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El periodo abierto con la presidencia de Cámpora se caracterizó por definir de una vez el lema “Cámpora al gobierno,
Perón al poder”. Cumplido la primera parte de éste, restaba definir la segunda y mas importante que enfrentaría la
concepción de los grupos radicalizados y guerrilla peronista que interpretaban en esto la ruptura del sistema y la
concreción de la liberación nacional, y los sectores de la burocracia sindical que pensaron a esto como reconquistar
lo espacios perdidos en la estructura estatal.
La elección de Cámpora suponía la lealtad de la burocracia política al conductor. Esto chocaba con el poder
pretendido dentro del movimiento por los burócratas sindicales. La cúpula gremial se manejó desde 1955 en dos
polos contradictorios: mantenerse en la oposición aislacionista y participar en distintos grados o formas de las
instituciones, según la coyuntura, para ganar peso político y hacer frente a las demandas obreras. Fue esta misma
dicotomía la que planteó largas diferencias entre el mismo sindicalismo y de éste con el conductor peronista.
Sin embargo esta dialéctica de comportamiento fue la del propio Perón durante su exilio, que se dedicó a concentrar
sus esfuerzos en lograr el reconocimiento del peronismo en la escena política y de su propio liderazgo dentro del
movimiento. Por ello la impugnación de Perón no apuntaba específicamente a la actitud pendular, sino a la
autonomía que el órgano sindical podía adquirir de la conducción del caudillo.
La renovación sindical que se comenzaba a dar después del Cordobazo, ponía en jaque la dirigencia de la burocracia
que no veía con buenos ojos los cuestionamientos a su dirección desde las bases del gremialismo. Con Cámpora
como presidente, la burocracia sindical quedaba desplazada como actor principal de la reconstitución del poder
estatal y situada a la defensiva, por la movilización autónoma de las bases. Cámpora había logrado ascender en el
movimiento gracias al apoyo del sindicalismo combativo y de la juventud, y era esto lo que generaba resquemor en
los viejos órganos gremialistas. Por otro lado, el nuevo presidente representaba un sector de la burocracia política
más cercana a Perón, y con la cual el caudillo había reforzado el poder civil a través de la utilización de la juventud
radicalizada y la guerrilla, lo que hacia también subir en los escalafones internos a estos órganos. Sin dudas la
identificación de la izquierda peronista radicalizada con la figura de Cámpora, más alla de ser promovida por el
Perón, se sienta sobre las bases de la falta de conducción revolucionaria de dichos movimientos, y la necesidad de
mantenerse cercanos al líder del movimiento.
Lo que muchos interpretaron con “Perón al poder” fue el cese de la violencia extra-institucional en la cual estaba
inmerso el país, es decir, la reconstitución del sistema político con una izquierda legal incorporada al mismo.
Cámpora no pudo dejar de reconocer el peso de la JP cuando asumió la presidencia, pero insistió que los tiempos de
la violencia habían terminado. Decretó la amnistía y liberación de presos políticos, incluidos los de las organizaciones
armadas. Pero en la medid en que Cámpora no supo o no quiso desalentar suficientemente la movilización popular,
su permanencia en el ejecutivo se hizo insostenible, especialmente por la inconciliable posición de rechazo que la
movilización generaba en los soportes tradicionales del peronismo.
El gobierno de Cámpora representó un estilo político y no un programa de gobierno, ya que éste ultimo era el de
Perón y Gelbard, que se sustentaba en la conciliación de clases, lo que la JP vio con dudas primeros y con rechazo
después. Con el retorno de Perón, se ponía en vigencia el plan para poner orden en una sociedad asediada por las
luchas sociales intestinas. El sentido que tenía el Plan Social, era poner un ordenamiento económico y de
normalización institucional donde la violencia extra-institucional no tuviera ninguna cabida. El general advirtió así a
su Juventud de controlar el elemento gorila y trostkista.
El plan Gelbard
El plan Gelbard, como se conoció a la política económica proyectada durante la etapa camporista, tenia por fin
asentar la economía argentina en las bases del empresariado nacional privado, es decir, tomar el mismo rumbo que
Miguel Miranda había hecho en la primera presidencia peronista.
En su conjunto, el programa se presentaba como una opción al capital monopolico internacional, al que criticaba
duramente. La pieza fundametal para llevar a la práctica, fue el Acta de Compromiso Nacional (Pacto Social),
firmado por la CGT y la CGE (Consejo General Económico) que fijaba un aumento salarial fijo y congelar los salarios
hasta el próximo ajuste, que sucedería el 1 de junio de 1974. Los objetivos redistributivos del plan y la plena
ocupación, necesitarían tiempo. El plan de austeridad se acompañó por un bloqueo de los precios para los productos
de mayor consumo. La UIA, la SRA, la Camara de Comercio, todas aceptaron el Pacto Socia, y que hacerlo no
implicaba renunciar a sus recursos de poder. El programa económico no afectaba la propiedad de los medios de
producción y las empresas transnacionales conservaban la superioridad frente a las nacionales, por lo que era
innecesario la creación de conflictos. Además, la coyuntura de precios internacionales favorables, no afectaba
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demasiado a los terratenientes que compensaban la perdida por el congelamiento de precio interno, con el alza en
el exterior.
El pacto social suponía el control del capital y el trabajo a través de un acuerdo de austeridad, asegurando el
gobierno económico a través del gobierno político de las clases. Pero esto no era inconexo con un plan de reformas
tendientes a disminuir la conflictividad violenta. Este conjunto de medidas definió otra constante del pensamiento
del líder: la existencia de un capitalismo de preminencia social que atempere el sacrificio de los pueblos. Si bien el
proyecto de reforma estaba lejos de grandes cambios estructurales, reforzaron la imagen izquierdista de Cámpora
cuando se incorporó la nacionalización de los depósitos bancarios, el control de comercio exterior y una reforma
de la ley de inversiones extranjeras, políticas impositivas y una ley agraria . Todo ello no atacó la propiedad en si de
las empresas extranjeras ni su capacidad de generar ganancias, sino que limitó la posibilidad de enviar dividendos al
exterior.
El Plan Gelbard no era criticable por los sectores de la izquierda peronista sin atacar directamente el pensamiento de
su conductor nato. Las FAR y Montoneros optaron por referirse al Pacto Social como un programa de transición
hacia formas políticas nuevas en la que la conducción pasaría por el sector obrero . Fue calificado como “programa
de liberación”, enfatizando el carácter nacionalista de las reformas. El ERP en cambio afirmo que el gobierno no
podría dar un paso efectivo hacia la liberación nacional y social.
A pesar de los objetivos del Pacto Social, la movilización no había sido cooptada y el recurso creciente de la acción
directa ponía en jaque el equilibrio político buscado por el Acta, mostrando el vacío de poder en la sociedad
argentina. Paralelamente, la burocracia sindical comenzó a recapturar sectores dentro del movimiento, alentadas
por su líder.
La caída de Cámpora
Las contradicciones del gobierno camporista no se hicieron esperar: el tinte reformista en lo económico no se
acompañaba con el estilo de gobierno movilizador. El peronismo no podía asimilar a los sectores radicalizados a
menos que se quebraran los limites de su proyecto. El retorno de Perón el 20 de junio dejó claras las cosas. La
reconstitución del poder estatal tenia que ser hecha en base a los partidos políticos, la burocracia sindical y las FFAA.
Cuando Perón arriba a Ezeiza, lo que parecía iba a ser una celebración terminó siendo una masacre gracias al
enfrentamiento de grupos parapoliciales con la multitud que había ido a recibir a su líder. A partir de ese momento,
el conflicto entre los peronistas socialistas y los ortodoxos del clan López Rega, se agudizaron.
Con el discurso de Perón al dia siguiente, sin dudas quedaba claro que su pensamiento y liderazgo del partido se
alineaba con la línea de la derecha del peronismo. Se acabaría el aval del ala izquierdista peronista, y la movilización
popular no sería una prioridad hasta bien reconfigurado el sistema político y restaurada la estabilidad institucional.
Su intención de volver al orden legal y constitucional encontró eco en todos los movimientos de centro y derecha
del plano político.
El tiempo de la reconstrucción estaba en marcha. Mientras Perón se reunía con los altos jefes de la Marina y
Aeronáutica, Cámpora hacía lo propio con Jose Rucci, secretario general de la CGT. La frase magna de “se acabó la
joda” pronunciada por este, parecía decir mucho de lo que se vendría.
El dia 13 de julio, Cámpora y Solano Lima presentaron su renuncia. EL poder se traspasó al yerno de López Rega,
presidente de la cámara de diputados, Raúl Lastiri. Mientras se decidía la convocatoria de las nuevas elecciones para
una asunción legitima de Perón, las organizaciones armadas y de izquierda hacían su lectura del hecho. FAR y
Montoneros expresaban que la asunción de Perón tenía por objeto poner freno al gorilismo imperialista. Mientras, la
JP no había visto que las maniobras del general la distanciaran de su posición, y con demostraciones de fuerza
intentó conquistar el aprecio de Perón para liberarlo del cerco de la derecha; derecha que a su vez veía en el general
el único conductor indiscutido.
La decisión de impulsar la candidatura a la vicepresidencia de Isabel Martínez de Perón, demostraba que el peso
dentro del movimiento no pasaba por la izquierda nacional (que intentaba impulsar a dicho cargo a Cámpora) sino
por la ortodoxia de derecha. Pero el caudillo se seguía manejando con cautela a pesar de su decisión de tirarse para
la derecha del movimiento, le aseguró a la izquierda que prontamente se vendría una democratización del
peronismo. La campaña electoral fue conducida y financiada por la CGT, quien hasta el momento no había siquiera
apoyado la candidatura del anterior presidente peronista.
En una elección que era casi de voto cantado, Perón gana con el 62% de los votos. La coyuntura política del
camporismo había dejado la nostalgia de los sectores radicalizados de un espacio para mostrar su capacidad de
acción. Sin embargo, la lealtad política al conductor dominó por sobre lo que estaba en juego en la lucha social,
reflejando la heteronomía constitutiva del peronismo.
A diferencia de otras naciones como la chilena, en Argentina los partidos mayoritarios, esto es el peronismo y el
radicalismo, no confrontaban en la forma de reconstitución económica y política del país. Ambos estaban
convencidos que los pilares eran los mismos que en otras épocas, es decir, los partidos políticos, el sindicalismo, y las
FFAA.
Esta opacidad entre la política y los antagonismos de clases explica el peso y la continuidad de Perón como ecuación
política capaz de articular la sociedad con el Estado. El peso de su persona hacia que el movimiento no se
constituyera como autónomo al líder y mientras la sociedad lo veía como el elemento de cohesión, es decir, se había
peronizado, Perón mismo iba en el camino contrario. Perón apareció como la única fuerza capaz de articular la
complejidad de las oposiciones sociales.
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Es elocuente cuando Perón se refiere a estas juventudes, y en función de hacer deponer su actitud violenta, como
una banda de delincuentes, que no importa lo muy superior que puedan ser sus fines, un delito es un delito. A
balazos no se podía arreglar un país que estaba económica y políticamente al borde del abismo. La violencia debía
ser vencida con acción política legítima.
El mismo general decía que el estado tenía la obligación de generar un anticuerpo necesario para frenar la ola de
violencia, que no sería mas violencia, sino la democracia integrada. Con esto, se le quitaba a los grupos de choque la
capacidad de respuesta a todos aquellos que intentaran atentar contra el poder gubernamental, deslegitimando su
acción.
Pero entre la izquierda peronista y su líder, como bien lo afirmaba Firmenich, había un desacuerdo ideológico y
una coincidencia estratégica. La contradicción ideológica estaba sustentada en la forma de ver el frente policlasista.
Mientras Perón fundaba esta idea en la conciliación de clases, el sentido revolucionario que le imprimían las
juventudes, especialmente Montoneros, era que esa alianza podía ser tal si era conducida por la clase trabajadora
organizada. En momentos en que Perón reforzaba el poder de la burocracia sindical, se comenzaba a abrir la brecha
con la izquierda, que en realidad lo que pretendía era el desplazamiento de dicha cúpula, a la que veía como el
principal enemigo dentro del movimiento peronista. La coincidencia estratégica era la de negociar las fronteras
dentro del mismo peronismo, esto es, ganar espacio y peso dentro del movimiento, lo mismo que Perón intentaba
hacer al fortalecer a la burocracia sindical. Pero la táctica montonera era consolidar la organización de la clase
trabajadora, reconquistando las instituciones que la dirigencia sindical les había enajenado (esto es, los
sindicatos).
Debido a que Perón consideraba a las Fuerzas Armadas un puntal mas de la reorganización estatal, y miembro parte
del Estado nacional, sobre el cual todo el proceso de restructuración se asentaba, el ataque del ERP al cuerpo del
Ejército en Azul, significó para Perón un reconocimiento vital: ya no se trataba de una banda de delincuentes, sino de
un grupo organizado que atacaba al Estado y sus instituciones con el fin de quebrar la unidad del pueblo argentino y
provocar el caos que impide la reconstrucción y liberación a la cual el gobierno tendía. El compromiso que las
Fuerzas Armadas debían asumir, no era menor, y era la solidaridad para con el gobierno con el fin de acabar con el
terrorismo criminal.
En un discurso pronunciado días después del acontecimiento de Azul, Perón dejaba algo en claro: la juventud es libre
de pensar lo que quisiera, es parte de la democracia reinante, pero si su actitud es la violencia, entonces estos no
eran parte del movimiento peronista que no se perfilaba en esos marcos. Instando a los jóvenes radicales a que se
replantearan su posición, los invitó a que se vieran a si mismos y se fijaran quien dentro de la juventud peronista es
realmente peronista y quienes no. El elemento violento sería duramente enfrentado aun dentro del mismo
movimiento. Perón dejaba algo en claro: la divergencia de la juventud dentro del movimiento y él, respondía a la
existencia de elementos inflitrados, adeptos a la Cuarta Internacional. El comunismo se había metido dentro del
cuerpo justicialista, intentando minar el peronismo y enfermarlo gravemente.
Pero claro, esto despertó la ira de muchos jóvenes que hacia un tiempo venían esgrimiendo sus luchas armadas,
como las que encabezaron contra Lanusse, con la bandera peronista a cuestas. Estos se negaban a ser desconocidos
hoy como peronistas, si ayer fueron los que sostuvieron de alguna forma el movimiento.
Este caldo de cultivo ya venía gestándose, en parte como vimos, desde la sanción de la Ley de Asociaciones
Profesionales. Mediante la misma, donde se otorgaba especial control a la burocracia sindical para eliminar y
controlar las comisiones de fábricas, es decir, las propias bases del movimiento sindical, se cooptaba el accionar
de los grupos juveniles como Montoneros y la JP, la cual venia desde hacia tiempo haciendo pata ancha dentro de
los sectores populares a través de las bases sindicales, las cuales eran las mas opositoras al régimen burocrático de la
CGT. Una vez sancionada la ley, y mientras caía dentro de la orbita cegetista el control de las bases sindicales, los
guerrilleros quedaban sin margen de acción dentro del propio movimiento peronista.
Resulta paradójica la cercanía que tienen los pensamientos de Perón y el de los Montoneros y JP en cuanto al
enemigo. Uno y los otros veían en su enemigo un traidor al propio partido, que se constituía en íltima instancia como
una cuestión generacional. La juventud, haciendo gala de su transvasamiento generacional (concepto formulado por
el propio Perón años antes y significaba el remplazo de la vieja guardia por gente nueva), decía que la burocracia
sindical era un grupo de infiltrados que tergiversaba los objetivos de liberación nacional, y por ende había que buscar
su eliminación física para ser remplazada por sangre nueva, la sangre de la juventud peronista. Perón, decía, en
1973, que justamente estas juventudes descarriadas eran las que traían el mal al peronismo, al infectarla con el
malsano comunismo foráneo que poco tenia que ver con el movimiento justicialista.
La purga de los elementos de izquierda comenzó rápidamente. Para marzo de 1974, se había desplazado de todas las
gobernaciones a todos aquellos que se sospechaban pertenecían a algún grupo o tenían algún tipo de asociación con
agrupaciones de izquierda peronista. A su vez, la sanción de la ley antisubversiva legitimaba la purga.
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En los meses de marzo y abril, la violencia contra los grupos armados se incrementa. A su vez, se debilita la posición
de Montoneros y JP. En el acto del 1° de mayo de 1974, las fricciones toman un carácter público denodado: en el
acto una serie de agrupaciones de izquierda reclaman a Perón el hecho de que el gobierno estaba lleno de gorilas. A
esto, el avejentado general les responde con epítetos, acusándolos de imberbes y pobres idiotas que intentan
desmerecer el incólume trabajo sindical que llevaba más de 20 años a la vanguardia de las demandas obreras. El
hecho quedaba claro: Perón había elegido, se quedaba con la burocracia sindical. Las juventudes se retiran antes de
que el Perón terminara su discurso.
El 24 de mayo se termina expulsando a la rama juvenil del Congreso Justicialista. El general Anaya declaró que las
FFAA, como brazo armado del Estado, estaban dispuestas a dar batalla a las fuerzas de la subversión. A pesar de
anunciar inmediatamente su retorno a la resistencia, no sería hasta después de la muerte de Perón que Montoneros
y JP rompieran todo lazo con el gobierno y el retorno a la guerrilla. Desaparecido Perón, ahora eran ellos que debían
esgrimir la verdadera bandera del peronismo autentico.
Con la desaparición de Perón, el gobierno recaía en su esposa Isabel y su entorno, signado por la figura de López
Rega, apodado “El Brujo”. Ni la presidenta ni su entorno lograrían llevar a la práctica las lecciones dadas por el líder,
y la sociedad populista que la vuelta del caudillo intentaba recomponer, caería finalmente en el desorden. Los
antagonismos políticos, contenidos por el débil dique que suponía la figura de Perón, finalmente se abrieron si
tregua. La agudización de los conflictos y la intensidad de la violencia política fueron el doble síntoma de la agonía
del proyecto peronista.
La muerte de Perón suponía para los diversos actores políticos, incluidas las FFAA, cerrar filas alrededor de la viuda,
la ultima garantía, no por ello fuerte, frente a la amenaza de la total desarticulación del sistema político. La
disyuntiva “Isabel o el Caos” se hizo mas presente que nunca. A pesar de tener que asumir tareas que sin dudas les
quedaban grandes, Isabel suponía la continuidad del orden institucional (frente al avance del supuesto marxismo) y
consensaba en su figura al peronismo todo. Incluso las FFAA adoptaron una actitud de neutralidad en defensa de la
institucionalidad a la espera de una salida política negociada o en su defecto, una intervención militar legitimada por
el fracaso gubernamental.
La confirmación de López Rega al frente del influyente Ministerio de Bienestar y como secretario privado de la
presidenta, lo convirtieron en la figura fuerte del nuevo gobierno con el aval y perplejidad de todos. La ortodoxa y
reaccionaria recomposición del gabinete, dejaban atrás los días en que Perón abogaba por una convergencia de los
sectores sociales. El muro que se levantaba desde el gobierno, cerraba todo dialogo con cada uno de las facciones,
incluidas las que pertenecían al propio movimiento: el conflicto interno en nombre del peronismo verdadero, el de la
primera hora, el peronismo de Perón quedaba ahora abierto sin ninguna tregua. Como bien expresó Isabel desde el
balcón de la Casa Rosada, ella cumpliría la doctrina peronista, caiga quien caiga y cueste lo que cueste. Así el nuevo
gobierno quedaba signado por el sectarismo.
La crisis política
Mientras en la mesa de negociaciones se intentaba solventar la suba de precios y la perdida de poder adquisitivo, los
conflictos laborales hacían otra vez eclosión, contrastando fuertemente con la tranquilidad provocada por la
promulgación de la ley antisubversiva en 1974. En Villa Constitución estallaba el enfrentamiento cuando el gobierno
dijo que había descubierto una conspiración destinada a paralizar la industria pesada, y así arrestó a toda la plana
mayor de la seccional local de la UOM y a líderes locales de otros sindicatos. Frente a este hecho, la paralización de
la actividad industrial se hizo presente. Gremios de otras ciudades se solidarizaron con sus compañeros, y pedían por
la liberación de los detenidos, so pena de huelga general. Después de 2 meses de conflicto la actividad volvía a
normalizarse con la liberación de algunos detenidos. Este hecho no supuso otra cosa que una vuelta o cercanía del
gobierno con la minoría oficialista sindical que seguía en sus denodados intentos de eliminar la oposición sindical (en
las elecciones llevadas a cabo en la seccional local de la UOM de Villa Constitución, la lista adepta a Lorenzo Miguel
era derrotada por una opositora).
En mayo finalizaban las negociaciones paritarias. El aumento acordado era del 38% en los salarios, cumpliendo
ampliamente las expectativas de los jefes sindicales. Sin embargo, pocos días después, Gómez Morales renunciaba al
Ministerio de Economía, asumiendo el mismo Celestino Rodrigo, un miembro del “ clan López Rega”.
Su estrategia económica era liberalizar los precios, poner fin a la sobrevaluación monetaria, mejorar los precios
agrícolas, estimular las inversiones privadas, incrementar los precios de bienes y servicios públicos, disminuir el
déficit presupuestario, mantener bajo los salarios, y por sobre todo, romper el poder de los sindicatos. El paquete de
medidas fue aplicado de golpe por el nuevo ministro; la población miraba azorada. La intención de toda esta política
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era dejar sin opciones a la dirección sindical y fomentar su directo remplazo. Así fue que se paralizaron
paralelamente las negociaciones entre sindicatos y empresarios.
Se desató así una movilización masiva y espontanea contra el nuevo ministro, fuera de todo control sindical. Los
líderes gremiales no supieron que hacer más que luchar por su propia supervivencia. Enseguida intentaron mostrar a
las bases que ellos eran sus defensores. La CGT encabezó así una nueva negociación salarial, que no los contentó.
Frente a la presión sindical, el gobierno decidió reabrir el dialogo entre empresarios y sindicatos para que
recompusieran nuevos acuerdos salariales, apelando solo a la responsabilidad de las partes. Los acuerdos se
hicieron, y el sindicalismo había logrado imponerse. A partir de entonces se buscaba ratificar oficialmente el
aumento salarial alcanzado. Actos y movilizaciones se encauzaron a este fin, hasta que el 27 de junio, Isabel recibió a
la cúpula cegetista para pedirle una respuesta y además aprovechó para expresar el rechazo a López Rega y Rodrigo.
La presidenta los instó a retirarse en paz que ella al día siguiente daría a conocer su decisión.
La decisión: la suspensión de las paritarias con un aumento uniforme del 50%. Esto provocó la renuncia del Ministro
de Trabajo (que había surgido del cuerpo sindical) y una paralización de labores en los principales centros del país.
Después de algunos días de indecisión, la CGT convoca a un paro general de actividades de 48 horas. Es la primera
vez que la central obrera iniciaba una medida de fuerza tal durante un gobierno peronista. Sin embargo,
parapetándose en su histórica retorica, la CGT decía a los trabajadores que la huelga tiene por fin apoyar a la
presidenta. Los jefes sindicales se planteaban el dilema de lealtad a Isabel y las presiones de sus bases que aspiraban
a derrocarlos. La condensación del rechazo en la figura de López Rega y Rodrigo ayudo a mantener el precario
equilibrio en este dilema.
Un día después de las medidas de fuerza, el gobierno se comprometía a aprobar los contratos en litigio, y López Rega
y Rodrigo presentaban su renuncia. La crisis política parecía haber terminado con la victoria de la cúpula sindical. Los
jefes sindicales parecían entronizarse en su afán de ocupación del poder político sindical y pasaban a ocupar un lugar
central en la toma de decisiones estatales. Por su parte, Isabel se quedaba sola. Esa frágil mujer, autoritaria,
iracunda, y enferma había visto desaparecer a sus dos principales guías: Perón y López Rega. El Rodrigazo, como se
conoció a toda esta etapa conflictiva de julio de 1975, ofreció los últimos resquicios por el sostenimiento del orden
institucional, a partir de aquí, se dará un lento proceso agónico tanto del sistema político como de la autoridad del
Estado.
EL gobierno a la defensiva
El año de gestión de Isabel Perón se cerraba con la crisis de Julio, marcando el apogeo y caída del circulo
presidencial. El giro brutal a la derecha no había dejado más margen al sindicalismo “duro” que enfrentarse
directamente al gobierno. Los empresarios tampoco brindaron su apoyo, ejerciendo una presión sistemática para
boicotear el plan económico. Los militares por su parte, se convertían, con su pasiva actitud, en un factor de
aceleración de la crisis. La hiperinflación, recesión, la critica situación de la balanza de pagos, y el enorme déficit
fiscal constituían la contracara de la agudización de los conflictos sociales que sin Perón como mediador, escapaban
a todo control.
La tendencia de al derechismo por parte del gobierno, se hizo desde los primeros momentos en que se vio hostigado
por los sectores históricamente peronistas. Mientras los sindicalistas presionaban para la asunción de miembros
favorables a su conducción política (provocaron la renuncia de Lastiri a la presidencia de la Cámara de Diputados; se
opusieron a la Ley de Acefalía que permitía que la presidencia nacional pudiera recaer en algún ministro en caso
coyuntural, aprobando en su lugar que ésta sea asumida por un miembro del congreso o un gobernador; y
promovieron la elección de Ítalo Lúder a la cabeza del Senado, un peronista moderado que mantenía buenas
relaciones con el sindicalismo, la oposición y las FFAA), el gabinete de la presidenta se militarizaba. Esto sucedía ya
que las FFAA parecían ser el último bastión donde el gobierno podía apoyarse. El coronel Damasco es electo como
Ministro del Interior. Esta alianza que parecía gestarse entre el gobierno y el cuerpo militar, parecía favorable a
consolidar la lucha contra la guerrilla. Sin embargo, las FFAA se apuraron en manifestar su independencia del nuevo
gabinete y solicitaron la renuncia de Damasco, o bien este podía pedir el retiro del arma. Este último camino fue el
elegido por el nuevo ministro. Además, las Fuerzas pedían la renuncia del nuevo comandante en jefe, Numa Laplane.
En su lugar, Isabel designó a Jorge Rafael Videla. Pero Isabel no podía constituir una aliada del cuerpo militar.
Mientras tanto, el peronismo se debatía en una lucha intestina entre verticalistas (adeptos a Isabel) y
antiverticalistas que reclamaban las banderas del autentico peronismo. Estos debates internos a su vez eran una
manifestación del extrañamiento entre las instituciones políticas y las luchas sociales desarrolladas en el seno de la
sociedad civil. La guerrilla había intensificado sus actividades, a la vez que se había multiplicado la violencia de
derecha, protegida por el gobierno a través e la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina, grupo paramilitar creado
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por López Rega y que tenía por fin inicial destruir y eliminar todos los elementos de izquierda dentro del partido
peronista). Una represión política y cultural completaba el cuadro de recrudecimiento de la situación general.
Por su parte, Montoneros anunciaba su paso a la clandestinidad en septiembre de 1974. Sus blancos principales
serian los militares, colocando a la violencia nuevamente en primer plano en la escena nacional. El argumento de
Montoneros, como lo habíamos dicho en el capitulo 6, era que su organización estaba proscripta y que la resistencia
armada (como en los primeros tiempos de la Revolución Libertadora) era el único camino contra un gobierno que
traicionaba a Perón.
En respuesta, en noviembre de 1974, el gobierno dictaminaba el estado de sitio con el fin de hacer frente a todo acto
de violencia extrainstitucional que alterasen el orden del Estado y la sociedad, pudiendo así ejecutar su consecuente
represión.
Lo paradojal era que el peronismo, en sus dos vertientes, elegía de una u otra forma los mismos medios de lucha.
Mientras las juventudes radicalizadas de la izquierda nacional decidían tomar las armas para enfrentar un gobierno
que traicionaba el ideal peronista, el propio gobierno organizaba un operativo simétrico de violencia, que intentaba
rencauzar al peronismo pero hacia la derecha. Las acciones de la guerrilla y de los comandos fascistas de la Triple A
se multiplicaron con el contexto de lucha que se fue dando por esos años.
Sin embargo, el descontento popular crecía día a día. Mientras el gobierno fracasaba en su proyecto de encauzarse
hacia la derecha, los sectores populares no parecían atender el llamado de las revolucionarias células de izquierda
que pedían por la unificación bajo su bandera en pos de la lucha armada. El intento de unificación política (de uno u
otro bando) chocaba con la desarticulación del campo popular.
Por su parte, Isabel fracasaba en todo intento de hacerse con algún apoyo que le permitiera disciplinar a sindicalistas
y políticos, no pudiendo obtener el apoyo de las FFAA, ya que su convocatoria a unirse a la lucha contra la subversión
hacia aguas.
El frágil compromiso
Con el alejamiento temporal de Isabel del gobierno, Lúder asume el compromiso de intentar poner algo de orden al
desequilibrado Estado argentino. Un devenir de ministros culmina en la asunción de Antonio Cafiero a cargo de la
cartera de Economía. Con una inflación galopante y una tasa de desempleo muy alta para aquellas épocas, el
ministro se comprometía a una indexación gradual de tasas de cambio, salarios y precios (minidevaluaciones
amortizadas). Flanqueado por la CGT y la CGE, intentaba estabilizar la relación entre clases sociales.
Sin embargo, poco tiempo después de asumir, se vieron las limitaciones del plan económico, por cuestiones
políticas. Los jefes sindicales, que ahora tenían participación directa en la gestión estatal, se veían presionados una y
otra vez por sus bases obreras en demanda de aumentos salariales que palearan la depreciación del poder
adquisitivo. Además, los desequilibrios que habían generado los aumentos de julio (algunos habían recibido un 60 y
otros un 200% de aumento salarial), hizo aparecer rezagados que hoy proclamaban una compensación.
A todos estos conflictos, se sumaban los de la clase media que veía el país enfrascado en una constante lucha
intestina con un nivel inusitado de violencia política y social.
Pese a todos los esfuerzos de Cafiero, la situación económica era crítica. La producción industrial continuaba a la
baja, el PBI también cayó abruptamente, la inversión se redujo, etc. Todo esto se acompañaba de un boicot
ganadero al plan económico decretando dos grandes huelgas (no entregaban hacienda a la subastas), afectando
enormemente el abastecimiento alimenticio.
Isabel, que había regresado a su puesto de gobierno en octubre de 1975, se veía envuelta junto al clan lopezreguista,
en un escandalo de malversación de fondos que no ayudaba en nada a mermar las resistencias hacia ésta dentro y
fuera del peronismo. Mientras, la CGT definía su posición. Con excepción de su líder, Lorenzo Miguel, muchos de los
jefes sindicales y las 62 Organizaciones que componían la central obrera se manifestaban en contra de la presidenta.
Pero el ataque de los leales no se hizo esperar: Calabró, quien encabezaba la resistencia, fue desplazado de la
organización sindical y del partido justicialista.
Sin embargo, la suerte estaba echada. El desplazamiento de Isabel era casi inminente para fines del 75. La oposición
política se veía obligada a plantear una alternativa para la continuidad institucional, un gobierno sin Isabel.
Convencieron a ésta de adelantar las elecciones. Los rumores de golpe militar estaban a la orden del día. En
diciembre hubo un levantamiento en la fuerza aérea, conducido por un grupo de oficiales con l consigna de derrocar
al gobierno. El motín fue sofocado pero la expectativa de un golpe militar dominaba la opinión pública. En el
mensaje de nochebuena, Videla instaba a los civiles a adoptar las medidas necesarias para solucionar los problemas
del país. Este mensaje tenia un doble sentido: se intentaba mantener el carácter de fuerza políticamente
prescindente que Perón le había dado a las FFAA al volver a la Argentina, pero por otro lado, se convertía en un
peligroso ultimátum, en donde si los civiles no podían encontrar la solución al conflicto socio-económico y político, el
golpe militar quedaba justificado. En realidad este mensaje daba muestras que el rumbo estaba tomada, como bien
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lo expresaba Lúder más adelante: los militares estaban decididos en convertirse en los actores principales del
desenlace de toda la situación.
La caída
El reacondicionamiento del gabinete suponía el último manotazo de ahogado de Isabel. Alejados los sindicalistas y
políticos moderados, recompuso su círculo político con elementos netamente conservadores. Los gremialistas por su
parte sabían que no podían lanzarse a una confrontación abierta con el gobierno, y escindidos entre leales a Isabel y
partidarios de su alejamiento, se mantuvieron en actitud pasiva y fatalista, tratando de reacomodarse a la nueva
situación. Gremialistas y políticos opositores cerraron filas alrededor de Isabel: no iban a contribuir a derrocar a un
gobierno peronista, no querían comprometer el futuro.
Por su parte, Isabel intentaba nuevamente sin éxito aproximarse a las cúpulas de las FFAA. Propuso la disolución del
parlamento y la inclusión de miembros de las fuerzas a su gabinete, pero la propuesta en su conjunto fue rechazada
por los militares.
A su vez, el gabinete renovado intentaba acercarse a los sectores económicamente más poderosos del gran capital,
pero no tuvieron mayor éxito. Por primera vez se asistió a un paro de actividad empresarial de 24 horas decretado
por la APEGE (organización empresarial del gran capital agrario y comercial). Por su parte, la desarticulación entre la
dirigencia sindical y los intereses obreros era casi total.
Mientras el nuevo ministro de economía, Mondelli, el 6° de todo el mandato, admitió no tener un plan económico
para enfrentar la dura situación, sino un paquete de medidas, Isabel le pedía a la CGT que “no silbaran mucho a
Mondelli”. Esto daba muestras de la escena patética de la agonía del régimen.
No quedaba más nada por hacer. Sindicalistas y políticos quedaron a la espera del golpe militar.
Los días que precedieron al golpe fueron de una total disgregación en el campo sindical y político. El 22 de marzo,
Casildo Herrera, secretario general de la CGT emigraba a Montevideo. Sus únicas declaraciones: “Me borré”.
El día 24 de marzo, los militares desplazaron del poder al justicialismo en un acto que clausuró el proceso que había
comenzado tres años antes con el apoyo popular masivo. Nunca antes había sido tan fácil para las Fuerzas Armadas
ocupar la Casa Rosada. “No había nadie en ella”.
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GORDILLO, Mónica, “Sindicalismo y radicalización en los setenta: las experiencias clasistas”, en LIDA, Clara et al.
(comps.), Argentina, 1976. Estudios en torno al golpe de estado, México, El Colegio de México, Centro de Estudios
Históricos, 2007, pp. 59-84.
El movimiento obrero en la Argentina, desde su constitución en la última década del siglo XIX, estuvo atravesado por
la tensión entre los que sostenía la necesidad de conformar organizaciones de clase y aquellos que apelaban a un
colectivo más amplio, como el de “pueblo oprimido”, desdibujando la fractura de clase como fuente principal o
exclusiva del antagonismo. La identidad predominante entre los trabajadores hasta la segunda década del siglo XX
fue el anarquismo.
Su desarticulación estuvo asociada a la apertura del sistema político, a la posición “populista liberal” de los gobiernos
de la Unión Cívica Radical entre 1916 y 1930, además al creciente peso que fue cobrando la vertiente que
proveniente del “sindicalismo revolucionario” y defensora de la autonomía de clase, comenzó a adoptar para la
época señalada una estrategia más reformista, de negociación directa con el Estado. Esta tradición, que controlaba
los principales sindicatos hacia mediados de la década de los cuarenta, debió competir con el importante desarrollo
que durante la década de los treinta, que como consecuencia del acelerado proceso de industrialización sustitutiva,
tuvieron el socialismo y el comunismo, impulsores de la organización de partidos de clase. Estas tensiones serían
resueltas con la llegada del peronismo.
(El glorioso) Juan Domingo Perón forjo la alianza populista que convirtió al movimiento obrero en la “columna
vertebral” del nuevo proyecto político. Lo novedoso fue que tanto la “vieja guardia sindical”, como la mayor parte de
los nuevos trabajadores, se integraron ahora a un movimiento político identificado con un líder.
Al mismo tiempo se constituyo una organización sindical fuertemente centralizada, con un sindicato único por rama
industrial, con una sola organización de tercer grado reconocida, la Confederación General del Trabajo (CGT), y con
una clara intervención del Estado. Esto fue conformando potentes burocracias.
Sin embargo a fines de los sesenta el espectro sindical se vio conmocionado por la irrupción de una serie de
movimientos de base que cuestionaron a sus dirigencias, llegando algunos de ellos a plantear alternativas clasistas y
proyectos revolucionarios que cobraron visibilidad a comienzos de los setenta.
El funcionamiento del sistema político y la situación del movimiento obrero luego de la caída de Perón.
El golpe cívico-militar conocido como “Revolución Libertadora” que el 16 de septiembre de 1955 derroco a Perón
poniendo fin a los dos gobiernos peronistas iniciados con las elecciones democráticas de febrero de 1946, intento
establecer nuevas reglas que marginaran al peronismo del juego político. Esta intención se materializó en medidas
tales como la proscripción del peronismo, mantenida por diecisiete años, y la intervención de los sindicatos y de la
propia CGT.
El movimiento obrero se convirtió en factor de poder y en el actor político que paso a ocupar el lugar vedado al
partido peronista. El hecho de que Perón estuviera todos esos años en el exilio, alentaron una fuerte disputa en el
interior del movimiento por ocupar el lugar de legitimo portavoz de Perón y llevaron al movimiento obrero a lograr
mayor autonomía en sus relaciones con los gobiernos de turno, apelando sistemáticamente a acciones directas con
el objetivo de “presionar para negociar”, sin que la corriente mayoritaria del sindicalismo peronista alentara acciones
disruptivas o antisistema.
Por otra parte, a partir de 1955 con el proyecto del “desarrollismo”, se consolidaron también los cambios en el
régimen de acumulación. En efecto, este periodo se caracterizo por la influencia de empresas transnacionales
dirigidas a desarrollar la industria de bienes durables, bienes de capital y sector energético, concentrándose así las
inversiones fundamentalmente en el sector metal-mecánico, químico, petroquímico y siderúrgico. Estas industrias
generaron nuevos polos de desarrollo en el interior del país; adquirieron especial protagonismo Córdoba, Rosario y
el cordón industrial sobre el río Paraná.
Este crecimiento industrial implicó desplazamientos y concentración de la mano de obra de obra en torno a esas
nuevas actividades, trabajadores en su mayoría jóvenes y sin tradición sindical previa, que sentaron las bases de
nuevas tradiciones forjadas en un contexto de deslegitimación del sistema político. Esa situación, sumada al
creciente poder que fueron ganando los sindicatos, llevo paulatinamente de la resistencia a la rebelión.
El cordobazo y el rosariazo, movimientos que generaron un ciclo de protesta que dio visibilidad a nuevos actores
políticos y sociales que se habían ido conformando durante toda la década, en este sentido, la coyuntura del
gobierno de Ongania debe entenderse como precipitadora, no como generadora, de las líneas de radicalización
política y social que se abrieron entonces.
La radicalización en Córdoba
Los ejemplos en los sindicatos mecánicos
La industria automotriz comenzó a desarrollarse en el país en los últimos años del gobierno de Perón, a partir de un
convenio para la radicación en Córdoba de la empresa italiana Fiat en 1954 y de la norteamericana Kaiser en 1955.
Desde el punto de vista del encuadramiento sindical, el personal de IKA constituyo en 1956 la Seccional del SMATA.
Otra fue la situación del personal de la empresa Fiat. Esta se negó a aceptar la incorporación de su personal al
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SMATA y en cambio propicio la creación de tres sindicatos, uno para cada planta: Sindicato de Trabajadores de
Concord (SITRAC), Sindicato de
Trabajadores de Materfer (SITRAM) y Sindicato de Trabajadores de Grandes Motores Diesel (SITRAGMD),
reconocidos oficialmente en 1964 y caracterizados en los primeros años con posiciones pro empresariales. En 1966
el SITRAGMD decidió la afiliación al SMATA por lo que al momento del Cordobazo solo SITRAC y el SITRAM
permanecían como sindicatos autónomos y se abstuvieron de participar, cuyos protagonistas principales fueron el
SMATA y el Sindicato de Luz y Fuerza.
Desde 1958 el SMATA Córdoba estuvo controlado por dirigentes peronistas que combinaron exitosamente
movilización y negociación para conseguir sus reivindicaciones.
A comienzo de 1970 tuvo lugar la imposición de una nueva dirigencia en el SITRAC y en el SITRAM dando origen a lo
que se conocería como el sindicalismo “clasista” de Fiat. Pero la radicalización con la que se asocio a este
movimiento, sintetizado en la famosa frase de “Ni golpe ni elección, revolución”, no estuvo presente desde el inicio
sino que se fue definiendo sobre todo hacia fines de 1970 y más claramente en 1971 a partir del “viborazo” de marzo
de 1971.
A diferencia del primer Cordobazo el segundo tuvo un carácter más obrero que popular, acompañado por la clara
presencia de los nuevos actores políticos del momento: las organizaciones armadas. Este movimiento fue una
manifestación de la radicalización que se había abierto en el país. El gobierno de la Revolución Argentina, ahora a
cargo del general Lanusse, comprendió esa situación y estimó que la única manera de detener las salidas antisemitas
era levantando la proscripción que desde quince años pesaba sobre el peronismo y llamar a elecciones. Esto fue lo
que prometió en el mes de mayo al lanzar el Gran Acuerdo Nacional (GAN) elecciones que se llevaron a cabo el 11 de
marzo de 1973, dando lugar al tercer gobierno peronista.
Con sus diferencias y matices, los distintos actores acordaron la necesidad de un cambio político, desde las cúpulas
sindicales que buscaron ocupar un lugar dentro de la nueva reorganización del movimiento peronista hasta los que,
sin negar la posibilidad del canal de acceso “democrático”, se inclinaron más hacia un proyecto de socialismo
nacional.
En ese sentido, el sindicalismo peronista de Córdoba sufrió una permanente tensión entre, por un lado coherente
con la experiencia de movilización vivida a partir del cordobazo y, por otra parte, las exigencias de subordinarse a un
plan político general decidido por Perón y los dirigentes nacionales.
En su línea de profundización ideológica, el SITRAC y el SITRAM rehusaron integrar la combativa delegación Córdoba
de la CGT, aislándose del resto del movimiento obrero y organizando, en cambio, el Congreso de Sindicatos
Combativos y Agrupaciones Clasistas. Pero ni el gobierno ni la empresa estaban dispuestos a tolerar esas posiciones.
Finalmente la empresa echo a 259 trabajadores, incluyendo a casi todos los miembros de los comités ejecutivos y
cuerpos de delegados de SITRAC-SITRAM, así termino la breve pero intensa experiencia clasista de Fiat.
En uno de los sindicatos más importantes de Córdoba, el SMATA, y como un ejemplo de la radicalización que
sobrevino al cordobazo, ganó las elecciones el 30 de abril de 1972 un militante del PCR, Reneé Salamanca
encabezando la lista marrón “Movimiento de Recuperación Sindical”, luego de catorce años de conducción
peronista.
El voto de los trabajadores peronistas a la lista marrón tuvo el sentido de mantener el nivel de combatividad y
acentuar la lucha desplegada por el sindicalismo de Córdoba.
A manera de cierre
Una primera conclusión, al analizar las expresiones radicalizadas, muestra que estas fueron viables dentro de un
ciclo de protesta general contra la dictadura de la Revolución Argentina, precipitado por una forma particular de
funcionamiento del sistema político que impedía la participación del peronismo. Una segunda observación las asocia
con el desarrollo de industrias nuevas, concentradas geográficamente, con trabajadores que en la década de 1960 se
mantuvieron en su mayoría al margen del proceso de reconstrucción del aparato sindical y de la lógica de presionar
para negociar. Una tercera conclusión se refiere a que estos prosperaron porque se asentaron en demandas de base
fabril relacionadas con situaciones laborales especificas pero, también en la búsqueda de una efectiva
representación y participación que llevaron a los dirigentes mas definidos políticamente a la permanente tensión
entre sus identificaciones ideológicas y la responsabilidad que como dirigentes obreros tenían de representar a los
distintos sectores.
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Por último queda preguntarse, más allá del golpe final que represento la dictadura ¿fue aquella la que llevo a su
derrota o, en cambio habían comenzado ya a ser derrotadas desde el propio movimiento obrero donde en otra
coyuntura habían encontrado posibilidades de prosperar? Estas preguntas resultan pertinentes para evaluar la real
inserción de las propuestas radicalizadas dentro del movimiento obrero argentino.
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