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Duelo y melancolía (1917 [1915])

DUELO MELANCOLÍA

Reacción frente a la pérdida de la persona amada o de una También puede ser una reacción ante la pérdida del objeto amado, pero
abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un esa pérdida puede también ser de naturaleza más ideal: el objeto no
proyecto, etc. está muerto, pero se perdió como objeto de amor. En otras ocasiones se
puede suponer una pérdida, pero no se logra discernir con claridad lo
que se perdió.

A pesar de que el duelo provoca perturbaciones en la conducta Se caracteriza en lo anímico por una desazón profundamente dolida,
normal de la vida, no se considera patológico. Es inoportuno una cancelación del interés por el mundo exterior, una pérdida de la
interrumpir este proceso. capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y rebaja del
sentimiento de sí que se exterioriza en auto-reproches y auto-
denigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo.

Tiene una secuencia natural que tiende a la superación, es Este cuadro se aproxima al duelo, ya que muestra los mismos rasgos,
decir, pasado un tiempo la persona vuelve a la normalidad. excepto la perturbación del sentimiento de sí.

El examen de realidad muestra que el objeto amado ya no Para el enfermo, la pérdida ocasionadora de la melancolía es: cuando
existe, y de él emana ahora la exhortación (advertencia, sabe a quién perdió, pero no lo que perdió en él.
consejo) de quitar toda la libido de él.
A esto se le opone una comprensible renuencia, ya que el
hombre no abandona de buen grado una posición libidinal.
Si esta renuencia es muy intensa, se puede producir un
extrañamiento de la realidad y se retiene el objeto por la vía
de una psicosis alucinatoria de deseo.

Lo normal es que prevalezca el acatamiento de la realidad. La melancolía sería una pérdida de objeto sustraída de la conciencia, a
Pero esto no se cumple de manera inmediata: se ejecuta con diferencia del duelo, en el cual no hay nada inconsciente en lo que
un gran gasto de tiempo y de energía de investidura, y el atañe a la pérdida.
objeto perdido permanece por algún tiempo en lo psíquico.
Cada uno de los recuerdos y expectativas en que la libido se
anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos
se consuma el desprendimiento de la libido.

Este proceso es extremadamente doloroso, y nos parece algo Aquí la pérdida desconocida tendrá por consecuencia un trabajo
natural este dolor. Pero una vez cumplido este trabajo, el yo interior similar al del duelo, será la responsable de la inhibición que le
vuelve a ser libre y desinhibido. es característica. Pero esta impresiona porque no se puede ver
realmente qué absorbe tan enteramente al enfermo.

Inhibición y falta de interés se esclarecían totalmente por el Presenta una gran rebaja en su sentimiento yoico. En el duelo, el
trabajo del duelo que absorbía al yo. mundo se vuelve pobre y vacío, en la melancolía eso le ocurre al yo
mismo. Esas denigraciones no se coinciden necesariamente con la
verdad. Quien hable así de sí mismo, sin vergüenza, está enfermo.
Melancolía: Se presenta una contradicción difícil de solucionar: ha sufrido una pérdida de objeto,
pero por sus declaraciones surge una pérdida del yo. Este hecho hace reflexionar acerca de la
constitución íntima del yo humano: una parte del yo se contrapone a la otra, la aprecia críticamente
–la toma por objeto-. La instancia crítica escindida del yo en este caso podría probar su autonomía
también en otras situaciones -incluso puede enfermarse ella sola-. Esta instancia se conoce como
conciencia moral, junto con la censura de la conciencia y con el examen de realidad Freud la contará
como una de las grandes instituciones del yo,
Las fuertes querellas que el paciente dirige se adecuan muy poco a su propia persona, se
ajustan a otra –el objeto amado-. La clave de este cuadro está en que los reproches contra un objeto
de amor han rebotado sobre el yo propio. Sus quejas son realmente querellas, ellos no se
avergüenzan ni ocultan lo que dicen, ya que en el fondo se lo dicen al otro.

Reconstrucción del proceso melancólico:


Hubo una elección de objeto, una ligadura de la libido a una persona determinada.
Por obra de una afrenta real o un desengaño de parte de la persona amada sobrevino un
sacudimiento de ese vínculo de objeto. El resultado no fue normal-quitar la libido y desplazarla a otro
objeto-.
La investidura de objeto resultó ser poco resistente, fue cancelada, pero la libido se retiró
sobre el yo. Ahí no encontró un uso cualquiera, sino que sirvió para establecer una identificación del
yo con el objeto resignado. La pérdida de objeto hubo de mudarse en una pérdida del yo, y el
conflicto entre el yo y la persona amada, en una bipartición entre el yo crítico y el yo alterado por
identificación.
Tiene que haber existido, por un lado, una fuerte fijación en el objeto de amor y, por el otro y
en contradicción a ello, una escasa resistencia de la investidura de objeto. Esta contradicción parece
exigir que la elección de objeto se haya cumplido sobre una base narcisista, así la investidura
de objeto puede regresar al narcisismo si aparecen dificultades. La identificación narcisista con el
objeto se convierte en el sustituto de la investidura de amor, lo cual trae por resultado que el vínculo
de amor no deba resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. Un sustituto así corresponde
a la regresión desde un tipo de elección de objeto al narcisismo originario.
La identificación es la etapa previa de la elección de objeto y es el primer modo, ambivalente
en su expresión, como el yo distingue a un objeto. Se diferencia de la identificación narcisista de
la histérica, porque en la primera se resigna la investidura de objeto, mientras que en la
segunda ésta persiste y exterioriza un efecto que habitualmente está circunscrito a ciertas
acciones e inervaciones singulares. La melancolía toma prestados una parte de sus
características al duelo y la otra parte de la regresión desde la elección narcisista de
objeto.
La pérdida del objeto de amor es una ocasión privilegiada para que campee y salga a la luz la
ambivalencia de los vínculos de amor. Si el amor por el objeto se refugia en la identificación
narcisista, el odio se ensaña en ese objeto sustitutivo haciéndolo sufrir y ganando en este
sufrimiento una satisfacción sádica. Los enfermos logran desquitarse de los objetos originarios y
martirizarlos por intermedio de su condición de enfermos, tras haberse entregado a la enfermedad a
fin de no tener que mostrarles su hostilidad directamente.
La investidura de amor melancólico en relación con su objeto ha experimentado un destino
doble: (1) ha regresado a la identificación y (2) bajo la influencia del conflicto de ambivalencia, fue
trasladada hacia atrás, hacia la etapa del sadismo más próxima a ese conflicto. Este proceder nos
explica el enigma del suicidio: el yo puede darse muerte si en virtud del retroceso de la investidura
del objeto puede tratarse a sí mismo como objeto, descargando sobre sí la hostilidad que
recae sobre un objeto exterior.
La melancolía tiene una tendencia a volverse a la manía, la cual presenta los
síntomas opuestos. Pero no toda melancolía presenta manía. Hay veces que ambos estados se
alternan por fases.

La manía no tiene un contenido diverso de la melancolía: ambas pugnan con el mismo complejo, pero el
yo sucumbe en la melancolía, mientras que en la manía lo ha dominado o la ha hecho a un lado.
En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida del objeto, y entonces queda libre todo el monto
de contra-investidura que el sufrimiento dolido de la melancolía había atraído sobre sí desde el yo y
había ligado. Cuando el maníaco busca nuevas investiduras, nos muestra también su emancipación del
objeto que le hacía penar.
El duelo normal también vence la pérdida del objeto y mientras se persiste absorbe de igual modo todas
las energías del yo.
La representación (cosa) es apoyada en incontables representaciones singulares y su
ejecución no es instantánea, debe avanzar paso a paso, como el duelo. No es fácil saber si comienza
al mismo tiempo en varios lugares o es a través de una secuencia determinada, ya que a veces se
activa un recuerdo y a veces otros, y estas quejas provienen de diversas raíces inconscientes. El
objeto debe ser de una gran importancia, para llegar a producir un duelo o una melancolía.
La melancolía puede surgir de una gama más vasta de situaciones que en el duelo. En la
melancolía ocurren múltiples batallas parciales por el objeto: se enfrentan el amor y el odio;
el primero pugna por desatar la libido del objeto, y el otro por salvar del asalto esa posición libidinal.
Estas batallas se sitúan en el inconciente; aquí mismo se efectúan los intentos de desatadura
en el duelo, pero en este caso nada impide que los procesos prosigan por el camino normal: desde el
preconciente al conciente. Este camino está bloqueado para el trabajo melancólico.
La ambivalencia constitucional pertenece a lo reprimido, mientras que las vivencias
traumáticas con el objeto pueden haber activado otro material reprimido. Así, de estas batallas de
ambivalencia, todo se sustrae de la conciencia hasta que sobreviene el desenlace de la melancolía:
la investidura libidinal amenazada abandona finalmente el objeto, pero sólo para retirarse a dónde
había partido. De este modo el amor se sustrae de la cancelación por su huída al interior del yo. Tras
esta regresión de la libido, el proceso puede devenir conciente y se representa ante la conciencia
como un conflicto entre una parte del yo y la instancia crítica.

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