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CHIMBOATA (1870-1952):

ESTRUCTURAS DE
PODER Y TERRITORIO*

Desentrañando las lógicas que permiten la


permanencia del atraso

HUMBERTO SOLARES S.
EVELYN GONZALES S.

(*) Este trabajo fue desarrollado por encargo del Programa d Rehabilitación de Áreas
Históricas de Cochabamba de la Universidad Mayor de San Simón, dentro del
Proyecto: “El patrimonio de Chimboata: una lectura integral del pasado y una
alternativa de futuro - UMSS-ASDI FC21 - Cochabamba, 2010.
2

INDICE

Introducción

Capítulo 1: Desarrollo desigual, acumulación de capital, relaciones de poder y


matriz étnica de las diferencias económico-sociales: las bases estructurales y
superestructurales de la sociedad tradicional

Capítulo 2: La estructura agraria de Cochabamba: fines del siglo XVIII, siglo XIX
y primera mitad del XX

Capítulo 3: La estructura agraria en la Provincia Totora y Chimboata

Capítulo 4: Relaciones de producción, modelo de acumulación, coca y territorio: el


rol de Chimboata dentro de la estrategia gamonal de control territorial

Capítulo 5: Revolución Nacional y Reforma Agraria: nuevas redes de poder y


nueva configuración territorial en Carrasco y Chimboata

Conclusiones

Índice de Cuadros
Índice de mapas, esquemas y gráficos

Bibliografía

Imagen de la caratula: Vista del pueblo de Chimboata (Opinión, 06/05/2018)


3

INTRODUCCIÓN

El análisis de una realidad rural como la de Chimboata, en apariencia se agotaría


rápidamente con la constatación simple de un escaso despliegue de variables que
pudieran concitar la atención del investigador. Todo apunta a un pasado y un presente
con escasos momentos de interés. Una exploración en la Internet parece corroborar este
extremo, pero al mismo tiempo permite agarrar la punta de un escondido ovillo que de
sentido a la investigación. Veamos esta primera impresión:

Chimboata un pueblo en agonía:

Dos niños patean una pelota deshilachada sin pestañear entre polvaredas
permanentes. No hay nadie más para invitar a jugar (...) Chimboata hoy es
poblada por sólo 10 familias. En pocos años se ha desangrado. Decenas de
personas se han ido a la ciudad más cercana (Cochabamba), y de ahí al país
más cercano (Argentina), para buscar trabajo y otra vida para los suyos (...)
Hoy el viento es el habitante principal del pueblo, y el que parece que nunca se
irá. Aquí, las épocas de lluvias se acortan cada vez más. Aquí, el riego no llega,
como ha humedecido a otras tierras (...) Por las tardes, los tres más viejos se
sientan en un rincón de la plaza desolada a esperar que por fin termine el día,
repitiendo otra vez más las mismas historias. Sus hijos están en Europa o en
Estados Unidos, lo que para ellos es igual. Una vez cada tanto, reciben algo de
dinero y contadas fotos que se encargan de atesorar como lo más preciado. En
quechua expresan sus recuerdos y con los ojos, su soledad (...) La iglesia está
desde hace tiempos sin cura y sin virgen. Y en su candado del portal ya se
divisan espesas telarañas. Hasta Dios se ha ido de aquí. Chimboata está
agonizando y a nadie le importa. (http://hojalatasuramerica.blogspot.com/2006)

Explícita y contundente la realidad que ofrece Chimboata resumida en estas pocas


líneas, que terminan de la peor manera posible: “Hasta Dios se ha ido de aquí,
Chimboata está agonizando y a nadie le importa”. El interrogante que surge de
inmediato es ¿que le pasó a Chimboata para convertirse en un pueblo casi fantasma?
Una explicación plausible sería el antecedente de un gran desastre natural, una guerra,
una tragedia cualquiera de dimensión catastrófica. Sin embargo, no existe ningún
registro de esta naturaleza. Al contrario, a algunas decenas de kilómetros, Pocona
muestra vitalidad, gente, movimiento, comercio, plaza y calles concurridas, un poco
más allá Totora exhibe una mayor vitalidad y, este contraste se vuelve más amplio si
dirigimos nuestra mirada al Valle Alto, donde encontramos las exuberantes ferias de
Punata y Cliza, que parecen estar a años luz del desamparo y la angustia que se
desprenden del testimonio comentado. Entonces: repetimos, ¿que le pasó a Chimboata?,
pregunta simple, directa y tal vez impertinente, pero esta es la punta del ovillo que
buscábamos. La investigación deberá proporcionar una respuesta.

Una cuestión que se desprende del dramático contraste que ofrece Chimboata en
relación a otras localidades próximas es su extremo abandono, su grado de pobreza y
desesperanza. Aparentemente el tiempo se ha detenido en Chimboata, salvo la
implacable acción destructora de la naturaleza que se apodera de un sitio casi
4

deshabitado, nada más sucede en este lugar. Sin embargo, si ampliamos el horizonte de
nuestra percepción, veremos que Chimboata no es una excepción. En realidad, la
dinámica del desarrollo en Cochabamba no solo es extremadamente heterogénea, sino
marcadamente desigual, por ello otras provincias y municipios próximos y lejanos,
también podrían clamar por su abandono y desesperanza.

Algo que emerge de esta constatación, es que el grado de desarrollo que ostenta
Cochabamba, particularmente con un despliegue amplio de transformaciones del medio
natural, de tecnologías diversas aplicadas a distintos campos de la ciencia y la
economía, de niveles de vida de la población que, con altibajos, disfruta de las ventajas
que le ofrece el mundo moderno; resultan atributos que parecen estar muy lejos de ser
homogéneos y se aproximan más a la categoría de privilegios. Realidades como las que
ofrece Chimboata parece que nos conducen a un pasado remoto que escondido y callado
subsiste a poca distancia de escenarios donde se despliegan o pretenden desplegarse los
atractivos que trae consigo el siglo XXI.

Profundizando en esta primera impresión, podemos comprobar que la misma es algo


más que eso y que si nos dejáramos llevar por la idea de que el desarrollo alcanzado por
Cochabamba esta bien representado por lo que nuestros ojos ven en la capital
departamental y la conurbación que se extiende a lo largo del Valle Central, sin duda
estaríamos cometiendo un gran error. Por tanto, esta primera y chocante constatación
entre Chimboata que formalmente parece no haber abandonado el siglo XVI o XVII
colonial y otros espacios situados geográficamente a corta distancia que parecen
representar mejor los tiempos actuales, nos induce a reflexionar mejor a cerca de las
posibles causas que determinan este tipo de contradicciones, que además parecen no
despertar el interés ni la preocupación de nadie.

Pero veamos algunos datos que nos permitan dar mayor consistencia a estas primeras
impresiones: para ello tomaremos dos variables que se desprenden de los censos de
1992 y 20011 respecto a la población considerada dentro del rango de pobreza, y del
último censo, en relación a las necesidades básicas satisfechas (NBS): Respecto al
primer aspecto, se tiene que en el nivel departamental, Cochabamba en 1992 era una
región de pobreza dominante con una población del orden del 70,5 % en esta condición.
Sin embargo, el censo de 2001 revelaba que en la década final del siglo XX se había
producido una mejora significativa, pues, si bien la condición de pobreza todavía era
mayoritaria, esta se había reducido al 55 %.

No obstante, estos indicadores no necesariamente implican situaciones esperanzadoras


en forma uniforme. Pero veamos más cifras: En 1992, provincias como Ayopaya,
Arque, Tapacarí, Mizque, Bolívar, Tiraque y Carrasco tenían índices de pobreza que
afectaban a más del 90 % de su población en todas las secciones provinciales, con casos
extremos como el de Alalay (Mizque) que alcanzaba al 100 %. En el caso del municipio
de Pocona, la condición de pobreza afectaba al 98, 8 % de su población. En 2001,
permanecían con elevados índices de pobreza (90 % y más) las mismas provincias antes
mencionadas exceptuando los casos de Tiraque y Carrasco que habían mejorado
levemente sus indicadores. En el caso de este ultimo, el municipio de Pocona (93,5 %
de población pobre) aparecía como el más paupérrimo de la provincia, seguido muy de
1
INE: Anuario Estadístico de Bolivia 2001, 2002, La Paz.
5

cerca por Totora. En cambio, Pojo, Chimoré y Puerto Villarroel tenían índices de
pobreza ligeramente inferiores al 90 %.

El panorama anterior, se complementa con los indicadores de necesidades básicas


satisfechas. En este orden, en tanto la media departamental alcanzaba a18,66 % de la
población en 2001, provincias como las ya citadas, es decir: Ayopaya, Tapacarí, Mizque
y Bolívar presentaban índices de NBS iguales o inferiores a 1%, es decir que sus
poblaciones en proporciones iguales o mayores al 99 % tenías necesidades básicas
insatisfechas. En el caso de la provincia Carrasco, los municipios de Pojo y Pocona
(0,52% de NBS) se situaban dentro de este rango, en tanto, los municipios de Totora,
Chimoré y Puerto Villarroel no alcanzaban índices superiores al 2,2 % de NBS.

En 2004, un estudio sobre el Índice de Desarrollo Humano (IDH) en los Municipios de


Bolivia2 que se basaba en la medición de variables como: esperanza de vida, nivel
educativo e índice de consumo per capita, determinaba que el Municipio del Cercado en
Cochabamba mostraba el IDH más alto del país (0,741). Sin embargo, el panorama que
mostraban los municipios del departamento respecto a los indicadores citados no era
tranquilizador. En realidad los municipios que ostentaban IDH considerados altos (entre
0,604 y 0,741) se reducían al Cercado, Sacaba, Colcapirhua, Quillacollo, Tiquipaya y
Vinto, es decir, involucraba a los municipios que están comprometidos con la
Conurbación o Ärea Metropolitana de Cochabamba, a los que se sumaban Punata,
Tolata y Cliza. Los municipios que tenían IDH medio alto (0,558 a 0,603) eran Sipe
Sipe, Capinota, Tarata, Arbieto, San Benito y Villa Rivero. En este orden, 15 de 44
municipios ostentaban IDH que se podía situar relativamente por encima de los niveles
de pobreza, con niveles de salud y niveles de ingreso dentro de lo mínimo aceptable
respecto a los parámetros que manejó el estudio.

Los restantes 29 municipios mostraban diversos grados de deficiencias en los niveles de


desarrollo alcanzados en materia de salud, educación e ingreso, de tal suerte que unos,
(los que mostraban IDH que fluctuaba entre (0,513 y 0,557), es decir 11 municipios, se
puede afirmar que tenían niveles de pobreza dominante; en tanto otros, los restantes 18
municipios con IDH que fluctuaba entre 0,311 y 0,512 se podía decir que se situaban en
niveles de pobreza extrema. Entre estos últimos municipios se encontraba Pocona.

El Municipio de Pocona del que forma parte la localidad de Chimboata, ocupaba el


puesto 264 en relación a los 314 municipios del país por el nivel de IDH alcanzado
(0,466, incluyendo la desigualdad en los niveles de ingreso). Es decir, se situaba dentro
de la franja de municipios pobres y muy pobres a nivel nacional. Situación que quedaba
corroborada por el Indicador de Pobreza por Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI)
que afectaba al 99,8 % de la población. Otra fuente estadística del INE3, nos
proporciona cifras más precisas: en 1992, el Municipio de Pocona (Tercera Sección de
la Provincia Carrasco) tenía 21.810 habitantes, de los cuales 12.262 (56,22 %) eran
pobres y los restantes 9.548 (43,78 %) se consideraban dentro del rango de extrema
pobreza. En 2001, esta situación había cambiado de matices pero no de condición
estructural, puesto que la situación de pobreza seguía afectando a los 17.827 habitantes
2
Calderón, Fernando, coordinador: Índice de Desarrollo Humano de los Municipios de Bolivia, INE,
ASDI, Plural, 2004, La Paz.
3
Bolivia: Atlas Estadístico de Municipios, PNUD, INE, 2005, La Paz.
6

censados. En efecto, alrededor del 70 % (12.473 habitantes) se tipificaban como pobres


en tanto el restante 30 % (5.354 habitantes se consideraban como pobres extremos.

Finalmente, un informe elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el


Desarrollo (PNUD) a través de su proyecto: Programa de Políticas y Gestión Pública
Descentralizadas para el Logro de los Objetivos del Milenio, en base a datos del INE, de
la Unidad de Análisis de Políticas Económicas (UDAPE), de los servicios prefecturales
de salud (Sedes), Educación (Seduca) y Género y Gestión Social (Sedeges); daba cuenta
de la pérdida de protagonismo del departamento en el contexto de la economía nacional
durante el último quinquenio, a pesar de que Cochabamba era uno de los departamentos
más próximos a alcanzar los Objetivos del Milenio4 fijados para el año 2015. Sin
embargo, el citado informe da cuenta de los bajos niveles de la productividad rural y
“una altísima desigualdad entre los municipios, ya que en este distrito convive uno de
los municipios más ricos del país (Cercado) con los dos más pobres de la nación que
son Alalay y Vila Vila”. A continuación se afirma que la zona andina de Cochabamba
que involucra los municipios de Ayopaya, Arque y Boliviar, junto al Cono Sur
(Campero, Mizque, Tiraque y la parte andina de Carrasco) “se han convertido en las
zonas pobres de Bolivia, pues los municipios que siempre tuvieron este triste lugar, que
son los que están ubicados al Norte de Potosí, mejoraron sus condiciones de vida,
hasta superar a las comunidades que viven en la región de la Llajta”. Este informe,
contiene un cálculo no oficial, respecto al ingreso de las familias de los municipios
citados, que sugiere que las mismas o la mayoría de ellas, subsisten con apenas 19
dólares al mes, es decir, por debajo de la línea de extrema pobreza que considera un
ingreso no menor a un dólar por dia5.

La información anterior es suficientemente contundente como para poder afirmar que el


departamento de Cochabamba es una tierra de contrastes extremos y desigualdades
evidentes. Bajo este telón de fondo, no debiera resultar extraño que el Municipio de
Pocona y su sección municipal Chimboata entre otros, estuvieran sumidos en profunda
pobreza y postración, en tanto otros en el Valle Central y Alto tuvieran índices de
desarrollo relativos, pero cualitativamente distantes respecto al cuadro de postración de
los primeros.

Hasta aquí la constatación empírica. Entrando en el campo de la investigación


propiamente, los interrogantes que nos asaltan son numerosos. Por una parte, observar
que esta condición de extremo atraso y consiguiente pobreza, afecta a ciertas zonas
geográficas del departamento: la parte andina y de puna limítrofe con los departamentos
de Potosí y Oruro y en general las zonas cordilleranas del Cono Sur departametnal. Por
otra, que en general se trata de territorios donde prácticamente se mantienen inalterables
las prácticas agrícolas respecto a las vigentes en el incario y la colonia, pero además, lo
mas significativo, es que no se trata necesariamente de comunidades y poblaciones
aisladas y viviendo de espaldas a la economía de mercado, sino de situaciones que
tienen lugar a algunas decenas de kilómetros de distancia donde dicha economía se
4
Los Objetivos del Milenio son: erradicación de la pobreza extrema y el hambre, la educación primaria
universal, promover la igualdad entre los géneros, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna,
combatir el avance del vih/sida, garantizar el sustento del medio ambiente y fomentar la asociación
mundial para el desarrollo (www.undp.org/spanish/mdg/basics.shtml).
5
Rivera, Fernando: Informe PNUD-Programa de Políticas y Gestión Pública Descentralizadas para el
Logro de los Objetivos del Milenio, publicado en Los Tiempos, 22/07/2007.
7

despliega ampliamente y donde localidades como Chimboata se desempeñan como


espacios de producción, y por tanto participan con intensidad variable de los circuitos
mercantiles, ya sea como proveedores de productos agrícolas diversos (tubérculos en
particular) o como proveedores de fuerza de trabajo.

Una revisión de antecedentes más abarcante, nos lleva a constatar, que de alguna
manera territorios como los de Chimboata, en realidad viven añejas situaciones de
postración, es decir, que en su calendario histórico no se registran momentos de auge de
su economía, situaciones de hegemonía de algún tipo, ventajas comparativas y/o
competitivas de alguna naturaleza, participaciones ventajosas en alguna dinámica de
desarrollo. Aparentemente el escenario de la investigación tiene la cualidad de convertir
el tiempo en una variable estática que permite la permanencia casi eterna de una
condición de atraso cuyas raíces parecen ser tan antiguas como dicha condición.
Ciertamente estamos frente a uno de tantos cuadros que ilustran perfectamente los
rigores del desarrollo desigual que, pese a tantos vientos de cambio que soplan y
soplaron a lo largo y ancho de la geografía departamental, no se ha modificado, ni
siquiera en un ápice.

Ampliando lo dicho anteriormente, esta constante histórica perece nutrirse de tres


factores con igual capacidad de permanencia6:

Un primer factor que impacta, es la realidad física de un paisaje natural y cultural


aparentemente ajeno e inmune a las corrientes de la modernidad. En pleno siglo XXI se
puede encontrar un poblado netamente colonial casi intacto a pesar de los siglos
transcurridos, un paraje con dispersos sembradíos que desafían el carácter desértico de
sus tierras y una infraestructura caminera incipiente. Nada parece haber cambiado en
forma sustancial desde las épocas coloniales en la fisonomía del poblado, ni en la
arquitectura de las casas, tampoco en las parcelas.

El segundo factor, se refiere a la permanencia de un aparato productivo tradicional, y


una vez más, inmune a los avances de la agricultura y las nuevas técnicas agrícolas que
tuvieron lugar a lo largo del siglo XX. Salvo escasas excepciones, todavía es posible
observar el amplio uso del arado colonial introducido por los españoles, la persistencia
de técnicas de producción arcaicas y los mismos hábitos de comercialización, con poco
acceso a mercados

Sin duda, los dos aspectos anteriores conducen al tercer factor: lo social, cuyas
características principales son: la condición de pobreza extrema, la migración, la falta de
servicios básicos, la ausencia de oportunidades para acceder a mejores niveles de
calidad de vida. Este último factor no es ajeno a la realidad de provincias y cantones del
departamento y del país.

Los tres factores anotados vendrían a enmarcar los rasgos del desarrollo desigual que
exhiben las diferentes regiones del departamento de Cochabamba, y que sin duda tiene
que ver, con el estilo de desarrollo adoptado durante muchas décadas y que todavía
sigue vigente. En el caso de Chimboata, el primer interrogante que surge es el por qué
de la prolongada vigencia de las condiciones descritas. Escudriñar la naturaleza del
6
Se retoman los puntos de vista asumidos en el perfil de investigación
8

prolongadísimo estado de postración de dicha localidad, no solo será útil para alcanzar
alguna respuesta aceptable a las causas que operan sobre este fenómeno, sino que podría
arrojar luces sobre similares situaciones en el resto del Municipio de Pocona, el Cono
Sur cochabambino, las zonas de puna del mismo departamento y otras regiones del país.

En síntesis, Pocona, pero en particular Chimboata, es definitivamente una de tantas


periferias de un modelo de desarrollo desigual que afecta al departamento y al país.
Bajo esta circunstancia, la parte esencial de la investigación no focalizará la descripción
de la aplastante pobreza, por ser esta en realidad un efecto sobresaliente de un proceso
estructural aparentemente de larga duración, que es necesario desentrañar. El eje de la
investigación, en realidad, gira en torno a la prolongada condición de Chimboata como
región atrasada frente a otras, que a pesar de tener más o menos, los mismos recursos
naturales, las mismas penurias agroecológicas, los mismos perfiles históricos, culturales
y étnicos respecto a su población, presentan niveles de desarrollo modestos pero muy
superiores a los del caso que nos ocupa.

Dicha desigualdad seria el resultado de la vigencia de los mecanismo de explotación de


un modelo de acumulación que se apoya en la permanencia continua de los tres factores
antes mencionados, de los cuales se desprenden connotaciones, que juzgamos
importantes: El efecto de territorio tradicionalmente atrasado se vincularía con una
situación de acceso extremadamente desigual a las condiciones de desarrollo, donde la
cuestión de las relaciones de poder entre actores económicos y sociales, Estado y orden
jurídico, ocuparían un lugar principal7 como brazo operativo y preservador de esa
desigualdad. Dichas relaciones de poder, al ser producto de relaciones sociales de
producción, son a su vez productos históricos, que operan a esta escala, como
viabilizadores de sistemas distributivos de ventajas y desventajas que producen en
forma continua el efecto de desarrollo desigual.

El análisis hasta aquí desarrollado permite definir con mayor precisión el contorno del
objeto de investigación, cuyo contenido queda mejor definido a través del siguiente
interrogante: ¿Cuales son las lógicas estructurales que permiten que en Chimboata
permanezcan y se reproduzcan en forma continua las condiciones que le obligan a
permanecer en un situación de permanente atraso, situación que a su vez se
expresa en realidades palpables de abandono del territorio, pobreza e inmovilismo
económico?

Una posible respuesta que no sea susceptible de caer en el campo especulativo, invita a
plantear una hipótesis inicial de trabajo: una lectura analítica de la realidad
connotada solo es posible desde la perspectiva de la persistencia de las estructuras
de la desigualdad, que vendrían a ser, a su vez, el resultado de las asimetrías en los
ritmos del desarrollo que estimulan relaciones de poder articuladas a procesos
cambiantes de acumulación del capital. Esta dinámica ha demostrado ser flexible y
7
Estas relaciones, en el sentido que sugiere Foucault, definen las ventajas que unos actores sociales
obtienen a costas de otros. Sin embargo, en el sentido marxista, hacen referencia a la existencia de un
proceso de lucha de clases y la existencia de un modelo de distribución desigual de la riqueza socialmente
producida o modelo de acumulación de capital que en el contexto de esas confrontaciones clasistas, se
decanta en contradicciones antagónicas de acumulación de pobreza y riqueza. En este sentido, el ejercicio
del poder es una relación social asimétrica que puede estar o no revestida de legitimidad estatal, y que
permite la continuidad y permanencia de un modelo de acumulación determinado.
9

capaz de construir para cada época histórica, diferentes procesos y mecanismos


(lógicas) que producen y reproducen las condiciones de la desigualdad. Por tanto
la lectura de la realidad de Chimboata no se agota en la lectura del tiempo actual,
sino en la comprensión de estas distintas lógicas o matrices de explotación, que
obligan a una aprehensión del objeto de investigación en términos diacrónicos y
sincrónicos.

En términos operativos esta hipótesis sugiere que el proceso de investigación debe


articularse en torno a dos grandes ejes: el primero, que abarque la proyección diacrónica
de la realidad connotada y, el segundo, que explore la dimensión sincrónica.

La hipótesis asumida reposa en un criterio principal: la idea de que el atraso o


desigualdad en el desarrollo, a diferencia de las corrientes dependentistas de la década
de 1960, que sugerían la acción predominante de factores externos de dominación;
procede mayormente de la existencia de factores internos o relaciones de poder, es
decir, que la formación de territorios de extremo atraso al lado de otros en distintos
estados de desarrollo, vendría a expresar la existencia de tramas de poder, cuya lógica
interpela y se estructura en torno a las formas de distribución y apropiación del
excedente de riqueza generado por el trabajo humano o plus trabajo. Estas formas, que
se consideran flexibles, se suceden unas a otras a lo largo de un tiempo histórico o
“longue duree”, de acuerdo a Braudel, sin que la desaparición de actores sociales
coyunturales (encomenderos, patrones de hacienda, yanaconas, colonos, piqueros, etc.)
modifique la esencia de los procesos de explotación y subsunción de la fuerza de
trabajo, pero si las formas y revestimientos institucionales que las sancionan y protegen.
El otro aspecto conceptual a ser tomado en cuenta es que los cuadros de atraso
prolongado, miseria endémica, abandono territorial, se vinculan estrechamente con las
tramas de poder antes mencionadas, por lo que poner a descubierto las mismas, resulta
esencial para proyectar cualquier opción de desarrollo sostenible8.

En función de las anteriores consideraciones, los temas a ser desarrollados en el ámbito


de la investigación, son los siguientes:

a) La cuestión de la tierra, su posesión y la disposición de sus recursos económicos,


constituyen aspectos estratégicos que permitirán identificar las estructuras de
poder y como ellas operan para generar distintas formas de desigualdad. Sin
embargo, desde la perspectiva histórica este primer tema esta sumergido en un
ampuloso envoltorio ideológico-jurídico y hasta religioso que dio forma a una
peculiar ideología de la explotación, sobre cuya base se dispuso el cimiento del
orden colonial, orden que sobrevivió, más allá de la extinción formal del Estado
colonial, y se prolongó durante todo el siglo XIX y una buena parte del XX9. Por

8
El límite de los estudios sobre los temas de pobreza y atraso que ejercitan las agencias internacionales
de desarrollo, las ongs, las fundaciones, incluso los organismo de Estado y no pocas entidades académicas
de investigación, es el acucioso tono descriptivo y el esmero estadístico, incluso para generar formulas de
desarrollo humano y ejercitar “mediciones de índices de desarrollo humano”, donde las causas de estos
fenómenos aparecen como “desastres naturales”, “desajustes institucionales”, “deficientes niveles de
educación”, “fallas de gestión gubernamental”, etc., pero jamás como consecuencias de la acción de las
tramas de poder político, económico e ideológico que operan sobre las estructuras de la desigualdad en las
formas distributivas de la riqueza (en el caso que nos ocupa, del excedente agrícola).
10

tanto el análisis de estas estructuras ideológicas que sancionaron y legitimaron la


relación patrones-indios y Estado, vendría a configurar una primera temática.

b) Un segundo tema se refiere a como operaba el régimen hacendal en el marco de


la estructura agraria departamental para el caso de Cochabamba. Aquí los
aspectos a ser abordados serán los referidos a los ritmos agrarios de los valles y
punas, las peculiaridades del campesinado valluno y las diferencias que se
establecen en relación al régimen agrario del Cono Sur. Se intentará el contraste
entre economía del maíz y economía de la coca, y como en ambos casos, los
canales de subsunción del trabajo campesino son diferentes, marcando estas
diferencias formas más aceleradas o más lentas de desarrollo.

c) Un tercer tema se concentra en el escenario de la investigación: las relaciones de


producción en las haciendas en el Cono Sur y particularmente en Chimboata,
poniendo en relieve las formas de extracción - apropiación del excedente
agrícola en favor de los patrones.

d) Un último tema se centra en la cuestión de identificar la estructura del poder


regional para el caso del Cono Sur y de Chimboata en particular. Como se
establece la relación desigual entre campo (Chimboata) y ciudad (Totora) y
cómo sobre la base de esta relación de desigualdad que no modifica la Reforma
Agraria de 1953, emerge la nueva estructura de poder que todavía está vigente.

Todos los aspectos anteriores fueron aplicados en el desarrollo de la investigación que


corresponde a la dimensión diacrónica de la misma, es decir, el arco de tiempo que
pertenece al desarrollo de la formación social hacendal en los siglo XIX y primera mitad
del XX, incluyendo la transición de esta sociedad a la economía de mercado, en la
década de 1950-1960.

De esta manera, la estructura del texto resultante ha sido organizada en dos grandes
partes. La primera que abarca los capítulos I y II que definen, tanto el contexto
conceptual como el histórico, en que tienen lugar los hechos investigados. De esta
manera, en el Capítulo I se examinan conceptos como: desarrollo desigual, acumulación
de capital, relaciones de poder y la matriz étnica de las diferencias económico-sociales
que dan consistencia a las bases estructurales y superestructurales de la sociedad
tradicional. El capítulo II se ocupa de examinar los rasgos y características de la
estructura agraria de Cochabamba desde fines del siglo XVIII, el siglo XIX y primera
mitad del XX. La segunda parte que comprende los tres capítulos restantes, desmenuza
los distintos aspectos del objeto de investigación propiamente. De esta manera, el
capítulo III analiza las peculiaridades de la estructura agraria en la Provincia Totora y
Chimboata realizando la interpretación de las fuentes primarias que fueron utilizadas. El
capítulo IV, enfoca la cuestión de las relaciones de producción, el modelo de
acumulación y la relación coca y territorio que permiten definir el rol de Chimboata
dentro de la estrategia gamonal de control territorial que tiene que ver tanto con el papel
que juega la ciudad de Totora, como su relación estructural con su entorno productivo.
Finalmente, el capítulo V analiza las circunstancias bajo las cuales se produce una
9
De hecho, las formas ideológicas de este orden colonial todavía subsisten y nutren visiones de país que
tiene el discurso de la derecha en Bolivia.
11

modificación profunda en las relaciones de poder tradicionales bajo el impacto de la


Revolución Nacional y la Reforma Agraria, dando lugar a nuevas redes de poder y a una
nueva configuración territorial en la provincia Carrasco y Chimboata, aunque
sensiblemente, estos cambios no modifican los viejos roles de explotación y atraso.

Desde una perspectiva metodológica, la naturaleza de lo temas a ser abordados sugiere


dos niveles de complejidad en el tratamiento de los mismos: por una parte, la existencia
de una bibliografía más o menos dispersa sobre las cuestiones del régimen colonial
agrario y otros afines, que suponen la necesidad de realizar un extenso análisis
bibliográfico que permita que el material trabajado por otros autores e investigadores
sea, en algún caso reinterpretado, o en otros, sirva de respaldo para el desarrollo de los
temas de orden general. Todo esto supone la elaboración de fichas y resúmenes que
debidamente ordenados apuntalarán y enriquecerán los argumentos que utilice la
investigación. Por otra, los aspectos relacionados con la estructura agraria de Chimboata
y regiones aledañas obligaran al análisis de fuentes primarias. Para este efecto se
aplicarán técnicas de registro de datos enmarcados en modelos de cuadros estadísticos
pertinentes a los objetivos que se persiguen. El material informativo así procesado será
objeto de análisis e interpretación a la luz de las herramientas conceptuales adoptadas.

Finalmente, la estrategia metodológica adoptada corresponde a una situación, donde


Chimboata, al tener un nivel muy restringido de fuentes de información, -estas se
reducen a documentos y registros escasos existentes en el Archivo Histórico Prefectural
relativos a las actividades agrícolas y su contexto escriturado-, obliga a intensificar la
comprensión de lo disponible haciendo uso del entorno político, jurídico, social,
económico, ideológico imperantes en el ámbito temporal a ser considerado y cuyos
materiales han sido más ampliamente trabajados para caracterizar la sociedad
republicana del siglo XIX y primera mitad del XX, en cuyo seno se encuentra inmerso
nuestro objeto de estudio. Es decir, en este caso peculiar, lo aconsejable es el método
analítico deductivo en lugar del descriptivo-analítico.
12

PARTE 1:

El contexto institucional e ideológico


que dio sustento a las estructuras de
poder y sus proyecciones sobre
Chimboata y su territorio
13

CAPITULO I
Desarrollo desigual, acumulación de capital,
relaciones de poder y matriz étnica de las
diferencias económico-sociales: las bases
estructurales y superestructurales de la sociedad
tradicional
La problemática que propone la realidad de Chimboata por la permanencia en el tiempo
como territorio y población reducido a la condición de una periferia de dinámicas
económicas que no le favorecen, ha permitido identificar como objeto de investigación,
justamente la naturaleza y los mecanismos de este proceso que aparentemente han
logrado frenar con éxito sus alternativas de desarrollo a lo largo de varios siglos. El
sentido de la hipótesis adoptada10 sugiere este extremo y formula la idea de que las
modalidades que definieron este estado de postración continuo se modificaron de
acuerdo a cada época histórica, pero no así la esencia y la metodología que produce y
reproduce la condición de atraso y desarrollo desigual. A objeto de ordenar, la
exposición del marco conceptual, distinguiremos dos grandes ejes: uno de orden
general, donde se expondrán contenidos más universales, y otro, específico, donde se
desarrollarán los lineamientos que caracteriza el periodo histórico a ser estudiado en sus
rasgos superestructurales y estructurales.

Eje conceptual de orden general:

En este capítulo inicial revisaremos esencialmente dos cuestiones que resultan


esenciales para la investigación: la cuestión del desarrollo desigual y la cuestión más
general de los modelos de acumulación. Lo que se persigue, es llegar a una noción
conceptual que establezca la estrecha relación e interacción entre estos dos conceptos,
permitiendo establecer que la condición de atraso, postergación, posición periférica
respecto a un proceso de desarrollo, son situaciones funcionales a un modelo de
acumulación.

La cuestión del desarrollo desigual

Desde una óptica más académica sería de rigor hacer referencia previamente a la
categoría conceptual de “desarrollo” para luego introducirnos en una rama colateral
más específica. Sin embargo, vamos a obviar este paso por la complejidad y extensión
del tema, pero sobre todo, por que tal discusión nos alejaría sustancialmente del tema
específico a costas de un escaso aporte de orden operativo11.

10
ver Introducción.
11
En todo caso, el lector puede encontrar a este respecto una abundante literatura, incluso disponible en
Internet.
14

De manera amplia, se puede sugerir que el término “desarrollo desigual” no nace de la


cabeza de Adán Smith o de distinguidos fisiócratas 12 como François Quesnay, sino de la
constatación, tal vez frustrante, de comprobar la distancia que persiste entre la doctrina
económica clásica que propugnaba el desarrollo equilibrado y la realidad de ritmos de
desarrollo acusadamente dispares.

A partir de este punto, la cuestión de la realidad de desarrollos desiguales ganó espacio


en las ciencias económicas y no tardaron en proliferar abundantes puntos de vista, que
sin ánimo de abordarlos en forma completa, nos permitiremos agruparlos en cuatro
grandes grupos: el desarrollo desigual como ley histórica, las teorías de las disparidades
económicas espaciales, el desarrollo desigual como articulador de estructuras de poder y
estructuras territoriales, y finalmente, el desarrollo desigual como contexto de una
condición de relación desigual respecto a una estructura de poder que emana de un
modelo de acumulación determinado.

Respecto al primer aspecto, diremos que el término “desarrollo desigual” es parte


esencial de la teoría del materialismo histórico. Su uso fue amplio en el curso de los
debates que se producen con anterioridad y posterioridad a la Revolución de Octubre de
1917, siendo sobre todo empleado por la “Oposición de Izquierda” de L. Trotsky en el
debate con J. Stalin a cerca del “Socialismo en un solo país”. Al respecto, se afirmaba
que este término hace referencia a todo proceso de crecimiento, tanto de orden natural
como social, donde el rasgo dominante no es el equilibrio sino la combinación de
opuestos (equilibrio-desequilibrio). Para Trotsky, esta realidad ilustra la validez de la
ley del desarrollo desigual y combinado que explica, desde una perspectiva más general,
la desaparición de lo viejo y la aparición de lo nuevo, pero no bruscamente, sino a través
de procesos de transición donde lo nuevo y lo viejo todavía se combinan por tiempos
históricos variables, luego la desigualdad vendría a ser una categoría dialéctica que
explica esta combinación contradictoria (Massa, 2005)13.

El desarrollo desigual como elemento constitutivo de las teorías de las disparidades


económicas espaciales, esta presente en distintas argumentaciones dominantemente
funcionalistas, que tratan de explicar las contradicciones del desarrollo desde la
perspectiva de la geografía económica. En general estas teorías no hacen mención al
concepto “desarrollo desigual”, sino lo sustituyen con términos más suaves como
“disparidades regionales” o “desequilibrios interregionales”; en este caso, la escala
analítica generalizante de la primera corriente es sustituida por una visión más
geográfica y apegada a la proyección del territorio como escenario de las formas de
desigualdad en los ritmos del desarrollo. Se distinguen desde esta perspectiva dos
corrientes: las teorías de convergencia regional y las teorías de divergencia regional.

12
Para los fisiócratas, en oposición al mercantilismo, la riqueza de una nación procedía de su capacidad
de producción y no de las riquezas acumuladas por el comercio internacional. Consideraban que la única
actividad generadora de riqueza para las naciones era la agricultura. En este orden, eran opuesto a las
ideas liberales de A. Smith.
13
A partir de la ley del desarrollo desigual y combinado, se confrontaron dos posturas ideológicas: la
stalinista partidaria de una visión del desarrollo “por etapas”, luego de un proceso revolucionario que
antes de llegar al socialismo debía pasar necesariamente por una etapa democrático-burguesa; y la
trotskista que propugnaba la “revolución permanente”, es decir la revolución “por saltos” como ocurrió
con la Revolución Rusa que paso de una sociedad semifeudal a una socialista. Una exposición amplia y
detallada de esta ley se puede encontrar en Novack, Moreno y Trotsky (1977).
15

Con respecto a las primeras, su argumentación central se conecta con el discurso


neoclásico de la homogeneidad y movilidad de los factores productivos (capital y
trabajo), los rendimientos marginales de los factores productivos, la unicidad de las
funciones de producción, la difusión perfecta de las innovaciones y la tendencia a la
igualación de las productividades marginales y de los precios en las diferentes regiones.
Las disparidades regionales surgirían como consecuencia de la existencia de obstáculos
y fricciones de los factores antes mencionados, y bastaría con eliminar dichas fricciones
para restauran la condición de equilibrio entre regiones Entre las principales teorías que
se agrupan en torno a esta corriente se pueden citar: la teoría del comercio interregional,
la teoría neoclásica del crecimiento regional, la teoría de difusión de innovaciones y la
teoría del desarrollo regional por etapas

Las teorías de divergencia regional sostienen que las disparidades regionales no son
transitorias ni accidentales, sino que forman parte de la propia naturaleza del proceso de
crecimiento económico y no tienden por su propia inercia a desaparecer, sino que
mantienen el sistema en condiciones de desequilibrio, es decir, postulan una
organización desigual del espacio en función de la heterogeneidad en la dotación de
recursos productivos y de otros factores económicos y extraeconómicos, sostienen que
las relaciones interregionales son las responsables de las disparidades y tratan de
explicar por qué estas se reproducen o se agravan en vez de corregirse. Las corrientes
teóricas que se sitúan dentro de esta tendencia son: la teoría de la base de exportación, la
teoría de los polos de crecimiento o desarrollo, la teoría de la causación circular
acumulativa, la teoría centro-periferia y la teoría de la división espacial del trabajo14.

El desarrollo desigual como articulador de estructuras de poder y estructuras


territoriales.

Esta tendencia en realidad no configura teorías, sino posturas opuestas a la visión


clásica del desarrollo y el subdesarrollo. Parte de estos puntos de vista se originan en la
obra de Andre Gunder Frank (1970) que se opone a la idea de que desarrollo y
subdesarrollo sean dos entidades distintas o procesos económicos en tiempos históricos
diferentes. Frank señala enfáticamente que desarrollo y subdesarrollo son dos caras
opuestas de la misma moneda, y que el primero, se incrementa al mismo ritmo que el
segundo, pues uno no puede existir sin el otro15. Por otra parte, Franz Hinkelammert
(1974), niega la pertinencia del término “subdesarrollo” y señala que lo adecuado es
hablar de atraso que vendría a describir la presencia estructural de una situación de
ausencia de desarrollo. Con estas premisas, ambos autores, desarrollan una
argumentación que rescata los orígenes históricos del atraso y el desarrollo y cuyo
detalle excede el ámbito de este análisis.

Hinkelammert (obra citada) afirma que el indicador principal del desarrollo desigual en
términos espaciales, es la localización del subempleo y del empleo de la fuerza laboral a
través de medios de producción muy a atrasados y de tipo tradicional. En oposición, un
indicador principal de una condición de desarrollo, sería la localización del empleo de
14
Para un conocimiento pormenorizado de todas estas teorías, ver Moncayo Jiménez, 2001 y Peña
Sánchez, 2006.
15
Los puntos de vista de Gunder Frank no solo fueron opuestos a la teoría del desarrollo por etapas de
Rostow, sino también desarrollaron una crítica a fondo de las posiciones de los teóricos “dependentistas”
como Theotonio Dos Santos (1978), Fernando H. Cardoso y E. Faletto (1969) y Vania Bambirra (1975).
16

fuerza de trabajo mediante medios de producción modernos incluyendo alta tecnología.


Otro indicador de territorio atrasado sería la existencia de grandes zonas periféricas
apenas proveedoras de materias primas, insumos y fuerza de trabajo, sometidas a
mecanismo de explotación que impiden permanentemente su industrialización.
Entonces la verdadera raíz del problema radicaría en las razones que impiden el
despegue industrial. El autor citado sugiere que el fondo del asunto podría revelar un
proceso de apropiación-expropiación de superávit (excedente económico) en favor del
polo desarrollado, sin embargo el autor no profundiza más en este asunto.

No obstante, se añade algo sugerente que permite vincular desarrollo desigual con
intercambio desigual, en el sentido de afirmar que desde la primera mitad del siglo XIX
el libre comercio se convirtió en el vehículo transformador de una estructura económica
rica en recursos naturales en zona periférica de los centros industriales, es decir
territorio atrasado y donde comienzan a operar mecanismos que obstruirán cualquier
alternativa de desarrollo. Entonces esta relación asimétrica entre una economía
productora-exportadora de recursos naturales y otra industrial que convierte dichos
recursos en materias primas y manufacturas, vendría a explicar esos “mecanismos” que
de acuerdo a Mauro Marinini (1973) producen intercambio desigual simultáneamente
con la condición de atraso. Esta última cuestión sugiere que el atraso se origina en dos
circunstancias: por una parte, la persistencia de una economía extractiva de recursos
naturales con tecnología tradicional y baja remuneración de la fuerza de trabajo; y por
otra, la organización de un sistema de circulación y consumo de materias primas de bajo
costo (mercado) que favorece ostensiblemente al sector capitalista. A pesar de este
avance, todavía la cuestión de los “mecanismo” que permiten que esta relación
económica sea persistente en el tiempo, no quedan muy claros.

El desarrollo desigual, no como objeto, sino como contexto de una condición de


relación desigual respecto a una estructura de poder que emana de un modelo de
acumulación determinado.

Los puntos de vista anteriores, no terminan de redondear la cuestión de la estructura del


atraso, pues su límite, pese a considerar la existencia de mecanismos internos que
reproducen el desarrollo desigual, es formular una teoría de las relaciones externas o
internacionales o si se quiere de las asimetrías del comercio entre centro y periferia. Sin
dejar de ser esta cuestión un aporte importante en la comprensión de la dialéctica del
desarrollo desigual, queda pendiente la cuestión de su configuración interna. Salomón
Kalmanovitz (1983) realizó un primer aporte a este respecto al sugerir la existencia de
factores endógenos en la reproducción del atraso. Profundizando en esta línea de
análisis, se afirma que la construcción del modelo teórico que realizan los teóricos
dependentistas para explicar la condición de subdesarrollo o atraso gira en torno a la
esfera de la circulación de mercancías, donde la cuestión del modo de producción de las
mismas y la unidad de producción donde esto tiene lugar, es decir, las relaciones
sociales de producción, no quedan suficientemente abordadas, provocando esta
limitación la tendencia a sustituir las luchas y conflictos de clase que necesariamente se
producen para imponer un modelo agroexportador o minero dirigido a sustentar el
desarrollo industrial exógeno por la teoría abstracta del intercambio desigual centro-
periferia.
17

Kalmanovitz señala que este sobre dimensionamiento de la esfera del intercambio como
pieza central de la explicación del desarrollo desigual, esconde y relativiza la
determinación estructural interna referida a que, toda forma de dinámica económica en
una economía de mercado solo es sustentable si los agentes económicos acceden a tasas
de acumulación convenientes. Es decir, que la cuestión de la acumulación de capital
resulta clave para explicar la aparente irracionalidad de las prolongadas etapas de atraso
en que se sumerge un territorio para solventar el desarrollo de otro.

Efraín Gonzáles de Olarte (1982) redondea estas ideas al señalar que en países como el
Perú (obviamente Bolivia), el modo de producción capitalista para imponer su
viabilidad está obligado a subordinar a sus determinaciones formas de producción no
capitalistas como la economía mercantil simple y la economía campesina, parcelaria o
comunitaria. Esta razón estructural definiría la característica principal de la formación
social y la misma proyectaría sobre el territorio dicha combinación de modos de
producción y formas de organización social diversas y subordinadas a las lógicas
capitalistas de la economía de mercado. Dicho de otro modo, el territorio emerge como
la dimensión física donde se despliegan relaciones de producción capitalistas y no
capitalistas, fuerza de trabajo y clases sociales. Este carácter diverso de formas
económicas y lógicas sociales que se despliegan en el espacio no es caprichoso, posee
una dinámica interna cuyo sentido se articula a las modalidades que le impone el
proceso de acumulación del excedente económico. Por último, estas formas
contradictorias (capitalistas-no capitalistas) de ordenamiento del territorio definirían el
paisaje del desarrollo desigual..

A manera de síntesis, podemos asumir el desarrollo desigual como:

1) El componente de una estructura socio-territorial donde tiene lugar un proceso de


intercambio desigual entre una forma económica no capitalista y una economía de
mercado.
2) El desarrollo desigual se expresa territorialmente bajo la forma de espacios atrasados
y espacios en diverso grado de modernización
3) Su presencia es un indicador de la existencia de un modelo de acumulación que
extrae del territorio o espacio atrasado plus trabajo bajo la forma de recursos naturales
diversos que en el escenario del mercado se convierten en mercancías.
4. El espacio atrasado expresa la existencia de relaciones de producción no capitalistas
subordinadas a la economía capitalista de mercado, como condición para la subsunción
del plus trabajo y su conversión en capital acumulado bajo la forma de capital-dinero.
5. Por último, la relación economía capitalista o economía de mercado y economía no
capitalista requieren de una estructura espacial de territorios más y menos desarrollados,
que contengan en un extremo, el polo de acumulación de capital y en el otro, los polos
de desarrollo relativo y los polos de acumulación de pobreza.

Respecto a la segunda noción conceptual: el modelo de acumulación, no nos


detendremos en el análisis minuciosa que propuso Carlos Marx en el Capital y otras
obras, donde desmenuzo el proceso de los ciclos de rotación del capital y las
condiciones bajo las cuales parte de este se transforma en plusvalía en el marco de las
18

relaciones de producción industriales16. En condiciones de un capitalismo atrasado, con


una clase obrera minoritaria, la acumulación de capital no se produce bajo la modalidad
de relaciones de producción industriales, sino bajo modalidades que se insertan mejor
en la concepción de formación económico-social donde la cuestión de la hegemonía del
sector capitalista y los mecanismos de subsunción que favorecen a dicho sector son la
clave para viabilizar un proceso de acumulación17.

El término modelo de acumulación no suele ser conceptualizado en los textos marxistas,


este aparece en el contexto explicativo de las formas como el capital se apropia del
excedente económico producido por el trabajo del obrero asalariado. Sin embargo, es
posible considerar que las formas de relación capital-trabajo, como demostró Gramsci
(1978) y Texier(1985), no se circunscriben a la esfera económica, sino se proyectan a la
esfera de la superestructura bajo la modalidad de relaciones de fuerza y poder revestidas
de formas jurídicas, estructuras de represión y prácticas sociales, políticas y culturales
que sancionan un cierto orden y una cierta estabilidad propicias para que tal
acumulación tenga lugar de forma sostenible. El modelo vendría a definir la naturaleza
de las correlaciones de fuerza que propone el sistema (razones legales, morales,
culturales, legitimación estatal, represión pura y simple, prácticas políticas, etc.) para
perpetuar una relación de explotación del plus trabajo que genera una forma económica
no capitalista de producción, para el caso que analizamos.

Un modelo de acumulación, al tener los rasgos arriba citados, es además un producto


histórico, es decir, una estructura de poder que posee capacidad evolutiva y por tanto,
capacidad de incorporar los componentes societarios que caracterizan las fases de
desarrollo de una formación social articulada en torno a clases sociales. El devenir
16
Para la economía clásica, la diferencia entre valor de uso y valor de cambio o comercial, es la
ganancia. Sin embargo para Marx, esta ganancia es la plusvalía extraída al obrero. Es decir, dicha
plusvalía vendría ser la diferencia entre el valor del trabajo efectivamente realizado para producir cierto
volumen de riqueza y el monto del salario real, diferencia que al favorecer al propietario de medios de
producción, le permite acumular un excedente o plus trabajo bajo la forma de capital-moneda y
susceptible de convertirse en capital productivo si se invierte en medios de producción. Esta tendencia a
la acumulación, Marx denomina “acumulación de capital”. En palabras de Marx: "La forma económica
específica en que se arranca al productor directo el trabajo sobrante no retribuido, determina la
relación de señorío y servidumbre política tal como brota directamente de la producción y repercute, a
su vez, de un modo determinante sobre ella. Y esto sirve luego de base a toda la estructura de la
comunidad económica, derivada a su vez de las relaciones de producción y con ello, al mismo tiempo, su
forma política específica. La relación directa existente entre los propietarios de las condiciones de
producción y los productores directos es la que nos revela el secreto más recóndito, 1a base oculta de
toda la construcción social y también, por consiguiente, de la forma política de la relación de soberanía
y dependencia, en una palabra, de cada forma específica de Estado." (El Capital, FCE, 1959, Tomo 3, p.
733.), citado por Sader, 2000.
17
La formación económica-social o formación social es un concepto utilizado por Marx para describir
sociedades donde la ley del desarrollo desigual propone la coexistencia simultánea de modos de
producción avanzados y atrasados, es decir formas capitalistas y no capitalistas no solo coexistiendo, sino
organizando la estructura de clases, la superestructura político-ideológica y el propio Estado. Antonio
Gramsci introdujo a esta noción, la teoría de la hegemonía, es decir, la comprensión de que una formación
social no es solo el resultado de una combinación de modos de producción, sino el resultado de la
hegemonía que ejerce el modo capitalista sobre los otras formas económicas atrasadas o rezagadas que
quedan subordinadas al modo de producción dominante, siendo esta condición fundamental para hacer
viable un modelo de acumulación de capital en sociedades capitalistas atrasadas. Ahora bien, esta
modalidad de acumulación se da a través de la subsunción del excedente generado por la fuerza de
trabajo (plus trabajo) del sector atrasado de la economía en favor de fracciones del sector capitalista.
19

histórico de la sociedad o como plantea Marx, la historia de las luchas de clase, se


expresa a través de cambios, bajo el carácter de reformas estatales o revoluciones, que
modifican la composición de las clases sociales, las hegemonías y las superestructuras
de dominación . Sin embargo, lo que pervive, en tanto dicha sociedad no asuma formas
de propiedad social o colectiva, es la necesidad de acumulación de riqueza en favor de
un sector o bloque dominante que no sería tal sino cumpliera este rol. En consecuencia,
se puede inferir que a cada momento o etapa histórica que conlleva un nivel de
reestructuración estatal y recomposición de clases y hegemonías sociales, le
corresponde un modelo de acumulación en torno al cual se organizará la nueva relación
capital-trabajo y sociedad-Estado.

Algunos autores como Luís Reygadas (2008) realizan aportes a las cuestiones antes
tratadas, pero desde una mirada más sociológica y antropológica. Sugieren, aunque sin
hacer referencia al tema de la acumulación, que la cuestión de las relaciones desiguales
entre fracciones de una formación social se apoya en toda una ideología de la
desigualdad, a la que describe como “fruto de complejas relaciones de poder (...) Estas
relaciones de poder construyen estructuras duraderas pero no estáticas”. Tales
estructuras se establecen a partir de la combinación de diversos factores capaces de
producir sistemas de distribución de ventajas y desventajas de manera asimétrica,
siempre favorables al sector dominante. Por ello, las desigualdades son persistentes,
afirma Reygadas, “pero cambian con el tiempo, las viejas formas de inequidad se
transforman y se entrelazan con nuevas disparidades”. A estas estructuras, el autor
denomina matrices, distinguiendo tres: una que corresponde a las desigualdades
premodernas y coloniales, otra a las desigualdades modernas en los estados nacionales y
finalmente la última, a las desigualdades posmodernas propias de la época de la
globalización, enfatizando de que ninguna de estas matrices ha desaparecido para dar
paso a la siguiente, sino que perduran combinándose unas con otras, permitiendo que
viejos y nuevos sistemas de distribución de ventajas y desventajas perduren a lo largo
del tiempo, mostrando la realidad actual los efectos combinados de las tres.

Con relación a la matriz colonial, Reygadas anota, que la misma surgió a partir de la
conquista de América y se consolidó durante los tres siglos de dominación colonial. esta
matriz presentaría cuatro rasgos principales: 1) la construcción étnica y racial de las
diferencias económicas y sociales, 2) la concentración de la propiedad agraria, 3) la
exacción colonial y 4) el carácter premoderno de los principales mecanismos
generadores de desigualdad (2008: 92)18. La matriz moderna o sea las desigualdades
en el estado-nación, propia de sociedades urbanas e industriales combina aspectos de la
anterior, como la concentración de la tierra y los recursos naturales articulada a la
organización empresarial para la producción, persisten los terratenientes que mantienen
a su vez métodos coactivos y premodernos, pero al lado de las haciendas tradicionales
emergen unidades productivas agrícolas y pecuarias que introducen la figura del
trabajador asalariado. En este caso coexisten dos mecanismos de desigualdades, uno que
todavía se apoya en formas coloniales de extracción de plusvalía y otro que reproduce el
modelo de relación capital-trabajo. Sin embargo ambos están protegidos por el mismo
marco jurídico y ambos propician un tercer mecanismo de desigualdad: el intercambio
desigual entre campo y ciudad. La tolerancia mutua entre ambas matrices se decanta en
alianzas de clase entre terratenientes y empresarios modernos y en la emergencia de
18
Más adelante retornaremos a analizar estas cuestiones en forma más extensa.
20

estados oligárquicos donde el poder se divide entre estos dos socios. En la matriz
posmoderna que corresponde a la época de la globalización, continua siendo
importante la concentración de la propiedad de la tierra y los recursos naturales, pero
emergen nuevos tipos de desigualdad vinculados al acceso al conocimiento científico y
tecnológico, al empleo calificado, al capital financiero, a la capacidad institucional y a
las redes globales. La nueva desigualdad, según Reygadas, ya no pasa por las
diferencias en la propiedad de la tierra, sino por las asimetrías en el acceso al
conocimiento, al empleo, a los mercados, a las nuevas tecnologías y a los servicios
financieros. La mayor desventaja hoy en día, es ser víctima de la llamada brecha digital,
es decir tener acceso incompleto o simplemente no tener acceso a las nuevas tecnologías
de la información y estar desconectado parcial o totalmente de herramientas
imprescindibles como el internet.

Los puntos de vista de Reygadas, permiten establecer que los mecanismos de la


acumulación de capital no se restringen a relaciones desiguales entre economía
campesina (no capitalista) y agentes de un mercado capitalista, sino que abarcan la
esfera ideológica. Justamente, se sitúan en esta esfera los mecanismos que llamaríamos
internos de un modelo de acumulación. En este sentido, volviendo a la idea de la
presencia simultánea de las tres matrices citadas por el autor, bajo formas combinadas y
cambiantes, emerge para el caso que nos ocupa, la cuestión de la construcción étnica y
racial de las diferencias económicas como uno de los pilares del intercambio desigual y
uno de los viabilizadores de la extracción de plus trabajo campesino en favor del
capitalismo mercantil, vigente incluso en una realidad donde la concentración feudal de
la tierra se ha extinguido en favor de un universo abigarrado de minifundistas.

En fin, redondeando los conceptos, podemos decir que un modelo de acumulación no se


limita a la articulación desigual de una economía moderna (capitalista) y otra atrasada
(no capitalista) para proveer de excedentes económicos (plus trabajo) a la primera; sino
conlleva la idea de una estructura de poder que se extiende al espectro político e
ideológico, en cuyo seno se construyen mecanismos de colonialismo interno para
justificar y sancionar como algo natural la existencia de grupos humanos cuya pobreza
persistente resulta funcional a la viabilidad del sector moderno de la economía y su
superestructura. Dicho de otra manera, un modelo de acumulación no solo opera en la
base económica, sino construye una estructura de poder y un entramado de
desigualdades que involucra la superestructura En función de este último aspecto, la
composición estructura-superestructura de un determinado modelo de acumulación,
pasaremos a examinar los componentes del marco teórico específico en esos dos
niveles.

Eje conceptual de orden específico

Este eje conceptual será desarrollado en función de un arco de tiempo determinado que
corresponde al siglo XIX, con la proyección de algunos antecedentes a siglos anteriores.
Los principales hechos a ser investigados tienen lugar en la segunda mitad del citado
siglo y abarcan hasta la primera mitad del XX, sin embargo, las envolturas
superestructurales y las determinaciones estructurales suelen tener proyecciones más
amplias, razón por la cual, en algún caso el análisis de los temas enfocados podrá
abarcar un tiempo mayor.
21

Como se anticipó, los diferentes aspectos que comprende este eje conceptual,
diferenciará sus componentes, según su participación en el nivel de la superestructura o
la estructura de la sociedad hacendal. El objetivo es recrear el ambiente ideológico, las
justificaciones jurídicas, los valores e imaginarios de ese tiempo, cargados de razones y
lógicas que daban por buena y justa una estructura de posesión de la tierra y de
sometimiento de la fuerza laboral indígena, y como algo natural la vigencia de un
modelo de acumulación de capital que estructuraba y proporcionaba orden al conjunto
de la formación social a ser estudiada. Por tanto, antes que elaborar una suerte de
manual de conceptos aislados, cuyo valor sería muy escaso, lo que se intentará será
definir los contornos y en lo posible la dinámica ideológica, cultural, social y económica
de ese tiempo con objeto de proporcionar los rasgos esenciales del ambiente histórico en
que tienen lugar los hechos que se desprenden de la información que será analizada
sobre el caso específico de Chimboata.

En concreto, se abordarán, aunque no de forma exhaustiva, sino limitada a los intereses


de la investigación, los siguientes temas: En el nivel superestructural: el antecedente
socioeconómico de la sociedad colonial; el escenario económico social que ofrece la
sociedad hacendal en el siglo XIX y la primera mitad del XX; la ideología y el
pensamiento de las elites en el siglo XIX y primera mitad del XX: el gamonalismo, el
pensamiento político de los actores estatales, el discurso moral y los valores culturales-
civilizatorios de la sociedad. El debate sobre la cuestión del indio y su lugar dentro de
la sociedad; la situación legal del indio y de las comunidades, el discurso político-
cultural con que se juzga el rol o papel del indio en el desarrollo social; El indio y el
estado: la cuestión del tributo y la trama jurídica que define esta relación. En el nivel
estructural: la estructura agraria hacendal: relaciones sociales de producción,
condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo campesina , forma de tenencia de la
tierra, formas de trabajo y captación de la fuerza de trabajo; rasgos del modelo de
acumulación hacendal: la relación entre terrateniente y colono, los mecanismos de
expropiación apropiación de la renta agrícola, los mecanismos de sobre explotación del
trabajo campesino, la articulación de modelo de acumulación con el territorio; economía
campesina parcelaria: sus lógicas defensivas y los factores que determinaron el
debilitamiento del control hacendal sobre los trabajadores rurales y la emergencia de
trabajadores campesinos independientes. Sobre este último aspecto, solo se profundizará
en cuestiones que no fueron abordadas con anterioridad.

El antecedente socioeconómico de la sociedad colonial.

Este antecedente se remonta a la misma circunstancia que dio lugar al descubrimiento


de América en 1492, es decir un acontecimiento no previsto, la existencia de un enorme
continente en la ruta que separaba España de las Indias Orientales que dio lugar a la
improvisada tarea de su colonización. Sin entrar en pormenores a cerca del proceso de
conquista de los nuevos territorios ni al detalle de fundación de ciudades que tiene lugar
como parte de este objetivo, nos centraremos en los objetivos y razones que dieron
forma al estado colonial.

En la época del descubrimiento, España estaba consolidándose como Estado al concluir


la liberación de los territorios que ocuparon los árabes tras siete siglos de dominación.
Esta circunstancia hizo que el recién formado reino de Castilla y Aragón se constituyera
22

en una entidad que tardíamente ingresaba en el modelo feudal, fuertemente debilitado


por la emergencia del capitalismo mercantil que procuraba ampliar las rutas comerciales
entre Europa y los reinos orientales. Sin ingresar al antecedente de las pugnas entre
España y Portugal para explorar nuevas rutas hacia los mercados orientales,
señalaremos que la aventura marítima de Colon fue en realidad un emprendimiento
comercial de navegantes y comerciantes de las ciudades-puerto italianas y españolas del
Mediterráneo. De aquí nace el temprano carácter de la conquista como una empresa
marcada por la búsqueda de riquezas metálicas19.

Identificadas las fuentes de riqueza, tanto en México, Mesoamérica y el Alto Perú, la


formación del Estado colonial gira en torno a tres grandes objetivos: consolidar la
propiedad sobre los yacimientos auríferos y argentíferos descubiertos, proveer un orden
legal a las nuevas posesiones y organizar el transporte de los metales hacia España para
su comercialización, En torno a la materialización de estos objetivos primarios, se va
estructurando el orden colonial. Los dos grandes actores de este proceso, que luego
devinieron en la raíz de la clase dominante fueron: los aventureros españoles
convertidos en portadores de la autoridad del rey español y los curas que representaban
la autoridad papal y la institución de la Iglesia. La combinación de las determinaciones
de ambos poderes modelaron las instituciones del nuevo Estado colonial que se impuso
en el Nuevo Mundo.

Sin entrar en detalles a cerca de la consolidación de la sociedad colonial y su relación


con el universo de aborígenes, simplemente mencionaremos que el afianzamiento de los
nuevos poderes tiene lugar a partir de la apropiación y el reparto de las nuevas tierras
acompañado del sometimiento y reducción a la condición de servidumbre de las masas
indígenas, aunándose para este cometido, los argumentos legales que emanan de la
autoridad del rey y los argumentos religiosos que emanan de autoridades divinas
superiores, con el objeto de justificar el saqueo de tierras, las masacres de aborígenes y
su sometimiento implacable, al cumplimiento de la misión superior de civilizar y
catequizar (Puiggros, 1969).

Los rasgos más específicos que caracterizan el Estado colonial en el caso de las tierras
del Alto Perú y la Audiencia de Charcas, tienen el antecedente obligado de las bases
sobre las que se organizó la explotación del cerro de Potosí y la comercialización de los
minerales. La estructura resultante reposa en dos pilares: el tributo indígena, del cual
nos ocuparemos más adelante, y la posesión de la tierra bajo la figura formal de la
encomienda20. De acuerdo a Eduardo Arze Quiroga, “Toda la estructura de las colonias
19
Al respecto anota Gunder Frank: “En cuanto a la producción y comercio europeos, ciertas
continuidades vienen marcadas por el final del siglo XV, con la expulsión de España de los moros y
judíos en 1492, el descubrimiento de América por el genovés Cristóbal Colon, en nombre de España y
por el paso del cabo de Buena Esperanza por el portugués Vasco de Gama en su viaje a la India. La
conquista de Constantinopla por los musulmanes a finales del siglo XV y su avance posterior a través de
los Balcanes, la recuperación del crecimiento demográfico europeo, el desarrollo de la tecnología
agrícola y de la producción de manufacturas, y quizá el incremento en el costo de los metales preciosos
(...) todo ello prestó impulso al descubrimiento y puesta a punto de rutas comerciales nuevas y a la
búsqueda y localización de nuevas fuentes de metales preciosos” (1985:24 y 25)
20
El régimen de encomienda consistía en la dotación de tierra y fuerza de trabajo al encomendero,
normalmente un personaje militar destacado en el periodo de la Conquista. El encomendero debía
encargarse de la manutención, educación y evangelización de los indios colonos o yanaconas, a cambio
23

en América giró en torno a la encomienda. De ella nació ‘el repartimiento’, ‘la tasa’,
‘la mita’ y ‘el tributo’ que son las principales manifestaciones de la relación de la
Corona con los conquistadores y colonizadores y con los nativos del Nuevo Mundo”
(1969:381)21.

El virrey Toledo, autor de las reformas que llevan su nombre, fue el organizador de la
explotación de la plata potosina y por tanto el ordenador de un inmenso territorio para
hacer viable este propósito. La reforma toledana se dirigió a tres grandes objetivos:
garantizar la provisión de fuerza de trabajo a la minería de Potosí, garantizar la
provisión de alimentos y vituallas al conglomerado minero y garantizar el transporte de
la plata hacia los puertos del Pacífico y luego a España. Para esta finalidad, impuso a las
comunidades andinas la obligación del tributo pagadero en moneda o trabajo,
organizando colateralmente el sistema de concentración y reclutamiento de mitayos bajo
la modalidad de pueblos de indios22 y la introducción de la mita. Paralelamente se
restringió el poder de los encomenderos, cuyos actos subversivos habían dado pie a
prolongadas luchas intestinas23, pero paulatinamente, para asegurar la provisión
sostenida de alimentos hacia Potosí, se dio paso a la formación de haciendas.

La sociedad resultante de este delicado mecanismo de explotación minera en base a la


encomienda, el tributo y las instituciones derivadas de estas, dio paso a una estructura
social segmentada en dos repúblicas: la república de indios o despotismo tributario y la
república de españoles24. Entre estas dos estructuras existen lazos estrechos y
de un tributo que debía servir para esta finalidad.. Inicialmente, la encomienda no constituía una unidad
de producción con límites territoriales determinados aunque tomaba el nombre de su cabecera (por
ejemplo la encomienda de Pocona). la encomienda, por tanto no era una institución real sino individual
que abarcaba un cierto número de indios para su catequización a cambio de obligaciones en trabajo. Era
una especie de patronato, concedido por favor real, sobre una porción de nativos concentrados en colonias
cercanas a los asentamientos españoles (los pueblos de indios), con la obligación por parte del
encomendero, de instruirles en la religión cristiana y en los rudimentos de la vida civilizada. Con el
tiempo, estas “obligaciones” del encomendero, dieron paso a retribuciones en trabajo sobre tierras que
pasaron a ser parte de la encomienda (Puiggros, 1969, Arze Quiroga, 1969).
21
El repartimiento hacía referencia a la cuota que correspondía individualmente al encomendero o a sus
encomendados en la división de derechos y obligaciones. Existían por tanto repartimientos de
encomiendas, de tierras, de alimentos, de servicios, del tributo e incluso de géneros de Castilla que en el
siglo XVIII provocarían las grandes sublevaciones. La mita operaba a través del repartimiento de indios.
La tasa era la calificación de la cantidad de trabajo que el encomendero debía exigir a sus encomendados
para pagar el tributo al rey, los gastos del curato de almas, el mantenimiento del cacique, los gastos
comunes y los beneficios del encomendero. El tributo era la parte de la tasa que le correspondía al rey. La
mita, originalmente era el turno de trabajo que hacían los súbditos del Inca en favor de este y de su
comunidad. Los españoles, mediante las reformas toledanas, lo aplicaron para reclutar tandas de indios
que llevaban a las minas (Arce Quiroga, obra citada).
22
Los pueblos de indios eran formas compulsivas de concentración de las poblaciones aborígenes de la
meseta andina y los valles próximos a Potosí. A cada comunidad se le concedía tierras a cambio de un
tributo en moneda o pagadero en servicios a la minería. Ante la imposibilidad de cubrir en dinero la
obligación tributaria, los indígenas convertidos en súbditos del rey para esta finalidad, debían concurrir a
la mita en forma obligatoria. para ello, cada comunidad anualmente destinaba una cantidad de jóvenes
para cumplir este servicio.
23
La encomienda era una concesión de tierras en forma temporal y limitada a dos generaciones. Los
encomenderos reclamaban la propiedad perpetua. Ante la negativa real escenificaron actos de
desconocimiento a dicha autoridad y dieron lugar a guerras civiles como las que libraron pizarristas y
almagristas a fines del siglo XV.
24
Semo (obra citada) utiliza el término república para describir una estructura que contiene su propia
organicidad (instituciones, valores, prácticas) específica y diferente en relación a la otra.
24

perfectamente jerarquizados que las integran en un sistema orgánico. Por tanto no


configuran una sociedad dual sino un sistema único con dos estructuras (Semo, 1979).

La estructura despótico-tributaria estaba conformada por las comunidades indígenas que


deben tributar y, la burocracia real y la Iglesia que se benefician del tributo. La unidad
productiva principal es la comunidad agraria. El indio individualmente es un miembro
de la comunidad. El excedente que genera es expropiado bajo la forma de tributo en
trabajo (mita, yanaconaje), especie o dinero. La república de los españoles surge del
proceso de colonización y mestizaje. En su estructura, de acuerdo a Enrique Semo,
predominan los elementos feudales modificados por las determinaciones del capitalismo
embrionario. El componente inicial de esta estructura fue la encomienda, pero más
adelante ocuparon este lugar, la hacienda, la estancia, el taller artesanal, el obraje y la
explotación minera. La riqueza de la clase propietaria proviene de la captación de plus
trabajo indígena que toma la forma de renta y ganancia.

En síntesis, se puede afirmar que los fundamentos de la sociedad colonial y sus


instituciones no solo se preservaron al llegar a su fin el régimen colonial, sino que
sirvieron de base y modelo para la continuidad de este régimen pero bajo ropajes
formalmente republicanos.

El escenario económico social que ofrece la sociedad hacendal en el siglo XIX y la


primera mitad del Siglo XX.

Los gritos libertarios que se suceden entre 1809 y 1815, seguidos de una prolongada
guerra, que culminará con la formación de estados independientes en los que fueron los
territorios de Nueva Granada, el Virreinato de Lima y el similar del Río de la Plata,
configuran la emergencia de un modelo de sociedad, que por lo menos formalmente se
reclama seguidora de los idearios libertarios inspirados por la Revolución Francesa. El
tono de las nuevas constituciones más o menos sigue esas pautas, pero en realidad surge
un variado abanico de situaciones y posturas que definen las características más
liberales o más conservadoras que asumirá cada flamante república, y cuyo detalle
escapa a la finalidad de este trabajo. Enfocaremos a grandes rasgos, aspectos y
denominadores comunes que resaltan el carácter de las recomposiciones que tienen
lugar en el seno de la vieja sociedad colonial, con especial atención a lo que sucede en
Bolivia y especialmente en Cochabamba.

Un primer aspecto que resulta muy extendido en la nueva realidad republicana, fue el
objetivo común de alcanzar un cierto orden político viable y estable que pudiera
proyectar un sentido de orden y autoridad para enfrentar, en el caso de cada país, la
temible realidad de las secuelas de la guerra, es decir, los cuadros de pobreza material y
las múltiples fracturas sociales que amenazaban convertirse en germenes de violencia.
Los criollos gobernantes, en su generalidad, se plegaban a los ideales girondinos 25, pero
en realidad este era apenas una suerte de barniz, puesto que la preocupación principal
era legitimar el traspaso del poder colonial derrotado a manos de una élite criolla de
ascendencia ibérica, sin trastrocar la situación de sumisión y vasallaje de las clases
subalternas. En función de tan delicada operación, la noción de orden estaba cargada de

25
El ala menos radical de la revolución Francesa, opuesta a los jacobinos.
25

sentido autoritario y el ejercicio del mando debía ser concentrado, aunque ello entrara
en contradicción con el discurso democrático.

Desechada la vía monárquica, exceptuando el caso del Brasil, las nuevas élites en
general se adhirieron a alguna variante del constitucionalismo liberal, aunque sin
excepción, los diferentes caudillos de la época violaron sistemáticamente todas las
normas constitucionales de las cuales se proclamaban defensores. Sin embargo, la
doctrina liberal al estilo francés, inglés o norteamericano, fue prácticamente trascrito en
forma literal en las constituciones políticas estatales e impregnó el estado de derecho,
elaborando en base a estos principios, el discurso que los letrados esgrimían para
demostrar la legitimidad de sus actos y para justificar la marginación y dominación de
los sectores populares que habían servido en los ejércitos libertadores (Orrego, 2005).

En el caso de Bolivia en particular, la crisis de la minería potosina, había determinado


que las alternativas económicas para superar la postración de la minería con otras
opciones, fueran prácticamente inexistentes. Por tanto, la nueva república nació
confrontando esta difícil situación. Por tal razón, se puede decir, que Bolivia en la
primera época republicana fue un país dominantemente agrario conformado por
propietarios territoriales, artesanos e indígenas. La sostenibilidad del erario nacional no
se apoyaba en las distintas ramas de la producción, sino en el tributo indigenal de
procedencia colonial. Lo cierto es que el sentido colonial y étnico, introducido por los
españoles, para sancionar las diferencias y desigualdades económicas, como sugiere
Reygadas (obra citada), sigue en plena vigencia y hasta se podría decir, que permanece
como el pilar sobre el que se apoya la vieja estructura colonial revestida con escarapelas
y banderas republicanas (Bonilla, 1980; Peralta e Irurozqui, 2000).

Esta permanencia del orden colonial reflejaba bien la suerte de aislamiento en que se
encontraba Bolivia en el primer medio siglo de vida republicana. Recién en la década de
1870, el descubrimiento de nuevas vetas de plata en el departamento de Potosí permitió
la emergencia de un empresariado minero que se vincula con el comercio internacional.
Su fugaz auge, terminará con la Revolución Federal de 1899, la concentración en La
Paz de lo esencial del poder estatal, el ascenso del liberalismo en el control del Estado y
la emergencia de la economía del estaño firmemente vinculada al mercado mundial,
situación que dominará el escenario económico hasta la primera mitad del siglo XX.

En el universo rural, sin embargo, no existen cambios apreciables con relación al


periodo colonial. En realidad, como veremos más adelante, el conflicto central, en
regiones como el altiplano, se concentra en torno a la expansión de las haciendas a costa
de las tierras de comunidad en medio de inacabables argucias legales y simples
operaciones de despojo que estimulan continuas sublevaciones indígenas.

En el caso de Cochabamba, tales avatares no están ausentes. La crisis de la minería


potosina golpeó fuertemente la economía regional desde el siglo XVIII. Sin embargo, el
panorama de la economía hacendal no es homogéneo: en los valles, las haciendas
languidecen y encuentran una opción alternativa de captación de excedentes a través del
régimen de arriendo de tierras, sobre todo en el valle central y alto, estructurando
gradualmente un activo y potente mercado interno regional, cuya base es la economía
del maíz y sus derivados que potencian las ferias campesinas. En las provincias altas
26

vecinas con el altiplano, así como en las serranías del Cono Sur, las haciendas perviven
intactas y manteniendo en general el régimen de colonato. Por último, provincias como
Totora y regiones como Pocona con fuerte presencia latifundiaria en el primer caso, y
parcelaria en el segundo; a partir de la segunda mitad del siglo XIX, como consecuencia
del segundo auge de la plata, amplían sus opciones promoviendo la economía de la coca
y generando una momentánea bonanza económica que favorece a la ciudad de Totora26.

Antonio García (1972) resume muy bien el escenario y los rasgos estructurales que
caracterizan la sociedad republicana del siglo XIX y primera mitad del XX, cuando
afirma que la economía colonial no desaparece con la emergencia republicana, de tal
manera que la nueva organización política resultante se limitó a superponerse a una
estructura de “haciendas, centros mineros y ciudades egocéntricas”, que al desaparecer
el viejo poder colonial se convierten en los nuevos centros de poder y en las fuerzas
incontrastables de dominio de las élites terratenientes y mineras sobre el Estado
republicano. García afirma que las repúblicas nacen propiciando el florecimiento de la
vida colonial, ya que al desaparecer el sistema jurídico-político del control peninsular,
permite la eclosión del poder de las haciendas señoriales, los centros mineros y las
ciudades tradicionales. El Estado no es otra cosa que la representación cerrada de estos
intereses pese a las poses radicales de circunstanciales corrientes progresistas.

El latifundio señorial, anota el autor citado, conserva las tradiciones de dominio sobre la
tierra y la ideología de la encomienda impuesta a la población indígena y, se convierte
en una verdadera constelación de poder que se apoya en la propiedad monopólica sobre
las mejores tierras y el dominio paternalista sobre la mano de obra adscrita servilmente
a esa tierra, pero además extiende sus tentáculos hacia el control hegemónico de las
instituciones estatales, los recursos técnicos y financieros, además de los mecanismo de
representatividad democrática. Por todo ello, la gran propiedad, era mucho más que una
forma de tenencia concentradora de tierras, agua, recursos naturales y recaudación de
renta fundiaria (plus trabajo aportado por colonos, aparceros, arrendatarios, peones e
incluso minifundistas). Su peso la convertía en una estructura de poder social capaz de
modelar un sistema de vida con sus propias normas, valores y preceptos, donde la figura
paternal del patrón se proyectaba como una autoridad con atribuciones de intervenir,
sancionar y castigar los actos morales, los comportamientos sociales e individuales y las
prácticas culturales de un denso universo de campesinos, inclusive más allá de las
fronteras de la hacienda.

García anota todavía, que la constelación del poder hacendal se complementa con otra
constelación de poder que deviene de la ciudad tradicional que organiza los mecanismos
de apoyo institucional, legal, financiero y represivo que sustenta al primero. De esta
manera, se va estructurando una forma de ocupación y uso del territorio caracterizado
por la presencia de una ciudad tradicional, un conglomerado de haciendas y una basta
población agraria de colonos, arrenderos, minifundistas, que interactúan en términos
desiguales, dando paso a un modelo de acumulación de riqueza que favorece a los
grandes propietarios de tierra y a la élite de la ciudad tradicional. Esta estructura, en el
caso de Cochabamba, como vimos anteriormente, presenta rasgos diferentes, pero en
todo caso, en términos espaciales, la relación capital departamental-grandes haciendas-
tierras de arriendo-piquerías-ferias campesinas-pueblos de provincia, contenía las
26
Estos aspectos serán analizados con mayor detalle en el capítulo 2.
27

estructuras antes descritas combinadas con formas emergentes del poder campesino que
a mediados del siglo XX trastrocaría esta forma de poder.

La ideología y el pensamiento de las élites en el siglo XIX y primera mitad del XX.

Ciertamente, la fundación de repúblicas independientes sobre lo restos del Estado


Colonial no pudo ser algo semejante a un simple traspaso de poderes administrativos de
unos que salían de escena en favor de otros que llegaban. Detrás de ese acto formal
donde brillan los personajes ilustres y sobre todo los caudillos sedientos de poder, que
gusta describir la historiografía oficial, se iniciaba una delicada operación de aparente
cambio de las antiguas estructuras de opresión, pero en realidad un muy delicado
remozamiento de las mismas, pues no se trataba de cambiar el viejo orden, sino de
adecuarlo a la circunstancia republicana. Sin embargo, los riesgos eran evidentes y era
imprescindible desarrollar un discurso que pudiera legitimar tales aspiraciones y
convertir tales razones en algo semejante a una cruzada por la modernidad en oposición
a las fuerzas oscuras del pasado.

La emancipación fue en cierta medida una ruptura formal con España y una apertura
hacia Europa, particularmente Francia e Inglaterra, y más adelante con los EE.UU., que
se convirtieron en los depositarios de los nuevos valores: las libertades individuales, el
pensamiento racional, la ciencia moderna, el desarrollo técnico, la libertad de comercio,
en suma la modernidad a que aspiraban las nuevas élites. Sin embargo, particularmente
los terratenientes, los propietarios mineros y los grandes comerciantes, eran
mayormente españoles o descendientes directos de estos y no se dejaban impresionar
por los nuevos vientos ideológicos, aferrándose vehementemente al antiguo orden
constituido, es decir, una estructura social basada en la servidumbre de las poblaciones
autóctonas, siendo particularmente dominante esta postura en las áreas rurales. Por tanto
desde el mismo nacimiento de las repúblicas surgieron posiciones ideológicas
contrapuestas. Los liberales apostaban por la necesaria modernización, con los cambios
que fueran necesarios, de la antigua sociedad colonial heredada; los conservadores eran
firmes defensores de la tradición y se oponían tenazmente a cualquier innovación que,
según ellos, pondría en riesgo el delicado orden natural y social de las cosas.
Obviamente los grandes propietarios eran cerradamente conservadores.

En el fondo, anota José Luís Romero (2001), el pensamiento político conservador no se


perdía en justificaciones a cerca de su apego al pasado, su postura por el contrario, era
eminentemente pragmática. Consideraba la realidad en sus distintas facetas
(económicas, sociales, culturales, ideológicas, políticas, religiosas, etc.) como algo dado
y concebido en un pasado remoto por obra divina y también, en algún caso, por un pacto
social, que se debía mantener inmutable o con simples cambios formales mínimos. Esta
postura tendió a volverse rígida a partir de la década de 1860, cuando el Papa Pio XI
decidió dar batalla al avance de las ideas liberales, surgiendo un conservadurismo
ultramontano que intentó reforzar un sistema político y social dirigido a preservar de
manera férrea la estructura tradicional erigida por el orden colonial, ignorando las
transformaciones irreversibles que dicho orden había sufrido desde la Independencia.

Con matices de cerrado dogmatismo o destellos de apertura, el pensamiento


conservador mantuvo su núcleo original y sus proposiciones básicas, representando con
28

fidelidad el pensamiento de los sectores más comprometidos con las estructuras


coloniales. Perpetuaba una concepción señorial de la vida inseparable de la tradicional
posesión de la tierra y los privilegios que ello implicaba, que no se veían como tales,
sino como derechos que no estaban en discusión por provenir de una determinación de
orden divino. Se tenía una concepción autoritaria de la vida social y política heredada de
la estructura virreinal, sostenida a ultranza por la monarquía española, (aun avanzado el
siglo XIX) y por la Iglesia Católica. De esta manera, con este tipo de soportes y dogmas
que emanan del clericalismo27, la llamada clase propietaria (terratenientes y grandes
mineros) terminó convirtiéndose en una oligarquía política que apuntalaba la opción de
un poder estatal fuerte, centralizado e incluso unipersonal, si alguno de sus “derechos”
estaba ligeramente en riesgo. Como miembros de una oligarquía, se sentían
personalidades de alto rango, los mejores de la sociedad de su tiempo. Sus antepasados
fueron únicamente vasallos del rey y por ello gozaron de privilegios reales. Sus
descendientes merced a los privilegios heredados eran los únicos ciudadanos de pleno
derecho, muy por encima de las declaraciones igualitarias de los nuevos principios
republicanos (Romero, obra citada).

Un tema sensible y transversal a toda la estrategia política conservadora, así como un


contundente argumento para doblegar el más refinado razonamiento de los adversarios
liberales, era la cuestión del orden frente a la anarquía. Este fue una suerte de grito de
guerra frente al liberalismo que trataba de impulsar la modernización de la sociedad
tradicional a mediados del siglo XIX, al calor de las influencias transformadoras e
incluso socializantes que comenzaban a soplar en Europa28. Se trataba de reformas más
que de cambios radicales inspirados en el proceso de industrialización acelerado que se
operaba al otro lado del Atlántico, con sus secuelas de acelerada urbanización,
intensificación del crecimiento de los mercados y su consiguiente internacionalización,
expansión del capitalismo mercantil y lo que es más importante, la incorporación de
América Latina a esta dinámica aportando materias primas para apuntalar el desarrollo
industrial. En suma, fue el liberalismo el que levantó las banderas del progreso material
que aparentemente aseguraba bienestar, trabajo y riqueza. No obstante para el ala
conservadora, estos eran discursos demagógicos dirigidos a subvertir la paz social.

En alianza con los sectores más recalcitrantes del catolicismo, el pensamiento


conservador reaccionó contra estas aspiraciones, apuntalando una vez más la idea de
que los fundamentos básicos de la sociedad y el orden político eran determinaciones del
27
El clericalismo, según R. Bosca (sf ) es una visión distorcionante de la tarea cristiana en el mundo y
consiste en una sustitución de los fines religiosos del mensaje cristiano por los intereses institucionales de
la Iglesia católica, o más especialmente por una reinterpretación política o temporalista de los mismos. Al
respecto anota el autor citado:“En tal sentido puede caracterizarse al clericalismo como un
eclesiocentrismo, y más específicamente un eclesiocentrismo clerical, en cuanto se concibe a la Ecclesia
con una perspectiva exclusivamente hierarcológica y por lo tanto como una estructura jerárquica donde
se privilegian las relaciones de poder (me refiero al concepto de poder como dominio, no como servicio),
y donde no sólo se tiene en cuenta que el poder reside básicamente en el clero, sino que la Iglesia misma
es entendida como una “sociedad de clérigos” dejando en penumbras la vocación y misión de los laicos,
atribuyéndoles la condición de constituir una suerte de ‘longa manus’ o apéndice del clero. Los sectores
conservadores, al enarbolar los estandartes clericales pretendían mostrar que cualquier amenaza a sus
intereses, en último término, era una ofensa al mismísimo creador.
28
Europa había vivido las revoluciones de 1848 y sus ecos llegaron a América Latina, donde por primera
vez se hablo de la existencia de un proletariado y probablemente se tuvo acceso a ejemplares y versiones
de segunda mano del Manifiesto Comunista.
29

orden divino de las cosas y la idea de su alteración era poco menos que blasfema o
sacrílega. Se negó de plano la validez del proceso moderno de secularización de la
sociedad y se reafirmo el sentido de eternidad de todo lo existente. Bajo estos preceptos,
las constituciones conservadoras y los gobiernos del mismo signo se consagraron a crear
un poder ejecutivo autoritario y fuerte, complementado con un parlamento de corte
aristocrático elegido por el voto calificado29. Según Romero (obra citada), tal era el
sentido de la constitución argentina de 1819, de la brasileña de 1824, de la chilena de
1833 y la constitución que Bolívar redactó en 1826 para Bolivia. El pensamiento
conservador desarrolló la tesis de un poder institucional fundado en las clases
poseedoras y ejercido por un parlamento de notables munidos de blasones que
demostraban su raigambre aristocrática, pues solo bajo estas condiciones se podría tener
un gobierno eficaz, capaz de asegurar el orden y la paz.

En las áreas rurales las expresiones regionales del conservadurismo fueron el germen de
poderosos poderes locales que dieron origen al fenómeno del gamonalismo. El
personaje central de este poder despótico, que con frecuencia solía estar por encima del
propio Estado e imponía sus propias normas y valores, era el gamonal, término con el
que se solía designar a un eminente terrateniente, para el caso boliviano, que ejercía el
poder local aisladamente o con un grupo de iguales, en términos reales,
independientemente de que disponga o no de un cargo público. El gamonal era el
todopoderoso que gozaba de una autonomía, aunque solía estar vinculado y se
subordinaba formalmente al partido conservador de turno. Era un producto del ascenso
social, donde lo político se expresaba directamente en relación con los mecanismos de
funcionamiento económico, que permitían la vinculación entre la gran, e incluso, la
mediana propiedad y ciertas formas del capital comercial El gamonalismo era, en
efecto, una forma despótica de ejercicio del poder, y una de las manifestaciones de la
dominación étnica más explícitas (Ibarra (1991).

El gamonalismo, reitera Ibarra (2002) era una forma de poder político local rural
resultante de la vigencia de una estructura estamental o de castas, en la que se ha
“naturalizado” la dominación étnica. Su sostén son las sociedades rurales en las que
existe la férrea subordinación del campesinado y el predominio de sistemas agrarios en
los que impera la gran propiedad. Sin embargo, hay otra variante del gamonalismo que
se halla vinculada al capital comercial y los mecanismos despóticos o coactivos de
constitución de las relaciones de mercado. El gamonalismo aparece como una forma de
poder difuso y descentralizado que se basa en la segmentación del funcionamiento de la
sociedad agraria, con sus particularidades regionales, locales y características étnicas.
Así el gamonalismo podría ser interpretado también dentro de un proceso de
diseminación del poder, con sus zonas, lugares y eslabonamientos; y alude a los
fundamentos agrarios de la constitución del Estado, es decir, a la trama de relaciones
sociales y simbólicas que en las zonas rurales conformaban las instituciones estatales y
29
En el caso boliviano el voto calificado o voto censitario rigió desde el mismo nacimiento de la
Republica hasta la promulgación del voto universal en 1953. En este tipo de votación solo participaban
ciudadanos varones que demostraban ser alfabetizados, poseían bienes inmuebles y tenían pleno uso de
sus facultades. Por tanto estaban al margen las mujeres de cualquier condición social, el conjunto de las
clases no propietarias y los analfabetos, lo que incluía a casi todas las clases medias bajas (artesanos,
pequeños comerciantes, etc.) y naturalmente a todos los indios. Luego en las pocas elecciones que tienen
lugar a lo largo del siglo XIX y primera mitad del 20, los presidentes y parlamentarios solían ser elegidos
por un 10 % de la ciudadanía o menos.
30

privadas de dominación. Carlos Mariategui (1979), va más lejos, ya que considera a los
gamonales como “parásitos”, es decir, el gamonalismo no es una categoría social
referida solo a los grandes terratenientes. Es todo un sistema de poder, comprende
además de los patrones de hacienda que ejercen el mando, a los administradores, a los
capataces y a una larga jerarquía de funcionarios intermediarios, agentes, servidores,
etc. El indio alfabeto convertido en capataz o funcionario, se transforma en un
explotador de su propia raza por que se pone al servicio de este poder, sin embargo todo
este sistema gira en torno a la gran propiedad terrateniente y las relaciones económicas
y sociales que se desarrollan bajo el signo del vasallaje y el servilismo.

Marie-Danielle Demelas (2003) describe como opera el gamonalismo en el agro del


occidente de Bolivia: una familia de mestizos suele situarse en las vecindades de una
comunidad, se impone como intermediaria entre indios y la ciudad, comercia, presta
pequeñas sumas a tasas usurarias, acrecienta sus propiedades por la violencia o
haciendo uso de sus influencias políticas y legales, y gradualmente aparece, frente a los
latifundistas, como una fuerza a la que se debe tomar en cuenta para dominar la región.
Algunos miembros de la familia gamonal se incrustan en los municipios, otros ingresan
activamente a la política local y regional.

Sintetizando, el pensamiento conservador era el que dominaba los escenarios


económicos y sociales del mundo rural andino, tanto en Bolivia como en otros países
del área. El eje de este pensamiento era la continuidad de las instituciones coloniales, a
pesar de la existencia formal de la república, sobre todo las que sancionaban el
monopolio sobre la tenencia de la tierra en manos de un puñado de grandes familias y la
permanencia de las obligaciones servidumbrales sobre la fuerza de trabajo indígena. Se
consideraba que cualquier forma de alteración de esta situación, que se juzgaba
emanaba de un orden divino y natural de la sociedad, determinaría la ruptura de un
delicado equilibrio entre el Estado, los patrones y las comunidades indígenas, que
precipitarían el desorden y la anarquía. En el caso boliviano, estos preceptos estaban
muy enraizados. Las posturas liberales respecto a la necesidad de modernizar la
economía y el agro en particular, eran tenues y solo cobraron alguna fuerza a fines del
siglo XIX e inicios del XX, cuando a través de la minería de la plata primero, y luego
del estaño, el país tuvo acceso a la economía mundial. Sin embargo en la primera mitad
del XX, cobra nitidez la alianza entre la clase terrateniente y la gran minería 30, para dar
paso a lo que se vino a llamar posteriormente la rosca minero-feudal.
El poder terrateniente se expresaba a través del dominio sobre multitud de escenarios
locales mediante el gamonalismo. En este caso, no se trataba solo de un expediente para
dispensar favores, ejercitar represiones, medrar con las arcas estatales, ejercer control
estricto sobre la fuerza de trabajo servil, ejercer igual control sobre los cargos públicos
provinciales, negociar apoyos del sector político dominante, captar votos y manipular
resultados de justas electorales; sino de un instrumento coercitivo para mantener
invariable la relación colonial entre propietarios de la tierra y trabajadores rurales, una
vez que la continuidad de dicha relación, permitía la vigencia del modelo colonial de
30
Albarracín Milán anotaba a este respecto: “Desde que el estaño boliviano hizo su triunfal aparición en
el mercado internacional de Londres, poco después del novecientos, lo que hizo el latifundio fue
acoplársele (...) El poder real en Bolivia, desde la conquista hispana de Potosí, se encontraba en la
minería, no en la agricultura tradicional La oligarquía rural boliviana heredera de la colonia, nunca
pudo a nivel ideológico crear una concepción nacional propia de lo que debía ser el Estado boliviano;
vivió financieramente de la mina” (2008:19)
31

captación del plus trabajo campesino instaurado por los españoles desde los tiempos del
Virrey Toledo. En el siguiente apartado se vera la dimensión étnica y racial de estos
mecanismos de explotación.

El debate sobre la cuestión del indio y su lugar dentro de la sociedad.

El debate mencionado y los significados que encierra se convierten en la pieza


fundamental que da sentido a las distintas facetas de las estructuras del poder, sea este
material o ideológico, que hemos venido analizando. De acuerdo a Henri Favre (2007),
cuando los españoles arribaron a América, la primera cuestión que ocupo su atención
fue la actitud que debían asumir frente a los aborígenes. Aparentemente dicha cuestión
quedó zanjada en 1493, cuando una bula papal del papa Alejandro VI otorgó a los reyes
católicos la posesión de América a condición de evangelizar a su población.

Prontamente la conversión de los indios americanos en vasallos de los encomenderos, y


en tal condición sujetos a crueles formas de explotación, a título de catequizarlos;
determinaron las denuncias de genocidio que realizo Fray Bartolomé de las Casas quien
se enfrasco, en lo que puede ser la primera gran polémica respecto a este tema, con Juan
Gines de Sepúlveda, que culmina con la puesta en vigencia de las Leyes de Indias en
1680, que convierten al rey de España en el dueño del continente conquistado,
convirtiéndose los indios en súbditos de la Corona, con privilegios y obligaciones
específicos que los constituyen en una “republica” diferente de la “república de los
españoles”, como vimos anteriormente. Con este antecedente, se introduce el tributo
indígena, es decir el tributo que todo súbdito del rey debía abonar obligatoriamente.
Esta obligación se convirtió rápidamente en el eje del sistema de explotación a que
fueron sometidos los indios, dando paso a formas de vasallaje, que también observamos
con anterioridad.

Con la instauración de la República de Bolivia, esta cuestión estuvo sin duda en el


centro de los debates que moldearon la estructura institucional y legal del nuevo Estado.
Como ya observamos, la disyuntiva era extremadamente delicada: por una parte, hacer
justicia a los compromisos libertarios de dotar a los indios de ciudadanía y plena
soberanía sobre sus actos económicos y sociales; y por otra, la pretensión de la clase
terrateniente de mantener sus privilegios sobre la posesión de la tierra y la servidumbre
rural.
La cuestión del indio fue un asunto arduamente debatido en el Nuevo Mundo, desde el
extremo de la Patagonia hasta el río Bravo. Países como Chile. Argentina, Uruguay e
incluso el Brasil, pasaron del debate a las soluciones prácticas y en nombre del progreso
resolvieron la disyuntiva planteada por Sarmiento, exterminando o empujando selva
adentro a sus minoritarias poblaciones aborígenes31. En los países andinos en general
(Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia) no era posible esta solución simplista dada la
31
Domingo F. Sarmiento planteaba en 1845, en su obra Facundo, una biografía de Juan Facundo
Quiroga, la disyuntiva que debía resolver la República Argentina: civilización o barbarie, para encarar la
tarea de su modernización. Sarmiento veía al tirano Rosas como un heredero de Facundo: ambos eran
caudillos y representaban la barbarie que deriva de la naturaleza y la falta de civilización presente en el
campo argentino. A lo largo del texto se explora la dicotomía anotada. Para Sarmiento, no existían medias
tintas: la civilización se manifestaba mediante Europa, Norteamérica, las ciudades, los unitarios, el
general José María Paz y Bernardino Rivadavia, mientras que la barbarie se identificaba con América
Latina, España, Asia, Oriente Medio, el campo, los federales, Facundo y Juan Manuel de Rosas.
32

enormidad de su población aborigen. En consecuencia, el debate tomo otros rumbos y


se barajaron otras alternativas cuya finalidad era neutralizar, apartar, marginar a las
masas indígenas de la toma de decisiones en la vida nacional.

En el caso de Bolivia, como plantea Demelas (2003), la pregunta angustiante era ¿cómo
formar la nación con indios? Una primera reacción de las élites fue negarse a reconocer
la existencia de diferencias étnicas32. En el proceso de fundación de la República e
inmediatamente después, la dirigencia criolla, es decir los diputados constituyentes
hicieron del problema del indio el centro del debate y pronto se dividieron en dos
tendencias: unos que afirmaban que los indios eran parte del pueblo, detentaban la
legitimidad de la propiedad por ser pobladores originarios, eran los ciudadanos
mayoritarios del nuevo Estado. Sin embargo, otros consideraban que estas ideas eran
poco menos que veleidosas y hasta subversivas pues ponían en tela de juicio la
representatividad, el origen y los derechos de los criollos.

Por ello, en 1825 la mayoría de los diputados prefirió considerar a los indígenas como
una masa sin existencia política que era necesario colocar bajo tutela. En virtud de la
supuesta incompetencia de los indios, la democracia resultante de los largos quince años
de guerra contra España, terminó fundándose sobre la exclusión de los pueblos
aborígenes del cuerpo político de la nación. De esta forma, se privó a los indios del
derecho al voto. Casimiro Olañeta que sostenía estos puntos de vista, dejó en claro el
principio de que la vida democrática republicana debía ser regida por individuos
propietarios y no por representaciones corporativas como las comunidades campesinas o
los gremios populares (Demelas, obra citada). Lo irónico, como veremos más adelante,
es que la república de criollos no podía subsistir sin el tributo indígena.

Estas imposiciones fueron posibles y las protestas fueron manejables, salvo periódicas
explosiones de furia, sobre todo de las comunidades aymaras que solían terminar en
baños de sangre, mediante el avance territorial y local del gamonalismo. En cada pueblo
de provincia, en la vecindad de cada comunidad y en cada casa de hacienda, emergieron
una nube de parásitos, como los califica Mariátegui, esto es agentes políticos, curas de
parroquia, tinterillos de pueblo, usureros diversos, el jefe de policía local, etc., que se
asocian con la clase patronal y construyen la base de un poder local sólido que garantiza
que la masa de indios colonos y arrenderos permanezca quieta y tranquila.

Esta situación en lo que se refiere a la posición que ocupa el indio dentro de la


república, no sufre mayores variaciones desde el punto de vista de su situación legal o
del tejido ideológico que envuelve esta figura considerada no apta para su incorporación
a la vida ciudadana. Sin embargo, como se mencionó más de una vez, la incorporación
de Bolivia al comercio mundial en la década de 1870, la guerra con Chile (1879-1880),
la revolución federal de 1899 y la emergencia de la minería moderna del estaño, colocan
una vez más la cuestión del indio en el centro del debate nacional.

El espanto que provoco la sublevación de Pablo Zárate Willka en 1899 a raíz de las
masacres de conservadores “alonsistas” chuquisaqueños y federalistas paceños, colocó

32
El general San Martín, mediante un decreto abolió la palabra indio por peruano y el mariscal Sucre en
Bolivia, en 1826, abolió la segregación por parroquias que separaba a los indios de los mestizos y criollos
blancos en Potosí.
33

al Estado como mediador y árbitro de las relaciones interétnicas y de clase,


introduciendo un programa de educación y conscripción militar como formas de
participación en la vida nacional y conversión de los indios y cholos en ciudadanos con
derecho a participar en el acontecer público. Estas determinaciones hicieron eclosionar
puntos de vista divergentes respecto a una posible redención del indio o su definitiva
condena.

Por una parte, surgió un sector radical que consideraba, respecto al caso Willka, que los
indios debían ser castigados por quebrantar la ley y que en ningún caso debía forjarse
una idealización de su conducta, puesto que si esta sobrepasaba los límites de la
tolerancia debían ser tratados como criminales. Se llego a pensar en el extremo de
extinguir gradualmente la raza aymara y quechua a través del mestizaje y la inmigración
masiva de gente blanca. Estas ideas encuentran sustento aparentemente científico en la
doctrina del darwinismo social33. Estas teorías, incluso permiten reinterpretar la historia
de Bolivia: las interminables revoluciones, la presencia de caudillos bárbaros (Belzu y
Melgarejo) como los denominaba Alcides Arguedas, las ambiciones sin fin, las
traiciones, no tenía otra causa y origen que la composición racial del país: los caudillos
y tiranos que oscurecen la historia de Bolivia tenían sangre india en sus venas y por
tanto no podían evitar ser ávidos de placeres fáciles, de glorias vanas y de venganzas
despiadadas. Los mestizos por la misma razón, eran perezosos, proclives a los litigios,
al servilismo, a la intriga, al caudillaje (Moreno, 1960, citado por Demelas, 1981) 34.
Estas ideas que no tenían ningún sustento científico serio, sin embargo, fueron
influyentes en su época, y personalidades como Bautista Saavedra que en 1903 publicó
El Ayllu, donde describe en detalle el funcionamiento de una comunidad indígena en el
altiplano, concluía, sin empacho, afirmando que esta era una estructura anacrónica para
la república y que debía desaparecer, influido sin duda por tales corrientes.

Sin embargo, surgían otras corrientes que se proponían solucionar el problema del indio
sin llegar a extremos, cobrando popularidad ideas en torno a la educación como
posibilitante de su integración a la sociedad. Sobresalen en este orden, los
razonamientos expuestos por Alcides Arguedas en Pueblo Enfermo y Raza de bronce,
en su pretensión de curar las enfermedades sociales mediante la ciencia positivista.
Arguedas, como tantos otros intelectuales latinoamericanos del período, asumía el rol
del doctor encargado de diagnosticar los males del “pueblo enfermo” y proponía una
“terapéutica” que se dirigía a mejorar el trato del indio víctima de patrones implacables,
es decir, mejorar el trato “feudalista” y abusivo para evitar “la guerra de razas”(J.
Edmundo Paz Soldán, Prologo a Arguedas, 2006). Franz Tamayo, autor de Creación
de la pedagogía nacional (1910), formuló una tesis geo-socio-antropológica en torno a
33
El darwinismo social europeo era una doctrina más ideológica que científica, que mecánicamente
trasladaba los principios de la selección natural de las especies de Charles Darwin al campo social,
afirmando que la desigualdad entre los hombres, las razas, las clases sociales, era una ley universal y que
la evolución, no era otra cosa que la lucha permanente entre vencidos y vencedores, estos últimos
tipificados como los más aptos y los que naturalmente debían conducir la sociedad. En suma el
darwinismo social era la teoría de la “sobrevivencia del más apto”.
34
Nicomedes Antelo, cuya biografía publica Gabriel René Moreno, realiza investigación antropométrica y
difunde la moda de la craneometría, con las que hace estas ridículas constataciones: “La insuficiencia de
la masa cerebral del indio, inferior en su peso de cinco a diez onzas sobre la raza blanca caucásica, el
raquitismo de las células que elaboran en aquéllas y la imperfección de la sangre, la que sus glóbulos
están supeditadas por una linfa perniciosa, bien claro mostraban limitaciones de sus facultades
psíquicas, su ineptitud para las labores civilizadas” (citado por Demelas, 1981).
34

la creación de una ideología basada en la crítica comprensiva de los problemas raciales


que permita fundar una pedagogía nacional. En fin, Nataniel Aguirre autor de Juan de
la Rosa (1885), en la que relata la gesta de la independencia, un logro colectivo donde
no todos los participantes tuvieron las mismas responsabilidades y méritos, sino que los
principales artífices fueron los criollos y mestizos letrados, en tanto la población india
tuvo un rol secundario y la multitud generalmente agresiva, carecía de ética y de
disciplina. Quienes enfrentaron a los españoles con honor y valor, fueron los hombres-
ciudadanos letrados que debían construir la nación (Demelas, 1999; Irurozqui, 1994).

Resumiendo, se puede establecer que la actitud de las elites gobernantes en Bolivia a lo


largo del siglo XIX y primera mitad del XX, ya sea desde posturas radicales con que se
fortalecía el gamonalismo o desde posiciones reformistas, que de alguna forma
delineaban, en un caso, la figura del patrón abusivo y en otro, la del patrón bondadoso;
en el fondo se reducía a formulas que figurativamente o circunstancialmente reclamaban
la igualdad de derechos y obligaciones, pero que en los hechos prácticos aseguraba la
desigualdad respecto al ejercicio del poder y el acceso a los privilegios. La raza y su
degeneración fueron argumentos que se usaron con intensidad para hacer selectivo el
derecho al voto, pero sobre todo para sancionar como una cuestión elevada a categoría
de ley natural, la exclusión del indio de toda participación ciudadana y su conversión en
objeto de servidumbre. Reconocer la igualdad étnica que reclamaban liberales
extremistas, equivalía a permitir la erosión de los privilegios de clase. Por ello, la clase
terrateniente y la gran minería se esforzaba por demostrar su origen patricio, por tanto,
su derecho indiscutible a ejercer el mando sobre la nación.

En conclusión se puede afirmar que la estrategia de teñir las relaciones sociales de


producción con tonos de diferencia étnica y atribuir al origen racial roles de mando y de
subalternidad, no solo fue exitosa para mantener intacto el viejo orden colonial, sino que
este discurso, bajo la cubierta de darwinismo social, fue el eje de sustentación del
modelo de acumulación de la vieja casta terrateniente. A continuación, pasaremos a
analizar en forma sucinta, un otro elemento central de este sistema de dominación: el
aparato jurídico del estado oligárquico.

El indio y el Estado: la cuestión del tributo y la trama jurídica que define esta
relación.

Como ya revisamos anteriormente, el eje de la relación entre Estado colonial y los


aborígenes quedó definido por la determinación de la corona española de convertir a los
nativos en súbditos del rey y por tanto, sujetos al respectivo tributo. Con este objeto se
impuso el régimen de la encomienda, es decir, la entrega al encomendero (un
funcionario o militar meritorio) de un territorio y su población (la encomienda) con
objeto de hacer producir la tierra y catequizar a los aborígenes encomendados.

El tributo debía ser cancelado en moneda, pero como quiera que los nuevos súbditos del
rey español no estaban familiarizados con una economía monetaria, fueron dispensados
de esta modalidad para abonar sus obligaciones mediante la explotación gratuita de su
fuerza de trabajo, salvo los elementales gastos de alimentación y vestimenta que corrían
a cargo del encomendero. Con el descubrimiento del cerro de Potosí y la introducción
de las reformas toledanas en 1573, esta situación se modifico por la imposición de que
35

el tributo fuera abonado, de toda maneras, en moneda y ya no en forma individual, sino


por comunidades, lo que obligó a las mismas a desarrollar estrategia productivas y de
mercado que generaran ingresos en moneda, pero como ello era insuficiente, pronto se
vieron obligados a vender su fuerza de trabajo, tanto en las tierras de encomienda y las
chácaras, como en las minas. De esta manera y bajo el amparo de las disposiciones del
Virrey Toledo surgieron las instituciones del yanaconaje y la mita, además de otras
formas colaterales, incluido a partir del siglo XVIII, en medio de la decadencia de la
minería potosina, el régimen del repartimiento o sistema de ventas forzosas de
mercancía española a las comunidades, en medio de coacciones y arbitrariedades que
provocaron las grandes sublevaciones de 1780-1781.

Durante la república, al subsistir las antiguas instituciones coloniales y las tradiciones


jurídicas que las normaban, el tema sensible era la contradicción entre el concepto de
propiedad privada de la tierra que reconocía el nuevo Estado y la existencia de la
propiedad comunitaria que había respetado el régimen colonial. En cierta forma, el pago
del tributo en moneda abonado por la comunidad implicaba el reconocimiento por parte
de dicho Estado de la existencia de tales comunidades y de la propiedad “en común” de
la tierra. Sin embargo, tanto liberales como conservadores propugnaban por el
reconocimiento exclusivo de la tenencia individual de la tierra, lo que favorecería la
expansión del latifundio en desmedro de la tierra comunitaria que debería,
necesariamente ingresar a un mercado de tierras en calidad de mercancía y traspasada al
sector de grandes y medianos propietarios. Esta era la forma legal de definir este
traspaso, pero tenía al frente un gran obstáculo, creado por las propias élites.

La aplicación del tributo, en el régimen colonial, tenía un marcado sentido étnico. Los
sujetos del tributo eran los aborígenes y esta obligación al adquirir un significado racial
se convirtió en un estigma que cargaban sólo los estamentos inferiores de la sociedad
colonial. Este significado del tributo permaneció vigente en la sociedad republicana, por
tanto quienes tributaban eran los indios y no otros estratos sociales, Sin embargo, para
que las tierras de comunidad fueran transferidas a las haciendas, era imprescindible que
previamente el Estado deslegitimara la tenencia colectiva de la tierra y por tanto
suprimiera el tributo, obligando a los comunarios a convertirse en propietarios
individuales de parcelas, para que bajo esa condición, fueran obligados, por coacción o
por ley, a vender sus tierras a ávidos terratenientes. Aparentemente, esta era la vía
directa que podía saciar la sed de tierras de los hacendados, pero para ello, el Estado
debía previamente cargar el tributo indigenal sobre la gran propiedad a otros estratos
sociales, para no generar una situación de insolvencia fiscal. Obviamente resultaba
insultante para la dignidad de los criollos, que tuvieran que tributar como si fueran
indios. Por tanto, la cuestión se convirtió en un verdadero círculo vicioso, que término
en un pandemonio leguleyezco de marchas y contramarchas, cuyos episodios más
significativos pasaremos a enumerar.

La república fundada en 1825, nació bajo la presión de reducir las enormes extensiones
controladas por las comunidades en los valles y el altiplano, consideradas “tierras
muertas” en manos indígenas. Por tanto, para el desarrollo de la agricultura, era
menester que tales tierras pasaran a manos de industriosos hacendados. En diciembre de
182535, Bolívar dicta una ley aboliendo el tributo indigenal y extendiendo esta
35
Le de 22/12/1825.
36

obligación al conjunto de la población. En realidad esta disposición venía a


complementar otra de 1824, dictada en el Perú pero aplicable en la Audiencia de
Charcas, que sentaba las bases de lo que serían las acciones posteriores del Estado, es
decir, decretaba la abolición del sistema de comunidad indígena, convertía a los indios
en propietarios individuales de la tierra y declaraba que las tierras de comunidad
pasaban a propiedad del Estado.

De acuerdo a Jorge A. Ovando Sanz (1985), la flamante república se hallaba frente a


una disyuntiva: conservaba el régimen fiscal español basado en la extracción de los
tributos a los indios o cambiaba este régimen por otro que permitiera hacer reposar el
tesoro nacional en impuestos de orden universal. Sin embargo, la aplicación de la
segunda opción (este era el deseo del Libertador), significaba previamente realizar una
profunda reforma en el régimen de tenencia de la tierra, anulando el milenario sistema
de comunidades y sustituyéndolo por un régimen de propiedad privada de la tierra. Sin
embargo, semejante pretensión: hacer tributar a todos “como si fueran indios”
lógicamente no prospero, por tanto, se retorno al sistema colonial de tributo como base
del presupuesto nacional, mediante ley del 20/09/1826.

De esta forma, el tributo colonial no sufre ningún cambio y se convierte, tanto o más
que durante el régimen hispánico, en el soporte principal del ingreso fiscal, a tal punto
que en la administración del mariscal Santa Cruz (1831) se vuelve a reglamentar el
sistema de cobro y se retorna a la odiosa práctica colonial de las revisitas 36 y la
confección de una matricula de indígenas contribuyentes. Los conflictos bélicos con el
Perú en 1828 y 1841, así como la Confederación Perú-Boliviana de 1835, de acuerdo a
Ovando (obra citada), se financiaron con el tributo indígena. Al calor de las reiteradas
necesidades estatales para hacer frente a las necesidades bélicas, la administración de
José Ballivián (1842) negó una vez más la propiedad comunal y proclamó la propiedad
estatal sobre estas tierras bajo la fórmula de la enfiteusis37. Esta disposición, a pesar de
sus diferentes acepciones, tenía la intencionalidad de remarcar la propiedad estatal de
las tierras de comunidad, pues bajo este sistema los indios como colectividad, no podían
ser propietarios; por tanto el Estado, como el único propietario legal, tenía el derecho de
exigir el pago de un canon anual por el usufructo en forma de tributo o contribución

36
En términos amplios, las visitas eran inspecciones ordenadas por la autoridad colonial a diferentes
niveles de la organización social de una o más comunidades campesinas asentadas en un territorio, para
investigar y resolver problemas vinculados a los cargos del gobierno indígena, la tasación de los tributos,
los recursos materiales y humanos, los conflictos jurisdiccionales, las catástrofes demográficas; en
síntesis, a los desajustes de toda índole. Sin embargo, si bien este era el sentido de las visitas, el énfasis
mayor se dirigía a la tasación de tributos y al empadronamiento de indios originarios sujetos al tributo.
Las revisitas eran formas de actualización del régimen tributario, donde eran frecuentes los abusos y el
incremento de las obligaciones.
37
De acuerdo a Ovando Sanz (obra citada: 55): “La tesis de la enfiteusis no era sino una figura jurídica
destinada a negar la propiedad histórica de los pueblos indígenas sobre su propio territorio y facilitar el
camino para la usurpación de tierras de comunidad por parte de los blancos” En términos más
específicos, se entendía por enfiteusis un régimen en el cual los dueños de la tierra eran dos: el señor del
dominio directo y el señor del dominio útil; el primero ponía su capital (la tierra) y el segundo su trabajo
y ambos se dividían las utilidades. Pero también se entendía por enfiteusis un contrato intermedio entre la
compra-venta y el arrendamiento, o bien el contrato por el cual un dueño de bien raíz cedía a una persona,
el goce de la propiedad, en forma definitiva o por mucho tiempo, a cambio de un canon anual o arriendo.
Siendo tan variadas las acepciones del término, resultaba fácil para los abogados manipular el concepto y
favorecer operaciones de simple despojo revestidas de aparente legalidad.
37

indigenal, pero también de traspasar a terceros no comunarios., convirtiéndose esta


última, en la vía para despojar a las comunidades.

Mariano Melgarejo, llego todavía más lejos a través de un decreto emitido en 1866,
estatizó las tierras de comunidad e incluso aquéllas tierras en general que los
campesinos habían recibido como herencia de sus antepasados, disponiendo la subasta
pública de las mismas38. Esta medida afecto profundamente la viabilidad de las
comunidades, sobre todo en el altiplano, incentivó la expansión de las haciendas.
Emergieron nuevos originarios ajenos a las comunidades, como propietarios de tierras y
los antiguo comunarios terminaron como colonos de hacienda, a tal extremo que en
1867 se puso en vigencia una disposición que legalizaba el régimen del colonato, sobre
todo en aquéllos casos en que todas las tierras de comunidad eran vendidas y
convertidas en haciendas, los antiguos indios comunarios se convertían en colonos del
comprador (Antezana, 1992)39.

En mayo de 1880, en el gobierno del general Narciso Campero, a la conclusión de la


guerra con Chile, se puso en vigencia la Ley de Ex Vinculación, cuyo primer
antecedente se remonta a 1874. En realidad, se trata de una continuación simple de las
leyes melgarejistas, que legitimaba la ruptura del vínculo comunitario de los indios,
imponía la división de las tierras de comunidad y el otorgamiento de títulos de
propiedad individual, procedimientos que debían llevarse a cabo a través de operaciones
de revisita. En caso de oposición de los indígenas a practicar la división de sus tierras o
por dificultades naturales, se debía proceder a la venta pública, dividiéndose el producto
entre los indígenas.

Estas y otras numerosas normas y leyes que sería complicado detallar, configuraron la
estructura legal del agro boliviano en el siglo XIX. La articulación de la economía
minera al mercado mundial alivió la dependencia estatal del tributo indigenal y con ello,
se consolidaron las disposiciones legales de 1880, con variantes y retoques diversos,
pero sin alterar el fondo del asunto. En las primeras décadas del siglo XX, durante los
gobiernos liberales, se intensificaron las revisitas, quedando establecido que el impuesto
predial rústico se aplicaba a las haciendas y el impuesto territorial a las comunidades
sobrevivientes y a las tierras de origen 40. En realidad, la contribución territorial o
impuesto indigenal fue establecido en 1874 y su modalidad, vigente a lo largo de la
primera mitad del siglo XX, era que el tributo se aplicaba al terreno y no a personas, o
sea, que el hecho generador de la contribución era la propiedad agraria y eran los jueces
38
El decreto de 20/03/1866, establecía expresamente que el indígena que dentro del término de 60 días
después de ser notificado, no recabara su título de propiedad abonando la suma de 25 a 100 pesos
quedaba privado de la propiedad sobre su fundo rústico y la misma se enajenaría en subasta pública
(Antezana, 1992).
39
Estas disposiciones draconianas que extinguían la vida legal de las comunidades dieron lugar a grandes
sublevaciones indígenas que terminaron por derrocar el régimen de Melgarejo. En 1871, durante el
gobierno de Agustín Morales, los indios y las comunidades despojadas retornan al dominio de sus tierras.
40
El impuesto predial rústico grababa con el 8 % las ventas realizadas por la hacienda, en tanto la
contribución territorial se aplicaba a la totalidad de la superficie del predio campesino y a su presunta
rentabilidad. Los montos eran variables y arbitrariamente subían en cada revisita, estableciéndose así una
brecha entre el trato generoso que recibía el hacendado, que podía manipular sus utilidades e incluso
invocar malos años agrícolas para evadir el gravamen, en tanto la los indios comunarios o los indios
parcelarios no tenían ninguna opción y la amenaza de subasta de su tierras por evasión tributaria siempre
estaba presente.
38

agrarios, que mediante la revisita, fijaban el monto del impuesto según la calificación de
la calidad de las tierras y su extensión (Antezana, 1996).

Este fue el contexto en el que tuvieron lugar innumerables despojos de tierras de


comunidad, ventas forzosas y conversión de los indios originarios adscritos a
comunidades precoloniales en colonos de hacienda. Estas prácticas estuvieron muy
extendidas en los departamentos de La Paz, Oruro, Potosí y Chuquisaca. En el caso de
Cochabamba, las ventas de tierras de comunidad y la expansión de las haciendas fueron
un proceso menos agresivo, pero plenamente vigente en las provincias de puna y en el
Cono Sur, incluido Chimboata. Sin embargo en los valles alto y bajo, el panorama tuvo
matices diferentes. La crisis de la economía del maíz y el trigo de exportación en la
segunda mitad del siglo XVIII, determinó el paulatino abandono por parte de los
grandes hacendados del cultivo intensivo de estos cereales y su giro hacia una economía
de rentistas, aunque sin abandonar la labor agrícola totalmente. La opción fue el
arriendo de las tierras a ex yanaconas liberados de la relación servil con los patrones y la
incursión de estos en negocios distintos (recaudación de diezmos eclesiásticos, negocios
en la ciudad de Cochabamba, etc.). Este proceso fortaleció gradualmente el comercio
interno regional con el potenciamiento de ferias campesinas controladas por arrenderos
y comerciantes mestizos, lo que a su vez dio paso a un acelerado proceso de mestizaje a
cargo de indios forasteros que huían de los rigores del tributo colonial primero y de la
contribución territorial después. Así los valles centrales de Cochabamba se convirtieron
en una tierra muy atractiva para diversas corrientes migratorias y un ámbito donde se
quebranto primero el régimen tributario colonial y después el régimen de tributos
republicano. El saldo fue la temprana minifundización de las tierras del los dos valles
citados y el avance de la propiedad parcelaria desde la segunda mitad del siglo XIX. Por
ello, las leyes de Melgarejo y la propia Ley de Exvinculación tuvieron pocas
repercusiones en estos territorios (Lasrson, 1982)41.

Nivel estructural

La estructura agraria hacendal, incluyendo el modelo de acumulación hacendal,


roles, actores y el poder económico de las haciendas

A lo largo del análisis del nivel superestructural de la sociedad del siglo XIX, hemos
podido verificar que los dos fundamentos de sostenibilidad del mundo señorial giraban
en torno a las haciendas y la gran minería, existiendo entre ambas lazos políticos,
ideológicos y económicos que dieron forma a proceso políticos, pero también a la
viabilidad de un modelo de acumulación donde unos y otros debían conciliar y delimitar
sus intereses. Respecto a la cuestión específica que nos interesa, es decir, la estructura
agraria resultante de los roles que las élites definen para hacer de ella un instrumento de
poder y dominación, hemos visto, que el origen de todo el orden de privilegios que
detentaban los grandes y medianos propietarios de tierras emanaba de los antiguos
41
Gustavo Rodríguez (1990) asevera que, a pesar de la idea generalizada de que las comunidades en los
valles de Cochabamba ya estaban muy debilitadas en el siglo XIX, en el caso del Valle Bajo, la ley de
1868 promovió una arremetida contra las comunidades indígenas, al punto que constituyó “el mayor
esfuerzo estatal durante el siglo XIX por empujarlas al régimen hacendal”. En la misma forma, la ley de
Ex Vinculación de 1874 promovió compras de tierras de comunidad en el Valle Bajo, particularmente en
el cantón El Paso, pero significativamente con una fuerte participación de labradores y agricultores y no
solo de terratenientes.
39

fundamentos del poder colonial, esto es el reparto de tierras y fuerza de trabajo bajo la
institución de la encomienda y la gradual transformación de esta posesión simultánea de
medios de producción y trabajadores serviles en la hacienda señorial.

En el caso de Cochabamba, concretamente en los valles centrales que son los territorios
más intensamente enfocados por los historiadores, la presencia española a partir de la
segunda mitad de la década de 1530, dio paso paulatino a un proceso de ocupación de
tierras que tempranamente entro en conflicto con los asentamientos aborígenes
existentes y cuyos derechos se remontaban a las divisiones y distribuciones de tierras
practicadas por los Incas Tupac Yupanqui y Wayna Capac42, dando lugar a muchos
pleitos, que de todas maneras no impidieron la consolidación de numerosas
encomiendas43. Con este antecedente, se inició el largo proceso de consolidación de una
estructura agraria sustitutiva de aquélla que fue implantada por el Estado Inca en el siglo
XV y que permitió consolidar un régimen privado de propiedad de la tierra. De acuerdo
a José Gordillo (1987), esta consolidación bajo la forma de propiedad hacendal, esto es,
surgimiento formal de las haciendas, se produjo en 1645 con la Visita y Composición de
Tierras de Joseph de la Vega Alvarado, quien realiza el deslinde de la mayoría de las
haciendas del Valle Bajo.

Como se sabe, la estructura agrícola colonial de Cochabamba se organiza en el contexto


de la emergencia rauda de una agricultura cerealera de exportación vinculada al auge y
declinación de la minería de la plata potosina. Como ya se mencionó, las reformas
toledanas que perseguían la organización de la explotación minera, dieron paso a
políticas de reclutamiento forzoso de fuerza de trabajo, para cuyo cometido, en
Cochabamba y otras zonas andinas se organizaron pueblos reales de indios, con la
correspondiente asignación de tierras comunales. Estas unidades productivas
comunales, de acuerdo a Gordillo, “fueron el eje de la actividad agrícola temprana y
los dinámicos mercados mineros e indígenas, les permitieron manejar importantes
flujos de mercancías y dinero”. Sin embargo, el continuo drenaje de fuerza de trabajo de
estas comunidades con destino a la mita potosina y la acción de las élites locales,
debilitaron esta alternativa productiva y determinaron su reemplazo por haciendas
organizadas sobre las tierras de las antiguas encomiendas.

Siempre de acuerdo a Gordillo, en el interior de las haciendas se estructuraron


relaciones serviles entre hacendados y trabajadores directos, es decir, yanaconas. El
régimen del yanaconaje fue convertido por los españoles en una institución de
reclutamiento de fuerza de trabajo agrícola en términos de servidumbre permanente. Por
tanto, fungió como un mecanismo de sobreexplotación de la fuerza de trabajo y
captación directa de plus trabajo luego monetizado al ingresar el producto agrícola
resultante (los cereales) en el circuito mercantil generado por Potosí. Bajo esta lógica,
las haciendas vallunas se organizaron “como aparatos de extracción de renta y su
42
Un relación detallada de estas reparticiones se puede ver en Nathan Watchtel: “Los mitmas del valle de
Cochabamba: la política de colonización de Wayna Capac”, Revista de Historia Boliviana I/1, 1981,
Cochabamba; y en Waldemar Espìnoza: “Los mitmas ajiceros-maniceros y los plateros de Ica en
Cochabamba” en Temas de etnohistoria boliviana, Colegio Nacional de Historiadores de Bolivia, 2003,
La Paz.
43
Un detalle pormenorizado de las primeras encomiendas y los encomenderos, se puede consultar en
José Macedonio Urquidi: “EL origen de la noble Villa de Oropesa”, Municipalidad de Cochabamba,
1949, Cochabamba.
40

proceso de producción se basó en el régimen de cooperación simple de una


multiplicidad de unidades familiares” (obra citada: 301). La declinación de la minería
potosina modificó esta estructura de relaciones de producción, determinando la
extinción de la categoría laboral de yanaconas y dando paso a otras formas de
extracción de renta, sin modificar las técnicas tradicionales de producción.

Autores como Larson y el propio Gordillo, sugieren que la extinción de la agricultura de


exportación de cereales determinó la conversión de la clase terrateniente en clase
rentista. Otros autores como Robert Jackson (1994), Gustavo Rodríguez (1991) y
Azogue, Rodríguez y Solares (1986), consideran que esta afirmación es exagerada, pues
la clase terrateniente, incluso en el valle bajo, si bien diversificó su accionar económico,
no perdió el control de las haciendas, no abandonó su producción y menos perdió
presencia en los circuitos comerciales de exportación de granos a mercados del
altiplano44.

En suma, la estructura agraria que se constituyó en el instrumento fundamental de


dominación del régimen colonial en la región, se puede decir, que se mantuvo más o
menos intacta hasta la Reforma Agraria de 1953. Hacia fines de la década de 1940, el
arriendo y el trabajo en compañía eran todavía formas de trabajo muy extendidas y
operaban como mecanismos de control laboral y captación de plus trabajo, tal como lo
hicieron a lo largo del régimen colonial y la república en el siglo XIX. El arrendero,
ahora mejor conocido como colono, y su familia, pagaban al patrón, como hace siglos,
el derecho de usufructo de la tierra arrendada, pago que además incluía el servicio
doméstico en favor del terrateniente y su parentela. En la misma forma, en muchas
haciendas, los arrenderos seguían contratando jornaleros o peones, para poder completar
el trabajo pactado en las tierras de demesne del patrón, como parte del pago del
arriendo. En fin, el Estado, todavía hacía algún esfuerzo para regular el tiempo de
trabajo del colono de acuerdo con la calidad y cantidad de la tierra cedida en arriendo,
pero los hacendados mantenían invariable el ejercicio de sus influencias y poder
económico, como para manipular a su antojo el volumen de trabajo que se exigía al
arrendero. Por otro lado, se observa que internamente las haciendas, hacia mediados del
siglo XX habían sufrido una mayor estratificación, puesto que ahora los arrimantes 45 y
jornaleros se identificaban mejor en su subordinación a los arrenderos que los
contrataban y les otorgaban derechos de usufructo en la parcela arrendada, es decir, que
se repetía el mecanismo de explotación respecto a la relación patrón-colono en la
relación colonos-jornaleros y arrimantes (Patch, 1956, citado por Larson, 1978).

Sintetizando: en los valles centrales de Cochabamba a fines del siglo XVIII y en el XIX
todavía era visible el predominio de la hacienda como unidad agrícola dominante, sin
embargo, la persistente tendencia de contracción de la demanda del grano de
exportación, obliga a los hacendados a introducir la opción del arriendo de tierras como
una estrategia para enfrentar esta realidad y garantizar la captación de una tasa de renta
conveniente y estable, profundizando la explotación de la fuerza de trabajo de los ex
yanaconas convertidos en arrenderos. De esta manera, el trabajo servil, con pequeñas

44
Estas cuestiones serán abordadas con mayor amplitud en el capítulo 2
45
El “arrimante” era el indio forastero o el indio sin tierra, que se “arrimaba”, es decir, que se establecía
en el límite de las tierras de arriendo de una hacienda, para ofertar su fuerza de trabajo a cambio de
medios de subsistencia.
41

variantes respecto a la época colonial, siguió siendo el eje de expropiación de plus


trabajo campesino y el motor de la acumulación de capital en la región.

En las tierras altas (Arque, Tapacarí, Independencia, Ayopaya y otras), la hacienda y la


estancia46 persisten intactas con todas sus relaciones feudales plenamente vigentes en
relación al control de la fuerza de trabajo. En el Cono Sur (Misque, Carrasco, Chapare
andino) también permanecen intactas las haciendas aunque con un régimen de arriendo
o colonato mucho más rígido. Sin embargo, como veremos más adelante, estas
haciendas se vinculan más con la economía de la coca, que con los altibajos de la
economía de los cereales en los valles centrales.

Economía campesina, producción parcelaria y comercio de ferias

Examinada la hacienda, o sea, la principal unidad agrícola de la estructura agraria


anterior a la reforma agraria de 1953, en esta última parte, examinaremos las
características y las prácticas económicas de los arrenderos, los campesinos parcelarios
y los circuitos de intercambio entre la pequeña producción campesina y las ferias.

Afirmar que sobre las labores agrícolas reposa una buena parte del desarrollo humano
incluida la viabilidad de las ciudades, es hacer referencia a una verdad incuestionable y
ampliamente conocida, que no requiere de mayor demostración. Otra cosa es determinar
en que consiste la relación entre economía campesina y circuitos mercantiles. Para ello,
es necesario realizar algunas precisiones. Por una parte, cuando hacemos referencia a
esta relación se está presuponiendo la existencia de una unidad productiva agrícola (la
parcela) que pertenece a una familia campesina en condición de propiedad individual o
familiar. Bajo este precepto, dicha familia tiene libertad de decidir sobre la naturaleza
de su producción y concurrir con parte o la totalidad del producto a un mercado de
comercialización. Si estos son los requisitos para que exista tal relación, estamos
hablando de un momento concreto y históricamente definido de la relación más general
campo-ciudad, que en otros momentos y bajo distintas formas de tenencia de la tierra (la
comunidad, la encomienda, la hacienda) ha dado lugar a otras formas de relación y con
actores diferentes. Dicho de otro modo, el vínculo entre economía campesina y mercado
solo es posible cuando dicha familia es poseedora legítima de medios de producción y
maneja con soberanía el destino de su producción. La situación será diferente, si el
dueño de la tierra es un gran hacendado, quién previamente se apropia del fruto del
trabajo agrícola y luego lo comercializa en el mercado. En este caso, el productor
directo no concurre a esta transacción, sino bajo la forma invisible de aportante de plus
trabajo.

Realizadas estas precisiones, inicialmente podemos establecer que cuando se habla de


economía campesina, se estaría haciendo referencia a “una unidad de producción
basada en el trabajo familiar que cuenta con escasos recursos de tierra y capital, que
no suele contratar mano de obra asalariada y que desarrolla una actividad mercantil
simple” (Bengoa, 1987:245).

46
Esta unidad agrícola tan extensa como la hacienda, se destinaba a la crianza de ganado (llamas, ovejas,
carneros) en base a los extensos pastizales existentes. Se trata de tierras en general áridas y no aptas para
la agricultura. Aquí no existe el arriendo de tierras, pero si pervive la relación colonial intacta de
hacendado-colono, como en el régimen del yanaconaje.
42

Un teórico respetable sobre esta cuestión, Alexander V. Chayanov (1987) afirma que la
economía campesina posee su propia lógica de producción distinta a la lógica
capitalista, una vez que su objetivo principal no es la apropiación de plus valor, sino la
reproducción familiar, pudiendo por ello resistir mejor las crisis capitalistas de caída de
las tasas de ganancia. En suma, las principales características de esta economía de
acuerdo a Chayanov serían: a) en la agricultura familiar, la unidad de producción es la
familia y no el individuo; b) esta familia no es ni proletaria ni capitalista, se mueve entre
ambos extremos pero no asume ninguno; c) la familia es a la vez unidad de producción
y de consumo d) el trabajo familiar tiene tres funciones generalmente simultáneas e
inseparables: la reproducción (trabajo doméstico), la producción para el consumo
familiar (autoconsumo) y la producción mercantil (citado por Kervin, 1988).

Gonzáles de Olarte (1986) señala que dentro de la economía campesina, la producción y


la fuerza de trabajo tienen una doble finalidad: autoconsumo y venta en diferentes
mercados microrregionales, por tanto se trata de una economía semi mercantil. En la
misma forma, el gasto tiene un componente monetario y otro no monetario en la medida
en que tiene un pie en el mercado y otro en la economía natural. Por otro lado, el
autoconsumo de parte de la producción sirve para alimentación e incluso la vestimenta
de la familia, pero también para la provisión de ciertos insumos (como semillas).

Aparentemente, la economía campesina es versátil y teóricamente tendría la capacidad


de retirarse momentáneamente del mercado y acogerse a la sobrevivencia en situaciones
en que la oferta que realizan los circuitos mercantiles le es muy adversa y no cubre los
costos de producción. A diferencia de una empresa capitalista que llegado a este punto
se declararía en quiebra o cambiaría de rubro, la familia campesina simplemente dejaría
de producir para el mercado.

Sin embargo, no suele practicarse esta alternativa. Generalmente la crisis de la


economía campesina termina en empobrecimiento extremo y emigración. ¿Por qué? Por
la simple razón de que la relación con los circuitos mercantiles no es solo una operación
de exportación de alimentos y materias primas agrícolas, sino de importación de bienes
manufacturados, que gradualmente se han convertido en parte importante de la
reproducción familiar. Al respecto señala Enrique Mayer (1999): “Cada ‘empresa’
campesina tiene su sector interno y su sector externo de importaciones y exportaciones.
Al dinero en una economía campesina rural conviene considerarlo como análogo a las
divisas extranjeras en la economía de un país. Las ‘divisas’ las usan para consumir
productos del mercado nacional tales como ropa, alimentos, licores e insumos para la
producción. Para obtenerlas, tienen que ‘exportar’ productos agrícolas u otros
recursos”.

Esta creciente monetización de la economía campesina, así como les abre paso a nuevos
horizontes consumistas, de los cuales se vuelven cada vez más dependientes, también
los expone a fuertes vulnerabilidades, al punto que el retorno a la auto subsistencia deja
de ser una opción para la reproducción familiar y de la fuerza de trabajo. La crisis
golpea, no solo por causas naturales, sino también cuando se producen crisis en el sector
capitalista que terminan en el alza de los precios de las manufacturas y la baja de la
oferta de productos agrícolas. Por tanto, para seguir operando, es necesario ofertar
productos agrícolas por debajo de su costo de producción y absorber la diferencia dentro
43

de la propia unidad doméstica. No se debe olvidar que en la economía campesina, como


se señaló anteriormente, la finalidad no es la persecución de ganancias, sino la
reproducción familiar, pero además, no existe el trabajo asalariado y por tanto el trabajo
de los miembros familiares no es remunerado y no ingresa como componente de los
costos de producción47.

El cuello de botella de la economía campesina parece radicar en esta dependencia de la


economía de mercado. El modelo de acumulación ha logrado tener éxito al incorporar a
esta economía en los circuitos del consumo capitalista y lograr que ciertos bienes
manufacturados o gestionados bajo patrones industriales (por ejemplo: fideos, azúcar,
arroz, licores, gaseosas, conservas, ciertos electrodomésticos, alcohol, etc.) se
conviertan en parte importante de la canasta familiar y de los hábitos de consumo,
convirtiendo dicha economía en dependiente y víctima de los humores tiránicos del
mercado. Esto explicaría porque la familia campesina no puede retornar a una forma de
economía natural o sea, vivir del autoconsumo cuando soplan malos vientos. Su opción
es la emigración o concientemente autoexplotarse y empobrecerse un poco más48.

Tomando en cuenta estos puntos de vista, reorientaremos el análisis hacia la estructura


agraria boliviana. La economía campesina a fines de la colonia y en la etapa republicana
del siglo XIX y primera mitad del XX, presenta dos alternativas: el sistema de arriendo
y la subsistencia de las comunidades.

Como hemos visto con bastante detalle en el apartado anterior, el sistema de arriendo
fue el resultado de varios factores que repasamos rápidamente: por una parte, la
extinción del yanaconaje como uno de los efectos más notorios de la crisis del mercado
de granos de exportación en el siglo XVIII; por otra, la estrategia terrateniente de
enfrentar la crisis abaratando la reproducción de la fuerza de trabajo campesina e
intensificando su explotación, además de la protección estatal a este tipo de relaciones
entre patrones y trabajadores rurales.

El arrendero y su familia, bajo este sistema sufren la inestabilidad y la incertidumbre


como una constante en la forma de acceso a la tierra, es decir la parcela arrendada.
Inicialmente, al concluir anualmente el contrato de arriendo, la población itinerante de
arrenderos, debe buscar una hacienda y un patrón que les ofrezca mayor ventaja
respecto al arriendo anterior. El arrendero, en todo caso, es un indio forastero y
naturalmente un indio sin tierra que debe ofertar su fuerza de trabajo a cambio del
acceso en arriendo a una parcela de tierra que varía entre 2 a 5 hectáreas, generalmente
sin riego y con una calidad de inferior a la que detenta el patrón en el demesne o tierra
de labor de la hacienda. Como ya se ha visto el arriendo implica un pago anual que
combina el dinero, el trabajo (siembra, cosecha y otros) en una fracción de la tierra de la
hacienda; el pongueje que involucra al conjunto de la familia campesina y que incluye
trabajo doméstico en la casa de hacienda y en la ciudad, (recojo de leña, mukeo,
47
En realidad estos costos se refieren a todo lo que se debe adquirir en el mercado para iniciar un nuevo
proceso productivo: abonos, semillas, herramientas, animales de labranza, combustible, etc. Otros costos,
bajo la forma de adquisición bienes de consumo forman parte de la reproducción familiar.
48
En general las políticas de ajuste monetario no solo rebajan el costo de la reproducción de la fuerza de
trabajo a través de la pérdida de valor del salario, sino tienden a revalorizar los productos manufacturados
cuyos costos de producción y comercialización están cuidadosamente dolarizados, en contraposición al
producto agrícola parcelario con costos congelados en moneda nacional devaluada.
44

elaboración de chicha, venta de los productos agrícolas del patrón en la ciudad y ferias);
además del pago en especies (animales domésticos, cereales, fruta)49.

En este caso, la economía del arrendero debe desdoblarse en dos frentes: atender las
obligaciones contraídas con el patrón y cultivar la tierra arrendada para cubrir las
necesidades vitales de la familia e incluso generar un excedente comercializable en el
mercado (la feria) que le permita acceder a capital-dinero para abonar parte de las
obligaciones con el patrón y pagar en parte, la mano de obra contratada (jornaleros,
arrimantes). Esto último, es decir, aprovechar el pegujal o sayaña arrendada al máximo
de su capacidad agrícola para generar un excedente de producción, satisfecha la
necesidad básica de reproducción de la fuerza de trabajo familiar, mediante el contrato
de jornaleros y peones arrimantes para ampliar la capacidad de trabajo de la familia o
suplir a trabajadores familiares obligados a cumplir labores en la hacienda; define una
estructura, como ya se hizo notar, que reproduce en la escala de la parcela alquilada, las
mismas relaciones de producción a las que está sometido el arrendero con respecto al
patrón, una vez que el jornal, el trabajo en compañía con un arrimante o el peonaje se
abonan en especies mas que en dinero. Dicho de otra manera, así como el patrón capta
plus trabajo en forma de moneda y especies que luego monetiza, el arrendero también
tiene la capacidad de hacer lo propio pero en una escala naturalmente menor y siempre
y cuando, factores como el régimen pluvial, las disponibilidad de buenas semillas y
otros le permitan esta alternativa.

1. El sistema de arriendo, a fines del siglo XIX y primera mitad del XX, en virtud
de la profundización de las crisis que agobian la economía hacendal, tenderá a
evolucionar a la forma de producción parcelaria, pero bajo condiciones distintas.
En proporción significativa, los arrenderos logran comprar a patrones asediados
por deudas o en aprietos monetarios, los sitios agrícolas arrendados, sobre todo
en el Valle Alto y el Valle Bajo. Este fenómeno abre paso a una producción
campesina parcelaria en base a trabajadores independientes (los piqueros o
pegujaleros). Sin embargo, también muchos pequeños comerciantes pueblerinos,
familias de chicheras e incluso tal vez artesanos, compran pequeña parcelas e
intervienen en la producción mencionada. Estos operadores, suelen contratar
jornaleros y peones, pero también entre ellos son frecuentes las prácticas de
reciprocidad del ayni y la minka. La diferencia sustancial con la economía del
arriendo, es que un volumen mayoritario de la producción o en algunos casos,
toda la producción se vuelca al mercado. Particularmente entre las dos décadas
finales del siglo XIX y la década de 1940, la producción parcelaría de maíz en
los valles centrales de Cochabamba, fue la materia prima de la chicha que
materializó el desarrollo urbano de la capital departamental. El éxito de los
piqueros, acentúa el objetivo de la propiedad privada de tierra agrícola en

49
El régimen de trabajo, sobre todo en haciendas del valle alto y bajo, pero también en otras zonas, no
era controlado directamente por el hacendado sino por el administrador de la hacienda, quien organizaba
las labores de cada etapa del ciclo agrícola y controlaba el cumplimiento de las obligaciones de cada
colono. Muchas veces este administrador era asistido por el hilacata o curaca, se trataba de un arrendero
de confianza del patrón encargado de colaborar al administrador en el control de las labores agrícolas,
organizar el trabajo de los colonos en las tierras del patrón y obligar a estos a cumplir con los servicios en
la casa de hacienda o en la ciudad. En algunas haciendas, cumplía estas labores el mayordomo. Estos
funcionarios eran parte de un sistema de control de la fuerza de trabajo de rasgos represivos, quienes en
caso necesario acudían al corregidor y al cura, para resolver cualquier conflicto (Sánchez, 1992).
45

sustitución de la vieja reivindicación del retorno a la propiedad comunitaria, y


este sello define el carácter de la Reforma Agraria de 1953.

Las comunidades indígenas

Representan la forma ancestral de organización social y territorial de Los Andes. A


diferencia de otros ámbitos geográficos de producción agrícola y pecuaria
caracterizados por condiciones ambientales y ecológicas relativamente homogéneas, el
espacio andino presenta una gran variedad de condiciones ecológicas en áreas
geográficas reducidas posibilitando una variedad de cultivos y formas de
aprovechamiento agropecuario adaptados a las variaciones altitudinales que presenta la
naturaleza. No obstante esta riqueza de microclimas y pisos ecológicos está muy
limitada por la escasa disponibilidad de terrenos planos, suelos con depósitos
aluvionales generalmente pobres en nutrientes y propensos a procesos erosivos, además,
normalmente carentes de riego natural y condiciones climáticas duras con marcadas
diferencias de temperatura entre el día y la noche. Bajo estas condiciones, los índices de
productividad son en general limitados y con tendencia a fuertes fluctuaciones.

De acuerdo a Jurgen Golte (1980) estas duras condiciones ambientales han modelado
sociedades complejas que han enfrentado exitosamente estos desafíos promoviendo
niveles de producción y consumo comparables con otras sociedades agrarias con
niveles técnicos y de utilización de energía considerablemente superiores, hasta el punto
de permitir el desarrollo de sociedades con un aparato estatal bien estructurado,
incluyendo la existencia de élites gobernantes suntuarias y una densidad de población
debidamente mantenida y alimentada, como lo fue la sociedad y el Estado inca. ¿Como
se pudo resolver este aparente contrasentido entre unas condiciones naturales con
fuertes limitaciones para el desarrollo de una agricultura extensiva e intensiva y una
formación social con un avanzado nivel de desarrollo?

Golte sugiere que esto fue posible gracias a la “organización andina”, es decir, a la
forma de organización social y económica de la población y a una forma especial de
control territorial que John Murra (1975) denomina “control vertical de pisos
ecológicos”. La problemática de la caprichosa orografía andina es la presencia de un
extremo fraccionamiento de los terrenos de cultivo y la gran variación de condiciones
climáticas en los pisos altitudinales. Sin embargo, este último aspecto ha permitido a los
campesinos andinos el manejo de diversos ciclos agropecuarios con sus respectivos
requerimientos estacionales de fuerza de trabajo. Sin embargo, la complejidad de este
manejo solo sería posible a través de la coordinación del trabajo y la satisfacción de
requerimientos diverso en forma oportuna para atender simultáneamente diversos pisos
altitudinales. Estas exigencias, de acuerdo a Golte, dieron paso a una forma específica
de organización social, es decir, un conjunto de unidades domésticas que poseen en
común una extensión de terreno o chacra en un piso altitudinal determinado, el mismo
que es trabajado en común por dichas unidades. Cuando las labores agrícolas en curso
liberan mano de obra sobrante y se rotan las obligaciones entre tales unidades, al mismo
tiempo otras unidades domésticas en pisos altitudinales distintos, realizan las mismas
tareas pero con ciclos agrícolas ajustados a tales condiciones ecológicas. La cosecha de
cada chacra se distribuye entre el conjunto de las unidades domesticas participantes y
estas intercambian parte de los productos obtenidos con similares de otros pisos
46

altitudinales, obteniendo así una alimentación más variada y equilibrada. Otra


alternativa señalada por Golte es la división de parte de la gran chacra en chacras
menores asignadas a cada unidad doméstica; en este caso, las labores agrícolas rotan de
una a otra chacra bajo el principio de la reciprocidad. En este caso se mantiene una parte
como propiedad común y otra en forma de propiedad familiar. Sea cual fuere la
modalidad, esta agrupación de unidades domesticas y esta forma de vinculación con la
tierra constituyen la comunidad o ayllu50.

Este tipo de organización supone: una forma de organización del trabajo colectivo
(todos trabajan para todos) ya sea en la chacra común o en las chacras familiares y un
sentido de propiedad colectiva, aunque existieran asignaciones o parcialidades a favor
de las unidades domésticas individualizadas. El Estado boliviano intento con poco éxito
hasta fines del siglo XIX, transformar esta forma de organización en propiedad
individual, para convertir el tributo indigenal aplicado a las comunidades en tributo a
personas y facilitar el ingreso de estas tierras al mercado mercantil, favoreciendo así el
avance de las haciendas. Los ayllus andinos no participaban de la economía de mercado,
su aislamiento respecto al aparato estatal como a la sociedad criolla era muy marcado.
El pago del tributo garantizaba este aislamiento como una estrategia defensiva frente a
los poderes gamonales de cada región que conspiraban continuamente para usurpar
estas tierras.

Las ferias campesinas en los valles de Cochabamba

Las ferias vallunas, cuyos orígenes probablemente se remontan a épocas preincaicas


como sitios de trueque de productos de diversos pisos altitudinales, con el advenimiento
de la colonia y la república, se convirtieron en espacios de intercambio mercantil. Aquí
concurrían arrenderos para ofrecer sus productos, como los de la hacienda, a multitud de
pequeños comerciantes, arrieros y consumidores urbanos. Estos eran los recintos donde
el plus valor campesino contenido en la producción agrícola se convertía en dinero, el
mismo que servía a los arrenderos para abonar parte del arriendo y también para
comprar ropa, velas, artesanías y otros objetos que la unidad familiar no podía producir.
Sin embargo, una opción importante y que persistía desde tiempos remotos era el
trueque de productos agrícolas por harinas, textiles y otros. Sin duda, esta fue la forma
de inserción del campesinado a la economía de mercado, por ello la consideración de
estas prácticas es importante para comprender la racionalidad de la economía campesina
en su circuito completo51.

Una síntesis de todo lo analizado, podría permitir la siguiente reflexión: en el siglo XIX
y la primera mitad del XX, la relación Estado-sociedad-pueblos originarios andinos,
estuvo atravesada por un modelo de acumulación de capital mercantil basado en la
extracción del plus trabajo campesino a través de relaciones serviles de producción. Este
hecho estructural definió la naturaleza del Estado republicano en el periodo analizado y
el sentido organizativo e ideológico de sus instituciones. La determinante estructural
que guió la organización estatal y societal, no fue otra, que la justificación del sentido
étnico y racial que se atribuyó a las diferencias económicas. De esta forma, se puede

50
Normalmente un Ayllu abarca dos o más pisos altitudinales. En este caso, las tierras altas se
denominan urinsaya, las tierras del medio majasaya y las tierras inferiores aransaya.
51
Un análisis del sistema ferial en Cochabamba con anterioridad a 1952 se desarrolla en el capítulo 2.
47

entender la coherencia que exhibe el pensamiento ideológico de las élites republicanas


que nutre tanto la intencionalidad de la relación Estado-comunidades indígenas como
provee un sentido práctico a los objetivos toscos pero persistentes de la legislación
agraria en su afán de despojar a los aborígenes de la tierra. En fin, toda una construcción
superestructural, estructural e incluso una visión del desarrollo y la modernidad que no
incluye a los indios pero que no puede existir sin su concurso.
48

CAPITULO 2
La estructura agraria de Cochabamba: fines del
siglo XVIII, siglo XIX y primera mitad del XX
El proceso histórico de Cochabamba esta vinculado, sobre todo en sus valles centrales, a
un ecosistema de condiciones excepcionales para el desarrollo de la agricultura, esto sin
perder de vista la riqueza de su heterogéneo despliegue altitudinal, una suerte de síntesis
geográfica que va desde los extremos rigurosos de las punas y los glaciares de la
cordillera oriental a los yungas y la llanura amazónica de sus tierras bajas, pasando
naturalmente por el clima benigno de su región mesotérmica. Esta singular conjunción
de valles fértiles y templados en una posición intermedia entre pisos altos vinculados al
altiplano y llanuras húmedas y lluviosas, hizo de Cochabamba un territorio de alto valor
estratégico respecto a procesos de desarrollo que vieron en estas virtudes una vocación
vinculada al suministro de bienes agrícolas de importancia vital.

Por ello, desde épocas remotas, seguramente muchos siglos antes de la presencia
incaica, estos valles fueron objeto de asentamientos dispersos e intensos trajines,
trueques y acarreos entre esta diversidad de pisos altitudinales, dentro de los moldes de
la estrategia agrícola andina descrita por John Murra (1975 y 2009) y Jurgen Golte
(1980). Sobre este escenario, en la segunda mitad del siglo XV sobreviene la invasión
del imperio Inca y se produce una drástica recomposición de las formas de uso del
territorio y del destino que se daba a la fragmentada producción agrícola, en lo que se
podría denominar una primera reforma agraria que experimentan los valles centrales,
que incluye no solo la reasignación de tierras, la reubicación geográfica de los pueblos
originarios, el repoblamiento a cargo de mitimaes, sino el cambio de las prácticas
agrícolas primitivas por un esfuerzo, que se puede presumir planificado, que introduce
la especialización cerealera y el cultivo intensivo del maíz en favor de un poder estatal
centralizado52.

La irrupción de España al filo de la primera mitad del siglo XVI, cambió una vez más,
en forma radical la estructura agraria y la formación social que modelaba el Estado inca.
Esta vez se trata de un proceso totalmente exógeno e imprevisible. Cochabamba
comienza a experimentar el impacto del temprano avance del capitalismo mundial, bajo
su forma mercantil, que se convierte en la fuerza dominante que comienza a dar forma a
la nueva sociedad colonial que emerge en los valles y otros territorios de Cochabamba.
Los mecanismos de dominación que van configurando la nueva sociedad local se
refieren a la introducción de una economía de mercado que incluye el flujo de capital-
dinero, la introducción de la propiedad privada en la tenencia de la tierra, la imposición
de un aparato político administrativo de corte represivo dirigido a imponer un sistema
de redistribución de los recursos productivos en favor de la élite española y promover
relaciones de producción que no solo intentan destruir las bases materiales y culturales
del mundo andino, sino construir sobre esos escombros, una sociedad donde el origen
étnico y los valores raciales se convirtieran en formas de calificación del lugar que
ocuparán españoles, criollos, mestizos e indígenas en la nueva estructura social colonial.
52
Para una relación más completa de la ocupación inca de los valles de Cochabamba ver: Watchel (1980),
Gordillo y del Río (1993) y Espinoza (2003).
49

En lo específico, las fuerzas externas que actuaron sobre Cochabamba fueron


particularmente intensas. Como señalan varios autores, entre ellos Barnadas (1973) y
Larson (1992), la formación del sistema colonial temprano estructurado en torno a la
explotación de minerales dio forma a la economía de la región. Las tierras fértiles y el
clima placentero de los valles, que inicialmente no pasaban de tener un interés
anecdótico para los primeros españoles que se asentaron en el valle central, con la
eclosión de la economía de la plata y la intempestiva demanda de alimentos para el
emporio minero potosino, convirtieron a estas tierras en mercancías altamente
cotizables, dando paso a un proceso acelerado de expropiación de las tierras con riego y
el desarrollo de mecanismos de control sobre la fuerza de trabajo nativa. El sistema
colonial inicial se cristalizó con las reformas del Virrey Francisco Toledo y su sustento
fue la alianza informal de la élite hispana en vías de convertirse en terrateniente con los
intereses del sector minero y el Estado colonial. El propósito de esta alianza fue, en el
caso de los grandes y medianos encomenderos, apropiarse del plus trabajo generado por
la abundante mano de obra servil, bajo la forma de generosas cosechas de cereales y
grandes volúmenes de harinas, que a través del intercambio comercial con las minas, se
convertía en moneda.

A pesar de que Cochabamba se encuentra separada de la región minera por una arrugada
geografía de interminables serranías y altas cumbres que sometían a los arrieros a
pesadas y penosas jornadas de transporte para llegar a Potosí u Oruro con su preciada
carga de cereales, la fertilidad de los valles, la existencia de abundantes tierras irrigadas
y la presencia de una densa población indígena atrajo a los españoles, quienes
estimulados por el rápido desarrollo de la minería potosina que súbitamente genero un
ilimitado mercado de demanda para productos alimenticios, introdujeron con igual
celeridad numerosas especies vegetales que exitosamente se aclimataron, entre ellas el
trigo, cuyo valor comercial compitió con el maíz nativo, posibilitando ambas gramíneas
las harinas que proveían el pan español y las jak’a laguas indígenas que eran la base
alimenticia de los operadores y explotadores del Cerro Rico, convirtiendo a
Cochabamba esta circunstancia, en un territorio de alto valor para la estrategia de
explotación minera en términos comerciales y haciendo de los valles el Granero del
Alto Perú. Es decir, que fueron las fuerzas externas que potenciaron un dinámico
mercado para la agricultura de exportación, las que inicialmente modelaron la
formación social regional en la segunda mitad del siglo XVI.

Este proceso fue posible a través de las reformas toledanas, mediante dos recursos
principales que definen las características de lo que se puede llamar la segunda reforma
agraria que experimentan los valles: la concentración forzosa de la población indígena
en distritos de administración real o pueblos de indios 53 y la apropiación del territorio
restante en favor de la propiedad privada agraria. Ambas medidas son viables por la
imposición estatal del tributo indigenal obligatorio aplicado a los pueblos reales, y ante

53
En la región de Cochabamba se establecieron cinco pueblos de indios: Tiquipaya, El Paso, Sipe Sipe,
Tapacarí y Capinota. Cada pueblo real estaba constituido por indios originarios de una o más
comunidades, a quienes la corona española les dotaba de tierras respetando el carácter de variedad
altitudinal, pero al mismo tiempo los sometía al régimen de tributo en moneda, sin embargo existía la
opción del pago anual en trabajo. Para ello, cada comunidad asignaba un número de comunarios jóvenes
que cada año cumplía con el servicio de la mita (trabajo en la explotación minera) o el yanaconaje
(trabajo en las encomiendas y posteriormente en las haciendas).
50

la natural insolvencia de estos, la imposición alternativa del trabajo compulsivo en favor


de los hacendados locales y los empresarios mineros54.

En los hechos, tales medidas provocan en los valles: la privatización acelerada de las
antiguas tierras laborables de las comunidades de origen dispuestas por la dominación
inca, la formación de un mercado de tierras agrícolas, la imposición de técnicas
europeas de producción que destruyen el antiguo sistema de complementariedad de
pisos ecológicos, el crecimiento del yanaconaje 55 y la organización de un sistema de
exportación de cereales y harinas. La nueva estructura agraria resultante para poder
funcionar a cabalidad requería de un ágil catastro de propiedades, una infraestructura de
servicios legales y otra de apoyo a la producción, incluyendo la residencia de las
instituciones estatales y eclesiásticas del nuevo poder regional. La respuesta fue la
fundación de la Villa de Oropesa en la década de 1570.

Con estos antecedentes constitutivos de la formación social regional en la Colonia y la


correspondiente estructura agraria que responde a la demanda del mercado potosino,
pasaremos a analizar en el presente capítulo los rasgos principales de la cuestión agraria
en Cochabamba en la última etapa de dominación colonial; la estructura agraria de los
valles y otras regiones del departamento en el siglo XIX; las haciendas, la economía del
maíz y el mercado interno regional en el siglo XX, así como la economía de la coca de
los yungas de Totora y Pocona y la configuración de una alternativa agraria en el Cono
Sur departamental.

La cuestión agraria en Cochabamba en la última etapa de dominación colonial

Hacia 1680, el auge de la minería potosina llego a su fin merced a diversos factores: el
agotamiento de las vetas de plata superficiales, la prosecución de la explotación de vetas
profundas a través de galerías y el uso más intensivo de fuerza de trabajo, la
dependencia del mercurio de Huancavelica para beneficiar el metal, la tendencia a la
caída del valor comercial de la plata en Europa por la sobre oferta provocada por
similares yacimientos en el viejo mundo y otras zonas, el incremento de los costos de
producción y la paulatina escasez de mano de obra como resultado de la evasión al
servicio de la mita y los elevados índices de mortalidad que provocaba la
sobreexplotación de los mitayos, en fin el frecuente anegamiento de las galerías
profundas, la inexistencia de técnicas adecuadas de drenaje para resolver tales
problemas y la recuperación de la minería de la plata mexicana a costos de producción
más convenientes. En lo inmediato, esta conjunción de factores negativos provocó la
caída sostenida de los niveles de producción paralelamente a similar situación en los

54
Inicialmente, en las primeras décadas de la presencia española en los valles, la tierra fue distribuida en
forma de encomiendas, pero con la reforma toledana y a fin de consolidar una agricultura de exportación
de granos sostenible, las encomiendas fueron reasignadas bajo la forma de haciendas. Ver al respecto
Urquidi (1949) y Gordillo (1987).
55
El yanaconaje era una institución de servicios de trabajo periódico en las tierras del inca, que fue
aprovechada por los españoles para proveer de mano de obra a las haciendas, añadiéndole la prerrogativa
feudal de convertir a los indios yanaconas en siervos adscritos a la tierra y sin derecho de movilidad
laboral. Es decir, el yanacona no solo es un trabajador por tiempo indefinido adscrito a la hacienda, sino
que es transferido o vendido con esta a un nuevo patrón cuando se ejecuta una transacción comercial en
dicho sentido.
51

ingresos de las arcas reales del Virreinato del Perú, lo que a su vez, dio paso al inicio de
un largo periodo recesivo.

Los efectos en lo inmediato se traducen en el retorno y hasta el desbande de la fuerza


laboral de los centros mineros, así como el declinio de grandes asentamientos, incluido
Potosí, cuya importancia como plaza comercial sigue similar tendencia. El colapso de la
minería además determinó que la circulación de la moneda se restrinja tanto social
como geográficamente, se quebranten los monopolios comerciales ejercidos por Lima y
España y se aperturen las rutas comerciales del Atlántico Sur con la consiguiente
emergencia de Buenos Aires. Tales situaciones y otras como el crecimiento del
contrabando alentado por Inglaterra, la restricción de las fuentes de crédito minero y la
caída drástica del comercio terrestre hacia Potosí, determinaron que las antiguas
alianzas entre Estado colonial y sector privado minero y terrateniente se resquebraje, de
esta manera, no solo se debilita la administración colonial sino se incrementa el rol
político de las provincias56, pero lo que es más significativo, empresarios mineros,
comerciantes mayoristas, burócratas influyentes del aparato estatal colonial y
hacendados comenzaron a competir entre si para captar excedentes económicos
alternativos. La corona, para suplir los ingresos mermados provenientes de la minería
intentó ampliar el mercado de consumo de bienes manufacturados en la península con
gravámenes en favor del tesoro real, imponiendo la distribución forzada de mercancías
de ultramar entre las comunidades indígenas, seguido del odioso y corrupto sistema de
la venta de cargos de corregidores encargados de esta distribución abusiva. El resultado
será el casi colapso del régimen colonial debido a los masivos levantamientos indígenas
que tienen lugar en 1780 y años sucesivos (Golte 1980b).

Este panorama de profunda y generalizada crisis, naturalmente tiene amplias


repercusiones en Cochabamba. Una primera, es la paulatina evasión de los indios
originarios de los pueblos reales que huyen de sus comunidades para escapar a la
temible mita, convirtiéndose en indios forasteros. Este comportamiento no solo afecta
los pueblos reales de la región sino a similares del altiplano y otras regiones que se
desplazan hacia los valles cochabambinos escapando del régimen tributario, en lo que se
podría calificar de un primer proceso migratorio hacia los valles y el primer antecedente
de densificación de este territorio. De esta manera hacia fines del siglo XVII el
mercado laboral valluno estaba dominado por indios forasteros, siendo esta la expresión
más notoria del debilitamiento de los lazos impositivos que amarraban la región al
régimen colonial y su lógica mercantil. A su vez, Se fue fortaleciendo un proceso
amplio de mestizaje, que es la forma que encuentran los indios forasteros para evadir las
redes del tributo, merced a que bajo esa nueva condición pueden penetrar en las redes
del comercio ferial regional y adquirir nuevo estatus, todo esto, en medio de otros
procesos simultáneos que se relacionan con la reacción hacendal para rebajar la escala
de la economía de exportación de granos.

En particular Larson (1978b, 1982, 1992), sostiene que en el contexto de la crisis


anotada, la producción de granos para la exportación en las grandes haciendas provistas
de un gran número de yanaconas, particularmente en los valles cochabambinos, declinó

56
Este vendría a ser un antecedente inicial que estimuló el surgimiento gradual de poderes locales
encarnados por criollos, que frente a la debacle económica de la corona, comenzaron a buscar alternativas
propias y autónomas para el desarrollo de los escenarios regionales y locales.
52

severamente en forma simultánea al abandono de la administración directa de la


producción de cereales, la que pasó a ser confiada a una extensa población de antiguos
yanaconas, ahora convertidos en arrenderos de tierras 57. Estos pequeños arrenderos solo
podían acceder a la tierra a través del pago del arriendo anual en moneda y
opcionalmente en trabajo y especies, o combinando ambas modalidades.

Siempre de acuerdo a Larson, en muchas haciendas de los valles, pero también en


regiones de serranía, coexistían dos unidades básicas de producción: el demesne, o sea,
la tierra de hacienda que el hacendado preserva para si, es decir, la porción más fértil e
irrigada cuya explotación queda a cargo de los indios de la servidumbre y mayormente
de los arrenderos que abonan en trabajo parte de la obligación del arriendo; y la parcela
arrendada donde el arrendero cultiva para sí y su familia, pero también en parte, y lo que
cobra real importancia, para el mercado regional de alimentos. A cambio de este
derecho a disponer de un pedazo de tierra (probablemente una a dos hectáreas) y a veces
de acceso al agua, el arrendero se obligaba a abonar el arriendo anual en moneda y en
servicios de trabajo en el demesne, ofreciéndose en algunos casos, para cubrir sus
necesidades monetarias, como jornalero en la tierra de demesne, sobre todo en épocas
de siembra y cosecha, cuando existía tal oportunidad.

La parcela de arriendo, es decir, la unidad de producción en pequeña escala tenía por


objeto garantizar la subsistencia del arrendero y su familia, pero también le habría la
posibilidad de participar en el mercado, como se expreso líneas arriba. Este último
atributo abrió camino para que el arrendero, y en especial su mujer e hijos, tomaran
contacto y adquirieran experiencia en el comercio de productos agrícolas en las ferias
vallunas, de tal manera, que gradualmente fueron tomando control del comercio local de
granos y otros productos agrícolas que abastecían a la Villa de Oropesa. Por tanto, el
arrendero no es propiamente, como el antiguo yanacona, un siervo, sino un trabajador
rural todavía con un pie en las relaciones de servidumbre a través del arriendo, pero con
otro pie, en el mercado regional de alimentos. Esta última conexión será la que utilice
para evadir los impuestos coloniales y fungir como mestizo, no siendo por ello, una
casualidad que el crecimiento de la actividad ferial sea paralela a este fenómeno de
transculturación.

En la segunda mitad del siglo XVIII la sociedad colonial en Cochabamba muestra una
trama de actores e intereses muy compleja. Por una parte, este territorio se convierte en
un ámbito donde es posible evadir exitosamente el rígido sistema de tributos que se
aplica a los indios originarios que viven en comunidades; por otra, tal éxito se vincula a
la adhesión continua de indios forasteros y arrenderos a la categoría de mestizos 58. Tal
situación se produce en medio de una ampliación continua de la agricultura en tierras de

57
Según la autora citada, en las grandes y medianas haciendas, a fines del siglo XVII e inicios del XVIII,
la población de yanaconas fue mermando y en su lugar aparecieron ex yanaconas en calidad de
arrenderos, es decir campesinos desvinculados de sus antiguos patrones y de su obligación a permanecer
en las haciendas, aparentemente convertidos en trabajadores rurales libres, pero que en realidad no tenían
ninguna otra opción que retornar a la relación laboral con los hacendados, quienes les ofertan fracciones
de tierra en arriendo o alquiler.
58
Según Guzmán (1972) este sería el origen del valluno, un indio arrendero o forastero que comienza a
reclamar su condición mestiza, arguyendo imaginarios parentescos con españoles, esforzándose por
articular un castellano básico y adoptando incluso una sui generis combinación de vestimenta andina e
hispana, todo ello para evadir al tributo colonial.
53

arriendo y la proliferación de indios forasteros que presionan por una ampliación


continua de la economía mercantil que también en forma creciente se articula con la
producción parcelaria. Es esta atmósfera económica de predominio de la economía de
pequeños productores y comerciantes, la más propicia para la ampliación del fenómeno
del mestizaje59.

La expansión de la agricultura parcelaria en Cochabamba orientada hacia intereses


mercantiles en la esfera regional fue acompañada de procesos de diversificación
económica a cargo de indios forasteros, arrenderos y sus familias, aprovechando su
creciente dominio sobre las redes del comercio ferial. Uno de los rubros que
experimento un fuerte estimulo fue la industria textil de paños de algodón, que incluso a
fines del siglo XVIII llego a exportarse a Buenos Aires. Otro rubro importante fue la
manufactura local de ropa. Sin embargo, estas iniciativas solo tuvieron momentos de
auge esporádicos, no sobrepasaron el nivel artesanal y se mantuvieron dentro de una
estructura organizativa de características precapitalistas. De acuerdo a Larson (1978),
muchos artesanos arrendaban parcelas de tierra y existía una interdependencia entre
pequeña agricultura y producción artesanal.

A fines del siglo XVIII, los hacendados, sobre todo del Valle Central, intensificaron la
parcelación de sus tierras con destino al arriendo en respuesta a dos factores principales:
la creciente presión demográfica ejercida principalmente por indios forasteros que
evaden el tributo, configurando una masa de demandantes de tierra que valoriza las
mismas60 y la competencia que se produce entre nuevos y antiguos arrenderos para
controlar el comercio ferial, sin descontar además la producción en las tierras de
demesne que también competía con la producción parcelaria.

En este punto, es importante diferenciar la manera como concurren al mercado local


ambas formas de producción. En general las tierras arrendadas no disponían de riego o
acceso a fuentes de agua en términos adecuados, luego mayoritariamente, esta era una
producción de secano, dependiendo por tanto del régimen anual de lluvias para el logro
de una buena o mala cosecha. En épocas lluviosas las cosechas de granos eran
abundantes e inundaban el mercado ferial a precios bajos. En contraposición, en años de
lluvia escasa o franca sequía, la producción parcelaria o se ofertaba en volúmenes
restringidos o simplemente desaparecía de los centros de abastecimiento.

En contraposición, la producción de las haciendas en tierras de demesne tenía la ventaja


de contar con riego propio o con acceso a mitas de agua estables que les permitían
cultivos más permanentes y menos dependientes de los avatares climáticos. En épocas
de lluvia abundante y de precios de cereales bajos, simplemente no ingresaban al
59
Esta vendría ser la razón por la cual los indios-mestizos de los valles de Cochabamba no se adhieren en
forma significativa a las sublevaciones indigenales de 1780, pues sus intereses no se vinculan a una
extinción radical del régimen colonial, sino con la alternativa de acomodarse dentro de esta estructura
pero en una mejor posición social respecto al yanacona. Desde ya, la posibilidad de evadir el tributo,
alternativa consolidada después de la sublevación de Alejo Calatayud (1730), invalida la atracción que
podría tener sobre esta población la arenga de los rebeldes aymaras. Por ello, el apoyo al movimiento
liderado por Tupac Catari fue muy limitado.
60
Es posible inferir que el mercado de arriendo de tierras era sensible a las presiones de la demanda, en la
medida en que dicho fenómeno producía dos efectos: el alza del monto del arriendo y la incorporación de
nuevas tierras para esta finalidad. Sin embargo, como en toda economía de mercado la oferta y demanda
de la mercancía-tierra tendía a un equilibrio, más allá del cuanto subía o descendía el monto del arriendo.
54

mercado y la cosecha, muchas veces convertida en harina, se almacenaba a la espera de


una mejor oportunidad. En años de lluvia escasa o sequía, la cosecha correspondiente,
junto con el stock almacenado ingresaba al mercado a precios altos y sin tener que
competir con la agricultura parcelaria61.

Al finalizar el siglo XVIII, pese a momentáneas recuperaciones, la larga crisis de la


minería potosina, había hundido el comercio de exportación de granos al no lograr los
hacendados de Cochabamba reemplazar el mercado potosino por otros alternativos. Esta
situación fue paralizando paulatinamente la producción hacendal y las extensas tierras
de las haciendas se fueron especializando en cosechar los frutos monetarios del arriendo
de las parcelas. Muchas haciendas fueron vendidas a ricos comerciantes y a políticos, y
otras, se despedazaron en fincas como efecto de herencias, las mismas que, a su vez,
fueron vendidas a criollos acomodados. La clase terrateniente con la incorporación de
los nuevos actores mencionados, cada vez dependía menos de la productividad de las
haciendas, pero al mismo tiempo dependía en forma creciente de la renta que generaban
los arriendos, además de la especulación con bienes inmuebles urbanos, con prestamos
de dinero, captación de créditos y sobre todo, en el último periodo colonial, con la
especulación con los diezmos eclesiásticos62 e incluso la compra de cargos en la
administración colonial. Una cuestión que resultaba crucial era que las tierras de
hacienda no estaban sujetas a ningún gravamen, lo que facilitaba su uso como capital
fijo de respaldo para inversiones en actividades no productivas como los mencionados
diezmos y el acceso a préstamos de capital en moneda con garantía hipotecaria.

En los años anteriores al estallido de la guerra de la independencia, sostiene Larson


(obra citada), la élite hispana en Cochabamba no solo estaba alejada del perfil de una
burguesía empresarial, sino que sus prácticas especulativas la aproximaban más a un
estrato parasitario cuya vida placentera y de lujo reposaba sobre las espaldas de los
arrenderos y los hacendados endeudados, sin descontar los actos de corrupción que les
permitía el sistema obligatorio de repartos antes mencionados. Si bien, esta opción que

61
En épocas secas, los arrenderos para cumplir con el arriendo no tenían otra opción que intensificar el
trabajo en las labores agrícolas en el demesne, tanto cumpliendo el servicio normal estipulado como parte
del contrato del arriendo, como en calidad de jornaleros e incluso comercializando en las ferias la
producción de la hacienda.
62
Se trataba del cobro a la décima parte de cada cosecha que el poder eclesiástico cobraba a los
arrenderos en forma anual, con destino a costear las actividades de la iglesia. Esta institución anualmente
llamaba a un concurso del diezmo, que consistía en el remate de los montos regionalizados de
recaudación presuntos prefijados por la autoridad eclesiástica, monto que servía de base para el remate, el
que se adjudicaba al mejor postor, quien previamente debía hacer efectivo el monto rematado (diezmo
presunto) para luego concederle la libertad de cobrar el diezmo real en la jurisdicción adjudicada. Muchos
hacendados se embarcaban en préstamos de riesgo, incluida la hipoteca de sus tierras, para adjudicarse el
derecho a la cobranza del diezmo. El desafío era, primero recuperar la inversión y luego superar ese
monto, excedente que se convertía en ganancia neta del diezmero. Sin embargo, era frecuente el caso de
que la inversión fuera irrecuperable a causa de sequías, plagas y otras situaciones que mermaban los
volúmenes de cosecha sujeta al impuesto de la décima parte. En este caso, caía sobre el hacendado la
desgracia, con la frecuente pérdida de gran parte de su hacienda hipotecada para abonar deudas onerosas
o verse obligado a transferir extensas tierras a precio de oportunidad, en favor de criollos siempre atentos
a estas eventualidades, para enfrentar la liquidación de cuantiosas deudas. De todas maneras, los riesgos
estaban presentes aun cuando la recaudación hubiera sido abundante, pues la colecta que se realizaba era
en especies, es decir, la décima de la cosecha de cereales, la misma que para monetizarse debía concurrir
al mercado y entrar en competencia con la producción parcelaria o exportarse bajo la forma de harina a
los centros mineros y pueblos del altiplano (Larson, 1978).
55

se suponía menos riesgosa que la apuesta que proponía el gobernador-intendente


Francisco Viedma, en torno a la apertura de nuevas vinculaciones y nuevos mercados en
las llanuras de Moxos articulados a nuevos escenarios y rubros de producción,
finalmente determino la ruina de esta clase terrateniente. En efecto, hacia 1790-1800,
muchos hacendados sobrecargados de deudas comenzaron a transferir sus bienes a
familias criollas, incluyendo haciendas, estancias y fincas en el variado territorio del
actual departamento de Cochabamba. Este fenómeno permitiría la rauda emergencia de
una clase terrateniente no hispana de origen, que rompía con las normas coloniales
vigentes desde la época de las Leyes de Indias, concediéndoles un gran peso económico,
pero negándoles poder político63. Este contrasentido se corregiría con la derrota de
España y la emergencia de la República de Bolivia.

La estructura agraria de los valles y otras regiones del departamento en el S. XIX

El advenimiento del régimen republicano en 1825, encontró al novísimo departamento


de Cochabamba en una situación económica y social poco envidiable. La prolongada
guerra había casi paralizado la agricultura y lo que era peor, se habían interrumpido y
fracturado los lazos comerciales con el altiplano y los centros mineros donde concurrían
arrieros transportando la producción parcelaria y hacendal de los valles. La ciudad de
Cochabamba y muchos pueblos habían experimentado fuertes retrocesos demográficos
y la actividad ferial había decaído. Sin embargo, pese a este panorama poco alentador
subsistían las haciendas, ahora totalmente en manos de los criollos, pero también
importantes bolsones de tierras productivas de propiedad comunitaria, sobre todo en
zonas secas, frías y próximas a la meseta andina, pero también en zonas del Valle Bajo
dotadas de riego.

La actitud del nuevo Estado republicano, pese al fugaz intento de Sucre de suprimir el
tributo indigenal, fue mantener el statu quo colonial, incluso respetando la propiedad
comunal, ejercitando revisitas periódicas y cobrando el tributo, que como ya se observo
en el capítulo anterior, era la columna vertebral de la hacienda pública. Los
terratenientes mantuvieron las relaciones patrones-arrenderos más o menos sin variación
y muchos hacendados prosiguieron con la tendencia de combinar la economía rentista
de sus tierras con negocios urbanos.

Varios autores trazan un panorama más o menos homogéneo respecto a la actitud estatal
sobre la cuestión agraria, en particular con relación a la actitud casi permanente de los
gobiernos, a lo largo del siglo XIX, por modificar el acuerdo tácito entre el régimen
colonial y las comunidades indígenas, mediante el cual el poder estatal toleraba y
protegía la propiedad comunal, a cambio de percibir el tributo indigenal, abriendo cauce
a que fuerzas externas, a nombre de la modernidad, avanzaran sobre los territorios de las
comunidades. Como vimos anteriormente, las piedras angulares de estos propósitos
fueron las disposiciones agrarias de Mariano Melgarejo (1866 y 1868) y la Ley de
Exvinculación (1874 y 1878) puesta en vigencia en 1880. Ambas desconocían la
propiedad comunal o colectiva sobre la tierra, disponían el remate de estas tierras, salvo

63
El rígido régimen colonial prohibía el acceso de los hijos de españoles nacidos en América a los
principales cargos públicos y militares del aparato estatal, los que estaban preservados exclusivamente
para los españoles peninsulares.
56

que fueran tituladas individualmente bajo la modalidad parcelaria, lo que implicaba la


disolución de los vínculos comunales o “exvinculación”.

Estas políticas ejecutadas en forma persistente entre 1830 y 1900 pudieron expandir la
frontera hacendal a costa de las tierras de la comunidad, no obstante, este no fue el caso
de Cochabamba, una región, según Gustavo Rodríguez (1991), que parece salirse de las
características asignadas a otras regiones del agro boliviano. Su temprana vinculación
mercantil con la minería potosina y la irrupción de un amplio universo parcelario
gracias al arriendo de tierras acompañado de un intenso proceso de transculturación,
terminaron convirtiendo los valles en un bastión cultural mestizo que no necesariamente
se ajusta al esquema trazado por autores como Silvia Rivero (1978).

De todas formas, Cochabamba no quedó exenta a las determinaciones estatales, de


acuerdo a Rodríguez (1991 y 2008), la arremetida contra las tierras de comunidad se
produjo en el Valle Bajo, o sea involucrando a las tierras de comunidad de mayor
valor64. El resultado fue la transferencia forzosa de fracciones de tierras comunales en
favor de nuevos propietarios privados, entre los que destacaban funcionarios públicos y
militares, no obstante a la caída del tirano Melgarejo, estas ventas fueron anuladas y
retornaron a sus dueños originarios. Sin embargo, esta actitud estatal fue transitoria y las
élites terratenientes y sus aliados urbanos no se dieron por vencidos. Importantes figuras
de la intelectualidad regional como Nataniel Aguirre y José Maria Santiváñez 65,
presentaron a la Convención Nacional de 1874, una propuesta en la que el Estado
reconocía la propiedad indígena de la tierra, pero negaba su carácter proindiviso o
enfiteuta, es decir su carácter de propiedad común, debiéndose otorgar títulos
estrictamente individuales. Esta fue la base de la Ley de Exvinculación (Rodríguez,
2008).

Pese a que la ley de Exvinculación se aplicó extensamente en las citadas comunidades


del Valle Bajo y Capinota, no dio lugar a expresiones y acciones de oposición ni
medianamente semejantes a las que la misma legislación produjo en el altiplano.
Rodríguez sugiere que la razón de este comportamiento se debe a que los campesinos en
Cochabamba tenían una larga experiencia de integración a la economía de mercado,
desarrollando fluidos vínculo con la sociedad criolla, sobre todo a través de las ferias
regionales. De esta manera, los indios de las comunidades afectadas identificaron en la
Ley de Exvinculación, la posibilidad de adquirir mayor libertad en su acceso al mercado
y librarse de las ataduras y obligaciones comunales. A ello se sumaron, según
Rodríguez, dos circunstancias adversas imprevisibles: la sequía y la epidemia de 1878-
1879 y la guerra del Pacífico y su impacto sobre la región, que precipitaron las
transferencias de tierras de los campesinos comunarios u originarios en favor de criollos
64
De acuerdo al autor citado, datos catastrales de 1844 revelaban que diferentes comunidades en el Valle
Bajo poseían 3.644 hectáreas en los cantones de Sipe Sipe, El Paso, Tiquipaya y Colcapirhua, sin
embargo hacia 1870, al tenor de las leyes de M. Melgarejo, se habían enajenado 1.719 hectáreas
equivalentes al 44 % del total.
65
Santiváñez era un connotado hacendado y político, que tomando como base sus extensas posesiones de
tierra, había incursionado en la minería y el comercio. Estaba influido por las corrientes liberales de la
época, consideraba que transformar a los indígenas en pequeños propietarios permitiría su integración a la
sociedad y un mayor desarrollo de su sentido de pertencia a la nación, con lo que adquirirían el estatus de
ciudadanos. También consideraba que al ser convertidos en propietarios, los indios enajenarían su
patrimonio y con ello incrementarían la dinámica del mercado regional de tierras (Rodríguez, obra
citada).
57

y mestizos, en forma totalmente pacífica, constituyendo Cochabamba el único ámbito


donde la política liberal respecto a la tierra fue aplicada sin mayor conflicto.

Pero, veamos con mayor detenimiento este proceso, aparentemente exento de conflictos.
De acuerdo a Rodríguez (1991), las compras de tierras promovidas por la legislación
melgarejista y las leyes de ex vinculación promovieron el concurso de pequeños
compradores, labradores, agricultores y artesanos, pero también estimularon la
expansión de las haciendas, e incluso emergió una estrategia comunaria de venta parcial
de sus tierras a miembros de de su propia asignación que pasaban a la categoría de
pequeños propietarios, pero en realidad preservaban la integridad de la comunidad.
Estas modalidades, estudiadas por el autor citado para el caso del cantón El Paso
ilustran la complejidad de la estructura agraria en Cochabamba. En todo caso se puede
decir que la misma no era homogénea y mantenía por lo menos tres variantes: la gran
propiedad o latifundio, la propiedad parcelaria y las tierras de comunidad, aunque esta
última quedó muy mermada en los valles, pero no en las provincias altas y
probablemente el Cono Sur.

Larson (1978), considera que la hacienda productora de granos era la unidad de tenencia
predominante en el agro cochabambino66. La mayoría de estas haciendas eran
relativamente modestas en dimensiones, si se las compara con otras regiones. La mayor
era la hacienda de Cliza de propiedad del monasterio de Santa Clara con 860 fanegadas
de tierra (2.491, 93 Ha aproximadamente) 67 y 954 indios residentes (colonos). Otra
hacienda importante era Chullpas, vecina a la anterior, pero con solo con 400 fanegadas
(1.159,04 Ha aproximadamente)68 y 200 colonos. Con excepciones como las anotadas,
la mayoría de las haciendas eran propiedades medianas dedicadas al cultivo de trigo y/o
maíz. En realidad estas haciendas eran empresas precapitalistas basadas en una gama de
formas coercitivas para controlar la fuerza de trabajo.

La forma más extendida era la tenencia precaria de la tierra (el arriendo). Los
arrenderos, ahora convertidos en colonos, pagaban los derechos de usufructo en
obligaciones de trabajo, al no poder hacerlo en moneda. El tiempo de trabajo en la tierra
del patrón (demesne) estaba teóricamente regulado por el valor catastral de la tierra
arrendada, sin embargo, con mucha frecuencia esta formalidad se pasaba por alto y se
cargaba al arrendero con pesadas faenas. Por si esto no fuera suficiente, los arrenderos
usualmente, tenían que proveer sus propios animales de labor e incluso contratar
trabajadores adicionales para cumplir las exigencias de cultivar determinadas
extensiones de tierras de la hacienda. Lo más condenable: los arrenderos y sus familias
estaban además obligados a prestar servicios domésticos al patrón (pongueaje) y era
frecuente, que el monto del arriendo no se circunscribiera aun pago de renta en trabajo,
sino que se combinaba con pagos en especie (animales domésticos y productos agrícolas

66
De acuerdo al padrón de 1803-1808, existían en el departamento de Cochabamba 409 haciendas y 226
estancias de puna (citado por Larsón, obra citada).
67
Antigua unidad de medida agraria española con diferentes equivalencias al sistema métrico por países
y regiones. En el caso de Cochabamba, según el Manual de Jefe de Sector aplicado en el Censo
Agropecuario de 1984 (Tabla de equivalencias de unidades de superficie a metros cuadrados), se admite
para todo el departamento la equivalencia de 28.976 M2 (2,8976 Ha.) por cada fanegada de tierra.
68
En los registros de propiedades de la provincia Totora, incluido Chimboata, sobre todo en casos de
haciendas con extensiones en zonas de yungas, se registran propiedades con superficies mayores a las de
Santa Clara y Chullpas.
58

producidos en la parcela arrendada) y pagos en dinero. Además de esta alternativa


coactiva de trabajo servil obligatorio, los hacendados hacían trabajar sus tierras
haciendo uso de contratos en compañía, de esta manera, el hacendado proporcionaba la
tierra, la semilla, los bueyes, los arados e incluso el riego; en contrapartida, el trabajador
proporcionaba su fuerza de trabajo, recibiendo a cambio entre el 20 y el 50 % del
volumen de la cosecha. También se solía utilizar jornaleros para arreglar canales de
riego o para levantar la cosecha de trigo y maíz. Los jornaleros recibían un pequeño
monto diario en dinero o en especie (Larsón, obra citada)69.

Tanto el arriendo, la compañía y el trabajo a jornal eran opciones válidas de extracción


de renta agrícola (plus trabajo) y eran complementarias entre si. Larson afirma que un
arrendero que accedía a una parcela de tierra a cambio de invertir fuerza de trabajo en el
demesne del patrón, también podía entrar en arreglos con este mismo patrón para
proporcionar su trabajo y sus animales de labor para ejecutar la siembra o la cosecha de
trigo o maíz a cambio de una parte de dicha cosecha. Además una sequía persistente,
podía obligar a los arrenderos que vivían en los límites de la subsistencia a contratarse
como jornaleros para cumplir con sus pagos fijos de renta y tributo. En consecuencia,
los campesinos solían transitar por todos o algunas de estas modalidades de trabajo. En
épocas de lluvias abundantes, buenas cosechas y precios bajos de los cereales los
hacendados solían exigir el pago del arriendo en moneda, debiendo los arrenderos
incursionar en el mercado (las ferias) u ofrecerse como jornaleros para recaudar el
monto monetario de la obligación contraída con el patrón70.

La parcela, el pegujal o la sayaña era una forma de pequeña propiedad71, cuya


frecuencia se hizo más extendida en las décadas finales del siglo XIX y primeras del
XX. Una vez más, de acuerdo a Larson, el surgimiento de la agricultura parcelaria al
lado de la agricultura hacendal, tuvo un significativo impacto en la estructura del
mercado local de granos. Estos pequeños agricultores dependían para su viabilidad, no
tanto de disputarle a las haciendas sus mercados lejanos, sino de concurrir a las ferias
regionales y colocar sus cereales en el plato de los consumidores urbanos en
Cochabamba y en los pueblos de provincia. Es probable que muchos arrenderos, de
alguna manera lograran comprar sus tierras de arriendo e incursionar con éxito en el
mercado regional de cereales72. A fines del siglo XIX, muchos de estos labradores
independientes incursionaron en el mercado del muko y la chicha y se hicieron del
69
Rodrigues (2007: 77) anota: “Un colono dividía su jornada laboral en dos espacios claramente
delimitados, en tiempo y espacio. Por una parte estaba su trabajo en las tierras de la hacienda, demesne
o trabajo excedente, por cuyo concurso no recibía retribución alguna y cuyo producto pertenecía por
entero al latifundista. El colono estaba obligado además a transportarlo hasta el mercado o a la
residencia del hacendado, generalmente en la ciudad. Cada uno concurría con sus propios instrumentos
de labranza –las llamadas ‘yuntas de obligación’- y era de su responsabilidad proporcionarse su
alimentación (...) La otra parte del trabajo del colono, que calificamos de necesario, se realizaba en su
pequeña parcela o pegujal que usufructuaba y a cambio de la cual debía conceder jornadas gratuitas de
trabajo al latifundista. Los productos pertenecían al colono y con ellos se reproducía él y su familia”.
70
En el Capitulo 3 se analizará con más detalle esta sobreexplotación del colono de hacienda para el caso
concreto de Chimboata.
71
La superficie de la pequeña propiedad campesina era muy variable: podía tener la forma de “hilos”, es
decir frentes pequeños y fondos muy alargados, a veces cubriendo más de un piso ecológico, y abarcando
superficies inferiores a una hectárea, en cambio otras propiedades de formas mas regulares podían
alcanzar media fanegada o incluso una fanegada (una a algo más de dos hectáreas). En muchos casos, un
pegujalero o pequeño agricultor independiente podía tener dos o más hilos, además de uno o más parcelas
o pegujales en diferentes pisos altitudinales y regiones.
59

monopolio del comercio del licor en los centros urbanos. Sus mujeres, las chicheras
organizaron negocios que luego se convirtieron en importantes dentro de la economía
urbana por ser fuente de impuestos, que en ciudades como Cochabamba, impulsaron el
desarrollo urbano. Estos pequeños productores se hicieron de tierras en el Cercado y
llegaron a disputar a las haciendas la provisión de riego y el control de tierras fértiles
como las maicas73. El trabajo en la pequeña parcela se ajustaba a las modalidades de la
economía campesina basada en la fuerza laboral familiar, apoyada cuando era necesario
por allegados que contribuían con el ayni y otras formas de reciprocidad, o mediante la
contratación de jornaleros.

Si bien, la ampliación de las relaciones de explotación incrementaba la tasa de plus


trabajó que beneficiaba al terrateniente, ello no bastaba para mejorar la viabilidad
económica de la hacienda. La pérdida del Litoral en 1880, significó una severa pérdida
que involucró, no solo la costa marítima, sino los mercados, algo particularmente
importante para Cochabamba74. Un segundo contraste se produjo inmediatamente
después de finalizada la contienda con Chile, con el acceso, a partir de 1884, de los
productos agropecuarios e industriales de este país a los mercados del altiplano,
comercio que se intensifica a fines del siglo XIX a través del ferrocarril que llega al
altiplano desde el puerto de Antofagasta.

Estos hechos, tienen efectos catastróficos para la economía de Cochabamba en general y


para las haciendas en particular. La industria harinera y el comercio de cereales, ya sea
proveniente de la producción parcelaria de los colonos o de las haciendas, era la base de
la economía regional. Las plazas comerciales como Oruro, La Paz y las minas que se
abastecían de harina de trigo, harina de maíz y maíz en grano eran los soportes
principales de la agricultura departamental. Sin embargo la fragilidad de esta economía
era su alto costo de producción por la persistencia de prácticas coloniales y por el
elevado costo del transporte75.

Los efectos chilenos y también los similares norteamericanos, ingleses y alemanes que
comenzaron a penetrar al altiplano vía ferrocarril y que eran el resultado de la
racionalidad industrial capitalista, poco podían temer de la industrial local en términos
de competencia. De esta manera, las harinas, los calzados, las bayetas y otros productos
que ofertaba Cochabamba fueron perdiendo aceptación en los mercados extra regionales
y resultaron desplazados por la mejor calidad y el menor precio de los similares
extranjeros76. La crisis golpeó a hacendados, arrenderos y artesanos por la pérdida de
los mercados tradicionales de Cochabamba y por la imposibilidad de competir con el
comercio externo.
72
Aunque la propia Larson admite que en los registros notariales no existen pruebas significativas de un
proceso extenso de titulación de tierras a favor de arrenderos a lo largo del siglo XIX, esta opción parece
intensificarse a fines de dicho siglo y primeras décadas del XX, como veremos más adelante.
73
Tierras ribereñas al río Rocha que se favorecían con las inundaciones del rio por depositar materia
orgánica que mejoraba notablemente su fertilidad.
74
En la segunda mitad del siglo XIX, la industria artesanal cochabambina en los rubros de cueros,
calzados, ropa, textiles, harinas y otros era muy fluida con el Sur del Perú y con el Departamento de
Litoral. El conflicto bélico y sus resultados clausuran definitivamente este comercio.
75
El transporte de granos y harinas con dirección al altiplano, se hacía a través de la quebrada de Arque
donde existían muchos molinos, mediante recuas de mulas y llamas conducidas por arrieros. El viaje era
lento y fatigoso y tomaba muchos días y hasta semanas, llegar a los puntos de destino.
76
La harina de trigo chilena, en la década de 1890, se ofertaba en los mercados de Cochabamba.
60

Si bien la crisis de la década de 1880 golpeó a todos los sectores de la formación social
regional, las respuestas esbozadas transcurrieron por rumbos y estrategias diferentes.
Los hacendados tenían ante sí el desafío de modernizar sus haciendas modificando las
relaciones de producción preexistentes bajo patrones de racionalidad de empresa
capitalista, lo que suponía introducir técnicas y maquinaria agrícola para elevar los
índices de productividad/hectárea, pero además, sustituir el viejo modelo de arriendo de
tierras por la salarialización de la fuerza de trabajo, convirtiendo a los colonos en
trabajadores rurales. Paralelamente, era necesario modernizar las vías de comunicación
departamental y extender el ferrocarril hasta Cochabamba. En la percepción de las élites
estas eran tareas necesarias, pero la cuestión de modernizar las haciendas se consideraba
inviable, pues en los hechos, ello significaría, no solo enormes inversiones, sino el
desplazamiento de la vieja clase terrateniente por una burguesía rural empresarial, idea
ciertamente subversiva para la cerrada sociedad conservadora dominada por intereses
gamonales. En cambio, la segunda opción resultaba menos comprometedora y tenía la
ventaja de que en torno a ella se aunaban intereses divergentes. Por tanto, la palabra de
orden de las élites y que hizo suya la sociedad regional, fue “ferrocarril para
Cochabamba”. Tal deseo que se hizo patente desde la última década del siglo XIX,
estuvo acompañada por una suerte de retorno a las ideas de Francisco Viedma en
sentido de buscar nuevas rutas y mercados en la llanura amazónica. De esta forma, se
multiplicaron las exploraciones y expediciones hacia las tierras de los yuracarés y
proliferaron las ideas sobre una u otra alternativa para alcanzar tal objetivo, sobre todo
en sentido de integrar los bosques húmedos chapareños a la economía departamental77.

Sin embargo, esta no era la visión de los arrenderos y artesanos, la invasión de


productos agrícolas y otros artículos a las plazas comerciales del altiplano mediante el
ferrocarril, les hizo avizorar que la línea férrea Oruro-Cochabamba produciría ese
mismo efecto en los valles con la consiguiente ruina de su economía. Por ello la apuesta
fue confiar en las escarpadas serranías que dificultaban y encarecían el transporte desde
el altiplano a Cochabamba y promover alternativas que potenciaran el mercado interno
regional dotado de la poderosa infraestructura que brindaba el sistema de ferias
campesinas y la demanda de consumo de alimentos y otros bienes por parte de la
población urbana de Cochabamba. Por tanto la palabra de orden alternativa fue
abastecer y proteger los mercados locales.

En realidad, la economía de Cochabamba desde las últimas décadas del dominio


español y a lo largo del siglo XIX había dejado de depender en grado significativo, de la
economía hacendal, desplazándose esta responsabilidad hacia la agricultura parcelaria y
una creciente industria artesanal, ambas bajo el control de indios y mestizos que
disponían de medios de transporte propio (las arrias), con las que recorrían las ferias
vallunas, pero también incursionaban a distantes plazas comerciales como el altiplano
en los departamentos de La Paz, Oruro y Potosí, el sur peruano y el litoral boliviano,
proveyendo a estas regiones de cereales, harinas, calzados, jabones, bayetas, etc. Como
se vio anteriormente este comercio colapsó con la guerra del Pacífico y la ruina hubiera

77
Los intentos de integrar los yungas del Chapare a la economía de los valles se originan en los
planteamientos de Viedma, a fines del siglo XVIII, para desarrollar nuevas estrategias de desarrollo
alternativas a la dependencia de la minería potosina en crisis y se extienden en forma intermitente, hasta
bien avanzado el siglo XX. A este respecto, se pueden consultar: Jerman von Holten (1889), Hans van
den Berg (2008), Rodríguez (1993, 2003, 2008).
61

sido completa de no mediar la alternativa de los mercados regionales (Azogue et al,


1986).

En el caso de los cereales y harinas, la salida a la crisis era su masivo consumo local,
alternativa que se hizo factible gracias a la expansión que experimentó la industria de la
chicha desde la década de 188078. Esta opción, que también benefició indirectamente al
sector artesanal, permitió el potenciamiento del sistema ferial y la incursión más amplia
de la economía parcelaria en el baluarte urbano de las élites regionales, consolidando en
la zona sur de la ciudad de Cochabamba asentamientos de pequeños comerciantes,
artesanos y chicherías articulados a las ferias de Caracota y San Antonio.

Larson considera que se puede establecer una diferencia importante entre la estructura
agraria del siglo XVIII-XIX y la de la primera mitad del XX. Al respecto anota, que a
fines de la colonia, no existía todavía el fenómeno de un pequeño campesinado
parcelario independiente, aunque, sí existían pequeñas unidades agrícolas productoras
de cereales, pero en general los dueños eran criollos. La autora, antes citada, afirma
tajantemente que no existen evidencias que revelen para esta época, la existencia de un
campesinado quechua o mestizo independiente.

Finalmente, la misma autora plantea un interrogante: ¿por qué el arriendo y el trabajo en


compañía se convirtieron en las principales formas de control de la fuerza de trabajo?
Larson vincula estas formas de trabajo con un prolongado periodo de exportaciones
limitadas o decrecientes de granos, por una parte, y una creciente presión demográfica
sobre la tierra, por otra. Los grandes terratenientes que tenían riego en sus extensas
propiedades, como ya se mencionó, podían manipular con los precios de los cereales,
absteniéndose de participar en los mercados cuando los precios eran bajos, pero
ofertando grano a precios altos, en las temporadas de sequía, que eran frecuentes. Sin
embargo, un mayoritario sector terrateniente con medianas propiedades en tierras de
secano, tenía que enfrentar una doble competencia: la de los grandes hacendados y la de
los arrenderos, ya sea en años de buenas o malas cosechas, razón por la cual, la posición
de este estrato parecía estar muy deteriorada a fines del siglo XVIII e inicios del XIX.
Muchos hacendados medianos estaban cargados con fuertes deudas y muchas de estas
haciendas tendían a fragmentarse para enfrentar estas obligaciones. Larson formula la
hipótesis de que el sistema de arriendo fue una respuesta estructural a la contracción
gradual del mercado de exportación granos y a las limitaciones impuestas a la
acumulación de capital comercial en el sector terrateniente.

Por tanto, el sistema de arriendo, no fue una estrategia para motivar y movilizar mano
de obra escasa para la labor agrícola en tierras hacendales, como lo fue en el caso del
bajío mexicano o en el valle central de Chile 79. Por el contrario, era un medio de
parcelar la tierra en manos de pequeños productores con objeto de reducir los costos de
78
A partir de dicha década, la producción de chicha dado su creciente volumen fue objeto de control
fiscal. En forma paralela, la Alcaldía de Cochabamba reglamento la ubicación de las chicherías dentro de
la ciudad e incorporó a las patentes municipales el rubro de chicherías, que de unos pocos centenares
hacia 1880 pasaron a varios millares a inicios del siglo XX, posibilitando la recaudación de recursos
financieros abundantes para costear la modernización de la ciudad. Para un mayor detalle a este respecto
consultar: Solares, 1990.
79
En los valles de la zona central de Chile, estaba muy extendida la modalidad del “inquilinaje” con
características similares al arriendo.
62

producción desvinculando la producción y sus riesgos de la administración directa del


hacendado. Larson afirma que la escasez de capital y la estrechez del mercado de
cereales fueron los factores gravitantes para el desarrollo de este proceso. Para el
hacendado, el arriendo y en menor medida el trabajo en compañía, representaban una
forma de minimizar la inversión de capital para el pago de jornales, tributos de
yanaconas y luego de colonos, herramientas, animales de tiro, puesto que todo esto
debía ser provisto por el arrendero. Además, bajo este sistema, los ingresos de los
hacendados no se hacían inciertos y vulnerables a las fluctuaciones de los ciclos
agrícolas, de esta manera, obtenían ingresos seguros de la renta en dinero o especie que
el colono abonaba por el arriendo de la parcela detentada. Por último, otro factor que
pudo influir en el parcelamiento temprano del valle central de Cochabamba, estuvo
vinculado a la creciente presión demográfica, que hizo de este territorio, el más
densamente poblado de la república80. Esta presión recayó sobre la tierra agrícola, cuya
demanda pudo incorporar al mercado de tierras la propiedad hacendal, haciendo que las
mismas se fueran fraccionando y fueran transferidas a comerciantes, propietarios de
minas, y más adelante, incluso a los propios arrenderos que se convirtieron en pequeños
agricultores parcelarios.

En síntesis, la estructura agraria en los valles y serranías de Cochabamba no era


sustancialmente diferente de aquélla vigente a fines del siglo XVIII. Sin embargo, la
agricultura parcelaria había ganado mayor impulso, a grado tal, que a fines del siglo
XIX, la producción de cereales y harinas estaba mayoritariamente en manos de este
sector. Esta dinámica se basaba en la articulación: producción de maíz-fabricación de
chicha-consumo urbano y en centros feriales, constituyendo esta trama de circulación de
pequeños capitales, en el eje del mercado interno regional y el potenciamiento paulatino
de los mestizos como la fuerza política emergente en Cochabamba.

La estructura agraria de los valles y otras regiones del departamento en la primera


mitad del siglo XX

El nuevo siglo comenzó para el mundo rural trayendo consigo presagios de signo
contradictorio. Para el sector hacendal, soplaban vientos extremadamente adversos: el
conflicto con Chile había clausurado los pocos mercados del altiplano y las minas donde
todavía tenía cabida la producción cerealera de las haciendas, el arribo del ferrocarril al
a la región minera y la apertura del ferrocarril Arica-La Paz habían provocado la
drástica rebaja de los costos de transporte para los granos y otros insumos provenientes
de la costa del Pacífico, todo ello en medio de una apertura liberal inédita al comercio
exterior y un avance sin precedentes de la economía de mercado conectado al comercio
internacional, que terminaron acorralando la producción de harinas y granos de las
haciendas. En consecuencia, para los terratenientes, el nuevo siglo no solo traía oscuros
vaticinios, sino una crisis en pleno desarrollo, a tal punto que en muchos casos los
créditos bancarios no pudieron ser honrados, ni siquiera arrendando la totalidad de las
haciendas, con el agravante de que las recaudaciones de dichos arriendos obtenidos en
años anteriores, no tuvieron el prudente destino de invertirse productivamente, o por lo
menos atesorarse para enfrentar eventualidades, sino se malgastaron suntuariamente. La

80
No se debe perder de vista que los valles centrales de Cochabamba, no solo eran atractivos por su
bondadoso clima, sino también por que eran territorios donde las redes tributarias del Estado republicano
se hacían tenues y donde la existencia de un sistema de ferias exitoso prometía ascenso social raudo.
63

salida no fue otra que la venta urgente de porciones importantes de las haciendas, sino la
totalidad en algunos casos, para escapar a inminentes remates bancarios.

Para la agricultura parcelaria de los arrenderos, el nuevo siglo, mostraba una perspectiva
bonancible, totalmente opuesta al drama de las haciendas. En efecto, en las dos décadas
finales del siglo XIX, la expansión del mercado interno de harinas de maíz con destino a
la fabricación de mukho81 y chicha, no hicieron más que incrementarse, ampliando
continuamente el mercado de consumo de la ciudad de Cochabamba, con similar
comportamiento en los principales pueblos de los valles y serranías, e incluso
articulando una fluida exportación hacia los centros mineros y las principales ciudades
del altiplano. A pesar de que la producción de harinas, la elaboración de mukho, la
fabricación y el expendio de chicha estuvieron sometidos a continuos gravámenes
municipales y prefecturales, y a presiones del Municipio de Cochabamba respecto al
desalojo de chicherías de sus antiguos emplazamientos en la zona central de la ciudad,
el rendimiento económico de este comercio no fue influido por estos escollos, y sin
duda, pudo permitir a arrenderos, muqueadores, elaboradoras de chicha y chicheras
expendedoras, diversos grados de acumulación de capital mercantil, que no fue dirigido
al gasto lujoso, sino fue reinvertido en la mejora de los medios de producción y
comercialización. De esta manera, muchos arrenderos logran ahorrar para comprar sus
parcelas de arriendo, otros además de comprar dicha parcela lograron arrendar más
tierras para expandir la producción de maíz, todavía otros más, además de todo lo
anterior, logran acceso a mitas de agua; en tanto las chicheras lograban comprar casas,
sobre todo en la zona Sur de la ciudad, para instalar sus establecimientos de fabricación
y venta de chicha82. El resultado de todo esto, no solo propicia la articulación cada vez
más estrecha entre agricultura parcelaria y economía de la chicha, sino da curso a la
irrupción de un nuevo actor social y agente económico, el campesino independiente
mejor conocido como pegujalero o piquero, un trabajador rural que logra romper sus
lazos con la hacienda e incursiona con éxito en la economía de mercado.

Esta feliz coincidencia de hacendados en aprietos económicos y arrenderos, jornaleros,


pequeños comerciantes de feria y artesanos mestizos en auge y con capacidad de hacer
ofertas para la adquisición de pequeñas parcelas de tierra al contado, da por resultado
efectos que terminan transformando la estructura agrícola y el escenario social de la
región. Por una parte, se quebranta el secular monopolio que los hacendados tuvieron
sobre la propiedad de la tierra en los valles de Cochabamba, por otra, se amplía la
economía de mercado y, en cierta forma, se materializa en esta región, el ideal liberal de
privatizar la tierra83. Sin embargo, los nuevos propietarios de parcelas ya no se
identifican necesariamente con sus ancestrales lazos comunitarios, su nueva posición en
81
Masticación de la harina de maíz hasta formar un bolo de fácil fermetación.
82
Una relación minuciosa del desarrollo de la economía de la chicha se puede encontrar en Solares 1990
y en Rodríguez y Solares, 1990.
83
Al respecto, afirmaba Octavio Salamanca (1931:7): “Las antiguas haciendas ya no existen: han sido
retaceadas y están en manos de indios y de cholos que son propietarios(...) Esta subdivisión territorial
sigue en ascenso en los valles, casi ya no existen hacendados, todo está en manos de indios y cholos, y
con dejar que siga este hecho, pronto tendremos retaceada la tierra para todos (...) Aquí el propietario
no tiene sino que abrir la boca, encuentra en venta tierras de todo tamaño y clase, y está de tal modo
fraccionada que ya es perjudicial, pues no se pueden emprender grandes obras de irrigación, hacer
ensayos científicos de abonos, máquinas, etc.”
64

el mundo ferial los impulsa a diferenciarse de los colonos de hacienda, por tanto, se
profundiza paralelamente a los eventos relatados, el proceso de mestizaje y su correlato,
la emergencia de un mundo culturalmente híbrido, cargado de valores pueblerinos y
formalmente más abierto a la movilidad social.

Salamanca (1931), mostraba el panorama de una economía campesina ampliamente


diversificada y con una marcada división del trabajo por sexos: los hombres, arrenderos
o piqueros, cultivaban el maíz y otros productos, en tanto las mujeres se ocupaban de
los negocios: “Así reúnen un capitalito que sirve para comprar pequeños recintos de
tierras que suelen cultivarlos sin abandonar el servicio de las haciendas”. El mismo
autor señalaba que una mayor acumulación de ahorros les permitía incursionar en la
promisoria industria de la chicha, comerciar en las ferias, incursionar en el comercio de
harinas e incluso organizar intercambios a larga distancia comercializando los productos
agrícolas vallunos en otros departamentos. En dicho proceso, el valluno-mestizo
adquirió destrezas comerciales, creó una conciencia social y política de su condición y,
lo que es más importante, sentó las bases del proceso de cambio y ascenso social que
protagonizaría en los años 50. Indudablemente, la mujer valluna fue todo un puntal en
dicho proceso. Al respecto anota Augusto Guzmán:

Dentro de esta situación quién prueba ser más permeable a los cambios sociales
y a la movilidad de ascenso es la mujer mestiza. Las actividades del comercio al
menudeo, la adquisición y transporte de productos desde los terrenos de cultivo
hasta los mercados comunales, la elaboración doméstica y el expendio de la
chicha de maíz que es la bebida regional, la industria de la confección para los
estratos populares, son las ocupaciones ordinarias de la "chola" cochabambina,
que gracias a su inclinación al ahorro, a su innata disposición para el negocio
que esté a su alcance económico y a su tenacidad en el trabajo, logra atender la
subsistencia de su familia y se convierte en eje del hogar valluno, con
aspiración a que sus hijos aprendan oficios manuales o estudien profesiones
superiores para ascender en la escala social (1972:96-97).

El eje de este proceso complejo de cambio social y cultural, son sin duda las ferias
campesinas, ámbitos de intenso comercio de alimentos y efectos artesanales. Aquí
concurre todo el mundo campesino, una corriente continua de colonos, piqueros,
comunidades, gremios de artesanos, pequeños comerciantes ambulantes, trabajadores en
servicios diversos por cuenta propia. Al respecto anota B. Larson:

Pueblos y ciudades del valle se convierten en nudos de conexión y confluencia:


circuitos de comercio regional, modelos de migración de fuerza de trabajo, y en
sus pueblos convergían asimismo festividades religiosas (...) Eliminados de
alguna manera, del crisol del poder colonial o de la hacienda, estas
escenografías ‘fuera de escenario’ eran lugares de transposición cultural,
acciones improvisadas, nexos sociales que gradualmente dieron lugar a nuevos
conciertos políticos, religiosos e institucionales, improvisados tanto a partir de
valores y símbolos culturales andinos como europeos (2000: 43).

Veamos como evoluciona este proceso ferial, hasta colocarse en el corazón de la


transformación agraria y el cambio social en la región central de Cochabamba. Desde
65

una perspectiva temporal, se pueden establecer, tres momentos en el desarrollo de la


actividad ferial regional (Solares 1987):

a) Uno que va desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta la primera mitad del
siglo XIX84. Los centros feriales principales eran: la feria de San Sebastián, San
Antonio y Caracota en Cochabamba, en el Valle Central; Tarata y en menor
medida Cliza en el Valle Alto. Los actores económicos principales eran
arrenderos, artesanos, comerciantes, arrieros y consumidores locales. Parte de la
producción de las haciendas y la totalidad de las producción de las tierras de
arriendo eran comercializadas en estas ferias y otras menores (Quillacollo,
Punata, Arani). La venta de productos era de productor directo a consumidor
final, pero también a comerciante intermediario que revendían en los mercados
de abasto y a comerciantes-arrieros que exportaban hacia el altiplano y otras
regiones distantes.

b) Un segundo momento se extendería desde 1880 a la primera mitad del siglo XX.
Los centros feriales principales eran: en el Valle Bajo: Quillacollo; Caracota y
San Antonio en Cochabamba (Valle Central) y en el Valle Alto: Punata, Cliza,
Arani y Tarata, esta última disminuida en importancia por el retroceso de su
industria artesanal. Tal vez fue este el momento de auge de las ferias
campesinas, no solo por la presencia de campesinos parcelarios, sino por la
irrupción de pequeños productores independientes o piqueros; pero además, por
la conexión de estas ferias, primero por el telégrafo y luego, en 1912 por el
Ferrocarril del Valle que unía las localidades de Quillacollo, Cochabamba y
todos los centros feriales del Valle Alto. La apertura del ferrocarril permite la
emergencia de una población flotante de comerciantes que puede trasladarse
fácilmente de una feria a otra, convirtiendo este tramo ferrocarrilero en el más
concurrido del país por su volumen de pasajeros y carga. En este periodo se
intensifica la actividad mercantil de las ferias, pero persiste su carácter
campesino. Sin embargo se incrementa la presencia de comerciantes mayoristas
vinculados a arrieros y emerge la presencia de comerciantes-rescatistas de maíz
que acaparan la producción parcelaria de este cereal, así como el grano
proveniente de parcelas de piquería, con destino a la floreciente industria de la
chicha.

c) Un tercer momento, que con variantes de forma, se extiende desde la década de


1950 a nuestros días. Los principales centros feriales en la conurbación del
Valle Bajo y Central son: Vinto, Quillacollo, La Cancha de Cochabamba y
Sacaba, con ferias menores en Tiquipaya, Colcapirhua y Colomi. En el Valle
Alto: Cliza, Punata, Arani, Tiraque, El Puente y muchas ferias menores. Hacia
los años 50 deja de operar el Tren del Valle, pero es eficientemente reemplazado
por flotas de camiones que recorren los valles en todas direcciones. En esta
última etapa, las ferias experimentan un cambio radical: con la desaparición del
arrendero o colono como uno de los efectos de la reforma agraria, éstas dejan de
84
Las ferias son eventos con raíces preincaicas. No existen datos sobre el proceso de su inserción en la
sociedad colonial. Lo ciertos es que desde la fundación de la Villa de Oropesa existía esta actividad. Sin
embargo, dichas ferias donde predominaba el trueque, fueron gradualmente dominadas por el comercio
con moneda, probablemente desde mediados del siglo XVIII, en forma paralela a la expansión del
arriendo de tierras agrícolas.
66

ser ferias de productor directo a consumidores y comerciantes, es decir


abandonan su carácter campesino. El lugar del arrendero, es ocupado por el
piquero que paulatinamente monopoliza la adquisición de la producción agrícola
de los antiguos colonos, convirtiéndose en intermediario o rescatiri (rescatista).
Por tanto los nuevos agentes económicos de las ferias son: los rescatistas antes
citados, los transportistas (en general rescatista mayorista y transportista suelen
ser un mismo personaje), los comerciantes no agricultores que ofertan infinidad
de manufacturas de todo tipo, muchas provenientes de las redes de contrabando,
los gremios de artesanos en diversas ramas, los trabajadores por cuenta propia
que ofertan servicios varios, los pequeños comerciantes ambulantes y los
consumidores urbanos. Estas ferias se complejizan, los municipios reglamentan
los sitios o espacio de venta, los vendedores se sindicalizan, el antiguo trueque
tiende a desaparecer y se monetizan con mayor fuerza todas las formas de
transacción85.

La dinámica de las ferias no solo expresa la proyección histórica de una larga relación
del campesinado cochabambino con la esfera mercantil, sino la proyección geográfica
de las lógicas de la economía campesina, sea arrendera o parcelaria, en su articulación a
la esfera de la circulación de los productos agrícolas. Estas lógicas, sobre todo, con
posterioridad a 1952 tomarán la forma de alternativas de diversificación laboral,
incluyendo procesos migratorios campo-ciudad (Solares, 1989). No obstante según
Solares (1987) y Larson (2000) la complejidad ferial no se circunscribe a la esfera
microeconómica, sino a expresiones ideológicas, culturales y políticas más amplias.
Ambos autores llaman la atención sobre el carácter de resistencia y refugio que expresa
la dinámica ferial contra las presiones de las élites dominantes. Larson anota al respecto:
“las ferias campesinas son / eran al mismo tiempo microcampos de fuerza sumamente
ritualizados y moralizados, en los cuales los vendedores ambulantes y sus clientes
campesinos se distanciaban de las prácticas e ideologías dominantes de transacciones
forzosas (tributo, renta, mita, repartos, etc.) y reconstruían sus propios códigos
morales de equivalencia y comunidad” (obra citada: 52).

No cabe duda que la feria como campo de fuerza que resiste el poder gamonal en cada
región, como expresión de la fractura del monopolio de las haciendas con relación al
comercio interno de productos agrícolas y la emergencia de circuitos, tanto comerciales
como sociales, que desarrollan sus propias lógicas, códigos, valores y lecturas

85
Los antiguos colonos, si bien concurrían a las ferias campesinas como parte de sus estrategias
económicas, por tanto estaban familiarizados con el comercio ferial, al producirse la reforma agraria se
convierten en propietarios de sus parcelas, pero no logran acomodarse a las nuevas reglas del comercio
mercantil, especialmente aquéllos excolonos de regiones aisladas y alejadas de las rutas de transporte.
Descubren que el transporte por recuas de su producción hacia las ferias no es competitivo frente a los
camiones, descubren además que el control municipal de sitios y la sindicalización de comerciantes de
feria crea barreras impositivas y sociales a su presencia estable en las mismas. Por tanto, se cortan
abruptamente sus lazos con el mercado y esto los obliga a buscar agentes comercializadores
intermediarios, convirtiéndolos en dependientes de los rescatiris para hacer llegar su producción a los
mercados. Esta dependencia será la clave de una nueva forma de extracción del plus trabajo campesino,
bajo la forma de un excedente agrícola que al mercantilizarse y someterse a un circuito especulativo de
comercialización antes de llegar al consumidor final, no solo hace crecer el volumen de comerciantes
involucrados, sino multiplica varias veces el valor del producto a pie de cosecha con relación al valor que
paga el consumidor final. Para una relación detallada de las ferias en los valles se puede consultar a Kent,
et al, 1991.
67

culturales, definen la irrupción de la fuerza campesina en el proceso histórico de los


valles86. No obstante, según Solares (1987), este carácter se interrumpe cuando el
sistema ferial deja de ser genuinamente campesino y se pliega a la economía capitalista
de mercado, es decir, cuando se convierte en el instrumento de un modelo de
acumulación que condena a los antiguos colonos a su rol de productores minifundiarios
y los expulsa de los circuitos de comercialización mediante la irrupción de la densa
trama de intermediarios mestizos que gradualmente, aunque en forma incompleta,
ocuparán el lugar de los antiguos patriarcas criollos.

Las décadas de la primera mitad del siglo XX transcurren cargadas de tensiones sociales
y emergencias económicas. Las élites regionales se toman en serio la reivindicación por
el ferrocarril y organizan los primeros movimientos cívicos regionales, finalmente el
primer tren arribará a Cochabamba en 1917, pero no será portador del bienestar
prometido, sino de nuevos desafíos para la alicaída economía regional. Sin embargo, las
haciendas gozan de un breve respiro, entre 1918 y 192687, al conseguir el monopolio de
la exportación de maíz para la fabricación de alcoholes en las destilerías de La Paz y
Oruro, lo que permitió el incremento considerable de las cosechas de maíz en las
haciendas. El flamante ferrocarril es el factor de esta dinamización, puesto que hacia
1919 la harina de trigo hacendal que llega a Oruro desde Cochabamba, tiende a
desplazar a su similar proveniente de Chile88.

La recuperación de los mercados del altiplano y las minas gracias a la modernización


del transporte permite el incremento de la demanda de harinas de maíz y trigo,
estimulando el consiguiente alza de estos cereales y la reactivación de las tierras de
demesne de las haciendas como espacios productivos, sin embargo, este auge es
momentáneo. El propio ferrocarril, esta vez por el tramo Villazón-Oruro, hacia 1926,
trae maíz argentino a un costo menor e inunda los mercados del altiplano, desplazando
de las destilerías el maíz cochabambino, a lo que se suma la creciente importación ilegal
de alcohol peruano por la vía del contrabando. Los efectos de estos contrastes fueron
severos: “La crisis produjo en la región una paralización económica de vastas
proporciones. El comercio disminuyó, las rentas de las propiedades cayeron, la
emigración de campesinos se reavivó, etc., y por lo que parece esta situación agravada
por la crisis mundial de 1929 continuó hasta la guerra con el Paraguay” (Azogue, et
al: 41)89.

Efectivamente, la guerra del Chaco (1932-1935) permite un otro fugaz auge. Esta vez se
trata del monopolio que consiguen los hacendados vallunos para proveer al ejercito de
suministros, sobre todo harinas de maíz y trigo, tubérculos y otros, que les permite
86
Según Larson (obra citada), la expresión más singular y rica en significados simbólicos es la festividad
de la Virgen de Urkupiña, donde de alguna manera se combina el rito católico de ofrendar a la Virgen con
el culto a las huacas (las piedras), es decir los peregrinos rinden culto a la deidad cristiana como a las
similares andinas, articulando ambas prácticas a través de un singular acuerdo o pacto mercantil propio
del imaginario ferial.
87
En 1918 se dictó la ley de “nacionalización” de la industria de alcoholes que prohibía la importación
de melazas peruanas para la elaboración del alcohol, así como la importación de este producto.
88
“En Oruro se vive por acción directa de la región agrícola cochabambina”, anotaba un cronista
orureño luego de constatar que la harina, la carne, las legumbres, los huevos, la fruta, etc. procedentes de
los valles cochabambinos representaban cerca del 60 % del consumo orureño (Comercio e Industria,
Oruro, Año 1, nº 5, 14/09/1923, citado por Azogue, et al.).
89
Una descripción más amplia de esta crisis se puede ver en Salamanca, 1927.
68

acumular importantes sumas de dinero, que al no ser reinvertidas en la modernización


de las propias haciendas, dará por resultado el colapso final de la clase gamonal 90.
Naturalmente, el saldo de estos contrastes no es otro que la profundización de la crisis
de las haciendas, la que se salda con remates de propiedades y la intensificación de la
fragmentación de tierras por ventas urgentes en favor de piqueros y otros agentes.

Según Gustavo Rodríguez (2007), la imparable fragmentación de las tierras de hacienda


en los valles y la igualmente rauda transformación de los antiguos arrenderos, colonos,
jornaleros e incluso artesanos en pequeños agricultores independientes o piqueros /
pegujaleros, expresa, por una parte, la emergencia de un dinámico mercado de tierras
que rompe las barreras elitarias, y por otra, la capacidad de acumulación de un
fragmento del excedente agrícola en manos de los sectores populares. La expansión
gradual de la economía campesina gracias a su control sobre el mercado de alimentos y
los circuitos mercantiles que se estructuran en torno a los cereales, la chicha, el muko y
otros productos, configuran una situación de presión externa sobre las tierras hacendales
para expandir la agricultura parcelaria, sin embargo, no se articula un proceso de
dimensión social en este sentido, sino cada familia campesina o mestiza busca
individualmente y por sus propios medios y recursos, adquirir el pegujal o la sayaña, es
decir, la fracción de tierra que pone en oferta el terrateniente, sin que medie ningún tipo
de violencia o apremio colectivo.

Si bien el proceso de parcelación de tierras de hacienda no cesa a lo largo de las décadas


de 1930 y 40, la consiguiente transferencia de las mismas en favor de excolonos
convertidos en pequeños agricultores independientes a través del mercado de tierras
agrícolas, que Octavio Salamanca interpreta como una “verdadera reforma agraria”, en
realidad no corresponde a un panorama departamental, y ni siquiera a uno de amplitud
territorial dominante, solo se circunscribe al Valle Bajo, al Valle Central y parcialmente
al Valle Alto, donde además no todo el universo de colonos sin tierra se beneficia, sino
solo aquéllos afortunados que pacientemente lograron acumular capital-dinero,
mediante estrategias de diversificación económica. Luego el valle y otros ámbitos
provinciales estaban lejos de ser una “taza de leche”.

Rodríguez añade, una vez más, que después de la Guerra del Chaco: “se abre una
puerta de disputa por el poder entre las clases tradicionales oligárquicas y los sectores
reformistas de izquierda de trabajadores y clases medias ilustradas, en su mayoría –
paradójicamente- emparentadas con los sectores hacendales” (2007: 73-74) De esta
manera, por primera vez, de forma franca en el escenario regional surgen corrientes
contestarias que articulan debates y críticas en torno a la cuestión agraria que
encuentran oídos muy receptivos entre los pegujaleros y particularmente los colonos de
hacienda, todo ello en medio de la atmósfera creada por las nuevas percepciones
políticas que salen a luz a la conclusión del conflicto con el Paraguay y que no dudan en
señalar la responsabilidad que toca a la vieja clase política en alianza con la gran
minería y los gamonales, por el atraso del país y los resultados negativos de la guerra;

90
Al final de la guerra, las fortunas acumuladas durante el conflicto se invierten en bienes inmuebles en
Cochabamba, en la adquisición de tierras en la campiña próxima a la ciudad con fines de loteo
especulativo, en negocios de importación de artículos europeos y norteamericanos para el consumo de
lujo, en acciones bancarias, pero sobre todo una vez más, en gastos suntuarios.
69

constatación que permite que las iniciativas de organización de las clases populares a
través del desarrollo del sindicalismo sean factibles.

En los valles de Cochabamba las condiciones sociales estaban maduras para que tales
iniciativas prosperen. En concreto, las luchas campesinas en Cochabamba, salvo en las
tierras altas que siguieron el patrón de los levantamientos indígenas del altiplano, no se
distinguieron ni por su frecuencia ni por su intensidad. Sin embargo, a mediados de
1930, existen dos localidades que arrastran problemas no resueltos: la hacienda de Santa
Clara en Cliza91 y la hacienda de Vacas que pertenecía al municipio de dicha localidad.
En el primer caso, el aplastamiento de una rebelión por venta de tierras de arriendo en
1935, da lugar, en el año siguiente a la formación del “Sindicato Agrario de
Huasacalle”, denominándose más tarde “Sindicato de Colonos del Valle de Cliza”. En
el segundo caso, a fines de 1935, Elizardo Pérez y su Agencia de Educación Indigenista
fundan un escuela rural similar a la de Warisata (La Paz), iniciativa repudiada por los
hacendados de la zona, actitud que se responde con la organización del “Sindicato de
Trabajadores Agrarios de Vacas” (Iriarte, 1980). Estos episodios constituyen la primera
experiencia de sindicalismo campesino en Bolivia y la emergencia de nuevas formas de
organización y lucha campesina que fue ganando apoyo, no solo en los valles sino en las
serranías y tierra de altura, dando paso a la formación de lideres agrarios que luego de
1952 se convertirán en uno de los referentes del nuevo poder regional.

Por último, el Censo Agropecuario de 1950, una suerte de radiografía de la estructura


agraria, mostraría un panorama más fiel de la situación rural en el Departamento de
Cochabamba. Si bien, más adelante volveremos a analizar esta información, resulta
pertinente adelantar algunos rasgos generales. Así, destacar que el territorio hacendal
departamental a mediados del siglo XX, estaba muy lejos de estar en proceso de
extinción, pues ocupaba más del 80 % (2.891.407 Ha.) del total de tierras registradas
(3.590.366 Ha.). Este extenso territorio de haciendas pertenecía a 2.537 propietarios con
un promedio de 1.139,69 Ha. para cada uno. En total contraste, 25.791 campesinos
independientes tenían en propiedad 359.592 hectáreas, con un promedio de 13,93 Ha.
para cada uno. Dicho de otras manera, exceptuando el caso de las 132 comunidades
sobrevivientes (todas en provincias altas) con 80.930 Ha. y 3.716 arrenderos, medieros,
tolerados, tierras fiscales y cooperativas que no entran en la evaluación estadística, por
que el censo los consigna como “otros” con 257.437 Ha., tenemos en 1950, 28.328
grandes, medianos y pequeños propietarios individuales de tierras, de ellos, el 7,36 %
(los latifundistas) poseen el 80,53 % de las tierras; en el extremo opuesto, el 80,60 % de
propietarios (piqueros) detentan el 9,98 % de las tierras.

De acuerdo a este censo, sin entrar en demasiado detalle estadístico, las provincias de
Ayopaya (1.282.680 Ha.), Campero (796.562 Ha.), Carrasco (207.495 Ha.), Misque
(204.446 Ha.) y Chapare (166.794 Ha.) concentraban el 91,9 % del total de tierras de
hacienda del Departamento. Esto significa, que el fenómeno de fragmentación de
91
El Monasterio de Santa Clara poseía 1.700 hectáreas, con cerca de 3.000 colonos, los mismos que
habían tenido continuos conflictos con los administradores de la propiedad, debido a irregularidades e
injusticias diversas en la distribución de los pegujales arrendados, además de los abusos que practicaban
dichos administradores, problemas de riego y otros. La puesta en venta de dichas tierras provocó un
último conflicto ante la reivindicación de los colonos de considerarse adjudicatarios preferentes, una vez
que habían sido ellos los que habían convertido en tierras laborables las extensiones que se pretendían
vender.
70

haciendas es inexistente o poco significativo en esta provincias que corresponden a las


zonas de puna, serranías con pequeños valles y tierras bajas.

En total contraste, en las provincias de los valles centrales: Arani, Esteban Arce,
Quillacollo, Punata, Germán Jordán y Capinota, la presencia de haciendas fluctúa entre
pequeña y casi inexistente. Veamos en detalle unos cuantos casos: en Jordán (Cliza) el
censo registraba 3.590 piqueros disponiendo de 4.594 Ha (1,28 Ha promedio/parcela)
además de 67 hacendados disponiendo de 3.315 Ha. (en promedio: 49,47 Ha/finca). En
Punata, el censo registraba 4.251 piqueros con 9.498 Ha. (en promedio 2,23 Ha/parcela)
y 70 hacendados con 7.652 Ha. (en promedio 109,31 Ha./finca). En Quillacollo, dicho
censo registraba 5.251 piqueros disponiendo de 8.071 Ha. (en promedio1,53
Ha./parcela) y 96 hacendados que poseen 13.417 Ha. (en promedio 139,76 Ha./finca).
En todos los casos, la gran hacienda virtualmente ha desaparecido, lo quedan son
propiedades pequeñas (fincas) y minifundios.

Resumiendo, el Censo Agropecuario de 1950, en oposición a la idea de una


redistribución equitativa de la tierra a partir de las fuerzas del mercado, muestra una
estructura agraria extremadamente contradictoria y tensionada en torno a dos extremos:
la concentración de grandes extensiones de tierras en haciendas de las zonas de puna y
serranías con valles cerrados, por una parte, y por otra, la casi extinción de las grandes
haciendas en los valles centrales y el avance del proceso de minifundización, que más
adelante se volverá imparable. Por tanto, hacia 1950, coexisten dos sistemas
productivos: la agricultura hacendal, que se ha convertido en una agricultura de
oportunidad, ya que opera solo cuando las condiciones del mercado le son favorables, y
que todavía se apropia del plus trabajo de los colonos; y la agricultura parcelaria o
minifundiaria volcada al mercado regional del maíz y la chicha, pero también en
volumen significativo a la exportación a centros de consumo extra regionales. En este
orden, el modelo de acumulación de la renta agrícola se concentra en dos polo: el
hacendal paulatinamente en retroceso y un polo mestizo que favorece a los operadores
del comercio interno (chicheras, fabricantes del muko y chicha, pequeños comerciantes
de productos agrícolas diversos y artesanos) y a los arrieros (hacia 1950 aparecen los
camioneros) que adquieren productos agrícolas para revenderlos en mercados lejanos.
Por último, las comunidades sobrevivientes se sitúan al margen de este universo y se
encuentran aisladas en territorios abruptos y casi inaccesibles de las provincias de Arque
y Tapacari, reproduciendo una agricultura de subsistencia con escasas incursiones en los
mercados feriales, sobre todo de Oruro.

La economía de la coca de los yungas de Totora y Pocona y la configuración de una


alternativa agraria en el Cono Sur departamental.

En este apartado nos abocaremos a examinar, el proceso y la estructura agraria en el


periodo colonial en el que tomaron forma los elementos que diferenciarían Pocona y los
territorios aledaños de sus similares en los valles centrales y en las zonas de puna, así
como los condicionantes geográficos que influyeron en esta diferenciación. La
estructura agraria del siglo XIX y primera mitad del XX será analizada con mayor
detalle en los capítulos III y IV.
71

Los rasgos trazados en los dos apartados anteriores a cerca de la estructura agraria de
valles y provincias altas, si bien es extensivo a provincias como Carrasco o Misque 92, no
lo es en sus peculiaridades y en la forma como se organizaron tales estructuras en su
territorio y las visiones e intereses económicos que las impulsaron. Por ello, no debe
causar extrañeza que, en tanto la economía hacendal en los valles centrales en las
décadas finales del siglo XIX y las primeras del XX, se encontraba en una profunda
crisis, Totora (Carrasco desde 1926) estuviera experimentando su mayor momento de
auge, convirtiendo la ciudad de Totora en el centro de irradiación de las aspiraciones
civilizatorias de las élites gamonales de esa provincia. Este contraste, cuyos rasgos más
significativos pasaremos a analizar, se debía a que el eje económico que daba sentido a
la dinámica regional de la agricultura hacendal y parcelaria, no giraba en torno al maíz y
sus mercados, sino alrededor de la coca y su demanda en los mercados mineros y en las
poblaciones quechuas del sur de Bolivia.

Los Andes Orientales en los que se encuentran enclavados estos territorios, presentan
variados y abruptos contrastes altitudinales y microclimáticos ausentes en los valles
centrales. De acuerdo a Gutiérrez (2009), el sistema de valles del sur de Cochabamba
que oscila entre los 300 y algo más de 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar,
actualmente hace parte de dos departamentos y diversas provincias: Campero, Carrasco
y Mizque en Cochabamba, y Caballero y Valle Grande en Santa Cruz. Como veremos
con más detalle en el siguiente capítulo, la organización social y productiva de control
de pisos ecológicos no desapareció totalmente y hasta se convirtió en una estrategia
hacendal para no correr los riesgos de una agricultura de monocultivos.

De acuerdo a Marianne de Jong (1988) y Guillermo Urquidi (1954), se puede dividir el


territorio de la provincia Carrasco en cuatro grandes zonas diferenciadas por
condiciones altitudinales y por configurar ecosistemas diferenciados que despliegan
condicionantes bióticos y productivos distintos. La zona más baja abarca los yungas
tropicales de Arepucho, Machuyunga o Chuquioma e Icuna, los cuales solo son
accesibles atravesando la cordillera de Monte Punku. Sus características corresponden
al bosque tropical húmedo, temperaturas promedio que fluctúan entre los 35 y 38 grados
centígrados. Se trata de una zona muy accidentada, escarpada y atravesada por
numerosos torrentes y grandes ríos que alimentan la cuenca del Amazonas. De acuerdo
a Navarro y Maldonado (2002), esta zona corresponde a un bosque pluvial basimontano
y un bosque pluvial altimontano de los Yungas del Chapare con un bioclima pluvial
hiperhúmedo. Comprenden en la provincia Carrasco: Sehuencas, la cuenca del río
Monte Punku y las laderas de las serranías próximas93.

92
Para un conocimiento más amplio y sistemático, sobre la sociedad y la economía de Misque en la época
colonial se puede consultar la obra de Lolita Gutierrez (2009).
93
Según Navarro y Maldonado (obra citada), esta zona corresponde al Distrito Biogeográfico
Amazónico del Chapare y comprende la provincia de Carrasco entre el río Sajta y el río Isarsama por
debajo de los 900 metros de altitud y a la Provincia Biogeográfica de los Yungas. Este distrito incluye la
mayor parte de la cuenca preandina y subandina inferior del Mamore-Ichilo. Representa la zona cálida
más lluviosa del país, en su mayor parte con bioclima termotropical inferior pluvial húmedo hasta
hiperhúmedo. Una característica ecológica del piedemonte andino pluvial del Chapare, es la baja
conductividad eléctrica de los arroyos pequeños y medianos, lo que es indicador de los bajos niveles de
sales solubles presentes en la red de drenaje (aguas no mineralizadas) y por tanto, de la pobreza de los
suelos.
72

Una segunda zona, esta conformada por las serranías altas y frías, entre 3.200 y 3.600
metros de altitud, donde se suele cultivar papa, cebada, quinua y se aprovechan los
pastos magros como alimento para el ganado ovino. En este sector, las localidades de
Rodeo y Chaupiloma son esencialmente paperas. La agricultura es principalmente de
secano por la escasa disponibilidad de fuentes de agua permanentes. Una tercera zona,
es la que corresponde a un piso altitudinal que fluctúa entre 2.400 y 2.800 metros. Se
trata de una zona de clima más benigno y por tanto, la que recibe los principales núcleos
poblados. En esta zona se dispone de riego y los cultivos son más variados: maíz, papa,
frutales, legumbres en el valle de Pocona, en la misma forma en el valle de Pilancho y
en las zonas servidas por las aguas de los ríos Chakamayu y Huertamayu. Las zonas
carentes de este servicio se especializan en los cultivos de trigo y es aquí donde
predominaban las haciendas grandes y medianas. La cuarta zona, con altitudes de 2.200
metros o menos, se concentra en las orillas y proximidades del río Mizque, con un clima
cálido-seco, propicio para el cultivo del maní, los cítricos, las chirimoyas, ajíes y otros
productos tropicales, además de la cría de ganado bovino94.

La Visita de Pocona en 155795 es el primer documento oficial que proporciona noticias


sobre la existencia de caciques y principales de Pocona que tenían chácaras de labranza
dispersas en una vasta zona que abarcaban las actuales provincias de Arani, Punata y
Mizque, además de cocales en los yungas de Chuquioma y Arepucho. Si bien la coca en
el incario tuvo un sentido más ritual y su uso fue restringido y equilibrado96, ésta era (es)
muy valorada en el mundo andino tanto por sus propiedades nutritivas como por sus
significados simbólicos. Estas características no pasaron desapercibidas para los
españoles quienes dedujeron su carácter estratégico para la reproducción de la fuerza de
trabajo en minas y encomiendas, y por tanto, su enorme potencial comercial.

De acuerdo a la Visita mencionada, la misma nos proporciona una idea de la


composición multiétnica de su población donde predominan los mitimaes incaicos
trasplantados a esta región en las décadas finales del siglo XV, sin embargo, al
desaparecer el Estado inca, muchos de ellos retornaron a sus lugares de origen. Vivían
en el repartimiento de Pocona unos 3.300 habitantes hacia 1556 bajo el mando de
diferentes caciques. La visita de Toledo efectuada en 1576 registró 4.472 habitantes.
Según De Jong, este incremento pudo ser el efecto combinado de la reducción (la
encomienda) que incluía a toda la población, incluso los nuevos inmigrantes anteriores
y posteriores a 1556.

La misma autora anota que, siendo Pocona un territorio donde la presencia incaica tuvo
mayor intensidad, al punto que dejo testimonios materiales como Incallajta, su
94
El Plan de Desarrollo Municipal de Totora (1999) solo reconoce tres grandes pisos ecológicos: la
ecorregión yungas que abarca la totalidad del cantón Arepucho y parte del cantón Tiraque C. En la
actualidad forman parte del Parque Nacional Carrasco. La ecorregión valles, que abarca el cantón Totora
en sus distritos Sur y Sudeste, parte del cantón Rodeo Chico; se subdivide en dos pisos agroecológicos: el
de cabecera de valle y el valle propiamente dicho. Finalmente la ecorregión de puna, que abarca una parte
mayoritaria del cantón Tiraque C, la parte restante del cantón Rodeo Chico y la zona sudeste del cantón
Totora.
95
Visita a Pocona, 1556, Historia y Cultura nº 4, Lima (paginas 269 a 308). https://www.pueblos-
originarios.ucb.edu.bo › digital.
96
De acuerdo a Remedios de la Peña (1972), el uso de la coca es tan antiguo como los habitantes de
América del Sur, pero estuvo restringido durante el incanato al consumo ritual salvo en situaciones de
escasez de alimentos (sequías y otros) cuando la coca era distribuida a la población.
73

población era más numerosa respecto a otras regiones a inicios de la colonia. Sin
embargo, esta población sufrió en mayor grado las consecuencias de la colonización
española, una vez que mediante la encomienda impuesta, fue reprimida, arrinconada y
despojada de los recursos esenciales para mantener su antigua organización
comunitaria. Sin embargo, aun parcelado y rodeado por haciendas, el espacio
comunitario siguió persistiendo y todavía era visible en Pocona antes de la Reforma
Agraria, lo que les permitió un mínimo de autonomía frente al mundo señorial, e incluso
posteriormente, frente a la sindicalización impuesta por el movimiento campesino de
Ucureña.

A partir de la segunda mitad del siglo XVI las autoridades coloniales pusieron en
vigencia numerosas normas que debían regir la producción y comercio de coca. A pesar
de que su uso extensivo resulto controversial, sobre todo para la Iglesia que consideraba
que los significados rituales, adivinatorios y mágicos que los aborígenes atribuían a esta
hoja, era un serio freno para la catequización de estas poblaciones, la administración
colonial se inclino por las razones económicas y políticas de la cuestión. La producción
de coca sometida a alcabalas y diezmos producía importantes ingresos a las arcas
coloniales, pero al mismo tiempo se asigno relieve al hecho de que el consumo de coca
por la población mitaya compensaba la mala alimentación a que esta población estaba
sometida. Por tanto, una de las primeras asignaciones de tierras a los conquistadores
fueron las encomiendas de Pocona97.

Bajo esta premisa, Pocona quedo libre de concurrir a la mita minera, pero en su
condición de encomienda, la población de la misma fue gravada con obligaciones
tributarias en especie, inicialmente pagadas con coca y posteriormente ampliada a otros
productos e incluso servicios personales y pagos en dinero. En una fecha temprana
como 153898, la producción de coca en la encomienda de Pocona estaba en pleno
desarrollo, habiéndose cancelado como tributo por esta labor 12.000 cestos de coca, es
decir, unas 150 toneladas métricas99, lo que da una idea de la intensidad de la
producción100. Sin embargo estas cifras mencionadas por Meruvia (2000), bien pueden
ser exageradas, de todas maneras, no cabe duda de que el cultivo de coca tenía gran
importancia económica por su fuerte demanda en el centro minero de Potosí.

Naturalmente, la contracción de Potosí como mercado de consumo de coca a lo largo


del siglo XVII, significó, igual que para el caso de los cereales, la crisis de este
comercio y la consiguiente paralización de la producción. Las encomiendas y haciendas
cocaleras de esta primera etapa colonial y de cuyas características poco se conoce,
tendieron a desaparecer. Sin embargo, la demanda de coca para la población quechua
surandina no desapareció completamente, aunque este mercado estaba disperso en una
basta geografía que iba desde la región de Potosí y La Plata hasta el Norte argentino,
ello no impidió que continuara este comercio aunque en una escala más reducida. Esta
vez, las nuevas unidades productivas fueron las chácaras de coca, es decir extensiones
de tierra más reducidas que las haciendas y que los españoles adquirieron en propiedad,
97
Un relato en detalle de los eventos que rodean esta asignación y de los personajes que intervienen en
ella, se puede encontrar en Meruvia (2000).
98
Hacia esta época, los primeros españoles arriban a los valles centrales de Cochabamba.
99
De acuerdo a Jackson (1998) un cesto de coca equivale a 25 libras.
100
Este volumen de coca para llegar a los mercados de consumo debiera haber implicado la fuerza
laboral de varios millares de colonos, por lo menos dos mil o más mulas y varios centenares de arrieros.
74

ya sea a través de Cedulas Reales, por simple asentamiento sobre tierras de comunidad,
compras fraudulentas o simple despojo101. Por otra parte, al lado de estas chácaras,
existían tierras de comunidad en zonas cocaleras explotadas por los curacas.

Siguiendo los datos que proporciona Meruvia (obra citada), la producción de coca en los
yungas de Chuquioma se comercializaba en Tiraque, en los valles de Mizque, también
era conducida a La Plata y en menor proporción ingresaba a los valles centrales de
Cochabamba. Estos no eran mercados terminales, sino puntos de acopio, de donde, a
través de intermediarios se distribuía a los centros mineros, incluido Potosí. Este
comercio sufre altibajos y en el siglo XVII, como se mencionó, los mercados de coca
tienden a constreñirse, sumándose a esta tendencia las dificultades para captar mano de
obra con destino a los cocales. La caída de los precios de la coca por igual tendencia en
la demanda, fue influida por el descenso de la población aborigen víctima de epidemias.
A ello se sumaron, hacia 1650, las incursiones de los yuracarés que destruyeron el
pueblo de Pocona. Al respecto anota Waldo Soria Galvarro: “Este funesto contratiempo
dio lugar al total abandono de los yungas, habiendo quedado desierto por más de
setenta años. Entre tanto florecía la industria cocalera en los yungas de La Paz con la
semilla que de Chuquioma se llevó en las épocas a que nos referimos” (1916:6).

La superación de estos contrastes se suele asociar con la figura legendaria de Baltasar


Peramaz quien se ocupo: “de la reconstitución de los cocales para el bienestar
económico de los vecinos de Totora, con la implantación de una industria lucrativa que
luego se reflejó en el adelanto de la población” (Novillo, 1928: 8). Es decir, la
tenacidad de este personaje, quien en 1765 solicitó a la Real Audiencia de Charcas
permiso para poblar los yungas de Chuquioma, a cambio de ese permiso, recibe el
pedido de información a cerca de la posibilidad de abrir camino por la serranía de
Totora hacia los llanos de Mojos; dando todo ello por resultado la consolidación de la
hacienda de Chuquioma102.

La producción cocalera en Chuquioma se organizó inicialmente bajo el sistema de


aparcería103. De acuerdo a Soria Galvarro (obra citada), Peramaz y sus descendientes,
particularmente sus hijos políticos, organizaron el funcionamiento de la hacienda
introduciendo ciertas prácticas, que podríamos tipificar como señoriales o feudales, al
respecto se señala: “La veneración y respetos a los propietarios, solo ha podido
compararse con los feudatarios de la edad media; fueron verdaderos feudos los yungas
por muchos años, por consiguiente la voluntad y la libertad estaban coartadas” (1916:
12, citado por Meruvia (2000). Se puede inferir, que la organización de las haciendas en
Chuquioma y otros yungas próximos siguió los patrones sugeridos por Antonio García
(1972) respecto a las “constelaciones de poder”104 que sobrepasan las fronteras de la
hacienda y abarcan un amplio espacio institucional donde domina el poder gamonal. De
esta manera la familia de Peramaz acaparó los cargos públicos, sobre todo los puestos
101
En Meruvia (2000) se puede encontrar una relación detallada de la manera como los españoles
accedían a la propiedad de las chácaras cocaleras.
102
Los detalles de la expedición de Peramaz para encontrar una ruta a los llanos de Mojos, se pueden
consultar en Hans van den Berg (2008).
103
El contrato de aparcería consiste en que el propietario de una finca o parcela encarga a un trabajador o
aparcero la explotación agrícola de dicha propiedad a cambio de un porcentaje de la cosecha obtenida.
104
Ver capítulo I: El escenario económico social que ofrece la sociedad hacendal en el siglo XIX y la
primera mitad del XX.
75

de alcaldes y corregidores, incluso en poblaciones vecinas como Mizque y Ayquile. B.


Peramaz que aparecía como residente en Totora, fue nombrado “Alcalde de Primer
Voto de la Ciudad de Ayquile”, localidad donde adquirió propiedades rústicas y bienes
inmuebles. Por otro lado, Francisco Sánchez, Alcalde de Mizque, Felipe Santiago
Soriano, Corregidor de Totora, etc., todos nueros de Peramaz, se alternaban en los
cargos públicos. Incluso la administración y cobro de alcabalas en las licitaciones del
diezmo era disputada por la familia frente a otros postulantes (Meruvia, obra citada).
Sin incurrir en exageración se podría decir que los dueños de haciendas cocaleras a fines
de la colonia ejercían un poder despótico sobre la región, al punto que sus voluntades y
caprichos se convertían en obligaciones y leyes105.

Naturalmente bajo estas condiciones, la organización de la hacienda fue igualmente


despótica. Los hacendados cocaleros aseguraban mediante contrato la necesaria mano
de obra para la producción de los cocales, fundamentalmente para la cosecha de la hoja
de coca, que se denominaba mita incluyendo la provisión de peones adicionales cuando
fuera necesario106, pero además estaban sujetos a otras obligaciones como el masi que
eran las labores de desyerbe de las plantaciones a la conclusión de la mita. Además los
arrimantes debían proporcionar el vegetal envoltorio, las hojas del cojoro o coxoro para
fabricar los cestos de coca. Fuera de todo esto, debían mantener las vías en buen estado
y arreglar los puentes e incluso ceder a favor del culto una cantidad de coca (Meruvia,
obra citada, Anexo 1).

Los terratenientes de Chuquioma, eran además dueños de extensas tierras en los valles
de Mizque, Aiquile, Totora y Pocona, en el marco de una doble estrategia: los
arrenderos de tierras en valle y altura en estas propiedades, además de sus tareas
corrientes, eran obligados a cumplir faenas en las plantaciones de coca; por otro lado,
esta disponibilidad de varios pisos altitudinales les permitía producir alimentos variados
(tubérculos, harinas, charque) para abastecer la fuerza de trabajo empeñada en cultivar
coca. En realidad, sugiere Meruvia, que estas grandes extensiones de tierra funcionaban
como una sola “súperhacienda”

La acumulación del excedente agrícola, en este caso, se da por dos vías: por la
apropiación de una parte sustancial de la cosecha de coca por parte del hacendado,
incluyendo la elaboración de cestos y el mantenimiento de la infraestructura vial; pero
también por la apropiación del valor agregado que el arrimante genera en el cocal de la
hacienda al construir plataformas, además de almacigar y sembrar las plantas de coca
que son productivas por varios años. A esto se suma la obligación de proporcionar un
peón en cada mita por el tiempo de 40 días, tres veces al año (120 días), este trabajador
estaba a cargo del arrimante, sin embargo el fruto del trabajo de este peón era apropiado
totalmente por el hacendado, con lo que se maximizaba la apropiación del plus trabajo.

Al inicio de la república, la actividad minera había decaído ostensiblemente, los


antiguos mercados de la coca de los yungas de Pocona y Totora se habían constreñido,
105
De acuerdo a Novillo (1928) la oligarquía cocalera defendió su estatus plegándose a la causa realista
durante la Guerra de la Independencia. Por ello, no resulto una omisión el hecho de que “el primer festejo
del 6 de Agosto se efectuara recién en el año 1891, aproximadamente siete décadas después de haberse
declarado el día de la Independencia de Bolivia”.
106
la Mita era obligación asistir a las cosechas de coca por parte de los indios (arrenderos y arrimantes)
de las haciendas. Se trata de una adaptación de la mita minera.
76

pero lo que era más sensible, la escasez de mano de obra se había hecho más aguda y el
mantenimiento de las vías de comunicación más difícil. Por tanto, el
empequeñecimiento de los mercados y el incremento de los costos de producción y
transporte determinaron la merma en la agricultura de la coca e incluso el abandono de
lo cocales y la suspensión de las actividades en la hacienda de Chuquioma. Esta
economía se reactivará con el segundo auge de la plata (1870-90) y proseguirá en las
primeras décadas del siglo XX, pero esto será objeto de análisis en los siguientes
capítulos.
77

PARTE 2

Las estructuras de poder, sus formas de


reproducción y permanencia: el caso de
Chimboata
78

CAPITULO 3:
La estructura agraria en la Provincia Totora y
Chimboata

La estructura agraria de las provincias del Cono Sur de Cochabamba, a pesar de


presentar rasgos distintos respecto a sus similares de los valles centrales, en relación a la
naturaleza de su producción y la circulación mercantil de sus productos agropecuarios,
no presentaba diferencias sustanciales respecto a las relaciones de producción y al
entorno ideológico, jurídico y social en que se desarrollaban las mismas. Sin embargo,
estas similitudes no propiciaban una homogeneidad mecánica en torno a las
circunstancias en que se desarrollaron los procesos de acumulación de riqueza,
explotación servil y constitución de los poderes locales, que en conjunto, tejieron una
urdimbre de dominación y hegemonía sobre el territorio y la posesión de la tierra en
términos incontrastables e incuestionables. Bajo este manto protector, tuvo lugar el
primer auge departamental de la economía de la coca y la emergencia de una clase
terrateniente que fue capaz de disputar a su similar valluna niveles equivalentes de
poder, distinción, capital cultural y simbólico.

En el presente capítulo se analizarán los basamentos en que se sustenta el poder local en


la Provincia Totora, es decir, los rasgos de la estructura agraria a fines el siglo XIX y
primeras décadas del XX. Para tal cometido se examinará inicialmente el debate
jurídico en que tiene lugar la aplicación de las disposiciones agrarias estatales en
Cochabamba, particularmente respecto a la Ley de Exvinculación que entró en vigencia
en 1880, y que tiene repercusiones inmediatas en Totora, Pocona y naturalmente
Chimboata. Por otra parte, se examinarán de manera somera, los rasgos de la estructura
agraria en la Provincia Totora, para luego, con este antecedente, enfocar con mayor
grado de detalle los rasgos que ofrece la estructura agraria del Cantón Chimboata.

El debate por la apropiación de las tierras de comunidad o tierras realengas en la


segunda mitad del siglo XIX y sus repercusiones en la Provincia Totora

La antigua Provincia Totora desde la perspectiva de la tenencia de sus tierras presenta


un antecedente que no necesariamente está presente en otros ámbitos del departamento.
En efecto, la región de Pocona, que en la colonia es bautizada como curato y en las
república como la provincia antes mencionada, fue desde tiempos remotos un territorio
altamente valorado por las poblaciones andinas de altura por constituir un puente de
acceso a los bosques tropicales y sus productos, principalmente la coca. Esta virtud
despertó el interés del Imperio Incaico que no solo incorporó este territorio a su esfera
estatal, sino que ejerció sobre él fuerte presencia. Restos como la presumible fortaleza
de Inkallajta son testimonio de la importancia que se adjudico a estas tierras para
salvaguardarlas de las incursiones de las tribus chiriguanas.

A la llegada de los españoles estas tierras estaban ocupadas por mitimaes (collas, cotas,
canas y soras) trasplantados a esta zona por disposiciones del Inca Wayna Kapac en las
79

últimas décadas del siglo XV107. De acuerdo a la Visita de Pocona, la consecuencia


inmediata de la presencia hispana se tradujo en la instauración de la encomienda, que
significó la distribución y asignación de esta población de mitimaes a diversos
encomenderos. De esta manera las antiguas comunidades vieron mermadas las
asignaciones de tierras provistas por el Inca y los comunarios fueron convertidos en
fuerza de trabajo servil como yanaconas, pero bajo un régimen de trabajo diferente al
imperante en el incario108.

Pese a la implacable reducción de los antiguos habitantes de Pocona a una condición de


subalternidad, el espacio comunitario sobrevive en la república e incluso sus vestigios
llegan hasta la primera mitad del siglo XX, aunque severamente parcelado y asediado
por grandes haciendas. Este es el caso de la región anotada, pero no la de Totora e
incluso Chimboata, zonas igualmente muy pobladas a la llegada de los españoles, pero
cuyas comunidades originarias terminan por desaparecer a fines del siglo XIX,
subsistiendo apenas tierras de piquería muy puntuales en medio de un predominio
absoluto de haciendas y fincas.

Este es el contexto en medio del cual se debate la cuestión del traspaso de las tierras de
comunidad a manos privadas y los nuevos alcances y modalidades del tributo indigenal,
entre quienes defienden a los indios comunarios y quienes apuestan por la titularización
individual de sus tierras como sinónimo de progreso y prosperidad. El debate es
particularmente encendido en La Paz, pero sus ecos alcanzan a Cochabamba, pues los
intereses en juego aluden a la oportunidad, real o ilusoria, de un enriquecimiento rápido
por la vía de la adquisición de tierras saneadas y baratas, que movilizan no solo a los
latifundistas, sino a la propia jerarquía estatal y militar e incluso a sectores de clase
media (comerciantes, profesionales diversos, funcionarios públicos, etc.).

Los intereses mencionados, son particularmente sensibles a la situación jurídica que se


crea cuando a la caída de Mariano Melgarejo, el gobierno de José María Acha dispone
la derogación de las leyes agrarias que prácticamente expropiaban las tierras de
comunidad, que efectivamente fueron rematadas y vendidas a personajes y sectores
afines al régimen melgarejista. Estos flamantes propietarios, de pronto se tropiezan con
la realidad de la devolución de las tierras mal habidas y la inminente pérdida de sus
inversiones. Examinemos los argumentos de una y otra parte, para introducirnos en el
ambiente caldeado que rodea la expansión del latifundio en la provincia Totora.

Entre muchas publicaciones, en 1871, aparece en La Paz un texto de Bernardino


Sanjinez referido a la venta de tierras de comunidad, donde el autor luego de un somero
balance sobre los antecedentes coloniales de la cuestión y las primeras intervenciones
del estado republicano a partir de 1825, y particularmente 1866, en que se promulgan
las disposiciones expropiatorias del gobierno de Melgarejo al que se hizo referencia con
anterioridad (Ver infra: capitulo 1:36). El autor luego de tomar partido por la eficiencia
productiva de la pequeña propiedad, proporciona ejemplos sobre el rendimiento
productivo de los cocales de las comunidades yungueñas que sobrepasaban
ampliamente el rendimiento de las haciendas cocaleras de esta región. Con este

107
Ramirez, Valverde, M. Visita a Pocona, 1557, Historia y Cultura nº 4, Lima, 1970., citado por De
Jong, 1988 y Ellefsen, 1978.
108
Un detalle de este proceso se puede encontrar en Meruvia, 2000.
80

argumento y otros, Sanjinez opinaba, basándose en datos estadísticos de José Maria


Dalence que la venta de tierras de las comunidades no era ventajosa 109, puesto que se
desamparaba a 478.000 comunarios para favorecer los intereses de los terratenientes,
que en conjunto e incluyendo a sus familias, representaban una población de unos
20.000 habitantes (19.959 para ser exactos). Dicho de otro modo, se pretendía favorecer
a unas 4.000 a 4.500 familias de terratenientes ansiosos de echar mano a las tierras de
comunidad, empujando a condiciones de servidumbre a casi medio millón de
comunarios. Sanjinez finalmente argumentaba:

El comunero es un propietario libre, tiene la elección de su tiempo y de la


producción; tiene todo el año para cultivar sus tierras y para ocuparse de sus
viajes, o de alguna otra clase de industria, mientras que el otro (el colono) no
puede disponer de su persona ni de su tiempo: dos terceras partes del año los
consagra al cultivo de la hacienda y al servicio del amo, y el resto lo emplea en
labrar el pequeño terrazgo que se le señala: ya no es pues el agricultor libre: es
el esclavo de la hacienda y de las obligaciones que se le imponen (1871:67) 110.

Este ataque directo a los intereses de los aspirantes a apropiarse de tierras de


comunidad, fue prontamente respondido por “Los Compradores de Terrenos” residentes
en Cochabamba representados por Juan de Dios Zambrana, quienes alegaban
“inseguridad jurídica” respecto a los bienes adquiridos, considerando legítima la
subasta de tierras comunales licitadas y adquiridas por “Mil Familias”, argumentando la
obligación del Estado a respetar tales adjudicaciones refrendadas por la Asamblea
Constituyente de 1868. Un segundo aspecto abordado fue el significado económico de
la compra de tierras como coadyuvante al desarrollo de la industria y la agricultura, al
propiciar “la liberación de capitales muertos y su ingreso en la circulación”. Se
argumentaba sobre las bondades del desarrollo agrícola en manos de propietarios de
hacienda conocedores de las técnicas apropiadas, poniendo como ejemplo el caso de
Tarata, territorio dominado por haciendas y donde “la producción es abundante y las
necesidades de sus moradores están satisfechas” Sucediendo otro tanto con Cliza. Estos
resultados se argüía: “no tienen ni pueden tener otro origen que el estar las tierras de
Tarata labradas por particulares con suficientes conocimientos agronómicos”. En
buenas cuentas se afirmaba: “Los víveres han estado más abundantes porque los
compradores de tierras han hecho aumentar las siembras” La conclusión
aparentemente encerraba una lógica irrefutable: “Devolver al indio la posesión de las
tierras antes comunales y ahora de propiedad particular, es cerrarle el camino a la
ilustración”.

109
Según Dalence, en 1846 existían en Bolivia 5.135 haciendas y 106.132 terrenos de comunidad
conformando 111.267 propiedades rústicas. El número de comunarios con tierras estaba compuesto por
48.295 jefes de familia y el de agregados con tierra alcanzaba a 57.837, a los que se sumaba 31.972
forasteros sin tierra (1992: 210 y 211). A este respecto Sanjinez argumentaba, que además del jefe de
familia había que considerar un promedio de familias de 4,5 personas (según Dalence), con lo que el
universo poblacional de las comunidades se elevaba a 478.074 personas que vivían en 3.102
comunidades.
110
Sanjinez anota que los colonos de los Yungas trabajaban 4 a 5 días semanales para la hacienda y en
los valles 3 a 4 días, según costumbre de cada lugar. En la puna trabajaban en épocas de barbecho, de
siembra, de deshierbe, de cosecha, además de servir en todos los casos como pongo dos y hasta tres veces
al año fuera de otras muchas obligaciones.
81

Llegado a este punto asomaba de manera explícita el prejuicio racial. Citando a José
Vicente Dorado, autor de un proyecto de repartición y venta de tierras, se sostenía:

Arrancar esos terrenos de manos del ignorante indígena atrasado, sin medios,
capacidad ni voluntad para cultivarlos y pasarlos a la emprendedora, activa e
inteligente raza blanca, ávida de propiedades y fortuna, llena de ambición y
necesidades, es efectuar la conversión más saludable en el orden social y
económico de Bolivia. Es un hecho sabido y conocido por todos que el indígena,
sea cual fuere la extensión de terrenos que posee, no cultiva sino una parte muy
pequeña de ellos en proporción no a las necesidades y demandas del país y de
la agricultura en general, sino a las suyas propias, dejando en la ociosidad y
nulidad la porción restante de terreno no cultivado, lo que constituye su falta de
voluntad Dado el caso de que el indígena se entregara al cultivo de todos los
terrenos que posee, ignora los medios más a propósito para obtener de ellos
todas las ventajas y producción de que es capaz; porque hijo de la rutina,
desconoce los principios de la ciencia, lo que constituye su incapacidad (...) El
indio por las soledades que habita, por las costumbres frugales que tiene, por
las telas burdas de que se viste, por su profunda ignorancia de la Agronomía,
pues su rutina no puede jamás constituir ciencia, sin necesidades sino muy
limitadas que llenar, sin llevar su mirada más allá que el día presente y
acostumbrado con la abyección en que ha nacido, queda satisfecho con muy
pequeño cultivo, cuyo producto apenas alcanza para pagar su contribución de 9
$ 5 r. que paga (Zambrana; 1871:91).

Argumentos similares que se extienden a lo largo del texto sugieren, una y otra vez, que
la venta de tierras de comunidad y su adquisición por gente blanca y culta era un acto de
progreso y desarrollo para la agricultura del país.

Estos planteamientos, sin duda, herían muchas sensibilidades y no tardaron en merecer


respuestas con similares cuidadosas argumentaciones. En el mismo año (1871), José
Maria Santivañez, destacado miembro de la elite cochabambina salía al paso de los
argumentos esgrimidos por el ala ultra conservadora de la misma. Inicialmente,
consideraba que la Ley de 28 de septiembre de 1868 que validaba las disposiciones de
Melgarejo, despojaba a los indios comunarios de lo terrenos que poseían desde los
tiempos de la Conquista. Previamente a desplegar sus puntos de vista desarrolla una
síntesis histórica de la constitución de la propiedad territorial desde los tiempos del
Incario, la Colonia y la primera época republicana, destacando la importancia social y
económica de las tierras de comunidad, echando mano para ello, una vez más, a las
estadísticas de J.M. Dalence y demostrando que más de un tercio de la población de la
República subsiste vinculada a las tierras de comunidad, repudiando la represión
sangrienta de los indios comunarios en enero de 1869 para dejar expedita la venta de
dichas tierras111.

Luego de una denuncia vehemente del carácter despótico y de simple despojo que
contienen las disposiciones legales melgarejistas que disponían el remate de tierras
comunarias, Santivañez contradice el argumento de que las ventas de tierras de
111
De acuerdo a Carlos Ponce Sanjinez (1976), el 28 de junio de 1869 fueron masacrados en San Pedro
de Tiquina 600 indios y el 7 de agosto de 1870 otros 2.000.
82

comunidad hubieran provocado una utilidad en el capital invertido gracias ha haber


convertido las tierras adquiridas en más productivas por la acción benéfica de los
patrones; señalando que el beneficio al capital invertido se produce por que las tierras de
comunidad han sido adquiridas a precios muy por debajo de su verdadero valor. Al
respecto se señala:

La venta de terrenos de comunidad ha sido teatro de una granjería escandalosa


y de especulaciones inmorales, de que creemos habrá pocos ejemplos en la
historia de los derroches por que hayan pasado algunas naciones:
Tazaciones hechas sin mensura, a la simple vista.
Tazaciones hechas en un valor ínfimo.
Mensuras falsas.
Tierras declaradas vacantes, sin más testimonio que del tazador fiscal, y sin
notificación alguna a los actuales poseedores, declarados dueños en virtud de
sentencias judiciales o de resoluciones supremas.
Ventas hechas sin mensura ni tazación.
Títulos de propiedad expedidos a los licitadores sin haber pagado el importe de
los terrenos.
Ventas clandestinas que no constan en los libros del Tesoro.
Adjudicaciones hechas arbitrariamente a denunciantes de tierras sobrantes.
Unas mismas liquidaciones sirviendo para compras en diferentes
departamentos.
Compras hechas por las autoridades políticas del distrito.
Compras hechas por los tazadores del distrito o por los de su familia112.
Coacción moral de parte de los grandes empleados para evitar la concurrencia
de licitadores en la venta de los terrenos en que han puesto los ojos ellos o sus
favoritos. En un gobierno de terror como el de Melgarejo, se concibe que ha
bastado la manifestación de un simple deseo de parte de los magnates, para
imponer a cualquiera que hubiera osado competir con licitadores premunidos
de poder. (Santivañes, 1871: 125)

Establecida la irregularidad extrema de las ventas de tierras de comunidad, Santivañez


hacía notar que de esta manera fueron despojados de sus tierras 650.000 comunarios.
Pero no contentos con ello, los despojadores apelaron también a la calumnia para
“presentar al indio como un miembro perezoso y holgazán de la familia boliviana” Al
respecto se anotaba:

Agricultor desde su nacimiento, el indio es un agrónomo insigne: conoce las


diferentes clases de tierras y las varias clases de abono que requiere su cultivo;
la época de las siembras, de los riegos, aporco, colección de frutos, etc. (...) En
materia de meteorología local, podría el indio dar lecciones al físico más
afamado, del mismo modo que nuestros mineros indígenas han dado útiles
lecciones a los mineralogistas europeos (Santivañes, obra citada: 129).

112
“Aquí en Cochabamba se adjudicaron a un jefe en Pocona 80 fanegadas y una extensión de más de
seis leguas sin haber dado un solo centavo al Tesoro. Al denunciante C.G. se le otorgaron gratis 28
fanegadas. En La Paz se ha vendido una parcialidad que constaba de 40 familias comunarias por 7
pesos 40 centavos!!” (nota del autor).
83

En un segundo folleto editado también en 1871, Santivañes hacía alusión a los afanes de
los compradores de tierras de comunidad para rodearse de abogados y buscar
argumentos que legitimen sus compras de tierras, dando curso a publicaciones donde se
despliegan tales argumentos, desarrollando una vez más, la revisión histórica de la
constitución de la propiedad territorial como base de su defensa de las tierras de
comunidad, remarcando con vehemencia los argumentos anteriormente examinados,
contrarrestando particularmente el argumento de que las tierras de hacienda eran más
productiva que las tierras de comunidad. Al respecto se anotaba:

Las grandes heredades al lado de ventajas, tienen graves inconvenientes:


fomentan la sujeción personal, deprimen en el colono y en el arrendatario el
espíritu de independencia, y haciendo del obrero un ciego instrumento de
producción prívanle de toda iniciativa y espontaneidad en los trabajos agrícolas
(...) La subdivisión de la propiedad crea multitud de ciudadanos independientes:
el pequeño propietario por exigua que sea su heredad, se considera digno,
enaltecido ante sus propios ojos, dueño de si mismo, dirigiendo o ejecutando el
mismo todos los trabajos agrícolas, desarrolla el uso de sus facultades
intelectuales y se apercibe de la responsabilidad de sus actos, que no
comprende el que solo obra como ciego instrumento de la voluntad ajena (...)
Además las pequeñas propiedades ponen a millares de familias al abrigo de la
miseria, procurándoles una subsistencia, modesta es verdad, pero exenta de las
eventualidades a que están sujetas las demás industrias (Santivañez, 1871b:
177).
Estos y otro argumentos de tono apasionado, lograron finalmente que las leyes agrarias
de Melgarejo fueran derogadas, las tierras de comunidad vendidas fueran devueltas a
sus legítimos dueños y que las compras y ventas realizadas quedaran anuladas. Sin
embargo, esta fue una reparación pasajera. El propio Santivañez imbuido de
pensamientos liberales amplios, no tuvo mayores objeciones cuando participó de los
debates que precedieron a la promulgación de la Ley de Exvinculación en 1874 y su
puesta en práctica, venciendo diversos obstáculos y resistencias, a partir de 1880.

El objeto de esta disposición no era otro que estimular la transferencia de las tierras de
las comunidades indígenas, previa división de las mismas, entrega de títulos
individuales a cada comunario y subsecuente venta de estas propiedades y toda tierra
sobrante, a las hacienda en medio de irregularidades y abusos sin fin. Las operaciones
de división de las tierras de comunidad debían practicarse a través de una Mesa
Revisitadora conformada por un juez revisitador asignado a cada provincia. Este juez
labraba un libro de resoluciones de revisita y un libro de matricula de propiedades
desamortizadas y sujetas a contribución territorial, entre otros.

Una ley de agosto de 1880 creó además, el impuesto predial urbano y el impuesto
predial rústico, este último aplicable a todo tipo de inmueble rural. Este impuesto venía
a sustituir los antiguos diezmos, primicias, veintenas, huasiventas y otros, que se
cobraban a las poblaciones indígenas desde la época colonial. Los hacendados también
estaban sujetos a los diezmos por su carácter eclesiástico, pero en general tal obligación
la transferían a los colonos que trabajaban sus tierras, pues consideraban que este era un
impuesto vejatorio e indigno a su calidad de patrones blancos, y por ello, debía ser
sustituido por un impuesto territorial basado en la renta neta. La ley citada recogía estas
84

aspiraciones al propugnar la creación de un catastro rústico con el objeto de consolidar


legal y administrativamente las posesiones de los terratenientes, sobretodo aquéllas
adquiridas a costa del fraccionamiento de las comunidades. En realidad el pago de un
impuesto sobre esta acumulación de predios usurpados resultaba muy conveniente para
dar legalidad a las tierras adquiridas al tenor de procedimientos nada transparentes.

Hacia 1897, la administración del Estado llegó a la conclusión de que las leyes de
exvinculación de tierras de comunidad no habían producido los beneficios que se debían
esperar y que, en cambio, se había producido un “caos en la posesión de tierras” y “un
desequilibrio en los presupuestos departamentales”. En realidad, los escasos resultados
obtenidos se originaban en la resistencia franca o sutil de las comunidades a coadyuvar
con las operaciones de revisita y más aun a dar paso a las ventas de tierras, situación
que, de acuerdo a Jorge Ovando Sanz (1985) se acentuó en medio del torbellino causado
por la Revolución Federal de 1899, al punto que volvió a surgir una corriente de opinión
favorable a la conservación de las comunidades indígenas y la preservación de las
tierras de comunidad. Este tipo de antecedente que no dejaba de ser amenazador para la
propiedad de las haciendas, estimulo la sustitución del impuesto territorial por el
impuesto predial rústico, para cuyo efecto se dispusieron nuevas revisitas a objeto de
formar el catastro de todas las propiedades rústicas, calculando la renta que produce
cada propiedad, y a través de ello determinar el monto del citado impuesto predial113.

Las leyes de exvinculación tuvieron fuertes repercusiones en la provincia Totora. Si


bien las ventas realizadas durante el régimen de Melgarejo fueron anuladas, las
restituciones de tierras a las comunidades fueron solo parciales y luego completamente
frenadas por la aplicación de las citadas leyes a partir de 1880. En los cantones de
Totora y Pocona, por ejemplo, los terrenos de comunidad que excedían el máximo de
tres fanegadas (8,69 Has.) fueron declarados vacantes. En ambos cantones, las
comunidades estaban muy debilitadas y prácticamente sus territorios eran pequeños
islotes rodeados por tierras de hacienda. Por ello Totora, de acuerdo a De Jong (1988)
fue una región, al igual que muchas en los valles centrales, donde la resistencia a la
exvinculación fue muy tenue en contraste con otras regiones, particularmente del
altiplano y el Norte de Potosí, que fueron escenario de airados alzamientos indigenales.

La revisita para la aplicación de la Ley de Exvinculación fue iniciada en Totora y sus


distintos cantones a partir de 1876, siendo concluida en 1879 en el cantón de Pocona, en
contraste con otras zonas del país, donde las revisitas tuvieron que sortear innumerables
obstáculos, iniciándose formalmente en 1880 y los años siguientes. De Jong opina que
la facilidad con que se procedió a la revisita para enajenar las propiedades comunales en
el caso de Totora, pudiera deberse a que con anterioridad incluso a las leyes que
disponían la disolución de la propiedad comunal, este proceso ya tenía lugar en la
región, en un contexto en que la organización comunal, muy debilitada desde la
imposición de las encomiendas coloniales, había perdido su rol regulador respecto al
manejo simultaneo de los ciclos agropecuarios en diversos pisos ecológicos, perdiendo
con ello a su vez, protagonismos en los procesos productivos. Por ejemplo en el caso de
113
En el Archivo Prefectural se han encontrado dos libros, uno de 1897 y otro de 1908, correspondientes
a revisitas en los años citados y cuyo contenido respecto a Chimboata analizaremos más adelante. Estos
libros de registro de propiedades parecen responder a los objetivos de dar operatividad al impuesto predial
rústico.
85

Pocona, sus dos parcialidades cubrían niveles altitudinales similares pero, en ambos
casos, se había perdido la articulación con zonas más cálidas alrededor de los ríos Julpe
y Misque, ocupados por haciendas, lo que provocó la pérdida de su antigua vocación
multiproductiva. Esta situación que no se modificó con la aplicación de la
exvinculación, dejó de proporcionar algún sentido a la preservación de tierras de
comunidad, una vez que habían perdido su vocación de complementariedad, razón por
la cual se parcelaron en forma pacífica y casi espontánea.

Esta pasividad permitió excesos y marcadas arbitrariedades. Para comenzar las tierras
de comunidad fueron evaluadas en un monto que generaba un impuesto similar al que
antiguamente tenían que pagar los originarios como tributo indigenal, a pesar de que la
extensión de sus terrenos había sido significativamente reducida. Los originario de
Totora, de acuerdo a De Jong recibieron títulos para un total de 51,41 Has y fueron
declaradas vacantes 46,21 Has., es decir, prácticamente quedó afectada la mitad de las
tierras que detentaban con anterioridad a la revisita. De todas maneras, las tierras
subastadas por las revisitas, gradualmente ingresaron al mercado de tierras al no poder
absorber el crecimiento demográfico natural de las comunidades, precipitando por tanto
su minifundización, particularmente en el caso de Pocona. En Totora, la ley de
exvinculación precipitó la desaparición de la pequeña comunidad de originarios
existente hasta la década de 1870, que de acuerdo a De Jong, dejaron incluso de
aparecer en los registros de propiedades de 1908.

El panorama hasta aquí expuesto muestra el proceso de extinción de comunidades muy


debilitadas en los distintos cantones de la provincia Totora y la tendencia a la
conversión de las antiguas tierras de comunidad en minifundios dispersos como es el
caso del cantón Chimboata y otros o como ocurre con el caso del cantón Pocona, por lo
que se puede concluir, que el crecimiento de las haciendas fue gradual, persistente y sin
sobresaltos.

La estructura agraria en la Provincia Totora (Carrasco) a fines del siglo XIX y


primera mitad del siglo XX

El estudio de una estructura agraria separada del contexto y las lógicas que definieron la
trama de intereses que le dieron sustento, irremediablemente desembocaría en una árida
descripción de ciertos lugares comunes (tenencia, productividad, tipos de producción,
etc.). En este orden, no debemos perder de vista, que si la estructura agraria cerealera
que se desplegó en los valles centrales de Cochabamba desde la segunda mitad del siglo
XVI estuvo vinculada históricamente a la eclosión del mercado minero de la plata y al
ordenamiento territorial que emergió como resultado de hacer viable la explotación y
circulación mercantil del preciado mineral; la estructura agraria del Cono Sur
cochabambino y particularmente de la región de Totora, si bien cobra sentido a partir de
la raíz común del mercado minero potosino y luego del auge argentífero republicano,
presenta peculiaridades propias vinculadas a la naturaleza de la mercancía que oferta, es
decir, la hoja de coca, cuyo ciclo agrícola no solo presentaba desafíos referidos a las
peculiaridades geográficas y climáticas en que tenía lugar, sino a la forma en que pudo
plegar y subordinar a esta finalidad, otras economías convertidas en complementarias
86

como la agricultura del trigo y los tubérculos, esfera en la cual estaba inmersa
Chimboata y otros cantones114.

Aclarado lo anterior, consideramos importante dilucidar algunas cuestiones


imprescindibles para realizar un enfoque correcto de la información disponible sobre la
agricultura de la zona, estableciendo por una parte, que a diferencia de los valles
centrales, en el Cono Sur no existía un sistema de ferias campesinas apoyada en la
dinámica de la agricultura parcelaria que aprovechó, desde la segunda mitad del siglo
XIX, la persistente crisis de mercado de las haciendas para estructurar sus propias
maneras de organizar y controlar un potente mercado interno donde el maíz y sus
derivados fueron los principales protagonistas. Por otra parte, la escala del mercado
local era insuficiente para definir una estrategia productiva equivalente a la de los valles
centrales, pero examinemos mejor esta cuestión a partir de los datos que ofrecen los
censos de población de 1881 y 1900:

Cuadro Nº 1:
Población de la Provincia Totora según censos de 1881 y 1900
Censo de población
Localidades Censo 1900 (2)
Censo 1880 (1)
Urbana Rural
Cantón Totora 3.042 (*) 3.501 3.969
Cantón Pocona 1.629 486 2.159
Cantón Chimboata 2.406 295 2.775
Cantón Pojo 3.047 985 5.643
Cantón Tiraque - 220 1.640
Vice-cantón - 372 784
Guayapacha
Totales 10.124 5.859 16.970
(1) El Heraldo nº 416, 29/06/1881
(2) Censo General de Población – Departamento de Cochabamba.
(*) “Censo personal del pueblo de Totora”, no se consigna la población rural del
cantón.

Si bien estos datos censales no son totalmente comparables puesto que el censo de 1880
no presenta datos de población urbano-rural diferenciados, expresan suficientemente la
dimensión de la población que pudiera ser considerada como un “nicho de mercado”
para la agricultura de la zona. En este orden, se puede observar que en 1880 la plaza
comercial más importante era Totora. En 1900, se mantiene esta situación, pero además
se puede observar que el resto de la población urbana se reduce a pequeños bolsones
que no alcanzan la categoría de núcleos de urbanización. A pesar de que se produce un
incremento de población significativo entre 1880 y 1900, la ciudad principal (Totora)
expresa un ritmo muy modesto de crecimiento. De todas maneras este núcleo urbano es
el eje de una estructura territorial, pero cuya lógica no es similar a la que se despliega en
los valles centrales, donde la cuestión de la densidad poblacional y la aglomeración
demográfica en la capital departamental y ciudades intermedias como Quillacollo,
Sacaba, Cliza, Punata y Tarata resultaban fundamentales para la viabilidad del mercado
del maíz y la chicha.

114
En el siguiente capítulo, al analizar el modelo de acumulación de la economía hacendal totoreña
ampliaremos estos puntos de vista.
87

A partir de lo anterior podemos aceptar que el ordenamiento territorial sobre el que se


despliega la estructura agraria de la Provincia Totora, reposa en una agricultura
esencialmente de exportación, es decir no volcada al mercado de consumo local. Sus
determinantes principales giran en torno al difícil emplazamiento geográfico de los
cocales y a la cuestión de la disponibilidad adecuada de fuerza de trabajo capaz de
desenvolverse en las duras condiciones ambientales del bosque tropical. Dentro de esta
lógica productiva, Totora funge más como mercado mayorista y centro de transporte de
la coca hacia el sur de la república, alcanzando en algunos periodos la zona de
Vallegrande, el Norte de la Argentina y los valles centrales de Cochabamba, donde se
encuentran los mercados de consumo del producto. Luego el énfasis operativo de esta
lógica productiva se concentra en dos aspectos nodales: los caminos de acceso a los
espacios productivos en las laderas de los yungas de Arepucho, Chuquioma, Icuma y
otros, y el desarrollo de mecanismos de captación de fuerza de trabajo campesina que
acepte soportar las difíciles condiciones de trabajo en que tiene lugar esta explotación.
En este orden, las haciendas de las zonas de valle y serranía operaban más como
soportes de abastecimiento y apoyo a esta lógica productiva, en la medida en que sobre
ella reposaba lo esencial de este modelo de acumulación (Salazar, 2008, Meruvia,
2000). Al respecto, Robert Jackson (1998), anota que un informe de la Sociedad de
Fomento Agrícola en 1898 daba cuenta que ese año se habían producido 81.557 cestos
de coca (unas 927 toneladas métricas), en el Departamento de Cochabamba. El autor
citado sostiene que la rentabilidad de la producción de la hoja de coca se situaba por
encima de la producción de cereales como el maíz y el trigo.

Aclarada esta salvedad, pasaremos a examinar los rasgos de la estructura agraria que
presentaba Totora en dos momentos de su devenir (1897 y 1908), para ello, como se
pudo en evidencia con anterioridad, nos referiremos a las dos únicas fuentes primarias
relevantes que existen en el Archivo Histórica Prefectural de Cochabamba. En los
Mapas 1 y 2115 se podrá observar la situación geográfica actual de la provincia y la
división cantonal aproximada a que se refieren los cuadros que siguen.
CUADRO Nº 2:
Propiedades según rangos de superficies y disponibilidad de colonos en la Provincia Tototra - 1897

Número de propiedades según rangos de superficies


Sec- Nº de Superficie en hectáreas
Canto- ción Pro- total de Nº de
nes pieda- tierras 0-10 11- 51- 101- 501- 1001- colo-nos
des registra- 50 100 500 1000 +
das en Ha.
Pojo A 10 6.589 5 1 1 - - 3 175
B 47 50.989 22 6 1 3 8 7 308
Pocona A 5 1.730 - 2 1 1 - 1 52
B 84 2.176 73 5 3 2 - 1 167
C 308 1.370 307 1 - - - - 106
Chim- A 22 2.580 9 5 4 3 - 1 269
boata B 37 1.820 25 7 4 - - 1 192
Totora A 58 9.240 34 10 4 5 3 2 190
B 105 14.659 55 14 8 19 8 1 350
C 91 23.375 57 7 5 10 6 6 368
Totales 767 114.528 587 58 31 43 25 23 2.177
Fuente: Gonzáles, 2008

115
Ver todos los mapas, esquemas y gráficos al final del correspondiente capítulo
88

De acuerdo al cuadro anterior, inicialmente se puede establecer que en la Provincia


Totora en 1897 existían 767 propiedades rústicas, que de acuerdo a su superficie se
podían definir como pequeñas parcelas (hilos), huertas, fincas y grandes haciendas. La
forma de concentración de la tierra en estas propiedades pone en evidencia las
siguientes características:

 587 pequeñas propiedades (parcelas -hilos- y huertos) cuya superficie fluctuaba


entre menos de una hectárea y 10 Has representaban el 76,53 % del total.
 Otras 58 propiedades cuya superficie fluctuaba entre 11 y 50 Has y otras 31
propiedades cuya superficie fluctuaba entre 51 y un máximo de 100 Has se
podrían tipificar como huertos y fincas, representaban en conjunto el 11,6 % del
total de predios. 43 propiedades, cuyas superficies fluctuaban entre 101 y 500
Has se podrían tipificar como haciendas medianas y representaban el 5,60 % del
total de propiedades.
 Por último, 25 propiedades detentaban superficies que fluctuaban entre 501 y
1.000 Has y otras 23 sobrepasaban las 1.000 Has. En conjunto estas 48
propiedades que se las puede considerar como grandes haciendas, representaban
el 6,25 % del total de propiedades.
 La distribución de colonos por secciones cantonales muestra que las
concentraciones mayores a 300 colonos son puntuales e involucran apenas a las
secciones A y B del cantón Totora y a la Sección B de Chimboata. En el resto
de las secciones esta presencia es menos densa y fluctúa entre algo más de 100 a
menos de 300 colonos, exceptuando el caso de la Sección A de Pocona que solo
registraba 52 colonos.
De los rasgos anteriores se puede deducir que 676 fundos que representan el 88,13 %
del total, se refieren propiedades menores a 100 Has y de ellas, el 76,53 % no alcanzaba
las 10 Has. En contraposición, las restantes 91 propiedades (23,47 % del total) cuyas
superficies fluctuaban entre 101 y más de mil hectáreas acaparaban una porción
mayoritaria de las 114.528 Has registradas como propiedad privada. De acuerdo al
estudio realizado por Gonzáles (2008), la superficie total de 63 haciendas medianas y
grandes en la Provincia Totora en 1897 alcanzaba a 90.621 Has, lo que arroja un
promedio de 1.438 Has/hacienda y representa un índice de concentración de tierras
equivalente al 79, 12 % del total de tierras mencionado. Dicho de otra forma: 63
grandes propiedades ocupaban el 79 % de las tierras registradas en oposición a 676
predios que se disputaban menos del 21 % restante. Veamos con más detalle la forma
de concentración de estas tierras en manos de familias de terratenientes:
Cuadro Nº 3: Propiedades de familias de grandes terratenientes en la Provincia Totora, 1897
Superficiee Nº de Piso ecológico Sec-
Familias Haciendas n Has. colo- Cantón ción
nos
Familia Soriano Alizar, 5.165 25 Templado c/r Pojo B
Arquimedes Soriano Pampa Quemada, 645 s/c Templado c/r Pojo B
y otros Zacac Laguna, 962 s/c Frío c/r Pojo B
Agua Hedionda, 51 1 Templado s/r Pojo B
Habana, 20.661 70 Templado c/r Pojo B
Mamahuasi 154 14 Templado s/r Pojo B
Hornillos 936 30 Templado c/r Totora B
Totales 28.574 140
Familia Mendoza Laimetoro, 7.747 s/c Frío s/r Pojo B
Francisco Mendoza y Lampazar 645 4 Templado c/r Totora B
otros Totales 8.392
Familia Zegarra Alizar, 59 12 Templado s/r Pojo A
Pausanias Zegarra Pojo, 1.169 113 Templado c/r Pojo A
Chichahuaico, 615 46 Frío c/r Pojo B
Pacta, 5.165 18 Cálido c/r Pojo B
Lincuni 59 7 Templado Totora B
Totales 7.067 196
89

Cuadro 3 (continuación)

Superfi-cies Nº de Piso ecológico Sec-


Familias Haciendas en Has. colo- Cantón ción
nos
Familia Ledesma Uyacti, 1.291 19 Templado c/r Totora A
Benjamín Ledesma y Pairumani, 80 1 Templado c/r Totora A
otros Piucara, 161 4 Frío Totora B
Pabellón, 1.452 19 Templado s/r Totora C
Hoyadas, 645 7 Templado s/r Totora C
Lincuni, 322 1 Templado s/r Totora C
Chiuchi, 1.291 30 Frío c/r Chimboata A
Molino Blanco, 322 10 Templado c/r Chimboata A
Collpa, 80 9 Templado c/r Pocona A
Yerba Buena 193 4 Frío c/r Totora B
Totales 5.837 104
Familia Medrano Coluyo, 645 28 Frío c/r Totora B
Juan de Dios Medrano y Cañada, 48 3 Templado s/r Pojo A
otros Mataral, 322 s/c Templado s/r Pojo A
Viña Perdida, 2.905 10 Templado c/r Pojo A
Tolar, 1.129 19 Templado s/r Pojo B
Huayllas 96 5 Templado c/r Totora A
Totales 5.145 65
Familia Torrico Chicmuri, 645 1 Frío c/r Totora C
Saturnino Torrico y otros Quirusillas, 2.582 4 Templado s/r Totora C
Yuraccasa, 322 4 Frío s/r Totora C
Quirusillas II, 645 19 Templado s/r Totora C
Epizana y Rodeo 169 10 Frío c/r Totora B
Totales 5.145 65
Familia García Tejahuasi, 3.873 6 Templado s/r Totora
Manuela García y otros Molleguada 322 3 Templado s/r Totora
Totales 4.195 9
Familia Morato Sauces, 645 2 Templado c/r Totora B
Rosaura Morato y otros Antacagua, 645 6 Frío s/r Totora C
Duraznillo, 1.936 22 Templado s/r Pojo B
Cocayapu 322 s/c Templado s/r Pojo B
Totales 3.548 30
Familia Aguilar Chaupiloma 3.228 30 Templado s/r Totora B
Raquel Aguilar
Familia Melean Molleguada, 322 3 Frío s/r Totora C
Diógenes Melean y otros Llallagua, 2.582 25 Frío s/r Totora C
Jarcal y Tunal, 17 8 Templado s/r Totora C
Llachocmayu, 74 53 Frío c/r Chimboata A
Guanuguanu 25 20 Templado s/r Chimboata A
Totales 3.020 109
Familia Pozo Collpana, 28 5 Templado s/r Chimboata A
Emilio Pozo Ardila, 968 20 Templado c/r Totora C
Lappia, 322 6 Frío s/r Totora C
Mamahuasi, 322 10 Templado c/r Pocona A
Julpe 1.291 35 Templado c/r Pocona B
Totales 2.931 76
Familia Caero Buena Vista, 193 10 Templado c/r Totora B
Teodosio Caero y otros Tolar 2.582 30 Templado c/r Pojo B
Totales 2.775 40
Familia Carrasco Cari Chari 2.582 20 Frío c/r Totora C
Micaela Carrasco
Familia Paz Torrico Chocamayu, 1.936 20 Templado s/r Totora C
Mariano Paz Torrico y Cochi 161 10 Templado s/r Totora C
otros Totales 2.097 30
90

Cuadro 3 (continuación)

Superfi-cies Nº de Piso ecológico Sec-


Familias Haciendas en Has. colo- Cantón ción
nos
Familia Escobar Alalay, 645 4 Frío s/r Totora B
Ángel Escobar y otros Alalay II, 645 2 Templado s/r Totora B
Lagunillas, 161 8 Frío c/r Totora C
Coluyo, 80 9 Frío c/r Totora C
Coquehuasi, 11 8 Templado c/r Pocona B
Capillas 161 7 Templado c/r Pocona B
Totales 1.703 38
Familia Arce
Delfín Arce Machacmarca 1.291 19 Templado c/r Pocona A
TOTALES 63 haciendas y 90.621 984
otras propiedades
Fuente: Gonzáles, 2008

El aporte principal del cuadro precedente es que devela que la concentración de tierras
en la provincia Totora no se produce en todos los casos por propietarios individuales
dueños de una gran hacienda, sino por clanes familiares que adquieren propiedades de
diversos tamaños e incluso en diversos pisos ecológicos. De esta manera, se puede
comprobar que la gran proporción de tierras en la provincia Totora en 1897 estaba en
manos de 17 familias de grandes terratenientes, entre los cuales se destaca la Familia
Soriano que acaparaba el 25% de todas las tierras provinciales y las familias Mendoza,
Zegarra, Ledesma, Medrano, Torrico y García que en conjunto ocupaban 29.435 Has,
es decir, el 25,70 % de dichas tierras. En síntesis, 7 de las 17 familias mencionadas eran
poseedoras de más del 50 % de las tierras laborables en la provincia Totora en dicho
año.

Respecto a la población de colonos, en el año citado, existían 2.177, de los cuales 718
se concentraban en las dos secciones del Cantón Totora (el 33 % del total). De estos,
984 (el 45 % del total) trabajaban parcelas en el interior de las grandes haciendas
registradas en el Cuadro 3, siendo las familias Zegarra, Soriano, Ledesma y Melean las
que disponían de mayor número de colonos (549 en conjunto). Sin embargo se puede
observar que la distribución de colonos por hacienda no sigue una pauta de
proporcionalidad respecto a la dimensión de las propiedades. En realidad, esta
distribución era cambiante, dependiendo de la decisión periódica de los propietarios
para incursionar con mayor o menor intensidad en la producción agrícola. Cálculo que
a su vez dependía de factores como el comportamiento de los mercados locales, la
demanda de productos para abastecer a las haciendas cocaleras, la disponibilidad de
riego y, además, las urgencias intensas o menos intensas para arrendar las tierras como
forma de captar circulante y fuerza de trabajo servil. En el caso de Totora, mucha de
esta mano de obra era atraída a las haciendas con el objeto, no necesariamente de
fortalecer la producción local, sino de cumplir labores bajo diversas modalidades, en las
haciendas cocaleras.

A continuación, examinemos la situación agrícola en 1908:


91

CUADRO Nº 4
Propiedades según rangos de superficies y disponibilidad de colonos en
la Provincia Totora - 1908

Número de propiedades según rangos de superficies en


Sec- Nº de Superficie hectáreas
Canto- ción Pro- total de Nº de
nes pieda- tierras colonos
des registra- 0-10 11- 51- 101-500 501- 1001 y
das en 50 100 1000 +
Ha.
Pojo* A 11 53.500 2 4 - 2 - 3 325
B 52 55.001 19 10 1 7 6 9 398
Pocona A 9 4.582 5 1 - 1 1 1 73
B 27 5.109 18 2 3 2 1 1 153
C 373 5.707 334 22 9 6 1 1 144
Chim- A 29 12.109 11 4 4 5 2 3 186
boata B 44 6.089 26 6 2 7 2 1 183
Totora* A 22 7.176 7 7 2 3 - 3 122
B 131 15.238 64 28 16 16 3 4 401
C 85 19.436 42 22 6 6 5 4 264
Tiraque A 67 1.575 49 12 1 5 - - 104
Totales 850 185.522 577 118 44 60 21 30 2.251
Fuente: Gonzáles, 2008

El cuadro anterior muestra que en 1908 en la Provincia Totora fueron registradas 850
propiedades, incluyendo las 67 de la jurisdicción ampliada de la provincia, es decir, la
sección A del cantón Tiraque. En conjunto, las mismas ocupaban la extensión de
185.522 Has, de las cuales se deben restar 1.575 Has (Tiraque), arrojando una
superficie neta de 183.947 Has dentro de los límites provinciales que regían en 1897.
La forma como la tierra disponible se distribuye entre estas propiedades muestra las
siguientes características:

 577 pequeñas parcelas o hilos, cuya extensión fluctúa entre menos de una
hectárea a 10 Has., representaban el 67,88 % del total de propiedades.
 118 propiedades cuyas superficies se situaban en el rango que va desde 11 a 50
Has y otras 44, cuyas superficies varían entre 51 y 100 Has, representaban en
conjunto el 19,05 del total.
 60 propiedades, cuyas superficies fluctúan entre 101 y 500 Has, es decir
haciendas de proporciones medianas, representaban el 7,06 % del total.
 Las grandes haciendas estaban representadas por 21 propiedades cuyas
superficies variaban entre 501 y 1.000 Has, por una parte y otras 30 propiedades
con extensiones superiores a las 1.000 Has. En conjunto representaban el 6 %
del total.
 Además, como se mencionó inicialmente, aparece como parte de la provincia el
Cantón Tiraque A con 67 propiedades, de las cuales 49 son inferiores a 10 Has.
Estas propiedades serán descartadas del análisis comparativo con el registro de
1897 para evitar distorsiones. Es decir, se tomara la cifra de 783 predios en
lugar de los 850 inicialmente mencionados con una superficie total referencial
de 183.947 Has.
92

 En relación a la distribución de colonos por secciones cantonales, el cuadro


muestra que las concentraciones mayores a 300 trabajadores ya no son las
mismas que en 1897, esta vez, las secciones cantonales A y B de Pojo y la
Sección B de Totora son las que muestran mayores concentraciones de colonos.
En el resto de las secciones esta presencia es menos densa y fluctúa entre algo
más de 100 a menos de 300 colonos, exceptuando el caso de la Sección A de
Pocona que se mantiene como la que dispone de menor población de estos.

Si se comparan estos resultados con los registrados en 1897, se tiene:

 El número total de predios registrados en 1908 es superior en un 10,82 %, sin


embargo, restando las nuevas propiedades del Cantón Tiraque, este incremento
se reduce a 2,08% respecto al registro de 1.897, es decir, en realidad se han
sumado 16 nuevas propiedades dentro de la jurisdicción original de la provincia,
lo que equivale a un modesto promedio de 1,33 propiedades/año entre 1897 y
1908.
 En contraste con lo anterior, el total de superficie de tierras registradas en 1908,
dentro de la antigua jurisdicción de la Provincia Totora, es superior en un 60,6
% respecto al total de tierras registrado en 1897, es decir se han incrementado a
la propiedad privada de tierras 69.419 Has. Esto equivale a un promedio anual
de incorporación de nuevas tierras entre 1897 y 1908 (11 años) igual a 6.310,8
Has.
 Respecto a los diferentes rangos de propiedades (sin tomar en cuenta las nuevas
del Cantón Tiraque), se tiene que: los pequeños predios o hilos (528
propiedades) experimentan una contracción del 10,05 % de acuerdo a los
registros de 1908. Por otra parte, los huertos y fincas, cuyas superficies fluctúan
entre 11 y 100 Has (149 propiedades). experimentan una expansión significativa
equivalente al 67,4 % respecto al año citado. Las propiedades medianas (101 a
500 Has o sea 55 propiedades) también experimentan una expansión en 1908
respecto a 1897, equivalente al 27,9 %. Finalmente las grandes haciendas (501
Has y más o sea 51 propiedades) experimentan un crecimiento discreto (6,25%).
 El número total de colonos en la provincia en el periodo estudiado experimenta
un incremento poco significativo.

De todo lo anterior se puede percibir que la aplicación de las leyes de exvinculación a


partir de 1880 han estimulado la formación de un activo mercado de tierras rústicas en
la Provincia Totora pero con ciertas peculiaridades que pasaremos exponer. Los
cuadros 2 y 4 en realidad expresan dos episodios de esta dinámica. Lo que inicialmente
llama la atención es la contradicción notoria, tomando en cuenta la Provincia Totora en
su jurisdicción original de 1897, respecto a lo que ocurre en ese mismo territorio en
1908, entre el modesto incremento del número de propiedades (2%) en relación al
fuerte incremento de nuevas tierras privatizadas (60,6%) con un promedio anual de
incorporación al registro de más de 6.000 Has.

La pregunta que surge de inmediato, es ¿de donde provienen estas tierras? Por todo lo
analizado, no se puede dudar que una proporción de las mismas provienen de las
llamadas tierras realengas o de comunidad que el Estado ha titularizado
individualmente a comunarios, quienes se han inscrito en los registros, pero también se
93

han traspasado muchas propiedades a terceros. No obstante, como se observo


anteriormente, las tierras de comunidad en Totora eran escasas aún antes de la década
de 1870, excepto en el caso de Pocona. De aquí se puede deducir que una fracción
importante (tal vez mayoritaria) de estas tierras era de origen fiscal. Más adelante
examinaremos con más cuidado esta cuestión al analizar el comportamiento de la
expansión de propiedades en los diversos cantones provinciales.

Por otra parte, se puede constatar que este importante incremento de nuevas extensiones
que se incorporan al dominio privado no favorece en absoluto a la pequeña propiedad.
No otra cosa significa que la misma es la única que no experimenta ningún incremento
en su volumen numérico, sino que por el contrario se contrae en un 10 %, es decir, que
probablemente ese 10 % se incorpora a la mediana y a la gran propiedad, lo que
significa que la tendencia a la parcelación de la tierra que se produce en los valles
centrales, justamente hacia 1908, protagonizada por piqueros y otros pequeños
propietarios que adquieren tierras, no se reproduce en absoluto en Totora, donde más
bien tiene lugar un proceso inverso de fortalecimiento de la mediana y gran propiedad.
De todo esto se puede inferir que el mercado de tierras rústicas se mueve en una esfera
social media y alta muy distante de los sectores populares.

La dinámica de dicho mercado favorece ostensiblemente a la formación de huertos y


fincas, es decir la mediana propiedad que fluctúa entre 11 y 100 Has., la que como
hemos visto se incrementa en su volumen numérico en un 67 %. Particularmente se
potencian los huertos y fundos que se sitúan en la franja de 11 a 50 Has, cuyo número
crece entre 1897 y 1908 (sin contar el aporte de Tiraque) en un 82, 75 %. Sin embargo,
también la gran propiedad se expande aunque con menor intensidad. Particularmente
las propiedades que fluctúan entre 101 y 500 Has se favorecen, aunque en forma más
discreta de este proceso, en tanto el incremento del número de grandes haciendas
(propiedades de 501 y más hectáreas) no alcanza el 10 %.

En resumen, la dinámica de este proceso parece concentrarse en un fluido traspaso de


tierras que potencian la propiedad mediana, particularmente el huerto o finca inferior a
50 Has. La lógica económica que encierra este fenómeno probablemente se debe a una
estrategia donde gravitan dos tipos de factores: por una parte, el aprovechamiento de las
escasas tierras con riego que propician la formación del huerto hortícola y de frutales
que encuentran mercado en la propia ciudad de Totora pero que también atienden las
necesidades de la explotación cocalera, y por otra, que este tipo de explotación no
compite con la gran hacienda triguera y de producción de tubérculos que es
predominante en las serranías y zonas de puna o tierras altas de la provincia. Otro factor
no despreciable, es que muchas de estas pequeñas y medianas propiedades hacen uso
más intensivo de colonos arrenderos respecto a las grandes haciendas, siendo probable
que la disponibilidad de mano de obra fuera más abierta al trabajo en fincas y huertos
que a similar opción en las tierras áridas y frías de muchas de las grandes haciendas.

Esta alternativa parece reforzarse con el elevado crecimiento de la población de colonos


en 1908 respecto a 1897. En efecto, se puede observar que en los primeros años del
siglo XX, dicha población es de 2.251 colonos, lo que significa que se ha incrementado
en un 128,45 % respecto al número de colonos registrados a fines del siglo XIX. Este
incremento coincide con la expansión de la mediana propiedad aunque no por ello, la
94

gran hacienda deja de concentrar un importante volumen de esta fuerza de trabajo.


Respecto a este particular y a la situación de las grandes familias terratenientes en 1908,
apelaremos una vez más al estudio realizado por E. Gonzáles (2008).

CUADRO Nº 5
Propiedades de familias de grandes terratenientes en la Provincia Totora, 1908

Familias Haciendas Superfici Nº de Piso Cantón Sec-


es en Has. colonos ecológico ción
Familia Zegarra Pojo 45.000 153 Cálido c/r Pojo A
Pausanias Zegarra Alisar 325 s/c Cálido c/r Pojo A
Chichahuayco 10.000 59 Cálido c/r Pojo B
Pacta 1.300 29 Cálido c/r Pojo B
Lincuni 300 12 Templado s/r Totora B
Totales 56.925 253
Familia Caero San Mateo 20.828 2 Cálido c/r Pojo B
Belisario Caero y Buena Vista 625 10 Templado c/r Totora B
otros Totales 21.453 12
Familia Pozo Julpe 2.500 23 Templado s/r Pocona B
Emilio Pozo y otros Ichukollo 6.000 12 Cálido c/r Chimboata A
Palcamayu 100 2 Templado c/r Chimboata A
Ardila-Laguna 980 21 Templado s/r Totora C
Kollpana 650 12 Templado c/r Chimboata A
Kollpana 100 5 Templado s/r Chimboata A
Lope Mendoza 1.000 s/c Templado c/r Chimboata B
Totales 11.330 75
Familia Ledesma Kollpa 3.700 22 Templado c/r Pocona A
Benjamín Ledesma Chiuchi 1.300 16 Cálido c/r Chimboata A
Molino Blanco 600 9 Templado c/r Chimboata A
Uyacti 2.500 30 Templado c/r Totora A
Pucara 150 4 Frío s/r Totora B
Pabellón 2.500 14 Templado s/r Totora C
Hoyadas 200 7 Templado s/r Totora C
Totales 10.950 102
Familia Mendoza Lampazar 300 2 Templada c/r Totora B
Juan Mendoza y Laime Toro 7.747 s/c Cálido c/r Pojo B
otros Totales 8.047 2
Familia Soriano Yanayana 200 36 Templado c/r Pojo B
Andrés Soriano y Sivingani 18 17 Templado c/r Pojo B
otros Mamahausi 200 13 Templado s/r Pojo B
Alisar 3.165 8 Cálido c/r Pojo B
Duraznillo 1.150 27 Templado s/r Pojo B
Pampa Qmada. 600 s/c Templado s/r Pojo B
Toko Laguna 250 2 Templado c/r Pojo B
Mojica Sausal 18 2 Templado c/r Pojo B
Tres Lagunas 1.200 5 Templado c/r Pojo
Totales 6.801 110
Familia Villegas La Habana 2.000 98 Cálido c/r Pojo B
Ambrosio Villegas y Pilancho 105 1 Templado c/r Chimboata A
otros Cullkunkani 1.800 10 Frío c/r Chimboata B
Lope Mendoza 200 7 Frío c/r Chimboata B
Rodeo 60 3 Frío c/r Totora B
Kehuiñahuaico 180 3 Frío c/r Totora B
Cuchillas 1.250 s/c Frío s/r Totora B
Rodeo 100 2 Frío c/r Totora B

Totales 5.695 124


Familia Medrano Huyllas 45 10 Frío s/r Pojo B
Juan de Dios Tolar 300 20 Templado c/r Pojo B
Medrano y otros Llachocmayu 400 24 Templado c/r Chimboata A
Chapiloma 238 17 Templado c/r Totora B
Caluyo 2.500 80 Templado c/r Totora B
Carreras 120 12 Templado s/r Totora B
Tolar 400 10 Templado s/r Pojo B
San Mateo 833 s/c Cálido c/r Pojo B

Totales 4.836 173 173


95

Cuadro 5 (continuación)

Familias Haciendas Superfici- Nº de Piso Cantón Sec-


es en Has. colonos ecológico ción
Familia Lafuente Mataral 300 3 Trópico c/r Pojo B
Agapito Lafuente y Viña Perdida 3.700 10 Trópico c/r Pojo B
otros

Totales 4.000 13
Familia Gómez Pilancho 1.800 8 Templado c/r Chimboata A
Egipciaca Gómez y Viscachani 100 6 Templado c/r Chimboata A
otros Miskiyacu 200 14 Templado s/r Chimboata B
Molle Molle 150 12 Templado c/r Chimboata A
Hornillos 250 6 Templado s/r Totora B
Caluyo 500 10 Templado s/r Totora B

Totales 3.000 56
Familia Carrasco Charichari 2.600 15 Templado c/r Totora C
Cesar Carrasco
Familia Rodrigo Hornillos 250 3 Templado s/r Totora B
Victoria Rodrigo Tuirami 2.500 28 Templado c/r Totora A
Totales 2.750 31
Familia Gonzáles Tocti 170 s/c Templado c/r Pocona B
Maria Gonzáles y Jarcaguada 625 3 Templado s/r Totora C
otros Potrero 500 3 Templado s/r Totora C
Frailesco 1.400 9 Cálido c/r Totora C
Totales 2.695 15
Familia Melean Molleaguada 31 Templado c/r Totora C
Diógenes Melean 2.500
Familia Días Tejahuasi 1.200 8 Frío s/r Totora C
Gertrudis Días y Conda 1.000 54 Templado c/r Pocona B
otros Yurachallpa 169 6 Templado c/r Pocona B
Totales 2.369 68
Familia Ibáñez Guarayos 2.000 37 Templado s/r Pojo A
Rosenda v. de Ibañez
Familia Badani Kochipata 50 s/c Templado s/r Pojo B
Miguel Badani y Copachuncho 1.250 37 Templado c/r Totora A
otros
Totales 1.300 37
Familia Borda Ulaula 1.250 3 Templado c/r Totora B
Etelvina Borda
Familia Saucedo Hornillos 1.200 26 Templado s/r Totora B
Rosendo Saucedo
Familia Hinojosa Montepunco 1.000 s/c Cálido c/r Chimboata B
Tomasa Hinojosa
TOTAL GENERAL 73 Haciendas y 152.251 1.183
otras propiedades

Fuente: Gonzáles (2008)

El cuadro precedente, al igual que el Cuadro 3 arroja mayor claridad en torno a la


estrategia de acumulación de la tierra, como se mencionó, por clanes familiares, antes
que la opción de una única hacienda con grandes extensiones. En 1908, las familias que
poseen propiedades que superan las 1.000 Has se incrementan ligeramente (20 familias)
respecto a 1897; sin embargo lo más llamativo es la movilidad interna que se produce
entre familias propietarias, es decir, los clanes que detentaban grandes extensiones en
1897 ya no son las mismos necesariamente en 1908. Veamos cuales son los cambios
más notables en los once años transcurridos entre ambos registros: En primer lugar,
96

emerge la familia Zegarra y particularmente su patriarca Pausanias Zegarra como


propietario de cinco fundos que en conjunto acaparan 56.925 Has, cuatro de ellas
haciendas cocaleras en el cantón Pojo, destacando una de ellas, la hacienda Pojo con
45.000 Has y otra Chichahuayco con 10.000 Has, sin duda las más extensas del
departamento en aquélla época. Sin embargo, la familia Zegarra poseía las mismas
cinco propiedades en 1897 con solo 7.067 Has. Este caso merece un análisis más
detallado por sus rasgos peculiares que se expresan en el siguiente cuadro:

Cuadro Nº 6
Expansión de las propiedades de la Familia Zegarra entre 1897 y 1908
Propiedades Super- Propiedades Super-
Propietario en 1897 ficies en 1908 ficies
en Has. en Has.
Pausanias Zegarra Alizar 59 Alizar 325
Pojo 1.169 Pojo 45.000
Chichahuaico 615 Chichahuaico 10.000
Pacta 5.165 Pacta 1.300
Lincuni 59 Lincuni 300
Total 7.067 Total 56.925
Fuente: Elaborado en base a los cuadros 3 y 5

La expansión de las tierras de la familia Zegarra entre 1897 y 1908 son del orden del
800 %!, algo realmente extraordinario. Sin embargo, en este caso las propiedades
registradas son las mismas o por lo menos mantienen sus denominaciones, por tanto las
tierras adicionales añadidas al dominio del clan no fueron otras propiedades de
terratenientes vecinos, sino probablemente tierras de comunidad y tierras fiscales. En
1897, todas las propiedades anotadas, excepto Pacta que se declaraba emplazada en una
zona cálida y con riego, se situaban en un piso ecológico templado y una de ellas
(Chichahuaico) en una zona fría. Sin embargo, en 1908, todas exceptuando Lincuni que
se mantiene en clima templado, se declaran como emplazadas en pisos de clima cálido y
con riego. Esto no significa otra cosa que cuatro de sus cinco propiedades se convierten
en haciendas cocaleras como efecto de un avance sostenido hacia tierras de yungas, a
partir del expediente de expandir los límites de sus propiedades originales, para
convertirse de esta forma, en los principales productores de coca en la región en esa
época (Ver cuadros 3 y 5).

En contraste, la familia Soriano que en 1897 poseía siete fundos con 28.574 has. (uno
de ellos La Habana con 20.000 Has.), en 1908 aparece relegada a la posesión de solo
6.801 Has. En este caso, dicha familia solo mantiene en 1908 dos propiedades (Alizar y
Pampa Quemada) de los siete fundos registrados en 1897. Sin embargo ha incrementado
el número de predios a nueve, a pesar de haber vendido 21.773 Has entre 1897 y 1908.

Estos dos episodios revelan por lo menos dos estrategias en la dinámica de expansión de
las propiedades y la circulación mercantil de la tierra. Por una parte el avance hacia
tierras de yungas cuya propiedad no esta definida y se cataloga como fiscal, y la compra
y venta de tierras, como una forma de monetización del patrimonio familiar y también
de ampliación de los bienes inmuebles. Todas estas operaciones, sin duda se realizan en
el ámbito exclusivo de los mencionados clanes familiares y tiende a reforzar la
concentración de tierras en manos de estos grupos, al contrario de lo que sucede en los
97

valles centrales, donde el activo comercio de tierras genera desde fines del siglo XIX un
proceso incontenible de minifundización con tonos populares como comprobaremos
más adelante.

En la primera década del siglo XX, la concentración de tierras en manos de familias


terratenientes se intensifica aun más que con relación a fines del siglo anterior. En este
orden, 73 haciendas y otras propiedades menores adquiridas por 20 familias representan
el 82,76 % de las tierras registradas en 1908. Es decir, que 777 propiedades de las 850
registradas aquél año, solo disponían de 31.696 Has, o sea el restante 17,24 %. De este
resto, 577 propiedades (el 67,88 % del total de predios) con superficies inferiores a 10
Has, no ocupaban ni siquiera el 2 % del total de tierras registrado.

La estructura agraria que emerge de la información analizada revela una fuerte


concentración de tierras en manos de un puñado de grandes propietarios, quienes
monopolizan la propiedad de las tierras con riego y ocupan con exclusividad las tierras
de yungas. La mediana propiedad, si bien tiene un crecimiento significativo en el
periodo 1897-1908, no representa en términos de concentración de tierras un porcentaje
superior al 20 %. Así mismo, la pequeña propiedad de piquería y la escasa propiedad
parcelada de tierras de comunidad no traspasadas a las haciendas, si bien son
numéricamente abrumadoras, no representan ningún grado significativo de
concentración de tierras. Por otra parte, la estrategia terrateniente, como se ha verificado
al examinar los cuadros 3 y 5 demuestra, que al contrario de los terratenientes vallunos,
no apostaban a un solo tipo de cultivos, sino a varias alternativas. Para ello, sumaban
propiedades, a través de clanes familiares, en diversos pisos ecológicos. Veamos, para
conocer mejor esta situación, el siguiente cuadro:
Cuadro Nº 7: Propiedades en manos de familias terratenientes en la Provincia Totora, 1908

Haciendas
Serranía templada y fría
Haciendas cocaleras en yungas tropicales
Familias y grandes Observaciones
propietarios Nº de Superfici-es Cantón y
hacien- en Ha. Nombre sección Yungas
das o zona tropical
Zegarra 56.925 Pojo Pojo - A Chuquioma Las haciendas en
Pausanias Zegarra 3 11.600 Alisar y otros Chuquioma tenían
45.325 Ha.
Caero 21.453
Belisario Caero 1 - San Mateo Pojo - B Chuquioma San Mateo tiene
Teodosio Caero 1 625 - - - 20.828 Ha.
Julio Caero 1 - Coroico Pojo - C Chuquioma

Ledesma 11.143
Ana Ledesma 1 193
Benjamín Ledesma 7 10.950
Benjamín Ledesma Tejahuasi Pojo - C Chuquioma
Benjamín Ledesma San Antonio Pojo - C Chuquioma
Saturnino Ledesma - Potrero Pojo - C Chuquioma
Petrona Ledesma Potrero Pojo - C Chuquioma

Mendoza 8.047
Juan Mendoza 1 300
Juan Mendoza Arepucho Totora - E Arepucho
Francisco Mendoza Laime Toro Pojo - B Chuquioma Laime Toro tiene
Francisco Mendoza Dolores Totora - D Icuna 7.747 Ha.
Helena Mendoza Dolores Totora - D Icuna
Nahum Mendoza Dolores Totora - D Icuna
98

Cuadro 7 (continuación)
Haciendas
Serranía templada y fría
Haciendas cocaleras en yungas tropicales
Familias y grandes Observaciones
propietarios Nº de Superfici-es Cantón y
hacien- en Ha. Nombre sección Yungas
das o zona tropical
Soriano 6.801
Andrés Soriano 3 418
Andrés Soriano Mamoré Pojo - D Chuquioma
Begonia Soriano 2 4.315
Esperanza Soriano 3 868
Leonor Soriano 1 1.200
Eugenio Soriano Mamoré Pojo - D Chuquioma
Cesar Soriano Mamoré Pojo - D Chuquioma
Gomez 6 3.000
Uriel Gómez 3 900
Uriel Gómez La Glorieta Totora - D Icuna
Egipciaca Gómez 1 1.800
Ángel M. Gómez 1 100
Walter Gómez 1 200
Clemencia Gómez Guanay Totora - D Icuna
Gonzáles 4 2.695
Maria Gonzáles 1 170
Manuel Gonzáles 3 2.225
José L. Gonzáles Santa Rita Pojo - C Chuquioma
Melean 1 2500
Diógenes Melean 1 2.500
Diógenes Melean Huchimayu Totora - D Icuna
Diógenes Melean Vientopedazo Totora - D Icuna
Días 3 2.369
Tais Días 1 1.000
Egipciaca Días 1 169
Gertrudis Días 1 1.200
Gertrudis Días San Pedro Totora - D Icuna
Badani 2 1.300
Miguel Badani 1 50
Segundo Badani 1 1250
Segundo Badani San José Pojo - C Chuquioma
Saucedo 1 1.200
Rosendo Saucedo 1 1.200
Rosendo Saucedo Bella Vista Totora - D Icuna
Rosendo Saucedo Porvenir Totora - D Icuna
Rosendo Saucedo Arepucho Totora - E Arepucho
Escobar 3 1.090
Serafina de Escobar 1 130 Kuchihuasi
Constancio Escobar 1 335 Caluyo
Constancio Escobar 1 625 Rodeo Chico
Julio Escobar Guanay Totora - D Icuna
Luís Escobar Kuchimayu Totora - D Icuna
Irigoyen 1 700
Fidel Irigoyen 700
Fidel Irigoyen Antahuakana Totora - D Icuna
Fidel Irigoyen Arepucho Totora - E Arepucho
Mariscal 1 186
Encarnación Mariscal 1 186
Teodoro Mariscal San Pedro Totora - D Icuna
Pascual Mariscal San Pedro Totora - D Icuna
Pacífico Mariscal Guanay Totora - E Arepucho
Guzmán 1 150
Narcisa Guzmán 150
Cesáreo Guzmán Derrumbado Pojo - C Chuquioma
Justo Guzmán Pedro Cantillo Pojo - C Chuquioma
Fuente: Gonzáles, 2008
Nota: En las hacienda cocaleras cuya extensión no se acompaña, esta omisión se debe a que en los
libros de registro solo figuran propietarios y denominaciones de las haciendas, pero no superficies.
99

No se debe perder de vista, que si bien la gran concentración de propiedades en manos


de diferentes familias se producía en las zonas de valle, serranías y puna con
temperaturas que variaban desde templadas a frías, estos espacios, como se mencionó
inicialmente, eran complementarios e incluso subsidiarios en relación a las lógicas de
acumulación de capital en la región., por tanto la concentración de tierras en pisos
ecológicos de puna, serranía o valle no era necesariamente sinónimo de poder
económico, pues la economía de lo cereales, las legumbres y las frutas no generaban
excedentes suficientes para acumular riqueza y posición social dada la pequeña
dimensión de los mercados locales para estos productos, que además sufrían fuerte
competencia de otras regiones como Misque y Aiquile, en los mercados del sur de
Bolivia o en Vallegrande.

Se puede afirmar que el eje de la economía totoreña giraba en torno a las haciendas
cocaleras, pues eran estas las que producían el articulo de exportación que
proporcionaba importantes utilidades, al punto de poder costear durante varias décadas
la vida fastuosa de la elite regional y convertir la ciudad de Totora en una pequeña
sucursal de los gustos más distinguidos que se podían encontrar en las capitales
europeas o en los EE.UU.116.

No cabe duda que los márgenes de rentabilidad de una hacienda, finca o huerto en zona
templada o fría estaba muy por debajo de la enorme rentabilidad de una hacienda
cocalera, a pesar de la penuria que significaba sacar la coca de los yungas por pésimos
caminos, peligrosas sendas e innumerables riesgos, a lo que se sumaba las dificultades
para captar mano de obra una vez que la temible fama del variado menú de dolencias
que ofertaban los yungas, hacía muy difícil la permanencia estable de cultivadores de
coca.

En función de lo anterior se debe asumir que el verdadero poderío económico regional


reposaba en las familias que poseían haciendas cocaleras y más aún en aquellas que
tuvieron el cuidado o la astucia de comprar tierras en diversos pisos ecológicos. El
cuadro 7 muestra la existencia de 16 familias en 1908 que se ajustaban a este perfil.
Entre ellas, destaca una vez más la figura de Pausanias Zegarra con cinco haciendas, de
las cuales apenas un huerto muy modesto se sitúa en una zona templada en tanto las
otras son haciendas cocaleras. No cabe duda que el afinado olfato mercantil de este
personaje no le hizo perder tiempo acaparando tierras de valle o serranía no rentables,
prefirió hacer suyas enormes extensiones en los yungas de Chuquioma, como ya vimos
anteriormente, convirtiéndose por ello en la figura más influyente y con mayor poder
económico y social en la región. Quienes siguen los pasos de Zegarra son las familias
Mendoza y Salazar, que igualmente poseían una hacienda mediana en zona templada
pero en compensación 5 y 6 haciendas cocaleras en Chuquioma, Icuna y Arepucho
respectivamente. De ello se puede deducir que estas tres familias configuraban el
verdadero poder económico, político y social de la provincia a inicios del siglo XX.

Siguen esta estrategia de concentración de tierras otras familias como los Ledesma con
10 haciendas en zonas templadas y frías, además de otras 4 en zona en los yungas de
Chuquioma, lo que les permite disponer de abundante producción en los tres pisos
116
Un amplio análisis de lo refinados gustos y la activa vida social de la elite totoreña se puede encontrar
en la tesis de Evelyn Gonzales (2008).
10

ecológicos. Los Soriano que poseen 8 haciendas en zona templada y 4 en los yungas, los
Gómez que tienen otras tantas haciendas con la modalidad descrita, en fin, los Melean,
los Escobar, los Mariscal, Badani, Novillo y otros. En conjunto estas familias junto con
las tres mencionadas forman el eje del poder provincial (Gonzáles, obra citada).

Sintetizando: se puede establecer que la clase terrateniente en la Provincia Totora estaba


dividida en términos de poder económico en dos instancias: por una parte, los grandes
propietarios de tierras en diversos pisos ecológicos, incluyendo haciendas cocaleras.
Estos hacendados tenían la enorme ventaja de gozar del acceso a una variada
producción agrícola y pecuaria, lo que a su vez les permitía el acceso a diversos
mercados, incluso a larga distancia, pudiendo evadir con mayor soltura y solvencia las
crisis periódicas de estrechez de demanda, sequías, inundaciones, plagas, etc. Por otra,
los hacendados que tienen tierras extensas en zonas de valle y puna, pero no tienen
similares en los yungas. Sin duda estos últimos tienen oportunidades económicas más
limitadas, por lo que su gravitación en términos de poder también sigue esta misma
pauta, sufriendo con frecuencia los vaivenes de los humores climáticos, pero también de
los avatares propios de la esfera financiera y política.

Otro grupo de propietarios son los poseedores de medianas extensiones, quienes por lo
que se comprobó, experimentaron una importante expansión entre 1897 y 1908. Sin
duda se trata de hacendados que apuestan a la dinámica del mercado local y los
mercados de Vallegrande, Sucre, Potosí y zonas aledañas, pero también abastecen la
demanda de los cocales. La expansión de este tipo de propiedad puede estar vinculada a
la fluida transferencia de tierras de pequeñas propiedades y de tierras de comunidad, que
por las razones antes anotadas, no despiertan interés en los grandes hacendados.

Finalmente se tiene la presencia de una masa de pequeños agricultores que provienen


probablemente de dos vertientes: ex comuneros que han obtenido títulos de parcelas de
tierra de los antiguos dominios de comunidad merced a la aplicación de las leyes de
exvinculación mediante las visitas que se operan periódicamente en la región desde
fines de la década de 1870; e indios forasteros que han logrado adquirir pequeñas
parcelas o hilos, ya sea de los primeros o de las subastas que generaban las citadas
visitas.

A continuación observaremos en los cuadros que siguen, el contraste entre esta


estructura agraria y la que presentan otras realidades similares en regiones diferentes
como el Valle Alto, el Valle Bajo, las tierras altas y provincias vecinas como Misque,
aunque para este efecto solo se toma como referencia, a título de muestreo, algunos
cantones con información disponible y no provincias completas, excepto en el Cono
Sur.

Para el análisis de la información que sigue adoptaremos el criterio de clasificación de


las diversas propiedades registradas en el Registro de Propiedades Rústicas existente en
el Archivo Histórico Prefectural de Cochabamba, por rangos de extensión, es decir:
propiedades pequeñas, medianas y grandes. Es esencial establecer diferencias entre lo
que era una parcela o hilo, un huerto, una finca, una hacienda mediana y una gran
hacienda, una vez que no sería correcto englobar en el análisis todos estos tipos de
unidades productivas sin establecer diferencias. Por tanto para los fines anotados, se
10

consideran propiedades pequeñas las parcelas de tierras de comunidad o hilos y los


huertos como unidades cuyas superficie fluctúa entre menos de una hectárea y 20 has.
Analizando la información existente se ha visto por conveniente subdividir en algunos
casos este rango en dos situaciones: las parcelas o hilos con extensiones inferiores a una
hectárea y hasta 10 Has y las los huertos con extensiones de 11 a 20 Has. La mediana
propiedad corresponde a los huertos mayores y fincas 117 que vendrían a estar englobadas
en el rango de 21 a 100 Has. La gran propiedad sería aquella, en general mayor a 100
Has; sin embargo se ha visto por conveniente subdividirla en dos situaciones: la
hacienda, cuya superficie fluctuaba entre 101 y 500 Has y la gran hacienda cuya
superficie era mayor a 501 Has.

Cuadro Nº 8:
Número de propiedades por rangos, regiones, provincias y cantones
Cono Sur Valle Alto Valle Bajo Provincias altas
Regiones,
provincias y Provincia Provincia Provincia Punata Provincia Provincia Provincia
cantones Mizque Totora Cantones San Arque Ayopaya Tapacari
Cantones: Vila Cantones: Pojo, Benito y Muela Cantón Capinota Cantón Cantón Calliri
Vila, Misque, Totora, 1908 1908 Morochata 1898
Molinero y Chimboata y 1898
Rangos Tintin Pocona
según el tama- 1908 1908
ño de la propie- Nº de Nº de Nº de Nº de Nº de Nº de
dad propiedades propiedades propiedades propiedades propiedades propiedades
Nº % Nº % Nº % Nº % Nº % Nº %
Peque- A. De -1 a 72 10,37 492 63,90 1.951 95,87 820 89,71 107 69,48 9 26,47
ña 10 has.
propie- B. De 11 a 23 3,32 75 9,74 30 1,47 56 6,13 3 1,95 3 8,82
dad 20 Has.
Mediana propiedad 95 13,69 83 10,78 38 1,86 33 3,61 16 10,39 10 29,42
(21 a 100 has.)
Gran A. De 101 a 324 46,68 69 8,96 13 0,65 3 0,33 12 7,79 12 35,29
propie- 500 Has.
dad B. De 501 y 180 25,94 51 6,62 3 0,15 2 0,22 16 10,39 - -
más Has.
TOTALES 694 100 770 100 100 2.035 914 100 154 100 34 100

Fuente: Registro de Propiedades Rústicas del Departamento de Cochabamba, Archivo Histórica


Prefectural, Cochabamba.

Lo que nos interesa de este cuadro es la relación numérica de las propiedades según
distintos escenarios ecológicos y jurisdiccionales, Veamos esta situación caso por caso.
Respecto a la pequeña propiedad en su dimensión mínima (de -1 a 10 Has), se pueden
observar contrastes realmente llamativos: en el Cono Sur, en la provincia Misque se
tiene una concentración muy discreta respecto a Totora que comparte el mismo
territorio. Aquí cabe anotar que en este último caso, es importante el aporte de los
pequeños fundos de tierras de comunidad en el Cantón Pocona, lo que parece no ocurrir
con Misque. Dirigiendo nuestra mirada al Valle Alto e incluso el Valle Bajo, la realidad
es totalmente diferente: centenares de pequeñas parcelas dominan este escenario
117
No existe una diferenciación muy específica respecto a lo que es una finca. En general este tipo de
propiedad hace referencia a la subdivisión de una hacienda en porciones no superiores a 100 has. Sin
embargo esta conformación podría también ser el resultado de la adquisición de dos o más huertos o
varias parcelas. Para fines del análisis y no con otra intención, se ha decidido delimitar la finca hasta la
extensión antes mencionada y considerar la hacienda a partir de 101 Has y más, aunque ciertamente se
reconoce que este es un corte arbitrario pero metodológicamente necesario.
10

en forma incontestable (el 95, 87 % en los dos cantones de Punata y el 89,71 % en


Capinota, incluso el 68,48 % en Morochata); sin embargo, en las provincias altas se
retorna a la realidad de la pequeña parcela numéricamente más restringida, aunque el
caso de Morochata antes mencionado no deja de llamar la atención. El saldo de todo
esto parece ser un indicador de dos situaciones: el dominio persistente de la mediana y
gran propiedad en las provincias del Cono Sur y las llamadas provincias altas, en
contraste con un avance francamente incontenible de la pequeña parcela en el Valle
Central y Bajo. En relación a la propiedad que fluctúa entre 11 y 20 Has su presencia es
más o menos similar en todas las provincias y cantones considerados, pues en ningún
caso su peso numérico sobrepasa el 10 %. La propiedad mediana también tiene este
mismo comportamiento con valores superiores al 10 % en el Cono Sur, fluctuando entre
menos del 2 % y algo más del 6 % en los valles Alto y Bajo, y nuevamente con valores
iguales y mayores al 10 % en los cantones estudiados de las provincias altas. La gran
hacienda en sus dos alternativas dimensionales se muestra claramente dominante en
Misque (en conjunto suma el 76,62 % de total de predios) sin embargo en Totora no
sobrepasa el 16 % del total de propiedades. En el Valle Alto y bajo el contraste es
notable, pues su presencia es tan ínfima que no llega al 1 % del total de predios.

Cuadro Nº 9
Cono Sur Valle Alto Valle Bajo
Regiones, Provincia Provincia Provincia Provincia Provincia Provincia
provincias y Mizque Totora Punata Arque Ayopaya Tapacari
cantones Cantones: Vila Vila, Cantones: Pojo, Cantones San Cantón Cantón Cantón Calliri
Misque, Molinero y Totora, Chimboata Benito y Muela Capinota Morochata 1898
Tintin y Pocona 1908 1908 1908 1898
Rangos 1908
según ta- Sup. en Has. Sup. en Has. Sup. en Has. Sup. en Has. Sup. en Has. Sup. en Has.
maño de la Has. % Has. % Has % Has % Has % Has. %
propiedad
Pe-que- A. De 381 0,14 1.693 0,94 1.225 15,85 1.157 23,1 132 0,43 3 0,09
ña pie- -1 a 10 8
dad Has
B. De 411 0,15 1.176 0,64 262 3,39 838 16,7 46 0,04 45 1,34
11 a 20 8
Has
Mediana 7.091 2,56 4.482 2,46 1.236 16,00 1.558 31,2 727 0,70 627 18,69
propiedad 1
(21 a 100 has.)
Gran A. De
pro-pie- 101 a 78.768 28,45 18.461 10,12 2.959 38,29 323 6,48 2.993 2,90 2.680 79,88
dad 500
Has.
B. de
501 y 190.223 68,70 156.520 85,84 2.045 26,47 1.116 22,3 99.385 96,2 - -
más 5 3
Has.
TOTALES 276.874 100 182.332 100 7.727 100 4.992 100 103.283 100 3.355 100
Distribución de la tierra agrícola según rangos de propiedades, regiones provincias y cantones
Fuente: Registro de Propiedades Rústicas del Departamento de Cochabamba, Archivo Histórica
Prefectural, Cochabamba.

La relación numérica de las propiedades define tendencias del mercado de la tierra en


relación a las capacidades de los actores sociales para acceder a diferentes opciones,
ampliar el patrimonio o fragmentarlo, canalizar incipientes potencialidades de un
naciente campesinado independiente o confirmar el predominio de las grandes y
10

medianas propiedades sobre las pequeñas dentro de un cuadro tercamente


tradicionalista. En este orden los valles centrales serían de lejos los reinos democráticos
del campesinado parcelario frente a los baluartes hacendales del Cono Sur y las
provincias altas. Sin embargo, el verdadero meollo del asunto pasa por la cuestión de
como se concentra la tierra en cada uno de los rangos de propiedades establecidos para
este análisis. En este orden, el Cuadro 9 nos reserva sorpresas cuya comprensión va
mejorar la perspectiva que tenemos del problema.

Respecto a la pequeña propiedad de Misque y Totora, aun sumando las propiedades que
fluctúan entre 11 y 20 Has la extensión de tierras que abarcan no sobrepasa siquiera un
modestísimo 2 % del total de tierras registradas en ambas provincias (0,29 % en Misque
y 1,58 % en Totora). En el Valle Alto (cantones de San Benito y Muela), el millar y más
de parcelas, incluidas las mayores a 10 has y hasta 20, no alcanzan al 20 % del total de
tierras de dichos cantones. En el Valle Bajo, el caso de Capinota, es relativamente mejor
pero igualmente discreto puesto que las 820 parcelas menores y las 56 mayores a 10 y
menores a 21 Has, abarcan casi un 40 % de las tierras del cantón. En las provincias altas
el panorama es similar al del Cono Sur, con incidencias que no superan el 1,5 %. Por
tanto, la idea de que la existencia de muchas parcelas significaría un amplio acceso a la
tierra resulta falsa. En efecto, la superficie promedio de de cada parcela en Totora en
fracciones de -1 a 10 Has es de 3,44. Este mismo promedio en San Benito y Muela
(Punata) es de 0,62 Has, en Capinota de 1,41 Has. En realidad los agricultores
parcelarios de Totora e incluso Capinota resultaban privilegiados respecto a sus iguales
del Valle Alto, donde todo parece indicar que la lucha por la tierra era ardua y
extremadamente sacrificada118.

En el otro extremo de la balanza se sitúa la gran propiedad. En Misque, las tierras de


hacienda desde 101 a más de 500 Has acaparaban el 97,15 % del total de tierras
registradas, distribuidas entre 504 propiedades, con un promedio de 533 Has cada una.
Si consideramos solo las propiedades mayores a 501 Has, este promedio sube a
1.056,79 Has. Totora brindaba un panorama similar: globalmente el promedio de la gran
propiedad es de 1.458 Has, sin embargo considerando solo las 51 propiedades mayores
a 501 Has, este índice se eleva a 3.069 Has.!, sin duda aquí se encontraban las grandes
haciendas cocaleras. Respecto al Valle Alto, algunas voces como las de Octavio
Salamanca proclamaban la extinción de la gran propiedad y la realización pacífica de
una temprana reforma agraria. Los datos revelan otra cosa: aun en medio de la
polvareda minifundiaria los hacendados se las arreglaban para tener el dominio sobre el
64,76 % de las tierras registradas en San Benito y Muela, alcanzando las 15 propiedades
sobrevivientes un promedio de 333,60 Has, una extensión nada desdeñable por cierto.
En Capinota, la gran propiedad esta mucho más restringida y alcanza solo al 28,83 % de
las tierras registradas debido a una estrategia hacendal distinta que observaremos más
adelante; en todo caso la superficie promedio de las 5 haciendas existentes es de 479,66
Has, lo que no deja de ser auspicioso tomando en cuenta la escasa tierra del pequeño
valle de Capinota. En los cantones de las provincias altas, observemos la situación que
ofrecía Morochata donde la gran hacienda aglutinaba el 95 % de la tierra registrada y
donde el dominio de la misma con extensiones muy superiores a los 501 has era
absolutamente dominante, ostentando un promedio de 3.442 Has. Sin embargo las 16
118
Un detalle del funcionamiento del mercado de tierras en la zona de Cliza se puede encontrar en
Guzmán, 1998.
10

grandes haciendas alcanzaban un promedio de 5.836,56 Has., sobresaliendo la hacienda


del Monasterio del Carmen con 15.495 Has y 500 colonos. Por último, en el Cantón
Calliri, si bien no existen haciendas mayores a 500 Has, el 77,07 % del total de tierras
estaba ocupadas por haciendas mayores a 100 Has y menores a 500. Las 12 haciendas
existentes tenían un promedio de 223,33 Has. En suma, de acuerdo a los datos
contenidos en el cuadro anterior Misque y Totora emergen como dos territorio
dominados por grandes haciendas.

Finalmente, considerando la mediana propiedad (de 21 a 100 Has.), su presencia es


insignificante en Misque y Totora, donde porcentualmente no alcanzan al 3 % del total
de tierras registrado. En el caso de los cantones San Benito y Muela, este porcentaje se
eleva al 16 %. Sin embargo, la situación es muy diferente en Capinota donde este tipo
de propiedad compromete al 31,21 % de las tierras, que sumadas a las propiedades
mayores da como resultado que el 60 % de dichas tierras estén dominadas por grandes y
medianos propietarios que de esta forma intentaban frenar el avance de la pequeña
propiedad, lo que una vez más ilustra un episodio de la intensidad de la lucha por la
tierra en los valles como emergencia de la presión demográfica ejercida sobre estos
escenarios. Morochata, en la zona de altura muestra escasa incidencia en este tipo de
propiedad, sin embargo en Calliri la misma abarca el 18,69 % de las tierras.

Toda esta detallada descripción nos permite establecer que hacia fines del siglo XIX e
inicios del XX, pese al crecimiento de la pequeña propiedad en los valles centrales y
otras zonas, la tierra en forma dominante estaba controlada legal, social y políticamente
por grandes latifundistas. La expansión del minifundio en el Valle Alto, por lo menos en
esta época no significaba un retroceso ostensible del dominio hacendal. La proliferación
de la parcela y el lote, parece expresar más la profundidad de la presión demográfica de
los continuos flujos migratorios de indios forasteros atraídos por las deslumbrantes
ferias vallunas, que la existencia de movimientos sociales que amenazaran el orden
social y la seguridad de los grandes y medianos propietarios. En estos valles, la tierra se
despedaza, se vende y revende bajo el manto de un muy activo mercado de tierras
rústicas, por lo menos estos es lo que sugiere Robert Jackson (1993) para las primeras
décadas del siglo XX, quien señala que las tierras de Punata, Cliza y otras eran
altamente cotizadas. Por tanto el minifundista tenía capacidad económica para adquirir
tierra a precios especulativos y naturalmente, el gran propietario que dividía y
desmenuzaba la tierra de la antigua gran hacienda, realizaba buenos negocios y con el
fruto de estos se volvía comerciante y vecino de la ciudad de Cochabamba, que de paso
ayudó a urbanizar. Este panorama se vincula al fenómeno ferial y a la pujanza de la
economía del maíz que encontró en la chicha consumida regionalmente, la opción al
perdido y llorado mercado potosino.

El Cono Sur vive en un mundo aparte e inmerso en su propia dinámica, es decir la


economía de la coca que establece relaciones de producción muy diferentes y por tanto,
formas de organización territorial con lógicas opuestas a la idea de dividir y parcelar la
tierra. El dominio de la gran hacienda en Totora y Misque expresaba la buena salud de
la economía de estas y su compromiso en opciones económicas que no requerían del
sacrificio del patrimonio inmobiliario. En el caso de Totora, todo lo expresado
anteriormente parece apoyar sólidamente la idea de que el medio centenar de grandes
haciendas cocaleras eran el eje de este ordenamiento territorial y del poder local
10

resultante, donde episodios como los centenares de pequeños predios de antiguos indios
comunarios en Pocona, Chimboata o Totora, no afectaban en absoluto este orden
económico

La estructura agraria en el Cantón Chimboata a fines del siglo XIX e inicios del
XX:

El cantón Chimboata se dividía en dos secciones que correspondían a un territorio de


serranías y pequeños valles cerrados con alturas entre 2.400 y 2.800 metros sobre el
nivel del mar, donde destaca el Valle de Pilancho. Se trata de un territorio donde el
riego es escaso y las posibilidades de acceso a este definen la existencia de los espacios
agrícolas, particularmente con producciones de trigo, cebada y papa en las zonas más
altas donde predominaban las haciendas que podían irrigar parcialmente sus
propiedades, en tanto vastas extensiones eran cultivos de secano de ambos productos
citados. En las zonas de pequeños valles irrigados por los ríos Chimboata y
Machacmarca, además de muchas quebradas tributarias existían huertas y pequeñas
propiedades donde se producían legumbres y algunas frutas.

La Primera Sección del Cantón Chimboata a fines del siglo XIX e inicios del XX estaba
prácticamente ocupada predominantemente por haciendas medianas, y algunas fincas y
huertos. El área cubierta por esta sección, según De Jong (obra citada), iba desde la zona
de Pilancho por el Sur hasta Llachojmayu por el Noreste y Cocapata por el Noroeste. La
Segunda Sección del Cantón Chimboata, siempre de acuerdo a De Jong, cubría el
extremo Noroeste de la provincia desde Mamawasi y Lope Mendoza por el Norte hasta
Chillijchi por el Sur Se trata igualmente de una zona dominada por haciendas y
atravesada por varios ríos lo que proporcionaba mayor posibilidad de riego a las
propiedades y permitió la instalación de algunos molinos de propiedad de las haciendas
(Ver Mapa 3). En suma, se trata de un territorio abrupto dominado por serranías y valles
estrechos atravesados por ríos de corriente estacional a lo largo de los cuales se
desplegaban los huertos y las pequeñas parcelas, en tanto las tierras de hacienda
dominaban en las alturas. Ambas secciones del cantón tenían la opción de extenderse
hacia las tierras cálidas de los yungas y de hecho muchas grandes propiedades se
extendían a lo largo de territorios de puna, zonas de valle y laderas con bosques
tropicales donde se organizaban los cocales. Analizando el registro de propiedades del
Cantón Chimboata correspondiente a 1897 se tiene:
Cuadro 10A: Chimboata – Sección A: Nómina de propiedades y rangos según tamaño de la
propiedad (1897)
Rango según tamaño de la propiedad (en Has.)

Sup. en Ha. Pequeñas propiedades Propieda-des Grandes propiedades


medianas
Propiedad Propietario
-1 1 2a 6a 11 a 21 a 51 a 101a 501a 751a 1001 y
5 10 20 50 100 500 750 1.000 +
Llachocmayu Trifón Meleán 74,38 X
Guanuguanu Trifón Melean 53,55 X
Cocapata Maria Olivera 193,69 X
Collpana Emilio Pozo 28,26 X
Collpana Trinidad Pozo 35,70 X
Collpana Cleofé Pozo 29,75 X
Collpana Eulogia Pozo 29,75 X
Chiuchi Benjamín Ledezma 1.291,32 X
Jurina Manuel Fermin y H. 29,75 X
10

Cuadro 10A (continuación)

Rango según tamaño de la propiedad (en Has.)

Sup. en Pequeñas propiedades Propieda-des Grandes propiedades


Ha. medianas
Propiedad Propietario
-1 1 2a 6a 11 a 21 a 51 a 101a 501a 751a 1001 y
5 10 20 50 100 500 750 1.000 +
Era-Pampa Bartolomé Novillo 8,92 X
Rumi Rumi Anacleto Gomez 2,97 X
Ychucollo Carmen Olivera 53,55 X
Chimboata Petronila Gomez 71,40 X
Chimboata Anacleto Gomez 35,70 X
Chimboata Mariano Gomez 74,38 X
Pilancho Misemo Gomez 322,83 X
Pilancho Maria F. Cespedes 47,60 X
Pilancho Rosenda Villarroel 59,50 X
Cochi Zenón Echeverría 112,99 X
Molino Blanco Benjamín Ledezma 322,83 X
Terreno s/n Basilio Ledezma 2,97 X
Terreno s/n Feliciano Herbas 2,97 X
Totales 2.884,76 3 1 7 6 4 1
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rústicas del Cantón Chimboata, 1897

Cuadro 10B: Chimboata – Sección B


Nómina de propiedades y rangos según tamaño de la propiedad (1897)
Rango según tamaño de la propiedad (en Has.)

Sup. en Ha. Pequeñas propiedades Propieda-des Grandes propiedades


medianas
Propiedad Propietario
-1 1 2 a 6 a 11 21 a 51 a 101 a 501a 751 a 1001
5 10 a 50 100 500 750 1.000 y+
20
Cuchihuasi Nemesio Mariscal 28,75 X
Cuchihuasi Máximo Escobar 1.291,32 X
Chullchuncani Maria F. Céspedes 53,55 X
Lope Mendoza Agapito Aguayo 50,50 X
Guayapacha Anacleto Gómez 59,50 X
Quehuiñapampa Celestina Sejas 26,77 X
Quehuiñapampa Simón Zapata 5,95 X
Quehuiñapampa Manuel Morató 5,95 X
Quehuiñapampa Martín Montaño. 23,80 X
Montón Cayara Martín Montaño 14,87 X
Jatumrumi Bernardina Zapata 2,97 X
Jatumrumi Vicenta Zapata 2,97 X
Jatumrumi Dionisia Zapata 2,64 X
Salsuri Celestina Sejas 8,92 X
Huayapacha Manuel Morató 11,90 X
Huayapacha Martín Montaño 53,55 X
Machacmarca J. de la C. Chavari 8,92 X
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rústicas del Cantón Chimboata, 1897
10

Cuadro 10B (continuación)


Rango según tamaño de la propiedad (en Has.)

Sup. en Ha. Pequeñas propiedades Propieda-des Grandes propiedades


medianas
Propiedad Propietario
-1 1 2 a 6 a 11 21 a 51 a 101 a 501a 751 a 1001
5 10 a 50 100 500 750 1.000 y+
20
Machacmarca Fructuoso Jaimes 8,92 X
Tunaskaka Antolin Yargui 8,92 X
Machacmarca Fructuoso Jaimes 8,92 X
Pucarapampa Atanasio Flores 1,48 X
Chilicchi Cayetano Saldaña 5,95 X
Machacmarca Catalina Casahuailla 2,97 X
Machacmarca Cayetano Saldaña 6,32 X
Jarcapata J. de la C. Chavari 1,48 X
Tunascaca Ángela Flores 8.92 X
Machacmarca Narcisa Hinojosa 5,95 X
Pucarapampa Narcisa Hinojosa 1,55 X
Chilicchi Narcisa Hinojosa 1,48 X
Machacmarca Manuel Challco 3,69 X
Machacmarca Manuel Challco 2,23 X
Quiñiquiñipampa Delfin Arce y H. 5,95 X
Machacmarca Micaela Melgares 3,71 X
Machacmarca Micaela Melgares 2,23 X
Machacmarca Micaela Melgares 0,74 X
Totales 1.734,24 1 4 13 7 2 4 3 1
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rústicas del Cantón Chimboata, 1897

De acuerdo a la información del Registro de Propiedades del Cantón Chimboata


secciones A y B correspondientes al año 1897, existían registradas en conjunto 57
propiedades que ocupaban 4.619 Has., las mismas que de acuerdo al rango de
propiedades establecido se distribuyen de la siguiente manera: 29 pequeñas (parcelas o
hilos y huertos), 24 medianas (fincas) y 6 grandes propiedades (haciendas). Observando
esta distribución en cada sección del cantón, se tiene:

En el Cantón A: estaban registradas 22 propiedades que en conjunto ocupaban 2.884,76


Has. En este caso, se puede percibir que numéricamente dominaba la mediana
propiedad que fluctúa entre 11 y 100 Has., con 13 unidades (59% del total), 6 de las
cuales eran mayores a las 50 Has. La pequeña propiedad cuya superficie fluctuaba entre
menos de una hectárea y 20 Has, estaba representada por 4 predios, 3 de ellos de más de
2 Has y otro de más de 6. No existía ninguna propiedad menor o igual a una hectárea.
Finalmente la gran propiedad que fluctúa entre 101 y más de 1.000 Has, estaba
representada por 5 predios, de los cuales 4 tenían superficies que varían entre 101 y 500
Has y solo uno era superior a 1.000 Has.

En el Cantón B: estaban registradas 35 propiedades que en conjunto ocupaban 1.734,24


Has. En este caso, se puede percibir que numéricamente dominaba la pequeña propiedad
con 27 unidades (77 % del total) de las cuales 13 eran mayores a 2 Has y 7 mayores a 6
Has; de las restantes, 4 eran parcelas de una hectárea y algo más, una menor a una
hectárea y las restantes dos mayores a 11 Has. En esta sección se concentraba la
pequeña propiedad donde coexistían pequeñas parcelas de una emergente piquería con
huertos, lo que expresaba un mejor acceso al riego con relación a la Sección A del
10

Canton. La mediana propiedad estaba representada por 7 predios (20 % del total), 4 de
ellos con más de 21 Has y otros 3 con más de 51 Has. Finalmente la gran propiedad
estaba representada por una sola propiedad mayor a 1.000 Has.

De todo lo anterior se puede deducir que la pequeña propiedad característica de la


piquería (el hilo o pegujal) que comenzaba a dominar en las provincias del Valle Alto
era prácticamente inexistente en 1897. En lugar de ello, se tiene un escenario dominado
por propiedades pequeñas, pero superiores a 2 y más hectáreas, junto a medianas y
grandes haciendas, que corresponde mejor a un paisaje donde se ejercita un control
sobre la posesión de la tierra que apenas deja insignificantes intersticios por donde
asoma con dificultad el originario o el indio forastero capaz de hacerse de alguna
parcela. El grueso de las oportunidades que brinda el mercado de tierras rústicas
indudablemente favorece a dos estratos: el gran terrateniente individual o a través de
clanes familiares, como veremos más adelante, y el pequeño y mediano propietario que
probablemente expresa la incursión de comerciantes, arrieros y otros agentes
económicos de clase media que podían adquirir propiedades bajo las características
descritas.

Las leyes de exvinculación fueron aplicadas en Chimboata en forma pacífica y dieron


apertura a la adquisición propiedades de tierras de comunidad fraccionadas y que al no
ser titularizadas individualmente por los comunarios pasaron a propiedad fiscal. Bajo
esta modalidad fueron objeto de ventas a originario o terceros (indios forasteros) por las
juntas revisitadoras, como ya se mencionó. En el Archivo Histórico Prefectural se han
encontrado algunas minutas de traspaso de estas tierras que datan de 1878, expresadas
en el Cuadro 11.
Cuadro nº 11
Venta de pequeñas propiedades fiscales (hilos) en el Canton Chimboata, 1878

Compradores Zona Año Extensión Extensión aprox. Observaciones


en Has.*
Paula Achata Machacmarca, 1878 Una fanegada y 6 Viuda originaria, se
parcialidad de Jara viches 5,06 consolida tenencia de
Jurias data antigua
Ángel Copa Machacmarca y 1878 Tres fanegadas en Indio forastero.
Pucarapama parte con riego, 8,67
parcialidad de dividida en 2 frac-
Turumayas ciones.
Antolin Yargui Tunas Ccacca 1878 Tres fanegadas Indio forastero
dividida en 2 partes 8,67
con riego parcial
Atanasio Flores Machacmarca y 1878 2 fanegadas y 36 Indio forastero
Pucarapampa, almudes, en parte con 9,04
Parcialidad riego, dividida en 2
Turumayas partes.
Francisco Una en Chilicchi y 1878 Tres fanegadas con 8,67 Indio originario
Casahuaylla río Machacmar- riego.
Anselmo Condori Parcialidad Jara 1878 2 fanegadas y 21 No se especifica
Jurias y Jarca Paso almudes y medio 7,68
c/riego.
Manuel Yargui Tunas Ccacca, 1878 3 fanegadas, parte Indio forastero
parcialidad Jara con riego, dividida 8,67
Jurias en 2 partes
10

Cuadro nº 11 (continuación)

Compradores Zona Año Extensión Extensión Observaciones


aprox. en Has.*
Isabel Turumaya Machacmarca y 1878 3 fanegadas, parte 8,67 India originaria
Chilicchi con riego
Manuel Challco Mchacmarca y 1878 3 fanegadas con 8,67 No se especifica
Pura Pampa vertiente
Fuente: Elaboración propia en base a escrituras de exvinculación del Canto Chimboata, Archivo Histórico
Prefectural.
* Una fanega equivale a 2,89 Has. / Un viche a 0,3622 Has. / Un almud a 0,0905 Has. (Censo Nacional
Agropecuario, 1984)

De acuerdo al cuadro anterior de ventas de pequeñas propiedades fiscales realizadas en


la Sección B del Cantón Chimboata, se puede comprobar que las extensiones, en todos
los caso, fluctuaban entre 5 y 9 Has, aunque generalmente se trataba de terrenos
divididos en dos fracciones, una de ellas con riego y la otra como tierra de secano. La
mayor parte de los compradores eran indios forasteros, aunque algunas mujeres
propietarias consolidaban su tenencia como originarias y en los casos que no se
especifica, probablemente se trataba de mestizos. En los registros de propiedades de
1897 (Ver cuadro 11B) solo aparecen los nombres de Antolin Yargui con 8,92 Has,
quien pudo mantener intacta la propiedad adquirida en 1878; y los de Atanasio Flores
con 1,48 Has y Manuel Challco con dos fracciones que en conjunto sumaban 5,92 Has.
En ambos casos, de todas maneras, no se conservan intactas las superficies compradas
en 1878. Dichos casos, sumados a quienes adquirieron tierras de exvinculación en el
año antes citado, y cuyos nombres ya no figuran en el registro de propiedades
mencionado, hace presumir que las tierras adquiridas fueron transferidas a otros
compradores o familiares en los siguientes años anteriores a 1897.

En los registros de 1908, solo aparecen los nombres de Manuel Challco que incrementa
su patrimonio a 9,00 Has y Atanasio Flores con dos propiedades cuya superficie no fue
registrada. Por otro lado, examinando el Cuadro 12B, se puede constatar la existencia de
otras 21 propiedades, muchas con 8,92 Has que con toda probabilidad correspondían a
fracciones de tierras fiscales traspasadas a privados con posterioridad a 1878. De todo
esto, se puede deducir que existía un activo comercio de tierras, diríamos de esfera baja
(indios forasteros, indios originarios, mestizos lugareños, comerciantes, etc.) que
adquirían tierras en oportunidad de las periódicas revisitas para luego revenderlas,
volver a comprar, dejar en herencia, etc. Del registro de propiedades del Cantón
Chimboata en 1908, se obtiene lo siguiente información:
11

Cuadro 12A: Cantón Chimboata – Sección A


Nómina de propiedades y rangos según tamaño de la propiedad (1908)

Rango según tamaño de la propiedad (en Has.)

Sup. en Ha. Pequeñas propiedades Propieda-des Grandes propiedades


medianas
Propiedad Propietario
-1 1 2a 6a 11 a 21 a 51 a 101a 501a 751a 1001
5 10 20 50 100 500 750 1.000 y+

Llacchomayu J. de Dios Medrano 400,00 X


Llacchomayu Angel Navia 400,00 X
Cocapata Virginia Tellez 160,00 X
Kollpana Cleofé Pozo 600,00 X
Ichukollo Emilio Pozo 6.000,00 X
Palcamayu Emilio Pozo 100,00 X
Kollpana Eulogia Pozo 100,00 X
Chiuchi Benjamín Ledesma 1.500,00 X
Molino Benjamín Ledesma 600,00 X
Blanco
Jurina Santos Álvarez 4,00 X
Jurina Tiburcio Mejía 4,00 X
Jurina Serafín Romero 12,00 X
Jurina Santiago Fermín 4,00 X
Jurina Santusa Días 1,00 X
Jurina Santusa Días 1,00 X
Jurina Trinidad Fermín 12,00 X
Jurina Emiliano López 4,00 X
Era Pampa Felipe Novillo 12,00 X
Rumi Corral Clemencia Gómez 20,00 X
Viscachani Rosalía Gómez 12,00 X
Mollemolle Uriel Gómez 150,00 X
Pilancho Egipciaca Gómez 1.800,00 X
Pilancho Egipciaca Días 10,00 X
Viscachani Ángel Maria Gómez 100,00 X
Mollemolle Federico Zegarra 72,00 X
Pilancho Víctor Villegas 105,00 X
Terreno Pedro Zeballos 20,00 X
Kochi Zenón Echeverría 36,00 X
Totales 12.239,00 2 4 1 6 1 4 5 2 3
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rústicas del Cantón Chimboata, 1908.
11

Cuadro 12 B: Cantón Chimboata – Sección B


Nómina de propiedades y rangos según tamaño de la propiedad (1908)

Rango según tamaño de la propiedad (en Has.)

Sup. en Pequeñas propiedades Propieda- Grandes propiedades


Ha. des
Propiedad Propietario medianas

-1 1 2a 6a 11 a 21 a 51 a 101a 501a 751a 1001


5 10 20 50 100 500 750 1.000 y
+
Totoral Encarnación y Leonor 186,00 X
Mariscal
Cuchihuasi Serafina de Escobar 130,00 X
Chullchuncani Víctor Villegas 1.800,00 X
Lope Mendoza Sabas Costa 100,00 X
Lope Mendoza Nazario Villegas 200,00 X
Guayapacha Uriel Gómez 104,00 X
Guayapacha Honorato Montaño sd
Montoncayara Honorato Montaño 12,00 X
Quehuiñapampa Honorato Montaño 15,00 X
Guayapacha Daniel Soriano 16,00 X
Quehuiñapampa Basilio Morató 300,00 X
Salsuri Basilio Morató 10,00 X
Quehuiñapampa Bernardino Zapata 100,00 X
Jatumrumi Bernardino Zapata 125,00 X
Quehuiñapampa Celestina Sejas y H sd
Salsuri Celestina Sejas y H sd
Jatumrumi Vicenta Zapata sd
Jatumrumi Dionisia Zapata sd
Chillicchi Eulogio Chavare 26,00 X
Chillicchi Pedro López 3,00 X
Chillicchi Clemente Villarroel 2,00 X
Chillicchi Clemente Villarroel 2,00 X
Chillicchi Narcisa Hinojosa 1,50 X
Machaccmarca Narcisa Hinojosa 3,00 X
Chillicchi Ventura Olarte 6,00 X
Macahccmarca Dionisia Saldaña 1,5 X
Machaccmarca Narcisa Saldaña 3,00 X
Tunascaca Angela Flores 1,00 X
Machacmarca Manuel Challco 9,00 X
Machacmarca Francisco Olivera 7,00 X
Machacmarca Isidro Olarte 1,00 X
Machacmarca Isidro Olarte 1,45 X
Machacmarca Isidro Olarte 1,00 X
Machacmarca Fructuoso Jaimes 16,00 X
Machacmarca Cata Casahuaylla sd
Machacmarca Micaela Melgares sd
Machacmarca Micaela Melgares sd
Machacmarca Micaela Melgares sd
Machacmarca Diógenes Melean 1,00 X
Tunascaca Eulalia Herbas 3,50 X
Pilancho Policarpia Fuentes 2,00 X
Pilancho Rufino Fuentes 1,00 X
Pilancho Teresa Fuentes sd

Cuadro 12B (continuación)


11

Rango según tamaño de la propiedad (en Has.)

Sup. en Pequeñas propiedades Propieda- Grandes propiedades


Ha. des
Propiedad Propietario medianas

-1 1 2a 6a 11 a 21 a 51 a 101a 501a 751a 1001


5 10 20 50 100 500 750 1.000 y
+
Pilancho Serafina Fuentes sd
Tipas Daniel Alcocer 6,00 X
Yesomoko Marcelina Claros 25,00 X
Chimboata Baja Manuel Herbas 8,00 X
Miskiyacu Walter Gómez y Hn 200,00 X
Machacmarca Atanasio Flores sd
Pucarapamapa Atanasio Flores sd
Quiñiquiñipampa Delfín Arce 36,00 X
Montepunko Delfín Arce 625,00 X
Montepunko Tomasa Hinojosa 1.000 X
Lope Mendoza Ignacia Avilez 1.000 X
Quehuiñapampa Simón Zapata 6,00 X
Chillicchi Antonio Revollo 0,30 X
Totales 6.096,25 1 8 7 7 5 2 2 7 3 1
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rústicas del Cantón Chimboata, 1908.

Según el Registro de Propiedades del Cantón Chimboata secciones A y B


correspondientes al año 1908, existían registradas en conjunto 84 propiedades que
ocupaban 18.335,25 Has., esto sin tomar en cuenta 13 propiedades de la Sección B que
figuran en el registro pero sin superficies declaradas. Las mismas se distribuían de la
siguiente manera: 41 pequeñas propiedades, 10 propiedades medianas y 21 grandes
propiedades. A priori se puede observar un crecimiento exorbitante de la superficie
titularizada respecto a 1897, puesto que quedan registradas 13.699 hectáreas, lo que
significa que el volumen de hectáreas titularizadas se incrementa en un 393 %, es decir
casi se cuadruplica en los once años que trascurren entre 1897 y 1908, a un ritmo anual
de más de un millar de hectáreas. Observando esta distribución en cada sección del
cantón, se tiene:

En la sección A del cantón fueron registradas 28 propiedades que en conjunto ocupan


12.269 hectáreas. En este caso, se puede percibir que numéricamente domina la pequeña
propiedad que fluctúa entre menos de una hectárea a 20 Has., con 13 unidades (46,42 %
del total), 6 de las cuales son mayores a las 11 has. La propiedad mediana (de 21 a 100
has.) esta representada por 5 predios, 4 de ellos de más de 51 has. La gran propiedad
(entre 101 y más de 1.000 Has), esta representada por 10 predios, de los cuales 3 tienen
superficies mayores a 1.001 Has. Esta estructura de tenencia respecto a la de 1897 tiene
notables diferencias: por una parte un incremento extraordinario de la superficie
agrícola titularizada con relación al registro anterior, es decir, de 2.884,76 Has
registradas a fines del siglo XIX, se pasa a 12.269 Has, o sea un incremento del orden
del 425 %. Por otra, un aumento similar en el número de grandes propiedades (de las 5
registradas originalmente se pasa a 10). En la misma forma, la pequeña propiedad
también se incrementa numéricamente (de 4 unidades en 1897 a 13 unidades en 1908),
en tanto la mediana propiedad se contrae (de 13 predios en 1897 a 6 en 1908). A nivel
del conjunto de la provincia, la Sección A del Cantón Chimboata experimenta un
11

crecimiento de la superficie titularizada individualmente solo superada por expansión


similar de la Sección A del Cantón Pojo (Ver cuadros 2 y 4). En síntesis, el incremento
de miles de hectáreas respecto a las registradas en 1897 favoreció ostensiblemente a la
expansión de la gran hacienda.

En la Sección B del cantón fueron registradas 56 propiedades que en conjunto ocupaban


6.096,25 hectáreas, sin embargo, como se mencionó existen 13 predios que
estadísticamente no se toman en cuenta por carecer del registro de sus superficies 119 por
lo que para fines estadísticos solo se tomarán en cuenta 43 predios. Se puede establecer
que numéricamente domina la pequeña propiedad con 28 unidades (65,11 % del total
considerado). Al igual que en 1897, en esta sección se concentra la pequeña propiedad,
sobre todo, por la mejor disponibilidad de riego respecto a la Sección A. La mediana
propiedad ha quedado reducida a 4 predios (9,30 % de total) y la gran propiedad se ha
incrementado a 11 haciendas respecto a una sola en 1897. De estas, 7 poseían
superficies que fluctuaban entre 101 y 500 Has, 3 entre 751 y 1.000 Has y una mayor a
1.001 Has. Comparando estos resultados con los registrados en 1897 se tiene, que
también en este caso se ha producido un notable crecimiento de la propiedad rústica
titularizada, (de 1.734,24 Has en el año citad a 6.096,25 Has en 1908) equivalente a un
351,56 % con un comportamiento similar respecto a la gran propiedad, lo que
demuestra que igual que en el caso anterior, es la gran hacienda la que se favorece de
esta expansión. En contraste, la pequeña propiedad se mantiene estable y la mediana
propiedad se contrae.

Resumiendo, el Canton Chimboata tanto en 1897 y con mayor intensidad en 1908, es un


territorio donde predomina la gran hacienda. La pequeña propiedad apenas es el
resultado de la aplicación de las leyes de exvinculación y en ningún caso el efecto del
fraccionamiento de la mediana o la gran propiedad. La propiedad mediana tiende a
contraerse, probablemente por que muchas se expanden y se convierten en grandes
haciendas y otras por que son absorbidas por ventas u otras formas de traspaso a la gran
propiedad. Sin embargo estas expansiones de las tierras de hacienda triplicando y
cuadruplicando su patrimonio no solo son fruto de la absorción de tierras de comunidad,
sino resultado del crecimiento raudo de la frontera hacendal que se nutre principalmente
de la titularización de tierras fiscales en favor de familias terratenientes.
Cuadro 13: Chimboata: Relación de superficies según rangos y nº de propiedades 1897 y 1908

Localidad Rangos de propiedad Nº Superficies según Nº Superficies según


Prop registros de 1897 Prop. registros de 1908
1897. 1908
Chimboata Peque- A) De -1 a 4 17,83 Has 7 28,00 Has
Sección A ñas 10 Has.
propie- B) De 11 a 20 - - 6 88,00 Has.
dades. Has.
Propiedades medianas 13 626,61 Has 5 408,00 has
de 21 a 100 has
Grandes A) De 101 a 500 4 949,00 Has 5 1.215 Has
propie- Has.
dades B) De 501 y más 1 1.291,32 5 10.500
Totales 22 2.884,76 28 12.239

119
Presumiblemente se trata de pequeños predios transferidos a privados a través de la aplicación de las
leyes de exvinculación de 1874 y 1876.
11

Cuadro 13 (continuación)
Localidad Rangos de propiedad Nº Superficies según Nº Superficies según
Prop registros de 1897 Prop. registros de 1908 *
1897. 1908
Chimboata Peque- A) De -1 a 25 119,73 Has 23 80,25 has
Sección B ñas 10 Has.
propie- B) De 11 a 20 2 26,77 Has 5 85,00 Has.
dades. Has.
Propiedades medianas 7 296,42 Has 4 261,00 Has
de 21 a 100 has
Grandes A) De 101 a 500 - - 7 1.245,00 Has
propie- Has.
dades B) De 501 y más 1 1.291,32 Has 4 4.425 Has.
Has.
Totales Cantón B 35 1.734,24 Has 43* 6.096.25 Has
* Existe el registro de otras 13 propiedades pero no se realizó el asiento de sus superficies, por lo que no
son tomadas en cuenta
Fuente: Elaboración propia en base a los cuadros 11 y 12A-B

El Cuadro 13, muestra de manera explicita el comportamiento de las propiedades entre


1897 y 1908. Examinando esta situación rango por rango se tiene: que la propiedad
pequeña en la Sección A experimenta una considerable expansión, es decir, se triplica
respecto a 1897, sobre todo por que se registran 6 propiedades en el rango de 11 a 20
Has en 1908, cuando estas eran inexistentes en 1897. El promedio para la pequeña
propiedad (de -1 a 10) era de 4,45 Has en 1897 y desciende a 4,00 Has en 1908, en tanto
el promedio de la propiedad que fluctúa entre 11 y 20 Has es de 14,66 Has de donde se
puede deducir que el denominado hilo (menos de 10 Has.) permanece sin variaciones
significativas, en tanto hacia 1908 emerge el huerto o pequeña finca.

Respecto a la propiedad mediana (21 a 100 has.), la misma experimenta un descenso


numérico entre los años citados a prácticamente la mitad, ocurriendo similar situación
con la cantidad de hectáreas registradas, del orden de casi un 30 %. El promedio de este
tipo de propiedad en 1897 era de casi 48 Has; en 1908 este mismo promedio es de
81,60 Has. De todo lo anterior se puede deducir este tipo de propiedad en la Sección A
del cantón no ha seguido la tendencia de potenciamiento de la mediana propiedad a
nivel provincial, sin embargo, en el periodo estudiado se potencia la productividad de
esta unidad al mejorar su superficie promedio pese a descender numéricamente su
composición. En relación a la gran propiedad, se puede establecer que en 1897 existían
5 grandes haciendas, de las cuales solo una excedía las 1.000 Has. Las restantes tenían
un promedio de 237 Has, es decir, se trataba de haciendas pequeñas. En 1908, el
número total de grandes propiedades se incrementa al doble, es decir 10 unidades. De
ellas 5, exceden las 1.000 Has, con un promedio de 2.100 Has cada una, en tanto las 5
restantes tenían un promedio de 243 Has.

La Sección B del Cantón Chimboata presenta los siguientes rasgos: con relación a la
pequeña propiedad, la misma mantiene su composición numérica dentro de limites de
variación insignificantes, con un retroceso en la superficie de la pequeña propiedad de
rango inferior y un incremento en la superficie de la propiedad de rango superior en el
periodo 1897-1908. La superficie promedio del hilo (-1 a 10 Has) en 1897 es de 4,79
Has. En 1908, el promedio del hilo es 3,49 Has en tanto el huerto o pequeña finca
alcanza a un promedio de 17 Has. En realidad la aparente inmovilidad de este tipo de
11

propiedad esconde un hecho significativo: el retroceso del promedio de superficie del


hilo en un 37 %, hace suponer que la contracción de la superficie de este tipo de
propiedad en 1908 ha podido favorecer principalmente a la expansión del huerto.

Respecto a la mediana propiedad, esta en 1897, expresa la presencia de 7 unidades en la


Sección B del Cantón, con un promedio de 42,34 Has. En 1908, este tipo de propiedad
se reduce a 4 unidades con un promedio de 65,25 Has. Se puede sugerir que se produce
en parte, una transferencia de tierras de propiedades menores para favorecer la presencia
de fincas de mayor dimensión y productividad, aunque tal vez a esto, también
contribuye el retroceso del tamaño del hilo. Por último, la gran propiedad, muestra, en
1897, apenas la existencia de una sola gran hacienda con una superficie mayor a 1.000
Has. En 1908, esta mínima cifra se amplía a 11 unidades, de ellas, 4 con más del millar
de hectáreas y las 7 restantes con un promedio de 177,85 Has o sea que se trata de
pequeñas haciendas.

Resumiendo, se puede establecer a la luz de los datos analizados, que las dos secciones
del Cantón Chimboata eran territorios totalmente dominados por las haciendas y que en
el periodo 1897-1908, a desmedro de lo que ocurría por ejemplo en el Valle Alto o
Valle Bajo, se fue profundizando el proceso de concentración de la tierra en manos de
unas pocas familias como una muestra del incontrastable poder de las mismas que
prácticamente poseían Chimboata como una suerte de gigantesca hacienda. En efecto,
fijando nuestra atención sobre este fenómeno, en la Sección A, la gran propiedad en
1897 abarcaba el 77,66 % del total de tierras registrado, en tanto en 1908 esta
concentración llegaba al 95,71 %. En la Sección B, la situación no era diferente: en
1897 la concentración de tierras en una sola gran hacienda alcanzaba al 74,46 % del
total de tierras registradas, pero en 1908 dicha concentración representaba el 93 % del
total mencionado.

En fin, a nivel cantonal, este acaparamiento de tierras en 1908, a cargo de 21 haciendas,


alcanzaba a 17.385 Has. (94,81 %) de las tierras asentadas en los registros. Ello
significa que las 51 propiedades iguales o menores a 100 Has apenas disponían de 980
Has (el 5,34 % restante). Pero la inequidad incluso estaba presente en este pequeño
resto: la propiedad mediana (11 propiedades) acaparaban el 4 % de ese saldo, dejando
apenas el 1 % a 40 propiedades pequeñas. Este panorama se expresa bien en el tamaño
promedio de los tipos de propiedad: el hilo o pequeño fundo tenia una media de 5,72
has, pero en realidad, 30 hilos menores a 10 Has, apenas tenían 2,73 Has como
promedio. La propiedad mediana (21 a 100 has.) tenía un promedio de 92 has. En
contraste con las anteriores, la gran propiedad ostentaba un término medio de 827,85
Has, aunque obviamente existían muchas que sobrepasaban ampliamente las mil
hectáreas. No cabe duda, como veremos en el siguiente capítulo que la asimetría
extrema en el acceso a la tierra era el fundamento de una sociedad donde la
extremadamente injusta diferenciación social, étnica y cultural se articulaba al dominio
pleno del poder económico y político en manos de un puñado de familias. El siguiente
cuadro nos permitirá hilar más fino para desentrañar esta última cuestión:
11

Cuadro Nº 14. Concentración de la tierra en manos de familias de grandes


terratenientes: Chimboata 1897-1908
Sec- Año 1897 Año 1908
ción Familia o Nombre de Sup. Familia o propietario Nombre de Sup.
propietario la propiedad en Has. la propiedad en Has.
A Benjamín Ledesma Chiuchi 1.291,32 Familia Pozo
Molino Blanco 322,83 Emilio Pozo Ichukollo 6.000
Total 1.614,15 Palkamayu 100
Familia Gómez Cleofé Pozo Collpana 600,00
Petronila Gómez Chimboata 71,40 Eulogia Pozo Collpana 100
Anacleto Gómez Chimboata 35,70 Total 6.800
Rumi Rumi 2,97 Familia Gómez
Mariano Gómez Chimboata 74,38 Clemencia Gómez Rumi Corral 20,00
Misemo Gómez Pilancho 322,83 Rosalía Gómez Viscachani 12,00
Emilio Gómez Pilancho 30,00
Total 507,28 Uriel Gómez Mollemolle 150,00
Familia Melean Egipciaca Gómez Pilancho 1.800,00
Trifón Melean Llachocmayu 74,38 Ángel Maria Gómez Viscachani 100,00
Guanuguanu 53,55 Totales 2.112,00
Benjamín Ledezma Chiuchi 1.500,00
Total 127,93 Molino Blanco 600,00
Familia Pozo Total 2.100,00
Emilio Pozo Collpana 28,26 J. de Dios Medrano Llacchomayu 400,00
Trinidad Pozo Collpana 35,70 Angel Navia Llacchomayu 400,00
Cleofé Pozo Collpana 29,75 Virginia Téllez Cocapata 160,00
Eulogia Pozo Collpana 29,75 Víctor Villagas Pilancho 105,00
Total 123,46 Total varios propietarios 1.065
TOTAL GENERAL Sección A 2.372,82 TOTAL GENERAL Sección A 12.077
B Máximo Escobar Cuchihuasi 1.291,32 Familia Villegas
Total 1.291,32 Víctor Villegas Cullchuncani 1.800,00
TOTAL GENERAL Sección B 1.291,32 Pilancho 105,00
Nazario Villega Lope Mendoza 200,00
Total 2.105,00
Tomasa Hinojosa Montepunko 1.000,00
Ignacia Avilez Lope Mendoza 1.000,00
Delfín Arce Quehuiñapamp 36,00
a 625,00
Montepunko
Total 661,00
Familia Gómez
Uriel Gómez Guayapacha 104,00
Walter Gómez y hno. Miskiyacu 200,00
Total 304,00
Basilio Morató Quehuiñapamp 300,00
a 10,00
Salsuri
Total 310,00
Bernardino Zapata Quehuiñapamp 100,00
a 125,00
Jatumrumi
Total 225,00
Encarnación Mariscal Totoral 186,00
Serafina v. de Escobar Cuchihuasi 130,00
Fuente: Elaboración propia en base a Cuadros 10A-B y Sabas Costa Lope Mendoza 100,00
12A-B TOTAL GENERAL Sección B 6.021,00
11

Este cuadro permite establecer una mayor aproximación a la realidad de la


concentración de tierras en las dos secciones del Cantón Chimboata entre 1897 y 1908.
Fijando nuestra atención en la Sección A, podemos establecer en primer término que las
grandes propiedades en 1897 sumaban 2.372,82 Has, las mismas que en 1908
alcanzaban las 12.077,00 Has., lo que significa que la frontera de las grandes
propiedades había quintuplicado su extensión. Dirigiendo nuestra mirada a los
protagonistas podemos verificar el caso extraordinario de la Familia Pozo, propietarios
de Collpana que en 1897 tenían unas modestas 123 has., pero que en 1908 aparecen
como los mayores terratenientes del cantón con 6.800,00 Has, siendo muy llamativo el
caso peculiar de Emilio Pozo. Otra familia como los Gómez y Benjamín Ledesma
también incrementan su patrimonio en forma importante, en cambio familias como los
Melean ya no figuran en los registros de 1908. Sin embargo, en lugar de ellos aparecen
otros propietarios con propiedades medianas. En síntesis se puede establecer que en
1897 las familias y propietarios individuales (3 familias y un propietario) acaparaban el
82,20 % de las tierras registradas en la Sección A del cantón, en tanto en 1908 dos
familias y 5 propietarios acaparaban el 98 % de las tierras registradas.

Respecto a la Sección B se puede percibir que fuera de la hacienda Cuchihuasi de


Máximo Escobar con 1.291 Has., ninguna otra propiedad alcanzaba las 1.000 Has. en
1897. Por tanto, este solo propietario era dueño del 72,44 % de las tierras registradas.
Los registros de 1908 revelan sin embargo, una realidad distinta al cabo de once años:
en este intervalo la superficie de las grandes propiedades se ha quintuplicado y ahora
aparecen dos familias y 8 propietarios individuales como los dueños del 97 % de las
tierras registradas, sobresaliendo la familia Villegas que desplaza a los Escobar que
ahora solo detentan algo más de un centenar de hectáreas.

Observando los cuadros 3 y 5 y comparándolos con las familias y personajes que se


mencionan en el cuadro 14, se puede comprobar que los grandes propietarios de
Chimboata además tenían grandes propiedades en otros cantones de la provincia. Así en
1897, Benjamín Ledesma era propietario de otras 4.223 Has en los cantones de Totora y
Pocona. La familia Melean además de su pequeña propiedad en Chimboata tenía 2.892
Has en Totora. Los Pozo con pequeñas propiedades en Chimboata, en realidad eran
poderosos terratenientes con 2.808 Has en Totora y Pocona, Los Escobar fuera de la
gran hacienda de Cuchihuasi poseían otras 1.703 Has en Totora y Pocona. En 1908, Una
vez más los Pozo, que ya eran los mayores terratenientes de Chimboata, poseían otras
4.530 Has en Pocona y Totora. Los Gómez además de sus medianas y grandes
haciendas en Chimboata sumaban a su patrimonio otras 888 Has también en Pocona y
Totora. Benjamín Ledesma, otro gran propietario de Chimboata, era propietario de
8.850 Has en los dos cantones antes mencionados. Juan de Dios Medrano que era
propietario de una mediana propiedad en Chimboata, en realidad era un importante
terrateniente de la provincia con 4.436 Has en los dos citados cantones. Otro tanto
ocurría con los Villegas grandes terratenientes en la Sección B del Cantón Chimboata,
dueños de otras 3.590 Has en Totora y Pojo y una vez más los Gómez, que en esta
sección tenían además de lo anteriormente mencionado, varias medianas propiedades.
Como se puede percibir la gran mayoría de estos grandes propietarios tenían fundos en
tierras de yungas. Algunos de ellos figuran en el Cuadro 7.
11

A continuación, pasaremos a analizar la distribución de los colonos por rangos de


propiedades según año de registro:

Cuadro Nº 15:
Chimboata: Propiedades según número de colonos por año de registro

Localidad, Rango de Nº de Nº de
sección de propiedades colonos colonos
cantón en 1897 en 1908
Chimboata Pequeña propiedad 9 8
Sección A Propiedad mediana 172 56
Gran propiedad 88 122
Totales 269 186
Chimboata Pequeña propiedad 36 23
Sección B Propiedad mediana 121 45
Gran propiedad 35 115
Totales 192 183
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rusticas 1897 y 1908, Archivo Histórico
Prefectural de Cochabamba.

Este cuadro nos permite observar el comportamiento de la presencia de colonos por


tipos de propiedad entre 1897 y 1908. En términos generales, se puede comprobar que
el número total de colonos registrados en 1897 en la Sección A (269 colonos) se reduce
en un 30 % en 1908. En la sección B sucede otro tanto pero en un porcentaje más
reducido. Fijando nuestra atención en la participación de colonos según rangos de
propiedad se tiene:

Respecto a la captación de colonos por la pequeña propiedad con destino a la


explotación de pequeños huertos e hilos, la sección A muestra una continuidad en el
reducido empleo de este tipo de mano de obra para el periodo estudiado. En la sección
B, su uso es más intensivo, aunque tiende a bajar en 1908. Con relación a la propiedad
mediana, se puede verificar en el caso de la Sección A, que en 1897 prácticamente el 64
% de los colonos son captados por este tipo de propiedad, manteniéndose esta tendencia
en 1908. En la gran propiedad, la presencia de colonos en 1897 apenas alcanza al 32 %
del total, muy por debajo de la mediana propiedad. En la Sección B, esta tendencia es
aun más notoria, pues la presencia de colonos en grandes haciendas se reduce al 18 %
del total. En 1908 la tendencia anterior se invierte, pues en tanto en la Sección A, la
participación de colonos en haciendas asciende al 65 % del total, en la Sección B
alcanza al 62 %. Estas ambivalencias pueden ser entendidas como parte del juego de la
rentabilidad de ampliar o contraer la intensidad de la producción de cereales y
tubérculos de las haciendas según el comportamiento de los volátiles mercados o la
demanda de las hacienda cocaleras.

Para concluir esta parte, pasaremos a considerar la situación de las propiedades según la
intensidad de empleo de los arrenderos:
11

Cuadro 16:
Chimboata: Propiedades según intensidad de empleo de arrenderos

Localidad, Relación patrones / colonos


sección de Rango de
Patrón u Patrón con Patrón con Patrón con Patrón con
cantón y año propiedades Tota-
operador 1a5 6 a 10 11 a 20 21 y más
de registros les
solo* arrenderos arrenderos arrenderos arrenderos
Chimboata Pequeña propiedad 1 3 4
Sección A Propiedad mediana 1 2 3 5 2 13
1897 Gran propiedad 1 2 2 5
Totales 2 6 5 5 4 22
Chimboata Pequeña propiedad 10 13 23
Sección B Propiedad mediana 3 3 4 1 11
1897 Gran propiedad 1 1
Totales 10 16 3 4 2 35
Chimboata Pequeña propiedad 5 1 6
Sección A Propiedad mediana 2 6 3 1 12
1908 Gran propiedad 1 3 4 2 10
Totales 7 7 7 5 2 28
Chimboata Pequeña Propiedad 12 10 1 23
Sección B Propiedad mediana 3 4 1 1 9
1908 Gran propiedad 4 3 3 1 11
Totales 19 14 5 4 1 43
* Supone el probable uso de jornaleros, medieros (al partir) y arrimantes
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rusticas 1897 y 1908, Archivo Histórico
Prefectural de Cochabamba.

Inicialmente se puede percibir que la situación de operador solo, es decir, el propietario


de tierras que no emplea arrenderos es más frecuente en el caso de las pequeñas
propiedades, siendo más común en la Sección B del cantón. La opción de 1 a 5
arrenderos por patrón esta presente tanto en la pequeña como en la mediana propiedad,
pero su incidencia es escasa en la gran hacienda. Resulta llamativa la situación de la
Sección B del cantón que en 1897 registra 13 pequeñas propiedades de un total de 23
que poseen entre 1 y 5 arrenderos, repitiéndose esta tendencia, aunque con menor
intensidad en 1908. Este hecho, es un indicador más de que dadas las condiciones de
irrigación favorables en esta sección, la misma era más intensamente cultivada a nivel
de hilos y huertos que la Sección A. Respecto al empleo de 6 arrenderos y más, hasta
llegar a cifras superiores a la veintena, esta opción era privativa de la mediana y la gran
propiedad excepto uno que otro caso aislado de presencia de pequeñas propiedades. Sin
embargo, como ya observamos en el Cuadro Nº 15, esta mayor concentración de
arrenderos en la mediana y gran propiedad que de hecho, es algo normal, no significaba
precisamente un mayor grado de productividad de estas propiedades respecto a las
pequeñas. En realidad, la mayor presencia de colonos en las grandes haciendas, como
veremos en el siguiente capítulo, se vinculaba a la concurrencia de esta fuerza de trabajo
a los cocales como parte importante de sus obligaciones a cambio del arriendo de la
parcela.

A continuación se examina un factor fundamental de producción que es el riego,


elemento no abundante en este cantón:
12

Cuadro Nº 17
Chimboata: Rango de propiedades según disponibilidad de riego (1897-1908)

Disponibilidad de riego
Localidad y Rango de propiedades Tota-
Propie- propie- Propie-
sección de cantón les
dades sin dades dades
y año de registro
riego con riego con riego
parcial
Chimboata Pequeña propiedad 2 2 4
Sección A Propiedad mediana 10 3 13
1897
Gran propiedad 1 2 2 5
Totales 13 4 5 22
Chimboata Pequeña propiedad 10 3 10 23
Sección B Propiedad mediana 7 2 2 11
1897 Gran propiedad 1 1
Totales 17 5 13 35
Chimboata Pequeña propiedad 3 1 2 6
Sección A
1908 Propiedad mediana 7 5 12
Gran propiedad 3 3 4 10
Totales 13 9 7 28
Chimboata Pequeña Propiedad 4 8 11 23
Sección B Propiedad mediana 1 6 2 9
1908
Gran propiedad 2 5 4 11
Totales 7 19 17 43
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rusticas 1897 y 1908, Archivo Histórico
Prefectural de Cochabamba.

Respecto a la disponibilidad de riego se puede comprobar, en líneas generales, que la


disponibilidad de este insumo vital era más restringida en 1897 respecto a 1908. Por
ejemplo, en la Sección A, el 54 % de las propiedades eran de secano por carecer de
riego. Otro tanto sucedía con la Sección B que presentaba un 51 % de propiedades sin
riego. Esta situación en ambos casos afectaba más a la propiedad pequeña y mediana y
en menor grado a la gran propiedad. Es llamativa la situación de las propiedades
medianas de la sección A que en casi todos los casos carecían de riego. En contraste, el
riego pleno era exclusivo de unas pocas haciendas medianas y grandes. Por el contrario,
en la Sección B que disponía de mayores recursos hídricos, esta condición favorecía
sobre todo a la pequeña propiedad, especialmente los huertos.

En 1908 la situación del riego en el cantón mejora significativamente. En la sección A,


la falta de riego baja al 44 % del total de propiedades y en la sección B se reduce al 16
%. Esto es resultado probablemente de una mejora en los sistemas de acequias y en el
acceso a fuentes hídricas. Un aspecto que resulta importante resaltar es que en las
escrituras de transferencia de muchas parcelas o hilos, se enfatizaba la subdivisión de
éstas en dos fracciones, una con tierra dotada de riego y otra con tierras de secano. Esta
peculiaridad permite deducir que la parcela beneficiada con riego era intensamente
cultivada en tanto la otra se dedicaba a labores de pastoreo y cultivos temporales.

A continuación examinaremos el tipo de producción que se registra en los distintos


rangos de propiedades:
12

Cuadro Nº 18
Chimboata: Propiedades según tipo de producción registrada

Tipo de producción
Localidad, Rango de
Solo Solo Cerea- Cerea- Forraje, Produc-
sección de propiedades
cerea- tubér- les y les, pastoreo tos Totales
cantón y año de
les culos tubér- tubér- y tropica-
registros
culos culos y otros(2) les
otros (1)
Chimboata Pequeña 2 1 1 4
Sección A propiedad
1897 Propiedad 3 6 2 2 13
mediana
Gran 1 4 5
propiedad
Totales 5 8 7 2 22
Chimboata Pequeña 4 5 12 2 23
Sección B propiedad
1897 Propiedad 2 6 1 2 11
mediana
Gran 1 1
propiedad
Totales 4 7 19 1 4 35
Chimboata Pequeña 6 6
Sección A propiedad
1908 Propiedad 2 10 12
mediana
Gran 2 8 10
propiedad
Totales 4 24 28
Chimboata Pequeña 5 13 5 23
Sección B Propiedad
1908 Propiedad 3 6 9
mediana
Gran 1 8 2 11
propiedad
Totales 9 27 5 2 43

(1) Frutas, legumbres / (2) Cereales y tubérculos


Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rusticas 1897 y 1908, Archivo Histórico
Prefectural de Cochabamba.

El cuadro anterior nos demuestra que el Cantón Chimboata en sus dos secciones era
productor de cereales y tubérculos., destacando en la producción del trigo, aunque en
algunos casos, esta producción solía combinarse con legumbres y actividades de
pastoreo. Al respecto Guillermo Urquidi (1954) refiriéndose a Totora y Pojo, pero
pudiendo también ser valido el criterio para Chimboata, afirmaba:

La vegetación cultivada de esta misma vertiente andina se compone de una


variedad de papas, papalisa, oca, cebada, avena, quinua (que fructifica bien),
trigo, maíz; árboles frutales como durazneros, manzanos, perales que producen
abundantemente y de muy buena calidad en Pocona, algo en Totora y Pojo
(Obra citada: 351).
12

En el caso que nos ocupa, debido a su temperamento climático, la vocación agrícola


privilegia la producción de trigo y tubérculos, como ya se mencionó, y en menor escala
las legumbres y frutales. Esta impresión se desprende del cuadro que comentamos; en
efecto, tomando como referencia la Sección A del Cantón tenemos que en 1897 todas
las propiedades cultivaban trigo, trigo y tubérculos combinados o ambos acompañados
de legumbres y frutas, o incluso, combinados con actividades de pastoreo y
aprovechamiento de forrajes naturales, situación que se va repitiendo en la otra sección
y también en ambas en 1908. En general, todas las propiedades independientemente de
su tamaño muestran preferencia por el cultivo del trigo solo o combinado con los
tubérculos. Excepcionalmente en 1897 se registran 7 propiedades paperas pero ya no
aparecen en 1908. Curiosamente las actividades de pastoreo y aprovechamiento de
forrajes naturales solo involucran a la pequeña y mediana propiedad, pero no a la gran
hacienda.

A continuación para finalizar el análisis de esta estructura agraria, observaremos la


situación de los valores catastrales que se asignaban a estas propiedades y las rentas que
se calculaban como resultado de su producción agrícola:

Cuadro Nº 19
Chimboata: rangos de propiedad según valor deducido de la propiedad asentado en el Registro de
Propiedades
Propiedades con valores deducidos por el registrador (expresado en
Localidad, Rango de pesos)
sección de propiedades Prop Prop Prop. Prop. Prop. Prop. Prop. Prop.
cantón y desde des- desde desde desde desde desde desde Tota-
año de 1a de 501 a 1.001 2.501 5.001 7.501 10.001 les
registros 100 101a 1.000 a a a a y más
500 2.500 5.000 7.500 10.000
Chimboa- Pequeña propiedad 2 1 1 4
ta Sección Propiedad mediana 4 2 4 1 2 13
A - 1897 Gran propiedad 2 1 1 1 5
Totales 2 5 5 5 2 3 22
Chimboa- Pequeña propiedad 2 8 4 9 23
ta Sección Propiedad mediana 2 2 3 1 3 11
B -1897 Gran propiedad 1 1
Totales 2 8 6 11 3 1 4 35
Chimboa- Pequeña Propiedad 5 1 6
ta Sección Propiedad mediana 2 8 1 1 12
A – 1908 Gran propiedad 1 2 4 1 2 10
Totales 7 10 3 4 2 2 28
Chimboa- Pequeña propiedad 2 8 4 8 1 23
ta Sección Propiedad mediana 2 6 1 9
B – 1908 Gran propiedad 1 1 2 2 3 2 11
Totales 2 9 7 16 4 3 2 43
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rusticas 1897 y 1908, Archivo Histórico
Prefectural de Cochabamba.

El presente cuadro muestra un comportamiento que no siempre se acomoda a la idea de


que el valor se incrementa en la mediad en que la extensión de la propiedad es mayor.
En realidad este criterio se relativiza por la presencia de otros factores de valoración
como el riego, la fertilidad y las bondades climáticas, cuya presencia o ausencia podría
influir en el valor de la propiedad a despecho de su tamaño. de esta manera, se puede
12

observar que en la Sección A del cantón en 1897, no existen propiedades pequeñas con
valores inferiores a 500 pesos, en tanto, existen por lo menos dos con valores superiores
a 1.000 e incluso 2.000 pesos. Esta situación en 1908 se mantiene a pesar de que se
incrementa el número de este tipo de propiedad (6 de ellas están evaluadas por encima
de los 1.000 pesos). En la sección B del cantón, existen propiedades con valores
inferiores a 1.000 pesos, pero la mayoría de ellas en 1897, por encima de dicho valor.
En 1908 esta situación se invierte con la presencia de un mayor número de propiedades
por debajo de los 1.000 pesos.

Respecto a la mediana propiedad, en la Sección A en 1897 todas ellas se sitúan por


encima de los 1.000 pesos, siendo mayoritarias las propiedades con valores por encima
de los 2.500 pesos. En 1908 esta tendencia se rompe por la presencia de dos
propiedades con valores por debajo de los 1.000 pesos, aunque la gran mayoría de ellas
expresa valores por encima del monto antes mencionado. En el cantón B, en 1897 se
reproduce esta tendencia, pero en este caso el límite de valor inferior es de 501 pesos
pero con predominio de valores mayores. En 1908 se repite esta tendencia. Respecto a
la gran propiedad, en la Sección A en 1897, todas las propiedades se sitúan por encima
de los 2.500 pesos pero solo una supera los 10.000 pesos. En 1908, se reproduce esta
tendencia, pero una hacienda se sitúa por debajo de los 1.000 pesos, en tanto otras dos
expresan valores superiores a 10.000 pesos. En la Sección B en 1897, la única gran
hacienda se sitúa por encima de los 7.500 pesos. En 1908 se presenta una situación
llamativa pues aparece una gran propiedad con un valor inferior a 500 pesos, otra con
un valor superior a este límite pero inferior a 1.000 pesos y cinco con valores superiores
a 7.500, incluyendo 2 con un valor superior a 10.000 pesos.

En suma estas variaciones, como se manifestó tienen que ver con la presencia o
ausencia de factores que favorecen o no a la productividad de las tierras, pero también
en algún caso con la intencionalidad de bajar el costo de la imposición tributaria
vinculada a este avalúo y a la rentabilidad que pasaremos a analizar:

Cuadro Nº 20
Chimboata: Rango de propiedades según renta de la propiedad declarada

Propiedades con rentas declaradas (en pesos)


Localidad Rango de
Propie Propie- Propie- Propie- Propie- propie- Propie-
, sección propiedades
dades dades dades dades dades dades dades
de cantón Tota-
con con con con con con con
y año de les
rentas rentas de rentas de rentas de rentas de rentas de rentas de
registros
de 1 a 26 a 50 51 a 100 101 a 251 a 501 a 1.001 y
25 250 500 1.000 más
Chimboa- Pequeña propiedad 1 2 1 4
ta Sección Propiedad mediana 5 6 2 13
A - 1897 Gran propiedad 1 3 1 5
Totales 1 2 7 9 3 22
Chimboa- Pequeña propiedad 8 3 12 23
ta Sección
B - 1897
Propiedad mediana 1 1 5 3 1 11
Gran propiedad 1 1
Totales 8 4 13 5 4 1 -- 35
12

Cuadro Nº 20 (continuación)
Chimboa- Pequeña propiedad 5 1 6
ta Sección Propiedad mediana 2 9 1 12
A – 1908 Gran propiedad 2 6 2 10
Totales 7 12 7 2 28
Chimboa- Pequeña Propiedad 6 9 7 1 23
ta Sección Propiedad mediana 1 4 4 9
B – 1908 Gran propiedad 1 1 1 3 2 2 1 11
Totales 7 11 12 8 2 2 1 43
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rusticas 1897 y 1908, Archivo Histórico
Prefectural de Cochabamba.

Este cuadro muestra que las rentas menores (1 a 50 pesos) como es de suponer se
concentran en las propiedades pequeñas, sin embargo no deja de ser notable que una
gran hacienda en 1908 (Sección B del cantón) detente una renta inferior a 25 pesos y
otra, una renta inferior a 50 pesos. Las rentas entre 51 a 500 pesos en su extremo
inferior todavía comprometen a la pequeña propiedad, pero en sus montos medios y
superiores abarcar a la mayor parte de las propiedades medianas y a muchas grandes
propiedades. Por último las rentas mayores a 501 pesos involucran a grandes haciendas
y propiedades medianas. Deteniéndonos en la renta de la gran propiedad, vemos que en
la Sección A en 1897 la mayoría (3 unidades de 5) declaran rentas que se sitúan entre
251 y 500 pesos. En la sección B, la única gran hacienda se sitúa dentro del mismo
rango de renta anotado. En la sección A en 1908 la mayor parte de las grandes
haciendas (6 unidades de 10) persisten en el nivel de renta señalado y solo dos declaran
rentas superiores a 501 pesos. En la Sección B, la distribución de las haciendas respecto
a la renta que declaran esta dispersa entre distintas opciones que van desde los 25 pesos
antes mencionados a más de 1.000 pesos en un solo caso que podemos tipificar como
excepcional. En todo caso, 3 unidades de 11 declaran rentas muy bajas (entre 1 y 100
pesos), otras 5 declaran rentas medias (entre 101 y 500 pesos) y las 3 restantes declaran
rentas altas (ente 501 y más de 1.000 pesos).

Tanto en el caso de la propiedad mediana como de la gran propiedad, las declaraciones


de renta tienden a concentrarse en la situación de rentas medias, de lo que se pueden
inferir dos hipótesis: la tendencia a bajar la renta real para bajar los montos impositivos
del impuesto a la propiedad rústica o realmente expresan niveles bajos de productividad.
Si cruzamos la información contenida en los dos últimos cuadros (valor de la propiedad
y rentas) podremos percibir que en general los niveles de valor medio 2.500 a 7.500
pesos en que se sitúan la mayor parte de las propiedades medianas y las grandes,
coincide con los niveles de renta declarados.

Hasta aquí se ha desmenuzado, en base a la información disponible, los diversos


factores internos que caracterizan la estructura agraria de Chimboata, sin embargo,
queda pendiente la cuestión de cual era el rol y la importancia de este cantón en relación
con la totalidad provincial. Para dilucidar este último aspecto analizaremos los cuadros
21 y 22.
12

De acuerdo a la información contenida en el cuadro 21, Chimboata en 1908 tenía en sus


dos secciones 71 predios que representaban el 9,22 % del total de propiedades de la
provincia Totora (770 unidades registradas), de estas 21 eran grandes propiedades,
incluidas 6 grandes haciendas que representaban el 11,76 % de las 51 grandes haciendas
de la provincia. La pequeña propiedad (41 predios en total) apenas representaban el 7,23
% del total de pequeñas propiedades provinciales (567 parcelas y huertos) y de estos las
propiedades iguales o menores a 10 Has.(30 unidades) representaban tan solo algo más
del 6 % respecto a las 492 provinciales. En fin, las propiedades medianas equivalían a
algo más del 13 % con relación a las similares de la provincia. Chimboata junto a Pojo
eran los dos cantones con menor número de propiedades en relación a Pocona o Totora
e incluso era el cantón que tenía menos haciendas mayores a las 501 Has. Todo hace
12

suponer a partir de estos indicadores, que Chimboata era un cantón de importancia


menor respecto al peso numérico de sus propiedades, sobre todo de sus haciendas, pero
antes de emitir juicios de valor definitivos analicemos el Cuadro 22.

De acuerdo al cuadro citado, Chimboata en 1908, tenía 18.335,25 Has distribuidas entre
sus 71 predios, esta extensión representaba el 10 % de las 182.332 Has registradas en
toda la Provincia Totora en contraste con Pojo, la provincia cocalera que concentraba el
58 % de las tierras provinciales. Sin embargo Chimboata se situaba por encima de
Pocona pero distante del cantón Totora.

La extensión del total de parcelas menores a las 10 Has representaba apenas el 6,37 %
del total provincial ocupado por este tipo de propiedades; pero la situación es todavía
más crítica si se compara esta modesta extensión (108 Has) en relación con el total
cantonal, puesto que la misma no alcanza ni al 1 % (0,58 %) del volumen de tierras
registradas en Chimboata. Observando este mismo tipo de relación en los otros cantones
se tiene que Pocona, ocupaba en total 1.183 Has o sea el 69,87 % de las tierras de
pequeñas parcelas en la provincia, sin embargo a nivel de su propio cantón, este
porcentaje se reducía al 7,66 %, que de todas maneras, es el porcentaje provincial más
elevado, gracias a las mas de 300 pequeñas parcelas de la Sección C del citado cantón.
Acompañaban la tendencia de Chimboata de una superficie total de propiedades
pequeñas muy restringida, los cantones de Totora con 0,88 % con relación a la
superficie total registrada y Pojo donde el porcentaje de tierras de parcelas e hilos se
reducía al ínfimo 0,05 % respecto al total de hectáreas registradas.

En los huertos y fincas con extensiones mayores a 10 Has e iguales o menores a 20, el
total de hectáreas registrado en Chimboata (173 Has) representaba el 14,71 % de la
superficie total provincial para este tipo de propiedad, índice que lo situaba por encima
de Pojo pero superado por Pocona que, que a pesar de no tener este tipo de propiedades
en dos de sus secciones, se veía recompensada por la tercera donde éstas eran
abundantes, y todavía mucho más alejado de las 669 hectáreas de Totora para sus 3
secciones (el 56,88 % del total provincial). Ciertamente que estas superficies tendían a
ser más reducidas si se las compara con los totales de hectáreas cantonales para todos
los tipos de propiedad. En el caso de Chimboata esta relación expresaba apenas el 0.94
% y para los otros cantones la situación no era mejor (en el cantón Totora que mostraba
mayor incidencia en este tipo de propiedad, tal relación no pasaba de 1,57 %). En
realidad, a nivel del total de la superficie ocupada por la pequeña propiedad (-1 a 20
Has) en toda la provincia, ésta no representaba más que el 1,57 % de las 182.332 Has
provinciales.

En el polo opuesto, el total de la superficie ocupada por grandes propiedades (174.981


Has en toda la provincia) representaba el 95,96 % del total de tierras de Totora.
Chimboata refrendaba ampliamente esta tendencia pues el 94,81 % de las tierras del
cantón estaba ocupado por grandes haciendas. El caso de Pojo era extremo pues el 99 %
de sus tierras registradas estaba ocupada por haciendas. Pocona exhibía una menor
concentración de tierras hacendales con el 83 %, en tanto en el Cantón Totora tal índice
alcanzaba al 92 %. De todo esto se puede concluir que Totora era en su totalidad una
provincia casi totalmente ocupada por haciendas y grandes haciendas, destacando
dentro de este panorama la especie de fortalezas hacendales en que se convirtieron Pojo
12

Chimboata y Totora, que revelaban tasas de concentración incluso superiores a las de


muchas provincias del resto del departamento. En el Mapa Nº 4 se puede ver una
disposición aproximada de los distintos tipos de propiedad entre 1897 y 1908.

Si aceptamos la hipótesis nada exagerada, de que la totalidad o un porcentaje muy


próximo a dicha totalidad de las grandes haciendas, ocupaban territorios con diversos
pisos ecológicos, incluidos bosques tropicales donde se cultivaba la coca, veremos que
estas tierras ocupaban el 86 % del total de hectáreas registradas en toda la provincia.
Los registros de 1908 no proporcionan el registro de estas tierras pero el Cuadro 7 nos
proporciona una nómina de las mismas y el Cuadro 5 nos informa de una extensión
parcial de 89.600 Has que equivalen al 49 % del total de tierras provinciales. En
realidad, todos los cantones de la provincia Totora se extendían hasta las tierras cálidas
de los yungas y prácticamente todas las propiedades mayores a las mil hectáreas
declaraba tener extensiones en zonas tropicales.

Retornando, por último a nuestra preocupación inicial: ¿que papel desempeñaba


Chimboata dentro de este universo? podemos afirmar que su estructura agraria formaba
parte del entramado provincial, donde en realidad no existían con nitidez zonas
económicamente importantes y secundarias, puesto que todos los cantones poseían
haciendas cocaleras y en todas ellas la gran hacienda era una realidad dominante. En
este contexto, Chimboata era una pieza tan importante y esencial como las demás para
hacer posible la sostenibilidad de un modelo de acumulación que reposaba en el
dominio de la hacienda, pero sobre todo de la hacienda cocalera. Por tanto no era solo
un afán de extrema usura o una suerte de obsesión posesiva lo que dominaba el afán
latifundista de poseer más y más tierras, sino la idea fija de “arrastrar” los límites de
sus propiedades hasta los codiciados yungas. Por cierto, quienes tenían éxito en esta
empresa eran los grandes señores de la tierra, los exclusivos clanes familiares que para
proveer a sus cocales de suministros y mano de obra sin depender de factores externos,
acaparaban tierras no solo en el bosque tropical sino en las serranías frías y en los valles
templados. Ciertamente que esta estrategia se desarrollaba tanto en Chimboata como en
los demás cantones, por ello todos los territorios eran importantes para aportar a la
riqueza y el poderío de la sociedad gamonal totoreña.

Para concluir, debemos distinguir dentro de esta trama de designios económicos


calculados con frialdad, la tenue alternativa de otras lógicas que no comparten ni
participan del poder local, es decir, la racionalidad que se esconde en la economía de la
pequeña parcela, ciertamente estadísticamente ínfima, pero cuya presencia de todas
formas es significativa. De Jong sugiere que detrás de esta persistencia en mantener la
existencia del pequeño hilo, perdura una forma de resistencia de la antigua sociedad
comunal para preservar de todas maneras su identidad. Coincidimos con esta idea y
aportamos a ella la hipótesis de que estas pequeñas parcelas, tanto en Chimboata como
en Pocona preservaban tierras con riego, por tanto con valor agrícola considerable. Por
ello su productividad era superior a la mediana propiedad y a la gran hacienda, pero
todo esto no tendría sentido si se tratara de una economía de subsistencia. Una
investigación más minuciosa de esta realidad podría revelar que tanto esta agricultura
parcelaria como la producción de tierras de arriendo copaban los mercados de la
modesta población urbana del la provincia, principalmente Totora y Pocona que
resultaba poco interesante para la economía de las haciendas. Sin embargo, esta
12

concurrencia de los productos de la agricultura parcelaria tenía que competir con la


producción de los huertos, no obstante finalmente se percibe una suerte de división del
trabajo entre huertistas y dueños de fincas que proveen legumbres, frutas y maíz, en
tanto los campesinos de Chimboata, Pocona y Totora ofertan trigo y tubérculos,
evitando que la producción de las haciendas en estos mismos rubros se desvíe a otra
finalidad que no sea abastecer a la hacienda cocalera que no tenía ninguna capacidad de
autosustentación o comercializar el producto, sobre todo harina de trigo, en mercados
regionales y extra departamentales más importantes como las ferias del Valle Alto o los
mercados de Sucre, Potosí y Vallegrande.

A manera de conclusión se puede puntualizar lo siguiente:

 El contexto político, social e ideológico en que tienen lugar los eventos relatados
y la estructura agraria analizada, estaba dominado por los ideales de progreso de
la época, fuertemente influidos por el positivismo y el liberalismo en boga y
confrontado con los resabios conservadores y clericales del pasado colonial. El
debate que se abre sobre la cuestión agraria es particularmente intenso debido a
que involucra intereses fundamentales para la viabilidad de las élites. Las
posiciones contrapuestas en torno a la legitimidad de la compra de tierras de
comunidad en favor de patrones y gentes “blancas y educadas” como alternativa
para el desarrollo rural portador de nuevas técnicas e innovaciones en materia
agraria se confronta con los defensores de la población originaria y su derecho a
conservar su patrimonio y sus saberes ancestrales además de evitar su
conversión en fuerza de trabajo servil. Sin embargo hacia fines del siglo XIX, y
particularmente con el triunfo del liberalismo a inicios del siglo XX, tales
debates se apagan y el Estado logra imponer la aplicación de la Ley de
Exvinculación y el impuesto predial agrario que legalizan el fraccionamiento y
venta de las tierras de comunidad.
 El escenario agrario departamental muestra realidades heterogéneas pero no
irreconciliables. Los valles centrales experimentan el raudo avance de la
pequeña propiedad y el paulatino retroceso de la gran hacienda, sin embargo en
la primera década del siglo XX enfocado en nuestro análisis, dicha hacienda era
todavía una presencia importante. En las provincias altas y el Cono Sur, no se
producen tales fenómenos y el dominio de la gran hacienda sucesora de la
encomienda colonial prosigue sin mayores alteraciones.
 La Provincia Totora muestra incontrastablemente la permanencia de las viejas
estructuras agrarias y la continuidad de la preeminencia de la economía de la
coca. El análisis desarrollado ha demostrado que prácticamente todas las grandes
haciendas se vinculaban a la explotación de cocales y alrededor de este objetivo
cobraban racionalidad los afanes de concentrar la tierra en manos de pocas
familias. Se ha observado que, en tanto la pequeña y mediana propiedad, cuyo
peso económico resultaba poco significativo, se dedicaba a una explotación más
intensiva para atender la demanda modesta del mercado local, la gran hacienda
gozando de diversos pisos ecológicos jugaba el rol de infraestructura de
abastecimiento y apoyo a la explotación cocalera y al comercio de productos
agrícolas a mediana y larga distancia.
 Chimboata era un engranaje más de esta estructura agraria. En su territorio
domina en términos absolutos la gran hacienda, De hecho, alrededor del 95 % de
12

las propiedades inscritas en los libros de registro estudiados, eran propiedades de


unas pocas familias. Sin embargo, se han podido rastrear distintas lógicas dentro
de la operatividad de esa estructura. La parcela o hilo sobresale por su
racionalidad productiva e incluso absorbe un número significativo de colonos
que producen, sobre todo cereales y tubérculos, para el mercado de consumo
local, siendo esta la explicación de porqué estas tierras no quedaron disueltas
dentro de las medianas y grandes propiedades. Los huertos y fincas (propiedades
pequeñas de mayor rango y propiedades medianas) juegan este mismo rol pero
orientan su producción hacia las legumbres y las frutas de temporada, todo ello
igualmente para el consumo local. Por último, las grandes haciendas donde está
más extendido el cultivo de trigo y tubérculos pero en porciones territoriales
modestas frente a las extensiones territoriales disponibles, no producen para el
restringido mercado local sino para proveer a los cocales que se sitúan dentro de
las porciones calidas de dichas haciendas y ocasionalmente incursionan a
mercados más distantes cuando los centros feriales de los valles centrales o las
ciudades del sur de la república, golpeadas por sequías u otras contingencias
climáticas, así lo demandan.

Lo que queda pendiente en este análisis, es la cuestión de cómo y bajo que mecanismos,
los frutos que arroja la estructura agraria estudiada, permiten, por una parte, la
acumulación de capital que provee de vida suntuaria a los hacendados, y por otra, la
extracción de plus trabajo que determina que la masa de productores no tenga acceso a
los beneficios que genera su duro esfuerzo. Esta cuestión será abordada en el próximo
capítulo.
13
13
13
13
13

CAPITULO IV
Relaciones de producción, modelo de
acumulación, coca y territorio: el rol de
Chimboata dentro de la estrategia gamonal de
control territorial
La estructura agraria de la provincia Totora, cuyo componente principal eran las
haciendas cocaleras, no deja duda sobre el control que las élites locales ejercían sobre
los bosques tropicales, bajo cuyo manto ecológico se cultivaba desde tiempos lejanos la
hoja de coca. Meruvia (2000) rescata los antecedentes de la ocupación de este territorio
por los conquistadores, quienes desplazan a los mimitimaes de los cocales que les
confío el Inca Wayna Cápac, para tomar posesión de estas tierras mediante las primeras
encomiendas a las que sucederán las haciendas como la de Chuquioma que estudia con
cierto detalle el autor citado, destacando que esta y otras todavía eran vigentes en los
primeros años republicanos, coincidiendo con nuestra percepción de que los
terratenientes de inicios del siglo XIX como sus herederos de la década finales
decimonónicas desarrollaron un sistema de producción complementario entre los
productos agrícolas de sus tierras templadas y frías de valle y puna y la producción de
los cocales en las zonas cálidas de sus heredades.

Sin embargo, lo que todavía no queda claro, es como tales emprendimientos, muchos de
ellos ciertamente riesgosos sobre todo en términos financieros, finalmente
desembocaron en un sistema de acumulación de riqueza 120 que no solo permitió
convertir la humilde aldea totoreña en una ciudad llena de fastuosidad, lujos y placeres,
sino propiciar y permitir la vida holgada de las élites locales a lo largo de más de medio
siglo. Esta comprensión permitirá a su vez situar mejor la realidad social de Chimboata
en aquél tiempo y definir cuales eran realmente los mecanismos que operaban como
freno al pleno desarrollo de sus fuerzas productivas.

Para obtener respuestas a las cuestiones planteadas, desarrollaremos en el presente


capítulo los siguientes aspectos: por una parte, examinaremos cómo se desarrollaban las
relaciones de producción en el seno de las haciendas, incluida la explotación de cocales
e incluso en las medianas y pequeñas propiedades, conocimiento que a su vez nos
proveerá de una idea de como era la vida cotidiana, la reproducción de la fuerza de
trabajo y la generación de plustrabajo apropiado por los patrones. Por otra,
proyectaremos estos procesos sociales sobre el territorio, es decir, realizaremos una
aproximación a la forma como el modelo de acumulación generado por la economía
hacendal vinculada a la explotación de la coca, a su vez, definía los lineamientos de un
ordenamiento territorial que se ajustaba a tales determinaciones para que las mismas
fueran factibles y perdurables. Por último, se analizará cual era el papel y el lugar de

120
No parece muy apropiado afirmar que existió acumulación de capital, pues en propiedad el excedente
económico generado por las haciendas solo se invirtió en forma marginal en mejoras técnicas, abonos
químicos, mantenimiento de caminos, minería, etc.; en tanto lo sustancial se gastó en vida suntuaria,
educación, turismo, consumo improductivo, etc.
13

Chimboata en la trama resultante de haciendas, centros urbanos y mercados que


desplegaba la estructura agraria antes estudiada. Sin embargo, cabe hacer notar que la
información disponible para estos objetivos es mucho más escasa que la dispuesta para
desarrollar el capítulo anterior, razón por la cual se utilizarán fuentes secundarias y estas
se contrastarán con la base teórica en que se apoya la investigación, a fin de reconstruir
aspectos razonablemente sustentables de una realidad remota pero cuya memoria es
todavía recuperable.

En interés de la hipótesis y los objetivos de la investigación, lo que nos interesa mostrar


es básicamente, cuáles eran las formas de extracción del plustrabajo, cuales los
mecanismos de su monetización y de que manera las racionalidades de que se revestían
los comportamientos económicos para materializar estas finalidades, también
materializaban un cierto orden territorial donde atraso, miseria y opulencia tenían claras
razones de existir y persistir.

Relaciones de producción y mecanismos de apropiación del plus trabajo campesino


en las haciendas totoreñas.

Sin entrar en la espinosa cuestión de caracterizar los modos de producción y las


consiguientes relaciones sociales que enmarcaron los procesos productivos en las
haciendas bolivianas y de América Latina en general121, nos abocaremos a enfocar las
condiciones laborales de los principales protagonistas, esto es los colonos que arriendan
tierras de hacienda como forma de garantizar su subsistencia como unidad familiar y
estrato social.

Inicialmente es importante resaltar que las haciendas no eran precisamente una suerte de
agencias de empleo y reclutamiento de personal ni funcionaban bajo normas laborales
semejantes a las vigentes en las empresas industriales. La relación patrón de hacienda –
colono se basaba en el reconocimiento pleno de la superioridad social, económica y
cultural del patrón respecto de la inferioridad del colono en todos los aspectos del saber
y el comportamiento humano. El patrón no solo concedía el arriendo de la tierra, sino
asumía la misión de orientar y educar al colono, de catequizarlo y enseñarle modales
que lo aproximaran a la categoría de individuo formalmente civilizado. En este orden, la
vieja ideología del encomendero de lidiar con seres subhumanos a quienes se debía
redimir mediante el trabajo y la oración, estaba lejos de desaparecer.

El meollo de esta relación de subordinación revestida de la legalidad que nace de usos y


costumbres “muy antiguos” y sancionadas no solo por las leyes republicanas, sino por la
moral pública y el ejercicio de las “buenas costumbres”122, refrendaba el sistema de
tenencia precaria de la tierra como la única forma de acceso a esta por parte del indio
forastero o del originario despojado de su tierra. El arriendo en las haciendas bolivianas
como el inquilinaje en Chile y otras modalidades parecidas en otros países
latinoamericanos eran la expresión del monopolio de tipo señorial sobre la tierra
121
Este debate, ciertamente inconcluso, se pierde en los meandros de argumentos contrapuestos y
difícilmente conciliables entre quienes sostienen la hipótesis del carácter feudal de las haciendas y
quienes consideran que la economía hacendal se sitúa en el contexto del desarrollo del capitalismo
mercantil, considerado como un peldaño inicial del desarrollo capitalista moderno.
122
Aquí cobraba plena vigencia la postura conservadora del “orden divino de las relaciones sociales” que
pesaba más que cualquier disposición terrenal contraria que caía en el campo de la pura herejía.
13

heredado del Estado colonial. El patrón no alquilaba sino concedía temporalmente la


tierra como un acto dadivoso, que sin embargo debía ser generosamente retribuido. En
este contexto, el arrendero se sometía “voluntariamente” a la protección paternalista del
“tata patrón”, quien ejerciendo esta condición, imponía las normas de uso de la tierra en
la hacienda, detallaba las innumerables obligaciones del arrendero, obligaciones que
involucraban a toda la familia de éste, definía la forma de distribuir los costos de
producción y los productos agrícolas, de tal suerte que el arrendero se convirtiera en
perenne deudor y el hacendado en perpetuo acreedor.

La estructura hacendal no se reducía a la existencia de latifundios como forma de


tenencia dominante, sino a la presencia de tierras comunales, parcelas, hilos, huertos,
fincas, todas ellas sometidas de alguna forma por requerimiento de diversos servicios
(necesidades de riego, pastizales, abonos, recuas, etc.) a la influencia del gran
hacendado que tenía frente a sí un universo de actores subalternos que afianzaban el
poder del patrón mucho más allá de la frontera formal del latifundio 123. La suerte de
collar de hierro que se extendía sobre tales actores subalternos determinaba que
careciera de significado y posibilidad cualquier emprendimiento que pretendiera
competir con la hacienda o afectara sus intereses. Los pequeños y medianos productores
eran dependientes de la gran hacienda para recibir una serie de servicios,
particularmente riego y pastizales para su ganado. Cualquier emprendimiento que no
fuera “consultado” al patrón podía poner en riesgo la provisión de algún servicio vital.
Es decir que el acceso al mercado local, la apertura de acequias para intensificar la
productividad de la parcela, y otros emprendimientos que podrían significar el
desarrollo económico del piquero o del huertista, debían contar con el apoyo del
terrateniente.

En líneas generales se puede decir, que la relación del patrón-patriarca con el resto de la
sociedad rural reposaba en el carácter cerrado de la dominación que ejercía éste sobre
“su territorio” o “territorios” en caso de un clan familiar. En el caso de la Provincia
Totora, se puede observar que unas pocas familias y grandes propietarios en cada cantón
definían los ámbitos territoriales de ejercicio efectivo de su poder. Hasta donde se ha
podido investigar, exceptuando el caso de Aurelio Medrano124 no se tiene ninguna
evidencia de disputas entre familias por razones de ejercicio de poder o entre
latifundistas y autoridades. La clase hacendal totoreña estaba muy cohesionada y sin
duda era plenamente consciente de que los conflictos internos no solo deteriorarían su
autoridad colectiva sino pondrían en serio riesgo el complejo aparato de dominación
social que habían logrado erigir. Solo así se puede explicar que tal estructura no se viera
afectada, como en lo valles centrales, por la vía capitalista del mercado de tierras y que
el incremento de minifundistas estuviera de alguna manera bajo control, de tal forma,
123
Bajo este sistema de jerarquías, poderes y consentimientos invisibles pero eficaces que alargaban el
ejercicio del poder patronal, un arrendero que no cumplía a cabalidad los designios del patrón, no solo
podía ser expulsado de la hacienda, sino podía verse imposibilitado de ser admitido por ningún otro
propietario de tierras en la región.
124
De acuerdo a De Jong (obra citada), quien realiza un análisis detallado de este suceso, Aurelio
Medrano, heredero del connotado terrateniente Juan de Dios Medrano fue acusado de crímenes y malos
tratos a sus dependientes sin suficientes pruebas, condenado y fusilado en 1938. La autora citada sugiere,
que este fue en realidad un conflicto personal entre una autoridad civil, el subprefecto Juan Guerra y el
hacendado citado. El periódico El Imparcial de Cochabamba aprovecho este conflicto para presentar a
Medrano como autor de crímenes fantásticos y así mercantilizar la noticia a su favor, influyendo en su
condena. Sin embargo, no se trató de un conflicto entre dos bandos opuestos de terratenientes.
13

que a contracorriente del espectacular avance de la piquería valluna en la década de


1900, simultáneamente se produjera el avance de las grandes propiedades al punto de
hacer de Chimboata y del resto de la provincia una enorme hacienda administrada
pacíficamente por algunas decenas de familias.

El sistema de trabajo campesino bajo el régimen del arriendo, no tenía opciones de


ascenso social. El eje de esta relación laboral no reposaba en ningún sistema de
acumulación curricular o meritocrático. Se basaba en las relaciones paternalistas antes
mencionadas que obstruían cualquier alternativa de organización social y cualquier tipo
de relación con trabajadores rurales y sus organismos en otras regiones y
departamentos. Al hacendado no le interesaba en absoluto la educación y la superación
técnica del arrendero, peor aun el que pudiera adquirir algún adiestramiento
institucional que le dotara de facultades para negociar mejores normas de trabajo. La
naturaleza señorial de la relación patrón-colono conducía a la rutina, a la permanencia
de las practicas agrícolas tradicionales, luego la figura de un patrón progresista que
educara al campesino en técnicas agrícolas modernas era solo un recuso demagógico
para justificar la pervivencia del latifundio.

Como ya hemos mencionado, la vigencia de la gran hacienda solo era viable a través del
ejercicio del monopolio sobre la tierra y sus recursos. El aprovechamiento y
monetización de tales recursos era posible por una forma peculiar de captación de la
fuerza de trabajo, es decir, el arriendo de tierras que definía las condiciones precarias e
inestables en que el campesino accedía a una porción de tierra en el interior o en el
borde de una hacienda. El arrendero, a diferencia del trabajador rural o el obrero, no
vendía su fuerza de trabajo por un salario. El arriendo era un contrato que obligaba al
arrendero, a cambio de disponer temporalmente de un pequeño fragmento de la
propiedad de la hacienda, a pagar anual o semestralmente el monto de dicho arriendo
combinando dos modalidades: una parte en dinero y otra en trabajo. En el fondo era un
convenio para acceder a una alternativa de sobrevivencia a través de la disposición
temporal de un pequeño terreno donde desarrollaba una agricultura para el autoconsumo
en parte y para el mercado el resto, puesto que esta era la única forma que tenía para
obtener el circulante necesario para abonar en dinero parte del arriendo al que estaba
obligado. La otra parte la abonaba en trabajo sin renumeración en las tierras de demesne
o tierras de la hacienda, además de cumplir adicionalmente con otras obligaciones que
incluían el servicio doméstico y otras tareas, en general a capricho del patrón, y que
terminaban incorporando a todo tipo de faenas a la totalidad de la familia del arrendero
en capacidad de trabajar.

Los contratos asentados en el Libro de Convenios entre Propietarios y Colonos de la


Provincia Totora en 1888, eran sumamente ambiguos y escuetos y tenían en muchos
casos carácter colectivo, refiriéndose tan solo a la forma de pago de la contribución
catastral que en realidad le correspondía a la hacienda. Veamos algunos ejemplos:

Conste que nosotros Gregorio Camacho y Francisco Claros, colonos de la finca


Collpana, previa autorización de los demás colonos, hemos convenido con
nuestra patrona la señora Trinidad Pozo, pagar la contribución catastral que
nos corresponde abonar exclusivamente en dinero y en proporción de la
producción que recojamos de nuestro arrendamientos. Para constancia
13

suscribimos la presente acta con nuestra patrona, que lo hace en prueba de su


aceptación, haciéndolo por nosotros que no sabemos firmar, el secretario que
suscribe, Chimboata, Septiembre 12 de 1888.

Hacemos constar nosotros, Francisco Tordoya y Gualberto Jaldín colonos de la


finca Cuchihuasi, previa autorización de los demás colonos, hemos convenido
con nuestro patrón Germán Melean pagar la contribución catastral que nos
corresponde abonar, bien sea en dinero o bien con nuestro trabajo personal en
jornadas, en proporción a la producción que recojamos de nuestros
arrendamientos. Para constancia suscribimos la presente acta con nuestro
expresado patrón, que lo hace en prueba de su aceptación, haciéndolo por
nosotros que no sabemos firmar, el secretario que suscribe. Chimboata,
Septiembre 24 de 1888.

No se han encontrado en los archivos contratos de arriendo más explícitos. En el caso de


los dos anteriores, lo que se acuerda es la forma de pago de la contribución catastral o
impuesto predial rústico que los patrones solían transferir a los arrenderos como parte
de la obligación que se contraía al aceptar las condiciones del arriendo. Se puede ver
que las modalidades de pago en dinero o parte en dinero y parte en trabajo,
probablemente se definían en función de la mayor o menor productividad de las tierras
arrendadas y las posibilidades monetarias que potencialmente podría ofrecer la cosecha
presunta.

El arrendero, como ya se mencionó, era un indio forastero o un originario con o sin


tierra, que por razones de sobrevivencia no tenía otra alternativa que ofertar su fuerza de
trabajo al servicio de la hacienda, la finca o incluso la pequeña propiedad. Lo que sigue
son las voces de estos arrenderos a través de los testimonios que recogió Marianne de
Jong en 1986 y 1987.

La primera cuestión era el drama que se abría ante la alternativa de abandonar a un


patrón abusivo al finalizar el contrato de arriendo o antes en caso de expulsión,
abriéndose la grave incertidumbre de encontrar otra opción de arriendo diferente.
Veamos algunos testimonios:

¿A quien íbamos a quejarnos? A la carrera teníamos que seguir siempre. Por no


soportar estas humillaciones nos íbamos donde sea. (...) Donde veíamos que el
patrón no era malo nos agarrábamos el arriendo (...) pero casi todos nos daban
la misma forma de trato (Testimonio de Demetrio Ramirez, hacienda Higueras,
De Jong, 1988:43-44).
En cuanto nos pegaban nos íbamos a otros lugares a buscar otra tierra. Donde
sea teníamos que irnos a agarrar otra tierra. Teníamos que ir a buscar otro
patrón. Ese se hartaba de nosotros, ¡Fuera! y teníamos que ir a busca a otro ya
también. Así andábamos nosotros (Testimonio de Filomena Jaldín, hacienda
Chijmuri, De Jong, obra citada: 44).

Podemos señalar que los colonos eran una suerte de población errante en continua
búsqueda de una mejor oportunidad de arriendo, de un patrón más tratable, de unas
obligaciones laborales menos abusivas. Obtenido el arriendo, de todas formas el temor a
13

una expulsión por cualquier motivo, siempre estaba presente. En cierta forma, esta
amenaza era una suerte de arma eficaz en manos del terrateniente para obligar al
arrendero a cumplir toda suerte de tareas, incluso aquéllas no pactadas. Al respecto
recuerda un antiguo arrendero: “Si tú ibas a protestar de algo o te oponías a lo que
ellos decían, en seguida te botaban pues. Como va desafiar pues el terrón a la piedra!
Nadie se animaba a protestar. Era lo que decían los patrones” (Testimonio de Ramón
Torrico, hacienda Lope Mendoza (Chimboata), De Jong, obra citada: 44).

¿Pero cuáles eran exactamente las labores de un arrendero? Una obligación principal era
el trabajo en la tierra de la hacienda. Pero fuera de esta labor que cubría buena parte de
la jornada laboral diaria, el arrendero estaba obligado a prestar otros servicios como:
entregar muku para elaborar chicha, otra obligación era la cacha o la obligatoriedad de
comercializar los productos de la hacienda en las ferias y mercados; en las hacienda de
altura, los arrenderos debían entregar chuño. Las mujeres estaban obligadas a entregar
lana hilada o una frazada terminada en forma anual. Más de una vez al año, los
arrenderos debían entregar a sus patrones un cordero o aves de corral. Además, las
mujeres debían cumplir tareas domésticas como cocinar y labores de limpieza en la casa
de hacienda, a lo que se sumaba la obligación rotatoria entre los colonos de acudir
durante cierto tiempo a la casa el patrón en la ciudad para cumplir diversas tareas. A
continuación iremos analizando como estas diversas obligaciones comportaban variadas
formas de extracción de plustrabajo productivo y no productivo.

Para el trabajo agrícola en las tierras del patrón, el arrendero debía utilizar sus propias
herramientas de labranza y aportar con sus propias yuntas tanto en el proceso de
preparar el terreno como durante las labores de siembra y la cosecha. La mayor parte de
este trabajo se aplicaba al cultivo del trigo y la papa, por lo que las diferentes tareas
antes descritas se ajustaban al periodo agrícola y las condiciones de cada uno de estos
productos. Una obligación que no se podía soslayar era concurrir a la tierra de demesne
con la yunta y aquí no valía ninguna excusa: “Por mucho que tu yunta haya muerto
tenías que cumplir declaraba Hermógenes Toledo de la hacienda Cañada, A ellos no les
interesaba tu problema, tenías que fletarte si es posible” (De Jong, obra cit.:50).
Escuchemos el testimonio de otro arrendero para entender mejor cómo se desarrollaban
estas duras jornadas:

Salía el sol y las yuntas ya se amarraban. Ojala con cariño nos estarían
llamando al trabajo, obligados a gritos, a punta de chicote los patrones y los
mayordomos batiendo sus chicotes está esperando que amarren las yuntas
(Severina Fuentes, hacienda Viscachani, obra cit.: 50)
Si teníamos unos minutos de atraso aunque hayas estado solo haciendo el pego
de la coca (...) debíamos reintegrar una yunta. Como les hacía levantar la
yunta. Por la tarde se caía, pero a pesar de esto, no permitía que lo larguemos.
Por los menos cuatro rayas (surcos) mas nos hacía aumentar, aunque estemos
ya sin poder hacerlo (...) se caía también la yunta (...) Les pastábamos después
de largarlos a las seis y media, hasta las ocho (...) Luego, por la mañana desde
las cuatro pastábamos hasta las ocho y luego nuevamente arábamos (...) Las
yuntas empezaban a temblar pero jamás consideraba que éramos humanos
como el. Nos decía arréalo unas dos vuelta más, arréalo esa melga más. Pobre
yunta como le estaremos llevando, si batiéndose está caminando. Cuando le
14

soltábamos, tambaleando como un borracho se iba bajo el árbol. Y pasto no


solía haber mucho (Celestino Rodríguez, hacienda Hornillos, obra cit.: 51).
Vivíamos una lástima. Casi sin comer trabajábamos en la hacienda. de donde
nos iban a dar algo de tiempo? Incluso la coca en un instante tenías que meterte
a la boca. El mayordomo ya estaba sobre ti con el chicote y el patrón en caballo
por nuestro detrás correteaba vigilándonos, cuando trabajábamos también. Era
grave. Si te atrasabas un minuto, ya está, ya no te aceptaba. (Severino Muñoz,
hacienda Cañada).

Estos testimonios parecen extraídos de alguna crónica de terror propia de los esclavos
de las haciendas algodoneras en el Sur de los EE.UU., sin embargo eran escenas
cotidianas que se repetían una y otra vez en las haciendas de Chimboata y del resto de la
provincia. Bajo estas duras condiciones laborales, donde el arrendero además de aportar
con su fuerza de trabajo, era obligado a incorporar sus herramientas y sus animales,
subyace la determinación de sobreexplotar la fuerza laboral disponible, de aprovechar
hasta límites máximos toda energía humana y animal, en jornadas de trabajo que
superaban las 12 horas diarias. Se puede considerar que por detrás de trato tan
inhumano se escondía la obcecada y usurera determinación de abaratar al máximo el
costo de producción del trigo, el maíz o la papa que sufrían la fuerte competencia de
otras regiones, de otra manera, el margen de plustrabajo arrancado habría resultado poco
rentable.

El trabajo adicional que debía desarrollar el arrendero, esta vez en la parcela arrendada
para garantizar su sobrevivencia, se desarrollaba con mucha dificultad, pues el trabajo
en la hacienda absorbía prácticamente todo el tiempo disponible. Como la prioridad,
bajo presión, control y castigo, era el trabajo en el demesne, las labores en la parcela
eran generalmente nocturnas, con cultivos poco atendidos y rendimientos insuficientes.
Al respecto, la mujer de un arrendero recuerda estos avatares:

Como ladrones teníamos que trabajar para nosotros. De dos o tres días de
licencia, más nos daban para trabajar para nosotros. Por eso nuestro trabajo
no producía bien. Un viento y cualquier cosa, nosotros primero teníamos que
solucionar los problemas de la hacienda. Lo nuestro no les importaba. Por ese
motivo éramos muy pobres (...) Antes ni siquiera podíamos dormir tranquilos
por la noche. Teníamos que pastar nuestros animales. Al oscurecer recién
encerrábamos nuestras ovejitas. Entonces podíamos prender el fuego para
cocinar la cena. Y mientras nuestros esposos pastaban las yuntas para que
puedan trabajar al día siguiente. Después de cocinar la cena y comer, un rato
solíamos dormir. Para el amanecer tenía que estar cocinando el almuerzo, con
más sus meriendas, tenía que estar listo para que vayan a amarrar las yuntas, y
nosotras tempranito teníamos que sacar nuestras ovejas y acomodarnos para
cumplir con todas las exigencias de los patrones. Vivíamos sometidos sin tiempo
que nos pueda alcanzar (...) Ni siquiera podíamos producir suficiente para
nosotros (Testimonio de Severina Fuentes, hacienda Viscachani, obra cit.: 52).

Este régimen de trabajo estaba extendido entre todas las haciendas e incluso regía en las
medianas propiedades y en los huertos, De Jong sostiene que, incluso en muchos casos
los patrones no vivían en sus haciendas sino en Totora. En su lugar permanecía el
14

mayordomo o jilacata, un personaje a veces más cruel e inflexible que el patrón. En


realidad su éxito dependía de su dureza pues esta era premiada y aplaudida. Este
funcionario era nombrado por el patrón, generalmente por presentar buenos
antecedentes en el sucio desempeño del matonaje. Sus servicios eran abonados con un
pegujal o con un porcentaje de la cosecha obtenida. Un recurso muy socorrido para
obtener la lealtad incondicional del mayordomo eran los compadrazgos, de esta manera
este se convertía en ahijado del terrateniente. Muchas veces el mencionado mayordomo
era un antiguo arrendero que conocía muy bien a los colonos y sabía como controlarlos
en forma eficaz.

En buenas cuentas ¿qué aportaba el hacendado y qué el colono en el proceso de


producción y en que consistía el excedente agrícola cargado de plustrabajo? El
terrateniente aportaba esencialmente la tierra y generalmente la semilla para trabajar el
demesne. El arrendero aportaba fundamentalmente su fuerza de trabajo empleada en la
preparación o ablandamiento del terreno, la siembra, el desyerbe, el riego periódico o
diario, el aporque cuando era necesario, la cosecha, la preparación de las cargas, el
transporte en sus propias mulas, la venta en la feria o mercado de los productos
agrícolas destinados a este efecto y la entrega del dinero resultante; pero además:
aportaba a este proceso con sus herramientas, la yunta, sus alimentos y vestimentas, e
incluso adicionalmente, el trabajo de su mujer, sus hijos mayores e incluso jornaleros y
arrimantes125 alimentados y pagados por este, si fuera necesario, para cumplir con la
superficie de cultivo de la hacienda que le asignaba el patrón a cambio de la parcela
arrendada. Además como parte de las obligaciones del arrendero estaba la captación de
aguas del río o de la vertiente mediante la construcción de acequias para garantizar el
riego de la tierra del patrón. El resultado salta a la vista, sin necesidad de apelar a
ninguna cifra, a cambio del costo de la semilla y un valor ínfimo de la tierra,
naturalmente distinto al valor comercial (el valor de uso)126, el terrateniente disponía de
la cosecha completa y de todo el rendimiento que proporcionaba su valor comercial,
luego sus utilidades con toda seguridad cuadruplicaban, quintuplicaban o más, las
modestas inversiones realizadas.

Como hemos podido observar, prácticamente todas las grandes haciendas de Chimboata
y el resto de la provincia se extendían hasta los yungas de Chuquioma o Machu Yunga,
Icuma y Arepucho. ¿En que consistía realmente el trabajo de cultivar coca en las zonas
de yunga mencionados? Se trataba en todos los casos de cocales dispersos emplazados
en terrenos accidentados, donde las laderas empinadas de las últimas estribaciones
cordilleranas sobre las que se desplegaba el bosque húmedo, era ciertamente el paisaje
que dominaba estos parajes de difícil acceso. De acuerdo a Alison Spedding (2005) que
describe estas faenas para el caso de los yungas de La Paz, un territorio igualmente
accidentado, la primera tarea para asentar un cocal es la limpieza y el desbrozado del
terreno, anota que esta limpieza no se hace bajo monte alto sino en terrenos
anteriormente cultivados; en el caso que nos ocupa, es posible imaginar que no siempre
125
El arrimante generalmente era un allegado o pariente del arrendero, que a cambio de un jornal o una
participación en la cosecha de la parcela arrendada, le ayudaba en determinadas tareas que el arrendero no
podía cubrir por si solo. En cambio el jornalero era un trabajador independiente que alquilaba su fuerza de
trabajo tanto a un arrendero como a un patrón, recibiendo por cada día trabajado un jornal.
126
La tierra funge como capital fijo, inversión de una sola vez en el momento de su adquisición. Sin
embargo, muchas veces este medio de producción era resultado de una herencia o compras de
oportunidad amortizadas ampliamente por la explotación laboral descrita a lo largo de muchos años.
14

existía disponible un sitio abierto y parte de esta tarea de limpieza pasaba por derribar la
vegetación alta e incluso extraer las raíces, trabajo ciertamente muy penoso.

La siguiente etapa era la cavada, un trabajo que se inicia cuando aparecen las primeras
lluvias que suavizan el terreno limpiado. Esta vendría ser la tarea más pesada y la que
exige más jornadas de trabajo, se trata de formar los escalones o realizar el zanjeo,
naturalmente a mayor pendiente este cavado escalonado es más profundo; lo más
trabajoso es extraer las raíces de arbustos y los tocones de los árboles derribados además
de desyerbar los helechos y otras plantas de raíces largas y resistentes, luego rastrillar la
tierra para igualar las pendientes y los surcos de los escalones. Factores como la
pedregosidad de las laderas y la densidad de los tocones determinaban que el trabajo
pudiera ser todavía más arduo. Luego sigue la plantación de los almácigos de coca,
labor que se inicia al comenzar las lluvias y a lo largo de la estación lluviosa, se trata de
un trabajo igualmente laborioso y que exige mayor pericia técnica. Después de
continuos cuidados y desyerbes, se cosechaba la hoja de coca durante varias jornadas y
simultáneamente se procedía a la fabricación de los cestos para transportarla, en tanto se
procedía al secado aprovechando el calor solar, para cuyo efecto se extendía la hoja de
coca sobre lienzos, cuidando de retirarla ante cualquier amenaza de lluvia.

Con esta referencia, veamos algunos testimonios sobre las condiciones de acceso y
trabajo en los cocales totoreños:

Inicialmente escuchemos el testimonio de un antiguo dueño de cocales: este señala que


las propiedades cocaleras quedaban determinadas por usos y costumbres y sus limites
estaba dados por hitos fáciles de reconocer: un río, una gran palmera o una serranía. Si
bien las propiedades en los yungas eran extensas, lo cocales no abarcaban grandes
extensiones, se los solía explotar hasta el momento en que comenzaban a envejecer las
plantaciones, es decir cuando el rendimiento de la hoja de coca comenzaba a declinar.
Cuando esto ocurría, se abandonaba el cocal y el terreno de lo empleaba como
“hechadero de mulas” (lugar de reposo de las mulas) por que allí se producía el
saracho, un alimento adecuado para dichos animales. Cada plantación de coca no
pasaba de 5 a 6 Has, las mismas que luego de 5 a 6 años de producción continua se
chumaban, esto es que se les sacaba todas su hojas en una última cosecha, para luego
escoger y desboscar un nuevo área para dar paso a un nuevo cocal:

Luego de la plantación de un nuevo cocal, se esperaba un año o un año y medio,


y luego se cosechaba a mano, despacio, sin maltratar la planta. A los dos años
se pucheba a mano. A los tres o cuatro años se sacaba, no se dejaba ni una hoja
(...) En cuanto a la tierra, por lo accidentado del terreno, la tierra se revolcaba
(se aterrazaba) (Testimonio de Ricardo Escobar, Gonzáles 2009: 94).

Las principales tareas de una hacienda cocalera estaban vinculadas a la extracción y el


transporte de la hoja:

La coca se sacaba todo el día, en la noche se ponía, si había suerte más


temprano, a secar, si el tiempo no acompañaba a la coca se empezaba a
enmohecer si le llegaba la lluvia y se echaba a perder en unos cinco días de
lluvias seguidas, entonces esa coca servía de abono, se iba al mismo cocal. Se
14

llamaba fleteros a los que sacaban la coca y la comercializaban, sacaban 12 a


15 mulas cargadas de coca, la carga costaba entre 58 y 60 Bs. y en los peores
momentos de escasez llegaba a 100 Bs. el cesto de coca y a 120 Bs. el flete
(Testimonio citado, Gonzáles: obra citada: 94).

Respecto a las condiciones de vida, particularmente la alimentación se señalaba:

En la alimentación siempre había algo, sobre todo en la época de pescado, pero


como el clima era especial, a veces solo comíamos un poco de grasa, todos
hasta los hacendados, pero también había caza si se podía. Había semanas que
pasábamos a sal y yuca, a veces jochi, venado y anta (testimonio cita, Gonzáles,
obra citada: 95).

Respecto al pago del personal que trabajaba en los cocales, el antiguo patrón señalaba
que inicialmente se dejaba que los colonos sacaran hojas de coca para su consumo,
después se les pagaba formalmente 4 libras de coca a los que apallaban (los
recolectores) y 2 libras a los que juntaban las hojas para colocarlas en los cestos. El
trabajo más duro, según este testimonio, era el cosido de los cestos de coca. Para este
efecto se utilizaban hojas de plátano y cojoro127 que eran introducidas a un torno para
aplanarlas y poderlas coser y llenar cada cesto con coca. Solo así se conservaba la coca
hasta llegar a su destino. Los trabajadores en el cocal operaban dos por surco: “uno
sacaba la hierba y otro la sacudía para que se seque, estos trabajadores venían de
Tiraque, Epizana, Pojo o Chaupiloma”

Un antiguo trabajador rememora que el acceso a los yungas se efectuaba a través de


caminos de herradura, tanto por Machu Yunga (Chuquioma) o por Arepucho. Estos
caminos eran abiertos y mantenidos por los propios colonos como parte de sus
obligaciones y en muchos casos en ellos también intervenían piqueros e indios
comunarios, como una forma de abonar el impuesto vial. Para este efecto existía una
Junta de Caminos de los Yungas controlada por los grandes dueños de cocales, quienes
se ocupaban de organizar los trabajos de mantenimiento y gestionar ante el Estado
recursos para encarar estas tareas u otras más complejas como puentes, reposición de
terraplenes, etc.

Las relaciones entre Estado y hacendados cocaleros se reducía a dos temas principales:
evitar que los gobiernos de turno gravaran excesivamente la producción y comercio de
hoja de coca y la cuestión caminos a los yungas. Respecto a este último asunto, eran
constantes las demandas de inversión pública por parte de de la Junta de Caminos a los
Yungas y la poderosa Junta de Propietarios de los Yungas, para reparar caminos,
restaurar puentes y ejecutar nuevos, abrir nuevos caminos, etc., pero sin que ello
significara tributos exagerados que podrían dañar el negocio. A este respecto sostiene
Terrazas (2010):

El camino de herradura que entraba desde Montepuncu tenía que ser limpiado
cada año, y este trabajo era pagado por la aduana128. Este trabajo debía ser

127
Hojas de gran tamaño de una planta herbácea que crecía en la zona.
128
Las aduanas de coca eran puesto de control donde se cobraba un monto por cada cesto de coca
extraído de los yungas totoreños con destino a al mantenimiento de los caminos.
14

controlado por la Junta (de propietarios), los que asignaban el trabajo a un


contratista (casi siempre a un hacendado cocalero). La prestación vial que
tenían que cumplir los peones, significaban de 3 a 4 días al año para limpiar el
camino, todos cumplían porque el castigo era trabajar el doble.

Los cocales eran abundantes y cada patrón:”tenía una casa de hacienda de calamina o
palma, sus pongos y corrales para las mulas, su torno donde trenzaban las hojas de
plátano para los cestos de coca”. La alimentación era siempre escasa y consistía
generalmente en plátano, yuca y frutas. Los cocaleros permanecían normalmente un año
sin salir del cocal, pero si el comercio de coca era promisorio se les obligaba a
permanecer hasta 4 y 5 años seguidos. El testigo citado recuerda que en 1939 el
productor más importante de coca llegaba a comercializar hasta 100 cargas 129 (unas 12,5
toneladas métricas). El transporte hasta Totora se prolongaba por dos días: las primera
jornada hasta Sehuencas o Montepunco donde se solía pernoctar, para luego seguir
hasta Totora, sin embargo en época de lluvias esta caminata se podía prolongar por 5 o
más días debido a la crecida de los ríos. La coca llegaba a los tambos de Totora y al
mercado de coca, para de allí distribuirse a Sucre, Santa Cruz (Valle Grande, Comarapa)
y a veces a Cochabamba (Valle Central y Alto). Las arrias eran conducidas por los
propios colonos (Testimonio de Félix Sánchez, Gonzáles, obra citada: 94).

Otros testimonios recogidos por De Jong completan las impresiones de estas duras
faenas en los cocales. Comparando las condiciones de trabajo en los yungas de Totora
respecto a Vandiola y el Chapare, una antigua trabajadora de los cocales anotaba:

En Chapare dicen que son pampas. En este lado no son así, son faldas (...) Los
cocales están en una falda y otra falda. Solo en trechitos existen lugares planos
(...) Para los cosechadores era muy difícil (...) Mientras que en el Chapare,
dicen que solo hasta la hora de almuerzo se cosecha (...) En Arepucho no era
así. Al esclarecer el día íbamos y regresábamos al anochecer con bultos
grandes. La cena nos cocinábamos una lawita y comiéndolo nos dormíamos
(Testimonio de Teodora Camacho, hacienda Lambrani, De Jong, obra citada:
41).

La rentabilidad de la coca estaba muy ligada a sus bajos costos financieros


compensados por elevados costos sociales. Esto solo era posible bajo el régimen
hacendal y una estructura de poder que hacía posible y protegía el ejercicio de las
formas más crueles de aprovechamiento de la fuerza de trabajo. La presencia de grandes
haciendas en las zonas templadas les permitía jugar un rol muy importante: movilizar
fuerza laboral para el trabajo de los cocales, además del menguado abastecimiento que
no siempre aliviaba las penurias de los trabajadores. La antigua cocalera Teodora
Camacho antes citada daba cuenta que su patrona de la hacienda Chijmuri se aseguraba
de mano de obra para el trabajo en sus cocales mediante el endeudamiento de sus
arrenderos:

Les llevaba a los arrenderos también y les pagaba coca. (los arrenderos al
carecer de circulante) se prestaban dinero para que hagan ropa para sus hijos, o
cuando les faltaba víveres, recurrían a los mismos patrones y a cambio de esto
129
Cada carga contenía 5 cestos y cada cesto era de unas 25 libras.
14

les hacían trabajar (...) a cuenta de esto iban a trabajar. Con eso mandaba a
hacer. Con esos trabajos doña Paulas (la patrona) se apropió de tierras tan
extensas (Testimonio citado, De Jong, obra citada: 42)

Prácticamente en toda las grandes haciendas que tenían parcialmente tierras de yungas
con cocales, parte de las obligaciones del arrendero a cambio del pegujal o parcela que
arrendaban, era el de realizar un viaje anual a los cocales con 12 mulas o más provistas
por el colono para extraer la coca del patrón y con la prohibición expresa de que los
animales fueran utilizados en algo más que el transporte de coca: “Dicen que las carga
salían marcadas con lápiz. Si esa señal se borraba recibían una paliza. ¿De donde ibas
a montarte si estabas cansado?” (Testimonio de Demetrio Ramírez, hacienda Yuraj
Molino, De Jong, obra citada: 42)

El trabajo en los cocales era mucho más duro que el trabajo en la hacienda de zona
templada. Sin embargo, el cocal era enormemente más rentable que cualquier otro tipo
de unidad productiva agrícola. El dueño del cocal era un operador cuya tarea principal
era recolectar ganancias. Con mano dura exprimía los cocales y los trabajadores. La
tierra no costaba nada y estaba a disposición y el duro trabajo de plantar el cocal,
mantenerlo, cosecharlo, además fabricar el embalaje y transportar la coca hasta Totora
al patrón no le costaba un real. Como dice ese picaresco refrán “del mismo cuero salen
las correas”, en este caso, todo se pagaba con coca. Es más la coca era un suplemento
alimenticio importante, se le asignaba la función del circulante y los colonos
recolectores, los cesteros, los fleteros, los arrieros se conformaban recibiendo una pocas
libra de coca a cambio del duro trabajo. Luego gracias a ellos la hoja llegaba a Totora y
allí o en otro punto de acopio, se convertía en dinero que por entero se quedaba en el
bolsillo del patrón.

En tanto los colonos que concurrían al cocal obligados por deudas o voluntariamente
corrían los mayores riesgos: enfermedades tropicales que los diezmaban, accidentes en
las tortuosas sendas de montaña o al atravesar ríos embravecidos donde más de uno
desaparecía sin dejar rastros; el dueño del cocal no arriesgaba nada o casi nada: una que
otra vez una plaga devoraba el cocal, a veces se perdían algunas mulas con su carga,
otras, una lluvia persistente arruinaba la cosecha de coca, todo esto era subsanable
mediante el simple expediente de “exprimír” un poco más a los colonos para recuperar
la pérdida. Más adelante volveremos sobre este particular para ver como este proceso
incidía en el ordenamiento del territorio.

Sin embargo, todo este proceso inhumano de extracción de plus trabajo no era suficiente
para el apetito voraz de los patrones. Además de todo lo relatado, todavía es necesario
hacer referencia a la prestación de diversos servicios adicionales. Uno de ellos y el más
extendido era la obligatoriedad de entregar al patrón una cierta cantidad de muko para
elaborar chicha. De acuerdo a los testimonios recogidos por De Jong, cada arrendero
recibía de su patrón seis arrobas de harina de maíz. En la elaboración del muko
participaban todos los miembros de la familia del arrendero. El muko entregado era
vendido por el patrón a las chicheras de Totora.

Otra obligación era la denominada “cacha” o sea la obligatoriedad de comercializar los


productos de la hacienda a través de los arrenderos. Este era un sistema de
14

endeudamiento, pues cada arrendero tenía la obligación de entregar a su patrón una


determinada suma de dinero por la venta de los productos, pero si en la venta no se
obtenía el monto establecido, el saldo faltante debía ser abonado por el arrendero que de
este modo quedaba endeudado. Era frecuente que el cobro de esta deuda tuviera
contornos expeditivos como el decomiso de animales, utensilios diversos o herramientas
e incluso el ejercicio de la presión para que los hijos e hijas del arrendero sirvieran en la
casa del patrón. Al respecto se tiene el siguiente testimonio: “Si no cumplíamos se lo
llevaban los animales. Mi papá había muerto y, en cuanto murió, yo tenía que trabajar
como hijo. Con eso quedaba contento (el patrón), no se por cuanta deuda serví yo. Me
parece que serví 15 años” (Testimonio de Celestino Rodríguez, hacienda Hornillos, De
Jong, obra citada: 46).

En las alturas los arrenderos estaban obligados a entregar chuño en función de una cierta
cantidad de papa que entregaba el patrón a cada arrendero. Esta también era una fuente
de deudas, si el chuño entregado no correspondía en peso a la papa entregada. Las
mujeres estaban obligadas a entregar lana hilada cada año o en su caso, una frazada. En
diversas fechas del año, los arrenderos debían entregar a sus patrones corderos o aves de
corral, además de cierta cantidad de huevos. Este tributo en especie se denominaba
“trilla pollo”. Veamos un testimonio al respecto:

En cuanto entregaban el muku (el patrón) mandaba a hacer chicha y los


hombres estaban obligados a llevar una carga de leña, un pollo, un cordero de
dos años o un año y medio de edad y que sea el mejor. Con esto se conformaba,
y si no era así, de inmediato hacía devolver (...) Venía personalmente en un
buen caballo o escogiéndose nos hacía llevar a nosotros mismos (Testimonio de
Demetrio Ramírez, De Jong, obra citada: 47).

Uno de los servicios más degradantes era la obligación del pongueaje o servicio
doméstico en la casa del patrón, ya sea en Totora o Cochabamba por turnos semanales.
La jornada del pongo comenzaba al amanecer y se prolongaba hasta muy avanzada la
noche, consistía en la ejecución de todo tipo de labores sin esperar nada a cambio, ni
siquiera el alimento, que cada pongo debía llevar consigo para mantenerse durante la
semana. Veamos algunos testimonios:

Limpiábamos el patio, cortábamos hierba para los animales y luego les


dábamos. A los animales era de darles bien para que coman de noche. Si no les
dábamos, levantándose (el patrón) al amanecer nos azotaba. A parte de la
hierba cortada, había cebada puesta que debíamos acabar. Si no les dábamos a
los animales por la noche nos pegaba (...) El caballo estaba bien hartado y a
esta hora el pongo tenía que bañar el caballo en el río y peinarle con una
raqueta (...) una vez bañados una carretilla de grano tenían que comer, si no
hacíamos eso, con lo que agarraba nos daba. Con cualquier objeto que esté a la
mano. Si no queríamos hacernos pegar, teníamos que servirle, aunque sin
dormir (Testimonio de Demetrio Ramírez, obra citada: 49).

Era muy grave servir al patrón (...) yo creo que ahora ya no aguantaría. Era
grave. Por la mañana como empleado iba a echar el bacín y me preguntaba:
‘Soliz, ¿y echaste el bacín?’ Era grave. ¿De donde iban a ver todo esto los
14

arrenderos? Aunque en ese entonces estaban sufriendo grave en el servicio,


ellos no solían echar el bacín (Testimonio de Demetrio Soliz, hacienda Julpe,
obra citada: 50).

Todo yo he sido carajo. Su muchacho. Yo era el que se ocupaba de echar hasta


su mierda de ellos. Tenía que estar pendiente de sus necesidades toda la noche
carajo. ¡Qué vas a hacer? Si eres muchacho tienes que servir (Testimonio de
Abraham Villarroel, obra citada: 50).

Estos relatos con tanta carga de humillaciones parecen extraídos de novelas que
relataban las penurias de los esclavos negros en el Brasil, Cuba o los EE.UU. a
mediados del siglo XIX. El servicio del pongueaje era el más duro e indigno que
imponía el poder hacendal a los arrenderos.

Por último, el arrendero debía cargar sobre sus espaldas el pago de la contribución
catastral, con cuyo motivo se suscribían compromisos de pago notariados, como vimos
anteriormente, siendo estos los únicos documentos públicos encontrados que hacían
alusión a los contratos de arriendo, que bien podía abonarse en moneda o combinando
esta situación con trabajo o en algún caso con especies, para cuyo caso se aplicaba el
sistema del diezmo. Veamos cual era el trasfondo de estos procedimientos:

De cada diez surcos (en la parcela arrendada), después de nueve tenía que
pagar un surco de catastro. En la oca igual y en el maíz nueve arrobas era para
nosotros u una arroba para el patrón. Sino alcanzaba hacía una olla y en eso
partía. De todo cobraba el catastro. De trigo, de maíz y de cualquier producto
(...) De la ovejas lo propio. Un año había que dar una borrega, otro año
cordero teníamos que pagar de catastro a la hacienda (...) Hasta los restos de
trigo partía. Si nos guardábamos nuestro trigo sin comunicarle, nos sacaba de
los depósitos y no cobraba el doble de catastro (...) Hasta los residuos tenías
que partir después de 9, y todo lo partido teníamos que dejárselos y
guardárselos en la casa de hacienda (declaración de Rosendo Godoy, obra
citada: 48).

A manera de síntesis, podemos observar que los diversos sistemas de extracción de plus
trabajo eran implacables y que la avaricia de los patrones no tenía límites. El arrendero
en realidad, a cambio del arriendo de una parcela de tierra que le proveyera una
subsistencia precaria, renunciaba a su condición de trabajador libre y se sumergía en una
oscura condición de servidumbre muy poco diferente a la esclavitud. Tanto el
plustrabajo productivo extraído en las tierras de hacienda como el similar extraído en
los cocales; así como el plustrabajo resultante de tareas improductivas como el
pongueaje no llegaban a ser ni siquiera un peldaño inicial de alguna forma de
acumulación primitiva de capital, pues nada de estas utilidades sirvió de base para
modernizar las técnicas y las relaciones de producción. Definitivamente la visión de los
terratenientes totoreños, una élite premoderna cerradamente conservadora, no
sobrepasaba el límite de la tradición colonial de la encomienda, toda la riqueza
acumulada se derrochaba en la materialización de un imaginario de distinción y
prestigio de tipo señorial. Se trataba de reconstruir el pasado de espaldas a las
transformaciones que proponía la Revolución Industrial. Bajo esta óptica ultramontana,
14

resultaba impensable la modernización de sus haciendas e incluso el trato más humano a


sus colonos.

En relación a las piquerías, sobre todo en la zona de Pocona, también sufrían de la


dependencia de las haciendas, sin embargo se prefería la negociación y los acuerdos
antes que la confrontación, para conseguir algunas concesiones. Observemos el
siguiente testimonio:

No había posibilidad de pastar. Los piqueros teníamos tierra para sembrar,


solo teníamos pasto para nuestros animales (...) Teníamos amistad con ellos (los
patrones) porque pastábamos ovejas a lo de ellos y si no pagábamos, se lo
llevaban nuestras ovejas, cogiéndolas se la llevaban. Por eso había que tener
amistad con los patrones. Eran nuestros colindantes y nos encontrábamos al
medio (Testimonio del piquero Tomás Uribe de Azul Qocha, obra citada: 56).

De Jong considera que el espíritu de resistencia era permanente entre los piqueros y que
la coexistencia con la hacienda era precaria. En todo caso el poder de la hacienda era
absoluto puesto que no se tiene el registro de alguna confrontación franca ente piqueros
y hacendados y menos un acuerdo o alianza entre piqueros y arrenderos para enfrentar
juntos el poder hacendal. Este tipo de hechos recién se producirán con la Reforma
Agraria de 1953.

A manera de resumen, se puede decir, que Chimboata estaba totalmente inmersa en este
universo donde lo que primaba era la explotación pura y simple del indígena-colono sin
posibilidad de ascenso social como base para permitir la vida cómoda de una pequeña
elite de propietarios de tierras. Bajo este horizonte, cuestiones como el desarrollo de la
agricultura, las alternativas agroindustriales que podían ofrecer ciertos cultivos como el
trigo o los frutales, en una región rica por la variedad de sus pisos ecológicos, en
definitiva resultaban intrascendentes. Lo que imperaba era la avaricia del rentista, cuyo
mayor éxito era exprimir un poco más a los sufridos pongos, el resto, incluyendo las
peligrosas ideas del progreso y la innovación tecnológica que afectara tan delicados
intereses, era pura y simple subversión que era necesario reprimir y extirpar. Por ello, la
Chimboata de fines del siglo XIX e inicios del XX, era tan igual como aquél territorio
que encontraron los españoles a mediados del siglo XVI descrito en la Visita de Pocona
de 1556, la única diferencia era que las antiguas tierras de comunidad se habían
convertido en haciendas y los indios originarios ahora eran indios vasallos.

Modelo de acumulación y territorio: la influencia de la economía de la coca en la


configuración material de las estructuras de poder en la Provincia Totora y
Chimboata:

Toda forma de organización de una estructura productiva de tipo agrario, industrial,


minero, etc. no solo supone la existencia de determinadas relaciones de producción cuyo
sello se imprime en el orden social clasista existente y en el aparato superestructural que
organiza el cuerpo institucional del Estado y los mecanismos de poder que preservan los
intereses fundamentales de esa estructura; sino también en un cierto modelo de
extracción del plusvalor o excedente económico, que en las sociedades precapitalistas y
capitalistas se expresa a través de la apropiación y expropiación del plustrabajo de las
14

clases productivas en favor de la élites que controlan los medios y procesos de


producción permitiendo de esta forma la acumulación de riqueza y poder en un extremo
y, naturalmente, de miseria y postración en el otro. Esta visión ampliamente trabajada
por autores marxistas ha generado una amplia bibliografía en el ámbito latinoamericano,
logrando recrear lúcidos enfoques de lo que fue la realidad de las sociedades que
correspondieron a las repúblicas que sucedieron al viejo orden colonial.

Tal vez, el problema que expresan estas visiones es su transcurrir por los linderos del
abstracto societal o por los vericuetos de la política que canaliza visiones contrapuestas
de la función estatal, e incluso por las siempre inestables arenas del campo sociológico
que aborda el no menos espinoso tema de las clases sociales o de sus imaginarios
culturales y de género; o alternativamente la comprensión de fenómenos económicos
con fuertes tendencias a la descripción de las fluctuaciones de volúmenes de
producción, comportamiento de mercados, agentes económicos, tendencias
demográficas, etc.; pasando por alto en general la cuestión de la dimensión material, es
decir espacial y geográfica del conjunto de factores que hacen visible y viable el
devenir de una formación social determinada.

Sin pretender abordar a plenitud una cuestión escasamente trabajada, trataremos en este
apartado de mostrar como los mecanismos y lógicas que generaron riqueza en el caso de
la estructura agraria hacendal totoreña se proyectan espacialmente, organizando
territorios cuya coherencia no se podría explicar desde la óptica de la planificación
funcionalista, pero si desde la racionalidad de los propósitos que buscaba, preservaba y
defendía el poder gamonal local al ejercer una férrea hegemonía sobre la basta
geografía provincial con todas las características que se han descrito anteriormente.

Un punto de partida necesario es recordar que toda forma de disposición y conversión


de recursos naturales en bienes de consumo (proceso productivo) conlleva una
transformación del escenario natural y por tanto una disposición distinta de ese
escenario en función de las finalidades, de subsistencia primero y de desarrollo después,
que se traza la formación social que protagoniza tal evento proveyendo al territorio
involucrado de un valor de uso que corresponde a tales determinaciones. Por tanto, la
producción comunal prehispana e incluso tal vez preincaica, con sus métodos, formas de
cooperación colectiva, con sus técnicas y su comprensión del medio natural donde
desplegaban sus quehaceres productivos, indudablemente se expresó en un paisaje
cultural y una racionalidad funcional –tal vez algo semejante a lo descrito por John
Murra-, que fue lo que encontraron, semidestruyeron y acoplaron los españoles, para
apuntalar sus propias lógicas y determinaciones respecto a un nuevo uso del territorio.

No se debe perder de vista, que aquello que los españoles iniciaron como una
expedición más de conquista, esta vez de las desconocidas tierras del Perú, con
objetivos mas o menos abstractos de alcanzar míticas riquezas que poseía el Imperio
Incaico, hacia mediados del siglo XVI, se convirtió en una empresa que promovía la
ocupación de los territorios descubiertos y conquistados, con el objeto de dar curso a
una finalidad mucho más concreta: proveer viabilidad a la explotación de las fabulosas
riquezas del Cerro Rico potosino, que colmaba de alguna manera las expectativas de los
ambiciosos conquistadores.
15

Bajo este impulso, la nueva etapa de consolidación del orden colonial se caracteriza por
captar las antiguas estructuras económicas comunitarias mediante dos recursos
principales: la organización de la cooperación comunitaria que contiene prácticas
laborales como la mita y el yanaconazgo que resultarán sumamente útiles para organizar
las nuevas estructuras productivas y la división del trabajo entre una masa laboral
obligada, bajo la fuerza de estructuras institucionales omnímodas (el poder real y la
iglesia) a cumplir roles subalternos y una jerarquía de mando que combina el sermón
con el castigo y que prontamente despliega un nuevo orden social, económico y
territorial que se sintetiza en la encomienda, instrumento que permite el inicio de un
secular proceso de extracción del trabajo excedente en el contexto de la introducción de
nuevas prácticas e instituciones que complejizan la esfera del intercambio preexistente.

En realidad, el factor que conmociona profundamente la antigua estructura productiva y


propone una radical reformulación de los territorios conquistados es la comercialización
de los productos agrícolas, es decir, el paso del valor de uso al valor de cambio, o sea la
mercantilización de los recursos naturales extraídos a la tierra, incluidos los minerales,
acompañado por la introducción de especies vegetales y animales desconocidas y que
desde el primer momento se valorizan en términos mercantiles. A ello se suma una
nueva forma de tenencia de la tierra: la merced o concesión graciosa que ejercita el
poder real para premiar las hazañas de los conquistadores y que luego evolucionara
hacia su formas final: la propiedad privada de la tierra y de todo lo que produce. Así
proliferan las mencionadas encomiendas, las chácaras y finalmente las haciendas. Todas
ellas serán viables por que reposan sobre la extracción del plustrabajo de los aborígenes.

La imposición temprana del tributo a la población originaria ocasiona la necesidad de


acceder a algo desconocido totalmente hasta ese momento: el dinero. Necesitadas de
moneda para evitar duros castigos, las comunidades venden sus tierras a españoles y
mestizos que rápidamente se convierten en nuevos y poderosos propietarios. Así se
inicia el acaparamiento de tierras que conlleva a la universalización de nuevas formas
de organizar la producción y de promover la extracción-apropiación del trabajo
excedente o plustrabajo con el objetivo de producir, no para cubrir el consumo
necesario, sino para vender, estableciéndose de esta forma la circulación constante de
mercancías y la valorización de los capitales así amasados. Estas nuevas formas de
organizar la economía y mercantilizar la producción, pero no solo ella, sino
prácticamente todas las esferas de la vida, determinan nuevas formas e introducen
nuevos conceptos de funcionalidad para organizar los territorios. Estas nuevas
racionalidades serán las que persistirán con las haciendas y definirán los rasgos de la
nueva fisonomía espacial que corresponden al orden colonial implantado por los
españoles y preservado con rigidez por los pulcros terratenientes republicanos.

La mercantilización de la producción estuvo acompañada por la necesidad de


transportar los productos a los mercados de consumo. Esta necesidad generó una suerte
de proliferación de caminos de herradura desde los espacios productivos hacia los
mercados locales e incluso los centros extra regionales. Los antiguos caminos del Inca
que tenían más un sentido militar y de control territorial, hacían del Cusco su referencia
gravitante. Esta red vial prehispana fue prontamente modificada por la lógica mercantil
que demandaba caminos, que en el caso del Virreinato de Lima, como lo demostró
Assadourian y también Luís Miguel Glave (1983) dio lugar a una estructura de
15

comunicaciones y flujo mercantil, cuyo centro nervioso no era otro que el emporio
minero potosino. El eje Cusco, luego Lima-Potosí-Buenos Aires concentró los flujos de
innumerables ramales por donde circulaban todo tipo de mercancías en dirección al
centro minero, retornando a cambio mineral de plata con rumbo a los puertos del
Pacífico. Entre estos numerosos ramales que nutren dicho eje se encontraban los
caminos de carneros de la tierra (llamas) y mulas que desde los valles centrales de
Cochabamba subían por la quebrada de Arque hacia Oruro y Potosí o atravesaban por
Misque y Aiquile hacia el río Pilcomayo, La Plata (Sucre) y Potosí, desde las tierras
totoreñas. La decadencia de Potosí debilitó, pero no modifico esta estructura de
interrelaciones territoriales. Con el advenimiento de la república, se fragmentó el eje
continental, pero los ejes interiores entre los centros mineros y las zonas agrícolas en el
antiguo territorio de Charcas se mantuvieron.

La agricultura y pecuaria de exportación fue la gran innovación que introducen los


españoles, acompañada por nuevos tipo de cultivo desconocidos por los aborígenes
como el trigo, las legumbres, muchas frutas o nuevos animales doméstico como las aves
de corral, las mulas, los caballos, etc. Los yanaconas se vieron obligados a lidiar con
estas innovaciones que generalmente se vinculaban con los productos que podían
abonar a título de tributos o eran forzados a producir para fines de intercambio
comercial. A ellos se sumaron, con este mismo carácter productos nativos como el maíz,
la papa y otros tubérculos, la coca, etc. Las nuevas lógicas mercantiles crearon nuevas
demandas y nuevas funcionalidades en términos de ordenamiento territorial.

La actividad minera y los espacio agrícolas se convirtieron en componentes


íntimamente vinculados y las ciudades, la nueva forma de concentración poblacional
que introduce España, formaron hinterlands vinculados a los dos grandes componentes
citados, en calidad de lugares de residencia de las estructuras de gestión del Estado
colonial y como centros de consumo de productos agrícolas, pecuarios y bienes de todo
tipo. Fue particularmente importante el nacimiento del mercado de intercambio de
bienes de consumo y capital-dinero, instancia inicialmente dominada por los
conquistadores pero que no deja de incorporar y asimilar técnicas nativas.

En realidad la plaza de mercado (la feria en los territorios de Charcas, los tianguis en
México, etc.) se convierten muy rápidamente en sitios donde se producen intensas
interacciones culturales, no solo por que allí se originan los prototipos mestizos, sino
porque desde allí se irradia persistentemente la economía de mercado que va penetrando
en los escarpados territorios andinos. De esta forma se originan los aportes nativos a
esta economía, como la incursión de los carneros de la tierra o llamas que se muestran
más dúctiles que las mulas hispanas para recorrer las sinuosas sendas de montaña o las
botijas para transportar los vinos e incluso los cestos de hoja de banana y cojoro para
transportar la coca. Sin duda esta interacción se convierte en un factor fundamental para
modificar las mentalidades de unos y otros e introducir nuevas relaciones sociales que
terminan consolidando un nuevo sentido, esta vez mercantil, en el uso del territorio.

Desde la perspectiva antes trazada, dirigiremos nuestra atención a un insumo tradicional


de la cultura andina, pero ahora convertido en mercancía: la coca. A diferencia de otros
productos, para que la coca se convirtiera en una mercancía era indispensable la
presencia de los aborígenes, pues estos controlaban el proceso técnico de su producción
15

y transporte, sin embargo, los españoles extraían enormes beneficios de estas


habilidades. Su importancia comercial creció paralelamente al desarrollo de la minería.
Polo de Ondegardo, que tenía encomiendas en el valle central de Cochabamba y fue
corregidor del Cusco, estimaba que la producción de coca había crecido unas 50 veces
respecto a la cultivada con anterioridad a 1532, cuando Potosí todavía no había entrado
en escena. La enorme expansión de este cultivo y su pronta mercantilización se debió a
que prontamente los españoles establecieron que la coca era un medio que hacía
sustentable la extracción de la plata, por ser fuente de energía de trabajo y dinamizadora
del mercado interno dada su alta demanda por los mitayos y el resto de la población
indígena. El Cusco fue una de las regiones que rápidamente prosperaron gracia a este
comercio, al igual que otras como los yungas paceños y los yungas de Totora, por tanto,
los intereses comprometidos en la explotación y comercialización de la coca, desde su
inicio, fueron muy grandes. Los indios pagaban la libra de coca con el mineral que
extraían de la entraña del Cerro Rico, luego era la única mercancía que se podía
intercambiar directamente por plata. Además, la coca tenía la virtud de ser reconocida
como una moneda entre los aborígenes, ello provocaba, que en el curso de su transporte,
al pasar los cestos de coca por diversos pueblos y comunidades, se intercambiaran+87
por otros productos indígenas (ponchos, tejidos, chuño, quinua, etc.) que hacían más
fluido el carácter mercantil de este comercio. Por ello los españoles decían que “la coca
era la piedra-imán con que se les sacaba a los indios el dinero y el ganado” (Glave,
2009).

Como ya hemos mencionado más de una vez, los cestos de coca eran extraídos de
laderas y valles profundos en las estribaciones terminales de la cordillera oriental andina
donde se formaban los yungas. Estos cestos eran transportados a centros o ferias
comerciales, desde donde seguían su recorrido en largas caravanas de llamas hacia
Potosí. De acuerdo a Glave, se consumían anualmente de 90.000 a 100.00 cestos de
coca en el centro minero de Potosí, con un rendimiento estimado en un millón de pesos
en los años del auge de la plata130. Meruvia (obra citada), anota que en 1540 se
comercializaron 12.000 cestos de coca provenientes de los yungas de Pocona. De
acuerdo a Glave (obra citada), las caravanas que partían de los lugares de cosecha
estaban constituidos por mayordomos indios y los operarios denominados
“chacaneadores”. Cada uno de estos operarios conducía unos diez a quince carneros de
la tierra. La carga de cada animal era de dos cestos, pero muchas veces llegaban a cargar
hasta cuatro cestos131. Los indios proveían de guascas (tiras de piel de oveja) para
amarrar los cestos y debían enchipar (empajar) los mismos para asegurar su buen
transporte. La caravana era acompañada por tratantes mestizos que controlaban el
desarrollo del viaje y representaban los intereses del mercader español que
generalmente era un corregidor. Las caravanas solían recibir la denominación de toldos,
es decir recuas de 135 llamas cargando unos 500 cestos de coca protegidos de las lluvias
por cubiertas de lienzo, para que esta no se pudrieran en el largo trajinar.

En la república, pese a la contracción demográfica y económica que caracterizó la crisis


potosina, estos hechos, no significaron necesariamente la extinción del negocio de la
coca en Totora, simplemente se redujo momentáneamente la escala de su producción y

130
De acuerdo a Saignes (1988) hacia 1540 se llegaron a vender 100.000 cestos de coca en Potosi, pero
hacia 1610, este comercio se había reducido 30.000 e incluso 25.000 cestos.
131
En Totora el cesto de coca pesaba 25 libras, en tanto en el Cusco el cesto alcanzaba 18 libras.
15

su presencia en los mercados de consumo comenzó a medirse por la competitividad de


sus costos de producción y comercialización para hacer frente a su rival de los yungas
de La Paz.

Una ventaja que tenía la coca en general, respecto a otros productos agrícolas que
también se comercializaron intensamente en Potosí, como el maíz y el trigo, era que sus
consumidores eran tanto aymaras como quechuas, además los acullicadores no eran
necesariamente habitantes urbanos, y cuando se produjo la desconcentración de la urbe
potosina como efecto de la caída de la producción de la plata, esta población de mitayos
y mingas132 retornaron a sus ayllus y poblados de origen pero no dejaron de consumir
coca. Por tanto a lo largo del siglo XIX como hasta hoy existían extensas poblaciones
que habitaban el altiplano y los valles andinos que habían convertido el consumo de la
hoja en parte de sus prácticas culturales y en suplemento alimenticio importante de su
dieta diaria, en consecuencia la demanda de la coca no experimentó las contracciones y
caídas bruscas que experimentaron otros productos. De acuerdo a Jackson (1998), en
1898 se producían, como mencionamos anteriormente, 81.557 cestos de coca en el
departamento de Cochabamba, gran parte de ella proveniente de los yungas de la
Provincia Totora. Un volumen muy superior en ese momento a la producción de maíz,
trigo, papa, cebada y heno.

En 1907, las tierras de labor en los yungas de Cochabamba alcanzaban a 125.075 Has,
sin embargo, si bien la tierra era abundante, la mano de obra disponible para explotar
esta enorme extensión era escasa. De todas maneras la coca totoreña, hacia la época
señalada, había copado las ferias del Valle Alto y Central, de tal manera que
semanalmente se publicaba, en periódicos como El Heraldo, El Republicano, El
Ferrocarril y El Comercio, los precios de oferta de la hoja en los mercados de
Cochabamba, Cliza, Sacaba y Quillacollo133.

En realidad, se podría aventurar la hipótesis de que la coca de los yungas totoreños


satisfacía la demanda de gran parte de la población quechua de los departamentos de
Chuquisaca, Cochabamba y en parte, Potosi, además su consumo se solía extender hacia
las provincias argentinas de Salta, Jujuy, tal vez Santiago del Estero e incluso Valle
Grande, Comarapa y zonas próximas en Santa Cruz. En contraposición, la coca de los
yungas de la Paz satisfacía la demanda aymara del citado departamento, Oruro y en
general los centros mineros situados en el altiplano y en Potosí. Esta coca no
incursionaba, sino en pequeña escala, en los valles cochabambinos debido a los costos
de transporte que significaba, primero sacarla a las plazas comerciales del altiplano, y
luego transportarla nuevamente hasta Cochabamba 134. A grosso modo, es posible
132
Ex mitayos que se convirtieron en trabajadores libres, tal vez predecesores de los mineros, que
trabajaban en interior mina a cambio de un jornal
133
Además de los yungas de Totora, estaban en explotación desde el siglo XIX e inicios del XX, los
yungas de Vandiola en Tiraque y los cocales de Espíritu Santo y Victoria en el Chapare (Rodríguez,
1997). Estas explotaciones eran en menor escala y no representaban mayormente una competencia para la
coca totoreña.
134
Si bien los costos de producción de la coca en las haciendas cocaleras de los yungas de La Paz y
Cochabamba (técnicas de cultivo muy similares, condiciones de trabajo de la mano de obra similares,
etc.), en esa época, eran equivalentes, el factor que las diferenciaba, a parte de sus calidades y gustos, era
el valor de ambas en los valles de Cochabamba. En este caso era el costo de transporte, esto es, la
distancia más que el trabajo socialmente necesario para producir la coca, lo que definía la viabilidad
comercial de uno u otro tipo de coca. La coca totoreña tenía mayor ventaja en los valles, sin embargo esta
15

afirmar que el ámbito geográfico del consumo de coca del Sur andino boliviano era
suficientemente significativo como para generar un importante auge en el curso del
renacimiento de la minería de la plata (1870-1890) y décadas posteriores, hasta que
factores como las crecientes dificultades para captar mano de obra suficiente y otras
causas que analizaremos en el siguiente capítulo, determinaron, después de la Guerra
del Chaco su paulatina decadencia y su extinción final en la década de 1950.
Un interesante estudio de Jesús Lozada sobre el posible trazo del ferrocarril
Cochabamba-Santa Cruz, afirmaba que:

Totora en la actualidad es un mercado lógico y principal en el Sur de la


republica (...) Sabiendo que Sucre y todo el Sur por razones geográficas son los
principales consumidores para Totora, es lógico buscar una combinación de
corto recorrido que de las mayores facilidades para la exportación a estas
regiones con el resultado de que la diferencia en fletes con otras regiones
geográficamente menos favorecidas (los yungas de La Paz) quedan en beneficio
del productor aumentando así la competencia y la riqueza del lugar (de Totora
en el caso presente) que tiene hoy mercado bueno en Sucre y que si compite a la
coca paceña es porque aun no está terminado el tramo ferrocarrilero que une
Sucre con Potosi, tramo que ofrecerá mayores ventajas a la coca paceña,
dificultando por cierto la fácil colocación del producto similar totoreño (Revista
Industria y Comercio nº 52, 22/11/1912)

Este criterio revela que la viabilidad comercial de la coca totoreña dependía de la


permanencia de las ventajas comparativas que le favorecían en relación a su
competidora la coca paceña, para acceder a los mercados del sur de la república. Sin
embargo, tales ventajas podrían quedar seriamente amenazadas por la llegada del
ferrocarril a Sucre, pese a la diferencia sustancial del recorrido entre Totora y Sucre
(225 kilómetros) frente a los 812 kilómetros que separaban las zonas productoras de
coca de La Paz de la ciudad de Sucre. Obviamente la capacidad de carga y la velocidad
del tren superaban el esfuerzo de las modestas arrias y hacían que esta diferencia de
distancias se convirtiera en algo intrascendente en términos de costos e incluso que los
fletes del transporte de coca a lomo de mula resultara oneroso.

Veamos más en detalle la estructuración de este espacio: los yungas de Chuquioma,


Arepucho, Icuna que cobijaban haciendas cocaleras, producían dos y hasta tres cosechas
de coca anuales que se transportaban mediante arrías a través de sinuosas y precarias
sendas, llegando primero hasta Montepunco o Sehuencas donde las caravanas
repostaban antes de seguir rumbo a Pocona y Totora que se desempeñaban como
puertos secos, especialmente esta última localidad 135. La coca en Totora y parte en
Pocona, se comercializaba en tambos de donde se distribuía hacia tres principales
destinos: una primera opción era la atención de los mercados del Sur; comerciantes de
coca y arrieros organizaban caravanas de varias decenas de mulas que se dirigían hacia
Aiquile y Puente Arce, para ingresar, cruzando el Pilcomayo, en Chuquisaca y dirigirse
al mercado y los tambos de Sucre. Allí la coca era distribuida entre comerciantes locales
que la transportaban hacia los consumidores finales en las provincias con alta densidad

ventaja desaparecía si esta coca trataba de ser comercializada en las plazas comerciales del altiplano.
135
En esta época las llamas habían sido reemplazada por mulas, debido a que estas eran más resistentes
para soportar las duras condiciones de transporte y la sobrecarga a que eran sometidas.
15

de población quechua como Oropeza, Yamparaez, Zudañez, Tomina, Azurdy y


Belisario Boeto. Una parte importante de la coca totoreña, desde Sucre se despachaba
hacia Potosi, donde se volvía a distribuir para abastecer a provincias como Tomás Frías,
Chayanta, Saavedra, Linares, Bustillo, Charcas y otras, incluyendo la región de los
Chichas y Quijarro. Por último, parte de la coca que llegaba a Sucre o Potosí, era
adquirida por comerciantes del Norte argentino que, organizando nuevas caravanas
descendían hacia el Sur por Camargo e Iscayachi rumbo a Villazón y la quebrada de
Humahuaca, desde donde se dirigían hacia las norteñas provincias de Jujuy, Salta y
otras en la República Argentina (Ver Mapa 5 y Esquemas 1 y 2)

La otra opción, tal vez menos importante en términos financieros que la anterior, pero
de todas formas muy significativa, era la que permitía la presencia de la coca en las
ferias de los valles de Cochabamba. En este caso, comerciantes adquirían coca en
Totora desde donde las caravanas de mulas se dirigían hacia Tiraque, donde
probablemente también se ofertaba la coca de Vandiola que competía con la coca
totoreña. En esta localidad se determinaba que cantidad de cestos irían a comercializarse
en las ferias de Cliza y Tarata que eran las principales, y en Punata, Arani que eran
plazas comerciales menores, demás de otras localidades como San Benito, Muela,
Tolata, Arbieto, etc. Otras caravanas se dirigían hacia Cochabamba, donde en las ferias
de San Antonio y Caracota, la coca era ofertada semanalmente De aquí compradores al
por mayor la llevaban a la feria de Quillacollo, desde donde se distribuía a localidades
del Valle Bajo como Vinto, Suticollo, Santivañez y Capinota, sin embargo desde
Cochabamba, se solía distribuir a Colcapirhua, Tiquipaya y núcleos campesinos en la
campiña que rodeaba a la capital departamental136. (Ver Esquemas 1 y 3)

La última opción era la exportación de coca desde Totora, pero generalmente desde
Pojo hacia Santa Cruz. En este caso, las caravanas de mulas cocaleras partían hacia
Saipina, Mataral, Valle Grande y Samaipata donde existía población quechua (Ver
Esquemas 1 y 4).

Los componentes del territorio estructurado en torno a la producción-circulación de la


de la coca estaba compuesto en términos generales por: las haciendas cocaleras situadas
en medio del bosque húmedo de los yungas de Icuma, Arepucho y Chuquioma o Machu
Yunga en la Provincia Totora. Las postas intermedias de apoyo como Montepunco y
Sehuencas. Los sitios de acopio y distribución de la mercancía-coca mediante tambos y
mercados de coca; estas funciones estaban atendida por centros urbanos como Totora,
Pocona, Tiraque, Cochabamba y Quillacollo en el caso del Departamento de
Cochabamba, y las ciudades de Sucre y Potosi. Las plazas comerciales como las ferias
del valle Alto y Bajo en Cochabamba, la ferias rurales en los departamentos de
Chuquisaca y Potosí (tentativamente podemos mencionar: Yamparaez, Tarabuco, Villa
Serrano, Padilla en Chuquisaca; y Tarapaya, Puna, Ocuri y otras en el Departamento de
Potosí, además de poblaciones quechuas relativamente dispersas en el Norte argentino.
Estas localidades estaban vinculadas por distintos tipos de vías, desde simples sendas
por donde se sacaba la coca desde los cocales hasta caminos de herradura por donde
136
Jackson (1998) hizo el seguimiento del mercado de la coca de los yungas de Totora en el Valle
Central y Bajo y demostró elaborando tablas con series de precios entre 1898 y 1911, mostrando que el
precio de la libra de coca estaba por encima de la libra de maíz, trigo o cebada ofertada en la distintas
ferias regionales. Por ejemplo, la libra de coca en en la feria de Cliza en 1898 costaba 36 centavos, en
tanto la libra de cebada costaba 3 centavos, la similar de maíz 13 centavos y la de trigo 15 centavos.
15

transitaban las caravanas de mulas cocaleras. Como se puede percibir, se trata de un


territorio extenso, que tendía a comprimirse ocasionalmente debido a factores diversos,
como las crisis de producción en los cocales por epidemias, plagas o el colapso de las
precarias sendas; problemas de comercialización, elevación de los fletes de transporte,
etc., situaciones que eventualmente podían favorecer la incursión de la coca paceña a
estos nichos de mercado que no le correspondían (Ver Esquema 1).

El modelo de acumulación resultante formaba parte de una estructura de dominación


más amplia, donde los intereses generados en torno a la explotación y comercio de coca
se combinaban con otros intereses provenientes del comercio de chicha, la dinámica
ferial, el desarrollo de la ciudad de Cochabamba y otros en el orden local, e incluso con
la minería de la plata y del estaño en el orden nacional. Por tanto la estructura territorial
esbozada estaba atravesada por otras lógicas de estructuración espacial. Sin embargo,
los mecanismos de explotación de la fuerza de trabajo, de apropiación de plus trabajo y
de canalización de las grandes fortunas acumuladas hacia el fortalecimiento de formas
de vida suntuaria que favorecían el progreso urbano de las ciudades tradicionales o
incluso, en el caso de la minería, la exportación de capitales favoreciendo economías
externas, dieron por resultado la diferenciación drástica entre bolsones de riqueza
geográficamente localizados y una suerte de territorios de pobreza extensos y con
grados de atraso diversos.

La estructuración territorial resultante estimula la lógica de un marco fragmentado,


desvertebrado y discontinuo de espacios débilmente integrados y compartimentados,
donde la dialéctica de los contrarios resalta en todos los componentes de esta estructura:
ciudades ostentando opulencia y pongos haciendo viable esa opulencia; comerciantes de
coca y hacendados enfrascados en suculentos negocios y cocaleros miserables
consumiendo sus vidas en los cocales; grandes haciendas subutilizadas a pesar de
disponer de decenas de colonos y piquerías familiares altamente productivas. En fin, por
donde se mire se podía verificar la vigencia del desarrollo desigual: diversas ciudades
como Totora, Cochabamba o la mismísima Sucre atareadas en afrancesarse o por lo
menos en europeizar algunos de sus fragmentos, en tanto el agro transcurría apacible en
su sopor como si nunca llegaran allí noticias de las novedades que traía el fin del siglo
decimonónico y los avances civilizatorios del siglo XX. Naturalmente que esta aparente
calma derivaría en el terremoto social que se desató en 1952, cuyos ecos tal vez se
extienden a las transformaciones que promueve el Estado Plurinacional.

En el siguiente apartado examinaremos cómo esta configuración territorial influía en la


microrregión de Chimboata y el tipo de vinculaciones y roles que jugaba respecto a la
dinámica económica descrita y a la trama territorial que estructuraba.

Chimboata y su rol dentro de la estrategia gamonal de control territorial:

Sin duda, el funcionamiento interno de las haciendas, el poder que ejercían sobre su
entorno inmediato y la forma cómo la producción hacendal se vinculaba al mercado,
definen los elementos estructurales que a su vez daban sentido a la fisonomía y a la
funcionalidad del territorio local en la Provincia Totora. En este orden, cobra
importancia la forma como se articulaba la estructura agraria analizada en el Capítulo 3
con los circuitos de mercado y el núcleo urbano principal, es decir la ciudad de Totora.
15

Chimboata, como señalamos anteriormente, en su condición de cantón rural con acceso


a las tierras de yungas, como los otros cantones, era un componente con igual
importancia y aporte que los demás al modelo de acumulación y a la disposición
territorial que tal modelo exigía.

Diseccionando los componentes antes anotados podemos señalar que la producción


hacendal en sí no muestra un cuadro de homogeneidad como aparentemente sugiere este
término. La gran hacienda (de más de 100Has) que se consideraba rentable, en el caso
de Chimboata, disponía de dos alternativas para merecer tal calificación: que su
extensión territorial fuera suficientemente amplia como para englobar distintos pisos
ecológicos (puna, valle y bosque húmedo) o que el patrimonio del hacendado fuera
complementario entre si para tener acceso a esta diversidad ecológica. En el primer
caso, solo las propiedades próximas o por encima de las 1.000 Has podían mostrar estas
virtudes, sin embargo en muchos casos, haciendas con superficies por debajo de las 500
Has pero complementadas por propiedades medianas y un huerto con cultivos en
diversos pisos podían en conjunto mostrar tales cualidades. Observando una vez más el
Cuadro 14 (Infra Cap. 3), verificamos que las grandes familias terratenientes como los
Pozo y Gómez en la Sección A del cantón y los Villegas en la Sección B, que eran las
tres familias con mayores extensión de tierras en Chimboata en 1908, tenían
propiedades en los tres pisos ecológicos antes mencionados o por lo menos en dos de
ellos. Esta variedad de pisos altutudinales y microclimas permitía que la agricultura de
las haciendas tuviera la flexibilidad necesaria para amoldarse a las circunstancias
cambiantes del mercado local y del suministro a los cocales.

Internamente la estrategia productiva de la hacienda reposaba en dos y hasta en tres


modalidades de trabajo (si se tenían cocales). Las primera estrategia era la básica, es
decir, la que permitía captar la fuerza de trabajo adscrita a la hacienda, o sea, el arriendo
de parcelas a arrenderos y sus familias para el desarrollo de labores agrícolas de
autoconsumo y en menor grado para su oferta en el mercado. Se trataba de una
estrategia que “sacrificaba” tierras seleccionadas por su poco valor, generalmente sin
riego o riego deficiente, situadas en los bordes de la hacienda, que al ser arrendadas
quedaban excluidas de la producción hacendal, pero ello se compensaba ampliamente
por que dicho arriendo permitía proveer a la hacienda de los brazos necesarios para la
producción mercantil. La segunda estrategia, consistía en la explotación calculada de
tierras de demesne en áreas de clima templado y frío de propiedad del hacendado
aplicando lo mecanismos de explotación de la fuerza de trabajo del arrendero y su
familia, bajo los términos descritos anteriormente. El producto de esta labor,
generalmente cereales como el trigo, la cebada, el maíz y tubérculos (papas de diversas
calidades) se comercializaban en el mercado local y el saldo se ofertaba o se llevaba a
los cocales, donde lógicamente era vendido a los cocaleros 137. La última estrategia que
se desarrollaba simultáneamente con las anteriores era la explotación de los cocales,
trabajo que combinaba la captación de arrenderos y jornaleros, bajo las condiciones
igualmente descritas anteriormente.

El paisaje de una gran hacienda, tomando en cuenta las estrategias de producción


descritas, podemos imaginar como una porción territorial de varios centenares de
137
Tanto en el trabajo en la hacienda como en los cocales, el arrendero o el jornalero debía llevar o
proveerse de su propio alimento, no siendo esta una obligación del patrón.
15

hectáreas, cuyos bordes mostraban un parcelamiento más o menos abigarrado de


pequeñas propiedades de arriendo con diversos cultivos, en tanto en el interior de la
hacienda se extendían cultivos de cereales (maíz y trigo en las zonas templadas) y
tubérculos en las zonas altas, a manera de manchas más o menos extensas y variables,
que matizaban con verdor la aridez dominante de colinas, serranías y planicies incultas
Ver Gráfico 1). Las propiedades medianas (21 a 100 Has) presentaban, tal vez con
variantes menores, la misma lógica de uso del suelo, dependiendo de la mayor o menor
disponibilidad de riego la mayor o menor extensión de los cultivos. En general, la finca
solía tener extensiones cultivadas más amplias y su producción se dirigía al mercado
local con mayor regularidad. Por último, la parcela con extensiones menores a 20 Has, y
sobre todo, aquellas inferiores a las 10 Has eran las más intensamente cultivadas. De
todo esto se puede concluir que el paisaje rural en Chimboata estaba fuertemente
influido por estas lógicas. Como quiera que las grandes haciendas ocupaban más del 90
% de las tierras disponibles, nos podemos imaginar una estructura formal de serranías y
pequeños valles, donde las tierras de secano de las mencionadas haciendas eran el
elemento dominante, de tal forma que la agricultura más intensiva de fincas, huertos y
parcelas o hilos se asemejaban a pequeños oasis que salpicaban con algún verdor este
paisaje que revelaba además, que la agricultura solo florecía donde existía
disponibilidad de riego, no siendo visible ningún esfuerzo o inversión para cambiar este
condicionamiento natural (Ver Gráfico 2).

Por último la estructura territorial de los bosques húmedos ganados por las propiedades
cocaleras revelaban el límite que alcanzaba el empleo de técnicas de cultivo ancestrales
y en general heredadas del incario, es decir, la ocupación dispersa de chacos de 4 a 6
Has aterrazadas como se describió anteriormente, rodeadas de frondosa vegetación y
ligadas entre si por sendas más que caminos estables, abiertos por los propios cocaleros,
alternados por viejos cocales abandonados y donde la capa de suelo fértil o humus había
sido destruido dejando un suelo yermo donde el bosque con dificultad y lentitud
intentaba reponer su cubierta original (Ver Gráfico 3).

El segundo componente estructural que modelaba el territorio en Chimboata era la


influencia que ejercían las haciendas sobre su entorno social y productivo. Hacia 1908
(Ver Cap.3), el 82 % de la tierra registrada en el cantón estaba en manos de seis
familias, de las cuales, cuatro poderosas familias poseían el 71 % de todas las tierras
mencionadas. El eje del poder gamonal en el cantón giraba en torno a este grupo selecto
de familias, las cuales ejercían y dejaban sentir su poder no solo sobre los arrenderos a
su servicio, sino sobre un basto ámbito que englobaba a los piqueros, a los pequeños
agricultores de huertos, a los dueños de fincas y a los hacendados con propiedades
consideradas medianas o menores a las grandes extensiones que poseían. La posesión de
la tierra, la cantidad de propiedades que formaba el patrimonio de cada clan familiar, su
importancia como productor de hoja de coca era cuestiones que gravitaban
poderosamente a la hora de definir quién era quién en Chimboata.

Cada familia, indudablemente estaba encabezada por un patriarca que ejercía su poder
de dos maneras: convertía su voluntad en ley en los dominios hacendales, aunque
formalmente estos aparecieran en los registros a nombre de herederos y parientes. En
este ámbito tenía la libertad de influir e intervenir en todos los asuntos familiares e
incluso en la vida privada de toda su abultada prole y de los ahijados de los alrededores,
15

incluso en algún caso, en los asuntos familiares de los arrenderos de las distintas
propiedades del clan. Gustaba de dar consejos, en realidad órdenes, y vigilaba que todo
se hiciera de acuerdo a su punto de vista. También ejercía su poder de forma indirecta,
proyectando la defensa de los intereses del clan familiar a la esfera pública. Él
personalmente o a través de miembros distinguidos de su familia, en especial abogados,
solía copar cargos públicos que consideraba claves para proteger el patrimonio familiar
y/o ampliarlo, por tanto a su condición de respetable hacendado solía sumar otros títulos
en algunos casos y en otros, gustaba de demostrar la fuerte influencia que ejercía sobre
servidores públicos pertenecientes a su distinguida familia. El siguiente cuadro ilustra el
caso de tres importantes clanes familiares con mucho poder en Chimboata y en general
en el conjunto de la provincia:

Cuadro nº 23
Tierras y poder en Chimboata: el caso de tres familias distinguidas

Sup total Haciendas en Has


Familias en 1908 Participación en la vida pública
Cantón En otros
Chimboata cantones
Pozo 6.800 6.530 Emilio Pozo:
* Comisionado de Obras Públicas de la Junta Municipal de Totora en 1910.
* Vicepresidente de la Junta Municipal de Totora entre 1907 y 1910
Manuel Pozo:
* Juez Rural suplente en 1914
* Vocal de de la Unión Republicana de Totora en 1914.
* Munícipe en 1917
Etelvina Pozo
* Tesorera Comité Patriótico Pro Centenario de la Revolución, 1910
Ledesma 2.100 9.043 Benjamín Ledesma
* Abogado, Presidente de la Junta Municipal de Totora ente 1885 y 1899.
* Presidente Honorario del Comité Pro-Ferrocarril de Totora en 1907
Basilio Ledesma:
*Comerciante de artículos de ultramar, hacendado cocalero en Chuquioma
después de 1907.
Antenor Ledesma:
Abogado, cuidaba de los asuntos familiares.

Gómez 2.112 888 Uriel Gómez


* Vocal de la Junta de Propietarios de los Yungas de Totora por Icuna, 1907
Anacleto Gómez
* Presidente de la Junta Municipal de Totora en 1887
* Distinguido miembro del Partido Liberal y presidente honorario del mismo.
Ángel Gómez
* Segundo vocal del Partido Liberal.
Fuente: Elaborado en base a Gonzáles (2009)

El cuadro anterior nos da una idea del manejo de las redes de poder que se permitían las
familias terratenientes. Naturalmente, lo que se muestra es un panorama parcial de la
manera como los clanes familiares copaban cargos públicos. Se puede notar en el
ejemplo proporcionado, que sus intereses se concentraban en controlar tres ámbitos: el
Municipio de Totora, la poderosa Junta de Propietarios de los Yungas de Totora y, en
este caso, el Partido Liberal, aunque en la segunda mitad del siglo XIX los totoreños
eran cerradamente conservadores, lo que muestra que sabían acomodarse al ritmo de los
cambiantes vientos políticos. Si el objetivo primordial que hacía coherente este esfuerzo
apuntaba al control social, político y económico de la provincia y por tanto de los
16

diversos cantones, ¿como se expresaba el manejo de estas redes de poder en términos


territoriales? Éstas se materializaban fundamentalmente en la consolidación de dos
objetivos que ocupaban permanentemente la atención de los patriarcas totoreños:
mantener transitables los caminos de mulas que conectaban los cocales con Totora y
reforzar continuamente la jerarquía urbana de Totora como centro nervioso y residencia
de estas redes de poder. Colateralmente estos objetivos se vinculaban con otros que no
tenían connotaciones espaciales directas: el férreo control sobre los colonos y piqueros
para evitar cualquier forma de resistencia social al orden hacendal y garantizar la
vigencia de los mecanismos de captación de mano de obra para los cocales.

Dirigiendo nuestra óptica al microcosmo de Chimboata, estas redes actuaban más sobre
el último aspecto anotado, es decir el control social sobre la fuerza de trabajo. Tal
control se manifestaba bajo dos premisas: por una parte, con un severo control sobre los
recursos naturales que poseía la hacienda, particularmente riego y tierras de pastoreo
que solía ofertar a los medianos y pequeños propietarios incluidos piqueros a cambio de
pagos en moneda, pero también en trabajo o especies, en caso de los huertistas y
propietarios de hilos. Esto se traducía en captación de aguas de vertientes y redes de
acequias ejecutadas por arrenderos, jornaleros y piqueros, por donde se largaban las
mitas de agua que mandaba a realizar el hacendado. El acceso a los campos de pastos
naturales aptos para el ganado lanar y vacuno, pero también para las mulas y bueyes que
servían en las yuntas, se pactaba con el hacendado por tiempo y modalidad determinada.
Por otra, el control cotidiano sobre el trabajo de los arrenderos sometidos a los excesos
laborales anteriormente descritos, que en general eran vistos, desde la óptica hacendal
como “usos y costumbres” y no como abusos. La delicada cuestión de mantener la paz
social reposaba en evitar tempranamente cualquier idea que osara cuestionar este
precepto.

Analizada la estructura territorial que proponía la economía hacendal, pasaremos a


observar como se articulaba esta estructura agraria y sus lógicas espaciales con los
centros urbanos, particularmente Totora. Para ello examinaremos previamente que rol
jugaba Totora dentro de esta trama de poder y territorio. El papel que jugaba esta ciudad
queda sintetizado por Gonzales de la siguiente forma:

En suma Totora en el arco de tiempo analizado (siglo XIX y primera mitad del
XX) gradualmente se consolidó como el centro nervioso de la economía de la
coca hacendal, pero también, y lo que no es menos importante, en una suerte de
santuario donde la elite regional era capaz de recrear las distintas facetas del
poder y la riqueza acumulada, las distintas estrategias que los proyectaban
como ciudadanos modernos que imaginaron vivir, sin dejar los suculentos
negocios locales, en una suerte de encantamiento ideológico que les permitía
sentirse, vestirse, comer y beber, pero además, exponer honras, honores, actos
filantrópicos y sonadas actuaciones sociales al mejor estilo de sus pares, los
caballeros parisinos, los de la rancia Madrid, los del moderno Santiago de
Chile, los remilgados porteños bonaerenses o los no menos distinguidos
aristócratas de las cercanas Sucre y La Paz (0bra citada: 186).

Ciertamente Totora, de lejos, era más aristocratizante que Cochabamba asediada por
piqueros y chicheras en ese tiempo, era un importante centro cuya modesta dimensión
16

física no le quitaba mérito a su enorme capacidad para concentrar capital simbólico y


proyectar los imaginarios modernistas de una elite que tenía los dos pies bien puestos
sobre un aparato productivo colonial y que se lo preservaba con enorme celo. Pero al
margen de ello, lo que interesa desde la perspectiva de la disposición territorial
resultante, es la funcionalidad que le cabía desempeñar en el contexto de la espacialidad
que proponía la producción de la coca hacendal.

En el contexto de la disposición territorial que propiciaba la producción y circulación


mercantil de la hoja de coca, descrito anteriormente, Totora era ciertamente un núcleo
urbano estratégico. Se desempeñaba en realidad, como sugerimos antes, como un puerto
seco donde confluían las caravanas de mulas cocaleras desde Machu Yunga, Icuna y
Arepucho. El mercado de coca de Totora operaba en realidad como un centro comercial
mayorista. Aquí la coca era vendida por los hacendados o sus agentes comerciales por
cestos e incluso por caravanas. Por este atributo se puede decir que Totora era una
ciudad comercial, además de todo lo que se ha expresado sobre ella, donde la
mercancía-coca que contenía una elevada tasa de plustrabajo se convertía en circulante
que enriquecía las arcas de los hacendados cocaleros, pero también una parte de ese
plusvalor favorecía indirectamente a infinidad de comerciantes totoreños que
aprovechaban de la existencia de un estrato con capacidad de alto consumo para
ofertarles costosos efectos de ultramar incluyendo los finísimos pianos que le dieron
tanto renombre a esta ciudad. Gracia a esta dinámica, Totora era efectivamente un
activísimo centro comercial que incluso atrajo a emigrantes judíos y árabes,
extendiéndose sus vínculos comerciales allende las fronteras departamentales y
nacionales.

En este puerto seco, específicamente en sus bullentes tambos, se organizaban nuevas


caravanas que partían rumbo a Sucre y conexiones; al Valle Alto y Bajo y a las
provincias serranas de Santa Cruz. La coca se convertía nuevamente en mercancía para
volver a monetizarse en confines más lejanos, permitiendo extraer nuevos excedentes
económicos que iban a parar a manos de los cocanis o intermediarios de este negocio.
En cierta forma, la estructura física urbana de Totora seguía el pulso de estos afanes
comerciales y de los trajines intensos que promovía el ajetreo de caravanas que llegaban
y otras que partían. Efectivamente, si observamos la trama urbana de Totora, podremos
comprobar que la misma esta constituida por el damero de influencia española que se
desarrolla restringidamente en torno a la plaza mayor, a donde llegan y de donde salen
ejes estructurantes principales: la calle Cochabamba por donde salían las arrias de mulas
cargadas de coca rumbo al Valle Alto y llegaban la mayoría de las arrias que transitaban
por la ruta de Pocona trayendo la coca de los yungas de Arepucho e Icuna ; la calle
Sucre por donde salían numerosas arrias rumbo a la ciudad del mismo nombre y la calle
Santa Cruz, lugar de partida de las arrias que iban a Valle Grande y zonas aledañas y
por donde llegaban la arrias que traían la coca de Chuquioma. A lo largo de estos ejes se
situaba un denso comercio popular e infinidad de artesanos que fueron alentando la
formación de un desarrollo urbano lineal y caprichoso, siguiendo las sinuosidades de
una topografía accidentada y atravesada por varios ríos. (Ver Plano 6).

La producción de las haciendas, fincas, huertos e hilos, con mayor o menor ventaja
según el emplazamiento de cada unidad productiva, se conectaba con alguno de estos
ejes para hacer llegar sus productos al mercado local y a la feria semanal de Totora.
16

Los flujos que se organizaban, sobre todo en las grandes haciendas de Chimboata,
tenían dos tipos de destino: las mulas de los arrenderos cargados de los productos de la
hacienda, generalmente cereales y tubérculos, con rumbo al mercado de Totora y
también a las ferias del valle Alto para hacer la cacha, o sea la comercialización de
estos productos; o caravanas cargadas de harinas de maíz, papa y charque para abastecer
a los cocales. Fuera de este tipo de vínculos, la conexión entre haciendas y Totora era
escasa. No se debe olvidar que los arrenderos no tenían libertad de circular libremente y
la escasa población de piqueros en Chimboata no conformaba un flujo que cobrara
alguna notoriedad económica. Por otro lado, como en toda ciudad señorial, en Totora no
ingresaban los indios, salvo escoltados por sus patrones para cumplir con obligaciones
que estos les imponían en la ciudad.

Dirigiendo nuestra mirada al territorio interno de Chimboata, este no presenta mayores


singularidades. Como ya hemos visto, el paisaje hacendal era aplastante. Escasas fincas
o medianas propiedades, huertos, parcelas e hilos se convierten en pequeños islotes
rodeados por las extensas propiedades de los hacendados. El pequeño poblado de
Chimboata funge como un discreto centro de apoyo a las necesidades escriturarias de
las haciendas, siendo su rol más importante, más bien de tipo simbólico: es sede de una
iglesia donde se cumple la vieja tarea colonial de catequizar indios y cobijar
ocasionalmente algún acto religioso que involucre a algún hacendado y su familia. La
falta de referencia alguna respecto a este núcleo en toda la documentación revisada es
reveladora de su insignificancia en el periodo de tiempo estudiado.

Bajo estas circunstancias, la disposición de los elementos conformantes del territorio en


la escala local se reducía a la agrupación de las haciendas de Chimboata y otros
cantones configurando un amplio espacio de producción de bienes agrícolas, siendo el
más importante la coca; y una trama de caminos de herradura y simples sendas por
donde circulaba esta producción convertida en mercancía (Ver Gráfico 2). Es decir, se
trata de una estructura elemental de vinculación del producto agrícola de la hacienda
con el centro mercantil (la ciudad de Totora), donde se cumple el circuito de conversión
de la mercancía en circulante o como señala Marx: la etapa Mercancía-Dinero (M-D)
donde se monetiza el plustrabajo. Este vendría a ser el límite del modelo de
acumulación analizado, pues el dinero atesorado no se gasta productivamente, sino en
forma suntuaria como se mencionó una y otra vez.

En suma, la relación hacienda-ciudad señorial se reduce a la mera transferencia de


productos naturales sin ningún valor agregado, bienes de consumo directo, no materias
primas, excepto el trigo y el maíz convertidos en harina. Luego este límite es el que
marca la espacialidad de esta economía precapitalista. A diferencia de lo que sucede en
los valles centrales de Cochabamba, donde esta misma estructura se ha fracturado por la
emergencia del fenómeno de la piquería que rompe con la lógica M-D, al convertir el
maíz en materia prima de una pujante industria licorera (la chicha), introduciendo
sustanciales diferencias al ordenamiento territorial resultante: en este caso, se estructura
un sistema ferial y se organizan barrios populares en Cochabamba, que ya no dependen
del poder hacendal para su reproducción como fuerza de trabajo o como estrato social.
Esto no ocurre en el caso de Totora, donde se mantiene, tanto en términos de aparatos
de poder y control social, como en términos espaciales, el férreo dominio hacendal
16

sobre las clases subalternas, que en este caso, si dependen y están sometidas al rigor
laboral de las haciendas para reproducirse como fuerza de trabajo y como estrato social,
viéndose forzadas al intercambio desigual del plustrabajo que generan por mínimas
condiciones de existencia. Estos rasgos, miseria rural y oasis de opulencia, son los dos
componentes que definen la estructura contradictoria del territorio resultante. En el
siguiente capítulo analizaremos las causas que terminaron por agotar la viabilidad de
este proceso y las consecuencias que estos hechos tuvieron sobre Chimboata.
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CAPÍTULO V

Revolución Nacional y Reforma Agraria: nuevas


redes de poder y nueva configuración territorial
en Carrasco y Chimboata

El modelo de acumulación de riqueza que reposaba sobre una estructura agraria y una
configuración territorial analizadas en los dos capítulos anteriores, correspondía a un
momento ascendente, y si se quiere, de auge de la economía de la coca producida en los
yungas de Totora. Los fundamentos de la viabilidad comercial de esta producción aún
cubriendo la demanda de escenarios de mercado distantes reposaba sobre dos tipos de
factores: los costos de producción competitivos gracias a la extracción de plustrabajo de
los indios cocaleros por parte de sus patrones y la barrera protectora que significaba la
Cordillera Real que evitaba la competencia de la coca de los yungas paceños, es decir,
en tanto persistieron, como única alternativa del transporte de los cestos de coca, las
tradicionales arrias de mulas que soportaban bien las duras condiciones del viaje a
través de interminables montañas, este producto pudo ser ofertado con mayor ventaja
que su similar yungueño en los valles andinos donde se concentraba la población
quechua que demandaba este producto, manteniendo el consumo de la coca totoreña una
tendencia expansiva.

Sin embargo estas condiciones que favorecían la economía de la coca hacendal no se


mantuvieron inalterables. De hecho, las mismas se muestran favorables durante un
medio siglo más o menos: las tres décadas finales del siglo XIX y las dos primeras del
XX. En este capítulo nos ocuparemos de examinar las circunstancias bajo las cuales,
tanto las condiciones de producción de los cocales cuanto las nuevas condiciones de
transporte que expresa la irrupción del ferrocarril, plantean desafíos no superables por
las haciendas cocaleras. Así mismo, la crisis general de la oligarquía terrateniente y el
desgaste del Estado minero-feudal determinarán nuevas correlaciones de fuerza que
conducirán a la Revolución Nacional de 1952 y la Reforma Agraria de Agosto de 1953.
Tales eventos plantearán no solo un drástico cambio en las relaciones del poder local en
Totora, sino una nueva configuración territorial.

Para abarcar los aspectos anotados, en el presente capítulo desarrollaremos los


siguientes aspectos: la declinación de la economía de la coca; la estructura agraria a
inicios de la década de 1950, la caída del viejo poder oligárquico, la reforma agraria de
1953 y la emergencia de un nuevo poder regional en la Provincia Carrasco; por último,
la emergencia de un nuevo modelo de acumulación y de configuración territorial y el
significado de la transformación de los colonos-arrenderos en campesinos parcelarios.
17

Declinación de la economía de la coca totoreña: causas y efectos

Autores como Marianne de Jong y Fanor Meruvia, al referirse a la declinación de la


economía de la coca de los yungas de Totora, hacen mención a dos factores principales:
la situación de inestabilidad permanente de las sendas para sacar la coca de los yungas
hasta el mercado de Totora y la disponibilidad de mano de obra, enfatizando el acento
en la gravitación de este último aspecto. Consideramos que en realidad esta crisis, a
diferencia de las crisis de los cereales que llevaron al borde de la quiebra a los
hacendados vallunos, no se debía a una declinación demográfica de las poblaciones
quechuas consumidoras de la hoja sagrada, sino a una crisis de falta de renovación de
los medios de producción y transporte, por una parte, y por otra, a la paulatina
sustitución de las arrias por el tren, que inicialmente se hizo presente a fines del siglo
XIX en el altiplano, pero que en las dos primeras décadas del siglo XX ya había
alcanzado ciudades como Cochabamba, Potosí y Sucre, es decir zonas que resultaban
claves para el comercio de la coca totoreña. Si bien no existen registros sobre el
particular, es válido suponer que los hacendados cocaleros de La Paz no se quedaron de
brazos cruzados ante la oportunidad de expandir sus mercados tradicionales en el
altiplano hacia los valles, transportando cestos de coca en el modernísimo tren, es decir
un medio de transporte que resultaba barato y competitivo frente al anacronismo de las
arrias de mulas. Esta situación se agravaría en la década de 1920 con la aparición del
transporte de cargas motorizado.

En forma paulatina, a partir de la segunda mitad del siglo XX, la coca de Totora fue
siendo desplazada de sus mercados naturales, tanto por la coca de los yungas paceños,
como por la coca de Vandiola y Chapare, gradualmente más abundante y favorecida por
mejores condiciones de producción –terrenos más llanos y menores volúmenes de
inversión de fuerza de trabajo-. Este cuadro, naturalmente se vio agravado por la
creciente dificultad para reclutar trabajadores con destino a los cocales de Chuquioma,
Icuna y Arepucho. Examinando ambos factores, se puede establecer que los hacendados
cocaleros estaban en inferioridad de condiciones frente a sus similares de los yungas de
La Paz respecto a las determinaciones estatales en materia de desarrollo ferrocarrilero,
de tal manera que en tanto los dueños de cocales de Totora se debatían en continuas
crisis por el mal estado de las sendas, los hacendados en los yungas de La Paz
tramitaban la entrada del ferrocarril hasta Coroico. Si bien esto no pasó de un deseo,
lograron la apertura de un camino carretero hasta esa y otras localidades por donde
circularon sus camiones. Por otra parte, la crisis de mano de obra, se debía más a la
persistencia en mantener esta labor como una obligación, dentro del sistema de arriendo,
esto es, que el trabajo en los cocales era parte de las obligaciones del arrendero. Luego,
la terquedad en mantener la mita de coca como opción de reclutamiento de mano de
obra servil, paulatinamente fue siendo menos efectiva.

El enorme desafío que supuso gradualmente mantener el negocio de la coca dentro de


márgenes de utilidad aceptables pasaba por la adopción de medidas tan radicales como
la inversión en la apertura de caminos carreteros en lugar de las inestables sendas,
sustituyendo las mulas por camiones y la conversión de los trabajadores cocaleros en
17

una clase asalariada138. Ciertamente que tales opciones estaban más allá de cualquier
alternativa que pudieran considerar los conservadores dueños de cocales.

Los propietarios de los cocales aglutinados en la influyente Junta de Propietarios de los


Yungas de Totora centraron su atención para fortalecer la “industria de la coca” como
denominaban a la tradicional producción de la hoja, en dos frentes: la cuestión de los
caminos y la defensa de la producción citada frente a los gravámenes tributarios que
pretendía aplicar el Estado. Estos fueron los temas de la agenda que definían la relación
entre grandes propietarios de cocales y Estado, tanto en Totora como en los yungas de
La Paz. La estrategia era admitir la vigencia de un tributo sobre cesto de coca a
condición de que lo recaudado se invirtiera exclusivamente en el mejoramiento y
mantenimiento de los caminos de penetración a los cocales. Los hacendados totoreños
lograron en 1897 que se les adjudique la recaudación de un impuesto fijo sobre el
volumen de coca de cada cesto con destino al mejoramiento y a la apertura de caminos,
pero esta iniciativa no pudo evitar, que bajo este mismo tipo de beneficio, los
propietarios paceños de cocales sacaran mayores ventajas, pues en tanto en Totora se
trataba de mejorar las inestables sendas que penetraban en zonas montañosas
geológicamente muy inestables, en La Paz, ya en la década de 1920, se abrían caminos
para camiones hacia Coroico y Chulumani, barajándose incluso la idea del ferrocarril
antes citado.

El editorial de un periódico totoreño, hacía alusión al problema carretero y lo resumía


en los siguientes términos:

La posición topográfica de Totora (los yungas) es la más desventajosa. Es un


pueblo incrustado entre las rugosidades de agrestes cerritos sobre un terreno
accidentado y sinuoso; tal que los caminos de salida son demasiado tortuosos
hasta descender a los valles. De manera que la refacción anual que se hace no
mejora en gran manera; las pequeñas rectificaciones embargan gran cantidad
de brazos de la prestación vial (...) Si a todo esto se agrega que el número de
brazos es deficiente porque las fincas de Totora son despobladas, se ve de cerca
un gran inconveniente que hace desesperar una mejora próxima (El Industrial,
20/04/1907)

En breves párrafos quedaba expresado el nudo de la cuestión: topografía agreste que


exigía enormes insumos de fuerza de trabajo para mantener expeditos los caminos por
donde salía la coca al mercado en contraposición a una situación deficitaria respecto a la
disponibilidad de la misma. Lo que no señala el editorialista citado es que el impuesto
de prestación vial no era suficiente para esta tarea, luego los montos cancelados para la
ejecución del mantenimiento de caminos y los mecanismos represivos de captación de
mano de obra, no hacían otra cosa que agudizar el problema. En realidad, los recursos
138
En la primera década del siglo XX se introdujeron dos nuevos sistema de explotación de los cocales,
uno a través de los jornaleros que recibían como pago tres libras de coca por jornal, y otro, el denominado
reenganche, que consistía en pagos en moneda y por adelantado. Si bien ambas modalidades, de acuerdo a
Meruvia (obra citada), fueron un remedio temporal y resultaban llevaderas para los dueños de cocales, en
tanto las plantaciones fueran jóvenes; se convertían en onerosas si se trataba de reemplazar los cocales
viejos por nuevas plantaciones, esto por la simple razón de que los trabajos de desbosque, desyerbe,
zanjeado y otros que se prolongaban a lo largo de muchos meses, significarían pagos en moneda sin
recibir ni un cesto de coca a cambio.
17

necesarios para resolver el mismo solo podían lograrse a través de mayores gravámenes
al cesto de hoja de coca, es decir, con el concurso del aporte patronal, solución que
naturalmente era totalmente resistida por la Junta de Propietarios. Esta suerte de círculo
vicioso condujo irremediablemente al derrumbe de la producción de la coca. Sobre este
particular anota Gustavo Rodríguez:

Los datos respecto al cultivo y producción de coca en Bolivia son siempre


esquivos y contradictorios. Lo único claro es que antes de 1952, La Paz
dominaba el panorama, mientras que la posición cochabambina era
secundaria. El Censo agropecuario de 1937-1938, reveló al respecto que a los
yungas paceños les correspondía el 97 % de la producción anual de coca,
mientras que Cochabamba participaba solamente con el 1 %. Dentro del
trópico, la mayor parte de la coca, un 88 % procedía de los yungas de Totora
(Carrasco) y un escaso 1 % del Chapare (...) Otros datos posteriores de 1949,
elevaban el porcentaje cochabambino al 10 %, mientras un nuevo censo
agropecuario realizado en 1950, estimó que mientras La Paz produjo 1.869
toneladas métricas, Cochabamba alcanzó a 932,4 toneladas métricas, con un
33,24 % del total nacional. En este censo por primera vez se registraba que la
provincia Chapare sobrepasaba en producción a la de Carrasco. En efecto, del
total nacional, un 70,30 % correspondía a la primera de las nombradas y el
restante 29,70 % a la segunda (1997:108-109)

Si bien, los datos proporcionados por la cita anterior parecen sugerir una caída de la
producción hasta niveles insignificantes frente a la producción paceña hacia 1937 y, un
ascenso relativo hacia 1950, es probable que tal ambivalencia sea más fruto de criterios
técnicos diversos que se aplicaron en los censos agropecuarios citados que a una real
oscilación de características bruscas.

Sin embargo, resultaría superficial concluir afirmando que fueron los malos caminos y
la falta de brazos lo que termino enterrando la viabilidad de la coca totoreña. Lo cierto
es que como en toda economía de mercado, los factores de producción: la cantidad de
trabajo socialmente necesario empleado, que se articula estrechamente con las técnicas
y prácticas productivas, por una parte, y por otra, los costo de transporte del producto-
mercancía a los mercados de consumo; son los que determinan la competitividad de ese
bien en el mercado y aseguran un traspaso de plustrabajo favorable a los dueños de los
medios de producción. Las pautas que aseguraron la viabilidad de la economía de la
coca de Totora durante varias décadas estuvieron determinadas por la concurrencia de
factores como los anotados, es decir, en tanto la competencia de la coca paceña,
operando bajo las mismas pautas, no se constituyó en una competencia peligrosa, la
coca totoreña circulaba exitosamente por todo el ámbito de los valles surandinos. A este
respecto se puede decir que la geografía definió los límites naturales del mercado de la
coca paceña y totoreña. La primera se podía desplegar sin contratiempo a lo largo y
ancho del dilatado altiplano satisfaciendo la demanda de los pueblos aymaras. La
segunda, se desplazaba a lo largo de los valles y contrafuertes andinos llenando la
demanda de las poblaciones quechuas. Ni la coca paceña tenía capacidad para atravesar
la Cordillera Real y copar mercados en los valles manteniendo sus márgenes de
competitividad; ni la coca totoreña tenía la capacidad de ascender hasta la meseta
andina por la misma razón anotada. De esta manera ambas economías subsistían dentro
17

de los márgenes de los espacio geográficos a los que podían acceder sin perder dicha
competitividad (Ver Mapa 5 al final del Capitulo IV).

En tanto este escudo protector –la Cordillera Real – mantuvo este rol, la coca totoreña
mantuvo su hegemonía sobre los mercados quechuas surandinos. Sin embargo, este
equilibrio se fractura con la irrupción del ferrocarril y más adelante con el transporte
motorizado, esto es, con una transformación cualitativa en los medios de circulación de
la mercancía-coca. El acceso a estos medios de transporte modernos por parte de los
productores y comercializadores de la hoja de coca situados, unos en Totora y otros en
La Paz, es lo que en último término determina quien desplaza a quien de sus mercados
tradicionales. La partida es ganada por los cocaleros paceños, quienes a partir de la
década de 1930 logran copar los mercados nacionales de consumo.

Por otro lado, la crisis de la producción y comercialización de la coca, se fue haciendo


más visible a partir de la década de 1910, más o menos, adquiriendo dimensión de crisis
provincial en las décadas de los años 1930 y 40, cuando la invasión de la coca paceña a
los mercados surandinos a través del ferrocarril y los camiones se convierte en una
realidad. Esta situación repercute en la autoridad interna de las élites locales, situación
que Marianne de Jong describe con bastante detalle, dando testimonio de la eclosión de
desordenes y la aparición del bandolerismo (bandas de cuatreros) en la zona, situación
que tiende a acentuarse en el transcurso de la Guerra del Chaco. Al respecto, la máxima
autoridad departamental manifestaba lo siguiente:

En aquélla provincia (Carrasco) muy espacialmente en su capital Totora han


venido produciéndose serios desordenes y hasta asaltos y ataques a la
propiedad privada, muy particularmente en la clase indígena, de cuya
ignorancia y sumisión abusan estas bandas de malhechores organizados en
forma realmente inhumana y salvaje (...) solicitando el envío de una fracción
del regimiento de caballería a fin de evitar que continúen cometiéndose actos
tan punibles y para devolver la tranquilidad a aquéllos lugares seriamente
afectados (Carta de Prefecto del Departamento al Comandante de la Tercera
Brigada de la Legión Boliviana, 28/04/1936, citado por De Jong).

Sin duda, los arrenderos que fueron a la Guerra del Chaco ya no retornaron a los
escenarios de su condición servil con la misma actitud de docilidad. Los horrores de la
guerra debieron cambiar sus mansas actitudes modeladas para servir a los patrones y
probablemente, la primera muestra de la nueva conciencia social que se había forjado en
las trincheras, fue comprender que a la guerra solo fueron las clases sociales
subalternas. Un antiguo excombatiente de Totora nos deja el siguiente testimonio:

A la guerra hemos ido la gente pobre, la gente campesina, la gente obrera. La


gente rica han ido a la ciudad y se han acomodado de lustrabotas de los
oficiales, de aquéllos que se quedaron en las poblaciones. Así que no han
llegado (a la zona de operaciones) y son excombatientes que cobran sueldo más
que nosotros (...) Cuando volvimos de la guerra ya no queríamos ser más
explotados por los ricos, porque los ricos hacían lo que querían con los pobres
(citado por De Jong).
17

No obstante, también las élites modificaron en algo sus actitudes e imaginarios al


término de la guerra. Siempre de acuerdo a De Jong, en 1937 fue fundado el Partido
Socialista en Totora139 y varios de sus destacados miembros accedieron a la
subprefectura y a la alcaldía, desplazando momentáneamente al sector terrateniente
tradicional. Sin embargo este partido que se reclamaba “socialista” estaba conformado
por un puñado de jóvenes radicales completamente alejado de cualquier contacto con
arrenderos y piqueros. En los hechos sus representantes en función pública se limitaron
a combatir la especulación en los mercados y a prestar apoyo a los gobiernos de turno.
Este tipo de manifestaciones, más anecdóticas que otra cosa, aparecen como la
proyección de la inconformidad social que sacudió el país al término de la guerra, sin
embargo, en el caso de Totora y su región, tales hechos no tuvieron mayor relevancia y
la paz social que impusieron los hacendados no fue seriamente amenazada hasta 1952.

Tal vez un hecho más relevante, y probablemente el único en su género en la región, fue
la sublevación de los indios comunarios de Vacas y Pocona en 1916, quienes defendían
sus tierras de origen, para cuyo efecto “multitud de indios habían marchado a Sucre
encabezados por Vicente Yargui y Jacobino Condori que son o se dicen descendientes
de los antiguos curacas”. Aparentemente la rebelión se debía a que estos emisarios y
otros habían sido apresados en Sucre donde se habían dirigido para realizar un reclamo
judicial, habiendo logrado escapar varios de ellos. Una crónica publicada en un diario
de Totora daba cuenta de los siguientes hechos que se sucedieron a partir del episodio
antes anotado:

Hoy se persigue a los indios que encabezan el movimiento con el solo objeto de
averiguar el verdadero origen y los propósitos que se persiguen, así como los
medios de ejecución, que acaso no sean otros que el degüello de los blancos (...)
Quizá el Prefecto de Cochabamba haga capturar a los que viajaban a Las
Pampas, pues conoció el hecho por comunicación telegráfica de esta (...) Como
se ve, el caso está descubierto, pero el peligro no se ha conjurado ni se
conjurará mientras no se descubran los verdaderos propósitos de los indios.
Para su caso, han ofrecido de Cochabamba la fuerza necesaria. Aunque el
hecho no tenga más trascendencia que haber desmoralizado a la indiada; él es
grave desde que ve en el blanco un detentador de sus tierras y cree posible el
embelezo con que ahora se lo engaña, esto es que un abogado de raza pura con
cabellera larga, recuperará el gobierno incaico, expulsando a los blancos; los
indios tendrán sus primitivos hilos y los curacas volverán a sentarse en sus
antiguas sillas de Charcas (“Algo más sobre los conatos de sublevación de los
indígenas de Vacas y Pocona”, El Cronista, Totora, 08/07/1916).

Esta crónica permite develar en cierta forma “el clima político” totoreño y descubrir los
imaginarios de temor que llenaban de congoja a muchas conciencias intranquilas.
Temores como el que los indios pudieran en algún momento pedir cuentas a sus
patrones sobre los despojos y abusos cometidos, o peor, pensar que pudieran hacerse del
poder para restituir el orden precolonial, ciertamente era una perspectiva de espanto,
pero que bien servía para fines prácticos: en primer término cohesionar a los

139
Los fundadores del Partido Socialista de Totora fueron: Ángel Escobar, Nicanor Trigo, Manuel
Guzmán y Juan R. Moyano, todos ellos distinguidos miembros de la sociedad totoreña, incluso uno de
ellos prominente hacendado.
17

terratenientes en torno a la defensa a ultranza de sus heredades, además proyectar y


reafirmar el poder hacendal como una especie de manto protector que envolvía al
conjunto de la sociedad rural y urbana de la provincia Totora y la resguardaba de la
indiada bárbara que podría dar fin a toda huella de civilización. Es posible sugerir, que
Totora y sus cantones, que aparentemente vivieron en tranquilidad durante las décadas
anteriores a la Reforma Agraria, y sobre todo, en los años de intensa agitación que
vivieron los valles en la década de 1940, de todas maneras vivían en estado de apronte y
temor. Más adelante veremos como tales ansiedades terminan de una manera más o
menos tragicómica.

Dichos temores y amenazas, más imaginarias que reales, sobre inminentes


sublevaciones de indios, permitían a los hacendados totoreños reafirmar su espíritu de
cuerpo y darles fama de gentes de “armas llevar”, siendo frecuentes los concursos de
tiro y otros eventos donde cada cual hacia demostración de sus aptitudes bélicas. En la
posguerra del Chaco, en realidad no se produjeron disidencias entre grupos
contrapuestos de las elites, pese a su posicionamiento político frecuentemente
divergente. Como se hizo notar con anterioridad, tal vez el caso de Aureliano Medrano
fue el más relevante, sin embargo este episodio se enmarca en un conflicto entre
hacendados y una autoridad civil (el subprefecto) que no los representaba y por tanto
deseaban echarlo. Una suerte de reacción de ciudadanos totoreños notables que
consideraban que se había mellado el honor de la ciudad y la provincia con la presencia
de tal autoridad, la misma que reaccionó endilgando aparentemente una serie de hechos
criminales al hacendado más destacado. Más allá de lo anecdótico que domina este
episodio, se trata sin duda de un conflicto entre el poder local que reacciona frente a un
intento de la Prefectura de Cochabamba para controlarlo y subordinarlo a sus fines
políticos. Sin embargo, la dinámica de los acontecimientos se dirige hacia donde
deseaban dichas elites, es decir, convertir el caso Medrano en una cuestión de honor
donde estaba en juego el buen nombre de Totora. De esta forma, al borde de los
acontecimientos que tendrán lugar unos años más adelante (1952), los terratenientes
totoreños lograrán algo que no pudo realizar la oligarquía minera y terrateniente del
país, conseguir el apoyo del pueblo en sus diversos estratos y ser reconocidos como los
portaestandartes de los valores cívicos de Totora, sentimiento que todavía está vigente
entre los herederos de estos notables señores de la tierra.

En la década de 1930, los remesones sociales que siguieron a la guerra del Chaco y la
emergencia de gobiernos como los de Germán Busch que abrieron camino a la
germinación de corrientes socialistas y nacionalistas no tuvieron mayor eco en la
provincia Totora, a pesar de que a partir de 1936 emergieron los primeros sindicatos
agrarios en los valles centrales de Cochabamba y en 1937 eclosionaron las primeras
huelgas de colonos de hacienda. Sin embargo, de acuerdo a los testimonios recogidos
por De Jong, en zonas como Conda, Pocona y Pilapata tuvo lugar una suerte de
movimiento clandestino de “caciquistas” que pregonaba contra los hacendados a
quienes se consideraba usurpadores de las tierras de comunidad.

En 1941 tuvo lugar una huelga de arrenderos en la hacienda Larimarca (Pocona) cuyo
trasfondo eran las determinaciones del Gobierno de Peñaranda en sentido prohibir el
servicio de pongueaje o postillonaje, además de la contribución a que estaban obligados
los colonos de entregar animales a sus patrones, quienes debían pagar el precio debido
18

por tales adquisiciones. Esta disposición que debía ser publicada causó gran confusión
entre las autoridades departamentales que consideraban confusa la disposición
gubernamental, arguyendo que el postillonaje (la obligación de los colonos de llevar y
traer correspondencia, paquetes y encargos desde la hacienda a las casas urbanas de los
patrones) ya había sido abolida y que el pongueaje debía continuar, pues era parte de los
servicios que los colonos debían prestar en las casas de hacienda; tomando de esta
manera partido por el punto de vista de los hacendados. El incumplimiento de estas
disposiciones alimentó la insurgencia campesina en los valles. Naturalmente estas
disposiciones fueron ignoradas en la Provincia Carrasco y una consecuencia de esta
actitud fue la huelga antes mencionada. Otro hecho trascendente fue el reclamo de los
arrenderos de Conda, muy próximo a Chimboata, que llegaron a Totora protestando
contra el pongueaje que había sido suprimido. La represión de la huelga de Larimarca
que concluyó con la muerte del agitador Lorenzo Castro, originario de Aramasi, a
manos de la policía, quien había difundido la noticia sobre las disposiciones del
gobierno de Peñaranda, terminó apagando el naciente movimiento de resistencia al
trabajo servil en las haciendas.

Durante el gobierno de Gualberto Villarroel, tiene lugar en 1945, el Primer Congreso


Indigenal que, antes y después de su realización, desató una intensa agitación en el agro,
entre colonos y hacendados que trataron, primero de impedir la realización del evento, y
luego se negaron a aplicar sus determinaciones. A pesar de que en el congreso no se
tocó la cuestión de la propiedad agraria, se determinó, una vez más, la abolición del
pongueaje, la supresión de toda forma de servicio gratuito y la prohibición de exigir el
diezmo en especies, debiendo los patrones pagar el precio comercial por los productos
agrícolas producidos por los colonos además de liberar del impuesto catastral a los
mismos. Estas medidas ciertamente socavaban el núcleo del dominio hacendal sobre los
colonos, sin embargo las mismas ni siquiera se difundieron en la provincia Carrasco,
que no fue incluida en el recorrido que hicieron los organizadores del congreso que
visitaron provincias como Ayopaya, Tapacarí y los valles centrales, preparando a los
delegados y luego difundiendo los resultados del evento. Pese a todo, estuvieron
presentes delegados campesinos por Carrasco pero manipulados y seleccionados por el
subprefecto afín a los hacendados. Así, el delegado por Chimboata, era el mayordomo
de una pequeña hacienda en Molle-Molle, quién reconoció que fue elegido por el
subprefecto sin muchas explicaciones y “solo para escuchar”. En realidad, las
decisiones del congreso nunca tuvieron oportunidad de entrar en vigencia por la muerte
de Villarroel a las pocas semanas de clausurado el mismo.

A la caída de Villarroel, de acuerdo a De Jong, se formó en Totora un “Comité


Revolucionario” que se sumó al nuevo gobierno, volviendo al control del poder los
sectores terratenientes más recalcitrantes, de tal manera que en 1947 volvió a la
subprefectura Manuel Pozo, representante del poder hacendal en la región. Sin embargo,
el poder terrateniente a ultranza estaba debilitado. En las elecciones del año antes
citado, Pozo fue desplazado por Jorge Meza candidato del PIR140, dueño de la hacienda
140
El PIR (Partido de la Izquierda Revolucionaria) liderado por José Antonio Arce y Ricardo Anaya, a
fines de la década de 1940, luego de su complicidad en la masacre de Catavi (1942), se había convertido
en un brazo funcional de la llamada “rosca” es decir la alianza de empresarios mineros y latifundistas
para mantenerse en el poder. Meza era un sobrino de Aureliano Medrano, quien se hizo conocido por
protagonizar una disputa por la prensa con el diputado del PURS –Partido de la Unión Republicana
Socialista- (el partido de la rosca) Rodolfo Soriano, candidato a esa magistratura en 1949.
18

Moyopampa. De la misma forma, en las elecciones municipales de 1947 ganó una lista
de tono “popular” integrada entre otros, por Ángel Cabrera, ex alcalde del gobierno de
Villarroel y Juan B. Moyano secretario de la Unión Obrera de Totora. Sin embargo más
que cuadros de subversión contrarios al orden gamonal imperante, estos fueron simples
episodios que no modificaron la hegemonía de los hacendados en la región, aunque si
mostraron las fisuras del tradicional bloque de poder terrateniente.

Sintetizando, se puede afirmar, que el desplome de la economía de la coca se produce a


partir del momento en que la revolución del transporte terrestre reemplaza las antiguas
arrias por el tren y los camiones, situación que favorece a los productores de los yungas
de La Paz, cuya producción paulatinamente penetra en los mercados de coca del
surandino. Sin embargo, también actúan factores internos en este colapso, como ser: la
incapacidad de los hacendados cocaleros totoreños para garantizar un camino carretero
desde los cocales a los principales mercados de consumo y su renuencia a introducir el
régimen de salario en el trabajo de dichos cocales como alternativa que pudiera resolver
la escasez de fuerza de trabajo. Estos hechos, paralelamente van desgastando el poder
hacendal en la región, a pesar de la habilidad política de los hacendados para mantener
su hegemonía aun en situaciones adversas como las que plantearon las políticas sociales
y pro-indígenas de los gobiernos de Busch, Peñaranda y Villarroel.

De esta manera, y a contracorriente de lo que ocurre en los valles centrales donde la


sindicalización de los arrenderos se expande con celeridad, la provincia Carrasco
permanece al margen de este proceso de cambio, sus élites tan astutas y perceptivas para
prevenir los riesgos que llegan desde el ámbitos de las crisis de Estado, no logran
entender que la estrategia de mantener una suerte de baluarte contra las fuerzas
históricas de cambio, en medio de una situación en que la base económica de su poder
esta en proceso de extinción, era totalmente inviable. Frente a ello, quedaban dos
opciones: negociar de la mejor manera posible el traspaso de su poder a los nuevos
actores emergentes o retirarse calladamente del escenario de la historia. Como veremos
en el siguiente apartado, fue esta última opción la que eligió lo que quedaba de la
antigua clase terrateniente.

La estructura agraria a inicios de la década de 1950

La estructura agraria boliviana en los años inmediatamente anteriores a la Revolución


Nacional de 1952, desplegaba características que estaban muy lejos de ser homogéneas.
La idea de un universo dominado por haciendas, o su opuesto, el criterio de que aun
antes de la reforma agraria toda la tierra estaba parcelada, eran ciertamente nociones
extremas e irreales. Un punto de vista más equidistante que considerara que tal
estructura estaba constituida por una trama compleja donde coexistían distintas unidades
productivas, incluso con diversas relaciones sociales de producción, ciertamente era una
opinión más realista. De acuerdo a Danilo Paz (2009), lo que se puede deducir es la
coexistencia de grandes y medianas haciendas, comunidades indígenas y pequeñas
propiedades donde se desplegaban con diversa intensidad economías que se apoyaban
en formas de sujeción laboral servil (o semifeudal) principalmente en las haciendas,
manifestaciones de “economía natural” en las tierras de comunidad sobrevivientes y
una incipiente producción agrícola orientada al mercado en las zonas de agricultura
parcelaria o piquería.
18

El autor citado apoya estas aseveraciones en el análisis que realiza sobre los resultados
del Censo Agropecuario de 1950, documento sobre el cual también nos basamos para
exponer nuestros puntos de vista. Para este efecto revisemos los siguientes cuadros:
Cuadro 24
Bolivia, Censo Agropecuario de 1950: Número y superficie de las unidades censales según régimen
de explotación

Tipos de unidad Nº de informantes


censal (Unidades Superficie total en Has Superficie con Infor
productivas) cultivos en Has
Cantidad % Cantidad % Cantidad %
Operador solo 56.259 65,13 9.526.421,80 29,09 123.327,55 18,85
Operador con 8.137 9,42 12.701.076,57 38,78 290.164,69 44,35
colonos jornaleros
Arrendatarios y 16.631 19,25 2.365.879,35 21,42 49.673,01 7,59
medieros
Comunidades 3.779 4,38 7.178.448.57 7,22 170.106,44 26,00
Otros (*) 1.571 1,82 978.023,21 2,99 20.986,40 3,21
Total 86.377 100,00 32.749.849,50 100,00 684.258,09 100,00
(*)Incluye tolerados, propietarios de tierras fiscales, granjas, cooperativas, asociaciones
Fuente: Danilo Paz en base al Censo Agropecuario de 1950

El cuadro anterior muestra que efectivamente coexistían diversas unidades productivas,


dentro de las que se destacaban las haciendas basadas fundamentalmente en la renta de
la tierra en trabajo (operador con colonos jornaleros) como la forma predominante de
explotación agrícola. Los resultados del censo muestran la existencia en Bolivia de
8.137 haciendas que ocupaban 12.701.076 Has, donde imperaban relaciones de
producción basadas en la servidumbre como forma de captación del plustrabajo que
imponía el sistema de arriendo, además del pongueaje y otras formas de vasallaje. Una
segunda unidad productiva eran las comunidades originarias que se situaban al margen
de la economía de mercado y su producción era por tanto dirigida mayoritariamente al
“autoconsumo”, es decir, practicaban una “economía natural” autosuficientes respecto
al ciclo mercantil de las haciendas y la producción parcelaria. En un tercer lugar
aparecen los arrendatarios y medieros que representa a la pequeña producción parcelaria
en tierras de arriendo que expresaba la producción basada en el trabajo familiar
campesino y dirigida solo en parte al autoconsumo, en tanto el resto mayoritario se
ofertaba en el mercado urbano de alimentos, cubriendo de esta manera la doble
necesidad de subsistencia y captación de circulante para cubrir las obligaciones del
arriendo. Sin embargo Paz (obra citada) respecto a esta última categoría, sugiere que la
misma era mucho menor a los volúmenes expresados en el cuadro, debido a que en ella
se incluyeron haciendas que trabajaban con peones (jornaleros) e incluso haciendas
ganaderas del oriente. Así se explicaría la desproporción existente entre la superficie
total disponible y la efectivamente cultivada. Por último se tiene a los arrendatarios y
medieros que acceden a propiedades medianas y pequeñas, ya sea por contratos de
arriendo o “al partir”, donde el terrateniente los explotaba en forma directa ya sea por
un monto anual en moneda por concepto de arriendo o compartiendo una proporción de
la cosecha (la mitad o más) a cambio de proveer tierra y semilla.

En líneas generales, la estructura agraria de Bolivia en los umbrales de la Revolución


Nacional de 1952, permitía establecer que el 9,42 % de informantes (algo más de 8.000
18

latifundistas en todo el país, controlaban en forma directa el 38,78 % del total de la


tierra registrada por el censo y el 44,35 % de la tierra cultivada, a lo que se debe añadir
la tierra sujeta al régimen de arrendamiento y mediería (21,42 % de la superficie total y
7,59 % de la superficie cultivada); sumando entre ambas: el 60,20 % del total de tierras
censadas y el 51,94 % de las tierras cultivadas. Dicho de otro modo: 8.137 latifundistas
disponían del 60 % de las tierras agrícolas (15.066.955 Has) con un promedio de
1.851,66 Has/hacendado. En contraposición, 56.259 operadores solos (piqueros,
pegujaleros) disponían del 38,78 % del total de tierras y del 18,85 % de las tierras
cultivadas, con un promedio de 169 Has/piquero, que en términos efectivos se reducía a
2,19 Has de tierra cultivada/operador solo. Otra característica notable de esta estructura,
es el contraste entre superficie total censada y superficie cultivada, donde esta última es
apenas el 2,09 % del total de tierras censado lo que significa un bajísimo nivel de
aprovechamiento de la potencialidad agrícola del país, aun suponiendo que la mitad o
algo más de esa superficie total estuviera comprometida en el sector ganadero.
Observando como se despliega esta estructura por grandes regiones geográficas se tiene:

Cuadro 25
Bolivia, Censo Agropecuario de 1950: Número y superficie de las unidades censales según regiones

Altiplano (La Paz, Oruro, Potosi) Valles (Cbba, Chuquisaca, Tarija) Llanos (Santa Cruz, Beni, Pando)
Unidad Informantes Sup. Total Informantes Sup. Total Informantes Sup. Total
Censal Nº % Has % Nº % Has % Nº % Has %
Operador solo 12.972 53 904.728 7 35.063 70 2.979.935 28 8.224 65 5.641.757 61
Op. c/ colonos 2.832 12 4.340.472 34 4.266 9 6.102.735 57 1.039 8 2.257.869 9
Arrendatarios 5.003 21 634.102 5 9.537 19 951.967 9 2.070 17 777.813 8
Comunidades 3.267 13 6.832.451 53 387 1 305.868 3 125 1 40.128 1
Otros 200 1 183.194 1 241 1 306.481 3 1.151 9 490.342 5
Totales 24.274 100 12.894.948 100 49.494 100 10.646.988 100 12.609 100 9.207.911 84
(*) Propietarios de tierras fiscales, granjas, cooperativas, asociaciones
Fuente: Danilo Paz en base al Censo Agropecuario de 1950

Lo destacable del cuadro anterior es la presencia de las comunidades aymaras (3.627) en


la zona altiplánica, abarcando el 53 % del total de tierras censadas, con un promedio de
2.091,35 Has/comunidad, hecho que demuestra su fortaleza pese a más de un siglo de
esfuerzos republicanos para privatizar esta forma de tenencia. A ello se suma la
significativa presencia de casi 13.000 pequeños productores (operadores solos) con un
promedio de 69,74 Has/piquero; en tanto el territorio hacendal estaba controlado por
2.832 haciendas, con un promedio de 1.532,65 Has/hacienda, inferior al registrado por
las comunidades, controlando el 34 % del territorio censado.

En los valles, los rasgos de esta estructura agraria son diferentes: la presencia de las
comunidades originarias está muy mermada hacia 1950, apenas son censadas 387
unidades que representan el 1 % del total de las propiedades y el 3 % de las tierras
censadas, con un promedio de 790,35 Has/comunidad. En contraste con lo anterior,
4.266 haciendas controlaban el 57 % de las tierras censadas y un promedio de 1.430,55
Has/hacienda, algo por debajo de la hacienda del altiplano, pero territorialmente
dominantes. Por último resulta notable la presencia de algo más de 35.000 piqueros
(operadores solos) que ocupan el 28 % de las tierras registradas, con un promedio de
84,98 Has/piquero; situación que expresa la significativa emergencia de la pequeña
propiedad campesina en los valles.
18

Respecto a los llanos orientales, llama la atención la presencias de más de 8.000


pequeños productores controlando el 61 % de las tierras censadas. Sin embargo, es
difícil pensar que se trata de una forma de tenencia similar a la de los piqueros de valles
y altiplano. Probablemente se trata de otras formas productivas, donde el tamaño
promedio de las mismas (686 Has/operador solo) revela muy probablemente actividades
pecuarias combinadas con las agrícolas. Por otra parte fueron censadas 1.039 haciendas
que ocupan el 9 % de las tierras censadas, con un promedio de 2.173 Has/hacienda, en
tanto las presencia de las comunidades de origen es insignificante.

Por último, en el censo fueron registradas 32.749.849 Has correspondientes a 86.377


propiedades distribuidas en los nueve departamentos del país. De ellos, Cochabamba
concentraba 3.590.369 Has distribuidas entre 31.996 propiedades, siendo el
departamento donde el fraccionamiento de la tierra era más intenso, frente a La Paz, por
ejemplo, que concentraba el mayor volumen de tierra censada (7.421.328,55 Has) pero
el número de propiedades registrado era apenas de 7.352, es decir, 4,3 veces menos en
relación a Cochabamba. Dirigiendo nuestra atención en forma más específica al
Departamento de Cochabamba podemos observar lo siguiente

Cuadro 26
Cochabamba, Censo Agropecuario de 1950: Estructura de la tenencia por tipo de propiedad

U. Productiva Cantidad % Sup. total Sup. cultivada


Hectáreas % Hectáreas %
Haciendas 2.357 7,36 2.891.407 80,53 75.004 59,57
Campesinos 25.791 80,60 358.592 9,98 29.616 23,56
Comunidades 132 0,41 82.930 2,31 6.182 4,91
Otros 3.716 11,63 257.437 7,18 14.900 11,86
TOTALES 31.996 100,00 3.590.366 100,00 125.702 100,00
Fuente: Rodríguez (2007)

Se puede observar que hacia 1950, Cochabamba pese a ser el departamento con mayor
intensidad de tierras fraccionadas en el país, todavía era un territorio donde
predominaba el latifundio expresado en la presencia de 2.357 haciendas que
representaban apenas el 7,36 % del total de propiedades pero ocupaban el 80,53 % de
las tierras censadas y el 59,57 % de las tierras cultivadas. Sin embargo, la pequeña
propiedad campesina bajo la forma de piquerías y pegujales envolvía a 25.791 unidades
que representaban el 80,60 % del total de propiedades censadas, pero solo ocupaban el
23,56 % de la tierra registrada, en tanto la propiedad comunitaria se había reducido a su
mínima expresión. Estos contrastes marcaban las características de una estructura de
tenencia de la tierra muy desigual y que estaba muy lejos de expresar un hipotético
proceso de desmembramiento generalizado de las haciendas con anterioridad a 1953.

Sin embargo, estos no son los únicos contrastes: la brecha entre superficie total de las
haciendas y la tierra cultivada por ellas, muestra que la misma solo representa el 2,59 %
del abundante total disponible. La producción de la pequeña propiedad campesina
alcanzaba el 8,25 % del total disponible e incluso en la exigua propiedad comunal se
llegaba a cultivar el 7,45 % de sus tierras. En estos términos, dentro del cuadro general
de la baja productividad de las tierras registradas en el censo, destacaba la hacienda
18

como la unidad menos productiva en contraposición con la propiedad parcelaria y las


pocas tierras de comunidad. Examinando el comportamiento de esta estructura por
provincias y regiones, se tiene:

Cuadro 27
Cochabamba, Censo Agropecuario de 1950: Estructura de la tenencia por provincias

Provincias Haciendas Pequeñas propiedades Comunidades


Zonas Nº Sup. en Has % Nº Sup. en Has % Nº Sup. en %
Has
Va- Cercado 23 1.981,78 0,07 862 1.825,50 0,51 1 22,00 0,03
lles Quillacollo 96 13.417,73 0,46 5.251 8.071,06 2,25 - - -
Capinota 129 23.922,79 0,83 1.134 5.060,99 1,41 3 43,50 0,05
Esteban Arce 259 1.282.680,00 44,36 314 22.165,06 6,18 15 121,00 0,15
Arani 160 46.446,15 1,61 2.126 10.225,06 2,85 13 1.337,23 1,61
Jordan 67 3.315,28 0,11 3.590 4.954,40 1,38 - - -
Punata 253 204.446,66 7,07 715 21.248,31 5,93 4 1.403,00 1,69
Totales 987 1.576.210,20 54,51 13.992 73.550,38 20,51 36 2.926,73 3,5
Altu- Ayopaya 293 30.685,90 1,06 3.214 14.004,17 3,91 - - -
ras Tapacari 258 166.794,54 5,77 2.635 70.825,32 19,75 2 12.505,42 15,08
Arque 135 46.683,40 1,61 338 12.165,49 3,39 63 56.165,80 67,73
Totales 686 244.163,84 8,44 6.187 96.994,98 27,05 65 68.671,22 82,81
Cono Campero 191 796.562,25 27,56 162 112.322,60 31,32 - - -
Sur Carrasco 223 207.495,56 7,18 1.146 59.753,29 16,66 1 11,00 0.01
Misque 70 7.652 0,26 4.251 9.498,71 2,65 - - -
Totales 484 1.011.709,80 35,00 5.559 181.574,60 50,63 1 11,00 0,01
Tró- Chapare 200 59.323,00 2,05 53 6.472,31 1,81 30 11.321,50 13,65
pico
TOTAL GENERAL 2.357 2.891.406,80 100,00 25.791 358.592,27 100,00 132 82.930,45 100,00
Fuente: Elaboración propia en base al Censo Agropecuario de 1950

El presente cuadro tiene la virtud de clarificar varios aspectos respecto a la estructura


agraria departamental en 1950. Inicialmente destacar que cada región y la agrupación de
provincias que más o menos le corresponde, lejos de guardar cierta homogeneidad en la
forma como se estructura la tenencia de la tierra, presenta rasgos más o menos
específicos respecto a la relación entre la gran propiedad y la pequeña propiedad.
Revisemos las situaciones más destacables: en los valles Alto y Central, a
contracorriente de lo que sugiere más de un autor, la propiedad hacendal era dominante
en superficie, pero no solo eso, aglutinaba el 54,51 % de la superficie total de las
haciendas en el departamento y casi el 42 % del número total de dichas unidades.
Ocurre que a diferencia de las provincias vecinas, Esteban Arce (Tarata) era un
verdadero reducto hacendal que concentraba el 44 % de la superficie total de todas las
haciendas en el Departamento, en contraposición a un muy modesto número de
propiedades de piquería. Claro está que si se excluye a esta provincia, en ambos valles
prácticamente la pequeña propiedad aparece como dominante no solo por su número
sino por su superficie. En efecto, muchos cantones de las provincias Quillacollo, Jordán
y Arani estaban prácticamente desmenuzados por el avance de la propiedad parcelaria,
pero aún así el volumen de hectáreas de las haciendas sobrevivientes se equilibraba con
la superficie ganada por el minifundio o incluso lo superaba. Otra cuestión notable es la
existencia de 36 comunidades en los valles, particularmente en las provincias de
Esteban Arce y Arani aunque muy mermadas en superficie.
18

En las provincias altas (Ayopaya, Tapacari, Arque) que suelen ser caracterizadas como
territorios indiscutibles del régimen de hacienda, el censo también depara algunas
sorpresas: si bien fueron registradas en las tres provincias 686 haciendas (29 % del
total), estas en términos de la cantidad de hectáreas que detentaban, no representan sino
un modestísimo 8,44 % del total de la tierra hacendal departamental. En contraposición,
en Ayopaya se registraron más de 3.000 pequeñas propiedades y en Tapacarí algo más
de 2.600, superando entre ambas la gran concentración de piqueros de Quillacollo. En
este caso, el baluarte hacendal era Arque, aunque su aporte a la superficie total de las
haciendas es ínfimo. Lo significativo en este contexto es la presencia de comunidades,
prácticamente el 50 % del total departamental. Específicamente Arque era la provincia
que se constituía en el último bastión de la propiedad comunal con 63 comunidades
censadas y algo más del 67 % del total de tierras comunales.

El Cono Sur también guarda algunas sorpresas: Campero era otra fortaleza de la
propiedad terrateniente con algo más del 27 % del total de tierras de hacienda
registradas en el censo a nivel departamental y una mínima incidencia de pequeñas
propiedades (162) a pesar de que la superficie de estas representaba el 31,32 % del total
censado, lo que hace sospechar que se trataba de estancias o propiedades en zonas
cálidas. La provincia Carrasco también estaba dominada por las haciendas, pero lo
notable es que se percibe un crecimiento significativo de la propiedad parcelaria con la
presencia de 1.146 piqueros que contrastan con las escasas centenas de comienzos del
siglo XX141. Misque repara otra sorpresa pues hacia 1950 está tan fragmentada como las
provincias de los valles. En efecto algo más de 4.000 piqueros han logrado adquirir más
del 54 % del total de las tierras provinciales, en tanto las haciendas no solo han dejado
de ser hegemónicas, sino que su superficie total apenas representa el 0,26 % del total
departamental. Por último el Chapare muestra el predominio de las haciendas y una
modesta presencia de pequeñas propiedades.

Como conclusión se puede establecer que hacia 1950, no existían ya “zonas” con ciertas
cualidades de homogeneidad respecto a una forma de tenencia que fuera francamente
hegemónica en un grupo de provincias con similares características ecológicas.
Ciertamente, la propiedad hacendal gozaba de salud aceptable y los resultados del censo
estaban muy lejos de expresar un cuadro de desmembramiento de las haciendas. A
diferencia de lo que pudo ocurrir a fines del siglo XIX e inicios del XX, ciertamente ya
no existían grandes regiones dominadas por la gran propiedad, pero si bolsones
provinciales de hegemonía hacendal en diferentes regiones: Esteban Arce en el Valle
Alto, seguida a bastante distancia por Arani; Tapacarí en las zonas de altura; Campero y
Carrasco en el Cono Sur. En las provincias restantes la gran hacienda no estaba extinta,
ni siquiera en el Cercado pese a la expansión de la ciudad. Sin embargo existían grandes
bolsones provinciales de piquería: Quillacollo, Jordan, Arani en los valles; Ayopaya y
Tapacari en las tierras altas; Misque en el Cono Sur.

Ciertamente esta composición muestra una estructura compleja, si se comprende que las
relaciones de poder en cada zona y territorio expresan los delicados equilibrios entre los
intereses de una variada gama de propietarios de tierras. Ciertamente en territorios como
Esteban Arze, Arani, Punata, Tapacari, Campero, Carrasco, Capinota y otras provincias,
con diversos matices, el poder hacendal era dominante pese al avance importante de la
141
Más adelante analizaremos esto con más detalle.
18

pequeña propiedad en varios de ellos. En provincias como Quillacollo, Jordan y Misque


este poder aparentemente estaba muy mermado y tal vez horadado por el avance
incontenible de la agricultura parcelaria. Luego el paisaje agrario departamental ya no
era más el incontestable paraíso de haciendas de otros tiempos, sino un campo de lucha
sobre el que se gestaba la venidera reforma agraria.

A continuación observaremos la evolución de la estructura agraria de la Provincia


Carrasco (Totora) en la primera mitad del siglo XX:

Cuadro nº 28
Provincia Carrasco: Estructura de la tenencia entre 1897 y 1950
Años Haciendas Pequeñas propiedades Sup. Total en
Nº Sup. en Has Nº Sup. en Has Has
1897 170 105.482,77 588 2.091,94 107.574,71
1908 203 179.463,00 567 2.869,00 182.332,00
1950 223 207.495,56 1.146 59.753,29 267.248,85
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rústicas de la Provincia
Totora: 1897 y 1908 y el Censo Agropecuario, 1950

Este último cuadro permite clarificar algunos supuestos respecto a la estructura agraria
provincial para el periodo considerado. Sin embargo previamente se debe aclarar que la
información disponible para 1897 y 1908 ha sido adecuada a la disposición que fue
aplicada en el Censo Agropecuario a fin de que ambas sean comparables. El citado
censo divide la propiedad entre la administrada por “operadores solos” (piqueros,
pegujaleros) y la administrada por “operadores con colonos, jornaleros, medieros, etc.”
(la hacienda), por lo que se ha tenido que agregar a la estructura de datos manejada para
analizar la información catastral, la categoría “mediana propiedad” (huertos, fincas,
haciendas medianas) a la “gran propiedad”, una vez que también dicha propiedad
mediana era gestionada con operadores con colonos y otros.

Aclarado este aspecto, podemos observar que la estructura agrícola resultante no se


ajusta a la idea de que hacia 1950 las haciendas estaban siendo divididas en pedazos y
prácticamente subastadas a causa de la decadencia de la economía de la coca. Pero antes
de desmenuzar esta primera impresión, nos detendremos a observar la situación de esta
estructura entre 1897 y 1908: en el caso de las haciendas, se observa que en los once
años que separan a ambos registros, se produce una expansión del territorio hacendal del
orden de 73.980 Has, que equivales al 70,13 % respecto al primer año mencionado, con
un ritmo anual de crecimiento de 6.725 Has, pasando el tamaño promedio de las
haciendas en 1897, que era de 620,48 a 884,05 Has en 1908. Tal incremento que
también va acompañado por el aumento del número de haciendas, expresa la dinámica
de la economía hacendal en un momento en que paralelamente la economía de la coca
experimenta un periodo de continuo auge. La pequeña propiedad numéricamente
experimenta una pequeña contracción, pero también se incrementa su superficie en un
37 %, no obstante, frente a las haciendas, este tipo de propiedad mantiene su
insignificancia.

Entre 1908 y 1950 el panorama que presenta la estructura agraria provincial


experimenta significativos cambios. Por una parte, el número de haciendas no declina
como hacía suponer el aparente cuadro de crisis que vivía Totora al concluir el auge de
18

la coca. Lejos de ello, el número de haciendas se incrementa ligeramente. Por otra parte,
la superficie total de las haciendas en las cuatro décadas que separan los dos años
considerados, se incrementan en un 15,62 % (28.032,56 Has) a un ritmo anual de
667,44 Has, que si bien es muy inferior a similar ritmo entre 1897 y 1908, permite
afirmar que en la primera mitad del siglo XX la hacienda totoreña mantenían un ritmo
de expansión sostenido y sin señales de decaimiento alguno, siendo lo único destacable,
a nivel de un posible impacto del retroceso del comercio de la coca, el ritmo más lento
de esta expansión, es decir que la misma es apenas una décima parte de lo que fue la
velocidad expansiva de las haciendas en el momento de auge de la coca. Por otro lado,
el tamaño promedio de la hacienda en 1950, pasa a 930,47 Has, constituyendo este otro
síntoma de la salud aceptable de las haciendas, incluso en un contexto donde, en varias
provincias de valle alto y bajo, o la vecina Misque, la hacienda parece estar muy
mermada por el avance de la pequeños propiedad de los piqueros y pegujaleros. De esta
forma, se puede afirmar que las haciendas totoreñas nunca dejaron de expandirse
independientemente de los escenarios favorables o no que pudieron influir en este
fenómeno.

En el mismo periodo (1908-1950), la pequeña propiedad deja de ser insignificante


puesto que su número se duplica. Pero lo realmente notable es que la superficie total de
tierras de piquería en 1950, se incrementa respecto a lo que ocurría en la antigua
Provincia Totora en 1908, ¡en 20,8 veces!, a un ritmo anual de 1.354,38 Has, muy
superior al de la gran propiedad, pero lo más llamativo todavía, no a costa de las tierras
de hacienda. ¿Entonces a costa de quién? La información disponible no arroja mucha
luz sobre este particular, pero no deja de ser dramático que hacia 1950, en Carrasco solo
queda una comunidad de origen disponiendo apenas de unas miserables 11,00 Has (Ver
Cuadro 26). A partir de este rastro, es válido suponer que el avance de la pequeña
propiedad en cantones como Pocona, Chimboata, Totora y Pojo se realiza liquidando
todas las tierras de origen convertidas en fiscales, siguiendo fielmente las políticas
estatales a este respecto. El tamaño promedio de la pequeña propiedad en 1908 era de
5,05 Has, sin embargo en 1950, este promedio se incrementa a ¡52,14 Has!, es decir en
algo más de 10 veces.

En resumen, todo el panorama descrito corresponde a un típico proceso de


mercantilización de la tierra. Indudablemente, si algo había de dinámico y próspero en
Carrasco en los años anteriores a la Reforma Agraria, era el mercado de tierras, la
acumulación usuraria y la circulación especulativa de las propiedades en compra y
venta. Pero si la tierra conserva su valor y adquiere la categoría de mercancía muy
cotizada, ciertamente no es en abstracto, indudablemente posee un valor de uso
proporcional a su valor de cambio, veamos cual puede ser la respuesta a esta cuestión
examinado algunos rasgos de la producción de la Provincia Carrasco en 1950:
18

Cuadro nº 29
Provincia Carrasco: Principales rubros de la producción agrícola en 1950

Sup. Producción Rendimiento Rendimiento


Productos cosechada en kilos promedio promedio Observaciones
en Has p/Ha en kilos departamental
en Carrasco p/Ha en kilos
Cebada en berza 147,74 289.647 1.961 1.402
Cebada en grano 1.946,29 1.423.687 731 648 2do. productor
departamental
Maíz para granos 1.407,50 1.198.015 851 1.145
Papalisa 100,39 257.475 2.565 1.638
Papa 841,41 2.901.495 3.448 2.096
Trigo 2.169,20 1.956.150 736 573 2do mayor ren-
dimiento p/Ha.
Coca 359,74 276.866 780 - La producción total
equivale a 22.149
cestos de 25 libras
c/u.
Fuente: Elaboración propia en base a Censo Agropecuario de 1950

Cuadro nº 30
Provincia Carrasco: Principales rubros de la producción ganadera en 1950

Nº de cabezas Nº de cabezas % respecto


Ganado en Carrasco en Cbba a Cbba Observaciones
Vacuno 21.767 209.418 10,39 3ro. a nivel deptal.
Ovino 99.005 1.308.494 7,57
Porcino 6.767 66.311 10,20 4to a nivel deptal.
Caballos 5.074 30.277 16,75 2do. a nivel deptal.
Mulas 416 8.274 5,03
Asnos 2.845 55.997 5,08
Cabras 8.531 123.307 6,92
Vacas lecheras 8.076 81.801 9,87
Fuente: Elaboración propia en base a Censo Agropecuario de 1950

Los cuadros anteriores permiten establecer que el aparato productivo agrícola y


pecuario en la provincia mostraba un dinamismo significativo. Analizando el primer
cuadro se puede percibir que la producción de cebada propio de tierras altas y frías era
importante a punto de convertir a Carrasco en el segundo productor departamental de
este cereal y mostrando índices de productividad/hectárea por encima del promedio a
nivel Cochabamba. Se puede deducir que la producción de este cereal se llevaba a cabo
preferentemente en las haciendas, tanto por las grandes extensiones que requiere como
por que la pequeña propiedad procuraba emplazarse en zonas más templadas y próximas
a fuentes hídricas. Otro tanto se puede decir del trigo, también de origen hacendal, con
un volumen de hectáreas cosechadas superior a la cebada y una vez más, un índice de
productividad/hectárea superior al departamental. Respecto a la papa, es difícil afirmar
que este tubérculo se producía exclusivamente en las haciendas o en las piquerías, lo
probable es que en ambas unidades de producción existían cultivos del mismo, aunque
el volumen producido resultaba modesto respecto a otras provincias como Arani o
Quillacollo. Sin embargo el rendimiento por hectárea estaba muy por encima de la
media del departamento.
19

Otros cultivos como el maíz en grano y la papaliza pudieron ser cultivos


preferentemente desarrollados en pequeñas propiedades. Respecto al primero se puede
anotar que dicho cereal bajo la forma especificada se emplea en la producción de harina
y que, sobre todo en esa época, gran parte de dicha harina se convertía en muko y
chicha, por lo que posiblemente una buena parte de la economía de los piqueros giraba
en torno a esta actividad. Por otra parte, la producción de legumbres diversas y frutas se
efectuaba en pequeña escala, mucha de ella seguramente como producción para el
consumo familiar y en parte para el mercado local.

Respecto a la actividad pecuaria, la cría de caballos ocupaba el segundo lugar a nivel


departamental por el número de cabezas, siendo igualmente importante la presencia de
ganado vacuno y los hatos de vacas lecheras. Actividades todas estas que tenían como
escenario las haciendas, dada las grandes extensiones de pastizales que requiere este
tipo de ganado. Otra actividad importante era la crianza de ganado ovino y caprino,
seguramente muy extendido en las pequeñas parcelas, pero también en las haciendas, lo
mismo que la cría de cerdos e incluso la cría de aves de corral en pequeña escala. Es
probable que la cría de animales de carga como mulas (en muy pequeña cantidad) y
asnos estuviera compartida entre la pequeña propiedad y las haciendas.

En síntesis: de todo lo anterior, se puede deducir que la gran hacienda era


principalmente productora de cereales como el trigo y la cebada. Esta última
probablemente era vendida a la Cervecería Colon y a la Taquiña en parte, y en parte,
como forraje para el ganado. La harina de trigo era un producto de fácil colocación en
los mercados del valle e incluso en departamentos como Chuquisaca y Potosí. El ganado
caballar era uno de los gustos refinados de la elite terrateniente y por tanto tenía un
mercado muy selecto y de alta capacidad adquisitiva. El ganado vacuno (algo más de
21.000 cabezas) era un rubro económico nada despreciable y es muy probable que con
el se abastecía a los mercados de Sucre y Potosí, sucediendo otro tanto con las vacas
lecheras (algo más de 8.000 cabezas) que permitían una dinámica industria láctea
(quesos, quesillos y otros) para el consumo local y algo para exportar. Respecto a la
coca, la producción de algo más de 22.000 cestos sugiere que la misma, a pesar de los
contrastes sufridos como la paulatina invasión de la coca paceña en los mercados del
surandino o la competencia que significaba la coca chapareña142, continuaba en pie,
aunque su volumen representaba apenas el 9,84 % del total nacional, luego su mercado
era ya más local, tal vez todavía satisfaciendo la demanda del mercado vallegrandino y
otros bolsones en los valles centrales de Cochabamba. En suma: las haciendas en 1950
mantenían actividades económicas suficientes como para llenar los estándares de
consumo de las élites locales. Si bien la proporción de tierra cultivada en las haciendas
era ínfima, la misma guardaba equilibrio con la disponibilidad de mano de obra servil y
denotaba la aversión de esta clase social a apostar por la modernización de sus medio de
producción, en la medida en que estos les permitieran todavía una vida holgada. Por otra
parte, la concentración de la tierra en manos de clanes familiares no había dejado de ser
un recurso esencial de carácter económico y simbólico para ocupar un lugar destacado

142
De acuerdo al Censo Agropecuario de 1950, la producción de coca en los yungas de La Paz ocupaba
3.131,66 Has, con un volumen producido de 1.869.069 kilos, o sea 149.525 cestos de 25 libras. La
provincia Chapare producía coca en una extensión de 897,21 Has con un rendimiento de 665.581 kilos
equivalentes a 53.246 cestos de coca de 25 libras. La producción nacional de coca registrada por el Censo
equivalía a 224.920 cestos.
19

en las delicadas redes y articulaciones que tejía el poder gamonal en la antigua Totora,
hoy Carrasco.

Respecto a la pequeña propiedad como unidad productiva, ciertamente su viabilidad


causo gran expectativa y demanda a lo largo de la primera mitad del siglo XX. De
acuerdo a los cuadros analizados anteriormente, se puede percibir que su producción se
centraba en el maíz, la papa, algo de legumbres, frutas, la cría de ovejas, cabras,
acémilas, aves de corral; es decir, una actividad productiva bastante diversificada y que
sin duda arrojaba márgenes de utilidad suficientes para adquirir más tierras y sobre todo,
aflojar los lazos de sujeción respecto al dominio de las haciendas.

En consecuencia, retornando a nuestra preocupación inicial sobre los factores que


dinamizaban el mercado de tierras y la tendencia creciente de mercantilización de la
tierra provincial, podemos decir, que dichos factores se relacionan al hecho de que,
tanto la gran propiedad terrateniente como la pequeña parcela de piquería, tenían
viabilidad económica y, a su modo, eran rentables; definiendo una suerte de división del
trabajo ente aquélla producción –los cereales y el ganado- que exigían la disponibilidad
de grandes extensiones de tierra y la producción en escala menor de maíz, legumbres y
otros, además de la cría de ganado menor, que se acomodaba mejor a la pequeña
producción campesina. Luego entre ambas no existían conflictos aparentemente y
podían desarrollar procesos productivos paralelos y compatibles. Estas condiciones, en
consecuencia, se traducían en un potente mercado de tierras que permitía que ambas
formas de tenencia se encontraran todavía en plena expansión en 1950.

Si bien todo lo anotado, por falta de información más específica, no se puede traducir a
nivel cantonal, es posible sugerir, en base a lo analizado en torno a la dinámica agraria
de 1897 y 1908, que la expansión de la pequeña propiedad se intensificó con particular
énfasis en los cantones de Pocona y Totora que ya manifestaban este tipo de tendencia
en los años citados. Cantones como Chimboata y Pojo es poco probable que
abandonaran su condición de territorios de dominio hacendal predominante, aunque
naturalmente con un incremento más moderado de la pequeña propiedad.

¿Pero, como era Chimboata en la época del Censo Agropecuario? Es posible imaginar
un territorio no muy diferente al imperante en 1908, aunque ciertamente los viejos
patriarcas ya no existen y han surgido nuevos personajes, muchos hijos y nietos de los
anteriores, que no solo han mantenido la viabilidad de las haciendas, sino que han hecho
crecer el patrimonio heredado o adquirido. No tenemos razones para pensar que el rol
de Chimboata dentro de la estructura del poder local hubiera cambiado. Tal vez, la única
diferencia es que ahora las haciendas, al ver mermado el negocio del comercio de coca,
han realizado el esfuerzo de convertir su producción en tierras de altura y secano en
comerciales; por tanto al lado de las antiguas vías que conectaban Totora con los
cocales, ganaron en importancia los vínculos con el Valle Alto y Cochabamba, a tal
punto que el “camino de autos” ente Cochabamba y Totora se convirtió en un vínculo
de primera importancia (Arauz, 1945). En la misma forma se ha potenciado la ganadería
y se ha ampliado la explotación de los grandes pastizales naturales existentes en las
haciendas como tierras de pastoreo. Sin embargo, los eventos posteriores a 1952 no
permitieron la evolución de este proceso, como veremos a continuación.
19

La salida de escena del viejo poder oligárquico, la Reforma Agraria de 1953 y la


emergencia de un nuevo poder regional en la Provincia Carrasco

Los hechos dramáticos que preceden al triunfo de la Revolución Nacional de 1952 (la
Guerra Civil de 1949, la elecciones presidenciales frustradas de 1950, las jornadas
sangrientas que tienen lugar en La Paz los días previos al 9 de Abril, etc.)
aparentemente pasan desapercibidos en Totora, una suerte de mundo aparte sumergido
en la cotidianeidad del devenir de rutinas que nunca cambian. De acuerdo a De Jong,
incluso las noticias de la caída del gobierno oligárquico llegan a los arrenderos como
algo inesperado y muy lejano, como una simple noticia ajena al ajetreo diario, como
algo que tiene poco que ver con sus sufridas existencias. Luego la primera reacción ante
los hechos consumados en la sede de gobierno y aún en la capital departamental fueron
de total incredulidad, al punto que muchos colonos se negaron a dar crédito a noticias
que sobrepasaban el límite de lo imaginable y simplemente se negaron a asistir a
reuniones convocadas por los primeros mensajeros de la Revolución provenientes del
Valle Alto para promover la sindicalización, continuando imperturbables con sus faenas
agrícolas. Estos son los testimonios recogidos a este respecto, por la autora antes citada:

Tenían miedo a los patrones ¿Como podemos quitarles? decían. Les tenían
miedo y no podían darse cuenta (Testimonio de Antonio Muñoz, hacienda
Viscachani, citado por De Jong, obra citada).
Que es lo que estás pasando ahora? nos preguntamos y no pensábamos que iba
a ser así ¿Como puede cambiar? Deben hablar en vano decíamos. Nosotros no
creíamos. (Testimonio de Paulino Acuña, hacienda Chakamayu, idem).
Unos hacían caso y otros no querían hacer caso. Entonces a la masa ya también
les mandaba a traer apresándoles, y de esta manera, explicándoles a los reacios
les hacía entender y por último quedaban convencidos (Testimonio de Eusebio
Terrazas, hacienda Potrero, idem).
Cuando la Reforma Agraria estaba iniciando (...) nadie creía que eso iba a
suceder. Se han roto la cabeza para poder creer (Testimonio de Miguel
Bautista, hacienda Chimboata, idem).

Bajo este clima de total incredulidad acompañada por la persecución que sufrieron estos
primeros portavoces por parte de los patrones, que escucharon con gran zozobra el
abrupto desenlace de los acontecimientos que por primera vez les eran tan adversos, la
reacción inmediata fue impedir por todos los medios la acción agitadora que intentaba
soliviantar a los colonos de Carrasco. En consecuencia la tarea organizativa para la
sindicalización se realizó, como en los mejores tiempos represivos, en forma
clandestina, hacienda por hacienda y con gran sigilo, tomando esta labor muchos meses,
en tanto en el Valle Alto ya se habían organizado los campesinos a nivel departamental
y por centrales regionales y locales. Veamos otros testimonios de trances tan difíciles:

Vieras como se oponían los patrones. Los miraban con odio a esos cabecillas.
Por donde sabrían ir esos pobres. Ni siquiera pasaban por la Provincia
Carrasco ni por Totora. seguro que les ahorcaban. ¿A donde estás yendo? les
preguntaban y les apresaban los patrones. Uds. son cabecillas, cabecillas que
están echando a perder a la gente. Uds. están deshaciendo a los arrenderos.
Están pensando oponerse a nosotros. Eso jamás van a conseguir. Como perros
19

les vamos a ahorcar (...) Ellos eran los que nos comunicaban: Así va a ser, y
nosotros también les esperábamos (...) desesperados aguardábamos las noticias
que poco a poco nos llegaban (Testimonio de Lucas Rojas, hacienda Buena
Vista, citado por De Jong, obra citada).
A nosotros el patrón nos estaba mirando, carajo. Nos pusieron el nombre de
gallos sarnosos. No éramos dirigentes. A medida que entrábamos a ser
dirigentes nos marcaba a todos los gallos sarnosos. Ellos caminaban
amenazándonos, diciéndonos que iban a cazarnos a todos (Testimonio de
Abraham Villarroel, hacienda Yuraj Molino, idem).
Al inicio, allá en mi casa de arriba, había un pilón de paja a la altura, allá
solíamos reunirnos, allá solíamos hablar y otros veníamos a los caminos a
vigilar. Los patrones viniendo acá nos pueden balear decíamos, por eso nos
vigilábamos pues (...) Con mucha precaución y reserva nos reuníamos y pasada
la medianoche nos íbamos a nuestras casas (Testimonio de Ricardo Zapata,
hacienda Pilancho – Chimboata. idem).

Resulta innegable el enorme poder que los hacendados proyectaban sobre los arrenderos
al punto de convertir en una tarea muy riesgosa la actividad de organización de los
colonos, en contraposición a la situación de plena libertad en que la misma tarea fue
acometida en las provincias de los valles. Muchos emisarios vinculados al triunfante
MNR, a partidos de izquierda y a diferentes organizaciones, reconocían el poderío
hacendal de Carrasco y se dieron a la tarea de socavarlo. M. De Jong, que se constituye
en la única fuente que hizo seguimiento a este proceso en base a testimonios de los
propios actores en Carrasco, señala que en principio la organización social de los
arrenderos fue heterogénea y tomó dos rumbos principales: uno de ellos fue la
estructuración organizativa de Pilapata-Wayapacha y Wayapacha-Lope Mendoza en
Chimboata dirigida por Benito Orellana, arrendero del cantón citado, y que luego se
extendió casi por toda la provincia, difundiendo ampliamente las noticias de la
revolución triunfante e instruyendo medidas para promover la organización de
sindicatos; en tanto otro grupo organizativo abarcó toda la parte sur del cantón Totora.

En todo este proceso, es notable la participación militante de los arrenderos de


Chimboata, aparentemente los que sufrieron más los rigores del poder hacendal, quienes
fueron los primeros en establecer contacto con la Federación de Campesinos de
Cochabamba. Tales aprestos, que se extendieron hasta abril de 1953, no pasaron
desapercibidos para los hacendados, quienes al tomar conocimiento de las dimensiones
de la movilización social que tuvo lugar, entraron en verdadero pánico, particularmente
en Totora y Chimboata. Al respecto un testimonio de la dueña de una hacienda, hacia
mención a supuestos “actos condenatorios y saqueos” y que los patrones que infundían
antes miedo, ahora, en una suerte de inversión de las cosas, comenzaban a “tener miedo
de los indios”. El pututu que se utilizaba para llamar a los arrenderos a su lugar de
trabajo, ahora servía para convocarlos a mítines y era estremecedor “el lúgubre aullido
de cientos de pututus” (Testimonio de Alicia Pozo de Espinoza, Los Tiempos,
25/04/1953).

Las maniobras típicas del MNR, que inicialmente al calor del triunfo de abril abolió el
trabajo servidumbral en las haciendas, para luego reponerlo, una vez que se sintió
consolidado en el poder, dio lugar a airados reclamos y confusiones. Muchos arrenderos
19

optaron por recoger información en Cochabamba, donde se convencieron que el estado


de cosas imperante en Carrasco finalmente iba a cambiar y que los patrones, pese a estar
muy bien armados, ya no tenían por detrás la temida protección del ejercito. En medio
de este clima, se desató en los valles y provincias altas, la toma de haciendas y el saqueo
de las casas de los patrones, que rápidamente se extienden hacia Carrasco., donde varias
haciendas como Cañada, Manzanal, Alisar, Sunchal y otras en Pojo fueron asaltadas por
grupos de campesinos liderados por José Rojas y Emilio Chacón dirigentes de Ucureña,
que se convertirían rápidamente en líderes del movimiento campesino departamental.

En Chimboata, el flamante dirigente del sindicato campesino, Benito Orellana, prometió


que los patrones finalmente “iban a perderse”. Escuchemos los testimonios de quienes
dieron la bienvenida a este dirigente:

Aquí ha aparecido Benito Orellana y el ha hecho la organización. No ha hecho


aquí nomás sino en todos los lugares de la Provincia Carrasco. Hasta Pojo ha
llegado. Para entonces recién la gente ha empezado a despertar. se han
organizado, han empezado a perseguir a los patrones, hasta les han botado
(Testimonio de Angel Bautista, hacienda Chimboata, citado por De Jong, obra
citada).
De Chiuchi se habían estado trastornando en medio de mucha gente con música
de zampoñas había estado viniendo el Benito Orellana (...) En cuanto hemos
llegado hemos visto que en la puerta de la casa de Collpana han organizado.
después de que ha concluido de organizar nos hemos presentado y le hemos
comunicado que de esa manera nos ha mandado un papel para que al día
siguiente esté aquí en Ardila (...) Así le hemos hecho llegar (...) No me acuerdo
mucho de su discurso. Recuerdo que decía que de hoy en adelante ya no habrá
más servicio en las haciendas. A partir de hoy no tienen porque pagar ni en
dinero ni en producto. La cacha ni la jurka, eso ya no va a existir. La ley está de
nuestra parte. Las tierras que se han arrendado van a ser de ustedes, se van a
convertir en sus pegujales propios (...) Mucha gente había. Era como si fuera
una fiesta. Toda aquella punta del medio era lleno, como en fiesta estábamos
pues, en filas por acá y por allá, la gente subía. Era una cosa impresionante.
Allá a todos nos habló y organizó (Testimonio de Severina Fuentes, hacienda
Ardila, idem).

Este tipo de discurso radical en un dirigente no alineado con la posición gubernamental


que todavía era titubeante respecto a la cuestión de la Reforma Agraria y se contentaba
con conceder a medias la abolición de los servicios de servidumbre en el campo, no
tardo en ser percibido por la Prefectura departamental como un riesgo que podría ser el
origen de un movimiento sindical de izquierda, por lo que se procedió al apresamiento
de tan peligroso dirigente en abril de 1953. Sin embargo, la predica de Orellana quedo
viva en la conciencia de los arrenderos de que el pegujal arrendado una y otra vez, les
pertenecía y se lo habían ganado con su duro trabajo. Sobre esta base se organizó un
sindicato campesino controlado por Ucureña y el MNR.

No obstante la movilización promovida por Orellana permitió el control por parte de los
arrenderos de los cantones de Chimboata, Pocona y Pojo, quedando reducido el cantón
Totora donde esta la capital provincial a la condición de un último bastión terrateniente
19

en la provincia. Rumores, temores, aflicciones y presagios amenazantes condujeron


paulatinamente a la población de la capital provincial a vivir en un estado de alarma
permanente. La tensión hizo eclosión cuando en la segunda quincena de abril de 1953 se
intensifican los rumores de un próximo asalto a la ciudad a consecuencia de la
convocatoria a una concentración de arrenderos y piqueros. La misma tiene lugar el 20
de ese mes, de acuerdo al periódico Los Tiempos de Cochabamba (21/04/1953) la
concentración reúne a unos 10.000 campesinos y se vierten amenazas de saqueo a la
ciudad de Totora. Veamos como reacciona el pueblo a través de la memoria hecha
literatura, de dos inspirados totoreños:

La noticia cundió rápidamente en el pueblo. Los pobladores al principio se


sintieron amedrentados, pero la reacción no se dejo esperar. se reunieron en la
plaza principal. Después de una larga deliberación resolvieron organizarse en
“Comités de Defensa” que estarían apostados en los cuatro costados del
pueblo. se distribuyeron fusiles ensarrados, guardados desde la Guerra del
Chaco, rifles de salón, escopetas y uno que otro revolver. Hicieron vigilia
encendiendo fogatas como en la noche de San Juan (...) Los residentes totoreños
en La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, en sendos circulares publicados en la
prensa se ofrecieron para viajar a Totora a fin de incorporarse a la defensa
(Pino, 2006: 104).

Sin embargo se suceden los días, la Prefectura de Cochabamba promete enviar una
comisión que nunca llega, la amenaza no se concreta, es evidente que los presuntos
invasores indígenas han tomado conocimiento de estos aprestos y han modificado sus
planes. Pasa el tiempo y el gran despliegue bélico se vuelve jocoso y luego ridículo.
Finalmente se apacigua el ambiente, se celebra una presunta victoria contra un enemigo
imaginario y la vieja elite ve pasar su última oportunidad de retar la marcha de la
historia con las armas en la mano. Todo parece indicar que hasta esa salida digna y
gloriosa les había sido negada.

Finalmente, los días de poder de las élites tradicionales han cesado, los aguerridos
hacendados entienden que deben abandonar la escena, los autores antes citados,
describen la siguiente escena final:

En Totora cundió la desesperanza. Viejas familias de raigambre, haciendo lío


de sus tradiciones patricias, se alistaron para inmigrar a las ciudades.
Vendieron todo a precio de gallina muerta. Abandonaron sus tierras, con la
esperanza perdida de recuperarlas (...) Casas y mansiones coloniales, todavía
con los perfumes de tiempos pasados, fueron a dar a manos de gente sin sentido
estético, que las convirtió en panaderías, chicherías, carpinterías, echando
abajo su revoque señorial (Pino, obra citada: 105-106)

Así, en una suerte de tragicomedia parecieron terminar siglos de poder colonial, pero no
necesariamente este sería un final feliz para los sufridos arrenderos, como pasaremos a
analizar.

La Reforma Agraria de Agosto de 1953 fue promulgada en medio de una franca y


generalizada sublevación campesina en los valles. No obstante, no eran homogéneos los
19

objetivos que se perseguían. En los valles centrales, la eclosión de la pequeña propiedad


individual desde décadas anteriores a esta medida, había permitido el surgimiento de
una tendencia “propietarista” que enarbolaba la consigna: “la tierra es para quien la
trabaja” aludiendo al carácter individual y privado que debía tener el acceso a la misma.
Las luchas sindicales campesinas que tuvieron lugar en esta región desde la década de
1930 reivindicaban homologar los logros alcanzados por los piqueros, es decir,
aspiraban a la formación de un campesinado libre en condición de propietario privado
de cada parcela. En oposición a esta tendencia, se encontraban las pocas comunidades
existentes hacia 1950, y sobre todo la memoria histórica de las largas luchas y
sublevaciones indígenas protagonizadas a lo largo del siglo XIX, sobre todo en las
provincias altas de Cochabamba, por comunarios que no veían otra forma de acceso a la
tierra que la “propiedad común”, no solo por continuar fielmente con la larga tradición
de esta ancestral forma de propiedad, sino por que ella garantizaba la continuidad social
y cultural-identitaria de las antiguas sociedades andinas.

El contenido y la esencia de la Ley de Reforma Agraria favoreció la corriente privatista


de la tierra, determinando para toda la zona andina, la extinción del latifundio 143,
declarándose expresamente a los colonos arrenderos propietarios de la parcela que
usufructuaban hasta ese momento. Parte del resto de las tierras de las haciendas fueron
declaradas “tierra colectiva” para ser fraccionadas posteriormente en favor de los
campesinos sin tierra. La tierra restante fue revertida al Estado y en algunos casos, parte
de estas tierras fueron destinada a urbanizaciones, áreas escolares y otros (Antezana,
1986).

Lo que sigue, pasada la efervescencia de la trascendental medida, fue el inicio de un


largo proceso de coptación de las dirigencias campesinas a los designios, ciertamente
conservadores y liberales del MNR, lo que dio paso a oscuras, intrincadas y complejas
maniobras que fueron apartando gradual pero ostensiblemente las dirigencias sindicales
rurales de las bases campesinas dando paso a la emergencia del llamado caciquismo
sobre el que se fundo el nuevo poder local144.

Sin embargo, las nuevas formas de movilización y lucha que comenzaron a surgir
después de la Guerra del Chaco en los valles centrales de Cochabamba, adoptando el
modelo desarrollado particularmente por el proletariado minero y fabril desde los
primeros años del siglo XX, es decir, el sindicato, que se mostró particularmente eficaz
para afectar el aparato productivo hacendal en situaciones particularmente críticas,
como las frecuentes huelgas de “brazos caídos” en épocas de siembra y cosecha que
agravan la delicada situación económica de las haciendas. En las movilizaciones
campesinas de 1952-1953, el sindicato fue el eje en torno al cual se estructuró la
capacidad organizativa de los colonos, siendo este el portavoz de las principales
reivindicaciones rurales plasmada en la Reforma Agraria, pero además, ante la
emigración masiva de los patrones hacia las ciudades, rápidamente se convirtió en el
núcleo de innumerables y novísimos poderes locales y de prácticas de auto-gobierno,

143
Se afectaron alrededor de 1.100 latifundios en el Occidente de Bolivia (Antezana, 1986), pero no se
afectó la gran propiedad del oriente boliviano.
144
Una relación consistente, sistemática y panorámica de este proceso se puede encontrar en Gordillo,
2000.
19

afirmación de la identidad étnica, legitimación de la ciudadanía y del ejercicio político


adquirido al calor de las luchas sociales (Calderón y Dandler, 1984).

En este sentido, el sindicato campesino llega a arrinconar y relativizar la vieja


organización comunitaria, pero al mismo tiempo incorporó valores, estilos de lucha y
visiones que llegan del mundo obrero y, a través de este, de una construcción
ideológica, cuyo eje es la lucha de clases y la construcción de una vanguardia
dirigencial capaz de comportarse como germen de un poder popular. Prontamente, el
sindicato aparece como el articulador, en lugar de la antigua comunidad, de las
relaciones económicas, sociales, políticas y culturales del campesinado. Al respecto
Calderón y Dandler sugieren que cumple con los siguientes roles: impulsa la aplicación
de las disposiciones de la Reforma e incluso avanza hacia la constitución de un poder
armado bajo la forma de milicias campesinas que se convierten en un factor de poder
efectivo en los primeros años de la Revolución Nacional; se constituye en un factor
aglutinador del campesinado y articula la relación de estos con el Estado; a nivel local
impulsa la vigencia de prácticas de autogobierno e interviene en la vida interna de las
comunidades, en el quehacer de la vida cotidiana e incluso en la nominación de
autoridades locales. En fin, el sindicato termina consolidándose como la principal
organización política, económica, social y cultural de los campesinos. Añaden los
autores citados que: “En las serranías de Cochabamba los sindicatos han sido cruciales
en la organización y fomento de asociaciones de productores de papa que
constituyeron un desafío a los mayoristas y transportistas” (0bra citada: 46). Sin
embargo, como veremos más adelante, tales esfuerzos fueron más simbólicos que
efectivos. De todas maneras, el sindicalismo campesino boliviano, un fenómeno único a
nivel de América Latina, se convirtió en un factor fundamental en la configuración de la
sociedad regional y aún nacional post 1952.

La estructura sindical de subcentrales locales, subcentrales cantonales, subcentrales


provinciales, federaciones departamentales y una confederación nacional, definió las
características formales del nuevo poder rural en Bolivia. En Cochabamba, la
sindicalización campesina se expandió como reguero de pólvora y alcanzo los ámbitos
más alejados y aislados del agro. En Carrasco como en las otras provincias se impuso
esta estructura y rápidamente, con los antecedentes de insurgencia relatados
anteriormente, emergió la Subcentral Campesina de Chimboata145. De acuerdo a De
Jong (obra citada), la sindicalización en Carrasco inicialmente trató de ser controlada
por líderes independientes como Benito Orellana en Chimboata y una corriente de
indios comunarios y piqueros en Pocona, pero fue rápidamente contrarrestada por la
dirigencia de Ucureña y la Prefectura de Cochabamba que terminaron imponiendo la
organización sindical antes descrita.

Estas fueron las características que definieron la emergencia de un nuevo poder regional
en la Provincia Carrasco. Bajo esta nueva dinámica, la estructura territorial de piquerías,
tierras de arriendo, haciendas, ferias campesinas, pueblos, ciudades intermedias y
ciudades-capitales, que de alguna manera, apenas eran una prolongación de la
disposición territorial que estructuró la economía colonial, al cesar el poder económico
y el orden legal que mantenían su vigencia, cedieron paso a un proceso de
reconfiguración que emanaba de un nuevo orden, donde como veremos, las nuevas
145
En la tesis de Edson Cabrera (2008) se pueden encontrar detalles de su organización actual.
19

funcionalidades y las nueva lógicas mercantiles, sensiblemente, no modificaron la


esencia de la viabilidad del viejo orden que cesaba, es decir, la pervivencia de
mecanismos que seguirían succionando el plustrabajo de los flamantes propietarios
parcelarios.

La masiva sindicalización campesina abrió las compuertas a una igualmente masiva


sindicalización de la sociedad regional. En este orden, dos son los pilares sobre los que
se apoyara el nuevo poder: la sindicalización del agro y la sindicalización de los actores
feriales o si se quiere la sindicalización de la ferias. El antecedente inmediato de este
proceso es la nueva situación que se plantea para miles de antiguos colonos, ahora
dueños de sus pegujales, pero también dueños de sus actos económicos para sobrevivir.
Para ellos se abría una perspectiva totalmente nueva y ciertamente desconocida.
Desaparecido el patrón y el referente de la hacienda, es decir, volatilizadas las
instituciones que daban forma a las relaciones de producción serviles, el nuevo
escenario aparentemente plantea algo novedoso pero inquietante, a partir del
reconocimiento que hace el Estado de su condición de dueños de las parcelas
arrendadas, su condición ya no es la de indios sin tierra o colonos arrenderos, sino la de
pequeños propietarios que ya no dependen de ningún patrón, salvo ellos mismos.
Luego, efectivamente han desaparecido las obligaciones serviles y las tareas
humillantes, pero al mismo tiempo emerge una nueva responsabilidad: de la dosis de
racionalidad económica que provean a sus actos y prácticas productivas y mercantiles,
dependerá su subsistencia y la de sus familias. Ciertamente la configuración de la nueva
estructura de poder se ira decantando a partir de la manera como estos nuevos pequeños
propietarios-productores independientes se irán articulando a la economía de mercado.
Jorge Dandler (1986) sugiere al respecto:

Quizá el aspecto más dinámico de la reforma agraria en una región como los
valles de Cochabamba, radique en la vinculación de este sector reformado con
el mercado interno a través de una intensa mercantilización de productos
agropecuarios, un proceso de integración del campesinado como consumidor y
la proliferación del pequeño comercio. Por tanto, si bien la economía
campesina se diversifica, la reforma agraria no produjo en la región un
desarrollo sustancial de las fuerzas productivas. hubo una diversificación en la
economía rural de Cochabamba y fundamentalmente los campesinos lograron
posesionarse de la tierra por la cual lucharon (obra citada: 244-245).

Más allá de los episodios de lucha política a veces cruenta, bajo la cual tomaron forma
los procesos a que hace referencia Dandler, nos interesa enfocar los componentes
estructurales que fueron dando forma al nuevo poder regional, no solo en los valles, sino
a lo largo de la dilatada geografía departamental, incluida la Provincia Carrasco, pero
ello al vincularse con la constitución simultánea de un nuevo modelo de acumulación,
hace parte del siguiente apartado.

Nuevo modelo de acumulación regional y territorio: nuevas funcionalidades y


viejas mañas, de arrenderos a campesinos pobres

Anteriormente hicimos referencia al nuevo estatus de los antiguos colonos y al desafío


que significaba asumir su condición de trabajadores campesinos independientes
19

desarrollando prácticas económicas productivas, de cuya racionalidad dependía una


inserción adecuada a la economía de mercado y su propia subsistencia. Curiosamente
esta perspectiva no fue debatida o fue insuficientemente abordada en el seno de los
sindicatos agrarios, dándose por sentado que a partir de la universalización de la
condición propietaria de los excolonos, cada cual debía resolver su viabilidad
económica por cuenta propia.

¿Por que una cuestión tan esencial como el porvenir económico de miles de familias de
antiguos colonos, lanzados más o menos inermes a las redes de la economía de
mercado, no ocupo la atención principal de las flamantes centrales sindicales
campesinas? Es cierto que el sindicato, tanto en los valles como en las serranías,
después de la Reforma Agraria de 1953, ante la salida de las antiguas autoridades
(corregidores y subprefectos) y de los expatrones de los territorios, donde hasta 1952
habían dominado poderosos intereses gamonales; se constituyeron en los nuevos
poderes locales, de sus filas salieron nuevos corregidores, subprefectos y alcaldes, u
opcionalmente, las centrales campesinas ejercieron el poder de la aceptación o el veto
en torno a los nombramientos de autoridades. Teóricamente, estas autoridades debían
ocuparse de cuestiones delicadas como el comportamiento de los precios de los
productos agrícolas, los sistemas de mercadeo y el transporte; pero en realidad, muy
rápidamente comenzaron a actuar como portavoces de intereses no campesinos,
haciendo cumplir burdas maniobras mercantiles como la fijación de precios de los
productos agrícolas desde la Prefectura Departamental, el control de divisas, el control
de precios, etc., pero además se dieron a la tarea, sigilosa pero persistente, de subordinar
a los colonos a los invisibles dictados de las leyes de oferta y demanda de los nacientes
mercados de la producción rural parcelaria. Por ello, estas cuestiones, cada vez más
enredadas e incomprensibles, no solo no fueron agendadas por los sindicatos, sino que
se dejaron en “manos de las autoridades”.

Un primer aspecto a destacar es la dificultad que tuvo el excolono para ingresar


libremente al mercado de alimentos, emergiendo para impedirlo la autoridad
administrativa que marcó desde un primer momento la diferencia entre productor
campesino y comercializador. En este punto es importante dejar sentado la diferencia
que existía, y que después de 1952 se hizo más patente, entre piqueros y arrenderos. Los
primeros, particularmente en los valles centrales, desde fines del siglo XIX lograron
adquirir pequeñas propiedades que pudieron articularse a la economía del maíz dirigido
a la fabricación de la chicha; esta alternativa permitió que los piqueros y
particularmente, sus mujeres las fabricantes de chicha, tuvieran una larga experiencia en
las lides mercantiles tanto en los centros urbanos como en las ferias. Los antiguos
arrenderos también solían incursionar en las ferias, pero generalmente en forma
compulsiva, a través de la obligación de la cacha o sea la venta forzosa de productos de
la hacienda en los mercados de los valles y la propia Cochabamba. Esta presencia no era
equivalente a la de los piqueros, no formalizaba clientelas ni experiencias rescatables,
pues normalmente estas ventas no cubrían la expectativa del hacendado y terminaban en
deudas onerosas contra el arrendero146.

Este desequilibrio no pasó desapercibido para los piqueros, quienes percibieron que
podrían controlar fácilmente la producción de los excolonos, adquiriéndola a precios
146
En muchos casos los compradores de la cacha eran los piqueros, que luego revendían en las ferias.
20

bajos para revenderla en los mercados, cuyos secretos dominaban plenamente. La


estrategia que se aplica para conseguir este cometido no es otra que, una vez más, la
sindicalización. La fiebre organizativa del campesinado se contagió a las clases medias
y sectores populares urbanos y pueblerinos: empleados públicos, trabajadores por
cuenta propia, artesanos, prestadores de servicios varios, gremios, inquilinos, micreros
(conductores de microbuses), etc., todos se apresuraron en inscribirse en el MNR y
organizaron sindicatos de todo tipo147. Los mercados urbanos de Cochabamba como el
25 y 27 de Mayo, Alejo Calatayud, San Antonio y la Cancha en plena formación, vieron
emerger como hongos aguerridos sindicatos de comerciantes minorista de ropas,
calzados, productos agrícolas, mañazas (expendedoras de carnes rojas), expendedoras
de chicha, etc. que fijaron cada cual “sus espacios y fronteras” loteando
minuciosamente los ámbitos de lo que más adelante se llamará “el comercio informal” a
la manera de un ejercicio de lo que casi de inmediato se haría con la propia ciudad.

Las ferias regionales como las de Cliza, Quillacollo, Punata, Arani y otras se plegaron a
esta incontenible ola, allí también surgieron sindicatos de comerciantes de productos
agrícolas: paperas, maíceras, verduleras, fruteras, harineras, en fin, todas pertenecían a
algún sindicato; además un sector clave como los dueños de buses y camiones también
se sindicalizaron y los sindicatos de transportistas pronto cobraron gran influencia y
poder. Los piqueros y sus familias, además de los transportistas, todos aliados a las
autoridades locales, coparon los espacios feriales y pronto se inventaron sistemas de
control como los sentajes autorizados por comisarios de mercado o feria. Los sindicatos
convinieron en realizar un aporte o pago al municipio o corregimiento a cambio de
consolidar permanentemente un espacio en la feria. El objetivo de todo este despliegue
era bloquear institucionalmente la presencia de los antiguos colonos en la ferias y
obligarlos a vender sus productos en las parcelas. Para sentarse en una feria era
indispensable contar con el carnet del sindicato, de otra manera el intruso corría el
riesgo de ser violentamente desalojado e incluso apresado y multado. Estos y otros
mecanismos parecidos fueron los que sustituyeron el extinto poder de los patrones e
impusieron nuevas reglas, que de todas formas no favorecieron a los productores
parcelarios.

Los piqueros no organizaron necesariamente sindicatos campesinos, excepto cuando así


les convenía148, más astutos que los excolonos, prefirieron controlar las ferias, organizar
sindicatos de comerciantes o gremialistas, aliarse con los transportistas e incluso
adquirir camiones. Dejaron de sentirse campesinos y se autocalificaron como
comerciantes rescatiris, esto es intermediarios entre los productores directos y los
147
Las intensas movilizaciones campesinas de 1952-1953 provocaron la pérdida de las cosechas y la no
realización de las siembras de productos alimenticios de aquéllos años, provocando una aguda escasez de
alimentos que se prolongó hasta 1955 abriendo paso a un mercado negro de los mismos. El partido de
gobierno determinó el control sobre los productos de la canasta familiar e impuso un sistema de cupos
familiares administrado por los sindicatos. Luego familia que no estuviera sindicalizada corría el riesgo
de realizar gruesas erogaciones en el mercado negro o simplemente hacer dieta. Por tanto, para muchos el
afán de sindicalizarse era una cuestión de sobrevivencia.
148
La fuerte influencia ejercida por la Central Campesina de Ucureña, que se extendía sobre todo el
departamento, despertó susceptibilidades entre los piqueros del Valle Alto. quienes se organizaron en la
Central Campesina de Cliza y se enfrentaron a los primeros, inicialmente por preservar su influencia
sobre la feria más importante de la zona, y luego, por consolidar los cupos de poder político que
reivindicaban, dando lugar a sangrientas confrontaciones a fines de la década de 1950 e inicios de los 60,
que se conocieron mejor como la C’hampa Guerra.
20

consumidores finales de los productos agrícolas. Su negocio era rescatar alimentos


baratos para revenderlos en las ferias, con ganancias extraordinarias, o dicho de otra
manera, expropiando una vez más el plustrabajo de los excolonos, quienes habían visto
saciada su aspiración de obtener tierra propia laborable, pero naturalmente esto no era
suficiente.

Todo esto fue posible porque un gran porcentaje de la dirigencia de los excolonos que
habían protagonizado airadas protestas, huelgas, temerarias tomas de haciendas e
incluso ocupación de varias capitales provinciales entre 1952 y 1953, además de haber
soportado persecuciones, prisiones y no pocas masacres en las décadas de 1930 y 1940;
alcanzado el objetivo de convertir cada pegujal o sayaña en propiedad privada de cada
arrendero, se dejaron tentar por las bondades del poder. Muchos de estos dirigentes se
convirtieron en prósperos políticos, incluso “nuevos ricos” como los denominaba el
pueblo llano y fueron los artífices, años más tarde del Pacto Militar-Campesino.
Naturalmente influyeron en el contenido pragmático de la reforma agraria al imprimirle
un carácter francamente capitalista, en plena consonancia con lo que admitía uno de los
ideólogos del decreto, de la reforma, cuando sostenía que:

La producción agrícola debe adquirir un carácter plenamente mercantil y


comercial, superando la economía natural cerrada o de autoconsumo propio
del sistema feudal (...) El desarrollo de la agricultura mercantil o monetaria
debe contribuir a la creación y fomento de un vasto mercado interno mediante
el intercambio regional de los productos, la demanda creciente de artículos
manufacturados y fabriles, el empleo de medios técnicos modernos en las
actividades rurales, la formación de industrias agrícolas campesinas y, en fin,
mediante la utilización de mayor fuerza de trabajo (...) El desarrollo del
capitalismo en la agricultura, condición necesaria para liquidar el feudalismo
en el campo, debe ser considerado como una fuerza progresiva (Declaraciones
de Arturo Urquidi, El Pueblo, 19 /10 /1954).

Quedaba claro bajo esta óptica, que la reforma agraria era una medida reformista que se
proponía corregir injusticias históricas, superar anacronismos feudales y abrir paso a
ilusiones empresariales. Los antiguos colonos podrían convertirse a la larga en
prósperos farmers de una república democrático burguesa moderna. El Estado se limitó
a legitimar la propiedad privada de las sayañas y pegujales, el resto debía correr por
cuenta de los interesados, luego no propició apoyo técnico, ni renovación de medios de
producción y menos crédito agrícola. El resultado fue una mezcolanza de desarrollo
capitalista mercantil combinado con formas precapitalistas de producción agrícola, la
minifundización de la tierra, el crecimiento vertiginoso de un mercado especulativo de
alimentos, la profundización de la brecha entre campo y ciudad y la permanencia de los
excolonos pobres, exactamente en esa condición, inclusive medio siglo después de la
promulgación de la Ley de Reforma Agraria.

Fueron estas las condiciones estructurales que hicieron posible la pervivencia de un


aparato productivo agrícola tradicional que equivale a atrasado, reacio a las
innovaciones tecnológicas y al mejoramiento de la unidad productiva mediante la
supresión gradual de la propiedad minifundiaria; en contraste con una esfera del
intercambio dinámica y actuando bajo moldes ortodoxamente capitalistas. Estas dos
20

condiciones: permanencia de un agro atrasado y un mercado de circulación de bienes


agrícolas sobredimensionado, firmemente controlado por operadores especulativos (los
intermediarios) y los transportistas permitieron finalmente la constitución y
consolidación de un nuevo bloque de poder regional, un nuevo modelo de acumulación
y una nueva forma de estructuración del territorio.

Sin entrar en el análisis pormenorizado de los sucesos políticos, económicos y sociales


que terminaron de dar forma peculiar a esta estructura, tarea que ciertamente nos
alejaría de los objetivos de este trabajo, rendodearemos estos criterios puntualizando los
siguientes aspectos:

En primer lugar, como ya mencionamos, la continuidad de un aparato productivo


atrasado (precapitalista), que luego de la desaparición de la hacienda y la consiguiente
multiplicación de pequeños productores abandonados de toda suerte de asistencia
técnica y financiera, no encontró otra opción que persistir en el empleo de medios de
producción arcaicos y bajo modalidades de agricultura extensiva. Luego continuaron
vigentes las antiguas formas, incluso prehispánicas, de explotación de la tierra.

En segundo lugar, el acelerado crecimiento de la economía de mercado adoptó los


viejos escenarios feriales e incluso incentivó su multiplicación, con el objeto de
desarrollar una serie mecanismos para expropiar el excedente o plus trabajo campesino
que sirviera de base material para la constitución de un nuevo bloque de poder
regional.149 Es decir, los conflictos bélicos entre fracciones campesinas rivales, las
alineaciones políticas cambiantes, el caciquismo, incluso el pacto militar-campesino, se
movían en el marco tácito de una alianza entre el Estado y las clases sociales no
campesinas emergentes, que se disputaban esferas de influencia y fracciones del nuevo
poder, pero que globalmente requerían consolidar permanentemente el acceso al
excedente agrícola portador de plustrabajo bajo el manto protector del Estado, como
condición para consolidar su propia viabilidad.

En tercer lugar, en tanto la base productiva se mantuvo en los tradicionales niveles de


atraso, la esfera del intercambio reveló las formas más agresivas del liberalismo
capitalista, subordinando creativamente los recursos y prácticas populares a la lógica de
la economía del rentismo. Es decir el comercio de chicha, los tambos, las fiestas y
compadrazgos, que otrora fueron frentes de resistencia social y cultural ante el avance
del modernismo burgués, ahora se combinaban ingeniosamente con el recurso de los
modernos sistemas de transporte, los créditos usureros y las prácticas de dominación
económica indirecta, para afianzar una nueva forma de vasallaje sobre el pequeño
productor parcelario que quedó impedido de controlar las fuerzas del mercado, en favor
de los intereses de las nuevas élites regionales.

Por último, otras fracciones de la nueva formación social regional (obreros y burguesía
industrial y comercial) operaron más periféricamente, expresando con ello su
importancia relativa con relación a un modelo que no se propuso en ningún momento la
modernización del agro y su articulación al desarrollo industrial regional.

149
Utilizamos el término "bloque de poder" en el sentido propuesto por Castells (1988: 150 y siguientes.)
20

El nuevo bloque de poder y el modelo de acumulación resultante, fue compartido en


forma difusa por diferentes fracciones de las antiguas clases medias que dejaron de ser
tales, en la medida en que acumularon riqueza y ampliaron el ejercicio de su poder real.
El tono difuso de este bloque se debió a que ninguna clase social aisladamente era
capaz, y esto ocurre aún hoy, de ocupar el vacío dejado por la clase terrateniente. En
lugar de una clase social hegemónica surgió un bloque de diferentes grupos y estratos
(comerciantes, rescatiris, transportistas, banqueros, industriales), que de una u otra
forma tuvieron, y aún tienen, oportunidad de apropiarse de diferentes porciones del
excedente económico que generan los únicos productores de riqueza en grado
significativo, los campesinos parcelarios (Solares, 2010)

Si bien, este proceso, como todo proceso de constitución de poder, no suele estar
adecuadamente documentado, ha sido observado con cierta minuciosidad por algunos
investigadores como Katherine Barnes de Marshall y Juan Torrico (1971) para el caso
del Valle Alto y Sacaba, que pasaremos a sintetizar, en el entendido de que los
testimonios y caracterizaciones que ofrecen estos investigadores, ciertamente son
representativos de lo que ocurrió en el resto del departamento, incluida la provincia
Carrasco. En base a estos puntos de vista, finalmente intentaremos reconstruir los rasgos
del territorio en el que se articuló la producción parcelaria de Chimboata.

Considerar que la relación entre excolonos y mercado fue el factor principal que modeló
el ordenamiento territorial resultante de la extinción del poder hacendal, es un punto de
partida coherente, pero no suficiente para abarcar los diferentes aspectos de esta nueva
lógica espacial. Para ello, es necesario develar los mecanismos internos que definen la
naturaleza de la relación aludida. La Reforma Agraria de 1953, al reconocer la
propiedad privada de las parcelas arrendadas en favor de los arrenderos, no solo lo
liberó de las obligaciones del régimen de colonato o servidumbre, sino le concedió
soberanía sobre las decisiones en la esfera productiva y libertad para monetizar parte o
la totalidad de lo producido. Sin embargo, la ley no consideró las condiciones bajo las
cuales esta libre oferta de los productos de la sayaña o el pegujal podrían realizarse,
tomando en cuenta los intereses y la condición socio-económica de los ex-colonos. Por
tanto, dicha reforma, no tomó en cuenta criterios de protección y desarrollo social en
favor de éstos.

La intencionalidad de la Reforma Agraria, como se mencionó anteriormente, no era otro


que abrir las puertas al desarrollo de un capitalismo mercantil que estimulara la
formación rápida de un mercado de alimentos, bajo cuyo impulso se estructurarían
pequeñas empresas agrarias capitalistas especializadas en diferentes rubros. Sin
embargo, este punto de vista jamás pasó de la esfera teórica; en los hechos, el excolono
fue empujado abruptamente a la economía de mercado y abandonado inerme en este
escenario, que desde un inicio le fue sumamente hostil. A partir de las primeras semanas
posteriores al triunfo de la Revolución del 9 de Abril de 1952, los piqueros o vallunos
como se los identificaba mejor, o cholos como los tildaban los colonos, se despojaron
de su condición indígena y se reconocieron como un sector de comerciantes mestizos
que prontamente hicieron valer “sus derechos de antigüedad” para apropiarse de los
espacios comerciales en las ferias150. Para este efecto, el recurso de la organización
150
Hacia 1953, las principales ferias, fuera de la más importante en Cochabamba, eran la de Cliza en el
Valle Alto y la de Quillacollo en el Valle Bajo, seguidas de otras de menor importancia como las de
20

sindical del comerciantado fue fundamental, pero también, la alianza con los
transportistas e incluso la sabia estrategia de combinar en una misma familia la
condición de piquero, comerciante y transportista. Veamos un testimonio a este
respecto: “Después de comprar su casa, comenzaron a trabajar para comprar un
camión. Al comienzo compraron en sociedad entre dos o tres personas, posteriormente
cada uno fue adquiriendo su propio vehículo” (Barnes y Torrico, 1971:144). En estas
pocas líneas queda a descubierto toda una acción conducente a fortalecer una opción
económica: comprar una casa en el pueblo, preferentemente una de un exhacendado en
retirada, consolidaba la residencia en la misma vecindad de la feria elegida, luego
adquirir el camión, una inversión mayor pero urgente, se resolvía en primera instancia
formalizando sociedades accidentales para esta adquisición, pero gradualmente se
adquiría el camión propio. Residencia en la feria y camión eran las dos condiciones que
garantizaban el éxito de un buen rescatiri. Sin embargo, para que este éxito no resultara
pasajero, era necesario “hacer crecer la feria”, es decir hacerla más concurrida y más
diversificada. Estos aprestos fueron fuente de no pocos conflictos. Muchas centrales
campesinas se inmiscuían en la gestión ferial en busca de un suculento botín: la
recaudación del impuesto a la chicha y el control del sistema de recaudación del
impuesto al sentaje en las ferias. La lucha fratricida entre los piqueros de Cliza y los
excolonos de Ucureña tuvo este trasfondo. El resultado fue perjudicial para ambos
bandos, pues como consecuencia del conflicto decayó en importancia la feria de Cliza y
se incrementó la importancia de la feria de Punata, que logró incorporar a su espacio la
Playa de Ganado y la Plaza de Granos, que prontamente se convirtieron en el eje de
prósperos negocios. Veamos una vez más un otro testimonio:

Los rescatistas de Punata, Arani y Villa Rivero, especialmente los que tenían
camiones, van de rancho en rancho en busca de productos para rescatar y luego
llevarlos a las ferias de Punata o Cliza. Rescatan todos los productos de los
campesinos, especialmente de las alturas, quienes por no tener animales para el
traslado o por ir hasta la plaza, prefieren vender sus productos en sus mismas
casas o en las ferias que realizan cerca de sus estancias (ídem: 146).

Los valles y prácticamente todo el territorio departamental que contaba con


infraestructura vial transitable, se vio invadida por recatiris-transportistas, tal como
ilustra parcialmente el testimonio citado. Sin embargo lo más significativo es la nueva
estrategia de acopio: sería impensable que la operación de “rescatar” productos
agrícolas o pecuarios pudiera ser viable con las antiguas arrias de mulas, ahora se
emplean camiones, unidades de transporte infinitamente más versátiles que el vetusto
Ferrocarril del Valle, que otrora dinamizó el sistema ferial; estos recorrían sin problema
los caminos carreteros construidos en la década de 1940, sin embargo, aún así resultaba
oneroso ir de rancho en rancho, luego el remedio era propiciar el surgimiento de ferias
cantonales en lugares estratégicos para que los productores de zonas altas o de difícil
acceso condujeran hasta allí su producción, para luego ser embarcadas desde ese lugar
en camiones. Estas ferias nuevas provocaron el decaimiento de algunas tradicionales,
como la feria de Tarata.

Centros urbanos como Cliza, Punata, Arani, Tiraque e incluso Totora, después de 1952,
experimentan una ampliación de sus funciones comerciales mediante la expansión de

Punata, Arani y Vinto.


20

sus actividades de transporte, chicherías y tambos que operaban como centro de acopio
de productos agrícolas por una parte, y por otra, como centros de interacción social y
apoyo administrativo-jurídico a dicha actividad comercial, es decir, las ferias pasaron a
convertirse también en escenarios donde se forjan compadrazgos, arreglos de tenencia y
traspaso de tierras parcelarias, operaciones de hipoteca, acuerdos financieros que
comprometían las cosechas futuras y un sin fin de arreglos, donde el despliegue de
tinterillos y la picardía valluna para sacar ventajas, operaban con absoluta libertad. En
suma, las capitales provinciales y ciertos centros estratégicos, donde se organizaron
nuevas ferias como la de El Puente (Lope Mendoza) en el caso de Carrasco, se
convirtieron en espacios de apoyo integral al comercio ferial, pero además pasaron a
formar parte de una trama circulatoria que los vinculaba con mayor o menor intensidad
al conjunto de ferias provinciales, regionales y al corazón de todo este complejo circuito
que es la Pampa en Cochabamba.

En suma, ya no se puede hablar de un territorio local, cantonal o provincial, como era lo


apropiado en la época hacendal cuando cada poder gamonal en escala local solía tener
mayor gravitación que el poder departamental. Ahora, la fuerza del sistema territorial de
ferias, es decir la ampliación geográfica de la economía de mercado, controlado por
transportistas y rescatiris, tiene más poder que los actores locales. En consecuencia el
nuevo territorio ya no esta conformado por espacios estancos contenedores de feudos o
reinos hacendales de tipo local, sino de una estructura de núcleos urbanos de apoyo y
sedes feriales de distinta jerarquía vinculados entre sí por una intricada red carretera, por
donde circulan camiones cargados de mercancías, a la manera de glóbulos rojos que
nutren esta red arterial El ordenamiento territorial resultante se puede observar en el
Esquema 5 (Ver al final del presente capítulo).

Algunos testimonios puntualizan episodios del funcionamiento de esta nueva trama


económica y espacial:

Desde que llegó la ley agraria, este negocio de rescate iba proliferándose en
gran proporción, pues todos se dedicaron a esta clase de negocio, incluso los
pequeños propietarios (los piqueros), quienes perdieron algo de sus tierras;
como estos tenían capital llegaron a comprar camiones con los que invadieron
varias zonas a las que solo entraban los antiguos rescatistas que sacaban
productos a lomo de bestias. En cambio los pequeños propietarios disponían de
vehículos para recorrer el campo (Ídem: 154).

Varios de los rescatadores de productos hoy son los nuevos ricos, mientras que
los campesinos que son verdaderos productores siguen en las mismas
condiciones de vida, especialmente los campesinos de las alturas, quienes son
explotados tanto por los rescatistas como por los transportistas (...) Ambos
grupos siguen haciendo fortuna a costa de los campesinos de las estancias, lo
que no ocurre con los campesinos de las haciendas del Valle quienes ponen
precios a su productos, en especial los piqueros. Varios de éstos últimos ahora
tienen hasta camiones con los que se dedican al transporte, y sus mujeres se
dedican a ser rescatistas de productos (Ídem: 155)
20

Una rescatista de granos, la esposa del principal fabricante de chicha en Punata, relata
como llegó a desarrollar su próspero negocio:

Soy comerciante de productos desde antes de la reforma. Mis padres en la


población de Punata siempre se dedicaban a esta clase de negocios, pero no en
los cantones de los pueblos porque no habían ferias como hay ahora. Todo el
negocio lo hacíamos en el mismo pueblo de Punata, y en muchas ocasiones
salíamos hasta las mismas haciendas en busca de productos. Antes los
campesinos traían sus productos personalmente hasta el mercado del pueblo, o
venían donde sus caseras. Luego de vender o hacer trueque con los artículos el
campesino volvía a su casa con lo poco que llevaba, pero ahora, él emplea
algunas veces toda la plata de sus ventas en bebidas y para retornar a su casa
tiene que buscar dinero prestado (Ídem: 155).

Vemos que las redes mercantiles se abren paso por doquier pese a algunas resistencias
puntuales, pero los comerciantes siempre se dan modos de obtener lo que desean. Si el
excolono, llega a realizar la venta de sus productos sin intermediarios, siempre queda la
opción de un sin fin de tentaciones para desvalijarlo y hacerlo deudor. Un sistema eficaz
eran los compadrazgos y padrinazgos desiguales entre comerciantes y excolonos,
observemos nuevos testimonios:

Cuando un campesino viene en busca de nosotros para nombrarnos, ya sea


compadre o padrino, no lo rechazamos porque sabemos que de ellos se sacaran
muy buenas utilidades. Algunas veces nos ofrecemos a los campesinos para ser
compadre o padrino, en cambio en la época de la hacienda, cuando los
campesinos querían tener un compadre del pueblo, tenían que rogarle mucho y
de paso traerle muchos regalos (Ídem: 156).

Los campesinos (los piqueros-rescatiris) que antes buscaban un compadre entre


la gente de poblaciones rurales, sean propietarios medianos o comerciantes,
ahora buscan compadres en la gente que vive en la ciudad de Cochabamba:
dueños de tiendas y casas en la ciudad. Esto con la finalidad de que estos les
garanticen cuando ellos quieren comprar una casa, un camión o hacer algún
negocio. Luego con esta misma gente hacen bendecir lo que adquieren. En
cambio la gente de las alturas o estancias (los excolonos) viene a la población
en busca de compadres y escoge siempre a los que tienen su camión o tienda
con la finalidad de ser colaborada o porque cree que con ese nombramiento se
le cobrará más barato el transporte de sus productos o la venta de alguna
mercadería. Además la mayoría de las personas que tienen movilidades tienen
en sus casas ventas de chicha, donde alojan a sus compadres y además les
compran toda su cosecha o lo que ellos mismos transportan desde su estancia.
Mucha gente de las alturas cuando viene a vender su producto llega a Cliza o
Punata noche antes y para no dormir en la calle, va a casa de su compadre a
alojarse, llevando el producto que trae. Luego en la casa de su compadre, se
hacen las investigaciones: el campesino de la altura obsequia a la comadre
chuño, quinua u otro producto que trae para vender en el mercado y en
retribución la comadre le invita chicha y comida. Luego poco a poco la
20

comadre es la que compra todo el producto que trae el campesino para vender
en el mercado (Ídem: 156).

No cabe duda que los lazos y redes de compadrazgo y padrinazgos, en estos primeros
tiempos de revolución, fueron eficaces medios de apropiación-expropiación del
plustrabajo campesino. Muchos excolonos cayeron en sus redes, vendieron sus cosechas
a precios inferiores que el precio de mercado, incluso perdieron su capital-dinero y se
endeudaron. Así surgieron situaciones en que la comadre no solo compraba la cosecha
actual sino que inducía, chicha mediante, al despilfarro del capital-dinero cancelado, y
así se apropiaba del plus trabajo presunto, a través de la deuda contingente con garantía
de la cosecha futura. Por todo ello, un complemento fundamental del negocio de los
rescatiris era la chichería como otra forma de captar el excedente agrícola de los
campesinos parcelarios:

El negocio de la chicha era bien rentado en los primeros años de la revolución:


Los campesinos algunas veces se quedaban en la población a beber durante
algunos días, hasta una semana en ciertas ocasiones, especialmente
comenzando un domingo y terminando en la siguiente semana o tomaban hasta
terminar toda la plata de la venta de su producto (Ídem: 157)

Un otro mecanismo para afianzar la relación ente rescatiri y productor era el crédito
bajo diversas modalidades y donde siempre salía perdiendo el productor:

El dinero prestado les sirve para la compra de semillas o abonos, pero en otro
caso lo usan para beber y luego no pueden pagar el préstamo, por cuya razón
están obligados a sembrar año tras año para la gente de quien se prestaron el
dinero. Muchas veces los campesinos no guardan la semilla que tienen que
utilizar para el siguiente año, razón por la que siguen en busca de plata para la
siembra de cada año (Ídem: 159)

Para las fiestas del lugar llevan bebidas o mercaderías que dejan a crédito para
luego cobrarles también en productos. para cobrar intereses en productos ellos
pueden prestar dinero con intereses. A cuenta de los intereses ellos hacen
sembrar una parte de la parcela en la siguiente forma: por 100 pesos prestados,
hacen sembrar una romana de papas, equivalente a ¼ de hectáreas de terreno;
por 500 pesos que reciben prestados, los campesinos siembran una hectárea de
su terreno, en cuya extensión entra la cantidad de 5 a 6 romanas de semilla de
papas. Lo que hacen sembrar por intereses dan las semillas y el abono, y el
campesino pone la tierra y su trabajo. La cosecha recogida de esta siembra es
la destinada íntegramente al prestamista y el contrato de préstamo tiene que ser
por dos años, con la finalidad de mejorar el terreno, ya que el segundo año
vuelven a sembrar papa, trigo y cebada (Ídem: 159).

Estos mecanismos y otros, fueron utilizados profusamente en la década de 1950 y años


posteriores para afianzar la hegemonía del sistema mercantil de las ferias, doblegar a los
excolonos reacios y promover un proceso rápido de acumulación de capital que
permitiera la consolidación del nuevo establishment resultante del modelo de desarrollo
capitalista impuesto por la Revolución Nacional. La provincia Carrasco y Chimboata
20

quedaron integrados a este sistema. El nuevo poder o bloque de poder resultante de las
alianzas tácitas entre rescatiris, transportistas, comerciantes pueblerinos y políticos de
turno que representaban desde cargos públicos la presencia estatal, abandonó el
esquema gamonal y se mostró formalmente más abierto y democrático, pero fijó una
frontera rígida que mantuvo invariable la construcción étnica y racial de las diferencias
económicas que promovieron el principio colonial del intercambio desigual y la
extracción del plus trabajo campesino, pero ahora ya no en favor de la economía
hacendal, sino del capitalismo mercantil. Ahora los nuevos k’aras son de piel morena e
incluso se expresan fluidamente en quechua, pero no por ello son menos autoritarios y
celosos que los anteriores, para preservar su lugar dentro del espacio de privilegio
económico conquistado y obligar a los otros (los indios ahora minifundistas) a
permanecer donde siempre estuvieron.
20
21

CONCLUSIONES

La impresión inicial a cerca de la realidad de Chimboata fue considerarla como parte de


una periferia extensa de un modelo de desarrollo desigual departamental, pero también
propio de Bolivia y de extensas regiones del continente. El eje de la reflexión giro, no
tanto en torno a las características formales o institucionales de esa condición de
ausencia de desarrollo, sino a las causas que provocaron y aparentemente continúan
provocando esa condición. Esta dinámica generadora de atraso y postración,
sosteníamos, estaría vinculada a un modelo de acumulación de riqueza y capitales que
habría hecho reposar su viabilidad en la permanencia de Chimboata y otras regiones en
situación de perpetuo estancamiento y que la condición permanente de territorio en
extremo grado de atraso se debería a la acción de mecanismos que promoverían el
acceso extremadamente desigual y limitado de este cantón a las condiciones que
promueven niveles de desarrollo relativo en otras zonas del departamento.

A partir de esta de reflexión, la pregunta que dio sentido a la investigación planteaba


identificar, cuales vendrían a ser las lógicas estructurales que han determinado que
Chimboata permanezca en condición de continuo atraso. Una posible respuesta, a
manera de hipótesis enfatizaba en la persistencia de estructuras de desigualdad resultado
de asimetrías en los ritmos de desarrollo vinculadas a relaciones de poder articuladas a
procesos cambiantes de acumulación de capital pero inflexibles en la permanencia de
mecanismos de explotación que impidieron que Chimboata tuviera alguna oportunidad
de desarrollo. El concepto-clave propuesto fue considerar que estas condiciones de
postergación permanente del desarrollo de Chimboata se vinculan con la capacidad
flexible de configurar, para cada etapa histórica, diferentes procesos y mecanismos
(lógicas) que producen y reproducen las mencionadas situaciones de desigualdad y
atraso. En consecuencia, la comprensión de la realidad de Chimboata pasaría por una
lectura diacrónica y sincrónica de la realidad, pues los mecanismos que impiden su
desarrollo se han mantenido inalterables a lo largo de un extenso periodo histórico,
aunque han cambiado las modalidades operativas de este proceso.

La investigación, a través de sus objetivos, se propuso analizar la cuestión de la tierra


como objeto de tenencia, pero también como poseedor de recursos naturales, objeto-
mercancía y estructurador de mecanismos de poder y por tanto generador de formas
diversas de desigualdad. En este orden, aplicando los puntos de vista anteriores, se
pondría a descubierto la naturaleza del régimen de haciendas como una forma
hegemónica de disposición de la tierra y como un componente central de la estructura
agraria resultante. Con estos criterios se enfocaría la realidad de la estructura de
haciendas en la antigua Provincia de Totora y la actual Carrasco, para luego enfocar el
microcosmos que ofrece Chimboata, realizando en estos dos últimos casos,
aproximaciones a los rasgos de la configuración territorial resultante.

Con estos elementos de juicio como referencia, la investigación desarrollada, más que
confirmar, en mayor o menor grado, la corrección conceptual del punto de partida,
creemos que la ha enriquecido mejorando la visión que se puede tener de la realidad de
Chimboata desde una perspectiva diacrónica. Efectivamente, ya sea desde la colonia,
pasando por la república y culminando en los eventos que aparentemente trastocan las
viejas relaciones de poder y la permanencia del atraso, a partir de 1952, se ha
21

comprobado, que los mecanismos originarios que comenzaron a promover la existencia


de una periferia colonial en el siglo XVI, fueron capaces de mantenerse inalterables a lo
largo de un extenso periodo histórico en que tales mecanismo coloniales tuvieron
vigencia, pero además, se las arreglaron para que las transformaciones democrático-
burguesas de mediados del siglo XX, no impidieran su continuidad. Pero veamos más
en detalle el sustento de estas afirmaciones en función de los resultados alcanzados por
la investigación:

a) Antecedente pre colonial y colonial: Si bien, la investigación no abarca dentro del


periodo de tiempo considerado (S. XIX y primera mitad del XX) un espacio especial a
este periodo, no por ello se dejó de examinarlo como un antecedente necesario y muy
importante. A partir de ello, se puede decir que Chimboata y en general el territorio que
abarca hoy la Provincia Carrasco, despertaron el interés de las primitivas formaciones
andinas y después de los invasores Incas por la presencia de un arbusto: el
Erythroxylum coca, la masticación de cuyas hojas proporciona proteínas y suplementos
energéticos importantes para la dieta andina. La vecindad de estos territorios con el
bosque húmedo donde existe este arbusto en su forma natural y la conversión de los
mismos en zonas de cultivo y de circulación de este producto, definieron la
incorporación temprana de Pocona y zonas adyacentes a la esfera del Estado incaico y a
sus políticas de colonización a través de mitimaes.

La presencia española en estos territorios a partir del siglo XVI en el contexto del
despliegue organizativo que significó la puesta en marcha de la explotación de la
riqueza argentífera del Cerro Rico de Potosí. La concesión temprana de encomiendas en
Pocona revela la importancia que los conquistadores concedieron a la coca como
insumo alimenticio para los mitayos y la prontitud con que esta fue convertida en
mercancía. Sin embargo, más allá de estos hechos, lo relevante es el significado político
e ideológico de la encomienda: esta institución, como se expresó oportunamente, se
fundaba en la diferenciación racial de conquistados y conquistadores, estigma que para
los primeros se agravaba por su condición de total ignorancia respecto al credo, los
valores y creencia de los segundos. La encomienda surge como una institución mediante
la cual el monarca español concedía al encomendero tierras y “encomendaba” seres
humanos naturales a quienes había que evangelizar y enseñar a trabajar. Muy pronto el
encomendero se transformó en el eje de un sistema de poder que lo utilizó
preferentemente en la conversión de los aborígenes en siervos a su servicio, adoptando
la práctica incaica del yanaconazgo en su beneficio. De esta manera, las primeras
fortunas que se amasaron en la región de Pocona, en la que está inmersa Chimboata, se
basaron en la extracción de plustrabajo contenido en la mercancía-coca extraída por
indígenas en condiciones prácticamente de esclavitud, y monetizada en la urbe potosina.

Este vendría a ser entonces el antecedente que define la condición de región periférica
en que Pocona, Totora y la propia Chimboata, se insertan a la dinámica de una
economía mercantil extractiva de recursos naturales, cuyos excedentes económicos les
son arrebatados, quedando como saldo grandes extensiones de bosque húmedo
devastados y un número indeterminado de indios cocaleros exterminados por abusos de
los encomenderos o por los rigores de un clima malsano.
21

b) La República en el siglo XIX y primera mitad del XX: La filosofía de la


encomienda y el estigma racial que impone una división del trabajo entre quienes
trabajan la tierra y quienes la disfrutan va perdurar a lo largo de los primeros 125 años
republicanos. En la región de Chimboata, y en general en la Provincia Totora, los
antiguos dueños de haciendas y sus herederos seguirán siendo fieles a la corona
española hasta bien avanzada la consolidación del régimen republicano 151 y organizarán
sus haciendas bajo los moldes de la encomienda.

El nuevo auge de la economía de la coca corre paralelo a la nueva emergencia de la


economía de la plata en el Sur de Bolivia, a partir de la década de 1870. Con este
estimulo y la aplicación de las leyes de exvinculación, se produce una expansión de las
haciendas. En Chimboata en 1897 las tierras hacendales equivalen al 75,19 % de las
tierras registradas elevándose este porcentaje en 1908 al 94,66 %.

Las conclusiones que emergen del análisis desarrollado en los Capítulos III y IV revelan
que la estructura agraria vigente en la Provincia Totora, incluida Chimboata, se fue
consolidando en el contexto político, social e ideológico del debate sobre el progreso
social dominado por el positivismo y el liberalismo confrontado con el clericalismo y el
conservadurismo recalcitrante herederos del pasado colonial. Tal debate no modifica el
legado de la encomienda que domina la ideología de los terratenientes empeñados en
acabar con las tierras de comunidad, tarea que resulta exitosa en el caso que nos ocupa.

En contraste con los valles centrales, donde las ventas de tierras de comunidad permite
la emergencia del fenómeno de piquería, la provincia Totora mantiene inalterable el
dominio de la gran hacienda articulada en este caso a la economía de producción-
exportación de la coca. Chimboata se convierte en un engranaje de esta estructura
hacendal, situación que se expresa en el significativo crecimiento de las haciendas entre
1897 y 1908. No obstante aunque en porcentajes poco significativos sobreviven otras
lógicas productivas como las que se desarrollan en la parcela o hilo de los arrenderos y
los pocos piqueros existentes, donde se cultivan en pequeña escala cereales y tubérculos
para el mercado local. A ello se suman los huertos y fincas que también desarrollan
labores agrícolas de pequeña escala orientadas al intercambio mercantil. La gran
hacienda ocupando diversos pisos altitudinales o la concentración de tierras en manos
de clanes familiares con las mismas características (diversidad altitudinal) practican una
agricultura que combina los cereales y tubérculos, la ganadería y la explotación de
cocales, orientando este último cultivo hacia el intercambio mercantil a corta y larga
distancia, en tanto los otros cultivos y la producción ganadera, en parte también se
dirigen al mercado local y en parte a dotar de suministros a las plantaciones de coca.

El modelo de acumulación que permite el embellecimiento de la capital provincial


(Totora) entre la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX,
proporcionando un nivel de vida cómodo y lujoso para los estándares de la época, a las
pocas decenas de familias que poseen grandes propiedades; reposa sobre la explotación
de la fuerza de trabajo de algunos centenares de colonos y sus familias, además de
jornaleros y otros trabajadores temporales, reclutados por las haciendas en calidad de

151
De acuerdo a Meruvia (obra citada) el patriarca gamonal Baltazar Peramáz era un cerrado defensor de
la causa española en la Guerra de la Independencia, al punto que su único hijo murió en uno de los tantos
combates librados en la zona contra las guerrillas patriotas.
21

arrenderos de pequeñas parcelas a cambio de someterse a labores agrícolas no


remuneradas y ampliadas al régimen de pongueaje que somete al arrendero y al
conjunto de su familia a tareas domésticas y otras de tipo servil. Bajo estos mecanismos,
el plustrabajo extraído en forma de cestos de coca, cargas de trigo, cebada, maíz,
tubérculos y otros, que se monetizan y se convierten en capital-dinero, generalmente son
gastados en forma improductiva; permitiendo la reproducción social de la clase
terrateniente, reforzando su poder local, ampliando las redes del dominio gamonal y
permitiendo construir una trama de dominación que envuelve a otros estratos sociales
como los comerciantes, los dueños de tambos, los arrieros, los abogados, la clase
política local, las autoridades y otros servidores públicos provinciales que subsisten en
la medida en que son funcionales a los requerimientos, necesidades, deseos y hasta
caprichos de los grandes terratenientes. Se trata de una formación social dominada por
una economía mercantil capitalista primitiva, con relaciones de producción y consumo
todavía precapitalistas, combinada con rasgos feudales que dominan la esfera ideológica
y que se materializan en prácticas serviles que caracterizan la relación patrón-arrendero,
donde la diferenciación étnica marca definitivamente la posición social y delimita el
alcance de los derechos y las obligaciones de unos y otros.

La espacialización de este modelo de acumulación se decanta en una estructura


territorial marcada por contrastes de desarrollo relativo y atraso absoluto. El eje
estructurador del territorio provincial está dado por las lógicas de producción-
circulación de la mercancía-coca, es decir, por la articulación de haciendas cocaleras,
sendas de traslado del producto al puerto seco y mercado de coca de Totora, desde
donde se extienden redes distributivas del producto con destino a los nichos de demanda
y consumo, tal como se muestra en el Mapa 5 y los Esquemas. 1 al 4 que lo
complementan.

Chimboata, como se mencionó, forma parte de la periferia de esta estructura, pero no se


trata de un componente secundario, sino de una pieza tan importante como los otros
cantones, al tener en su jurisdicción haciendas productoras de coca y proveer de fuerza
de trabajo y suministros a los cocales. No obstante, mantiene su fisonomía colonial y la
inversión que se hace en su territorio, sobre todo en materia de mejoramiento de sendas
y caminos, no modifica su aplastante inercia. Naturalmente, dicha inercia es la
condición estructural que requiere e impone el desarrollo relativo de Totora. La lógica
social se corresponde con la lógica espacial: las tierras de arriendo pobladas de chozas y
otras estructuras precarias cobijan la fuerza de trabajo de arrenderos y piqueros en
términos dispersos y disponiendo apenas de lo mínimo para subsistir; en tanto el hábitat
de los terratenientes se concentra en la opulenta Totora, que además aglutina toda la
infraestructura, los servicios, el comercio, la vida social y todo lo que es capaz de
ofrecer ese modelo de desarrollo.

c) El modelo de acumulación que emerge con la Revolución Nacional: La estructura


agraria en 1950 muestra que la gran propiedad en el Departamento de Cochabamba
estaba plenamente vigente, aun en aquéllas zonas donde la pequeña propiedad era
numéricamente aplastante. En la Provincia Carrasco, dicha propiedad había seguido
experimentando una sostenida expansión, siendo plenamente dominante la presencia de
las haciendas en todo su territorio, lo que obviamente involucra Chimboata. Por otra
parte, el proceso de organización de los colonos de hacienda que promovieron una
21

sindicalización en gran escala en los valles centrales no alcanzó a Carrasco, donde solo
se dieron movimientos prácticamente clandestinos que no se constituyeron en riesgo
para el poder hacendal, totalmente hegemónico en esta zona.

La Revolución Nacional de 1952 abrió las compuertas para que todas las
contradicciones que conflictuaban la sociedad rural se hicieran visibles. En los valles y
otras zonas del departamento se masificó la sindicalización de los excolonos y el
sindicato campesino se convirtió en el nuevo núcleo del poder local. En Totora estos
hechos no tuvieron la magnitud que alcanzaron en otras zonas. Sin embargo en
Chimboata surgió un movimiento campesino independiente que se expandió hacia otros
cantones como Pojo y Pocona, logrando arrinconar al viejo poder hacendal en la capital
provincial Totora y aledaños, en tanto se produjeron alguna tomas de haciendas, sobre
todo en Pojo. Sin embargo, este movimiento pudo ser controlado por la central sindical
de Ucureña y el MNR. En abril de 1953, Totora fue amenazada por milicias campesinas
de la localidad antes citada y por colonos de diversos cantones aledaños a Totora, dando
lugar al último despliegue de poder por parte de los hacendados, quienes convirtieron
Totora en una pequeña plaza militar que esperó en vano el asedio de dichas milicias.
Despejado el peligro y producida la Reforma Agraria, los hacendados vendieron lo que
les quedaba de patrimonio y abandonaron Totora.

Bajo la cubierta de estos episodios que se constituyen en la parte visible de un profundo


proceso de cambio, se inicio otro menos visible, pero no por ello menos importante: la
articulación de la economía de la pequeña parcela arrendada, ahora propiedad de los
excolonos a la economía de mercado en plena expansión. Los aguerridos sindicatos de
excolonos se mostraron impotentes para canalizar convenientemente esta articulación.
En realidad la Reforma Agraria, fue apenas un mecanismo que cumplió a cabalidad las
viejas aspiraciones del Estado oligárquico, es decir, privatizar la tierra en gran escala.
La propiedad privada del pegujal o sayaña en manos del antiguo arrendero, significó la
individualización o fragmentación por familias, de la gestión de la economía campesina.
Bajo este acondicionamiento, miles de pequeñas economías familiares fueron lanzadas,
sin ninguna protección estatal o sindical a lidiar con la economía mercantil en
condiciones de desventaja y hasta desconocimiento de sus modalidades internas.

La fiebre sindicalizadora que se adueño del universo social cochabambino, fue


particularmente intenso en los escenarios feriales. Los piqueros, veteranos en las lides
del comercio de alimentos, se mostraron poco interesados en ingresar en las
movilizaciones sindicales de los excolonos, con la astucia ganada en su larga
experiencia mercantil, prefirieron organizar sindicatos de pequeños comerciantes en las
antiguas ferias campesinas, sindicatos de transportistas y copar la gestión municipal de
los mercados, es decir, en tanto unos (los excolonos) se movilizaban reivindicando el
derechos a la propiedad de la tierra, otros se adueñaban de los escenarios del
intercambio mercantil de productos agrícolas. A la sombra de este dominio, se tejieron
rápidamente las redes que dieron paso a un nuevo poder local, a un nuevo modelo de
acumulación y a un nuevo sentido de organización del territorio.

Los excolonos, al individualizar sus prácticas productivas tendieron a la dispersión de


sus esfuerzos, a convertir en asunto familiar la comercialización de sus productos y a
considerar como individuales y familiares los problemas que planteaba esta
21

comercialización. De esta forma, la intermediación entre la producción y el mercado


surge como una necesidad imperiosa y el intermediario o rescatiri se convierte en una
pieza clave de la viabilidad de la economía parcelaria o minifundiaria. Luego, desde un
inicio, el productor pierde el control sobre el precio comercial de su producto y renuncia
a percibir el excedente económico que genera el proceso de circulación del fruto de su
trabajo. De esta forma se produce la separación, más o menos rígida, entre productor y
mercado, cumpliéndose de esta manera el objetivo que perseguían los piqueros y otros
agentes económicos vinculados a la economía mercantil, para adueñarse de dicho
excedente, una vez más bajo la forma de plustrabajo.

Los diferentes mecanismos de apropiación-expropiación de este excedente, que se


relatan en el Capítulo V, permiten apuntalar un nuevo modelo de acumulación de
riqueza a través del proceso anotado, donde la expansión del comercio ferial y la
hegemonía del transporte en manos de intermediarios y sus agentes, se constituyen en la
condición principal para la producción y reproducción de este modelo. Una vez más sus
actores se ocupan de construir barreras étnicas y prejuicios raciales: los vallunos
mestizos se sienten más aptos para dominar los escenarios del mercado y amasar las
fortunas que luego invierten en la urbanización de Cochabamba, en tanto los
trabajadores campesinos, es decir, los indios quechuas por ser tales, solo son aptos para
sacarle a la tierra las mercancías que los primeros adquieren a precios ínfimos y luego
los revenden a precios máximos.

Con el correr de los años, esta economía se monetiza al máximo, la tierra se minifundiza
y expulsa población excedente, el agro se empobrece y la capital departamental se
convierte en una suerte de reino de la economía informal. La nueva lógica del
ordenamiento territorial sigue estas pautas, una malla circulatoria de productos agrícolas
convertidos en mercancía que arriban a las ferias locales, provinciales y regionales,
desde donde son reembarcadas a la capital departamental y a otras grandes ciudades del
país. Esta estructura territorial, tal como muestra el Esquema 5, en sus lineamientos
básicos perdura hasta nuestros días. Chimboata forma parte de esta red, su rol es la de
un espacio de producción de bienes agrícolas adquiridos a precio de costo en las
parcelas de minifundio y revendidas en ferias y mercados locales y regionales a precios
comerciales, generando de esta forma un excedente o plustrabajo convertido en moneda
que no aporta en nada al desarrollo local. De esta manera se repite la vieja historia:
Chimboata permanece pobre y estancada, en tanto la riqueza que genera se exporta para
favorecer el desarrollo de otras regiones.

En conclusión, la filosofía de la encomienda colonial convertida en prejuicio étnico para


justificar los roles dominantes de unos y subalternos de otros, se ha mostrado, como
hemos podido observar a lo largo de este trabajo, como el núcleo inamovible que dio
forma a distintos mecanismos de expropiación del plustrabajo campesino, ya sea a
través del poder hacendal o a través de la economía de mercado. El ¿que hacer? es una
pregunta pertinente, pero la posible respuesta exige explorar y diagnosticar el presente.
21

INDICE DE CUADROS

Cuadro nº 1: Población de la Provincia Totora según censos de 1881 y 1900


Cuadro nº 2: Propiedades según rangos de superficies y disponibilidad de colonos en
la Provincia Totora – 1897
Cuadro nº 3: Propiedades de familias de grandes terratenientes en la Provincia
Totora 1897
Cuadro nº 4: Propiedades según rangos de superficies y disponibilidad de colonos en la
Provincia Totora, 1908.
Cuadro nº 5: Propiedades de familias de grandes terratenientes en la Provincia
Totora, 1908.
Cuadro nº 6: Expansión de las propiedades de la Familia Zegarra entre 1897 y 1908
Cuadro nº 7: Propiedades en manos de familias terratenientes en la Provincia
Totora en 1908
Cuadro nº 8; Número de propiedades por rangos, regiones, provincias y cantones
Cuadro nº 9: Distribución de la tierra agrícola según rangos de propiedades, regiones,
provincias y cantones.
Cuadro nº 10A: Chimboata, Sección A: Nómina de propiedades y rangos según tamaño
de la propiedad (1897).
Cuadro nº 10B: Chimboata, Sección B: Nómina de propiedades y rangos según tamaño
de la propiedad (1897).
Cuadro nº 11: Venta de pequeñas propiedades fiscales (hilos) en el Cantón de
Chimboata, 1878.
Cuadro nº 12A: Cantón Chimboata – Sección A: Nómina de propiedades y rangos
según tamaño de la propiedad, 1908.
Cuadro nº 12B: Cantón Chimboata – Sección B: Nómina de propiedades y rangos
según tamaño de la propiedad, 1908.
Cuadro nº 13: Chimboata: Relación de superficies según rango y número de
propiedades, 1897 y 1908.
Cuadro nº 14: Concentración de la tierra en manos de familias de grandes terratenientes
Chimboata 1897 – 1908
Cuadro nº 15: Chimboata: Propiedades según número de colonos por año de registro.
Cuadro nº 16: Chimboata: Propiedades según intensidad de empleo de arrenderos.
Cuadro nº 17: Chimboata: Rango de propiedades según disponibilidad de riego,
1897- 1908.
Cuadro nº 18: Chimboata: Propiedades según tipo de producción registrada
Cuadro nº 19: Chimboata: rangos de propiedad según valor deducido de la propiedad
asentado en el Registro de Propiedades.
Cuadro nº 20: Chimboata: Rango de propiedades según renta de la propiedad declarada
Cuadro nº 21: Número de predios según rangos de extensión por cantones y secciones
cantonales en la Provincia Totora en 1908.
Cuadro nº 22: Distribución de la tierra agrícola por rangos de propiedades, cantones y
secciones cantonales en la provincia Totora en 1908
Cuadro nº 23: Tierra y poder en Chimboata: el caso de tres familias distinguidas.
Cuadro nº 24: Bolivia: Censo Agropecuario de 1950: Número y superficie de las
unidades según régimen de explotación.
Cuadro nº 25: Bolivia: Censo Agropecuario de 1950: Número y superficie de las
unidades censales según regiones.
21

Cuadro nº 26: Cochabamba: Censo Agropecuario de 1950: Estructura de la tenencia por


tipo de propiedad.
Cuadro nº 27: Cochabamba: Censo Agropecuario de 1950: Estructura de la tenencia por
provincias.
Cuadro nº 28: Provincia Carrasco: Estructura de la tenencia entre 1897 y 1950
Cuadro nº 29: Provincia Carrasco: principales rubros de la producción agrícola en 1950
Cuadro nº 30: Provincia Carrasco: Principales rubros de la producción ganadera, 1950.

INDICE DE MAPAS, ESQUEMAS Y GRÁFICOS

Mapa nº 1: El Municipio de Pocona y la Sección Municipal de Chimboata en la


actualidad
Mapa nº 2: Configuración aproximada de la Provincia Totora afines del siglo XIX e
inicios del XX.
Mapa nº 3: Configuración aproximada del Cantón Chimboata a fines del siglo XIX e
inicios del XX
Mapa nº 4: Ubicación aproximada de las grandes haciendas del Canton Chimboata,
fines del siglo XIX e inicios del XX.
Mapa nº 5: El territorio de la economía de la coca en Bolivia en la primera década del
siglo XX.
Mapa nº 6: Estructura urbana de Totora definida por los ejes viales de exportación de
coca.
Esquema 1: El territrio de la economía de la coca: mercados y flujos en la década de
1910
Esquema 2: Estructura territorial del comercio de coca de Totora en el Sus Andino en la
década de 1910
Esquema 3: Estructura territorial del comercio de coca de Totora en los valles centrales
de Cochabamba en la década de 1910
Esquema 4: Estructura territorial del comercio de coca de Totora en los valles de Santa
Cruz en la década de 1910
Esquema 5: El ámbito territorial en la expansión de la economía de mercado en base al
sistema ferial entre 1953 y la década de 1960
Gráfico 1: Estructura territorial de una gran hacienda
Gráfico 2: Chimboata: estructura territorial con predominio de las grandes haciendas
en 1908
Gráfico 3: Estructura territorial de una hacienda cocalera en 1908
21

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