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Julio Moreno
Así como, siguiendo a Winnicott, “no hay bebé sin madre”, las situaciones clínicas
que se nos presentan en la infancia no las puedo comprender ni tratar sin tener
en cuenta el vínculo parento-filial. Podríamos entonces decir “no hay niños sin
padres” (o sin subrogados de ellos) y “no hay neurosis infantil sin alguna
participación (o repercusión) de la dinámica de la familia que cría al niño”.
Esto no quiere decir que no se pueda tratar a un niño en una terapia individual.
Hay indicaciones precisas en este sentido. Pero, a la hora de intentar una
aproximación diagnóstica o una indicación terapéutica, creo que es crucial
pensarlas junto con el eje del vínculo parento–filial.
Para Freud un niño tampoco era una entidad separable de sus padres. La
diferencia entre adultos y niños en análisis, pensaba, no estriba en el contenido
de los temas que tratan, ni en su inteligencia, o en el modo de expresión que
utilizan: se relaciona directamente con la vinculación que los pequeños tienen
con sus padres presentes, “on the spot”. Esa vinculación ocupaba, para él, el
lugar que en los adultos tienen nada menos que el superyó, la disposición a la
transferencia y la resistencia. De modo que la psicopatología infantil estaría
necesariamente inmersa en el contorno del vínculo parento-filial. La
jurisprudencia opina algo parecido: los niños no son imputables por sus
acciones, los responsables de las mismas son sus padres.
c) Por otra parte, si bien se podrían agrupar cuadros con sintomatología similar y
etiquetarlos con un nombre (histeria, fobia, neurosis obsesiva, psicosis, etc.), el
Psicoanálisis trata con singularidades. Las etiquetas puede que sean útiles para
informes para prepagas, estadísticas o para conversar entre colegas, pero sólo si
se hacen estas salvedades. Esto último es común a todas las edades, pero una
etiqueta diagnóstica en un niño es mucho más riesgosa por las marcas indelebles
que puede dejar en el desarrollo y en quienes participan del discurso infantil que
pueden leer en el capítulo 7 y en el 8 del libro “Ser Humano”.
Las neurosis que pululaban en la Modernidad (época de Freud) tenían como uno
de sus marcos lo que he denominado discurso infantil que, en su máxima
expresión, ha dominado los avatares de la familia moderna: una suerte de nicho
en el que vivían los niños dentro de un ambiente altamente erotizado (“el niño
como un juguete erótico”, al decir de Freud) con la particularidad de que eran
justamente esos padres erotizantes quienes debían prohibirla. De modo que por
mandato social, fomentaban por un lado el impulso incestuoso con el trato
amoroso hacia los hijos y, por el otro, los prohibían. De ahí que en aquellos
cuadros los conflictos y los síntomas aparecían por doquier. Estos eran (y son)
resultado de fallas en la configuración y estabilidad del discurso infantil, tanto por
lo incestuoso que lo invadía con enorme pujanza, como por las prohibición de su
consumación que la familia misma debía imponer. Foucault es claro al dividir los
dispositivos para regular las relaciones sobre la sexualidad de alianza (el arreglo y
la reglamentación de los encuentros matrimoniales) y de régimen de lo sexual
(reglamento del placer de los cuerpos). En ese sentido en el Medioevo
predominaba la reglamentación familiar de los dispositivos de alianza y casi nadie
(de la familia) se ocupaba de lo sexual (como se ve en cuadros de Brueghel). En la
época actual sucede en cierto modo lo inverso: los jóvenes se ocupan
principalmente del régimen de lo sexual y el de la alianza va quedando como un
residuo por inercia. La época moderna de Freud fue una mezcla notable: la
familia se debía ocupar de ambos dispositivos. La neurosis debe su florecimiento
extraordinario de aquella época a este hecho. Delata esa contradicción.
Pero el recurso típico y característico del niño frente a estos callejones sin salida
no es el buscar de por sí una respuesta. Es que ese recorrido halle consuelo y se
detenga en la suposición (no una certeza) de que alguien, otro ser viviente, sabe
eso. De modo que él supone que el significado de su participación en el mundo, la
respuesta a sus incertezas, incluido su destino, aquello que falta para que su
universo sea completo; existe en la mente de sus padres o subrogados, de quienes
espera y se esfuerza por recibir reconocimiento y amor, y cuya presencia viva es
referencia central de su identidad. Eso conforma y posiciona a él y a sus padres
en el discurso infantil. Al atribuirles ese saber sobre sí, el niño puede dejar de
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Al respecto debo hacer aquí una aclaración: al hablar del discurso infantil del niño
actual, habría que referirse al discurso de un niño de la modernidad en transición. Esto es
debido a que las instituciones que garantizaban y sostenían ese discurso (familia, infancia
entre otras) están en crisis.
Histeria en los niños, Julio Moreno, página 5
De modo que podemos decir con énfasis que cuando un niño acude a la consulta
estamos frente a la evidencia de que algo del discurso infantil ha fallado y el niño
ha debido robustecer, crear o exagerar alguno de lo que suelen llamarse
“mecanismos de defensa” que yo entiendo como un reforzamiento de lo que he
llamado la cuenta psíquica (una estructura que sigue la lógica de lo asociable y
numerable que envuelve con significados lógicos los interrogantes del ser frente al
mundo) cuando el discurso infantil no logra suturar el enigma suscitado. Es
como un llamado del niño para que se rectifiquen fallas en el sistema de calma y
respuestas del discurso infantil. Por ejemplo en el caso de la histeria podrían ser
la generación de un plus de deseo del otro por uno, o la identificación con un
tercero importante, el intento de rectificar la impotencia presumida en el padre o
subrogado, o incluso en un refuerzo de lo que el niñ@ percibe como “sexual” de
ella misma desplegado en el mundo real o imaginario del pequeñ@. Porque los
Histeria en los niños, Julio Moreno, página 6
niñ@s histéricos descubren precozmente que uno de los ángulos más efectivos
para “conquistar” a los mayores es ofrecerse como objetos sexualmente
atractivos. Aún cuando no sepan bien de qué se trata esto se comportan como si
lo supieran. Tambien pueden con ello intentar que el padre sea más potente que
lo que suponen.
Es de notar que así como las fobias se despliegan en el espacio habitado, las
histerias lo hacen en el cuerpo y en el entorno erotizado, mientras que los
trastornos obsesivos transcurren en la zona del pensamiento. Es por ello que
Freud al relatar casos de NO (como el del Hombre de las Ratas) prescinde de
detalles del entorno social de su vida. En cambio al hablar de “las histéricas”
desarrolla esos detalles con una notable extensión (Dora, Isabel de R. Rosalía, por
ejemplo).
¿Tal vez se deba todo eso al lugar recluido de la sexualidad, ya que niños e
histéricas cuadros representan de algún modo a la sexualidad infantil reprimida?
Habría que pensarlo.
Otra cosa que aúna a la niñez y la histeria es que los dos momentos más
productivos del psicoanálisis clínico surgieron por sus encuentros con la histeria
y con el niño. El psicoanálisis parece “hecho” a medida para ellos.
Para mí, la razón de fondo de tantos parecidos es que el espacio en que habitan
ambos es notablemente similar: para subsistir tanto la histeria como el niño
necesitan convocar en alguien un deseo. Nada peor para una histérica que ser
indiferente para su interlocutor, y nada peor para un niño que encontrarse con
desinterés por él. Esos son los peores maltratos. A veces los niños promueven
aversión de parte de alguno de sus padres porque prefieren eso a la indiferencia.
Las razones del parecido es que los discursos que reglamentan los vínculos de
niños e histéricas tienen profundas semejanzas. Ambos habitan un espacio
particular: el que media entre ser deseados como objetos que completen o
satisfagan al otro a quien se dirigen, y el de ser efectivamente tomados por ese
Histeria en los niños, Julio Moreno, página 9
objeto. Ese espacio “entre” se centra en una paradoja: ¿cómo concitar el interés,
cómo ser deseable para ese otro sin satisfacer textualmente la demanda que le
inspiro?, o ¿cómo despertar su apetito sin que me coma? O ¿cómo hacer que ese
apetito de tinte sexual no termine en un acto sexual? Quizá por ello suelen ser
víctimas de abuso. Y cuando lo son, en el imaginario social, no rara vez figura la
idea de que de algún modo lo promovieron ellas.
La Histeria se conecto con quien detecta como “Amo” o “dueño”. Esa figura
cambia su encarnadura con las épocas ella sabe encontrarlo. Primero fue la
Iglesia: la histérica se ofreció como santa o hereje a sus brazos. Siempre con un
tono intermedio entre ser candidata a “la elegida” y ser una excepción
contestataria a la doctrina. Luego le toco el turno a la ciencia médica,
preponderante desde su saber en los inicios de la modernidad. Con ella la
relación fue también doble: entre ser elegida y ser contestataria. En ambos casos
(Iglesia y Medicina) no raramente sufrió tratos perversos. Por último hubo un
encuentro fructífero con el psicoanálisis. Leyendo el libro de la Histeria de 1895
uno tiene la impresión de que hubo ahí una fascinación mutua. Pocos dudan de
que el psicoanálisis se creó o inventó a partir de ese encuentro.
Este tema, además de complejo, es muy relevante porque en los tiempos que
vivimos una serie de evidencias indican que la “infancia”, está variando a una
velocidad sin precedentes. A punto tal que la nuestra sería la primera generación
atravesada por más de un concepto de infancia: la “infancia” de los padres de hoy
fue otra cosa que la de sus hijos.
Creo que es importante que los psicoanalistas nos demos por enterados de que
hay otras líneas de determinación que las que provienen del inconciente; y de que
Histeria en los niños, Julio Moreno, página 11
“cómo son en verdad las cosas”. La consigna del valor del esfuerzo por aprender y
formarse como un valor vigente en los mismos niños modernos, hoy no se
sostiene. La división –otrora tajante– por edades tampoco parece sostenerse:
prevalece ahora la idea de que hay una edad, la del joven adolescente, a la que
niños y adultos buscan parecerse. A esto parece apuntar la inclusión permanente
de las “transformaciones” en los juegos infantiles y la pasión por la cirugía
estética en los adultos. La escuela se está convirtiendo, más que en el sitio de
formación de iluminados “ciudadanos del futuro”, en un lugar de provisión de
herramientas tecnológicas para la conexión en el universo informático. La
obsolescencia de los sistemas educacionales forjados en la modernidad (que aún
sigue vigente en la realidad escolar) es tema de preocupación general: los niños se
aburren porque el discurso al que están habituados (flashes mediáticos que
cambian a cada instante) no se reproduce en la escuela que se maneja con
narrativas muchas veces insoportables para el niño. En varios países (la
Argentina entre ellos) se proyecta un sistema educativo que incluya la mediación
por computadoras interconectadas en el aula, una por niño (proyecto
denominado OLPC –una laptop por niño-) para afrontar la profunda crisis de la
institución “escuela”. Por último, la familia, productora de niños adecuados a la
modernidad, no cesa de mostrarse ineficaz en esa función. En fin, prácticamente
todas las instituciones modernas parecen hoy agotadas a la hora de dar cuenta
de -o de producir- al niño actual.
La confesión que nos hace Freud en el epílogo del caso Dora: no conseguí
adueñarme a tiempo de la transferencia, puede entenderse –al margen de los
avances de la técnica– como “a pesar de mis esfuerzos, ella no encontró en mí su
dueño, o mi saber no la satisfizo”. Ese “entre” abierto en el que se es y no se es al
mismo tiempo parece haber herido al maestro.
Todo el historial de Dora es como una carrera en dos tiempos. Freud está
empeñado en diluir la transferencia resistencial tan sólo por la administración del
saber que extrae de las demasiado claras asociaciones y sueños que interpreta
obviamente de acuerdo a lo que él piensa de la mujer, que el destino de su cura la
llevará a darse cuenta cuanto ama al Sr. K, o al joven ingeniero... a un hombre.
Dora, mientras tanto, desarrolla su partida en otra escena en la que tan cierto
Histeria en los niños, Julio Moreno, página 13
Cuando Dora finalmente dice:¿Sabe Dr. que hoy es la última sesión?, la respuesta
de Freud no da siquiera tiempo para que notemos el impacto. Él le inyecta
prontamente una dosis redoblada de saber y “soluciona” en pocos minutos la
escena del lago, la importancia del amor de Dora por K, la relación con la
gobernanta.... Se ilusiona -me parece- cuando dice que luego de esa
administración de solución-saber ella: parecía conmovida. Aunque, como en el
sueño de Irma, Freud queda con dudas ¿Fue correcto mi proceder? ¿Debí tal vez
haberla seducido un poco más?