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¿Necesitamos el reconocimiento del otro para

forjar nuestra identidad?

En las últimas décadas, las demandas políticas han virado desde posiciones económicas a posiciones más
identitarias. Para comprender este viraje es fundamental el pasaje de Hegel: «la dialéctica del amo y el esclavo».
Diseño realizado a partir de la ilustración de StarGladeVintage distribuida por Pixabay (CC0).

La dialéctica del amo y el esclavo es uno de los pasajes más famosos de la filosofía
hegeliana. En este fragmento, Hegel describe la lucha entre dos conciencias que buscan
ambas el reconocimiento de la otra. La dialéctica del amo y el esclavo termina en una
dominación y en un reconocimiento imperfecto. Un tipo de relación que, a pesar de no
ser universal, describe perfectamente muchas de las dinámicas en las que estamos
inmersos.
Por Javier Correa Román

Georg Wilhelm Friedrich Hegel es uno de los filósofos más importantes de la historia
de Occidente. Nacido en 1770 en Stuttgart, es el máximo exponente del idealismo alemán.
Desarrolló una amistad con el poeta Hölderlin y el filósofo Schelling y fue el intelectual más
importante de su época.
Pese a que sus primeros escritos son teológicos y religiosos, no tardará en adentrarse en
la filosofía. En 1801, Schelling le invita a Jena, el centro cultural más importante de la
Alemania en aquel tiempo. Allí dio clases hasta 1807, cuando publicó su Fenomenología del
espíritu, el que es considerado su libro más importante. Es en esta obra donde se localiza el
pasaje que vamos a analizar.

La dialéctica del amo y el esclavo


En la dialéctica del amo y el esclavo, Hegel inserta a la conciencia en un escenario social.
Un escenario en el que la conciencia no está sola, sino que entra en contacto con otra
conciencia. Cuando la conciencia está sola, no se siente amenazada como certeza de
conocimiento (nadie duda de ella). En el momento en que aparece otra conciencia, en cambio,
esta seguridad tambalea. Cuando estamos solos determinamos la verdad sin oposición de
nadie más, pero cuando llega otra conciencia no podemos estar tan seguros.

Para Hegel, los demás son fundamentales en la constitución de nuestra propia


identidad. A pesar de que suponen una amenaza para nuestra certeza y nuestro deseo
de ser la verdad del mundo, sin los demás no podríamos formar nuestra identidad. ¿Por qué?
Porque para formar nuestra identidad es necesario el reconocimiento y esto solo lo puede
proporcionar otro ser humano.

En la dialéctica del amo y esclavo hay un concepto que es fundamental: el deseo. Hegel
llama deseo al movimiento de la conciencia hacia el exterior. El deseo de la conciencia es
para Hegel el proceso por el que la conciencia sale de sí misma y conoce el mundo. Ocurre
que, visto de esta manera, el deseo es siempre una negación porque, cuando conoce los
objetos, los agota. En otras palabras, la conciencia descubre un objeto nuevo y lo conoce
(«¡oh, una mesa!») y, en ese mismo instante, ese objeto se consume, se agota (porque ya lo
ha conocido).

En un mundo conformado solo por objetos, el deseo es pura insatisfacción. El motivo es


que los objetos se agotan en cuanto los conocemos. El deseo de la conciencia es su
movimiento hacia el mundo, pero según conoce un objeto, necesita pasar a otro para
mantener el deseo.

Cuando llega un ser humano —otra conciencia— para la conciencia supone una
amenaza. Hasta ahora era nuestra conciencia la que determinaba la verdad del mundo: esto
es una silla, esto está bien, esto está mal. El mundo no opone resistencia cuando lo conocemos
(el bolígrafo no grita: «¡No soy un bolígrafo!»). La llegada de otro ser humano supone la
llegada de alguien que puede empezar a dudar de nuestras verdades en el mundo («yo creo
que en esto te equivocas»). La seguridad que tenía nuestra conciencia como garante y certeza
del conocimiento empieza a tambalear.

La conciencia no tolera esto. Para Hegel, el deseo de la conciencia quiere ser absoluto e
independiente. Cada ser humano quiere tener la verdad sin que haya nadie que desafíe su
conocimiento. El ser humano que llegó en segundo lugar quiere también ser lo que determina
la verdad del mundo. Este es el verdadero conflicto: dos conciencias que quieren ser las que
determinan la verdad de las cosas.
Sin embargo, a pesar de ser una amenaza, la llegada de otro ser humano es también
una oportunidad. ¿Oportunidad? ¿Por qué? Porque, como dijimos antes, los objetos se
consumen en el mismo instante en el que conciencia los conoce. No dan más juego y, por
eso, nuestra conciencia estaba insatisfecha. La conciencia de otro ser humano, en cambio, no
se agota. En otras palabras, cuando sentenciamos: «Esto es así», el mundo no nos aplaude ni
nos verifica. Si otra conciencia dice: «Tiene razón, es así», nuestra conciencia se siente
reconocida y satisfecha.

Se abre entonces una oportunidad para que nuestra conciencia pueda estar satisfecha.
La oportunidad pasa por el reconocimiento de otro ser humano, por el hecho de que otro ser
humano reconozca que tenemos razón, que somos la verdad del mundo. El conflicto surge
porque, en este encuentro entre dos seres humanos, ninguno quiere ceder. Ambos quieren ser
reconocidos como la certeza del conocimiento.

El verdadero conflicto son dos conciencias que quieren ser las que determinan la verdad
de las cosas

En un primer momento, en el choque inicial, los dos seres humanos —las dos
conciencias— se ven la una a la otra. Se reconocen. Una ve a la otra y ve que la está viendo.
Hegel dice: «El movimiento es, por tanto, sencillamente el movimiento duplicado de ambas
autoconciencias. Cada una de ellas ve a la otra hacer lo mismo que ella hace». Es decir, las
dos conciencias saben que lo que ven no es un objeto, saben que la otra conciencia también
le está mirando. En este punto, ¿qué ocurre? ¿Cómo reaccionan las dos conciencias una
respecto a la otra?

Lo que quiere cada conciencia es doblegar a la otra para que la reconozca como verdad
del mundo. La conciencia de cada ser humano, dice Hegel, es egoísmo total y su único deseo
es determinar la verdad del mundo. En este choque, entonces, cada una se siente amenazada.
La conciencia no quiere matar a la otra conciencia porque la dejaría otra vez en un mundo de
objetos sin ningún tipo de reconocimiento. La conciencia necesita afirmarse, someter a la
otra conciencia. En resumidas cuentas, y como señala el profesor Darín McNabb:

«El deseo no desea la muerte del otro, sino que desea el deseo del otro, desea que el otro lo
reconozca. El paso de la postura del deseo a la postura del reconocimiento da un giro a la
maquinaria dialéctica introduciendo una nueva dinámica que resultará no en la muerte de
uno, sino en una peculiar relación entre los dos, uno como amo y el otro como esclavo».
¿Y quién es el amo y quién es el esclavo? La conciencia que se erigirá como ganadora, la
que llamaremos «el amo», será aquella que en la lucha no le tenga miedo a nada. Aquella que
no tenga miedo a desprenderse de sus «contingencias», aquella —dice Hegel— que no le
tenga miedo ni a la muerte. Por poner un ejemplo más cotidiano, en una relación de pareja el
amo es aquel o aquella que no muestra miedo a que la relación se acabe. La conciencia-amo
es la que puede «mostrar que no está vinculado a ninguna existencia determinada, [ni
siquiera] a la vida».
Esta lucha es fundamental para las dos conciencias porque la identidad de cada una
depende de que la otra la reconozca. En otras palabras, la conciencia se ha dado cuenta de
que su identidad solo puede constituirse a través del otro, a través de su reconocimiento. A
diferencia de los animales —y este es un punto clave de la tesis hegeliana—, nuestra
conciencia no desea objetos (pues estos dejan a la conciencia insatisfecha), sino que nuestra
conciencia desea el deseo del otro, su reconocimiento. Desea que reconozcan sus verdades y
sus certezas. «El ganador es el amo —resume McNabb— y el que se rinde, el esclavo. Lo
que este pierde y el amo gana es el honor, el reconocimiento».
La conciencia que se erigirá como ganadora, la que llamaremos «el amo», será aquella
que en la lucha no le tenga miedo a nada.
Pasemos a analizar la relación entre amo y esclavo. El amo es ahora reconocido como tal.
Es, en palabras de Hegel, un «ser para sí». Es la certeza del mundo y no lo es porque él lo
diga, sino porque otro —y esta es la clave— también lo cree así. Lo que el amo sentencia
como verdad, el esclavo lo reconoce. Este último, habiéndose dejado llevar por su miedo a
la muerte y a la finitud, se ha convertido en un «ser para un otro» más que en un «ser para
sí». El esclavo es, en este punto, una conciencia que se niega a sí misma como verdad del
mundo.
Para el amo, lo mejor del esclavo es que a él no tiene que negarlo, porque el esclavo se
niega a sí mismo. La derrota del esclavo en la lucha de ambos significa que el esclavo no es
absoluto e independiente, sino que es un ser más débil que el amo. El esclavo lo reconoce
como dueño y certeza del mundo y le reafirma constantemente. Pero hay más: en esta nueva
situación, el amo ahora puede disfrutar los objetos o cosas que antes le causaban tanto
problema porque el esclavo se ocupa de ellos mediante el trabajo. En esta nueva relación el
esclavo trabaja para el amo.
Ahora, el amo domina al esclavo consumiendo lo que produce. Mientras que el primero
se siente libre y disfruta del trabajo del esclavo, este trabaja para él. Para el amo, es una
situación perfecta. Ha conseguido imponerse y ahora disfruta de los beneficios. Sin embargo,
¿es esta situación tan idílica? ¿Está satisfecho el deseo del amo? No del todo porque en esta
relación empiezan a surgir problemas.
Con el paso del tiempo, el amo se da cuenta de que su reconocimiento descansa en un
otro —el esclavo— que es un ser insignificante, una conciencia dependiente. ¡Un
esclavo! ¡Un ser miedoso y débil! ¿Qué valor tiene que nos reconozca una persona débil y
cobarde, dice Hegel? De repente, el amo no tiene la certeza de ser verdaderamente el amo.
Le entran dudas. Que sea un esclavo el que lo confirme no le da ninguna seguridad. El amo
ahora descubre las consecuencias indeseables de esta situación: el reconocimiento de un ser
sumiso no tiene apenas valor.
En este momento, el amo materialmente apenas tiene carencia, pero espiritualmente
está vacío. Su espíritu se rebaja al mero consumo de cosas que el esclavo prepara para él con
su trabajo. Respecto al esclavo, ¿qué es lo que le va a permitir alcanzar la libertad? Su
servidumbre consiste en tres pilares: el miedo, el servicio y el trabajo. En la lucha a vida o
muerte el esclavo sintió miedo, un miedo no tanto a su oponente, como ya dijimos, sino
miedo a la muerte. Esta experiencia de miedo, a la conciencia del esclavo le ha:
«Disuelto interiormente, le ha hecho temblar en sí misma y ha hecho estremecerse cuanto de
fijo había en ella. Pero este movimiento universal puro, la fluidificación absoluta de toda
subsistencia, es la esencia simple de la autoconciencia, la negatividad absoluta, el ser-para-
sí-puro».
El primer paso para la liberación del esclavo es ser consciente de su condición de
esclavo. Cuando el esclavo acepta su miedo, entonces se da cuenta de su propia situación de
esclavitud. En otras palabras, el esclavo empieza a dejar de ser esclavo en el momento en que
es consciente de su servidumbre. A partir de aquí, las cosas empiezan a cambiar poco a poco.
Veamos lo que ocurre en el ámbito del trabajo del esclavo.
Lo que es distintivo del esclavo es que su actividad, el trabajo, no agota ni extingue los
objetos como antes hacía el amo, sino que los trabaja y, así, los transforma. Volvamos a
la relación de pareja: la conciencia-ama tan sólo consume los regalos hechos por la
conciencia-esclava. Esta última, sin embargo, no consume objetos, sino que los hace y esto
es una diferencia crucial. Es fundamental porque con esto la conciencia-esclava forja con su
trabajo un mundo a su imagen y semejanza. Con el trabajo, el esclavo plasma su propia
subjetividad en el objeto; expande su identidad a los objetos con los que trabaja. Estos dejan
de ser meros objetos naturales para convertirse en productos humanos.
El trabajo, dice Hegel, condena al esclavo, pero también le libera. El amo dejaba que el
esclavo tratase con los objetos del mundo porque él aspiraba a la independencia de los objetos
y al reconocimiento del esclavo. Y el amo, recordamos, quería esto para tener su deseo
satisfecho. Pero ahora el esclavo experimenta una relación con los objetos de forma diferente
y mucho más positiva, ya que mediante su trabajo es cómo el esclavo se encuentra a sí mismo.
El amo descubre las consecuencias indeseables de esta situación: el reconocimiento de
un ser sumiso no tiene apenas valor
En resumen, el esclavo atisba su independencia personal a través de su trabajo. Cuando
trabaja, el esclavo ejerce su libertad para dar la forma que quiere a los objetos. El mundo va
tomando la forma que él lo da. Esta es la razón principal de que el esclavo deje de sentirse
enajenado de sí mismo. Volviendo a nuestro ejemplo: fabricar objetos para que el otro los
consuma en la pareja puede ser servil, pero en este hacer, en este fabricar, uno se da cuenta
de sus propios gustos y se desarrolla a sí mismo.
La relación ya no queda entonces tan clara. El esclavo es un poco más independiente y ha
encontrado una forma de lidiar con los objetos (el trabajo) de forma que estos no se consumen
y, a la vez, le permiten desarrollarse. El amo, en cambio, se ha descubierto más dependiente,
pues depende del reconocimiento de alguien inferior. No debemos pensar que es el esclavo
el que sale ganando, porque, desde el punto de Hegel, hacia finales de este apartado no hay
mucha diferencia entre el amo y el esclavo: ninguno de los dos es totalmente libre ni
totalmente dependiente.
Llegados a este punto, la dialéctica no ha producido lo que los dos buscan: la libertad,
la independencia y el reconocimiento del otro. El reconocimiento en esta dinámica ha sido
sesgado y parcial, no mutuo (¡ha sido una lucha!), lo que ha dejado a los dos en una condición
terriblemente insatisfecha e infeliz.
Conclusiones
Varias cosas resultan importantes de este pasaje. El primero es constatar que la identidad
necesita el reconocimiento del otro para constituirse. Esto ha influido enormemente en
los movimientos políticos de nuestra época. Estos, según autoras como Nancy Fraser, han
variado desde las peticiones económicas hacia reivindicaciones identitarias y de
reconocimiento.
Otra cosa importante a tener en cuenta es que Hegel no postula que así sean todas las
relaciones entre humanos, pues —como hemos visto— el reconocimiento que se da no es un
reconocimiento simétrico. El contexto que describe Hegel es el de un reconocimiento
imperfecto y de lucha.

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