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Título del Trabajo:

EL VÍNCULO MADRE-HIJO CON DÉFICIT

ORGÁNICO.

¿CÓMO PREVENIR QUE EXISTA UNA

PATOLOGÍA AGREGADA?

Nombre y Apellido del Autor: María Victoria Marin.

Nombre y Apellido del Profesor Titular: Magíster , Lic. Norma

Bruner.

Curso para Graduados : Clínica con bebés y niños con

discapacidad y/o problemas en el desarrollo: Duelos en juego.

Nombre de la Universidad: UNIVERSIDAD DE BUENOS

AIRES.

Fecha de presentación: 03 de Agosto de 2009.


INTRODUCCIÓN:

Antes de empezar a desarrollar el tema nos parece importante


señalar una frase de Freud (1912) en ”Sobre la dinámica de la
transferencia”:

“Rehusamos establecer una oposición fundamental entre ambas series


de factores etiológicos y suponemos más bien la existencia de una
colaboración regular entre ambas para el efecto observado. El destino
de un hombre es determinado por dos poderes: Daimon y Tujé, muy rara
vez, quizás nunca, por uno de ellos”.

Esta frase hace alusión a que prácticamente siempre se


encuentran entrelazado lo biológico con lo psicológico. Y en nuestro
trabajo, se analizará como influye lo biológico de un bebé con un déficit
orgánico en la relación padres-hijo; afectando la constitución subjetiva
del niño, y generando una patología agregada (que no es propia de lo
orgánico). Partiendo de allí, nuestro objetivo es ver de qué modo
podemos trabajar con los padres que tienen un bebé con esa
problemática, para poder prevenir esa patología agregada.

Por esta razón, comenzaremos precisando que se pone en juego


de los padres con la llegada de un bebé (sin un déficit orgánico), para
luego poder dilucidar como se establecerá con un niño que si presente
esta problemática. Desde esta formulación, ya estamos haciendo un
acercamiento a que este vínculo tenga sus particularidades. ¿Cuáles
son? ¿A qué se deben? Trataremos de contestarlo a lo largo de este
trabajo.

Finalmente, se intentará esbozar algunas peculiaridades del


trabajo clínico con esos padres.

EL HIJO ESPERADO-EL HIJO NACIDO.

En este apartado vamos a intentar responder a la pregunta ¿Qué


es, para los padres, el nacimiento de un niño? Para eso, podemos tomar
un fragmento de Freud en “Introducción al Narcisismo” (1914) donde
nos habla de “His majesty the Baby”:

“(…) Deberá realizar los deseos incumplidos de sus progenitores y llegar


a ser un gran hombre o un héroe en lugar de su padre o si es hembra

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casarse con un príncipe, para tardía compensación de su madre. El
punto más espinoso del sistema narcisista, la inmortalidad del yo, tan
duramente negada por la realidad, conquista su afirmación refugiándose
en el niño. El amor parental, tan conmovedor y tan infantil, en el fondo
no es más que una resurrección del narcisismo de los padres, que revela
evidentemente su antigua naturaleza en ésta, su transformación en
amor objetal”.

Lo que este párrafo nos indica es que en el hijo, se juega el


narcisismo de los padres, su ideal, dimensión interviniente en la
construcción del aparato psíquico de recién nacido.

Siguiendo esta línea de pensamiento, Mannoni en el “El niño


retrasado y su madre” (1964) nos cuenta que para la madre el
nacimiento de un hijo es ante todo, la revancha o el repaso de su propia
infancia. Por eso, la llegada del niño va a ocupar un lugar entre sus
sueños perdidos; un sueño encargado de llenar lo que quedó vacío en su
propio pasado, una imagen fantasmática que se superpone a la persona
real del niño. Por esta razón, este niño soñado tiene por misión
restablecer, reparar aquello que en la historia de la madre fue juzgado
deficiente, sufrido como una carencia, o prolongar aquello a lo que ella
debió renunciar.

Pero también vale aclarar que nunca la realidad de un hijo se


articula exactamente con lo imaginarizado hacia él, siempre se identifica
una hiancia.

En el próximo apartado veremos qué sucede si ese niño, cargado


así de todos sus sueños perdidos, llega enfermo, ¿qué será de él?

REACCIONES DE LOS PADRES FRENTE A UN DÉFICIT

CONGÉNITO EN EL HIJO.

Como se empezó a esbozar anteriormente, Jerusalinsky (1988) nos


cuenta que al nacer un niño deficiente, el contraste entre el hijo
esperado y el que acaba de nacer afecta centralmente la función
materna, ya que la madre se encuentra con el duelo de la pérdida del
hijo imaginado. Por eso, siente al recién llegado como un impostor, o en
el mejor de los casos, como un verdadero desconocido. Ya no sabe más
lo que se debe hacer con esa criatura que tiene dificultades

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constitucionales, y que provoca resonancias todavía más extrañas en el
fantasma materno.

Mannonni (1964) continua esta línea de pensamiento aclarando


que la irrupción en la realidad de una imagen del cuerpo enfermo va a
causar en la madre un shock: desde el plano fantasmático un niño
imaginario llena un vacío; pero cuando surge el ser real con una
enfermedad, no solo va a despertar los traumas y las insatisfacciones
anteriores, sino que impedirá más adelante, en el plano simbólico, que
la madre pueda resolver su propio problema de castración.

Es decir, que cada mujer, ante la falta de las señales de


identificación de su niño enfermo, va a vivir su angustia en función de
aquello que la ha marcado en su historia; es decir, en función de su
propia castración. Cada madre vivirá así, según su propio estilo, un
drama real que siempre hace eco a una experiencia vivida con
anterioridad en el plano fantasmático y de la cual ha salido de algún
modo marcada.

Así se explica, como la sustentación, la manipulación, la tarea de


conectar al niño con el entorno, la transmisión del lenguaje, el juego,
todo, puede y suele quedar profundamente perturbado cuando el déficit
constitucional del bebé produce un desencuentro precoz entre la madre
y su niño. Desencuentro que, por un lado, aparece como el efecto de un
dolor que se instala, suprimiendo el goce del intercambio madre-hijo:
por otro lado, se alimenta con los bajos niveles de registro y respuesta
del pequeño ocasionados por los déficits constitucionales de éste.

Jerusalinsky y Coriat (1977) van a retomar esta idea de que


muchas veces este desencuentro se produce por un componente
orgánico. Esto se puede ver, cuando nos señalan que la actividad inicial
del lactante tiene una marcada influencia en el establecimiento de la
relación madre-hijo, y si bien esta relación no está determinada
cerradamente, influye en ella por ser punto de tránsito obligado de la
subjetividad de la madre en la conexión con el hijo.

Inicialmente, las respuestas del niño están marcadas por la


actividad refleja, la actividad espontanea, y por las expresiones de su
tono muscular y su gestualidad; y estas respuestas del niño
realimentarán un circuito emocional que tiene centro de determinación
en la madre. Pero, también nos muestran como esta retroalimentación
podrá ocasionar cambios en la posición de la madre con respecto al niño

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con un déficit congénito (o con alguna alteración en su actividad refleja,
la actividad espontanea, y por las expresiones de su tono muscular y su
gestualidad), modificando así el lugar simbólico que el hijo ocupa y el
valor que significa.

Para explicarnos como la alteración de estas actividades iníciales y


constitucionales del bebé aumenta significativamente el riesgo del
desencuentro entre la madre y su niño, Jerusalinsky y Coriat agrupan a
los niños según sus patologías en cuatro grupos y hacen la correlación
de lo que siente la madre en relación a dicha alteración (Vease CORIAT,
L. y JERUSALINSKY, A: “Cuadernillos del desarrollo infantil”. N ° 1 y N ° 2
Edics. FEPI. 1989)

Jerusalinsky (1988) nos cuenta que la Estimulación Temprana


trabaja con este desencuentro y en el deseo parental de solucionarlo.
Para eso, intenta reconstruir los aspectos dañados de la función
materna, a veces hasta sustituirla parcial o totalmente mientras dura la
crisis de la madre, siendo que, muchas veces, es posible proporcionarle
elementos de sustentación durante su lucha por recomponer su posición
de mujer dispuesta criar un hijo. A veces hasta sustituirla porque la
fragilidad de este niño no admite muchas dilaciones, ya que las
consecuencias de un distanciamiento materno pueden ser graves y, si
prolongadas por meses, irreversibles. Así, pueden instalarse rasgos
autistas, pueden perderse la oportunidad de moderar expresiones
patológicas del sistema nervioso y neuromuscular, características
hipotónicas pueden acentuarse y transformarse en más permanentes, o
puede acentuarse la lentitud de una maduración ya originalmente
comprometida.

Todo esto nos lleva a coincidir con Garbarz (1995), que expresa
que tanto en la madre como en el padre, la presencia de un problema
que ponga en cuestión el futuro de su bebé, produce un impacto difícil
de imaginar y de dimensionar. Pero, a veces, tomamos conciencia de la
magnitud de esta conmoción al escucharlos relatar sus vicisitudes desde
el inicio del problema con su bebé. Pero esto es solamente la punta
emergente del iceberg. El resto, lo que no se dice, lo que no se conoce,
lo que se teme, constituye el oscuro montaje que se oculta bajo la
superficie. No se ve, pero está, forma parte de la estructura de lo que les
sucede a los padres. Además se sabe que estos elementos subyacentes
tienen formas de manifestarse (como los que marcamos anteriormente

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en el párrafo de Jerusalinsky), por ello es necesario aprender a
reconocerlos y abrir espacios clínicos para que esto pueda desplegarse.

Justamente en el apartado siguiente vamos a analizar estos


elementos subyacentes que se ponen en juego en los padres para así
explicar cómo es que se produce una patología agregada.

¿POR QUÉ SE GENERA UNA PATOLOGIA AGREGADA?

Primero quisiéramos aclarar a qué hacemos alusión cuando


hablamos de patología agregada; si bien a este tipo de bebés se les
pueden agregar varios inconvenientes por cuestiones psicológicas de los
padres, como algunas de las que nombraba Jerusalinsky en el párrafo
anteriormente citado (rasgos autistas, falta de moderación en
expresiones patológicas del sistema nervioso y neuromuscular,
características hipotónicas y lentitud de una maduración); para nosotras
las patologías primordiales que intentaremos de prevenir son el autismo
y la psicosis.

Siguiendo esta idea y en relación al desencuentro entre la madre y


el hijo, Garbarz (1995) ubica en la fractura de la interacción madre/hijo
el campo en donde se estructuran los síntomas autistas. Estos pueden
manifestarse muy tempranamente como rasgos tempranos de
desconexión del bebé, que, en tanto no sea posible la disolución de los
mismos por una intervención terapéutica que modifique ambos términos
en juego (los relativos a la posición materna y los inherentes a las
condiciones orgánicas del bebé), pueden llevarlo al montaje de una
estructura autista. A medida de qué ésta se organiza, tiende a
consolidarse y es más difícil su remisión.

En cambio, la otra vía, en la que los significantes paternos quedan


forcluidos, excluidos, independientemente de la existencia de otros
determinantes, pueden lanzar al niño hacia el campo de la psicosis. La
falta de estas marcas dejan al niño desprovisto de los referentes
simbólicos necesarios para su constitución subjetiva.

¿Pero por qué pueden faltar estas marcas? Como vimos


anteriormente la irrupción de un bebé con un déficit orgánico va a
acentuar el carácter fatal de la enfermedad, haciendo así como dice
Mannonni (1964) que la relación amorosa madre-hijo tenga siempre, un
trasfondo de muerte, de muerte negada, disfrazada, la mayor parte del

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tiempo en amor sublime; a veces de indiferencia patológica; en
ocasiones, de rechazo conciente; pero las ideas de muerte están ahí.

Sería como si en realidad se concretará cierta situación


fantasmática: se le da ese niño a la madre como un objeto para cuidar,
fuera de la influencia del marido; y muchas veces hallará la fuerza para
criarlo remitiéndose a su propio padre. Porque ese verdadero acceso a la
feminidad debe pasar ineluctablemente por la renuncia al niño fetiche,
que no es otro que el niño imaginario del Edipo.

Con esto, a lo que queremos llegar, es que el niño enfermo es rara


vez incorporado a una situación verdaderamente triangular. En tanto
que custodio de la ley, el padre no puede sino sentirse perplejo ante un
niño que, desde el comienzo, está destinado a vivir fuera de todas las
reglas.

Por esta razón, la función paterna, aparece afectada casi siempre


por la suspensión de toda inscripción simbólica de este niño, y también
por el rechazo afectivo por parte del padre real. Los padres no se
sienten con el derecho a ser tratados como interlocutores validos,
muchas veces dicen: “Un niño enfermo es asunto de la mujer”. Si el
padre acepta con serenidad la enfermedad de su hijo, es casi siempre al
precio de una enorme culpabilidad: como hombre, como padre, es
siempre en alguna medida un fracasado. Esta es la fractura abre la
peligrosa instancia de la psicosis precoz sobreagregada al déficit
orgánico. La madre se siente hasta tal punto comprometida con su niño
que le es difícil renunciar.

Otro de los factores que se les suele poner en juego a los padres
es que como añade Jerusalinsky (1988), en lo real este niño no es como
los otros, y esto produce un efecto siniestro. Si lo siniestro se impone, la
sombra del hijo deseado y perdido caerá sobre el yo de los padres
abriendo el camino de la depresión melancólica. Entonces la pregunta
“¿Por qué a mí?” los traerá una y otra vez a la autocontemplación
quejumbrosa, dejando al hijo fuera de este círculo narcisístico. Los
padres también pueden hacer esfuerzos explicativos para suavizar este
efecto siniestro. Se tornarán entonces alternativamente mártires o
victimas de un castigo, misioneros reparatorios, tal vez estoicos y
orgullosos guerreros sociales por sus hijos; quizás hasta lleguen a
ostentar su niño deficiente como un galardón de heroísmo.

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Así, mientras los padres pasan de lo siniestro a la epopeya, el niño
cuyo reconocimiento en lo humano ha quedado distanciado hace su
entrada en la psicosis, porque en él no puede aparecer el deseo, sino
sólo la concordancia con lo planificado. Estos padres no esperan que el
niño se manifieste, sino que cumpla bien su rol en la escena heroica, o
en la tragedia.

Hasta aquí se puedo ver cómo afecta a los padres el déficit


orgánico y como esto interviene en la constitución subjetiva del niño. Por
eso Garbarz (1995) señala que aunque las limitaciones de su
discapacidad inicial pueden ser el obstáculo intrínseco para cumplir
algunos o todos los aspectos de sus potencialidades de desarrollo, hay
un aspecto central y excluyente con el que tenemos que trabajar; que es
como el bebé portador de una patología del desarrollo, recorre el camino
de su constitución subjetiva. Para que los padres puedan realizar las
inscripciones fundantes de su filiación, y que la crianza esté dirigida
hacia su progresiva inclusión en el circuito de la cultura a la que
pertenece.

PUNTUALIZACIONES EN EL TRABAJO CON LOS PADRES.

Creemos que el eje de la intervención terapéutica tiene que


apunta en primer lugar a desmantelar los síntomas que llamamos
sobreagregados. Ya que éstos, fueron conformándose a lo largo del
proceso clínico y no pertenecen directamente a lo determinado por la
patología de base, y por eso es posible que estas manifestaciones
también puedan extinguirse.

Garbarz (1995) nos cuenta que cuando esto sucede, se observan


evidentes mejorías en la disponibilidad del niño para aprender,
desaparecen algunos síntomas clínicos, y mejora la interacción entre
padre e hijos. A su vez, también pueden identificarse más claramente
los síntomas de raíz orgánica que antes estaban encubiertos, lo que
permite realizar intervenciones específicas para mejorar las funciones
alteradas por la patología de base.

Temáticas del trabajo clínico:


En este apartado se tratarán los temas a tener en cuenta en el
trabajo con los padres de un chico con un déficit orgánico, basándonos
en el trabajo realizado por Jerusalinsky (1988).

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Lo primero con lo que tenemos que trabajar es la elaboración del
choque traumático del nacimiento, como la irrupción de alguien no
esperado y la pérdida del niño deseado. Para esto, tendremos en cuenta
que estos padres tendrán que atravesar un duelo con lo que esto
implica. Freud nos explica en “Duelo y Melancolia” (1917) que:

“(…) El examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado no


existe ya y demanda que la libido abandone todas sus ligaduras con el
mismo (…) Lo normal es que el respeto a la realidad obtenga su victoria
y sólo es realizado de un modo paulatino (…) continuando mientras
tanto la existencia psíquica del objeto perdido (…)”

Cuando este duelo es en algún punto elaborado (sugerimos en


algún punto porque no sabemos si realmente es un duelo que se puede
elaborar completamente), se suele instalar la re-negación, que permite
la coexistencia, en la conciencia, de dos ideas contradictorias: “Es
deficiente pero para nosotros es como si fuese normal”. O de
denegación, que permite la amortiguación del afecto ante una verdad
emergente e inaceptable para el sujeto.

Otro aspecto con lo que tenemos que trabajar es con lo que


Mannonni (1964) nos advierte con la llegada de un niño enfermo, que es
que los padres en respuesta a la demanda del niño, muchas veces
prosiguen, de alguna forma, una gestación eterna (que llena un deseo
en el plano de la fantasía inconciente). Y así el niño queda alienado
como sujeto autónomo, para devenir objeto a cuidar. Por eso, los padres
continúan llamando “chicos” a los adultos deficientes. Expresando su
retención del hijo en un lugar “protegido”: el de la infancia. Son así
hombres y mujeres que no tiene perspectiva más allá de su
dependencia. El asunto del trabajo, la sexualidad, la circulación social,
están en cuestión: el deseo parental tropieza con limitaciones, pero a
veces como explicábamos anteriormente es ese mismo deseo el que las
fabrica.

Enfocándonos en la identificación sexual, se torna complicada en


los deficientes porque hay una fractura en la identificación de los padres
hacia el hijo. No lo ven igual, y allí surge el impedimento para que ellos
se sientan iguales; precisamente en lo que más los sitúa como humanos,
y en lo que más complicado resulta desde la perspectiva parental: la
definición del papel sexual del deficiente mental.

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Otro punto en cuestión es que se produce una duplicación en toda
consideración hacia el hijo; en la cual, la función afectada todo lo
abarca, pero el deseo interroga acerca del niño más allá de la afección.
Así surgen preguntas como: “¿A pesar de ser deficiente, va a poder
hablar?” “No me importa si no es un atleta, mientras pueda divertirse”.
Así hablan los padres de su doble imagen del hijo: el que puede y el que
no puede.

Otra temática en cuestión, en relación a la eterna gestación, es el


planteo de ¿Qué será de él cuando no estemos? Esto se da porque no
logran articular formas de transición ante el estar en esta casa parental,
y estar en otro lugar.

Así, los hermanos ocupan roles de ayudantes o víctimas. La


duplicidad del hijo se proyecta en los hermanos, que pasan a soportar la
identificación proyectiva de los padres, desde héroes salvadores hasta
indefensos condenados.

Tal vez, la frase que resuma todo es la siguiente: “Si lo ayudamos


y progresa, ¿va a tener conciencia de su enfermedad, de su diferencia?
¿y eso lo hará sufrir?” En esta cuestión, nuevamente retorna lo
reprimido, tentando a evadir las castración simbólica. Aquí se observa
el planteo de ser sin sufrir por lo que se desea (imposible para un sujeto,
es decir, se le estaría pidiendo que “que no sea”) y a su vez Jerusalinsky
pregunta si no será que los padres no toleran que descubran lo que
imaginariamente ellos sienten que le han hecho. Este deseo sólo se
realiza cuando algo en el “deseo del hijo” se pervierte, por culpa, por
persistencia y fascinación de lo siniestro, o por heroísmo narcisista.

Y finalmente uno de los puntos claves del análisis con este tipo de
padres es el planteo de si el tratamiento es terminable o interminable.
Frente a esta pregunta tenemos que tener cuidado, ya que alude al
constraste entre el deseo de cura total (“terminable”) y la idea de
enfermedad eterna e irreversible (“interminable”). En relación al
primero, la angustia se hace presente por la impotencia; y en la segunda
por lo real siniestro. Son dos puntas entre las cuales los padres se la
pasan rebotando sin salida, a menos que encuentren una nueva
simbolización para este hijo.

Para esto, tendremos que crear algo de sentido, que no estaba


antes. En estos casos es conveniente usar intervenciones cortas, ya que
sino no se pueden sostener, para terminar dando un nuevo sentido, que

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tiene que pasar de ser sostenido por la palabra del analista a ser
sostenido por la palabra de los padres.

Lo importante es que cada terapeuta sepa poner punto final a la


fase en que le tocó intervenir (ya que son niños que pueden necesitar
tratamiento durante muchos años). Los tratamientos en este tipo de
patología tienen su límite de recuperabilidad, y por ello los niños
siempre continúan dando la impresión de que necesitan más de tal o
cual cosa. En este límite está el fin del tratamiento, y allí, en el corte, es
donde terapeuta, niño y padres resignan lo que nunca llegará a
producirse; la cura total.

El lugar del analista:


En el ítem 1 se analizaron las temáticas a tratar con los padres que
tienen un bebé con un déficit orgánico, en esté se observaran las
particularidades de la clínica y lo que el analista debe tener en cuenta.

Lo primero que debería hacer un terapeuta es establecer lo real,


para así poder acotar la angustia de los padres y definir de un modo más
preciso el límite que afecta al niño enfermo, en cuanto a sus
posibilidades funcionales. Ya que no se puede dejar a los padres a la
deriva de supuestas catástrofes o supuestos milagros, porque esto
puede resultar una verdadera condena para ese niño. Esto supone
escuchar con precisión, también, en qué posición, respecto al niño, la
serie simbólica está actuando. Porque en ello reside la posibilidad de
una conclusión engañosa en el plano diagnóstico.

Pero fundamentalmente, establecer lo Real también significa


definir cómo los padres se oponen, inadvertidamente, con su propia
fantasmática, a viabilizar su sujeto en ese niño.

Para poder abocarse a lo Real en su propio campo (lo médico, lo


ortopédico, lo fisiológico), y la que se propone operar este Real en el
campo de lo fantasmático es necesario que la admisión del paciente sea
hecha de tal modo que, desde el inicio, se pueda desdoblar la escucha
de la demanda.

Jerusalinky cuenta como este modo de operar ha contribuido a


instalar la transferencia, transferencia que sufre las vicisitudes de toda
neurosis de transferencia: idealización inicial del terapeuta, regresión de
los padres a posiciones de “no saber cómo criarlo” (todo el saber está en
el terapeuta, como antiguamente estaba en sus propios padres),

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depresión por autoculpabilización, agresivización de la relación
terapéutica, desidealización del terapeuta.

Si el terapeuta pudo renunciar a su saber supuesto, en un ejercicio


incesante de hacer trabajar en los padres lo que se puede responder (lo
que se pregunta sobre el “destino” del niño), es bien probable que los
padres retomen la conducción de su hijo, con las limitaciones que le
sean propias. Aquí el terapeuta precisará hacer una renuncia a su
pretensión narcisistica de ver “su obra acabada”, aceptando que el niño
tenga la vida imperfecta, con las instituciones imperfectas, que, en este
mundo imperfecto, estos padres imperfectos le podrán proporcionar.

Por otro lado, el terapeuta tiene que enfocarse en el trabajo por la


denegación del deseo de muerte hacia ese niño. Nos parece muy claro
cuando Jerusalinky dice que con lo real los humanos nada podemos
hacer sino anudarlo a sus representantes simbólicos para poder hablar
de él. Para esto es necesario que los los padres se sitúen en relación a la
deficiencia en la posición de “Sabemos que es deficiente, pero para
nosotros, en lo cotidiano, es como si fuese normal”, o “No es que no nos
preocupe, sino que tenemos que vivir el día a día”, etc; les permite
convivir con su hijo deficiente en un plano de “normalidad”. Con efectos
normalizantes para el niño. Este proceso de denegación, como decíamos
anteriormente sólo es posible a partir de la elaboración del trauma
inicial.

Pero hay ciertas cuestiones, que retornan desde el fantasma social


a los padres y al niño, cada vez que éstos dan un paso (real o
imaginario) en la dirección de la integración se proponga o se imagine.
Estos momentos reabren los anudamientos que se articularon alrededor
de la enfermedad del niño en el momento traumático inicial. Esto lo que
genera son vacilaciones del yo ideal del niño, por eso cada vez que éste
demuestra su fragilidad, se debería dar lugar a una intervención
analítica.

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BIBLIOGRAFIA

• Freud, S: “Sobre la dinámica de la transferencia” (1912), en Obras


Completas, vol. XII, Editorial Amorrortu, Buenos Aires, Argentina.

• Freud, S: “Duelo y Melancolia” (1917), en Obras Completas, vol.


XIV, Editorial Amorrortu, , Buenos Aires, Argentina.

• Freud, S: “Introducción al Narcisismo” (1914), en Obras


Completas, vol. XIV, Editorial Amorrortu, , Buenos Aires, Argentina.

• CORIAT, L. y JERUSALINSKY, A: “Cuadernillos del desarrollo


infantil”. N ° 1 y N ° 2 (1989) Edics. FEPI.

• MANNONI M. “El niño retrasado y su madre” (1964), Paidós,


Buenos Aires, Argentina.

• GARBARZ, J.: “Estimulación temprana en los problemas del


desarrollo infantil” (1995) en Garbarz Jorge y Colaba.:
“Estimulación temprana e intervención oportuna. Un enfoque
interdisciplinario biopsicosocial”. Miño y Davila Editores.

• JERUSALINSKY, A. y Colabas.: “La dirección de la cura de lo que no


se cura” (1988) en Psicoanálisis en los problemas del desarrollo
infantil. Edics Nueva Visión. Argentina.

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