de la economía mercantil.

Sin embargo, el buen comer y el buen beber de los cochabambinos, al inicio de los
años 1950, mantenía los viejos imaginarios populares de buenas comilonas regadas
por el licor de la tierra. Veamos al respecto un valioso testimonio:

Cochabamba además de ser la cuna de la política, era el lugar en Bolivia donde


mejor se comía. En las casas, las mamás y las abuelitas preparaban deliciosos
platos que poco a poco se fueron perdiendo de la memoria y el paladar
cochabambino. En los alrededores de la ciudad abundaban las quintas o
restaurantes a cielo abierto, donde los comensales se reunían en las tardes a
comer, a jugar sapo o rayuela y tomar chicha, además de apreciar el cariño de
las dueñas que se plasmaba en un platito de ensalada y/o choclo con quesillo.
La chicha era la bebida de los cholos, pero era apetecida por todo el mundo, a
tal punto que las señoras de la burguesía mandaban a sus empleadas a
comprarla en finas jarras de cristal u ollas de plata primorosamente cubiertas
con servilletas bordadas a mano por unas monjas que redondeaban sus
ingresos con dicha actividad artesanal” (Morales en Baptista, 2012: 249-250)

No cabe duda, que bajo el barniz de maneras occidentales, subsistía con fuerza la
pasión por los gustos populares y que, a pesar de que la Revolución Nacional era
una suerte de parteaguas entre mestizos emblanquecidos y caballeros de rancio
pedigree, la chicha todavía tenía la capacidad de armonizar y democratizar los
gustos de unos y otros, sucediendo otro tanto con su importancia económica, pues
ni a los más radicales y obstinados opositores de los cambios que tenían lugar, se
les ocurriría prescindir de los ingresos que generaba la buena chicha.

Por ello mismo, la importancia del negocio de recolección de los impuestos a la


chicha seguía concitando fuertes intereses. Como se verá más adelante, los
negocios de los licitadores continuaron, pero esta vez, con el concurso de nuevos
personajes como los "dirigentes campesinos" y una extensa clientela política. De
todas formas, la chicha continuó proveyendo recursos para los municipios y la
propia Prefectura, pero esta vez, no sólo para sustentar obras públicas diversas,
sino para satisfacer las urgencias partidarias de acumulación monetaria en provecho
personal.

Desde fines de los años 1940, la recaudación del impuesto a la chicha, que era
licitada por la Prefectura, fue traspasada a dominio municipal, aplicándose la
modalidad de la recaudación directa del impuesto a cargo de funcionarios

323
municipales, creándose para el efecto una oficina municipal recaudadora. Como se
señaló en estudios anteriores190, en el caso de Cochabamba, se tejía una curiosa
contradicción entre el afán de "modernizar" la ciudad con los recursos generados
por la recaudación del impuesto citado y la insistencia de "exiliar" los centenares de
chicherías, más allá de las fronteras urbanas... pero no tan lejos como para afectar
el negocio y con ello mermar los fondos destinados a obras de desarrollo urbano.

La Revolución de Abril de 1952 no introdujo mayores modificaciones en este curioso


equilibrio entre "imagen" de ciudad moderna y su opuesto, aunque el avance del
espacio de la modernidad impuso nuevos retrocesos al territorio de las chicherías.
Así, a pocos meses del triunfo de abril, en julio de 1952, el "compañero Alcalde"
Alfredo Galindo, haciendo gala de las mejores prácticas del antiguo poder, dictó la
Ordenanza Municipal Nº 49/52, para liberar a la zona del Stadium Departamental y
el exclusivo Club de Tenis de tan odiosa vecindad, en nombre del "decoro y la moral
pública de la zona en cuestión". Allí existían numerosos negocios de chichería,
"impropios de la categoría de esa barriada cuya creciente importancia será exaltada
por la apertura de la Avenida Presidente Villarroel". La expeditiva Ordenanza nos
sirve de ejemplo, para mostrar que las actitudes señoriales y coloniales en relación
al tema de las chicherías estaban intactas. Aun en plena efervescencia
revolucionaria antigamonal, se dictaminaba drásticamente:

“1o. Queda terminante y definitivamente prohibido el establecimiento de


chicherías en los sectores de las avenidas Libertador Bolívar y Aniceto
Padilla que se enfrentan al Stadium Cochabamba, así como en todas las
arterias adyacentes...
2o. Se concede el término perentorio y fatal de treinta días (...) para que
todos los negocios de chicherías establecidos en la indicada zona sean
definitivamente clausurados.
3o. Los contraventores (...) serán multados con la suma de Bs.1.000 por
cada día de demora en el cumplimiento de esta Ordenanza.” (Ordenanza
40/52 de 9/07/52 en Disposiciones Legales del Gobierno Comunal de
Cochabamba) 191.
Esta política de expulsar las chicherías del ámbito urbano obtuvo gran consenso
ciudadano y alcanzó logros no obtenidos en pasadas épocas. El exilio de las
chicherías culminó con la puesta en vigencia del "Reglamento para el
funcionamiento de locales de fabricación y expendio de chicha", sancionado por la
Ordenanza Municipal Nº 312/59 expedida por el Alcalde Eduardo Cámara de
Ugarte. Dicho reglamento, definía lo que se debía entender por "local de expendio
190 Ver Solares 1990 y Solares y Rodriguez, 1991.
191 La Ordenanza 229/56 dictada por el Alcalde Anibal Zamorano a solicitud del Sindicato de Trabajadores
Petroleros, prohibía la presencia de chicherías en un radio de 1.000 metros de la Refinería de Valle Hermoso
(Disposiciones Legales...).
324
de chicha", que incluía no sólo a las chicherías propiamente, sino a cualquier local
donde se vendía y consumía chicha, aunque no en forma exclusiva. Establecía un
rígido sistema de condiciones de funcionamiento, introduciendo el permiso expreso
que podría ser concedido mediante autorización escrita previo informe de los
Departamento de Urbanismo, Arquitectura, Ornato y Padrón, Higiene y Profilaxis,
Policía Urbana y del Servicio de Hacienda. Es decir, que convertía dicha
autorización en un pesadísimo trámite burocrático. Además, definía las condiciones
de calidad del producto y su composición, así como las condiciones de elaboración y
venta. En cuanto a la condición de los locales, se introducían criterios funcionalistas
como separar áreas de venta y consumo, y sobre todo, mejorar las condiciones
sanitarias (baños y aseo de vajillas). Sin duda, lo más relevante de este Reglamento
consistía en el régimen de ubicación de las chicherías, de tal forma que el territorio
de las mismas se reducía a un perímetro restringido del radio urbano limitado en la
siguiente forma:

“Por el Norte: Gran Plaza de Ferrocarril (Plaza Fidel Aranibar y Francisco del
Rivero) hasta la Avenida Ayacucho, continuando por esta vía hasta la igual
Aroma, siguiendo por la misma a la Avenida Diagonal que une las Avenidas
Aroma y Rivereña, concluyendo en ésta.
Por el Oeste: Avenida Rivereña hasta el canal de riegos, para continuar por
éste hasta la Avenida Siles, siguiendo la misma hacia el Sud.
Por el Este: La Avenida de Circunvalación (Este) a partir de la Gran Plaza del
Ferrocarril, hacia el Sud.
Por el Sud: Sin limitaciones.” (Disposiciones legales...).

Además se prohibía el funcionamiento de chicherías en un radio de 200 metros en


torno a locales de instrucción, templos, hospitales, campos deportivos, etc.

En concreto, el territorio urbano de la chicha, quedaba reducido a los llamados


barrios populares de la zona Sud, una vez que el resto de la ciudad había
abandonado definitivamente este carácter, por ello, la aseveración expresa de la
citada disposición comunal de tolerar chicherías hacia el Sud "sin limitaciones", no
sólo cubría una imposición reglamentaria, sino una intencionalidad afín a la
ideología de segregación social y espacial que identificaba este rumbo con el
resabio de "ciudad popular", que la modernidad permitía formalmente sobrevivir. Sin
embargo, estas disposiciones carecieron de fuerza aplicativa y el expendio de
chicha todavía se mantuvo por mucho tiempo en zonas expresamente prohibidas.
No obstante, la intención de ubicar las chicherías en sitios de difícil planificación
urbana, donde campeaban los asentamientos irregulares y cobraba fisonomía "el
campamento de indios" como las nuevas élites acostumbraban a calificar a las villas
de emergencia del Sud, no fue casual, y estuvo cargada de los viejos perjuicios

325
coloniales y oligárquicos: la chicha era un brebaje de indios, incompatible con las
buenas maneras a que aspiraban formalmente los mestizos ricos, sedientos de
estatus y reconocimiento social para su flamante condición elitaria.

Una nueva Ordenanza Municipal, la Nº 340/60 expedida por el Alcalde Héctor


Cossío, complementaba la anterior, en relación a la forma de recaudación del
impuesto a la chicha, dictando normas para el empadronamiento del gremio y
creando un Padrón General de Productores de Chicha, así como organizando
oficinas de recaudación en diferentes distritos del departamento dependientes del
Servicio de Hacienda de la Municipalidad de Cochabamba, definiendo la tipificación
de "clandestina", a toda producción y expendio de chicha que se realizara
evadiendo el padrón y el pago del impuesto, caso para el cual se crearon severas
penalidades y multas (Ordenanza 340/60 de abril de 1960, en Disposiciones
Legales...).

Hacia los años 1960, las chicherías habían sido plenamente incorporadas a las
densas redes de la burocracia municipal, y si otrora, su funcionamiento sin tropiezos
dependía de los padrinazgos entre chicheras y "notables", ahora pasaba a depender
de un subterráneo sistema de favores y gratificaciones que determinaron la rápida
prosperidad de más de un funcionario municipal. Este despliegue de control
administrativo y de incremento de la eficacia en el cobro impositivo demuestra que la
importancia económica de la chicha se mantenía invariable y continuaba
constituyendo un rubro que proporcionaba ingresos saneados al Estado.

Los acontecimientos posteriores a abril de 1952 no habían influido mayormente en


el mercado del licor y, tal vez, incluso lo habían fortalecido, pues las grandes
movilizaciones campesinas de los primeros años de la Revolución Nacional y otros
eventos posteriores, implicaron naturalmente elevados índices de consumo del
áureo licor. A este respecto se anotaba:

“Decenas de campesinos abandonan sus labores para gastar sus pequeños


ahorros en las chicherías que han proliferado como hongos (...) Se bebe en
todas partes y con cualquier pretexto. Las festividades religiosas que duran
tres o cuatro días se han convertido en verdaderas bacanales (...) El
campesino abandona sus faenas desde el día de la ‘llegada’ hasta el ‘cachay
pari’. Las festividades se suceden semanalmente. No hay santo que no
tenga que ser venerado en las chicherías.” (El Pueblo Nº 372, 17/12/54).
Como ya destacamos con anterioridad, (ver Cap. III) esta súbita proliferación de
chicherías sobre todo en los pueblos del valle, como Cliza y Punata, así como
Quillacollo y otras localidades, era parte de la expansión de la economía mercantil, y
sobre todo, de la participación de las hábiles chicheras en los mecanismos de
326
constitución de las finas redes del intercambio desigual campo-ciudad. De esta
forma, la buena chicha o "sumaj ajka", vio reforzada su importancia económica y
social, aunque no así, su legendaria calidad, pues la otrora, fabricada con muko fue
cediendo pasó a un producto adulterado, pues el muko fue sustituido por "huiñapo"
o "kajo", es decir, pasta de maíz en germinación precipitada o harina de maíz
mezclada con agua, a lo que se sumaba, el añadido nocivo de alcoholes curados y
aguardientes de bajísima calidad, además de un sin fin de "aceleradores" del
proceso de fermentación como frutas en descomposición y otros que no nos
animamos a mencionar. De esta manera, merced a su carácter masivo de
mercancía destinada a paladares ya poco exigentes y a la excesiva demanda, la
chicha perdió finalmente sus antiguos atributos.

La propia ciudad de Cochabamba no estaba libre de esta proliferación pese a las


rígidas disposiciones para confinar las chicherías en un ámbito urbano cada vez
más restringido. Al respecto se denunciaba:

“En la actualidad nuestra ciudad está llena de chicherías; no hay arteria


donde no se hubiera instalado un "boliche" para expender "chicha punateña"
o "chicha cliceña" como rezan los cartelitos anunciando a los parroquianos
(...) Esta proliferación de chicherías aun en el centro de la ciudad es indigna
del progreso y la categoría de la segunda ciudad de Bolivia (...) Además, la
apertura cada día en mayor número de locales de expendio de esa bebida
alcohólica, fuera de los llamados bares, es un de las causas directas de la
falta de vivienda (...) una chichería ocupa en la generalidad de los casos todo
un inmueble.” (El Pueblo Nº 1217, 3/05/57).

La cuestión era tan seria que vecinos notables que formaban parte de un consistorio
o cuerpo consultivo municipal sugerían:

“Siendo notoria la actitud reluctante de los explotadores de chicherías hacia


las medidas municipales tendientes alejarlos de los barrios urbanizados para
zonas residenciales, y existiendo estos expendios hasta en edificios públicos
como la Corte de Justicia a sólo dos cuadras de la Plaza 14 de Septiembre,
el consistorio recomienda con carácter inaplazable la reestructuración y
publicación de todas las Ordenanzas anteriores tocantes al asunto y la
restricción del radio en que se ha permitido hasta hoy instalarse a estos
negocios que, en la ciudad son, en muchos casos, verdaderas pocilgas
nefandas (...) Deben ellos ser relegados a los sitios de sordina en que no
repercutan tanto sus escándalos.” (El Pueblo Nº 1506, 23/04/58).

327
La cuestión de la chicha, dada su creciente importancia como fuente de suculentos
ingresos para las arcas fiscales, paulatinamente dejó de ser materia de información
seria y cristalina sobre su manejo administrativo y contable. Dejaron de publicarse
los padrones municipales sobre este capítulo y, la cuestión del número de chicherías
en la ciudad y el Cercado, por ejemplo, adquirió los contornos de una información
extremadamente confidencial, casi un secreto de Estado, y más aun, el volumen
real de consumo sobre el que se aplicaba el impuesto, por ello, es difícil establecer
cuantitativamente este crecimiento, razón por la cual, sólo apelamos a estimaciones
gruesas. En este sentido se señalaba lo siguiente:

“Aunque el padrón de establecimientos de chichería es incompleto, expertos


catadores de esta bebida calculan que hay aproximadamente 1.600 locales
en la zona urbana y suburbana (...) Ninguno de ellos deja de vender un
promedio diario de 10 botellas (...) Tomando como base el promedio de
ventas, el consumo asciende aproximadamente a 25.000 botellas diarias
solamente dentro de la población urbana (...) Don Guillermo Aldunate decía
que el consumo de carne vacuna no llega a 8.000 kilos diarios, lo que quiere
decir que mucha gente prefiere la chicha, popular bebida, al consumo de
alimentos indispensables (...) El cálculo aproximado de 25.000 botellas de
chicha demuestra que una cuarta parte de los habitantes la consumen (...) El
consumo de cerveza se estima en 6.000 botellas diarias.” (El Pueblo Nº
1376, 10/11/57).
Indudablemente, aunque la prensa de la época sólo registraba episodios
fragmentarios, todo lo dicho y lo investigado, parecen inducir a establecer que la
ruptura del orden hacendal en 1952, también significó en cierta forma, la perforación
y el derrumbe circunstancial de las fronteras urbanas impuestas al consumo del
aureo licor desde fines del siglo XIX. Es decir, desde 1952, tal vez hasta 1954, se
produjo un acelerado avance, una suerte de renovada "invasión" de las chicherías
sobre los viejos santuarios urbanos, lo que produjo fuertes reacciones y la
proliferación de disposiciones y reglamentaciones, así como el formal confinamiento
de las chicherías en la zona Sud, como vimos anteriormente. Sin embargo, tales
disposiciones tenían efecto relativo. El propio Intendente de la Policía Urbana de
Cochabamba, reconocía que la Municipalidad no podría aplicar la Ordenanza que
reglamentaba la elaboración y venta de chicha en el Cercado y la ciudad, porque
"prácticamente muchos artículos (...) son inoperantes". Dicha autoridad también
reconocía, que la aplicación draconiana de las disposiciones citadas "ocasionaría la
baja de la producción con menoscabo de la economía del Tesoro Municipal",
además de los conflictos sociales que eclosionarían. Es decir, una vez más se
reconocía que:

328
“Casi se mata a la gallina de los huevos de oro con una medida
completamente ajena a la realidad en que se desenvuelve la industria
chichera, uno de los filones inagotables que más ingresos da a la economía
departamental y nacional.” (El Pueblo Nº 1831, 10/07/59).
Esta lógica, no sólo expresaba el posible interés particular de camadas burocráticas
preocupadas más en el aspecto del provecho personal que se podía extraer de tan
portentoso filón, sino una realidad incontrovertible: a falta de otras opciones que
diversificarán la economía regional, los ingresos generados por el impuesto a la
chicha continuaban constituyendo el rubro más importante para llenar las arcas
fiscales en el Departamento de Cochabamba.

Por ello, el nuevo régimen continuó con la práctica de sus predecesores en cuanto
al recurso de gravar el licor con impuestos cuyo rendimiento servía para cubrir
innumerables propósitos. Una relación de la política impositiva sobre la chicha, que
desarrollaron los gobiernos del MNR, esta expresada en el siguiente Cuadro:

CUADRO No. 45:


DEPARTAMENTO DE COCHABAMBA:
IMPUESTO A LA CHICHA: DISPOSICIONES LEGALES Y DISTRIBUCIÓN PORCENTUAL DEL
RENDIMIENTO
Monto del Distribución porcentual del impuesto
impuesto Tesoro Tesoro Tesoro Obras
Años Disposición (en Bs.) Nacio- Prefec- Munici- UMSS provin- Otros
legal nal tural pal ciales
1954 D.S. 23/07/54 13,20(1) 38 % - 38 % 9% - 15 %
(2)
1957 D.S. Impuesto a
alcoholes y 160 (3 ) (3) - - - - - -
bebidas,
27/02/57
1959 R.M. Revisión
distribución, 160 Bs 33 % 2% 27 % 9% 25 % 4%
31/07/59 (4)
1960 D.S. de 160 Bs 34 % 11 % 27 % 9% 27 & -
23/12/60
1963 Ley Nº 238,
2/01/63 450 Bs 30 % 11 % 45 % 14 % - -
(5)

Notas.-
(1) El criterio de aplicación del impuesto es muy confuso. El expendio de chicha se realizaba en
unidades diferentes: generalmente latas (originariamente utilizadas como envases de manteca de
cerdo), pero también en baldes, jarras, tutumas, bidones, cántaros y en menor escala en botellas de
0,66 litros. Lo presumible es que el impuesto se aplicaba genéricamente a la lata de 40 a 45 litros,
dada la dificultad, casi insuperable de gravar al litro de chicha. En este caso y tomando como
referencia 45 litros a groso modo, en 1954 el gravamen sobre litro de chicha sería estimativamente de

329
unos 30 centavos. En 1957 y años posteriores, este gravamen sería de 3,60 Bs/litro y en 1963 de 10
Bs/litro.
(2) Con destino a obras de FF.CC. Cbba-Santa Cruz.
(3) En este decreto no se detalla distribución porcentual del impuesto.
(4) Con destino a gastos de recaudación.
(5) Incluye porcentaje para obras provinciales.

El cuadro anterior permite establecer, por una parte que el impuesto a la chicha
aportaba significativamente al Tesoro Nacional, así como al Tesoro Municipal, pues a
título de "obras departamentales" como el Stadium, el asfaltado de la carretera a
Quillacollo, ampliaciones en el Hospital Viedma, etc. importantes partidas de las
recaudaciones con destino a provincias, se invertían en obras que favorecían a la
capital departamental. El incremento del impuesto entre 1954 y 1957, se debe más
al ajuste monetario que ocasionaron las medidas de estabilización económica de
1956. Sin embargo el incremento del impuesto en más de un 80% entre 1960 y
1963 se dirigía sin duda a incrementar la recaudación.
Los volúmenes de producción de chicha sujetos a los gravámenes citados no
presentan una información adecuada en vista de que desde los años 1940, la
Alcaldía, en la medida de lo posible, evitó hacer público estos montos, que
significativamente se convirtieron en “información confidencial”. Por ello la
información disponible es fragmentaría y contradictoria como ya se puso en
evidencia, y en su mayor parte, ha sido deducida sobre la base del total de
recaudaciones contenidas en informes municipales o publicaciones de prensa.
Veamos el siguiente cuadro:

CUADRO No. 46:


DEPARTAMENTO DE COCHABAMBA:
MONTOS RECAUDADOS Y PRODUCCIÓN GLOBAL DE CHICHA

Años Monto global Estimación del


recaudado en Bs volumen producido en Fuente
botellas de 0,66 litros
1957 53.917.200 14.977.390 (1) El Pueblo Nº 1205, 3/04/57
1959 4.944.485 (2) 30.903.031 El Pueblo, Nº 1710, 11/01/59
1961 4.6703.151 28. 769.693 Anuario Municipal
1962 4.603.041 28.769.006 Anuario Municipal
1963 5.743.560 (3) 19.145.200 Anuario Municipal
(1) Datos sólo de provincias.
(2) La Ley de Estabilización Monetaria introdujo el Peso Boliviano en lugar del Boliviano y redujo
tres ceros a las anteriores cifras millonarias.
(3) Recaudación de once meses.

Las cifras de producción y recaudación que muestra el cuadro anterior, expresan un


comportamiento fluctuante, que indudablemente refleja la gravitación de diversos
330
factores que influían en estos resultados. Un hecho nada despreciable, fue el
problema de la recaudación del impuesto debido a los fuertes intereses en pugna en
torno a su modalidad -recaudación directa o licitación-, la fuerte resistencia de
sectores campesinos y chicheras a efectuar este pago, particularmente después de
1952 y las contracciones que experimentaba la producción por alzas del impuesto,
como la verificada en 1963. Las cifras que expresa el último cuadro, en todo caso
son apenas índices de producción aproximada, pues volúmenes importantes de
producción de chicha que, correspondían a zonas rurales de difícil acceso o incluso
del propio valle, no eran gravadas gracias a estrategias evasivas de los productores.
La posibilidad del expendio de chicha en términos masivos, a los importantes
contingentes de excolonos, que desde 1952-53 ingresaron en el mercado ferial, y la
propia expansión de la economía mercantil, traducida en la acelerada proliferación
de nuevos asientos feriales, tuvo que manifestarse forzosamente en un considerable
incremento de la demanda de chicha y, paralelamente, en el desarrollo de
estrategias evasivas, o incluso como se vio en el caso de Cliza (Ver Cap. III), el
control de este impuesto por allegados a las centrales y sindicatos campesinos, que
solían cometer desfalcos, de tal suerte que los montos rigurosamente recaudados
no llegaban íntegros a las arcas departamentales. Sólo así es posible comprender,
porque los niveles de producción declarados fueran similares o incluso inferiores a
los de los años 1930 y 40, cuando en realidad dicha producción podría estar
fluctuando fácilmente, en unos 40 a 50 millones de botellas por año192.

La cuestión de la recaudación del impuesto resultaba crucial: desde 1949 la Alcaldía


de Cochabamba introdujo el sistema de recaudación directa del impuesto a nivel
departamental, creando la Oficina de Impuesto a la Chicha dependiente del Servicio
de Hacienda del Municipio, sin embargo las frecuentes irregularidades y desfalcos
cometidos por los propios funcionarios pusieron en tela de juicio este sistema, pues
dicha oficina y sus similares a nivel provincial, terminaron por convertirse en
codiciados "botines" políticos perseguidos por legiones de casa fortunas193.

En 1959 el Sindicato de Fabricantes de Chicha de Punata, en una reunión llevada a


cabo en la citada localidad, con asistencia de representantes de la Alcaldía
Municipal y la Central Obrera Departamental, planteó el retorno al sistema de
licitación para la recaudación del impuesto, en vista de que la forma de recaudación
directa había caído en descrédito por vicios: "principalmente porque determinados
funcionarios no cumplían con honradez la labor de recaudación, obteniendo más
192 Los volúmenes de producción de chicha a mediados de los años 1930 fluctuaba entre 17 y 19 millones de
botellas. A fines de los años 40 este volumen fluctuaba entre 36 y 38 millones de botellas anuales (Solares,
1990). A este respecto cabe añadir que un solo establecimiento de elaboración de chicha en Cliza producía 2.000
botellas diarias y 720.000 botellas anuales en un ritmo de trabajo continuo.(El Pueblo Nº 1897, 3/10/59).
193 En un esfuerzo dudoso de moralización, el Alcalde Cornelio Fernández declaró en 1956 vacantes los cargos
de la Sección Recaudación del Impuesto a la Chicha, pero luego más de un depurado volvió a ejercer dichas
funciones (El Pueblo Nº 868, 18/01/56).
331
bien beneficios personales". Este criterio obtuvo el apoyo de la COD y de los
sindicatos campesinos (El Pueblo Nº 1710, 11/01/59). A pocos días de esta reunión,
la Alcaldía de Cochabamba elaboró un pliego de especificaciones que serviría de
base a la licitación del impuesto, eliminando de hecho el sistema de recaudación
directa vigente, medida que mereció el respaldo de la Federación Departamental de
Trabajadores Campesinos.

Sin embargo, los conflictos no tardaron en estallar: en febrero del citado año, el
Sindicato de Productores de Chicha de Cliza planteó la derogatoria de la
adjudicación de la recaudación del impuesto en favor de un licitador particular y la
readjudicación en favor del propio Sindicato. En vista de que este temperamento no
fue aceptado por anomalías legales en el propio planteó, se produjo -algo nunca
visto antes- una huelga indefinida de productores de chicha (El Pueblo Nº 1737,
15/02/59) y el desencadenamiento de acciones de hecho, como disturbios
provocados por turbas de huelguistas que allanaron domicilios y destruyeron
implementos de elaboración del licor de productores que no se adhirieron al paro (El
Pueblo N.º 1766, 21/03/59). Dicho movimiento, indudablemente expresaba intereses
creados, tanto de los propios productores ligados a sectores campesinos, como de
los funcionarios municipales que se beneficiaban con el sistema anterior. Al
respecto el atribulado licitador cuestionado declaraba:

“La verdad es que durante la etapa de la recaudación directa, el


complaciente personal municipal cobraba el impuesto por cantidades
menores a las realmente elaboradas, creando de esta manera un padrón
falso y una baja artificial de las estadísticas de producción.” (Declaraciones
de Valentín Fernández. El Pueblo Nº 1959, 15/04/59) 194.
Estos hechos determinaron que las recaudaciones fueran paralizadas en muchas
localidades del valle, con los consiguientes perjuicios a las arcas fiscales y a los
licitadores. Tales acontecimientos provocaron que salieran a publicidad cuestiones
hasta entonces mantenidas en reserva. Así, se ventiló a la luz pública, el hecho de
que los licitadores, debido a esta situación de anormalidad generalizada, debían a la
H. Comuna algo más de mil millones de bolivianos! (1.131.122.000 bs.), por
recaudaciones no depositadas en el Tesoro Municipal. Al respecto, era comprensible
la inexistencia de estos depósitos en los casos de Cliza, Punata, Arani, Anzaldo,
Tiraque y Vacas, donde se desarrollaban interferencias a las recaudaciones, a cargo
de agitadores diversos que alentaban la franca evasión, pero no así en otros
distritos donde todo transcurría normalmente (El Pueblo Nº 1835, 15/07/59). Hasta
octubre de 1959, esta deuda alcanzó a los 1.500 millones de bolivianos,

194 Este conflicto, como se vio en el capítulo III, terminó enfrentando a la Central Campesina de Cliza que
apoyaba a los productores, con la Central de Ucureña partidaria de la licitación, siendo éste uno de los factores
importantes que desencadenó el conflicto bélico.
332
destacándose el caso del licitador Eduardo Vergara que operaba en los distritos de
la capital y el Cercado, Cliza, Punata, Tarata, Quillacollo y Sipe Sipe, que acumuló
una deuda superior a mil millones de bolivianos (El Pueblo No. 1901, 8/10/59). El
total de la deuda acumulada en la gestión de 1959 excedía los dos mil millones de
bolivianos195.

Ante esta desastrosa situación el Consejo Universitario de la Universidad Mayor de


San Simón, en vista de los desalentadores resultados de las licitaciones, planteaba
la necesidad de retomar el sistema de recaudación directa, señalando que la crítica
de inmoralidad funcionaria que se hizo a este sistema no erradicó tal práctica con
relación a la licitación pública, pues quedó demostrado que "la inmoralidad no es
privativa del sector oficial, sino es mayor en el sector privado". Además se señalaba
explícitamente que:

“Los licitadores alegando resistencia de los contribuyentes para el pago de


sus obligaciones o la concesión de créditos por sumas crecidas no
solventadas oportunamente, no hacen empoce de sus recaudaciones en
forma normal, empleando esos recursos en otros fines especulativos, y por
último quedándose con ellos definitivamente.” (El Mundo Nº 152,
14/01/60)196.
Sin embargo, la Alcaldía optó por la cobranza del impuesto a la chicha mediante la
modalidad de concesionarios, pese a la oposición de la Universidad (El Mundo Nº
163, 27/01/60). Entre tanto, una vez más los productores de chicha, esta vez los de
Punata, reclamaron para sí dicha recaudación, amenazando con una huelga. Los
sindicatos de productores no cejaban en su pretensión de controlar la recaudación
del impuesto; pero, ¿quiénes eran realmente los miembros de estas organizaciones
que acumulaban tanto poder? Un cronista hacia la siguiente reflexión al respecto:

“En nuestro país se han venido organizando bajo pretextos sindicales una
serie de organizaciones ajenas por completo a los fines y funciones propias
del sindicalismo; y este es el caso del llamado Sindicato de Productores de
Chicha (...) Si defiende sus intereses económicos será una asociación o
sociedad mercantil (...) pero nunca un sindicato, pues no tiene propiamente
una función o prerrogativa característica de las entidades laborales y
defiende más bien los intereses de los capitalistas, pues dentro de los
productores hay verdaderos capitalistas (...) Se ha denunciado también que
la directiva de los productores chicheros se halla compuesta por gentes de
195 Dos millones de pesos bolivianos, de acuerdo al nuevo signo monetario vigente desde 1956.

196 De acuerdo a la Ley N.º 238 de 02/01/1963 se destinaba en favor de las universidades públicas el 14%
del total de la recaudación departamental. En realidad esta participación regía desde la década de 1950
por lo menos.
333
oficios varios: joyeros, carpinteros, comerciantes, etc. lo que demuestra
claramente la disparidad de intereses económicos clasistas y de finalidad
verdaderamente social (...) si el Sindicato de Productores desea adjudicarse
ahora la cobranza del impuesto, no es por otro motivo que el de continuar
produciendo mucho y pagando poco, promoviendo una defraudación de
cuantiosos recursos.” (El Mundo Nº 169, 3/02/60).
Lo expuesto anteriormente resulta muy revelador, pues dichos "sindicatos" en
realidad nucleaban a quienes, gracias a las fortunas amasadas con el expendio de
chicha, el rescate de productos agrícolas y el monopolio de transporte, detentaban
virtualmente el poder provincial. Ahora se trataba de cerrar este círculo de
dominación eliminando a los otrora poderosos licitadores para fortalecer aún más su
propio predominio.

Por último, la H. Alcaldía tomó una actitud resuelta en contra de los licitadores que
habían caído en mora, rechazando las solicitudes de condonación y rebajas a los
montos adeudados. Sin embargo, el pleito entre Municipio y licitadores se extendió
por varios años197.

Lo relevante es que finalmente a partir de 1961, se reorganizó el sistema de cobro


directo y se creó el Departamento de Recaudación del Impuesto a la Chicha
dependiente del Servicio de Hacienda del Municipio de Cochabamba. Este
resultado, en cierta forma, significó el triunfo indirecto de los sindicatos de
productores de chicha, que deseaban evitar a toda costa, el retorno de los otrora
poderosos licitadores, no porque no pudieran finalmente conciliar con ellos intereses
y negocios, sino fundamentalmente, porque veían en estos personajes a unos
peligrosos competidores en el control del poder local y regional, y además, en el
acceso a proporciones significativas del excedente agrícola. Ambas situaciones no
eran negociables, luego la metodología de promover huelgas de productores y
boicotear por largos períodos la acción de los licitadores, así como influir en la
esfera municipal para que se ejecutaran las pesadas deudas acumuladas por estos,
como resultado de procedimientos de recaudación fallidos y que, en otra
circunstancia, hubieran obtenido un trato más tolerante; terminó por eliminar del
camino de los ahora poderosos productores de chicha, la presencia molesta de los
197 Pronto los juicios contra los licitadores morosos tomaron ribetes de escándalo, en medio de denuncias de
encubrimiento y airados pedidos ciudadanos de llegar hasta el fin con el asunto. El caso más connotado fue el de
Eduardo Vergara que adeudaba más de un millón de pesos bolivianos (unos 100.000 dólares, suma muy
considerable para esa época), acumulada en virtud de un contrato de licitación con la Alcaldía de Cochabamba
para recaudar impuestos en la capital y las principales localidades del valle central y bajo. Al decir del licitador,
causas como el virtual alzamiento del campo y la oposición de los productores de chicha, impidieron la
recolección en el período fiscal 1959-60 determinando la quiebra. Ante la inminente amenaza de embargos y
reclusión, el presunto defraudador insinúo que detrás de su persona existía "una sociedad en comandita" para
distribuir los dividendos del impuesto recaudado que comprometía al Alcalde y a las principales autoridades del
Municipio. Obviamente la denuncia nunca fue probada. (El Mundo Nº 1091, 10/04/63). De todas maneras
Vergara sufrió el embargo de todos sus bienes y tuvo que enfrentar innumerables juicios.
334
citados licitadores, quienes además de graves pérdidas económicas sufrieron el
embargo de sus bienes y la condena pública orquestada por los nuevos grupos de
poder.

En fin, todo este arduo conflicto, no era apenas una simple disputa en torno al
control de las jugosas recaudaciones por el impuesto a la chicha y los innumerables
intereses que ello generó, sino además, una clara muestra de que el maíz y la
chicha, se constituían en los únicos productos del sector agrícola e industrial que, no
habían experimentado un impacto negativo con la Reforma Agraria y la política de
estabilización monetaria. De esta forma, tanto en este período, como desde fines del
siglo XIX, el virtuoso "grano de oro", siguió alimentando las arcas fiscales con
destino a obras públicas y a otros emprendimientos, e incluso creando la
prosperidad de toda una capa de políticos y burócratas que actuaban en el entorno
del ámbito municipal y de las oficinas recaudadoras de impuestos al licor.

Por ello, no se pecaba de exageración cuando se sostenía:

“La Comuna cochabambina se ha caracterizado por no deber suma alguna a


entidades crediticias ni estatales. El progreso que se ha experimentado en el
aspecto urbano se debe al propio esfuerzo de la población y sobre todo a la
participación que tiene la Alcaldía en el Impuesto a la Chicha que constituye
el principal renglón del presupuesto.” (Editorial de Prensa Libre Nº 771,
13/06/63).
Este recurso continuó posibilitando: la pavimentación ahora de las nuevas avenidas
de los barrios residenciales; el embellecimiento de las pocas plazas y paseos; la
ejecución de obras como: la conclusión del Stadium Departamental, la propia Casa
Consistorial, el Palacio de Cultura, mejoras en el teatro Achá, ampliaciones en el
Hospital Viedma, edificación de nuevos recintos universitarios, asfaltado de la Av.
Blanco Galindo, puentes de Queru Queru y Quillacollo; e incluso, para cancelar
haberes y soportar incrementos salariales de los funcionarios municipales.

En este sentido, se puede decir, que el tema de los recursos que generaba el
impuesto a la chicha y todo lo que directa e indirectamente tenía que ver con ello,
como el periódico reajuste al monto del impuesto, que de ser uno estrictamente
departamental, en los años 1960 se convirtió en un gravamen de tipo nacional;
suscitaban grandes expectativas y preocupaciones entre autoridades y opinión
pública, pues este no era un asunto cualquiera, sino aquel que resultaba de máxima
sensibilidad para la economía local y departamental. Así en 1962, el incremento del
impuesto al licor en 300 Bs/botella, causó alarma y agitación social, que culminó con
la huelga de la poderosa Federación Departamental de Productores de Chicha y la
consiguiente "caída de la producción" en aquel año, -en realidad la casi masiva
335
evasión y resistencia al cobro de la nueva tasa-, lo que dio lugar al
empadronamiento departamental del sector, por disposición municipal, cuyo
resultado pasó a ser uno de los "secretos" mejor guardados.

Lo singular es que, los devotos consumidores de la chicha, que hacían posible que
esta rueda de la fortuna, pese a todos los avatares, continuara girando imperturable,
y que absorbían sin mayor protesta las alzas que gravaban el comercio del licor,
lejos de menoscabar su expendio, se afianzaban en la firme creencia de que el
consumo de la "buena", estaba más allá de todo sacrificio, pues el rendimiento del
impuesto generaba progreso, y así, bajo esta curiosa combinación típicamente
cochabambina de buen beber y buen comer para hacer "progresar a la llajta",
transcurría la vida cotidiana de los vallunos querendones de su tierra. Todo este
sentimiento, fue expresado con admirable precisión por Armando Montenegro
cuando, refiriéndose a la chicha, descubría y desnudaba sus secretos encantos, que
la hacen irresistible:

“Alguien dijo que ella era el espíritu del maíz y ese alguien ciertamente
filósofo quedó corto en el pensamiento, porque la chicha no es sólo el
espíritu del maíz; es también el alma de la fiesta, de la alegría, del
enardecimiento amoroso, de la pelea callejera y hasta del buen trato en los
negocios. Es el origen del pavimento de nuestras calles y es el veinte por
ciento responsable de la sabiduría de la Universidad198. Es el alma de la
mesa que rodean los ‘cóndores’, esos viejos filósofos y humoristas sentados
casi bajo las alas del cóndor tradicional de nuestra plaza. La chicha es el
alma del sapo rotativo de los jueces y -según dicen los expertos- la causa
ancestral de los fenómenos de la fecundidad.
Tiene la chicha sobre nombres sonoros, suaves, tiernos, velados y artísticos.
Se la llama ‘Nylon’ a la espumosa, delgada y burbujeante; ‘Clicot’ a la fina de
Cliza, ‘Chichisbeo’ a la consumida en disimulados lugares por discretos
caballeros; ‘Chipriorato de soda’ le llaman los enamorados farmacéuticos y
químicos; ‘Canario’ por su color y estímulo para el canto; ‘Criatura’ por una
rara y especial influencia y, ‘Gagarín’199 debido a su capacidad para elevar al
hombre sobre las miserias humanas (...) Con ese clima, ese paisaje, esa
llajua y esa chicha, como pueden quejarse de su hermoso destino los
cochabambinos.” (Presa Libre Nº 1149, 14/09/64).
Ciertamente el áureo licor estaba anclado en la profundidad de las raíces
identitarias de los cochabambinos, sin embargo, más allá de las virtudes y los
estandartes de la tradición, no disminuía con su rigor, el peso de la permanencia de
una economía que combinaba procesos de producción no capitalistas y formas
198Alusión al 20% de participación en el Impuesto a la Chicha que detentaba la Universidad Mayor de San
Simón a partir de 1964.
199Alusión al primer cosmonauta soviético.
336
mercantiles atrasadas en la esfera de la circulación, de tal manera que la
acumulación de capital que generaba este proceso, era una suma de
procedimientos poco ortodoxos: la explotación de excolonos -ahora minifundistas-
productores del maíz- combinada con creativas engañifas200, un esfuerzo continuo
para bajar los costos de producción del licor a través del sacrificio de su calidad,
esfuerzos todavía mayores para evadir los impuestos, y de paso, hacerse con el
poder local de los centros de producción. Que una parte significativa de la economía
departamental y las economías municipales dependieran de tan tortuosa economía,
revelaba que la Revolución Nacional en los valles, poco o nada habían cambiado
con respecto a la anquilosada estructura de su aparato productivo.
El saldo que se puede extraer de todo este análisis, no puede dejar de tener
contornos irónicos, pues resulta indiscutible que la única actividad productiva que
merece la categoría de agroindustria con insumos totalmente provenientes del
propio valle, fue la industria de la chicha, en buenas cuentas una suerte de
agroindustria muy a la cochabambina! Pero veamos que pasa con el sector
moderno de la economía mercantil.
El comercio

La actividad comercial urbana en los años 1950, no presenta rasgos distintos a los
definidos para las décadas anteriores201, salvo su mayor intensidad en el orden
cuantitativo, pero sin cambios sustanciales en lo cualitativo. El sector del comercio
legal y que se tipifica como "moderno" había consolidado a partir de las primeras
décadas del siglo pasado -a través de la expulsión de las chicherías- un espacio
propio que compartía con el sistema bancario. De esta manera, el viejo centro
colonial y republicano tradicional, comenzó a modificar su fisonomía, si bien no en
forma espectacular -salvo las inserciones neoclásicas y eclécticas de la arquitectura
bancaria y la remodelación del perímetro de la Plaza 14 de Septiembre en el siglo
XIX-, pero sí, en forma persistente. Paulatinamente, los antiguos tugurios y casas de
vecindad, en que se habían transformado a lo largo del siglo XIX, las casonas
señoriales que rodeaban a la plaza de armas, dieron paso a establecimientos
comerciales diversos y oficinas (bufetes de abogados, empresas contables,
gestorías, bienes raíces, etc.) que pasaron a restar espacio a las funciones
residenciales.

El "centro" pasó a ser sinónimo de zona comercial, tomando como eje la Plaza 14
de Septiembre y las distintas arterias que desembocaban a ella. A las tradicionales
vías comerciales -E. Arze, N. Aguirre, Sucre, Bolívar, 25 de Mayo y Jordán en sus
tramos centrales, etc.-, se sumaron nuevas calles y avenidas como la San Martín,
Perú, España y Baptista hacia el Norte y muchas más hacia el Sud, hasta
200 Ver Capitulo III
201 Ver Solares, 1990: Cap. 3.6.
337
encontrarse con la popular Avenida Aroma que se constituía en una especie de
"frontera" que separaba el comercio de tipo ferial e informal, del comercio
institucionalizado. Sin embargo este ámbito, con mayor o menor impacto, tomó la
fisonomía caótica de un escenario donde la atención y la atracción a los potenciales
consumidores bajo modalidades poco ortodoxas, y la proliferación de innumerables
formas de propaganda comercial, terminaron creando un extraño y hasta ridículo
efecto, donde se entremezclaba el despliegue de luces de neón y letreros luminosos
adosados sin ninguna creatividad a venerables casonas, con los antiguos salones
señoriales de las mismas, que habían sido convertidos en tiendas improvisadas y
almacenes, dando paso a toscas vitrinas enmarcadas con emplastos seudo
modernistas en lugar de los artísticos portones y preciosos enrejados de gusto
colonial que fueron extirpados sin piedad.

No obstante este "centro comercial" distaba mucho de expresar el poderío comercial


de la ciudad. Lejos de dar paso a audaces emprendimientos de renovación urbana,
apenas se había intentado "decorar" el viejo centro con un tenue manto de fantasía.
Resultaba curioso observar, que sólo fracciones de las plantas bajas de pesados
caserones, transformados en tiendas, habían sido "disfrazados" con luces y
oropeles para crear la ilusión de "gran comercio", en tanto las plantas altas
continuaban ostentando sus tradicionales balcones, sus vetustos aleros y toda una
densa atmósfera donde todavía eran percibibles los valores del no muy lejano
pasado. En los años 1950, muy puntualmente y con mucha timidez y cautela
"asomó" la arquitectura comercial moderna: algunos hoteles, el edificio de la
Cámara de Comercio y unos pocos edificios de renta sobrios en su intención de
adherirse a las corrientes racionalistas de la arquitectura de esos años. Aun así, las
"grandes firmas", las "importadoras", los negocios "modernos" de súbditos judíos,
palestinos, alemanes, españoles, etc., no pasaban de exponer algunas ingeniosas,
pero en la mayoría de los casos, ridículas adaptaciones, de viejas edificaciones no
proyectadas para recibir tales actividades.

Junto con este comercio centralizado, surgió esta vez con plena pujanza, una febril
expansión del comercio callejero: "La Cancha" en los años 1950, llegó a su apogeo
en relación a tiempos pasados. La famosa plaza de Caracota y más adelante, la
"plaza del ferrocarril" y “La Pampa" se convirtieron en escenarios muy semejantes a
"mercados persas", donde las tradicionales "llantuchas" campesinas fueron
paulatinamente reemplazadas por "casetas", kioscos y galpones de calamina, los
toldos fueron sustituidos por plásticos, y el "sabor campesino" de la feria cedió paso
a una curiosa mescolanza "mestiza", donde era posible encontrar desde el
tradicional maíz, la chicha y las exquisiteces vallunas, hasta los objetos más
sofisticados producidos en lejanas y modernas factorías industriales.

338
Como un desprendimiento de este comercio popular, proliferaron también las
tiendas de barrio, proveedoras y pulperías que se diseminaron por toda la ciudad.
En muchos casos los garajes y las salas de las viviendas fueron adaptados como
improvisadas tiendas. Las mismas funcionaban en base a captar pequeñas
clientelas o "caseros" a quienes se expendía -como aún hoy- pequeñas cantidades
de artículos de primera necesidad. En suma, estos negocios de ventas "al centavo",
no eran otra cosa que formas alternativas de mejorar los magros ingresos de
amplios sectores de clase media.

Según datos consignados en la monografía de Ricardo Anaya, a fines de 1956,


existían en Cochabamba 924 comerciantes inscritos en la Cámara de Comercio con
un capital de Bs. 1.986.344.637 (equivalentes a unos 195.699 dólares). En las
dependencias de Impuestos Internos estaban registrados 2.087 comerciantes (1965:
93). El censo de 1950, reportaba la existencia de 10.932 comerciantes -4.570
varones y 6.362 mujeres-. En base a este dato, en la citada monografía de Anaya,
se estima que el número efectivo de comerciantes en ese año (1956) alcanzaba a
8.500 personas, de los cuales 2.087 habían registrado sus establecimientos de
acuerdo a la legislación vigente y otros 6.413 estaban al margen de cualquier tipo de
empadronamiento o control legal e impositivo (1965: 93).

El siguiente cuadro expresa una relación del número de establecimientos


comerciales por diferentes rubros, registrados en la Cámara de Comercio en 1956.

CUADRO No. 47:


COCHABAMBA: CASAS COMERCIALES REGISTRADAS EN LA CÁMARA DE COMERCIO EN
1956.

Relación de casas comerciales por rubros Nº


* Firmas importadoras que abarcan varios ramos 97
* Abarrotes y comestibles en general 201
* Telas, confecciones y articulos para damas y caballeros 268
* Pulperías 60
* Ferreterías 35
* Automotores, maquinarias, lubricantes y repuestos 23
* Pastelerías 21
* Librerías, papelerías y artículos de escritorio 18
* Zapaterías 13
* Bazares y artículos del país 26
* Artículos eléctricos y electrodomésticos 9
* Hoteles y alojamientos 15
* Bares y pensiones 16
*Otros en número menor: mueblerías, perfumerías, 114
vidrierías, joyerías, etc.
Total 916
Fuente: Elaborado en base a Anaya, 1965: 94 y Solares, 1990: 256.

339
El citado año, como ya se mencionó, existían en los registros de la Cámara de
Comercio de Cochabamba 916 establecimientos comerciales. Si se compara esta
cifra con registros similares de fines de los años 40, y particularmente con los 1.463
negocios inscritos en la Cámara en 1950, se puede percibir que el comercio
asociado en 1956 había sufrido una reducción de un 37,4%, y en este orden se
había retornado al mismo volumen de casas comerciales registradas, que tenía la
ciudad en 1944202.

Por otra parte, se puede observar que las ramas de comercio dominantes eran los
negocios de textiles y ropa confeccionada, además de abarrotes y alimentos, que en
conjunto representaban el 51,2% del total de registros existentes en la Cámara, en
tanto el porcentaje restante se distribuía en un amplio y heterogéneo conjunto de
rubros con incidencias no mayores a unas pocas decenas de establecimientos,
exceptuando el caso de las pulperías que indudablemente eran muchísimas más
que las oficialmente registradas, que sin duda, ostentaban una jerarquía mayor
respecto a los pequeños negocios descritos anteriormente.

Esta composición del comercio permite identificar algunos rasgos: una mayoritaria
proporción de establecimientos (más de un 60%) se dirigía a satisfacer el consumo
individual y familiar, es decir a permitir la reproducción social de la población. Menos
de un 10% ofertaba insumos aprovechables en procesos productivos, y porcentajes
igualmente modestos se dirigían a cubrir requerimientos de consumo no productivo
necesario para el funcionamiento del aparato público y privado (menos del 1%) y
servicios diversos. De lo anterior se infiere, que el comercio urbano se dirigía
básicamente a sustentar las necesidades vitales de la población y en este orden
permanecía en el marco tradicional de países y regiones de escaso desarrollo
industrial.

Para obtener una idea más pormenorizada de este comercio, pasaremos a observar
aspectos relativos a la adquisición de divisas, que muestra el siguiente cuadro,
según los montos recibidos durante el año 1954:

202 Ver Solares, 1990: 252.


340
CUADRO No. 48:
COCHABAMBA: ESTABLECIMIENTOS COMERCIALES SEGÚN MONTOS DE DIVISAS
ASIGNADOS POR EL BANCO CENTRAL DE BOLIVIA EN 1954.

Rangos de montos de divisas N.º de empresas


asignados (en dólares)
Menos de 1.000 2
Desde 1.000 a 2.500 29
Desde 2.5001 a 5.000 75
Desde 5.001 a 7.500 26
Desde 7.501 a 10.000 21
Desde 10.001 a 15.000 16
Desde 15.001 a 20.000 5
Desde 20.001 a 30.000 2
Total 176
Fuente: "Divisas entregadas a los comerciantes de Cochabamba", El Pueblo Nº 413, 6/02/55.

El monto de divisas asignado al comercio de Cochabamba en 1954, ascendió a


1.026.149.63 dólares, que fueron distribuidos entre 176 establecimientos
comerciales. Si se compara esta asignación a la del sector industrial se puede
percibir que la misma esta, en términos relativos, más uniformemente distribuida,
pues las asignaciones más voluminosas no alcanzaron los 30.000 dólares para una
sola firma comercial. Igualmente se puede establecer que alrededor de un 87% de
casas comerciales sólo requirieron divisas para importar mercaderías por montos
unitarios hasta un máximo de 10.000 dólares, es decir, realizaron modestas
operaciones de importación. Sólo 16 establecimientos (el 12%) realizaron
operaciones, dentro de este limitado contexto, que pueden ser tipificadas como de
mediana magnitud, movilizando montos unitarios superiores a los 10.000 dólares y
hasta un máximo de 20.000 dólares. Sólo dos firmas comerciales realizaron
importaciones por montos superiores a 20.000 dólares pero inferiores a 30.000.

En suma, las importaciones que corresponden a 1954 revelan un cuadro de


operaciones modestas, en virtud indudablemente a la escasez de la moneda
norteamericana y a la contracción del mercado por efecto de la crisis económica del
país sumido en un agudo proceso inflacionario.

La forma como los citados montos se distribuían de acuerdo a los rangos de


asignación establecida, se define en el cuadro siguiente, con el añadido de que la
información disponible no permite desglosar estas asignaciones por ramas
comerciales.

341
CUADRO No. 49:
COCHABAMBA: DISTRIBUCIÓN DE LAS DIVISAS ASIGNADAS SEGÚN RANGOS DE MONTOS
Y NACIONALIDAD DE LOS COMERCIANTES (1954).

Rangos de montos de N.º de Montos Empresarios Empresarios


divisas asignados en empresas totales por nacionales extranjeros
dólares rangos en
dólares
Menos de 1.000 2 1.100 2 -
Desde 1.000 a 2.500 29 54.108,15 11 18
Desde 2.501 a 5.000 75 285.658,11 53 22
Desde 5.001 a 7.500 26 163.541,64 17 9
Desde 7.5001 a 10.000 21 180.334,76 12 9
Desde 10.001 a 15.000 16 205.045,61 10 6
Desde 15.001 a 20.000 5 88.356,51 3 2
Desde 20.001 a 30.000 2 48.004,85 1 1
Totales 176 1.026.149,63 109 67

Fuente: Elaborado en base al Cuadro No.49 y Cuadro de "Divisas entregadas a los comerciantes de
Cochabamba". El Pueblo Nº 413, 6/02/55.

El cuadro anterior, muestra que una gran mayoría de establecimientos comerciales,


específicamente, 153 de ellos que representaban el 87% del total sólo accedieron a
montos de divisas inferiores a 10.000 dólares. El promedio global, para las citadas
153 empresas, es decir el monto total de divisas sobre el número de
establecimientos comerciales, alcanzaba a 5.601, dólares per cápita203; sin embargo
dichas empresas sólo recibían en conjunto 684.743 dólares (el 66,7% de la suma
total de divisas efectivamente entregadas), lo que representaba un promedio de
4.475 dólares, o sea una suma por debajo del promedio global mencionado. En
contraste 23 empresas comerciales (el 13% restante) percibían el saldo de divisas
disponibles, es decir, el 33,3% del total, lo que suponía un promedio de 14.844
dólares, o sea 3,3 veces más que el promedio total per cápita real. Si bien los datos
disponibles pueden no ser representativos de la categoría comercial de este grupo
minoritario, sino estar opacados por factores de favor político, normales en un
momento de crisis y escasez de divisas, es posible inferir, que las distancias que
separan el grueso de las empresas comerciales, de aquéllas que accedían a divisas
por valores mayores a 10.000 dólares en cierta forma expresan la capacidad del
establecimiento para hacer circular su capital, en función de su potencialidad para
satisfacer una demanda segura, que evitaría el riesgo de peligrosas deudas, que
llevaron a la quiebra, en estos años, a más de una casa comercial. En este orden
se puede anotar, que en el caso de Cochabamba, el comercio legalmente
establecido operaba en realidad con pequeños montos para importar volúmenes
203 Considerando que las 153 empresas consideradas (aquéllas que van desde menos de 1000 dólares hasta
un máximo de 10.000) obtuvieran el máximo de dólares posible de acuerdo al rango asignado a cada
establecimiento, el monto total de divisas que el estado estaba obligado a conceder eran 857.000 dólares.
Por tanto, el promedio para los 153 establecimientos alcanzaba a 5.601 dólares.
342
modestos de mercaderías que se juzgaba tendrían una salida rápida y segura. Los
establecimientos con demandas de divisas mayores a 15.000 dólares no
representan ni el 5% del total de los mismos, lo que refuerza este punto de vista.

Paralelamente se puede observar que el concurso de comerciantes nacionales,


inversamente a lo que ocurría con las industrias, en este caso es mayoritario. Esta
incidencia es mucho más marcada en los negocios comerciales del grupo que
recibe montos de divisas hasta un máximo de 10.000 dólares, donde la presencia de
súbditos extranjeros es sólo del 30% (60 casas comerciales sobre 153). Esta
situación persiste y se acentúa más con relación al pequeño número de casas
comerciales que percibían mayores montos de divisas, donde la presencia de
importadores nacionales alcanza casi al 61%. Hipotéticamente, la tendencia a un
mayor control de la gran importación por comerciantes extranjeros se habría
alterado notoriamente con relación a lo que ocurría con anterioridad a 1952. Sin
embargo, no es posible asumir una conclusión definitiva en razón de las limitaciones
que presenta la información disponible y las condiciones de crisis económica que la
generó.

El contexto en que se desarrollaban los principales rasgos de la actividad del


comercio hasta aquí descrito, no era otro que el de una profunda crisis económica.
Diversos eran los factores que determinaron este proceso que puso al borde del
colapso a la economía nacional. Por una parte, la caída del precio de los minerales,
particularmente el estaño, desde el término de la Segunda Guerra Mundial y
particularmente desde el final de la guerra de Corea. Por otra parte, la
reestructuración de la economía y la sociedad que supuso la puesta en marcha de
la política de diversificación del aparato productivo acompañado de profundas
reformas sociales y del potenciamiento del Estado. El propio Presidente Paz
Estenssoro al dejar el mando a Hernán Siles Zuazo, en 1956, reconocía que la crisis
que heredaba la siguiente administración del MNR, además de su gravedad
contenía los siguientes aspectos:

“Insuficiencia de divisas, menor cantidad de bienes de consumo disponibles


con relación a la actual demanda y aumento de medios de pago en moneda
nacional (...) La insuficiencia de divisas resulta a la vez de una menor
producción exportable coincidente con la caída en el precio de los productos
exportables y del aumento de nuestras necesidades en moneda extranjera,
determinado por una elevación de los consumos y las considerables
compras de maquinarias, equipos y otros bienes de producción. La
interacción de estos tres factores: menos divisas, mayor cantidad de
consumidores que actúan con su demanda sobre el mercado y, el empleo de
parte de las escasas disponibilidades en moneda extranjera, en la

343
adquisición de bienes de capital, restándola a la cantidad posible de ser
empleada en artículos de consumo, hace que sea menor la cantidad de
bienes disponibles para cada consumidor.” (Informe Presidencial, El Pueblo
Nº 1037, 9/09/56).
No cabe duda que los recursos que generaba la minería como el único sector
exportador, con costos crecientes de producción y la mencionada caída del precio
de los minerales, resultaban insuficientes para atender todos los gastos del Estado.
Por tanto, la adquisición de bienes de capital para sustentar la política de
diversificación económica: concretamente el desarrollo agroindustrial del Oriente y la
atención a la prematura situación deficitaria de las flamantes entidades estatales,
ocasionaba el incremento de erogaciones monetarias del tesoro público en términos
no previstos, situación que terminó provocando una aguda escasez de divisas y una
escalada especulativa de la moneda norteamericana que terminó en una inflación
monetaria sin precedentes hasta ese momento:

“El grado de crisis era impresionante y 1956 resultó el año más crítico de
todos. El índice de los precios de alimentos en La Paz subió de 100 en 1931
a 7.036 en 1952; de 52.627 en 1955 a 86.010 en marzo de 1956 y luego
aceleradamente a 390.492 durante los nueve meses siguientes. El índice del
costo de vida en su conjunto de 100 en 1952 a 2.270 a fines de 1956; la
emisión de dinero a 2.229 y la cotización del dólar paralelo a 3.104. Las
reservas en moneda extranjera en el Banco Central se mantuvieron en una
cifra irrelevante de 1,2 millones de dólares.” (DUNKERLEY, 87: 83).
Este panorama dio curso a un proceso de especulación de grandes proporciones
con la divisa norteamericana, que fue poderosamente estimulada desde las propias
esferas gubernamentales, al permitir la continuación del irracional sistema de
múltiples tipos de cambio implementada desde mediados de los años 40, así como
el complicado sistema de distribución y racionalización del consumo de productos
básicos. De esta forma, floreció un vigoroso mercado negro promovido por los
privilegiados de este "rio revuelto", es decir los "diviseros" y "los cuperos" como los
denominó la picardía popular, quienes generalmente gracias al favor político y al
establecimiento de verdaderas redes de corrupción provocaron, por una parte un
vertiginoso desabastecimiento de artículos de primera necesidad, y por otro,
mediante el contrabando, propiciaron la implantación de un distorsionado sistema de
abastecimiento, que terminó legitimando los famosos "mercados negros" que
hicieron zozobrar al comercio y la industria legalmente establecidos.

El inicio de la expansión comercial en Cochabamba coincide con este panorama


sumamente adverso. Las explicaciones que se suelen desarrollar para explicar este
fenómeno, también son coincidentes con los elementos de juicio ofrecidos

344
anteriormente, no obstante, consideramos que el crecimiento del comercio valluno
ofrece peculiaridades, pero no adelantemos juicios. Previamente observemos lo que
ocurre en la ciudad como efecto de la grave crisis económica de la primera mitad de
los años 1950.

El paulatino desabastecimiento que fue cobrando notoriedad en la ciudad a partir de


1953, obligó a la implantación del famoso sistema de la "libreta familiar", la
adquisición de alimentos básicos como el pan, la carne, el azúcar, el aceite
comestible, etc. mediante "cupos" de acuerdo a la composición familiar y su
distribución a través de agencias comerciales en las que se formaban enormes
colas cotidianas. El sistema se basaba en el registro de las familias a cargo de
"jefes de manzanas", generalmente afiliados al partido de gobierno, quienes
tramitaban la distribución de comestibles por barrios. El Municipio creó una oficina
de control de precios para evitar la especulación y organizó el sistema de
distribución, en medio de muchas dificultades y crecientes niveles corruptivos que
distorsionaban el sentido social de las medidas restrictivas al consumo. Veamos un
par de ejemplos que respaldan esta impresión:

En septiembre de 1954, el entonces Alcalde Armando Montenegro, refiriéndose al


problema de la distribución del escaso tocuyo, hacía referencia al:

“Desagradable espectáculo de indisciplina y desorden provocado por


personas que aprovechando de mi sincero interés para realizar un reparto
justo y sobre todo ordenado de tocuyos, solicitaron dicho artículo en forma
conminatoria, sin guardar el respecto que merece la autoridad comunal (...)
así se ha presentado entre nosotros la fiebre por el ‘oro blanco’ -el tocuyo-.
La febricitante lucha por el tocuyo, al que por desgracia la especulación tiene
tejidos sus terribles tentáculos en forma que espanta, y que se halla
establecido como simple, organizado y repugnante comercio. Este comercio
se desarrolla así: Los malos solicitantes, aquéllos que no lo piden para uso
personal, se dirigen a la Alcaldía. Sus peticiones generalmente tienen tonos
conmovedores, lastimeros y convincentes. Se trata siempre de la confección
de sábanas, camisas y otros elementos de vestir. Obtenidas con estos
recursos las ordenes de compra, estas no cumplen aquel destino y van a dar
-por miserables precios, inferiores a su valor real- a las aceradas manas del
especulador que se halla apostado ahí mismo, en las puertas del edificio
municipal (...) Los especuladores reúnen estas órdenes de compra con las
cuales recogen el artículo de la casa mayorista para revenderlo en las ferias
de Cliza, Punata y Arani o aquí mismo, mercados en los que el ‘oro blanco’
tiene precios de venta altísimos, que fluctúan entre 14.000 y 16.000
bolivianos por cada pieza de tocuyo. En esas ferias se puede constatar la

345
existencia de cuatro a cinco mil piezas de tocuyo para su venta todos los
domingos.”204 (El Pueblo Nº 349, 11/09/54).
Otro ejemplo: en septiembre de 1956 la Oficina de Abastecimiento y Control de
Precios de la H. Alcaldía de Cochabamba dispuso la realización de un "censo de
confrontación" de los habitantes del radio urbano, que serviría para verificar las
estadísticas de población que se manejaban para distribuir artículos de primera
necesidad. Naturalmente salieron a luz serias irregularidades: se constató,
comparando las nóminas de familias y personas servidas por el sistema de "libretas
familiares" y la población realmente existente, que existía un exceso de 527 familias
y 5.483 personas. Al respecto se sostenía lo siguiente:

“Deben ser destituidos los jefes de manzanas, que a la confrontación física


de los habitantes, tuvieran diferencias a su favor que exceden de diez
familias con un promedio de 100 personas por manzana (...) Muchos son los
‘manzaneros’ que incluyeron personas ‘fantasmas’ en sus listas. Sin
embargo, de la comprobación objetiva de tales irregularidades, no han sido
reemplazados los responsables.” (El Pueblo Nº 1057, 10/10/56).

Se infiere de las diferencias, por ejemplo, que un "manzanero” que tiene un


excedente de 250 personas recibe 500 kilos de azúcar, a razón de 2 kilos por
persona. Representan los 500 kilos (10 sacos), que vendidos en bolsa negra a la
cotización de junio de 1956, que era de Bs. 30.000 obtiene una ganancia de
300.000 bolivianos mensuales. A ello, debe añadirse el importe de otros víveres que
el ‘manzanero’ (o cupero) recibe para las personas “fantasma". Así, en forma
sencilla, muchos recibían un "excelente" sueldo con sólo molestarse en recibir el
cupo mensualmente asignado a la manzana (...) Si se toma en cuenta el volumen
total de azúcar que por este concepto salía al mercado negro, veremos que las
irregularidades en el racionamiento a la población, tenía este origen (El Pueblo, No.
1058, 1/10/56)205.
No es necesario mucha imaginación para suponer que estos métodos permitieron
amasar fortunas y alentaron la expansión de los "mercados negros" que

204 De acuerdo a estas mismas declaraciones el cupo bimensual de tocuyo asignado a Cochabamba era de 4.000
piezas. Lo que hace pensar que casi todo el tocuyo tenía el destino denunciado por el Alcalde.
205 Otro asunto no menos escandaloso era el de los deudores de los "fondos de contrapartida". Al respecto un
editorial de prensa sostenía: "Los beneficiarios por este concepto permanecen impávidos y no tienen la menor
intención de cumplir sus obligaciones, porque se han dado perfecta cuenta de la forma en que el Estado
supervigila sus intereses. Algunos de ellos ya están en el exterior a buen recaudo, pasando una vida principesca
y burlándose de la inutilidad o complicidad de los funcionarios bolivianos (...) Los continuos negociados a la
sombra del poder político, las coimas tan generalizadas o la complicidad en los mismos negocios dolosos de
funcionarios subalternos encargados precisamente de velar por la buena marcha de la administración, provocan
verdadera indignación, por la forma cínica e irresponsable en que se llevan las cosas” (Editorial Prensa Libre
No.... 30/12/1960).
346
transformaron las ferias tradicionales en campamentos de ofertantes irregulares de
todo tipo de mercaderías imaginables.

Pero no sólo los "cuperos" y los contrabandistas fueron los responsables de esta
transformación, sino también los "rescatiris" que febrilmente se dedicaron a
“rescatar” productos agrícolas y pecuarios y, para ello desarrollaron mecanismos
que exacerbaron los términos desiguales del intercambio entre campo y ciudad,
para a su vez, intensificar la apropiación de mayores niveles de excedentes
económicos generados por el sector agrícola, como vinos anteriormente en el
Capítulo III. Así, favorecidos por esta atmósfera de especulación generalizada, los
esfuerzos por controlar los precios de comercialización de hortalizas, tubérculos y
cereales provenientes de los valles y tierras altas, fueron completamente estériles.

Tomando como referencia todo lo anterior, veamos a continuación con mayor


detalle, la realidad de las actividades feriales urbanas, y en general de todo aquel
comercio popular que se expandió raudamente en la década de los años 1950.

Las ferias campesinas se constituyeron en la alternativa válida del abastecimiento


urbano desde los tiempos coloniales, cuando semanalmente la propia plaza de
armas era parcialmente ocupada por ofertantes de productos agrícolas. En el siglo
XVIII, esta actividad que había desbordado la vieja "recova" fue trasladada a la
Plaza de San Sebastián, donde se mantuvo a lo largo del siglo XIX, expandiéndose
hacia la "Pampa de las Carreras" (hoy Av. Aroma) y San Antonio. De allí fue
transferida a fines del XIX e inicios del XX a Caracota, y en parte a la Plaza
Corazonistas o "Plaza del Camal" y a la recova de la calle 25 de Mayo o "Mercado
de la Carbonería", para concentrarse, desde los años 1920 más o menos, en el
primer lugar citado, hasta los años 1960 en que fue desplazada a su actual
ubicación, aun cuando la plaza Calatayud mantuvo su carácter de mercado de
abastecimiento y comercio206.

Hacia 1958-59 se decía que la feria de la Plaza Calatayud era la de mayor


importancia para el abastecimiento urbano, y por ello, los precios de los productos
agrícolas que allí se establecían operaban con características semejantes a una
"Bolsa de Productos", que regulaba los términos del intercambio en el resto del
sistema ferial e influía en el comportamiento de la economía urbana (Anaya, 1965:
95). Se estimaba que a ella concurrían un promedio de 15.000 personas los días de
feria, lo que representaba un 15% de la población urbana, la misma que era
atendida por unos 2.000 comerciantes:

206 Una detallada descripción de los mercados en la ciudad de Cochabamba se puede encontrar en
Lavayen (2020)

347
"Un 20% de ellos, constituido por campesinos de las comarcas vecinas.
Instalan sus puestos de venta en galpones, en toldos o sobre el suelo al aire
libre. La Feria se asienta sobre una superficie aproximada de 2 Ha. dada la
enorme afluencia de compradores y vendedores, se plantean serios
problemas de circulación. El congestionamiento es enorme.” (ANAYA, Obra
cit.: 95).
Una crónica de 1955 ofrecía este detalle que enriquecía la anterior apreciación:

“Desde los más rústicos trabajos de alfarería, hasta el más fino acabado de
porcelana, desde una tuerca enmohecida hasta un martillo de reciente
importación, se expusieron a la venta durante la tradicional Feria de
Caracota. En aquel centro de febril actividad comercial, se pueden adquirir
todos los productos de manufactura nacional y la más variada gama de
artículos de ultramar (...) Lo más atrayente -de la "Cancha"207, señalaba el
articulista- es la exposición completa de todas las mercancías y productos
que pueda imaginarse. La calle Guatemala en una extensión de 300 metros
esta surtida de puestos de venta de cambalacheras que ofrecen a los ávidos
ojos de los curiosos desde ropa en desuso o tornillos enmohecidos hasta
herramientas flamantes (...) Desde la calle Calama, la Avenida San Martín
presenta en hilera numerosos puestos de venta de artículos de ultramar.
Acaso parezca increíble que lo que no se puede conseguir en el comercio
importador a ningún precio, le ofrecen en "La Cancha". Té a granel de varias
marcas a Bs. 10.000 el kilo (unos 3.5 dólares), avena, leche, conservas, y
todo lo concerniente a abarrotes, productos químicos, farmacéuticos y
derivados, incluso biberones que fueron últimamente importados.” (El Pueblo
Nº 752, 18/08/55)
Es difícil establecer el monto de las transacciones que tenían lugar en un día de
Feria. En la monografía de Anaya se sugiere que esta cifra, en 1957, ascendía a
Bs. 200 millones (unos 25.800 dólares), que representaba un movimiento anual de
20.800 millones de bolivianos (unos 2.683.870 $US.) equivalentes a un 18.5% de
las ventas registradas por el comercio legalmente establecido (obra Cit. 95). En
contraste con este punto de vista, la opinión de Guillermo Aldunate 208, el imponente
Jefe de Mercados, es que en un día de feria en 1955, este monto de transacciones
ascendía a 600 millones de bolivianos (unos 200.000 $US.!). (El Pueblo No. cit.).
Evidentemente, si consideramos que la estimación de 1957 era muy conservadora,
la de 1955 podría resultar francamente exagerada. Sin embargo, este pujante
comercio no presentaba altibajos de esta naturaleza. Tal vez un promedio más
207 La palabra "Cancha" era empleada para designar los patios o corrales amplios y cercados con muros de
adobe, que servían para las transacciones comerciales desde tiempos remotos. Contemporáneamente se pasó a
designar así cualquier espacio abierto donde tenía lugar una actividad ferial.
208 Este fue un personaje casi legendario, que imponía su respeto y el temor a la autoridad, tan mermada en
aquellos tiempos. Ejerció su cargo por varias décadas.
348
prudente, sería estimar que la Feria movilizaba diariamente montos superiores a los
50.000 dólares, y en algún caso, próximos al doble de esta cifra, la misma que no
sólo representaba un importante porcentaje del volumen de ventas del comercio
legal, sino que era equivalente a este o incluso superior209.

Una descripción del mercado de la Plaza Calatayud de 1940, al margen del volumen
de transacciones monetarias que allí se desarrollaban, nos mostraba la faceta de su
enorme vitalidad social y cultural que no se modificaron en la década de los años
1950 y, en parte, hasta la actualidad:

He notado en el mercado Calatayud, vulgo ‘Cancha’ que es al que va toda la


gente que cree comprar lo que precisa para su subsistencia a un precio más
módico y, donde concurren también los eslavos y los sirios-palestinos
comúnmente llamados turcos, éstos últimos a comprar pavos, gallinas o
pichones, toda vez que ellos son los únicos que pueden tener el lujo de
comprarlos a cualquier precio, que vendiendo media docena de baratijas se
darán el lujo de adquirir dichos artículos (...) Se debe evitar que los artículos
imprescindibles pasen por intermediarios antes de llegar al consumidor. La
gente de la campiña que lleva al mercado legumbres, hortalizas o frutas,
prefiere vender en cualquier precio, por irrisorio que sea, a las revendedoras
vulgo ‘kateras’, pues de otro modo corren el riesgo de ser asaltadas –esa es la
frase cabal- por gente que se aprovecha de la confusión que provocan infinidad
de manos, que como se ha dicho asaltan su mercadería, por esta razón
prefieren vender por cuatro reales a una sola persona. Por otro lado no es raro
ver, que esa que compró, revende por el doble de lo que le costó, y así el
consumidor tiene que pagar un precio dos veces recargado (...) Los días
miércoles y sábados, en el mencionado mercado hay una gran afluencia de
gente y se ven muchas curiosidades, así las arvejas y las habas se venden en
montoncitos verdaderamente risibles y a precios cada vez más subidos (El
Imparcial, 1º/06/1940).

Esta aguda descripción saca a luz algo más palpable que las frías cifras del
movimiento comercial: Caracota o el Mercado Calatayud operaba como una suerte
de “casa del jabonero” donde todos, khochalas o extranjeros, concurrían por angas o
mangas, ya sea para experimentar la pequeña satisfacción de comprar más barato o
por simple hábito. La búsqueda de oportunidades y el regateo con las cateras o
caseritas era parte del habitus cochabambino y una parte esencial de un buen

209 Si se asumiera a título de simple comparación, sin mayores pretensiones, que el promedio de ventas
alcanzaba semanalmente la cifra de 50.000 dólares, es decir unos 2.400.000 $US. anuales y lo comparamos con
los 8.760 millones de Bs. anuales (unos 2.737.500 $Us.) que alcanzaron las ventas del comercio mayorista en
1956 (El Pueblo Nº 859, 1/01/56), podemos percibir que el comercio de la Cancha no era nada desdeñable.
349
manejo de la economía doméstica210. A este respecto se hace la siguiente y valiosa
precisión:

“El comprar los productos de la canasta familiar y otros, no es un simple acto


de transacción rutinario, sino una suerte de ceremonia en que las amas de
casa elevan las prácticas del regateo, la búsqueda de la mejor oportunidad y
el cultivar una relación más íntima entre ‘caseros’, a una suerte de acto
cultural profundamente enraizado en nuestro medio (...) Esta tradición se
remonta a la propia raíz histórica de las ferias como opción y símbolo de
sobrevivencia de las clases oprimidas frente a las agudas crisis económicas
que regularmente azotaron la región desde la época colonial (...)Esta idea de
la feria como lugar donde se compra barato y en forma abundante está
fuertemente arraigada en la mentalidad popular (...)En consecuencia, el apego
de gruesos sectores de la población cochabambina a realizar sus compras en
Caracota, San Antonio y La Pampa, no es una terca e irracional actitud, sino
el ejercicio de una práctica de consumo largamente incorporada a las
tradiciones de la región. De ahí que las actuaciones administrativas y técnicas
para descentralizar la Cancha resulten estériles. (Solares, 1990: 20-21).

La razón de esa suerte de terquedad de los habitúes de la Cancha y Caracota,


para desesperación de los urbanistas y sus recetas de descentralizar las
irracionales aglomeraciones, es que el “paseo a los mercados” era (todavía es)
una suerte de patrimonio identitario de la cultura valluna. La feria, más que un
mercado, es un espacio público:

“donde la interculturalidad es cotidiana, donde señoras de clase alta regatean


en idioma quechua con las caseritas, donde amas de casa de clase media y
señoras de sectores más humildes intercambian experiencias con las damas
de alcurnia y se tejen no pocas amistades desinteresadas. Ir a la Cancha de
compras siempre fue una experiencia de diálogo entre unos y otros, por lo
menos hasta los años noventa”. (Solares, Rodríguez y otros: 2009: 150)

No cabe duda que las viejas ferias de arrenderos y piqueros habían quedado atrás,
pero había permanecido "La Cancha" como un símbolo andino que había sido
adoptado por el espíritu pragmático de los mestizos, que si bien eran antiguos

210 Una crónica con agudo sentido de la ironía, describía muy bien, a fines de la década de 1930 pero
totalmente actual para dos décadas más tarde, el siguiente escenario: “Caracota tiene pinta de un
barrio oriental, sólo faltan los encantadores de serpientes. Aquí hacen su ‘agosto’ los comerciantes los
sábados y los miércoles desde los tiempos de antaño. Tiene policromía de locotos verdes y rojos, de lechugas
y zanahorias. Huele a chorizos paisanos por sus cuatro costados Hay tómbola, agua de orejones, maní. Aquí
se venden zapatos impares. Sin embargo, es también la plaza del agio, de la compra-venta en gran escala, la
plaza de las cotizaciones, la plaza de los sombreros de chola y de la sombrilla decente. Es la plaza de la
economía y de la riqueza” (Álbum Veloz de Cochabamba, El País 14/09/ 1939).
350
protagonistas del escenario ferial, ahora reforzaban su vigencia en calidad de
actores principales. Se adoptó la organización espacial del intercambio nativo y se la
"urbanizó", pero al mismo tiempo ese mismo pragmatismo comenzó a erradicar lo
superfluo y a apropiarse de aquello que se juzgaba útil, no ya para la finalidad del
viejo trueque, sino para el funcionamiento adecuado de una original economía de
mercado, donde la paulatina erradicación del toldo campesino (o llantucha) y la
galponización de los ámbitos comerciales211, así como la sustitución del tocuyo y la
bayeta para preservar las mercancías, por plásticos y polietilenos, si bien cambió
formalmente el espectáculo, no modificó su esencia y su despliegue, pues el
resultado no fue un intento de "modernizar" el mercado, y ni siquiera de cubrirlo de
ropajes que tuvieran esa intencionalidad: las grises calaminas, las arcaicas
"casetas", las toscas estructuras metálicas, los callejones ófricos cubiertos de
infinidad de vestimentas y telas a manera de curiosas banderas multicolores, no
buscaban un efecto estético, sino apenas soluciones de emergencia, soluciones
prácticas a que apelaban los nuevos estratos emergentes -rescatiris, cuperos,
contrabandistas, etc.- para consolidar algo que en su inicio apenas fue un frágil
"mercado negro" o paralelo, en medio del torbellino de la crisis, para articularlo al
viejo modelo ferial, del que toman el concepto pero no la forma, introduciendo
nuevos componentes que establecen un caos formal y hasta chocante por su
aparente irracionalidad, pero que en esencia posee el orden exacto que requería y
aún requiere el funcionamiento de este comercio, formalmente "popular" pero
fuertemente regido por las leyes de la economía mercantil capitalista.

Una extensa crónica de la década de 1980, pero perfectamente representativa de la


realidad imperante en las décadas anteriores, bien vale la pena transcribirla, puesto
que nos introduce en ese mundillo mágico que encierra este portentoso espacio de
infinidad de transacciones, todas recubiertas con ese sabor popular que no se
reproduce en ningún otro recinto urbano:

“El mercado central de Cochabamba, más conocido como La Cancha, con


su sucursal el Mercado Calatayud de la Av. Aroma, es el corazón
económico y comercial de la ciudad, porque allí la gente va a comprar desde
verduras hasta aparatos electrodomésticos, pasando por las prendas de
vestir, frutas, bebidas y aves de corral (...) En todas las esquinas que
bordean La Cancha, desde la madrugada se estaciona casi un centenar de
carritos de tracción manual, con capacidad de carga de hasta 25 quintales.
Son dos los carreros: uno jalando de adelante y el otro empujando de atrás.
Estos carritos son su única fuente de trabajo, pero tampoco les pertenecen,
puesto que cada día de feria tienen que pagar cinco millones de pesos -5
Bs. a la propietaria. Solo se separan de sus carritos para entrar en una
chichería a tomar unos buenos cascos de chicha, que funcionan a manera
211 El alcalde Armando Montenegro inició los cambios formales de la feria galponizando la Plaza Calatayud o
Caracota a fines de 1954 (El Pueblo Nº 380, 28/12/54).
351
de gasolina en sus cuerpos(...)Mientras los puestos de venta se van
abriendo uno a uno a las seis de la mañana, abre sus puertas la chichería
de la calle Punata frente al kiosco que es el palacio de los pantalones, para
acoger en su interior a los ‘chak'is’ que buscan calmar la sed que les quema
las entrañas con abundantes libaciones de chicha supuestamente punateña.
Allí se reúnen entre otras personalidades, los bebedores consuetudinarios
que hasta minutos antes estaban tomando sus tragos en medio de las
casetas del frente o en las cantinas callejeras que doña Wala, la Misquicha y
la Minerita tienen instaladas en la calle Brasil esquina Lanza. Las minas que
se han amanecido trabajando en la calle y las cantinas, los barrenderos de
la Alcaldía, los serenos que combaten el sueño, los delincuentes que han
hecho tabla rasa con los borrachos y una serie más de elementos hacen
desfilar jarras de chicha sobre sus mesas (...) Entre las ocho y las nueve de
la mañana la actividad comercial está en su auge. Entre las vendedoras se
desarrolla una competencia casi mortal, ya que todas pretenden mostrar que
son las mejores especuladoras y agiotistas que hay en la ciudad. Las amas
de casa solo atinan a pagar impotentes el precio que les piden para
cualquier producto (...) Los cargadores llevan enormes bultos de un lado
para otro. A medida que el aire se va llenando con los gritos desafinados de
los comerciantes anunciando sus productos, y las bocinas de los vehículos
espantan aún más a los sordos, en el galpón de la papa, los Albertos -
personas que venden y compran cosas de procedencia dudosa- ávidamente
buscan cuanto les signifique ganancia en las operaciones de reventa (...)
Allí, en el denominado mercado de las pulgas" uno puede comprar y vender
todo lo que pueda servir para el uso cotidiano(...) A escasos 50 metros del
Mercado de la pulgas se halla ubicado el "Territorio Indio", que no es otra
cosa que un pequeño canchón cerrado por las casetas de las vendedoras
de canastas y verduras, donde una legión de mujeres del campo venden a
los campesinos que se acercan platos con lagua de maíz, arroz con un
poco de fideo condimentado, caldo de algo que parece arroz graneado, etc.
La gente conoce estos platos como ‘la comida de los cargadores’ (...) Desde
las nueve de la mañana abren sus puertas dos chicherías que han llegado a
tener relativa fama dentro del ambiente. Son las ‘Ock'olonas’ y las
‘Estrellitas’. De las dos la más famosa es las ‘Estrellitas’ donde se reúne la
flor y nata del hampa cochabambina (...) La actividad comercial dentro de
ese laberinto de callejuelas cede un poco, cuando el sol del mediodía
sofoca. Entonces hacen su aparición los infaltables charlatanes, adivinos,
curanderos de enfermos desahuciados por la medicina, aprendices de
cambalacheros y otros, que aprovechan que la gente está adormecida por el
sol, para exponen las virtudes de las cosas que pretenden vender a la
posible clientela reunida alrededor de ellos(...) Las tardes de La Cancha son
un poco más calmadas. Esto se debe a que la gente casi ha terminado sus
ventas (...) Desde las cuatro de la tarde, en la subida a las ‘Estrellitas’, al
lado de los campesinos que venden carbón, se ubican una treintena de
mujeres de pollera que venden comida, de aquélla que es llamada ‘comida
de los cargadores’(...) En las cercanías de este lugar que es la parada de
micros y camiones que transportan pasajeros al Chapare, y desde

352
tempranas horas de la mañana, se oyen los gritos de "Chinawata",
"Chinawata", lugar que hasta hace poco era conocido como ‘la capital de la
cocaína en Bolivia’. También en las inmediaciones se hallan las paradas de
los transportistas de Colomi, Punata, Valle Alto, Santa Cruz, etc. (...) En el
sector de los comerciantes que se dedican a vender artefactos eléctricos, las
vendedoras tienen que estar ‘ojo al charque’, porque al menor descuido
ágiles manos hacen desaparecer lo que está a la vista. Entre las que venden
ropa sucede otro tanto (...) Cuando la noche asoma por sobre los tejados de
las casonas y edificios que rodean La Cancha, la actividad va decreciendo.
Mientras el bullicio va amainando y poco a poco La Cancha se va vaciando
de gente, en las esquinas de la estación de ferrocarriles y de la calle Punata
y San Martín, se instalan otras mujeres, que durante el transcurso de la
noche, hasta las primeras horas de la madrugada, venden a los
noctámbulos sándwiches de carne, de salchichas y de huevo. A partir de las
diez de la noche, entre las casetas de la Punata, hacen acto de presencia,
por enésima vez, las infaltables vendedoras de tragos (Víctor Hugo Viscarra:
Radiografía de la Cancha, Facetas de Los Tiempos, 14/09/1986).
Este extraordinario relato, es una suerte de tomografía de los complejos mecanismos
que vinculan la economía campesina, la economía mercantil e incluso la empresa
comercial necesitada de estos escenarios de comercio. Aquí se oferta y se compra
de todo, ningún cachivache es despreciable, todo se monetiza y se dilapida, incluso
las ilusiones y la impresión de que la miseria de hoy es pasajera y que la oportunidad
esta a la vuelta de la esquina, se abonan con buenos cascos de chicha. El campo y
la ciudad se dan la mano, pero no en condición de iguales. Revestido con vistosos
oropeles y regado con la buena, no deja de operar con la frialdad del metálico
circulante, la incansable obsesión por apoderarse del mayor retazo de plus valor que
traen consigo, o a través de intermediarios, los productores del campo.
Con posterioridad a los decretos de Estabilización Monetaria promulgados por el
gobierno de Hernán Siles Zuazo en diciembre de 1956, en que fue suprimido el
sistema de divisas diferenciales, e implantado el cambio único, eliminando a su vez
el sistema de abastecimiento por cupos y promoviendo, en su lugar, el libre cambio;
el comercio ferial fue acentuando las características anteriormente descritas: Si bien
el negocio de cupos y divisas cesó, este había sido lo suficientemente amplio y
lucrativo como para permitir un nivel de acumulación de capital mercantil que fue
volcado hacia el contrabando, que se fue generalizando en términos aún más
intensivos.

Obviamente la expresión palpable de esta intensificación del comercio ilegal tuvo su


expresión explícita en el rápido crecimiento de la actividad ferial, que no sólo
eclosionaba los "días de Cancha" -miércoles y sábado-, sino tendió a asumir un
carácter permanente: en sitios como la Plaza Calatayud, donde se incrementó el
comerciantado mediante el concurso de centenares de pequeños negociantes de
artículos manufacturados que ingresaban al país a través de canales clandestinos.
Al respecto se observaba:
353
“Ante la multiplicación de contrabandistas cuyo número aumenta día a día,
van perdiendo sus clientes las tradicionales casas de comercio, derrotadas
por la competencia. El radio de acción de los contrabandistas también
aumenta; ahora ya no expenden solamente prendas de vestir o zapatos, sino
artículos de consumo (queso, conservas, dulces, licores, vajilla, etc.). Todos
estos artículos se importan principalmente del Perú, Chile y la Argentina.”
(Anaya, 1965: 96).
Esta masiva promoción del contrabando no suponía necesariamente la automática
homologación del conjunto de pequeños comerciantes con dicha actividad, aun
cuando el llamado "contrabando hormiga" que practicaban cientos y hasta miles de
personas en todo el país, pudiera dar cierta credibilidad a este acierto. Lo evidente
es que aquí, como en toda otra estructura comercial, existían jerarquías y
categorías. Como ya se sugirió los grandes negociantes de cupos y divisas
tendieron a proseguir con sus pingües transacciones a través del contrabando en
gran escala: así aparecen, "los mayoristas" como una suerte de centros o núcleos
rectores y aprovisionadores de una o más constelaciones de intermediarios
pequeños y medianos. Estas verdaderas redes, extendían sus tentáculos al interior
de la propia aduana y otras reparticiones estatales para obtener protección,
impunidad y viabilidad al desarrollo de sus operaciones. Una pauta de que la
afirmación anterior no era una simple hipótesis, la proporciona una nota cursada por
la Asociación de Industriales y Comerciantes Nacionales, que reclamaba del alcalde
Cornelio Fernández, mayor efectividad en su cometido de controlar dicho comercio
ilegal. Al respecto de lo anotado señalaban que "los comerciantes minoristas
compran de los mayoristas mercaderías sin factura", además que dichos minoristas
eran los únicos instalados, pues el mayorista no requería necesariamente de un
local comercial establecido para ejercer su labor (extractado de la respuesta del
Alcalde Fernández a la Asociación de Comerciantes, El Pueblo Nº 906, 6/04/56).
Pero, en términos todavía más explícitos se hacía la siguiente consideración:

“Puede afirmarse que la competencia desleal la ejercita un otro tipo de


contrabandista que no es el de la CANCHA, (sino) aquél que posee
influencias y dinero suficientes y que puede permitirse ‘importar’ de la
Argentina, no unas pocas bolsas -en este caso, por ejemplo de harina-, sino
algunas bodegas cada vez. Este contrabando ejercitado al amparo de
oscuras influencias, prácticamente impune, podría ser muy fácilmente
cortado a través de una acción enérgica y consecuente del Estado (...)
Resulta obvio que determinados intereses creados, los ligados al ‘gran
contrabando’ legalizado son los que, poderosos e influyentes, hacen todo lo
posible para que las autoridades gubernamentales tengan una visión

354
distorsionada del problema, o sencillamente lo ignoren.” (El Mundo Nº 113,
26/11/59).
Este era el tipo de reflexión que ponía el dedo en la llaga y aludía directamente a
importantes personajes del partido gobernante. Sin duda, el grueso del pequeño
comerciantado operaba en términos de intermediarios de grande "importadores",
que en muchos casos ni siquiera radicaban en Cochabamba, sino en los centros
distribuidores como Santa Cruz, Oruro y La Paz212. Esta versatilidad y racionalidad
en la asignación y diferenciación de los roles que desempeñaba cada agente
económico, permitió simultáneamente la expansión de una amplia y democrática
base de pequeños y medianos intermediarios, que ejercitaban desde modestas
transacciones de centavos hasta significativas operaciones con márgenes de
utilidad aceptables; y la concentración en el vértice superior de esta estructura
comercial, de una pequeña élite de "peces gordos", los grandes mayoristas que
practicaban masivas operaciones de internación ilícita de mercaderías de todo tipo.

Por ello, no resultaba casual que esta actividad, una vez suprimidos los suculentos
negocios de cupos y divisas, en lugar de sufrir una contracción, pareciera florecer en
medio de la aparente adversidad. Una descripción de la Cancha en 1957, ponía en
evidencia lo siguiente:

“Un primer hecho que salta a la vista es el considerable aumento de puestos


de venta que se ha producido a un tiempo escaso de la vigencia de los
decretos supremos relativos a la Estabilización Monetaria. La Plaza
Calatayud ha resultado insuficiente para dar cabida a los numerosos
expendedores que buscan la manera de "salir" con sus mercancías. La
oferta ha crecido enormemente (...) cuadras de las avenidas Aroma y San
Martín y de las calles adyacentes han sido saturadas de puestos de venta.
En la avenida San Martín se extienden hasta la esquina formada con la calle
Jordán”.

También, la propia práctica comercial había experimentado cambios importantes


que aparentemente no estimulaban este ensanchamiento de la oferta. La misma
crónica ponía de relieve lo siguiente:

“Desde la carne, legumbre y hortalizas, hasta las bicicletas que se expenden


en este local, pasando por el ají, los cominos y la pimienta han aumentado
considerablemente en cantidad. Las "colas" han desaparecido. La libre
oferta y demanda ha vuelto a "democratizar" las transacciones comerciales.

212 Este fenómeno hizo que el volumen de viajeros comerciantes a los distritos citados se intensificara
enormemente a mediados de los años 1950 y popularizara el transporte por "flotas" o buses, que encontraron así
usuarios seguros y permanentes.
355
Ahora nadie pugna por adquirir ningún artículo. Al contrario, las vendedoras
de la Cancha prácticamente ruegan a las amas de casa para que lleven sus
productos, y estas, con ese agudo sentido que tienen de la economía
familiar, recorren previamente los diferentes puestos para consultar precios y
calidad del artículo que desean comprar.” (El Pueblo Nº 1146, 21/01/57).
Curiosa situación de expansión de la oferta comercial, en un momento en que, como
emergencia de los ajustes económicos, el dólar oficial era catapultado de 190 Bs. a
7.750, con la consiguiente drástica elevación de precios de todos los artículos de
consumo, que como es de rigor, un modestísimo incremento salarial no podía
contrarrestar. A lo anterior se sumó el cierre de muchas empresas o drásticas
reducciones de personal, es decir, una marcada contracción de la oferta de trabajo
urbano asalariado y, en general, una tendencia depresiva que reducía
significativamente el volumen de demandantes.

Si consideramos que los actos económicos, por principio no son irreflexivos y, todos
ellos, poseen una fría lógica, las respuestas que aquí caben al fenómeno anotado
no son muy abundantes ni necesariamente muy complejas: en primer lugar, el
comportamiento de los ofertantes, no era una respuesta mecánica y equívoca a una
coyuntura mal analizada, sino, tenía el ingrediente de un estímulo político digitado
desde la propia esfera estatal.

En segundo lugar -clarificando lo anterior-, el MNR que se había hecho del poder
gracias a la radicalización de las clases medias, y a los obreros y campesinos
ganados por su prédica, no había logrado un nivel de desarrollo económico y de
oferta de empleos suficiente para satisfacer a las expectativas de su base de
militantes; la politización extrema del aparato estatal y otras alternativas como "la
marcha al Oriente" para colonizar nuevas tierras, no fueron eficaces. Luego en
medio del torbellino de la crisis emergió la cuestión de los racionamientos y los
consiguientes negociados de cupos y divisas que se tejieron en torno a ellos: pronto
ganó carta de ciudadanía una capa de negociantes fieles al partido oficial, y que
además estimulaban el comercio popular y el trabajo "por cuenta propia" que
aparecía como una fórmula ideal para un Estado y una estructura política cuya
estabilidad dependía de una base social amplia y sólida, pero a la cual no podía
ofertar casi nada.

En tercer lugar, agotada la anterior opción, emergió la alternativa de sustentar este


comercio popular vía el contrabando en gran escala: así se estimuló la ampliación
del ejército de intermediarios, un gran porcentaje de los cuales apenas
desarrollaban "economías de centavos", pero esto bastaba para que tuvieran la
ilusión de una ocupación potencialmente rentable, y que dependía de su propia
habilidad, a lo que se sumó la irónica situación de aguerridos sindicatos de

356
gremiales, encuadrados orgánicamente en las estructuras partidarias oficialistas,
enfrentadas en desgastantes conflictos con las autoridades municipales y las
jerarquías estatales más elevadas, que además también estaban representadas por
meritorios militantes del MNR. En consecuencia la expansión del comercio callejero
y el desborde de la actividad comercial de la Plaza Calatayud no implicaban otra
cosa que el buen funcionamiento de una estrategia de relocalización de empleos y
el mantenimiento bajo control, de una base social, que en casos como el de
Cochabamba, resultaba eficaz para oxigenar el cada vez más impopular gobierno
de Siles Zuazo213.

Los hechos anotados fueron consolidando firme e irreversiblemente la vigencia de


un nuevo polo comercial urbano con el cual, el comercio legalmente establecido tuvo
que aprender a coexistir y a compartir un restringido universo de consumidores en
relación a las enormes proporciones que asumió la esfera de ofertantes. La Plaza
Calatayud, el viejo escenario del comercio campesino y artesano, se transformó en
un bazar marroquí-persa o como quiera llamárselo. Esta es la descripción que se
hacía de este fenómeno en 1958:

“La plazuela Alejo Calatayud que tradicionalmente sirve de escenario a las


ferias bisemanales debido a la febril actividad comercial, se ha convertido en
una de las zonas más bullangueras y alegres de la ciudad. El movimiento no
sólo se ha circunscrito al ámbito de la plazuela, sino que paulatinamente va
abarcando a otras zonas periféricas. Las ferias son hoy en día de gran
envergadura.” (El Pueblo Nº 1967, 25/12/58).
Este raudo crecimiento del comercio popular determinó que la H. Alcaldía dispusiera
su desplazamiento hacia un sitio más adecuado. Para ello, en 1960 se planteó la
creación del "Gran Parque" de la zona Sud”, que involucraba la Plaza de San
Antonio, la Fidel Aranibar y “La Pampa" que quedaba al extremo Este de las citadas.
Para ello se desalojó de sus precarias viviendas a pequeños comerciantes que se
habían instalado en sitios municipales desatándose el conflicto urbano que
relatamos en capítulo IV. Dicho conflicto que terminó con la ocupación de las
colinas adyacentes, se prolongó por varios años a partir de 1960 y frenó la
materialización de este proyecto. Sin embargo, la idea de un Mercado Central y de
Ferias se convirtió en la cita obligada de los informes anuales de labores

213 A este respecto, una carta abierta de los comerciantes de Cochabamba al Presidente Siles señalaba: "No
escapa a su conocimiento el hecho de que desde principios de este año, se ha presentado en Bolivia en forma
perfectamente organizada, un ejército de contrabandistas, que en los hechos actúan libremente, ante la fría
contemplación de las autoridades encargadas de su represión. Sin embargo de que este comercio clandestino
lleva el respaldo popular -especialmente en estos momentos de crisis en que vive el país, puesto que el
consumidor recibe el beneficio de los ‘precios más baratos’- es un factor completamente negativo para la
economía de nuestro pueblo. (El Pueblo Nº 1386, 2186, 23/XI/57). En 1959 un articulista era más explícito
cuando sostenía: "se hace patente reorganizar las aduanas, el servicio diplomático y las policías aduaneras,
triángulo de la triquiñuela contrabandista.” (El Mundo Nº 119, 3/12/59).
357
municipales en los años 1960 y posteriores, cuando se hacía referencia a la
problemática de los mercados.

El ideal de un portentoso edificio que encerrara a los miles de comerciantes


minoristas214 y terminara con su caótica expansión, permitiendo de paso una
"solución moderna" a un problema cargado de indeseables tonos rurales no fue
viable. La modesta actividad comercial existente en San Antonio y aledaños, en los
años 1950, fue estimulada en la primera mitad de los años 1960, de tal manera que
ya en 1965 la Plaza Fidel Aranibar se había transformado en un conglomerado de
casetas y callejones, que paulatinamente se extendieron en los años posteriores
hacia "La Pampa" y zonas aledañas para dar lugar a la formación del "Mercado La
Paz", "el Miamicito" y un sinnúmero de nuevos sitios, hasta alcanzar su
configuración actual.

Sin embargo este desplazamiento no debilitó la pujanza comercial de Caracota,


simplemente lo que teóricamente era una operación de "descentralización" terminó
en una pasiva fusión de los mercados de San Antonio y adyacentes con el mercado
Calatayud, y la definitiva consolidación de un poderoso centro comercial que añadió
un nuevo ingrediente de reforzamiento al modelo urbano concéntrico, cuyo sentido
de excesiva aglomeración alarmó a los urbanistas, pero no pudo ser evitado, pues
más allá de la lógica de la planificación formal, operaba la razón económica de
funcionamiento de esta economía de mercado que adoptó aires y ropajes populares,
pero no por ello renunció a sus férreas leyes de centralizar la circulación del capital y
sus soportes materiales, que permitieron finalmente, el firme y seguro despegue de
este reino de intermediarios.

La expansión de La Cancha y sus raíces estructurales

Todavía existe una nebulosa en torno a la estructura interna de este denso mundillo
de informalidad urbana. No resulta suficiente considerar el ascendente volumen
numérico de los operadores de este comercio ni caracterizar con gruesos brochazos
las formas pragmáticas de adhesión al modelo ferial andino de estos nuevos
operadores. Es menester introducirnos al interior de esta estructura para entender
como este reino de intermediarios es capaz de desafiar el ordenamiento institucional
del comercio, capear las regulaciones estatales y municipales y construir unas
sólidas fundaciones para hacer viable su existencia hasta nuestros días.

A pesar de la inexistencia de fuentes documentales o bibliográficas e incluso de


crónicas o de simples noticias de la prensa de la época, es posible hacer una
aproximación a la realidad de este universo, en base a trabajos posteriores al límite
214 En 1958 existían unos 3.500 pequeños comerciantes afiliados a la Central Obrera Departamental (Anaya,
1965: 157).
358
temporal de este ensayo, considerando que la realidad detectada a finales de los
años 1970 y 1980, salvo variables cuantitativas, no presenta modificaciones
trascendentes en lo cualitativo respecto a las décadas de 1950 y 1960215.

A diferencia de las ferias de las décadas anteriores a los años mencionados, que
eran esencialmente de productos agrícolas y pecuarios, a los que se sumaban en
volúmenes relativamente menores, productos artesanales (cerámicas, tejidos de la
tierra y otros); las ferias de Cochabamba (Mercado Calatayud y luego La Pampa),
Quillacollo, Cliza, luego Punata y otras menores, formando constelaciones de astros
y satélites como sugieren Calderón y Rivera (1984) a partir de la década de los años
1950, fueron perdiendo su carácter exclusivamente campesino y se diversificaron
con la incursión de una variopinta pléyade de comerciantes mestizos que fueron
convirtiendo estos escenarios en verdaderos bazares persas.

Las ferias campesinas, protagonizadas sobre todo por arrenderos de tierras de


hacienda, obligados a monetizar su pequeña producción, para honrar en moneda el
arriendo de la tierra cultivada, adquirieron el carácter de prácticas comerciales que
contribuían a horadar el dominio hacendal sobre la esfera de la producción y el
comercio de productos agrícolas, permitiendo que fragmentos del excedente
generado por esos productores los habilitara para comprar finalmente el pegujal
arrendado. Después de la Reforma Agraria, el afán de monetizar el producto
campesino tuvo otras connotaciones muy diferentes, ahora los escenarios feriales
expresaban (aún expresan) la dimensión material de la economía de mercado y la
forma como ésta había subordinado a la producción campesina de rasgos pre-
capitalistas, a la dinámica de expropiación del plus valor agrario dirigido a la
captación de la acumulación del capital usurario. Es decir, que ahora, dichas ferias
ya no expresan los creativos recursos que solían emplear los arrenderos para captar
circulante, sino, las habilidades de los intermediarios para captar gruesas utilidades
en base a la explotación del trabajo de los excolonos excluidos de estos mercados
de comercialización final de sus productos. Al respecto señalábamos:

“Estas transformaciones hacen que las ferias se sometan a las leyes de la


oferta y demanda del mercado capitalista en términos absolutos. Así deja de
ser trascendente que los productores estén dotados de medios de
producción de origen incaico o contenedores de una elevada concentración
de tecnología, pues los productos-mercancía de una u otra procedencia
concurren a un mercado capitalista, donde, como en cualquier otro mercado,
los factores de tiempo socialmente necesario invertido en la producción y la

215 Para esta aproximación utilizaremos unas pocas fuentes bibliográficas disponibles que trazan un
panorama consistente de los que era el mercado ferial de La Cancha y aledaños. Nos referimos al Informe
Final de la Consultora CONSBOL que realizo el proyecto de Mercado Central y de Ferias en 1978, el valioso
aporte de Calderón y Rivera (1984) y el trabajo de Solares (1987).
359
distancia al lugar de consumo, son los que gravitan sobre el costo y
permiten la articulación ventajosa o no, a los mecanismos de oferta y
demanda mencionados. El plus valor resultante pasa a ser crecientemente
controlado por los comerciantes ‘mayoristas’ -grandes rescatistas, grandes
contrabandistas y monopolistas del transporte- que actúan como agentes
capitalistas que transfieren este excedente del campo a los grandes centros
urbanos” (Solares. 1987)216

La cita anterior sugiere que los escenarios feriales no eran protagonizados ni


copados exclusivamente por rescatistas de la pequeña producción minifundiaria,
sino por una multitud de avezados comerciantes de infinidad de productos de origen
artesanal, pero sobre todo manufacturado, provenientes de la industria nacional en
menor grado, y en forma dominante, de la industria extranjera, obtenida no
necesariamente por los canales legales de importación. Pero, ¿quiénes eran estos
nuevos actores que les daban a las ferias un contenido diferente a su tono popular y
campesino de otros tiempos?

Para responder a esta delicada cuestión que se relaciona con la raíz estructural del
fenómeno que analizamos, la hipótesis que podemos enarbolar, se relaciona con la
fractura del viejo orden gamonal de castas, apellidos y privilegios de origen colonial
que analizamos en el Capítulo I, y que es sustituido después de 1953, por una
estructura social aparentemente más laxa y abierta, más porosa y permisible al
ascenso social. A través de la dinámica de los hechos analizados en el capítulo III,
emergen poderosas dirigencias campesinas, transportistas convertidos en eximios
“rescatiris”, multitud de aventajados acaparadores de divisas baratas y hábiles
“cuperos” que negociaban con la escasez de alimentos que caracterizaron los
primeros años de la Revolución Nacional.

Toda esta multitud de personajes, a la que se suman legiones de funcionarios


corruptos del aparato estatal, que genéricamente el resto de la sociedad, los
denomina en forma despectiva como “los nuevos ricos”, desbordan la capacidad del
universo de los negocios vinculados al “rescate de alimentos”, razón por la que
procuran incursionar en negocios equivalentes en términos de rendir utilidades
apetecibles y de rápida realización. La opción es incursionar en prácticas ilícitas
como el contrabando plenamente tolerado por el MNR y en operaciones diversas
216 La idea de “modernizar” la producción agrícola minifundiaria dotándola de hipotéticos medios de
producción modernos (tractores, cosechadoras, etc.) es simplemente absurda. La pequeña parcela
campesina sancionada por la Reforma Agraria condenaba a este productor a continuar con las prácticas
agrícolas tradicionales. Los esfuerzos de investigadores agrónomos de la UMSS para sustituir el viejo
arado de palo por otro metálico, décadas más tarde, no tuvo resultados significativos. Ciertamente,
cambiar la lógica estructural del minifundio por formas asociativas de producción que supusieran ampliar
adecuadamente la superficie cultivable, rompiendo con el sistema de atomización de los pequeños
productores, que era (es) la condición para que el sistema de rescate de alimentos sea rentable, era, y
todavía es, una cuestión que no interesaba en absoluto a la burguesía intermediaria emergente.
360
que les permitan incursionar en los escenarios feriales en forma ventajosa. El
reconocimiento social de otros tiempos, dominado por valores simbólicos como el
prestigio, la alcurnia, la decencia, etc., quedan sustituidos por otros “más
democráticos”: el valor del “poderoso caballero, don dinero”, la influencia política, las
habilidades bursátiles y en muchos casos “el apoyo de las bases sindicales”. Ahora,
la cuestión de los apellidos, los buenos modales y las buenas costumbres se
vuelven en algo relativo, apenas un barniz conveniente según las circunstancias.

De esta manera, las ferias se diversifican para dar oportunidad a estos nuevos
actores, que ante la profundidad del estancamiento económico de la región, a pesar
de notables esfuerzos puntuales, no logra a lo largo de más de medio siglo,
desarrollar un nivel decoroso de desarrollo industrial que brindara opciones
diferentes a las emergentes clases medias; las mismas que no encuentran otra
opción, que convertirse en comerciantes feriales, desarrollando al interior de ellas,
sus propias lógicas organizativas, como veremos a continuación.

Las grandes ferias vallunas, pero sobre todo la que se estructura en los años 1950,
en el antiguo Mercado de Caracota (Plaza Calatayud), y luego, dado el enorme caos
que produce el desborde de la creciente concurrencia de comerciantes y usuarios,
es desplazada al sector genéricamente conocido como La Cancha, que
posteriormente se desdoblará es distintos escenarios de comercio más
especializado como La Pampa, el Mercado La Paz o Miamicito, las plazas de San
Antonio y Fidel Aranibar y muchas calles aledañas; generan una estructura
organizativa espontánea diferenciada por rubros. En todo caso, esta creciente
multiplicación de comerciantes que ofertan productos de la canasta familiar, pero
además infinidad de productos textiles, calzados, utensilios de cocina y un sin fin de
todo tipo de artículos, terminan convirtiendo la feria tradicional en un gran bazar
donde se pueden distinguir cuatro grandes sectores: un sector tradicional de
productos agrícolas y pecuarios, otro de comercio de productos artesanales, a los
que se añade, un sector de productos manufacturados, generalmente de
procedencia extranjera y un sector de servicios varios, más dirigido a servir a las
necesidades de los comerciantes.

A despecho de una impresión inicial de caótica mescolanza y desorden,


internamente el escenario ferial encuentra un orden y concierto muy diferente al que
nos tiene acostumbrado la organización espacial y funcional del comercio tradicional
o legal. Pero antes de analizar estas peculiaridades, observemos algunos rasgos de
la lógica organizativa de dicho comercio para establecer el contraste con una
concepción distinta de configurar el comercio ferial.

Este comercio, esta manejado por operadores individuales ejerciendo decisiones

361
estrictamente particulares, que tienen que ver con cuestiones como su ventajoso
emplazamiento, la aversión a la vecindad de una competencia sobre el mismo rubro
comercial que oferta, la funcionalidad del espacio comercial para atraer una clientela
segura, la renovación periódica de su oferta según la temporada, etc. Su manto
social de protección contra las arbitrariedades estatales o municipales es la Cámara
de Comercio y cuando es necesario, el concurso de prestigiosos abogados que
defiendan sus sagrados derechos constitucionales. Gradualmente, y con mucha
posterioridad a la década de los años 1950, este comercio adoptó otras
modalidades bajo otras lógicas, como la galería comercial, el mall, los súper
mercados, etc., pero esto forma parte de otra historia muy distinta a la que nos
ocupa.

Al contrario de este carácter individualista, empresarial o familiar de la empresa


comercial legalmente constituida, el comercio ferial instintivamente desconfía de su
relación con el Municipio y otras instancias estatales, y es plenamente consciente de
su indefección, si individualmente tratara de lidiar contra estos poderes. Por tanto, su
fuerza reposa en su organización social interna, lo que le obliga al despliegue de
unas lógicas distintas en su organización espacial.

El escenario ferial estructurado en los años 1950, espacialmente no podía dar


cabida a una multitud de comerciantes heterogénea y desordenadamente dispuesta.
Además, las fricciones entre comerciantes de distintos sectores (productos
agrícolas, manufacturas, etc.) eran frecuentes; por tanto, una cuestión que pronto
cobro fuerza, fue la relación entre territorialidad y organización social. Ello va a
determinar, que desde un primer momento, La Cancha defina unas geografías de
territorios y espacios cuidadosamente trazadas y defendidas. Aquí todo tiene su
lugar: las comerciantes de legumbres ocupan un sitio, las “paperas” ocupan otro, las
“fruteras”, las carniceras, los abarrotes, etc., todas y todos están debidamente
agrupados ocupando espacios determinados. Ocurre otro tanto con las vendedoras
de cerámicas, efectos del hogar, ropa de todo tipo, calzados y abarcas, objetos de
plástico, etc. Es decir que al interior de cada sector o rama de comercio existe una
cierta y efectiva organización espacial.

En efecto, a cada territorio ocupado por una determinada especialidad de oferta


(alimentos, manufacturas, etc.) corresponde un gremio rigurosamente sindicalizado.
Este sindicato ofrece a sus componentes, esencialmente, seguridad frente a
competidores indeseables, invasores de su territorio, y sobre todo, a prácticas
abusivas de la autoridad. Aquí el principio de los mosqueteros. “uno para todos y
todos para uno”, es una suerte de ley sagrada. En consecuencia a cada tipología de
productos, fuere cual fuere su naturaleza, le corresponde un territorio y un sindicato.
Pero además, una estructura superior que globaliza los intereses del comerciantado

362
por grandes rubros, dando paso a las federaciones de comerciantes minoristas o
federaciones gremiales, que fueron capaces de defenestrar o poner en vilo a más
de una autoridad municipal.

Desde una perspectiva más general, respecto a la disponibilidad y complejidad de


los soportes materiales que hacen viable la actividad ferial, se puede establecer que
el panorama tradicional de parasoles nativos (llantuchas) y ventas en el suelo que
era dominante a lo largo del siglo XIX y primeras décadas del XX, ha sido
gradualmente reemplazado por galpones a partir de la década de 1950, bajo cuyas
cubiertas se edificaron pequeños habitáculos o “casetas” a cargo de los propios
comerciantes, caracterizando esta iniciativa a los puestos fijos, sobre todo los
destinados a la venta de ropa y otros rubros comerciales no perecederos. Los
puestos fijos, en el caso de las frutas, los vegetales, los tubérculos, las carnes, etc.,
despliegan mesas rústicas para exponer su mercancía e incluso vitrinas y mesones
según el tipo de protección que demanden sus productos. En este caso, el
comerciante ha realizado alguna inversión para marcar el puesto que le corresponde
bajo el galpón protector, proteger y poner en exposición sus mercancías. Además
con ello ha organizado el espacio interno del área de comercialización con estrechas
callejuelas que permiten que los potenciales clientes ingresen al interior de los
galpones y accedan, incluso a los puestos considerados menos favorecidos.

Al lado de este comerciantado que se considera usufructuario de todos los derechos


para disfrutar del espacio fijo que les corresponde, aparecen los vendedores
ambulantes, que son normalmente expulsados de interior de los galpones por
entorpecer la actividad de los comerciantes “titulares”, debiendo circunscribir su
presencia al entorno periférico del recinto ferial. Se trata de pequeños comerciantes
que detentan “puestos móviles” o rankeros de acuerdo a la clasificación municipal,
en razón de que ocupan ocasionalmente espacios marginales y cuanto recoveco
libre pueden encontrar para “tender” sus productos sobre una manta en el suelo y
luego, cuando son expulsados por agentes municipales o los comerciantes de
puestos fijos, buscar una nueva ubicación. Frente a esta situación de
emplazamiento inestable que perjudicaba sus ventas, estos comerciantes
ambulantes optaron por valerse de carromatos y sobre todo de carretillas de
construcción para acarrear sus productos de un lado a otro, como lo hacen hasta la
actualidad.

Sin embargo, esta connotación de las lógicas territoriales, la sindicalización por


rubros comerciales y las modalidades de los soportes materiales que permiten la
actividad comercial, esconden y hacen casi invisibles las diferenciaciones y las
jerarquías sociales que se tejen en la realización mercantil de cada sector, e incluso,
de cada rubro dentro de un mismo sector, permitiendo materializar un entramado

363
social extremadamente complejo y dominado por multitud de economías familiares
protagonizadas por familias extensas y redes familiares que despliegan
innumerables habilidades para combinar sus actividades de feriantes con otras
alternativa laborales complementarias o diferenciadas. Al respecto anotaban
Calderón y Rivera:

“Observaciones preliminares permiten señalar la presencia de un fuerte


proceso de diferenciación social al interior del sistema de ferias cuyo rasgo
fundamental está en los conglomerados sociales compuestos por
vendedores ambulantes unos, y por importantes grupos de rescatadores y
transportistas, otros; estos últimos constituyen los sectores más
privilegiados del conjunto del sistema. Por otra parte, tales conglomerados
sociales están supeditados a las distintas formas de utilización y distribución
del espacio y a las características del producto comercializado tanto entre
los dos grandes mercados como dentro de cada uno de ellos. Es decir, que
los puestos más privilegiados y relativamente más consolidados, están
concentrados en el mercado más antiguo, mientras los menos privilegiados
lo están en el mercado de reciente instalación, cuyo nivel de organización
es menor.” (Obra citada: 187).

Al respecto de estas afirmaciones, se puede complementar con la siguiente


reflexión:

“Todo lo anterior nos conduce a concluir que el mercado feria, lejos de ser
un lugar de libre competencia con igualdad de oportunidades, es un
escenario donde concurren intereses bien estructurados para apropiarse del
excedente agrícola. Es más, se puede inferir que la rigidez de este mercado
emerge del manipuleo de los sistemas de mercadeo, donde la búsqueda
del margen de utilidad para reproducir el capital mercantil, es el espíritu que
guía y define el carácter de la producción agrícola y el que fija el techo o
nivel de la reproductividad social” (Solares, 1989:33)

En buenas cuentas, se puede afirmar, que el mercado ferial trasciende procesos


que van más allá de la representación material de actores económicos entregados a
la búsqueda frenética de utilidades mercantiles y obsesionados por que el ciclo D-M-
D’217 se realice a la mayor velocidad posible, proyectándose a la representación
ideológica de un universo de aspiraciones, esperanzas y oportunidades, donde
grandes rescatistas y transportistas, intermediarios medianos, pequeños
comerciantes en puestos fijos y ambulantes, con mayor o menor fortuna, han
encontrado las fisuras grandes y menudas que presenta la economía de mercado,
217 Dinero-Mercancía -Dinero ampliado o plus valor que no se invierte en la esfera de la producción, sino
en el consumo suntuario o el atesoramiento del usurero.
364
para traspasar la barrera de prejuicios sociales y culturales, e incorporarse, si bien
no como clase social, pero sí individualmente o como parte de capas privilegiadas,
al vértice del poder de este sistema o alternativamente lo más cerca posible a esta
cima, e incluso si los intentos son infructuosos, acariciar el sueño de lograrlo de
alguna manera, más tarde o más temprano.

Como se puso en evidencia, el gran obstáculo que representaba una sociedad


gamonal, herméticamente cerrada al ascenso social ha terminado por derrumbarse.
Lo que siguen son aspiraciones de muchos para ocupar un nuevo sitial dentro de la
sociedad, donde el poder del dinero y no el apellido y la alcurnia primen finalmente.
Obviamente esta es una vía estrecha, sinuosa y llena de tamices, pero la
muchedumbre de operadores feriales no tienen conciencia de ello y son capaces de
soportar con paciencia infinita, los sinsabores de la diferenciación interna que les
propone la cotidianidad de la actividad ferial porque creen, cada cual a su manera,
que un día será premiada su persistencia (Solares, obra citada).

Naturalmente, excede ampliamente los límites y objetivos de este ensayo,


ocuparnos de esta trama compleja de lógicas mercantiles, incluso a nivel de un
muestreo superficial218. Por ello, solo nos referiremos en términos muy generales a la
estructura social interna de los tres sectores antes mencionados.

Respecto al sector de productos agrícolas y pecuarios, sin duda se trata del más
complejo e intrincado de todos, puesto que cada conjunto de rubros como las
hortalizas se desdobla en muchas particularidades, ocurriendo otro tanto con los
tubérculos, las frutas, las carnes, etc. No obstante, es posible distinguir rasgos de
una jerarquía social que es relativamente común a todos ellos.

La pirámide social correspondiente, permitiéndonos esta licencia para la mejor


comprensión del lector, muestra que la cúspide está ocupada por un puñado de
grandes comerciantes rescatistas y transportistas que representan verdaderos
clanes familiares que controlan la producción de productos agrícolas de extensas
zonas del Valle Alto y Bajo e incluso llegando a zonas más distantes como el
Chapare o las alturas de Arque, Ayopaya, Bolivar y Tapacarí e incluso los valles
cálidos de Mizque y Totora. Algunos de ellos se especializan en determinados rubros
(tomates, cebollas, zanahorias, diversos tipos de papa, etc.) y otros diversifican más
sus operaciones, controlando por temporadas ciertas hortalizas, luego incursionan
en los cereales como el maíz (choclos) para la mesa, los tubérculos, incluso frutas
de temporada. Algunos, según los rubros (sobre todo frutas y tubérculos), realizan
incursiones de larga distancia llegando a Vallegrande, Santa Cruz, en unos casos, o
el altiplano de Oruro y La Paz, en otros. Estos grandes operadores no tienen
218 El lector, para la realidad ferial imperante en la década de 1980, puede encontrar una respuesta, aunque
fuera parcial, a sus curiosidades e interrogantes, consultando el trabajo de Calderón y Rivera (obra citada).
365
presencia permanente en el espacio ferial, ella apenas se reduce al tiempo
necesario para proceder a la venta de la carga de sus camiones, la misma que
suele ser disputada por otros operadores intermedios. Sin embargo, son ellos los
que imponen los precios del día, siempre triplicando y cuadruplicando el precio en
que dichos productos fueron adquiridos a los pequeños productores parcelarios.

Los compradores de los productos alimenticios a pie de camión, son los


comerciantes medianos y distribuidores de estas adquisiciones al por mayor a los
comerciantes minoristas. Se trata de un estrato de operadores que ocupan un lugar
intermedio en la pirámide de jerarquías sociales del sector y que tienen la suficiente
disponibilidad de circulante para realizar sus operaciones. Se vinculan directamente
con clientelas de comerciantes de puestos fijos, a quienes revenden los productos
adquiridos a los mayoristas en el mismo sitio de la transacción. Estos comerciantes
intermediarios, salvo en casos muy particulares, tienen escasa presencia en la feria
pues su negocio suele concluir con la distribución a los minoristas y la realización de
interesantes utilidades, aunque generalmente por debajo de las ganancias de los
mayoristas.

En la parte inferior de la pirámide sugerida, se ubican los comerciantes minoristas


de puestos fijos, quienes adquieren sus mercancías a los citados intermediarios
para su venta al consumidor final, ciertamente obteniendo ganancias, pero mucho
menores a las de los mayoristas e intermediarios. Según el rubro que expendan, las
cantidades ofertadas suelen implicar varias cargas de distintas frutas, legumbres,
tubérculos, etc., pero siempre calculando el movimiento comercial de la feria. En
muchos casos, estos operadores suelen revender, una vez más sus productos, a los
comerciantes ambulantes219, quienes, ciertamente ocupan el fondo de la pirámide
debiendo contentarse con ganancias que bordean generalmente los límites de la
subsistencia.

En este, como en los casos restantes, el operador comercial minorista es la mujer.


Ciertamente, aquí se produce un fenómeno peculiar, la división del trabajo por sexos
y no por destrezas, correspondiendo a la matriarca la conducción de los negocios
feriales. Resulta relevante la enorme energía que despliegan las “caseritas”, quienes
casi todos los días, sobre todo los de feria en que adquieren sus productos de los
intermediarios, inician sus actividades en las primeras horas del amanecer y no
terminan las mismas hasta las primeras horas de la noche. Simultáneamente a la
desgastante actividad de vender los productos a una masa de demandantes
regateadores, debe ocuparse de sus hijos y otras obligaciones colaterales. Los

219 Generalmente los comerciantes ambulantes adquieren pequeñas cantidades de los productos que
expenden los intermediarios, quienes suelen ofertarles los saldos y residuos que no pudieron comercializar.
Luego, los ambulantes, para adquirir sus productos deben esperar a que concluyan primero los minoristas de
puestos fijos.
366
varones, entre tanto, contribuyen colateralmente a la economía de la familia con
labores alternativas: albañiles, transportistas, garzones, artesanos, empleados
públicos de baja jerarquía, etc., siendo su aporte, un complemento al ingreso
principal de la familia, pero en general por debajo del que logra su pareja. Algunas
familias, como señalan Calderón y Rivera, suelen poseer pequeñas parcelas en el
Valle Alto y otras regiones, lo que les permite captar utilidades mayores en la venta
de los productos que comercializan, pero siempre limitadas al volumen de
producción que pueden obtener y que ciertamente no compite con las operaciones
de los mayoristas.

La estructura interna de los operadores del sector de productos artesanales es el


menos conocido. Por la naturaleza y especialidad del producto, es probable que en
este caso, el pequeño productor de artesanías tuviera actividades itinerantes:
concurriera a la feria de Cochabamba, pero también a la de Quillacollo y a las ferias
del Valle Alto, aunque en este caso, la opción de transacciones del productor al
consumidor puede resultar la más lógica, no se puede descartar la acción de
intermediarios, sobre todo, en el caso de textiles, abarcas y otros objetos
procedentes de otras regiones.

El sector del comercio de manufacturas nacionales e importadas, se mueve, en


líneas generales reproduciendo una estructura de jerarquías sociales similar a la
descrita para el rubro de alimentos, aunque lógicamente guardando las distancias
que exige la naturaleza de las mercancías comercializadas. En este caso, la cima de
la pirámide está ocupada por dos actores. Uno, el menos relevante, el empresario
industrial local que puede ofertar ciertas manufacturas que son competitivas en el
comercio ferial y que las distribuye en forma directa a una clientela fluctuante de
minoristas de puestos fijos. Sin embargo, el actor dominante en la cima de la
pirámide es el comerciante importador, que introduce al país una gran variedad de
mercaderías, ya sea por vías legales o por conductos que eviten estos canales.
Estos importadores mayoristas, solían tener, por lo menos en los años 1950,
discretos depósitos en las proximidades de La Cancha, desde donde distribuían a
comerciantes intermediarios, que a su vez los revendían a comerciantes de las
ferias de los valles, y a comerciantes con puestos fijos en los mercados de la Plaza
Fidel Aranibar, el Mercado La Paz, San Antonio y Alejo Calatayud220. Aquí también
se amasan importantes utilidades, aunque hasta el día de hoy, los entretelones de
estas delicadas operaciones bursátiles, son un secreto guardado con muchas llaves
y candados.

Por último, en el sector servicios operan una diversidad de operadores, que se


220 Generalmente estos mayoristas tenían depósitos en los alrededores de la Plaza Calatayud y luego de la
Cancha, pero muchos de ellos tenían terrenos sobre la Avenida Blanco Galindo donde erigieron galpones que
les servían parta este propósito.
367
dividen entre quienes prestan servicios directos a los comerciantes, como las
vivanderas que se ocupan de preparar los alimentos para el conjunto de
comerciantes minoristas, los cargadores221, los ayudantes, etc., y los pequeños
comerciantes por cuenta propia que ofertan servicios a clientelas de bajos ingresos,
como los peluqueros, los zapateros, las refresqueras y otros, que comparten con los
comerciantes ambulantes el fondo de la estructura de las jerarquías sociales que
reproduce el universo ferial. Naturalmente cada uno de estos personajes está
inmerso en su propio mundillo donde persisten las odiosas divisiones entre peces
gordos y sardinas.

En resumen, podemos establecer que el reino de los intermediarios tenía muchos


pequeños reyes que amasaban grandes fortunas sin mayores complicaciones, pues
estaban bien servidos y protegidos por una gran corte de vasallos, que a cambio,
accedían a diversas fracciones de poder y del capital mercantil en disputa, bajo un
sistema de dominación simple y efectivo: los pedazos más suculentos
correspondían a quienes ocupaban la cima de la pirámide, los bocados discretos a
los intermediarios, los retazos menores a los comerciantes minoristas y las migas a
los ambulantes y a quienes se ocupaban de prestar servicios al resto de los
operadores.

Sin embargo, el universo que representa La Cancha no solo se reduce a un campo


de lucha en pos de captar las mejores transacciones y ganancias. Como sugiere
Milton Santos (1972 y 1996), su influencia e impacto sobrepasan esta visión.
Veamos como:

“(Es) el generador de una serie compleja de actividades complementarias


(…) el de un circuito de oferta para consumidores de bajos ingresos,
conformada por una masa de demandantes nada despreciable para
justificar ampliamente la receptividad que merece la producción artesanal
de diversos rubros, así como los servicios diversos para estos sectores. En
suma, en La Cancha no solo se enriquece el gran intermediario, aquí
encuentran medios de vida aceptables los otros componentes de esta larga
cadena, pero además, es el espacio fundamental de producción y
reproducción de las pequeñas economías familiares y la principal fuente de
empleo de mano de obra no calificada que oferta la ciudad e incluso, el
221 Arturo Moscoso P., traza un panorama magistral sobre el mundo de los cargadores de la Cancha, al
respecto anotaba: “La Cancha es un lugar ‘dionisíaco’ donde el silencio se apodera de muy entrada la noche
y de madrugada; donde el trago y la comida suelen esperar a quienes no encuentran otro lugar más decente.
Aquí se venden y compran los productos de igual modo que se venden y compran a ciertos hombres porque
se pone un precio -con el agravante de que este este injusto- a su fuerza de trabajo, como es el caso de los
cargadores que trajinan con bultos de un lado a otro. Ellos de manera especial parecen destinados a servir
en condiciones de total servidumbre (…) Los cargadores de bultos y de la injusta discriminación son los más
olvidados, los pobres que no saben hacer otra cosa que jalar su carrito, beber o simplemente dejarse caer en
las chicherías o en plena calle después de cargar las mercancías sobre sus hombros” (1987:28).
368
lugar preferido de la vida social y económica de un gran porcentaje de
cochabambinos. En este orden, el gran protagonista es la mujer-
comerciante, es decir, la famosa chola cochabambina, cuya destreza para
los negocios tiene una larga tradición histórica” (Solares, 2011:240).

Como se puede percibir, La Cancha tenía (sin duda, aún los tiene) actores invisibles
y visibles. Los primeros, los grandes intermediarios y rescatadores de importantes
volúmenes de productos agrícolas y pecuarios, pero además, los grandes
“importadores” de, igualmente grandes volúmenes de mercancías manufacturadas
provenientes de diversos países industriales y que ingresaban a Cochabamba por
dos vías fundamentales: el gran polo distribuidor de Oruro para las mercancías que
arribaban por los puertos del Pacífico, y el polo no menos importante de Santa Cruz
para las manufacturas que ingresaban desde Brasil y la Argentina. Los segundos,
miles de familias que vivían confiando en la destreza de las cholas-comerciantes,
que desde el centro operativo de sus puestos fijos desplegaban innumerables
destrezas y recursos para asegurar, no solo el pan de cada día, sino márgenes de
utilidades suficientes para asegurar con holgura la reproducción de la fuerza de
trabajo de ellas y de sus extensas familias. Al respecto, Calderón y Rivera (1984)
sugieren lo siguiente:

“Si bien las economías familiares son heterogéneas y funcionan en un


ámbito regional, están sustentadas en una peculiar división del trabajo y
descansas sobre dos estructuras familiares: primero son familias extensas y
confederadas que realizan un conjunto de actividades productivas
complementarias en distintos espacios sociales de la región (valles,
serranías, zonas de colonización y ciudad); y segundo, también tienen un
carácter especializado y nuclear, desempeñándose tanto en el ámbito rural
como urbano. En cierto sentido se podría decir que las economías
familiares urbanas son una extensión de las campesinas, que para evitar
los procesos de descomposición social reproducen sus condiciones de vida
en forma diferente, pero basadas en la economía campesina.” (Obra
citada:181-182).

De lo anterior se desprenden un par de cuestiones: por una parte, que las


articulaciones entre campo y ciudad, en el caso de Cochabamba no se circunscriben
a relaciones de intercambio desigual entre pequeños productores marginados del
mercado y grandes rescatiris-intermediarios y la cadena de articulaciones que se
organiza en torno a ellos; sino que las familias de las comerciantes minoristas, que
hacen parte de esta cadena, también tiene raíces campesinas y son capaces de
diversificar sus estrategias con diversas opciones laborales, incluyendo las
migraciones a otros escenarios y la participación en la explotación de sus propias

369
parcelas. Por otra, que, que la debilidad del sector capitalista moderno permite que
La Cancha se convierta en un gran escenario de comercialización de productos que
se relacionan directamente con la reproducción social del conjunto urbano, sin que
la poca competitiva industria local pueda desempeñar ningún rol relevante. Como
señalan una vez más los autores citados:

“En resumen, el movimiento estructural que controla las relaciones sociales


de la ciudad, está organizado por las oposiciones y complementos ente el
capitalismo industrial débil, el proceso mercantil dominante y la dinámica
tanto el consumo como de la producción en pequeña escala, cuya base
está en economías familiares diversificadas y complementarias de la región”
(Calderón y Rivera, 1984:176).

A partir de todo lo analizado hasta ahora, es posible arrojar luces sobre el significado
estructural que representa La Cancha. Podríamos afirmar, que este imponente
fenómeno ferial y el amplio sistema del que forma parte, son criaturas que se
fortalecieron y cobraron inusitado vigor con la Reforma Agraria. La distribución de
parcelas a los excolonos y la consiguiente minifundización del agro cochabambino
acompañada de una actitud estatal satisfecha con esta acción y sin ninguna otra
iniciativa que complementara la distribución de las tierras de hacienda con
incentivos para generar el desarrollo rural, encontraron su perfecto complemento
con similar comportamiento de las elites empresariales locales, sobre todo las del
sector industrial, que ignoraron la alternativa de articular la expansión del sector
propiciando el desarrollo de las fuerzas productivas del agro cochabambino, y de
paso, haciendo viable el viejo sueño de modernizar el aparato productivo
departamental.
A falta de esta visión programática, lo único que se les ocurrió a las elites locales fue
medrar de las dádivas estatales en materia de divisas norteamericanas, porque
curiosamente, diríamos casi contra natura, estos potenciales capitanes de un
despegue industrial factible en la década de 1950, salvo contadas excepciones,
apostaron por el atesoramiento de un capital especulativo orientado a hacer crecer
el sector terciario de la economía.

En consecuencia, ante el vacío creado por la omisión estatal para hacer arrancar un
desarrollo agroindustrial, como el que se impulsó en Santa Cruz y la ausencia de
iniciativas locales para resistir esta actitud irresponsable del Estado y propiciar
iniciativas que hicieran frente a los apetitos voraces de los intermediarios,
proporcionándole la opción al productor minifundista, de orientar parte de su
producción agrícola a un proceso de agregación de valor a través de la industria; la
única salida posible fue la expansión del sistema ferial, con todas las consecuencias
que hemos analizado a lo largo de estas páginas.

370
Como quiera que esta alternativa no sucedió, para el caso de la ciudad de
Cochabamba, el otrora motor de su desarrollo urbano, es decir la economía de la
chicha, dejo de ser la única fuente que alimentaba sus expectativas modernizantes,
y esta pasó a ser reforzada por la apropiación extensa del excedente agrícola,
donde incluso, en la segunda mitad del siglo XX, mercancías singulares como la
cocaína no fueron ajenas a este proceso. (Solares, 1987) En suma, el irresistible
despegue del reino de los intermediarios tuvo esta raíz estructural. La Pampa, más
allá de todas las connotaciones anotadas, expresa la dimensión de una relación
campo-ciudad anómala, ante la incapacidad de las elites emergentes locales, de
materializar la armonía posible entre desarrollo industrial y desarrollo rural.

371
Reflexiones finales

Cochabamba y la Revolución Nacional muestran, a lo largo de los ocho capítulos


desarrollados, una ecuación difícil, y tal vez, hasta perversa. No sería exagerado
afirmar que el devenir posterior de Cochabamba hasta la segunda mitad del siglo
XX y más allá, se estructuró y definió en la crucial década de 1950 y la primera
mitad de la década de 1960. Las transformaciones estructurales que tuvieron lugar
en la región y la ciudad en estos años, tienen la misma jerarquía que la irrupción del
Estado Colonial Español en las primeras décadas del siglo XVI, que propició la
destrucción de los asentamientos que estableció el Imperio Inca a lo largo del Siglo
XV, la destrucción de los últimos atisbos de ordenamiento territorial por pisos
ecológicos y la conversión del “Granero del Inca” en el “Granero del Alto Perú”.

Para materializar estas transformaciones, el Estado Colonial, introdujo un modelo


agrícola basado en la mercantilización de la producción agrícola y la introducción de
la moneda como un agente de intercambio abstracto y ajeno a todas las prácticas
del intercambio entre los pueblos andinos. Esta innovación fue acompañada por la
parcelación de la tierra en encomiendas y la transformación de los antiguos
yanaconas al servicio del Inca, en yanaconas al servicio del nuevo patrón hispano:
el encomendero. Por último, el sentido mercantil de la producción, en este caso de
cereales, incluyendo la introducción de nuevos como el trigo, encontró la
monetización que ansiaba el señor de la encomienda, en el fabuloso mercado de
alimentos en que se convirtió el centro minero de Potosí.

Un primer momento crucial para el desarrollo de una potente agricultura cerealera


en los valles centrales de Cochabamba, fue el lento pero irreversible proceso de
decadencia de la minería potosina. La alternativa que reclamaba Francisco Viedma
para reorientar la economía agrícola de los valles hacia nuevas opciones,
aperturando vínculos con los yungas del Chapare, las tierras de Moxos o las
llanuras cruceñas, excedían en mucho, los riesgos que los encomenderos estaban
dispuestos a correr. Optaron por la vía más práctica y más cómoda, convertir a los
yanaconas de hacienda en arrendatarios de pequeñas parcelas, para obligarlos a
correr con los riesgos de la producción para un modesto mercado de consumidores
locales, a cambio de honrar el arriendo en moneda y recuperar, por lo menos
parcialmente las pérdidas que comenzaron a arrojar los negocios con Potosí.

Este es el primer antecedente negativo, de unos propietarios de tierras que eran


plenamente conscientes que para superar la crisis de la producción agrícola
comercial de granos, era necesario invertir en nuevas apuestas y diversificar su
producción para alcanzar nuevos nichos de mercado. Sin embargo, la opción
elegida fue la del rentismo, alquilar la hacienda por parcelas, desligarse así de la

372
bocas inútiles en que se convirtieron las multitudes de yanaconas y hacerles pagar
el arriendo en circulante, para así mantener, por lo menos en parte, su dignidad de
patrones necesitados de continuar con su vida ostentosa.

Este antecedente, echó raíces profundas en la región y su sombra gravitó sobre los
valles y otras latitudes del departamento a lo largo del siglo XIX e incluso primera
mitad del XX. La economía hacendal en tiempos republicanos transcurrió con
marcados altibajos caracterizados por periodos más o menos prolongados, donde
solo la alternativa del arriendo permitía acceder al circulante y periodos cortos, que
coincidían con las sequías periódicas, cuando las tierras de secano de los arriendos
bajaban su producción y daban vía libre a la incursión del producto agrícola
hacendal privilegiado por riego, a los mercados feriales de la ciudad y los valles.

A mediados del Siglo XX, las haciendas cochabambinas, salvo muy escasas
excepciones, eran empresas estancadas y poco rentables. Los colonos eran
empleados crecientemente en tareas de servidumbre y solo en forma espaciada, y
hasta marginal, en labores agrícolas. El Censo Agrícola de 1950 revelaba que la
producción agrícola de los latifundios era realmente mínima, que el uso de sus
tierras en labores agrícolas estaba por debajo del nivel modesto de la producción
parcelaria y que, en general, la producción de alimentos para la ciudad e incluso las
minas y otras regiones, reposaba mayoritariamente sobre la fuerza de trabajo de los
arrenderos y los piqueros.

La Revolución de Abril de 1952 quebró abruptamente este panorama de


estancamiento y modorra. La temprana sindicalización de los arrenderos de Ana
Rancho que posibilitó la creciente toma de conciencia del campesinado sujeto al
yugo de los patrones, eclosionó en el invierno de ese año y meses posteriores en
que colonos, piqueros y arrenderos protagonizaron nuevas formas de lucha como
las huelgas de brazos caídos e incluso no pocas invasiones de haciendas,
incluyendo maltratos y expulsiones de los patrones de sus propiedades.

Este fue el estado de convulsión que obligó al indeciso MNR a dictar el decreto de
Reforma Agraria en Agosto de 1953. Sin embargo, las viejas reivindicaciones del
agro habían cambiado de tono. Desde fines de los años 1940 e inicios de los 50,
dichas reivindicaciones ya no se dirigían a exigir la restitución de las tierras de los
ayllus que habían sido usurpadas por los terratenientes, merced a disposiciones
legales fraudulentas, y a exigir al Estado, que sin subterfugios, reconociera la
propiedad colectiva de la tierra. Ahora, la lucha había tomado rasgos más cercanos
a la ideología liberal de la propiedad privada de la tierra. Los colonos de hacienda
deseaban alcanzar el estatus de sus semejantes piqueros o pegujaleros que habían
comprado pequeñas parcelas con mucha anterioridad a los años 50; por su parte,

373
los arrenderos demandaban la propiedad de las tierras de arriendo, también en
términos de propiedad individual. El lema “la tierra es de quien la trabaja” sintetizaba
muy bien esta postura, totalmente alejada de las luchas de los ayllus del altiplano
por el respeto a las tierras de comunidad.

Es cierto que esta postura en los valles, tiene una larga raíz histórica vinculada al
retroceso de los ayllus de las tierras cerealeras y su refugio en las serranías
vinculadas con el mundo aymara, pero también no es menos ciertos, que los ayllus
sobrevivientes tuvieron escaso protagonismo en las luchas pre Reforma Agraria.
Sus intereses de protección de las formas ancestrales de organización social y de
restituir las tierras de comunidad usurpadas por el latifundio, no coincidían con los
interese que enarbolaban los arrenderos, piqueros y colonos sindicalizados en pro
de la parcela propia.

Dictada la Reforma Agraria, se inició un nuevo ciclo de transformación de la


estructura del agro cochabambino y con ello un nuevo proceso de reconfiguración y
reconstitución del poder regional. Los sindicatos campesinos, fugazmente, entre la
segunda mitad de 1952 y agosto de 1953, se hicieron con las riendas del poder en
las provincias, desplazando a la capital departamental a los antiguos patrones. En
cada capital de provincia se constituyó un poder local designado por el o los
sindicatos de la región, las ferias pasaron a ser controladas por estos nuevos
actores políticos emergentes y, las élites refugiadas en la ciudad de Cochabamba
vivieron aterrorizadas por un inminente ajuste de cuentas.

Sin embargo, la división obligatoria de las haciendas en parcelas, medida amparada


por el Estado, y la promesa de legalizar las nuevas posesiones; tuvo el efecto de un
bálsamo que aplacó las pasiones encendidas de los movilizados. Ahora se trataba
de defender lo conquistado ante la amenaza de un hipotético retorno de los
patrones, pero para ello no eran necesarias movilizaciones permanentes, sino
apenas apoyar la permanencia del MNR en el ejercicio del poder.

La consiguiente desmovilización de las bases campesinas, dio paso a sinuosas


maniobras de las dirigencias, que se dieron a la delicada tarea de construir la
fisonomía y la estructura del nuevo poder regional. Para ello hicieron uso de dos
instrumentos que les proporciona la dinámica de la propia Reforma Agraria: por una
parte, el abandono de los colonos, flamantes propietarios de parcelas, por parte del
Estado que consideró cumplida su misión con estas dotaciones, y su incursión sin
protección alguna a las fauces de la economía de mercado; y por otra, la conversión
de los antiguos piqueros, arrenderos y transportistas en agentes represivos que
controlan herméticamente el mercado ferial y la totalidad de los circuitos mercantiles
que debía recorrer la producción campesina para acceder a los consumidores

374
finales. Ambos factores serán determinantes para, por una parte, mantener sumisos
a los ex colonos en su relación subalterna con la economía de mercado, cuyos
secretos y giros les son totalmente desconocidos; y por otra, la permisibilidad de
estos ex-colonos para ser expropiados del excedente agrícola que producen, por
agentes ajenos al proceso productivo, pero que ejercen el dominio político y social
sobre los escenarios de mercado. Ambas circunstancias sellaran su suerte de
productores pobres, incluso hasta nuestros días.

El saldo de este proceso, en términos regionales, permite deducir, que la Reforma


Agraria no se convierte en un factor que impulsa el desarrollo de las fuerzas
productivas, sino, todo lo contrario, la producción parcelaria mantiene sus niveles
tradicionales e incluso tiende a deteriorase y, en general, la economía departamental
que recibe la carga multiplicada de miles de nuevos pequeños productores
parcelarios dueños de sus parcelas, no experimenta ningún estímulo para el
desarrollo del agro. La multiplicación de actores en la esfera del intercambio,
manteniendo la producción agrícola en sus niveles arcaicos de siempre, no conduce
a ninguna forma de desarrollo.

Paralelamente, el incipiente desarrollo industrial, siempre en dependencia extrema


de materia prima e insumos provenientes del exterior, no juega ningún rol destacado
en este proceso. La posibilidad de articular la pequeña producción parcelaria con el
crecimiento industrial, ni siquiera se intenta. Lo poco que se hace tiene un carácter
puntual y no alcanza para revertir la visión de la incipiente burguesía industrial en
algo que remonte su postura conservadora y acomodaticia.

El saldo de todo este proceso, es que esta nueva transformación del agro que
impulsa la Reforma Agraria no modifica las formas tradicionales de producción, ni
modifica en forma significativa las condiciones de vida del campesino parcelario. Sin
embargo, se convierte en un factor determinante para impulsar la terciarización de la
economía departamental y estimular la emergencia del reino de intermediarios en
que se convierten las antiguas ferias campesinas y la propia ciudad de
Cochabamba.

Más de un lector, se preguntará entonces, por qué se aplicó una Reforma Agraria
que no garantizaba el desarrollo y la modernización del agro. La cuestión, no pasa
por una visión deficiente de los proyectistas de la reforma, sino por una
intencionalidad del Estado de aplicar la reforma, apenas como un distribuidor de
tierras en los territorios dominados por el latifundio en el altiplano y sobre todo en los
valles, a la inversa, de la actitud asumida en los llanos amazónicos, donde las
grandes propiedades permanecen intocadas. Esta aparente contradicción, tiene que
ver con los roles que define el Estado de 1952 para cada una de las regiones del

375
país. En concreto, los planes de desarrollo aplicados a lo largo de los 12 años de
Revolución Nacional, estimulan el desarrollo de dos polos de crecimiento: la minería
nacionalizada en Occidente y la agroindustria en Oriente. Cochabamba, es apenas
un espacio geográfico central, una suerte de puente entre estos dos polos. Es decir,
el consiguiente “eje de desarrollo” apenas favorece a sus extremos, y deja al centro
en una suerte de irrelevancia periférica.

Ciertamente que esta determinación estatal no tenía el peso de una decisión


inapelable. Los valles de Cochabamba proveían una base social fundamental para
la viabilidad de la Revolución Nacional y una movilización en favor de una definición
estatal más protagónica para el departamento de Cochabamba, no hubiera sido una
cuestión que el gobierno de Paz Estenssoro tomara a la ligera. Pero ciertamente, un
cambio en la óptica estatal a cerca de lo que entendía como “diversificación
económica” no pasaba solo por las movilizaciones sociales, sino y esencialmente,
por la existencia de un plan de desarrollo regional alternativo que integrara a
Cochabamba como un polo central de desarrollo dentro del eje antes mencionado.
Si bien esta cuestión sería tema de debate, en las décadas posteriores, la
oportunidad histórica para su concreción había pasado y los reclamos en este
sentido resultaron extemporáneos.

Si vale como descargo, se puede aducir que Cochabamba en el momento en que el


Estado definía su política económica, impulsaba la marcha al Oriente y concretaba
la carretera Cochabamba-Santa Cruz, las fuerzas sociales regionales se
encontraban enfrascadas en la delicada tarea de la configuración de la la nueva
estructura el poder. Diversos intereses, ya sean los enarbolados por las dirigencias
sindicales agrarias, o por las clases medias urbanas radicalizadas e incluso los
sectores conservadores que intentaban cubrir sus complicidades con el pasado y
sus servicios al viejo orden derrumbado, con alardes revolucionarios de última hora;
se disputaban con pasión la nueva posición que ocuparían dentro del esquema de
poder que se estructuraba en torno al partido oficial que mostraba posturas
ambivalentes, unas más conciliadoras con la opción de mantener lo necesario de la
estructura social tradicional, en tanto otros sectores se empeñaban en saciar su sed
la justicia social sin dar respiro a los restos que quedaban de la vieja sociedad. En
esta circunstancia, resultaba fuera de contexto pensar en el rol que debía
desempeñar Cochabamba en el plan de desarrollo que se ponía en práctica.
Cuestiones más graves como el control político y económico del sistema ferial, la
carrera por acaparar tierras urbanizables que desató la Reforma Urbana o la
cuestión de que fuerzas sociales controlarían los poderes locales que representaban
al Estado y al Municipio, constituían tareas más urgentes que detenerse a pensar en
el futuro de la región dentro del nuevo Estado Nacional.

376
La ciudad y su proceso urbano, en forma más nítida que las confusas disputas de
las dirigencias agrarias por controlar las ferias y administrar el impuesto a la chicha,
ponía en evidencia el rumbo que tomaban las políticas del MNR respecto a los
distintos temas que preocupaban a la ciudadanía y en particular, a las masas de
Abril que todavía tenían viva la ilusión de ser favorecida por el nuevo régimen y ver
colmadas, por lo menos en parte, sus viejas reivindicaciones de salario justo,
vivienda propia y acceso adecuado a los servicios básicos.

Paralelamente a las movilizaciones de agro, la vieja pugna entre propietarios de


inmuebles y ciudadanos que vivían en casas y habitaciones de alquiler volvió a
reavivarse. Resurgió un aguerrido sindicato de inquilinos que tomó en sus manos la
tarea de ocupar casas vacías y adjudicarla a sus miembros, ante la alarma general
de los casa tenientes y dueños de casa en general. Los actos de justicia, pero
también los atropellos, menudearon y tendieron a extenderse desde las zonas
centrales de la ciudad hacia los distintos barrios. Simultáneamente surgieron
comités-pro vivienda que exigieron que las propiedades baldías y la infinidad de
terrenos sin uso social visible, que abundaban en el interior del radio urbano, les
fueran adjudicadas.

El gobierno del MNR, ante el riesgo de perder el control sobre la delicada cuestión
de la defensa de la propiedad privada de la tierra, dictó la Ley de Reforma Urbana
que desató una suerte de pandemonio de reivindicaciones y exigencias,
acompañado de una febril sindicalización de las clases medias urbanas para
adjudicarse un lote, lo mejor ubicado posible. Las tierras afectadas por la reforma se
tradujeron en una oferta de miles de hectáreas, suficientes para resolver el tema del
lote y la vivienda propia. Sin embargo, todo este proceso de demanda, adjudicación
y compra de los terrenos afectados, a cargo de infinidad de sindicatos, se impregnó
de manejos corruptos y de maniobras clientelares por parte del MNR. Al mismo
tiempo, los esfuerzos estatales para ofertar viviendas de interés social resultaron
insignificantes para hacer frente al déficit habitacional.

Pronto quedó en evidencia que la oferta de tierras afectadas por la reforma se fue
agotando. Pero, lo más significativo fue que el tono de las demandas, sobre todo de
los sectores populares de la zona Sud, se fue modificando, al vincular la relación
complicada de vivienda-trabajo a sus aspiraciones, es decir, la reivindicación de
acceder a una casa propia en las vecindades de La Cancha. Como no existían
terrenos expropiables que cumplieran esta virtud, la cuestión se orientó,
aprovechando la falta de tino del Municipio (enredarse en la oferta de un mercado
de ferias y un parque urbano) para desatar un conflicto que rápidamente tomó las
características de un movimiento social-urbano, que terminó urbanizando áreas
verdes municipales (las colinas de Cerro Verde y San Miguel), introduciendo

377
además prácticas de autoconstrucción de barrios populares y masificando la
autoconstrucción de habitaciones en hilera (“medias aguas”).

Sin embargo, la cuestión nodal de este proceso, no se circunscribe a un escenario


de hechos consumados que se limitan a expresar infracciones graves y leves a las
disposiciones municipales. Lo significativo, comienza con el antecedente de que la
ciudad de Cochabamba, en la década de 1950, era la única ciudad del país en
contar con un plano regulador que en términos técnicos permitía definir los
lineamientos y orientaciones que debía tomar la ciudad para garantizar un desarrollo
urbano sostenible. Esta propuesta de desarrollo urbano, que en buenas cuentas
resumía el imaginario de modernidad de las antiguas élites desplazadas, fue
rápidamente adoptada por el MNR y utilizado en forma represiva para contener las
demandas urbanas.

Esta actitud, no obstante, no fue cerradamente ortodoxa; el mencionado plano, no


tardo en convertirse en un instrumento útil para consolidar los nuevos barrios de las
zonas Norte y Sud. Lo central de la propuesta: las unidades vecinales, fueron
obviadas en los planos de urbanización sectorial que elaboró el propio municipio. La
contradicción principal de este comportamiento, fue por una parte la defensa cerrada
del plan que adopto el Municipio para oponerse a las demandas de los comités pro-
vivienda, y la permisibilidad con la que obró para convertir en barrios-dormitorio los
denominados barrios residenciales del Norte y los barrios populares del Sud.

La suerte de incautación del plan regulador que efectuó el MNR para gestionar la
cuestión urbana, desde la perspectiva de lo que podía o no podía tolerar, evito que
este instrumento pudiera ser reencausado y ajustado a la nueva realidad social de
Cochabamba que emergió con la Revolución de 1952. El impacto de la Reforma
Agraria sobre el ámbito urbano, rápidamente tomo la forma de significativos y
continuos torrentes migratorios campo-ciudad, las demandas para mejorar el
consumo colectivo (infraestructura básica) y ampliarlo a las nuevos barrios urbanos,
y finalmente, la expansión física de la ciudad más allá de lo previsto por el plan
regulador, pronto se tradujo en dos graves consecuencias que podrían haber sido
mejor encausadas: una aguda crisis urbana expresada en el deterioro de la calidad
de vida de los habitantes de la ciudad y un profundo desfase entre la limitada
capacidad técnica y financiera del Municipio para atender las necesidades urbanas,
y el creciente volumen de necesidades insatisfechas diversas (agua, alcantarillado,
desagües pluviales, gestión adecuada de los residuos sólidos, déficit de
equipamientos sociales, pavimentación, extensión de redes de energía eléctrica,
iluminación de vías públicas, etc.) que simplemente eran ignoradas.

La subordinación, lamentablemente inevitable, de los gestores del plano regulador a

378
los lineamientos de las políticas sociales del MNR, evitó que este instrumento fuera
debatido por los diversos actores urbanos, y que a través de ello, se fuera forjando
una necesaria relación armónica y constructiva entre planificación urbana y la
ciudadanía. La alternativa de un ejercicio de la planificación que orientara las
demandas sociales y proporcionara un contenido técnico a sus iniciativas,
seguramente hubiera evitado, que en la década de 1960, el plano regulador
terminara siendo perforado por los movimientos sociales y hasta violentado por el
propio Estado y por más de una autoridad edilicia. Al carecer, el citado instrumento
técnico de una base social necesaria, terminó convirtiéndose en un instrumento
represivo, inoperante y tempranamente obsoleto.

Estas son las circunstancias que favorecen el potenciamiento del carácter terciario
de la economía urbana. El empleo asalariado, afines de 1950 e inicios de los 60, era
francamente marginal, frente al volumen dominante de economías familiares y
trabajadores por cuenta propia. El porcentaje mayoritario de esta PEA, sobrevivía el
día a día, gracias a ese gran emporio comercial que era La Cancha, una suerte de
gigantesca esponja que absorbía a una enorme cantidad de demandantes de
trabajo, que de otra forma se hubieran convertido en una peligrosa fuente de
agitación social. En el recinto ferial era posible acumular fortuna, pero también,
sobrevivir inmerso en actividades económicas de pocos centavos diarios.
Aparentemente era un maravilloso lugar de oportunidades, pero en realidad, aquí
también regían, como pudimos observar, las diferenciaciones sociales, los clanes
familiares, las reglas sindicales y una jerarquía estricta de quienes mandan y
quienes obedecen.

En La Cancha las apariencias engañan. El caos creado por multitud de participantes


que aparentemente no hacen otra cosa que estorbarse, desgañitarse para ofrecer
sus mercancías y desenvolverse en medio de precariedades e incomodidades que
no merecen mayor importancia; se esconde un orden interno regido por las férreas
leyes de la oferta y la demanda, pero también, por una no menos rígida estructura
de jerarquías y dependencias, donde el sindicato vigila, controla y en su caso,
castiga las infracciones. El conjunto de pequeños comerciantes que escenifican la
parte visible de esta economía, saben que deben desempeñar roles determinados y
acordes a la categoría que les asigna esta estructura, ya sea por su antigüedad o
por su capacidad económica. Su comportamiento está perfectamente regulado: no
pueden moverse de sus territorios ni invadir los vecinos, no pueden hacer rebajas
sustanciales de su mercadería en forma individual, no pueden diversificar la oferta
de sus productos sin la aceptación de su sindicato, no pueden ceder sus puestos a
terceros extraños, solo a su parientes, etc. En fin este reino de intermediarios,
exhibe pequeños monarcas (los grandes rescatiris y los grandes importadores) con
extensas cortes de vasallos, cada uno reinando sobre su territorio y sus súbditos

379
con celo extremo.

No cabe duda, que La Cancha era el centro más dinámico de la economía urbana y
regional, en las décadas de 1950 y posteriores. No existía nada comparable a este
gigantesco mall de tintes populares y múltiples facetas. Ni siquiera, aglutinando a la
totalidad del comercio legal en un solo espacio imaginario, dicha aglomeración
hipotética podría echar alguna sombra a este enorme mercado, que ciertamente
excedía en proporción con relación a la la totalidad urbana. Veamos algunos datos a
este respecto, pero una vez más, ante la ausencia de información estadística
relativa a la época que nos ocupa, utilizaremos como indicadores que nos
proporcionen una idea aproximada de este fenómeno, los censos comerciales y
demográficos que se llevaron a cabo en décadas posteriores222.

El censo de la Ciudad de Cochabamba de 1967 revelaba una población urbana de


137.000 y 27.000 familias, una PEA de 45.138 personas (el 33 % de total urbano),
de las cuales 14.955 estaban catalogados como trabajadores independientes y
coadyuvantes223 (el 33 % de la PEA) de los que indudablemente una mayoría, que
lamentablemente los datos censales no nos dejan precisar, estaban involucrados en
la actividad ferial. En 1978, fueron censados 12.585 puestos comerciales en el
conjunto del complejo de La Pampa y calles aledañas. Este enorme volumen de
puestos y pequeños operadores comerciales permitía establecer que la relación
entre el volumen de la población urbana y el volumen de puestos comerciales era de
16,2 habitantes o unas 3,6 familias por cada puesto. (Consbol 1978) 224. La
información anterior, es suficiente para mostrar la magnitud del comercio ferial con
relación al conjunto de la economía urbana e incluso, en relación conjunto de la
economía regional y departamental. Era (es) un gigantesco imán que atraía a los
excedentes de la fuerza de trabajo campesina expulsadas del minifundio y que en
torrentes emigraban a la ciudad en busca de mejores oportunidades de
sobrevivencia, siendo este uno de los factores principales para la consolidación de
la extensa periferia de la ciudad.

En conclusión podemos señalar, que la Cochabamba de los años 1950 y siguientes,


se configuró bajo el impacto de dos procesos interrelacionados, que tiene por
escenario el campo y la ciudad en forma simultánea. Por un lado, las fuerzas
sociales que impulsan la Reforma Agraria y que culminan con la universalización de
la propiedad individual de la tierra en términos de minifundio, pero sin alterar la
222 Después del Censo Demográfico de 1950 que no contiene datos que se adecúen a la información que nos
interesa, el siguiente censo tuvo lugar en 1976, otro en 1992 y finalmente, el último en 2012, sin embargo, se
realizaron otros censos anteriores y posteriores a nivel ciudad que resultan más ilustrativos.
223 Bajo la categoría de “trabajadores independientes” se aglutinaba a los trabajadores por cuenta propia,
sobre todo pequeños comerciantes, en tanto los “coadyuvantes” eran trabajadores familiares no remunerados.
224 Un posterior censo de sitios comerciales en La Pampa y otos escenarios informales revelaba la existencia
de 22.888 puestos (Censo de Registros y Sitios Municipales, 1990)
380
naturaleza atrasada del agro ni mejorar la condición de vida de los actores que
sustituyen a los viejos patrones de hacienda. Por otro lado, y en íntima relación con
lo anterior, la configuración de un modelo de apropiación-expropiación del excedente
agrícola que genera el minifundio, a través de una floreciente economía de mercado
dominada por una suerte de burguesía y pequeña burguesía de intermediarios
mestizos que se apoderan del sistema ferial, que al diversificar su contenido
mercantil, lo convierten en un sistema de mercados persas.

De esta manera, se echan raíces profundas y sólidas para la pervivencia, hasta


nuestros días, de un robusto reino de intermediarios que le da un giro imprevisto, y
tal vez perverso, al imaginario de modernidad que añoraron las antiguas élites.
Cochabamba, a pesar de que esto pueda resultar chocante, en el fondo es una
ciudad improductiva, su prosperidad relativa depende de un agro atrasado, no son
visibles liderazgos con la suficiente lucidez como para fijar un rumbo al desarrollo de
la región, diríamos que es una formación social compleja que no termina de fijar un
norte y por tanto, de tropezón en tropezón termina navegando a la deriva. Esta, que
es una oscura herencia que nos dejó la Revolución Nacional, debe ser extirpada en
las décadas venideras. Si esta obra es un granito de arena que aporta en esa
dirección, nuestro esfuerzo estará más que recompensado.

381
IMÁGENES DE LOS TIEMPOS DE REVOLUCIÓN
NACIONAL EN COCHABAMBA

El Mercado Calatayud en 1945, Opinión, 13/09/2013

382
El estadio Félix Capriles en la década de 1960, Opinión,
22/04/2018

383
Vendedora de La Cancha, años 1960-70, Los
Tiempos, 03/06/2012

384
Feria campesina dominical en Quillacollo,
posiblemente en los años 1940,
https://centroturistico.wordpress.com/

385
La Plaza 14 de Septiembre hacia 1960,
www.gettyimages.es/fotos/cochabamba-

386
El presidente Victor Paz Estenssoro en una localidad
del Valle Alto, en los años 1950,
www.gettyimages.es/fotos/cochabamba-

387
Un colectivo o góndola en la calle Sucre, mediados
de los años 1950,
www.gettyimages.es/fotos/cochabamba-

388
Represa de la Angostura en los años 1950,
www.gettyimages.es/fotos/Cochabamba

389
Inauguración de la carretera Cochabamba-Santa
Cruz, The LIFE Picture Collection via Getty Images

390
Campesinos vitoreando a Victor Paz Estenssoro, The LIFE
Picture Collection via Getty Images

391
La Plaza 14 de Septiembre desde la esquina Sucre y
Esteban Arze,, hacia 1960, The LIFE Picture
Collection via Getty Images)

392
Milicias armadas campesinas del Valle Alto en 1953,
http://www.payer.de/bolivien2/bolivien0220.htm

393
Milicianos mineros desfilando en La Paz en 1953,
http://www.payer.de/bolivien2/bolivien0220.htm

394
Obras en la Plaza de San Antonio, 1956, Opinión,
14/09/2013

395
Una vista de La Pampa hacia 1965-70, fotografía del autor

396
Concentración en Ucureña en ocasión de la firma del decreto
de Reforma Agraria, 1953, Croni-K, Pasajes de nuestra
historia, Ministerio de Educación

397
Paz Estenssoro firma el decreto de Reforma Agraria en
Ucureña, 1953, Croni-K, Pasajes de nuestra historia, Ministerio
de Educación

398
La concentración de campesinos en Ucureña para presenciar
la firma del decreto de Reforma Agraria, 1953, Croni-K,
Pasajes de nuestra historia, Ministerio de Educación.

399
Ucureña: celebrando la firma del decreto de Reforma Agraria,
1953, Croni-K, Pasajes de nuestra historia, Ministerio de
Educación.

400
Índice de cuadros

Capítulo I
Cuadro Nº 1: Bolivia: distribución de la población por departamentos /1900-1950)
Cuadro N.º 2: Bolivia: Población urbano-rural por departamentos (1950)
Cuadro N.º 3: Departamento de Cochabamba: Población por grandes zonas
ecológicas (1900-1950)
Cuadro N.º 5: Departamento de Cochabamba; Población rural y urbana por
provincias en 1950
Cuadro N.º 6: Bolivia: Población de la capitales de departamento (1900-1950)
Cuadro N.º 7: Ciudad de Cochabamba: Población por ramas de actividad económica
y ocupación (1900-1950)
Cuadro N.º 8: Departamento de Cochabamba: Unidades censales según grado de
acceso a la tierra (1950)
Cuadro N.º 9: Departamento de Cochabamba: Distribución de unidades agrícolas
por provincias y zonas geográficas

Capítulo II

Cuadro N.º 10: Relación parcial de hechos y conflictos generados por las
movilizaciones campesinas de Mayo de 1952 a Agosto de 1953

Capítulo III

Cuadro N.º 11: Nuevos centros feriales posteriores a 1953


Cuadro N.º 12: Provincia E. Arze: Intercambio desigual en la Feria de Sacabamba

Capítulo IV

Cuadro N.º 13: Ciudad de Cochabamba: Hogares según tenecia de la vivienda


(1945-1950)
Cuadro N.º 14: Departamento de Cochabamba: Relación de predios rústicos
expropiados en favor de los trabajadores de las minas
nacionalizadas
Cuadro N.º 15: Ciudad de Cochabamba y Cercado: Dotación de tierras a
organizaciones sociales con anterioridad a la Reforma Urbana
Cuadro N.º 16: Ciudad de Cochabamba: Dotación de tierras urbanas a
organizaciones sociales en el marco de la Reforma
Urbana

Cuadro N.º 17: Ciudad de Cochabamba: Terrenos afectados por la Reforma Urbana

401
sin demandantes sociales hasta 1956
Cuadro N.º 18: Ciudad de Cochabamba: Viviendas de interés social construidas o
en construcción por el INV entre 1956 y 1962
Cuadro N.º 19: Ciudad de Cochabamba: Tramitaciones de afectaciones de tierras
urbanas efectuadas por sindicatos pro-vivienda
Capitulo V

Cuadro N.º 20: Ciudad de Cochabamba: Principales obras públicas ejecutadas en el


periodo 2952-1964
Cuadro N.º 21: Ciudad de Cochabamba:Principales estudios y proyectos realizados
por los departamentos de Arquitectura y Urbanismo de la H.
Municipalidad (1952-1964)
Cuadro Nº 22: Ciudad de Cochabamba: Fraccionamientos aprobados por el
Municipio por zonas urbanas (1953-1958)
Cuadro N.º 23: Ciudad de Cochabamba: Fraccionamientos aprobados por el
Municipio según superficies totales y superficies cedids a dominio
público en el periodo 1953-1962
Cuadro N.º 24: Ciudad de Cochabamba: Relación de superficies totales urbanizadas
por zonas y su participación en el volumen total urbano de tierras
fraccionadas (1953-1958)
Capitulo VI

Cuadro N.º 25: Ciudad de Cochabamba: Principales propuestas para resolver el


problema del agua en el área urbana
Cuadro N.º 26: Ciudad de Cochabamba: Capacidad eléctrica (Potencia) instalada y
causas del bajo rendimiento
Cuadro N.º 27: Ciudad de Cochabamba: Déficit de generación de energía eléctrica
Cuadro N.º 28: Ciudad de Cochabamba: Parque automotor (1959)
Cuadro N.º 29: Ciudad de Cochabamba: Mortalidad y morbilidad infantil (1948-1963)

Cuadro N.º 30: Ciudad de Cochabamba: Relación de población asegurada y


beneficiaria por el régimen de seguridad social en
Cochabamba

Capitulo VII

Cuadro N.º 31: Ciudad de Cochabamba: Distribución de cuotas de importación para


el sector industrial por ramas de producción (Segundo semestre de
1954)

Cuadro N.º 32: Ciudad de Cochabamba: Asignaciones de divisas según

402
importancia de los montos unitarios requeridos por la empresas
industriales (1955)
Cuadro N.º 33: Ciudad de Cochabamba: Asignaciones de divisas superiores
20.000 dólares a empresas el sector industrial (1955)
Cuadro N.º 34: Bolivia: Número de establecimientos industriales por departamentos
(1956-1963)
Cuadro N.º 35: Bolivia: Valor de la producción (en $Bs), establecimientos
industriales por ramas y principales departamentos industriales
(1956-1963)
Cuadro N.º 36: Ciudad de Cochabamba: Número de industrias por grandes ramas
de producción (1959)
Cuadro N.º 37: Ciudad de Cochabamba: Características y problemática que
presentaban algunas empresas industriales en 1959
Cuadro N.º 38: Ciudad de Cochabamba: Empleo industrial por ramas de producción
(1956-1957)
Cuadro N.º 39: Ciudad de Cochabamba: Registro de empresas asociadas a la
Cámara de Industrias (1938-1963)
Cuadro N.º 40: Ciudad de Cochabamba: Establecimientos lecheros según promedio
de producción diaria
Cuadro N.º 41: Ciudad de Cochabamba: Relación de empresas industriales por su
pertenencia a empresarios nacionales y extranjeros y por los rangos de los
montos de divisas que percibían en 1955
Cuadro N.º 42: Ciudad de Cochabamba: Número de talleres artesanales por rubros
(1958)
Cuadro N.º 43: Ciudad de Cochabamba: Trabajadores por cuenta propia según
ramas de actividad económica
Capitulo VIII

Cuadro N.º 44: Departamento de Cochabamba: Registro de fundos rústicos (1953-


1958)
Cuadro N.º 45: Departamento de Cochabamba: Impuesto a la chicha: Disposiciones
legales y distribución porcentual del rendimiento
Cuadro N.º 46: Departamento de Cochabamba: Montos recaudados y producción
global de Chicha
Cuadro N.º 47: Ciudad de Cochabamba: Casas comerciales registradas en la
Cámara de Comercio en 1956
Cuadro N.º 48: Ciudad de Cochabamba: Establecimientos comerciales según
montos de divisas asignados por en el Banco Central de Bolivia
en 1954
Cuadro N.º 49: Ciudad de Cochabamba: Distribución de las divisas asignadas según
rangos de montos y nacionalidad de los comerciantes (1954)

403
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MINISTERIO DE HACIENDA: ANUARIOS INDUSTRIALES AÑOS: 1956, 1957,


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D) PERIODICOS CONSULTADOS

Los Tiempos: años 1952-1953


El País: años 1952-1953
El Pueblo: años 1954-1959
El Mundo: años 1959-1966
Prensa Libre: años 1960-1965
Extra: año 1965
Crónica: año 1961

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