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CÁTEDRA DE ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA /TEOLOGÍA


ANTROPOLOGÍA II

06 2 El mal moral
Autor:
Dr. Néstor Alejandro Ramos

Módulo de estudio

Versión 1 Abril 2020

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Unidad 6:
El mal moral
Módulo de estudio
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Índice
Unidad 6: El mal moral ..................................................................................................... 3
1. Introducción............................................................................................................. 3
2. El mal como desorden en el alma y en la vida ................................................. 3
Los pecados capitales ................................................................................................... 4
3. El sentido positivo que puede tener el mal moral ................................................. 8
Bibliografía ................................................................................................................... 15

Unidad 6: El mal moral 2


Dr. Néstor Alejandro Ramos
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Unidad 6: El mal moral


1. Introducción
La experiencia del mal en nuestra vida no sólo tiene que ver con las
enfermedades, accidentes o catástrofes, también hay un padecimiento
espiritual cuando recibimos una ofensa u o una injusticia, por ejemplo. Nos
duele el alma, no el cuerpo; aunque a veces esas angustias también hieren la
carne. Hay entonces, un mal moral, pero no solo el que nos hacen otros y nos
toca padecer, sino también el de aquellos actos nuestros con los cuales
hacemos daño y nos hacemos daño. Somos seres libres y no siempre nuestras
decisiones son acertadas como nos deja en claro las consecuencias que
padecemos. No poner límite a nuestro apetito al comer y beber nos ocasiona
un problema físico que se percibe inmediatamente, pero también un daño
espiritual si se convierte en un hábito. No es algo bueno, no puede serlo de
ninguna manera y podría desordenarnos la salud y la vida.

Además, hay acciones y hábitos que nos hacen un daño espiritual, como el ser
soberbios o envidiosos. Por más que los disimulemos, nos damos cuenta de que
el menosprecio de los demás, propio de la soberbia, nos aleja de los otros y nos
deja solos. Algo similar sucede con la obsesión por compararnos con otros, con
sus capacidades, bienes y logros. Son actitudes corrosivas para la amistad y la
vida familiar, tanto que cuando alguien se deja llevar por estos vicios termina
arruinando las relaciones.

2. El mal como desorden en el alma y en la vida


A continuación, vamos a presentar, desde la antropología cristiana, una visión
sobre el desorden espiritual que causa el mal moral, que llamamos pecado, para
ofrecer la visión optimista y esperanzadora del sentido positivo que pueden
tener estos errores en nuestra vida. Comenzaremos por los vicios más
importantes para luego tratar de explicar qué es el pecado y cómo el perdón
nos libera de esa carga.

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Los pecados capitales

Los actos son malos cuando no nos ayudan a realizarnos física y


espiritualmente, como lo explicaremos más adelante, y pueden convertirse, por
la repetición, en un hábito. Sin darnos cuenta, nos podemos acostumbrar a
acciones que nos impiden ser felices y que no vemos como perjudiciales por no
analizarlas desde una perspectiva moral. La ética es la ciencia que estudia la
moralidad de los actos humanos y es muy importante en nuestra vida, porque
nos señala el camino de realización personal. Por la ética, sabemos que hay
vicios que son más importantes que otros, porque son la causa de muchas otras
acciones equivocadas. Hablamos de los siete pecados capitales, raíz de muchos
de los males que hacemos y que nos hacen los demás. Los explicaremos a
continuación.

Soberbia: es la estima exagerada de sí mismo que busca la


atención y el honor de los demás.

Es la actitud propia de los que menosprecian a los demás y sus capacidades por
que se consideran superiores. Si uno presta atención a lo que dicen las personas
seguramente, se encontrará con esas actitudes. Así, por ejemplo, están los que
piensan que tienen más capacidad y deberían dirigir a los demás. El orgullo, en
este sentido, es una enfermedad del alma, una falta de sinceramiento que solo
se cura con la humildad, es decir, con la capacidad de ser consciente también
de las propias limitaciones. Las personas soberbias suelen tener muchas
dificultades en la relación con los demás y suelen ser rechazadas por el resto.
Las personas humildes, sobre todo los más capaces en algún ámbito, por el
contrario, suelen ser los más queridos. La humildad no se contrapone con la
autoestima, porque puedo ser consciente de tener una capacidad mayor para
algo y, sin embargo, no menospreciar a otros, al contario, ponerme al servicio
de los demás con lo que tengo. Un error frecuente en la actualidad es
pensar que para triunfar en la vida hay que creerse mejor y lanzarse a competir,
cuando en realidad para estar seguro de mí mismo no necesito sentirme
superior ni compararme.

Además, la soberbia también nos aleja de Dios, porque nos hace pensar que
somos autosuficientes y no necesitamos de su ayuda, por eso, es la raíz de
muchos otros pecados. Por todo esto, la soberbia es un desorden del alma que
desordena la vida y sería muy sabio preguntarse si no caemos en este error. En
este caso, vale preguntarse: ¿me considero mejor que los demás?

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Avaricia: es el deseo desordenado del dinero y de los bienes


materiales.

Es muy bueno que con nuestro trabajo procuremos tener los bienes que
necesitamos para vivir dignamente, cada uno según sus posibilidades, pero eso
se puede convertir en un deseo desordenado si no nos conformamos con lo
necesario y vivimos para acumular. Existen personas obsesionadas con el
dinero y los bienes, hablan de ello todo el tiempo, porque es lo que en realidad
aman. La avaricia es un vicio que arruina las relaciones familiares y de amistad
generando enfrentamientos y divisiones, como sucede, por ejemplo, a veces al
momento de repartir una herencia.

El avaro es, además, una persona que no puede disfrutar en paz de lo que tiene
y alguien que no valora a los demás. ¿Por qué hay gente que tiene mucho y no
es feliz y otros que tienen solo lo necesario y disfrutan la vida? ¿Por qué la
economía es la que decide todo en la vida?

Para evitar este vicio existe la virtud de la generosidad, de la capacidad de


compartir lo que tengo con el que necesita. Una buena pregunta para hacernos
es: ¿vivo obsesionado con el dinero o los bienes? ¿Soy capaz de ayudar al que
necesita con libertad?

Lujuria: es el deseo desordenado del placer sexual propio.

El placer que acompaña al acto sexual es bueno si es expresión de un amor


verdadero por el otro. Por el contrario, se convierte en algo nocivo si no se
piensa en el otro, sino en uno mismo y se convierte al placer en un fin en sí
mismo. El que busca su propio placer usa a la otra persona degradando su
dignidad. Este vicio es el que está detrás de la actitud de quienes no respetan la
dignidad de la mujer y la usan como un objeto de deseo; esto es algo que
debería ponerse de manifiesto si se quiere ayudar al cambio de mentalidad que
necesitamos como sociedad para terminar con la violencia de género.

Este vicio se puede dominar con la virtud de la castidad, es decir, con el dominio
racional de los instintos y, sobre todo, con una visión espiritual y no sólo sensual
del amor verdadero que siempre piensa en el bien del otro. Uno puede
preguntarse: cuando amo a otra persona, ¿la valoro por lo que es y busco su
bien o solo me interesa el placer que pueda brindarme?

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Ira: reacción emocional violenta ante un daño real o


aparente.

Hay personas que tienen la tendencia a reaccionar de manera violenta con


palabras, gestos y acciones ante una ofensa o perjuicio, causando un daño, a
veces más grande. Somos seres racionales y, por tanto, deberíamos tener la
capacidad de dominar esta pasión que nos lleva a desear la venganza. Los
relatos de acciones salvajes son lamentablemente frecuentes y no sólo suceden
en la calle con extraños, sino también en el ámbito familiar, causando un daño
mayor aún entre seres queridos. Como sucede dolorosamente con la violencia
de género que padecen algunas mujeres o personas débiles a quienes todos
debemos proteger, sobre todo, si son cercanas.

En la raíz del vicio puede haber una inclinación a la pasión, como en el caso de
los coléricos, o una falta de paz interior causada por algún daño recibido. Por
eso, la solución sería sanar esas heridas y, además, aprender a dominar el
carácter con la virtud de la paciencia, desarrollando la capacidad de soportar
injusticias y contrariedades y aprendiendo a buscar una solución pacífica a los
conflictos. También en este caso es útil preguntarse: ¿cómo son mis reacciones?
¿Pienso antes de hablar o actuar? ¿Cómo trato a los demás?

Gula: es el placer de comer y beber en exceso causando un


daño a la salud.

El daño físico que produce el exceso en este caso es indiscutible y una excelente
demostración de que existe el bien y el mal, porque hay cosas que nos hacen
bien y otras no. Si te preguntaran si el beber en exceso o el consumo de drogas
está bien o mal, ¿qué le responderías? ¿Podríamos decir que depende de cada
uno, según cómo se sienta?

La falta de dominio del deseo del placer causa, por un lado, un desorden
espiritual, a veces seguido de un trastorno psicológico; y por otro, un desorden
existencial. Se vive mal y se arruina la vida de los que están más cerca de
nosotros.

Por eso, hace falta un control racional de ese deseo de placer, como lo hace la
virtud de la templanza. No todo lo que nos gusta nos hace bien si no sabemos
poner límites. Es muy lindo compartir un asado con los amigos y tomar una copa
de vino, pero es muy triste la vida de un alcohólico y la de su familia. Entonces
vale la pena preguntarse: ¿disfruto con moderación de la comida o bebida?

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Envidia: es la tristeza por el bien de otro y el deseo de tener


lo que él tiene.

El envidioso es la persona que no puede ser feliz con lo que tiene porque está
siempre deseando el logro ajeno. Es un pecado invisible porque se disimula
fácilmente, pero causa un gran daño llevando a las personas a obrar en contra
de los que envidia y, a veces, causándoles un grave perjuicio. Es también una
enfermedad del alma que se vuelve obsesión psicológica y tristeza por el bien
ajeno y que se pone de manifiesto en las personas que están comparándose con
los demás.

Es, lamentablemente, muy frecuente, tanto en el ámbito laboral como familiar,


y causa de conflictos y pérdida de relación entre hermanos, amigos y
compañeros de trabajo.

La solución para esta verdadera enfermedad del alma es la virtud de la caridad,


es decir, la capacidad de tener un amor verdadero que se alegre por el bien de
los demás y la confianza en sí mismo, sin necesidad de medir la felicidad por
comparación. Siendo algo tan frecuente y dañino, sería bueno preguntarse: ¿me
alegro o entristezco por los logros ajenos?

Pereza: es la falta de voluntad para realizar un esfuerzo físico


o espiritual.

Es un desgano que está habitualmente relacionado con una falta de motivación.


Puede tener origen en el temperamento, hay personas que son apáticas, tienen
un rechazo por aquellos objetivos que implican un sacrificio y prefieren una vida
con menos logros y menos exigencias. Pero también puede estar vinculado con
una falta de interés real por un trabajo o logro y, a veces, con una depresión.

Este es uno de los vicios más frecuentes en la actualidad, porque se ha instalado


en la mentalidad de muchos el deseo de buscar un éxito fácil y rápido en la vida,
sin ningún tipo de esfuerzo y compromiso, cuando es evidente que para
alcanzar logros no basta con el talento si no está acompañado de un sacrificio
constante.

La virtud con la cual se puede vencer este vicio es la diligencia, es decir, la


predisposición para el esfuerzo y el sacrificio dejando de lado la tentación de
buscar la comodidad. Por eso, ante signos evidentes de falta de motivación es

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bueno examinar el alma y preguntarse: ¿tengo objetivos materiales y


espirituales que me motiven realmente?

Todos estos vicios nos quitan la paz del alma. Muchas veces pedimos ayuda a
alguien o buscamos un libro que nos enseñe cómo conseguir serenar la mente
y el alma, cuando en realidad, más allá de la ayuda que podamos recibir,
deberíamos plantearnos si en el origen de esa inquietud no hay un desorden
espiritual. La inteligencia deberíamos usarla para reconocer que hay actos y
hábitos que nos desordenan la vida. Si vivo angustiado porque no tengo lo que
deseo, ¿no debería preguntarme con sinceridad si lo que deseo me hace
realmente bien o es absolutamente necesario para ser feliz?

3. El sentido positivo que puede tener el mal moral


La experiencia de vida nos demuestra que ninguno de estos vicios morales nos
hace bien. Tarde o temprano, descubrimos que el desorden espiritual en algún
momento nos hace sufrir, porque nos aleja de los demás, perdemos a quienes
queremos y también, porque los creyentes nos damos cuenta de que nos aleja
de Dios. El pecado tiene consecuencias espirituales negativas, es un alejamiento
porque es una desobediencia. Dios quiere que elijamos siempre el bien. De
todas maneras, nuestros errores podrían tener un sentido positivo en nuestra
vida y eso es lo que vamos a tratar de explicar ahora.

Como seres libres que somos, podemos elegir entre el bien y el mal. Si elegimos
el bien, somos plenamente libres; en cambio, si elegimos el mal no nos
realizamos, por el contrario, nos alejamos de la plenitud que deberíamos tener
como personas racionales y como cristianos, si lo somos. ¿Alguien puede decir
que un individuo violento, avaro, soberbio o envidioso es una buena persona?
¿Alguien podría decir que con esos vicios u otros similares se puede ser feliz? El
pecado es una acción mala que me impide ser feliz.

El pecado se define así: pensamiento, palabra, obra u omisión contrario a la Ley de Dios.

Al crear a los distintos seres, Dios les da una esencia y, en consecuencia, una
forma de realizarse; por eso, pone leyes, es decir, normas con las cuales los
seres se ordenan a su realización. La finalidad de la ley es establecer un modo
ordenado de esa realización, o sea, orientar las acciones de ese ser a un fin que
le sea propio, adecuado según su naturaleza.

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La ley no es un impedimento para la libertad, porque la libertad tiene sentido si


se elige el bien, no si se elige el mal. Nadie que elija un mal puede realizarse;
aunque esté contento por haber tomado la decisión, se perdió la oportunidad
de ser mejor. Por ejemplo, si el ser humano se comporta de manera irracional
se deja llevar por la ira y reacciona con una violencia desmedida ante la falta de
respeto de otro, no está realizándose como hombre, como un ser racional que
debería controlar las pasiones con la inteligencia. Al elegir la venganza y la
violencia, está alejándose de lo que debería hacer. En este sentido, la ley que
nos señala eso como un error no es un impedimento para ser libre, sino una
ayuda, que me muestra el camino de mi propia felicidad.

Por eso, Dios dirige a todos los seres hacia su realización con una ley universal
que es la Ley Eterna. Dios, además, nos dio a los hombres una ley positiva
revelada que son los 10 Mandamientos. Estos mandamientos no tienen otro
sentido que ayudarnos a elegir lo que nos hace bien: respetar los bienes ajenos,
no matar, no mentir, etc. Cuando no respetamos estas normas de vida,
generamos conflictos que nos hacen sufrir, porque el pecado siempre nos
desordena la vida (Basso, 1991: 243-273). Para tener una idea más clara de esta
capacidad que tienen los deseos desordenados en la vida concreta, podemos
ver a nuestro alrededor como hay personas que, por no poner un límite a sus
ambiciones económicas o profesionales, descuidan su salud o su familia hasta
que una crisis por estrés (depresión) o de distanciamiento de los seres queridos
finalmente los pone ante la necesidad de repensar los criterios con los cuales se
vive. De allí que más allá de consejos o terapias necesarias en momentos de
crisis, habría que preguntarse si la falta de paz que sentimos no sale de un
desorden interno.

Es posible que, repasando la lista de pecados capitales y otros más que


podemos deducir de los mandamientos, no encontremos en nosotros un vicio
grande y arraigado; sin embargo, a veces algunas de nuestras acciones pueden
estar mal direccionadas si se inspiran erróneamente en deseos de logros
innecesarios. Sin necesidad de ser un gran pecador, podemos tener actos de
soberbia que no nos ayudan en nada, o no tener la capacidad de aceptar con
paciencia las contrariedades de la vida y reaccionar pasionalmente de una
manera desproporcionada. Un error moral que cometen algunos, sobre todo
en la mitad de la vida, es no tener en claro qué necesitan para ser felices y
comienzan una búsqueda que los aleja de la verdadera felicidad para ilusionarse
con cosas superficiales. Otro error que se comete con cierta frecuencia es medir

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la felicidad por comparación, cosa que sucede mucho entre amigos y familiares,
comparar los logros profesionales o materiales, sin conformarnos con lo que
tenemos. Tal vez no caigamos en la envidia de manera enfermiza como les pasa
a algunos que eligen a un conocido para compararse siempre, pero con el solo
hecho de dejarme llevar por la tentación de compararme y mirar de reojo a otro,
basta para que surja en mi interior una insatisfacción existencial que no me deje
vivir en paz y disfrutar de todo lo que tengo.

El pecado nos pone por debajo de lo que deberíamos ser. Al elegir mal no sólo
hacemos daño a los demás, sino que nos hacemos daño a nosotros mismos.
Tendríamos que haber elegido mejor, haber pensado mejor, podíamos hacerlo
y no lo hicimos, simplemente por nuestra debilidad moral.

El pecado es un acto que va contra nuestra naturaleza, contra la razón y contra el bien
que Dios quiere para nosotros (Pieper, 1986: 51).

Cuando analizamos nuestros actos desde esta perspectiva ética es posible que
descubramos que nos equivocamos y entonces nos preguntemos: ¿por qué
cometemos esos errores? ¿Por qué, en algunos casos, los repetimos, si sabemos
de antemano que no nos hacen bien? La respuesta no es sencilla, porque las
motivaciones para actuar no siempre son claras ni siquiera para nosotros
mismos ¿Por qué reaccioné tan mal? ¿Por qué la injusticia era grande o porque
soy un orgulloso que no soporta nada que no sea reconocimientos y aplausos?
El afecto por mis amigos y familiares, ¿es completamente desinteresado en
todos los casos?

Para tratar de desentrañar el misterio de nuestras malas decisiones, podemos


decir que, en general, hay algunos factores que normalmente llevan a las
personas a caer en estos engaños. En primer lugar, no acertamos con las
decisiones porque juzgamos racionalmente de manera equivocada; por
ejemplo, deseamos un bien superficial, algo que no es imprescindible para
nuestro bienestar pero que la sociedad consumista nos impone como un
objetivo. En segundo lugar, las pasiones tienen una fuerza tan grande en
nuestra alma que nos inclinan hacia algo sin dejarnos la posibilidad de pensar,
nos enceguece el deseo o el rechazo y actuamos sin razonar, como sucede con
los fanatismos de cualquier tipo. En tercer lugar, tenemos una voluntad
debilitada, por eso a pesar de estar viendo con claridad el bien que tenemos que
hacer o el mal que debemos evitar, no lo hacemos o evitamos. No tenemos la

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fuerza interior suficiente para actuar siguiendo la razón y nos comportamos de


una manera que nos resulta incomprensible para nosotros mismos. En cuarto
lugar, también existe en algunos casos la malicia, es decir, la voluntad
consciente de elegir o hacer el mal, como cuando se calumnia a una persona
para hacerle un daño grave, o cuando se desea explícitamente que le pase algo
malo a otro. La malicia le agrega una gravedad al pecado por ser una elección
libre y consciente del mal. En definitiva, la libertad no es un fin en sí mismo; si
no elegimos el bien, somos responsables del mal, del desorden que causamos
o nos causamos a nosotros mismos y del distanciamiento con Dios.

Para comprender mejor el mal moral que padecemos y del que, en algunas
ocasiones, somos responsables, es bueno explicar la naturaleza del mal.
Comenzamos por la definición general del mal:

El mal es la privación de un bien debido.

Es una privación porque debería tener algo que no tiene, no tiene la perfección
que debería tener. Es algo que debería estar, pero no está. Sin embargo, es “de
un bien debido”, es decir, de algo que corresponde a la naturaleza propia de un
ser. Así, por ejemplo, sería fantástico que los seres humanos contáramos con
alas, nos evitaríamos gastos, contratiempos y contaminar el medio ambiente,
sin embargo, no es propio de nuestra naturaleza. Ahora, si me falta un brazo
porque lo perdí en un accidente, puedo decir que tengo un mal, porque es algo
que debería estar y no está (Journet, 1962: 28).

Pero el mal no es un ser que existe en sí mismo, necesita de un bien para existir,
por ejemplo: una cosa es que me falte un órgano del cuerpo y otra que me falten
todos, en este caso, ya no tengo un mal, simplemente porque no hay nada, no
hay un ser (Santo Tomás, Suma Teológica I, q. 48, a.1). Esto que sucede con el
mal en el orden físico también se verifica en el orden moral. El acto para ser
bueno tiene que estar ordenado al bien. Cuando elegimos algo malo, privamos
al acto de su recto orden y eso es precisamente lo que le falta al acto: orden al
bien.

El acto moralmente malo está privado de ese orden al bien y por eso es algo
opuesto al bien. No obstante ello, opuesto no quiere decir algo contrario,
porque el mal se opone al bien como algo que lo impide o niega, no como un
ser distinto, porque el mal, como dijimos, no existe en sí mismo, sino en otro.

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Para la antropología cristiana, el bien y el mal no son dos seres distintos. Para
algunas religiones orientales, en cambio, existen dos principios absolutos que
explican la existencia y el movimiento del mundo, como el Yin y el Yan. Es una
visión dualista que piensa que estas dos fuentes de energía, una positiva y otra
negativa, son seres que existen por separado. Para la filosofía cristiana, existe
el Bien Absoluto que es Dios, pero no puede existir el Mal Absoluto, porque el
mal, como dijimos, es una privación y si es absoluta, es la nada, no es un ser.

¿Podría existir un Mundo sin imperfecciones, sin catástrofes, epidemias,


guerras, etc.? El mundo es un ser creado por Dios, no existe por sí mismo,
porque nadie puede crearse a sí mismo. Solo Dios existe por sí mismo desde
siempre y para siempre. Si el mundo fuera perfecto, sería Dios, un Dios creado
por otro Dios y, eso es imposible. No puede haber dos seres divinos, alguno
debería tener algo que el otro no tiene, entonces, el último ya no sería perfecto,
no sería Dios.

Entonces, ¿por qué existe el mal en el mundo? En primer lugar, porque todos
los seres creados son imperfectos, pueden fallar y, de hecho, fallamos. Si el mal
existe en el mundo y todo lo que existe sale de Dios, entonces, ¿Dios crea
también el mal? Dios no puede crear el mal porque es la Bondad Absoluta, sin
embargo, al crear un ser distinto de Él, ese ser es necesariamente imperfecto y
puede funcionar mal. Esa es una posibilidad, no una determinación, es decir, el
hecho de ser imperfecto solo explica que puedo tener defectos, no me hace
equivocarme aquí y ahora.

Por lo tanto, Dios permite el mal, no lo causa. Permitir es dejar que algo suceda,
no evitarlo. Causar, por el contrario, es producir directamente un efecto. Una
cosa es que yo deje que alguien abra la puerta del aula sin impedirlo, y otra muy
distinta que yo la abra. Así Dios no impide que sucedan cosas malas, solo lo
permite.

¿Por qué Dios permite que suceda algo que hace tanto daño como una
epidemia, por ejemplo? La voluntad de Dios es siempre un misterio, es decir,
algo que no podemos conocer de manera completa, nos supera. Sin embargo,
sabemos por la Revelación que lo más importante para Dios es la vida eterna, la
que comienza a partir de la muerte, y que esa vida consiste en estar junto a Él
en el Cielo, o lejos de Él, para los que lo rechazan. Por eso, Dios quiere que,
siendo imperfectos y estando expuestos naturalmente al mal, podamos

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convertir esa experiencia dolorosa en algo que nos sirva para descubrir el valor
de la vida espiritual

¿Por qué Dios permite que tengamos que sufrir por enfermedades, discapacidades,
conflictos o nuestros vicios? Porque Él puede convertir un mal en un bien.

Una enfermedad o una pandemia podrían ser la oportunidad para descubrir que
somos seres frágiles, para dejar de lado el orgullo de creernos más fuertes de lo
que en realidad somos y, descubrir que, aunque estemos sanos, no tenemos
asegurada la vida, y que sólo la confianza en Dios, un Padre Bueno, puede
hacernos sentir seguros de verdad. El dolor es una experiencia negativa, pero
puede dejarnos muchas cosas positivas, puede ayudarnos a ser humildes,
compasivos con los demás, menos superficiales, más sabios, en definitiva.
Aprendemos a dejar de lado tantas cosas que no son importantes en nuestra
vida, como les sucede a menudo a las personas que enfrentan una enfermedad
terminal, y a concentrarnos en lo que realmente importa. ¿No es eso un
crecimiento espiritual? Dios quiere de nosotros eso, nos quiere más espirituales,
es decir, más sabios, más solidarios. Dios quiere que dejemos de poner nuestra
felicidad en el bienestar físico pasajero y que busquemos una realización que
pueda llenar el alma. El espíritu quiere algo infinito y para siempre, por su misma
naturaleza; por eso, aunque un dolor importante puede generarnos una crisis,
también puede ser la oportunidad para crecer interiormente.

Sin embargo, también podemos preguntarnos: ¿por qué Dios nos deja caer en
el pecado? Algo que nos desordena el alma y la vida, que nos hace sufrir
espiritualmente y alejarnos de Él. También en este caso la sabiduría divina va
más allá de lo que nosotros pensamos y, a pesar de ser siempre algo malo, Dios
ve allí la oportunidad de convertir ese mal en un bien, en un bien espiritual.
Como la posibilidad de ser más conscientes de nuestra debilidad moral y la
necesidad que tenemos de la ayuda divina, de la gracia, para poder hacer todo
el bien que Él espera de nosotros. Además, puede hacernos más comprensivos
con las equivocaciones y debilidades ajenas y ayudarnos a superar la tentación
de ser jueces de los demás, como si nunca cometiéramos errores similares.
Pero, sobre todo, puede ser la ocasión para que descubramos una de las formas
más elevadas del amor paternal de Dios: el perdón. Jesús describe en una
parábola el comportamiento del Padre con el Hijo que malgasta la herencia
recibida y regresa a pedir perdón así:

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Estando todavía él lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello


y le besó efusivamente. El hijo le dijo: “Padre pequé contra el cielo y contra ti;
ya no merezco ser llamado hijo tuyo”. Pero, el padre les dijo a sus siervos:
“Traed a prisa el mejor vestido y vestidle, pone un anillo en su mano y sandalias
en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo y comamos y celebremos una
fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido
y ha sido hallado (Lucas 15,20-24).

Jesús nos enseña que por más grande que sea nuestro pecado, Dios siempre
perdona, siempre se alegra por el regreso del hijo que estaba esperando. Dios
permanece siempre cerca nuestro por su amor. Él no se aleja, nos alejamos
nosotros, sin embargo, nuestros errores tampoco nos alejan de manera
definitiva, siempre tenemos la posibilidad de pedir perdón. Cuando Dios
perdona, nos da la oportunidad de liberarnos de la carga de dolor de haber
ofendido a alguien, o a Él; del dolor de haber hecho un daño; o del dolor de no
haber amado. No hay pecado que Dios no quiera y pueda perdonar si tenemos
la humildad de pedirle perdón, porque, en definitiva, lo único que nos separa de
Dios es el orgullo de creernos autosuficientes y perfectos. Dios no espera que
seamos perfectos, nos conoce bien, sólo desea que tengamos la humildad de
reconocer nuestros errores. Por eso, así como cuando perdonamos o nos
perdonan nos sentimos liberados de la carga moral, de la misma manera,
cuando Dios nos perdona somos liberados de un peso y nos damos cuenta de
que el amor de Dios no depende de nosotros, sino de su Bondad que no se cansa
de nosotros y que permite el mal porque tiene un remedio mejor.

Por eso, cuando nos toca vivir una experiencia de sufrimiento físico o moral,
podemos pensar que Dios tiene un plan para llevarnos al cielo y que, en ese plan,
entran también aquellas situaciones negativas. Dios permite el mal porque
puede convertirlo en un bien y ese es el motivo más grande que tenemos para
aceptar los dolores, las frustraciones y los pecados que nos hacen sufrir en esta
vida.

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Bibliografía
BASO D. (1991). Los principios internos de la actividad moral. Buenos Aires:
Centro Invest. Bioética.

JOURNET, CH. (1962). Le mal, essai théologique. Brugues: Desclée.

PIEPER, J. (1986). El concepto de pecado. Barcelona: Herder.

RAMOS A., (2002), Antropologia Teológica, Univ FASTA, Mar del Plata.

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