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Por otro lado, el marxismo británico (cuyos exponentes destacados eran Hill, Hobsbawm, Thompson, etc)
en lugar de abocarse a los determinismos económicos previamente aludidos, se enfocó en una historia
“más social”. De hecho, Thompson abrió la perspectiva para una interpretación más desde debajo de la
historia que permitió darle al conjunto de actores sociales un grado mayor de importancia y que, a su vez,
le facilitó atribuir cierta racionalidad en sus decisiones. En su obra “La formación de la clase obrera en
Inglaterra” sostiene que la aparición de la clase obrera fue producto de la experiencia compleja y
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Braudel, F El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, México, FCE, 1953. Tomo I. segunda
parte. Cap. II, pp.695-702
contradictoria de los trabajadores entre los turbulentos años (1790-1832) y que no podía entenderse al
margen de aquella experiencia. Cabe destacar que considera a la clase como “algo que de hecho ocurre (y
puede demostrarse que ha ocurrido) en las relaciones humanas” 3, que “entraña la idea de relación
histórica” y “también tiene una existencia real que puede ser definida casi matemáticamente: todos
aquellos hombres que se hallan en un tipo de relación concreta con los medios de producción.” Sin
embargo, Sewell4 afirma que el análisis de Thompson, si bien es innovador (al enfocarse en la
experiencia, acción humana y conciencia) y contradice al modelo deductivo de base-superestructura
precedente, asume inconscientemente este determinismo económico como telón de fondo retórico. Lo
cual se condice con su contexto de elaboración, un momento de abundancia de teorías marxistas
deterministas. Ahora bien, más allá de las advertencias de Thompson sobre evitar los formalismos
estériles y la necesidad de ser conscientes de que la “formación” de la clase obrera fue un proceso
humano temporal (encamado en las experiencias de hombres y mujeres reales) no nos dice cómo ha
estructurado o es posible estructurar una explicación teórica del proceso. Como resultado, pierde de
enfoque al actor social con su rol característico de su trabajo y les atribuye importancia a las
determinaciones preestablecidas criticadas por el mismo. En su análisis diacrónico, utiliza el concepto de
experiencia, que de por sí es amorfo e indefinido para asignarle un papel delimitado en la teoría de la
formación de la clase. Al ser un término vasto, debe incluir todo el conjunto de respuestas subjetivas que
los trabajadores dan a su explotación no sólo en los movimientos de lucha sino en el ámbito de sus
familias y comunidades, actividades recreativas, etc. Por ello, entre la dura realidad de las relaciones
productivas y el descubrimiento de la conciencia de clase se encuentra el vasto, múltiple y contradictorio
reino de la experiencia, no el proceso puro y unidireccional (consistente en aprender la verdad a través de
la lucha postulado por el marxismo clásico) En contraposición al abordaje thompsoniano, el proceso de
formación de la clase debe ser concebido como resultado de coincidencias temporales entre múltiples estructuras
causales.
Thompson anterior crisis, elementos de trancisicion. Microhistoria como tentativa, crisis de la historia.
Recuperación y resstructuacion del sujero = agencia. Tras crisis, aparición actores sociales. Racionalidad
selectiva y limitada, structurada por elementos del entorno lleva adelante decisiones y estrategias.
no constituye en modo alguno una justificación teórica suficiente de lo que resulta ser su prácti ca histórica.
Algunas de las innovaciones implícitas en La formación de la clase obrera en Inglaterra quedan completamente
enmudecidas en él.
4
b) Mas allá de que los postulados anteriores hayan sido caracterizados como representantes de una
extensión de la perspectiva histórica, la historiografía del S.XX fue víctima y victimario de los
propios sucesos y acontecimientos ocurridos durante la segunda mitad de ese siglo: Entre ellos se
destacaron el mayo francés (1968), la Guerra de Vietnam (1955 –75) y la Revolución cubana (1953
– 1959). En este sentido, según Revel5 el modelo de historia social a pesar de hallarse en un
momento aparentemente triunfal (donde sus resultados se imponían más allá de las fronteras
profesionales y el territorio del historiador se ampliaba indefinidamente), se vio cuestionado por
tales procesos históricos que permearon el contexto social. A ello se le sumó la necesidad de
renovar sus interrogantes y desplazar sus cuestiones tradicionales, como la cuantificación e
identificación de regularidades en relación con el concepto de estructura e historia total. En la
medida en que los análisis estructurales y a gran escala no daban cuenta de la problemática social
más intrínseca, ni tampoco permitían comprender las preguntas sobre la comprensión del presente y
del futuro, surgieron múltiples cuestionamientos y reelaboraciones de los mismos, que se enfocaron
en aquellos sectores dejados de lado (como las mujeres o grupos étnicos) A diferencia de la historia
social (que estudió a los grupos sociales como entidades fijas, naturales y eternas) apoyada en los
recursos lingüísticos impuestos por los sectores dominantes; el postestructuralismo no normalizó
tales categorías de identidad sino más bien que las caracterizó construcciones históricas arbitrarias e
inestables, además de ser producto de relaciones de poder fijadas en el lenguaje. A causa de ello, se
produjo un cambio en el objeto de estudio, reduciéndose la escala de los actores sociales (antes
dejados de lado) y cuestionando la mirada centralista y eurocéntrica de las corrientes predecesoras.
Ello se observa en el estudio de Zemon Davis 6 sobre las mujeres en los márgenes (excluidas de los
centros de poder político, real, civil y senatorial) Dicho trabajo supuso una innovación e
iluminación de estos grupos tradicionalmente olvidados. Retomó a Foucault para definir el lugar del
poder en el SXVII, que no sólo se ubicaba “en una fuente única de soberanía”, sino también como
“algo omnipresente en las relaciones de fuerza a lo largo de toda la sociedad” 4. Ello le permitió
explicar las maniobras del poder desde los márgenes y así, recopilar diferentes historias de vida de
mujeres (SXVII), mostrando cómo aprovecharon y reconstruyeron sus posiciones. Más allá de sus
particularidades, todas ellas pertenecían a un ámbito urbano, sus matrimonios con erosionadas
prescripciones jerárquicas de obediencia por su dedicación a la manufactura o comercio. Asimismo,
“ los peligros de la peste, los dolores de la enfermedad y la muerte prematura de familiares, todo
ello afectó las fortunas de Glikl bas Judah Leib, Mane Guyart de I’Incarnation y Mana Sibylla
Merlán”7 Pero también, el análisis sistemático de la realidad de tres mujeres encontró diversidad en
el sentido de que cada una pregona un culto diferente o se dedica a diversas labores y que amplifica
7
el análisis a un objeto de estudio que, hasta ese momento no se estudiaba demasiado. A diferencia
de otras perspectivas históricas, que impulsarían a buscar reglas o una lógica sobre los tres casos
planteados; la autora plantea la necesidad de considerar la simultaneidad de los tres modelos, y dar
cuenta de la movilidad, mezcla y contienda de las cultoras europeas8. No obstante, dicha
investigación nos obliga a preguntarnos si, necesariamente, desde aquí se puede explicar la realidad
del resto de las mujeres del S. XVII. Si bien, más allá del atractivo de los procedimientos retóricos
utilizados (destinados a provocar efectos de realidad) que retoman a los actores sociales en forma de
dialogo y narración9, estos corren el riesgo de atribuirle a los actores sociales de la época un
pensamiento totalmente anacrónico. Por tal motivo, es fundamental comprender el hecho de que los
historiadores no podían garantizar que las cosas realmente tuvieron lugar como ellos la cuentan.
Se
presentó así como una reacción frente a un
cierto estado de la historia social dominante.
Específicamente contra el modelo de paradigma
hegemónico francés representados por la
Escuela de los Annales, en particular contra su
segunda etapa, la que fue dominante entre la
segunda postguerra y los años ’70, dirigida por
el modelo “braudeliano” inspirado en una
historia con tendencia sociológica y
estructuralista, ejemplificado en la metáfora de
la “larga duración”.
9
Zemon Davis, N. Mujeres de los márgenes, Catedra, Valencia, 1999. Prologo. pp. 10-13
2) De acuerdo a Revel10, las corrientes historiográficas tradicionalmente mantuvieron una forma de
voluntarismo científico, cuyos objetos eran construidos según procedimientos explícitos, y
respondían a hipótesis validadas empíricamente. Dicha metodología se insertaba en una perspectiva
macrohistórica, sin fundamento alguno, ya que consideraban que la escala de observación no
constituía una de las variables de la experimentación. Sin embargo, Levi11 describió las
consecuencias de no discernir cuál era la dimensión adecuada para estudiar los problemas
históricos. Estas eran que los científicos se apoyaran en premisas no neutrales: Por un lado,
consideraban las situaciones locales o personales como escenarios “macro” y percibían las
dicotomías donde el primer término predominaba sobre el segundo y por el otro, las explicaciones
automáticas para su abordaje. En consecuencia, no se explicaban realmente las problemáticas de la
historia, sino que se originaban debates sin salida.Al respecto, el autor defiende a la microhistoria,
en tanto modo de captar el funcionamiento real de los mecanismos históricos. Bajo esta perspectiva.
Ahora bien, no todos los microanálisis nos explican realmente a los fenómenos históricos, más allá
de que nos permite comprender la metodología del historiador y redireccione hacia una aplicación
correcta en la investigación. En muchos casos, tales sucesos tienen un impacto comprendido a partir
de la verificación local de sus significados, resistencias y respuestas. En vínculo con ello,
Asimismo, más allá del problema de la relación del historiador con sus fuentes, las dificultades de
cómo presentar el material que ha sido recolectado, son resueltas por la microhistoria, : dado que
esta última ha
abandonado la ilusión de que las generalizaciones no plantean problemas
de imprecisión y de malos entendidos, la microhistoria escoge en
11
para lograr instaurar un puente entre el discurso del historiador y la
comprensión del lector. También aquí creo que debe verse una de las
propuestas significativas de la microhistoria
cambio, voluntariamente, una comunicación de tipo analógico, que no
concibe al lector como un pasivo receptor de mensajes definitivos, sino
que lo imagina como alguien activamente capaz de leer los significados
redundantes del cuadro narrado, para confrontar, incluso a veces en
Revel= En el debate que permanece abierto, me parece que el trabajo de Giovanni Levi aporta
un cierto número de respuestas que cambian útilmente el punto de vista de la argumentación.
Levi recuerda primeramente que se puede pensar la ejemplaridad de un hecho social en
términos diferentes de los rigurosamente estadísticos. El segundo capítulo de su libro, Le
Pouvoir au village, dedicado a las estrategias desarroladas por tres familias de aparceros de
Santena, hace una elección entre algunos cientos de otros casos posibles, que no son objeto
de ningún tratamiento comparable pero que están todos presentes en el fichero prosopográfico.
El procedimiento no consistió en relacionar estos tres ejemplos a la totalidad de la
información constituida, sino en abstraer los elementos de un modelo. Estas tres biografías
familiares fuertemente contrastadas, bastan para hacer aparecer regularidades en los
comportamientos colectivos de un grupo social particular sin perder lo que cada una tiene
de particular. Chequear la validez del modelo no consistirá entonces en una verificación
estadística sino en su puesta a prueba en condiciones extremas, cuando una o varias variables
que incluye están sometidas a deformaciones excepcionales. La constitución de un fichero
sistemático es precisamente lo que hace posible una verificación de este tipo.