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Historia Argentina IIII - Unidad 4

DE RIZ, Liliana. “Retorno y derrumbe. El ultimo gobierno peronista”

CAPITULO 4. El interregno camporista

El periodo abierto con la presidencia de Cámpora se caracterizó por definir de una vez el lema “Cámpora al gobierno,
Perón al poder”. Cumplido la primera parte de éste, restaba definir la segunda y mas importante que enfrentaría la
concepción de los grupos radicalizados y guerrilla peronista que interpretaban en esto la ruptura del sistema y la
concreción de la liberación nacional, y los sectores de la burocracia sindical que pensaron a esto como reconquistar
lo espacios perdidos en la estructura estatal.
La elección de Cámpora suponía la lealtad de la burocracia política al conductor. Esto chocaba con el poder
pretendido dentro del movimiento por los burócratas sindicales. La cúpula gremial se manejó desde 1955 en dos
polos contradictorios: mantenerse en la oposición aislacionista y participar en distintos grados o formas de las
instituciones, según la coyuntura, para ganar peso político y hacer frente a las demandas obreras. Fue esta misma
dicotomía la que planteó largas diferencias entre el mismo sindicalismo y de éste con el conductor peronista.
Sin embargo esta dialéctica de comportamiento fue la del propio Perón durante su exilio, que se dedicó a concentrar
sus esfuerzos en lograr el reconocimiento del peronismo en la escena política y de su propio liderazgo dentro del
movimiento. Por ello la impugnación de Perón no apuntaba específicamente a la actitud pendular, sino a la
autonomía que el órgano sindical podía adquirir de la conducción del caudillo.
La renovación sindical que se comenzaba a dar después del Cordobazo, ponía en jaque la dirigencia de la burocracia
que no veía con buenos ojos los cuestionamientos a su dirección desde las bases del gremialismo. Con Cámpora
como presidente, la burocracia sindical quedaba desplazada como actor principal de la reconstitución del poder
estatal y situada a la defensiva, por la movilización autónoma de las bases. Cámpora había logrado ascender en el
movimiento gracias al apoyo del sindicalismo combativo y de la juventud, y era esto lo que generaba resquemor en
los viejos órganos gremialistas. Por otro lado, el nuevo presidente representaba un sector de la burocracia política
más cercana a Perón, y con la cual el caudillo había reforzado el poder civil a través de la utilización de la juventud
radicalizada y la guerrilla, lo que hacia también subir en los escalafones internos a estos órganos. Sin dudas la
identificación de la izquierda peronista radicalizada con la figura de Cámpora, más alla de ser promovida por el
Perón, se sienta sobre las bases de la falta de conducción revolucionaria de dichos movimientos, y la necesidad de
mantenerse cercanos al líder del movimiento.
Lo que muchos interpretaron con “Perón al poder” fue el cese de la violencia extra-institucional en la cual estaba
inmerso el país, es decir, la reconstitución del sistema político con una izquierda legal incorporada al mismo.
Cámpora no pudo dejar de reconocer el peso de la JP cuando asumió la presidencia, pero insistió que los tiempos de
la violencia habían terminado. Decretó la amnistía y liberación de presos políticos, incluidos los de las organizaciones
armadas. Pero en la medid en que Cámpora no supo o no quiso desalentar suficientemente la movilización popular,
su permanencia en el ejecutivo se hizo insostenible, especialmente por la inconciliable posición de rechazo que la
movilización generaba en los soportes tradicionales del peronismo.
El gobierno de Cámpora representó un estilo político y no un programa de gobierno, ya que éste ultimo era el de
Perón y Gelbard, que se sustentaba en la conciliación de clases, lo que la JP vio con dudas primeros y con rechazo
después. Con el retorno de Perón, se ponía en vigencia el plan para poner orden en una sociedad asediada por las
luchas sociales intestinas. El sentido que tenía el Plan Social, era poner un ordenamiento económico y de
normalización institucional donde la violencia extra-institucional no tuviera ninguna cabida. El general advirtió así a
su Juventud de controlar el elemento gorila y trostkista.

El plan Gelbard
El plan Gelbard, como se conoció a la política económica proyectada durante la etapa camporista, tenia por fin
asentar la economía argentina en las bases del empresariado nacional privado, es decir, tomar el mismo rumbo que
Miguel Miranda había hecho en la primera presidencia peronista.
En su conjunto, el programa se presentaba como una opción al capital monopolico internacional, al que criticaba
duramente. La pieza fundametal para llevar a la práctica, fue el Acta de Compromiso Nacional (Pacto Social),
firmado por la CGT y la CGE (Consejo General Económico) que fijaba un aumento salarial fijo y congelar los salarios
hasta el próximo ajuste, que sucedería el 1 de junio de 1974. Los objetivos redistributivos del plan y la plena
ocupación, necesitarían tiempo. El plan de austeridad se acompañó por un bloqueo de los precios para los productos
de mayor consumo. La UIA, la SRA, la Camara de Comercio, todas aceptaron el Pacto Socia, y que hacerlo no
implicaba renunciar a sus recursos de poder. El programa económico no afectaba la propiedad de los medios de
producción y las empresas transnacionales conservaban la superioridad frente a las nacionales, por lo que era
innecesario la creación de conflictos. Además, la coyuntura de precios internacionales favorables, no afectaba
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demasiado a los terratenientes que compensaban la perdida por el congelamiento de precio interno, con el alza en
el exterior.
El pacto social suponía el control del capital y el trabajo a través de un acuerdo de austeridad, asegurando el
gobierno económico a través del gobierno político de las clases. Pero esto no era inconexo con un plan de reformas
tendientes a disminuir la conflictividad violenta. Este conjunto de medidas definió otra constante del pensamiento
del líder: la existencia de un capitalismo de preminencia social que atempere el sacrificio de los pueblos. Si bien el
proyecto de reforma estaba lejos de grandes cambios estructurales, reforzaron la imagen izquierdista de Cámpora
cuando se incorporó la nacionalización de los depósitos bancarios, el control de comercio exterior y una reforma
de la ley de inversiones extranjeras, políticas impositivas y una ley agraria . Todo ello no atacó la propiedad en si de
las empresas extranjeras ni su capacidad de generar ganancias, sino que limitó la posibilidad de enviar dividendos al
exterior.
El Plan Gelbard no era criticable por los sectores de la izquierda peronista sin atacar directamente el pensamiento de
su conductor nato. Las FAR y Montoneros optaron por referirse al Pacto Social como un programa de transición
hacia formas políticas nuevas en la que la conducción pasaría por el sector obrero . Fue calificado como “programa
de liberación”, enfatizando el carácter nacionalista de las reformas. El ERP en cambio afirmo que el gobierno no
podría dar un paso efectivo hacia la liberación nacional y social.
A pesar de los objetivos del Pacto Social, la movilización no había sido cooptada y el recurso creciente de la acción
directa ponía en jaque el equilibrio político buscado por el Acta, mostrando el vacío de poder en la sociedad
argentina. Paralelamente, la burocracia sindical comenzó a recapturar sectores dentro del movimiento, alentadas
por su líder.

La caída de Cámpora
Las contradicciones del gobierno camporista no se hicieron esperar: el tinte reformista en lo económico no se
acompañaba con el estilo de gobierno movilizador. El peronismo no podía asimilar a los sectores radicalizados a
menos que se quebraran los limites de su proyecto. El retorno de Perón el 20 de junio dejó claras las cosas. La
reconstitución del poder estatal tenia que ser hecha en base a los partidos políticos, la burocracia sindical y las FFAA.
Cuando Perón arriba a Ezeiza, lo que parecía iba a ser una celebración terminó siendo una masacre gracias al
enfrentamiento de grupos parapoliciales con la multitud que había ido a recibir a su líder. A partir de ese momento,
el conflicto entre los peronistas socialistas y los ortodoxos del clan López Rega, se agudizaron.
Con el discurso de Perón al dia siguiente, sin dudas quedaba claro que su pensamiento y liderazgo del partido se
alineaba con la línea de la derecha del peronismo. Se acabaría el aval del ala izquierdista peronista, y la movilización
popular no sería una prioridad hasta bien reconfigurado el sistema político y restaurada la estabilidad institucional.
Su intención de volver al orden legal y constitucional encontró eco en todos los movimientos de centro y derecha
del plano político.
El tiempo de la reconstrucción estaba en marcha. Mientras Perón se reunía con los altos jefes de la Marina y
Aeronáutica, Cámpora hacía lo propio con Jose Rucci, secretario general de la CGT. La frase magna de “se acabó la
joda” pronunciada por este, parecía decir mucho de lo que se vendría.
El dia 13 de julio, Cámpora y Solano Lima presentaron su renuncia. EL poder se traspasó al yerno de López Rega,
presidente de la cámara de diputados, Raúl Lastiri. Mientras se decidía la convocatoria de las nuevas elecciones para
una asunción legitima de Perón, las organizaciones armadas y de izquierda hacían su lectura del hecho. FAR y
Montoneros expresaban que la asunción de Perón tenía por objeto poner freno al gorilismo imperialista. Mientras, la
JP no había visto que las maniobras del general la distanciaran de su posición, y con demostraciones de fuerza
intentó conquistar el aprecio de Perón para liberarlo del cerco de la derecha; derecha que a su vez veía en el general
el único conductor indiscutido.
La decisión de impulsar la candidatura a la vicepresidencia de Isabel Martínez de Perón, demostraba que el peso
dentro del movimiento no pasaba por la izquierda nacional (que intentaba impulsar a dicho cargo a Cámpora) sino
por la ortodoxia de derecha. Pero el caudillo se seguía manejando con cautela a pesar de su decisión de tirarse para
la derecha del movimiento, le aseguró a la izquierda que prontamente se vendría una democratización del
peronismo. La campaña electoral fue conducida y financiada por la CGT, quien hasta el momento no había siquiera
apoyado la candidatura del anterior presidente peronista.
En una elección que era casi de voto cantado, Perón gana con el 62% de los votos. La coyuntura política del
camporismo había dejado la nostalgia de los sectores radicalizados de un espacio para mostrar su capacidad de
acción. Sin embargo, la lealtad política al conductor dominó por sobre lo que estaba en juego en la lucha social,
reflejando la heteronomía constitutiva del peronismo.

CAPITULO 5. La tercera presidencia de Perón


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A diferencia de otras naciones como la chilena, en Argentina los partidos mayoritarios, esto es el peronismo y el
radicalismo, no confrontaban en la forma de reconstitución económica y política del país. Ambos estaban
convencidos que los pilares eran los mismos que en otras épocas, es decir, los partidos políticos, el sindicalismo, y las
FFAA.
Esta opacidad entre la política y los antagonismos de clases explica el peso y la continuidad de Perón como ecuación
política capaz de articular la sociedad con el Estado. El peso de su persona hacia que el movimiento no se
constituyera como autónomo al líder y mientras la sociedad lo veía como el elemento de cohesión, es decir, se había
peronizado, Perón mismo iba en el camino contrario. Perón apareció como la única fuerza capaz de articular la
complejidad de las oposiciones sociales.

El proyecto de poder de Perón


La tarea a la que Perón pondrá todos sus esfuerzos tenderá a la organización del poder del Estado, el cual el mismo
había ayudado a desdibujar. Desde su exilio, todos los años que transcurrieron con Perón en el exterior fueron
protagonistas de luchas que el mismo caudillo generó con el fin de desestabilizar cualquier formula institucional que
sus adversarios intentaban establecer. El carácter eminentemente pragmático del general abrió las puertas para la
radicalización de la doctrina, que se vio alimentada por la movilización social y política en contra del régimen militar.
Para reconstituir la conducción del movimiento, Perón recurría a las 20 verdades del Justicialismo para frenar los
desbordes ideológicos gestados en el propio seno del movimiento.
Dentro de sus premisas para la reorganización política estaba la de crear una base de consenso y legitimidad con los
sectores mas fuertes de la sociedad, para no sostener el poder del gobierno únicamente sobre la fuerza. El Pacto
Social delineado años antes, era entonces un convenio colectivo del mas alto nivel, que acercaba a la Argentina a la
democracia integrada, eso era encauzar a la sociedad hacia el objetivo común de grandeza nacional. Admitía que su
movimiento era un movimiento de izquierda, pero ante todo justicialista, y no anarquico o comunista. Esta
revalorización de la democracia representativa es un elemento nuevo en el discurso peronista y denota su intención
de rehabilitar las instituciones políticas. Había entonces que recrear o construir una conciencia o cultura política,
donde sea este el ámbito para dirimir los conflictos sociales. Ese debía ser el marco de referencia compartido por
todos los adversarios, siendo el objetivo común no cuestionable, la justicia social. Esta se fundaba sobre la división
de tareas: la mitad de la sociedad al trabajo, la otra a la actividad empresarial. El estado lo que garantizaría era la
distribución de beneficios, dándole a cada argentino acceso a la propiedad, a la dignidad y a la felicidad.
Habia llegado la hora del entendimiento entre todos los argentinos y el cese de la violencia, y la democracia
integrada era el instrumento y marco para que esto sucediera, provocando la reconciliación de fuerzas. Esta nueva
concepción de la doctrina encontraba elementos pluralistas nunca antes vistos, pero que coexistieron con la
permanencia de elementos organicistas en lo social. Esto hacia que la vieja comunidad organizada, de corte
corporativista se readaptara a convivir con la lógica política (representatividad), y de ser necesario, se subordinase a
ella, porque lo que estaba en juego era la estabilidad política del régimen. Así lo expresaba en sus charlas
doctrinarias en la CGT, donde reconocía en la fuerza sindical uno de los pilares de la comunidad organizada, pero que
sus demandas e intereses debían subordinarse a la lógica política. Por ende, debían ser peronistas primero y después
sindicales.
Perón esto no era propio de su partido, sino algo que debía extenderse a toda la sociedad. Antes que partido, y él,
antes que jefe político, era conductor de un movimiento que tendía a la universalización. La conducción de ese
movimiento nacional tenía la obligación de mediar entre las fuerzas sociales en pugna, no siendo ninguna de ellas
capaces de hacerse cargo de la dirección del Estado. Se establece así como mediador político extrapartidario, y en
torno a él se organiza la política.
Y aquí esta el cambio principal de Perón entre sus primeros gobiernos y éste. Mientras antes el privilegiaba la
relación del líder con la masa, ahora intenta establecer un juego político legitimo, donde se acabe con el
parlamentarismo negro y la puja de intereses, creando una cultura política en una sociedad que si bien era
fuertemente política, aun permanecía en estado salvaje. Su acción era civilizatoria. La democracia integrada debía
dar cauce institucional a los conflictos sociales, disciplinar las relaciones entre obreros y capitalistas, y garantizar la
estabilidad política. En efecto, en la medida en que se reencauzan los poderes dispersos en la trama social, el estado
fortalece a la sociedad civil, y con tal quita la práctica disruptiva de las FFAA como gendarme de la política,
comandada por regímenes ilegítimos. Así, se exige la existencia de una Fuerza homogénea, políticamente inactiva.
Al mismo tiempo que Perón se preocupaba por poner a las FFAA en su lugar, se dedicaba a definir el espacio
natural de las mismas: reaseguro contra la subversión en el plano interno, y defensa en el plano internacional
contra el imperialismo de las grandes potencias. Lo que el general hacia era quitarle el peso e identificación política
al cuerpo, volviendo a su naturaleza corporativista.
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El fin ultimo de la reorganización de Perón era reacomodar a cada fuerza social y política en su lugar. Quien no
asumiera el rol que le correspondía se arriesgaba a sufrir el aislamiento.
Por último, debemos decir que el Plan Gelbard era la conducta económica asumida por el caudillo. Asentada en la
plena confianza de los grandes empresarios, de los que saben llevar los negocios, apuntaba, luego de reacondicionar
las fuerzas sociales de la nación, a una integración nacional que permitiera decidir por si mismos los caminos y
rumbos que debía tomar el subcontinente. “El año 2000 nos encontrará a todos unidos o dominados”.

El programa económico de Perón y Gelbard


El plano social que encuentra Perón durante su ultimo gobierno es sensiblemente distinto al de sus primeros
mandatos. Mientras alla el poder se asentaba en la fortaleza y organización de las Fuerzas Armadas, hoy se
encontraban en franca retirada, y quien era un actor privilegiado y bien consolidado era el sindicalismo que a había
podido fortalecer su posición luego del derrocamiento del peronismo y ganado un peso especifico propio en la puja
económica. Además, existían ahora otras redes de politizacon y de lucha que redefinían la orientación de muchos
sectores populares. Nuevos antagonismos, antiautoritarios y antiburocráticos se manifestaban ahora como
expresión de protesta colectiva. Hoy, el peronismo se asentaba sobre los obreros sindicalizados y organizados
(sindicalismo verticalista) y sobre los sectores de clase media radicalizados. Lejos quedaban los sectores populares
desarticulados de 1946. El justicialismo era ahora una convergencia de fuerzas heterogéneas que intentaban
imponerse la una sobre la otra.
Por ello las dificultades encontradas por el plan económico social desarrollado con la intención de frenar la
estrategia de desarrollo capitalista iniciada en 1959. El plan trienal de 1974-1977 se proponía trasladar el
dinamismo económico desde los monopolios extranjeros al conjunto privado empresario nacional y el Estado. Así,
comienzan a aparecer una serie de actas y compromisos tendientes a la constitución de estos fines. La idea era
armar un programa en base a pactos institucionales entre los diferentes sectores que participan en el proceso
productivo. Esto permitiría consolidar una burguesía nacional que desplace a la extranjera o extranjerizante y
consolidar el lugar de las empresas nacionales.
La idea era un aumento del consumo interno con un aumento salarial, equilibrado con un incremento en el
régimen exportador de manufacturas y la inversión pública, para fomentar la acumulación de capital. Esta
expansión exportadora se sustentaba con la ampliación de mercados (abiertos ahora al Tercer Mundo y al mundo
oriental) y en importantes incentivos fiscales y crediticios. Pero la política clásica redistributiva, en 1973, era
incompatible con la acumulación de capital. Por ello, cuando la inversión privada se viera limitada por la absorción
del mercado interno de los recursos ociosos, se debía instalar una política de inversión pública. Esto se lograría con
un impuesto sobre la renta del suelo, cuando los volúmenes de producción y precio de los productos agropecuarios
fueran en crecimiento. Al estar en una coyuntura internacional favorable, este impuesto no afectaba el ingreso de
los terratenientes de tal forma que no generaba mayores conflictos. Todo esto se llevaría a cabo junto a un aumento
salarial que no superaba el 20%, acompañado de un congelamiento de precios. Pero los beneficios empresariales
distaban mucho de estar en relación equitativa con el magro aumento de salarios. Aun así, el Pacto Social vigente
hasta 1974 fue acompañado por una coyuntura internacional favorable, que permitió alcanzar ciertos logros:
cortar la inflación, permitir un aumento relativo de la economía, bajar la tasa de desempleo, una mayor
participación salarial en la renta nacional, etc.
Pero para 1974, la situación comenzó a agravarse. El cambio de coyuntura internacional hacia difícil mantener el
congelamiento de precios y los jefes sindicales se manifestaban en contra de las políticas de ajuste. Se da un
importante déficit presupuestario que tiene varias razones: aumento del salario real, de la mano de obra pública,
de los créditos a la industria, y de las políticas de subsidio a las importaciones. La decisión de no transferir a la
presión la creciente inflación demostraba el peso de la CGT, que no estaba dispuesta a aceptar modificaciones de
precios sin aumento salarial. El objetivo del crecimiento se hacia cada día mas incompatible con la política
redistributiva del régimen.
Al malestar generado por la concertación política impuesta desde arriba ahora se sumaban los graves problemas
financieros y económicos. Esto demostraba la incapacidad del estado para controlar políticamente a las clases
sociales. La idea perseguida de conformar la burguesía nacional se diluyó rápidamente gracias a la imposibilidad de
enfrentar a las transnacionales monopólicas, de las cuales muchas empresas nacionales dependían de una u otra
forma.
Un programa moderado de corte nacionalista exigía que fuese llevado a cabo por una fuerza política importante que
no pudo ser concertada con el peronismo. Así el plan Gelbard encontró una doble resistencia: la burguesa y la
obrera. La resistencia de la burguesía era esperable si contamos con su comportamiento desde años atrás
alineada con los monopolios transnacionales; pero la resistencia obrera manifestó que el encuadre populista ya
no era el contenedor de los fuerzas en pugna: la oposición a la dirigencia sindical se hizo cada vez más fuerte. Y
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debido a este cuestionamiento dirigencial, éstos no dudaron en quebrar el Pacto Social para demostrarle a las bases
(principales fuerza que la confrontaban) que eran ellos, sus dirigentes los encargados de proteger sus intereses.

CAPITULO 6. La respuesta de los protagonistas sociales

El movimiento obrero organizado y el Pacto Social


La reivindicación de aumentos salariales y de mejoras en las condiciones de trabajo tenia un significado político
unido al retorno del peronismo. Lo que distingue principalmente a un movimiento reivindicativo de uno de clase es
que el cuestionamiento se produce siempre en los marcos de la organización y no afecta las relaciones de clase
vigentes. Este es el error quizás en el cual incursionaron los peronistas de izquierda, creyendo que la clase obrera era
intrínsecamente revolucionaria y que en sus luchas estaba el portavoz de un proyecto alternativo de sociedad.
Es entendible entonces en este marco la planificación de Perón y el éxito de los cuadros sindicales burocráticos en
una historia argentina obrera reivindicacionista y no revolucionaria. Y esto se plasma en los denodados esfuerzos del
caudillo de reforzar la estructura verticalista cegetista que como bien él decía era el fundamento ultimo de la
identificación obrera: negociación empresa-burocracia era la formula de la estabilidad y el logro.
La ley dictaminada en 1973 sobre las asociaciones profesionales venia entonces a acentuar el grado de centralización
de las estructuras gremiales y a afianzar el posicionamiento de los jefes sindicales: se extendieron los mandatos de
los dirigentes, los sindicatos centrales estaban facultados para intervenir los locales, se podían revisar las
resoluciones de las comisiones de fábricas, etc.
Pero los conflictos no cesaron. El incremento de la acción directa por parte de los obreros ponía de manifiesto la
distancia abierta entre las bases y las cúpulas sindicales. En esos conflictos, los movimientos independientes y de
oposición habían ganado terreno frente a la vieja estructura burocrática. Ejemplo de las políticas implementadas por
la ley de asociaciones fue la que sucedió en Acindar en marzo del 74, donde se removió a toda la comisión de la
fábrica por expresa intervención de la UOM, cuando estos provocaron una toma de la fábrica para pedir la
reincorporación de compañeros cesanteados. Sin embargo el peso de las bases, instó a la intervención del Ministerio
de Trabajo que hizo retrotraer la decisión de la fábrica.
Entre marzo y junio de 1974 los conflictos laborales y gremiales se multiplicaron. El Pacto se mostraba como
insuficiente para dar lugar a las demandas salariales. Los acuerdos voluntarios con empresas obtenían mayores
logros que los perseguidos y alcanzados a través de la CGT. El aumento inflacionario, la suba de salarios que no
alcanzaba a cubrir la de los precios, ahora inmerso en un aluvión incremental por la medida de flexibilización de los
mismos, puso de manifiesto que la conciliación de clases era mas un deseo que una realidad. La dura lucha por la
distribución del ingreso ponía en peligro el equilibrio político.
Ante la critica situación, Perón amenaza con renunciar a la jefatura del Estado e insta a los obreros a que
identifiquen y castiguen a quienes no se muestran solidarios para con el régimen de ajuste que se esta
implementando. Minorías irresponsables, enemigos de los trabajadores y de la democracia quieren bloquear el
proceso de liberación nacional.
Frente a esto, la CGT convoca un acto masivo para el 12 de junio demostrando el apoyo del pueblo trabajador al
líder. Sin embargo, el viejo caudillo que había marcado el rumbo de la política en los últimos 40 años, moría tres
semanas después. A partir de entonces, se aceleró el proceso de desarticulación de su programa. Ya sin mediador,
los conflictos sociales y la violencia comenzaron a ocupar el centro de la escena.

La burguesía del Plan Gelbard


EN ESTA SECCION HACE EL PUTO MISMO ANALISIS QUE HIZO EN LA ULTIMA PARTE DEL CAPITULO ANTERIOR. LO
DESTACABLE REALMENTE DE ACA ES EL HECHO DE QUE LE IMPUTA A GELBARD LA PERDIDA DE LEGITIMIDAD PARA
PODER SOSTENER SU PLAN ECONOMICO. COMO EL MINISTRO HABIA SIDO ELEGIDO POR PERON PERO NO
CORRESPONDIA A LOS PERONISTAS DE PRIMERA HORA, SIENDO ÉSTE EN REALIDAD UN PRODUCTO DE LA IDEA
ALIANCISTA DE LOS ULTIMOS AÑOS DE PERON, VA PERDIENDO SUSTENTO DENTRO DEL GOBIERNO.
EL FRACASO DE PACTO SOCIAL PONIA EN JAQUE TODO EL EDIFICIO ECONOMICO DE GELBARD. LA OFENSIVA
SINDICAL, ALIADA A LOS SUCESORES DE PERON, TERMINARON POR DESPLAZARLO DEL MINISTERIO.

Perón y la izquierda peronista


Con el advenimiento de Perón al gobierno, éste exhortaba a la juventud peronista a desistir de la vía armada
revolucionaria para sumarse a un movimiento nacional que buscaba la universalización. Las calles no debían ser mas
el lugar para la manifestación. La juventud podía reunirse, pero en locales cerrados. Era necesario evitar el “efecto
Allende”, es decir, la polarización de la lucha de clases.

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Es elocuente cuando Perón se refiere a estas juventudes, y en función de hacer deponer su actitud violenta, como
una banda de delincuentes, que no importa lo muy superior que puedan ser sus fines, un delito es un delito. A
balazos no se podía arreglar un país que estaba económica y políticamente al borde del abismo. La violencia debía
ser vencida con acción política legítima.
El mismo general decía que el estado tenía la obligación de generar un anticuerpo necesario para frenar la ola de
violencia, que no sería mas violencia, sino la democracia integrada. Con esto, se le quitaba a los grupos de choque la
capacidad de respuesta a todos aquellos que intentaran atentar contra el poder gubernamental, deslegitimando su
acción.
Pero entre la izquierda peronista y su líder, como bien lo afirmaba Firmenich, había un desacuerdo ideológico y
una coincidencia estratégica. La contradicción ideológica estaba sustentada en la forma de ver el frente policlasista.
Mientras Perón fundaba esta idea en la conciliación de clases, el sentido revolucionario que le imprimían las
juventudes, especialmente Montoneros, era que esa alianza podía ser tal si era conducida por la clase trabajadora
organizada. En momentos en que Perón reforzaba el poder de la burocracia sindical, se comenzaba a abrir la brecha
con la izquierda, que en realidad lo que pretendía era el desplazamiento de dicha cúpula, a la que veía como el
principal enemigo dentro del movimiento peronista. La coincidencia estratégica era la de negociar las fronteras
dentro del mismo peronismo, esto es, ganar espacio y peso dentro del movimiento, lo mismo que Perón intentaba
hacer al fortalecer a la burocracia sindical. Pero la táctica montonera era consolidar la organización de la clase
trabajadora, reconquistando las instituciones que la dirigencia sindical les había enajenado (esto es, los
sindicatos).
Debido a que Perón consideraba a las Fuerzas Armadas un puntal mas de la reorganización estatal, y miembro parte
del Estado nacional, sobre el cual todo el proceso de restructuración se asentaba, el ataque del ERP al cuerpo del
Ejército en Azul, significó para Perón un reconocimiento vital: ya no se trataba de una banda de delincuentes, sino de
un grupo organizado que atacaba al Estado y sus instituciones con el fin de quebrar la unidad del pueblo argentino y
provocar el caos que impide la reconstrucción y liberación a la cual el gobierno tendía. El compromiso que las
Fuerzas Armadas debían asumir, no era menor, y era la solidaridad para con el gobierno con el fin de acabar con el
terrorismo criminal.
En un discurso pronunciado días después del acontecimiento de Azul, Perón dejaba algo en claro: la juventud es libre
de pensar lo que quisiera, es parte de la democracia reinante, pero si su actitud es la violencia, entonces estos no
eran parte del movimiento peronista que no se perfilaba en esos marcos. Instando a los jóvenes radicales a que se
replantearan su posición, los invitó a que se vieran a si mismos y se fijaran quien dentro de la juventud peronista es
realmente peronista y quienes no. El elemento violento sería duramente enfrentado aun dentro del mismo
movimiento. Perón dejaba algo en claro: la divergencia de la juventud dentro del movimiento y él, respondía a la
existencia de elementos inflitrados, adeptos a la Cuarta Internacional. El comunismo se había metido dentro del
cuerpo justicialista, intentando minar el peronismo y enfermarlo gravemente.
Pero claro, esto despertó la ira de muchos jóvenes que hacia un tiempo venían esgrimiendo sus luchas armadas,
como las que encabezaron contra Lanusse, con la bandera peronista a cuestas. Estos se negaban a ser desconocidos
hoy como peronistas, si ayer fueron los que sostuvieron de alguna forma el movimiento.
Este caldo de cultivo ya venía gestándose, en parte como vimos, desde la sanción de la Ley de Asociaciones
Profesionales. Mediante la misma, donde se otorgaba especial control a la burocracia sindical para eliminar y
controlar las comisiones de fábricas, es decir, las propias bases del movimiento sindical, se cooptaba el accionar
de los grupos juveniles como Montoneros y la JP, la cual venia desde hacia tiempo haciendo pata ancha dentro de
los sectores populares a través de las bases sindicales, las cuales eran las mas opositoras al régimen burocrático de la
CGT. Una vez sancionada la ley, y mientras caía dentro de la orbita cegetista el control de las bases sindicales, los
guerrilleros quedaban sin margen de acción dentro del propio movimiento peronista.
Resulta paradójica la cercanía que tienen los pensamientos de Perón y el de los Montoneros y JP en cuanto al
enemigo. Uno y los otros veían en su enemigo un traidor al propio partido, que se constituía en íltima instancia como
una cuestión generacional. La juventud, haciendo gala de su transvasamiento generacional (concepto formulado por
el propio Perón años antes y significaba el remplazo de la vieja guardia por gente nueva), decía que la burocracia
sindical era un grupo de infiltrados que tergiversaba los objetivos de liberación nacional, y por ende había que buscar
su eliminación física para ser remplazada por sangre nueva, la sangre de la juventud peronista. Perón, decía, en
1973, que justamente estas juventudes descarriadas eran las que traían el mal al peronismo, al infectarla con el
malsano comunismo foráneo que poco tenia que ver con el movimiento justicialista.
La purga de los elementos de izquierda comenzó rápidamente. Para marzo de 1974, se había desplazado de todas las
gobernaciones a todos aquellos que se sospechaban pertenecían a algún grupo o tenían algún tipo de asociación con
agrupaciones de izquierda peronista. A su vez, la sanción de la ley antisubversiva legitimaba la purga.

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En los meses de marzo y abril, la violencia contra los grupos armados se incrementa. A su vez, se debilita la posición
de Montoneros y JP. En el acto del 1° de mayo de 1974, las fricciones toman un carácter público denodado: en el
acto una serie de agrupaciones de izquierda reclaman a Perón el hecho de que el gobierno estaba lleno de gorilas. A
esto, el avejentado general les responde con epítetos, acusándolos de imberbes y pobres idiotas que intentan
desmerecer el incólume trabajo sindical que llevaba más de 20 años a la vanguardia de las demandas obreras. El
hecho quedaba claro: Perón había elegido, se quedaba con la burocracia sindical. Las juventudes se retiran antes de
que el Perón terminara su discurso.
El 24 de mayo se termina expulsando a la rama juvenil del Congreso Justicialista. El general Anaya declaró que las
FFAA, como brazo armado del Estado, estaban dispuestas a dar batalla a las fuerzas de la subversión. A pesar de
anunciar inmediatamente su retorno a la resistencia, no sería hasta después de la muerte de Perón que Montoneros
y JP rompieran todo lazo con el gobierno y el retorno a la guerrilla. Desaparecido Perón, ahora eran ellos que debían
esgrimir la verdadera bandera del peronismo autentico.

La desarticulación del proyecto de Perón

CAPITULO 7. La presidencia de Isabel Perón

Con la desaparición de Perón, el gobierno recaía en su esposa Isabel y su entorno, signado por la figura de López
Rega, apodado “El Brujo”. Ni la presidenta ni su entorno lograrían llevar a la práctica las lecciones dadas por el líder,
y la sociedad populista que la vuelta del caudillo intentaba recomponer, caería finalmente en el desorden. Los
antagonismos políticos, contenidos por el débil dique que suponía la figura de Perón, finalmente se abrieron si
tregua. La agudización de los conflictos y la intensidad de la violencia política fueron el doble síntoma de la agonía
del proyecto peronista.
La muerte de Perón suponía para los diversos actores políticos, incluidas las FFAA, cerrar filas alrededor de la viuda,
la ultima garantía, no por ello fuerte, frente a la amenaza de la total desarticulación del sistema político. La
disyuntiva “Isabel o el Caos” se hizo mas presente que nunca. A pesar de tener que asumir tareas que sin dudas les
quedaban grandes, Isabel suponía la continuidad del orden institucional (frente al avance del supuesto marxismo) y
consensaba en su figura al peronismo todo. Incluso las FFAA adoptaron una actitud de neutralidad en defensa de la
institucionalidad a la espera de una salida política negociada o en su defecto, una intervención militar legitimada por
el fracaso gubernamental.
La confirmación de López Rega al frente del influyente Ministerio de Bienestar y como secretario privado de la
presidenta, lo convirtieron en la figura fuerte del nuevo gobierno con el aval y perplejidad de todos. La ortodoxa y
reaccionaria recomposición del gabinete, dejaban atrás los días en que Perón abogaba por una convergencia de los
sectores sociales. El muro que se levantaba desde el gobierno, cerraba todo dialogo con cada uno de las facciones,
incluidas las que pertenecían al propio movimiento: el conflicto interno en nombre del peronismo verdadero, el de la
primera hora, el peronismo de Perón quedaba ahora abierto sin ninguna tregua. Como bien expresó Isabel desde el
balcón de la Casa Rosada, ella cumpliría la doctrina peronista, caiga quien caiga y cueste lo que cueste. Así el nuevo
gobierno quedaba signado por el sectarismo.

Isabel y sus jefes sindicales


El gobierno peronista le había abierto a la CGT la posibilidad de ingresar al juego político, el cual venia
desempeñando de manera clandestina en los gobiernos anteriores a la vuelta del general. El proyecto de gobierno
de Perón a su regreso había subordinado la lógica corporativa de la CGT a la lógica política, y la austeridad
propugnada desde el gobierno no había caído bien a los dirigentes, aunque estos acataron fielmente las decisiones
de su líder. Desparecido éste, ambas lógicas quedaban nuevamente disociadas.
Esto quedó demostrado con el congreso general para la renovación de la cúpula cegetista celebrado a pocos días de
la muerte de Perón. A pesar de haber obtenido la presidencia un representante fiel del proyecto del conductor,
Adelino Romero, este había quedado rodeado por miembros de la línea dura del movimiento sindical, entre ellos,
Lorenzo Miguel, a la cabeza de las “62 organizaciones”. Por hecho fortuito, la muerte de Romero hace que la figura
de Miguel ascienda posiciones, por ser el dirigente mas influyente del momento, a la cabeza de la poderosa UOM.
Así, se concretaba la estrategia de defender la independencia de la acción sindical frente al proyecto político. Esto
era volver al vandorismo, política que ampliamente había sido atacada por el propio Perón años antes. Al defender
los intereses de sus representados frente a las exigencias del proyecto político del gobierno, era una estrategia que
perseguía consolidar el poder de la burocracia sindical frente a la oposición que le presentaban sus adversarios
dentro del movimiento laboral.
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Historia Argentina IIII - Unidad 4
Recompuesta su fuerza corporativa, la CGT se empeñó en presionar para derrocar al ministro Gelbard y peronizar el
gabinete. A tal fin, se opusieron enérgicamente al anteproyecto de la ley agraria. También fueron los primeros en
apoyar la destitución de muchos gobernadores sindicados como “infiltrados de la izquierda”.
El desplazamiento de todos estos miembros y la eliminación consecuente de la oposición fuera y dentro del
movimiento mostraban a los jefes sindicales que no se habían equivocado de rumbo. Esto se vio consolidado con la
nueva ley de seguridad que le otorgaba la facultad al Ministerio de Trabajo para normalizar las relaciones laborales.
Las medidas de fuerza declaradas ilegales, debían cesar inmediatamente, ordenando la prisión de quienes la
incumplieran. Con esto, la oposición de base del sindicalismo verticalista quedaba completamente ilegalizada. La
política tuvo efecto y el rumbo tendiente a centralizar y desmovilizar al movimiento obrero organizado iba por un
rumbo adecuado. Lo singular de todo este plan sistemático de eliminación del movimiento de base sindical era que
un gobierno peronista era el que lo llevara a cabo, y peor, en nombre del propio peronismo.
Frente a una oposición sindical diezmada, la protesta obrera comenzó a manifestarse mediante otras vías. Al
asegurar la estabilidad laboral con la nueva ley de contratos de trabajo en el ámbito privado, el ausentismo se volvió
la vía más común de lucha.
Pero esta cercanía entre la cúpula sindical y el nuevo gobierno, y en las circunstancias en que se encontraban cada
uno de los sectores, es decir, un sindicalismo duro que estaba volcado a revalidar su peso político y corporativo
propio, y un gobierno que se cerraba al dialogo y la negociación con las demás fuerzas sociales y políticas de manera
cada vez mas pronunciada, tenia una muy corta vida.
Los primeros síntomas de alejamiento se dejaron ver al producirse la repatriación de los restos de Evita,
conmemoración a la cual ningún representante de la CGT fue invitado. Esto ya dio alguna muestra de enfriamiento
de las relaciones entre la cúpula sindical y la presidenta.
Cuando la cúpula sindical logró desplazar al ministro Gelbard, conquistó dicho ministerio colocando allí a Gómez
Morales, allegado a la vieja guardia peronista. Ya desde su asunción, el ministro implementó una suba de los salarios
pero que no logró cubrir el aumento de precios de los productos básicos. Por ello, en 1975, inaugurado el nuevo año
de mandato de Isabel, la presidenta convocó a sindicatos y empresarios para discutir sobre aumentos salariales y
condiciones de trabajo. Mientras el costo de vida subía notablemente, el plan de austeridad que Gómez Morales
debía implementar dada la mala coyuntura externa, les dejaba al cegetismo poco margen de acción para la
negociación. Sin embargo, al ministro no le quedó otra alternativa que ordenar una nueva suba de salarios, que
suplementara la perdida del poder adquisitivo.
Frente a la política deflacionaria y a la baja en la inversión, Morales implementó un programa para atraer capitales
extranjeros y compensar la reducción del gasto público. Pero al mismo tiempo que no podía alterar el nivel de vida
de los trabajadores (la CGT lo había puesto donde estaba), tampoco podía flexibilizar la ley de inversiones
extranjeras. Todo esto demostraba que la instauración de Gómez Morales en el Ministerio de Economía había sido
una salida de transición por parte del gobierno, tendiente a calmar las aguas con la central obrera. Pero el ministro,
sin el apoyo del gobierno para poder instaurar un verdadero plan de ajuste y productividad, nada podía hacer para
recomponer la situación económica del país.

La crisis política
Mientras en la mesa de negociaciones se intentaba solventar la suba de precios y la perdida de poder adquisitivo, los
conflictos laborales hacían otra vez eclosión, contrastando fuertemente con la tranquilidad provocada por la
promulgación de la ley antisubversiva en 1974. En Villa Constitución estallaba el enfrentamiento cuando el gobierno
dijo que había descubierto una conspiración destinada a paralizar la industria pesada, y así arrestó a toda la plana
mayor de la seccional local de la UOM y a líderes locales de otros sindicatos. Frente a este hecho, la paralización de
la actividad industrial se hizo presente. Gremios de otras ciudades se solidarizaron con sus compañeros, y pedían por
la liberación de los detenidos, so pena de huelga general. Después de 2 meses de conflicto la actividad volvía a
normalizarse con la liberación de algunos detenidos. Este hecho no supuso otra cosa que una vuelta o cercanía del
gobierno con la minoría oficialista sindical que seguía en sus denodados intentos de eliminar la oposición sindical (en
las elecciones llevadas a cabo en la seccional local de la UOM de Villa Constitución, la lista adepta a Lorenzo Miguel
era derrotada por una opositora).
En mayo finalizaban las negociaciones paritarias. El aumento acordado era del 38% en los salarios, cumpliendo
ampliamente las expectativas de los jefes sindicales. Sin embargo, pocos días después, Gómez Morales renunciaba al
Ministerio de Economía, asumiendo el mismo Celestino Rodrigo, un miembro del “ clan López Rega”.
Su estrategia económica era liberalizar los precios, poner fin a la sobrevaluación monetaria, mejorar los precios
agrícolas, estimular las inversiones privadas, incrementar los precios de bienes y servicios públicos, disminuir el
déficit presupuestario, mantener bajo los salarios, y por sobre todo, romper el poder de los sindicatos. El paquete de
medidas fue aplicado de golpe por el nuevo ministro; la población miraba azorada. La intención de toda esta política
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Historia Argentina IIII - Unidad 4
era dejar sin opciones a la dirección sindical y fomentar su directo remplazo. Así fue que se paralizaron
paralelamente las negociaciones entre sindicatos y empresarios.
Se desató así una movilización masiva y espontanea contra el nuevo ministro, fuera de todo control sindical. Los
líderes gremiales no supieron que hacer más que luchar por su propia supervivencia. Enseguida intentaron mostrar a
las bases que ellos eran sus defensores. La CGT encabezó así una nueva negociación salarial, que no los contentó.
Frente a la presión sindical, el gobierno decidió reabrir el dialogo entre empresarios y sindicatos para que
recompusieran nuevos acuerdos salariales, apelando solo a la responsabilidad de las partes. Los acuerdos se
hicieron, y el sindicalismo había logrado imponerse. A partir de entonces se buscaba ratificar oficialmente el
aumento salarial alcanzado. Actos y movilizaciones se encauzaron a este fin, hasta que el 27 de junio, Isabel recibió a
la cúpula cegetista para pedirle una respuesta y además aprovechó para expresar el rechazo a López Rega y Rodrigo.
La presidenta los instó a retirarse en paz que ella al día siguiente daría a conocer su decisión.
La decisión: la suspensión de las paritarias con un aumento uniforme del 50%. Esto provocó la renuncia del Ministro
de Trabajo (que había surgido del cuerpo sindical) y una paralización de labores en los principales centros del país.
Después de algunos días de indecisión, la CGT convoca a un paro general de actividades de 48 horas. Es la primera
vez que la central obrera iniciaba una medida de fuerza tal durante un gobierno peronista. Sin embargo,
parapetándose en su histórica retorica, la CGT decía a los trabajadores que la huelga tiene por fin apoyar a la
presidenta. Los jefes sindicales se planteaban el dilema de lealtad a Isabel y las presiones de sus bases que aspiraban
a derrocarlos. La condensación del rechazo en la figura de López Rega y Rodrigo ayudo a mantener el precario
equilibrio en este dilema.
Un día después de las medidas de fuerza, el gobierno se comprometía a aprobar los contratos en litigio, y López Rega
y Rodrigo presentaban su renuncia. La crisis política parecía haber terminado con la victoria de la cúpula sindical. Los
jefes sindicales parecían entronizarse en su afán de ocupación del poder político sindical y pasaban a ocupar un lugar
central en la toma de decisiones estatales. Por su parte, Isabel se quedaba sola. Esa frágil mujer, autoritaria,
iracunda, y enferma había visto desaparecer a sus dos principales guías: Perón y López Rega. El Rodrigazo, como se
conoció a toda esta etapa conflictiva de julio de 1975, ofreció los últimos resquicios por el sostenimiento del orden
institucional, a partir de aquí, se dará un lento proceso agónico tanto del sistema político como de la autoridad del
Estado.

CAPITULO 8. La agonía del régimen

EL gobierno a la defensiva
El año de gestión de Isabel Perón se cerraba con la crisis de Julio, marcando el apogeo y caída del circulo
presidencial. El giro brutal a la derecha no había dejado más margen al sindicalismo “duro” que enfrentarse
directamente al gobierno. Los empresarios tampoco brindaron su apoyo, ejerciendo una presión sistemática para
boicotear el plan económico. Los militares por su parte, se convertían, con su pasiva actitud, en un factor de
aceleración de la crisis. La hiperinflación, recesión, la critica situación de la balanza de pagos, y el enorme déficit
fiscal constituían la contracara de la agudización de los conflictos sociales que sin Perón como mediador, escapaban
a todo control.
La tendencia de al derechismo por parte del gobierno, se hizo desde los primeros momentos en que se vio hostigado
por los sectores históricamente peronistas. Mientras los sindicalistas presionaban para la asunción de miembros
favorables a su conducción política (provocaron la renuncia de Lastiri a la presidencia de la Cámara de Diputados; se
opusieron a la Ley de Acefalía que permitía que la presidencia nacional pudiera recaer en algún ministro en caso
coyuntural, aprobando en su lugar que ésta sea asumida por un miembro del congreso o un gobernador; y
promovieron la elección de Ítalo Lúder a la cabeza del Senado, un peronista moderado que mantenía buenas
relaciones con el sindicalismo, la oposición y las FFAA), el gabinete de la presidenta se militarizaba. Esto sucedía ya
que las FFAA parecían ser el último bastión donde el gobierno podía apoyarse. El coronel Damasco es electo como
Ministro del Interior. Esta alianza que parecía gestarse entre el gobierno y el cuerpo militar, parecía favorable a
consolidar la lucha contra la guerrilla. Sin embargo, las FFAA se apuraron en manifestar su independencia del nuevo
gabinete y solicitaron la renuncia de Damasco, o bien este podía pedir el retiro del arma. Este último camino fue el
elegido por el nuevo ministro. Además, las Fuerzas pedían la renuncia del nuevo comandante en jefe, Numa Laplane.
En su lugar, Isabel designó a Jorge Rafael Videla. Pero Isabel no podía constituir una aliada del cuerpo militar.
Mientras tanto, el peronismo se debatía en una lucha intestina entre verticalistas (adeptos a Isabel) y
antiverticalistas que reclamaban las banderas del autentico peronismo. Estos debates internos a su vez eran una
manifestación del extrañamiento entre las instituciones políticas y las luchas sociales desarrolladas en el seno de la
sociedad civil. La guerrilla había intensificado sus actividades, a la vez que se había multiplicado la violencia de
derecha, protegida por el gobierno a través e la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina, grupo paramilitar creado
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Historia Argentina IIII - Unidad 4
por López Rega y que tenía por fin inicial destruir y eliminar todos los elementos de izquierda dentro del partido
peronista). Una represión política y cultural completaba el cuadro de recrudecimiento de la situación general.
Por su parte, Montoneros anunciaba su paso a la clandestinidad en septiembre de 1974. Sus blancos principales
serian los militares, colocando a la violencia nuevamente en primer plano en la escena nacional. El argumento de
Montoneros, como lo habíamos dicho en el capitulo 6, era que su organización estaba proscripta y que la resistencia
armada (como en los primeros tiempos de la Revolución Libertadora) era el único camino contra un gobierno que
traicionaba a Perón.
En respuesta, en noviembre de 1974, el gobierno dictaminaba el estado de sitio con el fin de hacer frente a todo acto
de violencia extrainstitucional que alterasen el orden del Estado y la sociedad, pudiendo así ejecutar su consecuente
represión.
Lo paradojal era que el peronismo, en sus dos vertientes, elegía de una u otra forma los mismos medios de lucha.
Mientras las juventudes radicalizadas de la izquierda nacional decidían tomar las armas para enfrentar un gobierno
que traicionaba el ideal peronista, el propio gobierno organizaba un operativo simétrico de violencia, que intentaba
rencauzar al peronismo pero hacia la derecha. Las acciones de la guerrilla y de los comandos fascistas de la Triple A
se multiplicaron con el contexto de lucha que se fue dando por esos años.
Sin embargo, el descontento popular crecía día a día. Mientras el gobierno fracasaba en su proyecto de encauzarse
hacia la derecha, los sectores populares no parecían atender el llamado de las revolucionarias células de izquierda
que pedían por la unificación bajo su bandera en pos de la lucha armada. El intento de unificación política (de uno u
otro bando) chocaba con la desarticulación del campo popular.
Por su parte, Isabel fracasaba en todo intento de hacerse con algún apoyo que le permitiera disciplinar a sindicalistas
y políticos, no pudiendo obtener el apoyo de las FFAA, ya que su convocatoria a unirse a la lucha contra la subversión
hacia aguas.

El frágil compromiso
Con el alejamiento temporal de Isabel del gobierno, Lúder asume el compromiso de intentar poner algo de orden al
desequilibrado Estado argentino. Un devenir de ministros culmina en la asunción de Antonio Cafiero a cargo de la
cartera de Economía. Con una inflación galopante y una tasa de desempleo muy alta para aquellas épocas, el
ministro se comprometía a una indexación gradual de tasas de cambio, salarios y precios (minidevaluaciones
amortizadas). Flanqueado por la CGT y la CGE, intentaba estabilizar la relación entre clases sociales.
Sin embargo, poco tiempo después de asumir, se vieron las limitaciones del plan económico, por cuestiones
políticas. Los jefes sindicales, que ahora tenían participación directa en la gestión estatal, se veían presionados una y
otra vez por sus bases obreras en demanda de aumentos salariales que palearan la depreciación del poder
adquisitivo. Además, los desequilibrios que habían generado los aumentos de julio (algunos habían recibido un 60 y
otros un 200% de aumento salarial), hizo aparecer rezagados que hoy proclamaban una compensación.
A todos estos conflictos, se sumaban los de la clase media que veía el país enfrascado en una constante lucha
intestina con un nivel inusitado de violencia política y social.
Pese a todos los esfuerzos de Cafiero, la situación económica era crítica. La producción industrial continuaba a la
baja, el PBI también cayó abruptamente, la inversión se redujo, etc. Todo esto se acompañaba de un boicot
ganadero al plan económico decretando dos grandes huelgas (no entregaban hacienda a la subastas), afectando
enormemente el abastecimiento alimenticio.
Isabel, que había regresado a su puesto de gobierno en octubre de 1975, se veía envuelta junto al clan lopezreguista,
en un escandalo de malversación de fondos que no ayudaba en nada a mermar las resistencias hacia ésta dentro y
fuera del peronismo. Mientras, la CGT definía su posición. Con excepción de su líder, Lorenzo Miguel, muchos de los
jefes sindicales y las 62 Organizaciones que componían la central obrera se manifestaban en contra de la presidenta.
Pero el ataque de los leales no se hizo esperar: Calabró, quien encabezaba la resistencia, fue desplazado de la
organización sindical y del partido justicialista.
Sin embargo, la suerte estaba echada. El desplazamiento de Isabel era casi inminente para fines del 75. La oposición
política se veía obligada a plantear una alternativa para la continuidad institucional, un gobierno sin Isabel.
Convencieron a ésta de adelantar las elecciones. Los rumores de golpe militar estaban a la orden del día. En
diciembre hubo un levantamiento en la fuerza aérea, conducido por un grupo de oficiales con l consigna de derrocar
al gobierno. El motín fue sofocado pero la expectativa de un golpe militar dominaba la opinión pública. En el
mensaje de nochebuena, Videla instaba a los civiles a adoptar las medidas necesarias para solucionar los problemas
del país. Este mensaje tenia un doble sentido: se intentaba mantener el carácter de fuerza políticamente
prescindente que Perón le había dado a las FFAA al volver a la Argentina, pero por otro lado, se convertía en un
peligroso ultimátum, en donde si los civiles no podían encontrar la solución al conflicto socio-económico y político, el
golpe militar quedaba justificado. En realidad este mensaje daba muestras que el rumbo estaba tomada, como bien
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Historia Argentina IIII - Unidad 4
lo expresaba Lúder más adelante: los militares estaban decididos en convertirse en los actores principales del
desenlace de toda la situación.

La caída
El reacondicionamiento del gabinete suponía el último manotazo de ahogado de Isabel. Alejados los sindicalistas y
políticos moderados, recompuso su círculo político con elementos netamente conservadores. Los gremialistas por su
parte sabían que no podían lanzarse a una confrontación abierta con el gobierno, y escindidos entre leales a Isabel y
partidarios de su alejamiento, se mantuvieron en actitud pasiva y fatalista, tratando de reacomodarse a la nueva
situación. Gremialistas y políticos opositores cerraron filas alrededor de Isabel: no iban a contribuir a derrocar a un
gobierno peronista, no querían comprometer el futuro.
Por su parte, Isabel intentaba nuevamente sin éxito aproximarse a las cúpulas de las FFAA. Propuso la disolución del
parlamento y la inclusión de miembros de las fuerzas a su gabinete, pero la propuesta en su conjunto fue rechazada
por los militares.
A su vez, el gabinete renovado intentaba acercarse a los sectores económicamente más poderosos del gran capital,
pero no tuvieron mayor éxito. Por primera vez se asistió a un paro de actividad empresarial de 24 horas decretado
por la APEGE (organización empresarial del gran capital agrario y comercial). Por su parte, la desarticulación entre la
dirigencia sindical y los intereses obreros era casi total.
Mientras el nuevo ministro de economía, Mondelli, el 6° de todo el mandato, admitió no tener un plan económico
para enfrentar la dura situación, sino un paquete de medidas, Isabel le pedía a la CGT que “no silbaran mucho a
Mondelli”. Esto daba muestras de la escena patética de la agonía del régimen.
No quedaba más nada por hacer. Sindicalistas y políticos quedaron a la espera del golpe militar.
Los días que precedieron al golpe fueron de una total disgregación en el campo sindical y político. El 22 de marzo,
Casildo Herrera, secretario general de la CGT emigraba a Montevideo. Sus únicas declaraciones: “Me borré”.
El día 24 de marzo, los militares desplazaron del poder al justicialismo en un acto que clausuró el proceso que había
comenzado tres años antes con el apoyo popular masivo. Nunca antes había sido tan fácil para las Fuerzas Armadas
ocupar la Casa Rosada. “No había nadie en ella”.

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Historia Argentina IIII - Unidad 4
GORDILLO, Mónica, “Sindicalismo y radicalización en los setenta: las experiencias clasistas”, en LIDA, Clara et al.
(comps.), Argentina, 1976. Estudios en torno al golpe de estado, México, El Colegio de México, Centro de Estudios
Históricos, 2007, pp. 59-84.
El movimiento obrero en la Argentina, desde su constitución en la última década del siglo XIX, estuvo atravesado por
la tensión entre los que sostenía la necesidad de conformar organizaciones de clase y aquellos que apelaban a un
colectivo más amplio, como el de “pueblo oprimido”, desdibujando la fractura de clase como fuente principal o
exclusiva del antagonismo. La identidad predominante entre los trabajadores hasta la segunda década del siglo XX
fue el anarquismo.
Su desarticulación estuvo asociada a la apertura del sistema político, a la posición “populista liberal” de los gobiernos
de la Unión Cívica Radical entre 1916 y 1930, además al creciente peso que fue cobrando la vertiente que
proveniente del “sindicalismo revolucionario” y defensora de la autonomía de clase, comenzó a adoptar para la
época señalada una estrategia más reformista, de negociación directa con el Estado. Esta tradición, que controlaba
los principales sindicatos hacia mediados de la década de los cuarenta, debió competir con el importante desarrollo
que durante la década de los treinta, que como consecuencia del acelerado proceso de industrialización sustitutiva,
tuvieron el socialismo y el comunismo, impulsores de la organización de partidos de clase. Estas tensiones serían
resueltas con la llegada del peronismo.
(El glorioso) Juan Domingo Perón forjo la alianza populista que convirtió al movimiento obrero en la “columna
vertebral” del nuevo proyecto político. Lo novedoso fue que tanto la “vieja guardia sindical”, como la mayor parte de
los nuevos trabajadores, se integraron ahora a un movimiento político identificado con un líder.
Al mismo tiempo se constituyo una organización sindical fuertemente centralizada, con un sindicato único por rama
industrial, con una sola organización de tercer grado reconocida, la Confederación General del Trabajo (CGT), y   con
una clara intervención del Estado. Esto fue conformando potentes burocracias.
Sin embargo a fines de los sesenta el espectro sindical se vio conmocionado por la irrupción de una serie de
movimientos de base que cuestionaron a sus dirigencias, llegando   algunos de ellos a plantear alternativas clasistas y
proyectos revolucionarios que cobraron visibilidad a comienzos de los setenta.

El funcionamiento del sistema político y la situación del movimiento obrero luego de la caída de Perón.
El golpe cívico-militar conocido como “Revolución Libertadora” que el 16 de septiembre de 1955 derroco a Perón
poniendo fin a los dos gobiernos peronistas iniciados con las elecciones democráticas de febrero de 1946, intento
establecer nuevas reglas que marginaran al peronismo del juego político. Esta intención se materializó en medidas
tales como la proscripción del peronismo, mantenida por diecisiete años, y la intervención de los sindicatos y de la
propia CGT.
El movimiento obrero se convirtió en factor de poder y en el actor político que paso a ocupar el lugar vedado al
partido peronista. El hecho de que Perón estuviera todos esos años en el exilio, alentaron una fuerte disputa en el
interior del movimiento por ocupar el lugar de legitimo portavoz de Perón y llevaron al movimiento obrero a lograr
mayor autonomía en sus relaciones con los gobiernos de turno, apelando sistemáticamente a acciones directas con
el objetivo de “presionar para negociar”, sin que la corriente mayoritaria del sindicalismo peronista alentara acciones
disruptivas o antisistema.
Por otra parte, a partir de 1955 con el proyecto del “desarrollismo”, se consolidaron también los cambios en el
régimen de acumulación. En efecto, este periodo se caracterizo por la influencia de empresas transnacionales
dirigidas a desarrollar   la industria de bienes durables, bienes de capital y sector energético, concentrándose así las
inversiones fundamentalmente en el sector metal-mecánico, químico, petroquímico y siderúrgico. Estas industrias
generaron nuevos polos de desarrollo en el interior del país; adquirieron especial protagonismo Córdoba, Rosario y
el cordón industrial sobre el río Paraná.
Este crecimiento industrial implicó desplazamientos y concentración de la mano de obra de obra en torno a esas
nuevas actividades, trabajadores en su mayoría jóvenes y sin tradición sindical previa, que sentaron las bases de
nuevas tradiciones forjadas en un contexto de deslegitimación del sistema político. Esa situación, sumada al
creciente poder que fueron ganando los sindicatos, llevo paulatinamente de la resistencia a la rebelión.
El cordobazo y el rosariazo, movimientos que generaron un ciclo de protesta que dio visibilidad   a nuevos actores
políticos y sociales que se habían ido conformando durante toda la década, en este sentido, la coyuntura del
gobierno   de Ongania debe entenderse como precipitadora, no como generadora, de las líneas de radicalización
política y social que se abrieron entonces.

La radicalización y sus diferentes vertientes ideológicas en el movimiento obrero


La brecha abierta por el cordobazo resultó el escenario propicio para que comenzara a tomar cuerpo un ciclo de
protesta, en el sentido que lo plantea Tarrow, o sea, como una fase de intensificación de los conflictos y de la
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Historia Argentina IIII - Unidad 4
confrontación que incluye una rápida difusión de la acción colectiva de los sectores más movilizados a los menos
movilizados, un ritmo de innovación acelerada en las formas de confrontación, marcos nuevos o transformados para
la acción colectiva, una combinación de participación organizada   y no organizada y una secuencia de interacción
intensificada entre disidentes y autoridades que pueden terminar en la reforma, la represión y, a veces, la
revolución.
Entre ellas, la alternativa de la radicalización y de la revolución se convirtieron en una posibilidad y en un marco
cultural o interpretativo para muchos sectores (especialmente juveniles) plasmadas en diversas estrategias, desde la
creación del brazo armado de agrupaciones de izquierda para la toma del poder, la intensificación de los conflictos
para promover la insurrección general, la acción partidaria o   a través de distintas organizaciones sociales buscando
conformar frentes populares hasta la lucha en los sindicatos y representación obrera y/o profundizar los
antagonismos de clase y hacer posible el cambio del sistema y la construcción del socialismo.
¿A qué hacemos referencia cuando hablamos de radicalización en el movimiento obrero? Como tal entendemos las
experiencias que, nutridas de distintas trayectorias, vertientes ideológicas y con estrategias también diferentes,
adoptaron posiciones clasistas, en el sentido de sostener una posición de autonomía de clase y cuestionar los
presupuestos fundacionales del peronismo (identidad predominante entre los trabajadores) relativos a la posible
conciliación de clases a través de la regulación del conflicto con fuerte intervención del Estado. Sostenía posiciones
anticapitalistas.
La oposición a las burocracias sindicales y la defensa de las asambleas y de la democracia directa como métodos de
expresión de los intereses de clase se convirtieron en los principales instrumentos de la lucha fabril y política.
¿Cuáles fueron las vertientes ideológicas que incidieron en los movimientos clasistas específicos que se dieron en el
país en el periodo? Podemos reconocer dos líneas principales, una proveniente de la izquierda marxista y otra que,
con una matriz peronista, en el contexto de la proscripción, del exilio del líder y de las luchas en el interior del
movimiento por definir la identidad peronista, se inspiro en el modelo cubano: había que convertir al peronismo en
la expresión exclusiva de los intereses de la clase obrera, rechazando así la alianza policlasista.
Dentro de la primera hay que destacar la vertiente trotskista que apelaban a la acción directa de base y a la
constitución de comités de fábricas para ejercer un verdadero control obrero y que, durante los años sesenta, a
través del Partido Revolucionarios de los Trabajadores (PRT), conformo un núcleo pequeño pero permanente de
militantes en algunos sindicatos. En 1968, se dividió en dos corrientes: el PRT “El Combatiente” conducido por Mario
Santucho, que en 1969 optó por la constitución del brazo armado, dando el nacimiento del Ejercito Revolucionario
del Pueblo (ERP) y por otro lado, el PRT “La Verdad”   de Nahuel Moreno se convirtió en 1972 en el Partido Socialista
de los Trabajadores (PST). Otra línea dentro de la vertiente marxista fue la que siguió el modelo de la revolución
china, considerando que no era una vanguardia iluminada sino la insurrección popular, la lucha de masas, la que
haría posible la revolución. Esta constituyo luego de 1967 el Partido Comunista Revolucionario (PCR) y tuvo también
gravitación en otros sindicatos, sobre todo a través de Vanguardia Comunista (VC). También de inspiración marxista,
fue la posición que cristalizo en Córdoba en el Sindicato de Luz y Fuerza, sostenida por Agustín Tosco.
La vertiente peronista que sostenía la posición clasista se constituyo tempranamente en torno a la figura de John
Williams Cooke, primer delegado de Perón luego del exilio, quien estuvo en Cuba en los primeros años de la
revolución. En 1964 inspiro el nacimiento del Movimiento Revolucionario Peronista (MRP) que colocaba a la clase
trabajadora, organizada desde sus bases y en contra de las burocracias. En 1967 se produce un desprendimiento de
este sector c y se conforma Acción Revolucionaria Peronista (ARP), de la que se desprendería las Fuerzas Armadas
Peronistas (FAP) y la línea mas obrerista sostuvo la lucha desde la base fabril conformando luego el Peronismo de
Base (PB).
Estos movimientos surgieron en los sectores más dinámicos de la economía, en aquellas industrias desarrolladas con
posterioridad a 1955, la mayoría de ellas en manos de transnacionales con fuerte inversión de capital, donde sus
trabajadores no contaban con sólidas tradiciones sindicales, lo que los llevo en algunos casos a conformar al
comienzo sindicatos de empresa o pro empresariales.

LAS EXPERIENCIAS CLASISTAS

La radicalización en Córdoba
Los ejemplos en los sindicatos mecánicos
La industria automotriz comenzó a desarrollarse en el país en los últimos años del gobierno de Perón, a partir de un
convenio para la radicación en Córdoba de la empresa italiana Fiat en 1954 y de la norteamericana Kaiser en 1955.
Desde el punto de vista del encuadramiento sindical, el personal de IKA constituyo en 1956 la Seccional del SMATA.
Otra fue la situación del personal de la empresa Fiat. Esta se negó a aceptar la incorporación de su personal al

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SMATA y en cambio propicio la creación de tres sindicatos, uno para cada planta: Sindicato de Trabajadores de
Concord (SITRAC), Sindicato de
Trabajadores de Materfer (SITRAM) y Sindicato de Trabajadores de Grandes Motores Diesel (SITRAGMD),
reconocidos oficialmente en 1964 y caracterizados en los primeros años con posiciones pro empresariales. En 1966
el SITRAGMD decidió la afiliación al SMATA por lo que al momento del Cordobazo solo SITRAC y el SITRAM
permanecían como sindicatos autónomos y se abstuvieron de participar, cuyos protagonistas principales fueron el
SMATA y el Sindicato de Luz y Fuerza.
Desde 1958 el SMATA Córdoba estuvo controlado por dirigentes peronistas que combinaron exitosamente
movilización   y negociación para conseguir sus reivindicaciones.
A comienzo de 1970 tuvo lugar la imposición de una nueva dirigencia en el SITRAC y en el SITRAM dando origen a lo
que se conocería como el sindicalismo “clasista” de Fiat. Pero la radicalización con la que se asocio a este
movimiento, sintetizado en la famosa frase de “Ni golpe ni elección, revolución”, no estuvo presente desde el inicio
sino que se fue definiendo sobre todo hacia fines de 1970 y más claramente en 1971 a partir del “viborazo” de marzo
de 1971.
A diferencia del primer Cordobazo el segundo tuvo un carácter más obrero que popular, acompañado por la clara
presencia de los nuevos actores políticos del momento: las organizaciones armadas. Este movimiento fue una
manifestación de la radicalización que se había abierto en el país. El gobierno de la Revolución Argentina, ahora a
cargo del general Lanusse, comprendió esa situación y estimó que la única manera de detener las salidas antisemitas
era levantando la proscripción   que desde quince años pesaba sobre el peronismo y llamar a elecciones. Esto fue lo
que prometió en el mes de mayo al lanzar el Gran Acuerdo Nacional (GAN) elecciones que se llevaron a cabo el 11 de
marzo de 1973, dando lugar al tercer gobierno peronista.
Con sus diferencias y matices, los distintos actores acordaron la necesidad de un cambio político, desde las cúpulas
sindicales que buscaron   ocupar un lugar dentro de la nueva reorganización del movimiento peronista hasta los que,
sin negar la posibilidad del canal de acceso “democrático”, se inclinaron más hacia un proyecto de socialismo
nacional.
En ese sentido, el sindicalismo peronista de Córdoba sufrió una permanente tensión entre, por un lado coherente
con la experiencia de movilización vivida a partir del cordobazo y, por otra parte, las exigencias de subordinarse a un
plan político general decidido por Perón y los dirigentes nacionales.
En su línea de profundización ideológica, el SITRAC y el SITRAM rehusaron integrar la combativa delegación Córdoba
de la CGT, aislándose del resto del movimiento obrero y organizando, en cambio, el Congreso de Sindicatos
Combativos y Agrupaciones Clasistas. Pero ni el gobierno ni la empresa estaban dispuestos a tolerar esas posiciones.
Finalmente la empresa echo a 259 trabajadores, incluyendo   a casi todos los miembros de los comités ejecutivos y
cuerpos de delegados de SITRAC-SITRAM, así termino la breve pero intensa experiencia clasista de Fiat.
En uno de los sindicatos más importantes de Córdoba, el SMATA, y como un ejemplo de la radicalización que
sobrevino al cordobazo, ganó las elecciones el 30 de abril de 1972 un militante del PCR, Reneé Salamanca
encabezando la lista marrón “Movimiento de Recuperación Sindical”, luego de catorce años de conducción
peronista.
El voto de los trabajadores peronistas a la lista marrón tuvo el sentido de mantener el nivel de combatividad y
acentuar la lucha desplegada por el sindicalismo de Córdoba.

La apuesta del Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba


En el Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, desde 1956 hasta 1974 su secretario general fue Agustín Tosco, a
excepción de los años 1966- 1968 cuando quien había sido su secretario adjunto ocupo el primer lugar, y entre 1971
y 1972 en que estuvo preso. Aunque Tosco no era peronista, siempre contó con el apoyo de los trabajadores
peronistas que reconocían en él a un dirigente honesto, defensor de sus intereses y garante de la democracia interna
en el sindicato. Durante la década de los sesenta sostuvo una posición combativa, reconociendo como sus
principales enemigos a la burocracia, la dictadura y el imperialismo.
El regreso de Perón al país el 20 de Junio de 1973 y la posterior   asunción de su tercer gobierno en octubre
significaron la depuración de los sectores de izquierda y el restablecimiento de la ortodoxia y el verticalismo en el
movimiento, al igual que medidas disciplinarias hacia los sectores antiburocráticos en el movimiento obrero. Fue así
como los sindicatos combativos del interior se convirtieron en los principales opositores a los cambios en la
legislación laboral que tendieron a reforzar el poder de las cúpulas. El año 1974 marcaría en Córdoba el inicio de la
desarticulación de esos proyectos combativos.

Las experiencias en el cordón industrial santafecino: El SOEPU y el control obrero


La industria petroquímica fue otra de las que se desarrollaron luego de 1955, conformando un polo importante en la
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zona norte del Gran Rosario, provincia de Santa Fe. Una inversión significativa fue la de la   Petroquímica Argentina,
S. A. (PASA), en Puerto General San Martín, sobre el río Paraná. El personal de esta planta, altamente calificado,
organizo un sindicato de empresa, el Sindicato de Obreros y Empleados Petroquímicos Unidos (SOEPU), un grupo de
trabajadores de extracción ideológica diversa: peronistas, miembros de la Federación Juvenil Comunista, algunos
socialistas y de la Juventud Católica, decidieron conformarse en una alternativa para la dirección del sindicato.
En 1968 se hicieron cargo del sindicato, con un programa de democracia obrera y una posición claramente
antiburocrática. La intención de trascender la situación local y alentar un proyecto político se materializo en la
presencia del SOEPU   en el plenario de gremios combativos de Córdoba.
El sindicato luego de derrotada la dictadura se opuso a la política del “Pacto Social” lanzada por el tercer gobierno
peronista que se asentaba en el acuerdo entre el gobierno, la CGT, y la Confederación General Económica (CGE). En
contraposición a esto sostenía, en cambio, la necesidad de una política economía radical, que nacionalizara los
grandes monopolios extranjeros que controlaban las industrias de punta y que avanzara en una reforma agraria.

La UOM de Villa Constitución, el ultimo intento de democratización en un contexto de desarticulación


Villa Constitución, también sobre el Río Paraná, se convirtió a partir de los años cincuenta en otro polo de desarrollo
en interior, esta vez en relación con la producción de acero. Allí se instalo la empresa Acindar, de capitales
nacionales, muy cerca de Somisa, la siderurgia estatal radicada en San Nicolás. Su personal fue encuadrado en la
Unión Obrera Metalúrgica (UOM). En 1970, dentro del ciclo de protesta, una nueva comisión interna opositora a la
conducción   intento activar una serie de conflictos postergados. Comenzaron conformando una agrupación, el
Grupo Obrero del Acero (GODA), que luego se transformaría en Grupo Obrero Combativo de Acindar (GOCA),
encabezado por Alberto Piccinini, que en 1973 ganan la elección para la comisión interna, ya identificado como
“Movimiento de Recuperación Sindical”. La intención era disputar la conducción del gremio en las elecciones
generales de la UOM. Sin embargo la dirigencia de la UOM y la empresa decidieron que no estaban las condiciones
para que esto sucediera.
Ante esto se produjo un a serie de protestas, llegando a ocupar la fabrica y tomando de rehenes a los gerentes y
personal jerárquico. Estas medidas se levantaron con el compromiso de realizar las elecciones, la firma del acta fue
celebrada como un triunfo. Los trabajadores abandonaron la fábrica y marcharon al centro de la villa, donde tuvo
lugar un acto masivo, conocido como el “Villazo”.

Desarticulación y represión, la antesala del terror….


La posición antiburocracia, anticapitalista y también antiporteña, de Córdoba comenzó a ser abortada hacia fines de
1973 y sobre todo a partir de 1974. en efecto , el 28 de febrero un golpe policial apoyado por los sectores de la
derecha peronista pusieron fin al gobierno provincial de Córdoba inaugurando una ola de violencia que anticipo lo
que ocurriría luego en el resto del país. Los principales blancos de ataque   fueron los sectores de la izquierda
peronista y de la izquierda sindical no peronista, sobre todo a partir del mes de agosto que fue nombrado como
interventor el brigadier Lacabanne.
La escalada contra los sindicatos combativos continúo en el mes de marzo de 1975 en Villa Constitución. A las cuatro
de la mañana del 20 de marzo comenzó el operativo represivo ordenado por el gobierno peronista contra la
“serpiente roja del río Paraná”. Líderes y dirigentes sindicales de la UOM, de la CGT Regional y de otros gremios
fueron sacados de sus casas y llevados detenidos.
La represión continuo al igual que en Córdoba, deteniendo y secuestrando a militantes. Antes de marzo de 1976
ocho miembros del comité de lucha habían sido asesinados o desaparecidos. El golpe final vendría con la dictadura:
el mismo 24 de marzo fue intervenido el SOEPU y Salamanca detenido y desaparecido, al igual que Tomas Di Toffino,
secretario adjunto de Tosco en el Sindicato de Luz y Fuerza.

A manera de cierre
Una primera conclusión, al analizar las expresiones radicalizadas, muestra que estas fueron viables dentro de un
ciclo de protesta general contra la dictadura de la Revolución Argentina, precipitado por una forma particular   de
funcionamiento del sistema político que impedía la participación del peronismo. Una segunda observación las asocia
con el desarrollo de industrias nuevas, concentradas geográficamente, con trabajadores que en la década de 1960 se
mantuvieron en su mayoría al margen del proceso de reconstrucción del aparato sindical y de la lógica de presionar
para negociar. Una tercera conclusión se refiere a que estos prosperaron porque se asentaron en demandas de base
fabril relacionadas con situaciones laborales especificas pero, también en la búsqueda de una efectiva
representación y participación que llevaron a los dirigentes mas definidos políticamente a la permanente tensión
entre sus identificaciones ideológicas y la responsabilidad que como dirigentes obreros tenían de representar a los
distintos sectores.
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Por último queda preguntarse, más allá del golpe final que represento la dictadura ¿fue aquella la que llevo a su
derrota o, en cambio habían comenzado ya a ser derrotadas desde el propio movimiento obrero donde en otra
coyuntura habían encontrado posibilidades de prosperar? Estas preguntas resultan pertinentes para evaluar la real
inserción de las propuestas radicalizadas dentro del movimiento obrero argentino.

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