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Señorío y servidumbre

En esta parte de la Fenomenología, la conciencia ha aprendido que una actitud teórica


centrada en el objeto no logra superar las dificultades que se le presentan y decide adoptar
un giro radical, tomando la postura opuesta, colocando al sujeto en el centro de las cosas. El
propósito de esta sección es demostrar que la autoconciencia, como actitud unilateral, es
errónea. El problema de la conciencia es que trata de imponerse al mundo y su variedad
infinita con demasiada fuerza. La finitud de la autoconciencia viene en que su auto
identidad es aún muy abstracta, por esto no puede resolver adecuadamente la dialéctica de
lo universal y lo individual en relación a sí misma como sujeto y a la concepción de su
propia identidad.
La autoconciencia toma una actitud práctica, más que teórica, al interactuar con su mundo.
Se ve a sí misma en un mundo repleto de variedad, seres vivos y naturaleza. El objeto de la
conciencia en esta situación es sí misma, requiere la certeza de sí a través de la negación del
otro externo, pues sólo así tiene seguridad de su primacía ante lo demás. La conciencia
tiene como su objeto al ser que se refleja en sí mismo, pero en el mundo de la Vida, donde
existe poco nivel de individualidad, no logra certeza de sí misma. La autoconciencia se
niega a ser catalogada como una especie genérica, porque se percibe a sí misma como algo
más que una mera conciencia animal.
Deseo
La conciencia pasa de la Vida a enfocarse en sí misma como individuo, se tiene a sí misma
como objeto, su objeto es un yo puro. No puede encontrar satisfacción en su relación
inmediata con el mundo de la naturaleza, pues esto no da certeza de su primacía. Por tanto,
la satisfacción de la autoconciencia toma la forma de deseo. En el deseo, el sujeto se ejerce
como una especie de voluntad pura donde cualquier sentimiento de extrañamiento del
mundo es contrarrestado por la destrucción de su objeto, es decir, la negación de la
voluntad del otro. El sujeto intenta preservar su individualidad negando el mundo que lo
rodea.
La paradoja del deseo es que, apenas la conciencia ha encontrado supremacía sobre lo otro,
vuelve a estar desamparada. El sujeto ya no tiene algo externo sobre lo que ejercer control
para demostrar su individualidad, debe encontrar otro objeto que destruir, y así
sucesivamente, esta es una regresión vacía. El deseo y la auto-certeza están condicionados
por el objeto, la superación no puede ocurrir sin el otro, la autoconciencia se vuelve
dependiente del mundo externo ¿Cómo resuelve la autoconciencia esta paradoja? La
solución que Hegel encuentra es que la autoconciencia tenga como objeto de deseo al deseo
mismo, es decir, el sometimiento de otra voluntad de someter. Al ver que el mundo tiene
otras autoconciencias, otros yoes como él, puede verse a sí mismo en los otros. El objeto de
la conciencia pasa ahora a ser un yo.
Profundizemos un poco en esto. La autoconciencia es capaz de reconocer a otras
autoconciencias como sujeto autónomo, porque tienen una existencia independiente propia
que no puede utilizarse, a priori, para sus propios fines. Además, cada autoconciencia
reconoce que su bienestar e identidad como sujeto está ligada a la forma en que es vista por
las otras autoconciencias. Si este reconocimiento es mutuo, entonces ninguna parte debe
temer que al reconocer a otro se ha perdido a sí misma en él, cada uno hace al otro lo
mismo que el otro hace, cada uno hace por sí mismo lo que exige del otro, y hace sólo en la
medida que el otro hace lo mismo. En esta relación de reciprocidad se basa el
reconocimiento, y la conciencia accede por primera vez a la idea del Espíritu, el yo que es
nosotros y el nosotros que es un yo.
Pero la conciencia no puede llegar a esta conclusión aún, sólo tiene esbozos generales de
algo que no ha experimentado. En un principio, la autoconciencia aborda la existencia de
otras autoconciencias de una manera bilateral. La autoconciencia no ha desarrollado un
sentido estable de su propia identidad frente a otras, por lo que la existencia de otras es un
problema donde los yoes particulares se oponen al yo universal que los une. Del deseo, la
conciencia cambia su actitud práctica al enfrentarse a otras autoconciencias en una lucha a
vida o muerte por el reconocimiento.
Lucha a vida o muerte
Interpretación #1
1. La dificultad del deseo es que el sujeto se enfrenta a una progresión continua porque la
destrucción del objeto conduce al resurgimiento del deseo.
2. El sujeto pasa de otros objetos a otros sujetos, porque los sujetos no necesitan ser
destruidos para subordinar su voluntad, pueden ser asimilados sin que resurja el deseo.
3. Por tanto, el sujeto sólo puede tener certeza de la independencia de la autoconciencia
cuando el objeto mismo, la autoconciencia del otro, efectúa la negación dentro de sí misma.
4. La autoconciencia sólo encuentra su satisfacción en otra autoconciencia.
5. Pero ambas autoconciencias luchan por imponer su voluntad a la otra, esto lleva a un
conflicto de vida y muerte donde uno de los dos concede la derrota y sucumbe a la voluntad
del otro.
6. Quien sucumbe se considera siervo, quien triunfa pasa a ser señor.
Interpretación #2
Este argumento es plausible, pero deja de lado el reconocimiento como objeto de la lucha,
más que el deseo. La razón de la lucha parece ser más que el simple sometimiento, parece
ser la búsqueda de que otro nos reconozca como un sujeto independiente. Si nos interesa el
reconocimiento, entonces someter al otro para que sea vehículo de nuestros deseos no es
necesario ni suficiente. Este puede considerarse un nuevo paso en la dialéctica, donde el
reconocimiento ocupa el lugar de la imposición de la voluntad a través del deseo.
Pero incluso si esta interpretación es plausible queda mucho por entender sobre la lucha a
vida o muerte ¿Por qué es necesaria? ¿Cómo se da? Una aproximación es que queremos el
reconocimiento del otro, pero no queremos reconocer al otro porque eso amenaza nuestra
voluntad, por lo que buscamos doblegarlo para lograr un reconocimiento unilateral. La
autoconciencia debe mostrar que es algo más allá que una mera conciencia animal, debe
probar que está más allá de ello rechazando su esencia: la vida. Al estar dispuesta a
sacrificar su vida por ser reconocida como sujeto independiente, la autoconciencia
demuestra a las otras que es algo más que mera conciencia animal. De esta forma, dos
autoconciencias se prueban mutuamente en una lucha de vida o muerte: sólo así se gana la
libertad, pues se prueba que nuestro ser esencial no es sólo ser.
Esto parece plausible, pero el argumento enfrenta una dificultad, si lo que importa es
arriesgar la vida ¿Para qué una lucha? Podemos arriesgar la vida de otras maneras. El
componente de la lucha tiene más que ver con un ganarse el reconocimiento de cierta
manera, alcanzar el reconocimiento como una autoconciencia independiente buscando la
destrucción del otro. Por ende, debemos arriesgar la vida buscando la muerte del otro,
muerte que no tiene por qué ser literal. De esta manera, buscamos ser reconocidos
arriesgando la vida, y esperamos reconocer al otro sólo si se muestra como un igual
dispuesto a hacer lo mismo contra nosotros. El otro debe probar que es digno de ser
reconocido a través de una lucha y viceversa.
Pero esta interpretación parece ir más allá de la unilateralidad con la que Hegel asume la
autoconciencia concibe al mundo en esta fase. Por tanto, la lucha por la vida o la muerte
puede deberse a la estrechez conceptual con que la autoconciencia concibe a las demás.
Cada autoconciencia considera que el reconocimiento de la libertad del otro amenaza su
propia libertad, en la medida en que asume que ser libre es ser capaz de ignorar las
afirmaciones hechas sobre mí por otros individuos y actuar exactamente como dictan mis
deseos egoístas, por esta razón, la afirmación de la libertad que da certeza sobre nuestra
independencia requiere la negación del otro como criatura independiente y libre. La
autoconciencia debe aceptar que esta unilateralidad es una forma equivocada de concebir el
asunto, el pasaje del amo y el esclavo arrojará luces sobre los problemas de este enfoque.
Dialéctica del amo y el esclavo
Evidentemente hay algo insatisfactorio con la idea de la lucha a vida o muerte como medio
de lograr el reconocimiento del otro, si matamos o destruimos al otro ¿Quién hará el
reconocimiento? La prueba de la muerte elimina la verdad que saldría de ella y, con ello, la
certeza del yo. La muerte es la negación natural de la conciencia, pero no la negación de la
independencia, no puede dar a la autoconciencia el reconocimiento que busca. Consciente
de esto, una autoconsciencia decide abandonar su lucha por aparecer como sujeto ante los
ojos de otro, porque reconoce que la vida es tan esencial para ella como la pura
autoconsciencia. Al renunciar a la lucha, sin embargo, deviene esclava de la otra.
Aparentemente hemos alcanzado un equilibrio entre amo y esclavo, pero la dialéctica da
muchas vueltas en este pasaje. El amo puede superar su extrañamiento del mundo no
destruyéndolo, sino utilizando al esclavo para que realice la negación por él. De esta forma
no enfrenta el problema ya visto en el deseo y alcanza la certeza de su independencia. Pero
esta estabilidad es ilusoria ¿Cómo puede el amo estar satisfecho con el reconocimiento que
le brinda su siervo, si el siervo es sólo un objeto de su voluntad? ¿Acaso el siervo no ha
dejado de ser sujeto ante los ojos del amo? ¿De qué sirve su reconocimiento? Por otro lado,
el amo ya no realiza acciones en su mundo, el esclavo interactúa por él ¿Dónde ha quedado
el amo ahora?
Contrario a las apariencias, es el esclavo quien se ha retraído en sí alcanzando certeza de su
independencia. En primer lugar, ha experimentado el miedo a la muerte que lo ha hecho
tomar conciencia de la esencialidad de su vida, no ya a la vida de la mera conciencia
animal, sino al apego a la vida que toda voluntad independiente tiene. Al experimentar el
temor en todo su cuerpo y mente, el esclavo se conecta con la vida de una forma mediada
que ya no es la simple existencia natural que el amo goza. Por otro lado, es a través del
trabajo para otro que el esclavo se ve liberado de sus propios deseos, volviéndose
consciente de lo que realmente es. El esclavo no niega todo su mundo, lo trabaja y
transforma mientras lo deja en existencia. El esclavo descubre que puede dejar huella en el
mundo de forma duradera, una forma que el amo nunca experimentará.
A través del miedo, el servicio y el trabajo, el esclavo llega a una concepción de la
individualidad diferente a la de su amo, estancado en el deseo. El esclavo ya no ve el
mundo como algo ajeno a él, que existe para ser negado. Más bien, en su trabajo, el esclavo
trabaja para la satisfacción de otra persona, y así aprende a respetar la existencia
independiente de los objetos que lo rodean, con los que descubre que puede trabajar. La
conciencia llega así a una nueva concepción de sí misma como individuo en el mundo, al
tratar ahora ese mundo como un lugar con el que está en sintonía, no solo porque tiene
varias 'habilidades' que la hacen 'dominar algunas cosas', sino porque posee 'actividad
formativa universal' que le da 'poder universal' sobre 'todo el ser objetivo'.

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