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HUMBERTO SOLARES SERRANO

DE LA VILLA DE OROPESA A
LA METROPOLIZACIÓN
4

Para los k’chalos y k’chalas cuya


original historia debe ser el faro que
ilumine su marcha hacia el futuro.

Para Demián, Milena y mis nietos,


cuyas aspiraciones y proyectos de
porvenir son la promesa de que esta
marcha tendrá un final feliz.
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Con los auspicios de:

Gobierno Autónomo Departamental de Cochabamba


Honorable Alcaldía Municipal de Cochabamba

* CONSULADO DE ESPAÑA
* Corporación COMTECO
* Servicio de Aeropuertos Bolivianos S.A. SABSA
* Lavandería industrial EL VALLE
* GRANIZO BLANCO
* OTB CAP GERÓNIMO DE OSORIO

Humberto Solares Serrano


E-mail: solysierra33@gmail.com

Editorial GRAFISOL
Calle Sanbtivañez Nº171 entre Junín y Ayacucho
Telf. 4583705

Primkera Edición: Enero de 2011

Composición de la cubierta:: H. Solares


Fotografía de la cubierta: El Tren del Valle partiendo de la estación de Quillacollo,
hacia 1920,
original en placaq de vidrio, Rodolfo Torrico Zamudio: “Cochabamba: Memoria
fotográfica, 1908-1928”, 2010, Fundación Cultural Torrico Zamudio, Cochabmaba.
Fotografías internas: Rodolfo Torrico Zamudio: Testimonio fotográfico de
Cochabamba” Ediciones Bicentenario, 2010, Fundación Cultural Torrico Zamudio,
Cochabmaba, Cochabamba.
Diseño gráfico: Evelyn Gonzales S.
Diagramación, diseño portada: Jonathan Soliz

Depósito legal: 2-1-183-11

Queda rigurosamente prohibido, sin autorización escrita del titular del Copryght, bajo
sanciones previstas por ley, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
medio de procedimiento, comprendidos la fotocopia y el tratamiento digital en
cualquiera de sus alternativas.

Impreso en talleres de la Editorial Grafisol, Cochabamba, Bolivia.


Printed in Bolivia
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INDICE

Introducción 5

Capitulo 1: LA ALDEA COLONIAL 10

El valle precolonial 11
Las razones que dieron origen a la aldea precolonial 15
La Villa de Oropesa en sus primeros tiempos 21
La estructura interna de la Villa de Oropesa 26
Cochabamba y la decadencia de la minería potosina 33
Ciudad, arquitectura y sociedad en la época de Viedma 41

Capitulo 2: LA ALDEA REPUBLICANA DEL SIGLO XIX 49

Cochabamba a fines del siglo XVIII: el equilibrio singular entre sociedad


mestiza y poder colonial 49
La región de Cochabamba en la primera mitad del siglo XIX 55
La ciudad en los primeros tiempos republicanos 61
Cochabamba en la segunda mitad del siglo XIX 69
La ciudad de criollos y mestizos: la contradictoria evolución de la antigua
Villa colonial 74

Capitulo 3: DE LA ALDEA COLONIAL A LA CIUDAD TRADICIONAL 91

La región de Cochabamba en la primera mitad del siglo XX 93


La modernización de la aldea colonial 103
La cuestión de la modernidad y los vuelos urbanísticos en los años 40 122

Capitulo 4: CAMBIO SOCIAL, MODERNIDAD Y DESARROLLO


URBANO 158

El modernismo y la permanencia de la estructura urbana 159


La realidad urbano-regional a inicios de los años 50 166
La Revolución de Abril y la nueva fisonomía de la sociedad regional 174
El proceso urbano en los años 50: el santuario del modernismo es invadido
por las masas de Abril 185
Vivienda y Reforma Urbana: planificadores versus loteadores 195
El modernismo incompleto y el desarrollo de Cochabamba 213

Capitulo 5: LA CIUDAD EN LAS DECADAS FINALES DEL SIGLO XX:


EL PROCESO URBANO ENTRE 1965 Y LOS AÑOS 70225

Los modelos de desarrollo en los años 70 226


Cochabamba y el desarrollo nacional a la sombra de los gobiernos militares 230
La región de Cochabamba: la persistencia de los viejos roles en medio de los
tiempos de cambio 236
A. ¿Cochabamba, región central o periférica? 236
B El movimiento cívico regional 239
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C. El Pacto Militar Campesino 241


D. Migraciones o el histórico trajinar de los cochabambinos 246
E. Los efectos de la Reforma Agraria: minifundio y expansión de la economía
de mercado 249
F. La penuria del crecimiento de la economía: agricultura e industria 254
G. Región y modelo de acumulación 258
Cochabamba: de la ciudad tradicional a la conurbación 265
La irresistible lógica del desorden urbano 280
Urbanización y calidad de vida 289

Capitulo 6: LA CIUDAD EN LAS DECADAS FINALES DEL SIGLO XX:


EL PROCESO URBANO EN LOS AÑOS 80 E INICIOS DE
LOS 90 293

Ajuste estructural, nueva fisonomía estatal, pobreza y procesos urbanos 293


La región de Cochabamba: del colapso del estatismo a la era del neoliberalismo 300
La metrópoli cochabambina de fines de siglo 321
Migraciones y proceso urbano 324
La urbanización de Cochabamba y la pobreza urbana 333
Empleo, informalidad y proceso urbano 336
Urbanizaciones irregulares: el motor del crecimiento urbano 345
La planificación urbana: avatares y desafíos 354

REFLEXION FINAL: LA CIUDAD Y EL SIGLO XXI 370

BIBLIOGRAFÍA 373
ÍNDICE DE GRÁFICOS 384
ÍNDICE DE MAPAS 384
ÍNDICE DE PLANOS 384
ANEXO CARTOGRÁFICO 387
Agradecimientos

“La larga marcha de los cochabambinos” ciertamente hace honor a su título en cuanto a
su publicación se refiere, pues por muchos años fue una obra inédita y así figuró en las
referencias bibliográficas de otros libros que fueron escritos posteriormente y que
tuvieron la suerte de salir a luz con mayor prontitud. Exactamente hace algo más de 15
años, esta obra me fue sugerida por mi buen amigo Augusto Argandoña que en esa
época estaba empeñado en elaborar el Catastro Multiutilitario de la H. Alcaldía de
Cochabamba.

El primer borrador se concluyó a fines de 1997 y justamente en esa época se inició, lo


que podríamos llamar la larga marcha de su publicación. En años posteriores, este
primer borrador sufrió una serie de cambios y actualizaciones en base los aportes de
varios autores que desarrollaron nuevos puntos de vista y ofertaron nuevas fuentes de
información sobre los distintos temas abordados en el libro. Hubo algún momento en
que se pensó en sintetizar el trabajo en torno a la segunda mitad del siglo XX como una
continuación de nuestro primer trabajo: “Historia, Espacio y Sociedad, Cochabamba
1550-1950”, pero finalmente optamos por mantener intacta la estructura inicialmente
definida con la intención de ofrecer al lector no un segmento sino una visión más amplia
de lo que ha sido el drama histórico y la epopeya de los habitantes de estos valles para
construir su identidad y su lugar en la historia del país e incluso del continente.

Estamos convencidos de que la marcha de los pueblos es la marcha por los senderos que
les traza su historia, por tanto conocer como se construyeron estos senderos y como se
vencieron los obstáculos que se les pusieron al frente, identificando al mismo tiempo las
tareas pendientes que deben ser asumidas en el inmediato y mediato futuro, para que la
misma materialice las aspiraciones de progreso por el cual muchos vallunos entregaron
sus bienes más preciados y su propia vida; es el objetivo principal de este trabajo.

Sin embargo, hasta fines de los años 90 e incluso hasta el filo de la primera década del
siglo XXI, todo parecía indicar que esta obra seguiría durmiendo por mucho tiempo
más, el sueño de los justos. No obstante, y contra todo pronóstico, fueron, diríamos, la
encarnación de los principales actores de la misma, gentes del pueblo de Cochabamba
presentes en la Organización Territorial de Base Jerónimo de Osorio representada por
dos vigorosos batalladores: Hugo Pérez Montaño, su presidente y Eduardo Cossío
Argandoña, un vecino representante de la OTB; quienes rompieron con el largo
anonimato del trabajo que ahora tiene en sus manos el amigo lector. Su tesón para
golpear puertas, motivar auspiciadores, no aceptar de ninguna manera ocasionales
negativas, y sobre todo, su alto espíritu de cochabambinidad, dieron por resultado el que
fuera tomando forma y cuerpo la realidad de esta publicación. Considero que ellos
expresan bien ese espíritu valluno inclaudicable que ha inspirado este trabajo, por ello,
para ellos mi eterno agradecimiento.

Ciertamente que este agradecimiento sincero, se extiende a don Edmundo Novillo


Gobernador de Cochabamba; a don Edwin Castellanos, Alcalde Municipal de
Cochabamba; a don Javier Quinto Romero, el Cónsul General Honorario de España en
Cochabamba; al Servicio de Aeropuertos de Bolivia S.A. y a la Cooperativa Mixta de
Teléfonos Automáticos Cochabamba (COMTECO), sin cuyo concurso y apoyo
financiero, la culminación feliz de esta larga marcha editorial no hubiera sido posible.
9

También se extiende mi agradecimiento a quienes, de una u otra forma, colaboraron con


esta labor: la calidad gráfica de la obra no sería posible sin el concurso de Evelyn
Gonzáles y las innumerables correcciones a las que ha sido sometido el texto original, y
que hicieron sufrir a los buenos amigos de Grafisol, solo pudieron ser superados gracias
a la paciencia especial de Karen Alarcón. Un reconocimiento especial a mi amigo
Renato Crespo que cooperó con la parte fotográfica y a la Fundación Cultural Torrico
Zamudio, así como a los muchos que hicieron accesible buena parte de la información
utilizada o me proporcionaron buenas pistas para conseguir una parte sustancial de la
bibliografía utilizada. Todos ellos fueron una parte sustancial para la realización de este
trabajo, por ello, una vez más, ¡Muchas Gracias!
10

INTRODUCCION:

Las ciudades son probablemente las formas de realidad material más complejas creadas
por la cultura humana. Por ello mismo, difícilmente el urbanismo u otras disciplinas
pueden pretender abarcar dentro de sus límites de conocimiento toda esta multifacética
complejidad. Las aglomeraciones humanas han sido motivo de estudio desde los propios
inicios de la historia, no en vano, se admite que los albores de la propia Civilización se
vinculan con asentamientos estables donde se crearon las condiciones propicias para el
desarrollo de la escritura, las artes y la ciencia. Hombres de letras y científicos de todos
las épocas se han ocupado de reflexionar sobre su tiempo, su cultura y sus orígenes
desde la perspectiva de sus ciudades, por constituir éstas las referencias más idóneas
para recuperar memorias, añoranzas y esperanzas colectivas e individuales.

La ciudad ha sido vista con ojos de políticos, sociólogos, poetas, literatos, pintores,
músicos, viajeros, geógrafos, militares, urbanistas, economistas, médicos, juristas y
cuanto especialista en las extensas ramas del conocimiento humano existan. El tema ha
dado lugar a una enorme bibliografía, ha inspirado obras de arte, tratados de filosofía y
ciencia política, ha motivado los grandes despliegues del ingenio humano a través de
maravillosas obras de arquitectura, diseño urbano e ingeniería. Por si fuera poco, las
ciudades además han sido los escenarios donde se han desarrollado gran parte de los
acontecimientos históricos más relevantes de la Humanidad.

Es indudable que la ciudad es algo más que su envoltura física: los objetos edificados
que la conforman, las vías por donde fluye la continua dinámica social y económica que
de alguna manera proporciona sentido a su calidad de conglomerado, su funcionalidad
que posibilita la materialización de innumerables actividades, sus instituciones que
realzan su jerarquía; definen su personalidad espacial, cultural e histórica. En alguna
fuente bibliográfica que no recuerdo, quedó registrada la idea de que la ciudad es una
especie de un enorme y maravilloso libro que permite infinidad de lecturas a muchos
hombres y mujeres que procuran desde su tiempo comprender este complejo mundo
citadino, registrando sus motivaciones y describiendo los sentimientos que les provoca
esta compleja aglomeración, a través de crónicas, relatos de viajeros, descripciones de
notables o simples registros de funcionarios anónimos, todos ellos preocupados desde
infinidad de puntos de vista, de registrar la memoria de su tiempo y los imaginarios que
dan vuelo a sus esperanzas con respecto al porvenir de su campanario. Si pensamos la
ciudad como un escenario, donde los propios actores preparan continuamente "el
decorado" de sus actuaciones, es decir, de los despliegues vitales de su época, y bajo
cuya dinámica, las propias clases sociales fueron adquiriendo una fisonomía peculiar en
cada región, es por que en este proceso continuo de mejorar y preparar la escena que
representaría mejor su concepción de progreso y modernidad, no sólo se amasaron
alegorías del futuro, sino se nutrieron las acciones cotidianas con la mística del pasado,
permitiendo que sus visiones de porvenir expresaran con renovado vigor y originalidad
las viejas identidades que dieron sentido a una apropiación histórica particular.

Por ello, la ciudad y su historia son hechos singulares e irreproducibles. La historia de la


ciudad, no es precisamente, una historia de héroes y hazañas bélicas, sino algo así como
el devenir de una cotidianeidad llena de hazañas distintas, las de tenaces ciudadanos,
hombres y mujeres que tesoneramente a lo largo de los siglos hicieron posible la
realidad de la ciudad actual.
11

Sin embargo, todo este inconmensurable acopio de conocimiento está lejos de haber
agotado las posibilidades de estudio de las ciudades, pues la realidad urbana al ser no
solo la proyección sino la extensión tridimensional de la pasión creadora de los
hombres, tiene la virtud de multiplicar su complejidad en el mismo ritmo en que se
acumulan sin cesar nuevas facetas del conocimiento científico en sus vertientes sociales
y tecnológicas. Esta es la razón por la cual las urbes continúan inspirando nuevos puntos
de vista para describir su realidad o enriquecer alternativas poco trabajadas con nuevos
enfoques.

Lo que nos proponemos mostrar es esa prolongada búsqueda del porvenir, que hemos
denominado “La larga marcha de los cochabambinos”, es decir, una síntesis de la
amplitud de ese proceso histórico que transformó la tranquila y solariega Villa de
Oropesa cuyos rasgos eran todavía plenamente visibles al comenzar el siglo XX, en una
pujante urbe en proceso de metropolización al finalizar el mismo. Sin embargo, esta no
es precisamente una reseña de episodios aislados y hechos anecdóticos, una descripción
simplificada de nuestro pasado, sino más bien, un repaso del difícil trajinar de los
cochabambinos por esa sinuosa senda que conduce al progreso y al desarrollo.
Deseamos mostrar que la Cochabamba actual con sus logros y frustraciones, no es el
producto de una casualidad ni el resultado de una fatalidad. Muchas generaciones llenas
de esperanzas y aspiraciones han modelado la realidad de la urbe actual y su región. La
intención que nos impulsa es mostrar un panorama del devenir histórico que modeló la
realidad actual, pues consideramos que la angustiante pregunta de ¿quiénes somos, a
donde vamos y qué deseamos?, sólo es posible responderla desde una perspectiva
histórica, pues los desafíos del futuro, con frecuencia son apenas proyecciones del
pasado que se presentan con nuevos ropajes y apariencias novedosas. Desconocer la
delicada dialéctica que entrelaza pasado, presente y porvenir es condenarnos a andar
con los ojos vendados y tropezarnos una y otra vez, en los mismos obstáculos que
interrumpieron la marcha hacia el progreso que pretendieron las generaciones pasadas.

El largo camino recorrido desde los tiempos de la Villa de Oropesa a la Cochabamba


actual expresada en los distintos ritmos que asume la ciudad y en las diferentes
dinámicas que en ella se expresan, no definen un proceso lineal y sencillo de evolución.
Lo que tratamos de mostrar, aun en forma incompleta, es la trama compleja de pasiones,
intereses, aspiraciones, valores y conceptos, frecuentemente contradictorios y
conflictivos, que con igual incidencia y ardor fueron debatidos, impuestos y aplicados
en nombre del progreso, aunque no siempre este justificativo resulto beneficioso para la
comunidad. Las elites y las clases subalternas entrelazando sus imaginarios, sus
memorias, sus tradiciones, sus valores y sus destinos han definido un rumbo y lo han
recorrido, a veces penosamente, otras con mucho optimismo. La ciudad mas allá de su
barniz pintoresco, de la simplicidad o complejidad de su estructura física, encuentra la
manera sutil o directa de expresar esos matices, esos imaginarios, esas versiones de
modernidad o de revalorización de lo popular, a veces definiendo severos contornos de
segregación social, otros dando curso a curiosas y hasta alegres mescolanzas de
modernismo y tradicionalismo. Una tarea importante que nos hemos propuesto ha sido
mostrar las facetas cambiantes de esta realidad.

Los diferentes capítulos del texto desarrollan estas ideas en el contexto de situaciones
históricas concretas. La historia de la ciudad es también la historia de su región y del
propio Departamento. En la ciudad capital se condensan las fuerzas sociales regionales
y todas su tensiones y, en este caso, no es posible establecer diferencias de orden físico
12

o metodológico sin dañar la riqueza de las tramas y las redes que entreteje la geografía
departamental y sus gentes con la “Llajta” y “la Cancha”, pero también con otros
valores y aspiraciones, que combinados con los anteriores, le dan a la historia de la
formación social cochabambina y de su ciudad, ese especial sabor de originalidad y
riqueza que esperamos haber podido capturar de alguna manera.

La investigación desarrollada no está amarrada a una descripción lineal de las


circunstancias que fueron definiendo la forma y la imagen urbana en distintos
momentos de la evolución de la ciudad. Definitivamente no se trata de una historia de
los rasgos físicos de la ciudad, sino de una historia social urbana, donde el resultado
físico es continuamente contrastado con los procesos económicos y sociales que
definieron esa morfología. Metodológicamente el trabajo se orienta a mostrar la
interacción entre espacio, economía y sociedad, pero sobre todo a definir las
circunstancias políticas, sociales, económicas y culturales que incidieron en los
momentos de integración o aislamiento de Cochabamba respecto a la economía nacional
e incluso internacional y, cómo tales procesos incidieron a su vez en la ideología del
desarrollo y en las prácticas sociales que organizaron el territorio, la ciudad y la propia
reproducción de la formación social.

Por tanto, una vez más, no se trata de un estudio estricto de la forma urbana de
Cochabamba, estudio que además, nos parece poco interesante dado el gran riesgo que
corren trabajos de esta naturaleza, al reducir un fenómeno de gran riqueza y
complejidad, a una mera descripción de lugares y sitios desligados de su esencia
formativa y significativa. La intención es mostrar cómo la estructura espacial y el
ordenamiento territorial resultante encuentran sentido y significación como parte
sustancial y dimensión material de la dinámica de los hombres y mujeres para producir
bienes de valor económico y cultural, incorporando a esta dialéctica la construcción de
su propio hábitat. La idea es aportar a una explicación ágil y directa sobre una temática
normalmente compleja con el objeto de proporcionar materiales de reflexión a los
planificadores, pero también a los profesionales que organizan el espacio desde diversas
disciplinas, y especialmente a los ciudadanos comunes que viven y sufren las
imperfecciones de una adecuada correspondencia entre hábitat y sociedad.

Otra aspiración es ayudar a reforzar una conciencia colectiva a cerca de la importancia


que tiene el desarrollo urbano y la discusión a cerca de la ciudad deseable y sostenible,
para el desarrollo regional y para la mejora cualitativa de las condiciones de vida. En
suma, aspiramos a promover una profunda discusión sobre la evolución de la ciudad de
Cochabamba, sobre sus tendencias y la fisonomía que deseamos para ella en el siglo
XXI en el marco de un debate más amplio sobre el desarrollo y el porvenir que los
cochabambinos desearan proporcionarse a sí mismos y al país, una vez que dicho
debate podría ser altamente ilustrativo para definir nuestras aspiraciones de modernidad,
nuestro papel como sociedad regional y la clase de futuro que desearíamos para las
nuevas generaciones de habitantes urbanos o metropolitanos que habitarán el valle de
Cochabamba en los próximos decenios. El lector juzgará si fuimos muy ambiciosos o si
en alguna medida desarrollamos algún aporte. El autor, un cochabambino de corazón
pero no de cuna, preferirá, en todo caso que sean los propios lectores quienes extraigan
las conclusiones a este trabajo.

Por último, debemos aclarar un par de aspectos: por una parte, la versión original de
este ensayo fue iniciada en 1995 y concluida en 1997, luego fue revisada en forma
13

intermitente, hasta una última lectura efectuada en 2010, oportunidad en que se


añadieron algunos detalles, precisiones y actualizaciones. Por otra, que el arco de
tiempo que abarca la investigación, se extiende desde los remotos tiempos
precolombinos hasta la década final del siglo XX. Estuvimos tentados de extenderla
hasta los primeros años del siglo XXI, pero la riqueza y complejidad de los eventos que
tienen lugar entre los años los años finales del siglo pasado y el presente, no solo
corresponden a un proceso apasionante de la vida nacional que todavía no concluye,
sino que definen una nueva y original etapa en la historia de la ciudad, todavía en curso.
Finalmente se puede extrañar la aparente ausencia de respaldo estadístico, en realidad
este está presente a lo largo del texto, pero hemos deseado no agobiar al lector con
ejercicios numéricos y erudiciones que gustan al mundo académico, pero que no son
necesariamente gratificantes para el ciudadano común, a quién en especial está dirigido
este texto. En lugar de ello, nos hemos propuesto ilustrar la realidad con mapas y planos
demostrativos de los diferentes aspectos analizados para hacer accesible el contenido.
14

CAPITULO I
LA ALDEA COLONIAL

La fundación de la Villa de Oropesa como el caso de los cientos de fundaciones que


propiciaron los españoles en el Nuevo Mundo no fue un hecho casual o caprichoso. La
incorporación de los valles centrales andinos de Charcas o el Alto Perú a la economía
colonial, tuvo lugar en el contexto de la estructuración espacial y territorial que supuso
hacer viable la explotación de las inmensas riquezas potosinas a partir de la segunda
mitad del siglo XVI. Por tanto el primer ordenamiento territorial y las primeras formas
de alteración significativa del marco natural de estos valles se relacionan con la
emergencia del polo minero de Potosí. En efecto, la existencia concentrada de metales
preciosos como la plata que con mayor pasión perseguían los conquistadores, determinó
que el espacio geográfico de lo que de lo posteriormente sería la Audiencia de Charcas,
pasara a formar parte de una esfera productiva que raudamente se integró a la dinámica
de la naciente economía mundial, como proveedora de dichos recursos para llenar las
arcas de la metrópoli hispana, pero en realidad para enriquecer a los poderosos
comerciantes venecianos, genoveses, galos, holandeses, ingleses y teutones que un par
de siglos más tarde sentarían las bases del capitalismo moderno.

Los modeladores del espacio de Charcas y de su economía fueron por tanto Potosí
como el centro minero y Lima como la sede principal del poder colonial. Ciertos autores
como Sempat Assadourian (1982) y Miguel Glave (1989), han sugerido que el "cerro
rico" operó como el verdadero motor de la economía colonial. El descubrimiento de los
ricos yacimientos argentíferos en 1545 fue el punto de partida de toda una gigantesca
estructuración espacial y social para crear las condiciones generales de desarrollo de la
naciente economía de la plata. La forma como Potosí y Lima se vincularían y
establecerían flujos de comunicación y sobre todo de transporte de las riquezas
minerales, en forma estable y segura, fueron los motivos fundamentales de la
organización territorial de Charcas para imponer el orden colonial. Lima cumplió el rol
de centro político y difusor de los intereses y valores del Estado colonial. A Potosí le
correspondió el rol económico de centro productor de riqueza, por tanto la creciente
población española y de fuerza laboral indígena que comenzó a aglutinar requería ser
abastecida con la dieta europea y aborigen simultáneamente. Este requerimiento pasó a
ser cubierto por un hinterland regional de valles andinos entre los que se encontraban
los valles de Cochabamba. Lima, ante la necesidad de afianzar su hegemonía sobre tan
enorme fuente de riqueza logró el monopolio del comercio con los puertos españoles,
prohibiéndose a su vez la producción local de géneros que hicieran la competencia a
dicho comercio. Así se consolidó el centro político y comercial limeño y el centro
productor minero, que durante casi dos siglos tejieron la estructura del espacio y la
economía colonial (Ver Grafico 1).

El valle de Cochabamba, sin embargo, no solamente fue el escenario donde se fundó y


desarrollo la Villa de Oropesa, ni este episodio fue el único significativo. En realidad,
no existe precisión sobre cómo y que antigüedad tuvieron las primeras formas de vida
humana en este y los valles aledaños. Constituida la ciudad se inicio un lento proceso de
consolidación y maduración de la sociedad colonial que duró algo más de dos siglos, a
los que se debieran sumar un número impreciso de decenas de años y tal vez varios
siglos de ocupación de este territorio por diversas formas de cultura prehispana.

Lo anterior hace imperioso dividir el análisis que abarca el presente capítulo, en por lo
15

menos tres periodos: uno precolonial que analizaremos brevemente; otro fundacional y
de constitución del espacio de la sociedad colonial valluna; y finalmente, un tercero que
haga referencia al debilitamiento del orden colonial paralelo a la decadencia de Potosí.

El valle precolonial:

No existen demasiados indicios que permitan reconstruir con un grado de precisión


satisfactorio el tipo de vida y el grado de desarrollo cultural de las primeras
formaciones sociales que habitaron el valle de Cochabamba. Es más, no se han
encontrado vestigios de una cultura originaria de este territorio, pero sí se han
encontrado abundantes materiales arqueológicos pertenecientes a diferentes etnias
andinas. Es decir, que el valle de Cochabamba y otros próximos parecen haber sido
"visitados" desde tiempos remotos por diversos pueblos andinos cuyo hábitat natural
fueron las planicies altiplánicas, las orillas del Lago Titikaka o incluso las zonas
costeras del Océano Pacífico.

John V. Murra (1975) entre otros estudiosos, introdujo una interesante hipótesis para
explicar estos hechos aparentemente extraños, sobre todo porque contradecían la
creencia generalizada de una prolongadísima presencia incaica en estos territorios. El
citado autor, para explicar la presencia de colonias de lupacas, aymaras y otros
antiquísimos reinos andinos, incluso anteriores al Imperio Incaico, introdujo la noción
de "control vertical de pisos ecológicos" como el eje de ordenamiento del espacio y la
economía en las formaciones andinas precoloniales. De esta manera esbozó una
explicación sobre las formas de apropiación del territorio que desarrollaron los antiguos
reinos para acceder a diversos recursos naturales imprescindibles para su supervivencia
y que no podían ser producidos en las condiciones climáticas de su hábitat natural. Así
los reinos asentados a orillas del lago Titikaka, como los de las costas del Pacífico o la
puna andina, poseían tanto en estos territorios, como en los valles mesotermicos y los
yungas una suerte de poblaciones residentes o colonias que desarrollaban una especie de
agricultura y pecuaria complementaria para abastecer sus reinos de origen. Estos
primeros colonos del valle central fueron conocidos como mitimaes o mitimaqs
(MURRA, obra citada.) -Ver Mapa 1 y Gráfico 2.

El escenario de estos primeros poblamientos se enmarca en el contexto de las extensas


cuencas interandinas que configuraron, entre otros, los valles de Cochabamba,
Chuquisaca y Tarija, siendo el primero el más extenso y notable de todos ellos por su
fertilidad y sus bondades climáticas (Ver mapas 2 y 3). Este valle en realidad, se
subdivide en tres más pequeños, cada uno con sus propias características fisiográficas y
ecológicas. Entre éstos, el valle del centro o Valle Bajo, atravesado por un río montano
de Este a Oeste, que más tarde se llamaría río Rocha, depositaba tierras aluviales o
"lamas" de gran valor agrícola, por lo que era el más fértil de los mencionados. En toda
la parte central de este valle, desde las estribaciones de la serranía de San Pedro hasta
los confines de Vinto, en un espacio seguramente paradisíaco donde abundaban las
lagunas y las vertientes, los mitimaes sembraban maíz y otros productos en forma
continua y sin necesidad de dejar las tierras durante el estío. Sin duda, este valle poseía
las tierras fértiles, más extensas, con buenos pastizales para el ganado y óptimas
condiciones microclimáticas para la producción de cereales europeos como el trigo,
además en sus bolsones húmedos se producían abundantes cosechas de maíz y
tubérculos. Estos valles recibieron el denominativo de valles centrales y pese a estar
intercomunicados entre sí, geográficamente se encontraban aislados por un escarpado
16

cordón cordillerano que los separaba de otras regiones e impedía severamente una
conexión más fluida con el altiplano e incluso con otros valles andinos. Similares
cadenas montañosas hacia el Norte y el Oriente impedían a estos valles lograr una
vinculación más directa con las llanuras amazónicas. Pese a esto, los valles de
Cochabamba no eran callejones sin salida. Los trajines de quechuas, aymaras y otras
etnias se posibilitaban siguiendo hacia el Occidente el curso de los ríos. Sin embargo,
dichos valles estaban a trasmano de los caminos que conducían los flujos de productos y
productores de las tierras altas hacia la cuenca del Pacífico o las llanuras tropicales más
accesibles desde Chuquiago (Ver mapas 1 y 4). No obstante, los diversos pueblos
andinos que alcanzaron los valles de Cochabamba, lo hicieron transitando los lechos de
los ríos Arque y Tapacarí, que se convirtieron en la ruta natural que comunicó estos,
tantas veces citados valles centrales, con la meseta andina a lo largo de muchos siglos.

No existe un registro exhaustivo del poblamiento étnico del valle y de la forma como
estaban organizadas estas colonias. Lo probable es que se trataba de asientos de
migrantes cuya ocupación del territorio y el sentido de organización del mismo se
perdieron con los efectos de la expansión incaica e hispana. Por lo menos desde
mediados del siglo XV, la población de estos valles vio alterada profundamente su
forma ancestral de organización por la expansión del Imperio Inca sobre estos territorios
y luego la posterior presencia de los conquistadores hispanos. Estos hechos dieron lugar
a una compleja red de tenencias de tierras y derechos sobre éstas, promoviendo cruces
de intereses inter e intra-étnicos que dividieron el territorio y lo hicieron vulnerable a la
acción disolvente de los colonizadores europeos.

Diversas fuentes arqueológicas y testimonios de los primeros pobladores aborígenes que


convivían con los españoles y que se conservan en el Archivo Histórico de la
Municipalidad de Cochabamba, sugieren que el Valle Bajo estuvo habitado inicialmente
por colonos agricultores y pastores que se los conocía como Cotas y Cavis, además,
coexistían al lado de estas etnias, los Uros que desplegaban sus habilidades de balseros
en el legendario lago y río de Esquilan como en las numerosas "khochas" o lagunas que
existían en el valle central. El valle alto también estaba colonizado por Cotas y las etnias
Chuis. También existían grupos Aymarás como los Soras que lograron controlar las
regiones de Tapacarí y Sipe Sipe (Gordillo y Del Rio, 1993) -Ver mapa 5-.

Las extensas redes de pisos ecológicos que sugiere Murra al parecer fueron organizadas
a partir de grupo nucleares con lazos de parentesco que se asentaron en "bolsas de
suelos fértiles" (Larson, 1992) a lo largo de los valles mesotermicos andinos. Los
mitimaes que habitaban estos asentamientos cultivaban algunos cereales como el maíz,
tubérculos y ají e incluso coca en las zonas de yungas. Una vista panorámica de las
cuencas interandinas seguramente podría mostrar una sucesión de pequeñas aldeas de
formaciones sociales comunitarias o ayllus, férreamente separados de sus vecinos que
con frecuencia eran hostiles entre sí, pero en compensación, estaban unidos por fuertes
lazos de parentesco a reinos étnicos en el altiplano. De esta manera cada reino andino
poseía un nivel de control sobre una cierta diversidad ecológica que hacía factible
alcanzar un grado de diversidad alimentaria que a su vez posibilitaba la supervivencia
en las áridas mesetas y punas de los Andes (Ver Mapa 6).

Esta forma, tal vez milenaria de ocupación de los valles centrales, se vio bruscamente
interrumpida por la irrupción del Imperio Inca y la posterior llegada de los españoles en
la segunda mitad del siglo XV. Diversas fuentes concuerdan en admitir que el Valle de
17

Cochabamba fue incorporado al Imperio Incaico durante el reinado de Tupac Yupanqui,


quién introdujo importantes modificaciones en el mosaico de aldeas y comunidades
aisladas. Una de sus primeras medidas fue trasladar algunas etnias como los Cotas y
Cavis al Valle de Sacaba y a las fronteras de Pocona y Mizque amenazadas por
incursiones de etnias hostiles. Este mismo Inca intervino sobre los asentamientos en el
Valle Alto e inició una política de relocalización de las etnias, así como de reasignación
de sus actividades productivas, especializándolas en labores específicas como la
agricultura, la ganadería y los tejidos en favor del Estado Inca. Así tuvieron lugar las
primeras transferencias de pobladores provenientes de regiones distantes como el caso
de los Collas y Carangas de la meseta andina y posiblemente de los Chilques del sur del
Cusco. Con Huayna Kapac se consolidó la presencia del Imperio Incaico en los valles
de Cochabamba. Algunos estudios basados en diversas fuentes, sugieren que en el Valle
Bajo se apartaron tierras denominadas Cala Cala para reforzar el poder de ciertos
linajes reales y posibilitar el desarrollo de funciones religiosas. En estas tierras
cultivadas por yanaconas se edificaron "Acllahuasis", es decir casas donde habitaban las
"acllas", mujeres elegidas por su belleza para desarrollar labores textiles y de apoyo a
la producción como la distribución de chicha y otros menesteres. Estas acllas estaban
sometidas al control de las "mamaconas", especialmente aquéllas consagradas a las
labores de culto (Gordillo y Del Rio, obra citada: 30-33). Al respecto se anota:

Durante el temprano periodo colonial era factible en el Valle Bajo encontrar


evidencias de la presencia de mamaconas: depósitos, corrales hacia la sierra,
edificios, acllahuasi donde estas mujeres habitaban, ubicados junto a una fuente
para que se’"lavaran’ y efectuaran sus rituales. Inclusive, aun vivía un colla
viejo llamado Guallata, quién había sido 'guardia de las dichas mamaconas'.
Actualmente, la toponimia Wayruro y Taquiña evocan ciertas categorías de
acllas como las Huayrur acllas - conformadas por las más bellas de quienes el
Inca elegía a sus esposas- y las Taqui acllas - que agrupaban a las cantoras
(Gordillo y Del Rio, obra citada)1.

De acuerdo a Waldemar Espinoza (2003) fue en realidad el Inca Tupac Yupanqui quien
hizo efectiva la invasión y conquista del valle de Cochabamba, habitada originalmente
por las etnias de Cotas, Chuy y Sipe Sipe, quienes fueron convertidos en mitimaes y
trasladados hacia la frontera con los chiriguanos en las zonas de Pocona y Misque como
se mencionó anteriormente, donde les asignaron nuevas tierras. El citado Inca se
adjudicó para sí las tierras de Cala Cala haciéndolas trabajar con mitayos del lugar. Sin
embargo, fue Huayna Capac quien confiscó la totalidad de las tierras del valle central
expulsando a la población nativa y repoblándola con mitimaes. Espinoza sostiene que
este Inca hizo caminar hasta Cochabamba a 14.000 trabajadores procedentes de diversas
etnias: Quillacas, Chilques, Chiles, Collas de Azangaro, Uros y Soras de Paria,
Caracaras, Chichas, Charcas y Yamparaes, además de Cuntis o Condes reasentados en
Wuayruro y Condebamba e incluso indios Icas dedicados a la siembra de ají y maní en
un sitio denominado Icallunga o Icapampa, además de indios yungas plateros
provenientes de la costa peruana cercana a Lima. En suma, el Valle de Cochabamba fue
repoblado por gente trasladada de muchos lugares del Tahuantinsuyo.

Nathan Wachtel (1981) describe en detalle episodios de este proceso y examina el


repartimiento de tierras vallunas que efectuó el Inca Huayna Capac a las diferentes
1
En la obra de Macedonio Urquidi (1949) se puede encontrar una interesante sinopsis de la toponimia
indígena en la zona que hoy corresponde al Cercado.
18

etnias relocalizadas mediante “suyos”2, a través de los cuales fue estructurado un amplio
archipiélago estatal consagrado a la producción de maíz en gran escala, estando
asegurado el mantenimiento de la fuerza de trabajo necesaria para este emprendimiento
mediante el autoabastecimiento que suponía la producción de subsistencia de los citados
suyos.

Gordillo y del Rio (obra citada), sugieren que todo este proceso, constituyó una enorme
empresa que solo pudo ser factible bajo un estricto control de bienes y servicios a cargo
de una estructura de mandos y jerarquías, donde quienes posibilitaban la materialización
de esta formación social sustitutiva de los antiguos asentamientos independientes de
etnias eran los "señores principales" de las naciones involucradas que proveían el
caudal necesario de fuerza de trabajo, razón por la cual tenían gran ascendiente y eran
recompensados con determinados bienes (tierras, esposas, objetos suntuarios, yanas,
etc.) llegando algunos de ellos a cargos privilegiados en el aparato estatal. Así mismo se
sugiere que a lo largo del dominio cusqueño se estructuraron múltiples alianzas de
diversa importancia con los caciques locales, quienes cobraron vigencia y privilegios en
función al "número de cabezas de familia" que controlaban con el objetivo de ejercer un
dominio y control indirecto sobre los valles y someter a los diferentes mandos de las
etnias a través de un sistema de favores y privilegios. Este control estatal convirtió los
valles en un enclave de múltiples funciones económicas, militares y religiosas que
favorecieron la expansión incaica en su último periodo, en cuyo contexto se
distribuyeron tierras y se organizó la fuerza de trabajo sobre la base del sistema decimal.
Estas iniciativas de organización social y política para controlar los nuevos territorios en
los valles andinos, fueron las que posibilitaron a los caciques o señores de las etnias a
plegarse a la nueva organización estatal que emergió con la destrucción del dominio
Inca a manos de los conquistadores hispanos.

De acuerdo a Brooke Larson, el panorama trazado por Gordillo y Del Río, permite
entender mejor “la estratégica - y quizás- única posición” que ocuparon los valles de
Cochabamba en el mundo andino. Desde esta óptica, estos valles fueron unos
"microcosmos de pluralismo étnico", unas tierras de encuentros y trajines, pero sobre
todo de producción de alimentos básicos como el maíz que permitieron materializar
toda una estrategia de complementariedad entre las punas andinas y los valles
mesotermicos, estimulando la colonización y la coexistencia pacífica de diversos reinos
del altiplano, "desde el sur del Perú hasta el norte de Chile". La intervención incaica, a
través de Huayna Kapac vino a promover importantes modificaciones en este mosaico
étnico, pero sin llegar a destruir el principio de organización de pisos verticales a que
estaban articulados estos valles. El Estado Incaico modificó sin embargo la organización
de pequeños bolsones o asentamientos étnicos relativamente diversos y dispersos, en
provecho de la intensificación y centralización de la producción. De esta manera, el
Valle Bajo pasó a convertirse en un gran centro de producción de maíz. Las abundantes
cosechas recogidas, sin duda muy superiores a todo lo logrado por los diversos
asentamientos previos en forma independiente, fueron distribuidas a las poblaciones de
los dilatados territorios de Imperio, pero además almacenado para el consumo ritual de
los Incas, así como para hacer frente a situaciones de crisis alimentaria. De acuerdo a
Larson, Cochabamba fue realmente un centro neurálgico del Estado Inca (Ver Mapa 7):
2
Estos suyos, de acuerdo a Wachtel (obra citada: 32) vendrían a ser una suerte de “bandas estrechas y
alargadas transversales al valle (de norte a sur o de noroeste a sudoeste) de una extremidad a otra.
Todas estas bandas son de igual anchura (44 ‘brazadas’) pero de largo diferente según la configuración
del valle (de 2 a 4 e inclusive 5 kilómetros). Tomando en cuenta la asimetría que presenta este último, los
suyos van, con gran exactitud, de la cordillera septentrional al mismo río Rocha”
19

En efecto, en el contexto de este horizonte pan-andino, el valle de Cochabamba ocupó


un lugar estratégico. La escala de la inversión Inca en caminos, infraestructura de
almacenamiento, rebaños reales de llamas para el transporte, distribución de tierras y la
movilidad planificada de la fuerza de trabajo, constituyen evidencia suficiente para
entender la magnitud e importancia de la región en término de riqueza, poder y control
administrativo (Larson, 1992).

En función de lo anterior, es posible afirmar, que los valles de Cochabamba desde su


más remoto pasado histórico fueron tierras extremadamente fértiles, y por tanto
emergieron como un espacio de convocatoria, reunión y convivencia de reinos y ayllus,
pero sobre todo se constituyeron en un portentoso escenario natural para dar cabida a
diversos pueblos que encontraron en las bondades de su clima y su tierra, la posibilidad
de su propia proyección. En todo caso, el Granero del Inca fue algo más que un enclave
abastecedor de granos de maíz. Su economía cerealera permitió la estructuración de
instituciones, hábitos laborales y relaciones de producción que más tarde harían viable
otra empresa tan formidable como la de Huayna Kapac, el proyecto toledano de
incorporar Potosí a la economía mundial.

Las razones que dieron origen a la aldea colonial

La fundación de la Villa de Oropesa en 1571 o 1574 debe ser entendida en el marco de


la expansión española para consolidar espacios de producción y soporte a la explotación
de las grandes riquezas potosinas. No es una exageración la idea de que la dinámica que
generó la enorme riqueza del "cerro rico" fuera "el motor" que movilizó y dio sentido a
toda la economía colonial de Charcas (Glave, 1989:27 y siguientes.). La "delirante
anarquía urbanística" que en el decir de Barnadas (1973) siguió al legendario
descubrimiento de los filones de plata de Potosí, no solo dio curso a la formación de un
gran mercado de consumidores en medio de un marco natural absolutamente
incapacitado para proveer de medios de subsistencia a una creciente población, sino dio
lugar a la gigantesca empresa de estructurar un inmenso espacio geográfico desconocido
y hostil en función a la perentoria necesidad de dar viabilidad a la explotación de la
plata y a su incorporación a la magra economía europea que hasta ese momento no
había logrado resolver la cuestión fundamental del comercio con el Oriente.

Francisco de Toledo Virrey del Perú, el gran artífice de este proyecto, emprendió
probablemente la empresa más gigantesca y audaz de todas las emprendidas por los
españoles en el Nuevo Mundo. La salida de los minerales desde las entrañas del
fabuloso cerro hasta las arcas reales, ha sido motivo de muchos estudios, que en lo
esencial rescataron una "visión exportadora" del metal y un punto de vista que
privilegió la acción modeladora de fuerzas económicas y políticas externas para explicar
la formación de una región tributaria y dependiente del emporio minero. No obstante,
los aportes de otros investigadores como Assadourian (1979) y Glave (1983 y 1989)
introducen la cuestión de la previa "circulación al interior del espacio peruano" de esta
riqueza dando lugar a una extensa red de "intercambio interno". Indudablemente estos
dos conjuntos de factores, los primeros influyendo en la decisión toledana de fundar una
villa en el Valle de Canata, y los segundos operando sobre la fisonomía original que
desde sus primeros tiempos asumió la sociedad agraria valluna, definieron la
importancia de Cochabamba dentro del Estado Colonial.
20

Potosí se constituyó en el pivote y centro de gravedad de una intrincada red de espacios


de producción, migraciones y circulación monetaria cuya materialización no solo giró
en torno a una reforma agraria que introdujo técnicas y cultivos europeos en la
agricultura andina, organizó la reproducción y disponibilidad de la fuerza de trabajo en
función de la explotación minera o de los servicios y condiciones generales que ésta
requería; sino se expresó en la alteración significativa del marco natural de valles y
punas, con la implantación de ciudades con una morfología, una arquitectura y un
trazado totalmente desconocidos hasta ese momento. La influencia del centro minero
dio forma y estructura a un amplio y heterogéneo espacio geográfico que tomó las
características de una región y una estructura unitarias en función de su relación
centrípeta con el polo de desarrollo potosino, lo que a su vez estimuló la formación de
un dinámico mercado interno colonial cuya consolidación fue posible por su estrecha
relación con la "fiebre de riqueza metálica" que dominaba a los españoles.

Este es el contexto político y económico en que se promovieron las fundaciones de


villas hispanas en el territorio de Charcas. La política toledana dirigida a organizar la
enorme empresa de explotación de la plata, no solo supuso mantener y reorientar las
prácticas serviles con que el incario sometía a los mitimaes, sino concentrarlos
espacialmente en "pueblos reales de indios" o reservaciones, pero además, consolidar
espacios de producción de alimentos mediante el reparto de encomiendas, la presencia
permanente de un organismo de coerción estatal y de un vecindario español asentado en
centros urbanos que reprodujera en los vastos territorios andinos, los valores y las
formas de vida de los conquistadores. Como sugiere Romero (1976), las ciudades
fueron formas jurídicas y físicas pensadas y concebidas con valores europeos e
implantadas en un mundo poblado por otros pueblos poseedores de una cultura
totalmente diferente, por ello resulta importante penetrar en la visión del conquistador
que se posesionaba física e ideológicamente de un territorio desconocido y ciertamente
hostil:

La mentalidad fundadora fue la mentalidad de la expansión europea presidida


por la certidumbre de la absoluta e incuestionable posesión de la verdad. La
verdad cristiana no significaba solamente una fe religiosa: era en rigor, la
expresión radical de un mundo cultural. Y cuando el conquistador obraba en
nombre de esa cultura, no solo afirmaba el sistema de fines que ella importaba
sino también el conjunto de medios instrumentales y de técnicas que la cultura
burguesa había agregado a la vieja tradición cristiano-feudal. Con esas
técnicas podía triunfar el bien sobre el mal: con el caballo obediente a la brida,
con la ballesta, con el acero de las espadas y las corazas, con los fuertes navíos
aptos para la navegación de altura, los grupos fundadores expresaban esa
interpretación feudoburguesa que en la península iba ajustando las relaciones
entre las clases y también entre los fines y los medios (Romero, 1976: 65).

La combinación de esta mentalidad de "portadores de civilización y salvadores de


almas" con que se justificaba el despojo de los pueblos sometidos, con las tareas
prácticas de poner en marcha una economía que hiciera realidad el objetivo fundamental
de la conquista: extraer las riquezas metálicas y conducirlas a Europa, indujeron a
constituir una trama de interrelaciones entre las partes constitutivas de la "región de
Potosí", imponiendo una división y especialización territorial del trabajo que permitiera
un funcionamiento más eficiente de un mercado interno regional que cohesionara al
conjunto, y en función del cual se organizara el comercio interior, hecho que a su vez
21

permitiera a cada región desarrollar sus fuerzas productivas con intensidad diversa,
dando curso a una organización territorial por regiones y subregiones, donde la
mentalidad conquistadora aplicaría técnicas europeas para construir la dimensión
material de cada parcela de la sociedad colonial emergente, expresada en núcleos
urbanos, vías de comunicación, introducción de nuevos cultivos y técnicas
agropecuarias (Solares, 1990).

Las circunstancias políticas y económicas que rodearon la ejecución del proyecto


toledano de constitución de una estructura regional de apoyo y servicio a Potosí, se
expresa a través de las primeras luchas intestinas entre facciones de los conquistadores
que querían monopolizar para sí las potenciales riquezas. El reino del Perú conquistado
por Pizarro y Almagro se dividió en los reinos de Nueva Castilla y Nueva Toledo que
luego se enfrentaron entre sí. Cada uno organizó expediciones para incorporar nuevas
tierras a sus jurisdicciones, de esta forma, hacia 1535 las huestes de Almagro pisaron
por primera vez el territorio del antiguo Kollasuyo, iniciándose de esta manera, el
proceso que Barnadas(1973), denominó "el poblamiento de Charcas nuclear", que dio
lugar, una vez que los territorios citados pasaron a dominio del reino de los Pizarro
(Nueva Castilla), a la fundación inicial de La Plata o Chuquisaca en 1538, que se
convirtió en el centro administrativo de los nuevos territorios, especialmente a partir de
1545 en que el "cerro rico" comenzó a ofrecer sus portentosas riquezas y permitió
consolidar raudamente una populosa ciudad que no esperó las formalidades
fundacionales para hacerse realidad.

Finalmente, la cuestión de articular estable y permanentemente las nuevas ciudades y


centros productivos con la sede del poder colonial y los puertos de salida hacia España,
dieron sentido a la formación de un eje fundamental que vinculará Potosí con Lima y el
Callao y subordinará el desarrollo de los territorios circundantes a las necesidades del
fabuloso centro minero, en lo que se refiere a su abastecimiento, el reclutamiento de
mitayos y a todo tipo de requerimientos de orden administrativo o militar. Este último
aspecto, la necesidad de proteger el transporte de minerales desde Potosí al Pacífico,
determinó la fundación de La Paz en 1548, en tanto que la creación de la Real
Audiencia de Charcas en 1557 definió la estrategia espacial y militar de soporte que
hiciera viable la explotación de la plata potosina (ver Mapas 8 y 9).

Todo este proceso, que tiene lugar en no más de una década y media, significó una
enorme ruptura histórica con toda la concepción de espacio y organización social que
estructuró tardíamente el incario desde mediados del siglo XV y, con toda esa milenaria
estructuración de control de pisos ecológicos que respetó el Estado Inca. Según
Assadourian (1982), entre 1530 y 1550 como consecuencia del proceso anotado, se
produjo una ruptura del ciclo demográfico con el consiguiente derrumbe y casi
exterminio de la población aborigen afectada por pandemias europeas y cruentos
desarraigos, lo que dio lugar a un fuerte retroceso de la agricultura y el retorno a
economías naturales, incluyendo la regresión de las técnicas agrícolas comunitarias, el
deterioro de los canales de riego y el abandono de todos los avances en materia de
ingeniería hidráulica. En el caso de los valles de Cochabamba, el debilitamiento y
derrumbe del Estado Inca estimuló un débil resurgimiento de los reinos étnicos pero
profundamente divididos por luchas intestinas que, las asignaciones de tierras y las
relocalizaciones de Huayna Kapac y Tupac Yupanqui habían provocado (Ver Mapa 10).
Esto facilitó la temprana, aunque no siempre pacífica presencia de los españoles en los
valles de Cochabamba y sobre todo, permitió que las rivalidades pasaran a estimular
22

alianzas entre ayllus y conquistadores para someter a los circunstanciales adversarios.

La fundación de la Villa de Oropesa fue la culminación de un proceso más amplio, que


se inicia hacia 1538-1539, y que implicó una vez más, una profunda reestructuración de
la tenencia de las tierras para permitir el desarrollo de las encomiendas y haciendas
coloniales, que tomaron impulso con el surgimiento del mercado potosino. Esta es la
razón por la cual, la historia urbana de la Villa, no se inicia con su fundación, sino con
la configuración del mundo rural hispano que comenzó a tomar cuerpo paulatinamente
en la medida en que fue sumando circunstancias favorables, tales como: la existencia de
tierras fértiles, agua abundante, bondades climáticas, adaptación exitosa del trigo y las
legumbres (alimentos básicos para los españoles), aclimatación de caballos, acémilas y
reses, abundantes cosechas de maíz y tubérculos (esenciales para la alimentación de los
indígenas). Dichas circunstancias favorables cobraron pleno sentido práctico y utilitario,
cuando finalmente surgió la apremiante demanda del polo minero para alimentar a
explotadores y explotados (Mapa 11).

Consolidado uno de los objetivos centrales del Virrey Toledo: la reducción de los
pueblos indígenas a través de su emplazamiento forzoso en los "pueblos reales de
indios" que significó, entre otros trastornos, una nueva relocalización de comunidades y
propiedades, se impulsó el proceso de legitimación de las posesiones españolas
usurpadas a las comunidades y por tanto, el proceso de formación de las encomiendas
primero, y luego de las haciendas, que no solo deben entenderse como unas nuevas
formas de explotación agrícola y pecuaria, sino como verdaderas constelaciones de
control social y poder3.

Las argucias leguleyezcas y las artimañas desplegadas por los conquistadores de los
valles cochabambinos para despojar a las comunidades de sus tierras, para ejercer el
pleno dominio de un territorio, una vez más, de gran valor estratégico para la viabilidad
de los planes toledanos y para hacerse del monopolio del comercio de cereales; dio
curso a un amplio abanico de alternativas: así, el arrendamiento-despojo de tierras, el
afincamiento de soldados y nobles hispanos en "suyos" de propiedad de caciques
aprovechando el desarrollo de imaginarios lazos de parentela, la adquisición por venta
obligada de dichos suyos por insolvencia para honrar desconsideradas obligaciones
tributarias, los remates de supuestas "demasías" de propiedad comunal, fueron una
muestra ciertamente incompleta, de los recursos de los que se valieron los hacendados
para consolidar y ampliar a su favor la tenencia de tierras laborables.

Si bien las formas de despojo violento y directo no fueron las más extendidas, debido a
la formal protección del Estado colonial en favor de las comunidades y sus habitantes,
considerados también formalmente "súbditos del Rey", las presiones enmascaradas o no,
tuvieron una amplia variedad de aplicaciones. Una de ellas, la más efectiva para lograr
la titulación saneada de tierras usurpadas fue la "visita y composición de tierras" que
instruía periódicamente la Corona con el objeto de captar recursos monetarios por la
compra de terrenos supuestamente extra-comunales. En este orden, la Visita que se
realizó en Cochabamba en 1645, definió los límites territoriales de las principales
haciendas y configuró la estructura propietaria de la tierra. La encomienda fue la forma
3
En este sentido, el concepto de hacienda como “la propiedad rural de un propietario con aspiración de
poder, explotada mediante trabajo subordinado y destinada a un mercado de tamaño reducido con las
ayuda de un pequeño capital” (Morner, 1975:17), es pertinente, aunque con la observación de que en el
caso de Cochabamba, este tipo de propiedad se configuró en función de atender la demanda de un gran
mercado, invirtiendo en este empeño capitales provenientes de la minería.
23

institucional de apropiación del territorio y de su población, para fines de su explotación


directa. Tomó la figura de una suerte de recompensa, durante el primer periodo colonial,
en favor de los esforzados soldados que hicieron méritos liquidando las etnias
originarias y consolidando el poder español, de esta forma se confería al beneficiario el
derecho a recibir tributo y trabajo gratuito de los indígenas que se le asignaban junto
con las tierras, de acuerdo a arreglos con los caciques 4. Sin embargo, el encomendero
pese a apropiarse mediante el tributo del circulante, las especies y aun el trabajo del
encomendado, no era realmente propietario de la encomienda, sino el usufructuario de
una posesión temporal que en realidad era patrimonio de la Corona. Por esta razón
según Gordillo (1987), las haciendas surgieron en oposición y no complementariamente
a este sistema (Obra citada: 48).

La elite política que surgió con el régimen de encomiendas en Cochabamba, estaba


constituida por personajes muy vinculados con el Estado colonial y sus ramificaciones
en Lima y Charcas. No obstante, la elite local que se estructuró en torno a las mercedes 5
que tuvieron lugar antes y después de la fundación de la Villa de Oropesa no participó
de esta vinculación y su influencia era más de alcance urbano. De todas maneras, dicha
elite local que aspiraban ganar el sitial de la elite superior de encomenderos fue la base
social de la hacienda colonial (Gordillo, obra citada: 50).

Lo notable de todo esto, es que finalmente, la agricultura con moldes europeos y la


incorporación de las clases subalternas a la misma, a través de la asimilación de las
instituciones precoloniales, incluidos curacas y yanaconas, a los intereses de las nuevas
relaciones de producción y de acumulación, determinó para el caso de Cochabamba la
emergencia, aun antes de la existencia formal de la villa, de una intrincada red de
productores, comerciantes e intereses elitarios, que de todas formas coexistían en
función de las enormes oportunidades que ofertaba el mercado potosino. En este orden,
la flamante aldea no tuvo estrictamente un sentido militar o defensivo frente a
hipotéticas amenazas externas, sino jugó el rol de asiento de instituciones y condiciones
generales que favorecieron la formación de un mercado local estable, lo que, a su vez,
permitió organizar mejor los flujos monetarios y de productos que tenían lugar en forma
creciente entre los valles y el centro minero.

Consideramos que la fundación de la Villa de Oropesa no solo obedeció al interés de la


estrategia toledana de consolidar la economía agrícola de unos valles importantes para
el abastecimiento de Potosí, sino también expresó los intereses de las tempranas elites
locales de afianzar su predominio y neutralizar la influencia de los encomenderos,

4
El cacicazgo o permanencia del sistema de curacas originalmente designados por los incas para ejercer
la dirección de las comunidades y señoríos, se apoyaba en la virtual alianza de estos personajes con los
españoles, para mantener sus antiguas preeminencias económicas, políticas y sociales, incluso a costa de
traicionar los intereses y derechos de sus subordinados. Los caciques eran los portavoces de las castas
andinas que optaron por amoldarse a los intereses de los conquistadores para mantener sus privilegios. De
acuerdo a Wachtel (1981), esto caciques, eran además, dentro de su proceso de acomodación en la
sociedad colonial, los responsables por el cobro de los tributos coloniales, práctica a través de la cual, el
régimen mercantil encontró una vía de acceso para penetrar en las comunidades y sembrar la semilla de
su desestructuración. Por tanto, “el cacique no solo sirvió de correa trasmisora de los excedentes de la
comunidad, sino por su parte, se transformó también en un elemento extractor de excedentes para
beneficio propio utilizando su vinculación directa con el indígena para exigirle trabajo gratuito a través
de los moldes impuestos por los españoles” (Gordillo, 1987:120).
5
Las mercedes eran concesiones de tierras bajo la modalidad de solares urbanos o pequeñas parcelas
próximas a los centros poblados, que eran concedidas por las autoridades locales a personas de menor
rango social, y cuyos derechos propietarios se reconocía.
24

reforzando las bases institucionales y materiales de su propia hegemonía,


particularmente articulada a la consolidación de las haciendas en sustitución de las
encomiendas. Este fue un proceso lento que se inició desde la segunda mitad del siglo
XVI y culminó en el siglo XVII, tomando algo más de cien años la nueva configuración
de la propiedad de la tierra. Este proceso, en realidad fue el telón de fondo que impulsó
la transformación de la agricultura de subsistencia en una producción agrícola
fuertemente mercantilizada, donde el trigo, el maíz las harinas y otros productos y sus
derivados alcanzaron rápidamente la categoría de mercancías cuya acelerada circulación
estimuló la necesidad de resolver y afianzar la propiedad privada sobre el medio de
producción fundamental: la tierra. Estas fueron las circunstancias bajo las cuales se
constituyeron las primeras empresas agrícolas y la razón por la cual no emergieron
precisamente señores feudales sino precoces y luego prósperos empresarios6

La Villa de Oropesa, luego de un primer intento fundacional frustrado, se consolidó no


precisamente como una aldea de apoyo al desarrollo de la agricultura, sino como el
espacio urbano que requerían las relaciones económicas que los diferentes actores
sociales e individuales establecían entre sí para adquirir, hacer circular y consumir
mercancías, dentro de un verdadero torbellino de "tratos y contratos" que
cotidianamente se tejían para realizar negocios con los frutos de la producción agrícola
convertida en valores mercantiles. Para este efecto se desarrollaba un abigarrado
abanico de actividades, donde la usura y la especulación tenían, sin duda, un lugar
destacado.

Este clima inicial de transacciones mercantiles en que se desarrollan los negocios de


granos y harinas con Potosi, nos permite aventurar la hipótesis de que prácticamente
desde sus orígenes, Cochabamba fue un mercado de exportación de productos agrícolas.
Bajo esta circunstancia cobra sentido un paisaje de encomiendas y luego haciendas
intensamente explotadas por yanaconas, pueblos reales suministrando fuerza de trabajo
a las minas, una indudable actividad ferial que proporcionaba la necesaria vitalidad a la
flamante Villa, donde el comercio de granos era la cuestión principal y el asunto que
apasionaba a encomenderos, hacendados y comerciantes que llegaban desde la Villa
Imperial y otros distritos del altiplano, centros que desde esta temprana época se
constituyeron en los mercados naturales de la agricultura cochabambina. La Villa de
Oropesa era el punto de partida de un circuito vital que alimentaba esta dinámica
económica, y que a través de los "corredores" de Arque y Tapacarí organizaba el flujo
de harinas y granos hacia los mercados mineros del altiplano, y a través de los valles de
Misque y Aiquile, desarrollaba la vinculación directa con Potosí. Simultáneamente,

6
Un caso notable fue el del Licenciado Juan Polo de Ondegardo que recibió una basta encomienda que
abarcaba desde las llanuras de Canata hasta las faldas del Tunari, incluyendo el pueblo de El Paso que
durante un tiempo tomo el nombre de Pueblo de Ondegardo. Los tributarios de este personaje eran
alrededor de 600 (Urquidi, 1949). De acuerdo a Ana Maria Presta (2000), Ondegardo constituyó la
síntesis del empresario del siglo XVI, por el ejercicio de polifacéticos, y a menudo, antagónicos roles: fue
licenciado en leyes, en distintos momentos de su vida concentró amplios poderes como juez visitador,
corregidor y justicia mayor, alcalde ordinario de La Plata, consejero de virreyes, pesquisador, procurador,
jurista, legislador y político, sin dejar de haber sido por ello, prominente hacendado, minero, estanciero,
intermediario y comerciante. Acucioso observador y conocedor de los Andes, fue capaz de añadir a todas
sus variadas actividades, las de escritor y etnógrafo. De acuerdo a Glave (1989), Ondegardo fue un severo
corregidor en la ciudad de La Plata, un eminente jurisconsulto y un experto conocedor de antigüedades
incaicas, pero además, por si fuera poco, se desempeñaba como un avezado comerciante “que vende
azúcar ‘diacitron’ y confituras como cualquier tendero”. Posteriormente, su hijo Jerónimo Ondegardo fue
el dueño de una de las haciendas más importantes del valle Bajo, Paucarpata conformada en base a
antiguas tierras comunales de la encomienda de El Paso.
25

desde los yungas de Totora y Pocona fluía el comercio de coca que hacía más llevadera
la vida de miles de mitayos que explotaban el Cerro Rico y convertía a los
encomenderos cocaleros en prominentes comerciantes. De la misma forma, otros
circuitos regionales estructuraban flujos de infinidad de mercancías de todo tipo: desde
mulas, vinos, hierba mate, etc. a las sedas y especies del lejano oriente y que se
enrolaron a esta dinámica bajo términos no previstos por los audaces navegantes que
llegaron al Nuevo Mundo en 1492 (Ver mapas 12, 13 y 14).

La Villa de Oropesa en sus primeros tiempos

Como se mencionó, algunas décadas antes de la fundación de la Villa de Oropesa, el


Valle Bajo estaba prácticamente fraccionado entre algunos centenares de encomenderos
que habían introducido métodos europeos para desarrollar una agricultura intensiva
particularmente de cereales. La exitosa aclimatación del trigo traído de España en las
planicies del Valle Alto y en las estribaciones cordilleranas del Valle Bajo, así como las
espléndidas cosechas de maíz permitieron conjugar en un solo territorio dos
requerimientos urgentes que planteaba el abastecimiento de Potosí: la necesidad de
harina de trigo para producir el pan, alimento esencial para los españoles, y los granos y
harinas de maíz para preparar el mote y la lagua, alimento básico de los mitayos.

De esta manera, los valles se fueron poblando de vecinos españoles con relativa
intensidad. Urquidi (obra citada) proporciona una nómina de encomenderos, que hacia
1570 eran poseedores de significativas fortunas merced al comercio con Potosí. Entre
otros, se destacaban personalidades como Garcí Ruíz de Orellana, en cuyas tierras se
fundaría la Villa, y que fue adquirida a los caciques de Sipe Sipe. En compensación por
la pérdida de esta encomienda recibió chacras fértiles en Cala Cala. El Licenciado Polo
de Ondegardo, que poseía una encomienda en la zona del Pueblo Real de Indios de El
Paso. Francisco de Orellana, que era dueño de una gran encomienda en la zona del
Pueblo Real de Indios de Tiquipaya, que también era conocido como Pueblo de
Orellana y que incluía la zona de Taquiña. Andrés de Rivera y Pedro Velez de Guevara,
eran dueños de extensas propiedades en la zona Huayllani y Chimboco, de donde
desalojaron a sus primitivos habitantes. Francisco Gallegos era dueño de la Estancia
Tamborada, el repartimiento de Arocagua y una chacra en Challacollo que incluía 15
yanaconas. Diego Mexta de Ovando poseía chacras en Punata y Cala Cala en las que
producía grandes cantidades de maíz. Gonzalo Myn, era uno de los más poderosos,
contaba con chacras en Punata, Cliza y Sacaba, se dedicaba a la cría de ganado porcino,
poseía más de 200 cabezas de ganado vacuno, muchos potros además de 150 "carneros
de la tierra" (llamas) para el transporte de harinas y otros productos a Potosí, además
tenía un molino y chacras y casas en el Valle Bajo que incluían algo más de 1.000
cabezas de ganado ovino y caprino.

Es decir, que el Valle de Cochabamba - como comenzó a conocérselo - al cabo de pocos


años había cobrado gran fama como un excepcionalmente próspero territorio agrícola de
donde se obtenían fabulosas cosechas de maíz y trigo. Este auge, paralelamente permitía
un ventajosísimo comercio con Potosí y en él intervenían muchos mineros o ex mineros
que prefirieron combinar los placeres de un clima benigno con los buenos negocios.
Estas bondades, que incluían buena disponibilidad de riego y la existencia de abundante
mano de obra que era proclive a su adhesión al yanaconaje en desmedro de la temida
mita, fueron otros tantos factores que favorecieron y aceleraron el crecimiento de la
agricultura europea en Cochabamba, así como justificaron la necesidad de un centro
26

urbano que consolidara una presencia estatal permanente y organizara un mercado de


granos, harinas y otros productos con un mayor grado de racionalidad.

La prosperidad que alcanzó el Valle Bajo y que de cierta forma alcanza su punto alto
con la fundación de la Villa de Oropesa no fue precisamente el resultado de la evolución
normal y sostenida de un modelo de economía agrícola predestinado al logro de grandes
éxitos. No todos los factores favorables se reducían a la simplificación de una tierra
legendariamente fértil, de un clima incomparablemente benigno y de hombres
voluntariosos que sabían extraer de la tierra sus máximos frutos. Una y otra vez, golpeó
a este idílico panorama la cruda realidad de los mercados, de los precios de los
productos y de la eficacia competitiva de la agricultura valluna puesta a prueba para
concurrir a mercados lejanos. En el caso que nos ocupa, Potosí fue una especie de
termómetro cuyas alzas y caídas marcaron para el valle momentos de zozobra o gran
contentamiento.

Hacia la época en que Toledo inició el primero de sus doce años de reinado, el régimen
colonial forjado por los conquistadores del Perú prácticamente se había desmoronado y
su declinio económico se había tornado una real amenaza para la propia existencia del
Estado colonial. Peligrosos síntomas como la rebelión Taqui Onkoy en Huamanga
(Perú) a inicios de la década de 1560, la crisis política que dividía a la elite hispana
gobernante por cuestiones de "botín" y hegemonía, en realidad, de codicia sin freno, la
salvaje explotación y aplicación de insoportables cargas tributarias de que eran victimas
los indios, a lo que se sumaron mortíferas epidemias que mermaron ostensiblemente la
población aborigen, configuraban un panorama desolador que amenazaba acabar
tempranamente con el proyecto de consolidar una sociedad hispana en el reino del
Perú7.

Toledo se propuso desarrollar una política de reformas que se centraba en dos objetivos
fundamentales: debilitar el poder omnímodo de los encomenderos al negarles el derecho
de jurisdicción feudal sobre tierras y yanaconas, hecho que alteró profundamente el
equilibrio de poder entre las elites gobernantes, y estimular el desarrollo de una
economía fuertemente mercantilizada que permitiera el desarrollo de procesos de
acumulación y concentración de la riqueza en favor de un amplio sector de esa elite,
anteriormente restringida en su posibilidad de realización por la vigencia de barreras de
tipo feudal. El objetivo principal del Virrey Toledo fue poner nuevamente en marcha la
minería potosina, a partir de la modernización de la industria minera. Por esa misma
época, Potosí se encontraba sumida en una profunda crisis de producción por el
agotamiento de las vetas argentíferas de superficie y la ausencia de capitales y
tecnología para extraer el metal de las entrañas del Cerro Rico, a lo que se sumó una
aguda escasez de fuerza de trabajo. Tal vez, este era el aspecto más delicado de la crisis:
luego de más de dos décadas de explotación de la plata, los españoles no habían sido
7
Varios estudios al respecto demuestran la existencia de grandes epidemias de sarampión, viruela y gripe
importadas de Europa y que cobraron centenares de miles, y tal vez millones, de victimas entre la
población aborigen (Cook, 1981). De acuerdo a Elsa Malvido (2003), los nuevos agentes patógenos que
asolaban a la población indígena eran de tipo biológico y pandémicos como la viruela, el sarampión, la
tos ferina, la varicela y las paperas que produjeron hasta un 80 y 90 % de mortalidad en algunas regiones;
las patologías biosociales pandémicas como las pestes bubónica, neumónica y hemorrágica que
produjeron entre un 50 y 90 % de mortalidad en las zonas afectadas y las patologías sociales endémicas
propias de condiciones económicas y sociales de sobreexplotación, como ser: el alcoholismo, el suicidio
colectivo, la negación a la reproducción, el desgano vital, la desnutrición, el hambre, la sed, la
desintegración económica, social, cultural y física de las comunidades, a lo que se sumaba las guerras y
las formas compulsivas de reclutamiento de trabajadores en condiciones muy cercanas a la esclavitud.
27

capaces de consolidar un estrato de trabajadores mineros asalariados y de permanencia


estable (Larson, 1992: 76 y siguientes)8.

Obviamente la crisis de Potosí no se limitaba a la esfera productiva, sino además


afectaba el desarrollo comercial y naturalmente el mercado de bienes de consumo. Al
respecto Larson (1992: 81) traza los siguientes rasgos de esta situación:

Los tributarios que en otros tiempos habían caminado trabajosamente a


través del altiplano día tras día para trocar sus mercancías por efectivo, ya no
se tomaban la molestia. Recurrían al pago en especie, a medida que el dinero
contante se restringía a las capas más altas de la sociedad. La economía
parecía retroceder hacia una economía ‘natural’. La escasez de plata, la lenta
circulación de los bienes de consumo y la depresión de los precios, precipitaron
en conjunto al Sur de los andes hacia una recesión económica (...) La primera
tendencia del espacio económico más amplio, de conversión de la mercancía en
dinero estaba ahora dando marcha atrás. Potosí había llegado a ocupar un sitio
estratégico dentro de la economía andina y el agotamiento del mineral de plata
significaba la ruina de los encomenderos, comerciantes y artesanos coloniales.

Capoche (1959) realizó esta sagaz y significativa observación:

Todos los repartimientos y ciudades de este reino obtienen (moneda) en Potosí.


El mercado de Potosí da valor monetario a todos los productos, incluso en las
remotas aldeas de donde provienen...sin la plata o una salida de mercado, los
productos (nativos) no se venden por ningún precio ni aportan ningún ingreso.

Es indudable que las reformas toledanas dirigidas a superar esta situación y dar nuevo
impulso a la economía colonial, a través de la introducción de nuevas técnicas de
explotación de las vetas profundas y nuevas formas de refinación del metal mediante la
amalgamación, por una parte, y por otra, la introducción del servicio forzoso de la mita,
resolvió los cuellos de botella que casi llevaron al colapso la economía altoperuana. En
estos términos el auge agrícola cochabambino fue paralelo al nuevo despegue de la
economía minera a partir de la década de 1570. Las señales de prosperidad que se
desprenden del exhaustivo análisis de José Macedonio Urquidi sobre el origen de la
Villa de Oropesa, vienen a corresponder a esta situación, es decir al impulso que
experimentó el mercado de granos merced a dos conjuntos de factores: la renovada
dinámica económica que nuevamente y con incrementada energía se irradia desde
Potosí y, el debilitamiento paulatino de la encomienda en favor de formas de tenencia de
la tierra más estables vinculadas a la formación y consolidación de las grandes
haciendas cerealeras. Por tanto, la fundación de la Villa, más que proteger o prestar
servicios a una agricultura opulenta y saneada desde larga data, se inscribe en el proceso
de constitución de una nueva expansión de la agricultura de exportación, que requiere
de un mercado urbano que le proporcione las condiciones generales de orden jurídico-
legal, institucional y técnico para organizar las grandes operaciones de exportación de
granos acompañadas de medidas administrativas de control social sobre las etnias,
protección de la propiedad rural consolidada y captación de fuerza de trabajo, que bajo

8
Al respecto anotaba Luís Capoche (1959): “El poder de la plata había disminuido(...)el metal del cerro
agotado(...)y el daño y la ruina se sentían cada vez más cada día(...)Cada día más indios
desaparecían(...)Potosí estaba casi abandonado, los edificios en mal estado y los bolsillos de sus
residentes vacíos”
28

los términos de la creciente racionalidad empresarial, solo podrían resolverse a partir de


una presencia estatal estable en la región y de una burocracia urbana especializada.

Bajo estas condiciones, en las tres últimas décadas del siglo XVI Cochabamba se
convirtió en un prospero espacio agroexportador soportado por el mercado potosino. Un
censo realizado en Potosí en 1603 estimaba que los hogares de los mitayos movilizaban
hacia el centro minero unas 60,000 llamas y 40.000 fanegas de alimentos por un valor
estimado de 440.000 pesos (Jiménez de la Espada, 1965). Otras fuentes señalan que en
las décadas de 1580 y 1590 el poderío mercantil de Potosí estimuló significativamente
la agricultura comercial en los valles y convirtió a los chacareros en pequeña escala en
exportadores de cereales al por mayor. Hacia fines del siglo XVI, Potosí ya era una urbe
con cien mil o más habitantes, cuyos requerimientos comenzaron a ser superiores a la
modesta capacidad valluna para desarrollar una agricultura intensiva con la limitada
tecnología disponible.

Este fenómeno produjo continuas elevaciones de los precios de los cereales lo que
convertía la exportación de harinas de trigo y maíz y aun de granos en un negocio de
proporciones. En 1603, innumerables recuas de llamas y mulas cargaban sacos de harina
de trigo por un valor no menor a un millón de pesos rumbo a la Villa Imperial. Otro
millón de pesos en harina de maíz redondeaban este auge. Sin duda, todo ello excedía la
capacidad de consumo de los miles de mitayos pero no las necesidades de los
fabricantes de chicha (Larson, 1992: 118 y 119). En suma, la fuerza económica del
emporio potosino no reposaba en su condición de mercado consumidor de bienes
exóticos traídos desde Europa, África y Asia, sino en su capacidad de organizar un
abastecimiento regular de alimentos básicos transportados por hombres y bestias desde
nichos verticales desparramados en la geografía de una enorme región interior tributaria
(Assadourian, 1979). La Villa de Oropesa pudo consolidarse bajo el manto de este
proceso.

Pero, ¿cómo era realmente la Villa de Oropesa en sus primeros tiempos? se preguntará
el lector y con razón, pues parece que más que dedicarnos a responder a esta cuestión
hemos preferido transitar por los extramuros para delinear diferentes aspectos de la
región y del entorno económico, social y geográfico que de una u otra forma se
vincularon con la modesta villa. Sin embargo, esta suerte de rodeo para llegar a la
cuestión concreta no ha tenido otro objetivo que dar a conocer la suma de factores
convergentes que dieron forma e identidad histórica a una ciudad y a unos habitantes
singulares, cuyo transcurrir por el espacio y el tiempo está impregnado de sus orígenes y
de las reiteradas veces en que la historia se empeñó en repetir estas circunstancias de
hacerla participe de prosperidades ajenas y de crear alternativas para sacar opciones de
ellas que tendieron a perdurar con luces propias y extraordinaria creatividad, más allá de
los auges y las decadencias de los protagonistas históricos principales.

Sensiblemente hasta donde sabemos, no existe un plano de la Villa de Oropesa en el


siglo XVI que nos permitiera apoyar mejor unos puntos de vista que, a falta de otras
fuentes, necesariamente debe hacer uso de referencias más generales. Es posible
imaginar la enorme plaza de armas rodeada de modestas edificaciones y callejuelas
ortogonales demarcadas por tapiales o precarios muros de adobe, en medio de una
exuberante campiña dominada por la imponente Cordillera del Tunari, que dada la
insignificancia de la aldea colonial, no siempre arrojaba una sombra protectora. Pero
observemos el transcurrir de los hechos a la luz de quienes estudiaron con gran pasión la
29

cuestión de los orígenes y antecedentes de la villa:

Como es sabido, la Villa de Oropesa tuvo una doble fundación: por lo menos en el plano
administrativo, una inicial el 15 de agosto de 1571, a cargo del Capitán Jerónimo de
Osorio, y otra, el 1ro de enero de 1574 por Sebastián Barba de Padilla. Según Guzmán
(1972), no existió en realidad una doble fundación, sino una "doble comisión", pues la
primera Villa de Oropesa existió imaginariamente, "como formula jurisdiccional en
papeles de escribanía" Sin embargo, Urquidi (1949) no comparte esta opinión, aunque
el Acta de Fundación de 1574 parece definir la cuestión, por lo menos en términos
oficiales. En todo caso, consumada dicha fundación, Barba de Padilla:

mandó se expida mandamiento a los caciques de los pueblos indígenas de El


Paso, Tiquipaya, Sipe Sipe, Tapacarí, Paria, Sacaba y Pocona, para que se
junten en la naciente Villa y ellos y los más de los desocupados de su
‘reducción’ repartan de presente doscientos indios para dicha población, para
que se pueda comenzar a edificar(...) y lo hagan y cumplan so pena de cien
pesos; y mandó notificar a los ‘visitadores’ que no admitan pleito alguno de
indios contra los tales vecinos en las chácaras que tienen y poseen, sino que tan
solamente les compelan a exhibir los títulos que tuviere cada una de la chácara
que posee y al que no dé razón de cómo la posee se le haga merced del título
por ser poblador de dicha Villa.(Guzmán, 1972).

De acuerdo a las crónicas de los primeros tiempos de la Villa conservados en el Archivo


Histórico Municipal, la consolidación urbana de ésta fue un proceso lento. La población
hispana dispersa en las chácaras y encomiendas del valle no pudo afianzar un
asentamiento nucleado y estable desde el primer momento en los sitios y las mercedes
señaladas para ese efecto. Según fuentes citadas por Macedonio Urquidi, "lentamente se
formó y ubicó la población junto al antiguo pueblo indígena de Canata", ocupando las
partes más elevadas y menos cenagosas, en un plano un tanto ondulado en su sector
central y particularmente árido a medida que se aproxima, al ya entonces denominado
cerro de San Sebastián, "al Este del cual se erigió una ermita o capilla" incendiada
durante el levantamiento de Alejo Calatayud en 1730, y otra "en el Algarrobal, región
Oriental o sea de las llamadas desde el mismo tiempo Las Cuadras e Incacollo". La
llanura donde se funda la Villa estaba atravesada por el río Condorillo, después
denominado Río Rocha9.

Según estas mismas fuentes, inicialmente Canata fue asiento de un curato y vicaría y, un
juzgado de partido para atender cuestiones agrarias, todo ello con anterioridad a la
propia fundación de la ciudad sobre tierras que pertenecieron originalmente a los indios
asentados en Sipe Sipe. Un hispano de origen francés o tal vez un súbdito de esta
nacionalidad o de origen flamenco, Cornielles de Adam, implantó la primera industria
de que se tenga noticias, una peletería en la zona, que con este motivo se denominó
posteriormente Curtiduría, en las vecindades de la actual Plaza Gerónimo de Osorio,
que en ese entonces pertenecía a la región de Hayo-Huayko o Jayhuayco. Por ese
tiempo y, desde la época del dominio Inca, el Valle Bajo estaba ocupado por indios
9
El nombre el río Rocha se vincula a la primera gran obra hidráulica de desvío del curso natural del río
para regar las tierras del Capitán Martín de la Rocha en la Chimba y en la Maica que alcanzaban a 100
fanegadas, las mismas que fueron adquiridas a los indios de Sipe Sipe, que años más tarde, apoyados por
otros españoles, le hicieron cargos y ruidosos pleitos, pues existían muchas ambiciones e intereses en
torno a estas tierras beneficiadas por los “lameos” fertilizantes del río, determinando que se convirtieran
rápidamente en las mejores tierras del valle.
30

Canas, una comunidad de mitimaes provenientes posiblemente del Cusco, los Karis
asentados al Este de Incacollo, los Cotas en la zona cenagosa de Caracota y los Urus en
la zona de Hayo-Huayko. Urquidi proporciona una detallada visión de la sociedad
prominentemente rural que paulatinamente se fue estructurando en el valle, donde el
"Asiento de Canata de Oropesa del Valle de Cochabamba" perteneciente a la
"Provincia de los Charcas del Pirú" existía muchos años antes a la existencia real de la
Villa, como una referencia geográfica y una formula jurídica que legitimaba abundantes
transacciones, compras de tierras, cobranzas, cartas de obligación y otros que ponen en
evidencia la maraña legal que acompañó la implantación de unas nuevas relaciones
sociales de explotación de la tierra. Examinados estos antecedentes que categóricamente
vinculan la realidad de la ciudad a su condición de valle fértil estratégico para abastecer
con alimentos a la creciente población minera, pasaremos a examinar su configuración
física.

La estructura interna de la Villa de Oropesa

En forma paralela a la consolidación de un modelo europeo de organización del espacio


agrícola, lentamente fue tomando forma una nueva realidad física de características
urbanas. Como en el resto de las ciudades hispanas, el lugar fundacional se convirtió en
la "plaza de armas" o "plaza mayor", espacio de múltiples usos en torno al cual se
estructuró la ciudad. El acto fundacional, en realidad consistía en la fijación del lugar de
emplazamiento de este espacio, que a partir de ese momento se convertía en la
referencia de lugar y disposición de todas las posesiones, pertenencias y asentamientos,
que pasaban a situarse con relación a este centro, inicialmente imaginario, pero que
paulatinamente adquiría una dimensión real cargada de consecuencias ideológicas,
sociales y económicas. Cochabamba, según el testimonio de Viedma que examinaremos
más adelante, y la propia configuración en damero regular de su "casco viejo", revela
incuestionablemente que se trató de un asiento trazado en estricta sujeción a los
modelos urbanos introducidos por España10.
10
No existe un acuerdo en torno a los orígenes del urbanismo hispano. Para algunos autores, el familiar
damero de las ciudades americanas es “un diseño bastante obvio que pudo haber surgido
independientemente de la imaginación de los diseñadores de ciudades de diferentes partes del mundo”
(Parry, 1961). En general se rechaza la idea de que esta planta ortogonal esté inspirada en el urbanismo
precolombino, particularmente el expuesto por los trazados del Cusco o Tenochtitlan, aun cuando en
situaciones concretas y puntuales los españoles aceptaron esta influencia. La mayoría de los historiadores
se inclina por aceptar la influencia clásico-renacentista en las reglas urbanísticas que se aplicaron en el
Nuevo Mundo. Se sugiere que fue particularmente gravitante la influencia de Vitrubio. En efecto, las
Ordenanzas de Felipe II de 1573 recogen sistemáticamente los cánones de Vitrubio difundidos en su De
Architectura. Sin embargo, la cuestión del trazado ortogonal es muy anterior: los arqueólogos han
demostrado que este tipo de trazado ya estaba presente en las primitivas ciudades de la Edad de Bronce
(Lavedam, 1926). Ocurre otro tanto con las grandes urbes de la antigüedad como Babilonia, las ciudades
etruscas y las colonias griegas. El primero en proponer un sistema de coordenadas para la estructura física
urbana parece haber sido Hippodamus de Mileto. Aristóteles lo consideró como el creador del plano
geométrico con calles en ángulo recto (Glotz, 1957). Otros autores sugieren que este sistema urbano llegó
a América a través de la tradición y fuentes medioevales, sobre todo tomado del diseño de campamentos
militares inspirados en teorías castrenses de la época romana (Palm, 1951). El empleo del damero en el
Nuevo Mundo, en todo caso, es muy anterior a las disposiciones legales que lo oficializan. Se conoce que
una de las primeras ciudades hispanas, la Villa de Santo Domingo en la isla del mismo nombre y que data
de 1502, y Santiago de Guatemala fundada en 1527, presentaban calles que “fueron trazadas a regla y
compás y a una medida las calles todas” (Palm, obra citada). En suma, es difícil arriesgar una conclusión
en torno al origen del trazado de la ciudad española en América, con sus calles tiradas a cordel y
coronadas por una plaza mayor: En todo caso, este modelo se aplica extensamente desde el siglo XVI,
como consecuencia, entre otros factores, de la tradición castrense medieval plenamente vigente en los
reinos hispanos hasta hacía poco sometidos al dominio morisco y a la influencia de algunos modelos
31

Cochabamba es uno de los tantos ejemplos de ciudad planificada, sin embargo, lo


trascendente, no es tanto constatar este hecho, sino entender el programa del diseño
urbano que implicaba el trazado ortogonal que introdujeron los españoles, es decir, la
concepción básica a partir de la cual la ciudad comenzó a generar y modelar su forma
histórica. Para comprender este proceso de interacción entre modelo urbano y estructura
urbana resultante, debemos considerar que la ciudad es un organismo vivo y que su
constitución no es fruto de la casualidad ni la realización mecánica del modelo
originalmente concebido. Por el contrario, su desarrollo histórico engendra un ser que
como veremos tendrá una personalidad propia y tal vez muy diferente a la que pensaron
sus fundadores. En todo caso, el modelo hispano como todo modelo de ciudad, fue algo
más complejo que el elemental diseño de cuadrícula, pues vino a expresar a partir de
una concepción espacial concreta, el desarrollo de uno de los símbolos más nítidos del
poder hegemónico que comenzó a ejercer la corona española sobre el Nuevo Mundo, y
definir las pautas de una ideología que mostró con claridad los términos de la relación
entre conquistadores y conquistados.

Mientras en el Viejo Mundo las grandes urbes surgieron y prosperaron en la confluencia


de las grandes rutas comerciales, generalmente materializando los grandes puertos
desde los cuales la pujanza del desarrollo capitalista abarcó el orbe, en Oriente se
desarrollaron a lo largo de las vías de los mercaderes que bordeaban los desiertos. Sin
embargo, en el Nuevo Mundo las ciudades fueron concebidas en unos casos como
plazas militares, y en otros, como puntos de apoyo a las grandes empresas de
explotación de los recursos naturales y humanos. No se trataba de núcleos capaces de
generar una dinámica propia, sino de adquirir ésta a partir de su articulación con los
objetivos políticos, económicos y sociales que permitieron la constitución del
gigantesco imperio colonial español en América. Cochabamba no fue una excepción:
como ya verificamos, su antigua fama de granero y despensa para las abigarradas
comunidades andinas y su aptitud para reproducir exitosamente los cultivos europeos de
granos, frutas y legumbres, particularmente el trigo, que sumado a las portentosas
cosechas de maíz, le permitieron tempranamente convertirse en una región clave para
alimentar las grandes poblaciones mineras que se constituyeron en el eje de los intereses
de la dominación colonial, emergiendo en este orden, la necesidad de una ciudad como
un instrumento que dotara de racionalidad e institucionalidad a esta lógica.

La estructura urbana que contiene el modelo hispano, desde el punto de vista


institucional, gira en torno al Cabildo conformado por los "vecinos" propietarios de
tierras, encomenderos, hacendados, comerciantes y cofradías religiosas, que controlaban
la vida económica de la ciudad y la región. En otras palabras, en Cochabamba la
articulación de los intereses de la clase terrateniente deseosa por controlar más
extensiones de tierras y mayores contingentes de fuerza de trabajo, con los intereses,
por una parte, de una naciente clase intermediaria de comerciantes locales importadores
y exportadores, y por otra, con similares intereses que ostentaban los poderes
eclesiásticos que no solo aspiraban a salvar las almas de los conversos indígenas, sino a
acaparar sus tierras; permitía que tal compleja articulación fuera la base sobre la que
reposaba la estabilidad y la viabilidad de la emergente ciudad. Los numerosos litigios
por tierras que involucran a conquistadores y caciques de los pueblos sometidos, que se
registran en el Archivo Histórico Municipal de Cochabamba nos dan una idea

precolombinos. Sin embargo, solo se impone como principio urbanístico indiscutible a partir de la
Provisión Real de 1573. Por tanto, Cochabamba pudo ser una de las primeras ciudades en que se aplicó la
disposición de Felipe II de manera oficial.
32

probablemente imperfecta del ejercicio de dicho poder, donde como en toda sociedad
rural autoritaria, la tenencia de tierras y vasallos era el símbolo básico del poder y del
status social. Luego, en el Cabildo estaban representados sobre todo los "vecinos
notables", es decir los grandes propietarios, pues este era un requisito para adquirir
"derechos" y acceder a los sitiales más altos de la jerarquía colonial. Por ello no resulta
casual que los primeros pro hombres de la Villa de Oropesa como Garci Ruiz de
Orellana, Polo de Ondegardo, Martín de la Rocha, Jerónimo de Osorio, Gonzalo Myn y
otros, se destacaran por ser grandes propietarios de tierras. No en vano el Cabildo era el
órgano encargado de repartir tierras o legitimar posesiones mediante la concesión de las
llamadas "mercedes" de predios urbanos, o las "peonías" y "caballerías"11 en zonas
rurales, e incluso ceder en usufructo los "ejidos" y "dehesas"12, es decir, tierras
comunales en la periferia urbana, con destino a la formación de chacras y corrales, que
paulatinamente rodearon la ciudad.

El otro gran propietario de tierras fue la Iglesia que tenía enorme gravitación en el
régimen colonial. Diversas órdenes religiosas llegaron a dominar enormes extensiones
tanto en el Valle Alto como en el Valle Bajo. Hacia fines del régimen colonial, los siete
monasterios de la ciudad de Cochabamba se constituyeron en los mayores prestamistas.
La institución más rica y el mayor prestamista era el Convento de Santa Clara, cuyas
hermanas eran en su gran mayoría hijas de hacendados ricos. Sin embargo el gran poder
financiero de Santa Clara se debió a la reinversión de sus ganancias usurarias en
empresas agrícolas, convirtiéndose esta institución religiosa en el mayor terrateniente de
la Provincia de Cochabamba en el transcurso del siglo XVIII gracias a la famosa
Hacienda de Cliza. Otras órdenes religiosas también invirtieron en tierras, aunque en
menor volumen. Así, los agustinos tenían extensas tierras en Tapacarí y eran
propietarios de la famosa hacienda El Convento en el Valle de Caraza y de la hacienda
de Achamoco en la parroquia de Tarata en el Valle de Cliza. En fin, los dominicos
poseían tierras y molinos en la hacienda de Vinto en Quillacollo. Sin embargo, el origen
de muchas fortunas fue el negocio de los diezmos (la décima del valor de la cosecha en
granos o metálico a que tenía derecho la iglesia en forma anual), cuya recolección se
licitaba cada año (Larson, 1992). De esta forma se forjó una estrecha alianza entre
terratenientes e instituciones eclesiásticas, que se constituyeron en los pilares del poder
regional y aseguraron la vigencia del poder colonial en los valles de Cochabamba. En la
ciudad, la Iglesia también llegó a controlar grandes extensiones y su influencia sobre los
poderes terrenales como el Cabildo, era incuestionable.

Por último, el Cabildo era el ente encargado de administrar la ciudad, y como parte de
ello, hacer cumplir y ejecutar las directrices del modelo urbano hispano preservando la
continuidad del trazado del damero original. Esta tarea se apoyó inicialmente en
11
Se trata de concesiones de tierras sin jurisdicción sobre los indios como en el caso de las encomiendas.
Estas concesiones eran de dos tipos: la peonía que, en el caso de México, abarcaba una superficie de tierra
fluctuante entre 40 y 80 Has, aunque en algunos casos no pasaban de 10 Has. En todo caso el concepto es
la la cesión de una parcela suficiente para el mantenimiento de una sola familia española. La caballería
era una superficie hasta 5 veces mayor que la peonía y esta, ya podía servir de núcleo para la formación
de una hacienda (García Gonzáles, s.f.)
12
Los ejidos y dehesas eran formas de propiedad comunal. Ejido, del latín exitus, salida, “es el campo o
tierra que esta a la salida del lugar o ciudad, y no se planta ni se labra, siendo común para todos los
vecinos, que suelen destinarla como sitio para descargar y limpiar las mieses”. Dehesas eran aquella
"parte de tierra cubierta de plantas silvestres y espontáneas, destinada al pasto de los ganados”,
constituían "una parte considerable de los bienes comunales de los Municipios", junto con las tierras,
sotos, prados, bosques y demás propiedades colectivas”. (La regulación económica en Chile durante la
Colonia, s.f., www.analesderecho.uchile.cl/CDA
33

disposiciones surgidas de la experiencia práctica, que paulatinamente dieron lugar a


ordenanzas que se inspiraron en las leyes de Indias codificadas por Felipe II, de esta
forma, la estructura física resultante se organizó a partir de manzanas regulares y
repetitivas que primero rodearon la plaza mayor y luego avanzaron hacia los cuatro
puntos cardinales, definiendo una "parrilla" o trama que podría crecer ilimitadamente.
Las ordenanzas municipales mencionadas se orientaban a asegurar esta continuidad
morfológica, regulando la ortogonalidad del trazado y el ancho de las vías, así como
estableciendo el principio de una rasante o línea municipal que garantizaba el diseño
regular del mencionado trazado.

Esta misma estructura, en su forma más objetiva, es decir con relación a su propia
organización física y espacial es resultado de la aplicación de técnicas y principios
urbanos desconocidos en el Nuevo Mundo. El elemento principal y característico de
esta estructura era la plaza de armas o plaza mayor, es decir el espacio nodal y
referencial a partir del cual se iniciaba la expansión regular del damero. Esta estructura
desde un punto de vista urbano presentaba tres grandes zonas (Ver gráfico 3):

a) Una zona central, que contenía la plaza mayor, espacio de usos múltiples, sitio de
mercado y ámbito donde tenían lugar las fiestas y ceremonias religiosas, los
espectáculos e incluso los ajusticiamientos13. En su perímetro se disponía la recoba, bajo
el aspecto de tiendas o puestos de venta eventuales alineados generalmente bajo
galerías. El espacio de la plaza en sí estaba delimitado por edificios públicos
administrativos y religiosos. De acuerdo a la jerarquía de la ciudad aquí se ubicaba el
edificio administrativo y la sede del poder colonial, el Cabildo donde se desarrollaban
las funciones descritas anteriormente y la Iglesia Mayor o Catedral y dependencias
vinculadas a esta institución. En las inmediaciones de la plaza mayor y en general, en
toda la zona central, en un perímetro de tres a cuatro manzanas en torno a la plaza se
ubicaban templos, conventos, seminarios, las residencias de los estratos altos ocupando
en muchos casos grandes casonas de dos pisos y varios patios. Las áreas de viviendas se
organizaban en feligresías o parroquias que estructuraban la vida social y la actividad
religiosa del vecindario. Estas actividades además, abarcaban las funciones de la
educación elemental que solo favorecía a los españoles o sus descendientes directos.

b) Una zona intermedia, rodeaba a la anterior y albergaba sobre todo viviendas de


estratos medios (comerciantes, funcionarios y militares de rangos inferiores, hacendados
medianos y otros vecinos notables a nivel local), además, todavía estaban presentes
muchas iglesias, conventos y seminarios, e incluso algunas plazoletas o espacios
abiertos. Esta zona se extendía hasta el límite que abarcaba el damero y la arquitectura
13
Las disposiciones de Felipe II expresadas en las leyes de Indias estipulaban con respecto a la
conformación de esta estructura física, lo siguiente: “La plaza mayor, donde se ha de comenzar la
población, siendo de costa de mar, se debe hacer al desembarcadero del puerto, y si fuese lugar
mediterráneo, en medio de la población. Su forma de cuadro prolongado que por lo menos tenga de
largo una vez y media de su ancho, por que será más a propósito de las fiestas de a caballo y otras. Su
grandeza, proporcionada al número de vecinos y teniendo de que las poblaciones pueden ir en aumento,
no sea menos que de 200 pies de ancho y 300 de largo, ni mayor a 800 pies de largo y 532 de ancho. De
la plaza salgan cuatro calles principales, una por medio de cada costado, y además de éstas, dos por
cada esquina. Las cuatro esquinas miren a los cuatro vientos principales, por que saliendo así las calles
de la plaza, no estarán expuestas a los cuatro vientos que será de mucho inconveniente. Todo en
contrario y las cuatro calles principales que de ella ha de salir, tengan portales para comodidad de los
tratantes que suelen concurrir. Y las ocho calles que saldrán por las cuatro esquinas, salgan libres, sin
encontrarse en los portales, de forma que hagan la acera derecha de la plaza y la calle.” (Recopilación
de las leyes de los reinos de las Indias, 1791, Ley X)
34

de gusto y molde hispano.

c) La periferia, donde se ubicaban, a veces distorsionando el trazo del damero viviendas


muy dispersas y algunas factorías como molinos, curtiembres, hornos de cal, mataderos,
tejerías, obrajes y sobre todo quintas y huertos. Aquí residían los artesanos, los
pequeños comerciantes y otros estratos subalternos, incluyendo algunas comunidades
indígenas. (Yujnovsky, 1971: 62, 63).

Obviamente la estructura sugerida tiene apenas un valor general y referencial sobre el


sentido que los españoles proponían para la organización espacial de sus ciudades. En la
práctica, tanto en Cochabamba como en otros conglomerados, se introdujeron variantes
y no pocas alteraciones. Sin embargo, lo importante no es intentar una detallada
reconstrucción, por cierto muy difícil, de la forma como se materializó esta estructura
en el caso que nos ocupa, sino de determinar la función que cumplió la misma,
particularmente en lo que respecta al papel que desempeñó la plaza mayor como
articuladora de relaciones sociales y jerarquías políticas que aquí se escenificaron,
imprimiendo a este espacio un fuerte carácter simbólico-ideológico, como el sitio donde
tenían lugar y se celebraban las formas colectivas de vinculación entre colonizadores y
colonizados14.

La plaza mayor era el espacio estructurante del conjunto urbano, pero era mucho más
que eso, aquí se desarrollaba lo esencial de la actividad económica, social y cultural
cotidiana de la villa colonial. En la comprensión de este espacio se conjugan dos
significados ideológicos centrales: por una parte, el espacio donde se materializa el
poder del Estado colonial, el asiento de la autoridad, el lugar desde donde se ejerce la
ley y se irradia el sentido de orden social y económico que impone el conquistador a los
vasallos; y por otra, el espacio-símbolo del poder eclesiástico cohesionado en torno a la
misión de expandir la gracia sacramental como una forma de dominación política y
social que requiere de un espacio urbano que congregue a los sometidos y los presione
doctrinalmente. El celebre cronista Guaman Poma de Ayala llego a señalar con gran
certeza que: " Podría decirse sin gran exageración que una ciudad hispanoamericana
es una plaza mayor rodeada por calles y casas, mas que un conjunto de calles y casas
en torno a una plaza mayor" (Citado por Ricard, 1950) - Ver gráfico 4-.

En suma, podemos considerar legítima para el caso de la plaza de armas de


Cochabamba, la siguiente descripción más genérica:

Superficie rectangular no edificada, enteramente rodeada por las


construcciones más importantes y monumentales de la ciudad. A uno de sus
14
La concepción de la plaza mayor o central no fue un hallazgo de los españoles. Este elemento urbano
estuvo presente en muchas ciudades del mundo con diferentes características y roles. Veamos algunos
ejemplos. Para comenzar, la idea de un supuesto origen musulmán de esta plaza no es evidente., las
mismas no formaban parte de las ciudades musulmanas pues la visión del mundo de esta cultura no
consideraba este espacio central, sino la mezquita como el lugar de reunión por excelencia, como se
puede observar en Túnez y otras ciudades. En las ciudades fundadas por los puritanos en las colonias de
Norteamérica, el espacio central equivale a la sede de los poderes municipales o Courthouse, con una
pequeña plaza al frente. Solo Filadelfia fundada por William Penn, a fines del siglo XVII, presenta el
trazado en tablero con una plaza central. La ciudad portuguesa no se estructura en torno a este espacio,
pero existe uno equivalente denominado “largo” o paseo, más próximo a la idea de bulevar. En otros
casos, la plaza fue un espacio de intercambio o un gigantesco atrio que realzaba la arquitectura de la
realeza como ocurre en muchas ciudades europeas que exhiben las huellas del urbanismo renacentista.
35

frentes daban las fachadas de los edificios en que tenía su asiento el poder
público: la Casa de Gobierno, el Cabildo o la Municipalidad y la cárcel. A otro,
los centros de la vida religiosa: la Catedral y el arzobispado. Por los flancos
corrían amplias galerías con arcadas, los portales o soportales y se levantaban
algunas casas. En el centro de la explanada se encontraba la fuente de agua de
que se abastecía la población. Más allá el rollo o la picota, que podía ser desde
un modesto tronco hasta una elegante torre de estilo morisco como la que
todavía se ve en Teapaca, México, símbolo de la jurisdicción y desde la cual se
administraba justicia. La plaza mayor era también un mercado. Heredera del
forum romano, desempeñaba las mismas funciones en el interior de la urbe.
Esta destinación es especialmente importante en la historia de la ciudad
occidental, la que incluso ha sido caracterizada como "localidad de mercado".
De hecho desde que se funda el tiánguez podemos hablar de ciudad; antes se
trataba únicamente de un campamento fortificado. - Ver gráfico 4- (Rojas-Mix,
1978:115).

Con detalles más o menos, la plaza mayor de Cochabamba no difería mayormente de la


anterior descripción: en la acera Sur fue edificada a fines el siglo XVI o inicios del
XVII, la Iglesia Catedral. En la acera Norte probablemente se situaba el edificio del
Cabildo y otras dependencias estatales, en la esquina Noroeste fue edificada la Iglesia
de la Compañía en el siglo XVIII. Muy próxima a la esquina Noreste se construyo el
templo de San Agustín que siglos más tarde se convirtió en el Teatro Achá. En las aceras
Este y Oeste se edificaron casas de dos pisos de vecinos notables y funcionarios
coloniales de alto rango.

En los costados de la plaza, dos veces por semana o tal vez casi cotidianamente, se
organizaba la recoba a la que concurrían pequeños comerciantes, artesanos y yanaconas
que trabajaban en las chacras y haciendas de los terratenientes hispanos, para ofertar
productos agrícolas y otros objetos de uso cotidiano. Es posible imaginar las bulliciosas
jornadas de vendedores y compradores: por un lado venerables matronas hispanas o
"patronas" acompañadas de cocineras llevando a cuestas pesadas canastas de mimbre,
que buscaban afanosamente entre las "mañazas" la mejor carne para los asados o el
"puchero", la gallina más gorda para la cazuela o el "chicharrón" más suculento para
acompañar al "mote" y al "quesillo". Tal vez no es demasiado especulativo sugerir que
esta feliz combinación hispano-valluna fue un primer signo de mestizaje y que nació
justamente en este escenario urbano, y que la dorada chicha también comenzó a
urbanizarse aquí. No debía ser algo extraño, el espectáculo de un constante ir y venir de
acémilas y "carneros de la tierra" que traían o llevaban diversos productos en medio de
gritos y afanes de los conductores de las recuas, de artesanos que ofrecían diversos
artículos de cuero, tejidos de la tierra e infinidad de otros objetos. La plaza mayor
cochabambina es posible que tomara mayor colorido en estas oportunidades y que
cobrara inusitada vida con sus personajes cotidianos, aún más que en ocasión de las
severas procesiones o los despliegues de la milicia real.

En sus primeros tiempos la villa no pasaba de una aldea incipiente, donde lo único
valorable era el cuadrilátero de la plaza mayor rodeada de manzanas y calles
mayoritariamente deshabitadas y apenas delimitadas por tapiales o acequias, y donde la
vida cotidiana iba trazando sinuosos senderos que se dirigían al río o penetraban en los
huertos de la exuberante campiña. Desde estos lejanos tiempos el agua fue un problema,
su conducción al poblado se resolvía precariamente mediante simples acequias y zanjas
36

que atravesaban manzanas y calles en diversas direcciones. La fuente pública era solo
una aspiración, por el momento, bastaba que el agua llegara de alguna forma y que fuera
relativamente potable. No hay duda de que otro problema temprano que aquejó a la villa
fue la cuestión de la salubridad. Los primeros pobladores y aun las generaciones
posteriores sufrieron los azotes de las pestes debido a la ausencia de nociones
elementales de higiene, pues solo a muy duras penas se fue erradicando la terca
costumbre de arrojar desperdicios y aguas servidas a la calle y convertirlas en un
basurero que contaminaba la atmósfera y dificultaba la circulación. En realidad las
soluciones a estos problemas fueron tan lentos que tomaron siglos e incluso algunos
desafían airosos la prueba del tiempo y el avance de la civilización. (Solares, 1990).

En la inmediata periferia comenzaba el desdeñable pero temible universo de los indios,


que merced a las circunstancias a que nos referiremos más adelante, fueron
aproximándose a la ciudad y acomodándose en sus huertos y factorías, pero sobre todo
concurriendo a su recoba e introduciendo tal vez desde las primeras décadas de
existencia de la villa, la vieja tradición de las ferias que se pierden en la noche de los
tiempos precoloniales.

La estructura urbana resultante no dejaba de tener sus peculiaridades. En el caso de


Cochabamba, por ejemplo, existían dos plazas, una la de San Sebastián en las faldas de
la colina del mismo nombre donde se realizó el primer acto fundacional y la plaza
mayor en torno a la cual termino edificándose la ciudad. En todo caso, la disposición
espacial de estratos y actores sociales expresaba la visión segmentada de una sociedad
que fundaba sus valores en la superioridad racial y la segregación. La plaza mayor se
constituía en el eje de todo un sistema de dominación que ejercía su influencia sobre un
basto territorio, incluyendo su aparato productivo y las relaciones sociales que le
correspondían. En este sentido, se puede afirmar que dicho espacio y la propia villa era
la materialización de una superestructura de dominación que requería de fuertes
símbolos de poder que solo la constitución de una ciudad podía viabilizar.

El proyecto toledano para organizar la gigantesca empresa de explotar el Cerro Rico de


Potosí dependía de una profunda transformación de las formaciones sociales andinas y
sus territorios. Ciudades como Cochabamba representaron, más allá de su primera
función de agrupación, cobijo y protección a los primeros habitantes hispanos de los
valles, la resolución de una permanencia y la imposición de una verdad y una misión
que se juzgaban superiores e incuestionables. Difundir la fe era tan importante como
extraer los frutos a la fértil tierra. La verdad religiosa no solo se dirigía a sustentar un
formidable objetivo de salvación de pueblos herejes o "en estado natural", sino la
imposición radical de una concepción cultural, de unos valores y de unas finalidades
que se consideraban civilizatorias. El centro urbano con su plaza mayor y todo el
sentido centrípeto de esta organización espacial, donde Estado e Iglesia compartían el
espacio central, contenía e irradiaba todos estos significados. Más allá de la verdad del
conquistador no existía nada, solo un mundo hostil que debía ser aplastado o por lo
menos neutralizado. Los valores de la cultura andina apenas eran útiles si servían o eran
funcionales al proyecto civilizador, por ello como sugirió Romero (1976):

La ciudad se fundaba sobre la nada. Sobre una naturaleza que se desconocía,


sobre una sociedad que se aniquilaba, sobre una cultura que se daba por
inexistente. La ciudad era un reducto europeo en medio de la nada. Dentro de
ella debían conservarse celosamente las formas de la vida social de los países
37

de origen, la cultura y la religión cristianas, y sobre todo, los designios para


los cuales los europeos cruzaban el mar. Una idea resumió aquella tendencia:
crear sobre la nada una nueva Europa.

La emergencia de la Villa de Oropesa tuvo este sentido. Al pie del macizo andino, la
ciudad era insignificante y la conquista del valle era precaria. Por ello, afianzar la
permanencia del conquistador era algo más que un problema militar. La consolidación
de la pequeña aldea cargada de grandes símbolos terrenales y divinos fue parte una
batalla ideológica y política más amplia. Los conquistadores permanecieron varios
siglos pero a su vez, la sociedad que nació de este proceso, pese a todo su empeño, no
pudo ser la añorada nueva España, sino la briosa y original formación valluna.

Cochabamba y la decadencia de la minería potosina

La economía minera de Potosí llegará a su apogeo a inicios del siglo XVII, para luego
entrar en un largo proceso de decadencia que se prolongará por más de una centuria. En
el siglo XVIII en la Villa Imperial ya solo quedaban los recuerdos de los "buenos
tiempos idos"15. Factores de diversa índole, como el decaimiento de los sistemas de
reclutamiento de la fuerza de trabajo a través de la mita, la elevación constante de los
costos de producción para extraer la plata de vetas cada vez más profundas con técnicas
arcaicas que exigían crecientes inversiones a cambio de bajos rendimientos de mineral
de buena ley, condujeron a una situación de caída acelerada de la economía minera que
había hecho de Potosí un gran enclave minero, en comparación a las florecientes
explotaciones de plata de Nueva España (México), que concluyeron por provocar la
postración definitiva de las empresas mineras del Cerro Rico.

En las primeras décadas de 1700 Potosí ya había perdido gran parte de su importancia
como centro urbano (Assadourian, 1982), iniciándose en consecuencia un proceso
inverso, el de la desconcentración y desintegración del basto espacio regional que había
logrado articular el centro minero en su etapa expansiva. Un efecto político inmediato
en este orden fue la pérdida de la capacidad de Lima para imponer su hegemonía
comercial y mantener su indiscutida autoridad, puesta a dura prueba por los
levantamientos indígenas de 1780, al extremo de que llegó a perder jurisdicción sobre
Charcas en provecho de un nuevo centro hegemónico: Buenos Aires.

En consecuencia, Potosí dejo de ser el gigantesco mercado de consumo, cuya demanda


urgente y continua determinaba precios altos para los productos agrícolas. Este proceso
de crisis y decadencia de la minería afectó profundamente a las economías regionales,
su primer efecto se reflejó en la caída de los precios de los cereales y otros productos
agrícolas y el consiguiente descenso de los niveles de producción. De esta manera, el
debilitamiento de la razón fundamental que había orientado la estructuración territorial
propuesta por Toledo, debilitó a su vez, en forma paulatina, persistente e irreversible, el
propio poder colonial.

15
A este respecto anota Siles Salinas: “En el siglo XVIII la minería de la plata de Potosí fue desplazada
por el volumen de las exportaciones mexicanas a la Península, si bien desde 1750, aproximadamente, se
experimentó en las provincias altas del Virreinato del Perú una reactivación limitada pero constante,
después del decaimiento registrado entre 1650 y 1750. La extracción de la plata de Potosí y Oruro acusó
una mejoría lenta que no llegó a significar en modo alguno un acercamiento a los niveles de esplendor
alcanzados por Potosí desde el descubrimiento del Cerro Rico, hasta la primera mitad del siglo XVII ”
(2009:31).
38

La repercusión de la crisis minera en los valles de Cochabamba, como veremos, tuvo


rasgos estructurales profundos. Como recordará el lector, el súbito auge minero
impulsó el surgimiento de una economía agrícola próspera sobre la base de grandes
haciendas que empleaban numerosa fuerza de trabajo indígena sometida al régimen del
yanaconazgo para producir grandes volúmenes de cereales que atendieran a una
creciente demanda por parte de las densas poblaciones mineras. Es decir, la viabilidad y
prosperidad de la agricultura colonial cochabambina reposaba en la existencia de un
gran mercado de consumo de cereales y harinas, además de la provisión regular de
mano de obra servil. Sin embargo, la cuestión de la disponibilidad de fuerza de trabajo
resulto crucial para profundizar el deterioro de la economía colonial, ante el paulatino
desgaste del modelo toledano de tributos que afectó a su vez el grado de eficiencia de la
relocalización concentrada de población aborigen en los "pueblos reales de indios" y
del sistema de reclutamiento laboral obligatorio (la mita) para proveer las inagotables
necesidades de recursos humanos que requería la explotación minera, particularmente
cuando las ricas vetas se internaron en las entrañas profundas del Cerro Rico.

En principio, esta situación de crisis se intentó resolver mediante un mayor aporte de


mitayos sometidos a un régimen de trabajo más intensivo e implacable, pero esta
práctica no dio mayores resultados. Prontamente surgieron formas de resistencia pasiva
contra estas modalidades nuevas de bárbara explotación, a través de la deserción de los
indios originarios16, creándose así una fuerte recesión del volumen de población
tributaria, es decir, la susceptible de ser afectada por la obligación de la mita. Pronto
Cochabamba se convirtió en un territorio de evasiones al sistema tributario y de
proliferación de indios forasteros (Sánchez Albornoz, 1978). Este fenómeno transformó
el tributo en una carga muy pesada, y lo que inicialmente eran deserciones aisladas, se
transformaron en abandonos masivos de las comunidades que quedaron sin fuerza
laboral tributaria, desatándose así una irrefrenable crisis de mano de obra para la
minería potosina, que precipitó su colapso.

Esta situación de descomposición del modelo estatal toledano, según Larson (1982),
significó un nuevo proceso de descentralización del poder en favor de poderes locales
que fueron sumamente vulnerables a prácticas de corrupción. En el caso de
Cochabamba, la economía regional dejó de depender de la minería pero, en cambio,
pasó a depender en forma acelerada de los ingresos por rentas 17. El método de "venta"
de cargos públicos en el aparato político administrativo colonial, si bien compensó en
forma pasajera la caída de los tributos y los gravámenes sobre la minería, restando
importancia al régimen de la mita, dio énfasis a otras formas de explotación a través de
la coerción económica e ideológica, como la distribución obligatoria de mercancías
16
Se denominaban “indios originarios” a aquéllos que permanecían en sus comunidades de origen y en
las tierras que les habían sido asignadas por el régimen de constitución de los pueblos reales. Los “indios
forasteros” eran aquéllos que habían abandonado sus comunidades y sus tierras y se habían trasladado a
otras regiones, incorporándose a labores agrícolas o de otra índole, en calidad de mano de obra asalariada
o contratada a cambio del acceso a medios de subsistencia. El sistema tributario se aplicaba a las
comunidades geográficamente emplazadas y no a sus componentes individualmente, de esta manera, el
indio que abandonaba su comunidad (el forastero) evadía el tributo, aunque ello implicaba incrementar las
penurias de los originarios que permanecían en la comunidad.
17
De acuerdo a Robert H. Jackson (1994), los hacendados cochabambinos no se adhirieron
necesariamente a la economía del rentista ni dependieron en forma determinante del circulante que les
proporcionaba el arriendo de tierras. Tuvieron otras opciones para exportar sus granos, como la expansión
del centro minero de Oruro en el siglo XVIII y su incursión en otros mercados del altiplano. Además las
exportaciones de granos a Potosí no se interrumpieron en forma abrupta y todavía en el citado siglo
XVIII, Potosí era un mercado importante para la agricultura de Cochabamba.
39

hispanas no útiles a los residentes de los pueblos reales, o la creación de gabelas en


favor de diversos funcionarios por los motivos más absurdos 18. La reacción natural al
"reparto" obligatorio fue la emigración masiva y el abandono de los ayllus. El destino
de muchos de estos migrantes fueron los valles de Cochabamba, donde fue cobrando
importancia una voluminosa población flotante que se articuló a las ferias locales de
pequeños agricultores, artesanos y comerciantes, que a su vez, comenzaron a ganar
mayor fuerza, en tanto alternativamente, una parte de esta fuerza laboral ofertó su
trabajo a los hacendados (Solares, 1987).

Sin ingresar a un detalle de las nuevas modalidades que definieron las nuevas relaciones
entre fuerza de trabajo y propietarios de tierras, se puede decir que las mismas, pasaron
a apoyarse en un firme control y hegemonía sobre la esfera de la circulación mediante la
vigencia de prácticas de corrupción administrativas protagonizadas por la figura del
corregidor y una corte de insaciables intermediarios que forzaron la formación de un
amplio mercado campesino de consumidores obligados a adquirir mercaderías
peninsulares totalmente inútiles para las practicas cotidianas andinas, pero que
estimularon el endeudamiento y el pago de elevados precios por estos objetos insulsos
abonadas en moneda y en fuerza de trabajo que favorecía a los caciques corruptos y a
los propios hacendados que con frecuencia eran corregidores o se encontraban
articulados a la esfera de influencia de éstos.

Las consecuencias que en lo inmediato produce la crisis de la minería potosina y la


consiguiente desestructuración del espacio regional minero y su área de influencia, se
pueden sintetizar, para el caso concreto que nos ocupa, en la caída de la agricultura
cerealera de exportación acompañada de la proliferación de indios sin tierras o
forasteros. En este contexto, una vez más el valle de Cochabamba fue escenario de
intensos flujos migratorios: indios aymaras descendiendo de las punas y el altiplano en
dirección a los valles centrales y agricultores vallunos abandonando sus ayllus en los
pueblos reales para ofertarse como fuerza de trabajo servil en las grandes haciendas,
alternativa que paulatinamente dejó de ser viable al bajar la producción hacendal. No
obstante permaneció abierta la opción de incorporarse a las actividades del comercio
ferial, o a las labores artesanales. El resultado, fue el crecimiento acelerado de indios
desarraigados e incluso una primera descampesinización que benefició el crecimiento de
la esfera del intercambio.
Estos son los rasgos más significativos de la primera crisis agrícola que afectó la
economía de Cochabamba, una crisis fundamentalmente de mercado, que ya desde esos
lejanos tiempos alertaba a cerca de la extrema vulnerabilidad de un desarrollo agrícola
dependiente de desarrollos económicos externos, es decir de unas condiciones de
absoluta falta de control por parte de los productores, en relación al comportamiento y
evolución de la esfera del consumo. Dicho de otra manera, la debilidad de la agricultura
cerealera, fue su condición de satélite de la economía minera y su incapacidad para
poder evitar su mismo destino.

En este contexto, en los valles de Cochabamba comenzó a surgir en forma vigorosa el


fenómeno del mestizaje, no como un proceso natural de relación o fusión racial y
cultural de conquistadores y sometidos, como puntualmente tuvo lugar en todo el Nuevo

18
“La compra de cargos era probablemente un desembolso hecho ante la expectativa de futuros
ingresos. Por eso, el precio del cargo de corregidor variaba de acuerdo a los ingresos que podía
procurar el reparto (...) El comportamiento de los corregidores estaba orientado hacia la acumulación
de riqueza” (Golte, 1980:80)
40

Mundo desde los primeros tiempos de la dominación española, sino como una
estrategia, al mismo tiempo, de adaptación al sistema de diferenciación y segregación
racial que dividía y segmentaba en forma extremadamente desigual el universo de
españoles e indios, y de resistencia a la aplicación del tributo que era una obligación
exclusiva de los aborígenes. Es decir, una actitud de oposición al sistema legal de
distribución de privilegios y al sentido inequitativo de la división del trabajo, donde la
masa indígena terminaba cargando sobre sus espaldas el conjunto de tareas y
obligaciones más duras. La "pureza de la sangre", en mayor o menor grado equivalía a
definir la posición que el individuo ocupaba en definitiva dentro de la estructura social y
el aparato económico de la formación colonial. Al respecto, se hacía la siguiente
caracterización de la dinámica social que se registraba en el valle de Cochabamba a
fines del siglo XVII, cuando la crisis de la minería de la plata había asumido
proporciones irreversibles: “ya hacia 1683, las autoridades reales distinguían a
Cochabamba como una zona mestiza donde los indios se escabullían de las redes de los
recaudadores de tributos, atribuyéndose así mismos como 'supuestamente mestizos o
cholos” (Larson, 1978).

Se afirmaba que en el siglo XVIII incluso resultaba peligroso y conflictivo intentar


hacer alguna distinción entre un indio que reclamaba su paternidad blanca, y por
consiguiente su condición de persona libre de tributo, y un mestizo genuino, porque
tanto indios forasteros que inventaban parentescos con lejanos descendientes hispanos,
cholos y mestizos trabajaban juntos en todos los pueblos y haciendas de los valles
centrales de Cochabamba (Larson, 1982). En realidad, no necesariamente existía al
respecto un sentido de solidaridad con los indios escapados de los ayllus para sustraerse
de las temibles redes del tributo, el repartimiento y la mita, sino una actitud pragmática
para aprovechar la alternativa de acceder a la explotación de una mano de obra barata y
sin otra opción, bajo una circunstancia que obligaba a sustentar un sistema de mutuas
complicidades y un elevado sentido de la oportunidad, que nunca dejo de ser un rasgo
sobresaliente de los habitantes de estos valles.

De esta manera, los contingentes de forasteros que llegaban hasta la periferia de las
haciendas y áreas urbanas, conseguían trabajo, sobre todo en pequeñas propiedades y en
las populosas ferias, que contrariamente a la quiebra de la agricultura exportadora,
impulsaban el crecimiento de la pequeña agricultura volcada hacia un naciente mercado
interior. Por ello no resulta casual que hacia 1750, la Villa de Oropesa o Ciudad de
Oropesa, como se la comenzó a denominar, fuera abastecida principalmente por gran
número de pequeños productores de granos, los que ya en esa época habían logrado
debilitar el control de los hacendados sobre los circuitos de intercambio interno. Esta
dinámica, obviamente solo era posible, en medio de un acusado resquebrajamiento del
sistema de castas y el fortalecimiento continuo del mundo mestizo. Al respecto Larson
(1992: 131-132) señala lo siguiente:

Cochabamba se había convertido en la región de forasteraje preeminente. Su


perfil demográfico indígena era el resultado del desmoronamiento del modelo
toledano de gobierno indirecto. En mayor grado que en otras provincias, los
migrantes rurales habían sido separados de la órbita de sus comunidades. El
patrón de identificación étnica de la región estaba decayendo. Algunos
indígenas del valle todavía conservaban vínculos simbólicos y materiales con
sus ayllus altiplánicos originales, pero en grado creciente, eran diferenciados
de acuerdo con su posición económica y social dentro de la jerarquía nativa
41

local y por su status fiscal, en lugar de por sus raíces étnicas ancestrales. Fuera
de las aldeas campesinas, las fronteras socio-culturales eran incluso más
borrosas. A medida que los forasteros se asimilaban a los rangos más bajos de
la sociedad española, la distancia socio-cultural entre 'indio forastero' y
'mestizo' (o 'cholo') disminuía y a medida que las reformas del sistema de
tributo y la mita avanzaban, esas fronteras se entrecruzaban cada vez más. En
el mundo surandino, pues, Cochabamba era la provincia más problemática
para las autoridades coloniales que estaban intentando resucitar a las
instituciones de exacción que se habían desmoronado bajo el impacto de la fuga
y resistencia andina.

Estos hechos motivaron que el Virrey de Castelfuerte hacia 1730 intentara realizar un
nuevo censo de recuento de tributarios y una inspección de todas las provincias del
Virreinato de Lima, pues existían fuertes y evidentes sospechas de irregularidades,
incluyendo la practica común del desfalco de los tributos recaudados encubiertos por los
descensos reales o supuestos de la población de indios originarios. En esta perspectiva,
naturalmente Cochabamba llamaba fuertemente la atención de la administración
colonial. Al respecto Castelfuerte llegó a afirmar: "la causa del desafortunado descenso
(de los tributos) es el desfalco...las autoridades locales usan el pretexto de las
epidemias para ocultar a los indios y explotarlos en sus propios obrajes y en sus
ranchos y haciendas" (Arzans de Orsua y Vela, 1965). Las sospechas de Castelfuerte no
eran infundadas, Cochabamba se había convertido en una región de "terratenientes
recalcitrantes" que confabulaban para defraudar al Estado. El Virrey de Lima pensaba
con razón, que muchos tributarios no habían sido censados, y que muchos más se hacían
pasar por mestizos, por tanto eximidos del tributo por un supuesto parentesco con
españoles. A estos indios encubiertos los denominaba como "cholos", quienes "como
personas con un abuelo europeo no estaban eximidos del pago del tributo". Para la
citada autoridad, excluir a dichos cholos del tributo era igual que dejar a Cochabamba
sin tributarios (Larson, obra citada: 142).

No cabe duda que las agudas observaciones de Castelfuerte a cerca de la extensión del
cholaje, revelaba el estado de ambigüedad en que se había colocado la identificación de
los estratos socio-culturales y hasta que punto se había debilitado el sistema de castas.
Dentro de la lógica virreinal, el súbito incremento de mestizos en los valles centrales, no
significaba otra cosa que el esfuerzo masivo de las poblaciones aborígenes andinas de
evadir el régimen tributario, por tanto, los "presuntos mestizos de Cochabamba eran
simplemente indios y cholos que habían cambiado su atuendo cultural indígena por
ropas e identidad occidentales"(Larson, obra citada).
La notable historiadora de la formación social cochabambina de la época colonial y el
primer periodo republicano, cuya autorizada obra nos sirve de valiosa referencia, no
considera que esta eclosión del mestizaje en Cochabamba fuera un movimiento
transcultural, y que la cuestión del volumen de matrimonios interétnicos a principios del
siglo XVIII es todavía un tema a ser estudiado. En todo caso se conoce que eran
numerosas las uniones formales e informales entre europeos y andinos, y que éstas se
originaron desde los primeros tiempos de la colonización. Pero para B. Larson, esta
ampliación rápida de la población mestiza no era un hecho casual e indudablemente se
conectaba con el desarrollo de estrategias de evasión al pago de tributos, sobre todo
cuando este trató de ser ampliado a la población de forasteros (Sánchez Albornoz, 1978
y Guzmán, 1972).
42

¿A que se dedicaban estos mestizos? El Intendente Francisco Viedma que ejecutó el


censo sugerido por Castelfuerte nos permite responder a este interrogante crucial. Las
ocupaciones típicas de los mismos eran las artesanías en diversos rubros: tejidos de
tocuyos (fabricación de las famosas bayetas de algodón), cueros y otros, entre ellos, la
elaboración de chicha, y además obviamente, la dedicación al pequeño comercio y el
peonaje. También no era despreciable el número de agricultores mestizos que habían
arrendado tierras a los grandes hacendados locales. El Virrey en su afán de revitalizar el
régimen tributario, sugirió crear una nueva categoría de población tributaria, la de indios
forasteros con tierra que para este efecto les serían distribuidas.

Indudablemente estas medidas desataron gran alarma y ansiedad entre la sociedad


mestiza y criolla valluna. La misión que Castelfuerte encomendó en 1730 al visitador
Manuel Venero era concreta: descubrir los fraudes fiscales, en particular la artificialidad
de la merma de tributarios y la malversación de los fondos realmente recaudados por
este concepto. El rumor, cierto o no, de que "los mestizos estaban siendo reducidos a la
categoría de forasteros" exaltó los ánimos y turbas incontrolables se ocuparon de
saquear varios pueblos del valle, ingresando incluso a Cochabamba. Estos hechos
caracterizaron la primera gran rebelión contra el régimen colonial en los valles
centrales. Alejo Calatayud que había pretendido dar un cauce legal al movimiento que
lideraba proclamando su lealtad a la corona pero no al "mal gobierno", pago con su vida
y las de sus compañeros este desafío al orden colonial. De todas formas el censo que
hacía peligrar los intereses de gran parte de la enorme comunidad mestiza fue
suspendido, y a partir de 1731, Cochabamba fue considerada una "provincia mestiza",
es decir, "una tierra de gente inquieta y refractaria, que en cualquier momento podía
volverse sediciosa", y donde los cholos y mestizos pasaron a ser considerados como
"clase peligrosa" por que exitosamente habían mostrado los límites hasta donde podría
llegar el control estatal en estos valles

En resumen, la desintegración de la economía regional organizada en torno al mercado


potosino que había propiciado una agricultura especializada en la producción de
cereales para la abastecer la dieta de los empresarios mineros hispanos y de los mitayos
quechuas y aymaras, significó no solo el fortalecimiento del mestizaje, sino además, la
ruptura de los lazos que unían el gran centro minero con las subregiones tributarias. En
el caso de Cochabamba, dicha desintegración produjo a su vez la caída de la producción
de cerealeras para la exportación y el consiguiente estancamiento de la economía
hacendal. La opción estatal de captar el tributo a partir de la aplicación de un sistema de
imposiciones y control sobre la esfera del consumo, a través del repartimiento condujo
al debilitamiento del universo de tributarios como se vio anteriormente. Esto en el caso
de Cochabamba condujo a la sublevación popular encabezada por Alejo Calatayud, y
finalmente a los grandes levantamientos indígenas liderados por Tupac Catari y Tupac
Amaru. Estos hechos hicieron poco factible la conquista de nuevos mercados de
consumo externo y crearon las condiciones favorables para la estructuración de un
mercado interno regional que pasó a apoyarse en una masa de pequeños productores con
mayor poder adquisitivo que sus antecesores yanaconas, lo que permitió el
fortalecimiento del sistema ferial, hecho que como veremos, incidió en el proceso
urbano de Cochabamba.

La función urbana de la Villa de Oropesa como sede político-administrativa, asiento de


una guarnición militar y soporte material de la estructura social derivada de una
agricultura comercial cerealera en expansión, se orientó paulatinamente, aunque sin
43

abandonar totalmente sus roles originales, hacia la concentración de funciones


diferentes, donde las operaciones mercantiles pasaron a ser dominantes respecto a su
primigenio sentido ideológico y político, hecho que vino a estimular una mayor
centralización del aparato estatal y comercial como una condición general para el
funcionamiento de un nuevo modelo de acumulación que pasó a depender, no tanto ya
de las relaciones serviles de producción y de la apropiación a bajo costo de la fuerza de
trabajo, como de la reproducción y apropiación indirecta de los excedentes que pasó a
generar una agricultura dominada por pequeños agricultores y arrenderos, sometidos al
régimen de diezmos y tributos, por lo menos en el caso de El Cercado. En todo caso,
Iglesia y Estado, aun bajo los términos de esta recomposición de roles y relaciones de
producción, continuaron siendo las dos instituciones fundamentales que estructuraban el
espacio urbano.

Como se evidenció, la actividad ferial fue tomando gran impulso y gradualmente los
feriantes u operadores de la ferias, pasaron a controlar los espacios de la producción
regional y los circuitos de intercambio del mercado interior. Es posible que a partir de
estas ferias donde concurrían básicamente pequeños productores y arrenderos para
abastecer la ciudad, fuera tomando forma una precoz economía de mercado, creándose
los estímulos necesarios que favorecieron el crecimiento del sector artesanal y de no
pocos obrajes. Sin embargo, esta liberalidad económica era más aparente que real, pues
no se logró modificar el arraigado sentido de segregación racial de la sociedad colonial,
pero sí mitigar, en el caso de Cochabamba, los tonos de intolerancia que se manifestaron
en otras ciudades del Virreinato de Lima.

La villa evolucionó a ciudad en forma más plena gracias a su gradual complejización


funcional, es decir, dejo de ser la aldea rural que cobijaba a hacendados y grandes
terratenientes por una parte y al aparato del Estado y la Iglesia por el otro, para
garantizar un sistema de dominación sobre una fuerza laboral servil y unos recursos
naturales que definían un esquema de desarrollo agrícola de molde europeo. En lugar de
ello, comenzó a ser compartida, inicialmente por una más o menos frondosa burocracia
estatal y un sector de comerciantes acomodados que hicieron fortuna gracias al
comercio con Potosí, pero que luego pasaron a sustentar su vigencia sobre la base del
negocio del remate de los diezmos y tributos, así como sobre la especulación en el
comercio de granos y harinas con las plazas comerciales del altiplano. Sin embargo, este
espacio urbano fue gradualmente compartido con otros actores sociales de menor rango
que gradualmente fueron acumulando influencia y pasaron a dominar el escenario de la
economía urbana. Se trata de pequeños comerciantes artesanos residentes en
Cochabamba que comenzaron a participar y dar impulso a un verdadero sistema ferial al
establecer lazos más permanentes con las ferias locales del Valle Alto y Bajo, y lo que
es más importante, hacer funcionar este conjunto heterogéneo y disperso como una
unidad de intercambio mercantil más coherente y cohesionada.

Bajo este impulso los diferentes oficios artesanales comenzaron a tener presencia
significativa en la ciudad y en los negocios feriales. El principal protagonista de esta
dinámica fue el indio forastero, un antiguo agricultor desligado de su comunidad de
origen como única alternativa para evadir el pesado sistema tributario. Este personaje
comenzó a ser mejor conocido como "valluno" y pronto demostró su destreza en la
actividad comercial y también como artesano, "en uno o varios oficios: vaquero,
carpintero, albañil, cohetero, ollero, tejedor, canastero, sombrerero, pellonero,
pollerero, ojotero". Además solía desempeñarse como arriero, elaborador de chicha y un
44

sin fin de otros oficios. Se consideraba así mismo como un ciudadano, aspiraba a
alcanzar el estatus de blancoide y no se ofendía si se lo calificaba como "mestizo" o
"cholo", pero sí se sugería su condición de "indio", no dejaba de salir al frente para
negar esta temeraria afirmación. Pese a que todavía conservaba fuertes resabios
culturales y sociales que reafirmaban su origen étnico, se esforzaba por "europeizarse".
Hablaba el quechua fluidamente, pero persistía en practicar el castellano hasta lograr
algún dominio básico sobre este idioma, una vez que esta era la formula para adquirir
realmente su estatus de "ciudadano". Su vestimenta reflejaba esta transición: persistía
en el uso de sus abarcas y pantalones de bayeta, pero adoptó el chaleco, el saco o levita
hispano y asumió aires urbanos (Guzmán, 1972).

Otro tanto ocurría con la "valluna", agricultora o pastora de origen, quién pronto
descubrió una vocación hasta entonces escondida, al desplegar sus dotes como eximia
comerciante o regatona, elaboradora de chicha y de las exquisitas delicias que ofrece
hoy el valle, y que le han dado fama de lugar de "buen comer y buen beber". Se debe a
su prodigiosa creatividad, la existencia de chicharrones, pucheros, diferentes aderezos
con ají e infinidad de platillos aptos para colmar el apetito de los voraces vallunos a
todas las horas del día (Guzmán, obra citada).

En 1786, en mérito a su fidelidad a la corona española, la villa fue elevada al rango de


ciudad mediante cédula real expedida por Carlos III, con el título de "leal y valerosa".
Esta condición hacía alusión al apoyo que dio Cochabamba a la causa real para sofocar
los levantamientos de indios tributarios en 1780, particularmente para ayudar a levantar
el cerco a que había sido sometida la ciudad de La Paz. En realidad el levantamiento
liderado por Tupac Amaru y Tupac Catari se proponía resucitar el viejo imperio incaico,
excluyendo de este proyecto a criollos y mestizos que pasaron a sufrir el mismo trato
que los españoles. Una región eminentemente mestiza como Cochabamba, exceptuando
los ayllus de las provincias "altas" o de puna, donde predominaban indios tributarios, no
solo no apoyó la causa de los rebeldes, sino se volcó contra ellos, porque consideró que
sus intereses económicos y sociales, diferentes de los de las masas de oprimidos
quechuas y aymaras, se pondrían en peligro.

El proyecto de cholos y mestizos era "escalar" en la pirámide social colonial, pero no


destruirla. Décadas más tarde, cuando se fueron cerrando las oportunidades de los
vallunos para ascender a las esferas altas del poder colonial y este comenzó a interferir
en el desarrollo de la economía regional, Cochabamba no dudo en encabezar las luchas
por la independencia y hacer un aporte fundamental a la causa de la libertad en el Alto
Perú19.

Ciudad, arquitectura y sociedad en la época de Viedma

19
Según H. Favre (2007) la brecha que se había establecido entre españoles americanos o criollos y
españoles peninsulares respecto al acceso a los niveles decisionales más elevados del Estado colonial,
lejos de atenuarse se hizo gradualmente más profunda y tras haber sido inicialmente una diferencia más
espiritual y afectiva, adquirió a fines del siglo XVIII, un cariz político que apuntó cada vez con mayor
pasión, hacia la búsqueda de un destino diferente del que prometía la metrópoli europea y su política
discriminatoria hacia ellos. En efecto, los criollos, a pesar de tener similares fortunas en haciendas, minas
y otras posesiones a las de los peninsulares, solo por ser tales, se convertían en sospechosos para la
administración real y en tal condición eran rígidamente excluidos de los altos cargos y dignidades civiles,
militares y eclesiásticas. Estos hechos estimularon el patriotismo de los criollos, quienes finalmente
entendieron que su patria era América y no España, de tal manera que a inicios del siglo XIX, muchos
veteranos de la represión de las sublevaciones indígenas de 1780, abrazaron la causa de la Independencia.
45

Don Francisco de Viedma, el Gobernado Intendente de la Provincia de Santa Cruz, en


1788, hacía la siguiente y muy conocida descripción de la ciudad:

Sus calles están a cordel: son de ancho de nueve varas; se empedraron en el


centro de la ciudad en el año 1785. Tiene dos plazas: la principal y otra
llamada de San Sebastián que se halla en uno de sus cantos. En la primera hay
una fuente en medio, de regular y abundante agua, costeada por la
magnificencia del Señor D. Carlos III, para lo que le hizo gracia a este Cabildo
de diez mil pesos de sus reales cajas(...)Las casas en el medio del pueblo son de
dos altos, bastante grandes, cómodas y sólidas, aunque hechas de adobe crudo,
que es el único material de que se fabrican, a excepción de algunas portadas de
piedra: todas tienen balcones de madera y están cubiertas de teja. Las demás
son de un solo piso y entre ellas hay pocas grandes, como que muchas en los
extramuros son pequeños ranchos del mismo material y cubiertas con paja.(...)
Tiene ocho conventos y un beaterio. En un ángulo de la plaza están las casas
capitulares: son reducidas y están muy deterioradas(...)En todo el distrito del
curato hay 14 haciendas que vienen a ser como pequeños pueblos, por las
rancherías de indios y mestizos que labran en calidad de arrenderos y
separación de dueños que las poseen; y en los cantos o extramuros, cinco pagos
cuyos terrenos son de árboles frutales y para sembrar hortalizas, fresas,
frutillas y alfalfares de mucha extensión y fertilidad, por su abundante riego con
que se benefician, lo que hermosea y hace deliciosísima la ciudad, y con razón
la denominan la Valencia del Perú.(Viedma, 1969: 31 y siguientes)

La anterior descripción sugiere que templos y plazas20 eran los elementos estructurantes
del conjunto urbano, sobre ellos cobraba sentido la referencia de los emplazamientos
residenciales y la propia jerarquía de éstos. El primer plano urbano del que se tiene
noticias data de 1812 (Ver Plano 1), fue encomendado por el brigadier José Manuel de
Goyeneche para complementar su informe sobre la represión a las mujeres de
Cochabamba en la Colina de San Sebastián. Este plano, del que solo se conocen algunas
copias que pueden haber sufrido algunas alteraciones, proporciona una idea aproximada
de lo que era la ciudad a fines del régimen colonial. Muestra el trazado del damero
articulado en torno a la plaza mayor, conteniendo algo más de 40 manzanas regulares.
Hacia el Sur una zona de trazo muy irregular y hacia el Norte y el Este la amplia
campiña de huertos que le daban el encanto "andaluz" a la ciudad. Las casas de dos
pisos en torno a la plaza mayor y en el área donde se ubicaban los templos más
importantes, destacaban el elevado rango social de sus ocupantes, eran estas casonas,
junto a los templos, conventos y edificios estatales, los que establecían la diferencia
entre la ciudad contenida en el damero y el caserío que comenzó a surgir en la zona Sur.
La Catedral o Iglesia Mayor y seguramente el Cabildo, del que no existen mayores
referencias, simbolizaban los poderes eclesiástico y estatal que dominaban la vida
social, política, cultural e ideológica de una modesta sociedad rural que se cobijaba en la
ciudad para modelar su propia identidad frente a la enormidad del hostil mundo andino.

Este modesto núcleo urbano, cuya población según el censo que Viedma mandó a
levantar, probablemente a mediados de la década de 1780, alcanzaba a 22.305
habitantes para la ciudad y sus alrededores (el Cercado) estaba compuesta por diferentes

20
La referencia a una doble plaza en el caso de Cochabamba se debía al doble acto fundacional, el
primero en San Sebastián en 1571, y el segundo en la actual plaza principal en 1574. Sin embargo, este
hecho es excepcional, pues la mayor parte de las ciudades hispanas solo tenían una plaza mayor.
46

castas: 6.368 españoles (28,55%), 12.980 mestizos (58,19%), 1.600 mulatos (7,17%),
1.182 indios (5,30%) y 175 negros (0,79%), de los cuales unos 15.000 eran habitantes
urbanos efectivos. Esta composición demográfica escondía una complejidad social,
cuya realidad es necesario comprender para entender la propia ciudad: indudablemente,
la iglesia era la institución de mayor influencia, prestigio y gravitación en la vida de la
sociedad colonial, no solo como soporte fundamental del credo religioso dominante,
sino como una institución que prácticamente controlaba todos los niveles y ámbitos de
la vida cotidiana.

En torno a los arzobispados, obispados, canonías, curatos y conventos y sus


correspondientes hechos arquitectónicos, se estructuraba el conjunto urbano en términos
que correspondían coherentemente a este rol rector. Según Brooke Larson (1992), en el
siglo XVIII, los dueños del escaso capital regional no eran los comerciantes, los
hacendados y menos aún los estratos subalternos de la sociedad, sino la iglesia que,
además, se desempeñaba como un ente financiero a través del préstamo hipotecario o
"censo en compra" que practicaban ampliamente monasterios y cofradías, y a través de
los cuales las instituciones religiosas llegaron a ser los mayores propietarios de tierras.
Otro tipo de financiamiento era el "préstamo de capital" que era esencial para los
hacendados que debían realizar inversiones previas al proceso de producción. Otra
fuente de ingresos para la iglesia eran las "capellanías" o donaciones de tierras que
hacían los hacendados a cambio de que un pariente ("el capellán") recibiera sustento y
protección de la orden religiosa beneficiada, en fin, otro rubro de ingresos era el de las
"dotes" que las hijas solteras de los propietarios debían abonar para asegurar su ingreso
a los conventos.

Pese a que Cochabamba no desplegaba la prestancia y arrogancia que exhibían en sus


predios otras ciudades donde la nobleza terrateniente ostentaba su riqueza y poder, sino
apenas aparecía como un núcleo urbano de rango menor frente a las grandes urbes
coloniales, en realidad, su configuración era la justa expresión de una modesta
burocracia estatal y sobre todo eclesiástica acostumbrada a medrar a la sombra de los
cotidianos servicios prestados a hacendados y comerciantes. Por ello, lo más
representativo y valioso de la arquitectura colonial constituye justamente los edificios
religiosos. Viedma informaba en 1788, que la ciudad poseía "ocho conventos y un
beaterio, los seis de religiosos a saber: Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, La
Merced, San Juan de Dios y Recoletos Franciscanos, Santa Clara y Carmelitas
Descalzas".
La parroquia de Santo Domingo data de 1612, fue fundada como anexo del convento de
los frailes dominicos. El actual templo fue construido entre 1778 y 1794, esta iglesia
viene a ser la última obra de la arquitectura colonial religiosa, presentando detalles
ornamentales muy originales que tal vez se sitúan dentro del llamado "estilo mestizo".
Se trata de un templo de una sola nave, con planta de cruz latina, cúpula sobre el
crucero y bóvedas en el presbiterio. De acuerdo a Viedma, la renta de este convento, "en
buenas fincas, asciende a 1.886 pesos 5 reales al año". El templo de San Francisco
viene a ser el más antiguo de los todavía existentes, fue edificada en 1581, reconstruido
en 1782 y lamentablemente remodelado en 1926, perdiendo su interés arquitectónico,
conservando su forma original tan solo el retablo del altar mayor, el púlpito y la
espadaña. Se trata de una iglesia de una sola nave que va desde el atrio hasta el retablo,
presenta una bóveda de crucería remodelada. Al respecto de este convento, Viedma
informó: "tiene una renta en aniversarios o memorias perpetuas, con pensión de misas,
de 1.690 pesos con 4 reales anuales, sin contar con las limosnas contingentes que le
47

dan los devotos".

Del templo de San Agustín, queda muy poco. Según datos aportados por Viedma, se
fundo a pedido del vecindario en 1578, a pocos años de la fundación de la ciudad.
Comenzó a ser reconstruido en 1780, pero en 1788 las obras se encontraban paralizadas.
Probablemente no se concluyeron nunca, lo que determinó que en la segunda mitad del
siglo XIX fuera remodelado y convertido en el Teatro Achá. Las rentas de la orden de
los agustinos ascendían anualmente, por concepto de réditos de censos y buenas
haciendas a 4.742 pesos. El convento de la Merced, fue construido probablemente entre
1600 y 1604 por Sebastián Montes, en estilo renacentista de líneas sobrias. Fue
sensiblemente demolido en 1969. Gozaba de una renta anual de 1.642 pesos y 4 reales.
El antiguo hospital e iglesia de San Juan de Dios que data del siglo XVII, fue
refaccionado en 1772. Su renta anual alcanzaba a 2.978 pesos. Fue remodelado en años
recientes. El convento de la Recoleta, no tenía más rentas que las limosnas de los fieles,
"está en la parte opuesta del río Rocha, en un sitio ameno y delicioso" donde aun
permanece desde el siglo XVII. El monasterio de las monjas clarisas o de Santa Clara,
data también del siglo XVII. Llegó a ser la institución religiosa más opulenta, su renta
anual ascendía a 15.000 pesos. Viedma informaba al respecto: "entre religiosas de velo
blanco, negro y donadas hay sesenta y tres. Cada una de las primeras tiene tres, cuatro
o más criadas, cholas, mestizas e indias que no guardan clausura les sirven para hacer
trencillas, encajes y otras manufacturas mujeriles, de que se aprovechan para su
comercio".

El monasterio de las carmelitas descalzas o Santa Teresa, se fundó en 1573, se trata de


una de las obras más interesantes de la arquitectura colonial de esta parte de América, su
planta es polilobulada, sobre una generatriz elíptica con muros de mampostería que
alcanzan los 9 metros de alto. El templo curvo quedó inconcluso hasta 1790, el Obispo
San Alberto encomendó al arquitecto Pedro Nogales concluir la obra, en base a "la
construcción de un cuadrilongo dentro de los muros curvos"(Gisbert y Mesa, 1985).
Las rentas del convento ascendían entre censos y haciendas a 4.750 pesos. Además se
debe incluir el templo de la Compañía de Jesús de los Padres Jesuitas que data del siglo
XVIII, presentaba originalmente en su planta un trazado de cruz latina, pero en la
segunda década del presente siglo fue ampliada con otras dos naves laterales. En l892 la
fachada fue deformada con un decorado neogótico, pero en 1960 fue restaurada a su
forma original, aunque su interior está totalmente modernizado. Por último, la iglesia
Catedral que probablemente data de fines del siglo XVI o comienzos del siguiente, fue
reedificada en dos oportunidades, la primera vez en 16l8 bajo la dirección de Domingo
del Mazo, y la segunda entre 1701 y 1735 con el aporte del vicario Francisco Urquizo,
desde entonces fue objeto de continuas refacciones, siendo ampliada con una galería
lateral en su fachada norte entre 1922 y 1930. En 1974 se liberó su portada de las viejas
edificaciones que la obstruían y recientemente fue nuevamente restaurada. (Caballero y
Mercado, 1986 y Viedma, obra citada).

En contraste con este despliegue de arte, arquitectura y riqueza, el resto de la ciudad


presentaba una fisonomía más bien modesta. Aun las casas "de altos" donde habitaban
los sectores más influyentes y ricos de la ciudad, no lucían la prestancia que ofrecían las
casonas de Charcas, Potosí o La Paz. Sensiblemente no que se conservan testimonios
materiales de estas viviendas. Estudios realizados al respecto en el Archivo Histórico
Municipal revelan que se trataba de edificaciones de una o dos plantas con fábrica de
adobe y disposición perimetral de habitaciones en torno a dos o más patios centrales,
48

observemos lo que se dice al respecto:

se pueden deducir algunas constantes compositivas básicas: las tiendas con


implantación y acceso directo a la calle, tras las cuales están las trastiendas, el
zaguán como vínculo entre la calle y el interior, el patio alrededor del cual se
produce la función de habitación, y a continuación generalmente anexo, un
segundo patio, donde se complementan las actividades domésticas y de servicio,
y finalmente el corral y el huerto...(Lavayen et al, s/f.)

Estas casas, según Otero (1980) fueron edificadas con muros de adobe y teja de barro
cocido a dos aguas. Su esquema de frontis o fachada se dividía en dos partes, la superior
ocupada por cuatro a seis ventanas, con balcones cerrados de una sola pieza, aunque en
Cochabamba era frecuente la variante de la baranda de madera semitransparente. Las
ventanas solían estar cerradas por pequeñas puertas de madera trabajadas con laboriosos
tallados mestizos. La planta baja del frontis estaba formada en su parte central por un
portal amplio que simétricamente hacía juego con dos ventanas de hierro a cada lado o
cuatro puertas que dan acceso a las tiendas. El portal, de acuerdo al rango de los
ocupantes de la vivienda solía estar guarnecido por dos columnas de piedra coronados
por alguna ornamentación también mestiza. La puerta de calle que era una suerte de
presentación de estas casonas consistía en dos hojas o batientes muy ornamentadas con
relieves esculpidos en madera o tachonados con cabezas de clavos pulimentados. Estas
puertas estaban afirmadas interiormente por una barra y protegidas por una poderosa y
pesada chapa. Este acceso solo se habría plenamente en las grandes ocasiones, como
fiestas, entierros, para recibir algún huésped ilustre o la llegada de la cosecha. Sobre
esta puerta pendía el aldabón que asumía las más variadas formas. El ingreso a la casa
se hacía por el zaguán alumbrado por el farol que además iluminaba todo el patio, su
piso era empedrado. Esta casona interiormente se componía de tres partes: el primero y
segundo patio y el corral, el jardín o huerta. El primer patio correspondía a los dos
primeros pisos de la fachada y estaba rodeado por habitaciones dispuestas
perimetralmente. Con frecuencia este patio en planta baja estaba rodeado con pilares en
forma de una galería interior. En la planta alta se repetía el esquema de disposición de
las habitaciones de la planta baja. Pero dejemos que el propio cronista nos describa las
diferentes partes de esta casona: (Ver gráfico 5)

En el primer patio suele estar instalado el pozo y la argolla para atar de ella el
caballo favorito del amo. El acceso al segundo patio se opera por un callejón o
zaguán. Este patio algunas veces es también de dos pisos íntegros, otras de un
ala y la mayoría de las veces de un piso. Del segundo patio se ingresaba a la
huerta y al corral(...)El corral era el asilo de las bestias(...)y donde se
acostumbraba concluir las funciones digestivas de todos los habitantes de la
casa, exceptuando el señor y la señora. La habitación principal de la casona es
'la cuadra', llamada así porque tiene la forma de un cuadrado en el que se alza
el estrado, sus ventanas dan sobre la calle y sus paredes están enjalbegadas de
cal. El siglo XVIII contribuyó a que esta habitación estuviera muy adornada y
en ella se hacía derroche de lujo. La ornamentaban espejos de grandes marcos
dorados(...)Al lado de la cuadra, con ingreso especial sobre el corredor está el
oratorio, altar de madera sobredorado, en la que se destaca la imagen del santo
o de la santa para el que está consagrado(...)En el dormitorio luce la cama de
barandillas o de granadillas con sus cantoneras de bronce, todo dorado. Sobre
los muros enjalbegados caen los ornamentos de las cortinas de damasco o de
49

filipichín (...) El comedor no corresponde en su adorno a las otras habitaciones.


La gran mesa familiar cubierta de mantelería, tiene para el asiento algunos
escaños altos e incómodos y el sillón frailuno para el padre (...) Cerca de las
habitaciones indicadas estaba el cuarto de los niños, quienes duermen
conjuntamente con la servidumbre. El cuarto de alojados es de ritual existencia
en estas casas de respeto(...)Las habitaciones del piso bajo o simplemente de los
'bajos', estaban destinadas al cuarto del chocolatero, al cuarto de monturas, al
destinado a escarmenar lana o tejerla, al de liar cigarrillos, y en fin, a los
ambientes donde se depositaban los víveres destinados a su venta y que se
expenden al por menor en la puerta de la casa o en la 'aljería' que es como se
llamaba en La Paz, a esta tienda interior o exterior de expendio de los artículos
de primera necesidad procedentes de las fincas agrícolas(...)El segundo patio
estaba ocupado por la servidumbre: el mayordomo, el ama de llaves, sus
familias, los pongos, 'mitanis', los protegidos y demás gente que vivía en la
casa. Además vivía también la mestiza o indígena concubina del señor o del
joven de la casa, cuyos hijos se agregaban a la familia. Otras veces estas
concubinas eran enviadas a la finca. La mandadera de la casa o criada
'racional', cumplía en la Colonia las funciones del teléfono. Esta sirviente
llevaba los mensajes de sus amos a otras casas(...)En este segundo patio se
encontraba la cocina, generalmente en los bajos(...)Las casas fuera de las
habitaciones, disponían del horno, cerca del cuarto de duendes. En el horno se
cocía el pan, las humitas, los lechones (...) El cuarto de los duendes era el más
desvalido de la casa donde se guardaban los trastos viejos. Allí se encerraban a
los niños (traviesos) luego de la correspondiente azotera con la intención de
haber realizado una obra maestra de pedagogía Otero, obra citada).

Si bien la deliciosa descripción anterior es más de tipo genérico y no refleja


necesariamente la realidad en detalle de lo que pudo haber sido la casona colonial de la
oligarquía valluna, nos permite vislumbrar todo un universo en pequeño de lo que era la
vida en el Coloniaje. En esta casa de 15, 20 o más habitaciones vivía la familia
patriarcal extensa del gran terrateniente, que además solía ser un próspero comerciante,
un fiel devoto de algún santo patrón y una influyente figura de la política y la vida
social de la ciudad. La forma como se valorizaban las partes de la casa era gráficamente
representativa del esquema de castas y prejuicios de esta sociedad: en las habitaciones
de los "altos" gobernaban los patrones, sobre los artesanos de los "bajos" y la
servidumbre, incluidos los pongos, del segundo patio, que ocupaban la base de esta
pirámide social familiar. En suma, si la esencia del mundo colonial se reproducía en la
ciudad, y si la plaza era el centro gravitatorio del poder, el rango y el privilegio; la
casona señorial era el espacio donde se reproducían y cultivaban con esmero estos
valores de segregación y opresión.

En oposición a este paisaje urbano de torres de iglesias y casonas de notables, las casas
de "bajos" del pueblo llano eran más sencillas y sobrias, aun cuando intentaban imitar
con diverso grado de aproximación las casonas de "altos". Aquí residían las capas
medias de la sociedad: funcionarios públicos, escribanos, algunos profesionales y
comerciantes mestizos y criollos. Hacia la zona Sur de la ciudad el trazado en damero se
debilitaba y la configuración urbana cambiaba de fisonomía: la pequeña ciudadela
hispana construida sobre la base de tributos, diezmos, gabelas y trabajo servil de indios
se diluía en una atmósfera aldeana y campesina donde campeaba todo un submundo de
mestizos, forasteros, arrenderos y artesanos, además de multitud de pequeños
50

comerciantes y ofertantes de infinidad de servicios menores. En este ámbito se


estructuraron los legendarios barrios populares de Caracota, la Curtiduría, la
Carbonería, San Antonio, la Mañacería, la Jabonería, la Pampa de las Carreras, San
Sebastián, en base a viviendas modestas, cuyas características eran descritas de la
siguiente forma:

sus paredes son construidas con barro apisonado con paja en los moldes de
adobe o en los tapiales. El techo esta sustentado por tijeras de palos
entrelazados por cuerdas de cuero, y esta provista de una sola puerta, sin
ventana. La puerta era primitivamente de cuero de llama y luego fue de madera
con argollas para sujetar el candado. Interiormente esta casa está amoblada
con patillas amplias que hacen el papel de catres y unas patillas estrechas que
sirven para asientos (Otero, obra citada).

Las zonas Norte, Este y Oeste de la ciudad conservaban sus características rurales. Allí
se encontraban las quintas, huertos, fincas de los notables de la ciudad, al lado de
pequeñas propiedades cultivadas por pequeños agricultores. Esta era la campiña que
rodeaba a la ciudad formando un arco tan solo interrumpido por la colina de San
Sebastián, la serranía del Ticti y las tierras áridas de Jaihuayco donde existía un
rancherío indígena. Aquí se encontraban las exuberantes campiñas de Las Cuadras,
Muyurina donde se encontraba la famosa Finca de Viedma (en los terrenos que hoy
ocupa el hospital que lleva su nombre), Mosoj LLajta, Avalos Pampa, Kochi Pampa,
Tupuraya, las hermosas campiñas de Queru-Queru y Cala-Cala, la pampa de Sarco, la
Chimba, las famosas Maicas que se consideraban las tierras más fértiles y de mayor
valor agrícola en la zona y otros sitios que proporcionaban a la ciudad ya desde esa
época la fama de "ciudad-jardín".

Los rasgos anteriores no reprodujeron necesariamente el modelo colonial de


segregación espacial, étnica y social que sugería la disposición concéntrica de manzanas
en torno al centro rector o plaza de armas, definiendo "anillos" o segmentos nítidos de
residencia de clases altas, medias y bajas. En el caso de Cochabamba, "la ciudad de los
españoles" organizada en torno al citado centro y donde se emplazaban las principales
instituciones religiosas y estatales, se reducía a no mas de una decena de manzanas
realmente consolidadas con tales edificios y casas de "altos". Otras treinta manzanas, a
lo mucho, se debatían entre ser consumidas por las necesidades urbanas de los hidalgos,
los grandes comerciantes, los servidores de la corona, los mandos de la milicia, o
mantener una atmósfera rural donde las casonas de abolengo como la casa solariega de
Don Gil de Gumucio, compartía su prestancia con los maizales aborígenes y las chozas
campesinas. En realidad a la vuelta de pocas cuadras de la plaza mayor, sutil o
francamente comenzaba la "ciudad mestiza" de asentamientos populares, callejones
irregulares, casas de "bajos" y ranchos dispersos, alquerías y sin duda multitud de
chicherías, todo ello salpicado tenuemente de fragmentos de huertos hispanos y casas de
hacienda. Si se intentara un esquema de la estructura físico-espacial resultante, (Ver
plano 2) esta no podría limitarse a la aldea hispana, sino a su entorno productivo, pues
ambas se articulaban y compenetraban definiendo la complejidad urbana, de acuerdo a
los siguientes rasgos:

En primera instancia, una zona de asentamiento urbano con patrón hispánico


dominante, conformada por los siguientes sectores y sitios: la Plaza de Armas y
manzanas consolidadas que definen su entorno y se encuentran en su inmediata
51

vecindad. Incluye los templos religiosos, los conventos y los edificios de la


administración real, así como las casas de "altos" y "bajos" de las familias hidalgas.
Este es el área de residencia y trabajo de las clases dominantes que comprendían unas
40 manzanas de acuerdo al plano de la ciudad que Goyeneche mandó a levantar en
1812. El Carácter morfológico dominante se caracteriza por el consumo del espacio
urbano bajo patrones que reproducen el modelo de ciudad con trazado en damero que
se organiza a partir de un espacio central (plaza mayor) en cuyo perímetro y
proximidades se despliegan los soportes materiales de la Iglesia, el Estado, la realeza, el
poder político, ideológico y económico, allí reside la alta burocracia civil y militar y, los
grandes terratenientes, correspondiendo a todo ello a un producto morfológico que por
su escala, calidad, singularidad, domina la escena urbana y el espacio regional
circundante.

Luego sigue a la anterior, una zona suburbana de barrios populares periféricos con
patrón de asentamiento urbano que combina rasgos hispánicos y aborígenes
adaptados a la organización espacial urbana dominante. Los sectores y sitios que lo
conforman son: Kjara-Kjota (Caracota) pequeño rancherío indígena absorbido por la
urbanización, asiento de actividades de pequeño comercio agrícola y artesanal. La
Carbonería, barrio donde se producía y expendía carbón, situado en la parte meridional
de la ciudad entre Khasa Pata y el Ticti, dio su nombre a la famosa acequia que cruzaba
diagonalmente la ciudad. Khasa Pata o la "Mañacería", barrio en la parte Sudeste de
San Sebastián, residencia y lugar de faena de los "mañazos" o carniceros. La Curtiduría,
barrio popular de la zona Sudoeste, donde se establecieron grandes curtiembres y
peleterías. San Antonio, otro barrio populoso al Sur de la ciudad, se vinculaba con
Caracota y San Sebastián por la Pampa de las Carreras (hoy Avenida Aroma). La
Jabonería al Sur de la anterior (en la zona ocupada posteriormente por la Estación de la
Bolivian Railway), donde existían varias factorías dedicadas a fabricar jabones y velas.
Su carácter morfológico dominante: está dado por el predominio de casa de "bajos",
calles angostas y tortuosas, edificación poco densa, donde la función residencial se
combinaba con talleres de artesanos, pulperías y chicherías. Los diferentes barrios no
organizaban un tejido urbano continuo. Los espacios abiertos de Caracota, las Carreras,
San Sebastián hacia principios del siglo XIX ya eran asiento de la actividad ferial y
escenario de bulliciosas transacciones comerciales. La aridez de la zona y su falta de
agua, hacían que fuera un lugar polvoriento, con frecuentes focos infecciosos y poco
propicio a la expansión del damero hispano, que si bien se hace presente, pero con
severas deformaciones que le imprimen las actividades de nativos y mestizos.
Finalmente, una zona rural de campiñas, haciendas, huertos, maicas, alquerías y
rancheríos. Los sectores y sitios que la conforman son: Cjala-Cjala (castellanizado
Cala Cala), región pintoresca, originalmente cubierta por bosques naturales, asiento de
fincas, huertos y arboledas, sitio de paseo y recreo de familias hidalgas. La Chayma, al
Norte de Cala Cala, zona de famosos huertos y balneario. Jaya Huayco (hoy Jaihuayco),
poblado indígena en la zona de la Tamborada, con tierras muy fértiles en las orillas del
río Rocha llamadas "maicas". Lajma, asiento de pequeños talleres de alfarería y
cerámica. Sarikyo Pampa (hoy Sarco), asiento de rancheríos, maizales y huertos.
Tjupuraya (hoy Tupuraya), comarca poblada por aborígenes y cubierta con bosques
naturales. Alba Rancho, caserío al Sudeste de Canata. Chavez Rancho, comarca poblada
al Oeste de la villa, con huertos y maizales. Mayorazgo, asiento de la mayor hacienda
del Cercado. La Recoleta, sede de un templo y comarca poblada con muchos huertos, al
igual que el Rosal, Aranjuez y la zona hoy conocida como Portales. Su carácter
morfológico dominante esta definido por un ámbito rural, cuyo marco natural fue
52

modificado por patrones agrícolas hispanos que compartían con cultivos agrícolas
nativos. Aquí coexistían casas de hacienda, casas quinta, rancheríos, alquerías, huertos,
maizales, frutales y cristalinas vertientes, en fuerte contraste con el árido Sur de llanuras
y tierras de secano. En los dispersos poblados se practicaban artesanías y se elaboraba
chicha. Este espacio compartían hacendados, ex yanaconas, arrenderos y artesanos,
todos ellos, excepto los primeros, originalmente indios forasteros. Esta actividad
productiva estructuró la primigenia trama de caminos de herradura que la conectaba con
las ferias y recobas.

En las postrimerías del régimen colonial, la ciudad ya presentaba todos los rasgos,
componentes y actores sociales que perdurarían a lo largo del siglo XIX y la primera
mitad del XX, pero además, el sólido embrión de una estructura urbana concéntrica que
ni los dramáticos cambios sociales, económicos y tecnológicos posteriores lograron
modificar.
53

CAPITULO II
LA ALDEA REPUBLICANA DEL SIGLO XIX

La decadencia de la economía de la plata no solo afectó, a partir del siglo XVIII, al


conjunto de las economías locales y regionales que habían prosperado bajo el influjo de
la extracción de las inconmensurables riquezas del "Cerro Rico", sino que incluso dejó
sin vigencia y sentido el ordenamiento territorial que había propiciado el proyecto
toledano. El consiguiente debilitamiento del Virreinato de Lima y la incorporación de la
Audiencia de Charcas al Virreinato del Río de la Plata en 1776, fueron una
consecuencia de esta situación. Las luchas por la independencia iniciadas en 1809 no
resolvieron completamente la cuestión de los límites geográficos que delimitaban las
fronteras entre los dos antiguos virreinatos rivales, que reclamaban sus derechos sobre
el Alto Perú. En todo caso, la ruptura final del eje estratégico Lima - Potosí - Buenos
Aires quedó consumada con la creación de tres repúblicas independientes y la decisión
de los doctores altoperuanos de fundar sobre los antiguos territorios de la Real
Audiencia, la República de Bolivia.

Pero, ¿cuáles fueron los antecedentes, los factores y las circunstancias que modelaron la
personalidad histórica de Cochabamba? Esta fue una región, si se quiere atípica, donde
se pudo preservar una estructura de clases sociales y, relaciones interétnicas y culturales
que confluyeron hacia una suerte de conciliación de los valores señoriales con las
lógicas de mercado que se evidenciaban en el interior de su aparato económico,
permitiendo tal circunstancia que los valles se convirtieran en una suerte de "territorios
de oportunidades" donde las clases subalternas lograron quebrantar exitosamente el
férreo sistema de castas colonial. A pesar de que el nuevo orden republicano que
trataron de imponer las elites oligárquicas, más allá de sus fastos y barnices libertarios,
nunca modificó su esencia colonial, tampoco pudo reconstruir totalmente el viejo orden.

Esta cuestión que nos parece crucial, será el punto de partida para definir la realidad de
la aldea republicana. Sin embargo, es necesario retornar una vez más a los antecedentes
singulares que se tejieron en el siglo anterior, habida cuenta que la fisonomía que
adquirió Cochabamba en el tiempo de Viedma se prolongará con escasas variantes
durante todo el siglo XIX.

Cochabamba a fines del siglo XVIII: el equilibrio singular entre sociedad mestiza y
poder colonial.

Si bien la crisis de la economía minera a lo largo de los siglos XVII y XVIII había
estimulado una profunda recomposición de la economía y la sociedad regional, ello no
implicó necesariamente un derrumbe del aparato productivo agrícola y un colapso del
régimen colonial. Por una parte, la contracción del mercado minero fue gradual a lo
largo de los siglos citados, y en todo este periodo Potosí no dejó de ser una plaza
comercial importante para la economía de Cochabamba. Por otra, la economía hacendal
no se derrumbó, pero su recomposición dejó "aberturas" para la irrupción de un
campesinado que logró neutralizar las barreras étnicas, organizar una economía de
explotación parcelaria e irrumpir exitosamente en el mercado regional y en el
abastecimiento de los principales centros urbanos de los valles y aun de la meseta
altiplánica, dentro de una singular dinámica que Larson (1982) denomina "cambio
agrario". Estos rasgos sin embargo no son homogéneos para toda la región, aun cuando
existen constantes en las relacione de producción, las respuestas de los actores sociales
54

involucrados fueron diferentes de acuerdo a la naturaleza de los intereses locales


involucrados.

El monopolio que el sector terrateniente ejerció sobre la propiedad "escriturada" o


legalmente reconocida de la tierra, sobre el control del agua, los sistemas de riego y
sobre las pocas zonas de tierras irrigadas, constituyeron la contraparte a la irrupción de
pequeños agricultores con acceso a tierras de tenencia inestable, a través del arriendo,
el trabajo en compañía u otras modalidades, que si bien en los valles estimularon la
parcelación de las grandes propiedades y dieron lugar a la emergencia de un discreto
mercado de tierras y, sobre todo, a la formación de un mercado de fuerza de trabajo
campesino y, uno similar de productos agrícolas, con un grado mayor de independencia
con respecto a las haciendas; en las tierras altas o zonas de puna e incluso en las
provincias del Sur de Cochabamba, esta tendencia no fue la dominante: allí
permanecieron las formas coloniales de relación entre hacendados y trabajadores que
permanecen como yanaconas adscritos al patrón y dueño de unas tierras que fueron
escasamente fragmentadas.

A fines del siglo XVIII, la expansión de la agricultura parcelaria parecería indicar que,
finalmente, el quebranto del mercado potosino había impulsado una suerte de reforma
de la propiedad rural y una redistribución de la tierra en términos socialmente más
justos. El crecimiento del mestizaje como expresión del debilitamiento del sistema de
castas en los valles podría inclinarnos a admitir esta posibilidad. Sin embargo, las
haciendas estaban lejos de una situación de desintegración y los pequeños agricultores,
también estaban lejos de un franco acceso a la propiedad legal de la tierra, salvo en muy
pequeña escala. Por tanto, la relativa ampliación de la unidad agrícola minifundiaria en
los valles, particularmente el Valle Bajo a inicios de la república, no significaba
necesariamente el surgimiento franco de campesinos propietarios, aunque estos
puntualmente aparezcan en los documentos notariales de la época. En realidad el
mercado de tierras agrícolas en Cochabamba era muy restringido y poco flexible,
imponiendo fuertes barreras al acceso de arrendatarios, que pese a que llegaron a poseer
cantidades significativas de cabezas de ganado y lograron acumular riqueza a través de
la usura que les permitía el comercio ferial, no estaban en condiciones de adquirir
propiedades con tierras fértiles y con riego, de enorme valor, en medio de un territorio
donde, las tierras arables en forma permanente eran muy restringidas en contraste con
las amplias extensiones de agricultura de secano y las igualmente extensas zonas áridas
de montaña.

Tampoco la quiebra de la minería potosina significó el debilitamiento real de la clase


hacendal y el quebranto de sus empresas agrícolas, sino más bien, la apertura a
alternativas de diversificación de su economía como la incursión en los negocios
urbanos y la recolección de los diezmos, que de todas maneras les permitía un cómodo
acceso a los excedentes agrícolas de los pequeños productores y a mantener el control
sobre el gran comercio de exportación. El arriendo de tierras era otra opción para
percibir ingresos, haciendo reposar sobre el pequeño campesino todos los riesgos de la
producción y la comercialización. En la misma forma, la intervención de terratenientes
en negocios de minas y en empresas de comercio de exportación de mercaderías
europeas expresaron, no necesariamente un panorama de quiebra de las elites
regionales, sino cambios formales en el modelo de acumulación, que permitió
concentrar mayor riqueza y poder dentro de la clase dominante. De aquí es posible
inferir, que en realidad, el desgaste del régimen colonial fue sobre todo político e
55

ideológico. El estandarte de las ideas libertarias en los valles fue tomado por los criollos
(españoles de cuna americana) dueños de tierras, al verse imposibilitados por el Estado
colonial, en su condición de tales, de construir un poder regional e incluso nacional
propio, que permitiera la ampliación y sostenibilidad de sus intereses económicos,
sociales y políticos de clase.

Un estudio sobre el mercado potosino a fines del siglo XVIII (Santamaria,1990),


demuestra que este mantenía su importancia relativa para una basta región que abarcaba
todo el Sur peruano, casi la totalidad de la Audiencia de Charcas y el Norte argentino.
Sin embargo, la presencia de las mercancías cochabambinas estaba lejos de los niveles
de épocas pasadas. A manera de ejemplo, observemos algunas cifras: con relación al
comercio de coca: la participación de Cochabamba era ínfima, (el 0,66 % contra el 95
% de las exportaciones provenientes de La Paz). El comercio de ropa estaba dominado
por el Cusco y Cochabamba no participaba, otro tanto sucedía con el comercio de ají,
los vinos, los aguardientes, el azúcar y otros productos, también controlados por el
comercio cusqueño y arequipeño. Cochabamba ejercía el monopolio del comercio de
tocuyos, la mayor parte de los cuales provenían de la ciudad y el Cercado; sin embargo
el comercio de bayetas estaba copado por La Paz. En suma, Cochabamba concurría a
este mercado tan solo con productos textiles fabricados por los artesanos que habitaban
en la periferia de la ciudad. Esta industria textil que surgió en la segunda mitad del
siglo XVIII, fue más una alternativa campesina, llevada adelante sobre todo por indios
forasteros y sus familias para dejar de depender de los altibajos de la pequeña
producción agrícola. Esta industria logró afianzar un mercado local entre indios y
mestizos que concurrían a las ferias, pero a partir de 1790 y por unos pocos años, logró
abastecer a mercados más lejanos como Buenos Aires y otros centros donde cobró gran
fama.

A fines del siglo XVIII, la ya mencionada industria de tocuyos de algodón, dependía en


gran medida de la importación de algodón de Arequipa, aunque se hicieron esfuerzos no
muy exitosos para cultivarlo en la propia provincia, en la zona de Misque. Hacia 1800,
se reconocía la existencia de más de 3.000 telares que producían paños de buena calidad
y que alimentaban la demanda de ellos por todo el Virreinato. (Larson, 1978 y
Santamaria, obra citada).

Al respecto un “aldeano” que dejo un excepcional testimonio de los primeros años


republicanos (Lema, coordinadora, 1994), señalaba:

El solo departamento de Cochabamba, pues, tenía tantos telares de lencería,


barracanes, etc., que sus tejidos podían abastecer en su clase a toda la
república (...) el hermoso bosque de Calacala en Cochabamba presentaba al
cálculo un material bastante para calcular el número de las familias que se
mantenían de la rueca. Allí solo había centenares de mujeres que hilaban en
tornos de agua bajo la sombra de sus árboles frondosos y a los márgenes de
tantos arroyos que le serpentean (...) Todos los días de fiesta había una gran
concurrencia en todos los cantones por causa del hilado y de la lana en cuyo
comercio se buscaban recíprocamente los tejedores y las hilanderas. (obra
citada:22)

Hacia 1830, el mismo “aldeano”, ardiente defensor del proteccionismo en materia


comercial, anotaba con desazón:
56

El industrioso departamento de Cochabamba ha caído en una mortal agonía.


En todos aquéllos grandes mercados que inundaba con sus manufacturas ya no
se observa más que una tenue sombra de su antiguo esplendor. El bosque de
Calacala se ha convertido casi en un desierto. A todos aquéllos brazos tan
laboriosos, ha sucedido la actividad de los pies, si me es permitido decir así,
conque corren atolondrados los cochabambinos, por el encanto de un comercio
efímero -los textiles importados- (obra citada:23).

Otra actividad, no menos importante, importante era la molienda de granos


complementaria a la producción cerealera. En general dicha actividad se concentraba a
lo largo de la quebrada de Arque y Tapacarí y en algunos cursos de aguas temporales del
Valle Alto. Las condiciones de desarrollo de la industria molinera estaban vinculadas al
cultivo intensivo de cereales, a una fuerte y estable demanda de harinas y a la
disponibilidad permanente de caudales de agua suficientes (Larson, obra citada).

Finalmente otras manufacturas importantes eran las curtiembres que utilizaban como
materia prima cueros de vacunos que se faenaban en el Cercado y en los centros feriales
de los valles aledaños. Esta sería la base para una prospera industria de calzados a lo
largo del siglo XIX.

En 1795 se tenía la siguiente visión de la región de Cochabamba:

El valle de Cochabamba y sus anexos, Quillaqullu, Tapaqari, Arque, Clisa y


Sacaba fueron siempre territorios agrícolas por excelencia. Abundaban las
tierras de riego a lo largo de los riachos o como antiguos ejidos en torno a los
pueblos. Mientras que en Quillaqullu, Clisa o Tapaqari predominaba el maíz, en
Arque y Sacaba prevalecía el trigo, siendo esta última además, la región
molinera por antonomasia, abastecedora de los valles centrales. Entre las
tierras maiceras, Clisa era la más importante, gracias a que la humedad de su
suelo y la difusión del regadío aglutinaba muchas fincas, más cultivadas que
las del propio curato de Cochabamba. Ayopaya a pesar de su áspero relieve, era
una rica región agropecuaria proveedora de carne vacuna y trigo a los yungas
paceños (...) Al Sudeste, en los subtropicales valles misqueños, un clima cada
vez más cálido limitaba la siembra de trigo a los distritos qhiswa de Tutura y
Pukuna, reduciéndolo a su mínima expresión en el resto de la región donde
prevalecía la ganadería vacuna -en menor grado ovina- orientada a la
producción de charque, sebo y grasa para La Plata y Potosí. El cereal se
asociaba con algunos cultivos de viñas y coca con riego en las quebradas más
profundas y con plantaciones de secano de papas y ocas en las punas (Archivo
General de la Nación, Intendencia de Cochabamba, Informes de Enero de y
Mayo de 1787, IX 5-8-4-, citado por Santamaria, obra citada:23).

Este último testimonio delineaba las características de una región eminentemente


agrícola con variedad de pisos ecológicos e incluso con potencialidades en la ganadería,
panorama que estaba lejos de una situación de postración por efecto del cierre del
mercado potosino.

Unas décadas antes, Cochabamba en la visión de diversos viajeros, conservaba su


calidad de "granero del Perú". Sin embargo la información más completa en este orden
proviene de la Descripción Geográfica que elaboró Francisco de Viedma en 1788, y a la
57

que nos referimos en el capítulo anterior. Sin embargo, dada la riqueza de este
documento, vale la pena repasar la visión que contiene sobre la región. Un hecho que
preocupaba profundamente a Viedma era la contradicción entre abundantes recursos
naturales y la situación de necesidad y pobreza que atingia a la mayoría de la población
debido a los abusos del sistema tributario, la corrupción y las continuas sequías. En
realidad la descripción de Viedma contiene el análisis de los resultados del censo que
hizo levantar en los cinco partidos de la provincia, que en conjunto alcanzaban a
124.245 habitantes y demostraban que evidentemente, esta era una región con una alta
concentración de mestizos reales y ficticios, particularmente en el Cercado, donde estos
eran una abrumadora mayoría con relación a los indios, ocurriendo otro tanto en Cliza.
Cochabamba en la época de Viedma, en las postrimerías de la colonia, era
indiscutiblemente el centro del poder político y comercial de la provincia, aunque no
fuera el distrito más poblado. La villa estaba situada en forma estratégica con relación a
los tres valles centrales que contenían lo esencial de la producción y de la actividad
comercial.

El Gobernador consideraba que las tierras del Cercado eran las más fértiles de la
provincia para diversos tipos de cultivos, incluidos los cereales. Aquí existían catorce
haciendas que se "asemejaban a pequeños pueblos habitados por indios y mestizos que
cultivan el suelo de sus rancheríos como inquilinos de los terratenientes" (Viedma,
1969). Según Larson (1992), se trataba de las haciendas de Cala Cala, Queru Queru,
Sivingani, Caracota, la gran finca de Santa Vera Cruz y la Tamborada, entre las
mayores. De acuerdo al padrón de 1802 (mencionado por Larson), en el Cercado, no
todos los indígenas vivían en haciendas. Más de un millar habitaban los barrios
populares periféricos de Caracota, Colpapampa, las laderas del cerro de San Sebastián y
la Pampa de las Carreras. Muchos de estos pobladores arrendaban tierras de los
monasterios, otros trabajaban en servicios domésticos, muchos más eran solventes
artesanos en el ramo de los cueros, los textiles, sobre todo los tocuyos que se adquirían
en las ferias locales y se exportaban al altiplano, a Tucumán e incluso a Buenos Aires.

En realidad estos indios (de hecho adscritos como mestizos en los registros de
población), se habían asimilado exitosamente a la vida urbana, desempeñando multitud
de actividades de pequeño comercio, servicios y la actividad artesanal; proceso en el
cual lograron modificar su identidad étnica y ganar el estatus ciudadano, a pesar de que
muchos de ellos apenas balbuceaban el castellano. El propio Viedma admitía que estos
habitantes urbanos no hablaban el idioma español y que el "quechua" era una lengua
fluida aun entre "las mujeres decentes". No obstante Larson observa que estos mestizos
no constituían un grupo homogéneo que había adoptado y diluido las normas y
costumbres de las clases dominantes, sino que de todas formas, se aferraban a
fragmentos de sus propias culturas: "En el mismo corazón del distrito del Cercado, por
ejemplo, había parcelas de tierras llamadas 'Incacollos' que todavía pertenecían a la
'comunidad de indios de Tapacarí y Capinota', según el censo de 1902". Además
Viedma afirmaba que la ciudad de Oropesa o Cochabamba, era el principal centro
comercial de la región. Al respecto señalaba:

Los víveres se hallan todos los días en la plaza con mucha abundancia y a
precios muy moderados, tanto el pan como la carne, y todo genero de
legumbres, frutas y aves (...) La provisión de carne se hace por medio de unos
indios que llaman 'mañazos', que se dedican a este comercio, surtiéndose de
ganado vacuno en los partidos de Misque y el Valle Grande, y de lanar en las
58

punas. Ni para su venta, ni para la del pan, hay arreglo en precio, peso y
calidad; cada uno vende donde quiere y como puede -Viedma reconocía aquí su
fracaso para regularizar este comercio -. La sal, pescado seco, vinos y
aguardientes se traen de las provincias de fuera(...) La mucha pasión o vicio
por la chicha del maíz hace que se consuma muy poco vino y aguardiente,
aunque estos últimos años se ha experimentado mayores entradas de estos
caldos: más el desorden de la chicha es de tal manera, que aseguran que se
consume, en un solo distrito del antiguo corregimiento de esta ciudad, mas de
200.000 fanegadas de maíz anualmente en este asqueroso brebaje(...) Los
géneros de Castilla por lo regular se proveen de la misma ciudad. Es mucho el
consumo de ellos por el lujo que ha introducido la moda(...) y los de la tierra,
que son bayetas y pañetes, vienen de la provincia de Cusco por haberse perdido
el obraje llamado Ulincate situado en el partido de Sacaba(...) Los lienzos
ordinarios de algodón que llaman tocuyos se trabajan en esta ciudad y muchos
de los pueblos de la provincia(...) En las manufacturas se ocupa mucha gente
pobre con lo que mantienen sus familias (Viedma, 1969: 46 y 47).

La parroquia de Quillacollo, en el partido de Tapacarí, muy próxima a Cochabamba,


ocupaba la mayor parte del Valle Bajo, se trataba de una zona de haciendas. Según
Sánchez Albornoz (1978) Quillacollo era un centro español en competencia, por tierras
y fuerza de trabajo con San Agustín de Tapacarí que era un núcleo indígena. En tanto
Quillacollo era famoso por sus telares, Sacaba cobraba su fama por sus cosechas de
trigo y su ganado. El Valle de Cliza, mucho más seco que los anteriores producía trigo y
maíz en tierras de secano, sin embargo, era la zona más poblada y productiva de la
provincia. Cerca a 18.000 personas vivían en las parroquias de Tarata, Punata, Paredón
y Arani y el valle de Cliza contenía a la mayor concentración de indios de la provincia.
Según Viedma "vivían en un número infinito de haciendas que parecen ser pequeñas
aldeas". En 1808 se registraron en esta zona 153 haciendas y 24 estancias, así como
muchos "sitios" o pequeñas propiedades. En suma Cliza, era una zona de indios en
transición a convertirse en mestizos con una intensa actividad comercial y artesanal, en
especial por la calidad de su industria de chicha, así como por las fábricas de vidrios,
jabón, tocuyos y pólvora de Tarata. El partido de Arque contenía gran número de
estancias y en la quebrada se instalaron numerosos molinos cuya producción de harina
se comercializaba en el altiplano. En fin, Ayopaya era una tierra de haciendas y
estancias con muy poca tierra fértil a orillas de profundas quebradas.

En resumen, a fines del siglo XVIII, Cochabamba ya había adquirido los trazos de la
geografía social que le caracterizaría en el siglo siguiente y hasta la primera mitad del
siglo XX. Eran distinguibles dos grandes zonas geográficas: por una parte, los valles
centrales (Bajo, Alto y Sacaba) donde se ubicaban las mejores tierras y haciendas, los
principales núcleos urbanos, los talleres y obrajes, y donde se emplazaba el centro
nervioso de la vida económica de la región, el sitio de convergencia de mestizos y
hacendados de sangre hispana que competían por controlar la red ferial, unos, y otros,
por captar ingresos por rentas y copar las redes de comercio a larga distancia. Por otra,
los valles fluviales y punas se desempeñaban como corredores comerciales entre
altiplano y valles centrales y donde las fuerzas del mercado eran más restringidas,
favoreciendo la supervivencia de relaciones de producción serviles y costumbre
férreamente coloniales, que se mantuvieron intactas hasta bien avanzada la etapa
republicana.
59

En suma, este delicado equilibrio entre una superestructura oligárquica, la república


señorial que formalmente ejercía el poder y una república de productores mestizos que
hacían funcionar efectivamente esta contradictoria formación social, no se perturbó con
la destrucción de los símbolos visibles del colonialismo y la apertura formal a un
modelo de Estado independiente a partir de 1825, pues como veremos, Cochabamba
continuó siendo una tierra de infracciones, singularidades y coexistencias, que en el
altiplano y otras regiones, hubieran sido subversivas y directamente inviables.
.
La región de Cochabamba en la primera mitad del siglo XIX

El siglo XIX comenzó en los valles cochabambinos con malos presagios: una terrible
sequía seguida de una pandemia diezmó a la población, haciendo del año 1804, uno
nefasto para la región. Luego vino la caída de la economía del tocuyo con la apertura de
Buenos Aires al comercio inglés. Siguió, a partir de 1809, la prolongada guerra por la
independencia que significó un elevado costo en vidas humanas y recursos, incluyendo
el saqueo de la ciudad y otros poblados en varias oportunidades, a lo que siguió el
declinio de la industria artesanal y la casi ruralización de la región, de tal suerte que el
panorama social que describía Viedma se acentuó con mayores grados de pobreza.

Varios cronistas (Pentland, 1975, Dalence, 1975, D'Orbigny, 1945) describieron la


realidad de la flamante república y la región de Cochabamba desde diversos puntos de
vista y sus relatos no dejan lugar a dudas sobre la difícil situación de Cochabamba hacia
1825 y años siguientes, sobresaliendo sin embargo sus potencialidades y aptitudes para
un promisorio despegue industrial y agro industrial.

El enviado de la corona británica John B. Pentland reconoció en su "Informe sobre


Bolivia" redactado en 1826, que "las únicas manufacturas que merecen noticias desde
un punto de vista comercial son las de Cochabamba y Moxos". La industria textil
cochabambina producía "telas burdas de algodón" llamadas tocuyos y barracanes, estas
últimas hechas de lana y algodón que abastecía a las necesidades de vestimenta de los
indígenas y mestizos. Pentland afirmaba lo siguiente al respecto:

El consumo de estos artículos era anteriormente muy grande, no solo a través


de Bolivia, sino en las provincias chilenas, peruanas, bonaerenses y se dice
haber pasado de un millón de dólares anualmente. Eran manufacturados en
Cochabamba y en Tarata que queda en el mismo departamento, y se ocupaban
cerca de 20.000 personas; al presente su consumo es comparativamente
insignificante, no alcanza a los 80.000 dólares. Este decrecimiento rápido se
debe a la introducción de prendas de algodón de Inglaterra y la India (...) El
consumo de las telas de algodón teñidas de Cochabamba no ha disminuido en
la misma proporción, ya que no se ha importado un artículo similar desde
Europa, pero hay poca duda que los calicóes azules de la India reducirán el
consumo de los barracanes de Cochabamba (Obra citada: 100).

Estas frías apreciaciones nos dan una idea de los enormes obstáculos que limitaban el
desarrollo de esta rama industrial que languidecía merced a la desigual competencia que
le proponían, entre otras cosas, los telares mecánicos ingleses que hacían totalmente
obsoletos los rústicos telares de madera. En el mismo tono, Pentland se refería a la
industria del vidrio, igualmente de calidad inferior y cuyo mercado eran las clases
medias y bajas, su decaimiento con relación a sus momentos de auge se debía a la
60

apertura del comercio con Europa. Otro tanto ocurría con el jabón "que ha tenido hasta
ahora un comercio extensivo en todas las provincias del Alto Perú", pero se juzgaba
inminente su caída en el mercado ante la irrupción de jabones ingleses y
norteamericanos en las ciudades del altiplano. Pese a todo este cuadro adverso, el
informe citado revelaba que las manufacturas de Cochabamba en los rubros de tocuyos,
jabones, vidrios, ponchos, eran las más importantes del país, particularmente la industria
textil que tenía una fuerte presencia en la ciudad, el Cercado y en el Valle Alto.

El “aldeano” (Lema, obra citada), al que ya nos referimos anteriormente, trazaba hacia
1830, una visión distinta de la recién formada república: su situación de pobreza era
causada por la irrupción del comercio libre extranjero que estaba causando la quiebra de
la producción agrícola e industrial. Con respecto a la situación de la agricultura hacía las
siguientes consideraciones:

En todo él -Cochabamba- se encuentran grandes y pequeños propietarios


territoriales cuya renta en lo principal consiste en la producción de sus tierras.
Ellos han sufrido en el largo tiempo y en las continuas oscilaciones políticas un
deterioro considerable de sus haciendas, maquinas y herramientas,
anticipaciones y abonos que ha sido preciso reponer en la calma del país. Pero
esta reposición no ha podido realizarse sino a costa de grandes desembolsos y
con la esperanza que las ulteriores producciones habían de indemnizarla en su
totalidad. Llega el tiempo de la cosecha al cabo de tantos gastos y afanes, se
entrojan los granos y parte se muelen y queda la esperanza burlada. Se vende
alguna parte del grano y de la harina y la otra queda siempre entrojada.
Aguarda el propietario el año y los años siguientes para proporcionar una
salida a sus frutos y cada vez crece más el hacinamiento de ellos. Los
consumidores por falta de moneda que es la única mercancía que busca el
productor, como hemos dicho, se privan de consumir el producto. ¿Que hará en
tal caso el propietario? No le queda más recurso que disminuir el cultivo y
tratar de proporcionarlo a la demanda de las producciones. Así pues, es preciso
que desmaye la industria agrícola supuesto que ha desmayado la fabril. (Obra
citada, 1994: 28).

Más adelante, el mismo cronista nos propone un detallado recuento de la economía de


Cochabamba que sufría el impacto del agresivo comercio británico, que vale la pena
transcribir en extenso:

La primera riqueza de Cochabamba consistía y consiste en la misma fertilidad


de su territorio. La segunda en la industria que ha estado más adelantada que
en ninguna otra parte. La tercera en el comercio (...). No hay la menor duda que
la industria agrícola era antes más extensa que ahora en aquél país. Yo estuve
en varios de sus cantones el año primero del presente siglo y vi que en ellos
estaban demasiado baratos los víveres. Desde la quebrada de Arque adelante
daban ocho y diez panes por medio, tan grandes como ahora venden cuatro. El
maíz lo daban a peso el quintal y aun a seis reales en todas las aldeas del valle
de Cliza. No pasaba el trigo de tres pesos fanega y de cuatro la harina de
Castilla. Daban dos pollitos por medio y dos pichones por la misma moneda. Al
fin, todos los demás artículos de vituallas y menestras iban por esta medida.
Pero como hoy, ellos mismos valen un duplo de su antiguo precio, es claro que
su agricultura se halla decadente(...) Por lo que hace a la industria fabril, nadie
61

puede ignorar que estuvo muy floreciente sin embargo de las trabas que le
estaban opuestas. Entre a las habitaciones de las clases inferiores, casi no
había una que dejara de tener algún telar o algún taller. En el hermoso bosque
de Calacala había centenares de mujeres que hilaban en tornos de agua. En las
extremidades de la ciudad capital y en todos los suburbios, se registraba un
número prodigioso de alfarerías y hornos donde se fabricaban todas las lozas y
vidrios cochabambinos. Los monasterios y todas las otras casas de
recogimiento eran como otros tantos establecimientos públicos destinados al
taller. De este modo se vieron en aquél país algunas obras tan primorosas que
los extranjeros no quisieron creer que ellas fuesen americanas. En las
provincias que están subordinadas a este departamento, no había menos
industria fabril. El tiempo que dejaba desocupada la agricultura se empleaba
en aquélla industria (...) Hoy, por un orden natural debe estar ella en un sentido
opuesto. No hay un consumo competente de los lienzos, paños, encajes,
ponchos, lozas y vidrios de este departamento. ¿En que estado se hallarán tales
producciones y tales productores? Por último, su comercio ya no puede
llamarse floreciente. Antes los cochabambinos inundaban no solamente esta
república sino también sus vecinas con sus mercancías y producciones
departamentales. Hoy que ya no se hace aprecio de ellas pocos hay que se
dediquen al comercio. Pero estos mismos pocos no han reportado tanta utilidad
como creyeron. Sabemos que han quebrado muchos y creemos que en adelante
quebrarán otros tantos, o más(...) Centenares de cochabambinos de ambos
sexos están establecidos en otros lugares. Una tal emigración no prueba que
esté abundante su propio país, sino por el contrario (Obra citada: 74 y 75)

Tanto los puntos de vista de Pentland como los del "Aldeano" sí bien son contrapuestos
entre sí, se inscriben en el marco de la primera gran polémica que se desató en la
república, a cerca del modelo de desarrollo a seguir, y que enfrentó, por una parte, a los
"librecambistas" partidarios de una amplia apertura comercial con los países industriales
de Europa, particularmente Inglaterra, no solo como una forma de romper con las
barreras coloniales impuestas a la libre empresa, sino como una forma de adhesión a las
corrientes liberales emergentes que expresaban las aspiraciones de progreso y
modernidad con que el naciente capitalismo se afirmaba frente a las debilitadas
monarquías que expresaban las tradiciones conservadoras de raíz medioeval.

Por otra, "los proteccionistas", partidarios de las restricciones y regulaciones a la libre


importación de productos que podían ser fabricados en el país y, de medidas de
protección al desarrollo en favor de una industria artesanal y manufacturera de esencia
nacional, como una alternativa de desarrollo con soberanía. Estos puntos de vista
contrapuestos expresaban los intereses de grandes comerciantes importadores, mineros,
latifundistas y banqueros vinculados a los intereses imperialistas británicos, en
oposición a los intereses de pequeños comerciantes, artesanos e industriales amenazados
con la ruina en los términos descritos por ambos cronistas. Las expresiones políticas de
estas pugnas se canalizaron a través de caudillos militares que ocasionalmente
enarbolaron los intereses de uno u otro bando.

En el caso de Cochabamba, era evidente que la política de apertura comercial


significaba la ruina de su industria y la postración de su economía. En el caso de La Paz,
mejor vinculada a los puertos de Pacífico, era evidente que este intercambio potenciaba
su desarrollo comercial y la convertía en una ciudad hegemónica al poder controlar
62

prácticamente todo el comercio exterior del país. Estas pautas marcaban dos actitudes
distintas frente a las corrientes del desarrollo: la apertura de La Paz hacia el sur peruano
y el desarrollo temprano de un potente comercio de exportación de efectos de ultramar,
en contraposición a Cochabamba que persistía en fortalecer su propio mercado interno,
sobre todo en lo que respecta al maíz y a otros productos de la creciente agricultura
parcelaria (Ver Mapa 15).

Una década y media más tarde, José María Dalence proporcionaba un nuevo recuento
de la situación industrial de Cochabamba, revelando la existencia en el departamento de
una importante industria textil, de un sector artesanal diversificado dentro del que
comenzaba a sobresalir el rubro de la fabricación de calzados, además de una pujante
industria chichera que probablemente con la república, al liberarse de las prohibiciones
coloniales, tomó renovados bríos y aportó decididamente a la formación de un mercado
regional estable de consumo de maíz. En todo caso, el panorama trazado por Dalence no
contiene un tono demasiado pesimista con relación a Cochabamba y muestra que las
predicciones de los anteriores cronistas no se cumplieron en los términos radicales
enunciados, pues incluso en el caso de los telares de algodón, estos lejos de desaparecer,
subsistían concentrados en el Cercado y Tarata que se constituían en los principales
centros textiles del país. Así mismo, los pequeños agricultores habían logrado
consolidar un circuito económico regional que articulaba el sitio o parcela, incluyendo
"las maicas" del Cercado y las "fincas retaceadas" de Cliza, a la fabricación de chicha
para su consumo en las ferias regionales y en la propia ciudad de Cochabamba, que se
convirtió en la plaza comercial más importante para este producto. Los datos
proporcionados por Dalence también revelaban la existencia de numerosos talleres
artesanales que se concentraban en el Cercado y, particularmente en la zona Sur de la
ciudad, así como en Tarata, definiendo un dinámico sector manufacturero exportador
donde sobresalían los efectos de cuero, particularmente zapatos, además bayetas,
tocuyos, sombreros, jabones, lozas, pólvora y otros rubros (Dalence, 1975).

En vísperas del comienzo de la guerra del Pacífico, el Cónsul Peruano en Cochabamba,


Adolfo Zamudio, realizó un detallado relato de la situación departamental, destacando
que para esa época (1877 posiblemente, aunque este informe fue publicado por el
Heraldo en junio de 1878) indiscutiblemente la industria más prospera era la
elaboración de chicha, cuyo número total de establecimientos en todo el departamento
era de unas 30.000 chicherías que consumían unas 81.000 fanegas de maíz, de las
150.000 que se cosechaban anualmente, es decir, que más del 50 % de la producción
total del cereal citado se consumía en forma de chicha. Otra industria destacada por
Zamudio, era la de los cueros de res, específicamente la talabartería y sobre todo el
ramo de zapatería, donde se destacaba la fabricación de "zapatos de munición"
utilizados ampliamente en los yacimientos mineros, las salitreras del litoral y el ejercito,
así como los talleres de botinería, es decir, de calzados finos que eran muy apreciados
por las clases acomodadas una vez que nada tenían que envidiar al calzado importado.
Esta producción estaba estimada anualmente, en unos 100.000 pares de zapatos de
diverso tipo, en su mayoría destinado a la exportación.

En cuanto a la situación de la agricultura, muchos estudios han presentado el siglo XIX


como un periodo de expansión sostenida del sistema hacendal y de quebranto de los
ayllus y las comunidades. El caso de Cochabamba presenta un panorama un tanto más
complejo que la mencionada afirmación, merced, como recordará el lector, a las
realidades históricas diferenciadas que presentaba la geografía departamental. Así, para
63

el caso de los valles centrales, es posible aseverar que la expansión de latifundio fue
relativa, en tanto el avance del campesinado parcelario fue mucho más notorio y
significativo. En los valles fluviales y las zonas de puna, el fortalecimiento de haciendas
y estancias, así como la supervivencia de formas serviles de sometimiento de la fuerza
de trabajo, fueron más evidentes.

Así mismo pese a las continuas crisis que agobiaban a la agricultura cochabambina, no
es posible describir un cuadro catastrófico que afectara al conjunto de la población, sino
a crisis parciales que afectaban más puntualmente a actores sociales específicos, es
decir, grandes o pequeños propietarios de tierras que desarrollaban estrategias distintas
para acceder al mercado con sus productos. El pequeño agricultor era muy vulnerable a
los vaivenes del régimen de lluvias y a su continua dependencia del riego y otras
condiciones generales de producción (acceso a abonos, semillas, animales de labranza,
etc.) que definían las condiciones de su participación en el mercado. Así, en temporadas
de buenas lluvias se recogían abundantes cosechas, lo que si bien influía en la tendencia
descendente de los precios de los cereales, esto se compensaba con la ampliación de una
esfera de consumidores de bajos recursos que demandaban maíz en forma de alimento
directo, harinas y chicha, todo ello en desmedro de la participación hacendal. En
cambio, sobre todo los hacendados del Valle Bajo que tenían la posibilidad de contar
con tierras regularmente irrigadas, se beneficiaban de las sequías temporales y
concurrían en esta oportunidad a los mercados de abasto y feriales exigiendo precios
más elevados. En suma, los bajos niveles tecnológicos, los rústicos sistemas de riego, la
ausencia de estímulos reales para invertir en procesos de mejoramiento y modernización
de la empresa agrícola determinaban la existencia de una actividad agrícola sujeta a los
imprevistos anotados y, donde los ciclos de lluvias abundantes y sequías determinaban
auges y retrocesos temporales tanto para la agricultura hacendal como para la parcelaria,
que impedían una proyección más regular y planificada.

Por otro lado, si bien las banderas anticolonialistas que justificaron los sacrificios de la
región en beneficio de la constitución de una república de ciudadanos libres incorporó la
cuestión de la "liberación del indio" de las gabelas tributarias, cuando estas, a partir de
1826 fueron aplicadas a través de la supresión total del tributo indigenal originaron el
casi colapso del tesoro público, razón por la cual dicho tributo fue repuesto al poco
tiempo. La cuestión de la propiedad de la tierra fue el gran dilema agrario del siglo XIX.
Para los criollos que habían heredado el aparato estatal y los privilegios que gozaban los
españoles, en el caso de Bolivia, agotados los grandes yacimientos de plata, perdidos en
lo que hace a Cochabamba, los grandes mercados cerealeros de los siglos XVI y XVII,
y permaneciendo inaccesible la alternativa de explotación de los recursos naturales de
las regiones amazónicas, la única forma de enriquecimiento y acumulación de estatus y
poder se apoyaba en la propiedad de la tierra y en la adscripción a esta de colonos indios
que seguían el destino de sus antecesores yanaconas.

El nudo gordiano que desafiaba la habilidad de los tinterillos altoperuanos consistía en


que el acceso a estas tierras solo era posible expropiando a sus dueños legítimos, las
comunidades, sin embargo para ello era necesario suprimir el tributo por tiempo
prolongado y legitimar un mercado de tierras que regularizara diversas formas de
traspaso de tierras de propiedad colectiva a manos privadas. Como el Estado oligárquico
no podía subsistir sin el concurso del tributo a falta de otros ingresos saneados, la
problemática era compleja y no pudo ser resuelta de manera conveniente a los intereses
64

de los terratenientes21. Esta cuestión en el caso de Cochabamba, una vez más asumió
características singulares.

Cochabamba mantuvo los rasgos de región reacia al cobro del tributo indigenal y
continuó desarrollando su tendencia de expansión del mestizaje. Esta singularidad no
presente en otros contextos del país, terminó proporcionando al Cercado un carácter
único con respecto a la población indígena. Aquí con mayor intensidad que en el Valle
Alto y otras zonas del propio Valle Bajo, el sistema de castas colonial que sustentaba la
legitimidad del régimen tributario, a mediados del siglo XIX había dejado de tener una
vigencia práctica. En la ciudad de Cochabamba y sus suburbios comenzó a proliferar un
gran contingente de artesanos, comerciantes de ferias, elaboradores de chicha, arrieros,
trabajadores en servicios diversos y agricultores parcelarios con acceso a la tierra bajo
diversas alternativas: como piqueros, arrenderos, trabajadores "en compañía"22, que
expresaban la incapacidad del Estado para captar nuevos tributarios y recapturar a los
evasores. De esta manera, las estadísticas sobre el universo de tributarios mostró que en
Cochabamba, estos eran una población en continúo e irrefrenable declinio, en beneficio
del igualmente continúo reforzamiento de los mestizos y cholos (Ovando Sanz, 1985).

En conclusión, se puede establecer que el Cercado a lo largo del siglo XIX estuvo muy
lejos de ser un territorio decadente y con signos de irremediable recesión y colapso. Por
el contrario se constituyó en el pivote estructurador de una dinámica económica
ampliamente democrática. Por ello, continúo ejerciendo el rol de centro de atracción de
torrentes migratorios que la convirtieron junto con el Valle Alto en la zona geográfica
más densamente poblada de Bolivia, y donde la movilidad y el cambio social fueron las
estrategias con que exitosamente las masas populares derrotaron la herencia colonial del
régimen oligárquico. En cierta forma el paradisíaco paisaje de la campiña que rodeaba
la ciudad en aquéllos tiempos, con sus exuberantes y legendarias "maicas" y sus no
menos famosas "casas- quinta", fue posible merced a la laboriosidad de unos
trabajadores libres que habían logrado exitosamente quebrantar las barreras raciales,
adquiriendo derechos ciudadanos dentro de una sociedad todavía muy conservadora,

21
El tributo indigenal, una de las últimas supervivencias formales de la colonia, fue formalmente
suprimido en 1826 por el gobierno del Mariscal Sucre, pero luego en 1831 fue repuesto por el Mariscal de
Santa Cruz. El Estado Boliviano se negaba a reconocer ningún otro tipo de propiedad que no fuera la
privada, luego se esgrimía el principio de que la propiedad colectiva o comunitaria debía pasar al Estado
salvo que fueran adquiridas individualmente por los miembros de los ayllus andinos. Este precepto estuvo
presente bajo diversas modalidades y argucias en las leyes y normas complementarias que siguieron a las
anteriormente mencionadas. En 1866, Melgarejo puso en venta las tierras comunales que en un plazo
perentorio no fueran adquiridas individualmente por sus ocupantes. En 1874 la Asamblea Nacional, puso
en práctica la ley desamortizadora o de exvinculación de tierras de comunidad, es decir, se planteaba la
supresión legal de las comunidades indígenas, el libre ejercicio del derecho de propiedad de los indígenas
a título individual, la organización de una revisita general de tierras para aplicar esta disposición y la
apertura del mercado de tierras indigenales. Bajo los preceptos de esta ley se cometieron excesos y
despojos, aunque su incidencia en Cochabamba no tuvo los rasgos conflictivos del Altiplano, una vez que
la parcelación de tierras, el libre mercado de éstas y el debilitamiento de las comunidades, particularmente
en los valles, eran expresiones de una tendencia históricas de vieja data (Sánchez Albornoz, 1978;
Antezana, 1992, Ovando Sanz, 1985).
22
Los piqueros eran agricultores independientes dueños de pequeñas propiedades en las márgenes de las
grandes haciendas, las mismas que hacia fines del siglo XIX estaban rodeadas por las mencionadas
pequeñas propiedades o "piquerías". El arriendo de tierras, el trabajo en compañía, al partir o la venta de
fuerza de trabajo a cambio de la mitad de la cosecha y otras modalidades pre capitalistas, eran otras tantas
formas de acceso a la tierra que practicaban particularmente los indios forasteros, entre otras razones, para
incorporarse a las redes del mestizaje y evadir las cargas tributarias.
65

que estos transgresores vallunos la fueron convirtiendo en permeable en sus estructuras


inferiores. Obviamente que esta permeabilidad iría en ascenso en las décadas
posteriores. A este respecto anotábamos lo siguiente:

Estos mestizos y cholos que formaban verdaderas muchedumbres, inundaban


los caminos provinciales, concurrían multitudinariamente a las ferias,
alegraban las fiestas populares y dinamizaban la economía regional,
constituyeron el rasgo específico de los valles de Cochabamba y de los
suburbios de la capital departamental. Su capacidad de insertarse económica y
socialmente en la sociedad hacendal, de debilitar y destruir los viejos
preconceptos de castas, fueron en cierta forma responsables, por lo menos en el
caso del Cercado de una temprana expansión de pequeños propietarios o
campesinos parcelarios, y del crecimiento de la producción mercantil simple, y
a partir de ello, de la organización de un sistema de abastecimiento a la ciudad
por pequeños productores que llenaban con sus mercancías agrícolas las ferias
de Cochabamba, Quillacollo, Sacaba y el Valle Alto(...) En suma, es el Cercado
donde tempranamente se quiebra el régimen de castas, lo que a su vez provoca
la ruptura con los sistemas de vasallaje a que continuaron sujetos los colonos
de las haciendas del Valle Central y de las alturas. Ello también permite
tempranamente, que en el Cercado aparezca el pequeño productor parcelario,
es decir el 'piquero' que con su presencia minará el sistema de servidumbre
vigente en otras zonas (Solares, 1990: 50).

Observaremos a continuación como los hechos anotados incidieron en la configuración


de la aldea republicana.

La ciudad en los primeros tiempos republicanos

En contraste con la dinámica que caracterizó la recomposición de la economía y la


sociedad regional estimulada por la irreversible pérdida de Potosí como plaza comercial
prospera para la agricultura valluna como efecto de la prolongada crisis minera y otras
causas colaterales como las reformas tributarias borbónicas, la descomposición de la
economía hacendal, el reforzamiento de una economía de rentistas en la esfera de la
clase propietaria dominante, el debilitamiento de la artesanía, particularmente de las
manufacturas de tocuyo que tuvieron un fugaz auge a fines del siglo XVIII, provocada
por la irrupción del potente comercio británico que aspiraba a convertir América en
mercado de consumo de los productos manufacturados ingleses y proyectar bajo otras
modalidades sus ambiciones coloniales; la ciudad de Cochabamba, no mostraba en su
realidad urbana cambios significativos con relación a la minuciosa descripción realizada
por Viedma en su famoso informe sobre la Provincia de Santa Cruz de la Sierra, en
1788.

Si bien, probablemente las huellas de los saqueos y los episodios bélicos que había
tenido que soportar la ciudad a lo largo de quince años de cruenta guerra contra España,
no eran significativamente visibles, si lo eran, los costos elevados en vidas humanas y
bienes económicos que la región tuvo que soportar para que se pudiera materializar la
fundación de la República de Bolivia. Las descripciones de penuria económica y un
retroceso marcado de la industria artesanal que hicieron diversos cronistas que visitaron
la nueva república parecen formar parte, por lo menos para el caso de Cochabamba,
además de otros factores analizados en el capitulo anterior, de un proceso de
66

ruralización de la vida social y de un amplio retroceso de la influencia de los centros


urbanos. En este orden, ante la ausencia de estudios que permitan establecer cual fue el
impacto real de la Guerra por la Independencia sobre el mercado interior cochabambino
y sobre el universo social que lo estructuró, los datos disponibles solo permiten esbozar
algunas hipótesis. Es posible sugerir que en la misma medida en que fueron
debilitándose los centros urbanos merced al prolongado conflicto bélico y la falta de
seguridad para el desarrollo normal de las plazas comerciales, se fueron fortaleciendo
las ferias regionales y el carácter itinerante del comercio valluno. De esta manera, es
posible admitir un crecimiento de una población flotante que abandonó formas de
residencia urbana permanente para amoldarse con mayor ventaja a los vaivenes del
conflicto e incluso hacerse de tierras en medio del dislocamiento del poder económico y
social que sufrieron las elites coloniales en provecho de las similares criollas
emergentes.

Una comprobación significativa de estas probabilidades ofrece el censo de ciudadanos


varones sujetos a tributo, que en 1826, mando a ejecutar el Mariscal Sucre. Los
resultados de este censo, si bien solo ofrecían un detalle sobre la situación de la
población masculina, permite establecer la realidad de un serio retroceso demográfico
con respecto al censo de 1788 a que se refirió Viedma en su informe antes citado, aun
incluso considerando un porcentaje de naturales renuencias y evasiones a un recuento de
población con fines impositivos23.

Sin embargo, pese a esta situación no solo permanecía una estructura física urbana más
o menos intacta, sino también una estructura social y económica que en lo esencial
mantenía los rasgos y características de su similar del siglo anterior. Apelando a un
valioso estudio elaborado José Gordillo y Carlos Lavayen (1991), es posible inferir
algunos rasgos de la estructura urbana de la ciudad con licencia de la fuente citada: los
datos del referido censo muestran inicialmente una aproximación al radio de influencia
que ejercía la ciudad sobre los valles, los departamentos del interior y el sur peruano.
Los citados investigadores destacan que "una población relativamente numerosa con
respecto a los migrantes había abandonado la ciudad con destino desconocido, y en
todos los casos se los señala simplemente como 'ausentes", posiblemente un cambio de
residencia temporal a consecuencia del prolongado conflicto bélico. Por otra parte,
según el Padrón de Predios de 1831 utilizado por los citados investigadores, la ciudad
estaba efectivamente rodeada de campiñas, y la misma incluso en su interior tenía
tierras agrícolas. La fuente citada asevera que los asentamientos indígenas
correspondían a las zonas urbanas de Collpapampa y Caracota, en el Sur de la ciudad.
Se señala que dicha población giraba en torno a la actividad de unas cuatro mil
personas, de las cuales, 238 estaban incrustadas en la ciudad, en tanto el resto vivía en
23
De acuerdo a los datos proporcionados por Enrique Soruco publicados en el "Digesto de ordenanzas,
reglamentos, acuerdos y decretos de la Municipalidad de Cochabamba, 1895", la población censada
alcanzaba a 3.680 habitantes varones, mientras que la población femenina parcialmente registrada
alcanzaba a l.602 mujeres, estableciéndose un cálculo final de 8.194 habitantes en base a la relación entre
ambos sexos que establecieron censos muy posteriores. Asumiendo la estimación realizada por el
investigador José Gordillo ("La población de la ciudad de Cochabamba, 1826", Fascículo Economía y
Sociedad, s/f. 1990) que propone la cifra de 7.212 habitantes, se tiene que esta representaría apenas el 48
% de los casi 15.000 habitantes urbanos que sugiere Viedma. En 1788, el Gobernador Intendente registró
en su relación sobre la "Ciudad de Oropesa", contenida en su informe sobre la Provincia de Santa Cruz,
lo siguiente: "Están estas haciendas y pagos tan poblados que se les puede regular una tercera parte del
vecindario: este en el todo tiene 22.205 almas", es decir, que los otros dos tercios - unos 14.803
habitantes- eran residentes urbanos propiamente.
67

las haciendas que se encontraban todavía en el Cercado. Sin embargo, esta población
habría sido víctima de una sensible reducción, posiblemente como efecto de la mortífera
epidemia que siguió a la sequía de 1803 y 1804 y a los elevadísimos porcentajes de
mortalidad infantil que afectaban a los estratos inferiores de la sociedad.

En lo que respecta a la situación de la industria artesanal según el Padrón de 1826, la


mismas consistía, como sugiere "el aldeano" anónimo de 1830, en unidades de
explotación familiar. Las actividades en este rubro, por orden de importancia
cuantitativa eran: los tejedores, sin duda el gremio más numeroso, los sastres, los
zapateros, los plateros y los curtidores. Las actividades terciarias también ocupaban un
volumen importante de población económicamente activa. Los autores citados señalan
que la ocupación más extendida eran los servicios personales como el empleo doméstico
y el régimen de las "criadas". En una jerarquía superior, resultaba importante como
ocupación las órdenes religiosas, los sacerdotes y capellanes que residían en casas
particulares. En cuanto a las profesiones liberales, la mayor incidencia se concentraba
en las ramas de abogados, médicos y arquitectos, siendo llamativo el escaso registro de
comerciantes, probablemente porque esta no se consideraba una actividad de rango
profesional. No resulta casual que las dos mayores fuentes de ocupación de los
habitantes urbanos en 1826 fueran los ramos de "actividades domésticas" y "tejedores"
y que en general el ramo artesanal tuviera una fuerte incidencia frente a las profesiones
liberales y a la administración estatal.

Este fenómeno vendría a expresar, por una parte, que las elites regionales solo
formalmente se habían establecido y se habían apropiado del ámbito urbano en calidad
de rentistas acomodados que mantenían frondosas servidumbres dentro del mejor estilo
de una sociedad tradicional cuyos personajes principales, a falta de otros despliegues
más relevantes, apenas podían aspirar a teatralizar comportamientos aristocratizantes
consistentes en montar escenografías donde eran exhibidas legiones de mozos, criados y
sirvientas. Por otras parte resaltaba la realidad de unos trabajadores independientes que,
pese a haber tenido que soportar el pesado tributo de la guerra sobre sus hombros, no
habían perdido los derechos alcanzados en el régimen colonial persistiendo como
mestizos y cholos, y por ello mismo relegados del mundo señorial, aunque
probablemente en forma puntual se habían convertido en propietarios de pequeñas
parcelas en los extramuros y el Cercado y continuaban siendo los protagonistas
principales de la economía urbana.

En cuanto a los rasgos espaciales que corresponden a esta disposición de la economía y


sus agentes, Gordillo y Lavayen sugieren las siguientes características en base al
análisis del Padrón de Propiedades de 1831: este Padrón clasificaba los predios urbanos
en: "casas", es decir, edificaciones residenciales, con un valor superior a 100 pesos;
"ranchos", o sea edificaciones o cobijos precarios, con valores por debajo de 100 pesos;
"solares" o lotes baldíos y "tiendas", o sea, habitaciones sueltas que además de dar
alojamiento precario a la familia, generalmente del artesano, contenían funciones
comerciales. Con relación a la propiedad de la tierra permanecían vigentes las pautas
coloniales que limitaban este derecho a los "españoles". En este caso, los indios
asentados en la ciudad y el Cercado no figuran como propietarios. El acceso a la tierra
por los mestizos, también se regía por estas pautas. Los mismos solo accedían a tierras
en propiedad en zonas de suburbios y extramuros, donde se instalaban las unidades
artesanales. La espacialización de este fenómeno se expresaba en un plano elaborado
por los citados investigadores (Ver plano 3). La estructura de valores inmobiliarios
68

tenía como referencia del vértice de la pirámide, a la Plaza 14 de Septiembre, en cuyo


entorno se ubicaban las propiedades de valores más altos a nivel urbano (más de 1.501
pesos). Los inmuebles de valores intermedios (entre los 1.500 y 501 pesos),
conformaban una suerte de anillo intermedio, en tanto los predios menos valorizados
(hasta un valor de 500 pesos) ocupaban el anillo periférico.

En cuanto al uso del suelo, los autores citados consideran que eran tres los núcleos
básicos de estructuración urbana. El primero, en torno a la plaza principal donde el
fraccionamiento de la propiedad, dado su mayor valor, estaba más pronunciado con
relación a las propiedades de valor intermedio y bajo. Aquí, se puede admitir que
residían predominantemente las familias de terratenientes, comerciantes acaudalados y
jerarquía civil, militar y religiosa, en suma las elites que habían ocupado el lugar
abandonado por la jerarquía colonial. Otro núcleo importante, de acuerdo a la fuente
que examinamos, era la Plaza de San Sebastián en cuyo entorno la división de
propiedades era también muy marcada, probablemente debido a su condición de
mercado ferial y la presión demográfica de artesanos sobre esta zona. Por último, se
podía percibir un tercer núcleo en torno a la plaza de Caracota donde se concentraban
actividades comerciales diversas. Era en estos dos últimos núcleos (San Sebastián y
Caracota), donde se concentraba la actividad comercial de ferias y el abastecimiento.
Las zonas más densamente pobladas coincidían con estos tres núcleos en contraposición
con las zonas menos densas del Norte, donde las actividades agrícolas competían con
las propiamente urbanas (Ver Mapa 4).

Finalmente, la espacialización de las actividades socio-económicas (Plano 5), muestra


los siguientes rasgos: las actividades de servicios domésticos y la institución de
"criados" tenían mayor incidencia en la zona central, pero se extendían hacia las zonas
más densamente pobladas donde probablemente el indio-mestizo podía iniciar más
fácilmente su incorporación al mundo urbano. Los zapateros y sastres se localizaban en
diferentes zonas urbanas y su producción en esta época se orientaba más hacia el
mercado local. Los tejedores se aglutinan en torno a Caracota pero también definían una
suerte de anillo intermedio en torno al centro urbano.

En suma, los rasgos anteriores ponían en evidencia que Cochabamba, a inicios de la


república, era una ciudad eminentemente mestiza, su economía giraba en torno a la
producción artesanal tanto para exportación (tejidos) como para satisfacer a la demanda
local (confección de ropa y zapatos). Según Gordillo y Lavayen, existían pocos
hacendados residentes en la ciudad debido tal vez al hecho, de que en esta época, la
ciudad de Cochabamba, todavía no detentaba la condición de un polo regional de
intercambio y consumo favorable a la economía hacendal, a la parcelaria y a la
artesanal, lo que vendría a explicar el escaso protagonismo de estas elites cuyo hábitat
era modesto si se compara con sus similares de la Paz y Sucre. En realidad está
debilidad, como veremos a continuación, era también resultado de su escasa
diferenciación formal con el mundo mestizo del cual penosamente estaban emergiendo.

La conocida descripción que realizó Alcides D'Orbigny en 1830, sobre Cochabamba y


sus alrededores no es distinta a la imagen que proporcionó Viedma un medio siglo antes
pese a todas las vicisitudes que vivió la ciudad en este periodo. El citado cronista hace
referencia a la extensa campiña, a la trama urbana regular de la ciudad, a las
edificaciones mayoritariamente de una planta, a las plazas e iglesias, e incluso a los
69

hábitos y costumbres que ya habían sido observados por Viedma, y que la nueva
realidad política no pareció modificar en lo mínimo.
En efecto, el vivo retrato de la sociedad cochabambina trazado por D'Orbigny permite
establecer aspectos no abordados por Viedma, pero que sin duda formaban parte de sus
inquietudes en torno al avance cultural del mundo mestizo. La minuciosa descripción de
Cochabamba y sus habitantes que ofrece este notable viajero24 nos muestra en forma
colorida y anecdótica una sociedad formalmente escindida en castas y clases sociales
que incluso han recreado sus propias vestimentas diferenciadas: las decadentes elites
terratenientes todavía se aferraban a modas europeas atrasadas, en cambio, los mestizos
habían logrado recrear originalísimos trajes donde creativamente se combinaban
aproximaciones al chaleco y la levita francesa, el calzón tal vez de gusto gaucho y el
poncho quechua, en tanto las mujeres hacían una combinación aun más compleja de
mantilla española, pollera tal vez del mismo origen, sombrero o montera que sugerían
toda una actitud de combinación de valores del mundo andino y del mundo occidental
pero a su vez expresando una identidad propia y única.

La sociedad cochabambina de los primeros años republicano se debatía entre la


necesidad formal de sus elites de mantener las viejas apariencias para consolidar su
autoridad y su apasionado apego a la tradición de sus ancestros mestizos. Debió ser
fascinante observar como las meriendas que hicieron sufrir a D'Orbigny eran en realidad
el punto alto de los despliegues más refinados que la naciente sociedad mestiza podía
ofrecer. En realidad lo observado por el muchas veces sorprendido viajero, no era otra
cosa que una gran escenografía: un tenue ropaje europeizante cubría una vigorosa
esencia popular. Al final, cultos doctores formados en Francia, respetables hacendados,
insignes damas de sociedad, menos pretenciosos maestros artesanos y toda la larga corte
de patrones y vasallos practicaban una singular democracia a la hora de los motes, los
chicharrones, las llajuas y las generosas "tutumas" del áureo licor, aunque luego todos
retornaran a escenificar sus roles sociales y a transitar sus destinos sin muchos deseos de
subvertirlos.

Datos parciales de un censo practicado en febrero de 1846 en el Tercer Cuartel de la


capital25 , confirman en líneas generales los juicios emitidos en torno al censo de 1826.
Dicho cuartel estaba constituido por 32 manzanas y 6.237 habitantes; además una
trigésima tercera manzana que abarcaba los "extramuros" de la zona, tal vez hasta el
límite del Cercado, con otros 1.811 habitantes, arrojaban un total de 8.048 personas que
habitaban la actual zona Sudeste de la ciudad y su periferia (Ver Plano n°6). Un examen
de las boletas censales de una manzana de la zona central, otra de un sector intermedio
entre la anterior y la campiña, otra de la periferia, y finalmente, una pequeña muestra de
los "extramuros" permite establecer lo siguiente:
a) La primera manzana, presumiblemente con uno de sus frentes sobre la plaza
24
La descripción de Cochabamba Alcides D’Orbigny está ampliamente difundida en medios de prensa
conmemorativos del 14 de Septiembre. También se puede encontrar una relación en Solares, 1990.
25
Para fines censales, los centros urbanos eran divididos en zonas o distritos que hasta el siglo pasado se
denominaron "cuarteles". El censo de 1826 registró ocho cuarteles. En cambio censos posteriores
redujeron este número a cuatro. El Tercer Cuartel correspondía a la actual zona Sudeste, cuyos límites
aproximados eran: por el Norte, la actual calle Bolívar, entre la Plaza principal y la actual Av. Oquendo,
por el Sur las estribaciones de las colinas hoy ocupadas por los barrios de San Miguel y Cerro Verde, por
el Este la campiña que comenzaba en la actual Av. Oquendo y que se prolongaba hasta las estribaciones
del cerro San Pedro, y por el Oeste, la actual calle Esteban Arce, en aquélla época mejor conocida como
San Juan de Dios que se extendía entre la Plaza principal y la "salida al valle"
70

principal, estaba constituida por 10 inmuebles habitados por 279 personas, por tanto se
trataba de una ocupación que, aun hoy en día, podría ser tipificada como de alta
densidad. En la misma existían 16 "propietarios", es decir dueños de casa y haciendas,
que vivían de estas rentas. Por otro lado se destacaba la presencia de 30 costureras,
además de hilanderas, tejedores, zapateros, sastres, que en conjunto llegaban a 52
artesanos. Por último se observó un voluminoso numero de domesticas y sirvientes, su
número era de 74. Otras actividades: comerciantes, profesionales liberales, funcionarios
eran poco significativos. De 56 niños, solo 17 eran estudiantes, obviamente estos eran
los hijos de los propietarios.

b) En una manzana intermedia escogida al azar, se comprobó la existencia de 7


inmuebles habitados por 128 personas, índice que para una zona residencial actual
estaría dentro de límites aceptables. Aquí se pudo observar la existencia de 7
comerciantes que vendrían a configurar el estrato medio o medio-alto, en contraste con
la presencia, una vez más, de 16 costureras y 11 tejedores, además de sastres,
carpinteros y zapateros que en conjunto llegan a 33 artesanos. Finalmente existían 12
domesticas y sirvientes. No se observó la presencia de "propietarios" y funcionarios,
pero sí, la existencia de 72 niños que no se registraban como estudiantes.

c) En otra manzana, esta vez de la periferia, también elegida al azar, se comprobó la


existencia de nueve inmuebles habitados por 135 personas. Una vez más una densidad
aceptable para los patrones actuales. Esta población estaba constituida sobre todo por
artesanos: 24 tejedores e hilanderas, 15 costureras y sastres, además de unos pocos
zapateros y albañiles, e incluso 6 "aguateros", probablemente distribuidores de agua
potable en zonas que carecían de este recurso. En esta manzana solo se nota la presencia
de 2 comerciantes. No existían "propietarios", funcionarios y tampoco sirvientes y
domesticas. Estaban registrados 61 niños, pero ninguno era estudiante.

d) En la zona de "extramuros" se tomó una muestra de 8 propiedades donde habitaban


67 personas. Dentro de ellos, se distinguen dos estratos: artesanos, representados sobre
todo por tejedores e hilanderas y en menor proporción por costureras, sastres y
zapateros; y trabajadores rurales, representados por labradores, pastores y carniceros o
mañazos (faenadores y comercializadores de carne de res). El sector de domésticos
apenas esta representado por una persona. No existen estudiantes pese a existir 31 niños.
Tampoco existen "propietarios" y funcionarios.

e) La fuente censal utilizada también hacía un registro de "clase o casta". A este


respecto, la primera manzana o sea de la zona central, presentaba el siguiente balance:
de 279 habitantes: 125 se consideraban "españoles", es decir de raza blanca, 135 se
calificaban como mestizos, 12 como mulatos, 3 negros y 4 indios. En la manzana de la
zona intermedia del cuartel censal, de un total de 128 personas: 57 eran "españoles" y
71 mestizos. En la manzana de la periferia, de 135 personas, solo 17 se consideraban
"españoles", en tanto 118 eran mestizos. Por último en las propiedades de extramuros,
sus 67 habitantes eran mestizos.

f) Respecto a la tenencia de la tierra con relación al tipo de ocupación de los dueños de


casas e inmuebles, en base a la fuente censal citada, se realizo una muestra de 3O
propiedades para cada zona. En la zona central, el resultado fue el siguiente: 11
propietarios dueños de tierras agrícolas y rentistas, además de otros dueños de
propiedades (la fuente no especifica si se trata de propiedades urbanas o rurales, o
71

ambas) como ser: 6 de costureras, 4 de pulperas, 3 de funcionarios del aparato estatal, 2


de sastres, 2 de zapateros, la propiedad de una chichera y una última propiedad de un
comerciante. En la zona intermedia del cuartel censal, el resultado fue que como dueños
de inmuebles se registraron: 7 propietarios, 5 comerciantes, 5 hilanderas, 4 costureras, 4
tejedores, 2 zapateros, un medico, un músico y un agricultor. Una muestra similar para
igual número de propiedades en la periferia, arrojó el siguiente resultado: 7 hilanderas
propietarias de inmuebles, 4 sastres, 3 propietarios de fincas, 3 labradores, 3 costureras,
2 comerciantes, 2 tejedores, 2 comerciantes y, las restantes seis propiedades
correspondían a un curandero, un sombrerero, un sacristán, un frazadero, un locero y un
albañil. Por último, la muestra sobre 30 propiedades de extramuros definía la siguiente
composición de propietarios: 14 carniceros o mañazos eran propietarios de inmuebles,
en la misma forma 4 hilanderas, 3 loceros, 2 tejedores, 2 labradores, 2 frazaderos, por
último, un sastre, una costurera y un comerciante.

El censo urbano de 1846 formó parte de uno similar a nivel nacional iniciado en 1845.
De acuerdo a los resultados del mismo, Cochabamba era la segunda ciudad más poblada
con 30.396 habitantes residiendo en 1.919 casas. Sin embargo, como en todos los
censos de esta época, estas cifras tomaba en cuenta, además los "extramuros" que
involucran el Cercado, criterios de delimitación de cuarteles que tendían a ser
caprichosos, incidiendo todo esto en variaciones notables entre uno y otro censo. De
todas maneras, en función de la información disponible se puede asumir la estimación
de Viedma: un tercio para el Cercado y dos tercios para la ciudad, con lo que la
población urbana propiamente alcanzaría a unos 20.264 habitantes y tal vez un poco
más. De todas formas, esta cifra revela una importante fluctuación con respecto al censo
de 1826. En efecto, parecería que la ciudad en dos décadas no solo recuperó el nivel de
1788, sino lo rebasó experimentando una tasa de crecimiento espectacular26. Sin
embargo, esta impresión debe ser corroborada o modificada por posteriores
investigaciones. Lo concreto, es lo que realmente revelan las cifras anteriormente
mencionadas. Veamos que se puede concluir de todo esto:

Inicialmente se puede constatar que la estructura urbana propuesta por la ciudad


colonial conservaba sus rasgos más importantes, es decir, son reconocibles los soportes
materiales que definieron la ubicación o emplazamiento de estratos sociales en este
espacio, e incluso, el carácter racial que tuvo este ordenamiento. Sin embargo, hacia
1846 se habían producido sensibles alteraciones. Pese a que la información utilizada
proviene de un solo cuartel censal (la zona Sudeste) tipificado desde los primeros
tiempos de la ciudad como recinto de clases populares (aquí se ubicaban las populosas
26
De acuerdo a estas estimaciones, el crecimiento poblacional entre 1826 y 1846 habría sido del orden
del 277 %, si solo consideramos 20.000 habitantes urbanos en 1846,es decir a un ritmo del 13,86 %
anual. Obviamente estas cifras contradicen la impresión de un comportamiento casi estático de la
población en el siglo XIX. En todo caso, se puede admitir, que 1826 expresaba un momento excepcional
en el comportamiento demográfico de la población, y que las cifras de población veinte años más tarde,
expresaban no necesariamente movimientos migratorios masivos, sino el paulatino retorno de los vecinos
de la ciudad a sus residencias originales, pasadas las causas bélicas y sus secuelas, que probablemente, a
partir de l810 les obligaron a una masiva emigración hacia las fincas y pueblos del valle. Sin embargo,
esta es también una hipótesis que debiera ser investigada. Comparando los resultados del censo de 1788
con las cifras estimadas para 1846, el panorama es diferente, pues la tasa anual de crecimiento apenas
alcanza a 1,04 %, es decir un ritmo más propio de la lenta dinámica demográfica del siglo XIX, por lo
menos para el caso de Cochabamba. Por tanto, lo que se tiene son indicios de un verdadero colapso de
población hacia inicios de la república y una recuperación mas o menos rápida seguida de un modesto
crecimiento.
72

zonas de Caracota, la Carbonería que limitaba con San Antonio y la Mañacería


(Khasapata) y se originaba la famosa Pampa de las Carreras), es posible percibir en la
zona central la presencia de "propietarios" con sus extensas familias y sus cortes de
sirvientes y domésticas. Sin embargo también aparecen muchos artesanos: sastres,
tejedores y sobre todo costureras, aunque con relación a estas últimas, se debe hacer la
salvedad de que este oficio no siempre implicaba una actividad rentable, sino una forma
de calificar las labores del hogar de esposas y otros componentes de la familia. Lo
notable es la enorme proporción de trabajadores domésticos, lo que una vez más expresa
el carácter colonial de la sociedad de la época y la vigencia inalterable del sistema
segregativo de razas y castas. En efecto, las tareas menos valorizadas socialmente están
en manos de mestizos, indios, negros y mulatos. Una última impresión, es que el
espacio urbano de las elites republicanas comenzaba a ser cuestionado por el avance del
mestizaje, no solo en términos poblacionales sino económicos, convirtiendo este centro
urbano, cada vez más, en un débil oasis donde apenas se mantenían las apariencias
europeizantes pero no la convicción real de materializarlas en los hábitos de la vida
cotidiana.

La zona intermedia que se iniciaba a no más de tres cuadras de la plaza principal


presenta diferencias sensibles con la anterior. Se podría decir que aquí se inicia el
territorio del mundo mestizo, a pesar de la discreta presencia de comerciantes
tipificados como "españoles". El predominio de familias de tejedores, hilanderas y
costureras es más nítido, sobre todo de estas últimas, que en muchos casos aparecen
como cabezas de familia, en tanto el volumen de la servidumbre es mucho menor. Aquí
se puede percibir la permanencia de los estratos medios que ya se establecieron en la
época colonial, sin embargo, estas no son todavía las populosas zonas comerciales que
llegarían a ser más adelante. En cambio, a diferencia de lo que ocurría en la época de la
Villa de Oropesa ya se puede percibir un avance notorio de los artesanos mestizos que
habían logrado instalarse, por lo menos en el caso del cuartel que analizamos, en
pequeños talleres o "tiendas redondas"27 que comenzaron a proliferar probablemente a
lo largo de la calle de San Juan de Dios y otras aledañas. En todo caso, esta era una zona
donde se debilitaba el predominio de la arquitectura española, dominaban las casas "de
bajos" combinadas con construcciones rústicas que tomaban elementos de la tradición
constructiva andina y de los modelos hispanos.

La periferia, así como los extramuros en el cuartel analizado, constituían francamente


un territorio de artesanos mestizos. El volumen de ellos es totalmente dominante con
una fuerte presencia de hilanderas, tejedores, costureras, carniceros (no olvidemos que
este cuartel colindaba con el antiguo barrio de la Mañacería), sastres, zapateros,
albañiles. En cambio solo se detecta un pequeño número de labradores y pastores, esto
probablemente por la escasa vocación agrícola de la zona. Desaparece la servidumbre y
el estrato de propietarios y funcionarios (Ver plano 6).

La espacialización de los estratos sociales clasificados por castas o razas, también sigue
la pauta anterior: los "españoles", en realidad criollos de tez clara, se concentraban
alrededor de la plaza, acompañados por una voluminosa corte de sirvientes y artesanos
27
La "tienda redonda" era en realidad una habitación de planta cuadrangular que contenía
simultáneamente un pequeño taller artesanal, constituido por un telar de madera, un espacio de costura,
etc., además de un espacio de alojamiento y un espacio para cocinar, donde habitaba la familia del
artesano pobre. Esta habitación podía tener frente a la calle o estar sobre el zaguán de ingreso o el
"primer patio" de la casona colonial, que comenzaba a ser adaptada a otros usos alternativos
73

mestizos, mulatos, negros e indios. Respecto a estos últimos, es interesante anotar, que
los "indios" solo aparecen registrados en las zonas centrales, tratándose sin duda de
colonos de fincas que cumplían servicios en la casa urbana del patrón. En la zona
intermedia, la presencia de "españoles" es mucho menor. Aquí aparece un número
mayoritario de mestizos en calidad de trabajadores libres, en tanto otras razas o castas
ya no están presentes. Por último, la periferia y los extramuros del cuartel estudiado son
francamente un territorio mestizo constituido por trabajadores independientes.

Con relación a la situación de los dueños de los inmuebles urbanos, también se repite la
misma constante: En la zona central la mayoría de los predios pertenecen a
terratenientes, funcionarios, "pulperos", es decir, dueños del equivalente a los almacenes
actuales, costureras (en realidad esposas y viudas de hacendados). Solo en número muy
restringido algunos artesanos aparecen como dueños de casas. En suma, en el centro las
elites locales realmente son propietarias de este espacio conjuntamente con las
instituciones eclesiásticas y estatales. En la zona intermedia el panorama de los
propietarios es más equilibrado: persiste un ligero predominio de dueños de casas
terratenientes o poseedores de fincas, conjuntamente con comerciantes y costureras, por
una parte y por otra, hilanderas, tejedores, zapateros. En este caso se trataba de un
territorio donde la propiedad urbana comenzaba a ser traspasada a mestizos que de
alguna manera tenían capacidad para adquirir inmuebles ofertados probablemente en un
restringido mercado inmobiliario propiciado tal vez por "españoles" arruinados por la
guerra y otras adversidades, incluyendo la tendencia recesiva de la economía hacendal.
En la periferia, el número de propietarios dueños de fincas es aun menor, ocurriendo
otro tanto con los comerciantes. Los dueños de casas y pequeñas propiedades son
labradores, costureras, sastres, tejedores, etc., es decir, mestizos. El mismo panorama se
repite con las propiedades de "extramuros", donde se destacan los carniceros, las
hilanderas, los frazaderos, los loceros y los tejedores, igualmente, todos ellos mestizos.

Todo lo anterior, finalmente nos induce a pensar en una ciudad, que formalmente
mantiene su imagen y estructura física colonial, pero ella ya no corresponde al rígido
ordenamiento de castas, privilegios y segregaciones secantes. Se podría convenir que
Cochabamba, es de hecho, una ciudad mestiza, donde los "españoles" apenas lograron
retener el espacio central, a la manera de un oasis o un baluarte, desde donde sin
embargo, emanaba el poder económico, social y político, y desde donde, más adelante,
avanzará la ideología de la modernidad que propiciarán décadas más tarde los oligarcas
vallunos, mejor ilustrados y más consecuentes que sus antecesores de los primeros
tiempos republicanos.

Cochabamba en la segunda mitad del siglo XIX

Las circunstancias que hicieron de la industria artesanal y de la agricultura parcelaria la


alternativa más significativa de la economía regional en el siglo XIX, se inscriben en el
contexto más amplio de la cuestión de la viabilidad de la economía hacendal a partir de
las circunstancias que determinaron la desaparición del mercado de Potosí como una
opción para la exportación cerealera. No es exagerado afirmar que el raudo desarrollo
de una estructura agrícola exportadora europea en los valles de Cochabamba fue
impulsada por la rápida expansión del emporio minero potosino. Tampoco resulta
exagerado afirmar, que la decadencia de este mercado no encontró alternativas de
mercado equivalentes y que, los terratenientes vallunos al no ser capaces de encontrar
otras formas de articulación de la región al comercio internacional, crearon las
74

condiciones para una profunda recomposición de la economía y la sociedad regional, en


la que pasaron a ser actores económicos relativamente periféricos pese a retener el
poder político y desarrollar estrategias de apropiación del excedente agrícola
renunciando al control rígido del proceso de producción y del mercado regional de
granos, lo que los obligó a debatirse hasta 1953 en una especie de crisis endémica.

Desde fines del siglo XVIII otras oligarquías, como la del Sur peruano buscaban una
articulación a las demandas del comercio internacional, en este caso, a través de la
explotación del algodón y los aguardientes; la oligarquía bonaerense con los cueros y
las carnes; la propia oligarquía paceña con la quina y la intensificación del comercio con
el Perú y los puertos del Pacífico. Sin embargo, las elites vallunas parecieron
contentarse con alternativas de acopio de rentas a través del arriendo de tierras, la
recolecta de diezmos, y sobre todo, una actitud especulativa y calculadora frente a los
inestables y cambiantes ritmos de la agricultura que entrecruzaba continuamente "años
buenos" y "años malos" para la producción de granos y harinas. Robert H. Jackson
(1994) no comparte este criterio y sugiere que los hacendados de los valles, de todas
formas, no dejaron de percibir ingresos importantes por la explotación de sus tierras,
concurriendo regularmente con sus productos al mercado local y a los mercados
mineros del altiplano, particularmente Oruro. De todas maneras el comercio de bienes
agrícolas ya no era de su exclusividad y debían competir con la creciente agricultura
parcelaria, lo que indudablemente mermaba sus ingresos y les obligaba a diversificar su
economía incursionando cada vez más en actividades mercantiles de carácter urbano o
participando en negocios especulativos como la recolecta de diezmos, antes
mencionada, y más adelante tomando parte en los envidiables negocios de recolecta del
impuesto a la chicha en el departamento.

La prolongada guerra por la Independencia indudablemente debió provocar las mismas


o mayores adversidades que las producidas durante los levantamientos indigenales de
1780 y 1781, a que hace referencia Larson (1992), incluyendo la destrucción de
haciendas y molinos, la quema de cosechas, el sacrificio de rebaños que practicaron
ambos bandos. Esta vez, no por un periodo restringido, sino durante más de una década
las rutas comerciales dejaron de ser seguras y estuvieron sujetas a bloqueos, bandidaje y
otras contingencias que fueron debilitando el intercambio comercial entre los valles de
Cochabamba y el Altiplano, lo que indudablemente agudizó la decadencia de la
economía regional, que ya había sido objeto de la gran preocupación de Viedma que en
1788 hacía referencia a los cuadros de mendicidad, abandono de las tierras laborables,
haciendas decadentes y un considerable avance de la pobreza, en la misma medida en
que los incentivos monetarios se esfumaban y los mercados tradicionales dejaban de ser
una opción viable para la exportación de granos, harinas y otros efectos vallunos. Si
bien no existen registros claros sobre la crisis que siguió a los acontecimientos bélicos
que se inician en 1810, es probable, que su profundidad llegó al extremo de
comprometer el normal abastecimiento de los centros poblados y a estimular el
consiguiente abandono de estos hacia zonas rurales más seguras para la sobrevivencia.

Cochabamba, a inicios de la República debió sufrir con mayor rigor que otrora su
condición de aislamiento geográfico y las enormes barreras logísticas que dificultaban
un nuevo despegue económico agroexportador, es decir, caminos precarios difíciles de
transitar, surgimiento de otras regiones competidoras como los valles de Chuquisaca y
Chayanta, que intentaban desplazar a Cochabamba del todavía significativo mercado
potosino de fines del siglo XVIII, tecnología atrasada e inacabables problemas de riego
75

que motivaban prolongados pleitos en que se perdían y desgastaban las virtudes de los
patriarcas vallunos.

En el último periodo colonial, Cochabamba era todavía un importante abastecedor de


las poblaciones y ciudades del altiplano, sobre todo en cereales. Sin embargo, eran los
artesanos quienes habían impulsado la economía regional, particularmente los tejedores
de géneros de algodón (tocuyo) que habían logrado conquistar mercados lejanos para su
consumo. El perfil "mestizo" que asume la ciudad de Cochabamba a principios del
periodo republicano no parecía expresar otra cosa que la emergencia de una
significativa industria artesanal que en los hechos fue desplazando a los hacendados del
escenario económico regional. La imagen que aparentemente proyectaban los
latifundistas era más la de rentistas que vivían pendientes de los arriendos, pero sobre
todo de los negocios que se tejían en torno a la recaudación de los diezmos eclesiásticos
y las alcabalas28 así como los negocios especulativos en torno al precio de granos y
harinas que tenían lugar en tiempos de escasez de granos en los mercados locales 29.
Incluso se puede percibir este afán especulativo en el arriendo de cuartos y tiendas a
artesanos y pulperos en sus casonas señoriales de la ciudad. Luego, paulatinamente se
fueron convirtiendo en operadores de siembras y cosechas de oportunidad en las tierras
de sus fincas que gozaban del privilegio del riego, es decir, en manipuladores de
cosechas que se guardaban en años de abundancia, y que se lanzaban al mercado en
años de escasez ocasionadas por las periódicas sequías.

Dicho de otra manera, los terratenientes criollos encontraron los mecanismos para
hacerse de parte del excedente agrícola aprovechando la fragilidad de la pequeña
propiedad parcelaria vulnerable a los vaivenes climáticos, de esta forma, periódicamente
los hacendados se desembarazaban de la competencia de los pequeños productores e
imponían precios altos en el mercado local, en el regional y en el de exportación.

28
Larson (1978) afirma que , en los años previos al estallido de la guerra de la Independencia, las
condiciones de vida en la región de Cochabamba eran precarias, debido sobretodo, a que la provincia
sufrió a partir de 1804, de una severa sequía seguida de una extensa situación de hambruna y emigración.
Anota que el grueso del campesinado sufrió una aguda escasez de granos y perdió su ganado. Tomando en
cuenta este trasfondo trágico, anota Larson: “Un indicativo del profundo arraigo especulativo de la elite
de Cochabamba se expresa en el hecho de que, mientras la mayor parte de la población sufría la
calamidad de la sequía, los especuladores de diezmos, convirtieron esta actividad en una mina de oro y
ofrecieron precios record por el derecho a recaudar dicho diezmo. A pesar del intento de los borbones
para introducir una agricultura comercial de exportación, la especulación del diezmo, era de lejos, una
alternativa crucial y la forma más importante de acumulación de capital” (en ese momento).
29
Al respecto anotaba Brooke Larson (obra citada): “A pesar de la recuperación de la industria minera
del Alto Perú a fines del siglo XVIII, no se logró consolidar una demanda estable para el trigo y el maíz
valluno en los mercados extrarregionales. Estas condiciones se superpusieron al incremento de agentes
no productivos que competían por el control de tierras fértiles, debilitando la posición de una parte
significativa de la clase hacendal. Entre los miembros de dicha clase (compuesta mayormente por
criollos y un puñado de mestizos), se dio una cierta gradación social a fines de la colonia. En tanto se
tuvo acceso al trabajo de campesinos dependientes en virtud de su derecho a la propiedad privada que
incluía a estos, los hacendados se diferenciaron claramente tanto por su riqueza como por su prestigio
del conjunto de propietarios de tierras de Cochabamba. No obstante, los signos de un descenso en la
movilidad social se puede rastrear fácilmente en los registros notariales de las transacciones locales de
la segunda mitad del siglo XVIII. Estos documentos revelan que muchos hacendados agobiados por
deudas, recurrieron al arriendo de la totalidad de sus haciendas o las vendieron por partes para
enfrentar su desesperada necesidad de dinero. Otros documentos muestran que los hacendados buscaban
préstamos para poder reparar molinos dañados o abandonaban las tierras agrícolas de demesne en
favor de los arrenderos. La progresiva fragmentación de la propiedad de la tierra a través de las
herencias acentuó la declinación de la posición económica de muchas familias de hacendados”
76

Naturalmente, sobre una base de "negocios menudos" no pudo constituirse en la


sociedad regional poscolonial una clase terrateniente emprendedora y articulada en
torno a un proyecto agroexportador viable, ganar el espacio perdido, volver a capturar
las parcelas arrendadas y vendidas en favor del potenciamiento de la geografía
hacendal, incursionar en la industria artesanal y modernizarla y, sobre todo, recuperar
para Cochabamba la fama de granero inagotable y laborioso centro industrial que
atrajera los mercados mineros del altiplano y otras regiones del país y el exterior.

Por todo ello no resulta casual que las crónicas de Dalence y otros autores pusieran en
relieve, en años posteriores, la vitalidad que cobró la actividad artesanal, al punto que
los mercados altiplánicos pudieron ser recuperados para los textiles, los calzados y las
harinas de Cochabamba, incluidas las 18.000 fanegas que surtían los "tambos de
harina" de La Paz abastecidos por "indios de Cochabamba".(La Epoca, 1845), y que los
"fenicios" vallunos hubieran incursionado hasta el Sur peruano y las costas del Pacífico.
Además, que la ciudad de Cochabamba y otras como Tarata, Cliza, Quillacollo se
hubieran convertido en centros artesanales importantes, y que incluso, el Cercado en
gran medida fuera un indiscutido terreno de mestizos artesanos y pequeños agricultores.
Sin embargo, lo remarcante es que esta epopeya fue realizada sin la participación
significativa de las elites terratenientes locales.

A diez años de concluida la Guerra del Pacífico, Germán von Holten, presidente del
primer "Circulo Comercial" de la ciudad, prominente comerciante y miembro de la elite
local, al trazar el panorama recesivo que significaba para Cochabamba la incursión del
comercio chileno en las tradicionales plazas comerciales vallunas del altiplano como
efecto del Pacto de Tregua con Chile de 1880 y los resultados adversos de la guerra,
admitía que si bien Cochabamba, no había logrado consolidar establecimientos
industriales importantes para impulsar su economía, en cambio había desarrollado una
fuerte industria artesanal. Pero dejemos que este testimonio llegue al lector en sus
propias palabras:

(Cochabamba) No contaba de hecho con ningún establecimiento industrial de


alguna importancia; pero en cambio, cada uno de su clase obrera era un
industrial trabajando en pequeña escala, y entre todos ellos formaban realmente
un conjunto grande. Su producción industrial, lo mismo que la agrícola no se
consumía solamente en Bolivia, sino sobraba todavía para un negocio de
exportación de gran importancia. El litoral peruano se proveía de muchos
artículos exclusivamente de Cochabamba; la agricultura mandaba maíz, trigo,
muko, harina de maíz, harina en rama, quinua, almidón, manteca y mantequilla,
gallinas, huevos, etc.; la industria, suelas y baquetas, calzados, tejidos de lana,
como jergón para pisos, jerga para ropa, barracán, ponchos de lana, sombreros
de fieltro, caronas de fieltro, pellones de pieles, talabartería, encajes, camisas y
ropa hecha, loza y una infinidad de artículos domésticos. A Tacna se mandaba
suelas y calzado en grandes partidas; sabemos de casas de comercio que
mandaron en un año hasta 3.000 vacas suela y centenares de docenas de
calzado, y esto no llegaba de lejos a la cantidad llevada allí por los arrieros,
comerciantes pequeños y piqueros. La Paz, Corocoro, Oruro, Colquechaca se
proveían casi exclusivamente de harinas de Cochabamba; Huanchaca, Potosí y
Sucre, también las necesitaban; los mineros no usaban otro calzado que el
cochabambino; la agricultura y la industria de Cochabamba se veía en todas
partes(...) Nuestros arrieros, llevando artículos para vender, quedaron por largo
77

tiempo en las salitreras, trajinando en el acarreo de salitre de las oficinas, y


regresaban cuando los animales necesitaban de descanso, y el producto de sus
ventas y de su trabajo, lo traían en efectivo(...) El negocio del litoral, se puede
decir que era un negocio del pueblo, no del alto comercio; los arrieros, los
piqueros, la gente del campo, los colonos de las fincas, marchaban con lo que
podían alcanzar; nadie hacía un negocio grande, pero era un negocio continuo,
sin interrupción, nadie conoce su exacto valor, pero la exportación de
Cochabamba a Tacna y el litoral, es probable que pasaba de un millón de pesos
anuales.(Von Holten, 1889).

Este detallado relato, aunque tal vez algo exagerado, no requiere de mayores
comentarios para comprender la dinámica que había alcanzado la economía regional en
manos de pequeños productores mestizos. Las secuelas de la Guerra con Chile, abrieron
paso a una nueva crisis regional que esta vez afectó a los estratos medios y bajos. De
acuerdo, siempre al relato de Von Holten, la pérdida de los mercados del litoral había
afectado profundamente a la industria artesanal. El mismo cronista trazaba esta imagen
de la crisis:

Las calles de la ciudad desiertas, los talleres de los artesanos vacíos, en los
barrios de Caracota, que antes casa por casa, no eran más que un solo taller
de zapatería, ya no se oye un solo golpe de martillo, ni se ve gente; fiestas
populares ya no las hay, el pueblo ya no se divierte, esta desapareciendo, desde
que parte de la gente laboriosa se ha visto obligada a abandonar su suelo natal
para buscar en otra parte su vida y retribución de su trabajo, que en
Cochabamba ya no encuentra (...) Después del flagelo de la terciana, la
hambruna y el tifus, ha sido la desgraciada guerra con Chile, la que
enteramente ha arruinado a Cochabamba (...) Con la conquista del litoral
peruano por Chile, se cortó de golpe todo negocio de Cochabamba a aquélla
parte; los productos chilenos reemplazaron a los bolivianos, y la libre
importación que se dio a los productos chilenos, irónicamente bajo el nombre
de reciprocidad, completó la ruina de nuestra industria y agricultura; los
mercados de Potosí, Colquechaca, Oruro y La Paz, se llenan de harinas
chilenas, en los minerales ya se usa el calzado chileno, hasta para el mismo
ejercito se compra calzado de Chile (Von Holten, obra citada)

Las elites regionales comenzaron a clamar por caminos. Recién se apercibieron de su


condición de enclaustramiento y cifraron sus esperanzas y deseos en modernizar las
comunicaciones para reconquistar los mercados perdidos e ingresar a otros nuevos.
Como en los tiempos de Viedma, y teniendo entre manos una nueva gran crisis, una vez
más se miró al oriente, una vez más se tejieron febriles proyectos, aventureros y
ciudadanos notables, incluso el director de El Heraldo don Fidel Aranibar, recorrieron
arrobados la extensa geografía del Chapare pero todo ello no condujo al meollo del
asunto.

Finalmente, a través de la guerra con Chile y el nuevo auge de la explotación de la plata,


el desarrollo capitalista tocaba las puertas de la región y planteaba el crucial desafío de
la expansión de una economía de mercado y libre comercio donde la empresa industrial
y agrícola que no se modernizaba estaba condenada a perecer. La oligarquía valluna
eludía el bulto y solo esbozaba una alternativa parcial: mejorar las vías de comunicación
para sacar a Cochabamba de su postración. ¿Sin embargo que productos competitivos
78

podría exportar Cochabamba por las modernas vías de comunicación qué reclamaba?
La cuestión no era tan sencilla: modernizar el agro significaba liberar mano de obra
servil, liquidar las haciendas coloniales, transformar los talleres caseros en fabricas con
obreros asalariados; lo que es peor, dar paso a una nueva elite empresarial moderna que
dejara sin vigencia a la vieja oligarquía feudal. En suma, una revolución cuya
perspectiva llenaba de espanto a los gamonales vallunos. Frente a esta inviabilidad,
finalmente se impuso lo más conveniente: tejer fantasías de progreso en torno al sueño
de caminos y ferrocarriles.

Los artesanos, más prácticos y lúcidos, se opusieron a la idea de caminos nuevos y


nuevas rutas, prefirieron proteger su industria de la invasión chilena e inglesa con las
abruptas montañas que encarecían el transporte y pasaron a fortalecer, una vez más, la
viabilidad de un mercado interno regional que permitiera una pausa para que
Cochabamba, hasta fines del siglo XIX, se recuperara del golpe recibido. Bajo este
contexto la ciudad tomó nuevos rumbos en su evolución.

La ciudad de criollos y mestizos: la contradictoria evolución de la antigua villa


colonial.

El paisaje urbano y social trazado por D'Orbigny en 1830, no sufrió modificaciones


dignas de mención en las décadas posteriores. Sin embargo, como hemos observado, en
el subsuelo de este beatífico transcurrir de la pacífica y monótona vida urbana se
movían fuerzas sociales contradictorias que paulatinamente iban trazando los rasgos de
una ciudad, donde unos y otros querían ver reflejadas sus ideas de progreso y/o de
afirmación de su identidad cultural y social. La ciudad señorial, reducida en los
primeros tiempos republicanos a un precario islote de pocas manzanas rodeadas por un
verdadero océano de mestizaje, consolidaba lentamente su condición de espacio de las
clases dominantes, en tanto la villa de los artesanos, también aunque tenuemente,
comenzaba a ser penetrada por aspiraciones imitativas del modernismo señorial. Sin
embargo, esta dinámica que implicaba naturalmente una fluida relación entre campo y
ciudad no estaba marcada por los agudos desequilibrios posteriores.

La permanencia de la región como un espacio donde nunca se había podido aplicar con
rigor el sistema tributario colonial o republicano, había terminado por convertir el valle
central en un irresistible atractivo que provocaba el persistente desplazamiento de
originarios hacia Cochabamba, donde en su nueva condición de indios forasteros, no
tardaban en adquirir el estatus de mestizos. Sin embargo, este proceso no se expresaba
en grandes o incluso modestos flujos migratorios que pudieron haber incidido en la
aceleración de la urbanización y la expansión de la ciudad, pese a que el Cercado y en
general los valles estuvieran sometidos a fuertes presiones demográficas por parte de los
torrentes de indios que descendían de las provincias altas. Aparentemente, los roles del
centro urbano con respecto a la villa colonial se habían modificado sensiblemente y la
relación entre el reducido mundo señorial y el universo rural mestizo no seguían la
lógica del reforzamiento del tejido urbano, sino optaban por otras alternativas que
intentaremos desentrañar. Luís Felipe Guzmán, en 1889, realizaba la siguiente
descripción de la ciudad:
Sus calles rectas aunque estrechas, ostentan edificios de hermoso aspecto, en su
mayor parte de dos pisos, siendo sus construcciones de adobe de rara
consistencia (esto en la zona central), su dotación de agua es insuficiente y mal
aprovechada, y el anhelo de aumentarlas, es la aspiración más sentida del
79

vecindario(...) La ciudad está dividida en tres parroquias urbanas y dos


suburbanas con residencia en la Recoleta e Itocta, ambas con templos propios.
La parroquia de Santo Domingo abarca 96 manzanas con 995 casas y 10.673
habitantes; la de la Compañía encierra 39 manzanas con 448 casas y 5.729
habitantes; el curato de San José comprende solo 21 manzanas con 218 casas y
2.383 habitantes. Tiene la ciudad en conjunto 1.878 casas distribuidas en 189
manzanas y las siguientes plazas públicas: 14 de Septiembre, Colon, Santa
Teresa, Matadero, San Sebastián, Caracota y San Antonio. La superficie de la
ciudad es de 1.662.000 varas cuadradas. Posee un palacio de bello aspecto en
el que funcionan todas las oficinas públicas, sin excluir los del ramo de justicia
(Sin duda se trata del actual edificio prefectural y la sede del Consejo
Municipal). Existe un edificio contiguo donde se despacha la policía de
seguridad y la casa municipal, también con su policía. Estas tres instituciones,
junto a dos pequeñas propiedades particulares forman la acera principal de la
plaza. Esta se halla adornada de un precioso monumento de piedra
conmemorativo de la primera revolución patriótica. Se han establecido
avenidas bordeadas de árboles indígenas, que con las idénticas y vistosas
galerías forman un elegante y atractivo conjunto. Tiene además de la Alameda,
el paseo de la Plaza Colón cubierto de árboles frondosos, y a cuyo costado
boreal se alzaba hasta hace poco, una portada inclinada, de arquitectura mixta
y de imponentes proporciones, con correctas esculturas de alto y bajo relieve, y
que ha sido demolida aun antes de estar acabada de construir. Existe un teatro
de muy ventajosa apariencia y comodidad, establecido en la media naranja del
antiguo templo de San Agustín, y un bazar instalado en la Iglesia del extinguido
Convento de la Merced, donde también se halla el rebosante mercado de abasto
y el expendio de carne. Hay otra plaza cerrada donde se vende combustible,
llamada de San Alberto. Al costado oriental, ostenta Cochabamba un suntuoso
hospital de varones y mujeres, asistido por doce Hermanas de la Caridad, con
todos los perfeccionamientos apetecibles para la atención de 350 enfermos (...)
Hay otro hospital clausurado que durante 315 años sirvió de asilo al dolor (...)
Existen tres cementerios públicos, cuyos primeros cuerpos se mandó a levantar
con los despojos extraídos de los templos, en que antes se hacían todas las
inhumaciones. El hecho indicado fue una de las evoluciones de mayor
significado en la vida civilizada y la higiene pública de la ciudad. En el costado
occidental se halla fundado el Matadero, donde se carnean 8.505 reses, 27.000
corderos y 2.600 cerdos, por término medio anual (Guzmán, 1889).

Esta detallada descripción de la ciudad, a inicios de la última década del siglo XIX,
muestra que la misma, si bien conserva en líneas generales la configuración urbana de
los tiempos de Viedma, había experimentado mejoras significativas, en lo que hace a
consolidar su calidad de ciudad: nuevas plazas, paseos, edificios públicos, incluso la
antigua plaza principal exhibían una nueva fisonomía. Todo este proceso de renovación
urbano-arquitectónica merece ser analizado con mayor detenimiento.

Derrocado el régimen colonial, es comprensible que sus símbolos externos más


evidentes trataran de ser suprimidos. Tal vez los primeros esfuerzos formales de
diferenciación comenzaran en las decoraciones que los patricios vallunos se permitieron
añadir a las fachadas de las antiguas casonas hispanas que heredaron, introduciendo una
suerte de "neoclásico cochabambino" (Schoop, 1981), licencia modernizante
consistente en la inclusión de cornisas, almohadillados, trazos ojivales, decoraciones
80

coloridas en la parte inferior de los generosos aleros, en tanto, la aristocrática Sucre se


afrancesaba y La Paz transformaba su centro colonial con un exquisito gusto neoclásico.
Si bien el resto del paisaje urbano-rural no se modificaba, se acentuaron las
transgresiones que el régimen colonial había logrado contener: proliferaron las
chicherías y las pulperías acompañadas de pequeños talleres de costura, sastrería,
tejidos, hilados, zapatería. Más allá, seguían extensos suburbios de huertos, "casas-
quinta", fincas, sitios salpicados de modestas chozas en medio de exuberantes maizales.
Sin embargo, este escenario urbano, apenas expresaba la situación del precario islote
señorial cada vez más sitiado por el pujante mundo mestizo.

La elite valluna hacía esfuerzos penosos para adoptar la ideología y la cultura de


franceses e ingleses o por lo menos recuperar los olvidados valores de la aristocracia
hispana. Era necesario, si bien se sucedían los tropiezos y los ridículos que observara
agudamente D'Orbigny en el terreno de los hábitos, los comportamientos de sociedad,
las vestimentas y los gustos; por lo menos materializar los barnices, afinar las
apariencias, recubrir las aspiraciones a estatus y respeto mediante la recreación de
ciertos símbolos que establecieran la diferencia real entre los "chapetones" desplazados
y los "patricios" que ocupaban el sitial superior de este mundo neocolonial,
formalmente republicano.

Por ello, resulta coherente que la primera obra urbana republicana de importancia en
Cochabamba fuera la remodelación de la plaza mayor rebautizada como Plaza 14 de
Septiembre. Esta remodelación se ejecutó en 1838, algo más de una década de fundada
la república en la administración del Gral. Santa Cruz. Sin embargo esta remodelación,
lejos de materializar un espacio clave donde los patricios plasmaran su concepción del
desarrollo urbano y desplegaran los valores ideológicos republicanos, se limitó a la
reconstrucción de los cuatro frentes de la plaza, inspirándose en los modelos coloniales
de las plazas de Oruro y de la extinta Charcas, reproduciendo en el nivel inferior de las
citadas fachadas un ritmo uniforme de arcos sobre columnas dóricas y jónicas, es decir,
combinando la galería y la arquería de gusto hispano con libertades greco romanas. En
tanto los cuerpos superiores de las edificaciones se remataron con frontones y áticos
neoclásicos. El conjunto arquitectónico y urbano resultante es "una clara remembranza
de la arquitectura colonial y la prueba de la persistencia de dos estilos: barroco y
neoclásico" (Mesa y Gisbert, 1978). Esta simbiosis de los valores coloniales y
neoclásicos reflejaba bien una suerte de indefinición de los criollos gobernantes frente a
las corrientes modernistas de la época.

Las elites vallunas formalmente decían simpatizar con los ideales de los menos
extremistas girondinos franceses, pero en el fondo de sus almas no habían dejado de ser
ultra conservadores y seguidores del orden colonial, ya que solo en este marco se
justificaban como clase dominante. Desde esta óptica, fue correcto lo que hicieron los
patricios vallunos: priorizaron la vigencia de un espacio jerárquico, que tuviera el
sentido de "un asiento del poder" desde donde emanara la autoridad republicana sobre
los valles de Cochabamba. Esta obra, se tomó su tiempo, más o menos el mismo que la
elite criolla requirió para consolidar su condición de tal: las primeras galerías se
iniciaron durante el gobierno del Gral. José Ballivián con la construcción de la Casa de
Gobierno, o sea la actual Prefectura completándose con arcadas en casi toda la acera
Norte o principal; solución que pareció inspirar el tratamiento que se dio a las aceras
restantes. Sin embargo la ejecución de las galerías fue lenta y tropezó, como toda gran
obra en Cochabamba, con muchas incomprensiones que obligaron a que el Municipio
81

adoptara medidas coercitivas como las amenazas de remate de las casas cuyos
propietarios se resistieran a adosar galerías a sus inmuebles. Con disposiciones
enérgicas de este tipo se completaron las galerías de los frentes restantes, excepto la que
correspondía a la Catedral, una vez que el otrora poderoso Cabildo Eclesiástico se
declaró insolvente para completar las galerías, por lo que el Estado tuvo que hacerse
cargo del financiamiento de la obra, la misma que finalmente fue concluida en 1860 con
la ejecución del sector restante para adquirir su fisonomía actual, fortalecer el recinto
urbano y materializar la imagen de ciudad efectiva, es decir, superar la atmósfera de
aldea colonial, que todavía se reflejaba en la descripción de D'Orbigny.

En el centro de este espacio ceremonial se levantó un magnifico obelisco neoclásico de


gusto napoleónico coronado con un cóndor de alas desplegadas que simboliza la
libertad. Sin embargo, la plaza de armas cuya denominación republicana es 14 de
Septiembre revelaba una contradicción evidente pues esta "innovación" que cambiaba la
fisonomía de la antigua plaza mayor reforzaba la lectura del sentido colonial de la
misma, en correspondencia a una flamante sociedad republicana que todavía se aferraba
a la preservación del rígido régimen social de castas.

Las elites regionales al hacer suyas estas concepciones ideológico-simbólicas del


espacio no lograron reproducir en el imaginario de las clases populares la misma
hegemonía ideológico-autoritaria que ejerció su antecesora ibérica sobre el conjunto de
la sociedad colonial. En el fondo, esta primera obra es toda una radiografía del
desgarramiento entre la formalidad republicana y el imperativo de mantener intacto el
viejo orden: los ideales libertarios que encarnaron las montoneras vallunas en las luchas
por la independencia están reducidas a un conjunto escultórico modesto rodeado por una
silueta urbana aplastantemente colonial.

Una obra urbana, tal vez más importante que la remodelación de la plaza mayor, fue la
apertura del paseo de la Alameda y la Plaza Colón, un conjunto urbano unitario
inaugurado en 1848, durante el gobierno del Gral. José Ballivián que rompe con el
esquema hispano del damero definiendo un eje para el futuro crecimiento urbano entre
el antiguo extramuro Norte y el río Rocha. Aunque no existen pruebas documentales, es
posible pensar que este y otros paseos similares en diferentes capitales de departamento,
se inspiraron en los "bulevares" parisinos que por esta misma época planeaba el Barón
de Haussmann. Se trata, esta vez, de una concepción inspirada en valores urbano-
burgueses, dentro de una franca intencionalidad de quebrar el oasis señorial de inicios
de la República y ampliarlo hacia la zona Norte, la poseedora de los mejores sitios y
paisajes de la campiña, así como de los recursos hídricos más abundantes.

De acuerdo a Federico Blanco (1901), el paseo originalmente estaba conformado por


"cinco espaciosas calles separadas por hileras de hermosos sauces y rosales". El paseo
remataba en una imponente portada, la misma que se ubicaba en el límite Norte de la
Plaza Colón, definiendo una especie de "arco de triunfo" que daba acceso a la Alameda
y que fue demolido, debido a su precaria estabilidad, en 1889. Paulatinamente este
paseo se convirtió en el lugar preferido de las relaciones sociales y en el sitio de
lucimiento de las renovadas galas de lo mas granado de la sociedad cochabambina. Sin
embargo, el Municipio con sus precarios medios no logró, hasta muchas décadas más
tarde hacer de este espacio un ámbito que por su calidad urbana se constituyera
efectivamente en el paseo parisino que se permitía la oligarquía valluna.
82

Una obra de menores pretensiones, pero de gran significación para la posterior


urbanización de Cala Cala, fue la apertura en 1863, durante el gobierno del Gral. Achá,
de la Plaza del Regocijo, en mérito a "la costumbre inmemorial de las familias de la
ciudad de trasladarse cada mes de noviembre a la campiña de Cala Cala, con objeto de
gozar de su frescura y tomar baños". El sitio elegido se encontraba en el cruce de dos
caminos, uno de ellos vinculando la ciudad con Queru Queru y Cala Cala, y el otro que
partía de esta última localidad al antiguo pueblo real de indios de Tiquipaya,
permitiendo el acceso a la gran vertiente de la Chaima Esta plazuela, se convirtió
rápidamente en el punto terminal de las diligencias y carruajes de la "Empresa
Americana" que conducía a bulliciosos excursionistas. Décadas más tarde, se convirtió
en la terminal de una línea de tranvías, lugar de paseo de los primeros automovilistas y
objetivo de excursiones en bicicleta. Aquí se desarrollaban las famosas festividades de
San Andrés y, desde esa época la plaza del Estanco o Regocijo se constituyó en el
espacio de reunión veraniega de los cochabambinos que escapaban de la ciudad y
venían a gozar de las delicias de la campiña.

En 1887 se consideró el proyecto de ampliar la Plaza del Regocijo, pero este cometido
era oneroso dado que en su perímetro se habían construido casas de buena calidad y
existía fuerte oposición a realizar afectaciones. Entonces surgió la idea de trasladar la
plaza a un sitio que brindara mejores ventajas, lo que dio lugar al primer debate público
sobre la planificación urbana de la ciudad. Se barajaron varias alternativas, pero
ninguno traducía:

el deseo anhelado por los habitantes de Cochabamba, de comodidades y


satisfacciones que naturalmente les proporciona la existencia de un centro
espléndido de reunión, y muy en especial , a todas las personas que buscan en
la época veraniega en las campiñas de Cala Cala fresco ambiente y saludables
baños, levantando soberbios edificios en contorno, construyendo fuentes
sorprendentes, juegos de agua que pasarían, después de recrear la vista, a dar
vida a las magnificas plantaciones, de calles concéntricas, de árboles
uniformemente alineados y de talla colosal(...) La plazuela actual del Regocijo,
en lugar de producir el efecto de su irónico nombre entre las personas que
acuden allí, en especial en las tardes de paseo, sufren y corren el riesgo de ser
atropellados por los numerosos carruajes que se apiñan alrededor del hermoso
sauce, única reliquia del lugar, el que una vez desaparecido daría a la plazuela
el aspecto de una plaza de río (F. Jiménez, El Heraldo, 24/04/1888).

Otra propuesta en torno al mismo asunto planteaba, crear en la zona del Rosal, una
plaza similar a la 14 de Septiembre conservando la del Regocijo como asiento de un
mercado. Estas propuestas nos permiten establecer que las visiones de desarrollo urbano
en el siglo pasado ya se relacionaban con el ideal de una ciudad con espacios verdes,
calles arborizadas y una mayor apertura hacia un contacto más extenso con la
naturaleza. Es decir, el ideal de "ciudad-jardín" ya estaba presente en el siglo XIX.
Estos aspiraciones, que de alguna manera expresaban el deseo de trasladar el centro
urbano hacia un espacio que brindara mejores posibilidades de reproducir los grandes
paseos y avenidas que transformaban por ese mismo tiempo otras ciudades como
México, Buenos Aires, Santiago, La Paz e incluso Sucre, y cuyos ecos debieron llegar
hasta Cochabamba, inspiraban imágenes donde definitivamente se reformulaba el
modelo de ciudad colonial, Sin embargo, en la práctica, solo posibilitaron ordenanzas
municipales más modestas pero cuya intencionalidad era estimular la materialización de
83

una nueva imagen urbana.

En 1889, entró en vigencia una Ordenanza del H. Consejo Municipal denominada


"Alineación de Edificios y Plantación de Árboles", que disponía la obligatoriedad de
toda nueva construcción en la campiña o la ciudad, que tuviera un frente sobre la vía
pública, de recabar un permiso de edificación y someterse a una verificación de la
rasante, fijándose un ancho mínimo para las calles de 8,00 metros; se disponía además
la ejecución de ochaves en las esquinas, el cierre de los frentes de los huertos con rejas
de hierro en lugar de tapiales y la plantación árboles sobre los frentes de todo predio no
edificado vecino a acequias y canales; determinando además la participación de un
"ingeniero municipal" en la supervisión del cumplimiento de estas disposiciones, hecho
que expresaba una importante evolución del Municipio, que de órgano eminentemente
político-administrativo comenzaba a introducir criterios técnicos en la toma de
decisiones, aunque ya en 1878 se creó el cargo de "ingeniero municipal", en el contexto
de un "Reglamento de la Policía Municipal", cuyas funciones eran ejercer el control del
ornato a través de "mayordomos" de fuentes y paseos públicos, creándose
específicamente un "mayordomo del Prado y la Plaza Colón", además de un
"hortelano" encargado de su mantenimiento, todos ellos dependientes de un
"Comisionado de Obras Públicas", es decir un concejal que se desempeñaba "ad
honoren" en esta función.

Otra Ordenanza de Mayo de 1895, suscrita por el Dr. Julio Rodríguez, se ocupaba por
primera vez de problemas de tráfico, y disponía la prohibición del ingreso a la plaza
principal y circular en las calles próximas "carros de 40 o más animales de tiro, cuya
capacidad para el transporte de cargas pasa de 16 quintales", equivalentes a nuestro
transporte pesado actual. Otra disposición del mismo año se preocupaba por la estética
urbana y expresamente disponía que los propietarios de predios con frentes a la plaza
Colón y la plazuela del Regocijo debían presentar los planos de las fachadas de las
futuras edificaciones, "conforme a reglas de arquitectura" para su respectiva aprobación
(Digesto de Ordenanzas. Vol.2).

En fin, una disposición del H. Consejo Municipal de enero de 1896, suscrita por
Ramón Rivero, un pionero del desarrollo urbano planificado, al referirse a la estrechez e
irregularidad de las calles coloniales ponía en evidencia las ideas que sobre urbanismo
tenían los ciudadanos de aquél tiempo, en especial las nuevas elites urbanas:

El ideal es enderezar todas las calles, pero en la imposibilidad de rectificarlas


por completo, se debe aspirar a hacerlo, lo más que sea posible, y bajo este
principio se deben determinar los ejes cuidando de que la alineación de los
edificios guarde un completo paralelismo a dichos ejes. (Bajo este precepto se
proponía por primera vez la necesidad de un plan de regularización del perfil de
vías) Existen calles muy estrechas y no es posible darles el derecho de
Ordenanzas. Si estas se hallan fuera del plan, tal como la calle del Diablo y
otras, deben ser cerradas o suprimidas, pero las que se hallan sometidas a
regularidad formando cuadras, deberán ser ensanchadas al ancho
reglamentario, no de una vez, sino poco a poco, conforme se operen
construcciones en ellas. - Para este efecto, el Plan dispone: a) Para las calles
directas que arrancan de la Plaza 14 de Septiembre, el ancho de su embocadura
(unos 8,50 mts.) , hasta las cinco cuadras de distancia, después de lo cual será
fácil propender a un ancho mayor. b) Para las calles transversales a la Plaza,
84

en ancho que llevan en su entrecruzamiento con las directas de la primera de


éstas (entre 8,50 y 9,00 mts.), también hasta el radio de 5 cuadras (11 de largo
en total), después de lo cual se someterán a la ampliación general que
determine el Consejo. c) A falta de estas medidas de referencia se deberá
adoptar para las calles el ancho de 8,50 mts. como medida general subsidiaria
a la que deben someterse las mensuras y alineaciones del Ingeniero Municipal
(Digesto de Ordenanzas. Vol.2).

El citado plan, proponía la necesidad de adoptar el damero colonial de estrechas


callejuelas (algunas de menos de 6,00 metros) a las exigencias del progreso, traducido
inicialmente en cuestiones de tráfico de carruajes de pasajeros y cargas, que
amenazaban la integridad de los peatones en calles sinuosas y de escaso perfil. El ideal
urbano en los albores del siglo XX era materializar un damero regular de calles anchas,
rectilíneas y con esquinas ortogonales perdiéndose en la lejanía; con casas bien
alineadas y razonablemente edificadas desde el punto de vista estético. En realidad este
plan primigenio se reducía a una propuesta de mejoramiento de las rasantes de las calles
a partir de un ancho practicable y que podría conciliarse con la situación predominante,
tratando tan solo de eliminar las situaciones puntuales más conflictivas (Ver plano 7).

Las propuestas contenidas en las ordenanzas citadas revelan una concepción de la


ciudad y una idea del desarrollo urbano amarrado a una continuidad formal con el
trazado hispano original, es decir, apegado a un criterio de orden geométrico y
disciplina constructiva repetitivos, sin lograr todavía la complejidad y creatividad de
propuestas posteriores. En realidad la finalidad de estas primeras iniciativas era más
pragmática: adecuar sin cambios mayores el modelo urbano colonial a las exigencias del
moderno desarrollo comercial y administrativo de la ciudad, además de valorizar el
centro urbano, haciéndolo más accesible desde todos los puntos cardinales. Así el
sentido de irradiación de la jerarquía, el orden, la autoridad, el progreso, simbólicamente
se acentuaba y definía una frontera moderna de cara al siglo XX en oposición al mundo
rural atrasado, es decir al universo mestizo que no se adhería a estos ideales.

Los censos urbanos de 1880 y 1886 mostraban una fisonomía urbana, que todavía
marcaba una significativa distancia entre estos ideales urbanos y la realidad existente. El
censo de 1880 informaba sobre la existencia de una población de 14.705 habitantes, lo
que expresaba un retroceso significativo respecto a la estimación asumida para la
población urbana en 1846. Enrique y Alejandro Soruco, los organizadores de la
operación censal de 1880 ponían en tela de juicio las estimaciones de población
anteriores a este censo en virtud de los muchos errores cometidos y deficiencias no
corregidas, dudando de la veracidad de los datos proporcionados por Dalence en 1848
(30.396 habitantes para la ciudad y el Cercado), siendo todavía menos consistentes los
datos ofrecidos por el Mapa de la República de 1858 que proporcionaba a la ciudad de
Cochabamba una población de 40.678 habitantes y la ofrecida por Ernesto O. Ruck en
1865 en su "Guía General de Bolivia” que proponía 44.908 habitantes.

Es evidente que en este orden existieron anomalías, en primer lugar por que con
frecuencia la población estimada como urbana englobaba a la ciudad y el Cercado.
Además, los cobradores de impuestos personales tendían a incrementar los perímetros
urbanos, y para estos no existían mayores diferencias entre ciudad y ámbito provincial
circundante. Sin embargo, otros factores no analizados por los hermanos Soruco como
el impacto de la pandemia, la aguda sequía y las hambrunas de 1878-1879, seguida de la
85

interrupción de los flujos comerciales hacia los mercados del Pacífico (no olvidemos
que el censo fue realizado en pleno conflicto con Chile), pudieron haber aportado a un
descenso de la población significativo, es decir de cerca de un tercio con relación a los
20.264 habitantes estimados para 1846. En cambio el Censo de 1886 registró l9.507
habitantes, lo que vendría a expresar un retorno al nivel demográfico "normal" de la
ciudad para el siglo XIX, y además evidenciaba la extrema sensibilidad de la población
hacia las situaciones de crisis económica o de otra índole y la tendencia hacia prácticas
migratorias de tipo pendular.

Los censos citados definían una distritalización de la ciudad en cuatro cuarteles:


Nordeste, Noroeste, Sudeste y Sudoeste. De estos, el de mayor crecimiento
demográfico, entre 1880 y 1900 fue el primero seguido por el cuartel Sudoeste que era
el más habitado, en tanto los otros dos cuarteles tenían una dinámica menos relevante.
Los cuarteles del Sur seguían las pautas de emplazamiento espacial de las clases
sociales establecido por la estructura física de la antigua villa de Oropesa. Es decir, que
las familias de los artesanos y pequeños comerciantes tendían a concentrarse en torno a
las plazas de San Antonio, San Sebastián y la Curtiduría, así como en Caracota y zonas
aledañas. Los cuarteles del Norte en cambio, tendían a ser las zonas de residencia de las
capas medias de comerciantes y funcionarios, así como de no pocos terratenientes que
con frecuencia eran dueños de casas-quinta y huertos. En torno a la Plaza Colón y la
Alameda se consolidó un espacio exclusivo de residencia de los sectores mejor
acomodados: comerciantes importadores, abogados y otros profesionales notables por
sus servicios a la sociedad oligárquica, además aquí fijaban residencia dueños de fincas
y de extensos huertos próximos como los de Mosojllacta y Muyurina. Esta era
precisamente la zona con mayor dinámica de ocupación y densificación (Ver planos 8,
9, 10 y 11).

Los promedios de densidad poblacional que muestran estos censos, resultaban más
elevados en promedio que los que posteriormente se obtuvieron con modelos de
urbanización expansiva. Las manzanas más densas (con un promedio de 200
habitantes/manzana) y que, incluso duplicaban el promedio en 1880, se situaban en las
inmediaciones de la plaza de armas, en sus aceras Este y Oeste (Ver plano 9). En 1886,
estas manzanas mantuvieron e incluso incrementaron su densidad, y a ellas se
incorporaron las situadas sobre la acera Oeste del Prado, además de otras en la zona de
Caracota. A diferencia de la ciudad del siglo XX, el crecimiento urbano no se expresaba
en una significativa ampliación del tejido urbano sino en una paulatina maximización de
uso del suelo. Por ello, si bien, el plano de la ciudad en 1812, incluye unas 80 manzanas
(Ver plano 8), en el censo de 1826 se establece la existencia de 132 manzanas y un poco
más de medio siglo más tarde se registran con precisión 142 manzanas, realidad que
solo se modificará en 1909, a través, de una ampliación del radio urbano y la inclusión
de muchas "manzanas imaginarias".

¿Cómo vivían estos habitantes urbanos? La elevada densidad promedio no concordaba


necesariamente con una impresión de áreas densamente edificadas. Un examen de los
datos censales citados permite establecer un panorama diferente. Por ejemplo,
analizando el promedio de viviendas por manzana quedaba a descubierto la existencia
de un escaso grado de consolidación y consumo efectivo de dichas manzanas por
edificaciones. Por el contrario, se pudo comprobar que dentro del perímetro urbano
existían muchos predios baldíos como ser huertos, quintas o simples terrenos no
consumidos por funciones urbanas. En propiedad se podía decir, que existía una
86

producción "agrícola urbana". Es decir, resulta simplista la visión de una masa


edificada densa en la zona central y gradualmente dispersa hacia la periferia. En
realidad, en 1880 solo algo más del 39% de las 142 manzanas estaba ocupado por un
promedio de 15 casas y que comprendían algo más del 50% del total de las 1.663
viviendas registradas en dicho censo, y donde solo un 10% contenía un promedio
mayor, es decir de algo más de 24 viviendas por manzana. Esta situación no variaba
sustancialmente en 1886. Se puede deducir que el proceso de consolidación del tejido
físico urbano hacia fines del siglo XIX era lento y débil, al punto que en 1880 solo
estaban consolidadas con el promedio de edificación citado, 56 del total de 142
manzanas, en tanto que este índice apenas se elevaba a 61 manzanas en 1886.

En suma, el universo rural estaba fuertemente presente dentro del perímetro considerado
urbano y en realidad lo predominante era un tejido urbano salpicado de áreas baldías y
edificaciones de una planta. Sin embargo (Ver Plano Nº 10), las zonas de mayor
densidad de población no coinciden necesariamente con las zonas de mayor densidad
edificada, en ambas zonas se hacía presente la casona o la quinta de algún ciudadano
notable, insertándose en medio de las modestas "casas de bajos". Comparando este
panorama, con el que sugieren Gordillo y Lavayen (1991) para la ciudad en 1826, se
puede establecer que la tendencia a una escasa consolidación del conjunto de manzanas
urbanas por usos del suelo urbano efectivos, se mantiene, con una ligera tendencia a un
incremento de las tasas de edificación en la zona central.

El panorama trazado nos sugiere la presencia de dos formas distintas de "pensar la


ciudad". Los estratos medios y bajos: pequeños comerciantes detallistas, artesanos
diversos (zapateros, tejedores, hilanderas, chicheras, etc.), incluso comerciantes
mayoristas e industriales tendían a concebir lo urbano como una aglomeración, como un
escenario ferial y de dinámica comercial que requería de una concentración de
consumidores para garantizar su condición de plaza comercial atractiva. Sin embargo,
este no era necesariamente el punto de vista de los "propietarios" hacendados que
hacían gravitar su condición de clase hegemónica y que practicaba un modo de vida que
se juzgaba como el único socialmente digno para su "estatus". Tal estilo de vida se
fundaba en el señorío feudal sobre la fuerza de trabajo y este no solo se proyectaba en el
espacio de la producción sino en su vida cotidiana de ciudadano urbano, donde también
reproducía en pequeño la casa de hacienda bajo la modalidad de "casa-quinta" rodeada
de extensos huertos, una suerte de latifundio urbano, a pocas cuadras de la plaza
principal. De aquí resultaba ese sentido de ausencia de orden y lógica en la distribución
espacial de la población y la masa edificada.

En fin, esta aparente inmovilidad, este ritmo lento y contradictorio de evolución urbana,
escondía una dinámica interna no solo articulada a rígidas razones socio económicas,
sino a visiones de lo urbano y lo regional contrapuestas, a ideas de desarrollo de la
ciudad distintas, a formas de pensar la ciudad con profundas diferencias ideológicas y
culturales, pues en tanto las clases sociales comprometidas más directamente con el
desarrollo de una economía capitalista reivindicaban un espacio material propicio para
esta finalidad, los terratenientes vallunos a partir de la guerra del Pacífico hacían lo
indecible para retardar el reloj de la historia y el progreso propiciando la perennidad de
un conglomerado urbano que estuviera más próximo al recuerdo y a la vigencia de los
valores de la Villa de Oropesa que a las audacias urbanas que se practicaban en otras
ciudades donde no se respetaba la tradición. Lo anterior inclina a pensar que la vivienda
republicana, si bien siguió manteniendo las pautas de diseño del modelo colonial,
87

desarrolló una fuerte tendencia a la tugurización seguida de ciertos requintes y esmeros


en la apariencia externa de las fraccionadas casonas. En el caso de la plaza principal y
calles próximas, se tenía el siguiente panorama:

Tratándose del espacio urbano más importante, se aplican criterios neoclásicos


con la mayor riqueza posible, así las columnas de la galería, aunque no
cumplen estrictamente con los cánones clásicos, adoptan el dórico, el jónico, el
toscano; una cornisa delimita el primer cuerpo y encima, a partir de ésta,
arrancan pilastras con base, que hacen de marco a las ventanas de la segunda
planta; este segundo cuerpo también culmina en una segunda cornisa superior,
encima de la cual va un parapeto a manera de friso decorado(...) En el eje
central de la fachada se remata con un frontón cuyo tímpano está decorado con
un escudo, nombre de la familia u otro tema geométrico sobrio(...) Otro de los
elementos sobresalientes, es el uso de balcones de herrería, generalmente
aislados en los extremos y corridos en la parte central. La forma de las puertas
que dan a los balcones son alternativamente de arco rebajado, medio punto o
rectangulares, en cuyo caso rematan con molduras de inspiración
neoclásica(...) En cuanto a la planta se mantiene el esquema colonial,
probablemente reconstruido sobre el trazado o modificando este para
incorporar la escalera imperial o de varios tramos(...) Los sistemas
constructivos no se modifican(...) en la fachada, el adobe se cambia por el
ladrillo ya que este permite un mejor tratamiento para el molduraje. La
carpintería se enriquece en base a diseños neoclásicos. La herrería de los
balcones se sofistica, en síntesis, se produce un refinamiento de formas,
acudiendo a modelos neoclásicos (Lavayen, et al, s/f.).

Esta preocupación por adecuar la apariencia de la casona colonial a los gustos


neoclásicos de la época considerados "modernos" o "elegantes", no se tradujo en un
cuidado similar para crear condiciones más adecuadas en la capacidad de alojamiento de
la vivienda, adaptándola a los requerimientos de proporcionar residencia independiente
a más de una familia. Por el contrario, la tendencia resultante fue la tugurización y la
formación de los famosos "conventillos". Veamos algunos datos que se desprenden de
los resultados e los censos citados: En 1880, fueron registradas dentro del perímetro
urbano, como se mencionó con anterioridad, 1.663 casas, de las cuales, 1.128 (67,8%)
estaban habitadas por menos de 10 personas, involucrando a 5.580 habitantes (el 38 %
de la población total). La mayoría de estas viviendas se ubicaban en zonas de periferia o
intermedias alejadas de la zona central, tenían un carácter disperso y compartían el
espacio urbano con zonas de uso agrícola. El resto de las edificaciones, es decir, 535
viviendas albergaban al 62 % de la población restante, con un promedio de 17 personas
por vivienda. Naturalmente este índice era ampliamente superior en muchos casos
puntuales. Descontando los alojamientos colectivos (el Monasterio de Santa Clara, el
Mercado Público donde se alojaban precariamente 47 personas y el Hospital), se
destacaban situaciones de hacinamiento importantes, es decir casonas que se habían
convertido efectivamente en conventillos. Concretamente, en 37 casonas de la zona
central y alguna en el Prado, vivían 1.295 personas (casi el 9% de la población total),
con un promedio de 35 personas por vivienda, registrándose algunas situaciones
extremas30.
30
Los mayores conventillos en 1880 eran: la casa de la Sra. Agustina Hermosa de Valenzuela con 48
inquilinos, la espaciosa casa de los herederos de Vicente Gumucio que ocupaba cerca de la tercera parte
de la manzana de Santo Domingo y que proporcionaba morada a 46 inquilinos, la casa de los herederos
88

En 1886 esta tendencia se hizo más marcada pero siempre afectando a la zona central
que sufría ya desde ese tiempo una significativa presión demográfica, en oposición al
resto urbano que presentaba promedios de ocupación bajos y vivienda dispersa. Así
1.054 viviendas (el 59 % del total) estaban ocupadas por menos de 10 personas
involucrando esta calidad de alojamiento a 5.703 habitantes (el 29,2 % del total de
población). Sin embargo, el restante 70,8 % de la población urbana residía en 733
viviendas, con un promedio de ocupación de 18,8 personas por vivienda. Sin embargo,
en la misma forma que en 1880, en 75 casas residían 2.831 personas registrándose un
promedio de 37,7 ocupantes por casa. Naturalmente, igual que en el censo anterior se
registraban casos muy superiores a este promedio, superándose incluso los niveles
máximos alcanzados en 188031. En resumen, entre 1880 y 1886 se agudizó
sensiblemente esta tendencia.

La estructura urbana resultante (Ver plano 11) muestra que formalmente la ciudad a lo
largo del siglo XIX, había mantenido y reforzado el modelo colonial concéntrico, pero
se habían debilitado los anillos intermedios sufriendo inserciones y deformaciones que
dieron por resultado una zonificación socio espacial diferenciada, presente incluso ya en
el siglo XVIII, entre las zonas Norte y Sur de la ciudad, que al igual que el centro,
presentaban patrones de uso del suelo diferenciados. Observemos más en detalle esta
cuestión:

En primera instancia, se puede percibir con facilidad la persistencia de una zona


urbana que mantiene el patrón de uso del suelo de la ciudad colonial. Los sectores y
sitios que la conforman corresponden al sector central que se estructuraba en torno a la
Plaza 14 de Septiembre. Este espacio se transformó en el representativo y en el soporte
de la sociedad oligárquica. Aquí se situaba el aparato administrativo y represivo del
Estado, el comercio importador, la banca y el aparato ideológico-religioso, combinado
con casonas de personajes notables y grandes propietarios de tierras. En la plaza
principal, compartían al lado del Palacio Prefectural, el Palacio Consistorial, la sede del
Poder Judicial, el Teatro Achá y las dependencias policiales, además de la Iglesia
Catedral y los templos próximos; muchos conventillos e incluso algunas chicherías que
resistieron con éxito las presiones de desalojo.

El centro al mantener el sentido concéntrico y el carácter de "eje gravitatorio" de la


ciudad, valorizó continuamente este espacio y el suelo urbano. Este hecho, provocó a su
vez, una fuerte presión demográfica y una demanda equivalente de emplazamiento de
nuevas funciones urbanas. Tal fenómeno estimuló la paulatina transformación
multifuncional de la casona colonial, que comenzó a sufrir adaptaciones para infinidad
de finalidades: tiendas, bazares, pulperías, talleres artesanales, oficinas diversas y un
creciente hacinamiento de familias de empleados públicos, tenderos, dependientes del
comercio, la banca, etc. La cuestión de vivir cerca de la plaza, dejó de ser un signo de
estatus como en la época colonial, ahora este requerimiento tuvo más un sentido
económico. La concentración del empleo a que accedían los estratos medios y altos se
producía en este centro, por tanto esto definía una pauta de residencia próxima a la
fuente de trabajo. Así la casona, de un objeto de promoción social, se convirtió en un

del Dr. Casimiro Valenzuela, donde vivían 46 inquilinos, la casa de Gertrudis Soria de Camacho con 43
inquilinos (Soruco, 1880).
31
En 1886, 9 casonas albergaban a 486 personas, con un promedio de 54 habitantes por casa.
89

objeto de renta. El rentista, mejor conocido como "dueño de casa" o “casero”, se


convirtió en un respetable ciudadano que vivía de las rentas que producía su tugurizado
inmueble, obviamente algo impensable y hasta herético para la rígida nobleza hispana,
pero algo natural para los criollos que se veían obligados a diversificar sus actos
económicos ante la continua inestabilidad de la economía hacendal. Esta zona abarcaba
unas 35 manzanas.

El Carácter morfológico de esta zona no se diferenciaba sustancialmente del paisaje


urbano colonial. Como se describió anteriormente, apenas los frentes de las casonas de
la gente notable experimentaron inclusiones decorativas neoclásicas. Bajo estas pautas,
la fisonomía de la Plaza principal se modifica, sobre todo porque con este mismo gusto
se edifica el Palacio Prefectural, se habilitan las otras dependencias estatales y
comunales y se remodela el antiguo templo de San Agustín, que se convierte en el
Teatro de la Unión Americana, mejor conocido como Teatro Achá.

A la anterior, seguía una zona residencial de clases altas y medias. Los sectores y
sitios que la conformaban comprendían básicamente la zona Norte de la ciudad, es
decir, los cuarteles urbanos Noreste y Noroeste. Sus actividades eran
predominantemente residenciales. Aquí tendían a desplazarse los dueños de casonas del
centro y también fijaban residencia los grandes comerciantes y otros componentes de
los estratos altos y medios. La apertura del Prado y la Plaza Colón, definieron las pautas
de urbanización y valorización de estas zonas. Aquí el patrón urbano dominante, estaba
constituido por casonas, todavía de molde hispano, con canchones y huertos en el
interior de las manzanas más consolidadas, a las que se sumaban casonas similares pero
rodeadas de huertos, estas eran las "casas-quinta" o "quintas" que a veces ocupaban una
manzana completa. Su carácter morfológico dominante correspondía a la imagen de un
área de preferencia residencial ocupada mayoritariamente por sus propietarios, es decir,
grandes comerciantes y funcionarios civiles y militares de los estratos altos que
preferían abandonar la zona central desocupando sus vetustas casonas dedicadas a
captar rentas por concepto de alquiler, en favor de viviendas nuevas cuya emergencia
marcó la alteración más importante con respecto al modelo colonial.

Morfológicamente, esta zona mantenía el carácter de campiña salpicada por viviendas


dispersas y nucleadas sin continuidad. Así existían algunas manzanas con alto grado de
consolidación e incluso densamente habitadas en torno a la Alameda, pero
simultáneamente compartían este espacio casas-quinta rodeadas de huertos y ocupando
toda una manzana. La plaza Colon y la Alameda, se convirtieron en la referencia que
valorizaba este espacio de campiñas y residencias de las elites vallunas. A partir de este
hecho, la antigua plaza principal tomaba más un significado cívico y de asiento del
poder estatal, de los grandes negocios y de las fuentes de trabajo de mayor jerarquía.

A la anterior zona, le seguía una zona de actividades artesanales y comercio popular.


Los sectores y sitios que la conformaban eran los cuarteles Sudeste y Sudoeste. Se
estructuraba en torno a las plazas de San Sebastián, Jerónimo de Osorio, San Antonio,
Caracota y la famosa Pampa de las Carreras. Aquí, en forma dominante se desarrollaron
actividades mixtas de vivienda y talleres artesanales. Esta era la residencia de los
gremios más importantes como los de zapateros, talabarteros, tejedores e hilanderas,
carniceros o mañazos, albañiles, loceros y otros. El patrón habitacional más difundido e
incluso numéricamente dominante a nivel urbano era la pequeña construcción de bajos,
generalmente sobre rasante, en manzanas muy fraccionadas donde proliferaban las
90

famosas "tiendas redondas" que describimos anteriormente. Al contrario de lo que


ocurría con la zona Norte, la vinculación más fuerte de esta zona no era con el centro
urbano sino con el Cercado.

En efecto, los flujos internos entre zonas de artesanía y asientos feriales eran más
intensos que las vinculaciones con otras zonas urbanas. Así como las elites tenían sus
espacios de celebración en la plaza principal y la Alameda, los sectores populares tenían
un espacio equivalente en la Pampa de las Carreras, donde tenían lugar concurridísimas
corridas de toros, carreras de caballos y zarabandas báquicas de grandes proporciones
que además se extendían hacia la Plaza de San Sebastián por el Oeste y a Caracota por
el Este. Justamente este último sector albergaba un bullente mercado cuyos escenarios
principales eran San Sebastián en las primeras décadas del siglo XIX y luego Caracota,
y en menor proporción San Antonio. Aquí concurrían muchedumbres de pequeños
productores campesinos que comercializaban sus productos o los intercambiaban con
productos artesanales mediante el trueque que estaba muy extendido o la mediación de
la moneda. Muchos de estos comerciantes eran itinerantes, es decir, concurrían a
distintas ferias en los distintos valles aledaños pero hacían de Caracota o San Antonio su
base principal de operaciones.

Dos gremios principales que se complementaban: chicheras y vivanderas eran


responsables principales de la enorme vitalidad económica y social de esta zona. El
comercio de chicha, era un hecho económico fundamental y al tenor de suculentos
platos regados con "la buena" se fue consolidando un basto espacio de consumo para la
economía del maíz. En este sector las viviendas adquirían la característica del
conventillo de la zona central albergando comerciantes de estratos medios y bajos
vinculados a la actividad ferial y al comercio de la chicha, sobre todo al Norte de la
Pampa de las Carreras y las manzanas irregulares próximas a la Coronilla y aledaños,
muy fraccionadas y densamente edificadas donde se amontonaban "tiendas redondas"
ocupadas por talleres de artesanos y sus familias pero además por infinidad de
chicharronerías, pulperías, "ventas de platos" y obviamente decenas y hasta centenas de
chicherías que se desplegaban por toda la zona, con especial densidad en la salida al
Valle Alto y el camino del "Abra" que conducía al Valle de Sacaba.

El carácter morfológico de esta zona conservaba los rasgos formales de la época


colonial. Aquí, el tejido del damero se quebraba en una densa red de callejuelas sinuosas
y espacios abiertos o "canchas" que recibieron el denominativo de "plazas". La
vivienda, es decir las edificaciones de bajos conservaban su carácter rústico y la única
variante era funcional, o sea que ahora las modestas habitaciones albergaban múltiples
actividades generalmente no compatibles con la vivienda. Aquí, los recursos hídricos
eran permanentemente escasos y toda la zona presentaba un aspecto desértico en fuerte
contraste con el verdor permanente de la zona Norte.

Finalmente se debe hacer referencia a una última zona: la campiña rural circundante.
Los sectores y sitios que la conformaban estaban definidos por el resto de la jurisdicción
del Cercado, es decir los cantones de Santa Ana de Cala Cala y San Joaquín de Itocta,
cada uno con tres secciones. El primer cantón se extendía hasta las estribaciones de la
cordillera del Tunari por el Norte, y el camino de Coña Coña por el Sur. Esta era una
zona llena de torrentes y cursos de agua como las quebradas de Chaquimayu, Tirani y
Taquiña, temibles en épocas de lluvia. Tenía recantos de gran belleza paisajística como
la Plaza del Regocijo y sus alrededores, la Recoleta, Mayorazgo, el Rosal, Tupuraya,
91

Miraflores, Queru Queru, Portales, Glorieta, Sarco, Taquiña, Coña Coña. Chimba y
otros, además de varios balnearios. Aquí existían casas-quinta y casas de hacienda muy
famosas en la época32. En este cantón también existían algunos asientos de artesanos,
pequeños comerciantes y agricultores en las zonas de Condebamba, Chiquicollo,
Tejería, Pardo Rancho, Chavez Rancho, Sarco, Chimba Chica, etc.

El segundo (Itocta), tenía como límite Norte el río Rocha, comprendía las campiñas de
Muyurina y las Cuadras, y por el Sur se extendía hasta el río Tamborada y el límite con
la provincia de Tapacarí a la que pertenecía Quillacollo. Un sector de este cantón tenía
características similares al anterior, con sitios de gran interés como Mosojllacta,
Incacollo Abalos Pampa y las citadas campiñas de Muyurina y las Cuadras. El sector
Sur era mucho más árido excepto la zona de La Maica y Valle Hermoso. Aquí también
se encontraban varias propiedades y asientos de pequeños agricultores y artesanos 33. Se
pueden citar, aún perteneciendo algunos al perímetro urbano, a los siguientes
asentamientos: Soliz Rancho, La Villa, Carbonería, Lacma, Las Trojes, Santa Vera Cruz,
San José de la Banda, Jaihuayco, Quenamari, Buena Vista, Capellanía, Suncho Pampa,
Lopez Caico, Collpapampa Alba Rancho, Pucara, Sivingani, Asirumarca, Lazo Rancho,
etc. Su población en 1886 alcanzaba a 12.505 habitantes, destacándose una presencia
importante de agricultores, hilanderas y regatonas, costureras y pastores, que en
conjunto, comprendían el 67 % de la población económicamente activa. Otras
ocupaciones destacables involucraban a: chicheras, sastres, lecheras, lavanderas, y en
menor proporción: alfareros, albañiles, arrieros, comerciantes, harineros, matarifes,
tejedores, zapateros, bordadoras, carniceras, etc. El grueso de esta población se
vinculaba estrechamente al comercio ferial y a los mercados de abasto. En
consecuencia, el patrón de uso del suelo que propiciaban era muy similar al de la zona
Sur, aunque con índices de mayor dispersión.

El carácter morfológico respondía a aquéllas las características que ya fueron descritas


para la aldea colonial. Se trataba de extensos suburbios con zonas amplias de cultivos de
maíz en forma dominante, salpicados de pequeñas aglomeraciones de vivienda rural o
"ranchos", sobre todo en la zona Sur. En cambio hacia el Norte existían haciendas y
huertos de pequeños agricultores.

En resumen, esta estructura urbana, si bien mantiene los rasgos de la antigua villa
colonial, funcionalmente ya se encontraba muy alejada de ésta. La ciudad republicana
sometida todavía a la vigencia del viejo orden, no dejaba de promover una sectorización
con un sentido de segregación social y ecológica muy marcados: la verde campiña para
el solaz de las elites y las áridas pampas para el asiento de artesanos y otros mestizos.
Sin embargo, el centro urbano que se pretendía hegemónico para todo el conjunto
urbano y aún regional, lo era apenas para las zonas de residencia de sectores social y
económicamente vinculados a ésta así como referencia más simbólica para hacendados
y funcionarios estatales de pueblos y aldeas.

Entre tanto, lo que apenas era una simple tendencia a fines del siglo XVIII, es decir el
32
Entre las propiedades que figuran en el censo de 1886 se pueden citar, las de las familias Foronda y
Ponce, la propiedad de Carmen S. de Velasco, la de los herederos de Toribio Torrico, la de Melchora
Dorado, la de Rosendo Velasco y Salvador García.
33
Entre las propiedades mencionadas por el censo de 1886 se pueden citar: la casa-quinta de Ciriaco
Castellón, la de Pio Salinas y la famosa quinta del Canónigo Zabalaga que era vecina al nuevo hospital o
actual Hospital Viedma.
92

surgimiento de grandes focos de atracción alternativos, ahora eran una realidad:


Caracota, San Antonio, San Sebastián y la Plaza Jerónimo de Osorio se habían
convertido en plazas comerciales y artesanales de importancia regional con
ramificaciones aún más amplias. En contraposición al espacio central ocupado por
comerciantes importadores y banqueros que soñaban con un paisaje urbano neoclásico
que les recordara los ideales europeizantes con los que penosamente trataban de
identificarse; habían surgido dinámicos centros de comercio popular de productos
agrícolas y artesanales más orientados a una esfera baja de consumidores que
encontraban en estos territorios no solo una forma de vida, sino una forma distinta de
concebir y producir el espacio urbano que intencionalmente "anarquizaba" el orden
regular del damero dando curso a expresiones de libertad e informalidad que no eran
posibles en otros ordenes como el institucional o el ideológico.

Por tanto, sobre todo en la zona Sur, el damero no fue mecánicamente ampliado, sino
sufrió deformaciones al involucrar la feria campesina y la chichería rural en el paisaje
de lo se puede llamar la ciudad mestiza que formalmente se adhiere a la ciudad
republicana pero sin hacer concesiones a su esencia cultural y a su personalidad
histórica. En general en forma pacífica, ya desde el siglo XVIII, y con mayor fuerza en
el XIX, las zonas Norte y Sur marcan la existencia de dos universos que funcionan con
ritmos distintos en un proceso donde los valores oligárquicos y mestizos coexisten y se
toleran una vez que la férrea estructura de castas y prejuicios vivamente vigentes en la
sociedad rural decimonónica no logró imponer su hegemonía en la ciudad

Aquí cabe hacer mención a los valores que fueron conformando estos dos centros, sobre
todo en la segunda mitad del siglo XIX, cuando las elites regionales tuvieron mayor
capacidad para afianzar más nítidamente un espacio urbano propio no solo consolidado
en torno a símbolos ideológicos sino a intereses económicos.

La conversión del centro urbano colonial, cargado de signos y símbolos ideológico-


religiosos en centro comercial con aspiraciones de modernidad tuvo lugar a partir de la
segunda mitad del siglo XIX, particularmente después de la guerra del Pacífico, cuando
el nuevo auge minero de la plata propició la incorporación de la economía de Bolivia a
la dinámica del desarrollo capitalista mundial. La incorporación del ferrocarril, la
mejora en las comunicaciones y particularmente las demandas de las elites mineras y
hacendales para ponerse al día con las modas y valores que se irradiaban desde Europa,
estimularon poderosamente la formación de un mercado comercial y de capitales
manejados con criterios empresariales modernos. El gran comercio de importación de
bienes de ultramar, la banca y las haciendas, articularon una alianza que definía la nueva
fisonomía de las elites regionales quienes prontamente desearon expresar su presencia
en el espacio urbano. De esta manera, los edificios bancarios, las sucursales de las
grandes casas importadoras paceñas y en general, el afán de imitar en el modesto paisaje
urbano retazos de las grandes urbes europeas, cuyo extremo fue el afrancesamiento de la
culta Charcas, definieron las pautas de un primer proceso de renovación urbana, que en
el caso de Cochabamba apenas cobró las características de una operación de disfraz y
decoración con signos y oropeles neoclásicos pero manteniendo la estructura física
tradicional34. De todas maneras, el minúsculo oasis de "civilización" o de hispanidad
que conservaba la ciudad a principio de la república, se fortaleció y ganó mayor
coherencia.
34
Para un análisis más detallado del desarrollo del comercio y la banca en Cochabamba, ver SOLARES,
1990.
93

En forma paralela, el dinámico comercio popular donde participaban masivamente los


mestizos desde las épocas de la colonia, también se fortaleció, al consolidar para sí
espacios urbanos permanentes disputando al centro comercial de las elites su derecho a
formar parte de la ciudad. La antigua "pampa grande" o Plaza de San Sebastián, si bien
conservó su carácter de centro artesanal, dio paso a las plazas de Caracota y San
Antonio como los nuevos centros feriales y de comercialización preferente de los
productos del Valle Bajo y de Sacaba. Las plazuelas de la Carbonería (Jerónimo Osorio)
y los Corazonistas comercializaban productos del Valle Bajo. A ellos se sumaban la
Recoba y el Mercado de Combustible. En estos sitios, se concentraban centenares y aun
miles de pequeños productores campesinos, artesanos y comerciantes al detalle, que
desarrollaban intensas actividades de intercambio y aun trueque. Esta labor la alternaban
devorando deliciosos platos típicos (chicharrones, laguas, picantes, saices, pucheros,
etc.), regados por abundante y deliciosa chicha. Era normal que cada jornada ferial y
festiva terminara en sonadas fiestas, donde nacieron no pocas cuecas y bailecitos que
contrastaban con los extraños gustos que comenzaba a adoptar la elite hacendal.

La chichería se constituyó en el eje de este afianzamiento espacial urbano de lo popular


y mestizo, en el factor de trasgresión de los nuevos valores, de las nuevas aspiraciones y
de las nuevas posturas que adoptaban los hacendados y el bloque social que se alineaba
en torno a la alianza entre capital comercial, minero y financiero, y que para ejercer el
poder político en Cochabamba extendía su alianza a la clase terrateniente. A inicios de
la República la chichería era una institución ampliamente aceptada y muy respetable, se
podría decir que era uno de los pocos símbolos que en lo urbano representaban el
quebrantamiento del orden colonial, razón por la cual su presencia en varios sitios de la
Plaza 14 de Septiembre al lado de otras respetables instituciones republicanas era algo
normal y se lo tomaba como uno de los "signos de los nuevos tiempos".

Sin embargo los patricios vallunos impregnados gradualmente por la filosofía de la


modernidad que cabalgaba sin freno por donde asomaran las corrientes del libre
comercio y las concepciones del desarrollo capitalista, comenzaron a inquietarse y se
dieron a la tarea de apartarse cuidadosamente de aquéllas instituciones que de cierta
forma atentaban contra su condición de amos y señores de una fuerza de trabajo servil y,
hacían suyas aquéllas concepciones que otorgaban a dicho sistema una misión
civilizadora. De esta forma, pese a compartir la predilección general por el áureo licor,
se incomodaban al constatar que este era en realidad todo un símbolo del mestizaje y el
tradicionalismo popular que había logrado exitosamente perforar el rígido sistema de
castas colonial. Por ello, si bien era natural la presencia de elegantes caballeros en los
recintos de expendio de chicha, pronto comenzó a surgir un sentimiento de incomodidad
cuando se constató que este tipo de local era incompatible con los decorados
neoclásicos con que se pretendían montar los escenarios de la modernidad. Por tanto,
era necesario encontrar una razón y una oportunidad para expulsar a estos, ahora
indeseables, establecimientos del "centro comercial".

La oportunidad se dio en 1878-1879 cuando la ciudad sufrió los rigores de una gran
epidemia de tifus seguida por una trágica sequía que dejo millares de víctimas en la
ciudad y en toda la región. Por razones sanitarias se recomendó el retiro de las
chicherías hasta un radio de tres cuadras en torno a la plaza principal. A partir de este
momento se comenzó a satanizar a dichos establecimientos como sinónimos de focos
infecciosos. Por tanto, era necesario "limpiar" el centro urbano de su presencia bajo la
94

discutible hipótesis de que su simple alejamiento disiparía los problemas de salubridad


(Ver plano 12). En realidad, nadie se planteó la necesidad de introducir normas de
higiene en estos locales y erradicar de los límites urbanos tan solo la elaboración del
licor y la cría de cerdos. Bajo estos preceptos, comenzaron a inventarse disposiciones
como clasificar las chicherías por categorías según su proximidad al centro urbano y
cargarlas diferencialmente de impuestos y patentes que anualmente se reajustaban.
Rápidamente se descubrió que los ingresos resultantes eran considerables y suficientes
para atender las obras públicas y otras necesidades de la Comuna que su esmirriado
presupuesto no podía cubrir. Así se dio el curioso proceso de relocalizar las chicherías
pero no de destruirlas una vez que las mismas comenzaron, por lo menos desde 1880, a
costear la modernidad, una increíble paradoja por cierto. Bajo este tenor las chicherías,
lejos de mermar fueron incrementando su número, a tal punto que a los pocos
centenares establecimientos de expendio de chicha que se registraron el citado año,
hacia fines de siglo se duplicaron y luego alcanzaron a más del millar35.

Como resultado de estas confrontaciones entre "ciudad republicana" y "ciudad mestiza"


surgió, más nítidamente hacia fines del siglo XIX, un centro urbano que se convirtió en
el territorio del comercio importador, la banca, las instituciones del poder local y estatal,
las instituciones religiosas, los centros educativos más jerarquizados y el comercio
minorista que expendía efectos de ultramar. En cierta forma, la consolidación de este
centro fue más una delicada operación de recubrimiento de los inveterados hábitos y
concepciones coloniales que recibieron un barniz de "modernidad" que ingenuamente
comenzó a asomarse en la zona central, la Alameda y la Plaza Colón; en tanto las
chicherías "urbanizaban" a su modo los extensos suburbios y campiñas.

35
Una relación detallada del proceso urbano y las chicherías se encontrará en Solares, 1990 y Rodríguez
y Solares, 1990.
95

CAPITULO 3
DE LA ALDEA COLONIAL A LA CIUDAD TRADICIONAL

La República de Bolivia, luego de décadas de aislamiento con respecto a la economía


internacional, finalmente en la posguerra del Pacífico se relacionó formalmente con el
mercado capitalista mundial36. Hasta este trascendental acontecimiento, Bolivia había
sido un país eminentemente rural y agrícola. De acuerdo con Dalence y otros cronistas
que describieron la flamante república, la ciudad de La Paz monopolizaba el comercio
exterior desarrollando un modesto intercambio con los puertos del Pacífico y el Sur del
Perú lo que era suficiente para que emergiera como el primer centro urbano y como la
región más dinámica del país (Ver Mapa 16). La clase dominante estaba constituida
esencialmente por grandes terratenientes criollos, personajes que se consideraban así
mismos descendientes directos de familias españolas, fundando en torno a ello un
pretendido linaje aristocrático con cuya óptica gustaban ver el país como si fuera una
enorme hacienda de señores y vasallos. Eran dueños de unas 5.000 haciendas que
representaban el 50% de las mejores tierras cultivables y contaban con la subordinación
de unos 160.000 colonos para hacer marchar esta economía (Dalence, 1975, citado por
Zabaleta, 1986).

La producción artesanal constituida por tejedores, alfareros, vidrieros, sastres,


carpinteros, costureras, etc. estaba destinada a satisfacer la modesta demanda de las
aldeas republicanas. Era una industria sumamente vulnerable a la irrupción de
exportaciones de productos similares que le superaban ampliamente en calidad y costo.
Ello obligaba, a que los artesanos-mestizos fueran cerradamente proteccionistas, en
oposición a las elites que generalmente se adherían a las corrientes librecambistas.

Mitre (1981) y Zabaleta (1986) sugieren que la contradicción principal de la recién


constituida sociedad republicana giraba en torno al "eje de los artesanos y comunarios
contra el de los terratenientes". Zabaleta propone una rica y precisa visión de la
formación boliviana al escudriñar el comportamiento de la clase minera que se
consideraba así misma moderna y portadora de una misión civilizadora, al preguntarse,
por que los "patriarcas de la plata", de echo dueños de medios de producción y
compradores de fuerza de trabajo, no lograron teñirse con tonos capitalistas ellos
mismos y al conjunto del universo de sus subordinados, sugiriendo que:

Lo que había de capitalista en Bolivia estaba siempre determinado por lo que


no había de capitalista en Bolivia. En realidad, los capitalistas mismos tenían
depositadas sus ilusiones no en los valores burgueses sino en los símbolos
señoriales. El grueso de los capitales se revirtió a la tierra. Los mineros de la
plata, desplazados gradualmente de la minería y el comercio, aplicaron su
dinero en la adquisición de propiedades rurales y en la construcción de
extravagantes palacios de acuerdo al estilo de vida señorial que ostentaban.
Pacheco compró numerosas fincas en la ciudad de Sucre...Arze, al finalizar el
siglo XIX, se hallaba en posesión de las haciendas de La Barca, La Lava, Santa
Rosa, La Oroya, y de varias casas en Sucre y Potosí...En las afueras de la
ciudad de Sucre fueron famosos el Palacio de la Glorieta de los Argandoña y la

36
A partir de la década de 1870, con el descubrimiento de yacimientos argentíferos en Huanchaca,
Colquechaca y otros, en Norte potosino, comenzaron a tomar forma empresas mineras dominadas por la
oligarquía sureña y la participación de capitales chilenos.
96

propiedad suntuaria de La Florida edificada por Arze, donde cocineros


franceses gobernaban los hornos gigantescos, palafreneros europeos vigilaban
las caballerizas, capataces negros, lustrosos y corpulentos...recorrían a caballo
los caminos en servicio de las necesidades de aquélla colmena.(Zabaleta, 1986:
110).

Como sugiere Zabaleta, en las dos últimas décadas del siglo XIX, la riqueza de las
elites mineras adquiridas de un modo capitalista eran despilfarradas de un modo
señorial. La obsesión por adquirir tierras no respondía a una lógica de diversificación y
expansión de la empresa capitalista, sino a una razón más próxima a los valores feudales
del estatus, de concebir la propiedad como fuente de prestigio y poder, en suma de
recrear el gamonalismo territorial antes que tener una visión nacional del desarrollo.
Aquí reposa la razón por la cual existía un marcado desinterés por la planificación
productiva de la hacienda. Las riquezas acumuladas no se dirigían a reproducir el capital
industrial dentro de una lógica de diversificación y ampliación de la empresa capitalista,
sino a afianzar una persistente adhesión a los valores feudales citados. En lugar de
desarrollar alternativas para maximizar la eficiencia productiva y alentar la formación
de un mercado libre de trabajo, el empresariado minero y sus aliados gamonales se
consideraban la cúspide de un eje de dominación sobre un conjunto de entidades
subordinadas: trabajadores mineros, peones de hacienda, piqueros, artesanos, pequeños
comerciantes, comerciantes mayoristas, funcionarios públicos de las distintas ramas del
Estado, profesionales liberales y no pocos políticos que representaban sus intereses
dentro del propio aparato estatal. La sed de riqueza y poder no se dirigía a potenciar un
proyecto real de desarrollo capitalista, sino a recrear un imaginario de modernidad
donde se combinaba la ansiedad de proyectarse formalmente como parte de un mundo
moderno en plena marcha con la terquedad autoritaria de proteger la inmovilidad de los
pesados cimientos coloniales.

El colapso de la minería de la plata en la última década del siglo XIX y la apertura de


una opción más promisoria de articulación con los mercados externos a través del
estaño, se constituyo en el trasfondo económico de un proceso de recomposición y
refuncionalización de las elites oligárquicas vinculadas con esta nueva opción, que
recubriéndose con un grueso barniz político contrario al centralismo del Estado
oligárquico y fuertes tonos regionalistas, se enfrentó a la conservadora oligarquía
chuquisaqueña. Formalmente un golpe de estado desató la denominada Guerra Federal
de 1899 con el objetivo de lograr "la sustitución en el poder del Partido Conservador
por el Partido Liberal" (Irurozqui, 1993). Su consecuencia inmediata fue el cambio de
la sede de gobierno de Sucre a La Paz. De esta forma la elite paceña se hizo del poder
político necesario para reforzar y potenciar su poderío económico y orientar, en su
propio beneficio el efecto multiplicador del posterior boom estañífero37.

Un hecho relevante en este proceso de ajuste de las estructuras del poder oligárquico,
fue la participación de las comunidades altiplánicas aymaras en la contienda,

37
Desde fines del siglo XIX, el estaño fue desplazando a la plata en el mercado internacional. Esto alentó
a que la actividad minera reorientara su producción y se estimulara la búsqueda de nuevos yacimientos.
Mineros afortunados como Simón I. Patiño lograron descubrir y hacerse propietarios de ricos filones de
estaño y en poco tiempo organizaron grandes empresas capitalistas con una lógica empresarial muy
diferente a la adoptada por los oligarcas mineros de la plata. Este proceso de desplazamiento de la
importancia económica de la plata y la revalorización de la minería orureña, alentaron a la oligarquía
paceña para plantear su aspiración de consolidarse como el centro hegemónico del país.
97

formalmente bajo los estandartes del federalismo paceño, pero luego bajo el caudillaje
del temible Willka Zarate, lo que puso en evidencia la existencia de objetivos
autónomos francamente opuestos a la hegemonía de los criollos blancos, sean
federalistas o unitarios. En todo caso la caída del régimen conservador significó el
derrumbe de una visión económica y política que impedía el desarrollo de las regiones
y que coartaba el ascenso de las nuevas elites mineras y comerciales.

Estos eventos tuvieron la virtud de resquebrajar el legado colonial que se había


insertado profundamente en la estructura del Estado republicano del siglo XIX. De
todas formas este hecho no significó el colapso del sistema, pues el asomo de
modernidad que se permitió el flamante régimen liberal, pronto se desdibujó con un
fuerte retorno a los viejos estilos autoritarios y a los profundos prejuicios raciales,
incluyendo la puesta en boga del denominado darwinismo social para anatemizar la
osadía del mundo aymara, además de consolidar un fuerte centralismo, que a contrapelo
de la ilusoria alternativa federalista convirtió a Bolivia en un país ocupado desde la
Plaza Murillo.

Cochabamba no participó en el conflicto, aunque las elites locales que penosamente


trataban de reponerse de la pérdida de los mercados regionales con el contraste sufrido
en la Guerra del Pacífico vieron con simpatía la causa federalista pero desconfiando de
que el desenlace del conflicto sólo favorecería a La Paz. Veamos con más detalle esta
realidad regional.

La región de Cochabamba en la primera mitad del siglo XX.

Las décadas finales del siglo XIX arrojaron sobre Cochabamba una profunda crisis. El
contraste sufrido en la guerra del Pacífico significó para la región la pérdida casi total de
los mercados tradicionales para su producción agrícola y artesanal. Sin embargo, pese a
que la contracción económica tuvo un alcance universal en los valles, las consecuencias
no fueron similares para las diferentes clases sociales. Inmediatamente después de
concluida la guerra con Chile no tardaron en dejarse escuchar voces que alertaban sobre
las duras consecuencias para la economía valluna, particularmente para los pequeños
agricultores y artesanos que habían logrado desarrollar a lo largo de muchas décadas
extensas redes comerciales que alcanzaban casi la totalidad de los principales centros
mineros y urbanos del altiplano, la costa del antiguo litoral boliviano y el Sur del Perú.
Como vimos en el capítulo anterior, la reacción de las elites regionales fue reclamar por
una modernización de las vías de comunicación para alcanzar lejanos mercados en el
olvidado Oriente del país o recapturar los mercados perdidos, en realidad para ampliar
los flujos comerciales de importación de los codiciados efectos de ultramar que
aparecían más accesibles.

Sin embargo los artesanos y los pequeños agricultores parcelarios cifraban sus
esperanzas, una vez más, en las potencialidades del propio mercado regional que se
consideraba a cubierto de los tentáculos comerciales chilenos y británicos en tanto no
hubiera ferrocarril y el macizo andino continuara constituyendo un desafío demasiado
desalentador para los emprendimientos foráneos. Lo evidente es que hacia 1900, en
tanto muchas haciendas eran rematadas al declararse insolventes para honrar deudas
bancarias, en el Valle Alto el mercado de tierras agrícolas estaba dominado por una
demanda constituida por pequeños agricultores parcelarios y no pocos artesanos
(Rodríguez, 1991).
98

Sin embargo, aun bajo la hipótesis de una participación muy activa de la economía
mestiza en el nuevo auge de la minería en desmedro de los hacendados, el impacto que
tuvo sobre los valles la emergencia de los grandes centros mineros argentíferos como
Huanchaca y Colquechaca, en comparación con el gran centro comercial potosino, fue
bastante modesto. Mitre (obra citada) corroborando esta impresión estimaba que la
minería de la plata republicana solo proporcionó empleo a unos 20.000 trabajadores. Por
otra parte Larson (1982) añade que los productos de Cochabamba, sobre todo las
cosechas de granos, tuvieron que competir con los similares de Chayanta y los valles de
Chuquisaca y, sobre todo, con las exportaciones de trigo chileno. Esta situación se
acentuó una vez que el gran centro minero de Huanchaca, luego Oruro y La Paz, se
unieron con los puertos de Antofagasta, Mollendo y Arica a través del ferrocarril puesto
que el precio del trigo importado de Chile a través de esta ruta marítimo-ferroviaria
resultaba más conveniente que los similares transportados por arrias desde los valles
cochabambinos u otras regiones38. Estos hechos no abonan por una supuesta mejoría de
las condiciones en que se encontraba la economía de Cochabamba hacia fines del siglo
XIX, pues persistían las causas que habían provocado la crisis de su comercio de
exportación a partir de 188039.

En el Valle Bajo el avance de la pequeña propiedad agraria contrastaba con la situación


general recesiva. Esta emergencia campesina que era acompañada de un significativo
incremento de la propiedad parcelaria, según levantamientos catastrales efectuados a
partir de 1880, parece desafiar la impresión de una crisis generalizada. Diversas
circunstancias y factores influyeron en este proceso: por una parte, sin duda, el fuerte
deterioro de la economía hacendal que obligó al fraccionamiento parcial de las
haciendas y al ingreso de estas parcelas al mercado de tierras. Por otra, la indudable
capacidad de acumulación de los mestizos campesinos y artesanos que les permitió
tener acceso a este mercado de tierras, algo que no había ocurrido con nitidez hasta ese
momento. Finalmente, la presión sobre la tierra que ejercían, de una u otra forma, tanto
el creciente volumen de aspirantes a adquirir pequeñas parcelas como el sistema político
que comenzaba a ser dominado por el liberalismo e incluso, la gran minería del estaño
que demandaba una modernización del mundo señorial (Rodríguez y Solares, 1990).

No obstante, tampoco se puede minimizar el impacto del cuadro recesivo sobre las
clases subalternas. Si bien, como veremos a continuación, una parte de ellas logró
desarrollar estrategias exitosas para dinamizar la economía regional, otra parte de la
población, menos afortunada o más vulnerable a las condiciones de la prolongada
quiebra del comercio a larga distancia tuvo que emigrar. El antiguo y prospero granero
38
Al respecto Mitre (obra citada) señaló lo siguiente: “La reducción de los costos de transporte por
ferrocarril permitió que una variada gama de productos agrícolas e industriales importados compitiesen
con ventaja en un área geográfica más extensa. La producción local sufrió entonces los efectos de la
desarticulación interna. Un ejemplo nos revela claramente esta situación: en 1890, una unidad de trigo,
con el mismo precio en los mercados de Antofagasta, Mollendo y Cochabamba, una vez transportada
desde esos puntos a la ciudad de La Paz llegaba a costar en esta nueva plaza 3,98 si llegaba de
Antofagasta, 4,25 de Mollendo y 5 pesos si provenía de Cochabamba” (1981: 176).
39
Robert H. Jackson (1994) sugiere, a este respecto, que los cambios reales en la tenencia de la tierra
agrícola en Cochabamba se produjeron a fines del siglo XIX, cuando tuvo lugar la expansión del libre
comercio y la construcción de los ferrocarriles, determinando que los ineficientes productores de granos
de Cochabamba no pudieran competir en un proceso de mercado abierto, especialmente durante un
período de descenso de los precios internacionales de los cereales causado por el crecimiento de la
producción de trigo en todo el mundo.
99

valluno no era ya ni la sombra de otros tiempos mejores: “su rol como productor de
alimentos durante la era del capitalismo mercantil había disminuido. Cochabamba se
había convertido, principalmente, en una exportadora de gente” (Larson, 1992).

En provecho de una mayor objetividad sobre el panorama trazado, vale la pena observar
cual era la actitud de las elites y el mundo mestizo con relación a la crisis que agobiaba
a Cochabamba en las últimas décadas del siglo XIX. Desde el punto de vista de los
hacendados y grandes comerciantes, la expresión palpable de la crisis residía no solo en
la pérdida de los mercados tradicionales, sino y sobre todo, en la irrupción de
mercaderías y productos agrícolas como harinas, cereales, azúcar y otros de origen
foráneo, en volúmenes considerables y a bajo costo, favorecidos por el ferrocarril
Antofagasta-Oruro y por las franquicias aduaneras que beneficiaban a las mercaderías
extranjeras en desmedro de la producción nacional. En 1900, en oposición al
librecambismo liberal dominante, en Cochabamba surgen corrientes proteccionistas que
reclaman por la extrema desigualdad de las condiciones de comercialización de la
producción valluna frente a similares extranjeras, una vez que los primeros eran
elaborados a mayor costo y estaban sometidos a cargas fiscales. Se reconocía
francamente, que la producción agrícola y artesanal valluna donde todavía eran
vigentes técnicas incaicas y coloniales no podía competir con la industria capitalista
moderna.

Sin embargo, el centro de preocupación de las elites no era la aspiración a una


modernización radical de los medios y procesos de producción, sino apostar a la
alternativa de ampliar el comercio de importación de los codiciados efectos de ultramar,
aun a costa de desplazar la industria artesanal que finalmente se consideraba como
apropiada para "los de abajo". Por ello el énfasis, más allá de los reclamos
proteccionistas aislados, era la modernización de las comunicaciones. La palabra de
orden dominante era: "¡Ferrocarril para Cochabamba!"

La presencia del ferrocarril en la meseta andina, no solo era un imán irresistible para el
desarrollo comercial sino, además era un portentoso mensajero de poderosas influencias
modernizantes. Existía conciencia en algunas esferas de las elites regionales respecto a
que la nueva realidad imponía a Cochabamba dos enormes tareas para transitar con
solvencia por las rutas del progreso que le proponía el siglo XX: romper con su
enclaustramiento geográfico revirtiendo a su favor su emplazamiento central a partir del
cual pudiera proyectarse sobre la llanuras amazónica y a través de ellas acceder al
Atlántico40 pero al mismo tiempo alcanzar la meseta andina y los puertos del Pacífico.
40
A fines del siglo XIX, se reconocía que la producción agropecuaria y artesanal de los valles centrales,
y otros como Totora, Aiquile, Misque y el Chapare necesitaban nuevos ámbitos comerciales y nuevas vías
de comunicación. Esta constatación estimuló y multiplicó las exploraciones y, permitió acumular
numerosas propuestas, algunas que bordeaban los límites de la fantasía, pero otras resultaban factibles y
oportunas. Entre estas podemos citar: El camino del Chimoré que fue explorado por J. von Holten, quién
llegó hasta los yungas de Vandiola y, por el Ing. Victor Gisbert, quién por encargo de la " Sociedad
Geográfica de Cochabamba" continuó con estas exploraciones hasta alcanzar el rio Ichilo, afluente del
Chimoré, proponiéndo la vía Chimoré-Vandiola-Tiraque, e incluso con un ramal que alcanzara Totora. La
vía del Securé por Moleto, exploración realizada según el itinerario seguido por Alcides D'Orbigny, por el
Coronel Muñoz y el Dr. Federico A. Blackudt, quienes alcanzaron los ríos Securé y Altamachi, abriendo
una otra posibilidad de acceso al Chapare. La vía de Santa Elena, exploración y apertura de una senda
hacia el Chapare, a cargo de Samuel Kempf y Gerardo Jauregui por instrucciones de la Dirección de
Caminos. A esto debemos sumar la famosa "propuesta Patiño", en 1919-1920, para promover el desarrollo
industrial del Chimoré y el Chapare, que se diluyó en largas discusiones locales e incluso parlamentarias,
sobre el detalle de la pertinencia de pensar en un carretera como proponía Simón I. Patiño, o un ferrocarril
10

La otra tarea no era menos ambiciosa: se trataba de romper con el atraso agrícola
superando los tradicionales límites tecnológicos, es decir las arcaicas relaciones y
modos de producción.

La oligarquía regional enfatizó la validez del primer punto de vista, en tanto cubrió con
un velo de silencio total la segunda tarea que obviamente resultaba subversiva para sus
intereses y condición señorial. De esta manera la cuestión de caminos y ferrocarriles fue
el tema que dominó a la opinión pública. A fines del siglo XIX y primeros del XX se
multiplicaron los esfuerzos por explorar nuevos territorios como los yungas del
Chapare, se renovaron los estudios para definir el trazo de una vía carretera o
ferrocarrilera hacia Santa Cruz, se realizaron esfuerzos similares para mejorar la
vinculación carretera con Oruro y el Sur de la República. Sin embargo lo central fue el
reclamo por el ferrocarril, tema en torno al cual se producen las primeras movilizaciones
regionales opuestas al gobierno central. Los intereses que se tejen en torno a estas
movilizaciones y demandas no se orientaban hacia el desarrollo capitalista de la
agricultura, sino hacia una alternativa más factible y menos comprometedora: el
fortalecimiento y desarrollo de la empresa comercial de importación de efectos de
ultramar. De esta forma, desde fines del siglo XIX, se establece una estrecha alianza
entre el gran comercio importador que se ve reforzado por muchas sucursales de casas
importadores paceñas, la banca e importantes sectores de latifundistas41.

Los hacendados comienzan a desplazarse hacia la ciudad de Cochabamba y a


diversificar sus ingresos. Participan con mayor intensidad en la captación de rentas
inmobiliarias urbanas aprovechando que por esta época, y particularmente después de la
llegada del ferrocarril en 1917, se inician los problemas de alza de alquileres de
viviendas y habitaciones, pero además incursionan en el comercio comenzando a
participar activamente en sociedades comerciales y como accionistas de la banca.

Gradualmente, aunque no en términos generales y absolutos, la hacienda dejo de ser un

como opinaban circunstanciales oponentes. En 1915, mediante ley fueron asignados recursos para el
ferrocarril Cochabamba-Santa Cruz. Pero inmediatamente surgieron voces divergentes, en sentido de
prolongar el ferrocarril hacia el Oriente, por Sucre y Lagunillas, en contraposición a la idea de construir
ese ramal ferroviario desde Cochabamba. De todas maneras, se impuso este último criterio. En 1920 se
iniciaron las primeras exploraciones, y se encomendó al Dr. Hans Grether el reconocimiento de posibles
rutas. Aquí surgieron nuevas controversias: el General Román propuso llevar la vía ferroviaria por Todos
Santos, explorada por J.F. Velarde, el director de El Heraldo, en el siglo anterior, en tanto, el Dr. Aponte
propuso la ruta del Sur a través del Valle Alto y Valle Grande, o Aiquile y Totora (Solares, 1990).
41
Según Mitre (obra citada), el comercio de importaciones se encontraba principalmente en manos de
alemanes. El éxito alemán se explica en gran parte, por el servicio regular que mantenían sus líneas
trasatlánticas: la Hamburg Pacific y la Kosmos, además, por la influencia que tenían en la Cámara de
Comercio de Bolivia. Sin embargo muchos de los productos que transportaba el comercio alemán eran de
origen inglés adquiridos por agentes comerciales en Hamburgo. En realidad, la importancia del mercado
boliviano era reducida para las grandes potencias. La mayor parte de las casas comerciales de importación
- exportación al por mayor, se hallaban bajo control de comerciantes extranjeros, sobre todo alemanes,
chilenos e ingleses. Con frecuencia estas firmas mantenían oficinas secundarias en Oruro, Potosí, Sucre,
Cochabamba y Santa Cruz. Con relación al comercio importador de Cochabamba se señalaba: desde el
siglo pasado el comercio importador mayorista más estrechamente vinculado con la banca y el comercio
extraregional e internacional (...) está en manos de comerciantes extranjeros como Alfredo W. Barber,
Hirschmann y Cia., Otto Schmidt y Cia., German Fricke y sucesores, Harrison y Bottiger, E. W. Hardt,
Bickembach y Cia., Colsmann, Boheme y Cia. Erhorn y Cia. etc. Entre las firmas nacionales se
destacaban: Torres Hnos., Zegarra Urquidi y Cia., Juán de la Cruz Torrez, Simón Lopez, Gavino Aquino,
etc.” (Solares, 1990).
10

medio de producción para pasar a respaldar negocios bursátiles en calidad de garantía


hipotecaria. Incluso es posible, debido a este hecho, que muchas operaciones de
fraccionamiento de tierras hacendales para ser vendidas por parcelas, con frecuencia a
mestizos, fueran apenas acciones calculadas para convertir dicha tierra en circulante a
fin de realizar negocios de importación. Esto no desmiente la situación de falencia
económica de muchas haciendas hacia 1900. Sin embargo muchas de estas quiebras
podrían resultar normales dentro del juego de las operaciones comerciales. Lo evidente
es que el aparato comercial urbano importador comenzó a surgir con fuerza en la década
de 1880 al mismo tiempo que se multiplicaban los establecimientos bancarios dando
lugar a la configuración de una "zona comercial", cuya consolidación se realizó en base
a la drástica expulsión de chicherías del centro urbano, en lo que viene a ser la primera
operación de modernización en gran escala de la antigua aldea rural (Solares, 1990).

En contraposición a lo anterior las clases populares conformadas mayoritariamente por


piqueros y artesanos, es decir el abigarrado mundo mestizo, se mueve bajo otros
ritmos. En realidad éstos nunca perdieron la perspectiva de basar su estrategia
económica, apoyándose en dos alternativas esenciales: por una parte, dirigiendo una
fracción de su producción agropecuaria o artesanal al potente sistema de intercambio
ferial regional, o sea el "mercado interno" menos vulnerable a las fluctuaciones de los
mercados externos; y por otra, orientando lo restante de sus productos hacia un
comercio de larga distancia. Para este desempeño, estos productores, particularmente
sus mujeres, las briosas vallunas se convirtieron en eximias comerciantes tanto
atendiendo puestos o asientos en las ferias como en los mercados de abasto, al mismo
tiempo que los vallunos solían desempeñarse como comerciantes a larga distancia,
conduciendo arrias o asociándose a arrieros, llevando regularmente sus productos a los
asientos mineros y a las ciudades del altiplano. En estos "negocios de pueblo llano" no
tenían rival ni se amedrentaban si tenían que regatear precios frente al temible
competidor, las harinas chilenas, que tanta alarma provocaban entre los hacendados.

El eje de este comercio popular giraba en torno a la articulación pequeña parcela-maíz-


chicha. Varios indicios demuestran el enorme vigor de esta economía: así el constante
incremento de chicherías en la ciudad capital y el Cercado pese a la escalada de
impuestos que desde 1910 afectó al maíz, el muko y la chicha; o la sañuda persecución
de que fueron objeto para dejar lugar a los establecimientos bancarios y a las casas
importadoras que a fines del siglo XIX se convirtieron en los portaestandartes de los
"tiempos modernos"; e incluso la capacidad de muchas propietarias de chicherías para
acceder a la compra de inmuebles urbanos y parcelas rurales. Sin embargo, el indicador
más incontrastable eran los enormes volúmenes de producción de chicha que se
registraban: el término medio de producción anual entre 1919 y 1928, por ejemplo, no
bajó de 12.600.000 botellas en el departamento, alcanzando volúmenes que
sobrepasaron los quince millones en años de crisis como 1924 y 1925. En la ciudad y el
Cercado, este promedio alcanzó a casi 2,5 millones de botella anuales (Solares, 1990).

Al contrario de la llamativa sugerencia de Rivera (1992: 24), las ferias y mercados no


eran establecimientos "inexistentes hacia 1880", por el contrario, para ese entonces
aparecían como verdaderos símbolos de una larga tradición que se remontaba a la
colonia y tal vez a la remota época de los mitimaes. En todo caso, la habilidad de los
vallunos para comerciar no fue una pura cuestión de "vocación", sino el resultado de
una larga experiencia histórica que había alcanzado el rango de hecho cultural. Por ello
las bulladas crisis regionales como la de 1880-1900 o la de 1924-1930 eran en
10

propiedad crisis que afectaba a un minoritario sector de población constituida por


hacendados, comerciantes y banqueros, pero no necesariamente crisis que afectaba al
conjunto de la población aunque por momentos la de 1880 tuviese ese carácter. Así, en
tanto muchos negocios se declaraban en quiebra en 1926-193142 el comercio de chicha
gozaba de perfecta salud. En este contexto, no es casual que la propia Junta Agrícola en
1925 reconociera a través de un minucioso estudio que por lo menos un 60% de la
producción de maíz departamental se consumía en la elaboración de chicha, y que en
realidad, "la crisis" se reducía a la falta de colocación del 30% del maíz de las
haciendas que originalmente era destinado a las destilerías de alcohol en los
departamentos de Oruro y La Paz a causa de la competencia del maíz argentino que
comenzó a ingresar el citado año al altiplano mediante el ferrocarril Oruro-Uncía-
Villazón ("La crisis del maíz en Cochabamba", El Republicano n 2974, 29/10/1926).

En tanto las elites regionales, con anterioridad a los eventos descritos, tenían fijada su
atención en la cuestión de caminos interdepartamentales y la ejecución del ferrocarril
Oruro-Cochabamba, los artesanos y pequeños agricultores apoyaban iniciativas más
inmediatas y efectivas como el mejoramiento de las vinculaciones carreteras entre Valle
Alto y Valle Bajo, e incluso recibían con beneplácito la iniciativa de la Empresa de Luz
y Fuerza Eléctrica Cochabamba para ejecutar un ramal ferrocarrilero entre Vinto y Arani
que entró en servicio en 1913, con el nombre de "Ferrocarril del Valle". Es indudable
que este ferrocarril, el único de carácter regional que se ejecutó en Bolivia, era una clara
muestra de la importancia que había cobrado el mercado organizado a partir de los
valles centrales, así como la pronta recuperación de la economía mestiza seriamente
afectada, igual que la hacendal, por la Guerra del Pacífico.

En 1907, el propio Circulo Comercial de Cochabamba, que aglutinaba a los propietarios


de casas importadoras y era portavoz de sus intereses, dirigiendo además el movimiento
cívico-regional pro ferrocarril admitía, para justificar que dicho proyecto no sería
improductivo como sostenía el gobierno central, que alrededor de un 50% de la
población del Valle Alto era de arrieros, que por "cuenta propia" llevaban productos de
esa zona a los centros mineros de Oruro y Potosí, y traían de retorno "carga a flete" para
el comercio organizado de Cochabamba, ocurriendo algo similar con la población del
Valle Bajo. Igualmente se reconocía que el "comercio hormiga" a larga distancia había
logrado un nuevo desarrollo y que "en esta ciudad -Cochabamba- existe un gran barrio
de traficantes con los distritos mineros". Este mismo análisis revelaba:

a este movimiento de difícil apreciación, por lo mismo que se halla sostenido


por un extenso enjambre de negociantes, se sumaba el del comercio de tránsito
entre el Oriente (goma, cueros, alcohol) y los departamentos de La Paz y Oruro,
y la exportación de las industrias del Departamento (harinas, cerveza,
minerales), - cuyo volumen se estimaba en 20.000 quintales, no pudiendo bajar
el de los arrieros de unos 60.000 quintales, totalizando 80.000 quintales de
productos exportados,- en tanto el volumen de importaciones se estimaba en
42
En 1929, la banca reconocía que la ruina de la agricultura significaba su propia ruina y consideraba
necesario flexibilizar la política crediticia. A este respecto, un portavoz de la banca señalaba: " el curso de
la crisis que reina en Cochabamba desde 1922, fue violentamente impulsada por la restricción del
crédito bancario y ningún distrito fue tan afectado por aquélla causa", reconociéndose la estrecha
vinculación de los intereses comerciales y bancarios con la agricultura hacendal, al punto que la
inestabilidad de ésta, afectaba la balanza comercial del Departamento (Revista Industria y Comercio n
257, 30/09/1929).
10

70.000quintales-, de los cuales 60.000 se internaban en la ciudad y 10.000 se


destinaban a las provincias - en forma anual (" El Ferrocarril a Cochabamba y
el Círculo Comercial", El Heraldo, 2/10/1907).

Los principales productos de exportación eran: maíz, muko, chicha, papas, chuño,
harina de trigo, legumbres, hortalizas, calzados, suela de Santa Cruz, frutas, aves de
corral, huevos, ropa cocida, ají, carbón vegetal, manteca, sebo, jabones, etc.,
destacándose el caso llamativo de que el comercio mayorista de Cochabamba vendía
artículos de ultramar de no despreciable valor a clientes que los revendían en Uncía y
Pulacayo a través de arrieros cochabambinos operando directamente desde Oruro,
"hecho que no se explica, sino por hallarse poblados aquéllos minerales en buena parte
por cochabambinos" (El Heraldo, nº citado). Todas estas apreciaciones sobre la enorme
movilidad y capacidad de los productores-comerciantes cochabambinos las reveló en
1880 Jermán von Holten, el fundador del primer Circulo Comercial de la Ciudad. Otra
crónica de 1907 remarcaba sobre lo anterior, revelando cómo se organizaba y se
desarrollaba esta dinámica comercial:

Los artesanos y labriegos cochabambinos son esencialmente industriales,


buscan terruño fuentes para negocios, viven una pequeña parte del año en su
casa, el resto lo pasan vendiendo y comprando en lejanas tierras, muy
especialmente en los asientos mineros del altiplano. No hay camino, no hay
caserío en el que no se encuentre al activo cochabambino; salen de su casa con
pocas cargas, muchas veces de hortalizas y aves, y recorren en peregrinación
centenares de leguas, no encuentra competidores que le quiten sus mercados
conocidos (caseros), porque ningún vecindario es tan movible, tan activo (El
Heraldo, 5/10/1907).

La extraordinaria versatilidad y capacidad de los q'chalas mestizos para sacarle


provecho a toda coyuntura por adversa que fuere, queda perfectamente ilustrada en el
relato anterior. Obviamente que la inexistencia del ferrocarril arrojaba grandes ventajas
y utilidades para los arrieros, un negocio sin duda muy satisfactorio, al punto de que
este gremio se multiplicó en grandes proporciones, como lo harían los camioneros en
los años 50 del siglo XX, pues llegaron a articularse perfectamente en un doble rol, que
revela el grado de su extrema habilidad para sacarle partido a cuanta alternativa se les
presentaba: por una parte, llevaban sus productos agrícolas, pecuarios y artesanales a los
cuatro puntos cardinales, particularmente al altiplano, realizando excelentes
transacciones gracias a una tupida red de "caseros" que habían sabido organizar. Pero
por si fuera poco, al retorno volvían a hacer buenos negocios prestando servicios de
transporte al "comercio organizado" o importador de Cochabamba, al que además le
colaboraban en sus especulaciones con los asientos mineros. Incluso llevaban a Santa
Cruz mercaderías importadas y al retorno traían productos como el arroz, el alcohol, la
chancaca, las suelas, el azúcar, los dátiles, etc. que revendían a negocios especializados
en "productos del Oriente". Luego no resulta extraordinario que se hicieran con una
parte significativa del excedente económico que generaba la región, al punto que por
ejemplo, los estratos de chicheras, artesanos y arrieros, fueran adquiriendo, como ya se
mencionó, casas en los barrios populares de Cochabamba y pequeñas parcelas en los
valles.

Esta eclosión de trajines y negocios se desarrollaba en medio del manto protector y


estimulante de las ferias y la continúa expansión del comercio interno y externo de la
10

chicha y el muko, que se constituía en la columna vertebral de este proceso. Así Cliza y
su próspero centro ferial atendían los flujos provenientes de Tarata, Tolata y Toco. A
través de Tolata se canalizaba el tránsito comercial hacia Santa Cruz, vinculando entre sí
los pueblos de San Benito, Punata, Arani, Vacas, Pocona y Totora. Tolata era un
verdadero nudo vial, pues además de canalizar los flujos desde y hacia el oriente,
también canalizaba el tránsito desde y hacia Sucre y las importantes plazas comerciales
de Totora, Aiquile y Valle Grande. La Plaza comercial de Quillacollo desarrollaba
estrechos lazos con las poblaciones de Vinto, Suticollo, Parotani, Arque y otras del Valle
Bajo, además de canalizar los flujos hacia Oruro y La Paz. Sacaba se conectaba con
Colomi, la zona de Tablas Monte, Corani y otras canalizando los flujos comerciales
provenientes del Chapare y el Chimoré. Cochabamba y su feria, eran, como hasta hoy,
el centro nervioso de estas extensas redes, que fueron consolidando un intrincado y
eficiente sistema de caminos de arrias ("Caminos del Valle", El Heraldo n 865,
13/01/1885) - Ver Mapa 15 -.

Este dinámico comercio valluno, cuyos tentáculos se extendían por doquier, y no la


realidad de un creciente desarrollo industrial, estimuló las iniciativas de un grupo de
empresarios privados encabezados por Roberto Suárez, Gustavo Hinke y otros para que
en 1908 organizaran la Empresa de Luz y Fuerza Eléctrica Cochabamba que se
constituyó en la primera empresa capitalista moderna orientada hacia las inversiones en
obras hidroeléctricas, alumbrado público, molinos, tranvías, pero sobre todo, en dotar de
transporte ferrocarrilero a este potente sistema ferial. En 1909, realizó la propuesta
formal de construir una vía férrea a tracción eléctrica entre Quillacollo y Arani, con
ramales en Caraza y Vinto, incluyendo la construcción de estaciones en Cochabamba y
Arani y, subestaciones en Angostura, Tarata, Cliza, Punata, Caraza y Quillacollo. En
1910, se concedió a la empresa el aval gubernamental para un emprestito de 300.000
libras esterlinas de la firma Emilio Erlanguer de Londres. Los trabajos se iniciaron en
1911, en 1912 se concluyó el tramo Tarata-Cliza y se alcanzó Punata, llegando la vía
férrea a Arani en 1914. En 1913 se ejecutó la línea a Quillacollo- Vinto. La extensión
total de la red entre Arani y Vinto fue de 78 kilómetros. A partir de 1913 comenzó a
operar el "Ferrocarril del Valle" (Empresa de Luz y Fuerza Cochabamba, Centenario de
la República de Bolivia, 1925 y El Heraldo 17/11/1909).

Paralelamente a esta dinámica, luego de una prolongadísima ejecución de obras,


numerosas postergaciones, frustraciones y demandas regionales airosas, culminó la
ejecución del Ferrocarril Oruro-Cochabamba, en julio de 1917, cubriendo los convoyes
ferroviarios un tramo de 425 kilómetros en l8 horas desde Viacha, en lugar de los 5 a 7
días que demandaba el mismo trayecto mediante arrias ascendiendo por la quebrada de
Arque.

La llegada del Ferrocarril a Cochabamba no alteró la dinámica comercial de los valles.


Si bien el negocio de las arrias irá mermando, todavía subsistirá durante varias décadas
merced a los elevados fletes del ferrocarril y al carácter rígido de la ruta ferroviaria, que
no siempre se acomodaba a las rutas del comercio que practicaban los vallunos. El
Ferrocarril del Valle, aún después de 1917, se mantuvo como el tramo ferrocarrilero más
transitado del país. Un estudio sobre flujos de cargas y pasajeros en 1917 y 1918
mostraba que dicho ferrocarril, en el período citado, había transportado 950.000
pasajeros que representaban casi el 64% del total de pasajeros que se desplazaban por la
red ferroviaria nacional, hecho fehacientemente demostrativo de la enorme
potencialidad del fenómeno que provocaba tan enormes flujos, es decir el sistema de
10

ferias regionales que se vio favorecido por la concurrencia a los eventos comerciales
principales, de un volumen de productores y consumidores constante e incluso
creciente, provenientes de uno y otro extremo de los valles y de otros departamentos. A
lo largo de los escasos 78 kilómetros de recorrido que eran cubiertos en un par de horas,
se desarrollaba uno de los fenómenos comerciales de mayor vitalidad e intensidad, sin
paralelo en todo el país.

Los años posteriores no modificaron esta situación. Incluso, la economía hacendal


experimentó un repunte entre 1910 y 1924, beneficiándose de las exportaciones de maíz
para la industria alcoholera del altiplano que utilizaba esta materia prima. En la citada
crisis posterior a este período, el mundo ferial no fue afectado. La producción de chica
continuó sin mayores variaciones, pese a que desde la década de 1920, el impuesto al
maíz, el muko y la chicha, se convirtió en la principal fuentes de recursos para financiar
las numerosas obras de desarrollo urbano que se fueron ejecutando en la capital
departamental, como veremos más adelante.

Se puede decir, sin mucha exageración, que los valles centrales de Cochabamba se
convirtieron en reinos mestizos de trabajadores independientes y que, en el caso de los
colonos de hacienda, estos aspiraban alcanzar tal condición43. Un portavoz de las
elites describía este panorama sin muchos remilgos, aunque tal vez con alguna
exageración, en su afán de demostrar que toda reforma social estaba por demás en este
paraíso:

El mestizaje ha tenido felices resultados ayudado por el clima templado,


alimentación abundante. Trabajan en la agricultura comenzando como colonos
de finca. Mientras los hombres cultivan -las mujeres transforman los productos
para comerciarlos, fuera de sus faenas del hogar hacen negocios de toda forma.
Así reúnen un capitalito que sirve para comprar pequeños recintos de tierras
que suelen cultivarlos sin abandonar el servicio de las haciendas. Un mayor
crecimiento en sus ahorros, le permite fabricar chicha, comerciar en las ferias,
en la harinería y reventa de alimentos, y así salen del departamento llevando
los productos del país, los cochabambinos que han emigrado a otros distritos en
busca de trabajo, los que encuentran sus bebidas y alimentos en todas partes.
Este comercio, despierta en la raza el espíritu de observación, conocen el
mecanismo de los negocios, hilvanan sus cálculos, prosperan. En este
desarrollo son las mujeres las que dirigen generalmente el hogar y los negocios,
y tienen la caja y, disponen del dinero (...) Así las tierras de este departamento
se fraccionan ante este impulso y los tenedores de grandes haciendas las
retacean y sacan precios enormes. Más de la mitad de las 120.000 propiedades
que existen en el Departamento de Cochabamba, están en sus manos, y este
desplazamiento del propietario blanco por el mestizo continúa activo
(Salamanca, 1931: 169-170).

Si bien, era evidente, que el avance de la pequeña propiedad parcelaria en los valles era
significativo, no alcanzaba las proporciones que le asigna Octavio Salamanca. En
realidad el panorama del agro cochabambino era bastante más complejo que el cuadro
de auge del mestizaje que nos presenta el cronista citado. Es verdad que la

43
Es posible que bajo estas circunstancias, la vieja reivindicación de preservar la propiedad comunitaria
de la tierra fuera cediendo paso a una nueva reivindicación: la propiedad individual de la parcela, la
sayaña y el pegujal.
10

identificación del valluno que se desprende de esta descripción, pese a su forma


estereotipada, traza rasgos que permiten una buena aproximación a las estrategias
económicas que solía desplegar este. Sin embargo, el panorama de traspaso masivo de
las tierras de la hacienda a la propiedad parcelaria, es sin duda una exageración. Como
veremos a continuación, la hacienda bajo ningún concepto era una institución en vías
de extinción y desintegración. Si bien en los valles, el retroceso hacendal era evidente,
en las provincias altas, en el Cono Sur y en las regiones más apartadas, la situación era
muy diferente. En efecto, el Primer Censo Agropecuario de 1950, contradijo toda la
argumentación de los terratenientes sobre una hipotética democratización en la tenencia
de la tierra. En efecto, estos al poco tiempo del triunfo de la Revolución Nacional de
1952, intuyendo la inminencia de la reforma agraria e incluso el riesgo en que se
encontraban sus patrimonios, comenzaron a sostener el criterio de que en Cochabamba
ya se había producido tal medida en forma gradual y pacífica, y que la mayor parte de la
tierra cultivable se encontraba en manos de piqueros, apoyando estos argumentos en el
panorama trazado por Salamanca en 1930 y volviendo a desempolvar tales ideas.

Sin embargo, el citado censo demostraba que de unas 3.590.369 hectáreas de tierras
registradas, es decir, algo más del 80% (2.891.407,18 Ha.) pertenecían a 2.357
haciendas, donde todavía estaban vivas las formas de vasallaje y de extracción de rentas
no capitalistas. Sin embargo, era evidente que al lado de las haciendas se había
constituido una poderosa trama de pequeñas propiedades pertenecientes a pequeños
agricultores, piqueros y arrendatarios. El censo citado, mostraba que 25.791 parcelas,
huertas o fincas pequeñas, ocupaban apenas el 9,98 % de las tierras registradas, es
decir, 358.592,07 Ha. y unas 132 comunidades detentaban 82.930 ha. Finalmente, 3.176
arrendatarios, medieros y otros, controlaban 257.439,77 Ha. Se puede establecer, en
base a los datos del citado censo, que desde el punto de vista de la producción, la mayor
preponderancia relativa correspondía a las unidades campesinas, pues si bien sus
parcelas son menores, en cambio, sus índices de cultivo eran más elevados. Por el
contrario, las haciendas, corroborando su inveterada subutilización del suelo apenas
cultivaban un 2,59 % de su extensión total, en tanto, este índice alcanzaba al 8,25 % en
el caso de la pequeña y mediana propiedad campesina.

En el valle Alto, las unidades campesinas desarrollaban cultivos que ocupaban un


promedio del 50 % de su superficie territorial. Bajo esta circunstancia no era extraño
que en 1950, los pequeños agricultores cultivaran casi un 24 % del total de tierras
arables, en tanto casi un 60% de dichas tierras era cultivada por colonos de haciendas, y
alrededor del 17% restante correspondía a faenas agrícolas desarrolladas por aparceros,
arrenderos y comunarios. Es decir que algo más de un 40% de las tierras cultivadas a
nivel departamental estaban en manos de productores campesinos independientes. Es
probable que estas proporciones fueran fluctuantes de acuerdo a las condiciones
climáticas y que, el porcentaje de tierras cultivadas fuera de la frontera hacendal fuera
aun mayor.

Al mismo tiempo, esta incidencia de labores agrícolas extra hacienda no estaba


homogéneamente distribuida. En general en las provincias del Valle Alto, el Cercado y
el Valle Bajo, la agricultura parcelaria resultaba dominante. En cambio, en las
provincias altas (Arque, Tapacarí, Ayopaya), la hacienda era absolutamente dominante
conjuntamente con las minoritarias tierras de comunidad frente a una prácticamente
inexistente agricultura parcelaria; en provincias como Misque, Aiquile, Carrasco,
Capinota, etc. la presencia de haciendas y parcelas era más equilibrada. De todas
10

maneras, afirmar que las haciendas en Cochabamba estaban casi extinguidas hacia
1950, era indudablemente una exageración. Otra cosa es que dichas haciendas estaban
totalmente subutilizadas, habida cuenta que monopolizaban las mejores tierras. Es decir
que su protagonismo económico había sufrido un sensible retroceso. En cambio la
agricultura parcelaria, solo estaba en posibilidad de desarrollar cultivos estables en una
fracción de las tierras disponibles con riego, pues una gran proporción de ellas eran
tierras no aptas o de secano. Por último se puede inferir que gran parte de la producción
parcelaria se volcaba hacia los mercados feriales, prácticamente toda la producción de
maíz se empleaba en la elaboración de chicha, y cierto porcentaje de otros cultivos se
exportaba a través del tradicional comercio-hormiga, a las minas y centros urbanos del
altiplano. En cambio la producción hacendal, en una proporción significativa se volcaba
a la exportación, una parte de las cosechas de maíz se destinaba a la producción de
chicha, y otra, quedaba almacenada a espera de precios favorables.

La modernización de la aldea colonial.

El siglo XX significó para muchas ciudades latinoamericanas el inicio de una


vertiginosa modernización de su imagen y la extinción final de los vestigios aldeanos
que aun conservaban. Los nuevos aires industriales comenzaron a cambiar
profundamente la fisonomía de las clases sociales y de las estructuras urbanas. La
articulación prácticamente masiva del continente a la dinámica del desarrollo industrial
capitalista como proveedores de una gran variedad de materias primas, dio lugar a la
formación acelerada de grandes empresas transnacionales que organizaron la
explotación y el transporte de productos tan diversos como el café, la caña de azúcar, la
carne, los cueros, el salitre, el caucho, el cobre, el estaño, etc., lo que a su vez, dio lugar
a un flujo ininterrumpido de dicha materias primas demandadas por los grandes centros
industriales metropolitanos. Este proceso provocó y estimuló el crecimiento de los
puertos y ciudades que se encontraban sobre las grandes vías de tránsito que
estructuraba la explotación y el comercio de las riquezas naturales extraídas de los
distintos países.

El tipo de progreso que experimentaba América Latina en su papel de productor y


proveedor de materias primas para la industria capitalista que organizó la Revolución
Industrial de los siglos XVIII y XIX, estimuló e impulsó cambios en los valores de las
sociedades tradicionales que les llevaron a abandonar sus viejos gustos por la
producción artesanal y transformarse en consumidoras de la producción manufacturera
industrial. Bajo este impulso las ciudades experimentan rápidos cambios que se
traducen en un incremento acelerado de su población atraída por la creación de nuevas
fuentes de trabajo vinculadas a los nuevos procesos productivos manufactureros,
fenómeno que fue modificando, reiteramos, los hábitos de vida aldeanos. Este hecho, a
su vez estimuló y aceleró no solo la transformación de la imagen urbana tradicional y su
arquitectura, sino la propia ideología urbana que abandonó en definitiva los antiguos
referentes coloniales y se plegó a imaginarios vuelos de progreso cada vez más audaces,
pero también cada vez más apartados de los valores patriarcales y oligárquicos. De esta
manera las nacientes elites empresariales se entregaron a los devaneos y a los aires de
liberalidad burguesa que llevaban consigo las nuevas mercancías como elementos
materiales de una nueva cultura capitalista.

Cochabamba y su región no participaron directamente en el proceso descrito. Bolivia,


merced al descubrimiento de grandes yacimientos de estaño organizó un dinámico
10

sector minero entrelazando los intereses de la gran minería con la clase gamonal bajo el
amparo estatal, dando lugar a un bloque de poder que se conocerá como el "súper
Estado minero". Sin embargo, la articulación de los valles centrales de Cochabamba a la
producción minera, no será como otrora, con grandes exportaciones de granos sino bajo
la forma de masivas emigraciones de fuerza de trabajo y el comercio en volúmenes
variables de diversos productos agrícolas y muko para la elaboración de chicha. Desde
el punto de vista de los cambios que va experimentando la ciudad, lo más significativo
ya no gira en torno a la articulación entre desarrollo agrícola y minería, como otrora,
sino a la transformación de la antigua aldea en un mercado consumidor de bienes
industriales.

La idea de "modernidad" aparece vinculada, desde las últimas dos décadas del siglo
XIX, a la alternativa de resolver la crisis regional a través de la ruptura del continuo
aislamiento geográfico regional mediante la sustancial mejora de las vías de transporte
y comunicación, así como introduciendo innovaciones tecnológicas en las prácticas
agrícolas hacendales e incentivando la industria manufacturera local. Sin embargo todo
esto se ubicaba en el plano de las aspiraciones a largo plazo, aunque, el solo hecho de
que tales cuestiones fueran temas de tratamiento por la opinión pública, ya significaba
un importante avance. Estas cuestiones eran arduamente discutidas en los círculos
intelectuales y los diversos argumentos tejidos al calor de animados trasnoches, sin duda
enriquecieron y dieron realce a las tertulias de las clases acomodadas y aun de las clases
medias, permitiendo el surgimiento de un "espíritu de modernidad", es decir, una suerte
de atmósfera que comenzaron ávidamente a respirar los círculos que aglutinaban a las
nuevas generaciones de la elite local y a los sectores liberales que se reconocieron como
"progresistas" en oposición a las posturas "tradicionalistas".

Por lo menos en el ámbito cultural, finalmente se rompió con el prolongado


oscurantismo colonial. Ahora se discutía con gran desenfado el contenido de las últimas
novedades literarias que llegaban desde París, Madrid o Londres. Alcanzaron a
Cochabamba los ecos del rampante "arte moderno" que escandalizaba los círculos
académicos europeos, pero sobre todo tuvieron especial acogida los nuevos gustos en la
esfera del consumo, sobre todo en lo que hace a las innovadoras y atrevidas modas en el
arte del vestir. Sin embargo, todavía toda esta fiebre de innovaciones y novedades se
situaban en un mundo lejano y casi onírico, la enloquecedora dinámica que comenzó a
apoderarse de ciudades como Buenos Aires, Río de Janeiro, Montevideo, La Habana,
México, Caracas, Lima, Santiago y otras que se transforman definitivamente en grandes
urbes de varios cientos de miles de habitantes, estaba todavía lejos del horizonte
cochabambino.

El raudo crecimiento de las grandes ciudades latinoamericanas en base a la ampliación


de la frontera urbana sobre las extensas campiñas rurales, paulatinamente fue
cambiando sus zonas centrales para dar paso a expansiones tentaculares y a la
incorporación, en calidad de nuevos barrios, de antiguas aldeas aledañas. Generalmente
se trataba de crecimientos espontáneos que ampliaban continuamente la periferia de los
centros urbanos sin modificar mayormente la fisonomía de sus zonas centrales, que sin
embargo, comenzaron a sufrir agresivos procesos de "refuncionalización" por la
renovada búsqueda de rentas máximas, lo que promovía una acelerada tendencia a la
evacuación de la residencia señorial hacia nuevos barrios exclusivos alejados del
"vértigo del centro", y su reemplazo por estratos sociales de bajos recursos, que se
apoderaron de las partes no rentables de las viejas casonas, las mismas que en una buena
10

proporción se convierten en conventillos y tugurios donde se hacinaban las clases


medias de menores recursos. Los nuevos ideales urbanos encarnados por las nacientes
burguesías industriales eran opuestos al aire aldeano de los centros históricos. En
muchas ciudades el imaginario de modernidad que debía conciliarse con el nuevo siglo,
la "era del maquinismo", no significaba otra cosa que demoler el pasado, es decir,
destruir todo vestigio del recuerdo aldeano para dar lugar a un nuevo trazado lleno de
amplias avenidas y paseos.

Si bien, felizmente esta no fue la regla general aplicada a todas las ciudades, representó
un ideal latente o una aspiración franca para ilustrar lo que se concebía por modernidad
y progreso de la ciudad. De esta forma, las principales capitales latinoamericanas fueron
sometidas a despiadadas cirugías que destruyeron paulatinamente sus centros históricos
coloniales. Una preocupación constante de estas primeras iniciativas urbanas de
modernización fue el ensanche de los viejos callejones para que transitaran los raudos
automotores y pudieran lucirse los nuevos estilos arquitectónicos. Así se estimulo el
gusto por un "barroco burgués", en expresión de José Luís Romero, que mostraba su
preferencia por edificios públicos monumentales con amplia perspectiva, por
monumentos conmemorativos ubicados en sitios públicos concurridos, por una
edificación privada suntuosa, todo ello adornado con reminiscencias clásicas de gusto
grecorromano y ciertos atisbos de las nuevas tendencias como el art noveau, el revival,
el modern stile y otros, que campeaban en la Europa del Novecientos. En suma,
extensos parques de gusto inglés, amplias avenidas y bulevares de corte parisino,
servicios públicos modernos y eficaces, debían "asombrar al viajero", según una
reiterada frase de este comienzo de siglo (Romero, 1976).

Estos nuevos ideales urbanos se fueron abriendo paso muy lentamente en el caso de
Cochabamba. Los primeros síntomas de un cambio se pueden percibir en el tono de los
comentarios y notas periodísticas que comenzaron a mostrar una creciente preocupación
por los problemas urbanos en las últimas dos décadas del siglo XIX. Problemas que
hasta ese entonces eran llevaderos y eran parte de la vida cotidiana, por tanto no
merecedores de convertirse en noticia u ocupar un espacio en la prensa, empezaron a
cobrar relieve: la estrechez de las calles, su molestosa sinuosidad, la carencia de parques
y paseos, la imperfecta pavimentación de las calles, el embaldosado colonial de las
aceras, la falta de energía eléctrica, los basurales frecuentes en el centro urbano, las
lagunas y pantanos en que se convertían muchas calles en época de lluvia y un sin fin de
molestias parecidas, se hicieron merecedoras de severos reclamos y agudos
comentarios. Sin embargo las soluciones se situaban en el campo de las fantasías y
especulaciones, y aun cuando las propuestas tenían una argumentación técnica sólida y
eran perfectamente factibles, chocaban con el muro de las más terca incredulidad. Los
grandes avances científicos y tecnológicos del siglo XIX, como los inventos de Tomás
Alba Edison, Samuel Morse, Marconi, los primeros tranvías eléctricos alemanes de
1884, el empleo del hormigón armado en Europa en 1877 o el primer "carruaje" a
motor de explosión de Benz en 1885, solo en contadas ocasiones aparecían como una
"noticia curiosa" perdida en la prensa de la época, sin merecer mayores comentarios y
relegada su contenido a la categoría de “historia exótica” de un mundo lejano e
inalcanzable.
Un hecho temprano, aunque con escaso impacto en la conciencia ciudadana, fue el
telégrafo que se constituyó en una respuesta efectiva a la aspiración de superar el
aislamiento geográfico de la región. No obstante, este fue un factor que ayudó a
dinamizar y modernizar el comercio y la actividad financiera, pues fue posible definir
110

precios, costos y beneficios con referentes de mercados lejanos, y lo más importante,


tomar previsiones oportunas con respecto a las fluctuaciones de los precios de
importación de las manufacturas europeas y de otros países, o del valor de los productos
exportables de la región (granos, harinas, artículos de cuero, etc.) en los mercados del
altiplano44.

El servicio de energía eléctrica fue una reivindicación que venció por primera vez los
gruesos muros del escepticismo ante la noticia de que las ciudades del altiplano y las
minas gozaban de este moderno servicio. En 1888 se sugirió crear una "Empresa de
Alumbrado Eléctrico y Aguas Potables " para resolver estas dos sentidas necesidades".
A partir de este momento la ciudadanía tomó conciencia de las tinieblas que le
envolvían y comprendió que su permanencia era un evidente signo de atraso y
postergación. La prensa se hizo eco de esta toma de conciencia y ayudó a incrementarla.
Un periodista en 1890 hacía esta descripción: "Durante la noche presenta Cochabamba
un aspecto de pavorosa lobreguez. No se concibe cómo sus activos habitantes con
tendencias tan marcadas a la sociabilidad, entregados a las faenas cotidianas de
múltiples negocios, se entreguen a estas tinieblas a la hora de descansar". Por fin,
todos caían en cuenta del primitivismo de la vida cotidiana imperante y la necesidad de
ir erradicando viejas y obsoletas costumbres y actitudes, comenzando por los
antiquísimos sistemas de alumbrado público en base a "luz de cebo" que era el único
recurso lumínico que tenía la Plaza de Armas y unas dos o tres cuadras a la redonda,
todo ello a cargo de la Policía que cotidianamente se ocupaba de encender los mecheros
de los faroles empotrados en las paredes de las casas. Por esa época, se introdujo la
variante de obligar a cada dueño de casa a encender en las puertas o ventanas de su
domicilio "una pequeña vela que arroja luz incierta y melancólica, y que se apaga en
las primeras horas de la noche, apenas la falange de los rondines municipales concluye
de hacer su ruidoso recorrido. Sólo en las galerías de la plaza y algunas calles
adyacentes se cuelgan faroles a kerosén".

Bajo estas condiciones de extremo atraso, la ciudad atravesaba los umbrales de un


nuevo siglo, conservando aún pesados resabios de la antigua aldea colonial, en
contraposición a los escasos medios que la aproximaban a una condición propiamente
urbana, sobre todo en lo que hace a su escasa capacidad de proveer comodidades
mínimas a sus habitantes. Hacia 1900 se extiende el uso de faroles a kerosén y ya en
1902 se contabilizan 258 unidades en uso a cargo de un concesionario, extendiéndose
este servicio a un perímetro de 60 cuadras. A fines del mismo año el Concejo Municipal
intenta adquirir un motor y todos los implementos para producir energía eléctrica de la
Compañía Hellec, empresa que instaló el primer "biógrafo" en Cochabamba 45. Con este
motivo se hizo la primera prueba de alumbrado eléctrico con gran éxito (El Heraldo,
19/11/1902).
44
En 1883, Cochabamba solicitó favorecerse con la conexión a la línea telegráfica que se planeaba
establecer entre Sucre y La Paz. Recién en 1892, la ciudad contó con un servicio de telegrafía que la
vinculaba con Oruro, pero esta conexión era intermitente por sus frecuentes interrupciones. Recién en
1913, Cochabamba contó con una conexión más estable mediante el enlace con la estación de Quime que
a su vez se conectaba con las líneas de Inquisivi y Ayopaya, lo que permitió una comunicación estable
con La Paz. No obstante, ya en 1909, el servicio estaba muy extendido. Además de la capital, se
benefician con este servicio varios centros provinciales como Totora, Colcha, Misque, Aiquile y,
naturalmente, los principales centros feriales del Valle Alto y Bajo.
45
Los biógrafos fueron los antecesores de las empresas de cine. Se trataba de salas con telones en los
que se proyectaban las primeras películas. Muchas empresas llegaron a la ciudad a comienzos de siglo,
dotadas de su propio equipo electrógeno. El primer salón permanente fue el "Biógrafo París", que
funcionaba en el Club Social e intermitentemente en el Teatro Acha.
111

En 1905, se oferta al Municipio mejorar el sistema de alumbrado con la inclusión de


600 lámparas incandescentes46. Finalmente, a fines de 1906, el Concejo Municipal
convoca a propuestas para la instalación de un sistema de alumbrado eléctrico y un
servicio de tranvías a tracción eléctrica. Luego de diferentes avatares, a inicios de 1908
se organiza la Empresa de Luz y Fuerza Eléctrica Cochabamba obteniendo una
concesión de otro empresario que databa de 1901. En propiedad se trató, como ya se
mencionó, de la primera empresa moderna fundada en la ciudad por inversores
capitalistas del valle, comerciantes, hacendados y mineros de Oruro. La empresa desde
un primer momento intentó diversificar su accionar abarcando proyectos de alumbrado
público, una red de tranvías a motor eléctrico, una red de ferrocarriles, instalación de
molinos movidos por la misma energía e incluso una fábrica de ladrillos y tejas. Los
principales accionistas fueron: Simón I. Patiño, Gustavo Hinke, Francisco Argandoña,
Rafael Urquidi, Benjamín Blanco, José de la Reza, Rodolfo Kruger y otros.

Con estos auspicios, el 14 de Septiembre de 1908 se libró al servicio público la primera


instalación de alumbrado que benefició a la Plaza de Armas y a unas 20 manzanas y
alrededor de 60 cuadras, o sea, casi la totalidad del centro comercial. Hacia fines del
mismo año el nuevo sistema de alumbrado se extendió al resto de la zona urbana
consolidada. Sin embargo, recién en 1917 el servicio de alumbrado público y
domiciliario fue ampliado a las campiñas de Cala Cala y Queru Queru. Hacia 1923, las
conexiones domiciliarias alcanzaron a 1.160 y el alumbrado a 628 puntos lumínicos.

La creciente expansión de la ciudad en la década de 1930 y la aceleración del ritmo de


la urbanización en los 40, a lo que se sumó la falta de renovación de las antiguas usinas
por equipo más adecuado a los nuevos requerimientos urbanos determinó que
paulatinamente baje el nivel del servicio, produciéndose una situación de continua
penuria Diversos estudios y análisis se centraron en el hecho de que el servicio de
energía nunca alcanzó un nivel óptimo en las primeras cinco décadas de su existencia,
es decir, en propiedad Cochabamba paso de las tinieblas a la penumbra, lo que no solo
repercutió en situaciones de incomodidad permanente en la vida diaria sino frenó el
desarrollo industrial. En buenas cuentas, la luz con la calidad de que era capaz de ofertar
este servicio, recién llegará a la ciudad en 1967 con la puesta en funcionamiento de la
planta hidroeléctrica de Corani.

Otro gran aporte de la Empresa de Luz y Fuerza a los esfuerzos de modernizar la ciudad
fue la introducción del servicio de tranvías, una verdadera revolución en el transporte
público por sus profundas consecuencias sobre el crecimiento de la ciudad. En 1908 se
inició el estudio del primer tramo de la línea de tranvías que debía unir Cochabamba
con Quillacollo. Sin embargo, en 1909 la Empresa amplió esta idea original,
convirtiendo la propuesta en el proyecto de una línea ferrocarrilera entre Quillacollo y
Arani a ser servida por trenes eléctricos. Para este propósito la Empresa obtuvo del
Estado, a través de una ley, la concesión para construir este tramo ferroviario,
obteniendo además el aval estatal para un préstamo de 300.000 libras esterlinas de la
Compañía Erlanger de Londres como se mencionó con anterioridad. En diciembre de
46
Un rasgo notable de los afanes que ocasionaba el alumbrado y de los cuidados que se tenían al
respecto, es que el Municipio solo disponía el encendido de los faroles en las “ noches sin luna”. En las
noches de “luna llena”, esta se encargaba de alumbrar la ciudad.
112

1910 se inauguró el servicio de tranvías entre Cochabamba y Quillacollo al concluirse el


primer tramo del citado proyecto. La extensión de este servicio al Valle Alto y el
empalme con esta primera red plantearon problemas urbanos inéditos, al ser necesario
dar cabida a curvas de ferrocarril dentro del perímetro urbano, que el damero colonial
preexistente hacía muy dificultoso. Un primer trazo para el empalme sugerido
involucraba a la Plaza de San Sebastián, la calle Aroma y la plaza de Caracota (El
Ferrocarril, 14/03/1911), quedando establecido que dicha línea férrea no solo atravesaría
la ciudad, sino que imprimiría transformaciones en la antigua estructura física. Al
respecto, un editorial de prensa, hacía este interesante análisis:

Hoy por hoy, la región comercial de la ciudad, es la del sur; el tráfico del valle
aumenta los edificios a esa parte. En menos de 40 años el terreno ocupado por
casas ha avanzado, desde la del Sr. Mercado, es decir, de las dos y media
cuadras de la plaza principal. Un ferrocarril de carga busca mercado, las
plazas de San Antonio, Calatayud y San Sebastián están destinadas a
transacciones comerciales y todas quedarán bajo la zona del ferrocarril del
Valle (El Ferrocarril, 17/03/1911).

En 1912, la Empresa de Luz y Fuerza adquirió los derechos para la instalación de líneas
de tranvías quedando establecidas cuatro rutas (Ver Plano 13) que unían el centro
urbano con Cala Cala, Queru Queru, San Sebastián y la Muyurina, es decir,
prácticamente con los principales centros de la extensa campiña que rodeaba la ciudad.
En 1925, la misma estaba atravesada por dos líneas troncales:

Una de Este a Oeste, que partiendo de la Estación de Luz y Fuerza, termina al


frente del Colegio de Artes y Oficios (Muyurina), con recorrido por las calles
Perú, Achá, Plaza 14 de Septiembre, Sucre, Oquendo y Aniceto Arce; y la otra,
que parte del bonito pueblo de CalaCala y termina frente a la Estación de The
Bolivian Railway, después de haber recorrido los extensos y poblados barrios
de Cala Cala, Queru Queru, la Avenida Ballivián y las calles España, Esteban
Arze y Aroma.( "La Empresa de Luz y Fuerza Eléctrica Cochabamba, en
Bolivia...1925).

El uso intenso a que fueron sometidos los tranvías y la escasa renovación del material
rodante, ocasionó su rápido deterioro, a lo que se sumó el paulatino incremento de
usuarios que demandaban un servicio más intensivo, creándose así una sensible y
amplia brecha entre una demanda creciente y las limitadas posibilidades para
incrementar y mejorar el material rodante, agravado todo esto por las dificultades que
atravesaba la Empresa para amortizar el empréstito de 1910. Una crónica que data de
1935 hacia mención al aporte de los tranvías para impulsar el desarrollo urbano, pero en
realidad los resultados concretos no eran muy satisfactorios pues las penosas
condiciones en que se debatía este servicio tendían a frenar el crecimiento de la ciudad
en lugar de estimularlo. Factores como "el estado decadente del tranvía a Cala Cala ",
el excesivo costo de los pasajes cobrados por la Empresa, que no distinguía entre
pasajeros que residían en la campiña de aquéllos que realizaban excursiones de placer,
determinaban que "nadie piense en vivir permanentemente en la campiña, ni nadie trate
de construir allá edificios modernos". La apreciación pareciera discutible pues por estas
mismas fechas, como veremos más adelante, se inició una verdadera fiebre de
adquisición de tierras en la campiña con fines residenciales y de urbanización.
113

De todas maneras, "los reclamos por el pésimo servicio" que ofertaban los tranvías
fueron una constante hasta su definitivo retiro. Es decir que dicho sistema de transporte,
pese a haber demostrado su eficacia al no lograr renovar su material rodante cayó en
obsolescencia desde fines de los años 20. La Empresa pese al éxito de su
emprendimiento no tuvo capacidad para afrontar simultáneamente la amortización de la
deuda con la firma Erlanguer y adquirir tranvías modernos. En consecuencia, el servicio
quedó totalmente desvirtuado por la decreciente calidad de la oferta y la imposibilidad
de dar respuesta favorable al reclamo de los usuarios.

Una nueva alternativa comenzó a perfilarse desde 1938 con el inicio de las obras de
pavimentación en el centro de la ciudad. Esto dio lugar a la necesidad de retirar los
rieles que atravesaban las principales arterias de ésta originando un conflicto entre la
Empresa de Luz y Fuerza y el Municipio. Sin embargo, el retiro se hizo efectivo en
1939 luego de una manifestación popular que procedió a iniciar este retiro a nombre del
progreso. Con ello se paralizó el servicio de tranvías, lo que dio lugar a su vez, a que
surgieran nuevas ideas y propuestas en torno al tema del transporte público urbano. La
opinión ciudadana se dividió entre quienes eran partidarios de un retorno de los tranvías
y quienes se oponían tajantemente a esta idea, argumentando: "los tranvías ya no son
necesarios y si lo fueran tendríamos que atenernos a un servicio absolutamente nuevo
(...) Ahora necesitamos autobuses, automóviles colectivos, los famosos 'troley' y toda
movilidad que alivie la penuria de la población" (El País, 20/06/1939). De esta manera,
el citado año se estableció el primer servicio de "góndolas-buses" que acabaron
transformando la plaza 14 de Septiembre en una terminal de transporte, de donde
diversas líneas se dirigían a diferentes lugares de la campiña (Solares, 1990).

La irrupción de los buses superó la inoperancia de los antiguos tranvías pero al mismo
tiempo planteó nuevos problemas para la ciudad. Por primera vez quedó en evidencia la
incompatibilidad entre las antiguas callejuelas coloniales, apenas apropiadas para
carruajes y diligencias a tracción animal, pero no para permitir las maniobras de los
motorizados. Las esquinas de ángulo recto o insuficientemente ochavadas se
transformaron en escenario de frecuentes colisiones y accidentes diversos, muchas
veces con consecuencias fatales. Esta situación llegó al extremo de que surgieron
corrientes de opinión que preconizaban el ensanche general de las calles o el retorno a
los tranvías. De esta forma se inició un intenso debate en torno a esta cuestión. Los
elevados costos de un ensanche de vías inmediato obligaron al Municipio en 1940 a
votar una partida presupuestaria en favor de la Empresa de Luz y Fuerza para reponer
los tranvías con nuevo material rodante. Sin embargo, el debate no concluyó allí, se
propusieron una serie de ideas alternativas y surgieron nuevos reclamos de los vecinos
de barrios periféricos que temían que la reposición del sistema de tranvías no cubriera
adecuadamente las necesidades de transporte desde múltiples zonas y sitios. Los buses
pese a su mayor versatilidad para llegara puntos alejados y dispersos se revelaron como
un medio de transporte caro por el frecuente mantenimiento a que debían ser sometidos
y el alto índice de accidentes que provocaban. "La revolución" en el sistema de
transporte público que reclamaba la opinión publica impulsada por una nube de
urbanistas visionarios se agotó y termino reclamando vehementemente por la reposición
de... los viejos tranvías.

Toda esta polémica en torno al transporte urbano tuvo la virtud de poner sobre el tapete
el conjunto de problemas que planteaba la ciudad y, generar una amplia preocupación
sobre los rumbos que debía seguir el desarrollo urbano. Se evidenció que la vinculación
114

vial era vital para incorporar a la ciudad zonas "alejadas" como Cala Cala y Queru
Queru. Además quedó en evidencia que lo "urbano" real se reducía a la vieja estructura
colonial, la misma que estaba rodeada por un denso mar de huertos, maizales, ranchos
campesinos e islotes de urbanización embrionaria en torno a la antigua Plaza del
Regocijo (Cala Cala) o a la plazuela de la Recoleta. El debilitamiento de los nexos entre
"la ciudad" y la campiña tendía a provocar la desvalorización de la tierra y las
inversiones inmobiliarias realizadas en la misma. Las tierras y edificaciones de la
campiña, en la época de los tranvías gozaban de "una cotización apreciable por las
perspectivas halagadoras que ofrecía la vinculación segura con el centro de la
población"(El País, 17/03/1940).

A partir de este tipo de argumentos es posible percibir un cambio fundamental en la


forma como la ciudadanía comenzó a concebir la ciudad. Se fue debilitando la vieja
apatía de la aldea rural inmóvil, y esa imagen fatalista por sus largos siglos de
inmovilidad fue paulatinamente sustituida por la emergencia de nuevos fenómenos
como la masificación del transporte pese a todas sus iniciales y posteriores deficiencias.
La ciudad en el imaginario de sus habitantes, aun de los más conservadores y reacios a
aceptar los nuevos aires modernizantes, dejó de ser la plaza de armas y sus alrededores,
que ahora pasaron a ser mejor conocidos como el "centro de negocios", "centro
comercial" o incluso el denominativo anglosajón modernizante de "city", en tanto la
campiña tradicional comenzó a ser considerada como un espacio de residencias,
edificaciones nuevas y modernas y el sitio ideal para materializar el sueño de "ciudad-
jardín".Bajo esta óptica, resultaba esencial que las arterias de circulación de este
organismo urbano intensificarán su flujo vital para la deseada ampliación de la frontera
urbana evitando que las tierras que otrora produjeran voluminosas cosechas de maíz,
cereal ahora poco atractivo para los dueños de huertos, perdiera el creciente valor que le
asignaba la perspectiva de un promisorio cambio de uso, como futuras áreas
residenciales, para lo cual resultaba esencial resolver la cuestión del transporte en
términos de un servicio permanente, seguro y económico.

En 1941 logro reimplantarse el servicio de tranvías pero el debate sobre esta cuestión
prosiguió sin pausa ante la presunción de que esta opción no era la solución realmente
deseable. Los tranvías pasaron a coexistir con las góndolas y se pudo comprobar que
lejos de ser alternativas incompatibles eran sistemas que podían complementarse y que
en conjunto formulaban una respuesta adecuada a las crecientes demandas de transporte.
Sin embargo, esta fue una solución transitoria ante la incapacidad de la Empresa de Luz
y Fuerza para renovar el material rodante en uso desde 1913 de tal suerte que se agudizó
su deterioro lo que determinó su retiro definitivo en 1947. Al año siguiente el H.
Concejo Deliberante Municipal decretó la suspensión definitiva de los tranvías y su
reemplazo por líneas de "colectivos", como popularmente se comenzaron a denominar a
las góndolas poniéndose en vigencia la elaboración de un reglamento de transporte
urbano y la ejecución de mejoras en la infraestructura vial, sobre todo respecto a los
puentes sobre el río Rocha. Esta medida era la respuesta que procuraban los grandes
intereses inmobiliarios para consolidar y acelerar el proceso de expansión urbana. La
ciudad dejó de ser un conjunto de partes relativamente desvertebradas y aisladas entre
sí. El transporte público automotor, pese a sus iniciales inconvenientes, se mostró más
flexible y apto para acceder a los sitios y barrios más alejados, y por tanto evidenció su
superioridad sobre los tranvías para estimular el avance de la urbanización. (Ver Plano
13).
115

El antecedente de la irrupción del transporte motorizado se remonta a 1905 cuando la


casa comercial de Jesús Aguayo importó los primeros vehículos motorizados destinados
a un emprendimiento de dicho empresario, para establecer un servicio de "automotores"
que vinculara Cochabamba con Oruro y La Paz. En el citado año se libraron al servicio
público estos vehículos organizándose una primera excursión al valle de Cliza. Sin
embargo, previas demostraciones desarrolladas en el Prado, causaron gran conmoción y
asombro quedando totalmente demostrada la superioridad de los "monstruos
mecanizados" como los llamó algún periodista, respecto a las antiguas carrozas,
berlinas, tílburis y carretas. Lo que causó mayores signos de admiración fue la
capacidad "ascendente" de estos vehículos para escalar la Coronilla de "un solo tirón" y
para alcanzar sitios donde los medios de transporte tradicionales no podían alcanzar
gracias a su enorme fuerza y empuje. Sin embargo este nuevo medio de transporte
durante muchos años no pasó de una simple curiosidad o un "pasatiempo de señoritos”.

Hasta la década de 1880, incluso los viejos carruajes de dos y cuatro ruedas eran poco
numerosos. Los cochabambinos dentro de la ciudad se desplazaban peatonalmente en
forma masiva. El volumen de estos medios de transporte se fue incrementando hacia
fines del siglo XIX y primeros años del siglo XX. En cuanto al transporte público
urbano y regional, las empresas pioneras fueron las de "carruajes" y las "empresas
carreteras" que prestaban servicios regulares entre la Plaza de Armas y la campiña,
extendiendo su radio de acción incluso hasta Quillacollo y el Valle Alto. Se trataba de
unidades que transportaban entre seis y diez pasajeros 47. Esta era la época en que los
hacendados y comerciantes gustaban ostentar el lujo de sus coches "Victoria" o
"Landeau", que llegaron a hacerse familiares en la vida cotidiana de la ciudad aunque
no dejaban de exhibir la riqueza o la preeminencia social de sus propietarios en las
festividades cívicas y en los diversos actos religiosos y culturales.

Los automóviles, que eran verdaderas piezas curiosas, comenzaron a transitar


regularmente por las calles de la ciudad en muy pequeño número después de la llegada
del ferrocarril en 1917. Sin embargo la apertura de talleres para su mantenimiento y la
venta regular de repuestos y carburantes aceleró su proliferación en la década de los
años 20 y 30 (Solares, 1990). La introducción de vehículos motorizados en el transporte
público y de cargas a nivel regional e interdepartamental, como se mencionó, estuvo a
cargo de Jesús Aguayo quién libró al servicio la primera empresa de transporte de
"autos expresos" urbanos e interprovinciales con conexiones a Tarata, Punata, Cliza,
Sacaba, Quillacollo, Arani, Parotani y Capinota, con modelos Lennox, Tuxedo y Adams,
con capacidad para seis y hasta catorce pasajeros (Guzmán, 1972). En fin, desde 1930
en delante, el parque motorizado comenzó a incrementarse sin pausa, desplazando
definitivamente a los antiguos carruajes y convirtiendo a los finos y tradicionales
conductores de sombrero y librea en rudos "chofeurs"48. Una crónica de inicios de 1930,
testimoniaba este proceso:
47
Entre las más antiguas se pueden mencionar a la Empresa Hispano-Americana y a la Empresa Soruco
que datan de fines de la década de 1870. En 1889-1890, aparecen nuevas empresas como la de Ismael
Tardío y Unzueta y Cia. En 1900 se organizan las empresas Suarez Solíz y Cia y de Mariano Tardío y Cia.
En 1905 se inaugura la Empresa Carretera Tunari que cubre tramos interprovinciales y luego
interdepartamentales. En 1907 entra en servicio la Empresa Oriental, con características similares a la
anterior. En 1917 aparece la Empresa "la Limeña" que incorpora por primera vez automóviles.
48
En 1931, el parque automotor con vehículos de diverso tipo alcanzaba a 520 unidades (Galindo, 1974).
En 1940, este volumen alcanzaba a 1.880 vehículos.(El País, 25/01/1969). En 1950 esta cifra alcanzaba a
3.800 y, en 1952, a 4.445 motorizados (Guzmán, 1972).
116

La invención de algunas máquinas han venido a perturbar de modo profundo la


tranquilidad de la vida urbana (...) a la voz chillona de los vendedores
ambulantes se agrega el estridente ruido de los autos, autocamiones y
motocicletas(...) Se lamenta que la paz y el sosiego se hubieran perdido y que el
ruido que ahora viene a formar parte de la vida cotidiana, sea ‘la voz del
progreso’ que ataca al sistema nervioso, molesta a los viandantes y quita el
sueño en las horas destinadas al reposo (...) sitios como la Plaza Colón, la
Plaza Calatayud y la Plaza Guzmán Quitón han sido convertidas en estaciones
de autos y de camiones, que a todas horas del día y de la noche, meten un ruido
insoportable (...) Las motocicletas son aparatos infernales. (Revista Industria y
Comercio nº 312, 07/11/1931).

Es evidente que la vida monacal y el silencio aldeano se transformaron en valores


perdidos y en referentes añorados solo por los abuelos. La "voz del progreso" como
señalaba el cronista, había interrumpido la paz de los siglos y evidentemente marcaba el
paso de la aldea y su mundo rural a la ciudad y su vertiginosa economía de mercado. Sin
embargo todo cambio tiene alguna compensación. Al lado de los estruendosos
motorizados que conmovían a los ciudadanos y a la densa población canina, hicieron su
aparición las silenciosas bicicletas que prontamente se convirtieron en el medio de
transporte privado de los sectores populares.

Otra innovación de gran significación en materia de acortar distancias e incrementar


comunicaciones fue el desarrollo de la red telefónica. Este sistema entró en servicio en
la ciudad en 1900 aunque el hecho pasó desapercibido incluso para la prensa. En ese
año se instalaron unas pocas decenas de líneas a cargo de la Empresa de Teléfonos Peña
y Cia. Este primer intento no fructificó. Sin embargo, la misma compañía volvió a
reinstalar el servicio en 1908 con material mejorado alcanzando un volumen de 200
teléfonos instalados dentro y fuera de la ciudad. (El Heraldo, 14/09/1908). En 1915 se
instalaron centrales telefónicas en capitales provinciales como Quillacollo, Sacaba,
Cliza, Punta, Arani y Tarata, con lo que quedaron interconectados los principales centros
feriales. En 1920, la Empresa Peña transfirió sus instalaciones a la Empresa Reza y Cia.
Este primer servicio telefónico era a magneto y con frecuencia sufría cortes y
deficiencias al depender el usuario de la buena voluntad del empleado que realizaba las
interconexiones. Sin embargo el teléfono, de ser considerado como un objeto raro y
entretenido, se convirtió rápidamente en un instrumento útil para las comunicaciones
urbanas agilizando las actividades comerciales e industriales y permitiendo al lado de la
mejora de los sistemas de transporte, la expansión de los flujos de comunicación,
esenciales para la modernización de la vida urbana. A fines de la década de 1920, la
empresa telefónica pasó a manos de la Bolivian Power Co., hasta la constitución de la
Empresa Municipal de Teléfonos Automáticos S. A. En 1940 se organiza la citada
empresa y en 1944 se libra al servicio público la primera central telefónica automática
Ericsson con capacidad para 1.000 líneas, experimentando ampliaciones periódicas a
partir de esa fecha. En dicho año, la citada empresa se organiza como una sociedad
mixta con capitales aportados por la Municipalidad, el Estado y los abonados
particulares49.
49
El Decreto Ley de 17 de septiembre de 1957 dispuso la creación de un Consejo de Administración de
la empresa telefónica conformado por representantes del Estado, el Municipio y los accionistas, estos
últimos en calidad de una representación minoritaria. Con posterioridad en los años 80 y luego de una
ardua campaña en favor de la cooperativización se organiza la Cooperativa Mixta de Teléfonos
117

Los dos primeros signos de progreso urbano dignos de mención, fueron sin lugar a
dudas, el alumbrado público y domiciliario y el transporte público urbano. Ambos
cambiaron profundamente los hábitos de vida aldeanos imperantes. El primero, arrancó
a los cochabambinos de las tinieblas seculares en que vivieron desde la fundación de la
Villa de Oropesa. Cochabamba dejó de ser una aldea silenciosa y con aspecto de
abandono apenas caían las sombras de la noche. La disponibilidad de luz nocturna
posibilitó una ampliación de las actividades cotidianas. Pese a las deficiencias iniciales
del servicio las horas útiles se ampliaron para hacer más llevadera la pesada rutina
diaria, pues el primer efecto de este beneficio fue el raudo surgimiento de las
actividades recreativas. Los salones de te, los clubes, los restaurantes y en general todos
los sitios de reunión pública ampliaron sus horarios de atención y se esmeraron en sus
servicios para hacer más atractiva la novedosa "vida nocturna".

En forma irresistible, merced a algo tan simple como la luz de las bombillas
incandescentes, la ciudad comenzó a experimentar el ritmo abrumador de la civilización
industrial de la "Belle Epoque": por fin, las nuevas generaciones, a través de los
inventos más populares como la radio y el fonógrafo, pudieron introducir en la
intimidad de sus añejos hogares, y para escándalo de sus mayores, los nuevos y
disonantes gustos musicales, las escandalosas danzas y bamboleos del fox trot y el can
can que sustituyeron a los conservadores valses vieneses de fines del XIX. Las nuevas
modas que remarcaban la bella, y hasta entonces, escondida anatomía femenina, y sobre
todo, las nuevas libertades que por derecho propio asumía la juventud en general
comenzaron a dominar la escena urbana cotidiana.

El segundo signo que complementó esta suerte de "revolución" de la vida diaria fue el
transporte que logró modificar la percepción aldeana de la aglomeración y la amplió a
un real horizonte urbano. Las distancias que separaban a lugares como Cala Cala o la
Recoleta, dejaron de ser significativas. Los "viajes" hacia la campiña, como lo eran,
desde la perspectiva de la aldea inmóvil decimonónica dejaron de considerarse como
tales. Los raudos tranvías y automotores comparados con las parsimoniosas carrozas,
tílburis y berlinas que se movían al paso cansino de los animales de tiro, transformaron
en ridícula la idea de "lejanía" que otrora evocaban los sitios más populares de los
alrededores de la ciudad, al punto que quién se disponía a "viajar" a Cala Cala en el
siglo XIX solía ser solemnemente despedido por amigos y familiares desde el antiguo
arco del triunfo de la Plaza Colón que servía de portada a la Alameda y de limite a la
ciudad. Llegar a la Plaza del Regocijo, al Rosal, al Templo de la Recoleta, a Aranjuez, a
los balnearios de la Chaima, a la Muyurina y otros en menos de una hora merced a los
nuevos medios de transporte resultó simplemente sensacional.

Sin anuncios previos, sin mucha ceremonia, de pronto la vieja aldea rural dejó de ser lo
que era, las relaciones entre vivienda, trabajo, recreo, vecindario, comercio,
abastecimiento, paseo, etc. dejaron de "estar a la mano", dejaron de ser relaciones
simples y lineales, o como añoraba un viejo cochabambino refugiado en el recuerdo de
viejos tiempo: "La ciudad dejo de pasar por bajo mi balcón, ahora todo es difícil y
para todo es necesario desplazarse". En realidad, la aldea al transformarse en ciudad
abarcó mayores distancias, pero el sentido de distancia, acceso, lugar y tiempo, fue

Automáticos Cochabamba (COMTECO).


118

profundamente modificado por tranvías, buses y automóviles. (Solares 1990).

Un nuevo sentido de disposición y ordenamiento de los componentes urbanos comenzó


a ganar cuerpo y conciencia. Si bien, hacia fines del siglo pasado e inicios del presente
las nociones de planificación urbana eran algo desconocido, no cabe duda, de que los
ecos de las grandes transformaciones de la mayoría de las capitales latinoamericanas y
los planteos técnicos que las orientaron, llegaron a conocimiento e inspiran los primeros
vuelos intelectuales de autoridades visionarias que comenzaron a dar una forma material
a los ideales abstractos de progreso. No cabe duda, que la expansión de la ciudad que
comenzaba a quebrantar siglos de casi total inmovilidad propiciando la paulatina
transformación de la campiña en barrios residenciales, supuso dar un nuevo sentido a la
localización de las funciones urbanas (Ver plano 14).

Ramón Rivero, en 1898, planteó por primera vez la idea de un "plano regulador", si
bien haciendo más énfasis en el sentido de "embellecer y modernizar" la ciudad
realzando sus paseos y la calidad de los edificios públicos antes que proponer un
drástico reordenamiento de las funciones urbanas. Sin embargo, también fijó las pautas
de una nueva forma de ciudad al proponer audazmente la idea de "avenidas de
circunvalación" que separaran la vieja ciudad de las nuevas inserciones, como veremos
en el siguiente capítulo. En todo caso, a partir de estas iniciativas puntuales, en muchos
casos sin ordenanzas municipales muy elaboradas, la ciudad se "zonifica" consolidando
un sector comercial y sede del aparato estatal y del gobierno municipal, unas zonas
residenciales, otras de abastecimiento y actividad ferial y todavía otras donde es natural
que se asienten las actividades artesanales y sea el lugar de residencia de las clases
populares.

Todos estos componentes, dentro de esta nueva forma de concebir la ciudad y lejos ya
de la visión aldeana unitaria, giraron en torno -y esto es lo más importante- a un sentido
de interrelación y dependencia de vínculos que dejaron de establecerse a escala peatonal
o de quien acostumbraba contemplar la vida urbana desde su balcón, para pasar a tener
una escala más amplia y compleja donde los factores de localización, desplazamiento,
accesibilidad y vinculación comenzaron a constituirse en el nuevo patrón que organiza y
domina la vida cotidiana. Ahora la tierra urbana no solo se valorizaba desde el punto de
vista de su vocación agrícola, sino desde la perspectiva de su ubicación y relación
respecto al centro comercial, a la actividad ferial o a grandes equipamientos y a la
potencialidad de cada zona para convertirse en "barrio de casitas modernas", alternativa
poco factible con el antiguo carruaje pero perfectamente realizable con la alternativa del
tranvía, el automóvil y el teléfono.

La prensa local del siglo XX si bien resumía la problemática urbana con tonos e
ingredientes similares a los que se utilizaba para describir la miseria de la aldea del siglo
XIX ahogada en su perenne y rutinario transcurrir, comenzó a alimentar una nueva
figura alegórica de cambios sobre todo vinculada a la reivindicación del "ferrocarril
para Cochabamba" que se convirtió en el grito de guerra de la región contra el poder
central que se resistía a priorizar la ejecución del tramo Oruro-Cochabamba. Esta
aspiración se convirtió en el brioso símbolo del progreso que prometía, a su sola
convocatoria, raudales de abundancia y pronta solución a todos los problemas, a la
manera de las evocaciones milagrosas de las abuelas en torno al fogón o de los cuentos
de hadas y varitas mágicas. Sin embargo estos ideales de cambio que inspiraron las
grandes movilizaciones ciudadanas pro-ferrocarril en 1906 no consolidaron la imagen
119

urbana moderna a la que se aspiraba, por lo menos no con el ritmo vertiginoso deseado.

Las obras publicas que comenzaron a ejecutarse en la década de 1900, complementando


los emprendimientos de ELFEC, trataron de generar respuestas a viejos problemas
como la permanente escasez de agua que se remontaban a tiempos coloniales, así como
los problemas sanitarios y de higiene pública, igualmente añejos. La cuestión de las
aguas potables ocupó amplios espacios en la prensa de la época y dio lugar a
voluminoso material bibliográfico dedicado a la compleja cuestión de los acuíferos y los
sistemas de distribución que constituyeran una alternativa mejor a las obsoletas piletas
públicas. La red domiciliaria de agua potable fue ejecutada para la zona central en 1926,
sin embargo la crónica insuficiencia del caudal persistió. Hacia la misma fecha, 1925-
1926, fueron ejecutados los trabajos de instalación de la primera red de alcantarillado
con conexiones domiciliarias y la red de desagües pluviales. Otras obras como la
pavimentación de las calles céntricas y la plaza principal se iniciaron en 1938, en tanto
la canalización del río Rocha, que azotaba a la ciudad con periódicas y a veces
catastróficas inundaciones se verificaron con posterioridad a los años 50, además de los
grandes equipamientos urbanos50.

La serie de problemas que padecía la ciudad y los adelantos que gradualmente


experimentaba, como señalaron varios cronistas con motivo de la llegada del ferrocarril
y sus efectos posteriores, no arrojaron beneficios generales ni sus limitaciones tenían
este rasgo. Tempranamente, las diferencias en la calidad del espacio urbano marcharon a
la par con las diferencias sociales. Por ejemplo, con respecto a la penuria del agua
potable, sus consecuencias no afectaban a todos por igual51. Al respecto se observaba:
"Los ricos tienen en su vivienda este elemento primordial, imprescindible para la vida,
mientras que los pobres no pueden conseguirlo en las fuentes públicas que solo sirven
de adorno en muchas calles" (El Ferrocarril, 21/08/1911). Este síntoma marcaba el
sentido segregativo de la forma como se enfrentaban y resolvían los problemas urbanos.
Por ello no fue casual que en la campiña Norte, rica en recursos hídricos, se
abastecieran con bastante holgura los pozos artesianos que se permitían las familias
acomodadas e incluso, que se convirtieran numerosas vertientes en "propiedad privada"
y balnearios. Con referentes de esta naturaleza, dicha zona se fue convirtiendo en zona
residencial y futuro escenario del desarrollo urbano.
Este sentido de apropiación de los recursos naturales, el paisaje, el suelo y el medio
ambiente más apropiados para la vida humana, en términos socialmente segregativos
define un rasgo de inequidad ya presente desde los primeros tiempos de la Villa de
Oropesa y que se profundiza en el primer periodo republicano, cuando la campiña es
apropiada por hacendados y comerciantes que establecen en ella numerosos huertos y
"casas-quinta". El posterior fraccionamiento de estas propiedades valorizadas en
extremo, no solo por sus virtudes agrícolas, sino por sus atributos naturales y sus
aptitudes para recibir funciones habitacionales, se convierte en una referencia esencial
para la asignación de valor inmobiliario a las tierras agrícolas aledañas restantes en la
perspectiva de su próximo consumo urbano. Quedan definidas así las condiciones en
50
Para una relación detallada del proceso que siguió la ejecución de las obras de infraestructura urbana,
ver Solares, 1990.
51
En 1919, se reconocía que el servicio de agua potable era absolutamente insuficiente para cubrir los
requerimientos de la población y que las aguas de Arocagua, solo distribuían 300 m3 diarios, para el
servicio privilegiado de apenas 180 viviendas de gente acomodada, de las 2.000 existentes, que estaban
condenadas al ínfimo servicio prestado por 32 piletas públicas (Anuario Geográfico y Estadístico de la
República de Bolivia, 1919).
12

que la campiña se convierte en la residencia de las elites regionales y las circunstancias


que consolidan como pertinente el discurso de la "ciudad-jardín".

En el polo opuesto el árido territorio del Sur, carente de cualquier atributo, se convierte
en una zona "poco interesante" para el desarrollo urbano, y no resulta simple
coincidencia, que fuera precisamente en este sitio donde las tierras eran menos
valoradas y las condiciones de vida urbana menos propicias, donde se apiñaban los
pobres de la ciudad, los que realmente padecían sus carencias y deficiencias.

La descripción que hacía de la ciudad Federico Blanco (1901) a comienzos de siglo, no


guardaba gran distancia con similares hechas por Viedma en el siglo XVIII, y otros
cronistas en el siglo XIX. Sin embargo es importante definir cual era la realidad de la
ciudad en la primera década de 1900 cuando comenzaban a materializarse los ideales
del progreso y a experimentarse los primeros sacudones del modernismo anteriormente
descritos. El panorama de la aldea en la inminencia de su urbanización era el siguiente:

El terreno que ocupa la ciudad es de formación reciente, el llamado de aluvión y


está rodeado de colinas y cerros de poca elevación, si se exceptúan las cimas de
la cordillera. Al E. se encuentran los cerros de San Pedro y de El Abra; al S.E.
de Alalay, que se extiende hasta el Ticti, donde hay excelentes canteras de
piedra para construcciones, y al S.OE. la histórica colina de San Sebastián(...)
La configuración de la ciudad es bastante regular y se halla dividida en cuatro
cuarteleso secciones determinadas por los cuatro ángulos de la Plaza 14 de
Septiembre(...) El primer cuartel o sección es la parte comprendida entre las
calles de Santa Teresa y Santo Domingo que se cortan en la casa de la esquina
S.OE. de la plaza principal; tiene 199.408 metros cuadrados, 3.624 habitantes.
La segunda sección o cuartel es el espacio comprendido entre la de Santa
Teresa y la de Bolivar que forman ángulo en la casa de la esquina N. de la
plaza, acera del palacio de Gobierno. Tiene una superficie de 300.000 metros
cuadrados; 5.299 habitantes, 564 casas(...) La sección o cuartel tercero está
limitado por las calles Bolívar y de San Juan de Dios que se cortan en ángulo
en la esquina N.E. acera E. de la plaza. Tiene 360.696 metros cuadrados de
superficie; 6.105 habitantes, 4217 casas(...) La sección o cuartel cuarto se halla
comprendido entre las calles de Santo Domingo y de San Juan de Dios que
hacen ángulo en la esquina de la catedral, y tiene una extensión de 332.992
metros cuadrados y 6.428 habitantes(...) Los datos indicados manifiestan que
dentro del radio que determina la extensión que ocupa la ciudad de
Cochabamba, tiene ésta 1.193.176 metros cuadrados, 142 manzanas, 1.936
casas(...) El número de habitantes dentro del radio urbano e de 21.456. La
primera sección o cuartel comprende entre sus edificios principales el Banco
Nacional de Bolivia, el Templo de la Compañía, el Colegio Seminario, la
estación de coches de Unzueta y Cia. y el antiguo camal o matadero(...) En la
segunda sección se hallan el Teatro Achá, el Palacio de Gobierno que sirve hoy
a la Prefectura, a los tribunales de justicia, al Tesoro Público, a la
administración de correos y a las oficinas de correos, telégrafos y de los
notarios, la policía de seguridad, el Palacio Consistorial con todas sus
dependencias, la Biblioteca, la Oficina de Crédito Hipotecario de Bolivia, el
Convento y Templo de San Francisco, los monasterios de Santa Clara, las
Capuchinas y Santa Teresa, la plazuela de este último nombre, el Hospicio de
los franciscanos recoletos, la plazuela de Colon, el establecimiento de
12

sericultura, destilación y tiro al blanco de Palazzi y el Hospital Viedma(...) En


la tercera sección están el Banco Argandoña, el Colegio Nacional Sucre, la
Universidad de San Simón, la casa de huérfanos de las Hijas de Maria, el
colegio de educandas de San Alberto, el asilo de niños, la iglesia que sirve a la
parroquia de San José, el mercado, el antiguo local del hospital de San
Salvador, del que una parte se vendió a particulares y la otra sirve de cárcel
pública, el templo de San Juan de Dios y los baños públicos de Paniagua(...) La
cuarta sección comprende la Catedral, la estación de coches de Tardío, la
plazuela y templo de San Antonio, la plaza de San Sebastián, la plaza de toros,
la Oficina del Banco Nacional Hipotecario, el cuartel de Bomberos, el local de
la Sociedad Pro-Patria y la plazuela de Jerónimo de Osorio(...) No son
numerosos los lugares de paseo en el recinto del radio urbano. Los más
frecuentes son la Alameda, la colina de San Sebastián, la plaza de Colon y las
hermosas avenidas y galerías de la plaza 14 de Septiembre, siendo este último
lugar el más frecuentado. En el centro de la plaza se eleva una alta columna de
piedra muy bien labrada, en cuya cúspide reposa un cóndor de bronce de
dimensiones colosales. Rodean esta columna preciosos jardines de flores
escogidas, distribuidas en todo el ámbito de la plaza formando caprichosas
figuras y dejando en sus claros avenidas que son el predilecto paseo de la
sociedad(...) La Alameda donde la concurrencia es frecuente, especialmente por
las tardes, es una zona ancha que se extiende desde la Plaza Colón hasta la
orilla izquierda del río Rocha. Las cinco espaciosas calles que la forman están
separadas por hileras de hermosos sauces y rosales (...) El cerro de San
Sebastián es una colina de suave declive, donde los paseantes gozan de un aire
puro y fresco y, de un extenso y hermoso panorama (Blanco, 1901: 44 y
siguientes).Ver Planos 14 y 15.

Esta descripción detallada de la ciudad, como se señaló, formalmente difiere muy poco
de las realizadas en el siglo XIX, sin embargo, es posible percibir la inserción de nuevos
elementos como algunos bancos y equipamientos más complejos. No obstante, las 142
manzanas mencionadas todavía son un testimonio de la ausencia de crecimiento físico
urbano, por lo memos desde 1880. En realidad los cambios más significativos se dan en
la esfera de la ideología, es decir en el imaginario de las elites cuya referencia deja de
alimentarse de la aspiración a reproducir el viejo orden colonial con ellos en la cúspide,
en la medida en que perciben que la realidad del pujante desarrollo capitalista y la
propia marcha de la historia han barrido con esos estereotipos. El ferrocarril no solo se
convierte en un mensajero de la modernidad sino en el portador de los nuevos valores
que dichas elites deben asimilar para mantener su vigencia.

En principio, los nuevos aires que llegan junto con las "maravillas de ultramar" que trae
el tren van a impactar profundamente en los hábitos, valores y posturas de la oligarquía,
que intentará remedar, por supuesto que con mayor tino que aquéllos criollos poco
habituados todavía al manejo del aparato del poder que encontró D'Orbigny en 1830, los
gustos de la sociedad industrial capitalista de comienzos de siglo. La cronista inglesa
María Robinson Wright (1907), nos brinda al respecto este interesante testimonio:

Cuando Cochabamba aparece de paseo en las plazas o en la Alameda, el efecto


es el mismo que los bulevares de París o Londres (...) Es verdad que el
automóvil ha invadido a Cochabamba y que se le puede ver todas las tardes
llevando partidas a la Alameda y a Cala Cala o a la colina de San Sebastián(...)
12

Cochabamba está progresando. Las autoridades municipales hacen todo lo


posible por mejorar esta bella ciudad y dotarle de todas las comodidades
modernas.
Sin embargo, la tradición, el mundo rural, la sombra de la aldea y la fuerza de las viejas
costumbres, no solo estaban vigorosamente vigentes, sino que asemejaban a un extenso
y amenazador océano que rodeaba y podía ahogar el modesto islote urbano de
modernidad que afanosamente intentaban materializar los protagonistas del tímido
desarrollo capitalista valluno. Casi paralelamente a la visión anterior, un otro testimonio
ponía en evidencia una otra realidad contrastante situada a muy pocos kilómetros de la
moderna Alameda:

De vez en cuando una banderita indicaba la existencia de la horrible chicha,


repulsiva bebida de maíz masticado y fermentado, y sin la cual, los habitantes
de las provincias de Cochabamba no podían vivir(...) A la puerta de las tiendas
-sobre el antiguo camino a Quillacollo- melancólicos caballos esperaban que
sus dueños acaben copiosas libaciones. (Luís Felipe de Orleáns,"Impresiones
de un viaje", El Heraldo, 2/01/1908)

A diferencia del mundo compartido y pleno de los avatares costumbristas que causaron
las vicisitudes y aprietos de Alcides D'Orbigny, los cronistas de los primeros años del
siglo XX encontraron una realidad escindida en universos contrapuestos. El viejo casco
urbano colonial que comenzaba a revestirse con ropajes y barnices modernizantes y la
extensa periferia rural de las clases populares que mantenían tercamente sus "bárbaras"
costumbres. Esta creciente separación entre "modernidad" como sinónimo de
civilización y "tradición" como sinónimo de atraso y barbarie, no solo comenzó a
demarcar los territorios de los unos y los otros, sino a diferenciar los signos y
significados de los comportamientos sociales de los primeros frente a los segundos. Las
corrientes modernistas establecen con claridad, a partir de ideologías profundamente
reaccionarias como el denominado "darwinismo social"52, que los dones del mundo
civilizado no son universales sino el privilegio de razas superiores. Prejuicios como
estos comenzaron a profundizar la escisión entre elites y clases subalternas y a demarcar
territorios reales e imaginarios.
Hechos como la expulsión de las chicherías del centro urbano, la transformación más
imaginaria que real de este ámbito en "zona comercial", el despliegue de la "gente bien"
en paseos y plazas que reproducen imágenes parisinas que deben ser resguardadas de las
grotescas costumbres y el "aborrecible brebaje de maíz" otrora universalmente
apetecido, marcan no solo una renovación y fortalecimiento del antiguo gamonalismo
ultramontano revestido con nuevos ropajes, pero reproduciendo con esmero las antiguas
segregaciones coloniales de fondo racial y social, sino introduciendo un "estilo" nuevo
en su comportamiento social frente a las antiguas ceremonias, celebraciones y
despliegues donde tradicionalmente coincidían los de abajo y los de arriba en
democráticas manifestaciones cívicas, religiosas o prosaicas.

52
Aplicación de las teorías de Charles Darwin sobre la evolución de las especia a la sociedad humana. Se
propugnaba en nombre de la "civilización" exterminar a las razas menos aptas, a partir del reconocimiento
de la desigualdad en el desarrollo humano, que abarca a los hombres, las razas y las clases sociales,
considerando la evolución social como una lucha permanente entre vencedores y vencidos. Se trata de la
apología de la "supervivencia del más apto ".De esta forma se justifica la desigualdad social y la
eliminación de los grupos humanos considerados inferiores social y biológicamente. Ver: Demelas, 1981
12

Imperceptiblemente en principio, pero luego con ímpetu avasallador, desde las últimas
décadas del siglo XIX la "modernidad" fue ganando terreno en el imaginario de la
sociedad oligárquica. De esta forma, en tanto los "paseos domingueros" se hacían más
concurridos y paulatinamente se transformaban en escenarios de promoción social y de
cálculos matrimoniales, los aires musicales que acompañaban estos despliegues y
teatralizaciones obviamente cambiaron de tono y las tradicionales "retretas" militares
abandonaron gradualmente los poco propicios aires criollos para entregarse de lleno a
los más apropiados valses vieneses, las polcas, los fox trots y los pegajosos galopes del
can can parisino. En la misma forma los acontecimientos y celebraciones cívicas se
revistieron de rígidos protocolos al estilo teutónico. La efemérides departamental
evolucionó hacia una celebración de contenido militar y elitista: el "desfile cívico"; las
pompas marciales y los grandes bailes sociales desplazaron a las tradicionales corridas
de toros y las verbenas populares

Las celebraciones masivas matizadas por peleas de gallos, palos ensebados, ardorosas
competencias en las "walluncas", las mencionadas corridas de toros, como las que se
celebraban en la plaza de San Sebastián y a lo largo de la Pampa de las Carreras en el
mes de enero fueron poco a poco restringidas y finalmente prohibidas. Otras fiestas tan
arraigadas como la de San Andrés, que se festejaba en noviembre en la campiña de Cala
Cala, se vieron invadidas y desvirtuadas por la elite urbana que termino imponiendo sus
maneras sobre el gusto popular, transformando el acontecimiento en un "paseo social"
de lucimiento de galas, carruajes y automóviles, además de competencias poéticas o
"concursos florales" que desplazaron el gusto por las coplas populares.

El carnaval, el denominado mundo al revés, se vio también impregnado de nuevos


gustos hasta casi extirpar todo rasgo popular de las otrora sonadas "fiestas de
carnestolendas" que en todo caso fueron exiliadas a las periferias en nombre de las
"buenas costumbres". De esta forma las tradicionales "pandillas" que se apoderaban de
la ciudad al ritmo de ingeniosos y atrevidos contrapuntos acompañados de guitarras,
charangos, bandoneones y colores de la tierra, fueron sustituidos por un "corso de
flores" italianizante y los "bailes de máscaras" vieneses del Club Social, institución
fundada en 1890, más a tono con los nuevos valores de la modernidad53. Casi todas estas
manifestaciones tuvieron como escenario la Plaza de Armas y sus alrededores que
liberados de la presencia de chicherías "fungían como cotos cerrados para una elite que
buscaba reproducir con esta división de espacios las dos ‘repúblicas’ (coloniales), pero
no a la manera española, a su juicio atrasada y oscurantista, sino tomando hasta donde
fuera conveniente y posible, patrones europeos de modernidad" (Rodríguez y Solares,
1992).

Una vez que este nuevo ordenamiento superestructural comenzó a tomar forma,
consistencia y viabilidad práctica, se dieron las condiciones para la transformación y
renovación de los obsoletos soportes materiales urbanos, pero dentro del sentido y la
significación anteriormente destacados. De esta manera, el imaginario urbano de
"modernidad", dentro de moldes occidentales, tuvo naturalmente un alcance restringido
e impregnado de privilegio. Por ello la relocalización, tantas veces mencionada, de los
establecimientos de elaboración y expendio de chicha, tuvo las características de una
verdadera cruzada en favor de la "ciudad moderna" y contra los resabios aldeanos
sinónimo de atraso y de malos hábitos. No obstante, como veremos en el siguiente
53
Ver a este respecto el valioso trabajo de Gustavo Rodríguez (2007) sobre la evolución del carnaval
cochabambino.
12

capítulo, aquí asomaba una gran contradicción, pues, en realidad no se perseguía, como
en La Paz, Oruro y las minas la extinción del comercio de chicha 54, sino su simple
alejamiento de los escenarios urbanos que se deseaban revestir con los valores de
occidente. Salvada esta “formalidad” nadie negaba que la chicha era un recurso
económico regional y una alternativa, nada despreciable, para enfrentar las frecuentes
crisis de los mercados extra regionales de consumo del maíz (Solares, 1990)55.

El proceso descrito, finalmente pasa de la batalla ideológica favorable para las armas de
la modernidad a la batalla por la ciudad, es decir, por garantizar el éxito en la empeñosa
búsqueda por consolidar un espacio exclusivo para el "comercio moderno" desplazando
"el comercio de los otros" considerado incompatible con los nuevos valores urbanos. De
esta manera, la misma escisión que se promueve y profundiza en el plano ideológico y
en el fortalecimiento de la sociedad de castas, también se va reproduciendo en la
creciente diferenciación de las zonas urbanas, como se mencionó anteriormente, al
introducirse el criterio de "jerarquías" y "diferencias" de sentido elitario en el uso del
suelo para forzar la legibilidad y la legitimidad de un "centro comercial moderno"
ocupado en exclusivo por casas comerciales de "respeto": firmas importadoras,
sucursales de las grandes casas comerciales paceñas, comercio minorista de efectos de
ultramar, sedes bancarias, representaciones comerciales de firmas extranjeras, negocios
de una abundante colonia extranjera que proporciona pautas y orienta este afán
renovador, a nombre del cual se introducen nuevos puntos de vista para definir un
referente material menos abstracto y que sirva de guía para concebir el desarrollo
urbano. Bajo este nuevo ímpetu se van introduciendo las innovaciones en materia de
transporte que describimos con anterioridad y otras como la instalación de las redes de
infraestructura básica en materia de electricidad, agua potable y alcantarillado que
evidentemente contribuyeron a afianzar un estilo de vida menos tradicional y
definitivamente alejado del recuerdo colonial.

Los ideales modernistas hicieron del ferrocarril el símbolo que resumía sus aspiraciones.
En este tema se combinaban varios factores que lo transformaban en un objeto atractivo
y con gran poder de convocatoria. Cochabamba, había mostrado simpatía por la causa
federal en 1899, sin embargo el régimen liberal victorioso no le había prestado mayor
atención a sus reclamos respecto a la priorización del ferrocarril Oruro-Cochabamba. El
Estado boliviano contaba con recursos importantes provenientes de las indemnizaciones
otorgadas por Chile y Brasil en compensación a las enajenaciones territoriales del
Pacífico y el Acre, para poder materializar un ambicioso proyecto de construcción de
ferrocarriles. El Plan Sisson de 1905 y el bullado contrato Speyer de 1906 pusieron en
evidencia que la flamante sede de gobierno (La Paz), aspiraba a monopolizar el grueso
de los ferrocarriles proyectados en provecho de mejorar las conexiones de esa región
con el exterior, postergando la ejecución de los ramales hacia Cochabamba y el Oriente.
Este hecho, como no podía ser de otra manera, ocasionó los reclamos de las elites
regionales que carentes de recursos propios, dependían para la realización de las
grandes infraestructuras de transporte de los recursos del gobierno central. Esto hizo
florecer los sentimientos regionales que comenzaron a articularse en torno a la idea del
ferrocarril como un derecho regional necesario para el progreso, la integración con otras
54
En 1930, la Alcaldía paceña prohibió el expendio de chicha en esa ciudad, decretando el cierre
definitivo de las chicherías, así como prohibiendo la importación de muko. El argumento central era
"defender la preservación de la salud física y moral de la clase trabajadora".(Rodríguez y Solares, 1990)
55
Para conocer en detalle el proceso de articulación entre economía del maíz y el desarrollo urbano de
Cochabamba, ver: Solares, 1990 y Rodríguez y Solares 1990).
12

regiones, el desarrollo comercial con otros países y el acceso y reconquista de los


antiguos mercados, en suma el derecho de Cochabamba a modernizarse.

La negación de esta reivindicación cobraba la dimensión de una exclusión respecto a los


beneficios del anhelado progreso y la civilización, y una condena explícita a la reclusión
en el "localismo" y el tedioso e indeseable pasado. Las movilizaciones cívicas que
protagonizó Cochabamba entre 1905 y 1907 tuvieron este carácter, por lo menos a nivel
de la oligarquía valluna, que movilizó al Municipio y a la brigada parlamentaria,
organizó "juntas de notables" y propicio concurridos mítines, con los que presionó al
régimen de Ismael Montes para revisar sus propósitos originales y conceder a los valles
cochabambinos un lugar preferencial en el sistema ferrocarrilero en ejecución. Gracias a
todo este despliegue las obras del ferrocarril a Oruro se iniciaron hacia 1910 y
prosiguieron con extrema lentitud a lo largo de varios años.

Finalmente, en junio de 1917 arribó la primera locomotora a Cochabamba proveniente


del altiplano. No obstante, al Ferrocarril del Valle que entró en servicio en 1913, no se le
asignó este significado de portador de progreso. ¿Cual pudo ser la razón? Desde un
punto de vista técnico el tren eléctrico era evidentemente un ejemplo de modernidad, sin
embargo la diferencia radicaba que éste apenas favorecía al universo ferial, es decir, al
bloque de intereses de pequeños agricultores y artesanos, no constituyendo una
respuesta ni influyendo mayormente en los intereses del comercio importador, la banca
y la economía de las haciendas, cuyo desarrollo era obviamente el verdadero progreso
que se procuraba. En consecuencia, la llegada del ansiado ferrocarril que unía
Cochabamba a la red nacional fue un notable acontecimiento celebrado con entusiasmo
en las denominadas "Fiestas del Progreso" que dejaron una profunda impresión en la
ciudadanía:

Cochabamba colonial y austera ha tenido en sus calles ajedrezadas el tumulto


abigarrado y bullicioso de una Cochabamba cosmopolita y trasnochada, la
Villa de Oropesa, legendaria y antigua, tuvo los cosquilleos histéricos y el
vértigo de la ciudad colmena; el modernismo ha violado las puertas de la
ciudad y se ha arrastrado ondulante y sinuoso por las calles cubiertas de
piedras, guijarros y polvo: la locomotora audaz y vertiginosa, los raudos
automóviles, los ceremoniosos coches de librea, los dogscarts, falcones,
berlinas, breaks y mil vehículos han hecho temblar de miedo las viejas
espadañas de los sombríos conventos y los muros agrietados de vetustos
caserones. (El Heraldo, 10/06/1917)

No cabe duda que en torno a la imagen portentosa del ferrocarril se tejieron verdaderas
leyendas a la medida de los mitos del cuerno de la abundancia. Se creía sinceramente
que el ferrocarril traería en sus vagones la superación de todas las postergaciones y la
viabilidad de todos los deseos. Obviamente fue enorme la desproporción entre los
logros reales y las montañas de ilusiones que se crearon en torno a este tema. Era
evidente que el desarrollo capitalista moderno se había asomado a Cochabamba, pero
antes que traer inversores y oportunidades, trajo las leyes del mercado y sus
desigualdades. Un testigo de la situación de la ciudad en 1918 criticaba a quienes
ruidosamente habían festejado el progreso hecho ferrocarril y se felicitaban del
desplome de la monotonía aldeana, pero olvidaban la irritante realidad "del espectáculo
que ofrecen los tugurios de Cochabamba" donde campeaba la miseria con sus efectos
de prostitución, mortalidad infantil, analfabetismo y degradación de la condición
12

humana; miseria que "en lugar de recibir la benéfica influencia del progreso parecía
incrementarse con él" (El Heraldo 08/05/1918). Un testimonio similar de 1922, anotaba
que bajo la cubierta de aparente paz y creciente progreso en que vive la ciudad, se tenía
la impresión de estar presenciando "una tragedia mal escrita y peor representada" pues
la realidad que la ciudad ofrecía en sus zonas centrales y que tomaban como base las
descripciones oficiales y turísticas no representaban la verdadera ciudad de
Cochabamba, pues para ello era necesario "ir a los barrios pobres, a los pueblos, a los
fundos...En esa parte triunfa el despotismo irrisorio, triunfa la miseria más vergonzosa.
Hay necesidad de contemplar aquéllos paisajes de profunda desolación"

En fin, el paso de la aldea a la ciudad no fue un desfile glorioso rumbo a la modernidad,


fue apenas el comienzo de un proceso que se remontaría de las viejas a las nuevas
servidumbres. Los contrastes característicos de progreso y miseria que exhibía
Cochabamba no eran diferentes, e incluso tal vez fueron más atenuados, que los que
otras ciudades "modernas" mas profundamente integradas a la economía capitalista
solían exhibir.

En todo caso los cuadros de abundancia y miseria establecieron las nuevas diferencias
entre zonas y barrios urbanos y tuvieron la virtud de desentrañar el significado real de la
ideología del progreso y del desarrollo, aspiración que lejos de articular una
metodología para el cambio y la modernización de la sociedad hacendal, además de
propiciar la rectificación de las viejas injusticias, apenas operaba sobre la superficie del
orden social vigente, una vez más, a la manera de un tenue barniz de fanfarria,
estruendo y ropajes llamativos cuyo objetivo era cubrir, esconder y proteger las antiguas
instituciones coloniales segregativas que constituían el cimiento sobre el que se erigía
esta ilusoria modernidad. En consecuencia, lo urbano era un conglomerado heterogéneo
donde aparecía "la ciudad" como la fortaleza del progreso, con su plaza de armas y
aledaños convertidos en "centro comercial" y la naciente "ciudad-jardín" norteña, en
oposición a "la aldea" que no se había extinguido como se deseaba, sino apenas se
había desplazado hacia el Sur donde se consolidó el lugar de residencia de los otros: los
cholos, los mestizos y las chicheras.

La cuestión de la modernidad y los vuelos urbanísticos en los años 40.

En otros trabajos (Solares, 1990 y Rodríguez y Solares, 1990), se ha mostrado en detalle


la relación entre la economía del maíz y desarrollo urbano, por tanto no juzgamos
necesario retornar a un análisis minucioso de una materia que ha sido analizada
ampliamente. En este caso, el tratamiento de la temática de este capítulo será tomando
como punto de partida las conclusiones que sobre esta materia se obtuvieron con
anterioridad, para luego pasar a mostrar, no necesariamente la forma de materialización
de la modernidad, sino los vuelos imaginarios que fueron estimulados por la existencia
de una base económica real, ausente a lo largo del siglo XIX, que aun en forma limitada
podía permitir un grado de factibilidad a estas aspiraciones que desde fines de la Guerra
del Chaco se revistieron de un lenguaje más técnico.

A partir del famoso Empréstito Erlanguer (1913), que hizo posible la viabilidad de los
proyectos de ELFEC (energía eléctrica, tranvías y ferrocarril), los impuestos al muko y
la chicha, que ya habían mostrado su potencialidad en el rendimiento de las patentes
municipales de fines del siglo XIX, se convirtieron en la base sólida para hacer viable la
serie de obras públicas que transformaron la antigua aldea en una ciudad emergente, que
12

guardando mucha distancia con la urbe paceña y similares latinoamericanas se mostró


en el contexto regional como el centro urbano más dinámico, al punto que hacia los
años 50 casi había cuadruplicado su población con relación a 1900, ocurriendo otro
tanto con su dimensión física. Esto fue posible no solo merced a la concurrencia de
factores externos que estimularon las corrientes migratorias, sino también y no en
menor medida, al nivel de mejoramiento de las condiciones de vida urbana que
viabilizaron las distintas obras públicas ejecutadas entre 1900 y la primera mitad del
siglo XX, así como la expansión del comercio e incluso un modesto pero significativo
desarrollo industrial.

En este contexto la ciudad de la posguerra trazaba un nuevo rumbo hacia el porvenir en


términos mucho más sustentables que los tímidos inicios de comienzos de siglo. La
pavimentación de las calles y avenidas, la ampliación de la infraestructura básica, el
encauzamiento del río Rocha ya no eran aspiraciones utópicas e inalcanzables por sus
elevados costos. Por ello, las obras de desarrollo postergadas con motivo de la guerra
del Chaco volvieron a ocupar un lugar de privilegio en las aspiraciones de ciudadanos y
autoridades, pero esta vez, en lugar de las penosas negociaciones con el gobierno
central, las miradas y esperanzas se dirigieron a medir los recursos que creciente y
oportunamente generaba la industria del muko y la chicha. La metodología era simple y
cómoda: anualmente se hacían listas de obras públicas, desde aquéllas de gran alcance
juiciosamente divididas en etapas, hasta las realizaciones menudas como reposición de
aceras, cordones, embellecimiento de plazuelas, arborizaciones, etc., luego se calculaba
el ingreso por impuestos diversos al maíz, al muko y a la chicha, y según el caso, se
disponía el destino de dichos recursos o se los incrementaba con el simple expediente de
incrementar algunos centavos a los diferentes rubros, usualmente al quintal de muko y a
la botella de chicha y todo quedaba resuelto.

En los años 30 y 40 del siglo pasado se fortificó el mercado del maíz y los precios de
este cereal se mostraron con tendencia alcista. Con este motivo, el método de
incrementos anuales a los impuestos siguió un rumbo cada vez más desmedido. De esta
forma, pese a la continúa ampliación en la demanda del licor, la escalada impositiva
comenzó a mermar las utilidades provocando airados reclamos del gremio de chicheras,
al extremo de que tales exageraciones impositivas incluso provocaron la alarma de la
administración de dichos ingresos. Un informe a este respecto sostenía:

Cochabamba pide y quiere que su pavimentación se halle conclusa en toda la


ciudad, que se calme de una vez la sed del pueblo, que sus obras públicas sean
una realidad en todo orden, que su Universidad tenga eco sagrado y siga el
ejemplo de la docta y bien mentada Charcas, que aumenten los colegios y
escuelas, que no exista el analfabetismo, que se proteja al huérfano, que los
desvalidos tengan hogar y después ya dar paso a los stadiums...No por construir
palacios y conservar un stadium se va a matar a la industria chichera, la única
a la que debe Cochabamba su progreso (El Imparcial, 29/05/1940, citado por
Rodríguez y Solares, obra citada).

La fortaleza de la economía del maíz y su potente mercado de consumo eran tan


solventes que pese a los continuos reclamos de que las exageraciones en materia
impositiva matarían a la "gallina de los huevos de oro", ésta no experimento síntoma
recesivo alguno pese a que las presiones fiscales no le daban respiro. De esta manera las
obras públicas continuaron haciéndose realidad en base a empréstitos que se
12

amortizaban con recursos que generaban los impuestos al maíz y sus derivados. A lo
largo de los años 40, problemas como la cuestión del agua potable, la amortización de la
deuda pública adquirida para las obras de pavimentación, la construcción del estadio
departamental etc. se resolvían bajo el criterio de la metodología anteriormente citada.
Estos impuestos se convirtieron en una cantera inagotable de recursos saneados y
abundantes. La gran proporción de los mismos se invirtieron en obras públicas o en la
amortización de empréstitos. Una relación muy incompleta de las inversiones realizadas
con dichos recursos desde 1910 a 1950, expresaba lo siguiente:

* Amortización del Empréstito Erlanguer para la ejecución de las obras del Ferrocarril
del valle y la red de tranvías urbanos de Cochabamba.
* Ampliación periódica de pabellones en el Hospital Viedma.
* Amortización del empréstito para obras de alcantarillado en la ciudad de
Cochabamba.
* Amortización del empréstito para la instalación de la red de agua potable.
* Construcción del mercado central de la calle 25 de Mayo y mercados seccionales.
* Obras de desagües pluviales.
* Varios empréstitos para la pavimentación de la ciudad de Cochabamba.
* Obras de canalización del río Rocha y amortización de empréstitos para este fin.
* Estudio y captación de aguas potables para la ciudad de Cochabamba.
* Construcción de varias escuelas y colegios.
* Arborización y embellecimiento de varias plazas y paseos de la ciudad.
* Adquisición de terrenos y ejecución de obras en la Universidad Mayor de San Simón.
* Modernización y renovación de los sistemas de provisión de energía eléctrica en la
ciudad de Cochabamba.
* Diversas obras viales en provincias, incluyendo la apertura de la Av. Blanco
Galindo, el pago de expropiaciones y otros.
* Apoyo a la creación de carreras técnicas y a la Facultad de Agronomía de la UMSS.
* Arborización de los predios de San Simón y la Coronilla.
* Amortización de los empréstitos para la ejecución de la represa de La Angostura.
* Construcción de edificios públicos: Edificio Municipal, Casa de la Cultura, etc.
*Construcción de puentes sobre el río Rocha, etc. (Rodríguez y Solares, obra citada).

La naturaleza de la base económica que sustentaba este desarrollo, nos permite


establecer que los imaginarios de modernidad que programaban estas realizaciones,
hacían reposar su factibilidad en un andamiaje económico no capitalista, y que el
concepto de renovación urbana adoptado perseguía en lo esencial la implementación de
una nueva imagen, un nuevo vestuario urbano que pudiera esconder mejor la realidad de
una vieja sociedad señorial que con terquedad se negaba a reconocer que su tiempo
histórico había llegado finalmente a una etapa terminal. En realidad, la cuestión nodal
radicaba en la manera cómo la ciudad lograba beneficiarse de los excedentes agrícolas y
artesanales generados por piqueros y fabricantes de chicha, que eran quienes soportaban
con éxito este pesado andamiaje. No cabe duda, que el desarrollo urbano que asumía
Cochabamba seguía las pautas de modelos similares que en forma amplia definieron lo
que más adelante se vino a denominar la "urbanización dependiente", es decir, la
versión de estructuras urbanas modernizantes en países capitalistas atrasados.

Las teorías urbanas en boga en los años 50 del siglo pasado no dejaban de resaltar la
tendencia a la modernización de la economía y la sociedad que acompañaba las
crecientes transformaciones urbanas en el ámbito latinoamericano, donde se evidenciaba
12

que la articulación de las economías nacionales al capitalismo mundial había provocado


profundas recomposiciones en las estructuras políticas, sociales y culturales, originando
fenómenos nuevos como las migraciones campo-ciudad y el acelerado crecimiento de
ciudades que se transformaban en grandes urbes, pero que al mismo tiempo pasaban a
contener situaciones concentradas de miseria, tugurización y contaminación ambiental,
es decir, fenómenos inéditos hasta ese momento. Con escasas diferencias de matiz,
diversos autores coincidían en afirmar que la urbanización estaba fuertemente
estimulada por la presencia previa de un paisaje industrial que albergaba a varios miles
de obreros laboriosos y la constitución de un mercado interno suficientemente amplio y
estable, donde el grueso de sus participantes eran campesinos que se adhirieron a la
economía de mercado, lo que provocó la desintegración de las formas de subsistencia
campesinas no capitalistas56.

Exceptuando la cuestión básica del desarrollo industrial, el proceso que dio lugar al
fenómeno de la urbanización en Cochabamba no es totalmente atípico: la chicha al
introducirse en una economía de mercado amplió la acción de dicha economía sobre la
similar campesina, pero si no hay industria y una oferta asequible de bienes
manufacturados ¿que sentido tendría para el campesinado acumular papel moneda? En
realidad, la cuestión no era tan simple: el mercado de la chicha operó como un puente
que permitió el acceso a las mercancías manufacturadas de ultramar vía el comercio
importador en términos relativamente asequibles para los estratos mestizos,
desempeñando aquí un rol importante la pulpería que expendía chicha pero además
algunas manufacturas de bajo costo (refrescos envasados, cigarrillos, conservas etc.) y
la tienda "popular" del emigrante árabe que se integraba bien con la idiosincrasia del
comerciante valluno permitiendo todo ello la oportunidad, todavía tenue, del siempre
deseado ascenso social, obviamente difícil y restringido en una sociedad que no
abandonó su esencia racista. Estos y otros factores de índole cultural, político, social y
sobre todo ideológico, permitieron ciertas conciliaciones y ciertas libertades como la
coexistencia pacífica de feria y ciudad, sobre todo en la medida en que la feria dejó
paulatinamente su aire campesino y artesanal e incorporó comerciantes de manufacturas
nacionales e importadas, situación que luego se torno en una suerte de dependencia
entre el gran comercio importador y una cada vez más amplia clientela mestiza.

La dinámica de esa articulación giraba en torno al consumo de chicha, el irresistible y


dorado licor que enriquecía a licitadores del impuesto, a renombradas chicheras y hacía
circular el capital-dinero en proporciones voluminosas, de tal suerte que insuflaba vida
al conjunto de la economía y estimulaba la penetración de los valores del mercado por
todos los poros y resquicios de la sociedad hacendal. Dicho de otro modo, la chicha
convertida en mercancía proporcionaba circulante a la masa de pequeños agricultores y
artesanos que luego lo intercambiaban con mercancías industriales -paños, alimentos
embasados, jabones, cigarrillos, bicicletas, artículos eléctricos, etc.- que se importaban
desde lejanos centros de producción.

Esta dinámica daba margen a que el Estado oligárquico a través de sus elites locales,
expropiara parte del excedente económico bajo la forma indirecta de gravámenes
impositivos con destino a obras públicas que hacían posible el desarrollo urbano de las

56
Ver a este respecto: Sica, 1981 y Segre, 1987. Para el caso concreto del proceso urbano
latinoamericano, son valiosas las compilaciones de Hauser, 1962; Beyer, 1970 y Hardoy y Tovar, 1969;
además, Castells, 1973 y Harris, 1975.
13

zonas residenciales de las clases medias y altas, cuyos inmuebles se valorizaban


continuamente generando rentas nada despreciables, además de satisfacer sus deseos de
materializar un mundo moderno en la inmediata vecindad que les rodeaba.

Por tanto, el comercio de la chicha era algo más que una simple operación de
intercambio y consumo, pues si bien a través de su viabilidad también se hacía viable el
desarrollo urbano, al mismo tiempo para las clases subalternas se habría la posibilidad
de una apertura democrática a un mundo de amplias oportunidades, es decir, de acceso
más franco a la acumulación de capital-dinero, a la compra de tierras y casas incluso en
el interior de la ciudad. En suma, se habría la posibilidad de que los descendientes de los
antiguos indios forasteros disfrazados de mestizos se convirtieran en ciudadanos plenos
y pasaran a engrosar las filas de las combativas clases medias mestizas que años más
tarde escalarían a las cumbres del poder regional en medio del torbellino de la
"revolución agraria" de 1953 y el definitivo derrumbe de la sociedad oligárquica.

La ausencia de una mínima articulación entre desarrollo industrial y urgencias de


progreso era evidente e inevitable, en medio de una sociedad archiconservadora que
entendía el progreso como un piadoso manto de luces y destellos, útil para esconder la
supervivencia en pleno siglo XX, de relaciones de producción semifeudales y
estructuras sociales y culturales profundamente impregnadas del antiguo mundo
colonial hispano, pero que resultaban absolutamente necesarias para conservar los
privilegios del poder, el mando y el prestigio. En esta perspectiva resultaba remota la
posibilidad de convertir las viejas haciendas en empresas agrícolas capitalistas, no solo
porque ello suponía grandes inversiones en tecnología, sino además por que se hacía
necesario eliminar las relaciones servidumbrales y convertir a los colonos y pongos en
obreros rurales asalariados, idea desde el punto de vista de los patrones, absolutamente
inaceptable e incluso subversiva57.

Sin embargo materializar, aunque fuera en parte, los ideales del progreso significaba
dirigir una fracción de los excedentes económicos, en este caso agrícolas a falta de
industriales, al financiamiento de las obras públicas proyectadas lo que obviamente no
implicaba ni remotamente echar mano a alguna una porción de los excedentes de las
clases rectoras, aunque estas se proclamaban formalmente las abanderadas de la
modernidad. La solución a este problema encontró un cauce apropiado a través de la
apropiación de los excedentes generados por la industria de la chicha a través del
Estado, apelando al tradicional método impositivo que ya practicara bajo diversas
modalidades el régimen colonial. De esta manera, las denominadas "clases bajas", es
decir las fuerzas oscuras que promovían el atraso, impulsaron el desarrollo y
permitieron que se materializaran las condiciones generales para la acumulación
capitalista inmobiliaria a través, como ya se mencionó, de una intensa y continuada
valorización del suelo urbano apropiado para usos comerciales y residenciales de alto
confort. Todo ello gracias a que los abundantes recursos generados por la chicha que
proveyeron los medios para costear las obras de infraestructura, los edificios públicos y
los grandes equipamientos permitieron la valorización del suelo urbano en niveles
superiores a la tierra agrícola, trastrocando así el antiguo equilibrio que frenaba el
crecimiento urbano.
57
En los años 40 del siglo XX, Cochabamba experimentó un desarrollo industrial de modestas
proporciones que no avanzó más allá de las ramas de "industrias tradicionales" con tecnología atrasada y
gran dependencia de insumos y materias primas importadas, es decir, un proceso no comparable con el
"despegue industrial" de otros países. Ver Solares, 1990.
13

Estas circunstancias favorecieron la consolidación de un "centro comercial", es decir, de


un espacio urbano central apropiado para el desarrollo de un mercado de capitales y
para la expansión del capital mercantil e inmobiliario. En todo este proceso el cerrado
mundo agrario de la gran hacienda era ajeno a la producción de la riqueza que hacía
posible que la modernidad comenzara a adquirir una fisonomía material, pero ello no
impedía que la clase patronal estuviera presta a comandar los debates sobre "los nuevos
adelantos" que debían agregarse a la ciudad y promover jugosos negocios inmobiliarios,
incluyendo el fraccionamiento de la campiña para consolidar los nuevos barrios
residenciales y la remodelación de los viejos caserones del centro que se
"refuncionalizaban" como casas comerciales y "departamentos".

En fin, este era el trasfondo estructural en el que se ejecutaron las obras de desarrollo
urbano en la primera mitad del siglo XX. La materialización de la nueva fisonomía
urbana, sin embargo, no solo se limitó a una renovación paulatina de su imagen física,
sino a una recomposición de la propia sociedad. El auge de la economía de la chicha
puso en evidencia la tragicomedia del agotamiento del "ancien regime", haciendo que la
"ciudad civilizada" se sustente sobre la "incivilizada" chicha. Comenzaron a tomar
forma nuevos actores sociales y nuevos valores culturales sobre los que se forjarán los
fundamentos de la actual sociedad cochabambina. También bajo este contexto, como
pasaremos a analizar, se ensayan los vuelos urbanísticos que dieron forma a las ideas
más audaces de desarrollo urbano que gracias a la inagotable cantera de recursos que
proveía la economía de la chicha, dejaron de considerarse utopías y adquirieron el rango
de propuesta de planificación de la ciudad moderna.

La discusión sobre la cuestión urbana en los a los años 40 del siglo pasado y la
concepción que se tenía sobre lo urbano, evolucionó desde la antigua visión de hechos y
temas aislados, hacia una suerte de concepción integral sobre la problemática que
encerraba la ciudad y el convencimiento de que la forma espontánea de su crecimiento y
dinámica interna deberían ser sustituidos por la adopción de modelos y formas
preestablecidas de desarrollo planificado. Existía la conciencia de que lo urbano
conjugaba variables económicas, sociales e incluso ideológicas y culturales. El discurso
sobre la ciudad dejo de tener el tono utópico, idealista y segmentado de otros tiempos,
para convertirse incluso en un discurso político y de denuncia social en torno a la
notoria desigualdad de las oportunidades de acceso de la población a los diferentes
beneficios del desarrollo urbano, centrándose en temas como la penuria de la vivienda,
el agua potable, las condiciones sanitarias, la mortalidad infantil, la contaminación
ambiental, donde una y otra vez se demostró que todos estos problemas de raíz social,
no se constituían en problemas de la comunidad en pleno, sino esencialmente de los
estratos de bajos recursos. Por ello, no resultó extraño que las denuncias sobre los
cuadros de la creciente pobreza y la miseria urbana comenzaran a ser más frecuentes en
la consideración de los problemas de la ciudad.

La ciudad no solo comenzó a modificar su imagen y el ritmo de su crecimiento


alterando los seculares límites que definían su perímetro urbano, sino fue reemplazando
su estructura física homogénea y compacta, por otra marcadamente heterogénea: al lado
de las urbanizaciones modernas de la zona Norte, con los innovadores chalets o "casas
con jardín" introducidos por las modas arquitectónicas de gusto anglosajón de los años
30 y 40, que pasaron a reemplazar el fatigante modelo colonial; se produjo la
13

transformación más o menos brusca de la fisonomía urbana tradicional, prácticamente


violada por la novedad de los letreros luminosos y el despliegue de propaganda
comercial que caracterizó el paso irreversible de la sociedad rural aldeana a la sociedad
de consumo, proveyendo al "comercio central" un carácter marcadamente jerárquico e
ideológico como "corazón de la urbe" en formación impregnado de urgencias
modernistas. Bajo este impulso, simultáneamente se fue materializando la versión
valluna de "ciudad-jardín" y de "centro moderno" aunque fuera remodelando
despiadadamente las viejas casonas para que fragmentos de ellas recibieran "disfraces"
y emplastos de "arquitectura moderna" en el afán de proveer un marco más decoroso a
las modernas tiendas, y sobre todo, a la renovada necesidad de las elites de "respirar
aires modernos" que les hicieran olvidar la permanencia a muy poca distancia, incluso
en los patios traseros de las casas con "fachada moderna y comercial", de miserables
tugurios e increíbles hacinamientos, de callejuelas coloniales que desafiaban la imagen
de ortogonalidad y amplitud de las calles remodeladas, de las obsoletas pilas publicas y
los basurales céntricos que causaban el bochorno de los modernistas, además de las
infaltables chicherías que siempre encontraban la manera de "deslizarse" hacia este
espacio exclusivo para alarma y escándalo de pro hombres de respeto que en la
intimidad podían gustar de "la buena", pero nunca de la cercanía de estos
establecimiento que "herían" su fina sensibilidad modernizante.

Como se mencionó, la cuestión de como "planificar" la ciudad fue una preocupación


muy anterior a la presencia formal de los urbanistas académicos. Su incidencia se
remonta a la segunda mitad del siglo XIX cuando las ordenanzas municipales
comenzaron a expresar un mayor énfasis en el cuidado de la fisonomía de la ciudad,
ocupándose de cuestiones como la racionalización de las edificaciones, el ancho de las
vías públicas y la armonía de este conjunto. La visión que guiaba a estos pioneros del
urbanismo en Cochabamba, esforzados munícipes dotados de extraordinario sentido
común y gran capacidad de autoformación, no pasaba por una comprensión integral de
la dinámica campo-ciudad o una visión de lo urbano como resultado de la concurrencia
de innumerables factores. Su lógica era más lineal y pragmática: la ciudad reclamaba
por muchos problemas y a cada uno de ellos, más o menos aisladamente, le debía
corresponder algún tipo de respuesta o solución. Así, el ensanche de calles, su
rectificación o la apertura de nuevas vías no respondía necesariamente a la
materialización de algún tipo de "modelo" o "plan", sino eran respuestas "sobre la
marcha" a los problemas urbanos tratados como una suma de asunto puntuales y
específicos, aun cuando el tratamiento de cuestiones más complejas como la demanda
de agua potable, el saneamiento, el problema del río Rocha, etc., les obligara a
reflexionar en términos del conjunto urbano.

El cambió fundamental que impulsó la transformación de la aldea en ciudad fue la


valorización del suelo para usos urbanos, desplazando al tradicional valor agrícola,
como hecho predominante. Un fenómeno desapercibido pero central fue la perdida de
valor de la campiña, fenómeno que comenzó a manifestarse tal vez desde la crisis del
maíz de los años 20 del siglo pasado, pero con mayor nitidez desde mediados los años
30, acompañada paralelamente de su revalorización como tierra apta para "urbanizar".
Es indudable que la ejecución de proyectos de desarrollo urbano como la electrificación,
la organización del transporte público mediante los tranvías, el Ferrocarril del Valle, la
instalación de las redes de agua potable y alcantarillado, los teléfonos, la pavimentación,
etc., que se producen desde los primeros años del siglo XX, además de factores
relacionados con la naturaleza desigual de este desarrollo, como la penuria habitacional
13

y la fiebre especulativa con relación a los alquileres y otros mecanismos de producción


de renta inmobiliaria58, además de las "valorizaciones abstractas" que trazan los
visionarios de la ciudad moderna; permiten identificar en el espacio urbano real y
potencial atributos de contenido económico para las diferentes zonas de la ciudad,
terminando por configurar así un conjunto de causas que concurren a un solo efecto, es
decir, la citada valorización del suelo para el consumo urbano, a desmedro de que en ese
momento se produjera el auge del maíz para el consumo local determinando que la
tierra agrícola con riego se convirtiera en un medio de producción muy cotizado.

Uno de los factores que ejercieron mayor influencia en el proceso de valorización de la


tierra, al margen de las dotaciones de infraestructura básica y transporte, fue el
afianzamiento y fortalecimiento de un mercado inmobiliario de rasgos especulativos que
aprovechó adecuadamente la creciente presión demográfica que comenzó a
experimentar la ciudad a partir de la posguerra del Chaco. La respuesta a la penuria de
habitación estimuló la inversión en vivienda y permitió a una masa de pequeños y
medianos inversores dedicarse a la captación, vía alquileres preferentemente, de
diferentes porciones de renta inmobiliaria, hecho que a su vez dinamizó la economía y
provocó la valorización de la tierra, ya no como medio de producción, sino como medio
de captación y reproducción de capital mercantil a través de la vivienda destinada al
arriendo. Aun cuando la captación de plus valor por este medio fuere lenta, no dejaba de
ser una opción interesante y practicable en un medio donde otras opciones, tanto para
las clases medias urbanas como para los terratenientes eran poco plausibles. Con
referencia a estos últimos, se puede decir que pasado el auge provocado por las ventas
de granos a la Intendencia del Ejercito durante la guerra del Chaco, se sumieron una vez
más en la crónica crisis de mercados y pasaron a practicar estrategias de diversificación
económica, una de las cuales, tal vez la más efectiva, fue el "negocio de casas y tierras
para urbanizar". Por tanto, la producción de vivienda y la inmisericorde remodelación
de las venerables casonas se convirtió en una interesante opción para la captación de
renta, ya fuera a través de la oferta de arriendo o la oferta de tierras de cultivo
"urbanizables".

El censo municipal de 1945 revelaba que finalmente la ciudad había alcanzado una
población de 71.492 habitantes, hecho que no solo significaba, como ya se sugirió, un
incremento que triplicó y casi cuadruplicó la población de 1886 y 1900, sino que
expresó la definitiva ruptura con el lento proceso demográfico que caracterizó a la
ciudad prácticamente desde el siglo XVI. En correspondencia con este hecho, la ciudad
también había modificado profundamente su estructura original: había dejado de
expresar la realidad del tejido urbano homogéneo y continuo que caracterizó a la aldea.
Ahora presentaba un área de fuerte consolidación que contenía las cuatro zonas
tradicionales o "casco viejo" como se pasó a denominar, con 54.432 habitantes (76,14 %
del total) y 9.603 familias que ocupaban 225 manzanas (62,5% del total) y 3.732
viviendas (66,16 % del total); y una serie de áreas dispersas bajo la modalidad de
pequeñas aglomeraciones todavía fuertemente vinculadas con su entorno rural de
huertos y maizales, es decir, pequeños islotes de densidad urbana como: La Chimba,
Hipódromo, Sarco, Mayorazgo, Cala Cala, Queru Queru, Tupuraya, Muyurina, las
Cuadras, Alalay, Jaihuayco y la Maica, de los cuales, Muyurina, Cala Cala y Queru

58
En torno al tema de la crisis habitacional, la especulación inmobiliaria y la situación de la vivienda,
consultar a Solares, 1990.
13

Queru eran los núcleos más importantes al haber consolidado en conjunto unas dos
docenas de manzanas y unos centenares de casas. En suma, se trataba de una estructura
cuyos elementos constitutivos estaban fuertemente dispersos y dispuestos en torno a un
núcleo dominante. Dicho núcleo central era el más denso y presentaba un promedio de
ocupación de por lo menos dos familias por vivienda e incluso tres, es decir que la
vivienda unifamiliar en este centro, ya en 1945, era prácticamente inexistente. En suma,
el "casco viejo" presentaba índices de densidad elevados, de tal suerte que las
tendencias al hacinamiento y la tugurización eran evidentes particularmente en las zonas
populares del Sur, que como el resto de la periferia eran las menos atendidas por
servicios urbanos (Ver Plano 16).

En efecto, la antigua casona señorial fue casi masivamente transformada y caóticamente


"popularizada". Por ejemplo, la aparición de "cuartos a la calle" significó que los
venerables salones de otrora fueran tabicados y que agradables ventanas y enrejados de
gusto neoclásico y colonial fueran sustituidos por vanos de ángulos rectos y cubiertos
con cortinas metálicas enrolladas de pésimo aspecto. Sin embargo estas "tiendas" fueron
muy codiciadas por comerciantes sirios, semitas y vallunos. En el primer patio se
realizaron divisiones arbitrarias para organizar "departamentos" de 2 y 3 habitaciones
en planta baja y alta, donde habitaban en franco hacinamiento familias de clase media.
Las habitaciones del segundo patio e incluso del tercero eran alquiladas sueltas o por
"departamentos" menos presuntuosos, a artesanos y gentes de clase media de escasos
recursos. Finalmente los canchones de la parte posterior de la propiedad se convirtieron
en una suerte de "letrina democrática". En general, el baño era un privilegio de las
familias del primer patio, e incluso algunos servicios como la energía eléctrica, el agua
potable y el alcantarillado. Es difícil imaginar cómo, sobre este escenario, muchas veces
se agregaban las chicherías, los pequeños talleres de zapateros remendones, sastres,
cerrajeros, etc. En suma, la casona se convirtió en el famoso "conventillo", pero aun así
se conservaba el sentido de segregación social y racial: en el primer patio habitaban las
"familias bien" de mestizos blancos, que por este hecho gozaban de las ventajas
relativas del desarrollo urbano, en cambio en los "patios de atrás" vivían las "familias
pobres" de mestizos indios, todavía sumergidos en las deficiencias de la vida colonial.
Finalmente sobre este abigarrado universo se cernía la omnipotente presencia del
"dueño de casa" siempre atento al calendario de sus cobranzas, aunque por norma,
ciego y sordo a las necesidades constructivas, sanitarias y funcionales de su indiscutido
reino.

También en otras zonas de la ciudad estaba presente el conventillo, pero en medio de


una presencia significativa de viviendas unifamiliares. Cala Cala mostraba una realidad
preponderante de casas-quinta y chalets al igual que Queru Queru. La relación en estos
barrios de una familia por vivienda, sugiere escaso inquilinato, pero si la tendencia a la
edificación de viviendas modernas y dependencias de servidumbre como correspondía a
los barrios de familias de ingresos altos, es decir, de grandes comerciantes,
terratenientes y no pocos casatenientes.

La Cochabamba de los años 40 presentaba en su estructura urbana, la combinación poco


elaborada del viejo casco urbano cada vez más denso y menos habitable y un
conglomerado aun difuso, heterogéneo y disperso de modestos caseríos y tímidos
asomos de "urbanizaciones para casas modernas" débilmente vinculado por avenidas,
que en muchos casos apenas eran precarios caminos vecinales. Todo este conjunto
estaba fuertemente penetrado por el paisaje rural, que pese a los afanes modernistas era
13

todavía una realidad dominante más allá del casco viejo. Los nuevos "barrios
residenciales" eran todavía una mezcla de casas-quinta y huertos que aun conservan
mucho de la antigua campiña con inserciones puntuales de atisbos de "ciudad-jardín",
es decir, viviendas tipo chalet con jardines frontales y fragmentos de calles arborizadas,
como expresión modesta de las tendencias modernizantes de la época.

En suma, los deseos de innovaciones espectaculares estaban muy lejos de esta realidad,
que se asemejaba más a un confuso período de transición cuyo acto más importante sin
duda, fue el caer de un telón que sin mayor aspaviento expresaba el final silencioso de
la aldea inmóvil y señorial. El mencionado periodo de transición que caracteriza a la
realidad urbana de inicios de la década de 1950 todavía conservaba muchos
componentes y recuerdos de la antigua aldea, pero ese predominio ya no era gravitante.
Los nuevos símbolos del urbanismo moderno con sus casas aisladas y rodeadas de
primorosos jardines, sus amplias avenidas, sus vías pavimentadas, su sentido de orden y
pulcritud, pese a ser apenas minúsculos segmentos y hasta casi escenas imaginarias y
surrealistas tenían la fuerza del porvenir y representaban el ideal de una sociedad que no
solo comenzaba a transformar su apariencia externa, sino su utillaje ideológico,
planteando su viabilidad más allá de las antiguas obsesiones coloniales. Lo sustancial,
pero al mismo tiempo irónico, era que la economía de la popular y tradicional chicha
hacía posible este despegue azaroso, vacilante pero irreversible de la modernidad
cochabambina.

En el marco del contexto trazado, los primeros atisbos de "planificar la ciudad" fueron
igualmente modestos. La primera referencia concreta, como ya se mencionó, data del
siglo anterior. Concretamente de una ordenanza del Concejo Municipal de 1889 que
expresaba su preocupación por el porvenir de la ciudad y priorizaba la urgencia de
"evitar, especialmente en la campiña, a donde tiende a extenderse la ciudad, que se
continúen construyendo edificios, paredes y cercas, en las mismas condiciones actuales
de estrechez e irregularidad", en consecuencia se definía la necesidad de aplicar normas
para lograr "la conveniente alineación de los márgenes de los caminos y las calles",
disponiéndose que toda construcción nueva o reconstrucción con frente a la vía pública,
solo podía iniciarse "previa licencia y verificación de la alineación del nuevo predio"
disponiéndose que el ancho de las calles sea de 8,00 metros.(Soruco, vol.1, 1899). La
cuestión del trazado y el perfil de las calles fue el antecedente primario que estimuló el
pensamiento urbano desde el siglo anterior. Veamos lo que se decía al respecto en un
singular editorial de prensa varios años antes de que estas preocupaciones tomaran una
forma institucional:

¿Cual fue el ingeniero español que sobre tan extenso llano trazó sus calles bajo
una escala tan estrecha(...) Lo de tal estrechez se deduce que la ciencia
española de entonces era estrecha, pues no sabía lo que importa para la
salubridad pública la amplia circulación del aire y la luz, la belleza y
comodidad que presta a una ciudad la anchura de sus calles. Si en lugar de las
9 y 1/3 de varas castellanas que miden de ancho nuestras calles, se les hubiere
dado los 20 metros que hoy se consideran necesarios, tendríamos en la
actualidad veredas de 4 metros de ancho orilladas de árboles gigantes, y una
calle al medio de 12 metros ancho para el libre tránsito de los carruajes y
caballos. Desgraciadamente el mal está hecho y es casi irremediable .Nuestras
calles son angostas, más angostas que las de otras ciudades de América, que a
lo menos miden 12 varas de ancho, razón por la cual con el incremento que
13

cada día adquiere el uso de los carruajes, entre nosotros, y el tráfico de los
caballos siempre abundantes en países agrícolas, pronto nuestras calles se
harán intransitables(...) Sin exigir que nuestro Ayuntamiento rompa como
Napoleón III la ciudad en todas direcciones y demuela barrios enteros para
abrir bulevares, nos permitimos indicarle la necesidad de formarlos en las
principales salidas de la ciudad y abrieren en el centro algunas plazuelas (El
Heraldo, 13/09/1877).

Problemas de salubridad, funcionales y estéticos se ponían en evidencia en estas


primeras reflexiones sobre los problemas urbanos y la ciudad deseable. En 1895, se
dispuso que los propietarios de inmuebles sobre la Plaza Colón y la Plaza del Regocijo
de Cala Cala presentaran "planos de fachadas del edificio levantado conforme a reglas
de arquitectura, para su correspondiente aprobación" En estas iniciativas tempranas de
ordenar la edificación de la ciudad se destacaba la visión extraordinaria de Ramón
Rivero, Presidente del Concejo Municipal de Cochabamba. En1896 una Ordenanza de
su inspiración ya definía una estrategia viable de renovación urbana: "El ideal es
enderezar todas las calles, pero en la imposibilidad de rectificarlas por completo, se
debe aspirar a hacerlo lo más que sea posible", las calles sujetas a regularización,
"formando cuadras, deberían ser ensanchada al ancho reglamentario, -de 8,50 metros-,
no de una vez, sino poco a poco, conforme se operen construcciones en ellas".

Diversas iniciativas similares fueron conformando y aportando a la formación de una


conciencia ciudadana en torno, no solo a problemas urbanos aislados, sino a una visión
más integral de como racionalizar la configuración de la ciudad y orientar su desarrollo
dentro de un sentido más preestablecido que espontáneo. Estos planteos tomaron un
cauce más operativo e integral en la primera década de 1900. En 1909, una disposición
suscrita por el propio Ramón Rivero en su calidad de Munícipe de la Comisión de
Obras Públicas, contenía, lo que en propiedad se podría considerar el germen de los
planteamientos de la planificación urbana en la región. En efecto, en el citado
documento se planteaba por primera vez, la conveniencia de "adopción del plan modelo
o Plano Regulador, al que deben adaptarse y subordinarse las construcciones futuras y
las nuevas calles que han de abrirse y prolongarse", y se instruía al "ingeniero
municipal" la elaboración de un plano de la ciudad que sirviera de base al desarrollo de
esta concepción. Así, además de un extenso y detallado listado de calles que debían
ensancharse y prolongarse, se avanzaba hacia una clasificación de vías, emergiendo
criterios de jerarquías concretas: avenidas de primer orden con un perfil de 30,00
metros, avenidas de segundo orden con un perfil de 20,00 metros y de tercer orden de
15,00 metros, "siempre que no se puedan corregir y ensanchar, en tanto las calles
nuevas pasan a tener un perfil de 12,50 metros, considerado normal" La propuesta
además incluía "la creación de un camino que circunvale la población",
introduciéndose la novedosa idea de una "Avenida de Circunvalación" y sobre cuyo
trazo se proporcionaba una descripción detallada. Sin duda, lo más importante de la
propuesta de Ramón Rivero era la idea de crear una "Avenida Central destinada a ligar
la Alameda con la Avenida Aroma, a lo largo de la actual calle San Martín, que para el
efecto se ensanchará en su lado occidental. Esta vía que en lo futuro sería el Bulevar
Central de Cochabamba', tendrá un ancho de 30,00 metros, teniendo su extremo Norte
en la Plaza Colón" (El Ferrocarril, 22/11/1909) -Ver Plano 8-.

Transformar la aldea en ciudad, fue el punto de vista de las personalidades que


comenzaron a reflexionar seriamente sobre este tema, proporcionando a las aspiraciones
13

de modernidad un referente concreto, o sea una imagen urbana que fuera el resultado de
un "modelo" o "plan" de la ciudad moderna, que superara la vieja práctica municipal de
rectificación, ensanche y apertura de calles, sin un criterio de visión urbana integral. La
propuesta de 1909 tuvo la virtud de delinear una imagen de modernidad que no solo
aspiraba a "remodelar la aldea", sino construir sobre sus escombros una nueva ciudad,
de amplias avenidas, calles arborizadas y hasta un realmente visionario bulevar parisino
que suponía un cambio radical de la antigua estructura física colonial. Pero algo todavía
más significativo, fue que por primera vez se decidió la elaboración de un plano de la
ciudad, que dejara de ser demostrativo de su crecimiento espontáneo, para pasar a ser
"demostrativo" de proyecciones y aspiraciones muy específicas de desarrollo urbano.
De esta forma, se instruyó al Ingeniero Municipal "que faccionara el plano de la ciudad
en escala 1: 5.000 que serviría de base para la adopción de un Plan Modelo o Plano
Regulador, al que deben adaptarse o subordinarse las construcciones futuras y las
nuevas calles que han de abrirse o prolongarse" (El Ferrocarril nº cit.).

Estos primeros planteos fácilmente podrían haber pasado al olvido bajo las condiciones
imperantes en el siglo XIX e inicios del XX, de no mediar las nuevas circunstancias en
que surgen las primeras propuestas de desarrollo urbano que planteaban la necesidad de
racionalizar los criterios tradicionales de uso del suelo y proceder a la ampliación de la
ciudad hacia nuevas zonas suburbanas, todo ello, para hacer frente a la creciente
demanda de vivienda que la modesta capacidad de alojamiento existente no podía
resolver. De esta manera, los planteos de Ramón Rivero fueron una respuesta a las
tendencias, hasta ese momento peligrosamente espontáneas, de ampliar la urbanización
a tierras colindantes con el perímetro del casco viejo, que en realidad era el limite
urbano oficialmente reconocido. Por tanto la idea de un "Plan Modelo” obedecía a la
necesidad de encausar esas tendencias de expansión en forma ordenada, haciéndose eco
de la preocupación modernista respecto la amenazante alternativa de una ampliación
indefinida de la aldea colonial. Por ello, una década más tarde, el propio Ramón Rivero,
en su calidad de Presidente del H. Concejo Municipal, volvió a plantear la cuestión del
"Plano Regulador". No cabe duda que sus ideas a este respecto eran realmente de
avanzada, si se considera que fueron emitidas en un medio donde todavía el espíritu
conservador del siglo XIX y los prejuicios señoriales eran fuertemente dominantes e
influyentes. Rivero señalaba en un informe oficial:
No es posible concebir una comunidad, ni aun una simple asociación de
personas, sin suponer que tengan un plan dentro del cual se desenvuelve su
acción progresiva y su marcha normal hacia los objetivos que no se obtienen de
una sola vez, ni en poco tiempo, sino que demandaron esfuerzos y tiempo largo
para su realización(...) Esto es lo que hemos buscado, sino para hoy, para
mañana, con la formación del plano regulador que consulta el desenvolvimiento
de la ciudad dentro de sus condiciones peculiares de topografía, clima y
situación(...) -este plano- Levantado en 1909 ha sido completado en el año
actual (1919), siendo de desear que sus indicaciones se cumplan poco a poco, a
medida de las construcciones o reconstrucciones que se presenten.

En concreto la propuesta de Rivero se dirigía a dar forma técnica viable a ideas sobre la
ciudad deseable por las elites vallunas, y que fueron tomando cuerpo bajo el embate de
los desafíos del mundo moderno. Indudablemente la llegada del ferrocarril impulsó tales
afanes y pronto el antiguo territorio aldeano sirvió de escenario e inspiración para
inéditas audacias urbanísticas, sin embargo, el tono sobrio y objetivo de la propuesta
que comentamos tenía la virtud de introducir un sentido de consistencia al discurso
13

sobre la nueva ciudad, al enunciar una propuesta concreta y clara:

Prácticamente los ejes de la ciudad de Cochabamba son: Avenida Ballivián,


calle España, Plaza 14 de Septiembre, calle Esteban Arze de Norte a Sur, calle
Santivañez, Plaza 14 de Septiembre, calle Sucre, de Este a Oeste. El primer eje
divide la ciudad en secciones Oriental y Occidental; el segundo la parte en dos,
la del Norte y la del Sur (...) En cuanto a plazas, el plano regulador las consulta
y localiza en lugares adecuados tratando de multiplicarlas a fin de corregir con
su implementación, el gran defecto de la estrechez de nuestras calles. Algunas
de ellas ya han sido dibujadas sobre el terreno, como la de Queru Queru que
con el nombre de Plaza de La Paz, se inauguró en noviembre de 1918,
celebrando la conclusión de la guerra europea, y la de Muyurina que se ha
trazado a la salida de la carretera a Sacaba, en la que se erigirá la fuente
regalada por la familia Torrez, y que no es otra que la del Convento de la
Recoleta ("Resumen de la Memoria del Presidente del H. Concejo Municipal de
Cochabamba", El Heraldo, 22/01/1919).

Si bien en esta propuesta final no se mantuvo la concepción de un "bulevar central", se


conservó la idea de la apertura de avenidas, como la de Circunvalación que delimitaría
el perímetro urbano en el extremo Sur, las avenidas ribereñas al rió Rocha, con perfil de
30,00 metros, que se unirían a la Avenida Aniceto Arce (también proyectada en esta
propuesta) y que se deseaba prolongar hasta la avenida ribereña de Circunvalación
Norte, en tanto que por el Sur se prolongaba hasta la zona de Alalay, uniéndola a la
antigua salida a Sacaba. Esta avenida atravesaba las Cuadras y Muyurina en un sector
próximo al cerro San Pedro y tenía un trazado más franco que la actual Rubén Darío,
por estar mucho menos comprometida con la serranía. Al igual que su contemporánea,
esta y las otras avenidas de circunvalación tenían la función urbana de cerrar el
perímetro urbano definido dentro de un anillo de avenidas que acortaran las distancias
de un punto a otro sin necesidad de penetrar en el casco viejo (Ver Plano 8). Otro
aspecto significativo de esta propuesta fue la incorporación de nuevas extensiones en el
Noroeste y Noreste de la ciudad, al nuevo perímetro urbano definido. De esta forma
quedó superado el antiguo límite físico de 142 manzanas existente desde mediados del
siglo XIX y se incorporaron alrededor de 100 nuevas manzanas que recién se
consolidarán muchas décadas más tarde.

Estas primeras iniciativas de impulsar el desarrollo urbano a través de modelos


preconcebidos que definieran la imagen y forma de la ciudad deseable formaron parte
de toda una corriente, prácticamente de alcance mundial, que desde la segunda mitad
del siglo XIX había sido estimulada por los requerimientos de la Revolución Industrial
que demandaba una nueva organización funcional de los espacios urbanos, definiendo
condiciones más apropiadas para el desarrollo de la industria manufacturera que las que
podrían brindar las viejas ciudades medioevales. De esta forma surgieron una serie de
tendencias cuya preocupación dominante fue identificar dicho desarrollo con un sentido
de racionalidad en relación a la proyección, crecimiento y construcción de la nueva
ciudad.

Esta temática en el seno de la administración municipal evolucionó desde nociones de


progreso francamente instintivas que culminaban en iniciativas dispersas, puntuales y
muchas veces contradictorias e irrelevantes; hacia la comprensión de que el problema
era complejo y requería una alta dosis de criterios técnicos. Así desde la segunda mitad
13

del siglo XIX, surge, como se mencionó con anterioridad, la figura del "ingeniero
municipal" al principio con un perfil de administrador de la estética urbana, pero luego
ampliando su accionar hacia tareas de alcance normativo para culminar con las primeras
iniciativas de planificación que propone Ramón Rivero. A partir de esta referencia, la
propia la cuestión técnica se fue ampliando y complejizando hasta constituir una entidad
especializada.

Los problemas sanitarios, la penuria del agua potable y la ausencia del alcantarillado,
que quedaron tipificados como los problemas que provocaban las crisis de salud pública
que continuamente se expresaba en la ciudad bajo la forma de epidemias e incluso
evoluciones endémicas como el tifus, fueron los antecedentes que definieron la
búsqueda de amplitud en las vías públicas, de valorización de los "pulmones de la
ciudad", de imaginar calles rectas, arborizadas, amplias y llenas de sol. Estas virtudes
pasaron a ser consideradas no solo como recursos terapéuticos sino como imágenes de
un desarrollo urbano que equivalía a la materialización de la filosofía de la modernidad.
Es indudable que estos ideales dieron forma a las propuestas de Rivero e impulsaron su
puesta en marcha. Sin duda, el desarrollo del transporte, la instalación de la energía
eléctrica, el agua potable domiciliaria por cañería, el alcantarillado, los teléfonos, etc.,
fueron innovaciones que tuvieron la fuerza de inspirar un tipo de desarrollo urbano
impregnado de racionalidad técnica

Estos ideales se vieron fortalecidos con la inauguración del ferrocarril en 1917 y las
posteriores obras de pavimentación que permitieron dar una forma más objetiva a estos
primeros planteamientos. A ello, todavía se sumaron nuevas demandas: la ejecución de
obras de infraestructura, particularmente la pavimentación de las calles centrales,
pusieron en el orden del día cuestiones como la definición final sobre el ancho de las
mismas, las rasantes, la alineación de las casas y las necesarias afectaciones a muchas
propiedades, al punto que el Plan Urbano de Ramón Rivero resulto insuficiente en poco
tiempo.

A lo anterior además, se sumaron problemas sociales y económicos inéditos: la penuria


de vivienda que se insinuó desde fines de la década de 1910 se agudizó bajo el impulso
de un incremento de población sin precedentes, es decir la confluencia sobre
Cochabamba, a partir de mediados de la década de 1930, de ex soldados y ex colonos,
comerciantes, profesionales y capas medias de otros centros urbanos, de áreas rurales y
del ejercito desmovilizado a la conclusión del conflicto con el Paraguay que confiaban
alcanzar un mejor porvenir en la ciudad, atraídos por las tradicionales bondades
climáticas, pero sobre todo por esa suerte de "intuición" que guía a las clases medias
hacia centros que consideran dinámicos y "de progreso". Pero también, de este
movimiento migratorio participaron mineros ricos y comerciantes acomodados de La
Paz y otras ciudades, que llegaban a Cochabamba con la idea fija de "comprar casa". A
ello se sumaban las migraciones de palestinos, judíos y de otras nacionalidades atraídas
por razones similares. De esta forma se agotaba la escasa capacidad de alojamiento que
tenía la ciudad surgiendo por primera vez la crisis de vivienda en forma franca y aguda.

Pero tal vez, el factor determinante para el estimulo del crecimiento urbano fue la
amenaza de devaluación de la moneda que provenía de la agotada economía nacional al
termino de la Guerra del Chaco y que puso en peligro las fortunas acumuladas por
terratenientes y comerciantes que realizaron grandes ventas al Ejercito durante el
conflicto, situación que provocó una intempestiva "corrida" hacia inversiones de
14

urgencia en bienes inmobiliarios en la ciudad y el Cercado. Se convirtió en obsesiva la


idea de convertir el papel moneda en títulos de propiedad inmobiliaria urbana.

Este conjunto de hechos sucintamente expuestos rápidamente tomaron la forma de


fuertes y continuas presiones para definir los lineamientos de una nueva frontera urbana,
un trazado de vías y unos criterios de uso del suelo que expresaran los intereses y el
porvenir de las inversiones en tierras y casas estimulándose el desarrollo de nuevas
propuestas de urbanización. Sin embargo, las primeras acciones urbanísticas no
rebasaron el esquema tradicional de regularizar y abrir calles siguiendo el rumbo
trazado por las existentes. Estas prácticas, a falta de nuevas profundizaciones y aportes a
la propuesta original de Ramón Rivero, se incrementaron considerablemente. Este fue el
caso de la zona Noreste, donde los propietarios de tierras comenzaron a practicar
fraccionamientos "a ojo de buen cubero" y reclamaron a la Alcaldía la apertura de
muchas calles que conectaran cada predio "urbanizado" con el paseo del Prado. En
tanto en otras zonas como Cala Cala y Queru Queru, cada propietario de tierras
comenzó a reflexionar seriamente sobre la forma cómo su antigua quinta podría
vincularse a un nuevo paseo o a una nueva avenida, en una suerte de proliferación súbita
de urbanistas espontáneos que demandaban al Municipio la apertura de un sin fin de
vías, cada cual pasando "sin afectar" tal o cual propiedad, y cuyo resultado arrastraría a
la ciudad a un verdadero pandemonio urbanístico59.

La urgencia de abrir calles, rectificarlas, convertirlas en avenidas, crear plazas que


sugieren y demandan multitud de propietarios a partir de 1935, dando rienda suelta a
todo tipo de vuelos urbanísticos ante la ausencia de propuestas municipales para definir
el trazado urbano de diversas zonas como Muyurina, Mosojllacta, la zona Noroeste,
además Queru Queru, Portales, el Rosal, Cala Cala, etc.; hicieron impostergable la
necesidad de reactualizar y enriquecer la propuesta de Ramón Rivero y sobre todo
adaptarla a las nuevas necesidades y requerimientos urbanos. De esta forma, en 1937 el
Cnl. Capriles, Prefecto del Departamento, invitó al Ing. Miguel Rodríguez para ocupar
el cargo de "Ingeniero Urbanista Municipal" con la misión concreta de elaborar "un
plan de urbanismo que rectifique el trazado de las actuales calles y avenidas y, al
mismo tiempo, señale nuevas líneas de nuevos barrios que deben erigirse", y no
continuar, "como hasta ahora, siguiendo la línea que más se acomode a los
propietarios".

A su vez, el Consejo Consultivo Municipal, conformado por ciudadanos notables y


presidido por Carlos La Torre también se ocupaba de la cuestión urbana. La Torre
resumía la problemática de orientar la evolución de la ciudad a partir del siguiente
interrogante: "¿Se moderniza la población actual ensanchando sus calles o se atiende a
la formación de nuevos barrios, extendiendo el radio urbano?" La dinámica que fue
adquiriendo el proceso urbano, su violento cambio de ritmo, de una casi imperceptible e
intranscendente evolución a un proceso que amenazaba con volverse ingobernable,
exigía una respuesta perentoria a esta cuestión central que envolvía no pocos intereses,
no siempre coincidentes de dueños de casa en el casco viejo que deseaban remodelar sus
casonas para maximizar su capacidad de renta, y hacendados y otros sectores que con la
misma urgencia y finalidad deseaban fraccionar sus tierras en la periferia de la ciudad.

59
La Ordenanza Municipal de 31 de agosto de 1939 fue la que incorporó la campiña y los pequeños
asentamientos humanos periféricos dispersos al radio urbano, y no las disposiciones de 1945, que solo
ampliaron estos límites.
14

Al respecto se afirmaba lo siguiente:

El fenómeno que actualmente se registra en la República, es una afluencia de


gente hacia las ciudades. Las singulares condiciones climáticas de
Cochabamba, hacen que la afluencia beneficie más a ésta, que a ningún otro
departamento, además, hay una natural tendencia a dar acomodo seguro a la
moneda abundante y depreciada, mediante la adquisición de bienes raíces
rústicos y urbanos. Se edifica febrilmente pero no se da abasto a esta fiebre,
porque el radio urbano es limitado y lo que es peor, se permite la construcción
extrarradio, sin que exista un plan de nueva urbanización (Gaceta Municipal de
Cochabamba, 1937).

De esta forma se sintetizaba la encrucijada en que se encontraba la ciudad en ese


momento, cuando tanto el trazado de la antigua aldea sufría cuestionamientos y
presiones de remodelación, en tanto simultáneamente, se reclamaba por definiciones
para ampliar el límite urbano incluyendo nuevas áreas amenazadas de una extensiva
urbanización espontánea. Lo cierto es que el pesado aparato de gestión urbana había
sido ampliamente rebasado por su escasa capacidad de respuestas técnicas para
responder con mínima solvencia las crecientes solicitudes de ampliaciones de calles,
definición de nuevas rasantes, de nuevas decisiones en materia normativa, etc. No
obstante, el propio La Torre con singular lucidez, esbozó una respuesta al dilema
planteado de nuevos barrios o mejoramiento del centro urbano, ante la inviabilidad
económica para atender ambas cuestiones en forma simultánea:
1. Hay que atender con carácter primordial la expansión de la población
ampliando el radio urbano o urbanizable en la medida de lo racional,
extendiendo la población actual.
2. La ciudad ya ha definido una disposición de sus zonas: Barrio Obrero o
fabril al Sur y residenciales al Este y Norte, comprendiendo a: Las Cuadras,
Muyurina, Mosojllacta y el Oeste de la Avenida Ballivián con el límite del río
Rocha. A la margen derecha del Rocha, esta zona podría extenderse hasta
donde fuera necesario, conservando el carácter genuino de 'campiña' y
abarcando las zonas de Tupuraya, Aranjuez, Recoleta, Queru Queru y Cala
Cala, pero dotándoles de una cierta regularización.
3. Tanto la barriada obrera como la residencial, deberán presentar el sello
típico que está obligada a mostrar Cochabamba: su condición de 'ciudad-
jardín', con avenidas y amplios jardines delante de las casas.
4. La ciudad actual como un nexo obligado entre ambas zonas de ensanche,
deberá abrir arterias de comunicación que permitan un tráfico rápido e intenso
(El País, 4/03/1937).

Los puntos anteriores sintetizaban todo lo que se discutía y planteaba en ese momento
en materia de urbanismo, incluso aquellas cuestiones que se seguirían debatiendo una
década más tarde. Los criterios de La Torre expresaban una política urbana acorde con
la coyuntura que vivía la ciudad y también el porvenir que se deseaba para ella. En
suma, estas eran las ideas que darían forma a los planteos posteriores, los mismos que
fueron madurando a lo largo de un extenso debate y muy lejos del mito de
excepcionales urbanistas, que fueron capaces de traducir en una sola propuesta las
aspiraciones de modernidad que demandaba la ciudadanía cochabambina.

Este es el contexto en que el mencionado Ing. Rodríguez desarrolló una primera


14

propuesta urbana para responder a la enorme expectativa existente intentando encausar


el crecimiento de la ciudad. Una síntesis apretada de dicha propuesta elaborada en tres
partes: antecedentes y situación urbana de Cochabamba en 1937, concepción global de
encauzamiento del desarrollo urbano y tratamiento específico de situaciones concretas,
contiene los siguientes criterios:

En cuanto al primer aspecto, se hacía una evaluación de la situación constructiva de la


ciudad y se concluía que una de las causas de la problemática urbana hacían referencia a
la pobreza de materiales de construcción empleados en la edificación de las deterioradas
casonas debido a la inexistencia de materiales apropiados en la región. También se
señalaba que las nuevas edificaciones dependían en exceso de materiales importados
que encarecían su costo. Esta apreciación era más una hipótesis, pues lo que en realidad
no se destacó, es que la supuesta pobreza de materiales se debía a la vigencia de las
antiguas técnicas coloniales e indígenas, es decir a la masiva practica de la arquitectura
de tierra en base al adobe y al escaso uso de otros materiales por la ausencia de difusión
de nuevas técnicas y el escaso o ningún desarrollo de la industria de la construcción.
Otro aspecto que se observaba, era el contraste entre el trazo regular del damero hispano
y el desordenado crecimiento de la periferia, donde: "las prolongaciones de estas calles,
se van desviando de la línea recta, para tomar la quebrada o sinuosa y estrechándose
hasta límites inconcebibles". En consecuencia se afirmaba que era de trascendental
importancia rectificar el trazado de las vías, definiendo su rumbo definitivo y su perfil
en función al probable volumen de tráfico y a los centros de atracción que se
interrelacionarían.

En la segunda parte de la propuesta, se destacaba la necesidad del levantamiento de un


"plano regulador", en realidad un plano de relevamiento físico o levantamiento
topográfico que contuviera todo lo existente edificado dentro de los límites urbanos,
además se aconsejable que "la unión de esas villas o núcleos de población (los
conglomerados dispersos de Muyurina, Cala Cala, Queru Queru, Jaihuayco, etc.) debía
hacerse por avenidas" a partir de un detallado estudio de la situación de cada núcleo en
cuanto a su rol e importancia futura. Rodríguez señalaba que definidos los centros de
atracción o gravedad:

el cálculo del tráfico nos permitiría determinar el mejor trazado y la


importancia real de las vías de primer orden, segundo orden, tercer orden (...)
Los núcleos adicionales han estado hasta ahora privados de toda directriz
edilicia y se han desarrollado en condiciones lamentables para su urbanización:
cada propietario ha edificado su casa donde ha podido o donde ha querido, y
las calles pese a la calidad edificada son detestables por el grandísimo
desorden y, hoy para corregir esos errores van a ser necesarios enormes
sacrificios.

Rodríguez consideraba en su propuesta que "las avenidas de primer orden" que debían
vincular "las poblaciones del Norte con los centros de atracción" eran: "la Avenida
Simón Bolívar, que existe de Cala Cala al Prado y una avenida nueva que deberá
trazarse y unirse al puente de la Recoleta, con el extremo de la Avenida Ballivián y la
Plaza Colón". En concreto sugería la apertura de dos avenidas diagonales: "la primera
entre la Plaza Colon y la Plaza 14 de Septiembre, y la segunda, de la Plaza 14 de
Septiembre hasta la terminal de la calle Junín frente a la Estación del Ferrocarril
Cochabamba-Oruro". Luego se ponía en relieve que "Con esta red de avenidas cuyo
14

punto de bifurcación va a ser la Plaza Colon, quedarán servidos los núcleos del Norte
para su comunicación rápida con los centros de atracción de primer orden" (Ver Plano
nº 17). En este planteamiento, se juzgaba un error pensar en el ensanche general de
todas las calles por sus costo prohibitivo, en lugar de ello, se proponía la apertura de dos
"avenidas diagonales". Al respecto, se argumentaba que así no se agravaría la crisis de
vivienda "pues, las diagonales cortarían la parte media de las manzanas sin tocar el
frontis de los edificios, resultando consiguientemente la expropiación más económica".

La tercera parte de la propuesta hacía referencia a aspectos más puntuales, como por
ejemplo la conveniencia de convertir la antigua calle Perú en una avenida, en el tramo
entre la calle Hamiraya y el posible enlace con la diagonal que debía unir la Plaza Colon
con la 14 de Septiembre. En cuanto a la zona Este y Sudeste de la ciudad, el Ing.
Rodríguez expresaba una opinión basada en un prejuicio muy extendido en esa época y
representativo del sentido segregativo que se deseaba imprimir al desarrollo urbano:

Los núcleos del Este de la ciudad en realidad tienen muy poca importancia y es
muy difícil que la adquieran en el futuro, de modo que estarían bien servidas,
prolongando una de las calles, Sucre o Bolívar, ensanchadas y bien alineadas.
Pero la parte Sudeste de la ciudad requiere muchísima atención de parte del
Gobierno comunal, pues por lo mismo de ser el barrio pobre y que ahora es un
verdadero campamento de gitanos, necesita la atención diligente de las
autoridades, la procura de un mayor bienestar, de una mejor organización y de
una mayor higiene física y moral de esos desgraciados hacinados en
habitaciones estrechas y sucias, sin tener más modelos que la degeneración y el
vicio (El País, 10/07/1937).

Con estos argumentos revestidos de buenas intenciones se negaba la necesidad de


ensanchar la calle San Martín para vincular esa populosa zona con el resto de la ciudad.
Así mismo se manifestaba la oposición al ensanche de la calle Ayacucho y a la apertura
de nuevas vías "por el puro gusto de abrirlas", dado el alto costo de estas operaciones y
su escasa utilidad. Finalmente se sugería la proyección a orillas del río Rocha de "dos
franjas de terreno de 30,00 metros de ancho para hacer una gran avenida-paseo a cada
lado del río, pero sobre todo en su orilla izquierda". Dichas avenidas debían extenderse
desde la Muyurina hasta el actual puente de Quillacollo, profusamente arborizadas. La
razón de las avenidas diagonales se inspiraba en el antiguo principio hausmanniano de
la apertura de vías con el menor costo: "las diagonales cuestan menos, pues
comprometen las partes menos valiosas de los edificios".

En líneas generales las ideas, recomendaciones y sugerencias contenidas en la propuesta


del Ing. Rodríguez combinaban aspectos de detalle que correspondían a
especificaciones técnicas de proyectos de obras públicas o cuerpos normativos con
hipótesis generales. La propuesta en sí, no se apoyaba en una estructura analítica sólida
donde preocupaciones como la calidad constructiva de las viviendas no desembocaba en
un reglamento de construcciones o la cuestión de la apertura de avenidas diagonales y el
aprovechamiento de las existentes para unir los núcleos periféricos con las zonas de
atracción centrales, no definía claramente una propuesta específica de estructura vial y
menos un planteo de uso del suelo en que se debía apoyar la primera. En cierta forma
esta propuesta, antes que configurar un "plan urbano", pretendía introducir mejoras y
complementaciones a las ideas básicas de Ramón Rivero.
14

Los aspectos que llegaron a materializarse en base a la propuesta que comentamos


fueron: la avenida diagonal en la zona Noreste, hoy avenida Salamanca y una otra
diagonal que partiendo de la Plaza Quintanilla se unía a la Av. Aniceto Arze, o sea la
actual Av. Papa Paulo, y más puntualmente el ensanche parcial de la calle Perú. Estos
proyectos elaborados en la gestión del Alcalde La Torre fueron definidos como "el
punto de partida de un vasto plan de urbanización" que debía abarcar las campiñas de
Cala Cala, Queru Queru, Recoleta, Muyurina y Las Cuadras, siendo interpretada toda
esta iniciativa como "la iniciación de la esperada ciudad-jardín con amplias vías
públicas de 15 y 20 metros, todas arborizadas"(El País, 29/09/1938).

De todas maneras, la idea básica que subyace es la realidad de una estructura urbana
bastante diferente a la que correspondió a la aldea tradicional, esto es, la existencia de
un núcleo central o casco viejo totalmente consolidado y contenedor de los centros de
atracción de mayor jerarquía, el centro comercial, el centro ferial, las sedes del aparato
estatal, los equipamientos urbanos principales, etc.; y un conjunto habitacional
conformado por núcleos dispersos y de jerarquía variable a los que había que vincular y
estructurar en función a dicho centro. Estas ideas serán retomadas por propuestas mucho
más elaboradas que se realizarán en la década de 1940. En todo caso la manera cómo se
planeó armonizar y vertebrar este conjunto vendría a definir la futura imagen y
estructura de la ciudad.

Sin embargo la propuesta del Ing. Rodríguez nunca entró realmente en vigencia por no
acomodarse a las presiones que la originaron. En 1937, el Alcalde Luís Castel Quiroga
determinó el ensanche general de vías en la zona central y el resto de la ciudad, para
alcanzar un perfil uniforme de 12,50 metros. Esta disposición puso a prueba la
predisposición real de los propietarios a aportar con el sacrificio de parte de sus
heredades para satisfacer sus afanes de transformar la aldea en ciudad. Obviamente
estos afanes modernistas no llegaban a tanto. Pronto cundió la alarma y la disposición
municipal no tardó en ser calificada de "perjudicial". En realidad lo que se deseaba era
un grado de libertad para tugurizar el centro urbano en el afán de extraerle el máximo de
renta con el mínimo de inversión y sacrificio. En contraposición, también se deseaban
definiciones rápidas respecto a la urbanización del resto de las zonas urbanas.

Carlos La Torre, en cierta forma interprete de estos intereses, se mostraba partidario de


planificar con prioridad la expansión de la ciudad antes que pensar en la renovación
urbana de la zona central consolidada, haciéndose eco de los propietarios de tierras que
deseaban edificar en diferentes sitios de la campiña, e incluso los más, fraccionar tierras
que ingresaran al promisorio mercado inmobiliario de fines de la década de 1930 y que
lógicamente efectuaban airados reclamos al Municipio para definir el diseño de las
nuevas zonas residenciales ampliando los límites urbanos fijados por Rivero en 1910.
Sin duda toda tardanza a esta demanda era atentatoria a estos intereses. Sin embargo, el
punto de vista de Castel Quiroga era que en el casco viejo no existían edificios muy
valiosos, "siendo así posible llevar a efecto el propósito de dotar a la ciudad de calles
amplias, cómodas y estables, en forma gradual y paulatina, tomando como mira no el
presente, sino el futuro de la ciudad" (Gaceta Municipal citada).

En este debate, se enfrentaban dos concepciones de urbanización: ampliar el radio


urbano e incorporar nuevas tierras agrícolas a la ciudad en un procedimiento típico de
valorización y ampliación del mercado de tierras urbano; o modernizar el centro con
afectaciones generalizadas a la propiedad particular que de todos modos quedaba
14

compensada con una fuerte valorización al mejorar su capacidad de densidad edificada


y constituirse en el eje referencial de la ciudad moderna. La cuestión quedaría zanjada
con la combinación de ambos puntos de vista en los estudios posteriores.

En los años siguientes se agudizaron los problemas de regularización de vías motivados


por el avance de las obras de pavimentación y el incremento de edificaciones. Los
planteos de La Torre y Castel Quiroga, todavía fueron materia de intensa controversia,
pues ambas tareas parecían impostergables: unos tratando de promover la inmediata
urbanización de toda la campiña, arguyendo que la falta de fijación de rasantes y
trazado de vías agudizaba la crisis habitacional; en tanto otros estimaban que lo urgente
era modificar sin demora "el vetusto y nada edificante aspecto general de la urbe:
calles estrechas, pésimamente diseñadas, con vericuetos y sinuosidades de pueblo
abandonado de autoridades y técnicos, veredas y calzadas hechas a capricho, anchas
por una parte, angostas por otra, chalets que se han construido donde en gana les ha
dado a los propietarios" (El País, 5/05/1939).

La urbanización aislada de Mosojllacta (ver plano 18) proporcionó un peligroso


antecedente que el Municipio trató de adoptar entre 1939 y 1943, es decir, "la
urbanización por partes" de las diferentes zonas de la campiña. Esta tendencia se vio
favorecida por la ampliación del radio urbano que practicó la administración del Alcalde
Joaquín Soruco en 1939. Con esta cobertura se multiplicaron los fraccionamientos y las
presiones ciudadanas para la apertura y ensanche de calles, guiadas tan solo por los
intereses y conveniencias de los fraccionadores, en tanto la respuesta técnica no
sobrepasaba el criterio intuitivo de los topógrafos. El plano 19 es demostrativo de esta
suerte de "delirio urbanístico", donde muchas calles y avenidas fueron diseñadas y
consolidadas en forma totalmente desvertebrada. Un ejemplo de ello fueron la Av.
Villazón, la Av. Oblitas, la Santa Cruz, Pando, América, Portales, el tramo inicial de la
Avenida Blanco Galindo etc. que fueron fruto de iniciativas aisladas y se ejecutaron
parcialmente entre 1936 y 1940. No obstante otras avenidas como la Aniceto Arze, la
Oquendo y la Aroma respondían a los criterios expuestos por Rivero en 1910, en tanto
otras como la Av. Salamanca, la Av. Papa Paulo y la Av. Perú, se inspiran en las
propuestas del Ing. Manuel Rodríguez. Al mismo tiempo las zonas urbanas Noreste y
Noroeste, parte de Las Cuadras y Muyurina, algunos sectores de Queru Queru (la
Recoleta, Portales, el Rosal), otros de Cala Cala (alrededores de la Plaza Luís Felipe
Guzmán, antiguamente del Regocijo), algunos sectores de Alalay, Jaihuayco, etc.,
también se dieron por "urbanizados", en medio de la carencia absoluta de un plan global
de urbanización de la ciudad.

Este proceso espontáneo de urbanización por partes o fragmentos llegó al límite de sus
posibilidades, y pronto quedó claro que el producto resultante estaba lejos de la imagen
de ciudad que se deseaba. Es más, se reconoció que por este camino se llegaría a un
conglomerado anárquico cuyo costo de regularización sería aun mayor que la empresa
de transformar la aldea en ciudad. La ausencia de un plan integral, por tanto, amenazaba
por conducir este esfuerzo al temible desorden urbano que tanto se había deseado evitar.
Alfredo Galindo, Presidente del Concejo Deliberante, resumía la cuestión en estos
términos:

El principal problema que encara la Alcaldía Municipal de Cochabamba es la


urbanización integral de la ciudad, antes de hacer un estudio de urbanización
por zonas, pero este trabajo resulta dificultoso, por lo cual preferimos hacer un
14

estudio de urbanización total. Se hará un nuevo plano regulador a base del


antiguo plano que existía (El País, 09/07/1943).

Con estos criterios, el alcalde La Torre convocó a propuestas para la elaboración de un


plan integral de urbanización para la ciudad de Cochabamba. La Alcaldía de
Cochabamba hizo pública la convocatoria en agosto de 1943, bajo el título:
"Urbanización Integral del Radio Urbano" que comprendía tres condicionantes o
requerimientos: La urbanización del casco viejo o zona central, la urbanización de las
nuevas áreas incorporadas a la ciudad por el Radio Urbano definido en 1939 y un
trabajo de replanteo, amojonamiento y nivelación de los nuevos barrios incorporados a
la ciudad60. El proceso de selección de propuestas se prolongó hasta 1944, resultando
finalmente favorecido el Consorcio de Arquitectos Nacionales con quienes se suscribió
un convenio con el encargo de elaborar prioritariamente un "plano regulador al cual
debía regirse el futuro desarrollo de la ciudad"61. Sin embargo a los pocos días la Junta
de Almonedas del propio Municipio decidió desechar dicha propuesta por supuestas
deficiencias legales.

En realidad varios de los componentes del Consorcio y otros arquitectos, entre los que
se destacaban: Franklin Anaya, Jorge Urquidi, Gustavo Knaudt, Daniel Bustos y Hugo
Ferrufino fueron quienes, todavía en su condición de estudiantes de arquitectura,
introdujeron a fines de la década de 1930 las novísimas ideas de Le Corbusier y
plantearon la necesidad de enfocar el proceso de urbanización en forma integral,
mediante un plan que delineara con amplitud los objetivos y condiciones a que se debía
ajustar el desarrollo urbano articulado a una noción de desarrollo regional y a una
política nacional de urbanización.

Finalmente se optó por contratar los servicios del urbanista chileno Luís Muñoz
Maluschka para que definiera las bases técnicas que deberían observarse para la
elaboración del futuro plano regulador y su gestión. Se creó para este efecto en
noviembre de 1944, el Consejo de Urbanismo con la misión de supervisar y apoyar las
tareas de los técnicos que fueran contratados para elaborar las propuestas que contuviera
el plan. La cuestión del alcance de trabajo a ser encomendado al Arq. Muñoz provocó
fisuras en el seno del flamante Consejo, y pronto entraron en pugna dos concepciones
opuestas sobre el urbanismo: para la mayoría de los consejales, ingenieros en diversas
especialidades, la problemática urbana tenía un desenlace más pragmático y dirigido a
impulsar obras públicas inmediatas sin esperar mayores estudios que los que
estrictamente justificaran los proyectos aislados cuya sumatoria daría por resultado el
esperado desarrollo urbano. Para los escasos arquitectos, entre ellos el Arq. Urquidi, este
punto de vista sonaba a una herejía puesto que estos privilegiaban en primer lugar la
necesidad de una visión teórico-conceptual, es decir el plan urbano, que orientara y
diera coherencia a las acciones prácticas consiguientes. Esta contradicción que se volvió
irreconciliable provocó la clausura del Consejo en 1946. Sin embargo los largos
debates no fueron del todo infructíferos pues permitieron una visión más sistemática y
global del problema urbano y la metodología de su ordenamiento espacial abriendo un
importante campo de acción para los profesionales arquitectos escasamente conocidos y

60
La convocatoria aparentemente no acompañó un pliego de especificaciones, sino apenas
"levantamientos topográficos completos realizados por la oficina de Catastro".
61
El Consorcio de Arquitectos Nacionales estaba constituido por los arquitectos Jorge Urquidi Z., Luís
Claure Q., Gustavo Knaudt, Ernesto Pérez Rivero, Alberto Contreras y Oscar Cortes.
14

valorados hasta ese momento.

Tal vez la parte más valiosa del trabajo del Arq. Muñoz fue la elaboración de
información de orden urbano que solicitó y ayudó a recopilar para definir el diagnóstico
que orientaría el tipo de acciones que podrían recomendarse. Si bien, sensiblemente los
resultados de estos análisis no han llegado hasta nosotros, es posible rescatar algunos
elementos de juicio del contenido de las respuestas a una encuesta que formuló el
Director de Obras Públicas Gabriel Almaráz, quién dio testimonio de los siguientes
aspectos: Fuera del reglamento de control de la edificación elaborado por el Sindicato
de Ingenieros no existía ningún otro elaborado oficialmente por la Alcaldía, de tal suerte
que éste se aplicaba desde 1941 aunque sin contar con una aprobación oficial.
Igualmente se carecía de un reglamento de división de propiedades, existiendo apenas
una disposición municipal de aprobar planos de división, pero sin ningún referente de
superficies, frentes y fondos mínimos. Por otra parte, en 1945, "no existía plano alguno
de zonificación de la ciudad (...) el plano actual muestra que la parte central de la
población podría reputarse como zona cívica y comercial (...) Las zonas de la campiña,
la Noreste, la Noroeste y la Este (Las Cuadras), serían zonas residenciales", además se
reconocía que "la zona Sur, a partir de la avenida Aroma y las regiones circunvecinas
formarían la zona obrera" y que no existía una zona o distrito industrial "ya que la
escasas industria de Cochabamba se halla repartida por todo el radio urbano,
notándose mayor densidad de la misma en la zona central". Esa misma fuente daba
cuenta de la existencia de un plano de tipo de edificaciones en que se normaba su altura,
pero no existía ninguna reglamentación que definiera la relación entre superficie del lote
y área máxima edificable. En cuanto al régimen de fraccionamientos de propiedades, los
antecedentes legales eran muy escasos. En la misma forma, no existían leyes en las que
se pudiera apoyar un plan oficial de urbanización de la ciudad.

El panorama urbano descrito mostraba que la ciudad hasta ese momento había carecido
de instrumentos adecuados que orientaran su desarrollo. Era alarmante la falta de una
base normativa mínima y las enormes lagunas que ello provocaba estimulaban una
visión fragmentada de la ciudad y sus necesidades. Por ello, Muñoz dio énfasis a un
conjunto de propuestas de orden legal y algunas ideas de diseño urbano que plasmaría
en una propuesta más completa durante su segunda estadía en Cochabamba. En
concreto, en 1945 se elaboraron: El proyecto de Ley General de Urbanización, y el
proyecto de Ley General de Reconstrucción y Urbanismo de Cochabamba. Estas
disposiciones enfatizaban el hecho de que la urbanización es materia de interés público
y que dicha labor debía ser privativa de las alcaldías. Lo más destacado era un Proyecto
de Ordenanza Local de Urbanización que ponía en práctica el principio constitucional
de que la propiedad debe cumplir una función social a partir del cual se imponían
restricciones técnicas y jurídicas que suponían la afectación de la propiedad privada
para la formación de espacios públicos en el proceso de su urbanización. Bajo este
marco legal encontraban sustento las regulaciones en materia de subdivisiones de
predios, higiene y seguridad de los inmuebles, los códigos de construcción, etc. En la
misma forma se fijaron los límites de la expansión urbana e incluso se reglamentó la
expropiación de terrenos con destino a la apertura de vías y espacios verdes.

Muñoz señalaba con certeza que un factor totalmente negativo para la ciudad era la
carencia de un plano regulador que permitiera establecer las pautas de las acciones
inmediatas y mediatas. Al respecto se destacaba que quienes plantearon por primera vez
este problema fueron un grupo de jóvenes arquitectos orientando la labor del Municipio
14

en sentido de que debían generarse estudios serios e integrales. Para que esto fuera
posible, la tarea inicial fue: "forjar las herramientas de trabajo, que en este caso son, el
estudio de la legislación y de los reglamentos necesarios para establecer en Bolivia la
posibilidad de aplicación de las técnicas de urbanización" (El País, 18/08/1946). Una
observación, sin duda pertinente, se relacionaba con las causas que estimulaban la
fiebre de fraccionar la tierra urbana, pero sobre la base de un astuto cálculo de los
niveles de valorización del predio como resultado de la ejecución de obras públicas que
no demandaron gastos a dichos dueños de grandes extensiones de tierras, es decir que
en última instancia, los escasos recursos municipales solo servían para beneficiar la
especulación inmobiliaria.

La segunda estadía del Arq. Muñoz Maluschka permitió desarrollar una propuesta más
específica: El Plano Oficial de Urbanización - Estudio de Zonificación Económica y
Vialidad Dominante, que presumiblemente formó parte de un conjunto más completó
pero que sensiblemente no se ha conservado (ver Plano 20 ), es uno de los resultados de
esta labor. En la citada propuesta, el sistema vial sugerido partía de la definición de dos
ejes urbanos dominantes: uno Norte-Sur que operaba como una "vértebra dorsal y
central de un ancho no inferior a 40,00 metros" que prolongaba el trazado de la Av.
Ballivián hasta la prolongación de la Plaza Francisco del Rivero, a la altura de la
Estación del Ferrocarril a Santa Cruz, retomando la idea original de Ramón Rivero a
fines del siglo XIX; y un eje Este –Oeste con la calle Perú transformada en avenida, con
un perfil de 25,00 metros ampliados a 30,00 en 1946. Los citados ejes estructuraban el
conjunto urbano, encausaban el tráfico que penetraba al centro de la ciudad y permitían
una jerarquización espacial coherente de la avenida-paseo monumental. Este par de ejes
se conectaban con una trama de vías de jerarquía diferenciada: circulaciones
dominantes, circuitos anulares y de circunvalación secundaria, vías subdominantes de
primero y segundo orden que encerraban e intercomunicaban espacios urbanos de
vocación específica. El plano analizado aparentemente muestra un número excesivo de
vías dominantes, en algunos casos sistemas de pares y paralelas, sin embargo, la
ausencia de una memoria explicativa impide apreciar mejor la finalidad con que fueron
proyectadas.

En cuanto a la propuesta de zonificación, proponía la existencia de un sector comercial


jerarquizado o sea, una zona de comercio de primera clase cuyo centro nervioso era la
Plaza 14 de Septiembre y el eje Norte -Sur en su parte ampliada. Esta zona cubría
prácticamente la totalidad del casco viejo y los barrios de Caracota y San Antonio,
definiendo un sistema de vías perimetrales y, de penetración y distribución donde se
distinguen de Norte a Sud, la Avenida Ayacucho y el par complementario al paseo
monumental: San Martín - 25 de Mayo; y de este a Oeste, el eje conformado por la Av.
Perú y el secundario Santivañez - Sucre, prolongándose por el OE hasta la gran avenida
Ribereña y por el E. hasta Las Cuadras. Los sectores Noreste y Noroeste quedaban
definidos como zonas residenciales densas. Las zonas de Cala Cala y Queru Queru se
calificaban también como residenciales pero con un carácter menos intensivo,
extendiéndose el área residencial hasta la avenida América que se proyectaba como una
avenida de circunvalación intermedia que separaba la mancha urbana efectivamente
consolidada de las zonas de futura expansión. La zona Sudoeste (a partir del puente de
Quillacollo hacia el Sur) así como otras fracciones menores de la zona Sur (Jaihuayco,
parte de La Chimba y el actual distrito urbano del Hipódromo) se tipificaban como
zonas de vivienda económica pero con características similares en cuanto a retiros
frontales y otros a las del sector residencial. La parte central de La Chimba, el sector
14

Norte de Jaihuayco y sectores próximos al Ticti -Villa Felicidad, Villa Santa Cruz- y la
zona de la actual Pampa, se tipificaban como industriales, la primera (La Chimba),
como zona industrial propiamente y las restantes como zonas artesanales (ver Plano 20).

La propuesta del Arq. Muñoz define las pautas y el origen de algunas constantes que
perduraron en forma directa o indirecta en las propuestas de planificación urbana
posteriores que se aplicaron a la ciudad de Cochabamba. Las mismas se resumen en los
siguientes aspectos: La consolidación de un modelo urbano concéntrico, donde los dos
ejes viales principales marcan su punto de encuentro en la zona central o comercial, o
sea, en las inmediaciones de la plaza de armas, fortaleciendo esta tendencia. La
delimitación perimetral de este sector central, donde se establece a través de barrios
residenciales y populares, zonas de actividades artesanales y de localización industrial,
en los términos de una fuerte dependencia funcional y espacial con relación a dicho
núcleo central, que actúa como articulador y organizador del conjunto. Un sistema vial
que también presenta este carácter centrípeto en torno al sector comercial, de tal suerte
que el grueso de los flujos Norte - Sur deberían atravesar el mencionado centro,
ocurriendo otro tanto con los flujos vehiculares Este - Oeste. No se altera la estructura
segregativa Norte - Sur, y en este sentido, la definición de la vocación residencial de la
zona Norte y la vivienda económica en el Sur, remarcaban dicha tendencia. En síntesis
estos rasgos permiten establecer que la propuesta era coherente con los intereses que
procuraban la valorización del suelo urbano en las zonas de nueva urbanización y el
propio centro.

Los aspectos señalados no serían ni superados ni evitados o contrarrestados por las


propuestas posteriores y se podría admitir que pasaron a formar parte de las "reglas del
juego" del proceso urbano que comenzó a cobrar vigencia en la ciudad de Cochabamba
desde aquélla época. Es decir: la valorización de un centro comercial ocupado por el
"casco viejo", cuya renovación con estructuras arquitectónicas modernas para alcanzar
mejores niveles de renta era un imperativo y la valorización de las nuevas zonas
residenciales a través de la concentración de las mejores tierras y paisajes dentro de
dichas zonas, conjuntamente con un sistema vial centralizado, que además convertía en
secundarias o subsidiarias las demás partes del conjunto urbano; definía el
afianzamiento de un conjunto de factores de valorización del suelo que favorecía
nítidamente a las elites locales. Así, las condiciones de acceso al denominado "corazón
de la ciudad" o el emplazamiento de la vivienda en las "urbanizaciones modernas" o en
otras zonas definía la capacidad de renta de los inmuebles e incluso el lugar de
residencia ahora se convertía en un referente del lugar que un individuo o una familia
ocupaban en la pirámide de la rígida estratificación social cochabambina.

La ciudad fue consolidando su imagen actual adoptando los aspectos realizables y


alcanzables de ésta y las propuestas posteriores, es decir, retirando los "adornos" o
accesorios de fantasía. En este caso la monumental Alameda imaginada por Muñoz era
una fantasía demasiado grande para los conservadores hacendados y los prudentes
comerciantes que imaginaban una ciudad que ostentara algunos ropajes modernistas
pero sin llegar a las exageraciones que incluso no osaron los más entusiastas
"modernistas".

El gran paseo prolongando el Prado hacia el Sur resultaba una trasgresión para los
intereses de quienes atesoraron inmuebles en una de las zonas más privilegiadas de la
ciudad por su enorme potencialidad comercial. Este proyecto si bien supervalorizaba el
15

conjunto urbano en el sentido haussmanniano, esto es con la apertura de un gigantesco


bulevar que jerarquizara todo su entorno, e incluso al afectar las manzanas por sus
partes centrales, multiplicara los frentes comerciales; su realización implicaba una
considerable cuota de sacrificio para los propietarios afectados a cambio de utilidades a
mediano y largo plazo y a condición de que realizaran además, importantes inversiones
en nuevos edificios. Indudablemente este no era el tipo de negocios que deseaban
realizar los dueños de casa que no tenían mayores perspectivas que la recolección rápida
y segura de rentas cuando mucho levemente incrementadas por rápidas y precarias
remodelaciones y alteraciones en el uso de las viejas casonas coloniales. La acción de
los grandes capitales invertidos en bienes inmobiliarios que permitieron a ciudades
como Buenos Aires, Río de Janeiro, San Pablo, Santiago y otras exhibir grandes paseos
y avenidas con monumentales panoramas era algo que estaba muy lejos de las
posibilidades de la modesta burguesía local que se debatía en crónicas crisis de
inoperancia para proyectar el desarrollo regional.

La prolífica labor de Muñoz Maluschka abarcó otros aspectos como el


perfeccionamiento del marco legal sobre el que debería elaborarse la planificación de la
ciudad. De esta manera elaboró el Anteproyecto de Ley General de Urbanización que
mejoró uno anterior redactado en 1945 durante su primera estadía. Este instrumento
legal sugería los lineamientos de la estructura técnico-administrativa de la planificación
a nivel nacional; en tanto, el Proyecto de Ordenanza Local de Construcciones y
Urbanización de Cochabamba definía y normaba las condiciones de edificación y
fraccionamiento de las nuevas zonas urbanas.

Producida la revolución del 21 de julio de 1946, el nuevo alcalde, Carlos D'Avis se


dirigió al Centro de Arquitectos para solicitar ternas para la provisión de los cargos de
Director de Obras Públicas Municipales y de Jefe del Departamento de Arquitectura,
recayendo la Dirección en el Arq. Franklin Anaya y la Jefatura en el Arq. Jorge Urquidi
Z., procediéndose a convocar a concurso de mérito para llenar el resto de los cargos
técnicos, siendo incorporados de esta manera los arquitectos Daniel Bustos G. y Hugo
Ferrufino M. incorporándose posteriormente el Arq. Gustavo Knaudt como Jefe del
Departamento de Urbanismo. Una de las primeras labores del Arq. Anaya y su equipo
técnico fue mejorar la labor del Departamento de Catastro y consolidar la existencia del
Departamento de Urbanismo con la finalidad de "elaborar y actualizar el plano
regulador de la ciudad y, sus ordenanzas y reglamentos correspondientes, y súper
vigilar la aplicación de los mismos". En la misma forma se creó el Departamento de
Control de las Edificaciones con el objeto de proyectar y ejecutar las edificaciones
municipales y velar por la buena ejecución de las obras desarrolladas por particulares y,
el Departamento de Servicios Públicos encargado de la organización y fiscalización de
las instalaciones de dichos servicios. Finalmente, siguiendo las pautas sugeridas por
Muñoz, la Dirección de Obras Públicas fue rebautizada como Dirección del Plan
Urbano.

Vale la pena destacar cual era el pensamiento y los criterios que sobre la problemática
urbana de Cochabamba tenía este equipo de jóvenes profesionales. Aquí se podrían
diferenciar dos niveles: uno teórico como parte de su formación profesional y su
adhesión a las nuevas corrientes de la arquitectura moderna y otro con respecto a
problemática de la ciudad. Respecto al primer aspecto resulta esclarecedor un
documento elaborado en Santiago de Chile en julio de 1942 con el título: "El proceso de
urbanización de una ciudad: Bases generales para la urbanización de Cochabamba",
15

suscrito por los estudiantes de arquitectura Franklin Anaya, Guillermo Ovando, Daniel
Bustos y Gustavo Knaudt, fuertemente inspirado en los postulados desarrollados por los
Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna y sobre todo la famosa Carta de
Atenas.

En cuanto al segundo aspecto, el mismo documento permite fijar algunas pautas. Una
primera preocupación se relacionaba con las causas que provocaban el crecimiento de la
ciudad de Cochabamba. El Arq. Anaya revelaba un enfoque que superaba la
superficialidad dominante en la opinión pública al sugerir que la carestía de vivienda y
el mayor valor de los sitios urbanos se vinculaban con el fenómeno migratorio pero
también con la creciente especulación del suelo y los prósperos negocios que se
realizaban con los bienes inmuebles. Las consecuencias de estos hechos se traducían en
insuficiencias de todo orden en la dotación de servicios públicos básicos.

La comprensión de los problemas urbanos quedaba en mayor evidencia al analizar un


otro aspecto de la cuestión: la "forma de la expansión" de la ciudad. Al respecto se
señalaba: "La ciudad ha crecido de preferencia a lo largo de las vías que la atraviesan
longitudinalmente, ligando la penetración caminera del Sud con el centro de la
población y con la zona de recreación y producción hortícola de Cala Cala". Se
destacaba que la edificación había sido más intensiva en la zona Norte en función de sus
mejores recursos hídricos, los servicios de transporte y un menor valor originario de las
tierras; en tanto que, en la zona Sur este crecimiento había sido mucho menor como
consecuencia de la ausencia de servicios públicos y por que la propia expansión física se
encontraba presionada por obstáculos naturales como los cerros de San Pedro y San
Miguel. El propio Alcalde D'Avis en oportunidad de un acto en honor del Arq. Muñoz
Maluschka, dejaba traslucir el pensamiento que alentaban las autoridades, haciéndose
eco de los sectores progresistas que ya no eran la minoría profética de otros tiempos.
D'Avis señalaba:

Queremos abrir el horizonte de Cochabamba y divisar en el futuro una ciudad


próspera y científicamente estructurada. Para ello no podemos abandonarnos
al empirismo que en nuestros días ya ha sido desterrado de todas las
actividades; seguiremos las normas de las ciencias urbanísticas, que son a no
dudar una de las disciplinas que mas se han beneficiado de la tecnificación
actual y, a la que han recurrido los grandes centros del mundo para aplicar su
desarrollo (Los Tiempos, 8/09/1946).

Los estudios finales del Proyecto de Plano Regulador para la ciudad de Cochabamba 62
fueron realizados entre 1947 y 1950, período en el cual el equipo técnico mencionado,
del que se retiró el Arq. Anaya en 1947 fue reforzado por la incorporación del Arq.
Gustavo Urquidi. En esta etapa, la labor desplegada por el Arq. Jorge Urquidi Z. Fue
fundamental. Los estudios realizados en una primera etapa se centraron en la
regularización del centro urbano y el proyecto de configuración urbana futura, es decir
la definición final del ancho de sus vías, el régimen de edificación y el sistema viario
correspondiente. La propuesta fue discutida en torno a la viabilidad de dos
posibilidades: inicialmente se justificó la prioridad de este estudio que se anticipaba a la
propia presentación del anteproyecto del Plano Regulador en vista de la urgencia de
62
Para conocer en detalle la propuesta del Anteproyecto del Plano Regulador de la Ciudad de
Cochabamba consultar: Urquidi, 1967 y 1987
15

contar con un cuerpo normativo general que orientara la continua renovación y


transformación que se operaba en el casco viejo de la ciudad. La cuestión central giraba
en torno a la fijación del perfil de las vías del centro comercial. Los criterios que
fundamentaban las decisiones a adoptarse eran de contenido funcional, de salubridad,
densidad poblacional y estéticos. Al respecto, el Arq. Knaudt manifestaba:

A cada zona de la ciudad de acuerdo con sus características, debe


corresponderle un determinado tipo de calle: así una vía comercial necesita de
aceras amplias que puedan contener la aglomeración de peatones, de calzadas
que permitan la libre circulación de varias filas de vehículos y de espacios
adecuados para el estacionamiento de éstos, junto a las casas comerciales. Una
calle del sector residencial precisa en cambio de aceras menos espaciosas,
dotadas de árboles y jardines y, de calzadas, también de menor amplitud,
adecuadas al escaso tránsito y a la tranquilidad que debe reinar en el sector
(...) El ancho de las calles esta estrechamente relacionado con las condiciones
de salubridad de las edificaciones que forman el conglomerado urbano, con el
soleamiento y la ventilación (...) La altura de los edificios esta íntimamente
vinculada con la densidad de la población, y por tanto con la extensión y costo
de los servicios públicos (...) Además, los efectos estéticos, la valoración
plástica de las edificaciones, las combinaciones de volúmenes espaciales y
sólidos, la mejor visual de determinados locales, etc., son los factores que
también contribuyen a fijar las características de las calles (Knaudt, 1947).

En un plano demostrativo del perfil de las calles de 1947 (ver Plano 21) el Arq. Knaudt
mostraba que prácticamente todas las vías que rodeaban la Plaza 14 de Septiembre
tenían perfiles no mayores a 8,00 y 9,00 metros, en tanto que las vías más alejadas
presentaban perfiles más amplios (entre 11,00 y 20,00 metros), expresando la situación
paradójica de un centro urbano cada vez más saturados de funciones y actividades en
contraste con la estrechez de sus calles; en tanto las zonas de calles anchas eran mucho
menos solicitadas por esta dinámica. De aquí se concluía que "el ensanchamiento de las
calles se ha hecho en forma diametralmente opuesta, ampliando las calles a medida
que se alejan de la zona central". El pronostico resultante, en vista de la probable
evolución de la ciudad, influida por factores económicos "como la próxima conclusión
de la carretera a Santa Cruz, la próxima inauguración de la refinería de Valle
Hermoso, la ejecución de la represa de la Angostura, el decaimiento de la minería"
determinarían la presencia de un significativo torrente migratorio, que a su vez
provocaría el incremento de la población, el parque vehicular y las edificaciones. La
lógica, desde la óptica de esta argumentación, era irrebatible: el casco viejo debía ser
impostergablemente transformado y readecuado para responder a los desafíos de la
modernización de la ciudad. Al respecto, el Arq. Knaudt confirmaba:

Para el centro urbano que crecientemente incrementaba sus actividades


comerciales, administrativas, incluso residenciales, hay solamente una solución
factible que permitiría que tales funciones sean realizadas en debida forma: tal
es la remodelación del sector, es decir la adaptación a las nuevas solicitudes
(...) Es aun posible realizar la transformación del sector, porque la enorme
mayoría de los edificios ubicados en él, carecen de valor, son de barro de uno o
dos pisos y de una data de 100 años o más, es decir, que han pagado varias
veces su valor (Knaudt, obra citada).
15

Con criterios como el anterior, que obviamente hoy en día resultarían altamente
polémicos y conflictivos pero de indudable simplicidad práctica, se proponía la
"modernización" del casco viejo. En concreto, la estructuración de una red de arterias
principales, "asignando a cada arteria el papel que le corresponde". En este orden se
definían dos tipos de vías principales: uno de circulación o sea vías que evitarían la
penetración del tránsito pesado y rápido al centro de la ciudad, conectándose tanto con
los sectores urbanos periféricos como con los caminos interdepartamentales. El otro,
eran las vías radiales y tangenciales "que permitirían penetrar a las partes céntricas de
la población desde las arterias de circunvalación y caminos de acceso a la ciudad". La
función de las calles secundarias quedaba definida como "la de conducir el tránsito
desde la arteria principal hasta su punto de destino".

En base a toda la conceptualización anterior, como ya se mencionó, se proponían dos


opciones: "La primera solución o alternativa, sería la de ensanchar todas las calles
secundarias hasta una dimensión adecuada; la segunda consistiría en el ensanche
solamente de algunas de ellas y la rectificación o pequeña ampliación de las
demás"(Knaudt, obra citada). La primera opción ya había sido considerada por el Arq.
Muñoz Maluschka en el Proyecto de Ordenanza de la Urbanización de Cochabamba
(ver Planos 22- y 23) establecía un perfil general de 13,20 metros para todas las vías, lo
que significaba una afectación general de todas las calles e inmuebles, incluidas las
calles ensanchadas en años anteriores con disposiciones municipales diferentes, razón
por la cual se adoptó finalmente el ancho de 12,50 metros, que resultaba menos
conflictivo, además de la viabilidad económica de este último perfil. Sobre la opción del
ensanche general de las calles, se anotaba entre otras ventajas, que se resolvería el
problema de las circulaciones en el interior del centro, además que la altura de los
edificios podría incrementarse en forma proporcional al ancho de la calle, con lo que se
incrementaría la densidad poblacional y se ampliaría la capacidad del casco viejo para
seguir recibiendo nuevas actividades o ampliando las existentes, además se mejoraría el
aspecto morfológico. En suma se alcanzarían los objetivos que justificaban esta opción,
aunque en contraposición, se reconocía el alto costo de esta alternativa y su
impopularidad, una vez que se afectaban todos los predios y los intereses privados que
estaban en juego, particularmente en el centro urbano.

La segunda posibilidad era más conciliadora, y apenas consideraba el ensanche de


algunas calles que se juzgaban necesarias para enlazar con las ya existentes al sistema
viario proyectado y rodear el centro urbano no afectado con vías amplias, incluso
avenidas. Las ventajas que se asignaban a esta propuesta eran su mayor viabilidad y
costo menor y su mayor aceptación "como consecuencia del menor número de intereses
en juego". Las desventajas radicaban en que no se cumplían los objetivos trazados para
justificar realmente esta intervención.

Finalmente se recomendó la primera opción, el ensanche general de las vías


secundarias. En cuanto al impacto de esta medida, se realizó una interesante estimación
con respecto "al tiempo que demandará la ciudad en transformarse y adoptar una
nueva fisonomía" El objetivo, sin duda primordial de modificar la imagen de aldea
ruinosa que presentaba el casco viejo, sumadas a razones funcionales y económicas era
la plataforma que movía y justificaba todo este procedimiento. Sin embargo, como
reconocía el propio Arq. Knaudt, internamente se movían intereses contrapuestos: por
una parte un sector de latifundistas tradicionales dueños de predios en la zona central y
otras zonas presionadas por la demanda habitacional; estos habían respondido
15

parcialmente a esta demanda convirtiendo las viejas casonas en "conventillos" y se


oponían tenazmente al ensanche de calles porque ello afectaba a sus cómodas rentas
inmobiliarias obtenidas con inversiones mínimas.

Por otro lado estaban acomodados comerciantes, mineros, empresarios industriales y de


otras ramas, e incluso algunos hacendados que habían adquirido inmuebles durante o al
término de la Guerra del Chaco como una alternativa para proteger sus fortunas ante la
amenaza de una probable drástica devaluación monetaria. Estos era partidarios de
sacrificar algo de su patrimonio a cambio de que la "nueva fisonomía" urbana permitiría
la considerable valorización de sus tenencias y la posibilidad de resarcirse de lo
sacrificado a través del incremento del volumen de rentas que podrían recolectar
mediante nuevas edificaciones "modernas" que maximizarían el aprovechamiento de un
suelo urbano caro y escaso y donde la opción del tradicional conventillo, no solo
resultaba insatisfactorio sino incluso cargado de desprestigio y problemas sociales, en
suma, totalmente inconvenientes para quienes querían agilizar el ciclo de rotación de
sus capitales a través de la captación de unos usuarios solventes y respetables.

Sobre la base de todas estas consideraciones se trazaron cálculos más o menos precisos.
El Arq. Knaudt, en base a datos exactos sobre el número de predios en el casco viejo
(2.645 inmuebles), señalaba que hasta 1946 se habían construido 354 nuevos edificios,
restando 1.909 predios a ser reconstruidos, donde existían preponderantemente casas
viejas e incluso lotes baldíos. El planteo era el siguiente: "Si suponemos que la
construcción seguirá en los años venideros al mismo ritmo con que se ha desarrollado
desde 1941, cuya curva de incremento correspondía a una curva exponencial, tenemos
que en seis años serán construidos 1.909 edificios que sustituirán a los antiguos". Un
cálculo "más moderado y cuidadoso, nos da 11 años para esta renovación total"
(Knaudt, Los Tiempos, 19/08/1947). De esta manera se esperaba que la demolición
completa del casco viejo y la ansiada materialización de la "nueva fisonomía" fuera una
realidad entre 1953 y 1958, y como máximo a los 22 años (1969), momento en el cual la
moderna "city" estaría totalmente concluida. Sin embargo estos pronósticos, aun los más
moderados, resultaron sumamente optimistas. Obviamente en 1947, los técnicos no
podían pronosticar el efecto de los cambios que se operarían en el país cinco años más
tarde y la naturaleza del las nuevas relaciones sociales que emergerían de esta nueva
realidad histórica, y menos prever la cerrada terquedad del "alma conservadora" de las
elites modernistas que reclamaban por cambios a condición de no aportar ni sacrificar
nada de sus intereses.

El Plano Regulador de la Ciudad, concluido a fines de 1949, aprobado y puesto en


vigencia mediante Ordenanza Municipal 8/50 de 14 de febrero de 1950, en la gestión
del alcalde Oscar Aranibar Orosco y de Carlos D'Avis en su calidad de Presidente del
Concejo Deliberante fue el resultado de la labor del equipo de jóvenes arquitectos,
donde descolló la labor de los arquitectos Jorge Urquidi Z. y Gustavo Knaudt. La
propuesta estaba constituida por tres grandes partes que proporcionaban a dicha
propuesta la integralidad de que carecieron los estudios anteriores. Se desarrollaban
consideraciones que iban desde el ámbito regional a la urbanización del casco viejo. En
concreto el primer plano regulador aplicado en Bolivia estaba constituido por: a) Un
estudio de Anteproyecto del Plan Regional, b) el Anteproyecto del Plano Regulador de
la Ciudad de Cochabamba y c) el Anteproyecto de Urbanización del Casco Viejo. En
síntesis:
15

El Anteproyecto del Plan Regional se constituye en el primer estudio de esta naturaleza


en el país. Relaciona el marco regional con el desarrollo urbano proporcionando una
visión más amplia y completa del proceso urbano y su región de influencia, enfoque que
solo será valorizado muchas décadas más tarde. Aquí se plantea por primera vez la
problemática campo-ciudad-región que proporcionó al resto de la propuesta mayor
consistencia que sus predecesoras. Su autor, el Arq. Jorge Urquidi Zambrana sostenía:

Nuestro propósito era establecer una premisa o pauta general que nos
condujera a deducir y determinar las posibilidades máximas de la región, o sea
la ciudad de Cochabamba y los valles circunvecinos sin provocar un
desequilibrio económico-social y ecológico. Para ello fue menester establecer la
relación entre el potencial logrado de una óptima productividad y la producción
máxima que pudiera beneficiarse con ella en condiciones aceptables de
bienestar (Urquuidi, 1987: 28).

Como se puede percibir, el punto de partida fue el viejo ideal de la planificación: el


desarrollo armónico de las fuerzas productivas capaz de lograr un sentido de equilibrio
y equidad en el desarrollo social a partir de otro ideal, esta vez de origen
lecorbusieriano, alcanzar esta meta mediante la organización racional del espacio
urbano y regional. Con tales miras fue definida la "región de influencia inmediata" de
Cochabamba, que involucraba el Valle Central, el Valle de Sacaba y el Valle Alto (Ver
plano 24). La propuesta apuntaba a incrementar la producción dentro de este ámbito
regional partiendo de la hipótesis del mejoramiento del rendimiento agrícola por
hectárea hasta lograr un ingreso o renta per capita para este sector equivalente a 500
dólares por persona, lo que indudablemente implicaba una verdadera revolución
tecnológica, una transformación profunda de las anacrónicas relaciones sociales de
producción y una total modernización del agro que debía pasar de los cultivos
extensivos y temporales a formas altamente intensivas y permanentes.

En suma, aunque no fuera dicho explícitamente por los proyectistas, lo que se


propugnaba era una transformación radical de la hacienda colonial improductiva en una
eficiente empresa capitalista moderna. Sobre este tipo de visión, se calculaba una
población probable para la región de 390.000 habitantes que contarían con medios de
abastecimientos suficientes, estimándose en base a una mayor expansión del desarrollo
agrícola, la posibilidad de que dicha población en un lapso de medio siglo podría
alcanzar el millón y medio de habitantes, de los cuales 500.000 residirían en la ciudad
de Cochabamba, "siempre y cuando el crecimiento económico y social fuera armónico".
En función de este objetivo, "el propósito del Plan Regional era evitar el éxodo de los
habitantes de los centros poblados y rurales hacia la ciudad y mantener una
distribución de población equilibrada y con un crecimiento uniforme, a través de un
desarrollo integral de toda la región" (Urquidi, obra citada: 23). En el orden operativo
se perseguía evitar un desequilibrio demográfico entre una urbe excesivamente poblada
y una región "vacía". En consecuencia se proponía la aplicación de una política de
"descentralización metropolitana y desarrollo regional orgánico" que proponía:

a) El desarrollo de los siguientes núcleos de población como ciudades satélites


de la capital: Quillacollo, Valle Hermoso, Sacaba (...) De otra parte, Cliza por
su posición geográfica ventajosa y como nudo ferroviario y caminero del Valle,
está destinada a ocupar el papel preponderante de centro urbano de la zona.
b) Organización de centros rurales manteniendo los existentes o creando otros:
15

granjas colectivas, estancias, etc., dotándolas de un mínimo de comodidades


(Urquidi, 1967:41).

La propuesta presenta un esquema de sistema vial y ferroviario, definiendo como vías


de primer orden las interdepartamentales, las de segundo las provinciales y de tercer
orden los caminos y sendas cantonales o de desarrollo local. Se proponía que
Cochabamba se convirtiera en una importante terminal ferrocarrilera y aérea que
vinculara los llanos amazónicos con el altiplano. Además el plan proponía finalmente,
la creación de las siguientes zonas: a) Núcleos de población y distribución de ella, b)
Áreas agrícolas semi rurales, c) Áreas agrícolas rurales, d) Centros fabriles, e) Áreas por
forestar y f) Áreas de residencia turística y lugares de veraneo. Lo más sugerente y sin
duda visionario, era la formación de centros fabriles que se deberían desarrollar en Valle
Hermoso, Quillacollo y Cliza (Ver Mapa 17).

El Anteproyecto del Plano Regulador de la Ciudad de Cochabamba fue el instrumento


técnico de quienes aspiraron a transformar la aldea en ciudad. Esta propuesta constituye
el punto culminante y final del camino iniciado por Ramón Rivero. El estudio en
síntesis contenía los siguientes aspectos:

a) Anteproyecto del sistema viario: El punto de partida de esta propuesta fue el concepto
de "organización celular" del conjunto urbano, con un centro nucleador consistente en
el remodelado y modernizado centro urbano o "city", alrededor del cual se disponían
"células" o "unidades vecinales", dispuestas concéntricamente en radios que podrían
ampliarse según la ciudad fuera creciendo. Cada unidad vecinal debía contener entre
15.000 y 20.000 habitantes las mayores y, de 5.000 a 10.000 habitantes las células
menores. Se consideraba a la "city" como "el centro de trabajo de las unidades
vecinales del primer anillo, situadas a media hora de recorrido a pie". Las unidades
vecinales más distantes debían tener sus propias zonas de trabajo y las "unidades
industriales" se constituían en el centro de trabajo de las unidades que las rodeaban
(Urquidi, 1967: 49).

Esta visión se nutría de una concepción orgánica de la ciudad, cuya estructura estaba
conformada por "células", donde cada una debía tener todo lo necesario para su
desempeño eficiente: residencia, establecimientos públicos, comerciales, locales
escolares, centros de producción, etc. Es decir, cada "unidad vecinal" debía poseer vida
propia y ser capaz de generar vida comunitaria en torno a actividades productivas,
sociales, culturales, recreativas, que propiciaran "la estructuración social de la ciudad
sustituyendo los rancheríos y tugurios, donde se deteriora la raza física y moralmente,
por barrios de trazado nuevo, agradable y hermoso como unidades vecinales" (Arq.
José M. Pastor, citado por Urquidi, 1967: 90). Bajo estas premisas, se establecieron tres
anillos concéntricos en torno a los cuales se disponían las "unidades vecinales". Su rol
era múltiple: evitar que el transito pesado y rápido proveniente de la región penetrara al
interior de la "city", permitir la relación periférica con las vías provinciales e
interdepartamentales y, comunicar entre sí diversas zonas de la ciudad donde converge
el tránsito pesado. El primer anillo rodeaba el núcleo central y su rol era, entre otros,
permitir el acceso fácil a las terminales de transporte, la feria, etc. El segundo anillo o
intermedio atravesaba las unidades vecinales y su función era vincular estas entre si sin
ingresar al centro urbano. El tercer anillo limitaba el radio máximo de expansión de la
ciudad y empalmaba con la red vial regional. Además este conjunto estaba
complementado por avenidas radiales o de acceso al centro urbano desde la periferia
15

(Ver plano 25).

Una primera propuesta sobre esta cuestión fue desarrollada por el Arq. Knaudt en 1947
a partir de un estudio de la forma como accedían a la ciudad los caminos
interdepartamentales que "se juntan en cuatro brazos importantes: en el Sur, la
carretera asfaltada (a Santa Cruz), en el Este, el camino de Sacaba, en el Norte, el
camino de Tiquipaya y en el Oeste, la avenida Blanco Galindo, carretera a Oruro".
Estas vías debían confluir a un "anillo vial" que las uniera entre si y que las vinculara
con las terminales de transporte y con la zona donde se realizan las ferias, "en las
proximidades de la Plaza Francisco del Rivero y con la zona donde quedan ubicadas
las bodegas y depósitos de cargas, quedando así establecido el primer anillo de
circunvalación que rodeaba el casco viejo". (Ver Plano 26).

b) Anteproyecto del Plan de Zonificación: partiendo de la concepción de "desarrollo


armónico de la ciudad" asignaba a la zonificación una gran importancia. El Arq.
Urquidi (1967: 55) señalaba: "Es la base el Plano Regulador, cuya aplicación
fracasaría sin ella y las distintas actividades quedarían entremezcladas sembrándose el
caos". La propuesta definía la existencia de las siguientes zonas: Distrito
Administrativo, Zonas: comercial de primera y segunda clase, residencial especial,
residencial media, residencial económica, artesanal, terminales de transporte terrestre
ferroviario y aéreo, cementerios, universidades, parques públicos, áreas forestales, semi
rurales, rurales, de equipamiento, mercado central de ferias (Ver plano 25). Cada zona
se la definía con un criterio de especialización en función de la propuesta, así como
complementaria a otra, tanto como armónica y equilibrada en relación al conjunto del
organismo urbano. Por ello se conceptualizaba el "zooning" como "la aplicación del
buen sentido de la justicia a las reglamentaciones que rigen el uso de la propiedad
privada" (Urquidi, obra citada:54).

c) Anteproyecto del Plan de Normas de Edificación: De acuerdo al Arq. Urquidi (obra


citada: 56), se pretendía "Establecer las características generales de los edificios de
acuerdo a la zona donde se encuentran, el destino que tienen (comercial, vivienda,
administración, enseñanza, etc.), la densidad de población admisible en el lugar, el
ancho de las calles, el soleamiento, etc.” -Ver plano 27 -. Un aporte complementario a
este anteproyecto fue el "Proyecto de Reglamento de Tramitación de Obras y
Urbanización de Cochabamba" elaborado por el Arq. Gustavo Knaudt. Este cuerpo
normativo fue precursor de muchas de las disposiciones que aun rigen actualmente.

Por ultimo, el Anteproyecto de Urbanización del Casco Viejo, concluido a fines de


1950, fue desarrollado como un estudio complementario del Plano Regulador y vino a
perfeccionar la propuesta transitoria del Arq. Knaudt de 1946-1947. Se definían dos
grandes etapas: la primera, en que se tendía a aprovechar "el antiguo trazado
introduciendo un orden funcional tanto en lo relativo a la red viaria, como en el uso de
la tierra y las normas generales de edificación" (Urquidi, obra citada:63). El proyecto
aparentemente abandonaba la idea del acelerado ritmo de renovación urbana de la
propuesta preliminar, por una opción "más realista", de tal suerte que "las previsiones
adoptadas puedan llevarse a la práctica sin mucho costo y mediante soluciones
técnicas sencillas, armonizando en lo posible el interés público con el particular". En
esta primera etapa, la propuesta se amoldaba a los lineamientos del Plano Regulador,
adoptando para resolver el tránsito de rodados y peatones en el centro, el principio de
separar la circulación de motorizados de la de peatones, definiéndose así la existencia
15

de: vías de tránsito intenso para vehículos, vías de tránsito lento o de servicios y vías
peatonales (Ver Plano 28). Sobre la base de este criterio básico, se elaboró una trama
circulatoria sumamente interesante, de tal suerte que las vías de tránsito intenso
conformando una red continua irían a canalizar el tránsito vehicular y el transporte
público urbano, "ligando puntos distantes e importantes de la ciudad y definiendo a su
vez distritos constituidos por varias manzanas, los cuales quedarían encerrados o
rodeados por estas vías". Las vías de tránsito lento no estructuraban una red continua,
sino un conjunto fragmentado, pues su función era permitir el ingreso eventual de
vehículos al interior de alguna de las "súper manzanas", de tal manera que "para lograr
la discontinuidad se cortan determinadas bocacalles mediante bandejas centrales de
jardines, aceras o calles para peatones". Las vías peatonales iban intercaladas entre las
anteriores, permitiendo el desplazamiento cómodo de peatones. El Arq. Urquidi resumía
la propuesta de la siguiente manera:

Con este criterio, sin cambiar el tipo de la ciudad, formada por manzanas
dispuestas en tablero de ajedrez, se trata de lograr un orden más racional, pues
mientras para el vehículo se agrandan las manzanas (distritos), para el peatón
se conservan sus dimensiones, disminuyendo así puntos de conflicto e
introduciendo de otra parte, una organización funcional en la circulación
general que evite la concentración del tránsito vehicular en determinadas vías y
puntos como ocurre al presente (Urquidi, obra citada: 64).

La segunda etapa de modernización del centro urbano se iniciaría a partir de los logros
alcanzados por la primera, es decir, cuando la red viaria anteriormente descrita estuviera
en pleno funcionamiento y a pesar de conservarse aun el antiguo damero, los distritos o
súper manzanas también estuvieran totalmente definidos:

de modo que con un nuevo régimen económico y legal se proceda a su


reconstrucción por distritos, comenzando por la expropiación total del terreno o
declarándolo bien común de los propietarios de las casas y terrenos del distrito,
para proseguir luego en la demolición de los edificios existentes y erigiendo
otros de tipo aislado y de varios pisos rodeados de amplios espacios libres
comunes a todos los habitantes (...) desapareciendo de esta manera las típicas
calles 'corredor' de las ciudades construidas bajo conceptos antiguos (Urquidi,
obra citada: 69).

La propuesta de ordenamiento del centro urbano con una primera etapa que
refuncionalizaba el antiguo espacio aldeano no solo era coherente sino perfectamente
factible en contraste con la segunda que en tanto no existiera el "nuevo régimen
económico y legal" no superaba el nivel de lo inverosímil y utópico.

Tanto la propuesta del Plano Regulador como el proyecto preliminar de Muñoz


Maluschka o las propuestas para el centro comercial desarrolladas por el Arq. Knaudt,
presentan una lógica interna bastante sólida y sin duda era ésta su principal virtud. Es
más, tanto la propuesta del Plan Regional como el Plano Regulador citado revelaban
una concepción unitaria respecto a la relación ciudad-región, algo poco frecuente en los
estudios urbanísticos de la época, incluso a nivel continental. Sin embargo los citados
estudios rendían tributo al límite académico y científico de su tiempo, es decir,
sustituían el análisis de la formación social valluna y el proceso de producción espacial
15

que le correspondía por imágenes y perspectivas de una otra realidad totalmente


idealizada. Por ejemplo, el Plan Regional estructuraba su lógica interna a partir de un
supuesto histórico utópico: el desarrollo armónico de las fuerzas productivas, esto es, el
equilibrio entre una agricultura capitalista moderna destructora de las viejas formas de
vasallaje feudal del campesinado y la factibilidad de un desarrollo urbano que apoyara
la emergencia de una estructura social igualmente armónica, justa y racional. Esta
perspectiva, que indudablemente fue discutida por los urbanistas, era inviable y
desfasada del curso histórico de los acontecimientos que eclosionarían poco tiempo
después.

En fin, las propuestas no se apoyaban en la reflexión sobre las contradicciones del


modernismo valluno. Por ello la estrategia de recubrir con nuevas vestiduras las
miserias del statu quo oligárquico siempre resultaba ganando la partida, de esta manera
a la hora de las decisiones solo se ejecutaba lo subsidiario y se postergaba lo esencial
del Plan. Lo que resultó utópico no fue el planteó de la ciudad moderna, sino el tipo de
sociedad que le podría corresponder: se estableció linealmente el deseo de armonizar el
crecimiento de la agricultura, la industria y la población; en base a este precepto se
operó sobre lo urbano, se estructuró su crecimiento a largo plazo y se proyectó la
distribución de esta población en los distritos urbanos concebidos para este efecto. La
ciudad fue proyectada para recibir holgadamente el crecimiento demográfico hasta fines
del siglo XX. Si posteriormente la evolución de la ciudad contradijo profundamente
estas previsiones fue precisamente por que la base teórica socio económica proyectada
en su dimensión espacial se mostró insuficiente.

El desarrollo capitalista de la post Segunda Guerra Mundial, pese a la amplia difusión


de una perspectiva de desarrollo armónico y equilibrado, lo que produjo fue algo
totalmente opuesto: proliferaron las situaciones de macrocefalia y extremo desequilibrio
en las intensidades y ritmos de la urbanización como parte de la absurda materialidad de
sociedades industriales profundamente escindidas entre agresivos procesos opuestos de
acumulación de riqueza y pobreza. América Latina fue un territorio profundamente
golpeado por esta realidad. Lejos del desarrollo equilibrado, se profundizó la
dependencia y la falta de equidad en el desarrollo de su economía. Sus ciudades se
transformaron en pequeños oasis de bienestar rodeados de grandes campamentos de
extrema pobreza. Cochabamba no fue una excepción y aún en las modestas dimensiones
de su estructura urbana reprodujo lo esencial de todas estas contradicciones.

El Arq. Franklin Anaya trazaba una visión del desarrollo urbano, a inicios de los años
50, que mostraban puntos de vista diferentes al aparato teórico adoptado por el Plano
Regulador, es decir más próximos a una visión más realista de la problemática social
pero intentando encontrar una alternativa para aminorar las manifestaciones más
negativas de la misma, a través de las propias bondades de la propuesta urbana,
poniendo en evidencia una perspectiva que terminaría por desgastar tempranamente el
Plan, en la medida en que este al no ser un instrumento flexible, no se podía acomodar
mecánicamente a las condiciones de la nueva realidad económica y social de la región y
la ciudad imperantes a partir de 1952 no siendo suficiente, como se verá mas adelante,
la defensa a ultranza que intentaron los técnicos para preservarlo de las agresiones.

El Arq. Anaya realizó la siguiente síntesis respecto de la probable evolución del casco
viejo y el proyecto de transformación urbana que proponía el Plano Regulador, en un
interesante Prologo a un singular ensayo del Dr. Renato Crespo (1951)63:

El momento en que se cuente con energía eléctrica suficiente y se concluya el


camino que pasando por Cochabamba restituya la antigua ruta que unía el
Pacífico con el Atlántico la industria se encargará de reclutar a las poblaciones
satélites y de acuerdo a los cálculos estadísticos del Municipio aumentará la
población en lo que queda del siglo XX a 500.000 habitantes(...) Dentro de esta
perspectiva el casco viejo de Cochabamba se parcelará indefinidamente y se
reconstruirá por anillos concéntricos de edificación y, naturalmente, se
sucederán todos los fenómenos perniciosos del desarrollo de la ciudad de tipo
capitalista. Aprovechando la falta de capitales financieros e industriales el plan
de urbanización limita el crecimiento del casco viejo, de modo que en su
rededor se formen las llamadas unidades vecinales que son barrios con todos
los servicios colectivos independientes (mercados, escuelas, policía, hospitales,
etc.). Estas unidades han sido trazadas sobre terreno más o menos libre de
edificación y dejando áreas para parques, circulación y demás servicios
públicos. Cuando el primer anillo de unidades vecinales se edifique, se
intensificará la circulación radial como fuerzas centrípetas y aun en este
momento, debe restringirse el desarrollo del casco viejo que por su vetusta
arquitectura, por sus edificios de poca importancia, se verá obligado a
reconstruirse en blocks aislados de muchos pisos financiables ya dentro de las
modalidades de la economía de una sociedad futura. Así el casco viejo, que
podría ser un hacinamiento de casas, se convertirá en un área verde donde la
naturaleza domina y la arquitectura es además un símbolo(...) En el gráfico
esquemático se pueden apreciar las líneas fundamentales del plan cuya
aplicación al terreno no puede ser literal por las múltiples dificultades que se
oponen en nuestro medio a un proyecto de esta naturaleza; sin embargo,
garantiza el desarrollo orgánico de Cochabamba La inspiración del plan es
dialéctica en cuanto puede lograr lo contrario de aquello que parece estar
predestinado en la ciudad de formación capitalista: convertir el centro urbano
en área verde sin quitarle su carácter de centro comercial, administrativo y
burocrático.(Ver Plano 29)

Tempranas dificultades de orden diverso a inicios de la década de 1950, hacían posible


avizorar los enormes problemas con que tropezaría el Plano Regulador en su aplicación,
al intentar materializar una estructura urbana diferente a la dinámica económica y social
de la ciudad. Por ello no fue incongruente, que aun muchos años más tarde, aquéllos
componentes urbanos que eran vitales para el desarrollo del Plan no hubieran sido
ejecutados, pero sí, se hubieran realizado aquéllas partes accesorias, incluyendo mejoras
puntuales y secundarias que eran favorables a la naturaleza especulativa del capital
inmobiliario.

63
El ensayo del Dr. Renato Crespo, la tesis que desarrolló para optar a su grado profesional, fue el
primer ensayo sociológico urbano que, hasta donde sabemos, se escribió en Bolivia hasta ese momento y
donde, en contraste con el aparato teórico de las CIAM y la amplia difusión que le dieron los discípulo y
seguidores de Le Corbusier, introduce el análisis marxista en la reflexión sobre la ciudad y sus aspectos
teóricos.
16

Un ejemplo patético fue sin duda la idea de una moderna "city" edificada sobre los
escombros del casco viejo en un plazo no mayor a una o dos décadas, sobre la base de
convertir los 2.645 predios en modernos monoblocks. Lejos de cumplirse el pronóstico,
la parcelación indefinida sigue su curso hasta llegar a cuadruplicar y quintuplicar esta
cifra de atomizados inmuebles. Hoy el centro urbano ya no tiene donde expandirse, pero
sin embargo no se introduce ampliamente la propiedad horizontal. La cuestión no tiene
la simplicidad con que fue considerada en la década de 1940. La realidad es que el
casco viejo actual es una curiosa y hasta lamentable combinación de formas de
espacialización de conservadoras economías de rentistas, contradictorias pinceladas de
modernismo, tímidos intentos de preservación de valores históricos, creativas
improvisaciones de escasa calidad arquitectónica y enormes indefiniciones que
muestran, a la manera de una nítida radiografía, una sociedad cochabambina escindida
entre la firme marcha hacia el porvenir y la evocación de los viejos fantasmas del
pasado que no terminan de disiparse, pues en el fondo las posturas modernistas
continúan recubriendo un mundo y una tradición rural que todavía impregna
fuertemente la personalidad valluna.
16

CAPITULO 4
CAMBIO SOCIAL, MODERNIDAD Y DESARROLLO URBANO

Las aspiraciones de modernidad y los proyectos de desarrollo urbano que intentaron


expresar la dimensión material del progreso que se podían permitir los patriarcas
vallunos en la primera mitad del siglo XX, se redujeron a consolidar un baluarte urbano
donde se intentó que cobraran espectacularidad y plena vigencia los paradigmas del
desarrollo de Occidente. Sin embargo, como se vio en el capitulo anterior, la sociedad
oligárquica estaba muy lejos de reflejar en el desarrollo urbano al que aspiraba, una
proyección de su propia potencialidad y modernidad en el manejo de la economía, la
organización social y el orden institucional. Por ello el resultado de estos esfuerzos
nunca alcanzó el objetivo pleno de transformar la aldea en ciudad, sino apenas
parcialmente. Es decir, en propiedad, el producto urbano resultante de los esfuerzos de
modernización iniciados a partir de la primera década de 1900, era más una
combinación de aldea-ciudad que propiamente una urbe donde los resabios aldeanos
hubieran sido totalmente erradicados.

Más allá de lo anecdótico, la circunstancia de este desarrollo urbano relativo es


reveladora de la profunda contradicción en que se debatían las elites cochabambinas que
intuían el advenimiento de circunstancias adversas a su viabilidad hegemónica. De una
u otra manera, se podía percibir el temible y osado avance del mestizaje sobre el
dominio del aparato productivo y la continua expansión del mercado interno regional,
que en los hechos había desplazado a un sitio decorativo el rol de las haciendas e
incluso amenazaba la expansión del comercio importador que se limitaba a satisfacer los
gustos consumistas de un pequeño estrato social urbano a que se reducía la propia elite
hacendal-comercial-bancaria, elite que de todas maneras se veía a si misma
efectivamente, como un minoritario grupo de gente "moderna y civilizada" rodeada por
un verdadero mar de incivilidad, donde tenían vigencia todos los imaginarios opuestos a
esta autovaloración. Sin embargo, este planteo ideológico que convertía el modernismo
en una postura heroica de gentes progresistas, no era otra cosa que una desesperada
representación teatral de una tragedia que se convertía en comedia.

Comparado todo este despliegue de deseos y prácticas de renovación de la vieja imagen


urbano-colonial con esfuerzos similares que se suceden en otras ciudades de América,
se puede percibir la diferencia cualitativa que se establecía respecto a estos procesos de
transformación de las antiguas estructuras urbanas señoriales impulsadas por
trascendentales cambios sociales en el propio seno de las clases dirigentes que habían
sido capaces de renovarse a si mismas, dando paso a los grandes empresarios de un
desarrollo industrial burgués dinámico y moderno, más allá de la circunstancia de sus
grados de dependencia y subordinación respecto al capital internacional. Luego las
grandes urbes que habían dejado en el recuerdo histórico sus antecedentes aldeanos,
eran la expresión viva y fehaciente de la transformación de la antigua sociedad
oligárquica y colonial, en una formación capitalista en expansión y regida por la
eficiencia impuesta por una potente economía de mercado.

Los patriarcas cochabambinos transformaban sus ansias de modernidad en una comedia,


al asumir solo las formas externas y vistosas de este proceso, es decir, al reducir sus
metas de progreso a una simple operación de proporcionar nuevos ropajes "urbanos" a
la antigua aldea y recubrir con un discurso "progresista" el viejo orden social colonial.
Por ello, no pueden evitar que las obras que debía materializar el desarrollo, no tuvieran
16

otra viabilidad que el aporte del mundo de los "otros", los temibles e incivilizados
vallunos mestizos que curiosamente eran los que producían la riqueza y hacían marchar
la economía regional. La bonanza económica del maíz que cultivaban los piqueros y
pegujaleros, es decir los campesinos libres, no podía ser reemplazada por la
desfalleciente economía hacendal o por la incipiente industria que no terminaba de
abandonar sus herencias artesanales. En síntesis, el escaparate de modernidad tras el
cual se escondía la inmovilidad de la sociedad tradicional, fue sufragado por las clases
subalternas poseedoras curiosamente de la vitalidad que faltaba a los "progresistas" en
este universo de comediantes donde los ritos y retóricas formales de carácter ideológico,
político y cultural, incluyendo el ansia por adquirir gustos, hábitos, valores y poses del
modernismo anglosajón, terminaba transformando todo este despliegue en una suerte de
mundo al revés, donde los que producían riqueza eran los "salvajes atrasados" y los que
mermaban a la sombra de los primeros, "gentes cultas, decentes y progresistas".

La ciudad aldeana o la ciudad-aldea, entonces no resulta un simple juego de palabras,


sino la justa dimensión de la materialidad de un curioso híbrido "moderno-atrasado" en
que derivó el viejo orden oligárquico que se derrumbaría políticamente en 1952 y
socialmente con la Reforma Agraria de 1953. En este capítulo analizaremos las
circunstancias en que prosigue la siempre contradictoria y sinuosa transformación de la
ciudad en una urbe, que como todo en Cochabamba, no deja de poseer su dosis de
atipicidad y originalidad.

El modernismo y la permanencia de la estructura urbana: 1900 - 1950

Si bien los vuelos urbanísticos alcanzaron importantes cimas en su exuberante


despliegue, esta imaginación y capacidad creadora en muchos casos fue más allá de los
horizontes que se permitía la fiebre modernista de las elites regionales. Imaginaron una
urbe totalmente transformada bajo el impulso de una profunda reestructuración de las
obsoletas estructuras coloniales supervivientes; sin embargo, la realidad de la ciudad
reveló una actitud muy rezagada respecto a estas proyecciones futuristas, que si bien
desde el punto de vista técnico resultaban factibles, desde el ángulo social y económico,
extremadamente conservador, resultaban casi ejercicios de ciencia-ficción. En este
contexto, es posible afirmar que la inalterabilidad de la estructura urbana concéntrica
heredada de la aldea colonial, expresaba con nitidez el carácter formal de los afanes de
cambio que tuvieron lugar a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Para verificar
este extremo, observemos diferentes momentos de esta realidad a lo largo de este
período:

Una descripción de la ciudad que data de 1909 enfatizaba en el trazado regular de la


ciudad, con calles rectilíneas cuyas denominaciones originales que hacían referencia a
algún propietario notable o a algún convento o iglesia, habían sido modificados con los
nombres de los próceres de la Guerra de la Independencia. Las manzanas así
conformadas tenían una dimensión de "133 varas y 2/3 (111 metros y 47 cm.) con un
perfil de calle 8,36 metros”. Este damero regular, que obviamente se circunscribía a lo
que hoy conocemos como "centro histórico" o "casco viejo" envolvía el perímetro
urbano de la ciudad, estaba dividido en "cuatro cuarteles” o secciones determinados por
los cuatro ángulos de la Plaza 14 de Septiembre, que contenían unas 2.080 casas, y
donde los cuarteles del Sudeste y el Sudoeste eran los más consolidados al presentar el
62% de total edificado y los valores de mercado inmobiliario más elevados. Este hecho,
indudablemente se vinculaba a las actividades comerciales que se desplegaban en esta
16

zona, es decir la pujante actividad ferial, de cuya dinámica se beneficiaban barrios


como Caracota, la Curtiduría, la Carbonería, etc., donde además se ubicaba el grueso de
los establecimientos de expendio de chicha. Entretanto, los cuarteles del Norte eran el
asiento de los barrios residenciales, donde la denominada casa-quinta se combinaba con
la casona colonial generando tasas de densidad mas bajas.

Cada uno de estos cuarteles, en su zona próxima o sobre la Plaza principal contenía
edificio de importancia urbana, cuya concentración definía el llamado "centro
comercial". Así el Cuartel Sudoeste, contenía entre sus edificios principales: el Banco
Nacional de Bolivia, la Compañía de Coches Unzueta y el antiguo matadero; sin
embargo, aquí también se encontraban barrios como la Curtiduría, la Plaza de San
Sebastián, San Antonio y la salida al Valle, sitios de actividades comerciales populares
y, artesanales, donde tenía lugar una parte de la actividad ferial. En el cuartel Noroeste
se encontraba el Templo de la Compañía, el Colegio Seminario, la oficina de Crédito
Hipotecario y diversos edificios religiosos; este cuartel además se extendía hacia zonas
residenciales de familias notables de la ciudad, donde existían muchas casas-quinta e
incluía el acceso de la vía carretera a Oruro. En el cuartel o sección Noreste, se
encontraba el Teatro Achá, el Palacio de Gobierno o Prefectura, los Tribunales de
Justicia, el Tesoro Público, la Administración de Correos y Telégrafos, las oficinas
notariales, la Policía de Seguridad, el Palacio Consistorial (Alcaldía), la Biblioteca
Municipal, el Club Social y el Banco Argandoña, es decir en este cuartel se emplazaba
lo esencial del poder estatal y local, aquí también se ubicaba la Plaza Colón y el paseo
del Prado delimitado por casas-quinta de ricos comerciantes y hacendados. En el cuartel
Sudeste, finalmente, se encontraban: la Catedral, la estación de coches de la Empresa
Tardío, la sede de la Sociedad Pro-Patria, el Colegio Nacional Sucre, la Universidad de
San Simón, el Colegio San Alberto, el Convento de San Francisco además la Plaza
Calatayud (Caracota) y parte de la Pampa de las Carreras: en este cuartel se desarrollaba
buena parte de la actividad ferial, la que se extendía desde la Plaza de San Sebastián en
el cuartel Sudoeste, para prolongarse a lo largo de la mencionada Pampa de las Carreras
(hoy Av. Aroma) hasta la citada plaza de Caracota y extenderse en parte hasta San
Antonio (Ver Planos 14 y 30)64

Esta descripción de la ciudad no era distinta de la que sugería el plano obsequiado por el
vecindario de Cochabamba al Gral. José Manuel Pando en 1899 como muestra de
adhesión a la causa federalista (Ver Plano 7). Es decir, que en la primera década del
nuevo siglo Cochabamba mantenía intacta su estructura y fisonomía con respecto a la
década final del siglo XIX. Un hecho notable en todo caso, es que la incipiente
valorización del suelo urbano no estaba influido por la residencia y actividad económica
de la elite terrateniente y comercial, sino por la actividad ferial y artesanal, por ello no
resulta extraño que casi el 60 % de los edificios de dos plantas se concentraran en los
cuarteles o secciones urbanas del Sur, en tanto en el Norte se concentraba la mayoría de
las casas-quinta, es decir casonas señoriales rodeadas de extensos huertos. Además es
posible percibir con claridad diferencias sustanciales entre las zonas Norte y Sur al nivel
de sus roles y su propia fisonomía. De esta manera, en la zona Norte, ya desde fines del
siglo anterior era posible distinguir el embrión de un modelo urbano más occidental
definido por sus plazas, el paseo del Prado, las citadas casas-quinta o "villas" de gusto
europeo, además del comercio y las instituciones más distinguidas que se esforzaban
64
Boletín de la Oficina de Estadística de Bolivia, Nº 52, 53 y 54 del segundo trimestre de 1909, La Paz.
16

por guardar distancia con los gustos mestizos. En tanto la zona Sur, estaba más próxima
de la imagen de un campamento abigarrado, una suerte de colmena humana con un
grado mayor de consolidación por superficie edificada, pero sin obedecer a un modelo o
ideal urbano preestablecido, sino apenas a la urgencia de atender la tendencia expansiva
de la actividad ferial, del comercio y elaboración de chicha y la industria artesanal. Lo
singular es comprobar la escasa transformación de este tejido urbano en cuanto a su
imagen y carácter morfológico: de las 2.080 casas contabilizadas en 1909, solo el 16%
eran de dos plantas, situación que en esencia no era diferente a la realidad urbana
descrita por D'Orbigny en 1830.

Otra descripción de la ciudad realizada en 1910 con motivo de la celebración del Primer
Centenario de la Revolución del 14 de Septiembre de 1810, no era nada distinta a toda
la descripción anterior, sin embargo, el cronista de El Ferrocarril que describía esta
realidad, dejaba traslucir un tono de aspiraciones y pronóstico notablemente
significativos:

Los alrededores de la ciudad son muy amenos por las quintas en las que se
mantiene una perpetua primavera. La campiña de las Cuadras, Muyurina,
Recoleta, Cala Cala, etc. son tan vistosas y de ambiente tan puro que es de
asegurar que unas vez establecidos los tranvías serán preferidos por los
habitantes, que conservarán en la ciudad solo sus casas de negocios (El
Ferrocarril, Número de Homenaje al 14 de Septiembre de 1910).

En 1912, para el Dr. José M. Sierra, no pasaba desapercibida la situación de un


conglomerado urbano que estaba más próximo a la realidad aldeana del siglo XIX que a
una ciudad emergente del siglo XX, sobre todo en relación a su organismo social e
institucional, así como a su aparato ideológico, donde dicha herencia y apego al pasado
era mucho más poderosa que los tenues destellos de progreso realmente existentes. Al
respecto observaba:

Cochabamba ha progresado materialmente, pero ay! social, política y


administrativamente quizá ha retrocedido. Ese pueblo febril, apasionado, lleno
de hermosas cualidades, tiene que despercudirse de viejos prejuicios heredados
de la intolerancia ibérica, e ingresar de frente por la ancha vía del progreso, y
para ello, es necesario un mayor acercamiento al mundo moderno, mediante el
mayor comercio de ideas y la terminación de la vía ferrocarrilera Oruro-
Cochabamba ("Cochabamba y su progreso material", El Ferrocarril,
23/08/1912).

En 1917, con motivo de la llegada del ansiado ferrocarril que se consideraba portador
del progreso, se reconocía que éste había prácticamente profanado el último baluarte de
la tradición. Sin embargo, no se producía con ritmo vertiginoso la deseada y temida
transformación. Lo que ocurrió en materia urbana con posterioridad al citado evento fue
la contradictoria coexistencia entre pasado aldeano y ciudad moderna. El resultado será
la ciudad-aldea que emerge en la primera mitad del siglo XX. Lo significativo fue
indudablemente la ruptura con el lentísimo ritmo de crecimiento urbano. De pronto la
ciudad, en un par de décadas, se extendió más que en todo el siglo XIX. A partir de los
años 1920, la campiña de espacio productivo, paso a tener ampliamente el calificativo
de lugar de veraneo y paulatinamente el de residencia, con lo que su rol
16

tradicionalmente agrícola evolucionó hacia uno de carácter urbano. Un cronista de fines


de la década de 1910 hacía referencia a esta singular evolución:

La población se va. El cauce principal está cubierto hacia las vertientes de la


cordillera y por ahí se desborda la corriente, cada vez mayor, que como una
inundación va empujando a los indígenas hacia el Norte. No son pocas las
familias que van hacia las haciendas más o menos lejanas a 'pasar el verano'.
Lo esencial es salir, la ciudad se hace pesada, las ruedas del engranaje social
funcionan torpemente y parece que está próximo el momento en que todo su
mecanismo se quedará en suspenso. En cambio allá en la otra margen del río
Rocha se encuentra toda una población que ha sentado sus reales en pleno
territorio indígena y los sufridos y laboriosos labriegos que van dejando la
planicie libre a los invasores; ahora como en los años pasados, con carácter
provisional, pero en un 50 % la población indígena, ha sido ya definitivamente
expulsada de las campiñas y allí, donde se hacía el cultivo intensivo de
legumbres y cereales, se construyen casuchas y chalets que lentamente van
diseñando la nueva ciudad(...) Los indios con inquietud y tristeza ven turbado el
reposo de sus campos, no es un espectáculo consolador para ellos el trajín
cotidiano de automóviles, ciclistas y jinetes(...) El sport es ahora la pasión
dominante, el lawn tennis está en boga y hay verdadero entusiasmo por los
caballos, las raquetas y los fuetes. Es de prever que después de pocos años,
Cala Cala, Queru Queru, Muyurina y todos los 'lugares de verano', serán la
monarquía absoluta del placer. Y aquéllos que buscan rincones solitarios para
adormecer sus pesares, tendrán que ir a buscarlos un poco más lejos (Revista de
Bolivia nº1, 15/10/1918)

Era irreversible la realidad del avance urbano sobre la campiña rural. Las valiosas
maicas y huertos que fueron tomando forma desde los lejanos tiempos de la Villa de
Oropesa fueron sucumbiendo ante el desarrollo de los nuevos medios de transporte y la
masificación de los veraneantes que ya no eran miembros de selectas familias, sino una
numerosa clase media, que paulatinamente, sin prisa pero sin pausa, fue edificando
casas y fijando residencia en los antiguos sitios de veraneo que gradualmente se
transformaron en barrios residenciales.

En 1919 (Ver Plano 14), la estructura interna de la ciudad mantenía prácticamente sin
modificación la realidad descrita para comienzos de siglo. Sin embargo, se hacía cada
vez más evidente la emergencia de tendencias de dispersión que se intensificarían en las
décadas siguientes. De todas formas, el carácter centrípeto del emplazamiento de los
edificios públicos se vio reforzado por igual tendencia en el emplazamiento de los
servicios de instrucción, abastecimiento, actividades culturales, salud y otros
equipamientos. En contraposición, la función residencial dejó de densificarse y abrió
paso a una tendencia francamente expansiva definiendo nuevas zonas que cubrieron
prácticamente toda el área urbanizable en los cuatro cuarteles o sectores anteriormente
mencionados. Si bien dicha tendencia, en este momento, no estaba efectivamente
consolidada, fijó el rumbo que iba a seguir años más tarde la demanda de vivienda de
los sectores de mayores ingresos, convirtiendo la satisfacción de las necesidades
habitacionales en un factor que reforzaría decididamente la dispersión y el carácter
centrífugo de la posterior urbanización. La cartografía elaborada para las primeras
grandes obras públicas: planos de alcantarillado (1922) y de pavimentación (1930) no
revelaban mayores cambios en la morfología urbana, salvo en detalles menudos (Ver
16

Plano 31), pero permiten establecer que antes del conflicto con el Paraguay la ciudad se
mantenían dentro de sus fronteras originales, es decir, no había cruzado Rocha. La zona
del paseo del Prado no estaba totalmente consolidada, Mosojllajta, en la zona Noreste,
no estaba urbanizada e importantes extensiones en el sector Noroeste mantenían su
carácter rural. En contraste, la mancha urbana hacia el Sur era mucho más compacta y
había avanzado hasta la plaza de San Antonio.

La ciudad en los términos descritos transcurrió sin mayores variantes hasta la posguerra
del Chaco, conflicto que, entre otras cosas, ayudó a quebrar el rígido sistema de estratos
y clases sociales colonial, dando oportunidad a que los ex soldados campesinos
adquirieran el status de "ciudadanos", en la medida en que muchos de ellos emigraron
hacia los centros urbanos, entre los cuales, Cochabamba ejercía una enorme atracción
favoreciendo su incorporación a las actividades comerciales y artesanales urbanas, en
lugar de retornar al odioso régimen del colonato. Un cronista al relatar estos hechos
señalaba:

a raíz de la Guerra del Chaco (donde una mayoría de los campesinos cayó
prisionero), pudo asimilar nuevas costumbres y adquirir en cierto modo un
mejor confort en sus costumbres primitivas, tanto en habitaciones, vestuario y
alimentación como en sus propias diversiones. El mayor porcentaje de hombres
que fueron a la guerra no volvieron a empuñar el arado con el mismo interés y
decisión que antes.
Este mismo cronista revelaba además que las escuelas rurales aceleraron este cambio65.
Por otra parte también se reconocía, que a los anteriores, se sumaron factores de orden
económico como:

la inflación de la moneda de postguerra, que creó una intensa actividad


inversionista de los capitalistas que negociaron durante la guerra, que tuvieron
dinero depositado en los bancos o negociaron en minas. Había que salvar el
dinero adquiriendo bienes rústicos y urbanos. Había que dar consistencia a la
fortuna privada amenazada seriamente por la inestabilidad del billete. Del
altiplano y de otras ciudades del interior llegaron refuerzos económicos fuertes
sobre Cochabamba. Y bajo este influjo, casi loco, el valor de las propiedades
fue subiendo y subiendo. Mineros, comerciantes, industriales, empleados de
gobierno, etc. empezaron a adquirir lotes urbanos y fundos rústicos, pagando
precios enormísimos, impropios a la calidad y condición de los terrenos (...) Así
comenzaron también a construir edificios sin importarles el costo. El afán
constructivo requirió obreros y peones. Hubo que buscarlos en los campos, ya
que los elementos propios de la ciudad fueron totalmente ocupados. La escasez
de brazos para edificaciones sobrevino a la competencia del salario. Los
salarios comenzaron a subir ‘en crescendo’ hasta hace poco (...) Los campos
65
En 1935, Elizardo Pérez, creador de la Agencia de Educación Indigenal y de la primera Escuela Rural
de Warisata, organizo la Escuela Rural de Vacas, al amparo del Decreto Supremo de 19/10/1936, por el
que se obligaba a los latifundistas a mantener escuelas rurales en favor de los colonos, lo que se realizó
con fuerte oposición de la Sociedad Rural de Cochabamba que representaba los intereses de los
hacendados. En 1936, se organizó el Sindicato Agrario de Huasacalle, que en 1937, intento hacer cumplir
otra disposición legal, en sentido de que las propiedades rurales de ordenes religiosas y municipios debían
ser administradas por los propios colonos. En el ejercicio de esta disposición, los campesinos de
Huasacalle y Ana Rancho, a través de su Sindicato, construyeron una escuela en 1937.
16

fueron despoblados de sus mejores elementos. La vida rural perdió a sus


elementos jóvenes que se vinieron hacia la ciudad alucinados por mejores
condiciones de vida. Así progresó Cochabamba en forma material y
demográfica desde 1937 (El Imparcial, 25/04/1944).

La anterior descripción de los antecedentes que determinaron las primeras


transformaciones urbanas por su claridad no merece mayores ampliaciones. Quedan así
comprendidos los motivos que finalmente concurrieron a que súbitamente la
inmovilidad de siglos se transformara en un "influjo casi loco", una fiebre de comprar
tierras urbanas y suburbanas y de construir como nunca antes en la historia de la
ciudad66.

Otra descripción de la ciudad a fines de los años 40, permite reconocer aspectos
notables de esta nueva dinámica y sus consecuencias inmediatas:

La ciudad se extiende por los cuatro puntos cardinales y sin embargo de que, ni
la fuerza eléctrica es suficiente ni el agua potable puede llegar a las regiones
urbanizadas, y menos todavía la pavimentación; sin embargo la ciudad crece en
forma considerable y el valor de las propiedades se va ubicando en beneficio de
los terratenientes que en las afueras disponen de extensos latifundios, de donde
resulta que las clásicas huertas van desapareciendo y en su lugar se levantan
viviendas (...) Apenas pasan diez años de cuando el aspecto de nuestra ciudad
era casi provinciano, los propietarios de casas preferían mantener sus balcones
señoriales y sus techumbres semi derruidas, y sus interiores casi siempre eran
galpones o canchones donde podía descansar el ganado que llegaba desde las
propiedades: grandes caravanas de acémilas recorrían las principales arterias
de la ciudad trayendo desde las provincias y las estancias los productos de las
inconmensurables fincas...Hoy en este pequeño lapso todo ha cambiado (...) los
huertos, los jardines y los patios soleados van desapareciendo, por que hay que
dar paso al comercio y a la industria que requiere cuanto espacio sea posible
para dar cabida a los almacenes y a las pequeñas fábricas. La población está
desplazándose hacia los alrededores en busca de aire puro y de sol, de donde
resulta que inclusive empleados de reducido emolumento van haciendo
economías para comprar reducidos terrenos donde lentamente van
construyendo su casa ("El Progreso Cochabambino", Editorial de El País,
17/05/1949).

Esta última crónica tiene la virtud de resumir todo el proceso mediante el cual la aldea
fue sufriendo una metamorfosis para adquirir lentamente una imagen urbana. No
obstante, esta evolución es más producto, como se puede percibir, de un ejercicio de
acumulación y suma de nuevos componentes que incrementan las dimensiones físicas
de la ciudad pero no modifican realmente su estructura histórica. Los principales rasgos
de esta evolución formal vendrían a ser los siguientes:
66
Un primer momento de la expansión urbana no se caracterizó por el crecimiento físico urbano, sino
por un lento y persistente proceso de densificación. Así de las 142 manzanas definidas por A. Soruco en
1879 (El Heraldo, 17/07/1879), y analizando los censos de 1880 y 1886, se estimó que aproximadamente
unas 78 manzanas en 1880 y unas 82 en 1886 presentaban una fisonomía realmente urbana, a partir de
asumir un parámetro de 12 viviendas por manzana, es decir una media de tres casas por cuadra, como el
mínimo admisible para caracterizar un tejido urbano como tal.
16

A. El proceso de expansión física: Aquí es necesaria una diferenciación entre las


proyecciones de crecimiento urbano que comenzaron a aparecer en los planos a partir de
la propuesta de Ramón Rivero de 1909 y la efectiva consolidación urbana de nuevas
tierras. De acuerdo al Censo de 1900, la ciudad mantenía las 142 manzanas que ya
habían sido registradas en los censos de 1880 y 1886. Aparentemente esta situación se
mantuvo invariable hasta 1910. Es decir que la ciudad en un lapso de tres a cuatro
décadas no experimentó aparentemente ningún crecimiento físico importante pese al
incremento de población. En realidad, el modesto perímetro de la aldea era holgado en
relación a la modesta capacidad de la dinámica urbana para consolidar realmente el
citado número de manzanas. Planos posteriores asignaron a la ciudad un número de
manzanas mucho mayor, con incrementos tan importantes como la adición de un
centenar a las originalmente mencionadas. Así por ejemplo el "Plano Regulador" de
1910 (Ver Plano 8) incluía 244 manzanas numeradas, sin embargo, solo 123 manzanas
fueron tomadas en cuenta en el plano de alcantarillado de 1922 y en el de
pavimentación y aguas pluviales de 1930 (Ver Plano 31), tratándose en estos últimos
dos casos de las manzanas que efectivamente habían sido consolidadas por funciones
propiamente urbanas.

B. El Censo Municipal de 1945 definía la existencia de 360 manzanas dentro del Radio
Urbano. Sin embargo aquí se consideraba como parte de la ciudad todo lo que incluía el
perímetro urbano ampliado por la Ordenanza Municipal de abril de 1945. No obstante,
se ponía en evidencia una realidad diferente que es necesario analizar: la ciudad
ampliada presentaba 16 distritos urbanos, incluyendo oficialmente toda la campiña
hacia el Norte y pequeños conglomerados indígenas hacia el Sur. Si se compara esta
situación con la definida por el Plano Regulador de la Ciudad que comienza a ser
aplicado a partir de 1950 y que incluía 1.600 manzanas en el interior del Radio Urbano
establecido en 1945, se puede percibir que las manzanas contabilizadas por el citado
censo no configuraban una aglomeración continua, homogénea y compacta, sino apenas
un tejido expandido, cuya estructura urbana presentaba los siguientes rasgos:

Un núcleo o zona central densa que comprendía los distritos Norte y Sur del casco viejo,
compuesto por 225 manzanas, donde habitaban 54.432 personas, es decir, el 76 % de la
población compuesta por 71.492 habitantes. La variante fundamental en este caso, con
respecto a la estructura urbana del siglo XIX, es que se rompe con el esquema colonial
de zonas anulares, de tal manera que la antigua zona intermedia quedó incluida en este
centro que, hacia los años 1950, había consolidado una mancha urbana densa que cubre
prácticamente todo el espacio disponible dentro de los límites de este sector, es decir
que desde la avenida Aroma y la zona de San Antonio por el Sur, hasta las márgenes del
río Rocha por el Norte y el Oeste, así como hasta las faldas de la serranía de San Pedro
por el Este, la ciudad logró en mayor o menor grado definir un tejido urbano compacto
y continuo.

Por otra parte, surge la realidad de una extensísima periferia conformada por las 135
manzanas restantes que en realidad definen aglomeraciones menores muy dispersas y
rodeadas por tierras rústicas y de uso agrícola, a la manera de pequeños islotes aldeanos
que agrupaban algunas decenas de manzanas: Cala Cala, Queru Queru, Tupuraya,
Muyurina, Jaihuayco, Mayorazgo, etc., estaban unidos al centro urbano por caminos
sinuosos o avenidas, por ejemplo la Libertador Bolívar, a lo largo de las cuales se
habían edificado chalets. Es decir se trataba de una mancha urbana todavía tenue donde
17

se combinan núcleos compactos y dispersos con formas lineales de consolidación


residencial, dentro del típico proceso de una nueva estructura física en formación. Una
síntesis de la expansión urbana entre 1900 y 1960 muestra que la ciudad, merced a la
nueva dinámica social y económica que imprimen los acontecimientos de 1952,
prácticamente logró consumir todo el perímetro urbano ampliado en 1945; como puede
observarse en el Plano 32. Sin embargo pese a esta radical transformación de la forma
urbana, se conserva inalterable el carácter concéntrico y centrípeto definido por la aldea
hispana.

Se puede concluir que pese a los progresos en materia de transporte urbano,


comunicaciones, infraestructura, la ciudad real, es decir el sector central, por lo menos
hasta los años 50, mantuvo en esencia el modelo hispano primigenio y no logró
trasponer francamente la barrera del río Rocha para iniciar una expansión franca y
masiva hacia el Norte; ni logro consolidar una aglomeración continua hacia el Sur, más
allá de la estación del Ferrocarril y la colina de San Sebastián que se erigieron en otras
tantas barreras no superadas. Dentro de estos límites se afianza dicha "ciudad real" no
solo en términos de establecer unas condiciones de mayor densidad poblacional y un
uso más intenso del suelo urbano, sino de concentrar casi en forma monopólica todos
los adelantos en materia de infraestructura urbana y servicios públicos (Planos 32 y 33).
Otro tanto sucede evidentemente con las actividades económicas (comercio, ferias,
industrias y artesanías), con los equipamientos urbanos, las mejoras de pavimentación y
la propia vivienda. En suma, la ciudad era este centro, en tanto sus otros componentes
todavía no habían superado su lento tránsito entre lo rural y lo urbano67.

La realidad urbano-regional a inicios de los años 50.

El Censo de Población de 1950 reveló que Bolivia a mediados de siglo era un país
predominantemente rural y con más del 80 % de su población habitando la altiplanicie y
los valles andinos, en fuerte contraste con los llanos tropicales prácticamente
deshabitados. El departamento de Cochabamba, siguiendo una tendencia que comenzó a
manifestarse en la colonia, era el más densamente poblado de la República. En 1900 la
población departamental representaba el 18 % del total nacional, en tanto en 1950, la
misma solo equivalía al 16 %, evidenciando una tasa de crecimiento para los primeros
50 años del siglo XX de solo 0,99 %, inferior a la tasa nacional de 1,32 %. Pese a ello,
Cochabamba era el tercer departamento con mayor población y mantenía su condición
de la región más densamente poblada (8,82 h./Km2). Cochabamba pese a las fuertes
emigraciones hacia las minas y las salitreras en poder de Chile, no dejaba de ser una
región importante por su dinámica económica, la misma que solo era superada por el
polo minero-comercial paceño.

Dentro de la región de los valles andinos, que además comprenden los departamentos de
Chuquisaca y Tarija, Cochabamba presentaba la mayor población urbana, la misma que
alcanzaba casi a un 30 % de su población total. Este indicador, si bien no reflejaba su
dinámica interna, sí expresaba su escaso protagonismo con respecto a los factores que
habían determinado mayores grados de urbanización en los casos de La Paz y Oruro,
donde la minería del estaño permitía el predominio de procesos productivos con elevada
concentración de medios de producción, tecnología y fuerza de trabajo asalariada. No
67
Una relación detallada de la situación del comercio, de la industria de la chicha, de la infraestructura
básica, de la distribución de la población en este espacio urbano y de la vivienda, se encuentra en Solares:
1990
17

había duda que Cochabamba en 1950, pertenecía más a la Bolivia rural, pero en
términos de una región, donde por lo menos tenuemente existía una adscripción a las
tendencias modernistas que mal o bien, habían logrado materializar un modesto
escaparate de ciudad moderna en la capital del departamento.

El censo citado, reveló por otra parte, que más del 70 % de la población departamental
habitaba en los valles68, donde además se desarrollaba lo esencial de la vida económica
de la región. Entre 1900 y 1950, esta tendencia se mantuvo inalterable e incluso
evidenció un incremento, en contraste con la escasa dinámica demográfica del trópico
cochabambino y la casi postración poblacional de las zonas de puna. En este contexto,
la ciudad capital y su provincia Cercado eran una suerte de "oasis urbano" rodeado de
un denso universo rural que casi no había cambiado su fisonomía desde los tiempos de
Viedma. Es decir que si admitimos que el conjunto de los habitantes de la ciudad y el
Cercado comenzaron a plegarse en diversos grados de intensidad a hábitos de vida
urbana modernos, ello significaría que los proyectos modernizantes de las elites
regionales alcanzaron a un 17 % de la población departamental y a un 56% del total de
la población urbana registrada en el Censo de 1950, en tanto casi unos 115.000
habitantes de los trópicos y las punas (algo más del 23% de la población departamental)
vivían al margen de los atractivos modernistas y de hecho no tenían mayores razones
para sentirse atraídos por esta opción, una vez que sus miras estaban puestas en la
cuestión de la tierra y sin duda, en las condiciones de su participación en la economía
agrícola y la actividad ferial. Por otro lado, algo más de 264.000 habitantes (un 54 % de
la población departamental) residía en provincias y zonas involucradas directamente en
la actividad de las ferias campesinas, el comercio de chicha y la producción artesanal.

Dentro del precario sistema de centros urbanos del departamento, la capital en relación
con su región ejercía una suerte de "primacía urbana" absoluta. En propiedad, la ciudad
de Cochabamba era el único conglomerado que podía recibir el calificativo indiscutible
de ciudad. Su población que en 1900 alcanzaba apenas los 21.886 habitantes, en 1950,
alcanzó a los 80.795 habitantes, con un incremento neto del 169 % en 50 años, logrando
una tasa de crecimiento elevada (3,38 % anual). De esta forma, si en 1900 era 3,8 veces
mayor que Punata que era el segundo centro y 4 veces mayor que el tercer centro,
Tarata; en 1950 paso a ser casi 9 veces mayor que la segunda localidad, Quillacollo y 16
veces mayor que Punata que había pasado a un tercer orden. Estas comprobaciones
ponen en evidencia que la lenta transformación de la aldeana Villa de Oropesa en un
centro urbano dinámico comenzó a cobrar celeridad en esta primera mitad del siglo XX,
saliendo de un pesado letargo que se remontaba a las épocas de la decadencia del Potosí
colonial.

A este resultado, todavía modesto por cierto, concurrieron factores que de alguna
manera ya han sido examinados: así, la consolidación de un mercado interno dinámico y
el potenciamiento de la actividad ferial, un potenciamiento similar del sistema de
transporte regional mediante el Ferrocarril del Valle, que a su vez, reforzó el carácter de
Cochabamba como un mercado urbano de primer orden para la agricultura regional,
sobre todo para el maíz y sus derivados. En el orden externo, también concurren otros
factores como: las corrientes migratorias de la post guerra del Chaco, la apertura de la
vía férrea a Oruro y, el mejoramiento del sistema de carreteras en los años 30 y 40, que
estimularon las citadas migraciones hacia los valles y su capital.
68
Específicamente: en 1900, el 74,1 % de la población departamental habitaba en los valles. En 1950,
esta proporción llegaba al 76,7 %.
17

Cochabamba, tanto en 1900 como en 1950, era la segunda ciudad de la República en


cuanto al volumen de su población. Sin embargo la distancia que le separaba de La Paz
en cuanto a crecimiento demográfico se fue ensanchando. En efecto, si a comienzos de
siglo, la nueva sede de gobierno era 3,2 veces mayor que Cochabamba y 3,4 veces
mayor que Sucre y Potosí; en 1950, La Paz pese al crecimiento poblacional de
Cochabamba, era 4 veces mayor que ésta y 5 veces mayor que Oruro. En los citados
años 50, por otro lado, el eje de la dinámica urbana en el país, se concentraba en torno a
tres centros: La Paz, Cochabamba y Oruro. El auge del estaño y la concentración de
recursos diversos en la sede del poder gubernamental y su región impulsaron el
crecimiento de La Paz y Oruro. No obstante, el caso de Cochabamba era diferente: la
influencia de la economía minera era muy indirecta, antes que beneficiarla, la hacía
tributaria de esta economía a través de su aporte en fuerza de trabajo. El motor de la
dinámica regional era en realidad la economía del maíz. Los años 40 fueron
denominados la "década del grano de oro", pues los continuos records de producción de
maíz y el consumo de sus derivados: harina, muko y chicha, arrojaron voluminosos
recursos que impulsaron las obras públicas y dieron realismo a los proyectos de
transformar la aldea en ciudad moderna.

El citado Censo de 1950 revelaba algunos rasgos de la actividad económica relativos a


la estructura ocupacional de la población económicamente activa (PEA). Comparando
una vez más lo que ocurría a comienzos de siglo y a mediados del mismo, se tiene: que
si en 1900 el aparato productivo tenía unas dimensiones modestas y estaba dominado
por artesanos y trabajadores por cuenta propia, en 1950, este cuadro tenía diferencias
significativas, una vez que el artesanado fue cediendo paso a los obreros y trabajadores
asalariados en lo que viene a ser un importante cambio cualitativo en la economía de la
ciudad, expresando en concreto la dinámica del crecimiento industrial a partir de la
posguerra del Chaco. En la misma forma, el sector terciario que en 1900 representaba el
44 % de la PEA, en 1950 alcanza al 51 %.

En suma, si Cochabamba a comienzos del presente siglo era una típica aldea rural
dominada por formas económicas tradicionales, en 1950 la ciudad se consolida como tal
en virtud de su conversión en un gran centro de comercio y consumo de bienes
agrícolas, un predominio de actividades terciarias, entre las cuales sobresalía el
incremento del empleo en el aparato estatal y el crecimiento relativo del sector
secundario que logró ganar terreno a costas de la industria artesanal sobre todo en los
rubros de tejidos y calzados. Un aspecto importante era la expansión del sector de
transportes y comunicaciones, donde se produjo una verdadera revolución, con el
desplazamiento de los viejos carruajes y tranvías por automotores, y las caravanas de
arrias por el ferrocarril. En suma, cobraba un mayor grado de nitidez y complejidad la
división social y técnica del trabajo, constituyendo este último aspecto el rasgo más
importante, una vez que en los años 50 se impulsó el desplazamiento definitivo de todos
los resabios de la vieja aldea que hasta ese momento ejercieron influencia sobre el
comportamiento de las clases sociales y sobre sus objetivos de reproducir espacialmente
sus valores y aspiraciones.
En tanto la ciudad experimentaba una dinámica de cambios formales significativos, el
agro y en general la región no acompañaba esta dinámica, por lo menos en términos de
transformaciones externas apreciables. Su dinámica era menos visible, pues transcurría
en el seno de lo estructural, es decir, a través de un paulatino y persistente proceso de
modificación de la tenencia de la tierra y de las relaciones de producción, que fueron
17

cambiando la realidad de la hegemonía de las haciendas y su universo semifeudal


vigentes por lo menos desde el siglo XVIII. En efecto, el predominio de haciendas y
latifundistas con que se suele imaginar el tiempo pasado anterior a 1952, solo resulta
una verdad parcial. Al lado de la hacienda, la pequeña propiedad rural también se
constituía en una institución secular cuyo origen, como ya se puso en evidencia, se
vinculaba con la decadencia de Potosí y la consiguiente crisis de la economía cerealera
de las haciendas hispanas seguida del debilitamiento del yanaconaje y la expansión de la
práctica del arriendo.

Con la República estas tendencias se agudizaron a lo largo del siglo XIX, sobre todo
gracias al estimulo estatal para hacer efectiva la venta de tierras de comunidad. De esta
manera no solo se debilitó y casi se extinguió la propiedad comunitaria en los valles de
Cochabamba, sino que las propias tierras de hacienda, sobre todo en los citados valles,
se fueron dividiendo continuamente hasta llegar a convertirse en pequeñas fracciones
que se denominaron "piquerías" o "pegujales", según fueran el resultado de la
fragmentación de las haciendas vendidas a pequeños agricultores y comerciantes
mestizos, o terrenos hacendales arrendados a los colonos, a cambio de labores agrícolas
no remuneradas en favor de los patrones (Albo, 1987). La economía de la hacienda no
se apoyaba en normas rígidas, en el caso de Cochabamba, ésta hacía reposar la
alternativa de su viabilidad en la extracción del plustrabajo campesino mediante la
coerción extra económica practicada por los gamonales sobre los colonos, lo que no
solo implicaba relaciones contractuales en la esfera de la producción (siembra, cosecha,
pastoreo, etc. de las tierras de demesne) sino también abarcaba la esfera de la
circulación y venta de productos en los mercados, transporte, y otros. Además, el colono
no era el único sujeto a la coerción, sino que también quedaba involucrada su familia,
cuyos miembros solían prestar servicios personales en la casa de hacienda en forma
periódica (Rodríguez y Solares, 1990).

Por el contrario, los pequeños y medianos campesinos o piqueros detentaban el carácter


de trabajadores libres y dedicados a abastecer las ferias semanales. Pronto estos se
convirtieron en un estrato social significativo por su volumen y su dinámica, llegando a
ser francamente mayoritarios en el Cercado y varias provincias del Valle Central y el
Valle Alto. A este respecto, un notable portavoz de las elites locales comentaba lo
siguiente:

Las antiguas haciendas ya no existen: han sido retaceadas y están en manos de


indios y de cholos que son propietarios(...) Esta subdivisión territorial sigue en
ascenso en los valles, casi ya no existen hacendados, todo está en manos de
indios y cholos, y con dejar que siga este hecho, pronto tendremos retaceada la
tierra para todos (...) Aquí el propietario no tiene sino que abrir la boca,
encuentra en venta tierras de todo tamaño y clase, y está de tal modo
fraccionada que ya es perjudicial, pues no se pueden emprender grandes obras
de irrigación, hacer ensayos científicos de abonos, máquinas, etc. (Salamanca,
1931:7).

Según el autor citado, la forma como estos "indios y cholos" podían satisfacer las
exigencias monetarias de este extendido mercado de tierras agrícolas, era a través de un
igualmente extenso proceso de mestizaje que experimentó la región desde el siglo XVII
promoviendo una atmósfera propicia para la constitución de un mercado interno a través
de la organización de un sistema ferial regional. Salamanca trazaba un panorama de
17

amplia diversificación de la economía campesina, donde los hombres cultivaban la


tierra y las mujeres desarrollaban estrategias comerciales para vender los frutos de la
agricultura campesina: "Así reúnen un capitalito que sirve para comprar pequeños
recintos de tierras que suelen cultivarlos sin abandonar el servicio de las haciendas".
El mismo autor señalaba que una mayor acumulación de ahorros les permitía
incursionar en la promisoria industria de la chicha, comerciar en las ferias, incursionar
en el comercio de harinas e incluso organizar intercambios a larga distancia
comercializando los productos agrícolas vallunos en otros departamentos. En dicho
proceso, el mestizo o valluno adquirió destrezas comerciales, creó una conciencia social
y política de su condición y, lo que es más importante, sentó las bases del proceso de
cambio y ascenso social que protagonizaría en los años 50. Una vez más, la mujer
valluna fue todo un puntal en dicho proceso. Al respecto se anotaba:

Dentro de esta situación quién prueba ser más permeable a los cambios sociales
y a la movilidad de ascenso es la mujer mestiza. Las actividades del comercio al
menudeo, la adquisición y transporte de productos desde los terrenos de cultivo
hasta los mercados comunales, la elaboración doméstica y el expendio de la
chicha de maíz que es la bebida regional, la industria de la confección para los
estratos populares, son las ocupaciones ordinarias de la "chola" cochabambina,
que gracias a su inclinación al ahorro, a su innata disposición para el negocio
que esté a su alcance económico y a su tenacidad en el trabajo, logra atender la
subsistencia de su familia y se convierte en eje del hogar valluno, con
aspiración a que sus hijos aprendan oficios manuales o estudien profesiones
superiores para ascender en la escala social (Guzmán, 1972: 96 y 97).

El primer Censo Agropecuario, realizado también en 1950, reveló una realidad un tanto
distinta a las percepciones de quienes daban como un hecho indiscutible la casi
extinción de las haciendas en el departamento, pues este aparente e idílico panorama de
democracia económica, donde la destreza y las habilidades innatas de los vallunos era
suficiente para rebasar la rígida estructura de castas del mundo oligárquico, no era nada
evidente. Lo que mostraba el citado censo es que el departamento de Cochabamba no
estaba exento en modo alguno de agudas contradicciones y conflictos, y que el sistema
hacendal estaba muy lejos de ser un fenómeno superado o marginal. Lejos de las
presunciones de Octavio Salamanca en torno a la hipótesis de un traspaso casi masivo
de las tierras de las haciendas a manos de pequeños agricultores, quedó establecida una
situación bastante diferente, es decir, la vigencia de una distribución de la tierra
laborable extremadamente desigual, que favorecía en forma evidente a los latifundistas.

En resumen, el panorama agrícola departamental en 1950 mostraba la realidad de una


región con múltiples formas de producción, de organización de pisos ecológicos, de
tenencia de la propiedad rural y de relaciones de producción, que relativizan la idea del
carácter homogéneo del mundo rural apenas conflictuado por la contradicción entre
patrones y colonos:

En el escenario pre Reforma Agraria los valles Bajo, Alto y de Sacaba, que
enmarcan la ciudad capital, presentaban un visible contraste con el resto del
departamento. Esto porque los tres valles principalmente desde fines del siglo
XIX, mostraban las huellas de un creciente avance campesino sobre las tierras
hacendales. Mientras en las serranías de Ayopaya, los valles cálidos de Misque
o los Yungas de Totora, predominaban intocados los grandes latifundios.
17

Finalmente, las áridas tierras de Arque eran las únicas que mostraban un leve
predominio comunal frente a las haciendas (Rodríguez y Solares, 1990: 15-16).

En efecto, Cochabamba a inicios de la década de 1950, pese a ser el departamento con


mayor número de pequeñas propiedades en relación al resto del país, todavía era un
territorio donde predominaba ampliamente el latifundio. Veamos algunas cifras: 2.357
haciendas que apenas representaban el 7,36 % del total de las propiedades registradas
estaban en posesión del 80,53 % de las tierras censadas y el 59,57 % de las tierras
cultivables. En contraste, la pequeña propiedad campesina bajo la forma de piquerías y
pegujales comprendía 25.791 unidades agrícolas que representaban el 80,60 % del
número total de propiedades registradas pero solo ocupaban el 9,98 % de las tierras
censadas, además lo que restaba de las comunidades ocupaba el 2,31 % de las mismas.
El 7,18 % de las tierras restantes, dicho censo las tipificaba como otras formas de
unidades productivas pero no especificaba su modalidad.

Pero aquí no terminan los contrastes, existía una amplia brecha entre la superficie total
de las haciendas (2.891.407 Has) y la superficie efectivamente cultivada (75.004 Has)
que apenas representaba el 2,59 % de esa abultada cantidad de tierra disponible. La
producción de la pequeña propiedad campesina (358.592 Has) alcanzaba al 8,25 % del
total, es decir 29.616 Has, que porcentualmente podrían representar mucho más si se
consideraba la extensión real de la tierra laborable atendida por alguna forma de riego 69.
En este orden, incluso las disminuidas tierras de comunidad llegaban a ser más
productivas que las haciendas, pues del total de sus tierras (82.930 Has) llegaban a
cultivar el 7,45 % de las mismas (6.182 Has).

A nivel de las provincias, el citado censo mostraba que en los valles Alto, Bajo y Central
(Cercado, Quillacollo, Capinota, Esteban Arce (Tarata), Arani, Jordan y Punata), a pesar
de la idea muy difundida de que la parcelación de tierras estaba muy extendida y la gran
propiedad en vías de extinción, las cifras mostraba una realidad diferente. Las 987
haciendas de estos valles no solo estaban plenamente vigentes, sino que disponían de
1.576.210,20 Has o sea del 54,51 % del total de tierras registradas, lo que representaba
un promedio de 1.596,97 Has/hacienda. En contraste, las pequeñas propiedades
(piquerías y pegujales) que eran numéricamente aplastantes (13.992 unidades) apenas
disponían 73.550,38 Has, lo que a su vez representaba un promedio de 5,25
Has/piquería. Ciertamente en provincias como Cercado, Quillacollo y Jordan (Cliza) el
minifundio estaba ampliamente extendido. En otras provincias como Capinota, Arani y
Punata la gran propiedad todavía controlaba la mayor parte de las tierras provinciales
aunque las haciendas eran apenas un pequeño puñado frente al enorme número de
pequeñas propiedades. Esteban Arze (Tarata) era la excepción a la regla: aquí la gran
propiedad era absolutamente dominante y el peso numérico de la haciendas era
significativo; 253 haciendas disponían de 204.446,66 Has (con un promedio de 808
Has/hacienda). En realidad en este caso no se registran pequeñas propiedades sino 314
medianas propiedades y fincas (22.165,06 Has) con un promedio de 70,58 Has/unidad
agrícola.

69
No se debe olvidar que el pegujal, la piquería o la sayaña eran tierras situadas en los bordes de las
grandes haciendas, en general se trataba de tierras de secano y el escaso riego que les podría favorecer
debía ser negociado con los hacendados que en general eran los dueños de las vertientes. Por tanto se
trataba de tierras que dependían fuertemente del régimen de lluvias, pero además al tratarse de tierras
erosionadas debían ser cuidadosamente abonadas y despejadas de extensos pedregales. De esto último
venía el nombre de “piqueros” o “pegujaleros”, es decir gentes que pican piedras o pegujales.
17

En las provincias altas (Ayopaya, Tapacarí, Arque) existían 686 haciendas que disponían
de 244.163,84 Has con un promedio de 355,93 Has/hacienda. La pequeña propiedad
estaba en manos de 6.187 piqueros o pegujaleros que detentaban 96.994 Has con un
promedio por unidad equivalente a 15,67 Has. Estas cifras muestran que en estas
provincias estaba plenamente presente la pequeña propiedad, sobre todo en Ayopaya
(3.214 minifundios) y Tapacarí (2.635 minifundios), es decir en las provincias que
periódicamente eran escenario de levantamientos campesinos. En contraste, en Arque
apenas quedaron registradas 338 pequeñas propiedades.

En el Cono Sur existían en 1950, 484 haciendas que poseían 1.011.798,80 Has con un
promedio de 2.090 Has/hacienda frente a 5.559 piqueros que detentaban 181.574,60
Has con un promedio de 32,66 Has/piquería o huerto. En este caso, los dos baluartes
principales de las haciendas eran las provincias de Campero y Carrasco, en tanto
Misque presentaba un avanzado proceso de división de tierras, equivalente en su
intensidad a las provincias más fragmentadas del Valle Alto y Central.

Finalmente la provincia Chapare, de acuerdo a los datos censales, registraba la


existencia de 200 haciendas ocupando 59.223 Has con un promedio de 296,11
Has/hacienda. En este caso la pequeña propiedad no queda nítidamente registrada y solo
se menciona la existencia de 53 propietarios que disponen de 6.472 Has con un
promedio de 122 Has/mediana propiedad. No cabe duda que el censo en esta provincia
es incompleto y no abarcó la totalidad de las tierras probablemente por la dificultad de
ingresar a la parte tropical.

De todo lo anterior podemos concluir que la estructura agraria que ostentaba el


departamento en 1950 era muy compleja y heterogénea. Estaba muy lejos de la idea
preestablecida en torno a la existencia de zonas homogéneas representativas del
predominio de las haciendas o de las piquerías en términos absolutos. Lo que en
realidad se puede percibir es la coexistencia de la gran propiedad y el minifundio, pero
en ningún caso, salvo Misque, bajo la circunstancia en que la pequeña propiedad
hubiera sobrepasado en superficie a la hacienda, aunque ciertamente en todos los casos,
la hacienda es numéricamente insignificante frente a varios centenares o miles de
piquerías, salvo los casos de Esteban Arze (Tarata), Punata, Arque y Campero.

De todo ello, se desprende la certidumbre de que la hacienda en las distinta regiones del
departamento gozaba de salud aceptable respecto al monopolio que ejercían sobre las
mejores tierras y era una exageración carente de veracidad la afirmación de que
Cochabamba antes de la Reforma Agraria presentaba un cuadro de desmembramiento
generalizado de las haciendas en los valles u otras zonas. Ciertamente que a diferencia
de lo que pudo ocurrir en el siglo XIX e inicios del XX, el Censo Agropecuario de 1950
ya no muestra provincias enteras donde la hacienda es la forma dominante de tenencia
de la tierra, pero si muestra la existencia de bolsones donde esta hegemonía persiste, por
ejemplo: Esteban Arze (Tarata) en el Valle Alto; Arque en las zonas de altura; Campero
en el Cono Sur. Por último, aunque sin ser dominantes en la posesión mayoritaria de la
tierras registradas, se puede decir que eran territorios de piquería las provincias Jordán
(Cliza) y Arani en el valle Alto; Quillacollo, Cercado y Capinota en el Valle Bajo;
Ayopaya y Tapacarí en las provincias altas, Carrasco en el Cono Sur. La única provincia
donde la pequeña propiedad había superado en número y superficie a la hacienda era
17

Misque70.

Así queda corroborada la impresión de una estructura agrícola departamental


heterogénea, cuyos rasgos principales parecen hacer incidencia en dos factores: el
condicionamiento ecológico y el condicionamiento económico, es decir respecto a este
último, la mayor o menor relación de cada zona con el mercado interno regional y su
sistema de ferias y mercados. A partir de lo anterior, es posible afirmar que la
parcelación intensiva de la propiedad rural hacendal antes de 1950 era parcial. Este
fenómeno de contracción relativa del territorio hacendal y expansión del minifundio
coincide parcialmente con el escenario geográfico donde, desde fines del siglo XVII y
principios del XVIII, se fue potenciando el mercado interno regional de granos y otros
productos, y se fue fortaleciendo la relación entre parcelas campesinas, ferias y la
industria de la chicha.

En suma, la realidad urbana y regional del departamento de Cochabamba en los últimos


años del poder oligárquico, mostraba no solo la fragilidad de su base de sustentación, es
decir, la posesión hegemónica de la tierra y sus labradores sometidos a servidumbre
como la única fuente de poder y vigencia como elite social, sino además el carácter
realmente utópico de sus aspiraciones modernistas empeñadas en proveer una "nueva
imagen" a algunos soportes materiales de su esfera superestructural, como el caso de la
planificación de la "ciudad-jardín", en tanto languidecían los proyectos de desarrollo
industrial y se contemplaban como hechos exóticos obras capitales para el desarrollo
agrícola como el embalse y el sistema de riegos de La Angostura, que finalmente solo
sirvió para irrigar tierras de piquería. En suma, la cuestión de modernizar las haciendas
era algo anecdótico y solo un potentado como Patiño podía darse el lujo de exhibir
Pairumani como una curiosidad que hasta ofendía a los conservadores terratenientes,
que no le perdonaban su oscuro origen cholo.

Finalmente, surge la pregunta: si el panorama trazado muestra el paisaje decadente del


"ancien regime" y su total ausencia de perspectiva y viabilidad, ¿porque no fue posible
un tránsito pacífico hacia una reforma agraria que en los hechos se estaba produciendo
espontáneamente? ¿Que era lo que finalmente defendían las elites locales si gran parte
de su base económica estaba tan profundamente carcomida? La cuestión no es tan
lineal. Sin embargo de todo ello se puede inferir que el empeño en la cerrada defensa de
los valores de la sociedad tradicional, parecen no referirse tanto a la calidad de la
riqueza material en juego, es decir, no se luchaba necesariamente por el 80 % del total
de tierras laborables equivalentes a 2.891.407 Ha, que según datos del Censo
Agropecuario, estaban en poder de 2.357 haciendas, de las cuales solo se aprovechaban
un insignificante 2,6% en cultivos comerciales, como vimos anteriormente; si no, por la
dimensión ideológica de la cuestión, es decir, lo que se deseaba preservar era un estatus
histórico, una vieja cadena de privilegios señoriales. Si bien el dominio sobre la tierra
había proveído renombre, apellido y respeto; agotado este cordón umbilical, se luchaba
arduamente por la preservación de las apariencias, es decir, la preservación del hoy
llamado capital simbólico, pues este era un componente esencial de los valores vigentes.
Por ello, dentro de este orden ilusorio, las instituciones colaterales del gamonalismo
terminaron volviéndose importantes. Entre ellas, la más valorada era el derecho a
mandar sobre los colonos, cuya sumisión a falta de otros símbolos, se convirtió en el
recurso que proporcionaba vigencia, estatus y sobre todo prestigio, y lo más añorado, un
70
En Misque en 1950 quedaron registradas 70 haciendas con una superficie total de 7.652 has y 4.251
pequeñas propiedades con 9.498,71 Has en conjunto.
17

retazo de poder real que se aproximaba a las glorias de antaño. Por ello no era casual
que muchos hacendados desde los años 30 abandonaran sus haciendas y se dedicaran a
otros negocios como la especulación inmobiliaria incluyendo el alquiler de sus antiguas
casonas y el fraccionamiento de terrenos rústicos en las inmediaciones de la capital
departamental y se insertaran en la actividad comercial urbana, o que incluso en algún
grado extremo se convirtieran en pobres de solemnidad, pero siempre, y con obsesión,
cuidando las apariencias incluyendo el despliegue de sus dotes de mando sobre una
basta servidumbre que solía extenderse a sufridos inquilinos.

Por ello, como mostraremos más adelante, la Revolución Nacional, antes que destruir
una estructura latifundiaria sólida, propinó un golpe piadoso a un mundo que se
desplomaba lentamente víctima de su propia inviabilidad. También por ello no resultará
casual que la ira de las masas de abril se dirigiera, sobre todo, a promover la sañuda
destrucción de este universo ideológico y simbólico de figuración, opresión social y
vasallaje.

La Revolución de Abril y la nueva fisonomía de la sociedad regional

Los valles de Cochabamba no fueron en los siglos XVIII y XIX escenarios de grandes
levantamientos indigenales. El antecedente de insurgencia mejor conocido fue el
protagonizado por Alejo Calatayud en 1730, movimiento dirigido a evitar que los
mestizos fueran englobados en el universo colonial de tributarios, hecho que no expreso
en realidad el sentimiento y los intereses de las masas indígenas agobiadas por
exacciones, corrupciones y pesadas cargas tributarias. Las grandes sublevaciones de
1780-1781 a las que aparentemente no se plegaron los quechuas de Cochabamba, pero
si recibieron el repudio de mestizos y criollos que apoyaron la causa real, valiendo esta
actitud para que la Villa de Oropesa fuera elevada al rango de ciudad; expresaba un
punto de vista desde la óptica de las autoridades hispanas, que en realidad no se ajustaba
a la realidad de los hechos. Hoy es posible afirmar, que Cochabamba no permaneció
indiferente al movimiento encabezado por Tupac Amaru y los hermanos Katari. A
comienzos de 1781 la rebelión indígena alcanzó a Cochabamba, abarcando una extensa
zona que involucraba las alturas de Tapacarí, toda la región fronteriza con Oruro y
Potosí, e incluso varias localidades del propio valle como Anzaldo (Paredón) y los
pueblos de Pocona en Carrasco y Tin Tin en Misque.

Como parte de estos hechos son destacables dos episodios: a fines de febrero de 1781 se
subleva Martín Ucho en la hacienda de Sacabamba, extendiéndose la acción de los
rebeldes hasta el valle de Cliza y, prolongándose hasta mayo del citado año en que
muere el caudillo (Rodríguez, 1991) El mismo año y en forma paralela a la acción
anterior, los indios de Tapacarí concentrados en la Hacienda de Challa, descienden de
las montañas y asaltan el pueblo y la parroquia del mismo nombre, dando muerte a unas
400 personas. Luego se libran combates sangrientos en la quebrada de Tapacarí donde
perecen varios centenares de indios y españoles (Larson, 1978 y 1992).

En los siglos XIX y XX solo se produjeron sublevaciones locales en las alturas de


Arque, Tapacarí y Ayopaya. En general, los valles estuvieron exentos de la gran
sublevación de Willka Zarate en 1899-1900. Esta aparente falta de protagonismo
valluno se vinculaba sin duda con el debilitamiento del sistema hacendal en los valles y
el consiguiente fortalecimiento pacífico y gradual de un campesinado libre que había
logrado situarse con cierto éxito al margen de las formas compulsivas y serviles de
17

explotación de la fuerza de trabajo, lo que no ocurría necesariamente con las


"provincias altas" del departamento donde, como vimos, reinaba indiscutido el sistema
de haciendas. En este orden, en los valles de Cochabamba no tuvo mayor vigencia ni
impacto el modelo de expansión de las haciendas promovido por la Ley de
Exvinculación de 1874, por lo menos, en los términos descritos por Silvia Rivera (1986)
para el caso del altiplano, es decir que estas disposiciones no produjeron el efecto de
potenciamiento del latifundio sino la ampliación del universo parcelario. De esta forma,
desde fines del siglo pasado, exceptuando algunas zonas del valle bajo, desaparece la
propiedad comunal, sin que ello signifique el avance de las haciendas sino de la
piquería. No obstante, los valles no eran necesariamente un paraíso donde reinaba la paz
social.

En el siglo XIX y primera mitad del XX, la Hacienda de Cliza de propiedad del
Monasterio de Santa Clara era el mayor latifundio del Valle Alto y como tal, la fuente de
los mayores conflictos. En 1881 poseía aproximadamente unas 2.550 Ha (unas 860
fanegas), sin embargo debido a reiterados fraccionamientos en 1915 la extensión de la
Hacienda se redujo a 1.000 Ha, que nuevos parcelamientos la redujeron a solo 400 Ha
en 1926 (Pardo, 1986). En este último año (1926), el cantón Cliza que incluía la
hacienda, registraba en su catastro 1.112 propiedades, de las cuales casi un 48% eran
menores a una hectárea, en contraste con siete latifundistas, cuyo origen se basaba en la
adquisición de tierras a la citada hacienda, compartiendo con esta el 37 % de tierras del
cantón. En años posteriores continuó la fragmentación y, fue este proceso el que generó
agudos conflictos y varias revueltas campesinas. Así, la necesidad de financiar la
construcción del templo de Santa Clara en Cochabamba estimuló la división de la
hacienda en dos fracciones, una de las cuales, a su vez fue subdividida en 17 parcelas,
tres de las cuales fueron subastadas para la finalidad señalada, lo que originó problemas
legales que no es el caso detallar. Sin embargo estos enredos jurídicos permitieron a los
colonos instaurar juicios contra las monjas demandando que se les declare dueños
legítimos de las parcelas que ocupaban desde hacía muchos años, por haber
transformado en tierras laborables y valiosas, terrenos baldíos y eriales (Pardo, obra
citada.).

Fueron episodios como los mencionados los que dieron curso a una nueva forma de
lucha por la tierra, pero esta vez ya no se trataba de la defensa de las tierras de
comunidad, sino de la aspiración a la propiedad individual. De esta manera se
desembocó en la fundación del Sindicato Agrario de Ana Rancho, en 1936, que fue el
primero en su género en Cochabamba. El sindicato se planteó como objetivo inmediato
el arrendamiento de las tierras y luego la adquisición directa para sus miembros
afiliados (los colonos). Esto provocó la alarma entre los hacendados e incluso se
impulsó el confinamiento de los dirigentes sindicales, pero no se pudo evitar que entre
1941 y 1942 más de 200 colonos adquirieran legalmente 217 Ha. (Dandler, 1984).

Por último, en 1947 se produjo el alzamiento de los colonos de varias haciendas en


Ayopaya, las mismas que se intensificaron tras la muerte del Presidente Gualberto
Villarroel. Estos colonos, sin embargo, no pretendían la propiedad de la tierra, sino
apenas que se reconocieran y respetaran las disposiciones del Primer Congreso
Indigenal de 1945, es decir se suprimieran los abusos y mejoraran las condiciones de
trabajo, incluyendo la abolición del pongueaje en las haciendas (Dandler y Torrico,
1986).
18

Las luchas campesinas en Cochabamba asumieron, por tanto, dos modalidades con
anterioridad a 1952: por una parte en las zonas donde el poder hacendal estaba intacto y
la piquería, pegujal o sayaña era poco significativa, las reivindicaciones tenían dos
vertientes: mejorar las condiciones de trabajo de los colonos, quienes aspiraban a un
salario y a que se les considerarán "trabajadores rurales", aboliendo el servicio gratuito
y el vasallaje y defender las tierras de sus comunidades contra los intentos de despojo y
avance del latifundio. Por otra, en los valles, donde el sistema hacendal estaba más
debilitado, estas reivindicaciones eran más radicales: los colonos aspiraban a convertirse
en propietarios individuales de sus sayañas o pegujales a costa de las tierras de la
hacienda. Esta segunda tendencia será la que dominará las luchas campesinas en los
valles a partir de la posguerra del Chaco, oponiendo al tradicional espontaneismo
campesino (el alzamiento, la poblada y el motín) la organización sistemática de la base
social a través del sindicato rural.

El conjunto de factores que incidían y reforzaban la situación de agotamiento del poder


oligárquico en la región, no hicieron necesario que el derrumbe del régimen se
produjera a través del tradicional uso de la fuerza y el abundante derramamiento de
sangre, como ocurrió con La Paz y Oruro. Por ello, tanto la jornada del 9 de Abril y días
siguientes, transcurrieron en una tensa calma que se prolongó por las semanas
siguientes. Las antiguas elites se replegaron y se pusieron a esperar sobre lo que
decidiría el nuevo régimen con relación al candente tema de la tierra y sus promesas de
justicia social. Lejos de tonos vengativos y amenazantes, en los primeros meses
posteriores a la toma del poder, el nuevo régimen del MNR se mostró cauto en torno al
tema agrario. Un acucioso estudioso del proceso de la Revolución Nacional no duda en
señalar: "Nunca figuró en ningún programa del partido antes de 1953, una reforma
agraria en cuanto tal y se discutía únicamente en términos generales" (Dunkerley,
1987: 6). El tono del discurso oficial enfatizaba en la necesidad de abolir el régimen de
servidumbre, en imponer un salario justo para el trabajador agrícola y en enunciar muy
vagamente la incorporación del campesino (el término "indio" debía quedar abolido por
el sentido peyorativo que le asignaba la oligarquía) a la Nación Boliviana. Una
declaración del MNR anterior a 1952, señalaba con claridad un punto de vista que
remarcaba la línea adoptada por los decretos agrarios de Villarroel en mayo de 1945:

Exigimos una ley que reglamente el trabajo campesino de acuerdo a las


peculiaridades de cada región, sin modificar las costumbres impuestas por el
medio geográfico, pero garantizando la salud y la satisfacción de las
necesidades del trabajador boliviano. (Programa de Principios del MNR citado
por Antezana, 1971).

Sin embargo, la propia dinámica de los acontecimientos que hicieron propicia a una
estrecha alianza entre las fuerzas nacionalistas y la clase obrera para consolidar el
triunfo de la Revolución Nacional, empujaron a la jerarquía del partido gobernante a
modificar su punto de vista sobre este estratégico tema: un editorial de Los Tiempos
reconocía la ansiedad que causó entre la antigua elite regional, el anuncio del Presidente
Paz Estenssoro de reconocer que los tópicos esenciales de su gobierno serían: la
nacionalización de las minas y la reforma agraria. Estas y otras declaraciones, incluso
en tonos francamente incendiarios, de quienes más tarde se declararían la "izquierda del
MNR", poblaron de amenazadores presagios, rumores de preparativos siniestros, unos
francamente fantásticos, pero otros asustadoramente reales de: "masas obreras y nativas
(...) excitada por prédicas destinadas a exacerbar sus sentimientos y amarguras
18

ancestrales". En cierta forma, los terrores nocturnos que causaban el desvelo de la vieja
clase hacendal no eran exageraciones vanas ni falsos y absurdos temores alejados de la
realidad. Este era el tiempo de las memorias y los recuerdos, cada cual desde su óptica,
los antiguos patrones y los ex siervos, contabilizaban las ofensas y abusos infligidos y
recibidos, para concluir que los valles eran tierras muy propicias para que la llama de las
revanchas y los ajustes de cuentas por viejas pendencias se encendieran en cualquier
momento.

Las nuevas formas de lucha campesina que se iniciaron con el movimiento sindical de
1937 permitió a los trabajadores rurales, como comenzaron a autocalificarse, establecer
contacto con obreros fabriles, mineros y clases medias urbanas pobres, para aprender
nuevas formas de organización y lucha. Estas nuevas modalidades fueron ampliamente
aplicadas a partir de abril de 1952. El 6 de agosto de dicho año se constituyó en Sipe
Sipe la Federación de Campesinos de Cochabamba controlada por el MNR. La base
social de esta primera federación reposaba sustancialmente en los campesinos del valle
Bajo y las provincias altas donde se produjeron los levantamientos de 1947 (Iriarte,
1987: 183-184). No obstante, este primer emprendimiento, cuyo objetivo era crear un
instrumento unificador de las reivindicaciones del agro no prosperó en el valle Alto
donde la tradición de las luchas iniciadas en 1936 había creado unas bases combativas y
reacias a someterse a maniobras políticas. De esta forma el campesinado de
Cochabamba se divide tempranamente en diciembre de 1952, cuando tiene lugar el
Primer Congreso Departamental de Campesinos, donde, como luego se volvería
tradición, abundan los abandonos y las expulsiones mutuas. Finalmente surgen dos
fuerzas sindicales rivales en el departamento de Cochabamba: la Federación "amarilla"
de Sipe Sipe dirigida por Sinforoso Rivas, un ex minero militante del MNR y, otra
federación estructurada en torno al combativo Sindicato de Ucureña, tipificada por los
primeros como "comunista" y dirigida por José Rojas (Iriarte, 1980: 41 y Los Tiempos
05/02/1953)71.

Superada esta etapa de organización sindical, desde el segundo semestre de 1952, el


mundo rural cochabambino entra en ebullición: por doquier surgen sindicatos, centrales,
milicias y hasta regimientos campesinos. Las clases poseedoras estaban en pánico,
ahora ya no se trataba de meros rumores y pesadillas, sino la amenazadora realidad de
un movimiento generalizado de agitación social, que muy pronto cobró la dimensión de
acciones y hechos consumados: asaltos a casas de hacienda, hostigamientos,
amedrentamientos, tomas y repartos de tierras, flagelaciones, linchamientos de
aborrecidos patrones e incluso ataques armados a pueblos y capitales de provincia como
los que tienen lugar en Colomi, Tarata, Punata, Cliza, Arani, Vila Vila, Anzaldo, etc. o
amenazas de asalto inminente que llenan de pavor a otras poblaciones como Totora.

Un editorial de Los Tiempos (21/06/1952) reconocía que "los indios que por cuatro
siglos vivieron bajo la férula del patrón han erguido la cerviz y tienen en jaque a sus
patrones". Era evidente que tales ímpetus iban más allá de lo planeado por el propio
MNR, partido que inicialmente, a más de definir una posición y promover acciones en
pro de la reforma agraria, procuró con premura establecer una base social para
consolidar en los valles la Revolución de Abril de 1952 (Ponce, 1986). Por ello, el
pánico que hacía presa entre los hacendados a mediados de dicho año, también
71
Para una relación detallada del proceso de movilización social del agro cochabambino entre abril de
1952 y agosto de 1953, además de todos los antecedentes de este proceso, ver Dandler(1975).
18

alcanzaba a las esferas de mando del partido gobernante, quienes leían con absoluta
preocupación y gran sensación de impotencia, párrafos como los siguientes:

Los indios anuncian ahora que ellos por cuenta propia realizarán la reforma
agraria. Esta es una advertencia alarmante en grado sumo. Las fuerzas que
mueven al indio después de tantos siglos de opresión son fuerzas de revancha
que no están canalizadas hacia una evolución orgánica, sino a la anarquía
sangrienta, que puede traducirse en los más luctuosos acontecimientos (Los
Tiempos, 21/06/1952.)

Lejos de realizar una evaluación serena y objetiva de los hechos y reconocer que gran
parte de lo que ocurría, no era otra cosa que la cosecha de innumerables semillas de
injusticia que por doquier sembró el sistema hacendal, se recurrió en esta extrema
circunstancia, a negar la alternativa y la posibilidad de que el indio sometido a siglos de
vasallaje fuera capaz por si solo de adquirir conciencia sobre su condición de
sometimiento. Tanto las autoridades políticas del MNR a nivel departamental, cuanto la
propia oposición, los grandes hacendados y su entorno social, convinieron
unánimemente en explicar la movilización rural como "obra de agitadores que
envenenan con esmero el alma simple del bueno y sumiso colono". La Federación Rural
de Cochabamba, el organismo representativo de la clase terrateniente, en una extensa
carta pública dirigida al Prefecto del Departamento, expresaba a cabalidad esta idea que
resumía el sentir de la clase política en su conjunto: "el ambiente en el agro está siendo
tremendamente perturbado por agitadores anónimos provenientes de las ciudades que
se diseminan por los campos o por agentes a veces identificados, pero que van
quedando impunes y prosiguen en su condenable labor"(Los Tiempos, 04/07/1952). En
oposición a estas apreciaciones simplistas, la Federación Sindical de Trabajadores
Campesinos de Cochabamba argumentaba en torno a que la descripción de la realidad
del agro estaba empañada por una campaña alarmista dirigida a "crear en las ciudades
un clima de animadversión a los trabajadores agrarios". Ejemplificando este criterio,
con respecto a graves desordenes y hasta una violenta sublevación de los colonos en las
haciendas de Colomi, se decía lo que sigue:

Los sucesos de Colomi fueron en realidad espontáneos en su origen y restringidos


en su amplitud. No se debieron como se afirma perversamente a la predica
demagógica de los ‘agitadores’, los mismos que son una cómoda invención de los
gamonales, sino a las tremendas condiciones de miseria y explotación, y a los
inhumanos abusos cometidos por el feudalismo superviviente en el agro (Los
Tiempos, 15/11/1952).

La realidad de los hechos no pasaba necesariamente por ninguna de las dos


argumentaciones contrapuestas. Era obvio que existía una amplia agitación en el agro,
pero también era cierto que la miserable vida rural agravada por las extremas
compulsiones y exacciones a que era sometida una fracción mayoritaria de la fuerza de
trabajo campesina, constituía un excelente caldo de cultivo para que las predicas
subversivas penetraran fácilmente y las protestas y movilizaciones contra patrones
obcecados que persistían en las viejas prácticas de matonaje, culminaran con actos de
protesta de grandes proporciones, y no pocas veces en asaltos a las casas de hacienda,
apropiación de las cosechas, expulsión y aun flagelamiento de los latifundistas.

Un análisis más cuidadoso de lo que se vino en llamar "la revolución agraria" muestra
18

que más allá de la estructura formal de la organización sindical, de los conflictos de


liderazgo y de la acción de los agitadores, lo que prevaleció fue una enorme energía de
movilización espontánea que no se canalizó hacia una estrategia global de destrucción
sistemática del latifundio, sino más bien se bifurcó en el afloramiento de multitud de
conflictos y ajustes de cuentas de carácter local. La identificación de antiguos verdugos
y la implacable memoria colectiva de las víctimas operaron con mucha eficacia para
definir el carácter puntual y episódico de los hostigamientos. El campesinado en ese
momento poseía armamento, una infraestructura militar (milicias y regimientos), pero
sobre todo no tenía al frente a su tradicional y poderoso enemigo: el ejercito profesional
derrotado en las jornadas de Abril y con amplia experiencia en reprimir alzamientos
indígenas; razón por la cual estaba capacitado para desarrollar acciones aún más
radicales que su falta de cohesión le impidió. En todo caso, no se ejercitó una venganza
ciega, salvaje e indiscriminada. Las movilizaciones, antes que desgastarse en este
empeño reprobable, se orientaron a ejercitar una severa presión para resolver la cuestión
agraria en el menor tiempo posible.

Aquí surgió la consigna: "la tierra es de quién la trabaja" como forma de expresión
concreta de los intereses de los colonos vallunos que aspiraban a la parcela individual.
Por ello, las expresiones más radicales del movimiento campesino se dieron en las
provincias del Valle Alto, donde el fenómeno de la parcelación de tierras estaba más
avanzado. Todo este proceso de grandes y continuas movilizaciones que se extienden
por toda la geografía departamental, fueron reforzadas por otras similares que tuvieron
lugar en el Norte de Potosí, los valles de Chuquisaca, el altiplano orureño y las orillas
del Lago Titikaka. Las mismas terminaron acorralando al MNR y colocándolo en una
delicada situación, pues en el seno del partido gobernante no existía ni decisión ni
unanimidad en torno al problema agrario, por el contrario, las alas "derecha" e
“izquierda" del mismo amenazaban con fracturarse. Estos hechos obligaron a Paz
Estenssoro a nombrar una comisión redactora del Proyecto de Ley de Reforma Agraria
para acometer esta tarea sin demora. Entre tanto, el gobierno se vio obligado a dictar un
decreto de excepción a fines de abril de 1953 instruyendo la expropiación de las tierras
próximas a Ucureña a fin de no perder el control de la situación, la misma que se
tornaba cada vez más delicada por el empeño de fracciones rivales de campesinos y
dirigencias sindicales que competían entre si por asumir medidas cada vez más radicales
y más desafiantes a la autoridad del MNR y al orden constituido.

Bajo este impulso proliferaron la toma y repartos de tierras, sobre todo en el valle Alto.
Una singular descripción de la celebración de un acontecimiento de este género
proporcionaba los siguientes detalles:

Faltando una semana para el acto se preocupan por la provisión de chicha en


gran cantidad y de antemano contratan a algún componente que toca acordeón.
Por ejemplo en la reciente distribución de terrenos en Cliza se pudo observar
que en el trigal existente gran cantidad de campesinos bailaban y zapateaban a
los acordes de un acordeón, mientras a la vera del camino se veían cántaros de
chicha (...) Las imillas y los mozos del campo silbaban y cantaban como nunca,
dando volteretas sobre el terreno del cual ya se creían propietarios, mientras
que en otros sector un grupo de indígenas medía los terrenos utilizando
solamente rústicas correas (Los Tiempos, 26/04/1953).

Por último, el 2 de agosto de 1953, en medio de una enorme y bulliciosa concentración


18

que se estima congregó a 100.000 campesinos, se firmó en Ucureña el Decreto de


Reforma Agraria que proporcionó plena legalidad a las ocupaciones de tierras que se
produjeron en el curso de las previas movilizaciones campesinas, consolidando el
criterio de tenencia individual de las parcelas en que fueron subdivididos los fundos
afectados. Para Cochabamba, este fue un hecho trascendental solo equiparable a aquélla
lejana "primera reforma agraria" que expulso de la tierra a los antiguos ayllus, rompió
con la organización de pisos ecológicos, impuso la encomienda colonial y el modelo de
hacienda hispana. En el contexto de la realidad regional, la Reforma Agraria no fue una
simple operación de reparto de tierras e incremento del universo de pequeños
propietarios, sino sobre todo, significó el derrumbe efectivo del viejo orden oligárquico
tan celosamente resguardado por siglos.

No obstante, el nuevo modelo de sociedad regional que emerge no se encuadra a los


pronósticos y temores de subversión socializante con que las viejas elites justificaban
sus excesos represivos y su terca oposición a los menores cambios e innovaciones. El
resultado fue la consolidación final de una república de pequeños propietarios,
formalmente democrática y plenamente abierta a las aspiraciones de ascenso social, y
que se encaminó hacia un contradictorio modelo de desarrollo capitalista, que dado todo
el singular, complejo y original antecedente histórico que carga la región, no podía dejar
de tener sus peculiaridades propias.

Por lo menos en términos provisionales, en los años inmediatamente posteriores a 1953,


el sindicato rural ocupó el lugar del antiguo patrón en el escenario de las exhaciendas y
pueblos del valle. Este predominio dio margen a la consolidación temprana de una
aristocracia de dirigentes sindicales, que cumplida la gran tarea de dotar de tierra a sus
bases, se preocupó de medrar del poder político y cobijarse a su sombra, para saciar a su
manera su sed personal de figuración, riqueza y prestigio, lejos ya de una relación
orgánica con las masas campesinas a las que formalmente decían representar. Esta
precoz desviación y hasta corrupción de la dirigencia sindical campesina ganada por un
irresistible deseo de ingresar al vedado mundo de los k'aras, echando mano para ello a
prácticas de clientelismo, incluyendo los famosos "apoyos incondicionales" a la clase
política gobernante, evolucionó hacia una eficaz estrategia de acumulación de poder y
capital, en medio de un verdadero torbellino de expansión de la economía de mercado,
vertiginosa y abruptamente incrementada por la concurrencia de miles de nuevos
ofertantes y demandantes. El efecto más significativo e inmediato de este proceso fue el
rápido crecimiento del sistema ferial que se expandió hasta los sitios más recónditos de
la geografía departamental, como veremos más adelante.

Los antiguos excolonos dueños por fin de una parcela de tierra dejaron de depender del
patrón formal para su subsistencia, pero quedaron subordinados a un patrón más
omnímodo y abstracto: el mercado y sus férreas e invisibles leyes. No cabe duda, que en
principio las masas de excolonos debieron sentir una gran sensación de desamparo, lo
que los obligó, en unos casos a desdoblar su vocación de agricultores con un
aprendizaje forzoso y urgente en las artes comerciales del feriante, y en muchos otros, a
enrolarse en las complejas redes de la comercialización de alimentos, que pasaron a ser
controladas, casi masivamente por los lideres sindicales de escalones medios y
superiores, que de "dirigentes" se convirtieron en "rescatiris". En los valles, esta
acelerada recomposición y decantación de los sectores sociales despojados de sus
antiguos roles, una vez derrumbado el carcomido tronco hacendal, permitió una nueva
articulación en torno a un nuevo eje económico y social: el sistema de ferias campesinas
18

y sus mecanismos operativos. La constitución de redes especializadas, aún mucho antes


de 1953, en materia de comercio de granos, chicha, verduras, tubérculos, facilitó y
definió la ubicación del conjunto de nuevos y antiguos actores sociales, estimulando una
suerte de carrera desigual, donde unos alcanzaban la meta ansiada de acceso, en
condición de iguales, al mundo de la otrora elite regional, en tanto otros, sepultados en
su vieja pobreza no obtenían medios para sacudirse de esta condición y permanecían
alimentando la esperanza de recorrer pronto este promisorio camino.

Luego no debe resultar extraño que finalmente todos: nuevos ricos y esperanzados
pobres desearan defender el mundo que habían conquistado, es decir, no solo el modesto
pedazo de tierra, sino sobre todo, el derecho a inscribir en la constitución de la nueva
superestructura los valores mestizos y cholos tan cerradamente combatidos por la
oligarquía hacendal. Por ello resultaba natural ver en el MNR la imagen del Estado
benefactor y patriarcal. Apostar a su defensa y perdurabilidad, era sinónimo de
contribución a conservar los derechos conquistados, luego, las manipulaciones, el
comercio de clientelismo, los apoyos incondicionales, los votos electorales masivos de
apoyo y otras formas incluso inusuales y hasta serviles de sumisión política a los
jerarcas del MNR, resultaban "normales" en función de los intereses en juego.

La interpretación de los hechos que se suceden con posterioridad a la Reforma Agraria


han enfatizado en este último aspecto, es decir en el proceso de plegamiento de la
dirección sindical campesina a los intereses del partido gobernante (Canelas 1966,
Iriarte 1980, Rivera 1986, etc.). Sin negar la evidencia de este fenómeno, consideramos
que el mismo tiene apenas una dimensión formal que cubre la realidad de un proceso de
recomposición y constitución de la nueva estructura del poder regional más compleja.
Este proceso se vio facilitado por la desmovilización de los excolonos que habían
encabezado las grandes movilizaciones pre reforma agraria de 1952-53, y que obtenida
la ansiada parcela y el reconocimiento legal por el Estado, procedieron a consolidar su
conquista contra el peligro real o imaginario del "retorno de los patrones". Para ello, no
encontraron mejor método que delegar a sus dirigentes sindicales, las tareas de
fortalecer una alianza entre este campesinado y el MNR como portavoz legítimo de
dicho Estado benefactor.

Al margen de esta actitud política pasiva, para los miles de excolonos propietarios se
habría una perspectiva totalmente nueva y poco conocida: desaparecido el patrón,
dichos colonos comenzaron a comprender la nueva realidad, dentro de la cual ellos eran
formalmente patrones de sí mismos, y donde, de la mayor o menor racionalidad de sus
decisiones y actos económicos dependía su propia subsistencia. La nueva fisonomía del
poder regional tomó forma a partir de la manera cómo estos nuevos pequeños
productores y consumidores se articularon a la economía de mercado. Al respecto se
sugiere que:

quizá el aspecto más dinámico de la reforma agraria en una región como los
valles de Cochabamba, radique en la vinculación de este sector reformado con
el mercado interno, a través de una intensa mercantilización de productos
agropecuarios, un proceso de integración del campesinado como consumidor y
de la proliferación del pequeño comercio. Por tanto, si bien la economía
campesina se diversifica, la reforma agraria no produjo en la región un
desarrollo sustancial de las fuerzas productivas: hubo una diversificación de la
18

economía rural de Cochabamba y fundamentalmente los campesinos lograron


posesionarse de la tierra por la cual lucharon (Dandler, 1984: 244-245).

La alianza política del campesinado con el MNR, en realidad, de una aristocracia


sindical que reinaba sin oposición, ante la pasividad de las otrora aguerridas bases, hacia
mediados de los años 50, poco tenía ya de campesina. La vigencia de dicha alianza y el
esmero con que era resguardada, expresaba más allá de la coyuntura de las marchas y
contramarchas políticas, el compromiso formal del Estado de 1952 con un modelo
regional de capitalismo atrasado que, sin embargo, se acomodaba a la estratega nacional
de desarrollo con relación al departamento de Cochabamba que en esta perspectiva
quedo reducido a servir de puente entre el macizo minero y las nuevas de tierras del
Oriente, que se convirtieron en los efectivos polos del desarrollo nacional. Los rasgos
del citado modelo podrían sintetizarse en los siguientes aspectos:

1. La pervivencia de un aparato productivo tradicional, donde la desaparición de la


hacienda y la consiguiente multiplicación de pequeños productores, abandonados de
toda suerte de asistencia técnica y financiera, persistieron en el empleo de medios de
producción arcaicos y bajo modalidades de agricultura extensiva. Luego continuaron
vigentes las antiguas formas, incluso prehispánicas, de explotación de la tierra.

2. El acelerado crecimiento de la economía de mercado adoptó los viejos escenarios


feriales e incluso incentivó su multiplicación con el objeto de desarrollar una serie
mecanismos para expropiar el excedente o plus trabajo campesino que sirviera de base
material para la constitución de un nuevo bloque de poder regional. 72 Es decir, los
conflictos bélicos entre fracciones campesinas rivales, las alineaciones políticas
cambiantes, el caciquismo, incluso el pacto militar-campesino se movían en el marco
tácito de una alianza entre el Estado y las clases sociales no campesinas emergentes, que
se disputaban esferas de influencia y fracciones del nuevo poder, pero que globalmente
requerían consolidar permanentemente el acceso a este excedente bajo el manto
protector del Estado, como condición para consolidar su propia viabilidad.

3. En tanto la base productiva se mantenía en los tradicionales niveles de atraso, la


esfera del intercambio revelaba las formas más agresivas del liberalismo capitalista,
subordinando creativamente los recursos y prácticas populares a la lógica de la
economía del librecambio. Es decir el comercio de chicha, los tambos, las fiestas y
compadrazgos que otrora fueron frentes de resistencia social y cultural ante el avance
del modernismo burgués, ahora se combinaban ingeniosamente con el recurso de los
modernos sistemas de transporte, los créditos usureros y las prácticas de dominación
económica indirecta, para afianzar una nueva forma de vasallaje sobre el pequeño
productor parcelario que quedó impedido de controlar las fuerzas del mercado en favor
de los intereses de las nuevas elites regionales.

4. Otras fracciones de la nueva formación social regional (obreros y burguesía industrial


y comercial) operaron más periféricamente, expresando con ello su importancia relativa
con relación a un modelo que no se propuso en ningún momento la modernización del
agro y su articulación al desarrollo industrial regional.

Sin pretender otra cosa que arrojar algo de luz sobre un ámbito poco investigado hasta

72
Utilizamos el término "bloque de poder" en el sentido propuesto por Castells (1988: 150 y siguientes.)
18

el día de hoy, señalaremos que este nuevo bloque de poder sustitutivo del antiguo poder
oligárquico, fue compartido en forma difusa por diferentes fracciones de las antiguas
clases medias que dejaron de ser tales, en la medida en que acumularon riqueza y
ampliaron el ejercicio de su poder real. El tono difuso de este bloque se debió a que
ninguna clase social aisladamente era capaz, y esto ocurre aún hoy, de ocupar el vacío
dejado por la clase terrateniente. En lugar de una clase social hegemónica surgió un
bloque de diferentes grupos y estratos (comerciantes, rescatiris, transportistas,
banqueros, industriales), que de una u otra forma tuvieron, y aún tienen, oportunidad de
apropiarse de diferentes porciones del excedente económico que generan los únicos
productores de riqueza en grado significativo, los campesinos parcelarios. Este
conglomerado heterogéneo y fragmentado de grupos sociales con poder económico, no
terminaron de definir una nítida burguesía moderna, menos adquirir una cultura de clase
dominante y definir un rumbo a seguir para la materialización de un modelo de
desarrollo que plasmara su propia realización histórica. Su única capacidad fue intuir
correctamente la imposibilidad de realizar aisladamente el cien por ciento de sus
aspiraciones de grupo, pero si porcentajes significativos de estos, si lograban consolidar
un bloque de poder sobre la base de un principio de convergencia y pacto social que
resultó esencial para que todas las fracciones en conjunto y no aisladamente
configuraran una alternativa de poder regional viable.73

El pueblo calificó en los años 50 a estos estratos como los "nuevos ricos", unos
personajes, que a diferencia de las desplazadas elites sensibles a la pureza de sus árboles
genealógico, al número de sus colonos y al despliegue de su abolengo y sus barnices de
urbanidad y cultura; colocaban en el primer peldaño de su escala de valores el estatus
del dinero y las posesiones acumuladas, que además eran sinónimo de eficientes
vinculaciones políticas y efectivo ejercicio del poder sobre una esfera de influencia que
pasando por niveles intermedios normalmente concluía en el pleno dominio y
sometimiento de una fracción de productores campesinos y, no pocas veces, oscuros
"negociados" que generalmente se hacían a costas del Estado benefactor. Por lo demás,
permanecieron estrechamente vinculados a la cultura popular, no hicieron cuestión ni se
sonrojaron al autocalificarse de mestizos y cholos, e incluso hicieron amplio uso de los
mecanismos del compadrazgos y el paisanaje para afianzar su control social sobre lo
que consideraban el territorio o espacio de sus operaciones mercantiles.

La antigua constelación del poder gamonal se estructuraba en torno a la relación entre


haciendas, pueblos rurales y una ciudad tradicional dominante (Cochabamba). Esta
relación expresaba el pleno dominio del sector terrateniente sobre una masa de colonos
sometidos a servidumbre y proveedores de renta de trabajo. Para perpetuar esta
exacción, los terratenientes se apoyaban en un aparato estatal represivo puesto
incondicionalmente a su servicio y a centros de comercio y finanzas que apoyaban la
economía hacendal y viabilizaban sus conexiones externas. Sin embargo, al lado de este
poder hegemónico, probablemente desde la década de 1920, comenzó a surgir
discretamente un nuevo poder basado en la enorme potencialidad de la economía del
maíz y el comercio de la chicha consumida en la región, que fue fortaleciendo los
circuitos feriales y las plazas de comercio provincial. La propia Cochabamba dejó de ser

73
Rivera (1992: 136) acota lo siguiente sobre esta cuestión: "Probablemente, esta situación fue la base
de una ausencia real de poder de clase definida desde 1953 hasta el presente. La estructura social
cochabambina de la actualidad y la dominación clasista es amorfa y desordenada. las nuevas elites
económicas carecen de sentido de identidad, culturalmente son vacíos y casi sin proyección histórica."
18

asiento exclusivo del poder hacendal y dejó paso a funciones opuestas a su rol
tradicional, convirtiéndose raudamente desde las primeras décadas del siglo XX, en la
cabecera de un mercado de consumo de la producción campesina parcelaria. En los años
30 y 40 del siglo XX, el auge del "grano de oro" llevó a su apogeo esta condición, y su
potencialidad fue suficiente como para absorber increíbles cargas tributarias con las
cuales se financió el desarrollo urbano de la capital.

La desaparición de las haciendas, lejos de debilitar el andamiaje de relaciones entre


centro urbano, pueblos rurales, ferias, chicherías y piquerías, operó en sentido inverso,
es decir tendió a potenciarlo aun más al incorporar a los excolonos recién liberados a las
redes de la economía mercantil. La nueva constelación de poder resultante tuvo dos
expresiones concretas: el afianzamiento de un sistema vial y de comunicaciones fluido,
en base a la universalización del empleo de camiones que permitió la vinculación ágil
entre ferias próximas y lejanas, ranchos y espacios de producción, factor que pronto se
constituyó en una condición esencial para el funcionamiento del modelo de
acumulación basado en la renovada expropiación del excedente agrícola que impuso el
comercio de rescate de productos alimenticios. Por otro lado, el potenciamiento de la
ciudad de Cochabamba como eje central y nudo de una basta red de circuitos
mercantiles y sede de un mercado capitalista que comenzó a nutrirse de este torrente
circulatorio.

Cochabamba alcanzó finalmente su rango de ciudad, no necesariamente gracias a su


dinámica industrial, sino como el eje principal de esta nueva constelación de poder, es
decir, como cabecera regional de un mercado de bienes de capital, fuerza de trabajo y
capital financiero, además de asiento del poder político del bloque dominante y del
conjunto del aparato estatal presente en la región. Así se convirtió en el centro urbano
privilegiado que gracias a lo anterior, fue capaz de canalizar en su propio beneficio, una
fracción importante de inversiones y recursos provenientes de la apropiación del citado
excedente agrícola que atesoraban las nuevas elites para volcarlo al siempre promisorio
negocio inmobiliario y más indirectamente a la realización de obras de desarrollo.

Es decir, que la relación espacial y económica entre ámbitos productivos (piquerías,


pegujales y dotaciones parcelarias), poblados menores, centros intermedios y ciudad
dominante, pasó a reproducir las redes que organiza la economía mercantil,
reproduciendo paralelamente una relación de dependencia jerárquica entre dichos
espacios productivos y las ferias cantonales, las ferias provinciales y la gran feria central
de Cochabamba. Por ello, al tenor de los "nuevos tiempos", el propio concepto de
modernidad dejó de evocar los modelos europeos y se impregnó de un cierto sabor
mestizo que se hizo patente en la infinidad de edificios de propiedad horizontal de tres y
cuatro plantas (una suerte de racionalismo arquitectónico con libertades del gusto
popular) que edifican los "nuevos ricos" punateños, cliceños, tarateños, quillacolleños,
sacabeños, etc, en su afán de dar muestras de su nueva condición y proveerle de un
marco moderno al grandioso escenario de la zona Sur, que en los años 50, bajo el rotulo
de Feria de Cochabamba o más comúnmente "Cancha" o "Pampa" se convierte en un
gigantesco mercado persa, pero sobre todo, en el corazón y el motor que mueve la
economía de la ciudad, la región y de este nuevo bloque de poder.

El proceso urbano en los años 50: el santuario del modernismo es invadido por las
masas de Abril.
18

Los nuevos fenómenos que comienzan a gravitar en la realidad urbana de Cochabamba,


ya sean a consecuencia de las profundas modificaciones que experimenta el
tradicionalmente lento crecimiento demográfico, la rauda expansión de la economía
intermediaria o el consiguiente crecimiento físico de la ciudad, si bien es cierto que son
hechos que de una u otra forma se vinculan con la acción más amplia de la dinámica
económica nacional e internacional, mediadas por la relación funcional y política que se
establece entre Estado y región, dentro de la perspectiva de un modelo de desarrollo,
que desde la óptica del MNR, suponía además la modernización del aparato estatal y la
constitución de una burguesía nacional a la altura de estas elevadas tareas; implica
también la forma de participación de Cochabamba en dicho proyecto, proceso en el
cual, tendrá lugar el desarrollo de una nueva trama de vinculaciones y subordinaciones
entre la nueva visión del "centro" y el nuevo rol de la "periferia".

El esfuerzo analítico desarrollado en torno a la nueva relación entre Estado y región, en


general ha puesto su énfasis en los aspectos externos del proceso. Sin embargo, es
necesario subrayar que no partimos de la hipótesis de que solo estos factores externos
hubieran sido capaces de modelar el carácter de la estructura interna de la ciudad, sino
que a ellos se sumaron, en términos significativos, ingredientes internos que
proyectaron el antecedente histórico que también influyó poderosamente en la
materialización dicha estructura y en todo el proceso que terminó "adaptando" el
discurso de modernidad urbana a las aspiraciones de las nuevas elites, que todavía
empleando el ropaje y la utilería de lo "popular" fueron capaces de reproducir una
realidad urbana, que si bien superó formalmente el esquema colonial, reforzó su
contenido social y espacial segregativo para consolidar una metrópoli "moderna" que
corresponde más, en propiedad, a una ficción de desarrollo regional.

Como se observó con anterioridad, los resultados del Censo de Población de 1950
confirmaron que la ciudad de Cochabamba ocupaba el segundo lugar en términos de
población entre las ciudades de Bolivia, radicando esta importancia no solo en su peso
demográfico sino en su posición central dentro del territorio nacional y en su
gravitación sobre las comunicaciones entre las diferentes regiones del país, además de
su tradicional importancia agrícola. Al respecto se afirmaba: "A la par que el centro del
sistema de aeronavegación nacional, (Cochabamba) es la puerta de entrada a las
extensas e inexplotadas tierras del Oriente y el Noroeste bolivianos" (El País,
14/09/1952).

"La ciudad jardín" como comenzó a denominarse a la modesta aldea a fines del siglo
XIX, era un término que hacía referencia al imaginario de desarrollo urbano que
deseaban imprimir los visionarios patriarcas vallunos que se preocupan por el porvenir
de Cochabamba al despuntar el nuevo siglo, imaginando una ciudad que armonizara con
los bellos paisajes que la rodeaban. Este apelativo se popularizó desde la década de
1930 y fue ampliamente utilizado en las propuestas de urbanización de la ciudad como
referencia a un modelo de expansión urbana que respetara los valores de la ubérrima
campiña, en estricta aplicación a las doctrinas urbanísticas en boga. Estos deseos fueron
favorecidos en los años 40 por la circunstancia de un crecimiento de la mancha urbana
no extensivo y uniforme, sino mediante una expansión "por saltos" y densificaciones
puntuales, que dejaban en el interior de la ciudad grandes extensiones verdes, que
lamentablemente no eran fruto de la planificación de la ciudad, sino terrenos
momentáneamente baldíos, dentro de las prácticas especulativas del suelo que
estimulaba el avance de la urbanización, configurando un tejido urbano no compacto,
19

por tanto funcional y económicamente inadecuado, pero que formalmente definía un


bello ejemplo de integración del marco natural de su hermoso valle y los macizos
andinos circundantes en armonía con la poco densa urbanización que se fue
estableciendo. Una descripción de la ciudad en los años 50 ponía de manifiesto estos
aspectos y otros que dejaban entrever los cambios que fue experimentando la ciudad en
relación con la década anterior y dentro de una dinámica que se hacía cada vez más
acelerada:

Vista desde un avión Cochabamba presenta el aspecto de una ciudad


semitropical con calles bien trazadas y casas espaciosas de dos pisos
construidas junto a patios y jardines resplandecientes de sol -una ordenanza
dispone que no se autorizaba la construcción de ningún edificio sin su
correspondiente jardín-. Hermosos floreros adornan los pórticos y balcones de
las casas. Ricos y pobres colaboran en el cuidado de los parques y jardines
públicos, en el noble afán de que ellos superen en belleza a los jardines
privados(...) La ciudad está rodeada de pintorescos paseos y lugares de recreo
como ‘El Cortijo’ que cuenta con una buena piscina de natación y un buen
restaurant; "Berbeley", "Cala Cala", "Queru Queru", "La Pascana" y muchos
otros que también disponen de piscinas y baños públicos (...) Cochabamba se
enorgullece de tener el aeropuerto más grande de la República. Cuenta además
con un excelente hotel situado en los suburbios de la ciudad, -el gran Hotel
Cochabamba- que en nada desmerece a los mejores del continente (...) Después
de La Paz, Cochabamba es la ciudad que mayores progresos ha alcanzado en el
país durante los últimos tiempos en el orden urbanístico e industrial(...)
Actualmente se están realizando dos obras públicas de gran aliento y de vastas
proyecciones para el desarrollo económico de la nación, a saber: la
construcción de una carretera asfaltada de primera clase entre Cochabamba y
Santa Cruz(...) y la instalación de la gran Refinería en Valle Hermoso, punto
terminal del oleoducto que transporta el petróleo de Camiri a Cochabamba (...)
Constituyen un aspecto interesante de la vida rural cochabambina tradicionales
ferias que durante diferentes días de la semana en los pintorescos pueblos de
Quillacollo, Cliza, Punata, Totora, Sacaba y Arani. Tanto por la cuantía de las
transacciones como por la diversidad de los productos que son objeto de ellas;
estas ferias revelan el relativo bienestar de las clases campesinas, a la par que
el grado de progreso alcanzado por las industrias manuales, tales como la
alfarería, la manufactura de tejidos, etc. (El País, 14/09/1952).

La anterior descripción de la ciudad ya corresponde evidentemente a un proceso urbano


que efectivamente ha dejado atrás el estatismo aldeano y comienza a delinear y plasmar
los deseos modernistas de las décadas anteriores a través no solo de una significativa
expansión y transformación de su estructura física, sino mediante una nueva calidad de
sus equipamientos y obras públicas, de tal suerte que el porvenir de la ciudad es visto
con un tono francamente optimista, en el marco del desarrollo de tendencias que
apuntan en dirección a la emergencia de una urbe progresista sustentada por sólidas
bases económicas. Al lado de esta acelerada marcha hacia el progreso, se constataba que
el mercado interno regional tenía plena vigencia e incluso incrementaba su dinamismo y
vitalidad, consolidando en la ciudad la cabecera de un vasto universo de comercio
popular, que se constituía en un componente fundamental que impulsaba los procesos de
cambio que experimentaba Cochabamba74.

Otros testimonios parecidos al anterior confirmaban que en algo más de quince años, a
partir de 1935, los cambios experimentados eran de tal importancia que definitivamente
toda referencia a la realidad aldeana era cosa del pasado, pues el inmovilismo secular,
cargado de pesadas tradiciones había sido drásticamente sacudido y enterrado por la
fiebre de la urbanización y el obsesivo afán de proveer de nuevos ropajes a la antigua
fisonomía urbana. Imaginemos los nuevos rasgos de esta realidad a través de la
perspicaz descripción de un turista, que a bordo de un vehículo, paseaba por la ciudad
en 1954:

Un Chrysler deteriorado por el tiempo y el trabajo de muchos años nos lleva al


amplio puente de la Avenida Libertador Bolívar (...) Un hormiguero de
automóviles y peatones sale del Stadium Departamental después de una
emocionante justa deportiva (...) En medio del estrépito de las bocinas y del
torbellino del tránsito, el auto se desliza por la Avenida Ballivián frente a la
estatua de Bolívar (...) Atravesamos plazas y calles. La Coronilla(...) Más allá el
Aeropuerto del LLoyd Aéreo Boliviano: construcciones, pistas asfaltadas,
hangares, cuadrimotores (...) avalancha de pasajeros de todas partes (...)
Pasamos por las dos estaciones de ferrocarriles de pretensiones interoceánicas
(...) contemplamos en el trayecto una muchedumbre abigarrada de obreros y
campesinos de porte marcial y placentera expresión: índice de reivindicación
post revolucionaria y de ostensible elevación socio económica(...) El auto
reanuda la velocidad por el camino carretero a la Refinería de Petróleo cuyas
construcciones: oleoductos, tanques, torres, columnas y chimeneas (...)
anuncian la fiebre del trabajo y edifican el futuro (...) Regresamos por los
mercados populares en día de feria: abarrotamiento de negocios, vendedores
ambulantes, transito embotellado por el hacinamiento en demanda de artículos
de consumo (Anaya: El Pueblo, 14/09/1954).

La descripción anterior no sería muy distinta a una similar que se podría realizar en la
actualidad. No existe duda que envueltos en el tráfico de motorizados y muchedumbres
que llenan los centros comerciales y los acontecimientos deportivos y culturales,
subyacen dos alternativas de desarrollo urbano:

Una, la visión modernizante de las avenidas, los paseos, los grandes equipamientos, las
terminales de transporte y la refinería de petróleo que llenaba de gran orgullo a los
cochabambinos, que con frecuencia, en estos años, apelaban a su imagen de gran
complejo industrial para esbozar alegorías y aspiraciones hacia un modelo de metrópoli
del futuro que rescatara para Cochabamba el pleno reconocimiento de su poderío no
solo agrícola sino industrial, elevado a la altura de un digno promotor y guía de la
integración nacional. Eran las épocas en que se solía afirmar: "la nueva capital de la
República de Bolivia será Cochabamba, porque así lo quieren los cochabambinos"
(Alvestegui: Prensa Libre, 14/09/1960).75
74
Una extensa descripción de la ciudad de Cochabamba, en esta época, desde la óptica de las
proyecciones municipales de desarrollo urbano, como también desde los aspectos económicos y sociales,
se puede encontrar en Anaya (1965).
75
Ideas similares se pueden encontrar en: Pereira: Prensa Libre, 2/03/1963, Costas: El Mundo,
14/09/1960, Calvimontes: Prensa Libre, 29/09/1963.
La otra visión era representativa de la dinámica más genuina del mundo ferial que
comenzaba a proyectar su sólida articulación con la ciudad, superando paulatinamente
la imagen del antiguo campamento o "cancha" rural, sin abandonar su sabor andino y
popular, al adoptar un marco más urbano, que más allá de las populares "casetas",
kioscos y galpones estructuraba el soporte material que serviría de base, años más tarde,
a alternativas de ordenamiento urbano conflictivas y opuestas a la racionalidad
urbanística, pero incuestionablemente lógicas en el contexto de la acelerada expansión
de la feria campesina tradicional y su conversión en "mercado negro", "nylon khatu",
"miamicito", etc., y que proyectan los valores e identidades de las nuevas elites
emergentes que hacen del control de este espacio "su opción" de poder y hegemonía. Un
otro testimonio, al filo del régimen de la Revolución Nacional afirmaba:

Al presente -la ciudad- se ha hecho más extensa, más variada, ya sea en la


construcción de sus edificios como por los parajes verdes que van
extendiéndose a lo largo de la ciudad; admiramos al Norte poblaciones nuevas:
Cala Cala, Mayorazgo, Temporal, Tupuraya, Muyurina y la Recoleta; al Sur,
Villa Las Delicias, Villa Santa Cruz; al Este, Barrio Ferroviario, la
Universidad, 9 de Abril; al Oeste, Villa Galindo, Montenegro(...) Su comercio
en día de feria es algo fantástico, el mercado repleto de artículos preciosos,
juguetes, artículos de toda índole, de trópicos, subtrópicos y frígidos: la papa,
cereales, hortalizas, legumbres, frutas variadísimas fragantes, colocadas con
bastante arte y gusto en los puestos de venta (...) también nos atrae a la vista los
comedores populares bien presentados, luciendo sus ricos y sabrosos platos (...)
donde también las campesinas de vistosas polleras, morenas y rubias, gozando
del ambiente democrático se sirven los ricos picantes, en medio de multitud de
gente, sorbiendo la rica chicha, bebida típica del valle, saboreando la
característica llajua aderezada con fragante quilquiña que solo la mano
cochabambina prepara con tan rico sabor sin rival en el mundo (Echalar, Prensa
Libre, 10/01/1964).

El desenlace de las propuestas y aprestos modernistas, con anterioridad a 1952,


encontraron en el tema de la ciudad y el urbanismo, a falta de otra alternativa, un amplio
campo para desplegar con libertad y pocas implicaciones sociales, una serie de
aspiraciones urbanísticas que combinaban el rigor técnico con fuertes ingredientes de
fantasía, pero que sin embargo, permitían crear en el imaginario de las elites regionales
conservadoras un referente más palpable que la abstracción de otras posturas o discursos
que tenían la limitación de ser poco ilustrativos y demasiado intelectuales, por tanto,
poco pragmáticos para el gusto de los hacendados y los comerciantes que en los años de
la década de 1930 llegaron a Cochabamba para convertir el metálico amenazado por la
crisis económica en seguras rentas inmobiliarias. Combinar negocios y modernismo era
una formula no solo pertinente sino irresistible, por tanto, "la urbanización" de
Cochabamba, no era solo una operación técnica comprensible para unos pocos
iniciados, sino todo un programa general de renovación de las formas externas de la
sociedad tradicional que, de una u otra forma, consideraban que así se ponían al día con
la marcha de la historia, se sentían parte integrante del torbellino del progreso, pero lo
que es más importante, dejaban de tener el oscuro sentimiento de que su universo de
antiguos privilegios estuviera realmente condenado por esta imparable marcha de la
ciencia y la técnica.
19

Esta fue la razón ideológica y política que determinó que en algo más de una década se
multiplicaran las propuestas de urbanización y la cuestión del desarrollo urbano fuera un
tema de primer orden para la opinión pública. Sin duda, resultaba no solo fascinante
sino adecuado debatir sobre el embellecimiento de la ciudad-jardín, imaginar modernas
autopistas y una arquitectura similar a la de los países más avanzados, en lugar de
perderse en enojosas explicaciones en torno al atraso rural, a la pervivencia de
instituciones feudales como el colonato y al insignificante desarrollo industrial.
Indudablemente, el Plano Regulador, al margen de la singular lucidez de los técnicos
que lo recrearon, se convirtió en una llamativa "cortina de humo" que cubría la
incapacidad de las elites regionales para definir los lineamientos de un modelo de
desarrollo industrial y agroindustrial sobre los que debería sustentarse la alternativa de
modernizar la ciudad. De ahí, que no fue un "descuido", que las propuestas del Arq.
Jorge Urquidi sobre el “Plan Regional” (Ver mapa 17) y el "Plan General de la Ciudad
y de su Región de Influencia Inmediata" (Ver plano 24) que implicaban cambios
profundos en el aparato productivo rural y urbano, quedaran como hechos anecdóticos,
incomprensibles y carentes de oídos receptivos con poder decisional, pero que las partes
“menudas” y vistosas (ensanches de calles para convertirse en avenidas, apertura de
nuevas áreas verdes, edificaciones en altura, equipamientos, etc.), eficaces para
incrementar el valor del suelo en zonas estratégicas, se ejecutaran como ejemplos de
“obras de planificación”.

La Revolución del 9 de abril de 1952 y, particularmente la Reforma Agraria de agosto


de 1953, tuvieron repercusiones profundas en la formación social regional. El escenario
de estas repercusiones no se limitó a las áreas rurales sino a la propia ciudad de
Cochabamba, un ámbito poco estudiado desde esta perspectiva, pero donde se producen
acontecimientos que tienen la misma riqueza y calidad de movilización social que los
protagonizados en el curso de "revolución agraria" de 1952-1953. Las descripciones
que se hacen de la ciudad a mediados de los años 50 y 60 muestran, no necesariamente
la materialización del modelo urbano definido en 1948-49, sino apenas fracciones del
mismo combinados con otros componentes producto de los procesos de contradicción y
conflicto en que tiene lugar el difícil tránsito real de aldea a ciudad. Por ello, emergen
simultáneamente imágenes de urbe moderna y gran campamento, ciudad jardín y
mercado persa, barrios de "nuevos ricos" y barrios "marginales", residencias
adecuadamente planificadas, incluyendo preciosos jardines privados y casuchas
amontonadas en medio de la mayor anarquía, y lo que es más llamativo, el crecimiento
general del tejido urbano, tanto para dar cabida a los barrios modernos como a las villas
autoconstruidas. Pasaremos a describir este proceso complejo, donde finalmente el
Plano Regulador es adoptado por las nuevas elites, pero con finalidades diferentes.

La estructura física que revelaba la ciudad de Cochabamba en las décadas de 1950 y 60


expresaba los profundos cambios que había experimentado con respecto a las dos
décadas anteriores. Esta nueva fisonomía, si bien en términos cualitativos no mostraba
dramáticas transformaciones, en términos cuantitativos expresaba un proceso de
acumulación de nuevas zonas residenciales y populares que habían establecido una
diferencia sensible con respecto al lento proceso de expansión y consolidación urbana
de épocas anteriores. El centro urbano o casco viejo, antes que una drástica
modernización había experimentado un creciente proceso de adaptación,
refuncionalización, incluso reciclaje y ajuste de su antigua estructura arquitectónica a
las nuevas demandas y requerimientos de usos comerciales, administrativos,
habitacionales y otros diversos, pero básicamente, al nuevo sentido especulativo de
19

búsqueda de rentas y maximización de beneficios que podían arrojar los vetustos


soportes materiales de los primeros tiempos republicanos, aun a costa de promover
hacinamientos y tugurizaciones.

En tanto la periferia había ampliado su frontera incluyendo los primeros atisbos del
modelo de urbanización que contenía los conceptos o patrones de la ciudad jardín, así
como asentamientos más espontáneos, bajo la forma de villas o "barrios marginales"
como se comenzaron a denominar los campamentos que materializaron los sectores de
menores recursos y sobre todo los migrantes pobres que se asentaron en forma creciente
en la ciudad.

Estas transformaciones no fueron estimuladas por un crecimiento y modernización de la


industria urbana y una consiguiente demanda de empleo industrial y todo el efecto
multiplicador que esto suponía, como efectivamente sucedió en el caso de muchas
ciudades latinoamericanas a partir de los años 20 del siglo pasado. Por el contrario, esta
nueva dinámica fue provocada, o si se quiere, fue la expresión urbana de los cambios
económicos, políticos y sociales resultantes de la profunda recomposición de fuerzas y
clases sociales afectadas por la revolución de Abril de 1952. Por ello, el hecho más
significativo fue el potenciamiento de la economía de mercado, cuya referencia más
notable no fue la modernización de las estructuras comerciales, sino el acelerado
crecimiento del comercio ferial y popular, hoy denominado informal, mucho más allá de
cualquier previsión, constituyéndose aceleradamente en un componente fundamental de
esta nueva estructura urbana. Lo que a continuación observaremos será el proceso, no
siempre libre de conflictos y contradicciones, en que se produjeron estos cambios,
demostrando que la aparentemente idílica ciudad de Cochabamba de aquélla época,
escondía un mar de fondo social en continua agitación.

Una señal precoz de este proceso de cambios, fue sin duda, la presencia de aquéllos
actores sociales que la sociedad oligárquica había relegado hacía los suburbios de la
ciudad o el Cercado, en su afán de consolidar un espacio urbano moderno que se
apegara lo más posible a los patrones occidentales de urbanización y que,
consecuentemente, erradicara todos los signos, evidencias y referencias de la cultura
andina y sus expresiones mestizas. Los síntomas del inminente derrumbe del mundo
gamonal y todo el ordenamiento de la sociedad oligárquica estuvieron acompañados,
como ya se mencionó, de profundos temores y terroríficas imágenes de justicia social
que poblaban el imaginario de las decadentes elites regionales ante la temible
perspectiva del avance del mundo andino sinónimo de barbarie, sobre los santuarios
urbanos de la "gente decente" como se autocalificaban a si mismos. Los rumores de
levantamientos, motines y pobladas de indios y cholos que proliferaron a lo largo del
fatídico invierno de 1952 con continúas alarmas sobre la inminente marcha de "la
indiada" sobre los pueblos del valle y la propia capital, transformaron en una verdadera
y obsesiva pesadilla toda la etapa de desarrollo de la "revolución agraria" que culminó
con la Reforma de agosto de 1953.

Con motivo de las fiestas septembrinas de 1952, finalmente las temibles huestes
campesinas se hicieron presentes en la ciudad para recibir al presidente Victor Paz
Estenssoro. Sin embargo, lejos de los temores de una reencarnación de las "hordas de
Atila" en los valles de Cochabamba, reproduciendo el incendio de las haciendas y el
flagelamiento de los patrones, para culminar con el asalto a la ciudad convertida en una
"nueva Roma"; el comportamiento que guió el ingreso de estos nuevos protagonistas
19

sociales a la historia de Cochabamba fue extrañamente pacífico. En efecto, el desarrollo


del singular acontecimiento tomó un rumbo bien diferente:

A lo largo de la avenida que conduce al Aeropuerto se encontraban más de


2.000 indígenas en correcta formación, portando enormes letreros de tela con
una fotografía de Paz Estenssoro. Entre las comisiones de indígenas que
pudieron ser identificadas se pueden citar el Sindicatos Agrario de Cliza, la
Federación Agraria de Sipe Sipe, delegados de Ckocha Rancho, Tamborada,
Pucara, Hornoni, Chaquiri, Maica, Tarchairi, Aguirre, Isata, Tarata, Alalay,
Balconcillo, Yana Rumi, Caracollo (Oruro), Itapaya, Punata, Cliza, Sacaba,
Arque y otras regiones. Muchas de las delegaciones tenían grupos de música
que ejecutaban zampoñas, quenas y otros instrumentos (Los Tiempos,
14/09/1952).

Lejos de las catastróficas visiones de dimensión bíblica, en realidad, las masas de Abril
le dieron a la vieja oligarquía una última lección de humanidad, pues se contentaron con
profanar simbólicamente el universo de modernidad de la clase señorial, haciendo sentir
el retumbar se sus pututus y sus ojotas en las asfaltadas calles del centro de la ciudad,
hazaña otrora totalmente impensable.

La ciudad con sus atractivos y novedades se convirtió en un irresistible imán y en una


gran tentación para miles de campesinos que por fin se habían redimido del encierro
hacendal y de las rígidas barreras que durante siglos les impidieron conocer con libertad
el mundo señorial. De esta manera, las concentraciones campesinas en la ciudad, por su
enorme frecuencia, se hicieron algo rutinario, al punto que la prensa se atrevió a mostrar
una postura crítica, observando por primera vez que los productores abandonaban sus
labores fascinados por los atractivos urbanos. El tono de editoriales como el siguiente:
"Nueva concentración de indios en la capital: Otra holgazanería", se hicieron
frecuentes, expresando el sentir de preocupados y conservadores ciudadanos, que
pasadas las angustias hacían suyos este tipo de criterios:

La concentración de indios en la capital se ha convertido en la novedad del día


y en el ‘llénelo todo’. Llega el ‘compañero’ Presidente de la República,
concentración de indios; manifestación de protesta contra una intentona
revolucionaria, concentración de indios; arribo del ‘compañero’ Juan Lechín,
concentración de indios; toma de posesión del ‘compañero’ Alcalde,
concentración de indios (...) Los ‘compañeros’ indios llenan en el día todos los
resquicios (...) abandonan los campos y los sembradíos (...) cuando en
septiembre del año pasado (1952) S. E. visitó Cochabamba, los ‘compañeros
indios’ pulularon en la ciudad no solo para recibir a su padre y protector, sino
para dedicarse a la holganza y la orgía más descarada. La plaza 14 de
septiembre estuvo convertida por muchísimos días en campo de diversión,
tribuna de discursos demagógicos y pista de bailes grotescos (...) En las
concentraciones posteriores no han sido menos. Han ‘chupado’ igualmente
hasta el exceso y han ‘descansado’ más allá del límite (...) Mientras esto ocurre
en la ciudad, los sembrados están en el más completo abandono (...)
Consecuencia lógica: no hay papa en el mercado ni por 5.000 Bs. la carga (El
País, 15/02/1953).
19

No cabe duda, que la primera reacción que produjo la Revolución de Abril fue que el
campo se volcara sobre la ciudad pero en términos pacíficos. Ahora los antiguos siervos
contemplaban con asombro las riquezas que habían ayudado a acumular y las
edificaciones que habían erigido durante generaciones. Las frecuentes concentraciones
con sus imágenes de "holganza" y "zarabanda" que hería la sensibilidad de los
ciudadanos, eran apenas actos de legitimación de los ex colonos y del mestizaje valluno,
que finalmente, y contra todas las predicciones y pronósticos, ingresaba pacíficamente
en el escenario nacional y festejaba ruidosamente su nueva condición de ciudadanos
libres. El oficialista El Pueblo al editorializar sobre estos hechos, no exageraba cuando
evidenciaba que:

Este personaje -el indio- que vivía privado de su yo humano, vencido por los
prejuicios de una pequeña sociedad explotadora(...) -sometido- al amo que lo
había acostumbrado a dormir en las lozas de zaguanes sin más cama que la
jerga de su atadillo ni más tapa que su poncho(...) hasta convertirlo en una
especie de bruto apenas superior al hato de sus acémilas(...) anda hoy risueño,
con la cabeza en alto, hablando sin cortarse ni titubear (22/09/1953).

La ciudad esa vieja explotadora del campo, si bien no sufrió los castigos bíblicos con
que fue amenazada, experimento en 1952-1953 un agudo desabastecimiento, resultado
no solo del abandono de las labores agrícolas, sino de la recomposición del mercado,
que la dinámica de la expansión mercantil se encargó de subsanar. El efecto de la
expansión de las actividades mercantiles sobre la ciudad, no solo se expreso en el rápido
crecimiento del comercio popular, sino en la inclusión en la esfera del consumo de
nuevos protagonistas: “Nos informan en el comercio, que el campesino ya no se
contenta con ‘curiosear’ apegado a las vitrinas de los escaparates, sino que entra en la
tienda, averigua el precio y compra tales artículos como zapatos, camisas -que antes
les tejían sus mujeres- y hasta corbatas” (El País, 22/09/1953). De esta forma, los
negocios de tocuyos, franelas, casimires, plásticos, (este último, un nuevo material muy
utilizado en diversos utensilios del hogar), tendieron a desplazar a la industria artesanal
e inundaron el mercado regional y local. La transformación de los "indios" en
"compañeros" y "vallunos" tuvo esta otra connotación, que también influirá en las
transformaciones que iba experimentando la ciudad.

El movimiento antigamonal en la región no se limitó a exterminar el latifundio como


forma de propiedad de la tierra, sino también a demoler el aparato ideológico y cultural
que representaba el viejo orden, aunque después este fuera reconstituido bajo nuevas
bases, como veremos más adelante. La ciudad de Cochabamba no solo estaba cargada
de estos símbolos que representaban el antiguo régimen sino de incipientes despliegues
modernistas que apenas habían logrado materializar islotes de ciudad-jardín y un centro
comercial al que se esforzaron por proveer una imagen occidental moderna, delimitando
para este efecto, un perímetro de calles asfaltadas y limpias de donde se expulsaron a las
repudiadas chicherías, lo que permitió practicar una cuidadosa separación (una suerte de
apartheid) entre la "ciudad", que pasó a constituirse en el santuario de las elites y la
"aldea" que persistió como lugar natural de los mestizos y cholos de la zona Sur. Dicha
separación no solo demarcaba diferencias cualitativas con respecto a las oportunidades
de desarrollo urbano, sino ponía de manifiesto la vigencia de prejuicios racistas. De esta
manera, difícilmente se admitía la presencia de indios no acompañados de sus patrones,
en escenarios urbanos como la Plaza 14 de Septiembre, el Paseo del Prado o la Plaza
Colón.
19

Resultaba coherente que las primeras formas de trasgresión contra la ciudad,


considerada el refugio y último baluarte del mundo de los patrones, tuvieran lugar
invadiendo estos santuarios vedados a mestizos, cholos e indios, transformándolos en
espacios de marchas y concentraciones, para luego convertirlos en verdaderos
escenarios de fiestas, bailes y francachelas que tuvieron el sentido de violar y ridiculizar
las odiosas prohibiciones. En todo caso, la "indiada" no practicó la revancha sangrienta
que atormentaba a la "gente decente", sino apenas un ajuste de cuentas más alegórico,
pero no por ello menos efectivo, pues la perspectiva del heroico "martirio" que
reivindicaría históricamente a estas elites no tuvo lugar. El saldo del asalto de la odiada
plebe cuando se "tomó" la ciudad tuvo más bien un sabor de humillación y ridículo. Por
ello, finalmente hacían menos impacto noticias de haciendas saqueadas y patrones
flagelados, que el trago amargo que tuvieron que apurar dichas desplazadas elites, ante
la profanación de su mundo y sus valores: era doloroso e inconcebible que el magnifico
Prado y la gloriosa Plaza de Armas fueran convertidas en campamentos de indios.

Pasada la etapa festiva de las antiguas clases subalternas, con su secuela temporal de
movilizaciones, desfiles y excesos, cuyo saldo fue la paulatina relocalización de la
dirigencia campesina en la ciudad, es decir, que una proporción considerable de
dirigentes agrarios, que continuamente llegaban a la ciudad con todo tipo de motivos,
terminaron fijando residencia en ésta, abandonando prontamente sus vestimentas
tradicionales para incorporarse a la vida urbana y sobre todo al mundo de los negocios.
Camioneros, rescatistas, grandes comercializadores de chicha, mayoristas en artículos
de primera necesidad, "cuperos"76 y "diviseros"77, en fin "nuevos ricos"78 de toda laya y,
grandes masas de pobres con ilusiones de riqueza demandaron su "derecho a la ciudad".
Exmineros, piqueros, viejos obreros, todos ellos curtidos en las luchas sociales de los
años 40, también demandaron un lugar en la ciudad como justa recompensa a su
entrega y sacrificio. En fin, las clases medias pobres que habían padecido desde los años
30 la crisis de vivienda, también al igual que los demás aspiraron a un "lotecito en
Cochabamba". De esta forma se fueron combinando los ingredientes que precipitarán
las transformaciones urbanas.

Como vimos anteriormente, la realidad de la ciudad en la década de 1950, definía la


emergencia de un proceso urbano dinámico. Sin embargo el tono optimista de los
relatos que daban la impresión de una Cochabamba en marcha rauda y placentera por la
ancha vía de progreso, contrastaba con el resultado más cuidadoso de un análisis de su
realidad interna, que estaba, por cierto bastante lejos de esta visión idílica del desarrollo.
En la primera mitad de los años 60, un editorial de la prensa escrita cochabambina se
preguntaba con sinceridad, si Cochabamba "realmente progresaba". La reflexión que
motivaba tan delicada pregunta, descubría una realidad de la ciudad diferente:

¿La ciudad ha progresado o sigue manteniendo su fisonomía de hace cincuenta


años o más? Sin pecar de optimistas o pesimistas, la perspectiva general nos
76
Personajes que negociaban con cupos o autorizaciones para adquirir alimentos y productos escasos
como pan, carne, harina, azúcar, etc. a precios por debajo de su valor comercial.
77
Personajes que negociaban con divisas preferenciales o divisas para la importación de diversos
productos que se distribuía a los comerciantes importadores, pero que se desviaban al mercado negro,
obteniéndose ganancias extraordinarias.
78
Designación despectiva que utilizaba el pueblo para identificar a militantes del MNR de pasado
modesto, que fungiendo de funcionarios públicos, comerciantes o dirigentes sindicales, se habían
enriquecido en corto tiempo y exhibían sin pudor su nueva condición.
19

muestra la ciudad más extendida en dirección a los cuatro puntos cardinales,


con una mayoría de edificios vetustos, calles y avenidas sin asfalto(...) Son
limitadas las zonas donde debido al esfuerzo y a la iniciativa privada se han
erigido confortables y modernos edificios, que sino cambian fundamentalmente,
disimulan la semblanza de una población sumergida en el abandono y que más
parece una gran aldea que una metrópoli moderna (...) ¡Que vivo testimonio de
nuestro subdesarrollo! Fuera de los contados barrios residenciales
circunscritos al Norte y en alguna medida al Este y al Oeste, el atraso y la
miseria son patéticos. Profusión de viviendas ruinosas, sin agua, luz eléctrica ni
alcantarillado(...) y pensar que cincuenta años no han sido suficientes para
modernizar la ciudad cuyas principales calles tienen cubierto de asfalto
escasamente 10 cuadras, a lo sumo, a la redonda de la histórica Plaza de
Armas. Aún dentro del denominado casco viejo, las calles se conservan igual o
peor que en los años de 1910 a 1920. La zona Sud, cada día más extendida,
mantiene su apariencia invariable de la época en que por primera vez ingresó el
ferrocarril de Oruro. Los pocos parques y zonas verdes de recreo conservadas
no con la pulcritud y el esmero que sería de esperar (...) Últimamente la
vigencia de la Reforma Agraria agudizó el problema de la escasez de vivienda
al haber desplazado de las áreas rurales un elevado número de familias que no
encuentran acomodo en el campo debido a la política de agitación y amenaza
contra los expropietarios de tierras (...) El abastecimiento de agua potable se
sujeta al mismo sistema de esa época (de 50 años atrás). El sistema de
alcantarillado está limitado al ámbito del casco viejo de la ciudad. La energía
eléctrica no sobrepasa los escasos 4.000 kilovatios. Faltan calles y avenidas y,
las que existen, están abandonadas y cubiertas de una gruesa capa de polvo en
vez de asfalto. En síntesis, no existe correlación entre lo poco que ha
progresado materialmente la ciudad, con los cincuenta años que han
transcurrido de luchas intestinas, pendencias y divergencias políticas
enconadas (...) y no es la falta de recursos la causa del atraso, pues siempre
hubo y sigue habiendo (...) Cuantiosas sumas de dinero se malgastan en ajetreos
políticos, en subvenciones a incondicionales servidores de quienes tienen el
poder entre manos, en vez de destinarlas a obras públicas (Editorial de Prensa
Libre, 02/11/1965).

El meticuloso balance anterior tiene la virtud de mostrar las limitaciones de los


esfuerzos modernistas y la relatividad del desarrollo urbano alcanzado. A más de una
década de la Revolución de 1952, la realidad urbana mostraba contradicciones
profundas en el ordenamiento de los espacios urbanos y en la calidad de vida que
ofertaban los mismos. En efecto, se podía constatar la sorprendente realidad de que los
denominados "barrios populares" de la zona Sur, que apoyaban decididamente al MNR,
seguían exhibiendo la misma fisonomía de rancherío rural de comienzos de siglo, la
única diferencia sustancial, era que tales asentamientos, ahora era mucho más dilatados.
El casco viejo, rebautizado como "centro comercial" o "la city" como gustaban
denominarlo los urbanistas, en realidad se reducía a un perímetro de 10 cuadras
asfaltadas en torno a la Plaza 14 de Septiembre, en cuyo interior asomaban tímidamente
escasos y puntuales ejemplos de arquitectura moderna, a la manera de un tenue barniz
que disimulaba en forma insuficiente la fragilidad de los despliegues modernistas, por
cierto más ideológicos que materiales. Los nuevos barrios residenciales del Norte, Este
y Oeste, eran el mayor aporte a los argumentos a los que se podía apelar para demostrar
que, aun en forma contradictoria e irregular, se había producido efectivamente la
19

conversión de la aldea en ciudad. Sin embargo los viejos problemas que se arrastraban
desde el siglo anterior, en materia de servicios básicos, salubridad y otros estaban
plenamente vigentes e incluso tendían a agudizarse pese a los profundos cambios
sociales que promovió la Revolución Nacional.

La modernidad, en propiedad no se había democratizado, ni había experimentado una


evolución en sentido de socializarse y hacer de esta aspiración una reivindicación
coherente y hasta un plan de acción concreto en pro del desarrollo urbano que tradujera
las aspiraciones populares. El aire popular que se permitía el discurso modernizante, era
apenas una "cortina de humo", una concesión a los "tiempos de cambio", un membrete
que escondía un fuerte apego práctico a homologar la ciudad con el poder económico,
político y social y, reducir "la aldea" al concepto de atraso, de incultura, de pobreza y
marginación, contempladas con fatalismo y filosófica resignación.

Los "nuevos ricos" no se plantearon nunca modernizar la aldea de donde surgieron, sino
"escalar" posiciones sociales, y una de ellas, la de mayor efecto y prestigio era: "irse a
vivir a la zona Norte", que ya no era vista como la ciudad de los otros, sino como el
novedoso universo hacia donde se proyectaban sus propias aspiraciones. Los barrios
residenciales que debían convertirse en espacios de exclusividad social de las elites
extinguidas, se volvieron mestizos, a tal punto que la arquitectura residencial se vuelve
ecléctica79 siguiendo las pautas del cuerpo social que la promovía. Por ello, la imagen
urbana resultante, combinaba con naturalidad el chalet con la popular "media agua" y
las "casitas funcionales" de los primeros planes habitacionales, en una suerte de
democracia sui generis que todavía hoy se puede observar.

Vivienda y Reforma Urbana: planificadores versus loteadores.

Como se mencionó con anterioridad, la crisis económica que siguió a la posguerra del
Chaco impulsó la adquisición de inmuebles en Cochabamba a favor de latifundistas,
mineros y comerciantes que habían amasado fortunas con la guerra. El consiguiente
incremento de la demanda de bienes raíces, en proporciones nunca vistas, estimuló una
natural escalada especulativa del mercado inmobiliario provocando un impacto
particularmente severo sobre los alquileres, lo que a su vez, causó insatisfacciones
sociales que culminaron en la organización de aguerridos sindicatos de inquilinos.
Desde fines de la década de 1930 y a lo largo de los años 40, los conflictos entre
inquilinos y dueños de casa se desarrollaron con una continuidad que no tuvo pausas.

Dichos conflictos se centraron en la situación de extrema concentración de la tierra


urbana en manos de un sector minoritario de la población. De acuerdo a los resultados
del censo Municipal de 1945, unas 5.600 viviendas estaban en manos de 3.400 familias,
lo que representaba un promedio de 1,64 viviendas por cada familia propietaria. Como
todo promedio, este índice suele arrojar nebulosas sobre la realidad. Lo cierto es que en
este caso, era bastante frecuente que un terrateniente, un comerciante próspero, un
minero rico o un acaudalado licitador del impuesto a la chicha, poseyeran dos, tres,
cuatro o más casas, en diversos puntos de la ciudad, además de extensos terrenos
79
Una vez más, ya no solo en edificios de tres y más plantas, sino en viviendas de una y dos plantas,
emerge esa curiosa combinación de arquitectura de tono racionalista combinada con cubiertas, canaletas y
bajantes de calamina y otras licencias heterodoxas, que alguien con acierto calificó de “arquitectura
birlocha”, en alusión a las guapas vallunas que cambiaban sus polleras por vestidos para acceder a los
empleos públicos y afincarse definitivamente en la ciudad.
20

suburbanos, que con el crecimiento de la ciudad derivaron en latifundios urbanos que


rindieron suculentas utilidades a través de su fraccionamiento. En el otro extremo se
situaban algo más de 9.000 familias que carecían de techo propio y estaban obligadas a
someterse al problemático régimen del alquiler y otras formas de locación.

Esta es la razón por la cual nos permitimos establecer un paralelo, tal vez un tanto
arbitrario pero válido, para ubicar este problema en su real magnitud. Sí en la zonas
rurales, hasta antes de 1952, la tenencia de la tierra fue la cuestión central en torno a la
cual giraron los conflictos que se desataron en el agro boliviano, particularmente en los
valles; la cuestión del arriendo de viviendas y particularmente la demanda del techo
propio, era el nudo en torno al cual se desataron los conflictos urbanos en Cochabamba,
tanto antes como después de 1952.

Con anterioridad al año citado, los conflictos entre dueños de casa e inquilinos se
desarrollaron enconadamente con vaivenes diversos. En enero de 1945 el gobierno del
Gral. Gualberto Villarroel dictó un decreto supremo disponiendo una rebaja general de
alquileres, seguido de una disposición reglamentaria dictada en abril de ese mismo año.
Estas medidas parecieron inclinar la balanza en favor de los inquilinos, no obstante, una
densa maraña de argucias legales y un franco plegamiento del poder judicial a favor de
los propietarios de inmuebles, neutralizaron rápidamente los beneficios sociales de estas
disposiciones. El censo de Población de 1950 registró que de un total de 15.770
familias, solo el 30% eran propietarias de la vivienda que ocupaban, por tanto, se
mantenía en líneas generales la situación del agudo déficit habitacional evidenciado en
1945. El problema habitacional se fue agravando y amplios sectores de la población,
reprimidos políticamente durante el denominado sexenio (1946-1952), también tuvieron
que soportar la represión de los dueños de casa convertidos en pequeños tiranos.80

Producida la revolución de 1952, una de las primeras medidas fue la Nacionalización de


las Minas en octubre de aquél año. Entre las medidas complementarias a esta ley, se
dispuso que los trabajadores de las minas jubilados, retirados por motivos de salud o
acogidos a retiros voluntarios pudieran retornar a las áreas rurales para dedicarse a la
agricultura. El grueso de los trabajadores que se acogieron a estas disposiciones se
dirigió a Cochabamba, y en su gran mayoría al Cercado, demandando tierras
prácticamente en el perímetro de la ciudad e incluso en su interior. Así tuvo inicio un
proceso social que presionó sobre la expansión de la urbanización como forma de
resolver el problema habitacional. Alternativa que luego se aplicará masivamente en
años posteriores. Un decreto supremo de septiembre de 1953 declaró de necesidad y
utilidad pública terrenos agrícolas de connotados latifundistas, para dotar de tierras a
estos trabajadores como parte de las indemnizaciones que les correspondían. Estas
afectaciones significaron el traspaso de miles de hectáreas en favor de los trabajadores
mineros, sobre todo en el Cercado y las provincias de Quillacollo y Chapare,
concretamente en la jurisdicción del valle de Sacaba. La mayor parte de estas tierras
fueron utilizadas por los adjudicatarios en usos urbanos, no aprovechando su potencial
agrícola.81
80
Una relación detallada del problema de la vivienda en los años anteriores a la Revolución de Abril de
1952, se puede ver en Solares, 1990.
81
Entre las familias y propiedades afectadas se encontraban: las de Pacata o Arocagua de Maria Teresa
G. v. de Rivero, la finca de La Maica de los sucesores de Samuel Paz Torrico, la propiedad de Sumunpaya
de Octavio Salamanca, la hacienda de Viloma de los sucesores de Carlos La Torre, Vinto Chico de Adrián
Pierola, Montecillo de Rafael Salamanca, Pucara de Humberto Cano, etc. (El Pueblo, 06/09/1953).
20

Esta fue sin lugar a dudas la referencia más importante, que precipitó el proceso de
ocupación y urbanización no planificada ni prevista, de la periferia urbana de la ciudad.
Los nuevos propietarios mineros, dueños de tierras en las proximidades de Cochabamba
comenzaron a presionar para ser incorporados en el radio urbano y, en los hechos no
esperaron mayores tramitaciones o condicionamientos técnicos. La Alcaldía de
Cochabamba intentó encausar esta fiebre de loteo mediante una ordenanza de fecha
19/02/1953 suscrita por el Alcalde Rafael Saavedra, que en sus considerandos anotaba
significativamente:

Durante la tiranía del Sexenio la H. Municipalidad de Cochabamba aprobó


festinatoriamente numerosos fraccionamientos de quintas y tierras de labor
ubicadas en la periferia de la ciudad, obrando no con criterio previsor
administrativo, sino con el de favorecer a propietarios o empresas vinculadas
con sus personeros(...) estos fraccionamientos o loteos dieron origen a
numerosas fortunas de decenas de millones de bolivianos, mientras la H.
Municipalidad al aprobar los planos quedó comprometida ante los adquirientes
de las nuevas propiedades urbanas para dotar a éstas de los servicios públicos
(...) la cesión gratuita del 33% de la superficie total del fraccionamiento que
acostumbran efectuar los loteadores a cambio de la exoneración del pago del
impuesto municipal de la plusvalía esta lejos de compensar las cuantiosas
erogaciones futuras por conceptos de los servicios públicos (...) Que los
terrenos que han venido siendo loteados previa aprobación municipal fueron
adquiridos como tierras de labor en unos pocos bolivianos el metro cuadrado,
habiendo sido vendidos después de la aprobación del plano de loteo con una
ganancia de dos mil o tres mil por ciento (El País, 20/03/1953).

La citada ordenanza disponía que las reparticiones técnicas correspondientes elaboraran


un proyecto de ordenanza que estableciera "una proporcionalidad equitativa entre la H.
Municipalidad y los propietarios de las urbanizaciones", suspendiendo entre tanto toda
aprobación de loteos. Recién en 1954 se dio cumplimiento a esta ordenanza, a través de
otra de 4 de mayo de 1954 que aprobó un Reglamento de Fraccionamiento de
Propiedades Urbanas de Cochabamba. Lo significativo es que quedo en descubierto el
excelente negocio de transformar tierras rústicas en urbanas y venderlas a través de
operaciones de fraccionamiento bautizadas como "urbanizaciones".

Lo más importante de esta reglamentación era la disposición que obligaba al loteador a


ejecutar por su cuenta todas las obras públicas necesarias, es decir: apertura de calles,
construcción de cordones y aceras, ripiado de las calzadas, ejecución de desagües
pluviales, instalaciones de agua potable, servicios de alcantarillado y la red de
distribución de energía eléctrica, en forma previa a la comercialización de los lotes o
alternativamente para cumplir con esta disposición, se permitía hacer efectiva una fianza
inicial de hasta un 25% de la superficie total útil del fraccionamiento, consistente en la
primera hipoteca en favor de la Alcaldía como garantía de ejecución de dichas obras,
dándose curso a la comercialización del 75% restante. Estas disposiciones no dejaban de
ser revolucionarias pues herían profundamente los intereses de los loteadores, pero estos
ya no eran los antiguos hacendados, sino las nuevas elites locales empeñadas en la
carrera por la fortuna, que era la nueva medida del prestigio social. En consecuencia
jamás pudieron ser aplicadas, sobre todo, porque el Municipio convertido en simple
20

apéndice del poder ejecutivo, no tenía la fuerza que provee la legitimidad democrática y
la plena participación popular en sus instancias decisionales. A pesar del elevado
contenido social de estas medidas, la Alcaldía careció totalmente de la capacidad de
convocatoria y el poder político necesario para imponerlas. Es decir, que la lucidez
técnica sin base social termina siempre en un simple enunciado inaplicable y anodino.

Los loteadores, dueños de los instrumentos que proporciona el poder, hicieron gala de
su capacidad para atraer a los sectores populares y se dieron el lujo de recubrir sus
apetitos con el manto del "interés social". Habilidosamente anularon los esfuerzos
normativos, estimulando los enfrentamientos entre organizaciones sociales y Municipio,
batalla de antemano perdida para los intereses municipales, con el simple expediente de
transferir sus tierras o parte de ellas a diferentes sindicatos o gremios. En el curso de
1954 arreció la fiebre de los loteos, sobre todo con el fuerte estímulo de las
adjudicaciones efectuadas por el Estado en favor de los extrabajadores mineros y las
afectaciones producidas por la aplicación de la Reforma Agraria, incorporándose al afán
de expandir la mancha urbana nuevos contingentes sociales constituidos por piqueros y
excolonos, multiplicándose las ocupaciones irregulares y hasta procedimientos de
simple despojo y vulneración de la propiedad privada.

La amenaza de una rápida pérdida de control sobre los reclamos y presiones sociales,
cada vez más insistentes y radicales, reclamando la dotación de tierras baldías o sin uso
social definido ubicadas dentro de la ciudad y en su amplio entorno, que protagonizaban
sectores campesinos, obreros y clases medias identificadas con la Revolución Nacional,
se convirtieron rápidamente, sobre todo en el caso de Cochabamba, en una franca
amenaza al ordenamiento jurídico que se apoyaba en el respeto y reconocimiento por
parte del Estado al derecho de propiedad privada sobre los bienes raíces. Esta situación
explosiva obligó al Gobierno de Paz Estenssoro a dictar el Decreto Ley de 26 de agosto
de 1954.

De acuerdo a Fernando Calderón (1983), este decreto que más adelante comenzó a ser
conocido como "Reforma Urbana" intentaba dar respuesta a dos cuestiones: por una
parte, resolver la contradicción entre la propiedad privada y la especulación del suelo,
así como las necesidades de socialización de dicho medio de producción por los
sectores populares carentes de este recurso y, por otra parte, satisfacer las necesidades
de vivienda de dichos sectores. En el caso de Cochabamba, la respuesta que
proporcionaba el citado instrumento legal fue más específica: a partir de mediados de
1954, las clases medias urbanas, trabajadores mineros y no pocos campesinos
migrantes, comenzaron a organizar más o menos subterráneamente "sindicatos de
inquilinos" que amenazaban "tomarse tierras" consideradas baldías y sin cumplir
ninguna función social, las que ciertamente abundaban dentro de amplio perímetro
urbano.

La citada disposición se refería precisamente a la existencia de tierras baldías, que no


ingresaban al mercado inmobiliario a espera de mejoras urbanas que las favorecieran y
valorizaran, impidiendo de esta manera resolver el problema de vivienda en favor de los
sectores populares, así como a la producción de exageradas utilidades no provenientes
del trabajo personal o de mayores inversiones de capital, sino como resultado de la
apropiación del plus valor provocado por la realización de obras públicas y la presión
demográfica que experimentaban las principales ciudades del país. Dicha presión, que
además se fue convirtiendo en social y política, sin duda, se constituyó en el factor
20

determinante para la adopción de las medidas contenidas en el decreto de referencia, es


decir, la afectación de todas las propiedades mayores a una hectárea cuyos excedentes
se declararon de necesidad y utilidad pública y consiguientemente fueran expropiados,
para, previa planificación, ser transferidos en venta, a través de los municipios, en favor
de "obreros y elementos de las clases medias que no poseen bienes inmuebles urbanos,
considerados individualmente o agrupados en federaciones, sindicatos, asociaciones o
meras dependencias públicas, en forma de lotes de extensión suficiente para la
construcción de sus viviendas" (El Pueblo 29/08/1954).

En realidad, estas disposiciones estaban lejos de ser una verdadera reforma urbana que
planteara una modificación significativa de la propiedad del suelo urbano. Se dirigían
apenas a limitar el tamaño de los inmuebles y rectificar tendencias de acaparamiento de
tierras urbanas en manos de un puñado de grandes propietarios, que en el caso de
Cochabamba, se hicieron notorios desde la posguerra del Chaco. En todo caso, esta
medida, constituía un golpe sensible que arrebataba los restos de poder económico que
aun detentaban los exlatifundistas rurales, los grandes comerciantes y grupos ligados a
la antigua oligarquía minera, y en el caso de nuestra ciudad, los grandes y medianos
negociantes con la licitación del impuesto a la chicha, que participaban activamente en
negocios de especulación de tierras y viviendas.82

Pese a las previsiones técnicas que planteaba el decreto de Reforma Urbana y a existir
en la Alcaldía de Cochabamba condiciones favorables e incluso un instrumento de
planificación adecuado para encausar y dirigir el proceso de distribución de la enorme
cantidad de tierras que pasaban a dominio público, no se pudo influir mayormente en el
rumbo que tomó la fiebre de loteos que se desató a continuación. De esta manera
adquirieron dimensiones irremediables fenómenos como: la dispersión y atomización de
las áreas verdes, la consolidación de un tejido urbano de diseño caprichoso resultado de
fraccionamientos no controlados, las dispersión desmedida de las funciones
residenciales y la expansión horizontal generalizada de la ciudad, incluso más allá de los
límites fijados por el Plano Regulador.

De acuerdo a fuentes municipales que fueron hechas públicas, hasta julio de 1956 se
habían distribuido en favor de los sectores populares unas 264,64 Has. Sí en aplicación
al Reglamento de Fraccionamientos vigente, se restaba el 33% a esta extensión, con
destino a la formación de vías y espacios públicos, aun quedaba suficiente superficie
como para dar lugar a 3.500 lotes con un promedio de 500 M2 cada uno, tamaño acorde
con las aspiraciones de los adjudicatarios, es decir que las expropiaciones ejecutadas
permitían hacer dotaciones en favor de 3.500 familias (unas 17.000 a 18.000 personas)
(El Pueblo 17/07/1956). El Alcalde Armando Montenegro era mucho más optimista y
82
Una gran proporción de propiedades urbanas de más de una hectárea, que más tarde sería afectadas
por la ley de Reforma Urbana, fueron adquiridas como propiedades rústicas en la posguerra del Chaco Su
conversión en tierras urbanas a partir de 1945 significó una sensible revalorización de las mismas y dio
curso a jugosos negocios de fraccionamientos de tierras. Sin embargo muchas de estas propiedades no
fueron urbanizadas oportunamente a espera de dotaciones de infraestructura y otras mejoras urbanas que
mejoraran aun más su valor comercial. Hacia 1953, uno de los pocas fuentes de poder económico de las
elites desplazadas, eran estas propiedades, lo que todavía les permitía cierta capacidad de resistencia y
oposición al régimen, en la perspectiva de convertir los centros urbanos en baluartes de la "reacción" o
"la rosca" como se denominaba en aquéllos tiempos la oposición política al MNR. Se puede admitir que
este motivo político, fue también un poderoso resorte que presionó para adoptar la citada medida de
afectación.
20

precisaba: "Calculándose la dotación de lotes con una extensión que fluctúa entre 250 y
500 M2, se produce la cantidad de 18.000 lotes, suficiente para 50.000 personas" Esta
información se basaba en la existencia de 200 predios dentro del radio urbano con
extensiones superiores a los 10.000 M2. Otra fuente municipal estimaba que la
aplicación de la Reforma Urbana afecto en la ciudad alrededor de 900 Ha. Pero, de
acuerdo a estas estimaciones globales, hasta julio de 1956 solo se habían adjudicado un
29% del total de terrenos afectables. La impresión resultante de todo lo mencionado era
que el volumen de tierras urbanas que ingresaron al mercado inmobiliario, a través de
las afectaciones de la Reforma Urbana, eran suficientes para dotar de lotes a la masa de
inquilinos y resolver en poco tiempo el problema habitacional.

La realidad social, no obstante, siempre se resiste a las simplificaciones estadísticas y a


los tratamientos homogenizantes. La composición social de la masa de beneficiarios con
la dotación de lotes estaba dominada por estratos de empleados públicos, exmineros y
excombatientes. Todos demandaban lotes, pero en la medida de lo posible, ubicados lo
más cerca posible a su lugar de actividad comercial o fuente de trabajo; sin embargo la
realidad que expresaba la oferta disponible no coincidía necesariamente con estos
intereses. El fortalecimiento acelerado, al lado del centro comercial "moderno" de una
gran actividad de comercio popular y ferial, que transformo en los años 50, los antiguos
sitios de las ferias campesinas que tenían lugar en Cochabamba (Caracota, San Antonio
y otros aledaños) en un gigantesco bazar urbano, determinó en muchos casos, que la
preferencia de tierras se inclinara hacia la proximidad a estos sitios, en desmedro de
opciones técnicamente más propicias. Por tanto, aquí se introdujo un factor
distorcionante: ya no se trataba solamente de la simple reivindicación social por techo
propio a través de la expropiación de 200 grandes propietarios de tierras urbanas, sino la
pretensión de acceso a lotes que pudieran valorizarse rápidamente en términos
comerciales en razón de su favorable ubicación con relación a los centros de actividad
comercial mencionados.

Estos síntomas se expresaban con nitidez mediante la fuerte demanda de lotes de tierras
áridas en la zona Sur, pero próximas al centro de comercio popular y ferial, en
desmedro de tierras fértiles disponibles en la periferia Norte. Tal comportamiento nos
lleva a sospechar que comenzaron a producirse situaciones más o menos disfrazadas de
acaparamiento de lotes en manos de políticos influyentes que se movían en las esferas
decisionales del partido de gobierno y los propios sindicatos. Es probable, aunque
obviamente no existe información clara al respecto, que surgieran tempranamente
negociados entre adjudicatarios de lotes "bien ubicados" y demandantes, quienes antes
que requerir lotes para la casa propia intentaban por todos los medios de hacerse de
tierras con alto potencial de acumulación de plus valor.

Por otro lado, muchos inquilinos no deseaban cambiar sus precarios pero bien ubicados,
alojamientos por lotes y casas de interés social en la lejana periferia del Norte. Por ello,
no resulta extraño que en 1956, por ejemplo, existieran más de 50 hectáreas de tierras
disponibles en zonas como Lacma, La Maica, Chimba y otros, sin mayor demanda (El
Pueblo, 7/07/1956) y que, en 1959 surgieran intempestivamente nuevos demandantes de
tierras dirigiendo sus miras hacia las áreas verdes y sitios municipales próximos a la
recién constituida Pampa, es decir, el nuevo centro ferial que había desbordado la
capacidad del sitio tradicional de Caracota. Este último episodio ilustraba el inicio de un
cambio importante en la naturaleza de la demanda de tierras.
20

Aparentemente la cuestión del techo propio comenzó a ocupar un lugar secundario o a


esconder una nueva aspiración: el deseo de posesión de lotes próximos al área de
influencia del comercio popular, que se había convertido rápidamente en el centro de
trabajo y empleo de gruesos sectores de la población, sobre todo de los antiguos
campesinos (expiqueros, excolonos, etc.) que en su calidad de nuevos ciudadanos
demandaban no solo techo propio, sino además buenas opciones para ingresar a la
competencia y escalar posiciones sociales, en un mundo urbano, donde aparentemente
"todo era posible".

Con este antecedente, la Reforma Urbana operó como un estimulante poderoso para
reforzar las aspiraciones de grandes contingentes de clase media, obreros, artesanos,
pequeños agricultores del Cercado, quiénes vieron la oportunidad, unos, para por fin,
encontrar una buena alternativa de liberarse del yugo del inquilinato; otros en cambio,
para sacar mayores ventajas y provechos a su condición de inquilinos e incluso obtener
algunos lotes, pero sin renunciar a su situación anterior. Para el logro de estos y otros
objetivos, como hacerse de tierras de alto valor comercial potencial, pronto quedó claro
de acuerdo con los nuevos tiempos, que la sindicalización era la mejor opción frente a
iniciativas dispersas. La clave era insertarse en las estructuras del floreciente
sindicalismo boliviano y acomodarse en la categoría de "obrero", "proletario",
"compañero trabajador" para acceder a los objetivos anotados. La categoría de
"inquilino" se homologó a las anteriores, pues este deja de ser un simple locatario de un
inmueble para pasar a revestirse con la aureola de víctima de la tiranía y el afán usurero
de los dueños de casa, quienes pasaron a ocupar, en esta nuevo y sui generis imaginario
social, el papel de "malvados patrones", en fin una entidad real contra la cual era
posible orientar la lucha. El instrumento de estos nuevos desposeídos era el "sindicato
de inquilinos" que pasó a jugar un rol mucho más amplio que su finalidad específica, de
tal suerte que en la ciudad pasó a tener el mismo nivel de influencia y poder político que
en el sindicato agrario en el medio rural.

El 20 de noviembre de 1954, luego de una paciente labor preparatoria, algo más de


3.000 inquilinos colmaron las instalaciones del Bar Palmeras para organizar
oficialmente el Sindicato de Inquilinos de Cochabamba con el auspicio de la Central
Obrera Departamental y el Bloque Obrero-Campesino. El dirigente del Bloque, Arturo
Ruescas fue elegido secretario general. En su alocución, dejo bien claro, que el objetivo
del nuevo organismo, no era precisamente acogerse pasivamente a la dotación de lotes
en aplicación de la Reforma Urbana, sino:

Poner coto definitivo a una forma de explotación que alcanza a casi todas las
capas sociales, en beneficio de unos cuantos privilegiados, que se han
constituido en inhumanos explotadores (...) Desde hoy han quedado abolidos
para siempre, los odiosos privilegios de alquiler a ‘familias sin hijos’, contratos
anticréticos en moneda extranjera (...) No habrá tampoco más desahucios y se
creará una Policía del Sindicato para que practique constantes inspecciones en
las casas denunciadas como desocupadas (El Pueblo, 21/11/1954).

A continuación se desató una verdadera cacería de habitaciones y casas desocupadas


que comenzaron a ser adjudicadas a afiliados al Sindicato de Inquilinos por montos de
alquiler fijados por esta entidad. Obviamente estos alarmantes hechos desataron la
reacción y llenaron de temor a los dueños de casa, quienes optaron por "clausurar" sus
casas, es decir, "cerrarlas a piedra y lodo" o llenarlas con ficticios habitantes para
20

burlar la acción sindical, aunque no siempre este esfuerzo fuera coronado por el éxito
deseado: "Los sindicatos de inquilinos cuentan con ‘veedores’ profesionales que se
especializan en recorrer las calles observando que casas se encuentran desocupadas
para tomarlas en seguida por la fuerza e instalar allí a los que no tienen donde vivir"
(El Mundo, 03/09/1962). Con estos antecedentes, los sindicatos mencionados
proliferaron por todos los barrios de la ciudad y, cada uno de ellos se convirtió en una
instancia de protección y amparo de los inquilinos, además de una agencia de locación
de habitaciones, departamentos y casas en favor de sus afiliados. Los conflictos, quejas
y denuncias arreciaron. A través de ellas, es posible conocer algunos aspectos de la
situación de las casas de inquilinato, los famosos "conventillos" que habían proliferado
desde los años 30, y que sistemáticamente habían sido pasados por alto por el
Municipio. Diversas comisiones destacadas por el Sindicato de Inquilinos pudieron
constatar hechos como los siguientes:

El ‘conventillo’ en cuestión en un enorme edificio semiderruido en el que se


encuentran hacinadas más de 70 familias que totalizan 300 personas entre
hombres, mujeres y una legión de niños descalzos que juegan entre los charcos
infectos estancados en el gigantesco corralón del edificio que se encuentra
dividido en partes, como basural, lavandería y closet de necesidades íntimas.
(Informe de la visita al inmueble de Justo Marañón en la calle Jordán y
Suipacha, El Pueblo, 25/11/1954).
Existen las mismas 53 covachuelas, todas ellas ocupadas por gente humilde.
Allí la suciedad ha .sentado sus reales. Tugurios donde tienen vida común
familias con 6, 7, 9 hijos. Pocilgas que hacen de dormitorio, comedor, cocina,
criadero de aves, taller de trabajo, etc. Habitan en este laberinto más de 60
familias, donde existen varias callejuelas que dan acceso a innumerables
habitaciones. (Informe de la visita a la propiedad de Teodosio Melendres, en la
Av. Oquendo final Sur, El Pueblo 378, 24/12/1954).
La sanidad y comodidad habitacional -muestra- la triste realidad de que las
familias ocupan generalmente una o dos habitaciones que sirven
simultáneamente de comedor, dormitorio, cocina y en algunos casos de sala (...)
Como se deduce, la sanidad habitacional es menos que regular en los hogares
indigentes (...) Generalmente estas habitaciones son cedidas por los padres a
los hijos que han adquirido estado, sin haber buscado la independencia
necesaria (...) lo que significa que la reducción de habitaciones es aún más
determinante (...) Por falta de agua la gente no se baña, los niños generalmente
lo hacen en el río o en aguas estancadas, de donde fueron extraídos adobes(...)
La invasión de insectos y bichos es alarmante en estas habitaciones estrechas,
faltas de higiene y atención (Declaraciones de Elsa Vega del Instituto Nacional
de Vivienda, resumiendo la investigación realizada por alumnos de la Facultad
de Arquitectura, Prensa Libre, 29/11/1962).

El drama de la habitación no se limitaba a la carencia del techo propio, sino a la


miserable calidad del precario cobijo y a las extremas condiciones de pobreza y
ausencia de toda condición humana en que vivían las familias de escasos recursos en los
denominados "conventillos" del casco viejo de la ciudad y otras zonas. Tales
circunstancias demostraron que resultaba estéril luchar por la posesión temporal de
alojamientos tan inadecuados. Finalmente surgió la reivindicación del techo propio y de
la vivienda de interés social como un complemento absolutamente necesario. El amplio
proceso de dotación de tierras estimulado por la Reforma Urbana creó nuevos
20

problemas: la rápida expansión de la ciudad, en consecuencia, la ampliación de las


necesidades de infraestructura básica y de nuevas viviendas (Solares, 1990). Pronto
resultó evidente que no era suficiente redistribuir equitativamente la tierra urbana y
dejar que cada familia por su cuenta, resolviera la cuestión del techo, pues se corría el
riesgo de reproducir en forma irremediable un campamento con formas precarias de
habitación, es decir, multiplicar en términos gigantescos las pésimas condiciones de
habitación que denunciaban continuamente los sindicatos de inquilinos.

Este fue el antecedente para la creación del Régimen de Vivienda Popular en mayo de
1956 y su instrumento técnico, el Instituto Nacional de Vivienda (INAVI). Dicho
régimen se estableció en base a recursos constituidos por aportes patronales. La
totalidad de lo recaudado se dispondría en la construcción de viviendas de acuerdo a un
plan preestablecido, siendo los futuros beneficiarios grupos de trabajadores
pertenecientes a diferentes ramas de la economía: minería nacionalizada, minería
privada, industria fabril, empleados estatales, petroleros, ferroviarios, constructores,
comercio y bancos, gráficos, además de otros sectores como periodistas, magisterio,
gastronómicos, seguros sociales, etc. Sin embargo, estas acertadas medidas no podían
tener efectos inmediatos, puesto que no era posible por limitaciones financieras
proceder a una masiva producción de vivienda social. Otra limitación grave de esta
política, era que dejaba al margen de sus beneficios potenciales a miles de pequeños
comerciantes, artesanos y a gruesos sectores de la rama de servicios personales que
operaban como trabajadores por cuenta propia y que estaban al margen de los aportes
patronales. La ley al no prever esta situación excluía del derecho a la vivienda de interés
social justamente a los sectores más necesitados de techo y a los más vulnerables a los
excesos de los dueños de casa.

En los años posteriores a la reforma urbana se agravaron los conflictos entre inquilinos
sindicalizados y propietarios de inmuebles. Pese a que estos últimos soportaban muchas
limitaciones: congelamiento de alquileres, impuestos elevados, control social rígido
sobre la administración de su patrimonio, prepotencia sindical y política, etc., de
ninguna manera se podía considerar un estrato acorralado y a la defensiva. Por el
contrario, en tanto más adversa era su situación, mostraban mayor capacidad para
desplegar un abanico de recursos, ingenio y artimañas para neutralizar y despejar tales
obstáculos. Así proliferaron, por ejemplo, los contratos de alquiler dobles o "casados",
es decir, se elaboraba un documento para el consumo de la autoridad, el sindicato, etc. y
se faccionaba otro privado (el verdadero) que regulaba la efectiva relación entre las
partes, incluyendo el monto real del arriendo que obviamente era muy superior al
alquiler oficial. Además, apelaciones a recursos legales como los desalojos y desahucios
por diferentes motivos: supuestas reconstrucciones o ampliaciones, parodias de
demoliciones por imaginarios riesgos de colapso constructivo, súbitas actitudes
"progresistas" de apoyo al desarrollo urbano a través de sesiones gratuitas al Municipio
de fracciones del inmueble, justamente las partes ocupadas por inquilinos molestos, para
el ensanche de vías públicas, apelación a transferencias ficticias, etc.; hicieron que la
lucha por el techo y un lugar de residencia fuera muy reñido a mediados de la década de
1950.

La cuestión de la vivienda se convirtió en el problema central y el eje de las


movilizaciones sociales urbanas, así como el punto sensible que hacía que cualquier
iniciativa del municipio, como el ensanche de una calle o la demolición de un vetusto
edificio fuera motivo de airados reclamos y recriminaciones bajo el argumento de que
20

en medio de una aguda carestía de habitación, el derrumbe de todo techo que dejaba
desamparada a alguna familia era un acto condenable, aún cuando la misma hubiera
sido para realizar una mejora urbana. La frecuente intervención del Municipio abocado
a aplicar el Plano Regulador, fue una permanente fuente de este tipo de conflictos que
terminaron por sacar a luz la peligrosa idea de que "se impulse la construcción de
viviendas baratas en terrenos municipales", es decir en áreas verdes (El País,
05/12/1957). Los inquilinos tampoco cejaron en su empeño y menos se sintieron
derrotados por victorias parciales de sus oponentes. De esta forma, a través de una
infinita cadena de acciones, reacciones, apelaciones y vulneraciones a la ley, actitudes
tramposas y mañosas, altas dosis de astucia criolla y apelación a las mejores virtudes
altoperuanas para hacer mal al prójimo, se fue arrastrando el conflicto. El distinguido
escritor e historiador Augusto Guzmán, una de las tantas víctimas de este mar agitado de
pasiones, hacía referencia a la ingeniosa argucia del "derecho de llaves":

Todo el mundo sabe que aquí en Cochabamba, que la desocupación de


departamento, aposento o local, de vivienda o de negocio, se ha convertido en
un caso de especulación lucrativa de inquilinos que aprovechando las urgencias
del patrón, lo obligan a erogar una suma por lo menos diez veces mayor que del
alquiler que pagaban. Todo por el solo hecho de desocupar. Así el inquilino
comercia el derecho de inamovilidad (...) El genial Cantinflas aparece en una
de sus películas reprochando de ingratitud a su dueña de casa por colocarle
alquileres sin reconocer su antigüedad de inquilino gratuito (El Mundo,
12/08/1959).

Si bien la Reforma Agraria, con todas sus limitaciones e imperfecciones, fue una
medida eficaz para saldar con justicia las reivindicaciones históricas del campesinado,
no se puede decir otro tanto de la Reforma Urbana, que no solo no resolvió otra sentida
necesidad popular sino que sufrió un rápido agotamiento como opción real para resolver
la carencia de vivienda. La falta de orientaciones técnicas precisas, el manejo político
prebendalista que en muchos casos guió la dotación de tierra urbana, gratificando a
menudo a quienes no tenían real urgencia de techo, pero si buen apetito para "hacer
negocios", terminaron en el despilfarro de las tierras afectadas por dicha disposición,
pese a que se llegó a estimar que existían suficientes terrenos como para dotar de lotes y
vivienda a toda la masa de familias carentes de habitación propia. Lo real es que, fines
de los años 50, persistía la existencia de una significativa demanda social no satisfecha,
ya sea por las razones anotadas o por que llegó tarde a la distribución de la, en realidad,
escasa tierra realmente disponible para atender las necesidades de alojamiento. En
consecuencia se fue desarrollando una fuerte tendencia a ocupar tierras que se
consideraban baldías y sin uso social definido, pero que, de acuerdo al Plano Regulador,
estaban destinadas a materializar proyectos de parques y sitios de recreación pública, o
recibir diversos equipamientos sociales, que el propio crecimiento de la ciudad los hacía
imperiosamente necesarios.
A pesar de la existencia del citado Plano Regulador y de una casi tradición en esta
materia, en realidad no existía una conciencia ciudadana respecto a la importancia del
desarrollo urbano y el tipo de políticas que requería la ciudad en este campo. La actitud
tradicional y despectiva respecto al crecimiento de la ciudad, era que en Cochabamba
"sobraba espacio" y, por tanto no existía ninguna razón para no pensar en la casita
propia, rodeada de jardines, huertos y corralitos. La idea de la propiedad horizontal y
sugerencias a cerca de la conveniencia de consumir el suelo urbano en forma más
racional, equilibrada y económica, provocaba fuerte resistencia y aversión, sobre todo
20

en los sectores populares, que no podían concebir otra forma de vivienda que la
tradicional casita horizontal de habitaciones en hilera, que popularmente se conocían
como "medias aguas". Se trataba de una adaptación de la vivienda campesina, es decir
una combinación ecléctica de la vivienda valluna que incorporaba o se acomodaba a las
necesidades urbanas, pero sin renunciar a reproducir fracciones del estilo de vida rural
en el lote popular. Lo extraño, en todo caso, es que siendo el problema de la vivienda el
que se mostró como el más conflictivo desde los años 1930 y se constituyó en la década
de 1940 en el eje y motor de la expansión urbana y la consiguiente especulación del
suelo, el Municipio se mostró renuente a incorporar en sus proyecciones una política
habitacional clara y conteniendo alternativas viables pese a que la Ley del Régimen de
Vivienda le proporcionaba medios y atribuciones para investigar, estudiar y elaborar
propuestas en torno a esta cuestión.

La Alcaldía de Cochabamba no se sintió aludida y evitó sistemáticamente reconocer en


términos oficiales y operativos la relación íntima entre vivienda y urbanización, dejando
esta cuestión crucial en manos de los organismos estatales como INAVI, y después
CONAVI, que en la misma forma actuaban sobre la afectación de tierras en las
periferias y la producción de vivienda aislada y dispersa, ignorando totalmente la
necesidad de tomar en cuenta y coordinar con las políticas del Plano Regulador. Esta
mutua omisión y total falta de coordinación entre planes de vivienda social y desarrollo
urbano pronto condujo a graves conflictos.

El origen de uno de los más sonados, a fines de los años 50 e inicios de los 60, se
produce en este contexto: las necesidades de mejorar las instalaciones del comercio
ferial dieron lugar a mediados de 1959 a una ordenanza municipal que disponía la
expropiación y el desalojo de varios vetustos inmuebles colmados de inquilinos en la
calle Punata y San Antonio. Sin embargo los afectados no deseaban perder su relación
inmediata con este centro de comercio popular y solicitaron a la Alcaldía que "se les
permitiera construir edificaciones en la colina de San Miguel" (El Pueblo, 14/11/1959).

El Servicio de Urbanismo de la H. Comuna venía sosteniendo desde hacía tiempo que


era de suma urgencia "construir un mercado central de ferias o plaza de abasto de
productos agropecuarios" en la medida en que la Plaza Calatayud, dada su extrema
saturación ya no presentaba las condiciones adecuadas para este desempeño. Por ello
era de absoluta necesidad la expropiación de tres manzanas, que ya en 1955 se habían
destinado para dar cabida al mencionado proyecto. No obstante, de acuerdo a
declaraciones del Director de ese organismo municipal: "En la propiedad 'reclamada' se
habían establecido en forma arbitraria y en chozas totalmente provisionales algunas
familias de gente aparentemente de pocos recursos que ahora se niegan a desocupar
esas habitaciones retardando la realización de la obra en cuestión"(El Pueblo,
24/11/1959).

De esta manera, a partir de un episodio realmente intrascendente y que podría haber


sido resuelto rápidamente, se inició un conflicto urbano de proporciones que terminaría
alterando y vulnerando las disposiciones del Plano Regulador de la ciudad. Un
argumento incontrovertible de los afectados por el desalojo era el aparente trato
discriminatorio y segregativo de que eran objeto. Según, el Alcalde Eduardo Cámara de
Ugarte, la realización del proyecto citado o "Gran Parque Sur" como pasó a
denominárselo, apenas suponía el traslado de las familias afectadas a sitios más
apropiados. Sin embargo, este temperamento no era aceptado, pues el Departamento de
21

Arquitectura del Municipio había incurrido en el error de aprobar planos y admitir la


edificación de "viviendas nuevas y modernas en una de las manzanas que
originalmente debían ser expropiadas, en tanto el trato con relación a las manzanas
restantes era inflexible (El Mundo, 04/12/1959). Con este antecedente que impregnaba
de sospechas de favoritismo para unos e injusticia para otros, se endurecieron y
polarizaron las posiciones divergentes.

Así se abrió camino a la formación del Sindicato Único Pro-vivienda San Miguel en
1960. A partir de ese momento, ya no fueron inquilinos dispersos, sino el sindicato que
pronto cobró notoriedad e influencia, el que se opuso sistemáticamente a cualquier
solución conciliatoria viéndose rápidamente reforzado por nuevos contingentes de
demandantes ansiosos de urbanizar la colina de San Miguel. De esta manera, a las 40
familias originalmente afectadas por las expropiaciones citadas, se agregaron varios
centenares, alcanzando a 400 al cabo de pocos meses. El conflicto cobraba cada vez
mayores proporciones ante la cerrada negativa municipal para planificar un
asentamiento urbano en San Miguel, una vez que se defendía rígidamente su condición
de "área verde", procediéndose incluso a desarrollar trabajos de forestación
extemporáneos. El Sindicato consideraba que éstos eran terrenos baldíos y sujetos a las
afectaciones dispuestas por la Reforma Urbana. A este respecto dicha organización
sindical señalaba:

A cubrir alquileres exorbitantes que sobrepasan nuestra capacidad de pago,


vivir en la intemperie postrados en los andenes de la estación del ferrocarril, la
cancha, o simplemente vivir en buhardillas asquerosas, mil veces preferimos con
manos encallecidas, construir nuestras propias viviendas, haciendo una
realidad el Barrio San Miguel (Prensa Libre, 20/12/1960).

El problema de los alquileres tendió a agravarse con las disposiciones promulgadas por
el Poder Ejecutivo a fines de 1959, introduciendo el "régimen de libre contratación"
para el arriendo de locales comerciales y otros no destinados a servir de alojamiento.
Sin embargo, los dueños de casa extendieron rápidamente estas disposiciones a las
condiciones de arriendo de viviendas, ahondándose los problemas entre estos y los
inquilinos por severos reajustes en el alquiler y la multiplicación de los desahucios. Los
sindicatos de inquilinos aglutinados en una federación comenzaron a ganar las calles.
Una manifestación masiva, en diciembre de 1960, identifico explícitamente a aquéllos
que los inquilinos consideraban "sus enemigos", obviamente los propietarios de
inmuebles, pero además, "el grupo de gamonales del comité Pro Cochabamba", los
administradores de justicia que evitaban que ningún inquilino gane un juicio de
desahucio e incluso el propio Municipio enfrascado en una concepción del desarrollo
urbano ajeno a las aspiraciones populares.

A este respecto, Alberto Nogales Secretario General del Sindicato Único Pro Vivienda
del Cerro San Miguel sentenciaba en un fogoso discurso: "primero que la forestación y
los adornos está la propia casa" (El Mundo, 22/12/1960). Pronto esta frase se convirtió
en la consigna del movimiento. De esta manera, a fines e 1960, el sindicato tomó
posesión simbólica de 450 lotes en la colina de San Miguel, en un acto de usurpación
pero revestido de toda la solemnidad necesaria, bajo la sombra protectora del Comando
del MNR. A tono con la circunstancia de este "acto revolucionario", el citado dirigente
definió así el sentido de la acción asumida: "Si nuestros compañeros campesinos desde
1953 son propietarios de sus pegujales, es justo que los proletarios de la ciudad seamos
211

propietarios de unos metros de tierra para la construcción de nuestras viviendas,


gracias a la Reforma Urbana" (El Mundo, 30/12/1960).

En estos términos, a partir de 1961, alrededor de unas 400 familias procedieron a la


ocupación de la colina de San Miguel e iniciaron el reclamo propietario sobre unas
cuatro hectáreas invocando la Ley de Reforma Urbana. En enero de 1961 se produjeron
las primeras escaramuzas entre ocupantes de San Miguel y funcionarios municipales.
Las partes en conflicto mantenían con firmeza sus posiciones contrapuestas: en tanto la
Dirección de Urbanismo remarcaba sobre la necesidad de edificar el "Gran Mercado
Central y de Ferias", proyecto postergado por los hechos relatados, enfatizando en la
cuestión de la inviabilidad de dotar de servicios básicos a un asentamiento urbano en la
colina. En contraposición, el Sindicato Pro Vivienda manifestaba que, a riesgo de no
contar con tales servicios, en caso de consolidarse el asentamiento, este hecho era
relativo, pues las zonas de la periferia urbana donde se los pretendía reubicar también
carecían de dicha infraestructura. De esta manera a lo largo de 1961se fueron sumando
y acumulando los comunicados y la exposición de argumentos y contra argumentos que
no arrojaron posibilidades de conciliación.

El Municipio persistió en su proyecto de formación de un gran parque que vincule las


colinas de la Coronilla y San Miguel y que contemple el traslado de la feria de la Plaza
Calatayud a un espacio disponible entre la calle Punata, el cerro San Miguel, el Barrio
Obrero y la Av. San Martín, pero que la intransigencia de los ocupantes de esos terrenos
impedía realizar, contraviniendo así con el principio de jerarquización de las áreas
verdes y forestales, "acordes con la teoría y la práctica del Urbanismo Moderno" (El
Mundo, 01/ 01/1961). Los argumentos del Sindicato establecían la diferencia
fundamental entre una visión técnica apegada a las corrientes del urbanismo
contemporáneo, pero sin proyectarse ni adecuarse a las nuevas condiciones sociales y
económicas de la ciudad y otra, que emergía proyectando justamente el punto de vista
popular que la razón técnica se negaba a tomar en cuenta. Observemos cual era este
último punto de vista:

1. De acuerdo a las propias fuentes municipales, solo el 37% de las familias tiene
acceso a vivienda propia, existiendo unas 14.387 familias sin este beneficio.
2. Que las áreas verdes, la forestación, los ‘pulmones de la ciudad’ son
importantes en tanto se resuelven los problemas básicos de la población, y no a
costa de estos. En este sentido los criterios de la Unión Panamericana y otros
organismos internacionales sobre esta materia ‘solo se han aplicado en los
barrios de gente acomodada, por ejemplo, una plaza como la Colón o la Cobija
-de acuerdo a esta lógica- no pueden suponerse en la Av. 9 de abril o en
Caracota’.
3. Todos los trámites de afectación de tierras por la Reforma Urbana ‘han
chocado con el obstáculo frío de las autoridades’. Todos los sectores que
intentaron dotaciones mediante este camino fracasaron en lo fundamental o
tuvieron que alzar las manos.
4. Los lanzamientos judiciales siguen en pleno vigor, como un instrumento
represivo eficaz en manos de los dueños de casa.
5. Todos estos aspectos configuraban, desde la óptica del Sindicato, una situación
de incuria de las autoridades y la sociedad, con respecto a los sectores de
menores recursos. Por ello la ocupación del cerro San Miguel se consideraba
como un ‘triunfo’ y la propia colina bajo estas condiciones se había convertido
21

en ‘un bastión histórico que no lo abandonarán’ (El Mundo, 31/01/1961).

Estos puntos de vista ponían en confrontación posiciones totalmente opuestas con


respecto al desarrollo urbano: por una parte, la visión del modernismo occidental
expresado en los paradigmas de la planificación urbana inspirados en las corrientes
europeas y norteamericanas que se consideran universalmente válidas y que fueron
adoptadas por las nuevas elites regionales, que comenzaron a ver en ellas, el medio para
ponerse a tono con el mundo moderno y deshacerse rápidamente de sus impertinentes
raíces populares. Por otra, la visión política y social del desarrollo, donde los valores
anteriores se trastrocan: se acepta las áreas verdes, pero resolviendo al mismo tiempo el
problema de la vivienda propia y desechando el sentido de segregación social que tenía
el plan o modelo urbano que se trataba de imponer.

Lejos de un esfuerzo serio de conciliación, las posiciones se tornaron antagónicas, y la


animosidad y la beligerancia fueron subiendo de tono. Se multiplicaron los ocupantes de
la colina y pronto, como no podía ser de otro modo, muchos de ellos, como buenos
comerciantes que eran, no dejaron pasar la oportunidad de hacerse de lotes próximos al
mayor centro regional de comercio popular y, en cierta forma, el discurso de
justificación de la ocupación de la colina como "conquista revolucionaria" comenzó a
perder nitidez al surgir síntomas que evidenciaban la intencionalidad de convertir dicha
reivindicación en "conquista mercantil". En fin, a todo esto, siguió una prolongada
guerra de comunicados, convirtiéndose rápidamente este episodio en el eje de las
preocupaciones ciudadanas y en el motivo de polarización política e ideológica entre los
neomodernistas que concebían el desarrollo urbano desde la óptica de la "nueva imagen
moderna de la ciudad" y los "bárbaros sindicalizados" que concebían este desarrollo
como un proceso de reivindicaciones sociales. En medio de este río revuelto se situaban
los "pragmáticos" que hacían cálculos sobre la futura valorización de la colina para
adquirir lotes de oportunidad.

Entre tanto, el resto de los inquilinos aprendían velozmente todas estas lecciones
prácticas, multiplicándose las "cooperativas" y sindicatos pro-vivienda, pasando
rápidamente a emular a sus colegas de San Miguel: en febrero de 1961, la Cooperativa-
Pro Vivienda de Villa Santa Cruz, constituida por 200 familias, ocupó 8 hectáreas de
tierras en la zona Sur. A fines de ese mismo mes, el Sindicato Pro Vivienda San Pedro,
ocupó parte de esa escarpada colina en el sector de Las Cuadras (Prensa Libre,
16/02/1961 y 24/02/1961). A estas se sumaron otras ocupaciones de tierras a cargo de
los sindicatos pro vivienda de Cerro Verde y la Avenida América.

En suma, más allá del apasionamiento con que sindicatos pro-vivienda defendían
aquello que consideraban que era justo, los hechos sumariamente expuestos ponían en
evidencia que la Reforma Urbana no había sido aplicada en forma adecuada, es decir,
no solo no se había constituido en una alternativa para resolver el problema habitacional
como se menciono antes, sino al contrario, este proceso se había distorsionado,
burocratizado y corrompido, merced a lo cual se amasaron no pocas fortunas y se
prolongaron, complejizaron y entrepapelaron los trámites de afectación, abriéndose
paso a la opción de "las posesiones de hecho de los terrenos sujetos al régimen de
afectación", en tanto paralelamente se iniciaba el penoso trámite de dotación, que no
pocas veces concluía en transacciones que favorecían extraordinariamente a los
propietarios, quienes convertían esas afectaciones, merced a infinitos recursos legales,
en simples y lucrativas operaciones de compra-venta de tierras. Estos hechos, sin duda,
21

estimularon la formación de los sindicatos pro-vivienda.

En Diciembre de 1961, el Congreso Nacional aprobó una ley que autorizaba la


expropiación de la colina en beneficio de sus ocupantes. La cerrada oposición municipal
a esta medida enardeció a los contendientes: de la guerra de papeles se pasó a las
amenazas personales. El principal blanco fue el Alcalde Héctor Cossío Salinas que fue
declarado "enemigo y persona indeseable de las personas humildes de Cochabamba"
por su cerrada defensa del Plano Regulador y su oposición radical al proyecto de
urbanizar San Miguel y otras colinas, al calificar esta idea como "absurda y
descabellada, fruto de embozados enemigos del progreso". No obstante, la presencia de
los ocupantes de San Miguel se fue consolidando al amparo del Decreto expropiatorio
promulgado en 1962, sin embargo el mismo en el orden jurídico no surtió efecto, pues
los ocupantes vieron trabados sus trámites para obtener títulos de propiedad. En realidad
este problema se arrastró por muchos años y la solución legal, es decir la consolidación
de la propiedad adquirida con títulos, solo sería posible dos décadas más tarde, cuando
la urbanización era ya irreversible.

Los propios sindicatos pro-vivienda fueron perdiendo poder de convocatoria en medio


de luchas intestinas, denuncias de corrupción y el paulatino distanciamiento entre sus
bases y direcciones que intentaron hacer de este sindicalismo un medio cómodo de
existencia. Por otro lado, tales organismos al margen de lo anterior fueron perdiendo
fuerza pues sus bases más aguerridas, a mediados de los años 60, se habían convertido
en pobladores de la extensa periferia en formación. Como corolario de todo esto, en
julio de 1965, el Alcalde Francisco Baldi modificando diametralmente la postura
edilicia anterior, llego a un acuerdo con nuevos ocupantes de terrenos municipales que
habían construido "casuchas" en la Plaza Fidel Aranibar y Francisco del Rivero,
dotándoles de lotes en la zona de Alalay siendo este el origen de la populosa Villa
Huayra Khasa y posteriormente del no menos populoso barrio de Alto Cochabamba.

Una reflexión final necesaria a cerca de todo lo analizado, no puede dejar de lado la
cuestión delicada de establecer si el raudo crecimiento que finalmente experimenta la
ciudad bajo el impulso de todo el proceso que se desata a partir de 1953, fue en realidad
resultado de un movimiento social urbano genuino o resultado de maquiavélicas
maquinaciones políticas articuladas a practicas de vulgar clientelismo. No es posible
afirmar que todos estos movimientos de reivindicación de tierras y techo propio
hubieran sido planificados y motivados en función de un sistema de recompensas
políticas. Por ejemplo, los sindicatos pro-vivienda, con frecuencia estimularon las
rivalidades entre facciones del MNR, de tal manera que en tanto formalmente apoyaban
al partido gobernante, atacaban y debilitaban la representación del ejecutivo en el
Municipio y otras instituciones. De cierta manera, estos conflictos desnudaron las
flaquezas y debilidades del régimen, y lo que es más significativo, expusieron a la luz
pública la existencia de tendencias francamente conservadoras dentro del partido
gobernante en oposición a un ala “de izquierda” que apoyaba a los sindicalizados sin
techo. Ciertamente unos pocos años más tarde (1964), estas contradicciones internas del
MNR terminarían con su derrocamiento, no siendo casual que dichos sectores
conservadores jugaran un rol importante en lo que luego se denominó la “Revolución
Restauradora”.

Una necesaria síntesis del proceso urbano que se inicia en la década de 1950, exige una
evaluación más ordenada de un conjunto de situaciones bastante heterogéneo. Es
21

necesario diferenciar las razones que motivaron las movilizaciones sociales en


diferentes momentos, el papel que le correspondió al Estado en cada caso, ya sea a
través del Municipio o directamente, distinguiendo además las luchas por los alquileres
de los conflictos por la tierra y el techo propio. En estos términos se pueden distinguir
las siguientes etapas o fases de evolución de este proceso urbano:

A. Primera Fase: Interpelación del campo a la ciudad:


Transcurre a lo largo de los primeros meses posteriores a abril de 1952, se trata en
realidad de actos simbólicos de desagravio que se permiten las antiguas clases
subalternas contra la ciudad señorial que adquiría la dimensión de UN antiguo santuario
de sus opresores, santuario que simbólicamente es tomado a través de la “invasión” de
las masas campesinas liberadas por la Reforma Agraria, que protagonizaron
ocupaciones temporales de los otrora "sitios prohibidos" urbanos, promoviendo
manifestaciones, asambleas e incluso organizando campamentos en plazas y paseos que
anteriormente les estaban terminantemente vedados. Es decir, se trata sobre todo de
actos simbólicos de reafirmación de los valores culturales andinos de las clases
oprimidas y demostraciones de poder social, político y aun militar que ejercitan en ese
momento, contra los supuestos enemigos de las transformaciones sociales, y de paso
contra los opositores al MNR, con el beneplácito y protección del poder central.

B. Segunda Fase: Las luchas por la tierra entre 1953 y 1954:


Este proceso, es en realidad, una extensión de las movilizaciones campesinas que
alcanzan el perímetro urbano de la ciudad y penetran en su interior en algunos casos.
Las afectaciones de la Reforma Agraria y las dotaciones de tierras suburbanas a
exmineros de las minas nacionalizadas, dieron lugar a grandes movilizaciones minero-
campesinas y a tomas pacíficas de propiedades de exlatifundistas, todo ello con el
manto protector del Estado que organiza la distribución de lotes, estimulando así las
primeras tendencias de expansión de la ciudad. En la medida en que estas
movilizaciones tienden a afectar a las grandes propiedades urbanas, no afectables por la
Reforma Agraria, el propio Estado precautelando francas violaciones del derecho a la
propiedad privada, da curso a la apertura de una vía legal, a través de disposiciones que
regulan el tamaño de las propiedades urbanas y que pasan a ser conocidas como
Reforma Urbana, dirigidas a encausar estas transgresiones por la vía legal y a retomar el
control político y social de la ciudad por parte del Estado.

C. Tercera Fase: La Reforma Urbana y la dotación de tierras a los sectores


populares:
Entre la Reforma Agraria de agosto de 1953 y la Reforma Urbana de agosto de 1954, no
existen similitudes pero si algunas coincidencias desde la óptica política. En ambos
casos se trató de encausar jurídicamente procesos de movilización social, cuyo
radicalismo intentaba ir más allá del marco de populismo que el régimen gobernante
podía permitirse. En ambas situaciones se apeló a la imagen del Estado benefactor que
redistribuye la riqueza social en términos más justos y equitativos. En este caso se
trataba de traspasar a las masas de inquilinos parte de las grandes propiedades urbanas
acaparadas desde los años 30 por un puñado de gamonales, grandes comerciantes,
exlicitadores del impuesto a la chicha, banqueros, etc. que acumularon grandes
extensiones de tierras en el interior del radio urbano ampliado convenientemente en
1945. Esta medida tuvo dos efectos diferentes: por una parte permitió que obreros,
empleados públicos y otros, organizados sindicalmente o nucleados en torno a las
influyentes federaciones de excombatientes del Chaco accedieran a dotaciones de lotes
21

en diferentes zonas periféricas. Por otra parte, se estimuló la sindicalización de los


inquilinos, la mayoría poco interesados en fijar residencia en los extramuros urbanos,
pero muy motivados para defender sus derechos a seguir habitando las zonas centrales.
En todo caso, el Estado logró sus fines de neutralizar tendencias proclives a la
ocupación arbitraria e indiscriminada de propiedades y creó una situación de
desmovilización, a través de la oferta de planes de vivienda. Para este efecto fue creado
el Instituto Nacional de Vivienda. Sin embargo, el manejo político de la Reforma,
minada por prácticas de corrupción administrativa y recursos evasivos para eludir
afectaciones a predios comprendidos en los términos de la Ley, a objeto de fraccionarlos
e incorporarlos libremente al mercado inmobiliario, terminó agotando esta posibilidad
en pocos años. El saldo resultante fue la expansión de una mancha urbana bajo la
modalidad de extensos fraccionamientos carentes de cualquier servicio, y donde, la
vivienda continuó siendo más un sueño y una aspiración lejana que una realidad
alcanzable.

D. Cuarta Fase: Los sindicatos de inquilinos:


Los sindicatos pro-vivienda que surgieron a fines de los años 50, constituyen una
respuesta al agotamiento de la faceta benefactora del Estado de 1952 que se expresa en
la burocratización del proceso de Reforma Urbana y la inoperancia del INV por
extremas penurias económicas, seguida de la escasa repercusión de las iniciativas
estatales emprendidas a partir de 1954 para aliviar el déficit habitacional, a lo que se
sumaron planes de vivienda de interés social carentes de servicios e infraestructura
básica y en sitios poco accesibles, a tal punto, que en realidad se convirtieron en
instrumentos de segregación social y espacial, es decir, en formas de expulsión de los
sectores de menores recursos a la periferia a título de una discutible respuesta al
problema habitacional, al mismo tiempo que obraron como mecanismos de ampliación
no planificada de la mancha urbana sobre zonas agrícolas no incluidas en las
previsiones del Plano Regulador de Cochabamba.

Con este tipo de antecedente, no resultaba arbitrario que el Sindicato Pro-Vivienda San
Miguel reivindicara la cuestión de la vivienda popular en zonas consideradas próximas a
los centros de actividad comercial, rechazando la alternativa de una reubicación del
asentamiento en sitios suburbanos. Además, a la inversa de los procesos anteriores, este
movimiento cuestionó la razón técnica del citado Plano Regulador y, tal vez lo más
significativo: fue capaz de alcanzar un grado de organización y cohesión social que no
solo resistió con éxito las presiones políticas, los embates de la opinión pública a través
de la prensa, la inflexible oposición municipal, sino que consolidó la posesión de la
tierra ocupada a través de la autoconstrucción de habitaciones y del propio barrio en
condiciones increíblemente difíciles, una vez que no solo la sociedad sino la propia
naturaleza, una colina rocosa, árida y muy empinada, dificultaban esta labor,
convirtiéndola en una obra extremadamente penosa debido a los escasos y precarios
recursos técnicos y materiales disponibles.

No obstante, el sindicato logró arrancar al poder estatal el decreto expropiatorio de esas


tierras a fines de 1961, e incluso demostrar que las colinas eran propiedad de grandes
propietarios urbanos. Sin embargo, no consiguieron doblegar el pesado aparato jurídico
para legitimar su tenencia, sino hasta muchos años más tarde. De todas formas, la
ocupación de las colinas de San Miguel y Cerro Verde desnudó una alternativa riesgosa
de expansión de la ciudad: el loteo clandestino y la autoconstrucción con las mismas
características de habitaciones en hilera o "medias aguas". En suma, este proceso
21

definió uno de los rasgos esenciales que asumirían unos años más tarde los extensos
barrios periféricos del Sur y Norte de la ciudad.

En conclusión, las movilizaciones urbanas para mejorar las condiciones de vida y


vivienda que promovieron los sectores populares entre 1953 y fines de la misma década
no alcanzaron el rango de movimientos sociales urbanos, sino movilizaciones populares
de alcances más limitados en razón de que: estuvieron influidos por la dinámica de
transformaciones estructurales (Reforma Agraria, Nacionalización de las Minas, Voto
Universal, etc.) que promueve el Estado democrático burgués de 1952, sustitutivo del
viejo orden oligárquico. Además estas movilizaciones estuvieron controladas y
orientadas por agentes políticos del partido gobernante, y la naturaleza de sus
reivindicaciones no sobrepasó el marco de lo que pudo ser tolerado y legitimado por el
nuevo régimen. Es decir, se trató de apuntalar y dinamizar iniciativas estatales como la
Reforma Urbana o la vigencia de las leyes del inquilinato inspiradas en las
disposiciones de 1945, pero no contradecirlas y avanzar hacia posiciones más radicales.

Estas limitaciones, en realidad proporcionaron un cierto manto "popular" a otras


intencionalidades: la Reforma Urbana por si misma, pese a tener un sentido
redistributivo de la riqueza social, en este caso el suelo urbano, en favor de grandes
masas de desposeídos, al no articularse a una política clara de desarrollo urbano en
favor de estos sectores, donde la cuestión de la urbanización, la vivienda y los
equipamientos colectivos tuvieran un tratamiento integral; terminó convirtiéndose en un
instrumento eficaz de segregación residencial y de desalojo pacífico de grandes
contingentes de inquilinos indeseables en las zonas centrales de la ciudad, donde el
valor comercial comenzó a superar ampliamente al uso residencial, promoviéndose así,
por una parte, la elevación de las tasas de renta inmobiliaria en dicho centro, y por otro,
la urbanización precaria de la zona Sur y su extensa periferia, donde apenas se
consolidaron campamentos dispersos, que fueron mejor conocidos como "villas" o
"barrios marginales".

Sin embargo, en el caso del Sindicato Pro-Vivienda San Miguel y otros similares, los
procesos de ocupaciones de tierras que protagonizaron pueden situarse en el marco de
un real movimiento social urbano, en razón de un proceso de movilización por
reivindicaciones urbanas, vivienda y sitios céntricos para residir, que desde sus inicios
tuvo un cariz contestatario a las políticas estatales y municipales en materia de
urbanización y vivienda; puso en evidencia una política municipal incapaz de conciliar
los objetivos del desarrollo urbano con los intereses populares, demostrando por el
contrario que el Plano Regulador concebido como un proyecto modernizador de la
oligarquía derrotada, pasó a ser el estandarte de las nuevas elites regionales, en razón de
lo cual se fortaleció su carácter autoritario y vertical. De esta manera se introdujo en el
ámbito urbano un patrón asentamiento y de consumo del suelo, que más allá de su
irracionalidad técnica y de las consecuencias negativas que ello ocasionará a la ciudad,
no dejó de ser una alternativa popular contraria a la planificación municipal en materia
de urbanización y vivienda que modificó sensiblemente la estructura urbana
preexistente. Finalmente, las luchas de los sindicatos pro-vivienda en los años 50 y 60
dejaron una tradición de resistencia en los barrios populares que aún perdura. Las
posteriores juntas vecinales en muchos momentos se constituyeron en un factor de
poder y definición en el transcurso de las movilizaciones populares de los años 70 y 80,
pero sin alcanzar el nivel de los primeros.
21

En todo caso, las masas de Abril, de una u otra forma, definieron las pautas de
transformación de la ciudad, por ello aún es posible percibir el eco de su presencia en la
bullente zona Sur y en el avance cotidiano de lo popular sobre lo moderno que hacen de
Cochabamba una ciudad formalmente remozada pero con un espíritu profundamente
mestizo, como un testimonio imperecedero de su compleja constitución.

El modernismo incompleto y el desarrollo de Cochabamba

El proyecto de modernización del Estado y el país propuesto por el MNR fue impulsado
por las masas de Abril mucho más allá de lo previsto por los ideólogos del
Nacionalismo Revolucionario: la Nacionalización de las Minas, la Reforma Agraria e
incluso la Reforma Urbana, tuvieron contenidos más radicales de los que hubieran sido
deseables. Existía, como se pudo comprobar en el desarrollo de los acontecimientos por
lo menos en el ámbito regional, un creciente desajuste entre las concepciones y ritmos
de transformación del país que el MNR podía permitirse y las aspiraciones de justicia
social y un drástico ajuste de cuentas con el pasado que exigían obreros, campesinos y
clases medias.

Como sugiere Zabaleta Mercado (1977:104), la perspectiva que en realidad ofertaba el


MNR no era otra cosa que "algo así como un país bien alimentado con escuelas
suficientes y buenas costumbres personales", es decir, un programa moderado, apacible,
ajeno a las fobias y a los extremismos, absolutamente opuesto a la idea de un Estado
obrero-campesino.83 Se aspiraba sobre todo a la materialización de un plan económico
que promoviera la integración de Bolivia como base para la constitución de una
burguesía nacional moderna. Dicha tarea, señalaba Zabaleta, en cualquier otro país del
continente no hubiera requerido una revolución que derribara el orden vigente, sino
apenas el ejercicio de un reajuste, que puede perfectamente practicar sobre si mismo
cualquier Estado burgués. No obstante el grado de atraso del país resultaba tan enorme,
que estas tareas de ajuste y transformación adquirieron contornos de obras
monumentales e impracticables dentro de los límites de un modelo democrático
representativo. Esta era la razón por la cual los lideres más equilibrados de la
Revolución Nacional, como Paz Estenssoro y Siles Zuazo, tempranamente comenzaron
a disuadir transformaciones demasiado atrevidas para limitarse a promover "concretos
planes posibles, no importa si al precio de ciertas abdicaciones", es decir, viabilizar una
salida conservadora que pusiera freno a la temible e indeseable anarquía que
imprevisiblemente había generado la Revolución de Abril.

Lo "realizable" bajo estas circunstancias se asociaba a propiciar un proceso de


diversificación económica que estimulara la vertebración del país, modificando el
sentido de "geografía minera" a que se había reducido el antiguo Alto Perú colonial
durante siglos, y que persistió invariable durante la República oligárquica. Tal
aspiración se basaba fundamentalmente en la ruptura de la mono producción minera y la
urgencia de incorporar al Oriente, es decir a la región de Santa Cruz a la economía
nacional. Dicha determinación se dirigía a beneficiar a dos sectores considerados
estratégicos para la política citada: los hidrocarburos y la agroindustria, ambos
localizados en el departamento de Santa Cruz (Arze Cuadros: 265).

83
Zabaleta destaca que Aguirre Cerda en Chile y el propio Perón habían llegado más lejos sin semejantes
exageraciones en el proceso social. Sin embargo en Bolivia para un plan tan modesto, que ni siquiera
implicaba el surgimiento de una burguesía industrial, ya era necesario destruir el aparato estatal previo.
21

Tales objetivos, que solo en forma indirecta involucraban a Cochabamba, no eran una
premisa demasiado original. La guerra del Chaco había demostrado la necesidad de esta
vinculación e incluso desde los tiempos de Viedma se había debatido tal posibilidad y,
situaciones coyunturales como la pérdida de las plazas comerciales de Cochabamba en
el Pacífico y el Altiplano después de la guerra con Chile, habían estimulado a
conspicuos representantes de las elites de Cochabamba como J. von Holten, Francisco
Velarde y Fernando Quiroga, estos dos últimos, directores de influyentes órganos de
prensa como el Heraldo y el Ferrocarril; a lanzar propuestas para fortalecer la economía
de Cochabamba en base a los amplios espacios orientales. Ello motivo que desde fines
del siglo XIX se multiplicaran las expediciones hacia las tierras de los yuracarés para
identificar una ruta a adecuada hacia Santa Cruz y el Beni, y que desde la década de
1920, se definiera como una aspiración prioritaria de Cochabamba la construcción del
ferrocarril a Santa Cruz,84 lo que dio lugar a un largo debate, que finalmente permitió
fijar la ruta que aprovechaba el trazo del Ferrocarril del Valle, proyectando la
ampliación de la red a partir de Arani hacia Aiquile, Totora y Valle Grande.

El desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial y la alineación formal de Bolivia


con el esfuerzo bélico de los países aliados empeñados en la destrucción del Tercer
Reich, despertaron el interés de los EE.UU., no solo por el estaño, sino por otros
recursos naturales como el petróleo y el caucho que se estimaba abundaban en los llanos
orientales del país. En consecuencia la cuestión de la vinculación con el Oriente alcanzó
el rango de interés nacional e incluso internacional, definiéndose finalmente, la
prioridad de ejecutar una carretera entre Cochabamba y Santa Cruz, cuya realización fue
dispuesta por el Presidente Villarroel en 1943. Los principales lineamientos de la
política del MNR en cierta forma, tienen un antecedente en el famoso Informe Bohan 85,
cuyas sugerencias de vertebración vial, diversificación de la economía e integración del
oriente a la vida nacional, así como el fuerte cuestionamiento al Estado minero, no
tuvieron la adecuada receptividad por parte de la oligarquía afectada por el tono de este
informe que parecía hacerse eco de los planteos de los opositores al régimen. En efecto,
estas sugerencias contradecían y eran opuestas a la secular tenencia monopólica de la

84
De acuerdo a Gustavo Rodríguez (1993), el ferrocarril en el ideario señorial evocaba la imagen deseada
del progreso y el crisol donde se fraguaría la nacionalidad: "En el imaginario de las elites, la línea férrea
era emisaria de civilización, unidad nacional y acceso preferente al mercado". La cuestión de conquistar
nuevos mercados y nuevos espacios a través de "ferrocarriles modernos" se convirtió en una verdadera
obsesión para los cochabambinos desde fines del siglo pasado, dirigiendo sus esfuerzos en dos
direcciones: las antiguas tierras de Moxos, convertidas en el Departamento del Beni desde 1842, y el
importante mercado de Santa Cruz. Sin embargo, las agrestes estribaciones cordilleranas, los montes y los
caudalosos ríos de la cuenca amazónica, se transformaron en un obstáculo casi insalvable para estas
aspiraciones. Para la vinculación con el Beni se contempló la opción de transitar por el Chapare,
multiplicándose una serie de iniciativas tras el colapso de los mercados cerealeros en el Altiplano en la
posguerra del Pacífico, protagonizada por una "verdadera plaga de camioneros" que intentaban marcar el
mejor rumbo para alcanzar un puerto seguro sobre alguno de los grandes ríos que atravesaban el antiguo
territorio de los Yuracarés, para de allí navegar hasta Trinidad, así se propusieron las rutas de Moleto,
Covendo, Chapare, Chimoré o Securé. Sin embargo una ruta estable al Chapare solo se materializará a
fines de la década de 1960. Por otro lado, con relación a la segunda opción, incluso con anterioridad a la
inauguración de la línea férrea Cochabamba-Oruro en 1917, se reivindicó la urgencia de la vía férrea
Cochabamba-Santa Cruz, con cuyo motivo se realizaron muchas movilizaciones regionales. Una vez más
se barajaron una serie de trazos para vencer las enormes dificultades planteadas por la geografía.
Finalmente se optó por ampliar el Ferrocarril del Valle a partir de Arani hasta Vila Vila en 1932. Sin
embargo la obra quedó inconclusa y en 1941 se optó, bajo presión de los EE.UU. por la ejecución de una
carretera de "primera clase" o asfaltada. (Ver un análisis completo de este proceso en Rodríguez, 1993).
85
Se trata del Informe de la Misión Económica de los EE.UU. en Bolivia presidida por Merwin Bohan y
entregada al gobierno de Bolivia en 1942.
21

tierra cultivable y visualizaban un objetivo plausible: liberar divisas para importar


bienes de capital y manufacturas en lugar de alimentos, es decir, fortalecer un proyecto
que estimulara el surgimiento de una burguesía empresarial moderna en detrimento de
la oligarquía gobernante. El eje de esta política se estructuraba en torno al vertebración
territorial y, más específicamente a la necesidad perentoria de incorporar el Oriente a la
economía del país, para lo cual se recomendaba entre otras cosas:

a) La construcción de una carretera asfaltada entre Cochabamba y Santa Cruz


y entre Santa Cruz-Montero-Saavedra como eje principal, además de dos
ramales de penetración hacia el río Grande y el Piraí, además de la carretera
Sucre-Camiri.
b) Trasplante de las familias campesinas de los valles y el altiplano hacia las
nuevas fronteras agrícolas del Oriente con fines de colonización.
c) Gravar la tenencia de tierra improductiva y, en su caso revertirla al Estado
para que fuera transferida a pequeños agricultores.
d) Fijar precios de fomento para la producción agrícola, ampliando las líneas
de crédito del Banco Agrícola al mediano y pequeño productor.
e) Expropiación o compra por el Estado de tierras de valor estratégico para la
consolidación de proyectos agroindustriales a ser desarrollados por el sector
público o la Corporación Boliviana de Fomento.
f) Incrementar la capacidad de producción y refinación de YPFB.
g) Instalar en Montero un ingenio azucarero, así como estimular el desarrollo
ganadero, el cultivo del algodón, etc. (Arrieta et al: 1990: 74 y siguientes.)

No deja de ser notoria la coincidencia entre algunas de estas sugerencias y las medidas
que se adoptaron a partir de 1952. No obstante este estudio no constituía una propuesta
global de ordenamiento de la economía y tampoco un diagnóstico exhaustivo de la
realidad del país, pero evidentemente reforzaba muchos de los puntos de vista
propuestos por los partidos opositores como el PIR y el MNR, quienes utilizaron este
informe para fortalecer su autoridad con relación a la pertinencia de las reivindicaciones
políticas, económicas y sociales que exigían. De hecho, las propuestas contenidas en el
Plan Bohan se inspiraron en las plataformas de los partidos políticos que encarnaban las
aspiraciones del nuevo sentido de nacionalidad y Estado emergentes.

La política de diversificación económica que tuvo los antecedentes anotados, hizo


reposar desde un primer momento la alternativa de viabilidad en la vertebración
territorial, es decir en la urgencia de producir la ruptura del viejo modelo de
ordenamiento del territorio estimulado por el Estado Colonial y mantenido intacto en la
prolongada primera etapa republicana (1825-1952), priorizando el desarrollo acelerado
de la infraestructura de transporte y comunicaciones, con particular énfasis en la
construcción de nuevas carreteras, oleoductos, gasoductos, nuevos tramos
ferrocarrileros y ampliación de las rutas aéreas.

Sin embargo, todo este despliegue no visualizó ni se orientó hacia criterios de desarrollo
integral y equilibrado entre regiones y a la franca ruptura del modelo centralista de
Estado. El esfuerzo de diversificación se oriento hacia el desarrollo urgente y prioritario
de la agricultura y la ganadería del Oriente, donde la Reforma Agraria no fue aplicada,
no afectándose la unidad agrícola hacendal en los llanos orientales, la que no solo fue
conservada, sino recibió el enorme estimulo de un masivo flujo de créditos agrícolas,
que en teoría debían haberse destinado a mejorar la capacidad productiva de la mediana
22

y pequeña propiedad parcelaria andina. Bajo esta modalidad se estimulo y hasta


financió el surgimiento de la agroindustria del Oriente. Paralelamente, otro beneficiario
de la política de diversificación económica fue el sector petrolero; así mismo, el
desarrollo industrial adquirió un rasgo marcadamente estatal: las mayores empresas
como YPFB, COMIBOL, CBF fueron una expresión de esta determinación.

Paradójicamente, pese a que con mucha anterioridad a 1952, se reconocía que el enclave
minero se debatía en la decadencia merced a su escasa innovación tecnológica, a la
ausencia de plantas de fundición y a las ventas enormemente desventajosas de mineral
durante la conflagración mundial, fue justamente la política de diversificación
económica del régimen de la Revolución Nacional, la que le propinó golpes aun más
severos al propiciar una política de reorientación de las utilidades mineras hacia su
inversión en otros sectores de la economía. Por lo menos en un primer periodo
COMIBOL financió los fondos del crédito agrícola y particularmente la expansión de
YPFB.86

Cochabamba fue dejada al margen de esta política de diversificación. Su participación


fue periférica y, en cierto modo, se circunscribió a la casualidad geográfica de que los
valles centrales andinos en este departamento se sitúan entre los llanos orientales y la
meseta altiplánica. El desarrollo del polo agroindustrial del Oriente hizo viable la
vertebración del país, sin embargo ésta en realidad se limitó a brindar eficiencia a los
vínculos entre Oriente y Altiplano a través de los valles cochabambinos. No obstante
esta determinación estatal pudo ser modificada mediante el activo protagonismo de las
elites regionales, retomando las aspiraciones de comienzos de siglo XX, de articular la
producción agropecuaria e industrial valluna con los mercados del Oriente.
Sensiblemente estos ideales y los actores que podrían haberlos encarnado habían sido
barridos por la marea revolucionaria que desintegró el sistema hacendal. Las fracciones
del nuevo bloque de poder regional estaban entregadas a las graves tareas de su propia
configuración y afianzamiento: la ampliación de la economía mercantil valluna, el
potenciamiento de la opción de su mercado interior y la paulatina recomposición de las
articulaciones locales y sectoriales con las nuevas estructuras estatales de poder.
Sensiblemente, bajo tal coyuntura, no fue posible una decisiva participación de los
intereses regionales en este proceso de reordenamiento territorial y de modificación del
modelo de ocupación espacial del Estado Minero.

El mundo interior cochabambino envuelto en el torbellino de la "revolución agraria", el


desmoronamiento de la vieja oligarquía, la irrupción de miles de colonos a las redes de
la economía de mercado mediante la proliferación de las ferias campesinas y, sobre
todo, la recomposición del tradicional modelo de acumulación sin dejar de apoyarse en
el irrenunciable proceso de explotación de la fuerza de trabajo campesina, determinaron
que los acontecimientos externos que se desataban simultáneamente y que eran
decisivos para el porvenir de la región, pasaran casi inadvertidos. En todo caso las
determinaciones estatales eran suficientemente explícitas: en tanto la Reforma Agraria y
86
Según Arze Cuadros (1979: 268-269), se estima que entre 1952 y 1975 se destinaron unos 250
millones de dólares al desarrollo de la agricultura y la agroindustria del Oriente. En este sentido, la
distribución del crédito agrícola al nivel de regiones fue extremadamente desigual. El citado autor
mencionando fuentes del Banco Agrícola, señala que en el periodo 1955-1964, la región altiplánica solo
se benefició con el 16,1 % del volumen global de dicho crédito, los valles con el 26,4 % (Cochabamba
con el 13,5 %), en tanto el Oriente se benefició con el 57,5 % (Santa Cruz con el 42,6 %), agudizándose
esta tendencia en los años posteriores.
22

las grandes movilizaciones campesinas promovidas en Occidente, y que contaban con


las simpatías gubernamentales, demolían el poder de los gamonales y profundizaban la
minifundización de la tierra dando curso a la promoción de un vasto universo de
pequeños campesinos parcelarios y de intrincadas redes de intermediarios en el
comercio de la producción agropecuaria como base para la constitución de las nuevas
elites locales; para el Oriente, y específicamente para Santa Cruz, tal metodología se
calificaba de desatinada, y en consecuencia, la vieja oligarquía conservaba su poder
sobre la tierra y era estimulada a adoptar aires empresariales en medio de una
extraordinaria promoción de oportunidades financiadas prácticamente a fondo perdido
por el Estado.

La dinámica de las transformaciones regionales finalmente resultó marginal respecto a


las políticas de desarrollo nacional, las que apenas asumieron la existencia de
Cochabamba como un territorio de tránsito entre los nuevos espacios económicos del
Oriente y la región minera. En cierta forma, ya desde mediados de la década de 1940,
con la puesta en marcha de la Refinería de Valle Hermoso, cuyo efecto económico sobre
la región fue en realidad poco significativo, se abrió una nueva perspectiva: el
fortalecimiento infraestructural del pivote de articulación entre Oriente y Occidente.
Indudablemente el debilitamiento de la economía de las haciendas y la ausencia de una
clara "posición" de defensa de los intereses regionales abandonados por unas elites
entregadas al vano intento de prolongar un poco más su existencia, impidió que
Cochabamba delineara con claridad y oportunidad sus aspiraciones, intereses, roles,
objetivos y condiciones bajo las cuales pudiera jugar un papel más protagónico en la
grandiosa tarea de la vertebración nacional.

Fueron este tipo de factores históricos, y no necesariamente la mitología de la famosa


"apatía" de Cochabamba, los que permitieron que por los valles pasaran raudos y sin
detenerse los portadores del progreso. Ciertamente, fue el colapso del antiguo poder
regional y local el que condujo a esa suerte de "indefinición" en que se debate todavía
Cochabamba en cuanto a su participación real en el desarrollo nacional y en la
economía internacional.

Digámoslo con claridad: la Reforma Agraria en la región de Cochabamba, si bien fue


una medida de estricta justicia social y de enorme impacto político, no operó como un
factor progresivo en el desarrollo de las fuerzas productivas y en la modernización del
propio aparato económico y su sector industrial, de cara a responder al desafío de
plantear un modelo de desarrollo regional e incluso alternativamente nacional que girara
en torno a la opción de revalorizar el significado geopolítico de Cochabamba como
centro geográfico del país y antiguo granero del Alto Perú, capaz de articular un proceso
de vertebración nacional amplio e integral. La ausencia de esta perspectiva, la
inexplicable pasividad cochabambina para dejar pasar de largo una oportunidad
fundamental para recuperar su protagonismo, dar satisfacción a su necesidad histórica
de ampliar sus mercados y participar activamente en la constitución de un mercado
interno nacional que le fuera favorable, y sobre todo, dejar pasivamente que fuera el
Estado por su iniciativa exclusiva, quien emprendiera la tarea de abrir la ruta hacia el
Oriente en provecho de objetivos que dejaban a la región sin una participación
significativa, es decir, sin ninguna opción de desarrollar, modernizar y recuperar su
vocación cerealera e incrementar su desarrollo industrial de cara a la nueva perspectiva
que significaba la vinculación fluida con Santa Cruz; proporcionan una idea de la
dimensión del vacío de poder que significó el derrumbe del poder hacendal y la penosa
22

recomposición de unas nuevas elites que adquirieran conciencia de sus tareas y


proyecciones históricas. Cuestión que por lo demás, como arriesgaremos más adelante,
forma parte del cuadro inconcluso de la modernidad cochabambina87.

La ausencia de una perspectiva clara para articular el desarrollo regional a la dinámica


de las grandes transformaciones que tienen lugar en el país en la década de 1950, entre
otras cosas, además de lo sugerido líneas arriba, permitió el afloramiento de una cultura
de la oportunidad, es decir, el excesivo espíritu de "acomodarse" y "sacar partido" de
las cosas tal como vienen, como sugiere Xavier Albó (1987), determinando de una u
otra forma, que la nueva estructura del poder regional que comenzó a delinearse en los
primeros años de la Revolución Nacional, no correspondiera a la idea lógica de la
sustitución de los conservadores terratenientes vallunos por una moderna burguesía
industrial y empresarial que se propusiera, como parte esencial de las tareas que le
correspondían como nueva elite deseosa de ser reconocida, la urgente cuestión de
revertir favorablemente el papel pasivo que le asignó a Cochabamba la política de
desarrollo aplicada por el MNR. En lugar de ello, se propició el surgimiento de una
muchedumbre de pequeños, medianos y grandes especuladores empeñados en
acomodarse y “sacarle el jugo” a las oportunidades que ofrecía la coyuntura.

El saldo resultante de todo esto es que no llego a emerger algo semejante a una clase
social hegemónica, pero si un basto bloque social hibrido, con intereses no
necesariamente coincidentes y hasta contradictorios y forjando alianzas prebendales y
coyunturales para alcanzar objetivos sectoriales generalmente mezquinos, pero sin logar
de manera alguna, la coherencia ni la perspectiva de una elite política capacitada para
hacer marchar la región y paralelamente construir su espacio de poder ideológico,
político, económico, social, cultural y urbano. Su capacidad se limitó a satisfacer, de
una u otra manera, su desmedida "sed de capital" con el único expediente de recurrir a
la fácil apropiación-expropiación del excedente económico campesino, que en ese
momento era el único agente económico que realmente producía riqueza en grado
significativo en Cochabamba. Por ello el horizonte de los "nuevos ricos" de Abril, no
fue más allá de los negocios feriales, pues allí, y no en otro lugar, se encontraban las
panaceas del "desarrollo" tal como ellos lo entendían.

A diez años del inicio de la Revolución Nacional era perceptible que los frutos de las
grandes transformaciones sociales y económicas apenas habían alcanzado a
Cochabamba. Las mismas aparentemente solo operaron como movimientos que
trastrocaron la corteza de la realidad regional, recompusieron su superestructura e
introdujeron un recambio en sus protagonistas y en sus instituciones. Sin embargo la
marea revolucionaria no llegó al fondo de la base estructural: formalmente
desaparecieron las haciendas y el régimen de colonato, pero no se modificaron
sustancialmente los medios y las relaciones de producción. El espíritu y la ideología
señorial no desaparecieron necesariamente, por el contrario, con leves retoques, fueron
adoptados por las nuevas clases emergentes para afianzar la constitución de las nuevas
fronteras de segregación social y aun racial, que mantuvieron inalterable la situación
subalterna y opresiva de los ex colonos formalmente convertidos en "compañeros
87
Gordillo y Rivero (2007) afirman a este respecto: “El MNR ejecutó acciones transformadoras en el
altiplano y en los llanos, pero no tuvo un proyecto especial para Cochabamba. Permitió que los
sindicatos se posesionaran de las haciendas, que los terratenientes fueran desarraigados de sus tierras y
que se instaurara un tipo de vida cotidiana sin respeto por la ley ni el orden, que poco a poco fue
moldeando una particular cultura social y política en la región sin identidad definida, sino con
resultados híbridos que se van produciendo en cada coyuntura convulsionada” (obra citada: 19).
22

campesinos" y "trabajadores del agro", pero virtualmente tratados como una fuerza de
trabajo servil sometida a las exacciones de la economía de mercado, es decir, a la acción
de unos "nuevos patrones" que bajo el ropaje y los modos populares que recubren su
carácter de intermediarios entre productores y consumidores, practicaban férreamente el
ejercicio de las leyes de la acumulación capitalista.

Sin lugar a duda, el escaso protagonismo de Cochabamba con relación a las


proyecciones del desarrollo nacional, significó también la permanencia invariable de los
procesos de producción tradicionales, más aptos a los modestos requerimientos de
economías de subsistencia, que a las exigencias de un mercado en continua expansión, a
lo que se sumó además, el escaso interés por la innovación tecnológica, la
modernización del agro y del sector industrial. Las tímidas formulaciones que esbozó la
región al poder central para la realización de las innumerables obras postergadas por
décadas, como el problema del abastecimiento de agua potable para el consumo urbano
y el riego o la ejecución de vías de penetración al Chapare, no llegaron a conjugar un
discurso coherente, ni menos esbozar o delinear los alcances de un proyecto
medianamente consistente de desarrollo regional. Obviamente la enorme expansión de
la economía mercantil, por si sola, no podía generar un incremento de la riqueza, peor
aun si los contingentes de campesinos mermaban en virtud de la fuerte atracción que
ejercían las ferias que habían proliferado a lo largo y ancho de la geografía
departamental. A diferencia de Santa Cruz, en Cochabamba, no sucedía otra cosa, que
una nueva polarización del excedente agrícola que fue desplazado del sector hacendal
hacia un nuevo conglomerado de agentes económicos que pasaron a controlar el
mercado y los medios de transporte, y a organizar toda una red de mecanismos directos
e indirectos de exacción y apropiación del fruto del trabajo de miles de excolonos y
pegujaleros pobres.88

Uno de los grandes desencantos que comenzaba a ser palpable se refería al balance de la
primera década de aplicación de la Ley de Reforma Agraria. Sin duda, el saldo
favorable más significativo se refería a la conversión de los antiguos colonos de fincas
sujetos a vasallaje en trabajadores libre y dueños individuales de pequeñas parcelas,
vieja aspiración campesina valluna que se había convertido en realidad. La
universalización del régimen parcelario condujo a una acelerada expansión de la
economía de mercado que aparentemente reposaba en un campesinado libre de
sujeciones serviles y en la posibilidad de disponer libremente del fruto de su trabajo. Sin
embargo esto no sucedió en la forma teóricamente descrita por los ideólogos de dicha
Reforma: el excedente agrícola fue arduamente disputado por multitud de
intermediarios y, en cierta forma la capacidad de mayor o menor apropiación de la renta
campesina por capas sociales que no intervienen en forma directa en el proceso de
producción, fue la base sobre la que se estructuraron las nuevas relaciones sociales y de
poder en la región. El pivote de esta recomposición de actores pero no de roles reposó
en la inalterable persistencia de una masa de trabajadores campesinos subordinada, sí
bien ya no al patrón gamonal, pero sí y férreamente, a la lógica capitalista del
intercambio desigual.

No obstante, como señala Laserna (1984) citando fuentes especializadas sobre el tema,
no todo era de signo negativo: por ejemplo, se experimentó un significativo incremento
de las tierras cultivadas, consiguientemente un incremento sensible de la producción de
88
No se debe olvidar que el Censo Agropecuario de 1950, para el caso de Cochabamba, había registrado
un volumen cercano al 90 % de tierras hacendales inexplotadas.
22

alimentos y una mejora en los niveles de consumo de calorías por parte del campesinado
con relación al periodo anterior a 1952, así como un creciente acceso a la producción
manufacturera. Otro logro significativo fue el enorme desarrollo de la educación rural.
No obstante, sobre todo este último proceso, aislado de alternativas de innovación
tecnológica y desarrollo rural, no hizo otra cosa que acelerar las tendencias de
descampesinización, la conversión de los productores en pequeños comerciantes de
ferias y por último la emigración hacia las ciudades y el exterior.

En suma, el régimen parcelario mostró rápidamente sus limitaciones pues la tendencia


evidente fue el paulatino empequeñecimiento de la parcela dotada por la Ley de
Reforma Agraria, de tal manera que hacia 1978, según fuentes del Consejo Nacional de
Reforma Agraria mencionadas por Laserna (obra citada), mas del 62 % de las familias
campesinas en los valles de Cochabamba disponían de menos de dos hectáreas de tierra,
como resultado de particiones por herencias, endeudamientos por créditos informales
que hábilmente manejan los intermediarios, ventas a terceros, etc., que hicieron que
dicha parcela se convirtiera en una unidad insuficiente e ineficaz para reproducir
plenamente la fuerza de trabajo de la familia campesina.

Aquí indudablemente radica el germen de un creciente proceso de movilidad espacial de


la fuerza laboral agrícola, en procura de otras opciones de empleo y sobrevivencia. La
opción más atractiva y factible es la ofertada por el auge ferial y sobre todo, por el gran
mercado de ferias de la ciudad de Cochabamba. De esta manera este torrente migratorio
campo-ciudad, cuyo potente flujo aun en nuestros días no da señales de agotamiento,
fue otro efecto no deseado de la Reforma Agraria, así como el ininterrumpido caudal de
campesinos vallunos hacia el Oriente en calidad de braceros y otras labores de baja
calificación y elevado consumo de energía de trabajo. En fin, un saldo no previsto por
su elevado costo social, fue la subordinación casi completa de la economía campesina a
las determinaciones de un mercado capitalista de productos agrícolas que se movía, y
aun se mueve, bajo la lógica de abaratar al máximo los costos de producción y
desvalorizar por todos los medios el trabajo campesino, para así plasmar un modelo de
acumulación que reposa en el "rescate" de alimentos baratos y su reventa con amplios
márgenes de utilidad. En fin, a fines de la década de 1950 e inicios de los 60, las
esperanzas puestas en la Reforma Agraria como un vehículo fundamental del desarrollo
rural y regional, y como un paso importante hacia la agroindustria y la modernización
de la agricultura, se habían esfumado, y una vez más, el estancamiento del desarrollo
agrícola se ubicaba en el centro de la crisis regional.

Pese a tan difíciles circunstancias y tan potentes motivaciones, el movimiento cívico


regional era débil y apenas ofrecía aislados discursos, que pese a la gravedad de sus
reflexiones no desembocaban en propuestas e identificación de objetivos concretos. En
consecuencia, su acción se reducía a tímidos reclamos que en general solían pasar
desapercibidos, en tanto que todo parecía indicar que el auge de la mercantilización
ofrecía un barniz de progreso que deslumbraba a gruesos sectores. En efecto, el Comité
Pro Cochabamba emitía periódicamente laboriosos documentos que, sin embargo, no
alcanzaban el nivel de claridad analítica y consistencia argumental que exigían estos
tiempos difíciles. En estos pronunciamientos era notoria una simpatía con las modestas
miras teóricas de la oposición política, de ahí que su análisis evaluativo de temas como
la Reforma Agraria hicieran marcada referencia, por ejemplo, a la cuestión de un pago
justo a los expropietarios de los latifundios afectados, pero sin ingresar a otros temas de
fondo, situándose en general, en una posición ultra conservadora y añoradora del pasado
22

oligárquico, hecho que restaba contundencia y convocatoria a sus planteamientos.

Este vacío intentó ser llenado en 1962 por un denominado Centro de Defensa Nacional
organizado en el seno de la influyente Federación de Excombatientes del Chaco, siendo
tal vez este, el primer antecedente de un movimiento cívico regional más genuino. En
un singular manifiesto hecho público en agosto de 1962, el citado Centro puntualizaba
varias cuestiones candentes, que hasta ese momento habían permanecido sin un
portavoz válido:

Es del dominio de nuestro pueblo y del de los poderes del Estado, la crítica
situación económica y social del Departamento de Cochabamba, sobre todo en
los tiempos recientes, con su producción agropecuaria en completa
desorganización y descenso, y su minería a punto de periclitar, mientras la
industria y el comercio se hallan en pleno proceso de paralización y
decaimiento como lo demuestran las estadísticas, haciendo notar que en los
últimos diez años cesaron sus actividades más del 50 % de los establecimientos
fabriles con la consiguiente desocupación de miles de trabajadores y empleados
(...) El despoblamiento de Cochabamba, principalmente de su clase media y
laboral, que ante la falta de todo aliento para sobrevivir, se ven forzadas a
abandonar el suelo natal (...) en busca de trabajo para dirigirse a la ciudad de
La Paz o Santa Cruz, mientras que los que pueden hacerlo emigran a las
naciones vecinas (...) El resultado final de este proceso tendrá que ser
fatalmente el aniquilamiento y liquidación de Cochabamba en sus poblaciones y
el campo, convirtiéndose su capital en una ciudad de ínfima categoría (...) es la
suerte y el triste destino a que se nos va reduciendo (Prensa Libre, 01 /08/1962).

Estas apreciaciones, pese a su tono apocalíptico, no eran totalmente exageradas. La


política de Estabilización Monetaria puesta en vigencia en 1956, además de poner freno
a la hiperinflación y terminar con el enorme negocio de las divisas diferenciales, abrió
las puertas a un pleno liberalismo comercial, incluyendo la libertad de importaciones
que terminó socavando la frágil industria regional, provocando el cierre de muchas
empresas industriales cuya viabilidad estaba estrechamente relacionada con las ventajas
que brindaba el citado negocio de captación de divisas baratas. Por otro lado, el auge
mercantil no significaba en modo alguno un sustancial incremento de la riqueza
producida sino apenas la transferencia de su acumulación de manos de los gamonales a
las de los "nuevos ricos", grandes rescatistas, comerciantes y transportistas, es decir,
que esta supuesta dinámica no generaba nuevos empleos productivos sino apenas un
ensanchamiento del sector terciario, fenómeno al que igualmente contribuía de manera
eficaz, el respetable gremios de los contrabandistas, que habían logrado que la Cancha
campesina se convirtiera, en pocos años, en mercado persa. En consecuencia, el
excedente de fuerza de trabajo se vio obligado a emigrar hacia el Oriente, las minas, la
Argentina, el Brasil y otros países, constituyendo este fenómeno un verdadero proceso
exportador de brazos baratos para apuntalar otros desarrollos regionales y nacionales.

Por todo lo señalado, no resulta una exageración afirmar, que los primeros diez años de
Revolución Nacional fueron, en realidad, negativos para el desarrollo de Cochabamba,
sobre todo si se considera que los principales ideólogos del Nacionalismo
Revolucionario, que definieron las bases teóricas y políticas del nuevo Estado, eran
hijos de la llajta y que, en buena parte de su discurso, ponían en relieve la importancia
22

del "centro", es decir de Cochabamba, como articulador de la viabilidad del proyecto de


integración nacional. Irónicamente, en la práctica, en lugar del "centro", primó el
concepto del "eje" Altiplano-Oriente, con prescindencia de un centro o nudo
protagónico. Luego los valles cochabambinos se convirtieron apenas en lugares de
tránsito y depositarios de servicios.

Tardo diez años Cochabamba en percibir que su auge mercantil no era el equivalente al
progreso, por ello, el sentimiento general, interpretado por un periodista, se resumía a
una sencilla pregunta: "Cochabamba, necesita saber con urgencia ¿que lugar ocupa
dentro de los planes de Gobierno?". Sin embargo, esta pregunta, pertinente en 1952-53,
resultaba ingenua y extemporánea a inicios de los 60, pues la respuesta era palpable:
Cochabamba había permitido pasivamente que se la convirtiera en una suerte de
"periferia central" y, solo a posteriori mostraba su asombro y desazón.

Tal vez lo más curioso de todo esto es que los intelectuales vallunos, muchos de cuna
gamonal, fueron capaces de desarrollar un discurso lúcido orientado hacia la necesidad
de construir un nuevo Estado nacional sustitutivo del viejo poder minero-feudal, pero no
tuvieron las mismas luces para "mirar" la región y trazar una viabilidad para la misma
dentro de este proyecto de basto alcance. Por ello, se puede percibir, que este discurso
excepcionalmente coherente para definir el proyecto de nación en su globalidad no tuvo
una equivalente nitidez para ver el universo regional. Esto explica la ausencia de
objetivos claros y voluntades que mostraran firmeza y militancia en la exposición de
unas aspiraciones que articularan indisolublemente el proyecto de desarrollo regional
con el proyecto de hegemonía política, económica y social de una clase o una alianza de
clases sustitutivas del poder oligárquico en la región, y que hiciera gravitar la viabilidad
histórica de su condición de nueva clase o grupo dominante, en función de materializar
dicho desarrollo, como finalmente ocurrió en el caso de Santa Cruz.

La profunda crisis que vive Cochabamba desde mediados de los años 50, con particular
crudeza a inicios de los años 60, no fue suficiente para torcer la actitud contemplativa y
fatalista de los actores regionales. ¿Cuál fue la razón para que no sucedieran
emergencias cívico-sociales como las protagonizadas en el Oriente? La respuesta no es
sencilla, es más, resulta un tema de sumo interés que una investigación más especifica,
vinculada a la constitución de la nueva estructura social regional emergente del
derrumbe oligárquico en 1952-53 pudiera desentrañar, fijando mayores precisiones a
este respecto89. Por tal razón, apenas aventuramos una hipótesis: la constitución
temprana de un mercado interno regional estimuló la formación de capas de
intermediarios, que desde larga data dominaban los "secretos" de la actividad ferial, y
en cierta forma poseían una "cultura" mercantil que pudieron aprovechar al máximo, al
producirse el derrumbe del poder hacendal y la incontenible ampliación de la economía
de mercado, con posterioridad a la Reforma Agraria. En consecuencia, estas capas
medias de cholos y vallunos pudieron "saciar" en mayor o menor grado su sed de
riqueza y estatus, y confundiendo su propia bonanza con el bienestar general,
percibieron que el subdesarrollo regional era la fuente de su potenciamiento económico
y político. Luego, este pudo ser el origen de su actitud indiferente y apática con respecto
a un compromiso real para emprender un proyecto de modernización de la sociedad
regional, que intuían, y aun intuyen, les podría ser adverso a su propia condición de

89
La investigación de José M. Gordillo y Alberto Rivera (2007) en torno a las estructuras de poder en
Cochabamba entre 1940 y 2006, arrojan luces sobre esta temática y muestran que el vacío creado por el
desplome de la vieja oligarquía no ha sido llenado.
22

grupo de poder. Por tanto, el límite de su compromiso con el desarrollo regional, fue de
tipo discursivo y formal, apenas suficiente para guardar convenientes apariencias.

En esta perspectiva, no resulta casual que el tono y contenido de los manifiestos cívico-
regionales en Cochabamba, fuera confuso y de alcance meramente reivindicativo de
obras públicas diversas, cuya sumatoria no configuraban ningún plan y menos una
estrategia de desarrollo. Tal vez por ello mismo, los empeños del Comité de Defensa
Nacional y del Comité de Defensa de los Intereses de Cochabamba fueran efímeros y
sin ningún efecto práctico, en tanto el discurso del Comité pro Cochabamba y del propio
Comité Pro Cuarto Centenario no rebasaron los límites citados.

El saldo de estos modestos despliegues regionales más orientados a ejercer tímidas


presiones al Estado sobre asuntos de índole más coyuntural, no podía llenar de ninguna
manera la evidente ausencia de una estrategia, aunque fuera modesta, que apuntara al
efectivo desarrollo regional y, contrastara con la omisión estatal respecto a
Cochabamba. Consecuentemente, todas las aspiraciones reivindicadas: agua potable,
riego, infraestructura básica urbana, pavimentación, etc., se dirigían más a definir un
ropaje con muchos remiendos que cubriera piadosamente una situación de profundo
subdesarrollo, que las variopintas elites emergentes no deseaban observar pero sí
mantener. A este respecto, por ejemplo, la delicada cuestión de modernizar el agro, tema
apenas enunciado en forma dispersa, suponía, si se obraba a fondo y con seriedad,
acabar con las nuevas formas de vasallaje o con las antiguas que subrepticiamente
continuaban vigentes, es decir, cortar el cordón umbilical que nutría de excedentes
agrícolas y riqueza al nuevo y heterogéneo universo de intermediarios, lo que resultaba
impensable.

Por todo ello, la primera crisis regional que experimentó Cochabamba después de 1952,
ya no es comparable con las periódicas crisis de décadas anteriores y las similares del
siglo XIX, pues en este caso, ya no se trata de crisis de mercados para colocar los
excedentes de la producción de granos u otros productos, sino, de un proceso que
expresa las contradicciones estructurales de un modelo de acumulación y desarrollo
relativo, cuya debilidad radica en que su única opción es sustentarse sobre el ancestral
atraso rural, profundizando su explotación y ampliando su condición de pobreza. En
síntesis la crisis del flamante reino de intermediarios en que se convierte Cochabamba,
hace referencia a la insoluble contradicción entre un creciente universo de pequeños,
medianos y grandes empresarios mercantiles y, un cada vez más reducido ejercito de
productores que materializan una "torta" llamada riqueza agrícola proporcionalmente
pequeña y cuyas tajadas no satisfacen a la multitud de demandantes sino en grado
extremadamente desigual.
22

Capitulo V

LA CIUDAD EN LAS DÉCADAS FINALES DEL SIGLO XX


EL PROCESO URBANO ENTRE 1965 Y LOS AÑOS 70

El proceso urbano posterior a la primera mitad de la década de 1960 va mostrar una


dinámica de transformaciones y cambios acelerados totalmente desconocidos hasta ese
momento. Sin embargo desde una perspectiva histórica, es razonable establecer que el
inmediato pasado y el presente se entrelazan en una continuidad que es difícil de
separar. Es decir, un análisis del último período de evolución de la ciudad no es una
tarea sencilla en la medida en que, tal vez gran parte de la espiral histórica en la que se
insertan los acontecimientos que tienen lugar en la segunda mitad del siglo XX, no solo
no se han completado, sino, que se prolongarán hasta la primeras décadas e incluso la
primera mitad del siglo XXI. Por tanto una relación completa y totalizadora de
Cochabamba en las últimas décadas del siglo XX y en los tiempos actuales, en realidad
será una tarea de los próximos historiadores que examinen el proceso urbano presente y
futuro, a la luz de hechos más legibles, una vez que los mismos tienen hoy contornos
inacabados y difusos.

El acelerado proceso de urbanización que experimenta Cochabamba no solo expresa la


conjunción de cambios en la dinámica de su proceso demográfico, el crecimiento de la
economía de mercado u otros factores diversos, sino además, el agotamiento de un
modelo de desarrollo regional que durante algo más de un siglo había apostado a las
potencialidades de un mercado interno regional que pudo constituirse en una alternativa
exitosa frente al derrumbe de la economía agrícola de exportación que desde el siglo
XVIII no pudo encontrar mercados alternativos y equivalentes a Potosí. Es decir, que
desde fines de la Colonia, fueron fundamentalmente las fuerzas internas regionales: la
economía de la chicha y el maíz, el sistema ferial, la pequeña producción parcelaria, la
incipiente industria volcada a este mercado, etc., las que modelaron directa o
indirectamente, no solo la fisonomía espacial de la región, sino incluso la fisonomía de
la ciudad con sus barnices de modernidad y sus potentes raíces populares.

La Revolución de 1952 vino a introducir cambios profundos en esta estructura a partir


de los hechos analizados en el capítulo anterior. En este orden, es posible sugerir la
hipótesis de que Cochabamba, al ser incorporada a un modelo y a una estrategia de
desarrollo nacional, que no solo rompe con su vieja autonomía económica, sino que la
incorpora indirectamente a la economía internacional y a los factores que comenzaron a
modelar desde afuera la nueva fisonomía del país, aun con mayor fuerza que otrora; han
dado lugar a un debilitamiento paulatino de las fuerzas internas regionales y a un
reforzamiento de los factores exógenos, los cuales, cada vez con mayor fuerza, pasaron
a delinear la nueva fisonomía de Cochabamba en función de roles paulatinamente más
alejados de la perspectiva histórica trazada por la relación entre economía regional y
desarrollo urbano que analizamos con anterioridad.

Para el tratamiento de este último tema, dividiremos el análisis en dos capítulos: el


primero, que en términos temporales se extiende desde mediados de la década de los 60,
hasta fines de los años 70, es decir, lo que vendría a corresponder a la fase final de
desarrollo y agotamiento del modelo estatal que emerge en 1952. Un segundo período,
que se extiende hasta fines de la década de 1980 e inicios de los 90, de cuya
complejidad se ocupa el último capítulo, dentro de lo que a todas luces fue el inicio de
22

la fase neoliberal del desarrollo nacional y la emergencia de un nuevo modelo estatal,


cuyo agotamiento, y la emergencia de un nuevo periodo histórico, que a priori se puede
tipificar como posliberal, exceden los limites de este trabajo.

Los modelos de desarrollo en la década de 1970

Como ya mencionamos, los factores que modelaron el ordenamiento espacial de los


valles de Cochabamba y determinaron la propia existencia de la ciudad, no fueron otros
que los emergentes de las necesidades del desarrollo de la minería potosina en el
momento de su articulación a la economía mundial. Los factores que determinaron la
posterior evolución de la villa y la ciudad republicana tradicional del siglo XIX y la
primera mitad del XX fueron los resultantes de la propia dinámica interna regional.

Sin embargo, como también ya sugerimos, las fuerzas que estimularon la


transformación del modelo urbano de los años 50 ya no se sitúan en el contexto de
fenómenos que tienen lugar en las vecindades de la ciudad o la región, sino en procesos
más amplios y complejos que tienen que ver con la dinámica general de inserción del
Estado Nacional de 1952 a la economía internacional y al conjunto de factores que
influyen en el mismo para definir la nueva fisonomía del país, de las regiones y las
ciudades. En este ámbito, la temática de la modernidad fue una cuestión central que no
solo estimuló el debate ideológico, sino que incluso legitimó la insurgencia de abril de
1952 y dio forma a las estrategias de desarrollo económico que se comenzaron aplicar
en los citados años 50, vinculándose incluso al esfuerzo estatal por afianzar una
burguesía nacional empresarial que proyectara en el largo plazo, el modelo de desarrollo
capitalista que correspondía a este proyecto renovador.

Sin embargo, el consiguiente debate en torno al rumbo que debía tomar el desarrollo del
país, no tuvo raíces nacionales y fue ampliamente influido por las corrientes derivadas
del propio desarrollo capitalista y de las teorías que se elaboraron en los países centrales
o en las agencias internacionales, cuya función esencial no solo fue imponer ciertos
modelos o "recetas" de desarrollo, sino además difundir la ideología de la modernidad,
como una corriente representativa de la cultura de Occidente, en el contexto de un
esfuerzo sostenido por ampliar la economía de mercado y así obstaculizar la amenazante
perspectiva del cambio estructural.

Es bajo el imperio de estas circunstancias, que la contextualización de la última fase del


proceso urbano de Cochabamba, nos obliga a hacer un breve repaso de los citados
"factores externos" que bajo la forma de políticas, estrategias, programas, proyectos,
teorías y debates, de manera directa o indirecta influyeron en las transformaciones de la
estructura urbana y de la propia sociedad cochabambina.

En el marco de estos procesos de orden político y económico, la acelerada urbanización


que tuvo lugar en Bolivia desde los años 60, no solo no fue homogénea sino que se
focalizó en ciertas zonas del territorio nacional que coincidían con los nuevos escenarios
del esfuerzo de diversificación económica. Es decir, que se trató de un fenómeno
francamente estimulado a partir de decisiones estatales y de cambios profundos en la
composición del aparato productivo. Estos hechos tuvieron antecedentes no solo en la
esfera de los nuevos estilos políticos, sino además, en el ámbito un tanto más
académico, de las nuevas conceptualizaciones del desarrollo que comenzaron a ser
promovidas por agencias internacionales como la CEPAL desde los años de la segunda
23

posguerra mundial y en el contexto de la naciente "guerra fría" que comenzó a


contraponer frontalmente los países de Occidente con el emergente Bloque Socialista.

Una de las escasas virtudes de esta confrontación fue que se comenzó a debatir en forma
intensa la cuestión del desarrollo. Para la CEPAL, hacia 1949, la cuestión del desarrollo
era visto como un proceso único y universal, que más allá de sus connotaciones
filosóficas, contenía un desafío técnico que era necesario superar. Bajo esta óptica se
argumentaba que América Latina presentaba condiciones favorables para la difusión
técnica y tecnológica que se orientara a superar la dicotomía responsable de su lento
desarrollo, es decir, la coexistencia dentro de las sociedades latinoamericanas de
sectores capitalistas modernos y regiones donde todavía eran dominantes estructuras
atrasadas y precapitalistas.

Bajo este tipo de criterios comenzó a tomar forma a inicios de la década de 1950, la
teoría de las relaciones "centro-periferia", particularmente explicita en los flujos del
comercio mundial. Los desequilibrios consiguientes que favorecían notablemente a los
denominados países "centrales" o altamente industrializados, no solo era expresión de
unas relaciones asimétricas con saldos negativos en las balanzas comerciales de los
estados nacionales latinoamericanos, sino también era el resultado de un proceso de
apropiación por parte de las mencionadas potencias industriales, de una parte importante
del excedente generado por sectores clave de las economías de los países periféricos.
Luego este "desequilibrio" era el que impedía la formación de una "masa crítica de
consumidores" a través de la cual no solo se generalizaría el "progreso técnico" sino
incluso la "visión moderna de la sociedad capitalista".

Estas hipótesis dieron paso a concepciones del desarrollo regional, en el contexto de


un fuerte predominio de las mismas en el ámbito académico, favorables a
interpretaciones dualistas del desarrollo social, en las que este era visto como un
proceso de avances lineales para alcanzar y concluir etapas predeterminadas, donde los
sectores modernos y atrasados de las economías nacionales e internacionales
interactuaban entre sí, pero no en términos equitativos; el gran reto, era lograr que los
sectores modernos pudieran absorber a los atrasados, siendo éste el gran objetivo del
desarrollo.

A fines de la década de los 60 o la denominada "década del desarrollo", era evidente


que los esfuerzos iniciados por la CEPAL y otros organismos desde la década anterior
habían concluido en una gran desilusión con respecto a los modelos de desarrollo macro
económico que no habían sido capaces de alterar la estructura desigual del desarrollo
capitalista. Estos resultados dieron cabida a renovados esfuerzos teóricos y prácticos,
pero particularmente, originaron, en la arena académica posiciones contrapuestas a
partir de conceptualizaciones que defendían la viabilidad o la inviabilidad del desarrollo
en un sistema capitalista.

En todo caso, los esfuerzos institucionales y de las agencias de desarrollo se dirigieron


hacia la planificación sectorial de las diferentes ramas de la economía, en lugar de los
planes globalizantes, pero además, se desarrollaron nuevas propuestas para superar el
dualismo tecnológico y su contraparte, el dualismo social y regional, además de
examinarse desde esta óptica la alternativa de la descentralización y el impacto del
crecimiento urbano sobre las estructuras tradicionales. Estas iniciativas finalmente,
confluyeron para dar forma a la teoría de "los polos de crecimiento" de François Perroux
23

(1968). En los años 70, esta teoría ya tenía una amplia difusión y había sufrido muchas
modificaciones y no pocas críticas (Coraggio,1974). De esta forma los polos de
desarrollo fueron tratados como centros urbanos cuyo potenciamiento industrial tendría
efectos ampliados sobre un espacio geográfico particular, nominalmente la región de
influencia inmediata, cuyo atraso o postergación podría verse reducido. La idea era
desarrollar un cierto tipo de industrias que tuvieran aseguradas materias primas en base
a los recursos naturales de la región. Algunos autores como Gino Germani (1970)
relacionaron esta teoría con la cuestión de la modernidad y, comenzaron a considerar
"lo urbano" como moderno y la ciudad como un mecanismo de integración social. Estas
pautas ya estuvieron presentes en los planteos de Friedmann (1969), particularmente en
su propuesta sobre los "modelos centro-periferia", donde los fenómenos de
metropolización se constituían en un factor positivo pues se promovía la transición del
sector atrasado (rural) hacia el moderno (urbano). Germani, retomando estos criterios
señaló que la modernización podría alcanzarse a través de las migraciones a las grandes
ciudades y mediante la "difusión geográfica de la modernidad" a partir de un polo
dinámico, es decir, un centro urbano industrial irradiando una influencia benéfica sobre
un universo rural atrasado.

La tesis de la hiperurbanización fue muy popular en la década citada (1970), sobre todo
cuando se constató la distancia entre las teorías del desarrollo y la realidad resultante de
su aplicación: rápidamente se comprobó que uno de los problemas más extendidos del
proceso urbano latinoamericano era la rápida expansión de las periferias de las ciudades
y la configuración, en cortos lapsos de tiempo, de grandes aglomeraciones que
sobrepasaban ampliamente los ritmos de la industrialización. Pronto se relacionó la
brecha que se habría entre hiperurbanización e industrialización como la causante
principal del fenómeno de la marginalidad, dirigiéndose entonces los esfuerzos a trazar
diversas estrategias para amortiguar este efecto, que se constituyó en la gran amenaza
para la modernidad y el desarrollo urbano en esta época.

Desde puntos de vistas opuestos, surgieron corrientes disidentes a estas ideas del
desarrollo. A fines de los 60, Andre Gunder Frank (1970), realizó una severa crítica a las
teorías del desarrollo vigentes, en especial a las teorías dualistas, sosteniendo que bajo
las condiciones de la expansión capitalista el desarrollo y el subdesarrollo forman parte
de una sola dinámica de acumulación mundial, donde simultáneamente se produce el
efecto del desarrollo en los centros industriales y se reproduce el subdesarrollo en la
periferia del sistema. Estas corrientes fueron sometidas a duros debates y
cuestionamientos que dieron paso a las corrientes marxistas, sobre todo a partir de los
trabajos de Castells y otros, quienes pusieron en el tapete de la discusión, la cuestión
más general de la relación entre espacio y sociedad, considerándose al primero como un
"producto social" y, desplazando el centro del debate a la cuestión del "proceso de
producción del espacio" como un fenómeno históricamente determinado. Bajo este
punto de vista, la hiperurbanización en los países del Tercer Mundo era un producto de
la dependencia en la fase monopólica del desarrollo capitalista. De acuerdo a esta línea
de pensamiento, a cada forma de ordenamiento espacial le corresponde una estructura
social dada y un nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, adquiriendo por tanto las
unidades espaciales la categoría de actores sociales que muestran diversas facetas de la
condición de dependencia que expresaba, de manera general, la urbanización
latinoamericana.

Paulo Singer (1975) rechazó el concepto de dependencia utilizado por Castells y


23

reivindicó la necesidad de determinar los factores reales que han conducido a cada
formación social del continente a diferentes grados de atraso y dependencia sin arriesgar
generalizaciones reduccionistas. De esta manera, Singer, introdujo en la discusión
puntos de vista, que mas tarde serían ampliamente utilizados, para prácticamente
demoler la teoría dependentista. Si bien aceptaba la cuestión de la dependencia como un
factor específico, este no era el único y operaba al lado de otros factores, como el
tamaño de la economía, las fuerza políticas y sociales, la trama de intereses y
contradicciones, las capacidades de alianza o confrontación de los actores sociales
involucrados y el rol del Estado con respecto a las clases sociales y los grupos de poder
regional, que también tienen capacidad de influir en el desarrollo de la urbanización y la
marginalidad.

Singer, Cardoso y Faletto (1969), Stavenhagen (1975), Pradilla (1984), Burgess (1980),
introducen nuevos conceptos al debate, no solo desarrollando una redoblada crítica a la
teoría de la dependencia, sino aportando puntos de vistas diferentes a la discusión de la
producción social del espacio. Se pasó a resaltar la importancia de considerar las
condiciones generales de producción y reproducción de la fuerza de trabajo y sus
implicaciones en la producción socio-espacial. Bajo esta óptica, se sostuvo que era
comprensible el proceso del desarrollo capitalista desigual y contradictorio de la
periferia bajo condiciones de dependencia del sistema mundial, es decir que las
condiciones de atraso y los distintos ritmos de desarrollo en América Latina no solo son
atribuibles a su posición de dependencia, sino a contradicciones internas de cada
formación social. En este orden se sugirió, que el análisis de "las condiciones internas"
resultaba crucial para resolver la cuestión de la relación contradictoria "atraso-
modernidad" como una proyección de la articulación-subsunción de modos de
producción dominantes y subordinados, arguyendo que la condición de dependencia no
solo se expresada en la esfera abstracta de las relaciones económicas internacionales,
sino en las alianzas políticas y sociales de fracciones de la burguesía, el Estado y el
capital multinacional.

Paralelamente a este intenso debate sobre la dependencia, las causas del atraso y la
acelerada urbanización sin desarrollo industrial, que apasiona a grandes sectores de la
intelectualidad latinoamericana, las agencias internacionales, estimuladas sobre todo por
el amenazador ejemplo que proyectaba la Revolución Cubana, propiciaron nuevos
esfuerzos. Luego del fracaso para alcanzar resultados significativos de desarrollo
económico y social mediante la difusión de la modernización y el desarrollo regional,
surgieron concepciones "neomodernistas": La Agencia Internacional para el Desarrollo
(USAID), organismo del gobierno norteamericano, introdujo a mediados de los 50 la
estrategia del "desarrollo de la comunidad", como una respuesta práctica e inmediata a
las necesidades perentorias de áreas atrasadas y potencialmente subversivas. Sin
embargo, los esfuerzos no solo se dirigían a la búsqueda de respuestas prácticas en
contraste con las posturas teóricas de los grupos intelectuales, sino también se ingresó
en el campo de las ideas y de los conceptos, avanzándose hacia una crítica de la
inoperancia de los aparatos estatales para administrar la economía, implementándose
una serie de ajustes económicos y fiscales, como una garantía que pasaron a exigir las
agencias de desarrollo como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial,
para canalizar recursos financieros a ser entregados bajo la forma de prestamos, créditos
y donaciones. Así surgen nuevas estrategias alternativas como la cuestión de la
"equidad social" que debiera ser inducida por el crecimiento económico.
23

Fenómenos como el desempleo y la economía informal fueron asociados a las altas


tasas de crecimiento demográfico y al incremento de los volúmenes de migración rural-
urbana. Bajo este precepto surgieron diversas propuestas: "La redistribución con
crecimiento", "La estrategia de las necesidades básicas" (OIT- Banco Mundial,1970),
"El Programa Mundial de Empleo" (OIT), "El Desarrollo Rural Integrado" (Banco
Mundial, AID), "Creación de Empleo" (OIT), "Crecimiento acelerado" (FMI, Banco
Mundial), "Distribución antes que crecimiento", "Empleo, crecimiento y necesidades
básicas" (OIT), etc. Sin embargo, una mayoría de estas "estrategias" son solo
reelaboraciones del primigenio "Desarrollo Comunitario" de los años 50, de la
"Estrategia de Necesidades Básicas" y del "Desarrollo Rural Integrado" de los años 70.

Todas estas teorías, muchas de las cuales fueron adoptadas por el Estado Boliviano,
sobre todo, las patrocinadas por el Banco Mundial, se orientaron a desarrollar esfuerzos
para "reducir la pobreza y mejorar la equidad" pero sin introducir alteraciones en la
distribución funcional del ingreso, es decir, sin alterar los modelos de acumulación de
capital. Varios autores (Lawner 1988, Sabatini 1990, Burgess 1992) criticaron la
ambivalencia de estas estrategias dirigidas en lo esencial, más allá de sus posturas
humanitarias, a asegurar el bajo nivel del valor relativo de la fuerza de trabajo, al mismo
tiempo que incrementar el valor relativo del capital. Muchos de estos modelos de
desarrollo sectoriales se orientaron hacia el reforzamiento de los factores técnicos de
sustitución de la inversión de capital por el concurso del trabajo abundante y de bajo
costo, es decir, en pro del retiro de capitales y la promoción de empleo aplicando
tecnologías intensivas en energía de trabajo. La expresión más típica de esta renovada
concepción dualista de la sociedad se expresó en la amplia promoción y difusión que
merecieron en los años 70 los programas urbanos de autoconstrucción de vivienda
popular soportados básicamente por el sector informal. A partir de estas propuestas, en
la década siguiente y en los 90, surgirían nuevos puntos de vista que procurarán, bajo
diversos envoltorios y disfraces, incrementar la productividad de la pobreza como forma
de resolver el desafío de su creciente avance.

Cochabamba y el desarrollo nacional a la sombra de los gobiernos militares

La Política de Diversificación Económica que fue aplicada por el MNR entre 1952 y
1964 definió los rasgos esenciales de lo que vendría ser el ordenamiento territorial y el
sistema de ciudades en Bolivia en la segunda mitad del siglo XX. En efecto, la decisión
estatal de romper con el modelo de mono producción minera que había caracterizado la
economía del Estado Oligárquico, al privilegiar dos sectores clave: los hidrocarburos y
la agroindustria, en términos espaciales significó: la definición de una vertebración
territorial consolidada a través del desarrollo de la infraestructura del transporte,
destacándose como la obra de mayor trascendencia las carreteras Cochabamba-Santa
Cruz y las posteriores Cochabamba - Villa Tunari - Puerto Villarroel y, Santa Cruz -
Ichilo - Puerto Grether, además de los ferrocarriles: Yacuiba - Santa Cruz con conexión
a la red ferroviaria Argentina y Corumbá - Santa Cruz con conexión a la red ferroviaria
brasileña. Por otro lado, se produjo el acelerado desarrollo de la agricultura y la
agroindustria del Oriente particularmente con productos agro exportables como el
azúcar, el arroz, el algodón y la soya, generándose un crecimiento espectacular entre
1950 y 1975. Además, a partir de 1953 todos los sectores estratégicos de la economía se
hallaban dominados por tres grandes empresas públicas nacionales: YPFB, COMIBOL
y CBF, además de varios bancos estatales. (Arze Cuadros, 1979: 265 y siguientes)
23

La fisonomía del nuevo Estado, no solo se caracterizaba por su fuerte sentido


intervencionista o paternalista con respecto al manejo de la economía y el desarrollo
social, es decir por constituirse en la versión boliviana del Estado Benefactor que
promovían los países centrales en la posguerra, sino por su fuerte énfasis en promover
verticalmente el desarrollo del Oriente y la aspiración a reducir el grado de dependencia
externa, una vez que la economía mono productora con enclaves mineros fue
responsabilizada por el atraso secular y el subdesarrollo del país. Estos objetivos,
permitirían definir la postura ideológica que guió estos emprendimientos y que pasaron
a ser mejor conocidos como "Nacionalismo Revolucionario".

Hacia 1975 los efectos del nuevo modelo de desarrollo eran perceptibles siguiendo la
pauta de otras experiencias que se situaban en el marco de las teorías del desarrollo
anteriormente examinadas. La estrategia de diversificación no se había sustraído a un
proceso de crecimiento de la economía extremadamente desigual, que no solo tenía
expresiones en las distintas ramas de la producción, sino también en la creciente
diferenciación en los ritmos del desarrollo regional. De esta forma era indiscutible el
raudo crecimiento de la industria petrolífera y la agroindustria en el Departamento de
Santa Cruz, frente a un proceso de escasa dinámica en el sector minero que padecía la
falta de innovación tecnológica y la pérdida de competitividad en la esfera del mercado
internacional de minerales, así como el estancamiento virtual del desarrollo de la
agricultura tradicional de los valles que definitivamente no era una rama importante de
la economía dentro de esta óptica estatal, aún en las administraciones militares que
sucedieron al régimen del MNR, pese a que el estratégico Pacto Militar Campesino
tenía una fuerte base social en Cochabamba.

En este orden, el régimen del Gral. René Barrientos no llegó a esbozar un planteó
distinto al Plan Decenal que comenzó a ser ejecutado en el período final de los
gobiernos del MNR, simplemente se adhirió a los mandatos de las agencias
internacionales para proseguir con el famoso Plan Triangular, ya vigente desde 1963, y
que perseguía una revitalización de la economía minera agobiada por inacabables
situaciones deficitarias en base a un drástico recorte salarial acompañado de una franca
apertura a capitales externos para explotar los recursos naturales del país: la
desnacionalización de la Mina Matilde, la entrega de las colas y desmontes de la Mina
Catavi, las concesiones petrolíferas a la Bolivian Gulf y el estimulo a la minería
mediana a costas de debilitar COMIBOL y YPFB, fueron el resultado de esta política,
sin que se modificaran las condiciones de subdesarrollo y dependencia del país, que por
el contrario tendieron a agravarse.

En este contexto los valles de Cochabamba, como veremos más adelante, eran apenas
un campo de maniobra, clientelismo y base de apoyo social, a través del antes citado
Pacto Militar Campesino, a un régimen dictatorial todavía impregnado de tintes
populistas, detrás de los cuales asomaba una débil burguesía que demandaba
incrementar el ritmo de acumulación de capital en base al incremento de la tasa de
explotación de la fuerza de trabajo, pero que todavía no osaba actuar sin la sombra
protectora del Ejercito Nacional. El fugaz período del "Nacionalismo Revolucionario"
(Aranibar, 1978) implemento el "Modelo Nacional Revolucionario de Desarrollo", que
se proponía rectificar las "desviaciones" del régimen anterior, reforzando la intervención
estatal con el objetivo de promover un desarrollo acelerado e independiente, en función
de lo cual, se procedió a nacionalizar las concesiones efectuadas a la Gulf Oil, se
recuperó la Mina Matilde y las colas y desmontes.
23

Una evaluación de las políticas de desarrollo económico y social y de la planificación en


el país contenido en el "Informe del Grupo Asesor CEPAL/DOAT/FAO" (citado por
Carranza, 1984:61 y siguientes.) ponía al desnudo una radiografía severa de la clase
gobernante del país con posterioridad a la caída del MNR. Este informe, cuya parte
esencial vale la pena transcribir in extenso, entre otras cosas señalaba:

Bolivia se caracteriza por una visión del mundo estática y determinista, una
elite económica y política sin claro contenido ideológico y filosófico, una
rebeldía popular efímera, desordenada e inmediata, en cuyo mar de fondo yace
un complejo de inferioridad ante las fuerzas externas y un estado de indecisión
social (...) La antigua clase dominante -la oligarquía minera derrocada en
1952- no ha sido sustituida por un grupo homogéneo de intereses compatibles,
sino por multiplicidad de grupos amorfos y en intensa competencia por el
comando del Estado, cada uno sin fuerza para gobernar independientemente.
En estas circunstancias de inmadurez aún marcadas por la política clásica y de
clientela, no se pueden lograr las articulaciones verticales y horizontales dentro
de la pirámide administrativa integrada por feudos egoístas, autoridades sin
capacidad para dar una orientación e imponer disciplina y respeto, y por una
burocracia que todo lo obstruye (...) La economía boliviana es de bajo
dinamismo en contraposición a sus potencialidades. Su sector no monetario es
predominante. La base campesina vive un sistema de economía de subsistencia
y autoabastecimiento al margen de la economía de mercado. Amplios sectores
sociales derivan sus ingresos de actividades ligadas a la importación (grandes y
pequeños importadores en combinación con gobernantes contrabandistas,
transportistas comerciantes, funcionarios de aduanas y control, etc.). La
burguesía en ascenso sin la capacidad de la que le antecedió -la rosca minera y
la aristocracia agrícola- buscó la asociación con fuerzas y empresas externas o
internacionales que concluyeron por asumir las riendas del poder e imponer el
gobierno militar: este a su vez se manifiesta intransigente en la repartición de
beneficios y ventajas del poder, con sentimiento de propiedad de la maquinaria
estatal.(...) En conclusión: faltando unidad en el comando social y político, y
una visión de los problemas económicos, los intentos o resultados del
planeamiento seguirán siendo la sumatoria de medidas aisladas o paralelas.

Las duras observaciones anteriores se referían a la administración del MNR, pero


también a los gobiernos militares que se iniciaron a partir de 1964, y gran parte de las
mismas, lamentablemente, todavía podrían describir varios rasgos de la realidad
imperante a lo largo del periodo neoliberal.90

90
Dentro del marco de estas observaciones se encuentran: el Plan Bienal Económico y Social 1963-1964,
inspirado por expertos norteamericanos de la Alianza para el Progreso, en el marco de una evaluación del
Plan Decenal de Desarrollo (1961) y como una desagregación operativa de éste para agilizar la toma de
decisiones en el plazo inmediato. El Plan Bienal Económico y Social 1965 - 1966, "destinado a coordinar
la política de desarrollo y a disciplinar el proceso de las inversiones nacionales en el lapso comprendido
entre 1965 y 1966”. Se trata de un segundo plan operativo de aplicación del Plan Decenal destinado a
orientar el crecimiento de la economía del país. El Plan Operativo 1967, debía formar parte del Plan
Cuatrienal de Desarrollo del gobierno del Gral. Barrientos, también dirigido a apuntalar el crecimiento de
la economía. El Plan de Reforma Administrativa (1969) que contemplaba introducir "reformas en la
estructura jurídica e institucional del gobierno a objeto de de otorgarle eficacia operativa para alcanzar
los postulados de la Revolución Nacional", esta disposición sería sustituida en 1972 por la Ley de
Organización Administrativa del Poder Ejecutivo. La Estrategia Socio Económica del Desarrollo
Nacional 1971-1991, elaborado en 1970 y que por primera vez planteaba la espacialización del desarrollo
El régimen del Gral. Banzer, que emerge como una reacción a las tendencias
socializantes de la administración Ovando-Torrez, puso en vigencia numerosos
instrumentos de planificación, que de alguna manera continuaron con otras varias
iniciativas desarrolladas con posterioridad a 1964. El Plan Nacional de Desarrollo
Económico y Social o Plan Quinquenal 1976-1980, a diferencia de los anteriores,
cuyos niveles de acción eran muy generales y sin referentes concretos en relación al
ordenamiento territorial, se proponía, entre otros objetivos: "organizar eficientemente el
espacio físico en función de sus potencialidades" e "integrar orgánicamente el
territorio nacional". El Plan reconocía y aceptaba el impacto espacial que había
producido la política de diversificación económica, pasando a fortalecer esta realidad en
términos de una voluntad estatal definida. En este orden se señalaba que el sistema
urbano-regional boliviano estaba conformado por un "núcleo central" que el plan
denominó "eje territorial fundamental", cuyos vértices eran las ciudades de Santa Cruz,
La Paz y Tarija, dentro de este perímetro se encontraban otras ciudades fuera de las
mencionadas, como: Oruro, Cochabamba, Sucre y Potosí. En este espacio geográfico,
no solo se concentraba la mayor parte de la población sino lo esencial de la economía
del país, es decir: el 90 % del PIB, el 95 % de la industria y el 100 % de la minería y el
petróleo. Este espacio fundamental contenía dos ejes principales y sus respectivos
hinterlands: el Eje Fundamental constituido por las ciudades de La Paz, Oruro,
Cochabamba y Santa Cruz, donde se concentraba lo esencial del nivel de desarrollo
alcanzado por el país en las últimas dos décadas, merced a lo cual se había logrado la
conexión con los puertos del Pacífico, a través de Chile y Perú y con los del Atlántico a
través de la Argentina y el Brasil; y un Eje Complementario conformado por las
ciudades de Oruro, Potosí, Sucre, Tarija con conexiones hacia Chile y la Argentina, pero
con un nivel de desarrollo mucho más modesto (Ver mapa 18)91.

Bajo el envoltorio de esta descripción técnica comenzaba a tomar forma una nueva
realidad territorial, o dicho de otra manera, emergía la dimensión geográfica y espacial
del Estado de 1952. Es decir una estructura territorial diferente del enclave minero y el
predominio avasallador de la meseta andina, que a través del desarrollo de la
infraestructura caminera y ferroviaria que unía los nuevos escenarios de la dinámica
económica con el asiento del poder centralizado y los canales de exportación, había
definido, en efecto "ejes" de flujos de producción, de capitales y fuerza de trabajo que
introdujeron cambios esenciales en el antiguo esquema territorial del Estado
Oligárquico, pero dieron lugar a nuevas contradicciones, complejidades y matices al
reproducir más intensamente el desarrollo desigual, una ley de las formaciones
capitalistas que estaban muy lejos de neutralizar los modelos de desarrollo en boga en
América Latina.

En este marco, pese a la solemnidad de los planteos y la justeza de muchos de los


objetivos de planificación propuestos, resultaba prácticamente utópico materializar el
discurso del desarrollo. En suma, el nuevo ordenamiento territorial del país, no fue el
resultado de acciones parciales, casuales y dispersas de potenciamiento de ciertas ramas
de la economía, sino, como sugieren Villegas y Aguirre (1989), el agotamiento de un
patrón de acumulación de capital estructurado en torno a la minería de la plata primero,
económico y el ordenamiento territorial que se adecuaría a este, además de desarrollar estrategias
sectoriales en detalle abarcando las principales ramas de la economía. (Un detalle más completo de estas
propuestas ver en: Carranza, obra citada).
91
El denominado “eje central” constituido por las ciudades de La Paz, Oruro, Cochabamba y Santa Cruz,
concentraba en 1976 el 70 % de la población urbana nacional, el ingreso por habitante era 2,5 veces
mayor que el per-capita nacional, además de concentrar el volumen mayoritario del PIB nacional.
23

y luego del estaño, que trataba de ser reemplazado por otro, el modelo estatal del 52,
que a nombre de la modernización y diversificación de la estructura productiva propició
la transferencia de los excedentes económicos generados por la minería nacionalizada
en favor del acelerado desarrollo capitalista del Oriente. Luego, la gran crisis que se
inicia desde la última mitad de los años 70, no sería otra que la crisis del nuevo modelo
de acumulación que no lograba consolidarse totalmente debido al fracaso del MNR y de
gobiernos posteriores, que solo lograron descapitalizar a la minería y profundizar la
declinación de su capacidad productiva, pero sin lograr realmente construir unas
estructuras productivas alternativas y modernas que alcanzaran una dinámica propia y
un grado satisfactorio de eficiencia, competitividad y sostenibilidad.

Esta vendría a ser la coyuntura que trata de atender el Plan Nacional de Desarrollo del
Gobierno del Gral. Banzer, cuando se sostenía que pese a los grados importantes de
concentración demográfica y económica, el eje central no había logrado niveles de
integración espacial, económica y social suficientes para generar economías de
aglomeración convenientes que sirvieran de base a un nivel razonable de desarrollo
económico y social.

Por otra parte, el modelo de primacía urbana que caracterizó la urbanización en Bolivia
hasta los años 50, y que correspondía a la tipología del subdesarrollo "centro-periferia"
fue reemplazado por el conjunto de aglomeraciones urbanas contenidas en el citado
"eje", que en este orden se mostraba internamente "equilibrado", pues, La Paz, la
primera ciudad de acuerdo a su peso demográfico, solo era 3,5 veces mayor que
Cochabamba, 4,8 veces mayor que Santa Cruz y 6,3 veces en relación a Oruro. Sin
embargo, el eje en su conjunto evidenciaba fuertes diferenciaciones con las otras
regiones del país: no solo por que albergaba la población urbana mayoritaria, sino por
que en 1977 había generado el 67 % del PIB nacional, contribuyendo sectorialmente
con el 62 % del PIB agropecuario, con el 35 % del minero y metalúrgico, con el 81 %
del petrolero, con el 79 % del manufacturero, con el 83 % de la generación de energía y
con el 65 % del transporte y las comunicaciones (Méndez, 1980).

Además, el Eje Central, vendría a expresar la dimensión espacial de la nueva


articulación de la economía nacional con el mercado mundial. El propio Plan de
Desarrollo reconocía que la ampliación de la red ferroviaria que había tenido lugar en
los años anteriores estaba básicamente orientada hacia la exportación de materias
primas y alimentos y hacia la importación de medios de consumo manufacturado y que,
esta priorización hacia la satisfacción de las demandas de conexión "hacia afuera" había
provocado que los dos grandes ramales ferroviarios (Oriental y Occidental), no
estuvieran internamente conectados. Así mismo se reconocía que tanto la agroindustria
cuanto el sector minero experimentaron una rápida expansión dentro de la perspectiva
de concurrir a los mercados externos y que, el propio desarrollo urbano experimentado
por La Paz y sobre todo Santa Cruz se vinculaban con este proceso. En contraste,
también se reconocía, que los centros urbanos de mayor dinamicidad no extendían estos
atributos a su hinterland en términos de difundir positivamente las ventajas del
desarrollo como preconizaba la teoría de los polos, sino que tendían a profundizar la
brecha entre campo y ciudad. Por otra parte, dichos centros urbanos carecían de una
especialidad productiva definida, no habían logrado, pese a su espectacular crecimiento,
consolidar una infraestructura urbana eficiente, habían perdido la capacidad para
administrar y encausar las tendencias de esta expansión y todos ellos convergían hacia
el desarrollo de vocaciones terciarias y de servicios, sin estar suficientemente
23

capacitados para el desempeño eficiente de este rol.

Luego los principales centros urbanos del país, de acuerdo a este diagnóstico, no
garantizaban las condiciones indispensables para un desarrollo adecuado de la
comunidad ni eran una base de apoyo estable para el desarrollo de las actividades
productivas. En todos los casos, los elevados déficit de infraestructura y servicios
básicos se convertían en una fuerte limitación para satisfacer de forma adecuada las
necesidades de los torrentes migratorios, los cuales no solo veían frustradas sus
esperanzas de mejores condiciones de vida, sino que eran obligados a "auto resolver"
los problemas que normalmente el Estado Benefactor debía encarar, postergándose así
la posibilidad de consolidar una concentración de población que potenciara los
mercados de consumo manufacturero a la escala del crecimiento de los sectores
industriales. Luego las grandes ciudades bolivianas de la década de 1970, como hasta
hoy, tendían más a adquirir la fisonomía de grandes campamentos de habitación
precaria en lugar de centros difusores de la modernidad.

La Estrategia Nacional de Desarrollo 1971-1991 fue el antecedente de mayor relevancia


con respecto a los análisis contenidos en el Plan Quinquenal 1976-1980, y en gran
medida éste siguió las pautas definidas por la Estrategia con relación a la
espacialización del desarrollo económico y su impacto regional. La misma, proponía
tres tipos de regiones: homogéneas, polarizadas y planes. En el planteo no queda claro
el concepto de homogeneidad para definir a las regiones de: La Paz, Oruro-Potosí,
Cochabamba, Santa Cruz, Chuquisaca-Tarija y Beni-Pando con esta característica. Las
regiones polarizadas, inspiradas sin duda en las corrientes de la planificación en boga en
aquél momento, establecían los siguientes "polos": La Paz; Polo Dominante,
Cochabamba: Polo de Servicios, Santa Cruz: Polo de Desarrollo, Oruro: Polo de
Desarrollo, Chuquisaca: Polo Agroindustrial y Tarija: Polo Agroindustrial (Arze
Cuadros, obra citada: 508 y siguientes.).

Aun cuando no queda claro en la propuesta, si la definición de estos polos es el


resultado de diagnósticos regionales o más bien, lo que es muy probable, de una
definición política; de ella se desprende no solo un puñado de buenas intenciones como
ocurrió con tantos otros planes regiamente elaborados y luego archivados; sino recoge
con bastante acierto, por lo menos para los primeros tres departamentos, la dirección del
esfuerzo estatal en cuanto a la forma como se implementó el desarrollo económico a
partir de los 50. No resulta extraño que La Paz apareciera como "polo dominante" y que
Santa Cruz fuera tipificado como "polo de desarrollo", o que, ya en la arena hipotética
Oruro fuera otro polo de desarrollo y Chuquisaca y Tarija fueran "polos
agroindustriales"; pero no dejaba de ser curioso que el espacio central de Bolivia, como
observa Arze Cuadros (obra cit.: 510) fuera considerada un "polo de servicios",
ambigüedad notoria que entraba en conflicto con la propia teoría en que se inspiró la
Estrategia, es decir, "precisamente (es) en la región central donde se encuentra en
términos de una estrategia nacional y continental, la clave determinante para la
coherente organización del espacio". Desde el punto de vista académico no hay duda
respecto a esta observación, pero desde la lógica más compleja de la razón estatal, la
cuestión no era un equivoco, Cochabamba se había convertido en una suerte de "gran
puente" entre dos regiones geográficas que contenían recursos naturales interesantes
para el mercado mundial (petróleo, gas, productos tropicales agroexportables y diversos
minerales) y el "servicio" que debía hacer Cochabamba, una región de larga "depresión
estructural", era hacer fluido el vínculo entre Altiplano y Oriente y servir de una buena
23

estación de paso y reclutamiento de fuerza de trabajo, como otrora lo fue La Paz con
respecto a la explotación colonial de la minería potosina y su necesidad de vincularse a
Lima y los puertos del Pacífico. Por último "las regiones plan" definidas por la
Estrategia eran: La Paz-Oruro, Cochabamba, Santa Cruz, Tarija-Chuquisaca-Potosí y
Beni-Pando.

En síntesis, Cochabamba indudablemente no era un escenario importante dentro de las


estrategias de desarrollo formuladas por el Estado entre los años 1950 y l980. Las
observaciones que acertadamente realizó Arze Cuadros en la obras más esclarecedora
escrita hasta hoy sobre el ordenamiento territorial y el desarrollo económico en Bolivia,
con referencia a Cochabamba, sostenía con vehemencia la necesidad de potenciar su
aparato productivo industrial y superar su ancestral atraso agrícola, como condición para
la viabilidad del desarrollo coherente de un "eje central", incluso con proyecciones
continentales. Sin embargo, estas razones de impecable calidad teórica no tuvieron el
suficiente peso para contrarrestar las determinaciones del poderoso "factor externo"
transnacional vinculado más a un modelo de acumulación de capital y no a un modelo
de integración, situación que pasó a constituirse, como veremos, en el principal
responsable de un proceso de acelerada urbanización sin desarrollo.

La región de Cochabamba: la persistencia de los viejos roles en medio de los


tiempos de cambio

Examinar las distintas variables que confluyen en la definición de las características de


la región de Cochabamba en la segunda mitad del siglo XX implicaría un trabajo que
excedería en mucho el marco del presente ensayo. Sin embargo, sin pretender ser
exhaustivos, hemos seleccionado dentro de un amplio abanico de componentes aquéllos
aspectos que consideramos fueron "estratégicos" por proporcionar a dicha realidad
rasgos esenciales y hasta diríamos centrales para la identificación de una imagen más
integral de lo que fue la región de Cochabamba, particularmente en la década de 1970, y
de cómo persistieron los viejos roles en medio de los tiempos de cambio que vivió el
país a partir de 1952. Los mencionados aspectos que serán objeto de análisis somero se
relacionan con las siguientes cuestiones:

A. ¿Cochabamba, región central o periférica?

La conversión de Santa Cruz de región marginal, aislada y postergada a lo largo de


varios siglos, en región dinámica, con un raudo crecimiento de su aparato productivo,
canalizadora de grandes flujos de inversiones y receptora de fuertes torrentes
migratorios en algo menos de dos décadas, es decir, el espectacular paso de región
periférica a "polo de desarrollo", fue el factor esencial que terminó modificando la
estructura territorial materializada por las economías de la plata primero, y luego del
estaño a lo largo de un prolongado período histórico cuya declinación dio curso al
emergente Eje Altiplano-Oriente, el mismo que se constituyó en el nuevo patrón de
ocupación del territorio nacional, o si se quiere, en la dimensión espacial y territorial de
un nuevo patrón de acumulación (Toranzo 1982, Villegas y Aguirre 1989) y de un
nuevo modelo estatal que articula esta nueva disposición geográfica del poder.

La región de Cochabamba por su situación geográfica central, y no por otros atributos,


pasó a formar parte de este eje, convirtiéndose en el "espacio de comunicación nacional
por excelencia" (Laserna 1984). Desde la óptica de la teoría y la práctica de la
24

planificación (Arze Cuadros 1979), Cochabamba estaba naturalmente destinada a


convertirse en la bisagra que articulara y armonizara el crecimiento de dos espacios
productivos dispares y vinculados a los puertos del Atlántico y el Pacífico, a través de
un rápido desarrollo industrial volcado al mercado interno y con pretensión de abarcar
mercados externos, vocación que Cochabamba había mostrado una y otra vez a lo largo
de su historia, sobre la base de un abanico de materias primas diversificadas y
suficientes recursos energéticos disponibles. En suma, pasar a jugar efectivamente el rol
de "polo central de desarrollo" en base a su potenciamiento industrial y agrícola, como
lo preconizaron con acierto los movimientos cívico-regionales de esa época92.

Sin embargo, pese a estas potencialidades y perspectivas, la historia fue sensiblemente


distinta: Cochabamba no logró modificar: "su lugar económico en el espacio nacional,
salvo el hecho accidental de haber añadido a sus roles anteriores, el de ser un espacio
de transito y comunicación con potencial capacidad para absorber grandes unidades
de servicios y comercialización" (Laserna, obra cit.). Sumado a lo anterior, reforzó su
rol tradicional de fuente de abastecimiento o despensa barata de alimentos y fuerza de
trabajo que fueron a aportar en gran medida a la viabilidad del desarrollo económico de
los dos polos extremos del eje, para finalmente hacerse merecedor del calificativo de
"periferia central" como sugiere acertadamente Laserna.

En realidad el desempeño periférico de Cochabamba con respecto a las grandes


corrientes del desarrollo no constituye un simple episodio aislado sino una constante
histórica que de una u otra forma se hizo presente para caracterizar el papel que la
región desempeñó, ya sea en relación con el desarrollo y el auge de la minería de la
plata colonial y republicana, como con respecto a la era del estaño y en las décadas de
1950 a los 80s con relación a la agroindustria y el petróleo. Es vidente que la economía
de Cochabamba no pudo insertarse directamente al mercado mundial y no participó
como protagonista principal de los auges económicos citados. Su rol casi permanente,
fue apoyar, ya sea como "granero", "nudo de comunicaciones", "centro de servicios",
"proveedor" de mano de obra, la alternativa de desarrollo de economías de exportación
de otras regiones. De esta percepción no estuvieron ajenos ni los movimientos cívicos ni
las expresiones políticas, que abandonando su tradicional visión nacional y totalizadora,
a partir de fines de los 70, comenzaron también a ocuparse de lo regional, aunque esta
preocupación obedeciera a coyunturas electorales. Examinemos un par de aportes: En
1979, Walter Guevara Arze candidato del PRA hacia el siguiente esclarecedor análisis a
cerca de la realidad regional desde la perspectiva de su articulación con el país:

Durante las diversas etapas del mismo (del desarrollo nacional) este
departamento cumplió su tradicional papel agrícola, recibió los beneficios
colaterales de sucesivas bonanzas y envió sus excedentes de población a
trabajar en las salitreras, en los socavones, en las zafras del norte argentino o
Santa Cruz, junto con su maíz, sus patatas y sus verduras. De este modo se
constituyó en un caso típico de relación indirecta y dependiente de otros
desarrollos. Solo fue un factor de apoyo que podía sustituirse con las
importaciones si las cosechas resultaban malas o insuficientes. Su bienestar o
su pobreza dependían de acontecimientos ocurridos en otras partes del país,
como la boya de una nueva mina que requería brazos adicionales y más
alimentos, o en el exterior, como el alza o la baja de las cotizaciones del
92
Ver las abundantes argumentaciones del famoso Seminario Vocación, Desarrollo y Destino de
Cochabamba, 1972.
24

mercado internacional del salitre, los minerales, el azúcar o el algodón,


fluctuaciones que determinan ahora mismo el bienestar relativo o la miseria de
estos países. Cochabamba subió y bajo siempre a la zaga de otros, siempre
dependiente, sin un proyecto regional de desarrollo propio, porque el mismo no
podía existir mientras no fuera un factor esencial de otro mayor en escala
nacional. (Guevara, Los Tiempos, 13/05/1979).

A su vez, una declaración política del MIR (Los Tiempos 07/05/1978, expresaba
criterios similares pero desde otro ángulo de enfoque: "Cochabamba no es una región
que cuente significativamente con recursos naturales exportables y pasa a ocupar un
tercer o cuarto lugar en el orden de prioridades que define el gobierno en su política
económica" Con esta premisa se elaboró, luego de hacer las consideraciones de rigor en
torno a "la función proveedora de servicios" a que había sido relegada Cochabamba, un
interesante análisis sobre la inversión pública canalizada a la región durante el gobierno
del Gral. Banzer comparándolo con la inversión pública nacional, que vale la pena
rescatar: al respecto se anotaba que del monto global de la deuda pública contraída por
el gobierno hasta diciembre de 1977, se había asignado al Departamento de
Cochabamba solo el 7,81 % del total nacional.93

De acuerdo a la fuente citada dichos recursos habían sido dispuestos del siguiente
modo: el 1,00 % a la Corporación de Desarrollo de Cochabamba (CORDECO) para
estudios, investigaciones y proyectos; el 5,00 % para los sectores productivos,
particularmente la industria y, el 94,00 % con destino a la infraestructura de servicios.
Con estos datos se demostraba el sentido que tenía la inversión pública en Cochabamba,
es decir la enorme brecha entre la ridícula inversión para potenciar el aparato
productivo, con la instalación o ampliación de tres unidades industriales: COBOCE, una
fábrica de azulejos y una curtiembre; y el gran esfuerzo dirigido a potenciar la
capacidad de servicios que se esperaba brinde la región a través de fuertes inversiones
en proyectos como las ampliaciones de Corani y Santa Isabel, o la ampliación de la
refinería de Valle Hermoso, que sin embargo no potenciaban la economía regional ni
multiplicaba la oferta de empleo productivo dado su carácter altamente concentrador de
capitales pero dirigido a un tipo de producción, la energía, que si bien podía tener un
significativo impacto para la economía del país, no tenía un efecto equivalente para la
región que incluso no recibía ninguna regalía o ingreso adicional por parte del Estado
por estos "servicios".

El debate sobre el desarrollo regional se centraba en torno a la cuestión de la


"postergación de Cochabamba" perjudicada por diversos factores, entre otros por el
excesivo centralismo estatal, sentimiento que afloraría con fuerza en el movimiento
cívico regional emergente que recobró nuevos bríos en la década de 1970 luego de unos
veinte años de adormecimiento y pérdida de convocatoria, tal como veremos a
continuación.

B. El movimiento cívico regional:

93
La deuda pública contraída por el país al 31 de diciembre de 1977 era del orden de2.510.700.000
dólares americanos, de los cuales se habían destinado a Cochabamba 196.100.000 dolares, es decir el 7,81
% del total nacional.
24

Un otro aspecto a considerar es la percepción que tenían los cochabambinos, sobre todo
las elites urbanas residentes en la ciudad, en torno al desarrollo regional y a las
aspiraciones que expresaban con relación a esta temática. Las elites regionales, desde la
segunda mitad del siglo XIX, habían tomado conciencia de la centralidad de la región
como un factor importante para su desarrollo, a condición de que este se volcara a
potenciar una viabilidad nacional, basándose en el desarrollo de un mercado interno
consumidor de manufacturas nacionales, donde el "espacio central" jugaría el rol de
articular las distintas regiones y distribuir los bienes agrícolas e industriales. Es por esta
razón que la condición para el desarrollo regional era la imagen del ferrocarril y la
vertebración caminera hacia los cuatro puntos cardinales, como se propugnaba al
término de la Guerra del Pacífico. No tardó mucho tiempo en que esta percepción del
desarrollo "desde el centro" hacia la periferia entrara en conflicto con la percepción del
Estado Liberal que promovió el desarrollo ferrocarrilero en sentido inverso, es decir
desde el macizo andino contenedor de la riqueza minera hacia los puertos del Pacífico,
siguiendo naturalmente las tendencias de la articulación de la economía nacional al
mercado capitalista mundial. Luego las primeras luchas regionales se centraron en
contrarrestar esta determinación estatal y exigir que también el ferrocarril llegara al
centro de Bolivia. Paralelamente se multiplicaron los proyectos regionales y las
expediciones para enlazar los valles centrales con las llanuras orientales (Rodríguez,
1993).

La región de Cochabamba al igual que Santa Cruz, como señala Gustavo Rodrigues
(obra citada) perdieron sus plazas naturales en la meseta altiplánica merced a la
modernización y recomposición de las comunicaciones que introdujo el desarrollo del
capitalismo minero, alterando las vinculaciones regionales y con ello la importancia de
cada oligarquía regional, retornando una vez más el sentimiento de "aislamiento" que
estimulaba el Estado para marginar o en todo caso postergar el desarrollo y debilitar el
poderoso rol que otrora jugó el "granero" valluno ya sea para atender las urgencia del
emporio potosino o para alimentar a la minería republicana. Ahora los ferrocarriles,
portadores por excelencia de los ideales de progreso imperantes a fines del siglo pasado,
significaron para Cochabamba a ruina por ser los facilitadores de los cereales chilenos,
que venían a expulsar a los similares cochabambinos de sus tradicionales mercados.
Tales fueron los sentimientos que marcaron el rumbo de los movimientos regionales
hasta la primera mitad del siglo XX.

La Revolución de 1952 determinó un fuerte debilitamiento del movimiento cívico


regional, merced sobre todo, a su propia inoperancia y a su carácter fuertemente elitario.
El Comité Pro Cochabamba y otros más efímeros, en los años 50 canalizaron y fueron
medios de expresión de las voces opositoras al régimen del MNR, por tanto fueron
frecuentemente reprimidos y su influencia fue muy limitada, en tanto que en el
contenido de sus discursos primaba el reclamo y la denuncia sobre hechos puntuales, la
defensa de las antiguas élites y prácticamente ninguna oferta alternativa frente al intenso
proceso de cambios y transformaciones que vivía la región de Cochabamba, al punto
que por ejemplo, el viejo anhelo regional de la vinculación entre Cochabamba y Santa
Cruz cuando se tornó realidad, no mereció mayor atención de las entidades cívicas o por
lo menos de voces aisladas que reflexionaran sobre este hecho trascendental y su
significado para la región.

De alguna manera la creación de CORDECO en 1970 estimuló la discusión en torno a


los problemas regionales, proyectando sobre estos un nuevo ingrediente, la cuestión de
24

la planificación del desarrollo regional, ya no como un tema abstracto, ambiguo y


cargado de ideología, sino como una disciplina técnica y científica, todo ello al calor de
la discusión sobre el novedoso planteo de los "polos de desarrollo" en boga en ese
momento. Por fin emergía la reflexión en torno al significado que tiene para la región
ser una vez más "el centro", pero esta vez de un "eje de desarrollo" que articula las
economías exportadoras del Oriente y la minería del estaño.

De esta manera surgen las primeras percepciones de la realidad departamental bajo las
nuevas condiciones que propone el Estado de 1952. La primera constatación es que
Cochabamba no tiene nada significativo que ofrecer al comercio internacional y que en
consecuencia, no solo no es una región prioritaria respecto a la atención que pueda
brindarle el Estado, sino que incluso las obras ejecutadas por éste a nombre del
desarrollo de Cochabamba no servían para otra cosa que para habilitarla como "centro
de servicios" o "polo de servicios" como piadosamente se la denominaba en los
documentos oficiales.

Por otra parte, las capas medias de intermediarios, comerciantes y empresarios diversos,
que emergían como los nuevos poseedores de riqueza, no llegaban a definir en
propiedad, una burguesía regional equivalente a la antigua clase terrateniente y, por
tanto, si bien estas nuevas élites tenían capacidad y habilidad para subordinar a sus
intereses de acumulación a la gran masa de productores campesinos, eran
manifiestamente débiles en sus relaciones externas, particularmente con respecto a la
burguesía agroindustrial cruceña o al empresariado de la denominada "minería
mediana" que hacia los años 70, ya había cobrado plena vigencia. En consecuencia,
Cochabamba sin mucho aspaviento "apareció" como proveedora de energía eléctrica,
refinación de petróleo, nudo vial, proveedora de alimentos y fuerza de trabajo baratos,
esto último, como una condición primordial para el desarrollo agroindustrial; e incluso,
como mercado consumidor de productos de la agroindustria cruceña y de las
manufacturas paceñas. Dicho de otro modo: Cochabamba prestaba el "servicio"
fundamental de subvencionar la expansión de otras economías regionales (Comentario
de Carlos Quiroga a Laserna, obra citada).

Este es el contexto en que tiene lugar el surgimiento de la Junta de la Comunidad


(JUNCO) en 1972, respondiendo a una iniciativa de la Federación Departamental de
Empresarios Privados. El motivo puntual: la preocupación de sectores influyentes de la
opinión pública respecto a la celebración del Cuarto Centenario de Fundación de la
Ciudad y la situación de abandono en que ésta se encontraba ésta. JUNCO logró ser el
canal de expresión de los sentimientos regionales que subyacían latentes desde mucho
tiempo atrás y que comenzaron a salir a la luz pública para articular un discurso más
coherente que todo lo hecho con anterioridad. De esta manera aparecen con mayor
nitidez demandas que van más allá de los clásicos listados de obras públicas urbanas:
los proyectos de Misicuni, Changolla, COBOCE, COPAICO y otros, además del camino
al Beni, la renovación y ampliación del sistema de agua potable, la construcción de otro
aeropuerto en un lugar más apropiado, son algunas de la reivindicaciones que canaliza
esta entidad, que rápidamente, de comité organizador de los festejos del Cuarto
Centenario al lado de otro similar (el Comité Pro Cuarto Centenario organizado a
mediados de los años 60) pasa a operar como institución representativa del sentimiento
cívico de la ciudadanía cochabambina, y por tanto juega el rol de una "institución de
instituciones" (Laserna, 1983).
24

En octubre de 1973, JUNCO junto al Comité por Cochabamba y Acción Cívica


Nacional protagonizan el primer paro cívico regional de que se tenga noticias,
demandando atención a una serie de requerimientos que van "desde el desarrollo
urbano de Cochabamba hasta la concesión de tierras a un proyecto agroindustrial en el
Chapare", pero lo más significativo fue la pretensión, que resultó exitosa, de intervenir
en la toma de decisiones con respecto a la gestión del desarrollo regional, hasta ese
momento una atribución exclusiva del ejecutivo. El episodio que desató el movimiento
fue el deseo de intervenir en la elección del Presidente de CORDECO, a través de la
nominación de ternas elevadas a la presidencia (Laserna, obra citada y Rodríguez., obra
citada).

En el fondo el movimiento cívico se pronuncia contra el "secante centralismo" que


comenzó a aparecer como un factor determinante de la postergación del departamento,
pero además comenzó a ganar cuerpo en las élites locales la necesidad de consolidar un
espacio de poder en la esfera regional que correspondiera a su preeminencia en el orden
económico y diera mayor brillo a sus pretensiones de lustre social, al mismo tiempo que
se elevara su capacidad de negociación con el Estado, haciendo que el bloque de poder
regional cobrara un sentido real en el manejo de los intereses departamentales y de
alguna manera se pusiera a la altura de las viejas elites terratenientes. Luego los canales
de expresión de este sentimiento se desarrollaron a través de incidentes como la jornada
cívica mencionada o un otro movimiento cívico que tuvo lugar en 1978 cuando se
pretendió destituir a un popular Alcalde (Laserna, obra cit.). De esta forma "el paro
cívico" se constituyó en el método más adecuado que utilizaron Cochabamba y otras
regiones para interpelar al Estado centralista y "cogobernar" con él en los asuntos que
se consideraron estratégicos para los desarrollos locales.

C. El Pacto Militar Campesino:

Una de las virtudes democráticas de la Revolución Nacional con referencia a


Cochabamba, fue que la toma de decisiones cruciales para la marcha de la sociedad
valluna dejaron de ser ventiladas desde la espaciosa Plaza 14 de Septiembre o los
vetustos edificios circundantes, celosos custodios de las instituciones estatales y
eclesiásticas o, de los poderosos círculos sociales acostumbrados a ver la realidad
regional desde torres de marfil y ópticas señoriales. Ucureña, Cliza, Punata y otros
ámbitos de la geografía valluna surgieron como fuentes de poder virtual e incluso de
poder real, por lo menos en los primeros años de la revolución, cuando la toma de
decisiones se trasladó francamente a las áreas rurales. Aunque este proceso se fue
debilitando paulatinamente y la ciudad-capital fue recuperando su rol rector, todavía en
los años 60, el poder regional estaba en manos de poderosos lideres sindicales agrarios,
que una y otra vez habían mostrado la capacidad de forzar pactos con el Estado para
mantener la paz social y la fidelidad partidaria a cambio de gruesas ventajas
prebendales. Un claro ejemplo de esto fue el celebre Pacto Militar Campesino que
pasaremos a examinar:

Sin entrar en detalles que fácilmente nos alejarían del objeto de este análisis,
señalaremos, tomando como base el exhaustivo trabajo de Cesar Soto (1986), que el
citado Pacto tiene como antecedente más inmediato dos aspectos: en primer lugar, el
desgaste del MNR en función de gobierno, aspecto que a partir de la administración
Siles se reflejó en el rápido potenciamiento de la institución armada en razón de que el
régimen no podía prescindir más del Ejercito para resolver los conflictos sociales e
24

incluso mantenerse en el poder. En segundo término, la propia descomposición del


citado partido, que paulatinamente se fue disgregando en fracciones irreconciliables que
provocaron enfrentamientos entre grupo rivales campesinos (la llamada "ch'ampa
guerra") en el valle Alto de Cochabamba, hecho que permitió la penetración de la
institución castrense en las zonas rurales, particularmente en el baluarte valluno.

En realidad, las fuerzas armadas, desde varios años antes comenzaron, a desarrollar una
política de acercamiento a las áreas rurales a través de programas de ayuda como la
"Acción Cívica" dirigida a ejecutar o a colaborar en la ejecución de obras de
infraestructura. Sin embargo, la acción que jugó el ejercito para terminar la lucha
fratricida entre las milicias armadas de Cliza y Ucureña, creando incluso una Zona
Militar, pero básicamente presionando para que las diferencias terminaran en torno a
una mesa de negociaciones, le proporcionó un mayor prestigio y reconocimiento como
institución "mediadora" y "pacificadora", que con el tiempo, según Soto, devendría en
una forma mesiánica de entidad "salvadora".

El General René Barrientos Ortuño fue el personaje central de este proceso, dadas sus
dotes personales para desempeñar el rol arriba anotado y su capacidad para crear una
basta red de clientela política en todos los niveles de la densa organización sindical
campesina, la misma que a partir de 1963 le sirvió de base de apoyo para sus
aspiraciones vicepresidencialistas94. Al respecto anota Soto:

Este acercamiento al campesino mediante obras al mismo tiempo que


prestigiaba a la institución y le daba amplio margen de movimiento, le otorgaba
legitimidad frente a la masa campesina, que veía permanentemente trabajar al
ejercito al lado suyo e interesarse abiertamente por sus problemas.

En realidad la debilidad del MNR, que caracterizó la fase final de su primera


administración de doce años, le obligaba conceder al ejército el rol de intermediario,
entre campesinado y Estado. De esta manera, todo el aparato montado por el MNR pasó
a manos de las Fuerzas Armadas y con ello los mecanismos de mediación política e
ideológica. En consecuencia la institución armada refuerza su poder real, es decir un
poder que ya no reposa solo en la posesión de las armas sino en una base social,
justamente en los antiguos santuarios del partido gobernante, apuntalando y
exacerbando un discurso anticomunista a ultranza combinado con la exaltación
mesiánica del nuevo caudillo militar y la profusa promoción del principio de
intocabilidad de las fuerzas armadas y sus actos. Bajo estos auspicios, se promueve la
candidatura vicepresidencial del Gral. Barrientos. En medio de un clima de atentados,
maniobras y contramaniobras, los altos mandos de las Fuerzas Armadas, es decir, la
"célula militar del MNR" y dirigentes campesinos firman un "pacto para mantener la
seguridad y la paz", el 9 de abril de 1964 a la sombra del Monumento a la Reforma
Agraria en Ucureña.

El Pacto, en realidad era ambiguo en su contenido, pues solo hacia declaraciones


generales en torno al apoyo al partido gobernante, a defender los intereses de las
institución castrense y el campesinado, preservar la unidad de la clase gobernante,
propugnar orden, trabajo y disciplina para asegurar el desarrollo económico del país,
garantizar la paz social y política y combatir las doctrinas extremistas. En principio el
94
El candidato a la presidencia por el MNR era Víctor Paz E. Esta candidatura produjo el alejamiento
definitivo de Walter Guevara que fundo el PRA y Juan Lechin que fundo el PRI.
24

Pacto fue útil para imponer la candidatura vicepresidencial del Gral. Barrientos. Recién
en 1965, una vez derrocado el MNR, la Federación Campesina de Cochabamba utilizó
el término "Pacto Militar - Campesino"

El Gral. Barrientos una vez instaurada la Junta Militar encabezada por el Gral. Ovando,
inició una campaña para hacerse del poder, una vez más recurrió al "arte" de las
maniobras y los atentados que sabía manejar diestramente para imponer esta vez su
candidatura presidencial95. A estas alturas el sometimiento del sector campesino valluno
a los designios del general, era absoluto. Esta situación se traducía bien en un discurso
del dirigente Jorge Solíz:

Ya estamos cansados de escuchar palabras, los necesitamos a ustedes (los


militares) porque sabrán defender nuestras conquistas. Si ustedes no levantan
la renuncia (referencia a la renuncia del Gral. Barrientos a la candidatura
presidencial) ¿en manos de quién vamos a quedar? Nosotros tenemos un
compromiso con las Fuerzas Armadas y lo defenderemos inalterablemente. No
debemos tener miedo porque el ejército y las mayorías nacionales están juntos.
Ningún partido se ha preocupado por nosotros. En sus campañas electorales no
han llegado hasta el campesinado. Solo han defendido sus intereses de clase.
Solo el Ejercito ha llagado hasta nosotros construyendo escuelas y caminos,
comprendiéndonos (Prensa Libre, 6/05/65, citado por Soto, obra citada)

Sin embargo, el Gral. Barrientos no pudo desarmar totalmente a las milicias campesinas
pese a las campañas desarrolladas con este propósito. Pero ello no evitó que bajo la
cobertura del Pacto, ellas se convirtieran en un recurso represivo del régimen,
interviniendo en labores de apoyo para reprimir al movimiento minero a lo largo de
1965, siendo consideradas como fuerzas semi regulares al mando de las Fuerzas
Armadas.
Por otro lado, la vinculación entre el campesinado y el Estado a través del Pacto derivó
en relaciones entre los diversos niveles de la organización sindical campesina, de tipo
vertical, directo y paternalista, con el Gral. Barrientos como la referencia y el pivote de
todo este sistema de control social, o como sugiere Albó (1979) bajo características y un
estilo muy personalista del tipo padrinazgo o relación patrón - cliente, por cierto muy
propia del tipo de relaciones que a nivel más general se establecieron en las zonas
rurales cochabambinas entre campesinos minifundistas e intermediarios, aunque
obviamente este alineamiento incondicional de los diversos niveles de las direcciones
sindicales con el gobierno, produjo paulatinamente un divorcio entre estas jerarquías y
las bases campesinas. De esta manera se estableció una curiosa estructura operativa
para el funcionamiento del Pacto Militar Campesino: los prefectos y los comandantes de
las grandes y pequeñas unidades del ejército diseminados por todo el país, se
convirtieron en los "mediadores" y representantes del General y, con esta autoridad
delegada se ocuparon de arbitrar y resolver los conflictos internos de los campesinos.
95
La renuncia del Gral. Barrientos a participar en las elecciones convocadas por la Junta Militar y a
continuación el verificativo de un segundo atentado contra la vida del General, provocaron grandes
concentraciones campesinas y mostraron hasta que grado el campesinado estaba sometido. En
Cochabamba grandes masas de campesinos se volcaron a las carreteras, caminos vecinales, vías férreas
para iniciar un bloqueo total. "La milenaria táctica del bloqueo servía ahora para apoyar de manera
servil a un militar que representaba al Estado". Luego de cuatro días se resolvió el problema, con el
concurso personal del General, quién además de ganar inmensa popularidad, allano todos los obstáculos
hacia la conquista del poder.
24

Más adelante, durante el gobierno del Gral. Ovando se crea la instancia de


“coordinador militar del Pacto”, burocratizándose aun más este tratamiento con el Gral.
Banzer.
No obstante, un síntoma de divorcio entre bases campesinas y dirigencias subordinadas
a las determinaciones del ejército, se dio con la cuestión del Impuesto Único Campesino
que trató de ser introducido por el régimen de Barrientos, "aprovechando que el
campesinado había llegado a los límites de la sumisión". En Cochabamba se llegó a
apoyar el pago del impuesto pues el General se encargó personalmente de promoverlo
en base a su estilo personal de padrinazgo vertical y demagogia, sin embargo, un
congreso campesino organizado en 1967 para aprobar en definitiva el Impuesto Único
terminó en un fracaso político, pues pese al respaldo formal a la propuesta impositiva,
se generaron muchas oposiciones y se creó el ambiente propicio para que surgiera por
primera vez un "Bloque Independiente" opuesto al sindicalismo amarillo.

La actitud del campesinado con respecto al gobierno de Torres fue de reserva y


desconfianza por su acercamiento a la Central Obrera Boliviana. Sin embargo, la
dirigencia sindical apoyó formalmente al gobierno de Banzer, pese a que los campesinos
resistieron las medidas económicas de devaluación de la moneda lanzadas en 1972 que
culminaron con las masacre de Tolata y Epizana en enero de 1974 como respuesta
drástica a los renovados actos de resistencia campesina, sobre todo el bloqueo de
caminos en protesta por el alza de precios de los productos básicos de la canasta
familiar. Este hecho demostró el desgaste que había sufrido el Pacto incluyendo el
agotamiento de las formas de relación paternalista cultivadas por Barrientos. En buenas
cuentas, este episodio marcó el acto final del idilio entre el sector campesino y los
militares, es decir como sugiere Rivera (1984, citado por Soto): "Su mundo ideológico
estalla por que la utopía de su relación paternal con el Estado se hace añicos ante la
contundencia de la violencia estatal”. Por tanto se quiebra el sustento ideológico de la
subordinación al Estado. Entonces no es exagerado afirmar que aquí comienza a
disolverse el Pacto Militar Campesino, pero al mismo tiempo, este hecho marca el inicio
de una profunda concientización del campesinado nacional en relación a su propia
identidad y a sus necesidades de autonomía y autorepresentación.

¿Cómo fue posible que el Estado lograra este grado de sometimiento político e
ideológico del campesinado, sobre una base tan frágil, como la continuidad de unas
relaciones extremadamente desiguales entre productores y mercado? Tal vez se puede
levantar la hipótesis de la imagen paternal y generosa que adquirió el Estado a partir de
la Reforma Agraria en el imaginario de las masas campesinas, no tanto como el donador
de la parcela de tierra que se quita al patrón en un acto de justicia, sino particularmente
como propiciador de la transformación del abyecto colono en "propietario y
ciudadano". Es decir, adquirir el derecho al voto y sentirse escuchado por el Estado, le
permiten "igualarse a los demás en el cielo de la política, enmascarando su profunda
desigualdad en el infierno de la producción, el acceso al mercado y el sempiterno
racismo de cuño señorial del criollaje" (Soto, artículo citado).

No obstante, se podría ver la cuestión planteada desde otros dos ángulos hipotéticos: por
una parte, esta servidumbre política es el frustrante final de una revolución inconclusa
que en su primer acto liberó a los colonos de la servidumbre patronal y la exclusión
social, y luego, en la medida en que el límite de la Revolución Nacional no era otro que
la aspiración a una democracia formal "moderna" y pro-occidental, el recurso para
apaciguar la marea social que derrumbó a la oligarquía fue la apelación al clientelismo y
24

el “pongueaje político”, es decir someter al campesino a una nueva servidumbre, la del


Estado. Por otra, la hipótesis de que tal grado de sumisión no fue solo obra del
mesianismo barrientista ni de la dictadura sindical o el verticalismo represivo, sino que
fue algo aceptado voluntariamente por los sometidos.

Esto último, es particularmente válido para los valles de Cochabamba, donde la sola
invocación a la figura del General convertía a la multitud en una dócil arcilla capaz de
ser modelada de acuerdo a la voluntad del caudillo demagogo y a los intereses de clase
que representaba. Este fenómeno puede ser interpretado desde una perspectiva histórica
más larga, es decir, tal actitud de aceptación de una nueva forma de vasallaje, pudo en
realidad ser una estrategia defensiva frente a las clases mestizas emergentes empeñadas
en consolidar un modelo de acumulación regional que les fuera favorable. Al ser el
territorio valluno desde tiempos remotos un territorio de trajines y asiento de
multietnias, no llego a formalizarse como un espacio de comunidades y asiento de
culturas con una fuerte identidad socio territorial, sino apenas como un piso ecológico
de diversas estrategias andinas. Luego tanto en la Colonia como en la República, se
mantuvo como un espacio donde era fácil transgredir el férreo orden de castas y
tributos. El valluno mestizo (antiguo indio forastero) que históricamente se forjó en este
proceso, resulto ser el estrato social que ocupó los amplios intersticios que no logró
copar el aparato estatal en la medida en que su versatilidad de semi campesino, artesano,
comerciante y trabajador por cuenta propia, le permitían escapar a los rígidos moldes de
la sociedad oligárquica, siendo la feria y el dominio de las artes mercantiles feriales su
mejor arsenal. Obviamente, el mantener intocable el universo ferial, bien valía una
alianza con el mismísimo diablo.

En efecto, la predisposición de la masa campesina para establecer alianzas con quiénes


ejercen el poder y encontrar una sombra protectora adecuada, resultó altamente
favorable a las finalidades de los antiguos piqueros y estratos de notables provincianos
que sacaron muy rápidamente a relucir sus mejores vocaciones de mercaderes para
construir, como ya se mencionó, toda una tupida red de intermediaciones e imponer sutil
o francamente, nuevos vasallajes que implicaban las relaciones entre pequeños
productores y comerciantes intermediarios y, entre estos y los consumidores finales.
Naturalmente, el Pacto Militar Campesino favoreció la extensión de las redes de
sometimientos sutiles través de los compadrazgos y la organización de amplias
clientelas donde el tráfico de influencias y favores fueron la moneda corriente de estas
relaciones desiguales, pero aceptadas como una estrategia de sobrevivencia frente a un
medio hostil, donde la falta del antiguo patrón no dejaba de ser sentida como un vacío
lleno de incertidumbres.

Por todo ello, esta alternativa también fue asumida por los herederos de los yanaconas
que se acogieron a esta institución (el yanaconaje), originalmente para evadir el servicio
de la mita, permaneciendo por generaciones bajo la sombra protectora de la encomienda
y la hacienda colonial, para luego acomodarse en la república dentro del régimen de
colonato (el arriendo de tierras) de la hacienda gamonal republicana. En la nueva
coyuntura que se inicia en 1953, la masa de antiguos colonos (ex arrenderos),
convertidos de la noche a la mañana, en dueños legales de sus sayañas, asimilaron bien
su desamparo frente a la economía de mercado y entendieron que su condición de
"ciudadanos libres" era más simbólica que práctica, por ello percibieron con temor que
no estaban preparados para sumergirse por cuenta propia en el hostil mundo de las ferias
y los negocios y requerían de otras sombras protectoras para sobrevivir. De esta manera,
24

las urdimbres y las redes de explotación que se entretejen y forjan en manos de


habilidosos intermediarios, solo fueron posibles por la actitud pacifica, la benevolencia,
la aceptación y la resignación de los excolonos productores parcelarios, quienes
entendieron perfectamente que esta era la condición para poder cobijarse bajo el manto
protector que les ofertaba el MNR, para luego, como consecuencia del debilitamiento de
esta opción, cobijarse a la sombra del nuevo bloque de poder que representaba el
ejercito convertido en partido político armado. Solo en la década de los años 80, se
puede decir que este campesinado, con el concurso de las nuevas generaciones, adquirió
la capacidad para definir su autonomía y su propia personalidad.96

D. Migraciones o el histórico trajinar de los cochabambinos:

En líneas generales, el proceso migratorio a nivel departamental en el período 1971-


1976 presenta dos rasgos principales: un proceso de inmigración-emigración con saldo
positivo para la ciudad de Cochabamba, la misma que absorbe una fuerte corriente
inmigratoria, más del 14,9 % para el período anotado y, un otro proceso fuertemente
emigratorio desde el ángulo de los escenarios rurales, cuyo destino es el área urbana de
Cochabamba y otras zonas de dinámica económica del país y el exterior. No cabe duda
que esta dinámica de la población regional expresa la movilidad de la fuerza de trabajo
en función de las orientaciones del proceso de reproducción del capital mercancía o
agroindustrial (Solares y Bustamante 1986). Examinando con mayor detalle este
proceso se constata que el volumen migratorio más importante tiene lugar a partir de
zonas expulsoras y receptoras que se encuentran dentro de los propios límites
departamentales, es decir que los flujos más importantes para este período fueron de
carácter intradepartamental. En este orden, los escenarios receptores se concentraron en
la capital departamental y en las zonas de colonización del trópico cochabambino. Los
puntos de origen de los emigrantes cubrían un amplio territorio afectando prácticamente
a todas las provincias restantes. En resumen, el Valle Central de Cochabamba,
particularmente la capital y Quillacollo y las regiones tropicales de las provincias de
Chapare y Carrasco fueron las zonas de recepción, en tanto el Valle Alto, el cono Sur y
las provincias de puna fueron particularmente zonas de expulsión.

Una variable importante detectada por Blanes y Flores (1985), fue la interrelación entre
procesos migratorios y motivaciones no solo económicas sino ligadas a aspiraciones de
educación, es decir que para un importante porcentaje de migrantes la educación de los
hijos aparecía con el mismo nivel de importancia que cuestiones básicas como la
alimentación y el vestido. Otro aspecto significativo es que el espacio receptor de
primer orden, esto es el Valle Central, era además el espacio de mayor concentración de
oportunidades de diversificación económica, cobrando en este contexto un valor muy
significativo la interrelación entre el sector agrícola y el sector comercial, una vez que

96
Al respecto anota Cesar Soto (obra citada): "El PMC -Pacto Militar Campesino- expresa sin duda una
mutación en los sistemas de reconocimiento social y político: el sistema partidario y de representación
política se derrumba y se inaugura un nuevo tipo de mediación. Su aceptabilidad se ve acrecentada más
aún por la imagen mesiánica que vende Barrientos en sus innumerables giras y viajes a distintos
rincones del país (De este modo se aseguró cotidianamente el apoyo de este vasto sector social. Inició
todo un estilo de ponguaje político que sus seguidores se dieron a la tarea de imitar). Esta inquietante
correspondencia entre antiguos siervos y amos nos muestra a todas luces que el PMC no fue impuesto de
manera vertical y desde arriba. Hubo aquiescencia de partes. Esto, porque el poder es una relación: no
se lo ejerce sin más, no solo se aloja en la represión y la fuerza, sino en el consenso y el consentimiento
del dominado".
25

permitía dar amplia cabida al empleo y al autoempleo en ramas terciarias diversas y en


el sector de la construcción.

Analizando el fenómeno migratorio en términos más globales, se podrían distinguir dos


factores que de manera general vincularon a gran parte de la población del
Departamento de Cochabamba con la economía nacional o la dinámica del mercado
interno regional: por un lado, el rol que jugó Cochabamba en todo este período y
prácticamente desde los años 50 e incluso mucho antes, como proveedor de fuerza de
trabajo y de alimentos en favor otras regiones o enclaves de desarrollo económico; y por
otro, la articulación de la economía campesina y las formas no capitalistas de
producción a la lógica de reproducción del capital mercantil en el ámbito regional
(Blanes y Flores, obra citada). Ambos factores estarían determinando una alta movilidad
espacial de la fuerza de trabajo que alternativamente se incluye sucesivamente en una u
otra situación según las modalidades de diversificación económica que practica, dentro
de una estrategia que puede ser cambiante y que definitivamente deja de apoyarse en las
alternativas de la agricultura de autoconsumo, una vez que la viabilidad de la economía
campesina esta cada vez más sometida a las necesidades monetarias a partir de las
razones que se analizaron anteriormente.

Dentro de los escenarios principales de estos procesos migratorios toma un lugar


relevante el Chapare tropical desde inicios de la década de 1950, inicialmente como
parte de una política estatal de colonización dirigida, sobre todo en la zona de Chimoré
(Carrasco tropical), pero paulatinamente como una tendencia de colonización
espontánea que ya estaba muy extendida en los años 70. Lo que hacía atractiva esta
región para los migrantes que optaban por no radicar en la ciudad capital o en las sedes
de los centros feriales provinciales era, como señala Blanes (1984), "la existencia de un
producto muy particular, la coca, que evita el deterioro económico de las familias", sin
embargo esto significaba, como lo señala el citado autor, la subordinación de la
economía campesina al capital, pero en condiciones de subsistencia más ventajosas que
las que ofrecían otros sectores de la agricultura. Al respecto se anota:

En otras palabras, el chapareño produce a su manera, con los recursos


familiares, usando redes familiares, etc., pero lo hace para el capital. El que
recientemente fuera un campesino ahora es un agricultor, totalmente ligado al
mercado en el que el capital, impone relaciones de subordinación profundas
que no aparecen a primera vista.

Este proceso determina la promoción de una nueva forma de vida e incluso la formación
de nuevas familias, pero prosiguiendo con el desarrollo de estrategias de sobrevivencia
adaptadas al ciclo agrícola de los trópicos y con un mayor de grado de articulación a la
economía de mercado.
Un cronista que examinaba la problemática departamental de esta época, consideraba
que "el principal problema que confronta la región es el problema poblacional". Se
mostraba alarmado por los saldos migratorios negativos que exhibía el Departamento de
Cochabamba en relación al período intercensal 1950 - 1976, estableciéndose que tales
fenómenos se vinculaban con un cuadro de deterioro de la agricultura y la falta de
empleo urbano. Al efecto se identificaban las siguientes causas:
En las áreas rurales tradicionales del Departamento, han actuado factores
inductores de emigración por las deficientes condiciones de vida y creciente
presión demográfica sobre la tierra ya muy fragmentada y minifundizada. Las
25

áreas rurales tropicales y casi despobladas, no ofrecen suficientes atractivos a


los migrantes campesinos de las áreas tradicionales. El desarrollo económico
en las áreas urbanas de la región y en espacial en la conurbación de
Cochabamba, fue demasiado lento para generar en suficiente cantidad fuentes
de trabajo para los migrantes .Por otra parte, a excepción de las provincias de
Quillacollo y Cercado, las provincias del Departamento ofrecen saldos
migratorios negativos, lo que implica que el desarrollo económico ha estado
concentrado únicamente en lo que llamamos Valle Central (Los Tiempos
14/09/1979).
Anotaba el mismo cronista, que exceptuando las provincias de Quillacollo y Cercado, el
resto exhibían saldos negativos de crecimiento poblacional, "lo que implica que el
desarrollo económico ha estado concentrado únicamente en el llamado Valle Central”.
Además, se observaba que los asentamientos humanos en el Departamento presentaban
un elevado cuadro de dispersión geográfica por el predominio de población rural que
alcanzaba al 54 % de la población total. Se anotaba que esta dispersión era
particularmente marcada en las provincias de Campero, Ayopaya, Tapacari, y Arque en
las zonas de puna; en la provincia de Arani en el Valle Alto y en las provincias de
Chapare y Carrasco con extensas zonas tropicales.

La tendencia dominante de estos flujos migratorios era dirigirse con preferencia a los
centros urbanos del Valle central, particularmente la capital, determinando que las
insuficiencias urbanas en materia de servicios públicos e infraestructura se agudizaran.
En efecto, con respecto a la migración rural - urbana, esta generó la rápida expansión
física de la ciudad de Cochabamba y la conformación paulatina desde inicios de la
década de 1960, del "eje de conurbación" Quillacollo-Cochabamba-Sacaba, además de
la densificación de algunas zonas como el Valle Alto, donde Punata experimentó un
corto auge merced al crecimiento de la actividad ferial. En los dos mayores valles de
Cochabamba, Alto y Bajo, tendió a concentrarse un volumen mayoritario de la
población departamental, situación que aún prevalece hasta el día de hoy. En este
sentido se puede decir que esta población es más urbana que rural debido a que, merced
al desarrollo del transporte público, se encuentra en todos los casos a una o dos horas
del centro urbano de Cochabamba, lo que le permitió desarrollar, cada vez con mayor
intensidad, ocupaciones no agrícolas.

Tomando en cuenta las sugerentes observaciones de un trabajo de Camivella, Ardaya y


otros (1984), se puede decir, que Cochabamba y los valles circunvecinos donde florecía
la actividad ferial y, particularmente "La Cancha”, la verdadera capital valluna”; se
convirtieron en un imán irresistible para los migrantes de zonas deprimidas, quienes se
dirigían a estos prometedores centros en busca de supervivencia, llenos de esperanzas,
ilusiones y urgencias. Obviamente, solo en un mínimo porcentaje, tales expectativas
fueron satisfechas. Lo normal fue encontrar enormes diferencias, prácticamente una
ruptura entre las ilusiones y la cruda realidad: el añorado trabajo estable no existía, todo
tuvo que ser resuelto: empleo, vivienda, educación, salud, a partir de sus propios
esfuerzos y creatividades, en medio de no pocas frustraciones, adversidades, manifiestas
injusticias y discriminaciones raciales.

E. Los efectos de la Reforma Agraria: minifundio y expansión de la economía de


mercado:
25

Los valles cochabambinos estaban muy lejos de las fantasías paradisíacas con que se los
suele describir, cuando desde lejos se añora "la llajtha". En realidad, como hemos
podido observar Cochabamba se debatía entre grandes contradicciones y estaba muy
distante de posibilitar a sus habitantes, salvo las democráticas bondades de su benigno
clima, respuestas aceptables para sus necesidades vitales.

Un riesgo de las historias urbanas es omitir una visión global o "aérea", es decir, reducir
la óptica analítica o descriptiva a los intramuros de la ciudad y caer en una larga
disquisición de hechos anecdóticos o "memorias de viejecitos", muy cálidas y amenas
por cierto, pero escasamente útiles para vislumbrar el movimiento general del conjunto
de la sociedad y los factores que materializaron un cierto momento de la realidad
urbana, incluso más allá de sus apariencias. Este es el caso de Cochabamba, cuyo
proceso histórico, tal vez con mayor fuerza que en otros momentos, estuvo
estrechamente vinculado con el destino de la sociedad rural y la economía agrícola en
general.

Numerosos estudios evaluativos de la Reforma Agraria, entre otros: Albó 1979 y 1985,
Rivera 1979, Prudencio 1983, Blanes 1984, Calderón y Dandler 1984, Calderón y
Rivera 1984, Antezana E. 1986, Dandler, Blanes et al 1987, Urioste 1987, etc., han
establecido en líneas generales que la misma tuvo dos grandes efectos: unos de orden
económico y otros de orden social y cultural.

Con relación a los primeros, al margen de la lentitud y exagerado burocratismo 97, (uno
de los recursos que con mayor esmero y laboriosidad desarrolló el Estado de 1952), con
que se procedió a la entrega de los títulos de propiedad de las tierras, los mismos venían
a legitimar la posesión de pegujales o parcelas que ya se usufructuaban incluso antes de
la Reforma Agraria a cambio de trabajo gratuito en la hacienda. Lo cierto es que la
destrucción de la antigua hacienda, más allá de sus innegables efectos progresivos y
democráticos, también legitimó e impulso la fragmentación y privatización de la tierra
en un proceso que paulatinamente, hacia 1975 convirtió a los campesinos en
propietarios de micro parcelas aquí y allá, de acuerdo a distintas zonas ecológicas que
suele abarcar una antigua comunidad o una exhacienda (Rocha, 1990).

La consecuencia directa fue la ampliación del universo minifundiario, particularmente


en los valles de Cochabamba y el Altiplano. Los efectos fueron negativas para el
crecimiento de la agricultura, en la medida en que se hizo inviable la modernización y el
mejoramiento sustancial de la productividad agrícola a partir de tecnología mecanizada
proyectada para operar en grandes unidades de producción, se incremento el costo
socialmente necesario del trabajo por parcela y consecuentemente descendió el nivel de
la productividad agrícola. Estos hechos estimularon la subdivisión de tierras por
herencias y la consolidación de un régimen de tenencia individual que impidió
racionalizar el tamaño y otros aspectos del régimen parcelario, cuya vigencia, frena
hasta el día de hoy el desarrollo agrícola. Según Blanes (1984), entre 1975 y 1980, la
tendencia agrícola en las áreas de cultivos tradicionales, fue la intensificación de la
explotación de la tierra con escasos recursos, salvo la disponibilidad generosa de fuerza
de trabajo, razón por la cual el incremento de la superficie cultivada fue inversa a la

97
Hasta 1975, la distribución de títulos solo alcanzó al 17,4 % de la superficie nacional afectada por la
Reforma Agraria. En Cochabamba solo se habían entregado títulos al 18,4 % de los excolonos. (Servicio
Nacional de Reforma Agraria, citado por Rocha 1990).
25

situación de la productividad, es decir que el índice de crecimiento de la superficie de


tierras cultivadas fue superior al crecimiento de la producción, dado el escaso nivel de
productividad por hectárea.

Además, Antezana (1986), con relación a la situación de la agricultura en Cochabamba


señalaba que se experimentaba un agravamiento severo de la parcelación del suelo hasta
incurrir en una "súper fragmentación" con el añadido de que bajo estas condiciones se
verificaba un retroceso del sistema salarial en las relaciones de trabajo en provecho de
un fortalecimiento de relaciones de tipo feudal como el "trabajo en compañía" o
aparcería, es decir, un sistema que implica un alto grado de explotación del
"compañero" campesino, al establecerse un acuerdo no equitativo entre el dueño de la
parcela que aporta con la tierra sin correr riesgos mayores y el trabajador campesino que
aporta con su fuerza de trabajo, las semillas, los aperos y todas las tareas que exige el
ciclo de cultivo, el cuidado de la cosecha y el transporte de los productos al lugar de
acopio para su comercialización, todo esto bajo condiciones de explotación aun más
duras que en el pasado.

Albó (1979 a/b), señalaba que un efecto fundamental de la Reforma Agraria fue el
surgimiento simultáneo de una agricultura tecnificada y organizada a partir de una
racionalidad capitalista en el Oriente y la permanencia de una agricultura tradicional
parcelaria en Occidente bajo dos alternativas: la producción parcelaria para el mercado
y la similar para el autoconsumo. En el caso de los productores parcelarios, la unidad
de producción es la familia, incluidos mujeres y adolescentes, y en épocas especiales
como la cosecha persiste la práctica del "ayni" u otras forma de ayuda mutua. El nivel
técnico es bajo por falta de capital, créditos y adecuada orientación. De esta forma, "la
productividad es también baja y se basa en cultivos extensivos y con un coeficiente
elevado hombre/tierra".

Estos y otros puntos de vista similares coincidían en que el minifundio dejó de


garantizar la cobertura de las necesidades básicas de la familia campesina, empujando a
la misma a buscar otros medios de subsistencia. Bajo el imperio de esta realidad, el
pequeño agricultor parcelario comenzó a incursionar en la pequeña artesanía sobre todo
en el ramo de los tejidos, la alfarería, la carpintería, la herrería, etc. En otros casos, se
dedicó a actividades netamente de servicios (pequeño comerciante, cargador, peón,
albañil, músico, etc.), todo ello en el contexto del desarrollo de las denominadas
"estrategias de diversificación" o "estrategias de complementación" a que apela en
forma creciente la economía campesina. En forma paralela, y como consecuencia del
paulatino deterioro de la agricultura tradicional, se inicia una marcada tendencia a la
escasez de productos agrícolas para el mercado interno, hecho que en lugar de
incentivar la innovación tecnológica para incrementar la productividad, estimula el
avance de la frontera agrícola con la apertura de nuevas tierras en escenarios
geográficos inéditos como los yungas del Chapare y otras regiones, que pasan a ser el
objetivo de políticas de colonización y aun de colonizadores espontáneos,
incrementándose de esta manera la movilidad de la fuerza de trabajo campesina
.
Simultáneamente a las transformaciones que tienen lugar en la esfera de las condiciones
de producción, se opera una reestructuración en los sistemas de mercadeo de los
productos agrícolas. Como vimos en el capítulo anterior, se produce una expansión de
los agentes comerciales y se comienzan a tejer complicadas redes de intermediación
dirigidas esencialmente a captar el excedente campesino en favor de capas medias de
25

comerciantes y transportistas de las capitales de provincia y de la propia ciudad de


Cochabamba, de esta forma, en tanto decayeron algunas ferias tradicionales como las de
Tarata y temporalmente Cliza, emergen muchísimas otras a nivel seccional y cantonal,
en medio de una gran eclosión de comerciantes de diversos productos agrícolas que
afanosamente intentaban ganar espacio en medio de una nutrida competencia. Los
pequeños productores campesinos permanecieron en control casi total de los procesos
de producción pero quedaron en situación de dependencia y subordinación en su
vinculación con los proceso de circulación y consumo.

La inserción de la economía campesina al mercado fue otro efecto importante de la


Reforma Agraria, bajo las características anteriormente mencionadas. Sin embargo, en
este proceso se podrían distinguir dos momentos: uno, que prácticamente viene a
continuar en forma ampliada la tradición ferial protagonizada por pequeños productores
y pegujaleros en los valles de Cochabamba, incluso décadas antes de la Reforma
Agraria, pero con el ingrediente del desmesurado crecimiento de agentes económicos
exógenos que pasan a dominar la esfera del intercambio, es decir comerciantes
provincianos y transportistas tal como se describió en la primera parte del Capitulo IV.
Otro, en relación al desarrollo paulatino en el seno de la familia campesina de una serie
de actividades complementarias dentro de un proceso de diversificación de su
economía, que lo inserta al mercado en forma más directa aunque sin mejorar
significativamente su posición de subordinación con relación al conjunto de agentes
económicos que se favorecen considerablemente, ya sea del excedente agrícola que
genera o, de la oferta de servicios, bienes artesanales o fuerza de trabajo barata que
realiza.98

Sobre todo, esta última forma de articulación al mercado estimuló el potenciamiento de


los fenómenos migratorios y la movilidad espacial de la fuerza de trabajo campesina
ampliando y fortaleciendo la articulación campo-ciudad. Sin embargo, no se trata
precisamente de un éxodo sin retorno sino más bien de movimientos pendulares, es
decir, que los campesinos mantienen una base de acción en su lugar de origen, pero
emigran, retornan y se mueven continuamente en distintos ámbitos urbano-rurales
(Dandler, Blanes, et al, 1987). El campesinado, en los años posteriores a 1953, y
particularmente desde fines de los 50 comenzó a desarrollar diversas estrategias
dirigidas a potenciar su economía pero al margen de los canales estatales, lo que no deja
de ser curiosamente contradictorio con relación a su fuerte vinculación con el Estado a
nivel político, desarrollando modalidades de intercambio de productos, fuerza de trabajo
y servicios, a través de un sistema de equivalencias no monetizadas e incluso como
hace notar Antezana Ergueta retornándose a prácticas "feudales" en el desarrollo del
proceso productivo. Sin embargo, la faceta positiva si se quiere, es que el campesinado
al desarrollar una serie de estrategias que no siguen la lógica de la racionalidad
capitalista, logra sobrellevar las grandes fluctuaciones inflacionarias.

El campesinado valluno, como el resto de los pequeños agricultores de zonas de


explotación agrícola tradicional, juega un rol muy importante en la producción de
alimentos para el conjunto del país. En especial, este campesinado provee de elevados
volúmenes de rubros alimenticios a la población urbana a través de las complejas redes

98
Según Albó (1979), en 1975 en la región de Santa Cruz, el desarrollo agroindustrial anualmente era
impulsado por unos 40 a 60.000 braceros que levantaban las cosechas de algodón, arroz y la zafra de caña
de azúcar, provenientes de los valles de Cochabamba y Chuquisaca, además de las punas del Norte de
Potosí.
25

y canales de intermediación que permiten que el producto agrícola antes de llegar al


consumidor final, circule profusamente por una compleja malla de intermediarios
grandes, medianos y pequeños, dentro de un sistema de comercialización que se lo
puede calificar como "informal" o por lo menos muy alejado del concepto empresarial
moderno, logrando una considerable autonomía y ocupando amplios espacios que el
Estado no ha logrado penetrar en forma directa. En suma, la relación: pequeño
productor campesino-transportista-intermediario cristaliza relaciones clientelares, que
como se sugirió inicialmente, colocan al campesino en una condición muy desventajosa
al no tener control sobre la estratégica cuestión del costo del producto agrícola99.

Esta ambigüedad, es decir el escaso grado de intervención estatal en defensa del justo
precio de los productos agrícolas, en provecho de estimular precios que tiendan a
favorecer al consumidor urbano, en medio de una notable ausencia de políticas de
fomento agropecuario, asistencia técnica, infraestructura vial, centros de acopio, etc., ha
ocasionado que en la práctica el sector de intermediarios y transportistas asuman
funciones múltiples que les proporcionan grandes márgenes de utilidad sobre los precios
finales que se cargan al consumidor, en tanto los porcentajes que favorecen a los
productores sobre estos precios es muy reducido. Dicho de otro modo: la forma de
inserción de la economía campesina a la economía de mercado se desarrolla bajo
términos de un permanente deterioro de las condiciones de intercambio entre campo y
ciudad, o sea, de un continuo estimulo a la reproducción del intercambio desigual en
este ámbito.

Según Dandler, Blanes et al (obra citada), el campesinado ha sido definitivamente


integrado a un proceso de mercantilización y monetarización, no solo como productor
sino como consumidor de bienes y servicios y proveedor de fuerza de trabajo asalariado,
de tal forma que se ha desarrollado una fuerte tendencia a la diversificación de la
economía campesina en base a rubros no agrícolas, que habrían dejado de ser
"complementarios" a las actividades agropecuarias, para convertirse en una fuente
esencial de ingreso monetario para la reproducción social de la familia y la fuerza de
trabajo campesina. Según los citados autores, los factores que estarían determinando
esta forma de articulación se vincularían con los mecanismos de control que ejercen los
intermediarios sobre la esfera de la producción, la expansión de las nuevas zonas de
colonización, la creciente expansión urbana de La Paz, Santa Cruz y Cochabamba, los
flujos migratorios que todo lo anterior ocasiona y el fortalecimiento del sistema ferial.
Además se sugiere que esta diversificación asume la categoría de una "estrategia de
vida" y promueve procesos de diferenciación social, pauperización y proletarización.

La relación del campesinado con el mercado no solo tiene lugar en la esfera de la


producción, sino en la esfera del consumo, es decir como consumidor de bienes
alimenticios y manufacturas, incluyendo medios de producción, fertilizantes,
insecticidas, semillas y otros. En los valles de Cochabamba la canasta familiar
campesina ha llegado a depender fuertemente de ciertos rubros alimenticios que solo se
pueden obtener con moneda en el mercado, luego esto estaría obligando al pequeño
productor a orientar el conjunto de su actividad económica incluyendo la producción

99
"Se comprueba que los minifundistas producen el 70 % del maíz que se cultiva en el país (315.000
TM), el 85 % del arroz (73.202 TM), el 100 % de la cebada (61.300 TM), el 80 % del trigo (52.800 TM),
el 100 % de la papa (900.000 TM), el 100 % de la yuca (271.132 TM) y el 100 % de la quinua (15.785
TM), además de otros cultivos y productos (verduras, hortalizas, frutas, café, cacao, etc.)" (Dandler y
Blanes, obra citada).
25

hacia el mercado, obligándolo a especializarse en uno o dos rubros agrícolas


comercializables para incrementar su margen de ingreso monetario, pero haciéndolo
más vulnerable frente a la economía de mercado al reducir progresivamente la cantidad
y variedad de productos que tradicionalmente se destinaban al autoconsumo, obligando
al productor campesino diversificado a depender cada vez más del, tantas veces
mencionado mercado, para satisfacer las necesidades de la canasta familiar (Dandler,
Blanes et al, obra cit. y Blanes 1983)

Ampliando algunos aspectos de la articulación de la economía campesina al mercado de


características urbanas, Calderón y Rivera (1984) sugieren que los procesos de
diversificación citados han tenido lugar debido a la creciente subordinación de
economía campesina al dinamismo del mercado regional como condición para la
apropiación-expropiación del excedente agrícola generado por el trabajo rural. A esto se
suma la ampliación de las condiciones que presionan al campesino minifundiario a ser
cada vez más dependiente del mercado para reproducir su fuerza de trabajo en base a
productos manufacturados sujetos a frecuentes fluctuaciones de precios, superiores a los
que experimentan los productos alimenticios directos que el Estado tiende a mantener
estables o con mínimos incrementos en relación a los primeros. El efecto inmediato es
la ampliación de la falta de equidad en las condiciones de intercambio entre campo y
ciudad, remarcándose de esta forma la desventajosa subordinación de la mencionada
economía campesina a los procesos de reproducción del capital mercantil de la región.

La inserción del pequeño productor campesino al mercado en los términos


anteriormente relatados y bajo condiciones de una permanencia de las formas
tradicionales de producción, la sustitución del antiguo patrón por la férrea lógica
mercantil del mercado materializada en la figura de implacables comerciantes
intermediarios y la realidad de una unidad de producción, el minifundio, poco adecuada
para promover una agricultura rentable dirigida al mercado, determinaron en primera
instancia la continuidad de los bajos niveles de vida rurales imperantes antes de 1953,
pero además eventualmente un paulatino deterioro de estas condiciones hasta alcanzar
situaciones de franca pauperización agravada por la presión demográfica sobre una
tierra crecientemente fraccionada y un sistema de comercialización de la producción
francamente desventajoso y poco flexible para absorber nuevos contingentes de jóvenes
trabajadores rurales. Estos hechos, terminaron incentivando rápidamente los procesos
migratorios, es decir, la intensificando un viejo recurso campesino para ampliar sus
ingresos y viabilidades económicas, particularmente en situaciones de adversidad por
causas naturales o fluctuaciones del mercado.

Sin embargo, en este caso la situación es inédita, la movilidad de la fuerza de trabajo se


acelera debido al igualmente acelerado proceso de deterioro de las condiciones
generales de la producción: la ampliación del proceso de minifundización como
respuesta al crecimiento natural de la familia campesina y otros factores adversos
provenientes de la relación desigual campesino-rescatista, la ausencia de riego, la falta
de apoyo técnico, crédito y otros recursos para mejorar la productividad, y en fin, la
ausencia de políticas de protección a la producción de alimentos. La convergencia de
estos factores negativos termina incentivando la búsqueda de alternativas equivalentes,
es decir promoviendo la diversificación de la economía campesina como una estrategia
de vida esencial para mejorar las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo
rural.100
100
Blanes (1983) al analizar la cuestión de los intermediarios, distingue rangos que sugieren
F. La Penuria del crecimiento de la economía: agricultura e industria.

La interacción de las distintas variables de naturaleza macroeconómica, social y política


que confluyen para definir los niveles de desarrollo que había alcanzado la región hasta
ese momento, ponían en evidencia unos resultados no muy alentadores. Desde una
perspectiva tradicional de medición de los niveles que pudo alcanzar el mismo, se
constata que el crecimiento del PIB regional en Cochabamba para el período 1950-1978
fue inferior a la tasa de crecimiento nacional para dicho período. Específicamente el
comportamiento del PIB regional entre 1968 y 1978 mostró una tasa crecimiento anual
del 5 % frente a un promedio nacional del 5,5 % (Datos de CONEPLAN, Los Tiempos,
14/07/1979). De acuerdo a la misma fuente, la participación de Cochabamba en el PIB
nacional (a precios de 1968) expresó una tendencia descendente: 17,8 % en 1965 y solo
16,3% en 1975, sospechándose que dicha tendencia vendría desarrollándose desde el
inicio de los años 50, cuando se estimaba que el concurso de la región en el PIB
nacional no era inferior al 25 %.

A grosso modo el debilitamiento del peso económico que ostentaba Cochabamba en su


condición de "granero de Bolivia" y su paulatino desplazamiento a un tercer lugar por la
dinámica de Santa Cruz, se deberían a la gravitación de hechos puntuales como las
repercusiones de la Reforma Agraria, que más allá de sus connotaciones sociales y
políticas, no logró organizar e impulsar el acelerado desarrollo de la agricultura en los
valles por la continua falta de medios financieros y tecnológicos para impulsarla, en
tanto el desarrollo agroindustrial del Oriente se realizó con el concurso del Estado, que
para esa finalidad, comprometió casi la totalidad de la capacidad financiera y
tecnológica disponible en el país.

Un análisis del comportamiento económico de los distintos sectores de la economía


regional nos permite conocer internamente este proceso: Por una parte, el sector
agropecuario que es el que tradicionalmente generó la parte mayoritaria del PIB
regional y proporcionó empleo a por lo menos el 50 % de la PEA departamental, era

diferenciaciones sociales dentro de éstos, distinguiendo en primer término al rescatista campesino que se
acerca a los pueblos con productos agrícolas suyos y otros adquiridos en su comunidad, que los vende a
los comerciantes, comprando con parte del ingreso monetario productos manufacturados y otros que lleva
de retorno para su reventa. Otro tipo de rescatista vendría a ser aquél que "va al encuentro del productor
agrícola" y compra a pie de finca, en pequeñas ferias cantonales o ferias zonales más o menos distantes
con relación a los principales caminos de acceso, lo que implica la disponibilidad de un camión propio.
Finalmente los grandes rescatistas, con más de un camión a su disposición, que acopian grandes
cantidades viajando de comunidad en comunidad, vinculándose el surgimiento de nuevas ferias a la
acción de este último tipo de rescatistas. Dichos rescatistas operan basándose en la estructuración de redes
de productores, clientes o caseros y canales de comercialización que les permiten realizaciones
ventajosas. Bajo esta estructura del mercado de productos agropecuarios se estimula la producción de
determinados productos lo que conduce a la especialidad del pequeño productor, se estimula el
incremento del volumen de productos alimenticios comercializables que oferta cada productor al precio
de debilitar su capacidad de autoconsumo, luego se estimulan nuevas necesidades que solo pueden ser
satisfechas por el mercado y por una mayor disponibilidad de circulante, se refuerza la articulación entre
oferta y demanda pero controlando férreamente el precio que representa el equilibrio entre estos dos
factores sin tomar en cuenta sino muy marginalmente los costos de producción, en provecho de los
márgenes de utilidad de los diversos agentes intervinientes. Ver en Calderón Y Rivera (1984) una
descripción del accionar de los intermediarios y sus escenarios: el sistema ferial descrito como un sistema
de "astros y satélites".
25

justamente el que ostentaba la menor tasa de crecimiento, siendo notorio el


estancamiento de dicho sector para el período 1965-1973. Por otra parte los sectores
dinámicos, con tasas de crecimiento superiores al 8% para el período anotado estaban
constituidos por actividades no productivas o del llamado sector terciario. Sin embargo,
el sector industrial mostraba un crecimiento significativo: 6,9 % anual, sin incluir la
refinación de petróleo, pero era notorio el hecho de que las industrias con mayor
dinámica eran aquéllas que más fuertemente dependían de materias primas e insumos
importados, no modificándose la realidad de un sector industrial todavía demasiado
pequeño para gravitar positivamente en la economía de Cochabamba. Luego se
concluía que, globalmente, la falta de dinamismo en la economía de Cochabamba se
debía principalmente al estancamiento del sector agrícola y pecuario.

Veamos con mayor detenimiento la situación del sector agropecuario. Cochabamba,


como es sabido, se desempeñó en el concierto de la economía nacional y, en diversos
períodos históricos como la despensa proveedora de productos agropecuarios. Sin
embargo, fue perdiendo este rol, particularmente con posterioridad a la Reforma
Agraria, como ya se mencionó, en virtud del marcado deterioro del sector agrícola
debido a un más o menos acelerado crecimiento de la población rural sin un desarrollo
equivalente de nuevas tecnologías, ampliación de las áreas de cultivo tradicional con
escasos recursos de riego e insuficiencia de recursos financieros, dando por resultado el
estancamiento de la agricultura constreñida a las limitaciones que le imponía un
mercado de alimentos volcado a abastecer en términos especulativos la población
urbana departamental y más limitadamente a otras ciudades. Es decir que el modesto
crecimiento del sector agrícola resulto absolutamente insuficiente para satisfacer las
necesidades de una creciente población rural.

A ello se sumó la excesiva parcelación de la tierra, la penuria del riego y la deficiente


utilización de los tradicionalmente escasos recursos hídricos que disponen las zonas
agrícolas del departamento, exceptuando el trópico cochabambino, además, el uso
inadecuado de un suelo pobre en nutrientes por sucesivas prácticas de monocultivo,
especialmente del maíz, la deficiencia de las redes de transporte monopolizadas por
intermediarios, los elevados precios de los insumos (semillas seleccionadas, abonos
industriales, insecticidas, etc.) y sobre todo, la existencia de un sistema de
comercialización de los productos agropecuarios basado en relaciones extremadamente
desiguales entre productores y otros agentes económicos que dominaban y aun dominan
la esfera de la circulación, como se señaló con anterioridad.

Todos estos aspectos, a los que se suma la persistente ausencia estatal para proteger,
asistir y orientar al pequeño productor parcelario, determinaron bajos niveles de
productividad agrícola que pasaron a expresarse en los igualmente bajos niveles de
ingreso que genera la agricultura para los productores, no solo frustrando las
expectativas de los mismos, sino definiendo una situación de insuficiencia incluso para
llenar las necesidades básicas. Todo ello determinó por consiguiente, el abandono
paulatino del sector primario, estimulando estrategias migratorias que determinaron que
las actividades productivas pasaran a ocupar un lugar cada vez más secundario dentro
de un abanico de diversificación de actividades de escaso valor productivo o
francamente no productivas que comenzaron a practicar los emigrantes de las áreas
rurales en los centros urbanos, como ya se observó.

Una investigación realizada por R. Valdivieso y R. Laserna (1979) en la zona de Sacaba


25

nos permite establecer que los rasgos trazados anteriormente no eran necesariamente
homogéneos para todo el área rural. Sin embargo dichos investigadores reconocían que
la unidad agrícola predominante era el minifundio y la propiedad familiar, siendo
mayoritario el primero. Sin embargo, la mencionada propiedad familiar era
relativamente más importante en las zonas con agricultura de tipo intensivo o semi
intensivo, en tanto el minifundio era más importante en zonas de cultivos temporales o
semi temporales. Por otro lado, se verificó la presencia de trabajadores asalariados en
propiedades agrícolas con cultivos intensivos orientados a la economía de mercado, es
decir que las propiedades que lograban ampliar su superficie tendían a evolucionar hacia
unidades medianas, que promovían el sistema salarial abandonando las relaciones de
reciprocidad o ayni.

En suma los citados investigadores sugirieron que el tamaño de la propiedad era


determinante para el mejoramiento de la agricultura y su posible evolución hacia formas
de empresa capitalista, aspecto que además estaba íntimamente ligado a la
disponibilidad de riego permanente, un recurso extremadamente escaso en los valles
cochabambinos. En fin el minifundio aparecía como la forma de propiedad mayoritaria
no solo como efecto de la Reforma Agraria sino también por que no existían suficientes
estímulos para incrementar la productividad a través de la dotación de sistemas de riego,
permaneciendo en consecuencia gran parte de las tierras laborables como áreas de
secano, o sea, solo aptas para el cultivo temporal dependiendo del régimen anual de
lluvias. Un par de observaciones muy significativas: las actividades de economía
complementaria en los minifundios se dirigía sobre todo a la elaboración de chicha y la
cría de ganado menor y aves, en tanto que en las propiedades de agricultura más
intensiva la producción de chicha era menos importante y, el esfuerzo se dirigía a la cría
de ganado mayor (vacuno, ovino y porcino). Finalmente se señalaba que la situación de
la vivienda y de los medios de producción revelaba un cuadro económico muy precario,
particularmente en los minifundios.

Con respecto al sector industrial, esta actividad ocupaba un segundo lugar dentro de la
economía regional, permitiendo la ocupación de apenas un 12,5 % de la PEA. Se
destacaba que de 150 industrias instaladas en la región, solo cuatro, dos públicas y dos
privadas, sin tomar en cuenta la refinería de petróleo, concentraban cerca del 80% del
capital invertido y nueve de ellas el 40 % de la mano de obra ocupada en el sector. Por
tanto se consideraba que al margen de unas pocas excepciones, el grueso de estas
industrias conservaban en forma dominante rasgos artesanales (Méndez, 1980). Una
investigación desarrollada sobre este sector, corroboraba estas características, al
definirla como tradicional, con significativa capacidad ociosa, sin mayor crecimiento
entre 1958 y 1968, con escasa capacidad de generar empleo y una oferta de salarios bajo
(Valdivieso, 1979).

El único sector que tenía una tendencia de crecimiento era el terciario o de servicios,
que en conjunto generaba el 53,7 % del PIB regional y absorbía el 30 % de la PEA,
hecho que tenía un importante impacto en el área urbana de Cochabamba como veremos
más adelante (Méndez, obra citada).

Según Gonzalo Méndez, "el área de influencia inmediata" de la ciudad de Cochabamba


estaba constituida por dos microregiones: la microregión del Valle Central y de Sacaba
y la similar del Valle Alto, que abarca un radio de aproximadamente 70 kilómetros
tomando como centro la ciudad de Cochabamba101. Dicha área abarcaba unos 5.000
km2, el 9 % del territorio departamental. En 1980 albergaba a unas 542.000 personas, el
69 % de la población departamental, concentraba a 13 de las 15 poblaciones urbanas
mayores a 2.000 habitantes registradas por el censo de 1976, el 90 % de las actividades
industriales, el 95 % de los servicios y, entre el 75 y el 80 % de la actividad agrícola y
pecuaria del departamento. Con respecto al Valle Central y de Sacaba, el citado autor
hacía la siguiente descripción (Ver mapa 19):

El tejido urbano compuesto por Cochabamba, Cala Cala, San Joaquín de


Itocta, Valle Hermoso, Santa Rosa, Florida, Colcapirhua, Quillacollo, Vinto,
Tiquipaya, Quintanilla, El Castillo y Sacaba, tienden aceleradamente a
constituir una conurbación. El proceso de conurbación en el Eje Cochabamba,
Quillacollo y Vinto está definitivamente consolidado. Este conjunto de
poblaciones urbanas tienden también a constituirse o constituyen ya una unidad
desde el punto de vista urbano, tanto por la complementariedad de sus
actividades y funciones, como por los desplazamientos de la mano de obra. El
conjunto de poblaciones anteriormente nombradas en 1950 tenía 96.000
habitantes y 290.000 en 1980, con una tasa anual de crecimiento de 2,44,
inferior a la de la ciudad de Cochabamba, pero superior a la de otros centros
poblados de la región. La población dispersa de la microregión que
corresponde a la población dedicada fundamentalmente a las labores
agropecuarias, de 41.000 habitantes en 1950 pasó a 79.000 en 1980 (...) La
población total de la microregión paso de 138.000 en 1950 a 316.000 en 1976, y
se estima que en 1980 ha alcanzado a 371.000 habitantes.

Además se señalaba que esta microregión se caracteriza por una notable producción
agropecuaria, sobre todo de hortalizas orientadas al mercado nacional, en la misma
forma resultaba relevante la actividad de la ganadería lechera y la industria avícola que
hacían uso de tecnología relativamente moderna y cuya producción no solo satisfacía al
mercado interno sino se exportaba a otros departamentos. Este vendría a ser, en
propiedad, el sector moderno de la agropecuaria regional. Así mismo, en este ámbito se
concentraba la casi totalidad de la industria manufacturera y la mayor parte de la
industria artesanal del departamento. Sin embargo, la problemática principal que
enfrentaba este espacio productivo era el acelerado avance de la urbanización que
eventualmente en el mediano plazo podría destruir gran parte de este aparato
productivo.

Con respecto al Valle Alto se anotaba que su población urbana era 22.217 habitantes en
1950, alcanzando los 46.647 en 1976 y alrededor de unos 50.000 en 1980. La población
dispersa o rural tenía 68.681 habitantes en 1950 y solo 64.954 en 1978, constituyendo

101
G. Méndez anotaba: al respecto: considerando la densidad bruta del radio urbano de Cochabamba
en el año de 1976, esta alcanzaba a 32 habitantes por hectárea, podemos estimar que los 245.000
habitantes de los centros poblados habían consumido hasta ese año 7.700 hectáreas para uso urbano y
los 362.000 habitantes estimados para 1985 consumirían 11.300 hectáreas. Un proceso irrefrenado de
ese tipo aceleraría el proceso de urbanización y la población total de la microregión estimada para el
año 2010 en 1.156.000 habitantes consumiría 36.000 de las 45.000 hectáreas del Valle Central, dejando
libres 9.000 hectáreas y no precisamente, por la tendencia existente, las más aptas para la agricultura y
ganadería. Esta situación extrema significaría la destrucción definitiva de una proporción notable de la
base productiva de la microregión y de la región de Cochabamba (obra citada).

.
26

este ámbito un nítido espacio de expulsión de población. Los centros urbanos más
relevantes eran Punata y Cliza. Pese a la importancia de estos centros como
comercializadores de productos agrícolas, no tenían la misma importancia que en el
pasado, particularmente en los años inmediatamente posteriores a la Reforma Agraria.
Sin embargo, tendían a potenciarse debido a su nueva condición de "centros agro-
artesanales, cuyo principal producto era la chicha (Méndez, obra citada).

En conjunto ambas microregiones se caracterizaban por presentar un crecimiento


demográfico moderado pero con altas concentraciones en los principales centros
urbanos, particularmente en el Valle Central. En tanto en las áreas rurales, sobre todo en
el Valle Alto, las tasas demográficas eran negativas, siendo este aspecto un importante
síntoma de la gravedad de la crisis agrícola y de cómo la fuerza de trabajo de esta región
emigraba hacia Santa Cruz y el Norte Argentino. Por otra parte, otro problema de
consideración se refería a que la fuerte concentración de población y de actividades
económicas en el área, causaba una fuerte presión sobre la ciudad de Cochabamba que
incapacitada de ofertar volúmenes de empleo productivo equivalente a la oferta de
fuerza de trabajo, promovía una intensa tendencia hacia la terciarización y la
urbanización irregular e incontrolable. El fenómeno mas preocupante era el referido a la
población, es decir, al problema que provocaba, y aún provoca, la expulsión de mano
de obra rural hacia los centros urbanos y la no existencia de canales de absorción para
este excedente, dando lugar en la ciudad a una continua expansión de la informalidad
acompañada de un fuerte estimulo a un crecimiento físico no planificado ni menos
adecuadamente controlado, lo que abrió paso a la conformación espontánea de la
conurbación.

G. Región y modelo de acumulación:

La destrucción formal de la clase terrateniente como tal en Agosto de 1953, con la


quasi expropiación total de la fuente de su poder económico, social y político: la gran
propiedad de la tierra, de ninguna forma significó la destrucción por simpatía, de las
relaciones de producción que habían sometido a servidumbre al colono, en la medida en
que la Revolución de 1952 y la Reforma Agraria prohijada por este proceso político,
tampoco, en ningún momento apuntaron hacia una transformación radical de las
relaciones de producción, sino solo hacia cambios importantes en la esfera del régimen
de propiedad, lo que en los hechos significó que la gran propiedad privada de la tierra
fuera sustituida por la pequeña propiedad privada de la misma. En consecuencia apenas
tuvo lugar una considerable multiplicación de "dueños de tierra” pero no una
transformación cualitativa en este régimen, a tal punto que pudiera propiciar la
modernización de las relaciones de producción en el sentido de expandir la economía de
mercado capitalista en sustitución de las formas semifeudales de producción y
circulación de la producción agropecuaria, dando lugar a la superación definitiva de una
economía de características patriarcales donde el "patrón" operaba en realidad como el
gran mediador entre el productor-colono y el mercado consumidor, fenómeno que en el
caso de Cochabamba coexistía con la economía del pequeño productor campesino
independiente o piquero, aunque solo esporádicamente compitiendo entre sí, en la
medida en que la hacienda estaba más volcada a los mercados externos y la piquería al
sistema ferial del mercado interno regional.

Por otro lado tampoco la Reforma Agraria supuso un cambio, aun en pequeña escala, en
las técnicas y medios de producción empleados, por tanto, tampoco se operó ninguna
26

transformación sustancial en la capacidad productiva, es más, incluso la parcelación de


la tierra tendió a disminuir dicha productividad.

Si consideramos que la agropecuaria, particularmente la agricultura fue la base histórica


de sustentación de la sociedad regional, ¿qué fue realmente lo que cambió la Reforma
Agraria?, Mucho se ha ponderado esta medida, al punto que numerosos estudios
contemporáneos sobre Cochabamba parten de este hito para diferenciar el presente del
pasado. Consideramos que lo que propició la Revolución de 1952 en el caso de
Cochabamba, fue un reacomodo del modelo de acumulación pero no un cambio
sustancial en su lógica interna. Es decir, no se modificó la posición que tenía el
campesinado dentro de la estructura productiva y la pirámide social tanto en la sociedad
oligárquica cuanto en la sociedad regional post 1952. No se trata simplemente de aducir
que sobre los hombros de los campesinos colonos o pequeños propietarios parcelarios
descansaba y descansa la parte fundamental de la producción de la riqueza
departamental, pues esto de por sí no es una condición desventajosa, lo desventajoso es
que esta posición históricamente ha derivado hacia una situación de subalternidad y de
marginación del campesinado con respecto al acceso a los propios frutos de su trabajo.

Lo que deseamos resaltar no es que el destino del campesino fuera trabajar la tierra en
abstracto, sino que tuviera que hacerlo siempre en función de un "patrón", sea el
antiguo encomendero, el hacendado o finalmente el intermediario que representa la
tiranía de la economía de mercado, y que todo esto siempre culminara en una
expropiación del excedente agrícola bajo la forma de plus trabajo y una inequitativa
distribución de la riqueza generada por la economía campesina, en este caso,
permaneciendo el productor hoy como ayer en los márgenes de la pobreza y por tanto
en el fondo de la pirámide social, pues además, los viejos resabios racistas no se han
perdido sino simplemente se han barnizado con modales más refinados para lograr lo
que siempre se busco: adoptar aires pro-occidentales y civilizatorios para ver a los
indios, llámense campesinos o trabajadores rurales, asumiendo a continuación actitudes
paternales impregnadas de muchos prejuicios que promueven conciente o
inconcientemente la separación e incluso la segregación de unos y otros.

Luego, si sugerimos que el cambio real que experimenta la formación regional no


sobrepasó los límites de un reacomodo de actores sociales en función de un reajuste en
el viejo modelo de acumulación regional, estamos al mismo tiempo sugiriendo que el
conjunto de elementos heterogéneos que hemos analizado anteriormente no definen
realidades paralelas, duales o encasilladas, sino fenómenos y procesos fuertemente
interrelacionados e incluso complementarios entre sí. Por tanto se trata de una trama
coherente y lógica donde cada componente económico, social, político, espacial e
incluso cultural, tiene su razón de ser en función de producir y reproducir un cierto
modelo de economía y sociedad que reposa sobre una forma de apropiación-
expropiación de la riqueza producida por unas clases, estratos y grupos sociales en
favor de otros que apenas intervienen en la esfera de la gestión, circulación y consumo
de estos bienes materiales.

Con este marco referencial podemos finalmente intentar ubicar los distintos
componentes del modelo de acumulación reacomodados para poder funcionar en el
contexto de una economía de mercado, o si quiere más ortodoxamente, para subordinar
los modos de producción no capitalista al desarrollo de una esfera mercantil capitalista
atrasada. Para ello, mantenemos la diferenciación entre factores externos e internos que
26

operan sobre este modelo, que presentarían las siguientes características y


desempeñarían los siguientes roles:

La relación Estado-Región: la cuestión del rol de Cochabamba con relación al modelo


de desarrollo de sustitución de importaciones o de diversificación económica:

Al respecto se puede anotar, partiendo del interesante punto de vista de Walter Guevara
y de las conclusiones del valioso aporte de Roberto Laserna en torno a la cuestión de la
"periferia central", que Cochabamba, que históricamente se había reclamado como el
eje articulador del desarrollo nacional curiosamente no esbozó ninguna oposición con
relación al papel que le asignó el Estado dentro del nuevo modelo que se fue
estructurando a lo largo de los años 50, y que sus elites en los años 70, se mostraran
ingenuamente "sorprendidas" por su condición de espacio no protagónico y secundario
con relación a la dinámica Altiplano-Oriente.

En cierta forma la contradicción que quedó establecida entre la posición geográfica


central del Departamento y su condición de economía marginal y prestadora de
servicios, no solo debe ser entendida en la perspectiva de una "acción perversa" del
Estado centralista o en el contexto de la tradicional "apatía cochabambina", sino más
bien, como una proyección de su realidad interna y una tácita aceptación de ese rol, por
ser el mismo "funcional" al ajuste introducido en el viejo modelo de acumulación
regional: "el reino de los intermediarios" solo podía proyectar hacia afuera su ideología
mercantilista y no otra, luego solo podía "acomodarse" con eficacia a un rol no
productivo. En síntesis, la estructura económica no solo se modela a partir de las
fatalistas fuerzas externas sino, y en forma determinante, a partir del juego de
correlaciones y contradicciones de sus fuerzas internas, que canalizadas por una elite
dirigente o mejor, por un bloque de poder, pudieron ser capaces de trastrocar esquemas
predeterminados y proponer nuevas formas de equilibrio al modelo de desarrollo
sustentado por la burguesía nacional, pero también plegarse a el, si esto era coherente
con sus intereses.

La arena política: la cuestión del pacto Militar Campesino

Con respecto a este hecho político, al margen de las circunstancia de detalle o


coyuntura, nos parece que lo central radica en las condiciones que determinaron la total
sumisión de las bases campesinas a la voluntad de su dirigencia completamente plegada
a un esquema clientelista y oportunista en relación a la estructura de poder vigente,
primero en relación con el MNR, y luego cuando esta opción se agota, con relación a la
nueva alternativa que oferta el ejercito que para ocupar el vacío dejado por el partido
político, pasa a desempeñarse como tal, y en esta condición formaliza el pacto social
con la dirigencia campesina. El Gral. Barrientos, el artífice del Pacto, tiene un objetivo
mas bien pragmático: primero valerse de su carisma y el encanto hipnótico que ejerce
sobre el campesinado para hacerse del poder y, segundo: usufructuar del mismo con la
estabilidad que le provee dicha base social sólida.

Desde la óptica de las dirigencias sindicales la cuestión era diferente, pues obviamente
la gran mayoría de ellas a fines de la década de 1950, no solo habían abandonado las
labores agrícolas directas, sino además se habían vinculadas e incluso tomaban parte
activa en el negocio del comercio de productos de origen rural, es decir, habían
desarrollado conexiones con intermediarios tomando parte en diversas redes de rescate
26

de dichos productos. Por tanto su interés se dirigía a pactar con el Estado la sumisión de
sus bases para prolongar las condiciones propicias que les permitieran acumular fortuna,
lo que equivalía a consolidar y afinar los procesos de intercambio desigual establecidos
entre pequeños productores parcelarios e intermediarios, al mismo tiempo que lograr
que el propio Estado invirtiera en obras de infraestructura y servicios básicos para
mantener la paz social.

Por último, desde la óptica de los propios productores, el Pacto fue bien recibido en la
medida en que el Estado protector y benefactor continuó garantizando la posesión de la
tierra, un deseo ancestral hecho realidad que no podía ponerse en riesgo ante la latente
amenaza, que la dirigencia campesina se encargaba de recordar continuamente, del
posible "retorno de los patrones".

No obstante la masa campesina no se dejó encandilar con la demagogia barrientista, su


apoyo fue incondicional en apariencia en la medida en que se hacía patente la
irreversibilidad de la Reforma Agraria, pero cuando medidas como el "impuesto único
campesino" pretendieron ser aplicadas tal apoyo tendió a debilitarse. El fracaso de
Barrientos en este cometido, fue el primer síntoma de que el Pacto Militar campesino
tenía sus límites. Uno de tales, desde la percepción de los dirigentes rurales, era
justamente la cuestión tributaria, o sea el imperativo de preservar al campesinado libre
de las cargas tributarias, no solo en función de una larga memoria histórica de
resistencia a las imposiciones tributarias, sino del riesgo de la intromisión estatal en el
delicado negocio del comercio de productos agropecuarios. Las masacres de Tolata y
Epizana, por último, expresaron el agotamiento del Pacto y su casi inmediata defunción.
Sin embargo, pese a estos avatares, el Pacto Militar Campesino fue un instrumento
importante en la consolidación del modelo de acumulación de capital en la región.

Minifundio, economía de mercado y migraciones:

La permanencia de una agricultura tradicional atrasada y el estimulo a la parcelación


irracional de la propiedad rural son las dos condiciones básicas que permitieron la
persistencia de la extrema vulnerabilidad de la economía de los campesinos parcelarios,
y como consecuencia de ello, su temprana dependencia con relación a agentes
mediadores entre estos productores y el mercado. Sobre estos fundamentos se
organizaron rápidamente los mecanismos del intercambio desigual que se convirtieron
en la vía fácil de apropiación-expropiación del excedente campesino. Es decir que la
permanencia de modos de producción atrasados y la individualización de la tenencia de
la tierra facilitaron la subsunción de la esfera de la producción agropecuaria tradicional
a la expansión de la economía capitalista de mercado.

Medios arcaicos de producción, carencia de riego, baja productividad agrícola y la


pequeña propiedad o minifundio marcando implacablemente el límite de los volúmenes
máximos de producción, a lo que se sumaba, la ausencia del concurso del Estado para
proteger el valor real del producto agrícola y actuar en torno a políticas de control del
mercado agropecuario, la ausencia de crédito accesible para el pequeño productor y la
pesada burocracia en los procesos de legalización de la propiedad campesina; se
convierten en factores que confluyen para transformar al pequeño productor en un ser
inerme y frágil frente a la acción del mercado. Multitud de agentes ajenos al proceso de
producción ocuparon el vacío dejado por los patrones y pusieron en práctica una serie
de recursos para crear nuevos lazos de servidumbre, como se examinó en el capítulo IV.
26

A fines de la década de 1960, la redes de intermediación estaban ya perfectamente


constituidas y la relación productores-intermediarios-ferias comerciales-consumidores
finales operaba con suma eficacia.

Sin embargo vale la pena despejar una razonable duda: el campesinado cochabambino
vanguardizó desde el año 1930 y siguientes la lucha por la Reforma Agraria, introdujo
la sindicalización, y más de una vez, hizo estremecer de pavor a la población de la
capital departamental y de las capitales provinciales, ante amenazantes actitudes de
ajuste de cuentas con los antiguos patrones y sus cómplices. Sin embargo, luego de
saciada su sed de tierra se volvió sumiso y fue fácil presa de la manipulación política.
Más aún, su actitud fue pacífica incluso en relación a unas duras condiciones de vida
que no mejoraron sustancialmente con la Reforma Agraria, incluso fue tolerante en
relación a la sustitución de los antiguos patrones por agentes comerciales que pasaron a
ejercer una implacable tiranía en relación a la imposición de precios injustos en extremo
para sus productos. Lo previsible habría sido que movimientos campesinos fogueados
en las luchas antigamonales deberían hacerse presentes aun con mayor fuerza, sin
embargo nada de eso vino a suceder.

La razón de este comportamiento podría encontrar una explicación en el hecho de que la


posesión de la tierra había colmado las inmediatas expectativas del campesinado, por
tanto, la defensa de esta conquista era el objetivo principal. Visto desde esta perspectiva,
una alianza con el Estado de 1952 considerado el protector de las grandes conquistas
alcanzadas, era mucho más prudente que una confrontación por otro tipo de
reivindicaciones, pues en el imaginario campesino primaba la idea de que la posesión de
la tierra se articulaba con la permanencia del MNR en el poder. En razón de ello, las
dirigencias, aun ostentando evidentes signos de corrupción fueron toleradas por que
posibilitaron esa ansiada protección.

Por otra parte, la alianza entre intermediarios y dirigentes permitió que los primeros, y
más tarde incluso dirigentes campesinos desempeñando este nuevo rol (el de
intermediarios), se lanzaran de lleno al negocio del "rescate" de productos agrícolas e
incluso fueran avalados plenamente por las bases campesinas, pudiendo en
consecuencia operar con libertad en el campo. Además, el pequeño productor
acostumbrado a identificar la causa de todas sus penurias en la figura autoritaria de un
"patrón" de carne y hueso, no pudo orientarse fácilmente frente a un patrón abstracto
que le imponía precios y condiciones, de las que el intermediario era apenas un
portavoz, que además no le obligaba a vender y aparentemente le dejaba resolver en
libertad si tomaba o no la oferta realizada, aunque obviamente los márgenes de regateo
eran mínimos pues el productor falto de medios de transporte e información estaba
obligado a vender o perder la producción, sobre todo en el caso de los minifundistas de
zonas de difícil acceso.

Sin embargo, si concurría directamente al mercado, corría el riesgo de ser presionado


por expertos comerciantes pueblerinos medianos o pequeños, viéndose obligado a
vender sus productos a los mismos a precios irrisorios por carecer de permiso para
ocupar un puesto ferial. En efecto, como es de suponer, la ferias eran normalmente
espacios totalmente cerrados y herméticos a la incursión de productores campesinos,
ejercitándose mecanismos defensivos rígidos como la propiedad de los espacios y
puestos de venta, la práctica de los decomisos que ejercitaban agentes municipales, los
cobros por sitiaje o sentaje, el control de los sindicatos de comerciantes sobre "sus
26

áreas o zonas de venta", etc. que creaban un ambiente sumamente hostil para la
concurrencia de los campesinos.

Como se ha observado abundantemente, la persistencia de las condiciones de pobreza


rural y la presión demográfica de la propia población campesina llevaron hasta grados
extremos la minifundización y terminaron agotando rápidamente la capacidad de esta
economía para absorber nuevos contingentes de fuerza de trabajo. Luego la alternativa
fue la practica renovada de la migración en busca de mejores oportunidades en las
ciudades, el Chapare o los cañaverales del Oriente y el Norte Argentino. A este respecto
tampoco hizo nada el Estado. Desde la perspectiva analizada, las migraciones además
de ser estrategias de vida y formas concretas de diversificación de la economía
campesina a través de la movilidad de la fuerza de trabajo y la incorporación de la
familia a este proceso, también se constituyen en vías de escape para controlar la
presión social, pues evitaron que la penuria campesina en una determinada zona llegara
hasta limites explosivos. Es decir, la movilidad de la fuerza de trabajo permitió por una
parte el que no se crearan zonas con alta densidad de población desempleada y con
extremas carencias y, por otra, que tales contingentes diluyeran sus rencores sociales al
alimentar esperanzas de nuevas oportunidades. En este sentido el denominado sector
informal y el propio comercio ferial cerrado a los pequeños productores se mostró
permeable frente a los inmigrantes, que pasaban a engrosar el ejercito de trabajadores
por cuenta propia como ofertantes de multitud de servicios, como artesanos o aun como
pequeños vendedores ambulantes, peones de la construcción u otras alternativas, que en
realidad no cambiaban su condición de pobreza, pero si promovían su incorporación a la
economía de mercado, lo que resulta positivo para el sistema. En tal virtud, el fenómeno
migratorio fue visto como un mal menor ante la falta de respuestas convenientes para
proporcionar otras soluciones.

En suma, por una parte, la permanencia de una agricultura atrasada, la realidad de un


universo de pequeños propietarios campesinos pobres, la existencia de canales de
desfogue (vía migraciones) para aliviar las presiones sociales, generaron condiciones
permanentes de precariedad para el campesinado; y por otra, el férreo control del
mercado a través de la continua manipulación de los precios de los productos agrícolas,
el monopolio del transporte y el vasallaje o "pongueaje" político, proporcionan el
cuadro completo de las condiciones generales que requería el modelo de acumulación
regional para consolidarse.

La cuestión de los movimientos cívicos:

Dentro de la trama de procesos analizados, el movimiento cívico cochabambino aparece


como el único fenómeno más o menos desvinculado. Es decir como una suerte de
ejercicio en que se aplica un cristal diferente para ver una realidad que se mide a través
de las obligaciones que tiene o debe tener el Estado hacia la región, en suma una suerte
de desahogo a las frustraciones ciudadanas de diverso orden y que no pone en riego el
modelo de acumulación descrito.
Pasando por alto otras consideraciones, lo que se pone en juego, particularmente a fines
de la década de 1970, es la necesidad de crear un espacio de poder real, que permita el
efectivo ejercicio del mismo a las nuevas elites regionales, que con tanto esfuerzo han
consolidado a lo largo de dos décadas su condición de tales, además de mejorar su
capacidad negociadora frente al Estado y valorizar su peso específico con relación a la
26

burguesía nacional y a otros grupos de poder regionales (el sindicalismo campesino, el


movimiento obrero, los gremios de comerciantes informales, etc.).
En este orden pareciera no resultar casual que el debilitamiento del Pacto Militar
Campesino y el eclipse final del estilo de dirigencia clientelista, coincidiera con el
surgimiento del movimiento cívico como una nueva forma de interpelación al Estado y
procurar nuevos espacios para preservar los privilegios adquiridos, dentro de la lógica
de los esfuerzos que despliegan las nuevas élites o los "nuevos ricos" para ganar
respetabilidad y reconocimiento ciudadano. En todo caso, tampoco vendría a ser casual,
la exclusión en estas manifestaciones, justamente del sector campesino, aunque todos
los análisis de corte académico y político que se realizan en nombre de los intereses
regionales abunden en consideraciones sobre la crisis del agro cochabambino.
En resumen, en la esfera de la producción, Cochabamba no dejó de ser una sociedad
rural, pese a los aspavientos modernistas y cosmopolitas que fueron desplegados en los
distintos niveles de su superestructura. Ayer como hoy, la riqueza se forjó en el agro y
apoyó sin condiciones la materialización del desarrollo urbano, tal vez ya no en la forma
explicita, transparente y hasta cínica en que tuvo lugar este proceso, durante el largo
período en que el impuesto a la chicha y al maíz fueron la forma de apropiación directa
del excedente agrícola en favor del sector moderno, o más precisamente de la
alternativa estatal-municipal, que absorbía recursos para el desarrollo de la ciudad sin
tener que apelar al tributo de la economía hacendal, minera o a los recursos siempre
escasos del tesoro nacional, es decir, haciendo pagar la factura del desarrollo no a los
demandantes de este privilegio, sino a la amplia masa campesina y a los estratos
populares urbanos.

Como dice un sabio refrán: "los tiempos cambian pero no las mañas": la oligarquía
terrateniente encontró el método para que la atrasada economía agraria de pegujaleros y
chicheras "empujara" el carro del progreso, concretamente del tipo de progreso formal
que podían permitirse las élites de fines del siglo XIX y la primera mitad del XX, sin
poner en entredicho su férreo apego ideológico a los ideales coloniales que en teoría la
modernidad debía barrer. Superada esta etapa histórica, las nuevas elites reutilizan esta
metodología, pero ya no bajo la forma impositiva a un producto agrícola y sus
derivados, sino a través de la apropiación del plus trabajo campesino y la expropiación
del consiguiente excedente agrícola.

En efecto, en 1952 este universo se derrumba pero no se pierden las “viejas mañas” o
"el recurso del método" como sugeriría el "Primer Magistrado" de la celebre novela de
Alejo Carpentier (1974). Se distribuye la tierra, se "libera" al colono, se acaba la
servidumbre, etc. pero luego se comienza a recomponer de otra manera el sistema, ante
el flagrante vacío estatal con respecto a las relaciones de los flamantes propietarios
campesinos con el mercado. Emergen por doquier intermediarios que construyen las
nuevas redes que se encargarán de "atrapar" buenas porciones del excedente
agropecuario sin necesidad de apelar a las impopulares estratagemas impositivas, sino
apenas tomado el cuidado de hacer aparecer las leyes de la economía capitalista como
fuerzas fatales por encima de los designios humanos, es decir, eliminando
cuidadosamente la participación de los productores campesinos en la formulación de los
precios de los productos agrícolas, procedimientos que se revisten de pesados velos y
burocratismos incomprensibles para los productores directos, pero que resultan
perfectamente claros para los beneficiarios, que prontamente amalgaman en una sola
operación el vanidoso despliegue de sus nuevas riquezas y los aportes singulares que
26

realizan a la modernidad urbana, en niveles superiores a todo lo logrado por los


antiguos patriarcas de la oligarquía valluna.

Sin embargo, la cuestión de fondo es que se escenifica, una y otra vez, una gran
comedia o tragicomedia para preservar un viejo método expoliador o un antiguo modelo
de acumulación. Al tenor de los grandes cambios, se suceden nuevos actores, se exaltan
grandes conquistas sociales, se formulan bellos discursos; pero todos estos despliegues
son apenas metáforas que recubren la determinación de no modificar el ancestral
esquema de hacer producir la riqueza a los campesinos para poder materializar los
proyectos de desarrollo regional. Lo singular es que en torno a este esquema se articula
la nueva sociedad valluna, lejos ya de los tintes gamonales, teñida de aires populares y
promoviendo alternativas inmejorables para escalar posiciones sociales: una sociedad,
aparentemente abierta, que se nutre de la ideología de la igualdad de oportunidades, es
decir, donde todos corren en pos de fortuna y posición social convencidos de que gozan
de las mismas oportunidades y posibilidades de éxito, aunque obviamente esta es una
ilusión que endulza el rigor de una sociedad altamente mercantilizada y donde la
pobreza y la riqueza en grado extremo son las realidades más frecuentes, pero que los
cochabambinos se las arreglan para presentarlas con matices singulares y muy
creativos, pues ellos mismos están convencidos de que "la llajta" es un espacio
democrático y sin mayores exclusiones, pese a que todos los indicios estadísticos y los
estudios de nivel científico nieguen esta hipótesis.

Cochabamba: de la ciudad tradicional a la conurbación

La acelerada urbanización de la ciudad de Cochabamba no fue de ninguna forma un


hecho aislado y puntual, no solo porque este fenómeno fue expresión de un proceso
similar a escala nacional, sino porque se desarrolló en el contexto de lo que en 1960 y
años posteriores, se denominó la "explosión urbana latinoamericana”. En consecuencia,
antes de dirigir de lleno nuestra atención al objetivo central de este análisis, vale la
pena, en forma breve estudiar el contexto internacional y nacional que rodearon los
hechos que se describirán más adelante.

En 1960 las estimaciones que se hacían sobre el grado de urbanización del continente
concordaban en torno al promedio de un 32 % de la población viviendo en ciudades de
20.000 y más habitantes, una proporción suficiente de habitantes urbanos para hacer de
América Latina, en ese momento, el continente más urbanizado respecto a otras
regiones del mundo, es decir mucho más urbanizado que Asia y África e incluso
ligeramente más que Europa meridional, superándola apenas Norte América, Europa
noroccidental, Australia y Nueva Zelandia (Durand y Peláez 1974, Morse 1971,
Recchini de Lates 1969). Sin embargo este no fue un proceso homogéneo: países como
Chile, Argentina y Uruguay, formaban parte de los más urbanizados del mundo, otros
dos, Venezuela y Cuba presentaban tasas de urbanización muy próximas al 50%, otros
como Brasil y México se encontraban un poco por debajo de la media continental, en
tanto, países como Bolivia presentaban todavía una fisonomía predominantemente rural.

Para autores como Manuel Castells (1973) y Aníbal Quijano (1973) este proceso urbano
se caracterizaba por una serie de contradicciones propias del desarrollo capitalista y de
la situación de dependencia centro-periferia que definía las relaciones del conjunto de
América Latina con la economía de las grandes potencias capitalistas industriales. Estas
contradicciones hacían referencia a: un débil desarrollo de las fuerzas productivas
26

acompañado de una acelerada concentración espacial de población, la formación de una


red urbana truncada y desarticulada, generando anomalías como la denominada
"macrocefalia urbana", un enorme desequilibrio interregional, urbano-rural e
interurbano, una exagerada concentración de los beneficios en las regiones y ciudades
más profundamente vinculadas a las metrópolis externas, etc. En tanto para Paulo
Singer (1975), como se manifestó con anterioridad, no todo se reducía a la acción de
factores externos (la teoría de la dependencia), sino en grado muy importante a la acción
más específica de factores internos como las luchas de clase y los conflictos entre
grupos de poder, es decir: "el tamaño, la fuerza y los intereses de las distintas clases y
grupos regionales dentro de cada país" y por factores de cambio en las relaciones de
producción.

Sin abundar en otros detalles de un tema que se tornó polémico en la década de 1970,
señalaremos que los efectos de este contradictorio proceso urbano se manifestaron sobre
todo en el rápido crecimiento de las ciudades, es decir, en un incremento sustancial de
las tasas anuales de crecimiento demográfico de la población urbana, que en este orden
superaba notoriamente la dinámica de la población rural. En consecuencia "la
urbanización en la mayoría de los países latinoamericanos era megacefalica. Dieciséis
de los 22 países de lo que hay datos conocidos, tenían la mitad o más de su población
urbana concentrada en una ciudad o área metropolitana" (Durand y Peláez, obra
citada: 239). En gran proporción, esta acelerada urbanización, no era necesariamente
resultado de igual celeridad en el ritmo de la industrialización promovido por el modelo
de desarrollo en boga, la sustitución de importaciones, sino como efecto de causas
contrarias a este criterio dominante, es decir, la ausencia de desarrollo económico que
habría provocado cambios en la estructura productiva opuestos al desarrollo de la
agricultura y favoreciendo las actividades no productivas (Medina y Hauser, 1962). La
causa central de este rápido crecimiento era la migración rural urbana.

Al respecto Bryan Roberts (1980) sugiere que estas grandes corrientes migratorias que
aceleraron el crecimiento de las urbes latinoamericanas e incluso de las ciudades
intermedias, no fueron simplemente consecuencia de la pobreza rural desesperante, sino
en parte, también fueron motivadas por el atractivo que ofrecen las ciudades, sobre todo
en cuanto a oportunidades de empleo y mayor accesibilidad a servicios como los de
educación y salud. En todo caso, otro rasgo de este proceso urbano era el crecimiento
del sector terciario o de servicios como alternativa al cuadro de desempleo u subempleo
en el sector secundario o industrial (Morse, obra citada).

Todo lo anterior, finalmente condujo a una tipificación de la estructura física de la


ciudad latinoamericana de esta época, es decir, el predominio de una expansión del
tejido urbano y la consiguiente formación, en torno a los centros de origen colonial, de
extensos barrios periféricos protagonizados por "asentamientos de advenedizos" cuyo
nombre genérico sería "población o barrio marginal" (Morse, obra citada)

En estas periferias pasaron a residir, bajo condiciones infrahumanas, grupos de familias


que en casi todas las ciudades latinoamericanas protagonizaron invasiones de tierras
baldías estatales o municipales, pasando a organizar asociaciones de colonos o vecinos,
autoconstruyendo masivamente miserables cobijos, para luego iniciar la penosa lucha
por su reconocimiento legal. Estos "cinturones de pobreza" ya muy comunes desde los
años 50 del siglo anterior, serían los causantes del deterioro ambiental y su
multiplicación estaría fuertemente vinculada a procedimientos especulativos en el
27

mercado de tierras urbanas y suburbanas, todo ello, en medio de carencias casi totales
de infraestructura básica (Gómez, 1963).

En síntesis se consolida un modelo de ciudad, donde crecientemente se diferencian


espacialmente los extremos de riqueza y pobreza, ciudad planificada y ciudad ilegal,
grandes recursos para escenificar bellas vitrinas de desarrollo urbano y enormes
campamentos perdidos en arenales, laderas montañosas, pantanales u otros sitios no
aptos para la vida humana digna.

En el caso del proceso urbano boliviano estas tendencias también estuvieron presentes.
Sin embargo, el proceso de espacialización de las concentraciones poblacionales no
obedece a la forma predominante del modelo macrocefálico a escala nacional, sino a
una constelación de ciudad principal y satélites menores a nivel regional y, como ya se
observó, a la constitución del Eje Urbano Fundamental Altiplano-Oriente sobre cuyas
características no volveremos a abundar. Sin embargo vale la pena examinar
someramente el proceso demográfico de este fenómeno. En 1950, La Paz era la única
ciudad cuya población (321.073 habitantes) había superado el cuarto de millón. Las
otras ciudades que le seguían en volumen poblacional no habían alcanzado los 100 mil
habitantes (Cochabamba, 80.795 h. y Oruro, 62.975 h.), otras ciudades como Sucre,
Potosí y Santa Cruz (42.746 h.) no alcanzaban ni a los 50 mil habitantes. Es decir que
La Paz hasta mediados del presente siglo ostentaba una fuerte tendencia macrocefalica
con respecto a las otras capitales de departamento, siendo este, uno de los rasgos
espaciales más importantes del ordenamiento territorial que correspondió al Estado
oligárquico. En efecto, La Paz tenía una población 4 veces mayor con respecto a
Cochabamba, la segunda ciudad más poblada y 8 veces mayor que Santa Cruz.

De acuerdo al Censo de 1976, la fisonomía que mostraban las ciudades permitía


establecer sustanciales cambios con respecto a la situación anterior. El marcado
desequilibrio demográfico entre las ciudades de La Paz (539.828 h.), Santa Cruz
(254.682 h.) y Cochabamba (204.684 h.) ya no era tan ostensible. En efecto, la sede de
gobierno era solo dos veces mayor que Santa Cruz, la segunda ciudad del país por su
población y 2, 6 veces mayor que Cochabamba, la tercera ciudad en importancia
demográfica. En conjunto, la población urbana de estas tres ciudades que articulan el
Eje Fundamental Urbano del país representaba el 46 % de la población total urbana. Sin
embargo, considerando la población urbana de estos tres departamentos, es decir
englobando además los centros mayores a 2.000 habitantes existentes en los mismos,
esta proporción alcanzaba al 72 % del total anotado.

De lo anterior se puede desprender que en 1976, el sistema urbano boliviano se


caracterizaba por la conformación de tres ciudades principales ocupando ámbitos
geográficos marcadamente diferenciados y vertebrando los principales espacios
productivos: los yacimientos mineros del altiplano con las zonas petroleras y
agroindustriales del Oriente, pasando por los densamente poblados valles
cochabambinos, que como ya mencionamos eran básicamente proveedores de recursos
humanos y alimentos. Estas tres ciudades, configuran un eje concentrador de lo
fundamental de la economía del país, en fuerte oposición a un conjunto de regiones
excluidas cuya dinámica económica y demográfica no solo estaba casi estancada, sino
que contenía espacios expulsores de fuerza de trabajo y era aportante en diversas formas
al rápido desarrollo de los tres grandes centros (Ver Mapa 20).
27

Los cambios que se produjeron en la esfera de la producción y la circulación de la


riqueza agrícola no significaron transformaciones sustanciales en el modo de
producción, sino apenas en la articulación de las formas no capitalistas a una economía
mercantil en acelerada expansión, fenómeno en torno al cual se nuclearon las elites
regionales emergentes. Sin embargo, los nuevos protagonistas sociales, las amplias
capas medias y las clases trabajadoras subalternas, no establecieron formas de
ocupación del territorio departamental y particularmente de los valles centrales,
sustancialmente distintas a las establecidas a través de varios siglos de dominio
hacendal. En cambio, estimularon grandes transformaciones en la estructura física
urbana de la ciudad de Cochabamba y las otras dos ciudades, acompañadas de cambios
similares en su estructura poblacional y en su economía interna.

Con estos antecedentes, inicialmente dirigiremos nuestra atención a la cuestión del


proceso de crecimiento de la ciudad, incluyendo las variables que operaron sobre este
fenómeno, sin dejar de lado la cuestión del impacto de las migraciones y las
características de la economía urbana, que en conjunto definen los rasgos de la nueva
estructura interna de la ciudad y el sentido de su relación con el ámbito regional y
departamental. Fijaremos además nuestra atención en algunos componentes de esta
estructura como ser los escenarios de la dinámica urbana, los barrios residenciales y las
periferias en formación, para luego, en la última parte del análisis observar las
condiciones de calidad urbana que ofertaba la ciudad en el período que comprende las
décadas de 1960 y 70.

El 14 de septiembre de 1976, el Dr. Arturo Urquidi, "Ciudadano Meritorio de


Cochabamba", en discurso de circunstancias, llamaba la atención sobre algunas
características y rasgos de la urbanización de Cochabamba. Al respecto señalaba lo
siguiente:

La ciudad de Cochabamba crece velozmente y en magnitud desmesurada, pero


no por un proceso normal de interacción con el campo circundante, sino por la
multiplicación de barrios destinados a viviendas de mineros jubilados, por la
urbanización caprichosa y antiestética de la zona sur debido al crecimiento de
la llamada "clase emergente", y por último, debido, al retorno de antiguos
cochabambinos que por razones de edad y salud han vuelto a la tierra natal
para vivir sus postrimeros días, después de haber agotado sus energías en las
ciudades del altiplano. Este último fenómeno ha dado lugar a que se diga,
irónicamente, que Cochabamba se está convirtiendo en una especie de ‘panteón
de elefantes’. (...) El crecimiento de la ciudad de Cochabamba no tiene pues una
base vital de actividad productiva. Por el contrario se trata de un crecimiento
hipertrofiado, ficticio e insustancial, a semejanza de la materia adiposa en el
orden biológico.

Estas sencillas palabras resumen el diagnóstico de un agudo observador de la realidad


urbano regional y de las contradicciones que contenía un proceso que en apariencia
parecía proyectar una dinámica de progreso y crecimiento económico, por lo menos en
el imaginario de las nuevas élites que veían en el crecimiento de la ciudad un signo de
modernidad a tono con lo que ocurría en resto de América Latina, pero que proyectaba
o escondía a medias, severas contradicciones que pasaremos a observar:

En 1945, como parte de los aprestos para elaborar el primer Plano Regulador de la
27

ciudad, la H. Alcaldía Municipal mando a levantar un censo de población, al que ya nos


referimos en más de una oportunidad en los capítulos anteriores, gracias al cual fue
posible conocer con cierta precisión lo que era la ciudad de Cochabamba al filo de los
grandes cambios que en todo orden sufriría la realidad urbana y regional en la década
siguiente. Los resultados obtenidos hacían referencia a una población de 71.492
habitantes, ocupando un espacio urbano equivalente a 1,200 Has., con una densidad
bruta aproximada de 60 habitantes/Ha. Estos datos expresaban la realidad de una ciudad
dominantemente compacta, que apenas muy tímidamente había transpuesto hacia el
Noreste la barrera natural que le planteaba el Río Rocha, caracterizándose su estructura
física por la realidad de un núcleo bien consolidado, la ciudad histórica o "casco viejo",
donde residía hasta un 80 % de la población urbana, inclusive en condiciones de
hacinamiento y no pocas situaciones de franca tugurización; todo ello, complementado
por una suerte de caseríos aislados o "islas" urbanas, inmersas entre maizales, que en
forma "salpicada" invadían la campiña, y hasta donde se extendían las primeras
avenidas y las líneas de tranvías. Es decir, la ciudad mantenía su carácter compacto y
denso, dentro de los moldes de ciudades tradicionales con sociedades impregnadas de
valores rurales, donde cuestiones como la conservación de la riqueza y la potencialidad
agrícolas de los vergeles y campiñas estaban por encima de cualquier afán urbanizador.
No obstante el citado censo revelaba que ya a mediados de la década de 1940, la ciudad
iba cambiando sus pautas, y como tendencia todavía débil, surgía la cuestión de la
"urbanización de la campiña" al calor de las ideas de "ciudad jardín" que se ponían en
boga y que serían puestas en práctica en las primeras propuestas de planificación del
desarrollo urbano.

Un otro censo de población, realizado en el año 1967, mostraba los cambios


sustanciales que se habían operado en apenas unas dos décadas. Los nuevos resultados
mostraban una ciudad con 137.004 habitantes. En realidad esta población correspondía
a un proceso de crecimiento cuyas tasas anuales eran relativamente altas. Así en el
período que transcurre entre el Censo Nacional de Población de 1900 y el de 1945, se
registró un índice de crecimiento de población anual de 5,03 % aproximadamente,
descendiendo esta tasa a 4,16 % para el período 1945 - 1967. Sin embargo, lo
trascendente no son estas variaciones sino el efecto espacial que ellas produjeron.
Veamos: en cuarenta y cinco años -a partir de 1900-, la ciudad había triplicado y más su
población con un ritmo de incremento anual superior al de los años 50 y 60, sin
embargo su crecimiento físico fue modesto en provecho de una fuerte densificación de
la antigua estructura física urbana. No obstante, esta situación se modifica
sustancialmente con relación a los veintidós años posteriores a 1945, es decir, en este
lapso la dinámica de la urbanización rompe con la tradición del modelo de ciudad
compacta y densa y, prácticamente triplicaba su tamaño físico, alcanzando las 3,500
hectáreas. De esta manera, el ritmo de crecimiento físico supera al crecimiento
demográfico. La mancha urbana crece en un 192 % con relación a 1945, en tanto la
población se incrementa en un 91 %. En contraposición obviamente, desciende en forma
sustancial la densidad poblacional, a aproximadamente 39 habitantes/Ha, es decir, un 35
% menos con relación a 1945.

En 1976, el Censo Nacional de Población y Vivienda mostraba que la ciudad de


Cochabamba había alcanzado los 204.684 habitantes. Esto significaba que, con respecto
a 1967, el ritmo de crecimiento demográfico se había incrementado hasta alcanzar una
tasa anual de 5,48 %, es decir casi un 32 % más con respecto al ritmo poblacional que
caracterizó el período 1945-1967. Este crecimiento inédito en la historia de la ciudad
27

iba acompañado por una expansión física aun mayor, pues la ciudad ocupaba un espacio
equivalente a 6.135 Ha. aproximadamente, sin contar la conurbación que comenzaba a
tomar forma en este periodo. La extensión de la mancha urbana según el Plano
Regulador de 1961 abarcaba unas 4.235 Has., es decir, que comparando con el resultado
censal, la ciudad había rebasado esos límites en un 44 % y había incrementado su
superficie en un 75% con respecto a 1967, en tanto la población solo había aumentado
en un 49 % en relación al citado año. En la misma forma la tasa de densidad poblacional
siguió decreciendo, alcanzando solo a un promedio aproximado de 33
habitantes/hectárea, o sea, un 18 % menos con relación a 1967 y un 45 % menos con
relación a 1945. Por último, de acuerdo a la Memoria del Plan Director de la Región
Urbana de Cochabamba (1980: 24), la conurbación cubría un espacio efectivamente
ocupado por funciones urbanas de 7.945 Has., que comprendían las ciudades de
Cochabamba, Quillacollo y Sacaba y los "desbordes" o expansiones a lo largo del eje
Quillacollo-Cochabamba-Sacaba, albergando una población aproximada de 238.000
habitantes, con una densidad bruta de apenas 30 habitantes/Ha (Ver planos 34 y 35).

Estos porcentajes y relaciones estadísticas muestran la realidad de un proceso urbano


cuya naturaleza trataremos de determinar. Los antecedentes inmediatos de este
crecimiento podrían situarse justamente en 1945, cuando el Municipio procede a la
ampliación del radio urbano y define el ámbito sobre el que se aplicará el Plano
Regulador que entrará en vigencia la década siguiente. En los años 40 la ciudad ya había
rebasado los límites del "casco viejo" tanto al Norte como al Sur y, la "ciudad jardín" ya
comenzaba a plasmarse consumiendo los antiguos huertos de las zonas de balnearios y
paseos campestres de Cala Calla, Queru Queru y Muyurina. Sin embargo, este
crecimiento no era homogéneo, pues ganaba gran impulso en dirección a las zonas
mejor dotadas de recursos hídricos, vegetación y paisaje; en tanto dicho avance parecía
concluir en la colina de San Sebastián y la estación del ferrocarril, donde solo tenían
cabida caseríos dispersos con características rurales ocupando tierras áridas y carentes
de mayor interés para el creciente mercado inmobiliario. Esta fue una de las razones
para que se fueran ubicando en esta zona grandes equipamientos urbanos como el
Aeropuerto Jorge Wilsterman, el matadero, las llamadas ferias campesinas, además de la
terminal de ferrocarril. Todo esto bajo la ventajosa condición del escaso valor del suelo
urbano en una zona carente de atractivos y que se estima como poco adecuada para dar
cabida a funciones residenciales.

Este fue el factor (el bajo costo del suelo urbano) que determinó, además, que dicha
zona, fuera "adecuada" para la conformación de los barrios populares y la creación de
"zonas de vivienda de interés social" o "barrios obreros". De esta manera, cobraron
impulso y se desarrollaron los barrios populares de Villa Coronilla, La Maica,
Jaihuayco, San José de la Banda, Villa Felicidad y otros; todo ello dentro del marco de
las disposiciones municipales elaboradas para este efecto, y la oportunidad creada por el
impacto de tres hechos de importancia urbana: la apertura de la carretera Cochabamba -
Santa Cruz, el traslado de la feria campesina o "cancha" a su actual emplazamiento y
la aplicación de la Reforma Urbana, cuya secuela en los años 1960 y siguientes se
expresó bajo la forma de invasiones de sitios de propiedad municipal calificados como
"áreas verdes" (Ver plano 36)102.

Esta expansión entre 1955 y 1965, fue fuertemente impulsada por el propio Estado, en
medio de una total falta de coordinación con el Municipio, pues las entidades publicas
102
La problemática de la Reforma Urbana y sus secuelas fueron examinadas en el capítulo anterior.
27

que desarrollaban planes de vivienda social: el Instituto Nacional de Vivienda (INAVI)


primero y luego el Consejo Nacional de Vivienda (CONAVI), que llegaron a edificar
unas 5.000 viviendas en el período anotado, nunca tomaron en cuenta la existencia de
un Plano Regulador para definir el emplazamiento de sus conjuntos habitacionales. De
esta forma se erigieron barrios fabriles, ferroviarios, mineros, petroleros, del magisterio,
etc. que marcaron las pautas del posterior crecimiento urbano. Al respecto se afirmaba
en las conclusiones de una mesa redonda organizada por la Junta de la Comunidad
(JUNCO) sobre "Urbanizaciones Incontroladas":

Las previsiones del Plano Regulador vigente a partir de 1961, han sido
rebajadas y distorsionadas en su concepción por los caóticos asentamientos,
muchas veces alentados por los propios organismos del Gobierno, los que a
título de urbanización y vivienda de tipo social, han fomentado la formación de
separados y aislados núcleos del área urbana, ocasionando no solo la
especulación, sino también el desperdicio de las tierras aptas para la
agricultura, tal es el caso de las viviendas mineras, gremiales, etc. (JUNCO:
1978: 3).

Sin embargo, la expansión urbana en términos "incontrolables" no solo fue el resultado


de acciones estatales irresponsables, sino de demandas sociales de suelo urbano y
alojamiento más intensos que se desarrollan en el marco de los fenómenos económicos
y sociales que tenían lugar a nivel regional y nacional, y a los que nos referimos con
anterioridad. Un breve repaso a los casos de avance de la urbanización más importantes
hasta 1980, establece lo siguientes hitos (Ver plano 37):

a) La ocupación de las colinas y serranías de Wayra Khasa, Alto Cochabamba y Ticti:


Estas ocupaciones tienen lugar dentro del marco de acuerdos y concesiones logradas
con el Municipio u ocupando terrenos que se denunciaban como afectados por la
Reforma urbana. Es el caso de Alto Cochabamba y Ticti, que dará lugar a largos litigios.
Estos nuevos asentamientos fueron consecuencia directa de las primeras ocupaciones de
tierras municipales (San Miguel y Cerro Verde) analizadas en el capítulo anterior.

b) Avance urbano sobre el Parque Tunari: Dicho parque, fue definido como una reserva
forestal no apta para la urbanización y protegido por una Ley que se mostró insuficiente
para detener el crecimiento de la ciudad. Una vez más fue el propio Estado, a través de
sus diversas instituciones el principal promotor de la vulneración de disposiciones
legales al autorizar urbanizaciones que favorecían a funcionarios públicos. Con esta
cobertura, desde la década de 1960 se ejecutaron una serie de fraccionamientos
estimulados por los grandes propietarios de fundos afectados por la citada ley, quienes
optaron por el habilidoso método de transferir sus tierras a diferentes grupo sociales, en
general, de bajos ingresos y organizarlos gremialmente para luego, bajo el estandarte de
"problema social" presionar a la Alcaldía para obtener el reconocimiento legal del hecho
consumado, o si se quiere, transformar el impase entre municipio y privados en un
problema social conflictivo. Tal procedimiento no era otra cosa que un acto puro y
simple de especulación de tierras en áreas expresamente prohibidas para la
urbanización, que se llevaba a cabo inclusive movilizando poderosas influencias
políticas, dentro de una curiosa situación en que el Municipio era avasallado por los
diferentes poderes del propio Estado. El saldo lamentable fue que los mejores sitios del
Parque fueron fraccionados, originándose asentamientos de tipo residencial en zonas de
riesgo natural por la existencia de numerosas quebradas o torrenteras que desfogan las
27

aguas pluviales de la cordillera, muchas veces con extrema violencia. Así se forman
grandes barrios como los de Temporal de Cala Cala y Queru Queru, Villa Graciela, Villa
Moscú, el Mirador, Pacata, etc. además de una serie de urbanizaciones de distintos
grupos gremiales y de empleados públicos.

c) La urbanización del eje Cochabamba-Quillacollo: Originalmente, de acuerdo a las


disposiciones del Plano Regulador, este debió ser el "eje industrial" de la ciudad. Sin
embargo esta determinación solo fue cumplida muy parcialmente debido al lento
crecimiento industrial de la región. Los planes de vivienda social vinieron a abrir las
compuestas para el avance urbano sobre esta zona, aprovechando la conversión de los
primeros kilómetros del camino carretero Cochabamba-Oruro-La Paz en una avenida
urbana, hecho que facilitó el fraccionamiento de tierras para asentamientos residenciales
generalmente de clase media y de diferentes sectores gremiales. Hacia 1976 muchos
tramos de la vía troncal o Avenida Blanco Galindo estaban totalmente tomados por la
urbanización, definiendo la pauta de un crecimiento urbano lineal fuertemente
dependiente del transporte público para ser viable.

d) La urbanización del eje Cochabamba-Sacaba: Bajo características similares al


anterior, pero en términos menos intensivos. Las dos urbanizaciones principales en esta
época fueron El Castillo y la Urbanización de docentes de la Universidad Mayor de San
Simón.

e) Rebalses urbanos: Se trata del avance de la urbanización perforando los límites del
radio urbano vigente e ingresando generalmente a tierras agrícolas. Al contrario de los
avances de la urbanización lineal, se trata de expansiones cubriendo grandes áreas. Los
más importantes son los barrios de Villa Busch, Sarcobamba, Linde, Juan XXIII y otros.

f) Urbanizaciones en la zona de Alalay: Esta laguna natural fue considerada como una
zona protegida y destinada a contener equipamientos recreativos por el Plano Regulador
de 1961. Sin embargo en el sector colindante con la zona de Valle Hermoso se creó un
barrio minero y diversos loteos ilegales ante la pasividad municipal.

g) Ocupación del Cerro San Pedro: Este fue el único caso de ocupación ilegal de tierras
fiscales en que el Municipio, con empleo de la fuerza pública y luego de un largo
conflicto, logró desalojar a los ocupantes y preservar el carácter no urbanizable del
sector.

Una muestra sobre 284 urbanizaciones y fraccionamientos registrados por la Dirección


de Urbanismo de la H. Alcaldía entre 1957 y 1986, realizada por el Instituto de
Investigaciones de Arquitectura de la UMSS (1988) permitió definir algunos rasgos de
estos asentamientos: Por una parte que el mayor ritmo de urbanización se dio entre 1971
y 1986, por otra que un 20% de estas urbanizaciones eran irregulares o ilegales.
Además, que el 50 % de las mismas correspondía a promotores particulares, en tanto el
50 % restante se dividía entre promotores colectivos diversos: 5 % entidades estatales,
13 % cooperativas y asociaciones gremiales, 16 % sindicatos y cajas complementarias y
el 16 % restante villas y agrupaciones de vecinos generalmente organizadas y dirigidas
por loteadores. Por otra parte, las zonas urbanas de mayor expansión en el período
anotado, con un 21 % del total en cada caso, correspondía a Alalay Sur, Ticti y Valle
Hermoso. En el Norte: Arocagua, Villa Moscú, Tupuraya, Pacata y Mesadilla. Con una
incidencia equivalente a un 16 % se ubican las zonas del Seminario, Coña Coña,
27

Piñami, Santa Rosa y Antaqui, con un 10 % las zonas de Villa Busch, Santa Rosa Sur,
Chavez Rancho y la Florida. Es decir, sobre el eje Cochabamba-Quillacollo se
concentraba un 36 % del total de urbanizaciones registradas; un 14 % correspondía a
las zonas de Sarco, Sarcobamba y Temporal. El 18 % restante se encontraba disperso en
diversas zonas como Villa México, Lacma, Pardo Rancho, Hipódromo, Cruce Taquiña,
Condebamba, etc. Por ultimo, en cuanto a la extensión de estos fraccionamientos, el 54
% no superaban las 2,5 hectáreas, 17 % eran mayores a 10 hectáreas, en tanto el 29 %
fluctuaba entre 2,5 y 10 hectáreas.

Este proceso de urbanización estuvo fuertemente estimulado por factores combinados


como las migraciones que recibió la ciudad a lo largo de este período, la especulación
de la tierra y el escaso control sobre el uso del suelo. Analizaremos en forma breve cada
uno de estos aspectos.

Una encuesta realizada por el Municipio en 1978 en el marco de un estudio sobre


"Función Residencial" revelaba algunas características del fenómeno migratorio, pero
sobre todo, proporcionaba información reveladora a cerca de la movilidad intraurbana.
De acuerdo a esta fuente, (sobre una muestra de 3.794 encuestados en distintas zonas de
la ciudad), solo el 40 % eran migrantes, pero de ellos, en propiedad, solo el 24 %
realmente procedían de otras provincias o departamentos, en tanto el resto apenas
provenía de "otra zona de la ciudad". Con relación a este último hecho, se sugería que
este fenómeno representaba "una suerte de depuración social" o en todo caso, un
interesante síntoma del cambio social que se producía en algunos barrios, es decir, el
tránsito gradual de barrios de periferia y populares a barrios residenciales con la
consiguiente rápida valorización del suelo, las naturales transferencias de propiedad y la
paulatina expulsión de los antiguos habitantes de bajos recursos hacia nuevas periferias;
por tanto esta "movilidad interna" estaba estimulada por los mecanismos del mercado
inmobiliario. En el caso de los migrantes propiamente, se concluía que se trataba
principalmente de población económicamente activa y en cuya virtud buscaban
residencias relativamente accesibles a sus fuentes de trabajo.

Otra encuesta realizada mas o menos en la misma época que la anterior por Roberto
Laserna y Fernando Cossío (1978) sobre una muestra de 1.070 encuestados en la
periferia de la ciudad, mostraba que el 55,36 % de dicho universo estaba constituido por
emigrantes, de los cuales más del 70 % provenían de áreas rurales o semi rurales "como
pueden ser ciertas capitales de provincia". Por otro lado, comprendiendo solo la
población mayor de 12 años, alrededor del 54 % había llegado a la ciudad “recién en los
últimos 10 años”, siendo el período más intenso el que va de 1973 a 1976, que se
considera igualmente el período de urbanización más intensiva.103

En realidad la información anterior no contiene resultados o enfoque contradictorios,


sino apenas puntos de vista sobre escenarios de aplicación diferentes. Lo que quedaba
claro era el predominio de población migrante en los bordes urbanos, población
reacomodada por movilizaciones internas en barrios populares más consolidados y
residentes con escaso componente migratorio en las zonas residenciales. Estudios
103
Sin duda, las diferencias de resultados entre ambas encuestas realizadas más o menos en la misma
época se deben fundamentalmente a que los ámbitos urbanos considerados no son homogéneos. La
Encuesta Municipal de Función Residencial abarcó todas las zonas censales definidas en 1976, en cambio
la encuesta de Laserna y Cossio solo tomó en cuenta los barrios y asentamientos de la periferia urbana.
27

posteriores realizados en la década de 1980, y que examinaremos más adelante,


arrojarán más luces sobre este particular.

El crecimiento físico de la ciudad en virtud de la presión demográfica sobre la tierra


urbana tenía dos consecuencias: por una parte el avance continúo de la frontera urbana
sobre áreas agrícolas y zonas de riesgo natural no aptas para la urbanización y, por otra,
la materialización de una mancha urbana excesivamente horizontal y poco densa.
Diversos estudios establecían para la ciudad de Cochabamba densidades bajas hacia
1978: el documento de JUNCO (obra citada) sugería una relación no mayor a 30,55
habitantes/Ha. como promedio urbano, otros estudios señalaban un promedio de 33,24
habitantes/Ha tomando en cuenta el perímetro de la mancha urbana definida por el
Censo de 1976 y, 41,7 habitantes/Ha. dentro de los límites fijados por el Plano
Regulador de 1961 (Culemann 1979) en tanto otros criterios establecían la densidad
promedio de 32 habitantes/Ha (Memoria del Plan Director Urbano). Existía pleno
acuerdo en considerar que la ciudad presentaba una ocupación el suelo insuficiente o
por debajo de su capacidad, razón por la cual las densidades brutas promedio en forma
global o sectorial eran bajas.

Veamos como estas densidades definían internamente diferentes intensidades en la


ocupación y uso del suelo. El Censo de 1967 mostraba que las zonas más densas (120 a
300 habitantes/Ha.) correspondían a las zonas Noroeste y Sudeste del centro urbano,
seguidas por la zona Noreste y Las Cuadras con una densidad promedio de 100 a 120
habitantes/Ha. En un tercer rango se situaban las zonas Sudoeste, Hipódromo y Queru
Queru con un promedio de 40 a 100 habitantes/Ha., luego en un rango inferior (de solo
20 a 40 habitantes/Ha), se ubicaban las zonas de Alalay-San Miguel-Cerro Verde,
Muyurina, Tupuraya, Cala Cala, Sarco, Mayorazgo, Jaihuayco y Temporal de Cala Cala.
Con solo 10 a 20 habitantes/Ha se encontraba la zona de "Ampliación Hipódromo" y
con el promedio ínfimo de 5 a 10 habitantes/Ha las zonas de La Maica, La Chimba y
"Ampliación Sarco" (Ver plano 38). De aquí se deduce la marcada horizontalidad de la
ciudad e incluso la existencia de zonas francamente rurales dentro de los límites
censales. El citado censo cubrió un área de 3.690 Has, de las cuales sólo 320 Has
estaban ocupadas por un promedio igual o mayor a 100 h/Ha (8,7 %)! Otras 520 Has
presentaban un promedio entre 40 y 100 h/Ha, (14 %). O sea que solo el 22 % del área
total considerada por el citado censo estaba realmente ocupado en términos de
urbanización, mientras el 77,3 % restante presentaban diversos grados de
suburbanización e incluso ámbitos plenamente rurales.

En 1976 el perímetro urbano considerado por el censo de aquél año cubría una
extensión de 6.135 Has. Respetando los rangos de densidades definidos por los
ejecutores del Censo de 1967 para establecer un grado aproximado de comparación se
tiene lo siguiente: la zona más densas (120 a 300 habitantes/Ha.) comprendía todo el
casco viejo. En el segundo rango: (entre 100 a 120 habitantes/Ha.) se ubicaba la zona de
Alalay Oeste. El tercer rango (entre 40 y 100 habitantes/Ha.) era el dominante y
abarcaba las siguientes zonas: Queru Queru, Cala Cala, Hipódromo, algunos sectores
de uso residencial colindantes con el casco viejo, Muyurina, Las Cuadras, Jaihuayco,
Alalay-Ticti y San Miguel-Cerro Verde. El rango entre 20 y 40 habitantes/Ha
correspondía a la zona de Sarco. El rango entre 10 y 20 habitantes/Ha comprendía las
zonas de Tupuraya, Alalay, Condebamba, Hipódromo, Chimba y Huayra Khasa-Valle
Hermoso. Finalmente el rango inferior de 5 a 10 habitantes/Ha correspondía a las zonas
de Villa México y Chimba Este. En resumen: 187 Has (3 % del total urbanizado)
27

correspondía a las densidades más altas. 115,5 Has (1,9 %) correspondían al rango de
100 a 120 habitantes/Ha. O sea que, las zonas urbanas con densidades superiores a 100
habitantes/Ha no alcanzaban al 5 % del total de la mancha urbana. En el rango de 40 a
100 habitantes/Ha se encontraban 1.894,5 Has (31 %). En el rango de 20 a 30
habitantes/Ha se encontraban 526 Has (8,6 %). en tanto en el rango inferior (10 a 20
habitantes/Ha) se encontraban 2.608,5 Has (42,5 %). Por ultimo en el rango más bajo (5
a 10 habitantes/Ha) se encontraban las restantes 804 Has (13 %). En resumen: un 55,5
% del perímetro considerado urbano no tenía densidades que alcanzaran este rango por
tratarse de zonas con densidades inferiores a 20 h/Ha., por tanto, se ubicaban en niveles
suburbanos o francamente rurales (Ver plano 39).

El continúo avance de la urbanización no se orientaba a través de medidas previsoras


que encausaran este crecimiento en función de alguna política municipal apropiada. Por
el contrario, se desarrollaron en medio de una total falta de orientación técnica, a tal
punto que el Municipio paulatinamente fue perdiendo capacidad para hacer respetar sus
propias normas y los límites del perímetro urbano propuestos por el Plano Regulador
vigente. De esta manera extensas áreas agrícolas y sitios no aptos para la urbanización
fueron fraccionados sin ningún impedimento. Al respecto se anotaba que tal expansión
se hacía incluso ocupando zonas que potencialmente estaban sujetas a serios riesgos
naturales, particularmente con relación a las temibles torrenteras cuyos conos de
deyección tendían a ser el sitio preferido para asentamientos irregulares protagonizados
por migrantes. Igualmente, tales formas de ocupación y el fraccionamiento
indiscriminado de tierras estaba causando un serio desequilibrio ecológico por la
destrucción masiva de la flora nativa y la contaminación de los acuíferos y recursos
hídricos en general, lo que a su vez provocaba en forma alarmante, cuadros de erosión
eólica en zonas otrora fértiles, contaminación ambiental por grandes nubes de polvo que
desde ese tiempo tienen un carácter prácticamente permanente, etc. Esta situación
terminó provocando un deterioro ambiental generalizado, la pérdida irreparable de la
campiña, una de las grandes tradiciones y atractivos cochabambinos e incluso el
deterioro sensible del mítico clima valluno. Lo más perjudicial era la destrucción rauda
de las tierras laborables que rodeaban a la ciudad, básicamente debido a:

la expansión desordenada de las urbanizaciones y loteamientos eventuales y


dispersos que en los últimos años se han acrecentado notablemente. Las obras
infraestructurales de carácter público y aun particular que se emplazan y
desarrollan sobre grandes extensiones de tierras cultivables, de acuerdo a
proyectos aislados e inorgánicos que no condicen con una planificación integral
en la que se tome en cuenta todos los aspectos de la economía regional; obras
entre las que cabe citar las vías camineras y ferroviarias, canales, aeropuertos,
líneas de alta tensión eléctrica en las que generalmente solo pueden
considerarse los aspectos técnicos y de costos inherentes a las obras en sí, como
si estas no tuvieran que hacerse precisamente en aras de una mayor
productividad, base de la economía de un país (...) Al reducirse cada vez más
las áreas de cultivo es claro que la producción agropecuaria en la que se
sustenta tradicionalmente la economía cochabambina viene sufriendo un grave
impacto negativo traducido en una paulatina y peligrosa merma (JUNCO, obra
citada).
Un causal importante de estos hechos que gravitaban negativamente, aun lo hacen,
sobre el patrón de urbanización dominante era el fenómeno de la dispersión de la
función residencial y otras actividades urbanas, situación que, por ejemplo en el eje
27

Cochabamba - Quillacollo promovió un proceso de asentamientos lineales con fuertes


derroches de tierra y espacio, que terminaron por destruir los suelos más fértiles del
Valle Central, provocando además los muy bajos índices de densidad que observamos
con anterioridad. La Memoria del Plan Director de 1982 hacía la siguiente descripción
que reflejaba muy bien la realidad imperante en cuanto a la extrema irracionalidad en el
uso y la administración del suelo urbano:

La dispersión es la responsable directa o indirecta del deterioro rápido del


paisaje dentro del perímetro de la aglomeración. Un sembradío de viviendas
llena de claros desnaturaliza así grandes extensiones del territorio y lo que es
más grave aún, determina un despilfarro de terrenos ya que los espacios
comprometidos en funciones urbanas son mucho mayores que los necesarios (...)
Los terrenos baldíos resultantes quedan completamente abandonados o se
convierten en basurales dada la imposibilidad de continuar con el uso agrícola,
dando por resultado zonas confusas que no llegan a ser ni siquiera un mal
compromiso entre campo y ciudad.

El resultado, de acuerdo a la citada Memoria del Plan Director, era un conglomerado


urbano extenso y antieconómico en razón de que en su desarrollo primaron intereses
individuales y no aquellos que representaran a la comunidad. Por tanto, aspectos como
la dotación de infraestructura básica no tomados en cuenta por tales intereses,
terminaron por no ejecutarse dado su alto costo 104 quedando así marginada la extensa
periferia para la dotación de estos servicios indispensables, en tanto otras zonas
resultaron dotadas por encima de su capacidad de consumo, generándose así una
dotación de servicios básicos inequitativa, onerosa e irracional.

Esta estructura urbana atomizada pasó a ser soportada por el Municipio, organismo que
se vio incapacitado para hacer una gestión urbana adecuada en razón de que este modelo
de urbanización se convirtió en un entramado costoso, conflictivo, complejo y
amarrado a intereses políticos e incluso puramente mercantiles, que imposibilitaron
hacer previsiones e incluso minimamente hacer cumplir las disposiciones legales en
materia de uso del suelo. En consecuencia la Comuna se vio obligada a atender
asentamientos escasamente estructurados, con débiles o bajísimos índices de
densificación, al punto que resultaba casi imposible reunir una cantidad adecuada de
usuarios que garantizaran la rentabilidad de cualquier emprendimiento.

De esta manera se fue generando una urbanización tenue con un crecimiento tipo
"mancha de aceite" con desprendimientos tentaculares, donde la especulación de la
tierra impulsó un grado de accesibilidad mínima solo alcanzable a través del automóvil
y el crecimiento igualmente exagerado y caótico del transporte público privado, "el más
costoso, el más flexible, pero también el más embarazoso para la colectividad y el más
poluyente y dilapidador de recursos petroleros", donde la propia penosa funcionalidad
de la ciudad impuso largos recorridos desde o hacia un centro urbano que se
congestiona, conflictuando totalmente el desplazamiento interno y la necesaria
interrelación de las distintas zonas de la ciudad. Al respecto se terminaba sentenciando:
"Todo este proceso constituye, en realidad lo contrario de la planificación, la
104
La mayoría de los asentamientos periféricos, ilegales o no, se emplazaron en zonas de ladera, en
planicies irregulares y muy alejadas de las redes matrices de agua y alcantarillado, razón por la cual, los
costos de instalación de estos servicios resultaron superiores a la capacidad del tesoro municipal e incluso
a la determinación de los vecinos para aportar con parte de estos costos.
28

dispersión conlleva el mayor número posible de dificultades para la colectividad, sin


que sea compensada por ventaja alguna sino la de permitir que algunos propietarios
vendan más caro su terreno" (Memoria del Plan del Plan Director).

Esta falta de racionalidad en el proceso de urbanización observado, por lo menos desde


el punto de vista de la planificación e incluso de un sencillo sentido común, obedecía a
otra forma de razón, si es que se puede llamar así al comportamiento del altamente
especulativo mercado del suelo urbano, que en realidad era (es) el gran "planificador"
del producto resultante. En el caso de Cochabamba, el comportamiento del mercado
inmobiliario se caracterizaba, y aun se caracteriza, por una estructura de oferta y
demanda de tierra libre de cualquier control estatal o municipal con relación al
desarrollo urbano. En los años 70, además se establecía el agravante de una enorme
diferencia entre los bajos valores catastrales y los elevados valores comerciales del
suelo urbano, lo que permitía márgenes de rentabilidad y captación de plus valía muy
amplios, convirtiéndose la inversión en bienes raíces en una especie de depósito seguro
de capitales ociosos capaces de beneficiarse con gruesas utilidades y mayores ventajas a
las ofertadas por cualquier establecimiento bancario o cualquier inversión en el campo
de la producción. En suma un negocio prácticamente libre de controles e impuestos
fiscales y a prueba de todo tipo de inestabilidad financiera o monetaria.

En el caso que nos ocupa, los valores del suelo quedaban determinados por una serie de
criterios sobre ventajas comparativas en torno al grado de intensidad y aprovechamiento
rentable del uso del suelo, en relación al emplazamiento del inmueble con respecto a las
condiciones de acceso a centros de actividad comercial, principales vías urbanas, rutas
de transporte o equipamientos de jerarquía urbana. Así mismo por el nivel de dotación
de servicios básicos, calles pavimentadas y con aceras, servicios telefónicos y otros.
Bajo estos criterios la estructura de los valores del suelo urbano en Cochabamba
presentaba una doble columna dorsal, las grandes avenidas (Heroínas y la Avenida San
Martín-Ballivián) que cruzan la ciudad de Norte a Sud y de Este a Oeste, y en torno a
los cuales se estructuraban los valores máximos inmobiliarios, en virtud de que dichos
ejes se articulan con los principales centros comerciales como La Cancha o Mercado
Ferial y el centro comercial importador que justamente se despliega a lo largo de los
mismos y calles adyacentes. Además existen otros ejes complementarios que
estructuraban juntamente con los anteriores, las pautas de los valores inmobiliarios para
funciones comerciales y residenciales. En suma, el conjunto de las propiedades urbanas,
especialmente aquéllas que se encontraban fuera del radio de influencia inmediata de los
grandes ejes citados, definían su valor comercial en función a los siguientes parámetros:
su localización con respecto a las zonas comerciales donde se concentran las fuentes de
trabajo y los servicios de todo tipo, la accesibilidad con respecto a las líneas de
transporte que conducen a estos centros nodales, la proximidad a espacios de
localización preferencial de equipamientos, residencias de jerarquía, áreas verdes u
otros que ofrezcan diversas ventajas comparativas, la calidad del medio ambiente en que
se encuentra el lote y la dotación de infraestructura básica - Ver plano 40 – (Solares
1980).

Estos fueron los principales factores que definieron los rasgos de la estructura urbana,
obviamente dentro de una lógica totalmente ajena a la razón técnica y a los valores que
acompañan los criterios del desarrollo urbano. Cochabamba en este orden puede ser un
ejemplo de maximización del valor de cambio o de exaltación de la calidad-mercancía
del suelo urbano en fuerte detrimento del valor de uso adecuado en provecho no solo de
28

los usuarios directos sino de la comunidad, aspecto que fue quedando en un plano cada
vez más abstracto. En consecuencia la ciudad fue "modelada" por las fuerzas del
mercado, es decir, por multitud de intereses y operadores individuales y grupales que
definieron un producto urbano con todos los problemas anteriormente examinados.
Dentro de esta lógica, que además se articula bien con la filosofía y los nuevos valores
de la sociedad de intermediarios en que se fue convirtiendo Cochabamba, el principio
de: "ganar lo máximo con el esfuerzo mínimo" se aplicaba en forma perfecta al negocio
de tierras y loteos, al punto que se convirtió en una de las fuentes de riqueza rápida no
despreciables, diríamos un negocio hecho a la medida para la inversión de los capitales
acumulados en el proceso del intercambio desigual campo-ciudad. Así se fueron
forjando nuevos canales, ya no tan explícitos como en la época del auge de la economía
de la chicha, a través de los cuales las nuevas élites se dieron maneras para mantener la
tradicional subvención del agro en favor del desarrollo urbano de la capital
departamental, con el añadido de que además el método permitía utilidades y beneficios
en diverso grado para los grandes y pequeños operadores en el gran negocio de hacer
crecer la ciudad sin limite, pausa ni control.

Estos “nuevos canales” ya no son necesariamente de orden tributario, aunque el


rendimiento del impuesto a la chicha sigue siendo un recurso suculento para la
realización de las obras públicas municipales. No obstante, el negocio de adquirir tierras
de escaso valor, urbanizarlas y venderlas bajo la forma de lotes cuadruplicando o
quintuplicando su valor original, incluso echando mano a la presión social de sindicatos;
en tanto paralelamente se mantiene el atraso del agro, y a través de este recurso
perverso, se garantizan las continuas oleadas de migrantes campesinos y plublerinos
hacia la capital para mantener constante la presión demográfica sobre la tierra urbana;
promueve una suerte de círculo vicioso donde la presión social de un número cada vez
mayor de demandantes de tierra convierte a ésta en un artículo vez más escaso y caro.
Esta es una de las estrategias y uno de los canales más eficaces para garantizar las altas
tasas de plus valía que rinde la tierra urbana, permitiendo que el capital-dinero obtenido
en las transacciones agrícolas circule bajo la forma de tierra-mercancía y se incremente
cada vez más. Dicho de otro modo: el excedente agrícola convertido en moneda que
captan las legiones de intermediarios que operan en el agro, no se invierte en la rama
industrial de la economía, sino en hacer crecer la ciudad.

El resultado es un crecimiento urbano irrefrenable y marcadamente horizontal, con bajas


densidades y altos costos de urbanización, es decir elevados costos per capita para la
dotación de los servicios básicos, pero eso sí, dotado de un sistema de transporte
público, ciertamente poco confortable y antieconómico para el usuario y la ciudad, pero
capaz de llegar hasta los últimos recovecos de la conurbación. En líneas generales, una
estructura donde entran en perenne conflicto tendencias de excesiva centralización, que
a su vez generan estímulos para la franca dispersión y expansión de una periferia
desprovista de cualquier tipo de servicio y por tanto fuertemente dependiente de un
centro cada vez más lejano e inaccesible.

En este contexto, el afán de los promotores de los "negocios de tierra" se orientó en dos
direcciones: el máximo aprovechamiento de los espacios disponibles en el "casco viejo"
incluso alentando la destrucción-renovación del centro histórico, en este caso sobre
todo, estimulando una escalada de parcelamientos, divisiones y subdivisiones hasta
extremos aberrantes en la obsesiva búsqueda de cuanto espacio disponible existiera para
"sacar una tiendita más", algo muy propio del imaginario facilista de la ideología
28

pragmática de los rentistas-intermediarios, cuya máxima: "ganar mucho arriesgando


poco", los empujaba a evitar inversiones abultadas en edificios nuevos, y preferir
“sacarle el jugo” a las viejas casonas sometidas a salvajes reformas, ampliaciones,
alteraciones y remiendos sin fin. Recién a mediados de la década de 1980 surgirá la
inversión inmobiliaria bajo criterios de empresa capitalista moderna.

Al lado de este proceso, se asoma la otra alternativa que toma varios cauces. Así, la
Zona Sur experimenta el impacto de una sui generis "renovación urbana", la famosa
"arquitectura birlocha" o de los "nuevos ricos" de mediados de la década de 1950 y los
60, a la que ya se hizo referencia, es decir los primeros "monoblocks" de tres o cuatro
plantas que circundan Caracota, la Cancha, la antigua pampa de las carreras y sitios
aledaños, y que expresaban una mezcla de tradiciones constructivas populares con el
"racionalismo funcionalista" de moda en la época, dando por resultado un eclecticismo
singular que expresa muy bien las ansias de modernidad de las elites emergentes y por
ello debiera ser digna de un estudio más detallado y de una revalorización, como un otro
documento de la historia urbana que debiera conservarse.

En todo caso, el no menos recordado "boom de la construcción" que tiene lugar entre
1974 y 1979 refuerza estas tendencias y alienta la consolidación de nuevas zonas
residenciales con particular énfasis en la citada zona Sur, donde emergen, los
denominados “barrios de La Cancha” (San Miguel, Cerro Verde, Huayra-Khasa, Alto
Cochabamba, Villa Felicidad, etc.), así como Cala Cala, Queru Queru, Muyurina, Las
Cuadras, Hipódromo y otras, donde las bajas tasas de edificación dispersa de otrora
ceden paso a barrios bien conformados. Simultáneamente en las zonas periféricas se
verifica la continúa expansión de un borde urbano totalmente dinámico con las
características anotadas y los "sembradíos de casas", mejor de "medias aguas"
autoconstruidas y cuyas cubiertas de calamina van destruyendo el bucólico paisaje
valluno y sustituyéndolo por imágenes de "campamento minero" reproducidos en
diferentes barrios, a manera de una nueva estética de la pobreza. En este caso, se trata
de una obsesión diferente, la búsqueda frenética a cargo de multitud de migrantes y
expulsados pobres de los barrios residenciales, del lote barato, del "negocito de
oportunidad" para afincarse en un sitio y proveerse de techo, sin importar que lo
ofertado sea ilegal, que implique riesgos naturales u otro tipo de situaciones atentatorias
a la vida y a la residencia digna.

En realidad, el mecanismo del mercado especulativo es simple y eficaz: las tierras


agrícolas prohibidas para la urbanización, los conos de deyección de torrenteras, las
laderas con pendientes inapropiadas para la construcción económica, los sitios donde no
existe posibilidad de dotación de servicios o donde las condiciones sanitarias, de
contaminación, accesibilidad, etc., son críticas; se convierten en las tierras más
atractivas para los "loteadores profesionales", no solo por su escaso valor que asegura
ventas rápidas, sino porque luego ellos mismos se erigen en "dirigentes" e inician el
largo trámite de obtener el reconocimiento municipal para el asentamiento ilegal. El
negocio resultaba redondo porque ese trámite se convertía en inacabable y derivaba en
aportes obligatorios para los "gastos de los dirigentes", cobrándose así el valor del lote
varias veces, bajo el simple expediente de manipular con la seguridad de la tenencia,
que generalmente no se obtenía por esta vía, pues ello terminaría con tan singular
modus vivendi. O sea que en muchos casos, el asentamiento ilegal y el novelesco
trámite de legalización o regularización se convertían en una suerte de "gallina de
huevos de oro" que había que cuidar al máximo. La mayor parte de las "villas" y
28

"barrios populares" se organizan al calor de esta mecánica ampliando cada vez más la
ciudad.

En fin, estas son las pautas bajos las cuales la ciudad señorial evoluciona hacia la
denominada conurbación para dar paso a una estructura física medianamente diferente
al modelo colonial. En efecto, al carecer todo este proceso de un incentivo proveniente
del crecimiento del sector industrial o agroindustrial, mantiene internamente la antigua
estructura centro-periferia o el modelo concéntrico de centralización-dispersión, que se
convierte en la fuente de todas sus penurias.

En el siguiente apartado analizaremos más específicamente la estructura espacial que


corresponde a este proceso y su significación desde la perspectiva de los actores
sociales y sus intereses con el objeto de poder comprender con mayor grado de
precisión, cómo el aparente caos urbano fue capaz de proyectar la racionalidad de la
fortalecida economía mercantil capitalista, que también en este ámbito cómo en el
similar regional, pudo imprimir el sello de su determinación y el carácter de las
condiciones generales que a nivel espacial le fueron propicias para su consolidación y
reproducción estable y pacífica.

La irresistible lógica del desorden urbano

El "ordenamiento espacial" no es otra cosa que la dimensión física de las correlaciones


de fuerzas sociales, las contradicciones, conciliaciones, conflictos y rupturas que
caracterizan la complejidad de una formación social determinada, las que a su vez,
definen los rasgos de un conjunto de soportes materiales105 que permitirán reproducir en
la esfera espacial, porciones o la totalidad de los valores sociales, de las estructuras
económicas y de los aparatos ideológicos que corresponden a las clases y estratos
sociales que actúan en este proceso, las mismas que establecen entre si relaciones de
dominación-subordinación. En estos términos cada forma de organización-
estructuración de la sociedad desarrolla sus propias expresiones y lógicas para definir el
ordenamiento del espacio físico, de tal forma que este represente sus valores y
determinaciones ideológicas y funcionales.
En consecuencia antes que esbozar las clásicas condenas y lamentos en torno a la "crisis
urbana" provocada por la repentina o sistemática locura de unos actores sociales
insuficientemente conocidos, preferimos una vez más retornar al análisis de este
apasionante proceso urbano, sin perder de vista los conceptos anteriores.
Calderón y Rivera (1982) sugerían que la urbanización de Cochabamba era un
componente, tanto de la dinámica de la economía campesina como de la débil
industrialización, y que en consecuencia, en este proceso se yuxtaponían y articulaban
formas de producción y reproducción diferentes, sobresaliendo el rol de las economías
mercantiles en pequeña escala y no tanto la dinámica industrial moderna 106. A partir de
105
El concepto: "soportes materiales" introducido por Emilio Pradilla (1984) hace referencia a toda
forma de apropiación de la naturaleza por la sociedad, es decir que abarca el conjunto de obras urbanas,
arquitectónicas y de ingeniería que transforman, consumen y destruyen la naturaleza para dar cabida al
espacio físico vital que requieren todas las instituciones humanas para su desarrollo. Ahora bien, la
producción de soportes materiales no está excluida de los modos de producción y las relaciones de
producción que definen sus rasgos, formas de consumo y la propia estructuración espacial que proponen,
para convertirse en condición general de la reproducción de un cierto orden económico y social.
106
A este respecto, Alberto Rivera (1991: 29) sostenía que: “Cochabamba aparece como un centro
mercantil por excelencia, con diversas modalidades de autoempleo y trabajos por cuenta propia, entre
los que resalta el comercio hormiga como principal fuente de ocupación femenina (...) La urbanización
esta idea, los autores citados afirmaban que los patrones de demanda social para el
consumo y la reproducción de la fuerza de trabajo que generaba la urbanización
cochabambina se orientaba más a la reproducción de relaciones semi capitalistas que al
crecimiento de la industria capitalista, puntualizando que: "Tal afirmación debe
entenderse en un doble sentido: si bien el capitalismo subordina y extrae trabajo de las
formas precapitalistas que le permiten su reproducción, al mismo tiempo, las relaciones
de producción capitalista están limitadas a sólo algunas ramas de la economía". Es
decir que el modelo de desarrollo capitalista en la región de Cochabamba curiosamente
alentaba la reproducción ampliada de relaciones no capitalistas y, en este principio
fundaba su modelo, aún hoy vigente, de acumulación y de organización espacial.
La acelerada urbanización de la ciudad vendría a expresar la dinámica de un proceso de
producción de soportes materiales propicios para el funcionamiento de dicho modelo
que se nutre de la extracción de trabajo barato y la subordinación del amplio universo de
formas no capitalistas capaces de reproducirse a si mismas sin intervención estatal, a las
determinaciones del sector capitalista empresarial minoritario que lentamente se
consolidaba como clase dominante. Al respecto se anotaba:
En la medida en que las economías familiares disminuyen el precio de sus
mercancías, o incrementan el valor de su trabajo, el capital se mantiene al
margen de estos espacios productivos, no solo por su fragilidad y dependencia
frente al mercado externo, junto a su incapacidad para competir con las
economías domésticas, o debido a que la demanda urbana es de pequeña
escala, sino por que al capitalismo le interesa que tal tipo productivo se
mantenga y desarrolle, pues le permite reproducir sus niveles de acumulación y
su misma estructura dependiente. (Calderón y Rivera: 155)

Lo anterior respalda otra reflexión, dentro de la misma línea: la contradicción


estructural principal del desarrollo capitalista regional se expresaba en la oposición y
complementariedad simultánea de: "un débil proceso industrial, de un proceso
mercantil simple en continúa expansión y de la reproducción de una fuerza de trabajo
basada en la diversificación ampliada de múltiples estrategias de subsistencia a cargo
de pequeñas economías familiares que 'liberan' al modo de producción dominante de
esta responsabilidad" (Solares y Bustamante, obra citada: 56). La estructura urbana
interna de la ciudad o si se quiere la "irresistible lógica del desorden urbano" resultante,
vendría a expresar este contenido. Luego en esta producción espacial intervienen tanto
las formas económicas capitalistas en sus diversas esferas como las no capitalistas en
permanente oposición-subordinación a las primeras. Veamos entonces cómo se
materializa este conglomerado urbano y el conjunto del territorio departamental en
términos globales.

Es necesario llamar la atención del lector sobre el hecho de que, como ocurre con otros
departamentos del país, el escenario del desarrollo cochabambino apenas abarcaba el 25
% de territorio departamental, que comprenden el Valle Central y de Sacaba y el Valle
Alto107, aunque en este período con menor protagonismo. Por tanto no resulta caprichosa
la tendencia historiográfica cochabambina en su inclinación a resaltar en las
evocaciones que se hacen sobre la Cochabamba del pasado, la imagen de los valles
centrales, cuando un mayoritario porcentaje de territorio departamental corresponde a
de Cochabamba poco o nada tiene que ver con los procesos de industrialización como ha ocurrido en
varios países latinoamericanos”.
107
En la década de 1970, otros territorio como el Chapare no eran todavía escenarios de la dinámica
económica que asumirían algunos años más tarde.
28

cordilleras, punas, yungas y llanuras amazónicas.

De aquí se puede deducir una primera conclusión: el proceso de desarrollo que ha


experimentado Cochabamba, ha sido extremadamente desigual y solo ha privilegiado la
expansión parcial de las fuerzas productivas localizadas en ciertos ámbitos geográficos
restringidos, los dos valles centrales mayores, siendo este un reflejo del carácter de
dependencia histórica de la región con respecto a otros procesos de desarrollo. En
consecuencia, y tomando en cuenta lo expresado, el carácter del ordenamiento espacial
del territorio muestra los siguientes rasgos generales:

En primer lugar, la existencia de grandes extensiones de territorio departamental que


nunca fueron objetos de desarrollo en términos significativos desde una perspectiva
estatal o privada, y que por ello mismo, permanecieron abandonados (aún permanecen)
por no ofrecer mayores ventajas comparativas a los procesos económicos en curso. En
contraste con lo anterior, la existencia de territorios más restringidos, sobre todo el Valle
de Cochabamba, donde se despliegan en forma amplia y densa las relaciones sociales y
los soportes materiales del modelo de desarrollo vigente, y donde se articulan y
combinan subregiones y microregiones cuya dinámica económica ha alcanzado niveles
relativamente altos pero no homogéneos, pues es significativa la presencia de ámbitos
dentro de este mismo territorio, en los cuales dicha dinámica ha tenido un crecimiento
más lento y entrecortado por la fuerte presencia de formas atrasadas de producción. Este
es el caso, por ejemplo del desarrollo de la industria lechera y avícola, con fuertes
componentes de racionalidad capitalista, en contraste con la gran masa de pequeños
productores parcelarios inmersos en formas tradicionales de producción no capitalista y
sometidos a la fuerte atracción de la urbanización como una alternativa a sus bajos e
inestables niveles de productividad y en los cuales la inversión capitalista no se interesa
en absoluto.

Concretamente, en el Valle Central se ha establecido una estructura de uso y


apropiación del espacio que se caracteriza por la presencia de un gran centro urbano, la
ciudad de Cochabamba y su conurbación, que concentra en su interior y en su entorno
unidades productivas, de intercambio y de reproducción social y de la fuerza de trabajo,
necesarios para el conjunto de la población. Además aglutina los centros neurálgicos del
poder económico, político y del estratégico aparato de reproducción de la ideología de
las élites dominantes. Esta concentración emite fuertes mensajes de atracción y
convocatoria a grandes sectores de población paupérrima del agro y los centros
provinciales "olvidados" por este tipo de desarrollo, cuyos resultado, las migraciones
campo-ciudad, naturalmente han provocado la rápida expansión física de esta última en
fuerte contraste con ciudades intermedias, incluso situadas a corta distancia de este
fenómeno de crecimiento y que, sin remedio padecen el largo sueño del estancamiento.

Este proceso de apropiación y consumo desigual del espacio, en términos prácticamente


anárquicos en los años de la década de 1970, comenzaron a ocasionar la destrucción
masiva de los recursos naturales y deteriorar la calidad del medio ambiente,
particularmente destruir o contaminar los recursos hídricos, acentuar los procesos
naturales de erosión y promover el famoso "smog" polvoriento del subdesarrollo
cochabambino, símbolo evidente de esta lógica organizada del desorden.

A estas alturas queda claro que las fuerzas que "organizan" la estructura de ocupación
del territorio y de la propia ciudad estimulan en forma simultanea la centralización y la
28

dispersión selectiva de ciertas funciones y actividades. La dinámica de las fuerzas de


centralización que presionan sobre el espacio urbano se vincula a las necesidades del
capital comercial, financiero, bancario y en menor medida industrial, para organizar sus
centros de gestión en la zona central aprovechando que este es el espacio que presenta
las mejores condiciones de dotación de servicios de todo tipo, óptimas condiciones de
accesibilidad y el enorme prestigio de su trascendencia histórica y cultural, a lo que se
suma una serie de ventajas generadas por el denso flujo de actividades comerciales y de
servicios de todo tipo. A partir de estas condiciones, la tendencia del capital de
"apropiarse" de este espacio privilegiado es irrefrenable: en los años 70 para
aprovecharlo con adaptaciones conservando su forma histórica, pero más adelante
alentando un proceso, todavía lento merced al modesto crecimiento económico de la
región, de una franca renovación urbana que se constituye en la nueva imagen del
"progreso urbano" y "la modernidad".

Hasta aquí, este es un lugar común de lo que ocurre y ocurrió con la mayoría de las
ciudades del Tercer Mundo. Sin embargo, Cochabamba tiene como siempre sus
originalidades, o si se quiere, las maneras "cochabambinas" de acomodarse a las
circunstancias como diría Xavier Albó (1987). En efecto, el centro urbano finalmente
presenta dos versiones: el maltratado centro histórico que agoniza para dar paso
lentamente a un espacio urbano, que también penosamente trata de remedar la imagen
occidental del progreso y la modernidad; y el populoso centro del comercio ferial, en
realidad un conglomerado de espacios genéricamente denominados "La Cancha" donde
el afán progresista tiene otros tintes y sabores. Ambos centros coexisten dentro de un
delicado equilibrio que solo se mantiene merced al control e incluso la represión
municipal que evita, que el oasis que se pretende moderno y respetablemente tradicional
al mismo tiempo, se ahogue fácilmente en medio del tumultuoso y creciente comercio
callejero cuyo cuartel general se encuentra en el Sur. Aquí reina sin discusión el sentido
de centralidad, de búsqueda despiadada de renta, de aglutinamiento de todo tipo de
actividad que se pretenda exitosa. Todo se amontona, se intercambia, se oferta y se
demanda.108 La propia arquitectura no deja de contribuir a esta suerte de caos
organizado, donde coexisten las fantasmales formas del pasado que se niegan a caer al
lado de los despliegues de concreto y vidrio, en medio de un amasijo de estilos para
todos los gustos o disgustos, pues la estética, la imagen y el paisaje urbano, para
aquéllos que miran la ciudad con ojos demasiado académicos, son los grandes ausentes
o los grandes damnificados.

En torno a este espacio centrípeto, se despliega la función residencial en términos de


una dispersión que presenta diversos grados de intensidad, con una tendencia de más
denso a menos denso según se aleja o se aproxima a dicho centro, naturalmente todo
ello siguiendo las pautas del valor de la tierra que fija el mercado inmobiliario. Los
barrios residenciales de las clases medias y altas se estructuran en torno a los ejes
urbanos citados anteriormente y a otros complementarios que les permiten el fácil
acceso hacia el centro histórico; en tanto los barrios populares se estructuraron en torno
a las colinas y llanos agrestes que rodeaban La Cancha, pero también se expanden hacia
el Norte y sobre los ejes carreteros a Quillacollo y Sacaba, en su permanente búsqueda
de tierras de menor costo. Esta es en síntesis la estructura urbana resultante cuya lógica

108
Uno de los pocos estudios sobre este proceso es la obra de F. Calderón y A. Rivera (1984), a la que se
remite al lector que deseara conocer con mayor detalle esta realidad.
28

de presiones centralizadoras y dispersoras materializa ese aparente caos, que en realidad


es estrictamente coherente con la naturaleza de la economía y la formación social que lo
originan (Ver plano 41).
El centro histórico mantuvo su rol aglutinador en la medida en que la estructura descrita
dejó intacto el modelo hispano concéntrico pese a todas las deformaciones que ha
sufrido la vieja aldea colonial. En este sentido la tradición aldeana de que todo lo
importante debe tener lugar, debe suceder o debe ubicarse en la plaza de armas y su
entorno, no ha desaparecido109. Por el contrario, tal tradición ha sido ampliamente
aprovechada por el capital mercantil, el aparato estatal, y en general el conjunto del
aparato institucional y de servicios, cuya concentración densa finalmente ha sido la
condición de su existencia y viabilidad, por lo menos en esta primera etapa de
constitución del nuevo modelo de acumulación regional. Este espacio central es el
referente estructurador, como se mencionó, del conjunto de barrios residenciales que se
fueron consolidando desde los años 40 merced a la ejecución de avenidas que
penetraron en la campiña que rodeaba dicho ámbito histórico, estructurando una malla
vial eficiente y dotada de infraestructura adecuada, en un esfuerzo municipal donde se
invirtieron un buen porcentaje de los recursos que genero la chicha en la década citada y
en los años 50. Esta es la parte "planificada" de la ciudad, en verdad la única donde la
previsión técnica ha logrado preservar una calidad adecuada de urbanización dentro del
molde de "ciudad-jardín", término acuñado por planificadores y luego loteadores para
aminorar la realidad de la destrucción-urbanización del hoy mítico vergel
cochabambino.

La otra cara de la medalla, o mejor el otro componente dialéctico en este delicado juego
de oposición-equilibrio de contrarios, es el centro de abasto urbano o Cancha, es decir el
espacio aglutinador de innumerables economías familiares en pequeña escala, pero
también de "comerciantes medianos" y "peces gordos" que representan la dimensión
urbana de una intrincada malla de operaciones de rescate-comercio de productos
agrícolas que abarca prácticamente todo el departamento y cuyo “astro central”,
parafraseando la feliz comparación de Calderón y Rivera, es la famosa Cancha o
mercado ferial. Este es el ámbito terminal de innumerables circuitos que enlazan la
economía campesina con la ciudad, pero también el punto inicial-terminal de otros
circuitos interdepartamentales y regionales de diversa naturaleza, donde compiten
manufacturas, muchas internadas de contrabando, con productos artesanales y
naturalmente una gran variedad de productos de la tierra de todas las provincias y
regiones. En suma, este es el espacio donde aparece como dominante la economía
mercantil simple o "informal" que se pasea por calles y espacios abiertos
minuciosamente "loteados" para dar cabida a diversos tipos de puestos de venta de
mercancías de toda clase. Al respecto Calderón y Rivera (obra citada) anotaban:

En ese contexto en la ciudad se produce una división del trabajo de las


economías mercantiles en el ámbito de la producción industrial, así como en el
comercial o de servicios, cuyas características de funcionamiento son propias,

109
Sin embargo, esta lógica centralizadora sufre una ruptura significativa en medio de un cambio inédito
que experimenta la estructura física urbana de la ciudad, a partir de la década final del siglo XX y primera
década del XXI. Se trata de la emergencia de un nuevo centro comercial moderno en la zona Norte a
partir de la creciente tendencia de los sectores empresariales y las clases medias altas de abandonar el
viejo centro histórico en provecho de organizar con mayor ventaja un espacio propio que se va
convirtiendo en el nuevo símbolo de la modernidad-posmodernidad cochabambina. Ver a este respecto
(Rodríguez, Solares y Zavala, 2009)
28

al mismo tiempo que sus métodos de relacionamiento con el capitalismo son


distintos (...) En las familias de comerciantes, tal contradicción tiene lugar en el
marco del gran capital comercial intermediario y en el consumo urbano. En
realidad los sistemas de ferias son procesos productivos que generan valor
agregado al trabajo campesino y son transferidos al consumidor urbano,
facilitando así una reproducción de la diferenciación urbana en su conjunto. En
este sentido, el mercado urbano constituye el núcleo de transferencias para el
trabajo campesino y para las familias de comerciantes: núcleo que es propicio
tanto por la presencia de grandes intermediarios como por la capacidad social
de consumo de la ciudad.(...) El efecto fundamental de estos procesos está en la
reproducción de la fuerza de trabajo que no descansa en el capital, pero
tampoco en el Estado, sino en la propia capacidad reproductiva de las unidades
familiares (...) La coexistencia entre el capital y las economías familiares es
complementaria y contradictoria a la vez: complementaria por que el capital
basa su desarrollo y dominación, en parte, en la transferencia de valores en
trabajo o en bienes y, contradictoria, porque el incremento de las necesidades
de reproducción de la gran mayoría de las economías familiares determinan
gradualmente mayores limitaciones a su reproducción.

Es decir, que La Cancha funciona como un espacio de representación del conjunto de


productores, intermediarios y consumidores, pero donde las relaciones entre estos no
son equitativas. El hecho de que numéricamente el pequeño comerciante sea
mayoritario no significa en modo alguno que las leyes de mercado estén ausentes. En
realidad esta representación tiene actores directos y operadores en "bambalinas",
incluso actores indeseables como veremos. La valorización del trabajo campesino que
aquí tiene lugar no favorece al productor directo porque dicho valor ha sido enajenado
en favor del intermediario quien recoge los frutos de esta valorización en el mercado o
feria. Luego toda la red de pequeños, medianos y grandes intermediarios que hacen
circular, incluso en demasía, el producto campesino son los recolectores de diversas
fracciones de este plus valor que es subvencionado por el consumidor final. En este
universo el productor resulta un invitado de piedra, pues su presencia, sobre todo
masiva "echaría a perder" este mundillo de cambalaches y negocios, donde en realidad
bajo la forma del fetiche-mercancía se subasta el trabajo campesino.

Sin embargo, La Cancha no es solo el espacio principal donde se verifica la fase final
de la apropiación-expropiación del excedente agrícola, sino el generador de una serie
compleja de actividades complementarias y como sugiere Miltón Santos (1981), el eje
de un circuito de oferta para consumidores de bajos ingresos conformada por una masa
de demandantes nada despreciable para justificar ampliamente la receptividad que
merece la producción artesanal en diversos rubros, así como los servicios diversos para
estos sectores. En suma, en La Cancha no solo se enriquece al gran intermediario, aquí
encuentran medios de vida aceptables los otros componentes de esta larga cadena, pero
además, este es espacio fundamental de producción y reproducción de las pequeñas
economías familiares y la principal fuente de empleos de mano de obra no calificada
que oferta la ciudad e incluso, el lugar preferido de la vida social y económica de un
gran porcentaje de cochabambinos. En este orden el gran protagonista es la mujer-
comerciante, es decir la famosa chola cochabambina cuya destreza para los negocios
tiene una larga tradición histórica. Al respecto veamos un testimonio:

Soy Margarita vendedora de La Pampa: Nosotras no le pedimos nada al


28

Gobierno, ¿acaso le pedimos sueldo o aumento como otros? Nosotras por


nuestra cuenta trabajamos y ganamos de nuestro esfuerzo, vendiendo todo el
día, más bien tenemos que pelear todo el día con los gendarmes que vienen a
cobrarnos de todo, como si ellos nos lo hubieran hecho este mercado. Nosotros
las vendedoras más antiguas hemos levantado este mercado donde antes había
un basurero, con nuestras manos teníamos que levantar las basuras (León,
1985).

La actividad ferial es más compleja evidentemente que lo que muestra la realidad. Es un


universo nada homogéneo y donde todo se hace por "cuenta propia". Si dicha realidad
en su superficie es de por si compleja, su estructura social subterránea lo es aun más.
Existen divisiones, jerarquías y categorías de comerciantes. Por ejemplo, las
"ranqueras" o "comideras", que se ocupan de vender almuerzos y platos a las
comerciantes, están en un escalón inferior, los comerciantes ambulantes en general
también ocupan un nivel inferior, sobre todo los de productos agrícolas al por menor. En
cambio los comerciantes de puestos fijos y que exponen mercaderías por valores
apreciables se ubican en una escala superior, siendo los más prominentes los vendedores
de electrodomésticos y otros equipos de alto valor agregado que suponen elevadas
inversiones de capital. Pero veamos algunas cifras:

En 1978 fueron censados 12.585 puestos de comercialización en los mercados La Paz,


Calatayud y mercados seccionales de abastecimiento, incluyendo calles ocupadas por
esta actividad. De este conjunto, el 54 % eran tipificados como "puestos movibles" es
decir que correspondían a vendedores ambulantes o temporales en el sitio que ocupaban
y que sólo se hacían presentes los días de feria practicando el denominado "comercio
hormiga" que fundamentalmente correspondía a migrantes-comerciantes con poca
antigüedad en el negocio, en tanto el 46 % restante estaba constituido por comerciantes
"fijos" es decir que tenían un carácter más permanente y, por supuesto, un status
superior a los anteriores. En el mercado de La Pampa propiamente se aglutinaban el 46
% de este total de puestos y, en las vías adyacentes un 18 % constituido esencialmente
por ambulantes. En la plaza Fidel Aranibar se concentraban un 15 % de este total, en la
Plaza Calatayud un 9,5 % y en el mercado La Paz un 5,6 %, en tanto el saldo se
distribuía entre los cinco restantes mercados urbanos que existían en esa época. Este
volumen de puestos permitía establecer la enorme gravitación que tenía este comercio
sobre la economía urbana, sobre todo considerando que la relación entre volumen de
población y número total de puestos de venta arrojaba un índice de 16, 2 habitantes o
3,6 familias por puesto, es decir que por lo menos una de cada tres familias en la ciudad
estaba vinculada a esta actividad, donde encontraban empleo directo unas 15.000 a
20.000 personas entre comerciantes y dependientes. Indudablemente, ninguna actividad
industrial o de otra naturaleza en el sector capitalista ofertaba tal magnitud de empleo.
Un espacio donde en un día sábado o día de feria, se congregaban de acuerdo a estos
datos hasta unos 11.000 peatones en una hora punta (medio día) y por donde circulaban
hasta 70.000 vehículos en un lapso de seis horas de esa misma jornada- Evidentemente,
de lejos emerge la Cancha como el ámbito más dinámico de la ciudad, sin exageración
el "verdadero corazón" de Cochabamba (CONSBOL 1978).

Una descripción de La Pampa evoca estas imágenes:

El mercado La Pampa actualmente presenta una estructura física heterogénea,


donde se pueden diferenciar dos tipos fundamentales de asentamientos: los
29

móviles y los fijos (...) Los móviles se establecen en los sectores libres, es decir
en las áreas donde no existe una estructura o ambiente definido que los cobije,
de modo que adoptan para su asentamiento la modalidad propuesta por el
sistema tradicional del ‘tendido’ y el ‘parasol’. Al no estar normada la
superficie de ocupación, los vendedores asumen la disposición libre de sus
puestos, los cuales en su conjunto manifiestan un marco anárquico, sin las
condiciones elementales de orden. Los rubros que preferentemente adopta esta
modalidad son los productos agrícolas y frutas (...) Los puestos fijos están
emplazados en galpones tipo ‘tinglado’, implementados con algún equipamiento
que sirve tanto para definir el área de ocupación como para exponer el
producto. Los galpones siguen un esquema lineal de organización (CONSBOL,
obra citada).

La magnitud de este fenómeno y su enorme gravitación urbana y regional eran sin duda
el gran imán que en los años 60 y 70 atraía los torrentes migratorios, pero además era
(es) un componente fundamental de la estructura urbana y por tanto poseía la suficiente
capacidad para influir en el ordenamiento interno y la expansión de la ciudad. Si el
Prado, las avenidas troncales de la ciudad, la plaza de armas u otros sitios de jerarquía
urbana ejercían gran atracción para emplazar las empresas y las viviendas de los
sectores articulados a la economía capitalista o a la jerarquía estatal, La Cancha ejercía
irresistible fascinación para los mayoritarios sectores de "trabajadores por cuenta
propia" o "informales" e incluso no pocos comerciantes de fortuna pero con fuertes
raíces en este mundo ferial.

Resultaba natural por tanto, que este centro empujara y alentara una escalada sin
precedentes de asentamientos regulares e irregulares a lo largo de la década de 1970
bajo condiciones extremadamente precarias, propiciando el poblamiento denso de las
colinas de San Miguel, Cerro Verde, Hauyra K'hasa, Alto Cochabamba, el Ticti o
esparciéndose a lo largo y ancho de Valle Hermoso, Lacma, Villa México, más adelante
Sebastián Pagador, o subiendo cuesta arriba de la cordillera del Tunari en plena invasión
pacífica del parque del mismo nombre, para conformar una extensa y dilatada periferia a
la vez, concéntrica y lineal, cuyo brazo oriental llega hasta la vecina Sacaba, y cuyo
brazo occidental se extiende hasta más allá de Quillacollo; al extremo que los técnicos
la bautizarán como "conurbación" o "región urbana" reconociendo que el Plano
Regulador de 1961 había quedado totalmente obsoleto frente a un proceso de expansión
urbana no previsto ni por las fantasías urbanísticas más exageradas de los años 40 y 50.
.
Lo innegable es que las fuerzas que organizan tanto el espacio departamental cuanto el
espacio urbano: el sector capitalista en sus diversas esferas y las formas atrasadas, no
capitalistas o mercantiles simples; no operan como fuerzas antagónicas, sino
complementarias. Es más, el modelo de acumulación regional solo era (es) viable bajo
las condiciones de subsunción de las segundas por el pequeño, pero dominante sector
capitalista que resulta hegemónico en el control de la economía de mercado y en el
control del bloque de poder regional incluido el aparato estatal y el estratégico aparato
ideológico. En efecto, este modelo de desarrollo opera en dos instancias: en primer
lugar, tolerando el absoluto dominio de las formas arcaicas y tradicionales de la
economía campesina y las economías familiares urbanas y suburbanas sobre la esfera
de la producción, es decir que las formas no capitalistas controlaban casi totalmente la
producción de recursos alimenticios y otros bienes de consumo básico en la región en
los años 80, excepto la modesta producción de algunos rubros de la canasta familiar a
cargo del sector manufacturero industrial110. En segundo lugar: no permitiendo que el
sector informal de la economía detentara algún grado de dominio sobre las otras fases
de reproducción del capital, incluyendo el control sobre los mercados de consumo, de
capital financiero y monetario, de servicios, fuerza de trabajo y bienes de capital, tanto a
escala urbana como regional, ni permitiendo ninguna ingerencia en el control del
aparato estatal, político, ideológico e institucional en general, que constituyen el espacio
de dominio pleno y absoluto del sector capitalista y sus agentes. Dicho de otro modo, la
esfera de la producción en Cochabamba estaba mayoritariamente controlada por
unidades no capitalistas, en tanto, las otras etapas del ciclo de la economía (la
circulación, la distribución y el consumo), así como el conjunto de la superestructura de
sustentación del poder en todas sus formas, estaban plenamente controlados por el
sector de la economía moderna y sus agentes políticos e ideológicos.

La ciudad y la microregión emergen como un pequeño oasis de desarrollo capitalista


emplazado en el Valle Central. Pero ni siquiera esto es una verdad absoluta, pues como
hemos observado, ni aún en este nivel existe un pleno monopolio del sector capitalista
para imponer un modelo único de organización del espacio. La estructura resultante, por
el contrario, combina ambas lógicas económicas tanto definiendo la materialidad de los
niveles de centralización de los escenarios donde culmina el ciclo económico del
capital y se realiza la captación final del excedente generado por la economía
campesina; como en la forma dispersa en que se organizan los soportes materiales (los
barrios, las viviendas, los servicios básicos, los equipamientos) que operan sobre la
reproducción de la fuerza de trabajo y el conjunto de la sociedad. De esta forma
Cochabamba exhibe un centro histórico en proceso de convertirse en "centro de
modernidad"111 y, al mismo tiempo coexistir con un vigoroso "centro popular ", unos
barrios residenciales dentro del molde de la ciudad-jardín y, barrios populares y
asentamientos de emergencia ajenos a éste concepto, todo ello, como ya se mencionó,
dentro de un delicado equilibrio de formas opuestas de concebir, consumir y proyectar
la ciudad, pero unificadas en el pleno consenso de que cada parte requiere
imperiosamente de su opuesto para encontrar su propia viabilidad.

Esta característica es la que imprime a la ciudad su infinita capacidad de combinar lo


nuevo con lo viejo, lo moderno con lo tradicional, lo exclusivo con lo popular, al
extremo de que en los años 70 no era posible encontrar un solo barrio de "clase alta"
sino barrios heterogéneo en variadísimos grados y matices, siendo frecuente que el
chalet y el palacete limitaran con la humilde vivienda de un antiguo artesano, con el
huerto de un pequeño agricultor, o incluso, con una pujante chichería, todos ellos
reposando sobre valiosísimos lotes que se negaban a vender, prefiriendo subsistir con
110
El sector de la agricultura parcelaria es dominante en la producción de alimentos básicos de la canasta
familiar como el pan, legumbres, maíz, tubérculos, frutas, etc. Aquí resulta pertinente aclarar que otros
actores económicos informales (comerciantes de ropa, calzados, abarrotes, electrodomésticos, etc.) se
articulan a lógicas de comercialización diferentes al no estar vinculados los productos que ofertan con
raíces rurales, sino con pequeños, medianos y grandes centros manufactureros locales, regionales,
nacionales e internacionales, siendo muchos de sus operadores en realidad empresarios capitalistas que
adoptan disfraces de informalidad para disimular o encubrir las partes oscuras de sus intrincados
negocios. Solo a partir de la década de 1990 y sobre todo en la primera década de los años 2000, los
mencionados operadores dejaran gradualmente sus casetas y las cambiaran por una infraestructura
arquitectónica moderna.
111
Esta afirmación en realidad no llega a materializarse totalmente, por que bajo el imperio de otros
factores y otras circunstancias, en la década de 1990 y en la primera década del siglo XXI, dicho centro
sufre la competencia de otro de hito de modernidad: el nuevo recinto de negocios, servicios y recreación
de la Zona Norte.
29

los magros recursos que les proveía la economía informal, o la situación contraria, que
un opulento intermediario, dueño de muchos camiones, microbuses, taxis, y edificios de
renta en torno a La Cancha y aledaños, con hijos en colegios exclusivos y rodeado de
multitudes de compadres y ahijados, no abandonará su viejo "negocito", una miserable
caseta de La Cancha, que le servía incluso como cobijo desde que inició los buenos
negocios hace muchos años, no teniendo cabida en su mente la idea de ocupar un
moderno almacén en alguno de sus edificios y menos edificar una vivienda moderna en
uno de sus tantos lotes en la zona Norte, prefiriendo en todo caso, continuar viviendo en
unas modestas "medias aguas" del barrio popular que ni siquiera tenía reconocimiento
legal.

En el orden regional, no son las instalaciones industriales los articuladores del espacio,
sino el sistema ferial y las redes de comunicación que unen estos con los espacios
productivos y los "centros de transición mercantil" que particularmente en el Valle
Central y Alto configuran un "núcleo regional integrado",cuyo epicentro es la ciudad de
Cochabamba, la misma que mantiene a través de La Cancha una fluida vinculación con
las ferias regionales más importantes -Quillacollo, Punata, Sacaba- (Laserna 1984).
Como ya observamos anteriormente, este es el núcleo que concentra los mayores
volúmenes de población y de actividad económica.

En suma, la ciudad de Cochabamba es la pieza principal de un débil sistema urbano-


regional, pero que en compensación posee una potente espina dorsal, que como a lo
largo del siglo XIX y aun antes, no es otra que el sistema de ferias. Como vértebra
principal de esta estructura, la ciudad y la conurbación se han convertido en un centro
dominante de características macrocefalicas y cuyo crecimiento acelerado no es
proporcional al crecimiento de su economía, pero sí, al proceso de afianzamiento del
modelo de acumulación vigente que se constituye en el factor fundamental de
organización de este espacio en sus escalas urbanas y regionales, jerarquizando todos
los componentes en los que se produce la transferencia del excedente agrícola en favor
de la densa red de intermediarios. Cochabamba en este orden, juega múltiples roles:
como el destino final de innumerables redes de apropiación de dicho excedente, como
espacio de consumo y reproducción de la fuerza de trabajo de la amplia masa de estratos
sociales no productivos, como sede y principal mercado de capitales financieros y
monetarios, así como de bienes de capital, tecnología, servicios y, como emplazamiento
principal del aparato institucional y de las instancias de gobierno y control social que
desarrolla el Estado en la región.

Urbanización y calidad de vida:

Un singular estudio realizado por Carmen Ledo (1986) sobre la desigualdad social y su
distribución espacial en el ámbito urbano de la ciudad nos permite una aproximación
muy importante sobre la forma de apropiación de este espacio por los distintos estratos
sociales que estructuran el mismo. Para este efecto la citada investigadora definía cinco
estratos sociales tomando como base los estratos socio ocupacionales definidos por el
Censo de 1976. Estos son: los "directivos y profesionales" (12,8% del total de hogares
registrados), que comprenden los niveles más altos de la jerarquía estatal y empresarial
en la región, interviniendo en forma decisiva en los niveles de toma de decisiones. Se
trata, en muchos casos, de propietarios de medios de producción, empresariado
comercial y profesionales liberales. Es el estrato que percibe ingresos altos y es
usufructuario de la porción mayoritaria de los excedentes generados por los sectores
29

productivos, incluyendo el campesinado. Un segundo estrato conformado por


"asalariados no manuales" (22,1% del total), constituido por empleados del sector
público y el cuerpo técnico y de administradores intermedios de la empresa privada.
Este vendría a ser el estrato de las clases medias, es decir, de los "empleados públicos",
los "trabajadores de cuello blanco" y profesionales empleados en el sector publico y
privado. Un tercer estrato estaría constituido por los "trabajadores por cuenta propia"
(24,4 % del total), es decir, los estratos de artesanos, comerciantes minoristas y
pequeños agricultores que todavía operaban dentro del radio urbano, cuyas economías
se basaban en relaciones familiares de producción. Es decir se trata de un segmento de
no asalariados que generan su propio empleo como parte del desarrollo de "estrategias
de supervivencia". Un cuarto estrato, el de los "trabajadores manuales
asalariados"(32,4 % del total), resultaba el más numeroso. Sin embargo esta
apreciación escondía aspectos cualitativos que lo relativizan. Así, el sector obrero
propiamente es minoritario frente a los asalariados de sectores no capitalistas como los
ladrilleros o gamboteros, los trabajadores temporales en el sector servicios o las formas
de empresa capitalista atrasada comunes en la rama de la construcción. Un quinto
estrato vendría a estar constituido por los "trabajadores en servicios personales" (3,7 %
del total), es decir, el sector de las trabajadoras del hogar o "empleadas domésticas" que
reciben remuneraciones bajas pero acceden a algunos de los niveles de consumo
individual de las familias de ingresos medios y altos.

Con estos criterios Ledo elaboró el "mapa social" de la ciudad definiendo el siguiente
cuadro: El área central (la plaza de armas y su entorno) que hacia 1970 tenía un
carácter marcadamente heterogéneo, donde las actividades de vivienda, comercio y
servicios varios se encontraban muy entremezclados. Aquí compartían la residencia:
directivos y profesionales (zona Noreste), asalariados no manuales (zonas Noroeste y
Sudoeste) y trabajadores de servicio esparcidos por todo el ámbito. En suma el centro
histórico tendía a "concentrar sectores de ingresos relativamente altos". En esta zona en
1976 residía el 8 % de la población urbana total. El área de barrios residenciales del
Norte y el Este (parte de los sectores Noroeste y Noreste, Muyurina, sector Este de Las
Cuadras, Queru Queru, Cala Cala, Hipódromo Este) concentraba estratos de directivos y
profesionales, además de asalariados no manuales. Se trata por tanto de una zona de
ingresos altos y medios donde residía el 34 % de la población. En ambos casos de
trataba de zonas privilegiadas por estar dotadas de todos los servicios que en general
puede brindar el desarrollo urbano.

Una tercera zona, la del Sur (Sudeste, Sudoeste, Alalay Oeste, Alalay, San Miguel-Cerro
Verde, Jaihuayco Norte y en forma atípica Mayorazgo en el extremo Norte) presentaba
un predominio de trabajadores por cuenta propia: comerciantes al por menor, artesanos
tradicionales, pequeños agricultores y transportistas. Se trataba de "actividades de
autogeneración de empleo" en estrecha vinculación con La Cancha. Esta zona estaba
menos dotada de servicios que la anterior, con fuertes déficit en los bordes urbanos y
frecuentes focos de contaminación ambiental. Aquí residía un 22 % de la población.

Una cuarta zona (Hipódromo Oeste, Chimba, Villa México y aledaños, Jaihuayco Sud,
Alalay-Ticti, Huayra K'hasa-Valle Hermoso) vendría a ser el lugar de residencia de los
asalariados manuales. Se trataba de un área prácticamente desprovista de servicios y
equipamientos. Aquí vivía el 24 % de la población urbana. Por último, una quinta zona
(Las Cuadras Este, Sarco y Tupuraya) que en 1976 estaba preferentemente ocupada por
trabajadores en servicios personales y estratos de asalariados manuales. Se trataba de un
29

área poco densa y casi sin dotación de servicios urbanos. Aquí residía el 12 % restante
de la población. (Ver Plano 42)

En síntesis la estructura socio espacial propuesta por Ledo coincide con el perfil
estructural trazado anteriormente y revela que, pese a su rápida expansión, dicha
disposición urbana de los estratos sociales correspondía mas bien a un modelo de ciudad
tradicional, con los sectores de ingresos altos ocupando las zonas centrales e
intermedias y los sectores de bajos recursos, asalariados o no, ocupando las periferias o
las zonas más deprimidas. Además se puede percibir en base al estudio mencionado, que
las condiciones de vida urbana también experimentaban diferencias cualitativas y que la
cuestión del lugar de residencia tenía no solo una connotación social, sino además
suponía el mayor o menor acceso a servicios urbanos básicos. Veamos algunos datos:

Con respecto a la salud, Cochabamba en general detentaba el indeseable primer lugar en


cuanto a mortalidad infantil a nivel nacional (INE, "Situación demográfica en Bolivia.
1970-1974"). Este hecho era particularmente crítico en las áreas rurales, pero también
en la ciudad. En las zonas periféricas dicha tasa era particularmente elevada (190,5 por
mil), es decir casi un 50 % mas que la media urbana. Al respecto se observaba que
dichos datos revelaban brechas muy marcadas en relación a los servicios disponibles por
la comunidad y la existencia de una falta de racionalidad en la distribución de los
recursos y servicios en esta materia (Vidal 1982). En este orden, las enfermedades con
mayor incidencia entre la población infantil y la población en general, se concentraba en
las vías respiratorias y el aparato digestivo, hecho revelador de las condiciones de
contaminación ambiental y de las fuentes de agua, incluso de la precariedad en la
higiene de la vivienda, y en general, la ausencia de servicios de infraestructura urbana
en la mayoría de los barrios populares.

En cuanto a los equipamientos escolares un "Plan Piloto de Construcciones Escolares


Cochabamba" faccionado para el quinquenio 1980-1985 revelaba que hacia 1979
existían 191 establecimientos escolares fiscales, particulares y de Fe y Alegría, con un
total de 753 aulas y 105 locales escolares dando cabida a 72,400 alumnos. La
problemática al margen de que una mayoría de estos locales no tenían condiciones
apropiadas, consistía en su excesiva e irracional concentración en algunos sectores del
casco viejo determinando flujos masivos de estudiantes desde barrios distantes hacia el
sector central en términos conflictivos.

Con respecto a la vivienda, la situación era particularmente penosa: si bien el Censo de


1976 había revelado que la tenencia propia era dominante en Cochabamba (un 48 %
estaba ocupado por sus dueños), al mismo tiempo mostraba que el problema en si
consistía en una alarmante crisis de calidad habitacional que ponía en evidencia la
precariedad de la autoconstrucción y la conformación de la urbanización reciente en
base a cobijos y alojamientos y no ha viviendas propiamente, sino en un porcentaje muy
minoritario. Así, el 61 % de las 42.593 viviendas urbanas censadas no tenían o tenían
apenas un dormitorio, que además era utilizado en otras actividades; un 35 % eran
apenas habitaciones sueltas; en cuanto a los materiales de construcción empleados se
percibía un marcado uso de calamina en las cubiertas, un predominio absoluto del adobe
en los muros y pisos de cemento mayoritarios, es decir que el estándar constructivo era
una casa modesta con muy escaso confort. Por otra parte, un 37,5 % de las viviendas no
tenían cocinas, un 81 % no tenían baños y además, un 6,6% eran baños comunes. Solo
un 6,8 % gozaba del privilegio de tener duchas o tinas. Apenas el 12 % de las viviendas
29

tenían conexiones de alcantarillado a la red publica y, solo el 23,3 % recibía agua


potable de la red municipal. El único servicio que cubría el 100 % de la cobertura era la
energía eléctrica (Solares, 1982)
.
Aún en las zonas servidas, la situación no era mejor. Por ejemplo la zona central
presentaba servicios de agua y alcantarillado completos pero anacrónicos, lo que obligó
a una penosa renovación verificada en 1978. Otro tanto ocurría con relación al
pavimento de las calles, la calidad de las aceras, la calidad del servicio telefónico, etc.,
sin hablar de las condiciones de higiene urbana, recojo de basuras y otros. En suma, sin
necesidad de mayores abundamientos sobre esta materia, se puede afirmar que la ciudad
estaba lejos de alcanzar la jerarquía mínima de un centro urbano ajustado a los
conceptos de la planificación sobre este particular. La penuria de servicios que exhibía
al por mayor, si bien afectaban de manera dramática a los habitantes de las periferias,
cuyos niveles de vida poco se diferenciaban con relación a las áreas rurales, también
afectaba al resto de la población, siendo, por ejemplo, las crisis de agua potable tan
agudas en este tiempo, como en el siglo XIX o la primera mitad del XX.

En realidad la ciudad había crecido a un ritmo superior a su capacidad económica y los


escasos recursos municipales no eran significativos ni siquiera para atender el perímetro
urbano definido en 1945. En este sentido se puede afirmar que el macrocefálico
crecimiento urbano era directamente proporcional con la dimensión del atraso de la base
productiva y que esta expansión, antes que ser un síntoma de progreso o bonanza
económica, representaba el precio de la permanencia de un modelo de desarrollo, cuya
lógica de acumulación de capital, requería de aglomeraciones paupérrimas para
beneficiar a las minoritarias y recién constituidas elites regionales.
29

CAPITULO VI:

LA CIUDAD EN LAS DÉCADAS FINALES DEL SIGLO XX


EL PROCESO URBANO EN L0S AÑOS 80 E INICIOS DE LOS 90

Ajuste estructural, nueva fisonomía estatal, pobreza y procesos urbanos:

La crisis del sistema capitalista mundial que tuvo lugar a lo largo de la década de los
años 70 del siglo XX, puso en entredicho la capacidad de dicho sistema para asumir sus
propios objetivos y alcanzar sus propias determinaciones fundamentales, sobre todo con
relación a las tasas de ganancia demandadas a escala mundial, acompañadas de la
consiguiente estabilidad política y el adecuado control ideológico, dando lugar a
conflictos sociales y políticos que en los países centrales se dirimieron con un una
mayor hegemonía de las tendencias de derecha, en tanto en el resto del sistema, a
inicios de los 80, se produjo una reestructuración económico-social de la economía
capitalista, más adelante conocida como globalización, que en líneas generales tiende a
endurecer, preservar y profundizar los principios de organización capitalista de la
economía y la sociedad.

Para este efecto, resurge un liberalismo remozado o neoliberalismo bajo cuyo influjo
ideológico se comienza a estructurar un nuevo modelo económico de crecimiento
capitalista que introduce un cambio cualitativo con relación a las anteriores prácticas
económicas, políticas y sociales promovidas por el propio sistema en el marco de la
doctrina keynesiana vigente desde la gran crisis de los años 30. Este nuevo modelo se
estructura en torno a cambios sustanciales con relación a: las relaciones de poder entre
capital y trabajo en el sentido de que se rompe el pacto social practicado desde los años
40 y se persigue frontalmente el debilitamiento de las organizaciones sindicales. Por
otra parte, se estigmatiza la intervención del Estado en la economía y se procede a
debilitar, desmontar y finalmente destruir el denominado "Estado Benefactor" o
"Estado de Bienestar", esto es, se da un punto final a la tradición del Estado distribuidor
de servicios públicos y seguros sociales a las grandes masas de población.

Por último, tiene lugar un proceso de internalización creciente de la economía de


mercado y su integración a escala planetaria es cada vez más profunda, bajo el modelo
de "aldea global" como sugiere McLuhan. Este proceso tiene lugar en el marco de una
nueva división internacional del trabajo que proyecta una transformación en los
procesos de producción bajo el sistema de "cadenas de producción y gestión"
internacionalizadas cuyos centros son mundiales. El control es ejercido por grandes
consorcios multinacionales y los escenarios operativos de la cadena son múltiples
realidades nacionales, regionales y aun urbanas. Es decir, el gran capital deja de tener
una sede nacional o continental y tiende a expandir su ciclo de reproducción y
acumulación a escala mundial (Castells, 1988, Burges, Carmona y Kolstee, 1994).

Este proceso de reestructuración o ajuste del sistema económico mundial tiene lugar en
el contexto de un mundo que paralelamente experimenta profundos cambios
demográficos, no solo en términos cuantitativos, sino cualitativos. Según Hobsbawn
(1995), "el cambio social más drástico y de mayor alcance de la segunda mitad de este
siglo, y que nos separa para siempre del mundo del pasado, es la muerte del
campesinado (...) Cuando el campo se vacía se llenan las ciudades. El mundo de la
segunda mitad del siglo XX se urbanizó como nunca". Esta tendencia fue
29

particularmente pronunciada en el llamado Tercer Mundo en medio de un acelerado


crecimiento de la población en general.

De acuerdo a estimaciones del Fondo de Población de Naciones Unidas la población en


los países en vías de desarrollo se había duplicado y más en los últimos 35 años,
pasando de 1.700 millones de personas en 1950 a 4.100 millones en 1990, estimándose
que hacia el año 2000 casi habría alcanzado los 5.000 millones frente a un total mundial
previsto de 6.260 millones. Este acelerado crecimiento demográfico de los países de
menor desarrollo estaría dando lugar a que un mayor número de personas esté
demandando recursos cada vez más escasos, lo que a su vez estimularía las migraciones
desde las áreas rurales hacia las zonas urbanas. De esta manera a fines del siglo XX ya
era urbana más del 76 % de la población latinoamericana (Opinión, 21/04/1994).112

Con este ritmo de crecimiento demográfico que alimenta sin pausa enormes torrentes
migratorios, obviamente el proceso de urbanización del Tercer Mundo y del resto del
planeta no tiene equivalente en toda la historia de la Humanidad. Es suficiente recordar
que a comienzos del siglo XX apenas el 13 % de la población mundial vivía en
ciudades, sin embargo, las Naciones Unidas estimaban que hasta la primera década del
siglo XXI, este inicialmente modesto porcentaje habría sobrepasado el 51 % de la
población, es decir que todo el planeta estará ocupado por poblaciones que en forma
mayoritaria viven en ciudades. A partir de esta perspectiva se puede establecer sin
dificultad que la cuestión de la urbanización y el crecimiento de las ciudades se
convierte en el problema central del desarrollo en el mundo actual. Por ello, no resulta
extraño que en 1976 se hubiera desarrollado la Primera Conferencia Mundial del
Hábitat y que en 1995 se hubiera desarrollado la Segunda Conferencia, siendo el gran
tema de debate del fin de milenio la cuestión de la planificación de los asentamientos
humanos como los escenarios donde tendrán lugar los esfuerzos mayores del desarrollo.

El proceso anteriormente descrito tiene lugar en medio de una escalada de profundos


desequilibrios en los ritmos del desarrollo. La crisis de los años 70 y 80 ha provocado
cambios profundos en el contexto macroeconómico. Si todavía en la década de 1970 las
políticas de desarrollo perseguían estrategias como "la distribución con crecimiento" y
la aplicación extensa de "programas de necesidades básicas" dirigidas a aliviar la
pobreza, el desempleo y la falta de equidad, pretendiendo un crecimiento equilibrado a
través de medidas redistributivas, el estimulo a las empresas en pequeña escala, la
aplicación de tecnologías intensivas en mano de obra, la desactivación del sector
informal y fuertes subvenciones en la dotación de servicios e infraestructura; en la
década siguiente, en medio de un dramático descenso de las tasas de crecimiento
económico, incluyendo tasas negativas en países como Bolivia en América Latina, con
el consiguiente descenso de los precios de las materias primas, la imposición de altas
tasas de interés sobre las voluminosas deudas externas, el alarmante déficit de las

112
Los indicadores demográficos en el mundo, en la última década del siglo XX, estaban cerca de los
5.700 millones de personas, además con propensión a aumentar aceleradamente. Se consideraba, que casi
toda la tasa demográfica de incremento anual (unos 93 millones de personas) se estaba produciendo en
países en desarrollo. Según las proyecciones de NN.UU, hacia el año 2025, la población total habrá
alcanzado un volumen que se situará entre 7.900 y 9.100 millones de habitantes, siendo aceptada como la
cifra más probable 8.500 millones (Fondo de Población de Naciones Unidas, Opinión 17/05/1994). El
Banco Mundial estimaba que las ciudades producen el 50 % de los ingresos nacionales en los países en
vías de desarrollo, y que alcanzarán tasas del orden del 65 al 80 % hasta el año 2000 (Citado por Burges
et al, obra cit.).
29

balanzas de pago, el declinio dramático de los flujos de capitales externos y el descenso


a niveles inéditos de las tasas de inversión; se agravó el deterioro de las condiciones de
vida hasta niveles extremadamente duros para el grueso de la población latinoamericana
y en general del Tercer Mundo, con un agravamiento radical de los niveles de
desempleo, el crecimiento acelerado de la pobreza y la extrema desigualdad social,
visibles particularmente en las periferias urbanas y en las zonas rurales.

Este es el dramático telón de fondo que acompañó las medidas de reestructuración de la


economía capitalista y el resurgimiento del liberalismo para definir una respuesta que
fuera viable para salir de la crisis, pero sin poner en riesgo el sistema. Así surgen "las
estrategias de ajuste estructural" basadas en teorías de corte neoliberal, que giran en
torno a "la regla de oro" de “acentuar” la determinación del mercado sobre los salarios
y los procesos de asignación de recursos para las inversiones productivas, en función de
las utilidades financieras, considerando la cuestión de la rentabilidad como un principio
central no negociable e irrenunciable. Los objetivos buscados por las "políticas de
ajuste" drásticamente aplicadas, se dirigieron a alcanzar metas globales como recuperar
el equilibrio de las balanzas de pagos, incrementar y atraer las inversiones externas,
generar el crecimiento económico a través de la reestructuración del comercio exterior y
los flujos financieros. La palabra de orden en muchos países latinoamericanos fue
"exportar o morir". Para ello no se tuvo reparos de destruir viejos equilibrios entre
capital y trabajo, modificar constituciones políticas, derogar leyes y una serie de normas
legales (estas fueron las estrategias de "desregulación") para promover el libre
comercio, remover los impedimentos tarifarios y otras trabas a las inversiones externas,
proteger a éstas de las devaluaciones monetarias, incentivar la exportación y, sobre todo,
entregar a grandes consorcios extranjeros el manejo de las áreas estratégicas de las
tradicionales economías estatales latinoamericanas.

Bajo estos términos, se ponen en auge las corrientes privatizadoras de las empresas
públicas, el Estado deja de ser el "gran empleador" y se procede a verdaderas masacres
blancas ("relocalizaciones"), se eliminan los subsidios a los alimentos, el transporte, los
servicios básicos la educación, la salud, etc. Se racionalizan y amplían los mecanismos
impositivos y se desarrollan políticas radicales de reducción del gasto público. Las
consignas del momento pasan a ser: "privatización" (o su equivalente capitalización),
"desregularización" y "descentralización". El objetivo central es promover un Estado
pequeño, eficiente y permisible, como condición general para el desarrollo pleno de las
fuerzas del mercado.

El impacto de estas políticas en el ámbito de los procesos del ordenamiento territorial y


de la organización del espacio en general, se proyecta de varias maneras: el deterioro de
los salarios y la reducción del empleo agravan los problemas de alojamiento merced a la
escalada especulativa de la tierra urbana y el costo creciente de la infraestructura; las
políticas de ajuste dirigidas a nivelar la balanza de pagos y el control de la inflación
introdujeron políticas de austeridad y eliminaron los subsidios en favor de la vivienda
social e incluso los "prestamos blandos" con intereses bajos y largos plazos de
amortización, de esta forma, se agravó la situación habitacional de amplios sectores de
clase media y se dio nuevo impulso a los asentamientos irregulares. Las políticas
publicas tendieron a desentenderse del tema de la vivienda social y, prefirieron crear
condiciones propicias para la inversión privada en ramas de la construcción más
atractivas y con tasas de ganancia más elevados: edificios comerciales, shoppings,
bancos, viviendas para sectores de ingresos altos y medio, etc.-.
29

La nueva orientación del desarrollo capitalista introdujo cambios en cuanto a la


concepción misma de los fenómenos urbanos. Las ciudades comenzaron a ser
consideradas como componentes de sistemas regionales o "espacios integrados"
propicios para generar el desarrollo económico y social y sus efectos multiplicadores.
Se modificó el ángulo conceptual imperante en los años 60 y 70, que veía a los procesos
de urbanización acelerada en América Latina como poco deseables, por expandir la
marginalidad, profundizar la pobreza, exacerbar las contradicciones sociales, fortalecer
la economía informal y favorecer la expansión de aglomeraciones prácticamente
improductivas. Ahora se pasa a concebir las ciudades como centros irradiadores de las
actividades económicas productivas necesarias para generar el desarrollo económico y
crear condiciones para una distribución social de la riqueza con equidad, dándose un
nuevo énfasis a la reorientación de los objetivos de desarrollo económico y distribución
social como parte de estrategias macroeconómicas para resolver los problemas urbanos.

De esta manera toman cuerpo dos estrategias principales dentro de la política general
de "armonizar las políticas de desarrollo nacional con las políticas de desarrollo
urbano": "el fortalecimiento de la productividad urbana" y "el alivio a la pobreza".
Bajos estos criterios, las ciudades pasan a ser consideradas por las agencias de
desarrollo internacional como "los motores de la economía" o del crecimiento
económico, pues ellas, a través de su capacidad industrial añaden valor a la producción
rural y proporcionan servicios básicos a los mercados regionales.

Ampliar la productividad urbana supone, en primer lugar considerar que los obstáculos
que se oponen a dicha productividad, sean económicos, sociales, institucionales,
culturales, políticos, etc., son impedimentos de primer orden que deben ser removidos,
pues impiden o retardan el desarrollo urbano, y por tanto el desarrollo nacional. Entre
tales obstáculos, los más frecuentes vendrían a ser: el mantenimiento en operaciones de
empresas de servicios básicos (agua, alcantarillado, basura, teléfonos), bajo condiciones
de cobertura deficientes y cuadros financieros deficitarios. Es decir, ciudades que
subvencionan empresas que generan pérdidas, perderían a su vez capacidad y
competencia para atraer capitales e inversiones del mercado internacional. Otro
obstáculo identificado se refiere a las excesivas regulaciones municipales y estatales
sobre el uso del suelo y el mercado habitacional, porque se desincentiva la producción
de materiales y suministros para la construcción y se desalientan las iniciativas de la
inversión privada en la vivienda y otras ramas del sector. Además no son deseables
políticas excesivamente represoras de la informalidad urbana, por que ello disminuye el
margen de alternativas de empleo que no puede proporcionar el Estado o la empresa
privada y obstaculizan la generación de ingresos alternativos. La permanencia de estos
obstáculos, vendrían a definir una situación de gestión inadecuada, lo que condenaría a
la ciudad a caer en bajos niveles de competitividad y quedar aislada del mercado de
capitales a escala internacional.

Lo opuesto, una gestión urbana promotora de "desarrollo sostenible" significa: la


modificación de los cuerpos normativos rígidos para adecuarlos a los objetivos de hacer
atractiva la ciudad con respecto a los inversores. En este orden, toda medida
administrativa e institucional para promover y alentar el fortalecimiento de la
productividad urbana resulta un objetivo de primera importancia. Desregularizar quiere
decir simple y llanamente volver tolerante el marco institucional para crear
oportunidades flexibles que permitan obtener a dichos inversores altas tasas de
ganancia; convertir la dotación de servicios básicos en empresas rentables y estimular la
30

inversión privada en este campo; ejecutar la descentralización municipal y de otros


niveles del Estado y promover la participación popular en las distintas etapas de la
planificación y la formulación de proyectos. Estos son los nuevos paradigmas del
llamado desarrollo urbano sostenible113.

En cuanto al otro pilar de la estrategia, "el alivio a la pobreza", el mismo, se apoya en el


reconocimiento de que las políticas de ajuste estructural si bien han resultado eficaces
para lograr la estabilidad monetaria y volver a generar crecimiento económico,
igualmente han mostrado su notable capacidad, para generar mayor pobreza a ritmo
acelerado, constituyéndose esta cuestión, desaparecida la confrontación ideológica Este
–Oeste, en el gran desafío y en el nuevo adversario que estaría poniendo en peligro la
salud y el porvenir del sistema. En la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Social que
tuvo lugar en 1995, se estableció que la primera urgencia era "erradicar la pobreza
'absoluta', fomentar la creación de empleos productivos y dignamente remunerados y,
combatir la marginación y la desintegración social". Las cifras proporcionadas por la
ONU en este evento fueron suficientemente esclarecedoras y angustiantes: "Mas de mil
millones, -una de cada cinco personas en el planeta- viven en la pobreza absoluta, con
menos de un dólar por día, en su gran mayoría en el Tercer Mundo. Entre 13 y 18
millones mueren cada año por causas relacionadas con la pobreza". Naturalmente este
cuadro golpea con fuerza a la niñez: 13 millones de niños mueren anualmente de
enfermedades fácilmente evitables y de desnutrición. De una población
económicamente activa de 2.800 millones de personas en todo el mundo, un 30 % no
estaba productivamente empleada. De este último segmento, unos 120 millones estaban
sin trabajo y otros 700 millones efectivamente subempleados, constituyendo este estrato
"el grueso de los pobres absolutos". Además, el abismo entre ricos y pobres se había
incrementado: el 21 % del total de asalariados a escala mundial apenas percibía el 2 %
del ingreso de los estratos más ricos.

En fin, quedó claro que la estabilidad y el crecimiento de la economía sin creación de


empleo y sin desarrollo social, causarían a breve plazo un empeoramiento inimaginable
de esta terrible situación. Para evitar esta catástrofe, era necesario crear 1.000 millones
de nuevos empleos hasta la primera década del siglo XXI. Juan Somavia el embajador
de Chile en la ONU y uno de los organizadores de la Cumbre Social emitió un mensaje
sumamente explícito para el sistema: "La amenaza de la bomba nuclear ha sido
reemplazada por la realidad de una bomba social: los padecimientos, el resentimiento y
la agitación social resultantes de la creciente desigualdad dentro de los países y entre
ellos, estarían amenazando con un estallido de incalculables consecuencias (Los
Tiempos, 07/01/1995). El Banco Mundial estimaba en 1969, al realizar proyecciones
sobre este tema, que en el año 2.000 existirían un billón de pobres absolutos en el
mundo, sin embargo, de acuerdo a la misma fuente, este récord fue alcanzado por los
países del Tercer Mundo en 1990.

Naturalmente que la situación latinoamericana no es mejor. En 1992, el BID estimaba


que de una población calculada en 450 millones de habitantes en el continente, 207
millones estaban por debajo del índice de pobreza y se temía que esta cifra alcanzaría a
220 millones hasta fines de siglo. La CEPAL, señalaba que en 1990 existían 196
millones de pobres (un 45 % de la población del continente) y que de estos, 93,5

113
Más adelante, a fines del siglo XX, la noción de desarrollo urbano sostenible modifica su óptica en
favor de revalorizar la cuestión ambiental urbana y considerar que la sostenibilidad se debe entender
como el necesario equilibrio entre preservación de los valores naturales y el desarrollo urbano.
30

millones eran indigentes (un 22% de la población latinoamericana). Además la CEPAL,


en ocasión de la XXIII Asamblea de este organismo, advertía que esta realidad afectaba
en 1986 al 43,3 % de la población y que hasta 1990 el volumen de pobres se había
incrementado en un 2,5 %. Por tanto, la pobreza se había convertido en un problema de
alcance continental que no exceptúa a ningún país. La OEA en 1993, revelaba que entre
1980 y 1990 el número de pobres en el continente se había incrementado en 66 millones
y, según el secretario general de este organismo, la situación de la pobreza se había
deteriorado todavía más "en parte como consecuencia de las políticas de ajuste"
(Opinión, 11/06/1993). En fin, el propio BID, a través de su Instituto Interamericano de
Desarrollo Social no solo reconocía plenamente la rápida pauperización del continente,
sino que auguraba que al finalizar el siglo XX, el 57 % de los habitantes de la región
estarían por debajo de la línea de pobreza y que, en este contexto América Latina sería
el continente con mayor desigualdad social en el ámbito mundial. (Opinión,
11/12/1995).

Los estratos que experimentaron agudos procesos de pauperización en el curso de la


crisis de la llamada "década perdida" de los años 80, son conocidos como "los nuevos
pobres". Aquí se incluyen a los empleados públicos cesantes, a los trabajadores
desplazados del sector moderno, a las parejas jóvenes que no encuentran trabajo y a los
jubilados que reciben pensiones irrisorias. Estos "nuevos pobres" que provocaron un
verdadero estallido de pobreza en el continente surgen como un producto de la propia
crisis o, si se quiere, son el lado oscuro e indeseable de las políticas de ajuste y la
reestructuración del sistema capitalista. A diferencia de los "pobres tradicionales" fruto
de la dependencia del latifundio, del intercambio desigual campo-ciudad y del
analfabetismo; los nuevos pobres, en muchos casos, están educados y preparados
técnicamente para la vida productiva pero no encuentran oportunidades de trabajo
adecuadas, son subutilizados en empleos mal remunerados e inestables, no se favorecen
con la seguridad social, luego no tienen acceso a los servicios de salud, tampoco a los de
educación y a los programas de vivienda social, con lo que se estrechan sus
posibilidades de promoción económica y humana. Estos fueron los estratos que hicieron
de la "economía informal" el fenómeno social de mayor incidencia en la realidad
continental.

Por otro lado, el común denominador de la gran mayoría de los nuevos pobres o pobres
recientes y, de los pobres en general, es que son residentes urbanos, es decir, que las
ciudades latinoamericanas se han convertido en enormes depósitos de pobreza humana,
y este es sin duda el rasgo más trágico de la urbanización al finalizar el siglo XX, pese a
que en las áreas rurales prácticamente todos sus habitantes son pobres en diverso grado.
Los efectos más alarmantes se refieren al creciente desamparo de la población infantil,
a los contingentes de jóvenes sin perspectivas, a las familias desintegradas por las
drogas y la violencia delictiva, y la falta de atención a los llamados grupos vulnerables.
Sin embargo, el impacto de mayor alcance fue la constatación de que la pobreza se
relaciona con el deterioro del medio ambiente y con las altas tasas de crecimiento
demográfico, configurado la temida ecuación del fenómeno PPM (población-pobreza-
medio ambiente) es decir que los procesos de crecimiento de la pobreza traen
aparejados cuadros de agudización del deterioro ambiental e incrementos sensibles de
las tasas de crecimiento demográfico, debido a que la falta de educación y orientación
con relación a la planificación familiar determina que las familias pobres tengan muchos
30

más hijos que las familias de mayores ingresos114.

En fin, como la cuestión de la pobreza resulta insoluble para el sistema, pues las propias
medicinas que aplica a la economía de los países menos desarrollados son las que
producen renovados contingentes de pobres, como una suerte de costo social para
preservar un modelo de acumulación de capital; la estrategia trazada por los ideólogos
neoliberales ha sido definir como objetivo "aliviar la pobreza" es decir no resolverla,
sino mantenerla dentro de límites controlables. Además reconceptualizar el enfoque
omitiendo su carácter estructural y situándolo en un plano de competitividades,
oportunidades y eficiencias, pues los pobres son tales básicamente por no ser eficientes
para intervenir en la economía de mercado. Luego el "alivio a la pobreza" consiste en
mejorar la "productividad de los pobres". Por tanto, las iniciativas que se están poniendo
en práctica se vinculan con el incremento de las inversiones generadoras de empleo, el
mejoramiento de los recursos de capital humano, la formación y capacitación de la
mano de obra y el mejoramiento de las condiciones de acceso al empleo.

Las iniciativas anteriores persiguen: remover las trabas jurídicas y normativas que en el
pasado impidieron estimular la productividad urbana del sector informal, apoyar y
fortalecer el desarrollo de la micro empresa, incrementar la fuerza de trabajo femenina
incorporando masivamente a las mujeres al mercado de trabajo. Además mejorar las
condiciones de acceso de los pobladores, las comunidades y las empresas productivas
no formales a la tierra urbana, la infraestructura, los materiales de construcción y los
recursos financieros. Incrementar y promover el acceso de los pobres a la educación
básica, la salud, la nutrición, la planificación familiar y la formación vocacional. Es
decir, “aliviar la pobreza” significa: mejorar la capacidad productiva de los pobres,
capacitarlos para fortalecer y hacer más eficaces sus habilidades y reforzar sus virtudes
creativas para generar "autosoluciones" en cuestiones clave como el empleo y la
vivienda.

En fin, el ordenamiento territorial y urbano también sufre el impacto de las políticas de


ajuste, no solo en los términos de un renovado crecimiento urbano, sino también a nivel
de las respuestas técnicas y de transformaciones en la propia médula de la ideología de
la planificación clásica. Los nuevos paradigmas de la estructuración espacial
curiosamente carecen de referentes espaciales. Se refieren a los principios de
rentabilidad, permisibilidad y replicabilidad. Los planes globales de ordenamiento
urbano regional han cedido su lugar a marcos referenciales flexibles y a la priorización
de los planes sectoriales y por niveles. Un objetivo muy sensible de las políticas,
programas y proyectos de desarrollo urbano es el relativo a lograr niveles razonables de
costos que permitan recuperar la inversión y lograr una rentabilidad aceptable. Además
la permisibilidad exige la participación popular en el desarrollo de las propuestas y el
mantenimiento de las obras ejecutadas; y la replicabilidad se refiere a la capacidad del
proyecto para constituirse en una referencia y poder ser imitado si resulta exitoso.
Resumiendo, la nueva filosofía de la planificación sostenía que el crecimiento urbano en
si no es condenable, e incluso puede ser deseable y recibir estímulos. El sector informal
urbano por tanto, lejos de ser erradicado debía ser estimulado porque tiene la virtud de
autoresolver problemas que tradicionalmente fueron solventados por el Estado

114
Varios estudios realizados a lo largo de los años 80 y 90 comprobaron que las familias pobres urbanas
tienden a tener un gran número de hijos como una estrategia laboral que incrementa la capacidad de la
familia para diversificar sus actividades haciendo ingresar en el mercado laboral fuerza de trabajo infantil
desde muy tierna edad.
30

benefactor, por ello el nuevo el ideal urbano, es una ciudad con amplias "periferias
productivas" (Solares 1995).

La región de Cochabamba: del colapso del estatismo a la era del neoliberalismo.

La penúltima década del siglo XX, encontró a Cochabamba en una curiosa circunstancia
contradictoria: para un observador escéptico, poco o nada había cambiado con relación
a las dos décadas anteriores salvo que los problemas heredados de esas épocas se habían
naturalmente agravado. Sin embargo un observador más meticuloso podría haber
argumentado, que esta era una verdad a medias, pues se habían producido cambios
importantes, no solo en el nivel de consolidación de una sociedad regional y un patrón
de desarrollo que aun eran emergentes en el período anterior, sino además en la medida
en que habían surgido nuevos escenarios regionales, como el Chapare y el auge de la
economía de la coca, con toda su carga de conflictos y problemas que comenzaron a
delinear una forma de relación entre la región y el mundo exterior poco edificante; y la
incipiente aunque altamente esperanzadora condición de Cochabamba como el flamante
productor petrolero, con posibilidades de convertirse en pocos años en uno de los
principales centros productores del país.

Se podría decir que el tránsito entre la vieja sociedad rural oligárquica y la sociedad
regional de los años 80, pasando por el período formativo de los años 50 a los 70, había
culminado en un proceso de cambio social, donde el mundo rural en continuo retroceso
no necesariamente dejaba el paso al moderno capitalismo industrial, sino a la
consolidación de un complejo universo de comerciantes de todo calibre y prestadores de
servicios de todo género, apasionadamente entregados a promover infinitas formas de
circulación especulativa de la riqueza generada por la agricultura, justamente el sector
más atrasado de la economía regional, fenómeno que al concentrarse en la ciudad de
Cochabamba promovió la acelerada urbanización y la expansión de la misma sobre
grandes porciones del valle central. Indudablemente estos fueron cambios importantes:
se consolida lo que en el período anterior era apenas una tendencia o un síntoma, pero
ello no mejora, sino agrava la naturaleza contradictoria de este patrón de desarrollo.

La Estrategia para el Desarrollo Regional de Cochabamba, dentro de su planteo


metodológico identificaba cuatro "macroproblemas" o sea "efectos cuya importancia se
extiende en mayor o menor grado a toda la región y a todos los sectores económicos"
(CORDECO: 1983). Estos eran: el problema del empleo, la falta de dinámica en la
economía regional, las deficiencias en la estructura espacial y las deficiencias en el
marco institucional de fomento y apoyo al desarrollo regional. A su vez, el Plan
Departamental de Desarrollo Económico y Social (CORDECO,1995) identificaba los
siguientes "macroproblemas" departamentales: la debilidad del aparato productivo
regional, el impacto del complejo coca-cocaína, la inequidad social y los altos índices
de pobreza, el manejo inadecuado de los recursos naturales, el débil desarrollo de la
estructura espacial, la deficiente integración vial, la inapropiada división político-
administrativa, el inadecuado marco institucional y la debilidad de la identidad regional.

En realidad se identificaron los grandes efectos promovidos por el modelo de


acumulación al que nos referimos en la parte conclusiva del capítulo anterior. Por otra
parte, la percepción ciudadana de los problemas regionales era más directa: apuntaba en
primera instancia a una relación desequilibrada entre Estado y región, en términos de la
debilidad de Cochabamba para interpelar con eficacia al poder central, esta situación
30

traía y aun trae aparejada una larga lista de insatisfacciones y postergaciones que
ofenden el sentimiento cívico ciudadano: Misicuni con sus 30 o más años de
maduración, la carretera al Beni115, el desarrollo agroindustrial, la miniacería de
Changolla, los proyectos de riego en el Valle Alto, etc., etc., que "dormían" y en mucho
casos aun duermen "el sueño de los justos" ante la indiferencia de los poderes públicos
y, la incapacidad de la región para poderlos generar por lo menos en parte. El problema
era aun más delicado en la medida en que Cochabamba pese a las regalías petroleras116,
se había convertido en una región que dependía básicamente del erario nacional y por
tanto las alternativas de materializar sus aspiraciones, es decir, de esperar la buena
voluntad del Estado Benefactor estaban siendo barridas por la profunda crisis que, vino
también a derrumbar a ese modelo estatal y a reemplazarlo por su opuesto, el Estado
subsidiario o neoliberal.

El Comité Urbano Microregional creado para encausar los rebalses urbanos que
invadieron áreas agrícolas desde los años 70, sintetizaba el panorama de los valles,
señalando que el departamento en general y particularmente los valles Central y Alto,
configuraban los territorios más densamente poblados de Bolivia y crecían bajo el
impacto de una de las tasas de crecimiento demográfico más altas del país (solo
superada por Santa Cruz), recibiendo las mayores corrientes migratorias internas (60 %
del flujo rural equivalente a 6.000 personas por año) las cuales preferentemente buscan
alojamiento urbano. Según el citado Comité, la actividad productiva del departamento
se concentraba en la conurbación Quillacollo-Cochabamba-Sacaba, estableciéndose en
este caso una fuerte contradicción entre un territorio que apenas representa el 1 % de la
superficie departamental, pero que albergaba alrededor de 300.000 habitantes, es decir
el 39 % de la población total y algo mas del 70 % de la población urbana departamental.
Por otro lado, concentraba prácticamente el 100 % de la actividad industrial, en tanto el
área agrícola en esta zona se había reducido a 21.000 Has; convirtiéndose el Valle de
Cochabamba en una suerte de "aliviadero para las zonas rurales deprimidas y un
núcleo que absorbe la fuerte presión demográfica (ocasionando) el uso conflictivo del
suelo y la infraestructura urbana", todo esto, promovía un crecimiento urbano
desordenado y devorador de tierra agrícola, estimulando un modelo de urbanización
costoso, no solo socialmente sino en términos de su capacidad destructora de medios de
producción (Facetas: “Desequilibrio en el desarrollo regional", 25/03/1984).

La economía de Cochabamba a lo largo del siglo XX, y aun antes, había seguido los
ritmos de la economía minera, es decir que había dependido del efecto de sus auges y
decadencias, sin llegar a superar cabalmente esta sujeción a la suerte cambiante de los
mercados mineros. Esta debilidad en el siglo XIX y primera mitad del XX, se relacionó
con la mezcla de incapacidad y desinterés de la oligarquía terrateniente para modernizar
el agro y hacer evolucionar la hacienda rural colonial hacia una empresa capitalista
moderna con dinámica propia, esto, en razón de que el cimiento del poder gamonal, su
armazón ideológico y su razón política, se estructuraron en torno al vasallaje de la
fuerza de trabajo campesina, eje central del modelo de acumulación regional en ese
tiempo. En consecuencia, su eliminación significaría el derrumbe del sistema de valores
115
Misicuni comienza a ejecutarse en 2009. La carretera Villa Tunari–Moxos ha sido objeto de un
convenio binacional entre Bolivia y Brasil para su financiamiento en el mismo año citado.
116
Las regalías petroleras por concepto de la explotación de los pozos en la zona de Entre Ríos
(Chimore) en realidad no llegaron a ser equivalentes a las enormes expectativas e ilusiones que se tejieron
en la década de 1980. Los posteriores recursos derivados del Impuesto a los Hidrocarburos (IDH) en la
administración de Evo Morales (2006), corresponden a una nueva etapa histórica todavía vigente e
inacabada.
30

y privilegios de la clase terrateniente y un grave atentado, sino la pérdida, de los


mecanismos de acumulación de la riqueza señorial.

Repasando lo anteriormente establecido, se puede decir, que después de 1953, tampoco


se experimentaron grandes innovaciones en el aparato productivo pese al radical cambio
de la estructura de la propiedad rural. Esto en virtud de la consolidación de un nuevo
modelo de acumulación que "adaptó" a sus intereses, la situación de estancamiento y
atraso de la agropecuaria, para permitir la acción cómoda de los intermediarios. La
opción alternativa vendría a ser, por ejemplo, la industria de alimentos, sin embargo,
tampoco este sector pudo consolidar una presencia predominante y decisiva para el
desarrollo, en la medida en que la penuria de mercados, la falta de protección, el
contrabando, pero sobre todo su atraso tecnológico y su excesiva dependencia de
insumos importados, no le permitieron sino una subsistencia precaria.

Crisis rural y atraso industrial parecen ser dos factores causales o estructurales que
provocaron una serie de efectos: las migraciones campo-ciudad, el crecimiento de la
informalidad y la pobreza, la caída de la producción, la ausencia de una armonía
institucional para disponer sabiamente recursos escasos, la caída del salario, el
desempleo y el subempleo, la expansión de los estratos sociales improductivos y, en fin,
el desaliento y la incredulidad que caracterizan al cochabambino cuando habla del
desarrollo de Cochabamba, evocando esos proyectos míticos irrealizables que adornan
el imaginario regional a la hora de establecer el más ligero balance. Incluso la filosofía
cochabambina del desarrollo obsesionada en torno a la búsqueda del "centro", como
diría Gustavo Rodríguez, luego de vanos esfuerzos lo único que había producido era una
amplia galería de nuevos deseos míticos: "el polo central de desarrollo", "el polo
integrador", "el polo agroindustrial", etc.

Pero todo esto no fue el resultado de una miopía regional o de una terquedad onírica
para ver la realidad, sino de algo más simple: la ausencia de atractivos que podía ofertar
la región a la dinámica capitalista para conectarla a las corrientes de la economía
mundial. De esta forma, Cochabamba fue "el granero del Alto Perú", "el granero de
Bolivia", en realidad la despensa que aprovisionó a la minería colonial y republicana,
pero sin desarrollar la alternativa de impulsar su propia economía a partir de cualquier
producto agropecuario o manufacturero que pudiera "cautivar" el mercado capitalista,
generando un impulso de crecimiento propio y duradero.

Es más, cuando esto ocurre, si se quiere de manera perversa, a través de la economía de


la coca merced a su conexión como materia prima de un producto industrial ilegal, la
cocaína, el efecto benéfico resultante, como no podía ser de otra manera, apenas se
extendió muy solapadamente envolviendo a restringidas y clandestinas élites, pero no
obstante, fue capaz de provocar un efecto de "espejismo de prosperidad" que como toda
proyección irreal fue frágil y vulnerable, como lo demostró el caso FINSA, el episodio
de estafa colectiva mas voluminoso de que se tenga noticias, y que solo fue posible en
medio de esa euforia especulativa de las clases medias que "perdieron la cabeza" bajo
el influjo de los espejismos mercantiles que generó el efecto multiplicador de esa
voluminosa economía de lavado de capitales, que solo en proporciones mínimas dejo
inversiones en Cochabamba, para ir alimentar la prosperidad de otros territorios, cosa
que también es una constante en la historia de la región.

Pero no equivoquemos el camino. Los procesos históricos no obedecen a reglas banales


30

como la "fatalidad", "el destino manifiesto", "la maldad del Estado centralista" o la
simple "mala suerte" conque suelen terminar los discursos sobre el desarrollo regional,
es decir, con los lamentos de rigor y el esfuerzo de encontrar culpables en las esferas de
la mitología y lo sobre natural o en la trillada cuestión de las ineptitudes congénitas de
generaciones de administradores y políticos. La cuestión no es tan complicada.
Simplemente se trata de fallas de conexión, de "desenchufes", si nos permite el lector
esta libertad reñida con la lengua castellana, pero ilustrativa para captar la idea, entre la
filosofía del centro que apostó Cochabamba para proyectar su propio desarrollo y la
filosofía del desarrollo nacional que apostó hacia dependencia externa, la polarización y
el modelo de enclaves de los espacios productivos estratégicos. Esta razón de Estado fue
la que alentó e impulsó el desarrollo desigual de las regiones, fenómeno que condujo,
parafraseando una vez más a Laserna, a que Cochabamba se convirtiera en la "periferia
central", que además dicho sea de paso, armoniza con el modelo de acumulación
regional que se nutre de esta condición estructural.

A fines de los años 70 e inicios de los 80, es decir en el período final de vigencia del
Estado de 1952, la realidad regional de Cochabamba no solo se distinguía por los rasgos
esbozados, sino por una estructura interna problemática, cuyo conocimiento es esencial,
para evitar que el análisis anterior se debilite por generalizante. Habíamos afirmado
líneas arriba, que el atraso agrícola e industrial parecían constituirse en los dos sólidos
pilares del subdesarrollo regional, sustentando una amplia plataforma donde reposa la
gran muchedumbre de "terciaristas" que reproduce cada vez en mayores proporciones
este modelo. Vale la pena entonces hacer una aproximación más completa a esta
situación.

En este orden, los rasgos principales de la economía departamental se centran en los


tres grandes sectores arriba mencionados (agricultura, industria y sector terciario), amen
de un otro rasgo esencial, su débil aparato de exportación y su orientación preferencial,
de raíz histórica, hacia su propio mercado interno. Al respecto el citado Plan
Departamental (1995) señalaba que el carácter estacionario del PIB departamental y su
aporte al similar nacional no superó el 17 % en los últimos años debido al escaso nivel
de inversiones en la esfera productiva, lo que hace que se mantenga sin variaciones una
producción de bienes agropecuarios y manufactureros con escaso valor agregado y
márgenes competitivos muy bajos para ingresar en el mercado nacional e internacional.

De cualquier forma, el sector agropecuario es el más importante de la economía


regional no solo como el mayor aportante al PIB regional, sino como el sector que
empleaba a un volumen importante de la PEA (en 1992, un 42 %). La base de esta
economía agrícola no es otra que la producción parcelaria, en realidad minifundiaria que
es mayoritaria en los valles de la región. No obstante, es justamente esta economía la
más vulnerable a la acción de factores diversos (fenómenos naturales, inestabilidad
económica, excesiva parcelación de la tierra, tecnología atrasada, riego insuficiente,
etc.), ocasionando esta condición inseguridad y tendencias a la pauperización acelerada
de la población rural. La consecuencia inmediata son los grandes torrentes de migrantes
campesinos que han perdido su cosecha por la sequía, que han agotado la capacidad
productiva de su parcela por exagerado monocultivo, que han abandonado a su familia y
la comunidad para "buscar trabajo" pues es cada vez más difícil vivir solo de lo que la
tierra proporciona. La alternativa son las ciudades, particularmente Cochabamba cuya
famosa Cancha o Mercado de Ferias, opera como un eficaz y poderoso imán a la vez
que una como una suerte de esponja que no se colmata al absorber sin pausa inagotables
30

torrentes de pobres rurales.

Desde los años 60, comienza a emerger un nuevo escenario agrícola: el trópico de
Cochabamba, sobre todo el Chapare, cuya economía de la coca se consolida en los años
80, significando esto un acelerado avance de la frontera agrícola bajo la forma de
verdaderas praderas de cocales. Este es un otro componente muy importante del aparato
productivo regional, no solo por el capital moneda que hace circular y por el efecto
multiplicador que todo esto implica, sino porque tal auge económico tuvo la virtud de
funcionar como un verdadero "colchón" amortiguador de la crisis y la hiperinflación de
esa época, proveyendo empleo y medios de vida a decenas de miles de "nuevos pobres"
y "relocalizados", es decir a la masa de víctimas del ajuste estructural (mejor conocido
como Decreto 21060), cuya presión de no ser ésta y otras alternativas menores: el
autoempleo, la adscripción al sector informal, etc., sin duda hubiera rebasado la
capacidad de control social y militar del Estado.

Sin embargo, el propio trópico, el “epicentro del complejo coca-cocaína”, como lo


define el Plan Departamental (1995), está lejos de mostrar algún nivel de prosperidad
material significativo. Este fenómeno se constituye en un factor de distorsión de la
economía tanto local, regional como nacional, incluyendo estímulos a las prácticas de
corrupción y a un aflojamiento de los valores morales de la sociedad. Así mismo, es un
factor de deterioro del medio ambiente al acelerar la degradación de un ecosistema
vulnerable. Desde el ángulo social, este enclave lejos de propiciar cualquier tipo de
avance tecnológico, reposa en la tradicional economía agrícola familiar que ha sido
incorporada con ventaja por ser proveedora de mano de obra barata pero con larga
tradición de organización y lucha sindical ahora canalizada a la defensa de la coca. Pese
a los amplios recursos que genera dicha economía, a la que se sumaba la nada
despreciable ayuda de la cooperación internacional para contrarrestarla; no logra
asegurar niveles de vida aceptables para los productores. Esto es lo que se desprende de
los indicadores de desarrollo humano del Trópico, que muestran grandes carencias en
materia de salud, educación, vivienda y saneamiento básico. (Plan Departamental de
Desarrollo 1995).

Zegada (1994) sostiene que la estructura productiva de Cochabamba "jamás ha podido


tipificarse como de características industriales", no solo porque el aporte del sector
industrial en el producto nacional apenas se aproxima al 20%, con leves variaciones;
sino porque además en la propia estructura del PIB departamental la manufactura
representa un volumen (15 % para el período 1980-1986) que resulta poco significativo,
siguiendo esta misma tendencia el empleo industrial.

Estos factores de tipo estructural crearon condiciones que tienden a potenciar cada vez
más el tercer componente de la economía regional, o sea el considerable volumen de las
actividades económicas mercantiles sin una sustentación productiva equivalente. En
efecto, el panorama económico que ofrece Cochabamba sobresale especialmente por la
fuerte terciarización117 que a estas alturas, incluso es un rasgo que marca la tendencia
general de la economía del país. En los últimos años, casi un 42 % del PIB

117
El sector terciario en la economía de Cochabamba se concentra en cuatro ramas de actividad
económica: los servicios financieros-inmuebles-seguros a empresas (19,3% del sector), el comercio al por
mayor-menor (13,8 %), el transporte (7,93 %) y la administración pública (6,02 %). Zegada, obra citada.
30

departamental fue generado por este sector, particularmente las ramas del comercio y
los servicios de carácter financiero, además, alrededor de un 31 % de la PEA
departamental se dedica a actividades terciarias, particularmente los servicios
comunales y sociales, seguidos por los servicios de transporte y el comercio. Sin duda
que estos rasgos, además de repetir las tendencias que quedaron en evidencia en el
período anterior, también se relacionan con el rol que le corresponde a Cochabamba en
la organización del espacio nacional y en el interior del llamado eje central Altiplano-
Oriente que analizamos con anterioridad.

Sin embargo, con relación a este último aspecto, el modelo de acumulación regional ha
estimulado esta posición a través del desarrollo de una vasta red mercantil que articula
los espacios rurales productivos con los mercados urbanos de diferente rango (el sistema
ferial) no solo incorporando a una gran masa campesina a la economía de mercado, sino
favoreciéndose de los términos extremadamente desiguales del intercambio campo-
ciudad. Al respecto señala Zegada:

Las condiciones del desarrollo regional en los últimos 30 años han dado paso a
una rápida y vigorosa constitución de una red de ferias que expresa y empuja el
desarrollo de prácticas mercantiles que son las que, controladas por capitales
ubicados en la esfera de la circulación, determinan el rumbo del excedente
económico. Por eso los sectores sociales que pueden controlar los recursos en
esa esfera son los que, con sus prácticas económicas, determinan las pautas de
apropiación y utilización de las riquezas en la región.

El problema del empleo era (es) particularmente crítico dentro de esta economía 118. En
las áreas rurales, particularmente en las zonas de altura y valles, la agricultura
minifundiaria tiene problemas marcados para absorber e incluso retener población
laboral, dentro de los moldes de una agricultura tradicional con fuertes obsolescencias
tecnológicas y escaso apoyo institucional. Esto ha generado y continúa generando
fuertes corrientes migratorias que concurren a la ciudad de Cochabamba, al trópico
(Chapare y Carrasco), también a otros departamentos (Santa Cruz y La Paz) y fuera del
país (Argentina y Brasil) en busca de mejores oportunidades de empleo 119. La oferta de
empleo y la demanda de mano de obra del sector formal en la ciudad de Cochabamba es
muy restringida y ocasional, por tanto, el grueso de estos contingentes pasan
normalmente a reforzar el enorme ejercito de "trabajadores por cuenta propia" en la
producción de bienes, el comercio y los servicios personales, o encuentran empleos
temporales en el sector de la construcción, como dependientes domésticos y otros de
escasa remuneración.

En este contexto, proliferaban las situaciones de inequidad social y el crecimiento


alarmante de la pobreza, que incidía y todavía incide sobre los bajos niveles de calidad
de vida imperantes, algunos de cuyos rasgos vienen a ser: la precariedad generalizada
del empleo disponible, salarios bajos y el continuo deterioro de su poder adquisitivo, lo
que obliga a amplios segmentos de las clases trabajadoras y las capas medias a
desarrollar diversas economías complementarias o estrategias de sobrevivencia para
"completar" el magro ingreso salarial; por otra parte Cochabamba en los años 80,
seguía siendo una de las regiones con mayores tasas de mortalidad infantil, además solo
118
Al respecto solo mencionaremos rasgos generales, una vez que al analizar la realidad urbana, haremos
una consideración más detallada.
119
En los primeros años del siglo XXI, estas migraciones cruzaron el Océano Atlántico y se dirigieron
rumbo a España, Italia y otros países.
30

el 42 % de las viviendas tenían servicios de agua potable por sistemas de suministro


municipal y solo el 49 % tenían alcantarillado; las tasas de analfabetismo eran también
significativas y acompañadas de un cuadro casi generalizado de precariedad de la
infraestructura correspondiente; los flujos de migrantes con destino al Valle de
Cochabamba y el Trópico se mantenían elevados, en tanto la emigración hacia otros
departamentos y el exterior también contenían tasas muy altas120. Por último, pese a que
Cochabamba es productor de energía eléctrica, este servicio apenas alcanzaba al 53 %
de los hogares en todo el departamento (Plan Departamental de Desarrollo 1995).

En fin, la actividad económica departamental se caracterizaba, en la esfera de la


producción, por la concurrencia de un gran universo de unidades agrícolas y urbanas
dedicadas a producir bienes, servicios y promover actividades comerciales, sobre la
base de impulsar lógicas de autoempleo individual y familiar con márgenes de escasa
productividad debido al empleo de fuerza de trabajo por encima de lo socialmente
necesario causado por uso de tecnología atrasada, provocando la escasa competitividad
de los bienes de consumo así fabricados con relación a similares externos. El objetivo
que perseguían y todavía persiguen estas unidades económicas es básicamente, la
reproducción de su fuerza de trabajo, no obstante, al ser una condición de dicha
reproducción la articulación de estas prácticas productivas con la lógica de la
reproducción capitalista predominante en la región, tal condicionamiento generó formas
asimétricas de captación del excedente en perjuicio de la esfera productiva.

En suma, la economía departamental, tanto con respecto a su participación en el PIB


nacional como con relación al empleo, se basaba en dos sectores principales o
dominantes: la agricultura tradicional y la amplia gama de las actividades terciarias, en
tanto resultaba modesto el ámbito de las actividades laborales de carácter asalariado (la
industria), en contraste con el predominio casi absoluto de las formas de trabajo no
asalariadas. A continuación analizaremos con mayor detenimiento los componentes
principales de la economía del departamento cuyos rasgos nos proporcionan un marco
referencial necesario.

A mediados de los años 80, describir la situación de la agricultura cochabambina con


diversas expresiones de desaliento y dramatismo no era pecar de exageración ni
pesimismo. El reajuste monetario y de otras esferas de la economía a partir de 1985,
entre otros efectos, abrió las puertas a la libre importación de alimentos, determinando
que la frágil agricultura de la región acrecentara su tendencia recesiva. Veamos un solo
ejemplo como muestra: la producción local de granos (sobre todo maíz), hortalizas e
incluso la lechería sufrieron el impacto y la contracción de sus mercados, reduciendo su
acción al consumo local. Hacia 1982, según la Cámara Agropecuaria Departamental,
120
Con respecto al origen de los torrentes migratorios se afirma que estos, al contrario de la creencia
generalizada de un éxodo campo-ciudad, y de acuerdo a los resultados del Programa Urbanización,
Migración y Empleo, son predominantemente urbanos y que este hecho se vincularía con las relaciones
entre centros urbanos y el proceso de transformación de las ciudades bolivianas en las últimas décadas.
Las principales áreas de procedencia de estos migrantes vendrían ser tres provincias vinculadas con
capitales de departamento del altiplano boliviano: Cercado-Oruro, Murillo-La Paz y Tomás Frías-Potosí.,
además de la provincia Bustillo de este último departamento, donde se concentran los principales centros
mineros. (Ledo 1991: 256 y 257). Al respecto, sin contradecir lo anterior, es posible sugerir una hipótesis:
que los movimientos migratorios en el caso boliviano no se producen bajo el esquema lineal campo-
ciudad, sino más bien, a través de "etapas", donde las ciudades citadas y otras hacen de "puertos
receptores y de reembarque" de dichos flujos, en la medida en que la migración es, entre otras cosas, una
estrategia laboral que busca mercados de trabajo con ventajas comparativas. Sin embargo esta es apenas
una idea que debería ser investigada con mayor profundidad.
31

semanalmente salían con rumbo a La Paz, Oruro y las minas, hasta diez vagones de
ferrocarril con verduras vallunas, en 1988 esta situación se había modificado
sustancialmente, las exportaciones regionales de hortalizas tendieron a decaer no solo
por la caída del poder adquisitivo de los consumidores de los citados centros y por la
severa contracción de la minería, sino además por el surgimiento de nuevos espacios
productivos con mejores condiciones tecnológicas y financieras que pasaron a ejercer
una dura competencia. En efecto, Santa Cruz a mediante el desarrollo de su agricultura
en las zonas de Samaipata, Saipina y Mayrana se convirtió en productor de hortalizas y
granos para su propio consumo interno y la exportación: "Aunque parezca risueño
-decía una crónica periodística- el choclo de esa parte de Santa Cruz, ingresa al
mercado de Cochabamba antes de la Navidad, mientras que la producción local se
comercializa después de esa fiesta y con precios deprimidos. Esta es una lacerante
realidad" (Opinión 8/07/1988).

Este episodio aislado pero significativo ilustraba una situación de crisis mucho más
profunda y estructural, que en líneas generales estaría siendo estimulada por la
irracionalidad de la unidad de producción (el minifundio), la insuficiencia de los medios
de producción (particularmente el riego), la falta de medios financieros e inversiones, el
impacto de las sequías sobre esta frágil y estancada economía y, la permanente
devaluación de los productos agropecuarios en relación a sus similares manufacturados
de los cuales dependen cada vez más los campesinos para satisfacer su canasta
familiar121. Analicemos brevemente algunos de estos factores:

Como es sabido, la Reforma Agraria no es la única culpable del minifundio, esta era una
forma de tenencia que se fue generalizando por lo menos desde fines del siglo XVIII.
Sin embargo dicha medida, lejos de proporcionar límites y racionalidad a esta forma de
tenencia, generalizó la pequeña propiedad sin prever ni planificar una compatibilidad
entre esta forma de división de la tierra y las condiciones técnicas y sociales de una
producción agrícola sustentable y competitiva, hecho que se agravó en el caso de
Cochabamba por el escaso desarrollo agroindustrial y de una industria regional de
alimentos que se apoyara en materias primas agropecuarias de la región abriendo una
alternativa de empleo para la población campesina excedente y estimulando la
formación de empresas agrícolas modernas.

En ausencia de estas alternativas, el minifundio se ha convertido en un componente más


de complejas actividades de supervivencia, donde se combinan estrategias migratorias
temporales hacia otros mercados de trabajo, el desarrollo de economías
complementarias casi siempre vinculadas a la esfera no productiva y la intensificación
del monocultivo, especialmente del maíz, bajo la forma de agricultura de secano o
temporal (Boletín CIDRE 5/05/1987 y Urioste: 1987). De acuerdo a estas mismas
fuentes, se consideraba que la producción minifundiaria, al contrario de una creencia
muy difundida que la vinculaba al autoconsumo, estaba fuertemente orientada hacia el
mercado. Al respecto se anotaba, que el resultado de un estudio sobre 10 cultivos
característicos del minifundio (maíz, cebada, papa, trigo, haba, arveja, etc.), entre el 50
y el 90 % de esta producción se destinaban a la venta, precisándose que los
minifundistas producían el 70 % del maíz, el 100 % de la cebada, el 100 % de la papa,
121
La economía campesina desde la década de 1950 fue incorporando al consumo básico familiar, cada
vez más productos manufacturados (textiles, azúcar, gaseosas, radios a transistores, bicicletas, abonos
químicos, etc.). Esta ampliación de los hábitos de consumo de las familias campesinas, las hizo cada vez
más dependientes de la economía de mercado, relativizó la capacidad del autoconsumo para satisfacer sus
necesidades, y por tanto, los convirtió en más vulnerables.
311

etc., constituyéndose dicha unidad (el minifundio) en el espacio productor de alimentos


más importante de la región y del propio país.

Sin embargo, el rasgo más sobresaliente del minifundio es su condición de aportante de


excedentes económicos que favorecen la acumulación en el sector capitalista de la
economía regional, que ciertamente al no encontrar en el débil sector industrial un
soporte para esta finalidad, y por tanto, no tener condiciones para reproducir el capital
dentro de la propia esfera capitalista, esté obligado a apelar a la transferencia a su favor
del excedente agrícola que logra generar la producción no capitalista minifundiaria para
viabilizar su propia reproducción como sistema económico. Este es en realidad el
elemento clave del modelo de acumulación regional tanta veces citado, donde el
universo minifundiario es a la vez objeto de explotación y el soporte que permite, en
gran parte, la viabilidad económica regional. Estando como se ha visto, la producción
del minifundio valluno fuertemente orientada al mercado, la cadena: pequeño
productor- red de intermediarios-proveedores de manufacturas con alto valor agregado a
la economía campesina-consumidores finales urbanos de la región u otras regiones,
configuran la trama de relaciones de explotación o intercambio desigual campo-ciudad,
fundamento, como se mencionó, del modelo regional de desarrollo.

Luego las condiciones miserables de este productor y su lógica de emigración hacia


otros horizontes más prometedores no son sino fruto de esta condición y este rol
estructural, y no a factores relativos o vinculados con su apego a la tradición productiva,
la escasez de tierra, el riego, etc. como acostumbran concluir los estudios de corte
estatal o los que se elaboran en el seno de las ONGs.

En 1994, según fuentes de la Cámara Agropecuaria Departamental, la superficie de


tierras cultivadas en el departamento de Cochabamba alcanzaba a las 167.135 hectáreas,
en 1992-1993 dicha superficie alcanzó a 144.896 hectáreas según el INE (Opinión
26/05/1994), cuya producción equivalía al 22 % del PIB agropecuario del país,
detentando en este orden el segundo lugar después de Santa Cruz y aportando con un 21
% a la formación del PIB regional. En este orden, Cochabamba era el primer productor
de hortalizas en el país, el segundo productor de tubérculos, un importante productor
frutícola y ocupaba un tercer lugar en la producción de cereales. En el campo de la
pecuaria, Cochabamba ocupaba el primer lugar en la producción de carne de pollo, la
producción de huevos era igualmente importante, mientras la producción lechera
superaba los 150.000 litros diarios en 1994. Además otros rubros no tradicionales como
la producción de pelo de conejo Angora, la floricultura y otras explotaciones cobraban
cada vez mayor significación.

La Encuesta Nacional Agropecuaria de 1993 mostró la importancia de la producción de


la papa, la yuca, la alfalfa, el banano, el maíz en grano y otros cereales, es decir una
producción diversificada y correspondiente a diversos pisos ecológicos. No obstante, en
dicha encuesta se observaba que "la agropecuaria cochabambina se encuentra en
proceso de estancamiento, sobre todo en la parte agrícola, fenómeno claramente
reflejado en la reducción del rendimiento y la falta de dinamicidad, el empeoramiento
de las condiciones del productor y sus familias. Cochabamba tiene uno de los índices
más altos de pobreza rural" (Los Tiempos 15/03/1994).

La agricultura cochabambina era y es proclive a fluctuaciones de alzas y depresiones


significativas. Si en 1994 se observaba un relativo crecimiento de las superficies
31

cultivadas con relación a los años anteriores, en 1992-93, se hablaba de un pésimo año
agrícola, según el INE "uno de los peores en muchos años" al establecerse ese periodo
un marcado descenso tanto en los niveles productivos como en los rendimientos de casi
todas las cosechas, esto a nivel nacional. Sin embargo el indicador más sensible de las
condiciones de producción es que, por ejemplo, en 1991 solo el 3,2 % de la superficie
del departamento se destinaban a la agricultura, lo que significaba que miles de
hectáreas productivas en los valles y punas se estaban desperdiciando y que las tierras
que se encuentran a una altura de 2.700 mts a 3400 mts sobre el nivel del mar, "nadie
las quiere utilizar" por falta de infraestructura adecuada (Declaraciones del Ing. Lucio
Arze, Opinión 11/02/1991). Lo anterior resultaba comprensible pues tan solo el 18 %
(unas 18.000 Has) contaban con riego de una superficie total cultivada que alcanzaba a
167.000 Has en 1992. Queda claro que el riego se convierte en un factor limitante para
el crecimiento de la agricultura, hecho agravado además por la excesiva parcelación de
la tierra, los procesos de erosión, el avance de las urbanizaciones, el mal manejo del
pastoreo, la deficiente cobertura técnica, etc. (Presencia, 13/12/1992).

Un diagnóstico elaborado por el Colegio Departamental de Ingenieros Agrónomos en


1986, señalaba que solo 60.000 Has (el 24%) de 250.000 Has cultivadas en 1987
recibían agua de algún sistema de riego por embalse artificial o fuentes naturales y que
este era el principal obstáculo para una ampliación de la frontera agrícola en las zonas
de cultivos tradicionales, estimándose que por lo menos otras 180.000 Has podrían ser
irrigadas en el valle y las cabeceras del Departamento. Además se afirmaba que existían
más de 60 proyectos e ideas de proyectos para nuevas obras de riego, ampliaciones,
mejoramiento y aprovechamiento de aguas subterráneas y que el potencial de riego del
departamento fue estudiado desde hacía 50 años, con la ejecución de la Represa de la
Angostura, sin embargo hasta ese momento se había adelantado muy poco (Los
Tiempos 08/04/1989).

En efecto los grandes proyectos de Misicuni y Kewiña Kjocha seguían en lenta


maduración pese los innumerables estudios, seminarios, argumentos que se habían
desarrollado en torno a los mismos. En suma, se afirmaba que, si Misicuni, que cada vez
es más un proyecto de provisión de agua potable para consumo urbano, no se concluía
hasta el año 2000, habría pasado más de medio siglo desde su formulación inicial,
constituyéndose de hecho en la obra más sufrida en la historia regional 122. Algo similar
ocurre con Kewiña Kjocha, aunque en todo caso el Valle Alto se ha visto parcialmente
favorecido por el Sistema de Riego Tiraque-Punata que permite el riego permanente de
una de las zonas más importantes de producción de hortalizas y, la represa de Laka Laka
en la zona de Tarata. No obstante, el problema del riego en dicha zona y otras son tareas
que están lejos de alcanzar niveles de solución minimamente aceptables.

Otro problema gravitante en el desarrollo de la agricultura regional era el fenómeno de


las constantes sequías que venían a agravar todavía más el cuadro descrito. Dichas
sequías son prácticamente una constante en el caso de Cochabamba y su frecuencia está
marcada por grandes pérdidas en la producción y por los efectos sociales consiguientes
que siempre culminan en nuevas oleadas de emigrantes de las zonas asoladas. Sin
abundar en un repaso muy exhaustivo a esta situación, veamos lo que ocurre entre fines
de los años 80 y mediados de los 90: En el año agrícola correspondiente a 1988-89 por

122
Misicuni, recién tuvo visos de hacerse realidad en la primera década del siglo XXI, en medio de
innumerables polémicas, marchas y contramarchas, sin embargo todavía hoy (2010) es una obra
inconclusa.
31

efectos de una severa sequía de alcance nacional se perdió el 70 % de la producción de


aquél período, siendo Cochabamba la región más castigada. Una vez más en 1990 se
reproducía el problema, afectando a muchas regiones del país y naturalmente a casi todo
el Departamento con pérdidas que afectaron a 60.000 Has de cultivos de papas, maíz,
trigo, hortalizas. alfalfa y frutales, con una pérdida equivalente a unos 30 millones de
dólares, quedando afectadas unas 310.000 personas, que además como una secuela de la
escasez de agua, fueron victimas de epidemias y de elevadas tasas de mortalidad infantil
(El Campo, 25/04/1990).

El impacto sobre la dinámica migratoria fue aun más severo pues se estimó que unas
10.000 familias de las provincias de Campero, Carrasco, Esteban Arze, Capinota,
Arque, Bolivar y Tapacarí emigraron hacia las ciudades de Cochabamba, Santa Cruz y
Oruro, pero también en proporción significativa se trasladaron hacia el Chapare
(LLajtamasi, 20/05/1990). En 1991 persistía el problema, perdiéndose esta vez el 60 %
de los cultivos de la temporada. En esta oportunidad la represa de la Angostura quedo
virtualmente seca, afectando así incluso a las 5.000 Has regadas por este sistema en el
Cercado y aledaños, perjudicando incluso al sector lechero y avícola y, agravándose aun
más el éxodo campesino a las ciudades y al Trópico. Nuevamente en 1992 persistió la
terrible sequía pues el régimen pluvial en el período 1991-92 fue considerado como el
más bajo en los últimos 40 años.

El año agrícola en el Departamento de Cochabamba se inicia el 1º de julio de un


determinado año y concluye el 30 de junio del año siguiente. En este lapso tienen lugar
las principales tareas del proceso de producción, sin embargo, se anotaba que desde
fines de los años 80, el régimen hidrológico no se desarrollaba con la regularidad propia
de los años normales, ocasionando esta situación un marcado déficit hídrico que
ocasionó el abandono de las labores agrícolas en términos alarmantes en las provincias
altas, tradicionalmente secas y con fuerte dependencia de la regularidad de las
precipitaciones pluviales (Los Tiempos 12/01/1992).

Bajo el impacto de un comportamiento de la naturaleza poco benévolo, la crisis agrícola


tocó fondo. Una agricultura dependiente de condiciones de producción dominadas por
comportamientos naturales imprevisibles es, de por si precaria, comprometiendo esta
vulnerabilidad la actividad de miles de minifundistas, situación que además se vio
fuertemente afectada por el rápido avance de la erosión de las tierras secas y la falta de
asistencia técnica y financiera efectiva pese a las numerosas promesas estatales, al punto
que el antiguo "granero de Bolivia" se vio obligado a obtener alimentos, sobre todo
granos y verduras de Santa Cruz. "Hasta la chicha se produce con maíz de otros
distritos", declaraba Willy Soria presidente de la Cámara Agropecuaria Departamental,
remarcando:

En el caso del trigo, la producción antes era suficiente para todas las molineras
de la región, ahora ya no se produce y hemos recomendado a la Asociación de
Productores de Trigo que cambien de rubro porque solo tienen pérdidas y las
cosechas no sirven más que para semilla(...) La producción de granos que antes
alimentaba a la población citadina y todavía existían excedentes, actualmente
no alcanza ni para el consumo del campesino productor y su familia(...) En el
rubro de tubérculos, principalmente la papa, la región continúa ocupando el
segundo lugar en la producción nacional, aunque también se registró una
merma del 20 % aproximadamente(...) Cochabamba tiene más o menos 170.000
31

Has de cultivo sin riego y no más de 25.000 con riego. Entonces ese gran
porcentaje de gente que cultiva la tierra en forma temporal no se benefició de
ningún programa de asistencia, tampoco de ayuda técnica para que recupere su
cultivo. Es más, los de las partes altas han emigrado a la ciudad y están
conformando una especie de ejército de cargadores (Los Tiempos 07/09/1993).

En fin, en 1995 persistía el problema y se reconocía que en realidad se atravesaba una


sequía que duraba ya ocho años, probablemente equiparable a las grandes sequías de
1800-1804 descritas por Viedma y a la terrible sequía de 1878-79. Este alarmante
cuadro de extrema vulnerabilidad de la agricultura departamental muestra muy
claramente, por una parte, que las condiciones de producción, sobre todo, en lo que hace
al desarrollo tecnológico y la ampliación de los sistemas de riego es insignificante. Por
ello Cochabamba, tanto como en el siglo XIX, no se encontraba en condiciones de
contrarrestar un fenómeno natural tan frecuente en la región123. Por otro lado, hoy como
ayer, la sequía continúa siendo la gran estimuladora de masivas migraciones y agudas
pobrezas. Pero lo más notable es que siendo este el sector que dinamiza la economía
general de la región no merece ningún flujo significativo de inversiones ni otro tipo de
acciones, que no sean buenas intenciones, discursos y aspavientos de efecto
circunstancial. Lo hecho hasta hoy en materia de desarrollo rural debería causar rubor
por su insignificancia en relación a los requerimientos y a lo mucho que se debe
cambiar y modernizar.

Con relación al sector industrial, su grado de desarrollo incipiente, mantenido con esas
características a lo largo del siglo XX no constituye ninguna novedad, y una explicación
a esta situación, con relación a la región, nos remitiría a repetir el análisis abordado
sobre el desarrollo regional al inicio de este capitulo. Sin embargo, también la industria
al igual que la agricultura tuvo sus mitos, uno de ellos fue el Parque Industrial de
Santivañes que languideció durante décadas, porque desde la óptica empresarial su
ubicación, frente a otras alternativas muy debatidas en su tiempo: El Paso, Uspa-Uspa,
etc., no era adecuada y la infraestructura instalada no era suficiente, frente a mejores
condiciones que ofertaba el Valle Central. En todo caso al margen de este episodio mas
bien puntual sobre el emplazamiento industrial, que una dinámica de crecimiento real
habría superado rápidamente, una primera percepción que se puede hacer a cerca de su
problemática actual, es que el modesto sector industrial que existía en los años 70 y
primeros de los 80, subsistía a la sombra protectora del Estado a través del manejo de
divisas preferenciales, subvenciones y contratos con entidades fiscales. A partir de 1985,
se inició un lento reacomodo del sector a las nuevas reglas de la economía de mercado
al desaparecer el sistema de divisas baratas para la industria, las subvenciones a las
exportaciones de productos y a las importaciones de insumos y, sobre todo al tener que
enfrentarse a un mercado donde comenzaron a concurrir sin restricción productos
industriales del extranjero, provocando esta situación el cierre de algunas industrias o la
reducción de los volúmenes de producción.
En 1986 se consideraban que los principales obstáculos para el desarrollo industrial
nacional y regional se centraban en torno a la agudización del contrabando, la
disminución de las inversiones privadas y públicas en la renovación de maquinarias y
equipos, la excesiva dependencia de materias primas e insumos importados, la
inestabilidad monetaria en el quinquenio 1980-85 y los altos costos de producción. En
123
Todavía hoy, al filo de la primera década del siglo XXI, la vulnerabilidad y la precariedad de la
agricultura cochabambina parcelaria se mantienen invariables, en especial con relación a los imprevisibles
fenómenos naturales.
31

1988, la Cámara Departamental de Industrias admitía que la industria nacional


atravesaba una situación crítica debido a un incremento del contrabando amparado en la
libre importación y la falta de apoyo gubernamental a través de créditos de reactivación
incumplidos. Ante esta crítica situación muchas industrias se vieron forzadas a
disminuir las jornadas laborales y a declarar vacaciones colectivas para poder subsistir.
Entre los obstáculos que enfrentaba la industria se identificaban a los siguientes: la
pequeña dimensión del mercado interno agravada por el bajo nivel de ingresos de la
población y la acción del contrabando que distorsiona los precios de las manufacturas,
afectando a los distintos tipos de producción fabril. Un segundo problema se refería al
alto costo del financiamiento debido a los elevados intereses bancarios, entre el 25 y el
30 % anual en moneda norteamericana. Otro problema era el nivel arancelario elevado y
uniforme establecido por el régimen de la Nueva Política Económica, lo que incidía
sobre el costo de las materias primas e insumos. Además, a lo anterior se sumaba un
otro factor negativo, el alto costo del transporte y la energía, particularmente con
respecto a los fletes ferroviarios y los carburantes como el gas natural que sufrieron
fuertes incrementos (Los Tiempos, 24/04/1988).

En el caso concreto de Cochabamba la Cámara de Industria informaba en 1987 que las


empresas QUIMBOL, MANACO y las industrias aceiteras atravesaban una situación
adversa sin precedentes y que las industrias que utilizaban como materia prima el cacao
estaban trabajando con apenas un 20 % de su capacidad real. Con respecto a la
Industria Química Boliviana se señalaba que se veía obligada a competir en forma muy
desigual con la producción de Argentina y Perú que "bombardean con jabones y
detergentes el mercado nacional". Con respecto a MANACO y otras industrias la
situación era similar. La mayor industria del calzado cochabambino en 1981 contaba
con 1.028 obreros, en 1986 estos se redujeron a 707, en tanto en 1987 solo trabajaban
600 obreros (Opinión, 05/06/1987). La composición sectorial de la industria
cochabambina en 1988 mostraba la siguiente estructura: la industria estatal de
refinación de petróleo representaba el 28 % del valor de la producción del sector, el 25,5
% correspondía a la rama de alimentos, casi el 18 % a los cueros, en tanto otras ramas
como la metalmecánica, la minería no metálica, la química no llegaban al 10 % y otras
como la textil ni siquiera representaban el 5 %.

En líneas generales, el comportamiento de estas ramas industriales no mostraban


situaciones muy homogéneas: así las industrias de conservación de alimentos en
general, pese a tendencias recesivas momentáneas mostraron capacidad expansiva en el
período 1982-1987. La excepción en esta rama fueron las industrias de aceites, grasas
vegetales y animales y las de cacao, chocolate y confituras que presentaron
fluctuaciones de altas y bajas en su producción anual dentro de un cuadro general de
inestabilidad. Las industrias de bebidas no alcohólicas y gaseosas mostraron una
tendencia recesiva entre 1982 y 1984, pero luego esta situación se revirtió y se mostró
marcadamente ascendente entre 1985 y 1987. En cambio las industrias de hilados,
tejidos y prendas de vestir mostraron una tendencia al estancamiento, al igual que las
industrias de calzados de cuero y las de detergentes y similares, que presentaron una
tendencia general descendente entre 1982 y 1987 (Boletín CIDRE, 05/06/1988). Lo
anterior permite inferir que las industrias que más rápidamente se recuperaron de la
crisis y las medidas de ajuste son aquéllas que recurrieron a materias primas nacionales,
en tanto, las industrias fuertemente dependientes de la importación de insumos y
materias primas, fueron las más golpeadas por los efectos de la inestabilidad de la
economía y las políticas neoliberales.
31

Una visión más optimista del desarrollo industrial cochabambino (Los Tiempos
20/10/1990) al examinar las ramas industriales más prometedoras y con mayor
potencialidad, señalaba que la metalmecánica tiene una gran importancia para reactivar
la economía regional por su gran potencial de encadenamiento con el sector
agropecuario y de otras ramas industriales. En este orden, el ejemplo del montaje de
automotores de COFADENA era uno a tomar en cuenta. Otra industria, a la que se
asignaba gran potencial era la miniacería de Changolla, cuyo efecto dinamizador sería
fundamental para la industria metalmecánica y automotriz, otras industrias como las de
fertilizantes y el emprendimiento de la Cooperativa Agroindustrial (COPAICO)
organizada en los años 70, para instalar un ingenio azucarero en el Chapare, también
ofrecían grandes potencialidades para dinamizar y generar el crecimiento de la
economía de Cochabamba. Más adelante se afirmaba que para garantizar realmente el
desarrollo de Cochabamba era necesario simultáneamente promover el crecimiento
industrial y agropecuario cuya expansión solo sería posible dirigiéndola hacia procesos
de agregación de valores industriales.

Estas y otras perspectivas que combinaban las modestas realidades con ambiciosos
proyectos industriales y la urgencia de ejecutar el Proyecto Misicuni, se
complementaban, por último, con las ventajas que brinda Cochabamba para el
desarrollo de la industria, por tratarse, una vez más, de una región central vinculada con
los principales mercados nacionales, potencial empresarial poco aprovechado,
facilidades de comunicación, existencia de mano de obra abundante y reconocida por su
innata habilidad, disponibilidad de abundante energía eléctrica, creciente mercado local
y ventajas climáticas sin extremos de temperatura. La pregunta que queda flotando es
¿por qué, si existen tantas condiciones y potencialidades no se logró hasta hoy generar
un despegue industrial significativo?

Sin embargo, antes de arribar a conclusiones, completemos el cuadro del sector. Al


margen de las industrias manufactureras existen, sobre todo en el Valle Central y el
Valle Alto ramas agroindustriales como la lechería, la avicultura y la floricultura. La
producción lechera departamental en 1993 había logrado rebasar los 100.000 litros
diarios y su tendencia era expansiva, sin embargo pese a este panorama prometedor
desde inicios de los años 90 la Planta Industrializadora de Leche (PIL-Cochabamba),
cargaba a cuestas una deuda cuantiosa con el Estado, además de mostrar una situación
de insolvencia para cubrir obligaciones tributarias. Esta realidad financiera condujo a la
empresa a casi un estado de quiebra (Opinión, 2/02/1994 y 28/03/1994), abriendo
margen a un proyecto de privatización primero y luego de capitalización de la PIL,
cuestión que generó situaciones conflictivas, e incluso abrió la posibilidad de permitir
que la Asociación de Productores de Leche fuera la copropietaria, sin embargo la
cuestión se resolvió con su transferencia a la empresa peruana Gloria acentuándose así
los conflictos periódicos con los productores.

Otro sector importante es la industria avícola que tiene varias décadas de existencia. En
1993 generaba 60 millones de dólares anuales y cubría el 65 % de la demanda nacional.
De hecho, Cochabamba era el primer productor nacional en este rubro cubriendo
alrededor del 60 % de la producción anual nacional y uno de los sectores con mayores
inversiones en capital fijo y con tecnología moderna. Según el Presidente de la Cámara
Agropecuaria: "la avicultura es la única actividad pecuaria que se ha incrementado
significativamente en el departamento con un índice que bordea el 400 % desde 1950 a
31

la fecha" (Los Tiempos 09/09/1993), pese a que como el resto de la industria regional,
ha estado expuesta a los problemas de contracción del sector y a las sequías que en
determinados momentos le obligaron a importar maíz cruceño.

Otro rubro mas reciente, es el de la floricultura, donde se destaca la labor de "Flor de


Empresa" que con 15 Has de invernaderos era la principal compañía exportadora del
país, con una capacidad anual de cosecha de 20 millones de flores (Comunidad,
03/03/1996). En Cochabamba existían alrededor de 15 empresas exportadoras de flores,
en realidad se trataba de la primera empresa francamente volcada a la exportación, en la
medida en que el mercado nacional era muy reducido, sin embargo, no faltan problemas
como el poco conocimiento de los mercados externos, la limitación de los medios de
transporte que dependían exclusivamente de la capacidad del LAB, además de los
problemas financieros como la necesidad de captar recursos que provienen de entidades
externas.

En resumen, 1990 existían en la ciudad de Cochabamba 1.819 empresas industriales, de


las cuales 552 (el 30%) eran consideradas "formales", o sea empresas constituidas
dentro de las exigencias legales y técnicas y con márgenes de producción y utilidad
dentro de límites razonables, en tanto el 70 % restante eran consideradas "informales", o
sea pequeñas empresas generalmente familiares que operaban con márgenes mínimos de
utilidad y no respondían a esquemas y normas institucionales. Este análisis desarrollado
por el Sistema de Información Industrial Privado mostraba que dentro de este universo
existían cuatro rubros tanto a nivel formal como informal que incluyen a la mayor parte
de las empresas, es decir: alimentos, madera, metálicos y confecciones, representando
en conjunto el 74 % del total señalado. Además se observaba que cada sector presenta
sus propias características, así en la rama de alimentos, el 80 % son empresas dedicadas
a la elaboración de pan y a la repostería. En el caso de la madera, el 90 % son
carpinterías y mueblerías. En la rama de metálicos, el 90 % son empresas de cerrajería y
en la rama de confecciones el 87 % se dedican a la sastrería y modistería, quedando
claro que la gran mayoría en cada caso son micro empresas o unidades de tipo familiar,
donde las relaciones salariales son relativas, predominando más bien el trabajo familiar
y por cuenta propia típico de las formas de producción no capitalistas (LLajtamasi,
13/01/1990).

Un "Estudio de las ventajas comparativas para la inversión industrial en


Cochabamba", realizado por una empresa consultora, consideraba la existencia de 2.807
unidades económicas del sector industrial en Cochabamba (frente a 4.452 existentes en
La Paz y 3.718 en Santa Cruz), de las cuales solo el 6 % de ese total (168 unidades) se
podían tipificar como empresas "grandes" y "medianas", en tanto el saldo de 2.600
unidades estaba compuesto por empresas "pequeñas" y microempresas. Además se
constataba que el 87 % de las unidades señaladas se encontraban en la categoría de
empresas unipersonales y operaban con capitales reducidos. Así mismo, se destacaba
que las ramas de producción de la categoría dominante (pequeñas y microempresas) se
dedicaban a los rubros de alimentos y bebidas; en el sector manufacturero, al curtido y
la fabricación de productos de cuero, además de la fabricación de productos varios,
sobre todo muebles de madera. La mediana y la gran industria también mostraba
preferencia por la rama de alimentos y bebidas, la fabricación de muebles y otros
artículos de madera, el curtido y confección de productos de cuero y un sector
minoritario en diversas ramas manufactureras en general. Por último, se destacaba que
en cuanto al aporte al PIB industrial nacional, Cochabamba concurría con el 19,4 % en
31

1994, La Paz con el 27, 8 % y Santa Cruz con el 35,3 % (Los Tiempos 11/02/1995).

Finalmente, estos último rasgos nos introducen en un sector de suma importancia para
conocer una otra realidad de la actividad industrial cochabambina, es decir, la situación
de la pequeña industria y la artesanía, que según el Instituto Boliviano de Pequeña
Industria y Artesanía (INBOPIA) absorbía en 1988 el 80 % de la PEA departamental,
estimándose que en el Departamento de Cochabamba existían alrededor de 7.538
pequeños industriales y artesanos, de los cuales, un 45 % desarrollaban actividades en la
metalmecánica, la madera, los cueros y el procesamiento de alimentos; un 30 % se
dedicaba a la producción de artesanía típica y un 25 % trabajaba en la prestación de
servicios124 (Opinión 20/01/1988).

En el eje Quillacollo-Cochabamba-Sacaba, fueron contabilizados en 1991, 2.173


establecimientos de pequeña industria por el Censo Industrial realizado a principios de
ese año. Según la Asociación de la Pequeña Industria y Productores Artesanos de
Cochabamba (ASPIPAC), este sector tenía un efectivo laboral de 10.349 personas, al
margen de contribuir de manera indirecta con la generación de más de 50.000 empleos
en ramas de actividad que formaban parte de la cadena de producción y circulación. De
acuerdo a la fuente citada, la inversión de capital fijo de este sector alcanzaba a 8
millones de dólares, sobre todo en maquinaria y herramientas, en tanto el valor bruto de
la producción del sector alcanza a 54 millones de dólares, cifra que representa más del
55 % del producto manufacturero regional. Sin embargo, se hacía notar que pese a estos
efectos positivos, solo el 12 % de este sector se beneficiaba de las políticas de asistencia
técnica, asesoramiento administrativo y apoyo crediticio (Llajtamasi, 22/09/1991).

Un diagnóstico realizado por la Facultad de Ciencias Económicas y Sociología de la


UMSS con apoyo de CORDECO y ASPIPAC, confirmaba que este sector generaba un
importante número de fuentes de trabajo, por tanto, operaba como "un significativo
amortiguador social, toda vez que absorbía la fuerza de trabajo desempleada y
relocalizada por la implementación de las políticas neoliberales". Sin embargo del
volumen de empleos generados, un 33 % correspondía a personal no remunerado,
acentuándose esta tendencia en la microempresa, donde representaba un 53 %, en base a
lo cual se puede deducir que la pequeña industria y la artesanía operaban como
economía familiar o unipersonal, bajo condiciones de autoempleo o de subsistencia.
Además, en estas actividades se registraba un gran porcentaje de participación
femenina. Por otro lado, se hacía notar que gran parte de estos establecimientos se
hallaban concentrados en el centro de la ciudad, lo que acarreaba problemas de
infraestructura edificada traducidos en insuficientes condiciones ambientales de trabajo,
por desarrollarse la actividad laboral en ambientes pequeños, donde incluso y con
frecuencia, tal ámbito también servía como dormitorio, con lo que se agrava la situación
anotada y se acrecentaban los riesgos industriales.

Otro aspecto notable y propio de economías no capitalistas, se refería al manejo de la


gestión, que afectaba negativamente el rendimiento productivo, debido a que los
propietarios cumplían múltiples funciones como: labores de gerencia, jefe de
producción, contador, obrero y finalmente incluso vendedor, dando lugar así a una
fuerte inclinación a la improvisación de tareas diversas que se traducían en elevados

124
INBOPIA consideraba unidades artesanales a aquéllas cuyo capital fijo no sobrepasaba los 8.000
dólares, en tanto pequeñas industrias eran aquéllas unidades que representan una inversión que se sitúa
entre 8.000 y 40.000 dólares (Opinión 20/01/1988).
31

niveles de ineficiencia expresado en pérdidas de tiempo y decisiones equivocadas; otro


problema hacía referencia a la tendencia a emplear materias primas de origen
extranjero, es decir que se abandonaba la tradición de utilizar recursos de la propia
región. Por último, se verifico el empleo de tecnología atrasada, incluso todavía
apelando al uso de energía ancestral como la leña y el carbón vegetal (Llajtamasi,
27/10/1991).

Un indicador del modesto tamaño de la industria regional y del escaso grado de


integración de la economía de Cochabamba al mercado mundial era el pequeño
volumen de sus exportaciones. Veamos algunos datos: según la Cámara de Exportadores
de Cochabamba (CADEXO) en los doce meses del año 1995 se exportaron mercancías
por el valor de casi 42 millones de dólares, siendo ésta una cifra superior en un 12 % a
la del período anterior (1993), año en el solo se llego a exportar por el valor de unos
37.400.000 dólares. Si estas cifras son modestas de por sí, la situación se hace más
crítica si consideramos que alrededor de un 60 % del volumen exportado correspondía
a tortas de soya y aceite de soya refinado, producciones propias del departamento de
Santa Cruz. Es decir que la industria cochabambina propiamente apenas ejecutaba
exportaciones por el valor aproximado de 25,5 millones de dólares, cifra prácticamente
insignificante comparada con otras regiones y países (Opinión-Extra, 06/01/1996)125.

Otros aspectos que solo mencionaremos en sus rasgos más generales y que son parte de
la problemática regional de Cochabamba se refieren a: los altos índices de pobreza y de
inequidad social alimentados por la precariedad del empleo, las altas tasas de mortalidad
infantil, la precariedad de la vivienda y el alojamiento, la deficiente enseñanza pública,
los movimientos migratorios y la limitada cobertura de infraestructura básica en las
áreas rurales. Por otro lado, también se debe mencionar como un problema delicado el
manejo inadecuado de los recursos naturales y el continuo proceso de deterioro del
medio ambiente agravado por factores como la ausencia de una conciencia ciudadana a
cerca de la preservación ambiental y de los recursos naturales, la falta de instrumentos
legales que orienten y planifiquen el uso del suelo en términos racionales, la continua
contaminación por falta casi absoluta de saneamiento básico en las zonas rurales y las
periferias urbanas y, la ausencia de un inventario serio sobre los recursos naturales
departamentales, en base al cual se pudieran definir políticas adecuadas en lugar de los
discursos intuitivos y las medidas dispersas del mismo signo.

Otro problema significativo era la inadecuada ocupación y organización espacial del


territorio departamental, sobre cuyo particular volveremos más adelante. Además se
debe destacar, que uno de los factores que relativizan la posición geográfica central de
Cochabamba incluso con relación a la perspectiva de los "corredores bioceánicos" de
exportación de bienes y servicios, y que podrían cambiar la fisonomía del subdesarrollo
125
Este cuadro podría experimento modificaciones posteriormente a través de las exportaciones de gas
natural a países vecinos, considerando la nueva realidad de haberse constituido Cochabamba en el nuevo
“departamento petrolero’”del país, una de las escasas esperanzas largamente acariciadas por Cochabamba
que finalmente se hicieron realidad. En septiembre de 1989 se oficializo el descubrimiento de un
importante campo petrolífero en la estructura "Ichoa X-1"-en el trópico de la Provincia Carrasco,
iniciándose la producción en 8 pozos con un rendimiento de 2.400 barriles diarios, desarrollándose en los
años siguientes la explotación de otros tres importantes campos: Katari, Surubí y Bulo Bulo que
convirtieron a Cochabamba hasta 1994 en uno de los más importantes departamentos productores del país
con 6.500 barriles diarios de petróleo, llegando en marzo de 1996 esta producción a 13.700 barriles
diarios, además de 65 millones de pies cúbicos de gas natural/día, con lo que Cochabamba estaba en vías
de convertirse en el principal productor de petróleo de Bolivia.
32

regional, era la problemática de la deficiente e incluso precaria integración vial que solo
abarcaba a un escaso 25 % del territorio departamental, es decir que salvo la vinculación
con La Paz y Santa Cruz no existía ninguna con el Norte de Bolivia (Beni y Pando) y
existía una muy deficiente con el Sur (Chuquisaca, Potosí y Tarija). En este orden,
resultaba lamentable que el proyecto caminero Cochabamba - Beni que en su momento
se consideró prioritario hubiera quedado relegado, tropezando todavía el día de hoy con
cuestionamientos ambientales. En la misma forma, la red ferroviaria solo se encontraba
interconectada con la red occidental, en tanto el proyecto ferroviario Santa Cruz-
Cochabamba, cuyo tramo hasta Aiquile estaba subutilizado, permanecía inconcluso
desde casi un medio siglo. En fin, el transporte fluvial, pese al potencial hídrico
existente en el trópico cochabambino era incipiente. Por último el transporte aéreo
tropezaba con el lento avance del mejoramiento de la infraestructura aeroportuaria y la
existencia de terminales nacionales e internacionales próximas (La Paz y Santa Cruz) en
operaciones, que relativizaban la antigua importancia que tuvo Cochabamba en este
orden. En fin, otro problema era la inadecuada división política y administrativa del
Departamento lo que ocasionaba conflictos jurisdiccionales de diverso tipo con motivo
de la aplicación de la Ley de Participación Popular y la creación de los municipios
seccionales, además de crear problemas de gestión y control territorial.

Por último, un aspecto que gravita transversalmente sobre el abanico de problemas que
presentaba la realidad regional se refería a la total falta de coordinación institucional
que se esperaba fuera superada, en alguna medida, por la Ley de Descentralización
Administrativa que entró en vigencia en 1996, dando lugar a la creación de los
gobiernos departamentales estructurados en torno a las prefecturas y constituyendo
pequeños aparatos estatales con atribución para generar políticas de desarrollo en forma
más descentralizada y a partir de visiones más regionales en cuanto a objetivos y
prioridades. Lo normal hasta ese momento había sido la sobreposición de roles, la toma
de decisiones en forma dispersa y contradictoria, la duplicación de esfuerzos y
situaciones de incomunicación casi total entre los diferentes niveles de la administración
pública, produciéndose pérdidas de tiempo, de recursos humanos y financieros, en
medio de cuadros de inoperancia e ineficiencia, sumamente frecuentes. A ello se añadía
la debilidad institucional de muchos municipios y otros organismos provinciales que en
gran medida solo se dedicaron a seguir las pautas del desarrollo de Cochabamba y el
Cercado, incluyendo sus peores defectos, por una parte; y por otra, la proliferación de
ONGs que durante mucho tiempo operaron desarrollando iniciativas propias, basándose
en acuerdos directos con entidades internacionales de cooperación, pero apenas
actuando sobre parcialidades y aspectos sectoriales de la realidad, sin el marco
referencial de la problemática integral de la región y sus reales prioridades y, aportando
muy poco al desarrollo regional, dado su carácter puntual, voluntarista y carente de
niveles de investigación adecuados para enmarcar sus acciones en algún parámetro u
objetivo de planificación regional rescatable que hubiera sido adoptado, aun en ausencia
de un instrumento oficial en este orden. (Plan Departamental, 1995)126.

Un vistazo a los resultados del Censo de Población de 1992 y la respectiva comparación


con el similar de 1976, con relación a la situación del Eje Central de desarrollo al que
hicimos referencia anteriormente, nos permiten vislumbrar, por una parte que la
tendencia de ocupación del territorio nacional estructurada por la estrategia de

126
Con posterioridad a los eventos que se analizan (años 1980-90), emergería el debate por las
autonomías departamentales, cuyo desenlace todavía no totalmente definido, permite avizorar un cambio
profundo en la estructura institucional y funcional del aparato estatal.
32

diversificación y sustitución de importaciones iniciada en los años 50, no solo se había


mantenido sino se había reforzado considerablemente. Veamos rápidamente algunos
datos, para luego situar al departamento de Cochabamba dentro de este ámbito: En 1976
el citado Eje concentraba el 63 % de la población y en este territorio se encontraban 52
de las 103 ciudades mayores a 2.000 habitantes; en 1992 esta concentración llegó al
68,14 % de la población nacional y el 63 % de las 44 ciudades mayores a 5.000
habitantes existentes en el país. En 1976 en el citado Eje vivía el 70% de la población
urbana, en 1992 este porcentaje se elevaba al 74,6 % en el contexto de un país donde
dicha población pasaba a ser mayoritaria. En la misma forma, el Eje Altiplano-Oriente
mantenía su hegemonía en el aporte a la generación del PIB nacional (67 % en 1976 y
68 % en 1992). En este orden, además de conservar la tendencia de concentración del
aparato productivo nacional en este territorio, en 1992 se reforzó la concentración del
sector comercial y hotelero que en un 75 % se concentra en las tres principales ciudades
del país, ocurriendo algo similar con los establecimientos financieros (80 % del total
nacional) y con los servicios de administración pública (73,5 %)127.

Una tendencia que todavía no era muy nítida en 1976 emerge con fuerza en el período
posterior, es decir, al contrario de la creencia más o menos generalizada de un desarrollo
relativamente homogéneo en el interior del eje, se verifica la vigencia de ritmos
marcadamente desiguales en el desarrollo de los departamentos de Santa Cruz, La Paz y
Cochabamba. Así en 1988, el aporte al PIB nacional de Cochabamba era del orden del
13,72 %, el de La Paz del 19 % y de Santa Cruz el 33%, es decir que este último
departamento tenía una capacidad de aporte 2,4 veces mayor que Cochabamba y 1,7
veces mayor que La Paz. En 1992, este mismo índice de aporte era del 13,71 % para
Cochabamba, del 20,10 % para La Paz y del 37 % para Santa Cruz, por tanto, por una
parte Cochabamba mostraba una situación de estancamiento de su aparato productivo
entre 1988 y 1992, La Paz un leve crecimiento (un 5,7 %), en cambio Santa Cruz
exhibía un crecimiento del orden del 15,15 % para el mismo período. Por otro lado, en
1992 la capacidad de aporte al PIB nacional por parte de Santa Cruz era 2,7 veces
mayor que el similar de Cochabamba (INE 1994).

Estos datos que tocan apenas uno de los rasgos de diferenciación en los ritmos de
desarrollo de las tres principales regiones del país, sugieren la consolidación de un
sistema de ciudades y regiones, que definitivamente no es macrocefálico en el nivel
nacional, pero sí lo es a nivel de cada ciudad y su región de influencia, y que se
caracteriza por la presencia de dos grandes centros en proceso de rápida
metropolización: La Paz, un gran centro comercial y de servicios, además el mayor
centro minero desde el punto de vista de la hegemonía indiscutible que ejerce sobre este
sector, uno de los dos mayores centros industriales, además de un importante centro
financiero y difusor de recursos tecnológicos, sede del poder central y conectado al
mercado mundial a través de su red ferroviaria y caminera con de los puestos del
Pacifico. Por otro lado, Santa Cruz, el otro gran centro comercial y de servicios, con
similar jerarquía que La Paz, el mayor centro agroindustrial del país, un centro
industrial de rango muy próximo al de La Paz y el mayor centro petrolero, vinculado al
comercio internacional a través de su red ferroviaria conectada con los puertos del
Atlántico. Por último, Cochabamba, igualmente un centro comercial y de servicios,
nudo terrestre y aéreo de comunicaciones con relación a las otras dos ciudades citadas,
un centro de agricultura tradicional, exportador importante de fuerza de trabajo, centro
127
Una descripción más sistemática y estadísticamente sustentada del Eje La Paz-Cochabamba-Santa
Cruz, se puede encontrar en Blanes, Calderón, et al, 2003).
32

petrolero emergente, centro industrial y artesanal volcado al mercado interno


mayoritariamente y sin vinculaciones directas al comercio internacional. Hasta inicios
de los años 90 Cochabamba era francamente el "polo de servicios" del citado Eje.

En los años 90, a través de los aportes del PNUD, se introducen criterios alternativos a
las formas ya clásicas de medición del desarrollo económico y social que se dirigen a
privilegiar no solo índices de producción de bienes materiales en abstracto sino a aplicar
métodos de medición de variables casi siempre ignoradas por las estadísticas
económicas. De esta manera, se comienzan a tomar en cuenta, indicadores de desarrollo
referidos al estado de la salud, la educación, el acceso a la infraestructura básica, la
vivienda, las cuestiones de género, de seguridad ciudadana y otras, que pasan a ser
consideradas como fundamentales para calificar el estado del "Desarrollo Humano"
como un concepto más integral y completo que el desarrollo económico. Uno de los
primeros estudios en este campo en Bolivia fue el realizado por un equipo
multidisciplinario conducido por Roberto Laserna con respecto al Departamento de
Cochabamba, en 1995. Los resultados de este valioso esfuerzo corroboraron con mayor
grado de detalle y precisión, algo que, una y otra vez ha sido expresado a lo largo de
este trabajo, es decir la extrema desigualdad que caracteriza al desarrollo departamental.

En este orden, tal modificación de las variables de medición del desarrollo, permitió
desentrañar una amarga verdad y proyectar a Cochabamba en un sitial poco expectable
en el concierto nacional. Recuérdese que Bolivia juntamente con Haití compartían el
nivel más bajo de desarrollo humano a nivel de América Latina. En efecto, Cochabamba
pese a ser desde la perspectiva de las cuentas nacionales y regionales, así como por
otros tipos de valoración, el tercer departamento en importancia en el país, en cuanto al
Índice de desarrollo Humano (IDH), ocupaba un discreto sexto lugar por "las agudas y
profundas desigualdades socio-económicas existentes entre sus provincias, entre el área
rural y urbana, y de género, pues los hombres tienen mayores oportunidades que las
mujeres" (Los Tiempos 04/03/1996). Solo dos provincias: Cercado y Quillacollo
estaban por encima del promedio departamental (0,791), en tanto las restantes 14
provincias no alcanzan este promedio. Las provincias de Chapare, Tiraque, Carrasco,
Jordán y Punata ostentan un IDH "medio bajo", en tanto las restantes: Ayopaya,
Tapacarí, Arque, Bolivar, Capinota, Esteban Arce Mizque, Arani y Campero
presentaban los IDH más bajos. Resultados ciertamente coherentes con la
espacialización de los extremos de riqueza y miseria departamentales, emergiendo una
vez más el Cercado con la ciudad capital y Quillacollo en un segundo término, como el
restringido "oasis" de desarrollo relativo, en medio de un mar de carencias, atrasos,
estancamiento y frustraciones de diverso grado, destacándose en este orden una suerte
de cinturón de extremo atraso y miseria que compromete las provincias altas limítrofes
con La Paz, Oruro y Potosí y a algunas del Valle Alto, quedando corroboradas en líneas
generales las observaciones y el reflexiones desarrolladas a lo largo de este capítulo.

Las conclusiones que se pueden extraer de este abigarrado análisis, que obviamente es
parcial y donde sobre todo se abordan procesos y fenómenos que todavía, dada su
reciente emergencia, no han completado su ciclo de desarrollo, no deben ser tomadas
necesariamente como un diagnóstico o un cuerpo cerrado de resultados, sino apenas
como un material de reflexión con varios elementos más bien hipotéticos que habrán
cumplido su objetivo si son motivo de debate y sobre todo si se constituyen en un aporte
para el avance de la futura investigación regional.
32

No cabe duda que la región de Cochabamba en las décadas finales del siglo XX,
conservaba gran parte de la problemática analizada para el anterior período. Es decir
que el crecimiento de su economía era lento y siguiendo los vaivenes que le ofertaba un
mercado interno regional y nacional inestables y continuamente restringido por los
golpes que aplicaba sin pausa la llamada política neoliberal, que apenas objetivizaba
mantener una frágil estabilidad monetaria a costo de perforar sin piedad el cada vez más
reducido poder adquisitivo del salario obrero y del igualmente constreñido ingreso de la
masa de trabajadores por cuenta propia e incluso de las clases medias-bajas que
constituyen la gran mayoría del Departamento. Esta economía se apoyaba en la
agricultura tradicional, con todo el conjunto de problemas y limitaciones que carga
sobre sus hombros y que fueron oportunamente detallados, y donde la relación desigual
entre producción parcelaria y redes de intermediación continuaba en plena vigencia.

La economía de la coca-cocaína no tiene otro impacto, además de la gratuita imagen


negativa que proyecta sobre los cochabambinos, que la de servir como un amortiguador
social en los momentos de agudización de las crisis nacionales y regionales y, como una
alternativa de empleo para gruesos sectores expulsados del aparato productivo por las
políticas estabilizadoras, pero además se constituía en una estrategia de sobrevivencia
para los vallunos expulsados de sus míseros minifundios. Fuera de ello, pese al relativo
nivel del IDH del Trópico cochabambino, esta era predominantemente una tierra de
pobreza e incertidumbre, donde los propios migrantes, por la naturaleza ilegal de esta
economía eran forzados a vivir como población flotante.

La otra característica de este desarrollo es su extrema desigualdad, no solo a nivel de


grandes zonas geográficas con diferentes oportunidades y niveles de desarrollo, sino
dentro de las propias ciudades y microregiones, donde al lado de destellos de riqueza se
asientan los uniformes tonos grises de la pobreza en todos sus grados, envolviendo
prácticamente a toda la población rural y grandes masas urbanas que ocupan los bordes
de las ciudades, aspecto sobre el cual nos ocuparemos con mayor detalle más adelante.

Tampoco se puede perder de vista que la relación entre Estado y región se mantuvo
inalterable. Todavía Cochabamba pese a sus potencialidades evidentes, es la región de
los proyectos míticos, de las obras que se inician con grandes esperanzas y luego toman
décadas para alcanzar su conclusión. "El polo de servicios" es un fuerte prejuicio que
todavía domina a la esfera estatal a la hora de dirigir su mirada a Cochabamba, cuando
la región exige sus justas reivindicaciones. En este sentido el desarrollo y
modernización de la estancada agricultura, el potenciamiento de la modesta industria y
en general, el desarrollo de iniciativas para hacer crecer las fuerzas productivas y no el
sector informal y los servicios, es todavía una cuestión que no ha merecido señales
evidentes y positivas por partes de los gobiernos. A inicios de la década de 1990, se
esperaba que el acelerado crecimiento de la explotación petrolífera pudiera modificar
esta idea tan extendida de que Cochabamba solo vive a costas del erario nacional, y que
finalmente se reparaba la deuda que el país le debía por las muchas generaciones de
cochabambinos que ayudaron a forjar la riqueza minera y agroindustrial y por su poco
edificante papel de despensa pobre que le tocó desempeñar durante todo el devenir de la
vida republicana.

Sin embargo, no todas las culpas tienen su origen en conspiradores externos contra el
desarrollo regional. Las extremas desigualdades y contradicciones entre regiones y entre
campo y ciudad, además del el crecimiento acelerado de la pobreza haciendo universal
32

esta condición en las zonas rurales, no son otra cosa que el resultado del modelo de
acumulación descrito anteriormente. Por ello no resulta casual que los productores
minifundiarios fueran las principales víctimas del subdesarrollo y que este se ubique en
los espacio de producción, en tanto la riqueza tenga un destino improductivo
especialmente dirigido a materializar la nueva versión urbana de la modernidad, es decir
el nuevo barniz de "piel de vidrio" con que las nuevas elites, digamos los herederos de
los antiguos rescatiris, desean mirarse para satisfacer sus ideales de progreso.

Sin embargo, este proceso no reproduce mecánicamente la sociedad regional que se


estructuró a partir de 1953. Aunque todavía débilmente despuntan otros protagonistas:
los industriales tanto formales como informales, cuya única alternativa de desarrollo
pasa justamente por la ruptura del atraso rural y el aprovechamiento de todas las
coyunturas que permitan proyectar la región al mercado internacional. Por último, a
inicios de los 90, todavía no quedaban legibles las consecuencias que podría tener el
desarrollo de la industria petrolera departamental, sin embargo un moderado optimismo
hacía ver que cobraban importancia para Cochabamba los proyectos de integración a
diferentes niveles y, sobre todo la alternativa de la materialización futura de los
corredores bioceánicos, que eventualmente podría permitir que finalmente Cochabamba,
revirtiera a su favor su condición de "centro geográfico" y que inversores vallunos y
extranjeros encontraran fuertes ventajas comparativas para producir y exportar desde
Cochabamba hacia el mercado internacional en condiciones competitivas y creando
condiciones para que la legendaria laboriosidad de los k'chalas rindiera frutos en su
propia tierra.

En fin, retornando a la pregunta de ¿por qué no se logró hasta hoy generar un despegue
industrial significativo?, arriesgamos la respuesta, de que tal emprendimiento pasa no
solo por una receptividad estatal que estimule mayores inversiones en este campo, un
mayor grado de desarrollo de la vertebración vial y ferrocarrilera que posibilite el
acceso de la producción manufacturera de Cochabamba a mercados próximos y lejanos
o alguna solución que neutralice la acción del contrabando; sino por la capacidad de la
clase empresarial para contrarrestar un modelo de acumulación que solo promueve el
crecimiento de un capitalismo mercantil atrasado en la región. Esto significa que la
suerte de la industrialización de Cochabamba esta vinculada a la enorme tarea de
modernizar la agricultura y potenciar el desarrollo de las fuerzas productivas regionales.

La metrópoli cochabambina de fines de siglo

La ciudad de Cochabamba casi ya era irreconocible en 1990 con relación a aquélla que
había sido descrita en 1945 con motivo del Censo Municipal de aquél año. No solo se
había expandido hasta límites inimaginables para los primeros planificadores de la
ciudad, sino que había consolidado y rebasado el perímetro urbanizable definido en
dicha época por el Plano Regulador y que se consideraba suficiente para contener el
crecimiento urbano durante más de medio siglo y con una población de hasta medio
millón de habitantes que cómodamente desarrollarían sus actividades dentro de dicho
perímetro. Pero además se había "desparramado" a lo largo del Valle Central,
definiendo "ejes de conurbación" entre Quillacollo, Sacaba, Tiquipaya, Valle Hermoso y
Cochabamba (Ver Plano 43). El resultado estaba muy lejos de la ciudad planificada e
industrial rodeada de centros satélites donde residiría una laboriosa clase trabajadora
que sugería el primer Plano de la Ciudad y su Región de Influencia Inmediata.
32

El centro urbano no había logrado completar la renovación planificada, con lo que


quedo truncada la mayor aspiración modernista de la década de 1940. En efecto hacia
mediados de los 80, la silueta urbana del centro todavía estaba dominada por las viejas
casonas, muy deterioradas, fraccionadas y desfiguradas, es cierto, persistiendo una
-imagen urbana, donde a pesar de su tono híbrido, todavía mantenía algunos atributos de
la vieja Villa de Oropesa como la escala uniforme de sus calles y uno que otro venerable
balcón en sus plantas altas, imagen solo alterada por unos pocos edificios que superaban
los 10 pisos y que habían sido edificados durante el "boom de la construcción" de los
años 70. Solo en los años 90, zonas tan tradicionales como El Prado, fueron
severamente modificadas en su imagen y proporción, por elevadas torres y un nuevo
lenguaje arquitectónico contenedor de los nuevos valores de la modernidad de este fin
de siglo. Los ensanches de las avenidas Heroínas y Ayacucho, también habían dado
paso, aunque con gran lentitud, a la materialización de espacios dominados por grandes
edificios de renta y comercio, introduciendo así en el centro urbano una estructura lineal
que modificó definitivamente su aspecto aldeano, reduciendo el patrimonio urbano que
teóricamente se debía conservar, a la Plaza de Armas y a las pocas manzanas que la
rodean, a la manera de un último islote del pasado cuya capacidad de resistencia a la
marea modernista y sus deformaciones es cada vez más débil.

El modelo de "ciudad-jardín", que fue introducido como concepto por los urbanistas de
los años 40, se materializa por lo menos parcialmente en las zonas residenciales; sin
embargo, lo mas importante es que la urbanización "por saltos" y de tipo lineal en torno
a los principales ejes urbanos (Avenidas Libertador Bolívar, América, Aniceto Arze,
etc.) que había caracterizado a las primeras formas de expansión urbana sobre la
campiña, finalmente es relegada por un proceso raudo de consolidación de la mancha
urbana que termina consumiendo los enormes terrenos baldíos donde todavía, hasta
inicios de los 70, eran frecuentes grandes maizales y cultivos de hortalizas al lado de los
primeros chalets que aparecían dispersos y rodeados del mundo rural, nada menos que,
en lo que deberían ser las zonas residenciales urbanas de las clases medias y altas.
Recién a lo largo de la citada década (los años 70), aparecen francamente las viviendas
modernas en diversos estilos y gustos, rodeadas de jardines e introduciendo el uso de
verjas, que terminan convirtiendo a estos espacios habitacionales en recintos
celosamente resguardados, donde cada vecino antes que detenerse en consideraciones
estéticas desea hacer de su morada un pequeño bastión contra peligros reales e
imaginarios. Barrios como Cala Cala, Queru Queru, Tupuraya, Hipódromo, Sarco, etc.,
se consolidan como barrios residenciales, a los que se añaden nuevas zonas como Alto
Tupuraya, Temporal de Queru Queru, de Cala Cala, etc. y pequeños núcleos exclusivos
como El Mirador, Lomas de Aranjuez y otros que finalmente van dando forma al
espacio residencial "moderno" de los sectores de mayores recursos e ingresos128.

Lo totalmente novedoso e imprevisible con relación al modelo urbano de ciudad


definido por el Plano Regulador, es la extensa periferia urbana que se va estructurando
desde los años 60, no solo vulnerando los criterios del citado instrumento técnico, sino
iniciando un proceso aun no neutralizado de asentamientos espontáneos e irregulares
que superan las previsiones municipales y determinan que la planificación urbana se
desvirtúe conceptualmente y sus recursos se reduzcan a "regularizar" (legitimar) las
operaciones, obviamente no planificadas de decenas de loteadores, que no solo violan
las normas y criterios técnicos, sino que buscan ex profeso, los sitios de riesgos
128
En los últimos años del pasado siglo y primeros del presente aparecen los condominios y los barrios
residenciales cerrados como una nueva modalidad residencial de las clases medias y altas.
32

naturales y las zonas expresamente prohibidas para implantar loteos de estratos de muy
bajos recursos. Así se conforma un extenso cinturón poco denso y carente de todo tipo
de infraestructura. Esta categoría de asentamiento fue (es) la dominante y la que
caracterizó el proceso de expansión de la ciudad, como se verá más adelante.

Es evidente que de la antigua aldea ya no quedan sino escasos residuos o retazos de


espacio e imagen urbana que sin duda terminarán por desaparecer. La fisonomía de la
ciudad actual poco o nada tiene que ver con la ciudad de antaño. Sin embargo pese a
este cambio radical de la imagen, la estructura funcional del núcleo colonial se mantenía
en gran medida. El modelo concéntrico y todas las características de la estructura
urbana centrípeta-centrífuga anteriormente analizadas continuaban plenamente vigentes
(Ver Plano 44) y, tal vez aquí radicaba uno de los problemas agudos de este proceso. Es
decir la sensible contradicción de una expansión, inicialmente bajo la forma de
conurbación de tipo tentacular, y que por su peso poblacional ya adquiere rango
metropolitano, pero curiosamente sin abandonar la estructura tradicional concéntrica
que caracterizó a los pequeños núcleos urbanos de origen colonial. Este fenómeno no es
fruto de una actitud conservadora hasta más allá de lo racional, sino más bien, es una
muestra de la velocidad que tomó este proceso, que no solo crece físicamente, sino que
fue capaz de avanzar a mayor velocidad que las previsiones institucionales y los,
evidentemente lentos y vacilantes pasos de la planificación, de tal suerte que la función
residencial, reproduciendo el damero colonial por doquier neutralizó la posibilidad de
conducción de esta dinámica bajo pautas más adecuadas, donde la descentralización
funcional, la densificación del uso del suelo y el manejo adecuado de redes de servicios
y equipamientos, debieron ser aplicados con oportunidad y antelación.

Los problemas de la ciudad hacia fines del siglo pasado tenían mucho que ver con la
permanencia de este centro bipolar (Zona Central-La Cancha) que operaba todavía con
funciones similares a la vieja plaza de armas colonial129. Con esta referencia pasaremos
a examinar la problemática de la ciudad en la década final del siglo pasado, en lo que
hace a los principales factores que dieron forma a su compleja estructura: migraciones y
población, crecimiento de la pobreza, precariedad del empleo, terciarización,
asentamientos irregulares, contaminación ambiental y diversas facetas de la crisis de
infraestructura, particularmente en lo referente al agua, esa vieja pesadilla de los
cochabambinos y otros "cuellos de botella", cuya falta de soluciones reales, los han
elevado a la categoría de problemas tradicionales.

Migraciones y proceso urbano:

El proceso migratorio que presenta Cochabamba, es parte de una tendencia continental,


dentro de una dinámica de urbanización en esta escala, que es tipificada como la que
presenta los índices más elevados a nivel mundial. Abundantes estudios de cientistas
sociales y organismos internacionales han tipificado este proceso como expresión de

129
Sin embargo, desde fines de los años 80, fue produciéndose una paulatina refuncionalización de
algunas zonas residenciales como Cala Cala y Queru Queru acompañando una reestructuración espacial
estimulada por la presencia de actividades comerciales y recreativas. De esta forma, ya en los primeros
años del siglo XXI, fue tomando forma más nítida la emergencia de un nuevo centro comercial urbano en
torno a las avenidas Pando, Santa Cruz, América y calles aledañas, en lo que se puede considerar la
ruptura definitiva con el modelo urbano monocéntrico. Sin embargo, los factores que estimulan este
nuevo proceso y sus connotaciones, se sitúan en una nueva fase del desarrollo urbano, con la que se inicia
en nuevo milenio. Las características de este nuevo proceso se pueden consultar en Rodríguez, Solares y
Zavala, 2009.
32

una profunda crisis que envuelve a los habitantes rurales, cuyos niveles de vida se sitúan
en un porcentaje mayoritario dentro de los umbrales de la pobreza, una vez que los
distintos modelos de desarrollo aplicados durante la última mitad de siglo no han
logrado mejorar la vida rural ni proveer a la fuerza de trabajo campesina empleo estable
y dignamente remunerado.

Un caso típico es el que presenta Bolivia, particularmente en las zonas donde se ha


mantenido inalterable la agricultura tradicional. Sin necesidad de repetir una vez más
los efectos de la Reforma Agraria, se puede afirmar que las insatisfacciones que recrea
en relación a la minifundización y la consiguiente pauperización del agro abren paso a
la acelerada urbanización que vive el país desde la segunda mitad del siglo XX, no
teniendo que ver en nada este proceso con una pretendida transición de una economía
agraria tradicional hacia una economía industrial y agroindustrial, excepto en el caso de
Santa Cruz, sino a las profundas contradicciones en los ritmos de desarrollo urbano-
rurales, o si se quiere a la creciente brecha entre campo y ciudad, que como ya se
observó, se resuelve mediante la acelerada ampliación del sector terciario, el
crecimiento de la pobreza urbana y ese amplio fenómeno conocido como
"informalidad".

En términos más amplios los fenómenos migratorios son procesos mundiales, que ahora
y en el pasado han expresado cambios en las relaciones de producción y
consecuentemente en las estructuras sociales y en las pautas culturales. Sin embargo en
el caso boliviano, las mismas han puesto de manifiesto profundas contradicciones y
enormes niveles de atraso y estancamiento de la agricultura y de amplias regiones que
tradicionalmente subsistieron del comercio de productos agrícolas, donde la ampliación
de la miseria, el crecimiento demográfico y, el deterioro del suelo agrícola y del medio
ambiente, se han constituido en un poderoso factor expulsor combinado que esta
provocando el rápido retroceso de la población rural.

Los movimientos migratorios en Bolivia muestran que en el período 1971-1976, el


comportamiento inmigratorio favoreció a los departamentos de Santa Cruz, Tarija y
Pando. Sin embargo, Cochabamba en el siguiente período (1983-1988) comenzó a
cobrar una importancia considerable, en contraste con el anterior período que mostraba
índices inmigratorios bajos. Esto se explica por el hecho de que en este último período,
Cochabamba comenzó a acoger fuertes contingentes de población provenientes del
Norte de Potosí, Oruro y La Paz. En el primer período mencionado, Cochabamba
presentaba una Tasa de Inmigración de 8,8 por mil habitantes, ocupando en este orden el
tercer rango a nivel nacional, siendo superado por Santa Cruz y La Paz. Sin embargo en
el segundo período, la Tasa Inmigratoria de Cochabamba sube a 11,30, constituyéndose
en ese momento la más alta del país, seguida por los dos departamentos anteriormente
citados. En cuanto a los movimientos emigratorios, para el período 1971-1976, los
departamentos de Pando, Oruro y Beni mostraban los índices más altos. Con relación a
la Tasa Emigratoria, Cochabamba en 1971-1976, esta alcanzaba a 9,71, la segunda del
país y solo superada por La Paz. En el siguiente período dicha tasa baja a 4,18,
ubicándose por debajo de Potosí, La Paz y Oruro. Es decir que a partir de 1983 más o
menos, el saldo migratorio para Cochabamba es positivo (36,2 por mil habitantes), el
más alto de Bolivia entre 1983 y 1988. En consecuencia, este fenómeno comienza a
gravitar como un factor importante de su crecimiento demográfico. El mismo, tendría
que ver con la atracción que comienza a ejercer el Chapare por el rápido crecimiento de
la economía de la coca. (CEPROLAI 1991).
32

Un estudios realizado por CORDECO (1983) en base a la comparación de los censos de


1950 y 1976, confirmaba que en este período la región ofrecía saldos migratorios
negativos y que la tasa de crecimiento demográfico departamental, esencialmente
sustentada por el crecimiento vegetativo era de 1,87 % anual con un flujo emigratorio
de 0,4 a 0,5 % al año. Se afirmaba que las causas de esta pérdida de población eran "las
deficientes condiciones de vida y la presión poblacional sobre la tierra en las áreas
rurales tradicionales (...) -además- la poca receptividad de las zonas de colonización y
por último (...) la ausencia de crecimiento económico en las áreas urbanas" (CIDRE,
03/1983). Un aporte muy significativo de este estudio es constatar que un 50,1 % de la
población departamental se concentraba en las provincias Cercado, Quillacollo, Jordán
y Punata, que tan solo abarcan el 4,1 % del territorio del departamento, con una
densidad de 163 habitantes por Km2. Sin embargo la evolución demográfica de estas
provincias en el período citado fue negativa a excepción de El Cercado. En contraste, se
anotaba: "Un hecho que explica la escasa población del trópico cochabambino en
contraste con la elevada densidad de la zona de los valles es el ritmo lento de la
colonización causado por la falta de apoyo gubernamental", obviamente en este
período la coca no jugaba ningún rol económico de significación. La distribución
geográfica de la población mostraba que las regiones de puna que cubren un 44 % del
territorio estaban ocupadas por el 27 % de la población; los valles que solo representan
el 9% del territorio acumulaban el 68 % de la población y, el trópico con un 47 % del
territorio, la porción mayoritaria, apenas albergaba el 5 % de la población
departamental. En suma, solo el Cercado tenía una población urbana abrumadora (el 94
%) y el eje de conurbación Cochabamba-Quillacollo concentraba al 32% de la
población del departamento, el resto, en realidad era un extenso océano de ruralidad.

En base a estas y a otras consideraciones, se llegaban a conclusiones significativas: La


concentración demográfica se establecía en las zonas mejor dotadas de infraestructura y
potencial agrícola complementario a las necesidades de las zonas altiplánicas y
tropicales. La concentración comercial e industrial se ubica en las citadas zonas,
concretamente en su mayor parte en la conurbación Cochabamba-Quillacollo. La
emigración de excedentes demográficos rurales se dirigía a esa conurbación. La
ausencia de ciudades intermedias y el carácter de primacía urbana que ostenta capital al
concentrar el poder político y económico de la región, acentuaban esta tendencia. El
estancamiento de la puna y el trópico mal dotados de infraestructura y de centros
poblados como lugares de localización de servicios de todo tipo agudizan la expulsión
de población (CIDRE, artículo citado).
Un análisis de la forma como la población departamental ocupaba el territorio a lo
largo del siglo XX nos permite afianzar los criterios anteriores, destacando que los
fenómenos migratorios son expresiones del comportamiento de la economía y de la
forma como se espacializan las tendencias del desarrollo y el atraso. En 1900 el
Departamento de Cochabamba tenía 326.163 habitantes: la población de las provincias
de Puna comprendían el 22,5 % de la población departamental; los valles, siempre los
más poblados, estaban ocupados por 74,1 % de dicha población y las zonas tropicales
por el restante 3,4 %. En 1950 el departamento tenía una población de 490.475
habitantes: el 17, 1 % habitaba las regiones de puna, el 76,7 % los valles y el 6,2 % el
trópico departamental. El 1976 la población departamental alcanzaba a 720.952
habitantes de los cuales: solo el 7,15 % habitaban las provincias de puna, en cambio el
86,06 % de esta población ocupaban los valles y el 6,79 % los trópicos. Finalmente en
1992, la población del departamento llegaba a 1.110.205 habitantes, de éstos: solo el
4,47 % habita las provincias de puna, el 84,37 % los valles y, 11,16 la zona del
trópico130. Es evidente que la relación entre el espacio físico departamental y la forma
como se distribuye la población sobre este territorio, se convierte en un verdadero
testimonio del proceso extremadamente desigual del desarrollo de Cochabamba.

Es indiscutible que las provincias de puna no solo están en una profunda decadencia,
sino que se están quedando vacías a ritmo acelerado. En cambio los valles,
específicamente el Valle Central y relativamente el Valle Alto, tienden a concentrar cada
vez en mayor proporción a la población departamental. La región del trópico,
concretamente Chapare y Carrasco tropicales, que por lo menos hasta 1976 tuvieron una
escasa incidencia poblacional, en 1992 superan ampliamente a la población de las
provincias altas e incluso logran restar algunos puntos con respecto a 1976, a la gran
concentración del Cercado y su región urbana. Es indudable que la economía de la coca
introduce esta nueva tendencia de concentración de la población, incluso en un
escenario, que al contrario que el Valle Central, carece de infraestructura y servicios
básicos pero posee comparativamente otros atractivos irresistibles (Solares, 1995).

Dirigiendo nuestra atención a la población urbana se puede constatar inicialmente, que


si en 1976, la población del departamento que ocupaba los 56.631 Km2 que conforman
su territorio, definía una densidad bruta de 12,96 habitantes/Km2, en 1992 dicho índice
llegaba a 19,96, es decir que se registraba un incremento del 54 %. No obstante este
incremento que acentúa la condición que ostenta Cochabamba de ser la región más
poblada del país, no se traducía en una ocupación homogénea del territorio como se vio
anteriormente. De acuerdo al Censo de 1992, las provincias de el Cercado, Chapare,
Carrasco y Quillacollo presentan tasas de crecimiento superiores al promedio
departamental de 2,75%, en tanto las provincias del Valle Alto poseían tasas inferiores a
este promedio y, otras como Ayopaya, Arque, Bolívar (en la zona de puna) y Campero
ostentaban tasas definitivamente negativas. Un primer indicador de la fuerte movilidad
de la población departamental es el hecho de que sí en 1976, Cochabamba era todavía
un departamento solidamente rural pues algo más del 62 % de su población tenía esta
condición.

En 1992 tuvo lugar lo que pudiera ser el hecho más significativo en la historia
demográfica del departamento, pues desde aquél lejano 1574 en que se estructura en
torno a la pequeña Villa de Oropesa una sólida sociedad rural conservadora, la región no
perdió este carácter, que se constituyó en uno de los rasgos esenciales de la formación
social valluna, donde el peso de la presencia del agro fue una constante que dominó la
realidad regional, sobre todo en el orden poblacional, sin embargo tal predominio
secular finalmente concluye a fines del siglo XX, cuando ese bastión del mundo rural
que fue Cochabamba se urbaniza, pues a partir de aquel momento se constata que el
52,26 % de la población departamental reside en centros urbanos y la tendencia futura
promete ensanchar este atributo131.

No cabe duda de que la acelerada expansión demográfica urbana del Valle Central es la
responsable de este cambio trascendental. En efecto, la provincia Cercado con la capital
departamental concentran en 1992 al 70,3 % de la población urbana total del
Cochabamba, Quillacollo el 14,7 % y el Chapare el 7%; concentrando en conjunto estas

130
El censo de Población de 2001 mantiene intactas estas tendencias.
131
En efecto, el Censo Nacional de Población de 2001 revelaba que el 58,83 % de la población
departamental (1.455.711 habitantes), vivían en ciudades.
33

provincias el 92 % de los 580.188 habitantes urbanos, en tanto el Valle Alto con su


insignificante 5 % de población urbana representa la segunda mayor concentración de
este tipo de población. Estos rasgos demuestran una forma de ocupación del territorio
muy contradictoria y desequilibrada, pues en tanto el 85% de la población urbana se
aglomera en algo mas del 10% del territorio departamental (no se incluye la población
urbana del Chapare que se concentra en torno a Eterazama, Shinaota, Villa Tunari), el
70% de dicha población departamental ocupa en realidad solo el 0,70 % de dicho
territorio que corresponde a la conurbación de Cochabamba. Observemos otros rasgos
de este proceso: en 1976, la población de Cochabamba era de 204.684 habitantes,
Quillacollo 19.149, Punata 10.264, Sacaba 5.554 y otros 12 centros con una población
mayor a 2.000 habitantes, que el INE tipifica como "centro urbano". En 1992, la ciudad
capital había rebasado ampliamente sus límites jurisdiccionales y había consolidado una
conurbación que por sus dimensiones, aunque no por su estructura interna, pasó a ser
denominada "Área Metropolitana" incluso en las estadísticas oficiales del INE,
conformada por la ciudad de Cochabamba con 404.102 habitantes, Quillacollo con
42.153, Sacaba con 21.830 (triplicaba su población y ostenta la tasa de crecimiento más
alta del país para el período 1976-1992), el eje Cochabamba-Quillacollo con 28.661
habitantes y el eje Cochabamba-Sacaba con 21.830 habitantes, arrojando un total de
510.892; en tanto el segundo centro Punata solo tenía 12.758 habitantes, Vinto 9.493
habitantes, Aiquile 5.525 y otros 12 centros que apenas alcanzan el rango urbano.

La concentración de la población departamental en el Valle de Cochabamba tiene raíces


históricas remotas, pero lo niveles alcanzados por la misma en la actualidad son
totalmente inéditos. El sistema urbano departamental resultante refuerza aun más el
carácter macrocefálico de la capital y del Área Metropolitana con relación al resto de
los centros urbanos del departamento. En efecto la gigantesca brecha entre esta
aglomeración y el segundo centro urbano (Punata), que 1976 era 10,5 veces mayor en
rango poblacional, en 1992 se incrementa hasta 40 veces, ocurriendo contrastes aun más
acentuados con el resto de los pequeños núcleos urbanos existentes. Esta rápida
constatación muestra que la estructura de centros urbanos es profundamente
desequilibrada e incluso anómala y distorsionada, pues tales diferencias están lejos de
expresar algún grado de lógica productiva.

Lo más sensible es que la distancia que separa a Cochabamba y su Área Metropolitana


del resto de los pequeños centros, no solo es una cuestión de volumen de población,
sino de niveles de desarrollo alcanzados tanto en la esfera de la economía cuanto en la
dimensión social. No es exagerado decir que la fisonomía y dinámica que presenta
Punata hoy en día, no alcanza a igualar todavía la dinámica que presentaba Cochabamba
hacia fines de la Guerra del Chaco o en los años 40. En cuanto a población el problema
es mayor, pues Punata no llega a consolidar ni siquiera la población que presentaba
Cochabamba a fines del siglo XVIII. No obstante, no existen motivos para que los
"capitalinos" se muestren orgullosos por estos fenómenos, pues esta enorme
concentración demográfica en el Valle Central, no es el resultado del despegue
industrial acelerado de Cochabamba, sino la expresión, diríamos en una escala
gigantesca, de las profundas contradicciones del tipo de desarrollo y del modelo de
acumulación que este contiene y al que nos hemos referido una y otra vez a lo largo de
este trabajo. Mas alegóricamente se podría decir, sin exagerar demasiado, que la ciudad
de Cochabamba se ha convertido respecto a su región, en una suerte de un pulpo
gigantesco cuyos innumerables tentáculos absorben sin pausa ni límite el excedente
agropecuario de la economía campesina para hacer viable su propia existencia. (Solares
33

1993/a).

Internamente, en lo que vendría a ser el gran espacio receptor de inmigrantes, la ciudad


también muestra cuadros contrastantes y contradictorios. La acelerada urbanización
cuyos rasgos externos acabamos de analizar, no es un fenómeno excepcional. La
expansión urbana y el crecimiento demográfico de Cochabamba, al igual que el de
Santa Cruz, El Alto y otros, no se debe tan solo a una modificación sustancial de las
tasas de natalidad y a un mejoramiento importante de las condiciones sanitarias de la
población, sino a la persistencia de constantes flujos migratorios desde zonas rurales
largamente deprimidas hacia centro urbanos, cuyos modestos niveles de desarrollo
urbano, de todas formas, ejercen el poder de irresistibles imanes para poblaciones cuyo
niveles de existencia están próximos o ya han alcanzado características infrahumanas.
Sin embargo este proceso no solo se expresa en dramáticos incrementos poblacionales
en abstracto, sino en procesos de crecimiento físico de las ciudades que son paralelos a
tal dinámica demográfica. Veamos algunos rasgos de este otro tipo de crecimiento de la
ciudad:

En 1945, la ciudad tenía una extensión global de unas 1.200 Has, una población de
71.492 habitantes y una densidad bruta de 59,6 habitantes/Ha. Sin embargo, la ciudad
propiamente no ocupaba más de un tercio de esta extensión, que había sido
exageradamente ampliada en los años 40 para definir el perímetro de la futura ciudad,
que se pensaba suficiente hasta fines de siglo, en el afán de recibir su primer plano
regulador. En 1967 la población urbana alcanzaba a 137.004 habitantes, la ciudad se
había expandido hasta abarcar unas 3.500 Has y la densidad era de 39,14 habitantes/Ha.
En 1976, la población llego a 204.686 habitantes, el perímetro urbano, considerando
solo la jurisdicción de la Alcaldía de Cochabamba, alcanzaba a 6.135 Has., con una
densidad de 33,36 habitantes/Ha. Finalmente en 1992 la ciudad tenía 404.102
habitantes, su extensión era de 7.683 Has., dentro de la jurisdicción municipal, y la
densidad correspondiente era de 52,6 habitantes/Ha. (Solares 1993/b) -Ver Plano 45-.

En base a lo anterior se pueden hacer las siguientes consideraciones: Inicialmente una


constatación básica: hasta 1976 por lo menos, el crecimiento físico de la ciudad había
sido tan acelerado como su similar poblacional. En efecto, sí entre 1945 y 1976 la
ciudad había quintuplicado su población, en realidad el incremento fue de 5,65 veces
con respecto a 1945; en el mismo período el tamaño de la mancha urbana también se
había incrementado en la misma proporción. Dicho de otro modo, en tanto la ciudad
incrementó su población en 7.000 a 8.000 habitantes como promedio anual, también
incrementó su tejido urbano a un ritmo de 118,56 Has anualmente, lo que arroja una
densidad de apenas 67,5 habitantes/hectárea, unas 12 a 13 familias por manzana
ocupando lotes de más de 500.00 M2 como término medio. Todo lo anterior nos hace
sospechar que la urbanización de Cochabamba, por lo menos hasta 1976, pese a la
vigencia de su Plano Regulador, se desarrollaba en condiciones que podrían constituir
un ejemplo clásico de despilfarro de suelo urbano, haciendo que la característica de este
crecimiento fuera de una horizontalidad cada vez más pronunciada y de un costo en
continuo ascenso.

En 1992, la ciudad y el Área Metropolitana, en el marco de su nuevo Plan Director


Urbano, había sido dividida en áreas diferenciadas según sus grados de consolidación,
distinguiéndose las siguientes: "área de consolidación programada", "área de uso
restringido" y "área de expansión externa". En el perímetro definido por el Área de
33

Consolidación Programada o sea las zonas consolidadas por funciones e inversiones


urbanas, existían 4.244 Has y una población aproximada de 134.481 habitantes con una
densidad bruta de 31,68 habitantes/Ha. Aquí se encuentran los distritos y barrios
urbanos mejor dotados de infraestructura y servicios, sin embargo en ellos solo reside el
26,3 % de la población urbana total. La población del Área de Uso Restringido con una
extensión superficial de 3.270 Has alcanzaba a 178.221 habitantes y una densidad bruta
de 54,5 habitantes/Ha. Esta vendría a ser una zona carente de servicios e infraestructura,
sin embargo en ella residía el 35 % de la población. Por último el Área de Expansión
Externa poseía 3.033 Has con una población para 1992 de 198.190 habitantes,
correspondiendo una densidad bruta de 65,34 habitantes/Ha., albergando al 38,77 % de
la población. No obstante, englobaba las zonas más deprimidas, sin ningún tipo de
servicio adecuado, con condiciones deplorables en materia de medio ambiente e higiene
pública. La lógica resultante era contradictoria: mientras peores eran las condiciones
urbanas de los barrios, más habitantes residían en ellos.

Por otra parte se puede afirmar que el proceso urbano a fines de los años 80 e inicios de
los 90, se caracterizaba por un lento crecimiento demográfico de los barrios
residenciales y centrales, incluso expresando en zonas del casco viejo tasas negativas;
en contraposición a las zonas periféricas que exhibían una acelerado crecimiento
poblacional y unas tasas de densidad bruta relativamente altas con relación a las tasas
medias urbanas. Sin embargo, la horizontalidad persistía en los barrios periféricos, lo
que hace sospechar la existencia de situaciones de franca tugurización (Ver plano 46).

En todo caso, el Municipio no tiene la suficiente capacidad para mejorar la calidad de


vida urbana de un 76,7 % de la población, sino en forma muy restringida y puntual. Lo
cierto es que la brecha entre las disponibilidades de recursos financieros para atender el
desarrollo urbano y la dinámica de expansión demográfica y física de la ciudad, no solo
son críticos, sino casi irresolubles por la capacidad que tiene este desequilibrio de
acentuarse cada vez más pese a los esfuerzos del Municipio, una vez que el crecimiento
de población y la correspondiente ampliación del perímetro urbanizado son más raudos
que la capacidad municipal para generar desarrollo urbano. Todo esto además queda
agravado por prácticas anómalas en el uso y consumo del suelo, es decir por situaciones
de subocupación y derroche, que anulan continuamente el esfuerzo de mejorar los
barrios por el alto costo de infraestructura que todo esto ocasiona.

La contradicción final es que Cochabamba se da el absurdo lujo de manejar un patrón


de urbanización de país rico donde todo el mundo tiene su lote, su casita tipo chalet o
sus "medias aguas", su huerto, su lugar al aire libre para saborear la chicha y la cerveza
Taquiña acompañada de parrillitas y motes, pero el costo es alto, pues importantes
sectores de la población pagan estos "gustitos" con fuertes costos sociales, elevada
mortalidad infantil, baja expectativa de vida, cuadros continuos de enfermedades
pulmonares y del aparato digestivo, inhalación de atmósfera contaminada con tierra,
heces fecales, monóxido de carbono e innumerables bacterias, todo esto, en medio de
carencias graves de infraestructura de todo tipo, que muy difícilmente la Alcaldía podrá
satisfacer algún día.

Varios estudios realizados a partir de 1987, en el marco del Programa Migración,


Urbanización y Empleo y ejecutados por investigadores del Centro de Estudios de
Población de la UMSS con el auspicio del Fondo de Población de las Naciones Unidas
y otras agencias internacionales, desarrollaron importantes aportes a cerca de los
33

procesos inmigratorios que tienen como centro receptor la ciudad de Cochabamba,


permitiendo establecer el impacto de los mismos tanto sobre la economía urbana y los
aspectos sociales, como el impacto espacial que los mismos producen al interior de la
ciudad. Nos remitiremos particularmente a los trabajos de Carmen Ledo (1987, 1991 y
1993) que son los más completos y exhaustivos en este orden, para rescatar algunos
rasgos de este proceso.

Un primer aspecto a cobrar relieve es la condición migratoria de la población urbana.


De acuerdo al censo de 1976, la población migrante estaba constituida por 84.739
habitantes (41,40 % del total). En 1983, de acuerdo a los resultados de la Encuesta por
Enumeración Completa desarrollada por la UMSS y otras instituciones, la población
migrante ascendía a 123.991 habitantes (45,92 %) de los 270.064 habitantes
encuestados-. Finalmente en 1992, la población migrante ascendía a 48,44 % del total
urbano censado. Al respecto Ledo (1993:16) sostiene:

No cabe duda que la explicación del explosivo crecimiento urbano se encuentra


en la llegada de migrantes desde otras regiones del país así como del mismo
contexto departamental. Este hecho permite entender que más de la mitad de la
población cochabambina (alrededor de 200.000) esté constituida por migrantes
(...) Los datos del último censo ratifican que la tasa de migración neta de la
ciudad es positiva y del orden del 2,9 % lo que significa que el aporte natural o
vegetativo de 1,6 %, explicado por la prevalencia aún de un efecto combinado
de altas tasas de mortalidad y fecundidad. Las provincias cochabambinas con
tasas de migración neta positiva son Quillacollo (5,2 %) y las provincias del
trópico de Cochabamba (Chapare: 5,5 %, Carrasco: 8,5 % y Tiraque: 4,41 %)

Si bien el Cercado, en el contexto departamental no detenta las tasas inmigratorias más


elevadas, -en este orden la atracción del trópico por la economía de la coca y sus
derivados es incuestionable-, está fuera de toda duda, que la población de la ciudad de
Cochabamba y de su Área Metropolitana crecen rápidamente con el aporte significativo
de los migrantes. Esto queda en evidencia, sin necesidad de mayores demostraciones,
por la composición de sus tasas anuales de crecimiento demográfico. Así para el período
1950-1976, la tasa de crecimiento anual acumulativa fue del orden del 3,6 %,
correspondiendo el aporte migratorio al 2,2 % y el aporte vegetativo al 1,4 %. En el
período 1976-1992, esta misma tasa llegó al 4,5 % anual, ascendiendo el aporte
migratorio al 2,9 %, en tanto la tasa de crecimiento vegetativo solo ascendió al 1,6 %.
Esto significa que sobre todo para el último período, prácticamente dos tercios de los
nuevos habitantes urbanos eran inmigrantes sobre todo provenientes del altiplano, el
norte potosino y obviamente las provincias de puna y otras del propio Departamento de
Cochabamba.

El impacto de estos torrentes migratorios sobre la ciudad de Cochabamba no solo se


manifestó en los aspectos físicos, sino también ejercía influencia en las esferas
económicas y sociales. El ingreso de estos migrantes en la economía urbana no solo fue
el objetivo esencial de su nueva residencia, sino que tal determinación se extendió a
participantes menores de edad y a un gran contingente de mujeres, todo ello dentro de
los términos de estrategias familiares y desarrollo de economías del mismo tipo, lo
fundamental era la inserción en ocupaciones informales diversas, donde los bajos
niveles de ingreso operaban como aportes al fondo familiar. Es lógico que el aporte
migratorio a la oferta de fuerza de trabajo en el mercado urbano influyó en el
33

agravamiento de las dificultades para acceder a empleos estables y formales, en la


medida en que se ensanchaba la brecha entre la gran masa de demandantes para este
tipo de empleo y la modesta oferta proveniente del aparato productivo industrial, del
sector empresarial privado o del aparato institucional estatal. Luego, el incremento del
excedente de fuerza de trabajo no incorporada al sector moderno y organizado de la
economía urbana, no tuvo otra opción que acomodarse en la esfera no productiva y de
servicios de la economía, engordando el denominado "sector informal urbano". Un
síntoma de esto es que el 59 % de la PEA inmigratoria se encontraba en el indicado
sector (LEDO 1987: 182).

Por otra parte, fue notorio, sobre todo en la segunda mitad de la década de los 80, un
sensible incremento de la desocupación abierta y de la subocupación por el gran
incremento de mano de obra con escasa calificación. El caso de los "mineros
relocalizados" era aleccionador a este respecto. Un censo desarrollado por el Centro de
Investigación y Desarrollo Regional (CIDRE) en 1986 reveló que a lo largo de 1985 y
el citado año llegaron a Cochabamba alrededor de 21.300 migrantes de este origen, de
los cuales el 61 %, casi toda la PEA involucrada no tenía donde trabajar (Facetas,
10/05/1987) El consiguiente estudio realizado sobre dichos "mineros relocalizados",
entre otros muchos aspectos corroboraba este extremo:

Así en base a 917 casos, casi un 40 % afronta problemas de trabajo. Los


espacio laborales son extremadamente reducidos, más aun si consideramos que
el 65 % de los exmineros no cuentan con un capital de respaldo que les permita
iniciar, por ejemplo, actividades comerciales o invertir en pequeños talleres
artesanales. Los trabajos disponibles son por lo general temporales, y al cabo
de poco tiempo el relocalizado se enfrenta nuevamente a su realidad de
desocupado (CIDRE, 12/1986).

En cuanto al impacto espacial, estos estudios confirmaban que el acelerado crecimiento


de la ciudad se vinculaba con este fenómeno, destacándose particularmente los
asentamientos constantes que se producían en las zonas periféricas del Sur, el Oeste y el
Norte de la ciudad (Ver Plano 47). Una investigación desarrollada por Federico Aguiló
en 1985 en los barrios de Alto Cochabamba, Wayra Khasa, Ticti, Jaihuayco y Santa
Bárbara, considerados asentamientos antiguos y los "barrios nuevos" de Sebastián
Pagador, Valle Hermoso, Barrio Universitario, permitió establecer los siguientes
aspectos: los citados barrios, fuertemente solicitados por demandantes de espacio
urbano, particularmente migrantes, se habían convertido en "barrios receptores"
basados en un sistema de "alquiler precario" de una habitación como solución
provisional para los migrantes, que pronto se convirtió en endémica “Esos
‘neopropietarios’ cochabambinos se constituyeron pues en los organizadores de la
absorción lenta del flujo migratorio departamental de la década 70-85” La propia
presión migratoria obligó a restringir el alquiler de dichas habitaciones sueltas a un
máximo de uno a dos años, sometiéndose este régimen de alquiler a expectativas
especulativa y reajustes provocados por las sucesivas devaluaciones, promoviendo y
estimulando entre los locatarios una continúa movilidad interna en búsqueda de nuevos
espacios más asequibles pero cada vez más alejados (Aguiló, 1985 y Correo de Los
Tiempos, 27/02/1986).

En estos términos se describía la dinámica de los denominados "barrios receptores" que


operaban como una primera etapa de alojamiento, para luego impulsar a unos
33

contingentes a buscar el lote propio con el apoyo de "loteadores profesionales" en sitios


alejados pero asequibles a los escasos recursos de estos demandantes, en tanto nuevas
oleadas de migrantes iniciaban su fase inicial de alojamiento ocupando las habitaciones
abandonadas por los primeros y así sucesivamente, en lo que podríamos llamar el
desarrollo de estrategias de alojamiento e inserción a la economía urbana en términos
más o menos paralelos, es decir, que la búsqueda del lote solo se produce cuando la
familia inmigrante ha resuelto la cuestión del empleo o ha organizado la estructura del
autoempleo y, tiene una cierta capacidad de ahorro para adquirir el lote y autoconstruir
posteriormente la vivienda.

En 1985, el panorama de los barrios estudiados por Aguiló era el siguiente: de un total
de 5.263 habitantes, el 46 % eran migrantes, de los cuales el 21,6% eran inmigrantes
extra departamentales. Al respecto se constataba: "el barrio de Santa Barbara ha
abierto sus puertas a una población migratoria muy superior al ritmo de la
construcción habitacional creando así un serio problema de hacinamiento humano no
siempre visible por el irregular estado de ordenamiento del barrio". La zona vecina de
Jaihuayco contaba, según datos de la encuesta de 1983, con 7.110 habitantes de los
cuales el 35,8 % eran migrantes, correspondiendo al 20,2 % de este segmento, los de
procedencia extradepartamental. Según el autor citado, la preeminencia de población
nativa se debe al hecho de que se trata de un barrio que surge con mucha anterioridad a
los fenómenos migratorios. Aquí también se podía observar que la presión del flujo
migratorio excedía la capacidad habitacional de absorción de la demanda,
reproduciéndose una tendencia de hacinamiento similar al caso anterior. En Alto
Cochabamba y otros barrios en pleno proceso de consolidación en 1986, como
Sebastián Pagador, considerados "barrios receptores" la población alcanzaba a 16.815
habitantes, de los cuales, el 66% eran migrantes, correspondiendo el 34% a los de
procedencia extradepartamental (Aguiló, Correo de Los Tiempos, 6/03/1986). En este
último caso, a diferencia del anterior, la característica era una ocupación más horizontal
y dispersa protagonizada por orureños, paceños y potosinos, cada cual conformando
multitud de "villas" de paisanos y redes familiares. Solo en el caso de Sebastián
Pagador, hasta 1986 se habían fraccionado unas 68 Has ocupadas por unas 10 villas.
Hacia 1990, existían más de 30 villas y la superficie urbanizada se había triplicado.

Finalmente se puede establecer que los asentamientos periféricos estaban fuertemente


estimulados por los flujos migratorios, y en gran medida es probable que siguieran las
pautas sugeridas por Aguiló. Además, la localización de estos asentamientos como
sugiere Carmen Ledo estaban fuertemente influidos por el deseo de una ubicación
próxima a la fuente de trabajo, en este caso La Cancha como el gran posibilitante de
autoempleo y de infinidad de formas de subsistencia. Sin embargo, las extrema
versatilidad y flexibilidad del transporte público había hecho posible, que asentamientos
lejanos establecidos en las periferias Norte y Oeste, e incluso a lo largo de los ejes de
conurbación incluyendo localidades como Quillacollo, Colcapirhua, Sacaba, Tiquipaya,
etc., accedieran al centro de actividad informal de la zona Sur dentro de márgenes de
tiempo y costo convenientes, determinándose así que la expansión de la ciudad e incluso
la rápida consolidación del Área Metropolitana fuera impulsada por dichos flujos de
migrantes atraídos no solo por el clima u otras virtudes, que en realidad resultaban
colaterales, sino, porque probablemente Cochabamba ofertaba y oferta mayores ventajas
comparativas con respecto a otros mercados laborales y, donde el fenómeno de La
Cancha y su estructura interna pudieron resultar significativos.
33

A continuación dirigiremos nuestra atención a tres efectos fundamentales que vienen


aparejados a los fenómenos migratorios de fuerza de trabajo de regiones deprimidas o
centros urbanos saturados: el crecimiento de los índices de pobreza urbana, la
problemática del empleo y la cuestión de la informalidad urbana y, a lo que se suma, la
expansión de la ciudad acompañada de carencias infraestructurales y crisis habitacional.

La urbanización de Cochabamba y la pobreza urbana

El crecimiento de la pobreza en Bolivia y Cochabamba formaban parte de un proceso


con dimensiones planetarias y vinculado a políticas macroeconómicas aplicadas desde
fines de los años 70 para reencausar el desarrollo capitalista sumergido en una profunda
crisis de crecimiento por el agotamiento del llamado "Estado de bienestar", como ya
expresamos anteriormente en forma extensa. La profundidad de esta crisis, como es
sabido, determinó que la teoría keynesiana útil en el contexto de la confrontación Este-
Oeste, fuera desechada y reemplazada por los paradigmas del neoliberalismo y la
llamada “globalización”, que se impusieron rápidamente.

La situación de Bolivia no podía ser más delicada en la década de 1980, pues las
estadísticas internacionales nos situaban entre los más pobres del mundo. Es
ampliamente reconocido que el Estado boliviano no tenía capacidad para mejorar los
ingresos de subsistencia radicalmente devaluados en el curso de la crisis de los 80. El
Banco Mundial en 1987 afirmaba con respecto a Bolivia que "hoy es una de las
naciones más pobres de Sudamérica, con un ingreso per capita de 530 dolares, menos
de la décima parte de Finlandia, pero casi el doble de la enorme India y el triple de
Etiopía", triste consuelo que no quitaba dramatismo a esta situación (Facetas
14/06/1987). Distintas fuentes han refrendado esta realidad: los estudios realizados por
el Ministerio de Planificación para el período 1976-88 mostraron que entre un 64 y un
76 % de los bolivianos en esos años eran pobres y que, de éstos, por lo menos entre un
30 y un 40 % vivían en extrema pobreza. Un informe del PNUD en 1992 afirmaba que
el nivel de ingreso del 40,6 % de la población boliviana estaba por debajo del costo de
una canasta básica y que el ingreso de un 70,75 % de la población no era suficiente para
cubrir el conjunto de sus necesidades básicas (Opinión 19/09/1992). Otras instituciones
como la CEPAL, respaldadas en estadísticas nacionales, afirmaron que la línea de
pobreza afectaba al 80 % de la población nacional y que un 60 % de la misma se ubica
en una situación de indigencia, señalándose que la población crecía geométricamente en
contraste con los pequeños índices de crecimiento económico. Por ejemplo, si la
economía creció con una tasa media de 1,73% anual en la década de 1980, la población
se incrementó en un 25 % en el mismo período según fuentes del INE (Los Tiempos
05/08/1995).

Respecto a la pobreza urbana el Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral


(CEDLA) sostenía que en las principales ciudades del país 8 de cada 10 familias no
contaban con los ingresos suficientes como para cubrir sus principales necesidades y
estaban atrapadas en las redes de la pobreza. En las ciudades de La Paz, El Alto,
Cochabamba y Santa Cruz, el porcentaje de familias pobres aumentó de 14,7 % al 80,1
% entre 1987 y 1991, siendo muy grave la situación de las familias indigentes que
constituyen casi la mitad de la población urbana (Opinión 23/02/1994). En 1993, el
entonces ministro de Estado, Samuel Doria Medina informaba que sólo las ciudades de
Santa Cruz, La Paz y Trinidad tenían porcentajes de pobreza ligeramente inferiores al 50
%, otras ciudades como Cochabamba y Cobija, porcentajes similares ligeramente
33

superiores al 50%, en cambio otras como Oruro, Potosí y El Alto, presentaban


porcentajes de pobreza superiores o muy próximos al 70 %.(Los Tiempos 21/09/1992).

No es necesario manejar estadísticas para afirmar que en el área rural del país la
situación descrita era todavía mucho más dramática. No obstante un indicador mas
preciso desarrollado por el Estado Boliviano para medir la pobreza del país fue el
denominado "Mapa de la Pobreza" (1993) elaborado por el Ministerio de Desarrollo
Humano132. En este estudio quedaron definidos cinco estratos de pobreza: el Estrato I
constituido por "pobres marginales" con un 85 % de necesidades básicas insatisfechas
(NBI) que representaba el 5,1 % de la población nacional según el censo de 1992; el
Estrato II constituido por "pobres indigentes" con un 55 % de NBI y abarcando al 31, 7
% de la población nacional; el estrato III de "pobres moderados" con un 25 % de NBI y
constituyendo el 33 % de la población nacional; el Estrato IV conformado por hogares
que están en el "umbral de la pobreza", con un nivel mínimo aceptable de necesidades
básicas satisfechas (NBS), por lo que no ingresan a la categoría de pobreza,
representando al 13,4 % de la población del país y, el Estrato V de "hogares con NBS”
equivalente a un 55 % y que alcanzan a un 16,8 % de la población de Bolivia. Estas
cifras así desagregadas establecían que oficialmente la pobreza en diversa intensidad
afectaba al 69,8 % de la población nacional, con un grado de incidencia mayor en las
zonas rurales donde esta condición afectaba al 94 % de sus habitantes. Los
departamentos más pobres eran: Pando, Potosí, Beni y Chuquisaca con incidencias por
encima del 76 %. El resto de los departamentos, a excepción de Santa Cruz que
presentaba la menor incidencia de pobreza, (58 %), esta condición afectaba a un 70 %
de la población como promedio. Las provincias de mayor pobreza eran: Abuná en
Pando, Arque; Tapacarí y Bolivar en Cochabamba; Charcas, Chayanta, Ibañez y Bilbao
en Potosí; Franz Tamayo, Muñecas y Saavedra en La Paz; Azurduy en Chuquisaca.

La situación del Departamento de Cochabamba, presentaba un panorama poco


halagador. En este orden, las denominadas "provincias altas" (Bolívar, Arque y
Tapacarí) eran, de acuerdo al Mapa de la Pobreza, las que exhibían los niveles mas
extremos de pobreza. Este estudio en términos generales establecía que un 36 % de las
familias en el Departamento de Cochabamba vivían en condiciones de extrema pobreza,
un 30,8 % en condición de indigentes y un 5,2 % como pobres extremos. Es decir que
casi 400.000 personas se encontraban sumergidas en la pobreza, aunque unos 357.000
podían alcanzar medios de vida necesarios para sobrevivir. Un 34,8 % de las familias
(369.104 individuos) estaban en una condición de pobreza moderada, 17,4 % (174 389
personas) tenían cubiertas sus necesidades básicas y 11,8 % (126.159 individuos) se
situaban en el umbral de la pobreza satisfaciendo sus niveles de vida indispensables. En
las zonas rurales, el fenómeno de la pobreza era más acentuado, pues el 52,1 % de los
hogares vivían en condiciones de indigencia y el 10 % se encontraban en franca
marginalidad, es decir que existían hasta 1992, 302.816 pobres extremos, en tanto
156.846 eran moderadamente pobres y solo el 6,5 % (29.140 personas) llegaban a
satisfacer sus necesidades básicas.

El panorama urbano presentaba una situación relativamente mejor: en este caso, el 51,4
% de os hogares, es decir 271.408 personas cubrían adecuadamente sus necesidades, un
38,1 % (212.258 personas) presentaban una pobreza moderada y 10,5 % (54.744
personas) vivían en condiciones de pobreza extrema.

132
Un análisis más sistemático sobre este particular, e puede encontrar en Laserna, 2005.
33

En cuanto a la magnitud regional de la pobreza, las provincias de Cercado, Quillacollo y


Esteban Arze constituían las áreas geográficas menos deprimidas, en tanto la mayor
intensidad de pobreza afectaba a las ya citadas provincias de puna. A nivel cantonal, los
más deprimidos, con magnitudes de pobreza superiores al 65% eran Changolla y Colcha
en la provincia de Arque; Tokho en Capinota y Tapacarí en la provincia del mismo
nombre. Con respecto a la ciudad de Cochabamba los barrios más pobres, con índices
mayores al 35 %, eran Champa Rancho, Alalay y Villa Pagador.

Un estudio con mayor detalle realizado en 1988 mostraba que la pobreza urbana era en
realidad más severa que la percepción anterior, pues mostraba que esta condición
afectaba a un universo importante de hogares en la ciudad. En efecto, uno de cada tres
hogares (38, 7%) se inscribía en la categoría de "pobreza crónica", o sea hogares cuyos
ingresos se mantenían en niveles deprimidos y con NBI muy marcadas. Por otro lado,
uno de cada cinco hogares (22,5 %) ingresaba a la categoría de "pobreza reciente", se
trataba de hogares con viviendas y servicios adecuados pero con ingresos actuales muy
bajos. Por último, un 10 % de los hogares pertenecía a la categoría de "pobres
inerciales", es decir, hogares cuyo ingreso sobrepasa la línea de pobreza, pero sin
embargo presentaban carencias en alguna de las dimensiones utilizadas para medir el
grado de NBI. Estos índices sugieren que el 72,6 % de hogares eran pobres y de ellos,
casi el 39 % eran pobres extremos. (Ledo, 1991).

En términos espaciales este proceso mostraba que la zonas periféricas eran las que
exhibían las situaciones de incidencia más pronunciadas. En este orden un estudio sobre
vivienda (Ver Plano 48) señalaba que a nivel de la conurbación de Cochabamba, se
identificaba como "áreas críticas", esto es, áreas con vivienda de calidad deficiente
habitados por estratos sociales de bajos recursos, a los distritos de Tacata, Cota y
Sapenco en el Oeste de Quillacollo; en Cochabamba; los distritos de Taquiña y
Condebamba en la zona Norte y, los distritos de Ticti, Alalay Sur y Valle Hermoso en el
Sur. Además, los distritos de Puntiti, Pucara, Huayllani y Chimboco en el eje
Cochabamba-Sacaba y, los distritos de Laicacota, Sacaba y Ulincate, abarcando la
totalidad de la ciudad de Sacaba (Gordillo, Blanco Y Richmond: 1995).

Empleo, informalidad y proceso urbano:

La cuestión de la economía informal encierra una problemática de variadas


percepciones y matices teóricos que evitaremos tocar para no correr el riesgo de
enredarnos en una maraña de argumentaciones que no solo demandarían mucho espacio,
sino que nos desviarían del tema concreto. Simplemente a este respecto diremos que el
auge de la economía terciaria y su producto, la llamada "informalidad económica" no
parecen ser fenómenos exclusivos de América Latina o del Tercer Mundo, sino incluso
una tendencia más amplia de evolución de la economía y del propio sistema capitalista.
Hasta el siglo XIX, y en algunos países hasta bien avanzado el siglo XX, era
indiscutible en el contexto económico global el predominio del sector primario; con
posterioridad a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial se dio el auge de la
industrialización, en tanto en la década de 1980, incluso en los países industriales, era el
sector de los servicios el que mostraba una mayor dinámica.133
133
Por ejemplo en los EE.UU., los diez millones de empleos que se han generado en los últimos 10 años
se crearon todos en el sector terciario y ninguno en la industria (Opinión, Revista de Sábado, s/f. 1989).
33

En países como Bolivia, no cabe duda de que, particularmente el sector informal urbano
(SIU) ha desempeñado a lo largo de la prolongada crisis económica y social de los años
80, el papel de un amortiguador e incluso ha sido la esponja capaz de absorber a gruesos
sectores de la PEA que de otro modo estaban condenados a la extrema pobreza y a la
inanición. En este orden, tanto el viejo Estado del 52 y su modelo de desarrollo, como el
Estado neoliberal y sus políticas de ajuste, han mostrado palpablemente que el cuello de
botella de sus políticas de crecimiento económico ha sido el empleo, particularmente el
empleo productivo. El Estado benefactor desarrolló la empleomanía en la propia
administración pública a falta de otras alternativas, en tanto que el modelo de desarrollo
neoliberal al propugnar el achicamiento del Estado, emite el discurso de la "creación de
empleos" pero en la práctica no tiene otro recurso que tolerar al sector informal y
comenzarlo a ver desde el ángulo de sus potencialidades productivas y su importancia
en la viabilidad del nuevo modelo, lo que además ha dado margen a toda una nueva
corriente internacional, incluyendo la participación popular en la gestión municipal.

Ledo y Escobar (1988: 81) afirmaban, al referirse al empleo y a la segmentación del


mercado de trabajo que la concentración de capital y la absorción desigual del progreso
tecnológico en los distinto sectores de la economía urbana en nuestro país, había
provocado la intensificación de la utilización no productiva de grandes contingentes de
la PEA urbana. Este proceso que las citadas investigadoras denominan "heterogeneidad
estructural", se hizo más patente en los años 80, a través de una concentración más
intensiva de los recursos productivos, que a su vez estimulaban las diferencias de
niveles de productividad intra e intersectoriales, dando lugar una mayor segmentación
del mercado de trabajo, es decir que, mientras pequeños porcentajes de la PEA urbana
ocupan puestos de trabajo generados con altas inversiones de capital, la mayor parte de
los activos no tenía otra opción que acceder a ocupaciones que demandaban mínimos
recursos de inversión. Estas ocupaciones eran generadas a través del autoempleo por el
excedente bruto de fuerza laboral que tendía a incrementarse a un ritmo acelerado.
Dicho fenómeno, que no expresaba otra cosa que una de las características principales
del desarrollo desigual del capitalismo latinoamericano, se resumía en distintos estudios
a la emergencia del "sector informal urbano".

Dirigiendo nuestra atención a la cuestión del empleo, podemos señalar que los rasgos
generales que caracterizaban la estructura del empleo en la ciudad de Cochabamba, de
acuerdo a un estudio realizado en 1988, estaban dominados por el empleo de carácter
informal, cobrando gran relieve el autoempleo, es decir, la presencia de los trabajadores
por cuenta propia (TPCP) como el factor determinante en la estructura del empleo y en
la oferta de bienes y servicios. Otro rasgo significativo era la escasa generalización de
las relaciones capitalistas que se circunscribían a la absorción de mano de obra por
parte del Estado y de un reducido número de empresas privadas del sector formal, en
fuerte contraste con el gran desarrollo de las economías familiares y el amplio
desarrollo mercantil que estimulaba la absorción de la fuerza de trabajo por el sector
informal, particularmente de los TPCPs.

En este orden, el "autoempleo" parecía ser el mecanismo absorbedor de los excedentes


estructurales y coyunturales de la fuerza de trabajo existente en la ciudad. Además, el
empleo en el sector informal, no solo cumplía la función de contrapeso a las
limitaciones del sector formal, sino sobre todo, respondía al estimulo de las estrategias
34

de diversificación de las economías familiares urbanas, basando en este último aspecto


su gran vitalidad, al extremo de que se había convertido en una alternativa esencial
dentro del mercado de trabajo. Lo anterior significaba además, que las relaciones capital
- trabajo, vía salario eran minoritarias, siendo lo normal el trabajo no asalariado del
sector informal vinculado a actividades comerciales y de servicios, pero también a la
producción artesanal de bienes.

El sector de asalariados, sobre todo se vinculaba a las actividades de servicios en


especial a aquéllas ofertadas por el Estado, cuyo aporte, pese a las políticas de ajuste y
achicamiento del aparato estatal era todavía significativo, en relación a la modesta
oferta de trabajo del sector industrial. Por tanto, la terciarización del empleo era un
rasgo esencial que exhibía la economía de la ciudad, o si se quiere del modelo de
acumulación regional.

La mayor flexibilidad de absorción de la fuerza de trabajo que presentaba el sector


informal favorecía la participación femenina en un amplio rango de edades y con
niveles de escolaridad bajos. Otro rasgo, era que los trabajadores del sector informal no
gozan de beneficios sociales ni accedían a planes habitacionales o a canales de crédito a
largo plazo como ocurre con el sector formal (Zegada, Escobar y Villena 1990: 83 y 84).

Pero, ¿Quiénes eran los trabajadores por cuenta propia? Un grupo de investigadores con
el patrocinio del CIDRE en 1986, proporcionaba una respuesta a este particular.
Inicialmente quedo definido el TPCP como "la persona que sin depender de un patrón
o empleador, explota su propia unidad económica con o sin ayuda de trabajadores
familiares no remunerados, pero sin utilizar trabajadores asalariados", tal definición no
incluía naturalmente a profesionales independientes. En 1983, en la ciudad de
Cochabamba, del total de la PEA activa, el 29,4 % correspondía a TPCPs, en tanto en
1986 este sector ya representaba el 44,6%. Los citados investigadores sugerían, a nivel
de una hipótesis, que la inserción de las familias migrantes a la economía urbana tenía
una primera etapa que se desarrollaba a través de algún tipo de empleo asalariado y del
servicio doméstico como una alternativa segura para ir conociendo el medio urbano, el
mercado y sus posibilidades, para luego, en una segunda etapa, recién iniciar
actividades económicas independientes. Todo esto suponía una organización interna de
la familia, donde se toman decisiones a cerca de qué tipo de actividades desarrollarían
los miembros del hogar: quiénes estudiarían, quiénes trabajarían y en qué; lo que hace
suponer, que por un lado, sería la economía del jefe/jefa del hogar e incluso del conjunto
familiar la que acogería a alguno(s) de sus miembros para promover su mejor
formación, en tanto que otros miembros de la familia, sobre todo los más jóvenes
deberían procurar desarrollar destrezas para autosustentarse y contribuir al sustento
parcial de los otros miembros del hogar.

En cuanto a la rama de actividad económica, se advertía que la mayor incidencia (64,2


%) se concentraba en las actividades comerciales, los servicios y la industria
manufacturera artesanal, es decir, que la actividad más común de los TPCPs era la de
vendedores ambulantes o en puestos fijos, artesanos, conductores de medios de
transporte público e incluso agricultores, siendo obviamente la rama del pequeño
comercio la más concurrida y la que había experimentado el mayor incremento
(CIDRE, 1987).

Diversos factores fueron alimentando esta situación. El más gravitante era sin duda el
34

crecimiento del desempleo como uno de los efectos más lacerantes de la crisis de los
años 80. A inicios de la citada década la tasa de desempleo en Bolivia era de 5,77 %, en
1982 al concluir el largo ciclo de gobiernos militares, esta tasa había subido a 10,89 %.
En 1985, luego de la hiperinflación llegó a 18,23 % y en 1987, luego de las medidas de
ajuste y las "relocalizaciones" la misma alcanzó a 21 % de la PEA, en tanto otro 57,30
% se encontraba subempleada. Solo a partir de 1988, la mencionada tasa de desempleo
comenzó a decrecer, retornando al 18% como efecto, entre otros, del accionar del Fondo
Social de Emergencia que inició agresivos proyectos habitacionales y de obras públicas
para proporcionar empleo temporal a miles de relocalizados y otros desplazados de sus
fuentes de empleo asalariado por el rigor de la crisis. Una crónica periodística de 1980
proporcionaba una imagen de este deterioro del empleo formal:

El desempleo en Cochabamba tiene múltiples caras, todas ellas lamentables. Es


la mendicidad en sus formas más abominables. Es el hormiguero lacerante de
niños desvalidos con las manos extendidas y caras hambrientas en calles y
plazas y, junto a las puertas de establecimientos de consumo, es el empleo
disfrazado o subempleo que genera formas de vida que van desde los que
escarban basuras para buscar alimentos, hasta los que compran botellas o
diarios viejos para revenderlos. O son los que venden lo que pueden,
camuflados bajo la innumerable especie de los vendedores ambulantes de todo
género de mercancías, de artículos de uso común, de alimentos. (Facetas,
20/04/1980).

Un fenómeno que impulsó el incremento del drama del desempleo fue la política de
relocalización aplicada en la minería estatal. Al respecto, se señalaba lo siguiente:

Entre 1985 y 1986 se incrementó el desempleo abierto y el subempleo, aumentó


el empleo informal y cayeron las actividades productivas. Esta situación
agudizó la pauperización de amplias capas de la población boliviana,
especialmente la de menores recursos y, los intentos del Fondo Social del
Emergencia para poner algún remedio a esto fueron insuficientes -aunque
evitaron un inminente estallido social-. La aplicación de la ‘nueva política
económica’ (NPE), produjo un cambio en la estructura del empleo, con el
crecimiento del trabajo eventual a plazo fijo, la pérdida de la antigüedad y la
inestabilidad laboral, además debido a estos fenómenos de deterioro de las
condiciones de trabajo y la constante caída del salario real, miles e mujeres y
niños fueron forzados a ingresar al mercado de trabajo en condiciones
desventajosas (Arauco: 1987).

Un agravante más al panorama descrito era el deterioro increíble del salario: "la
debacle” para los trabajadores y asalariados se produjo entre 1985 y 1986, a inicios de
la Nueva Política Económica, cuando el salario real disminuyó en el orden del 45 %
para el primer año y del 39,2 % para el segundo año, teniendo una leve y lenta mejoría
en los años siguientes (Opinión, 12/02/1992). Sin embargo la política estatal era férrea a
este respecto: congelar los salarios y solo conceder incrementos equivalentes a la tasa
anual de inflación e incluso por debajo de ésta. Sin embargo, de acuerdo a otras fuentes,
en los últimos 12 años, los ingresos salariales se deterioraron en forma muy marcada.
Entre 1987 y 1990, el salario promedio anual disminuyó en alrededor del 50%, puesto
que mientras en 1987 se alcanzaba a una remuneración promedio de 197 dólares, en
1990 ese nivel solo era de 97 dólares, pero incluso estuvo más bajo: en 1988 el
34

promedio salarial se situó en 89 dólares ("Economía para Ejecutivos", citado por


Opinión 15/07/1993).

La concurrencia de estos factores dio un gran impulso a formas de empleo que solo
podía ofertar el sector informal. Así, la Encuesta Permanente de Hogares desarrollada
por el INE en 1983 revelaba que un 58 % de la PEA en la ciudad de Cochabamba estaba
compuesta por unidades económicas no estructuradas bajo lógicas de empresa
capitalista; de este total, un 24 % se organizaba en torno a unidades de tipo semi
empresarial y el restante 33,4 % trabajaba por cuenta propia, en establecimientos
económicos diversos ubicados dentro de la esfera de las economías familiares. En 1986,
en el contexto de un mercado constreñido por el retroceso de la demanda, las unidades
económicas del sector familiar pasaron a generar, de acuerdo a la misma fuente, el 41 %
de los puestos de trabajo, equivalentes a mas de 40.000 empleos ejercidos por TPCPs o
en colaboración con familiares no remunerados, además, un 21,7 % del empleo era
generado por pequeñas unidades semi empresariales, es decir, que la proporción de la
PEA absorbida por actividades del sector informal se había incrementado en tres años al
63 %, con un gran repunte del trabajo familiar o del autoempleo. Bajo estas condiciones
se establecía que el empleo asalariado en la ciudad de Cochabamba entre 1976 y 1986
creció con una tasa promedio anual de 2,64 %; en cambio, el empleo por cuenta propia
se incrementó a un ritmo de 7,4 %, es decir, 2,8 veces más que el empleo formal e
incluso con mayor celeridad que el crecimiento anual de la PEA, que para este período
solo fue 4,97 %. El incremento de TPCPs se concentró principalmente en las
ocupaciones de comercio y la construcción.

El comercio en el período mencionado llegó a absorber a 11.500 nuevos trabajadores


(70 % del total) con un incremento promedio del 10,12 % anual. La razón de que 7 de
cada 10 nuevos TPCP se hubieran incorporado a la rama del comercio hacía referencia a
que la oferta de los miembros de la PEA obligados a generar su propio empleo,
provenían masivamente de los estratos más empobrecidos de la población y, su único
recurso productivo era su capacidad laboral y algún pequeño ahorro (Ledo y Escobar,
obra citada: 88). Luego, sumando a lo anterior, su escasa o ninguna calificación y por
tanto su escaso margen para acceder a empleo asalariados, aun de baja remuneración,
solo les dejaba la alternativa de la actividad comercial y de servicios, sectores
suficientemente elásticos para absorber estos contingentes.

El Censo de Establecimientos Económicos realizado por el INE en 1992 revelaba la


existencia de 22.044 establecimiento económicos, de los cuales 18.209 estaban
clasificados como unipersonales y la mayor parte de ellos (el 52,6 %) dedicados a las
actividades comerciales (Los Tiempos, 04/01/1995). Por otro lado esta misma fuente
sostenía que en el departamento de Cochabamba existían alrededor de 2.176 centros
productivos que languidecían por falta de incentivos y mercado para la comercialización
de sus productos y que, fenómenos como el contrabando, influían sobre la permanencia
de esta situación, en tanto, el 90 % de la población urbana de Cochabamba se dedicaba
al comercio y a los servicios (Opinión 05/08/1993). El censo de 1992, por otro lado
había revelado que el 64 % de la PEA estaba integrada por TPCPs. involucrados en las
ramas terciarias. Un estudio realizado por CORDECO bajo el título: "Sostenibilidad y
Desarrollo Humano: la Calidad de Vida en Cochabamba" corroboraba esta situación y
añadía que "los mercados de trabajo en Cochabamba están marcados por la gran
importancia de la capacidad individual de la población para generar su propio empleo"
(Los Tiempos 14/10/1995). En realidad el fenómeno era nacional: a este respecto, un
34

estudio apoyado por la Cooperación Técnica Suiza -COTESU- y el Centro de Estudios


para el Desarrollo Laboral y Agrario –CEDLA- ("Sector Informal Urbano y Crédito en
Bolivia") mostraba que en 1991, más del 56% de la población ocupada en las ciudades
del eje central (La Paz, Cochabamba y Santa Cruz) trabajaban en las denominadas
"microempresas" y que si el ritmo de crecimiento anual de estas unidades (el 7 %) se
mantenía, hasta fines de 1993, existirían más de 650.000 personas ocupadas en
unidades con menos de 5 trabajadores. Además, que con esta dinámica, el "sector
informal urbano" había creado más de 25.000 empleos anuales entre 1985 y 1991, de
los cuales, 18.142 pasaron a engrosar las actividades económicas familiares y 7.364 se
incorporaron al segmento semi empresarial. En el otro extremo, el sector formal,
público y privado, solo había generado un poco más de 14.200 empleos por año
(Comunidad, 07/01/1996).

En la misma forma CEDLA sostenía que en los últimos años más de medio millón de
trabajadores de las ciudades de Cochabamba, La Paz, Santa Cruz y El Alto contaban con
ocupaciones precarias e insatisfactorias, y sobre todo, con niveles de ingreso que no
compensaban sus fatigas y esfuerzos. Según esta fuente, en el período 1987-1991 el
número de subempleados pasó de 371.000 a 522.000 trabajadores, debido a una
alarmante pérdida de calidad del empleo, además, de que en dicho período el ingreso
promedio real se redujo en 22 %, la jornada laboral se incrementó en cuatro horas y
fueron eliminadas una serie de conquistas sociales, como bonos, horas extras y otros
(Los Tiempos 31/05/1994). Este mismo organismo añadía que no menos de 100.000
cochabambinos "enfrentan el duro mundo de la informalidad en busca de algunos
recursos monetarios que permitan la subsistencia de sus familias (...) hacen de todo,
venden cualquier cosa para ganarse el pan". Aun bajo estas penosas condiciones el
sector informal en Cochabamba generaba un promedio de 48 millones de dólares
anuales y se había convertido "en receptáculo de todos los desplazamientos de la fuerza
de trabajo, sean del ámbito rural, minero, estatal, agropecuario, etc." (Los Tiempos 25
y 26/05/1994).

La expansión del pequeño comercio en las últimas dos décadas del siglo XX fue algo
que no tuvo paralelo en la historia de la ciudad. En 1987, un llamativo titular de la
prensa lanzaba un grito de alarma: "La ciudad esta convertida en un gigantesco
tolderío" y denunciaba que la "invasión" de los comerciantes ambulantes causaba serios
problemas a la ciudad y que la Estación de Ferrocarril estaba prácticamente sofocada
por el asedio de millares de "informales", al punto que para ingresar a este recinto había
que "lidiar" con los vendedores callejeros y soportar extremas incomodidades (Opinión,
13/11/1987). Otro titular en grandes caracteres alertaba: "Cochabamba convertida en el
mayor mercadillo con la labor de 30.000 comerciantes ambulantes" (Opinión
25/05/1988) y otro más: "Cochabamba: un mercado gigante" (Opinión 15/06/1988);
recogían con bastante fidelidad la creciente fisonomía que comenzaba a tomar la ciudad,
particularmente en su zona Sur.

La primera crónica era tajante: "Cochabamba se ha convertido en un gigantesco


mercado en el que los transeúntes deben disputar con los millares de comerciantes que
ocupan las calles, un espacio para poder desplazarse". Las palabras "caos",
"hacinamiento", "desorden", se empleaban generosamente para describir la situación de
los mercados de abastecimiento y zonas aledañas. Además se hacía mención al
conflictivo tema de la conversión de las principales arterias del centro urbano en "una
extensión de los mercados, con sus secuelas de hacinamiento, falta de higiene e
34

interferencias de tráfico vehicular y peatonal", hecho que despertó la preocupación de


la Cámara de Comercio y la demanda del "desalojo de los invasores". La segunda
crónica ratificaba los conceptos de la anterior y complementaba que "los comerciantes
con puestos fijos se encuentran ubicados en el interior de los mercados, los ambulantes
en las inmediaciones de los mercados y los eventuales, generalmente constituyen los
campesinos que ocupan las calles y avenidas los días miércoles y sábado".

La intensidad de la ocupación pacífica del centro de la ciudad por el comercio informal


era tal que se observaba que "los comerciantes ambulantes llegaron a ubicarse hasta en
las puertas de acceso de las oficinas del alcalde Humberto Coronel Rivas". En todo
caso se destacaba que las calles se estaba convirtiendo en "mercadillos de ambulantes"
en medio de la absoluta incapacidad municipal para poner orden a este pandemonio, y
donde cuestiones como el cobro de "sentajes", cobro diario o semanal por la ocupación
de "espacios municipales" en los mercados, plazas y calles, el destino de estas
recaudaciones y otras cuestiones anexas, eran tratadas como “secretos de Estado”
oscureciendo el tratamiento institucional de estos temas, convirtiendo la urgente tarea de
reordenar el centro urbano y los centro comerciales en algo muy complejo y
francamente conflictivo por la infinidad de intereses que entraban en juego. Al respecto
un empleado municipal decía “es más fácil y seguro manipular dinamita”.

Esta situación continua sin una solución real hasta el presente y en este orden, pensar en
mover La Cancha o incluso una tarea de escala menor: trasladar los conflictivos
mercados 25 y 27 de Mayo, que son fuente de enormes problemas de tráfico, higiene
urbana, hacinamiento, etc., resulta algo impensable, pues el conflicto consiguiente, tal
vez con las características de una asonada, terminaría con el desalojo del alcalde y el de
sus desatinados consejeros. Obviamente que ninguna autoridad edilicia cometería este
"suicidio". Un síntoma de esta situación se dio cuando la H. Alcaldía en 1993, intentó
erradicar a los pequeños comerciantes ambulantes del centro de la ciudad. Se
protagonizaron manifestaciones y hasta se trató de ocupar el despacho del
burgomaestre. El argumento resultaba contundente: "Las autoridades municipales no
pueden quitarnos el pan de la boca al pretender desalojarnos de las calles de la ciudad
donde está nuestra única fuente de trabajo para mantener a nuestros hogares (...) las
calles de la ciudad significan para nosotros la sobrevivencia" (Opinión, 19/02/1993).
Pero veamos más de cerca los centros neurálgicos del mundo informal cochabambino y
el volumen que el mismo adquiere. Diversas estimaciones asumieron cifras de 30.000 y
40.000 comerciantes ocupando el centro urbano. En 1990, finalmente se llevó a cabo
con la participación del Instituto de Investigaciones de Arquitectura de la UMSS, el
Censo de Sitios y Locales Municipales, el mismo que determinó la existencia de 22.087
sitios y locales, de los cuales 18.823 (85% del total) se concentraban en la zona central
donde se ubicaban los mercados 25 y 27 de Mayo, San Antonio. Fidel Aranibar, Miami-
La Paz, Triángulo y numerosas vías adyacentes, donde se aglutinaban el 42,5 % del total
anotado y, la zona sudeste con el mercado central de La Pampa, la Feria Franca de Villa
Loreto, los mercados zonales de Huayra Khasa, Chapare, Loreto, el mercado de
plátanos, 15 de Abril, 23 de Marzo y numerosas vías públicas que conformaban el otro
42, 5 % de la cantidad anotada. El número de comerciantes ocupando estos puestos
ascendía a 22.888 personas. Esta enorme concentración comercial abarcaba la totalidad
del sector Sur del casco viejo y se extendía a lo largo de las avenidas República y
Barrientos, en tanto por el Este su radio de acción se extendía por la Avenida Suecia y 9
de Abril, abarcando por el Oeste la Avenida Ayacucho en su extremo Sur. Por otro lado,
se observaba que la intensidad del pequeño comercio con respecto a 1978, en que se
34

realizó la primera operación censal, casi se había duplicado.

En realidad, este conjunto de centros y vías conformaban un solo y voluminoso núcleo,


cuya enorme dinámica desde hacía varias décadas había generado, entre otros: una red
de hoteles, alojamientos y tambos; era sede de la terminal de transporte terrestre y
ferroviario y había materializado un proceso de renovación urbana donde las casitas de
adobe y las chozas de otrora habían sido reemplazadas por edificaciones de mediana
altura en los que proliferaban almacenes de abarrotes, ropas y otros, pero guardando
características populares. Este era el espacio urbano que contenía lo esencial del
llamado sector informal urbano, el escenario donde cotidianamente miles de familias
reproducían su fuerza de trabajo y encontraban los medios de subsistencia necesarios,
pero además, era el sitio al que concurrían miles de migrantes en demanda de empleo y
oportunidades sin salir defraudados. La Cancha y sus alrededores asemejaban a una
esponja de gran capacidad para absorber una y otra vez a nuevos contingentes de
excampesinos sin dar señales de agotamiento, como ya se señaló anteriormente. Pero
alejémonos de las descripciones demasiado técnicas, que pierden la esencia de lo que
realmente es La Cancha.

Un relato extenso de este escenario, allá por 1986, nos reubica en el ceremonial que
durante las 24 horas del día tiene lugar en este fabuloso territorio, que bien vale la
licencia de una larga trascripción:

El mercado central de Cochabamba, más conocido como La Cancha, con su


sucursal el Mercado Calatayud de la Av. Aroma, es el corazón económico y
comercial de la ciudad, porque allí la gente va a comprar desde verduras hasta
aparatos electrodomésticos, pasando por las prendas de vestir, frutas, bebidas y
aves de corral(...) En todas las esquinas que bordean La Cancha, desde la
madrugada se estaciona casi un centenar de carritos de tracción manual, con
capacidad de carga de hasta 25 quintales. Son dos los carreros: uno jalando de
adelante y el otro empujando de atrás. Estos carritos son su única fuente de
trabajo, pero tampoco les pertenecen, puesto que cada día de feria tienen que
pagar cinco millones de pesos -5 Bs. a la propietaria. Solo se separan de sus
carritos para entrar en una chichería a tomar unos buenos cascos de chicha,
que funcionan a manera de gasolina en sus cuerpos(...)Mientras los puestos de
venta se van abriendo uno a uno a las seis de la mañana, abre sus puertas la
chichería de la calle Punata frente al kiosco que es el palacio de los pantalones,
para acoger en su interior a los "chak'is"que buscan calmar la sed que les
quema las entrañas con abundantes libaciones de chicha supuestamente
punateña. allí se reúnen entre otras personalidades, los bebedores
consuetudinarios que hasta minutos antes estaban tomando sus tragos en medio
de las casetas del frente o en las cantinas callejeras que doña Wala, la
Misquicha y la Minerita tienen instaladas en la calle Brasil esquina Lanza. Las
minas que se han amanecido trabajando en la calle y las cantinas, los
barrenderos de la Alcaldía, los serenos que combaten el sueño, los delincuentes
que han hecho tabla rasa con los borrachos y una serie más de elementos hacen
desfilar jarras de chicha sobre sus mesas(...) Entre las ocho y las nueve de la
mañana la actividad comercial está en su auge. Entre las vendedoras se
desarrolla una competencia casi mortal, ya que todas pretenden mostrar que
son las mejores especuladoras y agiotistas que hay en la ciudad. Las amas de
casa solo atinan a pagar impotentes el precio que les piden para cualquier
34

producto(...) Los cargadores llevan enormes bultos de un lado para otro. A


medida que el aire se va llenando con los gritos desafinados de los comerciantes
anunciando sus productos, y las bocinas de los vehículos espantan aún más a
los sordos, en el galpón de la papa los Albertos -personas que venden y
compran cosas de procedencia dudosa- ávidamente buscan cuanto les signifique
ganancia en las operaciones de reventa(...) Allí, en el denominado mercado de
las pulgas" uno puede comprar y vender todo lo que pueda servir para el uso
cotidiano(...) A escasos 50 metros del Mercado de la pulgas se halla ubicado el
"Territorio Indio", que no es otra cosa que un pequeño canchón cerrado por las
casetas de las vendedoras de canastas y verduras, donde una legión de mujeres
del campo venden a los campesinos que se acercan platos con lagua de maíz,
arroz con un poco de fideo condimentado, caldo de algo que parece arroz
graneado, etc. La gente conoce estos platos como " la comida de los
cargadores"(...) Desde las nueve de la mañana abren sus puertas dos chicherías
que han llegado a tener relativa fama dentro del ambiente. Son las "Ock'olonas"
y las "Estrellitas". De las dos la más famosa es las "Estrellitas" donde se reúne
la flor y nata del hampa cochabambina.(...) La actividad comercial dentro de
ese laberinto de callejuelas cede un poco, cuando el sol del medio día sofoca.
Entonces hacen su aparición los infaltables charlatanes, adivinos, curanderos
de enfermos deshauciados por la medicina, aprendices de cambalacheros y
otros, que aprovechan que la gente está adormecida por el sol, para exponen las
virtudes de las cosas que pretenden vender a la posible clientela reunida
alrededor de ellos(...) Las tardes de La Cancha son un poco más calmadas. Esto
se debe a que la gente casi ha terminado sus ventas(...) Desde las cuatro de la
tarde, en la subida a las "Estrellitas", al lado de los campesinos que venden
carbón, se ubican una treintena de mujeres de pollera que venden comida, de
aquélla que es llamada "comida de los cargadores"(...) En las cercanías de este
lugar que es la parada de micros y camiones que transportan pasajeros al
Chapare, y desde tempranas horas de la mañana, se oyen los gritos de
"Chinawata", "Chinawata", lugar que hasta hace poco era conocido como "la
capital de la cocaína en Bolivia". También en las inmediaciones se hallan las
paradas de los transportistas de Colomi, Punata, Valle Alto, Santa Cruz, etc.(...)
En el sector de los comerciantes que se dedican a vender artefactos eléctricos,
las vendedoras tienen que estar "ojo al charque", porque al menor descuido
ágiles manos hacen desaparecer lo que está a la vista. Entre las que venden
ropa sucede otro tanto(...)Cuando la noche asoma por sobre los tejados de las
casonas y edificios que rodean La Cancha, la actividad va decreciendo.
Mientras el bullicio va amainando y poco a poco La Cancha se va vaciando de
gente, en las esquinas de la estación de ferrocarriles y de la calle Punata y San
Martín, se instalan otras mujeres, que durante el transcurso de la noche, hasta
las primeras horas de la madrugada, venden a los noctámbulos sandwiches de
carne, de salchichas y de huevo. A partir de las diez de la noche, entre las
casetas de la Punata, hacen acto de presencia, por enésima vez, las infaltables
vendedoras de tragos (Viscarra, Los Tiempos 14/09/1986).

Finalmente, un estudio realizado por Emilio Zambrana, añadía algunos otros elementos
a esta realidad. Así se establecía que en el microcosmos de La Cancha no todos son
iguales. Un sector mayoritario percibía ingresos mínimos, por debajo del nivel de
subsistencia (100 a 300 Bs. mensuales); un quinto del segmento estudiado percibía
ingresos bajos (entre 300 y 500 Bs.) y, menos de un décimo percibía ingresos altos
34

(4.000Bs y mas). Se observaba, respecto al volumen mayoritario de comerciantes:


"Todos trabajan para sobrevivir, nadie trabaja para acumular". Era notoria la ausencia
de infraestructura adecuada: faltaban servicios higiénicos, alcantarillas y sobre todo un
sistema de recojo de basuras. En La Pampa casi no se respetaba la división de espacios
por rubros o ventas de productos, el resultado era el "caos de comercialización":
comideras, fierreras y otras categorías de vendedoras se aglutinan desordenadamente
con un solo objetivo: desarrollar estrategias económicas que les permitieran sobrevivir.
En este ámbito todos tenían problemas de espacio porque los puestos eran reducidos, lo
que obligaba al desborde hacia todas las calles adyacentes. "Los ambulantes invaden las
calles y los comisarios invaden sus bolsillos", no existen sitios específicos para vender y
comprar, sin embargo "la Alcaldía es implacable con los sentajes, todos pagan, ni las
limosneras se salvan" (Facetas, 05/05/1996).

En fin, esta cuestión es de por si merecedora de muchos estudios, su riqueza como tema
de investigación es multifacético. Lo cierto es que se trata de un componente de la
estructura física y de la economía urbana fundamental para comprender Cochabamba.
Para unos se trata de una verdadera "republiqueta de informales" organizados en
poderosos sindicatos con capacidad de preservar su espacio e influir sobre las políticas
municipales, un poder que cualquier burgomaestre y cualquier concejo municipal no
podría ignorar. Para otros es el gran asilo del excedente de la fuerza de trabajo no
empleada por el sector capitalista, es decir el gran apoyo y soporte que tiene dicho
sector para neutralizar las tensiones sociales y evitar que el sector moderno de la
economía se "ahogue" ante la impotencia de no poder ofertar empleo real a los miles de
desheredados por el propio sistema. Para muchos, es la mayor muestra de la ineficiencia
estatal y la impunidad con respecto al contrabando y a las infinitas maneras de evadir a
las redes impositivas, estos son los "invasores" que hacen peligrar al comercio
legalmente establecido y acrecientan la crisis de la industria regional. Para otros, en fin,
este es el ejemplo viviente y la materialización de la creatividad cochabambina para
sobrevivir y desplegar múltiples variantes de estrategias de vida que pasan por el
autoempleo y los infinitos recursos para desarrollar esta virtud. En este sentido es una
especie de paraíso para los sociólogos y los antropólogos. De todas formas, sea cual
fuere la hipótesis o el enfoque que se utilice, este es un fenómeno estructurador de gran
parte de la lógica espacial urbana, pero también expresión de la materialización del
ciclo de intercambio desigual entre campo y ciudad, que da sentido a la propia
organización interna de la ciudad y a su forma de expansión sobre el territorio
circundante, aspecto que pasaremos a enfocar a continuación.

Urbanizaciones irregulares: el motor del crecimiento urbano.

Desde los años 50 quedó en evidencia que el crecimiento urbano de Cochabamba se


orientaba por pautas proclives a un alto derroche del suelo urbanizado (lotes no menores
a 300.00 M2, vivienda aislada, calles amplias y sin diferenciación de jerarquías
funcionales), todo lo cual no se consideraba un problema excesivo, pues lo importante
era cambiar la fisonomía aldeana "haciendo crecer la ciudad". El crecimiento urbano
resultante se caracterizó por su baja densidad y por la continua ocupación de tierras
agrícolas o destinadas a otros usos, debido al persistente avance de la mancha urbana.
Como ya se mencionó, en los años 70, se hizo evidentes que la excesiva horizontalidad
semi habitada de la urbanización traía consigo serios problemas. Uno de los efectos
inmediatos fue que la expansión física urbana había rebasado ampliamente los límites
municipales definidos en los años 40, al punto de que tal fenómeno comenzó a ser
34

tipificado como una "conurbación" de característica tentaculares, tendiendo a unir


Cochabamba y las ciudades vecinas de Quillacollo y Sacaba, además de un franco
avance urbano hacia el Parque Tunari.

A fines de los 70, el Plano Regulador había sufrido serias distorsiones por
"asentamientos caóticos" incluso con el concurso del Estado que impulsó planes de
vivienda social en ubicaciones arbitrarias en el afán de adquirir tierras baratas. Así las
practicas especulativas pasaron paulatinamente a convertirse en las fuerzas dinámicas
que fueron incrementando continuamente el tamaño de la ciudad, rebasando
ampliamente las iniciativas, mas bien conservadoras, de la planificación urbana.

La estructura urbana resultante fue descrita como un "modelo concéntrico", no distinto


del viejo concepto urbano-colonial, estructurado en torno a dos grandes polos de
atracción: la Plaza 14 de Septiembre como referencia del asiento de las funciones
administrativas, bancarias, el comercio formal, las actividades culturales, el aparato
eclesiástico y los símbolos cívicos; y La Cancha o Mercado de Ferias, es decir todo el
complejo anteriormente descrito que aglutinaba en forma abigarrada a miles de
pequeños comerciantes y ofertantes de servicios, definiendo el gran espacio físico del
"sector informal urbano". En torno a estos polos la lógica de la organización espacial
estimulaba tendencias fuertemente centrípetas bajo dos modalidades: la maximización
del uso del suelo de propiedad privada, a través de la renovación urbana radical (la
verticalización de la silueta urbana) y la adaptación hasta el agotamiento, de las viejas
estructuras coloniales para usos diversos, llegando esta práctica a limites inimaginables
de subdivisión y despedazamiento de los lotes en el casco viejo, donde la tesis de la
"preservación del patrimonio" sin recursos financieros para hacerlos cumplir, dio lugar
a innumerables maneras de destrucción abierta y solapada del centro histórico.

La otra lógica, la del sector informal se traducía en la organización de La Cancha y su


entorno, donde se privilegiaba el uso máximo del espacio público y en menor
proporción el privado, sin agregarle mayores estructuras arquitectónicas, sino apenas
principios muy básicos de funcionalidad mínima, con una fuerte tendencia a reproducir
las imágenes de las típicas ferias campesinas y provincianas, de las cuales se nutría esta
"ciencia urbana popular".
En torno a estos polos de atracción que ejercían fuertes presiones centrípetas sobre las
actividades comprometidas con la circulación y la reproducción del capital comercial y
mercantil, con la dinámica de los mercados de bienes de capital, fuerza de trabajo,
capital bancario y de medios de producción y tecnología, cuya irradiación tenía, y
todavía, tiene alcance departamental e incluso ejerce influencia sobre regiones más
lejanas; se estructuraron los distintos componentes de otro ciclo económico, el de la
reproducción de la fuerza de trabajo manual e intelectual, y del conjunto de la sociedad,
cuyos soportes materiales fundamentales son la vivienda y los equipamientos
colectivos., que a su vez organizaron los barrios y distritos urbanos y las diferentes
calidades y tipologías urbano-residenciales, que en el caso de Cochabamba, asumieron
las proporciones de una "enorme mancha de aceite", si vale la comparación, que se
adentró en la campiña, invadió el Parque Tunari, traspuso torrenteras y otras barreras
naturales y se extendió en todas direcciones para conformar el Área Metropolitana, bajo
las características de baja densidad, horizontalidad y bolsones vacíos, las famosas tierras
o “lotes de engorde", a los que ya nos hemos referido más de una vez. Aquí, en
contraposición a la tendencia anterior, actuaron en forma irrefrenable tensiones
centrífugas que estimularon la amplia dispersión de la función residencial.
34

Los censos de población y vivienda de 1976 y 1992, analizados comparativamente por


zonas censales, densidades y extensiones urbanizadas, nos permiten establecer las
siguientes pautas: los barrios residenciales de la zona Noroeste y del sector central del
Casco Viejo eran las zonas mejor servidas y atendidas de la ciudad, sin embargo,
exceptuando el caso de Tupuraya, dichos barrios presentaban tasas de densidad y
crecimiento demográfico de baja intensidad, llegándose en caso del Casco Viejo al
extremo de tasas negativas de crecimiento poblacional, es decir, de un claro repliegue de
las funciones residenciales en provecho evidentemente de una mayor densificación y
centralización de los sectores comerciales y de servicios, seguido de una creciente
valorización del suelo urbano, que hacía cada vez menos deseable y conveniente la
permanencia de las actividades habitacionales con menores tasas de rentabilidad. La
Cancha y sus alrededores mantenían la función residencial, aunque con niveles de
calidad entre deficientes y deplorables, juntamente con un proceso de densificación
modesto y de mediana intensidad exceptuando el caso de la zona de Alalay, que
prácticamente había triplicado su población con respecto a 1976 y había multiplicado
por más de tres veces su índice de densificación., transformando un área de
características rurales en el citado año, en una barriada urbana populosa en 1992; y el
caso de Jaihuayco, que para el mismo período duplicó su población y densidad.

La situación más contradictoria se establecía en los barrios que conformaban la


periferia Nor y Sur Occidental, donde se presentaban las carencias más absolutas y las
situaciones de "explosión demográfica" más intensas. Todos los barrios citados
prácticamente habían duplicado, triplicado y aun cuadruplicado su población desde
1976, siendo llamativo el caso de Wayra Khasa y Valle Hermoso donde, de una
situación de territorio rural en el citado año, en 1992 habían pasado a caracterizarse por
la existencia de un conglomerado de urbanizaciones espontáneas, densas y caóticas,
además de añadir nuevos barrios inexistentes hasta hacía algo más de una década atrás.
Es decir, que los mayores índices de crecimiento demográfico y de densificación
espontánea se habían operado en las zonas peor atendidas y servidas en materia de
infraestructura básica (Ver plano 46).

En suma, la ciudad en 16 años, o sea en el intervalo intercensal 1976-92, había


experimentado un crecimiento demográfico equivalente a un 96 %, pero, el crecimiento
bruto de la mancha urbana fue solo de un 25,3 %, en marcado contraste con el período
1945-1976, que se caracterizó por un crecimiento demográfico de igual intensidad, es
decir un 186 % para un intervalo de 31 años, pero con un crecimiento urbano
exorbitante: 411, 25 % para dicho período. De esto, se podría inferir que en los 16 años
citados se produjo una modificación de este proceso expansivo: si bien el crecimiento
de la población incluso incrementó su ritmo, el crecimiento de la ciudad redujo
drásticamente su intensidad. En consecuencia el rasgo principal de este proceso vendría
a ser, el de una densificación espontánea, frente a una tasa de crecimiento demográfico
alta. Sin embargo esta densificación no es homogénea y ello añade nuevos problemas a
la urbanización de Cochabamba, pues la tendencia anotada se produce con particular
fuerza en las zonas urbanas menos servidas y menos preparadas para recibir esta
intensificación de uso del suelo y la vivienda, trocándose el fenómeno de dispersión en
muchas zonas populares por el de hacinamiento e incluso la tugurización. No obstante,
no es posible universalizar esta tendencia, puesto que en muchos casos lo que ocurre es
simplemente que las antiguas tierras de engorde en el interior de los distritos y zonas
urbanas, incluso las periféricas, ahora son urbanizadas, logrando su objetivo de captar
35

jugosas rentas. Sin embargo, en los ejes de conurbación el proceso de poblamiento


acelerado continúa acompañado de la expansión urbana que provocan renovados
fraccionamientos de tierras.

Lo cierto es que este proceso de expansión acelerada primero, y luego, de densificación


espontánea no significa un grado de mejora en los índices de desarrollo urbano
propiamente. Una crónica de 1983 revela algunos pormenores de esta situación:

Los vehículos de servicio ya no son suficientes para transportar a la numerosa


población que ahora está viviendo en los barrios marginales en mayor número
(...) Pero en esta periferia se han levantado construcciones modestas sin
ninguna provisión de servicios de agua, luz y otros. Los loteadores son los que
ahora hacen su agosto (...) aún en los lugares más peligrosos que no ofrecen
ninguna garantía frente a las riadas o fallas ecológicas(...) Hoy las colinas y
cerros cercanos a los mercados de La Pampa han quedado cubiertos por
pobladores incluso de otros distritos, que son comerciantes en su mayoría; que
han obtenido esos terrenos de los llamados loteadores o ‘cooperativas de venta
de terrenos’ mediante manipuleos políticos, y que han servido en su mayoría
para esquilmar a la gente pobre sus pequeños ahorros. Frente a esta avalancha
de población realmente el porvenir de Cochabamba se presenta muy dramático
porque el Municipio económicamente se halla sin recursos para proveer de
servicios públicos, y también para atender el consumo de esa población flotante
o permanente, que en gran parte por gustar del clima cochabambino y solo por
darse el gusto, compra a facilidades un 'lotecito en Cochabamba', significando
su construcción de medias aguas una especie de alcancía para la vejez, donde
el propietario tendrá que venir a pasar sus últimos días cuando la poliglobulia
o los años lo encorven. Para Cochabamba, esa inversión significa un grave
problema, porque ese ciudadano que compra ese 'lotecito en Cochabamba' no
significa progreso, sino al contrario, retroceso, porque sin esfuerzo del
propietario por la 'plus valía' se habrá valorizado el lote. Será como llaman la
'operación engorde' (Herrera: Los Tiempos, Facetas 19/06/1983).

Estas "operaciones engorde" son muy populares en Cochabamba, siendo muy frecuente
encontrar lotes baldíos, generalmente convertidos en basurales, aun en zonas
residenciales de estratos altos. Por otra parte, tal práctica, al margen de valorizar la
propiedad sin esfuerzo alguno del propietario, también estimula las bajas densidades y
la inversión en compras de tierras fértiles, que luego quedan ociosas por largos años,
alentando hasta el infinito la expansión de los loteos. La Cámara Agropecuaria, en 1992
advirtió sobre los riesgos de esta urbanización especulativa, descontrolada y
acompañada del avasallamiento de las tierras agrícolas, por ser atentatoria contra la
seguridad alimentaria de la población, además de que la producción lechera podría ser
liquidada, tal como ya había ocurrido con las tierras regadas por el Sistema de Riegos de
La Angostura que se encontraban en vías de extinción. En suma, se pronosticaba que
“hasta el venidero año 2000” no se tendrían ya suelos en las inmediaciones de la
ciudad para producir alimentos (Los Tiempos, 10/12/1992 y Opinión 18/12/1992).

Lo cierto es que el ambicioso proyecto Misicuni, destinado sobre todo a irrigar las ricas
tierras agrícolas del Valle Central, se iba convirtiendo, bajo esta dinámica, en un
proyecto de provisión de agua potable para la creciente población urbana en vista de que
las posibles tierras a irrigar no existirían cuando este se hiciera realidad. En este sentido,
35

los loteos indiscriminados no eran exclusivos de Cochabamba y el Cercado, sino habían


tomado el conjunto del Área Metropolitana, con especial incidencia en Quillacollo,
Colcapirhua y sobre todo Tiquipaya.

Otra problemática de este proceso de crecimiento urbano era la tendencia a la búsqueda


de terrenos de escaso valor, que son justamente aquéllos sujetos a riesgos naturales o ha
prohibiciones expresas. Sin embargo, las orillas de las torrenteras más peligrosas que
atraviesas el Parque Tunari e incluso los conos de deyección de las mismos, además de
zonas atravesadas por cables de alta tensión, zonas bajas con problemas de drenaje y
otros sitios similares se convertían en lugares favoritos para el loteo y la construcción
ilegal. En 1990, las autoridades municipales calculaban que unas 150.000 personas
vivían en urbanizaciones "clandestinas" y barrios ilegales, es decir irregulares y al
margen de todo control normativo, particularmente en las zonas periféricas. Pero esta
práctica no solo era propia de los migrantes y los informales, sino también de otros
sectores con mayores recursos. Al respecto se reconocía: "La conocida urbanización
'Lomas de Aranjuez' de aproximadamente dos hectáreas, es ilegal. Su sector Norte se
encuentra fuera del límite urbanizable que señala el Plano Regulador de la Ciudad de
Cochabamba. Aproximadamente el 30 % de su extensión rebasó la cota 2.7750"
(Opinión, 24/03/1990).

Según datos proporcionados por el Centro de Estudios de Población, en base a un


estudio realizado en 1989, el 40% de la población urbana en Cochabamba se encontraba
asentada en barrios considerados "clandestinos", es decir edificados al margen de las
normas y el marco legal correspondiente. Casi la mitad de la población no poseía títulos
de propiedad ni planos de sus inmuebles y edificaciones que hubieran sido aprobados
por la Alcaldía (Presencia 11/04/1993). Representantes del Municipio estimaban que un
80 % de los barrios periféricos podían ser tipificados como irregulares o "clandestinos"
por el permanente loteo ilegal de áreas verdes y terrenos de valor agrícola (Opinión
20/07/1993). Finalmente, en 1995 la propia Alcaldía, a través de un portavoz calificado,
señalaba que Cochabamba tiene 7.000 Has urbanizadas en la jurisdicción del Cercado.,
de las cuales entre el 53 y el 60 % de los asentamientos son ilegales, siendo las víctimas
de esta situación normalmente estratos sociales de escasos recursos, “estando
complicados en el fomento a estas acciones ilegales, desde mandatarios de Estado,
ministros, alcaldes, oficiales mayores, arquitectos, topógrafos, loteadores profesionales
y sobre todo abogados” (Opinión 12/07/1995).

Los mecanismos del fraccionamiento de tierras, que todavía son plenamente vigentes en
la actualidad, se vinculaban a la existencia en torno a la periferia urbana de pequeñas
parcelas agrícolas, en muchos casos fracciones de exhaciendas dotadas a excolonos a
través de la Reforma Agraria. El avance de la urbanización dio inicio a la valorización
de dichas tierras y sus dueños comenzaron a recibir tentadoras ofertas de compra.
Normalmente el loteador o un grupo de ellos, adquiría una o más hectáreas que de
inmediato eran objeto de fraccionamiento por topógrafos. Una vez realizada esta
operación, o incluso antes, se iniciaba la venta de lotes, el loteador, generalmente un
inmigrante con experiencia y adecuado conocimiento del "mercado" de demanda de
tierras de bajo costo, se siente como “pez en el agua” para realizar excelentes negocios.
Las adquisiciones son a plazos, aparentemente a precios muy bajos, es decir con
márgenes de utilidad pequeños, sin embargo, en realidad el precio real se estructuraba a
partir de dos modalidades: el precio convenido que era amortizado por partes,
generalmente un 50 o un 60 % inicial y el resto en pagos mensuales a uno o dos años.
35

Cada nuevo propietario automáticamente pasaba a ser miembro de la "villa" y de la


consiguiente "asociación", "junta vecinal" o "cooperativa" de vecinos, donde el
loteador se erigía en el dirigente principal, portador de una autoridad indiscutible. Aquí
surge el pago indirecto, bajo la forma de cuotas semanales o mensuales, para
"solventar" los gastos de aprobación del loteo ante la H. Alcaldía. Este trámite suele
durar un tiempo indefinido, en todo caso, varios años. La forma de dominación a que
son sometidos los pobladores se basa en la inseguridad de su tenencia, es decir la
precariedad de sus documentos de propiedad, que generalmente son minutas o incluso
simples recibos de aportes a la organización vecinal, cuyo monto, a lo largo del tiempo,
es varias veces superior al precio nominal del lote. De esta forma el loteador-dirigente
encuentra un "modus vivendi" y un margen de acumulación que no solo le permite
comprar nuevas tierras, sino volverse transportista, comerciante, etc. y ascender
socialmente. Esta es la forma en que fueron materializándose grandes asentamientos,
particularmente en Valle Hermoso Sur y el Parque Tunari.

Sin embargo, también existen otros mecanismos como la cesión de terrenos en forma de
"comodatos" por parte del Municipio a diversas instituciones y que terminaron en
urbanizaciones y, algo mucho más frecuente, las donaciones y transferencias que se
hicieron a través del Instituto Nacional de Reforma Agraria en favor de personajes con
influencia política en las zonas periféricas. Una crónica periodística al respecto de esta
situación anotaba lo siguiente:

En Valle Hermoso y Villa Sebastián Pagador hay muchos propietarios de


terrenos dotados por Reforma Agraria que no utilizaron las hectáreas que
poseen para la producción agrícola, como estaba mandado, sino que
fraccionaron la tierra de manera ilegal. En Villa Venezuela, La Chimba, Zona
Norte, Parque Tunari, Primero de Mayo, Villa Candelaria, Vidrio Lux hay
problemas de loteamientos. Son zonas de gentes de bajos recursos que necesitan
un techo. En el parque Pilihuachana, el más grande de Cochabamba (zona
Oeste), cada comandante del CITE loteó terrenos para sus oficiales de Ejercito.
Por el sistema de ‘comodato’ se otorgó a los militares terrenos por cinco años
para la construcción de un vivero. Los miembros de la Comisión Especial de
Predios Municipales dijeron que la mayor cantidad de tierra otorgada en
Cochabamba está ubicada entre Sacaba y Cala Cala, de ella son propietarios
cinco personas. Explicaron que a través de su influencia, estas personas
presionaron al Municipio para que autorice la urbanización de toda la región,
contraviniendo la Ley del Parque Tunari. Esta disposición establece, para
proteger el sitio, que pasada la cota de los 2.750 metros de altura, no se puede
construir. Pese a estas disposiciones en esa región existen asentamientos y
construcciones como ‘Las Lomas de Aranjuez’ (...) ‘El Temporal’,’Los Ceibos’,
COBOCE en parte, Magisterio, Ferroviario, (...) que son otras urbanizaciones
que no han respetado la disposición que establece que el 40 % del terreno debe
estar destinado a áreas verdes (...) A través del Concejo Municipal, durante la
década de los 80 se aprobaron resoluciones recuperando terrenos para la
Alcaldía Municipal. Esa documentación desapareció y muchos terrenos de
propiedad municipal son, en la actualidad, propiedad de particulares.
(Presencia, 19/06/1994).

Un caso particularmente serio y aleccionador era la paulatina urbanización del Parque


Tunari creado por Decreto Ley en 1962. Desde esa época todas las tierras dentro de la
35

jurisdicción del Parque fueron afectadas a usos forestales y actividades compatibles con
los objetivos de formación del Parque, prohibiéndose expresamente la urbanización. Los
primeros intentos de loteos que se hicieron en los años 60 no resultaron exitosos. Esto
obligó a un cambio de táctica. Muchas propiedades (de 20 y más hectáreas) comenzaron
a ser vendidas a sindicatos y otras entidades sociales, las cuales las fraccionaron en lotes
para sus asociados de manera inmediata, consolidándose de manera ilegal. Se iniciaron
largos pleitos, pero la confrontación ya no fue entre Municipio y propietarios aislados,
sino con grupos sociales, luego el conflicto derivó en un problema social y, el Municipio
salió perdiendo, debiendo sufrir incluso las presiones que con frecuencia ejerció el
propio Estado, sensible a influencias y cálculos políticos. Así quedaron perdidas
grandes extensiones de la jurisdicción original. A fines de los años 70, ante la evidencia
de que los antiguos límites fijados por la primera Avenida de Circunvalación hacia el
Norte habían sido objeto de un desborde urbano masivo, se fijó un nuevo límite, que es
la cota 2.750, iniciándose un nuevo capítulo de conflictos. Originalmente, el Parque
tenía 622.000 Has, sin embargo COTESU realizó un relevamiento que solo cuantificó
310.000 Has. En el Parque, actualmente, sobre la cota 2.750 se encuentran asentadas 40
urbanizaciones, todas ellas en conflicto con la Alcaldía (Opinión, 24/06/1995).

Un estudio de consultoría realizado en 1994-1995, permitió establecer la manera en que


se desarrollan los asentamientos humanos en esa zona. Para este efecto se distinguieron
las siguientes formas de asentamientos: Originarios rurales: "constituidos por grupos de
agricultores originarios del lugar, dedicados al cultivo de tierras y al pastoreo, de
manera progresiva se van sumando a las actividades urbanas" Estos conforman la
población campesina dispersa y también comunidades agrupadas como las de Tirani y
Taquiña e incluso otros menores como Pacolla, Molinos y Montecillo. Asentamientos
humanos producto de la expansión urbana: Estos se inician desde los años 60, están
conformados por dos categorías de estratos sociales: por una parte los asentamientos
impulsados por "familias de ingresos medios y altos (...) su nivel de ingreso les
posibilita acceso a terrenos de mejor calidad paisajística, además de poder contar con
la aprobación municipal respectiva y lograr la dotación del los servicios básicos
necesarios", sería el caso de las urbanizaciones Zanier, Lomas de Aranjuez, Portales, 3
de Noviembre, Fernández y Delicias que se encuentran en parte o en su totalidad por
encima de la cota 2.750, además la Urbanización Diamela, la Urbanización Asbun-Calle
Claure que en inicio era un asentamiento para gente de bajos recursos, pero que luego se
convirtió una zona residencial de clases medias y altas.

Por otra parte se tenían grupos beneficiados por su articulación con algún nivel del
aparato estatal y posiblemente, en algunos casos, recompensados por razones políticas
con dotaciones de terrenos para urbanizaciones, entre estos grupos, se identificaron a
funcionarios públicos de instituciones como la Prefectura, el Ministerio de Asuntos
Campesinos y Agropecuario y el Centro de Desarrollo Forestal, a los que se suman: las
urbanizaciones de los Mineros Rentistas de Huanuni, Consejo Nacional de Vivienda,
Beneméritos y Retamas de los trabajadores del Servicio Nacional de Caminos. Por
último, se tenían los asentamientos protagonizados por migrantes de bajos ingresos y
que "pasaron a formar parte de los asentamientos precarios ya existentes o fueron
víctimas de experimentados loteadores quienes les vendieron lotes ubicados en sitios
peligrosos e inadecuados para la construcción de viviendas" y sujetos a los riesgos de
las torrenteras más peligrosas como La Pajcha y Pintu Mayu. (Aguilar, Arévalo y
otros, 1995). En síntesis quedaba en evidencia, que la "urbanización" del Parque, no era
un caso de simple "invasión de tierras" por gente desposeída y desabrigada, pero
35

veamos lo que señalaban los investigadores citados:

Actualmente, en el Parque Tunari, el área consumida por funciones urbanas


(no legales e ilegales), alcanza a algo más de 139,63 Has., que representan el
14,48 % de las 964,59 Has comprendidas en la zona de estudio. Si esta cifra es
restada de la superficie total junto con la correspondiente a las franjas de
seguridad de las torrenteras (193,26 Has.), la superficie posible de ser afectada
por la urbanización sería igual a 631.7 Has., cantidad que en términos
monetarios y considerando un precio comercial medio para el suelo (20
Us$/m2), representa la friolera de 126 millones 340.000 Us.$ (...) No puede
haber mejor interpretación de los intereses que se juegan en el Parque(...) Si
además, hacemos una consideración complementaria relacionada con la
posibilidad de dictar la 'Amnistía Técnica' al proceso urbanizador, o aceptar el
traslado del límite urbanizable a la cota 2.800, tendríamos un total de 241,76
Has para urbanizar, cantidad que supone una suma nada despreciable de 48
millones,350.000 Us$. Como la medida no se circunscribiría al territorio
incluido en la primera fase de estudio, extendiendo la suposición hasta Sacaba
las cifras podrían duplicarse (Aguilar, Arevalo y otros, obra citada: 105 y 106).

En fin si tales intereses se jugaban en el Parque Tunari, puede imaginar el lector los
intereses que se jugaban en el resto de la ciudad, así como los apetitos que impulsaron la
conformación, sin importar calidad urbana o problemas de impacto ambiental, del Área
Metropolitana. La expansión de la ciudad no solo se reduce a la simplicidad de
migrantes pobres buscando alojamiento y haciendo crecer la ciudad, sino que tal presión
sobre la tierra, por todas las razones estructurales anotadas, da cabida a otra faceta del
modelo de acumulación regional: la reproducción-acumulación de capital por la vía de
la especulación inmobiliaria. Luego, sin duda que "hacer crecer la ciudad, no importa
cómo" fue el gran negocio urbano de las décadas finales del siglo XX.

Como es fácil de suponer, el proceso descrito, presentaba problemas en cuanto a la


calidad y cobertura de los servicios básicos, lo que incidía en la calidad de vida que
ofertaba la ciudad de Cochabamba a sus habitantes. Haciendo un breve repaso a este
aspecto, podemos destacar lo siguiente:

Agua potable: El Servicio de Agua Potable, Alcantarillado y Desagües Pluviales


(SEMAPA) había enfrentado el raudo crecimiento de la demanda de agua potable,
incorporando a las disponibilidades ofertadas: lagunas, galerías filtrantes y pozos
profundos, complementados por embalses, estaciones de bombeo, tomas, aductores, una
planta de tratamiento, tanques de almacenamiento, redes de distribución y conexiones
domiciliarias. Las fuentes superficiales localizadas principalmente en la cordillera del
Tunari (Escalerani y Wara Wara), representaban el 69 % de la provisión total del agua,
en tanto el 31 % restante provenía de fuentes subterráneas: de pozos ubicados en los
campos de Vinto, Muyurina, El Paso y Coña Coña, para cuyo tratamiento se utilizan
cuatro plantas. En base a esta infraestructura, SEMAPA había logrado incrementar la
cobertura del servicio a un 57 % de hogares, con agua potable por cañería en 1976 y a
un 69 % en 1992. Sin embargo, el número de hogares sin servicio pasaban de los 12.000
en el último año citado. Un agravante, era que este servicio había tenido un mayor
énfasis en la atención de los barrios donde residían (residen) los estratos de ingresos
altos y medios, generando condiciones muy ventajosas de acceso a la infraestructura
urbana del liquido elemento. De esta forma el 74 % de los habitantes en las zonas
35

residenciales del Noreste y el 84 % de los habitantes del Casco Viejo, contaban con el
servicio por cañería en el interior de sus viviendas. Por el contrario, en los barrios
populares, es decir en la extensa periferia del Noreste y el Sudeste, el panorama era
inverso. En la primera zona, el 56 % de los hogares carecía de este servicio y en el Sur,
el 72 % no tenía acceso a agua potable en el interior de las viviendas. En consecuencia
hasta dos tercios de los hogares se veían obligados a contar con sistemas de
almacenamiento del agua, existiendo como sugiere Carmen Ledo (1994), una "cultura
del tanque" e incluso una "cultura del turril", dependiendo de la zona o el barrio. La
primera situación, ya era (es) una suerte de "costumbre" en virtud de las previsiones que
toma la gente para almacenar agua durante las escasas horas del día o de la noche en
que la empresa proporciona el servicio, de esta manera en todos los barrios existen
depósitos de agua subterráneos o elevados.

En las zonas de menores recursos, donde no se contaba con bombas distribuidoras y


tanques de almacenamiento prefabricados o ejecutados en hormigón, almacenar el agua
constituye una dura faena adicional. La provisión por "carros aguateros", la forma
cómo se aprovisionan de agua los barrios periféricos y casi todas las zonas de la
conurbación, también supone incomodidades y un alto costo por aguas generalmente no
potables o contaminadas en los propios turriles oxidados. En muchos casos, sobre todo
en el eje Quillacollo-Cochabamba-Sacaba abundan los servicios privados de agua a
través de pozos y tanques de almacenamiento de urbanizaciones y conjuntos
residenciales.

La producción anual de agua potable en Cochabamba era de 14 millones de M3, de los


cuales, 9 millones eran distribuidos por SEMAPA a través del sistema facturado. De esta
última cifra, el 80 % era la provisión al servicio doméstico y el restante 20 % para uso
no domestico. Esta dotación equivalía a unos 109 litros diarios por habitante como
promedio. Sin embargo, los hogares que cuentan con conexión de agua potable
domiciliaria llegaban a un consumo diario por hogar de 454 litros/día, en tanto el
consumo de quienes se sirven de sistemas privados solo sería de 392 litros/día por
hogar. En los barrios de estratos de ingresos altos y medios, el consumo individual
fluctuaba entre 105 y 162 litros día; sin embargo, el consumo de agua en los barrios
periféricos era alarmantemente bajo: 64 litros/ día en las zonas periféricas y deprimidas
(LEDO, obra citada). En suma, no solo había déficit en el servicio, sino que además
existían situaciones de exclusión social en este orden, una vez que el volumen de
consumo estaba relacionado con el nivel del ingreso.

Este panorama, a mediados de los años 90, mostraba a las claras, la inoperancia de
SEMAPA para atender las premiosas necesidades de la población, situación que lejos de
mejorar con la implementación del Plan Maestro de Agua Potable y Alcantarillado en
1994, precipitó el conflicto por la perforación de pozos profundos en las zonas de Vinto
y Sipe Sipe debido a la tenaz oposición de los comunarios de esas regiones que
consideraban que la agricultura que practicaban se vería seriamente amenazada por la
transferencia de las aguas subterráneas a la ciudad de Cochabamba. Este conflicto
agudizó la crisis institucional de SEMAPA y abrió paso a intereses políticos que
sugirieron la alternativa de dejar que la empresa privada intervenga en la gestión del
agua134.

134
Los sucesos que tienen lugar en torno a la insolvencia de SEMAPA para administrar la provisión de
agua potable para Cochabamba, exceden el límite cronológico de nuestro trabajo y, en propiedad,
corresponden a una nueva etapa de la historia urbana, que se abre justamente con la resistencia al
Alcantarillado: Con respecto al alcantarillado, la situación de la cobertura es
relativamente similar a la del agua potable, es decir, que tanto el Casco Viejo como los
barrios residenciales del Norte y algunos de la zona Sud, tienen este servicio. Sin
embargo, la mayor parte de los barrios populares, sobre todo los de la periferia carecen
del mismo. De esta manera, una proporción mayoritaria de la población no cuenta con
un sistema de alcantarillado y, se ve obligada a eliminar las aguas servidas y cumplir
con sus necesidades fisiológicas a "cielo abierto", particularmente en los lechos secos
de torrenteras, acequias, etc. provocando serios problemas de contaminación ambiental
y de alimentos que causan las periódicas epidemias del aparato digestivo que asolan la
ciudad sin respetar edades ni condiciones sociales. En otros casos se apela a las letrinas,
cuya ejecución defectuosa, suele producir la contaminación del subsuelo y de las aguas
subterráneas que luego a través de pozos artesianos, son captadas y utilizadas como
agua potable.

La cobertura de este servicio ya era severamente deficitaria en 1976, persistiendo esta


condición en 1992, según revelan los censos de esos años. En 1976, las viviendas que
no tenían alcantarillado alcanzaban al 56 % del total registrado (42.593 viviendas),
incluyendo un 41 % que carecían simultáneamente del servicio de agua potable servida
por red y de alcantarillado, y un 43 % que carecían de baños. En 1992, el 69,8 % de
80.065 viviendas, carecían de este servicio, de las cuales, solo el 13,7 % tenían cámaras
sépticas, el 17, 2 % otros sistemas drenaje y el restante 39,8 % simplemente carecían de
servicio sanitario.

Según SEMAPA, su cobertura en materia de alcantarillado alcanzaba al 59 % de la


población, por tanto el 41 % restante debía apelar a las cámaras sépticas, a los pozos
ciegos o simplemente apelar al campo abierto. Las zonas con mayores carencias en
1992 eran las de Sarcobamba y Alalay-Valle Hermoso, que no tenían ningún sistema de
distribución pública o privada de agua y alcantarillado, presentando por tanto un alto
riesgo de transmisión de enfermedades y una elevada contaminación. (Romero, Iñiguez
y otros: 1992). Esta situación ampliando la consideración al Área Metropolitana era aún
más crítica, una vez que el 80,6 % de 111.982 viviendas carecían de servicio de
alcantarillado conectado a la red pública, siempre de acuerdo a los datos proporcionados
por el Censo de 1992.

Sin embargo, esta carencia no era homogénea. Un registro proveniente de la misma


fuente sobre la existencia de servicios sanitarios, agua potable y energía eléctrica en
conjunto, arrojaba los siguientes resultados: las zonas con menores carencias (entre 0,56

neoliberalismo que se inicia en Cochabamba al finalizar el siglo XX. En todo caso, para la orientación del
lector, se puede decir que las semillas del conflicto de abril de 2000, maduran justamente con la corriente
privatizadora del manejo de los recursos naturales, una de cuyas expresiones funestas fue la Ley 2029 de
Servicio de Agua Potable y Alcantarillado Sanitario de octubre de 1999, que sirvió de cubierta para la
firma de un contrato entre el Gobierno y un consorcio privado Aguas del Tunari, donde la participación
transnacional es mayoritaria, y a quien se concede el monopolio de la distribución del agua en
Cochabamba, así como la ejecución del proyecto Misicuni. A fines de 1999, Aguas del Tunari se hace
cargo de SEMAPA e inmediatamente se incrementan las tarifas de agua en proporciones onerosos (en
muchos casos en más del 100%). Todos los estratos de la ciudad son golpeados y los conflictos se inician
de inmediato bajo la dirección de una espontánea Coordinadora de Defensa del Agua y la Vida a la que se
pliegan pobres y ricos, moros y cristianos. Se desarrollan intensas jornadas de lucha urbana a partir de
fines de enero del 2000 y se extienden hasta abril de ese año, cuando finalmente, el gobierno agobiado
por una presión popular inclaudicable, se ve forzado a rescindir el contrato. Con relación a estos hechos
se han publicado numerosas obras, entre las que sobresalen los trabajos de Carlos Crespo.
35

y 20,23 %) eran obviamente, las del Casco Viejo y aledañas incluyendo los barrios
residenciales del Norte y el Este, además de la zona central y el distrito de Cotapachi en
Quillacollo. En un segundo nivel con carencias que afectan entre el 20,24 al 39,92 % se
encontraban los distritos municipales de Alalay Norte y Lacma en la zona Sur; Temporal
Pampa, Queru Queru Alto, Aranjuez Alto y Mesadilla en la periferia Norte;
Sumumpaya, Colcapirhua y Piñami en el eje Cochabamba-Quillacollo y la zona de
Tacata en la ciudad de Quillacollo. En un tercer nivel (con carencias entre el 40 y el 59
%) se ubica el distrito de Mayorazgo en Cochabamba; además, los distritos de
Capacachi y parte de Colcapirhua en el eje antes mencionado; las zonas del centro,
Ironcollo, Santo Domingo y Sapenco en Quillacollo y, los distritos de Arocagua y
Quintanilla en el eje Cochabamba-Sacaba, además de la zona central de Sacaba. Las
carencias mayores al 60 % abarcan prácticamente el resto del eje anteriormente citado y
gran parte de la ciudad de Sacaba, los extremos Norte y Sud de la periferia urbana de
Cochabamba y el distrito de Cota en Quillacollo (Gordillo, Blanco y Richmond: 1995).

En suma, sin necesidad de seguir abrumando al lector con relaciones porcentuales, que
con matices más o menos, van repitiendo el mismo cuadro, trátese de la infraestructura
vial, del alumbrado, la vivienda, etc. se evidencia, que la "calidad urbana" del Área
Metropolitana se reducía al centro y a los barrios residenciales de Cochabamba y, en
menor medida a espacios muy restringidos en Quillacollo. Estos distritos o zonas
urbanas en realidad aparecían como pequeños islotes en medio de un verdadero mar de
carencias diversas donde sobresalía el cuadro más dramático, es decir, un distrito de
carencias totales que era Valle Hermoso.

La planificación urbana: avatares y desafíos:

A mediados de los años 70, comenzó a percibirse con claridad que los objetivos y las
previsiones del Plano Regulador de Cochabamba se habían apartado considerablemente
de la realidad que planteaba la ciudad. Los límites urbanos que deberían contener
cómodamente hasta fines de siglo una población de medio millón de habitantes, habían
sido rebasados ampliamente con menos de la mitad de ese volumen poblacional y la
conformación de la conurbación, en los términos en que se fue desarrollando, dejaba
atrás la idea de un "eje industrial" para dar paso a urbanizaciones fragmentadas
rodeando a modestas instalaciones industriales dispersas, en medio de una total anarquía
en el trazado de vías que con frecuencia no llevaban ningún lugar o se internaban
peligrosamente en las escasas zonas agrícolas. La etiqueta "fuera del radio urbano"
colocada en todo tipo de urbanizaciones, fraccionamientos y edificaciones, era
suficiente para que una suerte de liberalidad reglamentaria agilizara el visto bueno
municipal, en medio de un vacío total de responsabilidades administrativas e
institucionales respecto a cómo y quién debería encausar este "rebalse" urbano que
había superado el marco de la rutina técnica municipal. Las presiones políticas de los
regímenes militares y el total avasallamiento del Municipio por el poder ejecutivo
hacían todavía más crítica esta situación, al extremo de que el citado instrumento
técnico dejó de tener vigencia en los hechos frente a las grandes deformaciones que
había introducido la expansión de la ciudad.

Este desfase tan radical entre realidad urbana y Plan Regulador, a poco más de una
década de su puesta en vigencia oficial como un instrumento amparado por las leyes de
la República, no era solo el resultado de las grandes transformaciones que experimentó
el país desde los años 50, sino el agravamiento de una vieja debilidad que las distintas
35

propuestas urbanas habían ido arrastrando desde los primeros planteos, es decir, la
obsesión de concebir la ciudad como una masa moldeable a partir de esquemas físicos
más o menos abstractos acompañados de acuciosos aparatos reglamentarios que
deberían estimular la materialización de un cierto modelo deseable que solo existía en la
mente de los técnicos, pero no así en la de los ciudadanos que obviamente percibieron la
ciudad desde ángulos opuestos. La ausencia de diagnósticos urbano-regionales a
profundidad y la falta de comprensión adecuada de la interacción entre campo y ciudad,
sobre todo a nivel del proceso regional de acumulación de capital y la dimensión
espacial que asumía este fenómeno, hicieron que la ciudad fuera concebida a espaldas a
la realidad departamental y a las consecuencias que sobre el proceso urbano tendría el
modelo de desarrollo capitalista implementado por los gobiernos del MNR y los
posteriores que fueron consolidando a través de políticas económicas y sociales una
nueva vertebración bajo los términos de un Eje Central de Desarrollo, cuya
característica justamente fue impulsar el rápido crecimiento de La Paz, Santa Cruz y
Cochabamba, en los términos ya descritos con anterioridad.

Frente a estas determinaciones estatales de reestructuración territorial, la ciudad estaba


desprotegida en relación a los torrentes migratorios y por las razones que fueren, el
Plano Regulador carecía de una política y una estrategia de asentamientos humanos en
áreas de expansión urbana predefinidas que orientaran el desarrollo de nuevos
asentamientos humanos, bajo pautas de densificación, administración juiciosa del suelo
urbano, protección de los recursos naturales y la búsqueda de un equilibrio entre el
crecimiento de la ciudad y los costos de la urbanización.

Tal vez se podría argüir que Bolivia carecía (y aun carece) de una estrategia nacional de
desarrollo urbano, pero lo cierto es que Cochabamba en los años 70 ya contaba con un
plan regional (La Macroestrategia para el Desarrollo de Cochabamba) que se
constituía en una buena referencia. En efecto, dicho plan realizó diagnóstico aceptable
de la realidad departamental y con acierto, identificó lo que denominó los
"macroproblemas" regionales: la crisis del empleo, la ausencia de dinamismo en la
economía regional, las serias deficiencias de la estructura espacial y las deficiencias del
marco institucional para impulsar el desarrollo regional, en base a los cuales se centró el
esfuerzo de la propuesta, es decir, la denominada "macroestrategia" que contenía cuatro
dimensiones: la espacial, la sectorial, la social y la institucional, en cuyo marco se
esbozaron las respuestas a la problemática anotada, que en términos escuetos definía los
siguientes objetivos, entre otros: en el nivel espacial: evitar la presión migratoria sobre
la conurbación Sacaba-Cochabamba-Quillacollo. Consolidar un polo industrial nacional
en la conurbación. Descentralizar, dentro de las posibilidades que ofrece la región, el
desarrollo urbano hacia centros intermedios, sobre todo de importancia agropecuaria y
agroindustrial. Crear una distribución geográfica de los servicios de fomento y apoyo al
desarrollo social y económico, y un sistema de transportes y comunicaciones que
garantizara un acceso mínimo aceptable para la mayor parte de la población rural
dispersa. Se llegó incluso a proponer una estructura jerarquizada de centros poblados:
un "centro regional", "centros intermedios" satélites y autónomos, "centros distritales"
de apoyo y fomento y "centros zonales" de apoyo al desarrollo rural

En cuanto a lo social, el énfasis se dirigía a mejorar la situación del empleo,


concretamente fortalecer la capacidad de la conurbación para generar empleo
productivo, fomentar las actividades económicas que generaran empleo intensivo, como
correlato, incentivar el uso de tecnologías intensivas en mano de obra. Además se
35

fijaban objetivos para el desarrollo agroindustrial, el de la agropecuaria y el de la


metalmecánica (CORDECO 1983). Curiosamente, no se dio una coordinación entre el
Plano Regulador o entre el Plan Director Urbano de Cochabamba y la Macroestrategia,
que al final fue víctima de un de los problemas detectados: la ausencia de un marco
institucional para impulsar el desarrollo. Así, en tanto los alcaldes confundían el
desarrollo urbano con aperturas de calles y ensanches de avenidas y se apresuraban en
cortar cintas para inaugurar cualquier tipo de obra pública, desde una pileta hasta una
gran plaza, la alternativa de encausar el crecimiento urbano dentro del marco de una
estrategia regional de desarrollo, simplemente fue ignorada.

Una década mas tarde aproximadamente, en 1995, salió a luz una segunda propuesta: el
Plan Departamental de Desarrollo Económico y Social, elaborado por CORDECO con
el auspicio del Ministerio de Desarrollo Sostenible y Medio Ambiente y el apoyo de una
Comisión de Coordinación Interinstitucional con participación de la Prefectura del
Departamento, el Municipio de Cochabamba, el Comité Cívico, la Asociación de
Gobiernos Municipales del Departamento y la Federación de Empresarios Privados, es
decir, un marco institucional inexistente en los años 70. Este esfuerzo se desarrolló
como parte de las iniciativas propuestas por la Ley de Descentralización Administrativa
del Estado, para poner en marcha los gobiernos departamentales en todo el país. Los
objetivos propuestos en líneas generales retomaban el rumbo marcado por la
Macroestrategia:

1) Promover la integración del Departamento en el ámbito territorial, político,


económico, social y cultural, asumiendo la diversidad de las subregiones que lo
componen. 2) Aprovechar la situación de centralidad geográfica del
Departamento, mediante la integración vial, la transformación productiva de
sus diferentes sectores económicos, garantizando el aprovechamiento racional y
la conservación de sus recursos naturales, buscando una mejor inserción en el
contexto nacional e internacional. 3) Igualdad de oportunidades creativas,
productivas, de servicio y organizativas de la población. 4) Promover un marco
institucional concertado y participativo, que norme y defina competencias de
las instituciones públicas, privadas y organismos de cooperación internacional
que intervienen en el desarrollo departamental. 5) Asegurar la apropiación y la
articulación ordenada del territorio (CORDECO, 1995:55 y 56).

Para el logro de estos objetivos se proponían las siguientes políticas: Transformación


productiva que supone: fomento a la productividad y a la competitividad de la
producción agropecuaria, minera, agroindustrial y manufacturera. Innovación y gestión
tecnológica. Modernización de la comercialización y de los servicios de apoyo al
productor. Articulación interna, nacional e internacional de las redes de transporte,
contemplaba: el mejoramiento, mantenimiento y/o complementación de la red vial del
Departamento, conclusión de la red ferroviaria Aiquile-Santa Cruz y Aiquile-Sucre,
habilitación de la Hidrovía Ichilo-Mamoré, complementación de la infraestructura
aeroportuaria. Promoción del potencial turístico, aprovechamiento y prospección de
recursos energéticos del departamento. Uso racional de los recursos naturales y
preservación del medio ambiente, para lo cual se planteaba el "Ordenamiento
Territorial", es decir se postulaba la elaboración de un Plan Departamental de
Ordenamiento Territorial en base a "Planes de Uso de la Tierra y Ocupación del
Territorio". Desarrollo Humano: Respeto a la diversidad cultural. Primer nivel de
atención de salud, mejora de las condiciones de habitabilidad, mejoramiento de la
36

inserción laboral. Desarrollo integral rural y urbano. Políticas de desarrollo


institucional: Optimización del rendimiento institucional. Fortalecimiento del sistema
democrático. Promoción de la ciudadanía y superación de la discriminación de género.

Cada una de estas políticas estaba acompañada por una serie de subprogramas que
harían operativa la propuesta, además de una síntesis de objetivos, donde se
puntualizaban las prioridades que se consideraban estratégicas a nivel departamental y
nacional. Un apretado resumen de las mismos, expresaba: 1) El incremento y la
diversificación de la producción agropecuaria, incluyendo las mejora de las condiciones
de producción. 2) La consolidación, mejora y construcción de la infraestructura vial,
aeroportuaria e intermodal, para aprovechar las ventajas de centralidad del
Departamento. 3) El aprovechamiento racional e integral de los recursos naturales
renovables y no renovables del Departamento. 4) El Desarrollo Humano para mejorar
las condiciones socioeconómicas de la población, reducir las desigualdades y
discriminaciones, generar mayores oportunidades de acceso a los servicios básicos y
promover la participación plena de la población en los mecanismos de toma de
decisiones. 5) Por último, promover la consolidación y el perfeccionamiento del sistema
político democrático a través de la institucionalización de mecanismos de coordinación
y concertación entre las instituciones públicas y la sociedad civil (CORDECO, obra
citada).

Si bien la propuesta anterior era bastante genérica y traducía una primera etapa de
formulación de objetivos y políticas de desarrollo dentro de una óptica de viabilidad y
sostenibilidad, propia de las actuales corrientes de la planificación, todavía quedaba en
el enunciado la realización de un trabajo de mayor precisión para lograr que el Plan
fuera operativo. Para ello era necesario, aunque no se menciona expresamente, la
coordinación y la compatibilización con los objetivos y las estrategias del Plan Director
Urbano, es decir, con las políticas y planes de ordenamiento territorial en curso.

Retomando el hilo del análisis, a fines de los años 70 ante la evidente realidad de la
expansión de la urbanización a lo largo del eje Quillacollo-Cochabamba-Sacaba se
acuñó el término "región urbana" para sintetizar su descripción, evitando enojosas
explicaciones. Con esta idea en mente, se elaboró el Plan Director de la Región Urbana
de Cochabamba, en cuyos antecedentes se incorporó un interesante análisis sobre la
expansión de la ciudad, sus tendencias y la situación del empleo y sus proyecciones. Se
definió, entre otros, los siguientes objetivos para reencausar el desarrollo urbano:
orientar el desarrollo urbano a través de "ejes de crecimiento", descentralizar las
actividades y equipamientos excesivamente centralizados, proteger las áreas con
potencial hídrico, además hacer que el crecimiento poblacional no rebasase el perímetro
del área urbana consolidada, crear subcentros de actividad económica y administrativa
que permitieran densificar zonas poco densas, abaratar el costo de la infraestructura
densificando el tejido urbano y flexibilizar la aplicación normativa, dando espacio a la
concertación entre usuarios y Municipio. Los objetivos particulares enfatizaban en
incrementar, proteger y recuperar tierras agrícolas, formar áreas forestales intensivas,
mejorar las condiciones ambientales y crear infraestructura de riego. Para el logro de
estos objetivos se identificaron las siguientes políticas:

Descentralización de funciones y actividades urbanas: el objetivo: "invertir la actual


tendencia centralizada a través de núcleos con autonomía relativa", para ello se
proponía consolidar en el "centro polifuncional" las actividades de incidencia urbana,
36

microregional y regional, descentralizando las de incidencia distrital. Se creaban "áreas


de descentralización" bajo el concepto de red urbana y microregional, dos en el interior
de la ciudad con cuatro "núcleos de descentralización" y "áreas de descentralización
periférica" en los ejes de conurbación., los mismos que quedarían complementados por
un paquete de estudios para su aplicación.

Densificación del espacio urbano: el objetivo era "aumentar la capacidad habitacional


del área urbana para lograr una aceptable relación entre población asentada y espacio
urbano disponible". Para este efecto se creaban zonas de "crecimiento vertical total",
"crecimiento vertical orientado", intervenciones sobre predios no edificados,
modificaciones reglamentarias y "diseño urbano programado", que incluía "proyectos
de renovación urbana en áreas marginales", planes sectoriales para cada área,
promoción, programación e urbanizaciones de interés social. En síntesis, se creaba para
el desarrollo de esta política: "el área de consolidación programada”, “el área de
consolidación interna”, “el área de consolidación futura externa".y “el área de uso
restringido" en la periferia. El Plan contempla un horizonte de 882.000 habitantes al año
2010 ocupando 10.547 Has con una densidad bruta promedio de 83,7 habitantes/Ha.135

Uso del suelo: El objetivo, lograr que los usos residenciales como de servicios dentro de
sus respectivas zonas se completen durante el proceso de saturación físico-demográfico.
Esta política era complementaria de las anteriores y se aplicaba el mismo concepto de
definición de áreas. Implicaba la elaboración de "planes directrices sectoriales" en los
ejes y los desbordes urbanos del Norte y el Sur.

Preservación ecológica: Se trata de ejercitar una defensa del equilibrio ambiental, lo que
implicaba promover nuevos espacios verdes, prevenir riesgos naturales e instalar
infraestructura básica, reconociéndose que la contaminación ambiental urbana tiene uno
de sus orígenes en el déficit de este último aspecto.

Preservación del patrimonio histórico: Conservar los valores históricos y culturales que
formen parte de la identidad urbana, lo que implicaba combatir la economía
especulativa generada por la excesiva centralización, canalizar, controlar y reglamentar
las presiones de renovación urbana, mejorar la calidad general del ambiente urbano en
la zona central.

Administración y planificación del desarrollo urbano: Se trataba de crear una nueva


estructura administrativa municipal "que responda a una visión de conjunto", es decir,
que respondiera a un orden de prioridades con visión integral, de tal manera que la
estructura municipal apoyara orgánicamente a todas las fases de la planificación.

Los instrumentos operativos adoptados para la ejecución de estas políticas fueron los
canalizados a través de los siguientes planos directores:
135
De acuerdo a las previsiones del Plan Director Urbano de Cochabamba, quedó definida la siguiente
estructura de densidades netas urbanas: Zona de Función Central (polifuncional): 560 h/Ha. En esta zona
que comprendía los distritos urbanos del casco viejo, la densidad neta promedio registrada por el último
censo era apenas de 162 h./Ha. Zona mixta de habitación colectiva: 560 h/Ha. En realidad la densidad
promedio de estas zonas era de 120 h/Ha. Zona mixta de habitación semicolectiva: 224 a 270 h/Ha. El
promedio aproximado real en ese momento era de 137 h/Ha. Zonas mixtas de habitación individual
semicolectivas: 180 a 200 h/Ha. El promedio de densidad real era de 123 h/Ha. Zona de habitación
individual aislada: 50 h/Ha. El promedio de densidad real, sobre todo en la periferia, era de 81 h./Ha.
36

Plan Director de Ocupación del Suelo: Sus objetivos fueron: Encarar el crecimiento
poblacional a largo plazo (2010) dentro del área urbanizable, que se considera suficiente
para albergar la demanda emergente del crecimiento demográfico, preservando las áreas
agrícolas en función de los requerimientos del proyecto Misicuni. Promover un
crecimiento compacto de las áreas a urbanizar, dentro de ciertos plazos: mediano (1990)
y largo (2010), para lo que se dispondrían zonas de reserva que permitirían la
disponibilidad de áreas libres. Estimular una utilización racional del suelo para permitir
rendimientos acordes con la demanda de equipamiento e infraestructura mediante una
densificación no homogénea. Equilibrar las relaciones centro-periferia estableciendo
sectores con autonomía relativa respecto del gran centro urbano. Adecuar el crecimiento
urbano a las características del territorio con relación a los riesgos naturales (torrenteras
particularmente) y obstáculos que dificultan la provisión de servicios básicos.

Plan Director de sitios y espacios verdes: Sus objetivos eran: Uso del paisaje natural,
estructurando los espacios verdes en función de los condicionantes naturales y las
demandas del sitio. Caracterización diferenciada de los espacios verdes utilizando
conceptos distintos a los tradicionales: áreas de protección, de forestación, bosques
existentes a mantener, área agrícola como limitante, área de preservación ecológica.
Crear grandes parques metropolitanos. Proteger los valores histórico-culturales.

Plan director de circulaciones y transporte: Se perseguía: elaborar una estrategia general


al respecto, que promoviera: liberar progresivamente el centro de una parte del tráfico
motorizado y crear zonas de dominio peatonal, hacer posible la instalación de transporte
masivo de pasajeros en carril propio en la microregión, alejar progresivamente del
núcleo central la circulación de vehículos pesados y el tráfico de paso. Ejecutar pistas
para bicicletas anexas a las vías vehiculares. Apoyar la creación de núcleos y subnúcleos
de descentralización.

El Plan Director Urbano de Cochabamba, en cuanto a sus objetivos sin duda respondía,
en líneas generales, a los requerimientos que le planteaba la ciudad. Sin embargo lo que
no resultaba satisfactorio era el grado y la profundidad de las respuestas realmente
ejecutadas o aplicadas. La brecha entre ciudad-plan y ciudad real era evidente. Pero no
vale la pena sacar conclusiones apresuradas. Lo pertinente una vez más, es analizar
como operan los diversos componentes de esta estructura urbana, haciendo referencia a
un estudio de diagnóstico urbano desarrollado en el Instituto de Investigaciones de
Arquitectura de la UMSS en 1993:

El aparato productivo urbano: Observando la situación de la industria se podía verificar


que este sector no había logrado superar los viejos problemas que le aquejaban: extrema
dependencia de tecnologías y materias primas importadas, mercado interno reducido y
fuertemente penetrado por manufacturas extranjeras, competencia desleal del
contrabando y excesivas cargas tributarias, además instalaciones poco renovadas, altos
costos de producción y bajos niveles de productividad. Estos factores negativos
determinaban que la industria local no hubiera logrado superar el carácter incipiente que
era su rasgo principal incluso en los años 50. Esta era la razón por la cual, al margen de
unas pocas decenas de instalaciones industriales que merecían esta denominación, lo
predominante era el pequeño taller semi artesanal. De esta manera los ejes de
conurbación que se imaginaron "industriales" según el Plano Regulador, apenas muy
parcialmente habían consolidado esta condición, en tanto la pequeña industria
36

(confecciones, metalmecánica, cueros, alimentos, etc.) se encontraba dispersa dentro de


la ciudad, con alguna concentración en la zona central o aledaños a La Cancha.

Otro tanto sucedía con la actividad artesanal, es decir, los pequeños talleres de
confección de ropa "americana" y de otros países, que funcionaban en zonas periféricas,
al igual que los talleres de calzados generalmente articulados a las industrias grandes,
las fábricas de helados, galletas, pan, dulces, etc. normalmente ocupaban piezas en los
fondos de los lotes residenciales. En fin, la ausencia de una zona con características
nítidamente industriales dentro de la conurbación revelaba el carácter crónicamente
emergente de este sector. La razón de esta situación definía uno de los elementos
importantes de cómo funcionaba la ciudad.

Comercio formal e informal: En el polo opuesto al panorama industrial, el comercio,


sobre todo el denominado "informal" había experimentado un enorme crecimiento,
habiendo logrado consolidar su pleno dominio sobre una fracción significativa del
espacio urbano, en torno al cual había desarrollado una fuerte tendencia centralizadora y
la creciente densificación de múltiples funciones urbanas no residenciales. Como se
describió con anterioridad, los dos centros comerciales (la actual Plaza de Armas y La
Cancha) se disputan dicho espacio y articulan en torno suyo al resto de los componentes
de la estructura urbana. Pese a este esquema bipolar de la concentración comercial,
persistía el modelo hispano concéntrico en torno al cual se estructuraba el conjunto de la
ciudad. El peso específico de ambos centros era el que permitía definir el rol económico
de la ciudad, donde la cuestión del empleo había encontrado una respuesta en la enorme
capacidad de absorción del sector informal urbano que anualmente daba cabida a miles
de migrantes que sobreviven con empleos y ocupaciones precarias, pero de alguna
manera exitosas.

La función residencial: Esta función presentaba en la ciudad dos modelos de consumo


del suelo urbano: uno expansivo o promotor del crecimiento horizontal y poco denso de
la mancha urbana, que contiene dos tipologías formales: la vivienda aislada o chalet de
las zonas residenciales y la vivienda de habitaciones en hilera o "medias aguas" de los
barrios populares y los asentamientos periféricos.
El otro modelo, dio lugar a un nivel de densificación relativa y, también presentaba dos
variantes: la vivienda de molde colonial y el edificio de departamentos o de renta y
departamentos.

Sin embargo el 86 % de los distritos municipales en la conurbación presentaban un


predominio absoluto del modelo expansivo en oposición a los cuatro distritos del Casco
Viejo donde todavía predominaba la vivienda histórica y en forma incipiente la
propiedad horizontal, y el distrito de la Muyurina que había alcanzado un grado de
saturación con la vivienda aislada siendo previsible su tránsito hacia las torres de
departamentos. En todo caso, la tendencia a una cierta densificación en ciertas zonas de
la ciudad que gozaban de buenos servicios urbanos y altos valores del suelo, establecían
una pauta de evolución de la función residencial hacia otros patrones funcionales y de
uso del suelo. Sin embargo el proceso era todavía lento, aunque había experimentado
una cierta aceleración en los años 90, como parte de una oferta que contenía la ventaja
comparativa de habitar el centro urbano en lugar de la cada vez más alejada periferia,
cuestión a la que eran particularmente sensible sectores de ingresos altos y medios, pero
probablemente se haría extensivo a las amplias clases medias urbanas. En este
entendido, la oferta de propiedad horizontal se fue ampliando y se vio favorecida por los
36

esfuerzos municipales para generar los "ejes de crecimiento vertical", incluyendo las
grandes inversiones realizadas en los ensanches de las avenidas Heroínas y Ayacucho.
De todas maneras el crecimiento de la función residencial todavía en forma mayoritaria
se resolvía con el recurso de la vivienda aislada, la que a su turno es la responsable de
un crecimiento urbano horizontal continuo y cotidiano.

La infraestructura básica: Como ya se observó, los servicios básicos municipales de


agua y alcantarillado, además de los de limpieza, alumbrado, recojo de basuras, etc.,
exceptuando la cobertura de energía eléctrica que tiene una difusión casi total, tendían a
concentrarse en las zonas centrales y residenciales, en desmedro de las zonas
periféricas.

El transporte público: Tanto las rutas del transporte público como la infraestructura de
pavimentación de vías seguían la pauta anterior, es decir que sin excepción,
involucraban a las zonas comerciales, el Casco Viejo y La Cancha, conformando una
trama tentacular que expresaba bien la interdependencia entre la zona urbana central y
la periferia, incluidos los ejes de conurbación. Lo esencial del funcionamiento de esta
estructura urbana reposaba en el transporte público, es decir en la interconexión
satisfactoria de los barrios residenciales y las villas periféricas con dichos centros de
actividades múltiples. Este era, y todavía es, el factor que permitía que el gremio de
transportistas ejerciera un poder virtual sobre su rubro y antepusiera sus intereses a los
de la comunidad, reforzando continuamente el esquema concéntrico, verdadero nudo de
la problemática urbana actual.

Los grandes equipamientos urbanos: Tanto los locales escolares fiscales y privados,
como los equipamientos de salud y los recreativo-culturales, así como los parques y
paseos consolidados se concentraban en las zonas centrales y residenciales, reforzando
una vez más la tendencia a la centralización unipolar de actividades múltiples en los
sectores citados, en oposición a su casi total inexistencia o alto grado de insuficiencia
en las zonas de la periferia y los ejes, acentuando también desde este punto de vista, la
interdependencia entre centro y periferia.

En cuanto a las características de la estructura física urbana, ésta quedaba definida por
la concurrencia de otros dos factores: el propio proceso de urbanización y el carácter del
consumo del suelo resultante. Con relación al primer aspecto se puede decir que, al lado
de los factores descritos líneas arriba y que operan reforzando continuamente las
tendencias centrípetas o de densificación multifuncional de los espacios centrales
urbanos restringidos y poco apropiados para solventar esta presión; operan otros
factores de signo contrario, es decir la tendencia centrifuga o dispersiva de la función
residencial. En este último caso operaban en forma combinada la acción de dos
servicios básicos: el transporte público y la energía eléctrica que llegaban con facilidad
hasta los últimos recovecos de la ciudad, a lo que se añadía, la acción especulativa del
mercado inmobiliario. Esta era la razón por la cual la expansión de los llamados
barrios-dormitorio en Cochabamba encontraba plena viabilidad en la repetición al
infinito de la simple rutina de cuadricular el suelo urbano y dividirlo en lotes superiores
a los 250,00 m2, donde se edifican viviendas aisladas y habitaciones en hilera.

Un perfil imaginario de Cochabamba, expresaría la existencia de un borde o periferia


horizontal, precariamente consolidado, y como correlato, poco denso en el orden
constructivo. Un anillo intermedio de barrios residenciales con una relativa densidad
36

edificada, sobre la base de la vivienda aislada, y donde todavía tenía un carácter


emergente la propiedad horizontal, que solo a fines de los 90, había consolidados
pequeños núcleos puntuales y dispersos. Finalmente un centro compacto y denso en
términos constructivos, pero sujeto a operaciones de renovación urbana sui generis y
contradictorias, en base a prolongar la vida útil de viejas casonas de molde colonial para
recibir las nuevas funciones, hasta llegar al casi total desmantelamiento de las mismas,
sacrificando calidad ambiental y confort y, una todavía débil sustitución del antiguo
perfil por torres comerciales, sobre todo en los ejes de crecimiento vertical. En este
orden, el concepto de estructura urbana de la ciudad tradicional se mantiene en lo
esencial tal como fue planteado cuando se concibió el trazado español de la Villa de
Oropesa, aunque la realidad física de la ciudad nada tiene que ver ya con este modelo.

En efecto, la valorización del centro con características bipolares (comercio formal-La


Cancha) como el eje político, económico, ideológico y social, en torno al cual se
disponen las áreas intermedias de residencia de altos y medianos ingresos que dan
vitalidad a este esquema y, la periferia donde se confunden campo y ciudad y que es el
hábitat natural de los sectores de menores recursos, exceptuando las débiles tendencias
de descentralización residencial de sectores altos ingresos que se ponían de manifiesto a
mediados de los años 90136.

En cuanto al uso del suelo, lógicamente, sus virtudes y defectos, fueron el resultado del
proceso descrito anteriormente. Sus características serían las siguientes: el predominio
de una patrón expansivo, es decir sujeto a formas de consumo del suelo que estimulaban
este efecto y, donde la vigencia continuada del damero como el único modelo de diseño
para emplazar la vivienda y las actividades económicas, había provocado un
crecimiento físico de la ciudad equivalente o superior a su crecimiento demográfico.
Una rápida cronología de este proceso, ya mencionado parcialmente en otras partes de
este trabajo, nos muestra el siguiente panorama: A fines de los años 40 la ciudad estaba
conformada por unas 500 manzanas, muchas con escaso grado de consolidación y
donde habitaban 80.000 personas. El primer Plano Regulador delimito un perímetro
urbano, que se juzgó exagerado en su tiempo, de unas 1000 Has. El censo de 1967
mostró un crecimiento que parcialmente había superado la previsión anterior, abarcando
el perímetro urbano 1.055 Has para albergar a 137.000 habitantes. El censo de 1976
mostró una ciudad de 1.800 manzanas y 6.135 Has. que daba cabida a una población de
204.000 habitantes. Finalmente, el censo de 1992 mostró una urbanización conformada
por casi 3.000 manzanas y 7.686 Has donde residían 402.000 habitantes. La definición
del Área Metropolitana significaba la incorporación de alrededor de 3.300 Has., una
parte de estas abarcando los "rebalses" del antiguo límite urbano, para delinear un
perímetro metropolitano de 10.547 Has brutas donde residían 538.000 habitantes. Es
decir, el medio millón de personas se alcanza antes del año 2000 pero ocupando la
superficie prevista en 1948 multiplicada por diez!

Los rasgos casi homogéneos de densificación centralizada y dispersión periférica que


define la lógica espacial de despliegue de la economía y las clases sociales,
corresponden a las características de una estructura fuertemente mercantilizada, donde
el ciclo de reproducción del capital comercial y de la economía mercantil simple
requieren de condiciones generales de densificación multifuncional, es decir del
escenario de un mercado denso de ofertantes y demandantes, donde lo formal y lo
136
Como se mencionó con anterioridad, esta estructura finalmente se verá modificada, en la primera
década del siglo XXI, por la emergencia de un nuevo centro comercial recreacional en la zona Norte
36

informal son apenas meras referencias en el torbellino de las operaciones bursátiles. Sin
embargo el rasgo cultural no deja de estar presente, para materializar el concepto de
"urbano" o "ciudad" que tienen los actores sociales del sector formal capitalista o del
sector informal urbano. Así, emerge una versión legible de "ciudad occidental" que
toma como referencia los centros tradicionales como la Plaza 14 de Septiembre, la Plaza
Colón y el Prado que se constituyen en los ejes contenedores de los valores cívicos de la
cochabambinidad y de las aspiraciones civilizadas de modernidad. En torno a estos
referentes, el entorno urbano próximo y aquél que a ha cruzado el río Rocha, se esfuerza
por reproducir la "ciudad jardín", es decir la ciudad de los empresarios regionales y de
las amplias capas medias de profesionales y comerciantes respetables que se identifican
plenamente con este imaginario.

En tanto, la "otra ciudad" se identifica con otro imaginario: el de las oportunidades y las
aspiraciones de dejar atrás la pobreza. Se materializa en base a una singular
combinación de resabios andinos y valores puntuales de modernismo copiados de la otra
versión de lo urbano. Su referencia articuladora es el polo de atracción de La Cancha, en
torno a la cual se estructuran los barrios horizontales de la zona Sur y la periferia Nor
Occidental. Esta es la ciudad de "las soluciones prácticas" (los asentamientos
irregulares y las urbanizaciones poco exigentes), donde se aglutinan clases medias de
bajos ingresos, minoritarios sectores obreros y grandes masas de trabajadores por cuenta
propia reforzados cotidianamente por nuevos contingentes de inmigrantes.

De esta manera, la estructura urbana resultante es la dimensión física y espacial, del


modo de producción-circulación-acumulación de los capitales individuales y los
excedentes económicos, preferentemente de origen agrícola, que hacen viable la
reproducción del conjunto de la sociedad cochabambina.

Un factor que opera en forma determinante en la exacerbación de las tensiones que


caracteriza el funcionamiento de la estructura urbana descrita, es la acción del mercado
inmobiliario que reproduce el esquema de centralización-dispersión del uso del suelo,
acompañando sus diversas intensidades con valores altos en zonas de actividades densas
o multiplicadoras de actividades complementarias y valores decrecientes en las zonas
residenciales y periféricas según la distancia y el grado de accesibilidad de dichas zonas
a los polos de actividad. La espacialización de este mercado reproduce la estructura del
uso del suelo y constituye una suerte de termómetro de los impulsos económicos que
dinamizan el proceso urbano, dando lugar a una oferta de naturaleza muy especulativa
que obliga a los sectores de menores recursos a expandir la mancha urbana en una
continúa búsqueda de terrenos baratos, que es sinónimo de terrenos alejados y en sitios
generalmente sujetos a prohibiciones diversas.

El rápido crecimiento de la ciudad en la segunda mitad del siglo XX, expresa el grado
en que la propia tierra urbana se ha transformado en una mercancía capaz de generar
utilidades como cualquier otra. Esta es la razón por la cual, la propia expansión física de
la ciudad no solo es una operación de migrantes sino la producción planificada de lotes
y urbanizaciones o simples fraccionamientos que eran, y aun son, ofertados al conjunto
de las clases sociales, con la única diferencia formal, de que los de costo mayor cuentan
con el visto bueno municipal, en cambio las "tierras baratas" dirigidas a una esfera de
consumo bajo, son normalmente asentamientos irregulares y hasta ilegales.

Un último factor que completa este cuadro es el proceso demográfico. A comienzos de


36

siglo, la ciudad apenas concentraba el 7 % de la población departamental, pasando al


16 % en 1950; al 28 % (la ciudad) y al 32,80 % tomando en cuenta la emergente
conurbación en 1976; al 37,32 % (la ciudad) y al 47,58 % tomando en cuenta la
conurbación, en 1992137. Un componente importante de este crecimiento poblacional
fueron las migraciones del campo o de otras zonas urbanas deprimidas hacia
Cochabamba. Hasta 1976, la migración estuvo fuertemente concentrada en la provincia
Cercado, la cual absorbió cerca del 50 % de los flujos migratorios, pero a partir de esa
fecha, comenzó a cobrar importancia el Chapare como la otra zona receptora a nivel
departamental. En 1986 se estimó que la población migrante residente en la ciudad de
Cochabamba ascendía a 116.215 personas que representaban el 38 % de la población
total. Actualmente se considera que esta población alcanza a los 180.000 habitantes, es
decir, que más del 40 % de la población de la ciudad y, por lo menos, el 36 % de Área
Metropolitana esta conformada por migrantes. Esto significa que anualmente llegan a
Cochabamba y su conurbación alrededor de 10.000 inmigrantes, lo que equivale a la
tasa anual de nacimientos. Este ritmo demográfico es el que estimula el crecimiento
urbano, la ampliación continúa del sector informal, y su correlato, la pobreza y la
persistencia de la baja calidad de vida urbana.

En fin, con el conjunto de elementos anteriormente esbozados podemos desarrollar una


síntesis que pretenda superar el énfasis descriptivo de los diagnósticos clásicos:

La producción del espacio urbano en Cochabamba: El Área Metropolitana de


Cochabamba, reconocida así en las estadísticas oficiales del INE desde 1992, es
probablemente una de las más recientes en el ámbito continental, pero en todo caso,
uno de los crecimientos más singulares. Normalmente, este tipo de aglomeraciones se
vinculan a los fenómenos de metropolización, es decir la espacialización de las grandes
explosiones demográficas en ciertas zonas geográficas acompañadas de fenómenos
equivalentes de transformación del aparato productivo tradicional merced a procesos
acelerados de desarrollo industrial, agroindustrial, minero, petrolero u otro, que da
margen a la eclosión de grandes obras públicas, grandes flujos de inversiones privadas y
sobre todo ágiles articulaciones a la economía internacional, que hacen que el mercado
de demanda de bienes y servicios en ascenso, se vea compensado por la acelerada
incorporación de masas de excampesinos a las tareas productivas del enclave
exportador.

El crecimiento acelerado de ciudades como Lima acompañado de cruentos conflictos


sociales, terminaron cambiando fuertemente su estructura tradicional. Su viejo centro
urbano hoy está invadido y sitiado por decenas de millares de trabajadores por cuenta
propia y, vías de gran tradición y valor comercial se han convertido en mercadillos
callejeros como la famosa "colmena" o Avenida Pierola; en tanto el centro comercial
moderno casi ha abandonado masivamente su anterior emplazamiento para transformar
el otrora barrio residencial de Miraflores en un ejemplo de renovación urbana radical, en
torno al cual se organiza la ciudad moderna. Otro tanto a ocurrido en Santiago de Chile,
con la emergencia del modernísimo centro comercial de La Providencia. Algo similar
ocurre con Bogotá, Caracas, Montevideo, Quito, Guayaquil o incluso con ciudades de
menor jerarquía como Cali, Medellín, Barranquilla, Barquisimeto, Cuenca, Valparaíso y
otras. En Bolivia, a lo largo de la última década, ciudades como La Paz y Santa Cruz,

137
De acuerdo al Censo de 2001, la población del Municipio de Cercado contenía el 35,52 % de la
población departamental. Sin embargo, la población de la conurbación (767.136 h.) representaba el 52,70
% de la población total.
36

que han experimentado procesos de crecimiento urbano y demográfico equiparables a


los de Cochabamba, también han transformado y modernizado considerablemente su
fisonomía. En Santa Cruz, grandes obras públicas y fuertes inversiones arquitectónicas
la han convertido en la segunda ciudad más importante del país, incluso con
pretensiones de superar a La Paz en el curso del siglo XXI. La propia La Paz ha
transformado profundamente su sistema urbano-regional para evitar el inminente riesgo
de la tugurización masiva. En efecto, ha logrado consolidar fuera de sus límites, un gran
campamento de informales con dimensiones metropolitanas bautizado como la "ciudad
de El Alto", la misma que en realidad opera como una gigantesca villa satélite de la
verdadera ciudad, que de esta forma ha logrado impulsar su modernización garantizando
la estabilidad de las inversiones públicas y privadas.

En el caso de Cochabamba, el proceso no se ajusta a estos ejemplos y, el raudo


crecimiento físico y demográfico que tiene lugar en los últimos decenios finales del
siglo XX, ha dado lugar a:

1. Una mancha urbana extensa, apenas añadida a la ciudad original, proceso que
sólo en forma incipiente (el ensanche de la Avenida Blanco Galindo y el paso
elevado o viaducto de la Avenida Melchor Pérez de Olguín sobre la primera
citada) daba paso a las grandes obras públicas en la segunda mitad de los años
90, en tanto lo dominante era la pasividad con que se asumía la expansión
incontrolada de la urbe. En todo caso, se mantuvo el modelo estructural
concéntrico sin variantes.
2. Pervive la inercia de los viejos tiempos y muchos se niegan a admitir que el
medio social y el mundo de sus valores y recuerdos prácticamente ya no existe.
Sin embargo las actitudes dominantes son cerradamente conservadoras y
cuidadosas de las rutinas tradicionales: para los planificadores, la ciudad es
apenas "algo más grande", pero sigue siendo la misma de los tiempos del Plano
Regulador, y en este orden los reglamentos urbanos y arquitectónicos de aquél
tiempo o los inspirados en esos principios son vistos como "tabús", el súmum de
lo que se puede imaginar para conservar la rutina. Para los inversores, la ciudad
apenas ha crecido, pero en el fondo nada ha cambiado, al punto que motive
grandes inversiones y de vuelo a los emprendimientos futuristas. La excepción
son un puñado de empresarios que ha apostado firmemente en el porvenir de la
ciudad y están contribuyendo a cambiar esta mentalidad provinciana. En fin,
para el común de los ciudadanos la percepción es más práctica: la ciudad se ha
extendido y con ello los problemas: las distancias se han incrementado, el
transporte es insufrible, las carencias son más sentidas, pero a pesar de todo, una
buena mayoría persiste en sus hábitos de vida y en su estoicismo para
contentarse con lo peor, o en todo caso, imitar el ritmo de vida de sus abuelos.
3. Es notable como en medio de una transformación física y urbana tan profunda,
se mantiene la actitud provinciana para valorar la ciudad y sus problemas.
Cochabamba, finalmente en los años 90, había alcanzado el medio millón de
habitantes y sin duda, marcha firmemente en pos de su primer millón138. Luego,
sus dimensiones son evidentemente metropolitanas, sin embargo no había
adquirido todavía la complejidad metropolitana ni la dinámica correspondiente a
este nuevo rango. Es decir, que lo que en otros ámbitos provocó, cambios
cualitativos de diverso orden, incluso en la archi conservadora función
138
En la actualidad (2010) se estima que el Municipio del Cercado ha sobrepasado los 700.000 habitantes
y la conurbación ha sobrepasado el millón de habitantes.
36

residencial, aquí solo despertaba la curiosidad de algo que apenas se sumaba o se


añadía en forma imperceptible a la enorme periferia. Era notoria la ausencia de
propuestas urbanas audaces aunque existe la suficiente capacidad profesional
para hacer estos despliegues, sin embargo, no existía, a la inversa de Santa Cruz,
La Paz y otras ciudades, el impulso de unas élites locales comprometidas a
fondo en un proyecto de modernidad social, económica y cultural que reclamara
por nuevos soportes materiales acordes con la inminencia del siglo XXI que
sirviera como referente a este escenario.
4. En realidad, Cochabamba fue víctima de coyunturas adversas. Su condición
metropolitana no es expresión de su pujanza económica. Por el contrario, la
"macrocefalia urbana" departamental es la proyección de la profundidad del
atraso de su agricultura y del prolongado inmovilismo de sus fuerzas
productivas, es decir, de la inviabilidad de un desarrollo regional volcado hacia
un mercado interno cada vez más paupérrimo y saturado por economías
externas. Esta es una metrópoli de emergencia que cobija esencialmente a miles
de comerciantes excampesinos, a masas de sobrevivientes de las políticas
neoliberales, a extensas clases medias empobrecidas, pero también a ricos de
una o dos generaciones, que no han tenido tiempo de absorber cultura y pensar
en si mismos como clase dominante o bloque de poder que debiera proveerse
con urgencia de su propia modernidad como un signo evidente de su capacidad
para encausar el progreso regional y vanguardizar el cambio final de los viejos
hábitos del subdesarrollo.

Estos y otros factores hacen que Cochabamba tenga un lugar subalterno dentro del
modelo de desarrollo capitalista del país, aspecto que incide en la naturaleza de su
producción espacial, la misma que no tiene un sentido productivo o de apoyo a los
procesos industriales o agroindustriales, sino apenas expresa, por una parte, el
realojamiento de las masas de migrantes expulsados del sector agrícola, minero, del
aparato estatal y de regiones y ciudades menores largamente estancadas. Por otro lado,
la manifestación de estrategias de supervivencia que organizan la dinámica del mercado
de bienes y servicios y hacen de esta concentración demográfica una ventaja
comparativa. Por último, la incorporación del crecimiento físico de la ciudad al proceso
de circulación mercantil. En fin, la producción espacial en el Área Metropolitana es
funcional al tantas veces citado modelo regional de acumulación de capital, y en ello,
radica buena parte de la actitud conservadora cochabambina en torno a sus hábitos de
vida urbana, pues ellos apuestan por la perpetuación del modelo de ciudad extensa y
popular. Es obvio que, ni al más radical modernista se le pasaría por la cabeza eliminar
La Cancha o pensar que pudiera existir sin ella la ciudad, aun pensando en la utopía
urbana del siglo XXI. En este orden, no ha caducado la idea de que las costumbres y los
hábitos de vida más arraigados solo cambian con la transformación de las relaciones de
producción en que se apoyan, es decir, los cambios que pueda experimentar la estructura
económica que organiza la vida social.

Otro factor como la participación popular en la gestión municipal, que en la década de


1990 se consideraba que podría, de alguna forma modificar el cuadro hasta aquí trazado
era todavía incipiente en ese momento, no obstante, sus primeros avances ya revelaban
que esta innovación casi revolucionaria en la gestión urbana no había podido evitar las
antiguas prácticas de clientelismo y control social. No obstante, pese a las reservas de
analistas diversos, era posible apuntar que este podría ser un factor de profunda
transformación de las prácticas de planificación, privilegiando el desarrollo local basado
37

en el potenciamiento de los actores locales, la autogestión barrial y otros objetivos de


una nueva democracia comunitaria que es posible percibir en un horizonte que ahora
resulta alcanzable.

En conclusión, queda abierto el interrogante de las causas que marcan la diferencia entre
la propuesta contenida en el Plan Director Urbano de los años 80 y la forma como se
materializaba realmente la ciudad a fines del siglo XX. Una de las debilidades
manifiestas de la planificación en Cochabamba, y en Bolivia en general, era el
pensamiento arraigado de que la ciudad "la hacen" los planificadores y que sus
premisas, objetivos, estrategias y políticas, que finalmente se plasman en el "plan" y los
"reglamentos" que introducen el orden y la disciplina para ejecutarlos, son la esencia de
la racionalidad técnica que la sociedad debe aceptar a "fardo cerrado". Es decir que
también aquí, y no solo en la institución castrense, se pide a la ciudadanía
"subordinación y constancia" como la formula segura para alcanzar el pleno desarrollo
urbano.

Sin embargo las cosas no son tan simples ni los actores sociales tan ingenuos. La ciudad
no es un objeto en si y, el ordenamiento del espacio no es un fenómeno físico o sujeto
tan solo a las leyes de la naturaleza. Ambos son fruto del trabajo humano, pero más
específicamente constituyen la dimensión física, espacial, palpable y tangible de
procesos más abstractos e invisibles. Es por ello que la ciudad es "edificada" por los
procesos económicos, sociales y culturales que tienen lugar en ella. Dicho de otra
manera: así como a cada forma de organización de las esferas de la producción, la
circulación y el consumo, y a cada forma de estructuración de los aparatos ideológicos y
culturales, les corresponden formas concretas de organización social, estatal e
institucional, también les corresponden formas concretas de apropiación espacial del
territorio y lo urbano.

El Plan Director y sus antecesores proponían un "modelo deseable" expresado en


gráficos, políticas y reglamentos. Pero, no se podía dejar de percibir que tales
pretensiones resultaban inadecuadas, en la medida en que no abarcaban sino
generalidades que se podían encontrar en la amplia literatura sobre planes de ciudades
que existen en América Latina y el resto del mundo, esto es, colecciones de nuevas y
viejas frustraciones que reflejan los grados de divorcio entre lo propuesto y la realidad.
El problema no radica en la brillantez o en la falta de luces, en la sofisticación o la
simplicidad, en el grado de creatividad u otras variables que rodean el producto técnico,
sino en el grado en que los planes se apegan a las necesidades y a las lógicas de las
fuerzas sociales y económicas que realmente construyen la ciudad. En el caso del Plan
Director, su debilidad no estaba en su concepción o en sus objetivos que, en realidad
eran válidos para enfrentar la problemática que describía, sino en su naturaleza
cerradamente "técnica", es decir sin apertura para promover estrategias de desarrollo
urbano que pudieran expresar grados de conciliación que se debía buscar, por ejemplo,
entre "ciudad moderna" y "ciudad informal", pues quedaba claro, que por más represión
que se pudiera impartir, la segunda es una realidad que no va a desaparecer y pretender
excluirla o ignorarla era (es) una locura que solo conduciría a la obsolescencia de la
propuesta.

La falta de comprensión sobre como funciona realmente la ciudad y como operan los
distintos actores para producir el espacio urbano o metropolitano resulta crucial. Por
tanto no se trata de elaborar la última fantasía modernista y apuntalarla con reglamentos,
37

sino evaluar que ofrece esa lógica de organización espacial realmente existente, cómo
se le puede sacar el mejor partido y cómo se pueden generar estrategias para que unos y
otros actores sociales accedan a mejores condiciones de vida urbana y se sientan mejor
representados dentro de los objetivos del plan. El problema de las migraciones no será
resuelto sino a muy largo plazo, luego el problema urbano número uno, es como hacer
que la ciudad, sin dañar más su calidad urbana, reciba casi sin pausa nuevos habitantes.
Es decir, como administrar sabiamente el incontenible crecimiento de la misma, pero de
tal modo que el uso del suelo se maximice y la brecha entre capacidad económica para
generar desarrollo urbano y la dimensión de la ciudad, se vayan cerrando a pesar del
incremento poblacional.

Por otra parte, no es posible planificar la ciudad de Cochabamba sin pensar en niveles
de respuesta a problemas-clave como el empleo y la necesidad de revertir el enorme
universo terciario incrementando la productividad urbana, pues justamente la ciudad
improductiva, convertida en asilo y bazar de comerciantes es la ciudad que más crece y
este es el modelo menos viable y sostenible para proyectar el desarrollo urbano.

Por último, en este orden emergen varias potencialidades promisorias: por una parte, en
el caso de Cochabamba, a nuestro entender, no era necesario decretar la defunción del
actual instrumento de planificación139, sino revisar a fondo sus estrategias espaciales
para armonizarlas con los procesos económicos que estructuran el uso del suelo y el
propio funcionamiento de la ciudad. La gran virtud del Plan Director era su mayor
flexibilidad respecto al Plano Regulador, al punto que podía ser implementado con
planes sectoriales ampliamente debatidos por los actores involucrados, lo que de hecho,
habría facilitado una mejor descentralización de la gestión urbana y habría permitido la
participación popular en términos más gratificantes.
No obstante, lo que tiene que cambiar es el propio concepto de "desarrollo urbano". En
el mundo actual, y sobre todo en situaciones de fuertes limitaciones financieras y
débiles aparatos productivos, este término ya no puede ser sinónimo de ejecución de
maquillajes. El desarrollo urbano significa el apuntalamiento del aparato productivo de
la ciudad, el fortalecimiento de las ventajas comparativas que puedan atraer a los
inversores locales y externos, el mejoramiento del uso del suelo y el combate a la
dispersión residencial, para acceder finalmente a una ciudad manejable, eficiente y
equitativa en la distribución de sus beneficios, todo ello, en el contexto de la visión y
planificación estratégica de un desarrollo urbano definitivamente articulado al progreso
del conjunto de la sociedad.

139
Con posterioridad a la redacción de este texto, se pusieron en boga los planes de Ordenamiento
Territorial, cuya virtud esencial es justamente su flexibilidad y su capacidad de concertación. Sin
embargo, las experiencias sobre este tenor desarrolladas en el Municipio del Cercado, sobrepasan el
límite cronológico trazado para este ensayo.
37

REFLEXIÓN FINAL: LA CIUDAD, LA REGIÓN Y EL SIGLO XXI.

Los vaticinios que se pudieran formular respecto a lo que podría ser la evolución de la
ciudad en el nuevo milenio, es decir el rumbo que pudiera tomar esta larga marcha de
los cochabambinos, requiere de todas formas una mirada hacia el pasado. Cochabamba,
el "granero" del Estado Incaico, del Estado Colonial, del Estado Republicano, trae de
por si el recuerdo de la estrecha relación entre campo y ciudad desde los lejanos tiempos
de Canata primero y de la Villa de Oropesa después. Durante muchos siglos su destino,
es decir sus auges y sus crisis, sus esperanzas y sus frustraciones, estuvieron
indisolublemente ligadas al desarrollo de su agricultura y sus mercados. Encomenderos,
hacendados, terratenientes, yanaconas, arrenderos, piqueros, colonos y "compañeros
campesinos", todos de alguna manera, aun sin llegar a la ciudad, se sintieron vinculados
a ella de una u otra manera, por ser el destino final de muchos de sus productos, por ser
el mercado que regulaba los precios de los cereales, de la chicha, de las harinas, por ser
el sitio donde residían los patrones y sus familias o por ser el sueño y el destino de miles
de migrantes.

Sin embargo, la segunda mitad del siglo XX fue algo más que un tiempo de cambios.
Las transformaciones, a veces silenciosas, a veces acompañadas del bramido de los
pobres de la tierra en busca de saciar su sed de justicia, modificaron definitivamente la
fisonomía de la aldea. No obstante, el cambio más sensible no se operó en el marco de
las transformaciones físicas de la ciudad sino en la ruptura con los esquemas de su
poderoso mercado interior que durantes algo más de dos siglos jugó un rol de resistencia
al avasallamiento colonial y oligárquico.

La Revolución Nacional fue algo más que el inicio de profundas transformaciones en la


composición de las elites regionales o en la configuración de un nuevo modelo de
acumulación. Se puede afirmar que el inicio de las cinco décadas finales del siglo
pasado marca un cambio sensible en la relación Estado-región, hecho que de alguna
manera define el destino de la sociedad cochabambina en este periodo y obviamente en
los albores del siglo XXI. La incorporación de Cochabamba a la economía de la plata en
la colonia y la república, así como a la economía del estaño en la primera mitad del
siglo XX, si bien reproduce su viejo papel de granero o despensa de cereales, lo hace a
su vez, desarrollando opciones que contrarrestan esta dependencia y las fuertes
fluctuaciones de auges y crisis de mercado que supone la misma, privilegiando el
potenciamiento de su mercado interno regional como una suerte de estrategia defensiva
frente a la omisión permanente del deber estatal de promover el desarrollo regional.
Cochabamba desde el siglo XVIII, a lo largo del XIX y en la primera mitad del XX fue
capaz de prescindir de los poderes centrales para proyectar su desarrollo y transformar
la aldeana Villa de Oropesa en una ciudad moderna.

Sin embargo a partir del hito antes señalado, la relación Estado-región sufre un cambio
cualitativo. El modelo de desarrollo capitalista adoptado por el Estado de 1952 define
una estrategia económica, social y política que convierte el complicado vínculo
geográfico entre el altiplano minero y el oriente agroindustrial en un eje de poder y
dominación sobre el conjunto del país. Cochabamba, por primera vez, recibe en forma
persistente la influencia de factores externos que en confluencia con sus coyunturales
debilidades internas terminan convirtiendo esta estratégica región, clave para un
desarrollo nacional integral, en un simple polo de servicios, rol de naturaleza exógena,
que sin embargo pasa a dominar la determinación estructural de la formación social
37

regional. De esta forma la terciarización de la economía cochabambina y el crecimiento


de un nutrido ejército de informales son el producto de una decisión estatal antes que un
rasgo genuino de la economía regional.

Curiosamente, la Reforma Agraria de 1953 fue simultáneamente el fin de una


prolongada era de opresión campesina, pero al mismo tiempo fue el inicio de una nueva
forma de vasallaje más sutil y eficaz. La ciudad no pudo renunciar al campo para
sobrevivir, aun cuando su agricultura se encontraba estancada en los niveles del siglo
XVIII. Los mecanismos del intercambio desigual entre economía parcelaria y mercado
capitalista con el surgimiento de multitud de intermediarios, no solo transformó el
carácter de las ferias y los antiguos sistemas de comercialización de alimentos sino que
reforzó y amplió los viejos centros feriales campesinos y creó nuevos, donde se
comenzó a forjar el nuevo modelo de acumulación, que aseguró la continuidad de la
pobreza rural y la emergencia de las nuevas élites regionales.

La ciudad creció rápidamente y adopto el modelo de desarrollo urbano formulado para


modernizar la fenecida sociedad oligárquica. Sin embargo, el rápido enriquecimiento de
los intermediarios fue paralelo al crecimiento de la pobreza campesina y el inicio de los
torrentes migratorios que no cesaron de fluir desde los años 60. Así la realidad urbana
resultante apenas ha materializado retazos de la "ciudad-jardín" cercado por un
campamento de características rurales que ha generado un crecimiento urbano acelerado
hasta llegar a la escala de un conglomerado metropolitano. No obstante el tamaño de la
ciudad no es un buen certificado de su desarrollo.

Si comparamos los problemas regionales y urbanos de inicios del siglo XX, con los de
su final, podríamos señalar que por lo menos tres cuestiones fundamentales han
quedado sin resolver: Hacia 1900, la ciudad tenía la esperanza de avanzar hacia un
desarrollo industrial acelerado: sus renombrados talleres artesanales, el arribo de
migrantes europeos y la mejora de sus sistemas de comunicación vial hacían florecer
esta esperanza. En este orden los avances fueron muy modestos, la industria regional
aun es frágil, incipiente y dependiente. La cuestión de los caminos, es decir de la
vinculación hacia el Oriente, que clamaba Von Holten después de la guerra del Pacífico,
es todavía una tarea por terminar: la vinculación con Santa Cruz es incompleta sin el
ferrocarril y el camino al Beni era un proyecto sin plazo de realización al filo del siglo
pasado. El agua, ese viejo problema, que había sido una suerte de tormento a lo largo
del siglo XX, como lo fuera en el XIX, era todavía una realidad tangible y una tarea
pendiente no resuelta hasta el presente.

Sin embargo, tal vez, el problema más sensible era el de los mercados para la
producción cochabambina que obsesionó a los encomenderos y hacendados de la
Colonia y quito el sueño a los gamonales del siglo XIX y primera mitad del XX,
cuestión que tampoco había sido resuelta con nitidez al despuntar el siglo XXI. Es más,
hasta diríamos que la situación se había vuelto más oscura, pues aun en el supuesto de
que Cochabamba, a corto plazo estuviera en condiciones de acceder a mercados
próximos y lejanos mediante los corredores bioceánicos, la gran pregunta que queda
flotando es ¿qué le podemos ofrecer al mercado nacional e internacional en términos
competitivos?, ciertamente la economía de la coca no es una alternativa. La industria
local tampoco tiene mucho que ofertar en condiciones favorables y sostenibles. Creo
que aquí radica el gran desafío que la ciudad y la región deben resolver en el curso del
nuevo siglo.
37

Volcando nuestra mirada al Valle Central, estas pocas constataciones nos dan una idea
de los cambios que se han operado. La metrópolis cochabambina expresa bien el nuevo
rol que le asignó el proyecto de modernización del Estado Nacional, esto es su
conversión en un gran espacio de servicios totalmente al margen del desarrollo de su
aparato productivo. Mas bien, el continúo deterioro de éste expulsó y todavía expulsa
fuerza de trabajo rural hacia la ciudad convirtiendo a campesinos en comerciantes
informales, a tal punto que el tamaño de la urbe es un buen indicador de la enormidad
de su atraso agropecuario. No es nada consolador pensar que en la ciudad y la
conurbación se aglomeren más del 50 % de la población departamental en tanto existen
provincias vacías, sumidas en la pobreza extrema y el abandono total o que, mas del 70
% de los hogares urbanos estuvieran por debajo del umbral de pobreza al filo de los
años 90, que un grueso porcentaje de la población económicamente activa estuviere
constituida por trabajadores por cuenta propia y, que pese a todo ello, la ciudad no
cesaba de crecer, agravándose los problemas urbanos y deteriorándose la calidad de vida
que ofertaba la misma a sus habitantes.

No obstante no todo es desesperanza. Su propia aglomeración urbana, en medio de un


mundo que se urbaniza rápidamente, transfiriendo a las ciudades el peso del
protagonismo en los procesos de desarrollo, no deja de ser una ventaja, así como su
emplazamiento central con respecto a los mercados del Atlántico y del Pacífico. Pero tal
vez la ventaja mayor son los propio k'ochalas, esos miles de trabajadores laboriosos,
que saben convertir en positivas las situaciones más adversas y que, podrían convertirse
en el capital humano de emprendimientos audaces.

El destino de la ciudad y el destino de los cochabambinos que iniciaron esta larga


marcha, aún antes de que existiera la Villa de Oropesa, no puede ser otro que el
construir un sólido aparato productivo firmemente articulado al desarrollo rural y a los
vastos recursos naturales que posee el Departamento, generando una dinámica que debe
articularse a las economías externas. Prever que todo puede continuar dentro de los
moldes actuales, e incluso con tintes más sombríos es algo impensable. La esperanza
reposa sobre todo en la habilidad de los cochabambinos para hacer de la adversidad una
ventaja. Esta no sería la primera vez, su larga marcha está llena de este tipo de milagros,
su historia, la historia de esta marcha, la que acabamos de relatar, así lo demuestra.

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INDICE DE GRAFISCOS

GRAFICO 1: Esquema de la dinámica de la economía colonial según Assadourian


GRAFICO 2: Zonas ecológicas de Bolivia
GRAFICO 3: Plaza mayor y trazado del damero
GRAFICO 4: Esquema de la plaza mayor
GRAFICO 5: Esquemas urbanos elaborado por Guamán Poma de Ayala.
GRAFICO 6: Casonas de molde colonial

ÍNDICE DE MAPAS

MAPA 1: Mapa de la Región de los Lupaqa visitada por Garci Diez de San Miguel
(1567)
MAPA 2: Visión de los valles de Cochabamba - siglo XVI
MAPA 3: El Valle Bajo de Cochabamba
MAPA 4: Vías de comunicación terrestre - siglo XVI y XVII.
MAPA 5: Áreas aproximadas de los asentamientos de mitimaes en los valles de
Cochabamba, siglo XVI.
MAPA 6: Los reinos aymaras
MAPA 7: El dominio del Estado Inca en tierras de Charcas
MAPA 8: El territorio aproximado de la Audiencia de Charcas
MAPA 9: Flujos comerciales generados por la minería potosina - Siglos XVII y XVIII.
MAPA 10: Distribución de las tierras del inca Huayna Kapac en el Valle Bajo de
Cochabamba (Siglos XV – XVI).
MAPA 11: Comunidades, haciendas y chacaras en el Valle Bajo de Cochabamba
(Siglos XVI y XVII)
MAPA 12: Área de mercado destinada a los productos agrícolas del Valle Bajo
de Cochabamba (Siglos XVI y XVII).
MAPA 13: Vinculación de los valles de Cochabamba con la red vial y comercial
del Virreinato del Perú.
MAPA 14: Influencia comercial de Potosí en los territorios de Charcas
MAPA 15: La región de Cochabamba y sus vinculaciones en las primeras décadas
del Siglo XX.
MAPA 16: Bolivia: vinculaciones internas y externas en la primera mitad del Siglo XIX
MAPA 17: Anteproyecto del Plan Regional.
MAPA 18: El ordenamiento territorial propuesto por el Plan Nacional de Desarrollo
Económico y Social
MAPA 19: Área de influencia de la ciudad de Cochabamba
MAPA 20: El sistema urbano en Bolivia

ÍNDICE DE PLANOS

PLANO 1: Cochabamba en 1812


PLANO 2: Patrones de asentamiento y uso del suelo urbano, suburbano y rural.
Fines del Siglo XVIII
PLANO 3: Valores inmobiliarios en la ciudad de Cochabamba - primera mitad del
Siglo XIX (1831)
PLANO 4: Zonificación de las actividades urbanas - Siglo XIX.
PLANO 5: Distribución espacial de los principales oficios artesanales en la
38

ciudad de Cochabamba – 1826.


PLANO 6: Tercer Cuartel urbano de la ciudad de Cochabamba
PLANO 7: Esquema de la estructura urbana fines del Siglo XIX.
PLANO 8: Esquema de la propuesta de “modelo” o “plano regulador” de Ramón
Rivero (1909)
PLANO 9: La expansión urbana en el Siglo XIX.
PLANO 10: Densidad poblacional por cuarteles y sectores mas densamente
edificados – 1880.
PLANO 11: Manzanas según tamaño y uso de la propiedad 1880 – 1886.
PLANO 12: Comercio y mercado urbano de chicha – 1896.
PLANO 13: Rutas de transporte urbano en la primera mitad del siglo XX.
PLANO 14: Principales equipamientos urbanos en 1919
PLANO 15: Cochabamba en 1908.
PLANO 16: La ciudad de Cochabamba en los años 40: zonas urbanas y la
situación de los servicios básicos (agua, alcantarillado y energía).
PLANO 17: Esquema del “plan de urbanismo” propuesto por el Ing. Miguel
Rodríguez en 1937.
PLANO 18: Urbanización de la zona Noreste de la ciudad.
PLANO 19: Apertura y ensanche de vías (1931-1940).
PLANO 20: Estudio de Zonificación Económica y Vialidad Dominante – plan urbano
propuesto por el Arq. Luís Muñoz Maluschka
PLANO 21: Vías de penetración a la ciudad con relación a los puntos de grandes
concentraciones de población.
PLANO 22: Proyecto de formación de una red de avenidas y de ensanche de calles
secundarias (1947) - Primera Alternativa.
PLANO 23: Proyecto de formación de una red de avenidas y de ensanche de calles
secundarias - Segunda Alternativa
PLANO 24: Plano de la región de influencia inmediata de la ciudad de Cochabamba
PLANO 25: Plan del Sistema Viario y Zonificación del Uso de la Tierra.
PLANO 26: Estudio de la circulación – 1947
PLANO 27: Plano de Normas Generales para la Edificación
PLANO 28: Urbanización del Casco Viejo: Sistema Viario
PLANO 29: Propuesta urbana del Arq. Franklin Anaya
PLANO 30: Cuarteles urbanos hacia 1900
PLANO 31: La ciudad de Cochabamba en los años 20
PLANO 32: El perímetro urbano del Plano Regulador y la ciudad en los años 40.
PLANO 33: La expansión urbana entre 1900 y los años 70.
PLANO 34: Expansión urbana a fines de los años 70
PLANO 35: La conurbación espontánea a principios de los años 80
PLANO 36: Expansión urbana y densificación en 1945
PLANO 37: “Rebalses urbanos” que vulneran el perímetro del Plan Director a inicios de
los años 80.
PLANO 38: Densidades urbanas de acuerdo al Censo de 1967
PLANO 39: Densidades urbanas de acuerdo al Censo de 1976
PLANO 40: Mercado inmobiliario en 1980.
PLANO 41: Esquema del proceso urbano en los años 80.
PLANO 42: Distribución espacial aproximada de estratos socioeconómicos en la ciudad
. de Cochabamba
38

PLANO 43: La conurbación de Cochabamba en los años


PLANO 44: Estructura centrípeta - centrifuga de la Conurbación de Cochabamba
PLANO 45: La expansión urbana en los años 90
PLANO 46 Densidades urbanas de acuerdo al Censo de 1996
PLANO 47: Urbanizaciones, loteos y fraccionamientos a inicios de los años 90
PLANO 48: Áreas criticas desde el punto de vista habitacional en la Conurbación de
. Cochabamba.
GRÁFICOS
39

Gráfico Nº 1
ESQUEMA DE LA DINÁMICA DE LA ECONOMÍA
COLONIAL

Fuente: Assadourian, 1982


39

Gráfico Nº 2
ZONAS ECOLÓGICAS DE BOLIVIA

Fuente: Larson, 1992


Gráfico Nº 3
PLAZA MAYOR Y TRAZADO DEL DAMERO
HISPANO
39

Grafico Nº 4
ESQUEMA DE LA PLAZA MAYOR

Fuente; Rojas-Mix, 1978


Grafico Nº 5
ESQUEMAS URBANOS ELABORADOS POR
GUAMAN POMA DE AYALA
Fuente: Rojas-Mix, 1978
39

Gráfico Nº 6
CASONAS DE MOLDE COLONIAL
39

MAPAS
39

Mapa Nº 1
MAPA DE LA REGIÓN DE LOS LUPACA VISITADA
POR GARCI DIEZ DE SAN MIGUEL
EN 1567
39

Mapa Nº 2
LOS VALLES CENTRALES DE COCHABAMBA –
Siglos XVII-XVIII
39

Mapa Nº 3
EL VALLE BAJO DE COCHABAMBA
40

Mapa Nº 4
VÍAS DE COMUNICACIÓN TERRESTRE
Siglos XVI y XVII
40

Mapa N.º 5
ÁREA APROXIMADA DE LOS ASENTAMIENTOS
DE MITIMAES EN LOS VALLES DE
COCHABAMBA – Siglo XVI
40

Mapa Nº 6
LOS REINOS AYMARAS
40

Mapa Nº 7
EL DOMINIO DEL ESTADO INCA EN TIERRAS DE
CHARCAS
40

Mapa Nº 8
EL TERRITORIO APROXIMADO DE LA
AUDIENCIA DE CHARCAS
40

Mapa Nº 9
FLUJOS COMERCIALES GENERADOS POR LA
MINERÍA POTOSINA - Siglos XVII – XVIII
40

Mapa Nº 10
DISTRIBUCIÓN DE LAS TIERRAS DEL INCA
HUAYNA KAPAC EN EL VALLE BAJO DE
COCHABAMBA – Siglo XV-XVI
40

Mapa Nº 11
COMUNIDADES, HACIENDAS Y CHACARAS EN
EL VALLE BAJO DE COCHABAMBA
Siglos XVI y XVII
40

Mapa Nº 12
ÁREA DE MERCADO DESTINADA A LOS
PRODUCTOS AGRICOLAS DEL VALLE BAJO DE
COCHABAMBA - Siglos XVI y XVII
40

Mapa Nº 13
VINCULACIÓN DE LOS VALLES DE
COCHABAMBA CON LA RED VIAL Y COMERCIAL
DEL VIRREINATO DEL PERÚ
Mapa Nº 14
INFLUENCIA COMERCIAL DE POTOSÍ EN LOS
TERRITORIOS DE CHARCAS
411

Mapa Nº 15
LA REGIÓN DE COCHABAMBA Y SUS
VINCULACIONES EN LAS PRIMERAS DÉCADAS
DEL SIGLO XX
Mapa Nº 16
BOLIVIA: VINCULACIONES INTERNAS Y
EXTERNAS EN LA PRIMERA MITAD DEL S. XIX
Mapa Nº 17
ANTEPROYECTO DEL PLAN REGIONAL
Mapa Nº 18
ORDENAMIENTO TERRITORIAL PROPUESTO
POR EL PLAN NACIONAL DE DESAROLLO
ECONÓMICO Y SOCIAL (1976)
Mapa Nº 20
EL SISTEMA URBANO EN BOLIVIA EN LA
DÉCADA DE 1990
41

PLANOS
URBANOS
41

Plano Nº 1
COCHABAMBA EN 1812
41

Plano Nº 2
PATRONES DE ASENTAMIENTO Y USO DEL
SUELO URBANO, SUBURBANO Y RURAL A
FINES DEL SIGLO XVIII
Plano Nº 3
RANGOS DE VALORES INMOBILIARIOS EN LA
CIUDAD DE COCHABAMBA
Primera mitad del siglo XIX
42

Plano Nº 4
ZONIFICACIÓN DE LAS ACTIVIDADES URBANAS
EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX
42

Mapa Nº 5
DISTRIBUCIÓN ESPACIAL DE LOS PRINCIPALES
OFICIOS ARTESANALES EN LA CIUDAD DE
COCHABAMBA (1826)
42

Plano Nº 6
TERCER CUARTEL URBANO DE LA CIUDAD DE
COCHABAMBA
42

Plano Nº 7
ESQUEMA DE LA ESTRUCTURA URBANA
Fines del siglo XIX
Plano Nº 8
ESQUEMA DE LA PROPUESTA DE “MODELO” O
“PLANO REGULADOR” DE RAMON RIVERO (1909)
Plano Nº 9
LA EXPANSIÓN URBANA EN EL SIGLO XIX
42

Plano Nº 10
DENSIDAD POBLACIONAL POR CUARTELES Y
SECTORES MÁS DENSAMENTE EDIFICADOS
SEGUN CENSO DE 1880
Plano Nº 11
Manzanas según tamaño y uso de la propiedad
1880 - 1886
42

Plano N.º 12
Ciudad de Cochabamba:
COMERCIO Y MERCADO URBANO DE LA
CHICHA HACIA 1880
43

Plano Nº 13
Rutas de transporte urbano en la primera mitad
del siglo XX
Plano Nº 14
PRINCIPALES EQUIPAMIENTOS URBANOS
EN 1919
43

Plano Nº 15
COCHABAMBA EN 1908
Plano N.º 16
SITUACION DE LOS SERVICIOS BÁSICOS
URBANOS (Agua, alcantarillado y energía
eléctrica) EN 1945
Plano Nº 17
Esquema del “Plan de Urbanismo” propuesto por
el Ing. Miguel Rodríguez en 1937
43

Plano Nº 18
URBANIZACIÓN DE LA ZONA NORESTE DE LA
CIUDAD
Plano Nº 19
APERTURA Y ENSANCHE DE VÍAS (1931 – 1940)
Plano Nº 20
ESTUDIO DE ZONIFICACIÓN ECONÓMICA Y
VIALIDAD DOMINANTE - PLAN URBANO
PROPUESTO POR EL ARQ. LUÍS MUÑOZ
MALUSCHKA
Plano Nº 21
VIAS DE PENETRACIÓN A LA CIUDAD CON
RELACIÓN A LOS PUNTOS DE GRANDES
CONCENTRACIONES DE POBLACIÓN (1947)
Plano Nº 22
PROYECTO DE FORMACIÓN DE UNA RED DE
AVENIDAS Y DE ENSANCHE DE CALLES
SECUNDARIAS (1947) – Primera Alternativa
44

Plano Nº 23
PROYECTO DE FORMACIÓN DE UNA RED DE
AVENIDAS Y ENSANCHE DE CALLES
SECUNDARIAS – Segunda Alternativa
Plano Nº 24
PLANO DE LA REGIÓN DE INFLUENCIA
INMEDIATA DE COCHABAMBA
SEGÚN EL PLANO REGULADOR

Fuente: Urquidi, 1961


Plano Nº 25
PLAN DEL SISTEMA VIARIO Y ZONIFICACIÓN
DEL USO DE LA TIERRA
Plano Nº 26
ESTUDIO DE LA CIRCULACIÓN 1947
Plano Nº 27
PLANO DE NORMAS GENERALES PARA LA
EDIFICACIÓN
44

Plano Nº 28
URBANIZACIÓN DEL CASCO VIEJO: SISTEMA
VIARIO
Plano Nº 29
PROPUESTA URBANA DEL ARQUITECTO
FRANKLIN ANAYA
Plano Nº 30
CUARTELES URBANOS HACIA 1900
Plano Nº 31
LA CIUDAD DE COCHABAMBA EN LAS DOS
PRIMERAS DÉCADAS DEL SIGLO XX: SU LENTO
RITMO DE CRECIMIENTO
Plano Nº 32
EL PERIMETRO URBANO DEL PLANO
REGULADOR Y LA CIUDAD EN LA DÉCADA
DE 1940
45

Plano Nº 33
LA EXPANSIÓN URBANA ENTRE 1900 Y 1970

Fuente: Solares, 1990


Plano Nº 34
LA EXPANSIÓN URBANA A FINES DE LA
DÉCADA DE 1970
Cuadro N.º 35
LA CONURBACIÓN ESPONTÁNEA EN LA
DÉCADA DE 1990
Plano Nº 36
EXPANSIÓN URBANA Y DENSIFICACIÓN
EN 1945
45
Plano Nº 38
DENSIDADES URBANAS EN LA DÉCADA
DE 1960
Plano Nº 39
DENSIDADES URBANAS EN LA DÉCADA
DE 1970
Plano Nº 40
MERCADO INMOBILIARIO EN 1980
Cuadro Nº 41
ESQUEMA DEL PROCESO URBANO EN LA DÉCADA
DE 1980
45

Plano Nº 42
DISTRIBUCIÓN ESPACIAL APROXIMADA DE
ESTRATOS SOCIO ECONÓMICOS EN LA CIUDAD DE
COCHABAMBA EN LA DÉCADA DE 1980
46

Plano Nº 43
LA CONURBACIÓN DE COCHABAMBA EN LA
DÉCADA DE 1990
Mapa Nº 44
ESTRUCTURA CENTRIPETA – CENTRIFUGA
DE LA CONURBACIÓN DE COCHABAMBA
EN LA DÉCADA DE 1980

Fuente: Elaboración propia en base al “Plano General del Área Urbana de Cochabamba”
de la H. Alcaldía.
46

Plano Nº 45
LA EXPANSIÓN URBANA EN LA DÉCADA DE
1990
Plano Nº 46
DENSIDADES URBANAS DE ACUERDO AL
CENSO DE 1992
Plano Nº 47
URBANIZACIONES, LOTEOS Y FRACCIONAMIENTOS A
INICIOS DE LA DÉCADA DE 1990
Plano Nº 48
ÁREAS CRÍTICAS EN MATERIA DE CALIDAD
HABITACIONAL EN LA CONURBACIÓN DE
COCHABAMBA (1995)
46

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