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LA METAMORFOSIS DE COCHABAMBA

de la ciudad compacta a la metropolis financiarizada


Humberto Solares S.
LA METAMORFOSIS DE

COCHABAMBA
DE LA CIUDAD COMPACTA A LA METRÓPLIS

FINANCIARIZADA
– 2023 -

HUMBERTO SOLARES S.
I

Aún para el observador menos motivado con el entorno que le rodea, no deja de ser perceptible que
la ciudad en estas primeras dos décadas del siglo XXI ha experimentado mutaciones que
difícilmente se podrían pasar por alto. A la acelerada expansión urbana que impulsada por los
efectos de la Reforma Agraria, que terminaron por sepultar las viejas estructuras oligárquicas,
transformaron raudamente la anquilosada ciudad decimonónica en una emergente metrópolis, en
algo menos de medio siglo; se pueden constatar nuevas transformaciones: esta vez, a la infatigable
expansión horizontal de la mancha urbana, se suman modificaciones importantes en el modelo
tradicional de concentración comercial en las zona central y La Cancha acompañada de la no menos
tradicional dispersión residencial hasta perderse en el horizonte y trepar sin reposo las laderas del
Parque Tunari. En efecto, las antiguas centralidades parecen trastrocarse, los barrios dormitorio y
variados espacios residuales ocupados por funciones residenciales parecen negar su condición
dispersa y abandonan su vieja etiqueta de periferias horizontales y poco densas, para pasar a exhibir
nuevas centralidades, densificaciones espontáneas y verticalidades inimaginables hasta hace unos
pocos años.
Todo parece indicar que la vieja lógica de producción del espacio urbano impulsado por un mercado
de tierras empeñado en incorporar tierras del borde urbano a las funciones residenciales con
patrones de vivienda aislada y amontonar actividades terciarias en los hacinados centros
tradicionales, esta siendo sustituida por una nueva lógica de consumo del espacio urbano disponible
o por disponer. Si embargo, resultaría ingenuo pensar que se trata de una suerte de renovación o
cambio en las prácticas y comportamientos del sector inmobiliario y de una ruptura con la tradición,
tan arraigada entre las clases urbanas medias y bajas, de la aspiración al lote propio y la vivienda de
una o dos plantas (incluidas sus muchas variantes), para hacer realidad el sueño del techo propio.
Profundizando en el asunto, no se puede obviar la cuestión de que las aparentes “modas” en las
formas y maneras de organización de los soportes materiales de las diversas funciones urbanas, y en
forma predominante la función residencial; en realidad expresan la dimensión física y espacial de
razones estructurales más complejas. Ciertamente si el espacio fuera considerado como un objeto
geométrico susceptible de ser modelado según los gustos de cada época, podríamos inclinarnos a
pensar que diversas corrientes culturales con sus respectivas inclinaciones estéticas, son capaces de
“modelar” el espacio urbano. Sin embargo, las cambiantes morfologías urbanas se resisten a ser
interpretadas únicamente como los giros cambiantes de los gustos de los actores urbanos.
* Documento inicial (10/2023) para estimular una posible linea de investigación sobre las cuestiones que se plantean.
Y esto se debe a que el espacio urbano, antes que nada es un “constructo social” y como tal, un
producto histórico. Al respecto Neil Brenner (2016) sugiere que los conceptos de lo urbano no se
refieren a una forma universal de ciudad, sino que los mismos evolucionan históricamente.
Por otro lado Henry Lefebvre (2013) considera que el “espacio urbano”, susceptible de mutaciones
a lo largo de diversos periodos históricos, expresa esta propiedad no solo por tratarse de “espacio
social” en abstracto, sino por ser, simultáneamente producto de un modo de producción
determinado e instrumento económico-político de una clase social dominante, es decir, que cada
modo de producción de bienes materiales no solo organiza el cuerpo estructural e infraestructural de
la sociedad, sino que organiza además “su espacio”, sobre todo su espacio urbano (Mattos. 2018).
Dicho de otro modo, la Villa de Oropesa colonial y la ciudad de Cochabamba de los siglos XIX, XX
y XXI, cuyas estructuras morfológicas han experimentado procesos de metamorfosis radical, no han
sido, ni son otra cosa, que expresiones de la dimensión material de las transformaciones que se han
ido dando a lo largo de varios siglos en el seno de la formación social valluna. Veamos con más
detalle los diversos episodios de esta dinámica cambiante de reposos prolongados y furiosas
cabalgatas (Ver cuadros 1 y 2).
Cuadro 1:
Crecimiento demográfico y expansión física de la ciudad de Cochabamba - 1788-1900

Censos de Población Territorio Densidad Comportamiento intercensal de la


población urbana aproximado promedio población y la ocupación del territorio
censada ocupado por la H/Ha
urbanización Tasa de Promedio de
incremento o expansión urbana
decremento anual en el
poblacional (%) periodo
intercensal
1788(2) 22.305 80 manzanas 279 H/Ha (1) - -
aprox.(3)
Censo Mpal. 110 manzanas 133,68 H/Ha (1) Decremento del 35 0,23 Ha/año
1880 14.705 aprox.(4) %-
Censo Mpal 19.507 110 manzanas 177 H/Ha (1) Incremento: 4,10 Expansión no
1886 aprox. % anual significativa
Censo 130 manzanas Incremento:
Nacional 21.456 aprox. (5) 165 H/Ha (1) 0,64 % anual 1,42/ Ha/año
1900
Fuentes: Censos citados
(1) Se asume el criterio de equiparar una manzana como equivalente a una hectárea, razón por la cual los datos
resultantes son apenas indicativos.
(2) Viedma: Descripción geográfica y estadística de la Provincia de Santa Cruz (1788), Los Amigos del Libro, 1969.
(3) Plano de la Ciudad de Cochabamba – Toma del Cerro San Sebastian (1812)
(4) Plano de Cochabamba por Benjamín Blanco, 1886
(5) Plano de la ciudad publicado en El Heraldo el 14/09 de 1908
Solares: Historia, Espacio y Sociedad, 1990.
Nota: Toda la información contenida en este cuadro respecto a la realidad física de la ciudad, se reitera, apenas es
indicativa, dada la fragilidad en términos de consistencia, de la información disponible.

El cuadro anterior resume la dinámica de crecimiento demográfico y físico de la ciudad desde los
años finales de la época colonial y las restantes décadas republicanas del siglo XIX. Un primer
vistazo permite percibir que en términos morfológicos estamos ante un modelo de ciudad compacta
y con niveles altos de densidad habitantes/hectárea. Si nos atenemos a los aspectos demográficos, se
puede evidenciar, que más allá de las inconsistencias propias de los censos de esta época1,
confrontando el cálculo poblacional de Viedma para la Villa de Oropesa con los resultados
arrojados por el Censo de 1900, se produce un decremento poblacional de unos 848 habitantes!!!, lo
que en el mejor de los casos, expresa una dinámica demográfica de características estáticas. Por otra
parte, si dirigimos nuestra atención al crecimiento físico de la ciudad, se puede comprobar que la
ciudad a incorporado apenas unas 50 manzanas a su tejido urbano en el lapso de 112 años!!!.
La realidad descrita, a pesar de la relativa consistencia de los datos censales y de los planos de la
ciudad levantados a lo largo del siglo XIX, nos permite una imagen, lo suficientemente aceptable,
de la realidad de una pequeña ciudad que cultiva la inmovilidad de sus aires coloniales y expresa
una modestísima dinámica socioeconómica. Si nos preguntamos que tipo de habitantes cobijó la
ciudad y que realmente expresan los censos puestos en consideración, podemos inferir que las
fuerzas sociales y económicas que modelan su inmovilismo, no son otras que las que son
dominantes en el agro circundante, es decir, una estructura semifeudal de tenencia de la tierra.
Como otrora la villa colonial, ahora la ciudad, o mejor, la aldea republicana es el soporte que
proporciona seguridad legal, institucional e incluso militar a una sociedad hacendal, que pese a la
crisis de los granos de exportación hacia el antiguo emporio minero de Potosí, no ha dejado de
hacer reposar el peso de su poderío en la posesión hegemónica de las tierras de labranza que se
despliegan a los largo de los valles centrales de Cochabamba y otras latitudes departamentales.
El modo de producción que corresponde a una forma señorial de dominio de la tierra y de los
productores agrícolas, no requiere de un gran centro urbano, apenas de un espacio desde donde
emanen los poderes reales (la ley, el orden) y los poderes fácticos (la religión, los valores
civilizatorios) que sancionen, legitimen y protejan el orden colonial de la sociedad. La propia
estructura de la ciudad expresa este sentido: en la zona central tienen su sede los principales poderes
terrenales: el Estado y la Iglesia, en torno a ellos, hacia el Norte una extensa campiña de casas-

1 Enrique Soruco que dirigió el Censo de 1880 hacia las siguientes consideraciones: “Dalence en su obra de
“Estadística” escrita en 1848 asigna a la ciudad de Cochabamba 30.396 habitantes, Diez años después, en 1858,
Ondarza y Mujía en el mapa de la República elevan ala población a 40.678 individuos. Esta cifra ha debido parecer
baja a algunas personas, pues don Ernesto O’Ruck en su tan consultada “Guía General” hace subir en 1865 hasta
44.908 almas!!!. Se ve pues cuan distantes está las cifras anteriores de los verdaderos 14.705 habitantes que arroja el
último censo y cuanto se ha generalizado en los últimos 30 años la falsa idea que se tenía de la población de nuestra
capital” (pag. 5)
quinta y residencias de notables, hacia el Sur, los arrabales de artesanos y comerciantes de feria y
llenando los intersticios no pocas casas de vecindad o conventillos donde se hacinan chicherías y
clases medias.
Este es el modelo de ciudad compacta, donde el suelo urbano tiene fundamentalmente un valor de
uso fuertemente marcado por un rígido radio urbano que protege “la tierra rentable”, es decir, los
extensos maizales y frutales que causaron la admiración del Alcides d’Orbigny en 1831, cuando
visitó la ciudad de Cochabamba. Por ello, la ciudad no abarca más allá del centenar de manzanas,
pues a nadie en su sano juicio se le ocurriría fraccionar tierras de alto valor agrícola para sembrarlos
con lotes y casas de muy baja rentabilidad. Pasemos a observar el siguiente cuadro donde se
muestra cómo este pesado inmovilismo se fractura en forma irreversible.
Cuadro 2:
Crecimiento demográfico y expansión física de la ciudad de Cochabamba - 1900-2012

Censos de Pobla- Territorio Densidad Comportamiento intercensal de la población y la ocupación


población ción aproximado promedio del territorio
urbana ocupado por la H/Ha
censada urbanización Tasa de incremento Promedio de expansión urbana
poblacional (%) anual en el periodo intercensal
Censo 130 manzanas 165 - -
Nacional 21.456 aprox. H/Ha(1)
1900
Censo 71.492 360 Manzanas 198 Incremento: 5,17 % anual, 1,5 Ha/año
Mpal 1945 H/Ha(1) equivale a un inremeto del equivale al
233% % en el periodo 20 % de incremento en el periodo
intercensal intercensal
Censo 137.004 3.690 Ha 37 H/Ha Incremento: 3,37 % anual 167,7 Ha/año Equivale al 1.025
Mpal 1967 aprox. Equivale al 91,6 % de % de incremento en el periodo
incremento en el periodo intercensal
intercensal
Censo Incremento: 5,48 % anual 271,6 Ha/año Equivale al
Nacional 204.684 6.135 Ha 33,36 H/Ha Equivale al 66,2 % de incremento en el
1976 aprox. 49,4 % d incremento en el periodo intercensal
periodo intercensal
Censo 414.307 7.683 Ha 53,9 H/Ha Incremento: 25,23 Ha/año. Equivale al
Nacional 6,4 % anual. Equivale al 25,23 % de incremento en el
1992 102% en el periodo periodo intercensal
intercensal
Censo 517.024 10.500 Ha 49,24 H/Ha Incremento: 2,25 % anual. 313 Ha/año. Equivale al 36,24 %
Nacional aprox. Equivale al 24,79 % de de incremento en el periodo
2001 incremento en el periodo intercensal
intercensal
Censo 630.587 13.848 Ha 45,53 H/Ha Incremento: 1,99 % anual. 304 Has/año. Equivale al 31,88
Nacional Equivale al 21,96 % de % de incremento en el periodo
2012 incremento en el periodo intercensal
intercensal

(1) Se asume el criterio de equiparar una manzana como equivalente a una hectárea, razón por la cual los datos
resultantes son apenas indicativos.
Fuentes: Planes directores municipales, Solares, 1990 y 2011. Informes de censos nacionales y municipales citados
El presente cuadro que muestra el comportamiento demográfico y la expansión física de la ciudad,
abarca el siglo XX y la primera década del siglo XXI. A diferencia del Cuadro 1, aquí se pueden
percibir dos etapas: una de continuidad moderada con la tendencia estática del siglo XIX y otra de
franca y hasta violenta ruptura con esta tendencia.
En efecto, el Censo Nacional de 1900 y el Censo Municipal de 1945, muestran, por una parte, un
incremento poblacional de un 5,17 % anual y un significativo incremento del 233 % para el periodo
intercensal 1900-1945, hecho que ciertamente expresa una notable inflexión con relación a similar
comportamiento en el siglo anterior. Así mismo la ciudad experimenta un modesto crecimiento
físico (1,5 Has anuales) que son suficientes para incrementar la mancha urbana en un 20 % con
relación al siglo anterior.
Estas dos connotaciones, pese a no constituir sino transformaciones modestas, nos permiten intuir
que las mismas responden a similares cambios, digamos en pequeña escala, que comienza a
experimentar la economía y la sociedad que incuban tales tendencias, que de alguna manera la
alejan del viejo inmovilismo colonial. Indudablemente esta dinámica no es ajena a dos conjuntos de
factores que no dejan de gravitar sobre la lógica del ordenamiento espacial de la formación social
valluna.
Por una parte, los aires de la modernidad que soplan con fuerza y persistencia desde la última
década del siglo XIX. La irrupción de novedades como la energía eléctrica que no solo arroja luz
sobre las sombras conventuales, sino que permite superar el trote cansino de los tílburis y berlinas
por raudos automóviles y tranvías y lo que no deja de ser menos significativo, vincula la vieja aldea
con la vecindad del mundo a través de las primeras emisoras de radio, los fonógrafos, las salas de
cine, el telégrafo y el servicio telefónico. Ciertamente, bajo el impacto de esta densa multitud de
innovaciones tecnológicas, actividades como la banca, la industria y el comercio amplían sus
vuelos, pero al mismo tiempo, los viejos hábitos de la vida cotidiana también sufren cambios
importantes y de pronto la fijación por vivir “cerca a la plaza de armas” y ver desde un balcón el
devenir de la vida urbana, se paso a la aspiración de fijar morada en la campiña, en alejarse “del
mundanal ruido” y abandonar la casa de los ancestros llena de inquilinos problemáticos: la idea de
la “ciudad jardín” comienza a asomarse en el imaginario de los flamantes neo modernos vallunos.
Por otra parte, eventos como la pérdida del litoral golpea fuertemente al comercio de exportación de
granos y otros productos (calzados, artesanías) de Cochabamba. La alternativa al decaimiento del
tradicional mercado minero de Potosí, ganando nuevos mercados en las costas del Pacífico, el sur
peruano y el altiplano, se frustra con la irrupción del ferrocarril Oruro-Antofagasta trayendo granos
y otros insumos más baratos. A este escenario, se suman las primeras migraciones desde las
quebradas minas de plata y otras latitudes, que hacia la década de 1930, ejercen por primera vez,
fuertes presiones sobre la tierra urbana dando lugar a una aguda demanda de casas en alquiler, que
por primera vez, desatan el agio y la especulación en torno a la renta del suelo para usos urbanos.
Este panorama se ve agravado al finalizar la Guerra del Chaco, que origina nuevos torrentes
migratorios y una escalada en la depreciación de la moneda, lo que a su vez provoca una fuerte
demanda de tierras urbanas y próximas a la ciudad, como una estrategia para proteger el poder
adquisitivo de los ahorros de las clases medias y altas.
Sin embargo, pese a estas fuertes presiones, que vienen tanto desde las corrientes de la modernidad
que con las innovaciones en materia de transporte urbano han hecho posible incorporar la extensa
campiña a la demanda habitacional; como desde las amenazadoras tormentas socioeconómicas que
estimulan el acaparamiento de tierras para satisfacer dicha demanda, la ciudad parece salir
relativamente indemne de esta dura encrucijada. Si bien la población urbana se duplica entre 1900 y
1945, en contraste, la mancha urbana se expande en apenas un modesto 20 %. aproximadamente. Al
parecer, aquí opera una represa capaz de frenar las turbulentas aguas que amenazan trastrocar el
viejo orden oligárquico.
La palanca virtuosa que ralentiza la dinámica de las transformaciones es la permanencia sin
cambios significativos de las relaciones campo-ciudad. Si bien el avance de la pequeña propiedad
campesina o piquería desde la segunda mitad del siglo XIX y con mayor intensidad en las primeras
décadas del XX, definieron la emergencia de un nuevo actor social regional, el piquero o
pegujalero, sobre todo aquél vinculado a la potente economía del maíz-chicha, ello no gravitó con la
fuerza necesaria para modificar la estructura agraria tradicional. La gran hacienda, fuere cual fuere
su situación económica, todavía era predominante en la geografía departamental y tal predominio,
especialmente sobre la sujeción del agricultor vinculado a la hacienda o colono al lugar de la
producción, mitigaba en gran medida los discretos desplazamientos campo-ciudad de esta
voluminosa fuerza de trabajo e imponía la ideología de la renta de la tierra agrícola como un recurso
que estaba por encima de las presiones para ampliar la frontera urbana. En términos espaciales esto
significa lo que expresan los resultados de los dos primero censos antes analizados, es decir, un
persistente densificación de la relación habitantes/hectárea, o sea, una intensificación del ritmo del
uso del suelo urbano disponible, por una parte, y por otra, una discreta expansión de la
urbanización, sobre todo, sobre tierras rurales de secano, de escaso valor, en la periferia sur de la
ciudad.
La sorpresa mayor que nos reserva el Cuadro 2 es en el periodo intercensal 1945 – 1967, donde
todo el modelo de ordenamiento espacial anterior salta por los aires. Pareciera que los resortes que
debieron impulsar el crecimiento urbano a lo largo del siglo XIX y primera mitad del XX, hubieran
sido, primero neutralizados y luego tensados hasta más allá de su límite de resistencia, de tal manera
que al liberarse de sus ataduras hubieran provocado una suerte de big-bang urbano que en algo más
de dos décadas dio lugar a una primera y radical metamorfosis urbana que definitivamente barrió
con los resabios de la vieja aldea decimonónica y sustituyó el modelo tradicional de ciudad
compacta por una dispersión explosiva de la mancha urbana que todavía no cesa. En efecto, si en
términos demográficos la ciudad experimenta una tasa anual de crecimiento para el citado periodo
intercensal del orden del 3,37% que se expresa en un incremento de población urbana del orden del
91,6%; en términos de la expansión del tejido urbano, la tasa de crecimiento anual es de 271, 5 has,
lo que equivale a reconocer que en algo más de dos décadas, la ciudad que no alcanzaba a
incorporar a su cuerpo físico ni siquiera 2 has anuales, ahora ha incorporado una masa de nuevas
tierras equivalentes al 1.025 % de la superficie definida en 1945, es decir a experimentado un
crecimiento anual de un 46,6%2.
El resultado es un nuevo modelo de urbanización, la ciudad dispersa, que ha devorado sin cesar la
antigua campiña y el resto de entorno urbano para pasar de los 198 habitantes/hectárea definido en
1945 a los 33,96 habitantes hectárea en 1967, o sea, 5,8 veces menos que la tasa registrada
inicialmente. En resumen: mientras la ciudad casi duplica su población en el periodo 1945-1967, la
mancha urbana que corresponde a este crecimiento demográfico, presenta la marcada anomalía de
ser 10 veces mayor a lo necesario. En efecto, si el proceso urbano hubiera mantenido su tendencia
histórica respecto a la densidad habitantes/hectárea, tan solo hubieran sido necesarias 331 Has para
albergar a la nueva población en 1967 y no once veces más!!!
¿Que clase de terremoto provoco esta radical transformación de la ciudad? Ciertamente, no otro que
el derrumbe de la antigua formación social regional, incluido su bloque de poder, su modo de
producción y su lógica de organización del espacio urbano y regional. Como toda sociedad agraria,
la cochabambina había encontrado un modelo de acumulación de capital que giraba en torno a la
captación de la renta agrícola y a la apropiación del plus valor que generaba la fuerza de trabajo
campesina. La sociedad oligárquica había amasado sus fortunas apropiándose en forma coercitiva
de este plusvalor. La nueva formación social y su bloque de poder no modifico en esencia este
modelo, pero sí su procedimiento, veamos cómo.
Uno de los objetivos centrales de la Revolución Nacional de 1952 fue la modernización del llamado
Estado Minero-Feudal y la emergencia de una burguesía nacional moderna. En el caso de
Cochabamba, la debilidad de su aparato industrial, la escasa gravitación de su sector comercial y
bancario que se reducía al modesto nicho de su mercado urbano, y el conservadurismo suicida de su
vieja clase terrateniente que se negó a transformar, por lo menos una parte de las haciendas, en
empresas agrícolas modernas; dieron por resultado la ausencia de un interlocutor válido que tomara
bajo sus riendas una nueva etapa del desarrollo capitalista en la región3.

2 La diferencia entre las 360 Has definidas como urbanas por el Censo Municipal de 1945 y las 3690 Has consideras
urbanas por el Censo Municipal de 1967 es de 10,25 veces más.
3 En el caso de Santa Cruz, cuyas grandes haciendas no fueron afectadas por la Reforma Agraria, se consolidó con
apoyo estatal una burguesía agroindustrial agresiva. En el caso de La Paz, la emergente burguesía industrial, la
minería mediana y la banca armonizaron sus interese con el Estado y de esta manera proyectaron su desarrollo.
Los efectos de esa suerte de terremoto que sacudió las entrañas del viejo orden, fue la Reforma
Agraria de 1953. En realidad, el orden gamonal se encontraba perforado mucho antes del evento
señalado, por el avance de un mestizaje andino que aprovechándose de la debilidad de las haciendas
se hizo de parcelas y “minifundios” con los que organizó una potente economía ferial de alimentos
y una igualmente poderosa economía de la chicha, que aseguró su prosperidad en base al gran
mercado urbano de este licor en la ciudad de Cochabamba.
La constelación de poder que emergió en los valles después de 1952, comenzó a ordenar el
territorio para la consecución de sus fines bajo dos lógicas: la rápida expansión del mercado de
alimentos para dar acceso a miles de ex colonos convertidos pequeños productores, fue bloqueada
por los antiguos comerciantes de ferias y las dirigencias sindicales agrarias. Se impuso así, un
nuevo estilo de comercialización de productos agrícolas, donde los productores quedaban
confinados en sus parcelas y comunidades a la espera de intermediarios (rescatiris) que adquirieran
sus productos y los revendieran en los mercados de consumo. Esta modalidad privilegió el
afianzamiento de una tupida red vial que permitió la vinculación adecuada entre ferias próximas y
lejanas, comunidades, ranchos y pueblos rurales, de tal suerte que hiciera viable la circulación de
bienes agrícolas desde los espacios de producción, las estaciones de intermediación (las ferias y
mercados), hasta llegar a los platos de los consumidores. Este circuito eficiente se tornó vital para la
captación estable y segura del excedente agrícola. En resumen, la vieja explotación campesina
persiste pero con nuevos actores. El antiguo mercado interno regional de la chicha, ahora se
expande a la totalidad de la producción agrícola.
Una segunda lógica de ordenamiento espacial, fue el potenciamiento de la ciudad de Cochabamba
como eje central y nodo de una vasta red de circuitos mercantiles, además de sede de un mercado de
capitales que se nutre que se nutre de este torrente circulatorio (Solares, 2021). De esta manera
Cochabamba se convierte en una suerte imán, un lugar mágico y lleno de oportunidades para el
rápido ascenso social. Torrentes de vallunos y migrantes de otros territorios (las provincias altas de
Cochabamba, las minas nacionalizadas, el altiplano orureño y paceño, el sur del país, etc.)
descubren repentinamente las bondades del buen clima... “para hacer negocios” y acuden a
Cochabamba, ocasionando inicialmente una gran crisis de alojamiento y luego convirtiendo en
demanda social la necesidad de “planificar el desarrollo urbano”4 En realidad, lejos de una virtuosa
preocupación por encausar racionalmente el crecimiento de la ciudad, de lo que se trata es de
incorporar al radio urbano la mayor cantidad posible de tierras agrícolas.
Esto último no es casual, la acelerada mercantilización de la economía y el predominio del modo de
producción mercantil simple a falta de un desarrollo industrial alternativo, determinan que el capital

sostenido.
4 Esta demanda fue persistente a lo largo de la década de 1940 y culminó con la formulación del Plano Regulador
puesto en vigencia en los años 50 y sancionado por ley en 1961.
moneda que se capta en las operaciones de comercialización de alimentos, no tenga mayor opción
que reinvertirse en el mercado de las tierras urbanas. Comprar tierras agrícolas y terrenos baldíos a
precios irrisorios, luego fraccionarlos y venderlos con gruesos márgenes de utilidad, es el gran
negocio de los primeras décadas de la Revolución Nacional5. Si antes, era la posesión de una gran
hacienda con colonos incluida, lo que daba lustre y prestigio social; ahora, la posesión de un chalet
en Cala Cala o Queru Queru es sinónimo de prestigio y saludable posición económica.
En fin, aclarados los antecedentes que explican la gran transformación de la ciudad entre 1945 y
1967, no cabe duda, que una explicación plausible sobre la expansión acelerada de la mancha
urbana, que logro incrementar su tamaño hasta en unas 10 veces en los 22 años de este periodo, se
relaciona con el predominio de un nuevo modelo de acumulación de capital, un cambio estructural
en las relaciones campo-ciudad y una lógica espacial que trastoca el orden racional de la
planificación, es decir, que el tejido urbano crece con mayor celeridad que la población urbana.
Dicho de otro modo, la viabilidad de esta economía solo es posible convirtiendo la tierra en
mercancía.
Dirigiendo nuestra atención a los censos posteriores (1976, 1992, 2001 y 2012) podemos observar
que la lógica expansiva de la mancha urbana se mantiene aunque con un ritmo relativamente menos
acelerado. De todas maneras, persiste una tasa de crecimiento físico superior al marcado por el
crecimiento demográfico y con una relación de ocupación del suelo urbano (habitantes/hectárea)
fluctuante y propia del modelo de ciudad dispersa.
Tomando como referencia el Censo de 1967, tenemos que la población censada alcanzaba a los
137.004 habitantes, en tanto el Censo Nacional de 2012 registraba una población de 630.587
habitantes para la conurbación, lo que sugiere que en el periodo intercensal entre los censos citados
(45 años) la población cuadruplico su volumen (4,6 veces mayor). Pero, esto no es lo sorprendente,
pues digamos que se sigue la curva natural de crecimiento demográfico que caracteriza al país. Lo
que no deja de sorprendernos, es que la tendencia de expansión de la mancha urbana, a pesar de que
no supera las tasas del periodo 1945-1967, se mantiene casi a la par que el crecimiento
demográfico. En 1967 se contabilizaron 3.690 hectáreas, en tanto en 2012, esta vez, tomando la
superficie ocupada por la conurbación, se estimó una extensión 13.848 hectáreas. Aún reconociendo
la relativa confiabilidad que representan estas cifras, lo importante es que fijan una tendencia, es
decir, dichas cifras sugieren que el volumen de tierras consumidas por funciones urbanas es 3,75
veces mayor que las similares de 19676. Para aclarar las cosas: si hipotéticamente la población de

5 El gran impulso que mereció esta tendencia fue la aplicación de la Reforma Urbana de 1956 que desato un
verdadero pandemonio de acaparamiento de las tierras afectadas por dicha disposición, por parte de clases medias
que habían sufrido por décadas la tiranía de los alquileres y los abusos de los dueños de casa.
6 Se debe reconocer que los datos contenido en el Cuadro 2 sólo tiene el valor indicativo de una tendencia de
crecimiento urbano. En realidad la cifras relativas a la expansión física de la ciudad en los años censales, no
consignan con precisión los desbordes de los límites urbano vigentes y menos el detalle de la formación espontánea
de la conurbación a partir del Censo de 1992. En realidad, sobre este aspecto no existe una información consistente
2012 ocupara el suelo urbano manteniendo la densidad registrada en 1945 (198 H./Ha), la superficie
de la mancha urbana no debería exceder a 3,184 hectáreas, es decir, 4,35 veces menos de lo que
realmente fue urbanizado hasta el año antes citado.
En resumen, la lógica de ordenamiento espacial de la mancha urbana de Cochabamba lo largo del
Siglo XX presento dos momentos claramente diferenciados: el primero, entre 1900 y 1945, donde
se mantuvo invariable el modelo de ciudad compacta, con densidades de ocupación del suelo por
encima del centenar de habitantes, un crecimiento demográfico lineal ascendente y un poco
significativo crecimiento físico de la ciudad (5,11Has/año). El segundo, que se extiende desde 1945
a 2012, donde irrumpió con fuerza la lógica explosiva de la ciudad dispersa, muestra una baja
notable de la tasa de densidad con cifras por debajo de 50 H./Ha, una intensificación de la tasa de
crecimiento demográfico y una explosiva expansión de la mancha urbana, no sólo desbordando los
generosos límites del radio urbano fijados por el Plano Regulador, sino incluso convirtiendo en
obsoleto este instrumento, configurando un crecimiento de dimensiones metropolitanas y haciendo
ingobernable esta tendencia expansiva pese a los intentos por encausarla a través de nuevos
instrumentos de planificación. El balance final es que durante el siglo XX y primera década del XXI
la población urbana creció en 29,38 veces respecto al Censo Nacional de 1900, en tanto, la mancha
urbana se expandió en 106,52 veces! (Ver Plano 1).
Elaborado por Rocha, 2010
El modelo de acumulación de capital rentista vigente desde 1953, configura dos circuitos: uno
primario en torno a la expropiación del excedente agrícola de manos de los productores directos,
para luego encausar el capital-dinero acumulado hacia un circuito secundario que hace de la
inversión inmobiliaria y la especulación de tierras, una forma improductiva pero estable de
acumulación. Parte de los excedentes acumulados permiten estimular el crecimiento del sector
terciario y materializar una lógica espacial urbana centrípeta-centrífuga, donde las funciones
comerciales y de servicios se aglutinan en torno a la tradicional “Cancha” y en torno a la Plaza de
Armas, en tanto la función residencia se “esparce” por la extensa periferia liquidando la histórica
vocación cerealera del Valle Central.
No solo la ciudad es irreconocible con aquélla, que por iniciativa municipal fue censada y descrita
en 1945, como una tarea primordial para encarar las tareas de elaboración de la propuesta técnica
del Plano Regulador de Cochabamba, sino que se ha expandido hasta límites inimaginables incluso
para los utopistas urbanos de la década de 1940 que consideraban realizable no solo contener la
mancha urbana dentro del amplio perímetro fijado por el citado instrumento técnico, por lo menos
hasta finales del siglo XX, y además, organizar ciudades satélite y un eje industrial Cochabamba-
Quillacollo. Este supuesto reposaba en la idea de una transformación del agro cochabambino en un
y sistematizada, sino apenas cálculos aproximados de esta realidad contenido en los planes directores municipales y
documentos similares.
potente complejo agroindustrial, es decir, la hegemonía de un modo de producción moderno como
referente para disponer un orden espacial racional propicio para tal alternativa.
Tal vez, la ausencia de un cuidadoso análisis de las circunstancias históricas (el agotamiento del
sistema hacendal y la emergencia irrefrenable de un campesinado parcelario) que rodeaban tales
iniciativas, orientaron los planteamientos técnicos hacia una dirección no adecuada. Fuera como
fuera, los acontecimientos posteriores, es decir, la Revolución Nacional que impulsó la Reforma
Agraria y la Reforma Urbana, convirtieron en inoperante esta primera propuesta urbana
prácticamente desde sus orígenes. El drama se reduce a la gravitación de un axioma sencillo e
irrefutable: la propuesta de modelo de ciudad pensada en los años 1940 para una sociedad moderna
e industrial naufragó ante la realidad de una formación social rentista que emergió en la década de
1950 y que convirtió la tierra en mercancía y la tarea de “hacer crecer la ciudad” en un gran
negocio.
El saldo de este proceso, como se mencionó, esta muy lejos de todo lo virtuoso que pudo tener el
Plano Regulador de 1961, El centro urbano en lugar de la radical renovación y modernización
planeada, se redujo a una suerte de reciclaje de la antigua estructura tradicional: las viejas casonas
fueron forzadas a contener oficinas, consultorios, talleres, etc,, en tanto los salones señoriales de las
plantas bajas fueron convertidos en tiendas y almacenes. En torno a este centro, que muy
tardíamente fue reconocido como patrimonio histórico se erigían los primeros edificios en altura y
los ensanches de las calles Ayacucho y Perú (hoy Heroínas) convertidos en avenidas abrió la brecha
para este primer asomo de modernidad de dudosa calidad. Tampoco el tradicional paseo de El Prado
se salvo de esta tendencia.
El modelo de “ciudad jardín”:
se materializa parcialmente en las zonas residenciales; sin embargo, lo mas importante es
que la urbanización “por saltos” y de tipo lineal en torno a los principales ejes urbano de
la zona Norte (avenidas Libertador Bolivar, América y Aniceto Arce) que había
caracterizado a las primeras formas de expansión urbana sobre la campiña, es finalmente
relegada por un proceso raudo de consolidación de la mancha urbana. Esta termina
consumiendo los enormes terrenos baldíos, donde todavía, a inicios de los setenta, eran
frecuentes grandes maizales y cultivos de hortalizas al lado de los primeros chalés que
aparecían dispersos y rodeados de este mundo rural, nada menos que en lo que serían las
zonas residenciales urbanas de las clases medias y altas (Solares, Rodriguez y Zabala,
2009:123)

Sin embargo, salvo el “casco viejo” y los alrededores de la Cancha que muestran un tejido urbano
compacto, el resto de la ciudad exhibe grandes vacíos o “lotes de engorde”7, siendo este es un factor

7 Reciben esta denominación los lotes baldíos que están esperando incrementar su valor en base a las obras y
servicios públicos que desarrolla el Municipio en las diversas zonas de la ciudad. Una vez satisfecha esta
pretensión, ingresarán al mercado inmobiliario con un valor agregado que no significó ningún costo o sacrificio
para el propietario.
gravitante para generar las bajas densidades urbanas de las nuevas zonas residenciales. De esta
manera:

la ciudad, pese a las bondades de su plan urbano, pierde su forma tradicional, se expande y
alarga consolidando “ejes de crecimiento”. El saldo resultante es una mancha urbana con
características metropolitanas, desigualmente desarrollada, combinando discontinuidades y
rupturas con densificaciones irracionales, en cuyo proceso se consumen tierras agrícolas y
se desintegra la economía del agro, dando curso a un proceso irrefrenable de
fraccionamientos y nuevos asentamientos habitacionales desconectadas del sistema viario
existente, con escasas posibilidades de contar con infraestructura básica y con una
dinámica social capaz de superar las oposiciones técnicas más tenaces, las oposiciones
jurídicas mejor argumentadas y las barreras físicas y naturales más adversas.(Solares.
1986: 23)

En suma, esta lógica espacial estructuralmente vinculada a la manera como la formación valluna ha
organizado la economía, ha definido una forma de estratificación social y ha alimentalo imaginarios
de consumo que se vinculan con la búsqueda sin fin de oportunidades de prosperidad, donde los
negocios inmobiliarios ocupan un lugar preponderante, en un contexto donde la llamada economía
informal y la formal son funcionales a un mismo modelo de acumulación de capital8; de ninguna
manera es impermeable a las influencias que le llegan del mundo global, como pasaremos a
observar a continuación.

II

A partir de los años finales del siglo pasado, pero con mayor intensidad en las primeras dos décadas
del presente, se fue percibiendo en forma gradual un cambio en la lógica de configuración del
espacio urbano. El modelo de centralización de las funciones económicas en los centros
tradicionales de la ciudad (el Centro Histórico y La Cancha) y la dispersión explosiva de las
funciones residenciales; se vieron alteradas, primero sutilmente pero gradualmente en forma más
explicita. Aparentemente, las empresas constructoras e inmobiliarias comenzaron a responder
positivamente a una suerte de “apego a la propiedad horizontal” que expresaron las preferencias
del mercado, contradiciendo la tradicional preferencia de las clases medias, todavía plenamente
vigentes a inicios de la década de 1990, por la vivienda aislada, el jardín con frutales, incluso el
corralito y las infaltables medias aguas, todo ello en un lote generoso en superficie: y sin olvidar,
que este imaginario no guardaba discreción a la hora de expresar su desagrado por la propiedad
horizontal.
Se podría sugerir que este cambio en los gustos habitacionales estuvo influido por el “agotamiento”
de tierras para uso residencial dentro de los tradicionales barrios residenciales y que la alternativa

8 Un análisis más pormenorizado del modelo urbano que corresponde a los años posteriores a la Revolución Nacional
de 1952, se puede encontrar en Solares, 1986.
del lote propio solo era factible en la cada vez más lejana periferia. Este puede ser un factor
importante que incidió en las preferencias por soluciones habitacionales alternativas, pero no es
suficiente para una explicación plausible de este fenómeno, pues el fraccionamiento de tierras
ampliando la mancha urbana, ahora convertida en conurbación, no bajo de intensidad ni mucho
menos.
Una hipótesis más consistente sería sugerir que el derrumbe del modelo económico neoliberal a
ultranza y la la luz al final túnel que esto significó para muchos sectores de la población, incluyendo
gruesos sectores de las clases medias, permitió, en el nuevo ciclo que se inició a partir de 2006, que
un importante segmento de la demanda con solvencia económica pudiera retomar la aspiración de
residir en las zonas céntricas de la ciudad e incluso aspirar a salir de la periferia, encontrando en la
oferta de condominios y edificios de departamentos una opción acorde as sus necesidades. Sin
embargo, no se debe perder de vista que dicho segmento solvente no era mayoritario ni suficiente
para asegurar el éxito económico empresarial a mediano y largo plazo. Los riesgos que implicaba
depender de una demanda amarrada al crédito bancario y a los humores de la divisa norteamericana,
era evidente, sin embargo los emprendimientos inmobiliarios se multiplicaron y aparentemente el
mercado de demanda de departamentos en propiedad horizontal no dejó de crecer. Observemos
algunos síntomas de esta aparente “nueva moda” en la manera de producir espacio urbano.
En 2011, una publicación “Apuntes - Ingenieria Civil”9 anotaba que sólo en la Zona Norte se habían
levantado 528 edificios y que “en los últimos años” construir verticalmente se había vuelto una
prioridad. Esa misma fuente anotaba, que de acuerdo a registros municipales entre 2007 y 2010 se
habían aprobado 751 nuevas edificaciones en altura, al mismo tiempo que reconocía que “En la
última década la imagen urbanística de Cochabamba ha cambiado. Como nunca numerosos
edificios han sido construidos, tanto en el centro como en la Zona Norte de la ciudad”. Una crónica
de Opinión (25/04/2016) anotaba con tono de alarma que en 2011 en el Municipio se habían
aprobado 930.196 M2 de construcciones de casas y edificios, pero que en 2015 se había registrado
una caída del 370% (197.788 M2). Sin embargo pese a esta tendencia contractiva la demanda se
mantenía intacta, los precios de departamentos fluctuaban en torno a los 100.000 dólares y que en
general, de acuerdo a Rivera(2013) los distritos 1 y 12 de la Zona Norte eran los más dinámicos en
términos del mercado inmobiliario10. En realidad el citado retroceso pese a su drasticidad no era
acompañaba de una contracción simétrica en la demanda como sería de esperar, si se tratara de un
cuadro de crisis real; por tanto tales alzas y bajas en el volumen de superficies edificadas respondían
9 https://apuntesingenierocivil.blogspot.com

10 En esa misma crónica se registraba: “La demanda en edificios en Cochabamba se mantiene. Y los precios inclusive
se han incrementado entre un 5 y 10% … Opinión visitó tres edificaciones en Cercado y pudo advertir que el 30 %
de los departamentos ya estaba vendido y el 40 % tenía reserva y los interesados empezaron los trámites para
conseguir un financiamiento bancario … Según uno de los encargados, la venta de los departamentos va por buen
camino”
más a estrategias de mercadeo que evitaban saturar el mercado inmobiliario con una sobre oferta
que obligaría a bajar los precios de los inmuebles ofertados.
“Cochabamba dejó de ser la ‘ciudad-campiña’ para convertirse en una urbe de cemento con
edificios de hasta 14 plantas” afirmaba la publicación “Casas Bolivia” de 10/01/2016. Un estudio
sobre construcciones en altura (Lopez, 2015) sostenía que la ciudad ya no poseía instrumentos de
planificación actualizados y que el mercado inmobiliario era el que se encargaba de fijar las pautas
del actual desarrollo urbano11.
Otra publicación de “Casas Bolivia” (23/04/2017) anotaba: “El paisaje urbano de Cochabamba
cambió durante la última década. Donde estaban construidos chalets de dos pisos con espaciosos
jardines, fueron erigidos edificios de mas de 10 pisos, principalmente habitacionales, comerciales y
destinados a oficinas”. Con la misma tónica una publicación de “Libre Empresa” (17/07/2018)
informaba que “varios proyectos arquitectónicos aguardan pacientemente su aprobación para
erigirse en poco tiempo más, como la nueva cresta ecológica y de edificios que buscan tocar el
cielo en la ciudad de Cochabamba. Se trata de 12 edificios en altura de entre 20 a 30 pisos”12
Los Tiempos (11/09/2022) anotaba lo siguiente:
La ciudad de Cochabamba vive el ‘boom’ de la construcción de edificios residenciales de
altura, especialmente en la zona Norte, que está transformando la fisonomía de la urbe e
impactando en las áreas verdes...El acelerado crecimiento vertical dejó atrás la imagen de
una ciudad valluna con extensos paisajes donde los vecinos aprovechaban las primeras
horas del día para pasear y tomar sol”

“Para muestra basta un botón” sugiere este sabio consejo popular, en efecto, resultaría tedioso
seguir dando testimonio de lo mucho que la prensa ha dicho al respecto desde la última década e
incluso antes. No quedan dudas, y como sugeríamos al principio de este trabajo, la ciudad ha
experimentado mutaciones que no se pueden ignorar o banalizar.
Sin embargo, no es suficiente contentarnos con el relato descriptivo de los volúmenes de metros
cuadrados, la cantidad de torres, los cambios abruptos del perfil urbano, la impotencia de
vecindarios a los que se le privó del sol y la luz, los impactos ambientales e incluso la delicada
cuestión de una infraestructura básica de agua y alcantarillado pensada para zonas residenciales de
la ciudad-jardín, pero no para conjuntos habitacionales densos y en plena expansión.

11 Este estudio revela que la estructura de centralidad densamente edificada y periferias horizontales se mantenía, pero
con algunas salvedades. La zona Sud esta mudando su morfología, con un predominio de edificaciones de 4 a 7
plantas en zonas como la Sudoeste, próxima a la Laguna Alalay y la Sudeste cercana a la serranía del Ticti, incluso
anotaba “el Sur ahora cuenta con viviendas lujosas pero con turriles en las puertas”. En la zona Norte existía un
predominio de edificaciones de 4 plantas y agrupaciones de hasta 14 plantas. Un análisis detallado de estos aspectos
se pueden ver en López, obra cit.
12 La Alcaldía de Cochabamba aprobó un nuevo reglamento de edificaciones en altura que admite torres de hasta 30
pisos, según el Decreto Municipal 269. (Los Tiempos, 07/12/2021. Por otra parte, la propia Alcaldía aprobó la Ley
1184 que “incentiva la construcción de edificios sustentables”, con un máximo de 14 pisos (Los Tiempos,
17/11/22).
El fenómeno hasta aquí estudiado no es propio de Cochabamba, diversos estudios (Rivera, 2016,
Veyzaga et al, 2015, Prado, 2019, etc.) han mostrado que éste es fenómeno más amplio y que no
solo abarca el Eje Central y otras ciudades del país, sino que, prácticamente es un fenómeno
mundial con fuerte incidencia en los países vecinos al nuestro.
En consecuencia, estamos frente a un proceso que va más allá de la simple enumeración de datos,
episodios y anécdotas. Se trata de una realidad, cuya explicación no se agota apelando a los
tradicionales argumentos de “fallas en la planificación”, obsolescencia de los mecanismos técnicos
de control y regulación del uso del suelo, ausencia de políticas que regulen o le den un límite al
capital inmobiliario respecto a la captación de plusvalías, en fin, un problema de gobernanza donde
los intereses políticos siempre se sobreponen a las razones técnicas.
Retornando al análisis inicial, se ha podido observar que la vigencia prolongada del modelo de
ciudad compacta a lo largo del siglo XIX y primera mitad del XX, asi como su transformación
acelerada en ciudad dispersa en la segunda mitad del XX y primeras décadas del XXI, han tenido
lugar en el contexto de transformaciones similares en las estructuras de las formaciones sociales que
organizaron el espacio urbano bajo pautas de densificación o dispersión. Sin embargo, tal como se
proyecta la realidad actual, las transformaciones en el modo de producción del espacio urbano en
Cochabamba y otras latitudes, no tiene necesariamente orígenes locales o regionales, no se trata,
como otrora, de trastornos en las relaciones campo-ciudad, de modificaciones profundas en el
régimen de propiedad de la tierra urbana y menos de radicales cambios estructurales en la pirámide
social que consolidó la Revolución Nacional de 1952, los experimentos neoliberales posteriores o el
proceso de cambio iniciado en 2006. Entonces, es necesario seguir escudriñando.

III

Si retornamos al pensamiento de Lefebvre, a los aportes de David Harvey (2014) e incluso a los
planteos clásicos de Castells (1976) y Topalov (1979) sobre la articulación entre producción del
espacio y modo de producción, sobre todo a la cuestión de la correspondencia entre estructuras
heterogéneas de organización espacial que responden a formaciones sociales complejas que
caracterizan a los países de menor desarrollo, donde lógicas económicas y espaciales modernas
(capitalistas) se combinan con formas económica y espaciales pre-capitalistas o informales (Pirez,
2016, Abramo 2012), comprobaremos que la emergencia de nuevas formas de configuración del
espacio urbano que sobrepasan la escala local, no se deben a intempestivos nuevos lenguajes
arquitectónicos y urbanos que irrumpen con la fuerza de objetos “cool”, sino a síntomas más o
menos explícitos de procesos de transformación en los circuitos de acumulación del capital. Basta
echar una mirada a la abultada publicidad existente sobre el tema13 para percatarnos de la dimensión
no solo nacional sino continental e indudablemente planetaria del fenómeno que afecta a la
morfología de las ciudades. Entonces, algo ocurre en la esfera de la economía capitalista que se
debiera comprender, puesto que sus irradiaciones alcanzan a nuestra urbe, esto no sólo por
curiosidad académica, sino por que la adecuada comprensión de esta nueva lógica de producción
del espacio urbano puede ser crucial para llevar por el Norte correcto a las tareas de la planificación
urbana.
No cabe duda, que las intensificación del proceso de urbanización, no solo en Bolivia, sino en gran
parte de América Latina, y sobre todo en el universo capitalista desarrollado, ha sido interpretado
por el mundo académico como el síntoma innegable de un proceso de urbanización generalizada del
conjunto de la sociedad, a tal punto que la idea de “ciudad”, a la manera como la interpreta la teoría
urbana tradicional, ha comenzado a diluirse en grandes manchas de dimensiones metropolitanas que
se pierden en el lejano horizonte. Autores como Neil Brenner plantean la tesis de la urbanización
planetaria”y ponen en tela de juicio los conceptos tradicionales de “lo urbano”. Al respecto se
señala:
“la noción de lo urbano no puede reducirse a una categoría de práctica; sigue siendo una
herramienta conceptual crítica en cualquier intento de teorizar la actual destrucción
creativa del espacio político-económico bajo el capitalismo de comienzos del siglo XXI.
Como reconoció Lefebvre, este proceso de destrucción creativa (implosión-explosión», de
acuerdo con su terminología) no se limita a ningún lugar, territorio o escala de tipo
específico; genera una problemática, un síndrome de condiciones, procesos,
transformaciones, proyectos y luchas emergentes, que se conecta a la generalización
desigual de la urbanización a escala planetaria. Por lo tanto, se debe sostener la
continuación de la teoría urbana, aunque en una forma reinventada críticamente, que
identifique el carácter incesantemente dinámico y creativamente destructivo del «fenómeno
urbano» bajo el orden capitalista y que, sobre esta base, apunte a descifrar los patrones
emergentes de la urbanización planetaria.” (2013:49)

Autores como Francois Chesnais (2001) sugieren que las transformaciones de las lógicas espaciales
en las ciudades capitalistas se constituyen en la parte visible de ajustes estructurales en el modo de
producción capitalista, más específicamente en la crisis sin retorno del modo de producción fordista
y la transición hacia modelos de acumulación posfordistas, donde cobra trascendencia un régimen
de acumulación dominado por lo financiero, es decir, un modelo de acumulación financiarizado.

13 Consultar, por ejemplo, el Anuario Inmobiliario de América 2015 que informaba que en las ciudades del eje troncal
de Bolivia se están invirtiendo alrededor de 1.800 millones de dólares en la construcción de 2.925.180 M2
distribuidos en viviendas individuales y condominios, hoteles, centros comerciales y edificios. Otras publicaciones
como Mercado Inmobiliario en América latina (https://issuu.com/agsconstruye/docs/revistaconstruye-febrero-2022-
gto/s/14720782), Bienes Raíces Latinoamérica (https://blog.bienesraiceslatinoamerica.com/tag/america-latina/), etc
brindan entre otras informaciones, los atractivos para invertir en el sector inmobiliario que presentan diferentes
países. En fin, Quiroga (2023) sostenía que el desarrollo inmobiliario ha fortalecido la alteración urbana
metropolitana profundizando las desigualdades urbanas y sugería que el motor de esta tendencia reposaba en la
inversión económica ejecutada en los últimos 5 años y que “rebasa los 3.000 millones de dólares en proyectos, con
más de nueve millones de metros cuadrados de construcción”.
Sin embargo, vale la pena analizar esta cuestión, de suyo compleja, de una forma más cronológica a
fin de evitar “saltos” que podrían ofender la adecuada comprensión del tema.
Resulta un lugar común vincular la radical transformación de la ciudad medieval con la Revolución
Industrial del siglo XVIII y la emergencia de un nuevo modelo urbano (ciudad industrial, ciudad
moderna, etc.) que corresponde a la consolidación de la sociedad capitalista y su modo de
producción hasta alcanzar una dimensión planetaria. Sin embargo, este es el punto de partida de un
modelo de acumulación de capital que que pasó a depender de la transformación de las materias
primas en bienes industriales articulado a un mercado de consumo de masas. La lógica espacial de
este modelo giró en torno a la concentración de grandes complejos industriales en los países
centrales (EE.UU. y Europa Occidental) y de bastas geografías de explotación de recursos naturales.
La intensidad de la acumulación de capital y su reinversión en el proceso productivo paso a
depender de la estabilidad en la relación capital-trabajo signado por prolongadas luchas sociales14 y
las necesarias y continuas innovaciones tecnológicas y organizacionales que no cesaron de buscar el
punto óptimo que permitiera maximizar la producción y minimizar el tiempo socialmente necesario
para lograr este resultado. Las turbulencias que trajeron consigo eventos como la crisis económica
de 1930 y las posteriores dos guerras mundiales, terminaron por cristalizar un modelo de
racionalización del proceso de trabajo al que se denominó fordismo basado en un proceso de
producción intensivo y masivo y la organización taylorista de la fuerza de trabajo que incremento la
eficiencia este modelo15.
Raudamente el fordismo se hizo popular entre las grandes empresas industriales y lo que pasó a
conocerse como el modelo de acumulación fordista permitió a EE.UU y los países del Occidente de
Europa disfrutar de altas y sostenidas tasas de crecimiento durante tres décadas continuas (“los 30
gloriosos”) entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la década de 1980. Esto fue posible, no
solo por la racionalización y tecnificación de la producción industrial, sino por un acuerdo obrero-
patronal que vinculaba el crecimiento de la producción con lo salarios, es decir un acuerdo entre los
empresarios, los sindicatos fabriles y el Estado como garante guiado de la mano por las políticas
keynesianas16, de tal manera que las utilidades generadas por la productividad se repartían
equitativamente entre todos los actores. De esta manera, el valor del salario real se incrementó, pero
a cambio, el sector patronal obtuvo una paz social prolongada, amortiguando el efecto
14 Para citar algunas de estas luchas: la jornada laboral de 8 horas, el seguro social, el derecho a la jubilación, etc.
15 Proceso de producción propuesto por Frederick W. Taylor que se apoya en la profundización de la división del
trabajo y la especialización de los trabajadores en una parte o aspecto de la producción industrial en serie. El
llamado fordismo introducido en las fábricas de automóviles de Henry Ford incrementó la eficiencia del trabajo
racionalizado del taylorismo al organizar la producción en masa a través de cadenas o cintas de producción
estrictamente cronometradas.
16 Acciones inspiradas en el pensamiento John Maynard Keynes que dan forma a la figura del Estado interventor que
trata de regular y limitar las brechas de desigualdad social a través de políticas de contenido social, de preservación
del empleo, de control de los procesos inflacionarios y de ampliación del mercado de consumo, como una forma
adecuada de controlar las crisis cíclicas de la economía capitalista. Esta figura, el llamado New Deal se resumió en
la idea del estado de bienestar o del estado benefactor.
potencialmente peligroso de la Guerra Fría que enfrento a las potencias occidentales con el bloque
socialista. Al respecto señala Miotti:
Este compromiso entre el capital y el trabajo, arbitrado por el Estado, se basaba en la
aceptación de los ritmos de trabajo exigidos por la organización científica del trabajo
(taylorismo) y la línea de montaje destinada a obtener ganancias de productividad
sostenidas en el tiempo. Como contrapartida, esas ganancias de productividad se repartían
entre los asalariados como un incentivo a la aceptación de las exigencias que implicaba el
trabajo en la fábrica bajo el modelo taylorista (2018:73)

Acontecimientos posteriores, como el hundimiento del bloque soviético que se tradujo en el final de
la Guerra Fría, acompañado de una tendencia al alza de las materias primas, especialmente el
petróleo y la resistencia de los trabajadores a rebajar sus salarios a pesar del abandono del pacto
social que rigió en los 30 años gloriosos por parte del capital, dio paso a una severa crisis de
rentabilidad que cambió las reglas del juego del modelo de acumulación vigente y hecho por tierra
la economía basada en el modelo fordista (Lipietz, 1994).
De acuerdo a Castells (1988), la quiebra del modelo fordista dio paso a tres grandes procesos de
reajuste del modelo de acumulación: en primer lugar un cambio en la relaciones de poder entre
capital y trabajo, lo que implica, en segundo lugar, la quiebra del “estado del bienestar” acusado por
la caída de las tasas de ganancia del capital17. Un tercer proceso se vincula a lo que Castells
denomina “el proceso de internalización creciente de la economía y de la organización
internacionalizada del sistema mundial en términos de una nueva división internacional del
trabajo”. Dicho de otro modo, el modelo industrial fordista fuertemente centralizado en torno a
grandes complejos industriales (ciudades industriales, grandes plantas, parques e incluso regiones
industriales) se descentraliza merced al gran desarrollo de las NTICs que permite que el comando
industrial (las gerencias) puedan monitorear a distancia el quehacer de distintas plantas industriales
distribuidas en diferentes países, lo que además permite la búsqueda y captura de nichos de fuerza
de trabajo cuyas pretensiones salariales sean convenientes para las nuevas inversiones económicas
directas de las grandes transnacionales, es decir, la implantación de un modelo de producción
flexible por su capacidad de adaptarse a circunstancias variables que le permitan bajar sus costos de
producción en el contexto de un mundo globalizado lleno de oportunidades. Castells, obra cit.,
sugiere que este proceso solo es posible en el contexto de una “nueva revolución tecnológica”18.
El conjunto de factores sucintamente enumerados lineas arriba, dieron paso a una nueva fase en el
desarrollo del capitalismo y su columna vertebral, el modelo de acumulación, que paso a
denominarse postfordismo, que se caracteriza, por una parte, por cambios profundos en la división

17 Queda implícito que, ahora se considera gasto insulso que afecta a la rentabilidad del capital, el rol del Estado
distribuidor de servicios públicos, seguridad social y diversas formas de subvención que favorecían a la clase
trabajadora.
18 Castells, en base a estos criterios, en los años 90, da forma a lo que consideramos es su aporte más importante:
mostrar la realidad y vigencia de una era de la información y su concepto de “sociedad-red”.
internacional del trabajo impulsado por la difusión de las NTICS y por la globalización en el
manejo de la economía, todo ello bajo la guía de un liberalismo secante o neoliberalismo. Las
economías nacionales se subordinan a los dictados de las grandes corporaciones transnacionales
amparadas por el Consenso de Washington19 y operando a través de instituciones financieras
internacionales como el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio o el Fondo
Monetario Internacional.
En suma la globalización apunta a una estructuración de la producción, los servicios y el comercio
en redes globales o redes transnacionales. Es decir, que se trata de la integración de las economías
locales, regionales y nacionales a la economía internacional a través del comercio, las inversiones
extranjeras directas (IED), los flujos de capital, los flujos de fuerza de trabajo (migraciones
masivas) y los flujos de tecnología (Peña, 2012).
La otra cara de la moneda de este modelo es la expansión y profundización de la pobreza, la
inestabilidad de la economía interna, la dolarización, la inestabilidad del empleo, la ampliación de
las economías informales, la intensificación de las migraciones internas e internacionales, el
sometimiento de las economías nacionales a los mandatos de los organismo financieros externos, la
privatización de los servicios públicos, la salud, la educación, etc.
Sin embargo desde inicios del presente siglo, en forma gradual pero sostenida, la economía global,
aún sin dejar de ser dominante, comenzó a dar señales de agotamiento. Países como EE.UU e
incluso la Unión Europea tendieron a retornar a políticas de protección de sus economías nacionales
y a gravar con sanciones a sus presuntos adversarios (China, la Federación Rusa y otros), en franca
violación de las políticas neoliberales de libre comercio, uno de los pilares fundamentales de la
economía global20.
Las políticas de corte liberal a tono con el principio de apartar las manos del Estado del manejo de
la economía, ensanchar la economía de mercado y dejar que la iniciativa privada maneje y
administre los aspectos rentables de las necesidades de la sociedad, aplicadas desde fines de la
década de 1970, de acuerdo a autores como Carlos de Mattos “encarrilaron la dinámica económica
hacia una marcada por el progresivo desplazamiento del sector productivo por el financiero”
(2016:5). En buenas cuentas no solo en países de la periferia capitalista, sino en los países centrales,
se fue percibiendo que la tasa de acumulación extraída de la esfera de la producción sufría una
tendencia depresiva que inicialmente fue controlada a través de la desconcentración del aparato

19 El Consenso de Washington se refiere a un conjunto de políticas tendientes a apoyar a los países de menor
desarrollo inmersos en la crisis del modelo fordista y agobiados por pesadas deudas externas. Se trata de políticas
dirigidas a la estabilización macroeconómica, el impulso al libre comercio, apartar al Estado del control de la
economía y a dejar que la dinámica del libre mercado sea la que logre los equilibrios necesarios dentro de la
economía interna. Estas políticas, llamadas neoliberales, fueron dominantes en América Latina desde la década de
1980-90 y aún persisten hasta la actualidad. Este fue el fundamento de los llamados “ajustes estructurales”
aplicados en los países de menor desarrollo.
20 Estas tendencias se han visto reforzadas por la guerra entre Rusia y Ucrania,
productivo, pero gradualmente “las finanzas pasaron a desempeñar un papel crucial en este
proceso” (Aalbers et al, 2021:217), es decir, que los bienes raíces se convirtieron en una opción, por
lo menos en las tres últimas décadas, no necesariamente como una inversión para la producción de
vivienda, sino como un depósito de valor.
Varios autores (Daher, 2013; Chesnais, 1996, 2003 y 2017; De Mattos, 2016: Fumagalli, 2009,
Mendez, 2018 y 2019, etc.) se refieren a la creciente tendencia del capital a dejar en un segundo
plano la inversiones en la esfera de la producción y se convierten en “capitales nómadas” que
eligen sus preferencias entre un abanico de opciones que oferta el sector financiero, considerando
entre las mas rentables, las ofertadas por los negocios inmobiliarios. Es decir, que la tendencia
actual del capitalismo es sustraerse gradualmente del modo de producción industrial y del modelo
de acumulación del capital en el circuito uno (la producción) para incursionar en el circuito dos (las
finanzas), lo que de hecho implicaría un cambio cualitativo en el modelo de acumulación vigente
desde los tiempos de la Revolución Industrial. De cualquier manera, esta es una tendencia que ya
deja sus huellas, tanto en el ámbito económico como en las nuevas configuraciones del espacio
urbano.
De acuerdo a Lefebvre, Harvey, De Mattos y otros, al tenor de esta nueva tendencia del capital, se
refuerza la conexión entre urbanización y reproducción del capital, a tal punto que el entorno
construido se torna esencial para crear y almacenar plusvalía. Sin embargo, como es normal en todo
régimen capitalista, las aguas nunca dejan de agitarse y las llamadas “burbujas inmobiliarias”
siempre están a la vuelta de la esquina21.
Profundizando en la cuestión de la financiarización, De Mattos (obra cit.) anota que su
configuración gira en torno a los siguientes indicadores: modernización de los sistemas bancarios
para que puedan generar y manejar flujos de capital a escala planetaria; jerarquización y
articulación internacional de las bolsas de valores de tal forma que puedan direccionar los
movimientos de capital según las expectativas de rentabilidad financiera; generación de un conjunto
de nuevos productos financieros (swaps) y de mecanismos para el buen funcionamiento de los
mercados a escala global, donde la “securitización” (titulización) permita transformar un objeto real
e inmóvil (un inmueble) en un activo financiero (líquido y móvil) negociable en los mercados
financieros; generación de nuevos tipos de inversores institucionales (fondos de pensiones, fondos

21 Como señalan Aalbers et al (obra citada:230): Todo funciona bien mientras los nuevos participantes pongan
un pie en la escalera de la propiedad y los precios sigan aumentando, pero se desmorona una vez que
las personas ya no pueden endeudarse y los precios de la vivienda caen, como sucedió en 2007-2010 en
una diversidad de países donde la vivienda estaba altamente financiarizada. A medida que los precios de
la vivienda (P) suban más rápido que los ingresos (I), es probable que esto se derrumbe en el futuro. De
hecho, las ecuaciones “R> G” (Rendimientos de inversiones mayores que el crecimiento económico) y
“P> I” (Precios de la vivienda mayores que los ingresos) no son solo dos expresiones de la misma
tendencia a largo plazo, sino que ambas son inherentemente construcciones habilitadas políticamente,
así como económicamente inestables en el largo plazo.
de inversión, compañías de seguros, etc.) capaces de operar mecanismos de capitalización; impulso
al establecimiento de diversos “paraísos fiscales” dirigidos a recolectar y colocar capitales, incluso
aquéllos provenientes del crimen organizado; generar un sistema bancario en la sombra (shadow
banking system) formado por un conjunto heterogéneo de entidades financieras que actúan al
margen de los mecanismos de regulación nacionales e internacionales.
Bajo el impacto de este proceso, que gana cada vez más espacios planetarios, un creciente volumen
de actividades pertenecientes a la esfera de la vida cotidiana se están contaminando con los afanes
de las lógicas financieras, a tal punto, que se podría afirmar que la financiarización esta invadiendo
a la ciudad y a la sociedad, y naturalmente, como veremos más adelante, esta introduciendo
modificaciones importantes en las lógicas de producción del espacio urbano22.

IV

La relación entre capital y espacio ha definido a lo largo del tiempo, la naturaleza de las
morfologías urbanas. La evolución del sistema capitalista, siguiendo la línea de pensamiento
propuesta por Lefebvre (1972 y 1976) y Harvey (2007), ha provocado la desestructuración
-estructuración de ese conglomerado humano llamado “ciudad” determinando que la ciudad
tradicional compacta se diluya en espacios urbanos difusos destruyendo continuamente los residuos
de la vida rural. Lefebvre señala al respecto lo siguiente:
El crecimiento económico, la industrialización, al mismo tiempo causas y razones últimas,
extienden su influencia sobre el conjunto de territorios, regiones, naciones y continentes:
Resultado: la aglomeración tradicional propia de la vida campesina, es decir, la aldea, se
transforma: unidades más amplias la absorben o la asimilan; se produce su integración en
la industria y en el consumo de los productos de dicha industria. La concentración de la
población se realiza al mismo tiempo que la de los medios de producción. El tejido urbano
prolifera, se extiende, consumiendo los residuos de la vida agraria (1972: 9-10).
La acelerada urbanización del planeta se expresa en la conformación de grandes asentamientos
humanos que se estructuran y se vuelven a estructurar merced a tres modalidades del desarrollo del
capital: La reestructuración neoliberal, la revolución informacional y la globalización financiera.
Siguiendo a Lefebvre (obra cit.), el capitalismo logra superar sus contradicciones internas y
proyectar su crecimiento “ocupando espacio, produciendo espacio”. Veamos en el siguiente cuadro
la evolución del sistema capitalista y como éste afecta a las morfologías urbanas.

22 De Mattos, citando a Alvarez Campero, 2014, llama la atención sobre un hecho ejemplificador: “Un caso extremo
de este fenómeno, puede ilustrarse claramente con el caso de la FIFA, que puede considerarse como un ejemplo
paradigmático de ello; se trata de una corporación privada internacional, que cuenta con 209 países miembros
(más que la ONU), maneja sus actividades en forma monopólica, opaca y hasta hace poco pragmáticamente sin
control, generando en cada uno de los eventos mundiales que organiza cada cuatro años ganancias astronómicas
que maneja en forma secreta.
Cuadro 3: Evolución del sistema capitalista y las transformaciones de las morfologías urbana

Modelo de producción fordista Posfordismo – Producción flexible – Configuración financiera


Configuración multinacional (Globalización)
Actor dominante: Actor dominante Actor dominante
Estados Nacionales Empresas multinacionales Instituciones financieras
Desde la crisis de 1929 hasta fines de los años Desde la crisis de la década de 1980 hasta Desde fines de la década de 1970 a la actualidad
1970 inicios del siglo XXI
Desarrollo industrial en base a grandes Crisis de rentabilidad del modelo fordista. Configuración donde se impone la lógica finan-
complejos geográficamente concentrados (polos Desconcentración de los procesos produc- ciera que domina los escenarios económicos.
y parques industriales) donde los talleres y las tivos gracias a la expansión y eficiencia de Las diferentes entidades financieras se articulan
oficinas de administración y gestión comparten las NTICs, particularmente el internet y la en base a redes internacionales de alcance
el mismo territorio. Predominio de grandes telefonía móvil. Gravitación de las empresas mundial.
empresas industriales con apoyo estatal multinacionales con sede en los países
ejerciendo dominio desde el centro capitalista centrales y unidades productivas dispersas a
desarrollado hacia una basta periferia subsidiaria lo largo y ancho del planeta (zonas económi-
y proveedora de materias primas. El desarrollo cas especiales). Gravitación de las inversio-
industrial se convierte en una política de Estado. nes extranjeras directas, configurando una
estructura económica global o globalización.
Morfología espacial en América Latina Morfología espacial en América Latina Morfología espacial en América Latina
Expansión urbana acelerada (explosión urbana). Intensificación del proceso de urbanización y Las ciudades tienden a diluirse en bastas
La ciudad compacta sede paso a la ciudad emergencia de grandes conglomerados me- expansiones metropolitanas, sin embargo,
dispersa, con formas explicitas de segregación tropolitanos y se intensifica el modelo de emergen formas de explosión - implosión
social, formación de cinturones de miseria y ciudad dispersa. Se intensifican las migra- urbana acompañadas de fuertes tendencias de
ampliación de la economía informal ciones internacionales y las migraciones gentrificación y densificación vertical que
campo-ciudad. Se consolida una red urbana alteran el perfil urbano tradicional y definen
comandada por ciudades globales. El sector nuevos paisajes urbanos. El sector inmobiliario
inmobiliario comienza a situarse como un y la industria de la construcción impulsan la
sector estratégico de la economía. mercantilización de la metamorfosis urbana.
Fuente: Elaboración propia y aportes de De Mattos (2016).

Sintetizando el contenido del cuadro anterior, se puede señalar que las grandes transformaciones en
la morfología de las ciudades se vincula con el desarrollo del sistema capitalista, desde los albores
de la revolución Industrial, que hizo irreconocibles las antiguar ciudades medievales para luego
propiciar un gran big bang o explosión urbana que modeló las ciudades del mundo industrial e
incluso las ciudades de la periferia subdesarrollada convirtiendo los restos de la ciudad compacta en
una centralidad histórica contenedora de las sedes del poder político, económico e ideológico,
rodeada de un inmenso mar viviendas aisladas y dispersas.
La organización fordista de la economía profundizó esta tendencia expansiva, al propiciar la
concentración de los medios de producción bajo la forma de parque industriales, cinturones
industriales y grandes complejos fabriles que estimularon las migraciones campo-ciudad,
particularmente en América Latina, donde el excedente de la oferta de fuerza de trabajo calificada
como “ejercito industrial de reserva” rápidamente gano la etiqueta de población marginal que
sobrevive gracias al comercio informal, cuyo estallido es paralelo a la intensificación de las
expansiones urbanas hasta alcanzar escalas metropolitanas, barriendo con los residuos de la vida
rural. Es decir, por lo menos desde finales del siglo XVIII, el surgimiento de la ciudad capitalista
moderna y su posterior desarrollo, está asociado con la ruptura de la ciudad compacta y la continua
expansión de su tejido urbano.
Aquí, es pertinente anotar, que la tierra, agrícola o urbana, siempre fue un recurso para la inversión
del capital en bienes raíces, sobretodo para protegerlo de los riesgos de la inestabilidad financiera en
diversas circunstancias. Un rasgo esencial de la lógica espacial del capital es la conversión de la
tierra en mercancía, es decir, convertir el valor de uso del recurso tierra en un referente que justifica
el valor de cambio y lo convierte en objeto de deseo y especulación23. La renta de la tierra, uno de
los pivotes de la economía clásica, deviene a lo largo del siglo XX, en inversiones, una vez más en
bienes raíces, pero esta vez para extraer plus valor de la tierra urbanizada, dejando atrás su valor
agrícola o pecuario.
Es justamente este último rasgo, la búsqueda de acumulación de capital mediante inversiones en la
esfera mercantil y no en el proceso de producción, lo que caracteriza a la denominada
“financiarización de la economía”. La intensificación de esta tendencia, sobre todo, la preferencia
de los excedentes de capital en ser reinvertidos en negocios inmobiliarios, especialmente en
aquéllos que persiguen maximizar la rentabilidad de la tierra urbana a través de la densificación
residencial que privilegia la vivienda en altura y la difusión de nuevos artefactos arquitectónicos
(malls, shoppings, galerías comerciales, multicines, condominios cerrados, etc.), define los
lineamientos de una nueva forma de configuración del espacio donde actúan simultáneamente
fuerzas centrifugas que continúan expandiendo la mancha urbana y, fuerzas centrípetas que
densifican fragmentos cada vez más numerosos del tejido urbano horizontalizado. Esta nueva
configuración espacial vendría a ser la expresión material de la financiarización de la metamorfosis
urbana (De Mattos, 2016) o dicho de manera más explícita:
actualmente, el espacio urbano, la vivienda y las hipotecas y préstamos que hacen posible
su edificación, se han convertido en vehículos para la reproducción lucrativa de capitales
financieros internacionales. Como consecuencia, el suelo, la vivienda y la producción del
espacio urbano ya no responden a las necesidades locales, sino que se edifican como
activos financieros en función de la reproducción de capitales internacionales y las
ciudades se han convertido en “fábricas”productoras de plusvalías. (Delgadillo, 2021:4)

Para el autor citado, los mercados inmobiliarios son susceptibles de favorecerse de operaciones
financieras de diferentes formas y recibir distintos tipos de capitales (productivos, rentistas,
especulativos), todos ellos orientados a obtener utilidades en plazos cortos y/o largos y operando
bajo diversas modalidades aplicadas por diversos agentes24: las empresas constructoras, los rentistas

23 Estas son las estrategias esenciales de los operadores de los mercados de tierra urbana, convertir los eriales en
objetos de deseo, a través del diseño urbano y el marketing, para luego ofertarlos utilizando prácticas especultivas.
24 * La compraventa y alquiler del suelo y/o del espacio construido.
* La fase de elaboración de proyectos y de construcción, a través de las preventas.
* La vivienda social, media o de lujo
* Las viviendas recuperadas (de los desahucios), las viviendas abandonadas, las viviendas en régimen de
alquiler formal y recientemente también informal.
* Los créditos hipotecarios para edificar o comprar un edificio o vivienda ya construida.
* Las oficinas, los centros comerciales, los espacios industriales y de servicios, las bodegas, los hoteles y
cadenas de hoteles, y las infraestructuras. (Delgadillo, obra cit,: 5)
que alquilan viviendas, departamentos, oficinas, etc., y los que poseen recursos financieros, como la
banca que oferta prestamos hipotecarios. En fin, la financiarización no presenta un solo modelo que
se repite por doquier. Lejos de ello, los mecanismos financieros en el universo de los bienes raíces,
se adaptan a los rasgos, características, marcos legales, institucionales y normativos vigentes en
cada ciudad y país.
En suma, como sugiere el dicho popular: “no todo lo que brilla es oro”. El lado oscuro de la
financiarización del desarrollo urbano, no solo implica un transformación en las relaciones socio-
espaciales, sino que la misma, más que efectos positivos, exhibe un incremento de los cuadros de
desigualdad social, de segregación social y espacial, de gentrificación de los barrios populares, de
bolsones de pobreza; en tanto proliferan los “islotes” de clase alta que contemplan desde la alturas
la valorización continua de sus inversiones. (De Mattos, 2016; Cabrera, 2021).
Ciertamente, tanto en Cochabamba como en otras ciudades del país y del exterior, estamos
presenciando la emergencia de una nueva modalidad de expansión urbana, ya no se trata de la
sofocante dispersión horizontal, sino de la verticalización de las tipologías habitacionales, es decir,
de la intensificación de la edificación de torres y la maximización de los índices de ocupación del
suelo urbano que privilegia ciertas zonas de la ciudad a la manera de “islotes de prosperidad” como
se mencionó anteriormente, que valorizan y densifican estos nichos de reproducción del modelo de
ciudad capitalista próspera, en tanto en el entorno inmediato y mediato permanece la pobreza de la
ciudad dispersa.
La lógica de la producción del espacio bajo la forma implosión/explosión, en el caso de
Cochabamba, se expresa bajo la dinámica de dos tendencias: por una parte, lo que denominamos
implosión: una enorme concentración de población, de riqueza, de artefactos arquitectónicos con
tendencias a la verticalidad, de medios y conocimientos, ocupando las centralidades históricas, pero
también creando nuevas centralidades. Y por otra, lo que entendemos como explosión: el enorme
estallido de múltiples y dispersos fragmentos urbanos (urbanizaciones cerradas, periferias difusas,
arrabales, villas y otras formas de asentamientos ilegales, que van devorando sin pausa los restos de
las tierras agrícolas y los residuos de la vida rural.
Los problemas que trae consigo la implosión se vinculan con la acelerada mercantilización de la
vida urbana y la irrupción de nuevos valores culturales respecto al hábitat residencial, ademas de
una creciente demanda con recursos económicos, lo que gatilla la renovación urbana de áreas
residenciales del tipo ciudad-jardín e incluso fragmentos de ciudad dispersa o crecimiento lineal,
donde la escasez del suelo vacante, pero considerado potencialmente de alta rentabilidad, impulsa la
demolición de los chalets y las antiguas medias aguas, para reemplazarlas por bloques y torres de
departamentos; fenómeno que a su vez propicia la gentrificación, es decir, la expulsión de los
antiguos habitantes de bajos recursos de las áreas centrales y de las nuevas áreas de condominios y
su reemplazo por habitantes con mayor poder adquisitivo.
Por otra parte, los problemas vinculados a la explosión urbana se nutren del crecimiento
demográfico de la población de bajos recursos, que no tiene otra alternativa para resolver sus
problemas habitacionales, que la búsqueda sin descanso de tierras baratas en los bordes urbanos. La
residencia “a tras mano” con relación a las fuentes de actividad económica se asumen como
tolerables, gracias a un servicio de trasporte urbano versátil capaz de acompañar esta expansión,
como, la no menos importante masificación de las comunicaciones interpersonales, a través de la
telefonía celular, que permite la interconectividad entre espacios urbanos próximos y distantes.
Además no se puede pasar por alto el crecimiento sostenido e incontrolable del parque automotor
privado, que pese a la cada vez más penosa situación del sistema viario de la ciudad, no deja de
hacer permisible el recorrido sinuoso y embotellado entre lugar de residencia y fuentes de trabajo.
Otro factor que ya es gravitante, pero que podrá intensificarse en el futuro, es la irrupción de nuevas
alternativas de transporte urbano, como por ejemplo, el tren urbano, que indudablemente podrá
despertar nuevas apetencias residenciales y atraer inversiones y negocios inmobiliarios hacia
nuevos arrabales del extenso eje territorial que recorre el citado medio de transporte.
El saldo de todo de todo esto no deja de ser preocupante: la nueva morfología urbana financiarizada
de la ciudad, podría contener en su seno dos bombas de tiempo que la podrían destruir: por un lado,
el acelerado incremento de las desigualdades sociales donde la oscura sombra del “vivir divididos”
con sus cargas de neofacismo y persistente racismo no hacen más que encontrar terreno abonado
para incrementarse. Por otro, el progresivo deterioro del medio ambiente que se dirige a paso firme
a la realidad de una catástrofe ecológica que podría estar más próxima de lo que podemos imaginar.
Para terminar, podemos sintetizar lo que puede ser la nueva realidad urbana de la ciudad, bajo el
impulso de las crecientes tendencias de la economía financiarizada: estamos frente a una realidad de
producción del espacio urbano de características polarizadas entre áreas urbanas verticales, lujosos
condominios cerrados y viviendas aisladas de alto confort, que tienden a densificarse y a funcionar
como una ciudad dentro de la ciudad o varias ciudadelas autosuficientes por un lado, y por otro,
periferias difusas, fragmentadas, alejadas de los servicios públicos, con botaderos obsoletos como
vecindario insufrible, donde residen los antiguos y los nuevos habitantes urbanos pobres.
El gran planificador de la ciudad, muy lejos de las pretensiones “planificar la ciudad” que se
atribuye el Municipio, es el mercado inmobiliario que segmenta la ciudad según estrictos criterios
de rentabilidad: los barrios residenciales tradicionales y nuevas zonas provistas de óptimas
condiciones ecológicas, como es el caso de Tiquipaya y aledaños, donde se multiplican las
soluciones habitacionales verticales, son las preferidas por los inversores, en tanto la cara opuesta
son los campamentos de indigentes, donde cada cual autoconstruye su casa como puede y con lo
que puede.

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