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Hobsbawn, La era del imperio

Capítulo 6. Banderas al viento: Las naciones y el nacionalismo

En el período 1870-1914 el nacionalismo, que no era un fenómeno nuevo, protagonizó un salto hacia
adelante. El término nacionalismo se aplicó a todos los movimientos para los cuales la causa nacional
era primordial en la política. La base del nacionalismo era en todos la misma: la voluntad de la gente de
identificarse emocionalmente con su nación. La democratización de la política y las elecciones
ofrecieron amplias oportunidades para movilizarlos. Durante la mayor parte del siglo XIX el
nacionalismo se había identificado con los liberales y con la tradición de la Revolución Francesa, pero
no se identificaba con ninguna formación del espectro político. Allí donde la identificación nacional se
convirtió en una fuerza política constituyó una especie de sustrato general de la política.
Podemos destacar cuatro cambios importantes que se producen en el nacionalismo del siglo XX con
respecto al del siglo anterior. El primero fue la aparición del nacionalismo y el patriotismo como una
ideología de la que se adueñó la derecha política. El segundo es el principio de que la
autodeterminación nacional podía ser una aspiración de todos los grupos que afirmaran ser una
“nación”. El tercer aspecto era la tendencia creciente a considerar que la autodeterminación nacional no
podía ser satisfecha por ninguna otra forma de autonomía que no fuera la independencia total. Por
último, la tendencia a definir a la nación en términos étnicos.
El número de movimientos nacionalistas se incrementó a partir de 1870, aunque en Europa se crearon
muchos menos Estados nacionales durante los cuarenta años anteriores al estallido de la primera guerra
mundial que en los cuarenta años que precedieron a la formación del Imperio alemán. Muchos de estos
movimientos no tenían apoyo siquiera de parte de aquellos de quienes decían hablar. De todas maneras
cobró mayor fuerza la identificación de las masas con la “nación” y el problema político del
nacionalismo comenzó a ser más difícil de afrontar. Esto tuvo como consecuencia la transformación de
la definición y el programa del nacionalismo. Uno de los elementos centrales fue el rol otorgado a la
dimensión étnico-lingüística. Si bien había sido importante, se convirtió en un campo de batalla
ideológico sobre todo para aquellos que escribían y leían la lengua, no tanto para los que la hablaban.
Las lenguas escritas están estrechamente vinculadas con los territorios y las instituciones. La
identificación de las naciones con un territorio exclusivo provocó tales problemas en amplias zonas del
mundo afectadas por la emigración masiva. Esto llevó a la elaboración de una definición alternativa: el
nacionalismo estaba asociado a un segmento determinado de la población que se consideraban como
pertenecientes a una nacionalidad. Pero hay que distinguir entre la patria como centro de una
comunidad real con relaciones sociales reales entre sí y la nación moderna. Esta última ocupó el lugar
dejado por el declive de aquella. El Estado creaba la nación.

Durante el siglo XIX, la “asimilación” no fue un término negativo: era lo que muchos esperaban
conseguir, sobre todo aquellos que aspiraban a integrarse a las clases medias. Muchos se negaban
porque no se les permitía convertirse en miembros de pleno derecho de la nación oficial. Los cincuenta
años anteriores a 1914 fueron un período típico de xenofobia y de reacción nacionalista por la
movilidad y migración masivas. La xenofobia no procedió únicamente desde abajo, sus
manifestaciones más inesperadas procedieron de las clases medias instaladas. Para esta burguesía el
aflujo de extranjeros pobres simbolizaba los problemas planteados por el proletariado urbano en
expansión. La nacionalidad se convirtió en un tejido real de relaciones personales más que en una
comunidad imaginada. Cuantos más intensos eran los movimientos migratorios y más rápido el
desarrollo de las ciudades, mayor era la base para que surgiera una conciencia nacional entre esos
desarraigados. El exilio fue el lugar fundamental de incubación de los nuevos movimientos nacionales.
No obstante no alcanza para explicarlo. Hay que destacar el rol central de los movimientos
neotradicionalistas que reaccionaba frente al progreso de la modernidad, el capitalismo, las ciudades y
la industria. El elemento tradicionalista es evidente en el apoyo brindado por la Iglesia. Era una
insitución urbana e integrada por los miembros de la clase media y baja. La relación con esas capas
sociales contribuye a explicar las tres características ya mencionadas: la militancia lingüística, la
exigencia de estados independientes y su identificación con la ultraderecha. La militancia lingüística
fue impulsada por el poder político, por otro lado, la xenofobia fue una de las consecuencias: el
extranjero simbolizaba la perturbación de los viejos hábitos.

Existe una diferencia entre el nacionalismo como ideología de movimientos nacionalistas y el


llamamiento más amplio de la nacionalidad. Los primeros sólo tenían en mente el engrandecimiento de
la nación. Su programa era expulsar al extranjero. En la práctica fue esto lo que limitó su influencia a
un conjunto de ideólogos y militantes apasionados. Para la mayor parte de la gente el nacionalismo no
alcanzaba. Los movimientos nacionales que consiguieron un auténtico apoyo de las masas fueron
siempre los que conjugaron la apelación a la nacionalidad y la lengua con algún otro interés poderoso.

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