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La pregunta por la evolución del lenguaje adviene, por lo menos, del siglo XVIII;
pensadores como James Burnett, Johann Gottfried Herder o Max Müller brindaron
importantes reflexiones. A fines del XIX, el naturalista Charles Darwin (1871) sostuvo
que, aunque diversas especies poseen formas de comunicación sonora, el “lenguaje
articulado” solo estaba presente en el humano (p. 53).
El lenguaje innato
A mediados del siglo XX, el lingüista Noam Chomsky sostuvo que, dado que un niño
puede adquirir un idioma rápidamente y sin mayor rigurosidad, el lenguaje debía ser una
facultad innata del ser humano. Esta idea se apoyó en la existencia de una gramática
universal (en adelante GU), es decir, en la afirmación de que todas las lenguas del
mundo poseen una estructura común.
La GU fue una idea presente en los trabajos del lingüista durante casi todo el siglo XX.
Por ejemplo, en Rules and representations, Chomsky (1980) sostuvo que “realmente no
aprendemos el lenguaje; más bien, la gramática crece en la mente” (p. 134). Al depender
de un “programa genético”, el desarrollo del lenguaje fue considerado análogo al de los
órganos anatómicos.
En el presente siglo, el lingüista reafirmó que la velocidad y precisión con las que el
lenguaje es adquirido implica que “el niño […] tiene los conceptos disponibles antes de la
experiencia con el lenguaje” (Chomsky, 2001, p. 28). Aunque su perspectiva influenció
campos como lingüística, ciencia cognitiva e informática, fue criticada por su carácter
innatista (Kronenfeld, 1978-1979; Everett, 2012; Evans, 2014).
Dicha propuesta influyó fuertemente la literatura académica. Entre 1981 y 1989, la ratio de
publicación fue de 9 artículos por año; no obstante, los números aumentaron a 86 y 134
artículos por año para los períodos 1990-1999 y 2000-2002 respectivamente (Christiansen
y Kirby, 2003a). Sin duda, fue una importante propuesta al ser una de las primeras
hipótesis sobre la evolución biológica del lenguaje.
En The language instinct, Pinker (1994) continuó desarrollando su propuesta y sostuvo
que el lenguaje no era un “artefacto cultural” aprendido, sino una “pieza particular del
maquillaje biológico de nuestros cerebros” (p. 18). En otras palabras, el lenguaje era un
“instinto”, una parte de la biología similar a como las arañas tejen sus redes.
Por un lado, apoyándose en Chomsky, Pinker (1994) sostuvo que su universalidad era “la
primera razón para sospechar que el lenguaje no es una invención cultural cualquiera,
sino el producto de un instinto humano especial” (p. 27). Para el psicólogo, todos los
idiomas poseen sustantivos, verbos o sujetos, lo cual explica por qué el lenguaje
constituye el “ejemplo más famoso de universal humano” (Pinker, 1995, p. 235).
Por otro lado, refiriéndose a Darwin, Pinker (1994) señaló que la “principal explicación” del
lenguaje es la misma explicación para cualquier otro instinto u órgano anatómico: la
selección natural (p. 333). Así, el lenguaje era una “adaptación” moldeada por selección
natural para resolver aquellos problemas enfrentados por nuestros antepasados en el
Pleistoceno (Pinker, 1995, pp. 225-226).
Incluso en el presente siglo, Pinker (2003) insistió en que la selección natural es la “única
fuerza evolutiva” (p. 24), así como la “explicación más plausible” (Ibíd., p. 26), para el
origen del lenguaje. Más aún, el académico estaba seguro de que su propuesta sería
“cada vez más rigurosa y comprobable” (Ibíd., p. 37). Como vemos, se trató de una
hipótesis basada en la psicología evolucionista (ver Morales, 2020a).
La gramática no es universal
En The ‘language instinct’ debate, un libro que sintetiza las discusiones sobre el tema, el
lingüista Geoffrey Sampson defendió la existencia de rasgos lingüísticos comunes. No
obstante, para Sampson (2005) tales rasgos indican que “los seres humanos tienen que
aprender su lengua materna desde cero en lugar de tener un conocimiento innato del
lenguaje” (p. 166).
Ante las críticas, Chomsky y colegas postularon que el único rasgo universal del lenguaje
es su recursividad (el reordenamiento de palabras para conformar nuevas oraciones). Sin
embargo, como dejan entrever los trabajos del lingüista Daniel Everett (2012), hay
lenguas que carecen de recursividad (p.ej., la lengua pirahã de Brasil). Actualmente, el
tema se halla en discusión (Nevins, Pesetsky y Rodrigues, 2009).
A modo de réplica, Chomsky y colegas afirmaron que las pocas lenguas carentes de
recursividad no son una contraevidencia válida pues, aunque dicha herramienta permita la
facultad del lenguaje, “no todos los idiomas utilizan todas las herramientas” (Fitch, Hauser
y Chomsky, 2005, p. 204). Sin embargo, pese a esta defensa, la GU continuó siendo
criticada.
En The language myth, el lingüista Vyvyan Evans (2014) afirmó que la GU es un “mito”.
En principio, hay entre 6.000 y 8.000 dialectos que no poseen una estructura semejante;
los sonidos empleados van desde 11 hasta 144; la relación sujeto-verbo-objeto varía, así
como la formación de oraciones y palabras mediante morfemas; incluso hay lenguajes
que carecen de adverbios y adjetivos.
Si bien es cierto que la anatomía humana está biológicamente preparada para el lenguaje,
ello no prueba que exista una predisposición genética. Para Evans (2014), “incluso si un
antepasado humano hubiera desarrollado, por alguna mutación casual, un gen del
lenguaje, sin un cerebro y un cuerpo preparados para el lenguaje, el gen habría sido inútil”
(p. 25).
El aprendizaje es fundamental
En The language instinct, Pinker (1994) intentó demostrar la existencia de un “módulo” del
lenguaje –una especialización mental dedicada al lenguaje articulado. Sin embargo, la
hipótesis de la mente modular ha sido descartada por no estar respaldada en evidencia
neurocientífica (Morales, 2020a). Ello hizo que la propuesta de un módulo de lenguaje
fuera completamente descartada.
Aunque Chomsky y Pinker defendieron ideas nativistas, está demostrado que los niños
adquieren habilidades lingüísticas en diversas circunstancias; postular una tesis genética
“no nos dice nada sobre la naturaleza de los mecanismos de desarrollo involucrados”
(Tomasello, 1995, p. 148). Asimismo, que el lenguaje sea un rasgo universal humano, “no
significa que las estructuras básicas del idioma sean innatas” (Ibíd., p. 137).
De hecho, la evidencia brinda “muy pocas bases para pensar que el lenguaje es un
módulo de la mente” (Ibíd., p. 17). La hipótesis modularista se basa en un nativismo
radical que parece surgido de una “fobia al rol del aprendizaje y la experiencia” (Ibíd., p.
153). Dado que el cerebro ha evolucionado como “ensamble” y no vía módulos, no hay en
él un lugar único y exclusivo para el lenguaje (Ibíd., p. 154).
¿Argumentos no científicos?
Las críticas hacia el nativismo de Chomsky y Pinker fueron de tal magnitud, que muchos
cuestionaron la naturaleza de sus argumentos. Para algunos, por la manera en que fueron
presentadas, así como por la evidencia a la que refirieron, las propuestas de Chomsky y
Pinker fueron catalogadas como no científicas.
Según Tomasello (1995), Chomsky no se apoyó en evidencia observacional sino en
“argumentos lógicos”, mientras Pinker presentó sus argumentos como si fueran “hechos
científicos establecidos”, sin mencionar que hay “debates teóricos y empíricos feroces”.
Tanto los argumentos de Chomsky, como los de Pinker, constituyen “un lado de un
debate presentado como si fuera el único lado” (Ibíd., p. 153).
Para Evans (2014), los argumentos de Chomsky y Pinker recurren a falacias de autoridad:
Ante el fracaso de las hipótesis nativistas, una nueva teoría busca explicar el origen del
lenguaje. Dicha propuesta está principalmente basada no en conceptos como gen,
evolución genética o selección natural, sino en instancias como cultura, evolución cultural
y selección cultural. ¿En qué consiste?
Según Tomasello (2008), los humanos poseemos lenguaje porque exhibimos mayor
cooperación e inteligencia cultural que otras especies (incluidos primates). Estos rasgos
produjeron el protolenguaje de los homínidos y, posteriormente, el lenguaje moderno. De
hecho, la hipótesis del lenguaje-como-uso (Evans, 2014) explica cómo aquel se basa en
una psicología humana caracterizada por su cooperación e inteligencia cultural.
Dicha inteligencia cultural generó las conductas cooperativas que son características del
humano moderno. Por todo ello, Evans (2014) consideró al lenguaje un “ejemplo de
comportamiento cooperativo por excelencia” (p. 231), así como un “ejemplo paradigmático
de nuestra inteligencia cultural” (Ibíd., p. 258).
Dado que los idiomas son herramientas utilizadas para contar historias, transmitir
información o construir cosmovisiones, la evolución lingüística es considerada una forma
de evolución cultural. Tal como ocurre con la cultura material, “las lenguas cambian
constantemente en formas íntimamente relacionadas con la modificación y transformación
social” (Dor y Jablonka, 2000, p. 43).
Para Christiansen y Chater (2009), “el lenguaje se concibe mejor como el producto de la
evolución cultural, no de la evolución biológica” (p. 452). Desde esta perspectiva, la
facilidad con la que se aprende un lenguaje se explica no por la presencia de una
GU innata, sino porque el lenguaje contiene patrones que son mejor aprehendidos
de generaciones pasadas mediante transmisión cultural.
Dado que la transmisión genética del lenguaje es una propuesta cuestionada, es mejor
pensar su evolución desde su transmisión cultural. Como tal, la evolución del lenguaje
está influenciada por el conocimiento que poseen diversas culturas; esto implica que el
significado de los conceptos lingüísticos se crea de esa “interacción compleja” entre la
mente, la lengua y la cultura (Evans, 2015).
Como tal, el lenguaje se transmite mediante un “ciclo repetido de aprendizaje y uso” cada
vez que usamos el lenguaje para comunicarnos y cada que lo adquirimos de otros que
desean comunicarse (Smith, 2018). En dicha dinámica, los sistemas lingüísticos se
“remodelan” vía usos y aprendizajes en un proceso de evolución cultural que explica tanto
cambios lingüísticos recientes, como la propia capacidad del habla (Ibíd.).
Es así que la evolución del lenguaje depende del aprendizaje social, es decir, de la
capacidad de procesar señales lingüísticas, reconocer sus intenciones comunicativas y
aprehender la composición que integra señales a intenciones (Ibíd.). Mediante la
transmisión cultural del sistema comunicativo (vía aprendizaje) y la aptitud de inferir su
intención comunicativa, la “autodomesticación” juega un “rol crucial” en la evolución de la
estructura lingüística (Thomas y Kirby, 2018).
La centralidad de la cultura
En Language: The cultural tool, Everett (2012) definió al lenguaje como una compleja
“herramienta cultural”, diversa, aprendida y desarrollada para resolver problemas de
comunicación y cohesión social. Para el lingüista, el lenguaje deriva de la interacción
entre genes y ambiente; por tanto, suponer que es un producto exclusivo de la cultura o
del genoma es una idea “simplista” y “equivocada” (Ibíd.).
Para Daniel Dor, Chris Knight y Jerome Lewis (2014), la evidencia muestra que los
cambios socioculturales han jugado un “rol central” en la evolución del lenguaje, por lo
que tales dinámicas “necesitan ser posicionadas en el centro de cualquier explicación” (p.
2). Muy al contrario, los enfoques genocéntricos (que recurren a explicaciones únicamente
genéticas) se basan en una “concepción anticuada de la evolución” (Ibíd.).
Analizar la evolución del lenguaje como si ocurriera en “aislamiento social”, ignora que el
contexto es un “componente central” que permite una “nueva comprensión” de su origen
(Ibíd., p. 3). Para que el ser humano tuviera lenguaje, su cerebro debió ser social, y para
ello, la sociedad debió transcurrir por una dinámica evolutiva propia, una dinámica
evolutiva sociocultural.
Esta dinámica cultural explica la evolución de la estructura gramatical del lenguaje, así
como sus dos principales rasgos: la combinatorialidad (combinar letras para formar
palabras) y la composicionalidad (combinar palabras para componer oraciones) (Tamariz
y Kirby, 2016). Como tal, “el lenguaje evoluciona para maximizar su expresividad bajo
presiones para su comunicación, mientras minimiza su complejidad bajo la presión de ser
aprehensible” (Ibíd., p. 37).
Dicho esto, un análisis “verdaderamente explicativo” del lenguaje debe considerar que
este resulta de adaptaciones cognitivas específicas que moldean su transmisión cultural
(Ibíd.). Cualquier cosa que surja del proceso de evolución cultural alterará, en sí mismo,
las presiones de selección que operan sobre la evolución humana. Por ello, el lenguaje es
considerado un caso especial de “evolución cultural acumulativa” (Sterelny, 2016).
En este proceso, la selección natural jugó un “papel esencial” al moldear los cambios de
la estructura genética de las poblaciones, favorecer ciertas variantes genéticas sobre
otras y obtener una mejor adaptación de los individuos a su entorno (Castro y Toro, 2005).
No obstante, es importante aclarar que “no todos los cambios evolutivos se explican por la
acción de la selección natural” (Ibíd., p. 204).
Al fiel estilo de la selección natural, la cultura ejerce una presión selectiva en el desarrollo
de los actos de habla que integran el lenguaje (D’Andrade, 2002). Tales actos seleccionan
a la especie que posee inteligencia elevada y mayor tamaño cerebral –rasgos asociados a
una mayor capacidad de almacenamiento y procesamiento de información. ¿Qué significa
que la cultura sea capaz de seleccionar?
“Lo más obvio es que significa que nuestros cuerpos y nuestras psiques se han visto
afectados por una historia pasada de vivir una forma de vida cultural. Es decir, tener cierto
tipo de cuerpo y cierto tipo de psique, con ciertas emociones, deseos y habilidades
cognitivas incorporadas, han sido seleccionados porque hemos estado viviendo en un
mundo cultural –un nicho cultural– durante millones de años. En un sentido del término
bastante diferente al que se utiliza habitualmente, se puede decir que los seres humanos,
vía evolución, están ‘constituidos culturalmente’.” (Ibíd., p. 223)
Estudios sugieren que una “teoría de la evolución cultural de los sistemas humanos de
comunicación” debe incorporar modelos seleccionistas porque tales sistemas son
“funcionalmente adaptativos” (Tamariz, Ellison, Barr y Fay, 2014). Dado que la deriva
genética no explica la evolución del lenguaje, las presiones culturales son necesarias para
entender la rápida propagación de variantes comunicativas en una población
determinada.
Reflexiones finales
Para Chomsky el lenguaje surgió tarde en la historia evolutiva humana (hace 100 mil
años) y es “tan especial y único” que los estudios sobre comunicación animal son
“inútiles” para comprenderlo (Coolidge, 2015). Por esa razón, algunos defienden que la
hipótesis innatista no debería considerarse para analizar la evolución del lenguaje (Dor y
Jablonka, 2000, p. 34).
Como los estudios dejan entrever, para explicar el origen del lenguaje no debemos asumir
que es innato ni un instinto, sino determinar qué cambios lo hicieron posible y cómo se
adquiere y transmite. Solo un enfoque evolucionista basado en evidencia empírica real
puede brindar una explicación satisfactoria que nos permita comprender por qué el
lenguaje es el sello distintivo de lo que significa ser humano.