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Clase 9 – Practico

Ascenso y consolidación del nazismo.


Weitz. D. Eric. – “El mundo de la Politica”
Para 1925 Alemania había depuesto al Káiser. Alemania tenía un amplio abanico de
posibilidades. Durante la época de Weimar, la política se hacía en voz alta. La mayoría de los
partidos conseguían votantes para ser representados en el Reichstag, incluso los opositores
a la republica organizaban manifestaciones. Partidos de todos los colores recurrían a los
medios de comunicación para expresar sus ideas a fin de esparcirlas. La política se convirtió
en un fenómeno de masas.

Sin embargo, los estados de excepción adoptados por el estado prohibieron a imprentas
comunistas e incluso a figuras como Hitler. Durante los años de la república, el terror blanco
(de la derecha) llevo a ejecuciones, confinamientos y asesinatos políticos.

Los ricos tenían más facilitad para acceder al gobierno, esto implicaba que recortaran
programas de bienestar social propuestos durante la república. Desde la derecha se gestó
una política que idealizaba la violencia y el antisemitismo. La izquierda a su vez opto por
métodos militaristas.

La primera guerra mundial dejo una escases grande de mano de obra, era necesario recurrir
al estado y a las instituciones privadas de beneficencia. Versalles alimentaba el
resentimiento alemán, pero también afectaba a las grandes potencias, que no podían
resolver la cuestión de las compensaciones. La clase política republicana parecía antigua e
incapaz de dar la cara a los problemas de la posguerra. Fueron años de expansión,
sacudidos por grandes crisis.

Luego de la primera guerra mundial, Alemania continuaba dividida, ningún partido se alzaba
con la hegemonía. Ningún partido, exceptuando el nazismo, contaba con algo más que el
apoyo de sus militantes. Sin embargo, la amenaza del palo fue lo predominante en la
república de Weimar.

La república de Weimar se puede dividir en 3 grandes periodos, con dos momentos de crisis.

De 1918 a 1923 fue presidida por una coalición de centro izquierda, de 1923 a 1930 por la
centro derecha, y entre 1930 y 1933 por la derecha autoritaria. Los dos primeros periodos
demostraron que las promesas de Weimar eran un reflejo de los males que aquejaban a la
república.

La primera fase se caracterizó por una constitución que establecía un sistema político
democrático: Sufragio libre y universal, reparto proporcional de escaños y libertades
políticas fundamentales, también se otorgaban derechos sociales. El SPD (Partido

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Socialdemócrata > también trabajaban con el Partido Democrático Alemán y el Partido del
Centro Católico) fijaron la jornada laboral de 8 horas y reconocieron a los sindicatos.
También se dieron políticas de salud y de educación.

El SPD, partido con más apoyo, había sido en sus orígenes el partido de “los trabajadores del
metal”, de industrias de carbón y acero. Su orientación a una clase más proletaria marcaba
los limites en sus intenciones por llegar a otros sectores de la población. Por otro lado,
tampoco adoptaban las ideas marxistas. Dejar de lado el socialismo lo privo al partido de un
grupo importante de apoyo. Lo mismo ocurrió con la mujer, a la cual se ponía por debajo de
la clase.

El Partido Democrático Alemán, de orientación liberal progresista, contaba con


simpatizantes de clase media y el apoyo de la comunidad judía, era partidario del debate, la
negociación y la inclusión de la nación en el concierto internacional. Se oponía a los
monopolios y a la socialización. Hacían hincapié en estrechar lazos con alemanes, judíos y
polacos fuera del país para defenderlos.

El otro partido, el Centro Católico, quedaba reducido a la religión. En la década del 20, la
mayoría de los católicos se sentían desplazados por un país naturalmente protestante. Eran
muchos los que pensaban que si el alemán tenia patria, era gracias al protestantismo. El
centro defendía al catolicísimo que había sufrido ataques durante la era Bismarck y buscaba
que la iglesia imparta enseñanza en centros públicos.

Los tres partidos quedaron al poder durante el primer periodo de la república. Sin embargo,
sus proyectos raramente se desarrollaron sin oposición. Esta se manifestaba tanto por
izquierda como por derecha.

Un ejemplo de esto último es los límites establecidos por Versalles y como debía ser
organizada la convivencia de los alemanes entre si y las relaciones entre los países vecinos.
La izquierda buscaba un sistema político y social dirigido por la clase trabajadora o por los
partidos de la clase obrera. Comités y obreros marcaron las pautas del funcionamiento para
que la democracia llegara a todos lados, se buscaba igualdad de derechos para todos.

Durante la primera fase de la república, los comunistas participaron de alzamientos en tres


ocasiones, 1919. 1921 y 1923, todas acabaron en fracaso. La única huelga general tuvo éxito
en 1920 y fue contra un intento de golpe de estado de la derecha.

Si bien se dieron algunas atribuciones en cuanto a derecho laboral, la realidad es que las
condiciones fabriles eran tan duras como siempre. La coalición no supo poner en marcha el
mecanismo para que se reflejen mejores condiciones, lo cual implico que la izquierda más
acérrima no la apoye, de hecho, vivió confrontándola.

La otra amenaza llegaba desde la derecha, que tenía el poder y estaba bien relacionada con
representantes de las principales instituciones del estado, los negocios y el ejército, también

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contaba con agitadores callejeros, era una derecha dividida que se uniría recién con el
ascenso de Hitler.

Los principales partidos eran el Partido Nacional Popular Alemán (DNVP) y el Partido
Popular Alemán (DVP). Exigían una política económica que favorezca al a empresa privada,
menos cargas fiscales, derechos de los accionistas, revisión de Versalles y limitación de los
derechos adquiridos por los trabajadores. Buscaba consolidar una clase media
independiente que garantizase la estabilidad el país y fomentase el crecimiento económico.
Obviamente, su discurso contenía una fuerte carga antisemita.

Los grandes ataques a la republica llegaron del lado del DNVP, partido con implantación en
la vieja nobleza de terratenientes y algunos oficiales del ejército y cualquiera que
despreciara la democracia. Nunca dejaron de barajar la idea de una salida autoritaria,
preferiblemente militar. Reclamaban una Alemania fuerte, de fronteras ampliadas y una
sociedad jerarquizada dirigidas por persona de alta cuna, conglomerados industriales
apoyados por el gobierno y subsidios agrícolas.

Planeamientos nacionalistas y agresivos caracterizaban a estos grupos. También reclamaban


el servicio militar obligatorio y lamentaban el estado de Alemania, culpaban a los judíos y
Socialistas por la ruina. Los planes de financiación de Estados Unidos, los tratados de Locarno
y Versalles le daban a la derecha un marco teórico bajo el cual realizar sus reclamos. Los
judíos representaban un espíritu anti alemán desde la revolución.

En la primera etapa de la república, el DNVP solo afirmo que la Republica no valía para
nada. En toda Alemania, y fundamentalmente en Baviera aparecieron grupos de extrema
derecha de origen diverso. Se dedicaron a reventar huelgas y se enfrentaban contra los
comunistas de toda Europa oriental. Abrazaban una política fascistoide.

En los primeros años de la república, muchos soldados se unieron al Freikorps, desde donde
formaban grupos de extrema derecha que se encuadraban a su vez en organizaciones
situadas a la derecha del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP). La clase más
acomodada, sumada a la derecha radical tenían ideales similares y recurrían a un lenguaje
común de nacionalismo, antisemitismo y odio a la república.

La idea de la traición de los socialistas y los judíos es entonces algo que no viene de Hitler .
Este último aporto más bien su carácter organizativo y retorico. Hitler utilizo el termino
nacionalsocialismo para desbaratar los deslices del socialismo utilizando a su favor la nación
y la raza y alejando al socialismo del igualitarismo y del internacionalismo.

Lo que más daño la imagen de la republica fueron los asesinatos políticos como los de Rosa
Luxemburgo, Jogiches, Liebknecht, Haase, todos dirigentes carismáticos de los socialistas y
comunistas. El terror se adueñó de los partidos que formaban la coalición de Weimar. Los
asesinatos de personas de renombre eran moneda común, y más si eran judíos. Se los
acusaba de traidores a la patria.

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Luego del asesinato de Rathenau, Joseph Wirth pronunció un discurso acusando a los
sectores de derecha de generar el clima violento para el asesinato. Paralelamente, el
Reichstag aprobó una ley que nombraba un comisario en cada región alemana con el fin de
mantener el orden, la misma no tuvo éxito ya que los comisarios se mostraron más activos
con la izquierda.

En 1920 y antes del intento de golpe de estado de Kapp, la coalición sufre su primera
derrota. Luego de prohibir las huelgas y las milicias obreras y desoír las reivindicaciones
políticas de los trabajadores, muchos de los sectores de izquierda les dejaron de dar su
apoyo, siendo así incapaces de alcanzar la mayoría. En esta situación, los socialdemócratas
renunciaron a formar un nuevo gobierno.

A esto hay que sumarle que en 1921 los aliados le entregaron a Alemania un documento de
abultadas compensaciones que socavaron más los cimientos de la república y a su vez
impulsaba a la derecha a atacar.

Durante el periodo posterior a la guerra, la inflación beneficio a Alemania: los productos de


manufacturas resultaron atractivos en el mercado internacional, lo que posibilito que los
empresarios pudieran subir sueldos. En ese momento, la inflación se transformó en
hiperinflación.

En 1923, las tropas francesas penetraron en Alemania y ocuparon regiones claves como el
Ruhr. El gobierno alemán adopto una política de resistencia pasiva, los trabajadores se
negaban a trabajar y volvían a sus casas. En junio la economía del Ruhr quedo paralizada. Por
otro lado, el gobierno aumento la hiperinflación al emitir más moneda.

Ese mismo año, los comunistas intentaron la revolución y los nazis marcharon sobre Berlin,
ambos sin resultados positivos. La población sufría el deterioro de sus condiciones de vida. se
dieron casos de saqueo. Las empresas no podían planificar. El país se encontraba
nuevamente en la miseria, algo que aprovecharon algunos sectores para remarcar la
culpabilidad de los socialistas y los judíos.

En septiembre el gobierno dejo de lado la política de resistencia pasiva y entablo


negociaciones con los aliados. La republica dejo que individuos privados negociación en
nombre del país. La derecha utilizo esa oportunidad para comenzar a ganar poder. Mientras
tanto, los socialdemócratas implantaron una nueva moneda, el Rentenmark, y decreto la
estabilidad financiera.

Al año siguiente, los franceses se retiraron del Ruhr como parte de un compromiso con
Alemania, por otro lado, el gobierno retiro varios de los beneficios sociales de la revolución a
los trabajadores.

En 1924 la clase política giro a la derecha, casi nadie modifico nada en sus planteamientos, la
izquierda cada vez más debilitada y la derecha mostraba signos de desacuerdo en sus

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sectores más fuertes. En 1928 la derecha se alzó con el poder y el partido del DNVP se
acercó a las posiciones defendidas por los nazis.

La clase política, sin embargo, se fragmento cada vez más. Por la derecha continuaban los
ataques contra la república y se buscaba una salida autoritaria. Sin embargo, reinaba una
cierta calma, sin intentos de golpes de estado ni rebeliones armadas. También hubo menos
huelgas, aunque es real que el nivel de desempleo era muy alto.

En 1924 llego parte del alivio a la economía francesa con la aceptación del Plan Dawes, que
implico un ingreso de dinero al país para alivianar la crisis postguerra que sufría Alemania.

En esta fase intermedia, el DVP, y el partido católico marcaron las pautas de gobernación
bajo la egida de Gustav Stresemann, quien estuvo presente en todos los gobiernos de este
periodo. Estaba convencido que era necesario echar abajo el sistema impuesto por Versalles
y que esto se podía lograr con una política de “hechos consumados”, es decir, con una
Alemania cumplidora de los términos del tratado. Su filosofía no concebía un sistema
democrático, pero lo aceptaba como algo necesario temporalmente.

En este momento se daban movilizaciones populares de todo tipo a fin de presionar a los
sectores gubernamentales. Las antiguas clases, a su vez, sostenían su capacidad de
influencia. Era real que había movimientos populares pero los vestigios del poder tradicional
eran más poderosos. Esta mezcla de modernidad y tradición implicaron conflictos frente a la
toma de decisiones a nivel gubernamental.

El 3 de diciembre de 1926 el Reichstag aprobó una ley que buscaba proteger a la juventud
contra escritos inmundos y soeces. Normalmente se referían a novelas baratas, rosas, de
detectives, etc. En teoría esto respondía a que los escritos fomentaban el aumento de la
delincuencia, la promiscuidad, la socavación del recepto a la autoridad, etc. Sumado a esto el
componente antisemita de que muchos de estos escritos estén realizados por judíos.

Muchos intelectuales alemanes se opusieron a la ley, tildándola de ejercicio de censura y


generando una movilización política de carácter moderno a fin de expandirla
nacionalmente y evitar la expansión de estas ideas de censura. En grandes niveles, la
consecuencia de la ley fue inapreciable, pero la generación de una comisión de censura
sirvió para demostrar el margen de maniobrabilidad de la derecha.

El programa de protección al desempleo fue menos controvertido, instituyo la cobertura del


desempleo como un derecho de los trabajadores. La ley fijaba una prestación de 26 a 39
semanas cobrando entre el 35 y el 75 % del salario, financiado a través de impuestos que
pagaban empresarios y empleados.

La ley beneficiaba a los sectores industriales, y dejaba afuera a agricultores y a los


dependientes de pequeños comercios. Fue, durante ese momento la piedra angular del
sistema de bienestar social.

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Mientras tanto, los tratados de Locarno implicaron un triunfo para Alemania y Francia ya
que la primera reconocía las fronteras occidentales y Francia renunciaba a cualquier
pretensión anexionista en cuanto a Renania, al mismo tiempo que se comprometía a
abandonar Colonia. Alemania también recibió la promesa de que ingresaría a la Sociedad de
Naciones, algo que se cumpliría en 1926. Paralelamente, luego de la implementación del Plan
Young, las potencias aliadas rebajarían los controles que se ejercían sobre la economía
alemana.

Hacia el final de la segunda fase, la posición alemana contaba con cierto optimismo, sin
embargo, esto no calmo a la poderosa derecha alemana, Stresemann, quien firmó el
tratado de Locarno, fue tildado de Traidor. Locarno fue a su vez una muestra de intento de
ambas partes para facilitar la paz y dio esperanzas de que no se repitiera una devastación
como en la primera guerra mundial.

Sin embargo, en Alemania Streseman fue vilipendiado, no fue bien recibido y tuvo que ser
protegido. Al final de la segunda fase de la republica d Weimar era evidente que la derecha
no toleraría un modelo republicano. Solo la derrota total de la derecha podía mantenerla,
pero era imposible que ocurriese en 1925 y 1929.

El militarismo asociado a la época prusiana trajo consigo el reflejo de estas costumbres en los
partidos de masas de la actualidad, los socialdemócratas, los comunistas y los liberales
organizaron formaciones paramilitares que tiñeron de beligerancia la vida pública de la
Alemania de Weimar.

Fue la derecha quien mostro una mayor afinidad por los usos militares, ya para 1920 había
doscientas agrupaciones militares de agrupación derechista. Y ya para 1922 algunas de ellas
contaban con 200.000 afiliados, así como también uniforme y armas. Muchos de los que la
componían eran veteranos de guerra. Los nazis acabarían por hacerse el control de los
grupos de derecha dándole una identificación ideológica más precisa.

El ejército alemán continuaba siendo una institución altamente respetada, vitoreada y muy
influyente. El tratado de Versalles los había limitado en número (100000 hombres) y no
podían contar con fuerza aérea, también limito el tamaño de la armada y despidió a oficiales y
soldados.

Muchas de las organizaciones de derecha estaban guiadas y presididas por oficiales que
habían abandonado el ejército luego de Versalles para cumplir con el tratado. Solo la
situación caótica de 1923 consiguió que los militares no prestasen apoyo a organizaciones
ilegales.

La figura clave durante buena parte del periodo de Weimar fue Hans Von Seeckt, un oficial
que ascendió y sirvió durante el antiguo régimen. Nunca se comprometió con la república y
fue un pragmático que no se dejó engatusar por los sueños de la derecha radical. Buscaba
restaurar el poder del ejército para que Alemania fuera una gran potencia.

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La destitución de Seeckt se dio en 1926, quien aceptó la petición del ex príncipe heredero de
tutelar militarmente a su hijo, el príncipe Guillermo. Esto provocó protestas que
desembocaron en su destitución. Esto implicaba que el ejército era puesto en duda por no
poder liberarse de la familia Hohenzollern.

Desde 1925 el presidente fue Paul Von Hindenburg, quien desempeño un papel
determinante en la política republicana. Representaba firmemente al militarismo prusiano.
Como medidas, adopto que todas las representaciones diplomáticas alemanas lucieran la
bandera de la república y el pabellón imperial. También utilizo sus prerrogativas a la hora de
formar gobiernos, instituyendo y destituyendo según conveniencia. Su política se
caracterizó también por reavivar el revanchismo alemán correspondiente a la primera
guerra mundial.

La tradición conservadora y autoritaria de los militares alemanes impregno la política de


Weimar, tanto el jefe de estado como el presidente de la republica influyeron en este
sentido en todos los gobiernos. Las reservas hacia la republica eran evidentes, pocos
oficiales apoyaban la constitución.

En 1928 las fábricas y las minas alemanas alcanzaban altos niveles de producción, se abrían
nuevos almacenes y el consumo se recuperaba. Todo permitía contemplar el futuro con
optimismo y las elecciones de 1928 significaron el regreso al centro, mientras tanto, el
DNVP quedaba excluido y se inclinó hacia la extrema derecha.

Posteriormente se dio la crisis económica mundial. Sus efectos se notaron rápidamente en


Alemania, parte por el resurgimiento económico de los años anteriores y parte a las
inyecciones del capital norteamericano. La crisis afecto fuertemente al país, un tercio de la
mano de obra no tenía trabajo. La crisis económica se reflejó en el sistema político.

Todos los partidos intentaron poner a salvo sus intereses y sus conquistas. El debate giro en
torno al sistema de cobertura de desempleo. Los socialdemócratas reclamaban que se
aumentasen los impuestos, la mayoría de los partidos consideraban que la forma rápida de
revitalizar la economía era recortar el gasto público, y por lo tanto rebajar la cobertura de
desempleo. Ante la falta de acuerdo, cayo el gobierno. Hindenburg designo como canciller a
Bruning, del partido del centro, quien a Travers de los poderes otorgados por el presidente,
gobernó por decreto.

Durante los siguientes 3 años, Alemania quedo bajo una dictadura presidencial, había
elecciones y había libertad de prensa. Sin embargo, a medida que fue avanzando, se vio más
claramente el objetivo de liquidar la republica desde dentro y hacer caso omiso a las
limitaciones de Versalles.

Las ideas de Bruning se decantaban por un sistema autoritario o una dictadura de corte
religioso y militar. Oficialmente, la república de Weimar existía, vacía de contenido y de
significado.

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Para 1932 Alemania había pasado por varias elecciones y tres cancilleres se hicieron cargo
del gobierno. Ningún partido conciliaba a la mayoría. Ya para 1930 se veía el ascenso del
partido Nazi con 17 % de los votos. El Reichstag prácticamente no funcionaba. Bruning tomo
medidas anti inflacionistas y recorto el gasto público. No se revitalizo la economía y aumento
el malestar entre la población.

En este contexto, los nazis tenían toda la situación a su favor, disponían argumentos de
sobra para reclamar el puesto que dejaría vacía la república.

El autor concluye que la política de Weimar fue todo eso, una mezcla de democracia y
autoritarismo, una democracia liberal que pago un costo muy alto. Fue capaz de alentar
perspectivas de futuro pacíficas, igualitarias y humanitarias, aunque muchos ciudadanos
quisieran el revanchismo contra los judíos y los socialistas. La república de Weimar fue, en
fin, la fragmentación y el caos en la sociedad.

Los partidos políticos de la época de Weimar eran un fiel reflejo de las formaciones políticas
en la Alemania imperial. Sin embargo, tanto por derecha como por izquierda surgieron
partidos y movimientos con otro estilo de hacer políticas y más concentrados en las masas.
La derecha entendió que la política no consistía solo en acuerdos cerrados sino en atraer a las
masas, y la política nacionalista debía contar con ese respaldo popular.

La movilización de las masas se reflejó en la formación de organizaciones paramilitares que


dotaron a la política de Weimar de la participación de las masas. El único que saco
provechos de los atropellos fue el NSDAP, aunque también se vio apoyada por la derecha ya
asentada en el poder.

El voto femenino implico que los partidos tuvieran que luchar por él. Los socialdemócratas
se preocupaban por las inclinaciones conservadoras y religiosas de las mujeres, ya que esto
implicaría un vuelco a la derecha. Incluso llegar a ocupar escaños en el Reichstag y en los
gobiernos municipales.

Las continuidades fueron también algo común. El papel de la burocracia y los militares en el
estado era evidente. Todos influyeron en el conservadurismo y en el sentimiento
antirrepublicano. El poder judicial persiguió a personajes destacados de la república. La
republica necesitaba un largo respiro para transformar a los alemanes en demócratas
convencidos, pero ninguno de los hechos facilitó que esto ocurriera.

Fritzche, Peter. – “enero de 1933” y “mayo de 1933”


El libro de Fritzche pretende sugerir que el nazismo es consecuencia de una especie de
―nacionalismo colectivista‖ que surge en la declaración de la primera guerra en 1914, en el
que se ponen en juego instituciones espontáneas y populares; el nacionalismo se transforma
y pasa de estar en manos de los aristócratas a ser un elemento de identificación muy fuerte
en las masas.

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Enero de 1933
En enero de 1933 Hitler fue nombrado canciller y una enorme manifestación colmó las
calles de Berlín. Aunque el pueblo alemán no apoyaba unánimemente a los nazis, nadie
podía dejar de ver el tamaño inmenso de la multitud fascista, que expresaba su devoción
por un partido que prometía terminar tanto con los elementos anacrónicos del pasado de
preguerra como con la confusión de la democracia de Weimar, y establecer un estado racial
y fuertemente armado, una Alemania del siglo XX completamente nueva.

El ímpetu parecía estar del lado de los nazis; sus adversarios (comunistas, socialistas, judíos)
habían sido detenidos, atacados y hechos a un lado. Tras la noche del 30 de enero, las
camisas pardas ya no abandonarían la ofensiva. La policía (que tendía a simpatizar con los
nazis) prohibió las manifestaciones comunistas y (confabulada con el Partido Nacional
Popular Alemán) proscribió sus periódicos y allanó sus oficinas. Los nazis triunfantes
parecían irresistibles, y seguían concentrando la atención del público.

A sólo 3 semanas de fundado el Tercer Reich, matones nazis atacaban con total impunidad a
los socialdemócratas y a los miembros del Reichbanner (milicia política creada por los
partidos Socialdemócrata, Centro Católico y Democrático de Alemania, en colaboración con
sindicatos de obreros, para defender la República de Weimar); se crearon centros de
interrogatorio salvaje, prisiones y campos de concentración. Los nazis utilizaron el incendio
del Reichstag (un acontecimiento fortuito) para proscribir al Partido Comunista, ampliar
extensamente el poder de la policía e impedir por otros medios el acceso de los rivales
políticos a la esfera pública.

Los nazis estuvieron algo desilusionados con los resultados de las elecciones parlamentarias
de marzo, que no les otorgaron la mayoría absoluta, pero gracias al apoyo del Partido
Nacional del Pueblo Alemán, del Partido Liberal y del Partido Católico de Centro obtuvo los
2/3 que necesitaba para poder desmantelar la democracia parlamentaria a través de una
legislación de emergencia. Los pocos opositores burgueses que surgieron fueron fácilmente
neutralizados mediante el enorme apoyo del partido y sus métodos brutales.

El andamiaje dictatorial era interpretado como una saludable determinación por parte de la
mayoría de los alemanes, quienes recibieron con agrado el fin de los altercados partidarios.
De hecho, la violencia nazi contra la izquierda, a principios de 1933, incrementó
significativamente la popularidad del régimen. Durante los meses siguientes, los nazis
coordinaron la vida civil y política con el fin de construir una dictadura unipartidaria.

Los partidos políticos y los sindicatos independientes fueron proscriptos, mientras que los
clubes sociales y las asociaciones voluntarias que constituían la trama de la vida barrial

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fueron ―nazificados para adaptarlos a los propósitos del régimen, o de lo contrario
sencillamente se disolvieron. La prensa también fue censurada.

Por otro lado, el régimen nazi gozaba de un apoyo cada vez más creciente entre los estratos
populares. Al mismo tiempo, los nazis destruyeron a sus rivales políticos. Por primera vez
desde 1848, no había partidos o foros partidarios que materializaran la política pública. Aún
más sorprendente era la inmensa popularidad de Hitler. Lo que volvió la ruptura del 30 de
enero de 1933 aún más significativa fueron los urgentes preparativos que emprendieron los
nazis para librar nuevas guerras, dirigidas a establecer el poderío de Alemania.

¿Cómo explicar este veloz surgimiento del nazismo y el vuelco repentino de las lealtades
partidarias? Entre 1928 y 1933, millones de alemanes se unieron a una vasta insurrección
política que parecía provenir de ninguna parte. El partido de Hitler se convirtió en el más
grande de Alemania y, por lo tanto, Hindenburg debió dejar de lado su desdén por los nazis,
recordar su preferencia por los fascistas por encima de los demócratas y designar a Hitler
canciller con la esperanza de restablecer la ley y el orden.

El factor principal que puso fin a la democracia en 1933 fue la fuerza insurgente del nazismo
y la amplia atracción popular de sus propuestas políticas. En general al analizar el éxito de
los nazis y de Hitler se destacan dos explicaciones:

1) Los duros términos del Tratado de Versalles

2) Las penurias económicas provocadas por la Gran Depresión

Esta línea de razonamiento sugiere que, a pesar de todos los problemas de la sociedad
alemana, si los aliados hubiesen sido más razonables o si la crisis del ‘30 no hubiera afectado
a la República de Weimar, no hubiera tenido cabida en Alemania una figura como Hitler. Pero
ninguna de las dos explicaciones resulta satisfactoria:

1)Que los términos del Tratado de Versalles hayan sido realmente punitivos es algo que hoy
está en discusión: Alemania retuvo básicamente la integridad de su territorio y su potencial
industrial. También es difícil sostener que Versalles provocó la devastadora inflación
alemana, consecuencia principalmente del imprudente endeudamiento de guerra y de los
gastos estatales de posguerra. No obstante, el pueblo alemán sentía que los términos del
Tratado de Versalles y el pago de las reparaciones que éste imponía eran excesivamente
severos, y Alemania quedó excluida de la comunidad internacional.

Es cierto que los alemanes seguían enfurecidos a principios de los años ‘30, y muchos
esperaban que los nazis restaurasen el prestigio internacional de Alemania; parecía

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realmente que los alemanes votaban a los nazis para vengarse de Versalles. Sin embargo,
eran tan pocos los alemanes que no condenaban el tratado que la política exterior no
jugaba un rol importante en el realineamiento del comportamiento electoral alemán (para el
caso, también los socialdemócratas condenaban Versalles).

Así, la importancia de Versalles como tema electoral disminuyó. Además, la explicación de


Versalles no es consistente ni con el momento de irrupción del fenómeno nazi, que ocurrió 10
años después de firmada la paz, ni con la temática de las críticas esgrimidas por los nazis en
sus campañas, que se centraban principalmente en cuestiones de política interna (estaban
preocupados por hacer la ―revolución‖). El tratado de Versalles ciertamente debilitó a la
República de Weimar, al otorgar legitimidad política a nacionalistas de derecha que
repudiaban la democracia, pero no generó el voto nazi.

2) Esta es una explicación más verosímil. El desempleo fue el gran flagelo de los años ‘30 (que
no sólo afectó a los proletarios), y una vez más los alemanes estaban perdiendo confianza en
el sistema. La desintegración del tejido social fue el resultado inevitable de esos años de
duras penurias materiales. Los arrebatos de odio también hicieron de los judíos alemanes,
considerados intrusos, liberales y capitalistas, chivos expiatorios.

El corolario político de la fricción interna fue una creciente impaciencia con el gobierno de
Brüning, cuyas políticas fiscales deflacionarias tendieron a empeorar la situación. De esta
forma, la conexión entre el comienzo de la Gran Depresión y el avance del nacionalsocialismo
es innegable. Sin una crisis agraria en el campo, sin el desempleo de millones de alemanes y
sin la subsecuente recesión comercial es difícil imaginar la irrupción de los
nacionalsocialistas en el panorama político con la misma fuerza y la misma velocidad que
mostró en los años 1929-1923.

No obstante, la conexión entre la recesión económica y los revolucionarios nazis no es tan


automática. En primer lugar, la crisis afectó especialmente a los obreros, que tendían a
votar por los comunistas y sopor los nazis; la clase media no sufrió tanto. Desde esta
perspectiva las clases medias, temiendo el desorden social, parecen haber apoyado a los
nazis por razones políticas no directamente relacionadas con la desesperación material.

Al mismo tiempo, los alemanes no parecen haber votado a los nazis porque culpaban a los
judíos de sus problemas. Aunque el antisemitismo se volvió un fenómeno mucho más
común en Alemania después de la guerra, sólo jugó un papel secundario en las campañas
electorales de los nacionalsocialistas (los alemanes fueron atraídos hacia el antisemitismo
porque fueron atraídos hacia el nazismo, no a la inversa). Pero el verdadero problema de las
explicaciones que enfatizan los catastróficos efectos políticos de la Gran Depresión es que se

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centran en el surgimiento del nazismo en 1930 y suelen perder de vista las tendencias de
largo plazo previas a su aparición.

Los partidos burgueses tradicionales ya estaban en un avanzado estado de descomposición.


Aquellas razones que atrajeron a millones de alemanes hacia el Partido Nazi durante la
depresión fueron las mismas que los habían alejado de los partidos burgueses antes de la
depresión. La formación del bloque nazi no fue puramente circunstancial, si bien la
depresión debió volverla mucho más urgente. Ya desde la República de Weimar se estaban
gestando procesos políticos más vastos. Los elementos que caracterizaron a la insurrección
nacionalsocialista ya se encontraban visiblemente presentes en la sociedad alemana antes
de que la Gran Depresión favoreciera a los nazis.

De Hindenburg a Hitler.

Los votantes atraídos por los nazis en los días de la Gran Depresión no eran un grupo
heterogéneo de gente disconforme que lo único que tenía en común era su disconformismo
con el sistema. El bloque que eligió a Hitler ya se había congregado para elegir a Hinderburg.
Evidentemente una unión nacionalista y antidemocrática podía triunfar en condiciones
adecuadas. Los nazis no fueron el resultado de una crisis extraordinaria, sino que fueron un
partido mucho más popular, que articuló las aspiraciones de millones de burgueses.

Las similitudes entre la campaña presidencial de Hindenburg (1925) y la de Hitler (1932) son
sorprendentes, a pesar de que las diferencias entre estos dos hombres eran enormes, el
primero era un general de la vieja escuela prusiana que tenía poca afinidad con el pueblo
alemán, tenía una mentalidad elitista y sumamente reaccionaria, y sentía un fuerte
desprecio por Hitler; el segundo era mucho más joven y un virtuoso de la política moderna
de asambleas, elecciones y campañas de propaganda). La elección de Hindenburg
representó claramente una etapa importante en la gestación de la insurgencia nazi.

A primera vista, la estrecha correspondencia entre las dos elecciones sugiere que Hitler
sencillamente reagrupó a su alrededor a aquellos alemanes beligerantemente nacionalistas
y anticomunistas que estaban en desacuerdo con la revolución de noviembre y que habían
votado por Hinderburg como un símbolo de la vieja Alemania, pero que lo abandonaron en
1932 como una forma de llegar a un acuerdo con el futuro destino de una nueva nación.

El problema con esta explicación es que no puede dar cuenta de la celeridad con la que
antiguos partidarios de Hindenburg lo abandonaron por Hitler en 1932. El hecho de que las
lealtades a la tradición resultaran tan frágiles sugiere que los ideales del pasado habían
perdido su poder de convicción. Los votantes en 1925 no buscaban volver a los ―buenos
viejos tiempos‖, sino dar forma a un nacionalismo popular que, en última instancia, Hitler

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podía encarnar mejor que Hindenburg. Tras la elección de Hindenburg, los burgueses se
reunieron en repetidas oportunidades para afianzar la alianza nacionalista que la campaña de
Hindenburg había congregado.

Mientras que antes de 1924 los burgueses rara vez habían marchado abiertamente por las
calles, dejando la esfera pública a los proletarios socialdemócratas, y prefiriendo reunirse
en salones bajo los auspicios de los líderes de los partidos tradicionales, la elección de
Hindenburg marcó un punto de inflexión. Las multitudes abandonaron impetuosamente los
ámbitos cerrados de las salas de reunión y tomaron las calles, las plazas públicas y
finalmente, en un gesto de conquista política, los barrios de la clase trabajadora.

Los Stahlhelm (grupo paramilitar) fueron el núcleo alrededor del cual se cristalizó esa
exuberante socialización nacionalista, y lograron enrolar a muchos burgueses/as en una
campaña política nacional dirigida a reconquistar el país. El pueblo, de algún modo, reconocía
que las calles eran la vía alternativa de la nueva política. El sentimiento nacional era tan
exaltado porque los festejos en honor de Hindenburg congregaban a ciudadanos de todos
los estratos sociales, a la vez que representaban un frente unido contra la izquierda de la
clase obrera.

La elección de Hindenburg constituyó un admirable modelo para una exitosa movilización


política. A diferencia de los partidos, cuya política partidaria sólo parecía dividir aún más a
los alemanes, las asociaciones tales como los Stahlhelm unían a los burgueses y
enfrentaban con éxito a la izquierda socialista en asambleas públicas. Además, la
importancia dada a las grandes reuniones y actividades tumultuosas atraería a un número
mayor de gente que la acción exclusivamente parlamentaria de los partidos.

A pesar de su frenética actividad, los Stahlhelm se mostraron incapaces de organizar


efectivamente la creciente ola antiparlamentaria, y en general siguieron siendo una fuerza
auxiliar de la política parlamentaria. El antisocialismo consumía la energía de los Stahlhelm,
y como resultado se volvieron más abiertamente reaccionarios, con lo cual fueron perdiendo
el empuje que habían ganado desde la elección de Hindenburg frente al nacionalsocialismo.

A pesar de su fracaso, la actividad de las ligas nacionalistas logró transformar por completo
los barrios alemanes, dejando ver la agilidad organizativa de la clase media alemana. La
Alemania de los Stahlhelm era antisocialista, pero no aristocrática; nacionalista pero no
monárquica; autoritaria y reaccionaria pero no exclusivista. En este sentido, era un
producto de la naturaleza auténticamente popular de la Guerra Mundial.

Al mismo tiempo, la enfática diferencia que hacía el pueblo entre la virtud de la nación y la
perfidia de sus enemigos (judíos, eslavos, bolcheviques) preservaba un lugar para todo tipo

13
de grupos nacionalistas y antisemitas, incluidos los nazis, quienes hicieron suya esta
plataforma y la aprovecharon ampliamente.

La vida asociativa burguesa brindó una cubierta para una política antiparlamentaria cada vez
más militante. En muchos sentidos, favoreció un nacionalismo integral que rechazaba por
completo un orden político pluralista. Bajo esa luz, la elección de Hindenburg no fue un
resabio de otra época. Fue más bien un precursor de la fusión fascista que vendría.

Los partidos independientes y los movimientos populares.

La proliferación de los grupos de Stahlhelm en todo el país constituía el signo más evidente de
la asombrosa movilización política desarrollada por ciudadanos anteriormente inactivos. La
inquietud era cada vez más turbulenta en todo el país: los granjeros se levantaban en armas
contra las políticas agrícolas de la República, propietarios de viviendas, comerciantes y
artesanos se les unían para protestar contra las leyes laborales, los altos impuestos y la
corrupción.

La clase media se había vuelto muy activa, y lo que más sorprendía era que las
manifestaciones unían a distintos sectores (granjeros, almaceneros, panaderos, plomeros,
etc.) sobre una base común. Mientras que a principios de los años ‟20 el foco de la actividad
política de la clase media había sido limitado, concentrado como estaba en lograr para cada
gremio la representación política dentro de los partidos burgueses, para fines de esa misma
década el foco se había desplazado; los partidos habían pasado a ser el blanco de furiosas
denuncias pronunciadas por diversos manifestantes reunidos en las calles.

Las enfurecidas multitudes condenaban reiteradamente las políticas fiscales del gobierno,
pero ya no quedaban excluidos de sus condenas ni los partidos políticos ni los grandes
grupos de intereses. Así, los grupos de clase media exigían una mayor participación en los
asuntos políticos.

Entre 1924 y 1930, en toda Alemania, los granjeros, los propietarios de viviendas y los
empleados públicos abandonaron a los políticos tradicionales en distintas elecciones y
propusieron listas electorales propias. Se acusaba reiteradamente a los partidos burgueses
de buscar mantener relaciones amistosas con los ricos y poderosos y de ignorar la situación
de los alemanes comunes.

Las políticas fiscales ortodoxas de cada uno de los viejos partidos de clase media, a
principios de los años ‘30, comprometían cada vez más su capacidad para ayudar a aquellos
votantes que seguían fieles a ellos. A primera vista, el sistema de partidos alemán parecía
encontrarse en un estado de total confusión. Sin duda alguna ésa era la impresión que se

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transmitía desde Berlín. Al no haber sabido construir con los fragmentos del panorama
partidario nacionalista unificado y asediadas en sus bases, las organizaciones partidarias se
derrumbaron y las tesorerías de los partidos se vaciaron.

A la inversa, desde 1918 los grupos de clase media habían ido adquiriendo un mayor poder
político, y tanto sus actividades de lobby dentro de los grandes partidos como sus listas
independientes reflejaban fortaleza. Aunque muchos alemanes buscaban una
representación más efectiva de sus intereses particulares, esta proliferación de partidos
independientes expresaba algo más que el egoísmo material de ciertos grupos
ocupacionales: mostraba un descontento general con los partidos políticos, las acciones de
lobby y los acuerdos parlamentarios.

Los nuevos partidos resultaban atractivos para los votantes porque expresaban la
indignación general ante la política de los grandes partidos de la burguesía que se limitaban
a favorecer los grandes negocios. Por el contrario, los pequeños partidos políticos
independientes resaltaban los derechos constitucionales y los derechos públicos, y
representaban una visión refrescantemente moral de la nación. Toda esta situación ponía en
evidencia que una política que pretendiese tener éxito con la clase media tenía que
incorporar las demandas de aquellos grupos previamente mudos, como los granjeros, los
empleados de comercio y los artesanos.

Los partidos que no adherían a ese sentimiento populista se derrumbaban, como sucedió
con los partidos populares de posguerra, el Partido Popular Alemán y el Partido Nacional
Alemán del Pueblo, al igual que el Partido Democrático Alemán. Incluso los Sthalhelm
perdieron parte de su considerable autoridad política por oponerse a paridos
independientes en nombre de la unidad nacionalista. Los ciudadanos alemanes buscaban,
además del orgullo nacional, la reforma social; la clásica combinación populista.

De todas formas, este tipo de protestas no prosperaron: este tipo de movimientos


constituidos en torno a un solo tema terminaban cayendo en una paradoja invocaban el
bien común, pero según una plataforma política acotada; o sea, los partidos independientes
expresaban su impaciencia frente al imperio de los intereses especiales mediante la
proliferación de intereses unilaterales.

En consecuencia, no representaban una respuesta duradera para el resentimiento


generalizado de los votantes. A fines de los años ‘20, los votantes se volcaron masivamente
hacia los partidos pequeños para expresar el enojo popular con los grandes partidos, pero
pronto los abandonaron, una vez que se hizo evidente la incapacidad de los nuevos grupos
para reconstruir la comunidad política. No obstante, en medio de esta gran versatilidad de

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los votantes de clase media, hubo un lugar al que ya no regresaron: a los grandes partidos
burgueses, que en ningún momento recuperaron sus pérdidas de los años 20.
Entran los nazis

Las marchas de los Stahlhelm (burgueses nacionalistas de las provincias que denunciaban las
violaciones a la soberanía alemana y las protestas de los granjeros, comerciantes y artesanos
(clases medias que, aunque detestaban la república, insistían en el desarrollo de formas
democráticas de política, y cuyas manifestaciones y listas independientes se basaban en el
legado de 1918) fueron dos contrapuntos del radicalismo de la clase media durante la
República de Weimar.

Había una gran cantidad de grupos que daban amplia expresión a sentimientos patrióticos
(como los Stahlhelmers), temores anti socialistas (como los Freikorps), resentimientos contra
las elites (como las manifestaciones de granjeros, comerciantes y artesanos), pero pocos
encontraban el justo equilibrio.

Lo que buscaba la mayor parte de los burgueses, además de muchísimos trabajadores, era
un movimiento político que fuese claramente nacionalista, con la mirada puesta en el
futuro, abierto a todos los estratos de la sociedad, y que reconociese los reclamos de los
ciudadanos, sin dividirlos por gremio u ocupación. El partido que mejor se ajustaba a esta
fórmula era el Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores de Hitler.

Los nazis eran un elemento familiar dentro de la política nacionalista; ya desde la Revolución
de noviembre, en la mayoría de las ciudades de Alemania existían grupos racistas de diverso
tipo. Pero, en su mayoría, estos grupos evitaban la política electoral; seguían atrapados en
un mundo de preguerra que era tan anti urbano y anti industrial como antisemita. Hitler en
un inicio también se movía dentro de esos círculos; pero él había crecido políticamente
durante la guerra mundial, y tenía ambiciones más grandes.

Su visión de una Alemania racialmente pura, económicamente productiva y militarmente


poderosa lo llevó a buscar audiencias cada vez mayores, a atraer a trabajadores socialistas y
a construir lentamente la maquinaria de un movimiento político de masas. Tras un golpe
fallido Hitler cobró enorme popularidad, afirmando la nobleza de su traición frente a lo que él
consideraba un sistema republicano corrupto.

Pero la consecuencia más importante del golpe fue que impulsó a Hitler a reorientar el
movimiento nazi, apartándolo de las conspiraciones de los Freikorps hacia una política de
masas. Tras la liberación de la cárcel en 1924, Hitler trabajó sistemáticamente para crear un
movimiento disciplinado. Se trató más bien de que los activistas nazis, durante el período de
reconstrucción del partido (después de 1925) fueron haciéndose cada vez más presentes en

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los entornos barriales, y los vecinos fueron tomando mayor conciencia de sus talentos
organizativos y de la determinación política del partido.
Los nazis no se apoderaron de pueblerinos inocentes; dieron una definición política a
afinidades mantenidas en la imprecisión y a afinidades frustradas. Para fines de 1929, el
ímpetu político estaba con los nacionalsocialistas, cuyas conquistas llegaban principalmente
a expensas de los partidos nacionalistas tradicionales.

Ciertos elementos básicos del mensaje nazi hablaban a las aspiraciones políticas que los
ciudadanos habían alimentado durante más de 10 años. En primer lugar, los nazis se
oponían inconfundiblemente a los socialdemócratas, a quienes acusaban de traicionar al
pueblo alemán y de conspirar junto con los “grandes capitalistas”, corruptos y contaminados
por los judíos.

Los eventos nazis mostraban el poder de los jóvenes nacionalistas y su voluntad de desafiar
y derrotar a los socialistas. La violencia contra supuestos enemigos de la nación, más
especialmente socialdemócratas y comunistas, pero luego judíos, eslavos y otros no
alemanes, era un elemento central, tanto de las tácticas nazis como de su ideología. Al
mismo tiempo, los nacionalsocialistas hacían todo lo posible por encajar dentro de la
sociabilidad simple y campechana que habían creado los habitantes de las ciudades
alemanas después de la guerra, acogiendo en sus actividades a los participantes de todas las
clases sociales, en especial a los trabajadores.

En épocas de apremio económico, cuando el Estado reducía los programas de bienestar


social y éstos resultaban inadecuados, los nazis erigieron un ―rudimentario contra estado
de bienestar social para beneficio de sus seguidores, respondiendo a la crisis de forma
concreta. El activismo de los miembros nazis reiteraba el mensaje de que el partido estaba
dedicado a mejorar la vida de los alemanes comunes y corrientes, aunque sin dejar de insistir
en que su movimiento tenía un propósito nacional.

La revolución nazi

A fines de los años '20, los barrios de la clase media se hallaban en una verdadera
insurrección popular. En esas circunstancias, la república y los partidos democráticos que la
apoyaban gozaban de poca legitimidad. Los movimientos políticos de todo tipo hacían uso
efectivo de las calles, creando una propaganda visual y acústica cada vez más impactante.

Al mismo tiempo, los partidos tradicionales se habían derrumbado, dando lugar a un


conjunto de grupos disidentes. El Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores
fue aumentando su poder político, consolidando la rebelión popular de los últimos años. Y

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fueron los nazis quienes emergieron como el partido más grande de Alemania en 1932 y
1933, obteniendo el derecho a gobernar la nación.
¿Cómo se diferenciaron los nazis de otros movimientos y de qué manera constituyeron una
fuerza política más innovadora y efectiva? En principio, deben tenerse en cuenta dos
cuestiones importantes:

1) Los partidos independientes y las campañas centradas en una sola temática no podían
evitar ser parte de la misma inmovilidad política que condenaban. Los alemanes, gracias al
empleo de un lenguaje embebido de categorías morales, tales como corrupción, traición y
virtud, llegaron a identificar sus propios intereses con la renovación política nacional.

Los nazis, con sus manifestaciones masivas y su retórica apocalíptica, crearon un foro
político, en el que la nación podía ser imaginada como “un todo nacional” en el que cada
alemán (no judío), sin importar su estatus social, ocupaba un lugar de honor y participaba,
por tanto, de un deslumbrante futuro de prosperidad. Era un populismo que prometía ir
más allá de las instituciones liberales para recuperar una identidad nacional esencial y
poderosa.

2) Los nazis también aprovecharon la política crecientemente reaccionaria de los


nacionalistas alemanes y los Stahlhelm, ganando mucho más apoyo que estos grupos por
insistir en un cambio radical más que en intereses sectoriales. Además, la inclusión de la
palabra “trabajadores” los distinguió del resto de los nacionalistas y les confirió más
prestigio entre los jóvenes alemanes. A la vez, muchos trabajadores se sentían atraídos por el
mensaje nazi de que la solidaridad nacional, la productividad económica y las aspiraciones
imperiales podrían traer prosperidad a todos los alemanes. Los nazis supieron insertar mejor
que ningún otro partido el deseo de una reforma social dentro el marco nacional.

En la mente de un número cada vez mayor de alemanes, tanto de trabajadores como de


burgueses, de protestantes y católicos por igual, los nazis representaban la renovación, sus
adversarios la reacción y la transigencia con los enemigos de la nación; los nazis hablaban
por el pueblo, sus adversarios a través de corruptos grupos de interés, burocracias ineptas y
una cancillería distante y distraída.

El sistema parecía estar tan fracturado, sus defensores tan desorientados, y las camisas
pardas parecían tan enérgicos y bien organizados, que mucha gente (fuese simpatizante o
no) simplemente daba por hecho que los nazis tomarían el poder. A fines de 1932, los nazis
eran el único partido aceptable para los votantes no marxistas y no católicos, que
constituían la mayoría de los votantes alemanes. Los nazis ganaron por ser diferentes de sus
competidores dentro del redil burgués; como decía Hitler. ‖

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El nacionalsocialismo constituía la culminación de un proceso de movilización popular que
se remontaba a 1914 y más allá aún, y no puede ser considerado simplemente la
consecuencia de la catástrofe económica y el trauma social. Aunque el nacionalsocialismo
no era la culminación inevitable de tendencias políticas originadas en la primera guerra
mundial, era un heredero reconocible de ellas.

En enero de 1933, los nacionalsocialistas constituían el partido más grande y socialmente


más diverso de Alemania. Sin embargo, los nazis no contaban con la mayoría de los
votantes. Tres culturas políticas se mostraron más o menos resistentes al
nacionalsocialismo: los socialdemócratas, los comunistas y el Partido Católico de Centro.

Es un lugar común considerar que el voto nazi reflejaba básicamente el resentimiento y la


frustración de las clases medias bajas. No obstante, la creencia de que los votantes de clase
alta en los distritos urbanos más acomodados se mantuvieron inmunes a los atractivos del
nazismo resulta insostenible. De hecho, cuanto más rico era el distrito mayor fue la
cantidad de votos nazis.

Muchos desdeñaban a Hitler, pero apoyaban los grandes lineamientos de la revolución


nacional. La vasta mayoría de los opositores burgueses del nazismo no apoyaba la república y
seguía esperando su desaparición. Fritzsche plantea que, incluso suponiendo el derrumbe
del movimiento de Hitler, la República de Weimar no habría recuperado la estabilidad,
porque el apoyo al partido no se basaba ni en la propaganda nazi ni en la desesperación
económica sino en imágenes altamente emotivas de una nación virtuosa. Por supuesto,
esto no quiere decir que el mundo no podría haberse ahorrado la brutalidad del
nacionalsocialismo en el poder: ni Hitler ni el Holocausto tuvieron nada de necesario. Pero
todos los intentos por definir la naturaleza contingente de la llegada de Hitler al poder en
1933 no alteran de manera sustancial el cuadro de la dinámica popular aquí delineado.

Con excepción de los socialdemócratas y los comunistas, aquellos que no votaron por los
nazis en marzo de 1933 coincidían con los que sí lo hicieron en los siguientes puntos:

- anti marxismo virulento e idea de que era necesaria una poderosa ofensiva contra la
izquierda;
- profunda hostilidad hacia el fracasado sistema democrático y creencia de que se
necesitaba una conducción fuerte y autoritaria para lograr la recuperación.
- sentimiento generalizado (incluso entre la izquierda) de que Alemania había sufrido un
fuerte agravio en Versalles.

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Paso a paso, Hitler fue ganando a este conjunto que no había votado por él en 1933. Sin
embargo, había un punto clave en la visión del mundo de Hitler que no era compartido
plenamente por la mayor parte de sus votantes: el lenguaje racista de su darwinismo social,
su absoluto antisemitismo, y la rigurosa administración eugénica que implicaban tales
convicciones.

Decir que los alemanes votaron por el Partido Nazi porque expresaba mejor un
antisemitismo generalizado en la sociedad de Weimar es perder de vista por completo los
modos en que los nazis se distinguieron de los otros partidos y de esa manera dieron al
electorado razones para votar por ellos. La mayoría de los alemanes fue cambiando de
preferencias políticas durante la República de Weimar: el antisemitismo tenía poco que ver
con esa versatilidad.

Sin embargo, los términos brutales en los que todos los nacionalistas consideraban a los
enemigos de Alemania y la manera correspondientemente imperiosa en que definían su
futuro volvieron a la mayoría de los alemanes cómplices de los crímenes del nazismo,
llevándolos a aceptar el estado racial totalmente articulado por Hitler y a hacer la vista gorda
cuando las antipatías del régimen adquirieron un carácter asesino.

Los nacionalsocialistas no ganaron votos porque eran similares a los partidos tradicionales
de clase media, sino porque eran muy distintos. Aunque compartían en anti marxismo y en
hipernacionalismo de la derecha alemana, también hablaban de las responsabilidades
sociales y colectivas de Alemania, y acogían con agrado en sus filas a los trabajadores.
Ofrecían, por lo tanto, una visión convincente de la nación como una entidad solidaria.

Lo que más atraía de los nazis era su visión de una nueva nación basada en el Volk, que
correspondía tanto con el nacionalismo populista de la clase media como con las
sensibilidades socialistas de los trabajadores, y que dejaba lugar tanto para los deseos
individuales de movilidad social como para los reclamos colectivos de igualdad social. Por
más que las elites locales, tales como los terratenientes, los comerciantes y el clero,
trabajaron junto con el nacionalsocialismo y a su debido tiempo lo legitimaron, el éxito de los
nazis se basaba en un levantamiento popular más amplio, que había desafiado y socavado
el poder de la elite conservadora a lo largo de los años '20.

Considerar a los nazis, como muchos todavía lo hacen, como un movimiento conservador o
reaccionario pequeñoburgués que formaba las tropas de choque de los grandes capitales es
perder de vista la destrucción que provocaron en los partidos tradicionales y las formas
revolucionarias de legitimidad política que validaron. Su agresivo nacionalismo y virulento
antisemitismo y su concepción elitista del liderazgo no borraban su atractivo populista y
anticapitalista (como tampoco el amplio atractivo del nazismo exculpa el racismo, la
violencia y la intolerancia que promovió). El elemento clave en la llegada de los nazis al
poder fue el activismo sin precedentes de tantos alemanes en las 3 primeras décadas del

20
siglo XX y la legitimidad de ese activismo para alcanzar derechos políticos en nombre del
pueblo alemán.

Los nacionalsocialistas encarnaban un deseo vago, pero extremadamente amplio de


renovación nacional y reforma social que ni la Alemania del Káiser ni la de Weimar habían
podido satisfacer. Es verdad que elementos sociales muy diversos, con una variedad de
apremiantes preocupaciones sociales y económicas, constituían el electorado nazi. Sin
embargo, los votantes alemanes actuaron de una manera mucho más coherente e
ideológica de lo que generalmente se piensa.

Aquellos votantes que abandonaron a los nacionalsocialistas por lo general no regresaron a


los viejos partidos de clase media. Siguieron simpatizando con la Oposición Nacional‖,
siguieron siendo nacionalsocialistas, aunque ya no fuesen nacionalistas. El apoyo o la
oposición al nazismo no deberían oscurecer la dinámica fundamental de la política alemana
en el siglo XX, que fue la formación de una pluralidad nacionalista radical que repudiaba el
legado del conservadurismo alemán tan completamente como rechazaba la promesa de la
socialdemocracia.

Durante la República de Weimar, los alemanes de tendencia nacionalista buscaron una


política que permitiese tanto el resurgimiento económico y militar de Alemania como una
reconciliación social. Los temores reales provocados por la Gran Depresión volvieron más
urgentes esta búsqueda, pero no la iniciaron.

Los nacionalsocialistas cautivaron a muchos de sus votantes porque desafiaron el legado


autoritario del imperio, rechazaron la visión basada en la división de clases de la
socialdemocracia y los comunistas, y honraron la solidaridad a la par que sostuvieron el
chauvinismo de la nación en guerra. Trenzaron así hábilmente las hebras de la izquierda y la
derecha políticas, sin ser leales a los preceptos de ninguno de los dos bandos. Los nazis
tomaron el poder en enero de 1933, en lo que equivalió a una auténtica revolución nacional

Mayo del 33‟


El 1º de mayo de 1933 fue meticulosamente coreografiado para honrar a los trabajadores y
demostrar el sentido de propósito nacional que animaba ahora al pueblo alemán. Los nazis
tomaron el 1º de Mayo del repertorio socialista y se lo apropiaron para revalidar las
operaciones fundamentales de su partido: la popularización del nacionalismo alemán, de
modo que fuera el trabajador, el artesano y el granjero quienes representaran la totalidad del
pueblo alemán; y la nacionalización de lo que habían sido hasta ese momento símbolos
internacionales de exaltación de una clase y de reforma social.

El mensaje de este 1º de mayo era que el bienestar económico y el reconocimiento social


que habían buscado durante tanto tiempo los trabajadores estaban indisolublemente

21
ligados a la nación. Hasta entonces socialdemócratas y comunistas se manifestaban por
separado en el 1º de mayo; esta vez, en lugar del lenguaje de la lucha de clases, se difundía
una retórica de pertenencia nacional, y por sobre la discordia se impulsaba la reconciliación.
Sin embargo, la naturaleza teatral de ese 1º de Mayo resultaba demasiado evidente. Y los
aspectos coercitivos de los roles cumplidos por los obreros ese día se hicieron aún más
explícitos al día siguiente, cuando los nazis invadieron los edificios de las organizaciones
sindicales socialistas y las suprimieron.

El 1º de mayo de 1933 brindó una muestra tanto del genuino apoyo como del puro terror
que caracterizarían la vida pública del Tercer Reich. Ese día es, por lo tanto, un momento
apropiado para explorar la credibilidad de la revolución nacionalsocialista. Las ceremonias
públicas como esta construían el mundo de ensueño del nacionalsocialismo en el que el Volk
se encontraba presente, completamente unido y perfectamente sincronizado.

Sin embargo, la sospecha, la apatía y el temor se ocultaban detrás de la fachada de festejos


como este. En realidad, la gente prefería quedarse en casa que participar de la exigente vida
social impuesta por el nacionalsocialismo. De esto se deduce que el régimen no generó un
genuino consenso y su oportunismo desilusionó a sus simpatizantes . Los historiadores
coinciden en esto: la indiferencia a los acontecimientos públicos y un retraimiento hacia la
vida privada caracterizaron gran parte de la vida cotidiana de Alemania en 1933.

De todas formas, tampoco se puede decir simplemente que los alemanes comunes eran
indiferentes al espectáculo fascista. El 1º de mayo de 1933 fue un acontecimiento mucho
más complejo que el esquema blanco y negro de un orden nacionalsocialista opresivo contra
la animosa libertad de la clase trabajadora. La conclusión de que el nazismo siguió gozando
de un amplio apoyo a pesar del desengaño es una conclusión lamentable, pero es la que
mejor se ajusta a los hechos.

Hitler produjo un verdadero impacto por el simple hecho de honrar de manera tan pública
la contribución de los trabajadores manuales a la nación. Ese 1º de Mayo, los trabajadores
no entraban en la esfera pública como una clase aparte, sino como profesionales reconocidos
y capaces que pertenecían de pleno derecho a la nación.

Sin embargo, los espectáculos públicos como el 1º de mayo no transformaron a los


alemanes en nazis. Muchos alemanes siguieron siendo escépticos sobre las convenciones
sociales y las estructuras autoritarias del 3º Reich. Una parte importante del fenómeno nazi
se produjo dentro del campo de la subjetividad. El nazismo brindaba la posibilidad de una
renovada esfera social que retuvo su considerable poder de atracción hasta último
momento. Por fuera del mundo tradicional constituido por lazos con la familia, la religión y el
medio social, los nazis construyeron un segundo mundo a partir de una red de

22
organizaciones en las que los criterios tradicionales de valor y ubicación sociales no tenían
validez.

El hecho de que tantos alemanes comunes hayan sido cómplices del asesinato de judíos y
otros ―indeseables‖ no fue tanto una función de un antisemitismo genocida que ellos
compartían ―ingenuamente‖ con los líderes nazis; más bien podría afirmarse que durante
los 12 años que duró el Reich un número cada vez mayor de alemanes llegó a desempeñar
roles activos y, por lo general, compatibles dentro de la revolución nazi, para luego aceptar
los términos intransigentes del racismo nazi.

La unión nacional es la dinámica clave de la política del nacionalsocialismo. El atractivo del


movimiento radicaba en una visión de la nación que reconocía y legitimaba políticamente al
pueblo, sobre la base de lo que cada uno de sus miembros hacía por el Volk y no de quién
era de acuerdo con jerarquías de status, una visión que prometía reforma social y estabilidad
económica. No cabe duda de que el régimen no alcanzó sus metas, pero sus logros no
quedaron tan malogrados como para no gozar de una considerable legitimidad en todas las
capas de la sociedad alemana.

Fritzsche plantea que el consenso nacionalsocialista no fue en absoluto un fenómeno


circunstancial. Tuvo raíces ideológicas más profundas, que conectaban a los dirigentes en el
poder con las aspiraciones de los ciudadanos y que otorgaban a las políticas del régimen un
grado bastante considerable de familiaridad y pertenencia. Fritzsche explica que su
argumento de que el nacionalsocialismo fue el resultado de amplias tendencias de la
política alemana que se iniciaron en la 1º guerra mundial lo lleva a rechazar explicaciones
exageradamente circunstanciales, o exageradamente consensuales:

Los nazis no fueron el resultado de una crisis extraordinaria. Su poder de atracción no


puede ser explicado por los resentimientos hacia los aliados o hacia el tratado de Versalles,
porque numerosos partidos atacaban enérgicamente la posición internacional de Alemania
tras la 1º Guerra Mundial. Tampoco puede explicarse por la Gran Depresión, porque la
política alemana ya estaba muy enturbiada por la llegada de nuevos grupos y partidos antes
de la caída de la bolsa.

Los nazis no pusieron simplemente en funcionamiento prejuicios culturales compartidos


por la mayoría de los alemanes. El antisemitismo era un sentimiento corriente en la
Alemania de Weimar, pero no explica la adhesión al partido nazi. Los judíos alemanes no
figuraban entre los temas conflictivos que los nazis enarbolaban contra otros grupos políticos.

Para comprender lo que ocurrió en esos años hay que tener en cuenta a los millones de
alemanes que abandonaron sus antiguas lealtades partidarias para afirmar nuevas

23
preferencias. En este sentido, es importante tomar con seriedad la pretensión del
nacionalsocialismo de ser un movimiento revolucionario que no buscaba su legitimidad en
el pasado. Los nazis se enfrentaron a las tradiciones antiguas, a los socialdemócratas, a la
izquierda, a los liberales, a los conservadores, a los autoritarios, a los republicanos. Fueron
innovadores ideológicos.

El Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores respondió efectivamente a las


demandas de soberanía política y reconocimiento social, e insistió en el hecho de que esos
objetivos podían ser alcanzados a través de la unión nacional, lo que brindaría a los
alemanes un sentido mancomunado y abarcativo de identidad colectiva y un fuerte papel en
la política internacional. Fue la enorme amplitud de ese programa de renovación lo que hizo
que los nazis se destacaran del resto de los partidos políticos y lo que los volvió tan
atractivos para una pluralidad de votantes. El nazismo no fue un fenómeno ni accidental, ni
unánime.

Clase 9 – Teórico - Practico


La segunda guerra mundial: Orígenes y características

Neré, Jaques. – “Las relaciones internacionales entre 1932 y 1939”


El viraje de 1932
El mundo entro, a partir de 1932, en una era en la cual las relaciones internacionales fueron
agravándose hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Ya en 1931 había señales de
esto con las operaciones japonesas en Manchuria y otras zonas de China, sin reacción de la
comunidad internacional.

En 1931, por su parte. Alemania y Austria habían establecido una unión aduanera que fue el
prefacio de una unión política, algo que molesto a Francia ya que se había opuesto a esa
misma unión en 1919.

La crisis económica trajo en 1932 el fin de las reparaciones de guerra. En Lausana, los
acreedores de las reparaciones renunciaron a ellas y hubo un acuerdo franco británico. Sin
embargo, en 1932 se dio el cese de pago de deudas entre Francia y Estados Unidos. Sin
embargo, estos últimos nunca admitieron la asimilación entre créditos de guerra y
reparaciones, lo que implico el alejamiento de los norteamericanos con respecto a Europa.

La conferencia del Desarme marco el inicio de un periodo de tensiones. Alemania ya venía


reclamando una revisión de los tratados de paz de Versalles. A esto se le suma que, ante la
ausencia de un organismo controlador, solo se podía llegar a garantizar la paz. Alemania

24
planteo un problema ineludible. O los demás se desarmaban, o Alemania se rearmaba. En
1932 Alemania comenzó un periodo de rearme rápido y Francia se vio obligada a dejar que
esto ocurra.

La subida al poder de Hitler y sus consecuencias internacionales.


Hitler asumió el poder en enero de 1933 y se mantuvo hasta 1945. Buscaba ante todo la
destrucción de los tratados de 1919 y reunir en un solo estado a los pueblos europeos que
él consideraba alemanes. Sin embargo, en un primer momento, modero las reivindicaciones
coloniales y no reactivo el rearme alemán a fin de evitar la hostilidad británica.

El autor cuestiona la visión historiográfica que plantea que Hitler se creía el único capaz de
llevar a buen término el programa que había planeado. Al ser el dueño absoluto de Alemania
no contaba con amenazas internas de gran escala y podía afrontar a sus adversarios casis in
problema. Podía asestar golpes brutales y realizar declaraciones conciliadoras casi sin
problema.

Para el autor, basándose en J.P. Taylor, Hitler no fue un calculador, más bien fue alguien
que aprovecho las circunstancias y los sucesos. En 1933 abandona la conferencia del
Desarme y la Sociedad de Naciones a fin de no tener obstáculos para el rearme. A su vez, en
1934 realizo tratados de no agresión con Polonia, algo que claramente fue una ficción.

Las primeras reacciones de las potencias ante la política hitleriana.


El Reino Unido mantuvo durante mucho tiempo una actitud conciliadora frente al avance
alemán, de hecho, se acercaba más a la posición de aceptar cierto rearme a fin de
controlarlo y limitarlo. Algunos ingleses creían posible las revisiones de los tratados de 1919 y
se llevó a cabo un acuerdo naval que se autorizaba a Alemania a tener un 35% de la flota
británica.

La amenaza alemana era más percibida en Francia, país que llevo a cabo varias maniobras
diplomáticas a fin de quitarle poder. Una de ellas fue el acercamiento Francoitaliano a fin de
que Alemania no anexara Austria. Sin embargo, entre Francia e Italia existían puntos de
fricción en lo correspondiente a la cuestión África. El objetivo era formar una alianza
danubiana de comercio, algo que fracaso tiempo después.

Paralelamente se llevó a cabo un acercamiento franco soviético. La URSS preocupada por la


posibilidad de pelear en dos frentes (Alemania y Japón) busco aliados. Francia respondió
con mucha prudencia y se esforzó en integrar el acuerdo en los pactos de seguridad
nacionales aceptados por la Sociedad de Naciones. Este organismo acepto a la URSS en 1934
y un año después se firmó el pacto de ayuda. Sin embargo, la estrategia de defensa francesa

25
y el extenso territorio entre Alemania y la URSS hacían inviable que el pacto se lleve a la
práctica.

Etiopia y Renania
En el segundo semestre de 1935 y el primero de 1936 se produjeron dos acontecimientos
que ponen en pugna el orden europeo. El primero de ellos es la conquista de Mussolini
sobre Etiopia. La posición de Italia le permitía negociar ciertas concesiones con Francia y
Gran Bretaña. Sin embargo, estos últimos estados sancionaron a Italia, calificándola de
agresora.

Posteriormente el primer ministro francés elaboro con el Gob. Británico un plan en el cual
se concedía a Italia los territorios anexionados, algo que presentaría una contradicción en
sí. Mussolini, herido por las sanciones, se unió a Hitler.

El nacionalismo germánico tenía como uno de sus objetivos la entrada de las tropas
alemanas en los países de la orilla izquierda del Rin. Hitler aprovecho el momento italiano
en Etiopia e ingreso justificándose en el pacto Franco soviético a Renania, remilitarizando la
zona. Sin embargo, más allá de que constituía una falta importante, no provoco reacción
alguna en las potencias. La estrategia francesa solo preveía una línea defensiva en la
conocida Línea Magino. La reacción de Francia fue interpretada como de debilidad.

La guerra de España y la alianza italoalemana


El 17 de Julio de 1936 se produjo un golpe contra el gobierno del frente popular español . El
golpe no triunfo, pero dio inicio a una larga guerra civil. Alemania e Italia apoyaron a las
autoridades del golpe de estado, mientras que la URSS apoyaba a los demócratas. Gran
Bretaña decidió no intervenir, al igual que el gobierno francés.

En este momento Francia descubre su debilidad militar. El retraso con respecto a Alemania
en el terreno de las armas modernas obligo a Blum a trazar un plan de rearme rápido al
mismo tiempo que debía contener las opiniones internas disidentes sobre la cuestión
española. Blum intento que las potencias suscriban al principio de no intervención. Esta
política fracaso ya que Alemania e Italia violaron cada vez sus compromisos, al igual que la
URSS. En 1939 la guerra termino y Franco ascendía al poder, sin embargo, nunca funciono
como aliado ni de Italia ni de Alemania.

Austria y Checoslovaquia.
En 1936 Alemania y Japón firmaron el pacto Antikomintern, dirigido contra los comunistas.
En 1937 Italia se adhirió. En julio de 1937 la política expansionista japonesa dio lugar a una
guerra abierta, lo que implicaba que Japón no pudiera entrar en guerra con la URSS, algo que
Alemania ambicionaba.

26
Hitler aprovechaba el momento y ocupaba Austria con Mussolini. Algo que fue aceptado sin
reacción por las dos potencias aliadas. La impotencia militar, sumado a la debilidad del
régimen francés motivaron su pasividad ante estos asuntos.

La ocupación de Austria implico el cerco de Checoslovaquia, a su vez, Hitler movilizaba a los


alemanes de los Sudetes. Francia estaba ligada a Checoslovaquia por una alianza defensiva
formal, pero no estaba dispuesta a entrar en conflicto si no contaba con el apoyo británico.
Estos últimos se comprometieron a defender Francia ante una acción directa, pero negaban a
participar en caso de un compromiso francés en Europa central u oriental. La URSS también
tenía un pacto con Checoslovaquia, pero defender al país implicaba avanzar por Polonia y
Rumania, algo que ambos países negaron.

Hitler llevo a cabo una intimidación gradual que implico las cesiones de los territorios hacia
1938. Algo que apoyaron Gran Bretaña y Francia, aunque a regañadientes. La guerra se
encaminaba.

El último esfuerzo de las democracias.


En 1938 Francia y Gran Bretaña firmaron pactos de no agresión con Alemania, ambas
esperaban que la expansión ocurriera hacia el este. Sin embargo, la ocupación alemana de
Checoslovaquia en 1939 provoco un cambio en la opinión pública. Los gobiernos aliados
tuvieron la impresión de que todos los países europeos se encontraban amenazados.

El gobierno británico se puso enfrente de la resistencia y ofreció ayuda a todos los países
cercanos, entre ellos Polonia. Paralelamente, el rol de la URSS se hacía cada vez más
importante y los aliados intentaron sumarla a sus filas, pero el retraso en las negociaciones se
debió a que Polonia se negaba al ingreso de la URSS su territorio.

Paralelamente los soviéticos intentaron llegar a un acuerdo con Alemania que se firmó el 24
de agosto de 1934. Pacto de no agresión y reparto de Polonia. Para Hitler esto fue un
arreglo provisional que le permitirá resolver la cuestión polaca. El 1 de septiembre de 1939
las tropas alemanas ingresaron a Polonia y las soviéticas hicieron lo propio. A pesar de
intentar negociar a último momento, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a
Alemania.

Milward, Alan, S. – “La guerra como politica” y “La economía en una


síntesis estratégica”
“La guerra como politica”
Hay dos ideas acerca de la guerra que son ampliamente aceptadas, pero no tienen
fundamento histórico: 1) La guerra es una situación anormal. 2) Con el paso del tiempo, la
guerra se fue encareciendo y provocando una mayor mortandad. Aunque estas ideas nunca
fueron totalmente aceptadas por los economistas, tienden a influir sobre ellos.

27
La frecuencia con que se han sucedido las guerras es el mejor argumento en contra de la
primera idea. La segunda idea llegó en apoyo de la primera, postulando que los costos y la
mortandad cada vez mayores implicados en una guerra no pueden ser compensados por los
beneficios de la misma, por ello la guerra estaría destinada a desaparecer. Sin embargo, la
realidad es que las guerras se siguen sucediendo. Es más, en algunas circunstancias, la guerra
conservó su viabilidad económica, con lo que no presenta ningún tipo de tendencia hacia el
encarecimiento a largo plazo.

Los orígenes de la 2da guerra mundial se apoyan en la elección deliberada del conflicto
armado como un instrumento de política, por parte de dos de los estados más desarrollados
económicamente. El gobierno japonés y el alemán se vieron influidos, en sus decisiones
belicistas, por el convencimiento de que sus campañas podían ser una fuente de ganancias.
Aunque las consideraciones económicas no fueron, en ninguno de los dos casos, las razones
primordiales para iniciar la lucha, ambos gobiernos mantuvieron la firme convicción de que
la guerra podría servirles para solucionar sus problemas económicos de más largo plazo.

En vez de justificar el peso económico de la guerra con la idea de que ésta era necesaria,
como hicieron sus oponentes, estos gobiernos apuntaron a los beneficios sociales y
económicos que podían conseguirse a corto plazo durante el desarrollo de una guerra
victoriosa, y en las ganancias a largo plazo atribuibles a la victoria final.

Esta diferencia en las actitudes económicas con respecto a la guerra era atribuible, en parte, a
la influencia de las ideas políticas de los fascistas, basadas en el rechazo a las ideas de la
Ilustración del siglo XVIII. Frente al racionalismo, propugnaban la sumisión de la voluntad
individual a la acción instintiva de la colectividad, encarnada en la guerra. Tanto Hitler como
Mussolini entendían a la guerra como un instrumento poderoso para la creación de una
comunidad política renovada y más saludable.

Lo que convirtió este punto de vista, nada insólito, en algo especialmente peligroso, fue la
forma en que Hitler y los teóricos del partido nacionalsocialista desarrollaron las ideas del
fascismo. Ellos afirmaban que la herida infligida a la civilización europea por las ideas de la
Ilustración no podía cicatrizar más que tras un proceso de regeneración espiritual, vinculado
con la búsqueda de una pureza racial ultrajada. Este proceso de regeneración debía partir de
una pequeña élite, que había logrado sobrevivir a las ideas ilustradas, y que tenía también un
carácter racial.

Alemania

28
Desde sus primeros momentos, el partido nacionalsocialista alemán señaló a los judíos
como la causa de la corrupción racial. Pero este problema de los judíos alemanes no podía
solucionarse actuando sólo al interior de las fronteras alemanas. La regeneración espiritual
de Alemania y, a través de ella, de todo el continente, exigía una importante ampliación del
territorio germano, como para permitirles a los alemanes imponerse como un poder
superior que impusiera su voluntad sobre el resto del continente.

Tal expansión se vinculaba también con la necesidad de destruir el comunismo y el estado


soviético, consideradas la más peligrosa de las herejías políticas europeas. Así, la guerra era
una parte inevitable de los planes de Hitler. El partido nacionalsocialista no tenía ideas
económicas claras y concretas. Su actuación económica variaba según la oportunidad
política, y cada fase de intervención se adoptaba para hacer frente a las crisis, a medida que
éstas aparecían.
Sin embargo, las ideas políticas del nacionalsocialismo se inclinaban a favor de un orden
económico autárquico, opuesto al régimen liberal, y justificaban el aparato de controles
económicos (controles de cambio, tratados comerciales bilaterales) como una característica
necesaria y beneficiosa del estado nacionalsocialista, complementario a su política exterior
intervencionista.

El nacionalsocialismo elaboró su propia teoría para justificar ciertas políticas económicas en


el ámbito internacional: la teoría de la “economía de las grandes áreas”. Sobre la base de
estas nociones económicas, se esperaba que la guerra proporcionara beneficios económicos
tangibles, en vez de los más espirituales de una civilización transformada. En la década de
1930, los autores nacionalsocialistas defendían no sólo una reconstrucción racial y política
de Europa, sino también la económica.

Los economistas nacionalsocialistas sostenían que con la depresión internacional de 1929-


1933 había finalizado la etapa liberal del desarrollo económico, aunque las economías
europeas desarrolladas todavía dependían en un alto grado del acceso a las materias
primas. Los nazis afirmaban que había pasado ya la era del estado nacional como unidad
económica (creación del liberalismo) y que debía reemplazarse por la idea de grandes áreas
autárquicas que presentaran cierta unidad geográfica y económica.

Por lo tanto, la mejora económica no dependía de la recuperación del comercio


internacional, sino de la reordenación del mapa mundial en áreas económicas ―naturales‖
de mayor tamaño. La división internacional del trabajo se transformaría en una
especialización de funciones dentro de cada gran área. Alemania tenía su propia “área
económica amplia”, que entonces debía reclamar.

29
Alemania sería el grupo manufacturero de su propia área, junto con las zonas industriales
limítrofes de Francia, Bélgica y Bohemia. Las regiones periféricas suministrarían materias
primas y productos alimenticios. Estas ideas económicas estaban estrechamente vinculadas
con las políticas raciales. Se consideraba que las grandes áreas presentaban una cierta
unidad racial: - Europa central era una región desarrollada por la superioridad racial de sus
pobladores. - La periferia siempre sería la proveedora de materias primas porque su
población era racialmente inadecuada para cualquier otra actividad económica más
complicada.

Durante un tiempo pareció que Alemania podía crear su economía de las grandes áreas por
medios pacíficos. Sin embargo, los intercambios germano-soviéticos llegaron a ser
insignificantes después de 1933, y los productos soviéticos eran fundamentales para
emancipar a Alemania de las importaciones de los mercados mundiales. Parecía que la
guerra contra Rusia era el camino necesario para conseguir beneficios económicos y políticos.
El marxismo entiende al fascismo como la expresión política del control de la economía por
el “capital monopolista de estado‖. Corresponde a una etapa del capitalismo en declive, en
la que sólo puede sobrevivir mediante una brutal actuación imperialista y a través del
control monopolista de los mercados interiores y exteriores ejercido por las mayores
empresas capitalistas con el respaldo del gobierno.

Los cambios de la economía alemana, a partir de 1933, se explican por la predisposición


para llegar a la guerra, por los mayores beneficios que ello pudiera proporcionar y también
porque era una necesidad esencial para la dominación imperialista de otras economías. La
guerra había llegado a constituir una necesidad económica para Alemania, y su objetivo
fundamental era la preservación del capitalismo de estado, para lo cual eran imprescindibles
tanto la expansión territorial como la destrucción del estado comunista.

Las razones más importantes para la guerra fueron de orden económico. Las mayores
empresas alemanas planeaban beneficiarse con una guerra ofensiva y apoyaron al gobierno
nacionalsocialista. Dos objetivos aglutinaron a los monopolios en torno a Hitler: -

―desmantelamiento de Versalles‖: la recuperación de las posiciones políticas y económicas


que habían perdido, y la indemnización por todo el daño que este tratado les había causado.

―incautación de un nuevo espacio vital en el este‖: la idea de las grandes áreas atrajo el
apoyo de ciertos círculos empresariales alemanes.

Sin embargo, el apoyo al partido nacionalsocialista alemán procedía, en gran medida, de un


segmento de la población cuyas aspiraciones políticas eran diametralmente opuestas, en
muchos aspectos, a las de las grandes empresas. Los nazis consiguieron ese respaldo por su

30
oposición al creciente poder tanto de las organizaciones obreras como empresariales. En las
áreas urbanas el apoyo surgía de los grupos de rentas más bajas de las clases medias y,
después de 1931, se mezcló con el respaldo masivo de las zonas protestantes del mundo
rural.

Estas actitudes favorables se conservaron gracias a la continua retórica anticapitalista y


también por medio de una cierta actividad legislativa tendiente a favorecer a estos
sectores, aunque esta legislación fue mínima en comparación con las masivas inversiones
estatales orientadas hacia la reactivación, lo cual pone de manifiesto la curiosa ambivalencia
de las actitudes económicas de los nazis. Esta legislación, en su conjunto, influyó muy poco
sobre los beneficios conseguidos por el mundo empresarial alemán a partir de 1933,
ganancias que en parte provenían de los rígidos controles sobre los salarios y de la
destrucción de los movimientos obreros organizados.

No obstante, el movimiento nazi, en algunos aspectos, aparecía como una protesta contra el
desarrollo económico moderno, y se convirtió en el núcleo de las lealtades para todos
aquellos desplazados por los vaivenes de la economía alemana desde 1918. Estas
contradicciones económicas fundamentales y las tensiones dentro del movimiento fueron
exacerbadas, más que resueltas, por una guerra expansionista.

Por lo tanto, aunque el gobierno alemán, al decidirse por la guerra como un instrumento de
política, esperase un beneficio económico, no tenía claro cuál sería la naturaleza de la
ganancia esperada.

Italia

En Italia, durante una parte de la década de 1930, las políticas exterior y económica
parecían apuntar hacia la creación de una economía de las grandes áreas italiana en Europa,
como una solución para sus problemas económicos. Pero, ante la potente expansión del
comercio alemán con el sureste europeo, tales aspiraciones eran inalcanzables. Por otro
lado, aunque el gobierno italiano consideraba que la guerra era un instrumento deseable, no
contaba con un conflicto europeo grave y prolongado, y no hizo los preparativos necesarios
para afrontarlo.

Japón

En Japón, la elección a favor de la guerra se basaba en consideraciones económicas que


tenían cierto parecido con las de Alemania. Le faltaban las motivaciones raciales y sociales,
pero buscaba establecer una zona de dominio económico que, bajo la influencia alemana,

31
denominaba esfera de prosperidad común‖, es decir, conformar un núcleo industrial
aprovisionado por una periferia de proveedores de materias primas.

Para ello hacía falta la guerra y la conquista. Todas las regiones periféricas producían
materias primas, productos alimenticios y semimanufacturas que Japón importaba en
grandes cantidades, por lo cual la esfera de prosperidad común japonesa era
potencialmente más viable y realista, desde el punto de vista económico, que una economía
de las grandes áreas europea, excesivamente dependiente todavía de algunas importaciones
vitales. La decisión japonesa con respecto a la guerra, como la alemana, se tomó con el
convencimiento de que en el caso de Japón la guerra sería económicamente beneficiosa.
Potenciales adversarios del Eje

Los posibles y probables adversarios de las fuerzas del Eje se vieron consternados por esta
belicosidad. En estos países, la 1era guerra mundial y sus consecuencias se consideraban un
desastre económico. Por consiguiente, se pensaba que si estallaba una guerra el principal
problema era evitar un desastre parecido: pérdida de seres humanos y de capital, inflación
aguda y prolongada, profundo malestar social, problemas del reajuste económico (interno e
internacional) una vez restaurada la paz.

Las potencias de Europa occidental y EEUU mostraban un gran pesimismo sobre las
inevitables pérdidas económicas de la guerra, en la misma medida en que Alemania y Japón
mostraban optimismo sobre sus posibles ventajas económicas. La iniciativa estratégica les
correspondió a las fuerzas del Eje, las estrategias de las otras potencias no fueron más que la
respuesta a las decisiones iniciales de sus enemigos.

"La economía en una síntesis estratégica”

Los componentes de una síntesis estratégica.

Una acción de guerra no es sólo un acontecimiento económico. Un plan estratégico es una


síntesis de todos los demás factores a tener en cuenta: políticos, militares, sociales,
psicológicos. Cuanto mayor sea el número de elementos correctamente evaluados, mayores
serán las posibilidades de éxito.

Hay dos ideas sobre el potencial económico de guerra:

- Potencial económico absoluto: cuando la elección se plantea entre la victoria y la


aniquilación, la única estrategia razonable es intentar alcanzar el valor extremo de la
capacidad productiva. El único criterio para determinar las prioridades económicas sería la
maximización de la producción.

32
- Potencial económico operativo: es la medida en que hace falta reordenar las prioridades
económicas para que puedan conseguirse los objetivos deseados. Podría considerarse como
un conjunto de restricciones impuestas al potencial económico absoluto, en tanto implica
buscar como objetivo un determinado volumen de producción, pero: · sin reducir el consumo
civil más allá de lo necesario; · sin retrasar nuevas inversiones más allá de lo necesario; · sin
desorganizar el sistema político y social más allá de lo necesario.

En un plan estratégico la economía es un aspecto entre un complejo conjunto de factores a


tener en cuenta para formular una estrategia correcta. Sin embargo, el concepto de
potencial económico absoluto es un elemento importante en la configuración del potencial
económico operativo y, como tal, un factor que influye poderosamente sobre la segunda
estrategia.

La estrategia alemana y la economía

La estrategia alemana fue la Blitzkrieg47. Esta síntesis estratégica parece haber sido el
resultado de un conjunto de decisiones sólo en parte conscientes de sus consecuencias
globales. El personaje destacado en tales decisiones fue el propio Hitler. Entre los militares
había una gran oposición contra esta estrategia, fundamentalmente porque los soldados no
la pensaban en términos amplios, desde una óptica política y social. Teniendo en cuenta sólo
los factores militares, parecía que el gobierno alemán no tenía motivos para incurrir en los
graves riesgos de la estrategia de la Blitzkrieg.

La Alemania nacionalsocialista era vista desde afuera como un país que ya había
encaminado su economía hacia su mayor potencial de guerra, y cuyos recursos económicos
estaban totalmente comprometidos con el objetivo de la guerra. Toda la planificación
estratégica de los aliados partió de ese supuesto que, de hecho, estaba lejos de la realidad.

Es entendible por qué predominaba esta apreciación completamente equivocada:

1. Entendían los logros de la economía alemana del 30 (eliminación del desempleo) como
resultado de la inversión dedicada al rearme, que habría proporcionado los puestos de
trabajo suficientes como para absorber el exceso de mano de obra.

2. Esta impresión se vio reforzada por la apariencia exterior del estado, monolítico,
militarista, nacionalista, belicoso y muy eficiente. Hoy se sabe que el rearme no fue la única
causa de la recuperación económica de Alemania después de 1933; fue sólo un aspecto de
un amplio programa de inversiones públicas.

33
No obstante, también es cierto que el nivel de gastos militares, comparado con el de otras
potencias, era muy elevado. Puede afirmarse que la economía alemana dedicaba muchos
esfuerzos a la preparación de la guerra, pero no que las prioridades bélicas predominaran
sobre las demás. El término Blitzkrieg se malinterpreta con frecuencia, como si tuviese un
significado puramente táctico, en el sentido de una campaña ágil y muy mecanizada para
aplastar la resistencia enemiga tan pronto como sea posible.

Pero la idea de la Blitzkrieg es mucho más amplia. Consistía en una síntesis estratégica que
abarcaba todos los factores considerados aquí, y para la Alemania nacionalsocialista era la
síntesis correcta. Incluía la de acciones bélicas cortas que no exigiesen de la economía un
grado de compromiso mayor del que ya existía en 1938. La declaración de guerra, en 1939,
tuvo muy poca influencia sobre la economía alemana, porque la estrategia económica
seguía siendo la misma. En comparación con sus adversarios potenciales, Alemania ya
contaba con un alto nivel de preparación para la guerra. Había completado las inversiones
básicas para una serie triunfal de campañas cortas y tenía el armamento a mano.

. ¿Por qué Hitler adoptó esta estrategia frente a tanta oposición?

1. La reacción contra el enorme esfuerzo económico, la desorganización social y la sangría


humana de la 1º guerra mundial: Hitler buscaba una alternativa a las sanguinarias e inútiles
campañas de artillería e infantería del período 1915-1918, quería evitar una guerra larga.

2. La situación de Alemania en Europa, desde el acuerdo de Versalles, ya no exigía una guerra


total‖ para su expansión: Salvo en el área del Rin, Alemania estaba rodeada por países más
débiles, que podían ser conquistados por la amenaza de la fuerza (Checoslovaquia) o por su
empleo durante un período corto (Polonia). Hitler pensaba que también Rusia demostraría
ser una débil potencia.

3. Los objetivos de Hitler eran consistentes, pero el método con el que pretendía
alcanzarlos era oportunista: Exigía una gran flexibilidad para que cada una de las amenazas
diplomáticas pudiera ser respaldada por un golpe rápido, si hacía falta, y eso requería
disponibilidad de armamento. Las implicaciones económicas de cualquier otra guerra
hubieran obstaculizado aquella flexibilidad. Además, la vinculación de la economía con la
guerra habría disminuido la flexibilidad diplomática y estratégica que Hitler necesitaba.

4. La estrategia de la Blitzkrieg reducía el nivel de fricciones administrativas, porque se


ajustaba muy bien a los métodos de trabajo del partido nacionalsocialista: el partido
nacionalsocialista era ferozmente suspicaz frente a toda maquinaria administrativa que no
estuviera bajo su propio control, e imbuida de su propia visión del mundo.

34
5. La estrategia de la Blitzkrieg se adaptaba a la situación política interior y a la política social
del partido: Pese a que el partido nacionalsocialista era el más votado en los últimos días de
la república de Weimar, nunca consiguió el apoyo manifiesto de una parte importante de
los votantes. Mientras se aguardaba la conversión en masa al fascismo militante, la
revolución se mantuvo a base de la fuerza de las armas y la represión salvaje. La población
judía fue declarada fuera de la ley. Los dirigentes socialdemócratas y comunistas huyeron al
exilio y atacaban al régimen desde el extranjero. Incluso al interior del partido
nacionalsocialista iban surgiendo facciones opuestas.

En estas circunstancias, no era posible elegir una estrategia que le exigiera a la población
muchos sacrificios o un gran esfuerzo de cooperación con el gobierno. La estrategia no debía
debilitar el limitado apoyo político con el que contaba el gobierno, sino que, de ser posible,
tenía que reforzarlo en base a éxitos rápidos.
6. La estrategia de la Blitzkrieg era coherente con la realidad económica de Alemania
posterior al tratado de Versalles: después de Versalles, Alemania ya no era una gran
potencia económica (tal como lo era EEUU), y controlaba menos materias primas y mano de
obra que en 1914. La estrategia de la Blitzkrieg podía basarse en las reservas de las materias
primas necesarias para una campaña corta, y el control del comercio exterior (después de
1936) se complementó con una cuidada reposición de las reservas de materiales estratégicos.

Cuando la acumulación no podía cumplir tal objetivo, como en el caso del petróleo, la
inversión se orientaba hacia la elaboración de productos sintéticos (estas producciones
constituían el principal objetivo de las inversiones del segundo plan cuatrienal). De modo que
la estrategia alemana se concentró en el logro de unas existencias de armamentos que
bastaran para asegurar la superioridad inmediata sobre sus posibles adversarios.
Cualesquiera que fuesen sus riesgos, la estrategia de la Blitzkrieg representaba la única
posibilidad de éxito para Alemania.

Con esta clase de estrategia, Alemania conquistó la mayor parte de Europa; desde el
momento en que la abandonó, estuvo librando una batalla defensiva hacia la derrota.

La estrategia japonesa y la economía

Había muchas semejanzas superficiales entre las situaciones japonesa y alemana, que se
reflejan en la estrategia adoptada. Pero esos parecidos no pudieron esconder la gran
diferencia que había entre las capacidades económicas de los dos países. Como en el caso
alemán, no tenía sentido la diferencia entre la economía ―civil‖ y la de ―guerra.

35
La economía japonesa también había alcanzado unos altos niveles de ocupación, lo cual
también podía atribuirse sólo en parte a las inversiones militares: la inversión para la guerra
era sólo un elemento más de la política económica. Al igual que Alemania, Japón estaba
rodeado por un anillo de países menos industrializados y menos productivos, y podía
realizar su expansión a costa de ellos, siempre y cuando EEUU se mantuviese neutral. A
diferencia de Alemania, Japón no contaba con objetivos económico-sociales de largo alcance
que justificaran la imposición de controles económicos, y el desarrollo de estos controles
fue mucho menor que en Alemania.

En Alemania, cuando por primera vez los gastos puramente militares adquirieron un papel
preponderante, ya existía un panel de controles económicos (diseñados con otras
finalidades); en Japón, tales controles surgieron, en su mayoría, como una necesidad
impuesta por la guerra. Tales controles se aplicaron con mayor prontitud y rigor en el
comercio exterior, que también presenta una semejanza entre las situaciones alemana y
japonesa: la gran dependencia de la economía en relación con las importaciones. Pero
Japón dependía mucho más de la importación de materias primas más estratégicas, y eso
determinó que el potencial de guerra japonés fuese menor, y que sus elecciones estratégicas
fuesen más limitadas.

Hacía falta combinar los rígidos acuerdos comerciales, dentro del bloque de intercambios
del Japón, con fuertes inversiones en la producción de bienes que, de otro modo, no
podrían conseguirse sin recurrir a la economía internacional. Las industrias de armamento
japonesas apenas podían funcionar sin aprovisionarse de EEUU. La dependencia del exterior
con respecto a la maquinaria y a las máquinas-herramienta entorpeció los planes de
rearme.

Los aspectos no económicos del potencial de guerra tampoco parecían especialmente


propicios en 1939. Japón no estaba experimentando el tumulto revolucionario de la
sociedad alemana, pero era una comunidad que vivía un período de rápidas modificaciones
económicas y sociales. El aparato gubernamental estaba dominado por una coalición
autoritaria entre los militares y las grandes empresas, lo cual incrementó el descontento
social, y los partidos radicales (de izquierda y derecha) presionaban constantemente por el
cambio social. Las tensiones impidieron el desarrollo de una unidad total en torno a los
objetivos estratégicos.

La estrategia resultante fue la de una guerra corta, para ganar una extensión de territorio
definida. La ocasión venía dada por las victorias alemanas en Europa y por la caída del
poderío francés y holandés en el Pacífico. Se suponía que Alemania sería la vencedora en la
guerra europea y debilitaría progresivamente la fuerza de Europa en el Pacífico, a la vez que
EEUU se vería forzado por lo primeros éxitos japoneses a buscar la paz, puesto que sus

36
intereses atlánticos también se verían amenazados. Las fuerzas japonesas ocuparían ciertos
territorios, los fortificaría, y EEUU renunciaría al empeño de desalojar de ellos a los
japoneses; pero el éxito provocó ambiciones más allá de aquellas fronteras y Japón debilitó
su posición estratégica abriendo nuevos frentes de batalla.

La estrategia y la economía de los otros contendientes

Italia

Acerca de la planificación estratégica de Italia y de sus preparativos para la guerra se sabe


mucho menos. Italia carecía del equipamiento adecuado. La decisión de entrar en guerra
parece radicar fundamentalmente en el temor al creciente poderío alemán y en el
sentimiento de que, si Italia quería lograr sus propios objetivos estratégicos, tenía que
extender su dominio y su influencia territoriales. En relación con esto, la posición estratégica
de Italia era curiosa.

A partir de 1936 era prácticamente seguro que, en cualquier guerra, Alemania iba a ser un
aliado, pero aun así entre los intereses de ambas potencias existían conflictos importantes.
La situación se hizo mucho más difícil debido a las grandes diferencias entre la fortaleza
económica de Alemania e Italia. La participación italiana en el total mundial de la producción
manufacturera era la menor de todos los combatientes.

La mayoría de los materiales estratégicos eran escasos, lo cual limitaba cualquier campaña
futura. El gobierno italiano había intentado vencer estos obstáculos de la misma forma que
el alemán, implantando medidas autárquicas, encaminadas al aumento del nivel de
autosuficiencia económica, que se combinaban con la creación de un área de dominación
económica en Europa y en el norte de África.

Pero la lucha en pos de la autarquía no alcanzó logros significativos. La propaganda oficial


insistía en la complementariedad básica entre la economía italiana y la alemana, pero los
países que podían abastecer a Italia orientaban más sus exportaciones a Alemania. En
realidad, Italia entró en guerra para no verse completamente desplazada del escenario
europeo por Alemania. Inmediatamente se vio identificada como el eslabón económica y
políticamente débil en la cadena del Eje.

Gran Bretaña

A partir de 1934, el gobierno británico identificaba a Alemania, Japón e Italia como


amenazas estratégicas. Sin embargo, hasta 1932 había actuado de acuerdo con el principio
de la ―regla de los 10 años, según la cual no había que esperar ningún tipo de guerra

37
importante durante los 10 años siguientes. Como resultado de esa norma, la planificación
económica y la militar habían quedado en un nivel muy bajo. Como no importaba si
Alemania o Japón se perfilaban como principal enemigo, el análisis estratégico sugería que el
peso principal del rearme había de ser naval y aeronáutico.

Que cualquier enfrentamiento con Japón habría de producirse en el mar estaba claro, pero
que los planes de guerra contra Alemania se contemplasen bajo la misma perspectiva
muestra lo exagerado de las estimaciones sobre la preparación alemana para la guerra. El
gobierno suponía que hace tiempo los alemanes se venían preparando para un ataque masivo
y que estaban tan bien pertrechados que la única resistencia posible sería naval, hasta que el
nivel británico de producción para la guerra pudiera mantenerse alto durante un período
largo como para enfrentarse al alemán.

Como resultado, el gobierno británico se lanzó a un amplio programa de construcción de


buques. Al mismo tiempo, se planteó el problema de la defensa aérea. Como se pensaba
que no existía una defensa adecuada frente a los bombarderos, la única estrategia posible
sería la disuasoria: Gran Bretaña tendría que competir con Alemania ―bomba por bomba‖,
y por ello empezó un programa masivo de inversiones en fuerzas aéreas, y la construcción de
una flota de costosos bombarderos de largo alcance.

Las consecuencias económicas de estas decisiones estratégicas iniciales fueron muy


importantes. Desde el principio, Gran Bretaña dio prioridad a los armamentos más caros y
tecnológicamente complicados a su alcance, así como a los buques de guerra y aviones de
mayor tamaño. Se trataba de una decisión efectuada con el convencimiento de que los
recursos económicos del Reino Unido no podían igualar los de sus posibles agresores, por lo
que una estrategia defensiva eficaz sólo podría sostenerse valiéndose de la investigación,
las innovaciones y los métodos productivos modernos, que eran las ventajas más
importantes de una economía muy desarrollada como la inglesa, y eran precisamente los
aspectos que no estimulaba la estrategia alemana (orientada a una guerra corta). Estas
decisiones iniciales rindieron sus frutos, porque la guerra se convirtió en una prolongada
lucha, tal como se había previsto.

En segundo lugar, aquellas decisiones colocaron a la economía británica en el camino hacia


la “guerra total”, en el mismo sentido económico que lo había sido entre 1917 y 1918 (pese a
que se buscaba precisamente evitar esa estrategia). En 1937, la guerra futura había sido
definida como de ―responsabilidad limitada‖. Se esperaba que la concentración en la
defensa naval y en la aérea pudiera evitar la tremenda expansión de las producciones
militares, así como los problemas sociales y económicos que ésta había originado durante la
1era Guerra Mundial.

38
Pero la guerra de ―responsabilidad limitada‖ se contraponía con la posibilidad de un plan
estratégico de defensa diseñado conjuntamente con Francia, en tanto éste dependería de
que Gran Bretaña estuviese dispuesta a contribuir, por tierra, a la defensa de Europa
occidental. Cuando la ocupación de Praga y las amenazas a Polonia forzaron la estrecha
colaboración estratégica entre Gran Bretaña y Francia, en marzo de 1939, ésta se convirtió
inmediatamente en algo de mucho mayor alcance de lo que habían logrado Alemania e
Italia.

El gobierno británico se vio entonces obligado a incluir en su costoso programa de rearme el


único tipo de gastos en el que pensaba ahorrar: inversiones en el ejército de tierra . La única
manera en que podía incluirlo era la vuelta a la estrategia económica de la ―guerra total‖,
pero esto aún no se comprendía.

En 3er lugar, la elección estratégica se había hecho de cara a una guerra larga, en la que se
intentaba maximizar todos los recursos productivos con el objeto de superar la capacidad de
producción del enemigo. Las decisiones estratégicas se habían adelantado a las económicas;
a cada paso hacia una guerra prolongada, de producción en masa, el planteamiento tenía
que reenfocarse, de mala gana, sobre los problemas de esa clase de contienda. Al final eso
significó la intervención de la administración en casi todos los aspectos de la vida social, así
como la prioridad total de la producción “de guerra” sobre la producción ―civil‖.

Tal esfuerzo no contaría sólo con los recursos del Reino Unido. Desde un principio, se
consideraba que la Commonwealth y el Imperio eran fuentes complementarias de las que
conseguir materiales y mano de obra, en condiciones favorables. Se suponía que la
superioridad naval en el Atlántico hacía casi seguro que, dentro de los límites legales y
financieros, también podía contarse con recursos de EEUU.

Esas demandas sobre los recursos del resto del mundo tuvieron importantes ramificaciones
internacionales. Mientras que la estrategia de los agresores intentaba reducir la oferta de
materiales de guerra a sus propias áreas comerciales, la estrategia británica abrió las
puertas del aprovisionamiento al mundo entero. Así, la maximización de la producción en
Gran Bretaña movilizaría los recursos de una economía mundial estancada y con altos
niveles de desempleo, encaminada a una depresión grave. Pero esta estrategia adolecía de
algunas debilidades. Gran Bretaña dependía de las importaciones en alto grado,
especialmente de las de alimentos.

Esto era especialmente complicado por el largo recorrido de esas compras. Pese a contar
con una marina mercante de gran capacidad, la escasez de transporte marítimo era una
posibilidad que podía agravarse enormemente si la guerra submarina demostraba ser tan
eficaz como en la primera Guerra Mundial. El gobierno británico temía a un ―enemigo de

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tres potencias‖. Los dos aliados potenciales en Europa eran Francia y Rusia, y Alemania
albergaba muy pocas dudas en cuanto a lanzar un ataque contra cualquiera de aquellos dos
países. La debilidad de Francia y Rusia no era necesariamente económica; más bien
consistía en hasta qué punto podía movilizarse para la guerra la fortaleza económica
aparentemente grande de estas dos potencias.

La depresión había tardado mucho en afectar a Francia, y luego permaneció estancada


hasta 1937; esta situación económica estuvo acompañada por un profundo malestar
político y por una actuación débil y vacilante frente a las manifiestas amenazas de
Alemania. En Rusia, junto con los planes quinquenales, aparecieron las purgas de los ejércitos
y del funcionariado, y la industrialización parecía haberse conseguido implementando un
sistema autocrático que, visto desde fuera, tenía pocas posibilidades de sobrevivir en una
Guerra Mundial. Todavía poco se sabe sobre el rearme y la planificación estratégica en
Francia y Rusia. Los factores económicos en la caída de Francia y en la triunfante resistencia
rusa sólo pueden apuntarse de manera muy superficial.

Francia

Los gastos militares franceses, que en principio se habían mantenido bajos, se


incrementaron fuertemente hacia 1937, lo cual impulsó la recuperación francesa. La toma
de conciencia de que el liderazgo militar y económico del continente había ido a parar a
Alemania en este período condujo a la mentalidad estratégica defensiva que simbolizó la
línea Maginot. Fue una línea de fortificación y defensa construida por Francia a lo largo de su
frontera con Alemania e Italia, finalizada la 1era Guerra Mundial.

URSS

En la URSS el concepto de ―gastos de defensa” no tiene mucho significado. El presupuesto


ruso funcionaba para tomar decisiones generales de inversión, y las inversiones en la
industria armamentista de la década de 1930 no pueden aislarse del impulso para
industrializar la economía. En realidad, uno de los principales objetivos del primer plan
quinquenal era la fuerza militar y el desarrollo del potencial económico para la guerra.

El pensamiento estratégico que rigió la política soviética frente al rearme alemán fue confuso
y vacilante, fundamentalmente por el desmesurado poder ejercido por Stalin quien, después
de los acuerdos germano-soviéticos en torno a Polonia y a la zona del Báltico, siguió
convencido (pese a todas las evidencias en contra) de que el ataque alemán había sido
desviado en otra dirección.

40
Por otra parte, las purgas entre los mandos de las fuerzas armadas debilitaron gravemente
la calidad de la planificación estratégica y los ejércitos rusos se reclutaron sin una idea clara
del tipo de guerra que había que librar. La idea de que un ejército numeroso podía rechazar
instantáneamente a cualquier invasión era común en Rusia en la década del ‘30 de modo
que, aunque el nivel de gastos en armamentos era elevado, los equipamientos rusos no eran
lo suficientemente especializados para una guerra contra Alemania.

El 3er plan quinquenal, elaborado en 1937-38, fue modificado para alcanzar algunos
objetivos específicos de producción de armamentos concretos, planteados tras el
reconocimiento de que las fuerzas armadas soviéticas debían equiparse a un nivel más alto
para una campaña mecanizada contra un enemigo dotado de una gran movilidad que podía
adentrarse en territorio ruso con facilidad. Pero aún no se preveía un tipo de conflagración
concreta. Los mayores aumentos de producción fueron los conseguidos en la construcción de
maquinaria y en ingeniería y, en la medida en que empezó a dejarse sentir la escasez de mano
de obra, bajaron los objetivos de producción de bienes de consumo, que ya eran bajos.

También existía déficit importante de bienes estratégicos (como acero y petróleo). La


aceleración del rearme hacia la década del ‟30 le exigió demasiado a la capacidad del sector
armamentista existente. Si medimos los gastos en las fuerzas armadas, puede decirse que el
gasto en defensa era mucho más alto que en cualquier otro país (con excepción de
Alemania), y desde la mayor parte de la década de 1930 Rusia estaba comprometida en una
carrera de armamentos con Alemania, en la que ésta tenía la importante ventaja de un
liderazgo previo.

La debilidad de la URSS no residía en su potencial económico de guerra: - el valor total de la


producción de bienes de capital era más o menos comparable al de Alemania (aunque su
complejidad y variedad eran todavía inferiores) - la producción rusa de materiales
estratégicos básicos, aunque por debajo de la de la Gran Alemania, era la adecuada para
mantener un esfuerzo bélico, e iba en aumento; - su enorme territorio contenía gran
variedad de recursos, con lo cual los graves problemas de comercio exterior que tenían
Alemania, Japón y Gran Bretaña no afectaban a la URSS.

Así, su debilidad residía más bien en su potencial de guerra en un sentido más amplio. En los
asuntos de la organización administrativa y psicológica de la economía y de la sociedad, con
vistas a la guerra, la URSS no estaba preparada. La conversión de la economía para sus
objetivos bélicos recién empezó a mediados de 1941.

El efecto de todos estos gastos en rearme sobre la economía mundial fue en términos
generales favorable, y para algunas de las pequeñas economías productoras de materias

41
primas supuso la única esperanza para salir de la depresión. Algunos estados, cuyos
gobiernos se inclinaban por la austeridad y la deflación, se vieron abocados a políticas que
aumentaban su gasto público por la amenaza de una agresión alemana o japonesa.

EEUU

En términos de potencial económico para la guerra, y aun experimentando una depresión,


EEUU dominaba a todas las demás potencias. Hitler eliminó a EEUU de la planificación
pensando que la sociedad norteamericana estaba tan poco dispuesta a soportar el esfuerzo
de la guerra que su potencial bélico era casi inexistente. Por el contrario, aunque en
principio realizaba un reducido gasto en rearme, EEUU producía casi todos los materiales
estratégicos en una proporción mayor que cualquiera de los demás contendientes, y su
industria era muy potente, variada y compleja en los sectores más relevantes vinculados a la
producción de armamentos.

Hasta el ataque japonés contra Peral Harbor (1941), el objetivo de la estrategia


norteamericana era la neutralidad. Existían incluso leyes de neutralidad que prohibían la
exportación de material bélico a los contendientes. Éstas fueron revisadas a fines de 1939,
cuando se autorizó la exportación de armas siempre que se pagasen al contado. Entonces los
encargos británicos y franceses fueron enormes.

Cuando en 1940 tuvieron lugar las abultadas asignaciones presupuestarias para la defensa
de EEUU y se aceptó un plan de rearme que se proponía formar un numeroso ejército, la
industria norteamericana tenía una enorme cantidad de pedidos, de modo que los planes de
rearme estadounidenses no podían llevarse a la práctica sin afectar gravemente el
cumplimiento de los contratos con el Reino Unido.

Con la puesta en marcha del programa norteamericano de rearme, la fuerza principal en la


reactivación de la economía industrial estadounidense recuperó su carácter nacional en
lugar de extranjero; las asignaciones presupuestarias para el rearme, junto con la
ampliación del programa de construcción naval, empezaban a conseguir efectivamente lo
que el New Deal no había conseguido en EEUU.

En realidad, el programa de rearme de 1940 representaba una modificación decisiva en la


estrategia, que constituía una mala señal para Gran Bretaña. La “defensa del hemisferio”,
como se denominó a la nueva política, se basaba en parte en el supuesto de que no valía la
pena producir más armas para el Reino Unido, en tanto la ayuda a este país no tenía ningún
valor estratégico para la defensa norteamericana. Ya desde antes EEUU tendió a aceptar una
estrategia según la cual, si se veía envuelto en la guerra, la ganaría a base de su producción
industrial.

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El supuesto estratégico era el de que, a largo plazo, EEUU iba a ser el vencedor si la guerra se
transformaba en una batalla de la producción, independientemente del modo en que ésta
se organizara. Así, la imagen de EEUU como ―el arsenal de la democracia ya se había
formado incluso cuando la neutralidad todavía era el objetivo del gobierno norteamericano.
El eje de esta estrategia eran los acuerdos sobre préstamos y arriendos. En virtud de ellos,
EEUU levantó toda restricción sobre las compras aliadas de armamentos en Norteamérica,
incluidas las del pago al contado.

De ahí en adelante tales bienes se suministraron con pago diferido hasta el final de la
guerra. En algunos aspectos, las economías aliadas podían considerarse como un conjunto
común de recursos acoplados en un plan estratégico compartido. Tampoco se pensaba que
la cooperación económica tuviera que mantenerse terminada la guerra. Independientemente
de la cantidad a la que pudieran llegar las facturas no pagadas de préstamos y arriendos,
siempre se pensó en cobrarlas una vez alcanzado el objetivo estratégico común, hecho que
capaz fuese el principal obstáculo para lograr una estrategia económica racional y conjunta.
Las decisiones sobre conceder las peticiones rusas de préstamos y arriendos se tomaban
con profunda desconfianza. La competencia entre los intereses económicos nacionales era
también muy fuerte entre Gran Bretaña y EEUU. La planificación de una estrategia
económica conjunta no fue más allá de lo que hacía falta para ganar la guerra, y se desintegró
tan pronto como la victoria estuvo al alcance de la mano.

EEUU también tenía que adaptar su estrategia de la defensa del hemisferio a la nueva
situación creada en 1941. Todas las fuerzas armadas norteamericanas (aérea, ejército y
marina) suponían que las primeras etapas de una primera guerra serían de carácter
defensivo. Aunque sus ideas eran imprecisas, tenían unos cuantos elementos en común, que
bastaban para algunas de las importantes decisiones económicas que debían tomarse.

El objetivo económico fundamental consistía en superar la capacidad productiva del


enemigo, y en utilizar esa producción en un marco de cooperación estratégica internacional.
Una vez tomada esta decisión era evidente que Alemania representaba el principal
enemigo, ya que superar la producción japonesa no constituía un problema serio.

De ahí surgió la idea de una ofensiva aérea contra Alemania para debilitar la economía
alemana. Por último, en algún momento, se pondría en marcha la invasión masiva de Europa.
Así, EEUU pasó, en 2 años, de un poderío militar insignificante y una economía empeñada
en la neutralidad a una estrategia de intervención militar masiva, de movilización total y de
la más completa utilización de su potencial económico.

Conclusión

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No hay prioridades económicas propias de una “economía de guerra‖; el terreno de la
elección económica es muy amplio y está regido por una multiplicidad de factores.

Clase 9 – Teórico
Historiografía del nazismo
Kershaw, Ian. – “Los historiadores y el problema de explicar el
nazismo”
Medio siglo después del fin del III Reich, los historiadores están en desacuerdo sobre
problemas de explicación e interpretación del nazismo. Entre 1945 y 1960 predominaron,
en la historiografía, la recriminación del bando aliado y las disculpas del lado alemán. Desde
los 60s una perspectiva más extensa en el tiempo y una vasta producción de investigaciones
eruditas de alto nivel generaron importantes avances; sin embargo, persisten los problemas
para llegar a un consenso en cuanto a las cuestiones interpretativas sobre el nazismo.

Los desacuerdos se encuadran en la fusión de tres dimensiones: histórico-filosófica, política-


ideológica, y moral. Estas características están condicionadas por un elemento central en la
conciencia política de ambos estados alemanes: la posibilidad de dominar el pasado nazi;
habérselas con la historia reciente de Alemania y aprender de ella. Sin embargo, como el
problema ha sido abordado de manera menos lineal en la RFA que en la RDA, las
controversias han sido sobre todo controversias germano-occidentales.

No hay que subestimar los aportes de historiadores no alemanes, pero los contornos de los
debates fueron establecidos por historiadores alemanes (sobre todo de la RFA), en su
intento de dar forma a la conciencia política y, con ello, superar el pasado. La cambiante
conexión entre la investigación histórica y la conciencia política del momento es reconocida
tanto por los tradicionalistas‖ como por los revisionistas‖; las interpretaciones contradictorias
forman parte de una permanente búsqueda de una identidad política y del futuro político
alemán.

Kershaw no quiere hacer una historia de la historiografía ni una historia del nazismo, sino
analizar distintos problemas de interpretación relacionados con el período de dictadura: por
ejemplo, ―si se puede considerar como una forma de fascismo o un estilo de totalitarismo,
o como un fenómeno único en su especie. Los distintos enfoques respecto de la historia del

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III Reich que están en el libro comparten un mismo objetivo: ofrecer una adecuada
explicación del nazismo.

El mérito de cualquier enfoque interpretativo debe ser visto como una contribución a una
explicación potencialmente mejorada, ya que ninguna será intelectualmente satisfactoria.
¿Es posible escribir ―objetivamente‖ acerca de un sistema que generó semejante horror? La
idea es ver cuál enfoque tiene un mejor potencial en relación con los demás, para brindar
una explicación del proceso de radicalización dinámica en el III Reich que condujo a la guerra
y al genocidio en una escala incomparable. Menciona también el asunto de la insuficiencia
de las fuentes materiales. Pero en las controversias tuvo un papel mayor las concepciones y
métodos de análisis (muchas veces contradictorios) aplicados.

Dimensión histórico-filosófica

Se analiza la historiografía alemana occidental de posguerra. Alemania occidental: necesidad


y deber de aceptar y entender el pasado nazi. Desarrollo de los estudios históricos posterior
a la guerra dividido en cuatro fases:

a. Tradición historicista (Meinecke, Ritter, 40-50 hasta principios de los 60s) fuerte énfasis en
la singularidad de los hechos y los personajes históricos. Interpretación del nazismo como
resultado de tendencias europeas, no específicamente alemanas, y constituyó una ruptura
con el saludable pasado alemán más que un producto de él. Ven el nazismo como una
excrecencia parasitaria subalterna, como una degeneración de un pasado ―saludable‖; y
además como resultado de tendencias europeas (materialismo, demagogia, caída de valores
morales y religiosos), no específicamente alemán.

El Nacionalsocialismo era un accidente, en un contexto de desarrollo que, hasta ahí, era


loable. El desastre fue culpa de un ―demonio‖: Hitler. Estos intentos defensivos de
interpretar al nazismo como una enfermedad europea eran una respuesta directa a los
autores anglo-norteamericanos de postguerra, que sostenían que el nazismo sólo podía ser
visto como la culminación de siglos de subdesarrollo cultural y político de Alemania.

b. ―Nueva Historia Social” ―Controversia Fischer‖ (principios de los años 60) Fritz Fischer
(principal exponente) pone en cuestión la visión historicista del pasado saludable alemán y
resalta la guerra expansionista de las élites alemanas en la Primera Guerra Mundial. derribó
la idea de accidente o degeneración de un ―desarrollo saludable‖.

El clima en el que se desarrolló esta transformación era de debilitamiento de la vieja rigidez


gracias a la expansión del sistema universitario, por el crecimiento del campo de ciencias
sociales. Este enfoque derivo de la influencia de estudios de otros países de Europa y EEUU,

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de la escuela de Annales. Los historiadores de este enfoque privilegian una mirada
estructural en lugar de una de tipo personalista (historicismo, enfoque político y de grandes
personajes). Para Wheler existía una continuidad de estructuras de la sociedad alemana
entre 1870 y 1945 que permiten explicar el nazismo.

c. Oposición a la “Nueva Historia Social: Hillgruber (1974) En la Nueva Historia Social los
modelos reemplazaron a las pruebas concretas. El historiador debe trabajar de lo particular
a lo general (y no viceversa, como Annales). El pasado es autónomo del presente y la labor
del historiador debe ser independiente de su compromiso político.
d. Revisionistas: Mommsen, Schieder, Borszat impulsados y apoyados por Wheler. Enfocaron
en temas como: la interrelación entre política interior y exterior en el Estado nazi, el rol del
Hitler en el Estado, sus intenciones y su papel individual en la política nazi.

Dimensión político-ideológica

La división alemana moldeó las premisas político-ideológicas para interpretar el nazismo a


ambos lados del muro. Al mismo tiempo, estas diferencias dieron forma a los cambiantes
patrones de lo escrito sobre el nazismo dentro de la RFA.

En la RDA, fundada sobre principios marxistas-leninistas, el antifascismo fue piedra angular


de la ideología y legitimidad del estado. El trabajo sobre ―Hitler-fascismo‖ siempre tuvo una
relevancia política directa. Dado que el fascismo era considerado producto del capitalismo, y
la RFA se basaba en principios capitalistas, la investigación histórica sobre el fascismo en la
RDA tuvo como objetivo no sólo educar a los alemanes sobre los horrores del nazismo, sino
también informar sobre los peligros que comportaba el ―potencial fascismo‖ de la RFA. Por
eso sus estudios sobre el ―pasado no dominado‖ del estado occidental, adquirían relevancia
política en sí mismos.

El objetivo era proveer material erudito para la lucha contra el imperialismo‖ y así combatir
al capital monopólico. La investigación sobre el fascismo significaba participar de la actual
lucha de clases. En la RFA (occidente), la referencia ideológica se reflejaba en la Constitución
que era al mismo tiempo antifascista y anticomunista, y cuyo principal objetivo era eliminar
la posibilidad de un sistema “totalitario”. Esta ideología oficial igualó fascismo y comunismo.

El enfoque a partir del concepto de totalitarismo dominó la investigación de historia


contemporánea en la RFA en los años ‘50 y ‘60. El desafío a la predominante teoría del
totalitarismo y al renacimiento de las teorías fascistas en la RFA en los años ‘60 se llevó a
cabo en dos planos: el de la erudición académica y el de la polémica ideológico-política.
Había una conexión intrínseca entre ambos niveles: la controversia académica muestra claras
connotaciones políticas. Se reafirmó el establishment conservador y liberal en la profesión.

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Por ejemplo Hillgruber, que habla de una crítica radical en las universidades cada vez más
dependiente del marxismo-leninismo doctrinario, orientado al modelo de la DDR, que
supone la revolución como única preocupación del presente‖; o Karl Bracher que, notando
los cambios en los escritos sobre historia contemporánea‖, considera que la discusión ha sido
estimulada pero también distorsionada por la politización y los trastornos institucionales en
las universidades, obra de un renacimiento marxista en la Nueva Izquierda.
Dice Bracher que los logros de la investigación anterior -entre 1945 y 1960- fueron atacados,
ignorados o distorsionados, y se recurrió a una agitación política en la que la lucha ideológica
fue realizada por detrás y en nombre del saber‖. A su vez, el ataque a los valores liberal-
democráticos se articuló en los embates contra la idea de totalitarismo y en la ilimitada
expansión de la teoría general del fascismo.

En Alemania occidental, al no haber una fuerte escuela historiográfica marxista, la mayoría


de los debates (que son los que va a considerar el autor) son controversias entre
historiadores de diferentes tendencias liberal-democráticas. Aquí la politización del debate,
es más ―latente que patente‖, va más por lo filosófico y por si se debe beneficiar la historia
―libre de valores, objetiva‖. Ejemplo de esto fue la afirmación de que en el intento de
―revisión‖ de las aceptadas interpretaciones del nazismo, se estaba trivializando la
naturaleza maligna del régimen; esto indica la importancia de la cuestión moral al escribir
sobre el nazismo.

En la RDA (marxista-leninista) el antifascismo fue, desde un principio, la piedra angular de


legitimidad del Estado. El fascismo se consideraba producto intrínseco del capitalismo:
dictadura abierta y terrorista del más reaccionario, el más chauvinista e imperialista de los
elementos del capital financiero. En la RFA había una visión tanto antifascista como
anticomunista. El totalitarismo (el del nazismo y también el del stalinismo) era el concepto
fundamental para interpretar el nazismo (Bracher –liberal conservador-, Arendt).

Dimensión moral

El contenido moral en la inmediata posguerra era explícito, y se dio entre las potencias
aliadas ansiosas de encontrar una enfermedad alemana, y la defensa contra esas acusaciones
por medio de la disculpa. Más recientemente los estudios se apartaron de la condena, la
indignación y la disculpa, aunque sigue permaneciendo el desprecio moral por el nazismo.
Algunos han visto esto como una dificultad frente a la necesidad de evitar todo juicio moral
para la comprensión. La universal condena moral del nazismo hace que resulte más
sorprendente que la cuestión de su implícita trivialización moral en algunos estudios sea
siquiera planteada.

Bracher afirma que los enfoques marxistas y de la Nueva Izquierda‖, y de algunos


burgueses‖ liberales (relativistas‖) equivalen a una subestimación de la realidad del

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nazismo, tal que la dimensión ideológica y totalitaria del nacionalsocialismo desaparece como
fenómeno moral; para Bracher, comienza así una nueva ola de trivialización y hasta de
disculpas.

Tim Mason (marxista) responde: ―El debate ha alcanzado tal pico de intensidad que se
acusan entre sí de trivializar al nacionalsocialismo, de proporcionar sin pensarlo una
disculpa al régimen. Esta es la más seria acusación que se puede hacer contra historiadores
serios; plantea preguntas fundamentales acerca de la responsabilidad moral y política del
historiador.

Según Kershaw, en el caso de las ―banales producciones que no veían diferencias entre
fascismo y otras formas de dominación burguesa‖ (sobre todo de la ―Nueva Izquierda‖) esta
acusación se justifica. Pero no cuando se la extiende a los historiadores serios sobre el
nazismo. La acusación de trivialización, sin embargo, no plantea precisamente la cuestión de
un propósito moral al escribir sobre el nazismo: se puede muy fácilmente usar la
trivialización en pos de denostar el método usado por otro historiador.

Se ve entonces la interrelación entre el método, la naturaleza moral de la obligación


profesional y el marco de referencia político ideológico en el que esa obligación es llevada a
cabo‖. El estudio del nazismo se presenta como un dilema ético y moral para el historiador
por las atrocidades humanas que implicó.

Evans, Richard. J. – “Ascenso y triunfo del nazismo en Alemania”


El autor va a plantear que existen 4 posturas que han seguido historiadores y analistas
políticos con respecto al ascenso y triunfo del nazismo, y las va a analizar y criticar una tras
otra, y después da su opinión

1)Poder carismático del líder del movimiento y compleja y seductora propaganda (La tesis
personalista.) El movimiento nazi comienza formalmente en Múnich en 1919, con la
fundación -en enero- del DAP (Partido Obrero Alemán, en 1920 rebautizado NSDAP).
Buscaba ganarse a las masas trabajadoras mediante una combinación de anticapitalismo,
pangermanismo y antisemitismo.

Hitler ingresa al partido en septiembre de 1919; gracias a su capacidad oratoria fue


adquiriendo un papel cada vez más importante. En agosto de 1921 se convierte en el líder
del partido. En 1923, Hitler hizo un intento de toma del poder (el putsch de Baviera, que
Hitler quería extender luego nacionalmente). Si bien fracasó, Hitler aprendió dos cosas:
abandonó la idea de un golpe de Estado violento y directo e insistió, en adelante, debido a
que la Extrema derecha estaba muy dividida a principios de los ‘20s a unir a la derecha.
Hitler se dio cuenta de que el camino estaba en el ―principio de caudillaje‖, reforzando la
imagen de sí mismo.

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Entre 1926 y 1928, el partido nazi se dedicó a unir grupos dispersos de extrema derecha
nacionalista bajo la jefatura de Hitler, a reunir un conjunto de jóvenes dirigentes de segunda
línea (Goebbels) y a establecer una estructura organizativa compleja pero flexible. Se
forjaron una amplia base electoral, que fue creciendo con el tiempo. Si en 1928 consiguieron
el 3% de los votos, en 1932 consiguieron un 37%, y eran el partido político mayor y más
aceptado de Alemania. Esta fuerza electoral fue la base fundamental de su llegada al poder
en 1933.
Hitler fue fundamental para el triunfo de los nazis por dos motivos: en primer lugar, su
historia y su imagen política ocuparon el lugar más destacado de la amplia y compleja
actividad propagandística del partido. En segundo lugar, fue Hitler quien insistió en negarse
a entrar en un gobierno de coalición si no era para dirigirlo. Finalmente, Hitler se salió con la
suya: el 30 de enero de 1933 fue nombrado canciller de un gobierno en el que los
nacionalistas conservadores controlaban la mayor parte de los ministerios. En verano de
1933 Hitler ya había conseguido poderes dictatoriales y había disuelto todos los partidos y
organizaciones políticas (excepto el NSDAP).

Crítica: Sin embargo, el nazismo fue algo más que la propagación de la voluntad de Hitler. El
carisma no puede ejercerse sin una audiencia dispuesta a dejarse atraer por él. Hitler no
hubiese triunfado si su mensaje no hubiera respondido a las ideas y aspiraciones de una parte
importante del electorado alemán. Ni el anticapitalismo ni el antisemitismo fueron
elementos atractivos antes de 1933. El apoyo a la política nazi estuvo dado por su ataque
contra la República de Weimar y lo que esta representaba: el nazismo parecía la fuerza que
contaba con más probabilidades de terminar con las instituciones políticas de la primera
democracia alemana.

2- Debilidad política de la República de Weimar La idea del autor es criticar a los


historiadores que consideran que el ascenso del nazismo deviene de una debilidad
institucional de Weimar. La historiografía se centra en estos elementos: La constitución -una
de las más democráticas del mundo- estaba minada por defectos legales. -Sistema de
representación proporcional: multiplicidad de partidos que complican la escena política. Se
forman gobiernos con coaliciones pluripartidistas sumamente inestables. Los gobiernos
eran ineficaces porque no hacían nada que pudiese molestar a alguno de los socios de la
coalición. Los avances electorales de los nazis se realizaron a costa de partidos más pequeños.

Crítica: En realidad, el problema era la formación de coaliciones a partir de los partidos más
importantes. La existencia de un sistema pluripartidista, con 6 partidos grandes, reflejaba el
hecho de que la sociedad alemana estaba cuarteada por múltiples fisuras sociales,
religiosas, regionales e ideológicas. Ni fue una consecuencia de la constitución de Weimar, ni
el sistema electoral mayoritario habría impedido el ascenso de los nazis.

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El papel de los plebiscitos: se dijo de ellos que socavaron la democracia representativa y
pusieron un arma propagandística peligrosa en manos de los extremistas. Es cierto que los
nazis ganaron poder gracias a esta herramienta, desde 1929. Sin embargo, hay democracias
modernas (Austria, Suiza) que sobreviven bien aplicando de vez en cuando plebiscitos.

La idea de que la Constitución estableció un federalismo tal, que no redujo el poder de


Prusia, y por no haber reforzado el poder del gobierno central. Sin embargo, Prusia era
gobernada por socialdemócratas, y fue siempre un bastión de la democracia de Weimar: el
federalismo tuvo sus ventajas.

Había sí un verdadero problema: la elección por votación de un presidente fuerte, con un


mandato de 7 años y que disfrutaría, en virtud del artículo 48, de la facultad de gobernar por
decreto en las situaciones de emergencia. Ebert, el primer presidente, fue lo bastante
imprudente como para hacer uso con frecuencia de estos poderes; su sucesor, Paul von
Hindenburg, iría mucho más lejos: era un monárquico archiconservador que no tenía ningún
compromiso con la República de Weimar. Proporcionó entre 1930 y 1933 gran parte de la
pantalla constitucional que ocultó el final del sistema democrático y la creación de una
dictadura.

Las disposiciones de la Constitución son menos importantes que la legitimidad del sistema
político que representan: la República de Weimar era en esencia ilegítima. Había firmado el
Tratado de Versalles, aceptando las reparaciones de guerra y cediendo territorio. Los nazis
la llamaron la puñalada por la espalda de los socialdemócratas. La propaganda nazi supo
aprovechar el descontento general con el Tratado de Versalles para convencer a muchos de
que el carácter democrático y los orígenes revolucionarios de la República estaban
fatalmente vinculados a la humillación nacional.

La falta de legitimidad de la República se reflejaba también en el hecho de que, a partir de


1920, los partidos que respaldaban sus instituciones fundamentales -socialdemócratas,
católicos y demócratas- estuvieron en minoría.

Crítica: la República de Weimar logró superar las tormentas de revolución en 1919, 1923 y
1928; con el gobierno de gran coalición encabezado por el socialdemócrata Hermann
Müller, comenzaba a parecer que se consolidaba. Lo que cambió la situación y convirtió al
nazismo en el mayor partido del país fue sobre todo la gran depresión.

3- Depresión de 1929-1933, que impulsó a la gran empresa a buscar una solución dictatorial
para el problema del desempleo masivo y el hundimiento de la industria 1922-23:
Hiperinflación. Sectores medios sufrieron graves consecuencias. El efecto neto no fue tanto

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un empobrecimiento general de la clase media, como la fragmentación y desintegración
política y social, ya que algunos grupos ganaron y otros perdieron.

La recuperación entre 1924 y 1928 fue precaria, la Inversión provenía del extranjero: la
racionalización y el ahorro provocaron un desempleo generalizado; la cartelización provocó
una serie de superpoderosos industriales. El empresariado fue hostil al sistema de seguridad
social de Weimar, debido a sus costes. La contracción económica llegó incluso antes del
crash de 1929. 1929-1933: decisivo para la economía de Weimar. Al terminar 1932, casi el
35% de la población estaba desempleada.

Reducción de la renta nacional, quiebras, etc. La crisis se agudizó en 1932 y constituyó la base
del triunfo del nazismo por dos motivos: En primer lugar, impulsó a la gran empresa a buscar
una solución autoritaria para el impasse político de la República, una solución que mitigase
la presión a la que estaban sometidos, desmantelando el Estado de bienestar, frenando a
los sindicatos y creando una fuerza de trabajo dócil y barata que impulsase la recuperación.

Crítica: En la gran empresa no había acuerdos sobre el apoyo a Hitler y otro régimen
totalitario. Su respaldo económico se dirigió a diversos partidos de derecha. Además, los
nazis nunca dependieron de las aportaciones de la gran empresa: se mantenían por medio
de pequeños empresarios, donantes extranjeros y, sobre todo, con el aporte de los afiliados

En segundo lugar, la depresión desplazó la preferencia de los votantes hacia los nazis en esos
años. El aumento de votos en 1930-33 se debió a la captación de votantes que antes
preferían partidos minoritarios (nacionalistas, Partido Popular, demócratas). Conseguían
votos, en mayor o menor medida, en todos los grupos sociales del país.

En los últimos años de la República de Weimar el nazismo fue un partido que aglutinó el
descontento y ejerció un atractivo especialmente fuerte para los jóvenes y las clases medias
protestantes. Por último, la depresión y con su desempleo masivo y de larga duración)
cercenó toda posibilidad de que la clase obrera organizada opusiera una resistencia seria a
la destrucción de la República de Weimar. Además, ahondó los antagonismos entre
socialdemócratas (que habían conservado sus empleos) y comunistas (que lo habían perdido).

4- Evolución a largo plazo de la sociedad y la política alemana desde mediados del silgo XIX
La cuarta corriente intenta explicar el ascenso del nazismo desde el carácter alemán de anti-
ilustración, pre-burgués, donde se observa una continuidad histórica.

Muchos historiadores afirmaron que la disposición de los electores a apoyar en las urnas el
autoritarismo, el totalitarismo, el militarismo y los resentimientos contra Versalles, tenían
raíces profundas en la historia de Alemania. Los valores antidemocráticos tendrían raíces

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profundas en el pasado alemán. Alemania no tuvo revolución burguesa cuando le llegó su
turno, en 1848.

La aristocracia junker mantuvo firme control e impidió el desarrollo de revoluciones


burguesas. Cuando se vio desbordada por las consecuencias democratizadoras de la
industrialización (entre ellas, el desafío de la clase obrera), en 1918, esta elite comenzó a
fomentar el ascenso del nazismo. Hitler se alejó de los conservadores con la radicalización
del sistema en 1938, lo que condujo a la fallida conspiración de aquellos en julio de 1944 (la
famosa bomba de Von Stauffenberg).

Crítica: La sociedad alemana, a pesar del fracaso de 1848, estaba impregnada de valores
democráticos mucho antes de 1914. La aristocracia junker de Alemania no tuvo tanto poder
manipulador, sino que tuvo que llegar a compromisos con las fuerzas de la modernidad. El
ascenso del nacionalismo radical entre la pequeña burguesía y las clases medias fue en
muchos aspectos un proceso autónomo que funcionó en el sistema político desde abajo y
adquirió notoriedad a partir de la movilización política generalizada de la década de 1890.

Los triunfos electorales nazis de los ´30 no se debieron a llamamientos manipuladores


“preindustriales” sino a iniciativas demagógicas que insistían por igual en la modernidad y en
la tradición y lograron transformar el partido en un instrumento de amplia base para a
protesta popular contra las múltiples crisis de Weimar. Resulta, en fin, poco plausible
considerar que el ascenso del nazismo fue expresión de las fuerzas preindustriales de la
sociedad y la cultura alemanas.

CONCLUSIÓN: El nazismo surgió como fuerza dominante de la extrema derecha en la


segunda mitad de la década del 20 porque estaba bien organizado, porque era dinámico y
porque tenía un líder carismático que supo expresar los temores y ansiedades de artesanos
urbanos, tenderos, campesinos y otros sectores de la pequeña burguesía protestante.

Estas características eran las que atrajeron a millones de personas que se habían visto
afectadas por la depresión. Hitler y su movimiento prometieron eliminar el sistema de
Weimar que estas personas tanto odiaban y aplastar a los socialdemócratas y los
comunistas, con los que tantos lo habían asociado desde sus comienzos revolucionarios en
1918. El ascenso del nazismo es inseparable de la debilidad de la República de Weimar. La
inestabilidad, la incertidumbre política y la pérdida de legitimidad propagaron el desencanto y
la sensación de impotencia entre las elites.

El nazismo ofrecía una versión modernizada y actualizada de los resentimientos


nacionalistas radicales en la que el deseo de cambio dinámico y renovación de los jóvenes
pudo combinarse con el anhelo de orden, autoridad y estabilidad de los ancianos y
personas de mediana edad. El carisma de Hitler brindó integración y seguridad en un
momento de gran crisis política, social, económica y cultural.

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