Está en la página 1de 234

4

CENTRO DE ESTUDIOS SUPERIORES UNIVERSITARIOS – UMSS


MAESTRÍA EN MEDIO AMBIENTE Y DESARROLLO SOSTENIBLE

ECONOMÍA, SOCIEDAD Y CRISIS


AMBIENTAL
El valle de Cochabamba en los siglos
XIX y XX
HUMBERTO SOLARES SERRANO
6
7

¡Benditos meses de marzo y abril! ¡De cuanta gala sabeis revestir vosotros la
hermosa tierra en que he nacido! Si los demás meses del año se os pareciesen, si a
lo menos los de septiembre y octubre no fuesen tan mezquinos de lluvias y
quisieran estimularse con el ejemplo del generoso febrero, para impedir que el sol
sediento se beba toda el agua del Rocha y de las lagunas, yo sostendría con muy
buenas razones que Eva cogió el fruto prohibido en Cala Cala, aunque me trajesen
juramentado al Inca Garcilazo de la Vega para que declare a mi presencia que los
españoles hicieron venir de la Península al primer árbol de manzanas; porque el
Génesis no dice que fue aquél fruto precisamente una manzana, y pudo ser una
chirimoya, una vaina de pacay o cualquier otro de los deliciosos frutos de nuestros
bellísimos árboles indígenas...
Me dicen que mis paisanos destruyen torpemente las arboledas, para cultivar con
preferencia el maíz y que no plantan siquiera sus hermosos sauces indígenas o los
álamos recientemente importados de la Carolina, al borde de sus espaciosas
carreteras. ¡Y luego se quejan de que la tierra se les seca y ya no llueve!

Nataniel Aguirre (Juan de la Rosa)


8

ÍNDICE
1. Introducción

2. Cochabamba en el siglo XIX: Un vistazo necesario al inmediato pasado: el


siglo XVIII y la primera mitad del XIX

El Valle Central y la ciudad en la segunda mitad del siglo XIX


Sociedad regional y cuestión ambiental

3. Cochabamba en la primera mitad del siglo XX

El Valle de Cochabamba 1900 – 1950


La ciudad en los años 40 e inicios de los 50
Medio ambiente y dinámica urbano-regional

4. Cochabamba en la segunda mitad del siglo XX: Los años de la Revolución


Nacional

La revolución de Abril y la nueva fisonomía de la sociedad regional


El proceso urbano en los años 50: de la conquista del derecho a la ciudad al reino
de intermediarios y loteadores
Cambio social y medio ambiente

5. Cochabamba a fines del siglo XX

Cochabamba y su región en el contexto de la Bolivia actual


La transformación urbana: de la pacífica aldea a la irresistible lógica del desorden
espacial
Crisis ambiental y urbanización

6. A manera de conclusión

Anexo Planos

BIBLIOGRAFIA
9

ÍNDICE DE PLANOS

Plano nº 1: El lento crecimiento de Cochabamba en el SXIX


Plano nº 2: Esquema de la estructura urbana a fines del siglo XIX
Plano nº 3: Propuesta de “Plano Regulador de Cochabamba” de Ramón Rivero en 1910
Plano nº 4: Anteproyecto de Plan Regional del Arq. Jorge Urquidi Z.
Plano nº 5: Plan de la Región de Influencia Inmediata del Arq. Jorge Urquidi Z.
Plano nº 6: La expansión urbana de Cochabamba entre 1900 y 1970
Plano nº 7: La expansión urbana de Cochabamba a fines de la década de 1970
Plano nº 8: La conurbación espontánea de Cochabamba en la década de 1990
Plano nº 9: Urbanizaciones, fraccionamientos y loteos en la conurbación de Cochabamba –
Década de 1990
Plano nº 10: Estructura centrípeta-centrífuga de la conurbación de Cochabamba a fines del
siglo XX

ÍNDICE DE CUADROS

Cuadro nº 1: Nomina parcial de propiedades en el cercado a fines del siglo XIX


Cuadro nº 2: Tamaño de las propiedades en el Cercado y Quillacollo a inicios
del siglo XX
Cuadro nº 3: Valle Bajo, Alto y Sacaba: número de propiedades catastradas (1882-
1927)
Cuadro nº 4: Distribución de chicherías por categorías en la ciudad de Cochabamba
(1900-1949)
Cuadro nº 5: Producción de muko y chicha en el Departamento, la ciudad y el Cercado
(1919-1928)
Cuadro nº 6: Cochabamba 1945: zonas urbanas por población, familias, manzanas y
Viviendas.
Cuadro nº 7: Cochabamba 1945: zonas urbanas según porcentajes del nivel de
prestación de servicios básicos
Cuadro nº 8: Cochabamba: superficies urbanizadas con autorización municipal entre
1953 y 1962
Cuadro nº 9: Cochabamba: relación parcial de superficies urbanizadas por zonas (1953-
1958)
Cuadro nº 10: Cochabamba: crecimiento de población, expansión física e índices de
densidad (1945-1992)
Cuadro nº 11: Cochabamba: proyección de población, superficie bruta y densidad bruta
que contempla el Plan Director hasta el año 2010
10

1. Introducción

En propiedad, no existe específicamente una disciplina que estudie sistemáticamente la


relación histórica entre sociedad y medio ambiente, es decir que se proponga desarrollar
una historia ambiental que involucre a la sociedad como parte de ella. Este hecho no es
casual, y más bien es uno de los resultados de una larga tradición de parcelación del
conocimiento científico. Es por esta razón que no existe un campo de conocimiento
específico que permita proporcionar un enfoque global de la naturaleza y que se proponga,
en la perspectiva del tiempo, estudiar las cambiantes interacciones entre sus componentes
bióticos y abióticos, desmenuzar las formas en que ambos se articulan, se complementan,
se condicionan e incluso desarrollan procesos de desequilibrio y destrucción, formando
ecosistemas dinámicos, cambiantes y sin duda históricamente determinados.
Las ciencias exactas aplicadas al estudio de la naturaleza y las ciencias llamadas sociales,
indudablemente desde los prolegómenos de la Revolución Industrial han logrado
impresionantes avances, pero sus análisis crecientemente específicos, han profundizado la
tendencia al parcelamiento de la realidad. En los dos últimos siglos y, sobre todo, en el
presente, han proliferado las ciencias altamente especializadas encerrando campos de
conocimiento cada vez más restringidos. Este proceso de división y hasta atomización del
conocimiento rompe drásticamente con la tradición de la ciencia clásica, cuyo principal
objetivo fue precisamente proporcionar una visión global de la realidad, donde los dioses,
los hombres y la naturaleza desempeñaban papeles precisos y, donde la noción del bien se
relacionaba con el ideal de armonía en la interacción de esos actores1.
¿Qué motivó el surgimiento de las ciencias especializadas? Las razones se remontan al
desarrollo de la sociedad europea en el siglo XVIII, es decir a los orígenes del sistema

1
Los griegos desarrollaron una concepción integral para estudiar la realidad. Los presocráticos como
Anaximandro y Anaxágoras desarrollaron teorías para describir la totalidad de la realidad a partir de fuentes
energéticas como la luz solar, el agua, el viento y otros elementos de la naturaleza. Platón, Aristóteles,
posteriormente Galeno, consideraban el universo como un organismo, es decir, un sistema armonioso regido
por leyes y finalidades y donde, los propios hombres eran una parte organizada de ese universo
(CANGUILHEM, 1976. BERNAL, 1967). Posteriormente, el Renacimiento italiano gestó al hombre más
integral y totalizador que se pudo dar en toda la historia humana, es decir, Leonardo da Vinci: artista,
matemático, científico, artesano, inventor, escultor, etc., ocupaciones múltiples que no solo eran fruto de su
genialidad, sino de una concepción científica empeñada en captar la totalidad de la realidad (VITALE, 1983).
Todavía a fines del siglo XVIII, los científicos trataban de abarcar la totalidad o el máximo de las ciencias
conocidas. Newton fue matemático, astrónomo, óptico, mecánico y químico, lo que además era algo corriente
en ese tiempo. Como resultado de esta virtud universalista, afirma John D. Bernal, “los científicos o ‘virtuosi’
del siglo XVII pudieron dar una imagen más unitaria del ámbito de la ciencia, que el que sería posible en
épocas posteriores”(obra citada).
11

económico capitalista, cuya dinámica basada en la acumulación de capital, requería del


desarrollo científico en ciertos campos específicos (la química para la industria textil, la
física y la ingeniería mecánica para las máquinas industriales, la navegación y las
innovaciones tecnológicas en materia de transporte, etc.) para lograr un despegue
consistente y rápido. La Revolución Industrial fue el resultado de este estímulo con la
invención del telar mecánico, el teléfono, el aprovechamiento industrial y doméstico de la
electricidad, el ferrocarril y los barcos movidos con máquinas a vapor.
Este proceso de desarrollo, donde intereses económicos y científicos se articularon
estrechamente, permitió a la ciencia convertirse en el eje de los avances técnicos para
promover y acelerar el desarrollo industrial, pero a costa de fragmentarse en tantas
especialidades como las que requería la industrialización de los procesos productivos. Este
fue el precio que tuvo que pagar la ciencia para recibir el reconocimiento pleno del Estado
burgués y convertirse en el centro de la formación universitaria desplazando a la teología
de este sitial. Esta dependencia de la ciencia respecto a la industria se ha reforzado mucho
más en el presente. Los patrocinadores del desarrollo científico y tecnológico (El Estado y
los grandes consorcios monopólicos internacionales) que financian costosas
investigaciones científicas, no lo hacen precisamente con fines académicos, sino con
objetivos pragmáticos, donde la urgencia de hacer más competitivos los procesos
productivos se combina con el deseo de hacer más atractiva la mercancía que se destina al
mercado consumidor o, más destructivas las armas que defienden el sistema en su
conjunto. Este desarrollo unilateral de la ciencia guiada por intereses que no son
precisamente científicos, ha definido su evolución hacia una estructura compartimentada
en células estancas que frena la formulación de un pensamiento teórico y metodológico en
torno a una concepción más integral de la realidad.
Los propios efectos de este proceso, es decir, la creciente conciencia de que el modelo de
desarrollo industrial vigente desde hace varios siglos afecta la calidad de vida y el medio
ambiente en extensas zonas geográficas, e incluso, pone en riesgo la permanencia de las
cualidades protectivas del planeta con relación a la vida humana, han permitido, sobre todo
a partir de la segunda mitad del siglo XX, expresar una creciente preocupación por los
temas ecológicos y ambientales2. Dicha preocupación ha permitido retornar a la reflexión
sobre la ciencia entendida como un conjunto de disciplinas separadas y las dificultades que
2
Si bien la ecología, surge a fines del siglo XIX, lo hace como una rama auxiliar de las ciencias naturales y,
hasta hoy no ha logrado superar esta limitación, a pesar de su creciente importancia.
12

este hecho provoca cuando se trata de estudiar cuestiones como el deterioro ambiental. Al
respecto, anota Brailovsky (1992), que la rígida separación entre el químico que estudia la
composición de una sustancia y el sociólogo que estudia la conducta de cierto grupo
humano, impide considerar en forma adecuada ciertos temas como el de la contaminación
ambiental y se pregunta, sí este fenómeno ¿es un problema químico o social?, o tal vez,
¿podría llegar a pertenecer a los dos campos? Sin embargo, esto no es tan simple, pues
tropieza con la larga práctica de encasillar todo conocimiento en campos específicos y bien
clasificados, confiando a manos de “especialistas” su estudio adecuado.
El citado autor, respecto de las especialidades, se pregunta que se ganó y perdió con ellas.
Reconoce que se gano una alta tecnología capaz de producir los artefactos más
sofisticados, pero se perdió la visión del mundo, porque dicha visión no es la suma de
pequeños espacios de conocimiento, por complejos que estos fueren, sino la concepción de
totalidad que explica como interactúan unos factores con otros. Afortunadamente, los
problemas de nuestro tiempo: la crisis ambiental, el crecimiento de la pobreza, los
problemas de salud no resueltos, los desafíos del ordenamiento territorial, las nuevas
orientaciones del desarrollo procurando recuperar una dimensión más humana a la idea de
progreso y de dotarle de sostenibilidad, han permitido reconocer la debilidad de la ciencia,
entendida como una serie de compartimentos aislados, es decir, como un aparato de
conocimiento ocupado en absorber trozos de la realidad pero no totalidades, poco apto para
dar respuestas a problemas integrales que no se resuelven con respuestas que solo abarcan
ciertas parcialidades. Este reconocimiento ha llevado al fortalecimiento de los estudios
interdisciplinarios. Uno de los temas ampliamente debatido en las últimas décadas es,
justamente el del medio ambiente, que ha dado lugar a la formación de una “ciencia
ambiental”, en realidad una ciencia de interrelaciones e interacciones, donde el esfuerzo
principal se dirige a establecer que relación tiene la sociedad humana con el ecosistema
planetario y, cuáles son los efectos, cuando lo utiliza para habitarlo, para explotar sus
recursos, para gozar de sus bondades o para implicarlo en finalidades bélicas.
Con estas ideas en mente, ingresaremos en el tema que nos compete, es decir, la cuestión
de la urbanización, el hábitat y el medio ambiente. Inicialmente vamos a reconocer que los
temas citados hacen referencia a un proceso más general de transformación de la
naturaleza por la acción humana con fines de estructurar un medio ambiente propicio para
el desarrollo de la sociedad y sus instituciones y que, se ubican en el amplio marco de las
13

relaciones Naturaleza - Sociedad, que ha su tiempo, también han sido materia de intenso
debate y tratamiento. Sin animo de reseñar esta materia, haremos notar que, dicha relación
no hace referencia a una concepción dualista, donde hombre y medio ambiente son
entidades separadas, pero vinculadas. Por el contrario, nuestro punto de partida es el
reconocimiento de que la sociedad humana forma parte del ambiente y su propia evolución
está condicionada por la naturaleza, pese a que el avance tecnológico y científico de los
hombres, está cada vez más capacitado para modificar porciones más significativas de
dicha naturaleza3.
Desde esta óptica, también emerge una nueva visión de la historia, que considere la
indisoluble relación entre la historia de la naturaleza y la historia de la sociedad, superando
las concepciones puramente biologistas o antropocéntricas. La ciencia histórica se ha
ocupado hasta el presente solo de la evolución humana, fijando arbitrariamente el inicio de
la misma con la invención de la escritura, cuando en realidad el “tiempo humano” y la
historia de la humanidad, son una ínfima parte del “tiempo geológico” y la historia de la
tierra.
Un punto de vista más preciso, para evitar giros teóricos que nos alejen del tema, son los
planteos desarrollados por Marx y Engels a este respecto4 y los similares desarrollados
3
Este último aspecto, es decir, la amplitud de las alteraciones que han provocado en la naturaleza, ciertos
logros de la civilización industrial, como el incremento de los motorizados, la multiplicación de las fábricas,
el empleo de sustancias nocivas, etc., dando lugar a severos cuadros de contaminación atmosférica, al
debilitamiento de la capa de ozono, a fenómenos de inversión térmica, a procesos de cambio climático global
y otros, ha servido de antecedente para una renovada preocupación sobre los temas ambientales y de
preservación ecológica, al punto que se han multiplicado en el último tiempo las organizaciones empeñadas
en la preservación ambiental, se han puesto de moda los movimientos ecologistas, se ha desarrollado con
intensidad la legislación ambiental e incluso se ha llevado a cabo un cónclave mundial sobre este tema en
1992 en Río de Janeiro, donde se definen las bases de la Agenda 21, una verdadera guía metodológica del
nuevo estilo de desarrollo que se desea imprimir.
4
La cuestión del concepto de naturaleza y la relación hombre – naturaleza, en la teoría marxista ha sido
materia de extensos debates y ha originado una copiosa bibliografía, cuyo análisis, fácilmente conduciría a un
estudio más especializado o incluso a una tesis. En síntesis: el debate sobre dicho concepto, por parte de
Marx y los ideólogos del neopositivismo en el siglo XIX, dejó en claro que no solo era el factor económico el
que condicionaba el resultado de los procesos políticos, sociales, culturales. Cuando Marx hacía referencia a
las fuerzas productivas, se refería a la naturaleza, luego a la técnica y finalmente al régimen de trabajo.
Lefevbvre(1978), destaca que el concepto de naturaleza en Marx, es la fuente de la noción “valor de uso”, al
respecto señala: “la naturaleza primera es la base de la acción, el medio del que emerge el ser humano con
todas sus particularidades biológicas, étnicas, etc., relacionadas con el clima, el territorio o la historia”. Por su
lado, Marx sostuvo: “Solo conocemos una única ciencia, la ciencia de la historia. La historia solo puede ser
considerada desde dos aspectos, dividiéndola en historia de la naturaleza e historia de la humanidad. Sin
embargo, no hay que dividir estos dos aspectos: mientras existan hombres, la historia de la naturaleza y la
historia de los hombres se condicionan recíprocamente... pues casi toda la ideología se reduce, o a una
concepción tergiversada de esta historia, o a una abstracción total de ella. La propia ideología es tan sólo uno
de los aspectos de esta historia... Mi relación con mi ambiente es mi conciencia”(1985). Este punto de vista
fue plenamente compartido por Engels en su obra capital: Anti-Duhring. Sin embargo, el marxismo soviético
desconoció y hasta negó sistemáticamente la base ecológica como condicionante de la economía y en general
14

desde una postura distinta por los neopositivistas5, reflexiones que necesariamente nos
hacen tomar conciencia sobre la ferocidad con que se ha explotado a la naturaleza, no solo
dando lugar a señales alarmantes de deterioro, sino evidenciándose efectos extensos de
daño ambiental, así como signos evidentes de agotamiento de los recursos naturales
expresado en la extinción irreversible de cientos de especies zoológicas y botánicas, al
extremo, de que ahora la cuestión de urgencia no es como “dominar la naturaleza”, sino
como “dominar” el dominio sobre la naturaleza que ostentan con soberbia casi suicida los
países industrializados, que además no disimulan su afán de hacer pagar esta pesada
factura a los menos desarrollados.
El constatar que ocurre, con relación a este proceso, en el caso de un país de la periferia
industrial, largamente saqueado en sus recursos naturales, y concretamente en el caso más
específico de un valle interandino, ecológicamente frágil, como es el valle de Cochabamba,
desde la perspectiva de los conceptos antes vertidos, para intentar hacer la lectura histórica
de la siempre difícil y conflictiva relación entre formación social regional y medio
ambiente, y mostrar la estrecha relación entre situaciones cambiantes de auge y decadencia
económica y social vinculados a momentos de valorización cambiante de los recursos
naturales como la tierra, la flora y la fauna, es el objetivo principal del presente trabajo. La
hipótesis subyacente es que la estructura ambiental está implicada en la estructura social y
no se puede realizar una lectura del devenir de una sin la otra. Dicho de otro modo: el
presente ensayo se propone demostrar que a cada modo de producción, no solo
corresponden relaciones sociales de producción determinadas, sino formas distintas de
organizar el espacio, valorizar el medio ambiente e intensificar la destrucción o
preservación de los recursos naturales.

del conjunto de la estructura social y los manuales de la URSS insistieron en una visión que separaba el
hombre de la naturaleza, presentando al primero como producto de la evolución y espejo pasivo del proceso
natural. Las corrientes conservadoras que surgen en la base de la doctrina oficial marxista, se nutren de este
tipo de concepción y –sobre todo con Stalin- desarrollan la superstición de la inconmovible objetividad de las
leyes históricas que actúan independientemente de la voluntad de los hombres y no se diferencian en nada de
las leyes de la naturaleza. Este criterio emerge de algunas ideas expresadas por Engels en “Dialéctica de la
naturaleza” y que fueron retomadas por Lenin en “Materialismo y Empirocriticismo”. Estas concepciones
abrieron paso a los fundamentos del materialismo histórico y a las predicciones de una forma de desarrollo
social, con transiciones mecánicamente sucesivas de un modo de producción inferior a otro superior, que
pese a su “consistencia científica”, ciertamente no se verificaron.
5
El neopositivismo, tanto como el positivismo, apoyándose en una concepción decimonónica del progreso,
consideran a la naturaleza como algo que debe ser “dominado” por el hombre. Esta concepción
antropocéntrica se remonta a Descartes, quién en su “Discurso del método” afirmó que se debían aprovechar
los elementos de la naturaleza y así “convertirnos en señores y poseedores de la naturaleza”. Este afán de
dominio de la naturaleza se fue acentuando en la sociedad industrial, hasta convertirse en ideología asociada
a los ideales del desarrollo y el progreso.
15

El punto de partida es reconocer que una estructura ambiental hace referencia a un nicho
ecológico contenedor de un ecosistema conformado por un lugar físico de ciertas
características naturales y con límites claramente definibles, en este caso el valle central, es
decir la cuenca y su sistema cordillerano, donde se ha desarrollado y se desarrolla el drama
de la vida, pero también, el escenario donde han tenido y tienen lugar, determinadas
relaciones sociales que, a su vez contienen procesos concretos de acumulación de riqueza
y de relación capital–trabajo–territorio, que a su turno, han “modelado” el medio ambiente
y han conducido a su situación actual.
La formación social regional cochabambina, ciertamente está lejos de constituir un modelo
para ilustrar las visiones esquemáticas de estructuras y clases sociales, que las ciencias
sociales, fuertemente influidas por corrientes marxistas ortodoxas, solían aplicar a las
sociedades latinoamericanas a mediados del siglo XX. No cabe duda que resultaría
polémico, por ejemplo, describir la sociedad cochabambina de comienzos de siglo como
una formación feudal o capitalista mercantil, pues en propiedad, no se la puede encasillar
en alguna de estas formulas prefabricadas y tampoco es nuestro objetivo embarcarnos en
dilucidar un tema asentado en una base todavía muy poco estable y que sin duda, no sólo
merece una investigación de mayor profundidad, sino que nos sitúa a bastante distancia del
rumbo que queremos imprimir a este trabajo. Por ello, como punto de partida inicial
planteamos que toda estructura económico social, entendida como una combinación
compleja de distintos modos de producción, no solo define una cierta forma de
organización de las instituciones sociales, una cierta fisonomía del Estado, el desarrollo de
un determinado discurso ideológico, la materialización de una determinada alianza de
clases y de actores sociales para hacer gobernable la economía y la marcha de la sociedad,
sino además, define una cierta forma de concentración de la riqueza y del conjunto de
condiciones generales que propician o favorecen esa forma o esas formas de acumulación,
las que a su vez, al adquirir una dimensión material y no solo ideológica, definen la forma
de organización del territorio y la actitud de los distintos actores sociales con respecto al
mundo físico que les rodea, incluido el medio ambiente.
En este sentido es necesario, aclarar que nuestro enfoque no se dirige a sacralizar el medio
ambiente natural y a desarrollar un discurso idealista sobre el necesario retorno a un edén
mítico, sino considerar el mismo como contenedor de un proceso vital complejo que
incluye el desarrollo de un proceso histórico de producción de bienes materiales, y que en
16

el caso del Valle de Cochabamba define un espacio geográfico concreto poseedor de


ciertos atributos ambientales y de ciertos recursos naturales, que hicieron propicia cierta
forma de utilización de los mismos, pero dentro de una dinámica cambiante, donde la
evolución de la propia formación social, es decir, las transformaciones en las relaciones de
producción, los cambios técnicos y tecnológicos de los medios de producción y los
cambios en la lógica interna de los procesos de acumulación de riqueza mercantil o capital,
han definido distintas formas históricas de aprovechar estos recursos naturales y de
plasmar de una manera más general la relación entre naturaleza y sociedad en el ámbito de
estudio. Nuestro objetivo es mostrar estos distintos momentos y definir los lineamientos de
una prospectiva identificando aquellos factores estructurales que se debieran modificar si
deseáramos realmente avanzar hacia un modelo real de desarrollo sostenible.
Dicho de otro modo, para los fines de este trabajo, el Valle de Cochabamba es un espacio
social geográficamente determinado, donde históricamente se han desarrollado relaciones
sociales de producción, distribución y consumo, entre hombre divididos en clases y
estratos sociales, con raíces culturales diversas y organizados políticamente. En este orden,
lo físico ambiental, tanto en su forma natural como en su expresión modificada por la
cultura humana, se constituye en el soporte natural de la vida social. Por tanto lo ambiental
no es un dato aislado o una simple abstracción, sino es un componente fundamental de una
realidad concreta que se articula y forma parte de una dimensión social que inscribe en los
actos contradictorios de su evolución las situaciones de crisis, deterioro y agresión, que se
proyectan en la dimensión física como en las otras dimensiones (económicas, sociales,
culturales) que completan la lectura de su proceso histórico6.

El escenario físico:
La cordillera de los Andes al ingresar a territorio boliviano se divide en las cordilleras
oriental y occidental delimitando el altiplano o meseta andina que abarca a gran parte de la
zona minera del país. La cordillera oriental forma una serie de cuencas interandinas que
han definido un corredor de asentamientos humanos a lo largo de un eje Norte-Sur que va
6
Siguiendo este cauce conceptual se podría definir el ambiente urbano, como sugiere Roberto J. Fernández
(1998), como una forma peculiar y particular del ambiente en tanto relación sociedad - naturaleza, es decir
que dicho ambiente urbano representa la dimensión material consolidada y estable que una formación social
ha definido históricamente con fines primordialmente vinculados a la función residencial, es decir a la
reproducción de la fuerza de trabajo y de la unidad doméstica, todo ello en términos gregarios y articulado a
los procesos de producción, intercambio y consumo, transformando en forma irreversible una porción de la
naturaleza, pero recreando en contrapartida una suerte de "naturaleza secundaria" cultural y tecnológicamente
definida
17

desde el Cuzco hasta el Sur de Bolivia, donde se establecieron los principales centros
urbanos. Rememorando estos paisajes y proyectándolos al siglo XVI, la historiadora
Brooke Larson hace una sugerente descripción del escenario que nos interesa conocer:

Cruzando la Cordillera Oriental, el viajero del siglo XVI encontraba un paisaje


escabroso y ondulado que parecía más vertical que horizontal. Tres o cuatro días a
lomo de mula llevarían al viajero a través de puertos de montaña cerca de la
línea de nieves permanentes (4.600 mts.) y a través de laderas y altos pastos
donde las llamas pastaban en la hierba forrajera ichu, donde los campesinos
plantaban tubérculos, cebada y, tal vez, un poco de trigo europeo, a alturas que
oscilaban entre los 3.500 y 4.200 mts. Las tierras de las punas eran frías, pero,
de vez en cuando, el transeúnte podía tropezar con un valle cálido y abrigado
del viento, que poseía un microclima que permitía a los campesinos cultivar
cosechas menos resistentes que los tubérculos. Esta cordillera era más ancha
que la Cordillera Occidental y su paisaje tortuoso parecía, a veces,
impenetrable; pero, en realidad, estas montañas eran menos hostiles. Lagos de
origen volcánico alimentaban torrentes que se precipitaban sobre la
cordillera y tallaban fragosas quebradas y grietas. En los meses secos de
invierno, los cauces de los arroyos de montaña se convertían en caminos de
travesía hacia las cálidas tierras bajas. Allí el cansado viajero comenzaba,
por fin, a sentirse en casa: la región kichwa, templada donde cultivos europeos
prosperaban al lado de cultivos nativos. Los colonizadores europeos
comparaban favorablemente los valles con sus tierras natales en
España(1992:34).

La Cordillera Oriental forma tres amplias cuencas interandinas donde se sitúan los tres
valles más importantes de Bolivia en los departamentos de Cochabamba, Chuquisaca y
Tarija. De estos. El más septentrional, Cochabamba, es el más extenso y tuvo fama de ser
el más fértil. Esta cuenca se subdivide a su vez en tres valles contiguos e interconectados,
presentando cada uno sus propias características ecológicas. Pero dejemos una vez más a
Larson, describir este singular escenario:

El Valle Central, llamado Valle Bajo estaba bendecido con suelos aluviales y
húmedos, depositados por un río de montaña (conocido como el río Rocha) que
recorría toda la longitud del valle(...) En las tierras más ricas, especialmente en
los confines occidentales del Valle Bajo, donde la cuenca empezaba a torcerse
hacia el Sur, a través de la cordillera, los campesinos, plantaban sin interrupción,
en tierras irrigadas. No había necesidad de dejar las tierras en barbecho donde los
suelos aluviales eran tan profundos y había disponibilidad de agua. Un paso a
través de una pequeña cadena de montañas en el extremo oriental del Valle Bajo
conducía al Valle de Cliza que era más extenso, elevado y árido. Durante los
meses de invierno, sus campos secos y polvorientos no tenían ninguno de los
encantos de las tierras más húmedas del Valle Bajo o del valle de Sacaba; sin
18

embargo sus suelos proporcionaban buenos pastizales para el ganado europeo y


en sus bolsas de suelos húmedos podía sembrarse maíz y papas (obra citada: 35).

El conjunto de valles centrales de Cochabamba, desde un punto de vista geográfico, se


encuentra recluido entre las abruptas estribaciones de la cordillera andina que los aísla del
altiplano y de otras regiones de valle, yungas y llanuras tropicales. Sin embargo, no se trata
de valles totalmente encerrados, desde tiempos inmemoriales, los habitantes de las tierras
altas alcanzaron el Valle Bajo y los restantes de la región de Cochabamba a través del
cauce de los ríos Arque y Tapacarí, siguiendo senderos de montaña. Sin embargo, los
pueblos y aldeas de Cochabamba se encontraban apartados de las rutas del comercio del
altiplano y por tanto de los flujos de exportación de minerales. En la misma forma, era
posible alcanzar las tierras bajas del Oriente, mediante un prolongado viaje, que hasta antes
del enlace carretero con Santa Cruz, era una aventura llena de episodios y anécdotas.
El acucioso estudio de Guillermo Urquidi (1954) sobre las características geográficas del
Departamento de Cochabamba permite profundizar en algunos rasgos del escenario que
nos ocupa. Varias crónicas recogidas por el citado autor permiten establecer la gran
impresión y hasta el sentimiento gozoso que embargaba a quienes visitaban estos parajes,
sentimiento que dicho sea de paso, alimentó una suerte de mitología entorno a la existencia
de un “Edén valluno”, cualidad ésta que hizo conocida a Cochabamba, particularmente a
su Valle Central, en todos los confines del país, ganando la fama de “granero”7 y de sitio
idílico para vivir. León Mousnier en su obra “A través de Bolivia”, (citado por Urquidi)
anotaba:

Su afamado valle, las pendientes de sus cerros y sus colinas son de una fertilidad
incomparable en granos, legumbres, frutas y productos de toda clase, gozando de
un clima templado(...) De cualquier horizonte que el viajero entre en la campiña de
la heroica ciudad, no sabe que admirar más, si el paisaje pintoresco lleno de vida,
de cultivos, de fábricas de alcoholes, cervezas, de viñedos, trigales y vegetales,
manifestando la actividad laboriosa de los habitantes; o la gran cadena de cerros,
dominados por el majestuoso Tunari(...) por sus alturas nevadas corren vientos
suaves, que refrescan ciudad y cosechas, mientras que de las entradas de la
cordillera vierten aguas cristalinas, torrentes impetuosos, algunos de los cuales ya
alimentan usinas y molinos eléctricos(...) No se conoce nada más pintoresco, que
todas esas vertiginosas pendientes de la cordillera cochabambina. En las

7
La fama de “granero” se remonta probablemente a la época preincaica y particularmente a la colonización
Inca del Valle de Cochabamba. Posteriormente, la solvencia para proveer de alimentos básicos,
particularmente harinas de maíz y trigo a Potosí, le valió la fama del “granero del Alto Perú”. En la época
republicana, esta fama bien merecida le valió el título de “Granero de Bolivia”.
19

serranías, a 3 y 4 mil metros de altura, se ven en todo este plano inclinado,


pendientes, recodos en anfractuosidades de una quebrada con arroyos nacientes,
mesetas esquineras y quebradas, cuadros y cuadritos delineados de todos los
matices, como tableros de ajedrez, en toda la serranía, desde sus más altas
cumbres, hasta sus más profundos precipicios. En verano, desde el verde suave,
tierno hasta el más subido oscuro de las papas; en otoño, son los matices del oro
en los trigales y cebadales, rodeados y como cercados por la pálida quinua o por
el dorado sorgo, mientras que abajo, en los alfalfares de flor celeste, centenares de
mulas hambrientas por el ayuno de 40 o 50 días de viaje en las serranías, y tropas
de bueyes, engordan con la flor del pastoreo, de un modo prodigioso y rápido. Este
panorama repetido con mil variaciones, da la idea bien concreta de la
laboriosidad de estas familias que saben arar y cultivar en semejantes pendientes

Descripciones similares fueron frecuentes en los labios de viajeros asombrados(D’Orbigny,


Tadeo Ahenke y otros menos conocidos), que no se cansaron de exaltar las virtudes
ambientales de este privilegiado escenario. Una explicación a esta sorprendente fertilidad,
parece girar en torno a la hipótesis geológica de que los valles de Cochabamba y Cliza
formaron en tiempos remotos un lago, hoy rellenado por depósitos dilúviales y aluviales
consistentes en arenas, arcillas y gravas, además de una gran acumulación de sedimentos
provenientes de la erosión de las cadenas montañosas circundantes y que se depositaron en
la cuenca de ese lago prehistórico(opinión del geólogo Ernest Barth, citado por Urquidi).
A juicio del geólogo Elis Jhonson (también citado por Urquidi), los valles grandes y
abiertos como los de Sacaba, Cliza, Cochabamba y Santivañez, los cuales probablemente,
en tiempos no demasiado remotos, eran ocupados por lagos de poca profundidad (como los
lagos que aún existen en la región de Vacas), que luego fueron paulatinamente rellenados
por sedimentos modernos (aluviales). No es posible afirmar con seguridad cuáles fueron
las causas para que este paisaje lacustre desapareciera, aunque de esta remota memoria,
queda el nombre de la propia Cochabamba (se dice derivación de kocha, equivalente a
laguna o bofedal y pampa, es decir plano húmedo o pantanoso). Guzmán (1974) anota que
dicho lago fue conocido por los indios kollas como “Qqtapancara” y que con el transcurrir
de los siglos, la acumulación de sedimentos aluviales lo fue desecando y rellenando, hasta
alcanzar una altura que fluctúa entre 2560 y 2760 metros sobre el nivel del mar.
Un verdadero precursor de la preservación ambiental en Cochabamba, Augusto de Ugarte,
coincidía con la opinión generalizada de propios y extraños, al afirmar que Cochabamba
“goza de una temperatura deliciosa” y que la benignidad de su clima, su ventajosa
formación geológica, la riqueza mineral de sus suelos y sus distintas altitudes, le permitían
una abundante y variada producción, al punto que se podría considerar que esta es “una de
20

las regiones más privilegiadas del globo por la abundancia y calidad de sus riquezas
naturales en los tres reinos, si causas perturbadoras, tanto políticas como atmosféricas(...)
no se presentaran a alterar el orden armonioso de la naturaleza” Al afirmar esto último,
Ugarte hacía referencia a la tala y destrucción de las tupidas arboledas que cubrían gran
parte del valle de Cochabamba, formando magníficos bosques que fueron, paulatina y
persistentemente destruidos en el transcurso de varios siglos, tomando mayor intensidad a
partir de la colonización española. A este respecto, este sagaz observador de la naturaleza
observaba:

Las causas permanentes que introducen profundas perturbaciones en nuestra


atmósfera, provienen de la ausencia casi absoluta de árboles en varias regiones,
que de año en año, son más secas e improductivas. Las consecuencias de esta
escasez se traducen en la falta de lluvias, que en la vida real se traduce en falta de
producciones, con el consiguiente aniquilamiento de las fuerzas vitales y la
creciente aparición y multiplicación de enfermedades a afecciones que afligen
tanto a los hombres como a los demás seres vivientes.

Certeramente y con tono profético, en 1882, anotaba: “se considera entre nosotros el
desmonte como un paso gigantesco hacia el progreso o de gran utilidad pública pero,
creo que la destrucción de árboles en Cochabamba, sin reemplazarlos, será el principio
de la ruina y el fin de este bello país”. Con este argumento, llamó la atención sobre las
condiciones climáticas desfavorables en Cochabamba, las que empeoraban continuamente
por “los bárbaros desmontes operados en vasta escala”, cuyos perjuicios eran tanto
económicos, por el despilfarro de maderas preciosas y el perjuicio para la agricultura” 8
como igualmente funestos para el clima y la salud, pero también por promover la pérdida
de manantiales y cursos de agua, así como provocar la destrucción de la vegetación natural
en las pendientes y laderas, transformado los riachuelos apacibles en torrentes pedregosos
y devastadores (El Heraldo, “Estado del clima en Cochabamba”, 1883).
¿Qué significaban exactamente estos cambios climáticos? Ugarte nos informa al respecto
que:

8
Ugarte consideraba que los grandes desmontes que se operaban en el Valle de Cochabamba implicaba
incorporar extensas superficies de tierras para la agricultura, pero esta oferta de nuevas tierras resultaba
excesiva para el modesto volumen de inversiones dirigido a expandir los cultivos, por la escasez de mano de
obra, la ausencia de mercados para colocar la producción incrementada, en suma la existencia de un delicado
equilibrio entre los volúmenes de alimentos que producía la región y los mercados de consumo que
dependían efectivamente de la producción cochabambina. En consecuencia, una sobre oferta de tierras
desmontadas no solo hacía caer su valor, sino que las condenaba al abandono y a la consiguiente erosión.
21

De algunos años a esta parte, Cochabamba sufre profundas perturbaciones; las


precipitaciones acuosas escasean anualmente, la evaporación se acelera día a día;
las temperaturas máximas y mínimas son más notables, las medias anuales suben
sensiblemente cada año, las heladas se suceden con frecuencia, comenzando muy
temprano y acabando demasiado tarde; la impetuosidad de los vientos de agosto se
deja sentir con más fuerza en diciembre. Comparadas las observaciones
meteorológicas de años pasados con las de estos últimos años se nota: 1º aumento
considerable de calor, sequía permanente y prolongada; frío más intenso durante
el invierno. 2º Largos intervalos entre los aguaceros, irregular repartición de los
días de lluvias, reuniendo gran volumen de agua atmosférica para precipitarse de
preferencia en los bosques. Estas considerables acumulaciones de líquido,
producen las lluvias excesivas que forman los torrentes impetuosos destructores de
los valles(...) existe un completo desacuerdo entre el aumento de calor, la
prolongación de las sequías y la intensidad del frío de los últimos años,
comparados con las observaciones de años anteriores. Luego esta atmósfera ha
sufrido profundas perturbaciones. En otros tiempos fructificaban los olivos,
damascos y otras especies bajo el clima de Cochabamba y hoy no prosperan, no
llegan a su completa madurez (Boletín de Instrucción Cochabamba, nº 135, 1882).

El mismo estudioso antes citado, hacía la siguiente descripción del Valle de Cochabamba
en tiempos prehispánicos

Sus colinas estaban cubiertas de inmensos bosques y de sus faldas vertían


numerosos arroyos que los indígenas aprovechaban para sus cultivos e industrias.
Los españoles no supieron conservar este marco natural, por el contrario, ellos y
sus descendientes iniciaron y prosiguen con una labor de desmonte sistemático
que ha alterado profundamente el aspecto y clima de la comarca, volviéndola
árida y desnuda(...) las laderas fuertemente inclinadas cubiertas por una pobre
tierra vegetal, convienen más al cultivo de árboles que a la agricultura. La
prodigiosa fertilidad del Valle de Cochabamba, facilita este deplorable sistema de
destruir los árboles que ha arruinado a muchos países(...) las profundas
perturbaciones sufridas por el clima y las inundaciones deben atribuirse al
desmonte de las montañas, por consiguiente, la replantación es el modo más eficaz
de prevenir estos accidentes graves. En efecto, hasta hace poco, las estaciones
eran más regulares, las inundaciones no eran tan considerables y desastrosas. Las
fuertes crecientes resultan de la coincidencia de ciertas circunstancias
atmosféricas especiales, coincidencias que desgraciadamente se han hecho
demasiado frecuentes. La reproducción de ciertas circunstancias meteorológicas,
tales como lluvias muy prolongadas, cambios súbitos de temperatura, dan lugar a
violentas tormentas, la enorme cantidad de agua que se precipita a la vez por las
pendientes de una quebrada hacia el fondo del valle no puede ser retenida por
ningún obstáculo. En las faldas del Tunari, por ejemplo, la vegetación desaparece
a poca altura; si sobreviene la coincidencia especial de ciertas condiciones
atmosféricas en aquél vasto medio, los extensos bosques situados sobre las
22

pendientes, servirán de obstáculo a la irrupción de las aguas –como no existen


tales obstáculos naturales- las tormentas desencadenadas en los cerros,
anualmente forman torrentes devastadores, las ruinas locales que resultan son el
resultado inevitable(...) Por doquier que se eche la vista en los valles y serranías
de Cochabamba, solo se percibe la desnudez más lamentable que contribuye a
aumentar la temperatura y sequedad del aire. En las faldas del Tunari se ven, aquí
y allá pequeños restos de los hermosos bosques, que no ha mucho embellecían
aquellos parajes proyectando su sombra bienhechora sobre ese suelo hoy árido e
inculto(...) Por todas partes, el hacha destruye en un momento la obra de muchos
años; rara vez el árbol cede el puesto al arado, siempre ocupan su lugar terrenos
incultos, la tierra huye, desaparece y se muestra la roca desnuda. Poco falta para
que todas las aldeas y alturas se conviertan en un inmenso esqueleto porque la
imprudente avidez del hombre ha despojado esos lugares del abrigo tutelar de los
árboles(...)la madera y la leña tenían poco valor a causa de su abundancia y falta
de vías de transporte, se cortaban los árboles sin previsión, por todos los medios
imaginables, sin acordarse de reemplazarlos (Ugarte: “Estudios sobre el clima de
Cochabamba”, El 14 de septiembre nº 91, 11/09/1884).

Esta larga cita, que bien podría ser reproducida en la prensa actual, sin que nadie se diera
cuenta de que fue escrita hace más de un siglo, refleja bien el drama ambiental del valle y
nos permite esbozar algunas reflexiones:
Inicialmente destacar la aparente contradicción entre las visiones idílicas de los viajeros
que visitaron los valles de Cochabamba a lo largo del siglo XIX y la apreciación de Ugarte
que expresa un punto de vista compenetrado con la problemática que denunciaba. Dicho
juicio muestra un cuadro de depredación que lejos de modificarse en los tiempos actuales,
tiende a intensificarse aun más. Una pregunta surge de inmediato: ¿cuál es la causa de una
postura tan negativa de la sociedad valluna con respecto a los recursos naturales y la
permanencia de una casi absoluta falta de conciencia con relación a la destrucción de
dichos recursos y a los efectos negativos que causaban tales acciones para el propio
bienestar de los habitantes del valle?. La cuestión no es tan simple ni transcurre
linealmente, su permanencia en el tiempo así lo demuestra, pues sería ingenuo pensar que a
varias generaciones de habitantes de los valles les afectó alguna suerte de síndrome
destructivo de su propio medio ambiente. En realidad, el presente trabajo intentará
desentrañar algunos aspectos de esta actitud que probablemente tenga ver con la relación
entre la tierra muy valorada de estos valles y el sentido utilitario que le fue asignando la
sociedad regional a lo largo de varios siglos. Si bien nuestro estudio no abarca una
perspectiva tan amplia, el examen de este fenómeno a lo largo del siglo XIX y XX, podrá
23

arrojar luces sobre este particular y mostrar la lógica que se esconde detrás de esta aparente
insensata depredación o por lo menos algunos rasgos sobre este particular.
Pero antes de plantearnos nuevas preguntas que se desprenden del punto de vista anterior,
observemos finalmente cual es la opinión actual de los geógrafos y otros profesionales con
relación a las características climatológicas y ambientales del Valle Central.
El historiador Augusto Guzmán (1972) aporta a todo lo anotado anteriormente, con una
información más precisa sobre las características geográficas del valle: al respecto anota,
que el denominado Valle de Cochabamba es el espacio que se inicia en las rinconadas de
Sipe-Sipe y Suticollo, y que en dirección OE se extiende por las comarcas de Vinto,
Quillacollo, Anocaraire, El Paso, Tiquipaya, Colcapirhua, hasta llegar a la ciudad de
Cochabamba, siendo su límite orográfico, en el extremo occidental, la serranía de San
Pedro. Respecto a la amplitud de este espacio, Guzmán anota: “Esta dimensión
longitudinal no tiene menos de 21 kilómetros por 10 kilómetros de extensión media en la
dirección Norte a Sur, con lo que el valle de Cochabamba representa un área urbano-
rural de más o menos 210 kilómetros cuadrados”. El valle de Cochabamba, siendo más
bajo que el Valle de Cliza, recibe las aguas de este, junto con las aguas que bajan de la
cordillera del Tunari a través de quebradas profundas. El valle en si, limita por el Norte con
la vigorosa cordillera del Tunari, siendo su pico más elevado el Tunari con 5.200 metros
(según Urquidi, obra citada), acompañado de otros menores, aunque no menos portentosos.
La topografía de la cordillera que corresponde al valle y la actual ciudad se caracteriza por
presentar un plano inclinado, inicialmente suave, pero que luego se resuelve por una ladera
pronunciada a medida que se aproxima al pie de la misma. Este plano esta cortado
transversalmente por numerosas quebradas o torrenteras que depositan sus aguas y
sedimentos en el cauce del Río Rocha. Dentro de estas quebradas profundas destaca el
corte de Liriuni que se profundiza hacia Morochata y Cocapata. La cordillera no irrumpe
en el valle bruscamente sino desciende gradualmente por suaves declives, otrora cubiertos
por vegetación densa, que hasta hace medio siglo atrás le proporcionaron a la ciudad su
atractivo marco de campiña y vergel. Estas cabeceras de valle descienden a los planos de
Mayorazgo, Cala Cala, Queru Queru, Recoleta y Tupuraya. Estos planos, en su parte
superior están cortados por torrentes y cursos de agua que en otros tiempos, descargaban el
líquido cristalino en el cauce del Río Rocha formando parajes de singular belleza. Entre los
principales torrentes de montaña que hoy involucran a la ciudad, se pueden citar, de
24

Occidente a Oriente, la quebrada Khora Tiquipaya, el torrente de Chutakjawa, la quebrada


de la Taquiña, los torrentes de Pasaje Mayu, Pintu Mayu, la Pajcha, Cantarrana, Aranjuez,
Andrade y Tupuraya entre los principales (Aguilar, et al, 1995), la mayoría de ellos,
potencialmente riesgosos para la actual aglomeración urbana. Atravesando el río Rocha
que viene desde las alturas de Sacaba, se encuentra el otro límite natural del valle: la
serranía de San Pedro, que uniéndose a las colinas de San Miguel, Cerro Verde, el Ticti y
San Sebastián rodean la ciudad por el Este y el Sur, mientras por el Oeste se abre una
planicie, otrora agrícola, por donde se expande la ciudad.
Una breve caracterización de los aspectos físico-ambientales más relevantes de la ciudad
de Cochabamba, permite establecer que la misma está situada a 17º 23’ 48’’ de latitud Sur
y 66º 09’ 35’’ de longitud Oeste con relación al meridiano de Greenwich. Su altura
promedio sobre el nivel del mar es de 2570 metros. Su temperatura media en primavera es
de 18,8º C., en verano de 21º, en otoño de 15,6º y en invierno de 14,30º. Su humedad
media anual es de 52,6 % y, su presión barométrica de 556 milímetros (Guzmán, obra
citada). El área de asentamiento se caracterizaba por un plano horizontal casi uniforme
donde inicialmente se desplegó la ciudad. Sin embargo, con el avance de la misma sobre
las campiñas del Norte, esta topografía inicial ha cambiado por un plano ligeramente
inclinado de Norte a Sur, existiendo la fuerte tendencia a ascender las accidentadas faldas
de la cordillera, donde ya se ha consolidado los empinados barrios de El Temporal, Queru
Queru Alto, Tupuraya, El Mirador, Pacata y varias urbanizaciones. Por el Sudeste, la
ciudad ha engullido a las colinas de San Miguel y Cerro Verde, ha tomado gran parte de la
serranía del Ticti, ha dejado aislada en medio de la ciudad a la colina de San Sebastián y se
esfuerza por ocupar las laderas de San Pedro. Su cambiante extensión, es uno de los
factores más dinámicos de su realidad física, baste decir que hacia 1900, la ciudad ocupaba
menos de un kilómetro cuadrado, hoy ocupa unos 80 Km2, en tanto el conjunto de la
conurbación alcanza a ocupar unos 130 km2!
Por último, de acuerdo al Mapa Biogeográfico de Bolivia desarrollada por Gonzalo
Navarro (2002),
los valles de Cochabamba pertenecen a la Provincia Biogeográfica Boliviano Tucumana,
más específicamente al Distrito Biogeográfico del Caine, presentando un bioclima
pluviestacional9 que presenta un termotipo de la serie climatófila termotropical superior
9
Este es el bioclima mas extendido en Bolivia, presente tanto en tierras bajas como en los Andes. Ello se
debe principalmente a la conocida fluctuación interanual de la Zona de Convergencia Intertropical (ZCIT)
25

xérico seca10 de Cardenasiodendron brachyterum (una variedad de cactácea) y Schinopsis


haenkiana (una variedad de acacia, el soto). Originariamente, la vegetación nativa formó
un mesobosque xerofítico deciduo, es decir un bosque de mediana altura y correspondiente
a un enclave seco. Este nivel ecológico desde el punto de vista de los pisos bioclimáticos,
es decir, de acuerdo a los diferentes intervalos altitudinales y a la vegetación que se adapta
o tolera las condiciones de un piso bioclimático, presenta los siguientes pisos, por ejemplo,
con relación al cerro San Pedro, cuyo sistema catenal sería el siguiente:
El sistema Edafoxerofilo constituido en la cumbre por bromeliáceas propio de un
ambiente alítico: corazas alíticas, oxisoles, ultisoles. Zona con predominio de erosión
intensa, suelos menos profundos y pobres en nutrientes. Ambientes secos de características
rocosas o arenosas. El piso inmediatamente inferior está constituido por cactáceas, sobre
todo puya Globrescen y Parodia Schwelosiana. Se trata de la parte superior de la ladera
donde se produce en forma intensa el flujo de energía y materiales de cumbre a valles.
Presenta un ambiente ferromangánico caracterizado por la presencia de corazas lateríticas
ferromangánicas. El único aporte hídrico al ecosistema climatófilo son las aguas pluviales.
Igual que en el caso anterior, los suelos son poco profundos. El sistema climatófilo
constituido por el piso medio e inferior de la ladera, correspondió originalmente al bosque
de soto (Schinopsis haenkiana) con similares características al piso inferior del sistema
Edafoxerofilo, aunque con un mejor drenaje. El bosque de soto fue el dominante en el
paisaje valluno anterior a la depredación a la que fue sometido. En la actualidad el soto es
una especie prácticamente extinguida. El sistema edafohigrofilo freatofilo, constituido
inicialmente por la serie vegetal del bosque de ceibas (Erithrina falcata) en el pie de la
ladera, luego el bosque concentrado de algarrobos (Prosopis alba), seguido del bosque
menos denso de algarrobos. Estos diferentes pisos, ubicados en distintos niveles de la
topografía suavemente inclinada al pie de la serranía y el valle presenta un ambiente
carbonatado sulfatado en la parte superior y un ambiente clorurado en la parte inferior, con
suelos más profundos y ricos en nutrientes, es el área donde se forman los depósitos

que se desplaza hacia el Sur durante los meses de verano ocasionando lluvias en el territorio nacional,
mientras que en invierno se sitúa en las proximidades de la línea del Ecuador, provocando la temporada seca.
10
Para cada bioclima se reconocen diferentes termotipos o pisos bioclimáticos en función de los valores del
Índice de Termicidad (IT) = (T + M + m ) 10, donde T es la temperatura media anual, M es la media de las
temperaturas máximas del mes más frío del año y m es la media de las temperaturas mínimas de ese mismo
mes. A lo anterior se agrega los valores de la temperatura positiva anual (Tp) que corresponden a la suma de
décima de grado de las temperaturas medias de los meses con media superior a cero grados. En función de
todos estos promedios se definen los pisos bioclimáticos o termotipos. Para una profundización en este tema
ver: Navarro, obra citada.
26

aluviales, presentando mayor humedad por el agua superficial y subterránea acumulada. El


sistema edafo higrofilo ripario, es decir, la zona ribereña al río Rocha y otros cursos de
agua mas o menos permanentes constituido por bosques de sauces (Salix humboltiana),
presenta características similares al bosque de algarrobos, pero con un grado mayor de
humedad.
En suma, a la luz de los aportes de Navarro, se puede establecer que el valle de
Cochabamba y los aledaños, desde un punto de vista ecológico presenta ambientes secos, y
propensos a las sequías periódicas, siendo crucial el rol de la vegetación para mejorar las
condiciones de humedad y temperatura. Estos valles presentan estas condiciones climáticas
debido al “efecto de valle interno” o “sombra de lluvia”, es decir al fenómeno climático
presente en los valles interandinos que se origina en la interrupción que sufren los vientos
alisios provenientes del Atlántico y que barren las llanuras amazónicas cargados de
humedad, debido a que son interceptados por altas cordilleras (ascendencia orográfica) en
su avance desde los yungas del Chapare a los citados valles, descargando sus aguas en la
ceja de montaña o ceja de yungas, dando lugar a una subsidencia casi perpetua, es decir,
que las nubes de lluvia que podrían descargarse en los valles, debido a la condensación
continua en la cumbre de la cordillera, lo hacen en forma prematura, originando apenas
vientos fríos y secos que acentúan las condiciones ambientales locales contrarias a las
precipitaciones pluviales en largos periodos del año11
En suma, Cochabamba no posee un clima templado, su benignidad, una virtud en vías de
extinción, se debió a la bondad de sus campiñas y florestas que atenuaban el “efecto de
valle interno”. La inmisericorde destrucción de la flora nativa, no ha hecho otra cosa que
intensificar la tendencia, a la desertificación, otrora latente, al incrementar la erosión de
las laderas, la destrucción de los suelos ricos en nutrientes y trastrocar los delicados
equilibrios ecológicos que producían los efectos de bienestar climático. No se puede decir,
que solo la reciente intensificación de la urbanización sea la culpable de estos resultados,
pues, la saña destructiva de los vallunos se remonta al siglo XIX, continuando con gran
eficacia la tradición de destrucción ecológica introducida por los españoles en el siglo XVI.
Esta constatación hace resaltar la importancia crucial de comprender las razones históricas

11
En una extensión por carretera, de unos 100 kilómetros, se sube, desde los llanos tropicales de la zona de
Villa Tunari (360 metros s.n.m) hasta unos 3.500 mts s.n.m, es decir, se pasa casi abruptamente de un piso
pluvial termotropical hiperhúmedo a otro subtropical de subsidencia constante, que contrasta drásticamente
con el panorama seco de las laderas que rodean el Valle de Cochabamba, unas decenas de kilómetros más
adelante
27

que han gravitado en distintos momentos del desarrollo de la formación regional, para
establecer una relación perversa, entre hombre y naturaleza. El eje de esta relación parece
girar en torno a la cuestión de la tierra, es decir, a la forma como distintos grupos de poder
y las respectivas clases subalternas, valoraron la posesión de la tierra, un bien en realidad
escaso en el valle de Cochabamba, considerado no solo como un medio de producción,
sino un medio de dominación social o liberación de los lazos de servidumbre, según la
forma histórica en que tenga lugar la forma mayoritaria de tenencia. El objetivo de los
siguientes capítulos es intentar mostrar la lógica económica y social que determino la
naturaleza de esta relación.
28

2. COCHABAMBA EN EL SIGLO XIX

Un vistazo necesario al inmediato pasado: el siglo XVIII y la primera mitad del XIX.

Un hito histórico fundamental para comprender lo que fue la sociedad regional en los
albores del siglo XX, es la desintegración del espacio económico vinculado a Potosí que
supuso para Cochabamba un proceso paulatino de recomposición de su economía y del
conjunto de la sociedad regional, cuya primera consecuencia notable fue la imperceptible y
gradual ruptura del modelo unitario y vertical de dominación que otrora ejercieron los
encomenderos y hacendados hispanos sobre el conjunto de las clases sociales que
estructuraron la sociedad colonial. En este orden, el impacto de la contracción de las
operaciones mineras potosinas sobre la economía hacendal cerealera de Cochabamba no
provocó en las viejas castas poseedoras de la tierra el desarrollo de opciones creativas para
captar otros mercados y formular nuevas estrategias de desarrollo agrícola, teniendo como
eje de su acción, la continuidad del protagonismo de las haciendas y el dominio servil
sobre una amplia masa de fuerza de trabajo subalterna. Por el contrario, estas elites
constituidas por los grandes señores de la tierra, se inclinaron por la opción fácil que
sugirió el decadente Estado Colonial, es decir, profundizar la mercantilización de la
economía regional y la expoliación de la masa de indios tributarios, de tal suerte que el
tributo, el diezmo, la renta en dinero o especies por diversos conceptos, e incluso el simple
agio y la especulación indisimulada, fueron los métodos que utilizaron ampliamente los
dueños de haciendas y sus servidores, para recuperar las generosas utilidades que rindieron
en el pasado los negocios con Potosí.
Al respecto, Larson (1992) anota que en los siglos XVII y XVIII la evolución de las clases
agrarias en la región tomo una dinámica propia, en la medida en que el poder mercantil de
la gran minería potosina se fue desvaneciendo y Cochabamba se vio expuesta a las
presiones sociales que emergían del fracaso del modelo de gobierno colonial toledano y
cuya primera señal visible era una gran población de forasteros y mestizos que
exitosamente lograron evadir el sistema de tributación organizado por el poder colonial.
Fueron estos grupos de trabajadores rurales los que introdujeron importantes alteraciones
en la estructura agraria. La citada historiadora señala a este respecto, que fueron dichos
actores sociales, quienes con su prosaica búsqueda de sustento crearon los elementos de
29

una economía viable y alternativa dentro de los confines del pesado y rígido aparato
institucional que regía la tenencia de la tierra y el control de la mano de obra asignada a las
haciendas. Es decir, que el debilitamiento de dichas haciendas como unidades productivas
vinculadas a grandes empresas de exportación, resultó favorable a sus aspiraciones de
acceso a la tierra en condición de hombres libres, a través de pequeños resquicios legales
como el arriendo de tierras y otros procedimientos que combinaban el mejor estilo
mercantil hispano con la tradición andina comunitaria, de tal manera que, lenta y
sigilosamente, a partir del último periodo colonial y el inmediato periodo post-colonial se
comenzó a alterar la compleja estructura de la economía y la sociedad regional, dando paso
al nacimiento temprano de la economía campesina en Cochabamba.
La crisis de la economía minera a lo largo de los siglos XVII y XVIII e incluso con
proyecciones que alcanzaron los dos primeros tercios del siglo XIX, estimuló una profunda
recomposición de la economía y la sociedad regional, pero no implicó necesariamente un
derrumbe del aparato productivo agrícola y un colapso del régimen colonial, incluso en la
era formalmente republicana. La contracción del mercado minero fue gradual a lo largo de
los siglos citados, y en todo este periodo Potosí no dejó de ser una plaza comercial
importante para la economía de Cochabamba. Además, la economía hacendal no se
derrumbó, sino como sugerimos anteriormente, dejó "aberturas" para la irrupción de un
campesinado que logró neutralizar las barreras étnicas, organizar una economía de
explotación parcelaria e irrumpir exitosamente en el mercado regional y en el
abastecimiento de los principales centros urbanos de los valles y aun de la meseta
altiplánica, dentro de una singular dinámica de "cambio agrario"(LARSON, 1982). Estos
rasgos si bien no son homogéneos y aplicables al conjunto de la realidad departamental, lo
son para el caso del Valle Central y amplios espacios del Valle Alto.
Cochabamba, como el resto del país, a lo largo del siglo XIX exhibían un cerrado universo
rural, donde el elemento principal, en torno al cual giraban las esperanzas, los intereses y
las aspiraciones de las distintas clases sociales, eran las tierras que los criollos y los
mestizos heredaron de los antiguos hacendados españoles al extinguirse el régimen
colonial. A diferencia de las elites del Río de La Plata, Chile o Brasil, que dirigieron sus
energías y sed de riqueza hacia el desarrollo de empresas colosales como la explotación de
la extensa pampa argentina, la explotación intensiva de la caña de azúcar, el algodón, el
café, el cobre, el salitre, etc., en fuerte contraste con la modorra del decadente Estado
30

colonial; el antiguo Alto Perú y, sobre todo Cochabamba, agobiada por una década y media
de luchas sangrientas, con sus mercados de exportación de cereales en bancarrota y sin
medios adecuados de comunicación para desarrollar nuevos emprendimientos comerciales,
no ofreció a sus poco visionarias clases dirigentes locales, herederas de los Arce,
Santivañez, Rivero, Guzmán Quitón y otros próceres de la independencia, otra salida que
la posesión de la tierra y la consolidación de la continuidad del régimen hacendal,
incluyendo sus relaciones serviles y todo el aparato de dominación social e ideológica que
emanaba del poder gamonal sobre la tierra.
El monopolio sobre la propiedad "escriturada" o legalmente reconocida de la tierra, el
control del agua, los sistemas de riego y las escasas tierras irrigadas, constituyeron la
contraparte a la irrupción de pequeños agricultores con acceso a tierras de tenencia
inestable, a través del arriendo, el trabajo en compañía u otras modalidades, que si bien en
los valles estimularon la parcelación de las grandes propiedades y dieron lugar a la
formación de un mercado de fuerza de trabajo campesino y, uno similar de productos
agrícolas, con un grado mayor de independencia con respecto a las haciendas; en las tierras
altas o zonas de puna, esta tendencia no fue la dominante, pues aquí y allá permanecieron
las formas coloniales de relación entre hacendados y trabajadores rurales sin tierra, que
igualmente se mantienen como yanaconas adscritos al patrón y dueño de unas tierras que
son escasamente fragmentadas.
A fines del siglo XVIII, la expansión de la agricultura parcelaria parecería indicar que,
finalmente, el quebranto del mercado potosino había impulsado una suerte de reforma de la
propiedad rural y una redistribución de la tierra en términos socialmente más justos. El
crecimiento del mestizaje como expresión del debilitamiento del sistema de castas en los
valles, podría inclinarnos a admitir esta posibilidad. Sin embargo, las haciendas estaban
lejos de una situación de desintegración y, los pequeños agricultores, también estaban lejos
de un franco acceso a la propiedad legal de la tierra, salvo en muy pequeña escala. Por
tanto, la relativa ampliación de la unidad agrícola minifundiaria en los valles,
particularmente, el Valle Bajo a inicios de la república, no significaba necesariamente el
surgimiento franco de campesinos propietarios, aunque estos puntualmente aparezcan en
los documentos notariales de la época. En realidad el mercado de tierras agrícolas en
Cochabamba era muy restringido y poco flexible, imponiendo fuertes barreras al acceso de
arrendatarios, que pese a que llegaron a poseer cantidades significativas de cabezas de
31

ganado y lograron acumular riqueza a través de la usura que les permitía el comercio ferial,
no estaban en condiciones de adquirir propiedades con tierras fértiles y con riego, de
enorme valor, en medio de un territorio donde, las tierras arables en forma permanente eran
muy escasas en contraste con las amplias extensiones de agricultura de secano y las
igualmente extensas zonas áridas de montaña.
Tampoco, la quiebra de la minería potosina significó el debilitamiento real de la clase
hacendal y el quebranto de sus empresas agrícolas, sino más bien, la apertura a alternativas
de diversificación de su economía, como la incursión en los negocios de renta, por ejemplo
y, la recolección de los diezmos, que de todas maneras les permitía un cómodo acceso a
los excedentes agrícolas de los pequeños productores y, a mantener el control sobre el gran
comercio de exportación. El arriendo de tierras era otra opción para percibir ingresos,
haciendo reposar sobre el pequeño campesino todos los riesgos de la producción y la
comercialización. En la misma forma, la intervención de terratenientes en negocios de
minas y en empresas de comercio de exportación de mercaderías europeas, definieron, no
necesariamente un panorama de quiebra de las elites regionales, sino de cambios formales
en el modelo de acumulación, que permitió concentrar mayor riqueza y poder dentro de la
clase dominante. De aquí es posible inferir, que en realidad, el desgaste del régimen
colonial fue sobre todo político e ideológico. El estandarte de las ideas libertarias en los
valles fue tomado por los criollos (españoles de cuna americana) dueños de tierras, al verse
imposibilitados por el Estado colonial, en su condición de tales, de construir un poder
regional e incluso nacional propio, que permitiera la ampliación y sostenibilidad de sus
intereses económicos, sociales y políticos de clase.
En 1795 se tenía la siguiente visión de la región de Cochabamba:

El valle de Cochabamba y sus anexos, Quillaqullu, Tapaqari, Arque, Clisa y


Sacaba fueron siempre territorios agrícolas por excelencia. Abundaban las tierras
de riego a lo largo de los riachos o como antiguos ejidos en torno a los pueblos.
Mientras que en Quillaqullu, Clisa o Tapaqari predominaba el maíz, en Arque y
Sacaba prevalecía el trigo, siendo esta última además, la región molinera por
antonomasia, abastecedora de los valles centrales. Entre las tierras maiceras,
Clisa era la más importante, gracias a que la humedad de su suelo y la difusión del
regadío aglutinaba muchas fincas, más cultivadas que las del propio curato de
Cochabamba. Ayopaya a pesar de su áspero relieve, era una rica región
agropecuaria proveedora de carne vacuna y trigo a los yungas paceños(...) Al
Sudeste, en los subtropicales valles misqueños, un clima cada vez más cálido
limitaba la siembra de trigo a los distritos qhiswa de Tutura y Pukuna,
32

reduciéndolo a su mínima expresión en el resto de la región donde prevalecía la


ganadería vacuna -en menor grado ovina- orientada a la producción de charque,
sebo y grasa para La Plata y Potosí. El cereal se asociaba con algunos cultivos de
viñas y coca con riego en las quebradas más profundas y con plantaciones de
secano de papas y ocas en las punas (Archivo General de la Nación, Intendencia de
Cochabamba, Informes de Enero de y Mayo de 1787, IX 5-8-4-, citado por
SANTAMARIA, 1990:23).

Otra actividad importante a fines del siglo XVIII era, la ya mencionada industria de
tocuyos de algodón, que dependía en gran medida de la importación de algodón de
Arequipa, aunque se hicieron esfuerzos no muy exitosos para cultivarlo en la propia
provincia, en la zona de Misque. Hacia 1800, se reconocía la existencia de más de 3.000
telares que producían paños de buena calidad y que alimentaban la demanda de ellos por
todo el Virreinato. (LARSON, 1978 y SANTAMARIA, obra citada). A esta actividad textil
se sumaba la industria de la molienda de granos, complementaria a la producción cerealera.
En general, dicha actividad se concentraba a lo largo de la quebrada de Arque y Tapacarí y,
en algunos cursos de aguas temporales del Valle Alto. Las condiciones de desarrollo de la
industria molinera estaban vinculadas al cultivo intensivo de cereales, a una fuerte y
estable demanda de harinas y a la disponibilidad permanente de caudales de agua
suficientes (LARSON, obra citada). Finalmente otras manufacturas importantes eran las
curtiembres que utilizaban como materia prima cueros de vacunos que se faenaban en el
Cercado y en los centros feriales de los valles aledaños. Esta sería la base para una
prospera industria de calzados a lo largo del siglo XIX.
Cochabamba en la visión de diversos viajeros, a fines del siglo XVIII, conservaba su
calidad de "granero del Perú". Sin embargo la información más completa en este orden
proviene de la Descripción Geográfica que elaboró Francisco de Viedma en 1788. Dada la
riqueza de este documento, vale la pena repasar la visión que contiene sobre la región. Un
hecho que preocupaba profundamente a Viedma era la contradicción entre abundantes
recursos naturales y la situación de necesidad y pobreza que afectaba a la mayoría de la
población debido a los abusos del sistema tributario, la corrupción y las continuas sequías.
En realidad la Descripción de Viedma contiene el análisis de los resultados del censo que
hizo levantar en los cinco partidos de la provincia, que en conjunto alcanzaban a 124.245
habitantes y demostraban que evidentemente, esta era una región con una alta
concentración de mestizos reales y ficticios, particularmente en el Cercado, donde estos
eran una abrumadora mayoría con relación a los indios, ocurriendo otro tanto en Cliza.
33

Cochabamba en la época de Viedma, en las postrimerías de la colonia, era


indiscutiblemente el centro del poder político y comercial de la provincia, aunque no fuera
el distrito más poblado. La villa estaba situada en forma estratégica con relación a los tres
valles centrales que contenían lo esencial de la producción y de la actividad comercial. El
Gobernador consideraba que las tierras del Cercado eran las más fértiles de la provincia
para diversos tipos de cultivos, incluidos los cereales. Aquí existían catorce haciendas que
se "asemejaban a pequeños pueblos habitados por indios y mestizos que cultivan el suelo
de sus rancheríos como inquilinos de los terratenientes" (VIEDMA, 1969). Según Larson
(1992), se trataba de las haciendas de Cala Cala, Queru Queru, Sivingani, Caracota, la gran
finca de Santa Vera Cruz y la Tamborada, entre las mayores. De acuerdo al padrón de 1802
- mencionado por Larson -, en el Cercado, no todos los indígenas vivían en haciendas. Más
de un millar habitaban los barrios populares periféricos de Caracota, Colpapampa, las
laderas del cerro de San Sebastián y la Pampa de las Carreras. Muchos de estos pobladores
arrendaban tierras de los monasterios, otros trabajaban en servicios domésticos, muchos
más eran solventes artesanos en el ramo de los cueros, los textiles, sobre todo los tocuyos
que se adquirían en las ferias locales y se exportaban al altiplano, a Tucumán e incluso a
Buenos Aires, y en muchos otros rubros. En realidad estos indios - de hecho adscritos
como mestizos en los registros de población -, se habían asimilado exitosamente a la vida
urbana, desempeñando multitud de actividades de pequeño comercio, servicios y
artesanía; proceso en el cual lograban modificar su identidad étnica y ganar el estatus
ciudadano, a pesar de que muchos de ellos apenas balbuceaba el castellano. El propio
Viedma admitía que estos habitantes urbanos no hablaban el idioma español y que el
"quechua" era una lengua fluida aun entre "las mujeres decentes". No obstante Larson
observa que estos mestizos no constituían un grupo homogéneo que había adoptado y
diluido las normas y costumbres de las clases dominantes, sino que de todas formas, se
aferraban a fragmentos de sus propias culturas: "En el mismo corazón del distrito del
Cercado, por ejemplo, había parcelas de tierras llamadas 'Incacollos' que todavía
pertenecían a la 'comunidad de indios de Tapacarí y Capinota', según el censo de 1902".
Además Viedma afirmaba que la ciudad de Oropesa o Cochabamba, era el principal centro
comercial de la región. Al respecto señalaba:

Los víveres se hallan todos los días en la plaza con mucha abundancia y a precios
muy moderados, tanto el pan como la carne, y todo genero de legumbres, frutas y
34

aves (...) La provisión de carne se hace por medio de unos indios que llaman
'mañazos', que se dedican a este comercio, surtiéndose de ganado vacuno en los
partidos de Misque y el Valle Grande, y de lanar en las punas. Ni para su venta, ni
para la del pan, hay arreglo en precio, peso y calidad; cada uno vende donde
quiere y como puede - Viedma reconocía aquí su fracaso para regularizar este
comercio-. La sal, pescado seco, vinos aguardientes se traen de las provincias de
fuera(...) La mucha pasión o vicio por la chicha del maíz hace que se consuma muy
poco vino y aguardiente, aunque estos últimos años se ha experimentado mayores
entradas de estos caldos: más el desorden de la chicha es de tal manera, que
aseguran que se consume, en un solo distrito del antiguo corregimiento de esta
ciudad, mas de 200.000 fanegadas de maíz anualmente en este asqueroso
brebaje(...) Los géneros de Castilla por lo regular se proveen de la misma ciudad.
Es mucho el consumo de ellos por el lujo que ha introducido la moda(...) y los de la
tierra, que son bayetas y pañetes, vienen de la provincia de Cuzco por haberse
perdido el obraje llamado Ulincate situado en el partido de Sacaba(...) Los lienzos
ordinarios de algodón que llaman tocuyos se trabajan en esta ciudad y muchos de
los pueblos de la provincia(...) En las manufacturas se ocupa mucha gente pobre
con lo que mantienen sus familias (VIEDMA, 1969: 46 y 47).

La parroquia de Quillacollo, en el partido de Tapacarí, muy próxima a Cochabamba,


ocupaba la mayor parte del Valle Bajo, se trataba de una zona de haciendas. Según
Sánchez Albornoz (1978) Quillacollo era un centro español en competencia, por tierras y
fuerza de trabajo, con San Agustín de Tapacarí que era un núcleo indígena. En tanto
Quillacollo era famoso por sus telares, Sacaba cobraba su fama por sus cosechas de trigo y
su ganado. El Valle de Cliza, mucho más seco que los anteriores producía trigo y maíz en
tierras de secano, sin embargo, era la zona más poblada y productiva de la provincia. Cerca
a 18.000 personas vivían en las parroquias de Tarata, Punata, Paredón y Arani y, el valle de
Cliza, proporcionaba cobijo a la mayor concentración de indios de la provincia, que según
Viedma "vivían en un número infinito de haciendas que parecen ser pequeñas aldeas". En
1808 se registraron en esta zona 153 haciendas y 24 estancias, así como muchos "sitios" o
pequeñas propiedades. En suma Cliza, era una zona de indios en transición a convertirse en
mestizos, con una intensa actividad comercial y artesanal, donde destacaba por su calidad
la industria de chicha, así como las fabricas de vidrio, jabón, tocuyo y pólvora, estas
últimas en Tarata. El partido de Arque contenía gran número de estancias y en la quebrada
se instalaron numerosos molinos cuya producción de harina se comercializaba en el
altiplano.
En resumen, a fines del siglo XVIII, Cochabamba ya había adquirido los trazos de la
geografía social que le caracterizaría en el siglo siguiente y hasta la primera mitad del siglo
35

XX. Eran distinguibles dos grandes zonas geográficas: por una parte, los valles centrales
(Bajo, Alto y Sacaba) donde se ubicaban las mejores tierras y haciendas, los principales
núcleos urbanos, los talleres y obrajes, y donde se emplazaba el centro nervioso de la vida
económica de la región, el sitio de convergencia de mestizos y hacendados de sangre
hispana que competían por controlar la red ferial, unos, y otros, por captar ingresos por
rentas y copar las redes de comercio a larga distancia. Por otra, los valles fluviales y punas
que se desempeñaban como corredores comerciales entre altiplano y valles centrales y,
donde, las fuerzas del mercado eran más restringidas favoreciendo la supervivencia de
relaciones de producción serviles y costumbres férreamente coloniales hasta bien avanzada
la etapa republicana.
De esta forma, se estableció un delicado equilibrio entre una superestructura oligárquica, la
república señorial que formalmente ejercía el poder y una república de productores
mestizos que hacían funcionar la economía de esta contradictoria formación social, la
misma que no se perturbó con la destrucción de los símbolos visibles del colonialismo y la
apertura formal a un modelo de Estado independiente a partir de 182512.

12
Un informe que data de 1830 suscrito por un "aldeano", un personaje anónimo poseedor de gran
conocimiento sobre la realidad del país (LEMA, BARRAGÁN, et al: 1994), trazaba una visión distinta de la
recién formada república: su situación de pobreza causada por la irrupción del comercio libre extranjero que
estaba causando la quiebra de la producción agrícola e industrial. Al reposar su vista sobre Cochabamba
hacía las siguientes consideraciones:
El solo departamento de Cochabamba, pues, tenía tantos telares de lencería, barracanes, etc., que sus tejidos
podían abastecer a toda la República, y otro tanto se puede decir relativamente los suyos con respecto a la
Provincia de Paria(...) El hermoso bosque de Cala Cala en Cochabamba presentaba al cálculo material
bastante para calcular el número de las familias que se mantenían de la rueca. Allí solo había centenares de
mujeres que hilaban en tornos de agua bajo la sombra de sus árboles frondosos y a los márgenes de tantos
arroyos que les serpenteaban(...) El industrioso departamento de Cochabamba ha caído en una mortal agonía.
En todos aquellos grandes mercados que inundaba con sus manufacturas ya no se observan más que una
tenue sombra de su antiguo esplendor. El bosque de Cala Cala se ha convertido casi en un desierto. A todos
aquellos brazos tan laboriosos, ha sucedido la actividad de los pies, si me es permitido decir así, conque
corren atolondrados los cochabambinos por el encanto de un comercio efímero(Obra citada: 22 y 23).
Con respecto a la situación de la agricultura hacía las siguientes consideraciones:
En todo él -Cochabamba- se encuentran grandes y pequeños propietarios territoriales cuya renta en lo
principal consiste en la producción de sus tierras. Ellos han sufrido en el largo tiempo y en las continuas
oscilaciones políticas un deterioro considerable de sus haciendas, maquinas y herramientas, anticipaciones y
abonos que ha sido preciso reponer en la calma del país. Pero esta reposición no ha podido realizarse sino a
costa de grandes desembolsos y con la esperanza que las ulteriores producciones habían de indemnizarla en
su totalidad. Llega el tiempo de la cosecha al cabo de tantos gastos y afanes, se entrojan los granos y parte se
muelen y queda la esperanza burlada. Se vende alguna parte del grano y de la harina y la otra queda siempre
entrojada. Aguarda el propietario el año y los años siguientes para proporcionar una salida a sus frutos y cada
vez crece más el hacinamiento de ellos. Los consumidores por falta de moneda que es la única mercancía que
busca el productor, como hemos dicho, se privan de consumir el producto. ¿Que hará en tal caso el
propietario? No le queda más recurso que disminuir el cultivo y tratar de proporcionarlo a la demanda de las
producciones. Así pues, es preciso que desmaye la industria agrícola supuesto que ha desmayado la fabril.
(Obra citada, 1994: 28).
36

En conclusión, se puede establecer que el Cercado y el Valle Central a lo largo del siglo
XIX y sobre todo en su primera mitad, pese a periódicas situaciones de crisis 13, estuvieron
muy lejos de ser territorios decadentes y con signos de irremediable recesión y colapso.
Por el contrario se constituyeron en el pivote estructurador de una dinámica económica
ampliamente democrática. Por ello, la citada región, continúo ejerciendo el rol de centro de
atracción de torrentes migratorios que la convirtieron junto con el Valle Alto en la zona
geográfica más densamente poblada de Bolivia, y donde la movilidad y el cambio social
fueron estrategias exitosas a las cuales apelaron las masas populares para derrotar la
fisonomía colonial del régimen oligárquico. En cierta forma el paradisíaco paisaje de la
campiña que rodeaba la ciudad en aquellos tiempos, con sus exuberantes y legendarias
"maicas" y sus no menos famosas "casas- quinta", fue posible merced a la laboriosidad de
unos trabajadores libres que habían logrado exitosamente quebrantar las barreras raciales,
adquiriendo derechos ciudadanos dentro de una sociedad todavía muy conservadora, que
estos transgresores vallunos, la fueron convirtiendo en permeable en sus estructuras

13
Más adelante, el mismo cronista anónimo, “el aldeano” antes mencionado (LEMA, BARRAGAN et al,
obra citada) continuado con la pauta de otros como Pentland, describía el cuadro de una de estas crisis en
tono fatalista, pero con presagios que no correspondían a la habilidad de la sociedad regional para superar las
situaciones aflictivas y seguir marchando a su manera: La primera riqueza de Cochabamba consistía y
consiste en la misma fertilidad de su territorio. La segunda en la industria que ha estado más adelantada
que en ninguna otra parte. La tercera en el comercio que hacían los mismos departamentales de sus
anteriores producciones. No hay la menor duda que la industria agrícola era antes más extensa que ahora
en aquél país. Yo estuve en varios de sus cantones el año primero del presente siglo y vi que en ellos estaban
demasiado baratos los víveres. Desde la quebrada de Arque adelante daban ocho y diez panes por medio,
tan grandes como ahora venden cuatro. El maíz lo daban a peso el quintal y aun a seis reales en todas las
aldeas del valle de Cliza. No pasaba el trigo de tres pesos fanega y de cuatro la harina de Castilla. Daban
dos pollitos por medio y dos pichones por la misma moneda. Al fin, todos los demás artículos de vituallas y
menestras iban por esta medida. Pero como hoy, ellos mismos valen un duplo de su antiguo precio, es claro
que su agricultura se halla decadente(...) Por lo que hace a la industria fabril, nadie puede ignorar que
estuvo muy floreciente sin embargo de las trabas que le estaban opuestas. Entre las habitaciones de las
clases inferiores, casi no había una que dejara de tener algún telar o algún taller. En el hermoso bosque de
Cala Cala había centenares de mujeres que hilaban en tornos de agua. En las extremidades de la ciudad
capital y en todos los suburbios, se registraba un número prodigioso de alfarerías y hornos donde se
fabricaban todas las lozas y vidrios cochabambinos. Los monasterios y todas las otras casas de
recogimiento eran como otros tantos establecimientos públicos destinados al taller. De este modo se vieron
en aquél país algunas obras tan primorosas que los extranjeros no quisieron creer que ellas fuesen
americanas. En las provincias que están subordinadas a este departamento, no había menos industria fabril.
El tiempo que dejaba desocupada la agricultura se empleaba en aquélla industria(...) Hoy, por un orden
natural debe estar ella en un sentido opuesto. No hay un consumo competente de los lienzos, paños, encajes,
ponchos, lozas y vidrios de este departamento. ¿ En que estado se hallarán tales producciones y tales
productores? Por último, su comercio ya no puede llamarse floreciente. Antes los cochabambinos
inundaban no solamente esta república sino también sus vecinas con sus mercancías y producciones
departamentales. Hoy que ya no se hace aprecio de ellas pocos hay que se dediquen al comercio. Pero estos
mismos pocos no han reportado tanta utilidad como creyeron. Sabemos que han quebrado muchos y
creemos que en adelante quebrarán otros tantos, o más(...) Centenares de cochabambinos de ambos sexos
están establecidos en otros lugares. Una tal emigración no prueba que esté abundante su propio país, sino
por el contrario(Obra citada: 74 y 75)
37

inferiores. Obviamente que esta permeabilidad iría en ascenso en las décadas posteriores.
A este respecto anotábamos lo siguiente:

Estos mestizos y cholos que forman verdaderas muchedumbres, inundaban los


caminos provinciales, concurrían multitudinariamente a las ferias, alegraban las
fiestas populares y dinamizaban la economía regional, constituyeron el rasgo
específico de los Valles de Cochabamba y de los suburbios de la capital
departamental. Su capacidad de insertarse económica y socialmente en la sociedad
hacendal, de debilitar y destruir los viejos preconceptos de castas, fue en cierta
forma responsable, por lo menos en el caso del Cercado de una temprana
expansión de pequeños propietarios o campesinos parcelarios, y del crecimiento
de la producción mercantil simple, y a partir de ello, de la organización de un
sistema de abastecimiento a la ciudad por pequeños productores que llenaban con
sus mercancías agrícolas las ferias de Cochabamba, Quillacollo, Sacaba y el Valle
Alto(...) En suma, es el Cercado donde tempranamente se quiebra el régimen de
castas, lo que a su vez provoca la ruptura con los sistemas de vasallaje a que
continuaron sujetos los colonos de las haciendas del Valle Central y de las alturas.
Ello también permite tempranamente, que en el Cercado aparezca el pequeño
productor parcelario, es decir el 'piquero' que con su presencia minará el sistema
de servidumbre vigente en otras zonas (SOLARES, 1990: 50).

Esta trama económica, social y espacial que se fue tejiendo en el Valle Central y aledaños,
combinando haciendas, pequeñas propiedades campesinas, ferias y ciudad, termina
consolidándose en la primera mitad del siglo XIX, para permanecer casi intacta hasta
mediados de la siguiente centuria.

El Valle Central y la ciudad en la segunda mitad del siglo XIX

La conocida descripción que Alcides D'Orbigny realizó sobre Cochabamba y sus


alrededores en 1830, no es distinta a la imagen que proporcionó Viedma un medio siglo
antes, pese a las vicisitudes que vivió la ciudad en dicho periodo. El citado cronista, hizo
referencia a la extensa campiña existente en la época, a la trama urbana regular que
38

caracterizaba la colonial Villa de Oropesa, a las edificaciones, mayoritariamente de una


planta y, a las plazas e iglesias que definían su estructura física casi horizontal, apenas
contrastada por las torres verticales de la catedral y algunos templos, incluso a los hábitos y
costumbres que ya fueron críticamente observados por Viedma, trazando un cuadro que no
parece modificarse con el tiempo transcurrido ni con la emergencia de la vida republicana,
salvo el cambio formal de los poderes y de las elites.
El vivo retrato de la sociedad cochabambina trazado por D'Orbigny14 permite establecer

14
D’Orbigny(1945) realizó la siguiente aguda descripción de Cochabamba: El 24 atravesé inmensos campos
de trigo y maíz, en una campaña sembrada en todas partes, al lado de numerosas huertas de durazno, olivos,
higueras y sauces(...) Llegué al gran burgo de Quillacollo, cabeza de provincia y el más poblado del valle
después de la capital del departamento(...) De Quillacollo hasta Cochabamba la llanura es más libre y hay
menos árboles, pero ni una sola parcela de tierra sin cultivar; los campos están en todas partes, aquí y allá
cubiertos de pequeñas cabañas de tierra, rodeadas de cercos de la misma naturaleza que ocupan los indios;
cabañas idénticas a las que los primeros aventureros encontraron en esta parte del nuevo mundo, y cuya
forma redonda en cúpula y la abertura única dan a la campaña un sello muy especial(...) La ciudad está
situada en el extremo oriental de una llanura de alrededor de dos leguas de ancho y siete de largo,
circunscripta, al norte por un brazo de los Andes, que se eleva hasta las nieves eternas, al sur por montañas
secas y poco elevadas (...) La ciudad de Cochabamba, con sus arrabales, ocupa una basta superficie. El
gran número de sus cursos de agua y jardines, la multitud de casas de un solo piso, la hacen aparecer
infinitamente más grande de lo que es en realidad. Está perfectamente trazada dividida en bloques iguales o
cuadras por medio de hermosas calles de nueve metros de ancho y las principales bien empedradas. Hay dos
grandes plazas, la Plaza principal (situada en el centro de la ciudad), alrededor de la cual hay cuatro
iglesias, la casa de gobierno o Cabildo y, en medio un surtidor de agua. Está adornada además con sauces
recientemente plantados, destinados a refrescar, más tarde con sus sombras: es sin duda alguna la más
hermosa plaza que pueda verse en cualquiera de las ciudades de la república. La segunda plaza es la de San
Sebastián, situada casi en los suburbios. (...) Sin embargo, por falta de local apropiado, esas plazas, lo
mismo que en La Paz, sirven también de mercado y están ocupadas ciertos días de toda suerte de productos
de los alrededores, transportados por los indios.
Este relato demuestra que la ciudad en su realidad física no había experimentado cambios en cinco décadas y
que salvo la nueva situación política todo seguía dentro de la antigua rutina. En realidad, esta permanencia
era solo física. Detrás de ella se escondían hechos, que habían convertido en verdaderos, muchos de los
temores y comportamientos que Viedma habría deseado evitar... Pero, una vez más dejemos que el cronista
prosiga su relato:
El domingo siguiente a mi llegada, recorrí una parte de la ciudad, acompañado del Dr. Barrionuevo, culto
médico, recibido en Francia y que quiso servirme de cicerone. Me impresionó ante todo, el raro vestido de
las mujeres, de acuerdo a las diferentes clases de la sociedad. Las mujeres ricas, con nuestras modas
francesas más o menos atrasadas, llevan los cabellos cayendo sobre los hombros y divididos en una de
trencitas cuyo conjunto es bastante agradable, nada llevan por lo demás en la cabeza, pero usan por lo
general un reboso español o nuestros hermosos chales de seda de nuestras fábricas de Lyón. Las mujeres de
los artesanos mestizos tienen también los cabellos divididos de la misma manera y la cabeza cubierta de un
sombrero de hombre, blanco o negro, lo que es poco gracioso y choca a los extranjeros. El resto del vestido
no es de mejor gusto. Sobre un corsé de verde, amarillo llevan un reboso o echarpe de lana de vivos colores,
roja, rosa, verde, amarilla, siendo más preferidos los tintes brillantes. Esas polleras son tableadas para
aumentar el espesor y bordadas con cintas cuyo color contrasta con el resto. Cuanto más rica es la persona,
mayor es el número de sus polleras (...) Los vestidos de las indias y las mestizas más pobres es algo distinto.
Los cabellos se llevan igual, el corsé y el reboso solo tienen un color más sombrío, las polleras mucho
menos numerosas, de telas negras, llevan pliegues más grandes. La cabeza está cubierta de una montera
especie de sombrero de género, con grandes alas (...) Los hombres de sociedad visten a la francesa, los
indios y mestizos llevan el poncho corto, un chaleco redondo sobre una camisa de lana y un calzón cubierto
de ambos lados, que baja hasta la mitad de la pierna, dejando parecer unos calzoncillos que llegan hasta
más abajo(...) El idioma general de Cochabamba es el quechua. los indios no conocen otro. Los mestizos de
39

aspectos no abordados por Viedma, pero que sin duda formaban parte de sus inquietudes
en torno al avance cultural del mundo mestizo. D’Orbigny muestra en forma colorida y
anecdótica, una sociedad formalmente escindida en castas y clases sociales que incluso han
recreado sus propias vestimentas diferenciadas: las decadentes elites terratenientes todavía
se aferraban a modas europeas atrasadas, en cambio, los mestizos habían logrado elaborar
originalísimos trajes, donde creativamente se combinaban aproximaciones al chaleco y la
levita francesa, el calzón tal vez de gusto gaucho y el poncho quechua, en tanto las mujeres
hacían una combinación aun más compleja, de mantilla española, pollera, tal vez del
mismo origen, sombrero o montera, que define toda una actitud de adopción de valores del
mundo andino y del mundo occidental, pero definiendo una identidad propia y única. La
sociedad cochabambina de los primeros años republicanos se debatía entre la necesidad
formal de sus elites de mantener las viejas apariencias para consolidar su autoridad y su
apasionado apego a la tradición de sus ancestros mestizos. Debió ser fascinante observar
como las meriendas que hicieron sufrir a D'Orbigny, eran en realidad el punto alto de los
despliegues más refinados que la naciente sociedad mestiza podía ofrecer. En realidad, lo
observado por el, muchas veces, sorprendido viajero, no era otra cosa que una gran
escenografía: un tenue ropaje europeizante cubría una vigorosa esencia popular. Al final,
cultos doctores formados en Francia, respetables hacendados, insignes damas de sociedad,
menos pretenciosos maestros artesanos y toda una larga corte de patrones y vasallos,
practicaban una singular democracia a la hora de los motes, los chicharrones, las llajuas y
las generosas "tutumas" del áureo licor, aunque luego todos volvieran a escenificar sus
roles y a transitar sus destinos, sin muchos deseos de subvertirlos, es decir a administrar

ambos sexos solo saben algunas palabras de un pésimo español. La lengua quechua está tan extendida hasta
en la ciudad, que en la intimidad, es la única que se habla. Las mujeres de la sociedad burguesa poseen una
idea muy incompleta del castellano, que no les gusta hablar (...) Nada iguala la pasión del pueblo por la
chicha, es un verdadero furor. Los indios y los mestizos no se contentan con consumirla continuamente, con
beberla en la comida o para refrescarse, buscan también todas las ocasiones posibles en las fiestas
religiosas, para reunirse y beber, día y noche, a menudo durante varios días, entregándose entonces a los
mayores desordenes(...) Si el pueblo ama la chicha, los otros miembros de la sociedad no la desean
menos(...) por eso el consumo es general(...) Invitado un día por el comerciante español al cual había sido
recomendado, a una de esas meriendas, no quise perder la ocasión de conocer ese género de reuniones(...)
trajeron chanchos de la India, asados y grandes fuentes de papas con una salsa espesa compuesta de
pimiento colorado. Sirvieron, insistieron sobre todo en la salsa de pimiento para estimular la sed, y trajeron
ollas de una chicha que consideraron excelente(...) Me inmolé pues, sin embargo, como los vasos nunca
permanecían vacíos, comían siempre pimiento para excitar la bebida y veía todavía un mar de chicha que se
disponían a engullir, pretexte una cita y, pude con mucho trabajo abandonar la merienda...(D'ORBIGNY,
1945).
40

sus posesiones, sobre todo las fincas, huertos, casas quintas y haciendas, que eran en
realidad, a falta de otros requintes, los verdaderos símbolos de posición social y jerarquía.
Cochabamba, en el último periodo colonial y décadas siguientes, era todavía un importante
abastecedor de las poblaciones y ciudades del altiplano, sobre todo en cereales. Sin
embargo, eran los artesanos quienes habían impulsado la economía regional en las
primeras décadas del siglo XIX, particularmente los tejedores de géneros de algodón
(tocuyo), quienes habían logrado conquistar momentáneamente mercados lejanos,
reforzando con ello su presencia en los escenarios locales. El perfil "mestizo" que asume la
ciudad de Cochabamba a principios del periodo republicano, no parece expresar otra cosa
que, la emergencia de una significativa industria artesanal que en los hechos fue
desplazando a los hacendados del escenario económico regional. La imagen que proyectan
los latifundistas, es más la de rentistas que viven pendientes de los arriendos y los negocios
especulativos que podían desarrollar en tiempos de escasez de granos en los mercados
locales. Incluso se puede percibir este afán especulativo en el arriendo de cuartos y tiendas
a artesanos y pulperos, en sus casonas señoriales de la ciudad. Luego, paulatinamente se
fueron convirtiendo en operadores de siembras y cosechas de oportunidad en las tierras de
sus fincas que gozaban del privilegio del riego, es decir, en manipuladores de cosechas que
se guardaban en años de abundancia, y se lanzaban al mercado en años de escasez
ocasionadas por las periódicas sequías. Dicho de otra manera, los terratenientes criollos
encontraron los mecanismos para hacerse de parte del excedente agrícola aprovechando la
debilidad de la pequeña propiedad parcelaria vulnerable a los vaivenes climáticos, de esta
forma, periódicamente los hacendados se desembarazaban de la competencia de los
pequeños productores e imponían precios altos en el mercado regional y en el de
exportación.
Naturalmente sobre una base de "negocios menudos", no pudo constituirse en la sociedad
regional post colonial una clase terrateniente emprendedora y articulada en torno a un
proyecto agro exportador viable, para volver a capturar las parcelas perdidas en favor del
potenciamiento de la geografía hacendal, incursionar en la industria artesanal y
modernizarla, es decir, recuperar para Cochabamba la fama de granero inagotable y
laborioso centro industrial para los mercados mineros y del altiplano. En realidad, esta fue
una tarea que nadie en los círculos dominantes se planteo resolverla en forma seria.
Por todo ello, no resulta casual que las crónicas de Dalence y otros, pusieran en relieve en
41

años posteriores, la potencia de la actividad artesanal de raíces populares, al punto que los
mercados altiplánicos hubieran sido recuperados para los textiles, los calzados y las harinas
de Cochabamba, incluidas las 18.000 fanegas que surtían los "tambos de harina" de La Paz
abastecidos por "indios de Cochabamba".(La Época, 1845), y que los "fenicios" vallunos
hubieran incursionado hasta el Sur peruano y las costas del Pacífico, además, que la ciudad
de Cochabamba y otras como Tarata, Cliza, Quillacollo fueran centros artesanales
importantes, incluso que el Cercado en gran medida fuera un indiscutido terreno de
mestizos artesanos y pequeños agricultores.
A diez años de concluida la Guerra del Pacífico, Germán von Holten, presidente del primer
"Circulo Comercial" de la ciudad, prominente comerciante y miembro de la elite valluna,
al trazar el panorama recesivo que significaba para Cochabamba, la incursión del comercio
chileno a las tradicionales plazas comerciales vallunas del altiplano, como efecto del Pacto
de Tregua con Chile y los resultados adversos de la guerra, admitía que si bien
Cochabamba, no había logrado consolidar establecimientos industriales importantes para
impulsar su economía, en cambio había desarrollado una fuerte industria artesanal. Pero
dejemos que este testimonio llegue al lector en sus propias palabras:

No contaba de hecho con ningún establecimiento industrial de alguna importancia;


pero en cambio, cada uno de su clase obrera era un industrial trabajando en
pequeña escala, y entre todos ellos formaban realmente un conjunto grande. Su
producción industrial, lo mismo que la agrícola no se consumía solamente en
Bolivia, sino sobraba todavía para un negocio de exportación de gran
importancia. El litoral peruano se proveía de muchos artículos exclusivamente de
Cochabamba; la agricultura mandaba maíz, trigo, muko, harina de maíz, harina
en rama, quinua, almidón, manteca y mantequilla, gallinas, huevos, etc.; la
industria, suelas y baquetas, calzados, tejidos de lana, como jergón para pisos,
jerga para ropa, barracán, ponchos de lana, sombreros de fieltro, caronas de
fieltro, pellones de pieles, talabartería, encajes, camisas y ropa hecha, loza y una
infinidad de artículos domésticos. A Tacna se mandaba suelas y calzado en
grandes partidas; sabemos de casas de comercio que mandaron en un año hasta
3.000 vacas suela y centenares de docenas de calzado, y esto no llegaba de lejos a
la cantidad llevada allí por los arrieros, comerciantes pequeños y piqueros. La
Paz, Corocoro, Oruro, Colquechaca se proveían casi exclusivamente de harinas de
Cochabamba; Huanchaca, Potosí y Sucre, también las necesitaban; los mineros no
usaban otro calzado que el cochabambino; la agricultura y la industria de
Cochabamba se veían en todas partes(...) Nuestros arrieros, llevando artículos
para vender, quedaron por largo tiempo en las salitreras, trajinando en el acarreo
de salitre de las oficinas, y regresaban cuando los animales necesitaban de
descanso, y el producto de sus ventas y de su trabajo, lo traían en efectivo(...) El
negocio del litoral, se puede decir que era un negocio del pueblo, no del alto
42

comercio; los arrieros, los piqueros, la gente del campo, los colonos de las fincas,
marchaban con lo que podían alcanzar; nadie hacía un negocio grande, pero era
un negocio continuo, sin interrupción, nadie conoce su exacto valor, pero la
exportación de Cochabamba a Tacna y el litoral, es probable que pasaba de un
millón de pesos anuales.(VON HOLTEN, 1889).

Este minucioso relato, aunque tal vez algo exagerado, no requiere de mayores comentarios,
para comprender la dinámica que había alcanzado la economía regional en manos de
pequeños productores mestizos. Las secuelas de la Guerra con Chile, abrieron paso a una
nueva crisis regional, que esta vez afectó a los estratos medios y bajos. De acuerdo,
siempre al relato de Von Holten, la pérdida de los mercados del litoral había afectado
profundamente a la industria artesanal. El mismo cronista trazaba esta imagen de la crisis:

Las calles de la ciudad desiertas, los talleres de los artesanos vacíos, en los
barrios de Caracota, que antes casa por casa, no eran más que un solo taller de
zapatería, ya no se oye un solo golpe de martillo, ni se ve gente; fiestas populares
ya no las hay, el pueblo ya no se divierte, esta desapareciendo, desde que parte de
la gente laboriosa se ha visto obligada a abandonar su suelo natal para buscar en
otra parte su vida y retribución de su trabajo, que en Cochabamba ya no
encuentra(...) Después del flagelo de la terciana, la hambruna y el tifus, ha sido la
desgraciada guerra con Chile, la que enteramente ha arruinado a Cochabamba(...)
Con la conquista del litoral peruano por Chile, se cortó de golpe todo negocio de
Cochabamba a aquélla parte; los productos chilenos reemplazaron a los
bolivianos, y la libre importación que se dio a los productos chilenos, irónicamente
bajo el nombre de reciprocidad, completó la ruina de nuestra industria y
agricultura; los mercados de Potosí, Colquechaca, Oruro y La Paz, se llenan de
harinas chilenas, en los minerales ya se usa el calzado chileno, hasta para el
mismo ejercito se compra calzado de Chile(VON HOLTEN, obra citada)

Las elites regionales comenzaron a clamar por caminos. Recién se apercibieron de su


condición de enclaustramiento y cifraron sus esperanzas y deseos en modernizar las
comunicaciones para reconquistar los mercados perdidos e ingresar a otros nuevos. Como
en los tiempos de Viedma, y teniendo entre manos una nueva gran crisis, una vez más se
miró al oriente, una vez más se tejieron febriles proyectos, aventureros y ciudadanos
notables, incluso el Director de El Heraldo, don Fidel Aranibar, recorrieron arrobados la
extensa geografía del Chapare, pero todo ello no condujo al meollo del asunto.
Finalmente, mediante la guerra con Chile y el nuevo auge de la explotación de la plata, el
desarrollo capitalista tocaba las puertas de la región y le planteaba el crucial desafío de
expandir una economía de mercado y libre comercio, donde la empresa industrial y
43

agrícola que no se modernizaba estaba condenada a perecer. La oligarquía valluna eludía el


bulto y solo esbozaba una alternativa parcial: mejorar las vías de comunicación para sacar
a Cochabamba de su postración.
¿Sin embargo que producto competitivo podría exportar Cochabamba por las modernas
vías de comunicación qué reclamaba? La cuestión no era tan sencilla, modernizar el agro
significaba liberar la mano de obra servil, liquidar las haciendas coloniales, transformar
los talleres caseros en fábricas con obreros asalariados, lo que es peor, dar paso a una
nueva elite empresarial moderna que dejara sin vigencia a la vieja oligarquía feudal. En
suma, una revolución, cuya perspectiva llenaba de espanto a los gamonales vallunos.
Frente a esta inviabilidad, finalmente se impuso lo más conveniente. Los artesanos, más
prácticos y lúcidos, se opusieron a la idea de caminos nuevos y nuevas rutas, prefirieron
proteger su industria de la invasión chilena e inglesa con las abruptas montañas que
encarecían el transporte, y pasaron a fortalecer, una vez más, la viabilidad de un mercado
interno regional, que permitiera una pausa para que Cochabamba, hasta fines del siglo
XIX, se recuperara del golpe recibido. Bajo este contexto la ciudad tomó nuevos rumbos
en su evolución.
El paisaje urbano y social trazado por D'Orbigny en 1830, no sufrió modificaciones dignas
de mención en las décadas posteriores. Sin embargo, como hemos observado, en el
subsuelo del beatífico transcurrir de la pacífica y monótona vida urbana, se movían fuerzas
sociales contradictorias, que paulatinamente iban trazando los rasgos de una ciudad, donde
unos y otros querían ver reflejadas sus ideas de progreso y/o de afirmación de su identidad
cultural y social. La ciudad señorial, reducida en los primeros tiempos republicanos a un
precario islote de pocas manzanas rodeadas por un verdadero océano de mestizaje,
consolidaba lentamente su condición de espacio de las clases dominantes, en tanto, la villa
de los artesanos, aunque también tenuemente, comenzaba a ser penetrada por aspiraciones
imitativas del modernismo señorial. Sin embargo esta dinámica, que implicaba
naturalmente una fluida relación entre campo y ciudad, no estaba marcada por los agudos
desequilibrios posteriores.
La continuidad del carácter de la región, como un territorio donde nunca se había podido
aplicar el sistema tributario colonial o republicano, no se expresó en grandes o incluso
modestos flujos migratorios que hubieran incidido en la aceleración de la urbanización y la
expansión de la ciudad, pese a que el Cercado y en general los valles centrales estuvieran
44

sometidos a fuertes presiones demográficas por parte de los torrentes de indios que
descendían de las provincias altas. Aparentemente, los roles del centro urbano con respecto
a la villa colonial se habían modificado sensiblemente y la relación entre el reducido
mundo señorial y el universo rural mestizo no seguía la lógica de reforzamiento del tejido
urbano, sino optaba por otras alternativas que intentaremos desentrañar. Luís Felipe
Guzmán, en 1889, realizaba la siguiente descripción de la ciudad:

Sus calles rectas aunque estrechas, ostentan edificios de hermoso aspecto, en su


mayor parte de dos pisos, siendo sus construcciones de adobe de rara consistencia
(esto en la zona central), su dotación de agua es insuficiente y mal aprovechada, y
el anhelo de aumentarlas, es la aspiración más sentida del vecindario(...) La
ciudad está dividida en tres parroquias urbanas y dos suburbanas con residencia
en la Recoleta e Itocta, ambas con templos propios. La parroquia de Santo
Domingo abarca 96 manzanas con 995 casas y 10.673 habitantes; la de la
Compañía encierra 39 manzanas con 448 casas y 5.729 habitantes; el curato de
San José comprende solo 21 manzanas con 218 casas y 2.383 habitantes. Tiene la
ciudad en conjunto 1.878 casas distribuidas en 189 manzanas y las siguientes
plazas públicas: 14 de Septiembre, Colon, Santa Teresa, Matadero, San Sebastián,
Caracota y San Antonio. La superficie de la ciudad es de 1.662.000 varas
cuadradas. Posee un palacio de bello aspecto en el que funcionan todas las
oficinas públicas, sin excluir los del ramo de justicia - El actual edificio
prefectural y la sede del Consejo Municipal -. Existe un edificio contiguo donde se
despacha la policía de seguridad y la casa municipal, también con su policía.
Estas tres instituciones, junto a dos pequeñas propiedades particulares forman la
acera principal de la plaza. Esta se halla adornada de un precioso monumento de
piedra conmemorativo de la primera revolución patriótica. Se han establecido
avenidas bordeadas de árboles indígenas, que con las idénticas y vistosas galerías
forman un elegante y atractivo conjunto. Tiene además de la Alameda, el paseo de
la Plaza Colón cubierto de árboles frondosos, y a cuyo costado boreal se alzaba
hasta hace poco, una portada inclinada, de arquitectura mixta y de imponentes
proporciones, con correctas esculturas de alto y bajorrelieve, y que ha sido
demolida aun antes de estar acabada de construir. Existe un teatro de muy
ventajosa apariencia y comodidad, establecido en la media naranja del antiguo
templo de San Agustín, y un bazar instalado en la Iglesia del extinguido Convento
de la Merced, donde también se halla el rebosante mercado de abasto y el
expendio de carne. Hay otra plaza cerrada donde se vende combustible, llamada
de San Alberto. Al costado oriental, ostenta Cochabamba un suntuoso hospital de
varones y mujeres, asistido por doce Hermanas de la Caridad, con todos los
perfeccionamientos apetecibles para la atención de 350 enfermos(...) Hay otro
hospital clausurado que durante 315 años sirvió de asilo al dolor(...) Existen tres
cementerios públicos, cuyos primeros cuerpos se mandó a levantar con los
despojos extraídos de los templos, en que antes se hacían todas las inhumaciones.
El hecho indicado fue una de las evoluciones de mayor significado en la vida
civilizada y la higiene pública de la ciudad. En el costado occidental se halla
fundado el Matadero, donde se carnean 8.505 reses, 27.000 corderos y 2.600
45

cerdos, por término medio anual. (GUZMAN, 1889).

Esta detallada descripción de la ciudad, a inicios de la última década del siglo XIX,
muestra, que la misma, si bien conserva en líneas generales, la configuración urbana de los
tiempos de Viedma, ha sufrido mejoras significativas, en lo que hace a consolidar su
calidad de ciudad: nuevas plazas, paseos, edificios públicos, incluso la antigua plaza
principal presentan una nueva fisonomía. Todo este proceso de renovación urbano-
arquitectónico merece ser analizado con mayor detenimiento.
Derrocado el régimen colonial, es comprensible que sus símbolos externos más evidentes
trataran de ser suprimidos. Tal vez los primeros esfuerzos formales de diferenciación
comenzaran en las decoraciones que los patricios vallunos se permitieron añadir a las
fachadas de las antiguas casonas hispanas que heredaron, introduciendo una suerte de
"neoclásico cochabambino"(SCHOOP, 1981), licencia modernizadora consistente en la
inclusión de cornisas, almohadillados, trazos ojivales, decoraciones coloridas en la parte
inferior de los generosos aleros, en tanto, la aristocrática Sucre se afrancesaba y La Paz
transformaba su centro colonial con un exquisito gusto neoclásico. Si bien el resto del
paisaje urbano-rural no se modificaba, se acentuaban en él formas de transgresión que el
régimen colonial había logrado contener: proliferaron las chicherías, las pulperías,
acompañadas de pequeños talleres de costura, sastrería, tejidos, hilados, zapatería, luego
seguían extensos suburbios de huertos, "casas-quinta", fincas, sitios salpicados de
modestas chozas en medio de exuberantes maizales. Sin embargo, este escenario urbano,
apenas expresaba la situación del precario islote señorial cada vez más sitiado por el
pujante mundo mestizo. La elite valluna hacía esfuerzos penosos para adoptar la ideología
y la cultura de franceses e ingleses o por lo menos recuperar los olvidados valores de la
aristocracia hispana. Si en el terreno de los hábitos, los comportamientos de sociedad, las
vestimentas, los gustos, se sumaban los tropiezos y los ridículos que observara agudamente
D'Orbigny, cobraba suma importancia reforzar los barnices, afinar las apariencias, recubrir
las cuestionables aspiraciones a estatus y respeto, a través de la recreación de ciertos
símbolos que establecieran la diferencia real entre los "chapetones" desplazados y los
"patricios" que ocupaban el sitial superior de este mundo neocolonial, formalmente
republicano.
Diferentes realizaciones de significación como la remodelación de la Plaza 14 de
septiembre, siguiendo las pautas del modelo colonial pero con un envoltorio formal
46

neoclásico, la apertura de la Plaza Colón y el Paseo de la Alameda, marcan la importancia


de los esfuerzos modernizadores15 Sin embargo, la realización de una obra menor como la
modesta Plazuela del Regocijo, que influyó en la posterior urbanización de Cala Cala, es
reveladora del imaginario de las elites locales con relación al progreso urbano y a los
valores del medio natural. La apertura de dicho espacio publico, fue un hecho casi
desapercibido, que data de 1863, durante el gobierno del Gral. Achá, quién expresamente
dispuso esta apertura, en mérito de "la costumbre inmemorial de las familias de la ciudad
de trasladarse cada mes de noviembre a la campiña de Cala Cala, con objeto de gozar de
su frescura y tomar baños". El sitio elegido se encontraba en el cruce de dos caminos, uno
de ellos vinculando la ciudad con Queru Queru y Cala Cala, y el otro que partía de esta
última localidad al antiguo pueblo real de indios de Tiquipaya, permitiendo el acceso a la
gran vertiente de la Chaima Esta plazuela, se convirtió rápidamente en el punto terminal de
las diligencias y carruajes de la "Empresa Americana" que conducía a bulliciosos
excursionistas. Décadas más tarde se convirtió en la terminal de una línea de tranvías, lugar
de paseo de los primeros automóviles y recorridos en bicicleta. Aquí se desarrollaban las
famosas festividades de San Andrés y, desde esa época la Plaza del Estanco o Regocijo se
constituyó en el espacio de reunión veraniega de los cochabambinos que escapaban de la
ciudad y venían a gozar de las delicias de la campiña.
En 1887 se consideró el proyecto de ampliar la Plaza del Regocijo, pero este cometido era
oneroso dado que en su perímetro se habían construido casas de buena calidad y existía
una fuerte oposición de los propietarios (por cierto influyentes terratenientes) a sufrir
afectaciones. Entonces surgió la idea de trasladar la plaza a un sitio que brindara mejores
ventajas, lo que dio lugar al primer debate público sobre la planificación urbana de la
ciudad. Se barajaron varias alternativas, pero ninguna traducía:

el deseo anhelado por los habitantes de Cochabamba, de comodidades y


satisfacciones que naturalmente les proporciona la existencia de un centro
espléndido de reunión, y muy en especial , a todas las personas que buscan en la
época veraniega en las campiñas de Cala Cala fresco ambiente y saludables
baños, levantando soberbios edificios en contorno, construyendo fuentes
sorprendentes, juegos de agua que pasarían, después de recrear la vista, a dar
vida a las magnificas plantaciones, de calles concéntricas, de árboles
uniformemente alineados y de talla colosal(...) La plazuela actual del Regocijo, en
lugar de producir el efecto de su irónico nombre entre las personas que acuden
allí, en especial en las tardes de paseo, sufren y corren el riesgo de ser
15
Para una descripción más completa de estas obras consultar Solares (1990).
47

atropellados por los numerosos carruajes que se apiñan alrededor del hermoso
sauce, única reliquia del lugar, el que una vez desaparecido daría a la plazuela el
aspecto de una plaza de río. (F. Jiménez, El Heraldo, 24/04/1888).

Otra propuesta en torno al mismo asunto planteaba, crear en la zona del Rosal, una plaza
similar a la 14 de Septiembre, conservando la del Regocijo como asiento de un mercado.
Estas propuestas nos permiten establecer que los ideales de desarrollo urbano en el siglo
pasado, ya se relacionaban al ideal de una ciudad con espacios verdes, calles arborizadas y
una mayor apertura hacia un contacto extenso con la naturaleza. Es decir, que el ideal de
"ciudad-jardín" ya estaba presente en el siglo anterior. Estas aspiraciones, que de alguna
manera expresaban el deseo de trasladar el centro urbano hacia un espacio que brindara
mejores posibilidades de reproducir los grandes paseos y avenidas que transformaban por
ese mismo tiempo la fisonomía de otras ciudades como México, Buenos Aires, Santiago,
La Paz e incluso Sucre, y cuyos ecos debieron llegar, sin duda, hasta Cochabamba,
inspirando imágenes donde definitivamente se reformulaba el modelo de ciudad colonial.
Sin embargo, en la práctica, solo posibilitaron ordenanza municipales modestas, pero que
cuya intencionalidad era estimular la construcción de una nueva fisonomía urbana.
En 1889, entró en vigencia una Ordenanza del H. Consejo Municipal denominada
"Alineación de Edificios y Plantación de Arboles", que disponía la obligatoriedad de toda
nueva construcción en la campiña o la ciudad que tuviera un frente sobre la vía pública, de
recabar un permiso de edificación y someterse a una verificación de la rasante, fijándose
un ancho mínimo para las calles de 8,00 metros, disponía además la ejecución de ochaves
en las esquinas, cerrar los frentes de los huertos con rejas de fierro en lugar de tapiales y
plantar árboles sobre los frentes de todo predio no edificado vecino a acequias y canales,
definiendo además la participación del "ingeniero municipal" en la supervisión del
cumplimiento de estas disposiciones, hecho que expresaba una importante evolución del
Municipio, que de órgano eminentemente político-administrativo comenzaba a introducir
criterios técnicos en la toma de decisiones, aunque ya en 1878 se creó el cargo de
"ingeniero municipal", en el contexto de un "Reglamento de la Policía Municipal", cuyas
funciones eran ejercer el control del ornato a través de "mayordomos" de fuentes y paseos
públicos, creándose específicamente un "mayordomo del Prado y la Plaza Colón", además
de un "hortelano" encargado de su mantenimiento, todos ellos dependientes de un
"Comisionado de Obras Públicas", es decir un concejal que se desempeñaba "ad honoren"
en esta función. Otra Ordenanza de Mayo de 1895, suscrita por el Dr. Julio Rodríguez, se
48

ocupaba por primera vez de problemas de tráfico, y disponía la prohibición de ingreso a la


plaza principal y circular en las calles próximas "carros de 40 o más animales de tiro, cuya
capacidad para el transporte de cargas pasa de 16 quintales", equivalentes a nuestro
transporte pesado actual. Otra disposición del mismo año se preocupaba por la estética
urbana y expresamente disponía que los propietarios de predios con frentes a la plaza
Colón y la plazuela del Regocijo debían presentar los planos de las fachadas de las futuras
edificaciones, "conforme a reglas de arquitectura" para la respectiva aprobación (Digesto
de Ordenanzas. Vol.2).
En fin, una disposición del H. Consejo Municipal de enero de 1896, suscrita por don
Ramón Ribero, un pionero del desarrollo urbano planificado, al referirse a la estrechez e
irregularidad de las calles coloniales, ponía en evidencia las ideas que sobre urbanismo
tenían los ciudadanos de aquél tiempo, en especial las nuevas elites urbanas:

El ideal es enderezar todas las calles, pero en la imposibilidad de rectificarlas por


completo, se debe aspirar a hacerlo, lo más que sea posible, y bajo este principio
se deben determinar los ejes cuidando de que la alineación de los edificios guarde
un completo paralelismo a dichos ejes. - bajo este precepto se proponía por
primera vez la necesidad de un PLAN de regularización de perfil de vías- Existen
calles muy estrechas y no es posible darles el derecho de Ordenanzas. Si estas se
hallan fuera del Plan, tal como la calle del Diablo y otras, deben ser cerradas o
suprimidas, pero las que se hallan sometidas a regularidad formando cuadras,
deberán ser ensanchadas al ancho reglamentario, no de una vez, sino poco a poco,
conforme se operen construcciones en ellas. - Para este efecto, el Plan disponía:
a) Para las calles directas que arrancan de la Plaza 14 de Septiembre, el ancho de
su embocadura (unos 8,50 mts.) , hasta las cinco cuadras de distancia, después de
lo cual será fácil propender a un ancho mayor. b) Para las calles transversales a
la Plaza, en ancho que llevan en su entrecruzamiento con las directas de la
primera de éstas (entre 8,50 y 9,00 mts.), también hasta el radio de 5 cuadras (11
de largo en total), después de lo cual se someterán a la ampliación general que
determine el Consejo. c) A falta de estas medidas de referencia se deberá adoptar
para las calles el ancho de 8,50 mts. como medida general subsidiaria a la que
deben someterse las mensuras y alineaciones del Ingeniero Municipal.(Digesto de
Ordenanzas. Vol.2)

El citado Plan, proponía la necesidad de adoptar el damero colonial de estrechas callejuelas


- algunas de menos de 6,00 metros- a las exigencias del progreso, traducido inicialmente en
cuestiones de tráfico de carruajes de pasajeros y cargas, que amenazaban la integridad de
los peatones en calles sinuosas y de escaso perfil. El ideal urbano en los albores del siglo
XX era materializar un damero regular, de calles anchas, rectilíneas y ortogonales
49

perdiéndose en la lejanía, con casas bien alineadas y razonablemente edificadas desde el


punto de vista estético. Este plan primigenio se reducía a una propuesta de mejoramiento
de las rasantes de las calles a partir de un ancho practicable y que podría conciliarse con la
situación predominante, tratando tan solo de eliminar las situaciones puntuales más
conflictivas. El Plano Nº1, muestra como la ciudad en su lento crecimiento va
reproduciendo el modelo de damero.
Las propuestas contenidas en las ordenanzas citadas revelan una concepción de la ciudad y
una idea del desarrollo urbano amarrado a una continuidad formal con el trazado hispano
original, es decir, apegado a un criterio de orden geométrico y disciplina constructiva
repetitivos, sin lograr todavía la complejidad y creatividad de propuestas posteriores. En
realidad la finalidad de estas primeras iniciativas era más pragmática: adecuar sin cambios
mayores el modelo urbano colonial a las exigencias del moderno desarrollo comercial y
administrativo de la ciudad, además de valorizar el centro urbano, haciéndolo más
accesible desde todos los puntos cardinales. Así el sentido de irradiación de jerarquía,
orden, autoridad, progreso, simbólicamente se acentuaban y definían una frontera moderna
de cara al siglo XX, en oposición al mundo rural atrasado, es decir al universo mestizo que
no se adhería a estos ideales.
Los censos urbanos de 1880 y 1886 presentan una fisonomía urbana, que todavía marca
una significativa distancia entre estos ideales urbanos y la realidad existente. El censo de
1880 mostraba una población de 14.705 habitantes, lo que expresaba un retroceso
significativo respecto a la estimación asumida para la población urbana en 1846. Enrique y
Alejandro Soruco, los organizadores de la operación censal de 1880 ponían en tela de
juicio las estimaciones de población anteriores a este censo en virtud de los muchos errores
cometidos y deficiencias no corregidas, dudando de la veracidad de los datos
proporcionados por Dalence en 1848 (30.396 habitantes para la ciudad y el Cercado),
siendo todavía menos consistentes los datos ofrecidos por el Mapa de la República de
1858, que proporcionaba a la ciudad de Cochabamba 40.678 habitantes y la ofrecida por
Ernesto O. Ruck en 1865 en su "Guía General " de Bolivia, que proponía 44.908
habitantes. Es evidente que en este orden existieron anomalías, en primer lugar por que con
frecuencia la población estimada como urbana englobaba a la ciudad y el Cercado.
Además, los cobradores de impuestos personales tendían a incrementar los perímetros
urbanos, y para estos no existían mayores diferencias entre ciudad y ámbito provincial
50

circundante. Sin embargo, otros factores no analizados por los hermanos Soruco, como el
impacto de la pandemia, la aguda sequía y las hambrunas de 1878-1879, seguida de la
interrupción de los flujos comerciales hacia los mercados del Pacífico - no olvidemos que
el censo fue realizado en pleno conflicto con Chile -, pudieron haber aportado a un
descenso de la población significativo, es decir de cerca de un tercio con relación a los
20.264 habitantes estimados para 1846, en cambio el Censo de 1886, que registró l9.507
habitantes expresaría un retorno al nivel demográfico "normal" de la ciudad para el siglo
XIX, y además, se evidenciaría la extrema sensibilidad hacia las situaciones de crisis
sanitaria y otras, que afectaban no solo la actividad económica, sino estimulaban el
afloramiento de tendencias migratorias de tipo pendular.
Los censos citados definían una distritalización de la ciudad en cuatro cuarteles: Nordeste,
Noroeste, Sudeste y Sudoeste. De estos, el de mayor crecimiento demográfico, entre 1880
y 1900, fue el primero, seguido por el cuartel Sudoeste, que era el más habitado, en tanto
los otros dos cuarteles tenían una dinámica menos relevante. Los cuarteles del Sur,
siguiendo las pautas de emplazamiento espacial de las clases sociales establecido por la
estructura física de la antigua Villa de Oropesa, se mantenían. Es decir, que las familias de
los artesanos y pequeños comerciantes tendían a concentrarse en torno a las plazas de San
Antonio, San Sebastián y la Curtiduría, así como en Caracota y zonas aledañas. Los
cuarteles del Norte, en cambio, tendían a ser las zonas de residencia de las capas medias de
comerciantes y funcionarios, así como de no pocos terratenientes, que con frecuencia eran
dueños de casas-quinta y huertos. En torno a la Plaza Colón y la Alameda se consolidó un
espacio exclusivo de residencia de los sectores mejor acomodados: comerciantes
importadores, abogados y otros profesionales notables por sus servicios a la sociedad
oligárquica, dueños de fincas y de extensos huertos próximos, como los de Mosojllacta y
Muyurina. Esta era precisamente la zona con mayor dinámica de ocupación y
densificación.
¿Cómo vivían estos habitantes urbanos?. La elevada densidad promedio no concordaba
necesariamente con una impresión de áreas densamente edificadas. Un examen de los
datos censales citados permite establecer un panorama diferente. En realidad, el promedio
de viviendas por manzana revelaba la existencia de un escaso grado de consolidación y
consumo efectivo de las mismas por edificaciones, por el contrario, se pudo comprobar que
dentro del perímetro urbano existían muchos predios baldíos - huertos, quintas o simples
51

terrenos no consumidos por funciones urbanas. En propiedad se puede afirmar que existía
una producción "agrícola urbana"-. Es decir, que resulta simplista la visión de una masa
edificada densa en la zona central y gradualmente dispersa hacia la periferia. En realidad,
en 1880, solo algo más del 39% de las 142 manzanas estaba ocupado por un promedio de
15 casas, las que comprendían algo más del 50% del total de las 1.663 viviendas
registradas en dicho censo, en tanto, solo un 10% de manzanas contenía un promedio
mayor, es decir de algo más de 24 viviendas por manzana. Esta situación no variaba
sustancialmente en 1886. Se puede deducir, que el proceso de consolidación del tejido
físico urbano hacia fines del siglo XIX era lento y débil, al punto que en 1880 solo estaban
consolidadas con el promedio de edificación citado, 56 del total de 142 manzanas,
mientras que este índice apenas se elevaba a 61 manzanas en 1886. En suma, el universo
rural estaba fuertemente presente dentro del perímetro considerado urbano, y en realidad lo
predominante era un tejido urbano salpicado de áreas baldías y edificaciones de una planta.
El panorama trazado nos sugiere la presencia de dos formas distintas de "pensar la
ciudad". Los estratos medios y bajos: pequeños comerciantes detallistas, artesanos diversos
(zapateros, tejedores, hilanderas, chicheras, etc.), incluso comerciantes mayoristas e
industriales, tendían a concebir lo urbano como una aglomeración, como el escenario ferial
y de dinámica comercial que requería de una concentración de consumidores para
garantizar su condición de plaza comercial atractiva. Sin embargo, este no era
necesariamente el punto de vista de los "propietarios" hacendados quienes hacían gravitar
su condición de clase hegemónica y practicaban un estilo de vida que juzgaban como el
único socialmente digno para su "estatus", se basaba en el señorío feudal sobre la fuerza de
trabajo, hecho que no solamente se proyectaba en el espacio de la producción, sino en su
vida cotidiana de ciudadano urbano, donde también reproducía en pequeño, la casa de
hacienda, bajo la modalidad de "casa-quinta" rodeada de extensos huertos (una suerte de
latifundios urbano), a pocas cuadras de la plaza principal. Aquí se origina la ausencia de
orden y lógica en la distribución espacial de la población y la masa edificada. En fin, esta
aparente inmovilidad, este ritmo lento y contradictorio de evolución urbana, escondía una
dinámica interna compleja, no solo articulada a rígidas razones socio económicas, sino a
visiones de lo urbano, lo regional y el marco ambiental, contrapuestas, donde las distintas
formas de pensar la ciudad expresaban profundas diferencias ideológicas, pues en tanto las
clases sociales comprometidas más directamente con el desarrollo de una economía
52

capitalista propugnaba por un espacio material propicio a esta finalidad, los terratenientes
vallunos desde la guerra del Pacífico hacían lo indecible para retardar el reloj de la historia
y el progreso y hacer perenne un conglomerado urbano que estuviera más próximo al
recuerdo y a la vigencia de los valores de la Villa de Oropesa que a las audacias urbanas
que se practicaban en otras ciudades, donde no se respetaba la tradición.
Lo anterior inclina a pensar que la vivienda republicana, si bien siguió manteniendo las
pautas de diseño del modelo colonial, desarrolló una fuerte tendencia a la tugurización.,
seguida de ciertos requintes y esmeros en la apariencia externa de las fraccionadas casonas.
Esta preocupación por adecuar la apariencia de la casona colonial a los gustos neoclásicos
de la época, considerados "modernos" o "elegantes", no se tradujo en un cuidado similar
para crear condiciones más adecuadas en la capacidad de alojamiento de la vivienda,
adaptándola a los requerimientos de dar alojamiento independiente a más de una familia.
La tendencia resultante fue el hacinamiento y la formación de los famosos "conventillos".
Veamos algunos datos que se desprenden de los resultados de los censos citados: En 1880,
fueron registradas dentro del perímetro urbano, como se mencionó con anterioridad, 1.663
casas, de las cuales, 1.128(67,8%) estaban habitadas por menos de 10 personas,
involucrando a 5.580 habitantes (el 38 % de la población total). La mayoría de estas
viviendas se ubicaban en zonas de periferia o intermedias alejadas de la zona central,
tenían un carácter disperso y compartían el espacio urbano con zonas de uso agrícola. El
resto de las edificaciones, es decir, 535 viviendas albergaban al 62 % de la población
restante, con un promedio de 17 personas por vivienda, naturalmente este índice era
ampliamente superior en muchos casos puntuales. Descontando los alojamientos colectivos
(el Monasterio de Santa Clara, el Mercado Público donde se alojaban precariamente 47
personas y el Hospital), se destacaban situaciones de hacinamiento importantes, es decir
casonas que se habían convertido en conventillos. Concretamente, en 37 casonas de la zona
central y alguna en el Prado, vivían 1.295 personas (casi el 9% de la población total), con
un promedio de 35 personas por vivienda, registrándose algunas situaciones extremas. En
1886, esta tendencia se hizo más marcada, pero siempre afectando a la zona central que
sufría ya desde ese tiempo una significativa presión demográfica, en oposición al resto
urbano que presentaba promedios de ocupación bajos y vivienda dispersa. Así, 1.054
viviendas (el 59 % del total) estaban ocupadas por menos de 10 personas, involucrando
esta calidad de alojamiento a 5.703 habitantes (el 29,2 % del total de población). Sin
53

embargo, el restante 70,8 % de la población urbana residía en 733 viviendas, con un


promedio de ocupación de 18,8 personas por vivienda. En la misma forma que en 1880, en
75 casas residían 2.831 personas, registrándose un promedio de 37,7 ocupantes por casa.
Naturalmente, igual que en el censo anterior, se registraban casos muy superiores a este
promedio, superándose incluso los niveles máximos alcanzados en 1880. En resumen,
entre 1880 y 1886 se agudizó sensiblemente esta tendencia.
La estructura urbana resultante (Ver plano Nº 2) muestra que formalmente la ciudad a lo
largo del siglo XIX, había mantenido y reforzado el modelo colonial concéntrico, pero se
habían debilitado los anillos intermedios, sufriendo inserciones y deformaciones que
dieron por resultado una zonificación socio espacial diferenciada, presente incluso ya en el
siglo XVIII, entre las zonas Norte y Sur de la ciudad, que al igual que el centro,
presentaban patrones de uso del suelo diferenciados16.
Retornando nuestra atención hacia la amplia periferia rural que rodeaba a la ciudad, hacia
1900, se podían encontrar tres unidades básicas de producción agrícola: las haciendas, los
sitios y las estancias, las dos primeras en los valles y la última en las alturas y mesetas. Las
haciendas eran las unidades de producción mayores, situadas generalmente en los valles y
cabeceras de valle, eran trabajadas por colonos indígenas e incluso mestizos sometidos a
distintos tipos de servidumbre, en ellas se cultivaba cereales, tubérculos, legumbres y
frutas, algunas producían carne y en menor grado productos lácteos, sus propietarios eran
criollos ricos, muchos activos miembros de la elite local, vinculados al comercio y a la
banca. Las estancias estaban ubicadas en las cercanías de los antiguos pueblos reales, eran
desde su origen, casi todas, propiedad de criollos pueblerinos y comprendían en lo
esencial, zonas de pastoreo en las tierras altas, prestando servicios al ganado de las
haciendas. Los sitios eran unidades menos formales, en general referidas a una parcela
ocupada por colonos, arrenderos y pequeños agricultores. En el Cercado, se encuentran al
lado de estas unidades, los huertos y las fincas, es decir, parcelas más intensivamente
explotadas, dotadas con riego casi permanente y por tanto, con una producción más variada
y, donde muchas veces se edificaban casonas señoriales o “casas-quinta” y sitios de recreo
como balnearios.

16
Dentro de la estructura urbana resultante se podían distinguir las siguientes zonas: Una zona central que
mantenía los patrones de uso del suelo de la ciudad colonial. Una zona residencial intermedia de clases altas
y medias, una zona de actividades artesanales y de comercio popular y finalmente una extensa periferia
constituida por la campiña rural circundante salpicada de caseríos campesinos. Para una descripción más
detallada de esta realidad urbana ver: Solares, obra citada.
54

Muchas de estas propiedades se ubicaban en los límites del Cercado, donde se


concentraban las tierras de maíz con riego permanente, denominadas “maicas”, es decir,
terrenos bordeados por canales de riego, con un suelo de tipo aluvial muy fértil, al punto
que permitía una intensiva explotación cerealera, con dos y hasta tres cosechas anuales.
Estas, eran las tierras más codiciadas y rodeaban a la ciudad tanto por el Noreste como por
el Sureste, extendiéndose a lo largo del camino viejo a Quillacollo. Dichas tierras, además
se favorecían con los desbordes del río Rocha y sus afluentes, los torrentes que descendían
de la cordillera, hecho que permitía organizar un intrincado sistema de irrigación que
incluía “turnos” o “mitas de agua” para favorecer a las haciendas más alejadas. Todos estos
factores favorables, hacían que las haciendas en el Cercado se encontraran entre las mejor
valoradas en todo el Departamento, a desmedro de su relativamente escasa extensión, si se
comparan con las grandes haciendas del Valle Alto. Veamos cual era la situación de estas
tierras en la Provincia Cercado a fines del siglo XIX (Ver Cuadro 1):
Cuadro nº 1
NOMINA PARCIAL DE PROPIEDADES EN EL CERCADO A FINES DEL SIGLO
XIX
Cantón Santa Ana de Cala Cala

Haciendas Comarcas con fincas y Comarcas con pequeñas Huertos y casas-quinta


estancias propiedades o sitios
Canta Alba Rancho Alba Rancho Glorieta
Cara Cara Leoqueri Cala Cala La Granja
Condebamba Miraflores Pacolla La Isla
Inca-Huara Taquiña Pardo Rancho Cala Cala
Mayorazgo Tupuraya Portales Chorrillos
Sarcobamba Queru Queru Portales
Tirani Tupuraya Queru Queru
Chorrillos Recoleta
Rosal
Taquiña

Cantón San Joaquín de Itocta


Bella Vista Amachichuma Lazo rancho
Calahumani Asirumarca Soliz Rancho
Capellanía Chimba Muyurina
Catari Rancho Esquilán Jaihuayco
S.José de la Banda Higuerani Lacma
Niño Huañusca Ichurata
Pucara Lacma
Santa vera Cruz Maica
Sivingani Quenamari
Sunchu Pampa Tamborada
Tejería
Tamborada
Uspa Uspa
Fuente: Federico Blanco (1901), elaborado por Solares, 1990.
55

Un primer aspecto que se puede verifica, es que las pequeñas propiedades, huertos y casas-
quinta se concentraban en la campiña de Santa Ana de Cala Cala, sin embargo, las
haciendas, fincas y estancias se ubicaban con preferencia en el cantón de San Joaquín de
Itocta. En general, los huertos y fincas se desplegaban hacia el Norte de la ciudad, pero
también hacia el Este y el Oeste, formando una especie de “herradura” que contenía las
tierras de mayor fertilidad y productividad y, donde se destacaban comarcas muy
celebradas por su belleza natural como: Cala Cala, Portales, Queru Queru, El Rosal,
Chorrillos, La Glorieta, Tupuraya y Muyurina. En estos hermosos parajes se construyeron
muchas casa-quintas y se establecieron famosos balnearios, que se constituían en el único
centro de recreación de las familias influyentes de la localidad. Las haciendas, fincas y
huertas que rodeaban la ciudad, sin duda eran los principales proveedores de cereales,
frutas, legumbres y otros productos agrícolas para la mesa de los consumidores urbanos. El
grueso de la producción de ambos cantones era del maíz destinado a la elaboración de
chicha, pero en las zonas más secas y no favorecidas por el riego, predominaba la
producción de trigo y cebada. Las fincas y huertos orientaban su producción hacia las
hortalizas y las frutas de temporada que vendían en el mercado local. El fraccionamiento
de tierras en el Cercado, hacia 1900, estaba muy acentuado, tal como sugiere el siguiente
cuadro:
Cuadro nº 2
TAMAÑO DE LAS PROPIEDADES EN EL CERCADO Y QUILLACOLLO A
INICIOS DEL SIGLO XX
Provincia Cercado

Propiedades Extensión
Hectáreas
Nº % Hectáreas %
Menos de 1 2.444 69,00 2.000 14,1
1 a 49 1.066 30,00 4.656 32,0
50 a 99 18 0,4 2.652 18,7
100 a 999 19 0,6 4.880 34,4

Total 3.547 100 14.188 100


Provincia Quillacollo

Menor de 1 6.162 77,3 5.000 19,1


1 a 49 1.735 21,8 7.183 27,5
50 a 99 41 0,5 2.851 10,9
100 a 999 24 0,3 6.195 23,7
1000 a 9999 4 0,1 4.920 18,8
Total 7.966 100 26.149 100
Fuente: Ribera (1992).
56

La observación del cuadro anterior permite verificar en términos cuantitativos, una realidad
sobre la que ya se dieron pautas cualitativas. En efecto, tanto en el Cercado como en
Quillacollo, que cubrían gran parte del Valle Central, la pequeña propiedad o piquería era
la dominante. En el primer caso, las pequeñas parcelas menores a una hectárea,
comprendían el 69 % del total de propiedades y en el segundo, el 77,3 %, que en conjunto
representaban 8.602 propiedades, pero cuya extensión total no alcanzaba al 20 % de la
totalidad de las tierras registradas. El siguiente rango de propiedades (de 1 a 49 has.)
aparece en un segundo lugar con relación a su frecuencia, sin embargo, lo más sugestivo
es que se trata de propiedades cuyo promedio en realidad no pasa de 4,37 hectáreas en el
caso del Cercado y de 4,14 hectáreas en el caso de Quillacollo. Es decir, que una gran
mayoría de estas propiedades no eran otra cosa que huertos o pequeñas fincas. Lo que
podría calificarse como “propiedad mediana” (50 a 99 has.) representa menos del 1 %, sin
embargo, concentra el 18,7 de la tierra en el Cercado y el 10,9 en Quillacollo. Finalmente,
en el Cercado estaban registradas 19 haciendas que acaparaban el 34,4 % de las tierras
disponibles, con un promedio de 256,8 hectáreas y, en Quillacollo, 28 haciendas que
monopolizaban el 42,5 % de las tierras disponibles, con un promedio de 258 hectáreas para
las primeras 24 y de 1.230 hectáreas para los cuatro grandes latifundios restantes. Este
proceso de parcelación de las propiedades se fue intensificando conforme avanza el siglo
XX, afectando al conjunto del Valle de Cochabamba (Ver el siguiente cuadro).

Cuadro nº 3
VALLE BAJO, ALTO Y SACABA: NÚMERO DE PROPIEDADES CATASTRADAS
(1882-1927)
Cantones 1882 1894-1907 1908-1916 1924-1927
Pazo 99 1.638 1.775 2.506
Colcapirhua 126 1.517 2.053 2.565
Sipe Sipe 304 908 1.754 3.395
Tiquipaya 144 1.053 1.315 1.924
Quillacollo 900 2.077 3.480 4.733
Sacaba 1.967 2.069 4.598 s.d.
Fuente: Rodríguez y Solares , 1990.

Los datos estadísticos son reveladores de dos situaciones contrapuestas que hace que la
división de tierras sea un proceso en continuo ascenso. Por una parte, el fuerte deterioro de
la economía hacendal que obliga a los terratenientes a retacear sus latifundios y, por otra,
57

la capacidad de acumulación de los estratos inferiores de la sociedad rural y pueblerina,


que les permite acceder al mercado de tierras. En suma, la pequeña propiedad de
productores campesinos (arrenderos, pegujaleros y huertistas) domina el escenario valluno.
La cuestión es saber en base a que perspectiva se dinamiza esta economía y de donde salen
los recursos para comprar las tierras o arredendarlas, si se tiene en cuenta que se trata de un
bien de alta cotización.
Esta última cuestión, nos permite ingresar en lo que podríamos considerar el meollo de
todo este proceso. Como es sabido, el consumo de chicha en Cochabamba era una realidad
ampliamente extendida desde la época colonial. La demanda de chicha había logrado
estructurar una densa red de productores del licor, cuya dinámica tenía la virtud de activar
el conjunto de la economía local y dar una salida viable a la pequeña producción
campesina que se especializó en el cultivo del maíz y en la fabricación de chicha. Esta
economía, en el siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX logró afianzar un potente mercado
interno regional cuyo eje de producción y consumo era la propia ciudad de Cochabamba,
las capitales provinciales y las ferias campesinas17
Desde 1879 y quizás antes, el Municipio se interesó por empadronar a los locales de
producción y expendio de chicha, comenzando a aplicar un gravamen o patente anual a
partir de 1880, introduciendo además el criterio de clasificar las chicherías por categorías,

17
D’Orbigny, Viedma y otros cronistas se ocuparon de satanizar la chicha, presentándola como una bebida
espirituosa perjudicial a la salud, capaz de opacar la razón de todo aquél que la consumía. Este tipo de
apreciación recoge mas prejuicios que verdades, pues, la chicha como cualquier otra bebida fermentada tiene
diversos grados alcohólicos y, solo una fracción del volumen y, libado en cantidades significativas podría
tener los efectos que sus detractores le asignaban. En realidad, este consumo se vinculaba con los valores
socioculturales del conjunto de la sociedad regional, cuyos participantes, ya sea que se encontraran entre las
elites de la cúspide de la pirámide social o en los niveles medios y subalternos de la misma, con unanimidad
democrática se adherían al gusto por esta bebida tradicional. De acuerdo a lo sugerido por un interesante
artículo de Mario Vázquez(1967), la chicha cumplía funciones primarias, sociales, económicas, medicinales e
incluso mágico religiosas. Las funciones primarias hacen referencia a que se la empleaba cotidianamente
para saciar la sed, se la consumía como un refresco a la hora de las comidas, durante el descanso en un viaje
o el reposo de las duras faenas agrícolas. A la hora de servirse los alimentos la chicha desempeñaba la misma
función que la taza de té, café, mate o leche y se la consideraba un “asentativo” eficaz. Muchos consideraban
la chicha como un alimento y un restituyente de las energías consumidas durante las largas jornadas de
trabajo agrícola o artesanal. En las comunidades campesinas y aun en los centros urbanos, la chicha cumplía
importantes funciones sociales, puesto que no solo tiene un valor simbólico sino es un elemento esencial en
las ceremonias y festividades, funcionando en este orden como un “artefacto cultural” que cohesiona a la
sociedad. En lo económico, no es necesario abundar en su importancia, bastará decir que en el caso de
Cochabamba, a través del sistema de impuestos estatales y municipales, generó los recursos fundamentales
que transformaron la aldea en ciudad a lo largo de la primera mitad del siglo XX. . La medicina nativa
atribuye a la chicha funciones curativas para tratar afecciones pulmonares y en forma de infusión resulta
eficaz para aliviar un resfrío. En fin, sus funciones mágico religiosas se remonta a la época prehispánica: la
chicha en este sentido es un medio de ofrenda a la “Pachamama” y otras divinidades tutelares del mundo
quechua. Todas estas funciones permiten explicar la solidez del mercado de la chicha e incluso sugerir que su
consumo tenía un fuerte sentido de identidad cultural y regional.
58

según su mayor o menor proximidad a la Plaza 14 de Septiembre. En 1889 se desarrolló


una intensa campaña para desalojar las chicherías de dicha plaza y zonas aledañas,
introduciendo el principio de prohibición para este tipo de negocio, a partir de cierto
número de cuadras respecto a dicha plaza (primero 4 cuadras, luego 7, más tarde 10, etc.),
hasta relegarlas a los barrios periféricos y a la populosa zona Sud. El Cuadro 4 nos
proporciona una idea del número de chicherías que existían en la ciudad y su fluctuación a
lo largo de varias décadas:
Cuadro nº 4

DISTRIBUCIÓN DE CHICHERÍAS EN LA CIUDAD DE


COCHABAMBA, POR CATEGORÍAS (1900-1949)
Años 1ª 2ª Clase 3ª Clase 4ª Clase 5ª Clase Cercado Total
Clase
1900 3 6 45 134 454 - 642
1905 2 4 30 103 385 - 522
1907 77 63 44 30 140 - 354
1909 84 84 53 46 222 - 489
1917 89 86 85 61 92 870 1.283
1919 81 85 87 42 84 865 1.244
1923 71 53 34 34 66 449 707
1926 84 66 37 26 78 140 431
1928 137 104 67 47 52 195 602
1949 - - - - - - 854
Fuente: SOLARES, 1990.

Los datos sobre las categorías en que se clasifican las chicherías muestran fluctuaciones
que no parecen lógicas, ello se debe a la forma no homogénea de clasificar las mismas de
año en año, en la medida en que los límites que definían las mencionadas categorías eran
móviles, es decir, que un año, unas decenas o menos de establecimientos podían ser
clasificados como de “primera clase” y el simple hecho, de que el siguiente año se
desplazaba el límite, incrementaba el número a varias decenas. Lo importante de estas
fluctuaciones es que las mismas revelan la manera como las chicherías son desplazadas
hacia la periferia de la ciudad, por el simple expediente de castigar la proximidad al centro
de la ciudad con patentes elevadas y premiar la ubicación periférica con pagos
considerablemente menores. El número de chicherías también es fluctuante y solo es
parcialmente revelador del volumen del mercado urbano de chicha, pues el porcentaje de
evasión al empadronamiento municipal era elevado. Eso lo demuestra el intento municipal
de empadronar las chicherías de la ciudad y el Cercado en 1917, cuando el número de
establecimientos se aproxima a una suma más representativa de la realidad, para luego
59

bajar paulatinamente en la medida en que las chicheras, en el Cercado, evadían con mayor
facilidad a la acción del empadronamiento para pagar los patentes y otros gravámenes. En
todo caso, el volumen de chicherías superaba al volumen del comercio legalmente
establecido y, sin duda, el promedio real de chicherías en la ciudad no descendía del millar
de establecimientos. El Cuadro 5, si bien se toma la licencia de ubicarnos un poco más allá
del límite temporal de nuestro análisis, en cambio, con ello nos proporciona una idea más
precisa de la dimensión del mercado de la chicha:

Cuadro nº 5
PRODUCCIÓN DE MUKO Y CHICHA EN EL DEPARTAMENTO, EN LA
CIUDAD Y EL CERCADO (1919-1928)
Producción de muko en qq Producción de chicha en botellas
españoles (1) (2)
Años
Ciudad y Resto del Ciudad y Resto del
Cercado Departamento Cercado Departamento
1919 29.524 110.845 2.952.400 11.984.500
1921 22.269 115.948 2.226.900 11.594.800
1922 27.564 156.209 2.755.400 15.620.900
1923 22.174 125.529 2.217.400 12.529.200
1924 26.809 153.382 2.609.000 15.538.200
1925 26.812 157.246 2.681.200 15.724.600
1926 22.985 133.083 2.298.500 13.308.300
1927 21.000 95.468 2.100.000 9.546.800
1928 25.500 83.684 2.550.000 8.368.400
(1) Cálculo de producción de muko en base al monto del impuesto licitado, tomando como base el quintal
español de muko de 0,46 Bs/qq.
(2) Cálculo de producción de chicha en base al término medio de rendimiento de un quintal de muko,
equivalente a 100 botellas, adoptado por el Tesoro Departamental de Cochabamba.
Fuente: Reelaborado en base a Solares, 1990.

Se pueden comprobar, una vez más, fluctuaciones sensibles (alzas y caídas en la


producción de muko y chicha), tanto en el Cercado como en el resto del Departamento,
este comportamiento se debía principalmente a la sensibilidad de los productores con
relación a las políticas impositivas al muko y a la botella de chicha, así en 1921, se produce
una primera caída como reacción a la duplicación del impuesto al muko. La producción
tiende a volver a la normalidad en 1922, pero la producción vuelve a decaer en 1923 como
efecto de la caída de la demanda del maíz hacendal en la fabricación de alcoholes y el
inicio de una nueva crisis regional que afecta al mercado consumidor. En 1924, se produce
60

un nuevo reajuste al impuesto a la chicha y el muko, sin embargo se eleva la producción al


mejorar la demanda del licor, manteniéndose esta tendencia hasta 1927, pese al
agravamiento de la crisis hacendal. En dicho año (1927) se produce una sensible merma en
la producción por la imposición del impuesto único al muko y el incremento del impuesto
a la botella de chicha que colocan a la producción sobre todo departamental en sus niveles
más bajos18.
Sin embargo, se puede establecer que las cantidades de muko y chicha, pese a la severa
crisis del maíz de exportación con destino a las destilerías de alcohol del altiplano, un
negocio netamente hacendal y que afectaba al comercio y a la banca, no se traduce en las
contracciones violentas que experimentan los otros sectores de la economía regional,
ubicándose el promedio de producción de chicha en la ciudad y el Cercado en casi 2,48
millones de botellas para el conjunto del periodo estudiado. De ello se puede inferir que
este mercado y en general, la economía de la chicha, no es afectada por la crisis regional de
los años 20, pero deben soportar sus efectos al convertirse esta economía en una suerte de
“cantera” a la que debe recurrir el Estado y el Municipio para recuperar sus mermados
ingresos e incluso financiar importantes obras publicas a lo largo de esta década y las
siguientes, sin cargar estas obligaciones al Tesoro Nacional 19. En suma el costo de los
afanes modernistas de la oligarquía valluna, que ella misma no podía sufragar, paso a
reposar sobre la tradicional chicha, irónicamente el símbolo opuesto a esta aspiración de
transformar la aldea en ciudad moderna.
De todo lo anterior, se pueden realizar algunas precisiones finales a manera de síntesis:
Por una parte, la economía regional, particularmente del Valle Central exhibía dos
alternativas marcadamente diferenciadas: la estrategia de las haciendas, vinculadas al
comercio y a la banca, que tenía un sentido predominantemente especulativo y donde la
misma, como unidad productiva, tenía un papel relativamente marginal. La mayor parte de
las haciendas presentaban cuadros de subproducción y su concurrencia a los mercados de
exportación era errática y muchas veces concluía en crisis de agotamiento de mercado.
Dichas haciendas tenían más un valor hipotecario para emprender diferentes negocios,

18
En los años posteriores, la producción de muko y chicha, tanto en el Cercado como en el resto del
Departamento, siempre con altibajos, continua con una tendencia ascendente. De esta manera, esta
producción en la ciudad y el Cercado alcanzan en 1934 a 3.350.000 botellas, en 1935 a 4.250.000 y en 1936 a
4.808.000. En 1947, la producción de chicha en el Departamento se aproximaba a los 30 millones de litros y
en el Cercado sobrepasaba los 6 millones. (Solares obra citada).
19
Un mayor nivel de detalle sobre este particular se puede encontrar en Rodriguez y Solares (1990) y en
Solares (1990).
61

incluso construir casonas en la ciudad. La práctica agrícola tenía un fuerte sentido de


oportunidad y no intentó en ningún momento disputar seriamente espacios a la pequeña
producción campesina, salvo en situaciones adversas para esta economía, como eran las
periódicas sequías. El cálculo de la economía hacendal se basaba en una lógica simple y
dependía del comportamiento anual del régimen de lluvias: los “años secos” eran propicios
para la concurrencia de la producción hacendal de granos a las ferias y a los centros de
consumo local regional y extra regional, por que estaba en condiciones de imponer precios
de oportunidad o escasez, siempre superiores a los precios de la pequeña producción
campesina. En cambio en los “años lluviosos” en que los precios del mercado de granos
descendía, los hacendados guardaban sus cosechas a la espera de una nueva oportunidad
(la siguiente sequía) para lanzarlas al mercado.
Por otra parte, la estrategia de las clases populares era más variada y versátil. El objetivo
del pequeño agricultor fue sin duda acumular moneda para adquirir tierra en propiedad
aprovechando las oportunidades que le brindaban las frecuentes crisis hacendales. Para ello
desarrolló una economía fuertemente mercantilizada, es decir, dirigida al mercado local,
regional y plazas comerciales más distantes. Su opción principal hacia 1900 era la
economía del maíz y la industria de sus derivados, principalmente la chicha. Esta economía
permitió enlazar estrechamente la producción de maíz que producían pegujales y pequeñas
propiedades a lo largo y ancho del Valle Central y valles vecinos con la empresaria
fabricante y expendedora del licor, es decir la chichera, un personaje respetable y central
en la organización y viabilidad de toda esta dinámica económica. La elaboración de chicha
en gran escala movilizaba a su vez la economía de abastecedores de leña, proveedores de
cántaros y botellas, proveedores de diversos insumos para preparar los ajíes y los platillos
con que se solía acompañar el áureo licor, además movilizaba el comercio de la arriería
para la exportación del licor o el muko a las minas, el altiplano y otras regiones. En suma,
sus efectos eran multiplicadores, abarcaban prácticamente al conjunto de la economía
campesina e incluso se extendían, indirectamente al campo de la construcción, al hacer
factible, a través de la recaudación de saneados impuestos, la ejecución de importantes
obras públicas.
En fin, fue esta economía popular la que consiguió, desde la época colonial y a lo largo del
siglo XIX, estructurar un potente sistema ferial apoyado en florecientes ferias campesinas
y de artesanos, cuyo referente principal se encontraba en la Feria de San Antonio de
62

Cochabamba, con ampliaciones hacia las no menos famosas ferias de Cliza, Quillacollo,
Arani y en menor medida Punata y Tiraque, que movilizaban al conjunto de la economía
valluna. El eje de estas ferias era el comercio de harinas de maíz y trigo, naturalmente el
comercio de muko y chicha y la oferta de infinidad de productos artesanales, así como
productos de otras regiones. Esta dinámica permitió a partir de 1912 establecer una primera
red ferrocarrilera uniendo las distintas plazas comerciales del Valle Bajo y Central con el
Valle Alto, consolidando así un potente mercado interno regional, que movilizaba en
materia de pasajeros y carga, a través del “Ferrocarril del Valle”, un volumen mayor a
todo lo que generaba la red ferrocarrilera nacional.

Sociedad regional y cuestión ambiental


El derrumbe del Estado colonial, como es sabido, no significó necesariamente la extinción
de la economía que regía dicho régimen. El flamante régimen político republicano
simplemente se acomodó a la antigua estructura territorial de haciendas, centros mineros y
ciudades señoriales preexistente en la Real Audiencia de Charcas. Al desaparecer los
mecanismos de dominación del viejo Estado, dichos componentes de la estructura espacial
colonial, se constituyeron, sin mayores innovaciones, en los nuevos centros del poder, esta
vez republicano. Por esta razón, no es exagerado admitir que la República nace
promoviendo el florecimiento de la vida colonial, donde, especialmente haciendas y
ciudades señoriales (ahora criollas), pasaron a ser el eje de un sistema de dominación, tal
vez más férreo que el impuesto por el régimen de los intendentes borbones en el último
periodo colonial. La naturaleza del Estado republicano no podía ser diferente a la
naturaleza conservadora y ansiosa de ejercitar sus atributos de mando, que ostentaban las
elites regionales, por ello sus valores éticos, sus aspiraciones culturales y su manifiesto
deseo de lustre y respeto, no tenían otra fuente de inspiración que el recuerdo del
despliegue de los oropeles de la aristocracia hispana.
En el contexto del proceso de desintegración del mundo colonial y de los antiguos vínculos
que habían permitido a Cochabamba encerrada en los Andes centrales, desarrollar
relaciones con un extenso ámbito geográfico, que incluso en determinados momentos
alcanzó el Río de La Plata y las costas del Pacífico, apostando a la alternativa de un rápido
desarrollo industrial, la nueva geografía trazada por las repúblicas independientes significó
el retorno a un enclaustramiento más pronunciado, propicio para cultivar la añoranza por el
63

pasado cada vez más idealizado y una actitud conservadora y desconfiada con respecto a
cualquier manifestación de cambio. ¿Cuáles eran las expectativas de las elites criollas para
acumular la riqueza que debe ostentar toda oligarquía que se respete y desee hacerse
respetar? La respuesta no era obviamente reproducir los grandes emprendimientos de la
burguesía porteña que por esa época desarrollaba una gran operación de genocidio étnico,
imitando a su similar chilena, para “conquistar” la pampa en nombre de la civilización,
pero en realidad para favorecer las urgentes demandas de materias primas y alimentos que
realizaba el imperialismo inglés. El encierro cochabambino y, en general, del conjunto de
territorios de la antigua Audiencia de Charca, hoy Bolivia, no permitían miradas al
porvenir de alto vuelo, sino apenas vistazos cortos y cargados de pragmatismo. Pronto
quedó claro, bajo estas condiciones, que la tierra era la única fuente de poder y prestigio y
que lo que diferenciaba a unas clases sociales de otras, no era su posición dentro del
aparato productivo, sino la capacidad y la calidad del acceso a la tierra. Bajo el imperio de
esta ideología, la posesión de la tierra no tenía un sentido exclusivamente económico, sino
también se vinculaba al prestigio y al disfrute del poder, es decir, a valores ideológicos y
políticos.
Naturalmente la hacienda o latifundio, no solo fue una institución respetable a lo largo del
siglo XIX y primera mitad del XX, sino que su persistencia significó la plena vigencia de
la tradición de dominio señorial y selectivo sobre la tierra y la persistente vigencia de la
ideología de la “encomienda” sobre el mundo andino, es decir, el dominio paternalista
sobre la mano de obra adscrita a dicha tierra en condiciones de servidumbre. La hacienda
de colonato, en opinión de Antonio García (1972), expresaba el monopolio sobre la
tenencia de la tierra, pero además era el centro de un amplio espectro de dominación y
vasallaje. Es decir, el latifundio era mucho más que una forma de concentración de
propiedad sobre la tierra y de recaudación de renta fundiaria obtenida por la mano de obra
servil de los colonos y otros estratos subalternos. Se trataba de una verdadera
“constelación social de poder”, contenedora de un sistema de vida capaz de seguir sus
propias normas de crecimiento
La base de este dominio selectivo sobre la tierra hacia referencia al acaparamiento de las
tierras más fértiles, de aquéllas que gozaban de riego, del acceso irrestricto a los cursos de
agua, a los bosques maderables, a los mejores pastizales, a los mejores caminos, etc. El
gamonal, no sólo era el dueño indiscutible de la tierra, sino además el amo o “tata patrón”
64

de los subalternos, el dispensador de favores, el castigador de faltas, el censor de la


comunidad, el caudillo político, el compadre de multitud de ahijados que vivían apegados a
su sombra, en fin el eje de la vida social de los cortesanos que lo rodeaban, el consejero
espiritual, el censor moral y el escudriñador de sus sentimientos más íntimos.
Una segunda constelación de poder emanaba de la ciudad tradicional, cuyo transcurrir no
solo se afianzaba en su calidad de plaza comercial y en el vigor de su burocracia
administrativa, sino con el ejercicio de una inflexible hegemonía sobre una vasta periferia
rural de pegujaleros y pequeños productores campesinos condenados a soportar los
términos de un persistente intercambio desigual entre campo y ciudad, práctica que todavía
tiene plena vigencia en nuestros días. La ciudad capital y en menor medida, el pueblo de
provincia, eran centros de apoyo en el orden jurídico, administrativo, de servicios, recursos
financieros y protección militar a las haciendas. La corte del hacendado no solo estaba
constituida por administradores de finca, peones y pequeños agricultores deseosos de
recibir su manto protector, sino por una nube de tinterillos, comerciantes, banqueros,
políticos y no pocos sacerdotes, deseosos de medrar a la sombra de su prestigio y del lustre
que emanaba de su apellido. Todo terrateniente respetable, tenía casa en Cochabamba
edificada por sus peones, tenía además una casa quinta para veranear, era miembro del
Club Social, gustaba pasear a caballo por la Alameda, pero también lucir los últimos
carruajes traídos directamente de París y tirados por portentosos corceles. Además era
socio de alguna casa exportadora, captaba rentas por concepto de alquiler de uno o más
conventillos, era deudor perenne de los principales bancos, recibía con placer los honores
de la Iglesia agradecida por sus periódicas donaciones, con frecuencia se convertía en
prestamista usurero y en deudor habilidoso para no honrar sus compromisos.
Para otros actores sociales, como el pequeño productor campesino o pegujalero, la tierra
era una vez más un bien esencial, pero desde una óptica totalmente diferente. Si para el
latifundista, poseer la tierra era la fuente de su poder, para el pegujalero la tierra era vida,
es decir, un recurso vital de sobrevivencia, pero además una posesión que le aseguraba
independencia relativa, afirmación social y cultural y acceso al mercado. Para los mestizos
vallunos la tenencia de la tierra era el equivalente a la ciudadanía. Sin esta condición básica
hubiera sido impensable el desarrollo de la alternativa que brindó la economía del maíz y
la chicha, la constitución del sistema ferial y la emergencia de un potente mercado interno
regional. Esta fue la condición que posibilitó que los pegujaleros, los artesanos y las
65

chicheras tomaran en sus manos la tarea de hacer marchar la economía regional y de


constituirse en los verdaderos productores de riqueza. A su vez, todo ello permitió
paulatinamente el debilitamiento de la sociedad oligárquica y sentó las bases de la moderna
sociedad cochabambina.
En suma, la formación social de señores de la tierra y mestizos vallunos giró en torno a la
cuestión del acceso y la tenencia de la tierra, en torno a este asunto nodal se estructuro un
pacto social tácito: los hacendados dejaron en manos de los antiguos yanaconas y sus
herederos la dura tarea de producir la tierra, organizar los mercados de consumo y proveer
de metálico a los primeros, quienes abandonando las tareas productivas se convirtieron en
rentistas. Gradualmente, se estructuró un mercado de tierras al que, los vallunos, tuvieron
acceso sin mayor restricción, logrando satisfacer en cierta medida, los apetitos
especulativos de los terratenientes, que con periódica frecuencia retaceaban el perímetro de
sus haciendas para venderlas por fracciones a la gente pueblerina, de ese modo se
fortaleció la parcela campesina, al punto que hacia 1900, unas 8.000 propiedades en el
Valle Central y Bajo no pasaban de una hectárea y otras 2.800, tenían por término medio
menos de 10 hectáreas20.
¿Cuáles fueron los efectos de estos hechos sobre el medio ambiente? El panorama poco
alentador que ofrecía Augusto de Ugarte hacia 188221, en realidad no era algo excepcional
y, ni siquiera marcaba un proceso inicial de deterioro del medio ambiente y de los recursos
naturales en el Valle de Cochabamba. Es indudable que las primeras alteraciones de la
ecología valluna se remontan a tiempos muy anteriores a la presencia del Estado Inca en
Cochabamba y se proyectan a edades prehistóricas. Sin embargo, un primer hito en estas
intervenciones, fue la incorporación de estos valles al imperio Inca, a mediados del siglo
XV y la introducción de una agricultura de explotación intensiva de cereales que desplazó
las practicas de los mitimaes que incursionaron en los valles desde épocas muy remotas
organizando colonias de agricultores que trasladaban los productos obtenidos hacia sus
comunidades de origen en las tierras altas de la meseta andina 22. La milenaria forma de
20
Al contrario que en el Altiplano, en los valles de Cochabamba, las comunidades originarias se debilitaron y
se refugiaron en las provincias altas colindantes con la región minera. La ley de Exvinculación de 1874 no
surtió los efectos que tuvo en La Paz donde la ampliación de la frontera hacendal a costa de las tierras de
comunidad fue notoria. En Cochabamba, la existencia de un mercado de tierras agrícolas de características
liberales, apenas provocó el fortalecimiento de la pequeña y mediana propiedad rural a costa de las
haciendas
21
Ver Capítulo 1.
22
No existe un registro exacto del proceso de poblamiento étnico del valle y de la forma como estaban
organizadas estas colonias. Es probable que se tratara de asentamientos de migrantes, de cuya forma de
66

ocupación de los valles, fuera cual fuera ella, fue bruscamente interrumpida por el Imperio
Inca y posteriormente por los españoles. Los primeros, obedeciendo a sus estrategias de
colonización, introdujeron importantes modificaciones en el mosaico de aldeas y
comunidades, cambiando la residencia de las distintas etnias y dando paso a las primeras
transferencias de poblaciones desde regiones distantes23, dentro del ámbito del desarrollo
de una gigantesca empresa de rígido control estatal en los valles para convertirlos en un
enclave de múltiples funciones económicas, militares y religiosas que favorecieron la
expansión incaica hasta el Norte argentino, en su último periodo (Gordillo y del Río, obra
citada)24. Es probable que la proverbial fertilidad del Valle de Cochabamba, fuera un
hecho ampliamente divulgado entre los pueblos de la meseta andina y que esa fama
atrajera la atención del Imperio Inca. En consecuencia, la organización en gran escala de
un espacio de producción de maíz, el “granero del Inca”, pudo ser la primera forma
significativa de alteración de la ecología y el medio ambiente.
Esta misma fertilidad, atrajo a los primeros españoles que llegaron a Cochabamba a fines
de la década de 1530, ocupando a partir de 1550 más o menos las primeras tierras de
encomienda25. Pero sin duda fue la enorme riqueza que generó el “Cerro Rico”, el motor
que movilizó y dio sentido al conjunto de la economía de Charcas y justificó la gigantesca
empresa de estructurar un inmenso espacio desconocido y hostil en función a la perentoria
necesidad de alimentar un enorme mercado de consumidores emplazado en un medio

ocupación del territorio y de organización de sus comunidades se conoce muy poco. Desde 1450, la
población de mitimaes vio alterada profundamente sus formas ancestrales de organización con la expansión
del Imperio Inca y luego la posterior presencia de los conquistadores hispanos. Las extensas redes de pisos
ecológicos que sugiere John Murra(1975), probablemente se organizaron a partir de grupos nucleares con
lazos de parentesco que se asentaron en “bolsas de suelos fértiles” (Larson, obra citada) a lo largo de los
valles mesotérmicos andinos. Los mitimaes que habitaban estos asentamientos cultivaban algunos cereales
como el maíz, tubérculos y ají, probablemente obtenían coca en las zonas de yunga. Un vistazo panorámico
al Valle de Cochabamba, seguramente habría podido revelar una sucesión de pequeñas aldeas (incluida la
legendaria Kanata) donde se estructuraron ayllus autónomos y separados de sus vecinos, que con frecuencia
eran hostiles. Cada ayllu, aventura Murra, estaban unidos por fuertes lazos de parentesco a reinos étnicos en
el altiplano. De esta forma, se sugiere la hipótesis de que cada reino andino poseía un nivel de control sobre
una cierta diversidad ecológica que hacía factible alcanzar un grado de diversidad alimentaria que a su vez
posibilitaba la supervivencia en las áridas mesetas y punas de los Andes.
23
Un detalle sobre la distribución de tierras y la relocalización de las etnias se puede encontrar en Watchel
(1982) y Gordillo y del Río, (1993)
24
Broke Larson, en base al estudio de Gordillo y del Río pone en relieve la condición estratégica que
ocuparon los valles de Cochabamba en el mundo andino, sugiriendo que los mismo se desempeñaron como
una suerte de “microcosmos de pluralismo étnico”, unas tierras de encuentros y trajines, pero sobre todo de
producción de alimentos básicos como el maíz, que definieron toda una estrategia de complementariedad
entre las punas andinas y los valles mesotérmicos, estimulando la colonización y la coexistencia pacífica de
diversos reinos del altiplano, “desde el Sur del Perú hasta el Norte de Chile”
25
A este respecto y en general a la cuestión del origen de las haciendas en Cochabamba, consultar Gordillo
(1987).
67

geográfico totalmente inadecuado para tal objetivo26 todo ello, para dar inmediata
viabilidad a la explotación de la plata y así incorporarla a la magra economía europea, que
hasta ese momento no había logrado resolver la cuestión fundamental del comercio con el
Oriente. El Virrey Francisco de Toledo fue el gran artífice de este proyecto, permitiendo
que Potosí se constituyera en el pivote y centro de gravedad de una intrincada red de
espacios de producción y circulación monetaria. Este fue el antecedente económico y
político en que se promovió la fundación de villas hispanas en el territorio de Charcas,
incluyendo la fundación de la Villa de Oropesa en 1571 o 1573. La citada fundación, en
este caso concreto, fue la culminación de un proceso más amplio, que se inicia hacia 1538,
y que implicó una vez más, una profunda reestructuración de la tenencia de las tierras para
permitir el desarrollo de las encomiendas y haciendas coloniales, que tomaron impulso con
el surgimiento del mercado potosino. Esta es la razón por la cual, la historia urbana de la
Villa, no se inicia con su fundación, sino con la configuración del mundo rural hispano que
comenzó a tomar cuerpo paulatinamente en la medida en que circunstancias favorables:
tierras fértiles, agua abundante, bondades climáticas, adaptación exitosa del trigo y las
legumbres (alimentos básicos para los españoles), aclimatación de caballos, acémilas y
reses, abundantes cosechas de maíz y tubérculos (esenciales para la alimentación de los
indios), definieron un conjunto de circunstancias propicias que cobraron pleno sentido
práctico y utilitario cuando, finalmente surgió la apremiante demanda alimentaria del polo
minero para alimentar a explotadores y explotados. Estos hechos determinaron, una vez
más, el surgimiento de poderosos estímulos para modificar el marco natural de los valles,
esta vez en forma mucho más extensa y amplia, para reproducir en el Valle Central y Bajo
la fisonomía de un valle europeo, con extensos cultivos bien alineados y donde se
destacaban infinidad de especies frutales, legumbres y árboles importados desde los valles
hispanos y perfectamente aclimatados a las benignas condiciones del Valle de
Cochabamba, que fue parcelado en haciendas, chacras y huertos, cediendo paso los
primigenios ceibales, bosques de álamos y sauces que adornaban las orillas del cristalino
río Rocha, a la campiña española, que con el correr del tiempo, también se volvería
famosa, sustituyendo los bosques originarios de soto y kewiña por maizales y trigales.
Este paisaje se fue modificando sensiblemente, a medida que fue avanzado el volumen de

26
De acuerdo a Barnadas(1973) siguió al descubrimiento de los filones de plata en Potosí, una "delirante
anarquía urbanística”, que en poco tiempo llegó a albergar a 150.000 habitantes, en medio de un espacio
absolutamente carente de los medios necesarios para sostener esa dimensión de población.
68

la propiedad parcelaria. El parcelamiento de las tierras de hacienda que tomo cierta


intensidad desde fines del siglo XVIII y ganó un ritmo más intenso a lo largo del siglo
XIX, no solo expresó la emergencia de un estrato cada vez más amplio de pequeños
campesinos y la creciente consolidación de un mercado interno regional, cuya base era esta
pequeña propiedad y la concurrencia de su producción a los mercados locales, sino el
alejamiento cada vez más marcado de la elite hacendal de las labores productivas, a favor
de actividades especulativas, incluyendo la captación de renta de la tierra arrendada o
transferida, que implicaba un previo fraccionamiento. La tierra y la forma como era
aprovechada y cómo era detentada, marcaban en la sociedad regional del siglo XIX y
primera mitad del XX, las diferencias económicas y sociales que convertían a unos en
patrones, a otros en trabajadores serviles, pero a muchos más en campesinos
independientes.
En todo caso, este ritmo de parcelación afectó el equilibrio ecológico y alteró las
condiciones ambientales del valle. Las antiguas laderas de trigales fueron abandonadas
paulatinamente a medida que decaía la demanda de harina de trigo. Muchos cientos de
hectáreas en las suaves pendientes de pie de cordillera, otrora cubiertas por bosques de soto
y kewiña, fueron abandonados y se convirtieron en eriales. A ello se sumo la sañuda
destrucción de la cubierta vegetal nativa a través de la práctica de la “roza” introducida por
los españoles, es decir, la costumbre de quemar los hierbazales y bosques nativos, para
abonar con cenizas las tierras cada vez más pobres en nutrientes. Los pegujaleros 27, en
función de la escasa dimensión de la tierra disponible, la sometían a un cultivo intensivo de
maíz, es decir a un tipo de monocultivo que tendía a agotar rápidamente los nutrientes de
suelo, a destruir la capa de humus y a convertir la parcela en un verdadero erial. No cabe
duda, que para evitar esto, se practicaban las rotaciones de tierra y las quemas anuales de
yerbas y arbustos. Es posible inferir, que incluso muchas familias de pequeños agricultores
tenían varias parcelas, unas en producción y otras en reposo, lo que explica la existencia de
campos aparentemente abandonados y expuestos a la erosión. Todos estos hechos fueron
incrementando la destrucción de la flora nativa y consiguientemente modificando el
coeficiente de humedad del valle, en favor de un clima seco y con fuertes oscilaciones de
temperatura.

27
Denominación despectiva que hacía mención a los pequeños agricultores que cultivaban pequeñas
propiedades en los bordes de las haciendas, es decir “pegujales” o terrenos pedregosos. Más adelante se los
conoció como “piqueros” o picadores de piedras por la misma razón anotada.
69

La deforestación, sin duda, incrementó los índices de erosión. Este fenómeno a su vez
provocó importantes perturbaciones ambientales. Por una parte se intensificó la frecuencia
de las sequías: en 1803-1804, así como en 1877-1878, se produjeron dos grandes sequías.
La segunda, la más severa, desató una gran epidemia, tal vez de cólera o tifus acompañado
de una gran hambruna, que causo una enorme mortandad 28. Por otra parte, se intensificaron
las temibles inundaciones del río Rocha. Este último fenómeno estaba estrechamente
asociado con el incremento de la erosión y la destrucción extensa de la cubierta vegetal
nativa. Julio Knaudt (1909) al estudiar la naturaleza de los torrentes y los desbordes del río
Rocha, reveló la existencia de un extenso campo de erosión en las cabeceras del río, que
alimentaban a los torrentes con fuertes cargas de materiales de arrastre (canto rodados,
guijarros, cascajo y arena), los mismos que incrementaban su volumen con el aporte de los
materiales que arrastraban decenas de torrenteras que desembocaban en el curso del río.
Estos materiales de arrastre provenían de los desprendimientos de los flancos de los cerros
golpeados por la fuerza de las aguas, una vez que habían perdido su cubierta vegetal
protectora. El curso del río, en el segmento que atravesaba la ciudad, había sido
modificado en su curso natural, dando lugar a una zona de depósito, donde la corriente de
las aguas se hacía más lenta provocando la sedimentación de los materiales citados,
permitiendo así a la elevación del lecho del río y los consiguientes desbordes29.
En suma, el paso de una agricultura hacendal a otra basada en la pequeña parcela
campesina tuvo importantes efectos en el deterioro ambiental del valle. Esta economía
campesina que giraba en torno a la producción de maíz como materia prima de la chicha,
tuvo otros efectos colaterales: miles de chicherías en el Valle de Cochabamba alimentaban
sus braceros con los bosques de soto y kewiña, excelentes y muy apreciados
combustibles30.
El avance de la erosión y el paisaje de cerros pelados que comenzó a caracterizar al valle,
son el resultado del despliegue de lógicas económicas que definían la vigencia de unas
relaciones de producción, que sometían al medio ambiente a un saqueo incontrolable. Para
el terrateniente, la tierra era apenas un medio de obtención de rentas, pero además y sobre
todo, una condición de posición social, prestigio y ejercicio de dominación sobre pongos y
28
Para conocer más detalles sobre la sequía y la epidemia de 1878-1879, ver Solares, 1990.
29
La frecuencia de estos desbordes obligó al Municipio, en diferentes momentos del siglo XIX a organizar
cuadrillas de trabajo obligatorio para construir malecones y realizar tareas de remoción de arenas para
profundizar el lecho del río.
30
La fabricación de chicha exigía un proceso de cocción continuo por varios días que solo podía ser
satisfecho con el consumo de decenas de cargas de leña.
70

siervos, que daban brillo y lustre a su condición de “gran señor” y “patrón”. Sin embargo,
el huerto suburbano y la casa quinta, tenían una valoración diferente: aquí se calificaba la
calidad del paisaje, lo pintoresco y la calidad potencial o real de convertirse en lugar de
recreo o balneario. Estas virtudes explican por qué la ciudad de Cochabamba no crecía y
solo se densificaba31. La causa era que las tierras agrícolas que rodeaban la ciudad tenían
mayor valor que las tierras urbanas.
El medio ambiente urbano era muy precario: la ciudad padecía de varios problemas
irresolubles: se ahogaba continuamente en las basuras que producía, la evacuación de
aguas servidas promovía por doquier la insalubridad, el famoso canal de aguas servidas,
denominado “serpiente negra” que atravesaba gran parte de la ciudad de Norte a Sur era
un foco infeccioso de primer orden, la vivienda hacinada era antihigiénica, cada canchón o
traspatio, a falta de baños apropiados y costumbre para utilizarlos, se convertía en otro
foco infeccioso. La escasez de agua era una realidad constante y la contaminación del
líquido elemento era una regla antes que una excepción. Este medio ambiente era propicio
para la proliferación de epidemias periódicas diversas con grandes índices de mortalidad
infantil. Naturalmente, y no sin razón, las chicherías al operar con materias fermentables,
eran lugares atractivos para roedores y todo tipo de insectos. La costumbre de criar cerdos,
para combinar el chicharrón con la chicha y el mote, hacían de estos establecimientos
focos infecciosos reales o potenciales. Este fue uno de los argumentos centrales para
propiciar su expulsión del centro urbano.
Para los pequeños agricultores, la tierra tenía otros valores: era un vehículo fundamental
para su supervivencia y un medio de adquirir ciudadanía. Lo esencial era que este acceso a
la tierra les permitía estructurar una base económica alternativa a la hacienda. Sin
embargo, la pequeña propiedad suponía una forma anómala de consumo de dicha tierra. El
parcelamiento incrementó los índices de erosión del suelo, pero su vigencia era un
elemento clave para la viabilidad del conjunto de la sociedad regional. En fin, paisaje
valluno y paisaje social se fundían en un solo elemento y cada cual desde su dimensión,
revelaba las virtudes y las miserias de ese tiempo.

31
La ciudad creció en forma insignificante a lo largo del siglo XIX. Hasta 1830 apenas contaba con 90
manzanas. En 1880 con 142, manteniendo inalterable esta dimensión hasta 1908. Recién en 1922 alcanzó a
222 manzanas y en 1945 a 360 manzanas, pero dejando en su interior grandes zonas de uso agrícola.
71

3. COCHABAMBA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX


El Valle de Cochabamba: 1900 - 1950

Las décadas finales del siglo XIX arrojaron sobre Cochabamba una profunda crisis. El
contraste sufrido en la guerra del Pacífico, significó para la región la pérdida casi total de
los mercados tradicionales para su producción agrícola y artesanal. Sin embargo, pese a
que la contracción económica tuvo un alcance general, las consecuencias no fueron
similares para las diferentes clases sociales. Las mismas, fueron particularmente duras para
la economía valluna, en especial para los pequeños agricultores y artesanos que habían
logrado desarrollar a lo largo de muchos años extensas redes comerciales que alcanzaban
casi la totalidad de los principales centros mineros y urbanos del altiplano, la costa del
antiguo litoral boliviano y el Sur del Perú. La reacción de las elites regionales fue reclamar
por una modernización de las vías de comunicación para alcanzar lejanos mercados en el
olvidado Oriente del país o recuperar los mercados perdidos, pero en realidad, su objetivo
era ampliar los flujos comerciales de importación de los codiciados efectos de ultramar que
ahora aparecían más accesibles.
Sin embargo los artesanos y los pequeños agricultores parcelarios cifraban sus esperanzas
una vez más, en las potencialidades del propio mercado regional que se consideraba a
cubierto de los tentáculos comerciales chilenos y británicos, en tanto no hubiera ferrocarril
y el macizo andino continuara constituyendo un desafío demasiado desalentador para los
emprendimientos foráneos. Lo evidente es que hacia 1900, en tanto muchas haciendas eran
rematadas al declararse insolventes para honrar deudas bancarias, en el Valle Alto y Bajo,
el mercado de tierras agrícolas estaba dominado por una demanda constituida por pequeños
agricultores parcelarios y no pocos artesanos (RODRIGUEZ, 1991).
Aun bajo la hipótesis de una participación muy activa de la economía mestiza en el nuevo
auge de la minería, en desmedro de los hacendados, el impacto que tuvo sobre los valles la
emergencia de los grandes centros mineros como Huanchaca y Colquechaca, en
comparación con el gran centro comercial potosino, fue en realidad, bastante modesto.
Mitre (obra citada) corroborando esta impresión estimaba que la minería de la plata solo
proporcionó empleo a unos 20.000 trabajadores. Por otra parte Larson (1982) añade que
los productos de Cochabamba, sobre todo las cosechas de granos, tuvieron que competir
con los similares de Chayanta, Chuquisaca y, sobre todo, con las exportaciones de trigo
72

chileno. Esta situación se acentuó una vez que el gran centro minero de Huanchaca, luego
Oruro y La Paz se unieron con los puertos de Antofagasta, Mollendo y Arica a través del
ferrocarril, puesto que el precio del trigo importado de Chile a través de esta ruta marítimo
- ferroviaria resultaba más conveniente que los similares transportados por arrias
desde los valles cochabambinos u otras regiones32.

Estos hechos no abonan por una supuesta mejoría de las condiciones en que se encontraba
la economía de Cochabamba hacia fines del siglo XIX, pues persistían las causas que
habían provocado la crisis de su comercio de exportación a partir de 1880. No obstante, el
avance de la pequeña propiedad agraria en el Valle Bajo, contrastaba con la situación
general recesiva.

Este fenómeno, que era acompañado de un significativo incremento de la propiedad


parcelaria, según levantamientos catastrales efectuados a partir de 1880, parece desafiar la
impresión de una crisis generalizada. Diversas circunstancias y factores influyeron en este
proceso, por una parte, sin duda, el fuerte deterioro de la economía hacendal que obligó al
fraccionamiento parcial de las haciendas y al ingreso de éstas al mercado de tierras. Por
otra, la indudable capacidad de acumulación de los mestizos campesinos y artesanos que
les permitió tener acceso a dicho mercado, algo que no había ocurrido con nitidez hasta ese
momento. Finalmente, la presión sobre la tierra que ejercían, de una u otra forma, el
creciente volumen de aspirantes a adquirir pequeñas parcelas, e incluso el sistema político
que comenzaba a ser dominado por el liberalismo y la gran minería del estaño, que
demandaban una modernización apropiada del mundo señorial (RODRIGUEZ y
SOLARES, 1990).
No obstante, tampoco se puede minimizar el impacto del cuadro recesivo sobre las clases
subalternas. Si bien, como veremos a continuación, una parte de ellas, desarrollaron
estrategias exitosas para dinamizar la economía regional, otra parte de la población, menos
afortunada o más vulnerable a las condiciones de la prolongada quiebra del comercio a
larga distancia tuvo que emigrar. El antiguo y prospero granero valluno no era ya ni la
32
Al respecto Mitre (obra citada) señaló lo siguiente: La reducción de los costos de transporte por ferrocarril
permitió que una variada gama de productos agrícolas e industriales importados compitiesen con ventaja en
un área geográfica más extensa. La producción local sufrió entonces los efectos de la desarticulación interna.
Un ejemplo nos revela claramente esta situación: en 1890, una unidad de trigo, con el mismo precio en los
mercados de Antofagasta, Mollendo y Cochabamba, una vez transportada desde esos puntos a la ciudad de
La Paz llegaba a costar en esta nueva plaza 3,98 si llegaba de Antofagasta, 4,25 de Mollendo y 5 pesos si
provenía de Cochabamba (1981: 176).
73

sombra de otros tiempos mejores: "su rol como productor de alimentos durante la era del
capitalismo mercantil había disminuido. Cochabamba se había convertido,
principalmente, en una exportadora de gente"(LARSON, 1992)33.
En provecho de una mayor objetividad, vale la pena observar con mayor detenimiento,
cuál era la actitud de las elites y el mundo mestizo con relación a la crisis que agobiaba a
Cochabamba en las décadas finales del siglo XIX y primeras del XX. Desde la óptica de
los hacendados y grandes comerciantes, la expresión palpable de la crisis residía no solo en
la pérdida de los mercados tradicionales, sino en la irrupción de mercaderías y productos
agrícolas (harinas, cereales, azúcar, etc.), en volúmenes considerables y a bajo costo,
favorecidos por el ferrocarril Antofagasta - Oruro y las franquicias aduaneras que
beneficiaban a las mercaderías extranjeras en desmedro de la producción nacional. En
1900, en oposición al librecambismo liberal dominante, en Cochabamba surgen corrientes
proteccionistas que reclaman por la extrema desigualdad de condiciones de
comercialización de la producción valluna frente a similares extranjeras, una vez que los
productos locales eran elaborados a mayor costo y estaban sometidos a cargas fiscales. Se
reconocía francamente que la producción agrícola y artesanal valluna, todavía sujeta a
técnicas incaicas y coloniales, no podía competir con la industria capitalista moderna.
Sin embargo, el centro de preocupación de las elites no era la aspiración a una
modernización radical de los medios y procesos de producción, sino la alternativa de
ampliar el comercio de importación de los prestigiados efectos de ultramar, aun a costa de
desplazar la industria artesanal, que finalmente se consideraba como apropiada para "los
de abajo". Por ello el énfasis, más allá de los reclamos proteccionistas aislados, era la
modernización de las comunicaciones. La palabra de orden dominante era: "¡Ferrocarril
para Cochabamba!" La presencia del ferrocarril en la meseta andina, no solo era un imán
irresistible para el desarrollo comercial sino, además era el portentoso mensajero de
poderosas influencias modernizantes. Existía conciencia en algunas esferas de las elites
regionales, sobre las tareas que la nueva realidad imponía a Cochabamba. Dos cuestiones
se debían resolver con solvencia: por un lado, romper con el enclaustramiento geográfico,
revirtiendo a favor de la región, su emplazamiento central, a partir del cual pudiera
proyectarse el ansiado desarrollo, además alcanzar las llanuras amazónicas, para acceder
33
A este respecto consultar el estudio de Sergio Gonzáles M.: "Cochabambinos de habla quechua en las
salitreras de Tarapacá (1880-1930)", Chungara Vol. 27, nº2, Universidad de Tarapacá, Aricha, 1995.
74

al Atlántico34 . Lo anterior, sin embargo, no invalidaba la necesidad de acceder a la meseta


andina y a los puertos del Pacífico.
La otra tarea, no era menos ambiciosa, se trataba de romper con el atraso agrícola
superando los tradicionales límites tecnológicos, es decir las relaciones y modos de
producción arcaicos. La oligarquía regional enfatizó en la validez del primer punto de
vista, en tanto cubría con un velo de silencio total la segunda cuestión, que obviamente
resultaba subversiva para sus intereses y su condición señorial. De esta manera la cuestión
de caminos y ferrocarriles, fue el tema que dominó a la opinión pública. A fines del siglo
XIX y primeros del XX, se multiplicaron los esfuerzos por explorar nuevos territorios
como los yungas del Chapare, se renovaron los estudios para definir el trazo de una vía
carretera o ferrocarrilera hacia Santa Cruz, se realizaron esfuerzos similares para mejorar la
vinculación carretera con Oruro y el Sur de la República.
Sin embargo, lo central fue el reclamo por el ferrocarril, tema en torno al cual, se producen
las primeras movilizaciones regionales opuestas al gobierno central. Los intereses que se
tejen en torno a estas movilizaciones y demandas, no se orientaban hacia el desarrollo
capitalista de la agricultura, sino hacia una alternativa más factible y menos
comprometedora: el fortalecimiento y desarrollo de la empresa comercial de importaciones
de efectos de ultramar. De esta forma, desde fines del siglo XIX, se establece una estrecha
alianza entre el gran comercio importador que se ve reforzado por muchas sucursales de
34
A fines del siglo XIX, se reconocía que la producción agropecuaria y artesanal de los valles centrales, y
otros como Totora, Aiquile, Misque y el Chapare, necesitaban nuevos ámbitos comerciales y nuevas vías de
comunicación. Esta constatación estimuló y multiplicó las exploraciones y, permitió acumular numerosas
propuestas, algunas que bordeaban los límites de la fantasía, pero otras resultaban factibles y oportunas. Entre
estas podemos citar: el camino del Chimoré que fue explorado por J. von Holten, quién llegó hasta los
yungas de Vandiola y, por el Ing. Victor Gisbert, quién por encargo de la "Sociedad Geográfica de
Cochabamba" continuó con estas exploraciones hasta alcanzar el río Ichilo, afluente del Chimoré,
proponiendo la vía Chimoré - Vandiola - Tiraque, e incluso con un ramal que alcanzara Totora. La vía del
Securé por Moleto, exploración realizada según el itinerario seguido por Alcides D'Orbigny, por el Coronel
Muñoz y el Dr. Federico A. Blackudt, quienes alcanzaron los ríos Securé y Altamachi, abriendo una otra
posibilidad de acceso al Chapare. La vía de Santa Elena, exploración y apertura de una senda hacia el
Chapare, a cargo de Samuel Kempf y Gerardo Jáuregui por instrucciones de la Dirección de Caminos. A esto
debemos sumar la famosa "propuesta Patiño", en 1919-1920, para promover el desarrollo industrial del
Chimoré y el Chapare, que se diluyó en largas discusiones locales e incluso parlamentarias, sobre el detalle
de la pertinencia de pensar en un carretera como proponía Simón I. Patiño, o un ferrocarril como opinaban
circunstanciales oponentes. En 1915, mediante ley fueron asignados recursos para el ferrocarril Cochabamba
- Santa Cruz. Pero inmediatamente surgieron voces divergentes, en sentido de prolongar hacia el oriente el
ferrocarril a Sucre por Lagunillas en contraposición de construir ese ramal ferroviario desde Cochabamba. Se
impuso este último criterio. En 1920 se iniciaron las primeras exploraciones, y se encomendó al Dr. Hans
Grether los reconocimientos de posibles rutas. Aquí surgieron nuevas controversias: el General Román
propuso llevar la vía ferroviaria por Todos Santos, explorada por J.F. Velarde, el director de El Heraldo, en el
siglo anterior, en tanto, el Dr. Aponte propuso la ruta del Sur a través del Valle Alto y Valle Grande, o
Aiquile y Totora (SOLARES, 1990).
75

casas importadores paceñas, la banca e importantes sectores de latifundistas 35. Los


hacendados comienzan a desplazarse hacia la ciudad de Cochabamba y a diversificar sus
ingresos, participando con mayor intensidad en la captación de rentas inmobiliarias
urbanas36, sociedades comerciales y como accionistas de la naciente banca.
Paulatinamente, (aunque no en términos generales y absolutos), la hacienda deja de ser un
medio de producción, para pasar a respaldar negocios bursátiles en calidad de garantía
hipotecaria. Incluso es posible, debido a este hecho, que muchas operaciones de
fraccionamiento de tierras hacendales para ser vendidas por parcelas, con frecuencia a
mestizos, fueron apenas operaciones calculadas para convertir dicha tierra en circulante, a
fin de realizar negocios de importación. Esto no desmiente la situación de falencia
económica de muchas haciendas hacia 1900. Sin embargo muchas de estas quiebras
podrían resultar normales, dentro del juego de las operaciones comerciales. Lo evidente es
que el aparato comercial urbano importador comienza a surgir con fuerza en la década de
1880, al mismo tiempo que se multiplican los establecimientos bancarios, dando lugar a la
configuración de una "zona comercial", cuya consolidación se realiza a partir de la drástica
expulsión de chicherías del centro urbano, en lo que viene a ser la primera operación seria
de modernización de la antigua aldea rural (SOLARES, 1990)
En contraposición a lo anterior las clases populares conformadas mayoritariamente por
piqueros y artesanos, es decir el abigarrado mundo mestizo, se mueven bajo otros
ritmos. En realidad éstos nunca perdieron la perspectiva de basar su estrategia económica,
apoyándose en dos alternativas esenciales: por una parte, dirigiendo una fracción de su
producción agropecuaria o artesanal al potente sistema de intercambio ferial regional, es
decir, el mercado interno menos vulnerable a las fluctuaciones del comercio exterior, y
35
Según Mitre(obra citada), el comercio de importaciones se encontraba principalmente en manos de
alemanes. El éxito alemán se explica en gran parte, por el servicio regular que mantenían sus líneas
trasatlánticas: la Hamburg Pacific y la Kosmos, además, por la influencia que tenían en la Cámara de
Comercio de Bolivia. Sin embargo muchos de los productos que transportaba el comercio alemán eran de
origen inglés adquiridos por agentes comerciales en Hamburgo. En realidad, la importancia del mercado
boliviano era reducida para las grandes potencias. La mayor parte de las casas comerciales de importación /
exportación al por mayor, se hallaban bajo control de comerciantes extranjeros, sobre todo alemanes,
chilenos e ingleses. Con frecuencia estas firmas mantenían oficinas secundarias en Oruro, Potosí, Sucre,
Cochabamba y Santa Cruz. Con relación al comercio importador de Cochabamba se señalaba: desde el siglo
pasado el comercio importador mayorista más estrechamente vinculado con la banca y el comercio
extraregional e internacional(...)está en manos de comerciantes extranjeros como Alfredo W. Barber,
Hirschmann y Cia., Otto Schmidt y Cia., German Fricke y sucesores, Harrison y Bottiger, E. W. Hardt,
Bickembach y Cia., Colsmann, Boheme y Cia. Erhorn y Cia. etc. Entre las firmas nacionales se destacaban:
la firma Torres Hnos., Zegarra Urquidi y Cia., Juán de la Cruz Torrez, Simón Lopez, Gavino Aquino, etc.
36
Por esta época, y particularmente después de la llegada del ferrocarril en 1917, se inician los problemas de
alza de alquileres de viviendas y habitaciones
76

por otra, orientando lo restante de sus productos hacia un comercio de larga distancia, pero
en pequeña y mediana escala. Para este desempeño, estos productores (particularmente sus
mujeres, las briosas vallunas) se fueron convirtiendo en eximios comerciantes capaces de
dominar el difícil arte de administrar puestos o asientos en las ferias como en los mercados
de abasto. Al mismo tiempo, solían desempeñarse como exportadores de bienes
alimenticios a larga distancia, conduciendo arrias o asociándose con arrieros, llevando
regularmente sus productos a los asientos mineros y a las ciudades del altiplano. En estos
"negocios de pueblo llano" no tenían rival, ni se amedrentaban si tenían que regatear
precios frente al temible competidor, las harinas chilenas, que tanta alarma provocaba entre
los hacendados.
El eje de este comercio popular, como ya se observó, giraba en torno a la articulación:
pequeña parcela-maíz-chicha. Varios indicios demuestran el enorme vigor de esta
economía. Así el constante incremento de chicherías en la ciudad capital y el Cercado, pese
a la escalada de impuestos con que, desde 1910, comenzó a gravarse el maíz, el muko y la
chicha, o la sañuda persecución de que fueron objeto para dejar lugar a los
establecimientos bancarios y a las casas importadoras, que a fines del XIX, eran los
portaestandartes de los "tiempos modernos", ó la capacidad de estos sectores para acceder a
la condición de propietarios de inmuebles urbanos o de parcelas rurales. Sin embargo, el
indicador más incontrastable eran los enormes volúmenes de producción de chicha que se
registraban (Ver parte final del Capitulo 2).
Al contrario de la llamativa sugerencia de Alberto Rivera(1992: 24), las ferias y mercados
no eran establecimientos "inexistentes hacia 1880", sino, para ese entonces aparecían como
verdaderos símbolos de una larga tradición que se remontaba a la colonia y, tal vez a la
remota época de los mitimaes. En todo caso, la habilidad de los vallunos para comerciar,
no fue una pura cuestión de "vocación", sino el resultado de una larga experiencia histórica
que había alcanzado el rango de hecho cultural. Por ello, las bulladas crisis regionales,
como la de 1880-1900 o la de 1924-1930, eran en propiedad, crisis que afectaban a un
minoritario sector de población constituida por hacendados, comerciantes y banqueros,
pero no necesariamente crisis que afectaban al conjunto de la población, aunque
momentáneamente la de 1880 tuviese ese carácter. Así, en tanto muchos negocios se
declaraban en quiebra en 1926-193137, el comercio de chicha gozaba de perfecta salud. En
37
En 1929, la banca reconocía que la ruina de la agricultura significaba su propia ruina y consideraba
necesario flexibilizar la política crediticia. A este respecto, un portavoz de la banca señalaba: "el curso de la
77

este contexto, no es casual que la propia Junta Agrícola en 1925 reconociera, a través de un
minucioso estudio que por lo menos un 60% de la producción de maíz departamental se
consumía en la elaboración de chicha, y que en realidad, "la crisis" se reducía a la falta de
colocación del 30% del maíz de las haciendas, que originalmente fue destinado a las
destilerías de alcohol en los departamentos de Oruro y La Paz, a causa de la competencia
del maíz argentino, que comenzó a ingresar el citado año al altiplano mediante el
ferrocarril Oruro-Uncía-Villazón ("La crisis del maíz en Cochabamba", El Republicano
nº 2974, 29/10/1926).
Con anterioridad a los eventos anotados, las elites regionales tenían fijada su atención en
la cuestión de caminos interdepartamentales y la ejecución del ferrocarril Oruro-
Cochabamba. Sin embargo, los artesanos y pequeños agricultores apoyaban iniciativas más
inmediatas y efectivas como el mejoramiento de las vinculaciones carreteras entre el Valle
Alto y el Valle Bajo, recibiendo con beneplácito la iniciativa de la Empresa de Luz y
Fuerza Eléctrica Cochabamba para ejecutar un ramal ferrocarrilero entre Vinto y Arani,
que entró en servicio en 1913, con el nombre de "Ferrocarril del Valle". Es indudable que
este ferrocarril, el único de carácter regional que se ejecutó en Bolivia, es una clara
muestra de la importancia que había cobrado el mercado organizado a partir de los valles
centrales, así como la pronta recuperación de la economía mestiza seriamente afectada,
igual que la hacendal, por la Guerra del Pacífico.
En 1907, el propio Circulo Comercial de Cochabamba, que aglutinaba a los propietarios de
casas importadoras y, en esta calidad dirigía el movimiento cívico - regional pro
ferrocarril, admitía, para justificar que dicho proyecto no sería improductivo como
sostenía el gobierno central, que alrededor de un 50% de la población del Valle Alto era de
arrieros, que por "cuenta propia" llevaban productos de esa zona a los centros mineros de
Oruro y Potosí, y traían de retorno "carga a flete" para el comercio organizado de
Cochabamba, ocurriendo algo similar con la población del Valle Bajo. Igualmente se
reconocía que el "comercio hormiga" a larga distancia había logrado un nuevo desarrollo y
que "en esta ciudad (Cochabamba) existe un gran barrio de traficantes con los distritos
mineros". Este mismo análisis revelaba:

crisis que reina en Cochabamba desde 1922, fue violentamente impulsada por la restricción del crédito
bancario y ningún distrito fue tan afectado por aquélla causa", reconociéndose la estrecha vinculación de los
intereses comerciales y bancarios con la agricultura hacendal, al punto que, la inestabilidad de ésta, afectaba
la balanza comercial del Departamento (Revista Industria y Comercio n 257, 30/09/1929).
78

a este movimiento de difícil apreciación, por lo mismo que se halla sostenido por
un extenso enjambre de negociantes, se sumaba el del comercio de tránsito entre el
Oriente (goma, cueros, alcohol) y los departamentos de La Paz y Oruro, y la
exportación de las industrias del Departamento (harinas, cerveza, minerales),
cuyo volumen se estimaba en 20.000 quintales, no pudiendo bajar el de los
arrieros de unos 60.000 quintales, totalizando 80.000 quintales de productos
exportados, en tanto el volumen de importaciones se estimaba en 70.000 quintales,
de los cuales 60.000 se internaban en la ciudad y 10.000 se destinaban a las
provincias en forma anual.(" El Ferrocarril a Cochabamba y el Círculo
Comercial", El Heraldo, 2/10/1907).

Los principales productos de exportación consistían en maíz, muko, chicha, papas, chuño,
harina de trigo, legumbres, hortalizas, calzados, suela de Santa Cruz, frutas, aves de corral,
huevos, ropa cocida, ají, carbón vegetal, manteca, sebo, jabones, etc. destacándose el caso
llamativo de que el comercio mayorista de Cochabamba, vendía artículos de ultramar de no
despreciable valor a clientes que los revendían en Uncía y Pulacayo, a través de arrieros
cochabambinos, operando directamente desde Oruro, "hecho que no se explica, sino por
hallarse poblados aquellos minerales en buena parte por cochabambinos"(El Heraldo, nº
citado). Todas estas apreciaciones sobre la enorme movilidad y capacidad de los
productores - comerciantes cochabambinos las reveló en 1880, Jermán von Holten, el
fundador del primer Circulo Comercial de la Ciudad, tal como observamos en el capítulo
anterior. Otra crónica de 1907 remarcaba sobre lo anterior, revelando cómo se organizaba
y se desarrollaba esta dinámica comercial:
Los artesanos y labriegos cochabambinos son esencialmente industriales, buscan
terruño, fuentes para negocios, viven una pequeña parte del año en su casa, el
resto lo pasan vendiendo y comprando en lejanas tierras, muy especialmente en los
asientos mineros del altiplano. No hay camino, no hay caserío en el que no se
encuentre al activo cochabambino; salen de su casa con pocas cargas, muchas
veces de hortalizas y aves, y recorren en peregrinación centenares de leguas, no
encuentra competidores que le quiten sus mercados conocidos (caseros), porque
ningún vecindario es tan movible, tan activo (El Heraldo, 5/10/1907).

La extraordinaria versatilidad y capacidad de los q'chalas mestizos para sacarle provecho a


toda coyuntura, por adversa que fuere, queda perfectamente ilustrada en el relato anterior.
Obviamente que la inexistencia del ferrocarril arrojaba grandes ventajas y utilidades para
los arrieros, un negocio sin duda muy satisfactorio, al punto de que este gremio se
multiplicó en grandes proporciones, como lo harían los camioneros en los años 50, pues
llegaron a articularse perfectamente en un doble rol, que revela el grado de su extrema
habilidad para sacarle partido a cuanta alternativa se le presente: por una parte, llevaban
79

sus productos (agrícolas, pecuarios y artesanales) a los cuatro puntos cardinales,


particularmente al altiplano, realizando excelentes transacciones gracias a una tupida red
de "caseros". Pero por si fuera poco, al retorno volvían a hacer buenos negocios prestando
servicios de transporte al "comercio organizado" o importador de Cochabamba, al que
además le colaboraban en sus especulaciones con los asientos mineros. Incluso llevaban a
Santa Cruz mercaderías importadas y, al retorno traían productos como arroz, alcohol,
chancaca, suelas, azúcar, dátiles, etc. que revendían a negocios especializados en
"productos del Oriente". Luego no resulta extraordinario que se amasaran pequeñas
fortunas con una parte significativa del excedente económico que generaba la región, al
punto que por ejemplo, los estratos de chicheras, artesanos y arrieros, fueran adquiriendo
casas en los barrios populares de Cochabamba y pequeñas parcelas en los valles.
Esta eclosión de trajines y negocios se desarrollaba en medio del manto protector y
estimulante de las ferias y la continúa expansión del comercio interno y externo de chicha
y muko, que se constituían en la columna vertebral de este proceso. Así Cliza y su próspero
centro ferial atendían los flujos provenientes de Tarata, Tolata y Toco. A través de Tolata
se canalizaba el tránsito comercial hacia Santa Cruz, vinculando entre sí los pueblos de San
Benito, Punata, Arani, Vacas, Pocona y Totora. Tolata era un verdadero nudo vial, pues
además de canalizar los flujos desde y hacia el oriente, también canalizaba el tránsito desde
y hacia Sucre y las importantes plazas comerciales de Totora, Aiquile y Valle Grande. La
Plaza comercial de Quillacollo desarrollaba estrechos lazos con las poblaciones de Vinto,
Suticollo, Parotani, Arque y otras del Valle Bajo, además de canalizar los flujos hacia
Oruro y La Paz. Sacaba se conectaba con Colomi, la zona de Tablas Monte, Corani y otras
canalizando los flujos comerciales provenientes del Chapare y el Chimoré. Cochabamba y
su feria, eran, como hasta hoy, el centro nervioso de estas extensas redes, que fueron
consolidando un intrincado y eficiente sistema de caminos de arrias ("Caminos del Valle",
El Heraldo n 865, 13/01/1885)38.
38
Este dinámico comercio valluno, cuyos tentáculos se extendían por doquier, y no la realidad de un
creciente desarrollo industrial, estimuló las iniciativas de un grupo de empresarios privados encabezados por
Roberto Suarez, Gustavo Hinke y otros, para que en 1908 organizaran la Empresa de Luz y Fuerza Eléctrica
Cochabamba, que se constituyó en la primera empresa capitalista moderna, que se orientó hacia las
inversiones en obras hidroeléctricas, alumbrado público, molinos, tranvías, pero sobre todo, a dotar de
transporte ferrocarrilero a este potente sistema ferial. En 1909, realizó la propuesta formal de construir una
vía férrea a tracción eléctrica entre Quillacollo y Arani, con ramales a Caraza y Vinto, incluyendo la
construcción de estaciones en Cochabamba y Arani y, subestaciones en Angostura, Tarata, Cliza, Punata,
Caraza y Quillacollo. En 1910, se concedió a la empresa el aval gubernamental para un emprestito de
300.000 libras esterlinas de la firma Emilio Erlanguer de Londres. Los trabajos se iniciaron en 1911, en 1912
se concluyó el tramo Tarata-Cliza y se alcanzó Punata, llegando la vía férrea a Arani en 1914. En 1913 se
80

La llegada del Ferrocarril a Cochabamba, no alteró la dinámica comercial de los valles. Si


bien el negocio de las arrias irá mermando, todavía subsistirá durante varias décadas
merced a los elevados fletes del ferrocarril y al carácter rígido del tramo ferroviario, que no
siempre se acomodaba a las rutas del comercio que practicaban los vallunos39. El
Ferrocarril del Valle, aún después de 1917, se mantuvo como el más transitado del país. Un
estudio sobre flujos de cargos y pasajeros en 1917 y 1918 mostraba que dicho ferrocarril,
en el período citado, había transportado 950.000 pasajeros, que representaban casi el 64%
del total de pasajeros que se desplazaban por la red ferroviaria nacional, hecho
fehacientemente demostrativo de la enorme potencialidad del fenómeno que provocaba tan
enormes flujos, es decir el sistema de ferias regionales que se ve favorecido por la
concurrencia a los eventos comerciales principales, de un volumen de productores y
consumidores constante e incluso creciente, provenientes de uno y otro extremo de los

ejecutó la línea a Quillacollo y Vinto. La extensión total de la red entre Arani y Vinto fue de 78 kilómetros. A
partir de 1913 comenzó a operar el "Ferrocarril del Valle"(Empresa de Luz y Fuerza Cochabamba,
Centenario de la República de Bolivia, 1925 y El Heraldo 17/11/1909). Paralelamente a esta dinámica, luego
de una prolongadísima ejecución de obras, numerosas postergaciones y demandas regionales, culminaron las
obras del Ferrocarril Oruro-Cochabamba, en julio de 1917, cubriendo los convoyes ferroviarios, un tramo de
425 kilómetros en l8 horas desde Viacha, en lugar de los 5 a 7 días que demandaba el mismo trayecto,
mediante arrias, ascendiendo la quebrada de Arque.
39
El Censo Agropecuario mostraba que la presencia de haciendas y parcelas se encontraba dentro de
proporciones equilibradas y señalaba que de unas 3.590.369 hectáreas de tierras registradas, algo más del
80%(2.891.407,18 Ha.) pertenecían a 2.357 haciendas, donde todavía estaban vivas las formas de vasallaje y
de extracción de rentas no capitalistas. Sin embargo, era evidente que al lado de las haciendas se había
constituido una poderosa trama de pequeñas propiedades pertenecientes a pequeños agricultores, piqueros y
arrendatarios. El censo citado, mostraba que 25.791 parcelas, huertas o fincas pequeñas, se limitaban a
ocupar apenas el 9,98 % de las tierras registradas, es decir, 358.592,07 Ha. y unas 132 comunidades
detentaban 82.930 ha. Finalmente, 3.176 arrendatarios, medieros y otros, controlaban 257.439,77 Ha. Sin
embargo, se puede establecer, en base a los datos del citado censo, que desde el punto de vista de la
producción, la mayor preponderancia relativa correspondía a las unidades campesinas, pues si bien sus
parcelas son menores, en cambio, sus índices de cultivo eran más elevados. Por el contrario, las haciendas,
corroborando El Censo Agropecuario mostraba que. la presencia de haciendas y parcelas se mantenía dentro
de su inveterada subutilización del suelo, apenas cultivaban un 2,59 % de su extensión total, en tanto, este
índice alcanzaba al 8,25 % en el caso de la pequeña y mediana propiedad campesinas. En el Valle Alto, las
unidades campesinas desarrollaban cultivos ocupando un promedio del 50 % de su superficie territorial. Bajo
esta circunstancia no resultaba casual que en 1950, los pequeños agricultores cultivaban casi un 24 % del
total de tierras cultivables, en tanto casi un 60% de dichas tierras era cultivada por colonos de haciendas, y
alrededor del 17% restante correspondía a faenas agrícolas desarrolladas por aparceros, arrenderos y
comunarios. Es decir que algo más de un 40% de las tierras cultivadas a nivel departamental estaban en
manos de productores campesinos independientes. Es probable que estas proporciones fueran fluctuantes de
acuerdo a las condiciones climáticas y que, el porcentaje de tierras cultivadas fuera de la frontera hacendal
fuese aun mayor. Al mismo tiempo, esta incidencia de labores agrícolas extra hacienda no estaba
homogéneamente distribuida. En general en las provincias del Valle Alto, el Cercado y el Valle Bajo la
agricultura parcelaria resultaba dominante. En cambio, en las provincias altas (Arque, Tapacarí, Ayopaya) la
hacienda era absolutamente dominante conjuntamente con las mermadas tierras de las comunidades andinas,
frente a una prácticamente inexistente agricultura parcelaria. En provincias como Misque, Aiquile, Capinota,
etc., la presencia de haciendas y parcelas resultaba más equilibrada.
81

valles. A lo largo de los escasos 78 kilómetros de recorrido que eran cubiertos en un par de
horas, se desarrollaba uno de los fenómenos comerciales de mayor vitalidad e intensidad,
sin paralelo en todo el país (El Heraldo, febrero de 1919).
Los años posteriores no modificaron esta situación. Incluso, la economía hacendal
experimentó un repunte entre 1910 y 1924, beneficiándose de las exportaciones de maíz
para la industria alcoholera del altiplano que utilizaba esta materia prima. En la crisis
posterior a este período, el mundo ferial no fue afectado. La producción de chica continuó
sin mayores variaciones, pese a que desde la década de 1920, el impuesto al maíz, el muko
y la chicha, se convirtió en la principal fuentes de recursos para financiar las numerosas
obras de desarrollo urbano que se fueron ejecutando en la capital departamental.
Se puede decir, sin mucha exageración, que los valles centrales de Cochabamba se
convirtieron en reinos mestizos de trabajadores independientes, ejemplo que los colonos de
hacienda aspiraban a imitar. Un portavoz de las elites describía este panorama sin
muchos remilgos, aunque tal vez, con alguna exageración en su afán de demostrar que toda
reforma social estaba por demás en este paraíso:
El mestizaje ha tenido felices resultados ayudado por el clima templado,
alimentación abundante. Trabajan en la agricultura comenzando como colonos de
finca. Mientras los hombres cultivan -las mujeres transforman los productos para
comerciarlos, fuera de sus faenas del hogar hacen negocios de toda forma. Así
reúnen un capitalito que sirve para comprar pequeños recintos de tierras que
suelen cultivarlos sin abandonar el servicio de las haciendas. Un mayor
crecimiento en sus ahorros, le permite fabricar chicha, comerciar en las ferias, en
la harinería y reventa de alimentos, y así salen del departamento llevando los
productos del país, los cochabambinos que han emigrado a otros distritos en busca
de trabajo, los que encuentran sus bebidas y alimentos en todas partes. Este
comercio, despierta en la raza el espíritu de observación, -conocen el mecanismo
de los negocios, hilvanan sus cálculos, prosperan. En este desarrollo son las
mujeres las que dirigen generalmente el hogar y los negocios, y tienen la caja y,
disponen del dinero(...) Así las tierras de este departamento se fraccionan ante
este impulso y los tenedores de grandes haciendas las retacean y sacan precios
enormes. Más de la mitad de las 120.000 propiedades que existen en el
Departamento de Cochabamba, están en sus manos, y este desplazamiento del
propietario blanco por el mestizo continúa activo SALAMANCA, 1931: 169-170).

Si bien, era evidente, que el avance de la pequeña propiedad parcelaria en los valles era
significativo, no alcanzaba las proporciones que le asigna Octavio Salamanca. En realidad
el panorama del agro cochabambino era bastante más complejo que el cuadro de auge del
mestizaje que nos presenta el cronista citado. Es verdad que la identificación del valluno
que se desprende de esta descripción, pese a su forma estereotipada, traza rasgos que
82

permiten una buena aproximación a las estrategias económicas que solía desplegar este.
Sin embargo, el panorama de traspaso masivo de las tierras de la hacienda a la propiedad
parcelaria, es sin duda una exageración.
La hacienda, aun debilitada, bajo ningún concepto era una institución en vías de extinción
y desintegración. Si bien en los valles, el retroceso hacendal era evidente, en las provincias
altas, y en las más apartadas, la situación era muy diferente. En efecto, el Primer Censo
Agropecuario de 1950, va a contradecir toda la argumentación de los terratenientes, que a
poco tiempo del triunfo de la Revolución Nacional de 1952, intuyendo la inminencia de la
reforma agraria e incluso el riesgo en que se encontraban sus patrimonios, comenzaron a
sostener, apoyándose en el panorama trazado por Salamanca en 1930, que en Cochabamba
ya se había producido tal medida en forma gradual y pacífica, y que la mayor parte de la
tierra cultivable se encontraba en manos de piqueros40.
Afirmar que las haciendas en Cochabamba estaban casi extinguidas hacia 1950, era
indudablemente una exageración. Otra cosa es que dichas haciendas estaban totalmente
subutilizadas pese a que monopolizaban las mejores tierras. Es decir que su protagonismo
económico había sufrido un sensible retroceso. En cambio la agricultura parcelaria, solo
estaba en posibilidad de desarrollar cultivos estables en una fracción de las tierras

40
El Censo Agropecuario mostraba que. la presencia de haciendas y parcelas se mantenía dentro de
proporciones equilibradas y señalaba que de unas 3.590.369 hectáreas de tierras registradas, algo más del
80%(2.891.407,18 Ha.) pertenecían a 2.357 haciendas, donde todavía estaban vivas las formas de vasallaje y
de extracción de rentas no capitalistas. Sin embargo, era evidente que al lado de las haciendas se había
constituido una poderosa trama de pequeñas propiedades pertenecientes a pequeños agricultores, piqueros y
arrendatarios. El censo citado, mostraba que 25.791 parcelas, huertas o fincas pequeñas, se limitaban a
ocupar apenas el 9,98 % de las tierras registradas, es decir, 358.592,07 Ha. y unas 132 comunidades
detentaban 82.930 ha. Finalmente, 3.176 arrendatarios, medieros y otros, controlaban 257.439,77 Ha. Sin
embargo, se puede establecer, en base a los datos del citado censo, que desde el punto de vista de la
producción, la mayor preponderancia relativa correspondía a las unidades campesinas, pues si bien sus
parcelas son menores, en cambio, sus índices de cultivo eran más elevados. Por el contrario, las haciendas,
corroborando su inveterada subutilización del suelo, apenas cultivaban un 2,59 % de su extensión total, en
tanto, este índice alcanzaba al 8,25 % en el caso de la pequeña y mediana propiedad campesinas. En el Valle
Alto, las unidades campesinas desarrollaban cultivos ocupando un promedio del 50 % de su superficie
territorial. Bajo esta circunstancia no resultaba casual que en 1950, los pequeños agricultores cultivaban casi
un 24 % del total de tierras cultivables, en tanto casi un 60% de dichas tierras era cultivada por colonos de
haciendas, y alrededor del 17% restante correspondía a faenas agrícolas desarrolladas por aparceros,
arrenderos y comunarios. Es decir que algo más de un 40% de las tierras cultivadas a nivel departamental
estaban en manos de productores campesinos independientes. Es probable que estas proporciones fueran
fluctuantes de acuerdo a las condiciones climáticas y que, el porcentaje de tierras cultivadas fuera de la
frontera hacendal fuese aun mayor. Al mismo tiempo, esta incidencia de labores agrícolas extra hacienda no
estaba homogéneamente distribuida. En general en las provincias del Valle Alto, el Cercado y el Valle Bajo
la agricultura parcelaria resultaba dominante. En cambio, en las provincias altas (Arque, Tapacarí, Ayopaya)
la hacienda era absolutamente dominante conjuntamente con las mermadas tierras de las comunidades
andinas, frente a una prácticamente inexistente agricultura parcelaria. En provincias como Misque, Aiquile,
Capinota, etc., la presencia de haciendas y parcelas resultaba más equilibrada.
83

disponibles con riego, pues una gran proporción de ellas eran tierras no aptas o de secano.
Por último se puede inferir que gran parte de la producción parcelaria se volcaba hacia los
mercados feriales, prácticamente toda la producción de maíz se empleaba en la elaboración
de chicha, y cierto porcentaje de otros cultivos se exportaba (a través del tradicional
comercio-hormiga) a las minas y centros urbanos del altiplano. Por otra parte, la
producción hacendal en una proporción significativa se volcaba a la exportación, sin
embargo, una parte de las cosechas de maíz se destinaba a la producción de chicha, y otra,
quedaba almacenada a espera de precios favorables.

La ciudad en los años 40 e inicios de los 50


La contradictoria dinámica regional permite establecer que la articulación de los valles
centrales de Cochabamba a la floreciente economía del estaño, no fue como otrora, a través
de grandes exportaciones de granos, sino bajo la forma de masivas emigraciones de fuerza
de trabajo y, alternativamente el comercio de volúmenes variables de diversos productos
agrícolas, incluyendo muko y chicha.
Estos factores que, como veremos más adelante, marcan profundamente la relación entre la
sociedad oligárquica y mestiza y, el medio ambiente resultante, también inciden en la
paulatina transformación de la aldea colonial en un mercado consumidor de bienes
industriales, pero además influyen en la propia idea de modernidad que construye la
sociedad valluna y que, no solo se vincula a la aspiración de las elites para recuperar los
mercados y ampliarlos a través de modernas vías de comunicación, sino a su opuesto
popular, la fantasía de un reino aislado (el mercado interior) capaz de autoabastecerse con
la producción local y generar sus propias redes hacia horizontes lejanos, pero sin hacer
depender de ello la fortaleza de la economía regional. Estos ideales expresados en principio
con escasa lucidez, fueron a su vez influidos por las predicas del liberalismo económico
europeo y comenzaron a ganar espacio en los círculos intelectuales, dando realce a las
tertulias de las clases acomodadas y aun de las clases medias, que no se cansaban de
escuchar "las novedades" que traían los señoritos desde París y otras capitales y, de
impregnarse de "los encantos" de las fascinantes mercaderías de ultramar que comenzaban
a modificar los añejos hábitos de la familia patriarcal tradicionalista.
Así fue surgiendo "un espíritu de modernidad", una suerte de atmósfera que pasaron a
respirar con avidez los círculos que aglutinaban a la inteligencia regional, a los
84

librepensadores y a los inconformes sin motivo definido, que comenzaron a calificarse


como "progresistas" en oposición al todavía pesado lastre de duras posturas conservadoras
que cargaba la sociedad tradicional. Acontecimientos como la introducción del telégrafo,
la ruptura de las tinieblas materiales y hasta intelectuales seculares gracias a la
incorporación de la energía eléctrica a la vida cotidiana, que trajo los biógrafos
(antecesores de las salas de cine) y las primeras emisiones de radio, reforzaron y dieron un
sentido más específico a las abstracciones modernizantes. Se pudo conocer y discutir con
gran desenfado el contenido de las últimas novedades literarias que llegaban de Madrid,
París o Londres y, hasta la lejana Cochabamba pudieron llegar con oportunidad los ecos
del avasallador "Art Noveau", el arte de la sociedad industrial que proponía la ruptura, en
todos los órdenes, con el naturalismo clásico y los viejos afanes de copiar los valores greco
romanos. Antiguas costumbres y arraigados valores son abandonados por las nuevas
generaciones, las viejas nostalgias por la sociedad colonial ceden paso a las aspiraciones
por el "modernismo" industrial. Aun los gamonales vallunos más conservadores aspiran a
cubrir sus obsoletas prácticas de dominación social con nuevos ropajes. Un escenario
fundamental de estas aspiraciones es la ciudad y el imaginario de transformar la aldea en
ciudad moderna.
La idea de modernizar la ciudad no era precisamente una utopía. La fortaleza de la
economía del maíz y la chicha proporcionaron, a través de un intrincado sistema
impositivo, los recursos necesarios para que las distintas obras públicas planificadas
pudieran ejecutarse. Sin embargo, este afán modernizador reposaba -a la inversa de otros
procesos urbanos similares- sobre un andamiaje económico no capitalista. En realidad, esta
aparente contradicción se acomodaba a una noción de modernidad que se limitaba,
pasados los extremismos que trae consigo toda novedad, a promover la implementación de
una nueva imagen, un nuevo vestuario urbano que pudiera esconder mejor la realidad de
una vieja sociedad señorial que con terquedad se negaba a reconocer que su tiempo
histórico había concluido. La cuestión central radicaba en la manera cómo los excedentes
agrícolas y artesanales generados por piqueros, fabricantes de chicha y maestros artesanos,
serviría para recrear una vitrina urbana acorde con los vientos nuevos que impulsaba el
siglo XX.
Imperceptiblemente en principio, pero luego con ímpetu avasallador, desde las últimas
décadas del siglo XIX, la modernidad fue ganando terreno en el imaginario de la sociedad
85

oligárquica. De esta forma, los paseos domingueros se hicieron más concurridos y


paulatinamente se transformaron en escenarios de promoción social y de cálculos
matrimoniales. Los aires musicales que acompañaban estos despliegues y teatralizaciones
obviamente cambiaron de tono y, las tradicionales retretas militares abandonaron
gradualmente los poco propicios aires criollos para entregarse de lleno a los más
apropiados valses vieneses, las polcas, los foxtrots, los pegajosos galopes del can can
parisino. En la misma forma las celebraciones cívicas se revistieron de rígidos protocolos
al estilo teutónico. La efemérides departamental evolucionó hacia una celebración de
contenido militar y elitista: el desfile cívico. Las pompas marciales y los grandes bailes
sociales desplazaron a las tradicionales corridas de toros y verbenas populares. Las
celebraciones masivas matizadas por peleas de gallos, palos ensebados, ardorosas
competencias en las "walluncas", las ya mencionadas corridas de toros, como las que se
celebraban en la plaza de San Sebastián y a lo largo de la Pampa de las Carreras en el mes
de enero, fueron poco a poco restringidas y finalmente prohibidas. Otras fiestas tan
arraigadas como la de San Andrés, festejada en noviembre en la campiña de Cala Cala, se
vio invadida y desvirtuada por la elite urbana que termino imponiendo sus maneras sobre
el gusto popular, transformando el acontecimiento en un paseo social de lucimiento de
galas, carruajes y automóviles, además de competencias poéticas o concursos florales que
desplazaron las coplas populares. El carnaval, el denominado mundo al revés, fue también
impregnado de nuevos gustos hasta casi extirpar todo rasgo popular colonial de las otrora
sonadas fiestas de carnestolendas que en todo caso fueron exiliadas a las periferias en
nombre de las "buenas costumbres". De esta forma las tradicionales pandillas que se
apoderaban de la ciudad al ritmo de ingeniosos y atrevidos contrapuntos acompañados de
guitarras, charangos, bandoneones y colores de la tierra, fueron sustituidos por un corzo de
flores italianizante y los bailes de máscaras vieneses del Club Social (institución fundada
en 1890 ), más a tono con los nuevos valores de la modernidad. Casi todas estas
manifestaciones tuvieron como escenario la Plaza de Armas y sus alrededores que
liberados de la presencia de chicherías fungían como cotos cerrados para una elite que
buscaba reproducir con esta división de espacios las dos "repúblicas", pero no a la manera
española, a su juicio atrasada y oscurantista, sino tomando hasta donde fuera conveniente y
posible, patrones europeos de modernidad (RODRIGUEZ y SOLARES, 1992).
86

Una vez que este nuevo ordenamiento superestructural comenzó a tomar forma,
consistencia y viabilidad práctica, se dieron las condiciones para la transformación y
renovación de los obsoletos soportes materiales urbanos, pero dentro del sentido y la
significación anteriormente destacada. De esta manera el sentido urbano de modernidad
tuvo naturalmente un alcance restringido e impregnado de privilegio. Por ello, la
relocalización, tantas veces mencionada de los establecimientos de elaboración y expendio
de chicha, tuvo las características de una verdadera cruzada en favor de la ciudad moderna
y contra los resabios aldeanos, sinónimo de atraso y de malos hábitos. No obstante, no se
perseguía (como en el caso de La Paz, Oruro y las minas) la extinción del comercio de
chicha41, sino su simple alejamiento de los escenarios urbanos que se deseaban revestir con
los valores de occidente. Salvada esta formalidad, nadie negaba que la chicha era un
recurso económico regional y una alternativa nada despreciable para enfrentar las
frecuentes contracciones de los mercados extraregionales de consumo del maíz
(SOLARES, 1992)42. En realidad, el proceso descrito significa una victoria formal para las
armas de la modernidad, la misma que luego permitirá, iniciar la batalla "por la ciudad", es
decir por la empeñosa búsqueda de la consolidación de un espacio exclusivo para el
comercio moderno desplazando "el comercio de los otros", considerado incompatible con
los nuevos valores urbanos. De esta manera, la misma escisión que se promueve y
profundiza en el plano ideológico y en el fortalecimiento de la sociedad de castas, también
se va reproduciendo en la creciente diferenciación de las zonas urbanas, donde se introduce
el criterio de jerarquías y diferencias de sentido elitario en el uso del suelo, para forzar la
legibilidad y la legitimidad de un "centro comercial moderno" ocupado en exclusivo por
casas comerciales de respeto, es decir, firmas importadoras, sucursales de las grandes casas
comerciales paceñas, comercio minorista de efectos de ultramar, sedes bancarias,
representaciones comerciales de firmas extranjeras, negocios de una abundante colonia
extranjera que proporciona pautas y orienta este afán renovador, a nombre de las cuales, se
introducen nuevos puntos de vista para definir un referente material menos abstracto para
concebir el desarrollo urbano. Bajo este nuevo ímpetu se van introduciendo las

41
En 1930, la Alcaldía paceña prohibió el expendio de chicha en esa ciudad, decretando el cierre definitivo
de las chicherías, así como prohibiendo la importación de muko. El argumento central era "defender la
preservación de la salud física y moral de la clase trabajadora".(RODRÍGUEZ y SOLARES, 1990)
42
Para conocer en detalle el proceso de articulación entre economía del maíz y desarrollo urbano ver:
SOLARES, 1990 Y SOLARES Y RODRÍGUEZ 1990.
87

innovaciones en materia de transporte que describimos con anterioridad y otras como la


instalación de las redes de infraestructura básica: electricidad, agua potable y alcantarillado
que evidentemente contribuyeron a afianzar un estilo de vida menos tradicional y
definitivamente alejado del recuerdo colonial.
Todas estas circunstancias favorecieron la consolidación del centro comercial, es decir de
un espacio urbano central apropiado para el desarrollo de un mercado de capitales y de
expansión del capital mercantil e inmobiliario. En todo este proceso el cerrado mundo
agrario de la gran hacienda era ajeno a la producción de la riqueza que hacía posible que la
modernidad comenzara a adquirir una fisonomía palpable, pero ello no impedía que la
clase patronal estuviera presta a comandar los debates sobre "los nuevos adelantos" que
debían agregarse a la ciudad, promover jugosos negocios inmobiliarios, incluyendo el
fraccionamiento de la campiña para consolidar los nuevos barrios residenciales y dar un
nuevo impulso a la "refuncionalización" de los viejos caserones del centro para que
pasaran a desempeñarse como casas comerciales y departamentos residenciales con objeto
de captar rentas por la vía de los alquileres.

En fin, este es el trasfondo estructural en el que se ejecutan las obras de desarrollo urbano
en la primera mitad del siglo XX. La materialización de la nueva fisonomía urbana, sin
embargo, no solo se limita a una renovación paulatina de su imagen física, sino a una
recomposición de la propia sociedad. El auge de la economía de la chicha, puso en
evidencia la tragicomedia del agotamiento del "ancien regime", es decir, la incomoda
constatación de que la ciudad civilizada se sustentaba sobre la incivilizada chicha.. Fue en
este contexto, donde comienzan a tomar forma los nuevos actores sociales y los nuevos
valores culturales sobre los que se forjarán los fundamentos de la actual sociedad
cochabambina. También bajo este contexto, se ensayan los vuelos urbanísticos que dan
forma a las ideas más audaces de desarrollo urbano, que gracias a la inagotable cantera de
los recursos que proveía la chicha, dejaron de considerarse utopías y adquirieron el rango
de propuesta de planificación de la ciudad moderna.

La discusión sobre la cuestión urbana en los a los años 40 y la concepción que se tenía
sobre lo urbano evolucionó desde la antigua visión de hechos y temas aislados hacia una
suerte de concepción integral sobre la problemática que encerraba la ciudad y, el
convencimiento de que la forma espontánea de su crecimiento y dinámica interna deberían
ser sustituidos por la adopción de modelos y formas preestablecidas de desarrollo
88

planificado. Existía la conciencia de que lo urbano conjugaba variables económicas,


sociales e incluso ideológicas. El discurso sobre la ciudad dejó de tener el tono utópico
idealista y segmentado de otros tiempos, para convertirse incluso en un discurso político y
de denuncia social con relación a la notoria desigualdad de las oportunidades de acceso de
la población a los diferentes beneficios de dicho desarrollo urbano, centrándose en temas
como la penuria de la vivienda, el agua potable, las condiciones sanitarias, la mortalidad
infantil, la contaminación ambiental, donde una y otra vez se muestra que todos estos
problemas de raíz social, no se constituían en problemas de la comunidad, sino
esencialmente de los estratos de bajos recursos. Por ello, no resulta casual que las
denuncias sobre los cuadros de la creciente pobreza y la miseria, comenzaran a ser más
frecuentes en la consideración de los problemas urbanos.
La ciudad no solo comenzó a modificar su imagen y el ritmo de su crecimiento, alterando
los seculares límites que definían su perímetro urbano, sino fue reemplazando su estructura
física homogénea y compacta, por otra marcadamente heterogénea: al lado de las
urbanizaciones modernas en la zona Norte, con los innovadores chalets o casas con
jardín, introducidos por las modas arquitectónicas de gusto anglosajón de los años 30 y 40,
que pasaron a reemplazar el fatigante modelo colonial, se procede a la transformación, más
o menos brusca de la fisonomía urbana tradicional, prácticamente violada por la novedad
de los letreros luminosos y el despliegue de propaganda comercial que caracterizó el paso
irreversible de la sociedad rural aldeana a la sociedad de consumo, y que terminaron
proporcionando al comercio central un carácter marcadamente jerárquico e ideológico de
corazón de la urbe en formación, que se impregnó de urgencias modernistas. Bajo este
impulso, simultáneamente se fue materializando la versión valluna de ciudad-jardín y de
centro moderno, aunque fuera materializado, remodelando despiadadamente las viejas
casonas para que fragmentos de ellas recibieran disfraces y emplastos de arquitectura
moderna, que proporcionaran un marco más decoroso a las modernas tiendas y sobre todo
a la renovadas necesidad de las elites de "respirar aires modernos" que les hicieran olvidar
la permanencia a muy poca distancia, incluso en los patios traseros de sus casas con
"fachada moderna y comercial", de miserables tugurios e increíbles hacinamientos, de
callejuelas coloniales que desafiaban la imagen de ortogonalidad y amplitud, de las
obsoletas pilas publicas y los basurales céntricos que causaban el bochorno de los
modernistas, además de las infaltables chicherías que siempre encontraban la manera de
89

deslizarse hacia este espacio exclusivo para alarma y escándalo de pro hombres de respeto,
que en la intimidad podían gustar de "la buena", pero nunca de la cercanía de estos
establecimiento, que herían su fina sensibilidad de gentes de progreso.
Como se mencionó con anterioridad, la cuestión de como planificar la ciudad, fue una
preocupación muy anterior a la presencia formal de los urbanistas. Esta preocupación se
remonta a la segunda mitad del siglo XIX, cuando diversas ordenanzas municipales
comienzan a expresar un marcado interés por la fisonomía de la ciudad, por la
racionalización de las edificaciones, por el ancho de las vías públicas y por la armonía de
este conjunto. La visión que guiaba a estos pioneros del urbanismo en Cochabamba,
esforzados munícipes dotados de extraordinario sentido común y gran capacidad de
autoformación, no pasaba por una comprensión integral de la dinámica campo- ciudad o
una visión de lo urbano como resultado de la concurrencia de innumerables factores. Su
lógica era más lineal y pragmática: la ciudad reclamaba por muchos problemas, y a cada
uno de ellos, más o menos aisladamente, le debía corresponder algún tipo de respuesta o
solución. Así, el ensanche de calles, su rectificación o la apertura de nuevas vías no
respondía necesariamente a la materialización de algún tipo de modelo o plan, sino eran
respuestas "sobre la marcha" a los problemas urbanos tratados como una suma de asunto
puntuales y específicos, aun cuando, el tratamiento de cuestiones más complejas como el
agua potable, el saneamiento, el problema del río Rocha, etc., les obligara a reflexionar en
términos del conjunto urbano.

En todo caso, el cambio fundamental que impulsó la transformación de la aldea en ciudad,


no fue esta ebullición de modernismo, sino la valorización del suelo para usos urbanos,
desplazando al tradicional valor agrícola, como hecho predominante. Un fenómeno
desapercibido pero central, fue la perdida de valor de la campiña, como espacio agrícola
fenómeno que comenzó a manifestarse tal vez desde la crisis del maíz de los años 20, pero
con mayor nitidez desde mediados los años 30, acompañada paralelamente de su
incontenible revalorización como tierra apta para "urbanizar". Es indudable que la
ejecución de proyectos de desarrollo urbano (la electrificación, la organización del
transporte público a través de los tranvías, el Ferrocarril del Valle, la instalación de las
redes de agua potable y alcantarillado, los teléfonos, la pavimentación, etc.) que se
producen desde los primeros años del siglo XX, además de factores relacionados con la
naturaleza desigual de este desarrollo, como la penuria habitacional y la fiebre especulativa
90

con relación a los alquileres y otros mecanismos de producción de renta inmobiliaria 43,
además de las valorizaciones abstractas que trazan los visionarios de la ciudad moderna
definiendo en el espacio urbano real y potencial atributos de contenido económico para las
diferentes zonas; terminan configurando un conjunto de causas que concurren a un solo
efecto, es decir, la citada valorización del suelo para el consumo urbano, pese a que el auge
del maíz para la fabricación de chicha hacía de la tierra agrícola con riego, un medio de
producción muy cotizado.
Uno de los factores que ejercieron mayor influencia en el proceso de valorización de la
tierra, al margen de las dotaciones de infraestructura básica y transporte, fue el
afianzamiento y fortalecimiento de un mercado inmobiliario de rasgos especulativos que
aprovechó adecuadamente la creciente presión demográfica que comenzó a experimentar la
ciudad a partir de la posguerra del Chaco. La respuesta a la penuria de habitación estimuló
la inversión en vivienda y permitió a una masa de pequeños y medianos inversores, a
dedicarse a la captación, vía alquileres preferentemente, de diferentes porciones de renta
inmobiliaria, hecho que a su vez dinamizó la economía y provocó la valorización de la
tierra, ya no como medio de producción, sino como medio de captación y reproducción de
capital mercantil a través de la vivienda destinada al arriendo, aun cuando la captación de
plus valor por este medio es lenta, pero aun así era una opción interesante y practicable, en
un medio donde otras opciones como el desarrollo industrial eran embrionarios o incluso
inexistentes. Los terratenientes, pasado el auge provocado por las ventas de granos a la
Intendencia del Ejercito durante el conflicto con el Paraguay, se sumieron una vez más en
la crónica crisis de mercados, y pasaron a practicar estrategias de diversificación
económica, una de las cuales, tal vez la más efectiva, fue el "negocio de casas y tierras
para urbanizar". Por tanto, la producción de vivienda y la inmisericorde remodelación de
las venerables casonas, persiguió la captación de rentas, ya fuera a través de la oferta de
arriendo o la oferta de tierras de cultivo urbanizables.
El Censo Municipal de 1945, realizado en el marco de los aprestos para la planificación de
la ciudad, revelaba que finalmente la misma había alcanzado una población de 71.492
habitantes, hecho que no solo significaba un incremento que triplicaba y casi cuadruplicaba
la población de 1886 y 1900, sino que expresaba la definitiva ruptura con el lento

43
En torno al tema de la crisis habitacional, la especulación inmobiliaria y la situación de la vivienda,
consultar a SOLARES, 1990, Capítulo 3.8, Vol. 2.
91

crecimiento demográfico que caracterizó el proceso urbano, prácticamente desde la


fundación de la Villa de Oropesa. En correspondencia con este hecho, la ciudad sufrió la
modificación profunda de su estructura original: había dejado de expresar la realidad del
tejido urbano homogéneo y continuo que caracterizó a la aldea: ahora presentaba un área
de fuerte consolidación que contenía las cuatro zonas tradicionales o "casco viejo" con
54.432 habitantes (76,14 % del total) y 9.603 familias que ocupaban 225 manzanas (62,5%
del total) y 3.732 viviendas(66,16 % del total); y una serie de áreas dispersas bajo la
modalidad de pequeñas aglomeraciones todavía fuertemente vinculadas con su entorno
rural de huertos y maizales, es decir, pequeños islotes de densidad urbana -La Chimba,
Hipódromo, Sarco, Mayorazgo, Cala Cala, Queru Queru, Tupuraya, Muyurina, las
Cuadras, Alalay, Jaihuayco y la Maica-, de los cuales, Muyurina, Cala Cala y Queru Queru
eran los núcleos más importantes al haber consolidado en conjunto unas dos docenas de
manzanas y unos centenares de casas. En suma, se trata de una estructura cuyos elementos
constitutivos están fuertemente dispersos y dispuestos entorno a un núcleo dominante.
Dicho núcleo central es el más denso y presenta un promedio de ocupación de dos o más
familias por predio, es decir que la vivienda unifamiliar en este centro, ya en 1945, era
prácticamente inexistente. En suma, el "casco viejo" presentaba índices de densidad
elevados, de tal suerte que las tendencias al hacinamiento y la tugurización eran evidentes,
particularmente en las zonas populares del Sur, que como el resto de la periferia eran las
menos atendidas con servicios urbanos.
Tomando como base la interpretación estadística del citado Censo se puede comprobar que
la ciudad ya no se reduce a una mancha unitaria y homogénea, sino, pasa a presentar un
área de consolidación urbana o casco viejo, siendo éste el sector más densamente poblado
en torno al cual se habían consolidado pequeños núcleos poblados todavía fuertemente
comprometidos con un entorno rural de huertos y maizales, pero con una tendencia
definida de urbanización, constituyendo en conjunto una zona nítida de expansión urbana.
El cuadro 6 permite una aproximación aun mayor a esta nueva realidad, de ello se puede
inferir que el espacio de la ciudad tradicional presentan un grado mayor de consolidación
urbana que se expresa en su mayor población y en una tasa de edificación más intensiva,
con un promedio de habitantes por vivienda que supera las dos familias y en algunos casos
se aproxima a tres familias, lo que implica un índice elevado con probables situaciones de
hacinamiento, dada la precariedad de la vieja casona republicana edificada bajo modelos
92

coloniales.
Cuadro nº 6
Cochabamba 1945: Zonas urbanas por población, familias, manzanas y viviendas

Zonas urbanas Nº habitan- Nº familias/ Nº casas/ Promedio de Promedio de


tes/manza- Manzana Manzana familias/ habitantes/
na Casa Casa
Noroeste 215 35 15 2.33 14
Noreste 185 31 14 2,21 13
Sudeste 295 55 18 2,96 16
Sudoeste 277 51 18 2,74 15
La Chimba 127 24 16 1,53 8
Hipódromo 97 19 14 1,37 7
Sarco 153 28 17 1,58 9
Mayorazgo 152 20 15 1,33 10
Cala Cala 147 25 18 1,36 8
Queru Queru 116 21 12 1,70 9
Tupuraya 69 14 10 1,41 7
Muyurina 192 30 16 1,87 12
Las Cuadras 170 32 19 1,71 9
Alalay 95 18 9 1,93 10
Jaihuayco 128 26 16 1,69 8
La Maica 64 11 9 1,22 7
Fuente: SOLARES, 1990

Se puede observar que las zonas populares del Sur son las más densas, entre otras causas,
debido a que en este sector se concentraban las actividades artesanales y comerciales.
Igualmente se puede observar, que la zona Sudeste, ya en ese tiempo, aparecía como la
más densamente poblada en razón de la atracción que ejercían las actividades feriales y
comerciales que tenían lugar en esta populosa zona. Además, muchas de las viviendas de
los alrededores de Caracota: la Avenida Aroma, la parte Sur de la Avenida San Martín, las
calles 25 de Mayo, Esteban Arze y otras, no solo eran concurridas colmenas de actividad
comercial, sino sitios donde se desenvolvían prósperas chicherías, talleres artesanales,
bares y pensiones e infinidad de puestos callejeros de pequeños comerciantes de abarrotes
y diversos productos agrícolas.
En zonas alejadas en diverso grado del centro tradicional, se puede verificar que el número
de habitantes por manzana, así como el número de familias por manzana, casas por
manzana y habitantes por casa disminuye, expresando este fenómeno una lógica de uso del
suelo vinculada a otras formas de reproducción económica de las familias, es decir, la
presencia de pequeños agricultores, artesanos y gentes de clase media que poseen un
promedio de propiedades más amplia que en la zona central y en gran medida utilizada en
93

funciones rurales (sembradíos de maíz, árboles frutales, legumbres, etc.). En el caso de


Alalay, el pequeño núcleo existente estaba constituido por pequeños comerciantes y
artesanos, tal vez estos últimos, herederos de los viejos artesanos que hicieron famosos en
tiempos coloniales los barrios de la Carbonería, la Jabonería y otros. Queru-Queru y, en
menor medida Cala Cala combinaban dos tipos de situaciones: la presencia, más o menos
extendida de la vivienda aislada o la casa tipo chalet en sectores de reciente urbanización
como el Rosal, Portales y otros, y la existencia de viejas casonas, sobre todo concentradas
en torno a la Plaza de la Recoleta y a la antigua Plaza del Regocijo en Cala Cala, muchas
de ellas convertidas en conventillos o en locales de expendio de chicha, pero que
paulatinamente eran demolidas y sustituidas por viviendas modernas. Las Cuadras era un
barrio nuevo, es decir, una zona donde predominaban casas aisladas, pero su relación
habitantes/vivienda próxima a dos familias sugiere viviendas o chalets con inquilinos. Cala
Cala y, en menor medida Tupuraya, Muyurina, etc., expresaban una combinación de
chalets y casas quintas, su relación familias/vivienda sugiere la existencia de escaso
inquilinato y una mayor presencia de viviendas unifamiliares. Jaihuayco y otras zonas eran
apenas pequeños caser

Cochabamba 1945: Zonas urbanas según porcentajes del nivel de prestación de los
servicios básicos
Zonas urbanas Viviendas con todo Viviendas sin ningún Viv. c/ servicios Totales
servicio servicio Deficitarios
Nº viv. % Nº viv. % Nº viv. % Nº viv. %
Noroeste 615 71,26 134 15,53 114 13,21 863 100
Noreste 600 73,80 97 11,93 116 14,27 813 100
Sudeste 522 53,21 256 26,10 203 20,69 981 100
Sudoeste 506 49,90 243 23,96 265 26,14 1.014 100
La Chimba - - 62 96,87 2 3,13 64 100
Hipódromo - - 175 97,22 5 2,77 180 100
Sarco 1 1,43 51 72,85 18 25,71 70 100
Mayorazgo 1 6,67 11 73,33 3 20,00 15 100
Cala Cala 33 9,04 188 51,51 144 39,45 365 100
Queru Queru 13 4,23 158 51,47 136 44,30 307 100
Tupuraya - - 64 82,05 14 17,95 78 100
Muyurina 60 19,87 150 49,67 92 30,46 302 100
Las Cuadras 40 30,07 76 57,15 17 12,78 133 100
Alalay 20 16,27 91 73,98 12 9,75 123 100
Jaihuayco - - 162 93,64 11 6,36 173 100
La Maica - - 89 95,70 4 4,30 93 100

TOTALES 2411 43,25 2007 36,01 1.156 20,74 5.574 100


Fuente: SOLARES, 1990.
94

El cuadro precedente permite establecer como se distribuyen los, en realidad modestos


recursos de la infraestructura urbana disponible. Naturalmente, los barrios centrales
resultan los más privilegiados, pero el resto urbano no muestra un cuadro de carencias
homogéneo, las zonas Norte y Este en general se muestran en mejor situación que los
pequeños villorrios del Sur y el Oeste. En contraste las zonas de Jaihuayco, La Maica,
Sarco, La Villa, etc, todavía en un proceso preliminar de transición entre lo rural y lo
urbano, estadísticamente expresaban abultados déficits en materia de infraestructura
básica.
Analizando estas mismas estadísticas, el Arq. Franklin Anaya en 1946 anotaba que el 73 %
de la población vivía en casas alquiladas, incluyendo muchos tugurios y viviendas
inadecuadas. Al respecto señalaba:
En 2.007 casas en que habitan 18.952 personas, que constituyen el 26 % de la
población,, no existen servicios de agua potable, alcantarillado y luz eléctrica;
2.622 casas con 26.057 habitantes carecen de agua potable y 3.109 casas
habitadas por 32.500 personas que hacen el 45 % de la población carecen de
alcantarillado, lo cual quiere decir que diariamente más de 40 toneladas de
estiércol y orines humanos, no tienen acomodo higiénico dentro de la ciudad (El
País, 5/12/1946).

De todo lo anterior, se puede concluir que la estructura urbana de la ciudad de


Cochabamba en 1945, corresponde a una articulación poco elaborada del viejo casco
urbano cada vez más denso y menos habitable con un conglomerado aun difuso,
heterogéneo, y disperso de modestos caseríos y primeros embriones de urbanizaciones con
destino a casas modernas, débilmente vinculados por avenidas que en la mayor parte de
los casos, apenas se trata de caminos vecinales que tienden a quedar intransitables en el
periodo de lluvias. Todavía no llegan a estructurarse, fuera del centro urbano tradicional,
barrios en el sentido urbano del término, sino villas, es decir, se densifican antiguos
caseríos de vivienda rural que toman rango urbano, por que, a partir de inicios de los años
40, son incorporados administrativamente al interior del radio urbano, aunque solo en
décadas posteriores serán absorbidos por el avance efectivo de la urbanización. Sin
embargo, esta no es la regla: en el caso de los barrios residenciales en formación se van
consolidando unidades vecinales en base a la urbanización efectiva de segmentos de la
antigua campiña.
Esta estructura es en realidad fragmentaria, y en ella está todavía fuertemente presente el
mundo rural. En este orden, los barrios residenciales recién constituidos expresan una
95

suerte de mezcla de casas-quintas y huertos que guardan mucho de la antigua campiña


llena de añoranzas sobre placeres veraniegos que se van perdiendo irremediablemente, con
inserciones puntuales de ciudad-jardín que anuncian los nuevos valores de la modernidad
urbana. Factores como la penuria de vivienda, la valorización de la tierra urbana, la
dinamización del capital inmobiliario, y sobre todo, la débil capacidad estatal para frenar la
especulación de alquileres, el alza del costo del suelo urbano y la construcción sin control
técnico ejercerán influencia en las transformaciones urbanas posteriores.
La ciudad, por lo menos hasta la década de los años 30, transitó su pausada marcha sin
mayores variantes. El conflicto del Chaco y, sobre todo sus consecuencias posteriores,
permitió entre otras cosas, quebrar el rígido sistema colonial de estratos y clases sociales,
dando oportunidad a que los ex soldados campesinos adquirieran el estatus de ciudadanos,
en la medida en que muchos de ellos emigraron hacia los centros urbanos, entre los cuales
Cochabamba ejercía una enorme atracción favoreciendo su incorporación a las actividades
comerciales y artesanales urbanas, en lugar de retornar al odioso régimen del colonato. Un
cronista perspicaz señalaba estos hechos de la siguiente manera:

a raíz de la Guerra del Chaco (donde una mayoría de los campesinos cayó
prisionero), pudo asimilar nuevas costumbres y adquirir en cierto modo un mejor
confort en sus costumbres primitivas, tanto en habitaciones, vestuario y
alimentación como en sus propias diversiones. El mayor porcentaje de hombres
que fueron a la guerra no volvieron a empuñar el arado con el mismo interés y
decisión que antes.

Este mismo cronista revelaba además, que las escuelas rurales aceleraron este cambio 44.
Por otra parte, también se reconocía que a los anteriores se sumaron factores de orden
económico como:

la inflación de la moneda de posguerra, que creó una intensa actividad


inversionista de los capitalistas que negociaron durante la guerra, que tuvieron
dinero depositado en los bancos o negociaron en minas. Había que salvar el
dinero adquiriendo bienes rústicos y urbanos. Había que dar consistencia a la
44
En 1935, Elizardo Pérez, creador de la Agencia de Educación Indigenal y de la primera Escuela Rural de
Warisata, organizo la Escuela Rural de Vacas, al amparo del Decreto Supremo de 19/10/1936, por el que se
obligaba a los latifundistas a mantener escuelas rurales en favor de los colonos, lo que se realizó con fuerte
oposición de la Sociedad Rural de Cochabamba que representaba los intereses de los hacendados. En 1936,
se organizó el Sindicato Agrario de Huasacalle, que en 1937, intento hacer cumplir otra disposición legal, en
sentido de que las propiedades rurales de ordenes religiosas y municipios debían ser administradas por los
propios colonos. En el ejercicio de esta disposición, los campesinos de Huasacalle y Ana Rancho, a través de
su Sindicato, construyeron una escuela en 1937.
96

fortuna privada amenazada seriamente por la inestabilidad del billete. Del


altiplano y de otras ciudades del interior llegaron refuerzos económicos fuertes
sobre Cochabamba. Y bajo este influjo, casi loco, el valor de las propiedades fue
subiendo y subiendo. Mineros, comerciantes, industriales, empleados de gobierno,
etc. empezaron a adquirir lotes urbanos y fundos rústicos, pagando precios
enormísimos, impropios a la calidad y condición de los terrenos(...) Así
comenzaron también a construir edificios sin importarles el costo. El afán
constructivo requirió obreros y peones. Hubo que buscarlos en los campos, ya que
los elementos propios de la ciudad fueron totalmente ocupados. La escasez de
brazos para edificaciones sobrevino a la competencia del salario. Los salarios
comenzaron a subir en creciendo hasta hace poco(...) Los campos fueron
despoblados de sus mejores elementos. La vida rural perdió a sus elementos
jóvenes que se vinieron hacia la ciudad alucinados por mejores condiciones de
vida. Así progresó Cochabamba en forma material y demográfica desde 1937 (El
Imparcial 4135, 25/04/1944).

La anterior descripción de los antecedentes que determinaron las primeras


transformaciones urbanas por su claridad no merece mayores ampliaciones. Quedan así
comprendidos los motivos que finalmente concurrieron a que súbitamente la inmovilidad
de siglos se transformara en un "influjo casi loco", una fiebre de comprar tierras urbanas y
suburbanas y de construir como nunca antes en la historia de la ciudad45.
Otra descripción de la ciudad a fines de los años 40, permite reconocer aspectos notables
de esta nueva dinámica y sus consecuencias inmediatas:

La ciudad se extiende por los cuatro puntos cardinales y sin embargo de que, ni la
fuerza eléctrica es suficiente ni el agua potable puede llegar a las regiones
urbanizadas, y menos todavía la pavimentación; sin embargo la ciudad crece en
forma considerable y el valor de las propiedades se va ubicando en beneficio de
los terratenientes que en las afueras disponen de extensos latifundios, de done
resulta que las clásicas huertas van desapareciendo y en su lugar se levantan
viviendas(...) Apenas pasan diez años de cuando el aspecto de nuestra ciudad era
casi provinciano, los propietarios de casas preferían mantener sus balcones
señoriales y sus techumbres semiderruidas, y sus interiores casi siempre eran
galpones o canchones donde podía descansar el ganado que llegaba desde las
propiedades: grandes caravanas de acémilas recorrían las principales arterias de
la ciudad trayendo desde las provincias y las estancias los productos de las
inconmensurables fincas...Hoy en este pequeño lapso todo ha cambiado(...) los
huertos, los jardines y los patios soleados van desapareciendo, por que hay que
45
Un primer momento de la expansión urbana no se caracterizó por el crecimiento físico urbano, sino por un
lento y persistente proceso de densificación. Así de las 142 manzanas definidas por A. Soruco en 1879 (El
Heraldo 161 de 17/07/1879), y analizando los censos de 1880 y 1886, se estimó que aproximadamente unas
78 manzanas en 1880 y unas 82 en 1886 presentaban una fisonomía realmente urbana, a partir de asumir un
parámetro de 12 viviendas por manzana, es decir una media de tres casas por cuadra, como el mínimo
admisible para caracterizar un tejido urbano como tal.
97

dar paso al comercio y a la industria que requiere cuanto espacio sea posible para
dar cabida a los almacenes y a las pequeñas fábricas. La población está
desplazándose hacia los alrededores en busca de aire puro y de sol, de donde
resulta que inclusive empleados de reducido emolumento van haciendo economías
para comprar reducidos terrenos donde lentamente van construyendo su casa ("El
Progreso Cochabambino", Editorial de El País 3289, 17/05/1949).

Esta última crónica tiene la virtud de resumir todo el proceso mediante el cual la aldea fue
sufriendo una metamorfosis para adquirir lentamente una imagen urbana. No obstante, esta
evolución es más producto, como se puede percibir, de un ejercicio de acumulación y suma
de nuevos componentes que incrementan las dimensiones físicas de la ciudad pero no
modifican realmente su estructura histórica.
Para establecer los principales rasgos de esta evolución formal se hace necesario
diferenciar, entre las proyecciones de crecimiento urbano que comenzaron a aparecer en
los planos a partir de la propuesta de Ramón Rivero de 1909, y la efectiva consolidación
urbana de nuevas tierras. De acuerdo al Censo de 1900, la ciudad mantenía las 142
manzanas que ya habían sido registradas en los censos de 1880 y 1886. Aparentemente
esta situación se mantiene invariable hasta 1910. Es decir que la ciudad en un lapso de tres
a cuatro décadas no experimenta ningún crecimiento físico significativo pese al incremento
de población. En realidad, el modesto perímetro de la aldea era holgado con relación a la
modesta capacidad de la dinámica urbana para consolidar realmente el citado número de
manzanas. Planos posteriores asignaron a la ciudad un número de manzanas mucho mayor,
con incrementos tan importantes como la adición de un centenar a las originalmente
mencionadas. Así por ejemplo el "Plano Regulador" de 1910 (Ver Mapa Nº 3) incluía
244 manzanas numeradas, sin embargo, solo 123 manzanas estaban tomadas en cuenta en
el plano de alcantarillado de 1922 y en el de pavimentación y aguas pluviales de 1930,
tratándose en estos últimos dos casos de las manzanas que efectivamente habían sido
consolidadas por funciones propiamente urbanas.
El Censo Municipal de 1945 incluye un total de 360 manzanas dentro del Radio Urbano.
Sin embargo aquí se hace referencia a todo lo que incluía el perímetro urbano ampliado por
la Ordenanza Municipal de abril de 1945. No obstante, dicho censo, muestra una realidad
urbana diferente que es necesario analizar: La ciudad ampliada presentaba 16 distritos
urbanos, incluyendo oficialmente toda la campiña hacia el Norte y pequeños
conglomerados indígenas hacia el Sur Si se compara esta situación con la definida por el
98

Plano Regulador de la Ciudad que comienza a ser aplicado a partir de 1950 y que incluía
1.600 manzanas en el interior del Radio Urbano establecido en 1945, se puede percibir que
las manzanas contabilizadas por el citado censo no configuraban una aglomeración
continua y homogénea, sino apenas un tejido expandido, cuya estructura urbana presenta
las siguientes características:

Por una parte, un núcleo o zona central densa que comprende los distritos Norte y Sur del
casco viejo, compuesto por 225 manzanas, donde habitaban 54.432 personas. es decir, el
76 % de la población de compuesta por 71.492 habitantes. La variante fundamental en este
caso con respecto a la estructura urbana del siglo XIX, es que se rompe con el esquema
colonial de zonas anulares, de tal manera que la antigua zona intermedia queda incluida en
este centro que, hacia los años 50, ha consolidado una mancha urbana densa que cubre
prácticamente todo el espacio disponible dentro de los límites de esta zona, es decir que
desde la avenida Aroma y la zona de San Antonio por el Sur, hasta las márgenes del río
Rocha por el Norte y el Oeste, así como hasta las faldas de la serranía de San Pedro por el
Este, la ciudad logró en mayor o menor grado consolidar un tejido urbano compacto y
continuo

Por otra parte, surge la realidad de una amplia periferia conformada por las 135 manzanas
restantes que en realidad definen aglomeraciones menores muy dispersas y rodeadas por
tierras rústicas y de uso agrícola, como se menciono, a la manera de pequeños islotes
aldeanos que agrupaban algunas decenas de manzanas: Cala Cala, Queru Queru, Tupuraya,
Muyurina, Jaihuayco, Mayorazgo, etc. unidos al centro por caminos sinuosos o avenidas
(por ejemplo la Libertador Bolívar) a lo largo de las cuales se habían edificado chalets. Es
decir se trata de una mancha urbana todavía tenue donde se combinan núcleos compactos y
dispersos con formas lineales de consolidación residencial, dentro del típico proceso de
una nueva estructura física en formación.

De aquí se puede concluir que pese a los progresos en materia de transporte urbano,
comunicaciones, infraestructura, la ciudad real, es decir el sector central, por lo menos
hasta los años 50, mantuvo en esencia el modelo hispano primigenio y no logró trasponer
francamente la barrera natural del río Rocha para iniciar una expansión franca y masiva
hacia el Norte; ni logro consolidar una aglomeración continua hacia el Sur más allá de la
estación del Ferrocarril y la colina de San Sebastián que se erigieron en otras tantas
99

barreras no superadas. Dentro de estos límites se afianza dicha "ciudad real" no solo en
términos de establecer unas condiciones de mayor densidad poblacional y un uso más
intenso del suelo urbano, sino de una concentración casi monopólica de todos los adelantos
en materia de infraestructura urbana y servicios públicos. Otro tanto sucede
evidentemente con las actividades económicas (comercio, ferias, industrias y artesanías),
con los equipamientos urbanos, las mejoras de pavimentación y la propia vivienda. En
suma, la ciudad era este centro, en tanto sus otros componentes todavía no habían superado
su lento tránsito entre lo rural y lo urbano46

Medio ambiente y dinámica urbano - regional

La dimensión material de los procesos económicos y sociales que tuvieron lugar en el


Valle de Cochabamba en la primera mitad del siglo XX analizados en su contexto regional
y urbano, permiten establecer una serie de efectos sobre el medio ambiente y la
construcción de un paisaje valluno que paulatinamente fue correspondiendo a la sociedad
moderna que se fue gestando, con todas sus contradicciones y originalidades.

Si el paisaje que contemplaron los antiguos mitimaes, pudo ser uno de extensos bosques
nativos y abundantes cursos de agua y aún lagos interiores; el paisaje de la sociedad
colonial que sucedió al anterior fue el resultado de la manera como este territorio y su
población se articularon a la economía minera, por ello, la emergencia de las haciendas
hispanas y la institución del yanaconaje transformaron los antiguos bosques en extensos
maizales y trigales salpicados de embriones urbanos y caminos vecinales, que proveían a la
mesa hispana e indígena la base de su alimentación en las inhóspitas minas potosinas.

La lenta transformación de este paisaje, que se inicia con la decadencia de la minería de


Potosí y se prolonga a lo largo del siglo XIX, ya en plena República, se vincula, una vez
más, con la forma en que los recursos naturales del valle y su población participan de una
dinámica económica más amplia. La debilidad, todavía no superada de esta participación, y
la ambigüedad, que en cierta forma fue la característica destacada, del papel que
desempeñó Cochabamba a lo largo de los primeros ciento veinticinco años republicanos,
inscriben nuevos rasgos en el paisaje que construye la sociedad regional y, donde, también

46
Una relación detallada de la situación del comercio, de la industria de la chicha y otros, ver en SOLARES,
1990.
100

se materializan las contradicciones que cargaba la misma. Veremos a continuación los


aspectos más resaltantes.

La crisis, que a inicios de la década de 1880, sigue a la Guerra del Pacífico, dio lugar, en el
seno de la formación social regional, a respuestas diferentes 47: En todo caso, el desarrollo
de la articulación entre hacendados, comercio importador y banca, estimuló la demanda de
circulante. Esta necesidad sólo podía ser satisfecha a través de créditos hipotecarios que
tomaron como base la garantía de las tierras hacendales o la alternativa de la venta
paulatina de las tierras de arriendo. La casi constante situación de postración de la
economía hacendal hacía que la primera opción resultara muy riesgosa y concluyera en
remates de las haciendas hipotecadas. Por tanto, aparentemente fue la segunda opción la
más socorrida para que los gamonales satisficieran sus necesidades monetarias para actuar
en la promisoria economía de las importaciones y los demás negocios urbanos 48. Este
hecho dio lugar a la formación de un dinámico mercado de tierras, a través del cual una
fracción de piqueros, fabricantes de chichas y artesanos adquirieron pequeñas parcelas,
determinando paulatinamente la intensificación de la fragmentación de la tierra en el Valle
Central

En forma simultánea, los efectos de acontecimientos como la Guerra del Chaco (1932-
1935), la crisis de la minería en 1930, la crisis de la economía del maíz vinculada a la
fabricación de alcoholes a partir de 1924-25, determinaron el cambio paulatino de los
comportamientos demográficos y económicos de la población, que habían permitido que la
antigua Villa de Oropesa conservara todos sus tonos aldeano coloniales a lo largo del siglo
XIX y primeras dos décadas del XX. Un primer efecto de este cambio fue el inicio de
migraciones interregionales y desde el campo hacia la ciudad. El natural incremento de

47
Como se analizó en capitulo 2, las elites urbanas y el sector gamonal desarrollaron un discurso
modernizante que se apoyaba en el mejoramiento del sistema de transporte y sobre todo, en la articulación
del valle y la ciudad de Cochabamba con el Altiplano y los puertos chilenos a través del ferrocarril. El
objetivo era ampliar el circuito comercial de importaciones de bienes industriales suntuarios. Por su lado, los
pequeños agricultores y artesanos criollos, percibían claramente que la opción anterior podía causar la ruina
de su economía y, alternativamente desarrollaron una estrategia que se apoyó en el fortalecimiento de la
industria de la chicha y el desarrollo de una red interna ferrocarrilera (el Ferrocarril del Valle) que permitió
integrar en un solo cuerpo económico a las ferias campesinas que proliferaban desde Vinto hasta Arani, así
como controlar mejor el mercado de consumo interno del "áureo licor".

48
Otra fuente de negocios significativa para el sector hacendal era la adquisición de tierras suburbanas para
su fragmentación en lotes de uso urbano y, sobre todo, la compra de casas viejas y la remodelación de las
propias con destino a la captación de renta inmobiliaria a través de los alquileres.
101

población urbana de origen migratorio, sumado a un ascenso del crecimiento vegetativo


como efecto de mejores condiciones de control de las epidemias que arrasaban con la
población infantil, a través de la introducción de las vacunas, permitieron un incremento
importante de habitantes urbanos entre 1930 y 1950. Si bien, no existen estadísticas
precisas para apoyar esta afirmación, no deja de ser significativo el que la población
urbana creciera en unas cuatro veces entre 1900 y 1950, rompiendo el patrón demográfico
imperante en el siglo XIX.

Este cambio en el comportamiento demográfico urbano se expresa en dos dimensiones


materiales palpables. Por una parte, el surgimiento de una zona comercial moderna que
estimula la paulatina renovación urbana del antiguo asiento colonial o "casco viejo",
determinando en primera instancia un cambio acelerado en el uso del suelo: la
transformación de la antigua casa de vecindad o conventillo en asiento de tiendas y
oficinas que se ofertan al creciente sector comercial y profesional. "Tiendas de trapos",
almacenes importadores, ferreterías, farmacias, tiendas de modas femeninas y masculinas,
casas bancarias, se combinan con bufetes, consultorios, oficinas de trámites, oficinas de
contabilidad, prestamos y otros, determinando una importante revalorización del suelo
urbano, lo que estimula la modernización arquitectónica, el desplazamiento paulatino de
los conventillos y la función residencial hacia zonas urbanas más periféricas. Este último
aspecto se ve favorecido por la sustancial mejora del transporte urbano, a través del
servicio de tranvías (1913-1945) y el crecimiento rápido del parque automotor.

Los antiguos caseríos rurales que existían en torno a los caminos vecinales que conducían a
haciendas de renombre y los conglomerados de vivienda de artesanos y piqueros que
salpicaban el paisaje rural de la Provincia Cercado, entre las décadas de 1930 y 1940,
fueron adquiriendo la jerarquía de barrios urbanos y villas suburbanas. La urbanización
espontánea que cobra renovado vigor en las décadas mencionadas, no expresa otra cosa
que la emergencia de una renovada presión demográfica urbana que demanda nuevos
espacios de alojamiento, con la variante de que el modernizado centro urbano, ya no
permite la opción de la densificación del uso del suelo. Ello conduce a una primera
consecuencia significativa: la valorización urbana de las tierras de uso agrícola, es decir,
que la demanda de tierras urbanas supera la demanda del sector agrícola y convierte en
una alternativa muy conveniente el fraccionamiento de tierras laborables en provecho de
usos urbanos. El efecto inmediato sobre el medio ambiente y el paisaje que recreó la
102

sociedad tradicional, es la paulatina destrucción de la campiña, uno de los atractivos de la


ciudad republicana decimonónica.

El panorama que describe el Censo Municipal de 1945, ilustra bien este proceso. La
estructura urbana de la ciudad tradicional ha cedido paso a una estructura tentacular: El
viejo centro urbano se beneficia de toda la infraestructura urbana instalada hasta ese
momento, hecho que favorece su nuevo rol de centro comercial, desde donde se extienden
ejes conectores y transversales(los antiguos caminos vecinales que se dirigían a sitios de
particular interés de la campiña (balnearios y quintas convertidos en avenidas) que
vinculan los antiguos núcleos y las nuevas urbanizaciones.

El tradicional casco viejo, es decir el sitio donde se consolidó la antigua aldea colonial, se
transforma en una suerte de "oasis de modernidad" (aunque esto es más un deseo que una
realidad palpable) donde la vieja oligarquía pretende renovar su utilería y ponerse a tono
con los tiempos de cambio, en un mundo que a fines de los años 40 ha ingresado en la Era
Atómica. La ciudad moderna es el abstracto imaginario de estas elites que intentan ingresar
al mundo de los nuevos negocios que corresponde al afán innovador al que aspiran, pero
sin modificar sus raíces gamonales, una vez que la posesión hegemónica de la tierra, fuente
de su poder económico y social, se convierte además en recurso hipotecario para acceder al
circulante monetario que oferta la banca para viabilizar la consolidación del sector
comercial importador.

Estos factores determinan que los antiguos huertos con riego, las casas-quinta, los extensos
campos de frutales, los pintorescos vergeles y los numerosos balnearios que rodeaban la
ciudad y que en gran proporción pertenecían a terratenientes que a lo largo del siglo
anterior los habían convertido en sitios de veraneo y en residencia solariega,
experimentaran, sobre todo a partir de la posguerra del Chaco, importantes
revalorizaciones determinadas por la asignación de nuevos valores de uso, concretamente
la alternativa de la urbanización como una manera rápida y segura de captación de renta
inmobiliaria en lugar de los siempre riesgosos prestamos hipotecarios y los insuficientes
recursos que se lograban captar a través del arriendo de tierras, el comercio de frutas de
temporada o la venta de parcelas a pequeños agricultores.

El mercado de oferta y demanda de tierras con destino a la urbanización y edificación de


viviendas comenzó a sufrir un considerable incremento a mediados de los años 30 y
103

alcanzó un importante auge en los años 40. Mineros, comerciantes del altiplano y
banqueros, a los que se sumaron gruesos contingentes de clase media, comenzaron a
demandar tierras en la periferia del casco viejo y zonas aledañas, determinando que las
viejas fincas, quintas, huertos, o simples terrenos baldíos, de elevado valor agrícola pero
escasamente solicitados para esos fines, se convirtieran en el objetivo preferido de
negociantes de tierras con destino a la urbanización. Causas, como la consolidación del
centro urbano y su revalorización para usos no residenciales, la crisis económica que sigue
a la Guerra del Chaco y que estimula el desarrollo de la tendencia a convertir el circulante
en bienes inmuebles, la presión demográfica causada por antiguos habitantes rurales que se
asientan en las ciudades dando curso a torrentes migratorios sin pausa, la decadencia de las
haciendas, que en el caso de El Cercado son fraccionadas con los fines citados, determinan
que paulatinamente y en forma irreversible vaya desapareciendo la campiña devorada por
la ciudad moderna.

Esta es sin duda una transformación radical del medio ambiente y el paisaje tradicional,
que no deja de tener importantes impactos como veremos más adelante. Sin embargo, en
forma paralela a los hechos anotados, en el Valle Central, el Valle Bajo y el Valle de
Sacaba, se profundiza el proceso de parcelación y atomización de la propiedad rústica. El
auge de la economía del maíz con destino a la elaboración de chicha a partir de mediados
de la década de 1920, no cesa hasta bien avanzados los años 50. Dicha economía se apoya
en la producción del grano de maíz obtenido por pequeños agricultores o piqueros de los
valles mencionados y del Valle Alto. Provincias como Quillacollo, Punata, Cliza y el
propio Cercado emergen como los grandes centros productores del cereal y de la
fabricación de la chicha. Esta industria, por tanto requiere de buenas cosechas de maíz, de
la elaboración de harinas en molinos a tracción animal, hidráulica e incluso eléctrica y un
delicado proceso de cocción para obtener el licor49. Ello supone no solo el monocultivo
continuo de importantes extensiones de tierras en los valles sino el consumo de
combustible de leña que termina por agotar la primigenia cubierta vegetal, es decir, los
bosques de soto (Schinopsis haenkeana) y de kewiña (Polilephis) que cubrían la parte
media de las faldas de la serranía del Tunari y otras cadenas menores.

49 17
Para un detalle del proceso de elaboración de la chicha, consular: CUTLER y CÁRDENAS: "Chicha,
una cerveza sudamericana indígena" en Tecnología del Mundo Andino, UNAM, México, 1981
104

Hacia la década de 1950, los bosques originarios de sauces y algarrobos que todavía
sobrevivían dispersos en el interior de huertos y casas quinta en los alrededores de la
ciudad, no son sino un recuerdo. La intensificación de la parcelación de las tierras, incluso
más allá del perímetro de la ciudad y la multiplicación de senderos improvisados para
acceder a un creciente número de pequeñas propiedades, van cambiando sustancialmente el
paisaje de la campiña: comienza a proliferar un bosque de sustitución de eucaliptos
(Eucaliptus Globulus y otras variedades) formando bosquecillos dispersos y sobre todo
linderos en los límites de las propiedades rústicas y aun urbanas no consolidadas (tierras
de engorde). Se trata de una especie vegetal que se acomoda bien a las circunstancias de
este nuevo paisaje. Su rápido crecimiento, el aprovechamiento de su madera, tanto para la
construcción como combustible, hacen que sea muy apreciado y se popularice al punto de
convertirse en un componente infaltable del paisaje valluno50.

En suma, los dos componentes principales de este paisaje en el Valle Central son: por una
parte, la pequeña propiedad campesina intensamente explotada con monocultivos de maíz,
vinculado a la producción de la chicha, que se siembran año tras año hasta agotar la
fertilidad de la tierra. Esta propiedad es la base proveedora de materia prima para la
industria artesanal de chicha con destino al mercado interno regional con su gran plaza de
consumo, la ciudad de Cochabamba y, en no despreciables cantidades, con destino a la
exportación hacia las minas y el altiplano. Es decir, que dicha pequeña propiedad mantiene
su valor productivo e incluso, aun inserta dentro del tejido urbano en expansión,
conservará durante varías décadas su capacidad productiva.

Por otra parte, la casa-quinta, el huerto, la finca, propiedad de gamonales, comerciantes y


banqueros, mantenida sobre todo como lugar de esparcimiento lúdico (alojamiento de
verano, paseos de fin de semana, balneario, etc.) y que solo marginalmente presenta una
importancia productiva (frutas, flores y legumbres de temporada), verá reforzado su rol
mercantil: inicialmente como respaldo a operaciones de préstamo hipotecario y luego, al
incrementarse la demanda de vivienda y tierras urbanas, como tierras que se ofertan en el
mercado inmobiliario, para el avance de la urbanización.
50
El eucalipto, es un árbol que puede sobrepasar los 40 metros, de la familia de las Mirtáceas, de hoja
perenne, requiere suelos compactos, medianamente húmedos, es resistente al frío y a los cambios de
temperatura, su crecimiento es rápido, su madera es dura, aromática y poco vulnerable a la acción de termitas
u otros insectos. Una de sus características principales es su capacidad para desecar terrenos húmedos, es
decir, su aptitud para absorber la humedad del suelo, evitando que otras especies puedan prosperar a su
sombra (CHANES, 1979).
105

Estas dos formas de valorización y uso de la tierra revelan bien las contradicciones de la
formación social regional antes de la revolución de 1952 y evidencian que el fenómeno de
urbanización no fue apadrinado por la citada revolución, sino que fue fruto, desde 1935 por
lo menos, de una reconversión del concepto decimonónico de posesión de la tierra como
fuente de estatus y poder social, hacia otro más moderno y pragmático de considerar la
tierra, sobretodo aquella existente en el interior de la Provincia Cercado y aledaños, como
capital fijo susceptible de monetizarse a través de diversas operaciones bursátiles. En el
otro extremo, aunque en paulatino retroceso en el ámbito territorial antes mencionado, se
ubica la estrategia popular productiva del maíz que llegará a su punto culminante en los
años 40, para agotarse lentamente en las décadas posteriores, cuando esta estrategia asume
nuevas modalidades. Esta es la razón por la cual el tradicional paisaje valluno a inicios de
los años 50, muestra una combinación más o menos abigarrada de maizales y chalets, que
operan como símbolos materiales de la realidad descrita.

En suma, sí el medio ambiente resultante de la peculiar relación sociedad - naturaleza


analizada, es un producto que históricamente evoluciona desde su génesis colonial,
podemos convenir que en el caso más restringido del Valle de Cochabamba representa una
forma peculiar de apropiación de la naturaleza por una formación social que le impone
simultáneamente transformaciones productivas ligadas a procesos tecnológicos y culturales
que pertenecen a la sociedad tradicional y, transformaciones no productivas vinculadas a la
expansión de la ciudad, que en si misma encierra un ambiente urbano en proceso de
transformación - consolidación, que, a su vez, expresa la construcción de la realidad
material de un grupo social que demanda la solución de requerimientos habitacionales
individualizados que operan como condición general de procesos económicos, sociales e
ideológicos, que tienden a consolidarse a la sombra del crecimiento de las esferas del
intercambio y el consumo en contraste con las débiles solicitaciones del embrionario
aparato productivo artesanal - industrial urbano. Todo ello define la paulatina,
contradictoria y desordenada transformación, en términos irreversibles, de una porción de
naturaleza (la campiña cochabambina) otrora valorada y hasta mitificada por sus atributos
agrícolas y su belleza natural. Sin embargo, al modificarse la estructura de la producción
de bienes y de calidad de suelo- soporte para materializar la ideología de la modernidad,
su valor de uso cede a su valor de cambio y da paso a la construcción de una realidad
106

ambiental donde definitivamente pasan a predominar los productos tecnológicos y


culturales.

Un último aspecto a destacar es que, la destrucción-transformación de la campiña quedó


revestida por un denso despliegue técnico-ideológico, bajo la forma de un prolongado
debate sobre el "desarrollo urbano", conceptualizado fundamentalmente como el proceso
técnico - normativo más conveniente para transformar la aldea colonial en ciudad
moderna, que tiene lugar desde fines de la década de 1930 hasta los años 50. Las
iniciativas para impulsar el desarrollo urbano a través de modelos preconcebidos que
definieran la imagen y la forma de la ciudad deseable, eran parte de una vasta corriente
mundial, que desde fines del siglo XIX fue ampliamente estimulada por los requerimientos
urgentes de la Revolución Industrial, culminando con la doctrina urbanística elaborada
por el pensamiento racionalista de Le Corbusier, el padre del Movimiento Moderno en el
ámbito de la arquitectura y el urbanismo.

Cochabamba recibió las primeras influencias de estas nuevas ideas sobre el desarrollo
urbano a través de estudiantes de arquitectura y jóvenes arquitectos 51. A partir de 1936, se
elaboraron diversas propuestas para encausar el futuro desarrollo de la ciudad cuyo detalle
escapa al alcance del presente trabajo52. En este orden, solo nos referiremos a algunos
rasgos del estudio que finalmente entró en vigencia a fines de la década de 1940, es decir el
Plano Regulador de Cochabamba53. Los estudios finales de este Plan se desarrollaron entre
1947 y 1950. Los estudios realizados en una primera etapa se centraron en la
"Urbanización del Casco Viejo". La idea básica era definir la imagen urbana de la futura
ciudad moderna, es decir, sustituir la perspectiva aldeana por otra, más decorosa, que
correspondiera a una urbe moderna a tono con los imaginarios de progreso de la
inteligencia valluna. La urgencia de proveer de un referente adecuado a la formación
acelerada del centro comercial determinó que este estudio propusiera, sin ambages, la
demolición masiva de las viejas casonas republicanas y favoreciera con amplitud la
irrupción del automóvil. Otros componentes del plan eran: el Anteproyecto del Plan
Regulador de la Ciudad y el Anteproyecto del Plan Regional.
51
Entre otros: Franklin Anaya, Gustavo Knaudt, Jorge Urquidi y Daniel Bustos. A ellos, se sumó entre 1945
y 1946, el urbanista chileno Luís Muñoz Maluschka.
52
Para una relación detallada de los inicios de la planificación urbana en Cochabamba, ver SOLARES,
1990.
53
Este primer Plan es mejor conocido como el "Plano Regulador de 1961", en alusión al año en que su
vigencia se convirtió en ley de la República, pero en realidad su aplicación se inició hacia fines de 1949.
107

El Anteproyecto del Plano Regulador de la Ciudad, se puede decir, que fue el instrumento
técnico de quienes desde fines del siglo XIX aspiraron a transformar la villa aldeana en
ciudad moderna. Su punto de partida era el principio de "organización celular" del
conjunto urbano, con un centro nucleador, que no es otro que el remendado y modernizado
"casco viejo" o "city" como se pasó a denominar en los documentos técnicos de la época..
En torno a dicho centro se disponían "células" o "unidades vecinales" dispuestas
concéntricamente en radios que podían ampliarse según fuera creciendo la ciudad. Cada
unidad vecinal debía tener entre 15.000 y 20.000 habitantes, las mayores y, entre 5.000 y
10.000 las menores. Se consideraba a la "city" como el "centro de trabajo de las unidades
vecinales del primer anillo". Las unidades vecinales más distantes debían tener sus propias
zonas de trabajo consistentes en "unidades industriales" que debían desarrollarse en torno
a las mismas (URQUIDI, 1967).

Bajo estas premisas se establecieron tres anillos concéntricos en torno a los cuales se
disponían las mencionadas unidades vecinales. El papel que debían desempeñar éstas era
múltiple: su sistema vial debía encausar debidamente el tráfico pesado y permitir una
comunicación fluida entre cada célula y el resto de la ciudad para hacer viable el desarrollo
adecuado de la función residencial. El primer anillo rodeaba la zona central o "city" y su
rol era, entre otros, permitir el acceso fácil a las terminales de transporte, la feria y otros
grandes equipamientos urbanos. El segundo anillo o intermedio atravesaba las unidades
vecinales y su función era vincular estas entre si, sin que fuera necesario ingresar al centro
de la ciudad. El tercer anillo limitaba el radio máximo de expansión de la ciudad y
empalmaba con la red vial regional. Además este conjunto estaba complementado por
avenidas radiales o de acceso al centro urbano. Al tenor de estos principios, la campiña fue
fragmentada y convertida en asiento de unidades vecinales. La implacable cuadricula que
comenzó a tragarse el paisaje que dio fama al Valle, encontró en el eufemismo "ciudad
jardín" una fórmula para aplacar las voces de protesta. La idea era sustituir un paisaje de
maizales, arboledas y "khochas" que se juzgaba anacrónico, por calles rectilíneas,
arborizadas y pavimentadas, bordeadas de coquetas casitas unifamiliares que a su vez,
estaban rodeadas de graciosos jardines e impecable césped, al mejor gusto anglosajón. Es
claro que este singular imaginario era fuertemente promovido por una casta de nuevos y
emprendedores negociantes, los corredores de bienes raíces, los grandes propietarios de
tierras suburbanas y los loteadores, esta última, una nueva y prometedora profesión.
108

Lo más significativo de estas propuestas, fue sin duda el Anteproyecto de Plan Regional
(Ver Mapa Nº 4), el primero en su género en el país, y cuyo alcance implicaba una
transformación productiva radical del valle Central. Se planteó por primera vez, la
problemática campo-ciudad-región. El punto de partida fue tomar como objetivo un viejo
ideal de la planificación: el desarrollo armónico de las fuerzas productivas, capaz de
promover, con un sentido de equilibrio y equidad, el desarrollo social. Para este propósito,
se planteó otro principio, de nítido origen lecorbusieriano: alcanzar el objetivo anterior, a
través de la organización racional del espacio urbano y regional. Tomando como marco
referencial estas premisas, se propuso la identificación de "una región de influencia
inmediata" subordinada a la ciudad de Cochabamba y que involucraba el Valle Central, el
Valle de Sacaba y el Valle Alto. En concreto, la propuesta apuntaba a incrementar la
producción dentro de este ámbito regional, partiendo de la hipótesis de que el
mejoramiento del rendimiento agrícola por hectárea permitiría un ingreso o renta per capita
para este sector equivalente a 500 dólares por persona, índice que no solo superaba
ampliamente el promedio de la renta inmobiliaria urbana, sino suponía una verdadera
revolución tecnológica y por supuesto, una transformación profunda de las anacrónicas
relaciones sociales de producción. En suma, se sugería una radical modernización del agro,
donde la agricultura debía "saltar" de las formas precoloniales y no capitalistas de
producción (cultivos extensivos, de secano y con procedimientos técnicos tradicionales
donde la unidad doméstica campesina era el eje de esta producción) a formas altamente
intensivas, permanentes y que reposaban en la transformación de la fuerza de trabajo
campesina servil en un avanzado proletariado agroindustrial. Este audaz planteamiento,
aunque no se lo expresara explícitamente, partía de la condición de una transformación
radical de la hacienda colonial improductiva en una empresa capitalista moderna. Sobre
este tipo de visión muy optimista del futuro, se calculaba una población probable para la
región de 390.000 habitantes que contarían con medios de abastecimiento suficientes,
estimándose que hasta el año 2000, la región cómodamente podría alberga a 1.500.000
habitantes, de los cuales unos 500.000 residirían en la ciudad, "siempre y cuando el
crecimiento económico y social fuera armónico". La materialización de esta última
condición traería como resultado no solo bienestar para la población, sino que evitaría el
éxodo de los habitantes de los centros poblados provinciales y rurales hacia la ciudad de
Cochabamba, permitiendo mantener una distribución territorial equilibrada en el orden
109

demográfico y con un crecimiento uniforme. En suma, se afirmaba que a través de este


desarrollo armónico e integral de campo y ciudad, sería posible evitar un desequilibrio
demográfico entre una urbe excesivamente poblada y una región "vacía". Para ello, en lo
que hace al ordenamiento territorial correspondiente se proponían los siguientes objetivos:

a) El desarrollo de los siguientes núcleos de población como ciudades satélites de


la capital: Quillacollo, Valle Hermoso, Sacaba(...) De otra parte, Cliza por su
posición geográfica ventajosa y como nudo ferroviario y caminero del valle,
está destinada a ocupar el papel preponderante de centro urbano de la zona.
b) Organización de centros rurales, manteniendo los existentes y creando otros:
granjas colectivas, estancias, etc., dotándoles de un mínimo de comodidades.
(URQUIDI, 1967: 41)

Además el Anteproyecto, presentaba un esquema de sistema vial y ferroviario, donde se


definían como vías de primer orden, las interdepartamentales, de segundo orden, las
provinciales y, de tercer orden, los caminos y sendas cantonales o de desarrollo local. Se
sugería que Cochabamba se convirtiera en una importante terminal ferroviaria y aérea,
cuya función principal sería permitir la vinculación entre las llanuras amazónicas y el
altiplano. Finalmente se proponía una zonificación de la "Región de Influencia Inmediata
de la Ciudad de Cochabamba"(Ver mapa Nº 5) estableciéndose la existencia de zonas
destinadas a núcleos de población, áreas agrícolas semirurales, áreas agrícolas rurales,
centros fabriles, áreas forestales y áreas de interés turístico y veraneo. Lo destacable,
dentro de esta idílica visión, era la determinación de desarrollar en Valle Hermoso,
Quillacollo y Cliza sendos centros fabriles o parques industriales (URQUIDI, obra citada).

Tanto el Plano Regulador como la propuesta del Plan Regional revelan una concepción
unitaria de la relación ciudad- región, poco frecuente en los estudios urbanísticos de la
época., inclusive a nivel continental. No obstante todos estos estudios y planteamientos
rinden tributo al límite académico y científico de su tiempo, es decir, cometen el error de
sustituir el análisis de la formación social valluna y el proceso de producción espacial y
ambiental que le corresponde, por imágenes y perspectivas idealizadas y que se nutren de
las teorías urbanas en boga en los países industriales. En este orden, por ejemplo, el Plan
Regional se apoya en un supuesto histórico utópico: el desarrollo armónico de las fuerzas
productivas, el equilibrio entre una agricultura capitalista moderna, destructiva de las
viejas formas de vasallaje y la factibilidad de un desarrollo urbano que se apoye en una
110

estructura social igualmente armónica, justa y racional. Obviamente, esta perspectiva, que
sin duda fue discutida por los urbanistas de la época, era inviable, y desfasada del curso
histórico de los acontecimientos que eclosionarían poco tiempo después. La propuesta
desarrollada no se apoyaba en una reflexión sobre las contradicciones del modernismo
valluno. En realidad, la estrategia poco imaginativa de recubrir con nuevas vestiduras las
miserias del statu quo oligárquico, resultó dominando la escena. Así del plan se aprobaron
con entusiasmo los aspectos vistosos y estéticos, pero se guardo un cerrado silencio sobre
las audacias de cambio económico y social que implicaba una real aplicación del mismo.
De esta forma se ejecutó lo subsidiario (fragmentos de ciudad-jardín) pero se desecho lo
esencial: la puesta en marcha efectiva del Plan Regional.

Lo que resultó utópico, no fue el planteo de ciudad moderna, sino el tipo de sociedad que
le podría corresponder. Se estableció linealmente el deseo de armonizar el crecimiento de
la agricultura, la industria y la población. Basándose en este precepto, se operó sobre el
ámbito urbano y regional, se delineó un crecimiento a largo plazo y se proyectó la
distribución de la población en distintas zonas y distritos urbanos. La ciudad podría recibir
con holgura (basándose en el perímetro urbano definido en 1945) todo el crecimiento
demográfico previsto hasta fines del siglo XX. No obstante, con rigor y hasta con crueldad,
la realidad se mostró reacia a ajustarse a las esperanzas y deseos de progreso que contenía
la propuesta. La evolución de la ciudad, como veremos en el próximo capítulo, contradijo
profundamente estas previsiones. Indudablemente, las proyecciones espaciales de una
dimensión socioeconómica idealizada, se mostraron inadecuadas para encausar el proceso
urbano que se inicia en los años 50. El desarrollo capitalista posterior a la segunda Guerra
Mundial, pese al difundido discurso ideológico de un desarrollo armónico y equilibrado (el
Plan Marshall), en realidad, lo que estimuló fue su opuesto: se intensificaron las
situaciones de extremo desequilibrio en las intensidades y ritmos de la urbanización como
parte de la absurda consolidación de sociedades industriales profundamente escindidas
entre agresivos procesos de acumulación de riqueza y pobreza.
111

4. COCHABAMBA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX: LOS AÑOS DE


LA REVOLUCIÓN NACIONAL

La Revolución de Abril y la nueva fisonomía de la sociedad regional


En los siglos XIX y primera mitad del XX, las luchas sociales agrarias en Cochabamba, se
limitaron a sublevaciones locales en las alturas de Arque, Tapacarí y Ayopaya. En general,
salvo excepciones muy localizadas, los valles se mantuvieron al margen de la gran
sublevación de Willka Zarate en 1899-1900. Esta aparente falta de protagonismo valluno
se vincula sin duda al raudo debilitamiento del sistema hacendal en los valles y al
consiguiente fortalecimiento pacífico y gradual de un campesinado libre, es decir que se
había situado al margen de las .formas compulsorias y serviles de explotación de la fuerza
de trabajo, lo que no ocurría necesariamente con las provincias altas del departamento
donde reinaba indiscutido el sistema de haciendas. En general, en los valles de
Cochabamba, no se produjo la expansión de las haciendas que estimuló en otras regiones la
Ley de Exvinculación de 1874, en los términos descritos por Silvia Rivera(1986), es decir
que estas disposiciones no producen el efecto de potenciamiento del latifundio sino la
ampliación del universo parcelario. De esta forma, desde fines del siglo pasado,
exceptuando algunas zonas del Valle Bajo, desaparece la propiedad comunal, sin que ello
signifique el avance de las haciendas sino de la piquería. No obstante, los valles no eran
un paraíso donde reinaba la paz social.
En el siglo XIX y primera mitad del XX, la Hacienda de Cliza de propiedad del
Monasterio de Santa Clara, era el mayor latifundio y, como tal, la fuente de los mayores
conflictos por las disputas de tierras entre piqueros y latifundistas que deseaban acaparar
las mejores para su propio usufructúo. Estas diferencias derivaron en prolongados pleitos,
demandas y asonadas.54. Estos enredos jurídicos permitieron a los colonos instaurar juicios
contra las monjas demandando se les declare dueños legítimos de las parcelas que
ocupaban desde hacía muchos años, y por haber transformado en tierras laborables y
valiosas, terrenos baldíos y eriales (PARDO, obra citada.).
Antecedentes como los mencionados dieron curso a una nueva forma de lucha por la tierra,
pero esta vez ya no se trataba de la defensa de propiedades de la comunidad, sino de la
aspiración a la propiedad individual. De esta manera, se desembocó en la fundación del

54
Una relación detallada de estos conflictos se puede consultar en Pardo, 1886.
112

Sindicato Agrario de Ana Rancho, en 1936, que fue el primero en su género en


Cochabamba55. Las luchas campesinas en Cochabamba, por tanto, presentan dos
modalidades con anterioridad a 1952: por una parte en las zonas donde el poder hacendal
estaba intacto y la piquería, pegujal o sayaña era poco significativa, las reivindicaciones se
dirigían a: mejorar las condiciones de trabajo de los colonos, quienes aspiraban a un
salario y a que se les considerara trabajadores rurales, aboliendo el servicio gratuito y el
vasallaje, y además, defender las tierras de las comunidades contra los intentos de despojo
y avance del latifundio. En los valles, donde el sistema hacendal estaba más debilitado,
estas reivindicaciones eran más radicales: los colonos aspiraban a convertirse en
propietarios individuales de sus sayañas o pegujales a costa de las tierras de la hacienda.
Esta segunda tendencia será la que dominará las luchas campesinas en los valles a partir de
la post guerra del Chaco, oponiendo al tradicional espontaneismo campesino (el alzamiento
y el motín), la organización sistemática de la base social, a través, del sindicato rural.
En 1952, las antiguas elites se replegaron y se pusieron a esperar las decisiones del nuevo
régimen con relación al candente tema de la tierra y sus promesas de justicia social. Lejos
de tonos vengativos y amenazantes, en los primeros meses posteriores a la toma del poder,
el nuevo régimen del MNR se mostró cauto en torno al tema agrario. El discurso
dominante enfatizaba en la necesidad de abolir el régimen de servidumbre, en imponer un
salario justo para el trabajador agrícola y en enunciar muy vagamente la incorporación del
campesino a la Nación Boliviana (el término "indio" debía quedar abolido por el sentido
peyorativo que le asignaba la oligarquía).

Sin embargo, la propia dinámica de los acontecimientos que empujan a una estrecha
alianza entre las fuerzas nacionalistas y la clase obrera, para posibilitar el triunfo de la
Revolución Nacional, estimuló a la jerarquía del partido gobernante a modificar su punto
de vista sobre este estratégico tema: un editorial de Los Tiempos reconocía la ansiedad que
causó entre la antigua elite regional, el anuncio del Presidente Paz Estenssoro, de

55
El sindicato se planteó como objetivo inmediato el arrendamiento de las tierras y luego la adquisición
directa a favor de sus miembros afiliados (los colonos). Esto provocó la alarma entre los hacendados e
incluso se impulsó el confinamiento de los dirigentes sindicales, pero no se pudo evitar que entre 1941 y
1942 más de 200 colonos adquirieran legalmente 217 Ha (DANDLER, 1984). Por último, en 1947 se
produjeron alzamientos de colonos de varias haciendas en Ayopaya, las mismas que se intensificaron a la
muerte del Presidente Gualberto Villarroel. Estos colonos, sin embargo, no pretendían la propiedad de la
tierra, sino apenas que se reconocieran y respetaran las disposiciones del Primer Congreso Indigenal de
1945, es decir se suprimieran los abusos y mejoraran las condiciones de trabajo, incluyendo la abolición del
pongueaje en las haciendas (DANDLER y TORRICO, 1986).
113

reconocer que los tópicos esenciales de su gobierno serían: la nacionalización de las minas
y la reforma agraria. Estas y otras declaraciones, incluso en tonos francamente
incendiarios, de quienes más tarde se declararían la "izquierda del MNR", poblaron de
amenazadores presagios, rumores de preparativos siniestros, unos francamente fantásticos,
pero otros asustadoramente reales de: "masas obreras y nativas (...) excitadas por prédicas
destinadas a exacerbar sus sentimientos y amarguras ancestrales". En cierta forma, los
terrores nocturnos que causaban el desvelo de la vieja clase hacendal no eran
exageraciones vanas ni falsos y absurdos temores alejados de la realidad. Este era el
tiempo de las memorias y los recuerdos, cada cual desde su óptica, los antiguos patrones y
los ex siervos, contabilizaban las ofensas y abusos infligidos y recibidos, para concluir que
los valles eran tierras muy propicias para que la llama de las revanchas y los ajustes de
cuentas por viejas pendencias se encendieran en cualquier momento
Las nuevas formas de lucha campesina que se iniciaron con el movimiento sindical de
1937, permiten a los trabajadores rurales (como comenzaron a autocalificarse), establecer
contacto con obreros fabriles, mineros y clases medias urbanas pobres, para descubrir y
aprender nuevas formas de organización y lucha. Estas nuevas modalidades fueron
ampliamente aplicadas a partir de abril de 195256.
Un análisis más cuidadoso de lo que se vino en llamar "la revolución agraria" muestra que más allá de la
estructura formal de la organización sindical, de los conflictos de liderazgo y de la acción de los agitadores,

lo que prevaleció fue una enorme energía de movilización espontánea que no se canalizó
hacia una estrategia global de destrucción sistemática del latifundio, sino más bien se

56
El 6 de agosto de dicho año se constituyó en Sipe Sipe la Federación de Campesinos de Cochabamba
controlada por el MNR. La base social de esta primera federación reposaba sustancialmente en los
campesinos del Valle Bajo y las provincias altas donde se produjeron los levantamientos de 1947 (IRIARTE,
1987: 183-184). No obstante, este primer emprendimiento, cuyo objetivo era crear un instrumento unificador
de las reivindicaciones del agro, no prosperó en el Valle Alto, donde la tradición de las luchas iniciadas en
1936, habían creado unas bases combativas y reacias a someterse a maniobras políticas. De esta forma el
campesinado de Cochabamba se divide tempranamente en diciembre de 1952, cuando tiene lugar el Primer
Congreso Departamental de Campesinos, donde (como luego se volvería tradición) abundan los abandonos y
las expulsiones mutuas. Finalmente surgen dos fuerzas sindicales rivales en el departamento de Cochabamba:
la Federación "amarilla" de Sipe Sipe dirigida por Sinforoso Rivas, un ex minero militante del MNR y, otra
federación estructurada en torno al combativo Sindicato de Ucureña, tipificada por los primeros como
"comunista" y dirigida por José Rojas (IRIARTE, 1980: 41 y Los Tiempos 2689, 5/02/1953). Superada esta
etapa de organización sindical, desde el segundo semestre de 1952, el mundo rural cochabambino entra en
ebullición: por doquier surgen sindicatos, centrales, milicias y hasta regimientos campesinos. Las clases
poseedoras estaban en pánico, ahora ya no se trataba de meros rumores y pesadillas, sino la amenazadora
realidad de un movimiento generalizado de agitación social, que muy pronto cobró la dimensión de acciones
y hechos consumados: asaltos a casas de hacienda, hostigamientos, amedrentamientos, tomas y repartos de
tierras, flagelamientos y hasta linchamientos de aborrecidos patrones. Incluso ataques armados a pueblos y
capitales de provincia como los que tienen lugar en Colomi, Totora, Tarata, Punata, Cliza, Arani, Vila Vila,
Anzaldo, etc.
114

bifurcó en el afloramiento de multitud de conflictos y ajustes de cuentas de carácter local.


La identificación de antiguos verdugos y la implacable memoria colectiva de las víctimas
operaron con mucha eficacia para definir el carácter puntual y episódico de los
hostigamientos. El campesinado en ese momento poseía armamento, una infraestructura
militar (milicias y regimientos), pero sobre todo no tenía al frente a su tradicional y
poderoso enemigo: el ejercito profesional derrotado en las jornadas de Abril y con amplia
experiencia en reprimir alzamientos indígenas; razón por la cual estaba capacitado para
desarrollar acciones aún más radicales que su falta de cohesión le impidió. En todo caso,
no se ejercitó una venganza ciega, salvaje e indiscriminada. Las movilizaciones antes que
desgastarse en este empeño reprobable, se orientaron a ejercitar una severa presión para
resolver la cuestión agraria en el menor tiempo posible.

De esta manera, la consigna: "la tierra es de quién la trabaja" pasó a expresar los intereses
de los colonos vallunos que aspiraban a la parcela individual. Por ello, las expresiones más
radicales del movimiento campesino se dieron en las provincias del Valle Alto y Bajo,
donde el fenómeno de la parcelación de tierras estaba más avanzado. Todo este proceso de
grandes y continuas movilizaciones que se extienden por toda la geografía departamental e
incluso nacional terminaron acorralando al MNR
Finalmente, el 2 de agosto de 1953, en medio de una enorme y bulliciosa concentración
que se estima congregó a 100.000 campesinos, se firmó en Ucureña el Decreto de Reforma
Agraria que proporcionó plena legalidad a las ocupaciones de tierras que se produjeron en
el curso de las previas movilizaciones campesinas, consolidando la tenencia individual de
las parcelas en que fueron subdivididos los fundos afectados. Para Cochabamba, este fue
un hecho trascendental solo equiparable a aquélla lejana "primera reforma agraria" que
expulso de la tierra a los antiguos ayllus, rompió con la organización de pisos ecológicos,
impuso la encomienda colonial y el modelo de hacienda hispana. En el contexto de la
realidad regional, la Reforma Agraria no fue una simple operación de reparto de tierras e
incremento del universo de pequeños propietarios, sino sobre todo, significó el derrumbe
efectivo del viejo orden oligárquico tan celosamente resguardado por siglos.
No obstante, el nuevo modelo de sociedad regional que emerge no se encuadra a los
pronósticos y temores de subversión socializante con que las viejas elites justificaban sus
excesos represivos y su terca oposición a los menores cambios e innovaciones. El resultado
fue la consolidación final de una república de pequeños propietarios, formalmente
115

democrática y plenamente abierta a las aspiraciones de ascenso social, que se encaminó


hacia un contradictorio modelo de desarrollo capitalista, que dado todo el singular,
complejo y original antecedente histórico que carga la región, no podía dejar de tener sus
peculiaridades propias.
Por lo menos en términos provisionales, en los años inmediatamente posteriores a 1953, el
sindicato rural ocupó el lugar del antiguo patrón en el escenario de las exhaciendas y
pueblos del valle. Este predominio dio margen a la consolidación temprana de una
aristocracia de dirigentes sindicales, que cumplida la gran tarea de dotar de tierra a sus
bases, se preocupó de medrar del poder político y cobijarse a su sombra, para saciar a su
manera su sed personal de figuración, riqueza y prestigio, lejos ya de una relación orgánica
con las masas campesinas a las que formalmente decían representar. Esta precoz
desviación y hasta corrupción de la dirigencia sindical campesina ganada por el irresistible
deseo de ingresar al vedado mundo de los k'aras, echando mano para ello a prácticas de
clientelismo, incluyendo los famosos "apoyos incondicionales" a la clase política
gobernante, evolucionó hacia una eficaz estrategia de acumulación de poder y capital, en
medio de un verdadero torbellino de expansión de la economía de mercado, vertiginosa y
abruptamente incrementada por la concurrencia de miles de nuevos ofertantes y
demandantes. El efecto más significativo e inmediato de este proceso fue el rápido
crecimiento del sistema ferial que se expandió hasta los sitios más recónditos de la
geografía departamental.
Los antiguos excolonos, dueños por fin de una parcela de tierra, dejaron de depender del
patrón formal para su subsistencia, pero quedaron subordinados a un patrón más
omnímodo y abstracto: el mercado y sus férreas e invisibles leyes. No cabe duda, que en
principio las masas de excolonos debieron sentir una gran sensación de desamparo, lo que
los obligó, en unos casos a desdoblar su vocación de agricultores con un aprendizaje
forzoso y urgente de las artes comerciales del feriante, y en muchos otros, a incorporarse
en las complejas redes de la comercialización de alimentos, que pasaron a controlar la
economía valluna y, donde se enrolaron, casi masivamente, los lideres sindicales de
escalones medios y superiores, que de "dirigentes" se convirtieron en "rescatiris".
En los valles, esta acelerada recomposición y decantación de los sectores sociales
despojados de sus antiguos roles, una vez derrumbado el carcomido tronco hacendal,
permitió una nueva articulación en torno a un nuevo eje económico y social: el sistema de
116

ferias campesinas y sus mecanismos operativos. La constitución de redes especializadas,


aún mucho antes de 1953, en materia de comercio de granos, chicha, verduras, tubérculos,
facilitó y definió la ubicación del conjunto de nuevos y antiguos actores sociales,
estimulando una suerte de carrera desigual, donde unos alcanzaban la meta ansiada: el
acceso, en condición de iguales, al mundo de la otrora elite regional, en tanto otros,
sepultados en su vieja pobreza no obtuvieron medios para sacudirse de esta condición y
permanecían alimentando la esperanza de recorrer pronto este promisorio camino. Luego
no resulta extraño que finalmente todos: nuevos ricos y esperanzados pobres desearan
defender el mundo que habían conquistado, es decir no solo el modesto pedazo de tierra,
sino sobre todo el derecho a inscribir en la constitución de la nueva superestructura, los
valores mestizos y cholos, tan cerradamente combatidos por la oligarquía hacendal. Por
ello resultaba natural ver en el MNR la imagen del Estado benefactor y patriarcal. Apostar
a su defensa y perdurabilidad, era sinónimo de contribución a conservar los derechos
conquistados, luego, las manipulaciones, el comercio de clientelismo, los apoyos
incondicionales, los votos electorales de apoyo masivo y otras formas inusuales y hasta
serviles de sumisión política a los jerarcas del MNR, resultaban "normales" en función de
los intereses en juego.
Al margen de esta actitud política pasiva, para los miles de excolonos propietarios se habría una perspectiva
totalmente nueva y poco conocida: desaparecido el patrón, dichos colonos comenzaron a comprender la
nueva realidad, dentro de la cual ellos eran formalmente patrones de sí mismos, y donde, de la mayor o
menor racionalidad de sus decisiones y actos económicos dependía su propia subsistencia. La nueva
fisonomía del poder regional tomó forma a partir de la manera cómo estos nuevos pequeños productores y
consumidores se articularon a la economía de mercado. Al respecto se sugiere:

Quizá el aspecto más dinámico de la reforma agraria en una región como los
valles de Cochabamba, radique en la vinculación de este sector reformado con el
mercado interno, a través de una intensa mercantilización de productos
agropecuarios, un proceso de integración del campesinado como consumidor y de
la proliferación del pequeño comercio. Por tanto, si bien la economía campesina
se diversifica, la reforma agraria no produjo en la región un desarrollo sustancial
de las fuerzas productivas: hubo una diversificación de la economía rural de
Cochabamba y fundamentalmente los campesinos lograron posesionarse de la
tierra por la cual lucharon (DANDLER, 1984: 244-245).

La alianza política del campesinado con el MNR, en realidad, de una aristocracia sindical
que reinaba sin oposición, ante la pasividad de las otrora aguerridas bases., expresaba más
allá de la coyuntura de las marchas y contramarchas políticas, el compromiso formal del
117

Estado de 1952 con un modelo regional de capitalismo atrasado que, sin embargo, se
acomodaba a la estratega nacional de desarrollo con relación al departamento de
Cochabamba que, en esta perspectiva, quedo reducido a servir de puente entre el macizo
minero y las tierras bajas del Oriente, que se convirtieron en los efectivos polos del
desarrollo nacional.

Los rasgos del citado modelo podrían sintetizarse en: la pervivencia de un aparato
productivo tradicional, donde la desaparición de la hacienda y la consiguiente
multiplicación de pequeños productores, colocados al margen de toda suerte de asistencia
técnica y financiera, permitió la persistencia del empleo de medios de producción arcaicos
y bajo modalidades de agricultura extensiva. Luego continuaron vigentes las antiguas
formas, incluso prehispánicas de explotación de la tierra y los efectos ambientales que todo
ello produce.
El acelerado crecimiento de la economía de mercado adoptó los viejos escenarios feriales e
incluso incentivó su multiplicación, con el objeto de desarrollar una serie mecanismos para
expropiar el excedente campesino que sirviera de base material para la constitución de un
nuevo bloque de poder regional.

Los conflictos bélicos entre fracciones campesinas rivales, las alineaciones políticas
cambiantes, el caciquismo, incluso el pacto militar-campesino se movían en el marco tácito
de una alianza entre el Estado y las clases sociales no campesinas emergentes, que se
disputaban esferas de influencia y fracciones del nuevo poder, pero que globalmente
requerían consolidar permanentemente su acceso al excedente agrícola bajo el manto
protector del Estado, como condición para consolidar su viabilidad global.
La base productiva se mantuvo en los tradicionales niveles de atraso, en tanto, la esfera del
intercambio reveló las formas más agresivas del liberalismo capitalista, subordinando
creativamente los recursos y prácticas populares a la lógica de la economía del
librecambio. Es decir el comercio de chicha, los tambos, las fiestas y compadrazgos que
otrora fueron frentes de resistencia social y cultural ante el avance del modernismo
burgués, ahora se combinaban ingeniosamente con el recurso de los modernos sistemas de
transporte, los créditos usureros y prácticas de dominación económica indirecta, para
afianzar una nueva forma de vasallaje sobre el pequeño productor parcelario que quedó
impedido de controlar las fuerzas del mercado, en favor de los intereses de las nuevas elites
regionales.
118

Otras fracciones de la nueva formación social regional (obreros y burguesía industrial y


comercial) operaron más periféricamente, expresando con ello su importancia relativa con
relación a un modelo que no se propuso en ningún momento la modernización del agro y
su articulación al desarrollo industrial regional.

Sin pretender otra cosa, que arrojar un poco de luz, sobre un ámbito insuficientemente
investigado hasta el día de hoy, señalaremos que este nuevo bloque de poder sustitutivo
del antiguo poder oligárquico, fue compartido en forma difusa por diferentes fracciones de
las antiguas clases medias que dejaron de ser tales, en la medida en que acumularon
riqueza y ampliaron el ejercicio de su poder real. El tono difuso de este bloque se debió a
que ninguna clase social aisladamente fue capaz (y esto ocurre aún hoy) de ocupar el vacío
dejado por la clase terrateniente. En lugar de una clase social hegemónica surgió un bloque
de diferentes grupos y estratos (comerciantes, banqueros, rescatiris, transportistas,
industriales), que de una u otra forma tuvieron (y aún tienen) oportunidad de apropiarse de
diferentes porciones del excedente económico que generan los únicos productores de
riqueza en grado significativo, los campesinos parcelarios.
Este conglomerado heterogéneo y fragmentado de grupos sociales con poder económico
no terminaron de definir una nítida burguesía moderna, menos adquirir una cultura de clase
dominante y definir un rumbo a seguir para la materialización de un modelo de desarrollo
que plasmara su realización histórica. Su única capacidad fue intuir correctamente la
imposibilidad de realizar aisladamente la totalidad de sus aspiraciones de grupo, pero si
obtener porcentajes significativos de éstas, si lograban consolidar un bloque de poder local
sobre la base de un esfuerzo de convergencia y un pacto social que resultó esencial para
que todas las fracciones en conjunto y no aisladamente configuraran una alternativa de
poder regional viable.57
El pueblo calificó en los años 50 a estos estratos como los "nuevos ricos", unos personajes,
que a diferencia de las desplazadas elites sensibles a la pureza de sus árboles genealógicos,
al número de sus colonos y al despliegue de su abolengo y sus barnices de urbanidad y
cultura, colocan en el primer peldaño de su escala de valores el estatus del dinero y las
posesiones acumuladas, que además son sinónimo de eficientes vinculaciones políticas y

57
57 Rivera (1992: 136) acota lo siguiente sobre esta cuestión: "Probablemente, esta situación fue la base
de una ausencia real de poder de clase definida desde 1953 hasta el presente. La estructura social
cochabambina de la actualidad y la dominación clasista es amorfa y desordenada. Las nuevas elites
económicas carecen de sentido de identidad, culturalmente son vacíos y casi sin proyección histórica."
119

efectivo ejercicio del poder sobre una esfera de influencia que pasando por niveles
intermedios normalmente concluía en el pleno dominio y sometimiento de una fracción de
productores campesinos, a lo que se sumaba, no pocas veces, la práctica de oscuros
"negociados" que generalmente se hacían a costa del Estado benefactor. Por lo demás,
permanecieron estrechamente vinculados a la cultura popular, no hicieron cuestión ni se
sonrojaron al autocalificarse de mestizos y cholos, e incluso hicieron amplio uso de los
mecanismos del compadrazgos y el paisanaje para afianzar su control social sobre lo que
consideraban el territorio o espacio de sus operaciones mercantiles.
Por último, en relación a la antigua constelación del poder gamonal que se estructuraba en
torno a la vinculación entre haciendas, pueblos rurales y una ciudad tradicional dominante
(Cochabamba), la misma expresaba el pleno dominio del sector terrateniente sobre una
masa de colonos sometidos a servidumbre y proveedores de renta de trabajo. Para
perpetuar esta exacción, los terratenientes se apoyaban en un aparato estatal represivo
puesto incondicionalmente a su servicio y, a centros de comercio y finanzas que apoyaban
la economía hacendal y viabilizaban sus conexiones externas. Sin embargo, al lado de este
poder hegemónico, probablemente desde la década de 1920, comenzó a surgir
discretamente un nuevo poder basado en la enorme potencialidad de la economía del maíz
y el comercio de la chicha consumida en la región, que fue fortaleciendo los circuitos
feriales y las plazas de comercio provincial. La propia Cochabamba dejó de ser asiento
exclusivo del poder hacendal y dejó paso a funciones opuestas a su rol tradicional,
convirtiéndose raudamente desde las primeras décadas del siglo XX, en la cabecera de un
mercado de consumo de la producción campesina parcelaria. En los años de las décadas de
1930 y 1940, el auge del "grano de oro" llega a su apogeo y, su potencialidad fue suficiente
como para absorber increíbles cargas tributarias con las cuales se financió el desarrollo
urbano de la capital.
La desaparición de las haciendas, lejos de debilitar el andamiaje de relaciones entre centro
urbano, pueblos rurales, ferias, chicherías y piquerías, operó en sentido inverso, es decir
tendió a potenciarlo aun más al incorporar a los excolonos recién liberados a las redes de la
economía mercantil. La nueva constelación de poder resultante tuvo dos expresiones
concretas: el afianzamiento de un sistema vial y de comunicaciones fluido (basado en la
amplia difusión del empleo de camiones) que permitió la vinculación ágil entre ferias
próximas y lejanas, ranchos y espacios de producción, factor que pronto se constituyó en
120

una condición esencial para el funcionamiento del modelo de acumulación basado en la


renovada expropiación del excedente agrícola que impuso el comercio del rescate de
productos. Por otro lado, el potenciamiento de la ciudad de Cochabamba como eje central
y nudo de una basta red de circuitos mercantiles y, sede de un mercado capitalista que
comenzó a nutrirse de este torrente circulatorio.
Cochabamba, alcanzó finalmente su rango de ciudad, no como resultado de su dinámica
industrial, sino como el eje principal de esta nueva constelación de poder, es decir, como
cabecera regional de un mercado de bienes de capital, fuerza de trabajo y capital
financiero, además de asiento del poder político del bloque dominante y del conjunto del
aparato estatal presente en la región. Así se convirtió en el centro urbano privilegiado que
merced a lo anterior, fue capaz de canalizar para su propio beneficio, una fracción
importante de inversiones y recursos provenientes de la apropiación del excedente agrícola
que atesoraban las nuevas elites para volcarlas al siempre promisorio negocio inmobiliario
y más indirectamente a la realización de obras de desarrollo. Dicho de otra manera, la
relación espacial y económica entre ámbitos productivos (piquerías, pegujales y dotaciones
parcelarias), poblados menores, centros intermedios y ciudad dominante, pasó a reproducir
las redes que organiza la economía mercantil, es decir que paralelamente también se
reprodujo una relación de dependencias jerárquica entre dichos espacios productivos y, las
ferias cantonales, las ferias provinciales y la gran feria central de Cochabamba. Por ello, al
tenor de los "nuevos tiempos", el propio concepto de modernidad dejó de evocar los
modelos europeos y se impregnó de un cierto sabor mestizo que se hizo patente en la
infinidad de edificios de propiedad horizontal de tres y cuatro plantas (el "modernismo
arquitectónico cochabambino") que edifican los "nuevos ricos" punateños, cliceños,
tarateños, quillacolleños, sacabeños, etc., en su afán de dar muestras de su nueva condición
y proveerle de un marco moderno al grandioso escenario de la zona Sur, que en los años
50, bajo el rotulo de Feria de Cochabamba o más comúnmente "Cancha" o "Pampa" se
convierte en un gigantesco mercado persa, pero sobre todo en el corazón y el motor que
mueve la economía de la ciudad y la región, y además, hace sostenible este nuevo bloque
de poder.
121

El proceso urbano en los años 50: de la conquista del derecho a la ciudad al reino de
intermediarios y loteadores

Los resultados del Censo de Población de 1950 confirmaron que la ciudad de Cochabamba
ocupaba el segundo lugar (después de La Paz) entre las ciudades de Bolivia, radicando esta
importancia no solo en su peso poblacional, sino en su posición central dentro del territorio
nacional y su gravitación sobre las comunicaciones entre las diferentes regiones del país,
además de su tradicional importancia agrícola. Al respecto se afirmaba: "A la par que el
centro del sistema de aeronavegación nacional, (Cochabamba) es la puerta de entrada a
las extensas zonas inexplotadas del Oriente y el Noroeste bolivianos" (El País 4253,
14/09/1952).
"La ciudad jardín" como comenzó a denominarse a la modesta aldea a fines del siglo XIX,
era un término que hacía referencia al sentido de desarrollo urbano que deseaban imprimir
los visionarios patriarcas vallunos que se preocupan por el porvenir de Cochabamba al
despuntar el nuevo siglo, imaginando una ciudad que armonizara con los bellos paisajes
que la rodeaban. Este apelativo se popularizó desde los años 30 y fue ampliamente
utilizado en las propuestas de urbanización de la ciudad como referencia a un modelo de
expansión urbana que respetara los valores de la ubérrima campiña, en estricta aplicación a
las doctrinas urbanísticas en boga. Estos deseos fueron favorecidos en los años 40 por la
circunstancia de un crecimiento de la mancha urbana no extensivo y uniforme, sino una
expansión "por saltos" y densificaciones puntuales, que dejaban en el interior de la ciudad
grandes extensiones verdes, que lamentablemente no eran fruto de la planificación de la
ciudad, sino terrenos momentáneamente baldíos, dentro de las prácticas especulativas del
suelo que estimulaba el avance de la urbanización, configurando un tejido urbano no
compacto, por tanto funcionalmente y económicamente inadecuado, pero que formalmente
definía un bello ejemplo de integración del marco natural de su hermoso valle y los
macizos andinos circundantes en armonía con la poco densa urbanización que se fue
estableciendo. Una descripción de la ciudad en los años 50 ponía de manifiesto estos
aspectos y otros que dejan entrever los cambios que fue experimentando en relación con la
década anterior y, dentro de una dinámica que se hacía cada vez más acelerada:

Vista desde un avión Cochabamba presenta el aspecto de una ciudad semitropical


con calles bien trazadas y casas espaciosas de dos pisos construidas junto a patios
122

y jardines resplandecientes de sol -una ordenanza dispone que no se autorizaba la


construcción de ningún edificio sin su correspondiente jardín-. Hermosos floreros
adornan los pórticos y balcones de las casas. Ricos y pobres colaboran en el
cuidado de los parques y jardines públicos, en el noble afán de que ellos superen
en belleza a los jardines privados(...) La ciudad está rodeada de pintorescos
paseos y lugares de recreo como "El Cortijo" que cuenta con una buena piscina de
natación y un buen restaurante; "Berbeley", "Cala Cala", "Queru Queru", "La
Pascana" y muchos otros que también disponen de piscinas y baños públicos (...)
Cochabamba se enorgullece de tener el aeropuerto más grande de la República.
Cuenta además con un excelente hotel situado en los suburbios de la ciudad -el
gran Hotel Cochabamba- que en nada desmerece a los mejores del continente (...)
Después de La Paz, Cochabamba es la ciudad que mayores progresos ha
alcanzado en el país durante los últimos tiempos en el orden urbanístico e
industrial(...) Actualmente se están realizando dos obras públicas de gran aliento y
de vastas proyecciones para el desarrollo económico de la nación, a saber: la
construcción de una carretera asfaltada de primera clase entre Cochabamba y
Santa Cruz(...) y la instalación de la gran Refinería en Valle Hermoso, punto
terminal del oleoducto que transporta el petróleo de Camiri a Cochabamba (...)
Constituyen un aspecto interesante de la vida rural cochabambina las
tradicionales ferias que durante diferentes días de la semana en los pintorescos
pueblos de Quillacollo, Cliza, Punata, Totora, Sacaba y Arani. Tanto por la
cuantía de las transacciones como por la diversidad de los productos que son
objeto de ellas; estas ferias revelan el relativo bienestar de las clases campesinas,
a la par que el grado de progreso alcanzado por las industrias manuales, tales
como la alfarería, la manufactura de tejidos, etc. (El País 4253, 14/09/1952).

La descripción anterior, corresponde sin duda, a un proceso urbano que efectivamente ha


dejado atrás el estatismo aldeano y comienza a delinear y plasmar los deseos modernistas
de las décadas anteriores a través no solo de una significativa expansión y transformación
de su estructura física, sino mediante una nueva calidad de sus equipamientos y obras
públicas, de tal suerte que el porvenir de la ciudad era visto con un tono francamente
optimista, en el marco del desarrollo de tendencias que apuntan en dirección a una urbe
progresista sustentada por sólidas bases económicas. Al lado de esta acelerada marcha
hacia el progreso, se constata que el mercado interno regional continúa e incluso
incrementa su dinamismo y vitalidad, consolidando en la ciudad la cabecera de un vasto
universo de comercio popular, que se constituye en un componente fundamental que
impulsa los procesos de cambio que experimenta la ciudad. Estos eran tiempo de
optimismo en que se solía afirmar con desenfado que: "la nueva capital de la República de
Bolivia será Cochabamba, porque así lo quieren los cochabambinos" (ALVESTEGUI:
123

Prensa Libre 869, 14/09/1960)58.


Otra visión, era la dinámica más genuina del mundo ferial que comenzaba a proyectar su
sólida articulación con la ciudad, superando paulatinamente la imagen del antiguo
campamento o "cancha" rural (sin abandonar su sabor andino y popular), al adoptar un
marco más urbano, que más allá de las populares "casetas", kioscos y galpones,
estructuraba el soporte material que serviría de base (años más tarde) para estimular
alternativas, incluso conflictivas y opuestas a la racionalidad urbanística, pero
incuestionablemente lógicas en el contexto de la acelerada expansión de la feria campesina
tradicional y su conversión en "mercado negro", "nylon khatu", "miamicito", etc., todo
ello, desde la perspectiva de las nuevas elites emergentes que hacen del control de este
espacio "su opción" de poder y hegemonía. Un otro testimonio, al filo del régimen de la
Revolución Nacional anotaba:

Al presente -la ciudad- se ha hecho más extensa, más variada, ya sea en la


construcción de sus edificios como por los parajes verdes que van extendiéndose a
lo largo de la ciudad; admiramos al Norte poblaciones nuevas: Cala Cala,
Mayorazgo, Temporal, Tupuraya, Muyurina y la Recoleta; al Sud, Villa Las
Delicias, Villa Santa Cruz; al Este, Barrio Ferroviario, la Universidad, 9 de Abril;
al Oeste, Villa Galindo, Montenegro(...) Su comercio en día de feria es algo
fantástico, el mercado repleto de artículos preciosos, juguetes, artículos de toda
índole, de trópicos, subtrópicos y frígidos: la papa, cereales, hortalizas, legumbres,
frutas variadísimas fragantes, colocadas con bastante arte y gusto en los puestos
de venta(...) también nos atrae a la vista los comedores populares bien
presentados, luciendo sus ricos y sabrosos platos(...) donde también las
campesinas de vistosas polleras, morenas y rubias, gozando del ambiente
democrático se sirven los ricos picantes, en medio de multitud de gente, sorbiendo
la rica chicha, bebida típica del valle, saboreando la característica llajua
aderezada con fragante quilquiña que solo la mano cochabambina prepara con tan
rico sabor sin rival en el mundo (ECHALAR, Prensa Libre: 944, 10/01/1964).

La estructura física que revelaba la ciudad de Cochabamba en los años 50 y 60 expresaba


los profundos cambios que había experimentado con respecto a las dos décadas anteriores.
Esta nueva fisonomía, si bien en términos cualitativos no revelaba dramáticas
transformaciones, en términos cuantitativos expresaba un proceso de acumulación de
nuevas zonas residenciales y populares que habían establecido una diferencia sensible con
respecto al lento proceso de expansión y consolidación urbana de las épocas anteriores. Es
decir, el centro urbano o casco viejo, antes que una drástica modernización había
58
Ideas similares se pueden encontrar en: PEREIRA: Prensa Libre 686, 2/03/1963, COSTAS: El Mundo 349,
14/09/1960, CALVIMONTES: Prensa Libre 860, 29/09/1963
124

experimentado un creciente proceso de adaptación y ajuste de su antigua estructura


arquitectónica a las nuevas demandas y requerimientos de usos comerciales,
administrativos y otros diversos, pero básicamente al nuevo sentido especulativo de
búsqueda de rentas y maximización de los beneficios que podían arrojar los viejos soportes
materiales aun a costa de promover hacinamientos y tugurizaciones para cobijar múltiples
funciones.

En tanto la periferia había ampliado su frontera incluyendo los primeros atisbos del modelo
de urbanización que contenía los conceptos y patrones de la ciudad jardín, así como
asentamientos más espontáneos, bajo la forma de villas o "barrios marginales" como se
comenzaron a denominar los campamentos que organizaron los sectores de menores
recursos y sobre todo los inmigrantes pobres, cuya presencia era crecientemente en la
ciudad.
Estas transformaciones no fueron estimuladas por un crecimiento y modernización de la
industria urbana y una consiguiente demanda de empleo industrial y todo el efecto
multiplicador que esto suponía, como efectivamente sucedió en el caso de muchas
ciudades latinoamericanas a partir de los años 20. Por el contrario, esta nueva dinámica fue
provocada, o si se quiere, fue la expresión urbana de los cambios económicos, políticos y
sociales resultantes de la profunda recomposición de fuerzas y clases sociales afectadas por
la revolución de Abril de 1952. Por ello, el hecho más significativo fue el potenciamiento
de la economía de mercado, cuya referencia más notable no fue la modernización de las
estructuras comerciales, sino el acelerado crecimiento del comercio ferial y popular (hoy
denominado informal), mucho más allá de cualquier previsión, constituyéndose
aceleradamente en un componente fundamental de esta nueva estructura urbana. Lo que a
continuación observaremos será el proceso, no siempre libre de conflictos y
contradicciones, en que se produjeron estos cambios, demostrando que la idílica apariencia
urbana de aquélla época, escondía un mar de fondo social en continua agitación.
La ciudad con sus atractivos y novedades se convirtió en un irresistible imán y en una gran
tentación para miles de campesinos que por fin se habían redimido del encierro hacendal y
de las rígidas barreras que durante siglos les impidieron conocer con libertad el mundo
señorial. De esta manera, las concentraciones campesinas en la ciudad, por su enorme
frecuencia, se hicieron algo rutinario, al punto que la prensa se atrevió a mostrar una
postura crítica, observando por primera vez que los productores abandonaban sus labores
125

fascinados por los atractivos urbanos. El tono de editoriales como el siguiente: "Nueva
concentración de indios en la capital: Otra holgazanería", se hicieron frecuentes,
expresando el sentir de preocupados y conservadores ciudadanos, que pasadas las
angustias, hacían suyos criterios como los siguientes:

La concentración de indios en la capital se ha convertido en la novedad del día y en el


"llénelo todo". Llega el "compañero" Presidente de la República, concentración de
indios; manifestación de protesta contra una intentona revolucionaria, concentración
de indios; arribo del "compañero" Juan Lechín, concentración de indios; toma de
posesión del "compañero" Alcalde, concentración de indios(...) Los "compañeros"
indios llenan en el día todos los resquicios(...) abandonan los campos y los
sembradíos(...) cuando en septiembre del año pasado (1952) S. E. visitó Cochabamba,
los "compañeros indios pulularon en la ciudad no solo para recibir a su padre y
protector, sino para dedicarse a la holganza y la orgía más descarada. La plaza 14 de
septiembre estuvo convertida por muchísimos días en campo de diversión, tribuna de
discursos demagógicos y pista de bailes grotescos(...) En las concentraciones
posteriores no han sido menos. Han "chupado" igualmente hasta el exceso y han
"descansado" más allá del límite(...) Mientras esto ocurre en la ciudad, los sembrados
están en el más completo abandono(...) Consecuencia lógica: no hay papa en el
mercado ni por 5.000 Bs. la carga (El País 4377, 15/02/1953).

No cabe duda, que la primera reacción que produjo la Revolución de Abril hizo que el
campo se volcara sobre la ciudad pero en términos pacíficos. Ahora los antiguos siervos
contemplaban con asombro las riquezas que habían ayudado a acumular y las edificaciones
que habían erigido durante generaciones. Las frecuentes concentraciones con sus imágenes
de holganza y zarabanda que hería la sensibilidad de los citadinos, eran apenas actos de
legitimación de los indios ex colonos y del mestizaje valluno, que al fin y contra todas las
predicciones y pronóstico, ingresaban pacíficamente en el escenario nacional y festejaban
ruidosamente su nueva condición de ciudadanos libres.
Pasada la etapa festiva de las clases subalternas, con su secuela temporal de
movilizaciones, desfiles y excesos, cuyo saldo fue la paulatina relocalización de la
dirigencia campesina en la ciudad, es decir que una proporción considerable de dirigentes
agrarios, que continuamente llegaban a la ciudad con todo tipo de motivos, terminó fijando
residencia en ésta, abandonando prontamente sus vestimentas tradicionales para
incorporarse a la vida urbana y sobre todo al mundo de los negocios. Camioneros,
rescatistas, grandes comercializadores de chicha, mayoristas en artículos de primera
necesidad, "cuperos" y "diviseros", en fin "nuevos ricos" de toda laya y, grandes masas de
126

pobres con ilusiones de riqueza, demandaron su "derecho a la ciudad". Exmineros,


piqueros, viejos obreros, todos ellos curtidos en las luchas sociales de los años 40, también
demandaron un lugar en la ciudad como justa recompensa a su entrega y sacrificio. En fin,
las clases medias pobres que habían padecido desde los años 30 la crisis de vivienda,
también al igual que los demás aspiraron a un "lotecito en Cochabamba". De esta forma se
fueron combinando los ingredientes que precipitarán las transformaciones urbanas.
Concluidas, con el decreto de Reforma Agraria, las luchas campesinas, se inicia, esta vez
tomando como escenario la ciudad, el movimiento en pro del alquiler justo y el techo
propio. Sí en las zonas rurales, hasta 1953, la cuestión de la tenencia de la tierra fue el tema
que se ubicó en el centro de los conflictos que se desataron en el agro boliviano,
particularmente los valles; en las ciudades, un tema equivalente fue la cuestión del arriendo
de viviendas y particularmente la cuestión del techo propio. En el caso de Cochabamba,
este fue el nudo en torno al cual se desataron una serie de conflictos urbanos tanto antes
como después de 1952. Con anterioridad al año citado, los conflictos entre dueños de casa
e inquilinos se desarrollan enconadamente con vaivenes diversos. En enero de 1945 el
gobierno del Gral. Gualberto Villarroel dictó un decreto supremo disponiendo una rebaja
general de alquileres, seguido de una disposición reglamentaria dictada en abril de ese
mismo año. Estas medidas parecieron inclinar la balanza en favor de los inquilinos, no
obstante, una densa maraña de argucias legales y un franco plegamiento del poder judicial
a favor de los propietarios de inmuebles, neutralizaron rápidamente los beneficios sociales
de estas disposiciones.

El censo de Población de 1950 registró que de un total de 15.770 familias, solo el 30%
eran propietarias de la vivienda que ocupaban, por tanto, se mantenía en líneas generales la
situación de agudo déficit habitacional evidenciado en 1945. En suma, el problema
habitacional se fue agravando y amplios sectores de la población, reprimidos políticamente
durante el denominado sexenio (1946-1952), también tuvieron que soportar la represión de
los dueños de casa convertidos en pequeños tiranos.59
Producida la revolución de 1952, una de las primeras medidas trascendentales fue la
Nacionalización de las Minas en octubre de aquél año. Entre las disposiciones
complementarias de apoyo a la misma, se dispuso que los trabajadores de las minas
jubilados, retirados por motivos de salud o acogidos a retiros voluntarios, podrían retornar
59
Una relación detallada del problema de la vivienda en los años anteriores a la Revolución de Abril de 1952,
se puede ver en SOLARES, 1990.
127

a las áreas rurales para dedicarse a la agricultura. El grueso de estos trabajadores que se
acogieron a estas disposiciones se dirigió a Cochabamba, y en su gran mayoría al Cercado,
demandando tierras prácticamente en el perímetro de la ciudad e incluso en su interior. Así
tuvo inicio un proceso social que presionó sobre la expansión de la urbanización como
forma de resolver el problema habitacional. Alternativa que luego se aplicará masivamente
en años posteriores. Un decreto supremo de septiembre de 1953 declaró de necesidad y
utilidad pública terrenos agrícolas de connotados latifundistas, para dotar de tierras a estos
trabajadores como parte de las indemnizaciones que les correspondían. Estas afectaciones
significaron el traspaso de miles de hectáreas en favor de los trabajadores mineros, sobre
todo, en el Cercado y las provincias de Quillacollo y Chapare (concretamente en la
jurisdicción del valle de Sacaba). La mayor parte de estas tierras fue utilizada por los
adjudicatarios en usos urbanos, no aprovechando su potencial agrícola.60
Esta fue sin lugar a dudas, la referencia más importante, que precipitó el proceso de
ocupación y urbanización no planificada ni prevista, de la periferia urbana de la ciudad.
Los nuevos propietarios mineros, dueños de tierras en las proximidades de Cochabamba,
comenzaron a presionar para ser incorporados en el radio urbano y, en los hechos no
esperaron mayores tramitaciones o acondicionamientos técnicos. La Alcaldía de
Cochabamba intentó encausar esta fiebre de loteo mediante una ordenanza de fecha
19/02/1953 suscrita por el Alcalde Rafael Saavedra, que en sus considerandos anotaba
significativamente:

Durante la tiranía del Sexenio la H. Municipalidad de Cochabamba aprobó


festinatoriamente numerosos fraccionamientos de quintas y tierras de labor
ubicadas en la periferia de la ciudad, obrando no con criterio previsor
administrativo, sino con el de favorecer a propietarios o empresas vinculadas con
sus personeros(...) estos fraccionamientos o loteos dieron origen a numerosas
fortunas de decenas de millones de bolivianos, mientras la H. Municipalidad al
aprobar los planos quedó comprometida ante los adquirientes de las nuevas
propiedades urbanas para dotar a éstas de los servicios públicos(...) la "cesión
gratuita del 33% de la superficie total del fraccionamiento que acostumbran
efectuar los loteadores a cambio de la exoneración del pago del impuesto
municipal de la plusvalía esta lejos de compensar las cuantiosas erogaciones

60
Entre las familias y propiedades afectadas se encontraban: la propiedad Pacata o Arocagua de María Teresa
G. v. de Rivero, la finca de La Maica de los sucesores de Samuel Paz Torrico, la propiedad de Sumunpaya de
Octavio Salamanca, la hacienda de Viloma de los sucesores de Carlos La Torre, Vinto Chico de Adrián
Pierola, Montecillo de Rafael Salamanca, Pucara de Humberto Cano, etc.(El Pueblo 13, 6/09/1953).
128

futuras por conceptos de los servicios públicos(...) Que los terrenos que han venido
siendo loteados previa aprobación municipal fueron adquiridos como tierras de
labor en unos pocos bolivianos el metro cuadrado, habiendo sido vendidos después
de la aprobación del plano de loteo con una ganancia de dos mil o tres mil por
ciento (El País 4378, 20/03/1953).

La citada ordenanza disponía que las reparticiones técnicas correspondientes elaboraran un


proyecto de ordenanza que estableciera "una proporcionalidad equitativa entre la H.
Municipalidad y los propietarios de las urbanizaciones", suspendiendo entre tanto toda
aprobación de loteos. Recién en 1954 se dio cumplimiento a esta disposición, a través de
otra de 4 de mayo de 1954 que aprobó un Reglamento de Fraccionamiento de Propiedades
Urbanas de Cochabamba. Lo significativo es que quedo en descubierto el excelente
negocio de transformar tierras rústicas en urbanas y venderlas a través de operaciones de
fraccionamiento bautizadas como "urbanizaciones". Lo más destacable de esta
reglamentación era la disposición que obligaba al loteador a ejecutar por su cuenta todas
las obras públicas necesarias (apertura de calles, construcción de cordones y aceras, ripiado
de las calzadas, ejecución de desagües pluviales, las instalaciones de agua potable, los
servicios de alcantarillado y la red de distribución de energía eléctrica), en forma previa a
la comercialización de los lotes o alternativamente, a través de una fianza inicial de hasta
un 25% de la superficie total útil del fraccionamiento, consistente en la primera hipoteca en
favor de la Alcaldía, como garantía de ejecución de dichas obras. Estas disposiciones no
dejaban de ser revolucionarias, pues herían profundamente los intereses de los loteadores.
Sin embargo, estos ya no eran los antiguos hacendados, sino las nuevas elites locales
empeñadas en la carrera por la fortuna, que era la nueva medida del prestigio social. En
consecuencia jamás pudieron ser aplicadas, sobre todo, porque el Municipio convertido en
simple apéndice del poder ejecutivo, no tenía la fuerza que provee la legitimidad
democrática y la plena participación popular en sus instancias decisionales. A pesar del
elevado contenido social de estas medidas, la Alcaldía careció totalmente de la capacidad
de convocatoria y el poder político necesario para imponerlas. Es decir, que la lucidez
técnica, sin base social, terminaba en un simple enunciado inaplicable y anodino.
Los loteadores, dueños de los instrumentos que proporciona el poder, hicieron gala de su
capacidad de atraer a los sectores populares y se dieron el lujo de recubrir sus apetitos con
el manto del "interés social". Habilidosamente anularon los esfuerzos normativos,
estimulando los enfrentamientos entre organizaciones sociales y Municipio (batalla de
129

antemano perdida para los intereses municipales), con el simple expediente de transferir
sus tierras o parte de ellas a diferentes sindicatos o gremios. En el curso de 1954 arreció la
fiebre de los loteos, sobre todo con el fuerte estímulo de las adjudicaciones efectuadas por
el Estado en favor de los extrabajadores mineros y, las afectaciones producidas por la
aplicación de la Reforma Agraria, incorporándose al afán de expandir la mancha urbana
nuevos contingentes sociales constituidos por piqueros y excolonos, multiplicándose las
ocupaciones irregulares y hasta procedimientos de simple despojo y vulneración del
principio de propiedad privada.
La tendencia hacia una rápida pérdida de control con relación a los reclamos y presiones
sociales, cada vez más insistentes y radicales, por dotación de tierras baldías o sin uso
social definido, ubicadas dentro de la ciudad y en su amplio entorno, que protagonizan
sectores campesinos, obreros y clases medias identificadas con la Revolución Nacional, se
convirtieron rápidamente, sobre todo en el caso de Cochabamba, en una franca amenaza al
ordenamiento jurídico que se apoyaba en el respeto y reconocimiento por parte del Estado
al derecho de propiedad privada sobre los bienes raíces. Esta situación explosiva obligó al
Gobierno de Paz Estenssoro a dictar el Decreto Ley de 26 de agosto de 1954 61. En el caso
de Cochabamba, la respuesta que proporcionaba el citado instrumento legal fue más
específica: evitar que las clases medias urbanas, trabajadores mineros y no pocos
campesinos migrantes, que comenzaron a organizar, desde mediados de 1954, más o
menos subterráneamente "sindicatos de inquilinos" que cumplieran la amenaza de
"tomarse tierras" consideradas baldías y sin cumplir ninguna función social, las que, como
se mencionó, abundaban dentro de amplio perímetro urbano.
La citada disposición se refería precisamente a la existencia de tierras baldías, que no
ingresaban al mercado inmobiliario a espera de mejoras urbanas que las favorecieran y
valorizaran, impidiendo de esta manera resolver el problema de vivienda en favor de los
sectores populares, así como a la producción de exageradas utilidades no provenientes del
trabajo personal o de mayores inversiones de capital, sino como resultado de la apropiación
de plus valor provocado por la realización de obras públicas y la presión demográfica que
experimentaban las principales ciudades del país. Dicha presión demográfica, que además

61
De acuerdo a Fernando Calderón(1982), este decreto que más adelante comenzó a ser conocido como "Reforma Urbana"
intentaba dar respuesta a dos cuestiones: por una parte, resolver la contradicción entre la propiedad privada y la especulación del
suelo, así como las necesidades de socialización de dicho medio de producción por los sectores populares carentes de este
recurso y, por otra parte, satisfacer las necesidades de vivienda de los mismos.
130

se fue convirtiendo en presión social y política, sin duda, se constituyó en el factor


determinante para la adopción de las medidas contenidas en el decreto de referencia, es
decir, la afectación de todas las propiedades mayores a una hectárea, cuyos excedentes se
declararon de necesidad y utilidad pública y consiguientemente expropiables, para previa
planificación, ser transferidas en venta a cargo de los municipios "a obreros y elementos
de las clases medias que no poseen bienes inmuebles urbanos, considerados
individualmente o agrupados en federaciones, sindicatos, asociaciones o meras
dependencias públicas, en forma de lotes de extensión suficiente para la construcción de
sus viviendas"(El Pueblo 338, 29/08/1954)62. Pese a sus limitaciones, esta medida,
constituía un golpe sensible, que arrebataba los restos de poder económico que aun
detentaban los exlatifundistas rurales, los grandes comerciantes y grupos ligados a la
antigua oligarquía minera, y en el caso de nuestra ciudad, a los grandes y medianos
negociantes con la licitación del impuesto a la chicha, que participaban activamente en
negocios de especulación de tierras y viviendas.63
A pesar de las previsiones técnicas que planteaba el decreto de Reforma Urbana y, al
existir en el caso de la Alcaldía de Cochabamba, un instrumento de planificación adecuado
para encausar y dirigir el proceso de distribución de la enorme cantidad de tierras que
pasaban a dominio público, no se pudo influir mayormente en el rumbo que tomó la fiebre
de loteos que se desató a continuación. De esta manera, adquirieron dimensiones
irremediables, fenómenos como: la dispersión y atomización de las áreas verdes, la
consolidación de un tejido urbano de diseño caprichoso resultado de fraccionamientos no
controlados, la dispersión desmedida de las funciones residenciales y, la expansión
horizontal generalizada de la ciudad, incluso más allá de los límites fijados por el Plano
Regulador (Ver Mapa nº 6).
62
En realidad, esta disposición estaba lejos de ser una verdadera reforma urbana que planteara una modificación significativa de
la propiedad del suelo urbano. Se dirigía apenas a limitar el tamaño de los inmuebles urbanos y rectificar tendencias de
acaparamiento de tierras urbanas en manos de un puñado de grandes propietarios, que en el caso de Cochabamba, se hicieron
notorios desde la post guerra del Chaco
63
Una gran proporción de propiedades urbanas de mas de una hectárea, que más tarde serían afectadas por la
ley de Reforma Urbana, fueron adquiridas como propiedades rústicas en la posguerra del Chaco y en los años
40. Su conversión en tierras urbanas a partir de 1945 significó una significativa revalorización de las mismas
y dio curso a jugosos negocios de fraccionamientos de tierras. Sin embargo muchas de estas propiedades no
fueron urbanizadas oportunamente a espera de dotaciones de infraestructura y otras mejoras urbanas que
mejoraran aun más su valor comercial. Hacia 1953, uno de los pocas fuentes de poder económico de las elites
desplazadas, eran estas propiedades, lo que todavía les permitía cierta capacidad de resistencia y oposición al
régimen, existiendo la alternativa de convertir los centros urbanos en baluartes de la "reacción" o "la rosca"
como se denominaba en aquellos tiempos a la oposición al gobierno del MNR. Se puede admitir que este
motivo político, fue también un poderoso resorte que presionó para adoptar la citada medida de afectación.
131

De acuerdo a fuentes municipales, hasta julio de 1956 se habían distribuido en favor de los
sectores populares, unas 264,64 Has. Sí en aplicación al Reglamento de Fraccionamientos
vigente, se restaba el 33% a esta extensión, con destino a la formación de vías y espacios
públicos, aun quedaba suficiente superficie como para dar lugar a 3.500 lotes con un
promedio de 500 M2 cada uno, tamaño acorde con las aspiraciones de los adjudicatarios.
Es decir que las expropiaciones ejecutadas permitían hacer dotaciones en favor de 3.500
familias -unas 17.000 a 18.000 personas-(El Pueblo 985, 17/07/1956)64.
La realidad social, no obstante, siempre se resiste a las simplificaciones estadísticas y a los
tratamientos homogenizantes. La composición social de la masa de beneficiarios con la
dotación de lotes estaba dominada por estratos de empleados públicos, exmineros y
excombatientes. Todos demandaban lotes, pero en la medida de lo posible, ubicados en las
proximidades a su lugar de actividad y trabajo. El fortalecimiento acelerado, al lado del
centro comercial moderno, de una gran actividad de comercio popular y ferial, que
transformo en los años 50, los antiguos sitios de las ferias campesinas que tenían lugar en
Cochabamba (Caracota, San Antonio y otros aledaños) en un gigantesco bazar urbano,
determinó que en muchos casos, la preferencia de tierras se inclinara hacia la proximidad a
estos sitios, en desmedro de opciones técnicamente más propicias. Por tanto, aquí se
introdujo un factor distorsionante: ya no se trata solamente de la simple reivindicación
social por techo propio a través de la expropiación de 200 grandes propietarios de tierras
urbanas, sino y, cada vez con mayor énfasis, a tener acceso a lotes que pudieran valorizarse
rápidamente en términos comerciales en razón de su favorable ubicación en relación a los
centros de actividad comercial.
Estros síntomas que se desprenden de la fuerte demanda de lotes en las tierras áridas de la
zona Sur, pero próximas al centro de comercio popular y ferial, en desmedro de tierras
disponibles en la periferia Norte, por ejemplo, nos llevan a sospechar, que comenzaron a
producirse situaciones más o menos disfrazadas de acaparamiento de lotes en manos de

64
El Alcalde Armando Montenegro precisaba: "Calculándose la dotación de lotes con una extensión que
fluctúa entre 250 y 500 M2, se produce la cantidad de 18.000 lotes, suficiente para 50.000 personas" Esta
información se basaba en la existencia de 200 predios dentro del radio urbano con extensiones superiores a
los 10.000 M2. Otra fuente municipal estimaba que la aplicación de la Reforma Urbana afectó en la ciudad
alrededor de 900 Ha. Pero, de acuerdo a estas estimaciones globales, hasta julio de 1956 solo se habían
adjudicado un 29% del total de terrenos afectables. La impresión resultante de todo lo mencionado es que el
volumen de tierras urbanas que ingresaron al mercado inmobiliario, a través de las afectaciones de la
Reforma Urbana, eran suficientes para dotar de lotes a la masa de inquilinos y resolver en poco tiempo el
problema habitacional.
132

políticos influyentes que se movían en las esferas decisionales del partido de gobierno y los
propios sindicatos. Es probable, aunque obviamente no existe información clara al
respecto, que surgieron tempranamente negociados entre adjudicatarios de lotes bien
ubicados y demandantes, quienes antes de requerir lotes para la casa propia, intentaban por
todos los medios de hacerse de tierras con alto potencial de acumulación de plus valor.
Por otro lado, muchos inquilinos no deseaban cambiar sus precarios, pero bien ubicados,
alojamientos por lotes y casas de interés social en la lejana periferia del Norte. Por ello, no
resulta extraño que en 1956, por ejemplo, existieran más de 50 hectáreas de tierras
disponibles en zonas como Lacma, La Maica, Chimba, etc.(El Pueblo 985, 7/07/1956) y
que, en 1959, surgieran intempestivamente nuevos demandantes de tierras dirigiendo sus
miras hacia las áreas verdes y sitios municipales próximos a la recién constituida Pampa.
Aquí comienza a producirse un cambio importante en la naturaleza de la demanda de
tierras: aparentemente, la cuestión del techo propio comienza a ocupar un lugar secundario
o a esconder una nueva aspiración: la posesión de lotes próximos al área de influencia del
comercio popular, que se había transformado rápidamente en el centro de trabajo y empleo
de gruesos sectores de la población, sobre todo de los antiguos campesinos (expiqueros,
excolonos, etc.) que se habían convertido en nuevos ciudadanos, que aceleradamente
demandaban no solo techo propio, sino además buenas opciones para ingresar en la carrera
de escalar posiciones sociales, en un mundo urbano, donde aparentemente "todo era
posible".
Con este antecedente, la Reforma Urbana operó como un estimulante poderoso para
reforzar las aspiraciones de grandes contingentes de clases medias, obreros, artesanos,
pequeños agricultores del Cercado, quiénes vieron la oportunidad, unos, de finalmente
encontrar una buena alternativa para liberarse del yugo del inquilinato, otros en cambio,
para sacar mayores ventajas y provechos a su situación de inquilinos e incluso obtener
algunos lotes, pero sin renunciar a esta condición. Para el logro de estos y otros objetivos,
como hacerse de tierras de alto valor comercial potencial, pronto quedó claro que, de
acuerdo a los nuevos tiempos, la sindicalización era la mejor opción, en relación a
iniciativas dispersas e individuales. La clave era insertarse en las estructuras del floreciente
sindicalismo boliviano y acomodarse en la categoría de "obrero", "proletario",
"compañero trabajador" para acceder a los objetivos anotados. Pronto, la categoría de
"inquilino" se homologa a las anteriores, pues este deja de ser un simple locatario de un
133

inmueble para pasar a revestirse con la aureola de víctima de la tiranía y el afán usurero de
los dueños de casa, quienes pasan a ocupar, en esta alegoría social, el papel de "malvados
patrones", en fin una entidad real contra la cual es posible orientar la lucha. El instrumento
de estos nuevos desposeídos es el "sindicato de inquilinos", que pasa a jugar un rol mucho
más amplio que su finalidad específica, de tal suerte que, en la ciudad pasó a tener el
mismo nivel de influencia y poder político, que el sindicato agrario en el medio rural65.
Pronto resultó evidente que no era suficiente redistribuir equitativamente la tierra urbana y
dejar que cada familia por su cuenta, resolviera la cuestión del techo, pues se corría el
riesgo de reproducir en forma irremediable un campamento de formas precarias de
habitación, es decir, multiplicar en términos gigantescos las pésimas condiciones de
habitación que denunciaban continuamente los sindicatos de inquilinos, razón por la cual el
Estado comenzó a poner en práctica una política específica en torno a la vivienda
popular.66

65
El 20 de noviembre de 1954, luego de una paciente labor preparatoria, algo más de 3.000 inquilinos
colmaron las instalaciones del bar Palmeras para organizar oficialmente el Sindicato de Inquilinos de
Cochabamba, con el auspicio de la Central Obrera Departamental y el Bloque Obrero-Campesino, el
dirigente del Bloque, Arturo Ruescas, fue elegido secretario general. En su alocución, dejo bien claro, que el
objetivo del nuevo organismo, no era precisamente acogerse pasivamente a la dotación de lotes en aplicación
de la Reforma Urbana, sino: "poner coto definitivo a una forma de explotación que alcanza a casi todas las
capas sociales, en beneficio de unos cuantos privilegiados, que se han constituido en inhumanos
explotadores(...)Desde hoy han quedado abolidos para siempre, los odiosos privilegios de alquiler a
"familias sin hijos", contratos anticréticos en moneda extranjera(...) No habrá tampoco más desahucios y se
creará una Policía del Sindicato para que practique constantes inspecciones en las casas denunciadas como
desocupadas" (El Pueblo 350, 21/11/1954).
La irrupción de sindicatos de inquilinos dotados de poder político y capacidad represiva, desató una
verdadera cacería de habitaciones y casas desocupadas que comenzaron a ser adjudicadas a afiliados al
poderoso Sindicato de Inquilinos por montos de alquiler fijados por esta entidad. Obviamente estos
alarmantes hechos desataron la reacción y llenaron de temor a los dueños de casa, quienes optaron por
"clausurar" sus casas, es decir, "cerrarlas a piedra y lodo" o llenarlas con ficticios habitantes para burlar la
acción sindical, aunque no siempre este esfuerzo fue coronado por el éxito deseado: "Los sindicatos de
inquilinos cuentan con "veedores" profesionales que se especializan en recorrer las calles observando que
casas se encuentran desocupadas para tomarlas enseguida por la fuerza e instalar allí a los que no tienen
donde vivir"(El Mundo 921, 3/09/1962). Con estos antecedentes, los sindicatos mencionados proliferaron por
todos los barrios de la ciudad y, cada uno de ellos se convirtió en una instancia de protección y amparo de los
inquilinos, además de una agencia de locación de habitaciones, departamentos y casas en favor de sus
afiliados
66
Este fue el antecedente para la creación del Régimen de Vivienda Popular en mayo de 1956 y su
instrumento técnico, el Instituto Nacional de Vivienda (INAVI). Dicho régimen se establecía en base a
recursos constituidos por aportes patronales. La totalidad de lo recaudado se dispondría en la construcción de
viviendas de acuerdo a un plan preestablecido, siendo los futuros beneficiarios grupos de trabajadores
pertenecientes a diferentes ramas de la economía: minería nacionalizada, minería privada, industria fabril,
empleados estatales, petroleros, ferroviarios, constructores, comercio y bancos, constructores, gráficos,
además otros sectores como periodistas, magisterio, gastronómicos, seguros sociales, etc. Sin embargo, estas
acertadas medidas no podían tener efectos inmediatos, puesto que no era posible, por limitaciones
financieras, proceder a una masiva producción de vivienda social. Otra limitación sería de esta política era
que dejaba al margen de sus beneficios potenciales a miles de pequeños comerciantes, artesanos y a gruesos
sectores de la rama de servicios personales que operaban como trabajadores por cuenta propia y por tanto
134

En los años posteriores a la reforma urbana se agravaron los conflictos entre inquilinos
sindicalizados y propietarios de inmuebles. Pese a que estos últimos soportaban muchas
limitaciones: congelamiento de alquileres, impuestos elevados, control social rígido sobre
la administración de su patrimonio, prepotencia sindical y política, etc. de ninguna manera
se podían considerar un estrato acorralado y a la defensiva. Por el contrario, en tanto más
adversa era su situación, mostraban mayor capacidad para desplegar un abanico de
recursos, ingenio y artimañas para neutralizar y despejar tales obstáculos67
Pese a la vigencia del Plano Regulador, en realidad no existía una conciencia ciudadana
respecto a la importancia del desarrollo urbano y al tipo de políticas que requería la ciudad
en este campo. La actitud tradicional y despectiva respecto al crecimiento de la ciudad, era
que en Cochabamba “sobra espacio” y, por tanto no existía ninguna razón para no pensar
en la "casita propia, rodeada de jardines, huertos y corralitos". La idea de la propiedad
horizontal y sugerencias a cerca de la conveniencia de consumir el suelo urbano en forma
más racional, equilibrada y económica, provocaba fuerte resistencia y aversión, sobre todo
en los sectores populares, que no podían concebir otra forma de vivienda que la tradicional
casita horizontal de habitaciones en hilera, que popularmente se conoce como "medias
aguas"68.
Lo extraño, en todo caso, es que siendo el problema de la vivienda el que se mostró como
el más conflictivo desde los años 30 y se constituyó a partir de los años 40 en el eje y
motor de la expansión urbana y la consiguiente especulación del suelo, el Municipio se
mostró renuente a incorporar en sus proyecciones una política habitacional clara y
conteniendo alternativas, pese a que la Ley del Régimen de Vivienda le proporcionaba
medios y atribuciones para investigar, estudiar y elaborar propuestas en torno a esta
cuestión, hecho que acarreará graves consecuencias como veremos a continuación.
Empeñado en obras de progreso que no tomaban en cuenta la problemática habitacional, el
estaba al margen de los aportes patronales.
67
Proliferaron. por ejemplo, los contratos de alquiler dobles o "casados", es decir, se elaboraba un
documento para el consumo de la autoridad, el sindicato, etc. y, se redactaba otro privado (el verdadero) que
regulaba la efectiva relación entre las partes, incluyendo el monto real del arriendo que, obviamente era muy
superior al alquiler oficial. Además, apelaciones a recursos legales como los desalojos y desahucios por
diferentes motivos: supuestas reconstrucciones o ampliaciones, parodias de demoliciones por imaginarios
riesgos de colapso constructivo, súbitas actitudes "progresistas" de apoyo al desarrollo urbano, a través, de
cesiones gratuitas al Municipio de fracciones del inmueble (justamente las partes ocupadas por inquilinos
molestos) para el ensanche de vías públicas, apelación a transferencias ficticias, etc.; hicieron que la lucha
por el techo y un lugar de residencia, fuera muy reñido a mediados de los años 50.

68
Trasplante de la vivienda rural al contexto urbano. Su virtud es que se acomoda a la posibilidad de crecer
por etapas, habitación por habitación de acuerdo a las necesidades y a la economía de la familia.
135

Servicio de Urbanismo de la H. Comuna venía sosteniendo desde hacía tiempo que era de
suma urgencia "construir un mercado central de ferias o plaza de abasto de productos
agropecuarios" en la medida en que la Plaza Calatayud, dada su extrema saturación ya no
presentaba las condiciones adecuadas para este desempeño. Por ello era de absoluta
necesidad la expropiación de tres manzanas, que ya en 1955 se habían destinado para dar
cabida al mencionado proyecto, pero se tropezó con el inconveniente de la ocupación ilegal
de esos terrenos para resolver necesidades habitacionales 69
De esta manera, a partir e un episodio realmente intrascendente y que podría haber sido
resuelto rápidamente, se inició un conflicto urbano de proporciones que terminaría
alterando y vulnerando las disposiciones del Plano Regulador de la ciudad. Un argumento
incontrovertible de los afectados por el desalojo era el aparente trato discriminatorio y
segregativo de que eran objeto. Según, el Alcalde Eduardo Cámara de Ugarte, la
realización del proyecto citado o "Gran Parque Sur" como pasó a denominárselo, apenas
suponía el traslado de las familias afectadas a sitios más apropiados. Sin embargo, esta
oferta no era aceptada, pues el Departamento de Arquitectura del Municipio había
incurrido en el error de aprobar planos y admitir la edificación de "viviendas nuevas y
modernas en una de las manzanas que originalmente debían ser expropiadas, en tanto el
trato con relación a las manzanas restantes era inflexible" (El Mundo 120, 4/12/1959).
Con este antecedente que impregnaba de sospechas de favoritismo para unos e injusticia
para otros, se endurecieron y polarizaron las posiciones divergentes.
Estas circunstancias crearon las condiciones para la formación del Sindicato Único Pro-
Vivienda San Miguel, en 1960. A partir de ese momento, ya no fueron inquilinos dispersos,
sino el sindicato. que pronto cobró notoriedad e influencia, el que se opuso
sistemáticamente a cualquier solución conciliatoria, viéndose rápidamente reforzado por
nuevos contingentes de demandantes ansiosos de urbanizar la colina de San Miguel, de
esta manera, a las 40 familias originalmente afectadas por las expropiaciones citadas se
agregaron varios centenares, alcanzando a 400 al cabo de pocos meses. El conflicto
cobraba cada vez mayores proporciones ante la cerrada negativa municipal para planificar
un asentamiento urbano en San Miguel, una vez que se defendía rígidamente su condición

69
De acuerdo a declaraciones del director del Servicio de Urbanismo: "En la propiedad 'reclamada' se
habían establecido en forma arbitraria y en chozas totalmente provisionales algunas familias de gente
aparentemente de pocos recursos que ahora se niegan a desocupar esas habitaciones retardando la
realización de la obra en cuestión"(El Pueblo 2936, 24/11/1959).
136

de "área verde", procediéndose incluso a desarrollar trabajos de forestación


extemporáneos. El conflicto se arrastró por muchos años y finalmente, la urbanización de
las colinas de San Miguel y aledañas se convirtió en un hecho irreversible70.
Posteriormente, los sindicatos pro-vivienda fueron perdiendo poder de convocatoria en
medio de luchas intestinas, denuncias de corrupción y el paulatino distanciamiento entre
sus bases y direcciones que intentaron hacer de este sindicalismo un medio cómodo de
existencia. Por otro lado, tales organismos, también fueron perdiendo fuerza debido a que
sus bases más aguerridas, a mediados de los años 60, se habían convertido en pobladores
de la extensa periferia en formación. Como corolario de todo esto, en julio de 1965, el
Alcalde Francisco Baldi, modificando la terca postura edilicia anterior, llego a un acuerdo
con nuevos ocupantes de terrenos municipales que habían construido "casuchas" en la
Plaza Fidel Aranibar y Francisco del Rivero, dotándoles de lotes en la zona de Alalay,
siendo este el origen de la populosa Villa Huayra Khasa.
Una reflexión final necesaria a cerca de todo lo analizado, no puede dejar de lado la
cuestión delicada de establecer si el raudo crecimiento que finalmente experimenta la
ciudad bajo el impulso de todo el proceso que se desata a partir de 1953, fue en realidad
resultado de un movimiento social urbano genuino o resultado de maquiavélicas
maquinaciones políticas articuladas a practicas de vulgar clientelismo. En todo caso, si
hubo algo de esto, no es posible generalizar y afirmar que estos movimientos de
reivindicación de tierras y techo propio hubieran sido planificados y motivados en función
de un sistema de recompensas políticas, sino que expresó las contradicciones y los
intereses contrapuestos de los nuevos actores sociales urbanos que emergieron en el marco
de la Revolución Nacional.
Una síntesis del proceso urbano que tiene lugar en los años 50 y 60 presenta las siguientes
fases:
a) La Interpelación del campo a la ciudad: transcurre a lo largo de los primeros meses
posteriores a abril de 1952, se trata en realidad de actos simbólicos de desagravio
que se permiten las clases subalternas: "invadir" la ciudad señorial mediante
marchas, manifestaciones y ocupaciones de la Plaza de Armas, el Prado y otros
santuarios de la oligarquía.
b) La lucha por la tierra entre 1953 y 1954: este proceso, es en realidad, una

70
Para una relación más detallada de estos conflictos, ver SOLARES, 1997.
137

extensión de las movilizaciones campesinas que alcanzan el perímetro urbano de la


ciudad y penetran en su interior en algunos casos. Las afectaciones de la Reforma
Agraria y las dotaciones de tierras suburbanas a exmineros de las minas
nacionalizadas, dieron lugar a grandes movilizaciones minero - campesinas y a
tomas pacíficas de propiedades de exlatifundistas, todo ello con el manto protector
del Estado que organiza la distribución de lotes, estimulando así las primeras
tendencias de expansión de la ciudad.
c) La Reforma Urbana y la dotación de tierras a los sectores populares: se trató de
encausar por vías legales procesos de movilización social, cuyo radicalismo
intentaba ir más allá del marco del populismo que el régimen gobernante podía
permitirse. Para ello, se apela a la imagen del Estado benefactor que redistribuye la
riqueza social en términos más justos y equitativos. En resumen, se traspasa a las
masas de inquilinos parte de las grandes propiedades urbanas acaparadas desde los
años 30 por un puñado de gamonales, grandes comerciantes, exlicitadores del
impuesto a la chicha, banqueros, etc. que acumularon grandes extensiones de tierras
en el interior del radio urbano ampliado convenientemente en 1945. Esta medida
tuvo dos efectos diferentes: por una parte permitió que sectores obreros, empleados
públicos y otros, organizados sindicalmente o nucleados en torno a las influyentes
federaciones de excombatientes del Chaco, accedieran a dotaciones de lotes en
diferentes zonas periféricas. Por otra parte. se estimuló la sindicalización de los
inquilinos, la mayoría poco interesados en fijar residencia en los extramuros
urbanos, pero muy motivados para defender sus derechos a seguir habitando las
zonas centrales.
d) Los sindicatos de inquilinos: el surgimiento de los sindicatos pro-vivienda, a fines
de los años 50, corresponde al agotamiento de la faceta benefactora del Estado de
1952, que se caracteriza por la burocratización del proceso de Reforma Urbana y la
inoperancia del Instituto Nacional de Vivienda para aliviar el déficit de vivienda, a
lo que se sumaron planes de vivienda de interés social carentes de servicios e
infraestructura básica y en sitios poco accesibles. Dichos sindicatos, como el
Sindicato Pro-Vivienda San Miguel reivindicaron la cuestión de la vivienda popular
en zonas consideradas próximas al centro de actividad comercial, rechazando la
alternativa de una reubicación del asentamiento en sitios suburbanos. Además, a la
138

inversa de los procesos anteriores, este movimiento cuestionó la razón técnica del
Plano Regulador y, tal vez lo más significativo: fue capaz de alcanzar un grado de
organización y cohesión social que no solamente resistió con éxito las presiones
políticas, los embates de la opinión pública, la inflexible oposición municipal, sino
que consolidó la posesión de la tierra ocupada a través de la autoconstrucción de
habitaciones y del propio barrio en condiciones increíblemente difíciles. La
ocupación de las colinas de San Miguel y Cerro Verde, sin embargo, marcaron una
alternativa riesgosa de expansión de la ciudad: el loteo clandestino y la
autoconstrucción con las mismas características de habitaciones en hilera o "medias
aguas". De esta manera quedaron definidos los rasgos esenciales que asumirían
unos años más tarde los extensos barrios periféricos del Sur y Norte de la ciudad.

Cambio social y medio ambiente


Las transformaciones sociales y económicas que tienen lugar en el marco de la revolución
de 1952, no solo afectan a fondo la sociedad gamonal, sino aceleran las tendencias de
transformación del escenario ambiental para dar paso a la nueva ciudad y al nuevo sentido
de ocupación del espacio que promueven los actores sociales emergentes, que a su vez
están dando forma a una renovada formación social regional. El proceso urbano en los
años 50 está lejos de las visiones ordenadas y armónicas del novísimo Plano Regulador. El
crecimiento de la ciudad no solo es raudo sino que se caracteriza por su desorden y por
consolidar graves contradicciones que neutralizan las buenas intenciones de los
planificadores. Sin duda, el primer desengaño de éstos, fue comprobar la enorme distancia
que separaba la ciencia urbana y sus visiones idílicas de la compleja y cruel realidad social.
Un primer hecho que resaltaba con claridad es que la modernización de la ciudad era un
fenómeno relativo que solo involucraba a un pequeño sector de población y a un reducido
fragmento del espacio urbano. El gran favorecido era el casco viejo que pasó a concentrar
lo esencial de los equipamientos sociales y la infraestructura básica.
De aquí surgía una sustancial diferencia en la forma como los ciudadanos concebían el
desarrollo urbano y, la organización espacial y ambiental: en tanto para unos sectores,
incluidos los técnicos, los ideólogos de la modernidad y las nuevas capas gobernantes, la
tarea consistía en renovar los viejos ropajes urbanos para materializar una imagen de
progreso (a través de la construcción de edificios modernos, apertura de nuevos parques
139

públicos, obras de ornato, grandes avenidas, etc.) que eleve la jerarquía de la ciudad de
Cochabamba, en función de ciertos valores, como la celebración del Cuarto Centenario de
su fundación; para otros sectores, los mayoritarios de la población que habían padecido
muchas necesidades en la base de la pirámide de la sociedad oligárquica, esta concepción
del desarrollo pasaba por respuestas urgentes a necesidades básicas (dotación de agua
potable y alcantarillado, saneamiento ambiental, vivienda, etc.). Por ello, con frecuencia,
estas dos concepciones entraron en conflicto, sobre todo cuando se verificaba que los
magros recursos para ejecutar obras públicas, perdían su sentido de utilidad social y se
ocupaban de realzar los valores estéticos.
En 1959, se afirmaba que los problemas vitales de Cochabamba se resumían en: agua,
energía eléctrica y alcantarillado, evidenciándose además que el Municipio no tenía
capacidad económica para resolver estos problemas, sino apenas para mitigarlos en forma
precaria y parcial (El Mundo, 27/08/1959). Este mismo órgano de prensa remarcaba:

Cochabamba no se distingue precisamente por su limpieza, pero si sobresale por


la basura acumulada en sus calles, sus alcantarillas malolientes, propaganda
política en las paredes de sus casas y un sinnúmero de otros detalles que causan
pésima impresión (...) Aparte de todo lo enumerado hay otro problema que se
torna cada día más agudo y como los demás, tampoco favorece en nada a la
ciudad, se trata del deficiente problema de locomoción colectiva urbana.
(17/06/1961)

Críticas y comentarios periodísticos con denuncias sobre las deficiencias urbanas se


vuelven frecuentes y hasta rutinarios. La ciudad comenzaba a pagar la factura de su
acelerada expansión y a cosechar, entre otras, las consecuencias de los daños ambientales
que estos hechos provocaban71.
Los problemas urbanos que agobiaban a la ciudad tradicional no solo no fueron resueltos,
sino que cobraron renovadas dimensiones. El principal detonante de esta peligrosa
tendencia fue el acelerado ritmo de crecimiento de la mancha urbana, el mismo que al no
encontrar un cauce adecuado en los lineamientos del Plano Regulador, comenzó a generar
la insalvable brecha entre el crecimiento geométrico de las necesidades urbanas y el
71
Estadísticas de fuente municipal revelaban en 1962, que en la ciudad, unas 50.000 personas, de una
población estimada en 110.000, no tenían acceso al agua potable y a otros servicios básicos (Prensa Libre,
13/01/1962). Un documento elaborado en la administración del alcalde Hector Cossío Salinas con el objetivo
de tener acceso a un préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) revelaba que la situación de los
servicios básicos en Cochabamba era álgida, sucediendo otro tanto con el problema de la basura, todo ello
con serias repercusiones en la salud pública. Se reconocía que el empirismo de otras administraciones ediles,
pero sobre todo, "el extraordinario crecimiento de la población en los últimos años habían provocado este
estado de cosas" (Prensa Libre, 11/02/1962).
140

crecimiento aritmético de los recursos financieros destinados a satisfacer dichas


necesidades:

Cuadro Nº 8:
Cochabamba: Superficies urbanizadas con autorización municipal entre 1953 y 1962

Años Superficies urbanizadas en


Has.
1953 98,3187
1954 119,6162
1955 97,1023
1956 47,4585
1957 60,9414
1958 68,3857
1959 67,5959
1960 99,8810
1961 43,2230
1962 26,3950
Fuente: Elaborado en base a Anuarios Municipales 1953-1962

El Cuadro Nº 8 muestra la intensidad del avance de la frontera urbana entre 1953 y 1962.
Se puede observar que este proceso fue particularmente intenso entre 1953 y 1955, periodo
coincidente con la eclosión de las invasiones de tierras y la proliferación de los sindicatos
de inquilinos y pro-vivienda. Promulgada la Reforma Urbana el ritmo de urbanización
desciende sensiblemente. En todo caso, en una década se han incorporado a la ciudad 729
hectáreas, a un promedio de 72,9 hectáreas anuales, con lo que definitivamente se quiebra
el pausado ritmo de crecimiento que caracterizó a la ciudad por varios siglos.
Cuadro nº 9:
Cochabamba: Relación parcial de superficies urbanizadas por zonas(1953-1958)
Zonas urbanas Superficie urbanizada en
Has
Noroeste 16,3873
Noreste 15,8549
Sudeste 86,9260
Sudoeste 109,2586
Cala Cala 28,0318
Las Cuadras 13,8189
La Villa 84,2454
Mayorazgo 27,7925
El Polígono 12,0902
Aranjuez 1,9088
Muyurina 14,3532
Incacollo 2,2541
Recoleta 2,0465
Queru Queru 3,3185
Chimba 41,5136
Temporal 0,2790
Lacma 8,9845
Sarco 22,7290
Fuente: Elaborado en base a Anuarios Municipales 1953-1962
141

El Cuadro anterior nos muestra que las zonas más intensamente urbanizadas fueron las del
Suroeste y la Villa, sin duda, escenario de masivos asentamientos populares atraídos por la
vecindad de la Cancha, esa prospera feria popular que se consolida en los años 50. En
realidad, debido a dicho detonante, toda la zona Sur experimentó un proceso de
urbanización intenso, con un 57 % del total de las tierras urbanizadas, en contraste con el
modesto 19,38 % que en conjunto representaban los barrios residenciales del Norte. No
obstante, el Plano Regulador había previsto una expansión más rauda en la citada
dirección, produciéndose de esta forma un primer desfase significativo que da como
resultado un crecimiento urbano, que no solo niega las previsiones técnicas, sino que se
efectúa en forma precaria e impregnado de conflictos sociales e injerencias políticas.
En suma, es posible establecer: que las zonas con expansiones urbanas más aceleradas
coinciden con aquéllas escasamente planificadas y donde las carencias de servicios
básicos, las situaciones de contaminación ambiental y los cuadros de miseria humana y
degradación del hábitat son más pronunciados. Además, la masificación de esta realidad no
prevista, tiende a convertir el Plano Regulador en un instrumento indicativo, en un
momento en que la agresividad del crecimiento de la ciudad exigía orientaciones certeras y
oportunas. De esta manera, el proceso urbano comienza a moverse entre improvisaciones y
manipulaciones de todo orden, que hasta el día de hoy no se logran superar. Obviamente
que estos hechos no se explican como un simple fallo técnico, por detrás de ello, se mueve
una relación entre urbanización y Estado, donde la primera opera como un instrumento
político de control social para afianzar a las nuevas elites regionales y nacionales, cuya
razón o lógica desmarca continuamente a la ciencia urbanística que portan los
planificadores.

Observemos brevemente las consecuencias ambientales que trae consigo este proceso socio
urbano, donde la posesión de la tierra (el lote) tiene un significado de justicia social y de
dignificación de la condición humana negada sistemáticamente por la sociedad oligárquica,
pero cuyo sentido de organización espacial se mueve en medio de graves improvisaciones
y contradicciones.
Un de los problemas perennes de Cochabamba, la crisis del agua, toma renovado
impulso72. El sesgo más dramático de este problema, como aun hoy, se presentaba bajo la

72
Hacia 1950, Cochabamba se abastecía con las aguas de Arocagua y Chapisirca. La capacidad de ambas
fuentes permitía, naturalmente con restricciones en la época de estío, un consumo de promedio diario de 100
litros por persona, considerando una población de 80.000 habitantes. Este índice era por cierto insuficiente y
142

forma de severas penurias y restricciones en cuanto a la disponibilidad del líquido vital,


como la aguda escasez que padeció la ciudad en 1961 y 1962. La desesperación y el
padecimiento por la enorme escasez hizo presa de los habitantes de la ciudad, sin embargo
las organizaciones sociales, el Municipio y el propio Estado hacían gala de una extraña
inercia. Finalmente el Comité Pro Cochabamba dio expresión adecuada a estos
sentimientos de frustración e impotencia, inaugurando un discurso, que lamentablemente
en las décadas posteriores se volvería rutinario:

Ninguna aldea por miserable que sea podría soportar las desgracias de tener que
dar de beber a sus habitantes aguas inadmisibles por su turbidez y contaminadas
de bacterias intolerables y con racionamiento en los más de los días del año(...) El
burgomaestre actual mostrando un grueso legajo de papeles nos dijo que será una
firma francesa la que se haga cargo de los trabajos de Chapisirca. ¿Hasta cuando
el pueblo vivirá de promesas? (Prensa Libre, 12/12/1962).

Naturalmente, en los años posteriores la crisis del agua mantuvo su vigencia plena, pero
resulta monótono insistir en la descripción de episodios que se repiten una y otra vez. Sin
embargo es bueno establecer, que esta crisis siempre estuvo presente, ya sea en estado
latente o ejerciendo plena vigencia. La diferencia con el pasado, es que la modesta
población urbana de otros tiempos soportaba mejor estos embates, en tanto, a partir de los
años 50, la penuria del agua ganó amplia difusión por su impacto sobre una creciente
población. Esta fue sin duda una de las primeras consecuencias de la expansión acelerada
de la ciudad, que no solamente fue destruyendo y contaminando acuíferos, sino fue
promoviendo la destrucción masiva de la cubierta vegetal que otrora brindaba mejores
condiciones de humedad al medio ambiente.

Otra consecuencia del incontrolado crecimiento de la ciudad fue la intensificación de la


destrucción de los recursos naturales de flora y fauna. En efecto, en los años 50 y 60
desaparecen los últimos resabios de bosque naturales que otrora abundaban en la campiña
contrastaba fuertemente con los indicadores internacionales (Según información del Servicio Cooperativo
Interamericano de Salud Pública, por esa época, el consumo de agua alcanzaba a 400 litros por habitante en
los EE.UU. y a 200 litros en América Latina ) A lo anterior se sumaba la deplorable calidad de este escaso
líquido, lo que era ampliamente reconocido y denunciado por la prensa de la época. la Unidad Sanitaria de
Cochabamba y el Servicio Cooperativo Interamericano de Salud Pública admitían sin reservas esta situación
que se apoyaba en resultados de análisis bacteriológicos periódicos del agua que consumía la población y que
revelaban invariablemente la presencia de bacilos coli (El Pueblo, 243/10/1957). La capacidad de agua
disponible en 1960 alcanzaba tan solo para 72.000 habitantes, cuando se estimaba que en la ciudad vivían
unas 120.000 personas, con una provisión promedio de 83 litros/habitante. Las causas no solo eran
atribuibles a la escasez del agua, sino que este hecho se veía fuertemente agravado por las pérdidas y defectos
en el sistema de distribución del agua potable (El Mundo, 1º/06/1960).
143

que rodeaba la ciudad. En la misma forma, las fértiles tierras de las maicas que se
extendían a lo largo de la actual Avenida Blanco Galindo dejan de existir por el avance de
la urbanización o pierden sus antiguas cualidades por la destrucción del sistema natural de
cursos de agua que descendían de la cordillera a manos de loteadores que los obstruyen
con innumerables calles y edificaciones. Inclusive, los faldeos cordilleranos del Norte
sufren la destrucción masiva de la cubierta vegetal de soporte y encause de innumerables
torrentes poniendo en riesgo permanente a los asentamientos humanos de esas zonas.
La destrucción de este manto vegetal natural abrió paso a un intenso proceso de erosión y
al inusitado avance de los eriales y pedregales que fueron sustituyendo en forma masiva al
monte bajo y a la pradera que otrora ostentaban las partes bajas y superiores de la
Cordillera del Tunari y la Serranía de San Pedro. Los riachuelos mansos que descendían
del macizo cordillerano, al encontrar debilitado y desprotegido de vegetación su cauce
natural, tendieron a ensancharse y a modificar su curso para transformarse en peligrosos
torrentes y extensos conos de deyección. Todos estos factores en conjunto pusieron en
riesgo la consolidación de un modelo de urbanización tipificado por su agresividad y
amplia capacidad destructora del medio natural, (rasgo que hasta hoy no ha sido atenuado).
Los peligros que se cernían sobre la ciudad en los años 50 y 60 se sintetizaban, como
emergencia de la amplia agresión practicada a dicho medio natural, en tres aspectos: los
desbordes del río Rocha, las torrenteras y la polución ambiental.
La cuestión de los "defensivos del río Rocha" era una práctica social arraigada y que
formaba parte la costumbre anual de encarar soluciones precarias y de emergencia para
mantener las aguas en su cauce, lo que solo se lograba en épocas de escasa lluvia. Las
inundaciones del río eran parte de una tradición que se remonta a los orígenes de la ciudad
y se lo tomaba como un mal llevadero. Sin embargo, cuando la ciudad comenzó a crecer,
este punto de vista se modificó drásticamente. Probablemente, fue la gran inundación de
1940, que destruyó las obras de desvío del río hacia la laguna de Alalay 73, pero además,
anegó el Prado, alcanzando las aguas la propia plaza 14 de Septiembre, lo que impulsó a la
creación de la Oficina de Regularización del Río Rocha dependiente de la Prefectura, pero
73
Entre los muchos estudios que se desarrollaron, sobre todo a partir de las décadas finales del siglo XIX e
iniciales del XX, destacaba el proyecto del Ing. Gustavo Knaudt que proponía embalsar las aguas del río en
un punto apropiado del tramo Sacaba - Cochabamba, para desviarlas a través del túnel del Abra a la laguna
de Alalay y luego, mediante otro túnel menor y un canal, ubicado entre los cerros San Miguel y Cerro Verde,
desfogar las aguas al río Tamborada. Este proyecto se fue ejecutando con lentitud a partir de 1910. Sin
embargo, la inundación de 1940, atribuida estas obras (la represa ejecutada contuvo momentáneamente la
avenida, pero al estar el túnel incompleto, estas desbordaron y destruyeron dicha represa), causando el
embate de las aguas embravecidas serios estragos en la ciudad.
144

convirtiéndose en entidad municipal a partir de 1956. Todo ello determinó que en 1959 se
definiera la ejecución de la actual canalización 74. Como es de rigor en nuestro medio, estas
obras fueron ampliamente debatidas y recién se concluyeron a mediados de los años 70 en
una primera etapa (tramo Muyurina - Cala Cala), para proseguir con igual lentitud en las
décadas siguientes, bajo el impulso de nuevas inundaciones en los sectores no canalizados.
El problema de las torrenteras, prácticamente inexistente hasta los años 40, es el resultado
combinado de la incontrolada destrucción del manto vegetal cordillerano, particularmente
las talas indiscriminadas de árboles nativos y aún especies exóticas, para proveer troncas a
las obras ferrocarrileras, apuntalar los túneles de la minería y, sobre todo, alimentar con
carbón vegetal, miles fogones donde se elaboraba la chicha, además de las cocinas
domésticas.
Una vez más, en los años 40, como una consecuencia de la expansión de la ciudad a costa
de las campiñas de Queru Queru y Cala Cala, donde se destruye sin tasa ni medida el
antiguo vergel que diera fama a Cochabamba, incluyendo la alteración y supresión de
muchos cursos naturales de aguas pluviales, se producen los primeros desbordes de las
torrenteras que afectan severamente a asentamientos urbanos, sucediéndose este fenómeno
periódicamente a lo largo de los años 50. En 1958, grandes inundaciones asolan la zona
Norte debido al desborde de las torrenteras de Mayorazgo, Aranjuez y Cala Cala (El
Pueblo, 24/01/1958). Como consecuencia de estos desastres, se comprobó que las zonas de
Linde, Rosedal, Calampampa, Taquiña y aledaños corrían un peligro inminente por la
acción de las aguas y mazamorras que arrastraban las quebradas de Tirani y Chaquimayu
(El Pueblo, 26/01/1958). A fines de enero de 1958, todos estos temores se convirtieron en
realidad con el desborde de la quebrada de Chaquimayu y el total anegamiento de la zona
de Calampampa75.
Estos hechos que amenazaban las mejores tierras en oferta para la urbanización impulsaron
la búsqueda de soluciones que fueran más allá de la simple limpieza y dragado de las
numerosas quebradas que amenazaban la zona Norte. En este orden, un antecedente
sugerente constituye el estudio de Anteproyecto del Plan Regional del Área de Influencia
74
Para un detalle más pormenorizado, ver Galindo 1974.
75
Una de las víctimas proporcionaba el siguiente testimonio: "como lava de volcán la mazamorra
arrastrada por la torrentera invadió por sorpresa las calles y el interior de las humildes viviendas. Presas
de pánico indescriptible los vecinos no atinaron sino a salvar a sus familiares(...) Al día siguiente se
comprobó cuán grave era la inundación de Calampampa. De continuar 5 minutos más la población habría
desaparecido, pues a 500 metros del barrio en dirección Norte, providencialmente quedaron amontonados
miles de piedras gigantescas desprendidas de los despeñaderos por efecto de la lluvia (El Pueblo,
31/01/1958).
145

Inmediata de la Ciudad, al que nos referimos con anterioridad, que sugería la forestación
del sector afectado por las torrenteras. Esta alternativa impulsó la necesidad de definir una
frontera al avance de la urbanización en dirección Norte, para preservar otras zonas vecinas
destinadas a la formación de los barrios residenciales. De allí surgió la idea de formar un
parque nacional, es decir el Parque Tunari.
Tomando como referencia las pautas contenidas en el Plano Regulador y, en el marco de
una reflexión tendiente a evitar la repetición de las inundaciones de 1958, los señores Jorge
A. Ovando, Eduardo Tardío y Benno Marcus en un extenso artículo publicado por la
prensa en muchas entregas ("Un grave peligro amenaza a la población de Cochabamba"),
desarrollaron una propuesta más específica, cuyos rasgos principales pasamos a
sintetizar76:
Como respuesta de la amenaza de las torrenteras al porvenir de los nuevos barrios
residenciales de la zona Norte (argumento de mucho peso en este tiempo, frente a las
simples razones ambientalistas), se lanza la idea de la creación de un parque nacional
como la forma más eficaz de evitar que la destrucción de los recursos naturales se
profundice, se amplíen los conos de deyección de las torrenteras, se agrave la acción
destructiva de éstas, se frene el avance urbano hacia la cordillera, evitando además, que
todo ello termine por convertir en zonas de riesgo real las nuevas zonas de urbanización
donde se tejen los mejores negocios inmobiliarios.

Se plantea que el citado parque abarque una extensión de unos 30 Km2, es decir,
desde la Avenida América al Sur hasta la cabecera del río Tablas al Norte y. por
Este, desde la primera quebrada de Tupuraya hasta la quebrada de Alisukhasa al
Oeste77.
76
Inicialmente los autores citados enfatizan en el hecho de que los valles centrales de Cochabamba han
estado sometidos por siglos a severas agresiones a su medio natural, es decir, prácticamente desde la llegada
de los españoles, quiénes introdujeron la dañina práctica de las talas indiscriminadas y la "roza a fuego", es
decir la costumbre de habilitar tierras como zonas de cultivo o pastoreo, a través de la destrucción de la flora
nativa mediante el fuego. A tiempo de realizar un repaso de la insuficiente legislación existente en la época
para controlar la renovada agresión que se produce al medio natural, con la incontenible expansión de la
ciudad desde inicios de los años 50, la misma que promueve la destrucción indiscriminada de la vegetación
de la campiña y los faldeos cordilleranos sometidos a quemas y talas indiscriminadas, practicadas no solo por
pequeños agricultores o inmigrantes, sino también por grandes propietario de tierras: los unos, temerosos de
los alcances de las leyes de reforma agraria y urbana, con la idea de extraer a sus tierras amenazadas de
expropiación, el máximo provecho, y los otros, para habilitar tierras con destino al consumo urbano. De esta
forma, ya sea para comercializar madera, materiales de construcción o especular con la tierra misma, se
destruye el medio ambiente natural sin ninguna consideración.
77
los proyectistas distinguían las siguientes grandes zonas: la de las campiñas que incluían los barrios de
Sarco, Mayorazgo, Cala Cala, Queru Queru, Aranjuez y Tupuraya en proceso de urbanización. El punto de
vista era que "las urbanizaciones de estas áreas no corresponden a una visión adecuada" por problemas de
topografía y el estar atravesadas por numerosas torrenteras. Al respecto recomendaban un estudio de los
146

La propuesta de formación del Parque Tunari, fue la iniciativa más concreta, integral e
importante de todo lo que se había sugerido hasta ese momento en la historia de la ciudad.
Sin duda desmiente la aseveración corriente de una ausencia de planteamientos técnicos en
torno a la creación del parque, razón por la cual éste se vio posteriormente afectado por el
avance de nuevas urbanizaciones, poniendo en descubierto la compleja trama de intereses
sociales y económicos que alentaba la destrucción del medio natural. Por tanto, ¿cuáles
fueron las razones para que no se cumplieran los lineamientos fundamentales de este
proyecto, mereciendo la propuesta tan solo un discreto silencio, incluso por parte del
Municipio, que consideró que su responsabilidad no abarcaba este ámbito.
Algunas de estas razones se podrían vincular a los siguientes factores: en primer lugar, que
parte de la zonificación planteada por Ovando, Tardío y Marcus alteraba en forma
significativa la expectativa de expansión urbana imperante en el momento. La idea de
reducir la urbanización de la campiña a la simple aplicación de la Reforma Urbana, no solo

asentamientos existentes, la anulación de los permisos de edificación en zonas de riesgo y la prohibición de


las talas de árboles, además crear franjas forestales de 10 a 20 mts. a lo largo de los cursos de los torrentes.
La zona del Temporal, que en lo inmediato, resultaba la más afectada por los procesos de erosión. Aquí se
sugería prohibir totalmente la "roza a fuego", la tala de árboles y la destrucción de la cubierta arbustífera.
Además se proponía crear dos tipos de franjas forestales: una protectora de 200 metros de ancho que
delimite las zonas de la campiña y del temporal (una suerte de barrera arbórea para evitar que la ciudad siga
avanzando) y otra, de 200 a 300 metros de ancho a lo largo de las quebradas que cruzan el temporal, es decir,
franjas transversales a las anteriores y que se extenderían hasta el pie de la cordillera, controlando el cauce de
las aguas e impidiendo la formación de conos de deyección. Sin embargo, el raudo avance de los loteos que
practican el "salto de pulga" dificulta la puesta en práctica de estas ideas. Los proyectistas estaban
conscientes que esta situación era irreversible dado el avanzado estado de consolidación de los asentamientos
urbanos y el manto político que los protegía, sugiriendo en consecuencia, la creación de "unidades vecinales
especiales" es decir que en ellas, en lugar de lotes urbanos solo se admitiera la creación de " quintas de 2 a 3
has destinadas a la producción de frutas, hortalizas y legumbres". La zona de la vertiente Sur, que se
constituía en el sector básico del Parque Nacional Tunari, poblada esencialmente por campesinos, pastores
y pequeños agricultores, quienes practicaban extensamente (aún lo hacen) la "roza a fuego" y la tala de
árboles, en la creencia de que dichas quemas de pastos y raleo de árboles fortalecía la producción de mejores
forrajes. Aquí los proyectistas sugerían medidas pedagógicas y de concientización sobre la preservación de
los recursos naturales, en la esperanza de que la supresión de los "pavorosos incendios anuales" permitiría la
reposición del manto vegetal natural. En esta zona se distinguían dos tipos de zonas forestales: las manchas
de vegetación existentes formadas por la flora primitiva y todavía en esa época cubriendo áreas importantes,
sobre todo en las hoyas de formación de las quebradas, a unos 3.000 a 3.500 mts sobre el nivel del mar,
conformados por restos de los otrora frondosos bosque de kehuiñas (polilephis) que deberían protegerse y,
manchas forestales artificiales (con especie exóticas) que se deberían formar en las zonas más vulnerables a
la acción de la erosión. La zona de las cumbres y altiplanos, comprende un extenso territorio situado por
encima de los 4.000 metros sobre el nivel del mar, donde existían haciendas productoras de papa, que por
efecto de la ley de Reforma Agraria pasaron a manos de los antiguos colonos. En esta zona todavía se
conservaba en los años 50 una variada fauna silvestre de vicuñas y venados. La zona de los bosques
naturales, comprendía la vertiente Norte de la cordillera, desde la ceja de monte hasta el llamado río Tablas.
Presenta características forestales de la región de los Yungas. En la época en que se realizó esta propuesta, la
misma permanecía aun inexplorada con relación a sus recursos madereros, de modo que conservaba todavía
especies forestales nativas, razón por la que se sugería su protección a toda costa.
147

era un punto de vista que modificaba lo dispuesto por el Plano Regulador, sino que
afectaba profundamente los intereses de grandes y medianos propietarios de tierras
ansiosos de hacer buenos negocios en un momento que juzgaban altamente propicio 78. Por
otro lado, los asentamientos en zonas de temporal dentro de la jurisdicción del recién
creado Parque Tunari, no solo no fueron tratados como "unidades vecinales especiales"
(ello devaluaba el valor de las tierras afectadas), sino que se beneficiaron de una ordenanza
municipal (de fecha 14/12/1964 suscrita por el Alcalde Tcnl. Francisco Baldi) que disponía
"la ocupación temporal de sitios y edificaciones comprendidos dentro del área del Parque
Nacional Tunari mientras se desarrollaban los trámites y procedimientos legales
expropiatorios"(Prensa Libre, 18/121964). Obviamente estos trámites expropiatorios no
culminaron jamás y a título de "provisional" o "temporal" los asentamientos proliferaron y
por costumbre se volvieron permanentes. En fin, la problemática ambiental que trataba de
ser resuelta con la creación del parque no era un asunto importante para el Estado y el
propio Municipio embarcados en el juego urgente del clientelismo político, que volvía
impertinente cualquier idea de afectar intereses de grupos sociales aliados o alineados en
forma oportuna con el nuevo esquema político que siguió a la caída del MNR, en
consecuencia nunca existieron recursos económicos para desarrollar las acciones
expropiatorias que exigía la consolidación del parque.
La creación oficial del Parque Nacional Tunari fue sancionada por el Decreto Supremo
06045 de 30/03/1962, los autores del texto fueron el Arq Jorge Urquidi y el Dr. Héctor
Cossio Salinas79. Los recursos necesarios para este cometido provendrían de las arcas
fiscales, prefecturales y municipales. Obviamente esto último nunca se cumplió y a partir
de ello, no solo surgieron alternativas legales (como la ordenanza municipal del Alcalde
Baldi) para vulnerar el contenido del Decreto, sino que arreciaron los asentamientos
irregulares "con permiso municipal", hasta convertir el parque en algo que solo existía en
el plano teórico, en tanto la expansión urbana, estimulada incluso por el propio Estado,
hacia los años 1970, convirtió el limite Norte en un territorio enclavado en plena zona
urbana consolidada.
Con relación a la contaminación ambiental, se puede decir que pese a su notoria presencia
78
Muchos de estos propietarios eran exhacendados y exmineros que adquirieron tierras muy baratas después
de la Guerra del Chaco y que no podían dejar de pasar la oportunidad de revenderlas bajo el eufemismo de
"urbanizaciones" en diez o más veces su valor original.
79
Los límites fijados por el Decreto eran: por el Norte, la ceja de monte hasta la región de Tablas, al Sud la
antigua avenida de Circunvalación, al Este la quebrada de Arocagua y al Oeste la quebrada de la Taquiña. Se
declaraban de utilidad y necesidad pública todos los terrenos comprendidos dentro de este perímetro.
148

y gravedad, tal hecho no mereció en general el favor de la prensa de la época ni movió a


preocupación a las autoridades. No obstante el sostenido avance de los fraccionamientos de
tierras en los años 50 y 60, arrojó como saldo, la incorporación de un tejido urbano carente
de servicios básicos que fueron convirtiendo la otrora floreciente campiña en tierras
divididas geométricamente para dar cabida a miles de lotes y centenares de nuevas vías.
Un análisis no exhaustivo sobre estas primeras manifestaciones de crisis ambiental nos
permite identificar los siguientes factores que operan sobre este deterioro:

a) Naturalmente, ocupando un puesto destacado, la proliferación, como se sugirió, de


decenas y luego centenas de calles, avenidas y diversos espacios públicos que no
reciben adecuado tratamiento, es decir, en unos casos (las vías) permanecen
indefinidamente sin ningún tipo de pavimento y en otros (las áreas verdes y otros
espacios públicos) permaneciendo como simples terrenos baldíos y abandonados.
Ello permite que en ambos casos, en la campiña florezcan ahora, ya no bellas
especies vegetales, sino, por una parte, enormes depósitos de tierras sueltas que
arrojan toneladas de polvo a la atmósfera que cubre la ciudad, y por otra, se
extiendan sin cesar los eriales, pedregales y basurales.
b) Este mismo efecto provoca que algunos miles de lotes baldíos, tanto en el interior
de la ciudad como, sobre todo en su periferia, al no ser consolidados realicen un
buen aporte al proceso anterior e incluso en muchos casos, al ser utilizados como
basurales se convierten en activos focos infecciosos que, que ante la indiferencia
pública, van creando una suerte de anillo suburbano de residuos sólidos en continua
descomposición.
c) Otro factor sobresaliente, que conmueve muy poco a los cochabambinos, son las
condiciones sanitarias precarias, hasta alcanzar niveles increíbles, que caracterizan
ciertas zonas de la ciudad como La Cancha y alrededores, donde ofertantes y
demandantes de sin fin de mercancías desarrollan sus actividades en medio de
nubes de insectos y colonias de roedores, conviviendo todos pacíficamente, en una
suerte de equilibrio ecológico perfecto pero perverso. Otro tanto se puede decir de
la Laguna de Alalay, que periódicamente obsequia a la ciudad emanaciones
nauseabundas que son soportadas con admirable estoicismo por quienes viven en
las proximidades.
149

d) En fin, la entusiasta tala de árboles en gran escala y la destrucción inmisericorde y


generalizada de todo tipo de recursos naturales (el manto vegetal que protegía las
torrenteras, los acuíferos, la fauna, etc.) incluso en zonas no comprometidas por el
avance de la ciudad, merman finalmente la vocación agrícola del Valle Central y
convierten sus tierras en mercancías que se ofertan para usos improductivos.

El saldo resultante es la formación de una cápsula, casi permanente, de atmósfera sucia,


que desde los años 50 respira la ciudad. Sin embargo, este es el aspecto formal del
problema, lo estructural se relaciona con un modelo económico que desvaloriza sin tregua
la tradición histórica agrícola del valle y promociona un crecimiento urbano sin desarrollo.
Pero no adelantemos todavía conclusiones y profundicemos un poco más en esta
problemática.
A la sombra de las ansias modernizantes que impulsaron la transformación de la aldeana
Villa de Oropesa en ciudad, se hizo presente, tal vez con rasgos crueles, la realidad en que
tiene lugar dicha transformación, es decir, que el rumbo que efectivamente toma este
proceso se aparta drásticamente de las alegorías y fantasías técnicas tejidas con esmero y
esfuerzo en los años 40: la famosa ciudad-jardín se convierte en un referente pálido y cada
vez más caricaturesco con relación a los resultados efectivamente alcanzados. Se podría
afirmar sin cometer ninguna exageración, que hablar de desarrollo urbano en los años 50 y
60 era hacer referencia a algo muy relativo, prácticamente hacer la apología de un tosco
barniz que intentaba disimular sin mucho éxito, demasiadas ironías. Por ejemplo, las
grandes obra públicas que se emprendieron en los años 20 y que efectivamente
proporcionaron a la vetusta aldea un respetable aire citadino, terminaron por convertirse en
obras inconclusas y tempranamente anacrónicas, pues se vieron ampliamente rebasadas por
los nuevos requerimientos que promueve el crecimiento de la ciudad. En efecto los
meritorios emprendimientos en materia de instalación de redes de agua potable,
alcantarillado, desagües pluviales, pavimentación y energía eléctrica que se juzgaron
suficientes en los años 30 y 40, quedaron irremediablemente obsoletos o inadecuados para
satisfacer las renovadas demandas de la acelerada expansión urbana. De esta forma, apenas
un restringido fragmento de la ciudad, la zona central, se convierte en una suerte "oasis
privilegiado" que puede aspirar al rotulo de espacio urbano indiscutible, sin embargo las
"unidades vecinales" y los extensos suburbios, en realidad son apenas barriadas dispersas,
150

casi campamentos o aglomeraciones semirrurales ahogadas en un mar de necesidades y


padeciendo extremas condiciones de insalubridad.
Elevadas tasas de mortalidad infantil y morbilidad, índices de esperanza de vida
subnormales, cuadros epidémicos de perfil africano que aparecen con rigurosa regularidad,
precariedad de la infraestructura hospitalaria y, para agravar todo esto, escasos hábitos de
higiene por parte del conjunto de la población, son los rasgos corrientes del medio
ambiente urbano. Incluso la actitud institucional frente a estos hechos es normalmente
indolente y solo se preocupa, en medio de grandes aspavientos y despliegues teatrales de
inusitada energía, cuando con cierta periodicidad eclosionan crisis sanitarias (aguda
escasez de agua potable, epidemias mortíferas para la población infantil, etc.), para luego
volver a la rutinaria "normalidad". Ciertamente sería una tarea muy extensa entrar en el
detalle de esta situación. Un análisis de distintas fuentes nos permite sin embargo percibir
que esta problemática no es solo económica sino política, en el sentido de que los escasos
recursos disponibles se malgastaban en hechos superfluos pero rentables desde el ángulo
de los intereses políticos coyunturales, por ello, en general los temas ambientales y de
salud pública sufrían de falta de jerarquía a la hora de definir las prioridades del gasto
público.
En resumen, se pueden adelantar las siguientes conclusiones: En primer lugar, anotar que
la transformación más sensible en el manejo del medio ambiente en el Valle Central de
Cochabamba entre 1952 y los años 60, en comparación con las décadas anteriores, hace
referencia no solo a cambios en la estructura de la tenencia de la tierra rural y urbana, sino
en el valor que la sociedad proporciona a dicha posesión, es decir, que la misma deja ser
fuente de poder político y social, para convertirse en un símbolo de justicia social y hasta
cierto punto, adjudicársele el significado de ajuste de cuentas con el pasado oligárquico80.
Con este significado, la tierra ingresa en un renovado y ampliado mercado comercial, sin
embargo, como ocurre con otros bienes convertidos en mercancías por la economía
capitalista, éste encierra en dicha condición, una contradicción fundamental con funestas
consecuencias para la calidad ambiental del valle: por una parte, en la esfera de su valor de
uso, se amplía e intensifica su carácter de bien social con amplias repercusiones sobre el
conjunto de la sociedad, pero en su carácter de valor de cambio, se amplifica su carácter
80
Ver por ejemplo el editorial de El Pueblo de 25/06/1957, los comentarios del Dr Roberto Arze Loureiro
(Prensa Libre 15/12/1962), análisis sobre mortalidad y morbilidad infantil (El Pueblo 13/12/1953 y Anuario
Municipal de 1963), los informes sobre la contaminación del agua potable del Ing. Fabio Cornejo (El Pueblo
06/01/1956).
151

mercantil y de posesión individual, capaz de generar un plus valor sin necesidad de invertir
capital y trabajo. Es este último atributo, el que conduce al frenesí de la urbanización, es
decir, el afán de "valorizar la tierra" ya no intensificando su capacidad productiva y/o
conservando sus recursos naturales y paisajísticos (otrora tan valorados), sino
aprovechando señales ideológicas o dicho de otro modo, proyecciones imaginarias que
arroja por doquier el Plano Regulador de Cochabamba al ofertar la visión de ciudad
moderna, de tal manera que los antiguos huertos, las casas quintas señoriales, los campos
de labor, al transformarse en "urbanizables" se convierten en escenarios de excelentes
negocios donde se amasan no pocas fortunas. El crecimiento físico que experimenta la
ciudad a partir de los años 50 se estructura a partir de dos modalidades: la rauda
urbanización de la campiña que cuenta con el beneplácito del Municipio, que de alguna
manera protege y administra los intereses del mercado inmobiliario, que pese a los tintes
democráticos que le imprime la Reforma Urbana, no deja de marcar procesos ostensibles
de acumulación de capital, referente que estimula la consolidación de una tupida maraña
burocrática que pasa a dominar el ente municipal y a convertir las "urbanizaciones" y
"fraccionamientos" en suculentos procedimientos técnico-administrativos. Por otro lado,
proliferan los asentamientos irregulares y las invasiones de predios públicos y privados, los
mismos que además de ser ilegales, por regla general aparecen como perjudiciales a los
afanes modernistas. Solo en este último caso, surgen voces ambientalistas que se acuerdan
que, por ejemplo, las áreas verdes, es decir "los pulmones de la ciudad", están siendo
mermados o desvirtuados. De todo ello se puede deducir que el desarrollo urbano tiene
visiones contrapuestas y en su nombre se promueven practicas sociales contradictorias:
unos se embarcan en el próspero negocio de destruir la campiña, otros en la difícil tarea de
hacer valer su derecho a la ciudad y al techo propio.
Las agresiones al medio ambiente se profundizan, son más integrales y extensas en
relación con otros periodos históricos. En pocas décadas se destruyen los restos de los
bosques primitivos de sotos y kewiñas, también se destruyen los bosques de sustitución de
otras especies, se altera el régimen de drenaje pluvial del sistema cordillera-valle, es decir
se destruyen y desvían los cursos naturales de las aguas que alimentan el sistema
hidrográfico del río Rocha, se contaminan los acuíferos y muchos son simplemente
desecados. El valle pierde humedad, su atmósfera recibe en forma creciente toneladas de
polvo provenientes de cientos y miles de hectáreas erosionadas, calles sin pavimentar y
152

lotes baldíos, a lo que se suman volúmenes no precisados de metano, nitrógeno y bacterias


provenientes de excretas humanas y residuos sólidos y líquidos que producen decenas de
nuevos barrios que carecen de los mínimos servicios. Los correctivos que se tratan de
introducir, entre ellos, la meritoria iniciativa de creación del Parque Nacional Tunari,
nacen con limitaciones y deformaciones prematuras. En suma, las semillas que harán del
valle de Cochabamba uno de los más contaminados de Bolivia en las décadas posteriores,
se siembran con gran diligencia en este periodo. En efecto, todos los problemas y
contradicciones que posteriormente padecerá la ciudad emergen en estos años: se consolida
la estructura funcional concéntrica que deja al Casco Viejo como una isla multifuncional
densa y caótica, rodeada de una extensa periferia de baja densidad y funcionalmente
dispersa. La omisión que comete el Plano Regulador con relación a una política
habitacional municipal resulta crucial: el modelo habitacional republicano compacto es
sustituidos por dos alternativas: la vivienda aislada de corte anglosajón que trata de
constituirse en la materia prima del modelo de ciudad-jardín, es decir la vivienda
unifamiliar aislada que consume en forma generosa suelo urbano y, la vivienda de "medias
aguas" que autoconstruyen los sectores populares a un ritmo que fácilmente duplicaba y
triplicaba la capacidad de producción del primer modelo. Al no introducirse, salvo una
reglamentación poco eficaz, políticas que equilibraran y conciliaran estas dos tendencias,
el Municipio pierde rápidamente el control sobre el crecimiento de la ciudad y se muestra
impotente cuando dicho proceso rebasa los límites prefijados y altera el modelo urbano que
se trataba de materializar. De esta forma, la urbanización invade espacios públicos, se
crean bolsones interiores de "tierras de engorde", proliferan los asentamientos ilegales, el
crecimiento urbano toma características tentaculares a lo largo de los caminos a Sacaba y
Quillacollo, se lotean áreas agrícolas más allá del radio urbano, las áreas verdes que se
consolidan son apenas fragmentos dispersos y francamente deficitarios e inapropiados para
la creciente población. En fin, las corrientes migratorias desde el campo, las provincias y
otros departamentos, se constituyen en fenómenos que no solo convierten en anacrónicos
los esmerados estudios urbanísticos de los años 40, sino que dan un gran impulso a la
destrucción de los recursos naturales y la contaminación del medio ambiente en el valle, y
lo que es peor, hacen de la planificación urbana un instrumento decorativo, que a partir de
ese momento, siempre irá a la retaguardia de la dinámica social. En fin, el valle y la
ciudad adquirirán en definitiva una fisonomía diferente y alejada de los sueños
153

modernistas, donde lo único significativo podría ser un extenso campamento cubierto con
chapas de zinc (calaminas), donde habita no necesariamente un proletariado en
crecimiento, sino miles de pequeños y medianos comerciantes que no tienen fe en el
desarrollo industrial. Es decir que la nueva fisonomía del valle, cuyo legendario verdor
comienza a adquirir tonalidades marrones, expresa perfectamente el nuevo estilo de
desarrollo que le ha sido impuesto.
154

5. COCHABAMBA A FINES DEL SIGLO XX

Cochabamba y su región en el contexto de la Bolivia actual

El acelerado proceso de urbanización que experimenta Cochabamba desde fines de los


años 60, no solo expresa la conjunción de cambios en la dinámica de su proceso
demográfico, el crecimiento de la economía de mercado u otros factores diversos, sino
además, el agotamiento de un modelo de desarrollo regional que durante algo más de un
siglo había apostado a las potencialidades de un mercado interno regional que pudo
constituirse en una alternativa exitosa frente al derrumbe de la economía agrícola de
exportación que desde el siglo XVI no pudo encontrar mercados equivalentes a Potosí. Es
decir, que desde fines de la colonia, fueron fundamentalmente las fuerzas internas
regionales -la economía de la chicha y el maíz, el sistema ferial, la pequeña producción
parcelaria, la incipiente industria volcada a este mercado, etc. las que modelaron directa o
indirectamente, no solo la fisonomía espacial de la región, sino incluso la fisonomía de la
ciudad con sus barnices de modernidad y sus potentes raíces populares. La Revolución de
1952 vino a introducir cambios profundos en esta estructura, a partir de los hechos
analizados en el capítulo anterior. En este orden, es posible sugerir la hipótesis de que
Cochabamba, al ser incorporada a un modelo y a una estrategia de desarrollo nacional, no
solamente rompía con su vieja autonomía económica, sino que se incorporaba
indirectamente a la economía internacional y a los factores que comenzaron a modelar
desde afuera la nueva fisonomía del país e impulsar el desarrollo dependiente, dando lugar
a un debilitamiento paulatino de las fuerzas internas regionales y a un reforzamiento de los
factores exógenos, los cuales, cada vez con mayor fuerza, pasaron a delinear la nueva
fisonomía de Cochabamba en función de roles gradualmente más alejados de la
perspectiva histórica trazada por la relación entre economía regional y desarrollo urbano
que analizamos en los capítulos precedentes.
Las fuerzas que definen la transformación del modelo urbano de los años 50 ya no se
sitúan en el contexto de los fenómenos que tienen lugar en las vecindades de la ciudad o la
región, sino en procesos más amplios y complejos que tienen que ver con la dinámica
general de inserción del Estado Nacional de 1952 a la economía internacional y, al
conjunto de variables que influyen en dichos procesos para definir la nueva fisonomía del
155

país, de las regiones y las ciudades. En este ámbito, la temática de la modernidad, fue una
cuestión central que no solo estimuló el debate ideológico, sino que incluso legitimó la
insurgencia de abril de 1952 y dio forma a las estrategias de desarrollo económico que se
comenzaron aplicar en los años 50, vinculándose incluso al esfuerzo estatal para afianzar
una burguesía nacional empresarial que proyectara en el largo plazo, el modelo de
desarrollo capitalista que correspondía a este proyecto renovador81.
La Política de Diversificación Económica que fue aplicada por el MNR entre 1952 y 1964
definió los rasgos esenciales de lo que vendría ser el ordenamiento territorial y el sistema
de ciudades en Bolivia en la segunda mitad del siglo XX. En efecto, la decisión estatal de
romper con el modelo de monoproducción minera que había caracterizado la economía del
Estado Oligárquico, al privilegiar dos sectores clave: los hidrocarburos y la agroindustria,
en términos espaciales significó la definición de una efectiva vertebración territorial
consolidada a través del desarrollo de la infraestructura del transporte 82. En este contexto,
se produce el acelerado desarrollo de la agricultura y la agroindustria del Oriente
particularmente orientada a productos agro exportables como el azúcar, el arroz, el
algodón, el café y la soya, generándose un crecimiento espectacular entre 1950 y 1975. A
partir de 1952 todos los sectores estratégicos de la economía se hallan dominados por tres
grandes empresas públicas nacionales: YPFB, COMIBOL y CBF, además de varios bancos
estatales83. (ARZE CUADROS, 1979).
.Hacia 1975, los efectos del nuevo modelo de desarrollo eran perceptibles. La estrategia de
diversificación de la economía no había logrado evitar un proceso de crecimiento de la

81
Sin embargo, el consiguiente debate en torno al rumbo que debía tomar el desarrollo del país no tuvo raíces
nacionales y fue ampliamente influido por las corrientes derivadas del propio desarrollo capitalista y de las
teorías que se elaboraron en los países centrales o en las agencias internacionales, cuya función esencial no
solo fue imponer ciertos modelos o "recetas" de desarrollo, sino además difundir la ideología de la
modernidad, como una corriente representativa de la cultura de Occidente, en el contexto de un esfuerzo
sostenido por ampliar la economía de mercado y así, obstaculizar la amenazante perspectiva del cambio
estructural.
82
En este orden, las obra de mayor trascendencia fueron las carreteras Cochabamba-Santa Cruz y las
posteriores Cochabamba-Villa Tunari-Puerto Villarroel y, Santa Cruz-Ichilo- Puerto Grether, además de los
ferrocarriles: Yacuiba-Santa Cruz con conexión a la red ferroviaria Argentina y Corumbá-Santa Cruz con
conexión a la red ferroviaria brasileña.
83
La fisonomía del nuevo Estado, no solo se caracteriza por su fuerte sentido intervencionista o paternalista
con respecto al manejo de la economía y el desarrollo social, es decir por constituirse en el modelo boliviano
del Estado Benefactor que promueven los países centrales en la posguerra para detener el avance del sistema
socialista; sino por su fuerte énfasis en promover verticalmente el desarrollo del Oriente y la aspiración a
reducir el grado de dependencia externa, una vez que la economía mono productora con enclaves mineros fue
responsabilizada por el atraso secular y el subdesarrollo del país. Estos objetivos, permitirían definir la
postura ideológica que guió estos emprendimientos y que pasó a ser mejor conocida como "Nacionalismo
Revolucionario".
156

misma extremadamente desigual, que no solo tenía expresiones en las distintas ramas de la
producción, sino también en la creciente diferenciación en los ritmos del desarrollo
regional. De esta forma era indiscutible el raudo crecimiento de la industria petrolífera y la
agroindustria en el Departamento de Santa Cruz, frente a un proceso de escasa dinámica en
el sector minero que padecía la falta de innovación tecnológica y la pérdida de
competitividad en la esfera del mercado internacional de minerales, así como el
estancamiento virtual del desarrollo de la agricultura tradicional de los valles. Con estos
antecedentes, el Eje Central resultante, vendrá a expresar la dimensión espacial de la nueva
articulación de la economía nacional con el mercado mundial 84. Se reconocía que tanto la
agroindustria cuanto el sector minero experimentaron una rápida expansión dentro de la
perspectiva de concurrir a los mercados externos y que, el propio desarrollo urbano
experimentado por La Paz y sobre todo Santa Cruz se vinculaban con este proceso. En
contraste, también se reconocía, que los centros urbanos de mayor dinamicidad no
extendían estos atributos a su hinterland en términos de difundir positivamente las ventajas
del desarrollo - como preconizaba la teoría de los polos -, sino que tendían a profundizar la
brecha entre campo y ciudad. Por otra parte, dichos centros urbanos carecían de una
especialidad productiva definida, no habían logrado, pese a su espectacular crecimiento,
consolidar una infraestructura urbana eficiente, habían perdido la capacidad para
administrar y encausar las tendencias de esta expansión y, todos ellos convergían hacia el
desarrollo de vocaciones terciarias y de servicios, sin estar suficientemente capacitados
para el desempeño eficiente de este rol. Luego los principales centros urbanos del país, de
acuerdo a este diagnóstico, no garantizaban las condiciones indispensables para un
desarrollo adecuado de la comunidad ni eran una base de apoyo estable para el desarrollo
de las actividades productivas. En todos los casos, los elevados déficit de infraestructura y
servicios básicos, se convertían en una fuerte limitación para satisfacer de forma adecuada
las necesidades de los torrentes migratorios, los cuales no solo veían frustradas sus
esperanzas de mejores condiciones de vida, sino que fueron obligados a "auto resolver" los
problemas que normalmente el Estado Benefactor debía encarar, postergándose así la
posibilidad de consolidar una concentración de población que potenciara los mercados de

84
El Plan de Desarrollo del primer gobierno del General Banzer, reconocía que la ampliación de la red
ferroviaria que había tenido lugar en los años anteriores estaba básicamente orientada hacia la exportación de
materias primas y alimentos y hacia la importación de medios de consumo manufacturado y que, esta
priorización hacia la satisfacción de las demandas de conexión "hacia afuera" había provocado que los dos
grandes ramales ferroviarios(Oriental y Occidental), no estuvieran internamente conectados
157

consumo manufacturero a la escala del crecimiento de los sectores industriales. Luego las
grandes ciudades bolivianas de los años 70 -como hasta hoy- tendían más a adquirir la
fisonomía de grandes campamentos de habitación precaria en lugar de centros difusores de
la modernidad.
En síntesis, Cochabamba indudablemente no fue un escenario importante dentro de las
estrategias de desarrollo formuladas por el Estado entre los años 50 y los 80. Las
observaciones que acertadamente realizó Arze Cuadros en la obra más esclarecedora
escrita hasta hoy sobre el ordenamiento territorial y el desarrollo económico en Bolivia,
hacen referencia con relación a Cochabamba, a la necesidad de potenciar su aparato
productivo industrial y superar su ancestral atraso agrícola, como condición esencial para
proporcionar viabilidad a su desarrollo y al desarrollo coherente del "eje central", incluso
con proyecciones continentales. Este aspecto, sin embargo, no fue suficientemente
valorado y, en lugar de ello, se exaltó la importancia del "factor externo" vinculado más a
un modelo de exportación de materias primas y de acumulación de capital bajo la forma de
divisas, y no a un modelo de integración. Este hecho pasó a constituirse en el principal
responsable de un proceso de acelerada urbanización sin desarrollo.
Tomando como marco de referencia el antecedente anterior, pasaremos a examinar algunas variables que
contribuyan a definir las características de la región de Cochabamba, aunque sin pretender agotar el tema.

Inicialmente nos ocuparemos de enfocar la cuestión de la presunta “centralidad” de


Cochabamba con relación al modelo de desarrollo adoptado en el curso de los años 60. La
región de Cochabamba por su situación geográfica central -y no por otros atributos- pasó a
formar parte del Eje Altiplano-Oriente85, convirtiéndose en el "espacio de comunicación
nacional por excelencia"(LASERNA 1984). Desde la óptica de la teoría y la práctica de la
planificación (ARZE CUADROS 1979), Cochabamba estaba naturalmente destinada a
convertirse en la bisagra que debía articular y armonizar el crecimiento de dos espacios
productivos dispares y vinculados a los puertos del Atlántico y el Pacífico, a través del
rápido desarrollo industrial volcado al mercado interno y con pretensión de abarcar

85
La conversión de Santa Cruz de región marginal, aislada y postergada a lo largo de varios siglos, en región
dinámica, con un raudo crecimiento de su aparato productivo, canalizadora de grandes flujos de inversiones y
receptora de fuertes torrentes migratorios en algo menos de dos décadas, es decir, el espectacular paso de
región periférica a "polo de desarrollo", fue el factor esencial que terminó modificando la estructura
territorial materializada por las economías de la plata primero, y luego del estaño, a lo largo de un prolongado
período histórico, cuya declinación dio curso al emergente Eje Altiplano-Oriente., el mismo que se
constituyó en el nuevo patrón de ocupación del territorio nacional, o si se quiere, en la dimensión espacial y
territorial de un nuevo patrón de acumulación(TORANZO 1982, VILLEGAS Y AGUIRRE 1989) y de un
nuevo modelo estatal que articula y estimula ambas esferas.
158

mercados externos (vocación que Cochabamba había mostrado una y otra vez a lo largo de
su historia), sobre la base de un abanico de materias primas diversificadas y suficientes
recursos energéticos disponibles. En suma, pasaría a desempeñar efectivamente el papel de
"polo central de desarrollo" en base a su potenciamiento industrial y agrícola, como lo
preconizaron con acierto los movimientos cívico-regionales de esa época 86 Sin embargo,
pese a estas potencialidades y perspectivas, la historia fue sensiblemente distinta:
Cochabamba no logró modificar: "su lugar económico en el espacio nacional, salvo el
hecho accidental de haber añadido a sus roles anteriores, el de ser un espacio de tránsito
y comunicación con potencial capacidad para absorber grandes unidades de servicios y
comercialización"(LASERNA, 1984). Sumado a lo anterior, se reforzó su rol tradicional
de fuente de abastecimiento o despensa barata de alimentos y fuerza de trabajo, hecho que
aportó a la viabilidad del desarrollo económico de los dos polos extremos del eje, para
finalmente hacerse merecedor del calificativo de "periferia central" como sugiere
acertadamente Laserna87.
Otro componente, digno de tenerse en cuenta, aunque reconociendo que su influencia es
más indirecta, hace referencia a la relación entre campesinado y Estado. A este respecto, se
puede señalar, naturalmente enfocando el asunto desde la perspectiva regional, que una de
las virtudes democráticas de la Revolución Nacional con referencia a Cochabamba, fue que
la toma de decisiones cruciales para la marcha de la sociedad valluna dejó de ser ventilada
desde la espaciosa Plaza 14 de Septiembre o los vetustos edificios circundantes, celosos
custodios de las instituciones estatales y eclesiásticas o, de los poderosos círculos sociales
acostumbrados a ver la realidad regional desde torres de marfil y ópticas señoriales.
Ucureña, Cliza, Punata y otros ámbitos de la geografía valluna surgieron como fuentes de

86
Ver las abundantes argumentaciones del famoso Seminario Vocación, Desarrollo y Destino de
Cochabamba, 1972.
87
En realidad el desempeño periférico de Cochabamba con respecto a las grandes corrientes del desarrollo
no constituye un simple episodio aislado sino una constante que de una u otra forma se hizo presente para
caracterizar el papel que la región desempeñó, ya sea con relación al desarrollo y al auge de la minería de la
plata colonial y republicana, como con respecto a la era del estaño y, en los años 50 y posteriores, con
relación a la agroindustria y al petróleo. Es evidente que la economía de Cochabamba no pudo insertarse
directamente al mercado mundial y no participó como protagonista principal de los auges económicos
citados. Su rol casi diríamos histórico fue apoyar, ya sea como "granero", "nudo de comunicaciones", "centro
de servicios", "proveedor" de mano de obra, la alternativa de desarrollo de economías de exportación de otras
regiones. De esta percepción no estuvieron ajenos ni los movimientos cívicos ni las expresiones políticas,
que abandonando su tradicional visión nacional y totalizadora, a partir de fines de los 70, comenzaron
también a ocuparse de lo regional, aunque esta preocupación obedeciera a coyunturas electorales. Al
respecto, ver el singular análisis que realizó Walter Guevara, candidato presidencial del PRA, con relación a
la realidad regional (Los Tiempos, 13/05/1979) y la Declaración Política del MIR (Los Tiempos, 7/05/1978).
159

poder virtual y real, por lo menos en los primeros años de la revolución. Aunque este
proceso se fue debilitando paulatinamente y la ciudad-capital fue recuperando su rol rector,
todavía en los años 60 el poder regional estaba en manos de poderosos lideres sindicales
agrarios, que una y otra vez habían mostrado la capacidad de forzar pactos con el Estado
para mantener la paz social y la fidelidad partidaria a cambio de gruesas ventajas
prebendales. Un claro ejemplo de esto fue el celebre Pacto Militar Campesino, cuyo
análisis escapa al límite del presente trabajo88 ¿Cómo fue posible que el Estado lograra un
grado tan absoluto de sometimiento político e ideológico del campesinado, sobre una base
tan frágil, como la continuidad de unas relaciones extremadamente desiguales entre
productores y mercado?
Tal vez se puede levantar la hipótesis de la alternativa ideológica, es decir, la imagen
paternal y generosa que adquirió el Estado a partir de la Reforma Agraria en el mundo
imaginario de las masas campesinas, no tanto como el donador de la parcela de tierra que
se quita al patrón en un acto de justicia, sino particularmente como propiciador de la
transformación del menospreciado colono en "propietario y ciudadano", es decir, el valor
que se asigna al hecho de adquirir el derecho al voto y sentirse escuchado por el Estado.
Esta “donación estatal”, de acuerdo a Soto(obra citada), permite al valluno "igualarse a
los demás en el cielo de la política, enmascarando su profunda desigualdad en el infierno
de la producción, el acceso al mercado y el sempiterno racismo de cuño señorial del
criollaje".
El saldo de todo esto, es que el campesinado valluno, merced a la forma cómo se establece
la nueva relación entre el Estado y la clase campesina, no tiene posibilidad para forzar el
desarrollo del agro. Es decir, que la incapacidad del campesinado para reivindicar el
desarrollo rural, incluyendo la transferencia tecnológica y el acceso a recursos financieros,
determina la permanencia de procesos de producción obsoletos y el potenciamiento de la
minifundización de la propiedad rural, con la consiguiente subordinación de la economía
del pequeño productor campesino a los designios de una red de agentes económicos
externos que controlan férreamente el mercado regional. Este será uno de los factores
estructurales que determinarán la aceleración del deterioro ambiental en el Valle Central y
otras zonas del departamento. En todo caso, los hechos analizados configuraron un
obstáculo estructural erigido por el modelo de desarrollo adoptado por el país y, al que se
88
Para un análisis pormenorizado de este hecho político remitimos al lector, al acucioso trabajo de Cesar
Soto (1986).
160

plegó, sin condiciones la formación social regional, que impide la modernización integral
del agro y evita que este objetivo sea enarbolado por las masas de excolonos y piqueros.
En lugar de ello, dichas masas obtuvieron libertades democráticas formales, o por lo menos
una ficción de ellas (la liquidación formal de todo tipo de servidumbre, la libertad de
desplazarse dentro del territorio nacional, la libre sindicalización y el derecho al voto para
elegir a los gobernantes), pero no obtuvieron libertades económicas (controlar los precios
de sus productos en el mercado, acceder a créditos bancarios y otros recursos financieros,
acceder a recursos tecnológicos, etc.). El saldo será la profundización del proceso de
minifundización y la expansión de economías de subsistencia cada vez más volcadas hacia
los centros urbanos, causando, como se mencionó, entre otros, impactos ambientales
negativos.
Otro factor, vinculado a los anteriores, es el proceso migratorio a nivel departamental con
destino a la ciudad de Cochabamba, otros centros urbanos, otras regiones como el Chapare
dentro del mismo departamento o fuera de este, e incluso, a otras ciudades y regiones del
exterior89.
Analizando el fenómeno migratorio en términos globales, se podrían distinguir dos factores
que de manera general vincularon a gran parte de la población del Departamento de
Cochabamba con la economía nacional o la dinámica del mercado interno regional: por un
lado, el rol que jugó Cochabamba en todo este período y prácticamente desde los años 50 e

89
Dicho proceso, presenta dos rasgos principales, con relación a la ciudad de Cochabamba y el Valle
Central: un proceso de inmigración- emigración con saldo positivo para la ciudad, la misma que absorbe una
fuerte corriente inmigratoria a partir de los años 70. Un otro proceso fuertemente emigratorio desde el
ángulo de los escenarios rurales, cuyo destino es el área urbana de Cochabamba y otras zonas de dinámica
económica del país y el exterior. No cabe duda que esta movilidad de la población regional expresa la
movilidad de la fuerza de trabajo en función de las orientaciones del proceso de reproducción del capital
mercancía o agroindustrial (SOLARES Y BUSTAMANTE 1986). Examinando con mayor detalle este
proceso se constata que el volumen migratorio más importante tiene lugar a partir de zonas expulsoras y
receptoras que se encuentran dentro de los propios límites departamentales. En este orden, los escenarios
receptores se concentraron en la capital departamental y en las zonas de colonización del trópico
cochabambino. Los puntos de origen de los emigrantes abarcan un amplio territorio afectando prácticamente
a todas las provincias restantes. En resumen, el Valle Central de Cochabamba -particularmente la capital,
Quillacollo y Sacaba- y las regiones tropicales de las provincias de Chapare y Carrasco constituyen zonas de
recepción, en tanto el Valle Alto y las provincias de puna se han convertido en zonas expulsoras. Una
variable importante detectada por Blanes y Flores (1985), fue la interrelación entre proceso migratorios y
motivaciones no solo económicas sino ligadas a aspiraciones de educación, es decir que para un importante
porcentaje de migrantes la educación de los hijos aparecía en el mismo nivel de importancia que cuestiones
básicas como la alimentación y el empleo. Otro rasgo importante, es que el espacio receptor de primer
orden, esto es el Valle Central, es el espacio de mayor concentración de oportunidades de diversificación
económica, cobrando en este contexto la interrelación entre el sector agrícola y el sector comercial un valor
muy significativo, una vez que permite dar amplia cabida al empleo y al autoempleo en ramas terciarias
diversas y en el sector de la construcción.
161

incluso mucho antes, como proveedor de fuerza de trabajo y de alimentos a precio


conveniente, en favor otras regiones o enclaves de desarrollo económico y por otro, la
articulación de la economía campesina y las formas no capitalistas de producción a la
lógica de reproducción del capital mercantil en el ámbito regional (BLANES Y FLORES
obra citada). Ambos factores estarían determinando una alta movilidad espacial de la
fuerza de trabajo que alternativamente se incluye sucesivamente en una u otra situación
según las modalidades de diversificación económica que practica dentro de una estrategia
que puede ser cambiante y que definitivamente deja de apoyarse en las alternativas de la
agricultura de autoconsumo, una vez que la viabilidad de la economía campesina esta cada
vez más sometida a las necesidades monetarias a partir de las razones que se analizaron
anteriormente.
Un cronista que examinaba la problemática departamental a fines de los años 70,
consideraba que "el principal problema que confronta la región es el problema
poblacional". Se mostraba alarmado por los saldos migratorios negativos que exhibía el
Departamento de Cochabamba con relación al período intercensal 1950 - 1976,
estableciéndose que tales fenómenos se vinculaban con un cuadro de deterioro de la
agricultura y la falta de empleo urbano. Al efecto destacaba, que exceptuando las
provincias de Quillacollo y Cercado, el resto exhibían saldos negativos de crecimiento
poblacional, "lo que implica que el desarrollo económico ha estado concentrado
únicamente en el llamado Valle Central”. Además, observaba que los asentamientos
humanos en el Departamento presentaban (y todavía presentan) un elevado cuadro de
dispersión geográfica por el predominio de población rural que alcanzaba al 54 % de la
población total90. Se anotaba que esta dispersión era particularmente marcada en las
provincias de Campero, Ayopaya, Tapacari, y Arque en las zonas de puna; en la provincia
de Arani en el Valle Alto y en las provincias de Chapare y Carrasco con extensas zonas
tropicales. La tendencia dominante de estos flujos migratorios fue dirigirse con preferencia
a los centros urbanos del Valle Central, particularmente la capital, determinando que las
insuficiencias urbanas en materia de servicios públicos e infraestructura se agudizaran.
En efecto, la migración rural - urbana generó la rápida expansión física de la ciudad de

90
El censo de 1992 reveló el novísimo carácter “urbano” del departamento de Cochabamba, lo que
evidentemente significa un cambio histórico importante en el proceso demográfico, pero es conveniente
guardar prudencia respecto a una interpretación generalizante, puesto que este atributo incluye la anómala
concentración de población urbana en la ciudad de Cochabamba y su conurbación. Sin embargo, el
predominio de la vida rural tiene, aun hoy día, plena vigencia en la mayor parte del territorio departamental.
162

Cochabamba y la conformación paulatina desde inicios de los años 60 de un "eje de


conurbación" espontáneo (Quillacollo - Cochabamba – Sacaba), además de la
densificación de algunas zonas como el Valle Alto donde Punata experimentó un corto
auge merced al crecimiento de la actividad ferial. En los dos mayores valles de
Cochabamba, y con particular intensidad en el Valle Bajo, se concentró un volumen
mayoritario de la población departamental, situación que aún prevalece hasta el dial de
hoy. En este sentido se puede decir, que en este particular ámbito geográfico, dicha
población es más urbana que rural debido a que, merced al desarrollo del transporte
público, se encuentra en todos los casos a una o dos horas del centro urbano de
Cochabamba, lo que le permitió desarrollar, cada vez con mayor intensidad, ocupaciones
no agrícolas. Se puede inferir también, tomando como referencia, las sugerentes
observaciones de un trabajo de Canivella, Ardaya y otros (1984), que Cochabamba y los
valles circunvecinos donde florece la actividad ferial y, particularmente "La Cancha" (la
verdadera capital valluna) se convierten en un “espejismo atractivo” para los migrantes,
quienes se dirigieron allí en busca de supervivencia, llenos de esperanzas y urgencias, pero
obviamente, solo en un mínimo porcentaje, tales expectativas fueron satisfechas. Lo
normal fue encontrar enormes diferencias, prácticamente una ruptura entre las ilusiones y
la cruda realidad: el añorado trabajo estable no existía, todo tuvo que ser resuelto: empleo,
vivienda, educación, salud, a partir de esfuerzos propios y “auto soluciones”, en medio de
no pocas frustraciones, adversidades, manifiestas injusticias y discriminaciones91.
El destino de Cochabamba, siempre estuvo estrechamente vinculado con el destino de la
sociedad rural y la economía agrícola en general, por ello, un hecho fundamental en la
construcción de la nueva fisonomía de la sociedad regional fue la Reforma Agraria de

91
Investigaciones posteriores sobre el tema de las migraciones no modifican el cuadro descrito. Por el
contrario, éste tiende a agravarse. En la década de los años 80, sólo la población de la ciudad de Cochabamba
crece a un ritmo de 4,22% anual, con una tasa de aporte migratorio de 2,7% que representa el 64% del
crecimiento demográfico total (LEDO y ESCOBAR, 1988). A fines de la década citada se establecía que la
población inmigrante estaba compuesta por población joven, con un ligero predominio de mujeres, con un
nivel de instrucción bajo y proclives a reforzar las redes de economía informal, en el contexto de procesos de
desplazamientos geográficos de fuerza de trabajo desde zonas deprimidas (Blanco 1987), determinando el
crecimiento de la oferta laboral no demandada y consiguientemente el crecimiento del sector informal
urbano. Un estudio posterior (LEDO, 1991) sugiere, sin cambiar el fondo del asunto tratado, que la población
migrante tiene un origen predominantemente urbano y esta peculiaridad escaparía al estereotipo de la
migración campo-ciudad, es decir, que se vincularía más con “proceso de transformación de las ciudades
bolivianas en las últimas décadas”(obra citada: 226), el origen de dichos inmigrantes sería mayoritariamente
la región del altiplano Finalmente Gordillo, Blanco y Richmond (1995), añade que, que de acuerdo a los
resultados del censo de 1992, que el promedio de hogares migrantes en la conurbación alcanza al 35 %,
siendo en general, los distritos periféricos los receptores de asentamientos de este tipo de hogares. Mas
adelante se analizara el significativo impacto de este fenómeno demográfico sobre la cuestión ambiental.
163

1953. Numerosos estudios evaluativos de la Reforma Agraria (Albó 1979 y 1985, Rivera
1979, Prudencio 1983, Blanes 1984, Calderón y Dandler 1984, Calderón y Rivera 1984,
Antezana E. 1986, Dandler, Blanes et al 1987, Urioste 1987, etc.) han establecido en
líneas generales, y haciendo una simplificación de peculiaridades o énfasis más o menos
particulares o de detalle, que dicha Reforma tuvo dos grandes efectos: unos de orden
económico y otros de orden social y cultural. Con relación a los primeros, al margen de la
lentitud y el exagerado burocratismo 92 (uno de los recursos que con mayor esmero y
laboriosidad desarrolló el Estado de 1952) conque se procedió a la entrega de los títulos de
propiedad de las tierras a los ex colonos, un primer efecto de la destrucción de la antigua
hacienda, más allá de sus innegables virtudes progresivas y democráticas, fue la
legitimación y el impulso que se brindó a la fragmentación y privatización de la tierra,
generando un proceso incontrolable que paulatinamente convirtió a los campesinos
vallunos y de otras regiones, en propietarios de micro parcelas aquí y allá, de acuerdo a
distintas zonas ecológicas que suele abarcar una antigua comunidad o una ex hacienda
(ROCHA, 1990). 93
92
Hasta 1975, la distribución de títulos solo alcanzó al 17,4 % de la superficie nacional afectada por la
Reforma Agraria. En Cochabamba solo se entregaron títulos al 18,4 % de los excolonos.(Servicio Nacional
de Reforma Agraria, citado por Rocha 1990).
93
La consecuencia directa fue la ampliación del universo minifundiario, particularmente en los valles de
Cochabamba y el Altiplano. Esta realidad fue negativa para el crecimiento de la agricultura, en la medida en
que: se hizo inviable la modernización y el mejoramiento sustancial de la productividad agrícola a partir de
tecnología mecanizada occidental proyectada para operar en grandes unidades de producción. Bajo tales
circunstancias, no existieron estímulos para la emergencia de estratos de "farmers" o empresarios rurales
empeñados en modernizar el agro en términos capitalistas y, ello impulsó aún más, la subdivisión de tierras
por herencias y la consolidación de un régimen de tenencia individual que impidió racionalizar el tamaño y
otros aspectos del régimen parcelario. La vigencia de esta realidad, es el principal freno para el desarrollo
agrícola. Según Blanes y Flores (1985), entre 1975 y 1980, la tendencia agrícola (en las áreas de cultivos
tradicionales) fue la intensificación de la explotación de la tierra con escasos recursos, salvo la disponibilidad
generosa de fuerza de trabajo, razón por la cual el incremento de la superficie cultivada fue inverso a la
situación de la productividad, es decir que el índice de crecimiento de la superficie de tierras cultivadas fue
superior al crecimiento de la producción, dado el escaso nivel de productividad por hectárea. Además
Antezana E.(1986), con relación a la situación de la agricultura en Cochabamba señalaba que se
experimentaba un agravamiento severo de la parcelación del suelo hasta incurrir en una "súper
fragmentación" con la agravante de que bajo estas condiciones se verifica un retroceso del sistema salarial en
las relaciones de trabajo en provecho de un fortalecimiento de relaciones de tipo feudal como el "trabajo en
compañía" o la aparcería, es decir, que un sistema que significa: un alto grado de explotación del
"compañero" campesino, al establecerse un acuerdo no equitativo entre el dueño de la parcela que aporta con
la tierra sin correr riesgos mayores y el trabajador campesino que aporta con su fuerza de trabajo, las
semillas, los aperos y todas las tareas que exige el ciclo de cultivo, el cuidado de la cosecha y el transporte de
los productos al lugar de acopio para su comercialización, todo esto bajo condiciones de explotación aun más
duras que en el pasado. Albó (1979 a/b), señala que un efecto fundamental de la Reforma Agraria fue el
surgimiento de una agricultura tecnificada y organizada a partir de una racionalidad capitalista en Santa Cruz
y la permanencia de una agricultura tradicional parcelaria bajo dos alternativas: la producción parcelaria para
el mercado y la similar para el autoconsumo. En el caso de los productores parcelarios, la unidad de
producción es la familia. incluidos mujeres y adolescentes y, en épocas especiales como la cosecha persiste la
práctica del "ayni" u otras forma de ayuda mutua. El nivel técnico es bajo por falta de capital, créditos y
164

Varios autores coinciden en señalar que la explotación del minifundio dejó de cubrir las
necesidades básicas de la familia campesina, empujando a la misma a buscar otros medios
de subsistencia. Bajo el imperio de esta realidad, el pequeño agricultor parcelario comenzó
a incursionar en la pequeña artesanía sobre todo en el ramo de los tejidos, la alfarería, la
carpintería, la herrería, etc. En otros casos, se dedicó a actividades netamente de servicios
(pequeño comerciante, cargador, peón, albañil, músico, etc.), todo ello en el contexto del
desarrollo de las denominadas "estrategias de diversificación" o "estrategias de
complementariedad" a que apela en forma creciente la economía campesina. En forma
paralela, y como consecuencia del paulatino deterioro de la agricultura tradicional, se inicia
una marcada tendencia a la escasez de productos agrícolas para el mercado interno, hecho
que en lugar de incentivar la innovación tecnológica para incrementar la productividad,
estimula el avance de la frontera agrícola con la apertura de nuevas tierras en escenarios
geográficos inéditos como los yungas del Chapare y otras regiones, que pasan a ser el
objetivo de políticas de colonización y aun de procesos de colonización espontánea,
incrementándose de esta manera la movilidad de la fuerza de trabajo campesina y la
destrucción incontrolable de recursos naturales
Simultáneamente a las transformaciones que tienen lugar en la esfera de las condiciones
de producción, se opera una reestructuración en los sistemas de mercadeo de los productos
agrícolas, caracterizada por la expansión de los agentes comerciales y la constitución de
complicadas redes de intermediación dirigidas esencialmente a captar el excedente
campesino en favor de capas medias de comerciantes y transportistas de las capitales de
provincia y de la propia ciudad de Cochabamba. De esta forma, en tanto decaen algunas
ferias tradicionales como las de Tarata y temporalmente Cliza, emergen muchas otras, a
partir de los años 50 y 60, en el ámbito de secciones de provincia y cantones, en medio de
una gran eclosión de comerciantes de diversos productos agrícolas que afanosamente
intentan ganar espacio en medio de una nutrida competencia. Los pequeños productores
campesinos conservan el control de los procesos de producción, pero quedan en situación
de dependencia y subordinación con relación a los procesos de circulación y consumo.
La inserción de la economía campesina al mercado en términos desventajosos, es un otro
efecto importante de la Reforma Agraria, bajo las características anteriormente
adecuada orientación. De esta forma, "la productividad es también baja y se basa en cultivos extensivos y
con un coeficiente elevado hombre/tierra".
165

mencionadas. Sin embargo, en este proceso se podrían distinguir dos momentos: uno, que
prácticamente viene a continuar en forma ampliada la tradición ferial protagonizada por
pequeños productores y pegujaleros en los valles de Cochabamba, incluso décadas antes de
la Reforma Agraria, pero con el ingrediente del desmesurado crecimiento de agentes
económicos exógenos que pasan a dominar la esfera del intercambio, es decir comerciantes
provincianos y transportistas tal como se mencionó anteriormente; otro momento, hace
referencia al desarrollo paulatino en el seno de la familia campesina de una serie de
actividades complementarias, también ya mencionadas, dentro de un proceso de
diversificación de su economía, que lo inserta al mercado en forma más directa aunque sin
mejorar significativamente su posición de subordinación con relación al conjunto de
agentes económicos que se favorecen considerablemente, ya sea del excedente agrícola que
genera la economía campesina o, de la oferta de servicios, bienes artesanales o fuerza de
trabajo barata que realiza.94
Esta interacción de distintas variables de naturaleza macroeconómica, social y política
permiten comprender la naturaleza del tipo de desarrollo que alcanzó la región hasta los
años 80, dejando de lado todo su antecedente histórico de potencia agrícola 95 A grosso
94
Fue, sobre todo, esta última forma de articulación al mercado, la que estimuló el potenciamiento de los
fenómenos migratorios y la movilidad espacial de la fuerza de trabajo campesina ampliando y fortaleciendo
la articulación campo-ciudad. Sin embargo, algunos autores sugieren que no se trata precisamente de un
éxodo sin retorno, sino de movimientos pendulares, es decir, que los campesinos permanecen con una base
de acción en su lugar de origen, migran temporalmente, retornan y se mueven continuamente en distintos
ámbitos urbano-rurales (DANDLER, BLANES, et al, 1987). El campesinado, en los años posteriores a 1953,
y particularmente desde fines de los 50 comenzó a desarrollar diversas estrategias dirigidas a potenciar su
economía pero al margen de los canales estatales (lo que no deja de ser curiosamente contradictorio con
relación a su fuerte vinculación con el Estado a nivel político), desarrollando modalidades de intercambio de
productos, fuerza de trabajo y servicios, a través de un sistema de equivalencias no monetizadas e incluso
como hace notar Antezana Ergueta retornándose a prácticas "feudales" en el desarrollo del proceso
productivo. Sin embargo, la faceta positiva si se quiere, es que el campesinado al desarrollar dichas
estrategias ajenas a la lógica de la racionalidad capitalista, logra sobrellevar las gran crisis económica de los
años 80. En fin, otros factores como la expansión de la economía de mercado en las áreas rurales, la
ampliación de la esfera de consumo de la unidad doméstica campesina con respecto a insumos
manufacturados y a recursos tecnológicos no tradicionales, completan un cuadro que combina diversos
elementos estructurales que determinan el estancamiento del agro por una parte y la expansión de un proceso
urbano con una base productiva extremadamente frágil. Según Albó (1979), en 1975 en la región de Santa
Cruz, el desarrollo agroindustrial anualmente era impulsado por unos 40 a 60.000 braceros que levantaban las
cosechas de algodón, arroz y la zafra de caña de azúcar, provenientes de los valles de Cochabamba y
Chuquisaca, además de las punas del Norte de Potosí.
95
Desde la perspectiva tradicional de medición de los niveles que pudo alcanzar el mismo, se constata que el
crecimiento del PIB regional en Cochabamba para el período 1950-1978 fue inferior a la tasa de crecimiento
nacional para ese mismo período. Específicamente el comportamiento del PIB regional entre 1968 y 1978
mostró una tasa crecimiento anual del 5 % frente a un promedio nacional del 5,5 %.(Datos de CONEPLAN,
Los Tiempos, 14/07/1979). De acuerdo a la misma fuente, la participación de Cochabamba en el PIB
nacional -a precios de 1968- expresó una tendencia descendente: 17,8 % en 1965 y solo 16,3% en 1975,
sospechándose que dicha tendencia vendría desarrollándose desde el inicio de los años 50, cuando se
estimaba que el concurso de la región al PIB nacional no era inferior al 25 %.
166

modo el debilitamiento del peso económico que ostentaba Cochabamba en su condición de


"granero de Bolivia" y su paulatino desplazamiento a un tercer lugar por la dinámica de
Santa Cruz, se deberían precisamente a la gravitación de las repercusiones de la Reforma
Agraria anotadas y a la crónica ausencia de recursos financieros, que en contraste fueron
abundantes para impulsar la agroindustria oriental.96
El conjunto de factores analizados, ya sea de orden histórico o que están presentes en la
realidad actual, permite entender los rasgos del modelo de desarrollo regional que,
reconocido o no por las esferas oficiales o académicas, esta vigente en la construcción de
las estructuras socioeconómicas y espaciales de la región y naturalmente del Valle Central.
Los rasgos más destacables de esta interacción dialéctica de impulsos estatales, ritmos
regionales, contradicciones sociales y la lógica de un modelo de acumulación gobernando
sobre esta trama de racionalidades y aparentes anarquías, donde economía de mercado y
formas no capitalistas se entremezclan definiendo una suerte de típico "chajchu valluno",
podrían quedar identificados, (sin ánimo de agotar un asunto tan sui generis y apasionante)
en los siguientes aspectos:
Cochabamba, que a lo largo del siglo XX, fue considerado como "eje articulador del
desarrollo nacional", curiosamente no llegó a esbozar una clara actitud de resistencia al
rol secundario que le asigno el Estado de 1952, quedando en franco entredicho su posición
geográfica central y su condición de economía regional marginal y prestadora de servicios.
Una explicación seria a este fenómeno no pasa por la tradicional "apatía cochabambina" o
"los actos perversos del secante centralismo estatal", sino por la consideración de la nueva
naturaleza de la formación regional, es decir, la nueva vocación de los diversos estratos
sociales que parecen sentirse que más cómodos en sus desempeños no productivos97
96
Un rápido análisis del comportamiento económico de los distintos sectores de la economía regional nos
permiten conocer internamente este proceso: Por una parte, el sector agropecuario que es el que
tradicionalmente generó la parte mayoritaria del PIB regional y proporcionó empleo a por lo menos el 50 %
de la PEA departamental, era justamente el que ostentaba la menor tasa de crecimiento, siendo notorio el
estancamiento del sector para el período 1965-1973. Por otra parte los sectores dinámicos, con tasas de
crecimiento superiores al 8% para el período anotado estaban constituidos por actividades no productivas o
del llamado sector terciario. Sin embargo, el sector industrial mostraba un crecimiento significativo: 6,9 %
anual -sin incluir la refinación de petróleo-, pero era notorio el hecho de que las industrias con mayor
dinámica eran aquéllas que más fuertemente dependían de materias primas e insumos importados, no
modificándose la realidad de un sector industrial todavía demasiado pequeño para gravitar positivamente en
la economía de Cochabamba. Luego se concluía que, globalmente, la falta de dinamismo en la economía de
Cochabamba se debía principalmente al estancamiento del sector agrícola y pecuario.

97
Accidentes como la nueva realidad de "productor de petróleo" que ostenta Cochabamba desde inicios de
los años 90, parece no modificar mayormente la situación anotada.
167

La permanencia de la agricultura tradicional dentro de moldes de extremo atraso


acompañado del incansable estímulo a la fragmentación de la tierra en medio de la
pasividad casi fatalista de las elites regionales, parece reforzar la idea anterior y, en todo
caso, permite la persistencia de la extrema vulnerabilidad de la economía campesina
parcelaria con respecto la acción de los agentes mediadores entre esta producción y los
mercados de consumo, gracias a lo cual se mantiene en pleno funcionamiento el complejo
mecanismo de intercambio desigual entre campo y ciudad construido en los años 50. Dicho
de otro modo, la permanencia de una agricultura atrasada, un universo abigarrado de
pequeños propietarios campesinos, la vigencia de "canales de desfogue" (vía migraciones)
para aliviar las presiones sociales, que garantizan la permanente precariedad y la crónica
pobreza del campesinado, por una parte, y por otra, el férreo control de los mercados de
alimentos a través del manejo arbitrario de los precios y el monopolio del transporte en
manos de agentes urbanos e incluso el vasallaje político 98, proporcionan los lineamientos
del paisaje social y económico que requiere el modelo de acumulación regional para
perdurar.
La cuestión de fondo, al margen de los grandes cambios, las conquistas sociales, los bellos
discursos, los nuevos actores, parece ser, la determinación de no modificar el ancestral
sistema de hacer producir la riqueza a los campesinos para proyectar la modernidad urbana
y regional. Lo interesante es que, en torno a este esquema piadosamente escondido e
ignorado, se articula la sociedad valluna actual, lejos ya de los tintes gamonales y, por el
contrario, formalmente democrática, promoviendo grandes espacios para escalar
posiciones sociales. Se trata, en síntesis, de una sociedad que se nutre de la ideología de las
oportunidades formalmente igualitarias, donde se recrea una y otra vez el espejismo de la
carrera en pos de fortuna y posición social, y donde los participantes están plenamente
convencidos de que disfrutan de las mismas oportunidades y posibilidades de éxito, aunque
obviamente, esta es la "misqui kketa"99ideológica que endulza el rigor de una sociedad
altamente mercantilizada y donde, la pobreza y la riqueza en grado extremo son las
realidades más frecuentes, pero que en Cochabamba, como no podía ser de otra manera, se
presentan con matices singulares y muy creativos100, de tal manera que propios y extraños
98
Este caudillaje se ha desplazado desde mediados de los años 80 a favor de personajes locales como los
alcaldes y partidos políticos de corte populista. No obstante las viejas formas de dominación política del agro,
esta vez exhibiendo ropajes democráticos, no han perdido vigencia.
99
Subproducto de la chicha de sabor acaramelado.
100
La exhibición de blasones, la promoción de "apellidos" vinculados al sentido aristocrático del prestigio,
son fenómenos poco frecuentes en Cochabamba. Los muy pobres y los muy ricos suelen tener los mismos
168

quedan convencidos que la "llajta" es un espacio democrático de amplias oportunidades y


sin mayores exclusiones, a pesar de que todas las investigaciones, las estadísticas sociales
y los estudios de profundidad científica niegan terminantemente esta hipótesis.

La transformación urbana: de la pacífica aldea a la irresistible lógica del desorden


espacial
La acelerada urbanización de la ciudad de Cochabamba no fue de ninguna forma un hecho
aislado y puntual, puesto que este fenómeno tiene como telón de fondo un proceso similar
a escala nacional, y otro incluso en el ámbito continental, que en los años 60 se denominó
101
la "explosión urbana" latinoamericana. Sin abundar en un tema que se tornó polémico
en los años 70, señalaremos que los efectos de este contradictorio proceso urbano se
manifestaron sobre todo en el rápido crecimiento de las ciudades, es decir, en un
incremento sustancial de las tasas anuales de crecimiento demográfico de la población
urbana, que en este orden superaba notoriamente a la dinámica de la población rural. En
consecuencia, la urbanización en la mayoría de los países latinoamericanos era
megacefálica. La causa de este rápido crecimiento fue la migración rural urbana.102
En el proceso urbano boliviano estas tendencias también estuvieron presentes. Sin

apellidos, incluso dentro de una misma familia unos y otros son empresarios o trabajadores por cuenta
propia. Dentro de una misma villa, existen micreros de fortuna, comerciantes adinerados, etc., conviviendo
con pobres extremos. Tampoco es infrecuente que conocidos profesionales, alto jefes militares, empresarios
modernos, dirigentes políticos, tengan madres de pollera y orígenes muy humildes y que capitanes de la
industria, la banca y el comercio local consideren a sus subalternos de estratos sociales inferiores como sus
ahijados y sus protegidos.
101
En 1960 las estimaciones que se hacían sobre el grado de urbanización del continente aceptaban un
promedio de un 32 % de la población viviendo en ciudades de 20.000 y más habitantes, una proporción
suficiente de habitantes urbanos para hacer de América Latina, en ese momento, el continente más
urbanizado del mundo (DURAND Y PELAEZ 1974, MORSE 1971, RECCHINI de LATES 1969). Sin
embargo este no es un proceso homogéneo: países como Chile, Argentina y Uruguay, formaban parte de los
más urbanizados del mundo, otros dos, Venezuela y Cuba presentaban tasas de urbanización muy próximas
al 50%, otros como Brasil y México se encontraban un poco por debajo de la media continental, en tanto,
países como Bolivia presentaban todavía una fisonomía predominantemente rural. Para autores como Manuel
Castells (1973) y Aníbal Quijano (1973) este proceso urbano se caracterizaba por una serie de
contradicciones propias del desarrollo capitalista y de la situación de dependencia centro-periferia que definía
las relaciones del conjunto de América Latina con la economía de las grandes potencias capitalistas
industriales. Estas contradicciones hacían referencia a: un débil desarrollo de las fuerzas productivas
acompañado de una acelerada concentración espacial de población, la formación de una red urbana truncada
y desarticulada -generando anomalías como la denominada "macrocefalia urbana"-, un enorme desequilibrio
interregional, urbano-rural e interurbano, una exagerada concentración de los beneficios en las regiones y
ciudades más profundamente vinculadas a las metrópolis externas, etc. En tanto para Paulo Singer (1975), no
todo se reducía a la acción de factores externos -la teoría de la dependencia-, sino en grado muy importante
a la acción más específica de factores internos como las luchas de clase y los conflictos entre grupos de
poder, es decir: "el tamaño, la fuerza y los intereses de las distintas clases y grupos regionales dentro de cada
país" y por factores de cambio en las relaciones de producción.
102
Al respecto Bryan Roberts (1980) sugiere que estas corrientes migratorias que aceleraron el crecimiento
169

embargo, el proceso de espacialización de las concentraciones humanas no obedece a la


forma predominante del modelo macrocefálico a escala nacional, sino a una constelación
de ciudad principal y satélites menores en el nivel regional y, como ya se observó, a la
constitución del Eje Urbano Fundamental Altiplano-Oriente donde tiene lugar el proceso
de crecimiento demográfico más significativo103.
Observemos a través de un testimonio serio, lo que ocurre con Cochabamba: El 14 de
septiembre de 1976, el Dr. Arturo Urquidi, Ciudadano Meritorio de la ciudad, en discurso

de las grandes urbes latinoamericanas e incluso de las ciudades intermedias, no fueron simplemente
consecuencia de la pobreza rural desesperante, sino en parte, también fueron motivadas por el atractivo que
ofrecen las ciudades, sobre todo en cuanto a oportunidades de empleo y mayor accesibilidad a servicios como
los de la educación y la salud. En todo caso, otro rasgo de este proceso urbano es el crecimiento del sector
terciario o de servicios como alternativa al cuadro de desempleo u subempleo en el sector secundario o
industrial (MORSE, obra citada). El correlato espacial de esta situación nos conduce a la estructura física de
la ciudad latinoamericana de esta época, es decir a la formación, en torno a los centros de origen colonial, de
extensos barrios periféricos protagonizados por "asentamientos de advenedizos" cuyo nombre genérico sería
"población o barrio marginal"(MORSE, obra citada) Aquí pasaron a residir bajo condiciones infrahumanas
grupos de familias, que en casi todas las ciudades latinoamericanas protagonizaron invasiones de tierras
baldías privadas, estatales o municipales, pasando a organizar asociaciones de colonos o vecinos y auto
construyendo masivamente miserables cobijos, para luego iniciar la penosa lucha por su reconocimiento
legal. Estos "cinturones de pobreza" ya muy comunes desde los años 50 serían, entre otros factores, los
causantes del deterioro ambiental y su multiplicación estaría fuertemente vinculada a procedimientos
especulativos en el mercado de tierras urbanas y suburbanas, todo ello, en medio de carencias casi totales de
infraestructura básica (GOMEZ, 1963). En síntesis se consolida un modelo de ciudad donde cada vez más se
diferencian espacialmente los extremos de riqueza y pobreza, ciudad planificada y ciudad ilegal, grandes
recursos para escenificar bellas vitrinas de desarrollo urbano y enormes campamentos perdidos en arenales,
laderas montañosas, pantanales u otros sitios no aptos para la vida humana digna.
103
En 1950, La Paz era la única ciudad cuya población (321.073 habitantes) había superado el cuarto de
millón. Las otras ciudades que le seguían en volumen poblacional no habían alcanzado los 100 mil habitantes
-Cochabamba (80.795 h) y Oruro (62.975 h.)-, otras ciudades como Sucre, Potosí y Santa Cruz (42.746 h.)
no alcanzaban ni a los 50 mil habitantes. Es decir que La Paz hasta mediados del presente siglo ostentaba
una fuerte tendencia macrocefálica con respecto a las otras capitales de departamento, siendo este, uno de los
rasgos espaciales más importantes del ordenamiento territorial que correspondió al Estado Oligárquico. En
este orden La Paz tenía una población 4 veces mayor con respecto a Cochabamba (la segunda ciudad más
poblada) y 8 veces mayor que Santa Cruz.
De acuerdo al Censo de 1976, la fisonomía que mostraban las ciudades permitía establecer sustanciales
cambios con respecto a la situación anterior. El marcado desequilibrio demográfico entre las ciudades de La
Paz (539.828 h.), Santa Cruz (254.682 h.) y Cochabamba (204.684 h.) ya no era tan ostensible. En efecto, la
sede de gobierno era solo dos veces mayor que Santa Cruz (la segunda ciudad del país por su población) y, 2,
6 veces mayor que Cochabamba (la tercera ciudad en importancia demográfica). En conjunto, la población
urbana de estas tres ciudades que articulan el Eje Fundamental Urbano del país representaba el 46 % de la
población urbana total. Sin embargo, considerando la población urbana de estos tres departamentos, es decir
englobando además los centros mayores a 2.000 habitantes existentes en los mismos, esta proporción
alcanzaba al 72 % del total anotado! De lo anterior se puede desprender que en 1976, el sistema urbano
boliviano se caracterizaba por la conformación de tres ciudades principales ocupando ámbitos geográficos
marcadamente diferenciados y vertebrando los principales espacios productivos: los yacimientos mineros del
altiplano con las zonas petroleras y agroindustriales del Oriente, pasando por los densamente poblados valles
cochabambinos, que como ya mencionamos eran básicamente proveedores de recursos humanos y alimentos.
Por tanto, se tiene, un eje concentrador de lo fundamental de la economía del país y, en fuerte oposición a un
conjunto de regiones excluidas cuya dinámica económica y demográfica no solo estaba casi estancada, sino
que se configuraba como un espacio expulsor de fuerza de trabajo y aportante en diversas formas al rápido
desarrollo de los tres grandes centros.
170

de circunstancias, llamaba la atención sobre algunas características y rasgos de la


urbanización de Cochabamba. Al respecto señalaba lo siguiente:

La ciudad de Cochabamba crece velozmente y en magnitud desmesurada, pero no


por un proceso normal de interacción con el campo circundante, sino por la
multiplicación de barrios destinados a viviendas de mineros jubilados, por la
urbanización caprichosa y antiestética de la zona sur debido al crecimiento de la
llamada "clase emergente", y por último, debido, al retorno de antiguos
cochabambinos que por razones de edad y salud han vuelto a la tierra natal para
vivir sus postrimeros días, después de haber agotado sus energías en las ciudades
del altiplano. Este último fenómeno ha dado lugar a que se diga, irónicamente, que
Cochabamba se está convirtiendo en una especie de "panteón de elefantes". (...) El
crecimiento de la ciudad de Cochabamba no tiene pues una base vital de actividad
productiva. Por el contrario se trata de un crecimiento hipertrofiado, ficticio e
insustancial, a semejanza de la materia adiposa en el orden biológico (1976).

Estas sencillas palabras resumen el diagnóstico de un agudo observador de la realidad


urbana regional y de las contradicciones que contenía un proceso que en apariencia parecía
proyectar una dinámica de progreso y desarrollo económico, por lo menos en el imaginario
de las elites, que veían en el crecimiento de la ciudad un signo de modernidad a tono con lo
que ocurría en resto de América Latina, pero que exponía o escondía a medias, severas
contradicciones que pasaremos a observar:
En 1945, como parte de los aprestos para elaborar el primer plan regulador de la ciudad, la
H. Alcaldía Municipal mando a levantar, como ya se mencionó en los anteriores capítulos,
un censo de población, gracias al cual es posible conocer con cierta precisión lo que fue la
ciudad de Cochabamba al filo de los grandes cambios que en todo orden sufriría la realidad
urbana y regional en la década siguiente. Los resultados obtenidos hacían referencia a una
población de 71.492 habitantes, ocupando un espacio urbano equivalente a 1,200 Has. con
una densidad bruta aproximada de 60 habitantes/hectárea. 104 Un nuevo censo municipal de
población, realizado en el año 1967, mostraba cambios sustanciales que se habían operado
en apenas unas dos décadas. Los resultados hacían referencia a una ciudad de 137.004

104
Estos datos expresaban la realidad de una ciudad dominantemente compacta, que apenas muy tímidamente
había transpuesto hacia el Noreste la barrera natural que le planteaba el Río Rocha, caracterizándose su
estructura física por la realidad de un núcleo bien consolidado (la ciudad histórica o "casco viejo" como lo
denominaron los planificadores de los años 40) donde residía hasta un 80 % de la población urbana,
inclusive en condiciones de hacinamiento y no pocas situaciones de franca tugurización; todo ello,
complementado por una suerte de caseríos aislados u "oasis" de gérmenes urbanos que en forma "salpicada"
invadían la campiña, y hasta donde se extendían las primeras avenidas y las líneas de tranvías, como tuvimos
oportunidad de observar en el capítulo anterior
171

habitantes. En realidad esta población correspondía a un proceso de crecimiento cuyas


tasas eran relativamente altas. Sin embargo, lo trascendente es el efecto espacial que
produjo el mismo. Veamos: en cuarenta y cinco años (a partir de 1900), la ciudad había
triplicado y más su población con un ritmo de incremento anual superior al de los años 50
y 60, sin embargo su crecimiento físico fue modesto en provecho de una fuerte
densificación de la antigua estructura física urbana. No obstante, esta situación se modifica
sustancialmente con relación a los veintidós años posteriores a 1945, es decir, en este lapso
la dinámica de la urbanización rompe con la tradición del modelo de ciudad compacta y
densa, y prácticamente, triplica su tamaño, alcanzando las 3.500 hectáreas, a un ritmo de
crecimiento físico que supera el crecimiento demográfico 105 (Ver Mapa nº7), pero en
contrapartida, desciende sustancialmente la densidad poblacional, (39 habitantes/hectárea),
hasta alcanzar un 35 % menos con relación a 1945.
En 1976, el Censo Nacional de Población y Vivienda muestra que la ciudad de
Cochabamba ha alcanzado los 204.684 habitantes. Esto implica que, con respecto a 1967,
el ritmo de crecimiento demográfico se ha incrementado hasta alcanzar una tasa anual de
5,48 %, es decir casi un 32 % mayor con respecto al ritmo poblacional que caracterizó el
período 1945-1967. Este crecimiento inédito en la historia de la ciudad va acompañado por
una expansión física aun mayor, pues la ciudad ocupa aproximadamente un espacio
equivalente a 6.135 Ha. (sin contar la conurbación). La ciudad según los límites del Plano
Regulador de 1961 contenía unas 4.235 Has., lo que significa que ha incrementado su
extensión en un 75% entre 1967 y 1976, en tanto la población solo ha aumentado en un 49
% en el mismo periodo. En igual forma, la tasa de densidad poblacional sigue decreciendo
hasta llegar a un promedio aproximado de 33 habitantes/hectárea, es decir, un 18 % menos
con relación a 1967 y un 45 % inferior con relación a 1945. Por último, de acuerdo a la
Memoria del Plan Director de la Región Urbana de Cochabamba (1980: 24), la
conurbación cubría un espacio consumido por funciones urbanas de 7.945 Has. que
comprendían las ciudades de Cochabamba, Quillacollo y Sacaba y los "desbordes" o
expansiones a lo largo del eje Quillacollo-Cochabamba-Sacaba, albergando una población
aproximada de 238.000 habitantes, con una densidad bruta de apenas 30
habitantes/hectárea. (Ver mapas nº 8 y 9).
Bajo estos porcentajes y relaciones estadísticas subyace la realidad de un proceso urbano

105
La mancha urbana crece en un 192 % entre 1945 y 1976, en tanto la población se incrementa en un 91 %
172

cuya naturaleza trataremos de determinar. Los antecedentes inmediatos de este crecimiento


podrían situarse justamente en 1945, cuando la H. Alcaldía amplía el radio urbano y define
el ámbito sobre el que se aplicará el Plano Regulador que entrará en vigencia la década
siguiente106. Esta expansión entre 1955 y 1965, fue fuertemente impulsada por el propio
Estado, en medio de una total falta de coordinación con el Municipio, pues las entidades
publicas que desarrollaban planes de vivienda social (el Instituto Nacional de Vivienda
-INAVI primero y luego el Consejo Nacional de Vivienda -CONAVI), que llegaron a
edificar unas 5.000 viviendas en el período anotado, sin tomar en cuenta la existencia de un
plano regulador par definir el emplazamiento de sus conjuntos habitacionales. De esta
forma se erigieron barrios fabriles, ferroviarios, mineros, petroleros, del magisterio, etc.
que marcaron las pautas del posterior crecimiento urbano. Al respecto se afirmaba en las
conclusiones de una mesa redonda organizada por la Junta de la Comunidad (JUNCO)
sobre "Urbanizaciones Incontroladas":

Las previsiones del Plano Regulador vigente a partir de 1961, han sido rebajadas
y distorsionadas en su concepción por los caóticos asentamientos, muchas veces
alentados por los propios organismos del Gobierno, los que a título de
urbanización y vivienda de tipo social, han fomentado la formación de separados y
aislados núcleos del área urbana, ocasionando no solo la especulación, sino
también el desperdicio de las tierras aptas para la agricultura, tal es el caso de las
viviendas mineras, gremiales, etc.(JUNCO: 1978:3).

Sin embargo, la expansión urbana en términos "incontrolables", no solamente fue el


resultado de acciones estatales arbitrarias, sino de demandas sociales de suelo urbano y
alojamiento, que se desarrollan en el marco de los fenómenos económicos y sociales que
tienen lugar a nivel regional y nacional, a los que nos referimos con anterioridad,

106
En los años 40 la ciudad ya había rebasado los limites del "casco viejo" tanto al Norte como al Sud y, la
"ciudad jardín" ya comenzaba a plasmarse consumiendo los antiguos huertos de las zonas de balnearios y
paseos campestres de Cala Cala, Queru Queru y Muyurina. Sin embargo, este crecimiento no era homogéneo,
pues ganaba gran impulso en dirección a las zonas mejor dotadas de recursos hídricos, vegetación y paisaje,
en tanto dicho avance parecía concluir en la colina de San Sebastián y la estación del ferrocarril, donde solo
tenían cabida caseríos dispersos con características rurales ocupando tierras áridas y carentes de mayor
interés para el creciente mercado inmobiliario. Esta fue una de las razones para que se fueran ubicando en
esta zona grandes equipamientos urbanos como el Aeropuerto Jorge Wilsterman, el matadero y las llamadas
ferias campesinas, además de la citada terminal de ferrocarril. Este fue el factor que determinó que, además
dicha zona, fuera "apta" para la conformación de los barrios populares y la creación de "zonas de vivienda de
interés social" o "barrios obreros". De esta manera, también hacia esa misma época se desarrollaron los
barrios populares de Villa Coronilla, La Maica, Jaihuayco, San José de la Banda, Villa Felicidad y otros,
todo ello dentro del marco de las disposiciones municipales y bajo el impacto de tres hechos de
importancia urbana: la apertura de la carretera Cochabamba - Santa Cruz, el traslado de la feria campesina o
"cancha" a su actual emplazamiento y la aplicación de la Reforma Urbana.
173

configurando la realidad de un crecimiento que en la práctica no sigue las pautas de la


planificación, sino la lógica que emana de dichos fenómenos 107. Observemos a
continuación algunos episodios de este proceso:
La ocupación de las colinas y serranías de Wayra Khasa, Alto Cochabamba y Ticti: Estas
ocupaciones se realizan bajo la sombra protectora de acuerdos y concesiones logrados con
el Municipio u ocupando terrenos que se denuncian como afectados por la Reforma urbana
(el caso de Alto Cochabamba y Ticti) que darán lugar a largos litigios. En realidad, son una
consecuencia directa de las primeras ocupaciones de tierras -San Miguel y Cerro Verde
analizadas en el capítulo anterior.
Avance urbano sobre el Parque Tunari: El Parque Tunari fue definido como una reserva
forestal no apta para la urbanización y protegido por una Ley, como ya se observó. Sin
embargo, esta disposición se mostró insuficiente para detener el crecimiento de la ciudad.
El saldo lamentable fue, que las mejores sitios del Parque fueron fraccionados,
originándose asentamientos de tipo residencial en zonas de riesgo natural. Así se forman
grandes barrios como los de Temporal de Cala Cala y Queru Queru, Villa Graciela, Villa
Moscú, el Mirador, Pacata, etc. además de una serie de urbanizaciones de distintos grupos
gremiales y de empleados públicos.
La urbanización del eje Cochabamba-Quillacollo: Originalmente, de acuerdo a las
disposiciones del Plano Regulador, este debió ser, por lo menos en parte, el "eje industrial"
de la ciudad. Sin embargo esta determinación solo fue cumplida muy parcialmente debido
al lento crecimiento industrial de la región. Los planes de vivienda social vinieron a abrir

107
Una muestra sobre 284 urbanizaciones y fraccionamientos registrados por la Dirección de Urbanismo de
la H. Alcaldía entre 1957 y 1986, realizada por el Instituto de Investigaciones de Arquitectura de la UMSS
(1988) permite definir algunos rasgos de estos asentamientos: Por una parte que el mayor ritmo de
urbanización se dio entre 1971 y 1986 (el 92 % de la muestra corresponde a este período, por otra que un
20% de estas urbanizaciones son irregulares o ilegales. Además que el 50 % de las mismas corresponden a
promotores particulares, en tanto el 50 % restante se divide entre promotores colectivos diversos: 5 %
entidades estatales, 13 % cooperativas y asociaciones gremiales, 16 % sindicatos y cajas complementarias y
el 16 % restante, a villas y agrupaciones de vecinos generalmente organizadas y dirigidas por loteadores. Por
otra parte, las zonas urbanas de mayor expansión en el período anotado- con un 21 % del total en cada caso-
corresponde a Alalay Sur, Ticti y Valle Hermoso en el Sur y, en el Norte a: Arocagua, Villa Moscú,
Tupuraya, Pacata y Mesadilla. Con una incidencia equivalente a un 16 % se ubican las zonas de Seminario,
Coña Coña, Piñami, Santa Rosa y Antaqui, con un 10 % a las zonas de Villa Busch, Santa Rosa Sur, Chavez
Rancho y la Florida. es decir que sobre el eje Cochabamba-Quillacollo se concentraban un 36 % del total de
urbanizaciones registradas; un 14 % correspondía a las zonas de Sarco, Sarcobamba y Temporal. El 18 %
restante se encontraba disperso en diversas zonas como Villa México, Lacma, Pardo Rancho, Hipódromo,
Cruce Taquiña, Condebamba, etc. Por ultimo, en cuanto a la extensión de estos fraccionamientos, el 54 % no
superaban las 2,5 hectáreas, 17 % eran mayores a 10 hectáreas, en tanto el 29 % fluctuaba entre 2,5 y 10
hectáreas.
174

las compuertas para el avance urbano sobre esta zona, aprovechando la conversión del
camino carretero a Oruro-La Paz en una avenida urbana que facilitó el fraccionamiento de
tierras para asentamientos residenciales, generalmente de clase media y de diferentes
sectores gremiales. Hacia 1976 muchos tramos de la vía troncal o Av. Blanco Galindo
están totalmente tomados por la urbanización, definiendo la pauta de un crecimiento
urbano lineal fuertemente dependiente del transporte público para ser viable.
La urbanización del eje Cochabamba-Sacaba: Bajo características similares al anterior,
pero en términos menos intensivos. Las dos urbanizaciones principales en esta época son:
El Castillo y la Urbanización de docentes de la Universidad Mayor de San Simón.
Rebalses urbanos: Es decir, el avance de la urbanización perforando los limites del radio
urbano vigente e ingresando generalmente a tierras agrícolas. Al contrario de los avances
de urbanización lineal, se trata de expansiones cubriendo grandes áreas. Los más
importantes son los barrios de Villa Busch, Sarcobamba, Linde, Juan XXIII y otros.
Urbanizaciones en la zona de Alalay: Esta laguna natural fue considerada como una zona
protegida y destinada a contener equipamientos recreativos por el Plano Regulador de
1961. Sin embargo en el sector colindante con la zona de Valle Hermoso se creó un barrio
minero y diversos loteos ilegales ante la pasividad municipal.
Ocupación del Cerro San Pedro: Este fue el único caso de ocupación ilegal de tierras
fiscales en que el Municipio con empleo de la fuerza pública y luego de un largo conflicto,
logró desalojar a los ocupantes y preservar el carácter no urbanizable del sector.
No es necesario mucho despliegue analítico para afirmar que este proceso de urbanización
estuvo fuertemente estimulado por factores combinados como: las migraciones que recibe
la ciudad a lo largo de este período, la especulación de la tierra y el escaso control sobre el
uso del suelo. Analizaremos en forma breve cada uno de estos aspectos. Una encuesta
realizada por el Municipio en 1978 en el marco de un estudio sobre "Función Residencial"
revelaba algunas características del fenómeno migratorio, pero sobre todo proporcionaba
información esclarecedora a cerca de la movilidad intra urbana que se sugiere como
dominante108. Otra encuesta realizada mas o menos en la misma época por Roberto Laserna
108
De acuerdo a esta fuente, (sobre una muestra de 3.794 encuestados en distintas zonas de la ciudad), solo
el 40 % eran migrantes, pero de ellos en propiedad sólo el 24 % realmente procedían de otras provincias o
departamentos, en tanto el resto apenas de "otra zona de la ciudad". Con relación a este último hecho, se
sugería que tal fenómeno representaba "una suerte de depuración social" o en todo caso un interesante
síntoma del cambio social que se producía en algunos barrios, es decir, su evolución de barrios de periferia y
populares a barrios residenciales con la consiguiente rápida valorización del suelo, las naturales
transferencias de propiedad y la paulatina expulsión de los antiguos habitantes de bajos recursos hacia las
periferias; por tanto esta "movilidad interna" estaba estimulada por los mecanismos del mercado
175

y Fernando Cossío (1978) mostraba un cuadro de predominio migratorio de origen


provincial109.
El saldo efectivo del análisis anterior, al margen de matices de detalle, es el predominio de
población inmigrante en los bordes urbanos, población reacomodada por movilizaciones
internas en barrios populares más consolidados y residentes con escaso componente
migratorio en las zonas residenciales. Los efectos del crecimiento físico de la ciudad en
virtud de la presión demográfica sobre la tierra urbana tienen dos consecuencias: por una
parte el avance continuo de la frontera urbana sobre áreas agrícolas y zonas de riesgo
natural no aptas para la urbanización y, por otra, la materialización de una mancha urbana
excesivamente horizontal y poco densa.110.
inmobiliario. En el caso de los migrantes propiamente, se concluía que se trata principalmente de población
económicamente activa y en cuya virtud buscan localizaciones relativamente accesibles al mercado de
trabajo.
109
Laserna y Cossío, sobre una muestra de 1.070 encuestados en la periferia de la ciudad, mostraba que el
55,36 % de dicho universo estaba constituido por emigrantes, de los cuales más del 70 % provenían de áreas
rurales o semi rurales "como pueden ser ciertas capitales de provincia". Por otro lado, comprendiendo solo la
población mayor de 12 años, alrededor del 54 % había llegado a la ciudad "recién en los últimos 10 años,
siendo el período más intenso el que va de 1973 a 1976, que se ubica dentro del período de urbanización más
intensiva Las diferencias de resultados entre ambas encuestas realizadas más o menos en la misma época se
deben fundamentalmente a que los ámbitos urbanos afectados no son homogéneos. La Encuesta Municipal de
Función Residencial abarcó todas las zonas censales definidas en 1976, en cambio la encuesta de Laserna y
Cossio solo comprendió los barrios y asentamientos de la periferia urbana.
110
Diversos estudios establecían para la ciudad de Cochabamba densidades bajas hacia 1978: el documento
de JUNCO (obra citada) sugería una relación no mayor a 30,55 habitantes/Ha, como promedio urbano. Otros
estudios estimaban un promedio de 33,24 habitantes/Ha tomando en cuenta el perímetro de la mancha urbana
definida por el Censo de 1976 y, 41,7 habitantes/Ha dentro de los límites fijados por el Plano Regulador de
1961(CULEMANN 1979) en tanto otros criterios establecían la densidad promedio de 32 habitantes/Ha
(Memoria del Plan...). Sin duda existía pleno acuerdo en considerar que la ciudad presentaba una ocupación
el suelo insuficiente o por debajo de su capacidad, razón por la cual las densidades brutas promedio en forma
global o sectorial eran bajas. Veamos como estas densidades definían internamente diferentes intensidades en
la ocupación y uso del suelo. El Censo de 1967 mostraba que las zonas más densas -120 a 300 h./Ha-
correspondían a las zonas Noroeste y Sudeste del centro urbano, seguidas por la zona Noreste y Las Cuadras
con una densidad promedio de 100 a 120 h/Ha. En un tercer rango se situaban las zonas Sudoeste,
Hipódromo y Queru Queru con un promedio de 40 a 100 h./Ha., luego en un rango inferior -de solo 20 a 40
h/Ha- se ubicaban las zonas de Alalay-San Miguel-Cerro Verde, Muyurina, Tupuraya, Cala Cala, Sarco,
Mayorazgo, Jaihuayco y Temporal de Cala Cala. Con solo 10 a 20 h./Ha se encontraba la zona de
"Ampliación Hipódromo" y con el promedio ínfimo de 5 a 10 h./Ha las zonas de La Maica, La Chimba y
"Ampliación Sarco" (Ver plano 8). De aquí se deduce la marcada horizontalidad de la ciudad, incluso la
existencia de zonas francamente rurales dentro de los límites censales. El citado censo cubrió un área de
3.690 Has. de las cuales sólo 320 Has. estaban ocupadas por un promedio igual o mayor a 100 h/Ha (8,7 %)!
Otras 520 Has presentaban un promedio entre 40 y 100 h/Ha, (14 %). O sea que solo el 22 % del área total
considerada por el citado censo estaba realmente ocupado en términos de urbanización, mientras el 77, 3 %
restante presentaban diversos grados de suburbanización e incluso ámbitos plenamente rurales.
En 1976 el perímetro urbano considerado por el censo de aquél año, cubría una extensión de 6.135 Has.
Respetando los rangos de densidades definidos por los ejecutores del Censo de 1967, para establecer un
grado aproximado de comparación se tiene lo siguiente: las zonas más densas -120 a 300 h./Ha-
comprendían todo el casco viejo. En el segundo rango: entre 100 y 120 h/Ha. se ubicaba la zona de Alalay
Oeste. El tercer rango -entre 40 y 100 h/Ha., abarcaba las siguientes zonas: Queru Queru, Cala Cala,
Hipódromo, algunos sectores de uso residencial colindantes con el casco viejo, Muyurina, Las Cuadras,
176

El continúo avance de la urbanización no se orientaba con medidas previsoras que


encausaran este crecimiento en función de alguna política municipal apropiada. Por el
contrario, se desarrolló en medio de una total falta de orientación técnica y de control del
Municipio, institución que paulatinamente fue perdiendo capacidad para hacer respetar sus
propias normas y los límites del perímetro urbano propuestos por el Plano Regulador
vigente. De esta manera extensas áreas agrícolas y sitios no aptos para la urbanización
fueron fraccionadas sin ningún impedimento. Al respecto se anotaba que tal expansión se
hacía incluso ocupando zonas que potencialmente estaban sujetas a serios riesgos
naturales, particularmente con relación a las temibles torrenteras cuyos conos de deyección
tendían a ser el sitio preferido para asentamientos irregulares protagonizados por
migrantes. Igualmente, tales formas de ocupación y el fraccionamiento indiscriminado de
tierras estaban causando un serio desequilibrio ecológico por la destrucción masiva de la
flora nativa y la contaminación de los acuíferos y recursos hídricos en general, que a su
vez, provoca en forma alarmante cuadros de erosión eólica en zonas otrora fértiles,
contaminación ambiental por grandes nubes de polvo que desde ese tiempo tienen un
carácter prácticamente permanente, etc. Estos factores, finalmente provocan un deterioro
ambiental generalizado, la pérdida irreparable de la campiña e incluso el deterioro sensible
del siempre ponderado clima valluno. Sin embargo, lo más perjudicial fue la destrucción
rauda de las tierras laborables que rodeaban a la ciudad, básicamente debido a:

la expansión desordenada de las urbanizaciones y loteamientos eventuales y


dispersos que en los últimos años se han acrecentado notablemente. Las obras
infraestructurales de carácter público y aun particular que se emplazan y
desarrollan sobre grandes extensiones de tierras cultivables, de acuerdo a
proyectos aislados e inorgánicos que no condicen con una planificación integral
en la que se tome en cuenta todos los aspectos de la economía regional; obras
entre las que cabe citar las vías camineras y ferroviarias, canales, aeropuertos,

Jaihuayco, Alalay-Ticti y San Miguel-Cerro Verde. El rango entre 20 y 40 h/Ha correspondía a la zona de
Sarco. Además el rango entre 10 y 20 h/Ha comprendía las zonas de Tupuraya, Alalay, Condebamba,
Hipódromo, Chimba y Huayra Khasa-Valle Hermoso. Finalmente el rango inferior de 5 a 10 h/Ha
correspondía a las zonas de Villa México y Chimba Este. En resumen: 187 Has (3 % del total urbanizado)
correspondía a las densidades más altas. 115,5 Has (1,9 %) correspondían al rango de 100 a 120 Has. Es
decir que las zonas urbanas con densidades superiores a 100 h./Ha no alcanzaban al 5 % del total de la
mancha urbana. En el rango de 40 a 100 h./Ha se encuentran 1.894,5 Has (31 %). En el rango de 20 a 30
h./Ha se encontraban 526 Has (8,6 %). en tanto en el rango inferior -10 a 20 h/Ha- se encontraban 2.608,5
Has (42,5 %). Por ultimo en el rango más bajo -5 a 10 h./Ha- se encontraban las restantes 804 Has (13 %).
En resumen: un 55,5 % del perímetro considerado urbano no tenían densidades que alcanzaban este rango
(densidades inferiores a 20 h/Ha), es decir, se ubicaban en niveles suburbanos o francamente rurales.
177

líneas de alta tensión eléctrica en las que generalmente solo pueden considerarse
los aspectos técnicos y de costos inherentes a las obras en sí, como si estas no
tuvieran que hacerse precisamente en aras de una mayor productividad, base de la
economía de un país(...) Al reducirse cada vez más las áreas de cultivo es claro
que la producción agropecuaria en la que se sustenta tradicionalmente la
economía cochabambina viene sufriendo un grave impacto negativo traducido en
una paulatina y peligrosa merma (JUNCO, obra citada).

Un causal importante de estos hechos que gravitaban negativamente (aun lo hacen) sobre
el patrón de urbanización dominante es el fenómeno de dispersión de la función residencial
y otras actividades urbanas, situación que, por ejemplo en el eje Cochabamba - Quillacollo
promueve un proceso de asentamientos lineales con fuerte derroche de tierra y espacio, que
terminaron por destruir los suelos más fértiles del Valle Central, provocando además muy
bajos índices de densidad. La Memoria del Plan Director de 1982 hacía la siguiente de
descripción que reflejaba muy bien la realidad imperante en cuanto a la extrema
irracionalidad en el uso y la administración del suelo urbano:
La dispersión es la responsable directa o indirecta del deterioro rápido del
paisaje dentro del perímetro de la aglomeración. Un sembradío de viviendas llena
de claros desnaturaliza así grandes extensiones del territorio y lo que es más grave
aún, determina un despilfarro de terrenos ya que los espacios comprometidos en
funciones urbanas son mucho mayores que los necesarios (...) Los terrenos baldíos
resultantes quedan completamente abandonados o se convierten en basurales dada
la imposibilidad de continuar con el uso agrícola, dando por resultado zonas
confusas que no llegan a ser ni siquiera un mal compromiso entre campo y ciudad.

El resultado, de acuerdo a la citada Memoria del Plan Director, es un conglomerado urbano


extenso y antieconómico en razón de que en su desarrollo primaron intereses individuales
y no aquello que representaran a la comunidad. Por tanto, aspectos como la dotación de
infraestructura básica no tomados en cuenta por tales intereses, han determinado que en el
caso de Cochabamba, los mismos tuvieran costos prohibitivos, quedando así marginada la
extensa periferia para la dotación de este servicio indispensable, en tanto otras zonas
resultaron dotadas por encima de su capacidad de consumo generándose así una
explotación onerosa e irracional. Esta estructura atomizada pasó a ser soportada por el
Municipio, organismo que se vio incapacitado para hacer una gestión urbana adecuada, en
razón de que este modelo de urbanización es en realidad un entramado conflictivo,
complejo y amarrado a intereses políticos e incluso puramente mercantiles, que
imposibilitó la toma de previsiones e incluso impidió el cumplimiento mínimo de
disposiciones legales en materia de uso del suelo. En consecuencia la Comuna se vio
178

obligada a atender asentamientos escasamente estructurados, con débiles o bajísimos


índices de densificación, al punto que resultaba casi imposible reunir una cantidad
adecuada de usuarios que garantizaran la rentabilidad de cualquier emprendimiento.
De esta manera se genera una urbanización tenue con un crecimiento tipo "mancha de
aceite" con desprendimientos tentaculares, donde la especulación de la tierra impuso una
situación de accesibilidad mínima solo alcanzable a través del automóvil y el crecimiento
igualmente exagerado y caótico del transporte público y privado, "el más costoso, el más
flexible, pero también el más embarazoso para la colectividad y el más poluyente y
dilapidador de recursos petroleros", donde las circulaciones y la propia penosa
funcionalidad de la ciudad imponen largos recorridos desde o hacia un centro urbano que
se congestiona, conflictuando totalmente el desplazamiento interno y la necesaria
interrelación de las distintas zonas de la ciudad. Al respecto se terminaba sentenciando:
"Todo este proceso constituye, en realidad lo contrario de la planificación, la dispersión
conlleva el mayor número posible de dificultades para la colectividad, sin que sea
compensada por ventaja alguna sino la de permitir que algunos propietarios vendan más
caro su terreno" (Memoria del Plan Director de la Región Urbana de Cochabamba, 1980.).
Esta falta de racionalidad en el proceso de urbanización, percibible no solo desde el ángulo
de la planificación, sino desde la óptica de un modesto sentido común, obedece a otra
forma de razón, si es que se puede llamar así al comportamiento del altamente especulativo
mercado del suelo urbano, que en realidad se constituye en el indiscutible "planificador"
del desorden urbano resultante111.
En el caso que nos ocupa, los valores del suelo quedan determinados por una serie de
criterios sobre ventajas comparativas en torno al grado de intensidad y aprovechamiento
rentable del consumo del suelo, donde se valoran con gran empeño factores como: la
situación de emplazamiento del inmueble con respecto a los centros de actividad
comercial, el acceso a las principales vías urbanas, rutas de transporte o equipamientos de
111
. En el caso de Cochabamba, en los años 70 además se establecía el agravante de una enorme diferencia
entre los bajos valores catastrales y los elevados precios comerciales del suelo urbano, lo que permitía
márgenes de rentabilidad y captación de plusvalía muy amplios, convirtiéndose la inversión en bienes raíces
en una especie de depósito seguro de capitales ociosos capaces de beneficiarse de gruesas utilidades y
mayores ventajas a las ofertadas por cualquier establecimiento bancario o cualquier inversión en el campo de
la producción. En suma un negocio prácticamente libre de controles e impuestos fiscales y a prueba de todo
tipo de inestabilidad financiera o monetaria Esta fiebre especulativa que hace presa de los cochabambinos,
años más tarde hará propicio el desarrollo de verdaderas tragicomedias a que da margen "el hambre de
ganancias fáciles". Es el caso de las financieras (FINSA, ORCOBOL y otras) que sólo podrían haber
florecido en un medio social altamente abonado por intensos afanes especulativos que prácticamente se
convirtieron en el "modus viviendi" de todos los estratos de la pirámide social regional.
179

jerarquía urbana. Así mismo, tiene un peso importante en dicha valoración, el nivel de
dotación de servicios básicos, calles pavimentadas y con aceras, servicios telefónicos y
otros. Bajo estos criterios la estructura de los valores del suelo urbano en Cochabamba
presentaba una doble columna dorsal: por una parte, los grandes ejes viales y los ejes
complementarios, en torno a los cuales se estructuran los valores inmobiliarios máximos en
virtud a su vinculación directa o indirecta con los principales centros comerciales.112.
Estos son los factores que han definido y definen los rasgos de la estructura urbana,
obviamente dentro de una lógica totalmente ajena a la razón técnica y a los valores que
acompañan los criterios del desarrollo urbano. Cochabamba en este orden puede ser un
ejemplo de urbanización, cuyo motor es la maximización del valor de cambio o de la
calidad de mercancía del suelo urbano. En consecuencia la ciudad fue "modelada" por las
fuerzas del mercado, es decir por multitud de intereses individuales y grupales que
materializaron un producto urbano con todos los problemas anteriormente examinados.
Dentro de esta lógica, que además se articula bien a la filosofía y los nuevos valores de la
sociedad de intermediarios en que se fue convirtiendo Cochabamba, el principio de:
"ganar lo máximo con el esfuerzo mínimo" se aplicó y se aplica en forma perfecta al
negocio de tierras y loteos,. De esta manera, el negocio de bienes raíces se ha convertido
en una de las fuentes de generación de riqueza rápida no despreciable, que en forma
continua se beneficia con los capitales acumulados en el proceso del intercambio desigual
campo-ciudad113. Así, bajo nuevos canales, ya no tan explícitos como en la época del auge
de la economía de la chicha, las nuevas elites desarrollaron recursos para mantener la
tradicional subvención del agro en favor del desarrollo urbano de la capital departamental,
con el añadido de que además el método permite utilidades y beneficios en diverso grado
para los grandes y pequeños operadores en el gran negocio de hacer crecer la ciudad sin
112
.Los ejes principales están constituidos por las avenidas Heroínas, San Martín, Ballivián, Aroma, etc. Los
ejes complementarios están constituidos por las avenidas América, D'Orbigny, Oquendo y otras, que se
vinculan a los primeros directa o indirectamente, estructurando en conjunto las pautas de los valores
inmobiliarios para funciones comerciales y residenciales. En suma, el conjunto de las propiedades urbanas,
especialmente aquéllas que se encuentran fuera del radio de influencia inmediata de los grandes ejes citados,
definen su valor comercial en función a los siguientes parámetros: su localización con respecto a las zonas
comerciales donde se concentran las fuentes de trabajo y los servicios de todo tipo, la accesibilidad con
respecto a las líneas de transporte que conducen a estos centros nodales, la proximidad a espacios de
localización preferencial de equipamientos, residencias de jerarquía, áreas verdes u otros que ofrezcan
diversas ventajas comparativas, la calidad del medio ambiente en que se encuentra el lote y la dotación de
infraestructura básica (SOLARES 1980).
113
Esta puede ser una de las posibles razones por las cuales la actividad de la construcción privada en
Cochabamba no
decae, aun medio de situaciones de crisis que afectan sensiblemente a otros sectores de la economía.
180

limite, pausa ni control.


A estas alturas queda claro que las fuerzas que "organizan" la estructura de ocupación del
territorio y de la propia ciudad, se manifiestan bajo la forma de estímulos simultáneos para
promover la centralización y la dispersión selectiva de ciertas funciones y actividades. La
manifestación de las fuerzas de centralización que presionan sobre el espacio urbano se
vincula a las necesidades del capital comercial, financiero, bancario y en menor medida
industrial, para organizar sus centros de gestión en la zona central aprovechando que este
es el espacio que presente las mejores condiciones de dotación de servicios de todo tipo,
óptimas condiciones de accesibilidad y el enorme prestigio de su trascendencia histórica y
cultural, a lo que se suma una serie de ventajas generadas por el denso flujo de actividades
comerciales y de servicios de todo tipo. A partir de estas condiciones, la tendencia del
capital a "apropiarse" de este espacio privilegiado tiene características irrefrenables114
Hasta aquí, todo esto es un lugar común de lo que ocurre y ocurrió con la mayoría de las
ciudades del Tercer Mundo. Sin embargo, Cochabamba tiene como siempre sus
originalidades, o si se quiere, las maneras "cochabambinas" de acomodarse a las
tendencias dominantes como diría Xavier Albó (1987). En efecto, el centro urbano
finalmente presenta dos alternativas: el maltratado centro histórico que agoniza para dar
paso lentamente a un espacio urbano, que trata de remedar la imagen occidental del
progreso y la modernidad y, el populoso centro del comercio ferial, en realidad un
conglomerado de espacios genéricamente denominados "La Cancha" donde el afán
progresista tiene otros tintes y sabores115.
En torno a este espacio centrípeto, se despliega la función residencial en términos de una
dispersión que presenta diversos grados de intensidad, con una tendencia de más a menos
densa según se aleja o se aproxima a dicho centro, naturalmente todo ello siguiendo las
pautas de valor de la tierra que fija el mercado inmobiliario. Los barrios residenciales de
114
En los años 70, el criterio de aprovechamiento se inclinaba por las adaptaciones respetando la forma
histórica, pero en los años 80 y 90 se ha pasado a alentar un proceso (todavía lento merced al modesto
crecimiento económico de la región) de franca renovación urbana que va perfilando paulatinamente una
nueva imagen de "progreso urbano" y "modernidad".
115
Ambos centros coexisten dentro de un delicado equilibrio que solo se mantiene merced al control e
incluso a la represión municipal que evita que el oasis que se pretende moderno y respetablemente tradicional
al mismo tiempo, se ahogue fácilmente en medio del tumultuoso y creciente comercio callejero, cuyo cuartel
general se encuentra en el Sur. Aquí reina sin discusión el sentido de centralidad, de búsqueda despiadada de
renta, de aglutinamiento de todo tipo de actividad que se pretenda exitosa. Todo se amontona, se intercambia,
se oferta y se demanda. La propia arquitectura no deja de contribuir a esta suerte de caos organizado, donde
coexisten las fantasmales formas del pasado al lado de los despliegues de concreto y vidrio, en medio de un
amasijo de estilos para todos los gustos o disgustos, pues la estética, la imagen, el paisaje urbano y el medio
ambiente son los grandes ausentes o los grandes damnificados.
181

las clases medias y altas se estructuran en torno a los ejes urbanos citados anteriormente y
a otros complementarios que les permiten el fácil acceso hacia el centro histórico; en tanto
los barrios populares se estructuraron en torno a las colinas y planicies agrestes que
rodeaban La Cancha, pero también se expanden hacia el Norte y sobre los ejes carreteros a
Quillacollo y Sacaba, en su permanente búsqueda de tierras de menor costo. En síntesis la
estructura urbana resultante cuya lógica de presiones centralizadoras y dispersoras
materializa este aparente caos, en realidad es estrictamente coherente con la naturaleza de
la economía y la formación social que lo originan116 (Ver Mapa nº 10).

La otra cara de la medalla del centro urbano, o mejor el otro componente dialéctico en este
delicado juego de oposición-equilibrio de contrarios, es la Cancha, es decir, el espacio
aglutinador de innumerables economías familiares en pequeña escala, pero también de
"comerciantes medianos" y "peces gordos" que representan la dimensión urbana de una
intrincada malla de operaciones de rescate y comercio de productos agrícolas que abarca
prácticamente todo el departamento y cuyo "astro" central (parafraseando la feliz
comparación de Calderón y Rivera), es la famosa y tantas veces mencionada Cancha o
mercado ferial. Este es el ámbito terminal de innumerables circuitos que enlazan la
economía campesina con la ciudad, pero también el punto inicial de otros circuitos
interdepartamentales y regionales de diversa naturaleza, donde compiten diversidad de
manufacturas, generalmente internadas de contrabando, productos artesanales y
naturalmente una gran variedad de productos de la tierra de todas las provincias y regiones.
En suma, este es el espacio donde la economía mercantil simple o "informal" tiene un
dominio indiscutible y se pasea por calles y espacios abiertos minuciosamente "loteados"
para dar cabida a diversos tipos de puestos de venta de mercancías de toda clase. Al
respecto Calderón y Rivera (obra citada) anotaban:

116
El centro histórico mantuvo su rol aglutinador en la medida en que la estructura descrita dejó intacto el
modelo hispano concéntrico pese a todas las deformaciones que ha sufrido la vieja aldea colonial. En este
sentido la tradición aldeana de que "todo lo importante debe tener lugar, debe suceder o debe ubicarse en la
plaza de armas" y su entorno, no ha desaparecido. Por el contrario, esta virtud ha sido ampliamente
aprovechada por el capital mercantil, el aparato estatal, y en general el conjunto del aparato institucional y de
servicios, cuya concentración densa finalmente ha sido la condición de su existencia y viabilidad, por lo
menos en esta primera etapa de constitución del nuevo modelo de acumulación regional. Este espacio central
es el referente estructurador, como se mencionó, del conjunto de barrios residenciales que se fueron
consolidando desde los años 40 merced a la ejecución de avenidas que penetraron en la campiña que rodeaba
dicho ámbito histórico, estructurando una malla vial eficiente y dotada de infraestructura adecuada, en un
esfuerzo municipal donde se invirtieron un buen porcentaje de los recursos que generó la chicha en la década
citada y en los años 50
182

En ese contexto en la ciudad se produce una división del trabajo de las economías
mercantiles en el ámbito de la producción industrial, así como en el comercial o de
servicios, cuyas características de funcionamiento son propias, al mismo tiempo
que sus métodos de relacionamiento con el capitalismo son distintos(...) En las
familias de comerciantes, tal contradicción tiene lugar en el marco del gran
capital comercial intermediario y en el consumo urbano. En realidad los sistemas
de ferias son procesos productivos que generan valor agregado al trabajo
campesino y son transferidos al consumidor urbano, facilitando así una
reproducción de la diferenciación urbana en su conjunto. En este sentido, el
mercado urbano constituye el núcleo de transferencias para el trabajo campesino y
para las familias de comerciantes: núcleo que es propicio tanto por la presencia de
grandes intermediarios como por la capacidad social de consumo de la ciudad.(...)
El efecto fundamental de estos procesos está en la reproducción de la fuerza de
trabajo que no descansa en el capital, pero tampoco en el Estado, sino en la propia
capacidad reproductiva de las unidades familiares(...) La coexistencia entre el
capital y las economías familiares es complementaria y contradictoria a la vez:
complementaria por que el capital basa su desarrollo y dominación. en parte, en la
transferencia de valores en trabajo o en bienes y, contradictoria, porque el
incremento de las necesidades de reproducción de la gran mayoría de las
economías familiares determinan gradualmente mayores limitaciones a su
reproducción.

La Cancha no es solo el espacio principal donde se verifica la fase final de la apropiación-


expropiación del excedente agrícola117, sino el generador de una serie compleja de
actividades complementarias y como sugiere Miltón Santos(1972), el eje de un circuito de
oferta para consumidores de bajos ingresos conformada por una masa de demandantes
nada despreciable para justificar ampliamente la receptividad que merece la producción
artesanal en diversos rubros, así como los servicios diversos para estos sectores
En este orden la ciudad y la micro región emergen como un pequeño oasis de desarrollo
con tintes capitalistas, emplazado parcialmente en el Valle Central. Pero ni siquiera esto es
una verdad absoluta, pues como hemos observado, ni aún en este nivel existe un pleno
monopolio del sector moderno para imponer un modelo único de organización del espacio.

117
La Cancha funciona como un espacio de representación del conjunto de productores, intermediarios y
consumidores, donde las relaciones entre estos no son equitativas. El hecho de que numéricamente el
pequeño comerciante sea mayoritario no significa en modo alguno que las leyes de mercado estén ausentes.
En realidad esta representación tiene actores directos y operadores en "bambalinas", incluso actores
indeseables como veremos. La valorización del trabajo campesino que aquí tiene lugar, no favorece al
productor directo, porque dicho valor ha sido enajenado en favor del intermediario, quien recoge los frutos
de esta valorización en el mercado o feria. Luego toda la red de pequeños, medianos y grandes intermediarios
que hacen circular, incluso en demasía, el producto campesino, operan como recolectores de diversas
fracciones de esta valorización o plus valor, que es subvencionado por el consumidor final. En este universo
el productor resulta un invitado de piedra, pues su presencia, sobre todo masiva "echaría a perder" este
mundillo de cambalaches y negocios, donde en realidad bajo la forma del fetiche-mercancía se subasta el
trabajo campesino
183

La estructura resultante, por el contrario, combina lógicas económicas distintas, tanto


definiendo la materialidad de los niveles de centralización de los escenarios donde culmina
el ciclo económico del capital y se realiza la captación final del excedente generado por la
economía campesina; como en la forma dispersa en que se organizan los soportes
materiales (los barrios, las viviendas, los servicios básicos, los equipamientos) que operan
sobre la reproducción de la fuerza de trabajo y el conjunto de la sociedad 118.
Finalmente, intentaremos penetrar en la naturaleza de la ciudad actual, a través del análisis
de algunos de sus rasgos y características:
El consumo del suelo urbano en Cochabamba es el producto espacial de la interacción del
conjunto de factores y fenómenos anteriormente destacados. Una puntualización más en
detalle permite poner en evidencia el predominio de un patrón de uso del suelo expansivo,
por tanto sujeto a formas de consumo que promueven el continuo crecimiento de la
mancha urbana. En este sentido la persistente vigencia del damero y sus variantes como la
única alternativa de emplazar viviendas y actividades económicas ha propiciado un
crecimiento de la mancha urbana tan raudo como el propio crecimiento de la población 119.
Internamente, este desmesurado crecimiento desarrolla dos tendencias: una centrifugas
para la función residencial, y otra, centrípeta para las actividades comerciales y de
servicios. Ambas no son contrapuestas, sino se complementan bajo la lógica de este
proceso de consumo, pues el mismo no sólo está motivado por presiones demográficas,
sino por un agresivo y especulativo mercado de tierras. Por último los rasgos anotados
corren el riesgo de ser muy descriptivos sino se comprende que el uso del suelo no es un
mero registro técnico de los niveles y peculiaridades del consumo de tierra por actividades
urbanas diversas, sino sustancialmente, es un indicador de pautas y tendencias de
contenido económico, social y cultural que expresan grupos, estratos y clases sociales en la
118
Solo a inicios de los años 90 aparecen pequeños ghetos de exclusividad como las Lomas de Aranjuez o el
Mirador, en tanto en forma lenta los barrios tradicionales van adquiriendo ribetes de espacios de clase alta
119
A inicios de los años 50, la ciudad no despliega sino unas 450 a 500 manzanas, muchas escasamente
consolidadas con una población de 80.000 habitantes. El Plano Regulador de la época visionariamente delimitó
un perímetro urbano que alcanzaba a unas 1.000 hectáreas donde debían concentrarse medio millón de habitantes
hasta el año 2000. El censo de 1967 mostró un crecimiento que parcialmente había sobrepasado el perímetro
anteriormente citado y abarcando 1.055 manzanas donde se albergaban 137.000 habitantes. El censo de 1976
mostró una ciudad de 1.800 manzanas y 6.135 Ha. que albergaban una población de 204.000 habitantes, donde
los límites del antiguo Plano Regulador habían sido ampliamente rebasados. Finalmente, el censo de 1992
expresó una mancha urbana conformada por casi 3.000 manzanas y 7.686 Ha donde residían algo más de
400.000 habitantes. La definición del Area Metropolitana significó la incorporación de alrededor de 3.300 Ha. y
una población total de 538.000 habitantes. Es decir, que bajo este patrón tradicional de consumo del suelo, el
pronóstico de 1950, acerca de medio millón de habitantes se cumplió parcialmente. Lo inconcebible es que esta
población ocupó un territorio 10 veces mayor que el previsto!
184

constitución de sus espacios vitales. En el caso de Cochabamba los rasgos homogéneos de


densificación centralizada y horizontalidad periférica parecen relativizar este concepto.
Sin embargo esto no es necesariamente así. Lo que parece ocurrir es que la misma lógica
espacial de despliegue de la economía y la función residencial asumida por el conjunto de
la formación social en correspondencia con el modelo de desarrollo vigente, no es
nítidamente homogénea. En efecto, existe una versión de ciudad occidental o que aspira a
serlo, que toma como eje referencial el centro comercial tradicional y se esfuerza por
reproducir la versión horizontal del modelo de ciudad jardín: esta es la ciudad de los
empresarios regionales y de amplias clases medias que se consideran cultas y civilizadas.
La otra versión, es una combinación de resabios andinos y valores adoptados del modelo
anterior, y que a falta de otro término, lo denominamos popular,
popular también se apoya en un
polo central: la Cancha y despliega sus barrios horizontales en la zona Sur y la periferia
Nor Occidental. Esta es la ciudad de las "soluciones prácticas" (los asentamientos
irregulares y las urbanizaciones poco elaboradas), donde se pueden encontrar clases medias
de bajos ingresos, minoritarios sectores obreros y grandes masas de trabajadores por cuenta
propia.
Por otra parte, el mercado inmobiliario, siguiendo las pautas analizadas anteriormente,
reproduce el esquema de centralización-dispersión, con valores del suelo altos en zonas de
actividades densas, valores medios en zonas residenciales y valores bajos en la periferia,
siguiendo el clásico modelo de valores altos para zonas centrales y valores decrecientes
según la distancia y accesibilidad de otras zonas a dicho centro. La espacialización de este
mercado reproduce la estructura de uso del suelo y constituye una suerte de radiografía de
los impulsos económicos que dinamizan la expansión urbana, es decir una oferta
especulativa que obliga a los sectores de menores recursos a expandir la mancha urbana en
su continua búsqueda de terrenos baratos que justamente se encuentran en los bordes
urbanos.

El área Metropolitana de Cochabamba, reconocida oficialmente por el INE a partir de


1992, es probablemente una de las más recientes en el contexto continental, pero al mismo
tiempo, uno de los crecimientos urbanos más atípicos o por lo menos singulares 120 Veamos
120
Diversos estudios sobre los problemas de las Áreas Metropolitanas han incidido en que éste es un fenómeno
de crecimiento demográfico migratorio motivado por situaciones de acelerado desarrollo a los aparatos
productivos urbanos y regionales, sean estos industriales, agroindustriales, mineros, petroleros u otros, en el
marco de la eclosión de grandes obras públicas promovidas por el Estado y todo un flujo de inversiones del sector
privado deseoso de sacar renta inmediata de las mejoras urbanas y sobre todo, modernizar el espacio de
185

que ha ocurrido a este respecto en los últimos 16 años: Por una parte, se ha consolidado
una gran mancha urbana apenas añadida a la ciudad original, es decir que, en lugar de las
grandes obras de articulación vial y de equipamientos, aquí se dan sumas pasivas: se
mantiene sin variantes el antediluviano esquema colonial de zona central, barrios
residenciales intermedios y periferia; igualmente se mantiene en lo esencial la fisonomía
urbana que solo recientemente experimenta un inicial proceso de verticalización, en tanto,
la expansión del modelo de campamento se extiende, siendo este el único cambio masivo
significativo. Por otro lado, se perciben fuertes apegos a la tradición rutinaria: por ejemplo,
para los planificadores la ciudad sigue siendo la misma de los tiempos del Plano
Regulador; para los inversores la ciudad apenas ha crecido pero no ha cambiado nada en el
fondo que motive el aceleramiento de estímulos para dar cabida a inversiones que
materialicen emprendimientos futuristas121. Para la mayoría de los ciudadanos la vida
cotidiana continúa cargada de penurias y muchas de las rutinas y hábitos de vida de los
abuelos sigue en pié. Resulta notable como en medio de una transformación física y
demográfica tan profunda se mantiene el viejo provincialismo para ver la ciudad y sus
problemas. No obstante, obviamente esta no es una cuestión de torpeza intelectual o
limitación ideológica, sino la expresión de una realidad, podíamos llamar sui generis:
Cochabamba finalmente ha alcanzado y sobrepasado el medio millón de habitantes 122 y
tiene dimensiones metropolitanas, sin embargo no posee complejidad metropolitana ni la
dinámica correspondiente a este nuevo rango, por ello, lo que en otros contextos implica
cambio cualitativo aquí es apenas una simple suma o un añadido imperceptible en la
extensa periferia. Es notoria la ausencia de proyectos audaces que sólo pueden nacer bajo
el impulso de unas elites locales que quisieran realmente materializar una modernidad
social y cultural acorde con el siglo XXI. En el fondo, Cochabamba es víctima de
reproducción ampliada del capital que simbolice la pujanza de las burguesías regionales y nacionales. En Bolivia,
a lo largo de la última década ciudades como Santa Cruz y La Paz que han experimentado crecimientos
demográficos y físicos equiparables a los de Cochabamba, también han transformado y modernizado
significativamente su fisonomía: grandes obras públicas y grandes inversiones arquitectónicas han hecho de
Santa Cruz la segunda ciudad del país, incluso con pretensiones de competir con La Paz en el próximo futuro, la
primera jerarquía urbana y poblacional de Bolivia. La Paz ha transformado profundamente su sistema urbano-
regional para salvarse de la amenaza de una tugurización masiva. Ha logrado consolidar un gran
campamento de informales con dimensiones metropolitanas en la ciudad de El Alto, que opera como una
gigantesca villa satélite de la verdadera ciudad, que así ha logrado impulsar su proceso de modernización
garantizando la estabilidad de las inversiones públicas y privadas.
121
Recién a partir de 1999, comienzan a emergen síntomas de un cambio de actitud: inversores privados
incursionan en la producción de equipamientos de abastecimiento y comercio modernos que aspiran a
modificar los conservadores hábitos de consumo de la población y a debilitar la fuerza competitiva del
comercio popular de La Cancha.
122
De acuerdo al INE la ciudad alcanzará su primer millón de habitantes en la primera década del siglo XXI.
186

coyunturas adversas. Su condición metropolitana no es expresión de su pujanza


económica por el contrario es una proyección de la profundidad de su atraso agrícola y una
muestra de la inviabilidad de su desarrollo regional. Esta es una típica metrópoli de
emergencia, donde miles de comerciantes, ex campesinos y ricos de una o dos
generaciones, no han tenido tiempo de absorber cultura y pensar en sí mismos como clase
dominante o bloque de poder que merece proveerse de su propia modernidad como un
testimonio histórico de su vigor para encausar el progreso y el cambio de los viejos
hábitos.

Finalmente, la estructura urbana resultante podría quedar resumida en los siguientes


aspectos: continua vigente la pauta del modelo colonial, como ya se sugirió, con un centro
histórico y polo de atracción centralizado, un anillo residencial y una amplia periferia. Sin
embargo, este modelo es funcional para reproducir el modelo de economía mercantil y de
sociedad que le corresponde. Retomando a lo anteriormente expresado: la lógica de la
funcionalidad urbana opera sobre un espacio central contenedor del mercado de
intermediarios, ejerciendo por tanto una fuerte relación centrípeta sobre los barrios y otras
zonas urbanas. Esta relación dominante, es la que estructura la red vial y organiza el
origen-destino de la gran mayoría de los desplazamientos urbanos de población,
mercancías y capitales; por tanto, este es el factor que define la lógica de la pirámide de los
valores de suelo urbano y proporciona sentido a la concentración-dispersión de los
equipamientos urbanos y de la propia infraestructura básica. En suma, la centralidad del
mercado económico es el elemento estructural que "organiza" la ciudad y define las leyes
de su comportamiento funcional, influyendo en el sentido centrípeto de todos los
emplazamientos de funciones terciarias y de servicios123. La función residencial no escapa
a esta ley de atracción. Sin embargo, para resolver la cuestión del temprano consumo de
las tierras próximas a este centro por diferentes barrios, se ha ido estructurando toda una
123
A pesar de su nueva condición de aglomeración metropolitana o conurbación, mantiene intactos los
componentes y la lógica de ordenamiento espacial de la ciudad tradicional. Por tanto un componente esencial de
dicha estructura es esta presencia invariable, que trasciende no sólo la imagen urbana sino el referente ideológico
con que se percibe, se piensa y se actúa, con relación a la ciudad. En este caso la tradición y la permanencia de
un modelo urbano mantenido como modelo invariable constituye toda una institución tercamente conservadora:
el grueso de la ciudadanía, las instituciones e incluso los técnicos urbanistas, todavía "ven" la ciudad con los ojos
de la tradición, es decir, la ciudad circunscrita a su casco viejo y a barrios residenciales y populares que suman y
siguen, sin que nada aparentemente cambie en esta percepción, pues ésta como la ciudad de sus antepasados
todavía cobra sentido y vitalidad en su Plaza de Armas, en su Prado y en su Cancha. Y en cierta forma esto es
verdad, la ciudad ha crecido, incluso desmesuradamente pero su anatomía interna apenas se ha modificado. En
este sentido, siguiendo viejas pautas históricas, los cochabambinos sólo son formalmente o superficialmente
modernistas, el culto a la tradición de la "llajta" es más poderoso.
187

red de vías radiales que conectan barrios próximos y lejanos con dicho núcleo central. El
conjunto de calles y avenidas que atraviesan la ciudad de Norte a Sur y de Este a Oeste
tienen este carácter. Por esta misma razón los anillos viales no son funcionalmente
operativos. Este rasgo ha determinado dos formas de consumo del suelo urbano por la
vivienda aislada y la vivienda popular; la reproducción extensiva del damero definiendo
una mancha urbana compacta en torno al centro de atracción, y el desarrollo tentacular a lo
largo de vías radiales que han consolidado los denominados "corredores" de la
conurbación. Por tanto la tendencia "centrífuga" del emplazamiento residencial es sólo
aparente, pues en todos los casos las vías de penetración que interconectan centro y
periferia tienen un mercado sentido centrípeto, operando la tendencia opuesta apenas como
un recurso de desahogo de los agentes participantes124.

La permanencia de la vieja centralidad, es una continua fuente de actitudes conservadoras.


Observemos algunas situaciones: la fuerte aversión del grueso de los agentes
económicos de desplazar sus actividades a otros emplazamientos ante la firme creencia
de que la desconcentración comercial es sinónimo de quiebra. En este sentido, el ejemplo
de los supermercados y actividades afines en zonas residenciales, no es visto como una
acción pionera y estimulante, sino como una operación de alto riesgo. La misma actitud
domina a las instituciones estatales y privadas, incluyendo la banca. La ubicación central
gravita como sinónimo de éxito y prestigio. Dicha centralidad determina la fuerte y
continua valorización del suelo urbano, sin embargo, al margen de restricciones
municipales, la actitud frente a la renovación urbana es calculadora. Todavía es minoritario
el volumen de inversores que se atreven a construir grandes conjuntos arquitectónicos. La
mayoría piensa como sus antepasados: remodelar y adaptar lo viejo para dar cabida a lo
nuevo. Aquí rige la postura conservadora de que “más vale casa vieja tugurizada que
edificio nuevo vacío”. En suma la filosofía pequeño burguesa del "máximo provecho con
el mínimo esfuerzo" parece dominar una vez más la vida cotidiana: todos aspiran a
"pasarlo bien" sin aportar con producción a la base material de ese idílico, pero frágil
estado de bienestar. Detrás de estas actitudes emerge la sustancia del capitalismo atrasado:
la economía del rentista que prefiere atesorar metálico y vivir de intereses, rentas y
especulaciones de poca monta, o exportar capital para hacer engordar a la banca europea y
124
Las grandes intervenciones viales (ensanches y consolidación de las avenidas Heroínas y Ayacucho) que
llevó adelante el Alcalde Humberto Coronel, finalmente encontraron consenso y viabilidad, pues
fortalecieron la lógica espacial y económica descrita.
188

norteamericana con la misma finalidad, pues la alternativa de inversión productiva que


exige capital fijo y audacia empresarial es algo fuera de lugar. 125 En fin, los hábitos de
consumo son, especialmente los más conservadores en este contexto. Masivamente las
clases medias prefieren aglomeraciones, empujones, malos olores, riesgos de robo y
bullicio infernal para adquirir sus alimentos y otros enseres y requerimientos en el
comercio ferial, a cambio de pensar que el ahorro de centavos ha sido un negocio
gratificante. Por ello, la visita sabatina a la Cancha es toda una respetable institución y
parte del ceremonial familiar de la mayoría población.

Crisis ambiental y urbanización


Los eventos analizados y la lógica de ordenación del espacio que emerge de las
condiciones singulares que ofrece el contradictorio desarrollo del valle central
cochabambino, naturalmente hacen pagar un duro tributo al medio ambiente, permitiendo
que aquello que era un preocupante síntoma de degradación del soporte natural en los años
50, se presente como una realidad plena a fines de los 90. Fenómenos como la erosión
hidráulica, la erosión eólica, la deshumificación, la salinización y la asfaltización que son
responsables de las crisis ambientales de las grandes urbes latinoamericanas, a las que se
suman las emisiones de diversos gases, son realidades que están presentes en el valle y la
ciudad. Pese a la gravedad de esta realidad, la misma casi sería tomada como una fatalidad
o un "costo" del progreso si se tratara de cualquier realidad urbana diferente a
Cochabamba. Pero en este caso, la cuestión es menos simple. Su clima y sus vergeles le
dieron inmensa fama, con tales antecedentes, desde sus orígenes, la planificación del
crecimiento de la ciudad, no dejó de considerar y jerarquizar estos atributos, al punto que
"ciudad moderna" y "ciudad jardín" se convirtieron en sinónimos. La importancia de las
áreas verdes como los "pulmones de la ciudad", fue un principio que se inculcó a través de
distintas propuestas de desarrollo urbano, incluido el primer Plano Regulador. Sin
125
En el fondo, esta es la razón por la cual la filosofía de modernidad en Cochabamba es algo muy relativo y
contradictorio, para unos - los menos - es sinónimo de referentes foráneos" crecimiento industrial que impulse
una gran urbe a tono con el siglo XXI, pero para los más, es apenas una cuestión de ornato y estética:
refuncionalizar lo viejo una y otra vez y pasar gruesos brochazos de "modernismo" sobre los cachivaches
urbanos. Por ello, al lado de modernas estructuras de hormigón armado, predominan las improvisaciones
criollas" se añaden parches de modernidad a las casonas del siglo XIX para enmarcar accesos y vitrinas de
almacenes, predomina el mal gusto revestido de luces de neón por doquier, muchas casas viejas son demolidas
apenas para servir como terreno para estacionamiento privado de vehículos, ingeniosos armazones metálicos, de
hormigón o de madera sirven de máscara a vulgares galpones y casetas donde prestigiosas firmas comerciales
exhiben sus mercaderías. Las avenidas Ayacucho y Heroínas son todavía testimonios vivientes a este respecto.
189

embargo, la materialización de estos espacios, con escasas excepciones está vinculado a


conflictos diversos, en cuyo transcurso las visiones técnicas derivaron en patéticas y
frustrantes caricaturas.
Esta constatación inicial nos conduce al primer tema de reflexión: un modelo de
urbanización que escasamente valoriza la formación de espacios públicos y áreas verdes.
Es decir, una actitud indiferente con relación a los ideales del progreso urbano, la sanidad
ambiental y el deseo de proyectar sólidos símbolos que hagan realidad la idea de ciudad-
jardín Un simple vistazo al plano de Cochabamba permite establecer una realidad que
confirma la afirmación anterior: por una parte, un panorama de atomización de pequeños
espacios "verdes" que no llegan en ningún caso a la categoría de parques urbanos, unos
pocos alcanzan la jerarquía de plazas y los más son apenas retazos o remanentes de loteos,
que difícilmente podrían ser aprovechados como espacios públicos de alguna significación.
De ellos, tal vez menos de un 10 % están consolidados como áreas verdes propiamente, y
los más, apenas son terrenos baldíos y prácticamente abandonados126.
El recuerdo de la aldea rodeada de una exuberante campiña donde sobresalían señoriales
casas-quinta y concurridos balnearios y sitios de paseo, configuró el ideal agrario que las
elites deseaban conservar pese a sus aprestos para modernizar la ciudad. Sin duda, los ecos
de las audaces reformas urbanísticas parisinas y los parques urbanos que hacían su
aparición en las ciudades norteamericanas desde las primeras décadas del siglo XIX127,
tuvieron oídos receptivos en los anónimos proyectistas del Prado, modesto parque urbano

126
La Memoria del Plan Director Urbano de Cochabamba (1980) afirmaba, al desarrollar una suerte de
diagnóstico sobre la situación de las áreas verdes y espacios públicos, que el proceso de urbanización al
extenderse, sin control, hacia las tierras agrícolas originaba un constante deterioro y cambio de las
características naturales y valores del paisaje que alejan al ciudadano de las ventajas de un esparcimiento
vinculado a la naturaleza, provocando desajustes que tocan a su vida de relación y a su equilibrio
psicosomático. Se añadía que dicha situación tendía a agravarse por la necesidad creciente de espacios de
expansión que emergen del proceso de densificación y de la consolidación de la conurbación, de tal suerte,
que dichos requerimientos ya no podrían ser satisfechos por espacios verdes puntuales y dispersos, por más
numerosos que ellos fueren, una vez que los mismos reemplazan las bondades de amplios espacios abiertos y
arborizados, cuya relación con el tejido urbano debiera guardar debidas y saludables proporciones Esta fue la
aspiración del Arq. Franklin Anaya para hacer de las orillas del río Rocha un extenso bulevar urbano, o de los
proyectistas del Parque Tunari de convertir a éste en el primer gran parque urbano de Bolivia, o aun la
propuesta del Plan Director Urbano en actual vigencia de crear parques metropolitanos.
127
El movimiento a favor de los parques urbanos, el Park Movement, cobra mucha fuerza en EEUU desde
mediados del siglo XIX, bajo la influencia de los ejemplos ingleses y el esfuerzo teórico y práctico de
personalidades como Andrew Jackson Downing y Frederick Law Olmsted (este ultimo, proyectista del
Central Park de Nueva York), que contribuyeron decididamente a la maduración de la opinión pública, los
niveles de gestión urbana y la propia comunidad científica preocupada con los bajos niveles de calidad de
vida que ofertaba la ciudad industrial, a cerca de la necesidad de restituir un adecuado equilibrio entre suelo
urbano densamente ocupado y espacios libres donde se pudieran encontrar de retorno las bondades del aire
puro y el paisaje de la vida rural.
190

que se constituyó en todo un símbolo de los aires aristocratizantes de la sociedad gamonal.


Sin embargo, fuera de este referente pionero (1842), esta idea inicial fue suplantada por el
concepto de plaza tradicional y bajo este tenor se ejecutaron, a partir de los años 50 del
siglo pasado, los pocos espacios públicos dignos de tal mención, que puede exhibir
actualmente la ciudad. Sin embargo, este hecho no es casual, es el resultado de la adhesión
entusiasta al viejo modelo de damero colonial, como la forma de diseño urbano que se
aplicó a diestra y siniestra en el proceso de expansión urbana. Esta constatación de
perogrullo, encierra no obstante interesantes interrogantes: Por una parte, los propios
urbanistas de la ciudad a lo largo del siglo XX, no imaginaron otra forma de proyectar el
crecimiento urbano. Las autoridades municipales y los portaestandartes del modernismo, a
la hora de materializar su idea, retoman el modelo tradicional. Es por demás hacer
referencia a la aceptación de la manzana cuadrangular por parte de los propietarios de
tierras y, en general por el conjunto de la sociedad urbana. ¿Cuál es la causa de una
aceptación tan unánime?
La respuesta a este y otros interrogantes, aunque sin pretender agotar la cuestión ni mucho
menos, evitará que nuestra visión sobre la actual crisis ambiental se reduzca a la clásica
enumeración de calamidades, permitiéndonos además realizar una aproximación a lo que
consideramos el nudo del asunto. Una afirmación que no precisa mayor sustentación, se
refiere a que la urbanización de Cochabamba, en la práctica, no tuvo ninguna preocupación
o remordimiento con relación a la destrucción de los valores naturales, aun cuando en el
plano teórico, los urbanistas se empeñaron en discursos de tono lírico. ¿Cuál fue -más allá
de las poses doctrinarias- la ideología urbanística que guió este empeño de hacer crecer la
ciudad sin abandonar el modelo hispano? Nos parece adecuado comenzar a esbozar
algunas respuestas a partir de este punto: Hace más de dos décadas atrás (1980), en un
trabajo pionero, arriesgamos la hipótesis de que la lógica del ordenamiento urbano y micro
regional en Cochabamba no se guiaba por planes urbanísticos ni ordenanzas municipales,
sino por las leyes del mercado y, más concretamente, por los "cambiantes humores" del
mercado inmobiliario. En efecto, la propia estructura urbana, es decir, una zona central
multifuncional fuertemente congestionada por tensiones centrípetas articulada a zonas
residenciales dispersas donde predominan tensiones centrífugas, interconectadas entre sí
por ejes viales poco eficientes; no es precisamente un producto de la planificación, sino de
191

la acción del mercado de tierras. Examinemos esta cuestión con un poco más de
detenimiento para aclarar estas afirmaciones.
Cochabamba, como cualquier otro núcleo urbano, ha consolidado a través de un proceso
histórico de varios siglos un espacio privilegiado que sirve de referencia al conjunto de las
actividades económicas, sociales, culturales, políticas, religiosas, administrativas, etc. Este
centro, por las peculiaridades del desarrollo cochabambino expresa tanto, facetas de la
sociedad occidental (presencia del Estado, el gran comercio, la administración de la
empresa pública y privada, lo esencial del poder local y el gobierno municipal, etc.) y
facetas de la cultura popular: la Cancha que opera como cuartel general del voluminoso
comercio informal y toda la abigarrada trama económica y social que contiene este
fenómeno. Dicho ámbito, en conjunto, emerge como un espacio dominante con relación al
resto de la ciudad, no solo por ser el escenario donde se realiza y se reproduce la economía
de una mayoría de sus habitantes, sino por que la naturaleza de los servicios que presta y
oferta lo transforman en un poderoso imán, cuya influencia se extiende al resto del
departamento. Estos atributos han estimulado el desarrollo de fuerzas centrípetas que
propician una extrema concentración y superposición de actividades de valor económico y
social heterogéneas, donde las demandas constantes de mayores disponibilidades de
espacio entran en conflicto con la escasez absoluta de tierras disponibles y las elevadas
inversiones que exige cualquier operación de renovación urbana. Esta situación ha
determinado que la tierra del centro de la ciudad, sea la más valorada, no solo por ser la
mejor localizada con relación a los principales escenarios económicos y sociales, sino por
ser un bien escaso y de muy alta demanda. La imagen física actual de este centro, solo muy
tenuemente es el resultado de la ciencia urbanística aplicada a esta realidad, pero es
ampliamente representativa de la interacción de los propietarios del suelo y los propietarios
de locales comerciales que se han disputado y se disputan la apropiación de la plusvalía de
emplazamiento comercial de cada espacio y retazo de esta zona central. Los avatares de
esta lucha sin cuartel han determinado esa peculiar combinación de vetusto-remodelado y
moderno-funcional de dudoso gusto, que causa mucho pesar entre los defensores del
patrimonio histórico, pero más aun entre sus habitantes que deben padecer cotidianamente:
embotellamientos de tráfico, emanaciones de los combustibles fósiles utilizados, ruidos
continuos, olores generalmente nauseabundos, sortear aguas estancadas y abrirse paso
entre multitud de informales ambulantes en aceras peligrosamente estrechas, para dirigirse
192

a trabajar en ambientes, que solo en un muy pequeño porcentaje cuentas con condiciones
adecuadas de habitabilidad.
En el resto de la ciudad, exceptuando pequeños oasis con gérmenes de una futura
desconcentración comercial, predominan los espacios de función residencial. Aquí el
proceso de producción del espacio urbano, sin embargo, tiene comportamientos diferentes:
la presión de la demanda de espacio residencial, motivada a su vez por el raudo
crecimiento demográfico, trata de ser resuelta a través de la urbanización de nuevas tierras
(avance de la frontera urbana) y la ocupación de los bolsones de tierras baldías en zonas
residenciales consolidadas (urbanización de tierras de engorde generalmente con
condominios). Sin embargo, la apertura de una nueva urbanización, no es necesariamente
la respuesta técnicamente adecuada a renovadas necesidades de vivienda, salvo, desde la
óptica del especulador-urbanizador (una suerte de planificador práctico y enterrador de
ilusiones urbanísticas), cuya lógica conduce al beneficio esperado, el deseo de apropiarse
de la plusvalía urbana, de que es portador el suelo mercantilizado 128 Naturalmente todo
buen corredor de tierras que se respete, debe lograr que toda la "mercadería" tenga los
mismos excelentes atributos, de tal suerte de que no debe existir el riesgo de que las
excesivas bondades de unos lotes malogren el valor de otros. Por tanto, el emplazamiento
de una urbanización no es el resultado de las prioridades de un plan urbano, sino de las
posibilidades de apropiación de plusvalía que ofrece el negocio de venta de tierras 129. En
128
Dentro de una economía de mercado, la tierra naturalmente es más apreciada por su valor de cambio.
Dicho valor, en este tipo de mercancía, se nutre de una mezcla de fantasiosas bondades, quimeras y verdades
a medias, (en todo tipo de artículos priman los criterios de calidad tecnológica, funcionalidad, prestigio del
fabricante, imagen, etc.). Los factores que definen el valor de un metro cuadrado de tierra urbana, en
cualquier sitio de la ciudad, tiene que ver con los siguientes aspectos: a) su uso potencial(comercial intensivo
o semi intensivo, residencial, mixto, industrial, restringido por causas naturales o técnicas, etc.), b) su
emplazamiento con relación al sistema vial (terrenos con frentes a avenidas, plazas, parques, calles
principales o secundarias, pasajes, etc., c) accesibilidad con relación a las rutas de transporte urbano y la
facilidad (factor tiempo-distancia) para acceder al centro de la ciudad, d) calidad física, cultural y social del
entorno urbano (terrenos en zonas comerciales o residenciales consolidadas, "barrios tranquilos", "vistas
privilegiadas", "microclima protegido de fríos y vientos", "terreno bien asoleado", "vecindario de gente bien",
etc.), e) por su emplazamiento con relación a equipamientos urbanos significativos (proximidad a centros de
comercio, a mercados, casas bancarias, escuelas, colegios, Universidad, centros recreativos, etc.), f) por el
nivel de dotación de infraestructura (terreno con todos los servicios incluyendo calles pavimentadas, aceras y
alumbrado público, con servicios parciales, "buen servicio de aguateros", etc.), g) situación jurídica saneada,
urbanización aprobada por el Municipio u otras situaciones menos favorables. En los sectores de menores
ingresos, los valores del suelo pueden quedar determinados por ser "baratitos y bien conectados con la
Cancha", lo que significa que dicha virtud relativiza grandes problemas: ilegalidad del asentamiento, falta de
infraestructura, riesgos naturales y jurídicos. Estos peligros se tratan de resolver organizando aguerridos
sindicatos y juntas vecinales que "negocien" con el Alcalde.
129
En este caso, el término plusvalía es una variante del concepto clásico (apropiación del excedente de
trabajo por salario no equivalente), que hace referencia a la valorización que experimenta el suelo urbano
privado al recibir inversiones con capital social para la dotación de redes públicas de infraestructura,
pavimentación, mejoramiento de acceso a zonas comerciales, vecindad con equipamientos urbanos, etc., y
193

razón de ello, a ningún propietario de tierras o empresario inmobiliario le interesan


demasiadas sofisticaciones en materia de diseño urbano. De ahí el apego al viejo damero
colonial, pues ello permite hacer reposar la oferta de lotes sobre signos abstractos: los
terrenos deben ser planos o tener este aspecto a ojos del interesado, además deben ser todos
rectangulares o de forma geométrica regular con superficies equivalentes, las manzanas
deben estar dispuestas en cuadricula, casi anónimas, ya que no resulta conveniente
privilegiar a alguna, pues tal privilegio deprecia al resto de las manzanas y lotes. La idea es
que cada cliente piense que el lote que elige o que es inducido a elegir, se encuentra en una
posición inmejorable dentro de la calle o avenida. Esta es también la razón por la que las
calles (independientemente de su función vial) deben tener un ancho normalizado (12,50
metros de perfil en el caso de Cochabamba), luego las vías peatonales no son bien vistas.
Las concesiones que se realizan son hechas a regañadientes, por que el reglamento
municipal obliga, en este orden se admite la posibilidad de una discreta fantasía: la
dotación de un espacio mas o menos marginal y aislado o de un residuo geométrico para la
formación de un área verde, a la manera de un sitio destinado a un campamento militar y
no a un ámbito donde hipotéticamente debiera fortalecerse el espíritu de la comunidad.
Estas son las abstracciones que materializan el tejido urbano, un procedimiento que se sitúa
en las antípodas de la doctrina urbanística. Dicho tejido es concebido como un espacio
anodino apropiado para una sociedad anónima de pequeños propietarios, que convertirán
sus tenencias en baluartes de su santa privacidad. De esta manera, el concepto de vivienda
unifamiliar, ha sido convertido en la opción única en el imaginario de la gran mayoría de la
población independientemente de su condición social. Ello, a su vez ha determinado la
tendencia abrumadoramente horizontal del crecimiento urbano, estimulando ese voraz
apetito de la urbanización cochabambina para engullir tierras laborables y zonas de valor
ecológico. La aplicación del damero y el lote rectangular en las zonas populares ha dado
paso a la alternativa de la construcción de habitaciones en hilera o "medias aguas", con
cubiertas de chapa ondulada de zinc (calamina), que le da a la periferia esa imagen poco
atractiva de campamento. La preocupación por un mejor uso del suelo urbano, por una
densificación residencial más adecuada, por generar alternativas de diseño urbano de
menor costo con relación a las dotaciones que debe realizar el erario público, son criterios,
que determina la existencia de una diferencia a favor, entre el precio original de dicha tierra y su valor
comercial actual, con el añadido de que el propietario privado no ha hecho otro aporte que el de su paciencia
(hacer engordar la tierra) para apropiarse legalmente de esta plusvalía generada con los recursos de la
comunidad.
194

casi sacrílegos, para los negociantes de tierras, pues las mismas podrían constituirse en
alternativas válidas frente a la escasez de tierras, pero esto es justamente lo opuesto a los
buenos negocios que proporcionan las urbanizaciones tradicionales130. Solo en zonas
saturadas, resulta conveniente la opción de propiedad horizontal para la función
residencial, no solamente por que se da respuesta a necesidades de localización
domiciliaria a sectores de ingresos solventes, capaces de absorber los abusivos precios
comerciales de dicha propiedad, sino por alentar un cambio de uso conveniente: la
formación de nuevas zonas o ejes comerciales131. En conclusión, no cabe duda, que el
mercado de tierras, es el factor determinante en el ordenamiento del espacio urbano, el
factor modelador de su imagen y el ingrediente básico de la producción y reproducción de
la crisis ambiental que pasaremos a examinar.
Inicialmente, examinaremos la situación de las áreas verdes, tema de alta sensibilidad
desde la óptica de la teoría de la planificación, pero con frecuencia, la víctima número uno
de las enormes distancias que se abren entre la ideología de la ciudad, con todos sus
exquisitos condimentos teórico-técnicos, y la ciudad real cuya forma y calidad es el
resultado de procesos de producción de la economía y la sociedad muy distantes de los
ideales urbanísticos132.Veamos algunos hechos a este respecto: el Plano Regulador
elaborado en los años 40 y aplicado desde los 50, contemplaba unas 200 hectáreas
destinadas a la formación de áreas verdes y espacios públicos, tratándose por cierto, de una
extensión discreta. Sin embargo, no se aprovecharon las enormes posibilidades que ofertó
la reforma Urbana de 1956, para incrementar este patrimonio. Por el contrario, "el hambre
de tierra" que se desato a consecuencia de dicha medida, determinó la pérdida de las
colinas de San Miguel, Cerro Verde y las laderas del Ticti en los años 60, posteriormente
y, partir de esa misma época y a lo largo de la década de 1970, se perdieron extensas áreas
a orillas del río Rocha para la formación de barrios residenciales y equipamientos

130
Desde la óptica de los negocios inmobiliarios, el principio de escasez de tierras bien ubicadas, es la llave
para convertir distintas zonas de la ciudad en áreas de alto valor económico, aun cuando las mismas sean
técnicamente inapropiadas para la urbanización. La lógica del bien escaso y con fuerte demanda es el ideal de
todo buen negocio y frente a esta razón no existe ningún otro argumento valedero.
131
En esa perspectiva, la caza de casas viejas pero bien ubicadas para edificar torres, es un novísimo negocio
de la especulación inmobiliaria
132
El principio, muy valorado por el moderno urbanismo, de nuclear, concentrar, dar continuidad a los
espacios verdes, a los sitios de recreación, paseo, reposo y expansión del espíritu y el cuerpo, propiciando la
formación de parques urbanos, paseos ribereños, zonas de bosque en el interior de las urbes, fue
tempranamente abortado por el modelo de urbanización que se aplica en Cochabamba.
195

diversos133. Es innecesario extenderse sobre el drama del Parque Tunari, del que nos
ocuparemos un poco más adelante, pero si destacar que muchas plazas en la zona Sur,
particularmente carente de espacios abiertos, han sido sacrificadas para dar paso a
funciones comerciales134 Otros espacios permanecen como tierras ociosas o con precarias
medidas consolidatorias y, en este orden, ha resultado algo usual el fraccionamiento de
áreas verdes con cualquier pretexto o la entrega bajo régimen de comodato de sitios
inmejorables, a diversas instituciones, bajo condiciones y plazos que hacen casi
irreversible su sustracción a la propiedad pública.
El resultado de una tradicionalmente débil política de defensa de la propiedad pública,
además neutralizada por irresistibles intereses económicos ligados al suculento negocio de
la urbanización, ha dado por resultado que en la "ciudad-jardín" el déficit de áreas verdes
sean realmente asombroso. De acuerdo a fuentes municipales, (Los Tiempos, 22/03/1998)
el índice de áreas verdes/ habitante apenas alcanza a un metro cuadrado, cuando lo
prudente debiera ser entre 8,00 y 10,00 metros cuadrados135. Además se reconoce que de
las 30.000 hectáreas con que cuenta el municipio de Cercado, 7.500 están ocupadas por el
área urbana, 15.000 corresponden a áreas rurales en general muy erosionadas y con
asentamientos irregulares, 4.500 están dentro de la jurisdicción del Parque Tunari y las
restantes en zonas de serranía, incluyendo 224 en la laguna de Alalay. Observemos mejor
este panorama: de las 7.500 hectáreas que la Alcaldía reconoce como propiamente urbanas,
sólo 300 hectáreas ( 4 %) corresponden a áreas verdes. Obviamente, bajo la lógica de
urbanización imperante, la cantidad de hectáreas dedicadas a calles avenidas es muy
superior (el resultado de un cálculo grueso sugiere hasta un 25 % del área urbanizada, es
decir unas 1.875 hectáreas) y obviamente todo esto es muy normal, pues el secreto del
éxito de un loteo consiste en abrir calles para que llegue hasta el último recoveco, tanto el
transporte público como el privado, en tanto la cuestión de las áreas verdes, apenas es una

133
En este orden se destaca la irregular "donación" de tierras destinadas a áreas verdes que favoreció a la
Cooperativa San Martín de Porres, la formación del Barrio Militar, del Barrio de los Periodistas, el Hospital
Militar, el Tenis Club, el Colegio Loyola y numerosas instalaciones deportivas que han anulado la
posibilidad de contar con un cinturón verde a lo largo de las orillas del río. Lo poco que existe ha sido posible
gracias a las tierras ganadas al río por las obras de canalización.
134
Este ha sido el destino de la Plaza Calatayud, de la Fidel Aranibar y de la Esteban Arze entre otras.
135
La fuente mencionada reconoce que el Plano Regulador contemplaba 201 hectáreas de áreas verdes,
habiéndose producido un incremento de 80 hectáreas con el Plan Director de 1981, alcanzándose en la
actualidad a 300 hectáreas, de las cuales ni un 50 % llega a estar consolidadas y menos cumplen una función
social. En este cálculo municipal no se toman en cuenta los llamados parque metropolitanos, la colina de la
Coronilla, el cerro San Pedro, el parque Tunari ni la laguna de Alalay por tratarse de "áreas subutilizadas que
no cumplen su verdadero rol de área verde".
196

preocupación normativa que a muy pocos llama a desasosiego. Otro tanto ocurre,
finalmente, con el denominado Plan Director de Espacios Verdes, Sitios y Equipamientos,
cuya propuesta más importante: la creación de tres parques metropolitanos (Colcapirhua,
Arocagua y Pucara) no han pasado de la simple propuesta y, en la actualidad las áreas
destinadas a esos parques están afectadas por loteos irregulares.
Un segundo aspecto de la problemática, es la ampliación continua de la frontera de la
urbanización con la consiguiente destrucción de recursos naturales y áreas agrícolas.
Retornando muy brevemente al antecedente demográfico que complementa este fenómeno,
recordaremos que la ciudad de Cochabamba tenía 71.492 habitantes en 1945 y 404.102 en
1992, sin embargo, la densidad habitantes/hectárea en 1945 era de 59,6 y en 1992 de 52,
6136 (Ver Cuadro Nº 10)

Cuadro Nº 10
Cochabamba: Crecimiento de población, expansión física e índices de densidad (1945-
1992)
Censos Población Extensión Índice
perímetro Hab/Ha
urbano (has) aprox.(5)
1945 (1) 71.492 1.200 59,6
1967(2) 137.004 3.500 39,14
1972(3) 204.686 6.135 33,36
1992(4) 404.102 7.683.3 52,6

Fuentes: 1. Censo Municipal // 2. Censo Municipal // 3. Censo Nacional de


Población y Vivienda // 4. Censo Nacional de Población y Vivienda
5. Densidades brutas.

El crecimiento físico de la ciudad, entre 1945 y 1992, fue más acelerado que el crecimiento
poblacional, es decir, que si entre 1945 y 1992 (47 años) la ciudad ha quintuplicado su
población (en realidad el incremento es de 5,65 veces), en el mismo periodo el tamaño de
mancha urbana se ha sextuplicado (6,4 veces)137. De haberse mantenido la densidad de
136
Los índices de habitantes/hectárea que arrojaron los censos de 1967 y 1976 fueron de 39,14 y 33,36
respectivamente, es decir que expresan una caída dramática de la intensidad del uso del suelo en todo el
periodo de mayor crecimiento de la ciudad. Dicha densidad mejora en 1992, pero todo parece indicar que a lo
largo del siglo que concluye, no se sobrepasará el modesto índice de 1945
137
La población urbana, ha experimentado un incremento anual entre 1945-1992 de 7.076 habitantes entre
crecimiento vegetativo y migratorio. Esta población si hubiera sido acomodada en modelos residenciales de
180 habitantes/hectárea. hubieran requerido anualmente apenas 39 hectáreas de nuevas tierras urbanas. Sin
197

1945, es decir, ni siquiera habérsela mejorado como debiera ser el objetivo primordial de
cualquier plan urbano respetable, la incorporación de tierras naturales a la mancha urbana
no debió exceder las 6.782 hectáreas. No obstante un discreto mejoramiento de la densidad
de 1945 (por ejemplo: 70 habitantes por hectárea), hubiera significado una extensión de la
ciudad no mayor a 5.773 hectáreas! En suma, pudieron haber escapado a la voracidad
urbana entre 900 y 1.900 hectáreas 138. Estos hechos muestran la forma como se ha
derrochado el suelo urbano hasta conducirnos a la situación actual, en que finalmente tiene
lugar una tendencia a la densificación residencial, pero sin mayor planificación, dando
respuesta a requerimientos de residencia central de sectores económicamente solventes,
pero sin ninguna respuesta para los asentamientos periurbanos que son los que hacen
crecer horizontalmente la urbanización en forma permanente.
De acuerdo a lo propuesto por el Plan Director Urbano de Cochabamba en vigencia, las
proyecciones de ocupación del suelo dentro del perímetro urbanizado hasta el año 2010
(Ver Cuadro Nº 11), muestra que la tendencia al despilfarro en el uso del suelo no se ha
modificado en la actualidad y, no existen mayores razones para pensar que ello ocurra
hasta el 2010. Los ritmos de crecimiento demográfico y físico en la ciudad han sido
mayores a los previstos: la población de 1992 superaba ya con algo más de 80.000
habitantes la población proyectada por el Municipio en 1980 y ocupaba un 81 % más con
relación a la superficie prevista139. Si aceptamos la estimación de 210 kilómetros
cuadrados que sugiere Augusto Guzmán (1972) como la extensión aproximada de la
planicie del valle, ello permitiría inferir que en la actualidad la urbanización se ha
extendido sobre el 57 % del Valle Central, con la posibilidad de que esta expansión alcance
al 71 % hasta el año 2010.

embargo, la realidad es que la ciudad ha crecido a un ritmo de 137,9 hectáreas anuales, o sea ocupando 3,5
veces más del espacio necesario, sin contar el proceso demográfico y de expansión física que materializó la
conurbación Sacaba-Cochabamba-Quillacollo.
138
Una densidad bruta habitantes/hectárea considerada estándar en la comunidad de urbanistas fluctúa entre
90 y 120 habitantes hectárea, lo que expresa un razonable uso del suelo que combina moderadamente la
vivienda unifamiliar con alternativas de propiedad horizontal de altura media y elevada.
139
El ritmo de la urbanización en la conurbación ha sido tan intenso, que la propia H. Alcaldía reconocía la
ocupación de alrededor de 12.000 hectáreas en el Valle Central (Los Tiempos, 06/10/1997 y 22/05/1998).
De acuerdo a los datos del censo de 2001 publicados por el Instituto Nacional de Estadística, en la ciudad y la
conurbación habitan 767.136 habitantes y los mismos, han rebasado ampliamente la superficie que debían
ocupar de acuerdo a la propuesta del Plan Director. Dicho de otra manera: cerca de 800.000 habitantes
ocupan actualmente unas 12.000 hectáreas en el valle central, frente a la visión optimista de unos 900.000
habitantes ocupando 10.547 hectáreas en el año 2010. Si por curiosidad, arriesgamos vaticinios para el
venidero 2010, podríamos apostar una población de 1.000.000 habitantes en el Valle Central ocupando
probablemente unas 15.000 a 16.000 hectáreas
198

Cuadro Nº 11
Cochabamba: Proyección de población, superficie bruta y densidad bruta que
contempla el Plan Director hasta el año 2010

Áreas Población proyectada al Superficie bruta en Densidad bruta


2010 hectáreas en hectáreas
Radio urbano de Cochabamba 328.376 4.244 77,3
Área de expansión futura externa 317.974 3.033 104,8
Área de uso restringido 236.450 3.270 72,08
TOTALES 882.800 10.547 83,7
Fuente: Memoria descriptiva del Plan Director Urbano de Cochabamba

Desde el punto de vista de la densidad, vemos que esta, como promedio en la conurbación
no excede a 66,6 habitantes por hectárea, lo que expresa un nivel de uso de l suelo discreto,
es decir poco intensivo. Obviamente este índice, como todo promedio, esconde situaciones
de uso intensivo en algunas zonas de la ciudad, pero se equilibran con otras zonas donde
dicha tasa expresa situaciones de baja intensidad. Lo patente es que este proceso, es el
resultado de las fuerzas económicas y sociales que mueven el mercado de tierras, y no
necesariamente, de las previsiones de la planificación. Ello expresa una vez más, por una
parte, la capacidad de la ciudad para crecer con independencia de los episodios de crisis o
auge de la economía140, y por otra, que este crecimiento al ser el resultado del cálculo que
realizan miles de operadores (ofertantes y demandantes de tierra urbana) reproduce
continuamente aquello que se deseara evitar: subocupación del suelo urbano y continua
destrucción de recursos naturales.
Ampliando el horizonte del análisis a la situación del Valle Central, una primera y
preocupante constatación, es que sobre este reducido marco geográfico (no más de 0.5%
del total del territorio departamental) se establece el grueso de la población urbana del
departamento, permitiendo que, pese a las contradicciones internas que hemos constatado,
el mismo presente las tasas de densidad territorial más altas del país. En términos globales,
de acuerdo al Censo nacional de 1976, la población del Departamento de Cochabamba
140
En una formación social con las características de la cochabambina, donde el incipiente desarrollo
industrial y el estancamiento del agro no alientan inversiones en la esfera productiva, se abre el amplio
espacio de la especulación inmobiliaria como una alternativa real para proteger el valor del circulante y
obtener rentas superiores a todo lo que puede ofertar el sistema bancario. Esta es la razón por la cual, la
compra de tierras rústicas y su venta bajo la modalidad de lotes urbanos, se constituye en un negocio
atractivo y, sobre todo, en una instancia eficaz para acumular capital sin muchos riesgos. Por tanto, la tierra
es una mercancía apetecible, ya sea como vehículo de preservación del valor del capital-dinero en épocas de
inestabilidad monetaria; o como bien económico que permite buenos dividendos en situaciones de
crecimiento económico.
199

alcanzaba a 720.952 habitantes, de los cuales, 272.100 (el 37% del total) eran habitantes
urbanos, de estos unos 230.000 vivían en la ciudad de Cochabamba y otras localidades del
Valle Central, es decir, que aquí se concentraba el 84,5 % de la población urbana
departamental. De acuerdo al censo de 1992 la población departamental asciende a
1.110.205 habitantes, de éstos, 580.188 (52,25 %) son habitantes urbanos, y de este
universo, 516.136 personas, o sea, el 88, 96 % de la población urbana han fijado
residencia en la ciudad de Cochabamba y la conurbación. Finalmente el censo de 2001
establece que dicha población departamental alcanza a 1.455.711 habitantes, de los cuales,
856.752 (58,85%) son habitantes urbanos, de estos, 761.136 (88,84%) se concentran en la
ciudad y la conurbación.
Aquí se debe destacar un acontecimiento, por cierto extraordinario: la ruptura definitiva, en
la última década del siglo XX, de la vieja tendencia histórico-demográfica que convertía a
Cochabamba en un baluarte de la vida rural, cuyos rasgos impregnaban el conjunto de la
formación social. Ciertamente que la acelerada urbanización departamental, no
corresponde al imaginario de pueblos, villas y ciudades intermedias pujantes y en pleno
desarrollo, sino a la rauda urbanización del insignificante Valle Central en contraste con la
lenta agonía de extensas zonas rurales semi ocupadas que abarcan más del 90 % del
territorio departamental.
Esta forma desequilibrada de ocupación del territorio, no expresa otra cosa, que la
dimensión físico-espacial de las anomalías de nuestro modelo de desarrollo, es decir, la
configuración de un sistema urbano departamental que se estructura en torno una
conurbación mal llamada "área metropolitana"141, la misma que ejerce una primacía
absorbente sobre el conjunto de los núcleos urbanos próximos y lejanos. En suma, la
excesiva concentración de población, pero además, de recursos de diferente orden, de
inversiones e infraestructura en el Valle Central, expresa dramáticamente el exagerado
desequilibrio y la desproporcionalidad de dicho sistema urbano departamental, así como la
extrema desigualdad en los ritmos del desarrollo de este restringido ámbito geográfico
frente al resto de la región.

141
El actual conglomerado urbano del valle Central, no puede tipificarse como "área metropolitana" por no
poseer los rasgos de esta jerarquía de asentamiento humano, es decir, no despliega una estructura funcional
eficiente que corresponde y apoya a un fortalecido aparato productivo industrial o agroindustrial, así como un
nivel de gestión centralizado y un sentido de consumo del suelo vinculado a la lógica de promover y apoyar
dicho aparato productivo. Lo que presenciamos es un fenómeno de conurbación, es decir, un exceso de
crecimiento físico funcionalmente desvertebrado, no articulado a un crecimiento de la esfera de la
producción, pero si, a un manejo especulativo y a un consumo improductivo del ya escaso suelo urbano.
200

La ironía de esta realidad es manifiesta: la macrocefalia urbana que destruye los recursos
naturales y el medio ambiente en el Valle Central, no representa otra cosa que un
abigarrado conglomerado que combina informalidad, pobreza, fastuosidad, derroche, pero
sobre todo falta de pudor al exhibir sin remilgos su marcada improductividad y su afán
mercantil, además de acaparar sin tasa ni medida cuanto recurso genera el departamento.
En el otro extremo, la realidad de una región que pese a todo continua siendo
eminentemente agrícola, pero cuyos espacios productivos permanecen enterrados en el
estancamiento, el abandono, el éxodo de sus habitantes y el olvido.
Las dos problemáticas analizadas (mercado especulativo del suelo y expansión urbana articulada a factores
estructurales que la promueven) nos permiten establecer la raíz estructural de la crisis ambiental, cuyas
características pasaremos a examinar:

La contaminación ambiental es el efecto más visible del deterioro del medio ambiente en
el Valle y la ciudad142. Las principales causas de contaminación son en general las
emisiones de gases de los motores de los vehículos que utilizan combustibles fósiles, las
emanaciones industriales de gases tóxicos diversos, las emanaciones de las prácticas
consumistas de la vida moderna que producen cloro-fluor-carbonos, monóxido de
carbono, hidrocarbonatos, oxidantes fotoquímicos y otros gases llamados de "efecto
invernadero", que de una u otra manera tiende a empeorar con el continuo incremento de
población urbana y el crecimiento de mercados de consumo de automotores y otros bienes,
además de la creciente generación de residuos sólidos deficientemente tratados 143.
142
Con la aceleración de la urbanización a escala planetaria, el tema del medio ambiente ha pasado a ocupar
un lugar destacado en la consideración de los problemas que deterioran la calidad de vida de las ciudades y
frenan el desarrollo adecuado de las mismas, por ello, las políticas de preservación ambiental son vistas como
algo vital en el contexto de cualquier estrategia de desarrollo urbano. Es sabido que las ciudades son ámbitos
de grandes transformaciones ambientales, donde virtualmente están presentes todos los efectos de las
modificaciones y destrucciones de los sistemas ecológicos que ocasiona el desarrollo, particularmente en las
ciudades de los países menos desarrollados, siendo la ciudad y el Valle de Cochabamba un ejemplo patético
de esta situación. Los cambios atmosféricos asociados con la urbanización incluyen cambios en la radiación
solar y en el régimen de lluvias, incremento en la nubosidad y la creación de "oasis urbanos calurosos"
inmersas en las típicas cúpulas de polvo y, en cuyo interior, circulan corrientes de aire caliente que
polucionan toda la ciudad. Sin embargo, lo más preocupante es la generación cotidiana de elevados niveles
de aire contaminado y nocivo a la salud.
143
En muchas ciudades que se han desarrollado sin control destruyendo irreversiblemente sistemas
ecológicos, de por sí frágiles, como ocurre con nuestro valle, el fracaso de los sistemas de provisión de agua
y la recolección y tratamiento irregular de los deshechos sólidos, que tiene como consecuencia inmediata el
desperdicio y la contaminación de los recursos hídricos, pone en serio peligro el ciclo natural del agua, es
decir una tendencia a un consumo superior del agua que la capacidad de reponerla en las fuentes primarias,
las mismas que por otro lado, están expuestas a procesos de erosión incontrolada de las cuencas, lo que
provoca su merma continua. Estos problemas ambientales brevemente enumerados y otros más, han sido
tipificados como factores negativos para calificar la eficiencia de las ciudades en orden a generar iniciativas
que las integren a la economía internacional o economía global, que hoy por hoy, emerge como el requisito
de viabilidad del desarrollo urbano sostenible, es decir, la posibilidad razonable de una transformación
201

Inicialmente llamaremos la atención del lector sobre la no disponibilidad, hasta donde ha


sido posible indagar, de un estudio serio y exhaustivo sobre la contaminación atmosférica
en Cochabamba. En todo caso, como es sabido, este es un valle cerrado, cuya planicie está
a unos 2.500 metros sobre el nivel del mar, pero los contrafuertes cordilleranos que le
rodean alcanzan a 3.700 metros como promedio. El drenaje natural del valle depende
únicamente del río Rocha y numerosos torrentes que lo alimentan. Los vientos que lo
circulan no garantizan una adecuada renovación del aire, en la medida en que dichas
corrientes al ascender para remontar la cordillera del Tunari, se enfrían y densifican,
evitando que los diversos contaminantes atmosféricos contenidos en las capas de aire
caliente también remonten la cordillera y abandonen el valle, de esta forma, se produce la
burbuja de aire sucio (efecto invernadero) que ya forma parte del moderno paisaje valluno,
particularmente en épocas de estío144.
Existe pleno consenso en admitir que aire que se respira en la ciudad esta contaminado,
pero a ciencia cierta no existe una fuente oficial que defina la gravedad de esta
contaminación con análisis serios, que nos permita comparar nuestra contaminación local
con otras del continente, que se sitúan entre las más famosas y elevadas del mundo. En
todo caso, pasaremos a examinar las precisiones que tentativamente han desarrollado
algunas instituciones y profesionales del medio. Uno de los análisis más minuciosos
(Rolón, Los Tiempos 15/09/1996), sostiene que Cochabamba esta afectada por un
"aerosol flotante y polvoriento, una bruma seca y sucia" que eventualmente se limpia con
las primeras lluvias, pero que adquiere una condición crítica favorecido por las
características topográficas del valle. Al respecto se anota que en Cochabamba, las masas
frías cordilleranas "se precipitan a manera de cuña y solevantan a la masa caliente local
citadina" produciéndose así "la sucia capa de inversión térmica" antes citada y que si se
estabiliza sobre la ciudad por un tiempo prolongado, concentra todos los poluyentes y
contaminantes con riesgo para la salud de los habitantes 145. Esta contaminación, a lo largo

productiva de economías terciarias combinada con una eficaz lucha contra la pobreza. Esta es la razón para
que la prensa internacional, los gobiernos y las agencias internacionales de desarrollo, produzcan toneladas
de bibliografía y material informático dedicado a este tema.
144
Según Eduardo Scott M.(Los Tiempos, 15/07/1993), el valle de Cochabamba tiene características
topográficas que lo definen como el menos ventilado de todos los valles de Bolivia, tanto por la presencia de
la cordillera del Tunari al Norte, como por la elevación paulatina del valle Alto al Este, aspecto que incide en
la escasa ventilación de los volúmenes de aire caliente a niveles de 4.500 a 6.000 metros de altitud,
agravándose este problema en el área urbana por la presencia de la serranía de San Pedro y otras hacia el Sud.
145
Rolón añade que en los valles cochabambinos, los vientos soplan siguiendo los ejes longitudinales de su
desarrollo topográfico, trasladando los poluentes hacia los extremos laterales de la alta montaña, donde luego
se acumulan para "resbalar" nuevamente sobre el fondo del valle. Esto ocurriría permanentemente en el caso
202

del día sufre fluctuaciones vinculadas con los patrones de la actividad urbana. Así, el
creciente incremento de edificios altos con grandes superficies reflejantes, el incremento de
superficies pavimentadas con diversos materiales, aumentan a su vez la temperatura
ambiente en el interior de la ciudad (entre 1,2 a 8º) con respecto a zonas rurales. Por otro
lado la proliferación de edificaciones tiende a generar torbellinos de aire al establecerse
diversos gradientes térmicos locales, que al arrastrar polvo y basura generan
contaminación146. Según Rolón la columna vertebral de la polución es el eje vehicular
Sacaba-Cochabamba-Quillacollo. Sin embargo, esta contaminación tiene un carácter
estacional y de cronicidad anual, de ahí que "las bronquitis, catarros y otros trastornos
pulmonares respiratorios sean parte del calendario cochabambino". Diferentes estudios
realizados por unidades universitarias de la UMSS como el Centro Universitario de
Ecología y Medio Ambiente (CUEMAD) y el Programa de Alimentos o la propia Alcaldía
de Cochabamba y otras instituciones, coinciden con los rasgos anteriores, aunque siempre
manteniendo un tono apreciativo ante la ausencia de medios especializados para realizar
una medición exacta de la composición del aire que se respira en la ciudad147.
De acuerdo a la Oficialía Mayor de Desarrollo Humano y Medio Ambiente de la Alcaldía
de Cochabamba (Los Tiempos, 13/06/1999), la atmósfera urbana estaría recibiendo el
aporte de 50 toneladas de contaminantes que provienen del parque automotor, las
industrias, la quema de leña y actividades domésticas, estimándose que cada habitante de
la ciudad absorbe en forma cotidiana unos 200 gramos de diversos contaminantes, aunque
de Cochabamba.
146
De acuerdo al estudio de Rolón Anaya, en la atmósfera cochabambina están presentes gases como el
monoxido de carbono (CO) originados por las emanaciones vehiculares, el bióxido de azufre (SO2) emitido
por el sector industrial, hidrocarburos provenientes del quemado defectuoso que produce la defectuosa
carburación de los motores, óxidos de nitrógeno (NO y NO2) atribuibles a la industria y el transporte, además
polvo o "partículas suspendidas totales" compuesto de partículas de origen mineral, incluyendo además
arcillas y limos livianos, pero según las características térmicas de la inversión térmica navegan en su
atmósfera partículas más pesadas, cuya densidad se relaciona en forma directa con las condiciones de
temperatura, humedad y régimen pluvial
147
El Programa de Alientos de la UMSS desarrolló un estudio sobre la presencia de material particulado en
suspensión (polvo respirable) y material particulado sedimentable (polvo de mayor granulometría que se
asienta en los objetos) en zonas de mayor concentración humana. Según este estudio el límite tolerable de la
presencia de material particulado es de 250 a 350 microgramos por metro cúbico, en el caso de Cochabamba,
este índice oscilaba en 1992, entre 220 y 230 microgramos dependiendo de la hora y el lugar, y por tanto no
representaría un problema en sí, pero sumado a otros agentes contaminantes, se constituye en un verdadero
problema para la salud(Los Tiempos, 22/07/1992). Para el CUEMAD el aire de Cochabamba contendría
sustancias contaminantes como el monóxido de carbono, el oxido de nitrógeno, hidrocarburos y oxidantes
fotoquímicos producidos por el elevado parque automotor, la actividad industrial y los residuos sólidos (Los
Tiempos, 04/10/1994), La Alcaldía, en diversas oportunidades ha reconocido que el déficit crónico de
infraestructura básica, pavimentación y áreas verdes que padecen diferentes zonas de la ciudad,
particularmente la periferia, es fuente de polución atmosférica por el aporte de polvo en suspensión, sobre
todo en las épocas de estío.
203

este índice puede fluctuar según el lugar de la ciudad donde se tenga residencia 148. La
composición de esta dosis diaria de contaminantes que ingerimos, proveniente de "fuentes
móviles" sería la siguiente: un 43% compuesto por partículas artificiales, carbón, hollines,
polvo y ceniza; un 27 % por monóxido de carbono producido por la combustión
incompleta de carburantes; un 13 % de óxidos de nitrógeno por combustión de los
derivados del petróleo, un 12 % de óxidos de azufre, en deposición seca, en forma gaseosa
o de aerosoles de "smog" que se manifiesta en la inversión térmica, además de
hidrocarburos y ozono, contaminantes secundarios de acción asociada a los rayos
ultravioletas por fuentes naturales como la descomposición bacteriana y procesos
biológicos diversos. Las "fuentes fijas" como las industrias, las ladrilleras y las actividades
comerciales, sobre todo aquéllas a cielo abierto, contribuirían con un 30 al 32 % del
proceso de contaminación del aire urbano. Su aporte estaría dado por la presencia de
partículas en suspensión de hollines provenientes de la combustión de la madera y la
biomasa en general, en un rango del 9 al 15 %, dependiendo de la temporada seca o
lluviosa. Monóxido de carbono con un aporte del 65 % proveniente de fuentes naturales
por oxidación del metano, descomposición de cultivos, fermentación en canales de riego,
torrenteras, botaderos de basura y el río Rocha; sin embargo, el 35 % procede de
ladrilleras. Otros aportantes serían los óxidos de nitrógeno como el óxido nítrico
proveniente de la descomposición de compuestos nitrogenados que se encuentran
generalmente en deposiciones fecales en aguas estancadas, canales de riego, lagunas de
estabilización y, una vez más, el río Rocha, por que allí se vierten aguas servidas. Además,
el óxido de azufre, por oxidación del sulfuro de nitrógeno producido por la descomposición
de materias orgánicas registrada en las curtiembres, en las torrenteras, canales de riego y el
río Tamborada.

148
Para la Oficialía Mayor de Desarrollo Humano y Medio Ambiente los polucionantes que contaminan
nuestra atmósfera serían: el dióxido de azufre(SO2) proveniente de la combustión de sustancias que
contienen azufre, sobre todo en el caso de las industrias; el monóxido de carbono (CO) proveniente de los
escapes de automóviles y el humo de los cigarrillos; óxidos de nitrógeno (NO), en este caso, el monóxido y el
dióxido de nitrógeno producido por industrias que utilizan ácido nítrico, sistemas de calefacción y humo de
tabaco; hidrocarburos (HC) provenientes de refinerías, industrias plásticas, pinturas y talleres de automóviles:
plomo (Pb) proveniente de combustibles fósiles no tratados y antidetonantes de automóviles; ozono (O3) que
forma parte de oxidantes fotoquímicos; partículas de polvo, además de otros contaminantes como el ácido
clorhídrico producido por la quema de plásticos, el ácido fluorhídrico y los floruros producidos por la
industria y las ladrilleras, los metanos y el ácido sulfhídrico producido por las curtiembres y las industrias
papeleras y el dióxido de carbono, que es uno de los responsables de la inversión térmica, producido por la
combustión de la gasolina.
204

De acuerdo a la repartición municipal citada, resultados técnicos y "no especulativos"


sobre la contaminación atmosférica "son alarmantes". En este orden, un 68 al 70 % de la
contaminación atmosférica proviene del parque automotor y, el saldo restante de la
industria, las ladrilleras y la enorme actividad comercial concentrada en ciertas zonas de la
ciudad149.
Como se ha podido comprobar, las dos principales fuentes de contaminación provienen de
la combustión de los vehículos motorizados y del polvo proveniente de las zonas urbanas y
suburbanas que carecen de infraestructura básica. Ambas causas están estrechamente
vinculadas con las características del modelo urbano predominante: fuerte densificación
plurifuncional en el centro urbano y dispersión residencial en la periferia Con relación al
primer aspecto, diversas fuentes (Organismo Operativo de Tránsito, H. Alcaldía,
Federación de Transportistas) admiten que solo en la última década, el parque automotor
prácticamente se cuadruplicó. Si bien, las cifras exactas no son uniformes 150, se puede

149
Un estudio realizado, con auspicio municipal por la Misión de Nantes (Francia), Rosario (Argentina) y el
Municipio local, señala que en la ciudad de Cochabamba existen tres zonas de impacto ambiental: alto,
moderado y bajo. En las zonas consideradas de impacto alto, que comprenden la jurisdicción del Parque
Tunari, Quillacollo, Sacaba, barrios de la zona Sur de Cochabamba (particularmente Valle Hermoso y
Champa Rancho) así como el propio centro de la ciudad, donde se concentran la mayor cantidad de gases de
los motorizados, se alcanzan niveles de contaminación por encima del 14 % de los niveles permisibles. En
esta zona, la mayor parte de las calles (excepto el centro) son de tierra y soportan una mayor intensidad de
partículas en suspensión, que además recibe el aporte de fogones (planchitas, pollos a la leña, parrillas y otros
paquetes alimenticios) que se ubican en zonas de alta densidad comercial de tipo popular; a lo anterior, se
suman ladrilleras a leña y gas que también contaminan el medio ambiente. Las zonas de impacto moderado
rebasan el 10 % de los límites de contaminación tolerable, constituido principalmente por partículas en
suspensión que desprenden las industrias; esta zona está constituida por los barrios residenciales que rodean
el centro histórico y también los que colindan con el río Rocha. Las zonas de impacto bajo, donde se
registran niveles inferiores al 10 % del límite permisible comprenden los barrios residenciales alejados de la
actividad industrial y que poseen todos los servicios básicos urbanos. Se trata de los barrios de Muyurina,
Lomas de Aranjuez, Cala Cala, Temporal y otros tipificados como residenciales de sectores de ingresos altos
y medios Según la portavoz de la Oficialía Mayor de Desarrollo Humano y Medio Ambiente en esa época,
Maritza del Castillo, Cochabamba se encuentra encerrada en una masa gaseosa, conocida comúnmente como
"trampa de aire" que se puede expandir si no se toman las medidas adecuadas. Se afirma que este proceso
puede ser considerado "normal", si se compara la situación de otras ciudades, consuelo poco convincente por
cierto. Hasta fines de la década de 1970, la contaminación no era tan marcada por que la humedad de las
fuentes acuíferas permitía disolver las partículas en suspensión. Sin embargo, Cochabamba durante las
últimas cuatro décadas ha perdido una gran cantidad de reservas acuíferas, ha recibido el impacto de un
irrefrenable proceso de deforestación y por ultimo ha experimentado una incontrolable ampliación de la
frontera urbana a costa de la destrucción de tierra laborables, a lo que se suma el hecho de que la ciudad se
encuentra dentro de una franja de desertificación que impone muchos riesgos ambientales, incrementados por
el hecho de que la ciudad se encuentra rodeada de macizos cordilleranos y serranías que determinan que el
valle no tengan un flujo de vientos adecuados para una buena ventilación. A todo esto, todavía se suma el
factor altitudinal: los asentamientos humanos densos se despliegan entre 2.500 y 2770 metros, hecho que
favorece al fenómeno de inversión térmica, al hacer que las laderas se calientes más que el fondo del valle
por reflexión de la luz solar.
150
El parque automotor de la ciudad de Cochabamba, de acuerdo al organismo Operativo de Tránsito
ascendía) 89.120 vehículos en noviembre de 1997, correspondiendo 37.987 unidades al transporte público,
2.069 al sector oficial y 48.668 al sector privado (Los Tiempos, 05/11/97). El mismo organismo, en 1998
205

considerar que las mismas se aproximan rápidamente a las 100.000 unidades, sobre todo
por que en los últimos años la importación de vehículos a medio uso ("transformers")151
provenientes de Chile, Japón y otros países, ha posibilitado el acceso de diversos modelos
a amplios sectores de clase media. Las graves consecuencias de este fenómeno determinan
que un volumen considerable de motorizados, contribuyan al deterioro ambiental debido a
la combustión incompleta de los carburantes, arrojando cantidades importantes de
monóxido de carbono, hidrocarburos, plomo, hollín y óxidos de nitrógeno a la atmósfera
152
urbana, sobretodo en el centro de la ciudad Otra fuente de contaminación vinculada con
la anterior sería la gasolina que refina YPFB, si bien al respecto no existen estudios
técnicos consistentes153, no se puede descartar del todo este factor, aunque la fuente
principal se originaría en la existencia de un número mayoritario de motorizados con un
uso intensivo que sobre pasa su vida útil. Por último, el Plan de Vialidad y Transporte,
fuente de un prolongado conflicto entre el Municipio y los sindicatos de transportistas,
hasta la fecha no muestra sus bondades: los cuadros de embotellamiento y tránsito lento
por el centro de la ciudad y otras zonas, no han mejorado y en este orden, los factores de
contaminación que se originan en frenadas y arranques excesivos se mantiene sin
alteración154. Dicho plan, al no tener objetivos de mejoramiento ambiental explícitos, se
limita a intentar, sin éxito hasta el momento, a agilizar el tráfico vehicular pero sin intentar
cambios de fondo, o sea avanzar hacia nuevas alternativas de transporte público.
reconocía la existencia de 88.744 motorizados entre particulares, públicos y oficiales (Los Tiempos,
22/11/1998).
151
Referencia al cambio de ubicación del volante que era necesario efectuar, para su uso en Bolivia
152
De acuerdo a fuentes del Concejo Municipal, un 60 % de los vehículos del servicio público y particular
contribuyen a la contaminación ambiental. (Los Tiempos, 07/06/1997). Un muestreo de motorizados
realizado por la Asociación Automotriz de Cochabamba entre 1996 y 1998, sugiere que en el primer año
citado un 55 % de los motorizados eran contaminantes, esta cifra ascendió hasta un 78 % en enero de 1998
(Suplemento de Opinión: Comunidad de 1º/02/1998).
153
El técnico suizo Juerg Gretter de la empresa ProEco(Programa Ecológico en Centro América) interesado
en el Proyecto de la estación Municipal de Control de Gases del Parque Automotor de Cochabamba, sostiene
que el octanaje de la gasolina de YPFB solo tiene 85 octanos en lugar de 90 y "contiene plomo". Dicho
técnico sugirió el uso de catalizadores, pero a condición del uso de una gasolina sin plomo, "con lo que se
podría mejorar la calidad del aire entre un 40 y un 60 %". A este respecto añade: "Un vehículo sin catalizador
contamina tanto como 25 vehículos con catalizador(...)es decir, los 80.000 vehículos en Cochabamba
contaminan lo mismo que los 2,5 millones de vehículos en Estados Unidos"(Los Tiempos, 06/10/1995). En
contrapartida a estos puntos de vista, el Ing. Edmundo Salvatierra, gerente industrial de YPFB, señaló que
dicha institución quitó la presencia de plomo en la producción de la gasolina, a partir de 1995, cumpliendo
con las normas establecidas por la Secretaría Nacional de Medio Ambiente, añadiendo que la contaminación
proviene de "los motores desafinados que circulan en las calles"(Opinión, 08/10/1995).
154
Un estudio realizado por la Lic. Dorotea Montes (Universidad nº2 - 05/03/1998), afirma que la
contaminación que ocasionan los motorizados se incrementa debido a las obstrucciones de automóviles en
cadena, a las frenadas que realiza el usuario, a autos detenidos con el motor encendido y a aceleraciones
reiteradas en cortos tramos. Esto es justamente lo que ocurre a cada momento en las zonas de congestión
vehicular.
206

Finalmente, con relación al segundo aspecto, a la masa gaseosa de residuos de


combustibles fósiles que respiran los habitantes de la ciudad se suma el aporte de toneladas
de polvo (partículas sólidas en suspensión) de origen mineral y orgánico, además de gases
industriales diversos. En este caso, el motor que origina este proceso, es la propia
urbanización, la acelerada destrucción de tierras de cultivo y la continua producción de un
tejido urbano precario y totalmente desprovisto de cualquier clase de servicio urbano,
excepto el transporte. Observemos brevemente esta situación:
Dentro del panorama de penurias en materia de infraestructura básica que exhibe la ciudad,
sin duda, el agua alcanza el rango de popularidad más elevado, no solo por afectar a todos
los sectores de la población, sino también por ser uno de los problemas históricos no
resueltos durante varios siglos. Sin ánimo de entrar en la descripción abrumadora de la
crisis del agua, que de por sí, dado su novelesco desarrollo, se convierte en una
"especialidad temática", nos limitaremos a puntualizar que el fondo del problema se
expresa en la brecha irresoluble entre una creciente demanda de consumo provocada por el
rápido crecimiento demográfico y urbano y la cada vez más modesta capacidad de oferta
que detenta SEMAPA por causas técnicas, pero sobre todo financieras, todo ello agravado
por un cuadro de interminables debates en torno a soluciones factibles o utópicas, matizado
por sequías, conflictos sociales en torno a este tema y la paulatina destrucción de los
escasos recursos hídricos disponibles155.
155
Un estudio realizado por Carmen Ledo en 1994, muestra que la distribución espacial de este servicio se ha
concentrado fuertemente en la zona central y las zonas residenciales de la ciudad, en desmedro de una
gradual carencia de estos servicios en zonas próximas a la periferia urbana y, absoluta en los llamados barrios
de emergencia o "barrios pobres". Pese a que en los últimos años se han desarrollado esfuerzos para expandir
el servicio de agua potable hacia zonas tradicionalmente excluidas, la situación deficitaria no ha dejado de
incrementarse, por la simple razón de que el proceso de crecimiento de la ciudad es más veloz que el esfuerzo
técnico y financiero que desarrolla SEMAPA para aminorar esta brecha. De acuerdo al censo de 1992, cerca
de 30.000 hogares, no recibían abastecimiento de agua potable por cañería, en contraste con 18.461 hogares
que, de acuerdo al Censo de 1976 padecían de esta situación.
De acuerdo a un estudio del Centro Regional de Acción Ambiental (CREAMOS) apoyado en fuentes de
SEMAPA, la explotación de los pozos profundos arroja un caudal de 400 l/s y se tenía la esperanza de
incrementar este caudal hasta 600 l/s en el año 2000, sin embargo se vaticina una caída de esta producción
hacia el 2005 por posibles futuras sequías, reconociéndose que en general las aguas subterráneas del valle
central tienen un potencial limitado y por tanto solo pueden constituir una alternativa para cubrir los déficit
de las fuentes superficiales. Incluso considerando la puesta en marcha del legendario Proyecto Múltiple
Misicuni en los próximos años, la demanda de agua potable podría fácilmente superar la oferta hasta en un
300 %.(Universidad nº32, 08/02/1995). En 1997, el Servicio Municipal de Agua Potable y Alcantarillado
(Presencia, 24/08/1997), admitía que un 36 % de la población no estaba atendida. En este orden, SEMAPA
reconoce que unos 170.000 habitantes de la ciudad de Cochabamba, sin contar la conurbación, se abastecen
de agua distribuida en carros cisterna, obtenida sin mayores cuidados, en vertientes, riachuelos, lagunas y
otras fuentes de dudosa salubridad. La demanda, considerando sólo el universo de usuarios atendidos exigía
una provisión de 960 l/s a través de 45.550 conexiones domiciliarias, pero solo era posible proporcionar 756
l/s, en tanto el incremento de la demanda anual es de 100 l/s, es decir que para este año (1999), dicha
demanda habría superado holgadamente los 1000 l/s, en cinco años es demanda alcanzaría a 1.500 l/s y así
207

El tema del servicio de alcantarillado, pese a ser igualmente grave, sufre además de un
desmerecido segundo plano en la jerarquización de los problemas urbanos. El Censo de
1992 mostró que SEMAPA apenas había logrado consolidar una cobertura del 57 %,
atendiendo tan solo a 293.503 usuarios. En buenas cuentas, este servicio solo está presente
en la zona central y los barrios residenciales de la ciudad. En 1997, SEMAPA reconocía
que su cobertura apenas cubría el 45 % de la población urbana (Los Tiempos 21/10/1997).
En la actualidad, la institución citada reconoce que unas 200.000 personas (unas 40.000
familias) carecen del sistema de alcantarillado sanitario y este índice, por las mismas
razones descritas para el problema del agua, tiende a ampliarse 156. El impacto ambiental de
esta situación no deja de ser preocupante. La ausencia de drenaje, obliga a la población al
uso de alternativas como los populares pozos sépticos, sin embargo, SEMAPA reconoce
que el 75 % de éstos están defectuosamente ejecutados y por tanto contaminan las napas
freáticas que luego son utilizadas en riego y, lo que peor, en consumo doméstico. Para
empeorar situación, un 20 % de la población (conservadoramente unas 40.000 personas),
realizan sus necesidades biológicas al "aire libre", aportando con partículas fecales,
procedentes principalmente de las colinas y faldas cordilleranas que rodean la ciudad, a la
masa de aire contaminado que se respira en el centro y otros barrios urbanos.
Un tercer tema sensible es el de la basura, observemos brevemente algunos aspectos de
este problema: para comenzar, no existe una precisión sobre la cantidad de residuos sólidos
que genera la ciudad en forma diaria. Según Vargas y Zegada (1992), el Municipio en
1988 estimaba que la ciudad producía unas 220TN/día a un promedio de 0,53
kilos/habitante. En 1994, la Empresa Municipal de Saneamiento Ambiental (EMSA)
estimaba que la producción de basura alcanzaba a 280TN/día con una generación per
capita de 0,50Kg./día. En fin. La Dirección de Planificación del Municipio, en 1995,
estimaba la producción 0,689Kg./día/habitante lo que implicaba un volumen global de
basura de 320TN/día. De acuerdo a Galarza (1997), la composición física de dichos

sucesivamente, en tanto la capacidad de SEMAPA para incrementar el caudal, bajo las condiciones actuales
no llega a 30 l/s por año. Esta situación, que durante décadas ha sido administrada a través de los
tradicionales racionamientos, ha obligado a los cochabambinos a buscar soluciones particulares, de esta
forma, de acuerdo a la Sociedad de Ingenieros Geólogos, se estima que sólo en la Provincia Cercado existen
más de 5.000 pozos perforados, que constituyen una solución muy eventual, temporal y en la mayor parte de
los casos con caudales insignificantes. Finalmente, Los geólogos vaticinan que hasta mediados del siglo XXI
las lagunas cordilleranas podrían desaparecer y la perforación indiscriminada de pozos para explotar las
cuencas subterráneas acelerarían la conversión de Cochabamba en un desierto, una vez más la solución para
evitar esta grave amenaza es la explotación de la Cuenca de Misicuni (Presencia, edición citada).
156
De acuerdo a los resultados arrojados por el Censo de 2001, de 123.477 hogares, solo el 66 % de los
hogares (81.563) contaban con servicio de alcantarillado.
208

residuos sólidos presenta un alto porcentaje de materia orgánica (75 a 80 %), rasgo propio
de poblaciones con elevados índices de pobreza. Con relación al sensible tema de
recolección de la basura, la propia Alcaldía reconocía que este era obsoleto, con la
circunstancia agravante de un mantenimiento inadecuado de los escasos carros basureros y
las acostumbradas penurias financieras, atendiendo el servicio en el mejor de los casos, al
60 % de la población, situación que estimulaba la formación de basurales permanentes en
diferentes zonas de la ciudad (Opinión, 18/06/1993). A partir de 1995, la creación de
EMSA y un crédito estatal permite la modernización de los equipos y una mejora del
servicio, hasta cubrir prácticamente la totalidad de la ciudad (dentro de los limites de
Cercado), de esta forma se recolectan unas 200TN/día de basura. Este material es
depositado en el botadero municipal de Kara Kara, donde dicha basura es compactada y
cubierta por capas de tierra (relleno sanitario), que de todas formas no elimina los riesgos
de contaminación ambiental157.
Por último, un estudio realizado por Gordillo et al (1995), mostraba que de 112.639
viviendas censadas en 1992 en toda la conurbación, solo el 30,37 % (unas 34.204
viviendas) merecían el calificativo de "buenas", es decir que contaban con excusados con
descarga, servicios sanitarios con desagüe, agua por red interna y energía eléctrica. Un 16,
67 % de las viviendas mencionadas presentaba condiciones "aceptables", es decir, que en
este caso, solo tres de los cuatro servicios mencionados se podían calificar como
adecuados. Un 21,55 %, como "regulares" en la medida en que solo dos de los servicios
considerados eran adecuados y, 31,42 % de viviendas (unas 35.386 unidades
habitacionales) merecieron la calificación de "deficientes" por contar apenas con un solo
servicio básico en forma adecuada (generalmente el servicio de energía eléctrica).
Basándose en esta clasificación, los autores destacaban que las viviendas con mejores
servicios se concentraban en las zonas centrales de Cochabamba y, en menor grado,
Quillacollo. Las zonas Noroeste y Sur de la ciudad de Cochabamba presentan altos índices
de viviendas que carecen de servicios básicos, revelándose como un caso extremo la
situación el distrito municipal de Valle Hermoso. El Eje Cochabamba-Sacaba se
caracteriza como otra de las áreas más afectadas por la carencia de servicios básicos,
157
Se ha denunciado reiteradamente que cientos de toneladas de basura, sedimentos, lodos y compuestos
químicos diversos de las curtiembres y otras industrias, han contaminado peligrosamente las aguas
subterráneas que atraviesan los terrenos municipales de Kara Kara debido al inadecuado tratamiento técnico
de estos deshechos. En un área, entre 800 y mil metros en torno al botadero municipal, los pozos de agua se
encuentran seriamente contaminados (Los Tiempos, 27/03/1997). Estos reclamos ha arreciado en los últimos
tiempos.
209

siendo destacables por su gravedad, los casos de los distritos municipales de Pucara,
Chimboco y Laicacota. El Eje Cochabamba-Quillacollo y la propia ciudad de Quillacollo,
igualmente ostentaban situaciones de gravedad en materia de servicios básicos, pues más
del 50 % de las viviendas carecían de los mismos. En suma, ya sea desde el punto de vista
considerado o, desde otros puntos de vista (calidad constructiva, dotación de baños y
cocinas, etc.), las viviendas de las zonas central y residenciales se convierten en un
modesto islote de condiciones aceptables en medio de un verdadero mar de carencias de
todo tipo. Juzgamos un resultado lógico con relación al modelo de urbanización imperante
impulsado por los factores estructurales que han sido mencionados una y otra vez, a lo
largo del presente capítulo, configurando así, lo que podemos calificar como el drama
medioambiental del profundamente insostenible desarrollo urbano-regional cochabambino
del siglo XX.
210

6. A MANERA DE CONCLUSIÓN

Retomando los objetivos definidos en el primer capítulo, repasaremos en forma más


ordenada los resultados alcanzados. Inicialmente se delineó un objetivo general vinculado
a la relación sociedad regional-naturaleza, reconociéndose que su complejidad solamente
se podría abarcar desde una perspectiva histórica para poder comprender las situaciones
cambiantes de dicha relación. La hipótesis que guió la investigación referida a la
implicación entre estructura social y ambiental será el motivo central que oriente el análisis
conclusivo, demostrando cómo en cada una de las etapas históricas estudiadas (siglos XIX
y XX) no solo se han desplegado determinados modos o relaciones de producción sino
formas y valoraciones distintas de organizar el espacio y actuar sobre el medio ambiente y
los recursos naturales. Las conclusiones específicas que se irán desmenuzando mostrarán,
antes que nuevas descripciones, los significados de los resultados obtenidos, a la luz de los
objetivos e hipótesis que fueron manejados.
El capítulo 2 desarrolla someramente una caracterización de la sociedad valluna a lo largo
del siglo XIX, mostrando los rasgos más significativos de la relación formación social
regional-naturaleza. Se trata de un universo donde predominan abrumadoramente las
formas precapitalistas de tenencia y producción de la tierra y donde la apropiación de la
renta del suelo bajo la forma de plus trabajo y plus valor adquiere tintes originales, que
impregnan los devaneos modernistas y los ideales de progreso de las elites, pero al mismo
tiempo dan forma y viabilidad a un vigoroso sector de trabajadores rurales formalmente
independientes (los piqueros), que a contracorriente del mundo gamonal que predomina en
otras latitudes, se dan modos para organizar su economía y con ello impulsar la marcha del
conjunto de la sociedad valluna. Naturalmente, todo este delicado andamiaje gira en torno
a la posesión de la tierra y su significación para los diferentes fragmentos de esta estructura
social. La gran hacienda, cuyo rol fue fundamental en los siglos XVI y XVII cuando el
valle cochabambino adquirió las características de un emporio europeo de producción de
cereales con destino a Potosí, languideció largamente al igual que la economía de la plata,
a partir del siglo XVIII158 Las fuerzas que corroen internamente la economía terrateniente
158
De acuerdo a Larson(1992) los "tiempos duros" para las haciendas toman un cariz marcante en la segunda
mitad del siglo XVIII pues deben enfrentarse en la disputa de los mercados regionales, ante la caída
irreversible de la plaza potosina, con un creciente número de minifundistas (aparceros e inquilinos) que
concurren a los mercados locales con ofertas de productos de la tierra que deprimen los costos de la
producción hacendal que tienden a convertirse en una explotación ocasional y de oportunidad. Es la época de
la decadencia de las haciendas cerealeras y del inicio de negocios especulativos en torno al diezmo, y más
adelante, al cobro del impuesto a la chicha.
211

y al mismo tiempo vigorizan la pequeña producción parcelaria, son las mismas que definen
la naturaleza del ordenamiento espacial, el uso del suelo y la forma como el conjunto de
esta formación social simultáneamente conserva y destruye el medio ambiente. Sin
embargo, los productos materiales no dejan de ser sugerentemente contradictorios:
Es la época del florecimiento de los vergeles, las casas-quinta, la campiña valluna preñada
de idílicos paisajes y mansos arroyos que elevan la fama de "paraíso terrenal" que
ostentaba el valle para los sufridos mineros y comerciantes del inclemente altiplano y otras
tierras de altura. Todo gamonal bien nacido debe materializar tres deseos: tener una finca
con basta servidumbre en el valle alto o bajo, un huerto con frutales enmarcando una casa
solariega y una casona con sufridos inquilinos en la plaza mayor de Cochabamba o
proximidades. La esencia de estas posesiones que le permiten medios de vida cómodos, no
es tanto dicha renta sino el prestigio que emana de dichas posesiones. Tierra y servidumbre
son los valores que proporcionan respetabilidad y lustre. El primer valor, es una suerte de
capital fijo que lejos de considerarse como un medio de producción, se lo maneja como un
patrimonio que da rango y sirve de base para sustentar negocios bursátiles. La servidumbre
opera como mano de obra gratuita para infinitas tareas, muy pocas de valor productivo. La
campiña y los vergeles despliegan sus mejores colores escondiendo piadosamente esta
realidad. El mundo de los pequeños productores campesinos se nutre de visiones distintas.
Para estos, el acceso a la tierra es algo vital y, esta es la condición básica que hace viable el
desarrollo de una potente economía popular que encuentra en las ferias, el comercio de
chicha y la artesanía su expresión más saludable, pero que a su vez, encuentra en el
temprano minifundio y la explotación intensiva de las parcelas su fundamento más sólido.
¿Cuál es la lógica del ordenamiento espacial y el contenido social del paisaje valluno del
siglo XIX? Globalmente podemos hacer alusión (considerando sólo el Valle Bajo y
Central), a un centro de gravedad urbano -la ciudad tradicional- rodeada de exuberantes
campiñas y huertos, haciendas de mediana extensión y pequeñas propiedades dispersas
particularmente densas en el cantón de San Joaquín de Itocta donde prevalecían tierras de
secano. Esta disposición revela con nitidez la estructura de la economía y la sociedad que
organizan este espacio: la ciudad formalmente ostenta 142 manzanas, de las cuales no más
de 70 están realmente consolidadas, en su interior se entremezclan fragmentos de huertos,
casonas de una y dos plantas que persisten en la tradición de los esquemas coloniales, un
modesto centro comercial asediado por chicherías y al Sur de la Pampa de las Carreras
212

(hoy Avenida Aroma), el universo abigarrado del criollaje valluno inmerso en la Feria de
San Sebastián y en los populosos barrios de San Antonio y aledaños. Pese a poseer
potentes atractivos para unos y otros actores sociales (comercio, banca, mercados de
abasto, parroquias, artesanía, etc.), la ciudad no se expande, ni siquiera consolida el
perímetro urbano reconocido por el Municipio, sin embargo se densifica y la penuria de
vivienda es grande.
La explicación se encuentra en la gravitación de dos factores: por una parte a ningún dueño
de huertos, quintas y vergeles se le ocurre urbanizar la tierra con riego próxima a la ciudad
dado su enorme valor productivo, pero lo que es mejor, hipotecario e ideológico (produce
solvencia y prestigio) y, por otra, los criollos se mueven en el mundo de las ferias, es decir
en el interior de un sistema que abarca una amplia geografía y por tanto no exige residencia
en sitio fijo sino agilidad en el desplazamiento continuo. El paisaje valluno materializa sus
rasgos en la forma como cada estrato de la sociedad define su relación con la tierra. Para
unos, lo importante es ostentar verdores, cultivar frutales, gozar de perfumes florales y
refrescantes balnearios, en tanto dan reposo a su humanidad de las fatigas del duro
ejercicio de "mandar en la hacienda" y vigilar los negocios de la ciudad; para otros, el
perfil ondulante de los maizales es sinónimo de supervivencia y seguridad.
La ciudad da cobijo a distintos intereses: comercio, banca y haciendas es la trilogía que
articula la marcha de los negocios respetables, pero esto no es lo único, a su lado se
desarrolla con éxito el vínculo entre parcela campesina de piqueros o sayañeros, comercio
ferial de productos agrícolas y venta de chicha. Estos dos sistemas no solo se toleran, sino
organizan el espacio urbano y definen la fisonomía del paisaje valluno.
En suma, a lo largo del siglo XIX todavía eran perfectamente reconocibles los sitios
descritos por Viedma a fines del siglo XVIII; esto no es algo casual, así como la sociedad
hacendal valluna encontraba en los valores del pasado colonial su razón de existir, en la
misma forma, los espacios y paisajes que servían de base material a esos valores debían
seguír persistiendo, por ello, la ciudad formal y su entorno estaban más próximos al
recuerdo de la señorial Villa de Oropesa que a las aspiraciones de modernidad urbana, todo
esto en medio de un continente que construía dicha modernidad, con celeridad, a través de
grandes obras urbanas que cambiaron radicalmente la silueta tradicional de otras latitudes.
El capitulo 3 abarca la primera mitad del siglo XX y muestra la lenta pero irrevocable
transformación de la campiña en ciudad: ¿cuáles fueron los factores que impulsan este
213

fenómeno? Indudables cambios en la percepción de la economía, el rol social y los valores


culturales de la elite regional, pero también de las clases subalternas. Los ecos de la Guerra
del Chaco alteran la paz y la rutina de los valles cochabambinos que son sensibles a las
connotaciones sociales que acompaña la penosa emergencia de la conciencia nacional y la
necesidad urgente de modernizar el viejo Estado oligárquico. Fenómenos como las
migraciones de ex soldados, ex mineros y estratos de la pequeña burguesía, la renovada
expansión del comercio urbano y el consiguiente crecimiento del sector bancario, todo ello
en medio de delirios urbanísticos combinados con visiones modernizantes que mezclan en
una sola marmita, desarrollo industrial y ciudad jardín; terminan ejercitando presiones
sobre el suelo urbano, como nunca en ningún otro momento de la historia de la ciudad, al
punto que en 1945, aún antes del estreno del Plano Regulador, la ampliación del radio
urbano casi triplicando la extensión de la alborotada aldea, define la tónica del salto
definitivo hacia la ciudad deseada.
La consecuencia inmediata es la irresistible valorización de las propiedades agrícolas que
rodean la ciudad. Por primera vez, la demanda de tierras para usos urbanos supera la
demanda de tierra productiva. El efecto inmediato es la urbanización de la campiña o dicho
de modo más claro: su irremediable destrucción159.
Nuevas situaciones, como la irrupción del transporte público y privado de motorizados, la
consolidación de una zona comercial en el centro urbano (otrora escenario predilecto de
numerosos conventillos), la creciente demanda de vivienda y la consiguiente especulación
con los alquileres son los efectos colaterales que estimulan este proceso, pero las causas
más profundas habrá que buscarlas en factores como el debilitamiento de la clase gamonal
y la irrupción en los círculos del poder regional, de banqueros, comerciantes importadores,
empresarios industriales, ex mineros de fortuna, que lejos de recrear los añejos valores
hispanos, piensan en la modernidad anglosajona y hacen esfuerzos por acomodarse a las
modas de occidente, incluyendo urgentes barnices de afrancesamiento. La tierra urbana

159
Es importante llamar la atención sobre el hecho de que los aprestos por modernizar la ciudad desde fines
del siglo XIX, y que comenzarán a tomar una dimensión material en las primeras décadas del XX (dotación
de energía eléctrica, instalación de los primeros servicios básicos de agua y alcantarillado, el ferrocarril del
valle, la inauguración del ferrocarril Oruro-Cochabamba, los tranvías, etc.) no lograron afectar la forma
tradicional del uso del suelo: la ciudad más que crecer se densificó hasta mostrar una tendencia a la
tugurización, como revela el censo Municipal de 1945, es decir, que pese a que la viejas casonas se
revalorizan por capacidad para acomodar nuevas funciones económicas y que la red de tranvías conecta
adecuadamente la campiña con la ciudad, la tierra para usos agrícolas, para huertos y vergeles, todavía
conserva su valor por encima de la demanda de nuevas tierras para la urbanización. Ello determina un lento
crecimiento de la ciudad, por lo menos hasta mediados de los años 30.
214

pasa a tener valor de capital fijo capaz de generar renta y apropiarse del plus valor que
genera el mejoramiento de la ciudad. La arquitectura tradicional sede paso a los
aspavientos neoclásicos y a los primeros modelos del "chalet" o "cottage" de gusto
anglosajón. La filosofía de la ciudad jardín toma nuevos giros: de la pequeña aldea rodeada
de verdes campos se pasa a la urbanización con lotes ajardinados y calles arboladas. En el
valle central propiamente, el auge de la economía de la chicha, cuyo punto alto son las
décadas de 1930 y 40, afianza el monocultivo del maíz e intensifica la demanda de leña
para la fabricación del licor, con lo cual se da fin a los últimos vestigios de los bosques
originarios. De esta manera, va tomando forma un nuevo paisaje que corresponde a una
nueva estructura social que se consolidará en las décadas posteriores, pero con ingredientes
distintos, no previstos por los pioneros modernizadores de la ciudad y el valle.
Los hechos que se describen en el capítulo 4, corresponden a los turbulentos años de la
Revolución Nacional y encarnan en propiedad, lo que podría denominarse como el ajuste
de cuentas de la región con las pesadas cargas del pasado, incluyendo sus supervivencias
materiales barridas por una suerte de delirio urbanizador que corresponde bien a similar
cuadro de subversión que destruye las viejas estructuras semifeudales. Las
transformaciones que se operan en el seno del Estado, la sociedad y la economía a partir de
1952 fortalecen nueva tendencias demográficas, todavía incipientes en los años 40, es
decir, la irrupción de torrentes migratorios que introducen en la desprevenida ciudad en
lenta formación, los sobresaltos de penurias intensificadas como: la escasez de agua que se
convierte en un castigo prácticamente permanente y todavía no resuelto, la insuficiencia
aguda de otras obras infraestructurales (drenaje, pavimentación, alumbrado, desagües,
etc.). Es decir, que los problemas del mismo signo, que en el pasado, pese a todo, eran
llevaderos, ahora por su magnitud, se convierten en un verdadero drama insoluble. A
diferencia del pasado, los males de la comunidad se convierten en algo relativo, las nuevas
elites hacen de las carencias y restricciones, motivos para marcar su nueva condición de
mando e influencia. El favoritismo, el prebendalismo, el nepotismo, la carrera ciega en pos
de la fortuna fácil, no solo impregnan las nuevas relaciones sociales, sino transmite sus
efectos al propio ordenamiento del territorio y la ciudad. Con mayor rigor que en el pasado
colonial, la segregación social y espacial ganan terreno, pese a que la participación de
nuevos actores sociales arrojan sobre este escenario una suerte de original manto
democrático que esconde el odioso sentido de diferenciación social en que se inicia el
215

galopante crecimiento urbano. La zona Norte, como se pasa a conocer a la ex campiña,


conserva parte de su verdor, recibe el esmero de los planificadores y paulatinamente
intenta convertirse en la imagen viviente de la añorada ciudad-jardín. En contraste la zona
Sur intensifica sus tonos marrones, su aspecto de páramo habitado por seres grises. Su
única explosión de color es la feria de La Cancha y aledaños, que se asemeja a un islote
asediado por un mar de tierra, polvo y pobreza. Este paisaje no es fruto de una simple
arbitrariedad, sino el resultado de una nueva lógica de ordenamiento espacial, o mejor, la
proyección espacial de la economía de mercado, es decir, el resultado de la veloz
transformación del suelo a gran escala, de medio de producción en mercancía. El verdor, el
agua de uso irrestricto, el paisaje, ahora se cotizan con el mismo cuidado que la dotación
de servicios públicos, a la hora de poner precio a la tierra que se va a urbanizar. Los ricos
de antaño y los "nuevos ricos" acaparan los mejores sitios comprendiendo que la
adquisición de tierras es una operación de valorización de capital y captación real o
potencial de rentas sin mayor riesgo. El "engorde" de lotes se convierte en una practica
social y hacer crecer la ciudad, destruyendo los recursos naturales, es algo ampliamente
tolerado, pues se trata del negocio del siglo. Pero la ciudad no crece solo bajo el impulso
de hábiles operadores inmobiliarios, sino también, bajo la presión de miles de ex
campesinos que abandonan sus campos excesivamente fragmentados, pero no su pobreza,
con ella a cuestas, construyen la ciudad desde otra perspectiva: el lote y las "medias aguas"
son el cobijo que les permite incorporarse a la ciudad en términos factibles para participar
del mundillo de ilusiones y penurias en que se convierte ese gigantesco emporio de
oportunidades que se llama "la Cancha".
Reiterando algo ya analizado, al lado de las connotaciones anotadas -la maximización del
valor de cambio del suelo urbano-, se fortalece el sentimiento de que la posesión de la
tierra urbana o rural, por parte de los sectores de menores recursos, es un acto de justicia
social, percepción que permite la ampliación del mercado inmobiliario hacia los suburbios
y paulatinamente hacia el resto del valle, pues los adjudicatarios de tierras merced a la
reforma agraria o urbana, pronto descubren que su reventa a loteadores diversos o
proceder ellos mismos como tales, es un negocio singular que arroja luz a su larga penuria.
A través de ello, no pocos menesterosos encuentran el camino de la fortuna, pues
paulatinamente todas las tierras, buenas o malas, son demandadas y tienen mercado
asegurado.
216

El nuevo paisaje, es el de un valle que pierde sus encantos: se intensifican las agresiones al
medio ambiente, se amplían las extensiones erosionadas, comienza a emerger el
posteriormente perenne "hongo de polvo", hacen su aparición las torrenteras, la
contaminación atmosférica se hace notoria y "la clima" que tanta fama dio a Cochabamba,
da señales de resentimiento. No podía ser de otra manera, el paisaje que organiza la
sociedad valluna expresa los valores esenciales que la cohesionan de arriba a abajo, es
decir, los sueños monetarios y las infinitas maneras de deteriorar el medio ambiente para
hacer realidad dichas aspiraciones160.
El capitulo 5 revela la profundización de las tendencias mercantilistas que afloraron en la
década de los años 50., es decir, el agravamiento del proceso de destrucción de las tierras
laborables y en general de los recursos naturales por el avance continuo de la
urbanización . Las propuestas técnicas para encausar el desarrollo urbano son francamente
inoperantes para lograr este objetivo. Decididamente la ciudad crece y modela su
fisonomía al tenor de los impulsos de la oferta y demanda de tierras, sin ningún control
municipal o fiscal. Los propietarios de tierras y diversos especuladores de suelo urbano
convertidos en loteadores de oficio son los verdaderos "planificadores" de la ciudad. Por
ello, no es casual la ausencia de originalidad en el trazado de la ciudad, se repite el damero
por doquier, lo importante es la presentación adecuada de la mercancía, es decir los lotes
urbanos, en tanto otros aspectos, como el mejor aprovechamiento del suelo, la
densificación, la descentralización de funciones urbanas, la capacidad real de dotar
infraestructura básica a las nuevas zonas urbanas, etc., se consideran cuestiones de poca
monta o de consumo teórico, frente a la importancia que adquiere el negocio de exprimirle
al suelo urbano toda su capacidad de renta.. Los afanes ambientalistas que se dejan sentir
desde hace varias décadas, planteando temas que se han vuelto ya clásicos: como la
defensa del Parque Tunari, el control de la urbanización horizontal, el mejoramiento
sanitario de la periferia, la preservación de las áreas agrícolas, la concreción del proyecto
Misicuni, etc., no sobrepasan el nivel de momentáneos alardes a cargo de los medios de
160
El lector podrá, con razón preguntarse ¿qué paso con ese pujante mercado de la chicha de la década
anterior y con las tierras que proveían "el grano de oro"?. Simplemente, que la caída del orden oligárquico
introdujo cambios en los actores sociales participes de esta economía: las chicheras y toda su corte celestial
"evolucionaron" hacia la condición de respetables comerciantes ("rescatiris") que organizaron el
abastecimiento de la ciudad. Su nueva condición les hizo plegarse al gusto por un nuevo brebaje a tono con
su nueva condición de riqueza y poder: la cerveza, cuya universalización en el medio urbano se inicia
justamente en los años 50, en tanto, naturalmente la chicha pierde prestigio y se repliega a las zonas rurales y
a los barrios populares como "bebida de gente pobre". Indudablemente este giro tuvo consecuencias
ambientales: las maicas y demás parcelas maiceras terminaron siendo urbanizadas.
217

comunicación y el ejercicio escénico de desgarre de vestiduras de algunos políticos en


función de autoridad, que para cuidar las apariencias, acostumbran presentar medidas
administrativas o disposiciones legales sin mayor perspectiva de aplicación. Los resultados
prácticos son muy modestos excepto cuando sus efectos reales se atraviesan con alcances
político-electorales.
No resulta muy apropiado fatigar al lector, insistiendo en un nueva y reiterada descripción
de los problemas analizados a lo largo del mencionado capitulo. Lo trascendente, no es
constatar la existencia de ese voluminoso paquete de problemas que oscurece la calidad
ambiental y aun el porvenir de la ciudad en este fin de siglo e inicios de un nuevo milenio,
sino reflexionar en la causa que nos ha conducido a la actual crisis y el aporte que se
puede realizar en torno a lo que se podría hacer para evitar el agravamiento del cuadro
actual.
Retornando la hipótesis que ha guiado la presente investigación, admitimos que la
situación actual del valle central y la desproporcionada conurbación que amenaza destruir
lo poco que queda, no son el resultado de un destino incontrolable ni el efecto de una
suerte de maldición divina, sino apenas, el producto material de un estilo de desarrollo, por
tanto la causa es estructural. No es una casualidad, ni un atributo propio de los habitantes
de este valle que el negocio de tierras se hubiera hecho tan popular en la segunda mitad del
siglo XX entre todos los estratos sociales, al punto de adquirir el tinte de "negocio
democrático". Simplemente que la economía regional, como efecto de la posición que
tiene dentro de la economía nacional, no ha ofertado a la sociedad otra opción que un
modelo de acumulación que se basa en la producción de riqueza a manos de un ejército de
paupérrimos campesinos operando con medios de producción atrasados y parcelas
sometidas a excesiva atomización y el concurso de un sector industrial de dimensiones
muy modestas, poco competitivo y tecnológicamente dependiente de insumos externos.
Frente a ello, ha proliferado una enorme masa de operadores económicos improductivos
que han hecho de la economía informal y el negocio de tierras los dos pilares en los que
han depositado sus esperanzas de prosperidad.
El resultado es una ciudad cuyo crecimiento es anómalo por no guardar proporción con la
capacidad de la economía regional para asegurar su sostenibilidad. La consecuencia es la
realidad que padecemos en materia ambiental y en general, con relación al nivel de calidad
de vida que efectivamente oferta la ciudad a sus habitantes.
218

En consecuencia, oponerse al saqueo y a la destrucción indiscriminada del medio ambiente


sin analizar a fondo las causas estructurales y apuntar a los modos y relaciones de
producción que estimulan esta forma de consumo espacial y de deterioro ambiental, es caer
en una suerte de ideologismo moralista, en el que pareciera primar no solo un ideal
ingenuo a cerca de una utópica armonía abstracta entre sociedad y naturaleza, sino una
visión reduccionista que considera que es suficiente "educar" a la sociedad y al Estado
para solucionar los problemas ambientales. Naturalmente que este tipo de discurso, por
cierto muy efectista e histriónico, apenas sirve como "escape de vapor" para que los
hechos denunciados se pongan momentáneamente de moda, se desplieguen algunas
iniciativas formales (comités defensa del parque Tunari o similares, policía montada, etc.)
y luego, con los problemas reales intactos, todo vuelva a su cauce.
Sin intención de agotar el tema pero si, de estimular futuras investigaciones, se pueden
puntualizar algunos hechos fuertemente vinculados con la crisis ambiental en
Cochabamba: por una parte, la situación de postración del desarrollo rural y la
intensificación de la secular miseria campesina: no es necesario apelar a fuentes
bibliográficas –de suyo abundantes- para evidenciar que el minifundio es el eje del atraso
rural y la fuente del paulatino deterioro de la economía campesina. Este y otros factores,
sobre todo el acceso desventajoso del producto campesino a la economía de mercado, ha
determinado la intensificación sostenida de la pobreza y todas sus secuelas, entre ellas, la
emigración en dirección a los centros urbanos como Cochabamba.
Por otro lado, se puede percibir que la razón que determinó el lento crecimiento de la
ciudad en el siglo XIX y primera mitad del XX, se vincula con la naturaleza de las
relaciones de producción imperantes en el área rural y con su permanencia, al constituir
una condición general apropiada para mantener la relación peculiar que se establecía entre
haciendas, capitales de provincia y ferias campesinas., lo que a su vez promovía una
interacción permanente entre hacendados, una pequeña aristocracia pueblerina de
tinterillos y otros servidores administrativos y religiosos que dinamizaban la vida social y
económica provincial por una parte, y pequeños productores y comercializadores
campesinos que concurrían a las ferias y que también demandaban servicios, de los
notables de cada capital provincial y su entorno social, como forma de garantizar un manto
protector para sus pequeños negocios y una vía de intermediación en sus relaciones con el
219

sector gamonal, cuya actitud benévola era vital para el desarrollo ferial y la permanencia
de la pequeña propiedad rural.
Este delicado equilibrio permitió el lento crecimiento urbano de Cochabamba pese al auge
de la economía de la chicha entre 1880 y 1950, el mismo que se quiebra con la reforma
agraria y con la constitución de las nuevas relaciones económicas y sociales que definen la
emergencia del modelo de desarrollo capitalista que pasa a dominar el escenario regional.
En este orden, la ciudad es el escenario de la economía de mercado de mayor rango y la
hegemonía que comienza a ejercer sobre la región tiene una estructura diferente:
subordina en forma directa espacios de producción y centros de comercialización
organizado en torno a redes de intermediarios o rescatiris, cada una de los cuales opera
subordinando a un conjunto de productores campesinos geográficamente ubicados que se
convierten en clientes abastecedores, sin requerir el concurso de intermediarios
provinciales. Este fenómeno sumado al minifundio determinó la pérdida de importancia y
la postración de los antiguos centros provinciales. Esta nueva condición, a su vez, estimula
la migración en dirección a la floreciente capital departamental.. En fin estas y otras
expresiones, del rol ambiguo que pasó a desempeñar Cochabamba en los planes y modelos
de desarrollo nacional aplicados a partir de los años 50, acentuaron su carácter de región de
servicios y con ello, estimularon la única opción que se le ofertó a la población: el
crecimiento del denominado sector terciario, sobre todo informal y la especulación del
suelo urbano, cuyo efecto en el orden espacial y ambiental han sido objeto del presente
trabajo.
A estas alturas no queda duda de que el mejoramiento sostenible del medio ambiente en
Cochabamba será el resultado de un proceso de desarrollo rural persistente. Es decir, que
desarrollo rural y urbano deben ser armonizados. Dicho de otro modo, en tanto, el
crecimiento de la ciudad y su aparente progreso sean el resultado de una mayor
profundización de la miseria rural y la postración provincial, los problemas ambientales y
urbanos no tendrán soluciones reales.
Lo preocupante, sin embargo, no es que esta aseveración sea objeto de ignorancia, sino que
pese a existir plena conciencia sobre tal situación 161, en la práctica no se han desarrollado
161
Una prueba de ello son los dos planes de desarrollo económico y social departamental (Cordeco, 1995 y
Prefectura 1997) que contienen diagnósticos que revelan una serie de "macroproblemas" donde están
presentes factores como la debilidad del sistema productivo regional, la desequilibrada ocupación del
territorio departamental, el manejo inapropiado de los recursos naturales y el deterioro del medio ambiente, la
débil consolidación de la gestión pública ambiental, etc. e incluso contemplan políticas y programas
pertinentes con respecto a encarar posibles respuestas y soluciones.
220

pasos significativos. Por tanto, no se trata de descubrir nuevas soluciones o elaborar


nuevos remedios, sino de constatar la ausencia de voluntad política, tanto a nivel del poder
regional como del propio Estado representado por cada gobierno de turno. Aquí, una vez
más, se retorna a un viejo dilema, que en su momento quitó el sueño a los hacendados. Si
antes de 1952, la cuestión del desarrollo pasaba por la modernización de las haciendas,
incluido el tránsito de los colonos a proletarios rurales, ahora el mismo objetivo pasa por la
conversión del pequeño agricultor parcelario sumergido en formas de producción atrasadas
en empresario agrícola, situación que obviamente exige la urgente modernización del
agro, incluyendo el replanteo de la unidad productiva (el tamaño de la propiedad), la
sustitución de los medios de producción obsoletos por nueva tecnología apropiada y el
control efectivo de los mercados por los productores directos, es decir, la ruptura de los
circuitos injustos de comercialización de la producción campesina, lo que supone a su vez,
fracturar el modelo de acumulación regional cimentado en los años de la Revolución
Nacional. Sin duda esta grave connotación es la que conduce a la ausencia de voluntad
política para llegar al fondo del asunto y a considerar una utopía tal tipo de propuesta, lo
que no es extraño, pues normalmente toda sociedad conservadora, considera "locuras y
chifladuras" las necesidades históricas de cambio que afectarán sus intereses.
En todo caso, no cabe duda, que el desarrollo urbano de la ciudad de Cochabamba,
incluido el mejoramiento del medio ambiente del Valle Central, pasa necesariamente por el
desarrollo de las provincias y particularmente por el desarrollo sostenible del sector
agrícola. A despecho de todas las transformaciones que han modificado la sociedad y el
paisaje vallunos, permanece intocable la vocación agrícola del departamento y es en el
destino de esta sufrida vocación, donde se juega el porvenir de la ciudad y la esperanza,
en el siglo XXI, de un desarrollo sostenible.
La perspectiva histórica de la construcción social del territorio y el medio ambiente que
hemos trazado, nos permiten visualizar que no es posible perder la visión integral de los
procesos económicos, sociales y ambientales, en el momento de tomar decisiones con
relación al porvenir de la región y al futuro deseable que se desea planificar. Sin duda, el
ámbito municipal es limitado para enfrentar con éxito el diagnóstico trazado y en este
orden se debe avanzar hacia nuevas formas de mancomunidad municipal e incluso nuevas
formas de armonización entre instancias municipales, prefecturales y gubernamentales para
definir estrategias y políticas vitales para Cochabamba. Algo que se desprende del análisis
221

realizado es la impostergable necesidad de definir una estrategia que, sea la base para
orientar la implementación de urgentes políticas de población, distribución geográfica
equitativa de las inversiones, riego, protección de los recursos naturales, vialidad y sobre
todo, definición de una estructura de rangos urbanos y sus roles a nivel departamental. En
este marco no es suficiente definir políticas ambientales municipales y ejercitar
despliegues histriónicos que acompañen menudos ejercicios de mejoramiento ambiental,.
Incluso es un error pretender que cada municipio del valle central y otras latitudes posea la
capacidad para "preservar" su medio ambiente en forma aislada. El proceso de deterioro
ambiental es apenas un efecto del proceso de deterioro social (avance de la pobreza,
desarrollo desigual, postración económica, etc.) y su lógica no se mueve en función de
delimitaciones administrativas. Esta problemática no solo exige claridad en la visión
integral de su dinámica de causas y efectos, sino acciones unitarias conjuntas. Por ello, una
sugerencia final, es que la planificación del desarrollo departamental no puede ser un factor
secundario y olvidado por los planes de desarrollo municipal, que por incurrir en esta
omisión, dejan de ser sostenibles. Por ello, la problemática ambiental debe ser tratada
transversalmente en distintos niveles y lo menos que se puede esperar es que, en el
próximo futuro, este sea un tema central en el debate sobre el destino de nuestra ciudad y
nuestra región.
222

BIBLIOGRAFÍA

ALBO Xavier
1979ª ¿Bodas de plata? O réquiem por una reforma agraria,
CIPCA, La Paz.
1979b Apuntes sobre la estructura agraria de Bolivia a los 25
años de una reforma agraria, en Seminario sobre Estructura
Agraria y campesinado, Instituto nacional de Antropología,
La Paz.
1987 ¿Por qué el campesino qhochala es distinto? Revista Cuarto
Intermedio, nº2, Cochabamba

AGUILAR Raúl, ARÉVALO Martha y otros:


1995 Plan Maestro de Preservación de uso del Suelo: parque
nacional Tunari – sector Inferior – Primera Fase, H.
Alcaldía, Cochabamba

ANTEZANA E. Luís
1986 Evaluación económica-política de la reforma agraria,
Librería editorial Juventud, La Paz.

ARZE CUADROS Eduardo


1979 La economía de Bolivia: Ordenamiento territorial y
dominación externa (1492-1979), Los Amigos del Libro,
Cochabamba.
BARNADAS M. Joseph
1973 Charcas 1535-1565. Orígenes históricos de una sociedad
colonial. CIPCA, La Paz.
BLANCO Federico
1901 Diccionario Geográfico de la República de Bolivia.
Departamento de Cochabamba. La Paz.
BLANES José y FLORES Gonzalo
1985: De los valles al Chapare, CERES, Cochabamba.

BERNAL Jhon D.
1967 Historia social de la ciencia, Península, Barcelona.

BRAILOVSKY Antonio:
1992 Esta, nuestra única Tierra, Larousse, Buenos Aires.

BRESSE Gerald
1974 La ciudad en los países en vías de desarrollo, Tecnos,
Madrid
CALDERÓN Fernando
1982 La política en las calles, CERES, Cochabamba.
223

CALDERÓN Fernando y DANDLER Jorge (compiladores)


1984 Bolivia. La fuerza histórica del campesinado, CERES,
Cochabamba.

CALDEROS Fernando y RIVERA Alberto


1982 La Cancha: una gran feria campesina en la ciudad de
Cochabamba, CERES, Cochabamba.
CANGUILHELM, George:
1976 El conocimiento de la vida, Anagrama, Madrid.

CARNIVELLA Giovanni, ARDAYA Gloria et al


1984 Factores psicosociales de la migración rural-urbana, en
Ministerio de Planificación (compilador)
CASTELLS Manuel
1973 La urbanización dependiente en América Latina, en Castells
(compilador)
CASTELLS Manuel (compilador)
1973 Imperialismo y urbanización en América Latina, Editorial
Gili, Barcelona.
CHANES Rafael
1979 Deodendron, Blume, Barcelona.

DALENCE José Maria


1974 Bosquejo estadístico de Bolivia (1846). Editorial
Universitaria, La Paz.
DANDLER Jorge
1984 Campesinado y Reforma Agraria en Cochabamba (1952-
1953): la dinámica de un movimiento campesino en Bolivia,
en Calderón y Dandler, 1984.
DANDLER Jorge y TORRICO Juan:
1984 El Congreso Nacional Indígena de 1945 y la Rebelión de
Ayopaya (1947), en Calderón y Dandler, 1984.
DANDLER Jorge, BLANES José et al
1984 El sistema agroalimentario en Bolivia, CERES,
Cochabamba.
D’ORBIGNY Alcides
1945 Viaje a la América Meridional. Ediciones Futuro, Buenos
Aires.
DURAND John y PELAEZ Cesar
1975 Pautas de urbanización en América latina, en
Bresse(compilador)
FUNES Cesar (editor)
1972 La ciudad y la región para el desarrollo, Comisión de
Administración Pública, Caracas.
GALINDO Eudoro
1974 La ciudad de Cochabamba: su formación y desarrollo,
Imprenta Universitaria, Cochabamba.
224

GARCIA Antonio
1972 Atraso y dependencia en América Latina. El Ateneo, Buenos
Aires.
GOMEZ Mauricio
1963 El fenómeno urbano en América Latina, Revista Panorama
nº5, México D.F.
GORDILLO José y DEL RIO Mercedes
1995 La visita de Tiquipaya. UMSS-Ceres, Cochabamba.

GUZMAN Augusto:
1974 Cochabamba, Los Amigos del Libro, Cochabamba.

GUZMAN Luis Felipe


1889 Ligero bosquejo geográfico y estadístico del Departamento
de Cochabamba. El Heraldo nº 1502 y siguientes,
Cochabamba.

HARDOY Jorge Enrique y TOVAR Carlos (compiladores)


1969 La urbanización en América Latina, Editorial del Instituto,
Buenos Aires.
HOLTEN, Germán von
1889 Cuestión caminos del Departamento de Cochabamba.
Sociedad Geográfica de Cochabamba,
IRIARTE Gregorio
1980 Sindicalismo campesino, CIPCA, La Paz.

KNAUDT Julio
1909 Anotaciones sobre el río Rocha. La Paz.

LARSON Brooke
1992 Colonialismo y transformación agraria en Bolivia, Ceres,
Hisbol, La Paz.
LASERNA Roberto
1984 Espacio y sociedad regional, CERES, Cochabamba.

LEDO Carmen
1991 Urbanización y migración en la ciudad de Cochabamba,
CEP-UMSS, Cochabamba.
LEFEVBRE Henri:
1977 La naturaleza, fuente de placer, entrevista. Citado por Vitale,
1983.
LEMA Ana María (Coordinador)
1993 Bosquejo del estado en que se halla la riqueza nacional de
Bolivia con sus resultados presentados al examen de la
Nación, por un Aldeano, hijo de ella, Año 1830. Facultad de
Humanidades, UMSA, Plural, La Paz.
MARX Carlos:
1985 La ideología alemana, Pueblos Unidos, B. Aires.
225

MINISTERIO DE PLANEAMIENTO (compilador)


1984 Tras nuevas raíces, Proyecto Políticas de Población, La Paz

MITRE Antonio
1993 Bajo un cielo de estaño, ILDIS, La Paz.

MOUSNIER León
S/F A través de Bolivia. Citado por Urquidi, 1954.

MURRA John V.
1975 Formaciones económicas y sociales en el mundo andino.
IEP, Lima.
NAVARRO Gonzalo
1997 Contribución a la clasificación ecológica y florística de los
bosques de Bolivia. Ecología y Conservación Ambiental nº 2,
Fundación Patiño, Cochabamba.
NAVARRO Gonzalo y MALDONADO Mabel
2002 Geografía Ecológica de Bolivia – Vegetación y ambientes
acuáticos, Centro de Difusión Simón I. Patiño, Cochabamba.
PENTLAND, John Barclay
1975 Informe sobre Bolivia, 1826. Potosí.

QUIJANO Aníbal
1973 La formación de un universo marginal en las ciudades de
América Latina, en Castells (compilador)
RECCHINI DE LATES Zulma
1969 Aspectos demográficos del proceso de urbanización de
América Latina, en Hardoy y Tovar(compiladores)
RIVERA Alberto
1992 Los terratenientes de Cochabamba. CERES – FACES,
Cochabamba.
ROCHA José Antonio
1994 Sociedad Agraria y Religión: cambio social e identidad en
los valles de Cochabamba, Revista Yachay, Temas
Monográficos nº6, HISBOL-UCB/ISET, La Paz.
RODRIGUEZ Gustavo
1991 Entre reformas y contrarreformas: las comunidades
indígenas en el Valle Bajo Cochabambino (1825-1900). En
H. Bonilla: Los Andes en la encrucijada india: comunidades
y Estado en el siglo XIX, FLACSO, Quito.

RODRIGUEZ Gustavo y SOLARES Humberto


1990 Sociedad oligárquica, chicha y cultura popular.
Municipalidad de Cochabamba.
SALAMANCA Octavio
1931 El socialismo en Bolivia – El indio de la altiplanicie boliviana.
Imprenta Rojas, Cochabamba.
226

SANTAMARIA Daniel,
1990 Hacendados y campesinos en el Alto Perú colonial. En
Santamaría el al, 1990.
SANTAMARIA Daniel. KLEIN Herbert y otros
1990 Estructuras sociales y mentalidades en América Latina.
Siglos XVII y XVIII. Fundación S. Rodríguez, Biblos, B.
Aires.
SANTOS Milton
1972 Los dos circuitos de la economía urbana en los países
subdesarrollados, en Funes (editor).
SCHOOP Wolgang
1981 Ciudades bolivianas. Los Amigos del Libro, Cochabamba.

SOLARES Humberto y BUSTAMANTE Fernando


1986 Crisis urbana y barrios populares, IIA, UMSS, Cochabamba.

SOLARES HUMBERTO
1980 El mercado de Tierras en Cochabamba, Colegio de
Arquitectos, Cochabamba.
1990 Historia, espacio y Sociedad. Cochabamba 1550-1950:
Formación, crisis y desarrollo de su proceso urbano. CIDRE
y Municipalidad de Cochabamba.
1997 La larga marcha de los cochabambinos: de la Villa de
Oropesa a la metropilzación, inédito, Cochabamba

TORANZO Carlos
1982 ¿Un nuevo modelo de acumulación? IESE-UMSS,
Cochabamba.
UGARTE de, Augusto
1882 Boletín de Instrucción de Cochabamba, citado por Urquidi,
1954.
1883 Estado del clima en Cochabamba, El Heraldo, citado por
Solares 1990.
1884 Estudios sobe el clima de Cochabamba, El 14 de Septiembre,
citado por Solares, 1990.
URQUIDI Guillermo
1954 Monografía del Departamento de Cochabamba,
Municipalidad de Cochabamba.
URQUIDI Jorge
1967 La urbanización de Cochabamba, Imprenta Universitaria,
Cochabamba.
VÁSQUEZ Mario
1967 La chicha en los países andinos. América Indígena Volumen
XXVII.
VIEDMA Francisco
1968 Descripción geográfica y estadística de la Provincia de
Santa Cruz de la Sierra. Los Amigos del Libro, Cochabamba.
227

VILLEGAS Carlos y AGUIRRE Álvaro


1989 Excedente y acumulación en Bolivia: 1980-1987, CEDLA, La
Paz.
VITALE Luis:
1983 Hacia una historia del ambiente en América Latina,
Nueva Imagen, México.
WACHTEL Nathan
1982 Los mitimaes del valle de Cochabamba. Revista Histórica
Boliviana, Cochabamba.
228
229
230
231
232
233
234
235
236
237

También podría gustarte