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El presente artículo está destinado a hacer un breve análisis de un tema tan discutido por
la doctrina nacional, como es el que la Administración Pública pueda ejercer el control difuso
de las normas infraconstitucionales. La controversia gira en torno a que se plantea que el control
difuso, entendido como aquel deber que tienen los jueces de inaplicar normas de rango inferior a
la Constitución que la contravengan, deba ser también un deber de la Administración Pública,
en virtud a la eficacia vertical de la Constitución y de los derechos fundamentales.
La doctrina nacional se ha divido en torno al tema. Así, existe el sector que considera
que la Constitución, en virtud a su carácter de norma jurídica fundamental, vincula a todo el
poder público y a los particulares en general, lo cual comprendería, como consecuencia
necesaria, a la Administración Pública, que en defensa de la norma fundamental, debería
inaplicar las normas infraconstitucionales. El otro sector, en cambio, critica la idea de que el
control difuso, como deber exclusivo de los jueces del Poder Judicial (y a los jueces arbitrales y
militares) y de los magistrados del Tribunal Constitucional, sea conferido a la Administración
Pública, ya que un planteamiento así atentaría contra las bases del constitucionalismo existente
en nuestro sistema jurídico nacional.
En virtud a la vital importancia práctica del tema planteado, nuestro supremo intérprete
de la Constitución ha emitido jurisprudencia de carácter vinculante con el fin de conciliar la
posiciones doctrinales dispares, y así iniciar un nuevo derrotero en la evolución de la justicia
constitucional. La sentencia al Exp. 4137-2004-PA/TC, que otorgo el control difuso a ciertas
entidades de la Administración Pública, ha sido objeto de numerosas críticas y aplausos, lo cual
sólo es propio de sentencias relevantes.
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Alumno del undécimo ciclo de la facultad de Derecho de la Universidad de Piura.
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Este origen de la investidura del Poder Judicial para administrar justicia configura un
escenario de legitimidad democrática, sobre cuya base se produce la aceptación ciudadana de
los fallos judiciales, aún cuando los magistrados no provengan de elección popular2. La
jurisdicción o función jurisdiccional está prevista en la plasmación del “contrato social” -la
Constitución- que, en su parte orgánica, diseña la estructura del Estado y atribuye funciones
concretas a los poderes estatales, por lo que los jueces son reconocidos como autoridades
públicas plenamente habilitadas para resolver conflictos en la sociedad y con posibilidad de
ejecutar sus decisiones en aplicación del ius imperium.
Etimológicamente, la palabra “jurisdicción” proviene del latín ius dicere, que significa
“decir el Derecho”, lo cual no distingue la actividad de administrar justicia realizada
cotidianamente por los jueces con toda aplicación del Derecho en general. En esa medida, para
poder esbozar una noción tipificante de la actividad judicial, se afirma que es la potestad de que
están investidos determinados órganos estatales (los jurisdiccionales) para desempeñar la
función de impartir justicia. Sin embargo, este concepto de jurisdicción incurre en una
2
Debe recordarse que la propia Ley de Leyes establece la elección popular de los jueces de paz (letrados
y no letrados o legos previa ley regulatoria y, faculta a lo mismo respecto de los jueces de primera
instancia. (art. 152º). Probablemente contemplar en el texto constitucional este origen de la magistratura
en el seno de la democracia directa, responda a la aspiración de que progresivamente todos los poderes
del Estado sean conformados por miembros escogidos por el pueblo, como ya ocurre con los principales
representantes del Congreso y Poder Ejecutivo.
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tautología, pues define el término empleando éste. Así, es necesario determinar las
características que perfilen un concepto definitivamente distinto de jurisdicción respecto de las
diversas formas de aplicación del Derecho.
La jurisdicción es también un deber, pues casi siempre se activa con el pedido de los
justiciables (principio dispositivo), teniendo el órgano jurisdiccional la obligación de desarrollar
el proceso en perspectiva de hallar una solución definitiva al conflicto sometido a su
consideración. Sólo puede rechazar el pedido de los justiciables de manera debidamente
fundamentada y explícita. En materia penal, donde cabe la actuación de oficio del juez, al ser
aquélla impuesta por el ordenamiento, se reafirma la jurisdicción como deber. Tratándose de
otras entidades estatales, dicha exigibilidad normativa de actuación de oficio sólo está prevista
constitucionalmente para el Consejo Nacional de la Magistratura respecto de los vocales y
fiscales supremos.
Ahora bien, el artículo 138 de la Carta Magna no sólo alude al origen de la función
jurisdiccional, sino que además precisa que el Poder Judicial la ejerce a través de sus órganos
jerárquicos con arreglo a la Constitución y a las leyes. Acto seguido, el artículo 139, numeral 1
señala lo siguiente:
3
Cfr. CHIOVENDA, Giuseppe. Instituciones de Derecho Procesal Civil, Editorial Valleta Ediciones S.R.L.
2005. Buenos Aires, Argentina, págs. 11 y ss.
4
Cfr. MONROY GÁLVEZ, Juan. Introducción al proceso civil, Tomo I. Santa Fe de Bogotá, Temis. 1996.
pág. 98.
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jurisdiccionales, lo que no quiere decir que sea la única vía de solución de conflictos. La
previsión expresa de las jurisdicciones militar y arbitral supone la permisibilidad de la
existencia de tribunales especiales, pero la prohibición de administrar justicia por comisión o
delegación implica la no aceptación de tribunales de excepción.
La Administración Pública “juzga”. Eso hace al resolver los recursos que se interponen
ante ella, o su intervención en los procedimientos trilaterales de los que tratan los artículos 219-
229 LPAG. Materialmente esa función es jurisdiccional. Pero la gran diferencia con ésta la
encontramos en la característica jurídico formal de la Administración Pública6. Sus resoluciones
no tienen la misma fuerza que la de las sentencias dictadas por el Poder Judicial. La resolución
administrativa puede ser revisada por el Poder Judicial y, en consecuencia, sólo está dotada de
una presunción iuris tantum de legalidad: su sujeción al Poder Judicial es plena y es que esta
sujeción, “es la garantía institucional de su efectivo sometimiento a la ley y al ordenamiento
jurídico, con la consiguiente protección debida de los derechos y libertades individuales y
sociales amparados por dicho ordenamiento”7.
Esto se desprende del tenor del artículo 148 CP: “Las resoluciones administrativas que
causan estado son susceptibles de impugnación mediante la acción contencioso-administrativa”.
Esta norma reviste una especial importancia fundamental para el ordenamiento jurídico-
administrativo, ya que señala con claridad la universalidad del régimen a que se sujeta el control
de su actividad tanto en relación con la vía previa administrativa, como de la necesidad, en
última instancia de su control por el Poder Judicial.
5
A pesar de que el Poder Ejecutivo también realiza actos legislativos (dicta Decretos Legislativos y
Decretos de Urgencia), no se puede decir que tenga función legislativa, sino que es el Poder Legislativo el
que hace una delegación de su potestad y sólo para ciertas materias, y en el caso de los Decretos de
Urgencia, existen causas objetivas y de índole transitoria que ameritan el ejercicio de una potestad que en
principio no es propia del Poder Ejecutivo.
6
Cfr. BOQUERA OLIVER, J.M., Derecho Administrativo, 10ª Ed., Civitas, Madrid 1996. Pag. 137
7
Cfr. MARTÍNEZ LÓPEZ-MUÑIZ, J.L., Introducción al Derecho Administrativo, Tecnos, Madrid, 1986.
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La sentencia judicial, por el contrario, agotados los recursos que prevea el ordenamiento
procesal judicial no puede ser revisada por ningún motivo, ya que está revestida de una
presunción iuris et de iure de legalidad. Aquí radican los efectos que tienen la cosa juzgada de
las sentencias judiciales y la firmeza de los actos administrativos.
Entonces, es claro que a partir de una definición de jurisdicción, se llega a concluir que
ésta es una función que sólo le corresponde a los jueces ordinarios, los arbitrales y los militares,
y no a la Administración Pública (sean o no tribunales administrativos con función
cuasijurisdiccional). Y el control difuso es un deber de aquellos que tengan la iurisdictio, por lo
cual estaría claro que sólo los jueces y el TC (ya que si puede derogar una norma, que es lo más
con mayor razón puede inaplicarla la ley en el caso concreto, que es lo menos) estarían
sometidos al deber que establece el artículo 138 de la norma fundamental, es decir, el deber de
preferir la Constitución en vez de las normas legales (y también infralegales).
8
Auque incluso ésta aseveración es criticable porque la Administración Pública no cumple el primer
requisito que es la independencia, puesto que es siempre juez y parte.
9
Por ejemplo MORALES SARAVIA, Francisco. Tribunales Administrativos y control constitucional:
Comentarios a la posición del Tribunal Constitucional del Perú, En Gaceta del Tribunal Constitucional.
Nº 3. Julio- Septiembre 2006.
10
Cfr. Ibid. También Véase en www.gaceta.tc.gob.pe
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posición central en el ordenamiento jurídico de la noción de ley, propio del Estado Legal de
Derecho, a favor de la Constitución produjo un cambio cualitativo en el ordenamiento jurídico,
ya que “con la entronización de la noción de la Constitución y el sistema valorativo propio del
Estado Constitucional, el ser humano pasaba a ser el sujeto y no el objeto del ordenamiento
jurídico”.11
“Normas que sólo pueden ser cumplidas o no. Si una regla es válida,
entonces debe de hacerse exactamente lo que ella exige, ni más ni menos.
Por lo tanto, las reglas contienen determinaciones en el ámbito de lo fáctica
y jurídicamente posible”.
Esta diferencia es sustancial para el autor para solucionar el conflicto que pudiera
existir entre los principios y las reglas. Cuando colisionan dos reglas, por tener consecuencias
distintas, una de ellas se inaplica ya sea introduciendo una cláusula de excepción que elimina el
conflicto o declarando inválida una de las reglas. En cambio, cuando se presenta una colisión de
principios el resultado no es el mismo. En este caso, uno de los principios cede, no
11
DEL POZO GOICOCHEA, Claudia. “El Control de constitucionalidad ejercicio por la Administración
Pública”, en Palestra del Tribunal Constitucional, Revista mensual de Jurisprudencia, Año 1. Nº 11.
Noviembre 2006. Lima.
12
BULLARD GONZÁLES, Alfredo. “Verdades y falacias sobre el control difuso de las normas por las
autoridades administrativas a la luz de los nuevos pronunciamientos del Tribunal Constitucional”. En
Palestra del Tribunal Constitucional: “La defensa de la Constitución por los tribunales administrativos.
Un debate a propósito de la jurisprudencia constitucional”, Primera edición, Marzo 2007.
13
Mencionado por Bullard: ALEXY, Robert, Teoría de los derechos fundamentales, Centro de estudios
fundamentales. Madrid, 1987, Pág. 86.
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necesariamente en el mismo grado, frente al otro, lo cual no significa que se declare inválido al
principio desplazado ni que en el principio desplazado haya que introducir una cláusula de
excepción. Para esta ponderación, es necesario ver las circunstancias concretas, ya que estas
determinan que uno de los principios preceda al otro. Y esto sucede en el tema en análisis,
puesto que a veces será necesario que haya una aplicación del principio de jerarquía, dando
primacía a la Constitución sobre el resto del ordenamiento jurídico, y en otras ocasiones deberá
aplicarse el principio de legalidad administrativa, debiendo la Administración pública cumplir y
ejecutar la ley. Concluye que el criterio orientador para definir cuando debe primar el principio
de jerarquía y cuando el de legalidad es la protección de derechos fundamentales.
Así pues, pensar que la pirámide de Kelsen se aplicará sin excepciones es tan utópico
como pensar que la Administración pública no debe poder aplicarla nunca. El control difuso, es
“como todo en el Derecho, una simple herramienta para mejorar la convivencia humana”.
La respuesta parece simple a primera vista, pero existe un fuerte sector de la doctrina
que, amparados en la defensa de la Constitución y la vinculación de todos hacia ésta, pretenden
desfigurar las bases de la misma.
14
Sobre esta ponderación orientada a fines derivada de la concepción de los derechos fundamentales
como principios o “normas de optimización” ver J. HABERMAS. Facticidad y validez. Sobre el derecho y
el Estado Democrático de Derecho en términos de teoría del discurso. Trotta, Madrid, 1998, pàg. 327
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y sólo ellos (hasta el momento) son los únicos comisionados del poder constituyente para
ejercer tal potestad. La constitucionalidad no puede ser determinada por la Administración
pública, pero eso no implica que no se respete a la Constitución. En este caso, como dice
Castillo Córdova15:
“El que la Administración Pública se encuentre vinculada la Constitución (norma
jurídica fundamental) no significa que ella pueda innovar el ordenamiento jurídico
(constitucional o legal), sino que se ha de sujetar a las concreciones o determinaciones
constitucionales que realicen los órganos jurisdiccionales, con el poder de controlar la
constitucionalidad de las leyes. Cuando estos órganos inaplican una ley, lo hacen en
determinadas circunstancias, dentro de las cuales, concluyen un criterio jurisprudencial, al
que la Administración queda vinculada. Y cuando la Administración aplica ese criterio no esta
definiendo lo constitucionalmente válido, está aplicando un modo de interpretar la ley que
lleva precisamente a su inaplicación en unas concretas circunstancias, en las definidas por el
criterio jurisprudencial. En pocas palabras, la Administración esta sujeta a la Constitución,
pero no la interpreta, pues no es su función, pero si esta sujeta respecto a las interpretaciones
que hayan hecho quienes deben interpretarlas, y que la vinculan”.
15
CASTILLO CÓRDOVA, Luis. “Administración Pública y control de la constitucionalidad de las leyes
¿otro exceso del TC?”, En Dialogo con la jurisprudencia, Nº98 Octubre. 2006
16
Como por ejemplo: MORALES GODO, Juan. “Control difuso por parte de los tribunales administrativos.
A propósito de la sentencia dictada por el TC, de fecha 14 de noviembre de 2005, en el expediente N.º
3714-2004-AA/TC”, en Palestra del Tribunal Constitucional: “La defensa de la Constitución por los
tribunales administrativos. Un debate a propósito de la jurisprudencia constitucional”, Primera edición,
marzo 2007.
17
Sentencia al EXP. Nº 3741-2004-AA/TC del 14 de noviembre del 2005.
18
CASTILLO CÓRDOVA, Luis. “Administración Pública y …”, Ob. Cit.
19
MORÓN URBINA, Juan Carlos. “¿Es ahora el Poder Ejecutivo el guardián in límine de la
constitucionalidad de las leyes? Luces y sombras sobre las consecuencias del precedente Salazar
Yarlequé, en Palestra del Tribunal Constitucional: “La defensa de la Constitución por los tribunales
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siguientes: En primer lugar, lo que el artículo 138º está definiendo es una potestad, y dentro de
esta potestad y como consecuencia de ella se está disponiendo un deber. La potestad es la
administrar justicia, y el deber consiste en que cuando en el ejercicio de esta potestad ocurra la
incompatibilidad entre la Constitución y una ley, el titular de la potestad deberá preferir la
primera. Este deber solo se entiende dentro de una interpretación sistemática la cual parte de
advertir que el llamado control difuso de la constitucionalidad tiene sentido dentro de la
potestad de administrar justicia y, por tanto, solo en el ejercicio de la iurisdictio. De manera que
si no se puede sostener que la Administración pública tiene asignada la potestad jurisdiccional,
tampoco podrá reconocérsele el control de la constitucionalidad, ni tan siquiera implícitamente.
Esta exigencia es tan cierta que el TC se ha visto obligado a interpretar extensivamente lo
dispuesto en el artículo 138 CP, de modo que pueda incluirse a la Administración pública: “si
bien la Constitución, de conformidad con el párrafo segundo del artículo 138, reconoce a los
jueces la potestad para realizar el control difuso, de ahí no se deriva que dicha potestad les
corresponda únicamente a los jueces, ni tampoco que el control difuso se realice únicamente
dentro del marco de un proceso judicial”20
Será en esta jurisdicción en la que se llevará a cabo plenamente una labor jurisdiccional
que tendrá por finalidad velar por la constitucionalidad y legalidad de la actuación de la
Administración pública, propensa a la extralimitación debido a los privilegios (especialmente
de autotutela) con los que cuenta 21. De modo que será en este ámbito –jurisdicción- donde se
determine a través del órgano jurisdiccional judicial lo constitucionalmente válido, es decir, se
realice una labor de control de constitucionalidad. Así, esta jurisdicción “no verifica
pretensiones previamente a su paso al terreno de los hechos, sino que enjuicia hechos pasados
para discernir a posteriori su legalidad”22.
Morón Urbina 23se hace la siguiente pregunta: si la afirmación del TC es correcta (que la
Administración pública ejerza el control difuso de constitucionalidad de las normas
infraconstitucionales) ¿quién más tiene ese potestad implícita? ¿los ciudadanos? ¿acaso no sería
aplicable a éstos la misma lógica que la usada para atribuir la potestad de control difuso a la
Administración pública?
Esta es una razón más para negar una atribución del control difuso a la Administración
pública, relacionada a los procesos privados. Como se ha concluido anteriormente, en la
Constitución peruana solo se ha reconocido la jurisdicción judicial, la militar y la arbitral. En
estas jurisdicciones es posible hablar de “jueces” y “procesos”. Empero, estos no son los únicos
ámbitos en los que es posible encontrar un órgano de de decisión (que haga las veces de
“jueces”), o una secuencia de actos encaminados a la toma de una decisión (que haga las veces
de “proceso”), sino que esto puede igualmente verificarse en el ámbito administrativo y en el
ámbito privado. Así, es posible hablar de órganos y procedimientos privados. Estos últimos,
como se sabe, son procedimientos que tiene lugar en el seno de una persona jurídica privada, a
través de los cuales órganos de ésta (junta general, gerencia, directorio, etc.), resuelven
cuestiones internas de la institución o cuestiones que atañen a alguno de sus miembros en
relación con la institución.
21
Cfr. SANTAMARÍA PASTOR, Juan Alfonso. Principios de Derecho Administrativo, Editorial Centro de
Estudios Ramón Areces S.A., Madrid 1990, págs. 56-62.
22
Cfr. GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo y FERNÁNDEZ, Tomás-Ramón. Curso de Derecho Administrativo.
10ª edición, Civitas, Madrid 2000, pág. 253.
23
Cfr. MORÓN URBINA, Juan Carlos. “¿Es ahora el Poder Ejecutivo el guardián…”, pág. 59-60
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138 CP y 139.1 CP, a pesar de que en ambas situaciones es posible hablar de órganos de
decisión (jueces) y de procedimientos. Es decir, si la pretensión es considerar que la
Administración pública es comisionada del poder constituyente para así atribuirle funciones de
control constitucional, entonces deberá reconocer que los particulares son también
comisionados del poder constituyente y debería reconocerles también la capacidad de inaplicar
una ley que sea calificada de inconstitucional.
Es por esto que es imperioso insistir en que sostener que la Administración pública y
los particulares no tienen atribuida la potestad de controlar constitucionalmente las leyes y,
consecuentemente, al negarles la capacidad para desvincularse de las leyes que consideren
inconstitucionales, no significa ni negar la existencia de leyes realmente inconstitucionales, ni
que no se pueda hacer nada contra su vigencia efectiva. Es necesario, pues, que se consiga que
leyes inconstitucionales no lleguen a tener vigencia alguna en el ordenamiento jurídico, para lo
cual se inaplicarán o se declarará su inconstitucionalidad con efectos derogatorios. Pero
determinar cuando una ley es inconstitucional y llegar a establecer jurídicamente ya sea su
inaplicación o derogación, no le corresponde a la Administración pública ni a los particulares.
Existen otros órganos a los que se les ha atribuido esa potestad: al Poder Judicial y el Tribunal
Constitucional. Nuevamente aparece el principio de separación poderes para reafirmar la
exigencia constitucional que cada órgano del poder ejerza solo aquellas potestades (facultades
y consecuente deberes) que el constituyente haya decidido atribuirles.
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La discusión acerca de si pueden las Administraciones Públicas hacer uso del control
difuso en sede administrativa también ha sido abordada en la doctrina comparada. Un caso
peculiar es el chileno. En este ha habido una regulación constitucional sobre el llamado control
difuso en sede administrativa. La Constitución chilena ha dispuesto que un órgano
administrativo concreto, la Contraloría General de la República de Chile, tenga la facultad de
controlar preventivamente la legalidad de la actividad de la Administración, y la
constitucionalidad de algunos actos de la Administración, especialmente de naturaleza
normativa.
24
Ver MORÓN URBINA, Juan Carlos. “¿Es ahora el Poder Ejecutivo el guardián… Ob. Cit.”, pág. 59-60.
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validez de las normas legales frente a la Constitución. Pues es obvio que si las leyes del
Congreso son obligatorias y tienen un extendido ámbito de validez, las normas de la
Constitución Nacional son de superior jerarquía y su ámbito de validez del derecho argentino
en su totalidad. Su acatamiento es obligatorio para los súbditos y todos los órganos del Estado.
Es patente, por tanto, que el Poder Ejecutivo puede y debe examinar la validez de la
ley, y si considera que ella es inconstitucional puede (…) adoptar cualquiera de las siguientes
actitudes: a) Ejercer (…) el derecho de veto, b) Plantear su inconstitucionalidad ante el Poder
Judicial de la Nación en los casos y bajo los procedimientos judiciales establecidos; c)
Promover su derogación ante el Congreso de la Nación.
Todo lo dicho en los puntos b) y c) anteriores se entiende sin perjuicio de la
inexcusable obligación del Poder Ejecutivo de cumplir y ejecutar la ley mientras se realizan
esos procedimientos. En consecuencia, si el Congreso dicta una ley inconstitucional, no puede
el Poder Ejecutivo apartarse de ella y ejecutar directamente la Constitución, sino que debe
adoptar algunas de las tres actitudes indicadas”.
Pero ¿tal negación, y por ende, exclusividad para el Tribunal Constitucional también
comprende a las distintas administraciones públicas españolas?
la Constitución, con mayor razón la negación a los tribunales administrativos debe hacerse
extensiva. Y es que como he afirmado en un inicio de este trabajo, las funciones son “aquellas
cuotas de poder otorgadas con el fin de ejercer un deber”, y que a la vez deben ser explícitas en
su otorgamiento, no cabe, pues, mediante interpretaciones extensivas tratar de otorgar estas a
entes distintos a los reconocidos por la Constitución. En pocas palabras, tanto la Constitución
peruana como la española han querido ser explícitas al otorgar el control difuso, en el primer
caso, al Tribunal Constitucional y los jueces ordinarios, y en el segundo caso, solo al Tribunal
Constitucional. Como se ve, ambas normas fundamentales no han tenido la intención de
mencionar a la Administración Pública respecto al ejercicio del control difuso, ni siquiera
implícitamente como pretende afirmar cierto sector de la doctrina.
Sin embargo, con esto no se afirma que la Administración Pública no esté vinculada a la
Constitución, ya que es característica esencial de todo Estado Constitucional de Derecho que
todo el poder político y los particulares estén vinculados a la Constitución, puesto que esta es
norma, y norma fundamental. Sin embargo, esto no es motivo para que la Administración
Pública interprete la Constitución e inaplique normas infraconstitucionales. Su vinculación a la
norma fundamental es respecto a las interpretaciones que de ella han hecho los órganos
encargados de llevar a cabo tal labor.
Por lo que se llega a la conclusión que en el ordenamiento español la Administración
Pública también estaría vinculada a las interpretaciones hechas por el Supremo Intérprete
Español respecto a su norma fundamental.
CONCLUSIONES
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