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MUNICIPIO,

PLANIFICACIÓN
URBANA Y
PODER LOCAL
HUMBERTO SOLARES SERRANO
PREÁMBULO NECESARIO

El presente ensayo, originalmente presentado al Seminario: “Municipio, Crisis y


Democracia” patrocinado por el Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social
(CERES), que tuvo lugar en Mayo de 1986, contiene reflexiones que pese al tiempo
transcurrido, consideramos que todavía son pertinentes para entender los antecedentes y
la realidad del drama de la metropolización de ese enorme y desordenado conglomerado
urbano, que en los primeros años del presente siglo fue bautizado como la “Región
Metropolitana Kanata” que abarca el Municipio de Cochabamba (Cercado) y otros seis
municipios que se despliegan a lo largo del Valle Central y Bajo de Cochabamba, con una
población, que seguramente en la actualidad se aproxima a casi dos millones de
habitantes1.

El ensayo examina la relación entre municipio, planificación y sociedad, entendida esta


como una relación dialéctica entre visiones de ordenamiento territorial, actores sociales
movilizados en torno aspiraciones para mejorar su calidad de vida y cargas ideológicas
que influyen en la toma de posiciones y la configuración del poder local y regional que
orienta la materialización, pero también promueve la postergación y hasta la represión de
aquéllas reivindicaciones que superan los alcances de lo que el Estado puede conceder o
tolerar.

El énfasis dado a las reflexiones desarrolladas, no necesariamente apuntan a las


cuestiones técnicas y administrativas de la gestión municipal y de los vericuetos de las
pesadas estructuras burocráticas que suelen convertir las buenas intenciones de la
planificación urbana en grotescas caricaturas que paralizan cualquier iniciativa de proveer
unas gotas de racionalidad a eso que la percepción ciudadana califica como el desorden,
el caos y la penuria de habitar en la ciudad. En realidad, dicho énfasis, apunta a hacer
visible la participación ciudadana en la ardua lucha por consolidar un lugar digno para vivir
y prosperar, y poner en desnudo, que la “ciencia urbana” es esencialmente un discurso
ideológico que manejan las instituciones estatales, incluido el Municipio, para producir y
consolidar el modelo de ciudad y organización espacial que es favorable a la acumulación
y reproducción del capital.

El texto original ha sido revisado y parcialmente corregido en cuestiones de forma y para


mejorar la comprensión de las ideas vertidas. Sin embargo se ha mantenido intacto el
sentido de su mensaje.

Muchos de los episodios y situaciones a las que se hace alusión en este trabajo, en
realidad, ya son parte de la historia de la ciudad convertida en metrópoli, sin embargo las
cuestiones que se ponen bajo la lupa analítica aluden a una problemática que todavía
esta lejos de ser resuelta. Es esta la razón por la que consideramos válida la actualidad
de un trabajo que fue puesto a debate hace más de tres décadas atrás.

1 Según proyecciones del INE para el año 2020, la población del Cercado y los seis municipios restantes sobrepasaba
el millón ochocientos mil habitantes.
I. ESTADO, MUNICIPIO Y GESTIÓN URBANA

Inicialmente y dejando al margen del análisis los antecedentes históricos que hacen de
Cochabamba el conglomerado metropolitano actual, intentaremos un esbozo de la
significación que cobra este proceso urbano-regional, explicable sólo a partir de las
relaciones sociales complejas que definen y organizan el binomio campo-ciudad que se
sitúa en el centro de este proceso, y que además de poner en relieve una determinada
división espacial y social del trabajo, expresa la diversidad de relaciones de producción,
clases y estratos sociales, articulados a partir de una lógica regional de acumulación de
capital2, que ha organizado un mercado de fuerza de trabajo, de bienes de consumo y de
flujos de capital-dinero; al mismo tiempo que expresa una determinada forma de
participación del Estado mediante sus aparatos políticos, administrativos, jurídicos e
ideológicos3.

En esta oportunidad analizamos con mayor énfasis este el último aspecto, es decir, la
acción del Estado sobre el ámbito urbano de Cochabamba, variable que nos permitirá
definir la naturaleza del poder local y las fuerzas sociales que actúan sobre él.

Con esta finalidad, intentaremos una primera definición de la participación del Estado,
como un componente de la dominación que ejerce sobre un territorio, una determinadas
clase social o mejor, un bloque social dominante, para el caso de Cochabamba, y su
capacidad de imponer regularmente su voluntad y sus imaginarios de desarrollo sobre
otras capas subalternas de la población.. Lo que nos interesa aquí, a partir de esta noción
general y simplificada, una vez que escapa al límite de este trabajo avanzar hacia una
teorización del Estado, son los rasgos que definen al mismo en una sociedad capitalista
atrasada. Una de las características principales es que la citada relación de dominación,
en una determinada formación social y su territorio, se dirigen a la preservación y vigencia
de las relaciones de producción capitalistas, condición que hace posible la generación y la
apropiación desigual de la riqueza social. El rol del Estado, es el de servir de garante de
dichas relaciones, haciendo posible, mediante sus mecanismos legales y, si fuera el caso
coercitivos, la reproducción de los componentes de la élite regional y de los productores
asalariados y no asalariados, asegurando así la reproducción global del sistema
capitalista (O,Donell, 1980).

2 La acumulación de capital es un concepto controvertido y ciertamente complejo. Para el padre del liberalismo,
Adam Smith y quienes siguieron y perfeccionaron su pensamiento, se refiere al incremento de los bienes de capital
(maquinarias, insumos, tecnología), capital financiero y capital humano como efecto del ahorro y la inversión que
permiten el incremento de la riqueza en beneficio de la sociedad. Para Marx, la acumulación no es solo una relación
entre producción y capitalización, sino un proceso de acumulación de plusvalía, una condición esencial para la
reproducción de las relaciones capitalistas de producción, circulación y consumo. Este concepto, sin embargo, tiene
una amplitud que excede la esfera económica y las relaciones sociales de producción, puesto que actuá sobre las
lógicas de organización del espacio y condiciona el desarrollo urbano a la configuración de unas condiciones
propicias al desarrollo del mercado de tierras y la captación ventajosa de la renta del suelo.
3 A este respecto, tomamos como referencia la propuesta de Efraim Gonzales de Olarte (1985), que define un espacio
regional a partir de seis indicadores: a) La existencia de un mercado, lo que supone una división social y espacial
del trabajo; b) La vigencia de la Ley del Valor como efecto de lo anterior; c) La reproducción espacial del capital;
d) El componente no capitalista en la producción de bienes materiales; e) La presencia del Estado como el referente
político-ideológico que garantiza y protege la existencia del capital y f) Las clases y actores sociales espacialmente
emplazados.
El Estado es el articulador y organizador de la sociedad capitalista en sus dimensiones
económicas, sociales, políticas, jurídicas, ideológicas y espaciales. Se trata de una
institución articulada a la sociedad y no situada por encima de ella. Pero esta articulación,
esta referida a la permanencia de una sociedad clasista fundada sobre procesos de
acumulación, explotación y opresión social, es decir, no es una entidad neutra, sino, por
esencia, un aparato que representa y defiende intereses de clase.

Según Manuel Castells (1985), el Estado evidentemente, expresa intereses de clase, pero
estos se expresan en la institución estatal en términos de “una cristalización institucional
de la historias de las sociedades” referida a la forma como históricamente dichas
sociedades se estructuran en forma desigual y contradictoria en torno a relaciones de
explotación, y cómo, la prolongación de esta situación se traduce en una determinada
naturaleza específica que contiene un determinado aparato estatal que corresponde a una
formación social dada.

El mismo autor llama la atención sobre el hecho de que las sociedades, además de ser
clasistas y dependientes de la perdurabilidad de los mecanismos de explotación,
dominación y opresión, son también contenedoras de expresiones de resistencia a esa
explotación. Por tanto en el seno de las sociedades capitalistas se libran procesos de
lucha de clases, de luchas étnicas, de luchas populares y nacionales. En consecuencia,
los aparatos del Estado reflejan en sus instituciones no solo los intereses de las clases
dominantes, sino también “la expresión concreta de las resistencias y de las luchas que
se oponen a la opresión”. Es por ello, que los Estados no son maquinas coherentes
reproductoras del orden social de una clase hegemónica o de un bloque de poder
dominante, sino expresan realidades mucho más contradictorias por que llevan
estampadas las huellas de esas luchas sociales de esas resistencias tanto históricas
como actuales. Un último aspecto que merece ser puesto en relieve es que el Estado es
algo más que la expresión de una cierta correlación de fuerzas sociales dominantes y
dominadas, es decir, que como aparato tiende además a reproducir sus propios intereses
para imponerlos sobre la sociedad a través de la vigencia de una “burocracia estatal” que
es celosa de la preservación de sus privilegios y toma partido por los grupos dominantes
que mejor les garanticen dicha preservación (Castells, obra citada).

Por todo lo anterior, queda claro, que las instituciones del Estado, con todas las
connotaciones anteriormente anotadas, juegan el rol de guardianes y protectores del
sistema capitalista y velan por la vigencia de “aquéllas condiciones generales” 4 que son
favorables a los intereses de los sectores que controlan el aparato del poder, incluyendo
la creación de un sistema de soportes materiales que a partir de una cierta lógica que
subyace en este objetivo, configuran un cierto tipo de espacio urbano y regional. Dicha
“lógica” no es precisamente de orden técnico, sino política e ideológica, orientada a
ordenar el espacio urbano y regional bajo ciertas pautas y premisas que contienen

4 Estas “condiciones generales” para el caso urbano, se refieren aun modelo de desarrollo urbano y a una forma de
tenencia de la tierra que garantice el funcionamiento adecuado del mercado inmobiliario, promueva la
diferenciación espacial de clases sociales y orígenes étnicos, valorice en forma desigual la tierra urbana, dotando de
infraestructura básica y otras mejoras a los espacios urbanos del gran capital, en desmedro de áreas de condiciones
ecológicas menos favorecidas, donde se reproduce mayoritariamente la fuerza de trabajo.
intereses de clase encubierto y cuidadosamente camuflados pero, ahora sí, recubiertos de
razonamientos teóricos y técnicos.

La cuestión de la “organización del espacio” es un área estratégica de intervención del


Estado, pero como quiera que éste no es homogéneo y esta influido por determinantes
concretas y complejas de orden geográfico, económico, social, político, jurídico, etc. y,
además expresa problemáticas complejas y específicas a escala nacional, regional,
subregional, de grandes conglomerados urbanos, centros menores, etc.; está obligado a
crear organismos especializados encargados del control y la gestión de diversas
instancias. Aquéllos aspectos del ordenamiento espacial más ligados a determinaciones
económicas, sociales y políticas que se vinculan en forma directa a los intereses
fundamentales del Estado quedan articulados a los órganos centrales del mismo, es decir,
se relacionan más directamente con el poder hegemónico nacional, en tanto, las
cuestiones de administración regional y sobre todo local, gozan de una cierta autonomía y
se vinculan a los gobiernos locales. Estos gobiernos de la ciudad representados
institucionalmente por las alcaldías no son necesariamente organismos con objetivos
diferentes y divergentes a los del Estado central, pero expresan dichos fines con matices
propios y revestidos de una cierta ideología de “progreso urbano”. Lo central es que el
Estado, a través del Municipio, organiza lo urbano con la misma lógica con que guía sus
acciones en otras esferas, aunque no con el mismo ropaje o la misma metodología.

Por todo lo dicho, podemos inferir que si el Estado emerge como un proceso social que
materializa un aparato complejo de dominación de clase, pero revestido de una cierta
aureola de “interés general” o “bien común”; el poder local no proyecta necesariamente el
mismo tipo de situación, no es el mismo aparato en escala menor, no evidencia
francamente la hegemonía de clase, sino -siguiendo el pensamiento de Antonio Gramsci
aplicado a este caso-, expresa más la realidad de un bloque histórico regional, es decir, la
convergencia de clases sociales o fracciones de clase que en conjunto aseguran su
dominación sobre el resto de la sociedad (Portelli, 1985). El poder local no es una simple
prolongación del Estado dirigida a la gestión de la vida cotidiana, por el contrario, es un
aparato complejo que a su vez expresa la forma de “cristalización” de las instituciones
estatales en el ámbito urbano.

Con todo este antecedente desarrollaremos un esbozo del proceso histórico de estos
poderes locales en Bolivia y Cochabamba.
II. EL PODER LOCAL Y SU CONFIGURACIÓN HISTÓRICA

Pasando por alto una referencia a los cabildos de la época colonial, que fueron el primer
antecedente de expresión de los poderes locales, fundada la República, fue la
Constitución de 1839, la que creó los Concejos Municipales, aun cuando las
constituciones de 1843 y 1851 que representaban los intereses coyunturales de
regímenes de fuerza, las suprimieron. Finalmente, correspondió a la Carta Magna de
1861, la organización definitiva de los regímenes municipales, realidad que fue respetada
y perfeccionado por las constituciones posteriores. En estos instrumentos legales se
definía la existencia de un Concejo Municipal de 12 miembro o munícipes de cuyo seno
se elegía a la autoridad comunal, ampliándose este expediente al ámbito provincial
mediante las Juntas Municipales.

Las comunas a lo largo del siglo XIX y hasta 1952 tuvieron una tradición democrática
mucho más enraizada de la que caracterizo al Poder Ejecutivo. Los concejales eran
elegidos mediante el voto ciudadano, y salvo en periodos dictatoriales muy severos,
dichos concejos llegaron a ser suprimidos. Sin embargo, esta tradición no fue
interrumpida y llegó a ser tolerada por numerosos gobiernos de facto.

Profundizando más en la naturaleza social de estos gobiernos comunales, se puede


afirmar que aquí estaban representados todos los sectores de la clase dominante del
antiguo régimen, es decir, los representantes de la influyente Sociedad Agrícola de
Cochabamba (los grandes latifundistas), de los comerciantes importadores, de la banca y
las finanzas, pero además, muy puntualmente de los sectores populares (los artesanos de
la Unión Obrera) o de otras organizaciones similares. En suma, aquí podemos encontrar
una primera expresión del bloque de poder regional, en términos de un bloque agro-
comercial que dominó la escena urbana cochabambina en forma continua hasta 1952.
Sus imaginarios y concepciones de “ciudad” evolucionaron desde posturas ultra montanas
de preservación de la vieja aldea colonial, hasta formas tímidas primero, y luego,
emprendimientos más francos de transformación y modernización de la antigua Villa de
Oropesa.

Las movilizaciones urbanas de ese tiempo fueron esporádicas y dominadas por el


espontaneismo. Las organizaciones representativas del campo popular fueron la Unión
Obrera fundada a fines del siglo XIX y posteriormente sustituida por la Federación Obrera
del Trabajo (FOT) fundada en 1918, expresan los intereses de los artesanos, trabajadores
asalariados y pequeños comerciantes (Lora, 1969). Por otro lado, las organizaciones
cívicas y económicas como la Sociedad Patriótica, el Club Social de Cochabamba y otras
similares, ademas, del no menos influyente Círculo Comercial y la todo poderosa
Sociedad Agrícola antes mencionada; se ven fortalecidas a partir de 1930 por el Comité
Pro Cochabamba, que pasa a expresar en términos generales los intereses del bloque de
poder regional.

Cuestiones como las condiciones sanitarias, la dotación de agua potable, sobre todo a la
zona Norte de la ciudad, el delicado tema del alza del costo de vida y las periódicas crisis
de abastecimiento de artículos de primera necesidad, dieron lugar a acaloradas protestas
públicas e incluso asonadas y saqueos como los que tuvieron lugar en 1910. Sin
embargo, el tema del “Ferrocarril para Cochabamba” fue el estandarte por excelencia que
movilizó a las élites dominantes que escenifican concentraciones masivas como el cabildo
de 1907. En todos estos acontecimientos, los concejos municipales son los directamente
afectados, ya sea como blanco de los reclamos populares o como conductores de las
protestas y movilizaciones.

A partir de 1952, año que marca el derrumbe del Estado Minero Feudal y del bloque agro-
comercial regional, son suprimidos los Concejos Municipales y eliminada la elección
directa del gobierno comunal 5. En consecuencia, por más de tres décadas los poderes
locales se transforman en apéndices del poder ejecutivo, concretamente pasan a
depender del Ministerio de Gobierno y las alcaldías además de perder su autonomía, se
transforman en botín político de los diversos sectores del partido gobernante. Los
funcionarios municipales pasan a ser funcionarios estatales al servicio de los gobiernos de
turno y los alcaldes elegidos a dedo por el poder ejecutivo, hacen viable su desempeño
apoyándose en una base social deleznable como es el clientelismo político que permitirá y
alentará la formación y consolidación de un enorme aparato burocrático alimentando sus
propios intereses, por tanto inoperante para resolver las urgencias ciudadanas y
permeable a las actuaciones extra legales.

Las presiones sociales sobre este aparato, sólo encuentran respuesta cuando asumen
formas conflictivas o cuando se canalizan por las distintas instancias partidarias, o incluso,
cuando representantes del movimiento popular son cooptados por el poder de turno y
pasan a ocupar lugares de mando dentro del aparato estatal con capacidad de influir
sobre la administración municipal. Es notoria la ausencia de una instancia de diálogo,
concertación, conciliación y tratamiento de los diversos intereses que reivindican los
diferentes grupos y clases sociales, lo que alienta que distintas necesidades de orden
urbano se resuelvan y salgan a la luz por canales irregulares, donde la “influencia
política”, “la recomendación”, la negociación sobre bases no legales, el avasallamiento del
criterio técnico por la autoridad política, etc, tengan una amplia carta blanca para
desarrollarse. En el otro extremo, el accionar de la burocracia municipal para preservar
sus intereses laborales y otros, da curso a la práctica extendida de la exacción
económica, la retardación selectiva de los trámites, los comportamientos incoherentes,
signados de excesivo celo funcionario en unos casos o de marcada liberalidad en otros.

Hablar de la gestión urbana es referirse a este tipo de episodios, pero aquí la crítica no
hace referencia a protagonistas individuales, sino al propio modelo estatal que emerge
con la Revolución de 1952 y que en el ámbito urbano mediatiza y hasta corrompe dicha
gestión, justamente en el periodo crítico de la expansión y transformación de la ciudad. De
todas maneras, los intereses dominantes hacen realidad un modelo de ciudad donde los
negocios inmobiliarios, incluyendo el loteo de zonas rurales productivas, obtienen gruesas
utilidades. El detalle de cómo se materializan estos intereses, ya sea por los canales

5 El gobierno del MNR (1952-1964), consideraba que sus adversarios políticos estaban presentes en los principales
centros urbanos del país y que las alcaldías podrían convertirse en centros de resistencia y oposición con capacidad
de movilización ciudadana.
legales o, generalmente, por tratativas ilegales ventiladas en los pasillos municipales,
resulta una cuestión irrelevante. El saldo es la crisis urbana actual con todos sus
ingredientes, donde la vida cotidiana de la mayorías de los cochabambinos se ha
convertido en una penuria permanente.

En contraste con la transparencia con la que solían actuar las clases dominantes en el
marco de la gestión del poder local con anterioridad a 1952, no deja de llamar la atención
el confuso cuadro que se crea con posterioridad al año citado. En realidad, más allá de la
figura anecdótica de un alcalde caudillo político y su corte de ocasionales partidarios y
buscadores de prebendas, se esconde la verdadera intencionalidad del Estado en
relación a la cuestión urbana, que se puede definir como francamente conservadora pero
hábilmente metamorfoseada con ropajes populistas y cuyo proceso, sin ser exhaustivos,
articulan los siguientes aspectos que merecen ser destacados.

La Reforma de la Propiedad Urbana de 1954 6 afectó a los predios sin edificar de gran
extensión que no cumplían una función social específica y cuya tenencia en manos de
una pocas familias e individuos, propiciaba la concentración en pocas manos de las
ventajas de valorización de dichas tierras por efecto del propio desarrollo urbano,
dificultando la solución de problemas como el del crecimiento racional de las ciudades, las
necesidades de vivienda, la dotación de infraestructura, etc. Para este efecto, las
alcaldías quedaron encargadas de realizar los trámites expropiatorios, la urbanización de
las tierras afectadas, la fijación de los precios de los lotes y su distribución para “viviendas
de obreros y gentes de clase media” individualmente o agrupados en sindicatos. En
realidad esta Ley sólo se aplicó en las ciudades de La Paz y Cochabamba (Calvimontes,
1972).

Esta Ley en el caso de Cochabamba, fue la herramienta eficaz para acelerar la


urbanización de las campiñas de Cala Cala y Queru Queru, así como las pampas áridas
de Jayhuayco, Las Villas y sitios aledaños. Al margen de las conciliaciones y escamoteos
de que se valen los propietarios afectados para evadir los efectos de la Ley 7, la Alcaldía
de Cochabamba pasa a ejercer efectivamente el recurso de la planificación para imponer
el modelo urbano del Plano Regulador existente elevado a rango de ley en 1961. Pero,
más allá de todo esto, lo que se debe observar es que la distribución de las tierras
afectadas favorece más a las “gentes de clase media” que a los obreros propiamente y
que el problema de la vivienda para el Estado, a partir de este momento, es un caso
zanjado.

6 Los Decretos Supremos 03819 de 27/08/1954 y 03826 de 2/09/1954, sancionados por la Ley de la República de
29/10/1956, afectaba a todas las propiedades urbanas superiores a una hectárea pertenecientes a un solo propietario.
Quedaban exentas los campos deportivos, los terrenos de clínicas, sanatorios y los establecimientos lecheros,
educacionales, de asistencia social y empresas de aeronavegación. Las alcaldías fueron las encargadas de tramitar
las expropiaciones en su favor, proceso que una vez concluido daría curso a estudios de planificación urbana,
régimen en el cual estas tierras quedarían incorporadas a la ciudad.
7 De la noche al día proliferan las granjas lecheras, los campos deportivos, los criaderos de pollos, etc. con la
intención de “probar” el aparente valor social de las tierras en peligro de ser afectadas lo que da lugar a bullados
pleitos entre estos “productores de última hora”, la Alcaldía y las organizaciones sociales que desean favorecerse de
los mencionados terrenos.
El Consejo Nacional de Vivienda (CONAVI) sería organizado varios años más tarde
(1964), más como una respuesta tibia a las presiones sociales, que como una clara
voluntad de resolver el problema habitacional de la clase obrera. El objetivo práctico de la
Ley de Reforma Urbana fue expropiar los huertos y las quintas de los ex terratenientes
que no solo entorpecían el desarrollo urbano, sino que veían en la apropiación potencial
de plusvalías urbanas, una forma cómoda de resarcirse de las pérdidas económicas que
tuvieron que soportar con la aplicación de la Reforma Agraria.

Sin embargo, más allá de estas connotaciones, la cuestión nodal es que estas
propiedades entorpecían y postergaban el acceso a la tierra urbana de grupos sociales de
clase media favorecidos por el proceso político de 1952 (intermediarios -rescatiris- en la
comercialización de productos agrícolas, acaparadores de divisas baratas a titulo de
industriales y comerciantes, grandes contrabandistas y una variopinta multitud de “nuevos
ricos”). En consecuencia la citada Ley fue la llave que abrió una hermética cerradura para
que los citados grupos se afincaran en los mejores terrenos de la zona Norte de la ciudad.
En efecto, esta Ley no solo dio cobertura legal a la consolidación de los nuevos barrios
residenciales, sino en lo esencial, definió las características posteriores de la estructura
urbana de la ciudad y alentó la posterior expansión de la propia conurbación.

En alusión a todo lo anterior, se debe destacar el comportamiento profundamente


conservador del Estado que se vale de las alcaldías para imponer una política urbana que
diverge profundamente de los intereses populares que articularon el proceso
revolucionario de Abril de 1952. Lo que en realidad se obtiene con la Reforma Urbana,
más allá de sus disfraces populistas, es la consolidación de la segregación residencial, es
decir, la apropiación desigual del espacio urbano por los nuevos actores sociales
participantes: los barrios de la ciudad, particularmente los de la zona Norte y Sud se
diferencian cada vez más en una suerte de un juego perverso de premios para los
privilegiados del Norte y castigos para los desfavorecidos del Sur, diferencias, que más
allá de distancias físicas, ecológicas u otras, se expresan en brechas estructurales. La
zona Norte se “urbaniza”, el Sud permanece como un gran campamento, como una
caótica aldea rural extensa y paupérrima. Los “nuevos ricos” se apropian de las mejores
partes de la ciudad.

Esta política estatal aparentemente contradictoria solo pudo materializarse diluyendo la


relación Estado – Sociedad Urbana en los términos ya mencionados, es decir,
recubriendo esta relación con un manto de populismo combinado con aparentes
incoherencias e ineficacias achacables a la deficiente gestión urbana municipal, pero que
sin embargo, se convirtieron en el terreno abonado para que un nuevo bloque de poder
local que sustituyó al viejo bloque agro-comercial, tuviera las manos libres para “modelar”
el espacio urbano según sus apetencias e intereses. Este nuevo bloque de poder se
conforma a partir de la convergencia de fracciones de una renovada burguesía comercial
y empresarial en alianza con una aristocracia sindical (transportistas, gremiales, etc.) y
una legión de especuladores de tierras, todos ellos aspirando a convertir el suelo urbano
en una nueva fuente de riqueza. Para este cometido, donde la diversidad de pelajes y
procedencias de este nuevo bloque, no impiden una unanimidad de intereses y
expectativas, se opta por imprimir en la instancia municipal un discreto velo populista y
patriarcal con relación a las demandas de los sectores populares, para luego, al afianzar
su estabilidad, impulsar un comportamiento municipal burocrático autoritario que les
asegure mantener su vigencia y construir el modelo de ciudad deseado, o sea, un gran
centro urbano donde predominen los negocios y las correrías mercantiles que
caracterizan a una economía terciaria.

La aplicación de esta política estatal sobre el espacio urbano se acentúa en la década de


1970 y 80, reforzando aun más la segregación residencial, la centralidad urbana, la
incorporación de las tierras agrícolas al proceso urbano y sobre todo, ampliando la
mancha urbana hasta alcanzar una escala de proporciones metropolitanas, todo ello,
favoreciendo la acción del mercado de tierras, ya a estas alturas francamente
especulativo, incluso “legalizando” las infracciones, los desbordes y las perforaciones que
sufre perímetro urbano definido por el Plano Regulador de 1961.

En otro plano, las facilidades del crédito bancario canalizado tanto por los bancos
privados como por la banca estatal, los sistemas de ahorro y crédito para la vivienda, las
facilidades que promociona el Banco de la Vivienda, las cooperativas, etc., dan lugar al
“boom” de la construcción residencial y suntuaria que favorece a los sectores de ingresos
altos y medios en la década de 1970, en tanto CONAVI y otros consejos de vivienda
descentralizados que favorecen a una pequeña fracción de la clase trabajadora, fijan las
pautas de la expansión urbana a partir de la ocupación de tierras rurales escasamente
conectadas con las zonas de consolidación urbana; estas pautas no solo valorizan tierras
agrícolas para usos urbanos, sino incorporan a esta dinámica tierras sujetas a riesgos
naturales o serias limitaciones técnico-constructivas, expandiendo además la función
residencial sobre las laderas del Parque Tunari y otras zonas totalmente carentes de
servicios básicos. Naturalmente los ocupantes de estos asentamientos periféricos son los
pobladores de menores ingresos y recursos8.

Por último, se debe poner en evidencia que las relaciones entre el bloque de poder local y
el movimiento popular quedan normadas por los comportamientos caprichosos y
clientelares del burocratismo autoritario municipal que, como ya se mencionó, oscila entre
entre las actitudes paternalistas y dilatorias y los comportamientos francamente represivos
combinados con ofertas de tipo demagógico, si el caso así lo exige. Esta ausencia de
canales de representación orgánicamente incorporados a la estructura municipal para
propiciar un diálogo sobre bases de igualdad dio origen a diversas formas de resistencia
que se expresaron inicialmente en la proliferación masiva de construcciones clandestinas,
las habitaciones en hilera o “medias aguas”, que dominan la escena urbana de los barrios
periféricos, resistencia que se extiende a la problemática del abastecimiento, el transporte
y en general a la situación del costo de vida y los bajos salarios. Las Juntas Vecinales que
surgen en la década de 1970, expresan esta resistencia, pero al mismo tiempo, como
analizaremos más adelante,apenas se desempeñan como factores de presión para lograr
una mejor participación de los barrios populares en los beneficios del desarrollo urbano.

8 Se puede consultar la obra de Calderón, Fernando (1982).


III. LA IDEOLOGIA DE LA PLANIFICACIÓN URBANA

La teoría sobre lo urbano y las propuestas de planificación tienen un lugar en la historia de


nuestra ciudad. Sin embargo, estos instrumentos técnicos no surgieron como propuestas
caprichosas y divagaciones intelectuales de los planificadores del territorio, sino
emergieron al tenor de urgencias y necesidades concretas de la comunidad urbana, por
ello mismo, fueron y son portadores de intereses sociales y económicos concretos que es
necesario desentrañar para comprender mejor el rol que juegan dichas variables e incluso
la intencionalidad del propio Estado en sus intervenciones sobre el proceso urbano. Esta
mirada nos permitirá comprender mejo la lógica que guía una gestión urbana
aparentemente irracional, pero que en realidad está encuadrada en las formas de
participación o demanda de diferentes grupos sociales involucrados en el desarrollo
urbano.

Es necesario aproximarnos a una comprensión del Estafo como el promotor y organizador


de las estructuras espaciales a escala urbana y regional, cuestión que a su vez nos
plantea la relación estrecha que existe entre el aparato estatal y la propia planificación.
Retornando a la concepción del Estado esbozada inicialmente, señalaremos que la acción
de dominio de éste sobre un territorio, no se ejerce sólo sobre un conjunto de agentes
económicos que actúan en la esfera de la producción y en otras esferas de la economía,
sino que esta acción se extiende sobre el campo ideológico, es decir, sobre la
configuración de una hegemonía ideológica que revestida por un barniz de “interés
general” orienta todas las actividades del bloque de poder local dominante y de sus
aliados hacia el cumplimiento de tareas cada vez más complejas que estimulan el
surgimiento de una capa de intelectuales que se especializan en cada uno de los
aspectos de la ideología estatal, es decir sobre los puntos de vista aceptados por el
Estado en el campo económico, del desarrollo científico, la tecnología, la educación, el
arte etc. y naturalmente sobre la planificación espacial (Portelli, obra cit.), estos son,
según Gramsci “los intelectuales orgánicos” o sea, los organizadores técnicos, los
especialistas en el dominio de las ciencias y la tecnología en general, y por tanto, los
poseedores de una concepción de la organización de la sociedad y su espacio,
concepción que sigue los lineamientos políticos, jurídicos e ideológicos del Estado
capitalista moderno.

Este es el tipo de profesional que predomina en el campo de la planificación urbana,


planificadores formados con una visión tecnocrática de la ciudad y para quienes la
relación del Estado con su práctica profesional es esencialmente normativa. El Estado con
sus leyes y procedimientos para elaborar los planes de desarrollo urbano y regional, es la
encarnación del “orden” que debe primar en las instituciones sociales y, en consecuencia,
la planificación no es otra cosa que el brazo ejecutor de esta premisa. El Estado está por
encima de la cuestión urbana y actúa a través de la planificación para imponer “la
disciplina” sobre aquéllos actores sociales que amenazan el orden urbano establecido.

Veamos algunos rasgos de este discurso: los intereses particulares divergentes


anarquizan la ciudad y engendran todos sus males. Esta situación obliga a la intervención
estatal para hacer prevalecer los derechos de la comunidad, neutralizando los efectos
más negativos de, por ejemplo, la urbanización espontánea y adelantándose a tales
infracciones mediante la planificación. En consecuencia “el plan de desarrollo urbano”en
cualquiera de sus opciones y complejidades se convierte en un instrumento de
intervención sobre lo que se puede o no sepuede hacer, en cuestiones como el uso del
suelo, la vialidad, la dotación de infraestructura y otros aspectos estraégiccosde dicho
desarrollo (Solares y Bustamente, 1984).

Indudablemente esta postura no es otra cosa que una idealización del Estado como
depositario del conjunto de los intereses de la sociedad y por tanto dotado de una
identidad y voluntad propias. Sin embargo el Estado se presenta como un conjunto de
aparatos políticos, administrativos, financieros, jurídicos, militares, etc., que realizan un
proceso sin sujeto en interés de la clase dominante que controla dichos aparatos y arroja
sobre ellos su influencia ideológica.

En el orden urbano, el Estado a través del Municipio “administra” la crisis urbana, pero
esta acción no se limita “a poner orden” en la ciudad, sino, en la medida en que las
contradicciones se agudizan, actúa con mayor rigor sobre la producción del sistema de
soportes materiales que al mismo tiempo que definen la naturaleza de un espacio urbano,
le transmiten estas cualidades al conjunto urbano-regional, marcando de esta manera las
condiciones históricas en que se configura el desarrollo capitalista en ese espacio
concreto.

La necesidad de un control social y territorial, es cada vez más para el Estado, un


imperativo para resguardar los intereses del capital en su conjunto. De esta manera, la
ciudad y su región quedan definidos en términos de un “modelo”, que además de su
envoltura tecnocrática, pone en evidencia un objetivo central: el sentido de “orden” que el
Estado, a través del poder local, desea imponer a los diferentes sectores que
individualmente “anarquizan” la ciudad y conflictúan la reproducción del capital. Entonces,
el llamado al “orden” que contiene el mensaje que transmite el plan urbano, posee esta
connotación ideológica.

Dicho modelo se identifica con una forma urbana que pretende contener una cierta
eficacia funcional relacionada con los requerimientos de centralización o descentralización
de los medios de producción y la fuerza de trabajo sobre un determinado territorio, para
crear en la esfera espacial, aquéllas condiciones favorables que requiere el capital para
reproducirse en forma ampliada.

Lo esencial entonces, para comprender la dinámica de la participación social en la gestión


urbana municipal, pasa por una comprensión más clara de los componentes ideológicos
que subyacen en el modelo de ciudad que propone el Estado y, en la forma como las
distintas fracciones de la sociedad se pliegan a las reglas del juego propuesto, o se
resisten de una u otra forma. Es decir, lo que hace al contenido de la gestión urbana no es
el éxito o fracaso en el cumplimiento del plan, sino el significado de las negociaciones que
permiten materializar una realidad urbana real, incluso diferente del “modelo”, pero que
cumpla con el objetivo central de proteger la reproducción del capital a partir de algún tipo
de acuerdo social. Con este marco referencial, realizaremos una revisión del contenido
ideológico de las propuestas de planificación urbana que se implementan en Cochabamba
con posterioridad a 1952 y hasta la década de 1980.

Los primeros antecedentes de la planificación urbana en Cochabamba se remontan a las


primeras décadas del siglo XX y se vinculan con los planteos iniciales de orientar la futura
expansión urbana como un recurso para impulsar la “modernización” de la vieja aldea
beneficiada por el fluido eléctrico, la dotación de agua potable, alcantarillado, tranvías
urbanos, ferrocarril y la irrupción del transporte motorizado en sustitución de los viejos y
obsoletos medio de transporte tradicionales (Solares, 1986a). Sin duda, el Plano
Regulador de 19619 se constituye en la primera propuesta seria de encausar el desarrollo
urbano bajo un modelo de ciudad distinto a todo lo planteado y concebido hasta ese
momento.

El mismo, puede ser considerado como la culminación, a nivel de la racionalidad técnica,


de todo un proceso desordenado anterior que aspiró a transformar el conglomerado
colonial en una ciudad moderna, aspiración que incluso se remonta al siglo XIX, pero que
encuentra su mejor expresión en el marco de los adelantos tecnológicos en materia de
transporte público e infraestructura básica,a lo que se suma todo un movimiento de
cuestionamiento al orden oligárquico, a sus valores culturales y a la terca permanencia de
relaciones sociales arcaicas, que se consideran responsables de la inmovilidad aldeana.
Es esta toma de conciencia sobre las raíces del atraso urbano y regional lo que apuntala
la pertinencia de la nueva propuesta de desarrollo urbano y la convierte en una verdadera
aspiración colectiva.

El proceso que culminó con la Revolución Nacional con de 1952 no sólo se explica en las
profundas contradicciones y el acelerado deterioro del Estado Minero-Feudal con
posterioridad a 1935, sino también, porque la inviabilidad histórica de este bloque de
poder estatal se hace conciencia en los cuadros más lúcidos de las nuevas generaciones
de intelectuales que asumen la tarea de construir un nuevo bloque histórico que comienza
a desarrollar las bases programáticas del Nacionalismo Revolucionario como una
respuesta seria a la incapacidad del Estado Oligárquico de “empujar la sociedad hacia
adelante” (Rodríguez, Solares y Azogue, 1986). Si bien dicha respuesta – la Reforma
Agraria, la Nacionalización de las minas y el Voto Universal, incluso la Autonomía
Universitaria-, no implicaban un programa de tipo regional sino nacional, se articulaban de
todas formas con las aspiraciones del desarrollo urbano y local. En este marco, la ciudad
encarnaba la presencia y permanencia del universo oligárquico que se oponía a toda
transformación y se obstinaba en conservar los resabios coloniales aldeanos, por tanto se
constituía en el símbolo del “ancien regime” que era necesario abolir.

A la visión patriarcal de conservación de los viejos valores de la vida cotidiana, se


anteponen los nuevos valores de la burguesía industrial europea y norteamericana, que
en la esfera de lo urbano se expresan en el vigoroso movimiento de arquitectura moderna

9 En realidad los estudios del Plano Regulador de 1961, se iniciaron desde mediados de la década de 1940 y
culminaron a fines de dicha década. Su aplicación se inicio gradualmente a partir de 1950. En mayo de 1961 fue
elevado a rango de Ley
que comienza a imponerse en el mundo occidental a partir de la década de 1930 y que es
importada por los nuevos arquitectos que llegan a Cochabamba, quienes encuentran en la
sociedad tradicional en crisis, una razón y un medio muy favorables para que sus
proyectos de modernidad sean bien acogidos por los sectores progresistas. Obviamente
las primeras propuestas de desarrollo urbano hacen centro en la transformación de la
gran aldea en ciudad moderna y en esta dimensión, la ideología de la “modernidad” en
cuyo nombre se combate a la vieja sociedad exige expansión y renovación urbana como
una forma práctica de convertir dicha aldea en una ciudad efectivamente moderna.

Así, resulta totalmente coherente, tanto la urbanización de la campiña cochabambina y su


conversión en “unidades vecinales”, como la propuesta de transformación del centro
histórico en un moderno “central place” apropiado para recibir el proceso de centralización
de las funciones urbanas que requiere la moderna ciudad capitalista industrial 10. En estos
términos se propone superponer al antiguo tejido colonial escasamente modificado, un
plan de Urbanización del Casco Viejo que procura introducir un orden funcional, tanto en
lo que respecta a la red viaria como al uso del suelo y la práctica constructiva que
involucra un total reordenamiento del damero colonial que debe quedar dividido en
“distritos” y “supermanzanas” de innegable influencia lecorbusieriana. A partir de un
criterio de jerarquización de vías y usos comerciales, implantación de equipamientos
urbanos nuevos y el ensanche generalizado de las calles, algunas de las cuales son
transformadas en avenidas, se configura la sustitución del antiguo símbolo del pasado
colonial y oligárquico, por un otro símbolo, el de la modernidad burguesa.

Pero aquí deben mencionarse todavía otros dos elementos destacables de la propuesta
del Plano Regulador: la transformación de la campiña Norte y las tierras áridas del Sud en
barrios residenciales y villas populares y la definición de un eje de desarrollo industrial
regional que fijara las pautas de la futura expansión urbana. La propuesta de expandir la
ciudad hacia el Norte y al Este no solo consolida la urbanización de la campiña de Cala
Cala, Queru Queru, Las Cuadras, Muyurina y Mayorazgo, sino expande el mercado de
tierras urbanas en todas direcciones, permitiendo que muchos propietarios de tierras con
anterioridad a la Reforma Urbana puedan fraccionar sus fundos y transformarlos en
esbozos de barrios residenciales, siguiendo las orientaciones del sistema viario y la
zonificación del uso de la tierra propuesto por el Plan Regulador. En las décadas de 1950
y 60, la materialización de muchas de estas propuestas por cuenta de la Municipalidad
consolidan los nuevos barrios y reproducen así la ideología de la “ciudad jardín” en
términos de un impulso a la expansión de la función residencial bajo nuevos patrones de
diseño urbano y arquitectónico, es decir introduciendo un modelo de calles arboladas,
rectilíneas y pavimentadas, y fijando una línea de edificación apartada de la rasante
municipal con el objeto de dejar retiros frontales ajardinados, así como promoviendo el
modelo de “vivienda funcional”, es decir una vivienda unifamiliar aislada rodeada de
espaciosos jardines; o sea la sustitución radical de la vieja casona colonial con muchos
patios interiores y actividades multifuncionales por una edificación compacta, “el chalet”
que aglutina en un solo bloque todas las funciones de la vida cotidiana familiar,

10 En realidad, el desarrollo industrial de Cochabamba en las décadas de los añosº 50 y 60 se reducía a una modesta
industria ligera, operando mayoritariamente con medios de producción arcaicos. Sin embargo el peso de la
ideología de la modernidad asociada a imaginarios fabriles y complejos industriales era indiscutible.
erradicando otras actividades consideradas inapropiadas para el desarrollo de esta
función principal. De esta forma, no solo se pasa de un modelo de vivienda tradicional a
otro de raíces europeas, sino que se inviabiliza la continuidad de la familia patriarcal
extensa de los antiguos patriarcas vallunos y se la sustituye por la familia nuclear (los
padres y los hijos) que corresponde al nuevo modelo de vivienda funcional. Prontamente
estos nuevos barrios pasan a ser la nueva residencia de las élites dominantes que se
benefician de todas las dotaciones de servicios que realiza la comuna sin mayores costos
para estos nuevos propietarios. Por ello, no resulta casual que la propuesta del Plano
Regulador que se materializó a cabalidad, fuera justamente en estos nuevos barrios
residenciales.

En cuanto al Eje Industrial Cochabamba – Quillacollo, este respondía más a una


aspiración del rol que los proyectistas del Plan deseaban para la sociedad cochabambina
y de lo que de ella esperaban. Indudablemente se acariciaba la idea de crear el soporte
material para un proyecto de desarrollo capitalista que transformara el latifundio
anacrónico en una empresa agrícola e industrial moderna, se aspiraba a la conversión del
Valle Central en un espacio agro-industrial, en un gran complejo transformador de los
productos agrícolas en alimentos y bienes con valor agregado a través de la agroindustria
y sus derivados, que concurrieran con ventaja al mercado nacional e incluso al
internacional.

Si Cochabamba fracasó en el siglo XIX y primera mitad del XX, como exportador de sus
cereales en forma sostenida hacia el Altiplano y otras regiones, recuperando sus
mercados tradicionales; se consideraba la posibilidad de una alternativa exitosa en base a
la industrialización del agro, Con esta perspectiva, el Plan consideraba un eje de
desarrollo industrial debidamente servido por una avenida de carácter regional y la vía
férrea a Oruro y La Paz, e incluso fijando las pautas del posterior ordenamiento territorial
del Valle Central donde algunos núcleos como Quillacollo, Sacaba y Valle Hermoso se
proponen como ciudades satélites de Cochabamba preveyendo que el crecimiento
industrial generaría un importante crecimiento demográfico, cuyo excedente sería
orientado hacia estos centros secundarios, y además, en el caso de Quillacollo y Valle
Hermoso, conteniendo parques de industria pesada, configurando con todo ello, una
primera visión, indudablemente admirable de un proceso de metropolización en el que
desembocaría todo el ordenamiento espacial propuesto por el Plan Regulador.

Resumiendo, podemos considerar que el Plano Regulador, más allá de sus virtudes y
defectos, fue el instrumento técnico que lanzó un reto a la emergente burguesía
cochabambina, mostrándole el camino correcto hacia la modernización, no de los vetustos
ropajes urbanos, sino del anquilosado aparato productivo valluno. Por ello, nos
arriesgaríamos a afirmar, que fue el documento programático de clase más lúcido que
produce Cochabamba en la primera mitad del siglo XX.

El modelo urbano concebido en la década de 1950, se agota rápidamente en la siguiente


década, sin duda, porque no tuvo oportunidad histórica para ser debidamente valorado y
racionalmente aplicado. Entonces, lo que se vé a partir de 1960, es la lenta pero
irreversible deformación de la propuesta técnica, la caricaturización de la misma y con
ello, su irremediable distanciamiento de la nueva realidad y su paulatina conversión en
una utopía ingenua. Es decir, el nuevo bloque de poder local dominante toma y ejecuta
aquellas partes del Plan que le favorecen y posterga por innecesario el resto -el sistema
viario, el sentido multifuncional de las unidades vecinales, los equipamientos sociales, la
consolidación de las áreas verdes propuestas, etc.-; procediendo a profundas
alteraciones, sobre todo en lo que hace a la expansión del tejido urbano. El saldo
resultante es una ciudad que se densifica desordenadamente en sus zonas centrales y se
dispersa caoticamente en una extensa periferia que devora las mejores tierras agrícolas,
en términos de un crecimiento tentacular, conformando asentamientos dispersos a la
manera de islotes en medio de tierras baldías o de “engorde” en espera de que el
mercado inmobiliario les premie con suculentas plusvalías. En suma, “la planificación” que
impulsan las nuevas élites ya nada tiene que ver con el Plano Regulador.

Nuevos fenómenos y nuevas circunstancias configuran una crisis urbana que amenaza
rebasar un aparato municipal desgastado y encerrado en la vieja concepción de defender
normas inaplicables contra viento y marea. Sin embargo, finalmente se deben explorar
nuevas alternativas que traten los enormes problemas de la ciudad en términos más
reales. Ahora tanto los problemas como las respuestas se han invertido. Si antes, la
cuestión central era transformar la aldea en ciudad, proporcionando las pautas e incluso
comandando el proceso de expansión urbana; hoy es perentorio refrenarlo, alterar su
ritmo acelerado.

Por otro lado, si antes la ideología de la “modernización” había exigido acelerar la


centralización como condición óptima para plasmar un modelo de ciudad capitalista
avanzada, aún cuando esto significara pasar por encima de los escombros del casco
viejo, sin embargo, hoy la cuestión apremiante es descentralizar, proteger el centro
histórico antes de que se reduzca a un híbrido ecléctico de mal gusto, neutralizar las
tendencias a la aglomeración de funciones urbanas de todo tipo, situación que se ha
convertido en uno de los rasgos más visibles y serios de esta crisis. Por otro lado,la
aplicación del modelo de “ciudad-jardín” en las zonas residenciales propició la vivienda
espaciada y por tanto poco densa, en contraste, ahora se trata de densificar, de mejorar
los índices de superficie útil del lote, de frenar el derroche de espacio urbano y hacer más
racional el costo de la urbanización.

La dimensión de la crisis urbana como resultado de las distorsiones en la aplicación del


Plano Regulador, exige nuevas concepciones. Una vez más, la ideología del bienestar
general y encubierta en ella, la necesidad de llamar al orden a los distintos estratos
sociales que conflictúan la ciudad con sus comportamientos anárquicos y su búsqueda
ciega de beneficios individuales; cobra relieve.

El “boom” de la construcción de la década de 1970 y el consiguiente auge de la


urbanización han terminado por convertir en obsoleto el Plano Regulador de 1961. Luego
se hace imperioso retornar a una disciplina en la apropiación del espacio urbano, fijar
nuevas reglas del juego, a partir de una nueva concepción de ciudad. El propio término
“ciudad” ya no es descriptivo de la realidad de una expansión urbana muy extendida que
se despliega en dirección a Quillacollo, Sacaba y Valle Hermoso e incluso consume los
sitios originalmente asignados al Parque Tunari. En suma, el antiguo modelo de ciudad
definido por anillos concéntricos y vías de penetración que debían vincular las unidades
vecinales con el moderno centro y cuyo límite era un anillo externo de circunvalación, ha
sido deformado y perforado extensivamente, dando lugar a un tejido urbano extenso,
horizontal y poco denso, que ocupa todo aquél territorio que originalmente formaba parte
de la “región de influencia inmediata” a la ciudad; por tanto, la idea de un núcleo urbano
polar y futuros centros satélites se ha echado por la borda y ha sido reemplazado por el
concepto de “región urbana” o “conurbación”.

La nueva propuesta, opone a la visión estática de la ciudad planificada, al modelo


esmeradamente concebido en todos sus detalles, para su aplicación rígida dentro ce los
términos de un “plano regulador”; la noción de un “modelo de crecimiento” que contiene
“planes directores” de ocupación del suelo, de sitios, espacios verdes y equipamientos, de
circulación y transporte, además de diversos tipos de “planes especiales” para resolver
situaciones específicas de diverso grado de escala y complejidad. Es decir, ahora se trata
de lograr el “ordenamiento” del espacio urbano, a través de de un instrumento flexible que
soporte mejor las presiones sociales y que se adapte con mayor eficiencia a las
cambiantes situaciones económicas, políticas e institucionales que contiene la propia
crisis urbana. La cuestión esencial ahora, no es optimizar la vinculación funcional entre las
partes y el centro urbano, sino desactivarla, es decir, debilitar la hegemonía de un centro
que gravita sobre todos los componentes económicos, políticos e ideológicos de la vida
cotidiana de la ciudad. Ocurre que ahora las “unidades vecinales” se han convertido en
“barrios dormitorio” excesivamente dispersos y totalmente dependientes de este centro,
en términos de una estructura, ahora ya, irracionalmente concéntrica y rígida. De aquí,
que la nueva racionalidad planificadora exprese una visión del fenómeno urbano diferente
a la imperante en la década de los años 1950 y en consecuencia proponga objetivos
igualmente distintos11

Una cuestión de fondo que hace a la comparación de las dos propuestas, es que se el
Plan Regulador de 1961 contiene una concepción de desarrollo urbano para responder a
los intereses de una burguesía industrial y empresarial, en realidad idealizadas; el Plan
Director de 1980, es más un esfuerzo de urgencia para imponer un sentido de orden en el
contexto de un proceso urbano casi incontrolable, que expresa más frustraciones que
logros en relación a los ideales de modernización de la sociedad oligárquica de la década
de 1940.

La aspiración del desarrollo urbano con industrialización ha sido desplazada por una
realidad muy diferente: la urbanización sin industrias, pero si, con el desmesurado
crecimiento del sector terciario. El modelo de acumulación capitalista dependiente, como
veremos más adelante, está muy lejos de estos ideales. La nueva propuesta urbana ya no
visualiza un protagonista social, sino en lugar de ello, se intenta mediar entre los diversos
componentes del bloque de poder local, es decir, se intenta “ordenar” las acciones
divergentes y contradictorias de dichos participantes; en suma, el Plan Director expresa
con mayor nitidez la acción racionalizadora del Estado, aunque contradictoriamente, pues

11 Plan Director de la Región Urbana de Cochabamba,Los Tiempos, 14/09/1985


esta intención de racionalizar la espacialización de un proceso social que amenaza con el
caos urbano, no encuentra el mismo eco y la misma fuerza en otros niveles institucionales
del propio Estado que tienen autoridad sobre el marco regional y nacional o sobre
aspectos específicos de la gestión urbana.

Es evidente que los grandes objetivos del Plan Director: la contención de la expansión
urbana, la desactivación de la creciente centralidad, la preservación del centro histórico, la
densificación del tejido urbano, la descentralización de muchas funciones urbanas, etc.
configuran acciones que procuran invertir la lógica del proceso urbano anterior, es decir,
romper con la estructura urbana concéntrica, intervenir en los factores de valorización que
dominan el mercado de tierras urbano, redistribuir con un mayor sentido de justicia social
los servicios públicos urbanos, los equipamientos, etc.; sin embargo, todo esto afecta a
una serie de intereses del bloque de poder local.

Si hay algo de similar entre las dos propuestas de planificación urbana analizadas, son sin
duda, las coyunturas adversas en que se intenta aplicarlas. Si al Plan Regulador le faltó el
actor social que encarnara la visión de desarrollo urbano que dicho plan proponía; al Plan
Director le faltó la autoridad estatal que impusiera un modelo de desarrollo urbano-
regional coherente, por encima de las contradicciones y limitaciones de visión y
perspectiva de los grupos locales de poder.

Sin intentar un mayor análisis sobre las circunstancias de inviabilidad de este rol del
Estado en la región o incluso, de la constatación de que otras propuestas como la
“Macroestrategia del Desarrollo Regional” o el Plan Director Urbano Micrregional” siguen
el mismo destino anotado, señalaremos que este aparente vacío decisional, esta
persistente ausencia de medios materiales para definir y consolidar una estrategia de
desarrollo regional, no resulta casual y se vincula a las circunstancias de articulación de la
propia formación capitalista dependiente al mercado mundial, y sobre todo, a la ausencia
de participación significativa de Cochabamba en dicho mercado. Este hecho explica el
relegamiento de la ciudad y la región a una condición “no estratégica” 12, aún cuando esta
ausencia de participación en los mercados internacionales no es en rigor cierta, pues el
circuito económico del narcotráfico ha modificado esta situación, pero por la faceta
perversa, al no realizarse dicho circuito por canales institucionales y por tanto no gozar de
un reconocimiento legal y por tanto, de imposibilitar cualquier tipo de desarrollo sobre esta
base, sino simplemente desplegar “oasis de riqueza” siempre sometidos al estigma de su
origen ilegal.

Aquí emerge la debilidad de la nueva propuesta urbana, no solo por la actitud


contradictoria del Estado y el propio Municipio hacia la misma, sino por el paulatino

12 En contraste con las dificultades de hacer efectivos los objetivos del desarrollo regional y del propio desarrollo
urbano en el caso de Cochabamba; el Plan Regulador de Santa Cruz con la ejecución de su sistema vial de anillos
de circunvalación y la ejecución de una serie de equipamientos sociales y productivos; así como el Modelo de
Desarrollo Urbano de La Paz con la concreción de una millonaria autopista y la orientación de una expansión
urbana de los sectores populares hacia el Alto, donde se consolida una urbe en pleno desarrollo y hacia Viacha, en
tanto los barrios exclusivos de apropian de las bondades de los barrios de Calacoto, Irpavi, etc.; configuran
ejemplos de una estrategia estatal de mayor control, compromiso e intervención sobre el espacio urbano regional en
territorios que sí se consideran estratégicos para la hegemonía del sistema capitalista en el país.
proceso de pérdida de control de los propios planificadores sobre la gestión del Plan por
las crecientes presiones políticas para introducirle enmiendas y sobre todo, postergar la
realización de sus objetivos básicos, sustituidos por proyectos de mayor efecto político,
que marcan la distancia entre la mentalidad de la autoridad edilicia y el contenido real del
Plan. Sin embargo sería ingenuo pensar que se trata de un simple desfase motivado por
la ignorancia del alcalde de turno respecto a la ciencia y a la técnica de la planificación, en
realidad, el alcalde no es más que el portavoz de las fuerzas del bloque de poder local
que lo han puesto en ese sitial, por tanto sus actos administrativos obedecen a los
intereses de tales grupos de poder, que no desean ver frenados los procesos de
expansión urbana o desactivados los mecanismos de acumulación de plusvalía
inmobiliaria, porque tales mecanismos son la fuente de acumulación de su poder y
riqueza. En síntesis, esta es la tragedia de la planificación urbana de Cochabamba
carcomida por intereses ideológicos, económicos y políticos impuesto por un bloque de
poder local que considera que “hacer ciudad” es fraccionar la tierra adquirida a bajo costo,
dividirla en lotes y venderla con jugosos sobreprecios.
IV. CIUDAD Y MODELO DE ACUMULACIÓN

Entre las propuestas de planificación urbana y su realización no existe una


correspondencia armónica y lineal. Así como el Estado “cristaliza” en sus instituciones los
rasgos específicos que históricamente expresan las formas de dominación y
consolidación de ese dominio por clases y fracciones de clases aglutinados en un bloque
de poder hegemónico, también incorpora los rasgos de las formas de resistencia de otros
sectores de la sociedad a esa hegemonía. En forma similar, la ciudad “cristaliza” las
circunstancias contradictorias en que se construye; al lado de las porciones del plan
urbano que se materializan, también toman forma física segmentos no planificados e
incluso opuestos a la ideología del modelo de ciudad deseada, y es justamente en esa
trama de conflictos, acuerdos, conciliaciones, es decir, en procesos francos o encubiertos
de lucha de clases por el dominio del espacio, cuando se configura lo “urbano real” como
un producto diferente de lo “urbano ideal”.

Esta aparente incapacidad de la planificación urbana de efectivizar sus propuestas no es


el resultado de la ineficacia de los instrumentos encargados de su ejecución o de los
técnicos que las administran, y aunque esto pudiera ocurrir puntualmente, de ninguna
manera puede identificarse como una regla general. En realidad, la relación entre
sociedad y planificación, más allá de las mediaciones técnicas, por eficaz y armónica que
esta sea, no puede superar el marco de las contradicciones, que como unidad
contradictoria presenta una Formación Social, contradicciones que las proyecta sobre el
espacio urbano y regional, donde cada clase social y fracción de clase construye su
soporte material, pero no sólo eso, sino que expresa la manera como estas clases y los
espacios que organizan se pliegan directa o indirectamente, voluntaria o
involuntariamente a la lógica del modo de producción dominante y a su ideología, dentro
de un cuadro de luchas permanentes de contrarios.

El plan urbano no puede superar su realidad de documento técnico pero sobre todo
ideológico, que es ofertado al bloque de poder local y también a los grupos y clases que
se oponen a este poder. En la medida en que dicho plan encuentra un actor social, en
términos de representar los intereses generales de la clase social dominante al interior de
esta estructura de poder, y que dicha clase esté capacitada para conciliar dentro del plan
los intereses de las otras fracciones dominantes, además de neutralizar las oposiciones
de los sectores resistentes; es posible que la propuesta técnica de desarrollo urbano en
su ejecución, se aproxime al modelo ideal, pero en la medida en que esto no es así, las
deformaciones, transformaciones, oposiciones y conflictos pueden determinar su
temprana caducidad. El plan operativo que contiene la propuesta de desarrollo urbano, la
asignación de recursos, la definición de prioridades, en suma, las voluntad de materializar
el plan a partir de sus lineamientos fundamentales y no de sus aspectos accesorios, son
específicamente los factores que describen las condiciones de la “arena”” donde técnicos
y bloque de poder local definirán el destino del plan.

Por otro lado, es pertinente considerar que las contradicciones que asoman en la corteza
de este proceso, no son nada más que las manifestaciones de una determinación
estructural más compleja. Nuestro proceso urbano con todas sus deficiencias y arcaísmos
con relación a los estándares de la urbanización capitalista de los países desarrollados,
no escapa a las leyes que rigen este sistema, o sea que de todas formas, el motor que lo
impulsa está definido por relaciones capitalistas, orientadas esencialmente hacia la
búsqueda incansable de plusvalía. En consecuencia estamos de acuerdo en caracterizar
este tipo de urbanización como una multitud de procesos privados de apropiación del
espacio, y cada uno de estos procesos está determinado por las propias reglas de
valorización de cada capital particular, de cada fracción de capital (Topalov, 1975).

De esta forma, se nos hace más clara la acción del Estado y su postura de poner “orden”
en la urbanización capitalista, o sea, imponer su “orden”, lo que significa, no otra cosa,
que optimizar las condiciones propicias que favorezcan la reproducción del capital y la
fuerza de trabajo, recubriendo esta acción con una atmósfera de ciencia, técnica y
legalidad, donde no necesariamente se hace realidad el modelo urbano, pero sí aquél
producto que consolida e institucionaliza el desorden urbano en nombre del “orden” para
“legalizar” cuestiones como la segregación social y espacial, la apropiación desigual del
espacio urbano y la transformación de este suelo urbano en mercancía, definiendo una
estructura urbana, discutiblemente racional, que simultáneamente centraliza y dispersa
sus componentes, todo ello bajo la etiqueta de planificación urbana y regional, retocada
con el barniz moralista burgués de “defensa del interés común”, aunque con alarmante
frecuencia, si se trata de realizar ganancias bonancibles en términos de acaparar más
intensivamente la renta del suelo, deba violar sus propias normas técnicas y jurídicas o
contradecir el contenido de su “ciencia” urbana o aún rebasar la autoridad de sus propios
planificadores.

Para precisar mejor el carácter de la relación Estado-Poder Local-Planificación Urbana, no


es suficiente destacar el aspecto formal e institucional de la misma. Lo único que se
puede afirmar por lo dicho has aquí, es que el producto urbano fruto de esta relación no
es casual ni caprichoso, sino, obedece a una lógica, la del capital, que internamente
contiene, una racionalidad, una coherencia de objetivos y métodos, es decir, un modelo
de acumulación y reproducción que sólo puede ser posible al amparo, entre otros
factores, de un cierto marco urbano favorable, que la relación citada debe garantizar.
Lo importante entonces, es visualizar la articulación entre modelo de acumulación y
ciudad.

Sin animo de recapitular las hipótesis formuladas respecto a dicho modelo, podemos
constatar que nuestro desarrollo capitalista está muy alejado del modelo clásico y se
presenta, combinado a formas económicas ajenas al modo de producción propio de este
sistema. Es más, nuestro desarrollo industrial y nuestra clase obrera, en rigor, tiene
cuantitativamente dimensiones modestas frente al enorme volumen de actividades y
población involucradas en economías de tipo no capitalista y que privilegian el constante
crecimiento de la esfera del intercambio en su enorme variedad de posibilidades 13

13 Sobre diversos aspectos del desarrollo capitalista en Bolivia se puede consultar: Arce Cuadros (1979), Aranibar
(1978), De la Cueva, (1983), Ramos (1980), etc. En lo que hace a la realidad regional, el énfasis se vuelca hacia la
cuestión de las economías familiares ligadas a diversas estrategias de supervivencia. A este repecto se puede
consultar: Laserna (1984), Rivera y Calderón (1984a), Rivera y Calderón (1984b), Blanes (1983).
Reiterando lo dicho anteriormente, destacamos una vez más, que este modelo contiene
una lógica estructural que es capaz de articular, en función de sus propias
determinaciones, formas desiguales y combinadas, que reproducen tanto el capital como
formas de subsistencia no capitalistas, es decir, formas arcaicas como la artesanía, la
pequeña industria a domicilio y la agricultura tradicional con medio de producción
primitivos, además de “nuevas formas tradicionales” en la esfera de la circulación como el
pequeño comercio callejero y los servicios de todo tipo, Dicho de otra manera, el sistema
capitalista en países atrasados puede convivir y extraer plusvalía del enorme sector
informal urbano.

Un hecho destacable de este fenómeno no solo es la multiplicación de la relaciones de


trabajo improductivas, sino, “la informalidad” de esta relación donde predominan sobre
todo, trabajadores a destajo -contratistas, subcontratistas, jornaleros, empleados a plazo e
el siglo XXfijo en pequeñas empresas, empleados a medio tiempo, eventuales, etc.- junto
a un voluminoso universo de trabajadores por cuenta propia. Tomando como referencia
los estudios desarrollados sobre este universo complejo de trabajadores (Solares, 1986b),
podemos señalar que la venta de bienes y servicios a bajo costo, además de la
producción de mercancías baratas como ropa, calzados, alimentos, etc. permiten a las
clases medias y altas, captar una parcela mayor de excedente económico, lo que se
ajusta perfectamente a una forma de acumulación apoyada en la concentración de la
renta y la pauperización absoluta de la clase trabajadora formal o informal, sobre todo en
sus estratos menos calificados (Quijano, 1977).

A partir de estos indicadores, podemos inferir a nivel de hipótesis, que la clase trabajadora
no solo son obreros y mineros, sino un bloque social heterogéneo pero escindido por el
modo de acumulación capitalista. En términos, tenemos, por una parte, a la clase obrera
propiamente que participa del sistema capitalista en condición de trabajadores
asalariados, y por otra, un mayoritario contingente de trabajadores que son obligados a
insertarse en la economía en modalidades productivas arcaicas o en nuevas formas de
explotación “informales. En conjunto, ambos componentes disminuyen el costo de
reproducción de la fuerza de trabajo, y a través de ello, se articulan al modo de
articulación capitalista, al liberar al Estado y al bloque de poder dominante de muchas
obligaciones, en forma total o parcial, como el acceso a la vivienda, el abastecimiento, la
salud y la educación de calidad para los sectores populares, permitiendo de esta forma
que el Estado burgués, al liberarse de una parte significativa de este pesado fardo, evite
la merma de sus utilidades.
V. LA LÓGICA ESPACIAL DEL MODELO DE ACUMULACIÓN

Con el marco de referencia anterior, intentaremos trazar un panorama somero del proceso
urbano de Cochabamba y su articulación con el modelo de acumulación esbozado. Para
ello, nos permitimos volver a llamar la atención sobre una de las características puestas
en relieve por distinto estudiosos del desarrollo urbano capitalista, referido a la tendencia
que este sistema expresa respecto a centralizar en la ciudad medios de producción y
fuerza de trabajo (Quijano, obra citada, Folin, 1976, Lojkine 1976, Harvey, 1977, Topalov,
obra citada). Contra esta tendencia centralizadora, han fracasado una y otra vez las
acciones y políticas de Estado que formalmente busca la descentralización de la
economía, del propio aparato estatal o de las excesivas funciones y actividades que se
acumulan en uno o más espacios centrales del conglomerado urbano. La actitud del
Estado es derivar estas cuestiones al campo de la planificación, donde quedan
encubiertas con la etiqueta de “problema técnico”, útil para el consumo de las propuestas
clásicas del desarrollo urbano, lo que en realidad implica, que no existe de parte del
Estado una real voluntad descentralizadora, pues de esta forma se podría ver afectado el
proceso de circulación y acumulación del capital. No se debe olvidar que en los espacios
urbanos de gran densidad de actividades aparecen las rentas del suelo más elevadas, por
tanto frente a la presión social que padecen las deseconomías de aglomeración, la salida
es convertir el problema en un objetivo de la planificación que merece sesudos estudios
pero que están condenados al fracaso o a materializar tímidos paliativos.

De esta manera, la ciudad, pese a las bondades de su plan urbano, pierde su forma
tradicional, se expande y alarga consolidando “ejes de crecimiento”. El saldo resultante es
una mancha urbana con características metropolitanas, desigualmente desarrollada,
combinando discontinuidades y rupturas con densificaciones irracionales, en cuyo
proceso se consumen tierras agrícolas y se desintegra la economía del agro, dando curso
a un proceso irrefrenable de fraccionamientos y nuevos asentamientos habitacionales
desconectadas del sistema viario existente, con escasas posibilidades de contar con
infraestructura básica y con una dinámica social capaz de superar las oposiciones
técnicas más tenaces, las oposiciones jurídicas mejor argumentadas y las barreras físicas
y naturales más adversas.

Dado el enfoque de este ensayo, no abordaremos cuestiones como la relación campo-


ciudad, el rol de la ciudad dentro del denominado “Eje central de desarrollo nacional”l y
otros factores externos al fenómeno urbano que analizamos, aunque ello no significa dar
la espalda a la gravitación que pueden tener los factores anotados sobre la estructura
urbana interna. Consecuentemente, sin negar la importancia de dichos factores,
dirigiremos nuestra atención a lo pertinente, es decir, a analizar el componente
hegemónico que organiza el sistema de soportes materiales de nuestra formación social
en el ámbito urbano.

En este orden cobra relieve la cuestión de la centralización de los componentes


fundamentales que permiten la reproducción del capital, en nuestro caso, no
precisamente el modesto aparato industrial, sino la circulación mercantil y monetaria, Por
otra parte, cobra igual relieve la dispersión de los componentes vinculados a la
reproducción de la fuerza de trabajo, en especial en lo que hace a la función residencial.
Veamos algunos rasgos de ambas tendencias en su accionar simultáneo, combinado y
contradictorio:

Sin abundar en una caracterización minuciosa del fenómeno de la centralización que de


alguna forma ya ha sido abordada, pondremos en evidencia algunos de sus
componentes:

a) El espacio central de la ciudad de Cochabamba, es decir, su “casco viejo” no sólo


es el espacio-símbolo de las glorias cívicas, sino, además es el espacio urbano que
históricamente ha ido acumulando una densa red de “condiciones generales” que
favorecen la reproducción capitalista, entre ellas, la convergencia sobre este centro
de un denso flujo de múltiples agentes sociales -empresarios, banqueros, grandes
comerciantes, profesionales en diversas ramas de la producción y la gestión, alta
burocracia estatal, a lo que se suma, la acumulación de servicios públicos,
equipamientos , etc. Estas “ventajas” determinan el comportamiento incontrolable
del capital para apropiarse de este espacio, adueñándose en primera instancia de
su forma histórica para adaptarla e incluso reciclarla, de ta tal manera que se
amolde transitoriamente a los nuevos requerimientos, para luego remodelar,
reconstruir, demoler y finalmente reciclar formal y funcionalmente este casco viejo,
tanto para ampliar su capacidad como para materializar la imagen urbana,
recubriendo esta finalidad con el manto ideológico del “progreso urbano”, de la
“renovación urbana” o en general, del “desarrollo urbano”. El resultado es conocido
por todos: el centro histórico es agredido en pequeña y gran escala, es
groseramente remodelado, adaptado, transformado, demolido y reconstruido por
multitud de agentes económicos ansiosos de captar renta inmobiliaria.
b) Al lado de este centro urbano reconocido como tal, tanto por el Plan Regulador
como por el Plan Director, se pone en evidencia a partir de la década de 1950 e
incluso antes, el equivalente opuesto a este tipo de centralidad emergente de la
propia naturaleza del modelo de acumulación capitalista, que también expresa
espacialmente, no solo los mecanismos de la acumulación propiamente dicha, sino
los mecanismos de la descomposición de la economía campesina que provoca la
transferencia de fuerza de trabajo del campo a la ciudad y determina la “inflación”
de la esfera del intercambio, transfiriendo a la ciudad en forma generalizada
prácticas económicas, culturales e ideológicas propias de dicha economía. La
expresión más dramática de esta transferencia es la centralización en el espacio
urbano de miles de pequeñas economías de subsistencia en el espacio conocido
popularmente como “La Cancha”, que no es otra cosa que una enorme feria
campesina penetrada por la ideología capitalista e insertada dentro de la estructura
urbana en términos más flexibles y dinámicos que la centralidad del capital, y que
se expresa en múltiples formas de comercio callejero de baratijas, artículos de
primera necesidad, todo tipo de objetos útiles para la vida cotidiana e incluso
artículos de sofisticada tecnología, configurando múltiples y complejas redes de
distribución de mercancías de origen industrial y artesanal.
c) Sin duda que el Mercado de Ferias o “La Cancha”, ese espacio contaminado,
caótico, multicolor, bullicioso, angustiante, pero, si se quiere, al mismo tiempo
grandioso, expresa otra forma concentración, otra lógica de apropiación espacial, la
de organizar soportes materiales mucho más adaptables a las condiciones del
medio urbano, mejor capacitadas para aprovechar todos los elementos favorables
de este. De manera se produce un fenómeno de oposición-integración de dos
maneras diferentes de estructurar la centralidad urbana: por una parte,el proceso
de centralización capitalista apoyado en las políticas de la planificación urbana; y
por otra, la “organización informal” de este espacio por el proceso de centralización
de las economías de subsistencia que paulatinamente abarcan mayor amplitud. Sin
embargo, esto no quiere decir, que la planificación no actúe sobre este otro
contexto. Si en el primer caso, su mensaje es el “desarrollo urbano”; en el segundo,
se trata del “llamado al orden” acompañado, no pocas veces, de coerción y
represión, pues normalmente en este nivel, “la ciencia urbana” no posee
respuestas apropiadas y generalmente llega con posterioridad a los actos de
“desorden y anarquía” que le atribuyen a esta otra lógica de organizar la ciudad.
d) No obstante, no debemos caer en el error de identificar aquí dos procesos urbanos,
dos modelos de ciudad y dos lógicas de construirla, que emergen como dos polos
opuestos; porque por esta vía llegaremos con facilidad a la fracasada hipótesis de
la sociedad dual. Por el contrario, se trata de hacer énfasis sobre el hecho de que
tanto una como otra lógica de organización del espacio, se articulan y
complementan en la tarea de reproducir aquéllas “condiciones generales” propicias
para la acumulación del capital y la reproducción social de todas las clases sociales
que participan y son útiles a este proceso.
e) Por último, debemos mencionar, una otra forma de centralización de tipo
residencial, correspondiente a la vivienda de altos ingresos que han logrado
apropiarse de las ventajas inmediatas de la centralidad,a través de la consolidación
de barrios residenciales en las zonas Noreste y Noroeste del casco viejo, en la
Muyurina y Las Cuadras.

La tendencia a la dispersión, es igualmente una consecuencia estructural del desarrollo


capitalista y tanto, como en el caso anterior, forma parte de aquéllas, ya mencionadas
“condiciones generales” que requiere el capital para reproducirse y acumularse. Dejando
de lado la cuestión de la dispersión industrial que nos obligaría a salir del objetivo de
nuestra reflexión, enfocaremos la cuestión de la dispersión residencial, a partir de los
siguientes rasgos:

a) Una vez consumidos los mejores sitios centrales por el proceso de centralización,
este no de detiene, la burguesía comercial y empresarial, la mediana y pequeña
burguesía, la burocracia estatal y empresarial, los sectores profesionales liberales,
la jerarquía militar, etc., finalmente deben desplazarse hacia la periferia que rodea
el núcleo de concentración, pero apropiándose de los sitios emplazados a
distancias tolerables con respecto al centro urbano, es decir, que la distancia física
es compensada por buenas vías de comunicación y transporte, y todo un
despliegue de soportes infraestructurales desarrollados para el efecto. En estos
términos, se expande la urbanización, orientada por un mercado de tierras que
devora sin piedad tierras agrícolas que son transformadas en tejido urbano apto
para incorporarse a las nuevas funciones asignadas. El emplazamiento residencial
disperso de los estratos sociales citados, jamás pierde de vista su conexión con el
centro de sus actividades. Paralelamente ejercita la apropiación monopólica de un
medio ambiente, de un paisaje, de unos recursos hídricos privilegiados. Por otro
lado, obtiene del poder local la dotación preferente de infraestructura básica, de
equipamientos de salud, educación, comercio de barrio, etc., además de la
pavimentación de todas las vías, la dotación de áreas verdes; en suma, la
transferencia efectiva al lugar de residencia de todos los valores de la “ciudad
jardín”.
b) En el otro extremo, la clase trabajadora imposibilitada de acceder al mercado
capitalista de la tierra urbana y la vivienda, incluso expresando dificultades para
acceder a los escasos programas de vivienda social del Estado; se ve forzada,
tanto individual como colectivamente de acogerse a la opción de la dispersión
generalizada, que equivale a la búsqueda continua de terrenos de baja rentabilidad
para el capital inmobiliario, de terrenos no aptos para ser incorporados a corto o
mediano plazo a la trama urbana, alejados de los ejes viales estructurantes,
imposibilitados por diversas causas de recibir los beneficios de los servicios
públicos urbanos; es decir, tierras que no pueden garantizar un nivel mínimo de
calidad de vida urbana, y por ello mismo, poseedoras de un escaso valor
comercial. El resultado de esta búsqueda de terrenos desventajosa, configura una
periferia en permanente expansión, pues la dinámica de este fenómeno es inverso
al anterior: la ubicación de terrenos “despreciados” por el capital,esparcidos en un
amplio territorio “la región urbana de Cochabamba” significa la supervivencia de
estratos sociales que no participan orgánicamente en la reproducción del sistema,
pero que con su capacidad de subsistir en las condiciones más adversas, abaratan
su reproducción social y amparan la vigencia del sistema, que de otra forma se
vería obligado a mermar sus rentas para evitar eclosiones sociales, posiblemente
incontrolables. Esta lógica obliga a la habilitación de antiguos lechos de torrenteras,
de laderas con pendientes excesivas, de áreas inundables, de sitios atravesados
por cables de alta tensión, sometidos a diversos tipos de contaminación, etc. En fin,
la racionalidad de este procedimiento es inversamente proporcional a la
racionalidad técnica: mientras más marcado por desventajas resulta el suelo
ofertado, se hace más atractivo, por su menor costo, para los sectores de menores
recursos.

La crisis urbana de Cochabamba no es el resultado del fracaso total o parcial de sus


planes urbanos, sino el producto necesario de las contradicciones del capitalismo
atrasado, que imprime al conjunto de nuestra formación social, incoherencias e
irracionalidades a nivel de su aparato productivo y de acumulación del capital, que se
materializan en el espacio urbano con manifestaciones de igual signo; transformando
aquéllas propuestas de desarrollo urbano, como las políticas de uso del suelo, la
localización de los equipamientos sociales, el plan viario, la dotación de infraestructura
urbana, el transporte urbano, la preservación del centro histórico, la protección del medio
ambiente, etc, en papel mojado.
Fragmentos del plan se convierten en recursos de negociación, conciliación y
concertación, donde se conceden u ofertan algunas migajas, cuando los conflictos se
resuelven por cauces regulares; pero con frecuencia estas reglas del juego son ignoradas
y el marco institucional de la planificación es avasallado, incluso por fracciones del poder
local o directamente por el propio Estado cuando ello es necesario para ganar una base
social que le provea apoyo político. De esta manera, partes del plan son postergados,
deformados e incluso reemplazados por parches que anulan su proyección y eficacia. Es
evidente que el Estado, cuando los intereses sociales en juego tocan la cuerda sensible
de las “condiciones generales” que favorecen la acumulación capitalista, prefiere hacer
visible su “razón ideológica” y dejar que la autoridad política local resuelva el problema
técnico velando por que dichos intereses se conserven intactos. Pero si se da el caso
contrario, si son las presiones sociales las que tienden a cuestionar la lógica espacial del
capital, sobre todo si esta presión asume la forma de resistencia al poder local, los
reglamentos de urbanización y construcción se transforman en instrumentos de represión.
De todas maneras, el resto del plan urbano: las grandes vías proyectadas de carácter
regional, los complejos nudos viarios, el despliegue de la ingeniería vial, los grandes
equipamientos, los parques metropolitanos, etc., en suma, las grandes operaciones de
transformación de la ciudad, sino favorecen a la rentabilidad del capital, pasan
rápidamente a depositarse en los anaqueles que guardan la colección de utopías urbanas
que posee el Municipio de Cochabamba.

Lo “urgente” en este proceso de construir la ciudad, sustituye a lo necesario y razonable, y


esta urgencia de obras dispersas y puntuales que satisfacen el ego de la autoridad de
turno, revela una connotación ideológica concreta: en tanto los técnicos piensan la ciudad
en términos de un modelo urbano, la autoridad piensa dicha ciudad en términos políticos
(“pragmáticos”), no le interesan las acciones de largo plazo, desea “dejar su huella” ahora,
pues le alarma lo efímero de su mandato y esta praxis se refleja en la urgencia de
consolidar un “modelo de ciudad” que concilie los intereses particulares de multitud de
agentes capitalistas, sobre todo de aquéllos que se sitúan en la esfera de su clientela
política.

De esta forma, se sustituye la visión del plan urbano, por una óptica más restringida,
donde el detalle de como se debe ocupar el suelo urbano o cómo debe fraccionarlo tal o
cual capitalista o grupo empresarial, remplaza la política urbana esbozada y su objetivo de
materializar lo esencial del plan y no lo subsidiario, pero de efecto político.. de esta
manera, enmienda tras enmienda, gradualmente y sin mucho ruido, el modelo deviene en
obsoleto, hasta que finalmente,a título de “caducidad” de la última utopía, se avanza hacia
otro modelo, es decir hacia una nueva utopía actualizada… Pero hay más, en tanto los
barrios residenciales y el centro urbano, de una u otra forma, con deformaciones más o
menos, se encuadran en el contexto de la planificación urbana; la periferia se expande
incontrolable conflictuando el plan, oponiéndose a su racionalidad y por tanto, poniéndose
al margen de la previsión técnica y legal. Es más – como afirmó un destacado
investigador de la realidad urbana-, al lado de la ciudad planificada, de la ciudad “legal”
aparece e l campamento espontáneo, la ciudad “ilegal” (Hardoy, 1983).
Dirijamos un momento nuestra atención a esta constitución de la periferia. Su proceso,
sus características,como ya se afirmó, no son ajenas al sistema, por el contrario, la forma
como los habitantes de estos barrios construyen sus viviendas, se dotan de servicios
públicos e infraestructura, están determinados por las leyes de la acumulación capitalista
que claramente selecciona a quienes pueden acceder a los beneficios de la vida urbana
(vivienda de diseño exclusivo, servicios públicos, paisaje, vialidad, etc) como demanda
“solvente”; de los que no reúnen este requisito. Los “otros”, los pobres de la ciudad, esa
masa anónima de bajos ingresos sólo le queda reservado, de acuerdo a las leyes de la
oferta y la demanda del mercado de tierras urbano, los sitios más despreciados, los
menos aptos para una vida urbana decorosa.

En contraste con el despliegue de ciencia urbana con que se recubre la “modernización


de las áreas centrales de la ciudad o la expansión del modelo de “ciudad jardín”; los
sectores populares construyen su propio modelo urbano, pero no como medio para
satisfacer sus aspiraciones de seres humanos, sino como protección y defensa mínima,
frente a las fuerzas destructivas con que les amenaza la ciudad capitalista. Al habitantes
de los barrios periféricos se los trata de eliminar con “guante blanco” a través de la
contaminación ambiental, la inexistencia de condiciones de salubridad mínimas, la
permanencia de formas de hábitat precarias e infrahumanas, la convivencia con
basurales, aguas contaminadas, polvaredas y olores nauseabundos sin término. No es
casual que en Cochabamba los indices de mortalidad infantil sean elevados, que las
dolencias de las vías respiratorias y digestivas sean algo común y que las expectativas de
vida de estos habitantes este por debajo de la media nacional 14.

Otro tanto ocurre con su actividad económica, las múltiples estrategias para sobrevivir en
Cochabamba no son un mero asunto sociológico o folclórico, se expresan en el espacio
urbano como en otras esferas, con tonos dramáticos, así suponen una apropiación
precaria y cotidiana del espacio vital en las aceras de la Avenida San Martín y aledaños, y
en todo tipo de sitios y rincones de nuestras plazas y calles, a veces sin protección
ambiental alguna, sin mobiliario adecuado, sin oportunidad de un poco de reposo físico,
sin acceso a servicios sanitarios, desarrollando jornadas de trabajo interminables, muy por
encima de las previstas por las leyes laborales, y en el caso de las mujeres, todavía
prolongando esta jornada hasta altas horas de la noche para atender a sus hijos y a las
urgencias de hogar. En síntesis, el desarrollo urbano de Cochabamba, tal como se lo
administra hoy en día, es profundamente opuesto a los intereses de gran parte de la
población.

Sin embargo, todo lo analizado no implica en modo alguno que la espacialización de las
formas capitalistas y no capitalistas en la ciudad y su región urbana se produzcan en
términos excluyentes y perfectamente diferenciados: y que la determinación geográfica
del asentamiento sea automáticamente un indicador de su calidad social. Por el contrario,
así como en la esferas de la producción, el intercambio y el consumo, ambos modos se

14 Además de todo lo anotado viven en permanente angustia por la inseguridad en la tenencia de sus lotes.
Generalmente los loteadores que han organizado el asentamiento, se convierten en dirigentes vecinales que, año tras
año viven de los aportes y las “cuotas obligatorias” que religiosamente cobran a los vecinos a titulo del costo de los
trámites para la aprobación de la villa o urbanización y el saneamiento de los títulos de propriedad.
interpenetran y yuxtaponen, igualmente, la realidad urbana parece señalar que en ls
dimensión física también tiene lugar ese tipo de articulación. Podemos asumir, sobre todo
tomando como referencia investigaciones urbanas realizadas por la Oficialía de
Planificación de la Alcaldía de Cochabamba entre 1978 y 1982, que si bien las
expresiones económicas, sociales y espaciales de las formas mercantiles simples
parecen numéricamente dominantes en la periferia de la ciudad y otras zonas; en
realidad, están profundamente penetradas en la esfera de la circulación y el consumo por
prácticas ideológicas capitalistas, es decir, para el conjunto de la economía urbana y no
solo para alguna de sus fracciones, todos los bienes de intercambio y consumo
producidos bajo modalidades capitalistas o artesanales, adquieren la categoría de
“mercancías” y como tales son apropiadas individualmente, valorizándose así
cotidianamente la ideología de la propiedad privada y en consecuencia, el motor que guía
al conjunto de las operaciones empresariales y aquéllas que desarrollan las economías de
subsistencia, se mueve en función de acumular e incrementar este patrimonio individual o
familiar.

Esta penetración ideológica del capital tiene manifestaciones más profundas que las
registradas en la esfera económica. En efecto, ya sea en el consumo o en los propios
hábitos de vida de los sectores populares, se desarrollan acciones sociales e individuales
fuertemente influenciadas por el cotidiano bombardeo ideológico a que los someten los
medios de comunicación, ya sea condicionando sus hábitos de consumo, sus
preferencias culturales, sus aspiraciones sociales, sus formas de valorar la vida urbana y
de emitir su opinión política en los momentos decisivos de la vida nacional o local.

Esta influencia gravitante está presente mediante intensas y continuas campañas de


propaganda e importación de expresiones culturales, vía modas musicales, vestimentas,
literatura, etc., proveniente de los países del occidente capitalista, a lo que se suma, los
persistentes mensajes de ideología burguesa , a través de telenovelas y novelas de todo
tipo. Indudablemente, en este proceso, el rol de la prensa, la radio y la televisión son
fundamentales para ensalzar en forma continua los valores del “modo de vida occidental,
esto es, de la vida de lujo capitalista que se convierte en un parámetro para gruesos
sectores de la población, incitándolos a la necesidad de acumular capital para acceder a
ciertos artículos de consumo, a ciertos bienes materiales que dan “estatus social” o por lo
menos crean la ilusión de aproximarse al modo de vida que se aspira.

Los excedentes que generan las economías familiares se transfieren al sector capitalista
aportando a la reproducción social de este sector, pero al mismo tiempo, generando
contradicciones internas en dichas economías familiares. Al introducirse en ellas formas
competitivas capitalistas, que contribuyen no solo a limitar las posibilidades reales del
conjunto de estas economías, sino a hacerlas participes de formas de autoexplotación y
sobreexplotación, para que un sector restringido de estos estratos sociales pueda generar
un excedente económico que le permita evolucionar hacia formas empresariales, incluso
con márgenes de acumulación considerables y acceso hacia posiciones de relieve y
liderazgo, inicialmente dentro de su propio medio social y, paulatinamente dentro de los
grupos de poder local.
Esta transferencia del excedente acumulado en el sector no capitalista hacia el capitalista,
espacialmente se expresa en la tendencia dominante a invertir en la adquisición de bienes
inmuebles en otras zonas urbanas distintas a la villa periférica de origen. Esta actitud no
solo se vincula al objetivo de incrementar dicho excedente a través de la renta
inmobiliaria, sino también a la aspiración de introducirse en las zonas comerciales y
residenciales de las clases dominantes. Este tipo de fenómeno, produce un flujo continuo
de familias que habitan en la zona Sud, hacia la zona Norte, y esta transferencia no solo
es un cambio de domicilio, sino un proceso de ascenso social, a través del cual, el sector
capitalista, también se reproduce socialmente con el aporte de estos nuevos empresarios,
en muchos caso, vinculados aún a la sobreexplotación de las economías de subsistencia
que controlan.

Para un considerable sector de los barrios periféricos, la “aspiración al cambio” se dirige


a este tipo de finalidad, es decir, que estos procesos resumidos en ejemplos
individualizados, se convierten en aspiraciones sociales y pautas que orientan en gran
medida el accionar cotidiano; entonces, la aspiración a “cambiar de barrio”, a trasladarse
a los barrios residenciales o sitios aledaños con mejor presencia, es una constante que
contiene este sesgo ideológico. Sino es posible alcanzar este objetivo en los términos
deseados, por lo menos se lo puede realizar con un grado de aproximación, entonces
también se vuelven atractivas las pedregosas pendientes de la cordillera del Tunari y así
se expanden los barrios del Temporal de Cala Cala, Queru Queru, Cruce Taquiña, Ticti
Norte, Villa Moscú, Arocagua, etc., e incluso, se van saturando los ejes Quillacollo-
Cochabamba y su prolongación hasta Sacaba. Este sentimiento de mejorar la
localización, tanto espacial como socialmente, produce los diferentes desbordes de la
mancha urbana en las zonas Norte, Este y Oeste de la ciudad, inclusive ocasionalmente,
con acciones agresivas como la frustrada ocupación del Cerro San Pedro entre 1977 y
1980.

Ahora bien, no todo poblador de la periferia que accede a la zona Norte es un gran
empresario, en muchos casos, el sueño se realiza con los ahorros de toda una vida, se
consolida la posesión de lote, pero no se edifica o se edifica precariamente. He aquí,
porque el capital no ha logrado consolidar un espacio exclusivo en Cochabamba, por lo
menos hasta el presente (1986); al lado de un despliegue de mansiones con formas
arquitectónicas modernas de diversos estilos, aquí y allá, salpicadas o agrupadas,
aparecen modestas “medias aguas”, en unos casos reproduciendo francamente el modelo
de hábitat de las villas de origen, en otros mejorando este estándar con materiales y
acabados de mejor calidad.

En resumen, volviendo a lo anterior, se percibe que la propia naturaleza contradictoria y


combinada del modo capitalista y su proceso de acumulación, no han podido consolidar
en forma nítida, exclusiva y excluyente, un “espacio del capital”. Nuestros barrios
residenciales, incluso aquellos que conscientemente se han proyectado con un sentido de
segregación social y económica -como el caso de El Mirador- resulta que son
configuraciones espaciales con insólitos contrastes, que más bien revelan una situación
de heterogeneidad social, donde predominan evidentemente formas ideológico-culturales
de un hábitat de clase media y alta, al lado de inserciones de elementos formales de la
esfera no capitalista.

Aquí, nos arriesgamos a sugerir que esta suerte de franca o amortiguada mezcolanza
social, tiene que ver con el origen de las nuevas “clases altas”, que a diferencia de la
desplazada oligarquía terrateniente en 1952, han logrado amasar fortunas en unas pocas
décadas, pero carecen de “pedigree”, es decir que sus orígenes, lejos de ser “muy
aristocráticos” proceden de la muchedumbre popular que escaló posiciones sociales al
calor de la Revolución Nacional. Por tanto, no se trata precisamente de una burguesía
consolidada y afincada en la tradición de los árboles genealógicos, los apellidos, los
blasones y tradiciones familiares elitarias de larga data. Por ello, estos capitalistas
noveles, todavía no han logrado acumular suficiente capital social y cultural como para
consolidar espacialmente un barrio de clase alta que indiscutiblemente exprese su
hegemonía social, como podría ser el caso de Santa Cruz y en alguna medida La Paz.

En la misma forma, las villas y los barrios populares no son francamente homogéneos, no
constituyen espacios de “miseria franca”, también aquí llega la ideología arquitectónica de
los sectores dominantes: si el poblador ha logrado acumular un excedente, pero
insuficiente para lograr el cambio de barrio, entonces invierte este ahorro en adquirir
ciertos bienes de consumo que pasan por los electrodomésticos, el televisor, la bicicleta,
la motocicleta, inclusive la movilidad de segunda o tercera mano, para avanzar hacia
mejoras en su vivienda, como la sustitución del piso de tierra por el de cemento y luego el
mosaico, el revocado y estucado de los interiores, luego la pintura, y lo más importante
para comenzar a “figurar”, el acabado de la fachada, el añadido de algunas piezas
nuevas, incluido un baño con azulejos y una cocina con mesones y lavaplatos, y si
todavía se puede, el terminado de una coqueta verja, imitando algún “modelito” de la zona
Norte. Si la situación mejora, se levanta una planta alta o incluso se avanza hacia una
nueva edificación con hormigón armado, materiales de construcción de primera y
lógicamente con un plano arquitectónico de diseño exclusivo, que imite en lo posible “el
chalet” residencial de Cala Cala o Queru Queru. Por último, igual que en el caso anterior,
en medio de los soportes materiales que organizan las economías de subsistencia,
aparecen, primero tímidamente y luego con mayor nitidez, salpicados en uno u otro sitio,
en forma aislada o en pequeños grupos, formas de hábitat que corresponden francamente
a los valores ideológicos de las clases dominantes.
VI. LA PARTICIPACIÓN POPULAR EN EL DESARROLLO URBANO

Si por “participación” entendemos la presencia de organizaciones del movimiento popular


en la toma de decisiones del poder local y en las acciones concretas de construcción de la
ciudad; hablar de la participación popular en el proceso urbano de Cochabamba, es hacer
referencia en lo esencial, no a un proceso histórico concreto, ni siquiera a episodios
significativos de los que se pudieran rescatarse experiencias específicas; sino apenas de
una serie de reflexiones que debieran comenzar por plantearse las causas de la ausencia
de un movimiento social urbano real que tuviera la capacidad de cuestionar seriamente el
desarrollo urbano actual.

Es evidente que los mecanismos de control ideológico que actúan sobre los pobladores
de los barrios periféricos son eficaces y abundantes; sin embargo, los factores negativos,
las adversidades y los rigores a que están sometidos por este proceso urbano, son lo
suficientemente duros como para sacudir a la conciencia más conformista. No creemos
que el mensaje ideológico del capital sea más fuerte que las penalidades de la vida
cotidiana, que la dureza de convivir con un paisaje de basurales, con una eterna costra de
polvo sobre la que reposan nubes de insectos, con caminatas interminables cuesta arriba
y cuesta abajo para llevar al hogar un poco de agua contaminada o alimentos
trabajosamente adquiridos.

Cochabamba ha recibido con mayor fuerza que otras ciudades el impacto de la Reforma
Agraria y el acelerado deterioro económico y social de la economía campesina. El
minifundio, la ausencia de ayuda técnica y financiera, la ausencia de renovación
tecnológica, el creciente intercambio desigual entre campo y ciudad; configuran entre
otros muchos factores las causas del continuo flujo migratorio. De esta manera, en el
ámbito urbano se configura un cuadro, donde están presentes todos los ingredientes, que
en otros contextos de América Latina han determinado el surgimiento de poderosos
movimientos urbanos de resistencia y cambio. Es más, sin echar mano a estadísticas, se
puede concluir que la lógica capitalista de construir esta ciudad, con todas sus
manifestaciones contradictorias, además, pone en evidencia la distribución
profundamente desigual de una masa de beneficios urbanos que favorecen al minoritario
bloque de poder y sus aliados, en tanto el enorme volumen de desventajas y deficiencias
es profusamente distribuido entre el conjunto de la clase trabajadora.

Sin embargo, Cochabamba en rigor, no posee una historia, aún modesta, de movimientos
urbanos que realmente hubieran planteado un cuestionamiento serio y sistemático a esta
lógica urbana. En consecuencia, intentaremos esbozar una respuesta a la preguntas
planteada: ¿Cuáles son las causas para el no surgimiento de un movimiento social urbano
genuino, en nuestra ciudad?

Si tomamos como referencia conceptual de este tipo de acciones ciudadanas la


formulación de Castells (1983) en sentido de que un movimiento social urbano, es
fundamentalmente aquél que plantea un cambio cualitativo en la estructura urbana y en la
lógica de reproducirla, como medio para acceder a mejores condiciones de vida y trabajo;
la pregunta anotada, tiene este tipo de connotación. Sin embargo, vale la pena aclarar
que lo anterior no se refiere precisamente a los movimientos de protesta por
reivindicaciones de parcialidades (abastecimiento, trasporte público, infraestructura
básica, carestía de algunos componentes de la canasta familiar, etc,), que no cuestionan
la calidad de estructura urbana, sino apenas tratan de hacerla más soportable.

Para avanzar hacia la respuesta que nos proponemos, debemos analizar las acciones del
movimiento popular con relación a la lógica capitalista de construir la ciudad. Con este
propósito, no vamos a abordar el análisis de situaciones más histórica como las primeras
invasiones de tierras de la zona Sud que tuvieron lugar en la década de 1950 e inicios de
los 6015, en provecho de dirigir nuestra atención a la coyuntura actual, es decir el
movimiento ciudadano que surge bajo la forma de “juntas vecinales”.

Estas organizaciones que se establecen en la década de 1970 en las principales ciudades


del país y se aglutinan en torno a la Federación de Juntas Vecinales (FEJUVE), surgen
más como respuesta a coyunturas políticas concretas, como las prohibiciones de los
gobiernos militares de corte fascista, a dar curso a la expresión libre de los partidos
políticos en general y a los de izquierda en particular. Las reivindicaciones iniciales de las
juntas vecinales sirvieron de “válvula de escape” al descontento ciudadano, haciendo
énfasis en cuestiones como el abastecimiento, los bajos salarios, las alzas excesivas en
el transporte urbano y en los productos de la canasta familiar; en suma, en el
encarecimiento general del costo de vida, impactado por una serie de desaciertos en la
política política económica estatal. Es decir, que inicialmente este movimiento estaba más
dirigido a intervenir en la gestión de la economía urbana que en su proceso espacial. Su
mismo carácter organizativo, del que emergen, por ejemplo, “los comités de amas de
casa” estaba orientado a reivindicaciones económicas y políticas.

De esta manera, las juntas vecinales ocuparon un lugar relevante en las luchas por el
retorno a la democracia y su presencia fue constante, tanto durante el último periodo de
los gobiernos militares como en el gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP),
en el control del abastecimiento y en la búsqueda de canales y formas de participación
popular en el suministro de artículos de primera necesidad y el auxilio eficaz a las

15 En la segunda mitad de 1959 y a lo largo de 1960, las áreas verdes municipales de las colinas de Cerro Verde y San
Miguel fueron ocupadas por un movimiento de pobladores que reclamaban convertir dichas áreas en barrios
populares. Luego de incontables confrontaciones y prolongados trámites judiciales que se extendieron por varias
décadas, los sindicatos pro-vivienda de ambas colinas lograron su cometido. Este fue sin duda, un movimiento
social urbano que obligó al municipio a cambiar el uso del suelo en los predios afectados, introdujo la
autoconstrucción de viviendas y demostró la capacidad de los sectores populares para organizar su barrio. Sin
embargo, la naturaleza de las reivindicaciones no estaba dirigida a cuestionar la pésima calidad de vida urbana que
padecían los barrios periféricos, sino extender este modelo a las colinas mencionadas, puesto que el intereses
principal era consolidar un asentamiento próximo a la Cancha que era la fuente de trabajo de la mayoría de los
ocupantes y de paso, hacerse con uno o más lotes que con el correr del tiempo acumularan plusvalía justamente
gracias a esa proximidad. Por tanto, si bien este movimiento pese a la cerrada resistencia del Municipio consiguió
su objetivo, su lucha no fue por mejorar las condiciones de vida de los habitantes de los barrios y villas populares,
sino por conseguir mediante la ocupación mencionada, lotes que se favorecieran de las ventajas de la localización y
gozaran de una expectativa para valorizarse con el tiempo. Naturalmente como algo más bien subsidiario, se
resolvió su problema de vivienda mediante la autoconstrucción, sin que por ello mejorara en algo la calidad del
asentamiento que durante muchos años careció de cualquier tipo de infraestructura básica.
campañas de salud. Indudablemente, es en este terreno donde se desarrollan las
experiencias de participación más significativas.

Sin embargo, la acción de las juntas vecinales está marcada por muchas contradicciones,
por una parte, al lado de momentos de elevado grado de combatividad y resistencia
donde protagonizan aguerridas movilizaciones con bloqueos masivos de arterias urbanas,
con las consiguientes represiones y persecuciones sañudas a las dirigencias; se dan otros
momentos en que este movimiento se divide entre caudillos locales y se presta, por
ejemplo, al apadrinamiento de autoridades ediles o candidatos a tales, de dudosa
solvencia, o lo que es peor, protagonizan hechos bochornosos nunca suficientemente
ventilados, respecto al acaparamiento y reventa ilegal de los suministros proporcionados
por el Estado con precios subvencionados.

Las juntas vecinales estaban presentes en todos los barrios de la ciudad, reivindicando
siempre en forma puntual mejoras para sus respectivas jurisdicciones, es decir, reclaman
una administración más eficaz por parte del Municipio sobre cuestiones como el
abastecimiento de artículos de primera necesidad, el recojo de basura, el alumbrado
público el suministro de agua, la pavimentación de algunas calles, etc. En suma. Nunca
se supera esa visión atomizada o parcelada que se tiene de la problemática urbana, para
avanzar hacia reivindicaciones y cuestionamientos más amplios y consistentes. Por otra
parte, nunca se planteó a nivel de la cúpula directiva de estas organizaciones a nivel
departamental o nacional, una postura alternativa al desarrollo urbano. En realidad, fueron
notorias las diferencias entre las plataformas de lucha de las juntas vecinales de los
barrios del Norte y el Sud de la ciudad, lo que con frecuencia dio lugar a conflictos
intestinos.

Al lado de las juntas vecinales, emergieron las llamadas “Juventudes de los Barrios
Marginales” que igualmente participaron en forma activa en las luchas políticas
anteriormente aludidas. Estas agrupaciones, a diferencia de las juntas vecinales,,
agrupaban a sectores de procedencia obrera, clases medias pobres, artesanos,
gremiales, etc. Desarrollaron un marco de actividades más amplio y consistente, tanto en
lo político como en el marco de nuevas formas de integración cultural de los pobladores
de la periferia a la vida urbana de moldes occidentales, pero siempre conservando el
punto de vista de los intereses populares.

Un rasgo notable que ilustra la naturaleza de estos movimientos es su explicación del uso
del término “marginal”, no solo como un autoreconocimiento a una supuesta situación de
“vivir al margen” o ser “marginados”, sino sobre todo, porque esta etiqueta, en su relación
con el Estado, les proporciona ventajas para obtener algunos beneficios políticos y
sociales. El apelativo de “barrios marginales” tiene esta connotación y las instituciones del
Estado y la propia Iglesia, que interviene en estos contextos, a través de los “centros
parroquiales”, utilizan la ideología de la marginalidad no solo para explicar y
autoconsolarse sobre la realidad de la miseria urbana, sino para extender sobre dicha
realidad su manto ideológico paternalista, paralizando así cualquier tendencia a la
transformación de dicha realidad.
Esta aceptación de la actitud paternalista del Estado y otras instituciones, por parte de lo
pobladores de la periferia, se constituye en una pieza clave del sistema dirigido a
adormecer su evolución política y diseñar una estrategia de intervención, donde cualquier
tipo de mejora urbana, no sólo se negocia políticamente, sino incluso se reviste del
significado de “acto de buena voluntad”, de “sensibilidad social de las autoridades” o de
“acto de caridad”; pero nunca de acto de estricta justicia social, de conquista de un
beneficio arrancado al capital por la lucha librada por estos sectores “marginales”.

Sin embargo, no es suficiente anotar que el poder local y el Estado tienen capacidad de
controlar ideológicamente el movimiento popular, por lo menos en el ámbito urbano.
Concluir en estos términos una posible respuesta a la pregunta inicialmente planteada,
resulta insuficiente; es necesario profundizar en el origen de este comportamiento
aparentemente pasivo, que nada tiene que ver con la idiosincrasia del habitante del
suburbio.

Este fenómeno debe ser vinculado con la forma específica que toma la reproducción de la
fuerza de trabajo en nuestra formación social. A diferencia de la forma clásica que tiene
lugar en las sociedades capitalistas industriales, en nuestro caso, no se incorpora a una
porción significativa de la población a las relaciones de producción capitalista, sino que
mayoritariamente se obliga a la clase trabajadora a insertarse a formas no capitalistas de
subsistencia, pero esta inserción no es homogénea ni ordenada, sino anárquica y
profundamente atomizada y dispersa; es decir, la clase trabajadora en su articulación al
modelo de acumulación, a excepción de su fracción obrera, es minuciosamente
dispersada en multitud de estrategias de supervivencia inestables y cambiantes y, como
hemos visto, esta dispersión no solo asume una dimensión social, sino espacial.

El nuevo habitante de la periferia urbana, no solo está desamparado, obligado a resolver


individualmente y no socialmente, su articulación a la economía urbana; sino también en
los mismos términos de aislamiento e incertidumbre, debe resolver la cuestión de su
cobijo, de la apropiación de una parcela de espacio urbano para construir su precario
hábitat. Esta condición, sustituye el colectivo social de los trabajadores (el sindicato
obrero), con formas de agrupación más laxas e informales, incluso casuales, a veces en
función de su lugar de procedencia, otras por lazos de parentesco o amistad, y las más de
las veces, circunstancialmente, alrededor de un loteador de tierras,quien les trasmite una
primera noción de organización y defensa del lote que van a ocupar.

Esta forma de acceso a la tierra urbana y a los medios de subsistencia, marcas el carácter
de su futuro comportamiento. Sobre todo en el primer caso, la adquisición un lote en una
urbanización no reconocida por la Alcaldía, significa el inicio de una prolongada lucha por
legalizar esa tenencia, por hacer que el Municipio reconozca la existencia y validez del
fraccionamiento, clandestinamente ejecutado en una mayoría de los casos, para
finalmente acceder al título de propiedad, que no solo valoriza su lote sino que legaliza el
enorme trabajo y recursos invertidos para hacerlo mínimamente habitable.

De esta forma se crea una dependencia entre loteadores y pobladores, donde los
primeros adquieren (invaden) la tierra agrícola, generalmente a excolonos de fundos
afectados por la Reforma Agraria o incluso la Reforma Urbana, pero también ocupando
predios fiscales, como los de la Universidad en la zona de La Tamborada o de otras
instituciones. Los nuevos “propietarios” de la tierra, la fraccionan y la ofertan a precios
bajos que resulta muy atractiva para una extensa demanda de bajos ingresos y de nulas o
escasas posibilidades de elegir un mejor lugar de residencia. El lote es nominalmente
transferido por acuerdos verbales o documentos sin valor legal que el adquiriente se ve
obligado a aceptar. Luego, cuando el número de “nuevos propietarios de lotes” es
significativo, se organiza una “cooperativa de vivienda” o “asociación de vecinos”, incluso
un “sindicato”, etc. que da por establecida “una villa”. Esta organización conformada por
individuos heterogéneos deposita su confianza en los loteadores, quienes organizan una
directiva a su gusto y sabor, para encarar el largo trámite de legalización de la
urbanización y de la tenencia del lote. Bajo este procedimiento, el poblador, termina por
aceptar una suerte de doble pago por el lote, en pequeñas cuotas pero a plazo abierto,
para que los “dirigentes” hagan frente a los gastos de los trámites como se mencionó
anteriormente. Los promotores del asentamiento (los loteadores) en realidad no tienen
mucha prisa, pues saben que con el saneamiento de la urbanización y la entrega de los
títulos de propiedad de los lotes, termina una suerte de “modus vivendi” y también su
autoridad e influencia sobre los vecinos.

Un caso ilustrativo del proceso anotado es el que se origina a fines de la década de 1970
en las faldas de la serranía de Kiri-Kiri, protagonizado por varias villas, entre ellas la Villa
de Sebastián Pagador, organizada en base a emigrantes provenientes del Altiplano, sobre
todo del Departamento de Oruro. Sobre la base de un un primer fraccionamiento
aprobado en 1978, se establece un gran asentamiento que la Alcaldía sugiere unificar
para su “regularización”. Esta agrupación de mas de un millar de familias, permite la
consolidación de un núcleo dirigencial, que sobrepasando la norma tradicional de dar por
concluída su actuación cuando se legaliza el fraccionamiento, avanza hacia otras formas
de control social. Inicialmente organizan una cooperativa de consumo, para luego
incursionar en el área de la educación (se edifica un núcleo escolar por esfuerzo propio),
pero más adelante, los dirigentes organizan un establecimiento de enseñanza particular.
También incursionan en el área del transporte público, la cooperativa que ahora ya tiene
un rango de “multiactiva”, organza líneas de buses y microbuses, luego se embarcaran en
la construcción de galpones para un mercado, etc. De esta manera, se crea la conciencia
de que las mejoras del barrio dependen exclusivamente de los propios pobladores, es
decir, de la persistencia y los incrementos constantes de su aportes a la cooperativa y de
su fuerza de trabajo. Pero la clave es la ilusión de los pobladores, de que mientras más
aporten para que el barrio tenga equipamientos e infraestructura que otras villas aledañas
no tienen, más se valorizan sus lotes, luego los pesados aportes semanales, quincenales
y mensuales se ven como una inversión.

Los dirigentes de Sebastián Pagador buscaron el apoyo del Estado en términos de ofertar
una clientela política y no formulando reivindicaciones. “Es necesario estar bien con la
autoridad para obtener ventajas”, resumía un dirigente al informar a sus bases sobre los
acercamientos con la Alcaldía. De esta manera se ofreció apoyo político al alcalde la de la
UDP, pero luego con el mismo entusiasmo se manifiestaron partidarios de ADN y el
MNR…
La relación entre Municipio y pobladores en este caso, es un modelo de perfección desde
el punto de vista del Estado. El poder local es una especie de guía espiritual tolerante, los
pobladores son “los hijos pródigos” necesitados de orientación y consejo. Las reglas del
juego son claras: todas las reivindicaciones urbanas se deben orientar hacia el
autofinanciamiento y la autoconstrucción, así el Municipio les sugiere hacerse cargo de
operaciones técnicas de su exclusiva competencia como la regularización del
asentamiento, a nivel de diseño urbano, además de estudios de dotación de la
infraestructura de agua y alcantarillado. Mediante estas operaciones, abaratan el costo de
su presencia en la ciudad, liberan al Municipio de sus obligaciones y los pobladores se
convierten en “ciudadanos ideales” para el sistema, porque “ellos aportan y trabajan para
sus barrios”, en tanto el Municipio los contempla como un padre comprensivo hacia hijos
tan diligentes… En fin, desde la óptica estatal esta es una forma ejemplar de participación
popular en la planificación urbana…

Con el análisis aportado, comienzan a tomar consistencia las causas que determinan la
inexistencia de un movimiento social urbano. Podemos atrevernos a señalar, que tanto las
juntas vecinales como las cooperativas de pobladores y otras formas organizativas de los
habitantes de los barrios populares, no trascienden el marco de la institucionalidad urbana
fijada por el Estado, aun en aquéllos casos en que algunos aspectos del modelo de
planificación son modificados, por una parte, porque las reivindicaciones formuladas solo
apuntan a los aspectos formales de la crisis urbana y por la otra, porque dichos reclamos
no cuestionan la lógica desigual de apropiación de las ventajas y desventajas que
contiene el proceso urbano, sino apenas apuntan a mejorar la cuota parte del beneficio
que les fue asignado por el poder local. En síntesis, este movimiento no lucha por
alternativas diferentes al modo de producción urbano vigente, sino apenas se preocupa
por la reforma tibia de alguna de sus partes.

Una cuestión que salta a la vista es la hegemonía ideológica que ejerce el sistema sobre
los aspectos claves de la vida cotidiana de los pobladores de la periferia. Pese a sus
raíces culturales, a sus hábitos de vida, a sus formas de construir su hábitat; en sus actos
económicos, sociales y jurídicos, se guían por las pautas que les proporciona el sistema
capitalista. Además, es evidente que los problemas más visibles de la crisis urbana
(penuria de vivienda, contaminación ambiental, crisis sanitaria, transporte público, etc.),
no son suficientes para canalizar un grado de conciencia política y de solidaridad de
clase, que avance hacia la identificación de estos problemas con sus causas
estructurales.

El modelo de acumulación en la región, al segmentar a la masa trabajadora, en una clase


obrera minoritaria con elevada conciencia política y una enorme masa de trabajadores
informales poco concientizados sobre su situación real; permite a los aparatos ideológicos
del sistema penetrar profundamente en la conciencia de estos sectores. Veamos cómo:
Por causas que no es el caso analizar en este trabajo, el capitalismo dependiente en
Bolivia, y también en otros países, expulsa trabajadores del campo que pasan a
sobrepoblar las principales ciudades del país, los mismos que en su gran mayoría no
logran ser incorporados a fuentes de trabajo productivas y estables. Esto determina que
tales trabajadores deban apelar a sus propios medios e iniciativas para subsistir, lo que a
su vez, provoca la proliferación de modalidades distintas a las relaciones clásicas entre
capital y trabajo, dando lugar al surgimiento de trabajadores por cuenta propia o
empleados bajo sistema informales (trabajadores familiares, a destajo, jornaleros, etc.).
Estas variantes del empleo urbano determinan, como ya es conocido, la baja del nivel
salarial del conjunto de la clase trabajadora, pero además, la incorporación de toda esta
masa trabajadora al modelo de acumulación capitalista, no sólo bajo las características
anotadas, sino propiciando formas de explotación mayores a las que podrían tolerar los
obreros organizados; es decir, que el sistema capitalista vigente mantiene a una gran
masa de trabajadores con salarios inferiores a los reconocidos a la fracción obrera,
propiciando en forma franca o subterránea, el crecimiento de una basta red de
autoempleos que los mismos deben crear para subsistir. Incluso al interior de una familia
obrera, solo alguno de sus miembros se incorpora al sector fabril, en tanto el resto se
articula al sector informal, para completar de esa manera, wl ingreso mínimo vital que esa
familia necesita. Estas formas de trabajo adicional, sin duda, hacen posible la extracción
de una tasa de plusvalía suficiente para la reproducción de todos los contingentes
parasitarios de la burguesía regional.

En síntesis, el sistema capitalista, para mantener su vigencia, se apoya en un modelo de


acumulación fundado en la explotación intensa del “sector informal”, es decir, que su
estrategia esencial, es abaratar al máximo posible la reproducción de la fuerza de trabajo,
en provecho de elevados márgenes de plus valor que garanticen la reproducción de las
distintas fracciones burguesas que controlan el bloque de poder local.

Estos trabajadores no insertados a la economía capitalista como asalariados del sector


industrial, ademas de ser obligados a “crear” un empleo, también son obligados a adquirir
sus propias herramientas de tranajo, puesto que la única fuente real de captación de sus
ingresos es la venta de su fuerza de trabajo bajo tales condiciones, es decir, pero bajo
modalidades distorsionadas. Entonces son trabajadores que concurren al mercado de
trabajo con algunos instrumentos y medios de producción. Este es el caso, ente muchos
otros, de los albañiles que negocian la venta se su única mercadería, poniendo al servicio
del capital los instrumentos señalados como condición para incorporarse a la industrial de
la construcción, al trabajo artesanal, al trabajo de jardinería a domicilio e incluso al
comercio callejero.

Tal vez, lo más significativo de estas formas distorsionadas de articulación de la


economía, se expresan en el ocultamiento de estas relaciones informales de explotación.
Todo el esfuerzo y despliegue del aparato ideológico del capital se esfuerza por presentar
a este sujeto social con la apariencia de “trabajador independiente”, “trabajador por cuenta
propia”, es decir, que no se individualiza, en una mayoría de casos a la parte patronal,
sino, por el contrario, muchos de estos trabajadores (comerciantes ambulantes o con
puestos fijos, los dueños de pequeños talleres, los trabajadores que brindas servicios
diversos, los artesanos, etc.), se autocalifican, y el sistema hace todo lo posible para
calificarlos como “pequeños empresarios”, propietarios con mayúsculas de sus escasas
disponibilidades, confiados en su propia capacidad (“la libre iniciativa” y “la libre
empresa”), y desconfiados hacia sus iguales, a quienes consideran estrictamente como
competidores. Tales son los mecanismos sensibles que maneja el sistema, de tal manera
que estos “emprendedores” son finalmente, pequeños propietarios con iguales
oportunidades para acumular capital y escalar hacia los estándares del lujo capitalista. En
realidad, este es en esencia el contenido del mensaje cotidiano a que los someten los
medios de comunicación de masas bajo infinitas formas y despliegues.

En estas condiciones, las demandas urbanas de estos sectores no pueden superar el


marco de un “acuerdo social” no pactado, que hace énfasis en ciertos aspectos generales
y parciales de la crisis urbana, que se concilian con el interés general de estos “pequeños
empresarios”, Incluso las trabajadoras del servicio doméstico o los asalariados de estas
pequeñas empresas aspiran a ser pequeños propietarios y en general actúan como tales.
Por tanto, no solo se lucha por una mejor participación en el acceso a los servicios
públicos urbanos, sino también, por materializar aquéllos factores de valorización de sus
propiedades, como potenciales mercancías que podrían ingresar al mercado de tierras
para generar un elevado excedente que “premie” su sacrificio.

Se busca la reforma del proceso urbano, pero no su transformación. Un indicador de este


extremo es la resuelta resistencia de estos estratos a cualquier forma de propiedad
comunitaria urbana, incluso a la propiedad horizontal. Su imaginario de apropiación del
espacio urbano, no concibe otra solución que la del lote aislado, claramente delimitado y
en propiedad absoluta. Por estas razones, un movimiento en pro de una nueva y profunda
reformulación del actual proceso urbano y de la propia planificación, que se dirija a
cuestionar la actual tenencia de la tierra, etc. esta totalmente ausente de esta perspectiva.

A modo de conclusión, consideramos razonablemente clarificado el cuadro explicativo


para dar respuesta a la cuestión inicialmente planteada, sin embargo creemos importante
poner en relieve algunos juicios finales:

Un aspecto que merece ser destacado, es la insuficiencia de análisis e investigación de la


realidad descrita, no solo para avanzar hacia nuevas precisiones, sino para generar el debate
y desmitificar viejas concepciones, para que puedan ser asimiladas por los grupos sociales y
organizaciones políticas del campo popular que deseen intervenir en el proceso urbano desde
posiciones distintas a las del Estado.

La participación popular en la planificación y en la gestión urbana, sólo serán posibles, si las


reivindicaciones urbanas superan su actual marco reformista e identifican a las fuerza
destructoras generadas por el propio sistema y su modelo de acumulación y, definitivamente
se desprendan de las concepciones fatalistas o las que proclaman ser la expresión de una
suerte de voluntad divina, que les obliga a permanecer en su propia condición de miseria,
expiando supuestas culpas y pecados.

No deja der algo importante, la incorporación real y no formal, de cuadros técnicos y científico-
sociales al movimiento popular, para dotar de viabilidad técnica a las demandas socio-urbanas,
en oposición a la “ciencia urbana” que esgrime el Estado para imponer el modelo urbano que
le es funcional a la reproducción del capital. Esto implica, que la investigación urbana debe
dejar de ser una suerte de pasatiempo de círculos exclusivos. La cuestión urbana, más allá de
sus curiosidades científicas, contiene un enorme drama social de resolución impostergable. La
teoría urbana debe ser una herramienta útil para la transformación de la ciudad y no un lugar
de especulaciones y utopías urbanas intrascendentes.

Finalmente, el ejercicio de la democracia en la planificación y gestión urbana, carecen de


contenido y permanecen en el plano de una retórica formal, si sólo se trata de reivindicar la
reforma de la cuestión urbana y no su gradual transformación. Lo central no consiste en estar
formalmente preparados para participar en la política municipal, sino en intervenir críticamente
en el contenido de esa participación. Participar, incluso representando a una organización
vecinal, pero sin un programa de política urbana que fije la posición del movimiento popular
respecto al concepto y modelo de ciudad que debe oponerse a la propuesta estatal, no
significa otra cosa, que caer en el lenguaje común y conciliador de los reformistas, legitimar el
modelo urbano que se desea cuestionar y consolidar el rol paternalista del Municipio y el
propio Estado que tienen una larga experiencia en ofertar paliativos como si fueran las
soluciones que se reclaman.
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