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DE LA VILLA DE OROPESA A
LA METROPOLIZACIÓN
4
* CONSULADO DE ESPAÑA
* Corporación COMTECO
* Servicio de Aeropuertos Bolivianos S.A. SABSA
* Lavandería industrial EL VALLE
* GRANIZO BLANCO
* OTB CAP GERÓNIMO DE OSORIO
Editorial GRAFISOL
Calle Sanbtivañez Nº171 entre Junín y Ayacucho
Telf. 4583705
Queda rigurosamente prohibido, sin autorización escrita del titular del Copryght, bajo
sanciones previstas por ley, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
medio de procedimiento, comprendidos la fotocopia y el tratamiento digital en
cualquiera de sus alternativas.
INDICE
Introducción 5
El valle precolonial 11
Las razones que dieron origen a la aldea precolonial 15
La Villa de Oropesa en sus primeros tiempos 21
La estructura interna de la Villa de Oropesa 26
Cochabamba y la decadencia de la minería potosina 33
Ciudad, arquitectura y sociedad en la época de Viedma 41
BIBLIOGRAFÍA 373
ÍNDICE DE GRÁFICOS 384
ÍNDICE DE MAPAS 384
ÍNDICE DE PLANOS 384
ANEXO CARTOGRÁFICO 387
Agradecimientos
“La larga marcha de los cochabambinos” ciertamente hace honor a su título en cuanto a
su publicación se refiere, pues por muchos años fue una obra inédita y así figuró en las
referencias bibliográficas de otros libros que fueron escritos posteriormente y que
tuvieron la suerte de salir a luz con mayor prontitud. Exactamente hace algo más de 15
años, esta obra me fue sugerida por mi buen amigo Augusto Argandoña que en esa
época estaba empeñado en elaborar el Catastro Multiutilitario de la H. Alcaldía de
Cochabamba.
Estamos convencidos de que la marcha de los pueblos es la marcha por los senderos que
les traza su historia, por tanto conocer como se construyeron estos senderos y como se
vencieron los obstáculos que se les pusieron al frente, identificando al mismo tiempo las
tareas pendientes que deben ser asumidas en el inmediato y mediato futuro, para que la
misma materialice las aspiraciones de progreso por el cual muchos vallunos entregaron
sus bienes más preciados y su propia vida; es el objetivo principal de este trabajo.
Sin embargo, hasta fines de los años 90 e incluso hasta el filo de la primera década del
siglo XXI, todo parecía indicar que esta obra seguiría durmiendo por mucho tiempo
más, el sueño de los justos. No obstante, y contra todo pronóstico, fueron, diríamos, la
encarnación de los principales actores de la misma, gentes del pueblo de Cochabamba
presentes en la Organización Territorial de Base Jerónimo de Osorio representada por
dos vigorosos batalladores: Hugo Pérez Montaño, su presidente y Eduardo Cossío
Argandoña, un vecino representante de la OTB; quienes rompieron con el largo
anonimato del trabajo que ahora tiene en sus manos el amigo lector. Su tesón para
golpear puertas, motivar auspiciadores, no aceptar de ninguna manera ocasionales
negativas, y sobre todo, su alto espíritu de cochabambinidad, dieron por resultado el que
fuera tomando forma y cuerpo la realidad de esta publicación. Considero que ellos
expresan bien ese espíritu valluno inclaudicable que ha inspirado este trabajo, por ello,
para ellos mi eterno agradecimiento.
INTRODUCCION:
Las ciudades son probablemente las formas de realidad material más complejas creadas
por la cultura humana. Por ello mismo, difícilmente el urbanismo u otras disciplinas
pueden pretender abarcar dentro de sus límites de conocimiento toda esta multifacética
complejidad. Las aglomeraciones humanas han sido motivo de estudio desde los propios
inicios de la historia, no en vano, se admite que los albores de la propia Civilización se
vinculan con asentamientos estables donde se crearon las condiciones propicias para el
desarrollo de la escritura, las artes y la ciencia. Hombres de letras y científicos de todos
las épocas se han ocupado de reflexionar sobre su tiempo, su cultura y sus orígenes
desde la perspectiva de sus ciudades, por constituir éstas las referencias más idóneas
para recuperar memorias, añoranzas y esperanzas colectivas e individuales.
La ciudad ha sido vista con ojos de políticos, sociólogos, poetas, literatos, pintores,
músicos, viajeros, geógrafos, militares, urbanistas, economistas, médicos, juristas y
cuanto especialista en las extensas ramas del conocimiento humano existan. El tema ha
dado lugar a una enorme bibliografía, ha inspirado obras de arte, tratados de filosofía y
ciencia política, ha motivado los grandes despliegues del ingenio humano a través de
maravillosas obras de arquitectura, diseño urbano e ingeniería. Por si fuera poco, las
ciudades además han sido los escenarios donde se han desarrollado gran parte de los
acontecimientos históricos más relevantes de la Humanidad.
Es indudable que la ciudad es algo más que su envoltura física: los objetos edificados
que la conforman, las vías por donde fluye la continua dinámica social y económica que
de alguna manera proporciona sentido a su calidad de conglomerado, su funcionalidad
que posibilita la materialización de innumerables actividades, sus instituciones que
realzan su jerarquía; definen su personalidad espacial, cultural e histórica. En alguna
fuente bibliográfica que no recuerdo, quedó registrada la idea de que la ciudad es una
especie de un enorme y maravilloso libro que permite infinidad de lecturas a muchos
hombres y mujeres que procuran desde su tiempo comprender este complejo mundo
citadino, registrando sus motivaciones y describiendo los sentimientos que les provoca
esta compleja aglomeración, a través de crónicas, relatos de viajeros, descripciones de
notables o simples registros de funcionarios anónimos, todos ellos preocupados desde
infinidad de puntos de vista, de registrar la memoria de su tiempo y los imaginarios que
dan vuelo a sus esperanzas con respecto al porvenir de su campanario. Si pensamos la
ciudad como un escenario, donde los propios actores preparan continuamente "el
decorado" de sus actuaciones, es decir, de los despliegues vitales de su época, y bajo
cuya dinámica, las propias clases sociales fueron adquiriendo una fisonomía peculiar en
cada región, es por que en este proceso continuo de mejorar y preparar la escena que
representaría mejor su concepción de progreso y modernidad, no sólo se amasaron
alegorías del futuro, sino se nutrieron las acciones cotidianas con la mística del pasado,
permitiendo que sus visiones de porvenir expresaran con renovado vigor y originalidad
las viejas identidades que dieron sentido a una apropiación histórica particular.
Sin embargo, todo este inconmensurable acopio de conocimiento está lejos de haber
agotado las posibilidades de estudio de las ciudades, pues la realidad urbana al ser no
solo la proyección sino la extensión tridimensional de la pasión creadora de los
hombres, tiene la virtud de multiplicar su complejidad en el mismo ritmo en que se
acumulan sin cesar nuevas facetas del conocimiento científico en sus vertientes sociales
y tecnológicas. Esta es la razón por la cual las urbes continúan inspirando nuevos puntos
de vista para describir su realidad o enriquecer alternativas poco trabajadas con nuevos
enfoques.
Lo que nos proponemos mostrar es esa prolongada búsqueda del porvenir, que hemos
denominado “La larga marcha de los cochabambinos”, es decir, una síntesis de la
amplitud de ese proceso histórico que transformó la tranquila y solariega Villa de
Oropesa cuyos rasgos eran todavía plenamente visibles al comenzar el siglo XX, en una
pujante urbe en proceso de metropolización al finalizar el mismo. Sin embargo, esta no
es precisamente una reseña de episodios aislados y hechos anecdóticos, una descripción
simplificada de nuestro pasado, sino más bien, un repaso del difícil trajinar de los
cochabambinos por esa sinuosa senda que conduce al progreso y al desarrollo.
Deseamos mostrar que la Cochabamba actual con sus logros y frustraciones, no es el
producto de una casualidad ni el resultado de una fatalidad. Muchas generaciones llenas
de esperanzas y aspiraciones han modelado la realidad de la urbe actual y su región. La
intención que nos impulsa es mostrar un panorama del devenir histórico que modeló la
realidad actual, pues consideramos que la angustiante pregunta de ¿quiénes somos, a
donde vamos y qué deseamos?, sólo es posible responderla desde una perspectiva
histórica, pues los desafíos del futuro, con frecuencia son apenas proyecciones del
pasado que se presentan con nuevos ropajes y apariencias novedosas. Desconocer la
delicada dialéctica que entrelaza pasado, presente y porvenir es condenarnos a andar
con los ojos vendados y tropezarnos una y otra vez, en los mismos obstáculos que
interrumpieron la marcha hacia el progreso que pretendieron las generaciones pasadas.
Los diferentes capítulos del texto desarrollan estas ideas en el contexto de situaciones
históricas concretas. La historia de la ciudad es también la historia de su región y del
propio Departamento. En la ciudad capital se condensan las fuerzas sociales regionales
y todas su tensiones y, en este caso, no es posible establecer diferencias de orden físico
12
o metodológico sin dañar la riqueza de las tramas y las redes que entreteje la geografía
departamental y sus gentes con la “Llajta” y “la Cancha”, pero también con otros
valores y aspiraciones, que combinados con los anteriores, le dan a la historia de la
formación social cochabambina y de su ciudad, ese especial sabor de originalidad y
riqueza que esperamos haber podido capturar de alguna manera.
Por tanto, una vez más, no se trata de un estudio estricto de la forma urbana de
Cochabamba, estudio que además, nos parece poco interesante dado el gran riesgo que
corren trabajos de esta naturaleza, al reducir un fenómeno de gran riqueza y
complejidad, a una mera descripción de lugares y sitios desligados de su esencia
formativa y significativa. La intención es mostrar cómo la estructura espacial y el
ordenamiento territorial resultante encuentran sentido y significación como parte
sustancial y dimensión material de la dinámica de los hombres y mujeres para producir
bienes de valor económico y cultural, incorporando a esta dialéctica la construcción de
su propio hábitat. La idea es aportar a una explicación ágil y directa sobre una temática
normalmente compleja con el objeto de proporcionar materiales de reflexión a los
planificadores, pero también a los profesionales que organizan el espacio desde diversas
disciplinas, y especialmente a los ciudadanos comunes que viven y sufren las
imperfecciones de una adecuada correspondencia entre hábitat y sociedad.
Por último, debemos aclarar un par de aspectos: por una parte, la versión original de
este ensayo fue iniciada en 1995 y concluida en 1997, luego fue revisada en forma
13
CAPITULO I
LA ALDEA COLONIAL
Los modeladores del espacio de Charcas y de su economía fueron por tanto Potosí
como el centro minero y Lima como la sede principal del poder colonial. Ciertos autores
como Sempat Assadourian (1982) y Miguel Glave (1989), han sugerido que el "cerro
rico" operó como el verdadero motor de la economía colonial. El descubrimiento de los
ricos yacimientos argentíferos en 1545 fue el punto de partida de toda una gigantesca
estructuración espacial y social para crear las condiciones generales de desarrollo de la
naciente economía de la plata. La forma como Potosí y Lima se vincularían y
establecerían flujos de comunicación y sobre todo de transporte de las riquezas
minerales, en forma estable y segura, fueron los motivos fundamentales de la
organización territorial de Charcas para imponer el orden colonial. Lima cumplió el rol
de centro político y difusor de los intereses y valores del Estado colonial. A Potosí le
correspondió el rol económico de centro productor de riqueza, por tanto la creciente
población española y de fuerza laboral indígena que comenzó a aglutinar requería ser
abastecida con la dieta europea y aborigen simultáneamente. Este requerimiento pasó a
ser cubierto por un hinterland regional de valles andinos entre los que se encontraban
los valles de Cochabamba. Lima, ante la necesidad de afianzar su hegemonía sobre tan
enorme fuente de riqueza logró el monopolio del comercio con los puertos españoles,
prohibiéndose a su vez la producción local de géneros que hicieran la competencia a
dicho comercio. Así se consolidó el centro político y comercial limeño y el centro
productor minero, que durante casi dos siglos tejieron la estructura del espacio y la
economía colonial (Ver Grafico 1).
Lo anterior hace imperioso dividir el análisis que abarca el presente capítulo, en por lo
15
menos tres periodos: uno precolonial que analizaremos brevemente; otro fundacional y
de constitución del espacio de la sociedad colonial valluna; y finalmente, un tercero que
haga referencia al debilitamiento del orden colonial paralelo a la decadencia de Potosí.
El valle precolonial:
John V. Murra (1975) entre otros estudiosos, introdujo una interesante hipótesis para
explicar estos hechos aparentemente extraños, sobre todo porque contradecían la
creencia generalizada de una prolongadísima presencia incaica en estos territorios. El
citado autor, para explicar la presencia de colonias de lupacas, aymaras y otros
antiquísimos reinos andinos, incluso anteriores al Imperio Incaico, introdujo la noción
de "control vertical de pisos ecológicos" como el eje de ordenamiento del espacio y la
economía en las formaciones andinas precoloniales. De esta manera esbozó una
explicación sobre las formas de apropiación del territorio que desarrollaron los antiguos
reinos para acceder a diversos recursos naturales imprescindibles para su supervivencia
y que no podían ser producidos en las condiciones climáticas de su hábitat natural. Así
los reinos asentados a orillas del lago Titikaka, como los de las costas del Pacífico o la
puna andina, poseían tanto en estos territorios, como en los valles mesotermicos y los
yungas una suerte de poblaciones residentes o colonias que desarrollaban una especie de
agricultura y pecuaria complementaria para abastecer sus reinos de origen. Estos
primeros colonos del valle central fueron conocidos como mitimaes o mitimaqs
(MURRA, obra citada.) -Ver Mapa 1 y Gráfico 2.
cordón cordillerano que los separaba de otras regiones e impedía severamente una
conexión más fluida con el altiplano e incluso con otros valles andinos. Similares
cadenas montañosas hacia el Norte y el Oriente impedían a estos valles lograr una
vinculación más directa con las llanuras amazónicas. Pese a esto, los valles de
Cochabamba no eran callejones sin salida. Los trajines de quechuas, aymaras y otras
etnias se posibilitaban siguiendo hacia el Occidente el curso de los ríos. Sin embargo,
dichos valles estaban a trasmano de los caminos que conducían los flujos de productos y
productores de las tierras altas hacia la cuenca del Pacífico o las llanuras tropicales más
accesibles desde Chuquiago (Ver mapas 1 y 4). No obstante, los diversos pueblos
andinos que alcanzaron los valles de Cochabamba, lo hicieron transitando los lechos de
los ríos Arque y Tapacarí, que se convirtieron en la ruta natural que comunicó estos,
tantas veces citados valles centrales, con la meseta andina a lo largo de muchos siglos.
No existe un registro exhaustivo del poblamiento étnico del valle y de la forma como
estaban organizadas estas colonias. Lo probable es que se trataba de asientos de
migrantes cuya ocupación del territorio y el sentido de organización del mismo se
perdieron con los efectos de la expansión incaica e hispana. Por lo menos desde
mediados del siglo XV, la población de estos valles vio alterada profundamente su
forma ancestral de organización por la expansión del Imperio Inca sobre estos territorios
y luego la posterior presencia de los conquistadores hispanos. Estos hechos dieron lugar
a una compleja red de tenencias de tierras y derechos sobre éstas, promoviendo cruces
de intereses inter e intra-étnicos que dividieron el territorio y lo hicieron vulnerable a la
acción disolvente de los colonizadores europeos.
Las extensas redes de pisos ecológicos que sugiere Murra al parecer fueron organizadas
a partir de grupo nucleares con lazos de parentesco que se asentaron en "bolsas de
suelos fértiles" (Larson, 1992) a lo largo de los valles mesotermicos andinos. Los
mitimaes que habitaban estos asentamientos cultivaban algunos cereales como el maíz,
tubérculos y ají e incluso coca en las zonas de yungas. Una vista panorámica de las
cuencas interandinas seguramente podría mostrar una sucesión de pequeñas aldeas de
formaciones sociales comunitarias o ayllus, férreamente separados de sus vecinos que
con frecuencia eran hostiles entre sí, pero en compensación, estaban unidos por fuertes
lazos de parentesco a reinos étnicos en el altiplano. De esta manera cada reino andino
poseía un nivel de control sobre una cierta diversidad ecológica que hacía factible
alcanzar un grado de diversidad alimentaria que a su vez posibilitaba la supervivencia
en las áridas mesetas y punas de los Andes (Ver Mapa 6).
Esta forma, tal vez milenaria de ocupación de los valles centrales, se vio bruscamente
interrumpida por la irrupción del Imperio Inca y la posterior llegada de los españoles en
la segunda mitad del siglo XV. Diversas fuentes concuerdan en admitir que el Valle de
17
De acuerdo a Waldemar Espinoza (2003) fue en realidad el Inca Tupac Yupanqui quien
hizo efectiva la invasión y conquista del valle de Cochabamba, habitada originalmente
por las etnias de Cotas, Chuy y Sipe Sipe, quienes fueron convertidos en mitimaes y
trasladados hacia la frontera con los chiriguanos en las zonas de Pocona y Misque como
se mencionó anteriormente, donde les asignaron nuevas tierras. El citado Inca se
adjudicó para sí las tierras de Cala Cala haciéndolas trabajar con mitayos del lugar. Sin
embargo, fue Huayna Capac quien confiscó la totalidad de las tierras del valle central
expulsando a la población nativa y repoblándola con mitimaes. Espinoza sostiene que
este Inca hizo caminar hasta Cochabamba a 14.000 trabajadores procedentes de diversas
etnias: Quillacas, Chilques, Chiles, Collas de Azangaro, Uros y Soras de Paria,
Caracaras, Chichas, Charcas y Yamparaes, además de Cuntis o Condes reasentados en
Wuayruro y Condebamba e incluso indios Icas dedicados a la siembra de ají y maní en
un sitio denominado Icallunga o Icapampa, además de indios yungas plateros
provenientes de la costa peruana cercana a Lima. En suma, el Valle de Cochabamba fue
repoblado por gente trasladada de muchos lugares del Tahuantinsuyo.
etnias relocalizadas mediante “suyos”2, a través de los cuales fue estructurado un amplio
archipiélago estatal consagrado a la producción de maíz en gran escala, estando
asegurado el mantenimiento de la fuerza de trabajo necesaria para este emprendimiento
mediante el autoabastecimiento que suponía la producción de subsistencia de los citados
suyos.
Gordillo y del Rio (obra citada), sugieren que todo este proceso, constituyó una enorme
empresa que solo pudo ser factible bajo un estricto control de bienes y servicios a cargo
de una estructura de mandos y jerarquías, donde quienes posibilitaban la materialización
de esta formación social sustitutiva de los antiguos asentamientos independientes de
etnias eran los "señores principales" de las naciones involucradas que proveían el
caudal necesario de fuerza de trabajo, razón por la cual tenían gran ascendiente y eran
recompensados con determinados bienes (tierras, esposas, objetos suntuarios, yanas,
etc.) llegando algunos de ellos a cargos privilegiados en el aparato estatal. Así mismo se
sugiere que a lo largo del dominio cusqueño se estructuraron múltiples alianzas de
diversa importancia con los caciques locales, quienes cobraron vigencia y privilegios en
función al "número de cabezas de familia" que controlaban con el objetivo de ejercer un
dominio y control indirecto sobre los valles y someter a los diferentes mandos de las
etnias a través de un sistema de favores y privilegios. Este control estatal convirtió los
valles en un enclave de múltiples funciones económicas, militares y religiosas que
favorecieron la expansión incaica en su último periodo, en cuyo contexto se
distribuyeron tierras y se organizó la fuerza de trabajo sobre la base del sistema decimal.
Estas iniciativas de organización social y política para controlar los nuevos territorios en
los valles andinos, fueron las que posibilitaron a los caciques o señores de las etnias a
plegarse a la nueva organización estatal que emergió con la destrucción del dominio
Inca a manos de los conquistadores hispanos.
De acuerdo a Brooke Larson, el panorama trazado por Gordillo y Del Río, permite
entender mejor “la estratégica - y quizás- única posición” que ocuparon los valles de
Cochabamba en el mundo andino. Desde esta óptica, estos valles fueron unos
"microcosmos de pluralismo étnico", unas tierras de encuentros y trajines, pero sobre
todo de producción de alimentos básicos como el maíz que permitieron materializar
toda una estrategia de complementariedad entre las punas andinas y los valles
mesotermicos, estimulando la colonización y la coexistencia pacífica de diversos reinos
del altiplano, "desde el sur del Perú hasta el norte de Chile". La intervención incaica, a
través de Huayna Kapac vino a promover importantes modificaciones en este mosaico
étnico, pero sin llegar a destruir el principio de organización de pisos verticales a que
estaban articulados estos valles. El Estado Incaico modificó sin embargo la organización
de pequeños bolsones o asentamientos étnicos relativamente diversos y dispersos, en
provecho de la intensificación y centralización de la producción. De esta manera, el
Valle Bajo pasó a convertirse en un gran centro de producción de maíz. Las abundantes
cosechas recogidas, sin duda muy superiores a todo lo logrado por los diversos
asentamientos previos en forma independiente, fueron distribuidas a las poblaciones de
los dilatados territorios de Imperio, pero además almacenado para el consumo ritual de
los Incas, así como para hacer frente a situaciones de crisis alimentaria. De acuerdo a
Larson, Cochabamba fue realmente un centro neurálgico del Estado Inca (Ver Mapa 7):
2
Estos suyos, de acuerdo a Wachtel (obra citada: 32) vendrían a ser una suerte de “bandas estrechas y
alargadas transversales al valle (de norte a sur o de noroeste a sudoeste) de una extremidad a otra.
Todas estas bandas son de igual anchura (44 ‘brazadas’) pero de largo diferente según la configuración
del valle (de 2 a 4 e inclusive 5 kilómetros). Tomando en cuenta la asimetría que presenta este último, los
suyos van, con gran exactitud, de la cordillera septentrional al mismo río Rocha”
19
Francisco de Toledo Virrey del Perú, el gran artífice de este proyecto, emprendió
probablemente la empresa más gigantesca y audaz de todas las emprendidas por los
españoles en el Nuevo Mundo. La salida de los minerales desde las entrañas del
fabuloso cerro hasta las arcas reales, ha sido motivo de muchos estudios, que en lo
esencial rescataron una "visión exportadora" del metal y un punto de vista que
privilegió la acción modeladora de fuerzas económicas y políticas externas para explicar
la formación de una región tributaria y dependiente del emporio minero. No obstante,
los aportes de otros investigadores como Assadourian (1979) y Glave (1983 y 1989)
introducen la cuestión de la previa "circulación al interior del espacio peruano" de esta
riqueza dando lugar a una extensa red de "intercambio interno". Indudablemente estos
dos conjuntos de factores, los primeros influyendo en la decisión toledana de fundar una
villa en el Valle de Canata, y los segundos operando sobre la fisonomía original que
desde sus primeros tiempos asumió la sociedad agraria valluna, definieron la
importancia de Cochabamba dentro del Estado Colonial.
20
permitiera a cada región desarrollar sus fuerzas productivas con intensidad diversa,
dando curso a una organización territorial por regiones y subregiones, donde la
mentalidad conquistadora aplicaría técnicas europeas para construir la dimensión
material de cada parcela de la sociedad colonial emergente, expresada en núcleos
urbanos, vías de comunicación, introducción de nuevos cultivos y técnicas
agropecuarias (Solares, 1990).
Todo este proceso, que tiene lugar en no más de una década y media, significó una
enorme ruptura histórica con toda la concepción de espacio y organización social que
estructuró tardíamente el incario desde mediados del siglo XV y, con toda esa milenaria
estructuración de control de pisos ecológicos que respetó el Estado Inca. Según
Assadourian (1982), entre 1530 y 1550 como consecuencia del proceso anotado, se
produjo una ruptura del ciclo demográfico con el consiguiente derrumbe y casi
exterminio de la población aborigen afectada por pandemias europeas y cruentos
desarraigos, lo que dio lugar a un fuerte retroceso de la agricultura y el retorno a
economías naturales, incluyendo la regresión de las técnicas agrícolas comunitarias, el
deterioro de los canales de riego y el abandono de todos los avances en materia de
ingeniería hidráulica. En el caso de los valles de Cochabamba, el debilitamiento y
derrumbe del Estado Inca estimuló un débil resurgimiento de los reinos étnicos pero
profundamente divididos por luchas intestinas que, las asignaciones de tierras y las
relocalizaciones de Huayna Kapac y Tupac Yupanqui habían provocado (Ver Mapa 10).
Esto facilitó la temprana, aunque no siempre pacífica presencia de los españoles en los
valles de Cochabamba y sobre todo, permitió que las rivalidades pasaran a estimular
22
Consolidado uno de los objetivos centrales del Virrey Toledo: la reducción de los
pueblos indígenas a través de su emplazamiento forzoso en los "pueblos reales de
indios" que significó, entre otros trastornos, una nueva relocalización de comunidades y
propiedades, se impulsó el proceso de legitimación de las posesiones españolas
usurpadas a las comunidades y por tanto, el proceso de formación de las encomiendas
primero, y luego de las haciendas, que no solo deben entenderse como unas nuevas
formas de explotación agrícola y pecuaria, sino como verdaderas constelaciones de
control social y poder3.
Las argucias leguleyezcas y las artimañas desplegadas por los conquistadores de los
valles cochabambinos para despojar a las comunidades de sus tierras, para ejercer el
pleno dominio de un territorio, una vez más, de gran valor estratégico para la viabilidad
de los planes toledanos y para hacerse del monopolio del comercio de cereales; dio
curso a un amplio abanico de alternativas: así, el arrendamiento-despojo de tierras, el
afincamiento de soldados y nobles hispanos en "suyos" de propiedad de caciques
aprovechando el desarrollo de imaginarios lazos de parentela, la adquisición por venta
obligada de dichos suyos por insolvencia para honrar desconsideradas obligaciones
tributarias, los remates de supuestas "demasías" de propiedad comunal, fueron una
muestra ciertamente incompleta, de los recursos de los que se valieron los hacendados
para consolidar y ampliar a su favor la tenencia de tierras laborables.
Si bien las formas de despojo violento y directo no fueron las más extendidas, debido a
la formal protección del Estado colonial en favor de las comunidades y sus habitantes,
considerados también formalmente "súbditos del Rey", las presiones enmascaradas o no,
tuvieron una amplia variedad de aplicaciones. Una de ellas, la más efectiva para lograr
la titulación saneada de tierras usurpadas fue la "visita y composición de tierras" que
instruía periódicamente la Corona con el objeto de captar recursos monetarios por la
compra de terrenos supuestamente extra-comunales. En este orden, la Visita que se
realizó en Cochabamba en 1645, definió los límites territoriales de las principales
haciendas y configuró la estructura propietaria de la tierra. La encomienda fue la forma
3
En este sentido, el concepto de hacienda como “la propiedad rural de un propietario con aspiración de
poder, explotada mediante trabajo subordinado y destinada a un mercado de tamaño reducido con las
ayuda de un pequeño capital” (Morner, 1975:17), es pertinente, aunque con la observación de que en el
caso de Cochabamba, este tipo de propiedad se configuró en función de atender la demanda de un gran
mercado, invirtiendo en este empeño capitales provenientes de la minería.
23
4
El cacicazgo o permanencia del sistema de curacas originalmente designados por los incas para ejercer
la dirección de las comunidades y señoríos, se apoyaba en la virtual alianza de estos personajes con los
españoles, para mantener sus antiguas preeminencias económicas, políticas y sociales, incluso a costa de
traicionar los intereses y derechos de sus subordinados. Los caciques eran los portavoces de las castas
andinas que optaron por amoldarse a los intereses de los conquistadores para mantener sus privilegios. De
acuerdo a Wachtel (1981), esto caciques, eran además, dentro de su proceso de acomodación en la
sociedad colonial, los responsables por el cobro de los tributos coloniales, práctica a través de la cual, el
régimen mercantil encontró una vía de acceso para penetrar en las comunidades y sembrar la semilla de
su desestructuración. Por tanto, “el cacique no solo sirvió de correa trasmisora de los excedentes de la
comunidad, sino por su parte, se transformó también en un elemento extractor de excedentes para
beneficio propio utilizando su vinculación directa con el indígena para exigirle trabajo gratuito a través
de los moldes impuestos por los españoles” (Gordillo, 1987:120).
5
Las mercedes eran concesiones de tierras bajo la modalidad de solares urbanos o pequeñas parcelas
próximas a los centros poblados, que eran concedidas por las autoridades locales a personas de menor
rango social, y cuyos derechos propietarios se reconocía.
24
6
Un caso notable fue el del Licenciado Juan Polo de Ondegardo que recibió una basta encomienda que
abarcaba desde las llanuras de Canata hasta las faldas del Tunari, incluyendo el pueblo de El Paso que
durante un tiempo tomo el nombre de Pueblo de Ondegardo. Los tributarios de este personaje eran
alrededor de 600 (Urquidi, 1949). De acuerdo a Ana Maria Presta (2000), Ondegardo constituyó la
síntesis del empresario del siglo XVI, por el ejercicio de polifacéticos, y a menudo, antagónicos roles: fue
licenciado en leyes, en distintos momentos de su vida concentró amplios poderes como juez visitador,
corregidor y justicia mayor, alcalde ordinario de La Plata, consejero de virreyes, pesquisador, procurador,
jurista, legislador y político, sin dejar de haber sido por ello, prominente hacendado, minero, estanciero,
intermediario y comerciante. Acucioso observador y conocedor de los Andes, fue capaz de añadir a todas
sus variadas actividades, las de escritor y etnógrafo. De acuerdo a Glave (1989), Ondegardo fue un severo
corregidor en la ciudad de La Plata, un eminente jurisconsulto y un experto conocedor de antigüedades
incaicas, pero además, por si fuera poco, se desempeñaba como un avezado comerciante “que vende
azúcar ‘diacitron’ y confituras como cualquier tendero”. Posteriormente, su hijo Jerónimo Ondegardo fue
el dueño de una de las haciendas más importantes del valle Bajo, Paucarpata conformada en base a
antiguas tierras comunales de la encomienda de El Paso.
25
desde los yungas de Totora y Pocona fluía el comercio de coca que hacía más llevadera
la vida de miles de mitayos que explotaban el Cerro Rico y convertía a los
encomenderos cocaleros en prominentes comerciantes. De la misma forma, otros
circuitos regionales estructuraban flujos de infinidad de mercancías de todo tipo: desde
mulas, vinos, hierba mate, etc. a las sedas y especies del lejano oriente y que se
enrolaron a esta dinámica bajo términos no previstos por los audaces navegantes que
llegaron al Nuevo Mundo en 1492 (Ver mapas 12, 13 y 14).
De esta manera, los valles se fueron poblando de vecinos españoles con relativa
intensidad. Urquidi (obra citada) proporciona una nómina de encomenderos, que hacia
1570 eran poseedores de significativas fortunas merced al comercio con Potosí. Entre
otros, se destacaban personalidades como Garcí Ruíz de Orellana, en cuyas tierras se
fundaría la Villa, y que fue adquirida a los caciques de Sipe Sipe. En compensación por
la pérdida de esta encomienda recibió chacras fértiles en Cala Cala. El Licenciado Polo
de Ondegardo, que poseía una encomienda en la zona del Pueblo Real de Indios de El
Paso. Francisco de Orellana, que era dueño de una gran encomienda en la zona del
Pueblo Real de Indios de Tiquipaya, que también era conocido como Pueblo de
Orellana y que incluía la zona de Taquiña. Andrés de Rivera y Pedro Velez de Guevara,
eran dueños de extensas propiedades en la zona Huayllani y Chimboco, de donde
desalojaron a sus primitivos habitantes. Francisco Gallegos era dueño de la Estancia
Tamborada, el repartimiento de Arocagua y una chacra en Challacollo que incluía 15
yanaconas. Diego Mexta de Ovando poseía chacras en Punata y Cala Cala en las que
producía grandes cantidades de maíz. Gonzalo Myn, era uno de los más poderosos,
contaba con chacras en Punata, Cliza y Sacaba, se dedicaba a la cría de ganado porcino,
poseía más de 200 cabezas de ganado vacuno, muchos potros además de 150 "carneros
de la tierra" (llamas) para el transporte de harinas y otros productos a Potosí, además
tenía un molino y chacras y casas en el Valle Bajo que incluían algo más de 1.000
cabezas de ganado ovino y caprino.
La prosperidad que alcanzó el Valle Bajo y que de cierta forma alcanza su punto alto
con la fundación de la Villa de Oropesa no fue precisamente el resultado de la evolución
normal y sostenida de un modelo de economía agrícola predestinado al logro de grandes
éxitos. No todos los factores favorables se reducían a la simplificación de una tierra
legendariamente fértil, de un clima incomparablemente benigno y de hombres
voluntariosos que sabían extraer de la tierra sus máximos frutos. Una y otra vez, golpeó
a este idílico panorama la cruda realidad de los mercados, de los precios de los
productos y de la eficacia competitiva de la agricultura valluna puesta a prueba para
concurrir a mercados lejanos. En el caso que nos ocupa, Potosí fue una especie de
termómetro cuyas alzas y caídas marcaron para el valle momentos de zozobra o gran
contentamiento.
Hacia la época en que Toledo inició el primero de sus doce años de reinado, el régimen
colonial forjado por los conquistadores del Perú prácticamente se había desmoronado y
su declinio económico se había tornado una real amenaza para la propia existencia del
Estado colonial. Peligrosos síntomas como la rebelión Taqui Onkoy en Huamanga
(Perú) a inicios de la década de 1560, la crisis política que dividía a la elite hispana
gobernante por cuestiones de "botín" y hegemonía, en realidad, de codicia sin freno, la
salvaje explotación y aplicación de insoportables cargas tributarias de que eran victimas
los indios, a lo que se sumaron mortíferas epidemias que mermaron ostensiblemente la
población aborigen, configuraban un panorama desolador que amenazaba acabar
tempranamente con el proyecto de consolidar una sociedad hispana en el reino del
Perú7.
Toledo se propuso desarrollar una política de reformas que se centraba en dos objetivos
fundamentales: debilitar el poder omnímodo de los encomenderos al negarles el derecho
de jurisdicción feudal sobre tierras y yanaconas, hecho que alteró profundamente el
equilibrio de poder entre las elites gobernantes, y estimular el desarrollo de una
economía fuertemente mercantilizada que permitiera el desarrollo de procesos de
acumulación y concentración de la riqueza en favor de un amplio sector de esa elite,
anteriormente restringida en su posibilidad de realización por la vigencia de barreras de
tipo feudal. El objetivo principal del Virrey Toledo fue poner nuevamente en marcha la
minería potosina, a partir de la modernización de la industria minera. Por esa misma
época, Potosí se encontraba sumida en una profunda crisis de producción por el
agotamiento de las vetas argentíferas de superficie y la ausencia de capitales y
tecnología para extraer el metal de las entrañas del Cerro Rico, a lo que se sumó una
aguda escasez de fuerza de trabajo. Tal vez, este era el aspecto más delicado de la crisis:
luego de más de dos décadas de explotación de la plata, los españoles no habían sido
7
Varios estudios al respecto demuestran la existencia de grandes epidemias de sarampión, viruela y gripe
importadas de Europa y que cobraron centenares de miles, y tal vez millones, de victimas entre la
población aborigen (Cook, 1981). De acuerdo a Elsa Malvido (2003), los nuevos agentes patógenos que
asolaban a la población indígena eran de tipo biológico y pandémicos como la viruela, el sarampión, la
tos ferina, la varicela y las paperas que produjeron hasta un 80 y 90 % de mortalidad en algunas regiones;
las patologías biosociales pandémicas como las pestes bubónica, neumónica y hemorrágica que
produjeron entre un 50 y 90 % de mortalidad en las zonas afectadas y las patologías sociales endémicas
propias de condiciones económicas y sociales de sobreexplotación, como ser: el alcoholismo, el suicidio
colectivo, la negación a la reproducción, el desgano vital, la desnutrición, el hambre, la sed, la
desintegración económica, social, cultural y física de las comunidades, a lo que se sumaba las guerras y
las formas compulsivas de reclutamiento de trabajadores en condiciones muy cercanas a la esclavitud.
27
Es indudable que las reformas toledanas dirigidas a superar esta situación y dar nuevo
impulso a la economía colonial, a través de la introducción de nuevas técnicas de
explotación de las vetas profundas y nuevas formas de refinación del metal mediante la
amalgamación, por una parte, y por otra, la introducción del servicio forzoso de la mita,
resolvió los cuellos de botella que casi llevaron al colapso la economía altoperuana. En
estos términos el auge agrícola cochabambino fue paralelo al nuevo despegue de la
economía minera a partir de la década de 1570. Las señales de prosperidad que se
desprenden del exhaustivo análisis de José Macedonio Urquidi sobre el origen de la
Villa de Oropesa, vienen a corresponder a esta situación, es decir al impulso que
experimentó el mercado de granos merced a dos conjuntos de factores: la renovada
dinámica económica que nuevamente y con incrementada energía se irradia desde
Potosí y, el debilitamiento paulatino de la encomienda en favor de formas de tenencia de
la tierra más estables vinculadas a la formación y consolidación de las grandes
haciendas cerealeras. Por tanto, la fundación de la Villa, más que proteger o prestar
servicios a una agricultura opulenta y saneada desde larga data, se inscribe en el proceso
de constitución de una nueva expansión de la agricultura de exportación, que requiere
de un mercado urbano que le proporcione las condiciones generales de orden jurídico-
legal, institucional y técnico para organizar las grandes operaciones de exportación de
granos acompañadas de medidas administrativas de control social sobre las etnias,
protección de la propiedad rural consolidada y captación de fuerza de trabajo, que bajo
8
Al respecto anotaba Luís Capoche (1959): “El poder de la plata había disminuido(...)el metal del cerro
agotado(...)y el daño y la ruina se sentían cada vez más cada día(...)Cada día más indios
desaparecían(...)Potosí estaba casi abandonado, los edificios en mal estado y los bolsillos de sus
residentes vacíos”
28
Bajo estas condiciones, en las tres últimas décadas del siglo XVI Cochabamba se
convirtió en un prospero espacio agroexportador soportado por el mercado potosino. Un
censo realizado en Potosí en 1603 estimaba que los hogares de los mitayos movilizaban
hacia el centro minero unas 60,000 llamas y 40.000 fanegas de alimentos por un valor
estimado de 440.000 pesos (Jiménez de la Espada, 1965). Otras fuentes señalan que en
las décadas de 1580 y 1590 el poderío mercantil de Potosí estimuló significativamente
la agricultura comercial en los valles y convirtió a los chacareros en pequeña escala en
exportadores de cereales al por mayor. Hacia fines del siglo XVI, Potosí ya era una urbe
con cien mil o más habitantes, cuyos requerimientos comenzaron a ser superiores a la
modesta capacidad valluna para desarrollar una agricultura intensiva con la limitada
tecnología disponible.
Este fenómeno produjo continuas elevaciones de los precios de los cereales lo que
convertía la exportación de harinas de trigo y maíz y aun de granos en un negocio de
proporciones. En 1603, innumerables recuas de llamas y mulas cargaban sacos de harina
de trigo por un valor no menor a un millón de pesos rumbo a la Villa Imperial. Otro
millón de pesos en harina de maíz redondeaban este auge. Sin duda, todo ello excedía la
capacidad de consumo de los miles de mitayos pero no las necesidades de los
fabricantes de chicha (Larson, 1992: 118 y 119). En suma, la fuerza económica del
emporio potosino no reposaba en su condición de mercado consumidor de bienes
exóticos traídos desde Europa, África y Asia, sino en su capacidad de organizar un
abastecimiento regular de alimentos básicos transportados por hombres y bestias desde
nichos verticales desparramados en la geografía de una enorme región interior tributaria
(Assadourian, 1979). La Villa de Oropesa pudo consolidarse bajo el manto de este
proceso.
Pero, ¿cómo era realmente la Villa de Oropesa en sus primeros tiempos? se preguntará
el lector y con razón, pues parece que más que dedicarnos a responder a esta cuestión
hemos preferido transitar por los extramuros para delinear diferentes aspectos de la
región y del entorno económico, social y geográfico que de una u otra forma se
vincularon con la modesta villa. Sin embargo, esta suerte de rodeo para llegar a la
cuestión concreta no ha tenido otro objetivo que dar a conocer la suma de factores
convergentes que dieron forma e identidad histórica a una ciudad y a unos habitantes
singulares, cuyo transcurrir por el espacio y el tiempo está impregnado de sus orígenes y
de las reiteradas veces en que la historia se empeñó en repetir estas circunstancias de
hacerla participe de prosperidades ajenas y de crear alternativas para sacar opciones de
ellas que tendieron a perdurar con luces propias y extraordinaria creatividad, más allá de
los auges y las decadencias de los protagonistas históricos principales.
Como es sabido, la Villa de Oropesa tuvo una doble fundación: por lo menos en el plano
administrativo, una inicial el 15 de agosto de 1571, a cargo del Capitán Jerónimo de
Osorio, y otra, el 1ro de enero de 1574 por Sebastián Barba de Padilla. Según Guzmán
(1972), no existió en realidad una doble fundación, sino una "doble comisión", pues la
primera Villa de Oropesa existió imaginariamente, "como formula jurisdiccional en
papeles de escribanía" Sin embargo, Urquidi (1949) no comparte esta opinión, aunque
el Acta de Fundación de 1574 parece definir la cuestión, por lo menos en términos
oficiales. En todo caso, consumada dicha fundación, Barba de Padilla:
Según estas mismas fuentes, inicialmente Canata fue asiento de un curato y vicaría y, un
juzgado de partido para atender cuestiones agrarias, todo ello con anterioridad a la
propia fundación de la ciudad sobre tierras que pertenecieron originalmente a los indios
asentados en Sipe Sipe. Un hispano de origen francés o tal vez un súbdito de esta
nacionalidad o de origen flamenco, Cornielles de Adam, implantó la primera industria
de que se tenga noticias, una peletería en la zona, que con este motivo se denominó
posteriormente Curtiduría, en las vecindades de la actual Plaza Gerónimo de Osorio,
que en ese entonces pertenecía a la región de Hayo-Huayko o Jayhuayco. Por ese
tiempo y, desde la época del dominio Inca, el Valle Bajo estaba ocupado por indios
9
El nombre el río Rocha se vincula a la primera gran obra hidráulica de desvío del curso natural del río
para regar las tierras del Capitán Martín de la Rocha en la Chimba y en la Maica que alcanzaban a 100
fanegadas, las mismas que fueron adquiridas a los indios de Sipe Sipe, que años más tarde, apoyados por
otros españoles, le hicieron cargos y ruidosos pleitos, pues existían muchas ambiciones e intereses en
torno a estas tierras beneficiadas por los “lameos” fertilizantes del río, determinando que se convirtieran
rápidamente en las mejores tierras del valle.
30
Canas, una comunidad de mitimaes provenientes posiblemente del Cusco, los Karis
asentados al Este de Incacollo, los Cotas en la zona cenagosa de Caracota y los Urus en
la zona de Hayo-Huayko. Urquidi proporciona una detallada visión de la sociedad
prominentemente rural que paulatinamente se fue estructurando en el valle, donde el
"Asiento de Canata de Oropesa del Valle de Cochabamba" perteneciente a la
"Provincia de los Charcas del Pirú" existía muchos años antes a la existencia real de la
Villa, como una referencia geográfica y una formula jurídica que legitimaba abundantes
transacciones, compras de tierras, cobranzas, cartas de obligación y otros que ponen en
evidencia la maraña legal que acompañó la implantación de unas nuevas relaciones
sociales de explotación de la tierra. Examinados estos antecedentes que categóricamente
vinculan la realidad de la ciudad a su condición de valle fértil estratégico para abastecer
con alimentos a la creciente población minera, pasaremos a examinar su configuración
física.
precolombinos. Sin embargo, solo se impone como principio urbanístico indiscutible a partir de la
Provisión Real de 1573. Por tanto, Cochabamba pudo ser una de las primeras ciudades en que se aplicó la
disposición de Felipe II de manera oficial.
32
probablemente imperfecta del ejercicio de dicho poder, donde como en toda sociedad
rural autoritaria, la tenencia de tierras y vasallos era el símbolo básico del poder y del
status social. Luego, en el Cabildo estaban representados sobre todo los "vecinos
notables", es decir los grandes propietarios, pues este era un requisito para adquirir
"derechos" y acceder a los sitiales más altos de la jerarquía colonial. Por ello no resulta
casual que los primeros pro hombres de la Villa de Oropesa como Garci Ruiz de
Orellana, Polo de Ondegardo, Martín de la Rocha, Jerónimo de Osorio, Gonzalo Myn y
otros, se destacaran por ser grandes propietarios de tierras. No en vano el Cabildo era el
órgano encargado de repartir tierras o legitimar posesiones mediante la concesión de las
llamadas "mercedes" de predios urbanos, o las "peonías" y "caballerías"11 en zonas
rurales, e incluso ceder en usufructo los "ejidos" y "dehesas"12, es decir, tierras
comunales en la periferia urbana, con destino a la formación de chacras y corrales, que
paulatinamente rodearon la ciudad.
El otro gran propietario de tierras fue la Iglesia que tenía enorme gravitación en el
régimen colonial. Diversas órdenes religiosas llegaron a dominar enormes extensiones
tanto en el Valle Alto como en el Valle Bajo. Hacia fines del régimen colonial, los siete
monasterios de la ciudad de Cochabamba se constituyeron en los mayores prestamistas.
La institución más rica y el mayor prestamista era el Convento de Santa Clara, cuyas
hermanas eran en su gran mayoría hijas de hacendados ricos. Sin embargo el gran poder
financiero de Santa Clara se debió a la reinversión de sus ganancias usurarias en
empresas agrícolas, convirtiéndose esta institución religiosa en el mayor terrateniente de
la Provincia de Cochabamba en el transcurso del siglo XVIII gracias a la famosa
Hacienda de Cliza. Otras órdenes religiosas también invirtieron en tierras, aunque en
menor volumen. Así, los agustinos tenían extensas tierras en Tapacarí y eran
propietarios de la famosa hacienda El Convento en el Valle de Caraza y de la hacienda
de Achamoco en la parroquia de Tarata en el Valle de Cliza. En fin, los dominicos
poseían tierras y molinos en la hacienda de Vinto en Quillacollo. Sin embargo, el origen
de muchas fortunas fue el negocio de los diezmos (la décima del valor de la cosecha en
granos o metálico a que tenía derecho la iglesia en forma anual), cuya recolección se
licitaba cada año (Larson, 1992). De esta forma se forjó una estrecha alianza entre
terratenientes e instituciones eclesiásticas, que se constituyeron en los pilares del poder
regional y aseguraron la vigencia del poder colonial en los valles de Cochabamba. En la
ciudad, la Iglesia también llegó a controlar grandes extensiones y su influencia sobre los
poderes terrenales como el Cabildo, era incuestionable.
Por último, el Cabildo era el ente encargado de administrar la ciudad, y como parte de
ello, hacer cumplir y ejecutar las directrices del modelo urbano hispano preservando la
continuidad del trazado del damero original. Esta tarea se apoyó inicialmente en
11
Se trata de concesiones de tierras sin jurisdicción sobre los indios como en el caso de las encomiendas.
Estas concesiones eran de dos tipos: la peonía que, en el caso de México, abarcaba una superficie de tierra
fluctuante entre 40 y 80 Has, aunque en algunos casos no pasaban de 10 Has. En todo caso el concepto es
la la cesión de una parcela suficiente para el mantenimiento de una sola familia española. La caballería
era una superficie hasta 5 veces mayor que la peonía y esta, ya podía servir de núcleo para la formación
de una hacienda (García Gonzáles, s.f.)
12
Los ejidos y dehesas eran formas de propiedad comunal. Ejido, del latín exitus, salida, “es el campo o
tierra que esta a la salida del lugar o ciudad, y no se planta ni se labra, siendo común para todos los
vecinos, que suelen destinarla como sitio para descargar y limpiar las mieses”. Dehesas eran aquella
"parte de tierra cubierta de plantas silvestres y espontáneas, destinada al pasto de los ganados”,
constituían "una parte considerable de los bienes comunales de los Municipios", junto con las tierras,
sotos, prados, bosques y demás propiedades colectivas”. (La regulación económica en Chile durante la
Colonia, s.f., www.analesderecho.uchile.cl/CDA
33
Esta misma estructura, en su forma más objetiva, es decir con relación a su propia
organización física y espacial es resultado de la aplicación de técnicas y principios
urbanos desconocidos en el Nuevo Mundo. El elemento principal y característico de
esta estructura era la plaza de armas o plaza mayor, es decir el espacio nodal y
referencial a partir del cual se iniciaba la expansión regular del damero. Esta estructura
desde un punto de vista urbano presentaba tres grandes zonas (Ver gráfico 3):
a) Una zona central, que contenía la plaza mayor, espacio de usos múltiples, sitio de
mercado y ámbito donde tenían lugar las fiestas y ceremonias religiosas, los
espectáculos e incluso los ajusticiamientos13. En su perímetro se disponía la recoba, bajo
el aspecto de tiendas o puestos de venta eventuales alineados generalmente bajo
galerías. El espacio de la plaza en sí estaba delimitado por edificios públicos
administrativos y religiosos. De acuerdo a la jerarquía de la ciudad aquí se ubicaba el
edificio administrativo y la sede del poder colonial, el Cabildo donde se desarrollaban
las funciones descritas anteriormente y la Iglesia Mayor o Catedral y dependencias
vinculadas a esta institución. En las inmediaciones de la plaza mayor y en general, en
toda la zona central, en un perímetro de tres a cuatro manzanas en torno a la plaza se
ubicaban templos, conventos, seminarios, las residencias de los estratos altos ocupando
en muchos casos grandes casonas de dos pisos y varios patios. Las áreas de viviendas se
organizaban en feligresías o parroquias que estructuraban la vida social y la actividad
religiosa del vecindario. Estas actividades además, abarcaban las funciones de la
educación elemental que solo favorecía a los españoles o sus descendientes directos.
La plaza mayor era el espacio estructurante del conjunto urbano, pero era mucho más
que eso, aquí se desarrollaba lo esencial de la actividad económica, social y cultural
cotidiana de la villa colonial. En la comprensión de este espacio se conjugan dos
significados ideológicos centrales: por una parte, el espacio donde se materializa el
poder del Estado colonial, el asiento de la autoridad, el lugar desde donde se ejerce la
ley y se irradia el sentido de orden social y económico que impone el conquistador a los
vasallos; y por otra, el espacio-símbolo del poder eclesiástico cohesionado en torno a la
misión de expandir la gracia sacramental como una forma de dominación política y
social que requiere de un espacio urbano que congregue a los sometidos y los presione
doctrinalmente. El celebre cronista Guaman Poma de Ayala llego a señalar con gran
certeza que: " Podría decirse sin gran exageración que una ciudad hispanoamericana
es una plaza mayor rodeada por calles y casas, mas que un conjunto de calles y casas
en torno a una plaza mayor" (Citado por Ricard, 1950) - Ver gráfico 4-.
frentes daban las fachadas de los edificios en que tenía su asiento el poder
público: la Casa de Gobierno, el Cabildo o la Municipalidad y la cárcel. A otro,
los centros de la vida religiosa: la Catedral y el arzobispado. Por los flancos
corrían amplias galerías con arcadas, los portales o soportales y se levantaban
algunas casas. En el centro de la explanada se encontraba la fuente de agua de
que se abastecía la población. Más allá el rollo o la picota, que podía ser desde
un modesto tronco hasta una elegante torre de estilo morisco como la que
todavía se ve en Teapaca, México, símbolo de la jurisdicción y desde la cual se
administraba justicia. La plaza mayor era también un mercado. Heredera del
forum romano, desempeñaba las mismas funciones en el interior de la urbe.
Esta destinación es especialmente importante en la historia de la ciudad
occidental, la que incluso ha sido caracterizada como "localidad de mercado".
De hecho desde que se funda el tiánguez podemos hablar de ciudad; antes se
trataba únicamente de un campamento fortificado. - Ver gráfico 4- (Rojas-Mix,
1978:115).
En los costados de la plaza, dos veces por semana o tal vez casi cotidianamente, se
organizaba la recoba a la que concurrían pequeños comerciantes, artesanos y yanaconas
que trabajaban en las chacras y haciendas de los terratenientes hispanos, para ofertar
productos agrícolas y otros objetos de uso cotidiano. Es posible imaginar las bulliciosas
jornadas de vendedores y compradores: por un lado venerables matronas hispanas o
"patronas" acompañadas de cocineras llevando a cuestas pesadas canastas de mimbre,
que buscaban afanosamente entre las "mañazas" la mejor carne para los asados o el
"puchero", la gallina más gorda para la cazuela o el "chicharrón" más suculento para
acompañar al "mote" y al "quesillo". Tal vez no es demasiado especulativo sugerir que
esta feliz combinación hispano-valluna fue un primer signo de mestizaje y que nació
justamente en este escenario urbano, y que la dorada chicha también comenzó a
urbanizarse aquí. No debía ser algo extraño, el espectáculo de un constante ir y venir de
acémilas y "carneros de la tierra" que traían o llevaban diversos productos en medio de
gritos y afanes de los conductores de las recuas, de artesanos que ofrecían diversos
artículos de cuero, tejidos de la tierra e infinidad de otros objetos. La plaza mayor
cochabambina es posible que tomara mayor colorido en estas oportunidades y que
cobrara inusitada vida con sus personajes cotidianos, aún más que en ocasión de las
severas procesiones o los despliegues de la milicia real.
En sus primeros tiempos la villa no pasaba de una aldea incipiente, donde lo único
valorable era el cuadrilátero de la plaza mayor rodeada de manzanas y calles
mayoritariamente deshabitadas y apenas delimitadas por tapiales o acequias, y donde la
vida cotidiana iba trazando sinuosos senderos que se dirigían al río o penetraban en los
huertos de la exuberante campiña. Desde estos lejanos tiempos el agua fue un problema,
su conducción al poblado se resolvía precariamente mediante simples acequias y zanjas
36
que atravesaban manzanas y calles en diversas direcciones. La fuente pública era solo
una aspiración, por el momento, bastaba que el agua llegara de alguna forma y que fuera
relativamente potable. No hay duda de que otro problema temprano que aquejó a la villa
fue la cuestión de la salubridad. Los primeros pobladores y aun las generaciones
posteriores sufrieron los azotes de las pestes debido a la ausencia de nociones
elementales de higiene, pues solo a muy duras penas se fue erradicando la terca
costumbre de arrojar desperdicios y aguas servidas a la calle y convertirlas en un
basurero que contaminaba la atmósfera y dificultaba la circulación. En realidad las
soluciones a estos problemas fueron tan lentos que tomaron siglos e incluso algunos
desafían airosos la prueba del tiempo y el avance de la civilización. (Solares, 1990).
La emergencia de la Villa de Oropesa tuvo este sentido. Al pie del macizo andino, la
ciudad era insignificante y la conquista del valle era precaria. Por ello, afianzar la
permanencia del conquistador era algo más que un problema militar. La consolidación
de la pequeña aldea cargada de grandes símbolos terrenales y divinos fue parte una
batalla ideológica y política más amplia. Los conquistadores permanecieron varios
siglos pero a su vez, la sociedad que nació de este proceso, pese a todo su empeño, no
pudo ser la añorada nueva España, sino la briosa y original formación valluna.
La economía minera de Potosí llegará a su apogeo a inicios del siglo XVII, para luego
entrar en un largo proceso de decadencia que se prolongará por más de una centuria. En
el siglo XVIII en la Villa Imperial ya solo quedaban los recuerdos de los "buenos
tiempos idos"15. Factores de diversa índole, como el decaimiento de los sistemas de
reclutamiento de la fuerza de trabajo a través de la mita, la elevación constante de los
costos de producción para extraer la plata de vetas cada vez más profundas con técnicas
arcaicas que exigían crecientes inversiones a cambio de bajos rendimientos de mineral
de buena ley, condujeron a una situación de caída acelerada de la economía minera que
había hecho de Potosí un gran enclave minero, en comparación a las florecientes
explotaciones de plata de Nueva España (México), que concluyeron por provocar la
postración definitiva de las empresas mineras del Cerro Rico.
En las primeras décadas de 1700 Potosí ya había perdido gran parte de su importancia
como centro urbano (Assadourian, 1982), iniciándose en consecuencia un proceso
inverso, el de la desconcentración y desintegración del basto espacio regional que había
logrado articular el centro minero en su etapa expansiva. Un efecto político inmediato
en este orden fue la pérdida de la capacidad de Lima para imponer su hegemonía
comercial y mantener su indiscutida autoridad, puesta a dura prueba por los
levantamientos indígenas de 1780, al extremo de que llegó a perder jurisdicción sobre
Charcas en provecho de un nuevo centro hegemónico: Buenos Aires.
15
A este respecto anota Siles Salinas: “En el siglo XVIII la minería de la plata de Potosí fue desplazada
por el volumen de las exportaciones mexicanas a la Península, si bien desde 1750, aproximadamente, se
experimentó en las provincias altas del Virreinato del Perú una reactivación limitada pero constante,
después del decaimiento registrado entre 1650 y 1750. La extracción de la plata de Potosí y Oruro acusó
una mejoría lenta que no llegó a significar en modo alguno un acercamiento a los niveles de esplendor
alcanzados por Potosí desde el descubrimiento del Cerro Rico, hasta la primera mitad del siglo XVII ”
(2009:31).
38
Esta situación de descomposición del modelo estatal toledano, según Larson (1982),
significó un nuevo proceso de descentralización del poder en favor de poderes locales
que fueron sumamente vulnerables a prácticas de corrupción. En el caso de
Cochabamba, la economía regional dejó de depender de la minería pero, en cambio,
pasó a depender en forma acelerada de los ingresos por rentas 17. El método de "venta"
de cargos públicos en el aparato político administrativo colonial, si bien compensó en
forma pasajera la caída de los tributos y los gravámenes sobre la minería, restando
importancia al régimen de la mita, dio énfasis a otras formas de explotación a través de
la coerción económica e ideológica, como la distribución obligatoria de mercancías
16
Se denominaban “indios originarios” a aquéllos que permanecían en sus comunidades de origen y en
las tierras que les habían sido asignadas por el régimen de constitución de los pueblos reales. Los “indios
forasteros” eran aquéllos que habían abandonado sus comunidades y sus tierras y se habían trasladado a
otras regiones, incorporándose a labores agrícolas o de otra índole, en calidad de mano de obra asalariada
o contratada a cambio del acceso a medios de subsistencia. El sistema tributario se aplicaba a las
comunidades geográficamente emplazadas y no a sus componentes individualmente, de esta manera, el
indio que abandonaba su comunidad (el forastero) evadía el tributo, aunque ello implicaba incrementar las
penurias de los originarios que permanecían en la comunidad.
17
De acuerdo a Robert H. Jackson (1994), los hacendados cochabambinos no se adhirieron
necesariamente a la economía del rentista ni dependieron en forma determinante del circulante que les
proporcionaba el arriendo de tierras. Tuvieron otras opciones para exportar sus granos, como la expansión
del centro minero de Oruro en el siglo XVIII y su incursión en otros mercados del altiplano. Además las
exportaciones de granos a Potosí no se interrumpieron en forma abrupta y todavía en el citado siglo
XVIII, Potosí era un mercado importante para la agricultura de Cochabamba.
39
Sin ingresar a un detalle de las nuevas modalidades que definieron las nuevas relaciones
entre fuerza de trabajo y propietarios de tierras, se puede decir que las mismas, pasaron
a apoyarse en un firme control y hegemonía sobre la esfera de la circulación mediante la
vigencia de prácticas de corrupción administrativas protagonizadas por la figura del
corregidor y una corte de insaciables intermediarios que forzaron la formación de un
amplio mercado campesino de consumidores obligados a adquirir mercaderías
peninsulares totalmente inútiles para las practicas cotidianas andinas, pero que
estimularon el endeudamiento y el pago de elevados precios por estos objetos insulsos
abonadas en moneda y en fuerza de trabajo que favorecía a los caciques corruptos y a
los propios hacendados que con frecuencia eran corregidores o se encontraban
articulados a la esfera de influencia de éstos.
18
“La compra de cargos era probablemente un desembolso hecho ante la expectativa de futuros
ingresos. Por eso, el precio del cargo de corregidor variaba de acuerdo a los ingresos que podía
procurar el reparto (...) El comportamiento de los corregidores estaba orientado hacia la acumulación
de riqueza” (Golte, 1980:80)
40
Mundo desde los primeros tiempos de la dominación española, sino como una
estrategia, al mismo tiempo, de adaptación al sistema de diferenciación y segregación
racial que dividía y segmentaba en forma extremadamente desigual el universo de
españoles e indios, y de resistencia a la aplicación del tributo que era una obligación
exclusiva de los aborígenes. Es decir, una actitud de oposición al sistema legal de
distribución de privilegios y al sentido inequitativo de la división del trabajo, donde la
masa indígena terminaba cargando sobre sus espaldas el conjunto de tareas y
obligaciones más duras. La "pureza de la sangre", en mayor o menor grado equivalía a
definir la posición que el individuo ocupaba en definitiva dentro de la estructura social y
el aparato económico de la formación colonial. Al respecto, se hacía la siguiente
caracterización de la dinámica social que se registraba en el valle de Cochabamba a
fines del siglo XVII, cuando la crisis de la minería de la plata había asumido
proporciones irreversibles: “ya hacia 1683, las autoridades reales distinguían a
Cochabamba como una zona mestiza donde los indios se escabullían de las redes de los
recaudadores de tributos, atribuyéndose así mismos como 'supuestamente mestizos o
cholos” (Larson, 1978).
De esta manera, los contingentes de forasteros que llegaban hasta la periferia de las
haciendas y áreas urbanas, conseguían trabajo, sobre todo en pequeñas propiedades y en
las populosas ferias, que contrariamente a la quiebra de la agricultura exportadora,
impulsaban el crecimiento de la pequeña agricultura volcada hacia un naciente mercado
interior. Por ello no resulta casual que hacia 1750, la Villa de Oropesa o Ciudad de
Oropesa, como se la comenzó a denominar, fuera abastecida principalmente por gran
número de pequeños productores de granos, los que ya en esa época habían logrado
debilitar el control de los hacendados sobre los circuitos de intercambio interno. Esta
dinámica, obviamente solo era posible, en medio de un acusado resquebrajamiento del
sistema de castas y el fortalecimiento continuo del mundo mestizo. Al respecto Larson
(1992: 131-132) señala lo siguiente:
local y por su status fiscal, en lugar de por sus raíces étnicas ancestrales. Fuera
de las aldeas campesinas, las fronteras socio-culturales eran incluso más
borrosas. A medida que los forasteros se asimilaban a los rangos más bajos de
la sociedad española, la distancia socio-cultural entre 'indio forastero' y
'mestizo' (o 'cholo') disminuía y a medida que las reformas del sistema de
tributo y la mita avanzaban, esas fronteras se entrecruzaban cada vez más. En
el mundo surandino, pues, Cochabamba era la provincia más problemática
para las autoridades coloniales que estaban intentando resucitar a las
instituciones de exacción que se habían desmoronado bajo el impacto de la fuga
y resistencia andina.
Estos hechos motivaron que el Virrey de Castelfuerte hacia 1730 intentara realizar un
nuevo censo de recuento de tributarios y una inspección de todas las provincias del
Virreinato de Lima, pues existían fuertes y evidentes sospechas de irregularidades,
incluyendo la practica común del desfalco de los tributos recaudados encubiertos por los
descensos reales o supuestos de la población de indios originarios. En esta perspectiva,
naturalmente Cochabamba llamaba fuertemente la atención de la administración
colonial. Al respecto Castelfuerte llegó a afirmar: "la causa del desafortunado descenso
(de los tributos) es el desfalco...las autoridades locales usan el pretexto de las
epidemias para ocultar a los indios y explotarlos en sus propios obrajes y en sus
ranchos y haciendas" (Arzans de Orsua y Vela, 1965). Las sospechas de Castelfuerte no
eran infundadas, Cochabamba se había convertido en una región de "terratenientes
recalcitrantes" que confabulaban para defraudar al Estado. El Virrey de Lima pensaba
con razón, que muchos tributarios no habían sido censados, y que muchos más se hacían
pasar por mestizos, por tanto eximidos del tributo por un supuesto parentesco con
españoles. A estos indios encubiertos los denominaba como "cholos", quienes "como
personas con un abuelo europeo no estaban eximidos del pago del tributo". Para la
citada autoridad, excluir a dichos cholos del tributo era igual que dejar a Cochabamba
sin tributarios (Larson, obra citada: 142).
No cabe duda que las agudas observaciones de Castelfuerte a cerca de la extensión del
cholaje, revelaba el estado de ambigüedad en que se había colocado la identificación de
los estratos socio-culturales y hasta que punto se había debilitado el sistema de castas.
Dentro de la lógica virreinal, el súbito incremento de mestizos en los valles centrales, no
significaba otra cosa que el esfuerzo masivo de las poblaciones aborígenes andinas de
evadir el régimen tributario, por tanto, los "presuntos mestizos de Cochabamba eran
simplemente indios y cholos que habían cambiado su atuendo cultural indígena por
ropas e identidad occidentales"(Larson, obra citada).
La notable historiadora de la formación social cochabambina de la época colonial y el
primer periodo republicano, cuya autorizada obra nos sirve de valiosa referencia, no
considera que esta eclosión del mestizaje en Cochabamba fuera un movimiento
transcultural, y que la cuestión del volumen de matrimonios interétnicos a principios del
siglo XVIII es todavía un tema a ser estudiado. En todo caso se conoce que eran
numerosas las uniones formales e informales entre europeos y andinos, y que éstas se
originaron desde los primeros tiempos de la colonización. Pero para B. Larson, esta
ampliación rápida de la población mestiza no era un hecho casual e indudablemente se
conectaba con el desarrollo de estrategias de evasión al pago de tributos, sobre todo
cuando este trató de ser ampliado a la población de forasteros (Sánchez Albornoz, 1978
y Guzmán, 1972).
42
Como se evidenció, la actividad ferial fue tomando gran impulso y gradualmente los
feriantes u operadores de la ferias, pasaron a controlar los espacios de la producción
regional y los circuitos de intercambio del mercado interior. Es posible que a partir de
estas ferias donde concurrían básicamente pequeños productores y arrenderos para
abastecer la ciudad, fuera tomando forma una precoz economía de mercado, creándose
los estímulos necesarios que favorecieron el crecimiento del sector artesanal y de no
pocos obrajes. Sin embargo, esta liberalidad económica era más aparente que real, pues
no se logró modificar el arraigado sentido de segregación racial de la sociedad colonial,
pero sí mitigar, en el caso de Cochabamba, los tonos de intolerancia que se manifestaron
en otras ciudades del Virreinato de Lima.
Bajo este impulso los diferentes oficios artesanales comenzaron a tener presencia
significativa en la ciudad y en los negocios feriales. El principal protagonista de esta
dinámica fue el indio forastero, un antiguo agricultor desligado de su comunidad de
origen como única alternativa para evadir el pesado sistema tributario. Este personaje
comenzó a ser mejor conocido como "valluno" y pronto demostró su destreza en la
actividad comercial y también como artesano, "en uno o varios oficios: vaquero,
carpintero, albañil, cohetero, ollero, tejedor, canastero, sombrerero, pellonero,
pollerero, ojotero". Además solía desempeñarse como arriero, elaborador de chicha y un
44
sin fin de otros oficios. Se consideraba así mismo como un ciudadano, aspiraba a
alcanzar el estatus de blancoide y no se ofendía si se lo calificaba como "mestizo" o
"cholo", pero sí se sugería su condición de "indio", no dejaba de salir al frente para
negar esta temeraria afirmación. Pese a que todavía conservaba fuertes resabios
culturales y sociales que reafirmaban su origen étnico, se esforzaba por "europeizarse".
Hablaba el quechua fluidamente, pero persistía en practicar el castellano hasta lograr
algún dominio básico sobre este idioma, una vez que esta era la formula para adquirir
realmente su estatus de "ciudadano". Su vestimenta reflejaba esta transición: persistía
en el uso de sus abarcas y pantalones de bayeta, pero adoptó el chaleco, el saco o levita
hispano y asumió aires urbanos (Guzmán, 1972).
Otro tanto ocurría con la "valluna", agricultora o pastora de origen, quién pronto
descubrió una vocación hasta entonces escondida, al desplegar sus dotes como eximia
comerciante o regatona, elaboradora de chicha y de las exquisitas delicias que ofrece
hoy el valle, y que le han dado fama de lugar de "buen comer y buen beber". Se debe a
su prodigiosa creatividad, la existencia de chicharrones, pucheros, diferentes aderezos
con ají e infinidad de platillos aptos para colmar el apetito de los voraces vallunos a
todas las horas del día (Guzmán, obra citada).
19
Según H. Favre (2007) la brecha que se había establecido entre españoles americanos o criollos y
españoles peninsulares respecto al acceso a los niveles decisionales más elevados del Estado colonial,
lejos de atenuarse se hizo gradualmente más profunda y tras haber sido inicialmente una diferencia más
espiritual y afectiva, adquirió a fines del siglo XVIII, un cariz político que apuntó cada vez con mayor
pasión, hacia la búsqueda de un destino diferente del que prometía la metrópoli europea y su política
discriminatoria hacia ellos. En efecto, los criollos, a pesar de tener similares fortunas en haciendas, minas
y otras posesiones a las de los peninsulares, solo por ser tales, se convertían en sospechosos para la
administración real y en tal condición eran rígidamente excluidos de los altos cargos y dignidades civiles,
militares y eclesiásticas. Estos hechos estimularon el patriotismo de los criollos, quienes finalmente
entendieron que su patria era América y no España, de tal manera que a inicios del siglo XIX, muchos
veteranos de la represión de las sublevaciones indígenas de 1780, abrazaron la causa de la Independencia.
45
La anterior descripción sugiere que templos y plazas20 eran los elementos estructurantes
del conjunto urbano, sobre ellos cobraba sentido la referencia de los emplazamientos
residenciales y la propia jerarquía de éstos. El primer plano urbano del que se tiene
noticias data de 1812 (Ver Plano 1), fue encomendado por el brigadier José Manuel de
Goyeneche para complementar su informe sobre la represión a las mujeres de
Cochabamba en la Colina de San Sebastián. Este plano, del que solo se conocen algunas
copias que pueden haber sufrido algunas alteraciones, proporciona una idea aproximada
de lo que era la ciudad a fines del régimen colonial. Muestra el trazado del damero
articulado en torno a la plaza mayor, conteniendo algo más de 40 manzanas regulares.
Hacia el Sur una zona de trazo muy irregular y hacia el Norte y el Este la amplia
campiña de huertos que le daban el encanto "andaluz" a la ciudad. Las casas de dos
pisos en torno a la plaza mayor y en el área donde se ubicaban los templos más
importantes, destacaban el elevado rango social de sus ocupantes, eran estas casonas,
junto a los templos, conventos y edificios estatales, los que establecían la diferencia
entre la ciudad contenida en el damero y el caserío que comenzó a surgir en la zona Sur.
La Catedral o Iglesia Mayor y seguramente el Cabildo, del que no existen mayores
referencias, simbolizaban los poderes eclesiástico y estatal que dominaban la vida
social, política, cultural e ideológica de una modesta sociedad rural que se cobijaba en la
ciudad para modelar su propia identidad frente a la enormidad del hostil mundo andino.
Este modesto núcleo urbano, cuya población según el censo que Viedma mandó a
levantar, probablemente a mediados de la década de 1780, alcanzaba a 22.305
habitantes para la ciudad y sus alrededores (el Cercado) estaba compuesta por diferentes
20
La referencia a una doble plaza en el caso de Cochabamba se debía al doble acto fundacional, el
primero en San Sebastián en 1571, y el segundo en la actual plaza principal en 1574. Sin embargo, este
hecho es excepcional, pues la mayor parte de las ciudades hispanas solo tenían una plaza mayor.
46
castas: 6.368 españoles (28,55%), 12.980 mestizos (58,19%), 1.600 mulatos (7,17%),
1.182 indios (5,30%) y 175 negros (0,79%), de los cuales unos 15.000 eran habitantes
urbanos efectivos. Esta composición demográfica escondía una complejidad social,
cuya realidad es necesario comprender para entender la propia ciudad: indudablemente,
la iglesia era la institución de mayor influencia, prestigio y gravitación en la vida de la
sociedad colonial, no solo como soporte fundamental del credo religioso dominante,
sino como una institución que prácticamente controlaba todos los niveles y ámbitos de
la vida cotidiana.
Del templo de San Agustín, queda muy poco. Según datos aportados por Viedma, se
fundo a pedido del vecindario en 1578, a pocos años de la fundación de la ciudad.
Comenzó a ser reconstruido en 1780, pero en 1788 las obras se encontraban paralizadas.
Probablemente no se concluyeron nunca, lo que determinó que en la segunda mitad del
siglo XIX fuera remodelado y convertido en el Teatro Achá. Las rentas de la orden de
los agustinos ascendían anualmente, por concepto de réditos de censos y buenas
haciendas a 4.742 pesos. El convento de la Merced, fue construido probablemente entre
1600 y 1604 por Sebastián Montes, en estilo renacentista de líneas sobrias. Fue
sensiblemente demolido en 1969. Gozaba de una renta anual de 1.642 pesos y 4 reales.
El antiguo hospital e iglesia de San Juan de Dios que data del siglo XVII, fue
refaccionado en 1772. Su renta anual alcanzaba a 2.978 pesos. Fue remodelado en años
recientes. El convento de la Recoleta, no tenía más rentas que las limosnas de los fieles,
"está en la parte opuesta del río Rocha, en un sitio ameno y delicioso" donde aun
permanece desde el siglo XVII. El monasterio de las monjas clarisas o de Santa Clara,
data también del siglo XVII. Llegó a ser la institución religiosa más opulenta, su renta
anual ascendía a 15.000 pesos. Viedma informaba al respecto: "entre religiosas de velo
blanco, negro y donadas hay sesenta y tres. Cada una de las primeras tiene tres, cuatro
o más criadas, cholas, mestizas e indias que no guardan clausura les sirven para hacer
trencillas, encajes y otras manufacturas mujeriles, de que se aprovechan para su
comercio".
Estas casas, según Otero (1980) fueron edificadas con muros de adobe y teja de barro
cocido a dos aguas. Su esquema de frontis o fachada se dividía en dos partes, la superior
ocupada por cuatro a seis ventanas, con balcones cerrados de una sola pieza, aunque en
Cochabamba era frecuente la variante de la baranda de madera semitransparente. Las
ventanas solían estar cerradas por pequeñas puertas de madera trabajadas con laboriosos
tallados mestizos. La planta baja del frontis estaba formada en su parte central por un
portal amplio que simétricamente hacía juego con dos ventanas de hierro a cada lado o
cuatro puertas que dan acceso a las tiendas. El portal, de acuerdo al rango de los
ocupantes de la vivienda solía estar guarnecido por dos columnas de piedra coronados
por alguna ornamentación también mestiza. La puerta de calle que era una suerte de
presentación de estas casonas consistía en dos hojas o batientes muy ornamentadas con
relieves esculpidos en madera o tachonados con cabezas de clavos pulimentados. Estas
puertas estaban afirmadas interiormente por una barra y protegidas por una poderosa y
pesada chapa. Este acceso solo se habría plenamente en las grandes ocasiones, como
fiestas, entierros, para recibir algún huésped ilustre o la llegada de la cosecha. Sobre
esta puerta pendía el aldabón que asumía las más variadas formas. El ingreso a la casa
se hacía por el zaguán alumbrado por el farol que además iluminaba todo el patio, su
piso era empedrado. Esta casona interiormente se componía de tres partes: el primero y
segundo patio y el corral, el jardín o huerta. El primer patio correspondía a los dos
primeros pisos de la fachada y estaba rodeado por habitaciones dispuestas
perimetralmente. Con frecuencia este patio en planta baja estaba rodeado con pilares en
forma de una galería interior. En la planta alta se repetía el esquema de disposición de
las habitaciones de la planta baja. Pero dejemos que el propio cronista nos describa las
diferentes partes de esta casona: (Ver gráfico 5)
En el primer patio suele estar instalado el pozo y la argolla para atar de ella el
caballo favorito del amo. El acceso al segundo patio se opera por un callejón o
zaguán. Este patio algunas veces es también de dos pisos íntegros, otras de un
ala y la mayoría de las veces de un piso. Del segundo patio se ingresaba a la
huerta y al corral(...)El corral era el asilo de las bestias(...)y donde se
acostumbraba concluir las funciones digestivas de todos los habitantes de la
casa, exceptuando el señor y la señora. La habitación principal de la casona es
'la cuadra', llamada así porque tiene la forma de un cuadrado en el que se alza
el estrado, sus ventanas dan sobre la calle y sus paredes están enjalbegadas de
cal. El siglo XVIII contribuyó a que esta habitación estuviera muy adornada y
en ella se hacía derroche de lujo. La ornamentaban espejos de grandes marcos
dorados(...)Al lado de la cuadra, con ingreso especial sobre el corredor está el
oratorio, altar de madera sobredorado, en la que se destaca la imagen del santo
o de la santa para el que está consagrado(...)En el dormitorio luce la cama de
barandillas o de granadillas con sus cantoneras de bronce, todo dorado. Sobre
los muros enjalbegados caen los ornamentos de las cortinas de damasco o de
49
En oposición a este paisaje urbano de torres de iglesias y casonas de notables, las casas
de "bajos" del pueblo llano eran más sencillas y sobrias, aun cuando intentaban imitar
con diverso grado de aproximación las casonas de "altos". Aquí residían las capas
medias de la sociedad: funcionarios públicos, escribanos, algunos profesionales y
comerciantes mestizos y criollos. Hacia la zona Sur de la ciudad el trazado en damero se
debilitaba y la configuración urbana cambiaba de fisonomía: la pequeña ciudadela
hispana construida sobre la base de tributos, diezmos, gabelas y trabajo servil de indios
se diluía en una atmósfera aldeana y campesina donde campeaba todo un submundo de
mestizos, forasteros, arrenderos y artesanos, además de multitud de pequeños
50
sus paredes son construidas con barro apisonado con paja en los moldes de
adobe o en los tapiales. El techo esta sustentado por tijeras de palos
entrelazados por cuerdas de cuero, y esta provista de una sola puerta, sin
ventana. La puerta era primitivamente de cuero de llama y luego fue de madera
con argollas para sujetar el candado. Interiormente esta casa está amoblada
con patillas amplias que hacen el papel de catres y unas patillas estrechas que
sirven para asientos (Otero, obra citada).
Las zonas Norte, Este y Oeste de la ciudad conservaban sus características rurales. Allí
se encontraban las quintas, huertos, fincas de los notables de la ciudad, al lado de
pequeñas propiedades cultivadas por pequeños agricultores. Esta era la campiña que
rodeaba a la ciudad formando un arco tan solo interrumpido por la colina de San
Sebastián, la serranía del Ticti y las tierras áridas de Jaihuayco donde existía un
rancherío indígena. Aquí se encontraban las exuberantes campiñas de Las Cuadras,
Muyurina donde se encontraba la famosa Finca de Viedma (en los terrenos que hoy
ocupa el hospital que lleva su nombre), Mosoj LLajta, Avalos Pampa, Kochi Pampa,
Tupuraya, las hermosas campiñas de Queru-Queru y Cala-Cala, la pampa de Sarco, la
Chimba, las famosas Maicas que se consideraban las tierras más fértiles y de mayor
valor agrícola en la zona y otros sitios que proporcionaban a la ciudad ya desde esa
época la fama de "ciudad-jardín".
Luego sigue a la anterior, una zona suburbana de barrios populares periféricos con
patrón de asentamiento urbano que combina rasgos hispánicos y aborígenes
adaptados a la organización espacial urbana dominante. Los sectores y sitios que lo
conforman son: Kjara-Kjota (Caracota) pequeño rancherío indígena absorbido por la
urbanización, asiento de actividades de pequeño comercio agrícola y artesanal. La
Carbonería, barrio donde se producía y expendía carbón, situado en la parte meridional
de la ciudad entre Khasa Pata y el Ticti, dio su nombre a la famosa acequia que cruzaba
diagonalmente la ciudad. Khasa Pata o la "Mañacería", barrio en la parte Sudeste de
San Sebastián, residencia y lugar de faena de los "mañazos" o carniceros. La Curtiduría,
barrio popular de la zona Sudoeste, donde se establecieron grandes curtiembres y
peleterías. San Antonio, otro barrio populoso al Sur de la ciudad, se vinculaba con
Caracota y San Sebastián por la Pampa de las Carreras (hoy Avenida Aroma). La
Jabonería al Sur de la anterior (en la zona ocupada posteriormente por la Estación de la
Bolivian Railway), donde existían varias factorías dedicadas a fabricar jabones y velas.
Su carácter morfológico dominante: está dado por el predominio de casa de "bajos",
calles angostas y tortuosas, edificación poco densa, donde la función residencial se
combinaba con talleres de artesanos, pulperías y chicherías. Los diferentes barrios no
organizaban un tejido urbano continuo. Los espacios abiertos de Caracota, las Carreras,
San Sebastián hacia principios del siglo XIX ya eran asiento de la actividad ferial y
escenario de bulliciosas transacciones comerciales. La aridez de la zona y su falta de
agua, hacían que fuera un lugar polvoriento, con frecuentes focos infecciosos y poco
propicio a la expansión del damero hispano, que si bien se hace presente, pero con
severas deformaciones que le imprimen las actividades de nativos y mestizos.
Finalmente, una zona rural de campiñas, haciendas, huertos, maicas, alquerías y
rancheríos. Los sectores y sitios que la conforman son: Cjala-Cjala (castellanizado
Cala Cala), región pintoresca, originalmente cubierta por bosques naturales, asiento de
fincas, huertos y arboledas, sitio de paseo y recreo de familias hidalgas. La Chayma, al
Norte de Cala Cala, zona de famosos huertos y balneario. Jaya Huayco (hoy Jaihuayco),
poblado indígena en la zona de la Tamborada, con tierras muy fértiles en las orillas del
río Rocha llamadas "maicas". Lajma, asiento de pequeños talleres de alfarería y
cerámica. Sarikyo Pampa (hoy Sarco), asiento de rancheríos, maizales y huertos.
Tjupuraya (hoy Tupuraya), comarca poblada por aborígenes y cubierta con bosques
naturales. Alba Rancho, caserío al Sudeste de Canata. Chavez Rancho, comarca poblada
al Oeste de la villa, con huertos y maizales. Mayorazgo, asiento de la mayor hacienda
del Cercado. La Recoleta, sede de un templo y comarca poblada con muchos huertos, al
igual que el Rosal, Aranjuez y la zona hoy conocida como Portales. Su carácter
morfológico dominante esta definido por un ámbito rural, cuyo marco natural fue
52
modificado por patrones agrícolas hispanos que compartían con cultivos agrícolas
nativos. Aquí coexistían casas de hacienda, casas quinta, rancheríos, alquerías, huertos,
maizales, frutales y cristalinas vertientes, en fuerte contraste con el árido Sur de llanuras
y tierras de secano. En los dispersos poblados se practicaban artesanías y se elaboraba
chicha. Este espacio compartían hacendados, ex yanaconas, arrenderos y artesanos,
todos ellos, excepto los primeros, originalmente indios forasteros. Esta actividad
productiva estructuró la primigenia trama de caminos de herradura que la conectaba con
las ferias y recobas.
En las postrimerías del régimen colonial, la ciudad ya presentaba todos los rasgos,
componentes y actores sociales que perdurarían a lo largo del siglo XIX y la primera
mitad del XX, pero además, el sólido embrión de una estructura urbana concéntrica que
ni los dramáticos cambios sociales, económicos y tecnológicos posteriores lograron
modificar.
53
CAPITULO II
LA ALDEA REPUBLICANA DEL SIGLO XIX
Pero, ¿cuáles fueron los antecedentes, los factores y las circunstancias que modelaron la
personalidad histórica de Cochabamba? Esta fue una región, si se quiere atípica, donde
se pudo preservar una estructura de clases sociales y, relaciones interétnicas y culturales
que confluyeron hacia una suerte de conciliación de los valores señoriales con las
lógicas de mercado que se evidenciaban en el interior de su aparato económico,
permitiendo tal circunstancia que los valles se convirtieran en una suerte de "territorios
de oportunidades" donde las clases subalternas lograron quebrantar exitosamente el
férreo sistema de castas colonial. A pesar de que el nuevo orden republicano que
trataron de imponer las elites oligárquicas, más allá de sus fastos y barnices libertarios,
nunca modificó su esencia colonial, tampoco pudo reconstruir totalmente el viejo orden.
Esta cuestión que nos parece crucial, será el punto de partida para definir la realidad de
la aldea republicana. Sin embargo, es necesario retornar una vez más a los antecedentes
singulares que se tejieron en el siglo anterior, habida cuenta que la fisonomía que
adquirió Cochabamba en el tiempo de Viedma se prolongará con escasas variantes
durante todo el siglo XIX.
Cochabamba a fines del siglo XVIII: el equilibrio singular entre sociedad mestiza y
poder colonial.
Si bien la crisis de la economía minera a lo largo de los siglos XVII y XVIII había
estimulado una profunda recomposición de la economía y la sociedad regional, ello no
implicó necesariamente un derrumbe del aparato productivo agrícola y un colapso del
régimen colonial. Por una parte, la contracción del mercado minero fue gradual a lo
largo de los siglos citados, y en todo este periodo Potosí no dejó de ser una plaza
comercial importante para la economía de Cochabamba. Por otra, la economía hacendal
no se derrumbó, pero su recomposición dejó "aberturas" para la irrupción de un
campesinado que logró neutralizar las barreras étnicas, organizar una economía de
explotación parcelaria e irrumpir exitosamente en el mercado regional y en el
abastecimiento de los principales centros urbanos de los valles y aun de la meseta
altiplánica, dentro de una singular dinámica que Larson (1982) denomina "cambio
agrario". Estos rasgos sin embargo no son homogéneos para toda la región, aun cuando
existen constantes en las relacione de producción, las respuestas de los actores sociales
54
A fines del siglo XVIII, la expansión de la agricultura parcelaria parecería indicar que,
finalmente, el quebranto del mercado potosino había impulsado una suerte de reforma
de la propiedad rural y una redistribución de la tierra en términos socialmente más
justos. El crecimiento del mestizaje como expresión del debilitamiento del sistema de
castas en los valles podría inclinarnos a admitir esta posibilidad. Sin embargo, las
haciendas estaban lejos de una situación de desintegración y los pequeños agricultores,
también estaban lejos de un franco acceso a la propiedad legal de la tierra, salvo en muy
pequeña escala. Por tanto, la relativa ampliación de la unidad agrícola minifundiaria en
los valles, particularmente el Valle Bajo a inicios de la república, no significaba
necesariamente el surgimiento franco de campesinos propietarios, aunque estos
puntualmente aparezcan en los documentos notariales de la época. En realidad el
mercado de tierras agrícolas en Cochabamba era muy restringido y poco flexible,
imponiendo fuertes barreras al acceso de arrendatarios, que pese a que llegaron a poseer
cantidades significativas de cabezas de ganado y lograron acumular riqueza a través de
la usura que les permitía el comercio ferial, no estaban en condiciones de adquirir
propiedades con tierras fértiles y con riego, de enorme valor, en medio de un territorio
donde, las tierras arables en forma permanente eran muy restringidas en contraste con
las amplias extensiones de agricultura de secano y las igualmente extensas zonas áridas
de montaña.
ideológico. El estandarte de las ideas libertarias en los valles fue tomado por los criollos
(españoles de cuna americana) dueños de tierras, al verse imposibilitados por el Estado
colonial, en su condición de tales, de construir un poder regional e incluso nacional
propio, que permitiera la ampliación y sostenibilidad de sus intereses económicos,
sociales y políticos de clase.
Finalmente otras manufacturas importantes eran las curtiembres que utilizaban como
materia prima cueros de vacunos que se faenaban en el Cercado y en los centros feriales
de los valles aledaños. Esta sería la base para una prospera industria de calzados a lo
largo del siglo XIX.
que nos referimos en el capítulo anterior. Sin embargo, dada la riqueza de este
documento, vale la pena repasar la visión que contiene sobre la región. Un hecho que
preocupaba profundamente a Viedma era la contradicción entre abundantes recursos
naturales y la situación de necesidad y pobreza que atingia a la mayoría de la población
debido a los abusos del sistema tributario, la corrupción y las continuas sequías. En
realidad la descripción de Viedma contiene el análisis de los resultados del censo que
hizo levantar en los cinco partidos de la provincia, que en conjunto alcanzaban a
124.245 habitantes y demostraban que evidentemente, esta era una región con una alta
concentración de mestizos reales y ficticios, particularmente en el Cercado, donde estos
eran una abrumadora mayoría con relación a los indios, ocurriendo otro tanto en Cliza.
Cochabamba en la época de Viedma, en las postrimerías de la colonia, era
indiscutiblemente el centro del poder político y comercial de la provincia, aunque no
fuera el distrito más poblado. La villa estaba situada en forma estratégica con relación a
los tres valles centrales que contenían lo esencial de la producción y de la actividad
comercial.
El Gobernador consideraba que las tierras del Cercado eran las más fértiles de la
provincia para diversos tipos de cultivos, incluidos los cereales. Aquí existían catorce
haciendas que se "asemejaban a pequeños pueblos habitados por indios y mestizos que
cultivan el suelo de sus rancheríos como inquilinos de los terratenientes" (Viedma,
1969). Según Larson (1992), se trataba de las haciendas de Cala Cala, Queru Queru,
Sivingani, Caracota, la gran finca de Santa Vera Cruz y la Tamborada, entre las
mayores. De acuerdo al padrón de 1802 (mencionado por Larson), en el Cercado, no
todos los indígenas vivían en haciendas. Más de un millar habitaban los barrios
populares periféricos de Caracota, Colpapampa, las laderas del cerro de San Sebastián y
la Pampa de las Carreras. Muchos de estos pobladores arrendaban tierras de los
monasterios, otros trabajaban en servicios domésticos, muchos más eran solventes
artesanos en el ramo de los cueros, los textiles, sobre todo los tocuyos que se adquirían
en las ferias locales y se exportaban al altiplano, a Tucumán e incluso a Buenos Aires.
En realidad estos indios (de hecho adscritos como mestizos en los registros de
población), se habían asimilado exitosamente a la vida urbana, desempeñando multitud
de actividades de pequeño comercio, servicios y la actividad artesanal; proceso en el
cual lograron modificar su identidad étnica y ganar el estatus ciudadano, a pesar de que
muchos de ellos apenas balbuceaban el castellano. El propio Viedma admitía que estos
habitantes urbanos no hablaban el idioma español y que el "quechua" era una lengua
fluida aun entre "las mujeres decentes". No obstante Larson observa que estos mestizos
no constituían un grupo homogéneo que había adoptado y diluido las normas y
costumbres de las clases dominantes, sino que de todas formas, se aferraban a
fragmentos de sus propias culturas: "En el mismo corazón del distrito del Cercado, por
ejemplo, había parcelas de tierras llamadas 'Incacollos' que todavía pertenecían a la
'comunidad de indios de Tapacarí y Capinota', según el censo de 1902". Además
Viedma afirmaba que la ciudad de Oropesa o Cochabamba, era el principal centro
comercial de la región. Al respecto señalaba:
Los víveres se hallan todos los días en la plaza con mucha abundancia y a
precios muy moderados, tanto el pan como la carne, y todo genero de
legumbres, frutas y aves (...) La provisión de carne se hace por medio de unos
indios que llaman 'mañazos', que se dedican a este comercio, surtiéndose de
ganado vacuno en los partidos de Misque y el Valle Grande, y de lanar en las
58
punas. Ni para su venta, ni para la del pan, hay arreglo en precio, peso y
calidad; cada uno vende donde quiere y como puede -Viedma reconocía aquí su
fracaso para regularizar este comercio -. La sal, pescado seco, vinos y
aguardientes se traen de las provincias de fuera(...) La mucha pasión o vicio
por la chicha del maíz hace que se consuma muy poco vino y aguardiente,
aunque estos últimos años se ha experimentado mayores entradas de estos
caldos: más el desorden de la chicha es de tal manera, que aseguran que se
consume, en un solo distrito del antiguo corregimiento de esta ciudad, mas de
200.000 fanegadas de maíz anualmente en este asqueroso brebaje(...) Los
géneros de Castilla por lo regular se proveen de la misma ciudad. Es mucho el
consumo de ellos por el lujo que ha introducido la moda(...) y los de la tierra,
que son bayetas y pañetes, vienen de la provincia de Cusco por haberse perdido
el obraje llamado Ulincate situado en el partido de Sacaba(...) Los lienzos
ordinarios de algodón que llaman tocuyos se trabajan en esta ciudad y muchos
de los pueblos de la provincia(...) En las manufacturas se ocupa mucha gente
pobre con lo que mantienen sus familias (Viedma, 1969: 46 y 47).
En resumen, a fines del siglo XVIII, Cochabamba ya había adquirido los trazos de la
geografía social que le caracterizaría en el siglo siguiente y hasta la primera mitad del
siglo XX. Eran distinguibles dos grandes zonas geográficas: por una parte, los valles
centrales (Bajo, Alto y Sacaba) donde se ubicaban las mejores tierras y haciendas, los
principales núcleos urbanos, los talleres y obrajes, y donde se emplazaba el centro
nervioso de la vida económica de la región, el sitio de convergencia de mestizos y
hacendados de sangre hispana que competían por controlar la red ferial, unos, y otros,
por captar ingresos por rentas y copar las redes de comercio a larga distancia. Por otra,
los valles fluviales y punas se desempeñaban como corredores comerciales entre
altiplano y valles centrales y donde las fuerzas del mercado eran más restringidas,
favoreciendo la supervivencia de relaciones de producción serviles y costumbre
férreamente coloniales, que se mantuvieron intactas hasta bien avanzada la etapa
republicana.
59
El siglo XIX comenzó en los valles cochabambinos con malos presagios: una terrible
sequía seguida de una pandemia diezmó a la población, haciendo del año 1804, uno
nefasto para la región. Luego vino la caída de la economía del tocuyo con la apertura de
Buenos Aires al comercio inglés. Siguió, a partir de 1809, la prolongada guerra por la
independencia que significó un elevado costo en vidas humanas y recursos, incluyendo
el saqueo de la ciudad y otros poblados en varias oportunidades, a lo que siguió el
declinio de la industria artesanal y la casi ruralización de la región, de tal suerte que el
panorama social que describía Viedma se acentuó con mayores grados de pobreza.
Estas frías apreciaciones nos dan una idea de los enormes obstáculos que limitaban el
desarrollo de esta rama industrial que languidecía merced a la desigual competencia que
le proponían, entre otras cosas, los telares mecánicos ingleses que hacían totalmente
obsoletos los rústicos telares de madera. En el mismo tono, Pentland se refería a la
industria del vidrio, igualmente de calidad inferior y cuyo mercado eran las clases
medias y bajas, su decaimiento con relación a sus momentos de auge se debía a la
60
apertura del comercio con Europa. Otro tanto ocurría con el jabón "que ha tenido hasta
ahora un comercio extensivo en todas las provincias del Alto Perú", pero se juzgaba
inminente su caída en el mercado ante la irrupción de jabones ingleses y
norteamericanos en las ciudades del altiplano. Pese a todo este cuadro adverso, el
informe citado revelaba que las manufacturas de Cochabamba en los rubros de tocuyos,
jabones, vidrios, ponchos, eran las más importantes del país, particularmente la industria
textil que tenía una fuerte presencia en la ciudad, el Cercado y en el Valle Alto.
El “aldeano” (Lema, obra citada), al que ya nos referimos anteriormente, trazaba hacia
1830, una visión distinta de la recién formada república: su situación de pobreza era
causada por la irrupción del comercio libre extranjero que estaba causando la quiebra de
la producción agrícola e industrial. Con respecto a la situación de la agricultura hacía las
siguientes consideraciones:
puede ignorar que estuvo muy floreciente sin embargo de las trabas que le
estaban opuestas. Entre a las habitaciones de las clases inferiores, casi no
había una que dejara de tener algún telar o algún taller. En el hermoso bosque
de Calacala había centenares de mujeres que hilaban en tornos de agua. En las
extremidades de la ciudad capital y en todos los suburbios, se registraba un
número prodigioso de alfarerías y hornos donde se fabricaban todas las lozas y
vidrios cochabambinos. Los monasterios y todas las otras casas de
recogimiento eran como otros tantos establecimientos públicos destinados al
taller. De este modo se vieron en aquél país algunas obras tan primorosas que
los extranjeros no quisieron creer que ellas fuesen americanas. En las
provincias que están subordinadas a este departamento, no había menos
industria fabril. El tiempo que dejaba desocupada la agricultura se empleaba
en aquélla industria (...) Hoy, por un orden natural debe estar ella en un sentido
opuesto. No hay un consumo competente de los lienzos, paños, encajes,
ponchos, lozas y vidrios de este departamento. ¿En que estado se hallarán tales
producciones y tales productores? Por último, su comercio ya no puede
llamarse floreciente. Antes los cochabambinos inundaban no solamente esta
república sino también sus vecinas con sus mercancías y producciones
departamentales. Hoy que ya no se hace aprecio de ellas pocos hay que se
dediquen al comercio. Pero estos mismos pocos no han reportado tanta utilidad
como creyeron. Sabemos que han quebrado muchos y creemos que en adelante
quebrarán otros tantos, o más(...) Centenares de cochabambinos de ambos
sexos están establecidos en otros lugares. Una tal emigración no prueba que
esté abundante su propio país, sino por el contrario (Obra citada: 74 y 75)
Tanto los puntos de vista de Pentland como los del "Aldeano" sí bien son contrapuestos
entre sí, se inscriben en el marco de la primera gran polémica que se desató en la
república, a cerca del modelo de desarrollo a seguir, y que enfrentó, por una parte, a los
"librecambistas" partidarios de una amplia apertura comercial con los países industriales
de Europa, particularmente Inglaterra, no solo como una forma de romper con las
barreras coloniales impuestas a la libre empresa, sino como una forma de adhesión a las
corrientes liberales emergentes que expresaban las aspiraciones de progreso y
modernidad con que el naciente capitalismo se afirmaba frente a las debilitadas
monarquías que expresaban las tradiciones conservadoras de raíz medioeval.
prácticamente todo el comercio exterior del país. Estas pautas marcaban dos actitudes
distintas frente a las corrientes del desarrollo: la apertura de La Paz hacia el sur peruano
y el desarrollo temprano de un potente comercio de exportación de efectos de ultramar,
en contraposición a Cochabamba que persistía en fortalecer su propio mercado interno,
sobre todo en lo que respecta al maíz y a otros productos de la creciente agricultura
parcelaria (Ver Mapa 15).
Una década y media más tarde, José María Dalence proporcionaba un nuevo recuento
de la situación industrial de Cochabamba, revelando la existencia en el departamento de
una importante industria textil, de un sector artesanal diversificado dentro del que
comenzaba a sobresalir el rubro de la fabricación de calzados, además de una pujante
industria chichera que probablemente con la república, al liberarse de las prohibiciones
coloniales, tomó renovados bríos y aportó decididamente a la formación de un mercado
regional estable de consumo de maíz. En todo caso, el panorama trazado por Dalence no
contiene un tono demasiado pesimista con relación a Cochabamba y muestra que las
predicciones de los anteriores cronistas no se cumplieron en los términos radicales
enunciados, pues incluso en el caso de los telares de algodón, estos lejos de desaparecer,
subsistían concentrados en el Cercado y Tarata que se constituían en los principales
centros textiles del país. Así mismo, los pequeños agricultores habían logrado
consolidar un circuito económico regional que articulaba el sitio o parcela, incluyendo
"las maicas" del Cercado y las "fincas retaceadas" de Cliza, a la fabricación de chicha
para su consumo en las ferias regionales y en la propia ciudad de Cochabamba, que se
convirtió en la plaza comercial más importante para este producto. Los datos
proporcionados por Dalence también revelaban la existencia de numerosos talleres
artesanales que se concentraban en el Cercado y, particularmente en la zona Sur de la
ciudad, así como en Tarata, definiendo un dinámico sector manufacturero exportador
donde sobresalían los efectos de cuero, particularmente zapatos, además bayetas,
tocuyos, sombreros, jabones, lozas, pólvora y otros rubros (Dalence, 1975).
el caso de los valles centrales, es posible aseverar que la expansión de latifundio fue
relativa, en tanto el avance del campesinado parcelario fue mucho más notorio y
significativo. En los valles fluviales y las zonas de puna, el fortalecimiento de haciendas
y estancias, así como la supervivencia de formas serviles de sometimiento de la fuerza
de trabajo, fueron más evidentes.
Así mismo pese a las continuas crisis que agobiaban a la agricultura cochabambina, no
es posible describir un cuadro catastrófico que afectara al conjunto de la población, sino
a crisis parciales que afectaban más puntualmente a actores sociales específicos, es
decir, grandes o pequeños propietarios de tierras que desarrollaban estrategias distintas
para acceder al mercado con sus productos. El pequeño agricultor era muy vulnerable a
los vaivenes del régimen de lluvias y a su continua dependencia del riego y otras
condiciones generales de producción (acceso a abonos, semillas, animales de labranza,
etc.) que definían las condiciones de su participación en el mercado. Así, en temporadas
de buenas lluvias se recogían abundantes cosechas, lo que si bien influía en la tendencia
descendente de los precios de los cereales, esto se compensaba con la ampliación de una
esfera de consumidores de bajos recursos que demandaban maíz en forma de alimento
directo, harinas y chicha, todo ello en desmedro de la participación hacendal. En
cambio, sobre todo los hacendados del Valle Bajo que tenían la posibilidad de contar
con tierras regularmente irrigadas, se beneficiaban de las sequías temporales y
concurrían en esta oportunidad a los mercados de abasto y feriales exigiendo precios
más elevados. En suma, los bajos niveles tecnológicos, los rústicos sistemas de riego, la
ausencia de estímulos reales para invertir en procesos de mejoramiento y modernización
de la empresa agrícola determinaban la existencia de una actividad agrícola sujeta a los
imprevistos anotados y, donde los ciclos de lluvias abundantes y sequías determinaban
auges y retrocesos temporales tanto para la agricultura hacendal como para la parcelaria,
que impedían una proyección más regular y planificada.
Por otro lado, si bien las banderas anticolonialistas que justificaron los sacrificios de la
región en beneficio de la constitución de una república de ciudadanos libres incorporó la
cuestión de la "liberación del indio" de las gabelas tributarias, cuando estas, a partir de
1826 fueron aplicadas a través de la supresión total del tributo indigenal originaron el
casi colapso del tesoro público, razón por la cual dicho tributo fue repuesto al poco
tiempo. La cuestión de la propiedad de la tierra fue el gran dilema agrario del siglo XIX.
Para los criollos que habían heredado el aparato estatal y los privilegios que gozaban los
españoles, en el caso de Bolivia, agotados los grandes yacimientos de plata, perdidos en
lo que hace a Cochabamba, los grandes mercados cerealeros de los siglos XVI y XVII,
y permaneciendo inaccesible la alternativa de explotación de los recursos naturales de
las regiones amazónicas, la única forma de enriquecimiento y acumulación de estatus y
poder se apoyaba en la propiedad de la tierra y en la adscripción a esta de colonos indios
que seguían el destino de sus antecesores yanaconas.
de los terratenientes21. Esta cuestión en el caso de Cochabamba, una vez más asumió
características singulares.
Cochabamba mantuvo los rasgos de región reacia al cobro del tributo indigenal y
continuó desarrollando su tendencia de expansión del mestizaje. Esta singularidad no
presente en otros contextos del país, terminó proporcionando al Cercado un carácter
único con respecto a la población indígena. Aquí con mayor intensidad que en el Valle
Alto y otras zonas del propio Valle Bajo, el sistema de castas colonial que sustentaba la
legitimidad del régimen tributario, a mediados del siglo XIX había dejado de tener una
vigencia práctica. En la ciudad de Cochabamba y sus suburbios comenzó a proliferar un
gran contingente de artesanos, comerciantes de ferias, elaboradores de chicha, arrieros,
trabajadores en servicios diversos y agricultores parcelarios con acceso a la tierra bajo
diversas alternativas: como piqueros, arrenderos, trabajadores "en compañía"22, que
expresaban la incapacidad del Estado para captar nuevos tributarios y recapturar a los
evasores. De esta manera, las estadísticas sobre el universo de tributarios mostró que en
Cochabamba, estos eran una población en continúo e irrefrenable declinio, en beneficio
del igualmente continúo reforzamiento de los mestizos y cholos (Ovando Sanz, 1985).
En conclusión, se puede establecer que el Cercado a lo largo del siglo XIX estuvo muy
lejos de ser un territorio decadente y con signos de irremediable recesión y colapso. Por
el contrario se constituyó en el pivote estructurador de una dinámica económica
ampliamente democrática. Por ello, continúo ejerciendo el rol de centro de atracción de
torrentes migratorios que la convirtieron junto con el Valle Alto en la zona geográfica
más densamente poblada de Bolivia, y donde la movilidad y el cambio social fueron las
estrategias con que exitosamente las masas populares derrotaron la herencia colonial del
régimen oligárquico. En cierta forma el paradisíaco paisaje de la campiña que rodeaba
la ciudad en aquéllos tiempos, con sus exuberantes y legendarias "maicas" y sus no
menos famosas "casas- quinta", fue posible merced a la laboriosidad de unos
trabajadores libres que habían logrado exitosamente quebrantar las barreras raciales,
adquiriendo derechos ciudadanos dentro de una sociedad todavía muy conservadora,
21
El tributo indigenal, una de las últimas supervivencias formales de la colonia, fue formalmente
suprimido en 1826 por el gobierno del Mariscal Sucre, pero luego en 1831 fue repuesto por el Mariscal de
Santa Cruz. El Estado Boliviano se negaba a reconocer ningún otro tipo de propiedad que no fuera la
privada, luego se esgrimía el principio de que la propiedad colectiva o comunitaria debía pasar al Estado
salvo que fueran adquiridas individualmente por los miembros de los ayllus andinos. Este precepto estuvo
presente bajo diversas modalidades y argucias en las leyes y normas complementarias que siguieron a las
anteriormente mencionadas. En 1866, Melgarejo puso en venta las tierras comunales que en un plazo
perentorio no fueran adquiridas individualmente por sus ocupantes. En 1874 la Asamblea Nacional, puso
en práctica la ley desamortizadora o de exvinculación de tierras de comunidad, es decir, se planteaba la
supresión legal de las comunidades indígenas, el libre ejercicio del derecho de propiedad de los indígenas
a título individual, la organización de una revisita general de tierras para aplicar esta disposición y la
apertura del mercado de tierras indigenales. Bajo los preceptos de esta ley se cometieron excesos y
despojos, aunque su incidencia en Cochabamba no tuvo los rasgos conflictivos del Altiplano, una vez que
la parcelación de tierras, el libre mercado de éstas y el debilitamiento de las comunidades, particularmente
en los valles, eran expresiones de una tendencia históricas de vieja data (Sánchez Albornoz, 1978;
Antezana, 1992, Ovando Sanz, 1985).
22
Los piqueros eran agricultores independientes dueños de pequeñas propiedades en las márgenes de las
grandes haciendas, las mismas que hacia fines del siglo XIX estaban rodeadas por las mencionadas
pequeñas propiedades o "piquerías". El arriendo de tierras, el trabajo en compañía, al partir o la venta de
fuerza de trabajo a cambio de la mitad de la cosecha y otras modalidades pre capitalistas, eran otras tantas
formas de acceso a la tierra que practicaban particularmente los indios forasteros, entre otras razones, para
incorporarse a las redes del mestizaje y evadir las cargas tributarias.
65
Si bien, probablemente las huellas de los saqueos y los episodios bélicos que había
tenido que soportar la ciudad a lo largo de quince años de cruenta guerra contra España,
no eran significativamente visibles, si lo eran, los costos elevados en vidas humanas y
bienes económicos que la región tuvo que soportar para que se pudiera materializar la
fundación de la República de Bolivia. Las descripciones de penuria económica y un
retroceso marcado de la industria artesanal que hicieron diversos cronistas que visitaron
la nueva república parecen formar parte, por lo menos para el caso de Cochabamba,
además de otros factores analizados en el capitulo anterior, de un proceso de
66
Sin embargo, pese a esta situación no solo permanecía una estructura física urbana más
o menos intacta, sino también una estructura social y económica que en lo esencial
mantenía los rasgos y características de su similar del siglo anterior. Apelando a un
valioso estudio elaborado José Gordillo y Carlos Lavayen (1991), es posible inferir
algunos rasgos de la estructura urbana de la ciudad con licencia de la fuente citada: los
datos del referido censo muestran inicialmente una aproximación al radio de influencia
que ejercía la ciudad sobre los valles, los departamentos del interior y el sur peruano.
Los citados investigadores destacan que "una población relativamente numerosa con
respecto a los migrantes había abandonado la ciudad con destino desconocido, y en
todos los casos se los señala simplemente como 'ausentes", posiblemente un cambio de
residencia temporal a consecuencia del prolongado conflicto bélico. Por otra parte,
según el Padrón de Predios de 1831 utilizado por los citados investigadores, la ciudad
estaba efectivamente rodeada de campiñas, y la misma incluso en su interior tenía
tierras agrícolas. La fuente citada asevera que los asentamientos indígenas
correspondían a las zonas urbanas de Collpapampa y Caracota, en el Sur de la ciudad.
Se señala que dicha población giraba en torno a la actividad de unas cuatro mil
personas, de las cuales, 238 estaban incrustadas en la ciudad, en tanto el resto vivía en
23
De acuerdo a los datos proporcionados por Enrique Soruco publicados en el "Digesto de ordenanzas,
reglamentos, acuerdos y decretos de la Municipalidad de Cochabamba, 1895", la población censada
alcanzaba a 3.680 habitantes varones, mientras que la población femenina parcialmente registrada
alcanzaba a l.602 mujeres, estableciéndose un cálculo final de 8.194 habitantes en base a la relación entre
ambos sexos que establecieron censos muy posteriores. Asumiendo la estimación realizada por el
investigador José Gordillo ("La población de la ciudad de Cochabamba, 1826", Fascículo Economía y
Sociedad, s/f. 1990) que propone la cifra de 7.212 habitantes, se tiene que esta representaría apenas el 48
% de los casi 15.000 habitantes urbanos que sugiere Viedma. En 1788, el Gobernador Intendente registró
en su relación sobre la "Ciudad de Oropesa", contenida en su informe sobre la Provincia de Santa Cruz,
lo siguiente: "Están estas haciendas y pagos tan poblados que se les puede regular una tercera parte del
vecindario: este en el todo tiene 22.205 almas", es decir, que los otros dos tercios - unos 14.803
habitantes- eran residentes urbanos propiamente.
67
las haciendas que se encontraban todavía en el Cercado. Sin embargo, esta población
habría sido víctima de una sensible reducción, posiblemente como efecto de la mortífera
epidemia que siguió a la sequía de 1803 y 1804 y a los elevadísimos porcentajes de
mortalidad infantil que afectaban a los estratos inferiores de la sociedad.
Este fenómeno vendría a expresar, por una parte, que las elites regionales solo
formalmente se habían establecido y se habían apropiado del ámbito urbano en calidad
de rentistas acomodados que mantenían frondosas servidumbres dentro del mejor estilo
de una sociedad tradicional cuyos personajes principales, a falta de otros despliegues
más relevantes, apenas podían aspirar a teatralizar comportamientos aristocratizantes
consistentes en montar escenografías donde eran exhibidas legiones de mozos, criados y
sirvientas. Por otras parte resaltaba la realidad de unos trabajadores independientes que,
pese a haber tenido que soportar el pesado tributo de la guerra sobre sus hombros, no
habían perdido los derechos alcanzados en el régimen colonial persistiendo como
mestizos y cholos, y por ello mismo relegados del mundo señorial, aunque
probablemente en forma puntual se habían convertido en propietarios de pequeñas
parcelas en los extramuros y el Cercado y continuaban siendo los protagonistas
principales de la economía urbana.
En cuanto al uso del suelo, los autores citados consideran que eran tres los núcleos
básicos de estructuración urbana. El primero, en torno a la plaza principal donde el
fraccionamiento de la propiedad, dado su mayor valor, estaba más pronunciado con
relación a las propiedades de valor intermedio y bajo. Aquí, se puede admitir que
residían predominantemente las familias de terratenientes, comerciantes acaudalados y
jerarquía civil, militar y religiosa, en suma las elites que habían ocupado el lugar
abandonado por la jerarquía colonial. Otro núcleo importante, de acuerdo a la fuente
que examinamos, era la Plaza de San Sebastián en cuyo entorno la división de
propiedades era también muy marcada, probablemente debido a su condición de
mercado ferial y la presión demográfica de artesanos sobre esta zona. Por último, se
podía percibir un tercer núcleo en torno a la plaza de Caracota donde se concentraban
actividades comerciales diversas. Era en estos dos últimos núcleos (San Sebastián y
Caracota), donde se concentraba la actividad comercial de ferias y el abastecimiento.
Las zonas más densamente pobladas coincidían con estos tres núcleos en contraposición
con las zonas menos densas del Norte, donde las actividades agrícolas competían con
las propiamente urbanas (Ver Mapa 4).
hábitos y costumbres que ya habían sido observados por Viedma, y que la nueva
realidad política no pareció modificar en lo mínimo.
En efecto, el vivo retrato de la sociedad cochabambina trazado por D'Orbigny permite
establecer aspectos no abordados por Viedma, pero que sin duda formaban parte de sus
inquietudes en torno al avance cultural del mundo mestizo. La minuciosa descripción de
Cochabamba y sus habitantes que ofrece este notable viajero24 nos muestra en forma
colorida y anecdótica una sociedad formalmente escindida en castas y clases sociales
que incluso han recreado sus propias vestimentas diferenciadas: las decadentes elites
terratenientes todavía se aferraban a modas europeas atrasadas, en cambio, los mestizos
habían logrado recrear originalísimos trajes donde creativamente se combinaban
aproximaciones al chaleco y la levita francesa, el calzón tal vez de gusto gaucho y el
poncho quechua, en tanto las mujeres hacían una combinación aun más compleja de
mantilla española, pollera tal vez del mismo origen, sombrero o montera que sugerían
toda una actitud de combinación de valores del mundo andino y del mundo occidental
pero a su vez expresando una identidad propia y única.
principal, estaba constituida por 10 inmuebles habitados por 279 personas, por tanto se
trataba de una ocupación que, aun hoy en día, podría ser tipificada como de alta
densidad. En la misma existían 16 "propietarios", es decir dueños de casa y haciendas,
que vivían de estas rentas. Por otro lado se destacaba la presencia de 30 costureras,
además de hilanderas, tejedores, zapateros, sastres, que en conjunto llegaban a 52
artesanos. Por último se observó un voluminoso numero de domesticas y sirvientes, su
número era de 74. Otras actividades: comerciantes, profesionales liberales, funcionarios
eran poco significativos. De 56 niños, solo 17 eran estudiantes, obviamente estos eran
los hijos de los propietarios.
El censo urbano de 1846 formó parte de uno similar a nivel nacional iniciado en 1845.
De acuerdo a los resultados del mismo, Cochabamba era la segunda ciudad más poblada
con 30.396 habitantes residiendo en 1.919 casas. Sin embargo, como en todos los
censos de esta época, estas cifras tomaba en cuenta, además los "extramuros" que
involucran el Cercado, criterios de delimitación de cuarteles que tendían a ser
caprichosos, incidiendo todo esto en variaciones notables entre uno y otro censo. De
todas maneras, en función de la información disponible se puede asumir la estimación
de Viedma: un tercio para el Cercado y dos tercios para la ciudad, con lo que la
población urbana propiamente alcanzaría a unos 20.264 habitantes y tal vez un poco
más. De todas formas, esta cifra revela una importante fluctuación con respecto al censo
de 1826. En efecto, parecería que la ciudad en dos décadas no solo recuperó el nivel de
1788, sino lo rebasó experimentando una tasa de crecimiento espectacular26. Sin
embargo, esta impresión debe ser corroborada o modificada por posteriores
investigaciones. Lo concreto, es lo que realmente revelan las cifras anteriormente
mencionadas. Veamos que se puede concluir de todo esto:
La espacialización de los estratos sociales clasificados por castas o razas, también sigue
la pauta anterior: los "españoles", en realidad criollos de tez clara, se concentraban
alrededor de la plaza, acompañados por una voluminosa corte de sirvientes y artesanos
27
La "tienda redonda" era en realidad una habitación de planta cuadrangular que contenía
simultáneamente un pequeño taller artesanal, constituido por un telar de madera, un espacio de costura,
etc., además de un espacio de alojamiento y un espacio para cocinar, donde habitaba la familia del
artesano pobre. Esta habitación podía tener frente a la calle o estar sobre el zaguán de ingreso o el
"primer patio" de la casona colonial, que comenzaba a ser adaptada a otros usos alternativos
73
mestizos, mulatos, negros e indios. Respecto a estos últimos, es interesante anotar, que
los "indios" solo aparecen registrados en las zonas centrales, tratándose sin duda de
colonos de fincas que cumplían servicios en la casa urbana del patrón. En la zona
intermedia, la presencia de "españoles" es mucho menor. Aquí aparece un número
mayoritario de mestizos en calidad de trabajadores libres, en tanto otras razas o castas
ya no están presentes. Por último, la periferia y los extramuros del cuartel estudiado son
francamente un territorio mestizo constituido por trabajadores independientes.
Con relación a la situación de los dueños de los inmuebles urbanos, también se repite la
misma constante: En la zona central la mayoría de los predios pertenecen a
terratenientes, funcionarios, "pulperos", es decir, dueños del equivalente a los almacenes
actuales, costureras (en realidad esposas y viudas de hacendados). Solo en número muy
restringido algunos artesanos aparecen como dueños de casas. En suma, en el centro las
elites locales realmente son propietarias de este espacio conjuntamente con las
instituciones eclesiásticas y estatales. En la zona intermedia el panorama de los
propietarios es más equilibrado: persiste un ligero predominio de dueños de casas
terratenientes o poseedores de fincas, conjuntamente con comerciantes y costureras, por
una parte y por otra, hilanderas, tejedores, zapateros. En este caso se trataba de un
territorio donde la propiedad urbana comenzaba a ser traspasada a mestizos que de
alguna manera tenían capacidad para adquirir inmuebles ofertados probablemente en un
restringido mercado inmobiliario propiciado tal vez por "españoles" arruinados por la
guerra y otras adversidades, incluyendo la tendencia recesiva de la economía hacendal.
En la periferia, el número de propietarios dueños de fincas es aun menor, ocurriendo
otro tanto con los comerciantes. Los dueños de casas y pequeñas propiedades son
labradores, costureras, sastres, tejedores, etc., es decir, mestizos. El mismo panorama se
repite con las propiedades de "extramuros", donde se destacan los carniceros, las
hilanderas, los frazaderos, los loceros y los tejedores, igualmente, todos ellos mestizos.
Todo lo anterior, finalmente nos induce a pensar en una ciudad, que formalmente
mantiene su imagen y estructura física colonial, pero ella ya no corresponde al rígido
ordenamiento de castas, privilegios y segregaciones secantes. Se podría convenir que
Cochabamba, es de hecho, una ciudad mestiza, donde los "españoles" apenas lograron
retener el espacio central, a la manera de un oasis o un baluarte, desde donde sin
embargo, emanaba el poder económico, social y político, y desde donde, más adelante,
avanzará la ideología de la modernidad que propiciarán décadas más tarde los oligarcas
vallunos, mejor ilustrados y más consecuentes que sus antecesores de los primeros
tiempos republicanos.
Desde fines del siglo XVIII otras oligarquías, como la del Sur peruano buscaban una
articulación a las demandas del comercio internacional, en este caso, a través de la
explotación del algodón y los aguardientes; la oligarquía bonaerense con los cueros y
las carnes; la propia oligarquía paceña con la quina y la intensificación del comercio con
el Perú y los puertos del Pacífico. Sin embargo, las elites vallunas parecieron
contentarse con alternativas de acopio de rentas a través del arriendo de tierras, la
recolecta de diezmos, y sobre todo, una actitud especulativa y calculadora frente a los
inestables y cambiantes ritmos de la agricultura que entrecruzaba continuamente "años
buenos" y "años malos" para la producción de granos y harinas. Robert H. Jackson
(1994) no comparte este criterio y sugiere que los hacendados de los valles, de todas
formas, no dejaron de percibir ingresos importantes por la explotación de sus tierras,
concurriendo regularmente con sus productos al mercado local y a los mercados
mineros del altiplano, particularmente Oruro. De todas maneras el comercio de bienes
agrícolas ya no era de su exclusividad y debían competir con la creciente agricultura
parcelaria, lo que indudablemente mermaba sus ingresos y les obligaba a diversificar su
economía incursionando cada vez más en actividades mercantiles de carácter urbano o
participando en negocios especulativos como la recolecta de diezmos, antes
mencionada, y más adelante tomando parte en los envidiables negocios de recolecta del
impuesto a la chicha en el departamento.
Cochabamba, a inicios de la República debió sufrir con mayor rigor que otrora su
condición de aislamiento geográfico y las enormes barreras logísticas que dificultaban
un nuevo despegue económico agroexportador, es decir, caminos precarios difíciles de
transitar, surgimiento de otras regiones competidoras como los valles de Chuquisaca y
Chayanta, que intentaban desplazar a Cochabamba del todavía significativo mercado
potosino de fines del siglo XVIII, tecnología atrasada e inacabables problemas de riego
75
que motivaban prolongados pleitos en que se perdían y desgastaban las virtudes de los
patriarcas vallunos.
Dicho de otra manera, los terratenientes criollos encontraron los mecanismos para
hacerse de parte del excedente agrícola aprovechando la fragilidad de la pequeña
propiedad parcelaria vulnerable a los vaivenes climáticos, de esta forma, periódicamente
los hacendados se desembarazaban de la competencia de los pequeños productores e
imponían precios altos en el mercado local, en el regional y en el de exportación.
28
Larson (1978) afirma que , en los años previos al estallido de la guerra de la Independencia, las
condiciones de vida en la región de Cochabamba eran precarias, debido sobretodo, a que la provincia
sufrió a partir de 1804, de una severa sequía seguida de una extensa situación de hambruna y emigración.
Anota que el grueso del campesinado sufrió una aguda escasez de granos y perdió su ganado. Tomando en
cuenta este trasfondo trágico, anota Larson: “Un indicativo del profundo arraigo especulativo de la elite
de Cochabamba se expresa en el hecho de que, mientras la mayor parte de la población sufría la
calamidad de la sequía, los especuladores de diezmos, convirtieron esta actividad en una mina de oro y
ofrecieron precios record por el derecho a recaudar dicho diezmo. A pesar del intento de los borbones
para introducir una agricultura comercial de exportación, la especulación del diezmo, era de lejos, una
alternativa crucial y la forma más importante de acumulación de capital” (en ese momento).
29
Al respecto anotaba Brooke Larson (obra citada): “A pesar de la recuperación de la industria minera
del Alto Perú a fines del siglo XVIII, no se logró consolidar una demanda estable para el trigo y el maíz
valluno en los mercados extrarregionales. Estas condiciones se superpusieron al incremento de agentes
no productivos que competían por el control de tierras fértiles, debilitando la posición de una parte
significativa de la clase hacendal. Entre los miembros de dicha clase (compuesta mayormente por
criollos y un puñado de mestizos), se dio una cierta gradación social a fines de la colonia. En tanto se
tuvo acceso al trabajo de campesinos dependientes en virtud de su derecho a la propiedad privada que
incluía a estos, los hacendados se diferenciaron claramente tanto por su riqueza como por su prestigio
del conjunto de propietarios de tierras de Cochabamba. No obstante, los signos de un descenso en la
movilidad social se puede rastrear fácilmente en los registros notariales de las transacciones locales de
la segunda mitad del siglo XVIII. Estos documentos revelan que muchos hacendados agobiados por
deudas, recurrieron al arriendo de la totalidad de sus haciendas o las vendieron por partes para
enfrentar su desesperada necesidad de dinero. Otros documentos muestran que los hacendados buscaban
préstamos para poder reparar molinos dañados o abandonaban las tierras agrícolas de demesne en
favor de los arrenderos. La progresiva fragmentación de la propiedad de la tierra a través de las
herencias acentuó la declinación de la posición económica de muchas familias de hacendados”
76
Por todo ello no resulta casual que las crónicas de Dalence y otros autores pusieran en
relieve, en años posteriores, la vitalidad que cobró la actividad artesanal, al punto que
los mercados altiplánicos pudieron ser recuperados para los textiles, los calzados y las
harinas de Cochabamba, incluidas las 18.000 fanegas que surtían los "tambos de
harina" de La Paz abastecidos por "indios de Cochabamba".(La Epoca, 1845), y que los
"fenicios" vallunos hubieran incursionado hasta el Sur peruano y las costas del Pacífico.
Además, que la ciudad de Cochabamba y otras como Tarata, Cliza, Quillacollo se
hubieran convertido en centros artesanales importantes, y que incluso, el Cercado en
gran medida fuera un indiscutido terreno de mestizos artesanos y pequeños agricultores.
Sin embargo, lo remarcante es que esta epopeya fue realizada sin la participación
significativa de las elites terratenientes locales.
A diez años de concluida la Guerra del Pacífico, Germán von Holten, presidente del
primer "Circulo Comercial" de la ciudad, prominente comerciante y miembro de la elite
local, al trazar el panorama recesivo que significaba para Cochabamba la incursión del
comercio chileno en las tradicionales plazas comerciales vallunas del altiplano como
efecto del Pacto de Tregua con Chile de 1880 y los resultados adversos de la guerra,
admitía que si bien Cochabamba, no había logrado consolidar establecimientos
industriales importantes para impulsar su economía, en cambio había desarrollado una
fuerte industria artesanal. Pero dejemos que este testimonio llegue al lector en sus
propias palabras:
Este detallado relato, aunque tal vez algo exagerado, no requiere de mayores
comentarios para comprender la dinámica que había alcanzado la economía regional en
manos de pequeños productores mestizos. Las secuelas de la Guerra con Chile, abrieron
paso a una nueva crisis regional que esta vez afectó a los estratos medios y bajos. De
acuerdo, siempre al relato de Von Holten, la pérdida de los mercados del litoral había
afectado profundamente a la industria artesanal. El mismo cronista trazaba esta imagen
de la crisis:
Las calles de la ciudad desiertas, los talleres de los artesanos vacíos, en los
barrios de Caracota, que antes casa por casa, no eran más que un solo taller
de zapatería, ya no se oye un solo golpe de martillo, ni se ve gente; fiestas
populares ya no las hay, el pueblo ya no se divierte, esta desapareciendo, desde
que parte de la gente laboriosa se ha visto obligada a abandonar su suelo natal
para buscar en otra parte su vida y retribución de su trabajo, que en
Cochabamba ya no encuentra (...) Después del flagelo de la terciana, la
hambruna y el tifus, ha sido la desgraciada guerra con Chile, la que
enteramente ha arruinado a Cochabamba (...) Con la conquista del litoral
peruano por Chile, se cortó de golpe todo negocio de Cochabamba a aquélla
parte; los productos chilenos reemplazaron a los bolivianos, y la libre
importación que se dio a los productos chilenos, irónicamente bajo el nombre
de reciprocidad, completó la ruina de nuestra industria y agricultura; los
mercados de Potosí, Colquechaca, Oruro y La Paz, se llenan de harinas
chilenas, en los minerales ya se usa el calzado chileno, hasta para el mismo
ejercito se compra calzado de Chile (Von Holten, obra citada)
podría exportar Cochabamba por las modernas vías de comunicación qué reclamaba?
La cuestión no era tan sencilla: modernizar el agro significaba liberar mano de obra
servil, liquidar las haciendas coloniales, transformar los talleres caseros en fabricas con
obreros asalariados; lo que es peor, dar paso a una nueva elite empresarial moderna que
dejara sin vigencia a la vieja oligarquía feudal. En suma, una revolución cuya
perspectiva llenaba de espanto a los gamonales vallunos. Frente a esta inviabilidad,
finalmente se impuso lo más conveniente: tejer fantasías de progreso en torno al sueño
de caminos y ferrocarriles.
La permanencia de la región como un espacio donde nunca se había podido aplicar con
rigor el sistema tributario colonial o republicano, había terminado por convertir el valle
central en un irresistible atractivo que provocaba el persistente desplazamiento de
originarios hacia Cochabamba, donde en su nueva condición de indios forasteros, no
tardaban en adquirir el estatus de mestizos. Sin embargo, este proceso no se expresaba
en grandes o incluso modestos flujos migratorios que pudieron haber incidido en la
aceleración de la urbanización y la expansión de la ciudad, pese a que el Cercado y en
general los valles estuvieran sometidos a fuertes presiones demográficas por parte de los
torrentes de indios que descendían de las provincias altas. Aparentemente, los roles del
centro urbano con respecto a la villa colonial se habían modificado sensiblemente y la
relación entre el reducido mundo señorial y el universo rural mestizo no seguían la
lógica del reforzamiento del tejido urbano, sino optaban por otras alternativas que
intentaremos desentrañar. Luís Felipe Guzmán, en 1889, realizaba la siguiente
descripción de la ciudad:
Sus calles rectas aunque estrechas, ostentan edificios de hermoso aspecto, en su
mayor parte de dos pisos, siendo sus construcciones de adobe de rara
consistencia (esto en la zona central), su dotación de agua es insuficiente y mal
aprovechada, y el anhelo de aumentarlas, es la aspiración más sentida del
79
Esta detallada descripción de la ciudad, a inicios de la última década del siglo XIX,
muestra que la misma, si bien conserva en líneas generales la configuración urbana de
los tiempos de Viedma, había experimentado mejoras significativas, en lo que hace a
consolidar su calidad de ciudad: nuevas plazas, paseos, edificios públicos, incluso la
antigua plaza principal exhibían una nueva fisonomía. Todo este proceso de renovación
urbano-arquitectónica merece ser analizado con mayor detenimiento.
Por ello, resulta coherente que la primera obra urbana republicana de importancia en
Cochabamba fuera la remodelación de la plaza mayor rebautizada como Plaza 14 de
Septiembre. Esta remodelación se ejecutó en 1838, algo más de una década de fundada
la república en la administración del Gral. Santa Cruz. Sin embargo esta remodelación,
lejos de materializar un espacio clave donde los patricios plasmaran su concepción del
desarrollo urbano y desplegaran los valores ideológicos republicanos, se limitó a la
reconstrucción de los cuatro frentes de la plaza, inspirándose en los modelos coloniales
de las plazas de Oruro y de la extinta Charcas, reproduciendo en el nivel inferior de las
citadas fachadas un ritmo uniforme de arcos sobre columnas dóricas y jónicas, es decir,
combinando la galería y la arquería de gusto hispano con libertades greco romanas. En
tanto los cuerpos superiores de las edificaciones se remataron con frontones y áticos
neoclásicos. El conjunto arquitectónico y urbano resultante es "una clara remembranza
de la arquitectura colonial y la prueba de la persistencia de dos estilos: barroco y
neoclásico" (Mesa y Gisbert, 1978). Esta simbiosis de los valores coloniales y
neoclásicos reflejaba bien una suerte de indefinición de los criollos gobernantes frente a
las corrientes modernistas de la época.
Las elites vallunas formalmente decían simpatizar con los ideales de los menos
extremistas girondinos franceses, pero en el fondo de sus almas no habían dejado de ser
ultra conservadores y seguidores del orden colonial, ya que solo en este marco se
justificaban como clase dominante. Desde esta óptica, fue correcto lo que hicieron los
patricios vallunos: priorizaron la vigencia de un espacio jerárquico, que tuviera el
sentido de "un asiento del poder" desde donde emanara la autoridad republicana sobre
los valles de Cochabamba. Esta obra, se tomó su tiempo, más o menos el mismo que la
elite criolla requirió para consolidar su condición de tal: las primeras galerías se
iniciaron durante el gobierno del Gral. José Ballivián con la construcción de la Casa de
Gobierno, o sea la actual Prefectura completándose con arcadas en casi toda la acera
Norte o principal; solución que pareció inspirar el tratamiento que se dio a las aceras
restantes. Sin embargo la ejecución de las galerías fue lenta y tropezó, como toda gran
obra en Cochabamba, con muchas incomprensiones que obligaron a que el Municipio
81
adoptara medidas coercitivas como las amenazas de remate de las casas cuyos
propietarios se resistieran a adosar galerías a sus inmuebles. Con disposiciones
enérgicas de este tipo se completaron las galerías de los frentes restantes, excepto la que
correspondía a la Catedral, una vez que el otrora poderoso Cabildo Eclesiástico se
declaró insolvente para completar las galerías, por lo que el Estado tuvo que hacerse
cargo del financiamiento de la obra, la misma que finalmente fue concluida en 1860 con
la ejecución del sector restante para adquirir su fisonomía actual, fortalecer el recinto
urbano y materializar la imagen de ciudad efectiva, es decir, superar la atmósfera de
aldea colonial, que todavía se reflejaba en la descripción de D'Orbigny.
Una obra urbana, tal vez más importante que la remodelación de la plaza mayor, fue la
apertura del paseo de la Alameda y la Plaza Colón, un conjunto urbano unitario
inaugurado en 1848, durante el gobierno del Gral. José Ballivián que rompe con el
esquema hispano del damero definiendo un eje para el futuro crecimiento urbano entre
el antiguo extramuro Norte y el río Rocha. Aunque no existen pruebas documentales, es
posible pensar que este y otros paseos similares en diferentes capitales de departamento,
se inspiraron en los "bulevares" parisinos que por esta misma época planeaba el Barón
de Haussmann. Se trata, esta vez, de una concepción inspirada en valores urbano-
burgueses, dentro de una franca intencionalidad de quebrar el oasis señorial de inicios
de la República y ampliarlo hacia la zona Norte, la poseedora de los mejores sitios y
paisajes de la campiña, así como de los recursos hídricos más abundantes.
En 1887 se consideró el proyecto de ampliar la Plaza del Regocijo, pero este cometido
era oneroso dado que en su perímetro se habían construido casas de buena calidad y
existía fuerte oposición a realizar afectaciones. Entonces surgió la idea de trasladar la
plaza a un sitio que brindara mejores ventajas, lo que dio lugar al primer debate público
sobre la planificación urbana de la ciudad. Se barajaron varias alternativas, pero
ninguno traducía:
Otra propuesta en torno al mismo asunto planteaba, crear en la zona del Rosal, una
plaza similar a la 14 de Septiembre conservando la del Regocijo como asiento de un
mercado. Estas propuestas nos permiten establecer que las visiones de desarrollo urbano
en el siglo pasado ya se relacionaban con el ideal de una ciudad con espacios verdes,
calles arborizadas y una mayor apertura hacia un contacto más extenso con la
naturaleza. Es decir, el ideal de "ciudad-jardín" ya estaba presente en el siglo XIX.
Estos aspiraciones, que de alguna manera expresaban el deseo de trasladar el centro
urbano hacia un espacio que brindara mejores posibilidades de reproducir los grandes
paseos y avenidas que transformaban por ese mismo tiempo otras ciudades como
México, Buenos Aires, Santiago, La Paz e incluso Sucre, y cuyos ecos debieron llegar
hasta Cochabamba, inspiraban imágenes donde definitivamente se reformulaba el
modelo de ciudad colonial, Sin embargo, en la práctica, solo posibilitaron ordenanzas
municipales más modestas pero cuya intencionalidad era estimular la materialización de
83
Otra Ordenanza de Mayo de 1895, suscrita por el Dr. Julio Rodríguez, se ocupaba por
primera vez de problemas de tráfico, y disponía la prohibición del ingreso a la plaza
principal y circular en las calles próximas "carros de 40 o más animales de tiro, cuya
capacidad para el transporte de cargas pasa de 16 quintales", equivalentes a nuestro
transporte pesado actual. Otra disposición del mismo año se preocupaba por la estética
urbana y expresamente disponía que los propietarios de predios con frentes a la plaza
Colón y la plazuela del Regocijo debían presentar los planos de las fachadas de las
futuras edificaciones, "conforme a reglas de arquitectura" para su respectiva aprobación
(Digesto de Ordenanzas. Vol.2).
En fin, una disposición del H. Consejo Municipal de enero de 1896, suscrita por
Ramón Rivero, un pionero del desarrollo urbano planificado, al referirse a la estrechez e
irregularidad de las calles coloniales ponía en evidencia las ideas que sobre urbanismo
tenían los ciudadanos de aquél tiempo, en especial las nuevas elites urbanas:
Los censos urbanos de 1880 y 1886 mostraban una fisonomía urbana, que todavía
marcaba una significativa distancia entre estos ideales urbanos y la realidad existente. El
censo de 1880 informaba sobre la existencia de una población de 14.705 habitantes, lo
que expresaba un retroceso significativo respecto a la estimación asumida para la
población urbana en 1846. Enrique y Alejandro Soruco, los organizadores de la
operación censal de 1880 ponían en tela de juicio las estimaciones de población
anteriores a este censo en virtud de los muchos errores cometidos y deficiencias no
corregidas, dudando de la veracidad de los datos proporcionados por Dalence en 1848
(30.396 habitantes para la ciudad y el Cercado), siendo todavía menos consistentes los
datos ofrecidos por el Mapa de la República de 1858 que proporcionaba a la ciudad de
Cochabamba una población de 40.678 habitantes y la ofrecida por Ernesto O. Ruck en
1865 en su "Guía General de Bolivia” que proponía 44.908 habitantes.
Es evidente que en este orden existieron anomalías, en primer lugar por que con
frecuencia la población estimada como urbana englobaba a la ciudad y el Cercado.
Además, los cobradores de impuestos personales tendían a incrementar los perímetros
urbanos, y para estos no existían mayores diferencias entre ciudad y ámbito provincial
circundante. Sin embargo, otros factores no analizados por los hermanos Soruco como
el impacto de la pandemia, la aguda sequía y las hambrunas de 1878-1879, seguida de la
85
interrupción de los flujos comerciales hacia los mercados del Pacífico (no olvidemos
que el censo fue realizado en pleno conflicto con Chile), pudieron haber aportado a un
descenso de la población significativo, es decir de cerca de un tercio con relación a los
20.264 habitantes estimados para 1846. En cambio el Censo de 1886 registró l9.507
habitantes, lo que vendría a expresar un retorno al nivel demográfico "normal" de la
ciudad para el siglo XIX, y además evidenciaba la extrema sensibilidad de la población
hacia las situaciones de crisis económica o de otra índole y la tendencia hacia prácticas
migratorias de tipo pendular.
Los promedios de densidad poblacional que muestran estos censos, resultaban más
elevados en promedio que los que posteriormente se obtuvieron con modelos de
urbanización expansiva. Las manzanas más densas (con un promedio de 200
habitantes/manzana) y que, incluso duplicaban el promedio en 1880, se situaban en las
inmediaciones de la plaza de armas, en sus aceras Este y Oeste (Ver plano 9). En 1886,
estas manzanas mantuvieron e incluso incrementaron su densidad, y a ellas se
incorporaron las situadas sobre la acera Oeste del Prado, además de otras en la zona de
Caracota. A diferencia de la ciudad del siglo XX, el crecimiento urbano no se expresaba
en una significativa ampliación del tejido urbano sino en una paulatina maximización de
uso del suelo. Por ello, si bien, el plano de la ciudad en 1812, incluye unas 80 manzanas
(Ver plano 8), en el censo de 1826 se establece la existencia de 132 manzanas y un poco
más de medio siglo más tarde se registran con precisión 142 manzanas, realidad que
solo se modificará en 1909, a través, de una ampliación del radio urbano y la inclusión
de muchas "manzanas imaginarias".
En suma, el universo rural estaba fuertemente presente dentro del perímetro considerado
urbano y en realidad lo predominante era un tejido urbano salpicado de áreas baldías y
edificaciones de una planta. Sin embargo (Ver Plano Nº 10), las zonas de mayor
densidad de población no coinciden necesariamente con las zonas de mayor densidad
edificada, en ambas zonas se hacía presente la casona o la quinta de algún ciudadano
notable, insertándose en medio de las modestas "casas de bajos". Comparando este
panorama, con el que sugieren Gordillo y Lavayen (1991) para la ciudad en 1826, se
puede establecer que la tendencia a una escasa consolidación del conjunto de manzanas
urbanas por usos del suelo urbano efectivos, se mantiene, con una ligera tendencia a un
incremento de las tasas de edificación en la zona central.
En fin, esta aparente inmovilidad, este ritmo lento y contradictorio de evolución urbana,
escondía una dinámica interna no solo articulada a rígidas razones socio económicas,
sino a visiones de lo urbano y lo regional contrapuestas, a ideas de desarrollo de la
ciudad distintas, a formas de pensar la ciudad con profundas diferencias ideológicas y
culturales, pues en tanto las clases sociales comprometidas más directamente con el
desarrollo de una economía capitalista reivindicaban un espacio material propicio para
esta finalidad, los terratenientes vallunos a partir de la guerra del Pacífico hacían lo
indecible para retardar el reloj de la historia y el progreso propiciando la perennidad de
un conglomerado urbano que estuviera más próximo al recuerdo y a la vigencia de los
valores de la Villa de Oropesa que a las audacias urbanas que se practicaban en otras
ciudades donde no se respetaba la tradición. Lo anterior inclina a pensar que la vivienda
republicana, si bien siguió manteniendo las pautas de diseño del modelo colonial,
87
En 1886 esta tendencia se hizo más marcada pero siempre afectando a la zona central
que sufría ya desde ese tiempo una significativa presión demográfica, en oposición al
resto urbano que presentaba promedios de ocupación bajos y vivienda dispersa. Así
1.054 viviendas (el 59 % del total) estaban ocupadas por menos de 10 personas
involucrando esta calidad de alojamiento a 5.703 habitantes (el 29,2 % del total de
población). Sin embargo, el restante 70,8 % de la población urbana residía en 733
viviendas, con un promedio de ocupación de 18,8 personas por vivienda. Sin embargo,
en la misma forma que en 1880, en 75 casas residían 2.831 personas registrándose un
promedio de 37,7 ocupantes por casa. Naturalmente, igual que en el censo anterior se
registraban casos muy superiores a este promedio, superándose incluso los niveles
máximos alcanzados en 188031. En resumen, entre 1880 y 1886 se agudizó
sensiblemente esta tendencia.
La estructura urbana resultante (Ver plano 11) muestra que formalmente la ciudad a lo
largo del siglo XIX, había mantenido y reforzado el modelo colonial concéntrico, pero
se habían debilitado los anillos intermedios sufriendo inserciones y deformaciones que
dieron por resultado una zonificación socio espacial diferenciada, presente incluso ya en
el siglo XVIII, entre las zonas Norte y Sur de la ciudad, que al igual que el centro,
presentaban patrones de uso del suelo diferenciados. Observemos más en detalle esta
cuestión:
del Dr. Casimiro Valenzuela, donde vivían 46 inquilinos, la casa de Gertrudis Soria de Camacho con 43
inquilinos (Soruco, 1880).
31
En 1886, 9 casonas albergaban a 486 personas, con un promedio de 54 habitantes por casa.
89
A la anterior, seguía una zona residencial de clases altas y medias. Los sectores y
sitios que la conformaban comprendían básicamente la zona Norte de la ciudad, es
decir, los cuarteles urbanos Noreste y Noroeste. Sus actividades eran
predominantemente residenciales. Aquí tendían a desplazarse los dueños de casonas del
centro y también fijaban residencia los grandes comerciantes y otros componentes de
los estratos altos y medios. La apertura del Prado y la Plaza Colón, definieron las pautas
de urbanización y valorización de estas zonas. Aquí el patrón urbano dominante, estaba
constituido por casonas, todavía de molde hispano, con canchones y huertos en el
interior de las manzanas más consolidadas, a las que se sumaban casonas similares pero
rodeadas de huertos, estas eran las "casas-quinta" o "quintas" que a veces ocupaban una
manzana completa. Su carácter morfológico dominante correspondía a la imagen de un
área de preferencia residencial ocupada mayoritariamente por sus propietarios, es decir,
grandes comerciantes y funcionarios civiles y militares de los estratos altos que
preferían abandonar la zona central desocupando sus vetustas casonas dedicadas a
captar rentas por concepto de alquiler, en favor de viviendas nuevas cuya emergencia
marcó la alteración más importante con respecto al modelo colonial.
En efecto, los flujos internos entre zonas de artesanía y asientos feriales eran más
intensos que las vinculaciones con otras zonas urbanas. Así como las elites tenían sus
espacios de celebración en la plaza principal y la Alameda, los sectores populares tenían
un espacio equivalente en la Pampa de las Carreras, donde tenían lugar concurridísimas
corridas de toros, carreras de caballos y zarabandas báquicas de grandes proporciones
que además se extendían hacia la Plaza de San Sebastián por el Oeste y a Caracota por
el Este. Justamente este último sector albergaba un bullente mercado cuyos escenarios
principales eran San Sebastián en las primeras décadas del siglo XIX y luego Caracota,
y en menor proporción San Antonio. Aquí concurrían muchedumbres de pequeños
productores campesinos que comercializaban sus productos o los intercambiaban con
productos artesanales mediante el trueque que estaba muy extendido o la mediación de
la moneda. Muchos de estos comerciantes eran itinerantes, es decir, concurrían a
distintas ferias en los distintos valles aledaños pero hacían de Caracota o San Antonio su
base principal de operaciones.
Finalmente se debe hacer referencia a una última zona: la campiña rural circundante.
Los sectores y sitios que la conformaban estaban definidos por el resto de la jurisdicción
del Cercado, es decir los cantones de Santa Ana de Cala Cala y San Joaquín de Itocta,
cada uno con tres secciones. El primer cantón se extendía hasta las estribaciones de la
cordillera del Tunari por el Norte, y el camino de Coña Coña por el Sur. Esta era una
zona llena de torrentes y cursos de agua como las quebradas de Chaquimayu, Tirani y
Taquiña, temibles en épocas de lluvia. Tenía recantos de gran belleza paisajística como
la Plaza del Regocijo y sus alrededores, la Recoleta, Mayorazgo, el Rosal, Tupuraya,
91
Miraflores, Queru Queru, Portales, Glorieta, Sarco, Taquiña, Coña Coña. Chimba y
otros, además de varios balnearios. Aquí existían casas-quinta y casas de hacienda muy
famosas en la época32. En este cantón también existían algunos asientos de artesanos,
pequeños comerciantes y agricultores en las zonas de Condebamba, Chiquicollo,
Tejería, Pardo Rancho, Chavez Rancho, Sarco, Chimba Chica, etc.
El segundo (Itocta), tenía como límite Norte el río Rocha, comprendía las campiñas de
Muyurina y las Cuadras, y por el Sur se extendía hasta el río Tamborada y el límite con
la provincia de Tapacarí a la que pertenecía Quillacollo. Un sector de este cantón tenía
características similares al anterior, con sitios de gran interés como Mosojllacta,
Incacollo Abalos Pampa y las citadas campiñas de Muyurina y las Cuadras. El sector
Sur era mucho más árido excepto la zona de La Maica y Valle Hermoso. Aquí también
se encontraban varias propiedades y asientos de pequeños agricultores y artesanos 33. Se
pueden citar, aún perteneciendo algunos al perímetro urbano, a los siguientes
asentamientos: Soliz Rancho, La Villa, Carbonería, Lacma, Las Trojes, Santa Vera Cruz,
San José de la Banda, Jaihuayco, Quenamari, Buena Vista, Capellanía, Suncho Pampa,
Lopez Caico, Collpapampa Alba Rancho, Pucara, Sivingani, Asirumarca, Lazo Rancho,
etc. Su población en 1886 alcanzaba a 12.505 habitantes, destacándose una presencia
importante de agricultores, hilanderas y regatonas, costureras y pastores, que en
conjunto, comprendían el 67 % de la población económicamente activa. Otras
ocupaciones destacables involucraban a: chicheras, sastres, lecheras, lavanderas, y en
menor proporción: alfareros, albañiles, arrieros, comerciantes, harineros, matarifes,
tejedores, zapateros, bordadoras, carniceras, etc. El grueso de esta población se
vinculaba estrechamente al comercio ferial y a los mercados de abasto. En
consecuencia, el patrón de uso del suelo que propiciaban era muy similar al de la zona
Sur, aunque con índices de mayor dispersión.
En resumen, esta estructura urbana, si bien mantiene los rasgos de la antigua villa
colonial, funcionalmente ya se encontraba muy alejada de ésta. La ciudad republicana
sometida todavía a la vigencia del viejo orden, no dejaba de promover una sectorización
con un sentido de segregación social y ecológica muy marcados: la verde campiña para
el solaz de las elites y las áridas pampas para el asiento de artesanos y otros mestizos.
Sin embargo, el centro urbano que se pretendía hegemónico para todo el conjunto
urbano y aún regional, lo era apenas para las zonas de residencia de sectores social y
económicamente vinculados a ésta así como referencia más simbólica para hacendados
y funcionarios estatales de pueblos y aldeas.
Entre tanto, lo que apenas era una simple tendencia a fines del siglo XVIII, es decir el
32
Entre las propiedades que figuran en el censo de 1886 se pueden citar, las de las familias Foronda y
Ponce, la propiedad de Carmen S. de Velasco, la de los herederos de Toribio Torrico, la de Melchora
Dorado, la de Rosendo Velasco y Salvador García.
33
Entre las propiedades mencionadas por el censo de 1886 se pueden citar: la casa-quinta de Ciriaco
Castellón, la de Pio Salinas y la famosa quinta del Canónigo Zabalaga que era vecina al nuevo hospital o
actual Hospital Viedma.
92
Por tanto, sobre todo en la zona Sur, el damero no fue mecánicamente ampliado, sino
sufrió deformaciones al involucrar la feria campesina y la chichería rural en el paisaje
de lo se puede llamar la ciudad mestiza que formalmente se adhiere a la ciudad
republicana pero sin hacer concesiones a su esencia cultural y a su personalidad
histórica. En general en forma pacífica, ya desde el siglo XVIII, y con mayor fuerza en
el XIX, las zonas Norte y Sur marcan la existencia de dos universos que funcionan con
ritmos distintos en un proceso donde los valores oligárquicos y mestizos coexisten y se
toleran una vez que la férrea estructura de castas y prejuicios vivamente vigentes en la
sociedad rural decimonónica no logró imponer su hegemonía en la ciudad
Aquí cabe hacer mención a los valores que fueron conformando estos dos centros, sobre
todo en la segunda mitad del siglo XIX, cuando las elites regionales tuvieron mayor
capacidad para afianzar más nítidamente un espacio urbano propio no solo consolidado
en torno a símbolos ideológicos sino a intereses económicos.
La oportunidad se dio en 1878-1879 cuando la ciudad sufrió los rigores de una gran
epidemia de tifus seguida por una trágica sequía que dejo millares de víctimas en la
ciudad y en toda la región. Por razones sanitarias se recomendó el retiro de las
chicherías hasta un radio de tres cuadras en torno a la plaza principal. A partir de este
momento se comenzó a satanizar a dichos establecimientos como sinónimos de focos
infecciosos. Por tanto, era necesario "limpiar" el centro urbano de su presencia bajo la
94
35
Una relación detallada del proceso urbano y las chicherías se encontrará en Solares, 1990 y Rodríguez
y Solares, 1990.
95
CAPITULO 3
DE LA ALDEA COLONIAL A LA CIUDAD TRADICIONAL
36
A partir de la década de 1870, con el descubrimiento de yacimientos argentíferos en Huanchaca,
Colquechaca y otros, en Norte potosino, comenzaron a tomar forma empresas mineras dominadas por la
oligarquía sureña y la participación de capitales chilenos.
96
Como sugiere Zabaleta, en las dos últimas décadas del siglo XIX, la riqueza de las
elites mineras adquiridas de un modo capitalista eran despilfarradas de un modo
señorial. La obsesión por adquirir tierras no respondía a una lógica de diversificación y
expansión de la empresa capitalista, sino a una razón más próxima a los valores feudales
del estatus, de concebir la propiedad como fuente de prestigio y poder, en suma de
recrear el gamonalismo territorial antes que tener una visión nacional del desarrollo.
Aquí reposa la razón por la cual existía un marcado desinterés por la planificación
productiva de la hacienda. Las riquezas acumuladas no se dirigían a reproducir el capital
industrial dentro de una lógica de diversificación y ampliación de la empresa capitalista,
sino a afianzar una persistente adhesión a los valores feudales citados. En lugar de
desarrollar alternativas para maximizar la eficiencia productiva y alentar la formación
de un mercado libre de trabajo, el empresariado minero y sus aliados gamonales se
consideraban la cúspide de un eje de dominación sobre un conjunto de entidades
subordinadas: trabajadores mineros, peones de hacienda, piqueros, artesanos, pequeños
comerciantes, comerciantes mayoristas, funcionarios públicos de las distintas ramas del
Estado, profesionales liberales y no pocos políticos que representaban sus intereses
dentro del propio aparato estatal. La sed de riqueza y poder no se dirigía a potenciar un
proyecto real de desarrollo capitalista, sino a recrear un imaginario de modernidad
donde se combinaba la ansiedad de proyectarse formalmente como parte de un mundo
moderno en plena marcha con la terquedad autoritaria de proteger la inmovilidad de los
pesados cimientos coloniales.
Un hecho relevante en este proceso de ajuste de las estructuras del poder oligárquico,
fue la participación de las comunidades altiplánicas aymaras en la contienda,
37
Desde fines del siglo XIX, el estaño fue desplazando a la plata en el mercado internacional. Esto alentó
a que la actividad minera reorientara su producción y se estimulara la búsqueda de nuevos yacimientos.
Mineros afortunados como Simón I. Patiño lograron descubrir y hacerse propietarios de ricos filones de
estaño y en poco tiempo organizaron grandes empresas capitalistas con una lógica empresarial muy
diferente a la adoptada por los oligarcas mineros de la plata. Este proceso de desplazamiento de la
importancia económica de la plata y la revalorización de la minería orureña, alentaron a la oligarquía
paceña para plantear su aspiración de consolidarse como el centro hegemónico del país.
97
formalmente bajo los estandartes del federalismo paceño, pero luego bajo el caudillaje
del temible Willka Zarate, lo que puso en evidencia la existencia de objetivos
autónomos francamente opuestos a la hegemonía de los criollos blancos, sean
federalistas o unitarios. En todo caso la caída del régimen conservador significó el
derrumbe de una visión económica y política que impedía el desarrollo de las regiones
y que coartaba el ascenso de las nuevas elites mineras y comerciales.
Las décadas finales del siglo XIX arrojaron sobre Cochabamba una profunda crisis. El
contraste sufrido en la guerra del Pacífico significó para la región la pérdida casi total de
los mercados tradicionales para su producción agrícola y artesanal. Sin embargo, pese a
que la contracción económica tuvo un alcance universal en los valles, las consecuencias
no fueron similares para las diferentes clases sociales. Inmediatamente después de
concluida la guerra con Chile no tardaron en dejarse escuchar voces que alertaban sobre
las duras consecuencias para la economía valluna, particularmente para los pequeños
agricultores y artesanos que habían logrado desarrollar a lo largo de muchas décadas
extensas redes comerciales que alcanzaban casi la totalidad de los principales centros
mineros y urbanos del altiplano, la costa del antiguo litoral boliviano y el Sur del Perú.
Como vimos en el capítulo anterior, la reacción de las elites regionales fue reclamar por
una modernización de las vías de comunicación para alcanzar lejanos mercados en el
olvidado Oriente del país o recapturar los mercados perdidos, en realidad para ampliar
los flujos comerciales de importación de los codiciados efectos de ultramar que
aparecían más accesibles.
Sin embargo los artesanos y los pequeños agricultores parcelarios cifraban sus
esperanzas, una vez más, en las potencialidades del propio mercado regional que se
consideraba a cubierto de los tentáculos comerciales chilenos y británicos en tanto no
hubiera ferrocarril y el macizo andino continuara constituyendo un desafío demasiado
desalentador para los emprendimientos foráneos. Lo evidente es que hacia 1900, en
tanto muchas haciendas eran rematadas al declararse insolventes para honrar deudas
bancarias, en el Valle Alto el mercado de tierras agrícolas estaba dominado por una
demanda constituida por pequeños agricultores parcelarios y no pocos artesanos
(Rodríguez, 1991).
98
Sin embargo, aun bajo la hipótesis de una participación muy activa de la economía
mestiza en el nuevo auge de la minería en desmedro de los hacendados, el impacto que
tuvo sobre los valles la emergencia de los grandes centros mineros argentíferos como
Huanchaca y Colquechaca, en comparación con el gran centro comercial potosino, fue
bastante modesto. Mitre (obra citada) corroborando esta impresión estimaba que la
minería de la plata republicana solo proporcionó empleo a unos 20.000 trabajadores. Por
otra parte Larson (1982) añade que los productos de Cochabamba, sobre todo las
cosechas de granos, tuvieron que competir con los similares de Chayanta y los valles de
Chuquisaca y, sobre todo, con las exportaciones de trigo chileno. Esta situación se
acentuó una vez que el gran centro minero de Huanchaca, luego Oruro y La Paz, se
unieron con los puertos de Antofagasta, Mollendo y Arica a través del ferrocarril puesto
que el precio del trigo importado de Chile a través de esta ruta marítimo-ferroviaria
resultaba más conveniente que los similares transportados por arrias desde los valles
cochabambinos u otras regiones38. Estos hechos no abonan por una supuesta mejoría de
las condiciones en que se encontraba la economía de Cochabamba hacia fines del siglo
XIX, pues persistían las causas que habían provocado la crisis de su comercio de
exportación a partir de 188039.
No obstante, tampoco se puede minimizar el impacto del cuadro recesivo sobre las
clases subalternas. Si bien, como veremos a continuación, una parte de ellas logró
desarrollar estrategias exitosas para dinamizar la economía regional, otra parte de la
población, menos afortunada o más vulnerable a las condiciones de la prolongada
quiebra del comercio a larga distancia tuvo que emigrar. El antiguo y prospero granero
38
Al respecto Mitre (obra citada) señaló lo siguiente: “La reducción de los costos de transporte por
ferrocarril permitió que una variada gama de productos agrícolas e industriales importados compitiesen
con ventaja en un área geográfica más extensa. La producción local sufrió entonces los efectos de la
desarticulación interna. Un ejemplo nos revela claramente esta situación: en 1890, una unidad de trigo,
con el mismo precio en los mercados de Antofagasta, Mollendo y Cochabamba, una vez transportada
desde esos puntos a la ciudad de La Paz llegaba a costar en esta nueva plaza 3,98 si llegaba de
Antofagasta, 4,25 de Mollendo y 5 pesos si provenía de Cochabamba” (1981: 176).
39
Robert H. Jackson (1994) sugiere, a este respecto, que los cambios reales en la tenencia de la tierra
agrícola en Cochabamba se produjeron a fines del siglo XIX, cuando tuvo lugar la expansión del libre
comercio y la construcción de los ferrocarriles, determinando que los ineficientes productores de granos
de Cochabamba no pudieran competir en un proceso de mercado abierto, especialmente durante un
período de descenso de los precios internacionales de los cereales causado por el crecimiento de la
producción de trigo en todo el mundo.
99
valluno no era ya ni la sombra de otros tiempos mejores: “su rol como productor de
alimentos durante la era del capitalismo mercantil había disminuido. Cochabamba se
había convertido, principalmente, en una exportadora de gente” (Larson, 1992).
En provecho de una mayor objetividad sobre el panorama trazado, vale la pena observar
cual era la actitud de las elites y el mundo mestizo con relación a la crisis que agobiaba
a Cochabamba en las últimas décadas del siglo XIX. Desde el punto de vista de los
hacendados y grandes comerciantes, la expresión palpable de la crisis residía no solo en
la pérdida de los mercados tradicionales, sino y sobre todo, en la irrupción de
mercaderías y productos agrícolas como harinas, cereales, azúcar y otros de origen
foráneo, en volúmenes considerables y a bajo costo, favorecidos por el ferrocarril
Antofagasta-Oruro y por las franquicias aduaneras que beneficiaban a las mercaderías
extranjeras en desmedro de la producción nacional. En 1900, en oposición al
librecambismo liberal dominante, en Cochabamba surgen corrientes proteccionistas que
reclaman por la extrema desigualdad de las condiciones de comercialización de la
producción valluna frente a similares extranjeras, una vez que los primeros eran
elaborados a mayor costo y estaban sometidos a cargas fiscales. Se reconocía
francamente, que la producción agrícola y artesanal valluna donde todavía eran
vigentes técnicas incaicas y coloniales no podía competir con la industria capitalista
moderna.
La presencia del ferrocarril en la meseta andina, no solo era un imán irresistible para el
desarrollo comercial sino, además era un portentoso mensajero de poderosas influencias
modernizantes. Existía conciencia en algunas esferas de las elites regionales respecto a
que la nueva realidad imponía a Cochabamba dos enormes tareas para transitar con
solvencia por las rutas del progreso que le proponía el siglo XX: romper con su
enclaustramiento geográfico revirtiendo a su favor su emplazamiento central a partir del
cual pudiera proyectarse sobre la llanuras amazónica y a través de ellas acceder al
Atlántico40 pero al mismo tiempo alcanzar la meseta andina y los puertos del Pacífico.
40
A fines del siglo XIX, se reconocía que la producción agropecuaria y artesanal de los valles centrales,
y otros como Totora, Aiquile, Misque y el Chapare necesitaban nuevos ámbitos comerciales y nuevas vías
de comunicación. Esta constatación estimuló y multiplicó las exploraciones y, permitió acumular
numerosas propuestas, algunas que bordeaban los límites de la fantasía, pero otras resultaban factibles y
oportunas. Entre estas podemos citar: El camino del Chimoré que fue explorado por J. von Holten, quién
llegó hasta los yungas de Vandiola y, por el Ing. Victor Gisbert, quién por encargo de la " Sociedad
Geográfica de Cochabamba" continuó con estas exploraciones hasta alcanzar el rio Ichilo, afluente del
Chimoré, proponiéndo la vía Chimoré-Vandiola-Tiraque, e incluso con un ramal que alcanzara Totora. La
vía del Securé por Moleto, exploración realizada según el itinerario seguido por Alcides D'Orbigny, por el
Coronel Muñoz y el Dr. Federico A. Blackudt, quienes alcanzaron los ríos Securé y Altamachi, abriendo
una otra posibilidad de acceso al Chapare. La vía de Santa Elena, exploración y apertura de una senda
hacia el Chapare, a cargo de Samuel Kempf y Gerardo Jauregui por instrucciones de la Dirección de
Caminos. A esto debemos sumar la famosa "propuesta Patiño", en 1919-1920, para promover el desarrollo
industrial del Chimoré y el Chapare, que se diluyó en largas discusiones locales e incluso parlamentarias,
sobre el detalle de la pertinencia de pensar en un carretera como proponía Simón I. Patiño, o un ferrocarril
10
La otra tarea no era menos ambiciosa: se trataba de romper con el atraso agrícola
superando los tradicionales límites tecnológicos, es decir las arcaicas relaciones y
modos de producción.
La oligarquía regional enfatizó la validez del primer punto de vista, en tanto cubrió con
un velo de silencio total la segunda tarea que obviamente resultaba subversiva para sus
intereses y condición señorial. De esta manera la cuestión de caminos y ferrocarriles fue
el tema que dominó a la opinión pública. A fines del siglo XIX y primeros del XX se
multiplicaron los esfuerzos por explorar nuevos territorios como los yungas del
Chapare, se renovaron los estudios para definir el trazo de una vía carretera o
ferrocarrilera hacia Santa Cruz, se realizaron esfuerzos similares para mejorar la
vinculación carretera con Oruro y el Sur de la República. Sin embargo lo central fue el
reclamo por el ferrocarril, tema en torno al cual se producen las primeras movilizaciones
regionales opuestas al gobierno central. Los intereses que se tejen en torno a estas
movilizaciones y demandas no se orientaban hacia el desarrollo capitalista de la
agricultura, sino hacia una alternativa más factible y menos comprometedora: el
fortalecimiento y desarrollo de la empresa comercial de importación de efectos de
ultramar. De esta forma, desde fines del siglo XIX, se establece una estrecha alianza
entre el gran comercio importador que se ve reforzado por muchas sucursales de casas
importadores paceñas, la banca e importantes sectores de latifundistas41.
como opinaban circunstanciales oponentes. En 1915, mediante ley fueron asignados recursos para el
ferrocarril Cochabamba-Santa Cruz. Pero inmediatamente surgieron voces divergentes, en sentido de
prolongar el ferrocarril hacia el Oriente, por Sucre y Lagunillas, en contraposición a la idea de construir
ese ramal ferroviario desde Cochabamba. De todas maneras, se impuso este último criterio. En 1920 se
iniciaron las primeras exploraciones, y se encomendó al Dr. Hans Grether el reconocimiento de posibles
rutas. Aquí surgieron nuevas controversias: el General Román propuso llevar la vía ferroviaria por Todos
Santos, explorada por J.F. Velarde, el director de El Heraldo, en el siglo anterior, en tanto, el Dr. Aponte
propuso la ruta del Sur a través del Valle Alto y Valle Grande, o Aiquile y Totora (Solares, 1990).
41
Según Mitre (obra citada), el comercio de importaciones se encontraba principalmente en manos de
alemanes. El éxito alemán se explica en gran parte, por el servicio regular que mantenían sus líneas
trasatlánticas: la Hamburg Pacific y la Kosmos, además, por la influencia que tenían en la Cámara de
Comercio de Bolivia. Sin embargo muchos de los productos que transportaba el comercio alemán eran de
origen inglés adquiridos por agentes comerciales en Hamburgo. En realidad, la importancia del mercado
boliviano era reducida para las grandes potencias. La mayor parte de las casas comerciales de importación
- exportación al por mayor, se hallaban bajo control de comerciantes extranjeros, sobre todo alemanes,
chilenos e ingleses. Con frecuencia estas firmas mantenían oficinas secundarias en Oruro, Potosí, Sucre,
Cochabamba y Santa Cruz. Con relación al comercio importador de Cochabamba se señalaba: desde el
siglo pasado el comercio importador mayorista más estrechamente vinculado con la banca y el comercio
extraregional e internacional (...) está en manos de comerciantes extranjeros como Alfredo W. Barber,
Hirschmann y Cia., Otto Schmidt y Cia., German Fricke y sucesores, Harrison y Bottiger, E. W. Hardt,
Bickembach y Cia., Colsmann, Boheme y Cia. Erhorn y Cia. etc. Entre las firmas nacionales se
destacaban: Torres Hnos., Zegarra Urquidi y Cia., Juán de la Cruz Torrez, Simón Lopez, Gavino Aquino,
etc.” (Solares, 1990).
10
En tanto las elites regionales, con anterioridad a los eventos descritos, tenían fijada su
atención en la cuestión de caminos interdepartamentales y la ejecución del ferrocarril
Oruro-Cochabamba, los artesanos y pequeños agricultores apoyaban iniciativas más
inmediatas y efectivas como el mejoramiento de las vinculaciones carreteras entre Valle
Alto y Valle Bajo, e incluso recibían con beneplácito la iniciativa de la Empresa de Luz
y Fuerza Eléctrica Cochabamba para ejecutar un ramal ferrocarrilero entre Vinto y Arani
que entró en servicio en 1913, con el nombre de "Ferrocarril del Valle". Es indudable
que este ferrocarril, el único de carácter regional que se ejecutó en Bolivia, era una clara
muestra de la importancia que había cobrado el mercado organizado a partir de los
valles centrales, así como la pronta recuperación de la economía mestiza seriamente
afectada, igual que la hacendal, por la Guerra del Pacífico.
Los principales productos de exportación eran: maíz, muko, chicha, papas, chuño,
harina de trigo, legumbres, hortalizas, calzados, suela de Santa Cruz, frutas, aves de
corral, huevos, ropa cocida, ají, carbón vegetal, manteca, sebo, jabones, etc.,
destacándose el caso llamativo de que el comercio mayorista de Cochabamba vendía
artículos de ultramar de no despreciable valor a clientes que los revendían en Uncía y
Pulacayo a través de arrieros cochabambinos operando directamente desde Oruro,
"hecho que no se explica, sino por hallarse poblados aquéllos minerales en buena parte
por cochabambinos" (El Heraldo, nº citado). Todas estas apreciaciones sobre la enorme
movilidad y capacidad de los productores-comerciantes cochabambinos las reveló en
1880 Jermán von Holten, el fundador del primer Circulo Comercial de la Ciudad. Otra
crónica de 1907 remarcaba sobre lo anterior, revelando cómo se organizaba y se
desarrollaba esta dinámica comercial:
chicha y el muko, que se constituía en la columna vertebral de este proceso. Así Cliza y
su próspero centro ferial atendían los flujos provenientes de Tarata, Tolata y Toco. A
través de Tolata se canalizaba el tránsito comercial hacia Santa Cruz, vinculando entre sí
los pueblos de San Benito, Punata, Arani, Vacas, Pocona y Totora. Tolata era un
verdadero nudo vial, pues además de canalizar los flujos desde y hacia el oriente,
también canalizaba el tránsito desde y hacia Sucre y las importantes plazas comerciales
de Totora, Aiquile y Valle Grande. La Plaza comercial de Quillacollo desarrollaba
estrechos lazos con las poblaciones de Vinto, Suticollo, Parotani, Arque y otras del Valle
Bajo, además de canalizar los flujos hacia Oruro y La Paz. Sacaba se conectaba con
Colomi, la zona de Tablas Monte, Corani y otras canalizando los flujos comerciales
provenientes del Chapare y el Chimoré. Cochabamba y su feria, eran, como hasta hoy,
el centro nervioso de estas extensas redes, que fueron consolidando un intrincado y
eficiente sistema de caminos de arrias ("Caminos del Valle", El Heraldo n 865,
13/01/1885) - Ver Mapa 15 -.
ferias regionales que se vio favorecido por la concurrencia a los eventos comerciales
principales, de un volumen de productores y consumidores constante e incluso
creciente, provenientes de uno y otro extremo de los valles y de otros departamentos. A
lo largo de los escasos 78 kilómetros de recorrido que eran cubiertos en un par de horas,
se desarrollaba uno de los fenómenos comerciales de mayor vitalidad e intensidad, sin
paralelo en todo el país.
Se puede decir, sin mucha exageración, que los valles centrales de Cochabamba se
convirtieron en reinos mestizos de trabajadores independientes y que, en el caso de los
colonos de hacienda, estos aspiraban alcanzar tal condición43. Un portavoz de las
elites describía este panorama sin muchos remilgos, aunque tal vez con alguna
exageración, en su afán de demostrar que toda reforma social estaba por demás en este
paraíso:
Si bien, era evidente, que el avance de la pequeña propiedad parcelaria en los valles era
significativo, no alcanzaba las proporciones que le asigna Octavio Salamanca. En
realidad el panorama del agro cochabambino era bastante más complejo que el cuadro
de auge del mestizaje que nos presenta el cronista citado. Es verdad que la
43
Es posible que bajo estas circunstancias, la vieja reivindicación de preservar la propiedad comunitaria
de la tierra fuera cediendo paso a una nueva reivindicación: la propiedad individual de la parcela, la
sayaña y el pegujal.
10
Sin embargo, el citado censo demostraba que de unas 3.590.369 hectáreas de tierras
registradas, es decir, algo más del 80% (2.891.407,18 Ha.) pertenecían a 2.357
haciendas, donde todavía estaban vivas las formas de vasallaje y de extracción de rentas
no capitalistas. Sin embargo, era evidente que al lado de las haciendas se había
constituido una poderosa trama de pequeñas propiedades pertenecientes a pequeños
agricultores, piqueros y arrendatarios. El censo citado, mostraba que 25.791 parcelas,
huertas o fincas pequeñas, ocupaban apenas el 9,98 % de las tierras registradas, es
decir, 358.592,07 Ha. y unas 132 comunidades detentaban 82.930 ha. Finalmente, 3.176
arrendatarios, medieros y otros, controlaban 257.439,77 Ha. Se puede establecer, en
base a los datos del citado censo, que desde el punto de vista de la producción, la mayor
preponderancia relativa correspondía a las unidades campesinas, pues si bien sus
parcelas son menores, en cambio, sus índices de cultivo eran más elevados. Por el
contrario, las haciendas, corroborando su inveterada subutilización del suelo apenas
cultivaban un 2,59 % de su extensión total, en tanto, este índice alcanzaba al 8,25 % en
el caso de la pequeña y mediana propiedad campesina.
maneras, afirmar que las haciendas en Cochabamba estaban casi extinguidas hacia
1950, era indudablemente una exageración. Otra cosa es que dichas haciendas estaban
totalmente subutilizadas, habida cuenta que monopolizaban las mejores tierras. Es decir
que su protagonismo económico había sufrido un sensible retroceso. En cambio la
agricultura parcelaria, solo estaba en posibilidad de desarrollar cultivos estables en una
fracción de las tierras disponibles con riego, pues una gran proporción de ellas eran
tierras no aptas o de secano. Por último se puede inferir que gran parte de la producción
parcelaria se volcaba hacia los mercados feriales, prácticamente toda la producción de
maíz se empleaba en la elaboración de chicha, y cierto porcentaje de otros cultivos se
exportaba a través del tradicional comercio-hormiga, a las minas y centros urbanos del
altiplano. En cambio la producción hacendal, en una proporción significativa se volcaba
a la exportación, una parte de las cosechas de maíz se destinaba a la producción de
chicha, y otra, quedaba almacenada a espera de precios favorables.
sector minero entrelazando los intereses de la gran minería con la clase gamonal bajo el
amparo estatal, dando lugar a un bloque de poder que se conocerá como el "súper
Estado minero". Sin embargo, la articulación de los valles centrales de Cochabamba a la
producción minera, no será como otrora, con grandes exportaciones de granos sino bajo
la forma de masivas emigraciones de fuerza de trabajo y el comercio en volúmenes
variables de diversos productos agrícolas y muko para la elaboración de chicha. Desde
el punto de vista de los cambios que va experimentando la ciudad, lo más significativo
ya no gira en torno a la articulación entre desarrollo agrícola y minería, como otrora,
sino a la transformación de la antigua aldea en un mercado consumidor de bienes
industriales.
La idea de "modernidad" aparece vinculada, desde las últimas dos décadas del siglo
XIX, a la alternativa de resolver la crisis regional a través de la ruptura del continuo
aislamiento geográfico regional mediante la sustancial mejora de las vías de transporte
y comunicación, así como introduciendo innovaciones tecnológicas en las prácticas
agrícolas hacendales e incentivando la industria manufacturera local. Sin embargo todo
esto se ubicaba en el plano de las aspiraciones a largo plazo, aunque, el solo hecho de
que tales cuestiones fueran temas de tratamiento por la opinión pública, ya significaba
un importante avance. Estas cuestiones eran arduamente discutidas en los círculos
intelectuales y los diversos argumentos tejidos al calor de animados trasnoches, sin duda
enriquecieron y dieron realce a las tertulias de las clases acomodadas y aun de las clases
medias, permitiendo el surgimiento de un "espíritu de modernidad", es decir, una suerte
de atmósfera que comenzaron ávidamente a respirar los círculos que aglutinaban a las
nuevas generaciones de la elite local y a los sectores liberales que se reconocieron como
"progresistas" en oposición a las posturas "tradicionalistas".
Si bien, felizmente esta no fue la regla general aplicada a todas las ciudades, representó
un ideal latente o una aspiración franca para ilustrar lo que se concebía por modernidad
y progreso de la ciudad. De esta forma, las principales capitales latinoamericanas fueron
sometidas a despiadadas cirugías que destruyeron paulatinamente sus centros históricos
coloniales. Una preocupación constante de estas primeras iniciativas urbanas de
modernización fue el ensanche de los viejos callejones para que transitaran los raudos
automotores y pudieran lucirse los nuevos estilos arquitectónicos. Así se estimulo el
gusto por un "barroco burgués", en expresión de José Luís Romero, que mostraba su
preferencia por edificios públicos monumentales con amplia perspectiva, por
monumentos conmemorativos ubicados en sitios públicos concurridos, por una
edificación privada suntuosa, todo ello adornado con reminiscencias clásicas de gusto
grecorromano y ciertos atisbos de las nuevas tendencias como el art noveau, el revival,
el modern stile y otros, que campeaban en la Europa del Novecientos. En suma,
extensos parques de gusto inglés, amplias avenidas y bulevares de corte parisino,
servicios públicos modernos y eficaces, debían "asombrar al viajero", según una
reiterada frase de este comienzo de siglo (Romero, 1976).
Estos nuevos ideales urbanos se fueron abriendo paso muy lentamente en el caso de
Cochabamba. Los primeros síntomas de un cambio se pueden percibir en el tono de los
comentarios y notas periodísticas que comenzaron a mostrar una creciente preocupación
por los problemas urbanos en las últimas dos décadas del siglo XIX. Problemas que
hasta ese entonces eran llevaderos y eran parte de la vida cotidiana, por tanto no
merecedores de convertirse en noticia u ocupar un espacio en la prensa, empezaron a
cobrar relieve: la estrechez de las calles, su molestosa sinuosidad, la carencia de parques
y paseos, la imperfecta pavimentación de las calles, el embaldosado colonial de las
aceras, la falta de energía eléctrica, los basurales frecuentes en el centro urbano, las
lagunas y pantanos en que se convertían muchas calles en época de lluvia y un sin fin de
molestias parecidas, se hicieron merecedoras de severos reclamos y agudos
comentarios. Sin embargo las soluciones se situaban en el campo de las fantasías y
especulaciones, y aun cuando las propuestas tenían una argumentación técnica sólida y
eran perfectamente factibles, chocaban con el muro de las más terca incredulidad. Los
grandes avances científicos y tecnológicos del siglo XIX, como los inventos de Tomás
Alba Edison, Samuel Morse, Marconi, los primeros tranvías eléctricos alemanes de
1884, el empleo del hormigón armado en Europa en 1877 o el primer "carruaje" a
motor de explosión de Benz en 1885, solo en contadas ocasiones aparecían como una
"noticia curiosa" perdida en la prensa de la época, sin merecer mayores comentarios y
relegada su contenido a la categoría de “historia exótica” de un mundo lejano e
inalcanzable.
Un hecho temprano, aunque con escaso impacto en la conciencia ciudadana, fue el
telégrafo que se constituyó en una respuesta efectiva a la aspiración de superar el
aislamiento geográfico de la región. No obstante, este fue un factor que ayudó a
dinamizar y modernizar el comercio y la actividad financiera, pues fue posible definir
110
El servicio de energía eléctrica fue una reivindicación que venció por primera vez los
gruesos muros del escepticismo ante la noticia de que las ciudades del altiplano y las
minas gozaban de este moderno servicio. En 1888 se sugirió crear una "Empresa de
Alumbrado Eléctrico y Aguas Potables " para resolver estas dos sentidas necesidades".
A partir de este momento la ciudadanía tomó conciencia de las tinieblas que le
envolvían y comprendió que su permanencia era un evidente signo de atraso y
postergación. La prensa se hizo eco de esta toma de conciencia y ayudó a incrementarla.
Un periodista en 1890 hacía esta descripción: "Durante la noche presenta Cochabamba
un aspecto de pavorosa lobreguez. No se concibe cómo sus activos habitantes con
tendencias tan marcadas a la sociabilidad, entregados a las faenas cotidianas de
múltiples negocios, se entreguen a estas tinieblas a la hora de descansar". Por fin,
todos caían en cuenta del primitivismo de la vida cotidiana imperante y la necesidad de
ir erradicando viejas y obsoletas costumbres y actitudes, comenzando por los
antiquísimos sistemas de alumbrado público en base a "luz de cebo" que era el único
recurso lumínico que tenía la Plaza de Armas y unas dos o tres cuadras a la redonda,
todo ello a cargo de la Policía que cotidianamente se ocupaba de encender los mecheros
de los faroles empotrados en las paredes de las casas. Por esa época, se introdujo la
variante de obligar a cada dueño de casa a encender en las puertas o ventanas de su
domicilio "una pequeña vela que arroja luz incierta y melancólica, y que se apaga en
las primeras horas de la noche, apenas la falange de los rondines municipales concluye
de hacer su ruidoso recorrido. Sólo en las galerías de la plaza y algunas calles
adyacentes se cuelgan faroles a kerosén".
Otro gran aporte de la Empresa de Luz y Fuerza a los esfuerzos de modernizar la ciudad
fue la introducción del servicio de tranvías, una verdadera revolución en el transporte
público por sus profundas consecuencias sobre el crecimiento de la ciudad. En 1908 se
inició el estudio del primer tramo de la línea de tranvías que debía unir Cochabamba
con Quillacollo. Sin embargo, en 1909 la Empresa amplió esta idea original,
convirtiendo la propuesta en el proyecto de una línea ferrocarrilera entre Quillacollo y
Arani a ser servida por trenes eléctricos. Para este propósito la Empresa obtuvo del
Estado, a través de una ley, la concesión para construir este tramo ferroviario,
obteniendo además el aval estatal para un préstamo de 300.000 libras esterlinas de la
Compañía Erlanger de Londres como se mencionó con anterioridad. En diciembre de
46
Un rasgo notable de los afanes que ocasionaba el alumbrado y de los cuidados que se tenían al
respecto, es que el Municipio solo disponía el encendido de los faroles en las “ noches sin luna”. En las
noches de “luna llena”, esta se encargaba de alumbrar la ciudad.
112
Hoy por hoy, la región comercial de la ciudad, es la del sur; el tráfico del valle
aumenta los edificios a esa parte. En menos de 40 años el terreno ocupado por
casas ha avanzado, desde la del Sr. Mercado, es decir, de las dos y media
cuadras de la plaza principal. Un ferrocarril de carga busca mercado, las
plazas de San Antonio, Calatayud y San Sebastián están destinadas a
transacciones comerciales y todas quedarán bajo la zona del ferrocarril del
Valle (El Ferrocarril, 17/03/1911).
En 1912, la Empresa de Luz y Fuerza adquirió los derechos para la instalación de líneas
de tranvías quedando establecidas cuatro rutas (Ver Plano 13) que unían el centro
urbano con Cala Cala, Queru Queru, San Sebastián y la Muyurina, es decir,
prácticamente con los principales centros de la extensa campiña que rodeaba la ciudad.
En 1925, la misma estaba atravesada por dos líneas troncales:
El uso intenso a que fueron sometidos los tranvías y la escasa renovación del material
rodante, ocasionó su rápido deterioro, a lo que se sumó el paulatino incremento de
usuarios que demandaban un servicio más intensivo, creándose así una sensible y
amplia brecha entre una demanda creciente y las limitadas posibilidades para
incrementar y mejorar el material rodante, agravado todo esto por las dificultades que
atravesaba la Empresa para amortizar el empréstito de 1910. Una crónica que data de
1935 hacia mención al aporte de los tranvías para impulsar el desarrollo urbano, pero en
realidad los resultados concretos no eran muy satisfactorios pues las penosas
condiciones en que se debatía este servicio tendían a frenar el crecimiento de la ciudad
en lugar de estimularlo. Factores como "el estado decadente del tranvía a Cala Cala ",
el excesivo costo de los pasajes cobrados por la Empresa, que no distinguía entre
pasajeros que residían en la campiña de aquéllos que realizaban excursiones de placer,
determinaban que "nadie piense en vivir permanentemente en la campiña, ni nadie trate
de construir allá edificios modernos". La apreciación pareciera discutible pues por estas
mismas fechas, como veremos más adelante, se inició una verdadera fiebre de
adquisición de tierras en la campiña con fines residenciales y de urbanización.
113
De todas maneras, "los reclamos por el pésimo servicio" que ofertaban los tranvías
fueron una constante hasta su definitivo retiro. Es decir que dicho sistema de transporte,
pese a haber demostrado su eficacia al no lograr renovar su material rodante cayó en
obsolescencia desde fines de los años 20. La Empresa pese al éxito de su
emprendimiento no tuvo capacidad para afrontar simultáneamente la amortización de la
deuda con la firma Erlanguer y adquirir tranvías modernos. En consecuencia, el servicio
quedó totalmente desvirtuado por la decreciente calidad de la oferta y la imposibilidad
de dar respuesta favorable al reclamo de los usuarios.
Una nueva alternativa comenzó a perfilarse desde 1938 con el inicio de las obras de
pavimentación en el centro de la ciudad. Esto dio lugar a la necesidad de retirar los
rieles que atravesaban las principales arterias de ésta originando un conflicto entre la
Empresa de Luz y Fuerza y el Municipio. Sin embargo, el retiro se hizo efectivo en
1939 luego de una manifestación popular que procedió a iniciar este retiro a nombre del
progreso. Con ello se paralizó el servicio de tranvías, lo que dio lugar a su vez, a que
surgieran nuevas ideas y propuestas en torno al tema del transporte público urbano. La
opinión ciudadana se dividió entre quienes eran partidarios de un retorno de los tranvías
y quienes se oponían tajantemente a esta idea, argumentando: "los tranvías ya no son
necesarios y si lo fueran tendríamos que atenernos a un servicio absolutamente nuevo
(...) Ahora necesitamos autobuses, automóviles colectivos, los famosos 'troley' y toda
movilidad que alivie la penuria de la población" (El País, 20/06/1939). De esta manera,
el citado año se estableció el primer servicio de "góndolas-buses" que acabaron
transformando la plaza 14 de Septiembre en una terminal de transporte, de donde
diversas líneas se dirigían a diferentes lugares de la campiña (Solares, 1990).
La irrupción de los buses superó la inoperancia de los antiguos tranvías pero al mismo
tiempo planteó nuevos problemas para la ciudad. Por primera vez quedó en evidencia la
incompatibilidad entre las antiguas callejuelas coloniales, apenas apropiadas para
carruajes y diligencias a tracción animal, pero no para permitir las maniobras de los
motorizados. Las esquinas de ángulo recto o insuficientemente ochavadas se
transformaron en escenario de frecuentes colisiones y accidentes diversos, muchas
veces con consecuencias fatales. Esta situación llegó al extremo de que surgieron
corrientes de opinión que preconizaban el ensanche general de las calles o el retorno a
los tranvías. De esta forma se inició un intenso debate en torno a esta cuestión. Los
elevados costos de un ensanche de vías inmediato obligaron al Municipio en 1940 a
votar una partida presupuestaria en favor de la Empresa de Luz y Fuerza para reponer
los tranvías con nuevo material rodante. Sin embargo, el debate no concluyó allí, se
propusieron una serie de ideas alternativas y surgieron nuevos reclamos de los vecinos
de barrios periféricos que temían que la reposición del sistema de tranvías no cubriera
adecuadamente las necesidades de transporte desde múltiples zonas y sitios. Los buses
pese a su mayor versatilidad para llegara puntos alejados y dispersos se revelaron como
un medio de transporte caro por el frecuente mantenimiento a que debían ser sometidos
y el alto índice de accidentes que provocaban. "La revolución" en el sistema de
transporte público que reclamaba la opinión publica impulsada por una nube de
urbanistas visionarios se agotó y termino reclamando vehementemente por la reposición
de... los viejos tranvías.
Toda esta polémica en torno al transporte urbano tuvo la virtud de poner sobre el tapete
el conjunto de problemas que planteaba la ciudad y, generar una amplia preocupación
sobre los rumbos que debía seguir el desarrollo urbano. Se evidenció que la vinculación
114
vial era vital para incorporar a la ciudad zonas "alejadas" como Cala Cala y Queru
Queru. Además quedó en evidencia que lo "urbano" real se reducía a la vieja estructura
colonial, la misma que estaba rodeada por un denso mar de huertos, maizales, ranchos
campesinos e islotes de urbanización embrionaria en torno a la antigua Plaza del
Regocijo (Cala Cala) o a la plazuela de la Recoleta. El debilitamiento de los nexos entre
"la ciudad" y la campiña tendía a provocar la desvalorización de la tierra y las
inversiones inmobiliarias realizadas en la misma. Las tierras y edificaciones de la
campiña, en la época de los tranvías gozaban de "una cotización apreciable por las
perspectivas halagadoras que ofrecía la vinculación segura con el centro de la
población"(El País, 17/03/1940).
En 1941 logro reimplantarse el servicio de tranvías pero el debate sobre esta cuestión
prosiguió sin pausa ante la presunción de que esta opción no era la solución realmente
deseable. Los tranvías pasaron a coexistir con las góndolas y se pudo comprobar que
lejos de ser alternativas incompatibles eran sistemas que podían complementarse y que
en conjunto formulaban una respuesta adecuada a las crecientes demandas de transporte.
Sin embargo, esta fue una solución transitoria ante la incapacidad de la Empresa de Luz
y Fuerza para renovar el material rodante en uso desde 1913 de tal suerte que se agudizó
su deterioro lo que determinó su retiro definitivo en 1947. Al año siguiente el H.
Concejo Deliberante Municipal decretó la suspensión definitiva de los tranvías y su
reemplazo por líneas de "colectivos", como popularmente se comenzaron a denominar a
las góndolas poniéndose en vigencia la elaboración de un reglamento de transporte
urbano y la ejecución de mejoras en la infraestructura vial, sobre todo respecto a los
puentes sobre el río Rocha. Esta medida era la respuesta que procuraban los grandes
intereses inmobiliarios para consolidar y acelerar el proceso de expansión urbana. La
ciudad dejó de ser un conjunto de partes relativamente desvertebradas y aisladas entre
sí. El transporte público automotor, pese a sus iniciales inconvenientes, se mostró más
flexible y apto para acceder a los sitios y barrios más alejados, y por tanto evidenció su
superioridad sobre los tranvías para estimular el avance de la urbanización. (Ver Plano
13).
115
Hasta la década de 1880, incluso los viejos carruajes de dos y cuatro ruedas eran poco
numerosos. Los cochabambinos dentro de la ciudad se desplazaban peatonalmente en
forma masiva. El volumen de estos medios de transporte se fue incrementando hacia
fines del siglo XIX y primeros años del siglo XX. En cuanto al transporte público
urbano y regional, las empresas pioneras fueron las de "carruajes" y las "empresas
carreteras" que prestaban servicios regulares entre la Plaza de Armas y la campiña,
extendiendo su radio de acción incluso hasta Quillacollo y el Valle Alto. Se trataba de
unidades que transportaban entre seis y diez pasajeros 47. Esta era la época en que los
hacendados y comerciantes gustaban ostentar el lujo de sus coches "Victoria" o
"Landeau", que llegaron a hacerse familiares en la vida cotidiana de la ciudad aunque
no dejaban de exhibir la riqueza o la preeminencia social de sus propietarios en las
festividades cívicas y en los diversos actos religiosos y culturales.
Los dos primeros signos de progreso urbano dignos de mención, fueron sin lugar a
dudas, el alumbrado público y domiciliario y el transporte público urbano. Ambos
cambiaron profundamente los hábitos de vida aldeanos imperantes. El primero, arrancó
a los cochabambinos de las tinieblas seculares en que vivieron desde la fundación de la
Villa de Oropesa. Cochabamba dejó de ser una aldea silenciosa y con aspecto de
abandono apenas caían las sombras de la noche. La disponibilidad de luz nocturna
posibilitó una ampliación de las actividades cotidianas. Pese a las deficiencias iniciales
del servicio las horas útiles se ampliaron para hacer más llevadera la pesada rutina
diaria, pues el primer efecto de este beneficio fue el raudo surgimiento de las
actividades recreativas. Los salones de te, los clubes, los restaurantes y en general todos
los sitios de reunión pública ampliaron sus horarios de atención y se esmeraron en sus
servicios para hacer más atractiva la novedosa "vida nocturna".
En forma irresistible, merced a algo tan simple como la luz de las bombillas
incandescentes, la ciudad comenzó a experimentar el ritmo abrumador de la civilización
industrial de la "Belle Epoque": por fin, las nuevas generaciones, a través de los
inventos más populares como la radio y el fonógrafo, pudieron introducir en la
intimidad de sus añejos hogares, y para escándalo de sus mayores, los nuevos y
disonantes gustos musicales, las escandalosas danzas y bamboleos del fox trot y el can
can que sustituyeron a los conservadores valses vieneses de fines del XIX. Las nuevas
modas que remarcaban la bella, y hasta entonces, escondida anatomía femenina, y sobre
todo, las nuevas libertades que por derecho propio asumía la juventud en general
comenzaron a dominar la escena urbana cotidiana.
El segundo signo que complementó esta suerte de "revolución" de la vida diaria fue el
transporte que logró modificar la percepción aldeana de la aglomeración y la amplió a
un real horizonte urbano. Las distancias que separaban a lugares como Cala Cala o la
Recoleta, dejaron de ser significativas. Los "viajes" hacia la campiña, como lo eran,
desde la perspectiva de la aldea inmóvil decimonónica dejaron de considerarse como
tales. Los raudos tranvías y automotores comparados con las parsimoniosas carrozas,
tílburis y berlinas que se movían al paso cansino de los animales de tiro, transformaron
en ridícula la idea de "lejanía" que otrora evocaban los sitios más populares de los
alrededores de la ciudad, al punto que quién se disponía a "viajar" a Cala Cala en el
siglo XIX solía ser solemnemente despedido por amigos y familiares desde el antiguo
arco del triunfo de la Plaza Colón que servía de portada a la Alameda y de limite a la
ciudad. Llegar a la Plaza del Regocijo, al Rosal, al Templo de la Recoleta, a Aranjuez, a
los balnearios de la Chaima, a la Muyurina y otros en menos de una hora merced a los
nuevos medios de transporte resultó simplemente sensacional.
Sin anuncios previos, sin mucha ceremonia, de pronto la vieja aldea rural dejó de ser lo
que era, las relaciones entre vivienda, trabajo, recreo, vecindario, comercio,
abastecimiento, paseo, etc. dejaron de "estar a la mano", dejaron de ser relaciones
simples y lineales, o como añoraba un viejo cochabambino refugiado en el recuerdo de
viejos tiempo: "La ciudad dejo de pasar por bajo mi balcón, ahora todo es difícil y
para todo es necesario desplazarse". En realidad, la aldea al transformarse en ciudad
abarcó mayores distancias, pero el sentido de distancia, acceso, lugar y tiempo, fue
Ramón Rivero, en 1898, planteó por primera vez la idea de un "plano regulador", si
bien haciendo más énfasis en el sentido de "embellecer y modernizar" la ciudad
realzando sus paseos y la calidad de los edificios públicos antes que proponer un
drástico reordenamiento de las funciones urbanas. Sin embargo, también fijó las pautas
de una nueva forma de ciudad al proponer audazmente la idea de "avenidas de
circunvalación" que separaran la vieja ciudad de las nuevas inserciones, como veremos
en el siguiente capítulo. En todo caso, a partir de estas iniciativas puntuales, en muchos
casos sin ordenanzas municipales muy elaboradas, la ciudad se "zonifica" consolidando
un sector comercial y sede del aparato estatal y del gobierno municipal, unas zonas
residenciales, otras de abastecimiento y actividad ferial y todavía otras donde es natural
que se asienten las actividades artesanales y sea el lugar de residencia de las clases
populares.
Todos estos componentes, dentro de esta nueva forma de concebir la ciudad y lejos ya
de la visión aldeana unitaria, giraron en torno -y esto es lo más importante- a un sentido
de interrelación y dependencia de vínculos que dejaron de establecerse a escala peatonal
o de quien acostumbraba contemplar la vida urbana desde su balcón, para pasar a tener
una escala más amplia y compleja donde los factores de localización, desplazamiento,
accesibilidad y vinculación comenzaron a constituirse en el nuevo patrón que organiza y
domina la vida cotidiana. Ahora la tierra urbana no solo se valorizaba desde el punto de
vista de su vocación agrícola, sino desde la perspectiva de su ubicación y relación
respecto al centro comercial, a la actividad ferial o a grandes equipamientos y a la
potencialidad de cada zona para convertirse en "barrio de casitas modernas", alternativa
poco factible con el antiguo carruaje pero perfectamente realizable con la alternativa del
tranvía, el automóvil y el teléfono.
La prensa local del siglo XX si bien resumía la problemática urbana con tonos e
ingredientes similares a los que se utilizaba para describir la miseria de la aldea del siglo
XIX ahogada en su perenne y rutinario transcurrir, comenzó a alimentar una nueva
figura alegórica de cambios sobre todo vinculada a la reivindicación del "ferrocarril
para Cochabamba" que se convirtió en el grito de guerra de la región contra el poder
central que se resistía a priorizar la ejecución del tramo Oruro-Cochabamba. Esta
aspiración se convirtió en el brioso símbolo del progreso que prometía, a su sola
convocatoria, raudales de abundancia y pronta solución a todos los problemas, a la
manera de las evocaciones milagrosas de las abuelas en torno al fogón o de los cuentos
de hadas y varitas mágicas. Sin embargo estos ideales de cambio que inspiraron las
grandes movilizaciones ciudadanas pro-ferrocarril en 1906 no consolidaron la imagen
119
urbana moderna a la que se aspiraba, por lo menos no con el ritmo vertiginoso deseado.
En el polo opuesto el árido territorio del Sur, carente de cualquier atributo, se convierte
en una zona "poco interesante" para el desarrollo urbano, y no resulta simple
coincidencia, que fuera precisamente en este sitio donde las tierras eran menos
valoradas y las condiciones de vida urbana menos propicias, donde se apiñaban los
pobres de la ciudad, los que realmente padecían sus carencias y deficiencias.
Esta descripción detallada de la ciudad, como se señaló, formalmente difiere muy poco
de las realizadas en el siglo XIX, sin embargo, es posible percibir la inserción de nuevos
elementos como algunos bancos y equipamientos más complejos. No obstante, las 142
manzanas mencionadas todavía son un testimonio de la ausencia de crecimiento físico
urbano, por lo memos desde 1880. En realidad los cambios más significativos se dan en
la esfera de la ideología, es decir en el imaginario de las elites cuya referencia deja de
alimentarse de la aspiración a reproducir el viejo orden colonial con ellos en la cúspide,
en la medida en que perciben que la realidad del pujante desarrollo capitalista y la
propia marcha de la historia han barrido con esos estereotipos. El ferrocarril no solo se
convierte en un mensajero de la modernidad sino en el portador de los nuevos valores
que dichas elites deben asimilar para mantener su vigencia.
En principio, los nuevos aires que llegan junto con las "maravillas de ultramar" que trae
el tren van a impactar profundamente en los hábitos, valores y posturas de la oligarquía,
que intentará remedar, por supuesto que con mayor tino que aquéllos criollos poco
habituados todavía al manejo del aparato del poder que encontró D'Orbigny en 1830, los
gustos de la sociedad industrial capitalista de comienzos de siglo. La cronista inglesa
María Robinson Wright (1907), nos brinda al respecto este interesante testimonio:
A diferencia del mundo compartido y pleno de los avatares costumbristas que causaron
las vicisitudes y aprietos de Alcides D'Orbigny, los cronistas de los primeros años del
siglo XX encontraron una realidad escindida en universos contrapuestos. El viejo casco
urbano colonial que comenzaba a revestirse con ropajes y barnices modernizantes y la
extensa periferia rural de las clases populares que mantenían tercamente sus "bárbaras"
costumbres. Esta creciente separación entre "modernidad" como sinónimo de
civilización y "tradición" como sinónimo de atraso y barbarie, no solo comenzó a
demarcar los territorios de los unos y los otros, sino a diferenciar los signos y
significados de los comportamientos sociales de los primeros frente a los segundos. Las
corrientes modernistas establecen con claridad, a partir de ideologías profundamente
reaccionarias como el denominado "darwinismo social"52, que los dones del mundo
civilizado no son universales sino el privilegio de razas superiores. Prejuicios como
estos comenzaron a profundizar la escisión entre elites y clases subalternas y a demarcar
territorios reales e imaginarios.
Hechos como la expulsión de las chicherías del centro urbano, la transformación más
imaginaria que real de este ámbito en "zona comercial", el despliegue de la "gente bien"
en paseos y plazas que reproducen imágenes parisinas que deben ser resguardadas de las
grotescas costumbres y el "aborrecible brebaje de maíz" otrora universalmente
apetecido, marcan no solo una renovación y fortalecimiento del antiguo gamonalismo
ultramontano revestido con nuevos ropajes, pero reproduciendo con esmero las antiguas
segregaciones coloniales de fondo racial y social, sino introduciendo un "estilo" nuevo
en su comportamiento social frente a las antiguas ceremonias, celebraciones y
despliegues donde tradicionalmente coincidían los de abajo y los de arriba en
democráticas manifestaciones cívicas, religiosas o prosaicas.
52
Aplicación de las teorías de Charles Darwin sobre la evolución de las especia a la sociedad humana. Se
propugnaba en nombre de la "civilización" exterminar a las razas menos aptas, a partir del reconocimiento
de la desigualdad en el desarrollo humano, que abarca a los hombres, las razas y las clases sociales,
considerando la evolución social como una lucha permanente entre vencedores y vencidos. Se trata de la
apología de la "supervivencia del más apto ".De esta forma se justifica la desigualdad social y la
eliminación de los grupos humanos considerados inferiores social y biológicamente. Ver: Demelas, 1981
12
Imperceptiblemente en principio, pero luego con ímpetu avasallador, desde las últimas
décadas del siglo XIX la "modernidad" fue ganando terreno en el imaginario de la
sociedad oligárquica. De esta forma, en tanto los "paseos domingueros" se hacían más
concurridos y paulatinamente se transformaban en escenarios de promoción social y de
cálculos matrimoniales, los aires musicales que acompañaban estos despliegues y
teatralizaciones obviamente cambiaron de tono y las tradicionales "retretas" militares
abandonaron gradualmente los poco propicios aires criollos para entregarse de lleno a
los más apropiados valses vieneses, las polcas, los fox trots y los pegajosos galopes del
can can parisino. En la misma forma los acontecimientos y celebraciones cívicas se
revistieron de rígidos protocolos al estilo teutónico. La efemérides departamental
evolucionó hacia una celebración de contenido militar y elitista: el "desfile cívico"; las
pompas marciales y los grandes bailes sociales desplazaron a las tradicionales corridas
de toros y las verbenas populares
Las celebraciones masivas matizadas por peleas de gallos, palos ensebados, ardorosas
competencias en las "walluncas", las mencionadas corridas de toros, como las que se
celebraban en la plaza de San Sebastián y a lo largo de la Pampa de las Carreras en el
mes de enero fueron poco a poco restringidas y finalmente prohibidas. Otras fiestas tan
arraigadas como la de San Andrés, que se festejaba en noviembre en la campiña de Cala
Cala, se vieron invadidas y desvirtuadas por la elite urbana que termino imponiendo sus
maneras sobre el gusto popular, transformando el acontecimiento en un "paseo social"
de lucimiento de galas, carruajes y automóviles, además de competencias poéticas o
"concursos florales" que desplazaron el gusto por las coplas populares.
Una vez que este nuevo ordenamiento superestructural comenzó a tomar forma,
consistencia y viabilidad práctica, se dieron las condiciones para la transformación y
renovación de los obsoletos soportes materiales urbanos, pero dentro del sentido y la
significación anteriormente destacados. De esta manera, el imaginario urbano de
"modernidad", dentro de moldes occidentales, tuvo naturalmente un alcance restringido
e impregnado de privilegio. Por ello la relocalización, tantas veces mencionada, de los
establecimientos de elaboración y expendio de chicha, tuvo las características de una
verdadera cruzada en favor de la "ciudad moderna" y contra los resabios aldeanos
sinónimo de atraso y de malos hábitos. No obstante, como veremos en el siguiente
53
Ver a este respecto el valioso trabajo de Gustavo Rodríguez (2007) sobre la evolución del carnaval
cochabambino.
12
capítulo, aquí asomaba una gran contradicción, pues, en realidad no se perseguía, como
en La Paz, Oruro y las minas la extinción del comercio de chicha 54, sino su simple
alejamiento de los escenarios urbanos que se deseaban revestir con los valores de
occidente. Salvada esta “formalidad” nadie negaba que la chicha era un recurso
económico regional y una alternativa, nada despreciable, para enfrentar las frecuentes
crisis de los mercados extra regionales de consumo del maíz (Solares, 1990)55.
El proceso descrito, finalmente pasa de la batalla ideológica favorable para las armas de
la modernidad a la batalla por la ciudad, es decir, por garantizar el éxito en la empeñosa
búsqueda por consolidar un espacio exclusivo para el "comercio moderno" desplazando
"el comercio de los otros" considerado incompatible con los nuevos valores urbanos. De
esta manera, la misma escisión que se promueve y profundiza en el plano ideológico y
en el fortalecimiento de la sociedad de castas, también se va reproduciendo en la
creciente diferenciación de las zonas urbanas, como se mencionó anteriormente, al
introducirse el criterio de "jerarquías" y "diferencias" de sentido elitario en el uso del
suelo para forzar la legibilidad y la legitimidad de un "centro comercial moderno"
ocupado en exclusivo por casas comerciales de "respeto": firmas importadoras,
sucursales de las grandes casas comerciales paceñas, comercio minorista de efectos de
ultramar, sedes bancarias, representaciones comerciales de firmas extranjeras, negocios
de una abundante colonia extranjera que proporciona pautas y orienta este afán
renovador, a nombre del cual se introducen nuevos puntos de vista para definir un
referente material menos abstracto y que sirva de guía para concebir el desarrollo
urbano. Bajo este nuevo ímpetu se van introduciendo las innovaciones en materia de
transporte que describimos con anterioridad y otras como la instalación de las redes de
infraestructura básica en materia de electricidad, agua potable y alcantarillado que
evidentemente contribuyeron a afianzar un estilo de vida menos tradicional y
definitivamente alejado del recuerdo colonial.
Los ideales modernistas hicieron del ferrocarril el símbolo que resumía sus aspiraciones.
En este tema se combinaban varios factores que lo transformaban en un objeto atractivo
y con gran poder de convocatoria. Cochabamba, había mostrado simpatía por la causa
federal en 1899, sin embargo el régimen liberal victorioso no le había prestado mayor
atención a sus reclamos respecto a la priorización del ferrocarril Oruro-Cochabamba. El
Estado boliviano contaba con recursos importantes provenientes de las indemnizaciones
otorgadas por Chile y Brasil en compensación a las enajenaciones territoriales del
Pacífico y el Acre, para poder materializar un ambicioso proyecto de construcción de
ferrocarriles. El Plan Sisson de 1905 y el bullado contrato Speyer de 1906 pusieron en
evidencia que la flamante sede de gobierno (La Paz), aspiraba a monopolizar el grueso
de los ferrocarriles proyectados en provecho de mejorar las conexiones de esa región
con el exterior, postergando la ejecución de los ramales hacia Cochabamba y el Oriente.
Este hecho, como no podía ser de otra manera, ocasionó los reclamos de las elites
regionales que carentes de recursos propios, dependían para la realización de las
grandes infraestructuras de transporte de los recursos del gobierno central. Esto hizo
florecer los sentimientos regionales que comenzaron a articularse en torno a la idea del
ferrocarril como un derecho regional necesario para el progreso, la integración con otras
54
En 1930, la Alcaldía paceña prohibió el expendio de chicha en esa ciudad, decretando el cierre
definitivo de las chicherías, así como prohibiendo la importación de muko. El argumento central era
"defender la preservación de la salud física y moral de la clase trabajadora".(Rodríguez y Solares, 1990)
55
Para conocer en detalle el proceso de articulación entre economía del maíz y el desarrollo urbano de
Cochabamba, ver: Solares, 1990 y Rodríguez y Solares 1990).
12
No cabe duda que en torno a la imagen portentosa del ferrocarril se tejieron verdaderas
leyendas a la medida de los mitos del cuerno de la abundancia. Se creía sinceramente
que el ferrocarril traería en sus vagones la superación de todas las postergaciones y la
viabilidad de todos los deseos. Obviamente fue enorme la desproporción entre los
logros reales y las montañas de ilusiones que se crearon en torno a este tema. Era
evidente que el desarrollo capitalista moderno se había asomado a Cochabamba, pero
antes que traer inversores y oportunidades, trajo las leyes del mercado y sus
desigualdades. Un testigo de la situación de la ciudad en 1918 criticaba a quienes
ruidosamente habían festejado el progreso hecho ferrocarril y se felicitaban del
desplome de la monotonía aldeana, pero olvidaban la irritante realidad "del espectáculo
que ofrecen los tugurios de Cochabamba" donde campeaba la miseria con sus efectos
de prostitución, mortalidad infantil, analfabetismo y degradación de la condición
12
humana; miseria que "en lugar de recibir la benéfica influencia del progreso parecía
incrementarse con él" (El Heraldo 08/05/1918). Un testimonio similar de 1922, anotaba
que bajo la cubierta de aparente paz y creciente progreso en que vive la ciudad, se tenía
la impresión de estar presenciando "una tragedia mal escrita y peor representada" pues
la realidad que la ciudad ofrecía en sus zonas centrales y que tomaban como base las
descripciones oficiales y turísticas no representaban la verdadera ciudad de
Cochabamba, pues para ello era necesario "ir a los barrios pobres, a los pueblos, a los
fundos...En esa parte triunfa el despotismo irrisorio, triunfa la miseria más vergonzosa.
Hay necesidad de contemplar aquéllos paisajes de profunda desolación"
En todo caso los cuadros de abundancia y miseria establecieron las nuevas diferencias
entre zonas y barrios urbanos y tuvieron la virtud de desentrañar el significado real de la
ideología del progreso y del desarrollo, aspiración que lejos de articular una
metodología para el cambio y la modernización de la sociedad hacendal, además de
propiciar la rectificación de las viejas injusticias, apenas operaba sobre la superficie del
orden social vigente, una vez más, a la manera de un tenue barniz de fanfarria,
estruendo y ropajes llamativos cuyo objetivo era cubrir, esconder y proteger las antiguas
instituciones coloniales segregativas que constituían el cimiento sobre el que se erigía
esta ilusoria modernidad. En consecuencia, lo urbano era un conglomerado heterogéneo
donde aparecía "la ciudad" como la fortaleza del progreso, con su plaza de armas y
aledaños convertidos en "centro comercial" y la naciente "ciudad-jardín" norteña, en
oposición a "la aldea" que no se había extinguido como se deseaba, sino apenas se
había desplazado hacia el Sur donde se consolidó el lugar de residencia de los otros: los
cholos, los mestizos y las chicheras.
A partir del famoso Empréstito Erlanguer (1913), que hizo posible la viabilidad de los
proyectos de ELFEC (energía eléctrica, tranvías y ferrocarril), los impuestos al muko y
la chicha, que ya habían mostrado su potencialidad en el rendimiento de las patentes
municipales de fines del siglo XIX, se convirtieron en la base sólida para hacer viable la
serie de obras públicas que transformaron la antigua aldea en una ciudad emergente, que
12
En los años 30 y 40 del siglo pasado se fortificó el mercado del maíz y los precios de
este cereal se mostraron con tendencia alcista. Con este motivo, el método de
incrementos anuales a los impuestos siguió un rumbo cada vez más desmedido. De esta
forma, pese a la continúa ampliación en la demanda del licor, la escalada impositiva
comenzó a mermar las utilidades provocando airados reclamos del gremio de chicheras,
al extremo de que tales exageraciones impositivas incluso provocaron la alarma de la
administración de dichos ingresos. Un informe a este respecto sostenía:
amortizaban con recursos que generaban los impuestos al maíz y sus derivados. A lo
largo de los años 40, problemas como la cuestión del agua potable, la amortización de la
deuda pública adquirida para las obras de pavimentación, la construcción del estadio
departamental etc. se resolvían bajo el criterio de la metodología anteriormente citada.
Estos impuestos se convirtieron en una cantera inagotable de recursos saneados y
abundantes. La gran proporción de los mismos se invirtieron en obras públicas o en la
amortización de empréstitos. Una relación muy incompleta de las inversiones realizadas
con dichos recursos desde 1910 a 1950, expresaba lo siguiente:
* Amortización del Empréstito Erlanguer para la ejecución de las obras del Ferrocarril
del valle y la red de tranvías urbanos de Cochabamba.
* Ampliación periódica de pabellones en el Hospital Viedma.
* Amortización del empréstito para obras de alcantarillado en la ciudad de
Cochabamba.
* Amortización del empréstito para la instalación de la red de agua potable.
* Construcción del mercado central de la calle 25 de Mayo y mercados seccionales.
* Obras de desagües pluviales.
* Varios empréstitos para la pavimentación de la ciudad de Cochabamba.
* Obras de canalización del río Rocha y amortización de empréstitos para este fin.
* Estudio y captación de aguas potables para la ciudad de Cochabamba.
* Construcción de varias escuelas y colegios.
* Arborización y embellecimiento de varias plazas y paseos de la ciudad.
* Adquisición de terrenos y ejecución de obras en la Universidad Mayor de San Simón.
* Modernización y renovación de los sistemas de provisión de energía eléctrica en la
ciudad de Cochabamba.
* Diversas obras viales en provincias, incluyendo la apertura de la Av. Blanco
Galindo, el pago de expropiaciones y otros.
* Apoyo a la creación de carreras técnicas y a la Facultad de Agronomía de la UMSS.
* Arborización de los predios de San Simón y la Coronilla.
* Amortización de los empréstitos para la ejecución de la represa de La Angostura.
* Construcción de edificios públicos: Edificio Municipal, Casa de la Cultura, etc.
*Construcción de puentes sobre el río Rocha, etc. (Rodríguez y Solares, obra citada).
Las teorías urbanas en boga en los años 50 del siglo pasado no dejaban de resaltar la
tendencia a la modernización de la economía y la sociedad que acompañaba las
crecientes transformaciones urbanas en el ámbito latinoamericano, donde se evidenciaba
12
Exceptuando la cuestión básica del desarrollo industrial, el proceso que dio lugar al
fenómeno de la urbanización en Cochabamba no es totalmente atípico: la chicha al
introducirse en una economía de mercado amplió la acción de dicha economía sobre la
similar campesina, pero si no hay industria y una oferta asequible de bienes
manufacturados ¿que sentido tendría para el campesinado acumular papel moneda? En
realidad, la cuestión no era tan simple: el mercado de la chicha operó como un puente
que permitió el acceso a las mercancías manufacturadas de ultramar vía el comercio
importador en términos relativamente asequibles para los estratos mestizos,
desempeñando aquí un rol importante la pulpería que expendía chicha pero además
algunas manufacturas de bajo costo (refrescos envasados, cigarrillos, conservas etc.) y
la tienda "popular" del emigrante árabe que se integraba bien con la idiosincrasia del
comerciante valluno permitiendo todo ello la oportunidad, todavía tenue, del siempre
deseado ascenso social, obviamente difícil y restringido en una sociedad que no
abandonó su esencia racista. Estos y otros factores de índole cultural, político, social y
sobre todo ideológico, permitieron ciertas conciliaciones y ciertas libertades como la
coexistencia pacífica de feria y ciudad, sobre todo en la medida en que la feria dejó
paulatinamente su aire campesino y artesanal e incorporó comerciantes de manufacturas
nacionales e importadas, situación que luego se torno en una suerte de dependencia
entre el gran comercio importador y una cada vez más amplia clientela mestiza.
Esta dinámica daba margen a que el Estado oligárquico a través de sus elites locales,
expropiara parte del excedente económico bajo la forma indirecta de gravámenes
impositivos con destino a obras públicas que hacían posible el desarrollo urbano de las
56
Ver a este respecto: Sica, 1981 y Segre, 1987. Para el caso concreto del proceso urbano
latinoamericano, son valiosas las compilaciones de Hauser, 1962; Beyer, 1970 y Hardoy y Tovar, 1969;
además, Castells, 1973 y Harris, 1975.
13
Por tanto, el comercio de la chicha era algo más que una simple operación de
intercambio y consumo, pues si bien a través de su viabilidad también se hacía viable el
desarrollo urbano, al mismo tiempo para las clases subalternas se habría la posibilidad
de una apertura democrática a un mundo de amplias oportunidades, es decir, de acceso
más franco a la acumulación de capital-dinero, a la compra de tierras y casas incluso en
el interior de la ciudad. En suma, se habría la posibilidad de que los descendientes de los
antiguos indios forasteros disfrazados de mestizos se convirtieran en ciudadanos plenos
y pasaran a engrosar las filas de las combativas clases medias mestizas que años más
tarde escalarían a las cumbres del poder regional en medio del torbellino de la
"revolución agraria" de 1953 y el definitivo derrumbe de la sociedad oligárquica.
Sin embargo materializar, aunque fuera en parte, los ideales del progreso significaba
dirigir una fracción de los excedentes económicos, en este caso agrícolas a falta de
industriales, al financiamiento de las obras públicas proyectadas lo que obviamente no
implicaba ni remotamente echar mano a alguna una porción de los excedentes de las
clases rectoras, aunque estas se proclamaban formalmente las abanderadas de la
modernidad. La solución a este problema encontró un cauce apropiado a través de la
apropiación de los excedentes generados por la industria de la chicha a través del
Estado, apelando al tradicional método impositivo que ya practicara bajo diversas
modalidades el régimen colonial. De esta manera, las denominadas "clases bajas", es
decir las fuerzas oscuras que promovían el atraso, impulsaron el desarrollo y
permitieron que se materializaran las condiciones generales para la acumulación
capitalista inmobiliaria a través, como ya se mencionó, de una intensa y continuada
valorización del suelo urbano apropiado para usos comerciales y residenciales de alto
confort. Todo ello gracias a que los abundantes recursos generados por la chicha que
proveyeron los medios para costear las obras de infraestructura, los edificios públicos y
los grandes equipamientos permitieron la valorización del suelo urbano en niveles
superiores a la tierra agrícola, trastrocando así el antiguo equilibrio que frenaba el
crecimiento urbano.
57
En los años 40 del siglo XX, Cochabamba experimentó un desarrollo industrial de modestas
proporciones que no avanzó más allá de las ramas de "industrias tradicionales" con tecnología atrasada y
gran dependencia de insumos y materias primas importadas, es decir, un proceso no comparable con el
"despegue industrial" de otros países. Ver Solares, 1990.
13
En fin, este era el trasfondo estructural en el que se ejecutaron las obras de desarrollo
urbano en la primera mitad del siglo XX. La materialización de la nueva fisonomía
urbana, sin embargo, no solo se limitó a una renovación paulatina de su imagen física,
sino a una recomposición de la propia sociedad. El auge de la economía de la chicha
puso en evidencia la tragicomedia del agotamiento del "ancien regime", haciendo que la
"ciudad civilizada" se sustente sobre la "incivilizada" chicha. Comenzaron a tomar
forma nuevos actores sociales y nuevos valores culturales sobre los que se forjarán los
fundamentos de la actual sociedad cochabambina. También bajo este contexto, como
pasaremos a analizar, se ensayan los vuelos urbanísticos que dieron forma a las ideas
más audaces de desarrollo urbano que gracias a la inagotable cantera de recursos que
proveía la economía de la chicha, dejaron de considerarse utopías y adquirieron el rango
de propuesta de planificación de la ciudad moderna.
La discusión sobre la cuestión urbana en los a los años 40 del siglo pasado y la
concepción que se tenía sobre lo urbano, evolucionó desde la antigua visión de hechos y
temas aislados, hacia una suerte de concepción integral sobre la problemática que
encerraba la ciudad y el convencimiento de que la forma espontánea de su crecimiento y
dinámica interna deberían ser sustituidos por la adopción de modelos y formas
preestablecidas de desarrollo planificado. Existía la conciencia de que lo urbano
conjugaba variables económicas, sociales e incluso ideológicas y culturales. El discurso
sobre la ciudad dejo de tener el tono utópico, idealista y segmentado de otros tiempos,
para convertirse incluso en un discurso político y de denuncia social en torno a la
notoria desigualdad de las oportunidades de acceso de la población a los diferentes
beneficios del desarrollo urbano, centrándose en temas como la penuria de la vivienda,
el agua potable, las condiciones sanitarias, la mortalidad infantil, la contaminación
ambiental, donde una y otra vez se demostró que todos estos problemas de raíz social,
no se constituían en problemas de la comunidad en pleno, sino esencialmente de los
estratos de bajos recursos. Por ello, no resultó extraño que las denuncias sobre los
cuadros de la creciente pobreza y la miseria urbana comenzaran a ser más frecuentes en
la consideración de los problemas de la ciudad.
El censo municipal de 1945 revelaba que finalmente la ciudad había alcanzado una
población de 71.492 habitantes, hecho que no solo significaba, como ya se sugirió, un
incremento que triplicó y casi cuadruplicó la población de 1886 y 1900, sino que
expresó la definitiva ruptura con el lento proceso demográfico que caracterizó a la
ciudad prácticamente desde el siglo XVI. En correspondencia con este hecho, la ciudad
también había modificado profundamente su estructura original: había dejado de
expresar la realidad del tejido urbano homogéneo y continuo que caracterizó a la aldea.
Ahora presentaba un área de fuerte consolidación que contenía las cuatro zonas
tradicionales o "casco viejo" como se pasó a denominar, con 54.432 habitantes (76,14 %
del total) y 9.603 familias que ocupaban 225 manzanas (62,5% del total) y 3.732
viviendas (66,16 % del total); y una serie de áreas dispersas bajo la modalidad de
pequeñas aglomeraciones todavía fuertemente vinculadas con su entorno rural de
huertos y maizales, es decir, pequeños islotes de densidad urbana como: La Chimba,
Hipódromo, Sarco, Mayorazgo, Cala Cala, Queru Queru, Tupuraya, Muyurina, las
Cuadras, Alalay, Jaihuayco y la Maica, de los cuales, Muyurina, Cala Cala y Queru
58
En torno al tema de la crisis habitacional, la especulación inmobiliaria y la situación de la vivienda,
consultar a Solares, 1990.
13
Queru eran los núcleos más importantes al haber consolidado en conjunto unas dos
docenas de manzanas y unos centenares de casas. En suma, se trataba de una estructura
cuyos elementos constitutivos estaban fuertemente dispersos y dispuestos en torno a un
núcleo dominante. Dicho núcleo central era el más denso y presentaba un promedio de
ocupación de por lo menos dos familias por vivienda e incluso tres, es decir que la
vivienda unifamiliar en este centro, ya en 1945, era prácticamente inexistente. En suma,
el "casco viejo" presentaba índices de densidad elevados, de tal suerte que las
tendencias al hacinamiento y la tugurización eran evidentes particularmente en las zonas
populares del Sur, que como el resto de la periferia eran las menos atendidas por
servicios urbanos (Ver Plano 16).
todavía una realidad dominante más allá del casco viejo. Los nuevos "barrios
residenciales" eran todavía una mezcla de casas-quinta y huertos que aun conservan
mucho de la antigua campiña con inserciones puntuales de atisbos de "ciudad-jardín",
es decir, viviendas tipo chalet con jardines frontales y fragmentos de calles arborizadas,
como expresión modesta de las tendencias modernizantes de la época.
En suma, los deseos de innovaciones espectaculares estaban muy lejos de esta realidad,
que se asemejaba más a un confuso período de transición cuyo acto más importante sin
duda, fue el caer de un telón que sin mayor aspaviento expresaba el final silencioso de
la aldea inmóvil y señorial. El mencionado periodo de transición que caracteriza a la
realidad urbana de inicios de la década de 1950 todavía conservaba muchos
componentes y recuerdos de la antigua aldea, pero ese predominio ya no era gravitante.
Los nuevos símbolos del urbanismo moderno con sus casas aisladas y rodeadas de
primorosos jardines, sus amplias avenidas, sus vías pavimentadas, su sentido de orden y
pulcritud, pese a ser apenas minúsculos segmentos y hasta casi escenas imaginarias y
surrealistas tenían la fuerza del porvenir y representaban el ideal de una sociedad que no
solo comenzaba a transformar su apariencia externa, sino su utillaje ideológico,
planteando su viabilidad más allá de las antiguas obsesiones coloniales. Lo sustancial,
pero al mismo tiempo irónico, era que la economía de la popular y tradicional chicha
hacía posible este despegue azaroso, vacilante pero irreversible de la modernidad
cochabambina.
En el marco del contexto trazado, los primeros atisbos de "planificar la ciudad" fueron
igualmente modestos. La primera referencia concreta, como ya se mencionó, data del
siglo anterior. Concretamente de una ordenanza del Concejo Municipal de 1889 que
expresaba su preocupación por el porvenir de la ciudad y priorizaba la urgencia de
"evitar, especialmente en la campiña, a donde tiende a extenderse la ciudad, que se
continúen construyendo edificios, paredes y cercas, en las mismas condiciones actuales
de estrechez e irregularidad", en consecuencia se definía la necesidad de aplicar normas
para lograr "la conveniente alineación de los márgenes de los caminos y las calles",
disponiéndose que toda construcción nueva o reconstrucción con frente a la vía pública,
solo podía iniciarse "previa licencia y verificación de la alineación del nuevo predio"
disponiéndose que el ancho de las calles sea de 8,00 metros.(Soruco, vol.1, 1899). La
cuestión del trazado y el perfil de las calles fue el antecedente primario que estimuló el
pensamiento urbano desde el siglo anterior. Veamos lo que se decía al respecto en un
singular editorial de prensa varios años antes de que estas preocupaciones tomaran una
forma institucional:
¿Cual fue el ingeniero español que sobre tan extenso llano trazó sus calles bajo
una escala tan estrecha(...) Lo de tal estrechez se deduce que la ciencia
española de entonces era estrecha, pues no sabía lo que importa para la
salubridad pública la amplia circulación del aire y la luz, la belleza y
comodidad que presta a una ciudad la anchura de sus calles. Si en lugar de las
9 y 1/3 de varas castellanas que miden de ancho nuestras calles, se les hubiere
dado los 20 metros que hoy se consideran necesarios, tendríamos en la
actualidad veredas de 4 metros de ancho orilladas de árboles gigantes, y una
calle al medio de 12 metros ancho para el libre tránsito de los carruajes y
caballos. Desgraciadamente el mal está hecho y es casi irremediable .Nuestras
calles son angostas, más angostas que las de otras ciudades de América, que a
lo menos miden 12 varas de ancho, razón por la cual con el incremento que
13
cada día adquiere el uso de los carruajes, entre nosotros, y el tráfico de los
caballos siempre abundantes en países agrícolas, pronto nuestras calles se
harán intransitables(...) Sin exigir que nuestro Ayuntamiento rompa como
Napoleón III la ciudad en todas direcciones y demuela barrios enteros para
abrir bulevares, nos permitimos indicarle la necesidad de formarlos en las
principales salidas de la ciudad y abrieren en el centro algunas plazuelas (El
Heraldo, 13/09/1877).
de modernidad un referente concreto, o sea una imagen urbana que fuera el resultado de
un "modelo" o "plan" de la ciudad moderna, que superara la vieja práctica municipal de
rectificación, ensanche y apertura de calles, sin un criterio de visión urbana integral. La
propuesta de 1909 tuvo la virtud de delinear una imagen de modernidad que no solo
aspiraba a "remodelar la aldea", sino construir sobre sus escombros una nueva ciudad,
de amplias avenidas, calles arborizadas y hasta un realmente visionario bulevar parisino
que suponía un cambio radical de la antigua estructura física colonial. Pero algo todavía
más significativo, fue que por primera vez se decidió la elaboración de un plano de la
ciudad, que dejara de ser demostrativo de su crecimiento espontáneo, para pasar a ser
"demostrativo" de proyecciones y aspiraciones muy específicas de desarrollo urbano.
De esta forma, se instruyó al Ingeniero Municipal "que faccionara el plano de la ciudad
en escala 1: 5.000 que serviría de base para la adopción de un Plan Modelo o Plano
Regulador, al que deben adaptarse o subordinarse las construcciones futuras y las
nuevas calles que han de abrirse o prolongarse" (El Ferrocarril nº cit.).
Estos primeros planteos fácilmente podrían haber pasado al olvido bajo las condiciones
imperantes en el siglo XIX e inicios del XX, de no mediar las nuevas circunstancias en
que surgen las primeras propuestas de desarrollo urbano que planteaban la necesidad de
racionalizar los criterios tradicionales de uso del suelo y proceder a la ampliación de la
ciudad hacia nuevas zonas suburbanas, todo ello, para hacer frente a la creciente
demanda de vivienda que la modesta capacidad de alojamiento existente no podía
resolver. De esta manera, los planteos de Ramón Rivero fueron una respuesta a las
tendencias, hasta ese momento peligrosamente espontáneas, de ampliar la urbanización
a tierras colindantes con el perímetro del casco viejo, que en realidad era el limite
urbano oficialmente reconocido. Por tanto la idea de un "Plan Modelo” obedecía a la
necesidad de encausar esas tendencias de expansión en forma ordenada, haciéndose eco
de la preocupación modernista respecto la amenazante alternativa de una ampliación
indefinida de la aldea colonial. Por ello, una década más tarde, el propio Ramón Rivero,
en su calidad de Presidente del H. Concejo Municipal, volvió a plantear la cuestión del
"Plano Regulador". No cabe duda que sus ideas a este respecto eran realmente de
avanzada, si se considera que fueron emitidas en un medio donde todavía el espíritu
conservador del siglo XIX y los prejuicios señoriales eran fuertemente dominantes e
influyentes. Rivero señalaba en un informe oficial:
No es posible concebir una comunidad, ni aun una simple asociación de
personas, sin suponer que tengan un plan dentro del cual se desenvuelve su
acción progresiva y su marcha normal hacia los objetivos que no se obtienen de
una sola vez, ni en poco tiempo, sino que demandaron esfuerzos y tiempo largo
para su realización(...) Esto es lo que hemos buscado, sino para hoy, para
mañana, con la formación del plano regulador que consulta el desenvolvimiento
de la ciudad dentro de sus condiciones peculiares de topografía, clima y
situación(...) -este plano- Levantado en 1909 ha sido completado en el año
actual (1919), siendo de desear que sus indicaciones se cumplan poco a poco, a
medida de las construcciones o reconstrucciones que se presenten.
En concreto la propuesta de Rivero se dirigía a dar forma técnica viable a ideas sobre la
ciudad deseable por las elites vallunas, y que fueron tomando cuerpo bajo el embate de
los desafíos del mundo moderno. Indudablemente la llegada del ferrocarril impulsó tales
afanes y pronto el antiguo territorio aldeano sirvió de escenario e inspiración para
inéditas audacias urbanísticas, sin embargo, el tono sobrio y objetivo de la propuesta
que comentamos tenía la virtud de introducir un sentido de consistencia al discurso
13
del siglo XIX, surge, como se mencionó con anterioridad, la figura del "ingeniero
municipal" al principio con un perfil de administrador de la estética urbana, pero luego
ampliando su accionar hacia tareas de alcance normativo para culminar con las primeras
iniciativas de planificación que propone Ramón Rivero. A partir de esta referencia, la
propia la cuestión técnica se fue ampliando y complejizando hasta constituir una entidad
especializada.
Los problemas sanitarios, la penuria del agua potable y la ausencia del alcantarillado,
que quedaron tipificados como los problemas que provocaban las crisis de salud pública
que continuamente se expresaba en la ciudad bajo la forma de epidemias e incluso
evoluciones endémicas como el tifus, fueron los antecedentes que definieron la
búsqueda de amplitud en las vías públicas, de valorización de los "pulmones de la
ciudad", de imaginar calles rectas, arborizadas, amplias y llenas de sol. Estas virtudes
pasaron a ser consideradas no solo como recursos terapéuticos sino como imágenes de
un desarrollo urbano que equivalía a la materialización de la filosofía de la modernidad.
Es indudable que estos ideales dieron forma a las propuestas de Rivero e impulsaron su
puesta en marcha. Sin duda, el desarrollo del transporte, la instalación de la energía
eléctrica, el agua potable domiciliaria por cañería, el alcantarillado, los teléfonos, etc.,
fueron innovaciones que tuvieron la fuerza de inspirar un tipo de desarrollo urbano
impregnado de racionalidad técnica
Estos ideales se vieron fortalecidos con la inauguración del ferrocarril en 1917 y las
posteriores obras de pavimentación que permitieron dar una forma más objetiva a estos
primeros planteamientos. A ello, todavía se sumaron nuevas demandas: la ejecución de
obras de infraestructura, particularmente la pavimentación de las calles centrales,
pusieron en el orden del día cuestiones como la definición final sobre el ancho de las
mismas, las rasantes, la alineación de las casas y las necesarias afectaciones a muchas
propiedades, al punto que el Plan Urbano de Ramón Rivero resulto insuficiente en poco
tiempo.
Pero tal vez, el factor determinante para el estimulo del crecimiento urbano fue la
amenaza de devaluación de la moneda que provenía de la agotada economía nacional al
termino de la Guerra del Chaco y que puso en peligro las fortunas acumuladas por
terratenientes y comerciantes que realizaron grandes ventas al Ejercito durante el
conflicto, situación que provocó una intempestiva "corrida" hacia inversiones de
14
59
La Ordenanza Municipal de 31 de agosto de 1939 fue la que incorporó la campiña y los pequeños
asentamientos humanos periféricos dispersos al radio urbano, y no las disposiciones de 1945, que solo
ampliaron estos límites.
14
Los puntos anteriores sintetizaban todo lo que se discutía y planteaba en ese momento
en materia de urbanismo, incluso aquellas cuestiones que se seguirían debatiendo una
década más tarde. Los criterios de La Torre expresaban una política urbana acorde con
la coyuntura que vivía la ciudad y también el porvenir que se deseaba para ella. En
suma, estas eran las ideas que darían forma a los planteos posteriores, los mismos que
fueron madurando a lo largo de un extenso debate y muy lejos del mito de
excepcionales urbanistas, que fueron capaces de traducir en una sola propuesta las
aspiraciones de modernidad que demandaba la ciudadanía cochabambina.
Rodríguez consideraba en su propuesta que "las avenidas de primer orden" que debían
vincular "las poblaciones del Norte con los centros de atracción" eran: "la Avenida
Simón Bolívar, que existe de Cala Cala al Prado y una avenida nueva que deberá
trazarse y unirse al puente de la Recoleta, con el extremo de la Avenida Ballivián y la
Plaza Colón". En concreto sugería la apertura de dos avenidas diagonales: "la primera
entre la Plaza Colon y la Plaza 14 de Septiembre, y la segunda, de la Plaza 14 de
Septiembre hasta la terminal de la calle Junín frente a la Estación del Ferrocarril
Cochabamba-Oruro". Luego se ponía en relieve que "Con esta red de avenidas cuyo
14
punto de bifurcación va a ser la Plaza Colon, quedarán servidos los núcleos del Norte
para su comunicación rápida con los centros de atracción de primer orden" (Ver Plano
nº 17). En este planteamiento, se juzgaba un error pensar en el ensanche general de
todas las calles por sus costo prohibitivo, en lugar de ello, se proponía la apertura de dos
"avenidas diagonales". Al respecto, se argumentaba que así no se agravaría la crisis de
vivienda "pues, las diagonales cortarían la parte media de las manzanas sin tocar el
frontis de los edificios, resultando consiguientemente la expropiación más económica".
La tercera parte de la propuesta hacía referencia a aspectos más puntuales, como por
ejemplo la conveniencia de convertir la antigua calle Perú en una avenida, en el tramo
entre la calle Hamiraya y el posible enlace con la diagonal que debía unir la Plaza Colon
con la 14 de Septiembre. En cuanto a la zona Este y Sudeste de la ciudad, el Ing.
Rodríguez expresaba una opinión basada en un prejuicio muy extendido en esa época y
representativo del sentido segregativo que se deseaba imprimir al desarrollo urbano:
Los núcleos del Este de la ciudad en realidad tienen muy poca importancia y es
muy difícil que la adquieran en el futuro, de modo que estarían bien servidas,
prolongando una de las calles, Sucre o Bolívar, ensanchadas y bien alineadas.
Pero la parte Sudeste de la ciudad requiere muchísima atención de parte del
Gobierno comunal, pues por lo mismo de ser el barrio pobre y que ahora es un
verdadero campamento de gitanos, necesita la atención diligente de las
autoridades, la procura de un mayor bienestar, de una mejor organización y de
una mayor higiene física y moral de esos desgraciados hacinados en
habitaciones estrechas y sucias, sin tener más modelos que la degeneración y el
vicio (El País, 10/07/1937).
De todas maneras, la idea básica que subyace es la realidad de una estructura urbana
bastante diferente a la que correspondió a la aldea tradicional, esto es, la existencia de
un núcleo central o casco viejo totalmente consolidado y contenedor de los centros de
atracción de mayor jerarquía, el centro comercial, el centro ferial, las sedes del aparato
estatal, los equipamientos urbanos principales, etc.; y un conjunto habitacional
conformado por núcleos dispersos y de jerarquía variable a los que había que vincular y
estructurar en función a dicho centro. Estas ideas serán retomadas por propuestas mucho
más elaboradas que se realizarán en la década de 1940. En todo caso la manera cómo se
planeó armonizar y vertebrar este conjunto vendría a definir la futura imagen y
estructura de la ciudad.
Sin embargo la propuesta del Ing. Rodríguez nunca entró realmente en vigencia por no
acomodarse a las presiones que la originaron. En 1937, el Alcalde Luís Castel Quiroga
determinó el ensanche general de vías en la zona central y el resto de la ciudad, para
alcanzar un perfil uniforme de 12,50 metros. Esta disposición puso a prueba la
predisposición real de los propietarios a aportar con el sacrificio de parte de sus
heredades para satisfacer sus afanes de transformar la aldea en ciudad. Obviamente
estos afanes modernistas no llegaban a tanto. Pronto cundió la alarma y la disposición
municipal no tardó en ser calificada de "perjudicial". En realidad lo que se deseaba era
un grado de libertad para tugurizar el centro urbano en el afán de extraerle el máximo de
renta con el mínimo de inversión y sacrificio. En contraposición, también se deseaban
definiciones rápidas respecto a la urbanización del resto de las zonas urbanas.
Este proceso espontáneo de urbanización por partes o fragmentos llegó al límite de sus
posibilidades, y pronto quedó claro que el producto resultante estaba lejos de la imagen
de ciudad que se deseaba. Es más, se reconoció que por este camino se llegaría a un
conglomerado anárquico cuyo costo de regularización sería aun mayor que la empresa
de transformar la aldea en ciudad. La ausencia de un plan integral, por tanto, amenazaba
por conducir este esfuerzo al temible desorden urbano que tanto se había deseado evitar.
Alfredo Galindo, Presidente del Concejo Deliberante, resumía la cuestión en estos
términos:
En realidad varios de los componentes del Consorcio y otros arquitectos, entre los que
se destacaban: Franklin Anaya, Jorge Urquidi, Gustavo Knaudt, Daniel Bustos y Hugo
Ferrufino fueron quienes, todavía en su condición de estudiantes de arquitectura,
introdujeron a fines de la década de 1930 las novísimas ideas de Le Corbusier y
plantearon la necesidad de enfocar el proceso de urbanización en forma integral,
mediante un plan que delineara con amplitud los objetivos y condiciones a que se debía
ajustar el desarrollo urbano articulado a una noción de desarrollo regional y a una
política nacional de urbanización.
Finalmente se optó por contratar los servicios del urbanista chileno Luís Muñoz
Maluschka para que definiera las bases técnicas que deberían observarse para la
elaboración del futuro plano regulador y su gestión. Se creó para este efecto en
noviembre de 1944, el Consejo de Urbanismo con la misión de supervisar y apoyar las
tareas de los técnicos que fueran contratados para elaborar las propuestas que contuviera
el plan. La cuestión del alcance de trabajo a ser encomendado al Arq. Muñoz provocó
fisuras en el seno del flamante Consejo, y pronto entraron en pugna dos concepciones
opuestas sobre el urbanismo: para la mayoría de los consejales, ingenieros en diversas
especialidades, la problemática urbana tenía un desenlace más pragmático y dirigido a
impulsar obras públicas inmediatas sin esperar mayores estudios que los que
estrictamente justificaran los proyectos aislados cuya sumatoria daría por resultado el
esperado desarrollo urbano. Para los escasos arquitectos, entre ellos el Arq. Urquidi, este
punto de vista sonaba a una herejía puesto que estos privilegiaban en primer lugar la
necesidad de una visión teórico-conceptual, es decir el plan urbano, que orientara y
diera coherencia a las acciones prácticas consiguientes. Esta contradicción que se volvió
irreconciliable provocó la clausura del Consejo en 1946. Sin embargo los largos
debates no fueron del todo infructíferos pues permitieron una visión más sistemática y
global del problema urbano y la metodología de su ordenamiento espacial abriendo un
importante campo de acción para los profesionales arquitectos escasamente conocidos y
60
La convocatoria aparentemente no acompañó un pliego de especificaciones, sino apenas
"levantamientos topográficos completos realizados por la oficina de Catastro".
61
El Consorcio de Arquitectos Nacionales estaba constituido por los arquitectos Jorge Urquidi Z., Luís
Claure Q., Gustavo Knaudt, Ernesto Pérez Rivero, Alberto Contreras y Oscar Cortes.
14
Tal vez la parte más valiosa del trabajo del Arq. Muñoz fue la elaboración de
información de orden urbano que solicitó y ayudó a recopilar para definir el diagnóstico
que orientaría el tipo de acciones que podrían recomendarse. Si bien, sensiblemente los
resultados de estos análisis no han llegado hasta nosotros, es posible rescatar algunos
elementos de juicio del contenido de las respuestas a una encuesta que formuló el
Director de Obras Públicas Gabriel Almaráz, quién dio testimonio de los siguientes
aspectos: Fuera del reglamento de control de la edificación elaborado por el Sindicato
de Ingenieros no existía ningún otro elaborado oficialmente por la Alcaldía, de tal suerte
que éste se aplicaba desde 1941 aunque sin contar con una aprobación oficial.
Igualmente se carecía de un reglamento de división de propiedades, existiendo apenas
una disposición municipal de aprobar planos de división, pero sin ningún referente de
superficies, frentes y fondos mínimos. Por otra parte, en 1945, "no existía plano alguno
de zonificación de la ciudad (...) el plano actual muestra que la parte central de la
población podría reputarse como zona cívica y comercial (...) Las zonas de la campiña,
la Noreste, la Noroeste y la Este (Las Cuadras), serían zonas residenciales", además se
reconocía que "la zona Sur, a partir de la avenida Aroma y las regiones circunvecinas
formarían la zona obrera" y que no existía una zona o distrito industrial "ya que la
escasas industria de Cochabamba se halla repartida por todo el radio urbano,
notándose mayor densidad de la misma en la zona central". Esa misma fuente daba
cuenta de la existencia de un plano de tipo de edificaciones en que se normaba su altura,
pero no existía ninguna reglamentación que definiera la relación entre superficie del lote
y área máxima edificable. En cuanto al régimen de fraccionamientos de propiedades, los
antecedentes legales eran muy escasos. En la misma forma, no existían leyes en las que
se pudiera apoyar un plan oficial de urbanización de la ciudad.
El panorama urbano descrito mostraba que la ciudad hasta ese momento había carecido
de instrumentos adecuados que orientaran su desarrollo. Era alarmante la falta de una
base normativa mínima y las enormes lagunas que ello provocaba estimulaban una
visión fragmentada de la ciudad y sus necesidades. Por ello, Muñoz dio énfasis a un
conjunto de propuestas de orden legal y algunas ideas de diseño urbano que plasmaría
en una propuesta más completa durante su segunda estadía en Cochabamba. En
concreto, en 1945 se elaboraron: El proyecto de Ley General de Urbanización, y el
proyecto de Ley General de Reconstrucción y Urbanismo de Cochabamba. Estas
disposiciones enfatizaban el hecho de que la urbanización es materia de interés público
y que dicha labor debía ser privativa de las alcaldías. Lo más destacado era un Proyecto
de Ordenanza Local de Urbanización que ponía en práctica el principio constitucional
de que la propiedad debe cumplir una función social a partir del cual se imponían
restricciones técnicas y jurídicas que suponían la afectación de la propiedad privada
para la formación de espacios públicos en el proceso de su urbanización. Bajo este
marco legal encontraban sustento las regulaciones en materia de subdivisiones de
predios, higiene y seguridad de los inmuebles, los códigos de construcción, etc. En la
misma forma se fijaron los límites de la expansión urbana e incluso se reglamentó la
expropiación de terrenos con destino a la apertura de vías y espacios verdes.
Muñoz señalaba con certeza que un factor totalmente negativo para la ciudad era la
carencia de un plano regulador que permitiera establecer las pautas de las acciones
inmediatas y mediatas. Al respecto se destacaba que quienes plantearon por primera vez
este problema fueron un grupo de jóvenes arquitectos orientando la labor del Municipio
14
en sentido de que debían generarse estudios serios e integrales. Para que esto fuera
posible, la tarea inicial fue: "forjar las herramientas de trabajo, que en este caso son, el
estudio de la legislación y de los reglamentos necesarios para establecer en Bolivia la
posibilidad de aplicación de las técnicas de urbanización" (El País, 18/08/1946). Una
observación, sin duda pertinente, se relacionaba con las causas que estimulaban la
fiebre de fraccionar la tierra urbana, pero sobre la base de un astuto cálculo de los
niveles de valorización del predio como resultado de la ejecución de obras públicas que
no demandaron gastos a dichos dueños de grandes extensiones de tierras, es decir que
en última instancia, los escasos recursos municipales solo servían para beneficiar la
especulación inmobiliaria.
La segunda estadía del Arq. Muñoz Maluschka permitió desarrollar una propuesta más
específica: El Plano Oficial de Urbanización - Estudio de Zonificación Económica y
Vialidad Dominante, que presumiblemente formó parte de un conjunto más completó
pero que sensiblemente no se ha conservado (ver Plano 20 ), es uno de los resultados de
esta labor. En la citada propuesta, el sistema vial sugerido partía de la definición de dos
ejes urbanos dominantes: uno Norte-Sur que operaba como una "vértebra dorsal y
central de un ancho no inferior a 40,00 metros" que prolongaba el trazado de la Av.
Ballivián hasta la prolongación de la Plaza Francisco del Rivero, a la altura de la
Estación del Ferrocarril a Santa Cruz, retomando la idea original de Ramón Rivero a
fines del siglo XIX; y un eje Este –Oeste con la calle Perú transformada en avenida, con
un perfil de 25,00 metros ampliados a 30,00 en 1946. Los citados ejes estructuraban el
conjunto urbano, encausaban el tráfico que penetraba al centro de la ciudad y permitían
una jerarquización espacial coherente de la avenida-paseo monumental. Este par de ejes
se conectaban con una trama de vías de jerarquía diferenciada: circulaciones
dominantes, circuitos anulares y de circunvalación secundaria, vías subdominantes de
primero y segundo orden que encerraban e intercomunicaban espacios urbanos de
vocación específica. El plano analizado aparentemente muestra un número excesivo de
vías dominantes, en algunos casos sistemas de pares y paralelas, sin embargo, la
ausencia de una memoria explicativa impide apreciar mejor la finalidad con que fueron
proyectadas.
Norte de Jaihuayco y sectores próximos al Ticti -Villa Felicidad, Villa Santa Cruz- y la
zona de la actual Pampa, se tipificaban como industriales, la primera (La Chimba),
como zona industrial propiamente y las restantes como zonas artesanales (ver Plano 20).
La propuesta del Arq. Muñoz define las pautas y el origen de algunas constantes que
perduraron en forma directa o indirecta en las propuestas de planificación urbana
posteriores que se aplicaron a la ciudad de Cochabamba. Las mismas se resumen en los
siguientes aspectos: La consolidación de un modelo urbano concéntrico, donde los dos
ejes viales principales marcan su punto de encuentro en la zona central o comercial, o
sea, en las inmediaciones de la plaza de armas, fortaleciendo esta tendencia. La
delimitación perimetral de este sector central, donde se establece a través de barrios
residenciales y populares, zonas de actividades artesanales y de localización industrial,
en los términos de una fuerte dependencia funcional y espacial con relación a dicho
núcleo central, que actúa como articulador y organizador del conjunto. Un sistema vial
que también presenta este carácter centrípeto en torno al sector comercial, de tal suerte
que el grueso de los flujos Norte - Sur deberían atravesar el mencionado centro,
ocurriendo otro tanto con los flujos vehiculares Este - Oeste. No se altera la estructura
segregativa Norte - Sur, y en este sentido, la definición de la vocación residencial de la
zona Norte y la vivienda económica en el Sur, remarcaban dicha tendencia. En síntesis
estos rasgos permiten establecer que la propuesta era coherente con los intereses que
procuraban la valorización del suelo urbano en las zonas de nueva urbanización y el
propio centro.
El gran paseo prolongando el Prado hacia el Sur resultaba una trasgresión para los
intereses de quienes atesoraron inmuebles en una de las zonas más privilegiadas de la
ciudad por su enorme potencialidad comercial. Este proyecto si bien supervalorizaba el
15
Vale la pena destacar cual era el pensamiento y los criterios que sobre la problemática
urbana de Cochabamba tenía este equipo de jóvenes profesionales. Aquí se podrían
diferenciar dos niveles: uno teórico como parte de su formación profesional y su
adhesión a las nuevas corrientes de la arquitectura moderna y otro con respecto a
problemática de la ciudad. Respecto al primer aspecto resulta esclarecedor un
documento elaborado en Santiago de Chile en julio de 1942 con el título: "El proceso de
urbanización de una ciudad: Bases generales para la urbanización de Cochabamba",
15
suscrito por los estudiantes de arquitectura Franklin Anaya, Guillermo Ovando, Daniel
Bustos y Gustavo Knaudt, fuertemente inspirado en los postulados desarrollados por los
Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna y sobre todo la famosa Carta de
Atenas.
En cuanto al segundo aspecto, el mismo documento permite fijar algunas pautas. Una
primera preocupación se relacionaba con las causas que provocaban el crecimiento de la
ciudad de Cochabamba. El Arq. Anaya revelaba un enfoque que superaba la
superficialidad dominante en la opinión pública al sugerir que la carestía de vivienda y
el mayor valor de los sitios urbanos se vinculaban con el fenómeno migratorio pero
también con la creciente especulación del suelo y los prósperos negocios que se
realizaban con los bienes inmuebles. Las consecuencias de estos hechos se traducían en
insuficiencias de todo orden en la dotación de servicios públicos básicos.
Los estudios finales del Proyecto de Plano Regulador para la ciudad de Cochabamba 62
fueron realizados entre 1947 y 1950, período en el cual el equipo técnico mencionado,
del que se retiró el Arq. Anaya en 1947 fue reforzado por la incorporación del Arq.
Gustavo Urquidi. En esta etapa, la labor desplegada por el Arq. Jorge Urquidi Z. Fue
fundamental. Los estudios realizados en una primera etapa se centraron en la
regularización del centro urbano y el proyecto de configuración urbana futura, es decir
la definición final del ancho de sus vías, el régimen de edificación y el sistema viario
correspondiente. La propuesta fue discutida en torno a la viabilidad de dos
posibilidades: inicialmente se justificó la prioridad de este estudio que se anticipaba a la
propia presentación del anteproyecto del Plano Regulador en vista de la urgencia de
62
Para conocer en detalle la propuesta del Anteproyecto del Plano Regulador de la Ciudad de
Cochabamba consultar: Urquidi, 1967 y 1987
15
En un plano demostrativo del perfil de las calles de 1947 (ver Plano 21) el Arq. Knaudt
mostraba que prácticamente todas las vías que rodeaban la Plaza 14 de Septiembre
tenían perfiles no mayores a 8,00 y 9,00 metros, en tanto que las vías más alejadas
presentaban perfiles más amplios (entre 11,00 y 20,00 metros), expresando la situación
paradójica de un centro urbano cada vez más saturados de funciones y actividades en
contraste con la estrechez de sus calles; en tanto las zonas de calles anchas eran mucho
menos solicitadas por esta dinámica. De aquí se concluía que "el ensanchamiento de las
calles se ha hecho en forma diametralmente opuesta, ampliando las calles a medida
que se alejan de la zona central". El pronostico resultante, en vista de la probable
evolución de la ciudad, influida por factores económicos "como la próxima conclusión
de la carretera a Santa Cruz, la próxima inauguración de la refinería de Valle
Hermoso, la ejecución de la represa de la Angostura, el decaimiento de la minería"
determinarían la presencia de un significativo torrente migratorio, que a su vez
provocaría el incremento de la población, el parque vehicular y las edificaciones. La
lógica, desde la óptica de esta argumentación, era irrebatible: el casco viejo debía ser
impostergablemente transformado y readecuado para responder a los desafíos de la
modernización de la ciudad. Al respecto, el Arq. Knaudt confirmaba:
Con criterios como el anterior, que obviamente hoy en día resultarían altamente
polémicos y conflictivos pero de indudable simplicidad práctica, se proponía la
"modernización" del casco viejo. En concreto, la estructuración de una red de arterias
principales, "asignando a cada arteria el papel que le corresponde". En este orden se
definían dos tipos de vías principales: uno de circulación o sea vías que evitarían la
penetración del tránsito pesado y rápido al centro de la ciudad, conectándose tanto con
los sectores urbanos periféricos como con los caminos interdepartamentales. El otro,
eran las vías radiales y tangenciales "que permitirían penetrar a las partes céntricas de
la población desde las arterias de circunvalación y caminos de acceso a la ciudad". La
función de las calles secundarias quedaba definida como "la de conducir el tránsito
desde la arteria principal hasta su punto de destino".
Sobre la base de todas estas consideraciones se trazaron cálculos más o menos precisos.
El Arq. Knaudt, en base a datos exactos sobre el número de predios en el casco viejo
(2.645 inmuebles), señalaba que hasta 1946 se habían construido 354 nuevos edificios,
restando 1.909 predios a ser reconstruidos, donde existían preponderantemente casas
viejas e incluso lotes baldíos. El planteo era el siguiente: "Si suponemos que la
construcción seguirá en los años venideros al mismo ritmo con que se ha desarrollado
desde 1941, cuya curva de incremento correspondía a una curva exponencial, tenemos
que en seis años serán construidos 1.909 edificios que sustituirán a los antiguos". Un
cálculo "más moderado y cuidadoso, nos da 11 años para esta renovación total"
(Knaudt, Los Tiempos, 19/08/1947). De esta manera se esperaba que la demolición
completa del casco viejo y la ansiada materialización de la "nueva fisonomía" fuera una
realidad entre 1953 y 1958, y como máximo a los 22 años (1969), momento en el cual la
moderna "city" estaría totalmente concluida. Sin embargo estos pronósticos, aun los más
moderados, resultaron sumamente optimistas. Obviamente en 1947, los técnicos no
podían pronosticar el efecto de los cambios que se operarían en el país cinco años más
tarde y la naturaleza del las nuevas relaciones sociales que emergerían de esta nueva
realidad histórica, y menos prever la cerrada terquedad del "alma conservadora" de las
elites modernistas que reclamaban por cambios a condición de no aportar ni sacrificar
nada de sus intereses.
Nuestro propósito era establecer una premisa o pauta general que nos
condujera a deducir y determinar las posibilidades máximas de la región, o sea
la ciudad de Cochabamba y los valles circunvecinos sin provocar un
desequilibrio económico-social y ecológico. Para ello fue menester establecer la
relación entre el potencial logrado de una óptima productividad y la producción
máxima que pudiera beneficiarse con ella en condiciones aceptables de
bienestar (Urquuidi, 1987: 28).
a) Anteproyecto del sistema viario: El punto de partida de esta propuesta fue el concepto
de "organización celular" del conjunto urbano, con un centro nucleador consistente en
el remodelado y modernizado centro urbano o "city", alrededor del cual se disponían
"células" o "unidades vecinales", dispuestas concéntricamente en radios que podrían
ampliarse según la ciudad fuera creciendo. Cada unidad vecinal debía contener entre
15.000 y 20.000 habitantes las mayores y, de 5.000 a 10.000 habitantes las células
menores. Se consideraba a la "city" como "el centro de trabajo de las unidades
vecinales del primer anillo, situadas a media hora de recorrido a pie". Las unidades
vecinales más distantes debían tener sus propias zonas de trabajo y las "unidades
industriales" se constituían en el centro de trabajo de las unidades que las rodeaban
(Urquidi, 1967: 49).
Esta visión se nutría de una concepción orgánica de la ciudad, cuya estructura estaba
conformada por "células", donde cada una debía tener todo lo necesario para su
desempeño eficiente: residencia, establecimientos públicos, comerciales, locales
escolares, centros de producción, etc. Es decir, cada "unidad vecinal" debía poseer vida
propia y ser capaz de generar vida comunitaria en torno a actividades productivas,
sociales, culturales, recreativas, que propiciaran "la estructuración social de la ciudad
sustituyendo los rancheríos y tugurios, donde se deteriora la raza física y moralmente,
por barrios de trazado nuevo, agradable y hermoso como unidades vecinales" (Arq.
José M. Pastor, citado por Urquidi, 1967: 90). Bajo estas premisas, se establecieron tres
anillos concéntricos en torno a los cuales se disponían las "unidades vecinales". Su rol
era múltiple: evitar que el transito pesado y rápido proveniente de la región penetrara al
interior de la "city", permitir la relación periférica con las vías provinciales e
interdepartamentales y, comunicar entre sí diversas zonas de la ciudad donde converge
el tránsito pesado. El primer anillo rodeaba el núcleo central y su rol era, entre otros,
permitir el acceso fácil a las terminales de transporte, la feria, etc. El segundo anillo o
intermedio atravesaba las unidades vecinales y su función era vincular estas entre si sin
ingresar al centro urbano. El tercer anillo limitaba el radio máximo de expansión de la
ciudad y empalmaba con la red vial regional. Además este conjunto estaba
complementado por avenidas radiales o de acceso al centro urbano desde la periferia
15
Una primera propuesta sobre esta cuestión fue desarrollada por el Arq. Knaudt en 1947
a partir de un estudio de la forma como accedían a la ciudad los caminos
interdepartamentales que "se juntan en cuatro brazos importantes: en el Sur, la
carretera asfaltada (a Santa Cruz), en el Este, el camino de Sacaba, en el Norte, el
camino de Tiquipaya y en el Oeste, la avenida Blanco Galindo, carretera a Oruro".
Estas vías debían confluir a un "anillo vial" que las uniera entre si y que las vinculara
con las terminales de transporte y con la zona donde se realizan las ferias, "en las
proximidades de la Plaza Francisco del Rivero y con la zona donde quedan ubicadas
las bodegas y depósitos de cargas, quedando así establecido el primer anillo de
circunvalación que rodeaba el casco viejo". (Ver Plano 26).
de: vías de tránsito intenso para vehículos, vías de tránsito lento o de servicios y vías
peatonales (Ver Plano 28). Sobre la base de este criterio básico, se elaboró una trama
circulatoria sumamente interesante, de tal suerte que las vías de tránsito intenso
conformando una red continua irían a canalizar el tránsito vehicular y el transporte
público urbano, "ligando puntos distantes e importantes de la ciudad y definiendo a su
vez distritos constituidos por varias manzanas, los cuales quedarían encerrados o
rodeados por estas vías". Las vías de tránsito lento no estructuraban una red continua,
sino un conjunto fragmentado, pues su función era permitir el ingreso eventual de
vehículos al interior de alguna de las "súper manzanas", de tal manera que "para lograr
la discontinuidad se cortan determinadas bocacalles mediante bandejas centrales de
jardines, aceras o calles para peatones". Las vías peatonales iban intercaladas entre las
anteriores, permitiendo el desplazamiento cómodo de peatones. El Arq. Urquidi resumía
la propuesta de la siguiente manera:
Con este criterio, sin cambiar el tipo de la ciudad, formada por manzanas
dispuestas en tablero de ajedrez, se trata de lograr un orden más racional, pues
mientras para el vehículo se agrandan las manzanas (distritos), para el peatón
se conservan sus dimensiones, disminuyendo así puntos de conflicto e
introduciendo de otra parte, una organización funcional en la circulación
general que evite la concentración del tránsito vehicular en determinadas vías y
puntos como ocurre al presente (Urquidi, obra citada: 64).
La segunda etapa de modernización del centro urbano se iniciaría a partir de los logros
alcanzados por la primera, es decir, cuando la red viaria anteriormente descrita estuviera
en pleno funcionamiento y a pesar de conservarse aun el antiguo damero, los distritos o
súper manzanas también estuvieran totalmente definidos:
La propuesta de ordenamiento del centro urbano con una primera etapa que
refuncionalizaba el antiguo espacio aldeano no solo era coherente sino perfectamente
factible en contraste con la segunda que en tanto no existiera el "nuevo régimen
económico y legal" no superaba el nivel de lo inverosímil y utópico.
El Arq. Franklin Anaya trazaba una visión del desarrollo urbano, a inicios de los años
50, que mostraban puntos de vista diferentes al aparato teórico adoptado por el Plano
Regulador, es decir más próximos a una visión más realista de la problemática social
pero intentando encontrar una alternativa para aminorar las manifestaciones más
negativas de la misma, a través de las propias bondades de la propuesta urbana,
poniendo en evidencia una perspectiva que terminaría por desgastar tempranamente el
Plan, en la medida en que este al no ser un instrumento flexible, no se podía acomodar
mecánicamente a las condiciones de la nueva realidad económica y social de la región y
la ciudad imperantes a partir de 1952 no siendo suficiente, como se verá mas adelante,
la defensa a ultranza que intentaron los técnicos para preservarlo de las agresiones.
El Arq. Anaya realizó la siguiente síntesis respecto de la probable evolución del casco
viejo y el proyecto de transformación urbana que proponía el Plano Regulador, en un
interesante Prologo a un singular ensayo del Dr. Renato Crespo (1951)63:
63
El ensayo del Dr. Renato Crespo, la tesis que desarrolló para optar a su grado profesional, fue el
primer ensayo sociológico urbano que, hasta donde sabemos, se escribió en Bolivia hasta ese momento y
donde, en contraste con el aparato teórico de las CIAM y la amplia difusión que le dieron los discípulo y
seguidores de Le Corbusier, introduce el análisis marxista en la reflexión sobre la ciudad y sus aspectos
teóricos.
16
Un ejemplo patético fue sin duda la idea de una moderna "city" edificada sobre los
escombros del casco viejo en un plazo no mayor a una o dos décadas, sobre la base de
convertir los 2.645 predios en modernos monoblocks. Lejos de cumplirse el pronóstico,
la parcelación indefinida sigue su curso hasta llegar a cuadruplicar y quintuplicar esta
cifra de atomizados inmuebles. Hoy el centro urbano ya no tiene donde expandirse, pero
sin embargo no se introduce ampliamente la propiedad horizontal. La cuestión no tiene
la simplicidad con que fue considerada en la década de 1940. La realidad es que el
casco viejo actual es una curiosa y hasta lamentable combinación de formas de
espacialización de conservadoras economías de rentistas, contradictorias pinceladas de
modernismo, tímidos intentos de preservación de valores históricos, creativas
improvisaciones de escasa calidad arquitectónica y enormes indefiniciones que
muestran, a la manera de una nítida radiografía, una sociedad cochabambina escindida
entre la firme marcha hacia el porvenir y la evocación de los viejos fantasmas del
pasado que no terminan de disiparse, pues en el fondo las posturas modernistas
continúan recubriendo un mundo y una tradición rural que todavía impregna
fuertemente la personalidad valluna.
16
CAPITULO 4
CAMBIO SOCIAL, MODERNIDAD Y DESARROLLO URBANO
otra viabilidad que el aporte del mundo de los "otros", los temibles e incivilizados
vallunos mestizos que curiosamente eran los que producían la riqueza y hacían marchar
la economía regional. La bonanza económica del maíz que cultivaban los piqueros y
pegujaleros, es decir los campesinos libres, no podía ser reemplazada por la
desfalleciente economía hacendal o por la incipiente industria que no terminaba de
abandonar sus herencias artesanales. En síntesis, el escaparate de modernidad tras el
cual se escondía la inmovilidad de la sociedad tradicional, fue sufragado por las clases
subalternas poseedoras curiosamente de la vitalidad que faltaba a los "progresistas" en
este universo de comediantes donde los ritos y retóricas formales de carácter ideológico,
político y cultural, incluyendo el ansia por adquirir gustos, hábitos, valores y poses del
modernismo anglosajón, terminaba transformando todo este despliegue en una suerte de
mundo al revés, donde los que producían riqueza eran los "salvajes atrasados" y los que
mermaban a la sombra de los primeros, "gentes cultas, decentes y progresistas".
Cada uno de estos cuarteles, en su zona próxima o sobre la Plaza principal contenía
edificio de importancia urbana, cuya concentración definía el llamado "centro
comercial". Así el Cuartel Sudoeste, contenía entre sus edificios principales: el Banco
Nacional de Bolivia, la Compañía de Coches Unzueta y el antiguo matadero; sin
embargo, aquí también se encontraban barrios como la Curtiduría, la Plaza de San
Sebastián, San Antonio y la salida al Valle, sitios de actividades comerciales populares
y, artesanales, donde tenía lugar una parte de la actividad ferial. En el cuartel Noroeste
se encontraba el Templo de la Compañía, el Colegio Seminario, la oficina de Crédito
Hipotecario y diversos edificios religiosos; este cuartel además se extendía hacia zonas
residenciales de familias notables de la ciudad, donde existían muchas casas-quinta e
incluía el acceso de la vía carretera a Oruro. En el cuartel o sección Noreste, se
encontraba el Teatro Achá, el Palacio de Gobierno o Prefectura, los Tribunales de
Justicia, el Tesoro Público, la Administración de Correos y Telégrafos, las oficinas
notariales, la Policía de Seguridad, el Palacio Consistorial (Alcaldía), la Biblioteca
Municipal, el Club Social y el Banco Argandoña, es decir en este cuartel se emplazaba
lo esencial del poder estatal y local, aquí también se ubicaba la Plaza Colón y el paseo
del Prado delimitado por casas-quinta de ricos comerciantes y hacendados. En el cuartel
Sudeste, finalmente, se encontraban: la Catedral, la estación de coches de la Empresa
Tardío, la sede de la Sociedad Pro-Patria, el Colegio Nacional Sucre, la Universidad de
San Simón, el Colegio San Alberto, el Convento de San Francisco además la Plaza
Calatayud (Caracota) y parte de la Pampa de las Carreras: en este cuartel se desarrollaba
buena parte de la actividad ferial, la que se extendía desde la Plaza de San Sebastián en
el cuartel Sudoeste, para prolongarse a lo largo de la mencionada Pampa de las Carreras
(hoy Av. Aroma) hasta la citada plaza de Caracota y extenderse en parte hasta San
Antonio (Ver Planos 14 y 30)64
Esta descripción de la ciudad no era distinta de la que sugería el plano obsequiado por el
vecindario de Cochabamba al Gral. José Manuel Pando en 1899 como muestra de
adhesión a la causa federalista (Ver Plano 7). Es decir, que en la primera década del
nuevo siglo Cochabamba mantenía intacta su estructura y fisonomía con respecto a la
década final del siglo XIX. Un hecho notable en todo caso, es que la incipiente
valorización del suelo urbano no estaba influido por la residencia y actividad económica
de la elite terrateniente y comercial, sino por la actividad ferial y artesanal, por ello no
resulta extraño que casi el 60 % de los edificios de dos plantas se concentraran en los
cuarteles o secciones urbanas del Sur, en tanto en el Norte se concentraba la mayoría de
las casas-quinta, es decir casonas señoriales rodeadas de extensos huertos. Además es
posible percibir con claridad diferencias sustanciales entre las zonas Norte y Sur al nivel
de sus roles y su propia fisonomía. De esta manera, en la zona Norte, ya desde fines del
siglo anterior era posible distinguir el embrión de un modelo urbano más occidental
definido por sus plazas, el paseo del Prado, las citadas casas-quinta o "villas" de gusto
europeo, además del comercio y las instituciones más distinguidas que se esforzaban
64
Boletín de la Oficina de Estadística de Bolivia, Nº 52, 53 y 54 del segundo trimestre de 1909, La Paz.
16
por guardar distancia con los gustos mestizos. En tanto la zona Sur, estaba más próxima
de la imagen de un campamento abigarrado, una suerte de colmena humana con un
grado mayor de consolidación por superficie edificada, pero sin obedecer a un modelo o
ideal urbano preestablecido, sino apenas a la urgencia de atender la tendencia expansiva
de la actividad ferial, del comercio y elaboración de chicha y la industria artesanal. Lo
singular es comprobar la escasa transformación de este tejido urbano en cuanto a su
imagen y carácter morfológico: de las 2.080 casas contabilizadas en 1909, solo el 16%
eran de dos plantas, situación que en esencia no era diferente a la realidad urbana
descrita por D'Orbigny en 1830.
Otra descripción de la ciudad realizada en 1910 con motivo de la celebración del Primer
Centenario de la Revolución del 14 de Septiembre de 1810, no era nada distinta a toda
la descripción anterior, sin embargo, el cronista de El Ferrocarril que describía esta
realidad, dejaba traslucir un tono de aspiraciones y pronóstico notablemente
significativos:
Los alrededores de la ciudad son muy amenos por las quintas en las que se
mantiene una perpetua primavera. La campiña de las Cuadras, Muyurina,
Recoleta, Cala Cala, etc. son tan vistosas y de ambiente tan puro que es de
asegurar que unas vez establecidos los tranvías serán preferidos por los
habitantes, que conservarán en la ciudad solo sus casas de negocios (El
Ferrocarril, Número de Homenaje al 14 de Septiembre de 1910).
En 1917, con motivo de la llegada del ansiado ferrocarril que se consideraba portador
del progreso, se reconocía que éste había prácticamente profanado el último baluarte de
la tradición. Sin embargo, no se producía con ritmo vertiginoso la deseada y temida
transformación. Lo que ocurrió en materia urbana con posterioridad al citado evento fue
la contradictoria coexistencia entre pasado aldeano y ciudad moderna. El resultado será
la ciudad-aldea que emerge en la primera mitad del siglo XX. Lo significativo fue
indudablemente la ruptura con el lentísimo ritmo de crecimiento urbano. De pronto la
ciudad, en un par de décadas, se extendió más que en todo el siglo XIX. A partir de los
años 1920, la campiña de espacio productivo, paso a tener ampliamente el calificativo
de lugar de veraneo y paulatinamente el de residencia, con lo que su rol
16
Era irreversible la realidad del avance urbano sobre la campiña rural. Las valiosas
maicas y huertos que fueron tomando forma desde los lejanos tiempos de la Villa de
Oropesa fueron sucumbiendo ante el desarrollo de los nuevos medios de transporte y la
masificación de los veraneantes que ya no eran miembros de selectas familias, sino una
numerosa clase media, que paulatinamente, sin prisa pero sin pausa, fue edificando
casas y fijando residencia en los antiguos sitios de veraneo que gradualmente se
transformaron en barrios residenciales.
En 1919 (Ver Plano 14), la estructura interna de la ciudad mantenía prácticamente sin
modificación la realidad descrita para comienzos de siglo. Sin embargo, se hacía cada
vez más evidente la emergencia de tendencias de dispersión que se intensificarían en las
décadas siguientes. De todas formas, el carácter centrípeto del emplazamiento de los
edificios públicos se vio reforzado por igual tendencia en el emplazamiento de los
servicios de instrucción, abastecimiento, actividades culturales, salud y otros
equipamientos. En contraposición, la función residencial dejó de densificarse y abrió
paso a una tendencia francamente expansiva definiendo nuevas zonas que cubrieron
prácticamente toda el área urbanizable en los cuatro cuarteles o sectores anteriormente
mencionados. Si bien dicha tendencia, en este momento, no estaba efectivamente
consolidada, fijó el rumbo que iba a seguir años más tarde la demanda de vivienda de
los sectores de mayores ingresos, convirtiendo la satisfacción de las necesidades
habitacionales en un factor que reforzaría decididamente la dispersión y el carácter
centrífugo de la posterior urbanización. La cartografía elaborada para las primeras
grandes obras públicas: planos de alcantarillado (1922) y de pavimentación (1930) no
revelaban mayores cambios en la morfología urbana, salvo en detalles menudos (Ver
16
Plano 31), pero permiten establecer que antes del conflicto con el Paraguay la ciudad se
mantenían dentro de sus fronteras originales, es decir, no había cruzado Rocha. La zona
del paseo del Prado no estaba totalmente consolidada, Mosojllajta, en la zona Noreste,
no estaba urbanizada e importantes extensiones en el sector Noroeste mantenían su
carácter rural. En contraste, la mancha urbana hacia el Sur era mucho más compacta y
había avanzado hasta la plaza de San Antonio.
La ciudad en los términos descritos transcurrió sin mayores variantes hasta la posguerra
del Chaco, conflicto que, entre otras cosas, ayudó a quebrar el rígido sistema de estratos
y clases sociales colonial, dando oportunidad a que los ex soldados campesinos
adquirieran el status de "ciudadanos", en la medida en que muchos de ellos emigraron
hacia los centros urbanos, entre los cuales, Cochabamba ejercía una enorme atracción
favoreciendo su incorporación a las actividades comerciales y artesanales urbanas, en
lugar de retornar al odioso régimen del colonato. Un cronista al relatar estos hechos
señalaba:
a raíz de la Guerra del Chaco (donde una mayoría de los campesinos cayó
prisionero), pudo asimilar nuevas costumbres y adquirir en cierto modo un
mejor confort en sus costumbres primitivas, tanto en habitaciones, vestuario y
alimentación como en sus propias diversiones. El mayor porcentaje de hombres
que fueron a la guerra no volvieron a empuñar el arado con el mismo interés y
decisión que antes.
Este mismo cronista revelaba además que las escuelas rurales aceleraron este cambio65.
Por otra parte también se reconocía, que a los anteriores, se sumaron factores de orden
económico como:
Otra descripción de la ciudad a fines de los años 40, permite reconocer aspectos
notables de esta nueva dinámica y sus consecuencias inmediatas:
La ciudad se extiende por los cuatro puntos cardinales y sin embargo de que, ni
la fuerza eléctrica es suficiente ni el agua potable puede llegar a las regiones
urbanizadas, y menos todavía la pavimentación; sin embargo la ciudad crece en
forma considerable y el valor de las propiedades se va ubicando en beneficio de
los terratenientes que en las afueras disponen de extensos latifundios, de donde
resulta que las clásicas huertas van desapareciendo y en su lugar se levantan
viviendas (...) Apenas pasan diez años de cuando el aspecto de nuestra ciudad
era casi provinciano, los propietarios de casas preferían mantener sus balcones
señoriales y sus techumbres semi derruidas, y sus interiores casi siempre eran
galpones o canchones donde podía descansar el ganado que llegaba desde las
propiedades: grandes caravanas de acémilas recorrían las principales arterias
de la ciudad trayendo desde las provincias y las estancias los productos de las
inconmensurables fincas...Hoy en este pequeño lapso todo ha cambiado (...) los
huertos, los jardines y los patios soleados van desapareciendo, por que hay que
dar paso al comercio y a la industria que requiere cuanto espacio sea posible
para dar cabida a los almacenes y a las pequeñas fábricas. La población está
desplazándose hacia los alrededores en busca de aire puro y de sol, de donde
resulta que inclusive empleados de reducido emolumento van haciendo
economías para comprar reducidos terrenos donde lentamente van
construyendo su casa ("El Progreso Cochabambino", Editorial de El País,
17/05/1949).
Esta última crónica tiene la virtud de resumir todo el proceso mediante el cual la aldea
fue sufriendo una metamorfosis para adquirir lentamente una imagen urbana. No
obstante, esta evolución es más producto, como se puede percibir, de un ejercicio de
acumulación y suma de nuevos componentes que incrementan las dimensiones físicas
de la ciudad pero no modifican realmente su estructura histórica. Los principales rasgos
de esta evolución formal vendrían a ser los siguientes:
66
Un primer momento de la expansión urbana no se caracterizó por el crecimiento físico urbano, sino
por un lento y persistente proceso de densificación. Así de las 142 manzanas definidas por A. Soruco en
1879 (El Heraldo, 17/07/1879), y analizando los censos de 1880 y 1886, se estimó que aproximadamente
unas 78 manzanas en 1880 y unas 82 en 1886 presentaban una fisonomía realmente urbana, a partir de
asumir un parámetro de 12 viviendas por manzana, es decir una media de tres casas por cuadra, como el
mínimo admisible para caracterizar un tejido urbano como tal.
16
B. El Censo Municipal de 1945 definía la existencia de 360 manzanas dentro del Radio
Urbano. Sin embargo aquí se consideraba como parte de la ciudad todo lo que incluía el
perímetro urbano ampliado por la Ordenanza Municipal de abril de 1945. No obstante,
se ponía en evidencia una realidad diferente que es necesario analizar: la ciudad
ampliada presentaba 16 distritos urbanos, incluyendo oficialmente toda la campiña
hacia el Norte y pequeños conglomerados indígenas hacia el Sur. Si se compara esta
situación con la definida por el Plano Regulador de la Ciudad que comienza a ser
aplicado a partir de 1950 y que incluía 1.600 manzanas en el interior del Radio Urbano
establecido en 1945, se puede percibir que las manzanas contabilizadas por el citado
censo no configuraban una aglomeración continua, homogénea y compacta, sino apenas
un tejido expandido, cuya estructura urbana presentaba los siguientes rasgos:
Un núcleo o zona central densa que comprendía los distritos Norte y Sur del casco viejo,
compuesto por 225 manzanas, donde habitaban 54.432 personas, es decir, el 76 % de la
población compuesta por 71.492 habitantes. La variante fundamental en este caso, con
respecto a la estructura urbana del siglo XIX, es que se rompe con el esquema colonial
de zonas anulares, de tal manera que la antigua zona intermedia quedó incluida en este
centro que, hacia los años 1950, había consolidado una mancha urbana densa que cubre
prácticamente todo el espacio disponible dentro de los límites de este sector, es decir
que desde la avenida Aroma y la zona de San Antonio por el Sur, hasta las márgenes del
río Rocha por el Norte y el Oeste, así como hasta las faldas de la serranía de San Pedro
por el Este, la ciudad logró en mayor o menor grado definir un tejido urbano compacto
y continuo.
Por otra parte, surge la realidad de una extensísima periferia conformada por las 135
manzanas restantes que en realidad definen aglomeraciones menores muy dispersas y
rodeadas por tierras rústicas y de uso agrícola, a la manera de pequeños islotes aldeanos
que agrupaban algunas decenas de manzanas: Cala Cala, Queru Queru, Tupuraya,
Muyurina, Jaihuayco, Mayorazgo, etc., estaban unidos al centro urbano por caminos
sinuosos o avenidas, por ejemplo la Libertador Bolívar, a lo largo de las cuales se
habían edificado chalets. Es decir se trataba de una mancha urbana todavía tenue donde
17
El Censo de Población de 1950 reveló que Bolivia a mediados de siglo era un país
predominantemente rural y con más del 80 % de su población habitando la altiplanicie y
los valles andinos, en fuerte contraste con los llanos tropicales prácticamente
deshabitados. El departamento de Cochabamba, siguiendo una tendencia que comenzó a
manifestarse en la colonia, era el más densamente poblado de la República. En 1900 la
población departamental representaba el 18 % del total nacional, en tanto en 1950, la
misma solo equivalía al 16 %, evidenciando una tasa de crecimiento para los primeros
50 años del siglo XX de solo 0,99 %, inferior a la tasa nacional de 1,32 %. Pese a ello,
Cochabamba era el tercer departamento con mayor población y mantenía su condición
de la región más densamente poblada (8,82 h./Km2). Cochabamba pese a las fuertes
emigraciones hacia las minas y las salitreras en poder de Chile, no dejaba de ser una
región importante por su dinámica económica, la misma que solo era superada por el
polo minero-comercial paceño.
Dentro de la región de los valles andinos, que además comprenden los departamentos de
Chuquisaca y Tarija, Cochabamba presentaba la mayor población urbana, la misma que
alcanzaba casi a un 30 % de su población total. Este indicador, si bien no reflejaba su
dinámica interna, sí expresaba su escaso protagonismo con respecto a los factores que
habían determinado mayores grados de urbanización en los casos de La Paz y Oruro,
donde la minería del estaño permitía el predominio de procesos productivos con elevada
concentración de medios de producción, tecnología y fuerza de trabajo asalariada. No
67
Una relación detallada de la situación del comercio, de la industria de la chicha, de la infraestructura
básica, de la distribución de la población en este espacio urbano y de la vivienda, se encuentra en Solares:
1990
17
había duda que Cochabamba en 1950, pertenecía más a la Bolivia rural, pero en
términos de una región, donde por lo menos tenuemente existía una adscripción a las
tendencias modernistas que mal o bien, habían logrado materializar un modesto
escaparate de ciudad moderna en la capital del departamento.
El censo citado, reveló por otra parte, que más del 70 % de la población departamental
habitaba en los valles68, donde además se desarrollaba lo esencial de la vida económica
de la región. Entre 1900 y 1950, esta tendencia se mantuvo inalterable e incluso
evidenció un incremento, en contraste con la escasa dinámica demográfica del trópico
cochabambino y la casi postración poblacional de las zonas de puna. En este contexto,
la ciudad capital y su provincia Cercado eran una suerte de "oasis urbano" rodeado de
un denso universo rural que casi no había cambiado su fisonomía desde los tiempos de
Viedma. Es decir que si admitimos que el conjunto de los habitantes de la ciudad y el
Cercado comenzaron a plegarse en diversos grados de intensidad a hábitos de vida
urbana modernos, ello significaría que los proyectos modernizantes de las elites
regionales alcanzaron a un 17 % de la población departamental y a un 56% del total de
la población urbana registrada en el Censo de 1950, en tanto casi unos 115.000
habitantes de los trópicos y las punas (algo más del 23% de la población departamental)
vivían al margen de los atractivos modernistas y de hecho no tenían mayores razones
para sentirse atraídos por esta opción, una vez que sus miras estaban puestas en la
cuestión de la tierra y sin duda, en las condiciones de su participación en la economía
agrícola y la actividad ferial. Por otro lado, algo más de 264.000 habitantes (un 54 % de
la población departamental) residía en provincias y zonas involucradas directamente en
la actividad de las ferias campesinas, el comercio de chicha y la producción artesanal.
Dentro del precario sistema de centros urbanos del departamento, la capital en relación
con su región ejercía una suerte de "primacía urbana" absoluta. En propiedad, la ciudad
de Cochabamba era el único conglomerado que podía recibir el calificativo indiscutible
de ciudad. Su población que en 1900 alcanzaba apenas los 21.886 habitantes, en 1950,
alcanzó a los 80.795 habitantes, con un incremento neto del 169 % en 50 años, logrando
una tasa de crecimiento elevada (3,38 % anual). De esta forma, si en 1900 era 3,8 veces
mayor que Punata que era el segundo centro y 4 veces mayor que el tercer centro,
Tarata; en 1950 paso a ser casi 9 veces mayor que la segunda localidad, Quillacollo y 16
veces mayor que Punata que había pasado a un tercer orden. Estas comprobaciones
ponen en evidencia que la lenta transformación de la aldeana Villa de Oropesa en un
centro urbano dinámico comenzó a cobrar celeridad en esta primera mitad del siglo XX,
saliendo de un pesado letargo que se remontaba a las épocas de la decadencia del Potosí
colonial.
A este resultado, todavía modesto por cierto, concurrieron factores que de alguna
manera ya han sido examinados: así, la consolidación de un mercado interno dinámico y
el potenciamiento de la actividad ferial, un potenciamiento similar del sistema de
transporte regional mediante el Ferrocarril del Valle, que a su vez, reforzó el carácter de
Cochabamba como un mercado urbano de primer orden para la agricultura regional,
sobre todo para el maíz y sus derivados. En el orden externo, también concurren otros
factores como: las corrientes migratorias de la post guerra del Chaco, la apertura de la
vía férrea a Oruro y, el mejoramiento del sistema de carreteras en los años 30 y 40, que
estimularon las citadas migraciones hacia los valles y su capital.
68
Específicamente: en 1900, el 74,1 % de la población departamental habitaba en los valles. En 1950,
esta proporción llegaba al 76,7 %.
17
En suma, si Cochabamba a comienzos del presente siglo era una típica aldea rural
dominada por formas económicas tradicionales, en 1950 la ciudad se consolida como tal
en virtud de su conversión en un gran centro de comercio y consumo de bienes
agrícolas, un predominio de actividades terciarias, entre las cuales sobresalía el
incremento del empleo en el aparato estatal y el crecimiento relativo del sector
secundario que logró ganar terreno a costas de la industria artesanal sobre todo en los
rubros de tejidos y calzados. Un aspecto importante era la expansión del sector de
transportes y comunicaciones, donde se produjo una verdadera revolución, con el
desplazamiento de los viejos carruajes y tranvías por automotores, y las caravanas de
arrias por el ferrocarril. En suma, cobraba un mayor grado de nitidez y complejidad la
división social y técnica del trabajo, constituyendo este último aspecto el rasgo más
importante, una vez que en los años 50 se impulsó el desplazamiento definitivo de todos
los resabios de la vieja aldea que hasta ese momento ejercieron influencia sobre el
comportamiento de las clases sociales y sobre sus objetivos de reproducir espacialmente
sus valores y aspiraciones.
En tanto la ciudad experimentaba una dinámica de cambios formales significativos, el
agro y en general la región no acompañaba esta dinámica, por lo menos en términos de
transformaciones externas apreciables. Su dinámica era menos visible, pues transcurría
en el seno de lo estructural, es decir, a través de un paulatino y persistente proceso de
modificación de la tenencia de la tierra y de las relaciones de producción, que fueron
17
Con la República estas tendencias se agudizaron a lo largo del siglo XIX, sobre todo
gracias al estimulo estatal para hacer efectiva la venta de tierras de comunidad. De esta
manera no solo se debilitó y casi se extinguió la propiedad comunitaria en los valles de
Cochabamba, sino que las propias tierras de hacienda, sobre todo en los citados valles,
se fueron dividiendo continuamente hasta llegar a convertirse en pequeñas fracciones
que se denominaron "piquerías" o "pegujales", según fueran el resultado de la
fragmentación de las haciendas vendidas a pequeños agricultores y comerciantes
mestizos, o terrenos hacendales arrendados a los colonos, a cambio de labores agrícolas
no remuneradas en favor de los patrones (Albo, 1987). La economía de la hacienda no
se apoyaba en normas rígidas, en el caso de Cochabamba, ésta hacía reposar la
alternativa de su viabilidad en la extracción del plustrabajo campesino mediante la
coerción extra económica practicada por los gamonales sobre los colonos, lo que no
solo implicaba relaciones contractuales en la esfera de la producción (siembra, cosecha,
pastoreo, etc. de las tierras de demesne) sino también abarcaba la esfera de la
circulación y venta de productos en los mercados, transporte, y otros. Además, el colono
no era el único sujeto a la coerción, sino que también quedaba involucrada su familia,
cuyos miembros solían prestar servicios personales en la casa de hacienda en forma
periódica (Rodríguez y Solares, 1990).
Según el autor citado, la forma como estos "indios y cholos" podían satisfacer las
exigencias monetarias de este extendido mercado de tierras agrícolas, era a través de un
igualmente extenso proceso de mestizaje que experimentó la región desde el siglo XVII
promoviendo una atmósfera propicia para la constitución de un mercado interno a través
de la organización de un sistema ferial regional. Salamanca trazaba un panorama de
17
Dentro de esta situación quién prueba ser más permeable a los cambios sociales
y a la movilidad de ascenso es la mujer mestiza. Las actividades del comercio al
menudeo, la adquisición y transporte de productos desde los terrenos de cultivo
hasta los mercados comunales, la elaboración doméstica y el expendio de la
chicha de maíz que es la bebida regional, la industria de la confección para los
estratos populares, son las ocupaciones ordinarias de la "chola" cochabambina,
que gracias a su inclinación al ahorro, a su innata disposición para el negocio
que esté a su alcance económico y a su tenacidad en el trabajo, logra atender la
subsistencia de su familia y se convierte en eje del hogar valluno, con
aspiración a que sus hijos aprendan oficios manuales o estudien profesiones
superiores para ascender en la escala social (Guzmán, 1972: 96 y 97).
El primer Censo Agropecuario, realizado también en 1950, reveló una realidad un tanto
distinta a las percepciones de quienes daban como un hecho indiscutible la casi
extinción de las haciendas en el departamento, pues este aparente e idílico panorama de
democracia económica, donde la destreza y las habilidades innatas de los vallunos era
suficiente para rebasar la rígida estructura de castas del mundo oligárquico, no era nada
evidente. Lo que mostraba el citado censo es que el departamento de Cochabamba no
estaba exento en modo alguno de agudas contradicciones y conflictos, y que el sistema
hacendal estaba muy lejos de ser un fenómeno superado o marginal. Lejos de las
presunciones de Octavio Salamanca en torno a la hipótesis de un traspaso casi masivo
de las tierras de las haciendas a manos de pequeños agricultores, quedó establecida una
situación bastante diferente, es decir, la vigencia de una distribución de la tierra
laborable extremadamente desigual, que favorecía en forma evidente a los latifundistas.
En el escenario pre Reforma Agraria los valles Bajo, Alto y de Sacaba, que
enmarcan la ciudad capital, presentaban un visible contraste con el resto del
departamento. Esto porque los tres valles principalmente desde fines del siglo
XIX, mostraban las huellas de un creciente avance campesino sobre las tierras
hacendales. Mientras en las serranías de Ayopaya, los valles cálidos de Misque
o los Yungas de Totora, predominaban intocados los grandes latifundios.
17
Finalmente, las áridas tierras de Arque eran las únicas que mostraban un leve
predominio comunal frente a las haciendas (Rodríguez y Solares, 1990: 15-16).
Pero aquí no terminan los contrastes, existía una amplia brecha entre la superficie total
de las haciendas (2.891.407 Has) y la superficie efectivamente cultivada (75.004 Has)
que apenas representaba el 2,59 % de esa abultada cantidad de tierra disponible. La
producción de la pequeña propiedad campesina (358.592 Has) alcanzaba al 8,25 % del
total, es decir 29.616 Has, que porcentualmente podrían representar mucho más si se
consideraba la extensión real de la tierra laborable atendida por alguna forma de riego 69.
En este orden, incluso las disminuidas tierras de comunidad llegaban a ser más
productivas que las haciendas, pues del total de sus tierras (82.930 Has) llegaban a
cultivar el 7,45 % de las mismas (6.182 Has).
A nivel de las provincias, el citado censo mostraba que en los valles Alto, Bajo y Central
(Cercado, Quillacollo, Capinota, Esteban Arce (Tarata), Arani, Jordan y Punata), a pesar
de la idea muy difundida de que la parcelación de tierras estaba muy extendida y la gran
propiedad en vías de extinción, las cifras mostraba una realidad diferente. Las 987
haciendas de estos valles no solo estaban plenamente vigentes, sino que disponían de
1.576.210,20 Has o sea del 54,51 % del total de tierras registradas, lo que representaba
un promedio de 1.596,97 Has/hacienda. En contraste, las pequeñas propiedades
(piquerías y pegujales) que eran numéricamente aplastantes (13.992 unidades) apenas
disponían 73.550,38 Has, lo que a su vez representaba un promedio de 5,25
Has/piquería. Ciertamente en provincias como Cercado, Quillacollo y Jordan (Cliza) el
minifundio estaba ampliamente extendido. En otras provincias como Capinota, Arani y
Punata la gran propiedad todavía controlaba la mayor parte de las tierras provinciales
aunque las haciendas eran apenas un pequeño puñado frente al enorme número de
pequeñas propiedades. Esteban Arze (Tarata) era la excepción a la regla: aquí la gran
propiedad era absolutamente dominante y el peso numérico de la haciendas era
significativo; 253 haciendas disponían de 204.446,66 Has (con un promedio de 808
Has/hacienda). En realidad en este caso no se registran pequeñas propiedades sino 314
medianas propiedades y fincas (22.165,06 Has) con un promedio de 70,58 Has/unidad
agrícola.
69
No se debe olvidar que el pegujal, la piquería o la sayaña eran tierras situadas en los bordes de las
grandes haciendas, en general se trataba de tierras de secano y el escaso riego que les podría favorecer
debía ser negociado con los hacendados que en general eran los dueños de las vertientes. Por tanto se
trataba de tierras que dependían fuertemente del régimen de lluvias, pero además al tratarse de tierras
erosionadas debían ser cuidadosamente abonadas y despejadas de extensos pedregales. De esto último
venía el nombre de “piqueros” o “pegujaleros”, es decir gentes que pican piedras o pegujales.
17
En las provincias altas (Ayopaya, Tapacarí, Arque) existían 686 haciendas que disponían
de 244.163,84 Has con un promedio de 355,93 Has/hacienda. La pequeña propiedad
estaba en manos de 6.187 piqueros o pegujaleros que detentaban 96.994 Has con un
promedio por unidad equivalente a 15,67 Has. Estas cifras muestran que en estas
provincias estaba plenamente presente la pequeña propiedad, sobre todo en Ayopaya
(3.214 minifundios) y Tapacarí (2.635 minifundios), es decir en las provincias que
periódicamente eran escenario de levantamientos campesinos. En contraste, en Arque
apenas quedaron registradas 338 pequeñas propiedades.
En el Cono Sur existían en 1950, 484 haciendas que poseían 1.011.798,80 Has con un
promedio de 2.090 Has/hacienda frente a 5.559 piqueros que detentaban 181.574,60
Has con un promedio de 32,66 Has/piquería o huerto. En este caso, los dos baluartes
principales de las haciendas eran las provincias de Campero y Carrasco, en tanto
Misque presentaba un avanzado proceso de división de tierras, equivalente en su
intensidad a las provincias más fragmentadas del Valle Alto y Central.
De todo ello, se desprende la certidumbre de que la hacienda en las distinta regiones del
departamento gozaba de salud aceptable respecto al monopolio que ejercían sobre las
mejores tierras y era una exageración carente de veracidad la afirmación de que
Cochabamba antes de la Reforma Agraria presentaba un cuadro de desmembramiento
generalizado de las haciendas en los valles u otras zonas. Ciertamente que a diferencia
de lo que pudo ocurrir en el siglo XIX e inicios del XX, el Censo Agropecuario de 1950
ya no muestra provincias enteras donde la hacienda es la forma dominante de tenencia
de la tierra, pero si muestra la existencia de bolsones donde esta hegemonía persiste, por
ejemplo: Esteban Arze (Tarata) en el Valle Alto; Arque en las zonas de altura; Campero
en el Cono Sur. Por último, aunque sin ser dominantes en la posesión mayoritaria de la
tierras registradas, se puede decir que eran territorios de piquería las provincias Jordán
(Cliza) y Arani en el valle Alto; Quillacollo, Cercado y Capinota en el Valle Bajo;
Ayopaya y Tapacarí en las provincias altas, Carrasco en el Cono Sur. La única provincia
donde la pequeña propiedad había superado en número y superficie a la hacienda era
17
Misque70.
retazo de poder real que se aproximaba a las glorias de antaño. Por ello no era casual
que muchos hacendados desde los años 30 abandonaran sus haciendas y se dedicaran a
otros negocios como la especulación inmobiliaria incluyendo el alquiler de sus antiguas
casonas y el fraccionamiento de terrenos rústicos en las inmediaciones de la capital
departamental y se insertaran en la actividad comercial urbana, o que incluso en algún
grado extremo se convirtieran en pobres de solemnidad, pero siempre, y con obsesión,
cuidando las apariencias incluyendo el despliegue de sus dotes de mando sobre una
basta servidumbre que solía extenderse a sufridos inquilinos.
Por ello, como mostraremos más adelante, la Revolución Nacional, antes que destruir
una estructura latifundiaria sólida, propinó un golpe piadoso a un mundo que se
desplomaba lentamente víctima de su propia inviabilidad. También por ello no resultará
casual que la ira de las masas de abril se dirigiera, sobre todo, a promover la sañuda
destrucción de este universo ideológico y simbólico de figuración, opresión social y
vasallaje.
Los valles de Cochabamba no fueron en los siglos XVIII y XIX escenarios de grandes
levantamientos indigenales. El antecedente de insurgencia mejor conocido fue el
protagonizado por Alejo Calatayud en 1730, movimiento dirigido a evitar que los
mestizos fueran englobados en el universo colonial de tributarios, hecho que no expreso
en realidad el sentimiento y los intereses de las masas indígenas agobiadas por
exacciones, corrupciones y pesadas cargas tributarias. Las grandes sublevaciones de
1780-1781 a las que aparentemente no se plegaron los quechuas de Cochabamba, pero
si recibieron el repudio de mestizos y criollos que apoyaron la causa real, valiendo esta
actitud para que la Villa de Oropesa fuera elevada al rango de ciudad; expresaba un
punto de vista desde la óptica de las autoridades hispanas, que en realidad no se ajustaba
a la realidad de los hechos. Hoy es posible afirmar, que Cochabamba no permaneció
indiferente al movimiento encabezado por Tupac Amaru y los hermanos Katari. A
comienzos de 1781 la rebelión indígena alcanzó a Cochabamba, abarcando una extensa
zona que involucraba las alturas de Tapacarí, toda la región fronteriza con Oruro y
Potosí, e incluso varias localidades del propio valle como Anzaldo (Paredón) y los
pueblos de Pocona en Carrasco y Tin Tin en Misque.
Como parte de estos hechos son destacables dos episodios: a fines de febrero de 1781 se
subleva Martín Ucho en la hacienda de Sacabamba, extendiéndose la acción de los
rebeldes hasta el valle de Cliza y, prolongándose hasta mayo del citado año en que
muere el caudillo (Rodríguez, 1991) El mismo año y en forma paralela a la acción
anterior, los indios de Tapacarí concentrados en la Hacienda de Challa, descienden de
las montañas y asaltan el pueblo y la parroquia del mismo nombre, dando muerte a unas
400 personas. Luego se libran combates sangrientos en la quebrada de Tapacarí donde
perecen varios centenares de indios y españoles (Larson, 1978 y 1992).
En el siglo XIX y primera mitad del XX, la Hacienda de Cliza de propiedad del
Monasterio de Santa Clara era el mayor latifundio del Valle Alto y como tal, la fuente de
los mayores conflictos. En 1881 poseía aproximadamente unas 2.550 Ha (unas 860
fanegas), sin embargo debido a reiterados fraccionamientos en 1915 la extensión de la
Hacienda se redujo a 1.000 Ha, que nuevos parcelamientos la redujeron a solo 400 Ha
en 1926 (Pardo, 1986). En este último año (1926), el cantón Cliza que incluía la
hacienda, registraba en su catastro 1.112 propiedades, de las cuales casi un 48% eran
menores a una hectárea, en contraste con siete latifundistas, cuyo origen se basaba en la
adquisición de tierras a la citada hacienda, compartiendo con esta el 37 % de tierras del
cantón. En años posteriores continuó la fragmentación y, fue este proceso el que generó
agudos conflictos y varias revueltas campesinas. Así, la necesidad de financiar la
construcción del templo de Santa Clara en Cochabamba estimuló la división de la
hacienda en dos fracciones, una de las cuales, a su vez fue subdividida en 17 parcelas,
tres de las cuales fueron subastadas para la finalidad señalada, lo que originó problemas
legales que no es el caso detallar. Sin embargo estos enredos jurídicos permitieron a los
colonos instaurar juicios contra las monjas demandando que se les declare dueños
legítimos de las parcelas que ocupaban desde hacía muchos años, por haber
transformado en tierras laborables y valiosas, terrenos baldíos y eriales (Pardo, obra
citada.).
Fueron episodios como los mencionados los que dieron curso a una nueva forma de
lucha por la tierra, pero esta vez ya no se trataba de la defensa de las tierras de
comunidad, sino de la aspiración a la propiedad individual. De esta manera se
desembocó en la fundación del Sindicato Agrario de Ana Rancho, en 1936, que fue el
primero en su género en Cochabamba. El sindicato se planteó como objetivo inmediato
el arrendamiento de las tierras y luego la adquisición directa para sus miembros
afiliados (los colonos). Esto provocó la alarma entre los hacendados e incluso se
impulsó el confinamiento de los dirigentes sindicales, pero no se pudo evitar que entre
1941 y 1942 más de 200 colonos adquirieran legalmente 217 Ha. (Dandler, 1984).
Las luchas campesinas en Cochabamba asumieron, por tanto, dos modalidades con
anterioridad a 1952: por una parte en las zonas donde el poder hacendal estaba intacto y
la piquería, pegujal o sayaña era poco significativa, las reivindicaciones tenían dos
vertientes: mejorar las condiciones de trabajo de los colonos, quienes aspiraban a un
salario y a que se les considerarán "trabajadores rurales", aboliendo el servicio gratuito
y el vasallaje y defender las tierras de sus comunidades contra los intentos de despojo y
avance del latifundio. Por otra, en los valles, donde el sistema hacendal estaba más
debilitado, estas reivindicaciones eran más radicales: los colonos aspiraban a convertirse
en propietarios individuales de sus sayañas o pegujales a costa de las tierras de la
hacienda. Esta segunda tendencia será la que dominará las luchas campesinas en los
valles a partir de la posguerra del Chaco, oponiendo al tradicional espontaneismo
campesino (el alzamiento, la poblada y el motín) la organización sistemática de la base
social a través del sindicato rural.
Sin embargo, la propia dinámica de los acontecimientos que hicieron propicia a una
estrecha alianza entre las fuerzas nacionalistas y la clase obrera para consolidar el
triunfo de la Revolución Nacional, empujaron a la jerarquía del partido gobernante a
modificar su punto de vista sobre este estratégico tema: un editorial de Los Tiempos
reconocía la ansiedad que causó entre la antigua elite regional, el anuncio del Presidente
Paz Estenssoro de reconocer que los tópicos esenciales de su gobierno serían: la
nacionalización de las minas y la reforma agraria. Estas y otras declaraciones, incluso
en tonos francamente incendiarios, de quienes más tarde se declararían la "izquierda del
MNR", poblaron de amenazadores presagios, rumores de preparativos siniestros, unos
francamente fantásticos, pero otros asustadoramente reales de: "masas obreras y nativas
(...) excitada por prédicas destinadas a exacerbar sus sentimientos y amarguras
18
ancestrales". En cierta forma, los terrores nocturnos que causaban el desvelo de la vieja
clase hacendal no eran exageraciones vanas ni falsos y absurdos temores alejados de la
realidad. Este era el tiempo de las memorias y los recuerdos, cada cual desde su óptica,
los antiguos patrones y los ex siervos, contabilizaban las ofensas y abusos infligidos y
recibidos, para concluir que los valles eran tierras muy propicias para que la llama de las
revanchas y los ajustes de cuentas por viejas pendencias se encendieran en cualquier
momento.
Las nuevas formas de lucha campesina que se iniciaron con el movimiento sindical de
1937 permitió a los trabajadores rurales, como comenzaron a autocalificarse, establecer
contacto con obreros fabriles, mineros y clases medias urbanas pobres, para aprender
nuevas formas de organización y lucha. Estas nuevas modalidades fueron ampliamente
aplicadas a partir de abril de 1952. El 6 de agosto de dicho año se constituyó en Sipe
Sipe la Federación de Campesinos de Cochabamba controlada por el MNR. La base
social de esta primera federación reposaba sustancialmente en los campesinos del valle
Bajo y las provincias altas donde se produjeron los levantamientos de 1947 (Iriarte,
1987: 183-184). No obstante, este primer emprendimiento, cuyo objetivo era crear un
instrumento unificador de las reivindicaciones del agro no prosperó en el valle Alto
donde la tradición de las luchas iniciadas en 1936 había creado unas bases combativas y
reacias a someterse a maniobras políticas. De esta forma el campesinado de
Cochabamba se divide tempranamente en diciembre de 1952, cuando tiene lugar el
Primer Congreso Departamental de Campesinos, donde, como luego se volvería
tradición, abundan los abandonos y las expulsiones mutuas. Finalmente surgen dos
fuerzas sindicales rivales en el departamento de Cochabamba: la Federación "amarilla"
de Sipe Sipe dirigida por Sinforoso Rivas, un ex minero militante del MNR y, otra
federación estructurada en torno al combativo Sindicato de Ucureña, tipificada por los
primeros como "comunista" y dirigida por José Rojas (Iriarte, 1980: 41 y Los Tiempos
05/02/1953)71.
Un editorial de Los Tiempos (21/06/1952) reconocía que "los indios que por cuatro
siglos vivieron bajo la férula del patrón han erguido la cerviz y tienen en jaque a sus
patrones". Era evidente que tales ímpetus iban más allá de lo planeado por el propio
MNR, partido que inicialmente, a más de definir una posición y promover acciones en
pro de la reforma agraria, procuró con premura establecer una base social para
consolidar en los valles la Revolución de Abril de 1952 (Ponce, 1986). Por ello, el
pánico que hacía presa entre los hacendados a mediados de dicho año, también
71
Para una relación detallada del proceso de movilización social del agro cochabambino entre abril de
1952 y agosto de 1953, además de todos los antecedentes de este proceso, ver Dandler(1975).
18
alcanzaba a las esferas de mando del partido gobernante, quienes leían con absoluta
preocupación y gran sensación de impotencia, párrafos como los siguientes:
Los indios anuncian ahora que ellos por cuenta propia realizarán la reforma
agraria. Esta es una advertencia alarmante en grado sumo. Las fuerzas que
mueven al indio después de tantos siglos de opresión son fuerzas de revancha
que no están canalizadas hacia una evolución orgánica, sino a la anarquía
sangrienta, que puede traducirse en los más luctuosos acontecimientos (Los
Tiempos, 21/06/1952.)
Lejos de realizar una evaluación serena y objetiva de los hechos y reconocer que gran
parte de lo que ocurría, no era otra cosa que la cosecha de innumerables semillas de
injusticia que por doquier sembró el sistema hacendal, se recurrió en esta extrema
circunstancia, a negar la alternativa y la posibilidad de que el indio sometido a siglos de
vasallaje fuera capaz por si solo de adquirir conciencia sobre su condición de
sometimiento. Tanto las autoridades políticas del MNR a nivel departamental, cuanto la
propia oposición, los grandes hacendados y su entorno social, convinieron
unánimemente en explicar la movilización rural como "obra de agitadores que
envenenan con esmero el alma simple del bueno y sumiso colono". La Federación Rural
de Cochabamba, el organismo representativo de la clase terrateniente, en una extensa
carta pública dirigida al Prefecto del Departamento, expresaba a cabalidad esta idea que
resumía el sentir de la clase política en su conjunto: "el ambiente en el agro está siendo
tremendamente perturbado por agitadores anónimos provenientes de las ciudades que
se diseminan por los campos o por agentes a veces identificados, pero que van
quedando impunes y prosiguen en su condenable labor"(Los Tiempos, 04/07/1952). En
oposición a estas apreciaciones simplistas, la Federación Sindical de Trabajadores
Campesinos de Cochabamba argumentaba en torno a que la descripción de la realidad
del agro estaba empañada por una campaña alarmista dirigida a "crear en las ciudades
un clima de animadversión a los trabajadores agrarios". Ejemplificando este criterio,
con respecto a graves desordenes y hasta una violenta sublevación de los colonos en las
haciendas de Colomi, se decía lo que sigue:
Un análisis más cuidadoso de lo que se vino en llamar "la revolución agraria" muestra
18
Aquí surgió la consigna: "la tierra es de quién la trabaja" como forma de expresión
concreta de los intereses de los colonos vallunos que aspiraban a la parcela individual.
Por ello, las expresiones más radicales del movimiento campesino se dieron en las
provincias del Valle Alto, donde el fenómeno de la parcelación de tierras estaba más
avanzado. Todo este proceso de grandes y continuas movilizaciones que se extienden
por toda la geografía departamental, fueron reforzadas por otras similares que tuvieron
lugar en el Norte de Potosí, los valles de Chuquisaca, el altiplano orureño y las orillas
del Lago Titikaka. Las mismas terminaron acorralando al MNR y colocándolo en una
delicada situación, pues en el seno del partido gobernante no existía ni decisión ni
unanimidad en torno al problema agrario, por el contrario, las alas "derecha" e
“izquierda" del mismo amenazaban con fracturarse. Estos hechos obligaron a Paz
Estenssoro a nombrar una comisión redactora del Proyecto de Ley de Reforma Agraria
para acometer esta tarea sin demora. Entre tanto, el gobierno se vio obligado a dictar un
decreto de excepción a fines de abril de 1953 instruyendo la expropiación de las tierras
próximas a Ucureña a fin de no perder el control de la situación, la misma que se
tornaba cada vez más delicada por el empeño de fracciones rivales de campesinos y
dirigencias sindicales que competían entre si por asumir medidas cada vez más radicales
y más desafiantes a la autoridad del MNR y al orden constituido.
Bajo este impulso proliferaron la toma y repartos de tierras, sobre todo en el valle Alto.
Una singular descripción de la celebración de un acontecimiento de este género
proporcionaba los siguientes detalles:
Los antiguos excolonos dueños por fin de una parcela de tierra dejaron de depender del
patrón formal para su subsistencia, pero quedaron subordinados a un patrón más
omnímodo y abstracto: el mercado y sus férreas e invisibles leyes. No cabe duda, que en
principio las masas de excolonos debieron sentir una gran sensación de desamparo, lo
que los obligó, en unos casos a desdoblar su vocación de agricultores con un
aprendizaje forzoso y urgente en las artes comerciales del feriante, y en muchos otros, a
enrolarse en las complejas redes de la comercialización de alimentos, que pasaron a ser
controladas, casi masivamente por los lideres sindicales de escalones medios y
superiores, que de "dirigentes" se convirtieron en "rescatiris". En los valles, esta
acelerada recomposición y decantación de los sectores sociales despojados de sus
antiguos roles, una vez derrumbado el carcomido tronco hacendal, permitió una nueva
articulación en torno a un nuevo eje económico y social: el sistema de ferias campesinas
18
Luego no debe resultar extraño que finalmente todos: nuevos ricos y esperanzados
pobres desearan defender el mundo que habían conquistado, es decir, no solo el modesto
pedazo de tierra, sino sobre todo, el derecho a inscribir en la constitución de la nueva
superestructura los valores mestizos y cholos tan cerradamente combatidos por la
oligarquía hacendal. Por ello resultaba natural ver en el MNR la imagen del Estado
benefactor y patriarcal. Apostar a su defensa y perdurabilidad, era sinónimo de
contribución a conservar los derechos conquistados, luego, las manipulaciones, el
comercio de clientelismo, los apoyos incondicionales, los votos electorales masivos de
apoyo y otras formas incluso inusuales y hasta serviles de sumisión política a los
jerarcas del MNR, resultaban "normales" en función de los intereses en juego.
Al margen de esta actitud política pasiva, para los miles de excolonos propietarios se
habría una perspectiva totalmente nueva y poco conocida: desaparecido el patrón,
dichos colonos comenzaron a comprender la nueva realidad, dentro de la cual ellos eran
formalmente patrones de sí mismos, y donde, de la mayor o menor racionalidad de sus
decisiones y actos económicos dependía su propia subsistencia. La nueva fisonomía del
poder regional tomó forma a partir de la manera cómo estos nuevos pequeños
productores y consumidores se articularon a la economía de mercado. Al respecto se
sugiere que:
quizá el aspecto más dinámico de la reforma agraria en una región como los
valles de Cochabamba, radique en la vinculación de este sector reformado con
el mercado interno, a través de una intensa mercantilización de productos
agropecuarios, un proceso de integración del campesinado como consumidor y
de la proliferación del pequeño comercio. Por tanto, si bien la economía
campesina se diversifica, la reforma agraria no produjo en la región un
desarrollo sustancial de las fuerzas productivas: hubo una diversificación de la
18
Sin pretender otra cosa que arrojar algo de luz sobre un ámbito poco investigado hasta
72
Utilizamos el término "bloque de poder" en el sentido propuesto por Castells (1988: 150 y siguientes.)
18
el día de hoy, señalaremos que este nuevo bloque de poder sustitutivo del antiguo poder
oligárquico, fue compartido en forma difusa por diferentes fracciones de las antiguas
clases medias que dejaron de ser tales, en la medida en que acumularon riqueza y
ampliaron el ejercicio de su poder real. El tono difuso de este bloque se debió a que
ninguna clase social aisladamente era capaz, y esto ocurre aún hoy, de ocupar el vacío
dejado por la clase terrateniente. En lugar de una clase social hegemónica surgió un
bloque de diferentes grupos y estratos (comerciantes, rescatiris, transportistas,
banqueros, industriales), que de una u otra forma tuvieron, y aún tienen, oportunidad de
apropiarse de diferentes porciones del excedente económico que generan los únicos
productores de riqueza en grado significativo, los campesinos parcelarios. Este
conglomerado heterogéneo y fragmentado de grupos sociales con poder económico, no
terminaron de definir una nítida burguesía moderna, menos adquirir una cultura de clase
dominante y definir un rumbo a seguir para la materialización de un modelo de
desarrollo que plasmara su propia realización histórica. Su única capacidad fue intuir
correctamente la imposibilidad de realizar aisladamente el cien por ciento de sus
aspiraciones de grupo, pero si porcentajes significativos de estos, si lograban consolidar
un bloque de poder sobre la base de un principio de convergencia y pacto social que
resultó esencial para que todas las fracciones en conjunto y no aisladamente
configuraran una alternativa de poder regional viable.73
El pueblo calificó en los años 50 a estos estratos como los "nuevos ricos", unos
personajes, que a diferencia de las desplazadas elites sensibles a la pureza de sus árboles
genealógico, al número de sus colonos y al despliegue de su abolengo y sus barnices de
urbanidad y cultura; colocaban en el primer peldaño de su escala de valores el estatus
del dinero y las posesiones acumuladas, que además eran sinónimo de eficientes
vinculaciones políticas y efectivo ejercicio del poder sobre una esfera de influencia que
pasando por niveles intermedios normalmente concluía en el pleno dominio y
sometimiento de una fracción de productores campesinos y, no pocas veces, oscuros
"negociados" que generalmente se hacían a costas del Estado benefactor. Por lo demás,
permanecieron estrechamente vinculados a la cultura popular, no hicieron cuestión ni se
sonrojaron al autocalificarse de mestizos y cholos, e incluso hicieron amplio uso de los
mecanismos del compadrazgos y el paisanaje para afianzar su control social sobre lo
que consideraban el territorio o espacio de sus operaciones mercantiles.
73
Rivera (1992: 136) acota lo siguiente sobre esta cuestión: "Probablemente, esta situación fue la base
de una ausencia real de poder de clase definida desde 1953 hasta el presente. La estructura social
cochabambina de la actualidad y la dominación clasista es amorfa y desordenada. las nuevas elites
económicas carecen de sentido de identidad, culturalmente son vacíos y casi sin proyección histórica."
18
asiento exclusivo del poder hacendal y dejó paso a funciones opuestas a su rol
tradicional, convirtiéndose raudamente desde las primeras décadas del siglo XX, en la
cabecera de un mercado de consumo de la producción campesina parcelaria. En los años
30 y 40 del siglo XX, el auge del "grano de oro" llevó a su apogeo esta condición, y su
potencialidad fue suficiente como para absorber increíbles cargas tributarias con las
cuales se financió el desarrollo urbano de la capital.
El proceso urbano en los años 50: el santuario del modernismo es invadido por las
masas de Abril.
18
Como se observó con anterioridad, los resultados del Censo de Población de 1950
confirmaron que la ciudad de Cochabamba ocupaba el segundo lugar en términos de
población entre las ciudades de Bolivia, radicando esta importancia no solo en su peso
demográfico sino en su posición central dentro del territorio nacional y en su
gravitación sobre las comunicaciones entre las diferentes regiones del país, además de
su tradicional importancia agrícola. Al respecto se afirmaba: "A la par que el centro del
sistema de aeronavegación nacional, (Cochabamba) es la puerta de entrada a las
extensas e inexplotadas tierras del Oriente y el Noroeste bolivianos" (El País,
14/09/1952).
"La ciudad jardín" como comenzó a denominarse a la modesta aldea a fines del siglo
XIX, era un término que hacía referencia al imaginario de desarrollo urbano que
deseaban imprimir los visionarios patriarcas vallunos que se preocupan por el porvenir
de Cochabamba al despuntar el nuevo siglo, imaginando una ciudad que armonizara con
los bellos paisajes que la rodeaban. Este apelativo se popularizó desde la década de
1930 y fue ampliamente utilizado en las propuestas de urbanización de la ciudad como
referencia a un modelo de expansión urbana que respetara los valores de la ubérrima
campiña, en estricta aplicación a las doctrinas urbanísticas en boga. Estos deseos fueron
favorecidos en los años 40 por la circunstancia de un crecimiento de la mancha urbana
no extensivo y uniforme, sino mediante una expansión "por saltos" y densificaciones
puntuales, que dejaban en el interior de la ciudad grandes extensiones verdes, que
lamentablemente no eran fruto de la planificación de la ciudad, sino terrenos
momentáneamente baldíos, dentro de las prácticas especulativas del suelo que
estimulaba el avance de la urbanización, configurando un tejido urbano no compacto,
19
Otros testimonios parecidos al anterior confirmaban que en algo más de quince años, a
partir de 1935, los cambios experimentados eran de tal importancia que definitivamente
toda referencia a la realidad aldeana era cosa del pasado, pues el inmovilismo secular,
cargado de pesadas tradiciones había sido drásticamente sacudido y enterrado por la
fiebre de la urbanización y el obsesivo afán de proveer de nuevos ropajes a la antigua
fisonomía urbana. Imaginemos los nuevos rasgos de esta realidad a través de la
perspicaz descripción de un turista, que a bordo de un vehículo, paseaba por la ciudad
en 1954:
La descripción anterior no sería muy distinta a una similar que se podría realizar en la
actualidad. No existe duda que envueltos en el tráfico de motorizados y muchedumbres
que llenan los centros comerciales y los acontecimientos deportivos y culturales,
subyacen dos alternativas de desarrollo urbano:
Una, la visión modernizante de las avenidas, los paseos, los grandes equipamientos, las
terminales de transporte y la refinería de petróleo que llenaba de gran orgullo a los
cochabambinos, que con frecuencia, en estos años, apelaban a su imagen de gran
complejo industrial para esbozar alegorías y aspiraciones hacia un modelo de metrópoli
del futuro que rescatara para Cochabamba el pleno reconocimiento de su poderío no
solo agrícola sino industrial, elevado a la altura de un digno promotor y guía de la
integración nacional. Eran las épocas en que se solía afirmar: "la nueva capital de la
República de Bolivia será Cochabamba, porque así lo quieren los cochabambinos"
(Alvestegui: Prensa Libre, 14/09/1960).75
74
Una extensa descripción de la ciudad de Cochabamba, en esta época, desde la óptica de las
proyecciones municipales de desarrollo urbano, como también desde los aspectos económicos y sociales,
se puede encontrar en Anaya (1965).
75
Ideas similares se pueden encontrar en: Pereira: Prensa Libre, 2/03/1963, Costas: El Mundo,
14/09/1960, Calvimontes: Prensa Libre, 29/09/1963.
La otra visión era representativa de la dinámica más genuina del mundo ferial que
comenzaba a proyectar su sólida articulación con la ciudad, superando paulatinamente
la imagen del antiguo campamento o "cancha" rural, sin abandonar su sabor andino y
popular, al adoptar un marco más urbano, que más allá de las populares "casetas",
kioscos y galpones estructuraba el soporte material que serviría de base, años más tarde,
a alternativas de ordenamiento urbano conflictivas y opuestas a la racionalidad
urbanística, pero incuestionablemente lógicas en el contexto de la acelerada expansión
de la feria campesina tradicional y su conversión en "mercado negro", "nylon khatu",
"miamicito", etc., y que proyectan los valores e identidades de las nuevas elites
emergentes que hacen del control de este espacio "su opción" de poder y hegemonía. Un
otro testimonio, al filo del régimen de la Revolución Nacional afirmaba:
Esta fue la razón ideológica y política que determinó que en algo más de una década se
multiplicaran las propuestas de urbanización y la cuestión del desarrollo urbano fuera un
tema de primer orden para la opinión pública. Sin duda, resultaba no solo fascinante
sino adecuado debatir sobre el embellecimiento de la ciudad-jardín, imaginar modernas
autopistas y una arquitectura similar a la de los países más avanzados, en lugar de
perderse en enojosas explicaciones en torno al atraso rural, a la pervivencia de
instituciones feudales como el colonato y al insignificante desarrollo industrial.
Indudablemente, el Plano Regulador, al margen de la singular lucidez de los técnicos
que lo recrearon, se convirtió en una llamativa "cortina de humo" que cubría la
incapacidad de las elites regionales para definir los lineamientos de un modelo de
desarrollo industrial y agroindustrial sobre los que debería sustentarse la alternativa de
modernizar la ciudad. De ahí, que no fue un "descuido", que las propuestas del Arq.
Jorge Urquidi sobre el “Plan Regional” (Ver mapa 17) y el "Plan General de la Ciudad
y de su Región de Influencia Inmediata" (Ver plano 24) que implicaban cambios
profundos en el aparato productivo rural y urbano, quedaran como hechos anecdóticos,
incomprensibles y carentes de oídos receptivos con poder decisional, pero que las partes
“menudas” y vistosas (ensanches de calles para convertirse en avenidas, apertura de
nuevas áreas verdes, edificaciones en altura, equipamientos, etc.), eficaces para
incrementar el valor del suelo en zonas estratégicas, se ejecutaran como ejemplos de
“obras de planificación”.
En tanto la periferia había ampliado su frontera incluyendo los primeros atisbos del
modelo de urbanización que contenía los conceptos o patrones de la ciudad jardín, así
como asentamientos más espontáneos, bajo la forma de villas o "barrios marginales"
como se comenzaron a denominar los campamentos que materializaron los sectores de
menores recursos y sobre todo los migrantes pobres que se asentaron en forma creciente
en la ciudad.
Una señal precoz de este proceso de cambios, fue sin duda, la presencia de aquéllos
actores sociales que la sociedad oligárquica había relegado hacía los suburbios de la
ciudad o el Cercado, en su afán de consolidar un espacio urbano moderno que se
apegara lo más posible a los patrones occidentales de urbanización y que,
consecuentemente, erradicara todos los signos, evidencias y referencias de la cultura
andina y sus expresiones mestizas. Los síntomas del inminente derrumbe del mundo
gamonal y todo el ordenamiento de la sociedad oligárquica estuvieron acompañados,
como ya se mencionó, de profundos temores y terroríficas imágenes de justicia social
que poblaban el imaginario de las decadentes elites regionales ante la temible
perspectiva del avance del mundo andino sinónimo de barbarie, sobre los santuarios
urbanos de la "gente decente" como se autocalificaban a si mismos. Los rumores de
levantamientos, motines y pobladas de indios y cholos que proliferaron a lo largo del
fatídico invierno de 1952 con continúas alarmas sobre la inminente marcha de "la
indiada" sobre los pueblos del valle y la propia capital, transformaron en una verdadera
y obsesiva pesadilla toda la etapa de desarrollo de la "revolución agraria" que culminó
con la Reforma de agosto de 1953.
Con motivo de las fiestas septembrinas de 1952, finalmente las temibles huestes
campesinas se hicieron presentes en la ciudad para recibir al presidente Victor Paz
Estenssoro. Sin embargo, lejos de los temores de una reencarnación de las "hordas de
Atila" en los valles de Cochabamba, reproduciendo el incendio de las haciendas y el
flagelamiento de los patrones, para culminar con el asalto a la ciudad convertida en una
"nueva Roma"; el comportamiento que guió el ingreso de estos nuevos protagonistas
19
Lejos de las catastróficas visiones de dimensión bíblica, en realidad, las masas de Abril
le dieron a la vieja oligarquía una última lección de humanidad, pues se contentaron con
profanar simbólicamente el universo de modernidad de la clase señorial, haciendo sentir
el retumbar se sus pututus y sus ojotas en las asfaltadas calles del centro de la ciudad,
hazaña otrora totalmente impensable.
No cabe duda, que la primera reacción que produjo la Revolución de Abril fue que el
campo se volcara sobre la ciudad pero en términos pacíficos. Ahora los antiguos siervos
contemplaban con asombro las riquezas que habían ayudado a acumular y las
edificaciones que habían erigido durante generaciones. Las frecuentes concentraciones
con sus imágenes de "holganza" y "zarabanda" que hería la sensibilidad de los
ciudadanos, eran apenas actos de legitimación de los ex colonos y del mestizaje valluno,
que finalmente, y contra todas las predicciones y pronósticos, ingresaba pacíficamente
en el escenario nacional y festejaba ruidosamente su nueva condición de ciudadanos
libres. El oficialista El Pueblo al editorializar sobre estos hechos, no exageraba cuando
evidenciaba que:
Este personaje -el indio- que vivía privado de su yo humano, vencido por los
prejuicios de una pequeña sociedad explotadora(...) -sometido- al amo que lo
había acostumbrado a dormir en las lozas de zaguanes sin más cama que la
jerga de su atadillo ni más tapa que su poncho(...) hasta convertirlo en una
especie de bruto apenas superior al hato de sus acémilas(...) anda hoy risueño,
con la cabeza en alto, hablando sin cortarse ni titubear (22/09/1953).
La ciudad esa vieja explotadora del campo, si bien no sufrió los castigos bíblicos con
que fue amenazada, experimento en 1952-1953 un agudo desabastecimiento, resultado
no solo del abandono de las labores agrícolas, sino de la recomposición del mercado,
que la dinámica de la expansión mercantil se encargó de subsanar. El efecto de la
expansión de las actividades mercantiles sobre la ciudad, no solo se expreso en el rápido
crecimiento del comercio popular, sino en la inclusión en la esfera del consumo de
nuevos protagonistas: “Nos informan en el comercio, que el campesino ya no se
contenta con ‘curiosear’ apegado a las vitrinas de los escaparates, sino que entra en la
tienda, averigua el precio y compra tales artículos como zapatos, camisas -que antes
les tejían sus mujeres- y hasta corbatas” (El País, 22/09/1953). De esta forma, los
negocios de tocuyos, franelas, casimires, plásticos, (este último, un nuevo material muy
utilizado en diversos utensilios del hogar), tendieron a desplazar a la industria artesanal
e inundaron el mercado regional y local. La transformación de los "indios" en
"compañeros" y "vallunos" tuvo esta otra connotación, que también influirá en las
transformaciones que iba experimentando la ciudad.
Pasada la etapa festiva de las antiguas clases subalternas, con su secuela temporal de
movilizaciones, desfiles y excesos, cuyo saldo fue la paulatina relocalización de la
dirigencia campesina en la ciudad, es decir, que una proporción considerable de
dirigentes agrarios, que continuamente llegaban a la ciudad con todo tipo de motivos,
terminaron fijando residencia en ésta, abandonando prontamente sus vestimentas
tradicionales para incorporarse a la vida urbana y sobre todo al mundo de los negocios.
Camioneros, rescatistas, grandes comercializadores de chicha, mayoristas en artículos
de primera necesidad, "cuperos"76 y "diviseros"77, en fin "nuevos ricos"78 de toda laya y,
grandes masas de pobres con ilusiones de riqueza demandaron su "derecho a la ciudad".
Exmineros, piqueros, viejos obreros, todos ellos curtidos en las luchas sociales de los
años 40, también demandaron un lugar en la ciudad como justa recompensa a su
entrega y sacrificio. En fin, las clases medias pobres que habían padecido desde los años
30 la crisis de vivienda, también al igual que los demás aspiraron a un "lotecito en
Cochabamba". De esta forma se fueron combinando los ingredientes que precipitarán
las transformaciones urbanas.
conversión de la aldea en ciudad. Sin embargo los viejos problemas que se arrastraban
desde el siglo anterior, en materia de servicios básicos, salubridad y otros estaban
plenamente vigentes e incluso tendían a agudizarse pese a los profundos cambios
sociales que promovió la Revolución Nacional.
Los "nuevos ricos" no se plantearon nunca modernizar la aldea de donde surgieron, sino
"escalar" posiciones sociales, y una de ellas, la de mayor efecto y prestigio era: "irse a
vivir a la zona Norte", que ya no era vista como la ciudad de los otros, sino como el
novedoso universo hacia donde se proyectaban sus propias aspiraciones. Los barrios
residenciales que debían convertirse en espacios de exclusividad social de las elites
extinguidas, se volvieron mestizos, a tal punto que la arquitectura residencial se vuelve
ecléctica79 siguiendo las pautas del cuerpo social que la promovía. Por ello, la imagen
urbana resultante, combinaba con naturalidad el chalet con la popular "media agua" y
las "casitas funcionales" de los primeros planes habitacionales, en una suerte de
democracia sui generis que todavía hoy se puede observar.
Como se mencionó con anterioridad, la crisis económica que siguió a la posguerra del
Chaco impulsó la adquisición de inmuebles en Cochabamba a favor de latifundistas,
mineros y comerciantes que habían amasado fortunas con la guerra. El consiguiente
incremento de la demanda de bienes raíces, en proporciones nunca vistas, estimuló una
natural escalada especulativa del mercado inmobiliario provocando un impacto
particularmente severo sobre los alquileres, lo que a su vez, causó insatisfacciones
sociales que culminaron en la organización de aguerridos sindicatos de inquilinos.
Desde fines de la década de 1930 y a lo largo de los años 40, los conflictos entre
inquilinos y dueños de casa se desarrollaron con una continuidad que no tuvo pausas.
Esta es la razón por la cual nos permitimos establecer un paralelo, tal vez un tanto
arbitrario pero válido, para ubicar este problema en su real magnitud. Sí en la zonas
rurales, hasta antes de 1952, la tenencia de la tierra fue la cuestión central en torno a la
cual giraron los conflictos que se desataron en el agro boliviano, particularmente en los
valles; la cuestión del arriendo de viviendas y particularmente la demanda del techo
propio, era el nudo en torno al cual se desataron los conflictos urbanos en Cochabamba,
tanto antes como después de 1952.
Con anterioridad al año citado, los conflictos entre dueños de casa e inquilinos se
desarrollaron enconadamente con vaivenes diversos. En enero de 1945 el gobierno del
Gral. Gualberto Villarroel dictó un decreto supremo disponiendo una rebaja general de
alquileres, seguido de una disposición reglamentaria dictada en abril de ese mismo año.
Estas medidas parecieron inclinar la balanza en favor de los inquilinos, no obstante, una
densa maraña de argucias legales y un franco plegamiento del poder judicial a favor de
los propietarios de inmuebles, neutralizaron rápidamente los beneficios sociales de estas
disposiciones. El censo de Población de 1950 registró que de un total de 15.770
familias, solo el 30% eran propietarias de la vivienda que ocupaban, por tanto, se
mantenía en líneas generales la situación del agudo déficit habitacional evidenciado en
1945. El problema habitacional se fue agravando y amplios sectores de la población,
reprimidos políticamente durante el denominado sexenio (1946-1952), también tuvieron
que soportar la represión de los dueños de casa convertidos en pequeños tiranos.80
Esta fue sin lugar a dudas la referencia más importante, que precipitó el proceso de
ocupación y urbanización no planificada ni prevista, de la periferia urbana de la ciudad.
Los nuevos propietarios mineros, dueños de tierras en las proximidades de Cochabamba
comenzaron a presionar para ser incorporados en el radio urbano y, en los hechos no
esperaron mayores tramitaciones o condicionamientos técnicos. La Alcaldía de
Cochabamba intentó encausar esta fiebre de loteo mediante una ordenanza de fecha
19/02/1953 suscrita por el Alcalde Rafael Saavedra, que en sus considerandos anotaba
significativamente:
apéndice del poder ejecutivo, no tenía la fuerza que provee la legitimidad democrática y
la plena participación popular en sus instancias decisionales. A pesar del elevado
contenido social de estas medidas, la Alcaldía careció totalmente de la capacidad de
convocatoria y el poder político necesario para imponerlas. Es decir, que la lucidez
técnica sin base social termina siempre en un simple enunciado inaplicable y anodino.
Los loteadores, dueños de los instrumentos que proporciona el poder, hicieron gala de
su capacidad para atraer a los sectores populares y se dieron el lujo de recubrir sus
apetitos con el manto del "interés social". Habilidosamente anularon los esfuerzos
normativos, estimulando los enfrentamientos entre organizaciones sociales y Municipio,
batalla de antemano perdida para los intereses municipales, con el simple expediente de
transferir sus tierras o parte de ellas a diferentes sindicatos o gremios. En el curso de
1954 arreció la fiebre de los loteos, sobre todo con el fuerte estímulo de las
adjudicaciones efectuadas por el Estado en favor de los extrabajadores mineros y las
afectaciones producidas por la aplicación de la Reforma Agraria, incorporándose al afán
de expandir la mancha urbana nuevos contingentes sociales constituidos por piqueros y
excolonos, multiplicándose las ocupaciones irregulares y hasta procedimientos de
simple despojo y vulneración de la propiedad privada.
La amenaza de una rápida pérdida de control sobre los reclamos y presiones sociales,
cada vez más insistentes y radicales, reclamando la dotación de tierras baldías o sin uso
social definido ubicadas dentro de la ciudad y en su amplio entorno, que protagonizaban
sectores campesinos, obreros y clases medias identificadas con la Revolución Nacional,
se convirtieron rápidamente, sobre todo en el caso de Cochabamba, en una franca
amenaza al ordenamiento jurídico que se apoyaba en el respeto y reconocimiento por
parte del Estado al derecho de propiedad privada sobre los bienes raíces. Esta situación
explosiva obligó al Gobierno de Paz Estenssoro a dictar el Decreto Ley de 26 de agosto
de 1954.
De acuerdo a Fernando Calderón (1983), este decreto que más adelante comenzó a ser
conocido como "Reforma Urbana" intentaba dar respuesta a dos cuestiones: por una
parte, resolver la contradicción entre la propiedad privada y la especulación del suelo,
así como las necesidades de socialización de dicho medio de producción por los
sectores populares carentes de este recurso y, por otra parte, satisfacer las necesidades
de vivienda de dichos sectores. En el caso de Cochabamba, la respuesta que
proporcionaba el citado instrumento legal fue más específica: a partir de mediados de
1954, las clases medias urbanas, trabajadores mineros y no pocos campesinos
migrantes, comenzaron a organizar más o menos subterráneamente "sindicatos de
inquilinos" que amenazaban "tomarse tierras" consideradas baldías y sin cumplir
ninguna función social, las que ciertamente abundaban dentro de amplio perímetro
urbano.
En realidad, estas disposiciones estaban lejos de ser una verdadera reforma urbana que
planteara una modificación significativa de la propiedad del suelo urbano. Se dirigían
apenas a limitar el tamaño de los inmuebles y rectificar tendencias de acaparamiento de
tierras urbanas en manos de un puñado de grandes propietarios, que en el caso de
Cochabamba, se hicieron notorios desde la posguerra del Chaco. En todo caso, esta
medida, constituía un golpe sensible que arrebataba los restos de poder económico que
aun detentaban los exlatifundistas rurales, los grandes comerciantes y grupos ligados a
la antigua oligarquía minera, y en el caso de nuestra ciudad, los grandes y medianos
negociantes con la licitación del impuesto a la chicha, que participaban activamente en
negocios de especulación de tierras y viviendas.82
Pese a las previsiones técnicas que planteaba el decreto de Reforma Urbana y a existir
en la Alcaldía de Cochabamba condiciones favorables e incluso un instrumento de
planificación adecuado para encausar y dirigir el proceso de distribución de la enorme
cantidad de tierras que pasaban a dominio público, no se pudo influir mayormente en el
rumbo que tomó la fiebre de loteos que se desató a continuación. De esta manera
adquirieron dimensiones irremediables fenómenos como: la dispersión y atomización de
las áreas verdes, la consolidación de un tejido urbano de diseño caprichoso resultado de
fraccionamientos no controlados, las dispersión desmedida de las funciones
residenciales y la expansión horizontal generalizada de la ciudad, incluso más allá de los
límites fijados por el Plano Regulador.
De acuerdo a fuentes municipales que fueron hechas públicas, hasta julio de 1956 se
habían distribuido en favor de los sectores populares unas 264,64 Has. Sí en aplicación
al Reglamento de Fraccionamientos vigente, se restaba el 33% a esta extensión, con
destino a la formación de vías y espacios públicos, aun quedaba suficiente superficie
como para dar lugar a 3.500 lotes con un promedio de 500 M2 cada uno, tamaño acorde
con las aspiraciones de los adjudicatarios, es decir que las expropiaciones ejecutadas
permitían hacer dotaciones en favor de 3.500 familias (unas 17.000 a 18.000 personas)
(El Pueblo 17/07/1956). El Alcalde Armando Montenegro era mucho más optimista y
82
Una gran proporción de propiedades urbanas de más de una hectárea, que más tarde sería afectadas
por la ley de Reforma Urbana, fueron adquiridas como propiedades rústicas en la posguerra del Chaco Su
conversión en tierras urbanas a partir de 1945 significó una sensible revalorización de las mismas y dio
curso a jugosos negocios de fraccionamientos de tierras. Sin embargo muchas de estas propiedades no
fueron urbanizadas oportunamente a espera de dotaciones de infraestructura y otras mejoras urbanas que
mejoraran aun más su valor comercial. Hacia 1953, uno de los pocas fuentes de poder económico de las
elites desplazadas, eran estas propiedades, lo que todavía les permitía cierta capacidad de resistencia y
oposición al régimen, en la perspectiva de convertir los centros urbanos en baluartes de la "reacción" o
"la rosca" como se denominaba en aquéllos tiempos la oposición política al MNR. Se puede admitir que
este motivo político, fue también un poderoso resorte que presionó para adoptar la citada medida de
afectación.
20
precisaba: "Calculándose la dotación de lotes con una extensión que fluctúa entre 250 y
500 M2, se produce la cantidad de 18.000 lotes, suficiente para 50.000 personas" Esta
información se basaba en la existencia de 200 predios dentro del radio urbano con
extensiones superiores a los 10.000 M2. Otra fuente municipal estimaba que la
aplicación de la Reforma Urbana afecto en la ciudad alrededor de 900 Ha. Pero, de
acuerdo a estas estimaciones globales, hasta julio de 1956 solo se habían adjudicado un
29% del total de terrenos afectables. La impresión resultante de todo lo mencionado era
que el volumen de tierras urbanas que ingresaron al mercado inmobiliario, a través de
las afectaciones de la Reforma Urbana, eran suficientes para dotar de lotes a la masa de
inquilinos y resolver en poco tiempo el problema habitacional.
Estos síntomas se expresaban con nitidez mediante la fuerte demanda de lotes de tierras
áridas en la zona Sur, pero próximas al centro de comercio popular y ferial, en
desmedro de tierras fértiles disponibles en la periferia Norte. Tal comportamiento nos
lleva a sospechar que comenzaron a producirse situaciones más o menos disfrazadas de
acaparamiento de lotes en manos de políticos influyentes que se movían en las esferas
decisionales del partido de gobierno y los propios sindicatos. Es probable, aunque
obviamente no existe información clara al respecto, que surgieran tempranamente
negociados entre adjudicatarios de lotes "bien ubicados" y demandantes, quienes antes
que requerir lotes para la casa propia intentaban por todos los medios de hacerse de
tierras con alto potencial de acumulación de plus valor.
Por otro lado, muchos inquilinos no deseaban cambiar sus precarios pero bien ubicados,
alojamientos por lotes y casas de interés social en la lejana periferia del Norte. Por ello,
no resulta extraño que en 1956, por ejemplo, existieran más de 50 hectáreas de tierras
disponibles en zonas como Lacma, La Maica, Chimba y otros, sin mayor demanda (El
Pueblo, 7/07/1956) y que, en 1959 surgieran intempestivamente nuevos demandantes de
tierras dirigiendo sus miras hacia las áreas verdes y sitios municipales próximos a la
recién constituida Pampa, es decir, el nuevo centro ferial que había desbordado la
capacidad del sitio tradicional de Caracota. Este último episodio ilustraba el inicio de un
cambio importante en la naturaleza de la demanda de tierras.
20
Con este antecedente, la Reforma Urbana operó como un estimulante poderoso para
reforzar las aspiraciones de grandes contingentes de clase media, obreros, artesanos,
pequeños agricultores del Cercado, quiénes vieron la oportunidad, unos, para por fin,
encontrar una buena alternativa de liberarse del yugo del inquilinato; otros en cambio,
para sacar mayores ventajas y provechos a su condición de inquilinos e incluso obtener
algunos lotes, pero sin renunciar a su situación anterior. Para el logro de estos y otros
objetivos, como hacerse de tierras de alto valor comercial potencial, pronto quedó claro
de acuerdo con los nuevos tiempos, que la sindicalización era la mejor opción frente a
iniciativas dispersas. La clave era insertarse en las estructuras del floreciente
sindicalismo boliviano y acomodarse en la categoría de "obrero", "proletario",
"compañero trabajador" para acceder a los objetivos anotados. La categoría de
"inquilino" se homologó a las anteriores, pues este deja de ser un simple locatario de un
inmueble para pasar a revestirse con la aureola de víctima de la tiranía y el afán usurero
de los dueños de casa, quienes pasaron a ocupar, en esta nuevo y sui generis imaginario
social, el papel de "malvados patrones", en fin una entidad real contra la cual era
posible orientar la lucha. El instrumento de estos nuevos desposeídos era el "sindicato
de inquilinos" que pasó a jugar un rol mucho más amplio que su finalidad específica, de
tal suerte que en la ciudad pasó a tener el mismo nivel de influencia y poder político que
en el sindicato agrario en el medio rural.
Poner coto definitivo a una forma de explotación que alcanza a casi todas las
capas sociales, en beneficio de unos cuantos privilegiados, que se han
constituido en inhumanos explotadores (...) Desde hoy han quedado abolidos
para siempre, los odiosos privilegios de alquiler a ‘familias sin hijos’, contratos
anticréticos en moneda extranjera (...) No habrá tampoco más desahucios y se
creará una Policía del Sindicato para que practique constantes inspecciones en
las casas denunciadas como desocupadas (El Pueblo, 21/11/1954).
burlar la acción sindical, aunque no siempre este esfuerzo fuera coronado por el éxito
deseado: "Los sindicatos de inquilinos cuentan con ‘veedores’ profesionales que se
especializan en recorrer las calles observando que casas se encuentran desocupadas
para tomarlas en seguida por la fuerza e instalar allí a los que no tienen donde vivir"
(El Mundo, 03/09/1962). Con estos antecedentes, los sindicatos mencionados
proliferaron por todos los barrios de la ciudad y, cada uno de ellos se convirtió en una
instancia de protección y amparo de los inquilinos, además de una agencia de locación
de habitaciones, departamentos y casas en favor de sus afiliados. Los conflictos, quejas
y denuncias arreciaron. A través de ellas, es posible conocer algunos aspectos de la
situación de las casas de inquilinato, los famosos "conventillos" que habían proliferado
desde los años 30, y que sistemáticamente habían sido pasados por alto por el
Municipio. Diversas comisiones destacadas por el Sindicato de Inquilinos pudieron
constatar hechos como los siguientes:
Este fue el antecedente para la creación del Régimen de Vivienda Popular en mayo de
1956 y su instrumento técnico, el Instituto Nacional de Vivienda (INAVI). Dicho
régimen se estableció en base a recursos constituidos por aportes patronales. La
totalidad de lo recaudado se dispondría en la construcción de viviendas de acuerdo a un
plan preestablecido, siendo los futuros beneficiarios grupos de trabajadores
pertenecientes a diferentes ramas de la economía: minería nacionalizada, minería
privada, industria fabril, empleados estatales, petroleros, ferroviarios, constructores,
comercio y bancos, gráficos, además de otros sectores como periodistas, magisterio,
gastronómicos, seguros sociales, etc. Sin embargo, estas acertadas medidas no podían
tener efectos inmediatos, puesto que no era posible por limitaciones financieras
proceder a una masiva producción de vivienda social. Otra limitación grave de esta
política, era que dejaba al margen de sus beneficios potenciales a miles de pequeños
comerciantes, artesanos y a gruesos sectores de la rama de servicios personales que
operaban como trabajadores por cuenta propia y que estaban al margen de los aportes
patronales. La ley al no prever esta situación excluía del derecho a la vivienda de interés
social justamente a los sectores más necesitados de techo y a los más vulnerables a los
excesos de los dueños de casa.
En los años posteriores a la reforma urbana se agravaron los conflictos entre inquilinos
sindicalizados y propietarios de inmuebles. Pese a que estos últimos soportaban muchas
limitaciones: congelamiento de alquileres, impuestos elevados, control social rígido
sobre la administración de su patrimonio, prepotencia sindical y política, etc., de
ninguna manera se podía considerar un estrato acorralado y a la defensiva. Por el
contrario, en tanto más adversa era su situación, mostraban mayor capacidad para
desplegar un abanico de recursos, ingenio y artimañas para neutralizar y despejar tales
obstáculos. Así proliferaron, por ejemplo, los contratos de alquiler dobles o "casados",
es decir, se elaboraba un documento para el consumo de la autoridad, el sindicato, etc. y
se faccionaba otro privado (el verdadero) que regulaba la efectiva relación entre las
partes, incluyendo el monto real del arriendo que obviamente era muy superior al
alquiler oficial. Además, apelaciones a recursos legales como los desalojos y desahucios
por diferentes motivos: supuestas reconstrucciones o ampliaciones, parodias de
demoliciones por imaginarios riesgos de colapso constructivo, súbitas actitudes
"progresistas" de apoyo al desarrollo urbano a través de sesiones gratuitas al Municipio
de fracciones del inmueble, justamente las partes ocupadas por inquilinos molestos, para
el ensanche de vías públicas, apelación a transferencias ficticias, etc.; hicieron que la
lucha por el techo y un lugar de residencia fuera muy reñido a mediados de la década de
1950.
en medio de una aguda carestía de habitación, el derrumbe de todo techo que dejaba
desamparada a alguna familia era un acto condenable, aún cuando la misma hubiera
sido para realizar una mejora urbana. La frecuente intervención del Municipio abocado
a aplicar el Plano Regulador, fue una permanente fuente de este tipo de conflictos que
terminaron por sacar a luz la peligrosa idea de que "se impulse la construcción de
viviendas baratas en terrenos municipales", es decir en áreas verdes (El País,
05/12/1957). Los inquilinos tampoco cejaron en su empeño y menos se sintieron
derrotados por victorias parciales de sus oponentes. De esta forma, a través de una
infinita cadena de acciones, reacciones, apelaciones y vulneraciones a la ley, actitudes
tramposas y mañosas, altas dosis de astucia criolla y apelación a las mejores virtudes
altoperuanas para hacer mal al prójimo, se fue arrastrando el conflicto. El distinguido
escritor e historiador Augusto Guzmán, una de las tantas víctimas de este mar agitado de
pasiones, hacía referencia a la ingeniosa argucia del "derecho de llaves":
Si bien la Reforma Agraria, con todas sus limitaciones e imperfecciones, fue una
medida eficaz para saldar con justicia las reivindicaciones históricas del campesinado,
no se puede decir otro tanto de la Reforma Urbana, que no solo no resolvió otra sentida
necesidad popular sino que sufrió un rápido agotamiento como opción real para resolver
la carencia de vivienda. La falta de orientaciones técnicas precisas, el manejo político
prebendalista que en muchos casos guió la dotación de tierra urbana, gratificando a
menudo a quienes no tenían real urgencia de techo, pero si buen apetito para "hacer
negocios", terminaron en el despilfarro de las tierras afectadas por dicha disposición,
pese a que se llegó a estimar que existían suficientes terrenos como para dotar de lotes y
vivienda a toda la masa de familias carentes de habitación propia. Lo real es que, fines
de los años 50, persistía la existencia de una significativa demanda social no satisfecha,
ya sea por las razones anotadas o por que llegó tarde a la distribución de la, en realidad,
escasa tierra realmente disponible para atender las necesidades de alojamiento. En
consecuencia se fue desarrollando una fuerte tendencia a ocupar tierras que se
consideraban baldías y sin uso social definido, pero que, de acuerdo al Plano Regulador,
estaban destinadas a materializar proyectos de parques y sitios de recreación pública, o
recibir diversos equipamientos sociales, que el propio crecimiento de la ciudad los hacía
imperiosamente necesarios.
A pesar de la existencia del citado Plano Regulador y de una casi tradición en esta
materia, en realidad no existía una conciencia ciudadana respecto a la importancia del
desarrollo urbano y el tipo de políticas que requería la ciudad en este campo. La actitud
tradicional y despectiva respecto al crecimiento de la ciudad, era que en Cochabamba
"sobraba espacio" y, por tanto no existía ninguna razón para no pensar en la casita
propia, rodeada de jardines, huertos y corralitos. La idea de la propiedad horizontal y
sugerencias a cerca de la conveniencia de consumir el suelo urbano en forma más
racional, equilibrada y económica, provocaba fuerte resistencia y aversión, sobre todo
20
en los sectores populares, que no podían concebir otra forma de vivienda que la
tradicional casita horizontal de habitaciones en hilera, que popularmente se conocían
como "medias aguas". Se trataba de una adaptación de la vivienda campesina, es decir
una combinación ecléctica de la vivienda valluna que incorporaba o se acomodaba a las
necesidades urbanas, pero sin renunciar a reproducir fracciones del estilo de vida rural
en el lote popular. Lo extraño, en todo caso, es que siendo el problema de la vivienda el
que se mostró como el más conflictivo desde los años 1930 y se constituyó en la década
de 1940 en el eje y motor de la expansión urbana y la consiguiente especulación del
suelo, el Municipio se mostró renuente a incorporar en sus proyecciones una política
habitacional clara y conteniendo alternativas viables pese a que la Ley del Régimen de
Vivienda le proporcionaba medios y atribuciones para investigar, estudiar y elaborar
propuestas en torno a esta cuestión.
El origen de uno de los más sonados, a fines de los años 50 e inicios de los 60, se
produce en este contexto: las necesidades de mejorar las instalaciones del comercio
ferial dieron lugar a mediados de 1959 a una ordenanza municipal que disponía la
expropiación y el desalojo de varios vetustos inmuebles colmados de inquilinos en la
calle Punata y San Antonio. Sin embargo los afectados no deseaban perder su relación
inmediata con este centro de comercio popular y solicitaron a la Alcaldía que "se les
permitiera construir edificaciones en la colina de San Miguel" (El Pueblo, 14/11/1959).
Así se abrió camino a la formación del Sindicato Único Pro-vivienda San Miguel en
1960. A partir de ese momento, ya no fueron inquilinos dispersos, sino el sindicato que
pronto cobró notoriedad e influencia, el que se opuso sistemáticamente a cualquier
solución conciliatoria viéndose rápidamente reforzado por nuevos contingentes de
demandantes ansiosos de urbanizar la colina de San Miguel. De esta manera, a las 40
familias originalmente afectadas por las expropiaciones citadas, se agregaron varios
centenares, alcanzando a 400 al cabo de pocos meses. El conflicto cobraba cada vez
mayores proporciones ante la cerrada negativa municipal para planificar un
asentamiento urbano en San Miguel, una vez que se defendía rígidamente su condición
de "área verde", procediéndose incluso a desarrollar trabajos de forestación
extemporáneos. El Sindicato consideraba que éstos eran terrenos baldíos y sujetos a las
afectaciones dispuestas por la Reforma Urbana. A este respecto dicha organización
sindical señalaba:
El problema de los alquileres tendió a agravarse con las disposiciones promulgadas por
el Poder Ejecutivo a fines de 1959, introduciendo el "régimen de libre contratación"
para el arriendo de locales comerciales y otros no destinados a servir de alojamiento.
Sin embargo, los dueños de casa extendieron rápidamente estas disposiciones a las
condiciones de arriendo de viviendas, ahondándose los problemas entre estos y los
inquilinos por severos reajustes en el alquiler y la multiplicación de los desahucios. Los
sindicatos de inquilinos aglutinados en una federación comenzaron a ganar las calles.
Una manifestación masiva, en diciembre de 1960, identifico explícitamente a aquéllos
que los inquilinos consideraban "sus enemigos", obviamente los propietarios de
inmuebles, pero además, "el grupo de gamonales del comité Pro Cochabamba", los
administradores de justicia que evitaban que ningún inquilino gane un juicio de
desahucio e incluso el propio Municipio enfrascado en una concepción del desarrollo
urbano ajeno a las aspiraciones populares.
A este respecto, Alberto Nogales Secretario General del Sindicato Único Pro Vivienda
del Cerro San Miguel sentenciaba en un fogoso discurso: "primero que la forestación y
los adornos está la propia casa" (El Mundo, 22/12/1960). Pronto esta frase se convirtió
en la consigna del movimiento. De esta manera, a fines e 1960, el sindicato tomó
posesión simbólica de 450 lotes en la colina de San Miguel, en un acto de usurpación
pero revestido de toda la solemnidad necesaria, bajo la sombra protectora del Comando
del MNR. A tono con la circunstancia de este "acto revolucionario", el citado dirigente
definió así el sentido de la acción asumida: "Si nuestros compañeros campesinos desde
1953 son propietarios de sus pegujales, es justo que los proletarios de la ciudad seamos
211
1. De acuerdo a las propias fuentes municipales, solo el 37% de las familias tiene
acceso a vivienda propia, existiendo unas 14.387 familias sin este beneficio.
2. Que las áreas verdes, la forestación, los ‘pulmones de la ciudad’ son
importantes en tanto se resuelven los problemas básicos de la población, y no a
costa de estos. En este sentido los criterios de la Unión Panamericana y otros
organismos internacionales sobre esta materia ‘solo se han aplicado en los
barrios de gente acomodada, por ejemplo, una plaza como la Colón o la Cobija
-de acuerdo a esta lógica- no pueden suponerse en la Av. 9 de abril o en
Caracota’.
3. Todos los trámites de afectación de tierras por la Reforma Urbana ‘han
chocado con el obstáculo frío de las autoridades’. Todos los sectores que
intentaron dotaciones mediante este camino fracasaron en lo fundamental o
tuvieron que alzar las manos.
4. Los lanzamientos judiciales siguen en pleno vigor, como un instrumento
represivo eficaz en manos de los dueños de casa.
5. Todos estos aspectos configuraban, desde la óptica del Sindicato, una situación
de incuria de las autoridades y la sociedad, con respecto a los sectores de
menores recursos. Por ello la ocupación del cerro San Miguel se consideraba
como un ‘triunfo’ y la propia colina bajo estas condiciones se había convertido
21
Entre tanto, el resto de los inquilinos aprendían velozmente todas estas lecciones
prácticas, multiplicándose las "cooperativas" y sindicatos pro-vivienda, pasando
rápidamente a emular a sus colegas de San Miguel: en febrero de 1961, la Cooperativa-
Pro Vivienda de Villa Santa Cruz, constituida por 200 familias, ocupó 8 hectáreas de
tierras en la zona Sur. A fines de ese mismo mes, el Sindicato Pro Vivienda San Pedro,
ocupó parte de esa escarpada colina en el sector de Las Cuadras (Prensa Libre,
16/02/1961 y 24/02/1961). A estas se sumaron otras ocupaciones de tierras a cargo de
los sindicatos pro vivienda de Cerro Verde y la Avenida América.
En suma, más allá del apasionamiento con que sindicatos pro-vivienda defendían
aquello que consideraban que era justo, los hechos sumariamente expuestos ponían en
evidencia que la Reforma Urbana no había sido aplicada en forma adecuada, es decir,
no solo no se había constituido en una alternativa para resolver el problema habitacional
como se menciono antes, sino al contrario, este proceso se había distorsionado,
burocratizado y corrompido, merced a lo cual se amasaron no pocas fortunas y se
prolongaron, complejizaron y entrepapelaron los trámites de afectación, abriéndose
paso a la opción de "las posesiones de hecho de los terrenos sujetos al régimen de
afectación", en tanto paralelamente se iniciaba el penoso trámite de dotación, que no
pocas veces concluía en transacciones que favorecían extraordinariamente a los
propietarios, quienes convertían esas afectaciones, merced a infinitos recursos legales,
en simples y lucrativas operaciones de compra-venta de tierras. Estos hechos, sin duda,
21
Una reflexión final necesaria a cerca de todo lo analizado, no puede dejar de lado la
cuestión delicada de establecer si el raudo crecimiento que finalmente experimenta la
ciudad bajo el impulso de todo el proceso que se desata a partir de 1953, fue en realidad
resultado de un movimiento social urbano genuino o resultado de maquiavélicas
maquinaciones políticas articuladas a practicas de vulgar clientelismo. No es posible
afirmar que todos estos movimientos de reivindicación de tierras y techo propio
hubieran sido planificados y motivados en función de un sistema de recompensas
políticas. Por ejemplo, los sindicatos pro-vivienda, con frecuencia estimularon las
rivalidades entre facciones del MNR, de tal manera que en tanto formalmente apoyaban
al partido gobernante, atacaban y debilitaban la representación del ejecutivo en el
Municipio y otras instituciones. De cierta manera, estos conflictos desnudaron las
flaquezas y debilidades del régimen, y lo que es más significativo, expusieron a la luz
pública la existencia de tendencias francamente conservadoras dentro del partido
gobernante en oposición a un ala “de izquierda” que apoyaba a los sindicalizados sin
techo. Ciertamente unos pocos años más tarde (1964), estas contradicciones internas del
MNR terminarían con su derrocamiento, no siendo casual que dichos sectores
conservadores jugaran un rol importante en lo que luego se denominó la “Revolución
Restauradora”.
Una necesaria síntesis del proceso urbano que se inicia en la década de 1950, exige una
evaluación más ordenada de un conjunto de situaciones bastante heterogéneo. Es
21
Con este tipo de antecedente, no resultaba arbitrario que el Sindicato Pro-Vivienda San
Miguel reivindicara la cuestión de la vivienda popular en zonas consideradas próximas a
los centros de actividad comercial, rechazando la alternativa de una reubicación del
asentamiento en sitios suburbanos. Además, a la inversa de los procesos anteriores, este
movimiento cuestionó la razón técnica del citado Plano Regulador y, tal vez lo más
significativo: fue capaz de alcanzar un grado de organización y cohesión social que no
solo resistió con éxito las presiones políticas, los embates de la opinión pública a través
de la prensa, la inflexible oposición municipal, sino que consolidó la posesión de la
tierra ocupada a través de la autoconstrucción de habitaciones y del propio barrio en
condiciones increíblemente difíciles, una vez que no solo la sociedad sino la propia
naturaleza, una colina rocosa, árida y muy empinada, dificultaban esta labor,
convirtiéndola en una obra extremadamente penosa debido a los escasos y precarios
recursos técnicos y materiales disponibles.
definió uno de los rasgos esenciales que asumirían unos años más tarde los extensos
barrios periféricos del Sur y Norte de la ciudad.
Sin embargo, en el caso del Sindicato Pro-Vivienda San Miguel y otros similares, los
procesos de ocupaciones de tierras que protagonizaron pueden situarse en el marco de
un real movimiento social urbano, en razón de un proceso de movilización por
reivindicaciones urbanas, vivienda y sitios céntricos para residir, que desde sus inicios
tuvo un cariz contestatario a las políticas estatales y municipales en materia de
urbanización y vivienda; puso en evidencia una política municipal incapaz de conciliar
los objetivos del desarrollo urbano con los intereses populares, demostrando por el
contrario que el Plano Regulador concebido como un proyecto modernizador de la
oligarquía derrotada, pasó a ser el estandarte de las nuevas elites regionales, en razón de
lo cual se fortaleció su carácter autoritario y vertical. De esta manera se introdujo en el
ámbito urbano un patrón asentamiento y de consumo del suelo, que más allá de su
irracionalidad técnica y de las consecuencias negativas que ello ocasionará a la ciudad,
no dejó de ser una alternativa popular contraria a la planificación municipal en materia
de urbanización y vivienda que modificó sensiblemente la estructura urbana
preexistente. Finalmente, las luchas de los sindicatos pro-vivienda en los años 50 y 60
dejaron una tradición de resistencia en los barrios populares que aún perdura. Las
posteriores juntas vecinales en muchos momentos se constituyeron en un factor de
poder y definición en el transcurso de las movilizaciones populares de los años 70 y 80,
pero sin alcanzar el nivel de los primeros.
21
En todo caso, las masas de Abril, de una u otra forma, definieron las pautas de
transformación de la ciudad, por ello aún es posible percibir el eco de su presencia en la
bullente zona Sur y en el avance cotidiano de lo popular sobre lo moderno que hacen de
Cochabamba una ciudad formalmente remozada pero con un espíritu profundamente
mestizo, como un testimonio imperecedero de su compleja constitución.
El proyecto de modernización del Estado y el país propuesto por el MNR fue impulsado
por las masas de Abril mucho más allá de lo previsto por los ideólogos del
Nacionalismo Revolucionario: la Nacionalización de las Minas, la Reforma Agraria e
incluso la Reforma Urbana, tuvieron contenidos más radicales de los que hubieran sido
deseables. Existía, como se pudo comprobar en el desarrollo de los acontecimientos por
lo menos en el ámbito regional, un creciente desajuste entre las concepciones y ritmos
de transformación del país que el MNR podía permitirse y las aspiraciones de justicia
social y un drástico ajuste de cuentas con el pasado que exigían obreros, campesinos y
clases medias.
83
Zabaleta destaca que Aguirre Cerda en Chile y el propio Perón habían llegado más lejos sin semejantes
exageraciones en el proceso social. Sin embargo en Bolivia para un plan tan modesto, que ni siquiera
implicaba el surgimiento de una burguesía industrial, ya era necesario destruir el aparato estatal previo.
21
Tales objetivos, que solo en forma indirecta involucraban a Cochabamba, no eran una
premisa demasiado original. La guerra del Chaco había demostrado la necesidad de esta
vinculación e incluso desde los tiempos de Viedma se había debatido tal posibilidad y,
situaciones coyunturales como la pérdida de las plazas comerciales de Cochabamba en
el Pacífico y el Altiplano después de la guerra con Chile, habían estimulado a
conspicuos representantes de las elites de Cochabamba como J. von Holten, Francisco
Velarde y Fernando Quiroga, estos dos últimos, directores de influyentes órganos de
prensa como el Heraldo y el Ferrocarril; a lanzar propuestas para fortalecer la economía
de Cochabamba en base a los amplios espacios orientales. Ello motivo que desde fines
del siglo XIX se multiplicaran las expediciones hacia las tierras de los yuracarés para
identificar una ruta a adecuada hacia Santa Cruz y el Beni, y que desde la década de
1920, se definiera como una aspiración prioritaria de Cochabamba la construcción del
ferrocarril a Santa Cruz,84 lo que dio lugar a un largo debate, que finalmente permitió
fijar la ruta que aprovechaba el trazo del Ferrocarril del Valle, proyectando la
ampliación de la red a partir de Arani hacia Aiquile, Totora y Valle Grande.
84
De acuerdo a Gustavo Rodríguez (1993), el ferrocarril en el ideario señorial evocaba la imagen deseada
del progreso y el crisol donde se fraguaría la nacionalidad: "En el imaginario de las elites, la línea férrea
era emisaria de civilización, unidad nacional y acceso preferente al mercado". La cuestión de conquistar
nuevos mercados y nuevos espacios a través de "ferrocarriles modernos" se convirtió en una verdadera
obsesión para los cochabambinos desde fines del siglo pasado, dirigiendo sus esfuerzos en dos
direcciones: las antiguas tierras de Moxos, convertidas en el Departamento del Beni desde 1842, y el
importante mercado de Santa Cruz. Sin embargo, las agrestes estribaciones cordilleranas, los montes y los
caudalosos ríos de la cuenca amazónica, se transformaron en un obstáculo casi insalvable para estas
aspiraciones. Para la vinculación con el Beni se contempló la opción de transitar por el Chapare,
multiplicándose una serie de iniciativas tras el colapso de los mercados cerealeros en el Altiplano en la
posguerra del Pacífico, protagonizada por una "verdadera plaga de camioneros" que intentaban marcar el
mejor rumbo para alcanzar un puerto seguro sobre alguno de los grandes ríos que atravesaban el antiguo
territorio de los Yuracarés, para de allí navegar hasta Trinidad, así se propusieron las rutas de Moleto,
Covendo, Chapare, Chimoré o Securé. Sin embargo una ruta estable al Chapare solo se materializará a
fines de la década de 1960. Por otro lado, con relación a la segunda opción, incluso con anterioridad a la
inauguración de la línea férrea Cochabamba-Oruro en 1917, se reivindicó la urgencia de la vía férrea
Cochabamba-Santa Cruz, con cuyo motivo se realizaron muchas movilizaciones regionales. Una vez más
se barajaron una serie de trazos para vencer las enormes dificultades planteadas por la geografía.
Finalmente se optó por ampliar el Ferrocarril del Valle a partir de Arani hasta Vila Vila en 1932. Sin
embargo la obra quedó inconclusa y en 1941 se optó, bajo presión de los EE.UU. por la ejecución de una
carretera de "primera clase" o asfaltada. (Ver un análisis completo de este proceso en Rodríguez, 1993).
85
Se trata del Informe de la Misión Económica de los EE.UU. en Bolivia presidida por Merwin Bohan y
entregada al gobierno de Bolivia en 1942.
21
No deja de ser notoria la coincidencia entre algunas de estas sugerencias y las medidas
que se adoptaron a partir de 1952. No obstante este estudio no constituía una propuesta
global de ordenamiento de la economía y tampoco un diagnóstico exhaustivo de la
realidad del país, pero evidentemente reforzaba muchos de los puntos de vista
propuestos por los partidos opositores como el PIR y el MNR, quienes utilizaron este
informe para fortalecer su autoridad con relación a la pertinencia de las reivindicaciones
políticas, económicas y sociales que exigían. De hecho, las propuestas contenidas en el
Plan Bohan se inspiraron en las plataformas de los partidos políticos que encarnaban las
aspiraciones del nuevo sentido de nacionalidad y Estado emergentes.
Sin embargo, todo este despliegue no visualizó ni se orientó hacia criterios de desarrollo
integral y equilibrado entre regiones y a la franca ruptura del modelo centralista de
Estado. El esfuerzo de diversificación se oriento hacia el desarrollo urgente y prioritario
de la agricultura y la ganadería del Oriente, donde la Reforma Agraria no fue aplicada,
no afectándose la unidad agrícola hacendal en los llanos orientales, la que no solo fue
conservada, sino recibió el enorme estimulo de un masivo flujo de créditos agrícolas,
que en teoría debían haberse destinado a mejorar la capacidad productiva de la mediana
22
Paradójicamente, pese a que con mucha anterioridad a 1952, se reconocía que el enclave
minero se debatía en la decadencia merced a su escasa innovación tecnológica, a la
ausencia de plantas de fundición y a las ventas enormemente desventajosas de mineral
durante la conflagración mundial, fue justamente la política de diversificación
económica del régimen de la Revolución Nacional, la que le propinó golpes aun más
severos al propiciar una política de reorientación de las utilidades mineras hacia su
inversión en otros sectores de la economía. Por lo menos en un primer periodo
COMIBOL financió los fondos del crédito agrícola y particularmente la expansión de
YPFB.86
El saldo resultante de todo esto es que no llego a emerger algo semejante a una clase
social hegemónica, pero si un basto bloque social hibrido, con intereses no
necesariamente coincidentes y hasta contradictorios y forjando alianzas prebendales y
coyunturales para alcanzar objetivos sectoriales generalmente mezquinos, pero sin logar
de manera alguna, la coherencia ni la perspectiva de una elite política capacitada para
hacer marchar la región y paralelamente construir su espacio de poder ideológico,
político, económico, social, cultural y urbano. Su capacidad se limitó a satisfacer, de
una u otra manera, su desmedida "sed de capital" con el único expediente de recurrir a
la fácil apropiación-expropiación del excedente económico campesino, que en ese
momento era el único agente económico que realmente producía riqueza en grado
significativo en Cochabamba. Por ello el horizonte de los "nuevos ricos" de Abril, no
fue más allá de los negocios feriales, pues allí, y no en otro lugar, se encontraban las
panaceas del "desarrollo" tal como ellos lo entendían.
A diez años del inicio de la Revolución Nacional era perceptible que los frutos de las
grandes transformaciones sociales y económicas apenas habían alcanzado a
Cochabamba. Las mismas aparentemente solo operaron como movimientos que
trastrocaron la corteza de la realidad regional, recompusieron su superestructura e
introdujeron un recambio en sus protagonistas y en sus instituciones. Sin embargo la
marea revolucionaria no llegó al fondo de la base estructural: formalmente
desaparecieron las haciendas y el régimen de colonato, pero no se modificaron
sustancialmente los medios y las relaciones de producción. El espíritu y la ideología
señorial no desaparecieron necesariamente, por el contrario, con leves retoques, fueron
adoptados por las nuevas clases emergentes para afianzar la constitución de las nuevas
fronteras de segregación social y aun racial, que mantuvieron inalterable la situación
subalterna y opresiva de los ex colonos formalmente convertidos en "compañeros
87
Gordillo y Rivero (2007) afirman a este respecto: “El MNR ejecutó acciones transformadoras en el
altiplano y en los llanos, pero no tuvo un proyecto especial para Cochabamba. Permitió que los
sindicatos se posesionaran de las haciendas, que los terratenientes fueran desarraigados de sus tierras y
que se instaurara un tipo de vida cotidiana sin respeto por la ley ni el orden, que poco a poco fue
moldeando una particular cultura social y política en la región sin identidad definida, sino con
resultados híbridos que se van produciendo en cada coyuntura convulsionada” (obra citada: 19).
22
campesinos" y "trabajadores del agro", pero virtualmente tratados como una fuerza de
trabajo servil sometida a las exacciones de la economía de mercado, es decir, a la acción
de unos "nuevos patrones" que bajo el ropaje y los modos populares que recubren su
carácter de intermediarios entre productores y consumidores, practicaban férreamente el
ejercicio de las leyes de la acumulación capitalista.
Uno de los grandes desencantos que comenzaba a ser palpable se refería al balance de la
primera década de aplicación de la Ley de Reforma Agraria. Sin duda, el saldo
favorable más significativo se refería a la conversión de los antiguos colonos de fincas
sujetos a vasallaje en trabajadores libre y dueños individuales de pequeñas parcelas,
vieja aspiración campesina valluna que se había convertido en realidad. La
universalización del régimen parcelario condujo a una acelerada expansión de la
economía de mercado que aparentemente reposaba en un campesinado libre de
sujeciones serviles y en la posibilidad de disponer libremente del fruto de su trabajo. Sin
embargo esto no sucedió en la forma teóricamente descrita por los ideólogos de dicha
Reforma: el excedente agrícola fue arduamente disputado por multitud de
intermediarios y, en cierta forma la capacidad de mayor o menor apropiación de la renta
campesina por capas sociales que no intervienen en forma directa en el proceso de
producción, fue la base sobre la que se estructuraron las nuevas relaciones sociales y de
poder en la región. El pivote de esta recomposición de actores pero no de roles reposó
en la inalterable persistencia de una masa de trabajadores campesinos subordinada, sí
bien ya no al patrón gamonal, pero sí y férreamente, a la lógica capitalista del
intercambio desigual.
No obstante, como señala Laserna (1984) citando fuentes especializadas sobre el tema,
no todo era de signo negativo: por ejemplo, se experimentó un significativo incremento
de las tierras cultivadas, consiguientemente un incremento sensible de la producción de
88
No se debe olvidar que el Censo Agropecuario de 1950, para el caso de Cochabamba, había registrado
un volumen cercano al 90 % de tierras hacendales inexplotadas.
22
alimentos y una mejora en los niveles de consumo de calorías por parte del campesinado
con relación al periodo anterior a 1952, así como un creciente acceso a la producción
manufacturera. Otro logro significativo fue el enorme desarrollo de la educación rural.
No obstante, sobre todo este último proceso, aislado de alternativas de innovación
tecnológica y desarrollo rural, no hizo otra cosa que acelerar las tendencias de
descampesinización, la conversión de los productores en pequeños comerciantes de
ferias y por último la emigración hacia las ciudades y el exterior.
Este vacío intentó ser llenado en 1962 por un denominado Centro de Defensa Nacional
organizado en el seno de la influyente Federación de Excombatientes del Chaco, siendo
tal vez este, el primer antecedente de un movimiento cívico regional más genuino. En
un singular manifiesto hecho público en agosto de 1962, el citado Centro puntualizaba
varias cuestiones candentes, que hasta ese momento habían permanecido sin un
portavoz válido:
Es del dominio de nuestro pueblo y del de los poderes del Estado, la crítica
situación económica y social del Departamento de Cochabamba, sobre todo en
los tiempos recientes, con su producción agropecuaria en completa
desorganización y descenso, y su minería a punto de periclitar, mientras la
industria y el comercio se hallan en pleno proceso de paralización y
decaimiento como lo demuestran las estadísticas, haciendo notar que en los
últimos diez años cesaron sus actividades más del 50 % de los establecimientos
fabriles con la consiguiente desocupación de miles de trabajadores y empleados
(...) El despoblamiento de Cochabamba, principalmente de su clase media y
laboral, que ante la falta de todo aliento para sobrevivir, se ven forzadas a
abandonar el suelo natal (...) en busca de trabajo para dirigirse a la ciudad de
La Paz o Santa Cruz, mientras que los que pueden hacerlo emigran a las
naciones vecinas (...) El resultado final de este proceso tendrá que ser
fatalmente el aniquilamiento y liquidación de Cochabamba en sus poblaciones y
el campo, convirtiéndose su capital en una ciudad de ínfima categoría (...) es la
suerte y el triste destino a que se nos va reduciendo (Prensa Libre, 01 /08/1962).
Por todo lo señalado, no resulta una exageración afirmar, que los primeros diez años de
Revolución Nacional fueron, en realidad, negativos para el desarrollo de Cochabamba,
sobre todo si se considera que los principales ideólogos del Nacionalismo
Revolucionario, que definieron las bases teóricas y políticas del nuevo Estado, eran
hijos de la llajta y que, en buena parte de su discurso, ponían en relieve la importancia
22
Tardo diez años Cochabamba en percibir que su auge mercantil no era el equivalente al
progreso, por ello, el sentimiento general, interpretado por un periodista, se resumía a
una sencilla pregunta: "Cochabamba, necesita saber con urgencia ¿que lugar ocupa
dentro de los planes de Gobierno?". Sin embargo, esta pregunta, pertinente en 1952-53,
resultaba ingenua y extemporánea a inicios de los 60, pues la respuesta era palpable:
Cochabamba había permitido pasivamente que se la convirtiera en una suerte de
"periferia central" y, solo a posteriori mostraba su asombro y desazón.
Tal vez lo más curioso de todo esto es que los intelectuales vallunos, muchos de cuna
gamonal, fueron capaces de desarrollar un discurso lúcido orientado hacia la necesidad
de construir un nuevo Estado nacional sustitutivo del viejo poder minero-feudal, pero no
tuvieron las mismas luces para "mirar" la región y trazar una viabilidad para la misma
dentro de este proyecto de basto alcance. Por ello, se puede percibir, que este discurso
excepcionalmente coherente para definir el proyecto de nación en su globalidad no tuvo
una equivalente nitidez para ver el universo regional. Esto explica la ausencia de
objetivos claros y voluntades que mostraran firmeza y militancia en la exposición de
unas aspiraciones que articularan indisolublemente el proyecto de desarrollo regional
con el proyecto de hegemonía política, económica y social de una clase o una alianza de
clases sustitutivas del poder oligárquico en la región, y que hiciera gravitar la viabilidad
histórica de su condición de nueva clase o grupo dominante, en función de materializar
dicho desarrollo, como finalmente ocurrió en el caso de Santa Cruz.
La profunda crisis que vive Cochabamba desde mediados de los años 50, con particular
crudeza a inicios de los años 60, no fue suficiente para torcer la actitud contemplativa y
fatalista de los actores regionales. ¿Cuál fue la razón para que no sucedieran
emergencias cívico-sociales como las protagonizadas en el Oriente? La respuesta no es
sencilla, es más, resulta un tema de sumo interés que una investigación más especifica,
vinculada a la constitución de la nueva estructura social regional emergente del
derrumbe oligárquico en 1952-53 pudiera desentrañar, fijando mayores precisiones a
este respecto89. Por tal razón, apenas aventuramos una hipótesis: la constitución
temprana de un mercado interno regional estimuló la formación de capas de
intermediarios, que desde larga data dominaban los "secretos" de la actividad ferial, y
en cierta forma poseían una "cultura" mercantil que pudieron aprovechar al máximo, al
producirse el derrumbe del poder hacendal y la incontenible ampliación de la economía
de mercado, con posterioridad a la Reforma Agraria. En consecuencia, estas capas
medias de cholos y vallunos pudieron "saciar" en mayor o menor grado su sed de
riqueza y estatus, y confundiendo su propia bonanza con el bienestar general,
percibieron que el subdesarrollo regional era la fuente de su potenciamiento económico
y político. Luego, este pudo ser el origen de su actitud indiferente y apática con respecto
a un compromiso real para emprender un proyecto de modernización de la sociedad
regional, que intuían, y aun intuyen, les podría ser adverso a su propia condición de
89
La investigación de José M. Gordillo y Alberto Rivera (2007) en torno a las estructuras de poder en
Cochabamba entre 1940 y 2006, arrojan luces sobre esta temática y muestran que el vacío creado por el
desplome de la vieja oligarquía no ha sido llenado.
22
grupo de poder. Por tanto, el límite de su compromiso con el desarrollo regional, fue de
tipo discursivo y formal, apenas suficiente para guardar convenientes apariencias.
En esta perspectiva, no resulta casual que el tono y contenido de los manifiestos cívico-
regionales en Cochabamba, fuera confuso y de alcance meramente reivindicativo de
obras públicas diversas, cuya sumatoria no configuraban ningún plan y menos una
estrategia de desarrollo. Tal vez por ello mismo, los empeños del Comité de Defensa
Nacional y del Comité de Defensa de los Intereses de Cochabamba fueran efímeros y
sin ningún efecto práctico, en tanto el discurso del Comité pro Cochabamba y del propio
Comité Pro Cuarto Centenario no rebasaron los límites citados.
Por todo ello, la primera crisis regional que experimentó Cochabamba después de 1952,
ya no es comparable con las periódicas crisis de décadas anteriores y las similares del
siglo XIX, pues en este caso, ya no se trata de crisis de mercados para colocar los
excedentes de la producción de granos u otros productos, sino, de un proceso que
expresa las contradicciones estructurales de un modelo de acumulación y desarrollo
relativo, cuya debilidad radica en que su única opción es sustentarse sobre el ancestral
atraso rural, profundizando su explotación y ampliando su condición de pobreza. En
síntesis la crisis del flamante reino de intermediarios en que se convierte Cochabamba,
hace referencia a la insoluble contradicción entre un creciente universo de pequeños,
medianos y grandes empresarios mercantiles y, un cada vez más reducido ejercito de
productores que materializan una "torta" llamada riqueza agrícola proporcionalmente
pequeña y cuyas tajadas no satisfacen a la multitud de demandantes sino en grado
extremadamente desigual.
22
Capitulo V
Sin embargo, el consiguiente debate en torno al rumbo que debía tomar el desarrollo del
país, no tuvo raíces nacionales y fue ampliamente influido por las corrientes derivadas
del propio desarrollo capitalista y de las teorías que se elaboraron en los países centrales
o en las agencias internacionales, cuya función esencial no solo fue imponer ciertos
modelos o "recetas" de desarrollo, sino además difundir la ideología de la modernidad,
como una corriente representativa de la cultura de Occidente, en el contexto de un
esfuerzo sostenido por ampliar la economía de mercado y así obstaculizar la amenazante
perspectiva del cambio estructural.
Una de las escasas virtudes de esta confrontación fue que se comenzó a debatir en forma
intensa la cuestión del desarrollo. Para la CEPAL, hacia 1949, la cuestión del desarrollo
era visto como un proceso único y universal, que más allá de sus connotaciones
filosóficas, contenía un desafío técnico que era necesario superar. Bajo esta óptica se
argumentaba que América Latina presentaba condiciones favorables para la difusión
técnica y tecnológica que se orientara a superar la dicotomía responsable de su lento
desarrollo, es decir, la coexistencia dentro de las sociedades latinoamericanas de
sectores capitalistas modernos y regiones donde todavía eran dominantes estructuras
atrasadas y precapitalistas.
Bajo este tipo de criterios comenzó a tomar forma a inicios de la década de 1950, la
teoría de las relaciones "centro-periferia", particularmente explicita en los flujos del
comercio mundial. Los desequilibrios consiguientes que favorecían notablemente a los
denominados países "centrales" o altamente industrializados, no solo era expresión de
unas relaciones asimétricas con saldos negativos en las balanzas comerciales de los
estados nacionales latinoamericanos, sino también era el resultado de un proceso de
apropiación por parte de las mencionadas potencias industriales, de una parte importante
del excedente generado por sectores clave de las economías de los países periféricos.
Luego este "desequilibrio" era el que impedía la formación de una "masa crítica de
consumidores" a través de la cual no solo se generalizaría el "progreso técnico" sino
incluso la "visión moderna de la sociedad capitalista".
(1968). En los años 70, esta teoría ya tenía una amplia difusión y había sufrido muchas
modificaciones y no pocas críticas (Coraggio,1974). De esta forma los polos de
desarrollo fueron tratados como centros urbanos cuyo potenciamiento industrial tendría
efectos ampliados sobre un espacio geográfico particular, nominalmente la región de
influencia inmediata, cuyo atraso o postergación podría verse reducido. La idea era
desarrollar un cierto tipo de industrias que tuvieran aseguradas materias primas en base
a los recursos naturales de la región. Algunos autores como Gino Germani (1970)
relacionaron esta teoría con la cuestión de la modernidad y, comenzaron a considerar
"lo urbano" como moderno y la ciudad como un mecanismo de integración social. Estas
pautas ya estuvieron presentes en los planteos de Friedmann (1969), particularmente en
su propuesta sobre los "modelos centro-periferia", donde los fenómenos de
metropolización se constituían en un factor positivo pues se promovía la transición del
sector atrasado (rural) hacia el moderno (urbano). Germani, retomando estos criterios
señaló que la modernización podría alcanzarse a través de las migraciones a las grandes
ciudades y mediante la "difusión geográfica de la modernidad" a partir de un polo
dinámico, es decir, un centro urbano industrial irradiando una influencia benéfica sobre
un universo rural atrasado.
La tesis de la hiperurbanización fue muy popular en la década citada (1970), sobre todo
cuando se constató la distancia entre las teorías del desarrollo y la realidad resultante de
su aplicación: rápidamente se comprobó que uno de los problemas más extendidos del
proceso urbano latinoamericano era la rápida expansión de las periferias de las ciudades
y la configuración, en cortos lapsos de tiempo, de grandes aglomeraciones que
sobrepasaban ampliamente los ritmos de la industrialización. Pronto se relacionó la
brecha que se habría entre hiperurbanización e industrialización como la causante
principal del fenómeno de la marginalidad, dirigiéndose entonces los esfuerzos a trazar
diversas estrategias para amortiguar este efecto, que se constituyó en la gran amenaza
para la modernidad y el desarrollo urbano en esta época.
Desde puntos de vistas opuestos, surgieron corrientes disidentes a estas ideas del
desarrollo. A fines de los 60, Andre Gunder Frank (1970), realizó una severa crítica a las
teorías del desarrollo vigentes, en especial a las teorías dualistas, sosteniendo que bajo
las condiciones de la expansión capitalista el desarrollo y el subdesarrollo forman parte
de una sola dinámica de acumulación mundial, donde simultáneamente se produce el
efecto del desarrollo en los centros industriales y se reproduce el subdesarrollo en la
periferia del sistema. Estas corrientes fueron sometidas a duros debates y
cuestionamientos que dieron paso a las corrientes marxistas, sobre todo a partir de los
trabajos de Castells y otros, quienes pusieron en el tapete de la discusión, la cuestión
más general de la relación entre espacio y sociedad, considerándose al primero como un
"producto social" y, desplazando el centro del debate a la cuestión del "proceso de
producción del espacio" como un fenómeno históricamente determinado. Bajo este
punto de vista, la hiperurbanización en los países del Tercer Mundo era un producto de
la dependencia en la fase monopólica del desarrollo capitalista. De acuerdo a esta línea
de pensamiento, a cada forma de ordenamiento espacial le corresponde una estructura
social dada y un nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, adquiriendo por tanto las
unidades espaciales la categoría de actores sociales que muestran diversas facetas de la
condición de dependencia que expresaba, de manera general, la urbanización
latinoamericana.
reivindicó la necesidad de determinar los factores reales que han conducido a cada
formación social del continente a diferentes grados de atraso y dependencia sin arriesgar
generalizaciones reduccionistas. De esta manera, Singer, introdujo en la discusión
puntos de vista, que mas tarde serían ampliamente utilizados, para prácticamente
demoler la teoría dependentista. Si bien aceptaba la cuestión de la dependencia como un
factor específico, este no era el único y operaba al lado de otros factores, como el
tamaño de la economía, las fuerza políticas y sociales, la trama de intereses y
contradicciones, las capacidades de alianza o confrontación de los actores sociales
involucrados y el rol del Estado con respecto a las clases sociales y los grupos de poder
regional, que también tienen capacidad de influir en el desarrollo de la urbanización y la
marginalidad.
Singer, Cardoso y Faletto (1969), Stavenhagen (1975), Pradilla (1984), Burgess (1980),
introducen nuevos conceptos al debate, no solo desarrollando una redoblada crítica a la
teoría de la dependencia, sino aportando puntos de vistas diferentes a la discusión de la
producción social del espacio. Se pasó a resaltar la importancia de considerar las
condiciones generales de producción y reproducción de la fuerza de trabajo y sus
implicaciones en la producción socio-espacial. Bajo esta óptica, se sostuvo que era
comprensible el proceso del desarrollo capitalista desigual y contradictorio de la
periferia bajo condiciones de dependencia del sistema mundial, es decir que las
condiciones de atraso y los distintos ritmos de desarrollo en América Latina no solo son
atribuibles a su posición de dependencia, sino a contradicciones internas de cada
formación social. En este orden se sugirió, que el análisis de "las condiciones internas"
resultaba crucial para resolver la cuestión de la relación contradictoria "atraso-
modernidad" como una proyección de la articulación-subsunción de modos de
producción dominantes y subordinados, arguyendo que la condición de dependencia no
solo se expresada en la esfera abstracta de las relaciones económicas internacionales,
sino en las alianzas políticas y sociales de fracciones de la burguesía, el Estado y el
capital multinacional.
Paralelamente a este intenso debate sobre la dependencia, las causas del atraso y la
acelerada urbanización sin desarrollo industrial, que apasiona a grandes sectores de la
intelectualidad latinoamericana, las agencias internacionales, estimuladas sobre todo por
el amenazador ejemplo que proyectaba la Revolución Cubana, propiciaron nuevos
esfuerzos. Luego del fracaso para alcanzar resultados significativos de desarrollo
económico y social mediante la difusión de la modernización y el desarrollo regional,
surgieron concepciones "neomodernistas": La Agencia Internacional para el Desarrollo
(USAID), organismo del gobierno norteamericano, introdujo a mediados de los 50 la
estrategia del "desarrollo de la comunidad", como una respuesta práctica e inmediata a
las necesidades perentorias de áreas atrasadas y potencialmente subversivas. Sin
embargo, los esfuerzos no solo se dirigían a la búsqueda de respuestas prácticas en
contraste con las posturas teóricas de los grupos intelectuales, sino también se ingresó
en el campo de las ideas y de los conceptos, avanzándose hacia una crítica de la
inoperancia de los aparatos estatales para administrar la economía, implementándose
una serie de ajustes económicos y fiscales, como una garantía que pasaron a exigir las
agencias de desarrollo como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial,
para canalizar recursos financieros a ser entregados bajo la forma de prestamos, créditos
y donaciones. Así surgen nuevas estrategias alternativas como la cuestión de la
"equidad social" que debiera ser inducida por el crecimiento económico.
23
Todas estas teorías, muchas de las cuales fueron adoptadas por el Estado Boliviano,
sobre todo, las patrocinadas por el Banco Mundial, se orientaron a desarrollar esfuerzos
para "reducir la pobreza y mejorar la equidad" pero sin introducir alteraciones en la
distribución funcional del ingreso, es decir, sin alterar los modelos de acumulación de
capital. Varios autores (Lawner 1988, Sabatini 1990, Burgess 1992) criticaron la
ambivalencia de estas estrategias dirigidas en lo esencial, más allá de sus posturas
humanitarias, a asegurar el bajo nivel del valor relativo de la fuerza de trabajo, al mismo
tiempo que incrementar el valor relativo del capital. Muchos de estos modelos de
desarrollo sectoriales se orientaron hacia el reforzamiento de los factores técnicos de
sustitución de la inversión de capital por el concurso del trabajo abundante y de bajo
costo, es decir, en pro del retiro de capitales y la promoción de empleo aplicando
tecnologías intensivas en energía de trabajo. La expresión más típica de esta renovada
concepción dualista de la sociedad se expresó en la amplia promoción y difusión que
merecieron en los años 70 los programas urbanos de autoconstrucción de vivienda
popular soportados básicamente por el sector informal. A partir de estas propuestas, en
la década siguiente y en los 90, surgirían nuevos puntos de vista que procurarán, bajo
diversos envoltorios y disfraces, incrementar la productividad de la pobreza como forma
de resolver el desafío de su creciente avance.
La Política de Diversificación Económica que fue aplicada por el MNR entre 1952 y
1964 definió los rasgos esenciales de lo que vendría ser el ordenamiento territorial y el
sistema de ciudades en Bolivia en la segunda mitad del siglo XX. En efecto, la decisión
estatal de romper con el modelo de mono producción minera que había caracterizado la
economía del Estado Oligárquico, al privilegiar dos sectores clave: los hidrocarburos y
la agroindustria, en términos espaciales significó: la definición de una vertebración
territorial consolidada a través del desarrollo de la infraestructura del transporte,
destacándose como la obra de mayor trascendencia las carreteras Cochabamba-Santa
Cruz y las posteriores Cochabamba - Villa Tunari - Puerto Villarroel y, Santa Cruz -
Ichilo - Puerto Grether, además de los ferrocarriles: Yacuiba - Santa Cruz con conexión
a la red ferroviaria Argentina y Corumbá - Santa Cruz con conexión a la red ferroviaria
brasileña. Por otro lado, se produjo el acelerado desarrollo de la agricultura y la
agroindustria del Oriente particularmente con productos agro exportables como el
azúcar, el arroz, el algodón y la soya, generándose un crecimiento espectacular entre
1950 y 1975. Además, a partir de 1953 todos los sectores estratégicos de la economía se
hallaban dominados por tres grandes empresas públicas nacionales: YPFB, COMIBOL
y CBF, además de varios bancos estatales. (Arze Cuadros, 1979: 265 y siguientes)
23
Hacia 1975 los efectos del nuevo modelo de desarrollo eran perceptibles siguiendo la
pauta de otras experiencias que se situaban en el marco de las teorías del desarrollo
anteriormente examinadas. La estrategia de diversificación no se había sustraído a un
proceso de crecimiento de la economía extremadamente desigual, que no solo tenía
expresiones en las distintas ramas de la producción, sino también en la creciente
diferenciación en los ritmos del desarrollo regional. De esta forma era indiscutible el
raudo crecimiento de la industria petrolífera y la agroindustria en el Departamento de
Santa Cruz, frente a un proceso de escasa dinámica en el sector minero que padecía la
falta de innovación tecnológica y la pérdida de competitividad en la esfera del mercado
internacional de minerales, así como el estancamiento virtual del desarrollo de la
agricultura tradicional de los valles que definitivamente no era una rama importante de
la economía dentro de esta óptica estatal, aún en las administraciones militares que
sucedieron al régimen del MNR, pese a que el estratégico Pacto Militar Campesino
tenía una fuerte base social en Cochabamba.
En este orden, el régimen del Gral. René Barrientos no llegó a esbozar un planteó
distinto al Plan Decenal que comenzó a ser ejecutado en el período final de los
gobiernos del MNR, simplemente se adhirió a los mandatos de las agencias
internacionales para proseguir con el famoso Plan Triangular, ya vigente desde 1963, y
que perseguía una revitalización de la economía minera agobiada por inacabables
situaciones deficitarias en base a un drástico recorte salarial acompañado de una franca
apertura a capitales externos para explotar los recursos naturales del país: la
desnacionalización de la Mina Matilde, la entrega de las colas y desmontes de la Mina
Catavi, las concesiones petrolíferas a la Bolivian Gulf y el estimulo a la minería
mediana a costas de debilitar COMIBOL y YPFB, fueron el resultado de esta política,
sin que se modificaran las condiciones de subdesarrollo y dependencia del país, que por
el contrario tendieron a agravarse.
En este contexto los valles de Cochabamba, como veremos más adelante, eran apenas
un campo de maniobra, clientelismo y base de apoyo social, a través del antes citado
Pacto Militar Campesino, a un régimen dictatorial todavía impregnado de tintes
populistas, detrás de los cuales asomaba una débil burguesía que demandaba
incrementar el ritmo de acumulación de capital en base al incremento de la tasa de
explotación de la fuerza de trabajo, pero que todavía no osaba actuar sin la sombra
protectora del Ejercito Nacional. El fugaz período del "Nacionalismo Revolucionario"
(Aranibar, 1978) implemento el "Modelo Nacional Revolucionario de Desarrollo", que
se proponía rectificar las "desviaciones" del régimen anterior, reforzando la intervención
estatal con el objetivo de promover un desarrollo acelerado e independiente, en función
de lo cual, se procedió a nacionalizar las concesiones efectuadas a la Gulf Oil, se
recuperó la Mina Matilde y las colas y desmontes.
23
Bolivia se caracteriza por una visión del mundo estática y determinista, una
elite económica y política sin claro contenido ideológico y filosófico, una
rebeldía popular efímera, desordenada e inmediata, en cuyo mar de fondo yace
un complejo de inferioridad ante las fuerzas externas y un estado de indecisión
social (...) La antigua clase dominante -la oligarquía minera derrocada en
1952- no ha sido sustituida por un grupo homogéneo de intereses compatibles,
sino por multiplicidad de grupos amorfos y en intensa competencia por el
comando del Estado, cada uno sin fuerza para gobernar independientemente.
En estas circunstancias de inmadurez aún marcadas por la política clásica y de
clientela, no se pueden lograr las articulaciones verticales y horizontales dentro
de la pirámide administrativa integrada por feudos egoístas, autoridades sin
capacidad para dar una orientación e imponer disciplina y respeto, y por una
burocracia que todo lo obstruye (...) La economía boliviana es de bajo
dinamismo en contraposición a sus potencialidades. Su sector no monetario es
predominante. La base campesina vive un sistema de economía de subsistencia
y autoabastecimiento al margen de la economía de mercado. Amplios sectores
sociales derivan sus ingresos de actividades ligadas a la importación (grandes y
pequeños importadores en combinación con gobernantes contrabandistas,
transportistas comerciantes, funcionarios de aduanas y control, etc.). La
burguesía en ascenso sin la capacidad de la que le antecedió -la rosca minera y
la aristocracia agrícola- buscó la asociación con fuerzas y empresas externas o
internacionales que concluyeron por asumir las riendas del poder e imponer el
gobierno militar: este a su vez se manifiesta intransigente en la repartición de
beneficios y ventajas del poder, con sentimiento de propiedad de la maquinaria
estatal.(...) En conclusión: faltando unidad en el comando social y político, y
una visión de los problemas económicos, los intentos o resultados del
planeamiento seguirán siendo la sumatoria de medidas aisladas o paralelas.
90
Dentro del marco de estas observaciones se encuentran: el Plan Bienal Económico y Social 1963-1964,
inspirado por expertos norteamericanos de la Alianza para el Progreso, en el marco de una evaluación del
Plan Decenal de Desarrollo (1961) y como una desagregación operativa de éste para agilizar la toma de
decisiones en el plazo inmediato. El Plan Bienal Económico y Social 1965 - 1966, "destinado a coordinar
la política de desarrollo y a disciplinar el proceso de las inversiones nacionales en el lapso comprendido
entre 1965 y 1966”. Se trata de un segundo plan operativo de aplicación del Plan Decenal destinado a
orientar el crecimiento de la economía del país. El Plan Operativo 1967, debía formar parte del Plan
Cuatrienal de Desarrollo del gobierno del Gral. Barrientos, también dirigido a apuntalar el crecimiento de
la economía. El Plan de Reforma Administrativa (1969) que contemplaba introducir "reformas en la
estructura jurídica e institucional del gobierno a objeto de de otorgarle eficacia operativa para alcanzar
los postulados de la Revolución Nacional", esta disposición sería sustituida en 1972 por la Ley de
Organización Administrativa del Poder Ejecutivo. La Estrategia Socio Económica del Desarrollo
Nacional 1971-1991, elaborado en 1970 y que por primera vez planteaba la espacialización del desarrollo
El régimen del Gral. Banzer, que emerge como una reacción a las tendencias
socializantes de la administración Ovando-Torrez, puso en vigencia numerosos
instrumentos de planificación, que de alguna manera continuaron con otras varias
iniciativas desarrolladas con posterioridad a 1964. El Plan Nacional de Desarrollo
Económico y Social o Plan Quinquenal 1976-1980, a diferencia de los anteriores,
cuyos niveles de acción eran muy generales y sin referentes concretos en relación al
ordenamiento territorial, se proponía, entre otros objetivos: "organizar eficientemente el
espacio físico en función de sus potencialidades" e "integrar orgánicamente el
territorio nacional". El Plan reconocía y aceptaba el impacto espacial que había
producido la política de diversificación económica, pasando a fortalecer esta realidad en
términos de una voluntad estatal definida. En este orden se señalaba que el sistema
urbano-regional boliviano estaba conformado por un "núcleo central" que el plan
denominó "eje territorial fundamental", cuyos vértices eran las ciudades de Santa Cruz,
La Paz y Tarija, dentro de este perímetro se encontraban otras ciudades fuera de las
mencionadas, como: Oruro, Cochabamba, Sucre y Potosí. En este espacio geográfico,
no solo se concentraba la mayor parte de la población sino lo esencial de la economía
del país, es decir: el 90 % del PIB, el 95 % de la industria y el 100 % de la minería y el
petróleo. Este espacio fundamental contenía dos ejes principales y sus respectivos
hinterlands: el Eje Fundamental constituido por las ciudades de La Paz, Oruro,
Cochabamba y Santa Cruz, donde se concentraba lo esencial del nivel de desarrollo
alcanzado por el país en las últimas dos décadas, merced a lo cual se había logrado la
conexión con los puertos del Pacífico, a través de Chile y Perú y con los del Atlántico a
través de la Argentina y el Brasil; y un Eje Complementario conformado por las
ciudades de Oruro, Potosí, Sucre, Tarija con conexiones hacia Chile y la Argentina, pero
con un nivel de desarrollo mucho más modesto (Ver mapa 18)91.
Bajo el envoltorio de esta descripción técnica comenzaba a tomar forma una nueva
realidad territorial, o dicho de otra manera, emergía la dimensión geográfica y espacial
del Estado de 1952. Es decir una estructura territorial diferente del enclave minero y el
predominio avasallador de la meseta andina, que a través del desarrollo de la
infraestructura caminera y ferroviaria que unía los nuevos escenarios de la dinámica
económica con el asiento del poder centralizado y los canales de exportación, había
definido, en efecto "ejes" de flujos de producción, de capitales y fuerza de trabajo que
introdujeron cambios esenciales en el antiguo esquema territorial del Estado
Oligárquico, pero dieron lugar a nuevas contradicciones, complejidades y matices al
reproducir más intensamente el desarrollo desigual, una ley de las formaciones
capitalistas que estaban muy lejos de neutralizar los modelos de desarrollo en boga en
América Latina.
y luego del estaño, que trataba de ser reemplazado por otro, el modelo estatal del 52,
que a nombre de la modernización y diversificación de la estructura productiva propició
la transferencia de los excedentes económicos generados por la minería nacionalizada
en favor del acelerado desarrollo capitalista del Oriente. Luego, la gran crisis que se
inicia desde la última mitad de los años 70, no sería otra que la crisis del nuevo modelo
de acumulación que no lograba consolidarse totalmente debido al fracaso del MNR y de
gobiernos posteriores, que solo lograron descapitalizar a la minería y profundizar la
declinación de su capacidad productiva, pero sin lograr realmente construir unas
estructuras productivas alternativas y modernas que alcanzaran una dinámica propia y
un grado satisfactorio de eficiencia, competitividad y sostenibilidad.
Esta vendría a ser la coyuntura que trata de atender el Plan Nacional de Desarrollo del
Gobierno del Gral. Banzer, cuando se sostenía que pese a los grados importantes de
concentración demográfica y económica, el eje central no había logrado niveles de
integración espacial, económica y social suficientes para generar economías de
aglomeración convenientes que sirvieran de base a un nivel razonable de desarrollo
económico y social.
Por otra parte, el modelo de primacía urbana que caracterizó la urbanización en Bolivia
hasta los años 50, y que correspondía a la tipología del subdesarrollo "centro-periferia"
fue reemplazado por el conjunto de aglomeraciones urbanas contenidas en el citado
"eje", que en este orden se mostraba internamente "equilibrado", pues, La Paz, la
primera ciudad de acuerdo a su peso demográfico, solo era 3,5 veces mayor que
Cochabamba, 4,8 veces mayor que Santa Cruz y 6,3 veces en relación a Oruro. Sin
embargo, el eje en su conjunto evidenciaba fuertes diferenciaciones con las otras
regiones del país: no solo por que albergaba la población urbana mayoritaria, sino por
que en 1977 había generado el 67 % del PIB nacional, contribuyendo sectorialmente
con el 62 % del PIB agropecuario, con el 35 % del minero y metalúrgico, con el 81 %
del petrolero, con el 79 % del manufacturero, con el 83 % de la generación de energía y
con el 65 % del transporte y las comunicaciones (Méndez, 1980).
Luego los principales centros urbanos del país, de acuerdo a este diagnóstico, no
garantizaban las condiciones indispensables para un desarrollo adecuado de la
comunidad ni eran una base de apoyo estable para el desarrollo de las actividades
productivas. En todos los casos, los elevados déficit de infraestructura y servicios
básicos se convertían en una fuerte limitación para satisfacer de forma adecuada las
necesidades de los torrentes migratorios, los cuales no solo veían frustradas sus
esperanzas de mejores condiciones de vida, sino que eran obligados a "auto resolver"
los problemas que normalmente el Estado Benefactor debía encarar, postergándose así
la posibilidad de consolidar una concentración de población que potenciara los
mercados de consumo manufacturero a la escala del crecimiento de los sectores
industriales. Luego las grandes ciudades bolivianas de la década de 1970, como hasta
hoy, tendían más a adquirir la fisonomía de grandes campamentos de habitación
precaria en lugar de centros difusores de la modernidad.
estación de paso y reclutamiento de fuerza de trabajo, como otrora lo fue La Paz con
respecto a la explotación colonial de la minería potosina y su necesidad de vincularse a
Lima y los puertos del Pacífico. Por último "las regiones plan" definidas por la
Estrategia eran: La Paz-Oruro, Cochabamba, Santa Cruz, Tarija-Chuquisaca-Potosí y
Beni-Pando.
Durante las diversas etapas del mismo (del desarrollo nacional) este
departamento cumplió su tradicional papel agrícola, recibió los beneficios
colaterales de sucesivas bonanzas y envió sus excedentes de población a
trabajar en las salitreras, en los socavones, en las zafras del norte argentino o
Santa Cruz, junto con su maíz, sus patatas y sus verduras. De este modo se
constituyó en un caso típico de relación indirecta y dependiente de otros
desarrollos. Solo fue un factor de apoyo que podía sustituirse con las
importaciones si las cosechas resultaban malas o insuficientes. Su bienestar o
su pobreza dependían de acontecimientos ocurridos en otras partes del país,
como la boya de una nueva mina que requería brazos adicionales y más
alimentos, o en el exterior, como el alza o la baja de las cotizaciones del
92
Ver las abundantes argumentaciones del famoso Seminario Vocación, Desarrollo y Destino de
Cochabamba, 1972.
24
A su vez, una declaración política del MIR (Los Tiempos 07/05/1978, expresaba
criterios similares pero desde otro ángulo de enfoque: "Cochabamba no es una región
que cuente significativamente con recursos naturales exportables y pasa a ocupar un
tercer o cuarto lugar en el orden de prioridades que define el gobierno en su política
económica" Con esta premisa se elaboró, luego de hacer las consideraciones de rigor en
torno a "la función proveedora de servicios" a que había sido relegada Cochabamba, un
interesante análisis sobre la inversión pública canalizada a la región durante el gobierno
del Gral. Banzer comparándolo con la inversión pública nacional, que vale la pena
rescatar: al respecto se anotaba que del monto global de la deuda pública contraída por
el gobierno hasta diciembre de 1977, se había asignado al Departamento de
Cochabamba solo el 7,81 % del total nacional.93
De acuerdo a la fuente citada dichos recursos habían sido dispuestos del siguiente
modo: el 1,00 % a la Corporación de Desarrollo de Cochabamba (CORDECO) para
estudios, investigaciones y proyectos; el 5,00 % para los sectores productivos,
particularmente la industria y, el 94,00 % con destino a la infraestructura de servicios.
Con estos datos se demostraba el sentido que tenía la inversión pública en Cochabamba,
es decir la enorme brecha entre la ridícula inversión para potenciar el aparato
productivo, con la instalación o ampliación de tres unidades industriales: COBOCE, una
fábrica de azulejos y una curtiembre; y el gran esfuerzo dirigido a potenciar la
capacidad de servicios que se esperaba brinde la región a través de fuertes inversiones
en proyectos como las ampliaciones de Corani y Santa Isabel, o la ampliación de la
refinería de Valle Hermoso, que sin embargo no potenciaban la economía regional ni
multiplicaba la oferta de empleo productivo dado su carácter altamente concentrador de
capitales pero dirigido a un tipo de producción, la energía, que si bien podía tener un
significativo impacto para la economía del país, no tenía un efecto equivalente para la
región que incluso no recibía ninguna regalía o ingreso adicional por parte del Estado
por estos "servicios".
93
La deuda pública contraída por el país al 31 de diciembre de 1977 era del orden de2.510.700.000
dólares americanos, de los cuales se habían destinado a Cochabamba 196.100.000 dolares, es decir el 7,81
% del total nacional.
24
Un otro aspecto a considerar es la percepción que tenían los cochabambinos, sobre todo
las elites urbanas residentes en la ciudad, en torno al desarrollo regional y a las
aspiraciones que expresaban con relación a esta temática. Las elites regionales, desde la
segunda mitad del siglo XIX, habían tomado conciencia de la centralidad de la región
como un factor importante para su desarrollo, a condición de que este se volcara a
potenciar una viabilidad nacional, basándose en el desarrollo de un mercado interno
consumidor de manufacturas nacionales, donde el "espacio central" jugaría el rol de
articular las distintas regiones y distribuir los bienes agrícolas e industriales. Es por esta
razón que la condición para el desarrollo regional era la imagen del ferrocarril y la
vertebración caminera hacia los cuatro puntos cardinales, como se propugnaba al
término de la Guerra del Pacífico. No tardó mucho tiempo en que esta percepción del
desarrollo "desde el centro" hacia la periferia entrara en conflicto con la percepción del
Estado Liberal que promovió el desarrollo ferrocarrilero en sentido inverso, es decir
desde el macizo andino contenedor de la riqueza minera hacia los puertos del Pacífico,
siguiendo naturalmente las tendencias de la articulación de la economía nacional al
mercado capitalista mundial. Luego las primeras luchas regionales se centraron en
contrarrestar esta determinación estatal y exigir que también el ferrocarril llegara al
centro de Bolivia. Paralelamente se multiplicaron los proyectos regionales y las
expediciones para enlazar los valles centrales con las llanuras orientales (Rodríguez,
1993).
La región de Cochabamba al igual que Santa Cruz, como señala Gustavo Rodrigues
(obra citada) perdieron sus plazas naturales en la meseta altiplánica merced a la
modernización y recomposición de las comunicaciones que introdujo el desarrollo del
capitalismo minero, alterando las vinculaciones regionales y con ello la importancia de
cada oligarquía regional, retornando una vez más el sentimiento de "aislamiento" que
estimulaba el Estado para marginar o en todo caso postergar el desarrollo y debilitar el
poderoso rol que otrora jugó el "granero" valluno ya sea para atender las urgencia del
emporio potosino o para alimentar a la minería republicana. Ahora los ferrocarriles,
portadores por excelencia de los ideales de progreso imperantes a fines del siglo pasado,
significaron para Cochabamba a ruina por ser los facilitadores de los cereales chilenos,
que venían a expulsar a los similares cochabambinos de sus tradicionales mercados.
Tales fueron los sentimientos que marcaron el rumbo de los movimientos regionales
hasta la primera mitad del siglo XX.
De esta manera surgen las primeras percepciones de la realidad departamental bajo las
nuevas condiciones que propone el Estado de 1952. La primera constatación es que
Cochabamba no tiene nada significativo que ofrecer al comercio internacional y que en
consecuencia, no solo no es una región prioritaria respecto a la atención que pueda
brindarle el Estado, sino que incluso las obras ejecutadas por éste a nombre del
desarrollo de Cochabamba no servían para otra cosa que para habilitarla como "centro
de servicios" o "polo de servicios" como piadosamente se la denominaba en los
documentos oficiales.
Por otra parte, las capas medias de intermediarios, comerciantes y empresarios diversos,
que emergían como los nuevos poseedores de riqueza, no llegaban a definir en
propiedad, una burguesía regional equivalente a la antigua clase terrateniente y, por
tanto, si bien estas nuevas élites tenían capacidad y habilidad para subordinar a sus
intereses de acumulación a la gran masa de productores campesinos, eran
manifiestamente débiles en sus relaciones externas, particularmente con respecto a la
burguesía agroindustrial cruceña o al empresariado de la denominada "minería
mediana" que hacia los años 70, ya había cobrado plena vigencia. En consecuencia,
Cochabamba sin mucho aspaviento "apareció" como proveedora de energía eléctrica,
refinación de petróleo, nudo vial, proveedora de alimentos y fuerza de trabajo baratos,
esto último, como una condición primordial para el desarrollo agroindustrial; e incluso,
como mercado consumidor de productos de la agroindustria cruceña y de las
manufacturas paceñas. Dicho de otro modo: Cochabamba prestaba el "servicio"
fundamental de subvencionar la expansión de otras economías regionales (Comentario
de Carlos Quiroga a Laserna, obra citada).
Sin entrar en detalles que fácilmente nos alejarían del objeto de este análisis,
señalaremos, tomando como base el exhaustivo trabajo de Cesar Soto (1986), que el
citado Pacto tiene como antecedente más inmediato dos aspectos: en primer lugar, el
desgaste del MNR en función de gobierno, aspecto que a partir de la administración
Siles se reflejó en el rápido potenciamiento de la institución armada en razón de que el
régimen no podía prescindir más del Ejercito para resolver los conflictos sociales e
24
En realidad, las fuerzas armadas, desde varios años antes comenzaron, a desarrollar una
política de acercamiento a las áreas rurales a través de programas de ayuda como la
"Acción Cívica" dirigida a ejecutar o a colaborar en la ejecución de obras de
infraestructura. Sin embargo, la acción que jugó el ejercito para terminar la lucha
fratricida entre las milicias armadas de Cliza y Ucureña, creando incluso una Zona
Militar, pero básicamente presionando para que las diferencias terminaran en torno a
una mesa de negociaciones, le proporcionó un mayor prestigio y reconocimiento como
institución "mediadora" y "pacificadora", que con el tiempo, según Soto, devendría en
una forma mesiánica de entidad "salvadora".
El General René Barrientos Ortuño fue el personaje central de este proceso, dadas sus
dotes personales para desempeñar el rol arriba anotado y su capacidad para crear una
basta red de clientela política en todos los niveles de la densa organización sindical
campesina, la misma que a partir de 1963 le sirvió de base de apoyo para sus
aspiraciones vicepresidencialistas94. Al respecto anota Soto:
Pacto fue útil para imponer la candidatura vicepresidencial del Gral. Barrientos. Recién
en 1965, una vez derrocado el MNR, la Federación Campesina de Cochabamba utilizó
el término "Pacto Militar - Campesino"
El Gral. Barrientos una vez instaurada la Junta Militar encabezada por el Gral. Ovando,
inició una campaña para hacerse del poder, una vez más recurrió al "arte" de las
maniobras y los atentados que sabía manejar diestramente para imponer esta vez su
candidatura presidencial95. A estas alturas el sometimiento del sector campesino valluno
a los designios del general, era absoluto. Esta situación se traducía bien en un discurso
del dirigente Jorge Solíz:
Sin embargo, el Gral. Barrientos no pudo desarmar totalmente a las milicias campesinas
pese a las campañas desarrolladas con este propósito. Pero ello no evitó que bajo la
cobertura del Pacto, ellas se convirtieran en un recurso represivo del régimen,
interviniendo en labores de apoyo para reprimir al movimiento minero a lo largo de
1965, siendo consideradas como fuerzas semi regulares al mando de las Fuerzas
Armadas.
Por otro lado, la vinculación entre el campesinado y el Estado a través del Pacto derivó
en relaciones entre los diversos niveles de la organización sindical campesina, de tipo
vertical, directo y paternalista, con el Gral. Barrientos como la referencia y el pivote de
todo este sistema de control social, o como sugiere Albó (1979) bajo características y un
estilo muy personalista del tipo padrinazgo o relación patrón - cliente, por cierto muy
propia del tipo de relaciones que a nivel más general se establecieron en las zonas
rurales cochabambinas entre campesinos minifundistas e intermediarios, aunque
obviamente este alineamiento incondicional de los diversos niveles de las direcciones
sindicales con el gobierno, produjo paulatinamente un divorcio entre estas jerarquías y
las bases campesinas. De esta manera se estableció una curiosa estructura operativa
para el funcionamiento del Pacto Militar Campesino: los prefectos y los comandantes de
las grandes y pequeñas unidades del ejército diseminados por todo el país, se
convirtieron en los "mediadores" y representantes del General y, con esta autoridad
delegada se ocuparon de arbitrar y resolver los conflictos internos de los campesinos.
95
La renuncia del Gral. Barrientos a participar en las elecciones convocadas por la Junta Militar y a
continuación el verificativo de un segundo atentado contra la vida del General, provocaron grandes
concentraciones campesinas y mostraron hasta que grado el campesinado estaba sometido. En
Cochabamba grandes masas de campesinos se volcaron a las carreteras, caminos vecinales, vías férreas
para iniciar un bloqueo total. "La milenaria táctica del bloqueo servía ahora para apoyar de manera
servil a un militar que representaba al Estado". Luego de cuatro días se resolvió el problema, con el
concurso personal del General, quién además de ganar inmensa popularidad, allano todos los obstáculos
hacia la conquista del poder.
24
¿Cómo fue posible que el Estado lograra este grado de sometimiento político e
ideológico del campesinado, sobre una base tan frágil, como la continuidad de unas
relaciones extremadamente desiguales entre productores y mercado? Tal vez se puede
levantar la hipótesis de la imagen paternal y generosa que adquirió el Estado a partir de
la Reforma Agraria en el imaginario de las masas campesinas, no tanto como el donador
de la parcela de tierra que se quita al patrón en un acto de justicia, sino particularmente
como propiciador de la transformación del abyecto colono en "propietario y
ciudadano". Es decir, adquirir el derecho al voto y sentirse escuchado por el Estado, le
permiten "igualarse a los demás en el cielo de la política, enmascarando su profunda
desigualdad en el infierno de la producción, el acceso al mercado y el sempiterno
racismo de cuño señorial del criollaje" (Soto, artículo citado).
No obstante, se podría ver la cuestión planteada desde otros dos ángulos hipotéticos: por
una parte, esta servidumbre política es el frustrante final de una revolución inconclusa
que en su primer acto liberó a los colonos de la servidumbre patronal y la exclusión
social, y luego, en la medida en que el límite de la Revolución Nacional no era otro que
la aspiración a una democracia formal "moderna" y pro-occidental, el recurso para
apaciguar la marea social que derrumbó a la oligarquía fue la apelación al clientelismo y
24
Esto último, es particularmente válido para los valles de Cochabamba, donde la sola
invocación a la figura del General convertía a la multitud en una dócil arcilla capaz de
ser modelada de acuerdo a la voluntad del caudillo demagogo y a los intereses de clase
que representaba. Este fenómeno puede ser interpretado desde una perspectiva histórica
más larga, es decir, tal actitud de aceptación de una nueva forma de vasallaje, pudo en
realidad ser una estrategia defensiva frente a las clases mestizas emergentes empeñadas
en consolidar un modelo de acumulación regional que les fuera favorable. Al ser el
territorio valluno desde tiempos remotos un territorio de trajines y asiento de
multietnias, no llego a formalizarse como un espacio de comunidades y asiento de
culturas con una fuerte identidad socio territorial, sino apenas como un piso ecológico
de diversas estrategias andinas. Luego tanto en la Colonia como en la República, se
mantuvo como un espacio donde era fácil transgredir el férreo orden de castas y
tributos. El valluno mestizo (antiguo indio forastero) que históricamente se forjó en este
proceso, resulto ser el estrato social que ocupó los amplios intersticios que no logró
copar el aparato estatal en la medida en que su versatilidad de semi campesino, artesano,
comerciante y trabajador por cuenta propia, le permitían escapar a los rígidos moldes de
la sociedad oligárquica, siendo la feria y el dominio de las artes mercantiles feriales su
mejor arsenal. Obviamente, el mantener intocable el universo ferial, bien valía una
alianza con el mismísimo diablo.
Por todo ello, esta alternativa también fue asumida por los herederos de los yanaconas
que se acogieron a esta institución (el yanaconaje), originalmente para evadir el servicio
de la mita, permaneciendo por generaciones bajo la sombra protectora de la encomienda
y la hacienda colonial, para luego acomodarse en la república dentro del régimen de
colonato (el arriendo de tierras) de la hacienda gamonal republicana. En la nueva
coyuntura que se inicia en 1953, la masa de antiguos colonos (ex arrenderos),
convertidos de la noche a la mañana, en dueños legales de sus sayañas, asimilaron bien
su desamparo frente a la economía de mercado y entendieron que su condición de
"ciudadanos libres" era más simbólica que práctica, por ello percibieron con temor que
no estaban preparados para sumergirse por cuenta propia en el hostil mundo de las ferias
y los negocios y requerían de otras sombras protectoras para sobrevivir. De esta manera,
24
Una variable importante detectada por Blanes y Flores (1985), fue la interrelación entre
procesos migratorios y motivaciones no solo económicas sino ligadas a aspiraciones de
educación, es decir que para un importante porcentaje de migrantes la educación de los
hijos aparecía con el mismo nivel de importancia que cuestiones básicas como la
alimentación y el vestido. Otro aspecto significativo es que el espacio receptor de
primer orden, esto es el Valle Central, era además el espacio de mayor concentración de
oportunidades de diversificación económica, cobrando en este contexto un valor muy
significativo la interrelación entre el sector agrícola y el sector comercial, una vez que
96
Al respecto anota Cesar Soto (obra citada): "El PMC -Pacto Militar Campesino- expresa sin duda una
mutación en los sistemas de reconocimiento social y político: el sistema partidario y de representación
política se derrumba y se inaugura un nuevo tipo de mediación. Su aceptabilidad se ve acrecentada más
aún por la imagen mesiánica que vende Barrientos en sus innumerables giras y viajes a distintos
rincones del país (De este modo se aseguró cotidianamente el apoyo de este vasto sector social. Inició
todo un estilo de ponguaje político que sus seguidores se dieron a la tarea de imitar). Esta inquietante
correspondencia entre antiguos siervos y amos nos muestra a todas luces que el PMC no fue impuesto de
manera vertical y desde arriba. Hubo aquiescencia de partes. Esto, porque el poder es una relación: no
se lo ejerce sin más, no solo se aloja en la represión y la fuerza, sino en el consenso y el consentimiento
del dominado".
25
Este proceso determina la promoción de una nueva forma de vida e incluso la formación
de nuevas familias, pero prosiguiendo con el desarrollo de estrategias de sobrevivencia
adaptadas al ciclo agrícola de los trópicos y con un mayor de grado de articulación a la
economía de mercado.
Un cronista que examinaba la problemática departamental de esta época, consideraba
que "el principal problema que confronta la región es el problema poblacional". Se
mostraba alarmado por los saldos migratorios negativos que exhibía el Departamento de
Cochabamba en relación al período intercensal 1950 - 1976, estableciéndose que tales
fenómenos se vinculaban con un cuadro de deterioro de la agricultura y la falta de
empleo urbano. Al efecto se identificaban las siguientes causas:
En las áreas rurales tradicionales del Departamento, han actuado factores
inductores de emigración por las deficientes condiciones de vida y creciente
presión demográfica sobre la tierra ya muy fragmentada y minifundizada. Las
25
La tendencia dominante de estos flujos migratorios era dirigirse con preferencia a los
centros urbanos del Valle central, particularmente la capital, determinando que las
insuficiencias urbanas en materia de servicios públicos e infraestructura se agudizaran.
En efecto, con respecto a la migración rural - urbana, esta generó la rápida expansión
física de la ciudad de Cochabamba y la conformación paulatina desde inicios de la
década de 1960, del "eje de conurbación" Quillacollo-Cochabamba-Sacaba, además de
la densificación de algunas zonas como el Valle Alto, donde Punata experimentó un
corto auge merced al crecimiento de la actividad ferial. En los dos mayores valles de
Cochabamba, Alto y Bajo, tendió a concentrarse un volumen mayoritario de la
población departamental, situación que aún prevalece hasta el día de hoy. En este
sentido se puede decir que esta población es más urbana que rural debido a que, merced
al desarrollo del transporte público, se encuentra en todos los casos a una o dos horas
del centro urbano de Cochabamba, lo que le permitió desarrollar, cada vez con mayor
intensidad, ocupaciones no agrícolas.
Los valles cochabambinos estaban muy lejos de las fantasías paradisíacas con que se los
suele describir, cuando desde lejos se añora "la llajtha". En realidad, como hemos
podido observar Cochabamba se debatía entre grandes contradicciones y estaba muy
distante de posibilitar a sus habitantes, salvo las democráticas bondades de su benigno
clima, respuestas aceptables para sus necesidades vitales.
Un riesgo de las historias urbanas es omitir una visión global o "aérea", es decir, reducir
la óptica analítica o descriptiva a los intramuros de la ciudad y caer en una larga
disquisición de hechos anecdóticos o "memorias de viejecitos", muy cálidas y amenas
por cierto, pero escasamente útiles para vislumbrar el movimiento general del conjunto
de la sociedad y los factores que materializaron un cierto momento de la realidad
urbana, incluso más allá de sus apariencias. Este es el caso de Cochabamba, cuyo
proceso histórico, tal vez con mayor fuerza que en otros momentos, estuvo
estrechamente vinculado con el destino de la sociedad rural y la economía agrícola en
general.
Numerosos estudios evaluativos de la Reforma Agraria, entre otros: Albó 1979 y 1985,
Rivera 1979, Prudencio 1983, Blanes 1984, Calderón y Dandler 1984, Calderón y
Rivera 1984, Antezana E. 1986, Dandler, Blanes et al 1987, Urioste 1987, etc., han
establecido en líneas generales que la misma tuvo dos grandes efectos: unos de orden
económico y otros de orden social y cultural.
Con relación a los primeros, al margen de la lentitud y exagerado burocratismo 97, (uno
de los recursos que con mayor esmero y laboriosidad desarrolló el Estado de 1952), con
que se procedió a la entrega de los títulos de propiedad de las tierras, los mismos venían
a legitimar la posesión de pegujales o parcelas que ya se usufructuaban incluso antes de
la Reforma Agraria a cambio de trabajo gratuito en la hacienda. Lo cierto es que la
destrucción de la antigua hacienda, más allá de sus innegables efectos progresivos y
democráticos, también legitimó e impulso la fragmentación y privatización de la tierra
en un proceso que paulatinamente, hacia 1975 convirtió a los campesinos en
propietarios de micro parcelas aquí y allá, de acuerdo a distintas zonas ecológicas que
suele abarcar una antigua comunidad o una exhacienda (Rocha, 1990).
97
Hasta 1975, la distribución de títulos solo alcanzó al 17,4 % de la superficie nacional afectada por la
Reforma Agraria. En Cochabamba solo se habían entregado títulos al 18,4 % de los excolonos. (Servicio
Nacional de Reforma Agraria, citado por Rocha 1990).
25
Albó (1979 a/b), señalaba que un efecto fundamental de la Reforma Agraria fue el
surgimiento simultáneo de una agricultura tecnificada y organizada a partir de una
racionalidad capitalista en el Oriente y la permanencia de una agricultura tradicional
parcelaria en Occidente bajo dos alternativas: la producción parcelaria para el mercado
y la similar para el autoconsumo. En el caso de los productores parcelarios, la unidad
de producción es la familia, incluidos mujeres y adolescentes, y en épocas especiales
como la cosecha persiste la práctica del "ayni" u otras forma de ayuda mutua. El nivel
técnico es bajo por falta de capital, créditos y adecuada orientación. De esta forma, "la
productividad es también baja y se basa en cultivos extensivos y con un coeficiente
elevado hombre/tierra".
98
Según Albó (1979), en 1975 en la región de Santa Cruz, el desarrollo agroindustrial anualmente era
impulsado por unos 40 a 60.000 braceros que levantaban las cosechas de algodón, arroz y la zafra de caña
de azúcar, provenientes de los valles de Cochabamba y Chuquisaca, además de las punas del Norte de
Potosí.
25
Esta ambigüedad, es decir el escaso grado de intervención estatal en defensa del justo
precio de los productos agrícolas, en provecho de estimular precios que tiendan a
favorecer al consumidor urbano, en medio de una notable ausencia de políticas de
fomento agropecuario, asistencia técnica, infraestructura vial, centros de acopio, etc., ha
ocasionado que en la práctica el sector de intermediarios y transportistas asuman
funciones múltiples que les proporcionan grandes márgenes de utilidad sobre los precios
finales que se cargan al consumidor, en tanto los porcentajes que favorecen a los
productores sobre estos precios es muy reducido. Dicho de otro modo: la forma de
inserción de la economía campesina a la economía de mercado se desarrolla bajo
términos de un permanente deterioro de las condiciones de intercambio entre campo y
ciudad, o sea, de un continuo estimulo a la reproducción del intercambio desigual en
este ámbito.
99
"Se comprueba que los minifundistas producen el 70 % del maíz que se cultiva en el país (315.000
TM), el 85 % del arroz (73.202 TM), el 100 % de la cebada (61.300 TM), el 80 % del trigo (52.800 TM),
el 100 % de la papa (900.000 TM), el 100 % de la yuca (271.132 TM) y el 100 % de la quinua (15.785
TM), además de otros cultivos y productos (verduras, hortalizas, frutas, café, cacao, etc.)" (Dandler y
Blanes, obra citada).
25
diferenciaciones sociales dentro de éstos, distinguiendo en primer término al rescatista campesino que se
acerca a los pueblos con productos agrícolas suyos y otros adquiridos en su comunidad, que los vende a
los comerciantes, comprando con parte del ingreso monetario productos manufacturados y otros que lleva
de retorno para su reventa. Otro tipo de rescatista vendría a ser aquél que "va al encuentro del productor
agrícola" y compra a pie de finca, en pequeñas ferias cantonales o ferias zonales más o menos distantes
con relación a los principales caminos de acceso, lo que implica la disponibilidad de un camión propio.
Finalmente los grandes rescatistas, con más de un camión a su disposición, que acopian grandes
cantidades viajando de comunidad en comunidad, vinculándose el surgimiento de nuevas ferias a la
acción de este último tipo de rescatistas. Dichos rescatistas operan basándose en la estructuración de redes
de productores, clientes o caseros y canales de comercialización que les permiten realizaciones
ventajosas. Bajo esta estructura del mercado de productos agropecuarios se estimula la producción de
determinados productos lo que conduce a la especialidad del pequeño productor, se estimula el
incremento del volumen de productos alimenticios comercializables que oferta cada productor al precio
de debilitar su capacidad de autoconsumo, luego se estimulan nuevas necesidades que solo pueden ser
satisfechas por el mercado y por una mayor disponibilidad de circulante, se refuerza la articulación entre
oferta y demanda pero controlando férreamente el precio que representa el equilibrio entre estos dos
factores sin tomar en cuenta sino muy marginalmente los costos de producción, en provecho de los
márgenes de utilidad de los diversos agentes intervinientes. Ver en Calderón Y Rivera (1984) una
descripción del accionar de los intermediarios y sus escenarios: el sistema ferial descrito como un sistema
de "astros y satélites".
25
Todos estos aspectos, a los que se suma la persistente ausencia estatal para proteger,
asistir y orientar al pequeño productor parcelario, determinaron bajos niveles de
productividad agrícola que pasaron a expresarse en los igualmente bajos niveles de
ingreso que genera la agricultura para los productores, no solo frustrando las
expectativas de los mismos, sino definiendo una situación de insuficiencia incluso para
llenar las necesidades básicas. Todo ello determinó por consiguiente, el abandono
paulatino del sector primario, estimulando estrategias migratorias que determinaron que
las actividades productivas pasaran a ocupar un lugar cada vez más secundario dentro
de un abanico de diversificación de actividades de escaso valor productivo o
francamente no productivas que comenzaron a practicar los emigrantes de las áreas
rurales en los centros urbanos, como ya se observó.
nos permite establecer que los rasgos trazados anteriormente no eran necesariamente
homogéneos para todo el área rural. Sin embargo dichos investigadores reconocían que
la unidad agrícola predominante era el minifundio y la propiedad familiar, siendo
mayoritario el primero. Sin embargo, la mencionada propiedad familiar era
relativamente más importante en las zonas con agricultura de tipo intensivo o semi
intensivo, en tanto el minifundio era más importante en zonas de cultivos temporales o
semi temporales. Por otro lado, se verificó la presencia de trabajadores asalariados en
propiedades agrícolas con cultivos intensivos orientados a la economía de mercado, es
decir que las propiedades que lograban ampliar su superficie tendían a evolucionar hacia
unidades medianas, que promovían el sistema salarial abandonando las relaciones de
reciprocidad o ayni.
Con respecto al sector industrial, esta actividad ocupaba un segundo lugar dentro de la
economía regional, permitiendo la ocupación de apenas un 12,5 % de la PEA. Se
destacaba que de 150 industrias instaladas en la región, solo cuatro, dos públicas y dos
privadas, sin tomar en cuenta la refinería de petróleo, concentraban cerca del 80% del
capital invertido y nueve de ellas el 40 % de la mano de obra ocupada en el sector. Por
tanto se consideraba que al margen de unas pocas excepciones, el grueso de estas
industrias conservaban en forma dominante rasgos artesanales (Méndez, 1980). Una
investigación desarrollada sobre este sector, corroboraba estas características, al
definirla como tradicional, con significativa capacidad ociosa, sin mayor crecimiento
entre 1958 y 1968, con escasa capacidad de generar empleo y una oferta de salarios bajo
(Valdivieso, 1979).
El único sector que tenía una tendencia de crecimiento era el terciario o de servicios,
que en conjunto generaba el 53,7 % del PIB regional y absorbía el 30 % de la PEA,
hecho que tenía un importante impacto en el área urbana de Cochabamba como veremos
más adelante (Méndez, obra citada).
Además se señalaba que esta microregión se caracteriza por una notable producción
agropecuaria, sobre todo de hortalizas orientadas al mercado nacional, en la misma
forma resultaba relevante la actividad de la ganadería lechera y la industria avícola que
hacían uso de tecnología relativamente moderna y cuya producción no solo satisfacía al
mercado interno sino se exportaba a otros departamentos. Este vendría a ser, en
propiedad, el sector moderno de la agropecuaria regional. Así mismo, en este ámbito se
concentraba la casi totalidad de la industria manufacturera y la mayor parte de la
industria artesanal del departamento. Sin embargo, la problemática principal que
enfrentaba este espacio productivo era el acelerado avance de la urbanización que
eventualmente en el mediano plazo podría destruir gran parte de este aparato
productivo.
Con respecto al Valle Alto se anotaba que su población urbana era 22.217 habitantes en
1950, alcanzando los 46.647 en 1976 y alrededor de unos 50.000 en 1980. La población
dispersa o rural tenía 68.681 habitantes en 1950 y solo 64.954 en 1978, constituyendo
101
G. Méndez anotaba: al respecto: considerando la densidad bruta del radio urbano de Cochabamba
en el año de 1976, esta alcanzaba a 32 habitantes por hectárea, podemos estimar que los 245.000
habitantes de los centros poblados habían consumido hasta ese año 7.700 hectáreas para uso urbano y
los 362.000 habitantes estimados para 1985 consumirían 11.300 hectáreas. Un proceso irrefrenado de
ese tipo aceleraría el proceso de urbanización y la población total de la microregión estimada para el
año 2010 en 1.156.000 habitantes consumiría 36.000 de las 45.000 hectáreas del Valle Central, dejando
libres 9.000 hectáreas y no precisamente, por la tendencia existente, las más aptas para la agricultura y
ganadería. Esta situación extrema significaría la destrucción definitiva de una proporción notable de la
base productiva de la microregión y de la región de Cochabamba (obra citada).
.
26
este ámbito un nítido espacio de expulsión de población. Los centros urbanos más
relevantes eran Punata y Cliza. Pese a la importancia de estos centros como
comercializadores de productos agrícolas, no tenían la misma importancia que en el
pasado, particularmente en los años inmediatamente posteriores a la Reforma Agraria.
Sin embargo, tendían a potenciarse debido a su nueva condición de "centros agro-
artesanales, cuyo principal producto era la chicha (Méndez, obra citada).
Por otro lado tampoco la Reforma Agraria supuso un cambio, aun en pequeña escala, en
las técnicas y medios de producción empleados, por tanto, tampoco se operó ninguna
26
Lo que deseamos resaltar no es que el destino del campesino fuera trabajar la tierra en
abstracto, sino que tuviera que hacerlo siempre en función de un "patrón", sea el
antiguo encomendero, el hacendado o finalmente el intermediario que representa la
tiranía de la economía de mercado, y que todo esto siempre culminara en una
expropiación del excedente agrícola bajo la forma de plus trabajo y una inequitativa
distribución de la riqueza generada por la economía campesina, en este caso,
permaneciendo el productor hoy como ayer en los márgenes de la pobreza y por tanto
en el fondo de la pirámide social, pues además, los viejos resabios racistas no se han
perdido sino simplemente se han barnizado con modales más refinados para lograr lo
que siempre se busco: adoptar aires pro-occidentales y civilizatorios para ver a los
indios, llámense campesinos o trabajadores rurales, asumiendo a continuación actitudes
paternales impregnadas de muchos prejuicios que promueven conciente o
inconcientemente la separación e incluso la segregación de unos y otros.
Con este marco referencial podemos finalmente intentar ubicar los distintos
componentes del modelo de acumulación reacomodados para poder funcionar en el
contexto de una economía de mercado, o si quiere más ortodoxamente, para subordinar
los modos de producción no capitalista al desarrollo de una esfera mercantil capitalista
atrasada. Para ello, mantenemos la diferenciación entre factores externos e internos que
26
Al respecto se puede anotar, partiendo del interesante punto de vista de Walter Guevara
y de las conclusiones del valioso aporte de Roberto Laserna en torno a la cuestión de la
"periferia central", que Cochabamba, que históricamente se había reclamado como el
eje articulador del desarrollo nacional curiosamente no esbozó ninguna oposición con
relación al papel que le asignó el Estado dentro del nuevo modelo que se fue
estructurando a lo largo de los años 50, y que sus elites en los años 70, se mostraran
ingenuamente "sorprendidas" por su condición de espacio no protagónico y secundario
con relación a la dinámica Altiplano-Oriente.
Desde la óptica de las dirigencias sindicales la cuestión era diferente, pues obviamente
la gran mayoría de ellas a fines de la década de 1950, no solo habían abandonado las
labores agrícolas directas, sino además se habían vinculadas e incluso tomaban parte
activa en el negocio del comercio de productos de origen rural, es decir, habían
desarrollado conexiones con intermediarios tomando parte en diversas redes de rescate
26
de dichos productos. Por tanto su interés se dirigía a pactar con el Estado la sumisión de
sus bases para prolongar las condiciones propicias que les permitieran acumular fortuna,
lo que equivalía a consolidar y afinar los procesos de intercambio desigual establecidos
entre pequeños productores parcelarios e intermediarios, al mismo tiempo que lograr
que el propio Estado invirtiera en obras de infraestructura y servicios básicos para
mantener la paz social.
Por último, desde la óptica de los propios productores, el Pacto fue bien recibido en la
medida en que el Estado protector y benefactor continuó garantizando la posesión de la
tierra, un deseo ancestral hecho realidad que no podía ponerse en riesgo ante la latente
amenaza, que la dirigencia campesina se encargaba de recordar continuamente, del
posible "retorno de los patrones".
Sin embargo vale la pena despejar una razonable duda: el campesinado cochabambino
vanguardizó desde el año 1930 y siguientes la lucha por la Reforma Agraria, introdujo
la sindicalización, y más de una vez, hizo estremecer de pavor a la población de la
capital departamental y de las capitales provinciales, ante amenazantes actitudes de
ajuste de cuentas con los antiguos patrones y sus cómplices. Sin embargo, luego de
saciada su sed de tierra se volvió sumiso y fue fácil presa de la manipulación política.
Más aún, su actitud fue pacífica incluso en relación a unas duras condiciones de vida
que no mejoraron sustancialmente con la Reforma Agraria, incluso fue tolerante en
relación a la sustitución de los antiguos patrones por agentes comerciales que pasaron a
ejercer una implacable tiranía en relación a la imposición de precios injustos en extremo
para sus productos. Lo previsible habría sido que movimientos campesinos fogueados
en las luchas antigamonales deberían hacerse presentes aun con mayor fuerza, sin
embargo nada de eso vino a suceder.
Por otra parte, la alianza entre intermediarios y dirigentes permitió que los primeros, y
más tarde incluso dirigentes campesinos desempeñando este nuevo rol (el de
intermediarios), se lanzaran de lleno al negocio del "rescate" de productos agrícolas e
incluso fueran avalados plenamente por las bases campesinas, pudiendo en
consecuencia operar con libertad en el campo. Además, el pequeño productor
acostumbrado a identificar la causa de todas sus penurias en la figura autoritaria de un
"patrón" de carne y hueso, no pudo orientarse fácilmente frente a un patrón abstracto
que le imponía precios y condiciones, de las que el intermediario era apenas un
portavoz, que además no le obligaba a vender y aparentemente le dejaba resolver en
libertad si tomaba o no la oferta realizada, aunque obviamente los márgenes de regateo
eran mínimos pues el productor falto de medios de transporte e información estaba
obligado a vender o perder la producción, sobre todo en el caso de los minifundistas de
zonas de difícil acceso.
áreas o zonas de venta", etc. que creaban un ambiente sumamente hostil para la
concurrencia de los campesinos.
Como dice un sabio refrán: "los tiempos cambian pero no las mañas": la oligarquía
terrateniente encontró el método para que la atrasada economía agraria de pegujaleros y
chicheras "empujara" el carro del progreso, concretamente del tipo de progreso formal
que podían permitirse las élites de fines del siglo XIX y la primera mitad del XX, sin
poner en entredicho su férreo apego ideológico a los ideales coloniales que en teoría la
modernidad debía barrer. Superada esta etapa histórica, las nuevas elites reutilizan esta
metodología, pero ya no bajo la forma impositiva a un producto agrícola y sus
derivados, sino a través de la apropiación del plus trabajo campesino y la expropiación
del consiguiente excedente agrícola.
En efecto, en 1952 este universo se derrumba pero no se pierden las “viejas mañas” o
"el recurso del método" como sugeriría el "Primer Magistrado" de la celebre novela de
Alejo Carpentier (1974). Se distribuye la tierra, se "libera" al colono, se acaba la
servidumbre, etc. pero luego se comienza a recomponer de otra manera el sistema, ante
el flagrante vacío estatal con respecto a las relaciones de los flamantes propietarios
campesinos con el mercado. Emergen por doquier intermediarios que construyen las
nuevas redes que se encargarán de "atrapar" buenas porciones del excedente
agropecuario sin necesidad de apelar a las impopulares estratagemas impositivas, sino
apenas tomado el cuidado de hacer aparecer las leyes de la economía capitalista como
fuerzas fatales por encima de los designios humanos, es decir, eliminando
cuidadosamente la participación de los productores campesinos en la formulación de los
precios de los productos agrícolas, procedimientos que se revisten de pesados velos y
burocratismos incomprensibles para los productores directos, pero que resultan
perfectamente claros para los beneficiarios, que prontamente amalgaman en una sola
operación el vanidoso despliegue de sus nuevas riquezas y los aportes singulares que
26
Sin embargo, la cuestión de fondo es que se escenifica, una y otra vez, una gran
comedia o tragicomedia para preservar un viejo método expoliador o un antiguo modelo
de acumulación. Al tenor de los grandes cambios, se suceden nuevos actores, se exaltan
grandes conquistas sociales, se formulan bellos discursos; pero todos estos despliegues
son apenas metáforas que recubren la determinación de no modificar el ancestral
esquema de hacer producir la riqueza a los campesinos para poder materializar los
proyectos de desarrollo regional. Lo singular es que en torno a este esquema se articula
la nueva sociedad valluna, lejos ya de los tintes gamonales, teñida de aires populares y
promoviendo alternativas inmejorables para escalar posiciones sociales: una sociedad,
aparentemente abierta, que se nutre de la ideología de la igualdad de oportunidades, es
decir, donde todos corren en pos de fortuna y posición social convencidos de que gozan
de las mismas oportunidades y posibilidades de éxito, aunque obviamente esta es una
ilusión que endulza el rigor de una sociedad altamente mercantilizada y donde la
pobreza y la riqueza en grado extremo son las realidades más frecuentes, pero que los
cochabambinos se las arreglan para presentarlas con matices singulares y muy
creativos, pues ellos mismos están convencidos de que "la llajta" es un espacio
democrático y sin mayores exclusiones, pese a que todos los indicios estadísticos y los
estudios de nivel científico nieguen esta hipótesis.
En 1960 las estimaciones que se hacían sobre el grado de urbanización del continente
concordaban en torno al promedio de un 32 % de la población viviendo en ciudades de
20.000 y más habitantes, una proporción suficiente de habitantes urbanos para hacer de
América Latina, en ese momento, el continente más urbanizado respecto a otras
regiones del mundo, es decir mucho más urbanizado que Asia y África e incluso
ligeramente más que Europa meridional, superándola apenas Norte América, Europa
noroccidental, Australia y Nueva Zelandia (Durand y Peláez 1974, Morse 1971,
Recchini de Lates 1969). Sin embargo este no fue un proceso homogéneo: países como
Chile, Argentina y Uruguay, formaban parte de los más urbanizados del mundo, otros
dos, Venezuela y Cuba presentaban tasas de urbanización muy próximas al 50%, otros
como Brasil y México se encontraban un poco por debajo de la media continental, en
tanto, países como Bolivia presentaban todavía una fisonomía predominantemente rural.
Para autores como Manuel Castells (1973) y Aníbal Quijano (1973) este proceso urbano
se caracterizaba por una serie de contradicciones propias del desarrollo capitalista y de
la situación de dependencia centro-periferia que definía las relaciones del conjunto de
América Latina con la economía de las grandes potencias capitalistas industriales. Estas
contradicciones hacían referencia a: un débil desarrollo de las fuerzas productivas
26
Sin abundar en otros detalles de un tema que se tornó polémico en la década de 1970,
señalaremos que los efectos de este contradictorio proceso urbano se manifestaron sobre
todo en el rápido crecimiento de las ciudades, es decir, en un incremento sustancial de
las tasas anuales de crecimiento demográfico de la población urbana, que en este orden
superaba notoriamente la dinámica de la población rural. En consecuencia "la
urbanización en la mayoría de los países latinoamericanos era megacefalica. Dieciséis
de los 22 países de lo que hay datos conocidos, tenían la mitad o más de su población
urbana concentrada en una ciudad o área metropolitana" (Durand y Peláez, obra
citada: 239). En gran proporción, esta acelerada urbanización, no era necesariamente
resultado de igual celeridad en el ritmo de la industrialización promovido por el modelo
de desarrollo en boga, la sustitución de importaciones, sino como efecto de causas
contrarias a este criterio dominante, es decir, la ausencia de desarrollo económico que
habría provocado cambios en la estructura productiva opuestos al desarrollo de la
agricultura y favoreciendo las actividades no productivas (Medina y Hauser, 1962). La
causa central de este rápido crecimiento era la migración rural urbana.
Al respecto Bryan Roberts (1980) sugiere que estas grandes corrientes migratorias que
aceleraron el crecimiento de las urbes latinoamericanas e incluso de las ciudades
intermedias, no fueron simplemente consecuencia de la pobreza rural desesperante, sino
en parte, también fueron motivadas por el atractivo que ofrecen las ciudades, sobre todo
en cuanto a oportunidades de empleo y mayor accesibilidad a servicios como los de
educación y salud. En todo caso, otro rasgo de este proceso urbano era el crecimiento
del sector terciario o de servicios como alternativa al cuadro de desempleo u subempleo
en el sector secundario o industrial (Morse, obra citada).
mercado de tierras urbanas y suburbanas, todo ello, en medio de carencias casi totales
de infraestructura básica (Gómez, 1963).
En el caso del proceso urbano boliviano estas tendencias también estuvieron presentes.
Sin embargo, el proceso de espacialización de las concentraciones poblacionales no
obedece a la forma predominante del modelo macrocefálico a escala nacional, sino a
una constelación de ciudad principal y satélites menores a nivel regional y, como ya se
observó, a la constitución del Eje Urbano Fundamental Altiplano-Oriente sobre cuyas
características no volveremos a abundar. Sin embargo vale la pena examinar
someramente el proceso demográfico de este fenómeno. En 1950, La Paz era la única
ciudad cuya población (321.073 habitantes) había superado el cuarto de millón. Las
otras ciudades que le seguían en volumen poblacional no habían alcanzado los 100 mil
habitantes (Cochabamba, 80.795 h. y Oruro, 62.975 h.), otras ciudades como Sucre,
Potosí y Santa Cruz (42.746 h.) no alcanzaban ni a los 50 mil habitantes. Es decir que
La Paz hasta mediados del presente siglo ostentaba una fuerte tendencia macrocefalica
con respecto a las otras capitales de departamento, siendo este, uno de los rasgos
espaciales más importantes del ordenamiento territorial que correspondió al Estado
oligárquico. En efecto, La Paz tenía una población 4 veces mayor con respecto a
Cochabamba, la segunda ciudad más poblada y 8 veces mayor que Santa Cruz.
En 1945, como parte de los aprestos para elaborar el primer Plano Regulador de la
27
iba acompañado por una expansión física aun mayor, pues la ciudad ocupaba un espacio
equivalente a 6.135 Ha. aproximadamente, sin contar la conurbación que comenzaba a
tomar forma en este periodo. La extensión de la mancha urbana según el Plano
Regulador de 1961 abarcaba unas 4.235 Has., es decir, que comparando con el resultado
censal, la ciudad había rebasado esos límites en un 44 % y había incrementado su
superficie en un 75% con respecto a 1967, en tanto la población solo había aumentado
en un 49 % en relación al citado año. En la misma forma la tasa de densidad poblacional
siguió decreciendo, alcanzando solo a un promedio aproximado de 33
habitantes/hectárea, o sea, un 18 % menos con relación a 1967 y un 45 % menos con
relación a 1945. Por último, de acuerdo a la Memoria del Plan Director de la Región
Urbana de Cochabamba (1980: 24), la conurbación cubría un espacio efectivamente
ocupado por funciones urbanas de 7.945 Has., que comprendían las ciudades de
Cochabamba, Quillacollo y Sacaba y los "desbordes" o expansiones a lo largo del eje
Quillacollo-Cochabamba-Sacaba, albergando una población aproximada de 238.000
habitantes, con una densidad bruta de apenas 30 habitantes/Ha (Ver planos 34 y 35).
Este fue el factor (el bajo costo del suelo urbano) que determinó, además, que dicha
zona, fuera "adecuada" para la conformación de los barrios populares y la creación de
"zonas de vivienda de interés social" o "barrios obreros". De esta manera, cobraron
impulso y se desarrollaron los barrios populares de Villa Coronilla, La Maica,
Jaihuayco, San José de la Banda, Villa Felicidad y otros; todo ello dentro del marco de
las disposiciones municipales elaboradas para este efecto, y la oportunidad creada por el
impacto de tres hechos de importancia urbana: la apertura de la carretera Cochabamba -
Santa Cruz, el traslado de la feria campesina o "cancha" a su actual emplazamiento y
la aplicación de la Reforma Urbana, cuya secuela en los años 1960 y siguientes se
expresó bajo la forma de invasiones de sitios de propiedad municipal calificados como
"áreas verdes" (Ver plano 36)102.
Esta expansión entre 1955 y 1965, fue fuertemente impulsada por el propio Estado, en
medio de una total falta de coordinación con el Municipio, pues las entidades publicas
102
La problemática de la Reforma Urbana y sus secuelas fueron examinadas en el capítulo anterior.
27
Las previsiones del Plano Regulador vigente a partir de 1961, han sido
rebajadas y distorsionadas en su concepción por los caóticos asentamientos,
muchas veces alentados por los propios organismos del Gobierno, los que a
título de urbanización y vivienda de tipo social, han fomentado la formación de
separados y aislados núcleos del área urbana, ocasionando no solo la
especulación, sino también el desperdicio de las tierras aptas para la
agricultura, tal es el caso de las viviendas mineras, gremiales, etc. (JUNCO:
1978: 3).
b) Avance urbano sobre el Parque Tunari: Dicho parque, fue definido como una reserva
forestal no apta para la urbanización y protegido por una Ley que se mostró insuficiente
para detener el crecimiento de la ciudad. Una vez más fue el propio Estado, a través de
sus diversas instituciones el principal promotor de la vulneración de disposiciones
legales al autorizar urbanizaciones que favorecían a funcionarios públicos. Con esta
cobertura, desde la década de 1960 se ejecutaron una serie de fraccionamientos
estimulados por los grandes propietarios de fundos afectados por la citada ley, quienes
optaron por el habilidoso método de transferir sus tierras a diferentes grupo sociales, en
general, de bajos ingresos y organizarlos gremialmente para luego, bajo el estandarte de
"problema social" presionar a la Alcaldía para obtener el reconocimiento legal del hecho
consumado, o si se quiere, transformar el impase entre municipio y privados en un
problema social conflictivo. Tal procedimiento no era otra cosa que un acto puro y
simple de especulación de tierras en áreas expresamente prohibidas para la
urbanización, que se llevaba a cabo inclusive movilizando poderosas influencias
políticas, dentro de una curiosa situación en que el Municipio era avasallado por los
diferentes poderes del propio Estado. El saldo lamentable fue que los mejores sitios del
Parque fueron fraccionados, originándose asentamientos de tipo residencial en zonas de
riesgo natural por la existencia de numerosas quebradas o torrenteras que desfogan las
27
aguas pluviales de la cordillera, muchas veces con extrema violencia. Así se forman
grandes barrios como los de Temporal de Cala Cala y Queru Queru, Villa Graciela, Villa
Moscú, el Mirador, Pacata, etc. además de una serie de urbanizaciones de distintos
grupos gremiales y de empleados públicos.
e) Rebalses urbanos: Se trata del avance de la urbanización perforando los límites del
radio urbano vigente e ingresando generalmente a tierras agrícolas. Al contrario de los
avances de la urbanización lineal, se trata de expansiones cubriendo grandes áreas. Los
más importantes son los barrios de Villa Busch, Sarcobamba, Linde, Juan XXIII y otros.
f) Urbanizaciones en la zona de Alalay: Esta laguna natural fue considerada como una
zona protegida y destinada a contener equipamientos recreativos por el Plano Regulador
de 1961. Sin embargo en el sector colindante con la zona de Valle Hermoso se creó un
barrio minero y diversos loteos ilegales ante la pasividad municipal.
g) Ocupación del Cerro San Pedro: Este fue el único caso de ocupación ilegal de tierras
fiscales en que el Municipio, con empleo de la fuerza pública y luego de un largo
conflicto, logró desalojar a los ocupantes y preservar el carácter no urbanizable del
sector.
Piñami, Santa Rosa y Antaqui, con un 10 % las zonas de Villa Busch, Santa Rosa Sur,
Chavez Rancho y la Florida. Es decir, sobre el eje Cochabamba-Quillacollo se
concentraba un 36 % del total de urbanizaciones registradas; un 14 % correspondía a
las zonas de Sarco, Sarcobamba y Temporal. El 18 % restante se encontraba disperso en
diversas zonas como Villa México, Lacma, Pardo Rancho, Hipódromo, Cruce Taquiña,
Condebamba, etc. Por ultimo, en cuanto a la extensión de estos fraccionamientos, el 54
% no superaban las 2,5 hectáreas, 17 % eran mayores a 10 hectáreas, en tanto el 29 %
fluctuaba entre 2,5 y 10 hectáreas.
Otra encuesta realizada mas o menos en la misma época que la anterior por Roberto
Laserna y Fernando Cossío (1978) sobre una muestra de 1.070 encuestados en la
periferia de la ciudad, mostraba que el 55,36 % de dicho universo estaba constituido por
emigrantes, de los cuales más del 70 % provenían de áreas rurales o semi rurales "como
pueden ser ciertas capitales de provincia". Por otro lado, comprendiendo solo la
población mayor de 12 años, alrededor del 54 % había llegado a la ciudad “recién en los
últimos 10 años”, siendo el período más intenso el que va de 1973 a 1976, que se
considera igualmente el período de urbanización más intensiva.103
En 1976 el perímetro urbano considerado por el censo de aquél año cubría una
extensión de 6.135 Has. Respetando los rangos de densidades definidos por los
ejecutores del Censo de 1967 para establecer un grado aproximado de comparación se
tiene lo siguiente: la zona más densas (120 a 300 habitantes/Ha.) comprendía todo el
casco viejo. En el segundo rango: (entre 100 a 120 habitantes/Ha.) se ubicaba la zona de
Alalay Oeste. El tercer rango (entre 40 y 100 habitantes/Ha.) era el dominante y
abarcaba las siguientes zonas: Queru Queru, Cala Cala, Hipódromo, algunos sectores
de uso residencial colindantes con el casco viejo, Muyurina, Las Cuadras, Jaihuayco,
Alalay-Ticti y San Miguel-Cerro Verde. El rango entre 20 y 40 habitantes/Ha
correspondía a la zona de Sarco. El rango entre 10 y 20 habitantes/Ha comprendía las
zonas de Tupuraya, Alalay, Condebamba, Hipódromo, Chimba y Huayra Khasa-Valle
Hermoso. Finalmente el rango inferior de 5 a 10 habitantes/Ha correspondía a las zonas
de Villa México y Chimba Este. En resumen: 187 Has (3 % del total urbanizado)
27
correspondía a las densidades más altas. 115,5 Has (1,9 %) correspondían al rango de
100 a 120 habitantes/Ha. O sea que, las zonas urbanas con densidades superiores a 100
habitantes/Ha no alcanzaban al 5 % del total de la mancha urbana. En el rango de 40 a
100 habitantes/Ha se encontraban 1.894,5 Has (31 %). En el rango de 20 a 30
habitantes/Ha se encontraban 526 Has (8,6 %). en tanto en el rango inferior (10 a 20
habitantes/Ha) se encontraban 2.608,5 Has (42,5 %). Por ultimo en el rango más bajo (5
a 10 habitantes/Ha) se encontraban las restantes 804 Has (13 %). En resumen: un 55,5
% del perímetro considerado urbano no tenía densidades que alcanzaran este rango por
tratarse de zonas con densidades inferiores a 20 h/Ha., por tanto, se ubicaban en niveles
suburbanos o francamente rurales (Ver plano 39).
Esta estructura urbana atomizada pasó a ser soportada por el Municipio, organismo que
se vio incapacitado para hacer una gestión urbana adecuada en razón de que este modelo
de urbanización se convirtió en un entramado costoso, conflictivo, complejo y
amarrado a intereses políticos e incluso puramente mercantiles, que imposibilitaron
hacer previsiones e incluso minimamente hacer cumplir las disposiciones legales en
materia de uso del suelo. En consecuencia la Comuna se vio obligada a atender
asentamientos escasamente estructurados, con débiles o bajísimos índices de
densificación, al punto que resultaba casi imposible reunir una cantidad adecuada de
usuarios que garantizaran la rentabilidad de cualquier emprendimiento.
De esta manera se fue generando una urbanización tenue con un crecimiento tipo
"mancha de aceite" con desprendimientos tentaculares, donde la especulación de la
tierra impulsó un grado de accesibilidad mínima solo alcanzable a través del automóvil
y el crecimiento igualmente exagerado y caótico del transporte público privado, "el más
costoso, el más flexible, pero también el más embarazoso para la colectividad y el más
poluyente y dilapidador de recursos petroleros", donde la propia penosa funcionalidad
de la ciudad impuso largos recorridos desde o hacia un centro urbano que se
congestiona, conflictuando totalmente el desplazamiento interno y la necesaria
interrelación de las distintas zonas de la ciudad. Al respecto se terminaba sentenciando:
"Todo este proceso constituye, en realidad lo contrario de la planificación, la
104
La mayoría de los asentamientos periféricos, ilegales o no, se emplazaron en zonas de ladera, en
planicies irregulares y muy alejadas de las redes matrices de agua y alcantarillado, razón por la cual, los
costos de instalación de estos servicios resultaron superiores a la capacidad del tesoro municipal e incluso
a la determinación de los vecinos para aportar con parte de estos costos.
28
En el caso que nos ocupa, los valores del suelo quedaban determinados por una serie de
criterios sobre ventajas comparativas en torno al grado de intensidad y aprovechamiento
rentable del uso del suelo, en relación al emplazamiento del inmueble con respecto a las
condiciones de acceso a centros de actividad comercial, principales vías urbanas, rutas
de transporte o equipamientos de jerarquía urbana. Así mismo por el nivel de dotación
de servicios básicos, calles pavimentadas y con aceras, servicios telefónicos y otros.
Bajo estos criterios la estructura de los valores del suelo urbano en Cochabamba
presentaba una doble columna dorsal, las grandes avenidas (Heroínas y la Avenida San
Martín-Ballivián) que cruzan la ciudad de Norte a Sud y de Este a Oeste, y en torno a
los cuales se estructuraban los valores máximos inmobiliarios, en virtud de que dichos
ejes se articulan con los principales centros comerciales como La Cancha o Mercado
Ferial y el centro comercial importador que justamente se despliega a lo largo de los
mismos y calles adyacentes. Además existen otros ejes complementarios que
estructuraban juntamente con los anteriores, las pautas de los valores inmobiliarios para
funciones comerciales y residenciales. En suma, el conjunto de las propiedades urbanas,
especialmente aquéllas que se encontraban fuera del radio de influencia inmediata de los
grandes ejes citados, definían su valor comercial en función a los siguientes parámetros:
su localización con respecto a las zonas comerciales donde se concentran las fuentes de
trabajo y los servicios de todo tipo, la accesibilidad con respecto a las líneas de
transporte que conducen a estos centros nodales, la proximidad a espacios de
localización preferencial de equipamientos, residencias de jerarquía, áreas verdes u
otros que ofrezcan diversas ventajas comparativas, la calidad del medio ambiente en que
se encuentra el lote y la dotación de infraestructura básica - Ver plano 40 – (Solares
1980).
Estos fueron los principales factores que definieron los rasgos de la estructura urbana,
obviamente dentro de una lógica totalmente ajena a la razón técnica y a los valores que
acompañan los criterios del desarrollo urbano. Cochabamba en este orden puede ser un
ejemplo de maximización del valor de cambio o de exaltación de la calidad-mercancía
del suelo urbano en fuerte detrimento del valor de uso adecuado en provecho no solo de
28
los usuarios directos sino de la comunidad, aspecto que fue quedando en un plano cada
vez más abstracto. En consecuencia la ciudad fue "modelada" por las fuerzas del
mercado, es decir, por multitud de intereses y operadores individuales y grupales que
definieron un producto urbano con todos los problemas anteriormente examinados.
Dentro de esta lógica, que además se articula bien con la filosofía y los nuevos valores
de la sociedad de intermediarios en que se fue convirtiendo Cochabamba, el principio
de: "ganar lo máximo con el esfuerzo mínimo" se aplicaba en forma perfecta al negocio
de tierras y loteos, al punto que se convirtió en una de las fuentes de riqueza rápida no
despreciables, diríamos un negocio hecho a la medida para la inversión de los capitales
acumulados en el proceso del intercambio desigual campo-ciudad. Así se fueron
forjando nuevos canales, ya no tan explícitos como en la época del auge de la economía
de la chicha, a través de los cuales las nuevas élites se dieron maneras para mantener la
tradicional subvención del agro en favor del desarrollo urbano de la capital
departamental, con el añadido de que además el método permitía utilidades y beneficios
en diverso grado para los grandes y pequeños operadores en el gran negocio de hacer
crecer la ciudad sin limite, pausa ni control.
En este contexto, el afán de los promotores de los "negocios de tierra" se orientó en dos
direcciones: el máximo aprovechamiento de los espacios disponibles en el "casco viejo"
incluso alentando la destrucción-renovación del centro histórico, en este caso sobre
todo, estimulando una escalada de parcelamientos, divisiones y subdivisiones hasta
extremos aberrantes en la obsesiva búsqueda de cuanto espacio disponible existiera para
"sacar una tiendita más", algo muy propio del imaginario facilista de la ideología
28
Al lado de este proceso, se asoma la otra alternativa que toma varios cauces. Así, la
Zona Sur experimenta el impacto de una sui generis "renovación urbana", la famosa
"arquitectura birlocha" o de los "nuevos ricos" de mediados de la década de 1950 y los
60, a la que ya se hizo referencia, es decir los primeros "monoblocks" de tres o cuatro
plantas que circundan Caracota, la Cancha, la antigua pampa de las carreras y sitios
aledaños, y que expresaban una mezcla de tradiciones constructivas populares con el
"racionalismo funcionalista" de moda en la época, dando por resultado un eclecticismo
singular que expresa muy bien las ansias de modernidad de las elites emergentes y por
ello debiera ser digna de un estudio más detallado y de una revalorización, como un otro
documento de la historia urbana que debiera conservarse.
En todo caso, el no menos recordado "boom de la construcción" que tiene lugar entre
1974 y 1979 refuerza estas tendencias y alienta la consolidación de nuevas zonas
residenciales con particular énfasis en la citada zona Sur, donde emergen, los
denominados “barrios de La Cancha” (San Miguel, Cerro Verde, Huayra-Khasa, Alto
Cochabamba, Villa Felicidad, etc.), así como Cala Cala, Queru Queru, Muyurina, Las
Cuadras, Hipódromo y otras, donde las bajas tasas de edificación dispersa de otrora
ceden paso a barrios bien conformados. Simultáneamente en las zonas periféricas se
verifica la continúa expansión de un borde urbano totalmente dinámico con las
características anotadas y los "sembradíos de casas", mejor de "medias aguas"
autoconstruidas y cuyas cubiertas de calamina van destruyendo el bucólico paisaje
valluno y sustituyéndolo por imágenes de "campamento minero" reproducidos en
diferentes barrios, a manera de una nueva estética de la pobreza. En este caso, se trata
de una obsesión diferente, la búsqueda frenética a cargo de multitud de migrantes y
expulsados pobres de los barrios residenciales, del lote barato, del "negocito de
oportunidad" para afincarse en un sitio y proveerse de techo, sin importar que lo
ofertado sea ilegal, que implique riesgos naturales u otro tipo de situaciones atentatorias
a la vida y a la residencia digna.
"barrios populares" se organizan al calor de esta mecánica ampliando cada vez más la
ciudad.
En fin, estas son las pautas bajos las cuales la ciudad señorial evoluciona hacia la
denominada conurbación para dar paso a una estructura física medianamente diferente
al modelo colonial. En efecto, al carecer todo este proceso de un incentivo proveniente
del crecimiento del sector industrial o agroindustrial, mantiene internamente la antigua
estructura centro-periferia o el modelo concéntrico de centralización-dispersión, que se
convierte en la fuente de todas sus penurias.
Es necesario llamar la atención del lector sobre el hecho de que, como ocurre con otros
departamentos del país, el escenario del desarrollo cochabambino apenas abarcaba el 25
% de territorio departamental, que comprenden el Valle Central y de Sacaba y el Valle
Alto107, aunque en este período con menor protagonismo. Por tanto no resulta caprichosa
la tendencia historiográfica cochabambina en su inclinación a resaltar en las
evocaciones que se hacen sobre la Cochabamba del pasado, la imagen de los valles
centrales, cuando un mayoritario porcentaje de territorio departamental corresponde a
de Cochabamba poco o nada tiene que ver con los procesos de industrialización como ha ocurrido en
varios países latinoamericanos”.
107
En la década de 1970, otros territorio como el Chapare no eran todavía escenarios de la dinámica
económica que asumirían algunos años más tarde.
28
A estas alturas queda claro que las fuerzas que "organizan" la estructura de ocupación
del territorio y de la propia ciudad estimulan en forma simultanea la centralización y la
28
Hasta aquí, este es un lugar común de lo que ocurre y ocurrió con la mayoría de las
ciudades del Tercer Mundo. Sin embargo, Cochabamba tiene como siempre sus
originalidades, o si se quiere, las maneras "cochabambinas" de acomodarse a las
circunstancias como diría Xavier Albó (1987). En efecto, el centro urbano finalmente
presenta dos versiones: el maltratado centro histórico que agoniza para dar paso
lentamente a un espacio urbano, que también penosamente trata de remedar la imagen
occidental del progreso y la modernidad; y el populoso centro del comercio ferial, en
realidad un conglomerado de espacios genéricamente denominados "La Cancha" donde
el afán progresista tiene otros tintes y sabores. Ambos centros coexisten dentro de un
delicado equilibrio que solo se mantiene merced al control e incluso la represión
municipal que evita, que el oasis que se pretende moderno y respetablemente tradicional
al mismo tiempo, se ahogue fácilmente en medio del tumultuoso y creciente comercio
callejero cuyo cuartel general se encuentra en el Sur. Aquí reina sin discusión el sentido
de centralidad, de búsqueda despiadada de renta, de aglutinamiento de todo tipo de
actividad que se pretenda exitosa. Todo se amontona, se intercambia, se oferta y se
demanda.108 La propia arquitectura no deja de contribuir a esta suerte de caos
organizado, donde coexisten las fantasmales formas del pasado que se niegan a caer al
lado de los despliegues de concreto y vidrio, en medio de un amasijo de estilos para
todos los gustos o disgustos, pues la estética, la imagen y el paisaje urbano, para
aquéllos que miran la ciudad con ojos demasiado académicos, son los grandes ausentes
o los grandes damnificados.
108
Uno de los pocos estudios sobre este proceso es la obra de F. Calderón y A. Rivera (1984), a la que se
remite al lector que deseara conocer con mayor detalle esta realidad.
28
La otra cara de la medalla, o mejor el otro componente dialéctico en este delicado juego
de oposición-equilibrio de contrarios, es el centro de abasto urbano o Cancha, es decir el
espacio aglutinador de innumerables economías familiares en pequeña escala, pero
también de "comerciantes medianos" y "peces gordos" que representan la dimensión
urbana de una intrincada malla de operaciones de rescate-comercio de productos
agrícolas que abarca prácticamente todo el departamento y cuyo “astro central”,
parafraseando la feliz comparación de Calderón y Rivera, es la famosa Cancha o
mercado ferial. Este es el ámbito terminal de innumerables circuitos que enlazan la
economía campesina con la ciudad, pero también el punto inicial-terminal de otros
circuitos interdepartamentales y regionales de diversa naturaleza, donde compiten
manufacturas, muchas internadas de contrabando, con productos artesanales y
naturalmente una gran variedad de productos de la tierra de todas las provincias y
regiones. En suma, este es el espacio donde aparece como dominante la economía
mercantil simple o "informal" que se pasea por calles y espacios abiertos
minuciosamente "loteados" para dar cabida a diversos tipos de puestos de venta de
mercancías de toda clase. Al respecto Calderón y Rivera (obra citada) anotaban:
109
Sin embargo, esta lógica centralizadora sufre una ruptura significativa en medio de un cambio inédito
que experimenta la estructura física urbana de la ciudad, a partir de la década final del siglo XX y primera
década del XXI. Se trata de la emergencia de un nuevo centro comercial moderno en la zona Norte a
partir de la creciente tendencia de los sectores empresariales y las clases medias altas de abandonar el
viejo centro histórico en provecho de organizar con mayor ventaja un espacio propio que se va
convirtiendo en el nuevo símbolo de la modernidad-posmodernidad cochabambina. Ver a este respecto
(Rodríguez, Solares y Zavala, 2009)
28
Sin embargo, La Cancha no es solo el espacio principal donde se verifica la fase final
de la apropiación-expropiación del excedente agrícola, sino el generador de una serie
compleja de actividades complementarias y como sugiere Miltón Santos (1981), el eje
de un circuito de oferta para consumidores de bajos ingresos conformada por una masa
de demandantes nada despreciable para justificar ampliamente la receptividad que
merece la producción artesanal en diversos rubros, así como los servicios diversos para
estos sectores. En suma, en La Cancha no solo se enriquece al gran intermediario, aquí
encuentran medios de vida aceptables los otros componentes de esta larga cadena, pero
además, este es espacio fundamental de producción y reproducción de las pequeñas
economías familiares y la principal fuente de empleos de mano de obra no calificada
que oferta la ciudad e incluso, el lugar preferido de la vida social y económica de un
gran porcentaje de cochabambinos. En este orden el gran protagonista es la mujer-
comerciante, es decir la famosa chola cochabambina cuya destreza para los negocios
tiene una larga tradición histórica. Al respecto veamos un testimonio:
móviles y los fijos (...) Los móviles se establecen en los sectores libres, es decir
en las áreas donde no existe una estructura o ambiente definido que los cobije,
de modo que adoptan para su asentamiento la modalidad propuesta por el
sistema tradicional del ‘tendido’ y el ‘parasol’. Al no estar normada la
superficie de ocupación, los vendedores asumen la disposición libre de sus
puestos, los cuales en su conjunto manifiestan un marco anárquico, sin las
condiciones elementales de orden. Los rubros que preferentemente adopta esta
modalidad son los productos agrícolas y frutas (...) Los puestos fijos están
emplazados en galpones tipo ‘tinglado’, implementados con algún equipamiento
que sirve tanto para definir el área de ocupación como para exponer el
producto. Los galpones siguen un esquema lineal de organización (CONSBOL,
obra citada).
La magnitud de este fenómeno y su enorme gravitación urbana y regional eran sin duda
el gran imán que en los años 60 y 70 atraía los torrentes migratorios, pero además era
(es) un componente fundamental de la estructura urbana y por tanto poseía la suficiente
capacidad para influir en el ordenamiento interno y la expansión de la ciudad. Si el
Prado, las avenidas troncales de la ciudad, la plaza de armas u otros sitios de jerarquía
urbana ejercían gran atracción para emplazar las empresas y las viviendas de los
sectores articulados a la economía capitalista o a la jerarquía estatal, La Cancha ejercía
irresistible fascinación para los mayoritarios sectores de "trabajadores por cuenta
propia" o "informales" e incluso no pocos comerciantes de fortuna pero con fuertes
raíces en este mundo ferial.
Resultaba natural por tanto, que este centro empujara y alentara una escalada sin
precedentes de asentamientos regulares e irregulares a lo largo de la década de 1970
bajo condiciones extremadamente precarias, propiciando el poblamiento denso de las
colinas de San Miguel, Cerro Verde, Hauyra K'hasa, Alto Cochabamba, el Ticti o
esparciéndose a lo largo y ancho de Valle Hermoso, Lacma, Villa México, más adelante
Sebastián Pagador, o subiendo cuesta arriba de la cordillera del Tunari en plena invasión
pacífica del parque del mismo nombre, para conformar una extensa y dilatada periferia a
la vez, concéntrica y lineal, cuyo brazo oriental llega hasta la vecina Sacaba, y cuyo
brazo occidental se extiende hasta más allá de Quillacollo; al extremo que los técnicos
la bautizarán como "conurbación" o "región urbana" reconociendo que el Plano
Regulador de 1961 había quedado totalmente obsoleto frente a un proceso de expansión
urbana no previsto ni por las fantasías urbanísticas más exageradas de los años 40 y 50.
.
Lo innegable es que las fuerzas que organizan tanto el espacio departamental cuanto el
espacio urbano: el sector capitalista en sus diversas esferas y las formas atrasadas, no
capitalistas o mercantiles simples; no operan como fuerzas antagónicas, sino
complementarias. Es más, el modelo de acumulación regional solo era (es) viable bajo
las condiciones de subsunción de las segundas por el pequeño, pero dominante sector
capitalista que resulta hegemónico en el control de la economía de mercado y en el
control del bloque de poder regional incluido el aparato estatal y el estratégico aparato
ideológico. En efecto, este modelo de desarrollo opera en dos instancias: en primer
lugar, tolerando el absoluto dominio de las formas arcaicas y tradicionales de la
economía campesina y las economías familiares urbanas y suburbanas sobre la esfera
de la producción, es decir que las formas no capitalistas controlaban casi totalmente la
producción de recursos alimenticios y otros bienes de consumo básico en la región en
los años 80, excepto la modesta producción de algunos rubros de la canasta familiar a
cargo del sector manufacturero industrial110. En segundo lugar: no permitiendo que el
sector informal de la economía detentara algún grado de dominio sobre las otras fases
de reproducción del capital, incluyendo el control sobre los mercados de consumo, de
capital financiero y monetario, de servicios, fuerza de trabajo y bienes de capital, tanto a
escala urbana como regional, ni permitiendo ninguna ingerencia en el control del
aparato estatal, político, ideológico e institucional en general, que constituyen el espacio
de dominio pleno y absoluto del sector capitalista y sus agentes. Dicho de otro modo, la
esfera de la producción en Cochabamba estaba mayoritariamente controlada por
unidades no capitalistas, en tanto, las otras etapas del ciclo de la economía (la
circulación, la distribución y el consumo), así como el conjunto de la superestructura de
sustentación del poder en todas sus formas, estaban plenamente controlados por el
sector de la economía moderna y sus agentes políticos e ideológicos.
los magros recursos que les proveía la economía informal, o la situación contraria, que
un opulento intermediario, dueño de muchos camiones, microbuses, taxis, y edificios de
renta en torno a La Cancha y aledaños, con hijos en colegios exclusivos y rodeado de
multitudes de compadres y ahijados, no abandonará su viejo "negocito", una miserable
caseta de La Cancha, que le servía incluso como cobijo desde que inició los buenos
negocios hace muchos años, no teniendo cabida en su mente la idea de ocupar un
moderno almacén en alguno de sus edificios y menos edificar una vivienda moderna en
uno de sus tantos lotes en la zona Norte, prefiriendo en todo caso, continuar viviendo en
unas modestas "medias aguas" del barrio popular que ni siquiera tenía reconocimiento
legal.
En el orden regional, no son las instalaciones industriales los articuladores del espacio,
sino el sistema ferial y las redes de comunicación que unen estos con los espacios
productivos y los "centros de transición mercantil" que particularmente en el Valle
Central y Alto configuran un "núcleo regional integrado",cuyo epicentro es la ciudad de
Cochabamba, la misma que mantiene a través de La Cancha una fluida vinculación con
las ferias regionales más importantes -Quillacollo, Punata, Sacaba- (Laserna 1984).
Como ya observamos anteriormente, este es el núcleo que concentra los mayores
volúmenes de población y de actividad económica.
Un singular estudio realizado por Carmen Ledo (1986) sobre la desigualdad social y su
distribución espacial en el ámbito urbano de la ciudad nos permite una aproximación
muy importante sobre la forma de apropiación de este espacio por los distintos estratos
sociales que estructuran el mismo. Para este efecto la citada investigadora definía cinco
estratos sociales tomando como base los estratos socio ocupacionales definidos por el
Censo de 1976. Estos son: los "directivos y profesionales" (12,8% del total de hogares
registrados), que comprenden los niveles más altos de la jerarquía estatal y empresarial
en la región, interviniendo en forma decisiva en los niveles de toma de decisiones. Se
trata, en muchos casos, de propietarios de medios de producción, empresariado
comercial y profesionales liberales. Es el estrato que percibe ingresos altos y es
usufructuario de la porción mayoritaria de los excedentes generados por los sectores
29
Con estos criterios Ledo elaboró el "mapa social" de la ciudad definiendo el siguiente
cuadro: El área central (la plaza de armas y su entorno) que hacia 1970 tenía un
carácter marcadamente heterogéneo, donde las actividades de vivienda, comercio y
servicios varios se encontraban muy entremezclados. Aquí compartían la residencia:
directivos y profesionales (zona Noreste), asalariados no manuales (zonas Noroeste y
Sudoeste) y trabajadores de servicio esparcidos por todo el ámbito. En suma el centro
histórico tendía a "concentrar sectores de ingresos relativamente altos". En esta zona en
1976 residía el 8 % de la población urbana total. El área de barrios residenciales del
Norte y el Este (parte de los sectores Noroeste y Noreste, Muyurina, sector Este de Las
Cuadras, Queru Queru, Cala Cala, Hipódromo Este) concentraba estratos de directivos y
profesionales, además de asalariados no manuales. Se trata por tanto de una zona de
ingresos altos y medios donde residía el 34 % de la población. En ambos casos de
trataba de zonas privilegiadas por estar dotadas de todos los servicios que en general
puede brindar el desarrollo urbano.
Una tercera zona, la del Sur (Sudeste, Sudoeste, Alalay Oeste, Alalay, San Miguel-Cerro
Verde, Jaihuayco Norte y en forma atípica Mayorazgo en el extremo Norte) presentaba
un predominio de trabajadores por cuenta propia: comerciantes al por menor, artesanos
tradicionales, pequeños agricultores y transportistas. Se trataba de "actividades de
autogeneración de empleo" en estrecha vinculación con La Cancha. Esta zona estaba
menos dotada de servicios que la anterior, con fuertes déficit en los bordes urbanos y
frecuentes focos de contaminación ambiental. Aquí residía un 22 % de la población.
Una cuarta zona (Hipódromo Oeste, Chimba, Villa México y aledaños, Jaihuayco Sud,
Alalay-Ticti, Huayra K'hasa-Valle Hermoso) vendría a ser el lugar de residencia de los
asalariados manuales. Se trataba de un área prácticamente desprovista de servicios y
equipamientos. Aquí vivía el 24 % de la población urbana. Por último, una quinta zona
(Las Cuadras Este, Sarco y Tupuraya) que en 1976 estaba preferentemente ocupada por
trabajadores en servicios personales y estratos de asalariados manuales. Se trataba de un
29
área poco densa y casi sin dotación de servicios urbanos. Aquí residía el 12 % restante
de la población. (Ver Plano 42)
En síntesis la estructura socio espacial propuesta por Ledo coincide con el perfil
estructural trazado anteriormente y revela que, pese a su rápida expansión, dicha
disposición urbana de los estratos sociales correspondía mas bien a un modelo de ciudad
tradicional, con los sectores de ingresos altos ocupando las zonas centrales e
intermedias y los sectores de bajos recursos, asalariados o no, ocupando las periferias o
las zonas más deprimidas. Además se puede percibir en base al estudio mencionado, que
las condiciones de vida urbana también experimentaban diferencias cualitativas y que la
cuestión del lugar de residencia tenía no solo una connotación social, sino además
suponía el mayor o menor acceso a servicios urbanos básicos. Veamos algunos datos:
CAPITULO VI:
La crisis del sistema capitalista mundial que tuvo lugar a lo largo de la década de los
años 70 del siglo XX, puso en entredicho la capacidad de dicho sistema para asumir sus
propios objetivos y alcanzar sus propias determinaciones fundamentales, sobre todo con
relación a las tasas de ganancia demandadas a escala mundial, acompañadas de la
consiguiente estabilidad política y el adecuado control ideológico, dando lugar a
conflictos sociales y políticos que en los países centrales se dirimieron con un una
mayor hegemonía de las tendencias de derecha, en tanto en el resto del sistema, a
inicios de los 80, se produjo una reestructuración económico-social de la economía
capitalista, más adelante conocida como globalización, que en líneas generales tiende a
endurecer, preservar y profundizar los principios de organización capitalista de la
economía y la sociedad.
Para este efecto, resurge un liberalismo remozado o neoliberalismo bajo cuyo influjo
ideológico se comienza a estructurar un nuevo modelo económico de crecimiento
capitalista que introduce un cambio cualitativo con relación a las anteriores prácticas
económicas, políticas y sociales promovidas por el propio sistema en el marco de la
doctrina keynesiana vigente desde la gran crisis de los años 30. Este nuevo modelo se
estructura en torno a cambios sustanciales con relación a: las relaciones de poder entre
capital y trabajo en el sentido de que se rompe el pacto social practicado desde los años
40 y se persigue frontalmente el debilitamiento de las organizaciones sindicales. Por
otra parte, se estigmatiza la intervención del Estado en la economía y se procede a
debilitar, desmontar y finalmente destruir el denominado "Estado Benefactor" o
"Estado de Bienestar", esto es, se da un punto final a la tradición del Estado distribuidor
de servicios públicos y seguros sociales a las grandes masas de población.
Este proceso de reestructuración o ajuste del sistema económico mundial tiene lugar en
el contexto de un mundo que paralelamente experimenta profundos cambios
demográficos, no solo en términos cuantitativos, sino cualitativos. Según Hobsbawn
(1995), "el cambio social más drástico y de mayor alcance de la segunda mitad de este
siglo, y que nos separa para siempre del mundo del pasado, es la muerte del
campesinado (...) Cuando el campo se vacía se llenan las ciudades. El mundo de la
segunda mitad del siglo XX se urbanizó como nunca". Esta tendencia fue
29
Con este ritmo de crecimiento demográfico que alimenta sin pausa enormes torrentes
migratorios, obviamente el proceso de urbanización del Tercer Mundo y del resto del
planeta no tiene equivalente en toda la historia de la Humanidad. Es suficiente recordar
que a comienzos del siglo XX apenas el 13 % de la población mundial vivía en
ciudades, sin embargo, las Naciones Unidas estimaban que hasta la primera década del
siglo XXI, este inicialmente modesto porcentaje habría sobrepasado el 51 % de la
población, es decir que todo el planeta estará ocupado por poblaciones que en forma
mayoritaria viven en ciudades. A partir de esta perspectiva se puede establecer sin
dificultad que la cuestión de la urbanización y el crecimiento de las ciudades se
convierte en el problema central del desarrollo en el mundo actual. Por ello, no resulta
extraño que en 1976 se hubiera desarrollado la Primera Conferencia Mundial del
Hábitat y que en 1995 se hubiera desarrollado la Segunda Conferencia, siendo el gran
tema de debate del fin de milenio la cuestión de la planificación de los asentamientos
humanos como los escenarios donde tendrán lugar los esfuerzos mayores del desarrollo.
112
Los indicadores demográficos en el mundo, en la última década del siglo XX, estaban cerca de los
5.700 millones de personas, además con propensión a aumentar aceleradamente. Se consideraba, que casi
toda la tasa demográfica de incremento anual (unos 93 millones de personas) se estaba produciendo en
países en desarrollo. Según las proyecciones de NN.UU, hacia el año 2025, la población total habrá
alcanzado un volumen que se situará entre 7.900 y 9.100 millones de habitantes, siendo aceptada como la
cifra más probable 8.500 millones (Fondo de Población de Naciones Unidas, Opinión 17/05/1994). El
Banco Mundial estimaba que las ciudades producen el 50 % de los ingresos nacionales en los países en
vías de desarrollo, y que alcanzarán tasas del orden del 65 al 80 % hasta el año 2000 (Citado por Burges
et al, obra cit.).
29
Bajo estos términos, se ponen en auge las corrientes privatizadoras de las empresas
públicas, el Estado deja de ser el "gran empleador" y se procede a verdaderas masacres
blancas ("relocalizaciones"), se eliminan los subsidios a los alimentos, el transporte, los
servicios básicos la educación, la salud, etc. Se racionalizan y amplían los mecanismos
impositivos y se desarrollan políticas radicales de reducción del gasto público. Las
consignas del momento pasan a ser: "privatización" (o su equivalente capitalización),
"desregularización" y "descentralización". El objetivo central es promover un Estado
pequeño, eficiente y permisible, como condición general para el desarrollo pleno de las
fuerzas del mercado.
De esta manera toman cuerpo dos estrategias principales dentro de la política general
de "armonizar las políticas de desarrollo nacional con las políticas de desarrollo
urbano": "el fortalecimiento de la productividad urbana" y "el alivio a la pobreza".
Bajos estos criterios, las ciudades pasan a ser consideradas por las agencias de
desarrollo internacional como "los motores de la economía" o del crecimiento
económico, pues ellas, a través de su capacidad industrial añaden valor a la producción
rural y proporcionan servicios básicos a los mercados regionales.
Ampliar la productividad urbana supone, en primer lugar considerar que los obstáculos
que se oponen a dicha productividad, sean económicos, sociales, institucionales,
culturales, políticos, etc., son impedimentos de primer orden que deben ser removidos,
pues impiden o retardan el desarrollo urbano, y por tanto el desarrollo nacional. Entre
tales obstáculos, los más frecuentes vendrían a ser: el mantenimiento en operaciones de
empresas de servicios básicos (agua, alcantarillado, basura, teléfonos), bajo condiciones
de cobertura deficientes y cuadros financieros deficitarios. Es decir, ciudades que
subvencionan empresas que generan pérdidas, perderían a su vez capacidad y
competencia para atraer capitales e inversiones del mercado internacional. Otro
obstáculo identificado se refiere a las excesivas regulaciones municipales y estatales
sobre el uso del suelo y el mercado habitacional, porque se desincentiva la producción
de materiales y suministros para la construcción y se desalientan las iniciativas de la
inversión privada en la vivienda y otras ramas del sector. Además no son deseables
políticas excesivamente represoras de la informalidad urbana, por que ello disminuye el
margen de alternativas de empleo que no puede proporcionar el Estado o la empresa
privada y obstaculizan la generación de ingresos alternativos. La permanencia de estos
obstáculos, vendrían a definir una situación de gestión inadecuada, lo que condenaría a
la ciudad a caer en bajos niveles de competitividad y quedar aislada del mercado de
capitales a escala internacional.
113
Más adelante, a fines del siglo XX, la noción de desarrollo urbano sostenible modifica su óptica en
favor de revalorizar la cuestión ambiental urbana y considerar que la sostenibilidad se debe entender
como el necesario equilibrio entre preservación de los valores naturales y el desarrollo urbano.
30
Por otro lado, el común denominador de la gran mayoría de los nuevos pobres o pobres
recientes y, de los pobres en general, es que son residentes urbanos, es decir, que las
ciudades latinoamericanas se han convertido en enormes depósitos de pobreza humana,
y este es sin duda el rasgo más trágico de la urbanización al finalizar el siglo XX, pese a
que en las áreas rurales prácticamente todos sus habitantes son pobres en diverso grado.
Los efectos más alarmantes se refieren al creciente desamparo de la población infantil,
a los contingentes de jóvenes sin perspectivas, a las familias desintegradas por las
drogas y la violencia delictiva, y la falta de atención a los llamados grupos vulnerables.
Sin embargo, el impacto de mayor alcance fue la constatación de que la pobreza se
relaciona con el deterioro del medio ambiente y con las altas tasas de crecimiento
demográfico, configurado la temida ecuación del fenómeno PPM (población-pobreza-
medio ambiente) es decir que los procesos de crecimiento de la pobreza traen
aparejados cuadros de agudización del deterioro ambiental e incrementos sensibles de
las tasas de crecimiento demográfico, debido a que la falta de educación y orientación
con relación a la planificación familiar determina que las familias pobres tengan muchos
30
En fin, como la cuestión de la pobreza resulta insoluble para el sistema, pues las propias
medicinas que aplica a la economía de los países menos desarrollados son las que
producen renovados contingentes de pobres, como una suerte de costo social para
preservar un modelo de acumulación de capital; la estrategia trazada por los ideólogos
neoliberales ha sido definir como objetivo "aliviar la pobreza" es decir no resolverla,
sino mantenerla dentro de límites controlables. Además reconceptualizar el enfoque
omitiendo su carácter estructural y situándolo en un plano de competitividades,
oportunidades y eficiencias, pues los pobres son tales básicamente por no ser eficientes
para intervenir en la economía de mercado. Luego el "alivio a la pobreza" consiste en
mejorar la "productividad de los pobres". Por tanto, las iniciativas que se están poniendo
en práctica se vinculan con el incremento de las inversiones generadoras de empleo, el
mejoramiento de los recursos de capital humano, la formación y capacitación de la
mano de obra y el mejoramiento de las condiciones de acceso al empleo.
Las iniciativas anteriores persiguen: remover las trabas jurídicas y normativas que en el
pasado impidieron estimular la productividad urbana del sector informal, apoyar y
fortalecer el desarrollo de la micro empresa, incrementar la fuerza de trabajo femenina
incorporando masivamente a las mujeres al mercado de trabajo. Además mejorar las
condiciones de acceso de los pobladores, las comunidades y las empresas productivas
no formales a la tierra urbana, la infraestructura, los materiales de construcción y los
recursos financieros. Incrementar y promover el acceso de los pobres a la educación
básica, la salud, la nutrición, la planificación familiar y la formación vocacional. Es
decir, “aliviar la pobreza” significa: mejorar la capacidad productiva de los pobres,
capacitarlos para fortalecer y hacer más eficaces sus habilidades y reforzar sus virtudes
creativas para generar "autosoluciones" en cuestiones clave como el empleo y la
vivienda.
114
Varios estudios realizados a lo largo de los años 80 y 90 comprobaron que las familias pobres urbanas
tienden a tener un gran número de hijos como una estrategia laboral que incrementa la capacidad de la
familia para diversificar sus actividades haciendo ingresar en el mercado laboral fuerza de trabajo infantil
desde muy tierna edad.
30
benefactor, por ello el nuevo el ideal urbano, es una ciudad con amplias "periferias
productivas" (Solares 1995).
La penúltima década del siglo XX, encontró a Cochabamba en una curiosa circunstancia
contradictoria: para un observador escéptico, poco o nada había cambiado con relación
a las dos décadas anteriores salvo que los problemas heredados de esas épocas se habían
naturalmente agravado. Sin embargo un observador más meticuloso podría haber
argumentado, que esta era una verdad a medias, pues se habían producido cambios
importantes, no solo en el nivel de consolidación de una sociedad regional y un patrón
de desarrollo que aun eran emergentes en el período anterior, sino además en la medida
en que habían surgido nuevos escenarios regionales, como el Chapare y el auge de la
economía de la coca, con toda su carga de conflictos y problemas que comenzaron a
delinear una forma de relación entre la región y el mundo exterior poco edificante; y la
incipiente aunque altamente esperanzadora condición de Cochabamba como el flamante
productor petrolero, con posibilidades de convertirse en pocos años en uno de los
principales centros productores del país.
Se podría decir que el tránsito entre la vieja sociedad rural oligárquica y la sociedad
regional de los años 80, pasando por el período formativo de los años 50 a los 70, había
culminado en un proceso de cambio social, donde el mundo rural en continuo retroceso
no necesariamente dejaba el paso al moderno capitalismo industrial, sino a la
consolidación de un complejo universo de comerciantes de todo calibre y prestadores de
servicios de todo género, apasionadamente entregados a promover infinitas formas de
circulación especulativa de la riqueza generada por la agricultura, justamente el sector
más atrasado de la economía regional, fenómeno que al concentrarse en la ciudad de
Cochabamba promovió la acelerada urbanización y la expansión de la misma sobre
grandes porciones del valle central. Indudablemente estos fueron cambios importantes:
se consolida lo que en el período anterior era apenas una tendencia o un síntoma, pero
ello no mejora, sino agrava la naturaleza contradictoria de este patrón de desarrollo.
traía y aun trae aparejada una larga lista de insatisfacciones y postergaciones que
ofenden el sentimiento cívico ciudadano: Misicuni con sus 30 o más años de
maduración, la carretera al Beni115, el desarrollo agroindustrial, la miniacería de
Changolla, los proyectos de riego en el Valle Alto, etc., etc., que "dormían" y en mucho
casos aun duermen "el sueño de los justos" ante la indiferencia de los poderes públicos
y, la incapacidad de la región para poderlos generar por lo menos en parte. El problema
era aun más delicado en la medida en que Cochabamba pese a las regalías petroleras116,
se había convertido en una región que dependía básicamente del erario nacional y por
tanto las alternativas de materializar sus aspiraciones, es decir, de esperar la buena
voluntad del Estado Benefactor estaban siendo barridas por la profunda crisis que, vino
también a derrumbar a ese modelo estatal y a reemplazarlo por su opuesto, el Estado
subsidiario o neoliberal.
El Comité Urbano Microregional creado para encausar los rebalses urbanos que
invadieron áreas agrícolas desde los años 70, sintetizaba el panorama de los valles,
señalando que el departamento en general y particularmente los valles Central y Alto,
configuraban los territorios más densamente poblados de Bolivia y crecían bajo el
impacto de una de las tasas de crecimiento demográfico más altas del país (solo
superada por Santa Cruz), recibiendo las mayores corrientes migratorias internas (60 %
del flujo rural equivalente a 6.000 personas por año) las cuales preferentemente buscan
alojamiento urbano. Según el citado Comité, la actividad productiva del departamento
se concentraba en la conurbación Quillacollo-Cochabamba-Sacaba, estableciéndose en
este caso una fuerte contradicción entre un territorio que apenas representa el 1 % de la
superficie departamental, pero que albergaba alrededor de 300.000 habitantes, es decir
el 39 % de la población total y algo mas del 70 % de la población urbana departamental.
Por otro lado, concentraba prácticamente el 100 % de la actividad industrial, en tanto el
área agrícola en esta zona se había reducido a 21.000 Has; convirtiéndose el Valle de
Cochabamba en una suerte de "aliviadero para las zonas rurales deprimidas y un
núcleo que absorbe la fuerte presión demográfica (ocasionando) el uso conflictivo del
suelo y la infraestructura urbana", todo esto, promovía un crecimiento urbano
desordenado y devorador de tierra agrícola, estimulando un modelo de urbanización
costoso, no solo socialmente sino en términos de su capacidad destructora de medios de
producción (Facetas: “Desequilibrio en el desarrollo regional", 25/03/1984).
La economía de Cochabamba a lo largo del siglo XX, y aun antes, había seguido los
ritmos de la economía minera, es decir que había dependido del efecto de sus auges y
decadencias, sin llegar a superar cabalmente esta sujeción a la suerte cambiante de los
mercados mineros. Esta debilidad en el siglo XIX y primera mitad del XX, se relacionó
con la mezcla de incapacidad y desinterés de la oligarquía terrateniente para modernizar
el agro y hacer evolucionar la hacienda rural colonial hacia una empresa capitalista
moderna con dinámica propia, esto, en razón de que el cimiento del poder gamonal, su
armazón ideológico y su razón política, se estructuraron en torno al vasallaje de la
fuerza de trabajo campesina, eje central del modelo de acumulación regional en ese
tiempo. En consecuencia, su eliminación significaría el derrumbe del sistema de valores
115
Misicuni comienza a ejecutarse en 2009. La carretera Villa Tunari–Moxos ha sido objeto de un
convenio binacional entre Bolivia y Brasil para su financiamiento en el mismo año citado.
116
Las regalías petroleras por concepto de la explotación de los pozos en la zona de Entre Ríos
(Chimore) en realidad no llegaron a ser equivalentes a las enormes expectativas e ilusiones que se tejieron
en la década de 1980. Los posteriores recursos derivados del Impuesto a los Hidrocarburos (IDH) en la
administración de Evo Morales (2006), corresponden a una nueva etapa histórica todavía vigente e
inacabada.
30
Crisis rural y atraso industrial parecen ser dos factores causales o estructurales que
provocaron una serie de efectos: las migraciones campo-ciudad, el crecimiento de la
informalidad y la pobreza, la caída de la producción, la ausencia de una armonía
institucional para disponer sabiamente recursos escasos, la caída del salario, el
desempleo y el subempleo, la expansión de los estratos sociales improductivos y, en fin,
el desaliento y la incredulidad que caracterizan al cochabambino cuando habla del
desarrollo de Cochabamba, evocando esos proyectos míticos irrealizables que adornan
el imaginario regional a la hora de establecer el más ligero balance. Incluso la filosofía
cochabambina del desarrollo obsesionada en torno a la búsqueda del "centro", como
diría Gustavo Rodríguez, luego de vanos esfuerzos lo único que había producido era una
amplia galería de nuevos deseos míticos: "el polo central de desarrollo", "el polo
integrador", "el polo agroindustrial", etc.
Pero todo esto no fue el resultado de una miopía regional o de una terquedad onírica
para ver la realidad, sino de algo más simple: la ausencia de atractivos que podía ofertar
la región a la dinámica capitalista para conectarla a las corrientes de la economía
mundial. De esta forma, Cochabamba fue "el granero del Alto Perú", "el granero de
Bolivia", en realidad la despensa que aprovisionó a la minería colonial y republicana,
pero sin desarrollar la alternativa de impulsar su propia economía a partir de cualquier
producto agropecuario o manufacturero que pudiera "cautivar" el mercado capitalista,
generando un impulso de crecimiento propio y duradero.
como la "fatalidad", "el destino manifiesto", "la maldad del Estado centralista" o la
simple "mala suerte" conque suelen terminar los discursos sobre el desarrollo regional,
es decir, con los lamentos de rigor y el esfuerzo de encontrar culpables en las esferas de
la mitología y lo sobre natural o en la trillada cuestión de las ineptitudes congénitas de
generaciones de administradores y políticos. La cuestión no es tan complicada.
Simplemente se trata de fallas de conexión, de "desenchufes", si nos permite el lector
esta libertad reñida con la lengua castellana, pero ilustrativa para captar la idea, entre la
filosofía del centro que apostó Cochabamba para proyectar su propio desarrollo y la
filosofía del desarrollo nacional que apostó hacia dependencia externa, la polarización y
el modelo de enclaves de los espacios productivos estratégicos. Esta razón de Estado fue
la que alentó e impulsó el desarrollo desigual de las regiones, fenómeno que condujo,
parafraseando una vez más a Laserna, a que Cochabamba se convirtiera en la "periferia
central", que además dicho sea de paso, armoniza con el modelo de acumulación
regional que se nutre de esta condición estructural.
A fines de los años 70 e inicios de los 80, es decir en el período final de vigencia del
Estado de 1952, la realidad regional de Cochabamba no solo se distinguía por los rasgos
esbozados, sino por una estructura interna problemática, cuyo conocimiento es esencial,
para evitar que el análisis anterior se debilite por generalizante. Habíamos afirmado
líneas arriba, que el atraso agrícola e industrial parecían constituirse en los dos sólidos
pilares del subdesarrollo regional, sustentando una amplia plataforma donde reposa la
gran muchedumbre de "terciaristas" que reproduce cada vez en mayores proporciones
este modelo. Vale la pena entonces hacer una aproximación más completa a esta
situación.
Desde los años 60, comienza a emerger un nuevo escenario agrícola: el trópico de
Cochabamba, sobre todo el Chapare, cuya economía de la coca se consolida en los años
80, significando esto un acelerado avance de la frontera agrícola bajo la forma de
verdaderas praderas de cocales. Este es un otro componente muy importante del aparato
productivo regional, no solo por el capital moneda que hace circular y por el efecto
multiplicador que todo esto implica, sino porque tal auge económico tuvo la virtud de
funcionar como un verdadero "colchón" amortiguador de la crisis y la hiperinflación de
esa época, proveyendo empleo y medios de vida a decenas de miles de "nuevos pobres"
y "relocalizados", es decir a la masa de víctimas del ajuste estructural (mejor conocido
como Decreto 21060), cuya presión de no ser ésta y otras alternativas menores: el
autoempleo, la adscripción al sector informal, etc., sin duda hubiera rebasado la
capacidad de control social y militar del Estado.
Estos factores de tipo estructural crearon condiciones que tienden a potenciar cada vez
más el tercer componente de la economía regional, o sea el considerable volumen de las
actividades económicas mercantiles sin una sustentación productiva equivalente. En
efecto, el panorama económico que ofrece Cochabamba sobresale especialmente por la
fuerte terciarización117 que a estas alturas, incluso es un rasgo que marca la tendencia
general de la economía del país. En los últimos años, casi un 42 % del PIB
117
El sector terciario en la economía de Cochabamba se concentra en cuatro ramas de actividad
económica: los servicios financieros-inmuebles-seguros a empresas (19,3% del sector), el comercio al por
mayor-menor (13,8 %), el transporte (7,93 %) y la administración pública (6,02 %). Zegada, obra citada.
30
departamental fue generado por este sector, particularmente las ramas del comercio y
los servicios de carácter financiero, además, alrededor de un 31 % de la PEA
departamental se dedica a actividades terciarias, particularmente los servicios
comunales y sociales, seguidos por los servicios de transporte y el comercio. Sin duda
que estos rasgos, además de repetir las tendencias que quedaron en evidencia en el
período anterior, también se relacionan con el rol que le corresponde a Cochabamba en
la organización del espacio nacional y en el interior del llamado eje central Altiplano-
Oriente que analizamos con anterioridad.
Sin embargo, con relación a este último aspecto, el modelo de acumulación regional ha
estimulado esta posición a través del desarrollo de una vasta red mercantil que articula
los espacios rurales productivos con los mercados urbanos de diferente rango (el sistema
ferial) no solo incorporando a una gran masa campesina a la economía de mercado, sino
favoreciéndose de los términos extremadamente desiguales del intercambio campo-
ciudad. Al respecto señala Zegada:
Las condiciones del desarrollo regional en los últimos 30 años han dado paso a
una rápida y vigorosa constitución de una red de ferias que expresa y empuja el
desarrollo de prácticas mercantiles que son las que, controladas por capitales
ubicados en la esfera de la circulación, determinan el rumbo del excedente
económico. Por eso los sectores sociales que pueden controlar los recursos en
esa esfera son los que, con sus prácticas económicas, determinan las pautas de
apropiación y utilización de las riquezas en la región.
El problema del empleo era (es) particularmente crítico dentro de esta economía 118. En
las áreas rurales, particularmente en las zonas de altura y valles, la agricultura
minifundiaria tiene problemas marcados para absorber e incluso retener población
laboral, dentro de los moldes de una agricultura tradicional con fuertes obsolescencias
tecnológicas y escaso apoyo institucional. Esto ha generado y continúa generando
fuertes corrientes migratorias que concurren a la ciudad de Cochabamba, al trópico
(Chapare y Carrasco), también a otros departamentos (Santa Cruz y La Paz) y fuera del
país (Argentina y Brasil) en busca de mejores oportunidades de empleo 119. La oferta de
empleo y la demanda de mano de obra del sector formal en la ciudad de Cochabamba es
muy restringida y ocasional, por tanto, el grueso de estos contingentes pasan
normalmente a reforzar el enorme ejercito de "trabajadores por cuenta propia" en la
producción de bienes, el comercio y los servicios personales, o encuentran empleos
temporales en el sector de la construcción, como dependientes domésticos y otros de
escasa remuneración.
semanalmente salían con rumbo a La Paz, Oruro y las minas, hasta diez vagones de
ferrocarril con verduras vallunas, en 1988 esta situación se había modificado
sustancialmente, las exportaciones regionales de hortalizas tendieron a decaer no solo
por la caída del poder adquisitivo de los consumidores de los citados centros y por la
severa contracción de la minería, sino además por el surgimiento de nuevos espacios
productivos con mejores condiciones tecnológicas y financieras que pasaron a ejercer
una dura competencia. En efecto, Santa Cruz a mediante el desarrollo de su agricultura
en las zonas de Samaipata, Saipina y Mayrana se convirtió en productor de hortalizas y
granos para su propio consumo interno y la exportación: "Aunque parezca risueño
-decía una crónica periodística- el choclo de esa parte de Santa Cruz, ingresa al
mercado de Cochabamba antes de la Navidad, mientras que la producción local se
comercializa después de esa fiesta y con precios deprimidos. Esta es una lacerante
realidad" (Opinión 8/07/1988).
Este episodio aislado pero significativo ilustraba una situación de crisis mucho más
profunda y estructural, que en líneas generales estaría siendo estimulada por la
irracionalidad de la unidad de producción (el minifundio), la insuficiencia de los medios
de producción (particularmente el riego), la falta de medios financieros e inversiones, el
impacto de las sequías sobre esta frágil y estancada economía y, la permanente
devaluación de los productos agropecuarios en relación a sus similares manufacturados
de los cuales dependen cada vez más los campesinos para satisfacer su canasta
familiar121. Analicemos brevemente algunos de estos factores:
Como es sabido, la Reforma Agraria no es la única culpable del minifundio, esta era una
forma de tenencia que se fue generalizando por lo menos desde fines del siglo XVIII.
Sin embargo dicha medida, lejos de proporcionar límites y racionalidad a esta forma de
tenencia, generalizó la pequeña propiedad sin prever ni planificar una compatibilidad
entre esta forma de división de la tierra y las condiciones técnicas y sociales de una
producción agrícola sustentable y competitiva, hecho que se agravó en el caso de
Cochabamba por el escaso desarrollo agroindustrial y de una industria regional de
alimentos que se apoyara en materias primas agropecuarias de la región abriendo una
alternativa de empleo para la población campesina excedente y estimulando la
formación de empresas agrícolas modernas.
cultivadas con relación a los años anteriores, en 1992-93, se hablaba de un pésimo año
agrícola, según el INE "uno de los peores en muchos años" al establecerse ese periodo
un marcado descenso tanto en los niveles productivos como en los rendimientos de casi
todas las cosechas, esto a nivel nacional. Sin embargo el indicador más sensible de las
condiciones de producción es que, por ejemplo, en 1991 solo el 3,2 % de la superficie
del departamento se destinaban a la agricultura, lo que significaba que miles de
hectáreas productivas en los valles y punas se estaban desperdiciando y que las tierras
que se encuentran a una altura de 2.700 mts a 3400 mts sobre el nivel del mar, "nadie
las quiere utilizar" por falta de infraestructura adecuada (Declaraciones del Ing. Lucio
Arze, Opinión 11/02/1991). Lo anterior resultaba comprensible pues tan solo el 18 %
(unas 18.000 Has) contaban con riego de una superficie total cultivada que alcanzaba a
167.000 Has en 1992. Queda claro que el riego se convierte en un factor limitante para
el crecimiento de la agricultura, hecho agravado además por la excesiva parcelación de
la tierra, los procesos de erosión, el avance de las urbanizaciones, el mal manejo del
pastoreo, la deficiente cobertura técnica, etc. (Presencia, 13/12/1992).
122
Misicuni, recién tuvo visos de hacerse realidad en la primera década del siglo XXI, en medio de
innumerables polémicas, marchas y contramarchas, sin embargo todavía hoy (2010) es una obra
inconclusa.
31
El impacto sobre la dinámica migratoria fue aun más severo pues se estimó que unas
10.000 familias de las provincias de Campero, Carrasco, Esteban Arze, Capinota,
Arque, Bolivar y Tapacarí emigraron hacia las ciudades de Cochabamba, Santa Cruz y
Oruro, pero también en proporción significativa se trasladaron hacia el Chapare
(LLajtamasi, 20/05/1990). En 1991 persistía el problema, perdiéndose esta vez el 60 %
de los cultivos de la temporada. En esta oportunidad la represa de la Angostura quedo
virtualmente seca, afectando así incluso a las 5.000 Has regadas por este sistema en el
Cercado y aledaños, perjudicando incluso al sector lechero y avícola y, agravándose aun
más el éxodo campesino a las ciudades y al Trópico. Nuevamente en 1992 persistió la
terrible sequía pues el régimen pluvial en el período 1991-92 fue considerado como el
más bajo en los últimos 40 años.
En el caso del trigo, la producción antes era suficiente para todas las molineras
de la región, ahora ya no se produce y hemos recomendado a la Asociación de
Productores de Trigo que cambien de rubro porque solo tienen pérdidas y las
cosechas no sirven más que para semilla(...) La producción de granos que antes
alimentaba a la población citadina y todavía existían excedentes, actualmente
no alcanza ni para el consumo del campesino productor y su familia(...) En el
rubro de tubérculos, principalmente la papa, la región continúa ocupando el
segundo lugar en la producción nacional, aunque también se registró una
merma del 20 % aproximadamente(...) Cochabamba tiene más o menos 170.000
31
Has de cultivo sin riego y no más de 25.000 con riego. Entonces ese gran
porcentaje de gente que cultiva la tierra en forma temporal no se benefició de
ningún programa de asistencia, tampoco de ayuda técnica para que recupere su
cultivo. Es más, los de las partes altas han emigrado a la ciudad y están
conformando una especie de ejército de cargadores (Los Tiempos 07/09/1993).
Con relación al sector industrial, su grado de desarrollo incipiente, mantenido con esas
características a lo largo del siglo XX no constituye ninguna novedad, y una explicación
a esta situación, con relación a la región, nos remitiría a repetir el análisis abordado
sobre el desarrollo regional al inicio de este capitulo. Sin embargo, también la industria
al igual que la agricultura tuvo sus mitos, uno de ellos fue el Parque Industrial de
Santivañes que languideció durante décadas, porque desde la óptica empresarial su
ubicación, frente a otras alternativas muy debatidas en su tiempo: El Paso, Uspa-Uspa,
etc., no era adecuada y la infraestructura instalada no era suficiente, frente a mejores
condiciones que ofertaba el Valle Central. En todo caso al margen de este episodio mas
bien puntual sobre el emplazamiento industrial, que una dinámica de crecimiento real
habría superado rápidamente, una primera percepción que se puede hacer a cerca de su
problemática actual, es que el modesto sector industrial que existía en los años 70 y
primeros de los 80, subsistía a la sombra protectora del Estado a través del manejo de
divisas preferenciales, subvenciones y contratos con entidades fiscales. A partir de 1985,
se inició un lento reacomodo del sector a las nuevas reglas de la economía de mercado
al desaparecer el sistema de divisas baratas para la industria, las subvenciones a las
exportaciones de productos y a las importaciones de insumos y, sobre todo al tener que
enfrentarse a un mercado donde comenzaron a concurrir sin restricción productos
industriales del extranjero, provocando esta situación el cierre de algunas industrias o la
reducción de los volúmenes de producción.
En 1986 se consideraban que los principales obstáculos para el desarrollo industrial
nacional y regional se centraban en torno a la agudización del contrabando, la
disminución de las inversiones privadas y públicas en la renovación de maquinarias y
equipos, la excesiva dependencia de materias primas e insumos importados, la
inestabilidad monetaria en el quinquenio 1980-85 y los altos costos de producción. En
123
Todavía hoy, al filo de la primera década del siglo XXI, la vulnerabilidad y la precariedad de la
agricultura cochabambina parcelaria se mantienen invariables, en especial con relación a los imprevisibles
fenómenos naturales.
31
Una visión más optimista del desarrollo industrial cochabambino (Los Tiempos
20/10/1990) al examinar las ramas industriales más prometedoras y con mayor
potencialidad, señalaba que la metalmecánica tiene una gran importancia para reactivar
la economía regional por su gran potencial de encadenamiento con el sector
agropecuario y de otras ramas industriales. En este orden, el ejemplo del montaje de
automotores de COFADENA era uno a tomar en cuenta. Otra industria, a la que se
asignaba gran potencial era la miniacería de Changolla, cuyo efecto dinamizador sería
fundamental para la industria metalmecánica y automotriz, otras industrias como las de
fertilizantes y el emprendimiento de la Cooperativa Agroindustrial (COPAICO)
organizada en los años 70, para instalar un ingenio azucarero en el Chapare, también
ofrecían grandes potencialidades para dinamizar y generar el crecimiento de la
economía de Cochabamba. Más adelante se afirmaba que para garantizar realmente el
desarrollo de Cochabamba era necesario simultáneamente promover el crecimiento
industrial y agropecuario cuya expansión solo sería posible dirigiéndola hacia procesos
de agregación de valores industriales.
Estas y otras perspectivas que combinaban las modestas realidades con ambiciosos
proyectos industriales y la urgencia de ejecutar el Proyecto Misicuni, se
complementaban, por último, con las ventajas que brinda Cochabamba para el
desarrollo de la industria, por tratarse, una vez más, de una región central vinculada con
los principales mercados nacionales, potencial empresarial poco aprovechado,
facilidades de comunicación, existencia de mano de obra abundante y reconocida por su
innata habilidad, disponibilidad de abundante energía eléctrica, creciente mercado local
y ventajas climáticas sin extremos de temperatura. La pregunta que queda flotando es
¿por qué, si existen tantas condiciones y potencialidades no se logró hasta hoy generar
un despegue industrial significativo?
Otro sector importante es la industria avícola que tiene varias décadas de existencia. En
1993 generaba 60 millones de dólares anuales y cubría el 65 % de la demanda nacional.
De hecho, Cochabamba era el primer productor nacional en este rubro cubriendo
alrededor del 60 % de la producción anual nacional y uno de los sectores con mayores
inversiones en capital fijo y con tecnología moderna. Según el Presidente de la Cámara
Agropecuaria: "la avicultura es la única actividad pecuaria que se ha incrementado
significativamente en el departamento con un índice que bordea el 400 % desde 1950 a
31
la fecha" (Los Tiempos 09/09/1993), pese a que como el resto de la industria regional,
ha estado expuesta a los problemas de contracción del sector y a las sequías que en
determinados momentos le obligaron a importar maíz cruceño.
1994, La Paz con el 27, 8 % y Santa Cruz con el 35,3 % (Los Tiempos 11/02/1995).
Finalmente, estos último rasgos nos introducen en un sector de suma importancia para
conocer una otra realidad de la actividad industrial cochabambina, es decir, la situación
de la pequeña industria y la artesanía, que según el Instituto Boliviano de Pequeña
Industria y Artesanía (INBOPIA) absorbía en 1988 el 80 % de la PEA departamental,
estimándose que en el Departamento de Cochabamba existían alrededor de 7.538
pequeños industriales y artesanos, de los cuales, un 45 % desarrollaban actividades en la
metalmecánica, la madera, los cueros y el procesamiento de alimentos; un 30 % se
dedicaba a la producción de artesanía típica y un 25 % trabajaba en la prestación de
servicios124 (Opinión 20/01/1988).
124
INBOPIA consideraba unidades artesanales a aquéllas cuyo capital fijo no sobrepasaba los 8.000
dólares, en tanto pequeñas industrias eran aquéllas unidades que representan una inversión que se sitúa
entre 8.000 y 40.000 dólares (Opinión 20/01/1988).
31
Otros aspectos que solo mencionaremos en sus rasgos más generales y que son parte de
la problemática regional de Cochabamba se refieren a: los altos índices de pobreza y de
inequidad social alimentados por la precariedad del empleo, las altas tasas de mortalidad
infantil, la precariedad de la vivienda y el alojamiento, la deficiente enseñanza pública,
los movimientos migratorios y la limitada cobertura de infraestructura básica en las
áreas rurales. Por otro lado, también se debe mencionar como un problema delicado el
manejo inadecuado de los recursos naturales y el continuo proceso de deterioro del
medio ambiente agravado por factores como la ausencia de una conciencia ciudadana a
cerca de la preservación ambiental y de los recursos naturales, la falta de instrumentos
legales que orienten y planifiquen el uso del suelo en términos racionales, la continua
contaminación por falta casi absoluta de saneamiento básico en las zonas rurales y las
periferias urbanas y, la ausencia de un inventario serio sobre los recursos naturales
departamentales, en base al cual se pudieran definir políticas adecuadas en lugar de los
discursos intuitivos y las medidas dispersas del mismo signo.
regional, era la problemática de la deficiente e incluso precaria integración vial que solo
abarcaba a un escaso 25 % del territorio departamental, es decir que salvo la vinculación
con La Paz y Santa Cruz no existía ninguna con el Norte de Bolivia (Beni y Pando) y
existía una muy deficiente con el Sur (Chuquisaca, Potosí y Tarija). En este orden,
resultaba lamentable que el proyecto caminero Cochabamba - Beni que en su momento
se consideró prioritario hubiera quedado relegado, tropezando todavía el día de hoy con
cuestionamientos ambientales. En la misma forma, la red ferroviaria solo se encontraba
interconectada con la red occidental, en tanto el proyecto ferroviario Santa Cruz-
Cochabamba, cuyo tramo hasta Aiquile estaba subutilizado, permanecía inconcluso
desde casi un medio siglo. En fin, el transporte fluvial, pese al potencial hídrico
existente en el trópico cochabambino era incipiente. Por último el transporte aéreo
tropezaba con el lento avance del mejoramiento de la infraestructura aeroportuaria y la
existencia de terminales nacionales e internacionales próximas (La Paz y Santa Cruz) en
operaciones, que relativizaban la antigua importancia que tuvo Cochabamba en este
orden. En fin, otro problema era la inadecuada división política y administrativa del
Departamento lo que ocasionaba conflictos jurisdiccionales de diverso tipo con motivo
de la aplicación de la Ley de Participación Popular y la creación de los municipios
seccionales, además de crear problemas de gestión y control territorial.
Por último, un aspecto que gravita transversalmente sobre el abanico de problemas que
presentaba la realidad regional se refería a la total falta de coordinación institucional
que se esperaba fuera superada, en alguna medida, por la Ley de Descentralización
Administrativa que entró en vigencia en 1996, dando lugar a la creación de los
gobiernos departamentales estructurados en torno a las prefecturas y constituyendo
pequeños aparatos estatales con atribución para generar políticas de desarrollo en forma
más descentralizada y a partir de visiones más regionales en cuanto a objetivos y
prioridades. Lo normal hasta ese momento había sido la sobreposición de roles, la toma
de decisiones en forma dispersa y contradictoria, la duplicación de esfuerzos y
situaciones de incomunicación casi total entre los diferentes niveles de la administración
pública, produciéndose pérdidas de tiempo, de recursos humanos y financieros, en
medio de cuadros de inoperancia e ineficiencia, sumamente frecuentes. A ello se añadía
la debilidad institucional de muchos municipios y otros organismos provinciales que en
gran medida solo se dedicaron a seguir las pautas del desarrollo de Cochabamba y el
Cercado, incluyendo sus peores defectos, por una parte; y por otra, la proliferación de
ONGs que durante mucho tiempo operaron desarrollando iniciativas propias, basándose
en acuerdos directos con entidades internacionales de cooperación, pero apenas
actuando sobre parcialidades y aspectos sectoriales de la realidad, sin el marco
referencial de la problemática integral de la región y sus reales prioridades y, aportando
muy poco al desarrollo regional, dado su carácter puntual, voluntarista y carente de
niveles de investigación adecuados para enmarcar sus acciones en algún parámetro u
objetivo de planificación regional rescatable que hubiera sido adoptado, aun en ausencia
de un instrumento oficial en este orden. (Plan Departamental, 1995)126.
126
Con posterioridad a los eventos que se analizan (años 1980-90), emergería el debate por las
autonomías departamentales, cuyo desenlace todavía no totalmente definido, permite avizorar un cambio
profundo en la estructura institucional y funcional del aparato estatal.
32
Una tendencia que todavía no era muy nítida en 1976 emerge con fuerza en el período
posterior, es decir, al contrario de la creencia más o menos generalizada de un desarrollo
relativamente homogéneo en el interior del eje, se verifica la vigencia de ritmos
marcadamente desiguales en el desarrollo de los departamentos de Santa Cruz, La Paz y
Cochabamba. Así en 1988, el aporte al PIB nacional de Cochabamba era del orden del
13,72 %, el de La Paz del 19 % y de Santa Cruz el 33%, es decir que este último
departamento tenía una capacidad de aporte 2,4 veces mayor que Cochabamba y 1,7
veces mayor que La Paz. En 1992, este mismo índice de aporte era del 13,71 % para
Cochabamba, del 20,10 % para La Paz y del 37 % para Santa Cruz, por tanto, por una
parte Cochabamba mostraba una situación de estancamiento de su aparato productivo
entre 1988 y 1992, La Paz un leve crecimiento (un 5,7 %), en cambio Santa Cruz
exhibía un crecimiento del orden del 15,15 % para el mismo período. Por otro lado, en
1992 la capacidad de aporte al PIB nacional por parte de Santa Cruz era 2,7 veces
mayor que el similar de Cochabamba (INE 1994).
Estos datos que tocan apenas uno de los rasgos de diferenciación en los ritmos de
desarrollo de las tres principales regiones del país, sugieren la consolidación de un
sistema de ciudades y regiones, que definitivamente no es macrocefálico en el nivel
nacional, pero sí lo es a nivel de cada ciudad y su región de influencia, y que se
caracteriza por la presencia de dos grandes centros en proceso de rápida
metropolización: La Paz, un gran centro comercial y de servicios, además el mayor
centro minero desde el punto de vista de la hegemonía indiscutible que ejerce sobre este
sector, uno de los dos mayores centros industriales, además de un importante centro
financiero y difusor de recursos tecnológicos, sede del poder central y conectado al
mercado mundial a través de su red ferroviaria y caminera con de los puestos del
Pacifico. Por otro lado, Santa Cruz, el otro gran centro comercial y de servicios, con
similar jerarquía que La Paz, el mayor centro agroindustrial del país, un centro
industrial de rango muy próximo al de La Paz y el mayor centro petrolero, vinculado al
comercio internacional a través de su red ferroviaria conectada con los puertos del
Atlántico. Por último, Cochabamba, igualmente un centro comercial y de servicios,
nudo terrestre y aéreo de comunicaciones con relación a las otras dos ciudades citadas,
un centro de agricultura tradicional, exportador importante de fuerza de trabajo, centro
127
Una descripción más sistemática y estadísticamente sustentada del Eje La Paz-Cochabamba-Santa
Cruz, se puede encontrar en Blanes, Calderón, et al, 2003).
32
En los años 90, a través de los aportes del PNUD, se introducen criterios alternativos a
las formas ya clásicas de medición del desarrollo económico y social que se dirigen a
privilegiar no solo índices de producción de bienes materiales en abstracto sino a aplicar
métodos de medición de variables casi siempre ignoradas por las estadísticas
económicas. De esta manera, se comienzan a tomar en cuenta, indicadores de desarrollo
referidos al estado de la salud, la educación, el acceso a la infraestructura básica, la
vivienda, las cuestiones de género, de seguridad ciudadana y otras, que pasan a ser
consideradas como fundamentales para calificar el estado del "Desarrollo Humano"
como un concepto más integral y completo que el desarrollo económico. Uno de los
primeros estudios en este campo en Bolivia fue el realizado por un equipo
multidisciplinario conducido por Roberto Laserna con respecto al Departamento de
Cochabamba, en 1995. Los resultados de este valioso esfuerzo corroboraron con mayor
grado de detalle y precisión, algo que, una y otra vez ha sido expresado a lo largo de
este trabajo, es decir la extrema desigualdad que caracteriza al desarrollo departamental.
En este orden, tal modificación de las variables de medición del desarrollo, permitió
desentrañar una amarga verdad y proyectar a Cochabamba en un sitial poco expectable
en el concierto nacional. Recuérdese que Bolivia juntamente con Haití compartían el
nivel más bajo de desarrollo humano a nivel de América Latina. En efecto, Cochabamba
pese a ser desde la perspectiva de las cuentas nacionales y regionales, así como por
otros tipos de valoración, el tercer departamento en importancia en el país, en cuanto al
Índice de desarrollo Humano (IDH), ocupaba un discreto sexto lugar por "las agudas y
profundas desigualdades socio-económicas existentes entre sus provincias, entre el área
rural y urbana, y de género, pues los hombres tienen mayores oportunidades que las
mujeres" (Los Tiempos 04/03/1996). Solo dos provincias: Cercado y Quillacollo
estaban por encima del promedio departamental (0,791), en tanto las restantes 14
provincias no alcanzan este promedio. Las provincias de Chapare, Tiraque, Carrasco,
Jordán y Punata ostentan un IDH "medio bajo", en tanto las restantes: Ayopaya,
Tapacarí, Arque, Bolivar, Capinota, Esteban Arce Mizque, Arani y Campero
presentaban los IDH más bajos. Resultados ciertamente coherentes con la
espacialización de los extremos de riqueza y miseria departamentales, emergiendo una
vez más el Cercado con la ciudad capital y Quillacollo en un segundo término, como el
restringido "oasis" de desarrollo relativo, en medio de un mar de carencias, atrasos,
estancamiento y frustraciones de diverso grado, destacándose en este orden una suerte
de cinturón de extremo atraso y miseria que compromete las provincias altas limítrofes
con La Paz, Oruro y Potosí y a algunas del Valle Alto, quedando corroboradas en líneas
generales las observaciones y el reflexiones desarrolladas a lo largo de este capítulo.
Las conclusiones que se pueden extraer de este abigarrado análisis, que obviamente es
parcial y donde sobre todo se abordan procesos y fenómenos que todavía, dada su
reciente emergencia, no han completado su ciclo de desarrollo, no deben ser tomadas
necesariamente como un diagnóstico o un cuerpo cerrado de resultados, sino apenas
como un material de reflexión con varios elementos más bien hipotéticos que habrán
cumplido su objetivo si son motivo de debate y sobre todo si se constituyen en un aporte
para el avance de la futura investigación regional.
32
No cabe duda que la región de Cochabamba en las décadas finales del siglo XX,
conservaba gran parte de la problemática analizada para el anterior período. Es decir
que el crecimiento de su economía era lento y siguiendo los vaivenes que le ofertaba un
mercado interno regional y nacional inestables y continuamente restringido por los
golpes que aplicaba sin pausa la llamada política neoliberal, que apenas objetivizaba
mantener una frágil estabilidad monetaria a costo de perforar sin piedad el cada vez más
reducido poder adquisitivo del salario obrero y del igualmente constreñido ingreso de la
masa de trabajadores por cuenta propia e incluso de las clases medias-bajas que
constituyen la gran mayoría del Departamento. Esta economía se apoyaba en la
agricultura tradicional, con todo el conjunto de problemas y limitaciones que carga
sobre sus hombros y que fueron oportunamente detallados, y donde la relación desigual
entre producción parcelaria y redes de intermediación continuaba en plena vigencia.
Tampoco se puede perder de vista que la relación entre Estado y región se mantuvo
inalterable. Todavía Cochabamba pese a sus potencialidades evidentes, es la región de
los proyectos míticos, de las obras que se inician con grandes esperanzas y luego toman
décadas para alcanzar su conclusión. "El polo de servicios" es un fuerte prejuicio que
todavía domina a la esfera estatal a la hora de dirigir su mirada a Cochabamba, cuando
la región exige sus justas reivindicaciones. En este sentido el desarrollo y
modernización de la estancada agricultura, el potenciamiento de la modesta industria y
en general, el desarrollo de iniciativas para hacer crecer las fuerzas productivas y no el
sector informal y los servicios, es todavía una cuestión que no ha merecido señales
evidentes y positivas por partes de los gobiernos. A inicios de la década de 1990, se
esperaba que el acelerado crecimiento de la explotación petrolífera pudiera modificar
esta idea tan extendida de que Cochabamba solo vive a costas del erario nacional, y que
finalmente se reparaba la deuda que el país le debía por las muchas generaciones de
cochabambinos que ayudaron a forjar la riqueza minera y agroindustrial y por su poco
edificante papel de despensa pobre que le tocó desempeñar durante todo el devenir de la
vida republicana.
Sin embargo, no todas las culpas tienen su origen en conspiradores externos contra el
desarrollo regional. Las extremas desigualdades y contradicciones entre regiones y entre
campo y ciudad, además del el crecimiento acelerado de la pobreza haciendo universal
32
esta condición en las zonas rurales, no son otra cosa que el resultado del modelo de
acumulación descrito anteriormente. Por ello no resulta casual que los productores
minifundiarios fueran las principales víctimas del subdesarrollo y que este se ubique en
los espacio de producción, en tanto la riqueza tenga un destino improductivo
especialmente dirigido a materializar la nueva versión urbana de la modernidad, es decir
el nuevo barniz de "piel de vidrio" con que las nuevas elites, digamos los herederos de
los antiguos rescatiris, desean mirarse para satisfacer sus ideales de progreso.
En fin, retornando a la pregunta de ¿por qué no se logró hasta hoy generar un despegue
industrial significativo?, arriesgamos la respuesta, de que tal emprendimiento pasa no
solo por una receptividad estatal que estimule mayores inversiones en este campo, un
mayor grado de desarrollo de la vertebración vial y ferrocarrilera que posibilite el
acceso de la producción manufacturera de Cochabamba a mercados próximos y lejanos
o alguna solución que neutralice la acción del contrabando; sino por la capacidad de la
clase empresarial para contrarrestar un modelo de acumulación que solo promueve el
crecimiento de un capitalismo mercantil atrasado en la región. Esto significa que la
suerte de la industrialización de Cochabamba esta vinculada a la enorme tarea de
modernizar la agricultura y potenciar el desarrollo de las fuerzas productivas regionales.
La ciudad de Cochabamba casi ya era irreconocible en 1990 con relación a aquélla que
había sido descrita en 1945 con motivo del Censo Municipal de aquél año. No solo se
había expandido hasta límites inimaginables para los primeros planificadores de la
ciudad, sino que había consolidado y rebasado el perímetro urbanizable definido en
dicha época por el Plano Regulador y que se consideraba suficiente para contener el
crecimiento urbano durante más de medio siglo y con una población de hasta medio
millón de habitantes que cómodamente desarrollarían sus actividades dentro de dicho
perímetro. Pero además se había "desparramado" a lo largo del Valle Central,
definiendo "ejes de conurbación" entre Quillacollo, Sacaba, Tiquipaya, Valle Hermoso y
Cochabamba (Ver Plano 43). El resultado estaba muy lejos de la ciudad planificada e
industrial rodeada de centros satélites donde residiría una laboriosa clase trabajadora
que sugería el primer Plano de la Ciudad y su Región de Influencia Inmediata.
32
El modelo de "ciudad-jardín", que fue introducido como concepto por los urbanistas de
los años 40, se materializa por lo menos parcialmente en las zonas residenciales; sin
embargo, lo mas importante es que la urbanización "por saltos" y de tipo lineal en torno
a los principales ejes urbanos (Avenidas Libertador Bolívar, América, Aniceto Arze,
etc.) que había caracterizado a las primeras formas de expansión urbana sobre la
campiña, finalmente es relegada por un proceso raudo de consolidación de la mancha
urbana que termina consumiendo los enormes terrenos baldíos donde todavía, hasta
inicios de los 70, eran frecuentes grandes maizales y cultivos de hortalizas al lado de los
primeros chalets que aparecían dispersos y rodeados del mundo rural, nada menos que,
en lo que deberían ser las zonas residenciales urbanas de las clases medias y altas.
Recién a lo largo de la citada década (los años 70), aparecen francamente las viviendas
modernas en diversos estilos y gustos, rodeadas de jardines e introduciendo el uso de
verjas, que terminan convirtiendo a estos espacios habitacionales en recintos
celosamente resguardados, donde cada vecino antes que detenerse en consideraciones
estéticas desea hacer de su morada un pequeño bastión contra peligros reales e
imaginarios. Barrios como Cala Cala, Queru Queru, Tupuraya, Hipódromo, Sarco, etc.,
se consolidan como barrios residenciales, a los que se añaden nuevas zonas como Alto
Tupuraya, Temporal de Queru Queru, de Cala Cala, etc. y pequeños núcleos exclusivos
como El Mirador, Lomas de Aranjuez y otros que finalmente van dando forma al
espacio residencial "moderno" de los sectores de mayores recursos e ingresos128.
naturales y las zonas expresamente prohibidas para implantar loteos de estratos de muy
bajos recursos. Así se conforma un extenso cinturón poco denso y carente de todo tipo
de infraestructura. Esta categoría de asentamiento fue (es) la dominante y la que
caracterizó el proceso de expansión de la ciudad, como se verá más adelante.
Los problemas de la ciudad hacia fines del siglo pasado tenían mucho que ver con la
permanencia de este centro bipolar (Zona Central-La Cancha) que operaba todavía con
funciones similares a la vieja plaza de armas colonial129. Con esta referencia pasaremos
a examinar la problemática de la ciudad en la década final del siglo pasado, en lo que
hace a los principales factores que dieron forma a su compleja estructura: migraciones y
población, crecimiento de la pobreza, precariedad del empleo, terciarización,
asentamientos irregulares, contaminación ambiental y diversas facetas de la crisis de
infraestructura, particularmente en lo referente al agua, esa vieja pesadilla de los
cochabambinos y otros "cuellos de botella", cuya falta de soluciones reales, los han
elevado a la categoría de problemas tradicionales.
129
Sin embargo, desde fines de los años 80, fue produciéndose una paulatina refuncionalización de
algunas zonas residenciales como Cala Cala y Queru Queru acompañando una reestructuración espacial
estimulada por la presencia de actividades comerciales y recreativas. De esta forma, ya en los primeros
años del siglo XXI, fue tomando forma más nítida la emergencia de un nuevo centro comercial urbano en
torno a las avenidas Pando, Santa Cruz, América y calles aledañas, en lo que se puede considerar la
ruptura definitiva con el modelo urbano monocéntrico. Sin embargo, los factores que estimulan este
nuevo proceso y sus connotaciones, se sitúan en una nueva fase del desarrollo urbano, con la que se inicia
en nuevo milenio. Las características de este nuevo proceso se pueden consultar en Rodríguez, Solares y
Zavala, 2009.
32
una profunda crisis que envuelve a los habitantes rurales, cuyos niveles de vida se sitúan
en un porcentaje mayoritario dentro de los umbrales de la pobreza, una vez que los
distintos modelos de desarrollo aplicados durante la última mitad de siglo no han
logrado mejorar la vida rural ni proveer a la fuerza de trabajo campesina empleo estable
y dignamente remunerado.
En términos más amplios los fenómenos migratorios son procesos mundiales, que ahora
y en el pasado han expresado cambios en las relaciones de producción y
consecuentemente en las estructuras sociales y en las pautas culturales. Sin embargo en
el caso boliviano, las mismas han puesto de manifiesto profundas contradicciones y
enormes niveles de atraso y estancamiento de la agricultura y de amplias regiones que
tradicionalmente subsistieron del comercio de productos agrícolas, donde la ampliación
de la miseria, el crecimiento demográfico y, el deterioro del suelo agrícola y del medio
ambiente, se han constituido en un poderoso factor expulsor combinado que esta
provocando el rápido retroceso de la población rural.
Es indiscutible que las provincias de puna no solo están en una profunda decadencia,
sino que se están quedando vacías a ritmo acelerado. En cambio los valles,
específicamente el Valle Central y relativamente el Valle Alto, tienden a concentrar cada
vez en mayor proporción a la población departamental. La región del trópico,
concretamente Chapare y Carrasco tropicales, que por lo menos hasta 1976 tuvieron una
escasa incidencia poblacional, en 1992 superan ampliamente a la población de las
provincias altas e incluso logran restar algunos puntos con respecto a 1976, a la gran
concentración del Cercado y su región urbana. Es indudable que la economía de la coca
introduce esta nueva tendencia de concentración de la población, incluso en un
escenario, que al contrario que el Valle Central, carece de infraestructura y servicios
básicos pero posee comparativamente otros atractivos irresistibles (Solares, 1995).
En 1992 tuvo lugar lo que pudiera ser el hecho más significativo en la historia
demográfica del departamento, pues desde aquél lejano 1574 en que se estructura en
torno a la pequeña Villa de Oropesa una sólida sociedad rural conservadora, la región no
perdió este carácter, que se constituyó en uno de los rasgos esenciales de la formación
social valluna, donde el peso de la presencia del agro fue una constante que dominó la
realidad regional, sobre todo en el orden poblacional, sin embargo tal predominio
secular finalmente concluye a fines del siglo XX, cuando ese bastión del mundo rural
que fue Cochabamba se urbaniza, pues a partir de aquel momento se constata que el
52,26 % de la población departamental reside en centros urbanos y la tendencia futura
promete ensanchar este atributo131.
No cabe duda de que la acelerada expansión demográfica urbana del Valle Central es la
responsable de este cambio trascendental. En efecto, la provincia Cercado con la capital
departamental concentran en 1992 al 70,3 % de la población urbana total del
Cochabamba, Quillacollo el 14,7 % y el Chapare el 7%; concentrando en conjunto estas
130
El censo de Población de 2001 mantiene intactas estas tendencias.
131
En efecto, el Censo Nacional de Población de 2001 revelaba que el 58,83 % de la población
departamental (1.455.711 habitantes), vivían en ciudades.
33
1993/a).
En 1945, la ciudad tenía una extensión global de unas 1.200 Has, una población de
71.492 habitantes y una densidad bruta de 59,6 habitantes/Ha. Sin embargo, la ciudad
propiamente no ocupaba más de un tercio de esta extensión, que había sido
exageradamente ampliada en los años 40 para definir el perímetro de la futura ciudad,
que se pensaba suficiente hasta fines de siglo, en el afán de recibir su primer plano
regulador. En 1967 la población urbana alcanzaba a 137.004 habitantes, la ciudad se
había expandido hasta abarcar unas 3.500 Has y la densidad era de 39,14 habitantes/Ha.
En 1976, la población llego a 204.686 habitantes, el perímetro urbano, considerando
solo la jurisdicción de la Alcaldía de Cochabamba, alcanzaba a 6.135 Has., con una
densidad de 33,36 habitantes/Ha. Finalmente en 1992 la ciudad tenía 404.102
habitantes, su extensión era de 7.683 Has., dentro de la jurisdicción municipal, y la
densidad correspondiente era de 52,6 habitantes/Ha. (Solares 1993/b) -Ver Plano 45-.
Por otra parte se puede afirmar que el proceso urbano a fines de los años 80 e inicios de
los 90, se caracterizaba por un lento crecimiento demográfico de los barrios
residenciales y centrales, incluso expresando en zonas del casco viejo tasas negativas;
en contraposición a las zonas periféricas que exhibían una acelerado crecimiento
poblacional y unas tasas de densidad bruta relativamente altas con relación a las tasas
medias urbanas. Sin embargo, la horizontalidad persistía en los barrios periféricos, lo
que hace sospechar la existencia de situaciones de franca tugurización (Ver plano 46).
Por otra parte, fue notorio, sobre todo en la segunda mitad de la década de los 80, un
sensible incremento de la desocupación abierta y de la subocupación por el gran
incremento de mano de obra con escasa calificación. El caso de los "mineros
relocalizados" era aleccionador a este respecto. Un censo desarrollado por el Centro de
Investigación y Desarrollo Regional (CIDRE) en 1986 reveló que a lo largo de 1985 y
el citado año llegaron a Cochabamba alrededor de 21.300 migrantes de este origen, de
los cuales el 61 %, casi toda la PEA involucrada no tenía donde trabajar (Facetas,
10/05/1987) El consiguiente estudio realizado sobre dichos "mineros relocalizados",
entre otros muchos aspectos corroboraba este extremo:
En 1985, el panorama de los barrios estudiados por Aguiló era el siguiente: de un total
de 5.263 habitantes, el 46 % eran migrantes, de los cuales el 21,6% eran inmigrantes
extra departamentales. Al respecto se constataba: "el barrio de Santa Barbara ha
abierto sus puertas a una población migratoria muy superior al ritmo de la
construcción habitacional creando así un serio problema de hacinamiento humano no
siempre visible por el irregular estado de ordenamiento del barrio". La zona vecina de
Jaihuayco contaba, según datos de la encuesta de 1983, con 7.110 habitantes de los
cuales el 35,8 % eran migrantes, correspondiendo al 20,2 % de este segmento, los de
procedencia extradepartamental. Según el autor citado, la preeminencia de población
nativa se debe al hecho de que se trata de un barrio que surge con mucha anterioridad a
los fenómenos migratorios. Aquí también se podía observar que la presión del flujo
migratorio excedía la capacidad habitacional de absorción de la demanda,
reproduciéndose una tendencia de hacinamiento similar al caso anterior. En Alto
Cochabamba y otros barrios en pleno proceso de consolidación en 1986, como
Sebastián Pagador, considerados "barrios receptores" la población alcanzaba a 16.815
habitantes, de los cuales, el 66% eran migrantes, correspondiendo el 34% a los de
procedencia extradepartamental (Aguiló, Correo de Los Tiempos, 6/03/1986). En este
último caso, a diferencia del anterior, la característica era una ocupación más horizontal
y dispersa protagonizada por orureños, paceños y potosinos, cada cual conformando
multitud de "villas" de paisanos y redes familiares. Solo en el caso de Sebastián
Pagador, hasta 1986 se habían fraccionado unas 68 Has ocupadas por unas 10 villas.
Hacia 1990, existían más de 30 villas y la superficie urbanizada se había triplicado.
La situación de Bolivia no podía ser más delicada en la década de 1980, pues las
estadísticas internacionales nos situaban entre los más pobres del mundo. Es
ampliamente reconocido que el Estado boliviano no tenía capacidad para mejorar los
ingresos de subsistencia radicalmente devaluados en el curso de la crisis de los 80. El
Banco Mundial en 1987 afirmaba con respecto a Bolivia que "hoy es una de las
naciones más pobres de Sudamérica, con un ingreso per capita de 530 dolares, menos
de la décima parte de Finlandia, pero casi el doble de la enorme India y el triple de
Etiopía", triste consuelo que no quitaba dramatismo a esta situación (Facetas
14/06/1987). Distintas fuentes han refrendado esta realidad: los estudios realizados por
el Ministerio de Planificación para el período 1976-88 mostraron que entre un 64 y un
76 % de los bolivianos en esos años eran pobres y que, de éstos, por lo menos entre un
30 y un 40 % vivían en extrema pobreza. Un informe del PNUD en 1992 afirmaba que
el nivel de ingreso del 40,6 % de la población boliviana estaba por debajo del costo de
una canasta básica y que el ingreso de un 70,75 % de la población no era suficiente para
cubrir el conjunto de sus necesidades básicas (Opinión 19/09/1992). Otras instituciones
como la CEPAL, respaldadas en estadísticas nacionales, afirmaron que la línea de
pobreza afectaba al 80 % de la población nacional y que un 60 % de la misma se ubica
en una situación de indigencia, señalándose que la población crecía geométricamente en
contraste con los pequeños índices de crecimiento económico. Por ejemplo, si la
economía creció con una tasa media de 1,73% anual en la década de 1980, la población
se incrementó en un 25 % en el mismo período según fuentes del INE (Los Tiempos
05/08/1995).
No es necesario manejar estadísticas para afirmar que en el área rural del país la
situación descrita era todavía mucho más dramática. No obstante un indicador mas
preciso desarrollado por el Estado Boliviano para medir la pobreza del país fue el
denominado "Mapa de la Pobreza" (1993) elaborado por el Ministerio de Desarrollo
Humano132. En este estudio quedaron definidos cinco estratos de pobreza: el Estrato I
constituido por "pobres marginales" con un 85 % de necesidades básicas insatisfechas
(NBI) que representaba el 5,1 % de la población nacional según el censo de 1992; el
Estrato II constituido por "pobres indigentes" con un 55 % de NBI y abarcando al 31, 7
% de la población nacional; el estrato III de "pobres moderados" con un 25 % de NBI y
constituyendo el 33 % de la población nacional; el Estrato IV conformado por hogares
que están en el "umbral de la pobreza", con un nivel mínimo aceptable de necesidades
básicas satisfechas (NBS), por lo que no ingresan a la categoría de pobreza,
representando al 13,4 % de la población del país y, el Estrato V de "hogares con NBS”
equivalente a un 55 % y que alcanzan a un 16,8 % de la población de Bolivia. Estas
cifras así desagregadas establecían que oficialmente la pobreza en diversa intensidad
afectaba al 69,8 % de la población nacional, con un grado de incidencia mayor en las
zonas rurales donde esta condición afectaba al 94 % de sus habitantes. Los
departamentos más pobres eran: Pando, Potosí, Beni y Chuquisaca con incidencias por
encima del 76 %. El resto de los departamentos, a excepción de Santa Cruz que
presentaba la menor incidencia de pobreza, (58 %), esta condición afectaba a un 70 %
de la población como promedio. Las provincias de mayor pobreza eran: Abuná en
Pando, Arque; Tapacarí y Bolivar en Cochabamba; Charcas, Chayanta, Ibañez y Bilbao
en Potosí; Franz Tamayo, Muñecas y Saavedra en La Paz; Azurduy en Chuquisaca.
El panorama urbano presentaba una situación relativamente mejor: en este caso, el 51,4
% de os hogares, es decir 271.408 personas cubrían adecuadamente sus necesidades, un
38,1 % (212.258 personas) presentaban una pobreza moderada y 10,5 % (54.744
personas) vivían en condiciones de pobreza extrema.
132
Un análisis más sistemático sobre este particular, e puede encontrar en Laserna, 2005.
33
Un estudio con mayor detalle realizado en 1988 mostraba que la pobreza urbana era en
realidad más severa que la percepción anterior, pues mostraba que esta condición
afectaba a un universo importante de hogares en la ciudad. En efecto, uno de cada tres
hogares (38, 7%) se inscribía en la categoría de "pobreza crónica", o sea hogares cuyos
ingresos se mantenían en niveles deprimidos y con NBI muy marcadas. Por otro lado,
uno de cada cinco hogares (22,5 %) ingresaba a la categoría de "pobreza reciente", se
trataba de hogares con viviendas y servicios adecuados pero con ingresos actuales muy
bajos. Por último, un 10 % de los hogares pertenecía a la categoría de "pobres
inerciales", es decir, hogares cuyo ingreso sobrepasa la línea de pobreza, pero sin
embargo presentaban carencias en alguna de las dimensiones utilizadas para medir el
grado de NBI. Estos índices sugieren que el 72,6 % de hogares eran pobres y de ellos,
casi el 39 % eran pobres extremos. (Ledo, 1991).
En términos espaciales este proceso mostraba que la zonas periféricas eran las que
exhibían las situaciones de incidencia más pronunciadas. En este orden un estudio sobre
vivienda (Ver Plano 48) señalaba que a nivel de la conurbación de Cochabamba, se
identificaba como "áreas críticas", esto es, áreas con vivienda de calidad deficiente
habitados por estratos sociales de bajos recursos, a los distritos de Tacata, Cota y
Sapenco en el Oeste de Quillacollo; en Cochabamba; los distritos de Taquiña y
Condebamba en la zona Norte y, los distritos de Ticti, Alalay Sur y Valle Hermoso en el
Sur. Además, los distritos de Puntiti, Pucara, Huayllani y Chimboco en el eje
Cochabamba-Sacaba y, los distritos de Laicacota, Sacaba y Ulincate, abarcando la
totalidad de la ciudad de Sacaba (Gordillo, Blanco Y Richmond: 1995).
En países como Bolivia, no cabe duda de que, particularmente el sector informal urbano
(SIU) ha desempeñado a lo largo de la prolongada crisis económica y social de los años
80, el papel de un amortiguador e incluso ha sido la esponja capaz de absorber a gruesos
sectores de la PEA que de otro modo estaban condenados a la extrema pobreza y a la
inanición. En este orden, tanto el viejo Estado del 52 y su modelo de desarrollo, como el
Estado neoliberal y sus políticas de ajuste, han mostrado palpablemente que el cuello de
botella de sus políticas de crecimiento económico ha sido el empleo, particularmente el
empleo productivo. El Estado benefactor desarrolló la empleomanía en la propia
administración pública a falta de otras alternativas, en tanto que el modelo de desarrollo
neoliberal al propugnar el achicamiento del Estado, emite el discurso de la "creación de
empleos" pero en la práctica no tiene otro recurso que tolerar al sector informal y
comenzarlo a ver desde el ángulo de sus potencialidades productivas y su importancia
en la viabilidad del nuevo modelo, lo que además ha dado margen a toda una nueva
corriente internacional, incluyendo la participación popular en la gestión municipal.
Dirigiendo nuestra atención a la cuestión del empleo, podemos señalar que los rasgos
generales que caracterizaban la estructura del empleo en la ciudad de Cochabamba, de
acuerdo a un estudio realizado en 1988, estaban dominados por el empleo de carácter
informal, cobrando gran relieve el autoempleo, es decir, la presencia de los trabajadores
por cuenta propia (TPCP) como el factor determinante en la estructura del empleo y en
la oferta de bienes y servicios. Otro rasgo significativo era la escasa generalización de
las relaciones capitalistas que se circunscribían a la absorción de mano de obra por
parte del Estado y de un reducido número de empresas privadas del sector formal, en
fuerte contraste con el gran desarrollo de las economías familiares y el amplio
desarrollo mercantil que estimulaba la absorción de la fuerza de trabajo por el sector
informal, particularmente de los TPCPs.
Pero, ¿Quiénes eran los trabajadores por cuenta propia? Un grupo de investigadores con
el patrocinio del CIDRE en 1986, proporcionaba una respuesta a este particular.
Inicialmente quedo definido el TPCP como "la persona que sin depender de un patrón
o empleador, explota su propia unidad económica con o sin ayuda de trabajadores
familiares no remunerados, pero sin utilizar trabajadores asalariados", tal definición no
incluía naturalmente a profesionales independientes. En 1983, en la ciudad de
Cochabamba, del total de la PEA activa, el 29,4 % correspondía a TPCPs, en tanto en
1986 este sector ya representaba el 44,6%. Los citados investigadores sugerían, a nivel
de una hipótesis, que la inserción de las familias migrantes a la economía urbana tenía
una primera etapa que se desarrollaba a través de algún tipo de empleo asalariado y del
servicio doméstico como una alternativa segura para ir conociendo el medio urbano, el
mercado y sus posibilidades, para luego, en una segunda etapa, recién iniciar
actividades económicas independientes. Todo esto suponía una organización interna de
la familia, donde se toman decisiones a cerca de qué tipo de actividades desarrollarían
los miembros del hogar: quiénes estudiarían, quiénes trabajarían y en qué; lo que hace
suponer, que por un lado, sería la economía del jefe/jefa del hogar e incluso del conjunto
familiar la que acogería a alguno(s) de sus miembros para promover su mejor
formación, en tanto que otros miembros de la familia, sobre todo los más jóvenes
deberían procurar desarrollar destrezas para autosustentarse y contribuir al sustento
parcial de los otros miembros del hogar.
Diversos factores fueron alimentando esta situación. El más gravitante era sin duda el
34
crecimiento del desempleo como uno de los efectos más lacerantes de la crisis de los
años 80. A inicios de la citada década la tasa de desempleo en Bolivia era de 5,77 %, en
1982 al concluir el largo ciclo de gobiernos militares, esta tasa había subido a 10,89 %.
En 1985, luego de la hiperinflación llegó a 18,23 % y en 1987, luego de las medidas de
ajuste y las "relocalizaciones" la misma alcanzó a 21 % de la PEA, en tanto otro 57,30
% se encontraba subempleada. Solo a partir de 1988, la mencionada tasa de desempleo
comenzó a decrecer, retornando al 18% como efecto, entre otros, del accionar del Fondo
Social de Emergencia que inició agresivos proyectos habitacionales y de obras públicas
para proporcionar empleo temporal a miles de relocalizados y otros desplazados de sus
fuentes de empleo asalariado por el rigor de la crisis. Una crónica periodística de 1980
proporcionaba una imagen de este deterioro del empleo formal:
Un fenómeno que impulsó el incremento del drama del desempleo fue la política de
relocalización aplicada en la minería estatal. Al respecto, se señalaba lo siguiente:
Un agravante más al panorama descrito era el deterioro increíble del salario: "la
debacle” para los trabajadores y asalariados se produjo entre 1985 y 1986, a inicios de
la Nueva Política Económica, cuando el salario real disminuyó en el orden del 45 %
para el primer año y del 39,2 % para el segundo año, teniendo una leve y lenta mejoría
en los años siguientes (Opinión, 12/02/1992). Sin embargo la política estatal era férrea a
este respecto: congelar los salarios y solo conceder incrementos equivalentes a la tasa
anual de inflación e incluso por debajo de ésta. Sin embargo, de acuerdo a otras fuentes,
en los últimos 12 años, los ingresos salariales se deterioraron en forma muy marcada.
Entre 1987 y 1990, el salario promedio anual disminuyó en alrededor del 50%, puesto
que mientras en 1987 se alcanzaba a una remuneración promedio de 197 dólares, en
1990 ese nivel solo era de 97 dólares, pero incluso estuvo más bajo: en 1988 el
34
La concurrencia de estos factores dio un gran impulso a formas de empleo que solo
podía ofertar el sector informal. Así, la Encuesta Permanente de Hogares desarrollada
por el INE en 1983 revelaba que un 58 % de la PEA en la ciudad de Cochabamba estaba
compuesta por unidades económicas no estructuradas bajo lógicas de empresa
capitalista; de este total, un 24 % se organizaba en torno a unidades de tipo semi
empresarial y el restante 33,4 % trabajaba por cuenta propia, en establecimientos
económicos diversos ubicados dentro de la esfera de las economías familiares. En 1986,
en el contexto de un mercado constreñido por el retroceso de la demanda, las unidades
económicas del sector familiar pasaron a generar, de acuerdo a la misma fuente, el 41 %
de los puestos de trabajo, equivalentes a mas de 40.000 empleos ejercidos por TPCPs o
en colaboración con familiares no remunerados, además, un 21,7 % del empleo era
generado por pequeñas unidades semi empresariales, es decir, que la proporción de la
PEA absorbida por actividades del sector informal se había incrementado en tres años al
63 %, con un gran repunte del trabajo familiar o del autoempleo. Bajo estas condiciones
se establecía que el empleo asalariado en la ciudad de Cochabamba entre 1976 y 1986
creció con una tasa promedio anual de 2,64 %; en cambio, el empleo por cuenta propia
se incrementó a un ritmo de 7,4 %, es decir, 2,8 veces más que el empleo formal e
incluso con mayor celeridad que el crecimiento anual de la PEA, que para este período
solo fue 4,97 %. El incremento de TPCPs se concentró principalmente en las
ocupaciones de comercio y la construcción.
En la misma forma CEDLA sostenía que en los últimos años más de medio millón de
trabajadores de las ciudades de Cochabamba, La Paz, Santa Cruz y El Alto contaban con
ocupaciones precarias e insatisfactorias, y sobre todo, con niveles de ingreso que no
compensaban sus fatigas y esfuerzos. Según esta fuente, en el período 1987-1991 el
número de subempleados pasó de 371.000 a 522.000 trabajadores, debido a una
alarmante pérdida de calidad del empleo, además, de que en dicho período el ingreso
promedio real se redujo en 22 %, la jornada laboral se incrementó en cuatro horas y
fueron eliminadas una serie de conquistas sociales, como bonos, horas extras y otros
(Los Tiempos 31/05/1994). Este mismo organismo añadía que no menos de 100.000
cochabambinos "enfrentan el duro mundo de la informalidad en busca de algunos
recursos monetarios que permitan la subsistencia de sus familias (...) hacen de todo,
venden cualquier cosa para ganarse el pan". Aun bajo estas penosas condiciones el
sector informal en Cochabamba generaba un promedio de 48 millones de dólares
anuales y se había convertido "en receptáculo de todos los desplazamientos de la fuerza
de trabajo, sean del ámbito rural, minero, estatal, agropecuario, etc." (Los Tiempos 25
y 26/05/1994).
La expansión del pequeño comercio en las últimas dos décadas del siglo XX fue algo
que no tuvo paralelo en la historia de la ciudad. En 1987, un llamativo titular de la
prensa lanzaba un grito de alarma: "La ciudad esta convertida en un gigantesco
tolderío" y denunciaba que la "invasión" de los comerciantes ambulantes causaba serios
problemas a la ciudad y que la Estación de Ferrocarril estaba prácticamente sofocada
por el asedio de millares de "informales", al punto que para ingresar a este recinto había
que "lidiar" con los vendedores callejeros y soportar extremas incomodidades (Opinión,
13/11/1987). Otro titular en grandes caracteres alertaba: "Cochabamba convertida en el
mayor mercadillo con la labor de 30.000 comerciantes ambulantes" (Opinión
25/05/1988) y otro más: "Cochabamba: un mercado gigante" (Opinión 15/06/1988);
recogían con bastante fidelidad la creciente fisonomía que comenzaba a tomar la ciudad,
particularmente en su zona Sur.
Esta situación continua sin una solución real hasta el presente y en este orden, pensar en
mover La Cancha o incluso una tarea de escala menor: trasladar los conflictivos
mercados 25 y 27 de Mayo, que son fuente de enormes problemas de tráfico, higiene
urbana, hacinamiento, etc., resulta algo impensable, pues el conflicto consiguiente, tal
vez con las características de una asonada, terminaría con el desalojo del alcalde y el de
sus desatinados consejeros. Obviamente que ninguna autoridad edilicia cometería este
"suicidio". Un síntoma de esta situación se dio cuando la H. Alcaldía en 1993, intentó
erradicar a los pequeños comerciantes ambulantes del centro de la ciudad. Se
protagonizaron manifestaciones y hasta se trató de ocupar el despacho del
burgomaestre. El argumento resultaba contundente: "Las autoridades municipales no
pueden quitarnos el pan de la boca al pretender desalojarnos de las calles de la ciudad
donde está nuestra única fuente de trabajo para mantener a nuestros hogares (...) las
calles de la ciudad significan para nosotros la sobrevivencia" (Opinión, 19/02/1993).
Pero veamos más de cerca los centros neurálgicos del mundo informal cochabambino y
el volumen que el mismo adquiere. Diversas estimaciones asumieron cifras de 30.000 y
40.000 comerciantes ocupando el centro urbano. En 1990, finalmente se llevó a cabo
con la participación del Instituto de Investigaciones de Arquitectura de la UMSS, el
Censo de Sitios y Locales Municipales, el mismo que determinó la existencia de 22.087
sitios y locales, de los cuales 18.823 (85% del total) se concentraban en la zona central
donde se ubicaban los mercados 25 y 27 de Mayo, San Antonio. Fidel Aranibar, Miami-
La Paz, Triángulo y numerosas vías adyacentes, donde se aglutinaban el 42,5 % del total
anotado y, la zona sudeste con el mercado central de La Pampa, la Feria Franca de Villa
Loreto, los mercados zonales de Huayra Khasa, Chapare, Loreto, el mercado de
plátanos, 15 de Abril, 23 de Marzo y numerosas vías públicas que conformaban el otro
42, 5 % de la cantidad anotada. El número de comerciantes ocupando estos puestos
ascendía a 22.888 personas. Esta enorme concentración comercial abarcaba la totalidad
del sector Sur del casco viejo y se extendía a lo largo de las avenidas República y
Barrientos, en tanto por el Este su radio de acción se extendía por la Avenida Suecia y 9
de Abril, abarcando por el Oeste la Avenida Ayacucho en su extremo Sur. Por otro lado,
se observaba que la intensidad del pequeño comercio con respecto a 1978, en que se
34
Un relato extenso de este escenario, allá por 1986, nos reubica en el ceremonial que
durante las 24 horas del día tiene lugar en este fabuloso territorio, que bien vale la
licencia de una larga trascripción:
Finalmente, un estudio realizado por Emilio Zambrana, añadía algunos otros elementos
a esta realidad. Así se establecía que en el microcosmos de La Cancha no todos son
iguales. Un sector mayoritario percibía ingresos mínimos, por debajo del nivel de
subsistencia (100 a 300 Bs. mensuales); un quinto del segmento estudiado percibía
ingresos bajos (entre 300 y 500 Bs.) y, menos de un décimo percibía ingresos altos
34
En fin, esta cuestión es de por si merecedora de muchos estudios, su riqueza como tema
de investigación es multifacético. Lo cierto es que se trata de un componente de la
estructura física y de la economía urbana fundamental para comprender Cochabamba.
Para unos se trata de una verdadera "republiqueta de informales" organizados en
poderosos sindicatos con capacidad de preservar su espacio e influir sobre las políticas
municipales, un poder que cualquier burgomaestre y cualquier concejo municipal no
podría ignorar. Para otros es el gran asilo del excedente de la fuerza de trabajo no
empleada por el sector capitalista, es decir el gran apoyo y soporte que tiene dicho
sector para neutralizar las tensiones sociales y evitar que el sector moderno de la
economía se "ahogue" ante la impotencia de no poder ofertar empleo real a los miles de
desheredados por el propio sistema. Para muchos, es la mayor muestra de la ineficiencia
estatal y la impunidad con respecto al contrabando y a las infinitas maneras de evadir a
las redes impositivas, estos son los "invasores" que hacen peligrar al comercio
legalmente establecido y acrecientan la crisis de la industria regional. Para otros, en fin,
este es el ejemplo viviente y la materialización de la creatividad cochabambina para
sobrevivir y desplegar múltiples variantes de estrategias de vida que pasan por el
autoempleo y los infinitos recursos para desarrollar esta virtud. En este sentido es una
especie de paraíso para los sociólogos y los antropólogos. De todas formas, sea cual
fuere la hipótesis o el enfoque que se utilice, este es un fenómeno estructurador de gran
parte de la lógica espacial urbana, pero también expresión de la materialización del
ciclo de intercambio desigual entre campo y ciudad, que da sentido a la propia
organización interna de la ciudad y a su forma de expansión sobre el territorio
circundante, aspecto que pasaremos a enfocar a continuación.
A fines de los 70, el Plano Regulador había sufrido serias distorsiones por
"asentamientos caóticos" incluso con el concurso del Estado que impulsó planes de
vivienda social en ubicaciones arbitrarias en el afán de adquirir tierras baratas. Así las
practicas especulativas pasaron paulatinamente a convertirse en las fuerzas dinámicas
que fueron incrementando continuamente el tamaño de la ciudad, rebasando
ampliamente las iniciativas, mas bien conservadoras, de la planificación urbana.
Estas "operaciones engorde" son muy populares en Cochabamba, siendo muy frecuente
encontrar lotes baldíos, generalmente convertidos en basurales, aun en zonas
residenciales de estratos altos. Por otra parte, tal práctica, al margen de valorizar la
propiedad sin esfuerzo alguno del propietario, también estimula las bajas densidades y
la inversión en compras de tierras fértiles, que luego quedan ociosas por largos años,
alentando hasta el infinito la expansión de los loteos. La Cámara Agropecuaria, en 1992
advirtió sobre los riesgos de esta urbanización especulativa, descontrolada y
acompañada del avasallamiento de las tierras agrícolas, por ser atentatoria contra la
seguridad alimentaria de la población, además de que la producción lechera podría ser
liquidada, tal como ya había ocurrido con las tierras regadas por el Sistema de Riegos de
La Angostura que se encontraban en vías de extinción. En suma, se pronosticaba que
“hasta el venidero año 2000” no se tendrían ya suelos en las inmediaciones de la
ciudad para producir alimentos (Los Tiempos, 10/12/1992 y Opinión 18/12/1992).
Lo cierto es que el ambicioso proyecto Misicuni, destinado sobre todo a irrigar las ricas
tierras agrícolas del Valle Central, se iba convirtiendo, bajo esta dinámica, en un
proyecto de provisión de agua potable para la creciente población urbana en vista de que
las posibles tierras a irrigar no existirían cuando este se hiciera realidad. En este sentido,
35
Los mecanismos del fraccionamiento de tierras, que todavía son plenamente vigentes en
la actualidad, se vinculaban a la existencia en torno a la periferia urbana de pequeñas
parcelas agrícolas, en muchos casos fracciones de exhaciendas dotadas a excolonos a
través de la Reforma Agraria. El avance de la urbanización dio inicio a la valorización
de dichas tierras y sus dueños comenzaron a recibir tentadoras ofertas de compra.
Normalmente el loteador o un grupo de ellos, adquiría una o más hectáreas que de
inmediato eran objeto de fraccionamiento por topógrafos. Una vez realizada esta
operación, o incluso antes, se iniciaba la venta de lotes, el loteador, generalmente un
inmigrante con experiencia y adecuado conocimiento del "mercado" de demanda de
tierras de bajo costo, se siente como “pez en el agua” para realizar excelentes negocios.
Las adquisiciones son a plazos, aparentemente a precios muy bajos, es decir con
márgenes de utilidad pequeños, sin embargo, en realidad el precio real se estructuraba a
partir de dos modalidades: el precio convenido que era amortizado por partes,
generalmente un 50 o un 60 % inicial y el resto en pagos mensuales a uno o dos años.
35
Sin embargo, también existen otros mecanismos como la cesión de terrenos en forma de
"comodatos" por parte del Municipio a diversas instituciones y que terminaron en
urbanizaciones y, algo mucho más frecuente, las donaciones y transferencias que se
hicieron a través del Instituto Nacional de Reforma Agraria en favor de personajes con
influencia política en las zonas periféricas. Una crónica periodística al respecto de esta
situación anotaba lo siguiente:
jurisdicción del Parque fueron afectadas a usos forestales y actividades compatibles con
los objetivos de formación del Parque, prohibiéndose expresamente la urbanización. Los
primeros intentos de loteos que se hicieron en los años 60 no resultaron exitosos. Esto
obligó a un cambio de táctica. Muchas propiedades (de 20 y más hectáreas) comenzaron
a ser vendidas a sindicatos y otras entidades sociales, las cuales las fraccionaron en lotes
para sus asociados de manera inmediata, consolidándose de manera ilegal. Se iniciaron
largos pleitos, pero la confrontación ya no fue entre Municipio y propietarios aislados,
sino con grupos sociales, luego el conflicto derivó en un problema social y, el Municipio
salió perdiendo, debiendo sufrir incluso las presiones que con frecuencia ejerció el
propio Estado, sensible a influencias y cálculos políticos. Así quedaron perdidas
grandes extensiones de la jurisdicción original. A fines de los años 70, ante la evidencia
de que los antiguos límites fijados por la primera Avenida de Circunvalación hacia el
Norte habían sido objeto de un desborde urbano masivo, se fijó un nuevo límite, que es
la cota 2.750, iniciándose un nuevo capítulo de conflictos. Originalmente, el Parque
tenía 622.000 Has, sin embargo COTESU realizó un relevamiento que solo cuantificó
310.000 Has. En el Parque, actualmente, sobre la cota 2.750 se encuentran asentadas 40
urbanizaciones, todas ellas en conflicto con la Alcaldía (Opinión, 24/06/1995).
Por otra parte se tenían grupos beneficiados por su articulación con algún nivel del
aparato estatal y posiblemente, en algunos casos, recompensados por razones políticas
con dotaciones de terrenos para urbanizaciones, entre estos grupos, se identificaron a
funcionarios públicos de instituciones como la Prefectura, el Ministerio de Asuntos
Campesinos y Agropecuario y el Centro de Desarrollo Forestal, a los que se suman: las
urbanizaciones de los Mineros Rentistas de Huanuni, Consejo Nacional de Vivienda,
Beneméritos y Retamas de los trabajadores del Servicio Nacional de Caminos. Por
último, se tenían los asentamientos protagonizados por migrantes de bajos ingresos y
que "pasaron a formar parte de los asentamientos precarios ya existentes o fueron
víctimas de experimentados loteadores quienes les vendieron lotes ubicados en sitios
peligrosos e inadecuados para la construcción de viviendas" y sujetos a los riesgos de
las torrenteras más peligrosas como La Pajcha y Pintu Mayu. (Aguilar, Arévalo y
otros, 1995). En síntesis quedaba en evidencia, que la "urbanización" del Parque, no era
un caso de simple "invasión de tierras" por gente desposeída y desabrigada, pero
35
En fin si tales intereses se jugaban en el Parque Tunari, puede imaginar el lector los
intereses que se jugaban en el resto de la ciudad, así como los apetitos que impulsaron la
conformación, sin importar calidad urbana o problemas de impacto ambiental, del Área
Metropolitana. La expansión de la ciudad no solo se reduce a la simplicidad de
migrantes pobres buscando alojamiento y haciendo crecer la ciudad, sino que tal presión
sobre la tierra, por todas las razones estructurales anotadas, da cabida a otra faceta del
modelo de acumulación regional: la reproducción-acumulación de capital por la vía de
la especulación inmobiliaria. Luego, sin duda que "hacer crecer la ciudad, no importa
cómo" fue el gran negocio urbano de las décadas finales del siglo XX.
residenciales del Noreste y el 84 % de los habitantes del Casco Viejo, contaban con el
servicio por cañería en el interior de sus viviendas. Por el contrario, en los barrios
populares, es decir en la extensa periferia del Noreste y el Sudeste, el panorama era
inverso. En la primera zona, el 56 % de los hogares carecía de este servicio y en el Sur,
el 72 % no tenía acceso a agua potable en el interior de las viviendas. En consecuencia
hasta dos tercios de los hogares se veían obligados a contar con sistemas de
almacenamiento del agua, existiendo como sugiere Carmen Ledo (1994), una "cultura
del tanque" e incluso una "cultura del turril", dependiendo de la zona o el barrio. La
primera situación, ya era (es) una suerte de "costumbre" en virtud de las previsiones que
toma la gente para almacenar agua durante las escasas horas del día o de la noche en
que la empresa proporciona el servicio, de esta manera en todos los barrios existen
depósitos de agua subterráneos o elevados.
Este panorama, a mediados de los años 90, mostraba a las claras, la inoperancia de
SEMAPA para atender las premiosas necesidades de la población, situación que lejos de
mejorar con la implementación del Plan Maestro de Agua Potable y Alcantarillado en
1994, precipitó el conflicto por la perforación de pozos profundos en las zonas de Vinto
y Sipe Sipe debido a la tenaz oposición de los comunarios de esas regiones que
consideraban que la agricultura que practicaban se vería seriamente amenazada por la
transferencia de las aguas subterráneas a la ciudad de Cochabamba. Este conflicto
agudizó la crisis institucional de SEMAPA y abrió paso a intereses políticos que
sugirieron la alternativa de dejar que la empresa privada intervenga en la gestión del
agua134.
134
Los sucesos que tienen lugar en torno a la insolvencia de SEMAPA para administrar la provisión de
agua potable para Cochabamba, exceden el límite cronológico de nuestro trabajo y, en propiedad,
corresponden a una nueva etapa de la historia urbana, que se abre justamente con la resistencia al
Alcantarillado: Con respecto al alcantarillado, la situación de la cobertura es
relativamente similar a la del agua potable, es decir, que tanto el Casco Viejo como los
barrios residenciales del Norte y algunos de la zona Sud, tienen este servicio. Sin
embargo, la mayor parte de los barrios populares, sobre todo los de la periferia carecen
del mismo. De esta manera, una proporción mayoritaria de la población no cuenta con
un sistema de alcantarillado y, se ve obligada a eliminar las aguas servidas y cumplir
con sus necesidades fisiológicas a "cielo abierto", particularmente en los lechos secos
de torrenteras, acequias, etc. provocando serios problemas de contaminación ambiental
y de alimentos que causan las periódicas epidemias del aparato digestivo que asolan la
ciudad sin respetar edades ni condiciones sociales. En otros casos se apela a las letrinas,
cuya ejecución defectuosa, suele producir la contaminación del subsuelo y de las aguas
subterráneas que luego a través de pozos artesianos, son captadas y utilizadas como
agua potable.
neoliberalismo que se inicia en Cochabamba al finalizar el siglo XX. En todo caso, para la orientación del
lector, se puede decir que las semillas del conflicto de abril de 2000, maduran justamente con la corriente
privatizadora del manejo de los recursos naturales, una de cuyas expresiones funestas fue la Ley 2029 de
Servicio de Agua Potable y Alcantarillado Sanitario de octubre de 1999, que sirvió de cubierta para la
firma de un contrato entre el Gobierno y un consorcio privado Aguas del Tunari, donde la participación
transnacional es mayoritaria, y a quien se concede el monopolio de la distribución del agua en
Cochabamba, así como la ejecución del proyecto Misicuni. A fines de 1999, Aguas del Tunari se hace
cargo de SEMAPA e inmediatamente se incrementan las tarifas de agua en proporciones onerosos (en
muchos casos en más del 100%). Todos los estratos de la ciudad son golpeados y los conflictos se inician
de inmediato bajo la dirección de una espontánea Coordinadora de Defensa del Agua y la Vida a la que se
pliegan pobres y ricos, moros y cristianos. Se desarrollan intensas jornadas de lucha urbana a partir de
fines de enero del 2000 y se extienden hasta abril de ese año, cuando finalmente, el gobierno agobiado
por una presión popular inclaudicable, se ve forzado a rescindir el contrato. Con relación a estos hechos
se han publicado numerosas obras, entre las que sobresalen los trabajos de Carlos Crespo.
35
y 20,23 %) eran obviamente, las del Casco Viejo y aledañas incluyendo los barrios
residenciales del Norte y el Este, además de la zona central y el distrito de Cotapachi en
Quillacollo. En un segundo nivel con carencias que afectan entre el 20,24 al 39,92 % se
encontraban los distritos municipales de Alalay Norte y Lacma en la zona Sur; Temporal
Pampa, Queru Queru Alto, Aranjuez Alto y Mesadilla en la periferia Norte;
Sumumpaya, Colcapirhua y Piñami en el eje Cochabamba-Quillacollo y la zona de
Tacata en la ciudad de Quillacollo. En un tercer nivel (con carencias entre el 40 y el 59
%) se ubica el distrito de Mayorazgo en Cochabamba; además, los distritos de
Capacachi y parte de Colcapirhua en el eje antes mencionado; las zonas del centro,
Ironcollo, Santo Domingo y Sapenco en Quillacollo y, los distritos de Arocagua y
Quintanilla en el eje Cochabamba-Sacaba, además de la zona central de Sacaba. Las
carencias mayores al 60 % abarcan prácticamente el resto del eje anteriormente citado y
gran parte de la ciudad de Sacaba, los extremos Norte y Sud de la periferia urbana de
Cochabamba y el distrito de Cota en Quillacollo (Gordillo, Blanco y Richmond: 1995).
En suma, sin necesidad de seguir abrumando al lector con relaciones porcentuales, que
con matices más o menos, van repitiendo el mismo cuadro, trátese de la infraestructura
vial, del alumbrado, la vivienda, etc. se evidencia, que la "calidad urbana" del Área
Metropolitana se reducía al centro y a los barrios residenciales de Cochabamba y, en
menor medida a espacios muy restringidos en Quillacollo. Estos distritos o zonas
urbanas en realidad aparecían como pequeños islotes en medio de un verdadero mar de
carencias diversas donde sobresalía el cuadro más dramático, es decir, un distrito de
carencias totales que era Valle Hermoso.
A mediados de los años 70, comenzó a percibirse con claridad que los objetivos y las
previsiones del Plano Regulador de Cochabamba se habían apartado considerablemente
de la realidad que planteaba la ciudad. Los límites urbanos que deberían contener
cómodamente hasta fines de siglo una población de medio millón de habitantes, habían
sido rebasados ampliamente con menos de la mitad de ese volumen poblacional y la
conformación de la conurbación, en los términos en que se fue desarrollando, dejaba
atrás la idea de un "eje industrial" para dar paso a urbanizaciones fragmentadas
rodeando a modestas instalaciones industriales dispersas, en medio de una total anarquía
en el trazado de vías que con frecuencia no llevaban ningún lugar o se internaban
peligrosamente en las escasas zonas agrícolas. La etiqueta "fuera del radio urbano"
colocada en todo tipo de urbanizaciones, fraccionamientos y edificaciones, era
suficiente para que una suerte de liberalidad reglamentaria agilizara el visto bueno
municipal, en medio de un vacío total de responsabilidades administrativas e
institucionales respecto a cómo y quién debería encausar este "rebalse" urbano que
había superado el marco de la rutina técnica municipal. Las presiones políticas de los
regímenes militares y el total avasallamiento del Municipio por el poder ejecutivo
hacían todavía más crítica esta situación, al extremo de que el citado instrumento
técnico dejó de tener vigencia en los hechos frente a las grandes deformaciones que
había introducido la expansión de la ciudad.
Este desfase tan radical entre realidad urbana y Plan Regulador, a poco más de una
década de su puesta en vigencia oficial como un instrumento amparado por las leyes de
la República, no era solo el resultado de las grandes transformaciones que experimentó
el país desde los años 50, sino el agravamiento de una vieja debilidad que las distintas
35
propuestas urbanas habían ido arrastrando desde los primeros planteos, es decir, la
obsesión de concebir la ciudad como una masa moldeable a partir de esquemas físicos
más o menos abstractos acompañados de acuciosos aparatos reglamentarios que
deberían estimular la materialización de un cierto modelo deseable que solo existía en la
mente de los técnicos, pero no así en la de los ciudadanos que obviamente percibieron la
ciudad desde ángulos opuestos. La ausencia de diagnósticos urbano-regionales a
profundidad y la falta de comprensión adecuada de la interacción entre campo y ciudad,
sobre todo a nivel del proceso regional de acumulación de capital y la dimensión
espacial que asumía este fenómeno, hicieron que la ciudad fuera concebida a espaldas a
la realidad departamental y a las consecuencias que sobre el proceso urbano tendría el
modelo de desarrollo capitalista implementado por los gobiernos del MNR y los
posteriores que fueron consolidando a través de políticas económicas y sociales una
nueva vertebración bajo los términos de un Eje Central de Desarrollo, cuya
característica justamente fue impulsar el rápido crecimiento de La Paz, Santa Cruz y
Cochabamba, en los términos ya descritos con anterioridad.
Tal vez se podría argüir que Bolivia carecía (y aun carece) de una estrategia nacional de
desarrollo urbano, pero lo cierto es que Cochabamba en los años 70 ya contaba con un
plan regional (La Macroestrategia para el Desarrollo de Cochabamba) que se
constituía en una buena referencia. En efecto, dicho plan realizó diagnóstico aceptable
de la realidad departamental y con acierto, identificó lo que denominó los
"macroproblemas" regionales: la crisis del empleo, la ausencia de dinamismo en la
economía regional, las serias deficiencias de la estructura espacial y las deficiencias del
marco institucional para impulsar el desarrollo regional, en base a los cuales se centró el
esfuerzo de la propuesta, es decir, la denominada "macroestrategia" que contenía cuatro
dimensiones: la espacial, la sectorial, la social y la institucional, en cuyo marco se
esbozaron las respuestas a la problemática anotada, que en términos escuetos definía los
siguientes objetivos, entre otros: en el nivel espacial: evitar la presión migratoria sobre
la conurbación Sacaba-Cochabamba-Quillacollo. Consolidar un polo industrial nacional
en la conurbación. Descentralizar, dentro de las posibilidades que ofrece la región, el
desarrollo urbano hacia centros intermedios, sobre todo de importancia agropecuaria y
agroindustrial. Crear una distribución geográfica de los servicios de fomento y apoyo al
desarrollo social y económico, y un sistema de transportes y comunicaciones que
garantizara un acceso mínimo aceptable para la mayor parte de la población rural
dispersa. Se llegó incluso a proponer una estructura jerarquizada de centros poblados:
un "centro regional", "centros intermedios" satélites y autónomos, "centros distritales"
de apoyo y fomento y "centros zonales" de apoyo al desarrollo rural
Una década mas tarde aproximadamente, en 1995, salió a luz una segunda propuesta: el
Plan Departamental de Desarrollo Económico y Social, elaborado por CORDECO con
el auspicio del Ministerio de Desarrollo Sostenible y Medio Ambiente y el apoyo de una
Comisión de Coordinación Interinstitucional con participación de la Prefectura del
Departamento, el Municipio de Cochabamba, el Comité Cívico, la Asociación de
Gobiernos Municipales del Departamento y la Federación de Empresarios Privados, es
decir, un marco institucional inexistente en los años 70. Este esfuerzo se desarrolló
como parte de las iniciativas propuestas por la Ley de Descentralización Administrativa
del Estado, para poner en marcha los gobiernos departamentales en todo el país. Los
objetivos propuestos en líneas generales retomaban el rumbo marcado por la
Macroestrategia:
Cada una de estas políticas estaba acompañada por una serie de subprogramas que
harían operativa la propuesta, además de una síntesis de objetivos, donde se
puntualizaban las prioridades que se consideraban estratégicas a nivel departamental y
nacional. Un apretado resumen de las mismos, expresaba: 1) El incremento y la
diversificación de la producción agropecuaria, incluyendo las mejora de las condiciones
de producción. 2) La consolidación, mejora y construcción de la infraestructura vial,
aeroportuaria e intermodal, para aprovechar las ventajas de centralidad del
Departamento. 3) El aprovechamiento racional e integral de los recursos naturales
renovables y no renovables del Departamento. 4) El Desarrollo Humano para mejorar
las condiciones socioeconómicas de la población, reducir las desigualdades y
discriminaciones, generar mayores oportunidades de acceso a los servicios básicos y
promover la participación plena de la población en los mecanismos de toma de
decisiones. 5) Por último, promover la consolidación y el perfeccionamiento del sistema
político democrático a través de la institucionalización de mecanismos de coordinación
y concertación entre las instituciones públicas y la sociedad civil (CORDECO, obra
citada).
Si bien la propuesta anterior era bastante genérica y traducía una primera etapa de
formulación de objetivos y políticas de desarrollo dentro de una óptica de viabilidad y
sostenibilidad, propia de las actuales corrientes de la planificación, todavía quedaba en
el enunciado la realización de un trabajo de mayor precisión para lograr que el Plan
fuera operativo. Para ello era necesario, aunque no se menciona expresamente, la
coordinación y la compatibilización con los objetivos y las estrategias del Plan Director
Urbano, es decir, con las políticas y planes de ordenamiento territorial en curso.
Retomando el hilo del análisis, a fines de los años 70 ante la evidente realidad de la
expansión de la urbanización a lo largo del eje Quillacollo-Cochabamba-Sacaba se
acuñó el término "región urbana" para sintetizar su descripción, evitando enojosas
explicaciones. Con esta idea en mente, se elaboró el Plan Director de la Región Urbana
de Cochabamba, en cuyos antecedentes se incorporó un interesante análisis sobre la
expansión de la ciudad, sus tendencias y la situación del empleo y sus proyecciones. Se
definió, entre otros, los siguientes objetivos para reencausar el desarrollo urbano:
orientar el desarrollo urbano a través de "ejes de crecimiento", descentralizar las
actividades y equipamientos excesivamente centralizados, proteger las áreas con
potencial hídrico, además hacer que el crecimiento poblacional no rebasase el perímetro
del área urbana consolidada, crear subcentros de actividad económica y administrativa
que permitieran densificar zonas poco densas, abaratar el costo de la infraestructura
densificando el tejido urbano y flexibilizar la aplicación normativa, dando espacio a la
concertación entre usuarios y Municipio. Los objetivos particulares enfatizaban en
incrementar, proteger y recuperar tierras agrícolas, formar áreas forestales intensivas,
mejorar las condiciones ambientales y crear infraestructura de riego. Para el logro de
estos objetivos se identificaron las siguientes políticas:
Uso del suelo: El objetivo, lograr que los usos residenciales como de servicios dentro de
sus respectivas zonas se completen durante el proceso de saturación físico-demográfico.
Esta política era complementaria de las anteriores y se aplicaba el mismo concepto de
definición de áreas. Implicaba la elaboración de "planes directrices sectoriales" en los
ejes y los desbordes urbanos del Norte y el Sur.
Preservación ecológica: Se trata de ejercitar una defensa del equilibrio ambiental, lo que
implicaba promover nuevos espacios verdes, prevenir riesgos naturales e instalar
infraestructura básica, reconociéndose que la contaminación ambiental urbana tiene uno
de sus orígenes en el déficit de este último aspecto.
Preservación del patrimonio histórico: Conservar los valores históricos y culturales que
formen parte de la identidad urbana, lo que implicaba combatir la economía
especulativa generada por la excesiva centralización, canalizar, controlar y reglamentar
las presiones de renovación urbana, mejorar la calidad general del ambiente urbano en
la zona central.
Los instrumentos operativos adoptados para la ejecución de estas políticas fueron los
canalizados a través de los siguientes planos directores:
135
De acuerdo a las previsiones del Plan Director Urbano de Cochabamba, quedó definida la siguiente
estructura de densidades netas urbanas: Zona de Función Central (polifuncional): 560 h/Ha. En esta zona
que comprendía los distritos urbanos del casco viejo, la densidad neta promedio registrada por el último
censo era apenas de 162 h./Ha. Zona mixta de habitación colectiva: 560 h/Ha. En realidad la densidad
promedio de estas zonas era de 120 h/Ha. Zona mixta de habitación semicolectiva: 224 a 270 h/Ha. El
promedio aproximado real en ese momento era de 137 h/Ha. Zonas mixtas de habitación individual
semicolectivas: 180 a 200 h/Ha. El promedio de densidad real era de 123 h/Ha. Zona de habitación
individual aislada: 50 h/Ha. El promedio de densidad real, sobre todo en la periferia, era de 81 h./Ha.
36
Plan Director de Ocupación del Suelo: Sus objetivos fueron: Encarar el crecimiento
poblacional a largo plazo (2010) dentro del área urbanizable, que se considera suficiente
para albergar la demanda emergente del crecimiento demográfico, preservando las áreas
agrícolas en función de los requerimientos del proyecto Misicuni. Promover un
crecimiento compacto de las áreas a urbanizar, dentro de ciertos plazos: mediano (1990)
y largo (2010), para lo que se dispondrían zonas de reserva que permitirían la
disponibilidad de áreas libres. Estimular una utilización racional del suelo para permitir
rendimientos acordes con la demanda de equipamiento e infraestructura mediante una
densificación no homogénea. Equilibrar las relaciones centro-periferia estableciendo
sectores con autonomía relativa respecto del gran centro urbano. Adecuar el crecimiento
urbano a las características del territorio con relación a los riesgos naturales (torrenteras
particularmente) y obstáculos que dificultan la provisión de servicios básicos.
Plan Director de sitios y espacios verdes: Sus objetivos eran: Uso del paisaje natural,
estructurando los espacios verdes en función de los condicionantes naturales y las
demandas del sitio. Caracterización diferenciada de los espacios verdes utilizando
conceptos distintos a los tradicionales: áreas de protección, de forestación, bosques
existentes a mantener, área agrícola como limitante, área de preservación ecológica.
Crear grandes parques metropolitanos. Proteger los valores histórico-culturales.
El Plan Director Urbano de Cochabamba, en cuanto a sus objetivos sin duda respondía,
en líneas generales, a los requerimientos que le planteaba la ciudad. Sin embargo lo que
no resultaba satisfactorio era el grado y la profundidad de las respuestas realmente
ejecutadas o aplicadas. La brecha entre ciudad-plan y ciudad real era evidente. Pero no
vale la pena sacar conclusiones apresuradas. Lo pertinente una vez más, es analizar
como operan los diversos componentes de esta estructura urbana, haciendo referencia a
un estudio de diagnóstico urbano desarrollado en el Instituto de Investigaciones de
Arquitectura de la UMSS en 1993:
Otro tanto sucedía con la actividad artesanal, es decir, los pequeños talleres de
confección de ropa "americana" y de otros países, que funcionaban en zonas periféricas,
al igual que los talleres de calzados generalmente articulados a las industrias grandes,
las fábricas de helados, galletas, pan, dulces, etc. normalmente ocupaban piezas en los
fondos de los lotes residenciales. En fin, la ausencia de una zona con características
nítidamente industriales dentro de la conurbación revelaba el carácter crónicamente
emergente de este sector. La razón de esta situación definía uno de los elementos
importantes de cómo funcionaba la ciudad.
esfuerzos municipales para generar los "ejes de crecimiento vertical", incluyendo las
grandes inversiones realizadas en los ensanches de las avenidas Heroínas y Ayacucho.
De todas maneras el crecimiento de la función residencial todavía en forma mayoritaria
se resolvía con el recurso de la vivienda aislada, la que a su turno es la responsable de
un crecimiento urbano horizontal continuo y cotidiano.
El transporte público: Tanto las rutas del transporte público como la infraestructura de
pavimentación de vías seguían la pauta anterior, es decir que sin excepción,
involucraban a las zonas comerciales, el Casco Viejo y La Cancha, conformando una
trama tentacular que expresaba bien la interdependencia entre la zona urbana central y
la periferia, incluidos los ejes de conurbación. Lo esencial del funcionamiento de esta
estructura urbana reposaba en el transporte público, es decir en la interconexión
satisfactoria de los barrios residenciales y las villas periféricas con dichos centros de
actividades múltiples. Este era, y todavía es, el factor que permitía que el gremio de
transportistas ejerciera un poder virtual sobre su rubro y antepusiera sus intereses a los
de la comunidad, reforzando continuamente el esquema concéntrico, verdadero nudo de
la problemática urbana actual.
Los grandes equipamientos urbanos: Tanto los locales escolares fiscales y privados,
como los equipamientos de salud y los recreativo-culturales, así como los parques y
paseos consolidados se concentraban en las zonas centrales y residenciales, reforzando
una vez más la tendencia a la centralización unipolar de actividades múltiples en los
sectores citados, en oposición a su casi total inexistencia o alto grado de insuficiencia
en las zonas de la periferia y los ejes, acentuando también desde este punto de vista, la
interdependencia entre centro y periferia.
En cuanto a las características de la estructura física urbana, ésta quedaba definida por
la concurrencia de otros dos factores: el propio proceso de urbanización y el carácter del
consumo del suelo resultante. Con relación al primer aspecto se puede decir que, al lado
de los factores descritos líneas arriba y que operan reforzando continuamente las
tendencias centrípetas o de densificación multifuncional de los espacios centrales
urbanos restringidos y poco apropiados para solventar esta presión; operan otros
factores de signo contrario, es decir la tendencia centrifuga o dispersiva de la función
residencial. En este último caso operaban en forma combinada la acción de dos
servicios básicos: el transporte público y la energía eléctrica que llegaban con facilidad
hasta los últimos recovecos de la ciudad, a lo que se añadía, la acción especulativa del
mercado inmobiliario. Esta era la razón por la cual la expansión de los llamados
barrios-dormitorio en Cochabamba encontraba plena viabilidad en la repetición al
infinito de la simple rutina de cuadricular el suelo urbano y dividirlo en lotes superiores
a los 250,00 m2, donde se edifican viviendas aisladas y habitaciones en hilera.
En cuanto al uso del suelo, lógicamente, sus virtudes y defectos, fueron el resultado del
proceso descrito anteriormente. Sus características serían las siguientes: el predominio
de una patrón expansivo, es decir sujeto a formas de consumo del suelo que estimulaban
este efecto y, donde la vigencia continuada del damero como el único modelo de diseño
para emplazar la vivienda y las actividades económicas, había provocado un
crecimiento físico de la ciudad equivalente o superior a su crecimiento demográfico.
Una rápida cronología de este proceso, ya mencionado parcialmente en otras partes de
este trabajo, nos muestra el siguiente panorama: A fines de los años 40 la ciudad estaba
conformada por unas 500 manzanas, muchas con escaso grado de consolidación y
donde habitaban 80.000 personas. El primer Plano Regulador delimito un perímetro
urbano, que se juzgó exagerado en su tiempo, de unas 1000 Has. El censo de 1967
mostró un crecimiento que parcialmente había superado la previsión anterior, abarcando
el perímetro urbano 1.055 Has para albergar a 137.000 habitantes. El censo de 1976
mostró una ciudad de 1.800 manzanas y 6.135 Has. que daba cabida a una población de
204.000 habitantes. Finalmente, el censo de 1992 mostró una urbanización conformada
por casi 3.000 manzanas y 7.686 Has donde residían 402.000 habitantes. La definición
del Área Metropolitana significaba la incorporación de alrededor de 3.300 Has., una
parte de estas abarcando los "rebalses" del antiguo límite urbano, para delinear un
perímetro metropolitano de 10.547 Has brutas donde residían 538.000 habitantes. Es
decir, el medio millón de personas se alcanza antes del año 2000 pero ocupando la
superficie prevista en 1948 multiplicada por diez!
informal son apenas meras referencias en el torbellino de las operaciones bursátiles. Sin
embargo el rasgo cultural no deja de estar presente, para materializar el concepto de
"urbano" o "ciudad" que tienen los actores sociales del sector formal capitalista o del
sector informal urbano. Así, emerge una versión legible de "ciudad occidental" que
toma como referencia los centros tradicionales como la Plaza 14 de Septiembre, la Plaza
Colón y el Prado que se constituyen en los ejes contenedores de los valores cívicos de la
cochabambinidad y de las aspiraciones civilizadas de modernidad. En torno a estos
referentes, el entorno urbano próximo y aquél que a ha cruzado el río Rocha, se esfuerza
por reproducir la "ciudad jardín", es decir la ciudad de los empresarios regionales y de
las amplias capas medias de profesionales y comerciantes respetables que se identifican
plenamente con este imaginario.
En tanto, la "otra ciudad" se identifica con otro imaginario: el de las oportunidades y las
aspiraciones de dejar atrás la pobreza. Se materializa en base a una singular
combinación de resabios andinos y valores puntuales de modernismo copiados de la otra
versión de lo urbano. Su referencia articuladora es el polo de atracción de La Cancha, en
torno a la cual se estructuran los barrios horizontales de la zona Sur y la periferia Nor
Occidental. Esta es la ciudad de "las soluciones prácticas" (los asentamientos
irregulares y las urbanizaciones poco exigentes), donde se aglutinan clases medias de
bajos ingresos, minoritarios sectores obreros y grandes masas de trabajadores por cuenta
propia reforzados cotidianamente por nuevos contingentes de inmigrantes.
El rápido crecimiento de la ciudad en la segunda mitad del siglo XX, expresa el grado
en que la propia tierra urbana se ha transformado en una mercancía capaz de generar
utilidades como cualquier otra. Esta es la razón por la cual, la propia expansión física de
la ciudad no solo es una operación de migrantes sino la producción planificada de lotes
y urbanizaciones o simples fraccionamientos que eran, y aun son, ofertados al conjunto
de las clases sociales, con la única diferencia formal, de que los de costo mayor cuentan
con el visto bueno municipal, en cambio las "tierras baratas" dirigidas a una esfera de
consumo bajo, son normalmente asentamientos irregulares y hasta ilegales.
137
De acuerdo al Censo de 2001, la población del Municipio de Cercado contenía el 35,52 % de la
población departamental. Sin embargo, la población de la conurbación (767.136 h.) representaba el 52,70
% de la población total.
36
1. Una mancha urbana extensa, apenas añadida a la ciudad original, proceso que
sólo en forma incipiente (el ensanche de la Avenida Blanco Galindo y el paso
elevado o viaducto de la Avenida Melchor Pérez de Olguín sobre la primera
citada) daba paso a las grandes obras públicas en la segunda mitad de los años
90, en tanto lo dominante era la pasividad con que se asumía la expansión
incontrolada de la urbe. En todo caso, se mantuvo el modelo estructural
concéntrico sin variantes.
2. Pervive la inercia de los viejos tiempos y muchos se niegan a admitir que el
medio social y el mundo de sus valores y recuerdos prácticamente ya no existe.
Sin embargo las actitudes dominantes son cerradamente conservadoras y
cuidadosas de las rutinas tradicionales: para los planificadores, la ciudad es
apenas "algo más grande", pero sigue siendo la misma de los tiempos del Plano
Regulador, y en este orden los reglamentos urbanos y arquitectónicos de aquél
tiempo o los inspirados en esos principios son vistos como "tabús", el súmum de
lo que se puede imaginar para conservar la rutina. Para los inversores, la ciudad
apenas ha crecido, pero en el fondo nada ha cambiado, al punto que motive
grandes inversiones y de vuelo a los emprendimientos futuristas. La excepción
son un puñado de empresarios que ha apostado firmemente en el porvenir de la
ciudad y están contribuyendo a cambiar esta mentalidad provinciana. En fin,
para el común de los ciudadanos la percepción es más práctica: la ciudad se ha
extendido y con ello los problemas: las distancias se han incrementado, el
transporte es insufrible, las carencias son más sentidas, pero a pesar de todo, una
buena mayoría persiste en sus hábitos de vida y en su estoicismo para
contentarse con lo peor, o en todo caso, imitar el ritmo de vida de sus abuelos.
3. Es notable como en medio de una transformación física y urbana tan profunda,
se mantiene la actitud provinciana para valorar la ciudad y sus problemas.
Cochabamba, finalmente en los años 90, había alcanzado el medio millón de
habitantes y sin duda, marcha firmemente en pos de su primer millón138. Luego,
sus dimensiones son evidentemente metropolitanas, sin embargo no había
adquirido todavía la complejidad metropolitana ni la dinámica correspondiente a
este nuevo rango. Es decir, que lo que en otros ámbitos provocó, cambios
cualitativos de diverso orden, incluso en la archi conservadora función
138
En la actualidad (2010) se estima que el Municipio del Cercado ha sobrepasado los 700.000 habitantes
y la conurbación ha sobrepasado el millón de habitantes.
36
Estos y otros factores hacen que Cochabamba tenga un lugar subalterno dentro del
modelo de desarrollo capitalista del país, aspecto que incide en la naturaleza de su
producción espacial, la misma que no tiene un sentido productivo o de apoyo a los
procesos industriales o agroindustriales, sino apenas expresa, por una parte, el
realojamiento de las masas de migrantes expulsados del sector agrícola, minero, del
aparato estatal y de regiones y ciudades menores largamente estancadas. Por otro lado,
la manifestación de estrategias de supervivencia que organizan la dinámica del mercado
de bienes y servicios y hacen de esta concentración demográfica una ventaja
comparativa. Por último, la incorporación del crecimiento físico de la ciudad al proceso
de circulación mercantil. En fin, la producción espacial en el Área Metropolitana es
funcional al tantas veces citado modelo regional de acumulación de capital, y en ello,
radica buena parte de la actitud conservadora cochabambina en torno a sus hábitos de
vida urbana, pues ellos apuestan por la perpetuación del modelo de ciudad extensa y
popular. Es obvio que, ni al más radical modernista se le pasaría por la cabeza eliminar
La Cancha o pensar que pudiera existir sin ella la ciudad, aun pensando en la utopía
urbana del siglo XXI. En este orden, no ha caducado la idea de que las costumbres y los
hábitos de vida más arraigados solo cambian con la transformación de las relaciones de
producción en que se apoyan, es decir, los cambios que pueda experimentar la estructura
económica que organiza la vida social.
En conclusión, queda abierto el interrogante de las causas que marcan la diferencia entre
la propuesta contenida en el Plan Director Urbano de los años 80 y la forma como se
materializaba realmente la ciudad a fines del siglo XX. Una de las debilidades
manifiestas de la planificación en Cochabamba, y en Bolivia en general, era el
pensamiento arraigado de que la ciudad "la hacen" los planificadores y que sus
premisas, objetivos, estrategias y políticas, que finalmente se plasman en el "plan" y los
"reglamentos" que introducen el orden y la disciplina para ejecutarlos, son la esencia de
la racionalidad técnica que la sociedad debe aceptar a "fardo cerrado". Es decir que
también aquí, y no solo en la institución castrense, se pide a la ciudadanía
"subordinación y constancia" como la formula segura para alcanzar el pleno desarrollo
urbano.
Sin embargo las cosas no son tan simples ni los actores sociales tan ingenuos. La ciudad
no es un objeto en si y, el ordenamiento del espacio no es un fenómeno físico o sujeto
tan solo a las leyes de la naturaleza. Ambos son fruto del trabajo humano, pero más
específicamente constituyen la dimensión física, espacial, palpable y tangible de
procesos más abstractos e invisibles. Es por ello que la ciudad es "edificada" por los
procesos económicos, sociales y culturales que tienen lugar en ella. Dicho de otra
manera: así como a cada forma de organización de las esferas de la producción, la
circulación y el consumo, y a cada forma de estructuración de los aparatos ideológicos y
culturales, les corresponden formas concretas de organización social, estatal e
institucional, también les corresponden formas concretas de apropiación espacial del
territorio y lo urbano.
La falta de comprensión sobre como funciona realmente la ciudad y como operan los
distintos actores para producir el espacio urbano o metropolitano resulta crucial. Por
tanto no se trata de elaborar la última fantasía modernista y apuntalarla con reglamentos,
37
sino evaluar que ofrece esa lógica de organización espacial realmente existente, cómo
se le puede sacar el mejor partido y cómo se pueden generar estrategias para que unos y
otros actores sociales accedan a mejores condiciones de vida urbana y se sientan mejor
representados dentro de los objetivos del plan. El problema de las migraciones no será
resuelto sino a muy largo plazo, luego el problema urbano número uno, es como hacer
que la ciudad, sin dañar más su calidad urbana, reciba casi sin pausa nuevos habitantes.
Es decir, como administrar sabiamente el incontenible crecimiento de la misma, pero de
tal modo que el uso del suelo se maximice y la brecha entre capacidad económica para
generar desarrollo urbano y la dimensión de la ciudad, se vayan cerrando a pesar del
incremento poblacional.
Por otra parte, no es posible planificar la ciudad de Cochabamba sin pensar en niveles
de respuesta a problemas-clave como el empleo y la necesidad de revertir el enorme
universo terciario incrementando la productividad urbana, pues justamente la ciudad
improductiva, convertida en asilo y bazar de comerciantes es la ciudad que más crece y
este es el modelo menos viable y sostenible para proyectar el desarrollo urbano.
Por último, en este orden emergen varias potencialidades promisorias: por una parte, en
el caso de Cochabamba, a nuestro entender, no era necesario decretar la defunción del
actual instrumento de planificación139, sino revisar a fondo sus estrategias espaciales
para armonizarlas con los procesos económicos que estructuran el uso del suelo y el
propio funcionamiento de la ciudad. La gran virtud del Plan Director era su mayor
flexibilidad respecto al Plano Regulador, al punto que podía ser implementado con
planes sectoriales ampliamente debatidos por los actores involucrados, lo que de hecho,
habría facilitado una mejor descentralización de la gestión urbana y habría permitido la
participación popular en términos más gratificantes.
No obstante, lo que tiene que cambiar es el propio concepto de "desarrollo urbano". En
el mundo actual, y sobre todo en situaciones de fuertes limitaciones financieras y
débiles aparatos productivos, este término ya no puede ser sinónimo de ejecución de
maquillajes. El desarrollo urbano significa el apuntalamiento del aparato productivo de
la ciudad, el fortalecimiento de las ventajas comparativas que puedan atraer a los
inversores locales y externos, el mejoramiento del uso del suelo y el combate a la
dispersión residencial, para acceder finalmente a una ciudad manejable, eficiente y
equitativa en la distribución de sus beneficios, todo ello, en el contexto de la visión y
planificación estratégica de un desarrollo urbano definitivamente articulado al progreso
del conjunto de la sociedad.
139
Con posterioridad a la redacción de este texto, se pusieron en boga los planes de Ordenamiento
Territorial, cuya virtud esencial es justamente su flexibilidad y su capacidad de concertación. Sin
embargo, las experiencias sobre este tenor desarrolladas en el Municipio del Cercado, sobrepasan el
límite cronológico trazado para este ensayo.
37
Los vaticinios que se pudieran formular respecto a lo que podría ser la evolución de la
ciudad en el nuevo milenio, es decir el rumbo que pudiera tomar esta larga marcha de
los cochabambinos, requiere de todas formas una mirada hacia el pasado. Cochabamba,
el "granero" del Estado Incaico, del Estado Colonial, del Estado Republicano, trae de
por si el recuerdo de la estrecha relación entre campo y ciudad desde los lejanos tiempos
de Canata primero y de la Villa de Oropesa después. Durante muchos siglos su destino,
es decir sus auges y sus crisis, sus esperanzas y sus frustraciones, estuvieron
indisolublemente ligadas al desarrollo de su agricultura y sus mercados. Encomenderos,
hacendados, terratenientes, yanaconas, arrenderos, piqueros, colonos y "compañeros
campesinos", todos de alguna manera, aun sin llegar a la ciudad, se sintieron vinculados
a ella de una u otra manera, por ser el destino final de muchos de sus productos, por ser
el mercado que regulaba los precios de los cereales, de la chicha, de las harinas, por ser
el sitio donde residían los patrones y sus familias o por ser el sueño y el destino de miles
de migrantes.
Sin embargo, la segunda mitad del siglo XX fue algo más que un tiempo de cambios.
Las transformaciones, a veces silenciosas, a veces acompañadas del bramido de los
pobres de la tierra en busca de saciar su sed de justicia, modificaron definitivamente la
fisonomía de la aldea. No obstante, el cambio más sensible no se operó en el marco de
las transformaciones físicas de la ciudad sino en la ruptura con los esquemas de su
poderoso mercado interior que durantes algo más de dos siglos jugó un rol de resistencia
al avasallamiento colonial y oligárquico.
Sin embargo a partir del hito antes señalado, la relación Estado-región sufre un cambio
cualitativo. El modelo de desarrollo capitalista adoptado por el Estado de 1952 define
una estrategia económica, social y política que convierte el complicado vínculo
geográfico entre el altiplano minero y el oriente agroindustrial en un eje de poder y
dominación sobre el conjunto del país. Cochabamba, por primera vez, recibe en forma
persistente la influencia de factores externos que en confluencia con sus coyunturales
debilidades internas terminan convirtiendo esta estratégica región, clave para un
desarrollo nacional integral, en un simple polo de servicios, rol de naturaleza exógena,
que sin embargo pasa a dominar la determinación estructural de la formación social
37
Si comparamos los problemas regionales y urbanos de inicios del siglo XX, con los de
su final, podríamos señalar que por lo menos tres cuestiones fundamentales han
quedado sin resolver: Hacia 1900, la ciudad tenía la esperanza de avanzar hacia un
desarrollo industrial acelerado: sus renombrados talleres artesanales, el arribo de
migrantes europeos y la mejora de sus sistemas de comunicación vial hacían florecer
esta esperanza. En este orden los avances fueron muy modestos, la industria regional
aun es frágil, incipiente y dependiente. La cuestión de los caminos, es decir de la
vinculación hacia el Oriente, que clamaba Von Holten después de la guerra del Pacífico,
es todavía una tarea por terminar: la vinculación con Santa Cruz es incompleta sin el
ferrocarril y el camino al Beni era un proyecto sin plazo de realización al filo del siglo
pasado. El agua, ese viejo problema, que había sido una suerte de tormento a lo largo
del siglo XX, como lo fuera en el XIX, era todavía una realidad tangible y una tarea
pendiente no resuelta hasta el presente.
Sin embargo, tal vez, el problema más sensible era el de los mercados para la
producción cochabambina que obsesionó a los encomenderos y hacendados de la
Colonia y quito el sueño a los gamonales del siglo XIX y primera mitad del XX,
cuestión que tampoco había sido resuelta con nitidez al despuntar el siglo XXI. Es más,
hasta diríamos que la situación se había vuelto más oscura, pues aun en el supuesto de
que Cochabamba, a corto plazo estuviera en condiciones de acceder a mercados
próximos y lejanos mediante los corredores bioceánicos, la gran pregunta que queda
flotando es ¿qué le podemos ofrecer al mercado nacional e internacional en términos
competitivos?, ciertamente la economía de la coca no es una alternativa. La industria
local tampoco tiene mucho que ofertar en condiciones favorables y sostenibles. Creo
que aquí radica el gran desafío que la ciudad y la región deben resolver en el curso del
nuevo siglo.
37
Volcando nuestra mirada al Valle Central, estas pocas constataciones nos dan una idea
de los cambios que se han operado. La metrópolis cochabambina expresa bien el nuevo
rol que le asignó el proyecto de modernización del Estado Nacional, esto es su
conversión en un gran espacio de servicios totalmente al margen del desarrollo de su
aparato productivo. Mas bien, el continúo deterioro de éste expulsó y todavía expulsa
fuerza de trabajo rural hacia la ciudad convirtiendo a campesinos en comerciantes
informales, a tal punto que el tamaño de la urbe es un buen indicador de la enormidad
de su atraso agropecuario. No es nada consolador pensar que en la ciudad y la
conurbación se aglomeren más del 50 % de la población departamental en tanto existen
provincias vacías, sumidas en la pobreza extrema y el abandono total o que, mas del 70
% de los hogares urbanos estuvieran por debajo del umbral de pobreza al filo de los
años 90, que un grueso porcentaje de la población económicamente activa estuviere
constituida por trabajadores por cuenta propia y, que pese a todo ello, la ciudad no
cesaba de crecer, agravándose los problemas urbanos y deteriorándose la calidad de vida
que ofertaba la misma a sus habitantes.
BIBLIOGRAFIA
GALINDO Eudoro:
1974 La ciudad de Cochabamba: su formación y desarrollo. Editorial
Universitaria, Cochabamba.
GERMANI Gino:
1969 La ciudad como un mecanismo de integración, en Bayer y Glenn
(compiladores): La explosión Urbana en América Latina, Un
continente en proceso de urbanización, Aguilar, Buenos Aires.
GLAVE Luis Miguel:
1988 Trajinantes: caminos indígenas en la sociedad colonial, siglos
XVI/XVII, Instituto de Apoyo Agrario, Lima.
GLOTZ G.
1957 La ciudad griega, Colección: Evolución de la Humanidad,
México.
GOLTE Jurgen:
37
INDICE DE GRAFISCOS
ÍNDICE DE MAPAS
MAPA 1: Mapa de la Región de los Lupaqa visitada por Garci Diez de San Miguel
(1567)
MAPA 2: Visión de los valles de Cochabamba - siglo XVI
MAPA 3: El Valle Bajo de Cochabamba
MAPA 4: Vías de comunicación terrestre - siglo XVI y XVII.
MAPA 5: Áreas aproximadas de los asentamientos de mitimaes en los valles de
Cochabamba, siglo XVI.
MAPA 6: Los reinos aymaras
MAPA 7: El dominio del Estado Inca en tierras de Charcas
MAPA 8: El territorio aproximado de la Audiencia de Charcas
MAPA 9: Flujos comerciales generados por la minería potosina - Siglos XVII y XVIII.
MAPA 10: Distribución de las tierras del inca Huayna Kapac en el Valle Bajo de
Cochabamba (Siglos XV – XVI).
MAPA 11: Comunidades, haciendas y chacaras en el Valle Bajo de Cochabamba
(Siglos XVI y XVII)
MAPA 12: Área de mercado destinada a los productos agrícolas del Valle Bajo
de Cochabamba (Siglos XVI y XVII).
MAPA 13: Vinculación de los valles de Cochabamba con la red vial y comercial
del Virreinato del Perú.
MAPA 14: Influencia comercial de Potosí en los territorios de Charcas
MAPA 15: La región de Cochabamba y sus vinculaciones en las primeras décadas
del Siglo XX.
MAPA 16: Bolivia: vinculaciones internas y externas en la primera mitad del Siglo XIX
MAPA 17: Anteproyecto del Plan Regional.
MAPA 18: El ordenamiento territorial propuesto por el Plan Nacional de Desarrollo
Económico y Social
MAPA 19: Área de influencia de la ciudad de Cochabamba
MAPA 20: El sistema urbano en Bolivia
ÍNDICE DE PLANOS
Gráfico Nº 1
ESQUEMA DE LA DINÁMICA DE LA ECONOMÍA
COLONIAL
Gráfico Nº 2
ZONAS ECOLÓGICAS DE BOLIVIA
Grafico Nº 4
ESQUEMA DE LA PLAZA MAYOR
Gráfico Nº 6
CASONAS DE MOLDE COLONIAL
39
MAPAS
39
Mapa Nº 1
MAPA DE LA REGIÓN DE LOS LUPACA VISITADA
POR GARCI DIEZ DE SAN MIGUEL
EN 1567
39
Mapa Nº 2
LOS VALLES CENTRALES DE COCHABAMBA –
Siglos XVII-XVIII
39
Mapa Nº 3
EL VALLE BAJO DE COCHABAMBA
40
Mapa Nº 4
VÍAS DE COMUNICACIÓN TERRESTRE
Siglos XVI y XVII
40
Mapa N.º 5
ÁREA APROXIMADA DE LOS ASENTAMIENTOS
DE MITIMAES EN LOS VALLES DE
COCHABAMBA – Siglo XVI
40
Mapa Nº 6
LOS REINOS AYMARAS
40
Mapa Nº 7
EL DOMINIO DEL ESTADO INCA EN TIERRAS DE
CHARCAS
40
Mapa Nº 8
EL TERRITORIO APROXIMADO DE LA
AUDIENCIA DE CHARCAS
40
Mapa Nº 9
FLUJOS COMERCIALES GENERADOS POR LA
MINERÍA POTOSINA - Siglos XVII – XVIII
40
Mapa Nº 10
DISTRIBUCIÓN DE LAS TIERRAS DEL INCA
HUAYNA KAPAC EN EL VALLE BAJO DE
COCHABAMBA – Siglo XV-XVI
40
Mapa Nº 11
COMUNIDADES, HACIENDAS Y CHACARAS EN
EL VALLE BAJO DE COCHABAMBA
Siglos XVI y XVII
40
Mapa Nº 12
ÁREA DE MERCADO DESTINADA A LOS
PRODUCTOS AGRICOLAS DEL VALLE BAJO DE
COCHABAMBA - Siglos XVI y XVII
40
Mapa Nº 13
VINCULACIÓN DE LOS VALLES DE
COCHABAMBA CON LA RED VIAL Y COMERCIAL
DEL VIRREINATO DEL PERÚ
Mapa Nº 14
INFLUENCIA COMERCIAL DE POTOSÍ EN LOS
TERRITORIOS DE CHARCAS
411
Mapa Nº 15
LA REGIÓN DE COCHABAMBA Y SUS
VINCULACIONES EN LAS PRIMERAS DÉCADAS
DEL SIGLO XX
Mapa Nº 16
BOLIVIA: VINCULACIONES INTERNAS Y
EXTERNAS EN LA PRIMERA MITAD DEL S. XIX
Mapa Nº 17
ANTEPROYECTO DEL PLAN REGIONAL
Mapa Nº 18
ORDENAMIENTO TERRITORIAL PROPUESTO
POR EL PLAN NACIONAL DE DESAROLLO
ECONÓMICO Y SOCIAL (1976)
Mapa Nº 20
EL SISTEMA URBANO EN BOLIVIA EN LA
DÉCADA DE 1990
41
PLANOS
URBANOS
41
Plano Nº 1
COCHABAMBA EN 1812
41
Plano Nº 2
PATRONES DE ASENTAMIENTO Y USO DEL
SUELO URBANO, SUBURBANO Y RURAL A
FINES DEL SIGLO XVIII
Plano Nº 3
RANGOS DE VALORES INMOBILIARIOS EN LA
CIUDAD DE COCHABAMBA
Primera mitad del siglo XIX
42
Plano Nº 4
ZONIFICACIÓN DE LAS ACTIVIDADES URBANAS
EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX
42
Mapa Nº 5
DISTRIBUCIÓN ESPACIAL DE LOS PRINCIPALES
OFICIOS ARTESANALES EN LA CIUDAD DE
COCHABAMBA (1826)
42
Plano Nº 6
TERCER CUARTEL URBANO DE LA CIUDAD DE
COCHABAMBA
42
Plano Nº 7
ESQUEMA DE LA ESTRUCTURA URBANA
Fines del siglo XIX
Plano Nº 8
ESQUEMA DE LA PROPUESTA DE “MODELO” O
“PLANO REGULADOR” DE RAMON RIVERO (1909)
Plano Nº 9
LA EXPANSIÓN URBANA EN EL SIGLO XIX
42
Plano Nº 10
DENSIDAD POBLACIONAL POR CUARTELES Y
SECTORES MÁS DENSAMENTE EDIFICADOS
SEGUN CENSO DE 1880
Plano Nº 11
Manzanas según tamaño y uso de la propiedad
1880 - 1886
42
Plano N.º 12
Ciudad de Cochabamba:
COMERCIO Y MERCADO URBANO DE LA
CHICHA HACIA 1880
43
Plano Nº 13
Rutas de transporte urbano en la primera mitad
del siglo XX
Plano Nº 14
PRINCIPALES EQUIPAMIENTOS URBANOS
EN 1919
43
Plano Nº 15
COCHABAMBA EN 1908
Plano N.º 16
SITUACION DE LOS SERVICIOS BÁSICOS
URBANOS (Agua, alcantarillado y energía
eléctrica) EN 1945
Plano Nº 17
Esquema del “Plan de Urbanismo” propuesto por
el Ing. Miguel Rodríguez en 1937
43
Plano Nº 18
URBANIZACIÓN DE LA ZONA NORESTE DE LA
CIUDAD
Plano Nº 19
APERTURA Y ENSANCHE DE VÍAS (1931 – 1940)
Plano Nº 20
ESTUDIO DE ZONIFICACIÓN ECONÓMICA Y
VIALIDAD DOMINANTE - PLAN URBANO
PROPUESTO POR EL ARQ. LUÍS MUÑOZ
MALUSCHKA
Plano Nº 21
VIAS DE PENETRACIÓN A LA CIUDAD CON
RELACIÓN A LOS PUNTOS DE GRANDES
CONCENTRACIONES DE POBLACIÓN (1947)
Plano Nº 22
PROYECTO DE FORMACIÓN DE UNA RED DE
AVENIDAS Y DE ENSANCHE DE CALLES
SECUNDARIAS (1947) – Primera Alternativa
44
Plano Nº 23
PROYECTO DE FORMACIÓN DE UNA RED DE
AVENIDAS Y ENSANCHE DE CALLES
SECUNDARIAS – Segunda Alternativa
Plano Nº 24
PLANO DE LA REGIÓN DE INFLUENCIA
INMEDIATA DE COCHABAMBA
SEGÚN EL PLANO REGULADOR
Plano Nº 28
URBANIZACIÓN DEL CASCO VIEJO: SISTEMA
VIARIO
Plano Nº 29
PROPUESTA URBANA DEL ARQUITECTO
FRANKLIN ANAYA
Plano Nº 30
CUARTELES URBANOS HACIA 1900
Plano Nº 31
LA CIUDAD DE COCHABAMBA EN LAS DOS
PRIMERAS DÉCADAS DEL SIGLO XX: SU LENTO
RITMO DE CRECIMIENTO
Plano Nº 32
EL PERIMETRO URBANO DEL PLANO
REGULADOR Y LA CIUDAD EN LA DÉCADA
DE 1940
45
Plano Nº 33
LA EXPANSIÓN URBANA ENTRE 1900 Y 1970
Plano Nº 42
DISTRIBUCIÓN ESPACIAL APROXIMADA DE
ESTRATOS SOCIO ECONÓMICOS EN LA CIUDAD DE
COCHABAMBA EN LA DÉCADA DE 1980
46
Plano Nº 43
LA CONURBACIÓN DE COCHABAMBA EN LA
DÉCADA DE 1990
Mapa Nº 44
ESTRUCTURA CENTRIPETA – CENTRIFUGA
DE LA CONURBACIÓN DE COCHABAMBA
EN LA DÉCADA DE 1980
Fuente: Elaboración propia en base al “Plano General del Área Urbana de Cochabamba”
de la H. Alcaldía.
46
Plano Nº 45
LA EXPANSIÓN URBANA EN LA DÉCADA DE
1990
Plano Nº 46
DENSIDADES URBANAS DE ACUERDO AL
CENSO DE 1992
Plano Nº 47
URBANIZACIONES, LOTEOS Y FRACCIONAMIENTOS A
INICIOS DE LA DÉCADA DE 1990
Plano Nº 48
ÁREAS CRÍTICAS EN MATERIA DE CALIDAD
HABITACIONAL EN LA CONURBACIÓN DE
COCHABAMBA (1995)
46