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LA LENGUA COMO INSTRUMENTO DE COMUNICACIÓN Una de las principales

diferencias observables de la especie humana respecto de los animales es el uso del


lenguaje, dado que el hombre utiliza la lengua para organizar, describir su entorno y
pensamiento, y comunicarse con otros individuos, “Rabanales señala que se ha discutido
mucho si el hombre se distingue de los demás animales, dando por hecho que el hombre
es también un animal del género homo. Aceptada su diferencia específica, ha sido
definido de diversas maneras: como homo sapiens se quiere decir que es el único que
puede objetivar el mundo, que posee razón; como homo faber, esto es, fabricante de
cosas, incluso de instrumentos; como homo symbolicus o "animal simbólico" puesto que
el símbolo es el más complejo de los signos, y como homo loquax que, diríamos, es su
esencia por su capacidad de hablar.” (G. Rodríguez, 1994, pp. 28 - 29) Al comunicarse
con otros seres de su especie, el hombre realiza una acción, en la que se reconocen dos
partes que interactúan: el hablante (o emisor), quien transmite lingüísticamente
información al oyente (o receptor). “Es precisamente la elaboración y transmisión de
información mediante la lengua lo que permite la interacción social, la comunicación”
(Garrido Medina en S. Luque, 2000, pp. 15).Si bien es cierto, el modelo descrito
anteriormente presenta tres elementos claramente identificables: hablante, receptor e
información, para lograr una transmisión efectiva es necesario que el hablante logre
comunicar significados e intenciones al oyente, por lo que los participantes del proceso
ponen en ejercicio dos niveles distintos de conocimiento: “...el conocimiento del código
lingüístico - el conocimiento gramatical de la lengua: la fonología, la morfología, la
sintaxis, la semántica y el léxico- y el conocimiento de los recursos que permiten usar ese
código de manera efectiva en las distintas situaciones comunicativas en las que pueden
verse implicados los hablantes, de acuerdo con las normas de su entorno sociocultural”.
(S. Luque, 2000, pp. 16) Susana Luque, denomina a la capacidad del individuo para
seguir ciertas convenciones de uso del código lingüístico, según las distintas situaciones
comunicativas que se presenten, conocimiento pragmático. Dicho de otra forma, la
capacidad del individuo para ubicarse en el contexto y seleccionar la variedad lingüística,
formalidad o tema apropiado según la ocasión. La suma de los dos niveles de
conocimiento, gramatical y pragmático, constituye según la autora la “competencia
comunicativa de los hablantes”.

La pregunta por la evolución del lenguaje adviene, por lo menos, del siglo XVIII;
pensadores como James Burnett, Johann Gottfried Herder o Max Müller brindaron
importantes reflexiones. A fines del XIX, el naturalista Charles Darwin (1871) sostuvo
que, aunque diversas especies poseen formas de comunicación sonora, el “lenguaje
articulado” solo estaba presente en el humano (p. 53).

Con el tiempo, la evolución del lenguaje se volvió un aspecto central de la evolución


humana. Disciplinas como antropología, lingüística o psicología han brindado valiosos
aportes. No obstante, dada la pluralidad de contribuciones, hay poca claridad sobre cuál
podría ser la teoría más apta para explicar cómo evolucionó lenguaje. El siguiente ensayo
revisa algunas hipótesis sobre la evolución del lenguaje.

El lenguaje innato
A mediados del siglo XX, el lingüista Noam Chomsky sostuvo que, dado que un niño
puede adquirir un idioma rápidamente y sin mayor rigurosidad, el lenguaje debía ser una
facultad innata del ser humano. Esta idea se apoyó en la existencia de una gramática
universal (en adelante GU), es decir, en la afirmación de que todas las lenguas del
mundo poseen una estructura común.

Según Chomsky (1965), podremos desarrollar una “teoría de la estructura lingüística” si


esta incluye “una explicación de los universales lingüísticos y atribuye al niño el
conocimiento tácito de estos universales” (p. 27). En efecto, para la GU todas las lenguas
podían ser reducidas a propiedades universales que constituyen la real naturaleza del
lenguaje humano.

La GU fue una idea presente en los trabajos del lingüista durante casi todo el siglo XX.
Por ejemplo, en Rules and representations, Chomsky (1980) sostuvo que “realmente no
aprendemos el lenguaje; más bien, la gramática crece en la mente” (p. 134). Al depender
de un “programa genético”, el desarrollo del lenguaje fue considerado análogo al de los
órganos anatómicos.

“¿Existen propiedades fundamentales que distingan el desarrollo de los órganos físicos y


del lenguaje que deberían llevarnos a distinguir el crecimiento […] del aprendizaje […]?
Quizás, pero no es obvio. En ambos casos, al parecer, la estructura final lograda y su
integración en un sistema complejo de órganos está en gran parte predeterminada por
nuestro programa genético, que proporciona un esquematismo altamente restrictivo que
se concreta y articula a través de la interacción con el medio (embriológico o posnatal).”
(Ibíd.)

En el presente siglo, el lingüista reafirmó que la velocidad y precisión con las que el
lenguaje es adquirido implica que “el niño […] tiene los conceptos disponibles antes de la
experiencia con el lenguaje” (Chomsky, 2001, p. 28). Aunque su perspectiva influenció
campos como lingüística, ciencia cognitiva e informática, fue criticada por su carácter
innatista (Kronenfeld, 1978-1979; Everett, 2012; Evans, 2014).

El lenguaje como instinto

En 1990, contrariando al paleontólogo Stephen Jay Gould y al mismo Chomsky (quien


rechazó explicaciones evolucionistas), los psicólogos Steven Pinker y Paul
Bloom (1990) afirmaron que el lenguaje no difiere de otras habilidades también complejas
(como la ecolocalización); por tanto, la “única explicación” para tal complejidad es
la selección natural (p. 726).

Dicha propuesta influyó fuertemente la literatura académica. Entre 1981 y 1989, la ratio de
publicación fue de 9 artículos por año; no obstante, los números aumentaron a 86 y 134
artículos por año para los períodos 1990-1999 y 2000-2002 respectivamente (Christiansen
y Kirby, 2003a). Sin duda, fue una importante propuesta al ser una de las primeras
hipótesis sobre la evolución biológica del lenguaje.
En The language instinct, Pinker (1994) continuó desarrollando su propuesta y sostuvo
que el lenguaje no era un “artefacto cultural” aprendido, sino una “pieza particular del
maquillaje biológico de nuestros cerebros” (p. 18). En otras palabras, el lenguaje era un
“instinto”, una parte de la biología similar a como las arañas tejen sus redes.

Por un lado, apoyándose en Chomsky, Pinker (1994) sostuvo que su universalidad era “la
primera razón para sospechar que el lenguaje no es una invención cultural cualquiera,
sino el producto de un instinto humano especial” (p. 27). Para el psicólogo, todos los
idiomas poseen sustantivos, verbos o sujetos, lo cual explica por qué el lenguaje
constituye el “ejemplo más famoso de universal humano” (Pinker, 1995, p. 235).

Por otro lado, refiriéndose a Darwin, Pinker (1994) señaló que la “principal explicación” del
lenguaje es la misma explicación para cualquier otro instinto u órgano anatómico: la
selección natural (p. 333). Así, el lenguaje era una “adaptación” moldeada por selección
natural para resolver aquellos problemas enfrentados por nuestros antepasados en el
Pleistoceno (Pinker, 1995, pp. 225-226).

Incluso en el presente siglo, Pinker (2003) insistió en que la selección natural es la “única
fuerza evolutiva” (p. 24), así como la “explicación más plausible” (Ibíd., p. 26), para el
origen del lenguaje. Más aún, el académico estaba seguro de que su propuesta sería
“cada vez más rigurosa y comprobable” (Ibíd., p. 37). Como vemos, se trató de una
hipótesis basada en la psicología evolucionista (ver Morales, 2020a).

Aunque los argumentos de Chomsky y Pinker fueron popularizados en disciplinas como


lingüística o psicología (gracias al impulso de la gramática generativa y la psicología
evolucionista), fueron cuestionadas por su nativismo. Diversos académicos de disciplinas
como lingüística, biología o antropología objetaron las premisas que Chomsky y Pinker
habían admitido como ciertas.

La gramática no es universal

Uno de los cuestionamientos más importantes hacia el nativismo lingüístico de Chomsky y


Pinker se dirigió a la GU. En una reseña a The language instinct, el psicólogo Michael
Tomasello (1995) afirmó que las lenguas son “artefactos culturales” muy diferentes entre
sí, pues “los idiomas cambian de manera importante a medida que las necesidades
comunicativas de sus hablantes evolucionan con el tiempo” (p. 152).

En The ‘language instinct’ debate, un libro que sintetiza las discusiones sobre el tema, el
lingüista Geoffrey Sampson defendió la existencia de rasgos lingüísticos comunes. No
obstante, para Sampson (2005) tales rasgos indican que “los seres humanos tienen que
aprender su lengua materna desde cero en lugar de tener un conocimiento innato del
lenguaje” (p. 166).

Ante las críticas, Chomsky y colegas postularon que el único rasgo universal del lenguaje
es su recursividad (el reordenamiento de palabras para conformar nuevas oraciones). Sin
embargo, como dejan entrever los trabajos del lingüista Daniel Everett (2012), hay
lenguas que carecen de recursividad (p.ej., la lengua pirahã de Brasil). Actualmente, el
tema se halla en discusión (Nevins, Pesetsky y Rodrigues, 2009).

A modo de réplica, Chomsky y colegas afirmaron que las pocas lenguas carentes de
recursividad no son una contraevidencia válida pues, aunque dicha herramienta permita la
facultad del lenguaje, “no todos los idiomas utilizan todas las herramientas” (Fitch, Hauser
y Chomsky, 2005, p. 204). Sin embargo, pese a esta defensa, la GU continuó siendo
criticada.

Para los lingüistas Nicholas Evans y Stephen Levinson (2009), la GU contiene


postulados “empíricamente falsos, infalsables o engañosos” (p. 429). Como tal, la
diversidad lingüística es una “jungla” donde los idiomas difieren en fonética, gramática y
semántica (Ibíd., p. 438). Por tal razón, los psicólogos Morten Christiansen y Nick
Chater (2009) aseguraron que la GU es “indefendible desde una perspectiva
evolucionista” (p. 452).

En The language myth, el lingüista Vyvyan Evans (2014) afirmó que la GU es un “mito”.
En principio, hay entre 6.000 y 8.000 dialectos que no poseen una estructura semejante;
los sonidos empleados van desde 11 hasta 144; la relación sujeto-verbo-objeto varía, así
como la formación de oraciones y palabras mediante morfemas; incluso hay lenguajes
que carecen de adverbios y adjetivos.

¿Gen del lenguaje?

En concordancia con lo expuesto por Chomsky y Pinker, la discusión por el


apodado gen del lenguaje empezó gracias a un estudio publicado en la revista Nature a
inicios del presente siglo (Lai et al., 2001). Gracias a dicho descubrimiento, considerado
un “gran triunfo” (Nature, 2001), el FOXP2 fue catalogado como el primer gen relevante
para la habilidad lingüística (Enard et al., 2002).

Al realizarse en el contexto del Proyecto Genoma Humano, las expectativas hacia las


hipótesis genéticas del lenguaje fueron altas. Por ejemplo, Pinker (2003) calificó tal
hallazgo como un “descubrimiento sorprendente” y hasta pronosticó que “nuevos genes
para trastornos de lenguaje y variación individual del lenguaje serán descubiertos y
sometidos a prueba” (p. 37).

Sin embargo, un estudio recientemente publicado en la revista Cell demostró que dicho


gen no contaba con evidencia sólida que lo respalde (Atkinson et al., 2018). Ello ocasionó
que las explicaciones genéticas del lenguaje cayeran en descrédito (Fisher, 2019). En
palabras de Sampson (2005): “la idea de que nacemos con rasgos complejos de la
estructura lingüística codificadas en nuestros genes es un mito” (p. 1).

La tesis de que el conocimiento está biológica o genéticamente incorporado, y


es nativo de la mente, es llamada nativismo. Para los nativistas, el lenguaje es un
“sistema de codificación biológicamente heredado para nuestra base de conocimientos
biológicamente heredada” (Ibíd., p. 4). Por su naturaleza, se dice que el lenguaje ofrece
las pruebas más claras de nativismo:
“Los nativistas afirman que, si miramos los hechos observables sin prejuicios, estamos
obligados a admitir que el conocimiento biológicamente heredado es la única explicación
razonable; y, abrumadoramente, los hechos observables que señalan son hechos sobre el
lenguaje, sobre las estructuras del lenguaje humano y sobre cómo los niños adquieren su
lengua materna.” (Ibíd.)

Si bien es cierto que la anatomía humana está biológicamente preparada para el lenguaje,
ello no prueba que exista una predisposición genética. Para Evans (2014), “incluso si un
antepasado humano hubiera desarrollado, por alguna mutación casual, un gen del
lenguaje, sin un cerebro y un cuerpo preparados para el lenguaje, el gen habría sido inútil”
(p. 25).

El aprendizaje es fundamental

En The language instinct, Pinker (1994) intentó demostrar la existencia de un “módulo” del
lenguaje –una especialización mental dedicada al lenguaje articulado. Sin embargo, la
hipótesis de la mente modular ha sido descartada por no estar respaldada en evidencia
neurocientífica (Morales, 2020a). Ello hizo que la propuesta de un módulo de lenguaje
fuera completamente descartada.

Aunque Chomsky y Pinker defendieron ideas nativistas, está demostrado que los niños
adquieren habilidades lingüísticas en diversas circunstancias; postular una tesis genética
“no nos dice nada sobre la naturaleza de los mecanismos de desarrollo involucrados”
(Tomasello, 1995, p. 148). Asimismo, que el lenguaje sea un rasgo universal humano, “no
significa que las estructuras básicas del idioma sean innatas” (Ibíd., p. 137).

El término instinto implica una disposición natural hacia ciertas conductas, no obstante, el


lenguaje necesita de instrucción constante. Refiriéndose a Pinker, Evans (2014) afirmó
que, si bien el tejido de telarañas emerge sin que las arañas hayan recibido instrucción, el
lenguaje sí necesita de exposición e instrucción pues los bebés necesitan escuchar una
lengua antes de hablarla (p. 100).

De hecho, la evidencia brinda “muy pocas bases para pensar que el lenguaje es un
módulo de la mente” (Ibíd., p. 17). La hipótesis modularista se basa en un nativismo
radical que parece surgido de una “fobia al rol del aprendizaje y la experiencia” (Ibíd., p.
153). Dado que el cerebro ha evolucionado como “ensamble” y no vía módulos, no hay en
él un lugar único y exclusivo para el lenguaje (Ibíd., p. 154).

¿Argumentos no científicos?

Las críticas hacia el nativismo de Chomsky y Pinker fueron de tal magnitud, que muchos
cuestionaron la naturaleza de sus argumentos. Para algunos, por la manera en que fueron
presentadas, así como por la evidencia a la que refirieron, las propuestas de Chomsky y
Pinker fueron catalogadas como no científicas.
Según Tomasello (1995), Chomsky no se apoyó en evidencia observacional sino en
“argumentos lógicos”, mientras Pinker presentó sus argumentos como si fueran “hechos
científicos establecidos”, sin mencionar que hay “debates teóricos y empíricos feroces”.
Tanto los argumentos de Chomsky, como los de Pinker, constituyen “un lado de un
debate presentado como si fuera el único lado” (Ibíd., p. 153).

Para Sampson (2005), el nativismo de Chomsky y Pinker está “basado en evidencias y


argumentos palpablemente inadecuados” (p. 190). Asimismo, la “pirotecnia verbal” a la
que recurre en The language instinct explica por qué actualmente Pinker y otros discuten
el trabajo de Chomsky “en términos que hacen que este trabajo suene como hallazgos
científicos ya establecidos” (Ibíd., p. 14).

Para Evans (2014), los argumentos de Chomsky y Pinker recurren a falacias de autoridad:

“Richard Dawkins describe este tipo de explicación como un argumento de incredulidad,


mientras que Daniel Everett señala que se reduce, esencialmente, a una falta de
imaginación. Procede de la siguiente manera: nosotros (= los profesores titulares
extremadamente inteligentes) no podemos ver cómo los niños podrían aprender algo tan
complejo como la gramática, que es la base del lenguaje. Por tanto, no pueden
aprenderlo. Por tanto, la gramática debe ser innata.” (p. 19)

Según la filósofa Christina Behme (2014), Chomsky recurre a falacias de autoridad para


“aislar sus propias propuestas contra la falsificación por pruebas empíricas contrarias” (p.
1). Precisamente por haber presentado sus argumentos de una forma que los
hace infalsables, el cognitólogo Philip Lieberman (2015) sostuvo que “la empresa
chomskiana queda fuera del dominio de la ciencia” (p. 223).

La evolución cultural del lenguaje

Ante el fracaso de las hipótesis nativistas, una nueva teoría busca explicar el origen del
lenguaje. Dicha propuesta está principalmente basada no en conceptos como gen,
evolución genética o selección natural, sino en instancias como cultura, evolución cultural
y selección cultural. ¿En qué consiste?

En Culture and the evolutionary process (de 1985), el antropólogo Robert Boyd y el


biólogo Peter Richerson formularon la teoría de la herencia dual. Para esta teoría, la
biología y la conducta humanas dependen de dos sistemas de herencia: el genético,
heredado de nuestros parientes biológicos y común a todas las especies, y el cultural,
heredado de nuestros parientes sociales y único de la especie humana (Morales, 2020b).

La finalidad de aquella teoría es comprender cómo la transmisión cultural (mecanismo del


sistema de herencia cultural) interactúa con el entorno y genera la evolución genética
humana. Es una teoría que considera la coevolución entre genética y cultura –definida
esta como un conjunto de prácticas, creencias y normas transmitidas capaces de
modificar las presiones de la selección natural e influenciar la evolución humana.
Conforme las sociedades se desarrollan, sus prácticas culturales se optimizan: el uso del
fuego o la tecnología se convierten en las fuentes de las presiones selectivas que
moldean a nuestra psicología. Esta evolución cultural es una forma análoga de evolución
que solo en humanos es acumulativa. Esta cultura acumulativa explica nuestro progreso
histórico, así como nuestra adaptación a diversos entornos.

Mientras la evolución biológica sigue las leyes de la selección natural, la evolución


cultural obedece los preceptos de la selección cultural –la selección ocurrida entre
grupos humanos en función de sus rasgos culturales (prácticas, normas, valores o
creencias). Para esta teoría, determinados rasgos brindan a cierto grupo una ventaja
sobre otros grupos que carecen de tales rasgos. Uno de esos es el lenguaje.

Un conjunto de estudios demuestra que la evolución lingüística es una forma de


evolución cultural: el lenguaje ha evolucionado no porque tengamos una adaptación
biológica especial (hipótesis nativista), sino porque ha sido creado para adaptarse al
cerebro (Chater y Christiansen, 2010). Desde este enfoque, varios aspectos vinculados a
la estructura de los lenguajes constituyen “adaptaciones culturales” (Ibíd.).

Para el evolucionismo cultural, el lenguaje es un “sistema de comunicación único y


altamente restringido, dedicado a la comunicación de este conjunto de significados
específicamente restringido” (Dor y Jablonka, 2000, p. 36). El desarrollo de este “sistema
de mapeo” –la evolución lingüística cultural– consistió en “la selección, el acuerdo social y
la evolución cultural de las categorías semánticas para la comunicación lingüística y la
sofisticación gradual del sistema de mapeo para estas categorías” (Ibíd., p. 37).

Inteligencia cultural y cooperación

Si bien hay consenso sobre el uso de modelos o la existencia de preadaptaciones


lingüísticas, hay discrepancia sobre si el lenguaje puede ser explicado desde la biología o
la cultura (Christiansen y Kirby, 2003b). Las propuestas de Chomsky y Pinker apelan a la
biología, mientras otras defienden la visión de “la cultura primero” –o sea, el lenguaje
evolucionó después de que los homínidos poseyeran una cultura compleja (Ibíd.).

Según Tomasello (2008), los humanos poseemos lenguaje porque exhibimos mayor
cooperación e inteligencia cultural que otras especies (incluidos primates). Estos rasgos
produjeron el protolenguaje de los homínidos y, posteriormente, el lenguaje moderno. De
hecho, la hipótesis del lenguaje-como-uso (Evans, 2014) explica cómo aquel se basa en
una psicología humana caracterizada por su cooperación e inteligencia cultural.

Si bien el lenguaje humano está vinculado al proto-lenguaje homínido y este se vincula a


diversas formas de comunicación animal (Ibíd., pp. 27-63), lo que nos hace especiales a
los humanos es nuestra inteligencia cultural. Esta se erigió hace 2,5 millones de años en
el género Homo y se enfatizó hace 300 mil años por la intensa vida social de los Homo
neanderthalensis y Homo sapiens.

Dicha inteligencia cultural generó las conductas cooperativas que son características del
humano moderno. Por todo ello, Evans (2014) consideró al lenguaje un “ejemplo de
comportamiento cooperativo por excelencia” (p. 231), así como un “ejemplo paradigmático
de nuestra inteligencia cultural” (Ibíd., p. 258).

La importancia de la transmisión cultural

Dado que los idiomas son herramientas utilizadas para contar historias, transmitir
información o construir cosmovisiones, la evolución lingüística es considerada una forma
de evolución cultural. Tal como ocurre con la cultura material, “las lenguas cambian
constantemente en formas íntimamente relacionadas con la modificación y transformación
social” (Dor y Jablonka, 2000, p. 43).

Para Christiansen y Chater (2009), “el lenguaje se concibe mejor como el producto de la
evolución cultural, no de la evolución biológica” (p. 452). Desde esta perspectiva, la
facilidad con la que se aprende un lenguaje se explica no por la presencia de una
GU innata, sino porque el lenguaje contiene patrones que son mejor aprehendidos
de generaciones pasadas mediante transmisión cultural.

Dado que la transmisión genética del lenguaje es una propuesta cuestionada, es mejor
pensar su evolución desde su transmisión cultural. Como tal, la evolución del lenguaje
está influenciada por el conocimiento que poseen diversas culturas; esto implica que el
significado de los conceptos lingüísticos se crea de esa “interacción compleja” entre la
mente, la lengua y la cultura (Evans, 2015).

Como tal, el lenguaje se transmite mediante un “ciclo repetido de aprendizaje y uso” cada
vez que usamos el lenguaje para comunicarnos y cada que lo adquirimos de otros que
desean comunicarse (Smith, 2018). En dicha dinámica, los sistemas lingüísticos se
“remodelan” vía usos y aprendizajes en un proceso de evolución cultural que explica tanto
cambios lingüísticos recientes, como la propia capacidad del habla (Ibíd.).

Es así que la evolución del lenguaje depende del aprendizaje social, es decir, de la
capacidad de procesar señales lingüísticas, reconocer sus intenciones comunicativas y
aprehender la composición que integra señales a intenciones (Ibíd.). Mediante la
transmisión cultural del sistema comunicativo (vía aprendizaje) y la aptitud de inferir su
intención comunicativa, la “autodomesticación” juega un “rol crucial” en la evolución de la
estructura lingüística (Thomas y Kirby, 2018).

La centralidad de la cultura

En lugar de estar determinado genéticamente, el lenguaje resulta de la coevolución entre


genes y cultura, donde la cultura tiene la última palabra. La evolución cultural dirige la
evolución lingüística vía mecanismos de asimilación genética, fundando una “cognición
sesgada lingüísticamente” –un “maquillaje cognitivo” que, sobre bases genéticas, permite
el aprendizaje rápido del lenguaje (Dor y Jablonka, 2000, p. 37).

Dado que la evolución cultural es el “factor principal” de la evolución de la estructura


lingüística, “el lenguaje es principalmente un sistema cultural evolucionado, no el producto
de una adaptación biológica” (Christiansen, Chater y Reali, 2009, p. 222). En este modelo,
la evolución cultural es un factor clave que explica el fit entre los mecanismos que originan
el lenguaje y la forma cómo se estructura y emplea.

En Language: The cultural tool, Everett (2012) definió al lenguaje como una compleja
“herramienta cultural”, diversa, aprendida y desarrollada para resolver problemas de
comunicación y cohesión social. Para el lingüista, el lenguaje deriva de la interacción
entre genes y ambiente; por tanto, suponer que es un producto exclusivo de la cultura o
del genoma es una idea “simplista” y “equivocada” (Ibíd.).

Para Daniel Dor, Chris Knight y Jerome Lewis (2014), la evidencia muestra que los
cambios socioculturales han jugado un “rol central” en la evolución del lenguaje, por lo
que tales dinámicas “necesitan ser posicionadas en el centro de cualquier explicación” (p.
2). Muy al contrario, los enfoques genocéntricos (que recurren a explicaciones únicamente
genéticas) se basan en una “concepción anticuada de la evolución” (Ibíd.).

Analizar la evolución del lenguaje como si ocurriera en “aislamiento social”, ignora que el
contexto es un “componente central” que permite una “nueva comprensión” de su origen
(Ibíd., p. 3). Para que el ser humano tuviera lenguaje, su cerebro debió ser social, y para
ello, la sociedad debió transcurrir por una dinámica evolutiva propia, una dinámica
evolutiva sociocultural.

Esta dinámica cultural explica la evolución de la estructura gramatical del lenguaje, así
como sus dos principales rasgos: la combinatorialidad (combinar letras para formar
palabras) y la composicionalidad (combinar palabras para componer oraciones) (Tamariz
y Kirby, 2016). Como tal, “el lenguaje evoluciona para maximizar su expresividad bajo
presiones para su comunicación, mientras minimiza su complejidad bajo la presión de ser
aprehensible” (Ibíd., p. 37).

Dicho esto, un análisis “verdaderamente explicativo” del lenguaje debe considerar que
este resulta de adaptaciones cognitivas específicas que moldean su transmisión cultural
(Ibíd.). Cualquier cosa que surja del proceso de evolución cultural alterará, en sí mismo,
las presiones de selección que operan sobre la evolución humana. Por ello, el lenguaje es
considerado un caso especial de “evolución cultural acumulativa” (Sterelny, 2016).

De la selección natural a la selección cultural

El lenguaje evolucionó gracias a la plasticidad conductual humana: las diferencias en la


capacidad de aprender lenguas fueron importantes en tanto los hablantes fueron
seleccionados por su desempeño lingüístico. Así, “la cultura lingüística constituyó el
entorno selectivo en el que fueron seleccionados los genes que contribuyeron al
rendimiento, adquisición y transmisión lingüística” (Dor y Jablonka, 2000, p. 37).

En este proceso, la selección natural jugó un “papel esencial” al moldear los cambios de
la estructura genética de las poblaciones, favorecer ciertas variantes genéticas sobre
otras y obtener una mejor adaptación de los individuos a su entorno (Castro y Toro, 2005).
No obstante, es importante aclarar que “no todos los cambios evolutivos se explican por la
acción de la selección natural” (Ibíd., p. 204).

Al fiel estilo de la selección natural, la cultura ejerce una presión selectiva en el desarrollo
de los actos de habla que integran el lenguaje (D’Andrade, 2002). Tales actos seleccionan
a la especie que posee inteligencia elevada y mayor tamaño cerebral –rasgos asociados a
una mayor capacidad de almacenamiento y procesamiento de información. ¿Qué significa
que la cultura sea capaz de seleccionar?

“Lo más obvio es que significa que nuestros cuerpos y nuestras psiques se han visto
afectados por una historia pasada de vivir una forma de vida cultural. Es decir, tener cierto
tipo de cuerpo y cierto tipo de psique, con ciertas emociones, deseos y habilidades
cognitivas incorporadas, han sido seleccionados porque hemos estado viviendo en un
mundo cultural –un nicho cultural– durante millones de años. En un sentido del término
bastante diferente al que se utiliza habitualmente, se puede decir que los seres humanos,
vía evolución, están ‘constituidos culturalmente’.” (Ibíd., p. 223)

Estudios sugieren que una “teoría de la evolución cultural de los sistemas humanos de
comunicación” debe incorporar modelos seleccionistas porque tales sistemas son
“funcionalmente adaptativos” (Tamariz, Ellison, Barr y Fay, 2014). Dado que la deriva
genética no explica la evolución del lenguaje, las presiones culturales son necesarias para
entender la rápida propagación de variantes comunicativas en una población
determinada.

Al resultar de la alteración de las presiones selectivas, el lenguaje depende de la


construcción de un “nicho cultural” (Smith, 2018). En este modelo, la selección cultural
reemplaza a la selección natural pues las conductas culturalmente transmitidas aíslan a la
genética de las presiones ambientales. La evolución cultural del lenguaje parte de la
premisa de que las prácticas culturales fundan nuevas presiones selectivas hacia las que
los genes deben adaptarse.

Reflexiones finales

Considerando la evidencia presentada, ¿será cierto que Chomsky y Pinker desestiman la


cultura –principal agente de la evolución del lenguaje? Chomsky no consideró la cultura;
más aún, sostuvo que el lenguaje es una “adquisición extremadamente reciente” que “no
se obtuvo en el contexto de una modificación lenta y gradual de sistemas preexistentes
bajo selección natural” (Bolhuis et al., 2014, p. 4).

Para Chomsky el lenguaje surgió tarde en la historia evolutiva humana (hace 100 mil
años) y es “tan especial y único” que los estudios sobre comunicación animal son
“inútiles” para comprenderlo (Coolidge, 2015). Por esa razón, algunos defienden que la
hipótesis innatista no debería considerarse para analizar la evolución del lenguaje (Dor y
Jablonka, 2000, p. 34).

Aunque muchos estudios postulan que el lenguaje es evolutivamente reciente, también


afirman que surgió como una forma de “instrucción verbal” para la transmisión cultural de
información (Klein, 2017). Incluso si la anatomía necesaria para el lenguaje estuviera
presente en la especie desde hace 2,5 millones de años (género Homo), el lenguaje
articulado emergió hace tan solo 50 mil años (Ibíd.).

En Pinker (1995), la situación es distinta. Si bien el psicólogo sostuvo que el lenguaje


sirve para transmitir información o mediar las relaciones sociales, falló en suponer que el
mecanismo que explica tal adaptación era la selección natural y no la selección cultural. Al
respecto, la cultura fue concebida como un recurso accesorio y no como un factor
fundamental.

Alejándose de modelos nativistas, simples y deterministas, la teoría de la evolución


cultural del lenguaje sostiene que su complejidad ocurre por la profunda interacción de
tres sistemas adaptativos: aprendizaje individual (individual learning), transmisión cultural
(cultural transmission) y evolución biológica (biological evolution) [Figura 1].

Figura 1. Tres sistemas adaptativos en la evolución del lenguaje: aprendizaje individual,


transmisión cultural y evolución biológica. (Fuente: Christiansen y Kirby, 2003b, p. 302).
Una “descripción completa” del lenguaje, el significado y la comunicación, así como una
verdadera “ciencia del lenguaje”, debe considerar la interacción entre lenguaje, cultura y
pensamiento –el “triángulo dorado” (Evans, 2015). La perspectiva cultural brinda mejor
evidencia (Tamariz y Kirby, 2016) para comprender la evolución del lenguaje como
producto de tres instancias: cultura, evolución cultural y selección cultural.

Como los estudios dejan entrever, para explicar el origen del lenguaje no debemos asumir
que es innato ni un instinto, sino determinar qué cambios lo hicieron posible y cómo se
adquiere y transmite. Solo un enfoque evolucionista basado en evidencia empírica real
puede brindar una explicación satisfactoria que nos permita comprender por qué el
lenguaje es el sello distintivo de lo que significa ser humano.

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