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Elmer Huamán Estrada

EL CONTROL DIFUSO EN SEDE ADMINISTRATIVA

Elmer Huamán Estrada*1

El presente artículo está destinado a hacer un breve análisis de un tema tan discutido por
la doctrina nacional, como es el que la Administración Pública pueda ejercer el control difuso
de las normas infraconstitucionales. La controversia gira en torno a que se plantea que el control
difuso, entendido como aquel deber que tienen los jueces de inaplicar normas de rango inferior a
la Constitución que la contravengan, deba ser también un deber de la Administración Pública,
en virtud a la eficacia vertical de la Constitución y de los derechos fundamentales.

La doctrina nacional se ha divido en torno al tema. Así, existe el sector que considera
que la Constitución, en virtud a su carácter de norma jurídica fundamental, vincula a todo el
poder público y a los particulares en general, lo cual comprendería, como consecuencia
necesaria, a la Administración Pública, que en defensa de la norma fundamental, debería
inaplicar las normas infraconstitucionales. El otro sector, en cambio, critica la idea de que el
control difuso, como deber exclusivo de los jueces del Poder Judicial (y a los jueces arbitrales y
militares) y de los magistrados del Tribunal Constitucional, sea conferido a la Administración
Pública, ya que un planteamiento así atentaría contra las bases del constitucionalismo existente
en nuestro sistema jurídico nacional.

Como se ve, la cuestión planteada no es sólo de relevancia dogmática y doctrinaria, sino


que reviste una gran importancia práctica, ya que las consecuencias de que exista un judicial
review en sede administrativa serían notorias en relación a la distribución de competencias entre
los distintos órganos estatales. Así, ya no habría la necesidad de que los ciudadanos que
intervienen en un procedimiento administrativo agoten todos los recursos que se establecen en
la Ley de Procedimientos Administrativos Generales o leyes específicas (con excepción de
aquellas resoluciones administrativas que per se causan estado, o que al afectado encuentre
alguna excepción al agotamiento de las vías previas en el caso del amparo) para poder acudir al
órgano judicial competente y solicitar la tutela de sus derechos fundamentales vulnerados
mediante una norma infraconstitucional, sino que tal inaplicación de la norma supuestamente
violatoria de derechos fundamentales podría ser llevada a cabo en el mismo procedimiento
administrativo.

En virtud a la vital importancia práctica del tema planteado, nuestro supremo intérprete
de la Constitución ha emitido jurisprudencia de carácter vinculante con el fin de conciliar la
posiciones doctrinales dispares, y así iniciar un nuevo derrotero en la evolución de la justicia
constitucional. La sentencia al Exp. 4137-2004-PA/TC, que otorgo el control difuso a ciertas
entidades de la Administración Pública, ha sido objeto de numerosas críticas y aplausos, lo cual
sólo es propio de sentencias relevantes.

Personalmente, me considero defensor de la segunda postura doctrinal, y en las líneas


siguientes expondré los argumentos que sirven como soporte a la misma. Básicamente, tales

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Alumno del undécimo ciclo de la facultad de Derecho de la Universidad de Piura.
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argumentos se centran en 1) un adecuado entendimiento del concepto de jurisdicción ya que si


se admite que en algunos supuestos la Administración Pública ejerce tal potestad, se tendría
como aceptar que ella también debe ejercer el control difuso. 2) una correcta comprensión del
principio de supremacía de la Constitución y en que consiste esa vinculación en relación a la
Administración Pública. 3)la incoherencia que puede significar el otorgar el control difuso a la
Administración pública, ya que la misma ratio permitiría hablar de un control difuso por los
particulares, 4) y finalmente, un breve análisis de la doctrina extranjera, que aunque no es
vinculante, nos permite conocer en sistemas jurídicos similares al nuestro.

1.- CONCEPTO DE JURISDICCIÓN ¿EXCLUSIVIDAD DE LOS JUECES?

Una correcta concepción de lo que es jurisdicción permitirá afirmar si ésta es también


una facultad de la Administración Pública. Y es que se afirma que la Administración Pública
ejerce una cuasijurisdicción. La pregunta surge inmediatamente ¿son ambas un mismo
concepto, o en realidad son cosas distintas?

Al respecto el artículo 138 de la Constitución preceptúa lo siguiente:


“La potestad de administrar justicia emana del pueblo y se ejerce por el Poder Judicial
a través de sus órganos jerárquicos con arreglo a la Constitución y a las leyes...”

En tanto poder constituyente, el pueblo concentra todas las potestades públicas y, al


crear el Estado, delega soberanamente aquéllas en los poderes constituidos para que éstos las
ejerzan en su nombre. Así, la Carta Magna señala que la jurisdicción, función jurisdiccional o
potestad de administrar justicia es creada por el pueblo, el que decide que sea el Poder Judicial
el órgano estatal que la ejercite.

Este origen de la investidura del Poder Judicial para administrar justicia configura un
escenario de legitimidad democrática, sobre cuya base se produce la aceptación ciudadana de
los fallos judiciales, aún cuando los magistrados no provengan de elección popular2. La
jurisdicción o función jurisdiccional está prevista en la plasmación del “contrato social” -la
Constitución- que, en su parte orgánica, diseña la estructura del Estado y atribuye funciones
concretas a los poderes estatales, por lo que los jueces son reconocidos como autoridades
públicas plenamente habilitadas para resolver conflictos en la sociedad y con posibilidad de
ejecutar sus decisiones en aplicación del ius imperium.

Etimológicamente, la palabra “jurisdicción” proviene del latín ius dicere, que significa
“decir el Derecho”, lo cual no distingue la actividad de administrar justicia realizada
cotidianamente por los jueces con toda aplicación del Derecho en general. En esa medida, para
poder esbozar una noción tipificante de la actividad judicial, se afirma que es la potestad de que
están investidos determinados órganos estatales (los jurisdiccionales) para desempeñar la
función de impartir justicia. Sin embargo, este concepto de jurisdicción incurre en una

2
Debe recordarse que la propia Ley de Leyes establece la elección popular de los jueces de paz (letrados
y no letrados o legos previa ley regulatoria y, faculta a lo mismo respecto de los jueces de primera
instancia. (art. 152º). Probablemente contemplar en el texto constitucional este origen de la magistratura
en el seno de la democracia directa, responda a la aspiración de que progresivamente todos los poderes
del Estado sean conformados por miembros escogidos por el pueblo, como ya ocurre con los principales
representantes del Congreso y Poder Ejecutivo.
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tautología, pues define el término empleando éste. Así, es necesario determinar las
características que perfilen un concepto definitivamente distinto de jurisdicción respecto de las
diversas formas de aplicación del Derecho.

En esta perspectiva, la jurisdicción sería “el poder derivado de la soberanía estatal


para juzgar y hacer ejecutar lo juzgado”3, siendo entonces la irrevocabilidad la única nota
diferenciadora de la jurisdicción con otras modalidades de aplicación del Derecho. La
irrevocabilidad consiste en la imperatividad inmutable, es decir, el efecto de la cosa juzgada (res
iudicata), que le otorga carácter inalterable a la decisión judicial (cosa juzgada formal) y fuerza
vinculante a la misma excluyendo la posibilidad de volver a tratar y decidir (cosa juzgada
material).

En forma más integral, la jurisdicción o función jurisdiccional es el poder-deber del


Estado previsto para solucionar los conflictos de intereses intersubjetivos, controlar las
conductas antisociales y la constitucionalidad normativa en forma exclusiva y definitiva, a
través de los órganos jurisdiccionales que se apoyan en el ius imperium para el cumplimiento
obligatorio de sus decisiones4.

La jurisdicción es también un deber, pues casi siempre se activa con el pedido de los
justiciables (principio dispositivo), teniendo el órgano jurisdiccional la obligación de desarrollar
el proceso en perspectiva de hallar una solución definitiva al conflicto sometido a su
consideración. Sólo puede rechazar el pedido de los justiciables de manera debidamente
fundamentada y explícita. En materia penal, donde cabe la actuación de oficio del juez, al ser
aquélla impuesta por el ordenamiento, se reafirma la jurisdicción como deber. Tratándose de
otras entidades estatales, dicha exigibilidad normativa de actuación de oficio sólo está prevista
constitucionalmente para el Consejo Nacional de la Magistratura respecto de los vocales y
fiscales supremos.

1.1.- Noción de unidad de la función jurisdiccional

Ahora bien, el artículo 138 de la Carta Magna no sólo alude al origen de la función
jurisdiccional, sino que además precisa que el Poder Judicial la ejerce a través de sus órganos
jerárquicos con arreglo a la Constitución y a las leyes. Acto seguido, el artículo 139, numeral 1
señala lo siguiente:

“Son principios y derechos de la función jurisdiccional: la unidad y exclusividad de la


función jurisdiccional. No existe ni puede establecerse jurisdicción alguna independiente, con
excepción de la militar y la arbitral. No hay proceso judicial por comisión y delegación”.

La enunciación de que el Poder Judicial ejerce la función jurisdiccional a través de sus


órganos jerárquicos en aplicación del ordenamiento jurídico configura la esencia de la función
jurisdiccional. La exclusividad de la misma alude a que sólo el Poder Judicial puede emitir actos

3
Cfr. CHIOVENDA, Giuseppe. Instituciones de Derecho Procesal Civil, Editorial Valleta Ediciones S.R.L.
2005. Buenos Aires, Argentina, págs. 11 y ss.
4
Cfr. MONROY GÁLVEZ, Juan. Introducción al proceso civil, Tomo I. Santa Fe de Bogotá, Temis. 1996.
pág. 98.
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jurisdiccionales, lo que no quiere decir que sea la única vía de solución de conflictos. La
previsión expresa de las jurisdicciones militar y arbitral supone la permisibilidad de la
existencia de tribunales especiales, pero la prohibición de administrar justicia por comisión o
delegación implica la no aceptación de tribunales de excepción.

De esta manera, según la regulación que hace la Constitución de la función


jurisdiccional, está sólo sería una, y estaría detentada sólo por el Poder Judicial, en la cual se
incluiría a los jueces ordinarios (jueces y vocales), los jueces arbitrales, y los jueces militares. Y
esto también se podría concluir del análisis que se debe hacer respecto a la ubicación del
artículo 138 de la Constitución, el cual se encuentra en el Título IV “De la Estructura del
Estado”, y dentro de éste en el Capitulo VIII “Poder Judicial”, por lo cual ha sido la misma
Constitución la que ha hecho una clara división de funciones dentro de la estructura y
organización del poder político. Así, pues, función jurisdiccional para el Poder Judicial, función
legislativa para el Poder Legislativo (aunque cabe hacer aclaraciones al respecto5) y función
ejecutiva para el Poder Ejecutivo. Empero, actualmente, esta división de poderes no resulta tan
clara en aspectos concretos, como es la llamada “función cuasijurisdiccional” que ejercen
algunos tribunales administrativos en procedimientos administrativos trilaterales. La cuestión en
estos casos es determinar si esta función es jurisdiccional o no, o si sigue siendo aún función
administrativa.

1.2.- La denominada potestad “cuasijurisdiccional”

La Administración Pública “juzga”. Eso hace al resolver los recursos que se interponen
ante ella, o su intervención en los procedimientos trilaterales de los que tratan los artículos 219-
229 LPAG. Materialmente esa función es jurisdiccional. Pero la gran diferencia con ésta la
encontramos en la característica jurídico formal de la Administración Pública6. Sus resoluciones
no tienen la misma fuerza que la de las sentencias dictadas por el Poder Judicial. La resolución
administrativa puede ser revisada por el Poder Judicial y, en consecuencia, sólo está dotada de
una presunción iuris tantum de legalidad: su sujeción al Poder Judicial es plena y es que esta
sujeción, “es la garantía institucional de su efectivo sometimiento a la ley y al ordenamiento
jurídico, con la consiguiente protección debida de los derechos y libertades individuales y
sociales amparados por dicho ordenamiento”7.

Esto se desprende del tenor del artículo 148 CP: “Las resoluciones administrativas que
causan estado son susceptibles de impugnación mediante la acción contencioso-administrativa”.
Esta norma reviste una especial importancia fundamental para el ordenamiento jurídico-
administrativo, ya que señala con claridad la universalidad del régimen a que se sujeta el control
de su actividad tanto en relación con la vía previa administrativa, como de la necesidad, en
última instancia de su control por el Poder Judicial.

5
A pesar de que el Poder Ejecutivo también realiza actos legislativos (dicta Decretos Legislativos y
Decretos de Urgencia), no se puede decir que tenga función legislativa, sino que es el Poder Legislativo el
que hace una delegación de su potestad y sólo para ciertas materias, y en el caso de los Decretos de
Urgencia, existen causas objetivas y de índole transitoria que ameritan el ejercicio de una potestad que en
principio no es propia del Poder Ejecutivo.
6
Cfr. BOQUERA OLIVER, J.M., Derecho Administrativo, 10ª Ed., Civitas, Madrid 1996. Pag. 137
7
Cfr. MARTÍNEZ LÓPEZ-MUÑIZ, J.L., Introducción al Derecho Administrativo, Tecnos, Madrid, 1986.
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La sentencia judicial, por el contrario, agotados los recursos que prevea el ordenamiento
procesal judicial no puede ser revisada por ningún motivo, ya que está revestida de una
presunción iuris et de iure de legalidad. Aquí radican los efectos que tienen la cosa juzgada de
las sentencias judiciales y la firmeza de los actos administrativos.

La Administración Pública carece, en consecuencia, de potestad jurisdiccional, porque


sus actos son manifestación de una potestad administrativa y no judicial, sujetos siempre a la
legalidad bajo control judicial. Así, pues, aunque la Administración Pública desarrolla actividad
materialmente jurisdiccional8, ésta no es expresión de potestad judicial. No tiene, por tanto,
potestad propiamente jurisdiccional, pues sus actos son realizados en virtud de una potestad
administrativa que se encuentra revestida de una presunción iuris tantum de legalidad, a
diferencia de la presunción iuris et de iure de legalidad de la que está dotados los actos
realizados en virtud de una potestad judicial.

Entonces, es claro que a partir de una definición de jurisdicción, se llega a concluir que
ésta es una función que sólo le corresponde a los jueces ordinarios, los arbitrales y los militares,
y no a la Administración Pública (sean o no tribunales administrativos con función
cuasijurisdiccional). Y el control difuso es un deber de aquellos que tengan la iurisdictio, por lo
cual estaría claro que sólo los jueces y el TC (ya que si puede derogar una norma, que es lo más
con mayor razón puede inaplicarla la ley en el caso concreto, que es lo menos) estarían
sometidos al deber que establece el artículo 138 de la norma fundamental, es decir, el deber de
preferir la Constitución en vez de las normas legales (y también infralegales).

2.- EL PRINCIPIO DE SUPREMACÍA DE LA CONSTITUCIÓN Y LA VINCULACIÓN


DEL PODER PÚBLICO A LA CONSTITUCIÓN.

Para la doctrina nacional es aceptado que la Constitución es el “fundamento del


ordenamiento jurídico y la principal fuente normativa”9, lo cual haría de ésta una norma jurídica
de máxima supremacía jurídica. En virtud de esta supremacía el sistema jurídico no debe tener
normas contrarias a la Constitución. No se puede pretender, pues, que ante la manifiesta
inconstitucionalidad de una norma infraconstitucional, la Administración pública (y en general
todo el poder político) preserve tales normas, y más aún si en virtud de esta preservación se
aduce el principio de legalidad administrativa, que obligaría a cumplir y ejecutar una norma
inconstitucional. Sería repetir el viejo principio de Montesquieu pero ahora aplicado a los
funcionarios de la Administración, “los que se convertirían en seres irracionales que sólo se
limitarían a aplicar una ley inconstitucional”10.

Y es que la argumentación de que en un Estado Constitucional de Derecho, la


vinculación a la Constitución es tal que obliga (a toda la sociedad) a no cumplir con normas que
infrinjan sus disposiciones parece del todo cierta. Está claro que el desplazamiento de la

8
Auque incluso ésta aseveración es criticable porque la Administración Pública no cumple el primer
requisito que es la independencia, puesto que es siempre juez y parte.
9
Por ejemplo MORALES SARAVIA, Francisco. Tribunales Administrativos y control constitucional:
Comentarios a la posición del Tribunal Constitucional del Perú, En Gaceta del Tribunal Constitucional.
Nº 3. Julio- Septiembre 2006.
10
Cfr. Ibid. También Véase en www.gaceta.tc.gob.pe
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posición central en el ordenamiento jurídico de la noción de ley, propio del Estado Legal de
Derecho, a favor de la Constitución produjo un cambio cualitativo en el ordenamiento jurídico,
ya que “con la entronización de la noción de la Constitución y el sistema valorativo propio del
Estado Constitucional, el ser humano pasaba a ser el sujeto y no el objeto del ordenamiento
jurídico”.11

En el marco del Estado Constitucional de Derecho es innegable que la Constitución


vincula a todos los poderes públicos y privados. Ello es así, en la medida que el carácter
fundamental y supremo de la Constitución es uno de los pilares del Estado Constitucional de
Derecho.

Es, pues, inobjetable no reconocer el principio de supremacía de la Constitución. Pero,


¿es suficiente esta supremacía constitucional para atribuir la facultad de no aplicar una norma
legal que sea contraria a la Constitución a la Administración pública?

Bullard12 considera que respecto al control difuso en sede administrativa la solución


consiste en sopesar dos principios que se encontrarían en conflicto: el principio de jerarquía y el
principio de legalidad administrativa. Para tal ponderación parte de distinguir entre principios y
reglas. Los primeros, siguiendo a Alexy 13 son:

“normas que ordenan que algo sea realizado en la mayor medida


posible, dentro de las posibilidades jurídicas y reales existentes. Por lo tanto
los principios son mandatos de optimización, que están caracterizados por el
hecho de que pueden ser cumplidos en diferente grado y que la medida
debida de su cumplimiento no sólo depende de las posibilidades reales sino
también de las jurídicas”.

En cambio las reglas son para el mismo autor:

“Normas que sólo pueden ser cumplidas o no. Si una regla es válida,
entonces debe de hacerse exactamente lo que ella exige, ni más ni menos.
Por lo tanto, las reglas contienen determinaciones en el ámbito de lo fáctica
y jurídicamente posible”.

Esta diferencia es sustancial para el autor para solucionar el conflicto que pudiera
existir entre los principios y las reglas. Cuando colisionan dos reglas, por tener consecuencias
distintas, una de ellas se inaplica ya sea introduciendo una cláusula de excepción que elimina el
conflicto o declarando inválida una de las reglas. En cambio, cuando se presenta una colisión de
principios el resultado no es el mismo. En este caso, uno de los principios cede, no
11
DEL POZO GOICOCHEA, Claudia. “El Control de constitucionalidad ejercicio por la Administración
Pública”, en Palestra del Tribunal Constitucional, Revista mensual de Jurisprudencia, Año 1. Nº 11.
Noviembre 2006. Lima.
12
BULLARD GONZÁLES, Alfredo. “Verdades y falacias sobre el control difuso de las normas por las
autoridades administrativas a la luz de los nuevos pronunciamientos del Tribunal Constitucional”. En
Palestra del Tribunal Constitucional: “La defensa de la Constitución por los tribunales administrativos.
Un debate a propósito de la jurisprudencia constitucional”, Primera edición, Marzo 2007.
13
Mencionado por Bullard: ALEXY, Robert, Teoría de los derechos fundamentales, Centro de estudios
fundamentales. Madrid, 1987, Pág. 86.
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necesariamente en el mismo grado, frente al otro, lo cual no significa que se declare inválido al
principio desplazado ni que en el principio desplazado haya que introducir una cláusula de
excepción. Para esta ponderación, es necesario ver las circunstancias concretas, ya que estas
determinan que uno de los principios preceda al otro. Y esto sucede en el tema en análisis,
puesto que a veces será necesario que haya una aplicación del principio de jerarquía, dando
primacía a la Constitución sobre el resto del ordenamiento jurídico, y en otras ocasiones deberá
aplicarse el principio de legalidad administrativa, debiendo la Administración pública cumplir y
ejecutar la ley. Concluye que el criterio orientador para definir cuando debe primar el principio
de jerarquía y cuando el de legalidad es la protección de derechos fundamentales.

Así pues, pensar que la pirámide de Kelsen se aplicará sin excepciones es tan utópico
como pensar que la Administración pública no debe poder aplicarla nunca. El control difuso, es
“como todo en el Derecho, una simple herramienta para mejorar la convivencia humana”.

Personalmente, considero que un planteamiento de este tipo haría relativos principios


que no deberían ser inaplicados en casos concretos. Y es que en todo caso concreto se deben
respetar los principios, en este caso, los de jerarquía y legalidad, puesto que ese es un fin en la
aplicación correcta del Derecho. La ponderación14 mencionada, en realidad se concretaría en
una suerte de sacrificio de uno de los principios ponderados. Sin embargo, el sacrificio de un
principio por otro no tiene justificación jurídica alguna. Inclusive, podría llegarse al extremo de
sacrificar principios como el de la separación de poderes, en virtud de la aplicación de la
jerarquía de la constitución. El ejecutivo podría aducir que, en pro de un respeto de la
Constitución, va a asumir potestad legislativa, o como en el tema en debate, potestad
jurisdiccional. Los principios deben, pues ser respetados siempre y por todos. ¿Y es que, no es
más recomendable (y más jurídico) que la Administración pública actúe en virtud a sus
potestades, conferidas por la Constitución y por la ley, a que en defensa de la Constitución
asuma algo que no se le ha conferido, ni siquiera implícitamente? ¿Acaso esta asunción de
potestades, planteada como remedio, no es peor que la enfermedad, puesto que se estarían
derrumbando los cimientos del Estado constitucional de Derecho? Por otro lado parece también
que el mencionado autor tiene una concepción reducida del principio de legalidad, puesto que
éste no es solo sometimiento a la ley, sino también a la Constitución, por lo cual la jerarquía
también formaría parte o sería un aspecto del principio de legalidad. La contradicción que es
punto de partida del autor, en verdad no la es tal.

La respuesta parece simple a primera vista, pero existe un fuerte sector de la doctrina
que, amparados en la defensa de la Constitución y la vinculación de todos hacia ésta, pretenden
desfigurar las bases de la misma.

El principio de supremacía de la Constitución parece que fuera dejado de lado en el


supuesto de que un funcionario público aplique una norma inconstitucional. Pero, ¿es esto
cierto? La supremacía de la constitución, entendiéndola como la exigencia de que el entero
ordenamiento jurídico se adecue a la norma fundamental, se concretiza en un deber: el deber de
decir cuando una norma infraconstitucional se adecúa a la Constitución. Y este deber sólo ha
sido otorgado a algunos entes, específicamente a los jueces y al Tribunal Constitucional. Ellos,

14
Sobre esta ponderación orientada a fines derivada de la concepción de los derechos fundamentales
como principios o “normas de optimización” ver J. HABERMAS. Facticidad y validez. Sobre el derecho y
el Estado Democrático de Derecho en términos de teoría del discurso. Trotta, Madrid, 1998, pàg. 327
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y sólo ellos (hasta el momento) son los únicos comisionados del poder constituyente para
ejercer tal potestad. La constitucionalidad no puede ser determinada por la Administración
pública, pero eso no implica que no se respete a la Constitución. En este caso, como dice
Castillo Córdova15:
“El que la Administración Pública se encuentre vinculada la Constitución (norma
jurídica fundamental) no significa que ella pueda innovar el ordenamiento jurídico
(constitucional o legal), sino que se ha de sujetar a las concreciones o determinaciones
constitucionales que realicen los órganos jurisdiccionales, con el poder de controlar la
constitucionalidad de las leyes. Cuando estos órganos inaplican una ley, lo hacen en
determinadas circunstancias, dentro de las cuales, concluyen un criterio jurisprudencial, al
que la Administración queda vinculada. Y cuando la Administración aplica ese criterio no esta
definiendo lo constitucionalmente válido, está aplicando un modo de interpretar la ley que
lleva precisamente a su inaplicación en unas concretas circunstancias, en las definidas por el
criterio jurisprudencial. En pocas palabras, la Administración esta sujeta a la Constitución,
pero no la interpreta, pues no es su función, pero si esta sujeta respecto a las interpretaciones
que hayan hecho quienes deben interpretarlas, y que la vinculan”.

III.- LA POTESTAD “IMPLÍCITA” DE LA ADMINISTRACIÓN DE INAPLICAR UNA


LEY INCONSTITUCIONAL

El artículo 138º de la norma fundamental no considera expresamente a la


Administración pública como encargado de inaplicar normas legales contrarias a la
Constitución. Empero, cierto sector de la doctrina16 considera que este artículo habilitaría
asimismo a la Administración pública a aplicar el control difuso de constitucionalidad de las
normas infraconstitucionales en virtud de una interpretación extensiva, por la cual se considera
que la Administración pública debe ser considerada como incluida implícitamente, y así
también lo ha reconocido el TC17.

Así, es necesario resolver la cuestión de si se puede sostener que implícitamente la


Administración pública debe ser considerada también como comisionada del poder
constituyente, de manera que deba reconocérsele el poder de juzgar la constitucionalidad de las
leyes a fin de decidir ella misma su inaplicación. La doctrina a favor de esta postura –acogida
por el TC- considera que se debe evitar una interpretación “positivista y formal” del artículo
138º CP. No obstante, es posible afirmar que el llamado control difuso de la constitucionalidad
de las leyes no se ha atribuido a la Administración pública ni tan siquiera implícitamente.
Razones, planteadas por reconocidos especialistas18 19, que sustentan esta postura son las

15
CASTILLO CÓRDOVA, Luis. “Administración Pública y control de la constitucionalidad de las leyes
¿otro exceso del TC?”, En Dialogo con la jurisprudencia, Nº98 Octubre. 2006
16
Como por ejemplo: MORALES GODO, Juan. “Control difuso por parte de los tribunales administrativos.
A propósito de la sentencia dictada por el TC, de fecha 14 de noviembre de 2005, en el expediente N.º
3714-2004-AA/TC”, en Palestra del Tribunal Constitucional: “La defensa de la Constitución por los
tribunales administrativos. Un debate a propósito de la jurisprudencia constitucional”, Primera edición,
marzo 2007.
17
Sentencia al EXP. Nº 3741-2004-AA/TC del 14 de noviembre del 2005.
18
CASTILLO CÓRDOVA, Luis. “Administración Pública y …”, Ob. Cit.
19
MORÓN URBINA, Juan Carlos. “¿Es ahora el Poder Ejecutivo el guardián in límine de la
constitucionalidad de las leyes? Luces y sombras sobre las consecuencias del precedente Salazar
Yarlequé, en Palestra del Tribunal Constitucional: “La defensa de la Constitución por los tribunales
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siguientes: En primer lugar, lo que el artículo 138º está definiendo es una potestad, y dentro de
esta potestad y como consecuencia de ella se está disponiendo un deber. La potestad es la
administrar justicia, y el deber consiste en que cuando en el ejercicio de esta potestad ocurra la
incompatibilidad entre la Constitución y una ley, el titular de la potestad deberá preferir la
primera. Este deber solo se entiende dentro de una interpretación sistemática la cual parte de
advertir que el llamado control difuso de la constitucionalidad tiene sentido dentro de la
potestad de administrar justicia y, por tanto, solo en el ejercicio de la iurisdictio. De manera que
si no se puede sostener que la Administración pública tiene asignada la potestad jurisdiccional,
tampoco podrá reconocérsele el control de la constitucionalidad, ni tan siquiera implícitamente.
Esta exigencia es tan cierta que el TC se ha visto obligado a interpretar extensivamente lo
dispuesto en el artículo 138 CP, de modo que pueda incluirse a la Administración pública: “si
bien la Constitución, de conformidad con el párrafo segundo del artículo 138, reconoce a los
jueces la potestad para realizar el control difuso, de ahí no se deriva que dicha potestad les
corresponda únicamente a los jueces, ni tampoco que el control difuso se realice únicamente
dentro del marco de un proceso judicial”20

Es un concepto básico del Derecho Constitucional (y, en general, de todo el Derecho)


que aquellas disposiciones que definen potestades, competencias, funciones, facultades, deben
ser interpretadas restrictivamente. No existen potestades constitucionalmente implícitas, ni
mucho menos su atribución puede ser consecuencia de aplicaciones análogas de la norma. La
separación de poderes –otro concepto básico del Derecho Constitucional-, como elemento
fundamental del actual Estado Constitucional de Derecho, no permite más que la interpretación
estricta de las normas que organizan el poder, dividiéndolo en órganos constitucionales y
atribuyéndolos clara y expresamente las correspondientes potestades, facultades o funciones.
Nada sería tan nefasto para el Estado Constitucional de Derecho que admitir que determinadas
potestades previstas exclusivamente para determinados órganos, puedan ser también
titularizadas y ejercitadas por órganos distintos.

Además, la potestad de administrar justicia está caracterizada por su unidad y


exclusividad. Constitucionalmente, se ha dispuesto que las únicas jurisdicciones que pueden
existir en el ordenamiento jurídico peruano sean la judicial, la militar y la arbitral (artículo
139.1 CP). No existe la jurisdicción administrativa, de ahí que lo acertado es admitir que en
todo caso la Administración pública tiene atribuidas potestades cuasijurisdiccionales. Sin
embargo, que no exista una jurisdicción administrativa entendida como potestad jurisdiccional
atribuida a la Administración pública, no significa de ninguna manera que la jurisdicción
judicial sea incompetente para administrar justicia en las relaciones jurídicas en las que una de
las partes es la Administración Pública. Y es que las controversias que se generen en este
ámbito serán resueltas en la llamada jurisdicción contencioso-administrativa (artículo 148 CP),
que pertenece a la jurisdicción judicial.

Será en esta jurisdicción en la que se llevará a cabo plenamente una labor jurisdiccional
que tendrá por finalidad velar por la constitucionalidad y legalidad de la actuación de la
Administración pública, propensa a la extralimitación debido a los privilegios (especialmente

administrativos. Un debate a propósito de la jurisprudencia constitucional”, Primera edición, marzo


2007, pág. 60.
20
EXP. Nº 3741-2004-AA/TC, citado, F.J.7.
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de autotutela) con los que cuenta 21. De modo que será en este ámbito –jurisdicción- donde se
determine a través del órgano jurisdiccional judicial lo constitucionalmente válido, es decir, se
realice una labor de control de constitucionalidad. Así, esta jurisdicción “no verifica
pretensiones previamente a su paso al terreno de los hechos, sino que enjuicia hechos pasados
para discernir a posteriori su legalidad”22.

En el sistema constitucional peruano, por tanto, la iurisdictio es privativa de tres


jurisdicciones: la judicial, la militar y la arbitral. De ahí que los términos “proceso” y “jueces”
referidos en la segunda parte del artículo 138º CP, no solo se refieren a la jurisdicción judicial,
sino también a la jurisdicción militar y a la arbitral. De esta forma, el llamado control difuso de
la constitucionalidad de las normas podrá ser realizado dentro de un proceso judicial, militar y
arbitral por los jueces judiciales, los jueces militares y los jueces arbitrales (árbitros). En ningún
caso puede interpretarse aislada y extensivamente el artículo 138 CP para atribuirle a la
Administración pública la función jurisdiccional, y, consecuentemente, en ningún caso puede
considerarse que la Administración pública tiene atribuido el control de la constitucionalidad de
las leyes y la posibilidad de inaplicar las que ella misma considere inconstitucionales.

IV.- ¿CONTROL DE LA CONSTITUCIONALIDAD POR LOS PARTICULARES?

Morón Urbina 23se hace la siguiente pregunta: si la afirmación del TC es correcta (que la
Administración pública ejerza el control difuso de constitucionalidad de las normas
infraconstitucionales) ¿quién más tiene ese potestad implícita? ¿los ciudadanos? ¿acaso no sería
aplicable a éstos la misma lógica que la usada para atribuir la potestad de control difuso a la
Administración pública?

Esta es una razón más para negar una atribución del control difuso a la Administración
pública, relacionada a los procesos privados. Como se ha concluido anteriormente, en la
Constitución peruana solo se ha reconocido la jurisdicción judicial, la militar y la arbitral. En
estas jurisdicciones es posible hablar de “jueces” y “procesos”. Empero, estos no son los únicos
ámbitos en los que es posible encontrar un órgano de de decisión (que haga las veces de
“jueces”), o una secuencia de actos encaminados a la toma de una decisión (que haga las veces
de “proceso”), sino que esto puede igualmente verificarse en el ámbito administrativo y en el
ámbito privado. Así, es posible hablar de órganos y procedimientos privados. Estos últimos,
como se sabe, son procedimientos que tiene lugar en el seno de una persona jurídica privada, a
través de los cuales órganos de ésta (junta general, gerencia, directorio, etc.), resuelven
cuestiones internas de la institución o cuestiones que atañen a alguno de sus miembros en
relación con la institución.

Es claro, pues, que si se pretende extender a la Administración pública la potestad de


administrar justicia, y consecuentemente, el deber de inaplicar leyes, deberá hacer lo mismo
hacia los particulares, porque tanto una como otros se encuentran en una misma situación
respecto a la atribución de la iurisdictio: no son mencionados expresamente por los artículos

21
Cfr. SANTAMARÍA PASTOR, Juan Alfonso. Principios de Derecho Administrativo, Editorial Centro de
Estudios Ramón Areces S.A., Madrid 1990, págs. 56-62.
22
Cfr. GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo y FERNÁNDEZ, Tomás-Ramón. Curso de Derecho Administrativo.
10ª edición, Civitas, Madrid 2000, pág. 253.
23
Cfr. MORÓN URBINA, Juan Carlos. “¿Es ahora el Poder Ejecutivo el guardián…”, pág. 59-60
209
Elmer Huamán Estrada

138 CP y 139.1 CP, a pesar de que en ambas situaciones es posible hablar de órganos de
decisión (jueces) y de procedimientos. Es decir, si la pretensión es considerar que la
Administración pública es comisionada del poder constituyente para así atribuirle funciones de
control constitucional, entonces deberá reconocer que los particulares son también
comisionados del poder constituyente y debería reconocerles también la capacidad de inaplicar
una ley que sea calificada de inconstitucional.

En efecto, debido a que la Constitución es norma que vincula al poder político, y


debido a que la Constitución está por encima de la ley, la Administración pública (poder
político a fin de cuentas) tendría la facultad de decidir si una ley es o no constitucional, y si la
considera inconstitucional, tendría el deber de inaplicarla. Este mismo razonamiento puede
(debería) efectuarse respecto de los particulares inmersos en procesos privados. Debido a que la
Constitución vincula a los particulares (artículo 38º CP), estos podrán evaluar una ley que atañe
al proceso privado y decidir no aplicarla por inconstitucional, al estar la Constitución por
encima de la ley. De esta forma, o se admite que tanto la Administración pública en los
procedimientos administrativos como los particulares en los procesos privados tienen la
potestad de inaplicar leyes, o se niega esta facultad a ambos.

Y si parece nefasto atribuir a la Administración Pública la posibilidad de desvincularse


de la ley cuando considere que no es constitucional, mucho más grave sería reconocer que los
particulares pueden mantenerse al margen de los mandatos legales por considerarlos
inconstitucionales.

Es por esto que es imperioso insistir en que sostener que la Administración pública y
los particulares no tienen atribuida la potestad de controlar constitucionalmente las leyes y,
consecuentemente, al negarles la capacidad para desvincularse de las leyes que consideren
inconstitucionales, no significa ni negar la existencia de leyes realmente inconstitucionales, ni
que no se pueda hacer nada contra su vigencia efectiva. Es necesario, pues, que se consiga que
leyes inconstitucionales no lleguen a tener vigencia alguna en el ordenamiento jurídico, para lo
cual se inaplicarán o se declarará su inconstitucionalidad con efectos derogatorios. Pero
determinar cuando una ley es inconstitucional y llegar a establecer jurídicamente ya sea su
inaplicación o derogación, no le corresponde a la Administración pública ni a los particulares.
Existen otros órganos a los que se les ha atribuido esa potestad: al Poder Judicial y el Tribunal
Constitucional. Nuevamente aparece el principio de separación poderes para reafirmar la
exigencia constitucional que cada órgano del poder ejerza solo aquellas potestades (facultades
y consecuente deberes) que el constituyente haya decidido atribuirles.

Por lo tanto, hacer extensiva a la Administración la potestad de controlar la


constitucionalidad de las leyes, exige necesariamente extenderla tanto que alcance también a los
particulares. No existe ninguna razón, para reconocer esta potestad a una y a otra no para
cuando ambos la Constitución se presenta como norma jurídica fundamental efectivamente
vinculante, y tanto en el ámbito administrativo como privado es posible hablar de órganos de
decisión y de proceso. Sin embargo, bien pronto se cae en la cuenta de que si procede a
reconocer a ambos el control de la constitucionalidad de las leyes se habrá desnaturalizado la
función de comisionados del poder constituyente que tienen atribuidos tanto en Poder Judicial
como el Tribunal Constitucional

210
El Control Difuso en Sede Administrativa

V.- EL CONTROL DIFUSO EN SEDE ADMINISTRATRIVA EN LA LEGISLACION


COMPARADA.

La discusión acerca de si pueden las Administraciones Públicas hacer uso del control
difuso en sede administrativa también ha sido abordada en la doctrina comparada. Un caso
peculiar es el chileno. En este ha habido una regulación constitucional sobre el llamado control
difuso en sede administrativa. La Constitución chilena ha dispuesto que un órgano
administrativo concreto, la Contraloría General de la República de Chile, tenga la facultad de
controlar preventivamente la legalidad de la actividad de la Administración, y la
constitucionalidad de algunos actos de la Administración, especialmente de naturaleza
normativa.

Así, la Constitución chilena, en su articulo 88 ha dispuesto: “un organismo autónomo


con el nombre de Contraloría General de la República ejercerá el control de la legalidad de
los actos de la Administración, fiscalizara el ingreso y la inversión de los fondos del fisco, de
las municipalidades y de los demás organismo y servicios que determinen las leyes”. Mientras
que el análisis de la constitucionalidad se manifiesta en el articulo 89: “con respecto a un
decreto con fuerza de ley, a un decreto promulgatorio de una ley o de una reforma
constitucional por apartarse del texto aprobado, o a un decreto o resolución por ser contrario
a la Constitución”.

Del tenor de estos dos dispositivos constitucionales, se desprenden ciertas diferencias


con el ordenamiento jurídico peruano. En el caso chileno se le ha otorgado,
constitucionalmente, la potestad de inaplicar normas infraconstitucionales contrarias a la norma
fundamental solo a un órgano administrativo, vale decir a la Contraloría General de la
República de Chile, y no ha habido una atribución de tal potestad a todo ente administrativo. Y
por otro lado, la discusión no tiene sentido puesto que es la propia Constitución la que otorga
tal potestad, y debido a la supremacía de la Constitución, no cabe discutir la constitucionalidad
de un dispositivo constitucional. Lo que pienso podría discutirse en el caso chileno es conocer
cual ha sido el criterio para otorgar tal potestad sólo al anterior mencionado órgano, y
determinar si el dispositivo constitucional puede ser objeto de una interpretación extensiva para
comprender a otros órganos. Empero, los fundamentos para desechar tal posibilidad serían los
mismos que los planteados en el caso peruano para afirmar que constitucionalmente no hay
control difuso en sede administrativa.

En Argentina, al igual que el caso peruano, no hay disposición constitucional alguna


que otorgue el control difuso a la Administración Pública. En virtud a esto, la doctrina argentina
asentada por el Tesoro Público de Argentina establece24:
“1.- Que es evidente que el Poder Ejecutivo no puede ni derogar las leyes ni declarar su
inconstitucionalidad.
2.- Que es igualmente evidente que el Poder Ejecutivo esta obligado a ejecutar y
cumplir las leyes.
3.- Que, sin embargo, también el Poder Ejecutivo tiene la facultad como todo sujeto de
derecho público o privado y la obligación como órgano de la Constitución, de examinar la

24
Ver MORÓN URBINA, Juan Carlos. “¿Es ahora el Poder Ejecutivo el guardián… Ob. Cit.”, pág. 59-60.

211
Elmer Huamán Estrada

validez de las normas legales frente a la Constitución. Pues es obvio que si las leyes del
Congreso son obligatorias y tienen un extendido ámbito de validez, las normas de la
Constitución Nacional son de superior jerarquía y su ámbito de validez del derecho argentino
en su totalidad. Su acatamiento es obligatorio para los súbditos y todos los órganos del Estado.
Es patente, por tanto, que el Poder Ejecutivo puede y debe examinar la validez de la
ley, y si considera que ella es inconstitucional puede (…) adoptar cualquiera de las siguientes
actitudes: a) Ejercer (…) el derecho de veto, b) Plantear su inconstitucionalidad ante el Poder
Judicial de la Nación en los casos y bajo los procedimientos judiciales establecidos; c)
Promover su derogación ante el Congreso de la Nación.
Todo lo dicho en los puntos b) y c) anteriores se entiende sin perjuicio de la
inexcusable obligación del Poder Ejecutivo de cumplir y ejecutar la ley mientras se realizan
esos procedimientos. En consecuencia, si el Congreso dicta una ley inconstitucional, no puede
el Poder Ejecutivo apartarse de ella y ejecutar directamente la Constitución, sino que debe
adoptar algunas de las tres actitudes indicadas”.

Como se ve, en el caso argentino no se le ha atribuido el control difuso a entidad


administrativo alguno. Pero esto no es óbice para que tales entidades, en pro del respeto de la
Constitución, adopten ciertas medidas para asegurar tal respeto, claro está, dentro del ámbito de
su competencia, y sin hacer uso de facultades que para nada se le han atribuido. El principio de
legalidad administrativa es respetado por la Administración Pública en el sentido que no hay
dispositivo constitucional ni norma legal alguna que le confiera la potestad de no aplicar una
norma legal en un caso concreto.

En el Derecho Español la situación es distinta. En este ordenamiento es la propia


constitución la que niega esta facultad a los jueces ordinarios y la reserva como una facultad
propia del Tribunal Constitucional. El articulo 163º de la Constitución española de 1978
dispone: “Cuando un órgano judicial considere, en algún proceso, que una norma con rango de
ley, aplicable al caso, de cuya validez dependa el fallo, pueda ser contraria a la Constitución,
planteara la cuestión ante el Tribunal Constitucional en los supuestos, en la forma y con los
efectos que establezca la ley, que en ningún caso serán suspensivos”. Como se ve, este artículo
regula lo que se conoce en el Derecho Español como la “cuestión de inconstitucionalidad”.

Una interpretación conforme a la Constitución lleva a afirmar que en el ordenamiento


español el control difuso no sólo se ha negado a la Administración Publica, sino incluso a los
jueces ordinarios, ya que éstos, de encontrar una norma inconstitucional tendrán que plantear
esta cuestión al Supremo Intérprete de la Constitución. Es este último el que tiene el encargo de
velar por que las normas infraconstitucionales se ajusten a la norma suprema. Los jueces
ordinarios no pueden más que esperar que el Supremo Intérprete declare la anulación para
recién después desobedecer tales normas.

Pero ¿tal negación, y por ende, exclusividad para el Tribunal Constitucional también
comprende a las distintas administraciones públicas españolas?

Una solución a este problema puede predicarse de la misma manera que en el


ordenamiento peruano. Pero en el caso español la Constitución es más clara que en nuestro
sistema, puesto que de una interpretación sistemática de la norma fundamental española se
puede llegar a la conclusión de que el control difuso ha sido reservado sólo para el Tribunal
Constitucional. Y si no se le ha otorgado a los jueces ordinarios, que también están vinculados a
212
El Control Difuso en Sede Administrativa

la Constitución, con mayor razón la negación a los tribunales administrativos debe hacerse
extensiva. Y es que como he afirmado en un inicio de este trabajo, las funciones son “aquellas
cuotas de poder otorgadas con el fin de ejercer un deber”, y que a la vez deben ser explícitas en
su otorgamiento, no cabe, pues, mediante interpretaciones extensivas tratar de otorgar estas a
entes distintos a los reconocidos por la Constitución. En pocas palabras, tanto la Constitución
peruana como la española han querido ser explícitas al otorgar el control difuso, en el primer
caso, al Tribunal Constitucional y los jueces ordinarios, y en el segundo caso, solo al Tribunal
Constitucional. Como se ve, ambas normas fundamentales no han tenido la intención de
mencionar a la Administración Pública respecto al ejercicio del control difuso, ni siquiera
implícitamente como pretende afirmar cierto sector de la doctrina.

Sin embargo, con esto no se afirma que la Administración Pública no esté vinculada a la
Constitución, ya que es característica esencial de todo Estado Constitucional de Derecho que
todo el poder político y los particulares estén vinculados a la Constitución, puesto que esta es
norma, y norma fundamental. Sin embargo, esto no es motivo para que la Administración
Pública interprete la Constitución e inaplique normas infraconstitucionales. Su vinculación a la
norma fundamental es respecto a las interpretaciones que de ella han hecho los órganos
encargados de llevar a cabo tal labor.
Por lo que se llega a la conclusión que en el ordenamiento español la Administración
Pública también estaría vinculada a las interpretaciones hechas por el Supremo Intérprete
Español respecto a su norma fundamental.

CONCLUSIONES

 El control difuso en sede administrativa es hoy en día un tema de discusión en el


ámbito doctrinal nacional. Existen posiciones a favor y a la vez acérrimos defensores
de que tal figura no puede predicarse de la Administración Pública.
 La Constitución es norma jurídica fundamental. Esto significa que vincula a sus
destinatarios. Uno de esos destinatarios es la Administración Publica, que por su
carácter de poder publico está vinculado, y más aún si con su actuación puede vulnerar
algunos derechos fundamentales de los ciudadanos.
 Empero, esta vinculación no es argumento válido para hacer una atribución de una
potestad que ha sido exclusivamente otorgada a los jueces ordinarios militares y
arbitrales, y al Tribunal Constitucional. Las funciones han sido otorgadas de manera
explícita, y la función jurisdiccional es una de éstas. La función jurisdiccional no ha
sido otorgada a la Administración Pública y por tanto, el artículo 138 de la Constitución
no es de aplicación para ésta.
 La jurisdicción, como concepto propio de los jueces, es “el poder derivado de la
soberanía estatal para juzgar y hacer ejecutar lo juzgado”. Tal función ha sido
otorgada a los jueces. La función cuasijurisdiccional de la Administración Publica tiene
cierta similitud, pero no es la misma. No tiene la característica de la cosa juzgada,
puesto que los actos administrativos pueden ser revisados en el proceso contencioso
administrativo. Los actos del Poder Judicial, en última instancia, son inimpugnables
(salvo procesos constitucionales y la nulidad de cosa juzgada fraudulenta, pero estos
son casos excepcionales).
 El principio de legalidad administrativa no se opone a la normatividad superior de la
Constitución. El primero impone no sólo el sometimiento de la Administración Pública

213
Elmer Huamán Estrada

a la ley, sino al entero ordenamiento jurídico. Es lógico que la cúspide de este


ordenamiento jurídico es la Constitución, por lo cual la Administración Pública
también se encuentra sometida a ella.
 El sometimiento de la Administración Pública a la Constitución no la habilita a
inaplicar normas infraconstitucionales. Esta facultad ha sido reservada sólo a los jueces
y al Tribunal Constitucional. El sometimiento de la Administración Pública es respecto
a las interpretaciones que sobre la Constitución hayan hecho los encargados de tales
labores. Y esto debido a que la Constitución es un conjunto de dispositivos que
requieren de ser interpretados. Si tal interpretación no hubiera sido confiada de manera
exclusiva a ciertos entes del poder público, la interpretación de la norma fundamental
podría ser llevada a cabo no sólo por el poder político en general, sino incluso por los
particulares. El caos y la inseguridad jurídica serían una consecuencia de tal
planteamiento.
 No obstante, los supuestos para que la Administración Pública se encuentre frente a una
norma manifiestamente inconstitucional son muy escasos hoy en día, puesto que la
promulgación de leyes es un procedimiento que en su desarrollo es adecuado al
ordenamiento (la mayor cantidad de veces). Una ley inconstitucional es tal luego de
todo un proceso de interpretación. Como última ratio cabe incluso someter la ley
aparentemente inconstitucional al juicio conocido como “interpretación conforme a la
Constitución” y al principio de proporcionalidad. En virtud al primero, si se obtiene una
interpretación de una norma legal conforme a la Constitución, la constitucionalidad de
tal norma se habrá salvado. Con respecto al principio de proporcionalidad (conocido
como el “limite de los límites”) cabe salvar la constitucionalidad de una ley que limite
derechos fundamentales siempre que la misma apruebe el test de proporcionalidad,
que contiene a su vez los tests de idoneidad, necesidad y proporcionalidad en sentido
estricto. Es lógico que tales juicios conllevan una complejidad para la cual han sido
preparados (en teoría al menos) sólo ciertos funcionarios públicos: los jueces y sobre
todo los miembros del Tribunal Constitucional.
 Sin embargo, esto no significa que ante una norma inconstitucional la Administración
Pública no pueda hacer nada. Considero que debería regularse legislativamente la
posibilidad de comunicar tal eventualidad a organismos como la Defensoría del Pueblo,
organismo que si podría interponer una acción de inconstitucionalidad. O podría
plantearle la propia Administración Pública al administrado que interponga un amparo
o un hábeas corpus si es que la ley vulnera un derecho fundamental según sea el caso
(mediante un amparo contra normas legales, o mutatis mutandi, un hábeas corpus
contra normas legales). Empero, hasta alguna reforma legal que implemente alguna
herramienta, como por ejemplo, el incidente de inconstitucionalidad, o alguna reforma
constitucional, no se debería hablar de un control difuso en sede administrativa. Por eso
es criticable el precedente vinculante que diera el Tribunal Constitución en donde se
otorga el control difuso a ciertos entes administrativos.

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