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EDICIONES POPULARES (SEGUNDA, SERIE)


Asesores: Luis Jaim� Cis�eros· y Sebastián Salazar Bóndy

PREMIO DE NOVELA DE 1958

LIBRERIA - EDITORIAL JUAN MEJIA BACA


DICIEMBRE, 1958
LUIS FELIPE ANGELL
SOFOCLETO

Nacido en Paita, en 1925, Luis Felipe Angell ha


adquirido renombre en el campo del periodismo
humorístico, género. dentro del cual ha impuesto un
estilo propio. Sin embargo, sorpresivamente, acaba
de ganar con un relato dramático el Premio de
Novela que anualmente conceden la Librería Edito­
rial Juan Mejía Baca y los Talleres Gráficos P. L.
Villanueva. Es La Tierra Prometida que, como parte
de aquella recompensa, se incluye en estas edicione'>.
Como Sofocleto, es este fecundo y ágil escritor el
autor de Sinlogismos (1955), Sofocleto en dos colum­
nas (1957), recopilación de sus graciosas y populares
crónicas en el diario El Comercio, y Hacia una Filo­
sofía Universal del Gato (1957), conferencia dictada
en Santiago de Chile con ocasión de la Semana Pe­
ruana celebrada en la capital del país vecino. Angell,
asimismo, ha desempeñado cargos diplomáticos y
continúa prestando servicios en Torre Tagfo.

(C) Derechos reservados a


LIBRERÍA - EDITORIAL JUAN MEJÍA BACA
Azángaro 722 - Lima, Perú.

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I

Desde el cerro y rodeada de otros cerros, Lima


parece la comida reseca, olvidada en el fondo de una
olla de barro. Y a las ·seis de la tarde, cuando em­
piezan a brotar sus luces, la neblina da el efecto de
" . . . sube al cerro y contempla· ser el vapor de una ciudad que hierve. Apenas queda
la tierra prometida, mas no te a unos cuantos kilómetros. Pero las distancias de­
digo que entrarás en ella . . ." penden de cada uno. Se puede estar muy lejos de
ISAIAS. lo que está cerca. Y muy cerca de lo que está lejos.
Las distancias dependen de cada uno.
Los cerros están habitados.
El hijo pró�igo ha vu�lto a las cavernas después
de medio millón de años, pero no para vivir en los
huecos, co�o antes, sino en las faldas. Y ha traído
con él todas las cosas que recogió en su camino, ca­
ñas, yeso, barro y piedra, para hacerse una madri­
guera que cubra sus necesidades.
El hombre fue y volvió. Tardó millones de años
en volver. Pero volvió. Y lo único que trajo fu�
cañas, yeso, barro y piedras, para hacerse una ca­
verna con sus propias manos junto a las cavernas
que el tiempo ha hecho con sus propios siglos. Co:1
el hombre volvieron otros hombres más. Habían dado

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una larga vuelta que duró muchas generaciones. An­ Y entre esos muchos hombres que habían vuelto
tes de irse habían querido construír una torre gigan­ estaba uno, sentado sobre una piedra, pensando. No­
tesca que llegara al cielo. Pero Dios los confundió. che, frío, niebla y las luces de Lima al fondo de un
Y los hizo hablar un idioma distinto, para que no se horizonte difuso. Contra su espalda se apoyaba la
comprendieran entre ellos. Los confundió sin siquie­ espalda tosca de una pared mal hecha y el humo del
ra pensar por qué habían querido llegar esos hom­ cigarrillo era como un poco de neblina, particular
bres al cielo. Pero Dios es así. Siempre hace lo mis­ y tibia, que producía el hombre para su propio uso.
mo. Y siempre nos quejamos de El. Será tal vez Adentro, la mujer y el hijo dormían su cansan­
porque en realidad no nos hemos comprendido nunca. cio de setecientos kilómetros hechos en la caseta d�
Los hombres que volvieron no habían olvidado un camión. Pero él no podía dormir. Necesitaba or­
su vieja idea de hacer una torre. Pero esta vez ha­ denar sus ideas, hablar consigo mismo. La aventura
bían ganado una experiencia, y, en vez de hacerla se iniciaba al día siguiente. Muy temprano. Y quer!'l
como un edificio cualquiera, la habían empezado a estar preparado.
levantar alrededor del cerro. Primero ganaron las El hombre era ambicioso. Allá, en Lambayeque,
éstribaciones. Luego fueron subiendo paulatinamente. era peón de un ingenio y había llegado a ganar siete
Y cada día que pasaba el cerro se veía menos y soles diarios, sin contar que la hacienda le daba la
menos, ahogado bajo las cañas, el yeso, el barro y carne y las menestras casi regaladas. Además, tenía
las piedras que el hombre había traído para hacer su casita y nunca faltaba el cachuelo que le permití,1
su cueva. ganarse un par de libras de vez en cuando. Hacía
Levantaban su nueva torre de Babel. Pero esta de todo. Con la misma facilidad componía un motor
vez Dios no intervino para nada. Los dejó hacer. de carro y arreglaba un caño de agua. En su casa
Y los hombres de la ciudad también les dejaron ha­ jamás entró nadie que no fuera él para poner todo
cer. En realidad, a nadie importaba lo que hacían en orden. Hasta de carpintero podía hacer en caso
esos hombres que, por otra parte, aunque hablaban necesario. También sabía leer. Y era casado. Muy
el mismo idioma no lograban entenderse unos a otros. pocos eran casados en la hacienda y éstos formaban
Como confundidos por ellos mismos. Además no sig­ la clase social más alta entre la peonada. El era ca­
nificaban un peligro para nadie. Ni para Dios. Por­ sado y se lo podía demostrar a cualquiera porque
que estos hombres que habían regresaclo para hacer su mujer tenía la partida muy bien guardada. Cuan­
su torre no querían llegar al cielo. Habían traído do por cualquier circunstancia le pedían sus datos
sus cañas, su yeso, su barro y sus piedras porque personales tenía una ansiedad indefinible por llegar
esta vez querían llegar mucho más allá del cielo. a la pregunta :
Querían llegar a la ciudad. -¿Estado civil?

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-¡Casado! -contestaba con voz muy clara y da. Y esas mujeres eran sucias. Tal vez enfermas. Y
alta, mezcla de orgullo y desafío. A veces -cuando él no quería pegarle una enfermedad a su mujer por­
daba la respuesta- su mujer estaba junto a él. En­ que después los hijos salían degenerados. Ademá,,
tonces pasaba su brazo tosco por sobre el hombro de los otros podían hacer cualquier cosa. Pero él era
ella. La apretaba. Y la miraba con suficiencia, como casado. Tenía su familia y no era cosa de estar ha­
diciéndole "¡a nosotros, venirnos con estas pregun­ ciendo tonterías.
tas!". Claro, nunca se referían a la fecha del matri­ Desde hacía mucho tiempo abrigaba la esperan­
�onio, porque ya el muchacho gateaba cuando fueron za de irse a Lima. Un hombre con familia no puede
a la iglesia, siguiendo los consejos del médico. Pero pasar toda su vida trabajando de peón y ganando
las fechas son lo de menos. Lo que importa es que siete soles diarios. Porque de ese jornal no iba a pa­
las cosas se hagan. Y que se hagan como uno pueda sar, tampoco. Los dueños alegaban que perdían mu­
hacerlas. No como los demás quieren. En el Registro cho en bajarles el precio de la carne y las menestras.
Civil había quedado muy bien porque hubo hasta Habían organizado para los trabajadores un sistema
vino blanco. Y más de diez invitados. Y al escri­ de cupone.s que él aprobaba porque su mujer decía
biente del Registro le había preguntado delante de que estaba bien. Y las mujeres saben de eso más que
todo el mundo: uno. Pero de todas maneras en la hacienda no ha­
-¿ De a cómo son las partidas? bía porv.enir y su hijo, que ya tenía once años, re­
-Una libra cada una. cién estaba aprendiendo a leer corrido, cuando el
-A ver, deme cinco. hijo de uno de los patrones, que era menor, se pa­
El no era de los que se fijaban en ¡;astos. Ade­ ·saba las vacaciones leyendo "chistes". Por eso que.
más, si esto hacía feliz a su mujer, estaba bien. La ría venirse a Lima. Había colegios gratis y trabaje
pobre merecía todo porque trabajaba duro. Y lo que­ para todos. En la Capital no se ganaba jornales sino
ría. Y él la quería. No era una belleza y medio que sueldos. Y daban vacaciones. La gente caminaba con
se estaba ponien_do gorda, pero su cuerpo era muy zapatos y los zapatos no se malograban porque his
cómodo cuando dormían juntos. No le daba. calor ni calles eran todas como la carretera. Una tía suyd
frío sino una sensación tibia que recordaba hasta mu­ había sido costurer� en Lima. Y contaba maravilla..;.
chas horas después de haberse levant...do. El nunca -¡Ah!, pero claro que te iría bien allá. Hay de
había buscado otras mujeres porque la suya lo te­ todo. Y trabajo a montones. Yo, si no fuera porque
nía satisfecho. De vez en cuando los otros peones le estoy vieja, hace rato que me hubiera ido ...
decían para ir a Chiclayo en la camioneta de la ha­ La idea fue tomando más y más cuerpo en su
cienda. Pero él se negaba porque sabía que tales pensamiento hasta convertirse en una decisión irre­
viajes terminaban siempre con mujeres de mala vi- vocable. Al fin y al cabo, ¿por qué no? El sabía

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hacer de todo, tenía sus buenos músculos y sabía soles! Lo que hizo el padre fue trabajar en Lima y
leer. En Lima, seguramente, tendrían mucha consi-· juntar. La cosa es juntar y regresarse, porque al fin
deración con las personas cultas. Además era casado, y al cabo es la tierra de uno. Y uno debe morir don­
que eso siempre ayuda. de nace pero mejorar donde pueda.
En un principio su mujer, tímida y asus­ La mujer todavía ensayó un último argumento.
tadiza, había procurado disuadirlo. Pero él ex­ -¿Y si nos va ma.l?
puso con tanto entusiasmo sus razones que terminó -Pero mujer, ¿a quién le va mal en Lima? Si
por entusiasmarla a ella. Le pintó un mundo rosado es la capital. Allí está todo. .. Lo que pasa es que
en que las gentes eran buenas, las calles anchas, los tú no sabes. ¿Te acuerdas· lo que dijo el padre Gar­
cinemas con asientos de cuero ... Buscarían una ca­ cía en lo que habló el domingo? Eso de la tierra pro­
sita que hasta jardín tendría. Le brillaban los ojos metida donde todo el mundo está feliz ... que es ne­
;;,l hablar y su dentadura sana de hombre costeño cesario bu�carla porque tampoco uno la va a encon­
blanqueaba como un choclo entre los labios ágiles del trar así nomás ... ¿te acuerdas?
hombre. Ella lo miraba como a un Dios. Porque hay -¿Cuál?
<iioses para todas las medidas y para todos los gus­ -Eso, pues, que dijo el padre ...
tos. Pero el dios que uno escoge es siempre mejor -¡Ah ...!
que los demás. -Bueno, pues. Tiene que haberse referid,:, a Li-
-¿Te das cuenta? -confirmaba el marido-. Al ma porque no va a ser en el extranjero. Además yo
muchacho le conseguimos su beca para que estudie no sirvo para estar aguantándome órdenes de nadie,
bien. Dicen que uno las pide en el Ministerio y la de manera que apenas junte mil quinientos soles nos
dan ahí mismo. Yo consigo un buen puesto, con bas­ vamos a Lima.
tante porvenir. Claro, no voy a to·mar lo primero que Tardó más de diez meses en conseguirlo y reu.­
me ofrezcan sino algo que me convenga, porqu;e nió la suma a expensas de su salud porque multi­
¡tampoco uno es zonzo! Yo lo que quiero es guar­ plicó el empleo de sus habilidades haciendo toda cla­
dar plata para comprar un camión. Fíjate los Her­ se de trabajos. Hasta con fiebre salió una noche que
mida. El abuelo fue peón con mi abuelo pero se se atascó el carro del niño Augusto. Tuvo que lim­
compraron su camión y, mira dónde están. Hasta del �iarle el carburador y al final se fue con las manos
club son socios ... vacías porque se negó a recibirle una libra que . le
-Sí -objetó tímidamente la mujer-, pero reci­ ofreció. Después de todo era el dueño de la hacienda
bieron cuando se murió no sé quién ... y algo se merecía.
El hombre atajó con un gesto, displicente. Al día siguiente tuvo un dolor raro pero no le
-¡Una porquería que ni llegaba a los cuatro mil dió importancia, ocupado como estaba en compo-

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ner la motocicleta del chino Antonio, que tenía el de la sangre enturbiándole el ojo. Y perdió el con­
tambo de la hacienda. Flabían quedado en treinta trol de sus nervios. Saltó sobre el chino, que ya em­
soles para entregar el domingo. Pero el chino cica­ prendía la carrera, lo agarró por el cuello y le des­
tero buscó una excusa para evitar el pago. cargó la mano "una y docenas de veces sobre la cara.
-Ya está la moto. He tenido que limpiarla to­ Lá víctima cayó al suelo y allí lo siguió pateando
da porque estaba negra de puro sucia. Ahora cami­ hasta que, cuatro o cinco que habían acudido a los
na bien. gritos, pudieron contenerlo. Entre ellos estaba el sub­
-Bueno, ya. Mañana te doy. administrador, de quien se decía que era socio del
-¿Cuál mañana? Mano a mano, chivato en chino en el tambo. Los hombres se miraron. El re­
pampa. Quedamos para hoy. cién llegado midió lo ocurrido con los ojos. El chino
-Hoy domingo no hay plata, pues. Te doy ma­ estaba lleno de sangre y en sus pómulos comenzaban
ñana. a insinuarse las sombras v,'ioletas de los hematomas.
-Yo también te doy la moto mañana. Hasta Jadeaba. En sllencio se pasó repetidas veces la mano
luego. por los cabellos, buscando ponerlos en orden. Los
-¡Oye ...! demás permanecían sin decir una palabra y el agre­
El chino dió un salto y se aferró al timón de sor ocupaba sus manos nerviosas en sacudirse la tie­
ki motocicleta, exigiendo su entrega. El hombre lo rra de las ropas. Aguardaba que el sub-administra··
miró, entre desconcertado y furioso. dor dijera su palabra. Por fin habló. Y lo hizo diri­
-Dame la moto. giéndose a quien había pegado los golpes.
-No te la doy. Primero paga. -Ya te jodiste -dijo-. Y añadió: -Dale la
Siguió un forcejeo de segundos y el hombre, moto ...
irritado, le dió al chino un empujón que fo aventó -Me debe treinta soles -repuso el hombre ter­
aparatosamente al suelo. camente, sujetando con el pie una de las ruedas
-¡ Chino de mierda! caídas de la máquina.
El caído, respirando frenéticamente se incorpo­ -¡Dale la moto te he dicho, carajo! -rugió el
ró a medias y en un súbito arranque tomó una piedrn empleado, acercándole la' cara llena de ira.
grande como una papa y se la disparó al hombre por El hombre tomó una decisión.
la cabeza. El movimiento instintivo de protección no -Muy bien --concedió- Se la voy a dar.
hizo sino agravar el impacto porque la piedra, que Levantó el pesado aparato y lo puso 'en direc-
por mala puntería iba al pecho, terminó estrellándose ción al chino que, a pesar de los golpes recibidos,
en una de sus cejas con el ruido seco de un sapo aplas­ no pudo disimular un gesto de satisfacción. El hom­
tado por el pie. El hombre sintió el chorro caliente bre avanzó unos pasos y cuando nadie lo esperaba

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tomó violentamente impulso y precipitó con fuer­ porque lo botaban como una cosa inservible y des­
za la máquina contra el asiático, que estaba lejos preciable. Miró con desdén al grupo de curiosos y,
de suponer un ataque semejante. Con un grito de trns examinarlos uno por uno, exclamó:
dolor recibió el impacto en los bajos del vientre y cayó -Pobres. Ninguno sabe· leer. Y ninguno es ca­
revolcándose de dolor, junto a la motocicleta. sado.
-Ahora ya la tienes, chino de mierda -le gritú A los veinte minutos salió el empleado de la ha­
con rabia y dando media vuelta intentó abandonar cienda y se plantó frente a él. Esperó que el peón
el sitio. Pero una nueva intervención del sub-admi­ se: le acercara, pero éste no hizo el menor movimien ·
nistrador lo contuvo. to y, tras una vacilación, el sub-administrador ca­
-¡ Costa. . . ven para acá. . . esto tenemos que minó hasta el rincón de la baranda donde el hom­
arreglarlo en la oficina... vamos ...! bre se había recostado con indolencia.
-¿Ahora? -¿Eres muy valiente, no? Pues ya se te va a cu-
-Ahora mismo. Vamos -repitió'. rar, porque dice don A4gusto que te vayas ...
Encogiéndose de hombros el peón fue tras el em­ El hombre lo miró con sorna.
pleado de la hacienda. No se hacía ninguna ilusión -Algún día le dirá lo mismo a usted -repuso.
porque ya conocía las reglas establecidas. No habría El empleado ignoró la acotación.
nada que hacer, excepto largarse de ahí porq ue don - ... que te vayas hoy. Tu casa se le ha dad:)
Augusto decía que no quería pleitistas entre la peo­ a Meléndez de manera que será mejor si la deso- _
nada. Caminaron unos doscientos metros y llegaron cupas ahora mismo. Ya te lo había advertido: ¡ un
a las oficinas de la casa-hacienda. El sub-adminis­ pleito más y te largas de la hacienda!
trador le indicó secamente que esperara afuera mien - El peón se irguió, enc¡irándolo.
tras hablaba con el dueño. -Mire, oiga, en primer lugar yo me iba dentro
-Siéntate ahí. de dos semanas, de manera que a mí no me bot.1
-No gracias. Parado estoy mejor. nadie. Y en segundo lugar ya estoy cansado de este
Tenía la agresividad y la altivez de quienes ya sitio, de manera que no pierdo nada. El que pierde
no tienen nada que perder. Se quedó parad.o, miran­ es usted, que se queda. Hasta que lo boten. Porque
do hacia la ranchería, de donde se había acercado a usted lo botarán. . . acuérdese de mí...
un grupo de curiosos ávidos de saber en qué termi·· -¡Fuera!
naba todo aquello. El hombre miró melancólicamen­ -Lo botarán, porque así les pasa a todos los
te el valle que ahora debía abandonar. Y sintió un adulones . . . Pero yo me voy a Lima, ¿sabe? A Li­
dolor agudo en el alma. No por irse, ya que habfa ma. Yo no estoy para pasarme la vida aquí en la
tomado esa decisión de mucho tiempo atrás. Sino hacienda. No señor ... yo me voy a Lima ...

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--Lár2ate entonces de una vez ... parada que hiciera el chofer para revisar el radiador.
El hombre miró al cielo y sonrió. Por ·un pequeño hueco se filtraba el agua y el motor
-Hay tiempo. La góndola para Chidayo rec1en se había recalentado. El c,hofer consultó el nivel de su
sale a las seis y no son más que las dos o dos y bidón y soltó una palabrota.
media. Hay tiempo de arreglar las cosas ... pero no -¡Carajo ...! Nos quedamos sin agua ... a ver ...
crea usted que' me he jodido, porque yo pensab�! ¿quién tiene ganas de orinar?
irme antes. Y el chino tampoco me ha jodido porque, El chulillo del camión y el peón se adelantaron.
¿ve esto? -preguntó sacando una cartera negra de] pero el chofer reparó en el niño, que se había trepa­
amplio bolsillo- ¿sabe lo que es? Pues las herra­ do sobre una pequeña duna.
mientas de la moto... de manera que vaya y, si -Hey, tú también ... no mees en la arena que
quiere, dígale al chino que venga a buscarme ... ja, necesitamos agua ...
ja, ja, dígale que se las vendo por treinta soles -Está cuidando a mi señora, que ha ido a hacer
ja, ja, ja ... nada más que por treinta soles ... una necesidad -aclaró e! padre-, y se encaramó
Y todavía riéndose a carcajadas, el hombre en­ sobre el parachoque al vehkulo. Se dirigió nuevamen­
tró a la ranchería en busca de su mujer y su hijo. te al chofer: -¿Orino aquí?
El otro asintió.
... * * _;Sí -repuso- pero cuidado, que está muy ca­
tente el motor y puede salpicar.
El viaje había sido largo. Y duro. Y caro. En Después de él lo hicieron su hijo, el chulillo y,
13 caseta de un camión consiguieron lugar los tres finalmente, el chofer del camión. Luego, a una indi­
por cien soles cada uno. Pero el camión devolvía a cación suya subieron nuevamente y la máquina se
Lima una pila de tambores vacíos de aceite y venía puso en marcha. Y otra vez un kilómetro. Y otro y
muy lent:1mente por la carretera. En las curvas, so­ otro. Hasta convertirse en una pesadilla. Huacho se
bre tcdo, era una lentitud desesperante y ya nadie perdió como un fantasma, a lo lejos, y lue6o Ancón
sabía qué postura asumir para engañar a los múscu-· dejó su media luna de luces en los ojos del hombre
los cansados. El niño desmayab2 su fatiga sol-re el que llegaba por vez primera a la capital del país.
regazo de la mad::e y ésta apoyaba la cabeza aca- Desde Puente Piedra vió el resplandor de ia ciudad
1�,mbrada en el pecho dei marido, que se dormía proyectando contra el cielo y tuvo un miedo recón­
a ratos. Un kilómetro. Y otro. Y otro. La carretera dito de enfrentarse con algo demasiado grande. !ns,
parecía no terminar jamás y la monotonía del desier­ tintivamente buscó en uno de sus bolsillos la direc-·
to, apenas quebrada por unos algarrobos solitarios, ción que le dieran para el señor Ruge!, e:1 La Para­
hacía el viaje más desesperante. Aprovecharon una cia, y suspiró aliviado al encontrarla en el mismo lu-

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gar donde la pusiera al emprender el v1aJe. Ya éste -Yo le aviso.
sabía de su llegada y él se encargaría de alojarlos , Alrededor del mercado, donde una promiscuidad
junto a su propia familia. No lo conocía pero -según de hortalizas se confundía con los perros que husmea­
k habían dicho- era un empleado importante en ban y las gentes que dormían entre los sacos, había
el restaurán "Lima" de El Porvenir. Ayudaba mucho una larga hilera de comedores malolientes que cai­
a sus paisanos y le habían recomendado que no de­ maban el hambre de los mercaderes y la fatiga de
jara de verlo_ al llegar a la ciudad. los borrachos. En su mayoría eran conducidos por
-¿Falta mucho? -preguntó su impaciencia. asiáticos y la suciedad había hecho de casi todos ellos
-No. Ya estamos ... un paraíso de las moscas. El olor de la carne frita se
Lima, gigantesca ante sus ojos provincianos, fue confundía con Ía pestilencia de los urinarios atorados,
doblegando sus calles y avenidas al paso del camión y las mesas, unas de marmolina y otras cubiertas por
lentísimo. El hombre y su mujer miraban asombra - un hule a través de cuyos huecos se veía el negro car­
dos las maravillas capitalinas y mútuamente se in­ quiento de la madera, estaban llenas de gente que vo­
dicaban los lugares que les causaban mayor impre­ ciferaban reclamando su comida, o discutiendo ent: e
sión. El niño, mientras tanto, perdía la novedad del ellas o contando en voz alta sus problemas. Aquí, un
espectáculo dormido profundamente, con los brazos sujeto se quejaba de las autoridades y llamaba ladrón
muertos y las piernas en la grotesca actitud de quien a un empleado municipal. Más allá, un hombre fla­
se ha entregado por completo al cansancio. La pro­ co anunciaba que él no se dejaba fregar por nadie: Otro
fusión de luces y la altura de los edificios aturdía al regateaba los favores de una ramera sudosa y gorda.
hombre. Su mujer miraba todo con ojos de preven­ Y, finalmente, sin más compañía ni público que su
ción y en el alma de ambos se insinuaba la idea de botella t;ie cerveza, un borracho contaba al aire, entre
que habían cometido un error al venir tan lejos. Y las bruscas pausas de sus hipadas cómo -después
especialmente, al venir a un lugar tan grande para de haberlo pensado años- llegaba a la conclusión
ellos. Las calles siguieron perdiéndose tras el vehícu. de que este país era una porquería.
lo y cuando habían remontado buena parte de la -Y el que diga que no, que se pare -desafió,
avenida 28 de Julio, el camionero se dirigió a él: mirando en círculo a los presentes.
-¿Qué restaurante era el que me dijo? ¿"Perú"? Pero nadie le hizo caso. Cada uno atendía a sus
-No. "Lima''. propias urgencias y los mozos, con sus chaquetas, su­
-Ah, ese queda en La Parada misma -terció cias y manchadas en café, se multiplicaban para aten­
el chulillo, colando la voz a través de la bufanda que der a los comensales. Y no lo hacían por un impera­
le servía de cubreboca. tivo profesional sino por el miedo de que cualquiera
-No sé ... primera vez que vengo ... de los parroquianos terminara cortándoles la cara de

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un chavetazo. La mayoría de esas gentes tenía nego­ centavo, como hacían los mozos de otros locales.
cios que atender en La Parada, pero buen número de Además, las tentativas eran siempre de muy malas
ellas estaba formado por malhechores en libertad y consecuencias, porque a más de un sirviente le rom­
tipos extraños que, luego de sus juergas impenitentes pió la cara al descubrirle una pillería. Hombre de
venían en procura de una sopa que les llenara ei es­ pocos escrúpulos, reutilizaba las sobras de los platos, ,
tómago o de algo que les quitara el malestar. Por lo aguaba el pisco y aprovechaba la borrachera de los
general vomitaban en la puerta, y había locales tan parroquianos para ver cuánto podía robarles en la
repetidamente agraciados por esta fortuna que era cuenta. Se requiere una disposición especial para
necesario entrar pisando únicamente con los tacos administrar estos lugares. Y el hombre la tenía. Por
para no embarrarse la basta del pantalón. De vez las mesas 'de su restaurante pasaba -toda clase de
en cuando ingresaba un grupo de "blanquitos" gente. Desde homosexuales hasta asesinos redimidos
que venían a graduarse de hombres tomando cal­ en la cárcel. Otros eran unos infelices, serranos inex­
do de gallina al promediar la madrugada. Pero casi pertos que por lo general resultaban víctimas de la
nunca pasaban de tomar cerveza porque entre los cu­ mafia que controlaba la venta en el mercado. Toma­
biertos de latón, el mozo que hundía los dedos en ban su sopa con algún guiso y aprovechaban el con­
la sopa, el olor a orines y el tufo de vómito que en­ sumo para quedarse toda la noche sentados en la
vilecía el ambiente se formaba un conjunto como mesa. En esta forma se resguardaban del frío sin
para quitarle el apetito al más hambriento. que les costara mucho.
El restaurante "Lima" no era precisamente de Pesadamente, sorteando los infinitos obstáculos
los más distinguidos, excepto por el dudoso honor del mercado, el camión se introdujo hasta el centro
de tener un baño para "qamas", donde manos mis­ de La Parada y se detuvo frente a uno de los mu­
teriosas habían llenado las paredes con los más gro­ chos cafetines de la cuadra. El chofer aceleró en neu­
tescos dibujos pornográficos. Hacía el lado de aden­ tro como para cerrar ruidosamente el largo viaje y
tro los mozos habían raspado el pavón de los vidrios bajó a tierra, precedido por el chulillo, que se cru­
y esto les permitía observar la intimidad de las ::)O­ cificó en un amplio bostezo. . . Luego, recordando
cas mujeres que se atrevían a utilizarlo. El dueño al viajero, buscó rápidamente con la mirada el res­
c!el local era un cholo alto y flaco, contrariando las taurante de que hablaran y lo descubrió por un aviso
características de los cholos, que son más bien ba­ luminoso al que le faltaban dos letras.
jos y anchos: Tenía un hermano en el Frontón y -Oiga . . . ahí está. . . Restaurante "Lima" ...
otro que controlaba la venta de tomates en el mer­ después de donde dice cena ...
cado. Vigilaba el negocio hasta en sus menores de­ Bajaron el hombre y la mujer y entre ambos
talles y era poco menos que imposible robarle un ayudaron al chico, que recién comenzaba a despa-

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hilarse. Estaban como perdidos. El chico se pegó a ta que lo tipificaba, distribuía aserrín sobre el piso,
la madre y ésta se puso junto al marido, mirándolo tn un esfuerzo inútil por dejarlo más o m�nos pre­
interrogativamente. Pero el hombre también estaba sentable. El hombre escogió al que fregaba y se
desconcertado y, con un movimiento mecánico, extra­ acercó a él.
jo por enésima vez el papel con la dirección, que -¿El señor Ruge! trabaja acá, no?
guardaba en el saco. El otro se incorporó y permaneció' unos segun­
-Restorán "Lima", pues... iremos pues ... dos mirando al recién llegado. Extendió luego la mi­
El chofer los miró con aire de protección. rada hacia la mujer y el niño que aguardaban cu­
-Claro, allí debe estar su amigo ... vaya si quie- riosamente en la puerta. Volvió a mirar al hombre
re y que la señora lo espere aquí .. . yo me quedo ... con alguna desconfianza y preguntó:
-No, no . . . vamos todos mejor ... -¿Por qué?
Bajaron la maleta desvencijada y la gran ca­ -¿Usted es ... no?
ja de fósforos que les servía para 1levar el equipa­ El mozo insistió en su pregunta.
je. Era todo lo que traían. Al salir de Chiclayo ha­ -e Qué pasa con Rugel?
bían pagado el pasaje y nada los ataba al chofer Le explicaron. Se acercó la mujer y cooperó con
del camión. Se despidieron. Pero antes, el hombre su marido en la explicación del viaje. Le mostraron
se palpó con disimulo el bulto que llevaba a la al­ el papel varias veces. Preguntaron nuevamente por
tura del pecho, donde tenía la plata. Todo estaba Rugel.
en orden y respiró aliviado. Luego se puso en mar­ -Se murió -contestó el mozo.
cha hacia el restaurante, con los bultos en la espalda -¿Se ... se murió? Pero ... si contestó la carta
y seguido por la mujer, que caminaba ponien_do la �- todo ...
mano sobre el horhbro de su hijo. -Sí, pero ahora se murió . . . yo soy su prim�
Todavía era temprano para el ritmo de vida que y yo sé, pues ... se murió y lo enterramos hace como
se acostumbraba en el mercado, donde las ventas se ocho días·... -hizo una larga pausa, que no aprove­
iniciaban a las diez de la noche. El hombre se paró charon el hombre ni su mujer. -¿Aquí no conocen a
en la puerta y miró detenidamente hacia el inte­ nadie? -indagó el otro.
rior del local. Algunos clientes consumían los ali­ El hombre meneó la cabeza, con un gesto oscuro.
mentos de la hora, café con leche, té, chocolate. El No. No conocían a nadie. Porque a un pariente que
pan con chicharrón llenaba el aire de un olor fa­ se vino años atrás no sabían cómo buscarlo. Y tam­
miliar y agradable. Pero había poca gente. Algunos poco era cosa de meterse donde los dueños de la ha­
mozos limpiaban lo que por el uso se había hecho cienda, que vivían en Lima.
imposible de limpiar y uno de ellos, sin la chaque- -¿ Y ahora no tienen dónde ir?

26 27
-No, pues. duciendo al niño. Era la oscuridad, era la pobreza,
El mozo meditó un rato y planteó una solución. era el hambre, era la confusión .
-Miren, como hoy mé toca el descanso, salgo La torre de Babel parecía haber recibido su nue­
de aquí a media hora. Yo vivo junto a la casa de mi vr,. maldición porque todo era triste y como muerto.
primo que ahora está vacía porque él era solo. Muchas casas a medio hacer mostraban las caries de
Lo acordaron y fueron. _ En el camino ambos sus paredes incompletas. Charcos de agua dejaban
hombres iban hablando de sus cosas y, tras ellos, la �;us espefos negruzcos en la tierra apisonada y, de vez
mujer y el niño rumiaban su desconcierto. Para ile­ en cuando, la menguada claridad de alguna luz in­
gar al cerro había un colectivo que dejaba al pie sólita, marcaba un trecho del camino adelante. Y
mismo de las construcciones. Luego un sendero los seguían subiendo.
metía en la ciudad cónica y grotesca. Después, todo -Por aquí . . . cuidado ...
era cuestión de seguir subiendo. Y seguían subiendo. Y seguían subiendo. Hasta
Jadeaban, a pesar de haberse acostumbrado a que llegaron a la cuarta plataforma. Allí el mozo se­
los trabajos fuertes. Pero pocas veces tenían que su­ ñaló un par de casuchas pintadas con cal. Ahora los
bir en la hacienda, donde todo era llano. Apenas, de ojos de todos se habían acostumbrado a la oscuridad
vez en cuando, iban al pequeño monte de la laguna, y subían fácilmente. El niño se mantenía callado, lo
pero eso era muy raro. Además de cansados y ja­ mismo que su madre. No se atrevían.a comentar na­
deantes estaban íntimamente deprimidos. El viaje fue da y dejaban al hombré tomar las decisiones. Las
muy largo y demasiada la ilusión. La pobreza de las dos paredes blancas destacaban su albura fantasmal
casas, junto a la infinita pobreza de sus gentes, los contra el negro azul de la noche. Se detuvieron unos
niños sin zapatos ... igual, lo mismo que habí�n vis­ Gegundos, para recobrar el aliento.
to a lo largo de todo el camino. Era como si nada hu­ -No crea que siempre es así, no crea. Aquí va­
biera cambiado. Como si la ranchería de la hacienda mos a tener luz eléctrica porque han venido unos
se hubiera trasladado a un cerro mucho más pobre· padres franceses que están trabajando en eso ... bue­
todavía. En la oscuridad rara, r9ta apenas por una'> na gente. Claro, hay acá sus dificultades a veces,
cuantas bombas y tenuemente clareada por la luna, pero uno se arregla. Ahora dicen que el Gobierno va
él panorama se dejaba ver paupérrimo y desolador. ::>. dar los títulos de los terrenos, para que sean de uno
El hombre y su mujer pensaban interiormente lo mis­ legalmente. Que ahora no lo son y de repente lo bo­
mo y un oscuro presentimiento les hizo desear no ha­ tan a uno. .. mire, aquí vivía mi primo. . . ésta era
ber emprendido jamás el viaje. Pero no se lo comu­ su casa . . . yo le puse un candado para estar seguro . ..
nicaron uno a otro y siguieron tal como venían. El -¿Hay ladrones? -preguntó asustada la mujer.
hombre hablando con el hombre y la mujer atrás, con- -No. Qué se van a robar aquí... lo que pasa es

28 29
que pueden meterse a dormir ... y después se quedan -Sí, claro -murmuró la mujer, con un hilo de
y para sacarlos es un lío. Espérense que ya les traigo voz.
la llave. -Esto queda muy bien si uno lo arregla -ter­
El mozo se perdió en el huec.o negro de su puer­ ció el marido.
ta y los recién llegados permanecieron en silencio, El anfitrión se volvió a la puerta.
esperándolo. Nadie hablaba. Pero el silencio de l;:i -Bueno, yo me tengo que ir a ver un asunto.
mujer era más expresivo que las paiabras. Al niño Aquí los dejo. Ustedes, si necesitan algo de noche,
también se le notaba desconcertado. El hombre hizo r,omás me llaman. Dando un golpe en la pared yo
un comentario pueril. me despierto ... Hasta luego ... mañana hablamos ...
-Eso es por unos días . . . después tomaremos Se retiraba, cuando el hombre lo alcanzó, asal­
una buena casa abajo ... tado por una curiosidad intempestiva. La mujer y
Pero lo dijo sin convicción, porque él mismo e 1· niño habían quedado dentro de la casa. Los dos
estaba desolado. Como su mujer y su hijo. Tenía en hombres estaban solos afuera. El peón quiso infor­
las manos ese rastro gomoso que dejan la preocupa­ marse.
ción y la nerviosidad. El era el único responsable -Dígame una cosa. . . ¿y de qué fue que mu-
del viaje. Había insistido para convencer a todos. Y rió su primo?
no había a quién echarle la culpa o en quién des­ -¿Mi primo? Tísico.
cargar la responsabilidad. Y pocas cosas pueden ocu­ Y, sin darle mayor importancia a la informa­
rrirte a un hombre como ésta de no tener a quié::1 ción que acababa de ofrecer, el mozo se perdió en
echarle la culpa o con quién compartir una respon­ la oscuridad de la escalerilla tosca que conducía a
sabilidad. Es decir, no tener alguien que lo ayude a las plataformas inferiores.
uno a engañarse a sí mismo. El hombre se quedó allí, hundido en sus pensa-
El hombre tardó en volver. Había aprovechado 1nientos varios minutos, hasta que un aire frío le abo­
para orinar por la parte trasera de la casa. Y volvía feteó la cara y lo trajo a la realidad. Arriba el cielo
abotonándose la bragueta, con el andar ajineteado tstaba despejado. La luna brillaba enorme, como un
de quien camina acomodándose los calzoncillos. hueco en el firmamento que dejaba ver al otro lado
-Bueno, aquí está. Y les he traído dos velas. la luz del día. Sus ojos, acostumbrados a la oscuridad
Ya . mañana veremos cómo traemos una lámpara . g,anaban experiencia reconociendo el medio que lo
Porque, eso sí. hay que comprar una lámpara. Si no rodeaba� Buscó entre sus ropas un cigarrillo. Debía
es un lío. Entren -había abierto él mismo- aquí tener muy pocos porque había fumado mucho en el
está todo. Hay que limpiar, pero la señora se encarga camino. Quedaban apenas dos. Instintivamente, mien­
de eso. Hay dos camas .. . ustedes se acomodan. tras buscaba los fósforos, volvió a palparse el dinero.

30 31
Y respiró de nuevo. Encendió y teniendo la cara pues­ jer y su hijo. La neblina empezaba a invadirlo todo
ta entre la llama azul lo llamó su mujer. y una serpiente de humedad trepaba por las piernas
-Manuel . . . aquí ya arreglé todo . . . si quieres del hombre, subiendo lentamente hacia sus rodillas.
comer ahí queda bastante ¿te vienes? El cigarrillo iba por la mitad de la vida, con. una luz
-Después. . . tú acuéstate si quieres. .. estarás brillante y roja. Lima prendía sus luces rezagadas
cansada ... ¿y el Juan, se acostó? y se abría como una flor fosforescente en medio de
-Dormido se ha quedado ... ¿por qué no comes los altos cerros� Allá al fondo estaba la ciudad. Gran­
algo? de. Llena de gente. No sería difícil entrar en ella.
-No, no ... después voy.... acuéstate ahora ... Y ganarse la vida en ella. Todo consistía, por de
estoy esperando a mi amigo -mintió- tenemos que pronto, en bajar del cerro a la ciudad. Y tratar de
hablar ... quedarse. abajo. Pensó en su mujer y en su hijo, res­
Había dado unos pasos hacia la casa, donde su pirando el aire de la casa del tísico. Y pensó que
mujer le hablaba junto a la puerta. La luz de la vela unos minutos más tarde él mismo respiraría ese aire.
cabeceaba su sueño luminoso y daba un constante Respiró muy hondo, como para preparar sus pulmo-­
movimiento a las sombras. Como un baile extraño nes antes de un esfuerzo muy grande. Y se levantó
de cosas inertes. de la piedra. Sentía la espalda fría y las nalgas dor­
-Bueno, pues . . . me acostaré mientras y te vie­ midas. Recogió los hombros hacia atrás, buscando
nes ... estirar sus músculos y arrojó el cigarrillo contra el
-Sí ... suelo.
Hubo una pausa y antes de cerrar hizo la mujer El impacto atomizó la candela en mil puntitos
una última pregunta. rojos que se desperdigaron alrededor del pucho. Y
-Manuel... ¿y de qué moriría este señor Rugel? en la oscuridad esas lucecitas fueron como un remedo
-¿Ruge!. ..? -la pregunta lo había tornado de de las luces grandes que Lima prendía a lo lejos. El
sorpresa. hombre miró los restos del tabaco encendido. Pare­
-Sí, pues . . . ¿De qué moriría.. . no sabes? cían las luces de una ciudad lejana, muy pequeña y
-Ah, Ruge!. . . sí . . . creo que de accidente ... mal iluminada. Los puntos· rojos fueron apagándose
lo pisó un carro me parece. poco a poco. Muriendo uno tras c�ro, hasta que no
Luego se quedó solo. Junto a la casa había una quedó en el suelo nada más que el pucho despanzu­
gran piedra chata, puesta allí para servir de asiento. rrado y sucio, casi completamente hundido en la os­
Estaba muy sucia, pero el hombre no se preo­ curidad. La neblina seguía ascendiendo como el hu­
cupó de eso. Se sentó en ella y apoyó la espalda con­ mo de alguna pira pagana allá en la Torre de Babel ...
tra la pared de la casa donde ahora dormían su mu- Rl hombre eritró en la casa.

32 33
II

Los hombres seguían construyendo paciente­


mente su torre. Unos traían cañas. Otros yeso. Otros
barro. Otros piedras.
Primero hacían un hueco en el cerro. -Y en una
carretilla transportaban muy lejos la carne sacada
a sus entrañas. Luego, marcando con cal unas seña­
les de la tierra, empezaban a poner en orden las co­
sas que trajeran. Y lentamente comenzaba a levan­
tarse el perfil de la casa, que era como .una torre
nacida dentro de otra torre. A fuerza de llenarlo de
cuartos habían terminado por cuadricular el cerro.
Pero todavía quedaba lugar para otros muchos. Y
cada día llegaban nuevos hombres, ávidos de unirse
al trabajo de todos para levantar la torre de Babei
y hacerla tan alta que llegara a la ciudad. No al
cielo sino a la ciudad. A la ciudad que estaba
::.bajo. Venía toda clase de gente. Una buena y otra
mala. Había vagos y rateros. Violadores y desalma­
dos. Pero también vivía gente que jamás había come­
tido otro delito que querer vivir. Y querer comer. Y
buscar un sitio donde poner sus vidas. Había gentes
tan pobres que sufrían de pobreza aún entre los

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propios pobres. En la torre nada era inservible. Los risas. y carcajadas. No había qué comer en muchas
zapatos viejos debían ser viejísimos para que los casas. Pero eran pocos los que no tenían con qué
desecharan. Pero la madera no se abandonaba nun­ divertirse las noches del sábado. Los sábados Y las
ca. La madera servía para todo. Se hacían mesas, vísperas de fiesta el cerro eutero se volcaba sobre
sillas, cajones, soportes. Todo cuanto cabe imaginar. El - Porvenir para llenar los cafetines, las tómbolas
Por eso en el cerro no se conocía la basura. Tal vez y fas casas de diversión. A veces no regresaban to­
debido a que cuanto había en él era un desperdicio dos porque algunos quedaban en las comisarías. O
hu-mano y material. Los hombres eran basura y las en la morgue. Pero entre. ellos la muerte era una co­
cosas eran basura, pero allí, en la torre, todo tenía sa natural. Lo extraordinario era poder seguir vivie�­
una uti1idad distinta. do y cada nuevo día poder abrir los ojos y empezar.
En las mañanas muy temprano se repar­ de nuevo. En realidad era un combate entre la ciu­
tía desde las profundidades del cerro el eco de mil dad y el cerro. Pero con armas distintas. Los sá­
martillos y mil trajines que llevaban, traían y aca­ bados bajaban las huestes del cerro y saboreaban
rreaban cosas. Era la torre que crecía y crecía. Pero por unas horas el gusto de la ciudad. Bebían sus
los hombres no terminaban de entenderse. Era una licores, paladeaban sus comidas, compraban la feli­
constante lucha. lvias, a veces, estaban los unos al cidad transitoria de las tómbolas y algunos probaban
lado de los otros. Y hasta se defendían. Porque, a la piel de sus mujeres. Pero no lograban mantenerse
causa de su miseria compartida, había una gran so­ más de esas pocas horas y, en la madrugada, co­
lidaridad entre ellos. Y se ayudaban. Y a vec�s pa­ menzaban a replegarse hacia el cerro. Porque no
recía que hasta se quisieran. Muchos no podían afei­ tenían más armas que unas monedas reunidas fer­
tarse con frecuencia y por último dejaban que las vorosamente en la semana. Y cuando las gastaban
barbas les invadieran el rostro como un cáncer de ya nada quedaba por hacer allí. Excepto regresar,
pelo. Y recorrían los lados del cerro, sucios, andra­ juntar otras monedas y volver a invadir la ciudad
josos, buscando qué comer y llevando a cuestas aque­ aprovechando la complicidad del sábado.
lla que hacía recordar a Jesús en sus peores días. En la ciudad no les temían. Al contrario, los
Eran muchos Cristos para un sólo cerro. Pero no lo esperaban. Y sus armas también eran distintas. Los
eran suficientes como para redimir tanto sufrimiento dejaban permanecer allí hasta que les quitaban · el
acumuiado entre los hombres que habían vuelto para último centavo. Ponían más tómbolas, como tram­
levantar su torre. pas. Y licores malos, como venenos. Y comidas
El cerro era sórdido. Pero había muchos quepa­ sucias, como carnada. También les ponían mu­
recían vivir felices. El olor a tierra húmeda, orines y jeres de la peor casta que, co010 soldados de avan­
excrementos lo invadía todo. Pero sin embargo se oían zada, salían a esperarlos en las afueras de la ciudad.

36 37
Al llegar la mañana el campo de batalla era un ver­ casa a medio hacer de un tal Fuentes, que estaba
dadero cementerio de puertas metálicas corridas, de preso· por violar a una menor. Cuando lo agarraron
lenocinios silenciosos, de restaura�tes sin humo y de sabía que le esperaba un buen tiempo entre rejas y
diversiones cubiertas con un crudo para salvar los le ofreció todo a Oviedo por veinte libras. Veinte
premios de la lluvia. Por varios rincones se conta­ libras por una casa a medio hacer . . . Claro que la
ban las bajas del invasor: borrachos tirados corno "casa" eran unos ladrillos superpuestos y dos líneas
títeres sin cuerda. Y como hombres sin vida. De de quincha pintada de blanco, con barro y adobes
las bajas se encargaban la policía o los municipales. en las junturas. Pero de todas maneras era su casa.
Pero por lo general nadie se ocupaba de ellos sino El lugar que lo acompañaba cuando estaba solo. La
ellos mismos. Y, muy subida la mañana, quedaban fue terminando poco a poco y llegó a tenerle cariño
allí, olidos por los perros, hasta que podían levan­ a pesar de sus muchos defectos. En primer lugar
tarse y emprender la retirada hacia sus cuevas del estaba eso del agua. Había un cholo que vendía
cerro. Y en el camino se encontraban con los que ha­ ¡;,gua por latas. Pero subir hasta la úitinia plata­
bían pasado la noche en la comisaría, o con los que forma costaba una peseta más. Y era un lío. Ade­
habían comprado una mujer por veinte soles. Y jun­ más al subir le derramaban casi un tercio porque
tos emprendían la ascensión llevando a cuestas la hasta allá no llegaba el burro . Y el cholo no quería
cruz invisible de su cotidiana derrota. descontarle la pérdida. También estaba lo de la luz.
Pero también había en el cerro otros hombres Los de la primera plataforma tenían todas las co­
que tenían su propia estrategia para conquistar la modidades porque las Empresas les habían tirado un
ciudad. Llevaban una vida sin desbordes y con ho­ cable y pagaban el consumo entre todos, a tres bom­
rario. Habían logrado introducirse en la zona urbana bas por casa. Pero los de arriba tenían que alum­
consiguiendo un trabajo en ella. Y esperaban en si­ brarse con lámparas o con velas porque no había ni
lencio la oportunidad de quedarse definitivamente esperanza de que les pusieran corriente algún día.
entre sus calles. Eran corno desertores del cerro. Aun­ Tv1ás de uno había intentado tirar un alambre por
que en el fondo todos buscaban lo rn�smo. su cuenta y robarse un _poco de electricidad, pero los
Tomás Oviedo, por ejemplo, era uno de ellos. dos intentos conocidos fueron fatales porque al mozo
Había llegado al cerro por unos días, mientras con­ Olivas lo mató la descarga y al chino Canseco, que
seguía algo mejor. Y se había quedado cuatro años. era raspadillero, se le incendió la casa. Y eso, que
Sin embargo no era de los más antiguos, porque en Olivas entendía de electricidad porque era mecáni­
ese tiempo el cerro estaba tan poblado que le fue co. Además, cuando los de abajo veían una luz muy
necesario subir hasta la cuarta plataforma y cons­ clara en las casas de arriba se daban el trote y su­
truír allí su casa. En realidad había comprado la bían para chequear si les estaban robando consumo.

38 39
Y al que lo agarraban le daban tal paliza que no era de todos y en realidad no se codiciaba mucho
lo volvía a intentar de nuevo. Estaba muy bien or­ una parcela en la última plataforma, comenzó a tra­
ganizado el cerro en ese sentido. bajar en sus días de descanso apisonando la tierra,
Sí, Tomás üviedo vivía cuatro años en el cerro. levantando adobes y haciéndose poco a poco una
Y aunque aseguraba a todos que alguna vez termi­ casita que hasta ventanas tenía. Pero la tos era ca-­
naría por mudarse a la ciudad, en el fondo estaba sa­ da vez más fuerte y una tarde escupió rojo. Su primo
tisfecho con dejar pasar el tiempo en esa forma. Ade­ lo notó.
más, tenía sus amores con una muchacha de abajo, -Oye, has botado sangre . ..
que vivía junto al grifo, donde comenzaba la auto­ -Es la muela ...
pista a Chosica. Le era cómodo estar allí. Y cuando Fue al Hospital Obrero, pero allí le pidieron el
reactualizaba sus viejos proyectos de mudanza y pen­ carnet del seguro. Los mozos no tienen seguro por­
saba en todos los trastornos que ésta le traería, prefe. que trabajan por las propinas. ¿Cómo le iban a pedir
ría poner la idea a un lado y pensar en otra cosa. Cla­ seguro si él trabajaba en un restaurante de La Parada?
ro, ahora había muerto su primo, con quien se acom­ ¿Alií quién va a tener seguro? Se negaron a tornar
pañaba en la altura. Las cosas habían cambiado bas­ cuenta de él y prácticamente lo botaron a la calle.
tante. Pero todo era cuestión de acostumbrarse. Permaneció un buen rato viendo cómo andaban las
Cuando, dos años atrás, Juan Rugel había ve­ manadas de enfermos y las acarreaban de un lugar
nido de Chiclayo como ayudante de camión, él mis­ a otro. Todos ellos debían tener seguro, puesto que
mo le había aconsejado que se quedara. Lo habí::i los atendían, pero ¿cómo se hacía para tener segu­
convencido con cien razones que alucinaron a su r<. ... a quié.n había que hablarle? En la puerta del
primo. hospital estornudó violentamente y sintió que se le
-No seas cojudo .. . cómo vas a comparar Li­
remecía el tórax como bajo el golpe de un martillo.
ma con Chiclayo .. . allá no hay porvenir ni nada ...
Un latido muy fuerte le subió a la garganta y un
¿te vas a pasar la vicia montado en un camión? Acá
huayco de toses le inundó la boca. Llegó tosiendo
figarras un comercio y encuentras trabajo al tire ...
a la esquina, donde esta?ª la Asistencia Pública.
te puedes casar.. . cuánta cosa .. .
Vió que llegaba una ambulancia, con vario,s hom­
-¿De veras, no? Y hasta podda hacerme ver,
bres que debían ser enfermeros o médicos, por el
porque siempre ando con la tos ...
mandil blanco. Se acercó y pidió que lo atendieran.
Terminó por quedarse. Y, en efecto, al día si­
-¿Qué tienes? -le preguntó uno de ellos.
guiente lo tomaron de mozo en el mismo restauran­
-.Tos.
te "Lima'', donde trabajó hasta su muerte. Al prin­
cipio vivieron juntos, pero luego, como el terreno -Ah, tos. .. entonces tienes que ir al hospital

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40
obrero ... anda, allá enfrente ... Aquí sólo atende­ las explosi <?nes violentas de la tos. Le indicaron que
mos heridos. hablara con un médico y le ibnn a extender la ficha,
-Y allá. .. ¿también atienden? -preguntó se­ cuando surgió la pregunta:
ñalando el edificio oscuro del otro lado, donde, a -¿Su seguro?
través del jardín, se veía caminar a varios hombres El seguro. El condenado seguro, el maldito se­
de mandil blanco. guro. El seguro sin el cual no ·podían siquiera mi-
El médico sonrió. 1·arlo, o tocarlo o ponerle una inyección. El seguro.
-¿Dónde, allí ... ?_ No hombre ... esa es la mor­ No, no tenía seguro, pero se sentía muy mal. Le do­
gue. . . allí no atienden sino a los muertos. lía el pecho. Y la espalda. Y las piernas se le dobla­
Rieron todos de la ingenuidad del hombre y si. ban. Pero no tenía seguro, ¿qué podía hacer si na­
guieron atendiendo a lo suyo. Después se quedó solo die le había dado uno? Lo que él necesitaba era
porque los otros partieron en la ambulancia. Y Juan ..:i.ue lo viera un médico. Salió de allí como pudo y
Rugel, con su tos y su agonía, se fue a servir en el volvió a otra oficina. Allí le preguntaron nuevamen­
restaurante de La Parada. te por el seguro. Pero, ¿era tan importante el seguro?
Era un buen hombre. Un magnífico hombre. No Tan vital era que sin él tendría que morirse ...
tenía perro que le ladrara, pero con el tiempo se Le indicaron que saliera porque estorbaba el paso.
ganó la simpatía y el afecto de muchos. Ayudaba Y él salió. Pero no llegó a los jardines proque se quedó
a cuantos era posible y entre las gentes de su tierra se muerto dos metros más allá de la puerta, con la cara y
había convertido en una figura imprescindible para ei suelo reventados en sangre. Sangre por la nariz y la
los que se decidían a cruzar el desierto y venir a Li­ boca. Sangre por la camisa y el cemento. Y los ojos
ma. Pero ser muy bueno y tener tos era demasia­ vidriosos mirando hacia el hospital. Había vomita­
áo para un hombre débil y poco a poco fue langui­ do toda su enfermedad antes de morir. Alguien trajo
deciendo hasta que una tarde se sintió definitivamen­ una sábana sucia, de las que llevaban a la lavan­
te mal, y -haciendo a un lado su experiencia ante­ dería, y lo cubrió mecánicamente. La tela f1;1e ca­
rior- fue de nuevo al hospital en demanda de un yendo como un paracaídas macabro ... y manchán­
médico. Apenas podía hablar. La tos le ahogaba y dose poco a poco de sangre, perfilando el cuerpo
su respiración jadeante le. impedía explicar lo que como el sudario de algún cristo anónimo.
sentía. Y sentía que algo se le había reventado en el. Así, Tomás Oviedo se quedó solo, sin su primo,
pecho. Algo caliente que lo recorría por dentro, co­ a11á en la cuarta plataforma del cerro, donde los
mo miel suave que llenaba al cuerpo de una sensa­ hombres estaban construyendo su nueva torre para
ción muy dulce. El corazón le retumbaba hasta en llegar a la ciudad.
la nariz y tenía los ojos enrojecidos y húmedos por * **
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-¡Costa ...! da la pobreza y estaban también.uniformados en la ex­
-Voy ... presión que pone la vida cuando golpea. Manuel Ovie­
Era muy temprano pero el hombre estaba listo do tenía el proyecto de meter a su amigo en el res­
cuando lo vino a buscar Oviedo. No le faltaba más i:é!urante donde él mismo trabajaba. Así estarían jun­
que peinarse, porque no tenía agua en la casa. El ios y él lo ayudaría a salir de allí io antes posible.
otro se dió cuenta de su olvido. Pero para salir del restaurante era preciso entrar
-Ah, me olvidé del agua. . . ahora mismo les primero. Hablaron con el dueño, que venía muy tem­
paso una lata. Yo debo tener dos llenas ... un mo­ prano, y arreglaron para que Costa entrara el mismo
mento ... día. El hombre nQ era muy exigente.
Volvió con una gasolinera vieja atravesada por -Ya sabes, el sueldo es no más de quince libras,
un trozo de mango de escoba. La mujer había sa­ pero con las propinas sube ... ¿tú has servido antes?
lido mientras tanto y esperaba al vecino junto a su -Sólo en la hacienda. .. cuando había fiesta o
marido. algo ... a los dueños.
-Buenos días ... aquí le dejo agua . .. es bue­ -No importa .. . aquí es fácil... y Oviedo te
na . .. pero no le va a alcanzar para la cocina de enseña rápido ...
manera que cuando bajemos le digo al aguatero q;le Y empezaron. En las mañanas había poco tra­
le suba ... está a sesenta, porque alega que la subida bajo, porque en La Parada la vida cesa cuando sa­
es muy pesada. lt el sol. Son aves nocturnas quienes viven alrededor
La mujer se adelantó. Tenía esa cosa tibia de del mercado. A las once de la noche, como tocados
las mujeres recién salidas del lecho y sus formas se por una vara mágica, cobran vida los puestos, lo:;
insinuaban bajo el traje, puesto apresuradamente so­ car.liones, las gentes. Se levantan las voces. Se trans­
bre el cuerpo desnudo. Oviedo reparó en la curva forman ·en gritos. Aquellos bultos dormidos sobre las
pronunciada de su seno, semioculto entre los plie­ rumas de papas o los sacos de camotes se alzan y,
gues del vestido, y miró rápidamente a otro sitio. como fantasmas al toque de algún ángel macabro,
Con breves indicaciones le dijo cómo y dónde podía empiezan a hervir en todos los contornos. Las casas
comprar .lo indispensable para preparar la comida de diversión abren sus puertas para recibir a los que
del marido y del hijo. Luego, los dos hombres em­ acaban de cerrar un buen negocio. Los restaurantes
pezaron a bajar juntos hacia la ciudad. Bajaban en sirven de oficinas a quienes transan, venden o com­
pequeños saltos por las rudimentarias escaleras de pran. Los comentarios llenan el aire como un vaho
piedra que conducían de una plataforma a otra. Ba­ espeso y -diríase una bolsa de comercio para po­
jaban como soldados en misión especial. Y eso eran bres- se oye por todas partes el último dato de las
rn el fondo, soldados. Usaban el uniforme raído que cotizaciones.

44. 45
-L'os tomates están a mil soles la camionada. men cuidando sus pertenencias y que -como un'.l.
Algunas gentes de otras clases sociales llegan holsa más- yacen sobre las otras bolsas que con­
a La Parada como quien realiza un safari emocionan­ tienen yucas, frijoles y cuanto hay. A veces, algún
te, armadas de sus carros .nuevos y sus choferes so­ comerciante fallido permanece al pie de su carga,
lícitos. Vienen a'i'raídas por las ventajas de comprar esperando la llegada del cliente final antes de entré­
barato. Y de paso se entretienen vierido con sus pro- . garse al descanso. No es raro que las camionadas se
píos ojos la pobreza. Pero esos ojos no ven la pobre­ atrasen por una falla mecánica. Y esta es la ruina del
za tal como es. No se hunden en ella y la viven. Ni comerciante, porque la carga vale muy poco al ama­
se saturan de ella. No. Se limitan a olerla. Y a estre­ necer. En la noche se han hecho todas las transac­
mecerse de asco. Pero hacen sus compras y luego ciones y ahora no hay plata, ni postores, ni interés.
�e van y se olvidan de lo que han visto. Y lo comen­ Tiene que vender lo suyo por lo que le ofrezcan.
tan en sus casas. Pero nada más. Casi siempre le dan una miseria. Pero tiene que acep­
Otra cosa es vivir allí. Y llevar el olor en la san­ tarla o resignarse a perder todo lo que trajo. Las ver­
gre. Y tener los pulmones saturados de papas, camo­ duras se descomponen primero. Y los ojos del co­
tes, gritos, golpes, abusos y vómitos. Otra cosa es merciante se cargan de angustia buscando alguien
tener la sangre saturada de sangre y ser quintaco­ que le ofrezca cualquier cosa por su camionada. Al­
lumnistas en una ciudad que se quiere tomar suave­ gunos, para salvar su mercadería salieron por los
mente, como se adentra un pez en el agua o como barrios, vendiendo directamente al por menor, en el
una puñalada en el aire. Y vivir constantemente aga­ mismo camión. Pero no habían podido volver a La
zapados detrás de la paciencia, esperando. Esperan­ ;>arada. Y los que volvieron tuvieron que sufrir las
do. Esperando siempre y muriéndose todos los día<; consecuencias. Porque La Parada es de unos cuan­
en la espera. Los más débiles se llenan de odios. Y tos, que controlan hasta el último camote y hasta la
odian. Pero algunos saben que así son las cosas y última papa. Una verdadera maffia que compra por
que sólo por un descuido de la vida se puede captu­ camionadas. Y fija los precios. Y aplasta a quienes
rar la ciudad. Y permanecer en ella, que es el precio quieren trabajar por su cuenta. Hay una rígida dis­
cie la lucha. Y esperan el momento. El descuido de ciplina entre e'llos, que han delimitado sus operacio­
la vida. O de las gentes, que es lo mismo. nes como quien se divide una herencia. El comprador
Por: las mañanas La Parada despierta lenta­ de tomates no puede comprar otra cosa que tomates.
mente a la vida y el sol está muy alto cuando la:; O se expone a recibir un castigo. Pero el vendedor
sombras recuperan su cuerpo y su movimiento. To­ de tomates tiene que venderle a ese comprador, al
dos han vigilado hasta muy tarde y casi no hay precio que él quiera, o tiene que largarse de allí. Circu­
nadie en las calles, · con excepción de los que duer- lan en voz baja las más _espeluznantes historias. Un

46 47

j
vendedor de huevos que desafió a la banda desapa­ -Tienes que comprarte una camisa blanca y
reció de la noche a la mañana. Y su camión quedó una corbata michi. . . y un saco blanco así como el
allí varios días. Y la policía tuvo· que llevárselo por­ mío ...
que del hombre no se volvió a saber una sola pala­ -Sí.
bra. A más de un indisciplinado le habían roto la -Ahora usa nomás este saco pero mañana te
cara y finalmente habían conseguido establecer el compras uno para que el dueño no alegue.
sistema sin que nadie se opusiera, porque las autori­ Costa asintió, con un gesto vago. Tenía la ca­
dades estaban compradas. O simplemente habían si­ beza cargada de pensamientos que no podía deso­
do instruídas para no meterse con ellos. Por desgra­ villar claramente. Había lo de vivir en el cerro. Y tan
cia, éste es todavía un país donde se puede comprar alto. Luego la queja muda de su mujer. Y lo del
a una autoridad con cinco kilos de legumbres. Por­ tísico. Su idea había sido otra y a cada momento
que lo malo no está en venderse, sino en venderse Lima aumentaba su tamaño y se iba convirtiendo
por cualquier cosa. La inmoralidad tiene un precio en una ciudad enorme, inalcanzable. Demasiado
tan bajo que resulta doblemente inmoral. Y ni si­ grande para cualquier�. Y venir desde tan lejos para
quiera se tiene la excusa de la tentación para rebajar tener que meterse en un cerro... Apoyó el mentón
la falta. Aquí resulta una verdadera inmoralidad ser sobre las manos cruzadas en pirámide.
inmoral. -¿Y _no se podría conseguir un sitio barato por
La Parada era el reducto de unos cuántos que aquí cerca? -preguntó.
ganaban verdaderas fortunas cada. noche. Compra­ -¿Aquí ... ? Nooo ... le piden a uno como trein­
ban en uno lo que vendían por diez. Pero el minoris­ ta libras ... y se va casi todo ... hay un judío que
ta también tenía que ganar. Y subía a quince. Y la se compró ese pampón que hay antes del grifo y ha
gente se moría de hambre y no podía arribar a nin­ hecho unas casas de adobe ... pero son dos cuartitos ...
guna parte. Porque un placer, o un terno o una cor­ y ni agua tienen . . . ni botadero.
bata podían esperar. Pero la comida es imposterga­ -¿Y en El Porvenir ...?
ble. La comida no tiene futuro. Es siempre para hoy. -Allí ni hablar... además es un puro bulín y
Por eso en el estómago, no en las ideas, está el origen ef una vaina que la señora esté viviendo junto a tan-
de todas las revoluciones. ta polilla ... no conviene. Y ni hay sitio tampoco ...
No había, pues, mucho trabajo en la mañana y -hizo una pausa- hay que aguantarse, primo...
Tomás Oviedo, luego de instruir a su amigo con dos ahora dicen que el Gobierno va a dar los títulos...
lecciones generales sobre su nueva ocupación y pre­ y si uno se va, se friega ... por eso yo me aguanto .. .
sentarlo al resto de los otros mozos, se sentó con él ¿ tú cuánto ganabas en la hacienda?
en una 111esa. -Siete cincuenta diarios... con dominical ...

48 49
-¿Siete cincuenta diarios ...? Son como veinte Ya le había advertido Oviedo que no discutiera con
libras .. . muy poco. Aquí son quince de sueldo, pe- nadie, porque salía ·perdiendo. Así eran las cosas. Así
ro con el diez por ciento y las propinas sacas .. . eran los clientes. Y, especialmente, así era La Para­
-hizo el cálculo-- ¡ bufff ...! como tres vece s .. . <la. Un pequeño mundo propio, con sus propias leyes.
-Ojalá ... Una selva de cemento donde sólo se imponían los
Llegaron unos parroquianos. más fuertes y sobrevivían los más duros. Allí no ca­
-Anda -le dijo Oviedo a Costa- a ver cómo bía el sentimentalismo ni la fórmula y para ser res
te haces ... petado era necesario reiterar a cada paso que se era
Eran tres sujetos sólidos que tenían en aspe\:ta cupaz de cualquier cosa si llegaba el momento. Ha­
de haber dormido con la ropa que llevaban puesta. bía que estar dispuesto a pegar una trompada, hun­
O de no haber dormido, simplemente. Ninguno esta .. dir una chaveta o romper una botella. O a mata.:.
ba afeitado y actuaban e n la forma agresiva de quie­ Puesto que la muerte es diferente allí donde los hom­
nes estaban hechos para ese ambiente. Dos con bufan­ hres son diferentes. Hasta el dolor tiene otras formas
da y uno con saco de cuero, parecían camioneros y el honor tiene otros códigos. Porque también hay
recién llegados. Costa se acercó a ellos llevando en un honor entre las gentes que viven al margen de la
la mano el block de servilletas mal cortadas que le sociedad. Esto resulta increíble para algunos porque
serviría para hacer sus apuntes. El que parecía más estamos acostumbrados a pensar en el honor como
fuerte le dirigió la palabra. decencia. Pero el honor no es decencia. Es simple­
-A ver, oye, ¿carne hay? mente amor propio con otro nombre. Y eso lo tie­
-Sí. nen todos.
-Bueno, entonces ve si me puedes traer un apa- -Oye, más pan ...
nado con dos huevos, arroz y plátanos fritos ... El grito lo sacó de su distracción. Instintivamen­
-Ya -Costa miró a los otros dos-, ¿y ustedes? te se apresuró a cumplir la orden y puso en la mesa
-A mí lo mismo -respondió uno de ellos. un plato con seis franceses. Algo le decía que era me­
-Yo también, pero sin plátano -terció el otro. _ior evitar un incidente con los recién llegados. Eran
Y añadió -y tra es café ... muy fuertes y l e inspiraban miedo porq17.e intuía
-¿Tres? que eran capaces de hacer cualquier cosa¡ Tenía el
El que había hablado primero lo miró, de mal miedo de los débiles, que es el miedo más pavoroso
humor. de todos. Y prefirió -callarse. Miró a Oviedo y en­
-¡ Tres, pues, cojudo ! contró una mirada de comprensión en él. Oviedo es­
El mozo no dijo nada. Se mordió los labios y taba acostumbrado. A fuerza de gritos recibidos le
contuvo su primer impulso de responder al insulto. habían ablandado el espíritu y los insultos pasaban

so 51
por encima de él como las nubes. A veces le caía uno �azas.· Costa hizo sus cuentas y se acercó a la mesa.
que otro golpe, pero tampoco le hacía mucha mella. Puso el papel sobre u,., rincón del hule. El mismo
Después de todo en el campo de hab1lla es donde sujeto agresivo del comienzo lo increpó:
se reciben las heridas. Y ellos estaban allí para lu­ -¿Y a ti quién te ha pedido la cuenta? ¿Qué
char. Era cosa de comprender bien la situación y te pasa. . . quieres la mesa?
nada más. Pero Costa no había recibido su bautismo -No ... es que como ya se iban... si quieren
todavía y eran muchas las cosas que ignoraba. Por me la llevo .. .
de pronto, ullí había tres hombres agresivos que le -No, déjala -terció ot,o-, déjal:i. nomás que
daban órcenes como se le dan a un perro. Y cuando ya nos vamos ... a ver...
no hay más recurso es necesario obedecer como un Y unieron sus cabezas sobre el papel. Luego sa­
perro_. O se termina así, como un perro. caron un lápiz de carpintero y en el reverso de la
/Llegaron más parroquianos. La Parada comen­ cuenta hicieron números. Consultaron la lista de pre­
zaba a despertar. Entró un grupo de serranos, con cios y el mismo sujeto dio un golpe sobre la mesa.
sus trajes llenos de colorines, sus gestos teatrales y -Ya sabía . . . si este cholo tiene una cara de
su lenguaje susurrado. Luego un par de negros. En­ ratero . . . oye. . . oye.. . --dio otro· golpe sobre la
traron también un municipal y un policía. Los mo­ mesa-, ven para acá.
zos iban entrando en acción conforme ingresaba más -¿Señor?
gente y Costa tomó a su cargo vaiias mesas. Iba Sintió una rebeldía honda por aquello de "se­
hacia el municipal cuando - lo interceptó Oviedo. ñorearlo", pero se dominó porque así se lo había
-Cuidado con ese. Sírvelo bien y no le cobres... 0
aconsejado Oviedo. Un secreto instinto le advertía
tú sabes... con estos hay que estar bien. para medir sus palabras y sus gestos porque podía
Lo ate':,dió sin contratiempos. El hombre pedía c,currir algo desagradable. El tipo se puso los brazos
poco a pesar de su ventaja. Y terminó rápido. An­ en jarras.
tes de salir se detuvo a charlar un momento con el -¿Cuáles son tus treinta y ocho soles, a ver ... ?
dueño del establecimiento. Rieron de ?lgo y el dueño Costa tomó la cuenta y fue marcando cada ren­
le dio a probar un nuevo pisco. El municipal asintió glón ccm su lápiz. En su criterio la suma estaba bien.
a una pregunta y salió. Eructó en la puerta y se -Treinta y ocho, pues ... aquí tenemos los bis­
perdió en ia caile seguido por la mirada de Costa, tés con todo a una libra ... son treinta. , . y después
que quería apre!"lderlo todo. Los LTes hombres se­ los cafés con leche y el pan . . . y la propina ...
guían sentados, pero se notaba en su actitud que es­ Le pus:eron la lista de precios en la cara.
taban listos a marcharse. Andaban en los cigarrillos -¿Diez soles ... y aquí qué dice ... ¿no dice ocho
y el café con leche era apenas un vestigio en las soles ...? ¿Entonces, cuáles sen tus diez?

52 53
Costa tenía los labios resecos. No sabía discutir. -Son treinta y ocho soles -repitió-, si no paga
No tenía práctica y las palabras se le deshilachaban llamo al guardia ...
én la boca. Uno de los otros se le acercó agresivamente, pero
-Ocho es con un huevo... y ustedes dijeron dos el primero lo contuvo.
huevos ... -Deja nomás -luego encaró al mozo- ¿así que
El tipo explotó. llamas al guardia, no? Mira, ya te voy a dar tu re­
-Ah, ¿y van a querer cobrarle a uno dos soles cibo ... sal de ahí ...
por un huevo? ¡Qué tales conchudos ... ! -¡No ... ! ¿qué se cree. . . que por que es más
-Así están los precios, pues . . . yo no soy el grande va a robarle a uno ...? Yo ...
dueño.;". Pero no terminó la frase porque sintió un impac­
El del lápiz revisó las cuentas nuevamente y des­ to feroz, como si el mundo le hubiera caído en la
contó seis soles del total. Puso treinta y dos soles cara, remeciéndole los sesos desde su raíz y hundién­
én la mesa. Y se incorporaron los tres, como para dolo en un mar extraño donde todo daba vueltas.
irse. Costa miró hacia Oviedo, pero este permaneció Cuando recuperó el sentido, apenas dos segundos más
impasible. Entonces se dirigió al dueño, que contem­ tarde, estaba en el suelo. Le corría la sangre como
plaba la escena desde otro ángulo. un caño abierto, por la nariz. Tenía la camisa roja
-Señor. .. aquí no quieren pagar. . . dicen que como una bandera y en el suelo había grandes go­
el bisté con todo está a ocho soles en la lista ... ¿qué terones desperdigados sobre el cemento. Se incorporó.
hago ...? A lo lejos se iban los tres hombres sin que nadie se
-Anda reclámales. .. es cosa tuya. .. si no te hubiera atrevido a detenerlos. Unas diez personas
pagan se te descuenta a ti... veían la escena mientras Costa se preguntaba si de­
Ya se iban, pero el mozo los alcanzó en la puerta. bía continuar su reclamo. Sintió la voz de Oviedo
-Oiga .. . ¿pero cómo pues.. . si son treinta y a sus espaldas.
ocho soles ...? Falta plata... -Anda a lavarte la cara a ver si te para la
-Ah, sigues fregando. . . ya, ya oye .. . no me sangre. . . con hielo es bueno ...
calientes y lárgate ... Se quedaron mirando entre ellos. Costa sacó un
Le hundió la mano abierta en el pecho y lo pro­ pañuelo sucio del bolsillo y se lo aplast6 contra la
yectó con fuerza hacia el lado de la pared. Costa naríz.
recibió el golpe en la cabeza y la espalda. Le subió -¿Por qué te quedaste atrás? -preguntó-- Me
la ira como una marea de sangre y se plantó frente dejaste solo ...
al hombrón. Llegó, inclusive, a tomarlo por una man­ El otro se encogió de hombros.
ga del saco de cuero. -¿ Y qué iba a sacar. . . esos siempre hacen lo

54 SS
mismo . . . comen y· después no quieren pagar . . . y -A ver .. . no es nada -declaró, con la seguri­
ni policía hay ... y aunque la hubiera... no les ha­ dad de quienes no han recibido el golpe- ahora te
cen nada porque son del sindicato ... para.. . pero la culpa ha sido tuya, Costa. . . porque
Bien sabía Oviedo que el sindicato era más fuerte en ese caso has debido perder los seis soles. . . en
que las autoridades. El sindicato era como un ejér­ sangre nomás has perdido seis soles .. .
cito que hacía lo que le daba la gana·. Era el ejército -Usted me dijo que les reclamara.. .
áe la ciudad que defendía sus muros contra la inva­ El otro hizo un gesto con la mano.
sión de quienes bajaban desde los cerros para con­ -Sí, pero no tanto. . . la próxima vez que ven-
quistarla. A Oviedo le habían pegado muchas veces. gan procura no tener otro lío...
Ya estaba curtido y prefería evitarlo todo. Jamás Costa regresó como desde un mundo distante.
discutía. Si era cosa de perder unos soles, pues los -¿ La próxima vez ...?
perdía y asunto concluído. Su orgullo, su amor pro­ -Claro. No esperarás que dejen de venir por-
pio, la defensa de sus derechos, todo había quedado que te cayó tu golpe.. . también, a ese paso se que­
atrás, como una carga muy pesada en el camino. daba uno sin clientes.. . -se dirigió al cocinero, que
Como las plantas secas del cerro, Oviedo había echa­ también presenciaba el diálogo--, a ver, dale una sus­
do raíces en él. Y, como las plantas había ido tancia para que se recupere.
secando su espíritu poco a poco, hasta poder vivir Y salió hacia. la puerta que daba al comedor.
en el cerro sin disgusto. Su viejo proyecto de bajar Pero antes se detuvo para puntualizar, levantando
para siempre permanecía como una voz lejana que el índice:
cada vez se oía menos. Y todo el objeto de su vida -Con un huevo ...
se reducía a dormir de vez en cuando con la mu­ Allí permaneció echado varias horas, sin saber
chacha del grifo y a trabajar en el restaurante tra­ exactamente qué pensar. Ni cómo hacerlo. Tenía un
tando que le pegaran el menor número de veces. desconcierto infinito y, sin definir una razón, los ojos
-Vamos, no te quedes ahí que te va a salir se le llenaban de lágrimas por momentos. En la ha­
más sangre. cienda no dejaban nunca que los grandes abusaran.
Lo llevó al interior del restaurante, donde otros Ya sabían todos que el dueño botaba a los matones.
mozos lo rodearon, unidos en una experiencia que ya A él mismo lo habían botado por pegarle al chino.
habían tenido todos. Lo hicieron recostarse y perma­ Claro que el sub-administrador y el chino se enten­
necer así un buen rato. Con agua helada le pararon dían para hacer negocio en el tambo, pero de todas
la sangre y limpiaron como se pudo la .camisa para maneras los débiles vivían seguros. Pasó por su men­
quitarle el gran parche rojo que le dejara el puñe­ te el curioso pensamiento de que si su agresor hu­
tazo. Se acercó el dueño del local. biera tenido el mismo pleito con el chino lo hubiera

56 57
roto en cuatro partes, porque el tambero era flaco pararse. Sin embargo estaba bien. Se lavó con agua
como una lagartija de pampa. Y cobarde como una fría y se pasó un peine por la cabeza. En el pecho
rata. tenía aún la mancha rosada y húmeda de la sangre
Sintió un nuevo hilo corriéndole hacia los flan­ borroneada por el agua. Pero salió. Y estuvo aten­
cos de la cara y alzó el pañuelo mugriento para en­ diendo hasta que el incidente se fue diluyendo poco
jugarlo. Era sangre. Hizo un esfuerzo para sonarse a poco en las nuevas experiencias del día. Atendió
las narices, pero el dolor le impidió hacerlo. Sentía gentes de los más variados tipos. Unos judíos que
como un taco de madera metido hasta más arriba de discutían entre ellos sobre la calidad y el precio de
los ojos. Y el labio superior entumecido por el golpe. las corbatas que habían puesto sobre la mesa. Unos
Se tocó la boca y recorrió el abultado contorno de chinos. Más serranos. Y, a las seis. de la tarde, los

,, la mejilla donde recibiera el impacto. Y pensó en


lo que debía decirle a su mujer. Las mujeres nunca
primeros borrachos, que parecían estar ya borrachos
cuando empezaron a tomar cerveza y pisco. A ve­
entienden estas cosas. Y da miedo contarles estas ces parece que la borrachera· fuese una actitud y no
cosas porque creen· que a uno le han pegado por co­ un vicio. Los que toman van adquiriendo cara de
barde. Cuando justamente le han pegado por de­ borrachos. Y permanecen con ella puesta, aunque
masiado hombre. Además, .eso de que lo viera su no tomen un sólo trago en varios días. En La Pa­
hijo le molestaba. Felizmente llegaría por la tarde y rada, precisamente, había un verdulero que tenía ese
en la noche se disimula todo, especialmente cuando nombre "El borracho". Y jamás había tomado una
no hay mucha luz. Pensó en la mujer y el hijo. Y sola copa. Claro, lo decía él y a nadie se le puede
tomó resoluciones. cr,er lo que dice. Excepto que nos convenga creerlo.
En su primer día libre iría al Ministerio para que A veces necesitamos creer algo como si la vida es­
le dieran una beca. Una vez con el muchacho estu­ tuviera puesta en ello. Y la inteligencia se pone de
diando la cosa era más tranquila y Josefa, su mujer, acuerdo con el sentimiento, con la lógica y con to­
podía trabajar algunas costuras para la calle. Des­ das esas cosas que tenemos adentro, para que ter­
pués, él mismo buscaría otra cosa y empezaría a minemos creyendo que es verdad aquello que nece­
juntar para su camión. Y vendrían a vivir a Lima... sitamos que sea verdad. Y creemos en ella y nos afe­
Oviedo lo sacó de sus cavilaciones. rramos a ella. Y sabemos que es verdad, cuando al
-¡Oye... ! ¿Puedes atender o te sigue saliendo mismo tiempo sabemos que es mentira. Total, ¿quién
sangre? nos entiende ... ?
-Un poquito... pero ahora para... Costa y Oviedo tenían el llamado "turno de día",
Se incorporó. Sentía la cabeza pesada, como de· que a pesar de su nombre terminaba a las once de
plomo, Y estuvo a pu.nto de perder el equilibrio al la noche. A esa hora entraban los que permanecían

58 59
en el restaurante hasta la madrugada. Pero el dueño la partida de nacimiento? ¿Acaso no lo están viendo
seguía allí hasta muy tarde, en que venía un sobrino delante de ellos? Las dificultades hacían que casi
a sustituírlo. Nadie se explicaba cómo el hombre todos los mozos prefirieran ahorrarse los soles que
podía dormir tan poco. A veces se iba a dormir y costaba ei ingreso y las solicitudes y las partidas, y
a las tres horas pasaba por el local a ver cómo esta-· traba jar por su cuenta donde podían. En realidad
ban las cosas. Después se iba otra vez y volvía a no tenían a quién acudir. Les faltaba protección del
la hora de siempre. Pero nadie sabía cómo aguan­ gremio y de las autoridades. Por lo general, cuando
taba la falta de sueño. Las once de la noche era una se ventilaba algo en la comisaría, era preferible ca­
hora intermedia en que entraban los unos y salían llarse la boca y disculparse, aunque no se tuviera la
los otros. Por un arreglo con el dueño todos comían
culpa, porque a la hora de los loros terminaban por
allí, a pesar de los esfuerzos que había hecho para
complicarlo en cualquier cosa. Por últirncJa decían "a
darles de comer sólo a los que entraban. Era un
ver, tus papeles". Y corno nadie los tenía termina­
agarrado que se fijaba hasta en el último centavo.
ban peor que antes. O preguntaban por el servicio
Pero los mozos se habían puesto de acuerdo para
militar. Y que si estaban inscritos. También los acu­
reclamar. Y él se desquitaba lavándose las manos
saban de comunistas, especialmente cuando el plei­
cuando había un pleito con los clientes. "A mí me
entregan lo que dice la cuenta", era su cantaleta. to era con gente de influencia. A uno, por ejemplo,
que le habían muerto al hijo en un accidente de au­
Y cuando algún cliente no pagaba o rompía a·lgo,
el dueño le cobraba la diferencia o la pérdida al tomóvil, lo habían tenido preso dos meses. El carro
mozo ''responsable''. Y no había nadie a quién re­ lo manejaba la mujer de un señorón, pero no se pu­
clamar porque no estaban sindicalizados ni tenían se­ do )1.acer nada. Le quisieron dar mil soles por el
guro. Había un Sindicato de Empleados de Restau­ hijo, que ya era grandecito. El hombre no quiso y
rantes y Anexos, pero para entrar allí se necesitaban no hubo más remedio que acusarlo de comunista y
mil cosas y mil papeles que por lo general no tenía meterlo adentro. Total, tuvo que pedir perdón a la
ninguno de los que servía en La Parada. ¿En qué propia señora que le había matado al hijo, para que
cabeza de autoridad cabe que uno que viene de pro­ ella lo hiciera poner en libertad. Y no le pagaron
vincias tenga partida de nacimiento o de bautismo nada. Y quedó fichado como comunista en la Pre -
o de cualquier cosa? Que al muerto le den su partida fc:cttíra.
de defunción, pase. Pero si uno está allí y habla y -Tú eres comunista -le había dicho el comi­
discute y pide algo es porque existe. Porque ha na­ sario.
cido. O, al menos, porque nació alguna vez y en Pero el hombre no sabía de estas cosas.
algún sitio. Entonces, ¿por qué tiene que presentar -iCornunista, señor? ¿Y eso qué es ... ?

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_:_Comunista, pues ... uno de esos revoltosos que alternaban los de la ciudad y los del cerró. No era
siempre están reclamando ... exactamente una guerra fría, porque la sangre es ca­
Así era ese pequeño mundo. Pero nadie recla­ liente. Y la sangre manaba todas las noches. Cuando
maba. Lo raro era reclamar. Al que se quejaba lo mi­ e! herido era del cerro no pasaba nada. A lo más
raban como bicho raro. Y se daban cuenta que era lo llevaban a la Asistencia Pública., O al hospital, si
nuevo ailí. Que recién se estaba acostumbrando a las le recibían. O a la morgue si el asunto era más se­
cosas. Pero sabían también que -en caso de permane­ rio. Pero cuando era uno de la ciudad quien llevaba
cer ailí- terminaría por acostumbrarse. Y algún día la peor parte, la cosa se ponía muy fea para· el del
él también miraría a los protestantes con la misma ex­ cerro. Lo encerraban en un calabozo y ya nadie po­
trañeza con que ahora lo miraban a él. Todo era cues­ día decir dónde terminaría el pobre. En realidad
tión de tiempo. Porque las circunstancias no varia­ era un prisionero de guerra y con los prisioneros de
ban. Los viejos no tenían temor sino filosofía. Así de­ guerra no hay muchas consideraciones. Son enemigos
bía ser el mundo y nada más. Era cosa de sobrevivir y hay que tratarlos como tales. A veces los pasaban
hasta que se muriera uno. En realidad no era un plan­ a la Prefectura y los ponían a disposición del juez.
teamiento muy complicado. Es muy simple: uno vi­ Entonces ya no había nada que hacer. Porque el juez
ve hasta que se muere. era u� �nemigo terrible y poderoso de los del cerro.
Nada más. Cuando caía en sus manos uno de ellos le aplicaba
Y esas autoridades ... ¡pobres! Qué abuso han mil razones, cada una de las cuales tenía un nume­
cometido con ellas al ponerlas a administrar justi­ rito, para encerrarlo por un buen tiempo en la cár­
cia. ¿Cómo pueden administrar justicia si no han vi­ cel. Muchos no salían nunca y, si les hubieran pre­
vido nunca en un cerro? ¿Qué puede saber un juez de guntado después de algún tiempo por qué estaban
lo que es justo? La justicia es algo que sólo conocen allí, habrían contestado:
las víctimas. Y algo que nunca les dan a las víctimas. -Yo, señor, reclamé porque un municipal se
Pero las autoridades estaban en los suyo. Esas gentes propasó con mi señora. Y le pegué. Entonces, me
del cerro eran enemigas de la ciudad. Había que con­ acusaron de agredir a la autoridad. Y en la Prefec­
tenerlas ... Y rechazarlas de cualquier manera. Todo tura me quisieron hacer barrer. Y no quise. Y me
Jo que reclamaban y pedían no era sino para causar enjuiciaron por desacato. Y después alguien me pe­
contratiempos a la ciudad. Que vivieran en el cerro ... gó. Y yo también le pegué, porque ¿con qué derecho
¿no era de ellos? Y si algo tenían que reclamar, pues k pegan a uno, señor? Y entonces me mandaron a
que se lo reclamaran al cerro. ¿Pero a la ciudad, la cárcel mientras me tocaba el turno de juzgamien­
por qué? to. Y de esto, señor, hace casi cinco años... y todo
La Parada era como la tierra de nadie, donde por defender a mi señora, que viene todos los días

62 63
a traerme la comida ... Y, ¿sabe? Ese municipal to­ contarle las impresiones del día. Se tocó la cara, bus­
davía la sigue enamorando ... cando la posibilidad de ocultarle a su mujer lo que
Era un mundo sin sentidos. Porque allí la gente había ocurrido con el hombre del saco de cuero. Pe­
no oía, ni veía, ni tocaba las cosas como existencias ro comprendió que la hinchazón tardaría una sema­
reales. Eran gentes dopadas por las circunstancias
na en desaparecer. También se palpó una pequeña
que, como las hormigas, se desconcertaban ante un
costra en la división de la nariz. Le dolía. Pensó qué
obstáculo inesperado. Y no sabía qué hacer sino re­
decirle a Josefa para no quedar mal con ella. Y se­
plegarse al cerro. Y volver a bajar. Como una ola in­
guía subiendo. Hasta que llegó a la cuarta platafor­
dividual sin fuerza y sin espuma.
ma. Y vió una luz en su casa. Y abrió la puerta.
Y en el cerro, mientras tanto, seguían adelante
Adentro no había nadie.
con sus cañas, su yeso, su barro y sus piedras, cua­
El hombre miró atentamente todos los rincones
driculándolo a fuerza de hacerle cuartos y levantan­
de la pequeña estancia. Entró y se hundió en las os­
do una torre de :Sabel que no buscaba llegar al cie­
curidades del fondo, que daba contra el cerro. Pero
lo. Trabajaban día y noche, sin descansar un segun­
do, porque querían vivir lo suficiente como para lle­ tampoco había nadie. Regresó al cuarto grande que
gar � la ciudad después de tanto esfuerzo. Nunca, les servía de dormitorio y comedor. Todo estaba en
riinguna casa había costado tanto como cualquiera orden. Y limpio. Su �ujer era muy limpia. Tenía
de las casas que los hombres habían levantado en el la manía de la limpieza. Un fogón despedía el calor
cerro. Era una mezcla nueva de yeso, cañas, barro y su�ve de estar apagado hacía pocas horas. Sobre él
piedras, con tos, sudores, angustia y esperanza. Nin­ dormían dos ollas chicas. La mesa tenía un hule nue­
gún ingeniero sabía que también en esta forrna se vo y la cama estaba tendida, cubierta por la colcha
levantaba una vivienda. Es más, nadie lo sabía apar­ marrón que había traído su mujer de la hacienda.
te de ellos, los que vivían desde la falda hasta la El piso había perdido la capa de polvo que lo cu­
cumbre. bría en la mañana, y la luz clara y firme de una lám­
A las once y media de la noche, Costa subía cal­ para de gas daba un algo cálido al cuarto vacío. Ma­
mosamente hacia la cuarta plataforma. Oviedo :,e nuel Costa se detuvo en el centro de la habitación.
había quedado abajo, para ver a la del grifo y él no junto a la mesa. Y se mordió los labios: ¿dónde es­
había querido esperarlo porque estas cosas de ena­ taría su mujer?. Estaba tentado de salir a buscarla
·morados nunca se sabe cuándo terminan. Estaba de inmediato, cuando sintió su voz al lado de afue­
hambreado de su propia mujer. Quería volver a ella ra. Salió y la vió llegar con el hijo y con una pareja
y estar con ella. Quería verla, escucharla y ver a su más. Venían sin jadear y el hombre dedujo que no
hijo, que por esas horas ya estaría dormido. Quería subían desde la carretera.

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-¡Manuel! -su mujer le dió la voz desde la -Me la prestaron los Mendieta -repuso la mu­
escalinata. jer- Y me prestaron también un hule para la mesa.
Se acercó a ella. El hijo también hizo lo mismo Y cubiertos ...
y el hombre le acarició la cabeza. Luego pasó el bra­ -¿Viven abajo, no ...?
zo por el hombro de su mujer y aguardó con una El chico permanecía callado, sentado en el bor­
mirada de interrogante que le presentaran a los ex­ de de la cama. Parecía pensativo.
traños que venían con Josefa. -¿Y éste -preguntó Costa, señalándolo- ¿Se
-Aquí ... estos son el señor Mendieta y su se­ pasó todo el tiempo acompañándote?
ñora ... son recién casados y viven en la ·fila de La mujer se agitó en un comentario entusiasta.
abajo. -A éste no te imaginas lo que le he conseguí·
-Mucho gusto. do ... imagínate que en la casa de los Mendieta hay
Se dieron la mano. Costa hizo un rápido examen un señor que tiene negocio de café ... y dice que
de la gente nueva. Eran jóvenes como ellos. El pa­ lo puede tomar de ayudante .. . le paga quince li­
recía ser bueno. Al menos, tenía la expresión fina y üras m�nsuales...
actuaba con alguna timidez. Ella era una zamba Costa miró a su hijo. Por primera vez lo veía
llena, de boca amplia y pelo negrísimo. Sus senos como un hombre. Tenía apenas once años, pero la
parecían reventar bajo el corpiño y el traje ceñido posibilidad de que trabajase lo convertía en un hom­
al cuerpo hacía resaltar -compactas y sólidas- sus bre ante sus ojos.El mismo también había comenzado
caderas y sus nalgas enérgicas. Le ofreció la casa a trabajar desde muy niño. Y se había hecho hom­
pero ambos rehusaron. bre desde muy niño. Se humedeció los labios miran­
-No -dijo el vecino- sólo venimos para acom­ do al chico, que también lo miró sin decir palabra. El
pañar a su señora. Ahora nos vamos porque tenemos chico estaba como sorprendido.
a unos amigos en la casa. Ya nos veremos ... será -Quince libras ...
hasta luego . .. y mucho gusto. Pensó que eso era lo que ganaba él, su padre,
-Mucho gusto -saludó Costa a los dos. Y no para empezar. Claro, estaban las propinas. Y Oviedo
pudo menos que reparar en el cuerpo ágil y sensual decía que con las propinas se sacaba como tres ve­
de la mujer, cuyas piernas gordas y bien formadas ces el sueldo. Pero de todas maneras ...
dejaban suponer la tibieza de unos muslos carnosos -Quince libras -repitió- ¿y por hacer qué
y juntos. Los vió irse y bajar por la escalinata. Lue­ cosa?
go entró con su mujer en la casa y se informó de Dirigió la mirada al hijo, que permanecía ca-
las novedades. 11ado. El muchacho contestó sin levantar la mirada:
-¿ Y esa lámpara? -preguntó. --Para que lo ayude a repartir el café por las

66 67
mañanas -y añadió en son de queja- pero hay que -Un lío, pues.. . unos tipos que se querían ir
levantarse a las cinco. .. muy temprano .. . sin pagar. .. pero tú sabes cómo es uno. . . total,
-Ya le he dicho que tiene que ayudarnos -ter­ una discusión y me trencé con ellos. .. algún puñete
ció la mujer- mientras está de vacaciones. Después tenía que caerle a uno.. . y entonces...
ya lo deja ... El chico lo interrumpió ansiosamente.
-¿Qué vacaciones, si ni en el colegio estoy? -in­ -¿ Y tú, tú le cazaste su buen golpe a alguno .. .
sistió el muchacho. Sentado en su cama con las ma­ cuántos eran... ?
nos en lc;s bolsillos, levantaba la cara a ratos para Costa se humedeció los labios antes de contestar.
mirar a su padre. Su mujer también tenía la mirada de quien espera
Costa se acercó a la lámpara para tomar unos el prodigio de un superhombre.
fósforos de la mesa, y su cara quedó completamente -Eran tres . . . y les llovió más patadas .. . cs-
iluminada, destacándose la sombra gruesa del mo­ yó la policía .. . a uno me lo tuvieron que quitar de
retón sobre el pómulo. La mujer lo notó de inme­ las manos .. .
diato y se acercó a él, añgustiada. Su hijo le miró de cerca la herida y exclamó con
-¿Qué te pasó en la cara... qué has tenido... entusiasmo:
te peleaste con alguien? -Pa'su macho...
El chico se incorporó también y se acercó a la Y la mujer, con el sentido profundamente utili­
luz. Manuel Costa se pasó instintivamente la mano tario de las gentes pobres, hizo la pregunta que te­
por la cara y se recorrió con los dedos la herida de mía su marido.
la nariz. Pero la rnuj_er insistió en saber y le tornó -¿Al final terminaron pagándote o no?
el mentón con ambas manos.
-Pero claro, mujer... ¿tú crees que yo me voy
-A ver. .. deja ver. . . pero cómo te dejaste ,
a dejar ...? -y como para convencerse añadió-­
hacer eso... qué es lo que pasó ...
¡ Claro que pagaron ...!
El marido meneó la cabeza. Hubiera jurado que
La mujer le tomó nuevamente el rostro bajo el
su mujer terminaría por hacer el mismo comenta-·
rio "cómo te dejaste hacer eso". Como si uno se resplandor de la lámpara y meneó la cabeza reproba­
dejara hacer las cosas por los demás. Como si uno toriamente. Luego le revisó la pechera de la camisa,
tuviera en sus manos el dejarse hacer las cosas o no. donde se notaba aún la huella de una mancha san­
La miró con disgusto y respiró hondo, como prepa­ grienta. Es difícil engañar a quien ha pasado su vi­
rándose para la confesión. Su hijo no le quitaba los da lavando ropa.
ojos de encima y el pensamiento de que pudiera que­ -¿Te salió mucha sangre, no?
<lar mal ante él le atascó la lengua. -Sí. ..

68 69
Se encaminó hacia la cama, para sentarse en tísico, era mejor. Su opinión, respaldada ante los ojos
ella, pero la mujer insistió. del muchacho por el relato de su trompeadura, fue
-¿ Te duele ...? A lo mejor te han roto algún decisiva.
hueso ... -A mí me parece que está bien.. . ya tienes
Costa hizo un gesto de fastidio ... que acostumbrarte a trabajar . . . pero sólo hasta
-Bueno, ya, no hablemos de eso. . . aquí va a cuando comiencen las clases ... porque tú tienes que
creer el muchacho que uno está con detalles porque seguir una carrera de cualquier cosa que se pueda
se. ha trompeado con tres. . . ¿ Cómo me dijiste que -miró a la mujer- ¿Y ese señor que dijiste, quién
era eso del café ...? ¿Estás segura que dijo quince es, y cómo es el asunto?
libras? Para un chico así es mucha plata ... -Es pariente de los Mendieta, creo. Ellos lo es­
Sí, claro que eran quince libras. Así le había di­ timan mucho porque los ayuda. . . según dijo, com­
cho el amigo de los Mendieta. Quince libras mensua­ pra café y lo vende por las mañanas ...
les por ayudarlo a repartir café en las barriadas y Costa bostezó.
en algunos restaurantes. Pero, eso sí, tenía que estar -'-Bueno. . . mañana le dices a Mendieta para
a las cinco y media al pie del cerro para recogerlo arreglar . . . ahora es muy tarde. . . nos acostamos
cuando pasara en el camión. El muchacho se había de una vez, mejor ...
vuelto a poner de mala cara y repitió sus comenta­ Sentado al borde de la cama, el hombre comen-·
rios anteriores. zó a quitarse los zapatos con el desgano del sueño
-Las cinco... hay que levantarse a las cinco... conten�do. El primer nudo se d_eshizo al tirar del la­
El hombre hizo algunos rápidos cálculos. Quin­ zo, pero el segundo se enredó y, al tirar nuevamente,
ce, y las cuarenta y cinco que le dijo Oviedo hacían se hizo un embrollo tan complicado que resultó im­
sesenta libras entre todos. Después, su mujer podía posible desatarlo. Lanzando una interjección a me­
hacerse un cachuelo con la costura y habría más dias, el hombre se sacó el zapato a la fuerza Y lo
facilidad para salir del cerro. Eso del tísico lo tenía tiró al suelo, donde quedó corno un barco de cuero,
preocupado. En el restaurante preguntó cuánto cos­ encallando en la tierra. La mujer y el niño comen­
taba una fumigación y salía corno a diez libras. Sin zaron a desvestirse también, cuando tocaron la puer­
contar que nadie quería subir hasta· la cuarta plata­ ta. Sin levantarse de la cama, Manuel Costa pre­
forma si no se le pagaba extra por el esfuerzo. Era guntó gritando:
importante salir de esa .casa apenas se pudiera. Y, -¿Quién?
si el chico se ayudaba mientras duraban las vacacio­ Era Oviedo. La mujer se cubrió y el maridó al­
nes, no era cosa de desperdiciar la oportunidad. Ade­ canzó la puerta para descorrer el cer"rojo. Oviedo se
más, cuanto menos tiempo pasara en el cuarto del plantó en la puerta de la casa y sus tres ocupantes

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se quedaron mirándolo. Mudos. Sin hacer un solo -Está bien -murmuró el otro- ya me voy ...
comentario. El hombre estaba borracho. Tenía la ca­ ya me voy ...
misa destro�ada y huellas de golpes en la cara. El Abandonó el marco de la puerta y Manuel Cos­
cabello en desorden y un dedo de sangre que le salía ta la cerró con el pie. Dió un paso atrás hasta que
de la nariz y se bifurcaba por las comisuras de los llegó a la mesa. Y, sin volver la cara hacia la mujer
labios para caerle hasta el mentón como un raro bigo- y el hijo, puso la mano sobre la mecha de la lám­
te oriental. Se notaba que había caído al suelo porque para.
su ropa estaba llena de tierra. Miró a todos y creyó -Voy a apagar la luz -dijo.
necesario contestar a la pregunta que flotaba en el Así lo hizo. A tientas buscó la cama y terminó
aire. de quitarse la ropa. Nadie hablaba. Por último se
-Me agarraron, primo .. . me agarraron con acostó. La claridad lunar recortó el bulto de su mu­
ella y me dieron entre los tres .:. los tres herma­ jer sentada en una silla. Allí permaneció mucho ra­
nos. . . mira cómo me han hecho la camisa . .. igual to sin decir nada. Pero los tres estaban despiertos.
que a ti . . . pero a ti te privaron de un solo golpe ... Y nadie hablaba.
y a mí me dieron entre los tres en el suelo ... a ti
se te fueron sin pagar. . . pero a mí me rompieron la
camisa nueva ...
Manuel Costa, parado en medio de la habita­
ción, se quedó mirando a su amigo con una expre­
sión indefinible en el rostro. Se le habían secado la
garganta y los labios. Sentía en la nuca la mirada
dolorosamente acusadora de su mujer y su hijo. Y
no se atrevió a volver la cabeza. Dió un paso ade­
lante.
-Oviedo -murmuró con voz ronca-, anda a
dormir.
El otro lo miró con la cara del borracho que re­
cibe una respuesta inesperada. El mentón caído y la
respiración agitada por el alcohol y la pelea le cor-
taron en la boca una frase borrosa. Costa repitió sus
palabras.
-¡ Anda a dormir, Oviedo ... !

72 73
III

Juan, el muchacho, empezó a trabajar, tal como


habían acordado. Y a las pocas semanas cualquiera
hubiera dicho que tenía quince años. Porque la ex­
periencia se le había subido a la cara. Actuaba y
hablaba como un hombre. Su antigua personalidad
callada e introvertida parecía haber muerto o sido
suplantada por el despertar de una nueva conscien­
cia ante la vida. Hasta su cuerpo empezó a cambiar
y los primeros músculos comenzaron a dar forma
de hombre a su cuerpo de niño. A las cinco de la
mañana se levantaba en silencio. Se vestía y se pa­
saba al fondo de la casa donde habían instalado
un botadero que servía para todo. Allí hacían sus
necesidades. Y se lavaban la cara. Y sacaban el agua
para hacer la comida.
La higiene era muy sencilla. Un poco de agua
con jabón en la cara y las orejas. Otro poco de agua
en el p�lo, y pasta sobre la escobilla de dientes que
le había comprado don Guillermo para que no le
apestara la boca. Don Guillermo era el dueño del
negocio de café. Y no lo trataba mal. Le pagaba
puntualmente las quince libras, que él entregaba a su

75
midre, y de vez en cuando le invitaba algo de c�mer Pero no podía dejar de hacer comparaciones cuando
en el camino. Lo que jamás hacían era tomar café en veía pasar ante sus ojos los grandes jardines y las
las barriadas. Su patrón y él sabían de dónde salía .construcciones majestuosas de las residencias vecinas
ese café y cómo se preparaba. A las doce de la noche a San Isidro y Miraflores. En su casa había siempre
salía el hombre a recorrer los restaurantes grandes bu.en café porque don Guillermo le regalaba varias
de Lima, donde tenía un.a contrata para compr�r to­ botellas del bueno. Es decir, del que no había sido
do el café que sobraba. Y no sólo el café limpio sino usado. Se reconocía a simple vista por el color y el
lo que había quedado en los platos y en las tazas. Y gusto. Además, su patrón, era un hombre derecho,
la borra del café. Tenía cuatro grandes tanques en que no lo iba a estar engañando.
su camión y los llenaba con su mercadería negra -Toma -le decía-, este es de la cosecha es­
hasta que no cabía un litro más. Después iba al co­ pecial ...
rralón que tenía más allá de La Parada y hervía Y ie guiñaba el ojo al tiempo que le paSQba las
la borra en unas pailas muy gordas. Y hacía más ca-· botellas. El hombré lo quería como un hijo. Y el mu­
fé. Entonces le añadía las sobras y lo que había com­ chacho le gustaba, porque era muy hombre. No se
prado sin usar. Y a eso le echaba agua. Quedaba una dejaha pisar por nadie. Y eso, que trataba con gente
mezcla como el té cargado que vendía a sol cincuen­ de las barriadas, que son capaces de cualquier cosa.
ta la botella por las barriadas y las construcciones. También ie hacía re·cados y le sabía los enredos por­
Empezaba su recorrido a las cinco y media, para ter­ que a veces lo mandaba donde una mujer que tenía
minar cuando habían pasado las diez. Entonces iba por la Avenida Aviación con algún papel avisándole
a dormir hasta la noche en que comenzaba otra vez que iba a comer. O que no iba. O lo que le daba la
su negocio. ga!1a. Porque don Guillermo era muy hombre. No
El trabajo no era del todo malo. Por cinco horas se dejaba pegar por nadie. Ni menos pisar por una
diarias se ganaba quince libras. .. Claro, tenía que mujer.
trabajar hasta en domingo. Pero eso no importaba Una mañana empezó a llover y su patrón recor­
porque le gustaba salir y conocer gente. A veces, dó que no tenían plumillas del camión. Paró el vehícu­
para ganar tiempo, el camión pasaba por los barrios lo y desmenuzó varios cigarrillos sobre la luna. Pero
de gente rica y el muchacho se quedaba ptnsativo, llovía bastante y el tabaco terminó cayéndose sobre
comparando inconscientemente la diferencia que ha­ el borde inferior del parabrisas. Era un lío. En la ca­
bía entre esas casas y l_a suya, allá en la cumbre rretera había un camión parado. Al . pasarlo vieron
del cerro. No comprendía la razón que lo hacía vivir que no había nadie en él. Su chofer debía estar ha­
a él en el cerro y a otros niños en la ciudad. Y en. el ciendo una necesidad tras de la tapia. Ambos tuvie­
fondo, todavía no se preocupaba mucho de ello. ron la misma idea al mismo tiempo.

76 77
-Tenía plumillas -comentó el muchacho, co­ que Josefa estaba preparando la comida, o de com­
mo dando pie a su patrón para autorizar el robo. pras. O charlando con la mujer de Mendieta.
-¿Sabes sacarlas? -preguntó el hombre, ami-. Salía y buscaba con quién hacer algo. No jugar,
norando la marcha. porque los muchachos de su edad le resultaban poco
-Sí. interesantes, sino hacer algo o hablar con alguien
Paró del todo y el muchacho salió disparado ha­ que despertara su interés. En algunas oportunidades
cia el otro vehículo. A esas horas no había un alma. bailaba el trompo con los chicos de otras platafor­
Estaban como a cien metros de_ distancia, pero el mas y se complacía llevándoles los naranjos a la co­
hombre vió cómo se trepaba .el muchacho a uno y cina para deslonjarlos a puazos. Pero esto era sólo
otro lado del camión y volvía desalado. Encendió el cuando ya no había definitivamente nada que hacer
motor nuevamente y empezó la marcha cuando el ni con quién hablar. Paulatinamente, con el tiempo,
chico estaba a pocos metros. Juan subió al vuelo y fue bajando las plataformas por derecho propio y
se sentó junto a su patrón. Le enseñó las plumillas haciéndose conocido en ellas. Todo en el cerro co­
con aire triunfal. rrespondía a una organización perfecta del caos. Con­
-Muy bien, hijo. Así me gusta -dijo el hom­ forme se bajaba, las cosas iban pareciéndose más y
bre. Y le dió un golpe cariñoso en la cabeza. Y aña­ más a la vida de la ciudad. En realidad todos pre­
tendían imitar dentro de sus alcances la vida de la
dió sonriendo: -Si sigues así te voy a aumentar el
ciudad. Pero únicamente los de abajo, los de la pri­
sueldo.
mera plataforma, lo conseguían. Allí había luz eléc­
En la primera curva aprovecharon para poner
trica y agua potable. No tenían necesidad de com­
las plumillas y esa mañana cambiaron un poco su
prar agua, como pasaba con los de arriba, y tenían
ruta para evitar que los alcanzara el camión donde todo a la mano. Hasta el ómnibus. Constituían una
las había robado. Sí, la vida era muy divertida jun­ especie de clase sociai aparte que se daba el lujo de
to a don Guillermo. Y además le dejaba casi todo el pasar por alto a los demás. En su mayoría estaba
día libre para hacer ro que quisiera. Cuando �1 regre­ formada por los primeros habitantes del cerro, y és­
saba del trabajo, su padre recién estaba saliendo al tos se creían con un derecho mejor que los otros, por­
suyo. Manuel Costa entraba a las once de la mañana que habían tenido que soportar los mil contratiem­
y salía por la noche, a esa misma hora. Por lo gene­ pos de las primeras épocas, cuando las autoridades
ral se cruzaban en alguna parte del cerro. O en la no querían saber nada con esto de que la gente se
casa. Hablaban poco entre ellos porque no tenían na­ fuera a vivir en los cerros. "Ustedes son agitadores
da que decirse. Y luego, cuando su padre se iba, el -decían- que quieren hacerse las víctimas". Pero
muchacho quedaba dueño y señor de la casa. Por- luego, comprendieron que eran realmente víctimas.

78 79
Y los dejaron seguir viviendo allí. Después v1meron ligencia no justificaba la falta de músculos. Ni de
los otros. Pero a esos la cosa les había salido fácil. hombría.
Así cualquiera . . . Por eso los tenían un poco a me­ Sí, los chicos habían aprendido bastante, pero
nos, pero en el fondo todos pertenecían al cerro como intuían que había mucho más aún detrás de su co­
una propiedad telúrica y se sentían hermanados por nocimiento. Y querían saber siempre más: Porque en
la misma tierra oblícua donde dormían, comían y eso estaba el truco. Se había desarrollado en ellos un
morían. Era como una hermandad sin nombre. Co­ sentido imitativo casi orgánico, que los hacía repetir
mo una isla en medio del valle o como una prisión las poses, palabras y actos de los mayores. Tenían sus
sin otras rejas que la miseria y el olvido. ídolos. Como ese "Pechuga'', que se había agarrado
El muchacho andaba con amigos mayores que con tres investigadores y les había roto el alma sin
él, porque eran los únicos con los cuales se entre­ q�e pudieran llevárselo preso. O como ese otro, un tal,
tenía. En el cerro ningún muchacho aparentaba su Subauste, que tocaba guitarra y cantaba. Y las mu­
propia edad porque vivían todos los días, a diferen­ jeres se volvían locas por él. A cualquier hora del día
cia de los niños urbanos, que sólo vivían de vez en podía encontrar uno grupos de adolescentes tratan­
cuando. Un mozo de veinte años era completamen­ do de sacarle algo a la guitarra o cireando a todas
te hombre. Por lo general a esa edad tenían mujer. las mujeres que pasaban en uno y otro sentido. Se
O estaban en los preliminares para conseguirla. Por­ decía lisura y media. Casi todos fumaban. Y los pe­
que las muchachas también habían vivido lo suyo queños delitos, tales como zamparse al circo o tirarse
y sabían de la vida desde que se les empezaban a algo de La Parada eran considerados como pruebas
formar los senos. Sus ojos veían mucho desde muy de un ingenio y una lobería indiscutibles. Entre ellos
temprana edad y tenían los oídos abiertos por las mismo tenían sus ídolos que, por lo general, termi­
mil cosas que habían oído en la boca procaz de los naban cualquier día en el reformatorio. Pero esto tam­
hombres y en las disputas de las mujeres. Pero tam­ poco les importaba. Al contrario. Sus ídolos ganaban
bién estaban preparadas para vivir con un hombre una fama romántica inigualable y --cuando regre­
porque sabían hacer de todo.· Lavaban y cocinaban saban, sorpresivamente, tal como se habían ido-- los
<:orno la co.sa más natural del mundo y la necesidad recibían grandes y chicos como sobrevivientes de ur, _
de sus padres las había preparado para afrontar sus combate con la ciudad.
propias necesidades. Toda mujer necesitaba un hom­ Todos los muchachos estaban listos para entrar
bre. Y la mujer del cerro necesitaba un hombre de en acción apenas los necesitaran sus padres, sus ami­
verdad, capaz de dominar al cerro. Y capaz algún gos. O ellos mismos. Cuando el padre estaba preso,
<lía de llegar a imponerse sobre la ciudad. Los dé­ enfermo o sin. trabajo no había más remedio que
hiles no tenían nada que hacer en el cerro. La inte- ayudar a la madre en cualquier forma. Y la más

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fácil y divertida consistía en chotearse algo que se dre. Pero, ¿quién aguanta el salto de un ayudante
pudiera comer o negociar. Las plumillas y los vasos que venga a las diez y media? Estaba muy verde.
de carro eran el latente favorito. Era muy fácil v.en­ Lo de los periódicos tal vez podía resultar si ha­
derlos a los judíos de la Ave-nida Grau, que acapa­ blaba con Mendieta, que andaba en el negocio. Te­
raban el negocio de repuestos. Esos compraban todo nía sus cálculos hechos. Podía vender "Ultima Ho­
sin preguntar. Y ni era necesario ir hasta la Avenida ra" al mediodía y después chapar "El Comercio",
porque había ganchos que llc:gaban hasta el cerro para terminar con "la Tercera'' a las cinco y media.
para ver si alguien tenía "algo que vender''. Cuando También podía vender "Caretas" pero era mucho lío
lo único que esa gente podía vender era el alma, si con los intermediarios, que se comían todo lo que
alguien le daba un buen precio por ella. De vez en daban de comisión por la revista ...
cuando caía por ahí un investigador haciéndose el Esa mañana el muchacho esperaba cobrar el suel­
gancho, pero en el cerro los tenían perfectamente· do porque era treinta. A él le pagaban por mes por­
tarifados y terminaban por regresarse con las manos que decía su madre que así recibía todo junto. Se
vacías. había levantado unos minutos antes de la hora acos­
Juan Costa, con sus once años a cuestas, apren­ tumbrada. En el patio de adentro tenía un espejo
día poco a poco. Pero no era de los más lentos ni le partido que les servía para peinarse. Al hacerlo no­
faltaba iniciativa. El se había preguntado una vez: tó que tenía el pelo largo. "Ahora me lo corto cuan­
"¿qué busca todo el mundo? ¿por qué trabaja la do cobre", pensó. Y terminó su higiene saliendo des­
gente y hace negocios, y discute y pide que le au­ pacio para no despertar a su padre, que necesitaba
menten el sueldo y hace tanto lío cuando suben las el sueño. Pero la madre lo oyó y le dio la voz en··
cosas?". Y se había respondido: "por falta". No po­ tono bajo, casi en un susurro.
día ser por otra cosa. Entonces todo era cuestión de -Juan ... Juan .. .
hacer plata. Por plata lo habían puesto de ayudante -¿Mamá?
de don Guillermo. Su mamá le pedía la platá que -Ven ...
ganaba. Y su padre también había venido desde la Se acercó a ella, que tenía el busto levantado
hacienda por lo mismo, para ganar más plata. En­ en sesgo sobre la cama. La mujer lo tomó de la
tonces, ¿qué hacía él allí, perdiendo el tiempo, sin camisa y lo atrajo suavemente hasta sentarlo en el
tratar de conseguir más plata? Tenía casi todo el borde del catre.
día libre, desde las diez y media de la mañana. Ven­ -Juan -le dijo-, ¿hoy te paga don Guiller­
der periódicos podía rendir bastante. O meterse de mo, no?
ayudante en una bodega, que siempre es ventajoso -Sí ... yo te traigo después ...
porque alguna cosa iba a caer para llevarle a su ma- -No, no. Escucha . . . mañana es santo de tu

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papá ..... yo le he comprado un patito, para hacerle Era siemp:-e la misma pregunta. Por costumbre
algo en el almuerzo.. . les he dicho a los Mendieta el camión tomaba gasolina allí, de manera que lo
que vengan. Y o los Chunga, y a Oviedo ... si quie­ tenían biei1 chequeado. Además Benjamín era su
res le dices a don Guillermo ... amigo y le vigilaba el paso del vehículo porque de
El muchacho hizo un gesto negativo con la mano. vez en cuando le pasaba dos o tres boteilas de esen­
-Qué va a venir hasta acá mamá ... muy alto ... cia. Con su padre, con Ivianuel Costa, no se habla­
-Espera.. . si no puede venir qué le haremos, ba niP.guno de los Luna, porque eran hermanos de
pero lo que quiei'o es que veas si le puedes regalar Elvira. Y Costa era amigo de Oviedo, que se había
cualquier Gosita a tu papá. .. ahora tienes tu sueldo hecho marido de la muchacha. Buenas pateaduras
y ganas . .. ahí en bazar Azul de La Parada hay le había costado la broma, hasta que, finalmente,
unas corr.c2s de a veinte soles, con su hebilla dora- había dejado de venir por un tiempo. Se acercó al
da ... ¿por qué no le compras una y se la das ma- grifero para ayudarlo a poner la bomba en funcio­
ñana ...? namiento. Benjamín lo miró de costado.
-Pero. .. veinte soles -protestó Juan en voz -¿Tú lo ves a Oviedo?
baja. Y añadió- ¿Y a ti qué te va a qued:u? La experiencia le aconsejó Bl muchacho que to-
-Tú haces como te digo .. . y en la tarde me mara sus medidas antes de con�estar.
traes la correa, cosa que se la das mañana ... ¿ya? -¿Por qué?
El hijo se incorporó. Estaba apurado. -Te pregunto ...
Bueno, ya -concedió-, te la traigo. -Sí, lo veo.. . vive al costado de m1 casa.
-Y salió, cerrando suavemente la puerta para no El hombre se irguió. Tenía una expresión agre­
despertar a It.1anuel Costa, que dormía su cansancio. siva. Respiró hondo y se mordió los labios antes de
En la noche anterior le habían pegado otra vez. Pero, habiar.
felizmente, sólo patadas y no se le notaba nada en -Si Jo ves más tarde, le dices que quiero ha­
la cara. Dormía profundamente y no sintió la salida blar cor. él .. . que me busque ...
del hijo. Juan sonrió significativamente y abanicó los de-
+
Juan apresuró la marcha bajando a saltos las dos en el aire.
escalinatas sucesivas hasta que, tres minutos más tar­ -Será zonzo para venir, después de lo que le
de, estuvo al borde de la pista, esperando el camión pasó el otro día ... si hasta de nosotros anda corri­
junto al grifo. Se acercó a Benjamín Lu:1a que era do. .. yo hace como una semana que no lo veo ...
su dueño, y lo atendía. -De todas maneras, si lo ves, le dices ...
-¿Pasó? -No viene ... después le pegan ...
-No. Todavía. El grifern lo miró directamente.

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-No le va a pegar nadie ... dile que Elvira está saber más. Miró �l acompañante con recelo y pre­
con barriga y que venga para arreglar por las buenas, . ¡:;untó:
¿comprendes? Nadie le quiere hacer nada ... pero -¿Por vender café?
también le dices que si no viene hoy -puntualizó la -No. Dicen que por algo de unas llantas ...
frase hundiendo el índice verticalmente en el· aire­ cquí el señor es de Investigaciones. .. y vino tem­
lo vamos a buscar donde se meta ... prano para llevar el camión a la comisaría ...
El chico no pareció sorprenderse mucho con la -¿Ahí está el ... ?
declaración. . -¿Quién ...?
-Le diré, pues ... así ya las cosas cambian ... -Don Guillermo, pues ...
-hubo un silencio largo y el muchacho recordó lo -Sí ...
suyo. Preguntó: -¿Qué hora es? -¿Me llevas?
-Un cuarto para las seis ... hoy se atrasó ... -
-Sube atrás ...
Pasaron los minutos. El chico ayudaba a su amigo
El muchacho trepó ágilmente y el cam10n par­
en la atención del grifo. Era uno de los pocos que
tió en una primera enérgica que duró cincuenta me·
vendía gasolina a toda hora. Se turnaban los her­
tros. Todavía pudo alcanzarlo el grito de Benjamín
manos porque de noche pasaban muchos camiones
Luna, ·que recordaba:
que iban y venían por la carretera central. Claro, la
-¡No te olvides de hablar con Oviedo ... !
nueva pista los había reventado porque desviaba el
tránsito, pero de todas maneras, los camiones de La Y el grito lejano del chico:
Parada daban la vuelta por allí. Y todos le tomaban -¡Siiiii ... !
gasolina porque les daba buen servicio. A las seis y En la Comisaría se presentó como. sobrino pa­
media, cuando el muchacho pensaba regresar al ce­ ra que lo dejaran hablar con su patrón. No estaba
rro, llegó el camión. Pero don Guillermo no estaba en el calabozo sino en un cuarto grande donde ha­
allí. Conducía el vehículo un sobrino suyo que lo bía varias gentes esperando que se ocuparan de ellas.
ayudaba a preparar el café en el corralón. A su lado También estaban tres mujeres. Una serrana de som­
venía un tipo de cara desagradable. Una intuición brero cuadrado y poncho. Y dos que debían ser po­
casi animal le advirtió que algo no caminaba como lillas por la pinta. El hombre leía una "Crónica" atra­
debía. Se acercó por el lado del timón. sada.
-Hola. ¿Y don Guillermo? -Don Guillermo ...
-Está preso. Se lo llevaron anoche ... El preso levantó la cara y su sorpresa le impi­
Se sorprendió. No hubiera imaginado que a su dió contestar de inmediato. Lo miró con asombro ...
patrón podría ocurrirte semejante cosa. Insistió en -¿ Qué haces acá ...?

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El chico encogió los hombros, como quitándole cobrarme plata... hoy no he podido hacer ni un
importancia al hecho. cobre ... más tarde ... mañana te daré ... ¿ de dón­
-Me dijeron que estaba ... y vine a ver ... _ de voy a sacar ahora ...?
prosiguió después de una pausa-. ¿Y qué ha pa­ -No, es que yo le decía porque ...
sado? -Mira -el hombre le señaló la puerta con el
-Nada .. . una tontería ... pero yo la arreglo brazo extendido a lo largo-, ahora te vas y mañana
hoy mismo ... tú ándate nomás y te mando avisar te mando tu plata.
cuando saiga .. . mejor no estés acá ... Con la otra mano lo empujó luego de darle el
El muchacho pensaba en sus quince libras. y en alcance. El guardia le indicó la salida con un gesto y
el pedido- de su madre. Y en el santo de su padre, el muchacho, desorientado, se quedó unos segundos
que no tenía una buena correa que ponerse. El habíJ. parado en el patio grande de la comisaría. Buscó al
venido más que todo a cobrar. Pero el hombre estaba chofer del camión, pero no estaba. Tampoco estaba
preso Y no era cosa de chancarlo encima. De todas el camión afuera. En la puerta de la comisaría aún
maneras, trataba de ganar tiempo. lo contuvieron.
-Este ... don Guillermo ... ¿usted no quiere -¡Cabo! -gritó el centinela.
c¡ue le avise a nadie ...? Porque si quiere yo voy a -¡Que salga nomás! -contestó alguien indefi-
k, Avenida Aviación, donde esa señora y le digo._ . nible desde adentro.
El hombre lo miró intranquilo. Le mortificaba Salió. En la calle todo le parecía extraño. Sen­
la presencia del muchacho y prefería que se fuera tía una opresión donde se separan las costillas, en el
de una vez. pecho. Respiró con un suspiro profundo y se echó
-No, no ... nada ... mira, tú ándate nomás. _ . a caminar por la calle doble que conducía al Minis­
cuando salga de esto yo te aviso ... terio de Educación. Pensaba.
Le dió una palmada en el hombro y lo empujó Quince libras al agua ...
con suavidad hacia el policía que vigilaba en la puer­ Todo su trabajo del mes, cero. Porque él sabía
ta. Juan caminó unos metros, pero antes del umbral, lo que eran esas promesas. Ese mañana quería decir
se: detuvo. Miró a su patrón y se resolvió. nunca, porque ¿quién sabía cuándo lo iban a sacar
-Don Guillermo . .. hoy es treinta. del lío en que se había metido? Algo le decía que
-¿Treinta? -el hombre no comprendió al pri- de sus quince libras no olería ni un sol y que a su tra­
mer intento-. ¿Y eso qué tiene que ver? bajo en el camión había que ponerle una cruz enci­
-Mis quince libras, pues ... ma. Quince libras eran mucha plata . .. en su cas�
-Ah, tu sueldo -el hombre hizo un gesto de contaban con la entrada ... y el café que traía. DeS"­
cólera-. ¡ Pero hijo, me ves en este lío y vienes a pués estaba lo del santo de su padre y las trece libras

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que eran sagradas para su madre todos los meses. tro de otro y ambos contra la cadera, como llevan
Pensaba. Reunía como en un costal sus experiencias los muchachos sus libros. No quería mirar hacia
y las iba analizando para encontrar la salida. atrás, pero tampoco quiso echar a correr para no
.
La calle era muy larga. Al fondo estaba la Uni­ llamar la atención. Allá en el cerro decían que s1 uno
versidad. Y el Ministerio de Educación. Pasaban ca­ corre está perdido porque la gente se fija Y des­
rros pero había poca gente. Al centro, .donde podía . pÚés resulta fácil para la policía saber por dónde
haber una transversal, había un garage. "Se compone fue uno y dónde se metió.
toda clase de carros", decía el cartel pintado.a la ca­ Llegó a la esquina y dobló hacia Abancay. L�e
:
rrera. En la puerta se veían las cuatro piernas de _dos go siguió por la avenida hasta llegar a Grau. M1� 0
mecánicos que hurgaban la barriga de un carro mo­ hacia atrás y no vió nada que le preocupara. Nadie
derno. Las dos llantas delanteras, con sus ruedas, corría. No se notaba ningún apresuramiento,
estaban recostadas contra la pared. Los pernos se Se sintió seguro y cruzó para alcanzar 28 de
acomodaban como patitos en el suelo junto a cada Julio, y de allí siguió derecho hasta El Porvenir. Pe­
llanta. Y los vasos, como dos sartenes sin mango, ha­ ro se cuidó mucho de pasar por el restaurante don­
cían equilibrio al borde de la pista. de trabajaba su padre. A estas horas debía estar lle­
El carro era muy nuevo. Y los mecánicos debían gando y no habría cómo explicarle lo de los vasos.
tener para rato bajo el motor porque a cada momen­ Pensó que llevarlos en la mano podría traerle algún
to se acomodaban más. Y los vasos estaban fuera de lío con un policía y consultó su bolsillo para ver
sus miradas porque los tacos que sujetaban el chasís cuánto tenía. No había más que un sol. Se paró en
eran anchos. El chico miró a todos lados. No había un puesto de periódicos.
gente en todo lo largo de la calle. Pero quedaban cien -l.Jn "Comercio".
metros por recorrer todavía. Claro, la cosa era pa­ Pensó que era más grande y serviría mejor para
sarse al medio de la pista, para que no lo Jentearan envolver los vasos sin que se notara. Lo fue haciendo
desde el garaje. Miró otra vez hacia atrás y siguió sil)j dejar de seguir su marcha y dos cuadras más aba­
caminando hasta llegar a la altura de su objetivo. jo caminaba tranquilo con el paquete baj� el brazo.
Entonces, con toda tranquilidad, los recogió del sue­ Al fondo regresó a la Grau y siguió por la diagonal del
lo y siguió su camino sin cambiar el ritmo de sus Hospital 2 de Mayo hasta el mercado de fierros vie­
pa�os. El corazón le latía como contenido, con gol­ jos, donde a vista y paciencia de las aut�rida�es se
pes secos, espaciados y enérgicos. Pero él siguió ca­ vendía toda clase de objetos robados. Alh deb1a es­
minando ·al mismo paso. Así recorrió· unos treinta tar Antenor Mendoza. un muchachón de veinte años
metros. AlH cruzó la fila de carros y siguió por el que trabajaba con su padre en el negocio de repues­
centro de la pista. Tenía los vasos uno metido den- tos usados, eufemismo con que se conocía la compra

90 91
de robos. Preguntó por él. Le dieron el dato y lo mana que lo habían sorprendido de nuevo los her­
buscó. Tuvo que explicarle su problema. manos de Elvira.
-¿Y cuánto pides? -se interesó el otro. -¿Hablar conmigo? Ah ... seré zonzo ... con
-Quínce. las ganas que me tienen esos ...
-Mi viejo no te va a dar más de diez.... -Dice -añadió el muhcacho, saboreando sus
-Son de Cadillac .. . deben costar... yo nece- palabras- que si no va hoy vienen mañana a bus­
sito quince .. . carlo. .. parece que su hermana está con barriga ...
El muchachón vió su negocio y cerró el trato. -¿Qué?
Se llevó los vasos y regresó con varios billetes mu­ El hombre se descompuso.
grientos. Los contó dos veces. Y Juan los volvió a -Que está con b.arriga, pues. Así me dijo que
contar. Se despidieron y el. chico se dirigió entonces fuera para arreglar. Que no le iban a hacer nada ...
a La Parada en busca de la correa para su padre. por ahora ... porque si no iba hoy ellos venían ma­
Iba silbando. Y una buena parte del camino la ñana ...
hizo pateando una lata vacía de leche condensada. Oviedo no podía creer lo que estaba oyendo.
Compró la correa y de paso se guardó unos are­ -No puede ser ...
tes mientras el cholo daba la vuelta para guardar las
-Es ...
muestras. "Estoy embalado", pensó. Y pensó también
Se le había ensombrecido la cara. Pero no hizo
que los aretes le quedaría muy bien a su madre.
más comentarios y se fue hacia su casa sin añadir
Subiendo el cerro se encontró con Oviedo y re­
palabra. Juan Costa se metió en la suya. Su madre
cordó el mensaje que tenía para él. Su vecino le
terminaba de preparar el almuerzo y se había sen­
dió la voz primero.
-Juan ... ¿vas arriba? tado en una silla para revisar la ropa de su marido.
-Sí. .. Pareció sorprenderse de ver a su hijo tan temprano.
-Espérame ... -¿Y ...? -preguntó. Añadiendo- ¿Cómo sa-
Le extrañó verlo a esa hora. Debía estar traba­ lió todo ...?
jando. Pero no se metió a preguntarle nada. Subie­ -Bien. Toma ... �sacó un bulto de billetes­
ron juntos y antes de separarse, en la última plata­ trece libras. Y la correa de mi papá ...
forma, el chico hizo como que recordaba. -Ah, cobraste ...
-Ah ... ahora que me acuerdo ... me dijo Ben­ -Sí... -hizo una pausa-, me er.contré con
jamín Luna, el del grifo, que quería hablar con usted... Oviedo en el camino. Raro, ¿no? A esta hora . . .
Oviedo se puso serio. La noticia no tenía nada -Estará de permiso ... Mirá, es cosa de apro­
de tranquilizador para él. No hacía más de una se- vechar para que le lleves su lata de agua, que me la

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estuvo reclamando. Ya compré dos nuevas. Toma,
es la chancada. Se la llevas y le dices que gracias ...
Salió el muchacho con su lata colgando como
un péndulo de la cintura y caminó los pocos metros
que separaban su casa de la de Oviedo. Entró sin
tocar, porque era como de la familia. Entró y se que­
dó allí, mudo, con la sorpresa de quien se hace de­
positario de un secreto muy grande.
Oviedo estaba acostado. Y con él había una mu­ IV
jer en la cama. Estaban tan sorprendidos como el
muchacho y no atinaron a cubrirse la cara ni a di­ · Manuel Costa subía lentamente las escalinatas
simular. Tampoco era necesario. No había, simple­ del cerro.
mente, nada que hacer. Eran las doce de la noche y, como unos meses
-Aquí manda mi mamá la lata que le prestó atrás, venía sucio y golpeado de su trabajo. Pero es­
-dijo. Y salió, cerrando la puerta a sus espaldas. ta vez la agresión no se había limitado a un golpe
La ajustó bien, como para que ningún otro pudiera sino que le habían dado una paliza en regla. Tenía
entrar y compartir su secreto. !a boca hinchada y un hematoma enorme en su na­
Y regresó a su casa, pensando en Oviedo, en El­ riz de sangre fácil. Le habían pateado el cuerpo, es­
vira, en los hermanos Luna. Y en la mujer de Men­ tando en el suelo, y al subir por las escalinatas sen­
dieta, que estaba acostada con Oviedo cuando él tía un dolor agudo en los riñones. Tosía intermiten­
abrió la puerta. temente y su fatiga aumentaba con los peldaños.
Pero siguió subiendo. No quería otra. cosa que lle­
gar a su cama. Tirarse sobre ella y olvidar todo lo
demás. Quería no pensar en nada, porque ,necesi­
taba pensar. En la tercera plataforma encontró unos
vecinos conversando a la puerta de su casa.. Lo lla­
maron desde lejos pero él hizo un gesto vago con la
mano y siguió hacia arriba. Le dolía la cabeza como
bajo la presión de una tenaza y tenía los ojos to­
davía húmedos de las lágrimas que se le escaparan
en la comisaría. Le había pegado el mismo hombre
de la vez anterior.

94 95
Había llegado borracho, a las ocho de la aoche, ran a cualquiera de los mozos. Chistó a Costa y le­
junto con los dos tipos de costumbre. Traían casi vantó la mano haciéndole una señal para que se
las mismas ropas, como si entre aquella primera no­ acercara.
che y ésta no hubiera transcurrido más de un día. -Costa -dijo al sirviente, que se había puesto
Llamaron a gritos y se les acercó uno de los mozos, al pairo de la -mesa-, atiende aquí, a los señores ...
pero el hombre exigió que los atendiera Costa. Pero el llamado no se movió de su sitio. Miró unos
-No, tú no .. que venga ese cholo. . . ese .. . a segundos al grupo de borrachos y luego se dirigió
ver si es tan hombre de querer robarnos otra vez ... a su patrón.
Costa no se movió del lavatorio donde estaba -No .. . yo no los atiendo .. . que los atienda
colocando unas tazas en orden, pero miró al sujeto otro ...
con rencor y miedo. Era muy fuerte y muy grande. El tipo de la mesa lo miró agresivamente, desde
Demasiado grande para cualquier hombre. Instinti­ el cristal turbio de sus ojos, encapotados por el licor.
vamente recapituló la escena del puñetazo que le pe­ -¿No? -preg1..mtó en un tono que ·presagiaba
gara en la calle. Y una ola sorda, caliente, le fue el escándalo-- ¿no le vas a servir a uno?
�ubiendo del pecho hasta anegarle la garganta. Siguió Costa no contestó.
haciendo lo suyo, pero sólo faltaba poner dos tazas Algunos parroquianos seguían atentamente el
y disimuló su temor removiendo ruidosamente unos diálogo y varios mozos descuidaban ·sus labores pa­
platos. Esperaba que el hombre se calmara o dejara ra ver hasta dónde llegaban las cosas. Ninguno de
n un lado su capricho, pero un nuevo grito le ad­ ellos hubiera podido defender al amigo y se limi­
virtió que el peligro crecía. taban a mirar. Manuel Costa se afirmó instintiva­
-¿No oyes, carajo? -y repitió en voz más alta-: mente sobre los pies. Otro del grupo le dirigió la
Oye ... tú ... ¿vienes o voy a traerte a patadas? palabra.
Se les acercó el dueño del restaurante. -Atiende, hombre. .. no seas tan liso . ..
-¿Lo atendieron ya? -preguntó, ignorando el -No .. . si quiere, que lo atienda otro ..
grito. El que había hablado primero se incorporó len­
-No, porque ha venido este mozo y yo quiero tamente, dando una terrible agresividad a sus mo­
que nos atienda el otro . . . ese que está allá . . . ése vimientos. Se acercó al dueño y le puso la cara a
-dijo señalándolo. una cuarta de distancia.
El dueño vaciló unos segundos antes de llamar -Dígale a ese cojudo que me atienda o lo cierro
a su empleado. Comprendió que no le quedaba otra a patadas ... ya sabe ...
salida. A él también le inspiraban miedo los sujetos El patrón volvió la cara al mozo y musitó, como
y antes de sufrir el menor rasguño prefería que patea- tn un ruego:

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-Costa ... atiéndelos nomás .. . evitemos un proyectó el pie con fuerza y se lo hundió sobre los
lío.. . si después falta algo en la cuenta no lo des­ riñones. Alguien quiso intervenir, pero uno de los
contamos ... ·amigos del hombre hizo un gesto para impedirlo. El
Pero el sirviente negó con la cabeza. Se sentía borracho estaba enardecido y seguía pateando al mo­
como en una trampa y apenas podía contener el de­ zo, repitiendo:
seo de salir corriendo. No podía razonar claramen­ -¿Vas a servir o no, vas a servir o no?
te. Tenía miedo. Y rebeldía que le iba subiendo co­ Habían llamado a un guardia, pero éste llegó
mo una marejada. Apretó con fuerza la servilleta cuando finalmente los compañeros del borracho lo­
que tenía entre las manos. Y repitió. graban contenerlo. Era un guardia bajito, que se
-No ... veía como perdido dentro de un uniforme demasiado
La mano del hombre cruzó rápidamente el es­ grande para él. La autoridad midió el ambiente an­
pacio que lo separaba del mozo y se le prendió co­ tes de intervenir. Se acercó al centro del salón y to­
mo una garra de ave en el pecho mientras la otra dos lo rodearon.
descargaba toda su fuerza contra la cara. Un chorro -¿Qué ha pasado aquí? -preguntó.
de sangre surtió por la nariz de Costa. Pero esto no El agresor impuso su tamaño para hablar pri­
hizo sino enardecer al atacante que descargó una y mero.
otra vez su puño contra el infeliz, quien trataba de -Aquí, jefe... resulta que uno viene a comer
cubrirse, como un animal herido, y escapar de la con sus amigos y lo empiezan a provocar .. . el mozo
fuerza ciega desatada en el borracho. Por último re­ me insultó -dijo cínicamente, señalándolo-. Tam­
cibió un empellón que lo precipitó de bruces contra bién, uno no va a permitir que lo insulten, ¿no ... ?
el suelo. Pero hasta allí lo alcanzaron los puntapiés -,-A ver usted -dijo el policía dirigiéndose a
de su agresor, hasta que uno de sus acompañantes Costa, que se enjugaba la sangre auxiliado por Ovie­
se animó a contenerlo. do y otro mozo-, ¿qué es lo que usted le dijo al
-Tranquilo, primo. . . déjalo que ya está bien señor? ¿por qué lo insultó?
castigado ... -¡Yo no le dije nada -protestó Manuel Costa,
-Deja, deja -rechazó el otro- primero tiene con los ojos cercanos a las lágrimas-, yo no le dije
que servir a la mesa o lo sigo pateando ... nada ...! Lo que pasa es que está borracho ...
Se acercó al mozo, que sangraba en el suelo, y -¿No vé cómo insulta? -se apoyó ladinamente
repitió su pregunta de antes: el sujeto.
-¿Vas a servir o no? El guardia, sin atinar a tomar una decisión, me­
-¡No! -gritó Costa con un sollozo, al tiempo ditó unos segundos. El sujeto era muy grande y pa­
que se cubría la cabeza con las manos. El hombre recía estar dispuesto a todo. Claro, él tenía su re-

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vólver pero en la Comisaría les habían dicho que por blei::imiento una serie de dificultades. Tenía mucha
\ ningún concepto usaran armas de fuego en la juris­ influencia y por lo general contaban con el apoyo de
dicción "porque el Gobierno no quería líos". En la policía en cualquier circunstancia. Además, esta­
cuanto al mozo, todavía sangraba. Y estaba terrible­ ba lo de la revancha. Esa gente era capaz de cual­
mente amoratado en los alrededores de los ojos. In­ quier cosa. Y él no quería que lo marcaran. Se di­
tervino uno de los compañeros del agresor. rigió al guardia.
--Aquí el señor es Edilberto Garro, comprador -Mire, mi cabo -le ascendió "intencionalmente
mayorista de La Parada.. . no se crea que es cual­ el grado--, esto ya está arreglad.o entre los señores ....
quier cosa.. . el señor es un caballero ... ¿para qué ir a la comisaría cuando las cosas pueden
El policía hizo un gesto que abarcó a los dos arreglarse en otra forma? Mi empleado provocó al
protagonistas del escándalo. señor Garro, pero ya pasó todo. ¿No es cierto? -pre­
-Bueno -dijo--, iremos a la comisaría, parn guntó dirigiéndose al agresor.
que aclaren. . . pero primero vamos a la Asistencia, -Por mi parte -dijo el hombre-, yo no recla­
para que curen al herido... mo nada.
Edilberto Garro señaló al qerido y exclamó, di­ -En cuanto a mi empleado -añadió el pa­
rigiéndose al guardia: trón- ¡tampoco tiene nad� que reclamar! No vol­
-Llévelo nomás. . . que lo curen y después yo verá a meterse con nadie. Se lo aseguro, ¿no es cier­
voy a la comisería. . . ahora tengo que comer ... to, Costa?
La _autoridad parpadeó varias veces. Ensayó El mozo lo miró sin comprender bien lo que es­
una réplica. taba oyendo. No podía creer que las cosas tomaran
-No, mejor es que me acompañen los dos, y ese rumbo. A él lo perdonaban, a él lo castigaban,
allá en la comisaría arreglan ... a él le hacían el favor de no llevárselo preso y de
-No -repuso el hombre, con voz agresiva y no reclamarle nada. Tragó saliva y humedeció sus
firme-, yo primero voy a comer. . . después voy a labios resecos.
la comisería . . . si quiere -añadió con desdén- to­ -No -murmuró-, yo quiero ir a la comisaría
me mis datos Edilberto Garro, mayorista de toma­ para aclarar.
te. . . vivo aquí en Grau, 17 80 . . . le advierto que -¿No le dije -preguntó el sujeto al guardia-,
soy ahijado del senador Aguirre, que es mi padrino. no le dije que era un insolente? Si a estos lo peor es
A estas alturas, el dueño, que había permaneci­ tratarlos bien... Mira -dijo mirando a Costa- va­
do en silencio dejando que las cosas se aclararan, se mos donde quieras, pero te vas a fregar... acuér­
acercó al núcleo de la disputa. Meterse con un com­ date ...
prador mayorista podía significarle a él y a su esta- -A ver, vamos, pues -decidió el policía, retro-

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cediendo unos pasos como para que lo siguieran. Pe­ tes" para que no siguiera fregando, según palabras
ro nadie se movió. El patrón intervino. del coronel.
-Costa -dijo--, por favor, que todo quede co­ -A usted lo tenemos fichado, ya sabe . . . dice
rno está. El señor no se va a meter contigo, pero el señor Garro que ésta es la segunda vez que usted
yo no quiero líos ... ¿entendido? Si esto sigue te vas lo molesta ... usted tiene familia, ¿para qué se mete
del restaurante. Yo no quiero tener pleitistas aquí ... en estas cosas cuando su obligación de mozo es ser­
Costa miró al patrón de hito en hito. Amenazaba vir bien a la gente?
ciespedirlo si no aceptaba el abuso como una cosa Manuel Costa no repuso nada. Se quedó miran­
natural. ¿De manera que ese era el precio que se pa­ do al hombre cuyo uniforme' debía garantizar a to­
gaba por trabajar allí? A uno le pegaban, le rompían dos el respeto de los demás, la justicia. Le parecía
la cara y encima tenía que pedir perdón y no que­ mentira que estuviera oyendo esas palabras. En Chi­
jarse. Pensó en su mujer y en su hijo. Pensó en la clayo también la policía abusaba, pero no tanto co­
hacienda lejana que ahora parecía una meta perdida. mo esta de La Parada. Además, en las provincias
Pensó en la casa del tísico, donde su mujer y su hijo hasta el más infeliz es protegido de alguien. Del al­
respiraban el aire contaminado por el muerto. Pero calde, del subprefecto. De cualquiera. El abuso está
nada de eso lo contuvo. muy bien repartido. No tenía nada que contestar.
-Vamos a la comisaría -decidió-, aunque me -¿Me puedo ir, señor? No me siento bien ...
boten. -Te vas a ir -sentenció el oficial-, pero ya
-Te vas a fregar -repitió el matón. sabes que la próxima vez te metemos adentro Y ahí
Y salieron el guardia, el agresor, sus dos ami­ te quedas para que aprendas a respetar a los demás...
gos y el herido, que iba al lado del policía, como si ¿Me has comprendido? -añadió, tuteándolo.
fuera un preso. -Sí señor -concedió Costa, que sólo deseaba
Bastó un telefonazo del senador para que solta­ largarse de ahí. Le dolía el cuerpo y las costras in­
ran al hombre de los tomates. Costa, en cambio, se cipientes de sus heridas le estiraban la piel en una
quedó todavía una hora. Al fin lo llamó el teniente. forma muy desagradable. Sentía un latido en los ri­
-¿Usted es un revoltoso, no? A ver, sus pape­ ñones y una sensación extraña en los pómulos, que
les ... tenía brutalmente hinchados.
-No los tengo -musitó Manuel Costa-, los Lo dejaron salir de la comisaría. No estaba en
dejé en mi casa ... condiciones para tomar el ómnibus. Deseaba descan­
El oficial lo miró unos instantes, recorriendo las sar cuanto antes. Además, no quería que la gente
heridas que el hombre presentaba en la cara. Tenía lo mirara, tal como estaba. Consultó sus bolsillos Y
órdenes de soltarlo pero "dándole un buen susto an- llamó un taxi.

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-Al, desvío de la carretera Central -ordenó aÍ y desaliento. No era esa la pregunta del niño que
chofer. se sorprende ante lo nuevo, sino la de un pequeño
Miraba pasar las cosas por la ventana del auto­ hombre recriminándolo severamente por no haber
móvil mientras revisaba los acontecimientos de la sabido defenderse. Sin embargo, no tuvo ánimo para
tarde. Había perdido su puesto sin conseguir nada decirle nada. Se limitó a contestar la pregunta.
c:n cambio. Porque Garro no sufrió ningl'.in castigo, -Sí -murmuró.
en tanto él, tal como se lo había advertido el dueño Y se aventó como una bolsa de papas sobre su
del restaurante, era mejor que no volviera por ahí, cama. Estiró las piernas y cerró los ojos porque la
para evitar dificultades. luz de la mesa le daba directamente en ellos. Sentía
Como un soldado herido en una secreta escara­ los labios enormes y le empezaba a doler todo el cuer­
muza contra la ciudad, Manuel Costa empezó a su­ po, especialmente los riñones. Además, estaba esa
bir las plataformas que habían de llevarlo a la suya. condenada tos seca que le golpeaba el pecho todo
Una por una fue superándolas todas, hasta que· llegó el día. El hombre reparó en la indiferencia de su mu­
a la cuarta. Eran las doce de la noche y a través jer, que seguía cuchicheando con su hijo mientras
de la ventana y las rendijas, vió que "había luz en revisaba los objetos que tenían bajo la luz. No re­
su casa. También en la de Oviedo. Pensó en Tomás cordaba bien qué eran porque la pregunta de su hi­
Oviedo, tan cobarde, tan falso siempre. Le había da­ jo había desviado su atención, pero eran indudable­
do asilo cuando llegó él con su familia. Pero era tan mente cosas metálicas. El hijo volvió a preguntar:
cobarde ... y tan hipócrita. Su mujer le contó de las -¿Y cómo fue? Porque ahora estás más hin­
indirectas que le lanzaba a veces "haciéndose el lo­ chado que la vez pasada ...
co" con ella. No lo defendió la primera vez. Ni la se­ El hombre no contestaba y el chico arremetía:
gunda. Limitóse a permanecer a un lado y ayudarlo -Tú siempre te dejas pegar -sonaba a repro­
después, cuando todo había pasado. Por unos instan� che- cuando, aunque sea con una piedra se defien­
tes pensó acercarse a la casa de Oviedo y ponerle los de uno ... una vez a don Guillermo lo agarraron ·�n­
puntos sobre las íes. Pero desechó la idea y se lle­ tre cinco y no pudieron con él porqut los sacó vo­
gó hasta su casa. Abrió la puerta. Su mujer y su hijo lando a pedradas. . . tú te dejas ...
estaban sentados a la mesa, con unos objetos raros en Don Guillermo ... Manuel Costa pensó que ha­
las manos. La luz le dió en la cara y sus heridas resal­ cía dos meses estaba el empleador de su hijo en la
taron de un relieve distinto. La mujer lo miró en silen­ cárcel. Hasta había salido en los periódicos, con su
cio pero el hijo le preguntó sin moverse del asiento: foto y todo. Por lo menos tenía para un año aden­
-¿Te volvieron a pegar? tro. Como eslabonado con su pensamiento le vino a
Manuel Costa miró a su hijo con incredulidad la cabeza el asunto de las quince libras. Si su hijo

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no tenía puesto, ¿de dónde salían los dos sueldos que Se había levantado del lecho y venía hacia la me­
le había entregado a la Josefa? Se incorporó a me­ sa. Tenía una expresión dura y la mandíbula rígi­
dias sobre la cama.· La mujer y el muchacho lo mi­ da. Su mujer hizo un gesto como para ocultar lo que
raban, atraídos por el crujir del somier. había junto a la lámpara, pero el hombre no le dió
-¿Qué pasa? -preguntó ella. tiempo. Miró y estalló en un grito de ira:
-Dime una cosa, éste --dijo señalando a Juan -¡Plumillas! -se dirigió al hijo- ¿de dónde
con el mentón- hace dos meses que no trabaja en has sacado estas plumillas ... , de dónde?
nada. -Se las han dado para vender -apuntó la ma­
-No -terció el muchacho, mirándolo desafiante. dre, que se había acercado protectoramente al hijo.
-¿Y eso de los periódicos que dijiste? ¿Eso de Miraba a su' marido como desde muy lejos. Hincha­
Mendieta ...? do como estaba y gritando, parecía un energúmeno,
Josefa, su mujer, recibió la pregunta en los ojos un monstruo. Lo vió acercarse más y tomar las plu­
del marido. Tenía la cara iluminada por la lámpara. millas en sus manos. Vió que eran distintas unas de
La veía distinta. Envejecida y como chupada. Pero otras. Meneó la cabeza.
no fea. Fea no era. -¿Se las han dado para vender? -explotó-- ¡Se
-Lo de los periódicos no salió todavía -contes­ las ha robado, querrás decir! Esto es lo único que
tó con calma-, pero acabamos de hablar con Men­ faltaba... que me saliera un hijo ladrón .. . -se di­
dieta y ya le arregló una cosa para que trabaje mien­ rigió a él- ¡ porque esto te lo has robado. . . esto es
tras de chulillo en La Parada ... un robo. .. ratero, ladrón... !
Pero el padre no quería dar por terminado el El muchacho se levantó rápidamente. Se acer­
interrogatorio. có a la madre y miró al hombre con odio y desprecio.
-¿Y la plata que te dió en estos dos meses, de �Y tú, maricón, que te dejas pegar por todos...
dónde ha salido? La mano del hombre tardó apenas un segundo
-Negocios -interrumpió el muchacho- nego­ en estrellarse contra la cara del hijo. Y volvió a dar­
cios, pues... ¿Tú mismo no dices que no se debe le con más fuerza. La mujer intervino pero el ma·
estar ocioso? rido la aventó de un empujón y volvió a cogerlo. El
Manuel Costa se sentó en la cama. Enfrentó muchacho daba gritos de terror y trató de torear al
al hijo con la ira de quien presiente algo doloroso. padre alrededor de la mesa, pero éste lo alcanzó, de­
-¿Qué clase de negocios? rribando todo, y contra un rincón del cuarto le si­
Juan se encogió de hombros. guió dando hasta que su mujer volvió a prenderse
-Negocios, pues .. . cachuelos. .. cosas . . . -y del hijo.
bajó los ojos para no ver los de su padre. -Déjalo, Manuel -gritó la mujer, asustada.

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Nunca lo había visto así, tan descontrolado-, déja­ una expedición al centro de Lima. Pensó en los pe­
lo .. . y tú, Juan, métete en tu cama ... ligros que había pasado para· conseguir todo eso, en
-L�1drón -murmuró Manuel Costa, recobran­ lo que se había arriesgado. Y no le pareció justo que su
do el aliento después de la paliza. Un sentimiento va­ propio padre le arrebatara las plumillas cuando tenía
go de satisfacción calmó la angustia que tenía al lle­ todo arreglado para venderlas al mismo mocetón que
gar. Se había desquitado en su hijo de los golpes le recibiera los vasos.Le iban a dar cinco soles por ca­
que le había dado Edilberto Garro. No era lo mismo, da una, para revenderlas a veinte soles par en la
pero él no se dejaba decir maricón por nadie. El mu­ paradita de repuestos que había tras el 2 de Mayo.
chacho caminó hacia su cama, pero su padre lo Eran como ciento cincuenta soles de un solo tiro. O
contuvo. sea, lo que él ganaba en un mes de levantarse tempra­
-Levanta la mesa ... arregla la lámpara y da­ no. Ya varias veces le habían comprado cosas desde
me todas las plumilias.. . mañana a primera hora que perdiera el cachuelo de Don Guillermo. Hasta
las llevo a la comisaría ... -le habló a su mujer- ¡Y una gata le habían comprado por ochenta soles. Y él
tú apañándolo ... debía darte vergüenza...! ¿Quie­ no hacía nada malo porque le daba hasta· el último
res que tu hijo sea un ratero como estos que viven cobre a su madre. Le ,daba más que el marido. "Mi
en el cerro? papá gana quince libras, como sirviente", pensó con
La mujer se· irguió y puso todo su resentimiento amargura. Había terminado .de recoger los artefactos
en las palabras. y se los extendió a su madre, mirándola interrogati­
-Tú nos trajiste acá, ¿no? Yo no quise venir ... vamente.
y ya ves .. . la plata no alcanza para nada ... yo �Déjalos en la mesa -le ordenó Manuel Costa,
me paso todo el día encerrada acá... trabajando co - con un grito áspero. y añadió: --rvfoñana mismo voy
mo un animal ... la culpa es tu.ya que nos trajiste a a entregarlos en la Comisaría ... y ya sabes que co­
vivir entre esta gente... además dijiste que a Juan mo te vµelva a ver en esto, yo -se golpeó el pecho
le darían su beca... ¿dónde está ... ? el colegio ya con fuerza-, yo te llevo al reformatorio... ¡Ladrón!
empieza y no hay nada ... ¿dónde está la beca? -No le digas eso -murmuró la madre- porque
· -Yo fuí al Ministerio ... y pregunté ... pero di- me ha estado ayudando ... le dan estas cosas para
cen que hay que conseguirse una tarjeta... estoy vender ... además, ya te dije que le han conseguido
viendo a· ver quién me da, pues ... un puesto los Mendieta ... ellos tienen muchos ami­
El muchacho había levantado la mesa y puesto gos ...
la luz en orden. Comenzó a recoger lentamente las El hombre se sentó junto a la mesa y se quedó
plumillas. Eran su trabajo de tres días, durante los 2llí, pensativo. Inspiraba lástima y la mujer se sentó
cuales había reunido treinta juegos, robándolos en frente a él.

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-¿Y qué fue lo que pasó -dijo suavemente­ de puestos. Mañana mismo consigo _uno ... pero éste
¿qué pasó en el restaurante? -señaló nuevamente al hijo-- ¿cómo era el asunto?
-Un lío, como siempre ... hasta en la com1sa­ -Nada, pues, que Mendieta tiene un amigo que
ría terminé... pero estos desgraciados tú sabes co­ es comprador mayorista en La Parada, y le dijo ayer
mo son ... me tomaron los dedos y mi nombre .. . y para que le sirviera de chulillo porque piensan vender
encima me tuvieron como dos horas preso ... la mitad de tomate en el mercado y la mitad en los
-Sí, pero ¿por qué fue todo? barrios ...
El hombre hizo un gesto con la mano. Manuel Costa miró inquisitivamente a su mujer.
-Deja nomás ... no hagas caso ... unos borra­ -¿Tomates? -preguntó.
chos ... ¿te acuerdas esa vez, cuando recién llega . -Sí, tomates. Juan tiene que salir en el camión
mos? -la mujer insistió-- Bueno, el mismo. .. me a las ocho de la mañana, para ayudar a la venta. Le
tiene pica seguro y ya van varias veces que se mete dan tomates y veinte libras al mes. No hay compe­
conmigo ... tiene vara, pues ... si yo tuviera vara ... tencia porque es el único comprador de tomates en
ya le habría conseguido la beca a éste ... el mercado ...
Señalaba al muchacho, que estaba quieto sobre -¿Cómo se llama? -musitó la pregunta, sabien­
su cama. También él miraba al padre y observaba do de antemano que no tenía sino una respuesta.
hasta el menor de sus movimientos. Temió que en -Edilberto Garro -contestó la mujer- Yo no
un instante de esos volviera a pegarle. Le había di­ lo conozco, pero me dicen que es una buena persona.
cho maricón, y eso le duele a cualquiera. Se tocó la Sí quieres hablas con él ... porque qu¡ ere comenzar
cara y sintió dolor en varias partes. Pero no mañana con Juan ...
estaba hinchado. Miró a su padre y lo vió como un
El hombre dió 'un manotazo sobre la mesa.
extraño. Era un extraño desde que Oviedo contó có­
-¡No! -gritó- con ese hombre no trabaja mi
mo le pegaron en su trabajo. Y se le había caído.
hijo. Que venda periódicos o que haga cuaJquier co­
No era enrazado y se dejaba pegar por cualquiera en
sa, pero con ese hombre no trabaja ...
vez de defenderse. Sobre la mesa vió el montón .de
plumillas y sintió que una ola de rebeldía le llenaba -¿Por qué ... lo conoces?
la cara. Su padre lo volvió a señalar. -¡Sí! -barbotó el marido-- sí, lo conozco ...!
-¿Y en qué va a trabajar éste? -preguntó-­ Ese es precisamente el borracho que tuvo el lío con­
Porque tiene que trabajar cuanto antes ... yo he per­ migo ...
dido mi puesto en el restaurante .. . mañana salgo a -¿El que te pegó? -puntualizó la mujer.
buscar algo ... _No, no te preocupes -exclamó al ver -Sí, el que me pegó, ya que tanta curiosidad
la cara de sorpresa que ponía su mujer-, hay miles tienes ... él fue y no voy a dejar que mi hijo trabaje

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con él. . . ya lo sabes -hizo una pausa-. Todavía El hombre intentó defenderse.
con quién.. . -No es eso ... lo que pasa es que no tuve tiem­
Se incorporó al tiempo que se quitaba la camisa. po de venir. . . hay mucho trabajo en estos días...
-Y sería bueno dormir de una vez ... mañana -¿y para hacerle una barriga a mi hermana
tengo que salir. temprano a cobrar lo que me deben sí tuviste tiempo, ¿no? -preguntó otro de los her­
en el restaurante y a buscar algo ... ¿no han visto manos.
a Oviedo por acá? Oviedo permaneció callado. El miedo no lo de­
-No. jaba hablar. Miró a los hombres que.lo rodeaban y
-Tenía su luz prendida cuando subí... tuvo la convicción de que no vacilarían en matarlo
Siguió desnudándose bajo la mirada silenciosa 8 golpes si no conseguían su propósito.
del hijo, y se metió en la cama. Cuando apagaron la -Déjenme hablar, pues, con Elvira -ini;inuó.
luz el hombre buscó el cuerpo de su mujer bajo las -No .hay nada que hablar -sentenció el mayor,
colchas, pero ella se mantuvo rígida y el marido no que había permanecido en silencio, observando to­
insistió. Era la una y media de la madrugada; jus­ do. Y añadió: -Lo único que puedes hacer es arre­
to a la misma hora, los hermanos Luna dejaban la glar los papeles y casarte sobre la marcha. De otra
casa de Tomás Oviedo. manera te va a ir muy, pero muy mal, compadre...
* * * El seductor se humedeció los labios, que el mie­
do secaba casi instantáneamente.
Lo habían sorprendido a las once y mepia, cuan­ -Sí, si yo le dije a ella ... sólo que necesito tiem­
do regresaba to.e su trabajo y comenzaba a subir el po. .. También así no se va a casar uno...
cerro. Eran tres hombres fuertes y no les costó traba­ -No te preocupes por la plata. .. aquí .en la
jo llevarlo por la fuerza hasta la casa de ellos, que casa hay sitio.. . Además te haremos trabajar en el
estaba casi frente al g!"ifo donde trabajaban. Se ha­ grifo, porque éste -señaló al mayor- va a tomar
bían encerrado con él en un cuarto para ajus_tarle un grifo nuevo que nos han dado más arriba ...
las cuentas. -Sí, pero es que ... -ensayó un argumento
-A ver -dijo el menor de ellos- ¿el hijo de Oviedo.
Costa no te dió un recado de mi parte? -Nada -le interrumpieron-, esto lo tenemos
-No -mintió Oviedo. que arreglar ahora mismo o vas a salir muy mal de
-Sí-confirmó el que había hecho la pregunta-, acá. ¿Tú eres casado en tu tierra?
él me .dijo que sí. Te dió el mensaje tal como yo se -No ... pero tengo un hijito ...
lo dije a él. Y tú te zurraste en la noticia... ¿no es -Eso no interesa ... acá vas a tener otro... por-
cierto? que dice el enfermero que ya es muy tarde para ras-

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parla . .. muy peligroso. De manera que no hay sino -Ah, de manera que ahora no ... pues ahora
un camino. ¿Dónde están tus papeles? vamos. Las llaves -ordenó el menor.
�¿Qué papeles? -disimuló el hombre. -Mañana, pues -insistió Oviedo.
-Tus papeles ... no te hagas el cejudo ... tu li­ -Las llaves , carajo -recalcó el otro, dándole
breta, tu partida y todo eso ... se necesita para casar­ un feroz manotazo en el cuello.
te . .. ¿ dónde están? Tuvo que dárselas y salieron dos de ellos, los
Oviedo permaneció mudo, mirando a los tres mayores, cerro arriba, en busca de las pertenencias
hombres. No estaba preparado para tomar una deci­ del hombre.
sión, pero era indudable que debía tomarla de inme­ Llegaron en minutos. Ya conocían el lugar por
diato. El menor de los hermanos, y el más fuerte, haber venido otras veces, cuando supieron que Ovie­
tenía los puños apretados, listos para rajarle la cara do andaba con Elvira, para ver si los. sorprendían.
en cualquier instante. Así se lo hizo saber el segundo. Les sorprendió encontrar la luz prendida y, má9
-Mira, oye, éstos -dijo señalando a sus herma­ aún, ver que la puerta no tenía candado. Sin embargo
nos-, quieren hacer las cosas por las buenas. Yo no. estaba cerrada por dentro, con un pasador de fie­
Tú eres un cholo de mierda y te rajaría a patadas rro. Tocaron suavemente y sintieron que abrían, co­
ahora mismo si no fuera por mi hermana. De manera mo a una señal sobreentendida. Se abrió la puerta
que esto lo arreglas ahorita o empiezo a darte. y al entrar los dos hermanos se quedaron mudos de
Y levantó el brazo, tomándolo con la otra mano sorpresa. Casi desnuda, cubierta apenas por un fus­
de la camisa, a la altura del pecho. Oviedo hizo un tán recogido, estaba la mujer de Mendieta. Era evi­
instintivo movimiento hacia atrás y levantó también dente que esperaba a Oviedo, porque los ojos pare­
la mano, en inútil gesto de defensa. cieron salírsele de las órbitas cuando vió entrar a los
-A ver, pues.. . lo arreglaremos . .. -c�mce­ hombres.
dió-, pero no tengo los papeles en el bolsillo... us- · -¿Qué hacen ustedes aquí? -preguntó.
tedes me ·esperan y los voy a traer de arriba ... -Eso es lo que decimos nosotros. ¿Qué hace us-
-No. Aquí te quedas y de aquí no te mueves. ted aquí , a estas horas?
Los que van son mis hermanos -exclamó el menor­ -Nada... háganme el favor de irse ahora mis­
Dame las llaves del candado . .. ellos traen los pa­ mo... yo los conozco a ustedes. .. son los Luna del
peles ... grifo... Váyanse por favor...
-No -se sobresaltó el hombre-, ahora no pue­ Uno de ellos la contuvo.
den ir allá... si quieren mañana . .. yo les prometo -Yo también te conozco -la tuteó-, tú eres
que mañana arreglamos, pero ahora no ... la mujer de Mendieta ... Ah, con razón -recordó-,

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claro, si tu marido se fue hoy a Chincha . .. estuvo · que le cubría las piernas, pero dejaba a la vista los
cargando gasolina abajo ... con razón ... senos mórbidos y grandes.
La mujer permaneció callada. Ambos hombres -Hace como tres meses ...
hicieron un rápido recorrido visual de la habi­ Hicieron cálculos.
tación. -Claro, cuando estaba con mi hermana este
-Allí -señaló el mayor- en ese baúl deben cholo de mierda ... As¡ que andaba con las dos ...
estar sus cosas ... La mujer se irguió para contestar.
-¿Qué piensan hacer? -preguntó la mujer de -No. Dice que hace tiempo que no la ve .. . y
Mendieta. que ya no la va a ver más, porque nosotros nos va­
-No te importa eso.' .. -tú tranquila en tu rin­ mos a Piura, donde él ha conseguido un trabajo ...
cón, que nadie se va a meter contigo. Me quiere ...
Siguieron buscando. Del baúl salían cosas inve­ -¿Y tu marido? -preguntó el otro.
rosímiles. Ropa, unos retratos, recortes de periódico -A ése no le gustan las mujeres ...
y finaimente un paquete. Lo abrieron. Allí estaban El hombre permaneció pensativo. Era el más
los famosos papeles. Buscaron la libreta. Como pocos joven y la sangre le hervía rápidamente. Acarició la
hombres, Oviedo tenía sus dos libretas en buen es­ idea de herir a Oviedo en lo más hondo. De manera
tado. Y su partida de nacimiento. Lo que hacía falta que él quería a esta mujer y sin embargo había pre­
nada más. Y regresaban al grifo, cuando recordaron ñado a su hermana . . . El hombre recorrió con los
algo. ojos a la mujer aterrada. Adivinó sus formas gene­
-Dime una cosa, ¿desde cuándo estás metids. rosas bajo el toscó fuste de satén. Y le miró los se­
con Oviedo tú? nos, que asomaban curiosos por entre los pliegues
-Yo no tengo nada que ver con él -repuso au­ de la prenda escueta. Miró a su hermáno y murmu­
tomáticamente la mujer. ró señalándole la puerta:
-¿Ah, no ...? -preguntó el menor. -Sal un momento ... Me esperas afuera.
-¿Y qué haces acá con esa pinta -apuntó et No era necesario entrar en explicaciones. Salió
otro-, vendes fruta? Ya, contesta, ¿desde cuándo an­ y el otro se quedó en el cuarto con la mujer. Se em­
das con Oviedo? -la mujer permaneció en silen­ pezó a quitar la camisa.
cio- ¿Te_ gustaría que le contáramos a tu marido -Quítate eso -dijo señalando el fuste- y acués­
que te encontramos acá? tate ...
-No ... por favor ... -¿Está loco?
-Entonces ... ¿desde cuándo? -No. No estoy loco ... sé perfectamente lo que
La mujer bajó los ojos. Había soltado el fuste, digo ... que te acuestes, que te quites eso y que apa-

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gues la luz. ¿o quieres que todo esto se lo cuente a Cuando los Luna llegaron a la casa encontraron
tu marido cuando regrese? -cambió bruscamente a Oviedo tomando café bajo la mirada atenta del her­
de tono para añadir secamente: -¡ Apaga la luz te mano menor. La entrada de los hermanos hizo rena­
he dicho ...! cer en él la angustia de los primeros momentos.
La mujer se mordió los labios y luego de pensar­ -Aquí está todo -exclamó triunfante el ma­
lo unos segundos hizo como le ordenaba el hombre. yor-, las libretas y las partidas. Ahora sí que
Media hora más tarde salió de la casucha. Afue­ no hay truco posible. Mañana mismo arreglamos
ra lo esperaba su hermano, sentado sobre la piedra todo esto.
que servía de confortable. Terminaba de acomodarse El otro reparó en la taza y los restos de pan.
la camisa. En la casa de Oviedo todo estaba a os­ -¿Quién le sirvió ésto? -preguntó.
curas. -Elvira -repuso el otro.
-Entra tú -le sugirió. -Este desgraciado no merece nada ... ¿sabes
El otro, cuya imaginación había trabajado inten­ a quién encontramos en su casa, calata, esperán­
samente en la espera, no se hizo de rogar. Y entró. dolo?
Cerro la puerta con cuidado y en el silencio de la A Oviedo se le abrieron los ojos y sintió una con­
noche apenas si se oía dentro de la casa el ruido sor­ tracción nerviosa en el corazón. El menor de los her­
do de su respiración agitada. Porque ya tenía cerca de manos, que también comía, levantó los párpados en
cuarenta años y había subido el cerro en dos trotes. una pregunta muda.
A la una y media de la madrugada salieron am­ -Pues a la mujer de Mendieta ... ese maricon­
bos de la casa y comenzaron a bajar el cerro. Había cito que trabaja en el mayorista ... cala ta estaba ...
muy poca gente en el camino. Apenas tres o cuatro y dice que este cholo de porquería se iba a ir con
moradores del cerro que llegaban de su trabajo. Dos ella a Piura ... porque a Elvita no la iba a ver
pordioseros, borrachos, tomados de la mano y con los más ... y porque está enamorado de ella, de la mu­
bolsillos cargados de monedas, canturreaban a su ma­ jer de Mendieta ... ¿qué te parece?
nera una canción de moda. En la segunc;Ia plataforma Oviedo se levantó.
vivían alrededor de setenta pordioseros, que, incansa­ -¿Y a ustedes qué les importa? -preguntó ab­
blemente, recorrían la ciudad para regresar en las no­ surdamente.
ches llenos de dinero. A veces lograban reunir hasta -¿Cómo qué nos importa? -aclaró uno de
doscientos soles por noche y se daban el lujo de pres­ ellos- Nos importa que Elvira está con barriga ...
tar dinero a sus vecinos contra alguna prenda de va­ y que tú te haces cargo de ella o te va mal. . . ¿tú
lor. Por lo general regresaban en taxi al cerro y se quieres a la mujer de Mendieta, no?
acostaban..temprano para cuidar su salud. El hombre no contestó.

118 119
-¿La quieres? -'-hizo una -pausa hasta encon­ que se case .y después que se largue si le da la gana,
trarse con los ojos de Oviedo-, pues para que lo pero a este chico te lo firma como Dios manda ...
sepas, nos la hemos comido los dos en el cerro ... -Por favor -musitó la mujer-, no quiero que
-Y tiene un lunar salido en la nalga -terció el lo traten en esa forma ... déjenlo que piense las co­
otro, riéndose de su ocurrencia. sas. .. dénle sus papeles y que se vaya ...
Oviedo estaba pálido. No se atrevía a hacer na­ Hubo un silencio largo. Nadie atinaba a hacer
da, porque era muy cobarde. Pensaba para justi­ nada. Entonces la mujer se adelantó y retiró los pa­
ficarse que ningún hombre puede contra tres. Y no peles de la mesa. Se los entregó a Oviedo y señaló
dijo nada. Y se quedó allí, pensativo, con los ojos la puerta. El hombre se incorporó apresuradamente
puestos en la taza vacía del café que le trajera El­ y buscó la salida sin decir una palabra. Y sin mirar,
vira Luna. Los hermanos de ella tampoco sabían qué tampoco, a la mujer que se q�daba con un hijo
añadir. Todo era cosa de esperar hasta el otro día, suyo en el vientre. Tomó por un atajo y comenzó a
para comenzar los trámites. &ubir a grandes trancos el cerro. Los nervios le daban
-Dormirás aquí -señaló el mayor-, este cuar­ una mayor resistencia y llegó casi en segundos. Abrió
to no tiene sino una puerta y la ventana tiene :reja. la puerta como un bólido y encendió la luz.
Como trates de escaparte ya sabes ... Todavía sobre la cama, llorando, estaba la mu­
Señalaba a la puerta cuando ·esta se abrió y en­ jer de Mendieta. Le explicó todo y le dijo también
tró una mujer joven. Elvira. Era alta y tenía unas lo que habían hecho los Luna con ella. Oviedo se
ojeras grandes que destacaban sobre su piel blanca. mordió los labios. Estaba lleno de un odio insensa­
Algo se notaba en su vientre, pero no mucho. Apenas to. Los Luna le contarían todo a Mendieta. Y no
tenía unos meses encinta. Miró el cuadro de sus her­ dejarían que su hermana se quedara como estaba. Se
manos rodeando amenazadoramente al hombre que sentó, aplastado por el peso de su problema, .que
había sido su marido y que era padre de la criatura ahora se había complicado más.
por venir. Desde la puerta murmuró: Porque la mujer de Mendieta también estab:1
-Déjenlo que se vaya ... embarazada.
-¿Qué cosa? -barbotó uno de ellos.
-¿Estás loca?
-Déjenlo ir -repitió ella. Se humedeció los la-
. bios-. Si quiere regresar que regrese, pero no quiero
que se quede a la fuerza ... Déjenlo que se vaya -in­
sistió;
-Ni de vainas --exclamó el menor-, primero

120 121
V

Manuel Costa se levantó más temprano que de


costumbre. Calentó un poco de café y lo sorbió a gran·
des tragos, quemándose el interior del pecho en su
apresuramiento por salir cuanto antes de la casa. La
mujer y el hijo dormían aún y la claridad de la ma­
ñana recién comenzaba a insinuarse bajo la puerta y
por entre la rendija del hueco grande que hacía de
ventaría. Al salir, algo metálico llamó su atención.
Eran las plumillas, que quedaron allí la noche an­
terior. Meditó unos instantes y las tomó en con-jun­
to, guardándolas calladamente bajo su cama, en un
cajón donde habitualmente tenía sus herramientas.
Luego volvió en puntas de pie a la puerta y salió.
El choque con el frío intenso de la madrugada
lo hizo toser a golpes intermitentes que le remecían
el pecho. Desde un tiempo atrás la tos aquella no
dejaba de fastidiarlo. Empezaba por un dolorcito en
la garganta y una picazón en el pecho que le preci­
pitaba el acceso. A veces tosía de tal modo que su­
bíale la sangre a la cabeza y debía escupir "rascán­
dose'' los bronquios por dentro. No le gustaba gar-

123
gajear porque ei esfue::zo le hacía sufrir mucho y se rrido allí. Presintió algo siniestro pero no supo de­
aliviaba fumando, que lo calentaba por dentro. terminar qué. Tenía una curiosidad muy honda, pe­
Bajó al mismo ritmo hasta que llegó a la pista. ro sus problemas eran mayores y siguió en busca de
A esas horas había muy poca gente fuern, excepto to suyo. Había una construcción muy grande del
los que trabajaban en panaderías y repartos de leche. Gobierno cerca de la avenida Grau y según le ha­
Llegó hasta el límite del grifo, en cuyo metal se man­ bían dicho unos mozos la noche anterior, en La Pa­
tenían los poros húmedos de la neblina, y se acercó rada, estaban buscando peones. Algo era algo, mien­
en busca de un fósforo a la caseta. Luna se sobresal­ _tras conseguía acomodarse y no importaba ganar
tó al verlo y se puso como a la defensiva. Esta ac­ aunque fuera unos soles menos, pero ganar algo. A
titud no dejó de sorprender a Manuel Costa, que las seis y media empezaban a llegar los peones a la
conocía a los Luna como hombres reposados y se­ - obra, porque se pagaba jornal extra. Las autorida­
guros de ellos mismos. Pidió los fósforos y observó des, por razones de política, querían terminar la obra
·· que Luna se sacudía las manos antes de meter los cuanto antes y esto beneficiaba a los obreros.
dedos en los bolsillos. Reparó en el charco grande Manuel· Costa preguntó por el capataz-contra­
formado por el agua junto al caño. tista. Se lo señalaron. Era un hombre fuerte y grue­
-¿Lavándose tan temprano? -preguntó. so, con los gestos y voz de quien está acostumbrado
El otro hizo un gesto vago sin moverse de su al mando y al grito. Le dijo que necesitaba trabajo
sitió y lo miró sin decir nada, como estimulando al y que si había sitio en la construcción.
intruso para que se fuera. Sin embargo, Manuel Cos­ -¿Tú de qué ingeniero eres?
ta no se movió. Tenía la sensación de que allí estaba La pregunta lo tomó de sorpresa. No, él no era
ocurriendo algo. Y algo grave. Entró al interior de de ningún ingeniero. Era más, ni siquiera conocía a
la caseta y Luna se irguió, como para impedir que un ingeniero de vista. ¿Era imprescindible conocer
siguiera entrando. El visitante, entonces, vió la pun­ a un ingeniero? Sí, sí lo era. Y Manuel Costa se en­
ta de un cuchillo asomando tras el cuerpo del otro. contró con ·otro mundo nuevo en que ·los hombres
Ambos se miraron. pertenecían a los ingenieros. Y �upo que los peones
-¿Ha estado lavando un cuchillo? de un grupo no tienen cabida en otro. Y que quienes
-Lárgate, Costa -fue la respuesta, cortante co- no pertenecen a un ingeniero no pueden trabajar en
mo el cuchillo mismo. una obra del Estado. ¿ Y cómo se hacía para perte­
El hombre se encogió de hombros y salió de Ia necer a un ingeniero? Nadie pudo responder" a su
caseta sin dar la espalda. Luego echó a caminar ha­ pregunta.
cia el Hospital 2 de Mayo, pero a trechos volvía 1a Se mordió los labios y volvió a la calle, desalen­
cara hacia el grifo, preguntándose qué habría ocu- tado. y confuso. Caminó hasta el Parque Universita-

124 125
rio y se sentó en una banca. Los primeros camiones -Pero, no conozco a nadie ... ¿sin padrino, no
discurrían µor la calle, y la Avenida Abaneay co­ se puede conseguir la beca?
menzaba a llenar_se de ruidos, provenientes de los ca­ -Por supuesto que no. . . ¿para qué lo voy a
fetines recién abiertos, los garajes que empezaban a engañar?
funcionar y las agencias de ómnibus interprovincia­ Por primera vez, después de mucho tiempo, su­
les que sacaban sus primeros vehículos. Manuel Cos­ bió al mediodía hasta su casa del cerro. Tenía una
ta mordía su desaliento sin saber qué actitud tomar. fatiga honda y espesa. Necesitaba regresar a su casa,
Al frente abrieron un restaurante. Se acercó al chi­ descansar en ella. No era el cansancio común de un
no que ponía las cosas en orden. Preguntó. No, no cuerpo que ha trabajado más allá de sus fuerzas sino
necesitaban a nadie. Regresó a la banca. Estuvo allí la necesidad orgánica de reintegrarse a la humedad
unos minutos y luego se echó nuevamente a cami­ caliente del lugar 'donde vivía.
nar. Preguntó en una cafetería si necesitaban ayu­ Llegó trabajosamente hasta la última platafor­
dante. Sí, necesitaban uno, pero más joven, un mu­ ma. Tosió dos. o tres veces antes de alcanzar la
chacho. No, él estaba muy viejo para la clase de tra­ puerta. Allí estaba la mujer, con una labor de cos­
bajo. tura sobre las faldas. Se miraron ambos y ella
Recorrió una docena de establecimientos sin con­ vió una expresión nueva en la cara de su marido.
seguir una respuesta afirmativa. En todas partes le Era un brillo como de miedo en los ojos. Un rictus
daban una excusa. O le pedían papeles de recomen­ de derrota en la boca.
dación. ¿De dónde iba a sacar recomendaciones, si -¿Y, conseguiste algo?
el dueño del restaurante ni siquiera le había querido -No.
pagar lo que le debía, alegando que Costa había ro­ Le habló de sus andanzas en busca de trabajo.
to unas copas y que faltaban varias cosas del ser­ De su fracaso en el Ministerio. .. la mujer le oí�
vicio. con mucha atención porque él nunca le había hablado
A las once de la mañana estuvo nuevamente en en esa forma. Nunca le contó sus cosas ni sus pro­
el Parque Universitario. Recordó el asunto de su hi­ blemas. Se habían limitado a vivir juntos. O, mejor
jo y subió al Ministerio de Educación. Cien perso­ dicho, a sobrevivir juntos.Manuel Costa se humedeció
nas se apiñaban alrededor del escritorio en que un los labios repetidamente. Preguntó por el hijo y Jo­
hombre sin afeitar atendía al público. Por fin con­ sefa le explicó que estaba en la primera plataforma,
siguió que alguien lo escuchara. Era la misma per­ jugando con otros muchachos. Cómo había cambiado
sona de la vez anterior. ¿Y la tarjeta de recomenda­ su hijo en todo ese tiempo. Era como una fruta ma­
ción? ¿Y el padrino que iba a conseguir para su dura a la f�erza, porque el cerro apresura el proceso
hijo? de maduración en quienes viven en sus laderas. El

126 127
niño se había hecho hombre sin abandonar la niñez y w'la -i.:ebeldía sorda que le, anegaba el alma. Sólo
sacaba conclusiones de la vida antes que la vida se Dios era testigo de todo lo que él había· soportado en
las fuera entregando poco a poco. A los quince años el restaurante hasta que la ciudad terminó por de­
sabría que no hay cuartel, porque la necesidad lo ha­ rrotarlo. · Porque su desaliento, como el aire, no· te­
bría convertido en un soldado más de la lucha contra nía límites. La mujer de Manuel Costa siguió co­
la ciudad. A partir de ese momento seguirá subiendo siendo. El hombre estaba plantado frente.a ella sin
y bajando, subiendo y b3jando, hasta que se produz­ saber qué hacer ni decir.
ca el viaje final y nadie se preocupe de él. En reali­ -¿Y Juan, no fué a trabajar con Garro, no?
dad nadie se preocuparía de él jamás, excepto cuan­ La mujer se encogió de hombros.
do intentase conquistar la ciudad. Entonces se lo im­ -..:.No quisiste ...
pedirían por todos los medios. Usando todas las ar­ -'-¿Y eso que estás haciendo ... ?
mas para obligarlo a replegarse y subir al cerro nue­ -Una tarea que me pasó la señora de Quint�-
vamente. Cerrándole todas las puertas y hundiéndo­ nilla . : . -hizo una pausa para mirarlo-. Tendré que
le en la tierra como si ya estuviera muerto. Porque . coser, pues ...
esas casas son como ataúdes grandes y cuadrados El hombre preguntó. por la comida y, sin decir
donde la gente· se entierra por familias hasta que el palabra, la mujer dispuso los utensilios sobre la me­
tiempo y la ciudad los vayan separando y dándole a sa·. Le sirvió, manteniendo siempre el silencio deses-.
cadn uno su ataúd definitivo. perante con que lo había recibido. Se sentó luego
Iviás que su hijo, Junn se había convertido en frente a él y esperó que terminara la sopa que tenía
su juez. Lo miraba hacer, lo sopesaba, lo comparaba delante. Pero Manuel Costa no podía comer. Sen­
con los ¡n1drcs de otros muchachos. Y NTanucl Costa tía el cuerpo cerrado desde la garganta. Y sentía el
Sétbía que iba perdiendo en la comparación. Su hijo pecho relleno de algo espeso que le impedía respirar.
necesitaba un ídolo y no lo encontraba en su propia Retiró el plato, con un gesto de rechazo.
casa. Tenía que buscárselo fuera, entre gentes como -¿Te sirvo el segundo? -preguntó Josefa.
ese don Guillermo. O como Edilberto Garro. -No. No tengo ganas de comer nada. Deja ...
Para el hombre estaba cada vez más lejano su Se incorporó y terminó echándose en la camá
·proyecto de dar una educación a su hijo y bajar dei luego de dar un paseo inútil por el cuarto. Respiró
cerro. Se sentía como elevado a la cuarta platafornB hondo y cerró los ojos pa.ra no ver lo que pensaba,
y como si el fantasma del tísico se hubiera metido Allí permaneció casi una hora, sin decir palabra.
hasta en el último recoveco de su conciencia. A véce<; Hasta que tomó una decisión y salió nuevamenté,
se olvidaba. Pero �,1 recordar de pronto el peligro en ·c on rumbo a la ciudad. Eran ya las dos y media de
que estaban su mujer y su hijo, se ensombrecía en - la tarde y tenía varias horas por delante, para con-

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seguir: algo. Compró_-_un. periódico de lá' mañana y En'.la · háciénda nunca :había 'Pt:obkma. Á nadie "ie.
pensó que· era una ventaja saber leer cuando se ne.: pedí2n papeles por que ninguno de los peOries los
cesita · buscar trab�jo. Recorrió ávidamente sus pá'­ · tenía. El mismo había sido uno de los pocos que
ginas. Señaló tres direcciones y se puso en camino. tenía papeles. Si hasta casado era. Casado por el
Aquí pedían un 1rn:yordomo. Sí, pero en el aviso civil y el religioso. Con padrinos y todo. ¿No bas­
decía que era ir,.útil prcst"ntarse sú1 recomendaciones taba enseñar su partida de matrimonio? Un hombre
¿ Tenía él recomendaciones? No, no tenía En ot,0 con partida de matrimonio es serio. Y respetable.
lado necesitaban un carpintero. El no era exacta­ En el cer.o -él lo habín averiguado-- eran muy po­
mente un carpintero. Pero sabía mucho de carpin­ cos los que tenían partida de matrimonio. ¿Por qué.
tería y con dos semanas quedaba como nuevo. ·¿Que­ entonces. no podía entrar en ninguna parte?
ría él probar dos semanas sin sueldo, mientras ap�·::n- El quinto día fué al restaurante. Pern el. dueño
día? No, imposible. El necesitaba ganar ya, ese mis�. no quiso ni escucharlo. "Le traía problemas", dijo.
mo día. Su tercera posibilidad se esfumó también Y de pagarle la deuda, ni hablar. Además, su pues­
porque habían tomado a uno que fué temprano. to estaba ocupado, lo mismo que el de Ovicdo, que
"Mañana volveré temprano yo", pensó el hombre.· había desaparecido del planeta. Eso no era un se-
Y al otro día volvió a salir. Y volvió a tropezar . creto porq_ue al segundo día había ido en busca de
con las mismas paredes infranqueables de la tarjeta, su vecino para pedirle un consejo. Tocó la puerta
la recomendación, los papeles, los antecedentes y el hasta cansarse y no le contestó nadie. No había can­
padrino. Y la ficha del Seguro, que era tan impor . dado y .Jo único que mantenía cerrada la cabaña era
tante. ¿ Cómo habían conseguido los otros una ficha . , un alambre retorcido sobre las argo11as. No le había
del Seguro, esa llave maravillosa que permitía tra­ costado trabajo entrar. Todo estaba en desorden y
bajar en cualquier parte ... ? Manuel Costa fué al había en el aire un insoportable olor a húmedo y·
Seguro. guardado. La mesa volcada, la silla patas arriba.
-¿Cómo hago para asegurarme? La cama deshecha y la coja de cartón donde Tomás
-Tiene usted que trabajar en alguna parte. Ovicdo guardaba sus pertenencias, despanzurrada
Pero para trabajar en alguna parte era :.:1ecesa-
p como si su dueño hubiera escapado apresuradamente
rio tener ficha del seguro. Sí, pero el empleado no de alguien. Sí, Manuel Costa había cerrado nueva­
tenía nada que ver con eso. Y él no podía tener su me!ltc la casa, pensando en la huída de Oviedo co­
seguro como todo el ·mundo. ¿Por qué le pedían tan­ mo una manera de librarse de Elvira Luna. Ya 'los
tas cosas si lo único que él quería era trabaja1· y que hermanos le habían prometido una pateadura.
le pagaran por eso? El necesitaba ganar parn que "Miedoso", pensó Costa, para sus adentros. Pe­
su mujer y su hijo tuvieran lo que les hacía falta. ro una voz íntima le dijo que él también tenía mie-

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do. y no de ttes hermanos de alguien sino de todó -Claro que he tomado .. ·. ¿quién no.se va· a dar
el mundo. De todos los que lo rodeaban y de todos cuenta? Claro que he tomado ... siquiera así se ol­
aquellos con quienes tenía que combatir. Su miedo vida uno de las cosas ... -hizo una pausa, que
crecía de un día para otro, junto con su angustia de aprovechó para bambolearse- ¿Dónde está Juan?
no conseguir trabajo y plata. La plata . . . Todo era -Abajo. Ya no tarda ...
plata. Plata quería su mujer y se la pedía en todas El hombre se apoyó en su mujer. Tenía los
las formas. Pedía plata con su actitud reservada. ojos perdidos dentro de sus párpados, como si no
Pedía plata cosiendo para la calle. Pedía plata co­ supieran por dónde encontrar el camino hacia la luz.
cinando todos los días lo mismo. Mudos o callados -Yo los fregué -dijo-, yo los fregué. . . esta-
todos pedían plata. Su hijo también. El mismo. La ríamos en Chiclayo, tranquilos ... sin estas vainas .. .
vida toda es una dinámica en busca de la plata. Y -tosió- ya estamos como dos semanas en esto .. .
el que no tiene una puerta cercana y abierta para ¿qué es de Juan?
ganarla, bien puede comenzar a desesperarse. Y -Ya no tarda .. . a esta hora siempre viene ...
Manuel Costa llevaba die_z días sin trabajo. Ya no estará jugando ...
podía más. En las noches, con la fatiga de la ciudad -Jugando en vez de buscarse un trabajo ...
y del cerro, se repetía la misma pregunta: debía ayudar a su padre ...
-¿Y ... ? El muchacho tardó todavía una hora en regre­
-Nada ... mañana seguro ... sar, pero �anuel Costa se mantenía despierto, mo­
Una noche llegó más tarde que de costumbre. nologando sentado en la cama, frente a su mujer
Borracho. Se había gastado veinte soles "chupando" que lo escuchaba hablar. Juan traía algo en sus ma­
solo. Tropezó varias veces en el camino, pero no lle­ nos, que ocultó instintivamente en cuanto vió a su
gó a caer por uno de esos milagros de equilibrio que padre en el cuarto. Costa llamó a su hijo.
hace el cuerpo cuando lo dejan solo. En la casa no -Ven acá -le dijo.
había nadie, pero al poco rato llegó la mujer, que lo El muchacho obedeció con una expresión des­
había visto subir desde la tercera plataforma, donde, confiada y se puso al pie de la cama donde su padre
hablaba con la mujer de Mendieta. No esperó que seguía sentado.
ella hiciera su pregunta habitual. Le contestó nornás. -¿Tú sabes -preguntó el hombre al muchí:1-
-Nada. Otra vez nada. Estarnos jodidos - cho- por qué me he pasado la tarde chupando?
murmuró en su media lengua. -No -repuso brevemente Juan; esperando la
La mujer lo miró unos segundos. Se acercó a llegada sorpresiva de una cachetada. Y añadió, por­
él y le puso la mano en el hombro. que la pausa ele su padre era larga:__:_ No.
-Acúestate -murmuró-, has tomado. -Yo te voy a decir por qué -exclamó Costa,

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�eñalJndose con el ·ctedo� mira ... hoy estuve ·chu-· unas manos gigantescas. El aicÓhol parecía haber.
pando por varias razones.. . primero, porque la vida desaparecido de su organismo.
es una mierda .. . segundo ...porque no puedo con­ -¿Qué cosa?- mmmuró-- ¿Cómo has dicho ...?
seguir'trabajo, aunque sé hacer de todo ... ¿que Ovicdo qué ... ?
-Acuéstate -interrumpió la mujer. -Qu� han encontrado a Oviedo muerto, pa­
-Un momento -la contuvo el hombre, con la pá ... aquí a la vuelta del cerro . .. y dicen que está
palma de la mano--, estoy hablando. . . tercero ... ahí hace como dos semanas. . . todo podrido.. .
porque tu madre ya no me quiere . .. -Oviedo -murmuró la madre, con los ojos sa.­
-Manuel -rogó la r:rnjer, acercándose a su lidos como dos huevos duros.
marido. -Sí, mamá, Oviedo, pues.... abajo hay un mon­
-Estoy ha blando, te he dicho -insistió el hom­ tón de ·gente... y policías ... dicen que apestaba to­
bre. Y se dirigió otra vez al hijo:- Pero te voy a do .. .
decir por qué me he emborrachado hoy.. . ¿en qué -¿Dos semanas? -murmuró Manuel Costa, pen­
número estamos? sativo. Y recordó la escena del grifo. Y el cuchillo
-Cuatro -dijo Juan. que ocultaba Luna con su cuerpo. Se repuso el zapa­
-No es cu2tro sino cuarto. . . acá viene lo bue- to que le había quitado la mujer y se incorporó en
no... mira, me he emborrachado porque no te he la cama.
conseguido tu beca. . . porque te voy a dar permiso -¿DóncJc me dijiste que lo encontraron? -pre­
para que trabajes con Edilberto Garro. . . y porque guntó al hijo. Este le dió los datos y Manuel Costa
-se le quebró la voz un instante-, porque necesi­ salió apresuradamente al lugar. No le costó trabajo
tamos vender esas plumillas.. . ¿me has compren­ dar con el sitio, por los comentarios y la gente que
dido bien? -el muchacho asintió-- Bueno, ya sa­ se había reunido en torno a la policía. Era en la
bes ... segunda plataforma, junto a los otros cerros, donde
La mujer tomó suavemente a su marido por el la gente no iba mucho por lo general. Se mezcló en­
tórax y lo echó en la cama. El hombre quedó allí, tre lo s curiosos pero no pudo ver a Oviedo porque
tirado como una masa muerta mientras ella le qui­ lo habían cubierto con periódicos mientras llegaba
taba los zapatos con ayuda del hijo. Apenas se oían el legista. El hedor era terrible y las linternas daban
sus palabras enredadas, cuando el muchacho reveló a la escena el aspecto de un macabro funeral y no
la noticia que traía desde el primer momento. de una inhumación. Manuel Costa fue reuniendo da­
-Mamá -dij�, ¿sabes que a Oviedo lo han tos. Alguien había mandado un anónimo a la poli­
encontrado muerto a la vuelta del cerro? cía incl;cando el lugar exacto donde se encontraba el
lWanuel Costa se incorporó como impulsado por macabro entierro. No habían perdido tiempo y la

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policía buscaba desde las nueve de la noche. De to­ mones como fuelles enloquecidos. Empezó a toser
das maneras, la pestilencia se filtraba por entre el y sintió que cada acceso le lastimaba el pecho. En­
metro de tierra que cubría al muerto. Lo habían apu­ tró· en la casa. Su mujer lo esperaba con otra novedad.
ñaleado y según decía el inspector, el hueco tenían -Manuel -le dijo-, aquí Juan me cuenta que
que haberlo hecho varios. Por lo menos entre tres. a lo mejor quien mató a Oviedo fue la mujer de
"Entre tres", pensó Costa. Y recordó a los hermanos Mendieta ...
de Elvira Luna. Tragó saliva con fuerza, como para -¿La mujer de Mcndieta? -preguntó el hom-
arrastrar con ella su pensamiento, .y se retiró del gru­ bre, incrédulo.
po con ánimo de regresar a su casa. Pero al volver -Sí, papá -terció el muchacho-, yo la ví el
la cara se encontró con la de Luna, que lo miraba otro día en la casa de Tomás. Estaba con él, como
fijamente. Era el mismo del grifo y Manuel Costa para acostarse.
pretendió evitarlo, mirando hacia otra parte. Pero
el hombre cruzó unos metros hasta ponerse en su * * *
camino. .,
-Costa -llam�. Oye, ven ... tÚ día siguiente bajó a las ocho y media. En el
-¿Qué? -preguntó el llamado, con desconfian- cami.no fue recogiendo nuevos datos y supo que la
za, plantándose frente a él. policía estaba deteniendo a varios, tanto del cerro co­
-Escucha bien lo que te digo -dijo el otro, mo del lugar donde trabajaba. Esto le hizo sentir un
mascando lentamente las palabras como para lograr íntimo placer. Tal vez entre los presos estaba el due­
el mayor efecto con ellas- Ten mucho cuidado con ño del local ...
lo que hagas o digas ... ¿entiendes? -y repitió:­ Llegó hasta la carretera y debió seguir hacia
ci­
¿ Entiendes? la derecha, pero una extraña sensación de coinpli
-Sí. dad lo hizo acercarse al grifo. Estaba uno de los
-¿Entiendes? -preguntó el hombre por terce­ ·hermanos. Le pidió un fósforo, como había hecho
ra vez. Costa asintió, musitando la respuesta y si­ con el otro y cambió con él unas palabras sin im­
guió su camino hacia la cumbre. Era de noche y os­ portancia. Pero lo miraba hondamente en los ojos,
curo. La atención se había concentrado en el hallaz­ como buscando un entendimiento directo o una co­
go macabro. Y Manuel Costa hizo el recorrido has­ participación del secreto. Después siguió a lo suyo.
ta su casa con un miedo espantoso en el cuerpo. Lle­ No pudo conseguir nada. Pero cuando regresó al
gó primero a la parte habitada del cerro y luego mediodía encontró dinero en la casa. Juan había traí­
trepó desalado por las escaleras hasta que llegó a <lo las qui.nce libras de las plumillas y había empezado
su plataforma con el corazón reventando y los pul- a trabajar con Edilberto Garro. Además, en la co-

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cina estaban los tomates que el mayorista daba a sus -¿Pero, y m1 trabajo°? -preguntó, lleno de
chulillos. Cinco kilos, de los cuales· había vendido miedo y angustia.
tres en el camino. Pero también tenían varias noti­ -No importa, yo hablo con tu patrón. ¿Dónde
cias desagradables que darle. Habían arrestado a dos trabajas?
de los Luna. Y a la mujer de Mendieta, porque en No trabajaba en ninguna parte, pero estaba bus­
el anónimo también la mencionaban. Otro que es­ cando un destino. Ah, pero entonces no había pro­
taba preso era el dueño del restaurante. blema. Ya seguiría buscando cuando saliera. Era
En la tarde vinieron por Manuel Costa. Eran dos cosa de dos días nada más. A su mujer le harían
investigadores. El hombre no puso reparos y bajó o.visar con alguien. El no debía preocuparse por na­
con ellos hasta e1 carro que los esperaba en la pista. da. Para eso estaba la policía, para ayudar a la
Fueron a la Prefectura. Allí le tomaron sus datos y gente. Lo pasaron a la jaula grande donde aguarda­
iuego lo dispusieron para tomarle una fotografía. ban todos los sospechosos. Allí también esperaban
Y le clavaron un número en el pecho. los Luna y el dueño del restaurante, pero a la mu­
-¿Y para qué me fichan -protestó-, si yo jer de Mendieta la habían mandado al Hermelinda.
No tardaron en juntarse.
no tengo qué ver en esto ... ? Yo no he hecho nada ...
-¿Declaraste? -preguntó uno de los Luna, co-
-Se hace con todo el mundo -informó el ope­
mo clistraidamente.
dor, acostumbrado a la queja.
-Sí -contestó Costa sin mirarlo.
Luego lo pasaron al despacho de un hombre
-¿Y qué dijiste? -preguntó el otro.
gordo, que lo trató con una amabilidad sedosa y ar­
Costa se encogió ele hombros.
tificial que inspiraba desconfianza. ¿Conocía él a
-Nada -dijo-, ¿qué iba a decir, si no sé na­
Ovicdo? Sí. Oviedo Je había ayudado mucho, le ha­
da? -y miró significativamente a su interlocutor,
pía dado hasta casa. ¿Se veían mucho últimamente?
como para demostrar que podían contar con él para
No, porque su amigo estaba enamorado. Además, an­
cualquier cosa. Le preguntaron si había novedades.
daban resentidos porque a él le habían pegado y Ovie­ Contestó que en la carretera alguien encontró un
no no trató de ayudarlo en ningún momento. ¡Ah, cuchillo grande tras la tapia paralela a la pista. Lo
estaban resentidos ... ! Sí, pero nada serio. Se salu­ habían lavado pero tenía rastros de sangre en el
daban y todo. Le preguntaron por Elvira Luna y mango. Y estaban examinando si era sangre de Ovie­
por sus hermanos. Por el dueño del restaurante .y do. ¿Cómo era el cuchillo? De esos grandes, de res­
por la mujer de Mendieta. Contestó como pudo. Por taurante. Y al decirlo, Costa miró a su antiguo patrón.
fin le dijeron que debía quedarse detenido mientrns
hacían unas averiguaciones. * * *

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Anunciaron visita para Costa. Salió· al primer nía amores con ella. Y �staba encinta de Oviedo. ¿No
patio y vió a su mujer. Nadie la había avisado, pero era una razón, mil razones para matarlo?
sospechaba que lo iban a detener, como acostumbra­ De manera q ue la policía acusaba a Córdova,
ban hacer con todos. ¿Para qué le preguntan a un el dueño del restaurante, como autor del crimen ...
hombre si es inocente, cuando de todas maneras ter­ ¿Y los Luna? Bien. Los habían soltado antes por­
minará preso? Le trajo algunas cosas de comer. Ai C!Ue no tenían nada que ver en el asunto. Ellos no
recibir el paquete le agarró la mano. La acercó a él tenían nada contra Oviedo, a quien estimaban mu­
y se miraron. Estaban muy distantes desde tiempo cho. A él, a Costa más bien, lo habían mirado con
atrás. Los había separado el cerro. Pero la cárcel ciertas sospechas por vivir cerca y estar peleados,
une a todos porque es un monumento al dolor. y pero las evidencias contra Córdova eran aplastantes.
porque después de la cá1·cel no hay nada rnás per­ -Tiene que haber sido él, ¿no? -preguntó Jo­
fecto para destruír al hombre. sefa, ya en el ómnibus.
Allí lo tuvieron quince días. Sin bañarse, laván­ -Claro -murmuró mecánicamente Costa, pen­
dose la cara apenas, porque en la cárcel no hay nin­ �ando que debía su propia libertad a las evidencias
guna comodidad. En la cárcel no se sabía mucho del acumuladas contra su antiguo patrón- tiene que
asunto del crimen. Los periódicos se quedaban en ser él. . .
la puerta y a los Luna los habían sacado desde el co­ Pensaba en los Luna y en el secreto que compar­
mienzo. En cuanto al dueño del restaurante lo 112- tía con ellos. Pensó en las horas de cárcel. En los
bían llevado a la incomunicada. Preguntó por él a días. En la angustia que se siente cuando uno ig­
su mujer, que lo esperaba afuera. Lo acusaban del nora si va a salir ó no. En la agonía de no saber si
crimen. La noche anterior había tenido un pleito uno va a ser víctima ele una maniobra que lo aplas­
con Oviedo y hasta le había pegado una patads.. te como una pulga o lo hunda año tras año en la
Además, el cuchillo era del restaurante. Algunos mo­ cárcel. Esas rejas tan gruesas y tan sucias. Y esos
zos lo habían identificado. Otros declararon que ha­ presos durmiendo en el suelo. Costa no quería vol­
bían visto al comerciante dando vueltas por el cerro. ver jamás a la cárcel. Aunque tuviera que matar
Córclova, que así se apellidaba el hombre mencio­ para impedirlo. Su conciencia buscaba nuevas prue­
naba a una amiga con la cual iba a verse en 1a se­ bas en contra de Córclova. Claro, tenía que ser él.
gunda plataforma. Pero no quería decir quién era. Andaban con la misma mujer, el cuchillo era ele
Lo presionaron hasta que puso en danza a la mujer él, odiaba a Oviedo, lo había botado del restaurante,
ele Mendieta. Costa se sorprendió much�. ¿La mujer le había pegado .. . tenía que ser él. El era.
ele Mendieta con Córdova también? Qué mujerci­ -¿Y cómo has hecho en estos días, para la co­
ta. . . Pero la policía sabía que Oviedo también te- mida ...?

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-Juan ... él siempre trae... Garro le da al -Ya no. Gracias -murmuró recibién-
diario. . . y también hace sus negoci• :,. Ayer le die­ dala.
ron a vender un faro de auto. Y le dieron diez li­ Era una nota de su tía. Le anunciaba el v1a3e
bras ... él está bien ... ahora tienes que buscar algo a Lima de una familia corta. Hombre, mujer y un
para ti ... hijo. Costa sonrió. Igual _que la suya. Venían a tra­
-Yo busco . . . -la tranquilizó el hombre. bajar en Lima animados por el ejemplo de él. ¿Po­
En d cerro estaban todos agitados y lo dete­ día darles uria mano para que se arreglaran los pri­
nían en el camin0 para hacerle preguntas. ¿Se sos­ meros días? Tenfa¡i sus centavos juntados y podía:1
pecha de alguien? Ciara, si hasta tienen al asesino. acomodarse de cualquier manera. Al subir, Costa
Es el dueño del restaurante donde trabajaba Ovie­ divisó la casa de Oviedo, que ahora era suya por de­
do. Una cuestión pasional. . . No, no había confesa - recho. Se llegó hasta ella. Abrió y consideró las con­
do, pero seguro confesaba de un día para otro. Cla­ diciones que ofrecía. Era más grande que la suya y
ro que él era. ¿Y de la Ivlendieta, que era de ella? hasta tenía su botadero adentro. Claro que el bota­
Fue presa ... una ficha ... el marido no deseaba vol­ dero era puro truco porque allí no había desagüe,
ver al cerro porque lo ter1ían seco a preguntas. Se pero de todas maneras. Hablaba consigo mismo, pe­
reían del pobi·c. Y los Lurni también los habían teni­ ro su voz se fue elevando hasta· fonuular uu cuu1e.1-
do detenidos, pero lo que tenía Oviedo con la her­ tarío:
mana era cosa muerta desde mucho tiempo atrás. -Podríamos cambiarnos aquí y le alquilamos
Por eso los soltaron rá¡:iido. k1 casa a estos que vienen ...
Había habido otros presos, pero ya no quedaba -¿Cómo? -preguntó la mujer.
ninguno adentro. El único era Córdova. Todas la, Y él le explicó su proyecto. Podían pedir cinco
pruebas lo condenaban. Ya confesaría. O lo harían libras poi- la casita, más lo que ganaba Juan y
confesar. Lo saludaban unos y otros, alegrándose de lo que traería él cuando consiguiera trabajo, la
su regreso. No era amigo ele todos pero su participa­ cosa no estaba del todo mal. ¿Y si la policía cerraba
ción en las investigaciones lo habían hecho popular. la casa_ para invest:gar? No. ¿Para qué? Si en la casa
Antes de llegar a su plataforma lo detuvo un vecino habían estado cien veces y habían revuelto hasta el
a quien conocía de vista. últim'o rincón. Además a ella, a Josefa, le habían
-Oiga, Costa -le dijo--, mi hermana me ha preguntado de quién era la casa. Y la mujer había
escrito de Chic1ayo y me pide que le haga ]legar dicho que de su marido. Costa miró sonriendo a su
esta carta de un pnriente suyo. Dicen que le escri­ mujer, satisfecho de su astucia. Le puso una mano
bieron al restaurante pero usted no estaba ... sobre el hombro y volvió con ella a su propia ca-

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baña. Entonces dieron cara a dos de los hermanos -Por supuesto -apoyó el mayor-, es lo.
Luna, que subían a buscarlo. que pensamos todos, él es el único que pudo
-Costa -gritó uno de ellos-, un momentito. hacer eso...
-Entra nomás, -dijo el hombre a su mujer-, Se hizo una larga pausa. Los cigarrillos subie­
voy a conversar unos asuntos aquí afuera. Se die­ ron y bajaron varias veces antes que surgiera una
ron la mano los tres hombres y se sentaron sobre la voz del grupo.
piedra grande y chata que había en la puerta de -Oiga Costa -le dijo el más viejo de los Lu­
la casa. Alguien invitó cigarrillos. Encendieron. El na- que parecía dirigir a sus hermanos-, ¿usted en
mayor de los hermanos fue el primero en hablar. qué trabaja ahora?
-Hombre, Costa, nos alegramos mucho de que -En nada . .. a mí también me botó Córdova
lo hayan soltado. Ya creíamos que la cosa era para c2cl restaurante ... casualmente estoy buscando tra­
largo. A mis hermanos también los tuvieron adentro bajo .. . ¿por qué?
tres días, pero los soltaron rápido porque no había -No, yo le decía nomás, porque resulta que
nada contra ellos. . . -lo miró en los ojos. estamos abriendo un grifo más grande en la carrete­
-Claro -afirmó Costa-, terminando de echar ra nueva, algo así como un serviccntro ... y mis her­
el humo. manos y yo tenemos que estar allá ... de manera que
-Nosotros ni lo veíamos ... lo de mi hermana se necesita una persona de confianza para manejar
terminó hace tiempo. .. además, hasta cariño le te­ el grifo que hay abajo .. .
níamos al pobre . .. por eso nos soltaron ... A Costa se le encendieron los ojos, adivinando
-Claro -volvió a confirmar- por eso. Ade­ la propuesta.
más, Córdova tiene que ser. Todas las pruebas es­ -¿A ti te gustaría -habló el menor- encar­
tán contra él . .. garte de él?
-Todas -recalcó el mayor de los Luna. -Son quince soles diarios y la venta del acei­
-¿Y tú -el menor lo tuteaba- ¿Tú quién te ... Además sólo pensamos trabajarlo de día ...
crees que haya sido, Costa? de noche se cierra porque los camiones van por la
Manuel Costa aspiró despaciosamente el humo. otra pista y allí los agarramos nosotros ...
Lo retuvo unos instantes entre los pulmones y arro­ -¿ Quince soles diarios ... ?
jó la pitada aflautando los labios. Meditó unos se­ -Y la venta del aceite ... ¿Qué te parece?
gundos. -Está bueno -repuso Costa, conteniendo su en-
-¿Yo? -repuso, mirándolos- Yo creo que fue tusiasmo- está bueno .. . ¿Cuándo comenzamos?
Córdova ... estoy seguro que fue Córdova -senten­ -Mañana mismo .. . -hizo una pausa- En­
ció- El es. tonces arreglado?

144 . 145
Le estiró la mano. Costa la apcetó como
sellan -'::
do el compromiso.
-Arreglado -dijo.
Los hombres comenzaron a bajar la escalinata
cuando Costa pareció recordar algo Y los det
. uvo.
- Luna· · · oiga . te trabajo es
-se acerco-' , ces
con seguro del obrcrn?
-Claro -confirmó el otro-, todos los que
. tra­
baJan en grifos tienen seguro del ob1ero
- ... VI
. . ron su camino.
y s:gu1e
Costa permaneció unos momentos solo en
1 El trabajo del grifo era distinto a todo lo que
pl�taforma. Respiró hondo y sintió que todo
el cerr: Costa hiciera en su vida, 'No presentaba mayores
estaba baJo sus pies. Cobraba una fe nueva
en las complicaciones. Servía gasolina, cobraba. Guarda­
c?: as . Levantó los ojos al cielo y murm
uró una ora­ ba la plata. Después en sus rondas diarias, venían
c1on absurda:
los hermanos.Luna y se llevaban la plata. Firmaban
-Señor. . . Has que Córdova confiese y que
a la planilla de entrega y listo. Además, la venta del
los Luna no los compliquen en esto ...
aceite era suya. En el suelo había un sótano con tapa
de fierro, cerrado con un candado especial de bron­
ce. a prueba de tontos, de manera que a las ocho de
la noche cerraba el grifo con sus cuartones de ma­
ácra y marchaba a su casa, donde todo había vuelto
a la normalidad. A esa hora estaban allí su mujer y
su hijo, esperándolo. A veces iban al cinema y regre­
Raban en taxi, porque su nueva posición le permitía
esos lujos. Todo iba bien y los periódicos espacia­
ban cada día más las noticias relacionadas con el cri­
men. Nuevas evidencias se acumulaban para conde­
nar a Córdova. Los empleados, que lo odiaban, ha­
bían aprovechado la oportunidad para tomarse la re­
vancha, y las autoridades, que necesitaban un cul­
pable para justificarse, descargaban todo el peso de
la ley sobre el infeliz. Mendieta mismo, en su indig-

14éi 147
nación de marido doblemente engañado, declaraba -Mi capitán ...
haber visto una discusión llena de amenazas contra -¡Teniénte! -corrigió el otro.
Oviedo, el· día anterior a su muerte. Y este argu­ -Mi teniente -sigu\ó-, a lo mejor se han equi-
mento parecía tener un valor definitivo para la po­ vocado ...
en-
licía. De allí a que se viera el juicio pasarían lo me­ No. No se habían equivocado. Lo habían sorpr
de los vasos del auto.
nos tres años, de manera que no había razón para dido con las manos en uno
la
preocuparse. y tenía hasta una palanqueta para sacarlo. Era
serían severos con él, pero
Una noche -sin embargo-- Juan no vino a dor­ primera vez y por eso no
sable
mlf y el hombre tuvo que pasar muchas horas de le advertían que él -su padre- sería respon
en lo mism o. Sacar on
la madrugada buscándolo. En su apresuramiento ha­ si el muchacho volvía a caer
le díó una reprim endn
bía dejado el saco en la casa y lo sorprendió la ilu­ al muchacho y Manuel Costa
Y
vía en el camino. En el hospital le dijeron que no en presencia del oficial. Luego se lo entregaron
Cami naron ·un buen
había ingresado nadie coh el nombre de Juan Costa. salieron juntos de la comisaría.
En la Asistencia Pública lo mismo. Fue a la comisa­ trecho antes que el padre hiciera un comentario.
ría. Allí lo encontró. Habló con el teniente de guar­ �A ver si la próxima vez tienes más cuidado,
dia, que estaba de mal humor porque lo había des­ muchacho zonzo...
pertado. Preguntó qué ocurría con su hijo. Y se dirigieron al cerro.
-Que lo agarraron robando repuestos de auto­ En la mañana despertó Costa con un dolor agu­
móviles -aclaró el oficial. do en la espalda. Apenas podía respirar y sentía co­
-¿Mi hijo? mo una cuchilla clavada en los pulmones. Tenía un
-Sí. Lo detuvieron ai medio día. Y hasta el poco de fiebre y le dolía la cabeza. Pero se levantó.
momento no ha querido decir dónde vive. En el cerro sabían que quien se enferma tiene que
-Pero mi hijo jamás ha tocado nada de nadie llevar su enfermedad personalmente a la ciudad, por­
-mintió el hombre entre dos golpes de tos. Estaba que a nadie le interesa subir para curar un enfermo.
traspasado de agua y tenía la camisa pegada al cuer­ Las gentes de la torre de �abel entregaban a sus
po. Tosió varias veces. enfermos en 1nanos de1 enemigo, po-rque no les que­
-Bueno -informó el oficial-, felizmente no daba otra cosa. Hasta el cerro no subía sino la mue,-
llegó a robarse nada y lo único que ha pedido el te, que no se cansa nunca.
dueño del carro es que le demos un buen susto ... Costa se vistió, soportando el dolor que se in­
es la primera vez que cae el chico, y esperamos que tensificaba a ratos. Buscó su tarjeta del Seguro So­
sea la última ... cial y confirmó que la tenía en el bolsillo. Pensó en
Costa hizo un gesto vehemente con las manos. el grifo y llamó a Juan.

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-¿Sabes manejar el grifo, tú? Manuel Costa tosió con suavidad, como si en
-Sí. ¿Quién no va a saber? el oecho se le hubiera reventado un borbollón de
Lo instruyó rápidamente. Que no vendiera acei­ air;. No, él no podía perder su turno. Era preferible
te para no estar abriendo el sótano. Que entregara aguantar el frfo y cualquier .cosa, pero nada de regre­
la plata a los Luna y que llevara cuenta de las ven­ sar al otro día. E! muchacho era muy chico para ma­
tas. El regresaría en menos de dos horas, porque nejar el grifo. Había mucho sujeto raro por las cer­
tenía un Seguro y con eso lo atendían a uno inme­ canías y podían hasta asaltarlo. Además era bueno
cfü1tamcrn:c en el hospit3J. Descendió equilibrándose salir de las dudas. Desde un tiempo atrás lo venía
bajo el dolor al pecho y dejó a su hijo en la estación molestando esa tos. Y en el fondo pensaba que tenía
de servicio. No tardó en pasar un taxi. Subió en él. un contagio del tísico que vivía en su casa antes que
Lo hundieron en un laberinto de papeles al lle­ él. La casa era húmeda y fría, de manera que nada
gar al hospital. Firme aquí, llene aquí. ¿Dónde est;,í tenía de raro que le hubiera tomado los pulmones.
su ficha? Aquí está. Siga por aquí. Espere allí. Sién­ Salió una persona del consultorio. Entró la que
tese. Níanuel Costa era el último de la fila enorme se hallaba primero en la fila y todos se corrieron
de personas que esperaban su turno en el Hospital. hacia la izquierda, como una serpiente articulada
Afuen-1 había un letrero "Radioscopia. Tórax. Pul­ por un elástico. Costa hizo lo mismo, corno si hubie­
mones. Aparatos Respiratorios en General". Lo sen­ ra sido una vértebra. Y allí se quedó hasta que sa­
taron en una banca larga, de madera pintada tosca­ lió otra. y otra. Pero pasaba el tiempo y las dos
mente en blanco. Junto a él estaba la puerta que horas en que había calculado su tardanza se convirtiE'­
daba al corredor de salida, por donde discurría un ron en cuatro. Fue uno de los últimos en entrar. Le
aliento de aire helado que parecía adherirse con mil pidieron sus datos y la ficha. Luego le ordenaron que
finos tentáculos a los tobillos, las manos y la cara. se desnudara. Y le hicieron mil preguntas. ¿Dónde
Tenía el cuerpo "cortado" y por eso, luego de levan­ vivía, cómo dormía, cuántas horas, qué comía? ¿Mu­
tarse las medias, hundió las manos dentro de los bol­ ieres? No, únicamente la suya. Y últimamente muy
sillos dl'l pantalón y se arrebujó dentro de sí mis­ �oco porque andaban medio mal. ¿Carne? Sí, de vez
mo, buscando la ma.<1era de escapar al escalofrío que en cuando, pero en el cerro son muy pocos los que
le hacía vibrar en pequeñas ondas todo el cuerpo. pueden comer carne con frecuencia. l\tluy cara. Sí fu­
Le hubiera gustado mudarse a cualquier otro sitio, maba. Más de una cajetilla diaria. Pero ahora fu­
pero la enfermera les había advertido que debían per­ maría menos. No, no porque cayera mal sino por­
manecer donde estaban, para evitar aglomeraciones. que iban a subir los cigarrillos. Alcohol muy poco.
Además, el que no estaba en su lugar perdía su tur­ No era aficionado.
no y tenía que regresar al día siguiente. -A ver, hable cualquier cosa -pidió el médi-

150 151
. co apoyando el oído sobre la sábana que le había La ficha, el seguro, la espera, el frío. Cuando entró
puesto a la espalda-. Y añadió: -Ahora respire buscaron la radiografía. Ya la habían revisado tem­
hondo y arroje el aire por la boca. Eso es. . . más prano. El médico carraspeó antes de comenzar. No
hondo ... más... siga .. . hasta que le avise. tenía nada grave, pero el pulmón izquierdo estaba
Le dieron una orden para que lo pasaran por un poco oscuro. Simplemente oscuro. Nada que pu­
la pantalla. Entró siempre con su ficha, que ahora diera significar un peligro. Claro, debía cuidarse Y
tenía más datos. Lo pusieron contra la plancha fría evitar cnfriarnicntos. Comer en forma adecuada, re­
del ap8rato y todo quedó a oscuras. Entró el médico posar y, sobre todo, salir de la casa en que vivía.
enterior y ambos conversaron a media voz. Uno de Preguntó si era malo vivir en la casa del tísico. Cla­
ellos o:·denó a la enfermera: ro, sobre todo si no han fumigado eso. Debe estar
-Radiografía ... Vea si se la pueden tomar aho­ saturada de bacilos. Debía salir de esa casa lo antes
ra mismo... posible. ¿Vivía solo? No, con su mujer y su hijo.
Se la tomaron y le dijeron que debía volver al Qué barbaridad. Tenía que mudarse en el acto Y
día siguiente. El dolor había bajado su intensidad y traerlos para que los examinaran también. El médi­
la calentura de la mañana casi no se percibía. Volvió co le dió una orden para inyecciones y varias re­
al grifo. Todo estaba, felizmente, bien. Preguntó por cetas.
novedades al muchacho y éste no le dió ninguna. Sí, -Aquí tiene todo detallado. Haga como dice
dos de los Luna habían pasado a recoger la plata. allí. Pero, por encima de todo, múdese hoy mismo.
Y firmaron la planilla. Sí, había llevado apunte de Esa casa puede.,c, er la tumba de todos. Y traiga a la
todas las ventas. Dos pidieron aceite, pero no les /
señora y a su h jo.
vendió porque no tenía la llave. No. Nada anormal. Salló del hospital leyendo las indicaciones del
-¿Y cómo hiciste con Garro? médico. Descanso luego de las comidas. .. ¿ Y el gri­
-Le conté y me dijo que estaba bien. El te fo? A él le llevaban la comida al grifo porque :no
conoce -añadió. quería pagar a un ayudante. Siguió leyendo... ocho
Costa sintió que le subía la sangre a la cara, pe­ horas de sueño mínimas cada día... ¿de dónde saca­
ro no dijo nada. Revisó las cuentas y los apuntes. ba ocho horas? Sería cosa de acostarse a las diez
Todo estaba bien. para estar levantado a las seis.. . ¿ Y el cinema de
-Si quieres anda a la casa ... su mujer, y sus visitas a la gente de las otras plata­
-No -replicó el muchacho-, te ayudo... formas? Tampoco los iba a tener encerrados todo
Y se quedó. el tiempo ... Revisó los otros capítulos ... comida
Al día siguiente volvió Costa al hospital. Y re­ abundante, sana y a horas regulares. . . sonrió...
pitió cada uno de los pasos que había dado antes. pensó en lo poco que saben los médicos sobre la

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. ' .. ·' . ,
gente del cerro. En la torre de Babel se hubiera Lo habían impresionado esas palabras. De hecho,
reído a carcajadas escuchando sus consejos. Un buen fueron el argumento que lo hizo viajar a J.,íma. La
colchón .. . frazadas ... ¿pero sabía el médico cuán­ tierra prometida era una meta que debía alcanzarse.
to costaba un kilo de carne, y un colchón de paja y Pero cómo, ¿viviendo en una hacienda y ganando sie­
una frazada? ¿Sabía que las gentes de la torre no te cincuenta diarios? No. Había que salir. Era pre­
podían cuidar su vida porque primero tenían que ga-· ciso dejarlo todo atrás y comenzar la búsqueda y
nársela? ¿Sabía que el cerro era húmedo, triste y la jornada, para alcanzar esa tierra sin gritos, sir1
sin luz? ¿Sabía que la tristeza y el desampmo tam.­ abusos, sin miserias y sin odios que debía ser la tie­
bién son bacilos que matan a la gente?.No. No sabía rra prometida. Como todas las cosas grandes, tenía
eso, porque el médico había estudiado en libros. Y ésta un precio muy alto. Pero había que pagarlo si
· t":n cuerpos. Pero no había estudiado en hombres. Tal se quería llegar hasta eila. Había que cruzar el de­
vez porque no valía la pena, o tal vez porque nadie sierto y soportar el hambre, la sed y el frío, como
vive lo suficiente como para estudiar a un hombre. los que siguieron a Moisés. Ellos habían alcanzado
Y aprenderlo. su meta al cabo del esfuerzo.
¿Cómo, entonces, pretendían curar a quienes vi­ Pero Manuel Costa ignoraba que Moisés no
vían en la torre de Babel, si regresaban tras un via­ había logrado entrar en la tierra prometida.
je de medio millón de años y nadie los conocía? Ellos Ignoraba que ninguno de los que salieron llegó
habían regresado a las cavernas y construían una a su meta y que sólo una tercera parte de sus des­
torre porque buscaban hacerla tan alta que pudiera cendientes alcanzó a ver los· valles· feraces que Dios
llegar a la ciudad, donde crecía la esperanza. Pero les había prometido. Ignoraba que les había llegado
en la ciudad nadie los conocía y los rechazaban por­ a faltar la fe, que habían buscado dioses falsos, que
que no tenían confianza en ellos. Y los arrincona­ se mataban y se traicionaban entre ellos. Ignoraba
ban como fieras, hasta aplastarlos contra el cerro. que el hombre tenía miles de años viajando.
Basta que empezaban a matarse entre ellos. * * *
Recordaba Costa las palabras del cura, allá en
Chiclayo: "Algún día -había dicho- llegaremos Cuando Manuel Costa llegó al grifo encontró
a la tierra prometida, donde se realicen todos nue�­ a Juan rindiendo las cuentas del mediodía al mayor
tros sueños . . . donde no exista el mal y todos vivan de los Luna. Se saludaron y el hombre retomó el
felices, unidos por el mismo amor. Está lejos y es di­ control del servicio.
fícil alcanzarla, pero la tierra prometida existe. Es -¿Qué tal lo hace? -preguntó al propietario.
cosa de soportar la travesía del desierto, como esos -Muy bien -sonrió el otro- y lleva las c;uen-
que lo cruzaron siguiendo a Moisés". tas como si fuera grande ...

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..
Manuel Costa miró al hijo y le dió una pal­ -¡Vaya que si es un lío! -exclamó Costa- A
mada en el hombro. ·mí me cansa mucho. También, son como ciento cin­
Anda nomás, tú.. . Y ya sabes que desde ma­ cuenta metros para arriba ...
ñana sales a trabajar de nuevo con Garro porque -¿Tanto?
aquí no te necesito. . . anda ... -Sí. ..
El chico salió disparado hacia las cumbres, en Alguien vino a servirse gasolina y distrajo el
busca de su almuerzo. Era muy avanzado el día, ca­ diálogo, interrumpiéndolo por varios minutos. Cos­
si las tres, y Josefa andaba en los trajines de mudar ta se guardó el dinero y volvió a la caseta donde
sus pertenencias a la casa que dejara Oviedo, según se había recostado Luna. Este tomó la palabra.
lo acordado por su marido. El trabajo fue grande -Hemos estado pensando . . . mis hermanos y
porque Oviedo era muy desordenado. Hubo necesi­ yo. . . que va a ser un problema vivir en esta casa
dad de limpiar todo. Y barrer hasta levantar tem­ -señaló hacia el lugar donde vivía su familia, al pie
pestades de polvo. Pero al fin todo había quedado· de la carretera- y atender la estación que tenemos
bien y los Costa habitaban un nuevo hogar en la más allá. En cambio allá nos ofrecen una casa muy
casa del hombre muerto. buena y barata, justo enfrente ...
Manuel Costa vió cómo el chico trepaba cerro -Mejor ...
arriba y dirigió su atención a Luna que seguía a su -Y hemos pensado que a lo mejor ustedes se
lado. Tenía un diario en la mano y le enseñó signi­ querían pasar a esta casa. . . estando frente al grifo
ficativamente una información relacionada con la es más fácil controlar todo ...
muerte de Oviedo. El juez decretaba la prisión defi­ Costa lo miró sin ver con claridad el negocio.
nitiva de Córdova en mérito a las pruebas acumula­ -¿Y cuánto costaría pasarse aquí? -preguntó.
das contra él. La propuesta le interesaba enormemente pero no
-¿Qué te parece? -preguntó, con un lejano quería precipitarse.
brillo de malicia en los ojos. -Nada pues . .. la casa es de nosotros . . aden­
-El es -afirmó Costa con decisión. Y añadió tro hay unos animales de mi hermana. . . sería cosa
como para convencerse.- El tiene que ser. De todas de cuidarlos . .. juntas los huevos .. . todo eso...
maneras. ¿qué te parece? También, si quieres, puedes atender
-Claro -decretó el otro. Permaneció callado el grifo de noche . ..
mientras doblaba el diario hasta poder introducirlo Costa asintió.
en un bolsillo lateral del saco. Luego, con gesto am­ -Está bien -comentó--. ¿Cuándo sería eso?
plió señaló hacia el cerro:- Para ustedes debe ser -Mañana mismo, porque la otra casa ya está
un lío subir y bajar tan alto en el cerro, ¿no? tomada ... -hizo una pausa- ¿Les digo a mis her-

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manos que te quedas abajo? -añadió mientras se -¿Se acuerda del sub-administrador ese, que
alejaba. tuvo su pleito con usted en la hacienda? -Costa
-Sí, claro. .. y gracias. asintió-- Pues lo botaron ...
Se quedó solo. Pensó que a esa hora su mujer Manuel Costa se dió un palmetazo en el muslo.
debía haber cambiado todos los trastos a la casa de -Yo se lo dije .. . y me alegro, por adulón ...
Oviedo. ¿Qué se iba a hacer? Habría que hacer el Inte.C4ino su mujer.
trabajo doble ... -Manuel, tal como tú dijiste, aquí los he aco­
Miró hacia el cerro y vió con sorpresa que se modado por mientras, hasta que consigan una casa
acercaba corriendo hacia abajo su hijo Juan. Lo mi­ mejor ... nosotros ahora nos hemos ido aquí junto,
dió con la mirada hasta que llegó a su lado. donde vivía Oviedo ... ¿se acuerdan del pobre
-¿Qué pasa? -preguntó. Oviedo?
-Papá ... dice mi mamá que vayas porque han Josefa contó la historia de su propia llegada al
llegado un señor con su señora y su hija de Chi­ cerro y cómo habían coincidido con la muerte del
clayo.. . Dicen que vienen recomendados ... señor a quien venían recomendados. La mujer del
-Ahora no puedo, hijo. .. dile que voy a las otro preguntó con · alguna reserva:
ocho ... que me espereri y que los acomode en la otra -Y ese señor ... de qué murió . .. ¿murió aquí?
casa . . . -pensó en lo que le había dicho el médico -apuntó con la mano al suelo.
sobre ella y tuvo una vacilación-, por ahora ... -No -se apresuró a intervenir Costa- no ...
A las ocho cerró el grifo y subió como un gim­ no murió aquí... fue allá abajo... en la ciudad.
nasta a su piataforma. Lima brillaba al fondo de -¿De qué murió? -insistió la mujer.
sus miles de luces, y los focos encendidos a lo alto Costa miró rápidamente a la hija de los recién
del cerro le daban la impresión fantástica de un fa­ llegados, que debía tener la edad de Juan. Pensó en
buloso nacimiento pascual. Llegó y vió luces en su sombra en el pulmón y en 1a enfermedad que tar­
ambas casas. Entró en la prime1·a y allí encontró a de o tempr'ano acabaría con él. Porque él no se en­
,
su mujer con los recién llegados. Los presentaron. gañaba. Pensó en Garro, que le había pegado dos
El hombre se dirigió a Costa. veces y ahora era patrón de su hijo. Y dejó caer
-Me mandó su tía. Me dijo que lo viera apenas las palabras:
llegado porque usted conoce bien esto ... -Murió en un accidente .. . lo mató un ca­
-Sí ... siéntese ... siéntese nomás.. . mión. . . -se volvió hacia su mujer- ¿te acuerdas
Rabiaron del viaje y de los amigos comunes, que lo dije al llegar?
que ahora sonaban a Costa como algo lejanísimo y -Sí -asintió eIIa, sin mucha seguridad.
borroso. Llegaron a la anécdota. -Aquí les he traído agua y jabón, mientras se

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organizan. ustedes. Ya mañana les diré todo lo que· nos y' les explicó la situación. Ambos se quedaron
necesitan ... ahora nos vamos porque tengo que ver desconcertados. Pensaban acompañarse con eilos en
la cocina . . . si alcanza comeremos todos ... la cumbre. Sí, pero no había nada que hacer. Era
Se las arreglaron como pudieron y después de indispens::/,� vivir junto al grifo. Pero ellos no de­
comer cada familia se retiró a su casa. Habían pasa­ bían preocuparse por nada. Les regalaba la casa tal
do largas las doce de la noche. Cuando estuvieron como estaba. Total, a él también se la habían rega­
solos, Costa le comunicó a su mujer el arreglo que lado y nadie pedía papeles en el cerro.
había hecho con los Luna para ocupar la casa de Costa miró a la hija de los nuevo vecinos. Pá­
ellos, al lado de la carretera. Sin embargo, la mujer lida, muy delgada, tenía unos ojos grandes y ne­
no recibió la noticia con agrado. Sí, claro, era mejor gros, que parecían querer salírsele de la cara. Le hizo
vivir allí que arriba. Pero ella había hecho sus amis­ cariño en la cabeza y salió. Su mujer y su hijo se
tades arribá. Y esta mujer que recién llegaba podía habían despedido antes y ya bajaban por las otras
servirle de compañía en las. tardes, cuando se que­ plataformas llevando algunas cosas. Le habían de­
daba sin marido y sin hijo. jado lo más grande. Cargó el baúl sobre sus hombros
Costa no atendió sus argumentos. El objeto de y empezó a bajar también.
su venida a Lima era progresar. Salir del nivel en Allá quedaban los tres recomendados de su tía,
que vivían. Y vivir al pie de la carretera constituía alojados en una casa donde hasta las moscas esta­
W1 progreso innegable. Era salir del cerro, escapar a ban llenas de tisis. Tuvo un ligero remordimiento pe­
ese condenado cerro que le había chupado la salud ro pensó en su hijo que había vivido allí tanto t�em­
como un vampiro. Tenían que mudarse al día siguien­ po y nadie sabía si estaba enfermo o no. Y su mu­
te. Allí abajo había de todo. Agua corriente, excu­ jer también. ¿Por qué iba él a decir nada a nadie?
sado. Hasta una tina. Todo lo que necesitaba una Si eso era lo único que le había dado la suerte al
familia. No podían perder la oportunidad. Además, llegar. La casa de un tísico o la intemperie. Siguió
"
no faltarían por ahí quién se hiciera amiga ·de ella
.
porque las muJercs siempre se las arreglan para
bajando y en la segunda plataforma hizo una pausa
porque sentía que la sangre se le estaba subiendo a
charlar. la cabeza. Pensó en la chica de los ojos grandes. Re­
-¿Y dejamos las d0s casas? cordó sus piernas escuálidas. Y pensó en Juan, que
-Claro. ¿Esto para que sirve? era fuerte como un toro, a pesar de todo. Llegó con
Al día siguiente Manuel Costa bajó muy tem­ s� baúl al hombro hasta el borde mismo del cerro
prano, para arreglar con los Luna y subió al rato y siguió sin parar hasta la carretera. Allí lo espera­
para organizar la mudanza de sus cosas y dar las ban su mujer y su hijo. "Mañana mismo los llevo
últimas disposiciones. Habló con sus nuevos veci- al hospital", pensó. No podía dejar pasar el tiempo.

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Abrió, porque la casa tenía su llave y todo. Y Comenzó a trabajar, pero la idea lo seguía co­
encendió las luces, porque luz también tenía. Los mo una sombra. Vino su hijo a despedirse de él por­
Luna les habían dejado algunos muebles. Los su­ que se iba al reparto de tomates. Luego llegó su
ficientes para arreglárselas de inmediato. mujer que pasaba al mercado. Todo estaba arregla­
-¿Qué te parece? -preguntó con satisfacción. do en su nueva casa. Su mujer y su hijo se despedían
Pensaba que viviendo allí, cerca al grifo, le sería de él antes de salir, como había visto entre los due­
fácil dormir y recuperarse y volver a recobrar la sa­ ños de la hacienda. ¿Cómo estarían allá en el cerro?
lud. Y se sintió mejor. Pero volvió a pensar en los Pasó el día intranquilo.
de arriba, que esa noche iban a dormir en la casa A las seis vino su hijo para ayudarlo y ganarse
del tísico. Tenía un sentimiento vago de revancha unas propinas sirviendo a los pilotos. Limpiaba los
contra las cosas y contra la vida. Salió a la calle y parabrisas, o llenaba los radiadores de agua, o medía
miró hacia arriba. Veía el cerro en una perspectiva la presión de las llantas. Y le daban algo por
diferente. Ahora era un hombre de ciudad mientras el trabajo. Eran cerca de las siete cuando llegó
que "esos'' seguían allá, encaramados en el cerro co­ el camión.
mo extraños monos de un árbol sin ramas. Llamó Era una mole gigantesca de seis ruedas que aco­
a su hijo. deró pesadamente al lado del grifo. Juan saltó sobre
-Juan -murmuró-, sería bueno que ahora no el parabrisas con un trapo y lo pasó ágilmente has­
te juntaras más con esos muchachos del cerro. De­ ta retirar la suciedad del camino.
dícat,c a trabajar y ya veremos si puedo meterte en -¿Falta agua? -preguntó.
un colegio ... pero no vuelvas a juntarte con esos ... -Un poco -respondieron desde la caseta.
Y tú tampoco, Josefa .. . con esa gente es mejor no Tiró la manguera y llenó al radiador hasta que
tener nada. el agua se desbordó contra la hélice, astillándose en
Caminó el pampón de tierra y abrió el grifo con mil partes. Apagaron el motor para servir gasolina
movimientos seguros. Pero volvió a cruzar por su y el muchacho se agachó junto a las ruedas para me­
mente la imagen de la niña que, allá arriba, dormi­ áir la presión. Luego, todo ocurrió en un segundo.
ría nuevamente esa noche en la casa del tísico. La Delante del camión había un obstáculo y el pi­
recordó hasta en sus menores detalles: alta, delgada, loto, luego de pagar su consumo, puso la palanca en
con sus piernas frágiles y su expresión de tristeza en retroceso y proyecto el enorme camión hacia atrás.
el rostro pálido. Miró hacia arriba nuevamente y se Simultáneamente se escuchó un grito espantoso y
humedeció los labios. "Es muy alto -pensó, calcu­ un crujido horrible salido de abajo. Manuel Costa
lando la posibilidad de subir a decirles que se cam­ por un lado y el piloto por otro corrieron hacia la
biaran de casa- y además no les va a pasar nada". parte trasera del vehículo, donde estaba Jua·n Costa

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con la cabeza triturada y el cuerpo sepultado a me­ epiléptico de los nervios templados. Luego la carre­
dias entre las ruedas. ra desaforada y loca hacia l¡:¡_ cumbre, donde brilla­
-¡Juan! -exclamó con un alarido el hombre, ba. una luz en la casa del tísico. Repetía a voz en
lánzándose sobre el cadáver del muchacho. Estaba cuello:
enloquecido y· trataba de arrancar el cuerpo a las -j En esa casa no . . . en la otra. . . en la otra!

llantas,. La gente empezaba a congregarse alrededor Y nadie lo pudo comprender.


y entre varios empujaron el camión hasta dejar el
impresionante espectáculo a la vista. Manuel Costa
cogió la masa ensangrentada y se abrazó desespe­
radamente a ella. Lloraba en forma incontenible y
decía cosas que nadie podía entender.
-Si ya estábamos llegando. . . ¿por qué te has
ido, si ya estábamos llegando ... Juan ...? Juanci-
to. . . si ya estábamos llegando .. .
Trataron de calmarlo. Alguien corrió a la casa
para impedir que saliera la madre. El gentío había
crecido con la presencia de nuevos automóviles y
curiosos. Manuel Costa no reconocía la voz de sus
amigos que procuraban hacerlo desprenderse del c�­
dáver. No reconocía a nadie. Tenía los ojos muy
abiertos y le temblaba la mandíbula en una forma
impresionante. Su respiración no tenía ritmo y 110-
. raba lanzando gritos de dolor animal que atravesa­
ban la piel de los testigos. De pronto se irguió y
clavó sus ojos desorbitados en la gente que lo ro­
deaba.
-¡Mierdas! -gritó- mierdas ... El no fue ...
Córdova no fue . ... fueron los Luna. . . fueron los
Luna. . . ¿entienden ... ? ¡ Salgan -gritó aún-, sal­
gan ... !
Y hundió sus manos en el núcleo de gentes pa­
ra abrirse camino hacia el cerro. Primero fue el pas0

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