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Manuela Sáenz nació el 27 de diciembre de 1797 en Quito (Ecuador) Era hija natural de
Simón Sáenz, comerciante español y realista, y de María Joaquina de Aizpuru, bella
mujer hija de españoles de linaje, quien en el futuro tomaría partido por los
rebeldes. Esposa del doctor J. Thorne (1817), se convirtió en la amante de Bolívar
(1822), al que acompañó en todas sus campañas y al que, en una ocasión, salvó la
vida
Desde muy joven entró en contacto con una serie de acontecimientos que
animarían su interés por la política. En 1809 la aristocracia criolla ya se hallaba
conspirando contra el poder de los hispanos, y a partir de entonces comenzaron a
sucederse un conjunto de revueltas sangrientas. Quizá las circunstancias
familiares llevaron a Manuela a optar por los revolucionarios: presenciaba desfiles
de prisioneros desde la ventana de su casa, y se maravillaba de las hazañas de
doña Manuela Cañizares, a quien tuvo por heroína al enterarse de que los
conspiradores se reunían clandestinamente en su casa.
Por causa de las propias revueltas, sin embargo, se ausentó de la ciudad para
refugiarse junto a su madre en la hacienda de Catahuango. Allí se convirtió en una
excelente amazona, mientras su madre le enseñaba a comportarse en sociedad y
a manejar las artes del buen vestir, el bordado y la repostería. Tiempo después
ambas regresaron a Quito, y la madre decidió internarla en el convento de monjas
de Santa Catalina; tenía entonces diecisiete años.
Corría el año 1819 y Manuela deslumbraba en los grandes salones de Lima, junto
a su amiga Rosita Campuzano. El resto de la América estaba convulsionada. Simón
Bolívar ya había liberado el territorio de la Nueva Granada y se disponía a fundar
en Angostura la Gran Colombia. Entrado el año de 1820, José de San Martín se
encontraba de camino hacia Perú. Los limeños comenzaban a conspirar, y la
Sáenz se convertía en una de las activistas principales. Las reuniones se realizaban
en su casa y las disfrazaba de fiestas; actuaba de espía y pasaba información.
Participó en las negociaciones con el batallón de Numancia, y en 1822, una vez
liberado Perú, fue condecorada "Caballeresa del sol, al patriotismo de las más
sensibles".
En julio de 2010, los restos simbólicos de Manuela Sáenz fueron trasladados al Panteón
Nacional de Venezuela (Caracas), lugar donde reposan los del Libertador Simón Bolívar.
POLICARPA SALAVARRIENTA
Heroína colombiana de la Independencia. No existe unanimidad de criterios
respecto al lugar de nacimiento de María Policarpa Salavarrieta Ríos, también
conocida como La Pola. La gran mayoría de los historiadores lo ubican en la
población cundinamarquesa de San Miguel de Guaduas, otros en el barrio Santa
Bárbara de Bogotá y otros en la tolimense Mariquita.
Según parece, Joaquín Salavarrieta era oriundo del Socorro y había participado en
la revolución de los Comuneros de 1781. Había acompañado a José Antonio
Galán cuando éste emprendió la campaña por la hoya del río Magdalena y
conoció Guaduas cuando pasaron por allí, el 4 de junio de 1781, vía Mariquita. Al
enterarse, el 16 de junio, que se había firmado la paz y que cada uno debía volver
a su casa, don Joaquín retornó al Socorro. Sin embargo, como después de la firma
de las Capitulaciones se había desatado una implacable persecución contra los
participantes en la rebelión, resolvió huir con su esposa, la moniquireña Mariana
Ríos.
A los nueve años llegó La Pola a Guaduas. Margarita Beltrán procuró su ingreso a
la escuela del Convento de La Soledad. Allí aprendió a leer y escribir, estudió la
doctrina y la historia española y aprendió a rasgar la guitarra y a cantar. En la
modesta casa del matrimonio García-Salavarrieta era común que se alojaran
ocasionales viajeros en tránsito hacia Santafé o hacia Honda, por lo que existía
una constante información sobre los sucesos de España y del virreinato. Muchas
familias tenían a Guaduas como lugar de veraneo y mantenían relaciones
cordiales con los familiares de La Pola, en especial con la del futuro
general Joaquín Acosta.
También las mujeres fueron un factor importante para mantener en alto la moral
de los santafereños, pues colaboraron activamente en la elaboración de casacas y
capas de uniformes, correajes para las bestias, limpieza de las armas y
preparación de la comida. Recorrían las trincheras con alimentos, recados y ánimo
alentador. En todas esas actividades estuvo involucrada Policarpa Salavarrieta. Al
final del asedio, el 8 y 9 de enero, los santafereños resultaron triunfantes.
Hacia mediados de febrero de 1813, Alejo Sabaraín llegó, como subteniente del
Ejército Republicano, a Santafé de Bogotá y se reencontró con Policarpa. Había
contraído el tabartillo y esperaba que en los cuarteles de la capital pudieran
curarlo. Junto con otros militares, tenía la misión de informar al gobierno de
Nariño sobre el movimiento de tropas desde España, al mando del general Pablo
Morillo, para reconquistar Cartagena y luego el resto del Nuevo Reino de Granada.
Por un tiempo, La Pola se dedicó a comprarle medicinas a Alejo y a enviárselas por
intermedio de su amigo, el negro Domingo, esclavo de confianza de don José
Miguel Pey. En el convento de los agustinos recibía noticias del desarrollo de la
brillante campaña que el coronel venezolano Simón Bolívar cumplía en el bajo
Magdalena.
A finales de 1813, Policarpa volvió a Guaduas junto con la familia Zaldúa y allí
permaneció al lado de su hermana y, según parece, dedicada a la enseñanza. En
1815, Guaduas fue tomada por los españoles. Mantuvo entonces La Pola una
peligrosa posición de rechazo y continuó colaborando, en lo que podía, con la
causa patriota. En mayo de 1816, el general español Pablo Morillo llegó a Santafé
y comenzó la cruel ejecución de los criollos que habían participado en la primera
República.
Las labores de inteligencia las cumplió con precisión y efectividad, pues, como era
conocida en la ciudad, podía salir con libertad e introducirse en los costureros de
las señoras españolas donde recogía informes útiles sobre los movimientos de las
tropas españolas. Sin embargo, la casa de doña Andrea Ricaurte era un centro de
subversión bastante peligroso: allí se celebraban frecuentes reuniones
clandestinas a las que asistían varios militares criollos que por diferentes causas
habían tenido que vincularse al ejército realista, pero que esperaban la ocasión de
reincorporarse a las fuerzas patriotas acantonadas en los llanos; en el grupo
participaban otras mujeres que, al igual que Policarpa, cumplían labores de
inteligencia. Para esconder los mensajes enviados se usaban naranjas ahuecadas
en las que se introducían las misivas, y el santo y seña era "¡Vencer o morir!".
El 1 de julio de 1817, Alejo Sabaraín y todos los presos de las cárceles de Santafé
fueron puestos en libertad. En ese momento, la red de personas que participaban
en el movimiento revolucionario era bastante grande e involucraba a hacendados
de diferentes parroquias, en las que se alojaban los soldados desertores en
tránsito hacia los Llanos.
El novio participó en todo el engranaje y planeaba también viajar a los llanos para
unirse a las guerrillas de José Nonato Pérez, con el fin de adelantar con la mayor
rapidez posible la toma de Santafé. Alejo partió con Rafael Cuervo, Francisco
Arellano y otros más a principios de agosto de 1817. La ruta escogida fue por los
cerros de Monserrate para llegar al Guavio, luego a Gachetá y, de allí, seguir a los
Llanos. Por entonces los sistemas de información de los realistas se habían
afinado al máximo y se pagaban muy buenas recompensas a quien delatara
cualquier movimiento sospechoso; un infiltrado venezolano, Facundo Tovar,
delató que en el seno del batallón de granaderos de Numancia se reclutaban
soldados para la causa patriota. La misma noche se enteró Policarpa Salavarrieta
de la detención de algunos de los miembros de la red de espionaje y apoyo a los
ejércitos patriotas. En vez de esconderse, siguió haciendo vida normal,
arriesgándose a llevar recados y dineros a los presos.