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ESTRUCTURAS DE
PODER Y TERRITORIO*
HUMBERTO SOLARES S.
EVELYN GONZALES S.
(*) Este trabajo fue desarrollado por encargo del Programa d Rehabilitación de Áreas
Históricas de Cochabamba de la Universidad Mayor de San Simón, dentro del
Proyecto: “El patrimonio de Chimboata: una lectura integral del pasado y una
alternativa de futuro - UMSS-ASDI FC21 - Cochabamba, 2010.
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INDICE
Introducción
Capítulo 2: La estructura agraria de Cochabamba: fines del siglo XVIII, siglo XIX
y primera mitad del XX
Conclusiones
Índice de Cuadros
Índice de mapas, esquemas y gráficos
Bibliografía
INTRODUCCIÓN
Dos niños patean una pelota deshilachada sin pestañear entre polvaredas
permanentes. No hay nadie más para invitar a jugar (...) Chimboata hoy es
poblada por sólo 10 familias. En pocos años se ha desangrado. Decenas de
personas se han ido a la ciudad más cercana (Cochabamba), y de ahí al país
más cercano (Argentina), para buscar trabajo y otra vida para los suyos (...)
Hoy el viento es el habitante principal del pueblo, y el que parece que nunca se
irá. Aquí, las épocas de lluvias se acortan cada vez más. Aquí, el riego no llega,
como ha humedecido a otras tierras (...) Por las tardes, los tres más viejos se
sientan en un rincón de la plaza desolada a esperar que por fin termine el día,
repitiendo otra vez más las mismas historias. Sus hijos están en Europa o en
Estados Unidos, lo que para ellos es igual. Una vez cada tanto, reciben algo de
dinero y contadas fotos que se encargan de atesorar como lo más preciado. En
quechua expresan sus recuerdos y con los ojos, su soledad (...) La iglesia está
desde hace tiempos sin cura y sin virgen. Y en su candado del portal ya se
divisan espesas telarañas. Hasta Dios se ha ido de aquí. Chimboata está
agonizando y a nadie le importa. (http://hojalatasuramerica.blogspot.com/2006)
Una cuestión que se desprende del dramático contraste que ofrece Chimboata en
relación a otras localidades próximas es su extremo abandono, su grado de pobreza y
desesperanza. Aparentemente el tiempo se ha detenido en Chimboata, salvo la
implacable acción destructora de la naturaleza que se apodera de un sitio casi
4
deshabitado, nada más sucede en este lugar. Sin embargo, si ampliamos el horizonte de
nuestra percepción, veremos que Chimboata no es una excepción. En realidad, la
dinámica del desarrollo en Cochabamba no solo es extremadamente heterogénea, sino
marcadamente desigual, por ello otras provincias y municipios próximos y lejanos,
también podrían clamar por su abandono y desesperanza.
Algo que emerge de esta constatación, es que el grado de desarrollo que ostenta
Cochabamba, particularmente con un despliegue amplio de transformaciones del medio
natural, de tecnologías diversas aplicadas a distintos campos de la ciencia y la
economía, de niveles de vida de la población que, con altibajos, disfruta de las ventajas
que le ofrece el mundo moderno; resultan atributos que parecen estar muy lejos de ser
homogéneos y se aproximan más a la categoría de privilegios. Realidades como las que
ofrece Chimboata parece que nos conducen a un pasado remoto que escondido y callado
subsiste a poca distancia de escenarios donde se despliegan o pretenden desplegarse los
atractivos que trae consigo el siglo XXI.
Pero veamos algunos datos que nos permitan dar mayor consistencia a estas primeras
impresiones: para ello tomaremos dos variables que se desprenden de los censos de
1992 y 20011 respecto a la población considerada dentro del rango de pobreza, y del
último censo, en relación a las necesidades básicas satisfechas (NBS): Respecto al
primer aspecto, se tiene que en el nivel departamental, Cochabamba en 1992 era una
región de pobreza dominante con una población del orden del 70,5 % en esta condición.
Sin embargo, el censo de 2001 revelaba que en la década final del siglo XX se había
producido una mejora significativa, pues, si bien la condición de pobreza todavía era
mayoritaria, esta se había reducido al 55 %.
cerca por Totora. En cambio, Pojo, Chimoré y Puerto Villarroel tenían índices de
pobreza ligeramente inferiores al 90 %.
Una revisión de antecedentes más abarcante, nos lleva a constatar, que de alguna
manera territorios como los de Chimboata, en realidad viven añejas situaciones de
postración, es decir, que en su calendario histórico no se registran momentos de auge de
su economía, situaciones de hegemonía de algún tipo, ventajas comparativas y/o
competitivas de alguna naturaleza, participaciones ventajosas en alguna dinámica de
desarrollo. Aparentemente el escenario de la investigación tiene la cualidad de convertir
el tiempo en una variable estática que permite la permanencia casi eterna de una
condición de atraso cuyas raíces parecen ser tan antiguas como dicha condición.
Ciertamente estamos frente a uno de tantos cuadros que ilustran perfectamente los
rigores del desarrollo desigual que, pese a tantos vientos de cambio que soplan y
soplaron a lo largo y ancho de la geografía departamental, no se ha modificado, ni
siquiera en un ápice.
Sin duda, los dos aspectos anteriores conducen al tercer factor: lo social, cuyas
características principales son: la condición de pobreza extrema, la migración, la falta de
servicios básicos, la ausencia de oportunidades para acceder a mejores niveles de
calidad de vida. Este último factor no es ajeno a la realidad de provincias y cantones del
departamento y del país.
Los tres factores anotados vendrían a enmarcar los rasgos del desarrollo desigual que
exhiben las diferentes regiones del departamento de Cochabamba, y que sin duda tiene
que ver, con el estilo de desarrollo adoptado durante muchas décadas y que todavía
sigue vigente. En el caso de Chimboata, el primer interrogante que surge es el por qué
de la prolongada vigencia de las condiciones descritas. Escudriñar la naturaleza del
6
Se retoman los puntos de vista asumidos en el perfil de investigación
8
prolongadísimo estado de postración de dicha localidad, no solo será útil para alcanzar
alguna respuesta aceptable a las causas que operan sobre este fenómeno, sino que podría
arrojar luces sobre similares situaciones en el resto del Municipio de Pocona, el Cono
Sur cochabambino, las zonas de puna del mismo departamento y otras regiones del país.
El análisis hasta aquí desarrollado permite definir con mayor precisión el contorno del
objeto de investigación, cuyo contenido queda mejor definido a través del siguiente
interrogante: ¿Cuales son las lógicas estructurales que permiten que en Chimboata
permanezcan y se reproduzcan en forma continua las condiciones que le obligan a
permanecer en un situación de permanente atraso, situación que a su vez se
expresa en realidades palpables de abandono del territorio, pobreza e inmovilismo
económico?
Una posible respuesta que no sea susceptible de caer en el campo especulativo, invita a
plantear una hipótesis inicial de trabajo: una lectura analítica de la realidad
connotada solo es posible desde la perspectiva de la persistencia de las estructuras
de la desigualdad, que vendrían a ser, a su vez, el resultado de las asimetrías en los
ritmos del desarrollo que estimulan relaciones de poder articuladas a procesos
cambiantes de acumulación del capital. Esta dinámica ha demostrado ser flexible y
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Estas relaciones, en el sentido que sugiere Foucault, definen las ventajas que unos actores sociales
obtienen a costas de otros. Sin embargo, en el sentido marxista, hacen referencia a la existencia de un
proceso de lucha de clases y la existencia de un modelo de distribución desigual de la riqueza socialmente
producida o modelo de acumulación de capital que en el contexto de esas confrontaciones clasistas, se
decanta en contradicciones antagónicas de acumulación de pobreza y riqueza. En este sentido, el ejercicio
del poder es una relación social asimétrica que puede estar o no revestida de legitimidad estatal, y que
permite la continuidad y permanencia de un modelo de acumulación determinado.
9
8
El límite de los estudios sobre los temas de pobreza y atraso que ejercitan las agencias internacionales
de desarrollo, las ongs, las fundaciones, incluso los organismo de Estado y no pocas entidades académicas
de investigación, es el acucioso tono descriptivo y el esmero estadístico, incluso para generar formulas de
desarrollo humano y ejercitar “mediciones de índices de desarrollo humano”, donde las causas de estos
fenómenos aparecen como “desastres naturales”, “desajustes institucionales”, “deficientes niveles de
educación”, “fallas de gestión gubernamental”, etc., pero jamás como consecuencias de la acción de las
tramas de poder político, económico e ideológico que operan sobre las estructuras de la desigualdad en las
formas distributivas de la riqueza (en el caso que nos ocupa, del excedente agrícola).
10
De esta manera, la estructura del texto resultante ha sido organizada en dos grandes
partes. La primera que abarca los capítulos I y II que definen, tanto el contexto
conceptual como el histórico, en que tienen lugar los hechos investigados. De esta
manera, en el Capítulo I se examinan conceptos como: desarrollo desigual, acumulación
de capital, relaciones de poder y la matriz étnica de las diferencias económico-sociales
que dan consistencia a las bases estructurales y superestructurales de la sociedad
tradicional. El capítulo II se ocupa de examinar los rasgos y características de la
estructura agraria de Cochabamba desde fines del siglo XVIII, el siglo XIX y primera
mitad del XX. La segunda parte que comprende los tres capítulos restantes, desmenuza
los distintos aspectos del objeto de investigación propiamente. De esta manera, el
capítulo III analiza las peculiaridades de la estructura agraria en la Provincia Totora y
Chimboata realizando la interpretación de las fuentes primarias que fueron utilizadas. El
capítulo IV, enfoca la cuestión de las relaciones de producción, el modelo de
acumulación y la relación coca y territorio que permiten definir el rol de Chimboata
dentro de la estrategia gamonal de control territorial que tiene que ver tanto con el papel
que juega la ciudad de Totora, como su relación estructural con su entorno productivo.
Finalmente, el capítulo V analiza las circunstancias bajo las cuales se produce una
9
De hecho, las formas ideológicas de este orden colonial todavía subsisten y nutren visiones de país que
tiene el discurso de la derecha en Bolivia.
11
PARTE 1:
CAPITULO I
Desarrollo desigual, acumulación de capital,
relaciones de poder y matriz étnica de las
diferencias económico-sociales: las bases
estructurales y superestructurales de la sociedad
tradicional
La problemática que propone la realidad de Chimboata por la permanencia en el tiempo
como territorio y población reducido a la condición de una periferia de dinámicas
económicas que no le favorecen, ha permitido identificar como objeto de investigación,
justamente la naturaleza y los mecanismos de este proceso que aparentemente han
logrado frenar con éxito sus alternativas de desarrollo a lo largo de varios siglos. El
sentido de la hipótesis adoptada10 sugiere este extremo y formula la idea de que las
modalidades que definieron este estado de postración continuo se modificaron de
acuerdo a cada época histórica, pero no así la esencia y la metodología que produce y
reproduce la condición de atraso y desarrollo desigual. A objeto de ordenar, la
exposición del marco conceptual, distinguiremos dos grandes ejes: uno de orden
general, donde se expondrán contenidos más universales, y otro, específico, donde se
desarrollarán los lineamientos que caracteriza el periodo histórico a ser estudiado en sus
rasgos superestructurales y estructurales.
Desde una óptica más académica sería de rigor hacer referencia previamente a la
categoría conceptual de “desarrollo” para luego introducirnos en una rama colateral
más específica. Sin embargo, vamos a obviar este paso por la complejidad y extensión
del tema, pero sobre todo, por que tal discusión nos alejaría sustancialmente del tema
específico a costas de un escaso aporte de orden operativo11.
10
ver Introducción.
11
En todo caso, el lector puede encontrar a este respecto una abundante literatura, incluso disponible en
Internet.
14
12
Para los fisiócratas, en oposición al mercantilismo, la riqueza de una nación procedía de su capacidad
de producción y no de las riquezas acumuladas por el comercio internacional. Consideraban que la única
actividad generadora de riqueza para las naciones era la agricultura. En este orden, eran opuesto a las
ideas liberales de A. Smith.
13
A partir de la ley del desarrollo desigual y combinado, se confrontaron dos posturas ideológicas: la
stalinista partidaria de una visión del desarrollo “por etapas”, luego de un proceso revolucionario que
antes de llegar al socialismo debía pasar necesariamente por una etapa democrático-burguesa; y la
trotskista que propugnaba la “revolución permanente”, es decir la revolución “por saltos” como ocurrió
con la Revolución Rusa que paso de una sociedad semifeudal a una socialista. Una exposición amplia y
detallada de esta ley se puede encontrar en Novack, Moreno y Trotsky (1977).
15
Las teorías de divergencia regional sostienen que las disparidades regionales no son
transitorias ni accidentales, sino que forman parte de la propia naturaleza del proceso de
crecimiento económico y no tienden por su propia inercia a desaparecer, sino que
mantienen el sistema en condiciones de desequilibrio, es decir, postulan una
organización desigual del espacio en función de la heterogeneidad en la dotación de
recursos productivos y de otros factores económicos y extraeconómicos, sostienen que
las relaciones interregionales son las responsables de las disparidades y tratan de
explicar por qué estas se reproducen o se agravan en vez de corregirse. Las corrientes
teóricas que se sitúan dentro de esta tendencia son: la teoría de la base de exportación, la
teoría de los polos de crecimiento o desarrollo, la teoría de la causación circular
acumulativa, la teoría centro-periferia y la teoría de la división espacial del trabajo14.
Hinkelammert (obra citada) afirma que el indicador principal del desarrollo desigual en
términos espaciales, es la localización del subempleo y del empleo de la fuerza laboral a
través de medios de producción muy a atrasados y de tipo tradicional. En oposición, un
indicador principal de una condición de desarrollo, sería la localización del empleo de
14
Para un conocimiento pormenorizado de todas estas teorías, ver Moncayo Jiménez, 2001 y Peña
Sánchez, 2006.
15
Los puntos de vista de Gunder Frank no solo fueron opuestos a la teoría del desarrollo por etapas de
Rostow, sino también desarrollaron una crítica a fondo de las posiciones de los teóricos “dependentistas”
como Theotonio Dos Santos (1978), Fernando H. Cardoso y E. Faletto (1969) y Vania Bambirra (1975).
16
No obstante, se añade algo sugerente que permite vincular desarrollo desigual con
intercambio desigual, en el sentido de afirmar que desde la primera mitad del siglo XIX
el libre comercio se convirtió en el vehículo transformador de una estructura económica
rica en recursos naturales en zona periférica de los centros industriales, es decir
territorio atrasado y donde comienzan a operar mecanismos que obstruirán cualquier
alternativa de desarrollo. Entonces esta relación asimétrica entre una economía
productora-exportadora de recursos naturales y otra industrial que convierte dichos
recursos en materias primas y manufacturas, vendría a explicar esos “mecanismos” que
de acuerdo a Mauro Marinini (1973) producen intercambio desigual simultáneamente
con la condición de atraso. Esta última cuestión sugiere que el atraso se origina en dos
circunstancias: por una parte, la persistencia de una economía extractiva de recursos
naturales con tecnología tradicional y baja remuneración de la fuerza de trabajo; y por
otra, la organización de un sistema de circulación y consumo de materias primas de bajo
costo (mercado) que favorece ostensiblemente al sector capitalista. A pesar de este
avance, todavía la cuestión de los “mecanismo” que permiten que esta relación
económica sea persistente en el tiempo, no quedan muy claros.
Kalmanovitz señala que este sobre dimensionamiento de la esfera del intercambio como
pieza central de la explicación del desarrollo desigual, esconde y relativiza la
determinación estructural interna referida a que, toda forma de dinámica económica en
una economía de mercado solo es sustentable si los agentes económicos acceden a tasas
de acumulación convenientes. Es decir, que la cuestión de la acumulación de capital
resulta clave para explicar la aparente irracionalidad de las prolongadas etapas de atraso
en que se sumerge un territorio para solventar el desarrollo de otro.
Efraín Gonzáles de Olarte (1982) redondea estas ideas al señalar que en países como el
Perú (obviamente Bolivia), el modo de producción capitalista para imponer su
viabilidad está obligado a subordinar a sus determinaciones formas de producción no
capitalistas como la economía mercantil simple y la economía campesina, parcelaria o
comunitaria. Esta razón estructural definiría la característica principal de la formación
social y la misma proyectaría sobre el territorio dicha combinación de modos de
producción y formas de organización social diversas y subordinadas a las lógicas
capitalistas de la economía de mercado. Dicho de otro modo, el territorio emerge como
la dimensión física donde se despliegan relaciones de producción capitalistas y no
capitalistas, fuerza de trabajo y clases sociales. Este carácter diverso de formas
económicas y lógicas sociales que se despliegan en el espacio no es caprichoso, posee
una dinámica interna cuyo sentido se articula a las modalidades que le impone el
proceso de acumulación del excedente económico. Por último, estas formas
contradictorias (capitalistas-no capitalistas) de ordenamiento del territorio definirían el
paisaje del desarrollo desigual..
Algunos autores como Luís Reygadas (2008) realizan aportes a las cuestiones antes
tratadas, pero desde una mirada más sociológica y antropológica. Sugieren, aunque sin
hacer referencia al tema de la acumulación, que la cuestión de las relaciones desiguales
entre fracciones de una formación social se apoya en toda una ideología de la
desigualdad, a la que describe como “fruto de complejas relaciones de poder (...) Estas
relaciones de poder construyen estructuras duraderas pero no estáticas”. Tales
estructuras se establecen a partir de la combinación de diversos factores capaces de
producir sistemas de distribución de ventajas y desventajas de manera asimétrica,
siempre favorables al sector dominante. Por ello, las desigualdades son persistentes,
afirma Reygadas, “pero cambian con el tiempo, las viejas formas de inequidad se
transforman y se entrelazan con nuevas disparidades”. A estas estructuras, el autor
denomina matrices, distinguiendo tres: una que corresponde a las desigualdades
premodernas y coloniales, otra a las desigualdades modernas en los estados nacionales y
finalmente la última, a las desigualdades posmodernas propias de la época de la
globalización, enfatizando de que ninguna de estas matrices ha desaparecido para dar
paso a la siguiente, sino que perduran combinándose unas con otras, permitiendo que
viejos y nuevos sistemas de distribución de ventajas y desventajas perduren a lo largo
del tiempo, mostrando la realidad actual los efectos combinados de las tres.
Con relación a la matriz colonial, Reygadas anota, que la misma surgió a partir de la
conquista de América y se consolidó durante los tres siglos de dominación colonial. esta
matriz presentaría cuatro rasgos principales: 1) la construcción étnica y racial de las
diferencias económicas y sociales, 2) la concentración de la propiedad agraria, 3) la
exacción colonial y 4) el carácter premoderno de los principales mecanismos
generadores de desigualdad (2008: 92)18. La matriz moderna o sea las desigualdades
en el estado-nación, propia de sociedades urbanas e industriales combina aspectos de la
anterior, como la concentración de la tierra y los recursos naturales articulada a la
organización empresarial para la producción, persisten los terratenientes que mantienen
a su vez métodos coactivos y premodernos, pero al lado de las haciendas tradicionales
emergen unidades productivas agrícolas y pecuarias que introducen la figura del
trabajador asalariado. En este caso coexisten dos mecanismos de desigualdades, uno que
todavía se apoya en formas coloniales de extracción de plusvalía y otro que reproduce el
modelo de relación capital-trabajo. Sin embargo ambos están protegidos por el mismo
marco jurídico y ambos propician un tercer mecanismo de desigualdad: el intercambio
desigual entre campo y ciudad. La tolerancia mutua entre ambas matrices se decanta en
alianzas de clase entre terratenientes y empresarios modernos y en la emergencia de
18
Más adelante retornaremos a analizar estas cuestiones en forma más extensa.
20
estados oligárquicos donde el poder se divide entre estos dos socios. En la matriz
posmoderna que corresponde a la época de la globalización, continua siendo
importante la concentración de la propiedad de la tierra y los recursos naturales, pero
emergen nuevos tipos de desigualdad vinculados al acceso al conocimiento científico y
tecnológico, al empleo calificado, al capital financiero, a la capacidad institucional y a
las redes globales. La nueva desigualdad, según Reygadas, ya no pasa por las
diferencias en la propiedad de la tierra, sino por las asimetrías en el acceso al
conocimiento, al empleo, a los mercados, a las nuevas tecnologías y a los servicios
financieros. La mayor desventaja hoy en día, es ser víctima de la llamada brecha digital,
es decir tener acceso incompleto o simplemente no tener acceso a las nuevas tecnologías
de la información y estar desconectado parcial o totalmente de herramientas
imprescindibles como el internet.
Este eje conceptual será desarrollado en función de un arco de tiempo determinado que
corresponde al siglo XIX, con la proyección de algunos antecedentes a siglos anteriores.
Los principales hechos a ser investigados tienen lugar en la segunda mitad del citado
siglo y abarcan hasta la primera mitad del XX, sin embargo, las envolturas
superestructurales y las determinaciones estructurales suelen tener proyecciones más
amplias, razón por la cual, en algún caso el análisis de los temas enfocados podrá
abarcar un tiempo mayor.
21
Como se anticipó, los diferentes aspectos que comprende este eje conceptual,
diferenciará sus componentes, según su participación en el nivel de la superestructura o
la estructura de la sociedad hacendal. El objetivo es recrear el ambiente ideológico, las
justificaciones jurídicas, los valores e imaginarios de ese tiempo, cargados de razones y
lógicas que daban por buena y justa una estructura de posesión de la tierra y de
sometimiento de la fuerza laboral indígena, y como algo natural la vigencia de un
modelo de acumulación de capital que estructuraba y proporcionaba orden al conjunto
de la formación social a ser estudiada. Por tanto, antes que elaborar una suerte de
manual de conceptos aislados, cuyo valor sería muy escaso, lo que se intentará será
definir los contornos y en lo posible la dinámica ideológica, cultural, social y económica
de ese tiempo con objeto de proporcionar los rasgos esenciales del ambiente histórico en
que tienen lugar los hechos que se desprenden de la información que será analizada
sobre el caso específico de Chimboata.
Los rasgos más específicos que caracterizan el Estado colonial en el caso de las tierras
del Alto Perú y la Audiencia de Charcas, tienen el antecedente obligado de las bases
sobre las que se organizó la explotación del cerro de Potosí y la comercialización de los
minerales. La estructura resultante reposa en dos pilares: el tributo indígena, del cual
nos ocuparemos más adelante, y la posesión de la tierra bajo la figura formal de la
encomienda20. De acuerdo a Eduardo Arze Quiroga, “Toda la estructura de las colonias
19
Al respecto anota Gunder Frank: “En cuanto a la producción y comercio europeos, ciertas
continuidades vienen marcadas por el final del siglo XV, con la expulsión de España de los moros y
judíos en 1492, el descubrimiento de América por el genovés Cristóbal Colon, en nombre de España y
por el paso del cabo de Buena Esperanza por el portugués Vasco de Gama en su viaje a la India. La
conquista de Constantinopla por los musulmanes a finales del siglo XV y su avance posterior a través de
los Balcanes, la recuperación del crecimiento demográfico europeo, el desarrollo de la tecnología
agrícola y de la producción de manufacturas, y quizá el incremento en el costo de los metales preciosos
(...) todo ello prestó impulso al descubrimiento y puesta a punto de rutas comerciales nuevas y a la
búsqueda y localización de nuevas fuentes de metales preciosos” (1985:24 y 25)
20
El régimen de encomienda consistía en la dotación de tierra y fuerza de trabajo al encomendero,
normalmente un personaje militar destacado en el periodo de la Conquista. El encomendero debía
encargarse de la manutención, educación y evangelización de los indios colonos o yanaconas, a cambio
23
en América giró en torno a la encomienda. De ella nació ‘el repartimiento’, ‘la tasa’,
‘la mita’ y ‘el tributo’ que son las principales manifestaciones de la relación de la
Corona con los conquistadores y colonizadores y con los nativos del Nuevo Mundo”
(1969:381)21.
El virrey Toledo, autor de las reformas que llevan su nombre, fue el organizador de la
explotación de la plata potosina y por tanto el ordenador de un inmenso territorio para
hacer viable este propósito. La reforma toledana se dirigió a tres grandes objetivos:
garantizar la provisión de fuerza de trabajo a la minería de Potosí, garantizar la
provisión de alimentos y vituallas al conglomerado minero y garantizar el transporte de
la plata hacia los puertos del Pacífico y luego a España. Para esta finalidad, impuso a las
comunidades andinas la obligación del tributo pagadero en moneda o trabajo,
organizando colateralmente el sistema de concentración y reclutamiento de mitayos bajo
la modalidad de pueblos de indios22 y la introducción de la mita. Paralelamente se
restringió el poder de los encomenderos, cuyos actos subversivos habían dado pie a
prolongadas luchas intestinas23, pero paulatinamente, para asegurar la provisión
sostenida de alimentos hacia Potosí, se dio paso a la formación de haciendas.
Los gritos libertarios que se suceden entre 1809 y 1815, seguidos de una prolongada
guerra, que culminará con la formación de estados independientes en los que fueron los
territorios de Nueva Granada, el Virreinato de Lima y el similar del Río de la Plata,
configuran la emergencia de un modelo de sociedad, que por lo menos formalmente se
reclama seguidora de los idearios libertarios inspirados por la Revolución Francesa. El
tono de las nuevas constituciones más o menos sigue esas pautas, pero en realidad surge
un variado abanico de situaciones y posturas que definen las características más
liberales o más conservadoras que asumirá cada flamante república, y cuyo detalle
escapa a la finalidad de este trabajo. Enfocaremos a grandes rasgos, aspectos y
denominadores comunes que resaltan el carácter de las recomposiciones que tienen
lugar en el seno de la vieja sociedad colonial, con especial atención a lo que sucede en
Bolivia y especialmente en Cochabamba.
Un primer aspecto que resulta muy extendido en la nueva realidad republicana, fue el
objetivo común de alcanzar un cierto orden político viable y estable que pudiera
proyectar un sentido de orden y autoridad para enfrentar, en el caso de cada país, la
temible realidad de las secuelas de la guerra, es decir, los cuadros de pobreza material y
las múltiples fracturas sociales que amenazaban convertirse en germenes de violencia.
Los criollos gobernantes, en su generalidad, se plegaban a los ideales girondinos 25, pero
en realidad este era apenas una suerte de barniz, puesto que la preocupación principal
era legitimar el traspaso del poder colonial derrotado a manos de una élite criolla de
ascendencia ibérica, sin trastrocar la situación de sumisión y vasallaje de las clases
subalternas. En función de tan delicada operación, la noción de orden estaba cargada de
25
El ala menos radical de la revolución Francesa, opuesta a los jacobinos.
25
sentido autoritario y el ejercicio del mando debía ser concentrado, aunque ello entrara
en contradicción con el discurso democrático.
Desechada la vía monárquica, exceptuando el caso del Brasil, las nuevas élites en
general se adhirieron a alguna variante del constitucionalismo liberal, aunque sin
excepción, los diferentes caudillos de la época violaron sistemáticamente todas las
normas constitucionales de las cuales se proclamaban defensores. Sin embargo, la
doctrina liberal al estilo francés, inglés o norteamericano, fue prácticamente trascrito en
forma literal en las constituciones políticas estatales e impregnó el estado de derecho,
elaborando en base a estos principios, el discurso que los letrados esgrimían para
demostrar la legitimidad de sus actos y para justificar la marginación y dominación de
los sectores populares que habían servido en los ejércitos libertadores (Orrego, 2005).
Esta permanencia del orden colonial reflejaba bien la suerte de aislamiento en que se
encontraba Bolivia en el primer medio siglo de vida republicana. Recién en la década de
1870, el descubrimiento de nuevas vetas de plata en el departamento de Potosí permitió
la emergencia de un empresariado minero que se vincula con el comercio internacional.
Su fugaz auge, terminará con la Revolución Federal de 1899, la concentración en La
Paz de lo esencial del poder estatal, el ascenso del liberalismo en el control del Estado y
la emergencia de la economía del estaño firmemente vinculada al mercado mundial,
situación que dominará el escenario económico hasta la primera mitad del siglo XX.
vecinas con el altiplano, así como en las serranías del Cono Sur, las haciendas perviven
intactas y manteniendo en general el régimen de colonato. Por último, provincias como
Totora y regiones como Pocona con fuerte presencia latifundiaria en el primer caso, y
parcelaria en el segundo; a partir de la segunda mitad del siglo XIX, como consecuencia
del segundo auge de la plata, amplían sus opciones promoviendo la economía de la coca
y generando una momentánea bonanza económica que favorece a la ciudad de Totora26.
Antonio García (1972) resume muy bien el escenario y los rasgos estructurales que
caracterizan la sociedad republicana del siglo XIX y primera mitad del XX, cuando
afirma que la economía colonial no desaparece con la emergencia republicana, de tal
manera que la nueva organización política resultante se limitó a superponerse a una
estructura de “haciendas, centros mineros y ciudades egocéntricas”, que al desaparecer
el viejo poder colonial se convierten en los nuevos centros de poder y en las fuerzas
incontrastables de dominio de las élites terratenientes y mineras sobre el Estado
republicano. García afirma que las repúblicas nacen propiciando el florecimiento de la
vida colonial, ya que al desaparecer el sistema jurídico-político del control peninsular,
permite la eclosión del poder de las haciendas señoriales, los centros mineros y las
ciudades tradicionales. El Estado no es otra cosa que la representación cerrada de estos
intereses pese a las poses radicales de circunstanciales corrientes progresistas.
El latifundio señorial, anota el autor citado, conserva las tradiciones de dominio sobre la
tierra y la ideología de la encomienda impuesta a la población indígena y, se convierte
en una verdadera constelación de poder que se apoya en la propiedad monopólica sobre
las mejores tierras y el dominio paternalista sobre la mano de obra adscrita servilmente
a esa tierra, pero además extiende sus tentáculos hacia el control hegemónico de las
instituciones estatales, los recursos técnicos y financieros, además de los mecanismo de
representatividad democrática. Por todo ello, la gran propiedad, era mucho más que una
forma de tenencia concentradora de tierras, agua, recursos naturales y recaudación de
renta fundiaria (plus trabajo aportado por colonos, aparceros, arrendatarios, peones e
incluso minifundistas). Su peso la convertía en una estructura de poder social capaz de
modelar un sistema de vida con sus propias normas, valores y preceptos, donde la figura
paternal del patrón se proyectaba como una autoridad con atribuciones de intervenir,
sancionar y castigar los actos morales, los comportamientos sociales e individuales y las
prácticas culturales de un denso universo de campesinos, inclusive más allá de las
fronteras de la hacienda.
García anota todavía, que la constelación del poder hacendal se complementa con otra
constelación de poder que deviene de la ciudad tradicional que organiza los mecanismos
de apoyo institucional, legal, financiero y represivo que sustenta al primero. De esta
manera, se va estructurando una forma de ocupación y uso del territorio caracterizado
por la presencia de una ciudad tradicional, un conglomerado de haciendas y una basta
población agraria de colonos, arrenderos, minifundistas, que interactúan en términos
desiguales, dando paso a un modelo de acumulación de riqueza que favorece a los
grandes propietarios de tierra y a la élite de la ciudad tradicional. Esta estructura, en el
caso de Cochabamba, como vimos anteriormente, presenta rasgos diferentes, pero en
todo caso, en términos espaciales, la relación capital departamental-grandes haciendas-
tierras de arriendo-piquerías-ferias campesinas-pueblos de provincia, contenía las
26
Estos aspectos serán analizados con mayor detalle en el capítulo 2.
27
estructuras antes descritas combinadas con formas emergentes del poder campesino que
a mediados del siglo XX trastrocaría esta forma de poder.
La ideología y el pensamiento de las élites en el siglo XIX y primera mitad del XX.
La emancipación fue en cierta medida una ruptura formal con España y una apertura
hacia Europa, particularmente Francia e Inglaterra, y más adelante con los EE.UU., que
se convirtieron en los depositarios de los nuevos valores: las libertades individuales, el
pensamiento racional, la ciencia moderna, el desarrollo técnico, la libertad de comercio,
en suma la modernidad a que aspiraban las nuevas élites. Sin embargo, particularmente
los terratenientes, los propietarios mineros y los grandes comerciantes, eran
mayormente españoles o descendientes directos de estos y no se dejaban impresionar
por los nuevos vientos ideológicos, aferrándose vehementemente al antiguo orden
constituido, es decir, una estructura social basada en la servidumbre de las poblaciones
autóctonas, siendo particularmente dominante esta postura en las áreas rurales. Por tanto
desde el mismo nacimiento de las repúblicas surgieron posiciones ideológicas
contrapuestas. Los liberales apostaban por la necesaria modernización, con los cambios
que fueran necesarios, de la antigua sociedad colonial heredada; los conservadores eran
firmes defensores de la tradición y se oponían tenazmente a cualquier innovación que,
según ellos, pondría en riesgo el delicado orden natural y social de las cosas.
Obviamente los grandes propietarios eran cerradamente conservadores.
orden divino de las cosas y la idea de su alteración era poco menos que blasfema o
sacrílega. Se negó de plano la validez del proceso moderno de secularización de la
sociedad y se reafirmo el sentido de eternidad de todo lo existente. Bajo estos preceptos,
las constituciones conservadoras y los gobiernos del mismo signo se consagraron a crear
un poder ejecutivo autoritario y fuerte, complementado con un parlamento de corte
aristocrático elegido por el voto calificado29. Según Romero (obra citada), tal era el
sentido de la constitución argentina de 1819, de la brasileña de 1824, de la chilena de
1833 y la constitución que Bolívar redactó en 1826 para Bolivia. El pensamiento
conservador desarrolló la tesis de un poder institucional fundado en las clases
poseedoras y ejercido por un parlamento de notables munidos de blasones que
demostraban su raigambre aristocrática, pues solo bajo estas condiciones se podría tener
un gobierno eficaz, capaz de asegurar el orden y la paz.
En las áreas rurales las expresiones regionales del conservadurismo fueron el germen de
poderosos poderes locales que dieron origen al fenómeno del gamonalismo. El
personaje central de este poder despótico, que con frecuencia solía estar por encima del
propio Estado e imponía sus propias normas y valores, era el gamonal, término con el
que se solía designar a un eminente terrateniente, para el caso boliviano, que ejercía el
poder local aisladamente o con un grupo de iguales, en términos reales,
independientemente de que disponga o no de un cargo público. El gamonal era el
todopoderoso que gozaba de una autonomía, aunque solía estar vinculado y se
subordinaba formalmente al partido conservador de turno. Era un producto del ascenso
social, donde lo político se expresaba directamente en relación con los mecanismos de
funcionamiento económico, que permitían la vinculación entre la gran, e incluso, la
mediana propiedad y ciertas formas del capital comercial El gamonalismo era, en
efecto, una forma despótica de ejercicio del poder, y una de las manifestaciones de la
dominación étnica más explícitas (Ibarra (1991).
El gamonalismo, reitera Ibarra (2002) era una forma de poder político local rural
resultante de la vigencia de una estructura estamental o de castas, en la que se ha
“naturalizado” la dominación étnica. Su sostén son las sociedades rurales en las que
existe la férrea subordinación del campesinado y el predominio de sistemas agrarios en
los que impera la gran propiedad. Sin embargo, hay otra variante del gamonalismo que
se halla vinculada al capital comercial y los mecanismos despóticos o coactivos de
constitución de las relaciones de mercado. El gamonalismo aparece como una forma de
poder difuso y descentralizado que se basa en la segmentación del funcionamiento de la
sociedad agraria, con sus particularidades regionales, locales y características étnicas.
Así el gamonalismo podría ser interpretado también dentro de un proceso de
diseminación del poder, con sus zonas, lugares y eslabonamientos; y alude a los
fundamentos agrarios de la constitución del Estado, es decir, a la trama de relaciones
sociales y simbólicas que en las zonas rurales conformaban las instituciones estatales y
29
En el caso boliviano el voto calificado o voto censitario rigió desde el mismo nacimiento de la
Republica hasta la promulgación del voto universal en 1953. En este tipo de votación solo participaban
ciudadanos varones que demostraban ser alfabetizados, poseían bienes inmuebles y tenían pleno uso de
sus facultades. Por tanto estaban al margen las mujeres de cualquier condición social, el conjunto de las
clases no propietarias y los analfabetos, lo que incluía a casi todas las clases medias bajas (artesanos,
pequeños comerciantes, etc.) y naturalmente a todos los indios. Luego en las pocas elecciones que tienen
lugar a lo largo del siglo XIX y primera mitad del 20, los presidentes y parlamentarios solían ser elegidos
por un 10 % de la ciudadanía o menos.
30
privadas de dominación. Carlos Mariategui (1979), va más lejos, ya que considera a los
gamonales como “parásitos”, es decir, el gamonalismo no es una categoría social
referida solo a los grandes terratenientes. Es todo un sistema de poder, comprende
además de los patrones de hacienda que ejercen el mando, a los administradores, a los
capataces y a una larga jerarquía de funcionarios intermediarios, agentes, servidores,
etc. El indio alfabeto convertido en capataz o funcionario, se transforma en un
explotador de su propia raza por que se pone al servicio de este poder, sin embargo todo
este sistema gira en torno a la gran propiedad terrateniente y las relaciones económicas
y sociales que se desarrollan bajo el signo del vasallaje y el servilismo.
captación del plus trabajo campesino instaurado por los españoles desde los tiempos del
Virrey Toledo. En el siguiente apartado se vera la dimensión étnica y racial de estos
mecanismos de explotación.
En el caso de Bolivia, como plantea Demelas (2003), la pregunta angustiante era ¿cómo
formar la nación con indios? Una primera reacción de las élites fue negarse a reconocer
la existencia de diferencias étnicas32. En el proceso de fundación de la República e
inmediatamente después, la dirigencia criolla, es decir los diputados constituyentes
hicieron del problema del indio el centro del debate y pronto se dividieron en dos
tendencias: unos que afirmaban que los indios eran parte del pueblo, detentaban la
legitimidad de la propiedad por ser pobladores originarios, eran los ciudadanos
mayoritarios del nuevo Estado. Sin embargo, otros consideraban que estas ideas eran
poco menos que veleidosas y hasta subversivas pues ponían en tela de juicio la
representatividad, el origen y los derechos de los criollos.
Por ello, en 1825 la mayoría de los diputados prefirió considerar a los indígenas como
una masa sin existencia política que era necesario colocar bajo tutela. En virtud de la
supuesta incompetencia de los indios, la democracia resultante de los largos quince años
de guerra contra España, terminó fundándose sobre la exclusión de los pueblos
aborígenes del cuerpo político de la nación. De esta forma, se privó a los indios del
derecho al voto. Casimiro Olañeta que sostenía estos puntos de vista, dejó en claro el
principio de que la vida democrática republicana debía ser regida por individuos
propietarios y no por representaciones corporativas como las comunidades campesinas o
los gremios populares (Demelas, obra citada). Lo irónico, como veremos más adelante,
es que la república de criollos no podía subsistir sin el tributo indígena.
Estas imposiciones fueron posibles y las protestas fueron manejables, salvo periódicas
explosiones de furia, sobre todo de las comunidades aymaras que solían terminar en
baños de sangre, mediante el avance territorial y local del gamonalismo. En cada pueblo
de provincia, en la vecindad de cada comunidad y en cada casa de hacienda, emergieron
una nube de parásitos, como los califica Mariátegui, esto es agentes políticos, curas de
parroquia, tinterillos de pueblo, usureros diversos, el jefe de policía local, etc., que se
asocian con la clase patronal y construyen la base de un poder local sólido que garantiza
que la masa de indios colonos y arrenderos permanezca quieta y tranquila.
El espanto que provoco la sublevación de Pablo Zárate Willka en 1899 a raíz de las
masacres de conservadores “alonsistas” chuquisaqueños y federalistas paceños, colocó
32
El general San Martín, mediante un decreto abolió la palabra indio por peruano y el mariscal Sucre en
Bolivia, en 1826, abolió la segregación por parroquias que separaba a los indios de los mestizos y criollos
blancos en Potosí.
33
Por una parte, surgió un sector radical que consideraba, respecto al caso Willka, que los
indios debían ser castigados por quebrantar la ley y que en ningún caso debía forjarse
una idealización de su conducta, puesto que si esta sobrepasaba los límites de la
tolerancia debían ser tratados como criminales. Se llego a pensar en el extremo de
extinguir gradualmente la raza aymara y quechua a través del mestizaje y la inmigración
masiva de gente blanca. Estas ideas encuentran sustento aparentemente científico en la
doctrina del darwinismo social33. Estas teorías, incluso permiten reinterpretar la historia
de Bolivia: las interminables revoluciones, la presencia de caudillos bárbaros (Belzu y
Melgarejo) como los denominaba Alcides Arguedas, las ambiciones sin fin, las
traiciones, no tenía otra causa y origen que la composición racial del país: los caudillos
y tiranos que oscurecen la historia de Bolivia tenían sangre india en sus venas y por
tanto no podían evitar ser ávidos de placeres fáciles, de glorias vanas y de venganzas
despiadadas. Los mestizos por la misma razón, eran perezosos, proclives a los litigios,
al servilismo, a la intriga, al caudillaje (Moreno, 1960, citado por Demelas, 1981) 34.
Estas ideas que no tenían ningún sustento científico serio, sin embargo, fueron
influyentes en su época, y personalidades como Bautista Saavedra que en 1903 publicó
El Ayllu, donde describe en detalle el funcionamiento de una comunidad indígena en el
altiplano, concluía, sin empacho, afirmando que esta era una estructura anacrónica para
la república y que debía desaparecer, influido sin duda por tales corrientes.
Sin embargo, surgían otras corrientes que se proponían solucionar el problema del indio
sin llegar a extremos, cobrando popularidad ideas en torno a la educación como
posibilitante de su integración a la sociedad. Sobresalen en este orden, los
razonamientos expuestos por Alcides Arguedas en Pueblo Enfermo y Raza de bronce,
en su pretensión de curar las enfermedades sociales mediante la ciencia positivista.
Arguedas, como tantos otros intelectuales latinoamericanos del período, asumía el rol
del doctor encargado de diagnosticar los males del “pueblo enfermo” y proponía una
“terapéutica” que se dirigía a mejorar el trato del indio víctima de patrones implacables,
es decir, mejorar el trato “feudalista” y abusivo para evitar “la guerra de razas”(J.
Edmundo Paz Soldán, Prologo a Arguedas, 2006). Franz Tamayo, autor de Creación
de la pedagogía nacional (1910), formuló una tesis geo-socio-antropológica en torno a
33
El darwinismo social europeo era una doctrina más ideológica que científica, que mecánicamente
trasladaba los principios de la selección natural de las especies de Charles Darwin al campo social,
afirmando que la desigualdad entre los hombres, las razas, las clases sociales, era una ley universal y que
la evolución, no era otra cosa que la lucha permanente entre vencidos y vencedores, estos últimos
tipificados como los más aptos y los que naturalmente debían conducir la sociedad. En suma el
darwinismo social era la teoría de la “sobrevivencia del más apto”.
34
Nicomedes Antelo, cuya biografía publica Gabriel René Moreno, realiza investigación antropométrica y
difunde la moda de la craneometría, con las que hace estas ridículas constataciones: “La insuficiencia de
la masa cerebral del indio, inferior en su peso de cinco a diez onzas sobre la raza blanca caucásica, el
raquitismo de las células que elaboran en aquéllas y la imperfección de la sangre, la que sus glóbulos
están supeditadas por una linfa perniciosa, bien claro mostraban limitaciones de sus facultades
psíquicas, su ineptitud para las labores civilizadas” (citado por Demelas, 1981).
34
El indio y el Estado: la cuestión del tributo y la trama jurídica que define esta
relación.
El tributo debía ser cancelado en moneda, pero como quiera que los nuevos súbditos del
rey español no estaban familiarizados con una economía monetaria, fueron dispensados
de esta modalidad para abonar sus obligaciones mediante la explotación gratuita de su
fuerza de trabajo, salvo los elementales gastos de alimentación y vestimenta que corrían
a cargo del encomendero. Con el descubrimiento del cerro de Potosí y la introducción
de las reformas toledanas en 1573, esta situación se modifico por la imposición de que
35
La aplicación del tributo, en el régimen colonial, tenía un marcado sentido étnico. Los
sujetos del tributo eran los aborígenes y esta obligación al adquirir un significado racial
se convirtió en un estigma que cargaban sólo los estamentos inferiores de la sociedad
colonial. Este significado del tributo permaneció vigente en la sociedad republicana, por
tanto quienes tributaban eran los indios y no otros estratos sociales, Sin embargo, para
que las tierras de comunidad fueran transferidas a las haciendas, era imprescindible que
previamente el Estado deslegitimara la tenencia colectiva de la tierra y por tanto
suprimiera el tributo, obligando a los comunarios a convertirse en propietarios
individuales de parcelas, para que bajo esa condición, fueran obligados, por coacción o
por ley, a vender sus tierras a ávidos terratenientes. Aparentemente, esta era la vía
directa que podía saciar la sed de tierras de los hacendados, pero para ello, el Estado
debía previamente cargar el tributo indigenal sobre la gran propiedad a otros estratos
sociales, para no generar una situación de insolvencia fiscal. Obviamente resultaba
insultante para la dignidad de los criollos, que tuvieran que tributar como si fueran
indios. Por tanto, la cuestión se convirtió en un verdadero círculo vicioso, que término
en un pandemonio leguleyezco de marchas y contramarchas, cuyos episodios más
significativos pasaremos a enumerar.
La república fundada en 1825, nació bajo la presión de reducir las enormes extensiones
controladas por las comunidades en los valles y el altiplano, consideradas “tierras
muertas” en manos indígenas. Por tanto, para el desarrollo de la agricultura, era
menester que tales tierras pasaran a manos de industriosos hacendados. En diciembre de
182535, Bolívar dicta una ley aboliendo el tributo indigenal y extendiendo esta
35
Le de 22/12/1825.
36
De esta forma, el tributo colonial no sufre ningún cambio y se convierte, tanto o más
que durante el régimen hispánico, en el soporte principal del ingreso fiscal, a tal punto
que en la administración del mariscal Santa Cruz (1831) se vuelve a reglamentar el
sistema de cobro y se retorna a la odiosa práctica colonial de las revisitas 36 y la
confección de una matricula de indígenas contribuyentes. Los conflictos bélicos con el
Perú en 1828 y 1841, así como la Confederación Perú-Boliviana de 1835, de acuerdo a
Ovando (obra citada), se financiaron con el tributo indígena. Al calor de las reiteradas
necesidades estatales para hacer frente a las necesidades bélicas, la administración de
José Ballivián (1842) negó una vez más la propiedad comunal y proclamó la propiedad
estatal sobre estas tierras bajo la fórmula de la enfiteusis37. Esta disposición, a pesar de
sus diferentes acepciones, tenía la intencionalidad de remarcar la propiedad estatal de
las tierras de comunidad, pues bajo este sistema los indios como colectividad, no podían
ser propietarios; por tanto el Estado, como el único propietario legal, tenía el derecho de
exigir el pago de un canon anual por el usufructo en forma de tributo o contribución
36
En términos amplios, las visitas eran inspecciones ordenadas por la autoridad colonial a diferentes
niveles de la organización social de una o más comunidades campesinas asentadas en un territorio, para
investigar y resolver problemas vinculados a los cargos del gobierno indígena, la tasación de los tributos,
los recursos materiales y humanos, los conflictos jurisdiccionales, las catástrofes demográficas; en
síntesis, a los desajustes de toda índole. Sin embargo, si bien este era el sentido de las visitas, el énfasis
mayor se dirigía a la tasación de tributos y al empadronamiento de indios originarios sujetos al tributo.
Las revisitas eran formas de actualización del régimen tributario, donde eran frecuentes los abusos y el
incremento de las obligaciones.
37
De acuerdo a Ovando Sanz (obra citada: 55): “La tesis de la enfiteusis no era sino una figura jurídica
destinada a negar la propiedad histórica de los pueblos indígenas sobre su propio territorio y facilitar el
camino para la usurpación de tierras de comunidad por parte de los blancos” En términos más
específicos, se entendía por enfiteusis un régimen en el cual los dueños de la tierra eran dos: el señor del
dominio directo y el señor del dominio útil; el primero ponía su capital (la tierra) y el segundo su trabajo
y ambos se dividían las utilidades. Pero también se entendía por enfiteusis un contrato intermedio entre la
compra-venta y el arrendamiento, o bien el contrato por el cual un dueño de bien raíz cedía a una persona,
el goce de la propiedad, en forma definitiva o por mucho tiempo, a cambio de un canon anual o arriendo.
Siendo tan variadas las acepciones del término, resultaba fácil para los abogados manipular el concepto y
favorecer operaciones de simple despojo revestidas de aparente legalidad.
37
Mariano Melgarejo, llego todavía más lejos a través de un decreto emitido en 1866,
estatizó las tierras de comunidad e incluso aquéllas tierras en general que los
campesinos habían recibido como herencia de sus antepasados, disponiendo la subasta
pública de las mismas38. Esta medida afecto profundamente la viabilidad de las
comunidades, sobre todo en el altiplano, incentivó la expansión de las haciendas.
Emergieron nuevos originarios ajenos a las comunidades, como propietarios de tierras y
los antiguo comunarios terminaron como colonos de hacienda, a tal extremo que en
1867 se puso en vigencia una disposición que legalizaba el régimen del colonato, sobre
todo en aquéllos casos en que todas las tierras de comunidad eran vendidas y
convertidas en haciendas, los antiguos indios comunarios se convertían en colonos del
comprador (Antezana, 1992)39.
Estas y otras numerosas normas y leyes que sería complicado detallar, configuraron la
estructura legal del agro boliviano en el siglo XIX. La articulación de la economía
minera al mercado mundial alivió la dependencia estatal del tributo indigenal y con ello,
se consolidaron las disposiciones legales de 1880, con variantes y retoques diversos,
pero sin alterar el fondo del asunto. En las primeras décadas del siglo XX, durante los
gobiernos liberales, se intensificaron las revisitas, quedando establecido que el impuesto
predial rústico se aplicaba a las haciendas y el impuesto territorial a las comunidades
sobrevivientes y a las tierras de origen 40. En realidad, la contribución territorial o
impuesto indigenal fue establecido en 1874 y su modalidad, vigente a lo largo de la
primera mitad del siglo XX, era que el tributo se aplicaba al terreno y no a personas, o
sea, que el hecho generador de la contribución era la propiedad agraria y eran los jueces
38
El decreto de 20/03/1866, establecía expresamente que el indígena que dentro del término de 60 días
después de ser notificado, no recabara su título de propiedad abonando la suma de 25 a 100 pesos
quedaba privado de la propiedad sobre su fundo rústico y la misma se enajenaría en subasta pública
(Antezana, 1992).
39
Estas disposiciones draconianas que extinguían la vida legal de las comunidades dieron lugar a grandes
sublevaciones indígenas que terminaron por derrocar el régimen de Melgarejo. En 1871, durante el
gobierno de Agustín Morales, los indios y las comunidades despojadas retornan al dominio de sus tierras.
40
El impuesto predial rústico grababa con el 8 % las ventas realizadas por la hacienda, en tanto la
contribución territorial se aplicaba a la totalidad de la superficie del predio campesino y a su presunta
rentabilidad. Los montos eran variables y arbitrariamente subían en cada revisita, estableciéndose así una
brecha entre el trato generoso que recibía el hacendado, que podía manipular sus utilidades e incluso
invocar malos años agrícolas para evadir el gravamen, en tanto la los indios comunarios o los indios
parcelarios no tenían ninguna opción y la amenaza de subasta de su tierras por evasión tributaria siempre
estaba presente.
38
agrarios, que mediante la revisita, fijaban el monto del impuesto según la calificación de
la calidad de las tierras y su extensión (Antezana, 1996).
Nivel estructural
A lo largo del análisis del nivel superestructural de la sociedad del siglo XIX, hemos
podido verificar que los dos fundamentos de sostenibilidad del mundo señorial giraban
en torno a las haciendas y la gran minería, existiendo entre ambas lazos políticos,
ideológicos y económicos que dieron forma a proceso políticos, pero también a la
viabilidad de un modelo de acumulación donde unos y otros debían conciliar y delimitar
sus intereses. Respecto a la cuestión específica que nos interesa, es decir, la estructura
agraria resultante de los roles que las élites definen para hacer de ella un instrumento de
poder y dominación, hemos visto, que el origen de todo el orden de privilegios que
detentaban los grandes y medianos propietarios de tierras emanaba de los antiguos
41
Gustavo Rodríguez (1990) asevera que, a pesar de la idea generalizada de que las comunidades en los
valles de Cochabamba ya estaban muy debilitadas en el siglo XIX, en el caso del Valle Bajo, la ley de
1868 promovió una arremetida contra las comunidades indígenas, al punto que constituyó “el mayor
esfuerzo estatal durante el siglo XIX por empujarlas al régimen hacendal”. En la misma forma, la ley de
Ex Vinculación de 1874 promovió compras de tierras de comunidad en el Valle Bajo, particularmente en
el cantón El Paso, pero significativamente con una fuerte participación de labradores y agricultores y no
solo de terratenientes.
39
fundamentos del poder colonial, esto es el reparto de tierras y fuerza de trabajo bajo la
institución de la encomienda y la gradual transformación de esta posesión simultánea de
medios de producción y trabajadores serviles en la hacienda señorial.
En el caso de Cochabamba, concretamente en los valles centrales que son los territorios
más intensamente enfocados por los historiadores, la presencia española a partir de la
segunda mitad de la década de 1530, dio paso paulatino a un proceso de ocupación de
tierras que tempranamente entro en conflicto con los asentamientos aborígenes
existentes y cuyos derechos se remontaban a las divisiones y distribuciones de tierras
practicadas por los Incas Tupac Yupanqui y Wayna Capac42, dando lugar a muchos
pleitos, que de todas maneras no impidieron la consolidación de numerosas
encomiendas43. Con este antecedente, se inició el largo proceso de consolidación de una
estructura agraria sustitutiva de aquélla que fue implantada por el Estado Inca en el siglo
XV y que permitió consolidar un régimen privado de propiedad de la tierra. De acuerdo
a José Gordillo (1987), esta consolidación bajo la forma de propiedad hacendal, esto es,
surgimiento formal de las haciendas, se produjo en 1645 con la Visita y Composición de
Tierras de Joseph de la Vega Alvarado, quien realiza el deslinde de la mayoría de las
haciendas del Valle Bajo.
Sintetizando: en los valles centrales de Cochabamba a fines del siglo XVIII y en el XIX
todavía era visible el predominio de la hacienda como unidad agrícola dominante, sin
embargo, la persistente tendencia de contracción de la demanda del grano de
exportación, obliga a los hacendados a introducir la opción del arriendo de tierras como
una estrategia para enfrentar esta realidad y garantizar la captación de una tasa de renta
conveniente y estable, profundizando la explotación de la fuerza de trabajo de los ex
yanaconas convertidos en arrenderos. De esta manera, el trabajo servil, con pequeñas
44
Estas cuestiones serán abordadas con mayor amplitud en el capítulo 2
45
El “arrimante” era el indio forastero o el indio sin tierra, que se “arrimaba”, es decir, que se establecía
en el límite de las tierras de arriendo de una hacienda, para ofertar su fuerza de trabajo a cambio de
medios de subsistencia.
41
Afirmar que sobre las labores agrícolas reposa una buena parte del desarrollo humano
incluida la viabilidad de las ciudades, es hacer referencia a una verdad incuestionable y
ampliamente conocida, que no requiere de mayor demostración. Otra cosa es determinar
en que consiste la relación entre economía campesina y circuitos mercantiles. Para ello,
es necesario realizar algunas precisiones. Por una parte, cuando hacemos referencia a
esta relación se está presuponiendo la existencia de una unidad productiva agrícola (la
parcela) que pertenece a una familia campesina en condición de propiedad individual o
familiar. Bajo este precepto, dicha familia tiene libertad de decidir sobre la naturaleza
de su producción y concurrir con parte o la totalidad del producto a un mercado de
comercialización. Si estos son los requisitos para que exista tal relación, estamos
hablando de un momento concreto y históricamente definido de la relación más general
campo-ciudad, que en otros momentos y bajo distintas formas de tenencia de la tierra (la
comunidad, la encomienda, la hacienda) ha dado lugar a otras formas de relación y con
actores diferentes. Dicho de otro modo, el vínculo entre economía campesina y mercado
solo es posible cuando dicha familia es poseedora legítima de medios de producción y
maneja con soberanía el destino de su producción. La situación será diferente, si el
dueño de la tierra es un gran hacendado, quién previamente se apropia del fruto del
trabajo agrícola y luego lo comercializa en el mercado. En este caso, el productor
directo no concurre a esta transacción, sino bajo la forma invisible de aportante de plus
trabajo.
46
Esta unidad agrícola tan extensa como la hacienda, se destinaba a la crianza de ganado (llamas, ovejas,
carneros) en base a los extensos pastizales existentes. Se trata de tierras en general áridas y no aptas para
la agricultura. Aquí no existe el arriendo de tierras, pero si pervive la relación colonial intacta de
hacendado-colono, como en el régimen del yanaconaje.
42
Un teórico respetable sobre esta cuestión, Alexander V. Chayanov (1987) afirma que la
economía campesina posee su propia lógica de producción distinta a la lógica
capitalista, una vez que su objetivo principal no es la apropiación de plus valor, sino la
reproducción familiar, pudiendo por ello resistir mejor las crisis capitalistas de caída de
las tasas de ganancia. En suma, las principales características de esta economía de
acuerdo a Chayanov serían: a) en la agricultura familiar, la unidad de producción es la
familia y no el individuo; b) esta familia no es ni proletaria ni capitalista, se mueve entre
ambos extremos pero no asume ninguno; c) la familia es a la vez unidad de producción
y de consumo d) el trabajo familiar tiene tres funciones generalmente simultáneas e
inseparables: la reproducción (trabajo doméstico), la producción para el consumo
familiar (autoconsumo) y la producción mercantil (citado por Kervin, 1988).
Esta creciente monetización de la economía campesina, así como les abre paso a nuevos
horizontes consumistas, de los cuales se vuelven cada vez más dependientes, también
los expone a fuertes vulnerabilidades, al punto que el retorno a la auto subsistencia deja
de ser una opción para la reproducción familiar y de la fuerza de trabajo. La crisis
golpea, no solo por causas naturales, sino también cuando se producen crisis en el sector
capitalista que terminan en el alza de los precios de las manufacturas y la baja de la
oferta de productos agrícolas. Por tanto, para seguir operando, es necesario ofertar
productos agrícolas por debajo de su costo de producción y absorber la diferencia dentro
43
Como hemos visto con bastante detalle en el apartado anterior, el sistema de arriendo
fue el resultado de varios factores que repasamos rápidamente: por una parte, la
extinción del yanaconaje como uno de los efectos más notorios de la crisis del mercado
de granos de exportación en el siglo XVIII; por otra, la estrategia terrateniente de
enfrentar la crisis abaratando la reproducción de la fuerza de trabajo campesina e
intensificando su explotación, además de la protección estatal a este tipo de relaciones
entre patrones y trabajadores rurales.
elaboración de chicha, venta de los productos agrícolas del patrón en la ciudad y ferias);
además del pago en especies (animales domésticos, cereales, fruta)49.
En este caso, la economía del arrendero debe desdoblarse en dos frentes: atender las
obligaciones contraídas con el patrón y cultivar la tierra arrendada para cubrir las
necesidades vitales de la familia e incluso generar un excedente comercializable en el
mercado (la feria) que le permita acceder a capital-dinero para abonar parte de las
obligaciones con el patrón y pagar en parte, la mano de obra contratada (jornaleros,
arrimantes). Esto último, es decir, aprovechar el pegujal o sayaña arrendada al máximo
de su capacidad agrícola para generar un excedente de producción, satisfecha la
necesidad básica de reproducción de la fuerza de trabajo familiar, mediante el contrato
de jornaleros y peones arrimantes para ampliar la capacidad de trabajo de la familia o
suplir a trabajadores familiares obligados a cumplir labores en la hacienda; define una
estructura, como ya se hizo notar, que reproduce en la escala de la parcela alquilada, las
mismas relaciones de producción a las que está sometido el arrendero con respecto al
patrón, una vez que el jornal, el trabajo en compañía con un arrimante o el peonaje se
abonan en especies mas que en dinero. Dicho de otra manera, así como el patrón capta
plus trabajo en forma de moneda y especies que luego monetiza, el arrendero también
tiene la capacidad de hacer lo propio pero en una escala naturalmente menor y siempre
y cuando, factores como el régimen pluvial, las disponibilidad de buenas semillas y
otros le permitan esta alternativa.
1. El sistema de arriendo, a fines del siglo XIX y primera mitad del XX, en virtud
de la profundización de las crisis que agobian la economía hacendal, tenderá a
evolucionar a la forma de producción parcelaria, pero bajo condiciones distintas.
En proporción significativa, los arrenderos logran comprar a patrones asediados
por deudas o en aprietos monetarios, los sitios agrícolas arrendados, sobre todo
en el Valle Alto y el Valle Bajo. Este fenómeno abre paso a una producción
campesina parcelaria en base a trabajadores independientes (los piqueros o
pegujaleros). Sin embargo, también muchos pequeños comerciantes pueblerinos,
familias de chicheras e incluso tal vez artesanos, compran pequeña parcelas e
intervienen en la producción mencionada. Estos operadores, suelen contratar
jornaleros y peones, pero también entre ellos son frecuentes las prácticas de
reciprocidad del ayni y la minka. La diferencia sustancial con la economía del
arriendo, es que un volumen mayoritario de la producción o en algunos casos,
toda la producción se vuelca al mercado. Particularmente entre las dos décadas
finales del siglo XIX y la década de 1940, la producción parcelaría de maíz en
los valles centrales de Cochabamba, fue la materia prima de la chicha que
materializó el desarrollo urbano de la capital departamental. El éxito de los
piqueros, acentúa el objetivo de la propiedad privada de tierra agrícola en
49
El régimen de trabajo, sobre todo en haciendas del valle alto y bajo, pero también en otras zonas, no
era controlado directamente por el hacendado sino por el administrador de la hacienda, quien organizaba
las labores de cada etapa del ciclo agrícola y controlaba el cumplimiento de las obligaciones de cada
colono. Muchas veces este administrador era asistido por el hilacata o curaca, se trataba de un arrendero
de confianza del patrón encargado de colaborar al administrador en el control de las labores agrícolas,
organizar el trabajo de los colonos en las tierras del patrón y obligar a estos a cumplir con los servicios en
la casa de hacienda o en la ciudad. En algunas haciendas, cumplía estas labores el mayordomo. Estos
funcionarios eran parte de un sistema de control de la fuerza de trabajo de rasgos represivos, quienes en
caso necesario acudían al corregidor y al cura, para resolver cualquier conflicto (Sánchez, 1992).
45
De acuerdo a Jurgen Golte (1980) estas duras condiciones ambientales han modelado
sociedades complejas que han enfrentado exitosamente estos desafíos promoviendo
niveles de producción y consumo comparables con otras sociedades agrarias con
niveles técnicos y de utilización de energía considerablemente superiores, hasta el punto
de permitir el desarrollo de sociedades con un aparato estatal bien estructurado,
incluyendo la existencia de élites gobernantes suntuarias y una densidad de población
debidamente mantenida y alimentada, como lo fue la sociedad y el Estado inca. ¿Como
se pudo resolver este aparente contrasentido entre unas condiciones naturales con
fuertes limitaciones para el desarrollo de una agricultura extensiva e intensiva y una
formación social con un avanzado nivel de desarrollo?
Golte sugiere que esto fue posible gracias a la “organización andina”, es decir, a la
forma de organización social y económica de la población y a una forma especial de
control territorial que John Murra (1975) denomina “control vertical de pisos
ecológicos”. La problemática de la caprichosa orografía andina es la presencia de un
extremo fraccionamiento de los terrenos de cultivo y la gran variación de condiciones
climáticas en los pisos altitudinales. Sin embargo, este último aspecto ha permitido a los
campesinos andinos el manejo de diversos ciclos agropecuarios con sus respectivos
requerimientos estacionales de fuerza de trabajo. Sin embargo, la complejidad de este
manejo solo sería posible a través de la coordinación del trabajo y la satisfacción de
requerimientos diverso en forma oportuna para atender simultáneamente diversos pisos
altitudinales. Estas exigencias, de acuerdo a Golte, dieron paso a una forma específica
de organización social, es decir, un conjunto de unidades domésticas que poseen en
común una extensión de terreno o chacra en un piso altitudinal determinado, el mismo
que es trabajado en común por dichas unidades. Cuando las labores agrícolas en curso
liberan mano de obra sobrante y se rotan las obligaciones entre tales unidades, al mismo
tiempo otras unidades domésticas en pisos altitudinales distintos, realizan las mismas
tareas pero con ciclos agrícolas ajustados a tales condiciones ecológicas. La cosecha de
cada chacra se distribuye entre el conjunto de las unidades domesticas participantes y
estas intercambian parte de los productos obtenidos con similares de otros pisos
46
Este tipo de organización supone: una forma de organización del trabajo colectivo
(todos trabajan para todos) ya sea en la chacra común o en las chacras familiares y un
sentido de propiedad colectiva, aunque existieran asignaciones o parcialidades a favor
de las unidades domésticas individualizadas. El Estado boliviano intento con poco éxito
hasta fines del siglo XIX, transformar esta forma de organización en propiedad
individual, para convertir el tributo indigenal aplicado a las comunidades en tributo a
personas y facilitar el ingreso de estas tierras al mercado mercantil, favoreciendo así el
avance de las haciendas. Los ayllus andinos no participaban de la economía de mercado,
su aislamiento respecto al aparato estatal como a la sociedad criolla era muy marcado.
El pago del tributo garantizaba este aislamiento como una estrategia defensiva frente a
los poderes gamonales de cada región que conspiraban continuamente para usurpar
estas tierras.
Una síntesis de todo lo analizado, podría permitir la siguiente reflexión: en el siglo XIX
y la primera mitad del XX, la relación Estado-sociedad-pueblos originarios andinos,
estuvo atravesada por un modelo de acumulación de capital mercantil basado en la
extracción del plus trabajo campesino a través de relaciones serviles de producción. Este
hecho estructural definió la naturaleza del Estado republicano en el periodo analizado y
el sentido organizativo e ideológico de sus instituciones. La determinante estructural
que guió la organización estatal y societal, no fue otra, que la justificación del sentido
étnico y racial que se atribuyó a las diferencias económicas. De esta forma, se puede
50
Normalmente un Ayllu abarca dos o más pisos altitudinales. En este caso, las tierras altas se
denominan urinsaya, las tierras del medio majasaya y las tierras inferiores aransaya.
51
Un análisis del sistema ferial en Cochabamba con anterioridad a 1952 se desarrolla en el capítulo 2.
47
CAPITULO 2
La estructura agraria de Cochabamba: fines del
siglo XVIII, siglo XIX y primera mitad del XX
El proceso histórico de Cochabamba esta vinculado, sobre todo en sus valles centrales, a
un ecosistema de condiciones excepcionales para el desarrollo de la agricultura, esto sin
perder de vista la riqueza de su heterogéneo despliegue altitudinal, una suerte de síntesis
geográfica que va desde los extremos rigurosos de las punas y los glaciares de la
cordillera oriental a los yungas y la llanura amazónica de sus tierras bajas, pasando
naturalmente por el clima benigno de su región mesotérmica. Esta singular conjunción
de valles fértiles y templados en una posición intermedia entre pisos altos vinculados al
altiplano y llanuras húmedas y lluviosas, hizo de Cochabamba un territorio de alto valor
estratégico respecto a procesos de desarrollo que vieron en estas virtudes una vocación
vinculada al suministro de bienes agrícolas de importancia vital.
Por ello, desde épocas remotas, seguramente muchos siglos antes de la presencia
incaica, estos valles fueron objeto de asentamientos dispersos e intensos trajines,
trueques y acarreos entre esta diversidad de pisos altitudinales, dentro de los moldes de
la estrategia agrícola andina descrita por John Murra (1975 y 2009) y Jurgen Golte
(1980). Sobre este escenario, en la segunda mitad del siglo XV sobreviene la invasión
del imperio Inca y se produce una drástica recomposición de las formas de uso del
territorio y del destino que se daba a la fragmentada producción agrícola, en lo que se
podría denominar una primera reforma agraria que experimentan los valles centrales,
que incluye no solo la reasignación de tierras, la reubicación geográfica de los pueblos
originarios, el repoblamiento a cargo de mitimaes, sino el cambio de las prácticas
agrícolas primitivas por un esfuerzo, que se puede presumir planificado, que introduce
la especialización cerealera y el cultivo intensivo del maíz en favor de un poder estatal
centralizado52.
La irrupción de España al filo de la primera mitad del siglo XVI, cambió una vez más,
en forma radical la estructura agraria y la formación social que modelaba el Estado inca.
Esta vez se trata de un proceso totalmente exógeno e imprevisible. Cochabamba
comienza a experimentar el impacto del temprano avance del capitalismo mundial, bajo
su forma mercantil, que se convierte en la fuerza dominante que comienza a dar forma a
la nueva sociedad colonial que emerge en los valles y otros territorios de Cochabamba.
Los mecanismos de dominación que van configurando la nueva sociedad local se
refieren a la introducción de una economía de mercado que incluye el flujo de capital-
dinero, la introducción de la propiedad privada en la tenencia de la tierra, la imposición
de un aparato político administrativo de corte represivo dirigido a imponer un sistema
de redistribución de los recursos productivos en favor de la élite española y promover
relaciones de producción que no solo intentan destruir las bases materiales y culturales
del mundo andino, sino construir sobre esos escombros, una sociedad donde el origen
étnico y los valores raciales se convirtieran en formas de calificación del lugar que
ocuparán españoles, criollos, mestizos e indígenas en la nueva estructura social colonial.
52
Para una relación más completa de la ocupación inca de los valles de Cochabamba ver: Watchel (1980),
Gordillo y del Río (1993) y Espinoza (2003).
49
A pesar de que Cochabamba se encuentra separada de la región minera por una arrugada
geografía de interminables serranías y altas cumbres que sometían a los arrieros a
pesadas y penosas jornadas de transporte para llegar a Potosí u Oruro con su preciada
carga de cereales, la fertilidad de los valles, la existencia de abundantes tierras irrigadas
y la presencia de una densa población indígena atrajo a los españoles, quienes
estimulados por el rápido desarrollo de la minería potosina que súbitamente genero un
ilimitado mercado de demanda para productos alimenticios, introdujeron con igual
celeridad numerosas especies vegetales que exitosamente se aclimataron, entre ellas el
trigo, cuyo valor comercial compitió con el maíz nativo, posibilitando ambas gramíneas
las harinas que proveían el pan español y las jak’a laguas indígenas que eran la base
alimenticia de los operadores y explotadores del Cerro Rico, convirtiendo a
Cochabamba esta circunstancia, en un territorio de alto valor para la estrategia de
explotación minera en términos comerciales y haciendo de los valles el Granero del
Alto Perú. Es decir, que fueron las fuerzas externas que potenciaron un dinámico
mercado para la agricultura de exportación, las que inicialmente modelaron la
formación social regional en la segunda mitad del siglo XVI.
Este proceso fue posible a través de las reformas toledanas, mediante dos recursos
principales que definen las características de lo que se puede llamar la segunda reforma
agraria que experimentan los valles: la concentración forzosa de la población indígena
en distritos de administración real o pueblos de indios 53 y la apropiación del territorio
restante en favor de la propiedad privada agraria. Ambas medidas son viables por la
imposición estatal del tributo indigenal obligatorio aplicado a los pueblos reales, y ante
53
En la región de Cochabamba se establecieron cinco pueblos de indios: Tiquipaya, El Paso, Sipe Sipe,
Tapacarí y Capinota. Cada pueblo real estaba constituido por indios originarios de una o más
comunidades, a quienes la corona española les dotaba de tierras respetando el carácter de variedad
altitudinal, pero al mismo tiempo los sometía al régimen de tributo en moneda, sin embargo existía la
opción del pago anual en trabajo. Para ello, cada comunidad asignaba un número de comunarios jóvenes
que cada año cumplía con el servicio de la mita (trabajo en la explotación minera) o el yanaconaje
(trabajo en las encomiendas y posteriormente en las haciendas).
50
En los hechos, tales medidas provocan en los valles: la privatización acelerada de las
antiguas tierras laborables de las comunidades de origen dispuestas por la dominación
inca, la formación de un mercado de tierras agrícolas, la imposición de técnicas
europeas de producción que destruyen el antiguo sistema de complementariedad de
pisos ecológicos, el crecimiento del yanaconaje 55 y la organización de un sistema de
exportación de cereales y harinas. La nueva estructura agraria resultante para poder
funcionar a cabalidad requería de un ágil catastro de propiedades, una infraestructura de
servicios legales y otra de apoyo a la producción, incluyendo la residencia de las
instituciones estatales y eclesiásticas del nuevo poder regional. La respuesta fue la
fundación de la Villa de Oropesa en la década de 1570.
Hacia 1680, el auge de la minería potosina llego a su fin merced a diversos factores: el
agotamiento de las vetas de plata superficiales, la prosecución de la explotación de vetas
profundas a través de galerías y el uso más intensivo de fuerza de trabajo, la
dependencia del mercurio de Huancavelica para beneficiar el metal, la tendencia a la
caída del valor comercial de la plata en Europa por la sobre oferta provocada por
similares yacimientos en el viejo mundo y otras zonas, el incremento de los costos de
producción y la paulatina escasez de mano de obra como resultado de la evasión al
servicio de la mita y los elevados índices de mortalidad que provocaba la
sobreexplotación de los mitayos, en fin el frecuente anegamiento de las galerías
profundas, la inexistencia de técnicas adecuadas de drenaje para resolver tales
problemas y la recuperación de la minería de la plata mexicana a costos de producción
más convenientes. En lo inmediato, esta conjunción de factores negativos provocó la
caída sostenida de los niveles de producción paralelamente a similar situación en los
54
Inicialmente, en las primeras décadas de la presencia española en los valles, la tierra fue distribuida en
forma de encomiendas, pero con la reforma toledana y a fin de consolidar una agricultura de exportación
de granos sostenible, las encomiendas fueron reasignadas bajo la forma de haciendas. Ver al respecto
Urquidi (1949) y Gordillo (1987).
55
El yanaconaje era una institución de servicios de trabajo periódico en las tierras del inca, que fue
aprovechada por los españoles para proveer de mano de obra a las haciendas, añadiéndole la prerrogativa
feudal de convertir a los indios yanaconas en siervos adscritos a la tierra y sin derecho de movilidad
laboral. Es decir, el yanacona no solo es un trabajador por tiempo indefinido adscrito a la hacienda, sino
que es transferido o vendido con esta a un nuevo patrón cuando se ejecuta una transacción comercial en
dicho sentido.
51
ingresos de las arcas reales del Virreinato del Perú, lo que a su vez, dio paso al inicio de
un largo periodo recesivo.
56
Este vendría a ser un antecedente inicial que estimuló el surgimiento gradual de poderes locales
encarnados por criollos, que frente a la debacle económica de la corona, comenzaron a buscar alternativas
propias y autónomas para el desarrollo de los escenarios regionales y locales.
52
En la segunda mitad del siglo XVIII la sociedad colonial en Cochabamba muestra una
trama de actores e intereses muy compleja. Por una parte, este territorio se convierte en
un ámbito donde es posible evadir exitosamente el rígido sistema de tributos que se
aplica a los indios originarios que viven en comunidades; por otra, tal éxito se vincula a
la adhesión continua de indios forasteros y arrenderos a la categoría de mestizos 58. Tal
situación se produce en medio de una ampliación continua de la agricultura en tierras de
57
Según la autora citada, en las grandes y medianas haciendas, a fines del siglo XVII e inicios del XVIII,
la población de yanaconas fue mermando y en su lugar aparecieron ex yanaconas en calidad de
arrenderos, es decir campesinos desvinculados de sus antiguos patrones y de su obligación a permanecer
en las haciendas, aparentemente convertidos en trabajadores rurales libres, pero que en realidad no tenían
ninguna otra opción que retornar a la relación laboral con los hacendados, quienes les ofertan fracciones
de tierra en arriendo o alquiler.
58
Según Guzmán (1972) este sería el origen del valluno, un indio arrendero o forastero que comienza a
reclamar su condición mestiza, arguyendo imaginarios parentescos con españoles, esforzándose por
articular un castellano básico y adoptando incluso una sui generis combinación de vestimenta andina e
hispana, todo ello para evadir al tributo colonial.
53
A fines del siglo XVIII, los hacendados, sobre todo del Valle Central, intensificaron la
parcelación de sus tierras con destino al arriendo en respuesta a dos factores principales:
la creciente presión demográfica ejercida principalmente por indios forasteros que
evaden el tributo, configurando una masa de demandantes de tierra que valoriza las
mismas60 y la competencia que se produce entre nuevos y antiguos arrenderos para
controlar el comercio ferial, sin descontar además la producción en las tierras de
demesne que también competía con la producción parcelaria.
61
En épocas secas, los arrenderos para cumplir con el arriendo no tenían otra opción que intensificar el
trabajo en las labores agrícolas en el demesne, tanto cumpliendo el servicio normal estipulado como parte
del contrato del arriendo, como en calidad de jornaleros e incluso comercializando en las ferias la
producción de la hacienda.
62
Se trataba del cobro a la décima parte de cada cosecha que el poder eclesiástico cobraba a los
arrenderos en forma anual, con destino a costear las actividades de la iglesia. Esta institución anualmente
llamaba a un concurso del diezmo, que consistía en el remate de los montos regionalizados de
recaudación presuntos prefijados por la autoridad eclesiástica, monto que servía de base para el remate, el
que se adjudicaba al mejor postor, quien previamente debía hacer efectivo el monto rematado (diezmo
presunto) para luego concederle la libertad de cobrar el diezmo real en la jurisdicción adjudicada. Muchos
hacendados se embarcaban en préstamos de riesgo, incluida la hipoteca de sus tierras, para adjudicarse el
derecho a la cobranza del diezmo. El desafío era, primero recuperar la inversión y luego superar ese
monto, excedente que se convertía en ganancia neta del diezmero. Sin embargo, era frecuente el caso de
que la inversión fuera irrecuperable a causa de sequías, plagas y otras situaciones que mermaban los
volúmenes de cosecha sujeta al impuesto de la décima parte. En este caso, caía sobre el hacendado la
desgracia, con la frecuente pérdida de gran parte de su hacienda hipotecada para abonar deudas onerosas
o verse obligado a transferir extensas tierras a precio de oportunidad, en favor de criollos siempre atentos
a estas eventualidades, para enfrentar la liquidación de cuantiosas deudas. De todas maneras, los riesgos
estaban presentes aun cuando la recaudación hubiera sido abundante, pues la colecta que se realizaba era
en especies, es decir, la décima de la cosecha de cereales, la misma que para monetizarse debía concurrir
al mercado y entrar en competencia con la producción parcelaria o exportarse bajo la forma de harina a
los centros mineros y pueblos del altiplano (Larson, 1978).
55
La actitud del nuevo Estado republicano, pese al fugaz intento de Sucre de suprimir el
tributo indigenal, fue mantener el statu quo colonial, incluso respetando la propiedad
comunal, ejercitando revisitas periódicas y cobrando el tributo, que como ya se observo
en el capítulo anterior, era la columna vertebral de la hacienda pública. Los
terratenientes mantuvieron las relaciones patrones-arrenderos más o menos sin variación
y muchos hacendados prosiguieron con la tendencia de combinar la economía rentista
de sus tierras con negocios urbanos.
Varios autores trazan un panorama más o menos homogéneo respecto a la actitud estatal
sobre la cuestión agraria, en particular con relación a la actitud casi permanente de los
gobiernos, a lo largo del siglo XIX, por modificar el acuerdo tácito entre el régimen
colonial y las comunidades indígenas, mediante el cual el poder estatal toleraba y
protegía la propiedad comunal, a cambio de percibir el tributo indigenal, abriendo cauce
a que fuerzas externas, a nombre de la modernidad, avanzaran sobre los territorios de las
comunidades. Como vimos anteriormente, las piedras angulares de estos propósitos
fueron las disposiciones agrarias de Mariano Melgarejo (1866 y 1868) y la Ley de
Exvinculación (1874 y 1878) puesta en vigencia en 1880. Ambas desconocían la
propiedad comunal o colectiva sobre la tierra, disponían el remate de estas tierras, salvo
63
El rígido régimen colonial prohibía el acceso de los hijos de españoles nacidos en América a los
principales cargos públicos y militares del aparato estatal, los que estaban preservados exclusivamente
para los españoles peninsulares.
56
Estas políticas ejecutadas en forma persistente entre 1830 y 1900 pudieron expandir la
frontera hacendal a costa de las tierras de la comunidad, no obstante, este no fue el caso
de Cochabamba, una región, según Gustavo Rodríguez (1991), que parece salirse de las
características asignadas a otras regiones del agro boliviano. Su temprana vinculación
mercantil con la minería potosina y la irrupción de un amplio universo parcelario
gracias al arriendo de tierras acompañado de un intenso proceso de transculturación,
terminaron convirtiendo los valles en un bastión cultural mestizo que no necesariamente
se ajusta al esquema trazado por autores como Silvia Rivero (1978).
Pero, veamos con mayor detenimiento este proceso, aparentemente exento de conflictos.
De acuerdo a Rodríguez (1991), las compras de tierras promovidas por la legislación
melgarejista y las leyes de ex vinculación promovieron el concurso de pequeños
compradores, labradores, agricultores y artesanos, pero también estimularon la
expansión de las haciendas, e incluso emergió una estrategia comunaria de venta parcial
de sus tierras a miembros de de su propia asignación que pasaban a la categoría de
pequeños propietarios, pero en realidad preservaban la integridad de la comunidad.
Estas modalidades, estudiadas por el autor citado para el caso del cantón El Paso
ilustran la complejidad de la estructura agraria en Cochabamba. En todo caso se puede
decir que la misma no era homogénea y mantenía por lo menos tres variantes: la gran
propiedad o latifundio, la propiedad parcelaria y las tierras de comunidad, aunque esta
última quedó muy mermada en los valles, pero no en las provincias altas y
probablemente el Cono Sur.
Larson (1978), considera que la hacienda productora de granos era la unidad de tenencia
predominante en el agro cochabambino66. La mayoría de estas haciendas eran
relativamente modestas en dimensiones, si se las compara con otras regiones. La mayor
era la hacienda de Cliza de propiedad del monasterio de Santa Clara con 860 fanegadas
de tierra (2.491, 93 Ha aproximadamente) 67 y 954 indios residentes (colonos). Otra
hacienda importante era Chullpas, vecina a la anterior, pero con solo con 400 fanegadas
(1.159,04 Ha aproximadamente)68 y 200 colonos. Con excepciones como las anotadas,
la mayoría de las haciendas eran propiedades medianas dedicadas al cultivo de trigo y/o
maíz. En realidad estas haciendas eran empresas precapitalistas basadas en una gama de
formas coercitivas para controlar la fuerza de trabajo.
La forma más extendida era la tenencia precaria de la tierra (el arriendo). Los
arrenderos, ahora convertidos en colonos, pagaban los derechos de usufructo en
obligaciones de trabajo, al no poder hacerlo en moneda. El tiempo de trabajo en la tierra
del patrón (demesne) estaba teóricamente regulado por el valor catastral de la tierra
arrendada, sin embargo, con mucha frecuencia esta formalidad se pasaba por alto y se
cargaba al arrendero con pesadas faenas. Por si esto no fuera suficiente, los arrenderos
usualmente, tenían que proveer sus propios animales de labor e incluso contratar
trabajadores adicionales para cumplir las exigencias de cultivar determinadas
extensiones de tierras de la hacienda. Lo más condenable: los arrenderos y sus familias
estaban además obligados a prestar servicios domésticos al patrón (pongueaje) y era
frecuente, que el monto del arriendo no se circunscribiera aun pago de renta en trabajo,
sino que se combinaba con pagos en especie (animales domésticos y productos agrícolas
66
De acuerdo al padrón de 1803-1808, existían en el departamento de Cochabamba 409 haciendas y 226
estancias de puna (citado por Larsón, obra citada).
67
Antigua unidad de medida agraria española con diferentes equivalencias al sistema métrico por países
y regiones. En el caso de Cochabamba, según el Manual de Jefe de Sector aplicado en el Censo
Agropecuario de 1984 (Tabla de equivalencias de unidades de superficie a metros cuadrados), se admite
para todo el departamento la equivalencia de 28.976 M2 (2,8976 Ha.) por cada fanegada de tierra.
68
En los registros de propiedades de la provincia Totora, incluido Chimboata, sobre todo en casos de
haciendas con extensiones en zonas de yungas, se registran propiedades con superficies mayores a las de
Santa Clara y Chullpas.
58
monopolio del comercio del licor en los centros urbanos. Sus mujeres, las chicheras
organizaron negocios que luego se convirtieron en importantes dentro de la economía
urbana por ser fuente de impuestos, que en ciudades como Cochabamba, impulsaron el
desarrollo urbano. Estos pequeños productores se hicieron de tierras en el Cercado y
llegaron a disputar a las haciendas la provisión de riego y el control de tierras fértiles
como las maicas73. El trabajo en la pequeña parcela se ajustaba a las modalidades de la
economía campesina basada en la fuerza laboral familiar, apoyada cuando era necesario
por allegados que contribuían con el ayni y otras formas de reciprocidad, o mediante la
contratación de jornaleros.
Los efectos chilenos y también los similares norteamericanos, ingleses y alemanes que
comenzaron a penetrar al altiplano vía ferrocarril y que eran el resultado de la
racionalidad industrial capitalista, poco podían temer de la industrial local en términos
de competencia. De esta manera, las harinas, los calzados, las bayetas y otros productos
que ofertaba Cochabamba fueron perdiendo aceptación en los mercados extra regionales
y resultaron desplazados por la mejor calidad y el menor precio de los similares
extranjeros76. La crisis golpeó a hacendados, arrenderos y artesanos por la pérdida de
los mercados tradicionales de Cochabamba y por la imposibilidad de competir con el
comercio externo.
72
Aunque la propia Larson admite que en los registros notariales no existen pruebas significativas de un
proceso extenso de titulación de tierras a favor de arrenderos a lo largo del siglo XIX, esta opción parece
intensificarse a fines de dicho siglo y primeras décadas del XX, como veremos más adelante.
73
Tierras ribereñas al río Rocha que se favorecían con las inundaciones del rio por depositar materia
orgánica que mejoraba notablemente su fertilidad.
74
En la segunda mitad del siglo XIX, la industria artesanal cochabambina en los rubros de cueros,
calzados, ropa, textiles, harinas y otros era muy fluida con el Sur del Perú y con el Departamento de
Litoral. El conflicto bélico y sus resultados clausuran definitivamente este comercio.
75
El transporte de granos y harinas con dirección al altiplano, se hacía a través de la quebrada de Arque
donde existían muchos molinos, mediante recuas de mulas y llamas conducidas por arrieros. El viaje era
lento y fatigoso y tomaba muchos días y hasta semanas, llegar a los puntos de destino.
76
La harina de trigo chilena, en la década de 1890, se ofertaba en los mercados de Cochabamba.
60
Si bien la crisis de la década de 1880 golpeó a todos los sectores de la formación social
regional, las respuestas esbozadas transcurrieron por rumbos y estrategias diferentes.
Los hacendados tenían ante sí el desafío de modernizar sus haciendas modificando las
relaciones de producción preexistentes bajo patrones de racionalidad de empresa
capitalista, lo que suponía introducir técnicas y maquinaria agrícola para elevar los
índices de productividad/hectárea, pero además, sustituir el viejo modelo de arriendo de
tierras por la salarialización de la fuerza de trabajo, convirtiendo a los colonos en
trabajadores rurales. Paralelamente, era necesario modernizar las vías de comunicación
departamental y extender el ferrocarril hasta Cochabamba. En la percepción de las élites
estas eran tareas necesarias, pero la cuestión de modernizar las haciendas se consideraba
inviable, pues en los hechos, ello significaría, no solo enormes inversiones, sino el
desplazamiento de la vieja clase terrateniente por una burguesía rural empresarial, idea
ciertamente subversiva para la cerrada sociedad conservadora dominada por intereses
gamonales. En cambio, la segunda opción resultaba menos comprometedora y tenía la
ventaja de que en torno a ella se aunaban intereses divergentes. Por tanto, la palabra de
orden de las élites y que hizo suya la sociedad regional, fue “ferrocarril para
Cochabamba”. Tal deseo que se hizo patente desde la última década del siglo XIX,
estuvo acompañada por una suerte de retorno a las ideas de Francisco Viedma en
sentido de buscar nuevas rutas y mercados en la llanura amazónica. De esta forma, se
multiplicaron las exploraciones y expediciones hacia las tierras de los yuracarés y
proliferaron las ideas sobre una u otra alternativa para alcanzar tal objetivo, sobre todo
en sentido de integrar los bosques húmedos chapareños a la economía departamental77.
77
Los intentos de integrar los yungas del Chapare a la economía de los valles se originan en los
planteamientos de Viedma, a fines del siglo XVIII, para desarrollar nuevas estrategias de desarrollo
alternativas a la dependencia de la minería potosina en crisis y se extienden en forma intermitente, hasta
bien avanzado el siglo XX. A este respecto, se pueden consultar: Jerman von Holten (1889), Hans van
den Berg (2008), Rodríguez (1993, 2003, 2008).
61
En el caso de los cereales y harinas, la salida a la crisis era su masivo consumo local,
alternativa que se hizo factible gracias a la expansión que experimentó la industria de la
chicha desde la década de 188078. Esta opción, que también benefició indirectamente al
sector artesanal, permitió el potenciamiento del sistema ferial y la incursión más amplia
de la economía parcelaria en el baluarte urbano de las élites regionales, consolidando en
la zona sur de la ciudad de Cochabamba asentamientos de pequeños comerciantes,
artesanos y chicherías articulados a las ferias de Caracota y San Antonio.
Larson considera que se puede establecer una diferencia importante entre la estructura
agraria del siglo XVIII-XIX y la de la primera mitad del XX. Al respecto anota, que a
fines de la colonia, no existía todavía el fenómeno de un pequeño campesinado
parcelario independiente, aunque, sí existían pequeñas unidades agrícolas productoras
de cereales, pero en general los dueños eran criollos. La autora, antes citada, afirma
tajantemente que no existen evidencias que revelen para esta época, la existencia de un
campesinado quechua o mestizo independiente.
Por tanto, el sistema de arriendo, no fue una estrategia para motivar y movilizar mano
de obra escasa para la labor agrícola en tierras hacendales, como lo fue en el caso del
bajío mexicano o en el valle central de Chile 79. Por el contrario, era un medio de
parcelar la tierra en manos de pequeños productores con objeto de reducir los costos de
78
A partir de dicha década, la producción de chicha dado su creciente volumen fue objeto de control
fiscal. En forma paralela, la Alcaldía de Cochabamba reglamento la ubicación de las chicherías dentro de
la ciudad e incorporó a las patentes municipales el rubro de chicherías, que de unos pocos centenares
hacia 1880 pasaron a varios millares a inicios del siglo XX, posibilitando la recaudación de recursos
financieros abundantes para costear la modernización de la ciudad. Para un mayor detalle a este respecto
consultar: Solares, 1990.
79
En los valles de la zona central de Chile, estaba muy extendida la modalidad del “inquilinaje” con
características similares al arriendo.
62
El nuevo siglo comenzó para el mundo rural trayendo consigo presagios de signo
contradictorio. Para el sector hacendal, soplaban vientos extremadamente adversos: el
conflicto con Chile había clausurado los pocos mercados del altiplano y las minas donde
todavía tenía cabida la producción cerealera de las haciendas, el arribo del ferrocarril al
a la región minera y la apertura del ferrocarril Arica-La Paz habían provocado la
drástica rebaja de los costos de transporte para los granos y otros insumos provenientes
de la costa del Pacífico, todo ello en medio de una apertura liberal inédita al comercio
exterior y un avance sin precedentes de la economía de mercado conectado al comercio
internacional, que terminaron acorralando la producción de harinas y granos de las
haciendas. En consecuencia, para los terratenientes, el nuevo siglo no solo traía oscuros
vaticinios, sino una crisis en pleno desarrollo, a tal punto que en muchos casos los
créditos bancarios no pudieron ser honrados, ni siquiera arrendando la totalidad de las
haciendas, con el agravante de que las recaudaciones de dichos arriendos obtenidos en
años anteriores, no tuvieron el prudente destino de invertirse productivamente, o por lo
menos atesorarse para enfrentar eventualidades, sino se malgastaron suntuariamente. La
80
No se debe perder de vista que los valles centrales de Cochabamba, no solo eran atractivos por su
bondadoso clima, sino también por que eran territorios donde las redes tributarias del Estado republicano
se hacían tenues y donde la existencia de un sistema de ferias exitoso prometía ascenso social raudo.
63
salida no fue otra que la venta urgente de porciones importantes de las haciendas, sino la
totalidad en algunos casos, para escapar a inminentes remates bancarios.
Para la agricultura parcelaria de los arrenderos, el nuevo siglo, mostraba una perspectiva
bonancible, totalmente opuesta al drama de las haciendas. En efecto, en las dos décadas
finales del siglo XIX, la expansión del mercado interno de harinas de maíz con destino a
la fabricación de mukho81 y chicha, no hicieron más que incrementarse, ampliando
continuamente el mercado de consumo de la ciudad de Cochabamba, con similar
comportamiento en los principales pueblos de los valles y serranías, e incluso
articulando una fluida exportación hacia los centros mineros y las principales ciudades
del altiplano. A pesar de que la producción de harinas, la elaboración de mukho, la
fabricación y el expendio de chicha estuvieron sometidos a continuos gravámenes
municipales y prefecturales, y a presiones del Municipio de Cochabamba respecto al
desalojo de chicherías de sus antiguos emplazamientos en la zona central de la ciudad,
el rendimiento económico de este comercio no fue influido por estos escollos, y sin
duda, pudo permitir a arrenderos, muqueadores, elaboradoras de chicha y chicheras
expendedoras, diversos grados de acumulación de capital mercantil, que no fue dirigido
al gasto lujoso, sino fue reinvertido en la mejora de los medios de producción y
comercialización. De esta manera, muchos arrenderos logran ahorrar para comprar sus
parcelas de arriendo, otros además de comprar dicha parcela lograron arrendar más
tierras para expandir la producción de maíz, todavía otros más, además de todo lo
anterior, logran acceso a mitas de agua; en tanto las chicheras lograban comprar casas,
sobre todo en la zona Sur de la ciudad, para instalar sus establecimientos de fabricación
y venta de chicha82. El resultado de todo esto, no solo propicia la articulación cada vez
más estrecha entre agricultura parcelaria y economía de la chicha, sino da curso a la
irrupción de un nuevo actor social y agente económico, el campesino independiente
mejor conocido como pegujalero o piquero, un trabajador rural que logra romper sus
lazos con la hacienda e incursiona con éxito en la economía de mercado.
el mundo ferial los impulsa a diferenciarse de los colonos de hacienda, por tanto, se
profundiza paralelamente a los eventos relatados, el proceso de mestizaje y su correlato,
la emergencia de un mundo culturalmente híbrido, cargado de valores pueblerinos y
formalmente más abierto a la movilidad social.
Dentro de esta situación quién prueba ser más permeable a los cambios sociales
y a la movilidad de ascenso es la mujer mestiza. Las actividades del comercio al
menudeo, la adquisición y transporte de productos desde los terrenos de cultivo
hasta los mercados comunales, la elaboración doméstica y el expendio de la
chicha de maíz que es la bebida regional, la industria de la confección para los
estratos populares, son las ocupaciones ordinarias de la "chola" cochabambina,
que gracias a su inclinación al ahorro, a su innata disposición para el negocio
que esté a su alcance económico y a su tenacidad en el trabajo, logra atender la
subsistencia de su familia y se convierte en eje del hogar valluno, con
aspiración a que sus hijos aprendan oficios manuales o estudien profesiones
superiores para ascender en la escala social (1972:96-97).
El eje de este proceso complejo de cambio social y cultural, son sin duda las ferias
campesinas, ámbitos de intenso comercio de alimentos y efectos artesanales. Aquí
concurre todo el mundo campesino, una corriente continua de colonos, piqueros,
comunidades, gremios de artesanos, pequeños comerciantes ambulantes, trabajadores en
servicios diversos por cuenta propia. Al respecto anota B. Larson:
a) Uno que va desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta la primera mitad del
siglo XIX84. Los centros feriales principales eran: la feria de San Sebastián, San
Antonio y Caracota en Cochabamba, en el Valle Central; Tarata y en menor
medida Cliza en el Valle Alto. Los actores económicos principales eran
arrenderos, artesanos, comerciantes, arrieros y consumidores locales. Parte de la
producción de las haciendas y la totalidad de las producción de las tierras de
arriendo eran comercializadas en estas ferias y otras menores (Quillacollo,
Punata, Arani). La venta de productos era de productor directo a consumidor
final, pero también a comerciante intermediario que revendían en los mercados
de abasto y a comerciantes-arrieros que exportaban hacia el altiplano y otras
regiones distantes.
b) Un segundo momento se extendería desde 1880 a la primera mitad del siglo XX.
Los centros feriales principales eran: en el Valle Bajo: Quillacollo; Caracota y
San Antonio en Cochabamba (Valle Central) y en el Valle Alto: Punata, Cliza,
Arani y Tarata, esta última disminuida en importancia por el retroceso de su
industria artesanal. Tal vez fue este el momento de auge de las ferias
campesinas, no solo por la presencia de campesinos parcelarios, sino por la
irrupción de pequeños productores independientes o piqueros; pero además, por
la conexión de estas ferias, primero por el telégrafo y luego, en 1912 por el
Ferrocarril del Valle que unía las localidades de Quillacollo, Cochabamba y
todos los centros feriales del Valle Alto. La apertura del ferrocarril permite la
emergencia de una población flotante de comerciantes que puede trasladarse
fácilmente de una feria a otra, convirtiendo este tramo ferrocarrilero en el más
concurrido del país por su volumen de pasajeros y carga. En este periodo se
intensifica la actividad mercantil de las ferias, pero persiste su carácter
campesino. Sin embargo se incrementa la presencia de comerciantes mayoristas
vinculados a arrieros y emerge la presencia de comerciantes-rescatistas de maíz
que acaparan la producción parcelaria de este cereal, así como el grano
proveniente de parcelas de piquería, con destino a la floreciente industria de la
chicha.
La dinámica de las ferias no solo expresa la proyección histórica de una larga relación
del campesinado cochabambino con la esfera mercantil, sino la proyección geográfica
de las lógicas de la economía campesina, sea arrendera o parcelaria, en su articulación a
la esfera de la circulación de los productos agrícolas. Estas lógicas, sobre todo, con
posterioridad a 1952 tomarán la forma de alternativas de diversificación laboral,
incluyendo procesos migratorios campo-ciudad (Solares, 1989). No obstante según
Solares (1987) y Larson (2000) la complejidad ferial no se circunscribe a la esfera
microeconómica, sino a expresiones ideológicas, culturales y políticas más amplias.
Ambos autores llaman la atención sobre el carácter de resistencia y refugio que expresa
la dinámica ferial contra las presiones de las élites dominantes. Larson anota al respecto:
“las ferias campesinas son / eran al mismo tiempo microcampos de fuerza sumamente
ritualizados y moralizados, en los cuales los vendedores ambulantes y sus clientes
campesinos se distanciaban de las prácticas e ideologías dominantes de transacciones
forzosas (tributo, renta, mita, repartos, etc.) y reconstruían sus propios códigos
morales de equivalencia y comunidad” (obra citada: 52).
No cabe duda que la feria como campo de fuerza que resiste el poder gamonal en cada
región, como expresión de la fractura del monopolio de las haciendas con relación al
comercio interno de productos agrícolas y la emergencia de circuitos, tanto comerciales
como sociales, que desarrollan sus propias lógicas, códigos, valores y lecturas
85
Los antiguos colonos, si bien concurrían a las ferias campesinas como parte de sus estrategias
económicas, por tanto estaban familiarizados con el comercio ferial, al producirse la reforma agraria se
convierten en propietarios de sus parcelas, pero no logran acomodarse a las nuevas reglas del comercio
mercantil, especialmente aquéllos excolonos de regiones aisladas y alejadas de las rutas de transporte.
Descubren que el transporte por recuas de su producción hacia las ferias no es competitivo frente a los
camiones, descubren además que el control municipal de sitios y la sindicalización de comerciantes de
feria crea barreras impositivas y sociales a su presencia estable en las mismas. Por tanto, se cortan
abruptamente sus lazos con el mercado y esto los obliga a buscar agentes comercializadores
intermediarios, convirtiéndolos en dependientes de los rescatiris para hacer llegar su producción a los
mercados. Esta dependencia será la clave de una nueva forma de extracción del plus trabajo campesino,
bajo la forma de un excedente agrícola que al mercantilizarse y someterse a un circuito especulativo de
comercialización antes de llegar al consumidor final, no solo hace crecer el volumen de comerciantes
involucrados, sino multiplica varias veces el valor del producto a pie de cosecha con relación al valor que
paga el consumidor final. Para una relación detallada de las ferias en los valles se puede consultar a Kent,
et al, 1991.
67
Las décadas de la primera mitad del siglo XX transcurren cargadas de tensiones sociales
y emergencias económicas. Las élites regionales se toman en serio la reivindicación por
el ferrocarril y organizan los primeros movimientos cívicos regionales, finalmente el
primer tren arribará a Cochabamba en 1917, pero no será portador del bienestar
prometido, sino de nuevos desafíos para la alicaída economía regional. Sin embargo, las
haciendas gozan de un breve respiro, entre 1918 y 192687, al conseguir el monopolio de
la exportación de maíz para la fabricación de alcoholes en las destilerías de La Paz y
Oruro, lo que permitió el incremento considerable de las cosechas de maíz en las
haciendas. El flamante ferrocarril es el factor de esta dinamización, puesto que hacia
1919 la harina de trigo hacendal que llega a Oruro desde Cochabamba, tiende a
desplazar a su similar proveniente de Chile88.
Efectivamente, la guerra del Chaco (1932-1935) permite un otro fugaz auge. Esta vez se
trata del monopolio que consiguen los hacendados vallunos para proveer al ejercito de
suministros, sobre todo harinas de maíz y trigo, tubérculos y otros, que les permite
86
Según Larson (obra citada), la expresión más singular y rica en significados simbólicos es la festividad
de la Virgen de Urkupiña, donde de alguna manera se combina el rito católico de ofrendar a la Virgen con
el culto a las huacas (las piedras), es decir los peregrinos rinden culto a la deidad cristiana como a las
similares andinas, articulando ambas prácticas a través de un singular acuerdo o pacto mercantil propio
del imaginario ferial.
87
En 1918 se dictó la ley de “nacionalización” de la industria de alcoholes que prohibía la importación
de melazas peruanas para la elaboración del alcohol, así como la importación de este producto.
88
“En Oruro se vive por acción directa de la región agrícola cochabambina”, anotaba un cronista
orureño luego de constatar que la harina, la carne, las legumbres, los huevos, la fruta, etc. procedentes de
los valles cochabambinos representaban cerca del 60 % del consumo orureño (Comercio e Industria,
Oruro, Año 1, nº 5, 14/09/1923, citado por Azogue, et al.).
89
Una descripción más amplia de esta crisis se puede ver en Salamanca, 1927.
68
Rodríguez añade, una vez más, que después de la Guerra del Chaco: “se abre una
puerta de disputa por el poder entre las clases tradicionales oligárquicas y los sectores
reformistas de izquierda de trabajadores y clases medias ilustradas, en su mayoría –
paradójicamente- emparentadas con los sectores hacendales” (2007: 73-74) De esta
manera, por primera vez, de forma franca en el escenario regional surgen corrientes
contestarias que articulan debates y críticas en torno a la cuestión agraria que
encuentran oídos muy receptivos entre los pegujaleros y particularmente los colonos de
hacienda, todo ello en medio de la atmósfera creada por las nuevas percepciones
políticas que salen a luz a la conclusión del conflicto con el Paraguay y que no dudan en
señalar la responsabilidad que toca a la vieja clase política en alianza con la gran
minería y los gamonales, por el atraso del país y los resultados negativos de la guerra;
90
Al final de la guerra, las fortunas acumuladas durante el conflicto se invierten en bienes inmuebles en
Cochabamba, en la adquisición de tierras en la campiña próxima a la ciudad con fines de loteo
especulativo, en negocios de importación de artículos europeos y norteamericanos para el consumo de
lujo, en acciones bancarias, pero sobre todo una vez más, en gastos suntuarios.
69
constatación que permite que las iniciativas de organización de las clases populares a
través del desarrollo del sindicalismo sean factibles.
En los valles de Cochabamba las condiciones sociales estaban maduras para que tales
iniciativas prosperen. En concreto, las luchas campesinas en Cochabamba, salvo en las
tierras altas que siguieron el patrón de los levantamientos indígenas del altiplano, no se
distinguieron ni por su frecuencia ni por su intensidad. Sin embargo, a mediados de
1930, existen dos localidades que arrastran problemas no resueltos: la hacienda de Santa
Clara en Cliza91 y la hacienda de Vacas que pertenecía al municipio de dicha localidad.
En el primer caso, el aplastamiento de una rebelión por venta de tierras de arriendo en
1935, da lugar, en el año siguiente a la formación del “Sindicato Agrario de
Huasacalle”, denominándose más tarde “Sindicato de Colonos del Valle de Cliza”. En
el segundo caso, a fines de 1935, Elizardo Pérez y su Agencia de Educación Indigenista
fundan un escuela rural similar a la de Warisata (La Paz), iniciativa repudiada por los
hacendados de la zona, actitud que se responde con la organización del “Sindicato de
Trabajadores Agrarios de Vacas” (Iriarte, 1980). Estos episodios constituyen la primera
experiencia de sindicalismo campesino en Bolivia y la emergencia de nuevas formas de
organización y lucha campesina que fue ganando apoyo, no solo en los valles sino en las
serranías y tierra de altura, dando paso a la formación de lideres agrarios que luego de
1952 se convertirán en uno de los referentes del nuevo poder regional.
De acuerdo a este censo, sin entrar en demasiado detalle estadístico, las provincias de
Ayopaya (1.282.680 Ha.), Campero (796.562 Ha.), Carrasco (207.495 Ha.), Misque
(204.446 Ha.) y Chapare (166.794 Ha.) concentraban el 91,9 % del total de tierras de
hacienda del Departamento. Esto significa, que el fenómeno de fragmentación de
91
El Monasterio de Santa Clara poseía 1.700 hectáreas, con cerca de 3.000 colonos, los mismos que
habían tenido continuos conflictos con los administradores de la propiedad, debido a irregularidades e
injusticias diversas en la distribución de los pegujales arrendados, además de los abusos que practicaban
dichos administradores, problemas de riego y otros. La puesta en venta de dichas tierras provocó un
último conflicto ante la reivindicación de los colonos de considerarse adjudicatarios preferentes, una vez
que habían sido ellos los que habían convertido en tierras laborables las extensiones que se pretendían
vender.
70
En total contraste, en las provincias de los valles centrales: Arani, Esteban Arce,
Quillacollo, Punata, Germán Jordán y Capinota, la presencia de haciendas fluctúa entre
pequeña y casi inexistente. Veamos en detalle unos cuantos casos: en Jordán (Cliza) el
censo registraba 3.590 piqueros disponiendo de 4.594 Ha (1,28 Ha promedio/parcela)
además de 67 hacendados disponiendo de 3.315 Ha. (en promedio: 49,47 Ha/finca). En
Punata, el censo registraba 4.251 piqueros con 9.498 Ha. (en promedio 2,23 Ha/parcela)
y 70 hacendados con 7.652 Ha. (en promedio 109,31 Ha./finca). En Quillacollo, dicho
censo registraba 5.251 piqueros disponiendo de 8.071 Ha. (en promedio1,53
Ha./parcela) y 96 hacendados que poseen 13.417 Ha. (en promedio 139,76 Ha./finca).
En todos los casos, la gran hacienda virtualmente ha desaparecido, lo quedan son
propiedades pequeñas (fincas) y minifundios.
Los rasgos trazados en los dos apartados anteriores a cerca de la estructura agraria de
valles y provincias altas, si bien es extensivo a provincias como Carrasco o Misque 92, no
lo es en sus peculiaridades y en la forma como se organizaron tales estructuras en su
territorio y las visiones e intereses económicos que las impulsaron. Por ello, no debe
causar extrañeza que, en tanto la economía hacendal en los valles centrales en las
décadas finales del siglo XIX y las primeras del XX, se encontraba en una profunda
crisis, Totora (Carrasco desde 1926) estuviera experimentando su mayor momento de
auge, convirtiendo la ciudad de Totora en el centro de irradiación de las aspiraciones
civilizatorias de las élites gamonales de esa provincia. Este contraste, cuyos rasgos más
significativos pasaremos a analizar, se debía a que el eje económico que daba sentido a
la dinámica regional de la agricultura hacendal y parcelaria, no giraba en torno al maíz y
sus mercados, sino alrededor de la coca y su demanda en los mercados mineros y en las
poblaciones quechuas del sur de Bolivia.
Los Andes Orientales en los que se encuentran enclavados estos territorios, presentan
variados y abruptos contrastes altitudinales y microclimáticos ausentes en los valles
centrales. De acuerdo a Gutiérrez (2009), el sistema de valles del sur de Cochabamba
que oscila entre los 300 y algo más de 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar,
actualmente hace parte de dos departamentos y diversas provincias: Campero, Carrasco
y Mizque en Cochabamba, y Caballero y Valle Grande en Santa Cruz. Como veremos
con más detalle en el siguiente capítulo, la organización social y productiva de control
de pisos ecológicos no desapareció totalmente y hasta se convirtió en una estrategia
hacendal para no correr los riesgos de una agricultura de monocultivos.
92
Para un conocimiento más amplio y sistemático, sobre la sociedad y la economía de Misque en la época
colonial se puede consultar la obra de Lolita Gutierrez (2009).
93
Según Navarro y Maldonado (obra citada), esta zona corresponde al Distrito Biogeográfico
Amazónico del Chapare y comprende la provincia de Carrasco entre el río Sajta y el río Isarsama por
debajo de los 900 metros de altitud y a la Provincia Biogeográfica de los Yungas. Este distrito incluye la
mayor parte de la cuenca preandina y subandina inferior del Mamore-Ichilo. Representa la zona cálida
más lluviosa del país, en su mayor parte con bioclima termotropical inferior pluvial húmedo hasta
hiperhúmedo. Una característica ecológica del piedemonte andino pluvial del Chapare, es la baja
conductividad eléctrica de los arroyos pequeños y medianos, lo que es indicador de los bajos niveles de
sales solubles presentes en la red de drenaje (aguas no mineralizadas) y por tanto, de la pobreza de los
suelos.
72
Una segunda zona, esta conformada por las serranías altas y frías, entre 3.200 y 3.600
metros de altitud, donde se suele cultivar papa, cebada, quinua y se aprovechan los
pastos magros como alimento para el ganado ovino. En este sector, las localidades de
Rodeo y Chaupiloma son esencialmente paperas. La agricultura es principalmente de
secano por la escasa disponibilidad de fuentes de agua permanentes. Una tercera zona,
es la que corresponde a un piso altitudinal que fluctúa entre 2.400 y 2.800 metros. Se
trata de una zona de clima más benigno y por tanto, la que recibe los principales núcleos
poblados. En esta zona se dispone de riego y los cultivos son más variados: maíz, papa,
frutales, legumbres en el valle de Pocona, en la misma forma en el valle de Pilancho y
en las zonas servidas por las aguas de los ríos Chakamayu y Huertamayu. Las zonas
carentes de este servicio se especializan en los cultivos de trigo y es aquí donde
predominaban las haciendas grandes y medianas. La cuarta zona, con altitudes de 2.200
metros o menos, se concentra en las orillas y proximidades del río Mizque, con un clima
cálido-seco, propicio para el cultivo del maní, los cítricos, las chirimoyas, ajíes y otros
productos tropicales, además de la cría de ganado bovino94.
La misma autora anota que, siendo Pocona un territorio donde la presencia incaica tuvo
mayor intensidad, al punto que dejo testimonios materiales como Incallajta, su
94
El Plan de Desarrollo Municipal de Totora (1999) solo reconoce tres grandes pisos ecológicos: la
ecorregión yungas que abarca la totalidad del cantón Arepucho y parte del cantón Tiraque C. En la
actualidad forman parte del Parque Nacional Carrasco. La ecorregión valles, que abarca el cantón Totora
en sus distritos Sur y Sudeste, parte del cantón Rodeo Chico; se subdivide en dos pisos agroecológicos: el
de cabecera de valle y el valle propiamente dicho. Finalmente la ecorregión de puna, que abarca una parte
mayoritaria del cantón Tiraque C, la parte restante del cantón Rodeo Chico y la zona sudeste del cantón
Totora.
95
Visita a Pocona, 1556, Historia y Cultura nº 4, Lima (paginas 269 a 308). https://www.pueblos-
originarios.ucb.edu.bo › digital.
96
De acuerdo a Remedios de la Peña (1972), el uso de la coca es tan antiguo como los habitantes de
América del Sur, pero estuvo restringido durante el incanato al consumo ritual salvo en situaciones de
escasez de alimentos (sequías y otros) cuando la coca era distribuida a la población.
73
población era más numerosa respecto a otras regiones a inicios de la colonia. Sin
embargo, esta población sufrió en mayor grado las consecuencias de la colonización
española, una vez que mediante la encomienda impuesta, fue reprimida, arrinconada y
despojada de los recursos esenciales para mantener su antigua organización
comunitaria. Sin embargo, aun parcelado y rodeado por haciendas, el espacio
comunitario siguió persistiendo y todavía era visible en Pocona antes de la Reforma
Agraria, lo que les permitió un mínimo de autonomía frente al mundo señorial, e incluso
posteriormente, frente a la sindicalización impuesta por el movimiento campesino de
Ucureña.
A partir de la segunda mitad del siglo XVI las autoridades coloniales pusieron en
vigencia numerosas normas que debían regir la producción y comercio de coca. A pesar
de que su uso extensivo resulto controversial, sobre todo para la Iglesia que consideraba
que los significados rituales, adivinatorios y mágicos que los aborígenes atribuían a esta
hoja, era un serio freno para la catequización de estas poblaciones, la administración
colonial se inclino por las razones económicas y políticas de la cuestión. La producción
de coca sometida a alcabalas y diezmos producía importantes ingresos a las arcas
coloniales, pero al mismo tiempo se asigno relieve al hecho de que el consumo de coca
por la población mitaya compensaba la mala alimentación a que esta población estaba
sometida. Por tanto, una de las primeras asignaciones de tierras a los conquistadores
fueron las encomiendas de Pocona97.
Bajo esta premisa, Pocona quedo libre de concurrir a la mita minera, pero en su
condición de encomienda, la población de la misma fue gravada con obligaciones
tributarias en especie, inicialmente pagadas con coca y posteriormente ampliada a otros
productos e incluso servicios personales y pagos en dinero. En una fecha temprana
como 153898, la producción de coca en la encomienda de Pocona estaba en pleno
desarrollo, habiéndose cancelado como tributo por esta labor 12.000 cestos de coca, es
decir, unas 150 toneladas métricas99, lo que da una idea de la intensidad de la
producción100. Sin embargo estas cifras mencionadas por Meruvia (2000), bien pueden
ser exageradas, de todas maneras, no cabe duda de que el cultivo de coca tenía gran
importancia económica por su fuerte demanda en el centro minero de Potosí.
ya sea a través de Cedulas Reales, por simple asentamiento sobre tierras de comunidad,
compras fraudulentas o simple despojo101. Por otra parte, al lado de estas chácaras,
existían tierras de comunidad en zonas cocaleras explotadas por los curacas.
Siguiendo los datos que proporciona Meruvia (obra citada), la producción de coca en los
yungas de Chuquioma se comercializaba en Tiraque, en los valles de Mizque, también
era conducida a La Plata y en menor proporción ingresaba a los valles centrales de
Cochabamba. Estos no eran mercados terminales, sino puntos de acopio, de donde, a
través de intermediarios se distribuía a los centros mineros, incluido Potosí. Este
comercio sufre altibajos y en el siglo XVII, como se mencionó, los mercados de coca
tienden a constreñirse, sumándose a esta tendencia las dificultades para captar mano de
obra con destino a los cocales. La caída de los precios de la coca por igual tendencia en
la demanda, fue influida por el descenso de la población aborigen víctima de epidemias.
A ello se sumaron, hacia 1650, las incursiones de los yuracarés que destruyeron el
pueblo de Pocona. Al respecto anota Waldo Soria Galvarro: “Este funesto contratiempo
dio lugar al total abandono de los yungas, habiendo quedado desierto por más de
setenta años. Entre tanto florecía la industria cocalera en los yungas de La Paz con la
semilla que de Chuquioma se llevó en las épocas a que nos referimos” (1916:6).
Los terratenientes de Chuquioma, eran además dueños de extensas tierras en los valles
de Mizque, Aiquile, Totora y Pocona, en el marco de una doble estrategia: los
arrenderos de tierras en valle y altura en estas propiedades, además de sus tareas
corrientes, eran obligados a cumplir faenas en las plantaciones de coca; por otro lado,
esta disponibilidad de varios pisos altitudinales les permitía producir alimentos variados
(tubérculos, harinas, charque) para abastecer la fuerza de trabajo empeñada en cultivar
coca. En realidad, sugiere Meruvia, que estas grandes extensiones de tierra funcionaban
como una sola “súperhacienda”
La acumulación del excedente agrícola, en este caso, se da por dos vías: por la
apropiación de una parte sustancial de la cosecha de coca por parte del hacendado,
incluyendo la elaboración de cestos y el mantenimiento de la infraestructura vial; pero
también por la apropiación del valor agregado que el arrimante genera en el cocal de la
hacienda al construir plataformas, además de almacigar y sembrar las plantas de coca
que son productivas por varios años. A esto se suma la obligación de proporcionar un
peón en cada mita por el tiempo de 40 días, tres veces al año (120 días), este trabajador
estaba a cargo del arrimante, sin embargo el fruto del trabajo de este peón era apropiado
totalmente por el hacendado, con lo que se maximizaba la apropiación del plus trabajo.
pero lo que era más sensible, la escasez de mano de obra se había hecho más aguda y el
mantenimiento de las vías de comunicación más difícil. Por tanto, el
empequeñecimiento de los mercados y el incremento de los costos de producción y
transporte determinaron la merma en la agricultura de la coca e incluso el abandono de
lo cocales y la suspensión de las actividades en la hacienda de Chuquioma. Esta
economía se reactivará con el segundo auge de la plata (1870-90) y proseguirá en las
primeras décadas del siglo XX, pero esto será objeto de análisis en los siguientes
capítulos.
77
PARTE 2
CAPITULO 3:
La estructura agraria en la Provincia Totora y
Chimboata
A la llegada de los españoles estas tierras estaban ocupadas por mitimaes (collas, cotas,
canas y soras) trasplantados a esta zona por disposiciones del Inca Wayna Kapac en las
79
Este es el contexto en medio del cual se debate la cuestión del traspaso de las tierras de
comunidad a manos privadas y los nuevos alcances y modalidades del tributo indigenal,
entre quienes defienden a los indios comunarios y quienes apuestan por la titularización
individual de sus tierras como sinónimo de progreso y prosperidad. El debate es
particularmente encendido en La Paz, pero sus ecos alcanzan a Cochabamba, pues los
intereses en juego aluden a la oportunidad, real o ilusoria, de un enriquecimiento rápido
por la vía de la adquisición de tierras saneadas y baratas, que movilizan no solo a los
latifundistas, sino a la propia jerarquía estatal y militar e incluso a sectores de clase
media (comerciantes, profesionales diversos, funcionarios públicos, etc.).
107
Ramirez, Valverde, M. Visita a Pocona, 1557, Historia y Cultura nº 4, Lima, 1970., citado por De
Jong, 1988 y Ellefsen, 1978.
108
Un detalle de este proceso se puede encontrar en Meruvia, 2000.
80
109
Según Dalence, en 1846 existían en Bolivia 5.135 haciendas y 106.132 terrenos de comunidad
conformando 111.267 propiedades rústicas. El número de comunarios con tierras estaba compuesto por
48.295 jefes de familia y el de agregados con tierra alcanzaba a 57.837, a los que se sumaba 31.972
forasteros sin tierra (1992: 210 y 211). A este respecto Sanjinez argumentaba, que además del jefe de
familia había que considerar un promedio de familias de 4,5 personas (según Dalence), con lo que el
universo poblacional de las comunidades se elevaba a 478.074 personas que vivían en 3.102
comunidades.
110
Sanjinez anota que los colonos de los Yungas trabajaban 4 a 5 días semanales para la hacienda y en
los valles 3 a 4 días, según costumbre de cada lugar. En la puna trabajaban en épocas de barbecho, de
siembra, de deshierbe, de cosecha, además de servir en todos los casos como pongo dos y hasta tres veces
al año fuera de otras muchas obligaciones.
81
Llegado a este punto asomaba de manera explícita el prejuicio racial. Citando a José
Vicente Dorado, autor de un proyecto de repartición y venta de tierras, se sostenía:
Arrancar esos terrenos de manos del ignorante indígena atrasado, sin medios,
capacidad ni voluntad para cultivarlos y pasarlos a la emprendedora, activa e
inteligente raza blanca, ávida de propiedades y fortuna, llena de ambición y
necesidades, es efectuar la conversión más saludable en el orden social y
económico de Bolivia. Es un hecho sabido y conocido por todos que el indígena,
sea cual fuere la extensión de terrenos que posee, no cultiva sino una parte muy
pequeña de ellos en proporción no a las necesidades y demandas del país y de
la agricultura en general, sino a las suyas propias, dejando en la ociosidad y
nulidad la porción restante de terreno no cultivado, lo que constituye su falta de
voluntad Dado el caso de que el indígena se entregara al cultivo de todos los
terrenos que posee, ignora los medios más a propósito para obtener de ellos
todas las ventajas y producción de que es capaz; porque hijo de la rutina,
desconoce los principios de la ciencia, lo que constituye su incapacidad (...) El
indio por las soledades que habita, por las costumbres frugales que tiene, por
las telas burdas de que se viste, por su profunda ignorancia de la Agronomía,
pues su rutina no puede jamás constituir ciencia, sin necesidades sino muy
limitadas que llenar, sin llevar su mirada más allá que el día presente y
acostumbrado con la abyección en que ha nacido, queda satisfecho con muy
pequeño cultivo, cuyo producto apenas alcanza para pagar su contribución de 9
$ 5 r. que paga (Zambrana; 1871:91).
Argumentos similares que se extienden a lo largo del texto sugieren, una y otra vez, que
la venta de tierras de comunidad y su adquisición por gente blanca y culta era un acto de
progreso y desarrollo para la agricultura del país.
Luego de una denuncia vehemente del carácter despótico y de simple despojo que
contienen las disposiciones legales melgarejistas que disponían el remate de tierras
comunarias, Santivañez contradice el argumento de que las ventas de tierras de
111
De acuerdo a Carlos Ponce Sanjinez (1976), el 28 de junio de 1869 fueron masacrados en San Pedro
de Tiquina 600 indios y el 7 de agosto de 1870 otros 2.000.
82
112
“Aquí en Cochabamba se adjudicaron a un jefe en Pocona 80 fanegadas y una extensión de más de
seis leguas sin haber dado un solo centavo al Tesoro. Al denunciante C.G. se le otorgaron gratis 28
fanegadas. En La Paz se ha vendido una parcialidad que constaba de 40 familias comunarias por 7
pesos 40 centavos!!” (nota del autor).
83
En un segundo folleto editado también en 1871, Santivañes hacía alusión a los afanes de
los compradores de tierras de comunidad para rodearse de abogados y buscar
argumentos que legitimen sus compras de tierras, dando curso a publicaciones donde se
despliegan tales argumentos, desarrollando una vez más, la revisión histórica de la
constitución de la propiedad territorial como base de su defensa de las tierras de
comunidad, remarcando con vehemencia los argumentos anteriormente examinados,
contrarrestando particularmente el argumento de que las tierras de hacienda eran más
productiva que las tierras de comunidad. Al respecto se anotaba:
El objeto de esta disposición no era otro que estimular la transferencia de las tierras de
las comunidades indígenas, previa división de las mismas, entrega de títulos
individuales a cada comunario y subsecuente venta de estas propiedades y toda tierra
sobrante, a las hacienda en medio de irregularidades y abusos sin fin. Las operaciones
de división de las tierras de comunidad debían practicarse a través de una Mesa
Revisitadora conformada por un juez revisitador asignado a cada provincia. Este juez
labraba un libro de resoluciones de revisita y un libro de matricula de propiedades
desamortizadas y sujetas a contribución territorial, entre otros.
Una ley de agosto de 1880 creó además, el impuesto predial urbano y el impuesto
predial rústico, este último aplicable a todo tipo de inmueble rural. Este impuesto venía
a sustituir los antiguos diezmos, primicias, veintenas, huasiventas y otros, que se
cobraban a las poblaciones indígenas desde la época colonial. Los hacendados también
estaban sujetos a los diezmos por su carácter eclesiástico, pero en general tal obligación
la transferían a los colonos que trabajaban sus tierras, pues consideraban que este era un
impuesto vejatorio e indigno a su calidad de patrones blancos, y por ello, debía ser
sustituido por un impuesto territorial basado en la renta neta. La ley citada recogía estas
84
Hacia 1897, la administración del Estado llegó a la conclusión de que las leyes de
exvinculación de tierras de comunidad no habían producido los beneficios que se debían
esperar y que, en cambio, se había producido un “caos en la posesión de tierras” y “un
desequilibrio en los presupuestos departamentales”. En realidad, los escasos resultados
obtenidos se originaban en la resistencia franca o sutil de las comunidades a coadyuvar
con las operaciones de revisita y más aun a dar paso a las ventas de tierras, situación
que, de acuerdo a Jorge Ovando Sanz (1985) se acentuó en medio del torbellino causado
por la Revolución Federal de 1899, al punto que volvió a surgir una corriente de opinión
favorable a la conservación de las comunidades indígenas y la preservación de las
tierras de comunidad. Este tipo de antecedente que no dejaba de ser amenazador para la
propiedad de las haciendas, estimulo la sustitución del impuesto territorial por el
impuesto predial rústico, para cuyo efecto se dispusieron nuevas revisitas a objeto de
formar el catastro de todas las propiedades rústicas, calculando la renta que produce
cada propiedad, y a través de ello determinar el monto del citado impuesto predial113.
Pocona, sus dos parcialidades cubrían niveles altitudinales similares pero, en ambos
casos, se había perdido la articulación con zonas más cálidas alrededor de los ríos Julpe
y Misque, ocupados por haciendas, lo que provocó la pérdida de su antigua vocación
multiproductiva. Esta situación que no se modificó con la aplicación de la
exvinculación, dejó de proporcionar algún sentido a la preservación de tierras de
comunidad, una vez que habían perdido su vocación de complementariedad, razón por
la cual se parcelaron en forma pacífica y casi espontánea.
Esta pasividad permitió excesos y marcadas arbitrariedades. Para comenzar las tierras
de comunidad fueron evaluadas en un monto que generaba un impuesto similar al que
antiguamente tenían que pagar los originarios como tributo indigenal, a pesar de que la
extensión de sus terrenos había sido significativamente reducida. Los originario de
Totora, de acuerdo a De Jong recibieron títulos para un total de 51,41 Has y fueron
declaradas vacantes 46,21 Has., es decir, prácticamente quedó afectada la mitad de las
tierras que detentaban con anterioridad a la revisita. De todas maneras, las tierras
subastadas por las revisitas, gradualmente ingresaron al mercado de tierras al no poder
absorber el crecimiento demográfico natural de las comunidades, precipitando por tanto
su minifundización, particularmente en el caso de Pocona. En Totora, la ley de
exvinculación precipitó la desaparición de la pequeña comunidad de originarios
existente hasta la década de 1870, que de acuerdo a De Jong, dejaron incluso de
aparecer en los registros de propiedades de 1908.
El estudio de una estructura agraria separada del contexto y las lógicas que definieron la
trama de intereses que le dieron sustento, irremediablemente desembocaría en una árida
descripción de ciertos lugares comunes (tenencia, productividad, tipos de producción,
etc.). En este orden, no debemos perder de vista, que si la estructura agraria cerealera
que se desplegó en los valles centrales de Cochabamba desde la segunda mitad del siglo
XVI estuvo vinculada históricamente a la eclosión del mercado minero de la plata y al
ordenamiento territorial que emergió como resultado de hacer viable la explotación y
circulación mercantil del preciado mineral; la estructura agraria del Cono Sur
cochabambino y particularmente de la región de Totora, si bien cobra sentido a partir de
la raíz común del mercado minero potosino y luego del auge argentífero republicano,
presenta peculiaridades propias vinculadas a la naturaleza de la mercancía que oferta, es
decir, la hoja de coca, cuyo ciclo agrícola no solo presentaba desafíos referidos a las
peculiaridades geográficas y climáticas en que tenía lugar, sino a la forma en que pudo
plegar y subordinar a esta finalidad, otras economías convertidas en complementarias
86
como la agricultura del trigo y los tubérculos, esfera en la cual estaba inmersa
Chimboata y otros cantones114.
Cuadro Nº 1:
Población de la Provincia Totora según censos de 1881 y 1900
Censo de población
Localidades Censo 1900 (2)
Censo 1880 (1)
Urbana Rural
Cantón Totora 3.042 (*) 3.501 3.969
Cantón Pocona 1.629 486 2.159
Cantón Chimboata 2.406 295 2.775
Cantón Pojo 3.047 985 5.643
Cantón Tiraque - 220 1.640
Vice-cantón - 372 784
Guayapacha
Totales 10.124 5.859 16.970
(1) El Heraldo nº 416, 29/06/1881
(2) Censo General de Población – Departamento de Cochabamba.
(*) “Censo personal del pueblo de Totora”, no se consigna la población rural del
cantón.
Si bien estos datos censales no son totalmente comparables puesto que el censo de 1880
no presenta datos de población urbano-rural diferenciados, expresan suficientemente la
dimensión de la población que pudiera ser considerada como un “nicho de mercado”
para la agricultura de la zona. En este orden, se puede observar que en 1880 la plaza
comercial más importante era Totora. En 1900, se mantiene esta situación, pero además
se puede observar que el resto de la población urbana se reduce a pequeños bolsones
que no alcanzan la categoría de núcleos de urbanización. A pesar de que se produce un
incremento de población significativo entre 1880 y 1900, la ciudad principal (Totora)
expresa un ritmo muy modesto de crecimiento. De todas maneras este núcleo urbano es
el eje de una estructura territorial, pero cuya lógica no es similar a la que se despliega en
los valles centrales, donde la cuestión de la densidad poblacional y la aglomeración
demográfica en la capital departamental y ciudades intermedias como Quillacollo,
Sacaba, Cliza, Punata y Tarata resultaban fundamentales para la viabilidad del mercado
del maíz y la chicha.
114
En el siguiente capítulo, al analizar el modelo de acumulación de la economía hacendal totoreña
ampliaremos estos puntos de vista.
87
Aclarada esta salvedad, pasaremos a examinar los rasgos de la estructura agraria que
presentaba Totora en dos momentos de su devenir (1897 y 1908), para ello, como se
pudo en evidencia con anterioridad, nos referiremos a las dos únicas fuentes primarias
relevantes que existen en el Archivo Histórica Prefectural de Cochabamba. En los
Mapas 1 y 2115 se podrá observar la situación geográfica actual de la provincia y la
división cantonal aproximada a que se refieren los cuadros que siguen.
CUADRO Nº 2:
Propiedades según rangos de superficies y disponibilidad de colonos en la Provincia Tototra - 1897
115
Ver todos los mapas, esquemas y gráficos al final del correspondiente capítulo
88
Cuadro 3 (continuación)
Cuadro 3 (continuación)
El aporte principal del cuadro precedente es que devela que la concentración de tierras
en la provincia Totora no se produce en todos los casos por propietarios individuales
dueños de una gran hacienda, sino por clanes familiares que adquieren propiedades de
diversos tamaños e incluso en diversos pisos ecológicos. De esta manera, se puede
comprobar que la gran proporción de tierras en la provincia Totora en 1897 estaba en
manos de 17 familias de grandes terratenientes, entre los cuales se destaca la Familia
Soriano que acaparaba el 25% de todas las tierras provinciales y las familias Mendoza,
Zegarra, Ledesma, Medrano, Torrico y García que en conjunto ocupaban 29.435 Has,
es decir, el 25,70 % de dichas tierras. En síntesis, 7 de las 17 familias mencionadas eran
poseedoras de más del 50 % de las tierras laborables en la provincia Totora en dicho
año.
Respecto a la población de colonos, en el año citado, existían 2.177, de los cuales 718
se concentraban en las dos secciones del Cantón Totora (el 33 % del total). De estos,
984 (el 45 % del total) trabajaban parcelas en el interior de las grandes haciendas
registradas en el Cuadro 3, siendo las familias Zegarra, Soriano, Ledesma y Melean las
que disponían de mayor número de colonos (549 en conjunto). Sin embargo se puede
observar que la distribución de colonos por hacienda no sigue una pauta de
proporcionalidad respecto a la dimensión de las propiedades. En realidad, esta
distribución era cambiante, dependiendo de la decisión periódica de los propietarios
para incursionar con mayor o menor intensidad en la producción agrícola. Cálculo que
a su vez dependía de factores como el comportamiento de los mercados locales, la
demanda de productos para abastecer a las haciendas cocaleras, la disponibilidad de
riego y, además, las urgencias intensas o menos intensas para arrendar las tierras como
forma de captar circulante y fuerza de trabajo servil. En el caso de Totora, mucha de
esta mano de obra era atraída a las haciendas con el objeto, no necesariamente de
fortalecer la producción local, sino de cumplir labores bajo diversas modalidades, en las
haciendas cocaleras.
CUADRO Nº 4
Propiedades según rangos de superficies y disponibilidad de colonos en
la Provincia Totora - 1908
El cuadro anterior muestra que en 1908 en la Provincia Totora fueron registradas 850
propiedades, incluyendo las 67 de la jurisdicción ampliada de la provincia, es decir, la
sección A del cantón Tiraque. En conjunto, las mismas ocupaban la extensión de
185.522 Has, de las cuales se deben restar 1.575 Has (Tiraque), arrojando una
superficie neta de 183.947 Has dentro de los límites provinciales que regían en 1897.
La forma como la tierra disponible se distribuye entre estas propiedades muestra las
siguientes características:
577 pequeñas parcelas o hilos, cuya extensión fluctúa entre menos de una
hectárea a 10 Has., representaban el 67,88 % del total de propiedades.
118 propiedades cuyas superficies se situaban en el rango que va desde 11 a 50
Has y otras 44, cuyas superficies varían entre 51 y 100 Has, representaban en
conjunto el 19,05 del total.
60 propiedades, cuyas superficies fluctúan entre 101 y 500 Has, es decir
haciendas de proporciones medianas, representaban el 7,06 % del total.
Las grandes haciendas estaban representadas por 21 propiedades cuyas
superficies variaban entre 501 y 1.000 Has, por una parte y otras 30 propiedades
con extensiones superiores a las 1.000 Has. En conjunto representaban el 6 %
del total.
Además, como se mencionó inicialmente, aparece como parte de la provincia el
Cantón Tiraque A con 67 propiedades, de las cuales 49 son inferiores a 10 Has.
Estas propiedades serán descartadas del análisis comparativo con el registro de
1897 para evitar distorsiones. Es decir, se tomara la cifra de 783 predios en
lugar de los 850 inicialmente mencionados con una superficie total referencial
de 183.947 Has.
92
La pregunta que surge de inmediato, es ¿de donde provienen estas tierras? Por todo lo
analizado, no se puede dudar que una proporción de las mismas provienen de las
llamadas tierras realengas o de comunidad que el Estado ha titularizado
individualmente a comunarios, quienes se han inscrito en los registros, pero también se
93
Por otra parte, se puede constatar que este importante incremento de nuevas extensiones
que se incorporan al dominio privado no favorece en absoluto a la pequeña propiedad.
No otra cosa significa que la misma es la única que no experimenta ningún incremento
en su volumen numérico, sino que por el contrario se contrae en un 10 %, es decir, que
probablemente ese 10 % se incorpora a la mediana y a la gran propiedad, lo que
significa que la tendencia a la parcelación de la tierra que se produce en los valles
centrales, justamente hacia 1908, protagonizada por piqueros y otros pequeños
propietarios que adquieren tierras, no se reproduce en absoluto en Totora, donde más
bien tiene lugar un proceso inverso de fortalecimiento de la mediana y gran propiedad.
De todo esto se puede inferir que el mercado de tierras rústicas se mueve en una esfera
social media y alta muy distante de los sectores populares.
CUADRO Nº 5
Propiedades de familias de grandes terratenientes en la Provincia Totora, 1908
Cuadro 5 (continuación)
Totales 4.000 13
Familia Gómez Pilancho 1.800 8 Templado c/r Chimboata A
Egipciaca Gómez y Viscachani 100 6 Templado c/r Chimboata A
otros Miskiyacu 200 14 Templado s/r Chimboata B
Molle Molle 150 12 Templado c/r Chimboata A
Hornillos 250 6 Templado s/r Totora B
Caluyo 500 10 Templado s/r Totora B
Totales 3.000 56
Familia Carrasco Charichari 2.600 15 Templado c/r Totora C
Cesar Carrasco
Familia Rodrigo Hornillos 250 3 Templado s/r Totora B
Victoria Rodrigo Tuirami 2.500 28 Templado c/r Totora A
Totales 2.750 31
Familia Gonzáles Tocti 170 s/c Templado c/r Pocona B
Maria Gonzáles y Jarcaguada 625 3 Templado s/r Totora C
otros Potrero 500 3 Templado s/r Totora C
Frailesco 1.400 9 Cálido c/r Totora C
Totales 2.695 15
Familia Melean Molleaguada 31 Templado c/r Totora C
Diógenes Melean 2.500
Familia Días Tejahuasi 1.200 8 Frío s/r Totora C
Gertrudis Días y Conda 1.000 54 Templado c/r Pocona B
otros Yurachallpa 169 6 Templado c/r Pocona B
Totales 2.369 68
Familia Ibáñez Guarayos 2.000 37 Templado s/r Pojo A
Rosenda v. de Ibañez
Familia Badani Kochipata 50 s/c Templado s/r Pojo B
Miguel Badani y Copachuncho 1.250 37 Templado c/r Totora A
otros
Totales 1.300 37
Familia Borda Ulaula 1.250 3 Templado c/r Totora B
Etelvina Borda
Familia Saucedo Hornillos 1.200 26 Templado s/r Totora B
Rosendo Saucedo
Familia Hinojosa Montepunco 1.000 s/c Cálido c/r Chimboata B
Tomasa Hinojosa
TOTAL GENERAL 73 Haciendas y 152.251 1.183
otras propiedades
Cuadro Nº 6
Expansión de las propiedades de la Familia Zegarra entre 1897 y 1908
Propiedades Super- Propiedades Super-
Propietario en 1897 ficies en 1908 ficies
en Has. en Has.
Pausanias Zegarra Alizar 59 Alizar 325
Pojo 1.169 Pojo 45.000
Chichahuaico 615 Chichahuaico 10.000
Pacta 5.165 Pacta 1.300
Lincuni 59 Lincuni 300
Total 7.067 Total 56.925
Fuente: Elaborado en base a los cuadros 3 y 5
La expansión de las tierras de la familia Zegarra entre 1897 y 1908 son del orden del
800 %!, algo realmente extraordinario. Sin embargo, en este caso las propiedades
registradas son las mismas o por lo menos mantienen sus denominaciones, por tanto las
tierras adicionales añadidas al dominio del clan no fueron otras propiedades de
terratenientes vecinos, sino probablemente tierras de comunidad y tierras fiscales. En
1897, todas las propiedades anotadas, excepto Pacta que se declaraba emplazada en una
zona cálida y con riego, se situaban en un piso ecológico templado y una de ellas
(Chichahuaico) en una zona fría. Sin embargo, en 1908, todas exceptuando Lincuni que
se mantiene en clima templado, se declaran como emplazadas en pisos de clima cálido y
con riego. Esto no significa otra cosa que cuatro de sus cinco propiedades se convierten
en haciendas cocaleras como efecto de un avance sostenido hacia tierras de yungas, a
partir del expediente de expandir los límites de sus propiedades originales, para
convertirse de esta forma, en los principales productores de coca en la región en esa
época (Ver cuadros 3 y 5).
En contraste, la familia Soriano que en 1897 poseía siete fundos con 28.574 has. (uno
de ellos La Habana con 20.000 Has.), en 1908 aparece relegada a la posesión de solo
6.801 Has. En este caso, dicha familia solo mantiene en 1908 dos propiedades (Alizar y
Pampa Quemada) de los siete fundos registrados en 1897. Sin embargo ha incrementado
el número de predios a nueve, a pesar de haber vendido 21.773 Has entre 1897 y 1908.
Estos dos episodios revelan por lo menos dos estrategias en la dinámica de expansión de
las propiedades y la circulación mercantil de la tierra. Por una parte el avance hacia
tierras de yungas cuya propiedad no esta definida y se cataloga como fiscal, y la compra
y venta de tierras, como una forma de monetización del patrimonio familiar y también
de ampliación de los bienes inmuebles. Todas estas operaciones, sin duda se realizan en
el ámbito exclusivo de los mencionados clanes familiares y tiende a reforzar la
concentración de tierras en manos de estos grupos, al contrario de lo que sucede en los
97
valles centrales, donde el activo comercio de tierras genera desde fines del siglo XIX un
proceso incontenible de minifundización con tonos populares como comprobaremos
más adelante.
Haciendas
Serranía templada y fría
Haciendas cocaleras en yungas tropicales
Familias y grandes Observaciones
propietarios Nº de Superfici-es Cantón y
hacien- en Ha. Nombre sección Yungas
das o zona tropical
Zegarra 56.925 Pojo Pojo - A Chuquioma Las haciendas en
Pausanias Zegarra 3 11.600 Alisar y otros Chuquioma tenían
45.325 Ha.
Caero 21.453
Belisario Caero 1 - San Mateo Pojo - B Chuquioma San Mateo tiene
Teodosio Caero 1 625 - - - 20.828 Ha.
Julio Caero 1 - Coroico Pojo - C Chuquioma
Ledesma 11.143
Ana Ledesma 1 193
Benjamín Ledesma 7 10.950
Benjamín Ledesma Tejahuasi Pojo - C Chuquioma
Benjamín Ledesma San Antonio Pojo - C Chuquioma
Saturnino Ledesma - Potrero Pojo - C Chuquioma
Petrona Ledesma Potrero Pojo - C Chuquioma
Mendoza 8.047
Juan Mendoza 1 300
Juan Mendoza Arepucho Totora - E Arepucho
Francisco Mendoza Laime Toro Pojo - B Chuquioma Laime Toro tiene
Francisco Mendoza Dolores Totora - D Icuna 7.747 Ha.
Helena Mendoza Dolores Totora - D Icuna
Nahum Mendoza Dolores Totora - D Icuna
98
Cuadro 7 (continuación)
Haciendas
Serranía templada y fría
Haciendas cocaleras en yungas tropicales
Familias y grandes Observaciones
propietarios Nº de Superfici-es Cantón y
hacien- en Ha. Nombre sección Yungas
das o zona tropical
Soriano 6.801
Andrés Soriano 3 418
Andrés Soriano Mamoré Pojo - D Chuquioma
Begonia Soriano 2 4.315
Esperanza Soriano 3 868
Leonor Soriano 1 1.200
Eugenio Soriano Mamoré Pojo - D Chuquioma
Cesar Soriano Mamoré Pojo - D Chuquioma
Gomez 6 3.000
Uriel Gómez 3 900
Uriel Gómez La Glorieta Totora - D Icuna
Egipciaca Gómez 1 1.800
Ángel M. Gómez 1 100
Walter Gómez 1 200
Clemencia Gómez Guanay Totora - D Icuna
Gonzáles 4 2.695
Maria Gonzáles 1 170
Manuel Gonzáles 3 2.225
José L. Gonzáles Santa Rita Pojo - C Chuquioma
Melean 1 2500
Diógenes Melean 1 2.500
Diógenes Melean Huchimayu Totora - D Icuna
Diógenes Melean Vientopedazo Totora - D Icuna
Días 3 2.369
Tais Días 1 1.000
Egipciaca Días 1 169
Gertrudis Días 1 1.200
Gertrudis Días San Pedro Totora - D Icuna
Badani 2 1.300
Miguel Badani 1 50
Segundo Badani 1 1250
Segundo Badani San José Pojo - C Chuquioma
Saucedo 1 1.200
Rosendo Saucedo 1 1.200
Rosendo Saucedo Bella Vista Totora - D Icuna
Rosendo Saucedo Porvenir Totora - D Icuna
Rosendo Saucedo Arepucho Totora - E Arepucho
Escobar 3 1.090
Serafina de Escobar 1 130 Kuchihuasi
Constancio Escobar 1 335 Caluyo
Constancio Escobar 1 625 Rodeo Chico
Julio Escobar Guanay Totora - D Icuna
Luís Escobar Kuchimayu Totora - D Icuna
Irigoyen 1 700
Fidel Irigoyen 700
Fidel Irigoyen Antahuakana Totora - D Icuna
Fidel Irigoyen Arepucho Totora - E Arepucho
Mariscal 1 186
Encarnación Mariscal 1 186
Teodoro Mariscal San Pedro Totora - D Icuna
Pascual Mariscal San Pedro Totora - D Icuna
Pacífico Mariscal Guanay Totora - E Arepucho
Guzmán 1 150
Narcisa Guzmán 150
Cesáreo Guzmán Derrumbado Pojo - C Chuquioma
Justo Guzmán Pedro Cantillo Pojo - C Chuquioma
Fuente: Gonzáles, 2008
Nota: En las hacienda cocaleras cuya extensión no se acompaña, esta omisión se debe a que en los
libros de registro solo figuran propietarios y denominaciones de las haciendas, pero no superficies.
99
Se puede afirmar que el eje de la economía totoreña giraba en torno a las haciendas
cocaleras, pues eran estas las que producían el articulo de exportación que
proporcionaba importantes utilidades, al punto de poder costear durante varias décadas
la vida fastuosa de la elite regional y convertir la ciudad de Totora en una pequeña
sucursal de los gustos más distinguidos que se podían encontrar en las capitales
europeas o en los EE.UU.116.
No cabe duda que los márgenes de rentabilidad de una hacienda, finca o huerto en zona
templada o fría estaba muy por debajo de la enorme rentabilidad de una hacienda
cocalera, a pesar de la penuria que significaba sacar la coca de los yungas por pésimos
caminos, peligrosas sendas e innumerables riesgos, a lo que se sumaba las dificultades
para captar mano de obra una vez que la temible fama del variado menú de dolencias
que ofertaban los yungas, hacía muy difícil la permanencia estable de cultivadores de
coca.
Siguen esta estrategia de concentración de tierras otras familias como los Ledesma con
10 haciendas en zonas templadas y frías, además de otras 4 en zona en los yungas de
Chuquioma, lo que les permite disponer de abundante producción en los tres pisos
116
Un amplio análisis de lo refinados gustos y la activa vida social de la elite totoreña se puede encontrar
en la tesis de Evelyn Gonzales (2008).
10
ecológicos. Los Soriano que poseen 8 haciendas en zona templada y 4 en los yungas, los
Gómez que tienen otras tantas haciendas con la modalidad descrita, en fin, los Melean,
los Escobar, los Mariscal, Badani, Novillo y otros. En conjunto estas familias junto con
las tres mencionadas forman el eje del poder provincial (Gonzáles, obra citada).
Otro grupo de propietarios son los poseedores de medianas extensiones, quienes por lo
que se comprobó, experimentaron una importante expansión entre 1897 y 1908. Sin
duda se trata de hacendados que apuestan a la dinámica del mercado local y los
mercados de Vallegrande, Sucre, Potosí y zonas aledañas, pero también abastecen la
demanda de los cocales. La expansión de este tipo de propiedad puede estar vinculada a
la fluida transferencia de tierras de pequeñas propiedades y de tierras de comunidad, que
por las razones antes anotadas, no despiertan interés en los grandes hacendados.
Cuadro Nº 8:
Número de propiedades por rangos, regiones, provincias y cantones
Cono Sur Valle Alto Valle Bajo Provincias altas
Regiones,
provincias y Provincia Provincia Provincia Punata Provincia Provincia Provincia
cantones Mizque Totora Cantones San Arque Ayopaya Tapacari
Cantones: Vila Cantones: Pojo, Benito y Muela Cantón Capinota Cantón Cantón Calliri
Vila, Misque, Totora, 1908 1908 Morochata 1898
Molinero y Chimboata y 1898
Rangos Tintin Pocona
según el tama- 1908 1908
ño de la propie- Nº de Nº de Nº de Nº de Nº de Nº de
dad propiedades propiedades propiedades propiedades propiedades propiedades
Nº % Nº % Nº % Nº % Nº % Nº %
Peque- A. De -1 a 72 10,37 492 63,90 1.951 95,87 820 89,71 107 69,48 9 26,47
ña 10 has.
propie- B. De 11 a 23 3,32 75 9,74 30 1,47 56 6,13 3 1,95 3 8,82
dad 20 Has.
Mediana propiedad 95 13,69 83 10,78 38 1,86 33 3,61 16 10,39 10 29,42
(21 a 100 has.)
Gran A. De 101 a 324 46,68 69 8,96 13 0,65 3 0,33 12 7,79 12 35,29
propie- 500 Has.
dad B. De 501 y 180 25,94 51 6,62 3 0,15 2 0,22 16 10,39 - -
más Has.
TOTALES 694 100 770 100 100 2.035 914 100 154 100 34 100
Lo que nos interesa de este cuadro es la relación numérica de las propiedades según
distintos escenarios ecológicos y jurisdiccionales, Veamos esta situación caso por caso.
Respecto a la pequeña propiedad en su dimensión mínima (de -1 a 10 Has), se pueden
observar contrastes realmente llamativos: en el Cono Sur, en la provincia Misque se
tiene una concentración muy discreta respecto a Totora que comparte el mismo
territorio. Aquí cabe anotar que en este último caso, es importante el aporte de los
pequeños fundos de tierras de comunidad en el Cantón Pocona, lo que parece no ocurrir
con Misque. Dirigiendo nuestra mirada al Valle Alto e incluso el Valle Bajo, la realidad
es totalmente diferente: centenares de pequeñas parcelas dominan este escenario
117
No existe una diferenciación muy específica respecto a lo que es una finca. En general este tipo de
propiedad hace referencia a la subdivisión de una hacienda en porciones no superiores a 100 has. Sin
embargo esta conformación podría también ser el resultado de la adquisición de dos o más huertos o
varias parcelas. Para fines del análisis y no con otra intención, se ha decidido delimitar la finca hasta la
extensión antes mencionada y considerar la hacienda a partir de 101 Has y más, aunque ciertamente se
reconoce que este es un corte arbitrario pero metodológicamente necesario.
10
Cuadro Nº 9
Cono Sur Valle Alto Valle Bajo
Regiones, Provincia Provincia Provincia Provincia Provincia Provincia
provincias y Mizque Totora Punata Arque Ayopaya Tapacari
cantones Cantones: Vila Vila, Cantones: Pojo, Cantones San Cantón Cantón Cantón Calliri
Misque, Molinero y Totora, Chimboata Benito y Muela Capinota Morochata 1898
Tintin y Pocona 1908 1908 1908 1898
Rangos 1908
según ta- Sup. en Has. Sup. en Has. Sup. en Has. Sup. en Has. Sup. en Has. Sup. en Has.
maño de la Has. % Has. % Has % Has % Has % Has. %
propiedad
Pe-que- A. De 381 0,14 1.693 0,94 1.225 15,85 1.157 23,1 132 0,43 3 0,09
ña pie- -1 a 10 8
dad Has
B. De 411 0,15 1.176 0,64 262 3,39 838 16,7 46 0,04 45 1,34
11 a 20 8
Has
Mediana 7.091 2,56 4.482 2,46 1.236 16,00 1.558 31,2 727 0,70 627 18,69
propiedad 1
(21 a 100 has.)
Gran A. De
pro-pie- 101 a 78.768 28,45 18.461 10,12 2.959 38,29 323 6,48 2.993 2,90 2.680 79,88
dad 500
Has.
B. de
501 y 190.223 68,70 156.520 85,84 2.045 26,47 1.116 22,3 99.385 96,2 - -
más 5 3
Has.
TOTALES 276.874 100 182.332 100 7.727 100 4.992 100 103.283 100 3.355 100
Distribución de la tierra agrícola según rangos de propiedades, regiones provincias y cantones
Fuente: Registro de Propiedades Rústicas del Departamento de Cochabamba, Archivo Histórica
Prefectural, Cochabamba.
Respecto a la pequeña propiedad de Misque y Totora, aun sumando las propiedades que
fluctúan entre 11 y 20 Has la extensión de tierras que abarcan no sobrepasa siquiera un
modestísimo 2 % del total de tierras registradas en ambas provincias (0,29 % en Misque
y 1,58 % en Totora). En el Valle Alto (cantones de San Benito y Muela), el millar y más
de parcelas, incluidas las mayores a 10 has y hasta 20, no alcanzan al 20 % del total de
tierras de dichos cantones. En el Valle Bajo, el caso de Capinota, es relativamente mejor
pero igualmente discreto puesto que las 820 parcelas menores y las 56 mayores a 10 y
menores a 21 Has, abarcan casi un 40 % de las tierras del cantón. En las provincias altas
el panorama es similar al del Cono Sur, con incidencias que no superan el 1,5 %. Por
tanto, la idea de que la existencia de muchas parcelas significaría un amplio acceso a la
tierra resulta falsa. En efecto, la superficie promedio de de cada parcela en Totora en
fracciones de -1 a 10 Has es de 3,44. Este mismo promedio en San Benito y Muela
(Punata) es de 0,62 Has, en Capinota de 1,41 Has. En realidad los agricultores
parcelarios de Totora e incluso Capinota resultaban privilegiados respecto a sus iguales
del Valle Alto, donde todo parece indicar que la lucha por la tierra era ardua y
extremadamente sacrificada118.
Toda esta detallada descripción nos permite establecer que hacia fines del siglo XIX e
inicios del XX, pese al crecimiento de la pequeña propiedad en los valles centrales y
otras zonas, la tierra en forma dominante estaba controlada legal, social y políticamente
por grandes latifundistas. La expansión del minifundio en el Valle Alto, por lo menos en
esta época no significaba un retroceso ostensible del dominio hacendal. La proliferación
de la parcela y el lote, parece expresar más la profundidad de la presión demográfica de
los continuos flujos migratorios de indios forasteros atraídos por las deslumbrantes
ferias vallunas, que la existencia de movimientos sociales que amenazaran el orden
social y la seguridad de los grandes y medianos propietarios. En estos valles, la tierra se
despedaza, se vende y revende bajo el manto de un muy activo mercado de tierras
rústicas, por lo menos estos es lo que sugiere Robert Jackson (1993) para las primeras
décadas del siglo XX, quien señala que las tierras de Punata, Cliza y otras eran
altamente cotizadas. Por tanto el minifundista tenía capacidad económica para adquirir
tierra a precios especulativos y naturalmente, el gran propietario que dividía y
desmenuzaba la tierra de la antigua gran hacienda, realizaba buenos negocios y con el
fruto de estos se volvía comerciante y vecino de la ciudad de Cochabamba, que de paso
ayudó a urbanizar. Este panorama se vincula al fenómeno ferial y a la pujanza de la
economía del maíz que encontró en la chicha consumida regionalmente, la opción al
perdido y llorado mercado potosino.
resultante, donde episodios como los centenares de pequeños predios de antiguos indios
comunarios en Pocona, Chimboata o Totora, no afectaban en absoluto este orden
económico
La estructura agraria en el Cantón Chimboata a fines del siglo XIX e inicios del
XX:
La Primera Sección del Cantón Chimboata a fines del siglo XIX e inicios del XX estaba
prácticamente ocupada predominantemente por haciendas medianas, y algunas fincas y
huertos. El área cubierta por esta sección, según De Jong (obra citada), iba desde la zona
de Pilancho por el Sur hasta Llachojmayu por el Noreste y Cocapata por el Noroeste. La
Segunda Sección del Cantón Chimboata, siempre de acuerdo a De Jong, cubría el
extremo Noroeste de la provincia desde Mamawasi y Lope Mendoza por el Norte hasta
Chillijchi por el Sur Se trata igualmente de una zona dominada por haciendas y
atravesada por varios ríos lo que proporcionaba mayor posibilidad de riego a las
propiedades y permitió la instalación de algunos molinos de propiedad de las haciendas
(Ver Mapa 3). En suma, se trata de un territorio abrupto dominado por serranías y valles
estrechos atravesados por ríos de corriente estacional a lo largo de los cuales se
desplegaban los huertos y las pequeñas parcelas, en tanto las tierras de hacienda
dominaban en las alturas. Ambas secciones del cantón tenían la opción de extenderse
hacia las tierras cálidas de los yungas y de hecho muchas grandes propiedades se
extendían a lo largo de territorios de puna, zonas de valle y laderas con bosques
tropicales donde se organizaban los cocales. Analizando el registro de propiedades del
Cantón Chimboata correspondiente a 1897 se tiene:
Cuadro 10A: Chimboata – Sección A: Nómina de propiedades y rangos según tamaño de la
propiedad (1897)
Rango según tamaño de la propiedad (en Has.)
Canton. La mediana propiedad estaba representada por 7 predios (20 % del total), 4 de
ellos con más de 21 Has y otros 3 con más de 51 Has. Finalmente la gran propiedad
estaba representada por una sola propiedad mayor a 1.000 Has.
Cuadro nº 11 (continuación)
En los registros de 1908, solo aparecen los nombres de Manuel Challco que incrementa
su patrimonio a 9,00 Has y Atanasio Flores con dos propiedades cuya superficie no fue
registrada. Por otro lado, examinando el Cuadro 12B, se puede constatar la existencia de
otras 21 propiedades, muchas con 8,92 Has que con toda probabilidad correspondían a
fracciones de tierras fiscales traspasadas a privados con posterioridad a 1878. De todo
esto, se puede deducir que existía un activo comercio de tierras, diríamos de esfera baja
(indios forasteros, indios originarios, mestizos lugareños, comerciantes, etc.) que
adquirían tierras en oportunidad de las periódicas revisitas para luego revenderlas,
volver a comprar, dejar en herencia, etc. Del registro de propiedades del Cantón
Chimboata en 1908, se obtiene lo siguiente información:
11
119
Presumiblemente se trata de pequeños predios transferidos a privados a través de la aplicación de las
leyes de exvinculación de 1874 y 1876.
11
Cuadro 13 (continuación)
Localidad Rangos de propiedad Nº Superficies según Nº Superficies según
Prop registros de 1897 Prop. registros de 1908 *
1897. 1908
Chimboata Peque- A) De -1 a 25 119,73 Has 23 80,25 has
Sección B ñas 10 Has.
propie- B) De 11 a 20 2 26,77 Has 5 85,00 Has.
dades. Has.
Propiedades medianas 7 296,42 Has 4 261,00 Has
de 21 a 100 has
Grandes A) De 101 a 500 - - 7 1.245,00 Has
propie- Has.
dades B) De 501 y más 1 1.291,32 Has 4 4.425 Has.
Has.
Totales Cantón B 35 1.734,24 Has 43* 6.096.25 Has
* Existe el registro de otras 13 propiedades pero no se realizó el asiento de sus superficies, por lo que no
son tomadas en cuenta
Fuente: Elaboración propia en base a los cuadros 11 y 12A-B
La Sección B del Cantón Chimboata presenta los siguientes rasgos: con relación a la
pequeña propiedad, la misma mantiene su composición numérica dentro de limites de
variación insignificantes, con un retroceso en la superficie de la pequeña propiedad de
rango inferior y un incremento en la superficie de la propiedad de rango superior en el
periodo 1897-1908. La superficie promedio del hilo (-1 a 10 Has) en 1897 es de 4,79
Has. En 1908, el promedio del hilo es 3,49 Has en tanto el huerto o pequeña finca
alcanza a un promedio de 17 Has. En realidad la aparente inmovilidad de este tipo de
11
Resumiendo, se puede establecer a la luz de los datos analizados, que las dos secciones
del Cantón Chimboata eran territorios totalmente dominados por las haciendas y que en
el periodo 1897-1908, a desmedro de lo que ocurría por ejemplo en el Valle Alto o
Valle Bajo, se fue profundizando el proceso de concentración de la tierra en manos de
unas pocas familias como una muestra del incontrastable poder de las mismas que
prácticamente poseían Chimboata como una suerte de gigantesca hacienda. En efecto,
fijando nuestra atención sobre este fenómeno, en la Sección A, la gran propiedad en
1897 abarcaba el 77,66 % del total de tierras registrado, en tanto en 1908 esta
concentración llegaba al 95,71 %. En la Sección B, la situación no era diferente: en
1897 la concentración de tierras en una sola gran hacienda alcanzaba al 74,46 % del
total de tierras registradas, pero en 1908 dicha concentración representaba el 93 % del
total mencionado.
Cuadro Nº 15:
Chimboata: Propiedades según número de colonos por año de registro
Localidad, Rango de Nº de Nº de
sección de propiedades colonos colonos
cantón en 1897 en 1908
Chimboata Pequeña propiedad 9 8
Sección A Propiedad mediana 172 56
Gran propiedad 88 122
Totales 269 186
Chimboata Pequeña propiedad 36 23
Sección B Propiedad mediana 121 45
Gran propiedad 35 115
Totales 192 183
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rusticas 1897 y 1908, Archivo Histórico
Prefectural de Cochabamba.
Para concluir esta parte, pasaremos a considerar la situación de las propiedades según la
intensidad de empleo de los arrenderos:
11
Cuadro 16:
Chimboata: Propiedades según intensidad de empleo de arrenderos
Cuadro Nº 17
Chimboata: Rango de propiedades según disponibilidad de riego (1897-1908)
Disponibilidad de riego
Localidad y Rango de propiedades Tota-
Propie- propie- Propie-
sección de cantón les
dades sin dades dades
y año de registro
riego con riego con riego
parcial
Chimboata Pequeña propiedad 2 2 4
Sección A Propiedad mediana 10 3 13
1897
Gran propiedad 1 2 2 5
Totales 13 4 5 22
Chimboata Pequeña propiedad 10 3 10 23
Sección B Propiedad mediana 7 2 2 11
1897 Gran propiedad 1 1
Totales 17 5 13 35
Chimboata Pequeña propiedad 3 1 2 6
Sección A
1908 Propiedad mediana 7 5 12
Gran propiedad 3 3 4 10
Totales 13 9 7 28
Chimboata Pequeña Propiedad 4 8 11 23
Sección B Propiedad mediana 1 6 2 9
1908
Gran propiedad 2 5 4 11
Totales 7 19 17 43
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rusticas 1897 y 1908, Archivo Histórico
Prefectural de Cochabamba.
Cuadro Nº 18
Chimboata: Propiedades según tipo de producción registrada
Tipo de producción
Localidad, Rango de
Solo Solo Cerea- Cerea- Forraje, Produc-
sección de propiedades
cerea- tubér- les y les, pastoreo tos Totales
cantón y año de
les culos tubér- tubér- y tropica-
registros
culos culos y otros(2) les
otros (1)
Chimboata Pequeña 2 1 1 4
Sección A propiedad
1897 Propiedad 3 6 2 2 13
mediana
Gran 1 4 5
propiedad
Totales 5 8 7 2 22
Chimboata Pequeña 4 5 12 2 23
Sección B propiedad
1897 Propiedad 2 6 1 2 11
mediana
Gran 1 1
propiedad
Totales 4 7 19 1 4 35
Chimboata Pequeña 6 6
Sección A propiedad
1908 Propiedad 2 10 12
mediana
Gran 2 8 10
propiedad
Totales 4 24 28
Chimboata Pequeña 5 13 5 23
Sección B Propiedad
1908 Propiedad 3 6 9
mediana
Gran 1 8 2 11
propiedad
Totales 9 27 5 2 43
El cuadro anterior nos demuestra que el Cantón Chimboata en sus dos secciones era
productor de cereales y tubérculos., destacando en la producción del trigo, aunque en
algunos casos, esta producción solía combinarse con legumbres y actividades de
pastoreo. Al respecto Guillermo Urquidi (1954) refiriéndose a Totora y Pojo, pero
pudiendo también ser valido el criterio para Chimboata, afirmaba:
Cuadro Nº 19
Chimboata: rangos de propiedad según valor deducido de la propiedad asentado en el Registro de
Propiedades
Propiedades con valores deducidos por el registrador (expresado en
Localidad, Rango de pesos)
sección de propiedades Prop Prop Prop. Prop. Prop. Prop. Prop. Prop.
cantón y desde des- desde desde desde desde desde desde Tota-
año de 1a de 501 a 1.001 2.501 5.001 7.501 10.001 les
registros 100 101a 1.000 a a a a y más
500 2.500 5.000 7.500 10.000
Chimboa- Pequeña propiedad 2 1 1 4
ta Sección Propiedad mediana 4 2 4 1 2 13
A - 1897 Gran propiedad 2 1 1 1 5
Totales 2 5 5 5 2 3 22
Chimboa- Pequeña propiedad 2 8 4 9 23
ta Sección Propiedad mediana 2 2 3 1 3 11
B -1897 Gran propiedad 1 1
Totales 2 8 6 11 3 1 4 35
Chimboa- Pequeña Propiedad 5 1 6
ta Sección Propiedad mediana 2 8 1 1 12
A – 1908 Gran propiedad 1 2 4 1 2 10
Totales 7 10 3 4 2 2 28
Chimboa- Pequeña propiedad 2 8 4 8 1 23
ta Sección Propiedad mediana 2 6 1 9
B – 1908 Gran propiedad 1 1 2 2 3 2 11
Totales 2 9 7 16 4 3 2 43
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rusticas 1897 y 1908, Archivo Histórico
Prefectural de Cochabamba.
observar que en la Sección A del cantón en 1897, no existen propiedades pequeñas con
valores inferiores a 500 pesos, en tanto, existen por lo menos dos con valores superiores
a 1.000 e incluso 2.000 pesos. Esta situación en 1908 se mantiene a pesar de que se
incrementa el número de este tipo de propiedad (6 de ellas están evaluadas por encima
de los 1.000 pesos). En la sección B del cantón, existen propiedades con valores
inferiores a 1.000 pesos, pero la mayoría de ellas en 1897, por encima de dicho valor.
En 1908 esta situación se invierte con la presencia de un mayor número de propiedades
por debajo de los 1.000 pesos.
En suma estas variaciones, como se manifestó tienen que ver con la presencia o
ausencia de factores que favorecen o no a la productividad de las tierras, pero también
en algún caso con la intencionalidad de bajar el costo de la imposición tributaria
vinculada a este avalúo y a la rentabilidad que pasaremos a analizar:
Cuadro Nº 20
Chimboata: Rango de propiedades según renta de la propiedad declarada
Cuadro Nº 20 (continuación)
Chimboa- Pequeña propiedad 5 1 6
ta Sección Propiedad mediana 2 9 1 12
A – 1908 Gran propiedad 2 6 2 10
Totales 7 12 7 2 28
Chimboa- Pequeña Propiedad 6 9 7 1 23
ta Sección Propiedad mediana 1 4 4 9
B – 1908 Gran propiedad 1 1 1 3 2 2 1 11
Totales 7 11 12 8 2 2 1 43
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rusticas 1897 y 1908, Archivo Histórico
Prefectural de Cochabamba.
Este cuadro muestra que las rentas menores (1 a 50 pesos) como es de suponer se
concentran en las propiedades pequeñas, sin embargo no deja de ser notable que una
gran hacienda en 1908 (Sección B del cantón) detente una renta inferior a 25 pesos y
otra, una renta inferior a 50 pesos. Las rentas entre 51 a 500 pesos en su extremo
inferior todavía comprometen a la pequeña propiedad, pero en sus montos medios y
superiores abarcar a la mayor parte de las propiedades medianas y a muchas grandes
propiedades. Por último las rentas mayores a 501 pesos involucran a grandes haciendas
y propiedades medianas. Deteniéndonos en la renta de la gran propiedad, vemos que en
la Sección A en 1897 la mayoría (3 unidades de 5) declaran rentas que se sitúan entre
251 y 500 pesos. En la sección B, la única gran hacienda se sitúa dentro del mismo
rango de renta anotado. En la sección A en 1908 la mayor parte de las grandes
haciendas (6 unidades de 10) persisten en el nivel de renta señalado y solo dos declaran
rentas superiores a 501 pesos. En la Sección B, la distribución de las haciendas respecto
a la renta que declaran esta dispersa entre distintas opciones que van desde los 25 pesos
antes mencionados a más de 1.000 pesos en un solo caso que podemos tipificar como
excepcional. En todo caso, 3 unidades de 11 declaran rentas muy bajas (entre 1 y 100
pesos), otras 5 declaran rentas medias (entre 101 y 500 pesos) y las 3 restantes declaran
rentas altas (ente 501 y más de 1.000 pesos).
De acuerdo al cuadro citado, Chimboata en 1908, tenía 18.335,25 Has distribuidas entre
sus 71 predios, esta extensión representaba el 10 % de las 182.332 Has registradas en
toda la Provincia Totora en contraste con Pojo, la provincia cocalera que concentraba el
58 % de las tierras provinciales. Sin embargo Chimboata se situaba por encima de
Pocona pero distante del cantón Totora.
La extensión del total de parcelas menores a las 10 Has representaba apenas el 6,37 %
del total provincial ocupado por este tipo de propiedades; pero la situación es todavía
más crítica si se compara esta modesta extensión (108 Has) en relación con el total
cantonal, puesto que la misma no alcanza ni al 1 % (0,58 %) del volumen de tierras
registradas en Chimboata. Observando este mismo tipo de relación en los otros cantones
se tiene que Pocona, ocupaba en total 1.183 Has o sea el 69,87 % de las tierras de
pequeñas parcelas en la provincia, sin embargo a nivel de su propio cantón, este
porcentaje se reducía al 7,66 %, que de todas maneras, es el porcentaje provincial más
elevado, gracias a las mas de 300 pequeñas parcelas de la Sección C del citado cantón.
Acompañaban la tendencia de Chimboata de una superficie total de propiedades
pequeñas muy restringida, los cantones de Totora con 0,88 % con relación a la
superficie total registrada y Pojo donde el porcentaje de tierras de parcelas e hilos se
reducía al ínfimo 0,05 % respecto al total de hectáreas registradas.
En los huertos y fincas con extensiones mayores a 10 Has e iguales o menores a 20, el
total de hectáreas registrado en Chimboata (173 Has) representaba el 14,71 % de la
superficie total provincial para este tipo de propiedad, índice que lo situaba por encima
de Pojo pero superado por Pocona que, que a pesar de no tener este tipo de propiedades
en dos de sus secciones, se veía recompensada por la tercera donde éstas eran
abundantes, y todavía mucho más alejado de las 669 hectáreas de Totora para sus 3
secciones (el 56,88 % del total provincial). Ciertamente que estas superficies tendían a
ser más reducidas si se las compara con los totales de hectáreas cantonales para todos
los tipos de propiedad. En el caso de Chimboata esta relación expresaba apenas el 0.94
% y para los otros cantones la situación no era mejor (en el cantón Totora que mostraba
mayor incidencia en este tipo de propiedad, tal relación no pasaba de 1,57 %). En
realidad, a nivel del total de la superficie ocupada por la pequeña propiedad (-1 a 20
Has) en toda la provincia, ésta no representaba más que el 1,57 % de las 182.332 Has
provinciales.
El contexto político, social e ideológico en que tienen lugar los eventos relatados
y la estructura agraria analizada, estaba dominado por los ideales de progreso de
la época, fuertemente influidos por el positivismo y el liberalismo en boga y
confrontado con los resabios conservadores y clericales del pasado colonial. El
debate que se abre sobre la cuestión agraria es particularmente intenso debido a
que involucra intereses fundamentales para la viabilidad de las élites. Las
posiciones contrapuestas en torno a la legitimidad de la compra de tierras de
comunidad en favor de patrones y gentes “blancas y educadas” como alternativa
para el desarrollo rural portador de nuevas técnicas e innovaciones en materia
agraria se confronta con los defensores de la población originaria y su derecho a
conservar su patrimonio y sus saberes ancestrales además de evitar su
conversión en fuerza de trabajo servil. Sin embargo hacia fines del siglo XIX, y
particularmente con el triunfo del liberalismo a inicios del siglo XX, tales
debates se apagan y el Estado logra imponer la aplicación de la Ley de
Exvinculación y el impuesto predial agrario que legalizan el fraccionamiento y
venta de las tierras de comunidad.
El escenario agrario departamental muestra realidades heterogéneas pero no
irreconciliables. Los valles centrales experimentan el raudo avance de la
pequeña propiedad y el paulatino retroceso de la gran hacienda, sin embargo en
la primera década del siglo XX enfocado en nuestro análisis, dicha hacienda era
todavía una presencia importante. En las provincias altas y el Cono Sur, no se
producen tales fenómenos y el dominio de la gran hacienda sucesora de la
encomienda colonial prosigue sin mayores alteraciones.
La Provincia Totora muestra incontrastablemente la permanencia de las viejas
estructuras agrarias y la continuidad de la preeminencia de la economía de la
coca. El análisis desarrollado ha demostrado que prácticamente todas las grandes
haciendas se vinculaban a la explotación de cocales y alrededor de este objetivo
cobraban racionalidad los afanes de concentrar la tierra en manos de pocas
familias. Se ha observado que, en tanto la pequeña y mediana propiedad, cuyo
peso económico resultaba poco significativo, se dedicaba a una explotación más
intensiva para atender la demanda modesta del mercado local, la gran hacienda
gozando de diversos pisos ecológicos jugaba el rol de infraestructura de
abastecimiento y apoyo a la explotación cocalera y al comercio de productos
agrícolas a mediana y larga distancia.
Chimboata era un engranaje más de esta estructura agraria. En su territorio
domina en términos absolutos la gran hacienda, De hecho, alrededor del 95 % de
12
Lo que queda pendiente en este análisis, es la cuestión de cómo y bajo que mecanismos,
los frutos que arroja la estructura agraria estudiada, permiten, por una parte, la
acumulación de capital que provee de vida suntuaria a los hacendados, y por otra, la
extracción de plus trabajo que determina que la masa de productores no tenga acceso a
los beneficios que genera su duro esfuerzo. Esta cuestión será abordada en el próximo
capítulo.
13
13
13
13
13
CAPITULO IV
Relaciones de producción, modelo de
acumulación, coca y territorio: el rol de
Chimboata dentro de la estrategia gamonal de
control territorial
La estructura agraria de la provincia Totora, cuyo componente principal eran las
haciendas cocaleras, no deja duda sobre el control que las élites locales ejercían sobre
los bosques tropicales, bajo cuyo manto ecológico se cultivaba desde tiempos lejanos la
hoja de coca. Meruvia (2000) rescata los antecedentes de la ocupación de este territorio
por los conquistadores, quienes desplazan a los mimitimaes de los cocales que les
confío el Inca Wayna Cápac, para tomar posesión de estas tierras mediante las primeras
encomiendas a las que sucederán las haciendas como la de Chuquioma que estudia con
cierto detalle el autor citado, destacando que esta y otras todavía eran vigentes en los
primeros años republicanos, coincidiendo con nuestra percepción de que los
terratenientes de inicios del siglo XIX como sus herederos de la década finales
decimonónicas desarrollaron un sistema de producción complementario entre los
productos agrícolas de sus tierras templadas y frías de valle y puna y la producción de
los cocales en las zonas cálidas de sus heredades.
Sin embargo, lo que todavía no queda claro, es como tales emprendimientos, muchos de
ellos ciertamente riesgosos sobre todo en términos financieros, finalmente
desembocaron en un sistema de acumulación de riqueza 120 que no solo permitió
convertir la humilde aldea totoreña en una ciudad llena de fastuosidad, lujos y placeres,
sino propiciar y permitir la vida holgada de las élites locales a lo largo de más de medio
siglo. Esta comprensión permitirá a su vez situar mejor la realidad social de Chimboata
en aquél tiempo y definir cuales eran realmente los mecanismos que operaban como
freno al pleno desarrollo de sus fuerzas productivas.
120
No parece muy apropiado afirmar que existió acumulación de capital, pues en propiedad el excedente
económico generado por las haciendas solo se invirtió en forma marginal en mejoras técnicas, abonos
químicos, mantenimiento de caminos, minería, etc.; en tanto lo sustancial se gastó en vida suntuaria,
educación, turismo, consumo improductivo, etc.
13
Inicialmente es importante resaltar que las haciendas no eran precisamente una suerte de
agencias de empleo y reclutamiento de personal ni funcionaban bajo normas laborales
semejantes a las vigentes en las empresas industriales. La relación patrón de hacienda –
colono se basaba en el reconocimiento pleno de la superioridad social, económica y
cultural del patrón respecto de la inferioridad del colono en todos los aspectos del saber
y el comportamiento humano. El patrón no solo concedía el arriendo de la tierra, sino
asumía la misión de orientar y educar al colono, de catequizarlo y enseñarle modales
que lo aproximaran a la categoría de individuo formalmente civilizado. En este orden, la
vieja ideología del encomendero de lidiar con seres subhumanos a quienes se debía
redimir mediante el trabajo y la oración, estaba lejos de desaparecer.
En líneas generales se puede decir, que la relación del patrón-patriarca con el resto de la
sociedad rural reposaba en el carácter cerrado de la dominación que ejercía éste sobre
“su territorio” o “territorios” en caso de un clan familiar. En el caso de la Provincia
Totora, se puede observar que unas pocas familias y grandes propietarios en cada cantón
definían los ámbitos territoriales de ejercicio efectivo de su poder. Hasta donde se ha
podido investigar, exceptuando el caso de Aurelio Medrano124 no se tiene ninguna
evidencia de disputas entre familias por razones de ejercicio de poder o entre
latifundistas y autoridades. La clase hacendal totoreña estaba muy cohesionada y sin
duda era plenamente consciente de que los conflictos internos no solo deteriorarían su
autoridad colectiva sino pondrían en serio riesgo el complejo aparato de dominación
social que habían logrado erigir. Solo así se puede explicar que tal estructura no se viera
afectada, como en lo valles centrales, por la vía capitalista del mercado de tierras y que
el incremento de minifundistas estuviera de alguna manera bajo control, de tal forma,
123
Bajo este sistema de jerarquías, poderes y consentimientos invisibles pero eficaces que alargaban el
ejercicio del poder patronal, un arrendero que no cumplía a cabalidad los designios del patrón, no solo
podía ser expulsado de la hacienda, sino podía verse imposibilitado de ser admitido por ningún otro
propietario de tierras en la región.
124
De acuerdo a De Jong (obra citada), quien realiza un análisis detallado de este suceso, Aurelio
Medrano, heredero del connotado terrateniente Juan de Dios Medrano fue acusado de crímenes y malos
tratos a sus dependientes sin suficientes pruebas, condenado y fusilado en 1938. La autora citada sugiere,
que este fue en realidad un conflicto personal entre una autoridad civil, el subprefecto Juan Guerra y el
hacendado citado. El periódico El Imparcial de Cochabamba aprovecho este conflicto para presentar a
Medrano como autor de crímenes fantásticos y así mercantilizar la noticia a su favor, influyendo en su
condena. Sin embargo, no se trató de un conflicto entre dos bandos opuestos de terratenientes.
13
Como ya hemos mencionado, la vigencia de la gran hacienda solo era viable a través del
ejercicio del monopolio sobre la tierra y sus recursos. El aprovechamiento y
monetización de tales recursos era posible por una forma peculiar de captación de la
fuerza de trabajo, es decir, el arriendo de tierras que definía las condiciones precarias e
inestables en que el campesino accedía a una porción de tierra en el interior o en el
borde de una hacienda. El arrendero, a diferencia del trabajador rural o el obrero, no
vendía su fuerza de trabajo por un salario. El arriendo era un contrato que obligaba al
arrendero, a cambio de disponer temporalmente de un pequeño fragmento de la
propiedad de la hacienda, a pagar anual o semestralmente el monto de dicho arriendo
combinando dos modalidades: una parte en dinero y otra en trabajo. En el fondo era un
convenio para acceder a una alternativa de sobrevivencia a través de la disposición
temporal de un pequeño terreno donde desarrollaba una agricultura para el autoconsumo
en parte y para el mercado el resto, puesto que esta era la única forma que tenía para
obtener el circulante necesario para abonar en dinero parte del arriendo al que estaba
obligado. La otra parte la abonaba en trabajo sin renumeración en las tierras de demesne
o tierras de la hacienda, además de cumplir adicionalmente con otras obligaciones que
incluían el servicio doméstico y otras tareas, en general a capricho del patrón, y que
terminaban incorporando a todo tipo de faenas a la totalidad de la familia del arrendero
en capacidad de trabajar.
Podemos señalar que los colonos eran una suerte de población errante en continua
búsqueda de una mejor oportunidad de arriendo, de un patrón más tratable, de unas
obligaciones laborales menos abusivas. Obtenido el arriendo, de todas formas el temor a
13
una expulsión por cualquier motivo, siempre estaba presente. En cierta forma, esta
amenaza era una suerte de arma eficaz en manos del terrateniente para obligar al
arrendero a cumplir toda suerte de tareas, incluso aquéllas no pactadas. Al respecto
recuerda un antiguo arrendero: “Si tú ibas a protestar de algo o te oponías a lo que
ellos decían, en seguida te botaban pues. Como va desafiar pues el terrón a la piedra!
Nadie se animaba a protestar. Era lo que decían los patrones” (Testimonio de Ramón
Torrico, hacienda Lope Mendoza (Chimboata), De Jong, obra citada: 44).
¿Pero cuáles eran exactamente las labores de un arrendero? Una obligación principal era
el trabajo en la tierra de la hacienda. Pero fuera de esta labor que cubría buena parte de
la jornada laboral diaria, el arrendero estaba obligado a prestar otros servicios como:
entregar muku para elaborar chicha, otra obligación era la cacha o la obligatoriedad de
comercializar los productos de la hacienda en las ferias y mercados; en las hacienda de
altura, los arrenderos debían entregar chuño. Las mujeres estaban obligadas a entregar
lana hilada o una frazada terminada en forma anual. Más de una vez al año, los
arrenderos debían entregar a sus patrones un cordero o aves de corral. Además, las
mujeres debían cumplir tareas domésticas como cocinar y labores de limpieza en la casa
de hacienda, a lo que se sumaba la obligación rotatoria entre los colonos de acudir
durante cierto tiempo a la casa el patrón en la ciudad para cumplir diversas tareas. A
continuación iremos analizando como estas diversas obligaciones comportaban variadas
formas de extracción de plustrabajo productivo y no productivo.
Para el trabajo agrícola en las tierras del patrón, el arrendero debía utilizar sus propias
herramientas de labranza y aportar con sus propias yuntas tanto en el proceso de
preparar el terreno como durante las labores de siembra y la cosecha. La mayor parte de
este trabajo se aplicaba al cultivo del trigo y la papa, por lo que las diferentes tareas
antes descritas se ajustaban al periodo agrícola y las condiciones de cada uno de estos
productos. Una obligación que no se podía soslayar era concurrir a la tierra de demesne
con la yunta y aquí no valía ninguna excusa: “Por mucho que tu yunta haya muerto
tenías que cumplir declaraba Hermógenes Toledo de la hacienda Cañada, A ellos no les
interesaba tu problema, tenías que fletarte si es posible” (De Jong, obra cit.:50).
Escuchemos el testimonio de otro arrendero para entender mejor cómo se desarrollaban
estas duras jornadas:
Salía el sol y las yuntas ya se amarraban. Ojala con cariño nos estarían
llamando al trabajo, obligados a gritos, a punta de chicote los patrones y los
mayordomos batiendo sus chicotes está esperando que amarren las yuntas
(Severina Fuentes, hacienda Viscachani, obra cit.: 50)
Si teníamos unos minutos de atraso aunque hayas estado solo haciendo el pego
de la coca (...) debíamos reintegrar una yunta. Como les hacía levantar la
yunta. Por la tarde se caía, pero a pesar de esto, no permitía que lo larguemos.
Por los menos cuatro rayas (surcos) mas nos hacía aumentar, aunque estemos
ya sin poder hacerlo (...) se caía también la yunta (...) Les pastábamos después
de largarlos a las seis y media, hasta las ocho (...) Luego, por la mañana desde
las cuatro pastábamos hasta las ocho y luego nuevamente arábamos (...) Las
yuntas empezaban a temblar pero jamás consideraba que éramos humanos
como el. Nos decía arréalo unas dos vuelta más, arréalo esa melga más. Pobre
yunta como le estaremos llevando, si batiéndose está caminando. Cuando le
14
Estos testimonios parecen extraídos de alguna crónica de terror propia de los esclavos
de las haciendas algodoneras en el Sur de los EE.UU., sin embargo eran escenas
cotidianas que se repetían una y otra vez en las haciendas de Chimboata y del resto de la
provincia. Bajo estas duras condiciones laborales, donde el arrendero además de aportar
con su fuerza de trabajo, era obligado a incorporar sus herramientas y sus animales,
subyace la determinación de sobreexplotar la fuerza laboral disponible, de aprovechar
hasta límites máximos toda energía humana y animal, en jornadas de trabajo que
superaban las 12 horas diarias. Se puede considerar que por detrás de trato tan
inhumano se escondía la obcecada y usurera determinación de abaratar al máximo el
costo de producción del trigo, el maíz o la papa que sufrían la fuerte competencia de
otras regiones, de otra manera, el margen de plustrabajo arrancado habría resultado poco
rentable.
El trabajo adicional que debía desarrollar el arrendero, esta vez en la parcela arrendada
para garantizar su sobrevivencia, se desarrollaba con mucha dificultad, pues el trabajo
en la hacienda absorbía prácticamente todo el tiempo disponible. Como la prioridad,
bajo presión, control y castigo, era el trabajo en el demesne, las labores en la parcela
eran generalmente nocturnas, con cultivos poco atendidos y rendimientos insuficientes.
Al respecto, la mujer de un arrendero recuerda estos avatares:
Como ladrones teníamos que trabajar para nosotros. De dos o tres días de
licencia, más nos daban para trabajar para nosotros. Por eso nuestro trabajo
no producía bien. Un viento y cualquier cosa, nosotros primero teníamos que
solucionar los problemas de la hacienda. Lo nuestro no les importaba. Por ese
motivo éramos muy pobres (...) Antes ni siquiera podíamos dormir tranquilos
por la noche. Teníamos que pastar nuestros animales. Al oscurecer recién
encerrábamos nuestras ovejitas. Entonces podíamos prender el fuego para
cocinar la cena. Y mientras nuestros esposos pastaban las yuntas para que
puedan trabajar al día siguiente. Después de cocinar la cena y comer, un rato
solíamos dormir. Para el amanecer tenía que estar cocinando el almuerzo, con
más sus meriendas, tenía que estar listo para que vayan a amarrar las yuntas, y
nosotras tempranito teníamos que sacar nuestras ovejas y acomodarnos para
cumplir con todas las exigencias de los patrones. Vivíamos sometidos sin tiempo
que nos pueda alcanzar (...) Ni siquiera podíamos producir suficiente para
nosotros (Testimonio de Severina Fuentes, hacienda Viscachani, obra cit.: 52).
Este régimen de trabajo estaba extendido entre todas las haciendas e incluso regía en las
medianas propiedades y en los huertos, De Jong sostiene que, incluso en muchos casos
los patrones no vivían en sus haciendas sino en Totora. En su lugar permanecía el
14
Como hemos podido observar, prácticamente todas las grandes haciendas de Chimboata
y el resto de la provincia se extendían hasta los yungas de Chuquioma o Machu Yunga,
Icuma y Arepucho. ¿En que consistía realmente el trabajo de cultivar coca en las zonas
de yunga mencionados? Se trataba en todos los casos de cocales dispersos emplazados
en terrenos accidentados, donde las laderas empinadas de las últimas estribaciones
cordilleranas sobre las que se desplegaba el bosque húmedo, era ciertamente el paisaje
que dominaba estos parajes de difícil acceso. De acuerdo a Alison Spedding (2005) que
describe estas faenas para el caso de los yungas de La Paz, un territorio igualmente
accidentado, la primera tarea para asentar un cocal es la limpieza y el desbrozado del
terreno, anota que esta limpieza no se hace bajo monte alto sino en terrenos
anteriormente cultivados; en el caso que nos ocupa, es posible imaginar que no siempre
125
El arrimante generalmente era un allegado o pariente del arrendero, que a cambio de un jornal o una
participación en la cosecha de la parcela arrendada, le ayudaba en determinadas tareas que el arrendero no
podía cubrir por si solo. En cambio el jornalero era un trabajador independiente que alquilaba su fuerza de
trabajo tanto a un arrendero como a un patrón, recibiendo por cada día trabajado un jornal.
126
La tierra funge como capital fijo, inversión de una sola vez en el momento de su adquisición. Sin
embargo, muchas veces este medio de producción era resultado de una herencia o compras de
oportunidad amortizadas ampliamente por la explotación laboral descrita a lo largo de muchos años.
14
existía disponible un sitio abierto y parte de esta tarea de limpieza pasaba por derribar la
vegetación alta e incluso extraer las raíces, trabajo ciertamente muy penoso.
La siguiente etapa era la cavada, un trabajo que se inicia cuando aparecen las primeras
lluvias que suavizan el terreno limpiado. Esta vendría ser la tarea más pesada y la que
exige más jornadas de trabajo, se trata de formar los escalones o realizar el zanjeo,
naturalmente a mayor pendiente este cavado escalonado es más profundo; lo más
trabajoso es extraer las raíces de arbustos y los tocones de los árboles derribados además
de desyerbar los helechos y otras plantas de raíces largas y resistentes, luego rastrillar la
tierra para igualar las pendientes y los surcos de los escalones. Factores como la
pedregosidad de las laderas y la densidad de los tocones determinaban que el trabajo
pudiera ser todavía más arduo. Luego sigue la plantación de los almácigos de coca,
labor que se inicia al comenzar las lluvias y a lo largo de la estación lluviosa, se trata de
un trabajo igualmente laborioso y que exige mayor pericia técnica. Después de
continuos cuidados y desyerbes, se cosechaba la hoja de coca durante varias jornadas y
simultáneamente se procedía a la fabricación de los cestos para transportarla, en tanto se
procedía al secado aprovechando el calor solar, para cuyo efecto se extendía la hoja de
coca sobre lienzos, cuidando de retirarla ante cualquier amenaza de lluvia.
Con esta referencia, veamos algunos testimonios sobre las condiciones de acceso y
trabajo en los cocales totoreños:
Respecto al pago del personal que trabajaba en los cocales, el antiguo patrón señalaba
que inicialmente se dejaba que los colonos sacaran hojas de coca para su consumo,
después se les pagaba formalmente 4 libras de coca a los que apallaban (los
recolectores) y 2 libras a los que juntaban las hojas para colocarlas en los cestos. El
trabajo más duro, según este testimonio, era el cosido de los cestos de coca. Para este
efecto se utilizaban hojas de plátano y cojoro127 que eran introducidas a un torno para
aplanarlas y poderlas coser y llenar cada cesto con coca. Solo así se conservaba la coca
hasta llegar a su destino. Los trabajadores en el cocal operaban dos por surco: “uno
sacaba la hierba y otro la sacudía para que se seque, estos trabajadores venían de
Tiraque, Epizana, Pojo o Chaupiloma”
Las relaciones entre Estado y hacendados cocaleros se reducía a dos temas principales:
evitar que los gobiernos de turno gravaran excesivamente la producción y comercio de
hoja de coca y la cuestión caminos a los yungas. Respecto a este último asunto, eran
constantes las demandas de inversión pública por parte de de la Junta de Caminos a los
Yungas y la poderosa Junta de Propietarios de los Yungas, para reparar caminos,
restaurar puentes y ejecutar nuevos, abrir nuevos caminos, etc., pero sin que ello
significara tributos exagerados que podrían dañar el negocio. A este respecto sostiene
Terrazas (2010):
El camino de herradura que entraba desde Montepuncu tenía que ser limpiado
cada año, y este trabajo era pagado por la aduana128. Este trabajo debía ser
127
Hojas de gran tamaño de una planta herbácea que crecía en la zona.
128
Las aduanas de coca eran puesto de control donde se cobraba un monto por cada cesto de coca
extraído de los yungas totoreños con destino a al mantenimiento de los caminos.
14
Los cocales eran abundantes y cada patrón:”tenía una casa de hacienda de calamina o
palma, sus pongos y corrales para las mulas, su torno donde trenzaban las hojas de
plátano para los cestos de coca”. La alimentación era siempre escasa y consistía
generalmente en plátano, yuca y frutas. Los cocaleros permanecían normalmente un año
sin salir del cocal, pero si el comercio de coca era promisorio se les obligaba a
permanecer hasta 4 y 5 años seguidos. El testigo citado recuerda que en 1939 el
productor más importante de coca llegaba a comercializar hasta 100 cargas 129 (unas 12,5
toneladas métricas). El transporte hasta Totora se prolongaba por dos días: las primera
jornada hasta Sehuencas o Montepunco donde se solía pernoctar, para luego seguir
hasta Totora, sin embargo en época de lluvias esta caminata se podía prolongar por 5 o
más días debido a la crecida de los ríos. La coca llegaba a los tambos de Totora y al
mercado de coca, para de allí distribuirse a Sucre, Santa Cruz (Valle Grande, Comarapa)
y a veces a Cochabamba (Valle Central y Alto). Las arrias eran conducidas por los
propios colonos (Testimonio de Félix Sánchez, Gonzáles, obra citada: 94).
Otros testimonios recogidos por De Jong completan las impresiones de estas duras
faenas en los cocales. Comparando las condiciones de trabajo en los yungas de Totora
respecto a Vandiola y el Chapare, una antigua trabajadora de los cocales anotaba:
En Chapare dicen que son pampas. En este lado no son así, son faldas (...) Los
cocales están en una falda y otra falda. Solo en trechitos existen lugares planos
(...) Para los cosechadores era muy difícil (...) Mientras que en el Chapare,
dicen que solo hasta la hora de almuerzo se cosecha (...) En Arepucho no era
así. Al esclarecer el día íbamos y regresábamos al anochecer con bultos
grandes. La cena nos cocinábamos una lawita y comiéndolo nos dormíamos
(Testimonio de Teodora Camacho, hacienda Lambrani, De Jong, obra citada:
41).
Les llevaba a los arrenderos también y les pagaba coca. (los arrenderos al
carecer de circulante) se prestaban dinero para que hagan ropa para sus hijos, o
cuando les faltaba víveres, recurrían a los mismos patrones y a cambio de esto
129
Cada carga contenía 5 cestos y cada cesto era de unas 25 libras.
14
les hacían trabajar (...) a cuenta de esto iban a trabajar. Con eso mandaba a
hacer. Con esos trabajos doña Paulas (la patrona) se apropió de tierras tan
extensas (Testimonio citado, De Jong, obra citada: 42)
Prácticamente en toda las grandes haciendas que tenían parcialmente tierras de yungas
con cocales, parte de las obligaciones del arrendero a cambio del pegujal o parcela que
arrendaban, era el de realizar un viaje anual a los cocales con 12 mulas o más provistas
por el colono para extraer la coca del patrón y con la prohibición expresa de que los
animales fueran utilizados en algo más que el transporte de coca: “Dicen que las carga
salían marcadas con lápiz. Si esa señal se borraba recibían una paliza. ¿De donde ibas
a montarte si estabas cansado?” (Testimonio de Demetrio Ramírez, hacienda Yuraj
Molino, De Jong, obra citada: 42)
El trabajo en los cocales era mucho más duro que el trabajo en la hacienda de zona
templada. Sin embargo, el cocal era enormemente más rentable que cualquier otro tipo
de unidad productiva agrícola. El dueño del cocal era un operador cuya tarea principal
era recolectar ganancias. Con mano dura exprimía los cocales y los trabajadores. La
tierra no costaba nada y estaba a disposición y el duro trabajo de plantar el cocal,
mantenerlo, cosecharlo, además fabricar el embalaje y transportar la coca hasta Totora
al patrón no le costaba un real. Como dice ese picaresco refrán “del mismo cuero salen
las correas”, en este caso, todo se pagaba con coca. Es más la coca era un suplemento
alimenticio importante, se le asignaba la función del circulante y los colonos
recolectores, los cesteros, los fleteros, los arrieros se conformaban recibiendo una pocas
libra de coca a cambio del duro trabajo. Luego gracias a ellos la hoja llegaba a Totora y
allí o en otro punto de acopio, se convertía en dinero que por entero se quedaba en el
bolsillo del patrón.
En tanto los colonos que concurrían al cocal obligados por deudas o voluntariamente
corrían los mayores riesgos: enfermedades tropicales que los diezmaban, accidentes en
las tortuosas sendas de montaña o al atravesar ríos embravecidos donde más de uno
desaparecía sin dejar rastros; el dueño del cocal no arriesgaba nada o casi nada: una que
otra vez una plaga devoraba el cocal, a veces se perdían algunas mulas con su carga,
otras, una lluvia persistente arruinaba la cosecha de coca, todo esto era subsanable
mediante el simple expediente de “exprimír” un poco más a los colonos para recuperar
la pérdida. Más adelante volveremos sobre este particular para ver como este proceso
incidía en el ordenamiento del territorio.
Sin embargo, todo este proceso inhumano de extracción de plus trabajo no era suficiente
para el apetito voraz de los patrones. Además de todo lo relatado, todavía es necesario
hacer referencia a la prestación de diversos servicios adicionales. Uno de ellos y el más
extendido era la obligatoriedad de entregar al patrón una cierta cantidad de muko para
elaborar chicha. De acuerdo a los testimonios recogidos por De Jong, cada arrendero
recibía de su patrón seis arrobas de harina de maíz. En la elaboración del muko
participaban todos los miembros de la familia del arrendero. El muko entregado era
vendido por el patrón a las chicheras de Totora.
En las alturas los arrenderos estaban obligados a entregar chuño en función de una cierta
cantidad de papa que entregaba el patrón a cada arrendero. Esta también era una fuente
de deudas, si el chuño entregado no correspondía en peso a la papa entregada. Las
mujeres estaban obligadas a entregar lana hilada cada año o en su caso, una frazada. En
diversas fechas del año, los arrenderos debían entregar a sus patrones corderos o aves de
corral, además de cierta cantidad de huevos. Este tributo en especie se denominaba
“trilla pollo”. Veamos un testimonio al respecto:
Uno de los servicios más degradantes era la obligación del pongueaje o servicio
doméstico en la casa del patrón, ya sea en Totora o Cochabamba por turnos semanales.
La jornada del pongo comenzaba al amanecer y se prolongaba hasta muy avanzada la
noche, consistía en la ejecución de todo tipo de labores sin esperar nada a cambio, ni
siquiera el alimento, que cada pongo debía llevar consigo para mantenerse durante la
semana. Veamos algunos testimonios:
Era muy grave servir al patrón (...) yo creo que ahora ya no aguantaría. Era
grave. Por la mañana como empleado iba a echar el bacín y me preguntaba:
‘Soliz, ¿y echaste el bacín?’ Era grave. ¿De donde iban a ver todo esto los
14
Estos relatos con tanta carga de humillaciones parecen extraídos de novelas que
relataban las penurias de los esclavos negros en el Brasil, Cuba o los EE.UU. a
mediados del siglo XIX. El servicio del pongueaje era el más duro e indigno que
imponía el poder hacendal a los arrenderos.
Por último, el arrendero debía cargar sobre sus espaldas el pago de la contribución
catastral, con cuyo motivo se suscribían compromisos de pago notariados, como vimos
anteriormente, siendo estos los únicos documentos públicos encontrados que hacían
alusión a los contratos de arriendo, que bien podía abonarse en moneda o combinando
esta situación con trabajo o en algún caso con especies, para cuyo caso se aplicaba el
sistema del diezmo. Veamos cual era el trasfondo de estos procedimientos:
De cada diez surcos (en la parcela arrendada), después de nueve tenía que
pagar un surco de catastro. En la oca igual y en el maíz nueve arrobas era para
nosotros u una arroba para el patrón. Sino alcanzaba hacía una olla y en eso
partía. De todo cobraba el catastro. De trigo, de maíz y de cualquier producto
(...) De la ovejas lo propio. Un año había que dar una borrega, otro año
cordero teníamos que pagar de catastro a la hacienda (...) Hasta los restos de
trigo partía. Si nos guardábamos nuestro trigo sin comunicarle, nos sacaba de
los depósitos y no cobraba el doble de catastro (...) Hasta los residuos tenías
que partir después de 9, y todo lo partido teníamos que dejárselos y
guardárselos en la casa de hacienda (declaración de Rosendo Godoy, obra
citada: 48).
A manera de síntesis, podemos observar que los diversos sistemas de extracción de plus
trabajo eran implacables y que la avaricia de los patrones no tenía límites. El arrendero
en realidad, a cambio del arriendo de una parcela de tierra que le proveyera una
subsistencia precaria, renunciaba a su condición de trabajador libre y se sumergía en una
oscura condición de servidumbre muy poco diferente a la esclavitud. Tanto el
plustrabajo productivo extraído en las tierras de hacienda como el similar extraído en
los cocales; así como el plustrabajo resultante de tareas improductivas como el
pongueaje no llegaban a ser ni siquiera un peldaño inicial de alguna forma de
acumulación primitiva de capital, pues nada de estas utilidades sirvió de base para
modernizar las técnicas y las relaciones de producción. Definitivamente la visión de los
terratenientes totoreños, una élite premoderna cerradamente conservadora, no
sobrepasaba el límite de la tradición colonial de la encomienda, toda la riqueza
acumulada se derrochaba en la materialización de un imaginario de distinción y
prestigio de tipo señorial. Se trataba de reconstruir el pasado de espaldas a las
transformaciones que proponía la Revolución Industrial. Bajo esta óptica ultramontana,
14
De Jong considera que el espíritu de resistencia era permanente entre los piqueros y que
la coexistencia con la hacienda era precaria. En todo caso el poder de la hacienda era
absoluto puesto que no se tiene el registro de alguna confrontación franca ente piqueros
y hacendados y menos un acuerdo o alianza entre piqueros y arrenderos para enfrentar
juntos el poder hacendal. Este tipo de hechos recién se producirán con la Reforma
Agraria de 1953.
A manera de resumen, se puede decir, que Chimboata estaba totalmente inmersa en este
universo donde lo que primaba era la explotación pura y simple del indígena-colono sin
posibilidad de ascenso social como base para permitir la vida cómoda de una pequeña
elite de propietarios de tierras. Bajo este horizonte, cuestiones como el desarrollo de la
agricultura, las alternativas agroindustriales que podían ofrecer ciertos cultivos como el
trigo o los frutales, en una región rica por la variedad de sus pisos ecológicos, en
definitiva resultaban intrascendentes. Lo que imperaba era la avaricia del rentista, cuyo
mayor éxito era exprimir un poco más a los sufridos pongos, el resto, incluyendo las
peligrosas ideas del progreso y la innovación tecnológica que afectara tan delicados
intereses, era pura y simple subversión que era necesario reprimir y extirpar. Por ello, la
Chimboata de fines del siglo XIX e inicios del XX, era tan igual como aquél territorio
que encontraron los españoles a mediados del siglo XVI descrito en la Visita de Pocona
de 1556, la única diferencia era que las antiguas tierras de comunidad se habían
convertido en haciendas y los indios originarios ahora eran indios vasallos.
Tal vez, el problema que expresan estas visiones es su transcurrir por los linderos del
abstracto societal o por los vericuetos de la política que canaliza visiones contrapuestas
de la función estatal, e incluso por las siempre inestables arenas del campo sociológico
que aborda el no menos espinoso tema de las clases sociales o de sus imaginarios
culturales y de género; o alternativamente la comprensión de fenómenos económicos
con fuertes tendencias a la descripción de las fluctuaciones de volúmenes de
producción, comportamiento de mercados, agentes económicos, tendencias
demográficas, etc.; pasando por alto en general la cuestión de la dimensión material, es
decir espacial y geográfica del conjunto de factores que hacen visible y viable el
devenir de una formación social determinada.
Sin pretender abordar a plenitud una cuestión escasamente trabajada, trataremos en este
apartado de mostrar como los mecanismos y lógicas que generaron riqueza en el caso de
la estructura agraria hacendal totoreña se proyectan espacialmente, organizando
territorios cuya coherencia no se podría explicar desde la óptica de la planificación
funcionalista, pero si desde la racionalidad de los propósitos que buscaba, preservaba y
defendía el poder gamonal local al ejercer una férrea hegemonía sobre la basta
geografía provincial con todas las características que se han descrito anteriormente.
No se debe perder de vista, que aquello que los españoles iniciaron como una
expedición más de conquista, esta vez de las desconocidas tierras del Perú, con
objetivos mas o menos abstractos de alcanzar míticas riquezas que poseía el Imperio
Incaico, hacia mediados del siglo XVI, se convirtió en una empresa que promovía la
ocupación de los territorios descubiertos y conquistados, con el objeto de dar curso a
una finalidad mucho más concreta: proveer viabilidad a la explotación de las fabulosas
riquezas del Cerro Rico potosino, que colmaba de alguna manera las expectativas de los
ambiciosos conquistadores.
15
Bajo este impulso, la nueva etapa de consolidación del orden colonial se caracteriza por
captar las antiguas estructuras económicas comunitarias mediante dos recursos
principales: la organización de la cooperación comunitaria que contiene prácticas
laborales como la mita y el yanaconazgo que resultarán sumamente útiles para organizar
las nuevas estructuras productivas y la división del trabajo entre una masa laboral
obligada, bajo la fuerza de estructuras institucionales omnímodas (el poder real y la
iglesia) a cumplir roles subalternos y una jerarquía de mando que combina el sermón
con el castigo y que prontamente despliega un nuevo orden social, económico y
territorial que se sintetiza en la encomienda, instrumento que permite el inicio de un
secular proceso de extracción del trabajo excedente en el contexto de la introducción de
nuevas prácticas e instituciones que complejizan la esfera del intercambio preexistente.
comunicaciones y flujo mercantil, cuyo centro nervioso no era otro que el emporio
minero potosino. El eje Cusco, luego Lima-Potosí-Buenos Aires concentró los flujos de
innumerables ramales por donde circulaban todo tipo de mercancías en dirección al
centro minero, retornando a cambio mineral de plata con rumbo a los puertos del
Pacífico. Entre estos numerosos ramales que nutren dicho eje se encontraban los
caminos de carneros de la tierra (llamas) y mulas que desde los valles centrales de
Cochabamba subían por la quebrada de Arque hacia Oruro y Potosí o atravesaban por
Misque y Aiquile hacia el río Pilcomayo, La Plata (Sucre) y Potosí, desde las tierras
totoreñas. La decadencia de Potosí debilitó, pero no modifico esta estructura de
interrelaciones territoriales. Con el advenimiento de la república, se fragmentó el eje
continental, pero los ejes interiores entre los centros mineros y las zonas agrícolas en el
antiguo territorio de Charcas se mantuvieron.
En realidad la plaza de mercado (la feria en los territorios de Charcas, los tianguis en
México, etc.) se convierten muy rápidamente en sitios donde se producen intensas
interacciones culturales, no solo por que allí se originan los prototipos mestizos, sino
porque desde allí se irradia persistentemente la economía de mercado que va penetrando
en los escarpados territorios andinos. De esta forma se originan los aportes nativos a
esta economía, como la incursión de los carneros de la tierra o llamas que se muestran
más dúctiles que las mulas hispanas para recorrer las sinuosas sendas de montaña o las
botijas para transportar los vinos e incluso los cestos de hoja de banana y cojoro para
transportar la coca. Sin duda esta interacción se convierte en un factor fundamental para
modificar las mentalidades de unos y otros e introducir nuevas relaciones sociales que
terminan consolidando un nuevo sentido, esta vez mercantil, en el uso del territorio.
Como ya hemos mencionado más de una vez, los cestos de coca eran extraídos de
laderas y valles profundos en las estribaciones terminales de la cordillera oriental andina
donde se formaban los yungas. Estos cestos eran transportados a centros o ferias
comerciales, desde donde seguían su recorrido en largas caravanas de llamas hacia
Potosí. De acuerdo a Glave, se consumían anualmente de 90.000 a 100.00 cestos de
coca en el centro minero de Potosí, con un rendimiento estimado en un millón de pesos
en los años del auge de la plata130. Meruvia (obra citada), anota que en 1540 se
comercializaron 12.000 cestos de coca provenientes de los yungas de Pocona. De
acuerdo a Glave (obra citada), las caravanas que partían de los lugares de cosecha
estaban constituidos por mayordomos indios y los operarios denominados
“chacaneadores”. Cada uno de estos operarios conducía unos diez a quince carneros de
la tierra. La carga de cada animal era de dos cestos, pero muchas veces llegaban a cargar
hasta cuatro cestos131. Los indios proveían de guascas (tiras de piel de oveja) para
amarrar los cestos y debían enchipar (empajar) los mismos para asegurar su buen
transporte. La caravana era acompañada por tratantes mestizos que controlaban el
desarrollo del viaje y representaban los intereses del mercader español que
generalmente era un corregidor. Las caravanas solían recibir la denominación de toldos,
es decir recuas de 135 llamas cargando unos 500 cestos de coca protegidos de las lluvias
por cubiertas de lienzo, para que esta no se pudrieran en el largo trajinar.
130
De acuerdo a Saignes (1988) hacia 1540 se llegaron a vender 100.000 cestos de coca en Potosi, pero
hacia 1610, este comercio se había reducido 30.000 e incluso 25.000 cestos.
131
En Totora el cesto de coca pesaba 25 libras, en tanto en el Cusco el cesto alcanzaba 18 libras.
15
Una ventaja que tenía la coca en general, respecto a otros productos agrícolas que
también se comercializaron intensamente en Potosí, como el maíz y el trigo, era que sus
consumidores eran tanto aymaras como quechuas, además los acullicadores no eran
necesariamente habitantes urbanos, y cuando se produjo la desconcentración de la urbe
potosina como efecto de la caída de la producción de la plata, esta población de mitayos
y mingas132 retornaron a sus ayllus y poblados de origen pero no dejaron de consumir
coca. Por tanto a lo largo del siglo XIX como hasta hoy existían extensas poblaciones
que habitaban el altiplano y los valles andinos que habían convertido el consumo de la
hoja en parte de sus prácticas culturales y en suplemento alimenticio importante de su
dieta diaria, en consecuencia la demanda de la coca no experimentó las contracciones y
caídas bruscas que experimentaron otros productos. De acuerdo a Jackson (1998), en
1898 se producían, como mencionamos anteriormente, 81.557 cestos de coca en el
departamento de Cochabamba, gran parte de ella proveniente de los yungas de la
Provincia Totora. Un volumen muy superior en ese momento a la producción de maíz,
trigo, papa, cebada y heno.
En 1907, las tierras de labor en los yungas de Cochabamba alcanzaban a 125.075 Has,
sin embargo, si bien la tierra era abundante, la mano de obra disponible para explotar
esta enorme extensión era escasa. De todas maneras la coca totoreña, hacia la época
señalada, había copado las ferias del Valle Alto y Central, de tal manera que
semanalmente se publicaba, en periódicos como El Heraldo, El Republicano, El
Ferrocarril y El Comercio, los precios de oferta de la hoja en los mercados de
Cochabamba, Cliza, Sacaba y Quillacollo133.
afirmar que el ámbito geográfico del consumo de coca del Sur andino boliviano era
suficientemente significativo como para generar un importante auge en el curso del
renacimiento de la minería de la plata (1870-1890) y décadas posteriores, hasta que
factores como las crecientes dificultades para captar mano de obra suficiente y otras
causas que analizaremos en el siguiente capítulo, determinaron, después de la Guerra
del Chaco su paulatina decadencia y su extinción final en la década de 1950.
Un interesante estudio de Jesús Lozada sobre el posible trazo del ferrocarril
Cochabamba-Santa Cruz, afirmaba que:
ventaja desaparecía si esta coca trataba de ser comercializada en las plazas comerciales del altiplano.
135
En esta época las llamas habían sido reemplazada por mulas, debido a que estas eran más resistentes
para soportar las duras condiciones de transporte y la sobrecarga a que eran sometidas.
15
La otra opción, tal vez menos importante en términos financieros que la anterior, pero
de todas formas muy significativa, era la que permitía la presencia de la coca en las
ferias de los valles de Cochabamba. En este caso, comerciantes adquirían coca en
Totora desde donde las caravanas de mulas se dirigían hacia Tiraque, donde
probablemente también se ofertaba la coca de Vandiola que competía con la coca
totoreña. En esta localidad se determinaba que cantidad de cestos irían a comercializarse
en las ferias de Cliza y Tarata que eran las principales, y en Punata, Arani que eran
plazas comerciales menores, demás de otras localidades como San Benito, Muela,
Tolata, Arbieto, etc. Otras caravanas se dirigían hacia Cochabamba, donde en las ferias
de San Antonio y Caracota, la coca era ofertada semanalmente De aquí compradores al
por mayor la llevaban a la feria de Quillacollo, desde donde se distribuía a localidades
del Valle Bajo como Vinto, Suticollo, Santivañez y Capinota, sin embargo desde
Cochabamba, se solía distribuir a Colcapirhua, Tiquipaya y núcleos campesinos en la
campiña que rodeaba a la capital departamental136. (Ver Esquemas 1 y 3)
La última opción era la exportación de coca desde Totora, pero generalmente desde
Pojo hacia Santa Cruz. En este caso, las caravanas de mulas cocaleras partían hacia
Saipina, Mataral, Valle Grande y Samaipata donde existía población quechua (Ver
Esquemas 1 y 4).
Sin duda, el funcionamiento interno de las haciendas, el poder que ejercían sobre su
entorno inmediato y la forma cómo la producción hacendal se vinculaba al mercado,
definen los elementos estructurales que a su vez daban sentido a la fisonomía y a la
funcionalidad del territorio local en la Provincia Totora. En este orden, cobra
importancia la forma como se articulaba la estructura agraria analizada en el Capítulo 3
con los circuitos de mercado y el núcleo urbano principal, es decir la ciudad de Totora.
15
Por último la estructura territorial de los bosques húmedos ganados por las propiedades
cocaleras revelaban el límite que alcanzaba el empleo de técnicas de cultivo ancestrales
y en general heredadas del incario, es decir, la ocupación dispersa de chacos de 4 a 6
Has aterrazadas como se describió anteriormente, rodeadas de frondosa vegetación y
ligadas entre si por sendas más que caminos estables, abiertos por los propios cocaleros,
alternados por viejos cocales abandonados y donde la capa de suelo fértil o humus había
sido destruido dejando un suelo yermo donde el bosque con dificultad y lentitud
intentaba reponer su cubierta original (Ver Gráfico 3).
Cada familia, indudablemente estaba encabezada por un patriarca que ejercía su poder
de dos maneras: convertía su voluntad en ley en los dominios hacendales, aunque
formalmente estos aparecieran en los registros a nombre de herederos y parientes. En
este ámbito tenía la libertad de influir e intervenir en todos los asuntos familiares e
incluso en la vida privada de toda su abultada prole y de los ahijados de los alrededores,
15
incluso en algún caso, en los asuntos familiares de los arrenderos de las distintas
propiedades del clan. Gustaba de dar consejos, en realidad órdenes, y vigilaba que todo
se hiciera de acuerdo a su punto de vista. También ejercía su poder de forma indirecta,
proyectando la defensa de los intereses del clan familiar a la esfera pública. Él
personalmente o a través de miembros distinguidos de su familia, en especial abogados,
solía copar cargos públicos que consideraba claves para proteger el patrimonio familiar
y/o ampliarlo, por tanto a su condición de respetable hacendado solía sumar otros títulos
en algunos casos y en otros, gustaba de demostrar la fuerte influencia que ejercía sobre
servidores públicos pertenecientes a su distinguida familia. El siguiente cuadro ilustra el
caso de tres importantes clanes familiares con mucho poder en Chimboata y en general
en el conjunto de la provincia:
Cuadro nº 23
Tierras y poder en Chimboata: el caso de tres familias distinguidas
El cuadro anterior nos da una idea del manejo de las redes de poder que se permitían las
familias terratenientes. Naturalmente, lo que se muestra es un panorama parcial de la
manera como los clanes familiares copaban cargos públicos. Se puede notar en el
ejemplo proporcionado, que sus intereses se concentraban en controlar tres ámbitos: el
Municipio de Totora, la poderosa Junta de Propietarios de los Yungas de Totora y, en
este caso, el Partido Liberal, aunque en la segunda mitad del siglo XIX los totoreños
eran cerradamente conservadores, lo que muestra que sabían acomodarse al ritmo de los
cambiantes vientos políticos. Si el objetivo primordial que hacía coherente este esfuerzo
apuntaba al control social, político y económico de la provincia y por tanto de los
16
Dirigiendo nuestra óptica al microcosmo de Chimboata, estas redes actuaban más sobre
el último aspecto anotado, es decir el control social sobre la fuerza de trabajo. Tal
control se manifestaba bajo dos premisas: por una parte, con un severo control sobre los
recursos naturales que poseía la hacienda, particularmente riego y tierras de pastoreo
que solía ofertar a los medianos y pequeños propietarios incluidos piqueros a cambio de
pagos en moneda, pero también en trabajo o especies, en caso de los huertistas y
propietarios de hilos. Esto se traducía en captación de aguas de vertientes y redes de
acequias ejecutadas por arrenderos, jornaleros y piqueros, por donde se largaban las
mitas de agua que mandaba a realizar el hacendado. El acceso a los campos de pastos
naturales aptos para el ganado lanar y vacuno, pero también para las mulas y bueyes que
servían en las yuntas, se pactaba con el hacendado por tiempo y modalidad determinada.
Por otra, el control cotidiano sobre el trabajo de los arrenderos sometidos a los excesos
laborales anteriormente descritos, que en general eran vistos, desde la óptica hacendal
como “usos y costumbres” y no como abusos. La delicada cuestión de mantener la paz
social reposaba en evitar tempranamente cualquier idea que osara cuestionar este
precepto.
En suma Totora en el arco de tiempo analizado (siglo XIX y primera mitad del
XX) gradualmente se consolidó como el centro nervioso de la economía de la
coca hacendal, pero también, y lo que no es menos importante, en una suerte de
santuario donde la elite regional era capaz de recrear las distintas facetas del
poder y la riqueza acumulada, las distintas estrategias que los proyectaban
como ciudadanos modernos que imaginaron vivir, sin dejar los suculentos
negocios locales, en una suerte de encantamiento ideológico que les permitía
sentirse, vestirse, comer y beber, pero además, exponer honras, honores, actos
filantrópicos y sonadas actuaciones sociales al mejor estilo de sus pares, los
caballeros parisinos, los de la rancia Madrid, los del moderno Santiago de
Chile, los remilgados porteños bonaerenses o los no menos distinguidos
aristócratas de las cercanas Sucre y La Paz (0bra citada: 186).
Ciertamente Totora, de lejos, era más aristocratizante que Cochabamba asediada por
piqueros y chicheras en ese tiempo, era un importante centro cuya modesta dimensión
16
La producción de las haciendas, fincas, huertos e hilos, con mayor o menor ventaja
según el emplazamiento de cada unidad productiva, se conectaba con alguno de estos
ejes para hacer llegar sus productos al mercado local y a la feria semanal de Totora.
16
Los flujos que se organizaban, sobre todo en las grandes haciendas de Chimboata,
tenían dos tipos de destino: las mulas de los arrenderos cargados de los productos de la
hacienda, generalmente cereales y tubérculos, con rumbo al mercado de Totora y
también a las ferias del valle Alto para hacer la cacha, o sea la comercialización de
estos productos; o caravanas cargadas de harinas de maíz, papa y charque para abastecer
a los cocales. Fuera de este tipo de vínculos, la conexión entre haciendas y Totora era
escasa. No se debe olvidar que los arrenderos no tenían libertad de circular libremente y
la escasa población de piqueros en Chimboata no conformaba un flujo que cobrara
alguna notoriedad económica. Por otro lado, como en toda ciudad señorial, en Totora no
ingresaban los indios, salvo escoltados por sus patrones para cumplir con obligaciones
que estos les imponían en la ciudad.
sobre las clases subalternas, que en este caso, si dependen y están sometidas al rigor
laboral de las haciendas para reproducirse como fuerza de trabajo y como estrato social,
viéndose forzadas al intercambio desigual del plustrabajo que generan por mínimas
condiciones de existencia. Estos rasgos, miseria rural y oasis de opulencia, son los dos
componentes que definen la estructura contradictoria del territorio resultante. En el
siguiente capítulo analizaremos las causas que terminaron por agotar la viabilidad de
este proceso y las consecuencias que estos hechos tuvieron sobre Chimboata.
16
16
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17
CAPÍTULO V
El modelo de acumulación de riqueza que reposaba sobre una estructura agraria y una
configuración territorial analizadas en los dos capítulos anteriores, correspondía a un
momento ascendente, y si se quiere, de auge de la economía de la coca producida en los
yungas de Totora. Los fundamentos de la viabilidad comercial de esta producción aún
cubriendo la demanda de escenarios de mercado distantes reposaba sobre dos tipos de
factores: los costos de producción competitivos gracias a la extracción de plustrabajo de
los indios cocaleros por parte de sus patrones y la barrera protectora que significaba la
Cordillera Real que evitaba la competencia de la coca de los yungas paceños, es decir,
en tanto persistieron, como única alternativa del transporte de los cestos de coca, las
tradicionales arrias de mulas que soportaban bien las duras condiciones del viaje a
través de interminables montañas, este producto pudo ser ofertado con mayor ventaja
que su similar yungueño en los valles andinos donde se concentraba la población
quechua que demandaba este producto, manteniendo el consumo de la coca totoreña una
tendencia expansiva.
En forma paulatina, a partir de la segunda mitad del siglo XX, la coca de Totora fue
siendo desplazada de sus mercados naturales, tanto por la coca de los yungas paceños,
como por la coca de Vandiola y Chapare, gradualmente más abundante y favorecida por
mejores condiciones de producción –terrenos más llanos y menores volúmenes de
inversión de fuerza de trabajo-. Este cuadro, naturalmente se vio agravado por la
creciente dificultad para reclutar trabajadores con destino a los cocales de Chuquioma,
Icuna y Arepucho. Examinando ambos factores, se puede establecer que los hacendados
cocaleros estaban en inferioridad de condiciones frente a sus similares de los yungas de
La Paz respecto a las determinaciones estatales en materia de desarrollo ferrocarrilero,
de tal manera que en tanto los dueños de cocales de Totora se debatían en continuas
crisis por el mal estado de las sendas, los hacendados en los yungas de La Paz
tramitaban la entrada del ferrocarril hasta Coroico. Si bien esto no pasó de un deseo,
lograron la apertura de un camino carretero hasta esa y otras localidades por donde
circularon sus camiones. Por otra parte, la crisis de mano de obra, se debía más a la
persistencia en mantener esta labor como una obligación, dentro del sistema de arriendo,
esto es, que el trabajo en los cocales era parte de las obligaciones del arrendero. Luego,
la terquedad en mantener la mita de coca como opción de reclutamiento de mano de
obra servil, paulatinamente fue siendo menos efectiva.
una clase asalariada138. Ciertamente que tales opciones estaban más allá de cualquier
alternativa que pudieran considerar los conservadores dueños de cocales.
necesarios para resolver el mismo solo podían lograrse a través de mayores gravámenes
al cesto de hoja de coca, es decir, con el concurso del aporte patronal, solución que
naturalmente era totalmente resistida por la Junta de Propietarios. Esta suerte de círculo
vicioso condujo irremediablemente al derrumbe de la producción de la coca. Sobre este
particular anota Gustavo Rodríguez:
Si bien, los datos proporcionados por la cita anterior parecen sugerir una caída de la
producción hasta niveles insignificantes frente a la producción paceña hacia 1937 y, un
ascenso relativo hacia 1950, es probable que tal ambivalencia sea más fruto de criterios
técnicos diversos que se aplicaron en los censos agropecuarios citados que a una real
oscilación de características bruscas.
Sin embargo, resultaría superficial concluir afirmando que fueron los malos caminos y
la falta de brazos lo que termino enterrando la viabilidad de la coca totoreña. Lo cierto
es que como en toda economía de mercado, los factores de producción: la cantidad de
trabajo socialmente necesario empleado, que se articula estrechamente con las técnicas
y prácticas productivas, por una parte, y por otra, los costo de transporte del producto-
mercancía a los mercados de consumo; son los que determinan la competitividad de ese
bien en el mercado y aseguran un traspaso de plustrabajo favorable a los dueños de los
medios de producción. Las pautas que aseguraron la viabilidad de la economía de la
coca de Totora durante varias décadas estuvieron determinadas por la concurrencia de
factores como los anotados, es decir, en tanto la competencia de la coca paceña,
operando bajo las mismas pautas, no se constituyó en una competencia peligrosa, la
coca totoreña circulaba exitosamente por todo el ámbito de los valles surandinos. A este
respecto se puede decir que la geografía definió los límites naturales del mercado de la
coca paceña y totoreña. La primera se podía desplegar sin contratiempo a lo largo y
ancho del dilatado altiplano satisfaciendo la demanda de los pueblos aymaras. La
segunda, se desplazaba a lo largo de los valles y contrafuertes andinos llenando la
demanda de las poblaciones quechuas. Ni la coca paceña tenía capacidad para atravesar
la Cordillera Real y copar mercados en los valles manteniendo sus márgenes de
competitividad; ni la coca totoreña tenía la capacidad de ascender hasta la meseta
andina por la misma razón anotada. De esta manera ambas economías subsistían dentro
17
de los márgenes de los espacio geográficos a los que podían acceder sin perder dicha
competitividad (Ver Mapa 5 al final del Capitulo IV).
En tanto este escudo protector –la Cordillera Real – mantuvo este rol, la coca totoreña
mantuvo su hegemonía sobre los mercados quechuas surandinos. Sin embargo, este
equilibrio se fractura con la irrupción del ferrocarril y más adelante con el transporte
motorizado, esto es, con una transformación cualitativa en los medios de circulación de
la mercancía-coca. El acceso a estos medios de transporte modernos por parte de los
productores y comercializadores de la hoja de coca situados, unos en Totora y otros en
La Paz, es lo que en último término determina quien desplaza a quien de sus mercados
tradicionales. La partida es ganada por los cocaleros paceños, quienes a partir de la
década de 1930 logran copar los mercados nacionales de consumo.
Sin duda, los arrenderos que fueron a la Guerra del Chaco ya no retornaron a los
escenarios de su condición servil con la misma actitud de docilidad. Los horrores de la
guerra debieron cambiar sus mansas actitudes modeladas para servir a los patrones y
probablemente, la primera muestra de la nueva conciencia social que se había forjado en
las trincheras, fue comprender que a la guerra solo fueron las clases sociales
subalternas. Un antiguo excombatiente de Totora nos deja el siguiente testimonio:
Tal vez un hecho más relevante, y probablemente el único en su género en la región, fue
la sublevación de los indios comunarios de Vacas y Pocona en 1916, quienes defendían
sus tierras de origen, para cuyo efecto “multitud de indios habían marchado a Sucre
encabezados por Vicente Yargui y Jacobino Condori que son o se dicen descendientes
de los antiguos curacas”. Aparentemente la rebelión se debía a que estos emisarios y
otros habían sido apresados en Sucre donde se habían dirigido para realizar un reclamo
judicial, habiendo logrado escapar varios de ellos. Una crónica publicada en un diario
de Totora daba cuenta de los siguientes hechos que se sucedieron a partir del episodio
antes anotado:
Hoy se persigue a los indios que encabezan el movimiento con el solo objeto de
averiguar el verdadero origen y los propósitos que se persiguen, así como los
medios de ejecución, que acaso no sean otros que el degüello de los blancos (...)
Quizá el Prefecto de Cochabamba haga capturar a los que viajaban a Las
Pampas, pues conoció el hecho por comunicación telegráfica de esta (...) Como
se ve, el caso está descubierto, pero el peligro no se ha conjurado ni se
conjurará mientras no se descubran los verdaderos propósitos de los indios.
Para su caso, han ofrecido de Cochabamba la fuerza necesaria. Aunque el
hecho no tenga más trascendencia que haber desmoralizado a la indiada; él es
grave desde que ve en el blanco un detentador de sus tierras y cree posible el
embelezo con que ahora se lo engaña, esto es que un abogado de raza pura con
cabellera larga, recuperará el gobierno incaico, expulsando a los blancos; los
indios tendrán sus primitivos hilos y los curacas volverán a sentarse en sus
antiguas sillas de Charcas (“Algo más sobre los conatos de sublevación de los
indígenas de Vacas y Pocona”, El Cronista, Totora, 08/07/1916).
Esta crónica permite develar en cierta forma “el clima político” totoreño y descubrir los
imaginarios de temor que llenaban de congoja a muchas conciencias intranquilas.
Temores como el que los indios pudieran en algún momento pedir cuentas a sus
patrones sobre los despojos y abusos cometidos, o peor, pensar que pudieran hacerse del
poder para restituir el orden precolonial, ciertamente era una perspectiva de espanto,
pero que bien servía para fines prácticos: en primer término cohesionar a los
139
Los fundadores del Partido Socialista de Totora fueron: Ángel Escobar, Nicanor Trigo, Manuel
Guzmán y Juan R. Moyano, todos ellos distinguidos miembros de la sociedad totoreña, incluso uno de
ellos prominente hacendado.
17
En la década de 1930, los remesones sociales que siguieron a la guerra del Chaco y la
emergencia de gobiernos como los de Germán Busch que abrieron camino a la
germinación de corrientes socialistas y nacionalistas no tuvieron mayor eco en la
provincia Totora, a pesar de que a partir de 1936 emergieron los primeros sindicatos
agrarios en los valles centrales de Cochabamba y en 1937 eclosionaron las primeras
huelgas de colonos de hacienda. Sin embargo, de acuerdo a los testimonios recogidos
por De Jong, en zonas como Conda, Pocona y Pilapata tuvo lugar una suerte de
movimiento clandestino de “caciquistas” que pregonaba contra los hacendados a
quienes se consideraba usurpadores de las tierras de comunidad.
En 1941 tuvo lugar una huelga de arrenderos en la hacienda Larimarca (Pocona) cuyo
trasfondo eran las determinaciones del Gobierno de Peñaranda en sentido prohibir el
servicio de pongueaje o postillonaje, además de la contribución a que estaban obligados
los colonos de entregar animales a sus patrones, quienes debían pagar el precio debido
18
por tales adquisiciones. Esta disposición que debía ser publicada causó gran confusión
entre las autoridades departamentales que consideraban confusa la disposición
gubernamental, arguyendo que el postillonaje (la obligación de los colonos de llevar y
traer correspondencia, paquetes y encargos desde la hacienda a las casas urbanas de los
patrones) ya había sido abolida y que el pongueaje debía continuar, pues era parte de los
servicios que los colonos debían prestar en las casas de hacienda; tomando de esta
manera partido por el punto de vista de los hacendados. El incumplimiento de estas
disposiciones alimentó la insurgencia campesina en los valles. Naturalmente estas
disposiciones fueron ignoradas en la Provincia Carrasco y una consecuencia de esta
actitud fue la huelga antes mencionada. Otro hecho trascendente fue el reclamo de los
arrenderos de Conda, muy próximo a Chimboata, que llegaron a Totora protestando
contra el pongueaje que había sido suprimido. La represión de la huelga de Larimarca
que concluyó con la muerte del agitador Lorenzo Castro, originario de Aramasi, a
manos de la policía, quien había difundido la noticia sobre las disposiciones del
gobierno de Peñaranda, terminó apagando el naciente movimiento de resistencia al
trabajo servil en las haciendas.
Moyopampa. De la misma forma, en las elecciones municipales de 1947 ganó una lista
de tono “popular” integrada entre otros, por Ángel Cabrera, ex alcalde del gobierno de
Villarroel y Juan B. Moyano secretario de la Unión Obrera de Totora. Sin embargo más
que cuadros de subversión contrarios al orden gamonal imperante, estos fueron simples
episodios que no modificaron la hegemonía de los hacendados en la región, aunque si
mostraron las fisuras del tradicional bloque de poder terrateniente.
El autor citado apoya estas aseveraciones en el análisis que realiza sobre los resultados
del Censo Agropecuario de 1950, documento sobre el cual también nos basamos para
exponer nuestros puntos de vista. Para este efecto revisemos los siguientes cuadros:
Cuadro 24
Bolivia, Censo Agropecuario de 1950: Número y superficie de las unidades censales según régimen
de explotación
Cuadro 25
Bolivia, Censo Agropecuario de 1950: Número y superficie de las unidades censales según regiones
Altiplano (La Paz, Oruro, Potosi) Valles (Cbba, Chuquisaca, Tarija) Llanos (Santa Cruz, Beni, Pando)
Unidad Informantes Sup. Total Informantes Sup. Total Informantes Sup. Total
Censal Nº % Has % Nº % Has % Nº % Has %
Operador solo 12.972 53 904.728 7 35.063 70 2.979.935 28 8.224 65 5.641.757 61
Op. c/ colonos 2.832 12 4.340.472 34 4.266 9 6.102.735 57 1.039 8 2.257.869 9
Arrendatarios 5.003 21 634.102 5 9.537 19 951.967 9 2.070 17 777.813 8
Comunidades 3.267 13 6.832.451 53 387 1 305.868 3 125 1 40.128 1
Otros 200 1 183.194 1 241 1 306.481 3 1.151 9 490.342 5
Totales 24.274 100 12.894.948 100 49.494 100 10.646.988 100 12.609 100 9.207.911 84
(*) Propietarios de tierras fiscales, granjas, cooperativas, asociaciones
Fuente: Danilo Paz en base al Censo Agropecuario de 1950
En los valles, los rasgos de esta estructura agraria son diferentes: la presencia de las
comunidades originarias está muy mermada hacia 1950, apenas son censadas 387
unidades que representan el 1 % del total de las propiedades y el 3 % de las tierras
censadas, con un promedio de 790,35 Has/comunidad. En contraste con lo anterior,
4.266 haciendas controlaban el 57 % de las tierras censadas y un promedio de 1.430,55
Has/hacienda, algo por debajo de la hacienda del altiplano, pero territorialmente
dominantes. Por último resulta notable la presencia de algo más de 35.000 piqueros
(operadores solos) que ocupan el 28 % de las tierras registradas, con un promedio de
84,98 Has/piquero; situación que expresa la significativa emergencia de la pequeña
propiedad campesina en los valles.
18
Cuadro 26
Cochabamba, Censo Agropecuario de 1950: Estructura de la tenencia por tipo de propiedad
Se puede observar que hacia 1950, Cochabamba pese a ser el departamento con mayor
intensidad de tierras fraccionadas en el país, todavía era un territorio donde
predominaba el latifundio expresado en la presencia de 2.357 haciendas que
representaban apenas el 7,36 % del total de propiedades pero ocupaban el 80,53 % de
las tierras censadas y el 59,57 % de las tierras cultivadas. Sin embargo, la pequeña
propiedad campesina bajo la forma de piquerías y pegujales envolvía a 25.791 unidades
que representaban el 80,60 % del total de propiedades censadas, pero solo ocupaban el
23,56 % de la tierra registrada, en tanto la propiedad comunitaria se había reducido a su
mínima expresión. Estos contrastes marcaban las características de una estructura de
tenencia de la tierra muy desigual y que estaba muy lejos de expresar un hipotético
proceso de desmembramiento generalizado de las haciendas con anterioridad a 1953.
Sin embargo, estos no son los únicos contrastes: la brecha entre superficie total de las
haciendas y la tierra cultivada por ellas, muestra que la misma solo representa el 2,59 %
del abundante total disponible. La producción de la pequeña propiedad campesina
alcanzaba el 8,25 % del total disponible e incluso en la exigua propiedad comunal se
llegaba a cultivar el 7,45 % de sus tierras. En estos términos, dentro del cuadro general
de la baja productividad de las tierras registradas en el censo, destacaba la hacienda
18
Cuadro 27
Cochabamba, Censo Agropecuario de 1950: Estructura de la tenencia por provincias
En las provincias altas (Ayopaya, Tapacari, Arque) que suelen ser caracterizadas como
territorios indiscutibles del régimen de hacienda, el censo también depara algunas
sorpresas: si bien fueron registradas en las tres provincias 686 haciendas (29 % del
total), estas en términos de la cantidad de hectáreas que detentaban, no representan sino
un modestísimo 8,44 % del total de la tierra hacendal departamental. En contraposición,
en Ayopaya se registraron más de 3.000 pequeñas propiedades y en Tapacarí algo más
de 2.600, superando entre ambas la gran concentración de piqueros de Quillacollo. En
este caso, el baluarte hacendal era Arque, aunque su aporte a la superficie total de las
haciendas es ínfimo. Lo significativo en este contexto es la presencia de comunidades,
prácticamente el 50 % del total departamental. Específicamente Arque era la provincia
que se constituía en el último bastión de la propiedad comunal con 63 comunidades
censadas y algo más del 67 % del total de tierras comunales.
El Cono Sur también guarda algunas sorpresas: Campero era otra fortaleza de la
propiedad terrateniente con algo más del 27 % del total de tierras de hacienda
registradas en el censo a nivel departamental y una mínima incidencia de pequeñas
propiedades (162) a pesar de que la superficie de estas representaba el 31,32 % del total
censado, lo que hace sospechar que se trataba de estancias o propiedades en zonas
cálidas. La provincia Carrasco también estaba dominada por las haciendas, pero lo
notable es que se percibe un crecimiento significativo de la propiedad parcelaria con la
presencia de 1.146 piqueros que contrastan con las escasas centenas de comienzos del
siglo XX141. Misque repara otra sorpresa pues hacia 1950 está tan fragmentada como las
provincias de los valles. En efecto algo más de 4.000 piqueros han logrado adquirir más
del 54 % del total de las tierras provinciales, en tanto las haciendas no solo han dejado
de ser hegemónicas, sino que su superficie total apenas representa el 0,26 % del total
departamental. Por último el Chapare muestra el predominio de las haciendas y una
modesta presencia de pequeñas propiedades.
Como conclusión se puede establecer que hacia 1950, no existían ya “zonas” con ciertas
cualidades de homogeneidad respecto a una forma de tenencia que fuera francamente
hegemónica en un grupo de provincias con similares características ecológicas.
Ciertamente, la propiedad hacendal gozaba de salud aceptable y los resultados del censo
estaban muy lejos de expresar un cuadro de desmembramiento de las haciendas. A
diferencia de lo que pudo ocurrir a fines del siglo XIX e inicios del XX, ciertamente ya
no existían grandes regiones dominadas por la gran propiedad, pero si bolsones
provinciales de hegemonía hacendal en diferentes regiones: Esteban Arce en el Valle
Alto, seguida a bastante distancia por Arani; Tapacarí en las zonas de altura; Campero y
Carrasco en el Cono Sur. En las provincias restantes la gran hacienda no estaba extinta,
ni siquiera en el Cercado pese a la expansión de la ciudad. Sin embargo existían grandes
bolsones provinciales de piquería: Quillacollo, Jordan, Arani en los valles; Ayopaya y
Tapacari en las tierras altas; Misque en el Cono Sur.
Ciertamente esta composición muestra una estructura compleja, si se comprende que las
relaciones de poder en cada zona y territorio expresan los delicados equilibrios entre los
intereses de una variada gama de propietarios de tierras. Ciertamente en territorios como
Esteban Arze, Arani, Punata, Tapacari, Campero, Carrasco, Capinota y otras provincias,
con diversos matices, el poder hacendal era dominante pese al avance importante de la
141
Más adelante analizaremos esto con más detalle.
18
Cuadro nº 28
Provincia Carrasco: Estructura de la tenencia entre 1897 y 1950
Años Haciendas Pequeñas propiedades Sup. Total en
Nº Sup. en Has Nº Sup. en Has Has
1897 170 105.482,77 588 2.091,94 107.574,71
1908 203 179.463,00 567 2.869,00 182.332,00
1950 223 207.495,56 1.146 59.753,29 267.248,85
Fuente: Elaboración propia en base al Registro de Propiedades Rústicas de la Provincia
Totora: 1897 y 1908 y el Censo Agropecuario, 1950
Este último cuadro permite clarificar algunos supuestos respecto a la estructura agraria
provincial para el periodo considerado. Sin embargo previamente se debe aclarar que la
información disponible para 1897 y 1908 ha sido adecuada a la disposición que fue
aplicada en el Censo Agropecuario a fin de que ambas sean comparables. El citado
censo divide la propiedad entre la administrada por “operadores solos” (piqueros,
pegujaleros) y la administrada por “operadores con colonos, jornaleros, medieros, etc.”
(la hacienda), por lo que se ha tenido que agregar a la estructura de datos manejada para
analizar la información catastral, la categoría “mediana propiedad” (huertos, fincas,
haciendas medianas) a la “gran propiedad”, una vez que también dicha propiedad
mediana era gestionada con operadores con colonos y otros.
la coca. Lejos de ello, el número de haciendas se incrementa ligeramente. Por otra parte,
la superficie total de las haciendas en las cuatro décadas que separan los dos años
considerados, se incrementan en un 15,62 % (28.032,56 Has) a un ritmo anual de
667,44 Has, que si bien es muy inferior a similar ritmo entre 1897 y 1908, permite
afirmar que en la primera mitad del siglo XX la hacienda totoreña mantenían un ritmo
de expansión sostenido y sin señales de decaimiento alguno, siendo lo único destacable,
a nivel de un posible impacto del retroceso del comercio de la coca, el ritmo más lento
de esta expansión, es decir que la misma es apenas una décima parte de lo que fue la
velocidad expansiva de las haciendas en el momento de auge de la coca. Por otro lado,
el tamaño promedio de la hacienda en 1950, pasa a 930,47 Has, constituyendo este otro
síntoma de la salud aceptable de las haciendas, incluso en un contexto donde, en varias
provincias de valle alto y bajo, o la vecina Misque, la hacienda parece estar muy
mermada por el avance de la pequeños propiedad de los piqueros y pegujaleros. De esta
forma, se puede afirmar que las haciendas totoreñas nunca dejaron de expandirse
independientemente de los escenarios favorables o no que pudieron influir en este
fenómeno.
Cuadro nº 29
Provincia Carrasco: Principales rubros de la producción agrícola en 1950
Cuadro nº 30
Provincia Carrasco: Principales rubros de la producción ganadera en 1950
142
De acuerdo al Censo Agropecuario de 1950, la producción de coca en los yungas de La Paz ocupaba
3.131,66 Has, con un volumen producido de 1.869.069 kilos, o sea 149.525 cestos de 25 libras. La
provincia Chapare producía coca en una extensión de 897,21 Has con un rendimiento de 665.581 kilos
equivalentes a 53.246 cestos de coca de 25 libras. La producción nacional de coca registrada por el Censo
equivalía a 224.920 cestos.
19
en las delicadas redes y articulaciones que tejía el poder gamonal en la antigua Totora,
hoy Carrasco.
Si bien todo lo anotado, por falta de información más específica, no se puede traducir a
nivel cantonal, es posible sugerir, en base a lo analizado en torno a la dinámica agraria
de 1897 y 1908, que la expansión de la pequeña propiedad se intensificó con particular
énfasis en los cantones de Pocona y Totora que ya manifestaban este tipo de tendencia
en los años citados. Cantones como Chimboata y Pojo es poco probable que
abandonaran su condición de territorios de dominio hacendal predominante, aunque
naturalmente con un incremento más moderado de la pequeña propiedad.
¿Pero, como era Chimboata en la época del Censo Agropecuario? Es posible imaginar
un territorio no muy diferente al imperante en 1908, aunque ciertamente los viejos
patriarcas ya no existen y han surgido nuevos personajes, muchos hijos y nietos de los
anteriores, que no solo han mantenido la viabilidad de las haciendas, sino que han hecho
crecer el patrimonio heredado o adquirido. No tenemos razones para pensar que el rol
de Chimboata dentro de la estructura del poder local hubiera cambiado. Tal vez, la única
diferencia es que ahora las haciendas, al ver mermado el negocio del comercio de coca,
han realizado el esfuerzo de convertir su producción en tierras de altura y secano en
comerciales; por tanto al lado de las antiguas vías que conectaban Totora con los
cocales, ganaron en importancia los vínculos con el Valle Alto y Cochabamba, a tal
punto que el “camino de autos” ente Cochabamba y Totora se convirtió en un vínculo
de primera importancia (Arauz, 1945). En la misma forma se ha potenciado la ganadería
y se ha ampliado la explotación de los grandes pastizales naturales existentes en las
haciendas como tierras de pastoreo. Sin embargo, los eventos posteriores a 1952 no
permitieron la evolución de este proceso, como veremos a continuación.
19
Los hechos dramáticos que preceden al triunfo de la Revolución Nacional de 1952 (la
Guerra Civil de 1949, la elecciones presidenciales frustradas de 1950, las jornadas
sangrientas que tienen lugar en La Paz los días previos al 9 de Abril, etc.)
aparentemente pasan desapercibidos en Totora, una suerte de mundo aparte sumergido
en la cotidianeidad del devenir de rutinas que nunca cambian. De acuerdo a De Jong,
incluso las noticias de la caída del gobierno oligárquico llegan a los arrenderos como
algo inesperado y muy lejano, como una simple noticia ajena al ajetreo diario, como
algo que tiene poco que ver con sus sufridas existencias. Luego la primera reacción ante
los hechos consumados en la sede de gobierno y aún en la capital departamental fueron
de total incredulidad, al punto que muchos colonos se negaron a dar crédito a noticias
que sobrepasaban el límite de lo imaginable y simplemente se negaron a asistir a
reuniones convocadas por los primeros mensajeros de la Revolución provenientes del
Valle Alto para promover la sindicalización, continuando imperturbables con sus faenas
agrícolas. Estos son los testimonios recogidos a este respecto, por la autora antes citada:
Tenían miedo a los patrones ¿Como podemos quitarles? decían. Les tenían
miedo y no podían darse cuenta (Testimonio de Antonio Muñoz, hacienda
Viscachani, citado por De Jong, obra citada).
Que es lo que estás pasando ahora? nos preguntamos y no pensábamos que iba
a ser así ¿Como puede cambiar? Deben hablar en vano decíamos. Nosotros no
creíamos. (Testimonio de Paulino Acuña, hacienda Chakamayu, idem).
Unos hacían caso y otros no querían hacer caso. Entonces a la masa ya también
les mandaba a traer apresándoles, y de esta manera, explicándoles a los reacios
les hacía entender y por último quedaban convencidos (Testimonio de Eusebio
Terrazas, hacienda Potrero, idem).
Cuando la Reforma Agraria estaba iniciando (...) nadie creía que eso iba a
suceder. Se han roto la cabeza para poder creer (Testimonio de Miguel
Bautista, hacienda Chimboata, idem).
Bajo este clima de total incredulidad acompañada por la persecución que sufrieron estos
primeros portavoces por parte de los patrones, que escucharon con gran zozobra el
abrupto desenlace de los acontecimientos que por primera vez les eran tan adversos, la
reacción inmediata fue impedir por todos los medios la acción agitadora que intentaba
soliviantar a los colonos de Carrasco. En consecuencia la tarea organizativa para la
sindicalización se realizó, como en los mejores tiempos represivos, en forma
clandestina, hacienda por hacienda y con gran sigilo, tomando esta labor muchos meses,
en tanto en el Valle Alto ya se habían organizado los campesinos a nivel departamental
y por centrales regionales y locales. Veamos otros testimonios de trances tan difíciles:
Vieras como se oponían los patrones. Los miraban con odio a esos cabecillas.
Por donde sabrían ir esos pobres. Ni siquiera pasaban por la Provincia
Carrasco ni por Totora. seguro que les ahorcaban. ¿A donde estás yendo? les
preguntaban y les apresaban los patrones. Uds. son cabecillas, cabecillas que
están echando a perder a la gente. Uds. están deshaciendo a los arrenderos.
Están pensando oponerse a nosotros. Eso jamás van a conseguir. Como perros
19
les vamos a ahorcar (...) Ellos eran los que nos comunicaban: Así va a ser, y
nosotros también les esperábamos (...) desesperados aguardábamos las noticias
que poco a poco nos llegaban (Testimonio de Lucas Rojas, hacienda Buena
Vista, citado por De Jong, obra citada).
A nosotros el patrón nos estaba mirando, carajo. Nos pusieron el nombre de
gallos sarnosos. No éramos dirigentes. A medida que entrábamos a ser
dirigentes nos marcaba a todos los gallos sarnosos. Ellos caminaban
amenazándonos, diciéndonos que iban a cazarnos a todos (Testimonio de
Abraham Villarroel, hacienda Yuraj Molino, idem).
Al inicio, allá en mi casa de arriba, había un pilón de paja a la altura, allá
solíamos reunirnos, allá solíamos hablar y otros veníamos a los caminos a
vigilar. Los patrones viniendo acá nos pueden balear decíamos, por eso nos
vigilábamos pues (...) Con mucha precaución y reserva nos reuníamos y pasada
la medianoche nos íbamos a nuestras casas (Testimonio de Ricardo Zapata,
hacienda Pilancho – Chimboata. idem).
Resulta innegable el enorme poder que los hacendados proyectaban sobre los arrenderos
al punto de convertir en una tarea muy riesgosa la actividad de organización de los
colonos, en contraposición a la situación de plena libertad en que la misma tarea fue
acometida en las provincias de los valles. Muchos emisarios vinculados al triunfante
MNR, a partidos de izquierda y a diferentes organizaciones, reconocían el poderío
hacendal de Carrasco y se dieron a la tarea de socavarlo. M. De Jong, que se constituye
en la única fuente que hizo seguimiento a este proceso en base a testimonios de los
propios actores en Carrasco, señala que en principio la organización social de los
arrenderos fue heterogénea y tomó dos rumbos principales: uno de ellos fue la
estructuración organizativa de Pilapata-Wayapacha y Wayapacha-Lope Mendoza en
Chimboata dirigida por Benito Orellana, arrendero del cantón citado, y que luego se
extendió casi por toda la provincia, difundiendo ampliamente las noticias de la
revolución triunfante e instruyendo medidas para promover la organización de
sindicatos; en tanto otro grupo organizativo abarcó toda la parte sur del cantón Totora.
Las maniobras típicas del MNR, que inicialmente al calor del triunfo de abril abolió el
trabajo servidumbral en las haciendas, para luego reponerlo, una vez que se sintió
consolidado en el poder, dio lugar a airados reclamos y confusiones. Muchos arrenderos
19
No obstante la movilización promovida por Orellana permitió el control por parte de los
arrenderos de los cantones de Chimboata, Pocona y Pojo, quedando reducido el cantón
Totora donde esta la capital provincial a la condición de un último bastión terrateniente
19
Sin embargo se suceden los días, la Prefectura de Cochabamba promete enviar una
comisión que nunca llega, la amenaza no se concreta, es evidente que los presuntos
invasores indígenas han tomado conocimiento de estos aprestos y han modificado sus
planes. Pasa el tiempo y el gran despliegue bélico se vuelve jocoso y luego ridículo.
Finalmente se apacigua el ambiente, se celebra una presunta victoria contra un enemigo
imaginario y la vieja elite ve pasar su última oportunidad de retar la marcha de la
historia con las armas en la mano. Todo parece indicar que hasta esa salida digna y
gloriosa les había sido negada.
Finalmente, los días de poder de las élites tradicionales han cesado, los aguerridos
hacendados entienden que deben abandonar la escena, los autores antes citados,
describen la siguiente escena final:
Así, en una suerte de tragicomedia parecieron terminar siglos de poder colonial, pero no
necesariamente este sería un final feliz para los sufridos arrenderos, como pasaremos a
analizar.
Sin embargo, las nuevas formas de movilización y lucha que comenzaron a surgir
después de la Guerra del Chaco en los valles centrales de Cochabamba, adoptando el
modelo desarrollado particularmente por el proletariado minero y fabril desde los
primeros años del siglo XX, es decir, el sindicato, que se mostró particularmente eficaz
para afectar el aparato productivo hacendal en situaciones particularmente críticas,
como las frecuentes huelgas de “brazos caídos” en épocas de siembra y cosecha que
agravan la delicada situación económica de las haciendas. En las movilizaciones
campesinas de 1952-1953, el sindicato fue el eje en torno al cual se estructuró la
capacidad organizativa de los colonos, siendo este el portavoz de las principales
reivindicaciones rurales plasmada en la Reforma Agraria, pero además, ante la
emigración masiva de los patrones hacia las ciudades, rápidamente se convirtió en el
núcleo de innumerables y novísimos poderes locales y de prácticas de auto-gobierno,
143
Se afectaron alrededor de 1.100 latifundios en el Occidente de Bolivia (Antezana, 1986), pero no se
afectó la gran propiedad del oriente boliviano.
144
Una relación consistente, sistemática y panorámica de este proceso se puede encontrar en Gordillo,
2000.
19
Estas fueron las características que definieron la emergencia de un nuevo poder regional
en la Provincia Carrasco. Bajo esta nueva dinámica, la estructura territorial de piquerías,
tierras de arriendo, haciendas, ferias campesinas, pueblos, ciudades intermedias y
ciudades-capitales, que de alguna manera, apenas eran una prolongación de la
disposición territorial que estructuró la economía colonial, al cesar el poder económico
y el orden legal que mantenían su vigencia, cedieron paso a un proceso de
reconfiguración que emanaba de un nuevo orden, donde como veremos, las nuevas
145
En la tesis de Edson Cabrera (2008) se pueden encontrar detalles de su organización actual.
19
Quizá el aspecto más dinámico de la reforma agraria en una región como los
valles de Cochabamba, radique en la vinculación de este sector reformado con
el mercado interno a través de una intensa mercantilización de productos
agropecuarios, un proceso de integración del campesinado como consumidor y
la proliferación del pequeño comercio. Por tanto, si bien la economía
campesina se diversifica, la reforma agraria no produjo en la región un
desarrollo sustancial de las fuerzas productivas. hubo una diversificación en la
economía rural de Cochabamba y fundamentalmente los campesinos lograron
posesionarse de la tierra por la cual lucharon (obra citada: 244-245).
Más allá de los episodios de lucha política a veces cruenta, bajo la cual tomaron forma
los procesos a que hace referencia Dandler, nos interesa enfocar los componentes
estructurales que fueron dando forma al nuevo poder regional, no solo en los valles, sino
a lo largo de la dilatada geografía departamental, incluida la Provincia Carrasco, pero
ello al vincularse con la constitución simultánea de un nuevo modelo de acumulación,
hace parte del siguiente apartado.
¿Por que una cuestión tan esencial como el porvenir económico de miles de familias de
antiguos colonos, lanzados más o menos inermes a las redes de la economía de
mercado, no ocupo la atención principal de las flamantes centrales sindicales
campesinas? Es cierto que el sindicato, tanto en los valles como en las serranías,
después de la Reforma Agraria de 1953, ante la salida de las antiguas autoridades
(corregidores y subprefectos) y de los expatrones de los territorios, donde hasta 1952
habían dominado poderosos intereses gamonales; se constituyeron en los nuevos
poderes locales, de sus filas salieron nuevos corregidores, subprefectos y alcaldes, u
opcionalmente, las centrales campesinas ejercieron el poder de la aceptación o el veto
en torno a los nombramientos de autoridades. Teóricamente, estas autoridades debían
ocuparse de cuestiones delicadas como el comportamiento de los precios de los
productos agrícolas, los sistemas de mercadeo y el transporte; pero en realidad, muy
rápidamente comenzaron a actuar como portavoces de intereses no campesinos,
haciendo cumplir burdas maniobras mercantiles como la fijación de precios de los
productos agrícolas desde la Prefectura Departamental, el control de divisas, el control
de precios, etc., pero además se dieron a la tarea, sigilosa pero persistente, de subordinar
a los colonos a los invisibles dictados de las leyes de oferta y demanda de los nacientes
mercados de la producción rural parcelaria. Por ello, estas cuestiones, cada vez más
enredadas e incomprensibles, no solo no fueron agendadas por los sindicatos, sino que
se dejaron en “manos de las autoridades”.
Este desequilibrio no pasó desapercibido para los piqueros, quienes percibieron que
podrían controlar fácilmente la producción de los excolonos, adquiriéndola a precios
146
En muchos casos los compradores de la cacha eran los piqueros, que luego revendían en las ferias.
20
Las ferias regionales como las de Cliza, Quillacollo, Punata, Arani y otras se plegaron a
esta incontenible ola, allí también surgieron sindicatos de comerciantes de productos
agrícolas: paperas, maíceras, verduleras, fruteras, harineras, en fin, todas pertenecían a
algún sindicato; además un sector clave como los dueños de buses y camiones también
se sindicalizaron y los sindicatos de transportistas pronto cobraron gran influencia y
poder. Los piqueros y sus familias, además de los transportistas, todos aliados a las
autoridades locales, coparon los espacios feriales y pronto se inventaron sistemas de
control como los sentajes autorizados por comisarios de mercado o feria. Los sindicatos
convinieron en realizar un aporte o pago al municipio o corregimiento a cambio de
consolidar permanentemente un espacio en la feria. El objetivo de todo este despliegue
era bloquear institucionalmente la presencia de los antiguos colonos en la ferias y
obligarlos a vender sus productos en las parcelas. Para sentarse en una feria era
indispensable contar con el carnet del sindicato, de otra manera el intruso corría el
riesgo de ser violentamente desalojado e incluso apresado y multado. Estos y otros
mecanismos parecidos fueron los que sustituyeron el extinto poder de los patrones e
impusieron nuevas reglas, que de todas formas no favorecieron a los productores
parcelarios.
Todo esto fue posible porque un gran porcentaje de la dirigencia de los excolonos que
habían protagonizado airadas protestas, huelgas, temerarias tomas de haciendas e
incluso ocupación de varias capitales provinciales entre 1952 y 1953, además de haber
soportado persecuciones, prisiones y no pocas masacres en las décadas de 1930 y 1940;
alcanzado el objetivo de convertir cada pegujal o sayaña en propiedad privada de cada
arrendero, se dejaron tentar por las bondades del poder. Muchos de estos dirigentes se
convirtieron en prósperos políticos, incluso “nuevos ricos” como los denominaba el
pueblo llano y fueron los artífices, años más tarde del Pacto Militar-Campesino.
Naturalmente influyeron en el contenido pragmático de la reforma agraria al imprimirle
un carácter francamente capitalista, en plena consonancia con lo que admitía uno de los
ideólogos del decreto, de la reforma, cuando sostenía que:
Quedaba claro bajo esta óptica, que la reforma agraria era una medida reformista que se
proponía corregir injusticias históricas, superar anacronismos feudales y abrir paso a
ilusiones empresariales. Los antiguos colonos podrían convertirse a la larga en
prósperos farmers de una república democrático burguesa moderna. El Estado se limitó
a legitimar la propiedad privada de las sayañas y pegujales, el resto debía correr por
cuenta de los interesados, luego no propició apoyo técnico, ni renovación de medios de
producción y menos crédito agrícola. El resultado fue una mezcolanza de desarrollo
capitalista mercantil combinado con formas precapitalistas de producción agrícola, la
minifundización de la tierra, el crecimiento vertiginoso de un mercado especulativo de
alimentos, la profundización de la brecha entre campo y ciudad y la permanencia de los
excolonos pobres, exactamente en esa condición, inclusive medio siglo después de la
promulgación de la Ley de Reforma Agraria.
Por último, otras fracciones de la nueva formación social regional (obreros y burguesía
industrial y comercial) operaron más periféricamente, expresando con ello su
importancia relativa con relación a un modelo que no se propuso en ningún momento la
modernización del agro y su articulación al desarrollo industrial regional.
149
Utilizamos el término "bloque de poder" en el sentido propuesto por Castells (1988: 150 y siguientes.)
20
Si bien, este proceso, como todo proceso de constitución de poder, no suele estar
adecuadamente documentado, ha sido observado con cierta minuciosidad por algunos
investigadores como Katherine Barnes de Marshall y Juan Torrico (1971) para el caso
del Valle Alto y Sacaba, que pasaremos a sintetizar, en el entendido de que los
testimonios y caracterizaciones que ofrecen estos investigadores, ciertamente son
representativos de lo que ocurrió en el resto del departamento, incluida la provincia
Carrasco. En base a estos puntos de vista, finalmente intentaremos reconstruir los rasgos
del territorio en el que se articuló la producción parcelaria de Chimboata.
Considerar que la relación entre excolonos y mercado fue el factor principal que modeló
el ordenamiento territorial resultante de la extinción del poder hacendal, es un punto de
partida coherente, pero no suficiente para abarcar los diferentes aspectos de esta nueva
lógica espacial. Para ello, es necesario develar los mecanismos internos que definen la
naturaleza de la relación aludida. La Reforma Agraria de 1953, al reconocer la
propiedad privada de las parcelas arrendadas en favor de los arrenderos, no solo lo
liberó de las obligaciones del régimen de colonato o servidumbre, sino le concedió
soberanía sobre las decisiones en la esfera productiva y libertad para monetizar parte o
la totalidad de lo producido. Sin embargo, la ley no consideró las condiciones bajo las
cuales esta libre oferta de los productos de la sayaña o el pegujal podrían realizarse,
tomando en cuenta los intereses y la condición socio-económica de los ex-colonos. Por
tanto, dicha reforma, no tomó en cuenta criterios de protección y desarrollo social en
favor de éstos.
sindical del comerciantado fue fundamental, pero también, la alianza con los
transportistas e incluso la sabia estrategia de combinar en una misma familia la
condición de piquero, comerciante y transportista. Veamos un testimonio a este
respecto: “Después de comprar su casa, comenzaron a trabajar para comprar un
camión. Al comienzo compraron en sociedad entre dos o tres personas, posteriormente
cada uno fue adquiriendo su propio vehículo” (Barnes y Torrico, 1971:144). En estas
pocas líneas queda a descubierto toda una acción conducente a fortalecer una opción
económica: comprar una casa en el pueblo, preferentemente una de un exhacendado en
retirada, consolidaba la residencia en la misma vecindad de la feria elegida, luego
adquirir el camión, una inversión mayor pero urgente, se resolvía en primera instancia
formalizando sociedades accidentales para esta adquisición, pero gradualmente se
adquiría el camión propio. Residencia en la feria y camión eran las dos condiciones que
garantizaban el éxito de un buen rescatiri. Sin embargo, para que este éxito no resultara
pasajero, era necesario “hacer crecer la feria”, es decir hacerla más concurrida y más
diversificada. Estos aprestos fueron fuente de no pocos conflictos. Muchas centrales
campesinas se inmiscuían en la gestión ferial en busca de un suculento botín: la
recaudación del impuesto a la chicha y el control del sistema de recaudación del
impuesto al sentaje en las ferias. La lucha fratricida entre los piqueros de Cliza y los
excolonos de Ucureña tuvo este trasfondo. El resultado fue perjudicial para ambos
bandos, pues como consecuencia del conflicto decayó en importancia la feria de Cliza y
se incrementó la importancia de la feria de Punata, que logró incorporar a su espacio la
Playa de Ganado y la Plaza de Granos, que prontamente se convirtieron en el eje de
prósperos negocios. Veamos una vez más un otro testimonio:
Los rescatistas de Punata, Arani y Villa Rivero, especialmente los que tenían
camiones, van de rancho en rancho en busca de productos para rescatar y luego
llevarlos a las ferias de Punata o Cliza. Rescatan todos los productos de los
campesinos, especialmente de las alturas, quienes por no tener animales para el
traslado o por ir hasta la plaza, prefieren vender sus productos en sus mismas
casas o en las ferias que realizan cerca de sus estancias (ídem: 146).
Centros urbanos como Cliza, Punata, Arani, Tiraque e incluso Totora, después de 1952,
experimentan una ampliación de sus funciones comerciales mediante la expansión de
sus actividades de transporte, chicherías y tambos que operaban como centro de acopio
de productos agrícolas por una parte, y por otra, como centros de interacción social y
apoyo administrativo-jurídico a dicha actividad comercial, es decir, las ferias pasaron a
convertirse también en escenarios donde se forjan compadrazgos, arreglos de tenencia y
traspaso de tierras parcelarias, operaciones de hipoteca, acuerdos financieros que
comprometían las cosechas futuras y un sin fin de arreglos, donde el despliegue de
tinterillos y la picardía valluna para sacar ventajas, operaban con absoluta libertad. En
suma, las capitales provinciales y ciertos centros estratégicos, donde se organizaron
nuevas ferias como la de El Puente (Lope Mendoza) en el caso de Carrasco, se
convirtieron en espacios de apoyo integral al comercio ferial, pero además pasaron a
formar parte de una trama circulatoria que los vinculaba con mayor o menor intensidad
al conjunto de ferias provinciales, regionales y al corazón de todo este complejo circuito
que es la Pampa en Cochabamba.
Desde que llegó la ley agraria, este negocio de rescate iba proliferándose en
gran proporción, pues todos se dedicaron a esta clase de negocio, incluso los
pequeños propietarios (los piqueros), quienes perdieron algo de sus tierras;
como estos tenían capital llegaron a comprar camiones con los que invadieron
varias zonas a las que solo entraban los antiguos rescatistas que sacaban
productos a lomo de bestias. En cambio los pequeños propietarios disponían de
vehículos para recorrer el campo (Ídem: 154).
Varios de los rescatadores de productos hoy son los nuevos ricos, mientras que
los campesinos que son verdaderos productores siguen en las mismas
condiciones de vida, especialmente los campesinos de las alturas, quienes son
explotados tanto por los rescatistas como por los transportistas (...) Ambos
grupos siguen haciendo fortuna a costa de los campesinos de las estancias, lo
que no ocurre con los campesinos de las haciendas del Valle quienes ponen
precios a su productos, en especial los piqueros. Varios de éstos últimos ahora
tienen hasta camiones con los que se dedican al transporte, y sus mujeres se
dedican a ser rescatistas de productos (Ídem: 155)
20
Una rescatista de granos, la esposa del principal fabricante de chicha en Punata, relata
como llegó a desarrollar su próspero negocio:
Vemos que las redes mercantiles se abren paso por doquier pese a algunas resistencias
puntuales, pero los comerciantes siempre se dan modos de obtener lo que desean. Si el
excolono, llega a realizar la venta de sus productos sin intermediarios, siempre queda la
opción de un sin fin de tentaciones para desvalijarlo y hacerlo deudor. Un sistema eficaz
eran los compadrazgos y padrinazgos desiguales entre comerciantes y excolonos,
observemos nuevos testimonios:
comadre es la que compra todo el producto que trae el campesino para vender
en el mercado (Ídem: 156).
No cabe duda que los lazos y redes de compadrazgo y padrinazgos, en estos primeros
tiempos de revolución, fueron eficaces medios de apropiación-expropiación del
plustrabajo campesino. Muchos excolonos cayeron en sus redes, vendieron sus cosechas
a precios inferiores que el precio de mercado, incluso perdieron su capital-dinero y se
endeudaron. Así surgieron situaciones en que la comadre no solo compraba la cosecha
actual sino que inducía, chicha mediante, al despilfarro del capital-dinero cancelado, y
así se apropiaba del plus trabajo presunto, a través de la deuda contingente con garantía
de la cosecha futura. Por todo ello, un complemento fundamental del negocio de los
rescatiris era la chichería como otra forma de captar el excedente agrícola de los
campesinos parcelarios:
Un otro mecanismo para afianzar la relación ente rescatiri y productor era el crédito
bajo diversas modalidades y donde siempre salía perdiendo el productor:
El dinero prestado les sirve para la compra de semillas o abonos, pero en otro
caso lo usan para beber y luego no pueden pagar el préstamo, por cuya razón
están obligados a sembrar año tras año para la gente de quien se prestaron el
dinero. Muchas veces los campesinos no guardan la semilla que tienen que
utilizar para el siguiente año, razón por la que siguen en busca de plata para la
siembra de cada año (Ídem: 159)
Para las fiestas del lugar llevan bebidas o mercaderías que dejan a crédito para
luego cobrarles también en productos. para cobrar intereses en productos ellos
pueden prestar dinero con intereses. A cuenta de los intereses ellos hacen
sembrar una parte de la parcela en la siguiente forma: por 100 pesos prestados,
hacen sembrar una romana de papas, equivalente a ¼ de hectáreas de terreno;
por 500 pesos que reciben prestados, los campesinos siembran una hectárea de
su terreno, en cuya extensión entra la cantidad de 5 a 6 romanas de semilla de
papas. Lo que hacen sembrar por intereses dan las semillas y el abono, y el
campesino pone la tierra y su trabajo. La cosecha recogida de esta siembra es
la destinada íntegramente al prestamista y el contrato de préstamo tiene que ser
por dos años, con la finalidad de mejorar el terreno, ya que el segundo año
vuelven a sembrar papa, trigo y cebada (Ídem: 159).
quedaron integrados a este sistema. El nuevo poder o bloque de poder resultante de las
alianzas tácitas entre rescatiris, transportistas, comerciantes pueblerinos y políticos de
turno que representaban desde cargos públicos la presencia estatal, abandonó el
esquema gamonal y se mostró formalmente más abierto y democrático, pero fijó una
frontera rígida que mantuvo invariable la construcción étnica y racial de las diferencias
económicas que promovieron el principio colonial del intercambio desigual y la
extracción del plus trabajo campesino, pero ahora ya no en favor de la economía
hacendal, sino del capitalismo mercantil. Ahora los nuevos k’aras son de piel morena e
incluso se expresan fluidamente en quechua, pero no por ello son menos autoritarios y
celosos que los anteriores, para preservar su lugar dentro del espacio de privilegio
económico conquistado y obligar a los otros (los indios ahora minifundistas) a
permanecer donde siempre estuvieron.
20
21
CONCLUSIONES
Con estos elementos de juicio como referencia, la investigación desarrollada, más que
confirmar, en mayor o menor grado, la corrección conceptual del punto de partida,
creemos que la ha enriquecido mejorando la visión que se puede tener de la realidad de
Chimboata desde una perspectiva diacrónica. Efectivamente, ya sea desde la colonia,
pasando por la república y culminando en los eventos que aparentemente trastocan las
viejas relaciones de poder y la permanencia del atraso, a partir de 1952, se ha
21
La presencia española en estos territorios a partir del siglo XVI en el contexto del
despliegue organizativo que significó la puesta en marcha de la explotación de la
riqueza argentífera del Cerro Rico de Potosí. La concesión temprana de encomiendas en
Pocona revela la importancia que los conquistadores concedieron a la coca como
insumo alimenticio para los mitayos y la prontitud con que esta fue convertida en
mercancía. Sin embargo, más allá de estos hechos, lo relevante es el significado político
e ideológico de la encomienda: esta institución, como se expresó oportunamente, se
fundaba en la diferenciación racial de conquistados y conquistadores, estigma que para
los primeros se agravaba por su condición de total ignorancia respecto al credo, los
valores y creencia de los segundos. La encomienda surge como una institución mediante
la cual el monarca español concedía al encomendero tierras y “encomendaba” seres
humanos naturales a quienes había que evangelizar y enseñar a trabajar. Muy pronto el
encomendero se transformó en el eje de un sistema de poder que lo utilizó
preferentemente en la conversión de los aborígenes en siervos a su servicio, adoptando
la práctica incaica del yanaconazgo en su beneficio. De esta manera, las primeras
fortunas que se amasaron en la región de Pocona, en la que está inmersa Chimboata, se
basaron en la extracción de plustrabajo contenido en la mercancía-coca extraída por
indígenas en condiciones prácticamente de esclavitud, y monetizada en la urbe potosina.
Este vendría a ser entonces el antecedente que define la condición de región periférica
en que Pocona, Totora y la propia Chimboata, se insertan a la dinámica de una
economía mercantil extractiva de recursos naturales, cuyos excedentes económicos les
son arrebatados, quedando como saldo grandes extensiones de bosque húmedo
devastados y un número indeterminado de indios cocaleros exterminados por abusos de
los encomenderos o por los rigores de un clima malsano.
21
Las conclusiones que emergen del análisis desarrollado en los Capítulos III y IV revelan
que la estructura agraria vigente en la Provincia Totora, incluida Chimboata, se fue
consolidando en el contexto político, social e ideológico del debate sobre el progreso
social dominado por el positivismo y el liberalismo confrontado con el clericalismo y el
conservadurismo recalcitrante herederos del pasado colonial. Tal debate no modifica el
legado de la encomienda que domina la ideología de los terratenientes empeñados en
acabar con las tierras de comunidad, tarea que resulta exitosa en el caso que nos ocupa.
En contraste con los valles centrales, donde las ventas de tierras de comunidad permite
la emergencia del fenómeno de piquería, la provincia Totora mantiene inalterable el
dominio de la gran hacienda articulada en este caso a la economía de producción-
exportación de la coca. Chimboata se convierte en un engranaje de esta estructura
hacendal, situación que se expresa en el significativo crecimiento de las haciendas entre
1897 y 1908. No obstante aunque en porcentajes poco significativos sobreviven otras
lógicas productivas como las que se desarrollan en la parcela o hilo de los arrenderos y
los pocos piqueros existentes, donde se cultivan en pequeña escala cereales y tubérculos
para el mercado local. A ello se suman los huertos y fincas que también desarrollan
labores agrícolas de pequeña escala orientadas al intercambio mercantil. La gran
hacienda ocupando diversos pisos altitudinales o la concentración de tierras en manos
de clanes familiares con las mismas características (diversidad altitudinal) practican una
agricultura que combina los cereales y tubérculos, la ganadería y la explotación de
cocales, orientando este último cultivo hacia el intercambio mercantil a corta y larga
distancia, en tanto los otros cultivos y la producción ganadera, en parte también se
dirigen al mercado local y en parte a dotar de suministros a las plantaciones de coca.
151
De acuerdo a Meruvia (obra citada) el patriarca gamonal Baltazar Peramáz era un cerrado defensor de
la causa española en la Guerra de la Independencia, al punto que su único hijo murió en uno de los tantos
combates librados en la zona contra las guerrillas patriotas.
21
sindicalización en gran escala en los valles centrales no alcanzó a Carrasco, donde solo
se dieron movimientos prácticamente clandestinos que no se constituyeron en riesgo
para el poder hacendal, totalmente hegemónico en esta zona.
La Revolución Nacional de 1952 abrió las compuertas para que todas las
contradicciones que conflictuaban la sociedad rural se hicieran visibles. En los valles y
otras zonas del departamento se masificó la sindicalización de los excolonos y el
sindicato campesino se convirtió en el nuevo núcleo del poder local. En Totora estos
hechos no tuvieron la magnitud que alcanzaron en otras zonas. Sin embargo en
Chimboata surgió un movimiento campesino independiente que se expandió hacia otros
cantones como Pojo y Pocona, logrando arrinconar al viejo poder hacendal en la capital
provincial Totora y aledaños, en tanto se produjeron alguna tomas de haciendas, sobre
todo en Pojo. Sin embargo, este movimiento pudo ser controlado por la central sindical
de Ucureña y el MNR. En abril de 1953, Totora fue amenazada por milicias campesinas
de la localidad antes citada y por colonos de diversos cantones aledaños a Totora, dando
lugar al último despliegue de poder por parte de los hacendados, quienes convirtieron
Totora en una pequeña plaza militar que esperó en vano el asedio de dichas milicias.
Despejado el peligro y producida la Reforma Agraria, los hacendados vendieron lo que
les quedaba de patrimonio y abandonaron Totora.
Con el correr de los años, esta economía se monetiza al máximo, la tierra se minifundiza
y expulsa población excedente, el agro se empobrece y la capital departamental se
convierte en una suerte de reino de la economía informal. La nueva lógica del
ordenamiento territorial sigue estas pautas, una malla circulatoria de productos agrícolas
convertidos en mercancía que arriban a las ferias locales, provinciales y regionales,
desde donde son reembarcadas a la capital departamental y a otras grandes ciudades del
país. Esta estructura territorial, tal como muestra el Esquema 5, en sus lineamientos
básicos perdura hasta nuestros días. Chimboata forma parte de esta red, su rol es la de
un espacio de producción de bienes agrícolas adquiridos a precio de costo en las
parcelas de minifundio y revendidas en ferias y mercados locales y regionales a precios
comerciales, generando de esta forma un excedente o plustrabajo convertido en moneda
que no aporta en nada al desarrollo local. De esta manera se repite la vieja historia:
Chimboata permanece pobre y estancada, en tanto la riqueza que genera se exporta para
favorecer el desarrollo de otras regiones.
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