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DERECHO MATRIMONIAL CANÓNICO

El derecho matrimonial canónico puede definirse como el conjunto de normas jurídicas,


promulgadas y reconocidas por la Iglesia Católica, que regulan el matrimonio de los
cristianos en aquellos aspectos que dicen relación a su significación sacramental.
Podemos analizar más los componentes de esta definición:
1) Se trata de un conjunto de normas jurídicas, por lo tanto con el imperativo necesario
que impone la necesidad de su cumplimiento, de tal forma que su observancia o no
comporta efectos jurídicos.
2) Formalmente las normas de derecho matrimonial se caracterizan por proceder de la
Iglesia Católica, a tenor de la competencia que la asiste para disciplinar el matrimonio de
sus fieles en consonancia con los postulados del derecho divino, natural o revelado, sobre
la institución matrimonial. Debemos distinguir entre normas promulgadas y normas
reconocidas por la Iglesia, como aquellas que son producidas por la autoridad y las que
están contenidas en el derecho divino.
3) En principio el derecho matrimonial se caracteriza porque sus destinatarios son todos
los bautizados, sin que pueda aplicarse, sobre todo las normas meramente eclesiásticas, a
quienes no ha sido incorporados a la Iglesia por el bautismo. No obstante puede ser parte
del derecho matrimonial el matrimonio de los infieles y su relación con la fe como ocurre
en los matrimonios con disparidad de culto, por el privilegio paulino, petrino, como
veremos más adelante.
4) Al utilizar la expresión “aquellos aspectos que dicen relación a su significación
sobrenatural” se quiere separar de las demás relaciones que conlleva el matrimonio
(patrimoniales sucesorias, seguridad social, etc.) que no siempre son reguladas por el
ordenamiento canónico, sino las que hacen al matrimonio en cuanto contrato y
sacramento.
Entre las fuentes del derecho matrimonial canónico debemos enumerar:
1) Normas de derecho divino: tanto de derecho revelado como de derecho natural, que
establecen los principios inmutables y esenciales del matrimonio. Estas normas son
incorporadas por el legislador eclesiástico a sus cuerpos legales, a veces con una expresa
declaración de que se trata de una norma de derecho divino.
2) Normas de derecho eclesiástico: por lo tanto de derecho humano y positivo, con las
características mutables de este. Serán normas de carácter general (no serían universales
porque se debe considerar el ordenamiento de los católicos de rito oriental). También se
incluyen normas de carácter particular por quienes tienen potestad legislativa. Así se
incluyen las normas complementarias de las Conferencias episcopales y el derecho de
cada iglesia particular y sus agrupaciones.
3) La legislación civil: solo será fuente en la medida que el legislador eclesiástico
incorpore a su ordenamiento una norma de origen civil. Esta canonización del derecho
civil será conforme al canon 22.
4) Normas de derecho concordatario: fruto de los acuerdos entre la Iglesia y el estado,
que si bien no altera el derecho matrimonial canónico, podría condicionar sus elementos
administrativos para asegurar la eficacia civil del matrimonio.
5) Las costumbres: por ser fuentes del derecho (cánones 23 – 28) pero con un limitado
alcance en el derecho matrimonial. Por esto se reprueba toda costumbre contraria de
impedimentos (canon 1076) pero se admiten aspectos accesorios de la disciplina
matrimonial (canon 1072) como es la edad acostumbrada para casarse.
6) Magisterio: sin un estricto carácter normativo, el magisterio conciliar y pontificio
constituye un núcleo de principios inspiradores y doctrinales de imprescindible
consideración1.
7) Jurisprudencia rotal: como toda jurisprudencia será un medio para la aplicación práctica
del derecho canónico, aportando elementos a la posterior doctrina. Si bien no tiene fuerza
de ley (canon 16 § 3) es la jurisprudencia de los Tribunales de la Curia Romana la que se
cuenta entre los medios de integración del derecho (canon 19).
8) Interpretaciones auténticas: merecen un lugar las respuestas de la Pontificia
Comisión para la Interpretación de los Textos Legislativos, actualmente regulada por la
Constitución Apostólica Pastor Bonus 154 – 158 (que organiza toda la Curia Romana).

NOCIÓN DE MATRIMONIO
Can. 1055 § 1. La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen
entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su índole natural al bien de los
cónyuges y a la generación y educación de la prole, ha sido elevada por Cristo el Señor a la
dignidad de sacramento entre los bautizados.
Existe una realidad matrimonial natural, previa a la positiva canónica, que tiene sus
propias normas y que constituye el objeto de la reflexión eclesial sobre el matrimonio.
La fuente directa de este canon es el Concilio Vaticano II, en Gaudium et Spes 48:
“Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal
de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su
consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan
y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la
ley divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole
como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor
del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma
importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada
miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad
de la misma familia y de toda la sociedad humana”.
Por lo tanto la Iglesia reconoce y asume el carácter originariamente sagrado de la
realidad matrimonial, afirmando que es una institución natural, que fue fundada por el
creador y por lo tanto con una estructura sacramental análoga a todo lo creado, como el
hombre es imago Dei.
Es descubrir que esta realidad trascendente está en todo matrimonio, para luego destacar
las notas esenciales de esta institución. Para hacerlo debemos recordar la distinción, de
profunda raíz canónica entre matrimonio in fieri y matrimonio in facto esse: Matrimonio
in fieri: el acto fundante de este matrimonio es el consentimiento, por el cual se
constituye, ya es matrimonio. Luego veremos que se entiende por in fieri hasta que se
consuma sexualmente, de tal modo que se complete el matrimonio.
Matrimonio in facto esse: considera al matrimonio como estado de vida nacido del in fieri.
Es la comunidad conyugal, es el consorcio de vida y amor, perpetuo, exclusivo y abierto a
la prole. Es el matrimonio en cuanto ya constituido.
Esta distinción no es compartida por todos los autores, ya que el in fieri es la causa del
matrimonio y el in facto esse es el matrimonio mismo. Por esto decimos que se distingue
pero no se pueden separar, al suponer que en el primero debe esta contenido el segundo,
con sus elementos y propiedades esenciales.
Volviendo al texto del canon 1055 § 1, recordamos que se refiere al matrimonio natural y
no al sacramental. En el texto encontramos notas esenciales:
a) Alianza: de fuerte raíz bíblica expresa mejor el concepto que el Código anterior
que hablaba de contrato matrimonial.
b) Varón y mujer: un consorcio esencialmente heterosexual. Este elemento,
cuestionado por filosofías modernas (teoría de gender, por ejemplo) es condición para la
complementariedad, de tal modo que sin la virilidad y la femeneidad el matrimonio
carecería de estructura interna.
c) Constituyen entre sí: el matrimonio no es preexistente al consentimiento de los
cónyuges, sino que ello hacen el matrimonio al dar su consentimiento. Lo hacen nacer y lo
deben cuidar y hacer crecer todos los días. El consentimiento no es declarativo sino
constitutivo de algo nuevo.
d) Consorcio de toda la vida: correr y compartir la misma suerte es el deseo de
legislador cuando define como consortium al matrimonio. Es una íntima comunidad de
vida y amor que desea presentar el aspecto personal, espiritual y antropológico del
matrimonio. Se prefirió consortium a otros términos como communio, coniunctio, Se
excluyó la palabra amor conyugal, con lo cual se intentó evitar la medición cuantitativa y
cualitativa del amor necesario para un consentimiento válido. Lo que algunos autores
consideran una ausencia importante, ya que es el amor el elemento eficaz de
complementariedad, de superación de conflictos y de fuerte significado de que el
matrimonio no tiene un fin solamente procreativo.
El consorcio supone igualdad de los cónyuges, recordado en el canon 1135 y sostenido de
modo general por el canon 208. Hay un avance en el texto, ya que el antiguo canon 1112
tendía a perpetuar el principio de subordinación de la mujer al varón, considerado cabeza
de la sociedad conyugal. Incluso en el Código de Cánones para las Iglesias Orientales se
mejora la ubicación del canon 777 entre los principio generales. El consorcio de toda la
vida es esencial como comunión íntima y total de los esposos. Así lo indica la expresión
totius vitae que contiene tres dimensiones:
Plenitud o totalidad de la entrega mutua. Abarca todos los aspectos (tal como sucedía
con la determinación ius in corpus como objeto del consentimiento en el Código anterior).
Tras el Concilio hubo un gran esfuerzo en el magisterio y en la jurisprudencia para
profundizar la naturaleza de la sexualidad humana y la entrega conyugal.
Unicidad de esta entrega y propiedad de la unidad. Es consorcio de toda la vida sin
multiplicidad simultanea. Por eso se entiende en exclusividad.-
Permanencia y estabilidad, como raíz de la indisolubilidad. Exige que los cónyuges se den
por enteros y para siempre. Ya no son dos sino una sola carne.
Finalmente el texto afirma que está ordenado por su misma índole al bien de los
cónyuges y a la generación y educación de la prole. De esta manera se unen en un plano
de igualdad los fines del matrimonio, ya no es un fin primario la procreación, sino que se
complementa la felicidad de los esposos expresada en la paternidad y maternidad que
conforma una familia.

Inseparabilidad del contrato y el sacramento entre bautizados.


La noción eclesial sobre la sacramentalidad del matrimonio entre bautizados, marcada por
el canon 1055 § 1, se completa con la afirmación de su segundo parágrafo:
§ 2. Por lo tanto, entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial válido que
no sea por eso mismo sacramento.
Por lo tanto no hay opción posible para los bautizados habiendo una inseparabilidad entre
contrato y sacramento.
Esta tesis teológica de la inseparabilidad contrato – sacramento entre bautizados se
fundamenta en que Cristo elevó a sacramento la misma realidad natural matrimonial, de
tal modo que la sacramentalidad del matrimonio no depende de la voluntad subjetiva de
los contrayentes.
Cómo los demás sacramentos el matrimonio comunica la gracia. Esto no significa que la
gracia se conceda al margen de la fe o sin ella. La condición mínima será la intención de
realizar lo que realiza Cristo y la Iglesia. No hay que mezclar, ya que la fe personal de los
contrayentes no constituye la sacramentalidad del matrimonio, pero la ausencia de fe
personal compromete la validez del matrimonio. Supone un mínimo de fe, sino se caería
en una cosificación automática del sacramento, en un acto mágico.
Si aceptamos que basta con la fe teologal, otorgada por el bautismo, bastaría con la
intención mínima del sujeto a contraer matrimonio natural y Cristo elevaría esta acción a
sacramento. Esta postura favorece a la seguridad jurídica pero implica un cierto
automatismo con consecuencias difíciles de entender.
Si aceptamos la exigencia de una fe psicológica, personal, por lo tanto variable que
conlleva una profunda inseguridad jurídica. Esto se debe a que la fe personal admite
muchos grados hasta difíciles de clasificar, haciendo imposible determinar el mínimo
requerido.
Ambas posturas son teológico – pastorales y por lo tanto la seguridad jurídica no es
fundamental. Lo que sigue haciendo difícil es concretar el mínimo de fe requerida para
interpretar conceptos jurídicos como grave defecto de discreción de juicio, falta de
libertad interna, etc.
Podemos pensar en un mínimo de fe, cuando recuerda que el matrimonio es un
sacramento que requiere madurez cristiana, celebrado por adultos, equiparando esta
madurez a la del bautismo de adultos. Con hacer lo que hace la Iglesia ya hay un mínimo
de fe. Si no hay fe, vacía el rito y niega el sacramento siendo incapaz de quererlo. Cristo
instituyó un signo eficaz de regeneración espiritual, que en el adulto requiere la intención
interna de la sacramentalidad del rito porque se quiere recibir lo que los cristianos suelen
recibir según su religión.

Propiedades esenciales del matrimonio


Indudablemente la fecundidad de sacramento es influenciada por la disposición de los
sujetos. Esto hace que la cuestión siga abierta a responder esta pregunta: ¿cuándo y bajo
qué condiciones podemos considerar que hay un matrimonio sacramental? Las relevantes
consecuencias de la sacramentalidad son sus propiedades esenciales y que se dan con
“peculiar firmeza” en el canon 1056.
Can. 1056. Las propiedades esenciales del matrimonio son la unidad y la
indisolubilidad, que en el matrimonio cristiano alcanzan una peculiar firmeza por razón del
sacramento.
La esencia y dignidad sacramental entre bautizados era contempladas por el canon
anterior.
Ahora se definen las propiedades esenciales del matrimonio.
Las propiedades no entran en la definición de metafísica del matrimonio, sino que son
cualidades que dimanan de la esencia del matrimonio. Aunque no constituyen su esencia,
la perfeccionan y cualifican. Son adjetivos y no sustancia en sí mismos, de tal modo que
sólo pueden predicarse de un matrimonio válido.
A su vez, la unidad y la indisolubilidad, si bien se distinguen entre sí, se complementan
alcanzando mutuamente pleno significado. Se da un consorcio de uno con una y para toda
la vida La unidad sola permitiría sucesivas uniones, previa disolución del vínculo anterior y
la indisolubilidad sola permitiría simultáneas uniones (bigamia o poligamia).
Estas propiedades se predican de todo matrimonio, no sólo del cristiano, aunque
adquieran especial firmeza vinculante en el matrimonio sacramental. Más adelante
veremos que la unidad se identifica con la fidelidad, sobre todo para la prueba del vicio
del consentimiento de simulación (canon 1101 § 2).
La unidad también se identifica con la monogamia (opuesta a la poligamia y poliandria)
por lo tanto no admite ser compartido o multiplicado. La falta de unidad se opone al
principio de igualdad y mantendría las relaciones de subordinación y dependencia,
generalmente de la mujer6.
El canon 1055 § 1 alude al varón y a la mujer, declarando a la heterosexualidad como
esencial del matrimonio. El canon 1056 perfecciona este concepto con la propiedad de la
unidad, por lo cual sólo serán un solo varón y una sola mujer.

Argumentos sobre la indisolubilidad del matrimonio


La indisolubilidad es la imposibilidad de disolver un matrimonio válidamente constituido.
No obstante la correcta comprensión de esta propiedad requiere la distinción entre
indisolubilidad intrínseca y extrínseca.
La intrínseca se entiende por la falta de potestad de los cónyuges para disolver su
matrimonio.
Aunque los contrayentes son los únicos capaces de hacer nacer el matrimonio, mediante
el intercambio mutuo del consentimiento, no tienen potestad para disolverlo
posteriormente. La indisolubilidad intrínseca afecta a los contrayentes sean bautizados o
no puesto que esta propiedad deriva de la esencia misma del matrimonio natural, no del
sacramental, aunque en éste alcanza peculiar firmeza.
El fundamento de esta propiedad no es únicamente una razón social (una institución
privada pero con indudable interés público), ni una razón antropológica (exigencia y
garantía del bien de los cónyuges, la prole y la estabilidad familiar), aunque tenga aquí un
valor, sino que descansa en la originaria voluntad divina respecto al matrimonio, con su
fundamento en Cristo quien habla de indisolubilidad en un contexto religioso de admisión
generalizada e indiscutible7. Esta propiedad es sostenida por la Iglesia ante toda postura
divorcista y con independencia de los ordenamientos civiles y acatólicos.
En cuanto a la indisolubilidad extrínseca se basa en potestad de la Iglesia para disolver
algunos matrimonios (rato y no consumados por ejemplo y los matrimonios no
sacramentales). Esta potestad, sin ninguna definición dogmática, considerada como
doctrina católica, ha llevado a algunos autores a reflexionar sobre una progresiva toma de
conciencia del alcance de la autoridad del Romano Pontífice para esta disolución en otros
casos que hoy no están previstos. Pero que la Iglesia tenga esta potestad no es en
detrimento de la indisolubilidad intrínseca del matrimonio8.
Junto con las propiedades esenciales de la unidad e indisolubilidad, el matrimonio posee
bienes.
Es San Agustín quine introduce este concepto de bienes, que son la prole, la fidelidad y el
sacramento, es decir que incluye a los fines y a las propiedades como bienes del
matrimonio.
En la actualidad, con mayor relevancia jurídica, se asume la terminología agustiniana para
designar los elementos esenciales del matrimonio: bonum prolis (referido a la generación
y educación de los hijos); bonum fidei (la fidelidad de los esposos como consecuencia de la
unidad) y bonum sacramenti (la indisolubilidad del vínculo matrimonial).

El consentimiento matrimonial
Can. 1057 § 1. El matrimonio lo produce el consentimiento de las partes
legítimamente manifestado entre personas jurídicamente hábiles, consentimiento que
ningún poder humano puede suplir.
§ 2. El consentimiento matrimonial es el acto de la voluntad, por el cual el varón y la mujer
se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable para constituir el matrimonio.
En este canon se encuentran los elementos más importantes del matrimonio como lo son
el consentimiento de las partes; los impedimentos (los contrayentes deben ser
jurídicamente hábiles); la forma canónica (porque el consentimiento debe ser
legítimamente manifestado); la cualidad personalísima del consentimiento que no puede
ser suplido por ningún poder humano; la naturaleza del consentimiento (un acto de la
voluntad); la función de dicho consentimiento (por el cual las partes se entregan y aceptan
mutuamente en alianza irrevocable); el objeto sobre el que recae el consentimiento de las
partes; y la cualidad heterosexual del matrimonio (varón y mujer).
En este mismo canon aparece afirmada la naturaleza contractual del matrimonio. Si bien
el Concilio no ha calificado expresamente el matrimonio como contrato; sin embargo en el
Código aparece esta denominación en el canon 1055 § 2 y en el mismo canon 1057. Esto
además del calificativo de “alianza”.

El consentimiento es la causa eficiente del matrimonio, según es afirmado por todos los
autores. Está constituido por un acto de voluntad que presupone siempre un acto de la
inteligencia que correspondería al orden de la elección9.
La complejidad del acto posee interferencias de las esferas sensibles del hombre, recibe el
influjo de la sensibilidad estética, de la afectividad sensible, del clima psicológico, de los
sentidos, internos y externos, de los apetitos sensibles, del mundo sociológico que rodea a
la persona, del mismo paisaje arquitectónico, del clima físico, de problemas de salud
corporal manifiestos, sin excluir el influjo del mundo subconsciente o inconsciente, etc. Y
en ese mundo sensible es donde se instalan las anomalías psíquicas que interfieren en el
acto humano, bien en su esfera intelectiva o en su esfera apetitiva. Por otra parte, la
psicología moderna tiende a estimar la construcción indicada como una abstracción y a
considerar, de alguna manera, a las acciones humanas como surgidas de la interacción de
todos los factores, que, como en un embudo, se introducen por el extremo amplio y salen
de la persona por el extremo estrecho. Ello podría realizarse en forma no automática y sin
que los condicionamientos impidan la libertad, como autodeterminación racional de la
persona, tanto la libertad de especificación (elegir una cosa u otra), como la libertad de
ejercicio (elegir actuar o no actuar).
Está también afirmado el que se trata de un acto personalísimo que no puede ser suplido
por ninguna potestad humana. Y este acto tiene que ser fruto de una deliberación, de una
valoración de los pro y de los contra de un juicio de la razón práctica. Como acto humano
se trata lógicamente de un acto libre, que debe ser expresado, manifestado, libremente,
sin coerción alguna independientemente de que la coerción provenga del exterior o del
interior de la persona coaccionada. Cuando falta esta libertad, el consentimiento está
viciado.
Pero el consentimiento es un acto que pertenece a lo íntimo del hombre, es un acto
interno de la voluntad. Pero debe ser exteriorizado, manifestado, según la forma
canónica. Esto porque se trata de un contrato bilateral y requiere, por su propia
naturaleza, que cada una de las partes conozca la voluntad de la otra parte. Además, el
matrimonio es una realidad pública en la Iglesia que exige la intervención de la autoridad
eclesiástica o de un delegado, que tiene la función de pedir y recibir la manifestación del
consentimiento de los contrayentes en nombre de la Iglesia (canon 1108).
También se indica en el canon y lo mismo resulta del canon 1058, que pueden contraer
matrimonio los que sean jurídicamente hábiles, es decir “aquellos a quienes el derecho no
se lo prohíbe”. Esto en la práctica se traduce en estar libre de impedimentos.

El ius connubii es el derecho subjetivo y primario de toda persona a contraer matrimonio,


de tal modo que por razones objetivas graves permitirían la restricción de este derecho
dando lugar a los impedimentos.
Can. 1058. Pueden contraer matrimonio todos aquellos a quienes el derecho no se lo
prohíbe.
Este canon nos está indicando que el derecho a casarse es un derecho natural,
fundamental. Ya el canon 219 establece que “en la elección del estado de vida todos los
fieles tienen el derecho a ser inmunes de cualquier coacción”. Y el estado de vida
matrimonial es uno de los estados que existen en la Iglesia y que esta reconoce
especialmente en el canon 226. Esto se relaciona con el vicio de consentimiento llamado
“violencia o miedo grave” que al quitar la libertad al contrayente hace nulo el matrimonio.
También tenemos que considerar cómo en el impedimento de impotencia, cuando este
impedimento es dudoso, no se puede impedir el matrimonio. Porque el derecho a casarse
sólo está prohibido cuando los impedimentos o vicios de consentimiento son ciertos.
Este ius connubii en el Código anterior estaba dentro de los impedimentos, pero la
nueva codificación se lo ubica entre los cánones preliminares y generales, es decir en un
contexto más amplio y ordenador de todo el sistema matrimonial canónico.
Como derecho natural, inalienable, irrenunciable y perpetuo será tutelado por todo
ordenamiento jurídico. Las limitaciones serán por la misma naturaleza (por ejemplo la
edad) o por el legislador que deberá justificarlas y establecerlas por ley10. La misma ley si
coarta este derecho deberá ser interpretada de modo estricto (canon 18). Entendemos
que será un ejemplo de prohibición por ley eclesiástica la del celibato sacerdotal (canon
277).

Competencia de la potestad religiosa y civil sobre el matrimonio


Can. 1059. El matrimonio de los católicos, aunque sea católico uno solo de los
contrayentes, se rige no sólo por el derecho divino, sino también por el canónico, sin
perjuicio de la competencia de la potestad civil sobre los efectos meramente civiles del
mismo matrimonio.
De acuerdo a lo expresado en el canon, los no bautizados que contraen matrimonio con
un católico deben hacerlo conforme al derecho de la Iglesia en lo que respecta al acto de
contraer: tanto en lo referido a la forma canónica como en lo relacionado con el
consentimiento matrimonial, que es único, aunque dual en su origen. En cuanto a la
habilidad previa del no bautizado para contraer matrimonio válidamente, la mayor parte
de los autores afirma que la Iglesia no tiene jurisdicción sobre él, y que deberá atenerse a
las normas del ordenamiento al que esté sometido, en todo aquello que no se oponga al
derecho natural.
Los bautizados no católicos que contraen con un fiel católico, en el presente canon no se
distinguen de los no bautizados. Sin embargo existe una diferencia. Por razón del
bautismo válido, y por la razón del sacramento, la jurisdicción de la Iglesia abarca - en
línea de principio - a todos los cristianos; en el Código, el legislador ha establecido
expresamente, sin embargo, que “las leyes meramente eclesiásticas obligan a los
bautizados en la Iglesia Católica y a quienes han sido recibidos en ella” (canon 11). Por
tanto, cuando el canon 1059 afirma que el matrimonio de los católicos se rige por el
derecho canónico aunque uno de los contrayentes no sea católico, está estableciendo una
excepción al canon 11 y haciendo uso - en el caso de los cristianos - de su originaria
jurisdicción.
Pero hay ciertos supuestos en los que el Código permite una forma distinta de la
prevista en el ordenamiento o exime de la obligatoriedad de la forma. Es lo que más
adelante se estudiará en la dispensa de forma canónica que se expresa en el canon 1127 y
que tiene también un complemento legislativo en el decreto general legislativo de la
Conferencia episcopal.

El matrimonio goza del favor del derecho


Can. 1060. El matrimonio goza del favor del derecho; por lo que en la duda se ha de estar
por la validez del matrimonio, mientras no se pruebe lo contrario.
La afirmación de que el matrimonio goza del favor del derecho constituye un principio que
se funda en la experiencia humana. Es una garantía de parte del derecho por la cual el
legislador protege determinadas relaciones jurídicas de interés público y social. Si bien se
entiende como una presunción, es un principio. Esta afirmación aparece con más claridad
si se compara la fórmula del canon que estamos examinando y la que se hallan en los
cánones 1061 § 2 y 1138 § 2. En el primero se dice expresamente que si los cónyuges han
cohabitado “se presume la consumación mientras no se pruebe lo contrario”. Lo mismo se
dice en el canon 1138 § 2: “se presumen legítimos los hijos nacidos al menos 180 días
después de celebrarse el matrimonio, o dentro de los trescientos días a partir de la
disolución de la vida conyugal”. En estos dos casos se usa explícitamente la palabra
“presunción”. En cambio en el canon que comentamos, en su segunda parte, no se usa esa
expresión, pero sí se trata como diremos de una presunción.
.
Este principio tiene su excepción, cuando se trata del privilegio de la fe. En efecto, el
canon 1150 afirma que “en caso de duda, el privilegio de la fe goza del favor del derecho”.
De cualquier manera puede decirse que el favor del derecho del canon 1060 tiene un
alcance general en cuanto se extiende a todos los matrimonios, mientras que el que
protege del privilegio de la fe tiene en cambio un campo mucho más restringido.
La consecuencia al principio indicado contenida en la segunda parte del canon constituye
una verdadera y propia presunción. Por ello admite la prueba en contrario y dice también
explícitamente el canon que en la duda se ha de estar por la validez del matrimonio.
Se trata de una presunción iuris tantum que deben recordar los jueces al emitir la
sentencia en un juicio de nulidad matrimonial. Con esto se quiere subrayar la necesidad
de que la certeza

Matrimonio rato y consumado


Can. 1061 § 1. El matrimonio válido entre bautizados se llama sólo rato, si no ha sido
consumado; rato y consumado, si los cónyuges han realizado de modo humano el acto
conyugal apto de por sí para engendrar la prole, al que el matrimonio se ordena por su
misma naturaleza y mediante el cual los cónyuges se hacen una sola carne.
§ 2. Una vez celebrado el matrimonio, si los cónyuges han cohabitado, se presume la
consumación, mientras no se pruebe lo contrario.
§ 3. El matrimonio inválido se llama putativo, si fue celebrado de buena fe al menos por
uno de los contrayentes, hasta que ambos adquieran certeza de la nulidad.
Más adelante desarrollaremos el concepto de cópula conyugal a modo humano y el
proceso dedisolución del matrimonio rato y no consumado.
Este canon contempla solamente tres tipos de matrimonio: el sólo rato, el rato y
consumado y el putativo. Sin embargo, se podrían considerar otros tipos de matrimonio
que se encuentran en el Código, y algunos otros que, si bien no se encuentran en el texto
universal, tienen su importancia en el sistema matrimonial canónico. Es importante
conocerlos para su utilización durante la preparación al matrimonio, así como el proceso
judicial o bien el administrativo de la nulidad, de la convalidación y de la disolución
matrimonial.
ATENCIÓN PASTORAL Y LO QUE DEBE PRECEDER A LA CELEBRACIÓN
DEL MATRIMONIO
1.- Los esponsales
Can. 1062 § 1. La promesa de matrimonio, tanto unilateral como bilateral, a la que se
llama esponsales, se rige por el derecho particular que haya establecido la Conferencia
Episcopal, teniendo en cuenta las costumbres y las leyes civiles, si las hay.
§ 2. La promesa de matrimonio no da origen a una acción para pedir la celebración del
mismo; pero sí para el resarcimiento de daños, si en algún modo es debido.
La institución de los esponsales goza de amplia tradición canónica pero no tiene
vigencia en la Argentina. Y en muchos lugares ha decaído su uso respecto a épocas
anteriores.
Pero no puede excluirse de que los fieles deseen realizar este compromiso o promesa
relativa a la voluntad de contraer matrimonio en el futuro con una persona determinada y
cierta. Lo establecido en este canon es sustancialmente lo mismo que se establecía en el
canon 1017 del anterior Código. En el canon se señala con claridad que la promesa de
matrimonio no da lugar a una acción para pedir la celebración del mismo.
La Conferencia Episcopal Argentina no ha dado ninguna norma jurídica
sobre este tema 1 . En cambio la Conferencia Episcopal Española en el artículo 2, del
21/11/1986 estableció que tenga fuerza de ley canónica la legislación civil española que
regula los esponsales.
2.- La atención pastoral y lo que debe preceder a la celebración del matrimonio
Can. 1063. Los pastores de almas están obligados a procurar que la propia
comunidad eclesiástica preste a los fieles asistencia para que el estado matrimonial se
mantenga en el espíritu cristiano y progrese hacia la perfección. Ante todo, se ha de
prestar esta asistencia:
1° mediante la predicación, la catequesis acomodada a los menores, a los jóvenes y a los
adultos, e incluso con los medios de comunicación social, de modo que los fieles
adquieran formación sobre el significado del matrimonio cristiano y sobre la tarea de los
cónyuges y padres cristianos;
2° por la preparación personal para contraer matrimonio, por la cual los novios se
disponen para la santidad y las obligaciones de su nuevo estado;
3° por una fructuosa celebración litúrgica del matrimonio, que ponga de manifiesto que
los cónyuges se constituyen en signo del misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y
la Iglesia y que participan de él;
4° por la ayuda prestada a los casados, para que, manteniendo y defendiendo fielmente la
alianza conyugal, lleguen a una vida cada día más santa y más plena en el ámbito de la
propia familia.
Can. 1064. Corresponde al Ordinario del lugar cuidar de que se organice
debidamente esa asistencia oyendo también, si parece conveniente, a hombres y mujeres
de experiencia y competencia probadas.
Siguiendo el Código, lo que nos corresponde ver es el capítulo primero que trata de la
atención pastoral y de lo que debe preceder a la celebración del matrimonio. Sobre el
tema hay que destacar el canon 1063, donde habla de una cuádruple atención pastoral:
una de tipo general, como preparación remota que nace y sigue en la familia. Será
también educación para el amor que hay que realizar en los colegios y en todos los medios
de comunicación, sin directamente referirla, de modo inmediato, al matrimonio. Después
la formación de los novios, como una preparación próxima al matrimonio, que muchas
veces es un auténtico catecumenado, teniendo en cuenta a la primitiva comunidad
cristiana que también preparaba largamente para el bautismo. Con la importancia estas
dos, se entiende la preocupación de la Iglesia de que se establezca una profunda
preparación inmediata, la cual hoy estaría sujeta a revisión. Se incluyen como
instrumentos para esa preparación el expediente matrimonial; los encuentros o cursos,
proclama matrimonial y otras catequesis previstas a partir de que los novios definen la
fecha y lugar de la celebración.
Después viene todo lo relativo a la pastoral de la celebración litúrgica y ahí el Código
insiste en que en la predicación se haga notar que por el sacramento del matrimonio no
solamente los cónyuges significan la unión de Cristo y de su Iglesia, sino que participan de
esa unión misteriosa que se da entre Cristo y su Iglesia. El actual ritual del sacramento
recupera y asume diversos signos y momentos de la celebración que incluyen una activa
participación de los novios así como de los que acompañan en la celebración del
sacramento.
Finalmente está toda la atención pastoral del matrimonio que ya se ha realizado: cómo
ayudar en los momentos difíciles a superar algunas crisis, algunos momentos, algunas
situaciones; y aunque el Código no lo diga, está también presente en la Iglesia todo el
problema de una ayuda especial a aquellos cónyuges separados con o sin una segunda
unión.
Dentro de los actos jurídicos posteriores está la inscripción del sacramento en los
respectivos libros parroquiales, conforme a lo dispuesto por el derecho particular.
.
Can. 1065 § 1. Los católicos aún no confirmados deben recibir el sacramento de la
confirmación antes de ser admitidos al matrimonio, si ello es posible sin dificultad grave.
§ 2. Para que reciban fructuosamente el sacramento del matrimonio, se recomienda
encarecidamente que los contrayentes acudan a los sacramentos de la penitencia y de la
santísima Eucaristía.
Can. 1066. Antes de que se celebre el matrimonio, debe constar que nada se opone a su
celebración válida y lícita.
Can. 1067. La Conferencia Episcopal establecerá normas sobre el exámen de los
contrayentes, así como sobre las proclamas matrimoniales u otros medios oportunos para
realizar las investigaciones que deben necesariamente preceder al matrimonio, de manera
que diligentemente observadas, pueda el párroco asistir al matrimonio.
Can. 1068. En peligro de muerte, si no pueden conseguirse otras pruebas, basta, a no ser
que haya indicios en contra, la declaración de los contrayentes, bajo juramento, según los
casos, de que estén y libre de todo impedimento.
Can. 1069. Todos los fieles están obligados a manifestar al párroco o al Ordinario
del lugar, antes de la celebración del matrimonio, los impedimentos de que tengan
noticia.
Can. 1070. Si realiza las investigaciones alguien distinto del párroco a quien
corresponde asistir al matrimonio, comunicará cuanto antes su resultado al mismo
párroco, mediante documento auténtico.
El conjunto de estos cánones suponen una preparación remota y próxima que no siempre
es la adecuada. Enumeran una seria de recomendaciones y exigencias que ayudan a un
“fructuoso” recibimiento del sacramento. Una expresión más acorde sería fructuosa
celebración y posterior vida del sacramento, mostrando así que los que celebran y se
casan son los contrayentes.
Como estamos tratando un sacramento de adultos en la fe, se supone que el contrayente
está iniciado en la misma. Prueba de esto será que ha recibido los sacramentos de
iniciación. El canon 1065 § 1 exige la confirmación, pero dicha obligación es mitigada en la
última expresión. Por lo que entendemos que debe sumarse a una auténtica invitación a
prepararse convenientemente, de tal manera que los contrayentes presenten su vida y su
fe al Señor, que les concede la gracia mediante los sacramentos. Es la misma invitación
clara y prudente a confesarse y comulgar del segundo parágrafo.
El canon 1066 entiende que se deben emplear los medios posibles y adecuados para
comprobar que nada obsta a la celebración3. Aunque el canon 1069 hable de
impedimentos, en realidad se refiere a todo lo que impida o cuestione la celebración.
Entendemos que esto se logra con la entrevista a los novios y testigos, la correcta
confección del expediente matrimonial y el empleo de proclamas que publicitan el
sacramento. Estos cánones 1067 – 1070 deberán hacerse efectivos con un método que la
Conferencia episcopal deberá determinar legislativamente. Así, la Conferencia Episcopal
Argentina ha dispuesto:
1. Toda la atención pastoral en orden al matrimonio (cursillos, entrevistas, etc.) y el
“Expediente Matrimonial” o “Información Matrimonial”, han de realizarse como acciones
complementarias e inseparables. Sólo en ambas tareas se cumple el compromiso que
tiene la comunidad cristiana, y sobre todo los pastores, de asistir a las futuras familias (cf
cáns. 1063-1065 y 1066 en adelante). En consecuencia, el procedimiento jurídico llamado
comúnmente Expediente matrimonial, se ha de insertar siempre en la entera acción
pastoral de la Iglesia, de acuerdo con las normas siguientes.
2. Una de las partes del mencionado procedimiento, ya prescripta por el Código, es el
examen de los contrayentes (can. 1067), que debe realizar el párroco a quien compete
asistir al matrimonio de acuerdo al derecho. Dicho examen será hecho en forma personal,
tomando declaración a los novios por separado y bajo juramento, acerca de las siguientes
cuestiones:
- conocimiento de la naturaleza y fines del matrimonio, realidad creada elevada al
orden sobrenatural
- capacidad y disposición para prestar el consentimiento matrimonial con la perfección
debida (ausencia de vicios del consentimiento)
- aptitud para contraer (ausencia de impedimentos)
- actitud actual y personal de fe y formación cristiana elemental.
Sólo habiendo justa causa el párroco podrá autorizar al vicario parroquial, al diácono o a
una persona idónea que cuente con aprobación del Obispo, para realizar este examen.
3. Además, para conocer mejor que nada obsta a la celebración válida y lícita del
matrimonio, se dispone la publicación de proclamas, que contengan el nombre completo
de los novios, y se realicen durante quince días, según la costumbre de cada lugar
aprobada por el Obispo (cf. can. 1067).
4. Con idéntico fin los novios presentarán a dos testigos, mayores de edad, que por el
conocimiento que tienen de los contrayentes puedan declarar bajo juramento,
respondiendo a las cuestiones propuestas en el número 2, ante el sacerdote o diácono.
5. Los novios presentarán certificado de bautismo, extendido en los últimos seis meses
anteriores a la celebración del matrimonio. Si el caso lo requiere, entregarán también
certificado de defunción del cónyuge, constancia de nulidad del matrimonio anterior,
rescripto de dispensa, etc. No es suficiente la sentencia civil de ausencia con presunción
de fallecimiento del cónyuge, y en ese caso debe recurrirse al Ordinario del lugar.
6. Como norma general, la edad mínima para contraer lícitamente matrimonio
canónico en la Argentina, es de 16 años para la mujer y 18 para el varón (cf. cáns. 1072 y
1083). El Ordinario del lugar puede autorizar el matrimonio antes de esa edad, cumplidas
las exigencias del derecho.
7. El matrimonio canónico será inscripto cuanto antes en el libro correspondiente de la
parroquia donde fue celebrado, según el formulario prescripto por la Conferencia
Episcopal (can. 1121 § 1), salvo las excepciones previstas en derecho, y también en el libro
de bautismo conforme al can. 1122 § 1.
8. En los casos de matrimonios mixtos, las declaraciones y promesas de la parte
católica mandadas en derecho (can. 1125), se realizarán por escrito y ante el párroco. El
contrayente no católico será informado de la misma forma. Y cuando éste último no
quisiera presentarse personalmente, el contrayente católico dejará constancia del grave
compromiso que adquiere de informarlo (can. 1126).
9. En los matrimonios mixtos el Ordinario del lugar puede dispensar la forma
canónica, cuando existan graves dificultades, como la oposición irreductible de la parte no
católica, la pérdida de amistades muy arraigadas, graves problemas familiares del
contrayente no católico, conflicto grave de conciencia, notable quebranto económico, u
otras similares a juicio del mismo Ordinario; permaneciendo siempre necesaria para la
validez alguna forma pública de celebración, que podría ser: la celebración religiosa de la
parte no ante escribano público, siempre que estos actos se realicen con intercambio de
consentimiento matrimonial, ante dos testigos, y se deje constancia escrita (can. 1127 §
2).
10. La participación conjunta del ministro católico y de otro ministro de alguna iglesia
cristiana requiere la autorización del Ordinario del lugar, con quien se ha de acordar el
modo de realizar la celebración, observando lo prescripto en el can. 1127 § 3.
Esta legislación, actualmente está integrada en el Directorio para la preparación del
Expediente Matrimonial de 2002. El mismo incluye la unificación de formularios y
certificados, siendo una de las pocas Conferencias episcopales que así lo dispone.
Contiene también las Resoluciones que actualizan y continúan el Decreto General:
1- En orden a establecer un común procedimiento jurídico – pastoral previo al matrimonio
sacramental, la CEA ha aprobado una serie de Resoluciones y dispone que estas se
incluyan en una Guía que además contendrá la explicación del derecho general (Código de
Derecho Canónico) y particular (Decreto General de la CEA). De esta forma se ofrece una
orientación completa para la confección de los Expedientes matrimoniales en todas las
diócesis argentinas. Con el mismo fin se han preparado formularios que por decisión de
los Obispos se utilizarán en el cumplimiento de los requisitos canónicos en orden al
matrimonio.
2- Como regla general el Expediente matrimonial será hecho en la parroquia en donde,
según el derecho, corresponde a los novios celebrar el matrimonio. Cuando parezca
prudente conceder el pase, se procederá del siguiente modo:
1° El expediente matrimonial debe ser hecho en una de las 6 parroquias en las cuales
corresponde a los novios contraer matrimonio, a norma del derecho (es decir la del
domicilio, cuasi – domicilio o residencia de un mes, tanto del novio como de la novia).
2° Mientras se cumplen los requisitos de la información, conviene conversar con los
novios, para evaluar si realmente se trata de motivos que justifiquen la concesión del
Pase, es una buena ocasión para recordarles el sentido de la vida parroquial a invitarlos a
participar en ella.
3° Finalmente corresponde a este Párroco, terminado el expediente, conceder la
licencia para que el matrimonio se celebre fuera de la jurisdicción correspondiente (can.
1115); y para ello se tendrá en cuenta:
a) La licencia que otorga supone que ha hecho el trámite prematrimonial
prescripto, y que nada obsta para la celebración válida y lícita; si no fuere
así, debe indicarlo cuando antes a quien corresponda;

b) Siempre ha de respetarse las normas diocesanas que hubiere acerca de


iglesias y capillas en las cuales el Obispo diocesano no autoriza la
celebración de matrimonios, como también otras prescripciones que la
diócesis haya establecido sobre el Pase.
c) Esta licencia se otorga firmando y sellando el espacio que para tal fin
aparece en el Formulario, enviándolo después a la parroquia donde será
celebrado, por una vía segura; si el Pase fuera para una parroquia de otra
diócesis, corresponde mandarlo primero al Ordinario del lugar para que lo
autorice , y luego lo remita desde la curia a la parroquia donde tendrá
lugar la boda;
d) En algunas parroquias se guarda fotocopia de todo lo actuado, y es una
buena costumbre ante posibles extravíos o reclamos.
e) El Pase no supone delegación, de manera que si el ministro que asiste a la
celebración del matrimonio no tiene facultades en ese lugar, debe
solicitarlas al Párroco, vicario parroquial o delegado habitual de la
parroquia donde se realizará el matrimonio. Si la delegación no puede
obtenerse fácilmente de esta forma, siempre queda la posibilidad de
recurrir al Ordinario de lugar.
3- Cuando parezca conveniente en situaciones bien determinadas el Ordinario del lugar
podrá autorizar dentro de su diócesis, y a manera de excepción, que el Expediente
matrimonial sea hecho directamente en otro lugar distinto del que corresponde a
derecho; por ejemplo, en la parroquia donde haya de celebrarse el matrimonio.
4- En las llamadas “regularizaciones” se ha de utilizar el respectivo Formulario para
confeccionar el Expediente matrimonial. Eventualmente, a criterio de quien asiste al
matrimonio, los testigos de información y los de celebración (padrinos) pueden ser los
mismos.
5- Los novios deberán presentarse a la parroquia correspondiente por los menos dos
meses antes de la fecha elegida para la celebración del matrimonio. Y todo el pueblo
cristiano ha de ser informado al respecto, a través de los medios más convenientes, e
indicando las motivaciones de esta prescripción.
6- Respecto al llamado “matrimonio civil”, la iglesia Católica lamenta profundamente la
reciente reforma de la legislación argentina, porque no refleja el sentido profundamente
humano de la institución creada por Dios. En la nueva ley, además, ya no se prescribe que
los católicos deban recurrir al trámite civil antes de celebrar el sacramento. Sin embargo,
para salvaguardar mejor los derechos de los cónyuges y sus hijos, se aconseja que los
fieles registren ante la autoridad civil su unión matrimonial, en lo posible antes de la
celebración sacramental. Cuando alguien pida ser admitido al matrimonio canónico, pero
por algún motivo no vaya a realizar el llamado “matrimonio civil”, excepto en caso de
necesidad, se ha de pedir siempre autorización al Ordinario de lugar, sobre todo si ese
matrimonio “no puede ser reconocido o celebrado según la ley civil” (can. 1071 § 1, 2°).
7- Cuando llega a comprobarse con certeza que un contrayente ha sido bautizado, aunque
no exista anotación en el libro correspondiente, es necesario hacer una reposición de
partida, en el registro de la parroquia donde el sacramento del bautismo fue celebrado.
De esta manera se podrá hacer luego la anotación marginal del matrimonio. Para hacer
esta reposición hace falta de ordinario la autorización del Ordinario de lugar, quien
indicará la forma de realizarla.
8- Cuando no se logre obtener certeza moral acerca del bautismo de un contrayente, o de
ambos, a través de los medios comunes (certificado o juramento supletorio) se recurrirá al
bautismo sub conditione o a la dispensa de disparidad de culto ad cautelam. En esto
casos, además, se ha de poner especial atención al testimonio de los testigos.
9- Si de la entrevista con los novios surgiera alguna inquietud acerca de las condiciones
elementales exigidas por la Iglesia a los contrayentes, quien realiza el Expediente
matrimonial tiene que hacer todo lo posible para aclarar el caso. Se trata de algo
importante que cae bajo su responsabilidad. Y cuando subsistan dudas razonables,
redactará un informe con los elementos recogidos y lo elevará al Ordinario del lugar,
indicando su parecer personal.
10- Si en algún caso no hubiere tiempo suficiente o no pareciere conveniente hacer las
proclamas, pero constase suficientemente que los novios son aptos y están bien
dispuestos, el párroco puede omitirlas sin recurrir al Ordinario del lugar. Nunca se dejen
de hacer, sin embargo, a no ser que haya razón suficiente para dispensarlas.
11- En la Argentina se ha venido exigiendo la autorización de los padres para admitir a los
menores al matrimonio sacramental. Así se debe hacer también en adelante, antes de la
mayoría canónica que supone 18 años, tanto en el varón como en la mujer (can. 97 § 1).
Cuando no pueda conseguirse la firma de ambos padres, bastará la de aquel que ejerce la
patria potestad, o del tutor si lo tuviere; y cuando los padres no pueden presentarse de
ningún modo a la parroquia, será suficiente la dispensa judicial, que de ordinario supone
haberlos escuchado.
12- El ministro que asistió al matrimonio dejará constancia del acto en la parte
correspondiente del Formulario, escribiendo allí los datos que se piden y poniendo su
firma. Donde era costumbre hacer firmar también a los recién casados y a los testigos de
la celebración (padrinos), una vez terminada la ceremonia, conviene seguirlo haciendo; de
lo contrario, la sola firma del ministro servirá de garantía.
13- En la celebración de los matrimonios mixtos con la forma canónica y litúrgica de la
Iglesia Católica no se prohíbe que sea invitado el ministro de la parte no católica. De
manera semejante, al dispensar la forma canónica, el sacerdote o diácono puede tomar
parte en la ceremonia realizada en la Iglesia del cónyuge no católico. En tales casos se ha
de tener en cuenta lo siguiente:
a) Hace falta autorización del Ordinario de lugar, con quien establecerá la forma de
realizar la celebración (Decreto General, 10).
b) Los novios junto con el sacerdote o diácono que hace el Expediente prepararán la
propuesta para elevar al Ordinario del lugar, teniendo en cuenta que la
ceremonia debe ser presidida por un ministro en su propio templo y siguiendo el
ritual allí acostumbrado; toda celebración tiene que ser fácilmente reconocible
por los fieles que de ordinario asisten al culto en un lugar.
c) De antemano se establecerá la parte que será ofrecida al ministro invitado, el
cual será presentado a la comunidad en el momento oportuno y que tomará a su
cargo lo encomendado sin asumir la presidencia del rito (por ej. una lectura
bíblica, parte de la homilía, una bendición, una oración de petición, un saludo
final).
d) No corresponde distribuir la ceremonia de manera que los ministros alternen
sucesivas intervenciones, intentando una suerte de con – celebración.
Lamentablemente cuando no existe completa comunión de fe y culto tampoco
corresponde expresarla en un acto. En todos los casos pedirá el consentimiento
sólo el ministro que preside en su propio templo y según su rito.
e) La propuesta se lleva al Ordinario del lugar junto con el pedido de dispensa o
licencia (para el matrimonio mixto), indicando en detalle y en una hoja aparte
todas las características de la ceremonia. Al Ordinario del lugar corresponde
revisar lo presentado, corregir o completar lo necesario, y luego conceder o no el
permiso según su prudencia, teniendo en cuenta las normas vigentes y el bien de
los fieles.
f) Al sacerdote o diácono que tomará parte en una celebración no católica fuera de
su diócesis tiene que autorizarlo el Ordinario propio y conviene que está enterado
el Ordinario del lugar donde se realizará la celebración.
14- El párroco de la parroquia donde se celebró el matrimonio, debe sentirse gravemente
obligado a realizar cuanto antes la notificación del mismo, a la parroquia donde los
contrayentes fueron bautizados (can. 535 § 2). Para cumplir con esta importante
prescripción canónica se utilizará el Formulario especialmente preparado por la CEA, a no
ser que el Obispo diocesano determine otra cosa. Y cuando la notificación tenga que
enviarse a otra diócesis, se hará a través de la curia diocesana.
3.- Casos en que se requiere la licencia del Ordinario para asistir al matrimonio
Can. 1071 § 1. Excepto en caso de necesidad, nadie debe asistir sin licencia del
Ordinario del lugar:
1° al matrimonio de los vagos;
2° al matrimonio que no puede ser reconocido o celebrado según la ley civil;
3° al matrimonio de quien esté sujeto a obligaciones naturales nacidas de una unión
precedente, hacia la otra parte o hacia los hijos de esa unión;
4° al matrimonio de quien notoriamente hubiera abandonado la fe católica;
5° al matrimonio de quien esté incurso en una censura;
6° al matrimonio de un menor de edad, si sus padres lo ignoran o se oponen
razonablemente;
7° al matrimonio por procurador, del que se trata en el can. 1105.
§ 2. El Ordinario del lugar no debe conceder licencia para asistir al matrimonio de quien
haya abandonado notoriamente la fe católica, si no es observando con las debidas
adaptaciones lo establecido en el can. 1125.
Can. 1072. Procuren los pastores de almas disuadir de la celebración del matrimonio a los
jóvenes que aún no han alcanzado la edad en la que según las costumbres de la región se
suele contraer.
Otros puntos considerados también en este primer capítulo son los casos, recogidos en el
canon 1071, en que, si bien, la situación no impide que haya un verdadero matrimonio y si
éste se celebra será un matrimonio válido, sin embargo no es lícito realizarlo sin un
permiso especial del Ordinario del lugar, del Obispo o de sus Vicarios. La excepción de los
“casos de necesidad” es amplia y va más bien dirigida al responsable de la preparación al
matrimonio (el párroco), pero es bueno extenderlo a todos los pastores y fieles.
Una situación posible es la del matrimonio de “vagos” (canon 100), o sea de aquellos que
canónicamente no tienen un domicilio o un cuasi domicilio y que están obligados a las
leyes del territorio en donde se encuentran actualmente (canon 12 § 3 y 13 § 3). Al
carecer de estabilidad de domicilio puede ser que tampoco tengan estabilidad en su
decisión de contraer matrimonio, por lo tanto necesitan una licencia del Ordinario del
lugar para realizar ese casamiento.

Otro caso es el de un matrimonio que no pueda ser reconocido por la ley civil acorde.
No puede realizarse sin más, sino que necesita también la licencia del Ordinario del lugar.
En la Argentina está el caso de dos personas casadas solamente por el civil, siendo los dos
católicos; ese matrimonio no es un verdadero matrimonio, no existe para la Iglesia; si uno
de ellos después quiere casarse por la Iglesia con otro católico, entonces tiene una
situación que la ley civil no reconoce. Lo mismo ocurre cuando está divorciado civilmente
y que debe haber constancia de esa situación en el expediente matrimonial. Hay que ir al
Ordinario del lugar a ver qué solución puede dar.
También está considerado aquel matrimonio de quien está sujeto a obligaciones
naturales. Una persona tiene un hijo mientras vivía en concubinato o bien de una relación
ocasional, pero después se quiere casar con otra. Está bien, tiene todo su derecho a
casarse y no hay aparente impedimento, pero antes de que el Ordinario del lugar dé su
licencia para el matrimonio tendrá que cumplir con sus obligaciones naturales respecto de
esa primera mujer con la que había convivido, y sobre todo respecto al hijo. Aquí la Iglesia
es Madre y tiene en cuenta esas situaciones.
También está el matrimonio de quien notoriamente abandonó la fe católica. En estos
casos la Iglesia generalmente pide algunas garantías. Si uno de los cónyuges por más que
esté bautizado, que ha sido católico, se hace ateo, y abandonó la fe católica, hay que
examinar el caso; porque si su posición fuera tan irreductible y tan fanática al punto de
decir “yo, si es sacramento no me caso”, rechaza el matrimonio mismo por el rechazo del
sacramento, entonces no se podría casar esa persona. Si tiene una postura indiferente,
entonces al casarse hay verdadero matrimonio. En realidad el llamado abandono notorio
de la fe es un término confuso, que no tendría la fuerza del abandono por un acto formal,
llegando a entenderse este solamente en los pedidos formales de apostasía. Sin embargo
y conforme al Motu Proprio Omnium in mentem, el apóstata no obtiene que se le borre el
bautismo, o que se lo considere como acatólico, por lo tanto estos puntos del canon no
tendría más sentido que recordar que el apóstata sigue obligado a la forma canónica, que
para la licitud de esta celebración, debe poseer la licencia del Ordinario de lugar.
También está el matrimonio de la persona que está incursa en una censura, por ejemplo,
una chica que cometió el pecado de aborto después de cumplidos 18 años y antes de
casarse, y era consciente de ello y por tanto hay un delito de excomunión latae
sententiae; antes del matrimonio tiene que ser levantada esa excomunión. De no ser
levantada no por eso el matrimonio sería inválido sino gravemente ilícito.
Otro caso es el del menor de edad o sea menor de 18 años. Luego veremos el
impedimento de edad y la competencia de la Conferencia episcopal de fijar una edad
superior para la licitud conforme al canon 1083. Aquí es el menor de edad cuyos padres
ignoran ese casamiento, o si los mismos se oponen razonablemente (un término
ciertamente amplio), tampoco puede realizarse sin el permiso del Ordinario del lugar.
Aunque el menor obtenga autorización del juez, en contra de la voluntad de sus padres,
igualmente en todos los casos es recomendado que se obtenga la licencia del Ordinario
del lugar.
Por supuesto, en todos estos casos, si se realizara el matrimonio sería verdadero
matrimonio, pero sería proceder de un modo ilegítimo, sería un pecado por parte de los
contrayentes, si lo saben, y por parte del sacerdote que asiste a ese casamiento,
consciente de que deja de lado la norma canónica.
También en el caso del matrimonio por procurador, cuando, por ejemplo, la novia está en
otro país y el novio en la Argentina, y se tiene que enviar un poder, etc.; ahí tiene que
intervenir el Ordinario del lugar y dar su licencia.
Hay otros casos que no están previstos en esta parte del Código; por ejemplo, el canon
1077 dice que el Ordinario del lugar puede prohibir por un tiempo y por una causa grave
un matrimonio determinado; puede prohibirlo pero no con una cláusula dirimente, es
decir, que haga nulo el matrimonio.
Y, finalmente, si hay un juicio de nulidad de matrimonio y el matrimonio es declarado nulo
con una doble sentencia, entonces puede ser que en la sentencia haya una prohibición
(vetitum) de que se realice un nuevo matrimonio sin permiso del Ordinario del lugar. Por
ejemplo, si uno de ellos había excluido absolutamente a los hijos o a la fidelidad o a la
indisolubilidad; o, por ejemplo, si uno de ellos tenía un problema grave de tipo
psicológico.
Entonces si ese cónyuge afectado por la prohibición quiere contraer un nuevo
matrimonio, el Ordinario del lugar dará el permiso, pero antes se cerciorará de que ese
problema ya no exista, porque si no, se expone a que de la misma manera que fue nulo el
primer matrimonio sea también nulo el segundo.
LOS IMPEDIMENTOS DIRIMENTES EN GENERAL: SU DISPENSA
1.- Noción de impedimento dirimente.
Can. 1073. El impedimento dirimente hace a la persona inhábil para contraer
matrimonio válidamente.
El impedimento suele entenderse como la prohibición legal de contraer matrimonio. Esto
afecta a su validez y está dirigida a las personas afectadas por una circunstancia o relación
señalada por la ley.
En sentido amplio es toda prohibición que impide que sea válido y lícito el matrimonio
(canon 1069) y en sentido estricto es la circunstancia externa o la relación personal que,
por derecho divino o positivo, prohíbe contraer matrimonio, haciendo inhábil a la persona
para contraerlo de tal manera que el matrimonio es ilícito pero también inválido ipso iure
(canon 1073).
Estamos frente a leyes prohibientes que hacen a la validez del acto. Sea por el hecho
prohibido o por la norma que prohíbe a esas personas. Son leyes inhabilitantes no
irritantes (canon 10). De ahí que se diga habilidad para calificar a los impedimentos y se
diga capacidad para los vicios y defectos del consentimiento.
Los impedimentos suponen una limitación al ius connubii, y este carácter excepcional
exige
que sean sancionados por una ley positiva que se interpretará de modo estricto (canon
18).

2.- Clasificación de los impedimentos


Can. 1074. Se considera público el impedimento que puede probarse en el fuero
externo; en caso contrario es oculto.
Can. 1075 § 1. Corresponde exclusivamente a la suprema autoridad de la Iglesia,
declarar auténticamente cuándo el derecho divino prohíbe el matrimonio o lo dirime.
§ 2. Igualmente, corresponde únicamente a la autoridad suprema el derecho de
establecer otros impedimentos respecto de los bautizados.
Podemos clasificar los impedimentos:
a) Por su origen: serán de derecho divino o natural, o bien de derecho eclesiástico. Los
primeros vienen exigidos por una ley divina positiva (impedimento de vínculo) o que están
insertos en la naturaleza del hombre (impedimento de impotencia, algunos grados de
consanguinidad). Estos impedimentos obligan a todo hombre, bautizado o no y no
admiten dispensa de nadie. La única competencia que tiene la Iglesia es sobre su
declaración auténtica por el canon 1075.
En cambio, los impedimentos de derecho eclesiástico, son establecidos para los
bautizados y en principio son siempre dispensables. Obligan a todos los bautizados
católicos (cánones 11 y 1059) y se incluyen a los que han abandonado la fe.
b) Por su duración: serán perpetuos o temporales. Lo que cesa es el hecho o circunstancia
que hizo surgir el impedimento, por lo tanto, ese matrimonio que nació nulo podrá ser
sanado en la raíz o convalidado según los cánones 1156 a 1165. El cese del impedimento
no es suficiente, sino que debe darse un acto jurídico.
c) Por su extensión: será absoluto, es decir de esa persona con toda otra persona o
relativo a personas determinadas.
d) En función de la certeza: serán ciertos o dudosos, sean con duda de hecho o de
derecho conforme al canon 144.
e) Según admitan la posibilidad de la dispensa: es decir dispensables o no. La norma
general es que dispense el Ordinario de lugar, sino dirá explícitamente la Sede Apostólica.
f) En función de la posibilidad de su prueba: serán públicos u ocultos. La publicidad hace
referencia al hecho objeto del impedimento, no al conocimiento de que dicho hecho está
contemplado en una ley inhabilitante.

3.- Competencia de la autoridad eclesiástica sobre los impedimentos


El canon 1075, siguiendo el magisterio tridentino, afirma que sólo la autoridad suprema
de la Iglesia tiene competencia sobre los impedimento sean estos de derecho divino o
eclesiástico, aunque estos últimos obliguen sólo a los católicos.
Entendemos como autoridad suprema de la Iglesia al Romano Pontífice y al Concilio
Ecuménico, siendo este último quien históricamente ha legislado sobre los impedimentos
matrimoniales.
Can. 1076. Queda reprobada cualquier costumbre que introduzca un impedimento
nuevo o sea contraria a los impedimentos existentes.
Recuerda la importancia de esta autoridad por encima de la fuerza normativa que
pudiera poseer la costumbre.

4.- Prohibición de un matrimonio particular por el Ordinario del lugar


Can. 1077 § 1. El Ordinario del lugar puede prohibir en un caso particular el
matrimonio a sus propios súbditos, dondequiera que residan, y a todos los que de hecho
vivan dentro de su territorio, pero sólo temporalmente, por causa grave y mientras ésta
dure.
§ 2. Sólo la autoridad suprema de la Iglesia puede añadir a esta prohibición una
cláusula dirimente.
De tal manera que nunca tendrá carácter invalidante del matrimonio la prohibición del
Ordinario de lugar, quien sólo la dará de podo temporal y por causa grave, en casos
particulares y sólo para los fieles a él sujetos.
Se entiende que al denominar Ordinario de lugar, está incluyendo al Obispo diocesano,
conforme al canon 134 § 2. Su facultad de prohibir temporalmente y por causa grave,
afecta a la licitud y nada más. Si fuera para la validez sería porque se aplica el parágrafo 2
del canon.
El ejemplo más común es el veto que coloca el Tribunal en caso de contraer nuevas
nupcias en la sentencia de nulidad del canon 1684 § 1.
La razón de esa reserva a la autoridad suprema se funda en la necesidad de seguridad
jurídica e igualdad en que está en juego el ius connubii de los fieles.

5.- Dispensa de los impedimentos de derecho positivo eclesiástico


Se aplica aquí el instituto de la dispensa del canon 85 y que se instrumentaliza por los
cánones 85 – 93. La facultad de dispensar es potestad ordinaria del Ordinario del lugar y
por lo tanto la puede delegar conforme al canon 137.
Recordando que los impedimentos de derecho positivo eclesiástico son los únicos
dispensables y sus sujetos son sólo los católicos. Si la Iglesia establece estos
impedimentos, es lógico que ella pueda dispensarlos. El cambio es que el Código anterior
lo remitía sólo a la Sede Apostólica y el actual aplica la subsidiariedad y comunión para los
Ordinarios del lugar1. Es un cambio del sistema de concesión al sistema de reserva a la
Sede Apostólica y por supuesto que hay una potestad cumulativa, de tal modo que lo que
puede conceder el Ordinario del lugar también lo puede hacer autoridad suprema, por
medio de los respectivos órganos que componen la Curia Romana.
Can. 1078 § 1. El Ordinario del lugar puede dispensar de todos los impedimentos de
derecho eclesiástico a sus propios súbditos dondequiera que residan, y a todos los que de
hecho vivan en su territorio, exceptuados aquellos impedimentos cuya dispensa se
reserva la Sede Apostólica.
§ 2. Los impedimentos cuya dispensa se reserva la Sede Apostólica son:
1° el impedimento proveniente de las sagradas órdenes o del voto público perpetuo de
castidad en un instituto religioso de derecho pontificio;
2° el impedimento de crimen del que se trata en el can. 1090.
§ 3. Nunca se da dispensa del impedimento de consanguinidad en línea directa o en
segundo grado de línea colateral.
El texto delimita la posibilidad de la dispensa a los supuestamente dispensables,
reservando determinados impedimentos a la autoridad suprema.
Aunque luego los veremos en modo particular, diremos que el Ordinario de lugar
dispensa todos los impedimentos de derecho eclesiástico, excepto el de orden sagrado,
voto público y perpetuo de castidad en un instituto religioso de derecho pontificio (el de
derecho eclesiástico lo puede dispensar) y el de crimen. Será en circunstancias ordinarias
y a tenor del canon 10782.

6.- Dispensa de los impedimentos en peligro de muerte


Can. 1079 § 1. En la urgencia del peligro de muerte, el Ordinario del lugar puede
dispensar a sus propios súbditos, dondequiera que residan, y a todos los que de hecho
vivan en su territorio, tanto de la forma que debe observarse en la celebración del
matrimonio como de todos y cada uno de los impedimentos de derecho eclesiástico, ya
sean públicos, ya ocultos, excepto el impedimento surgido del orden sagrado del
presbiterado.
§ 2. En las mismas circunstancias de las que se trata en el § 1, pero sólo para los
casos en que ni siquiera sea posible acudir al Ordinario del lugar, gozan de la misma
potestad de dispensar tanto el párroco, como el ministro sagrado debidamente delegado,
como el sacerdote o diácono que, a tenor del can. 1116, § 2, asisten al matrimonio.
§ 3. En peligro de muerte, el confesor goza de la potestad de dispensar de los
impedimentos ocultos para el fuero interno, tanto dentro del acto de la confesión
sacramental como fuera de él.
§ 4. En el caso de que se trata en el § 2, se considera que no es posible acudir al
Ordinario del lugar, si solamente puede hacérselo por telégrafo o teléfono.
Se entiende por peligro de muerte a la situación que las circunstancias presentan una
gravedad objetiva, en la cual probablemente muera o no. No requiere para su validez que
efectivamente muera y no debe confundirse peligro de muerte con in articulo mortis.
Peligro de muerte de los contrayentes, no de otros sujetos.

LOS IMPEDIMENTOS DIRIMENTES EN PARTICULAR


Teniendo en cuenta que una sentencia de nulidad matrimonial no rompe un vínculo
matrimonial preexistente, sino que declara que ese vínculo nunca existió. Por esto las
causales por las que se declara nulo provienen de la existencia de un impedimento
dirimente; la existencia de un vicio del consentimiento o de la falta de forma canónica.
Recordábamos que los impedimentos en el actual Código ya no se denominan
dirimentes, pero coinciden con los que en el antiguo derecho tenían esa denominación.
Son leyes inhabilitantes que afectan a las personas quitándoles la capacidad de contraer
un matrimonio válido.
En concreto son los siguientes:
1.- Impedimento de edad. Decreto General de la CEA
Es un impedimento ineludible y presente en la mayoría de los ordenamiento jurídicos, el
fijar una edad mínima.
Can. 1083 § 1. No puede contraer matrimonio válido el varón antes de los dieciséis años
cumplidos, ni la mujer antes de los catorce también cumplidos.
§ 2. Puede la Conferencia Episcopal establecer una edad superior, para la celebración lícita
del matrimonio.
Con bases en el derecho romano, el texto fija una edad en torno a la pubertad que
admite prueba en contrario. El canon se refiere a la edad biológica; no prejuzga sobre la
discreción de juicio de los contrayentes ni tampoco sobre su capacidad para asumir y
cumplir en lo esencial las obligaciones matrimoniales, eso queda para el canon 1095. Se
trata de un impedimento absoluto, temporal y de derecho eclesiástico, por lo tanto obliga
sólo a los católicos. Algunos autores afirman que si la edad es tan baja estaríamos frente a
un impedimento de derecho natural, pero no por la edad sino el canon 1095.
Este impedimento puede ser dispensado por el Ordinario del lugar (canon 1078 § 1),
cuando el Código anterior reservaba a la Santa Sede la dispensa cuando faltaba una año
para llegar a la edad mínima.
Como indica el texto del canon, las Conferencias Episcopales pueden determinar una edad
superior, pero ello afectando sólo a la licitud de la celebración. En concreto, la Conferencia
Episcopal Argentina ha establecido en su legislación complementaria del Código de
Derecho Canónico el decreto general legislativo correspondiente al canon 1067 y también
al canon 1083 § 2, que textualmente dice así: “Como norma general, la edad mínima para
contraer lícitamente matrimonio canónico en la Argentina es de 16 años para la mujer y
18 para el varón (cánones 1072 y 1083). El Ordinario del lugar puede autorizar el
matrimonio antes de esa edad, cumplidas las exigencias del derecho”5.
Así mismo, como se indicó anteriormente el canon 1071 § 1. 6° establece que en caso de
necesidad no se debe asistir sin licencia del Ordinario del lugar a un matrimonio de un
menor de edad (menor de 18 años), si sus padres lo ignoran o se oponen razonablemente.

2.- El impedimento de la impotencia


Can. 1084 § 1. La impotencia antecedente y perpetua para realizar el acto conyugal,
tanto por parte del hombre como de la mujer, ya absoluta ya relativa, hace nulo el
matrimonio por su misma naturaleza.
§ 2. Si el impedimento de impotencia es dudoso, con duda de derecho o de hecho, no se
debe impedir el matrimonio ni, mientras persista la duda, declararlo nulo.
§ 3. La esterilidad no prohíbe ni dirime el matrimonio, sin perjuicio de lo que se prescribe
en el can. 1098.
Es el impedimento más importante de todos y no puede ser dispensado, por ser de
derecho natural. El mismo canon nos dice que la impotencia para constituir un verdadero
impedimento debe ser antecedente, perpetua y cierta.
Antecedente es anterior a la celebración y concomitante al consentimiento, por lo tanto
subsiguiente.
En cuanto a la perpetuidad, se entiende en un sentido moral, es decir que no es de la
situación de que sólo sea superable mediante una operación grave o riesgosa, además de
legal y posible (médica y económicamente) al lugar donde viven las personas.
Ser cierta, es decir que no puede ser dudosa de hecho o de derecho, ya que en esos casos
el matrimonio goza de validez. No hay diferencia si la impotencia es masculina o
femenina, si es orgánica (originadas en trastornos anatómicos) o funcional (órganos
anatómicamente perfectos pero no adecuados para su función por algún defecto que no
se percibe en el mero examen externo).
Tampoco hay distinción entre impotencia absoluta y relativa ya que ambos invalidan el
matrimonio.
Sobre la impotencia que dirime el matrimonio es importante el decreto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, con explícita aprobación de Pablo VI, del 13 de
mayo de 1977, en el que se dice que no se requiere necesariamente para que exista
cópula conyugal, la eyaculación del semen elaborado en los testículos (verum semen).
En caso de duda, tanto de hecho (sobre la existencia del defecto corporal) como de
derecho (sobre si un determinado defecto constituye o no el impedimento de impotencia)
no se puede impedir el matrimonio ni, mientras persista la duda, declararlo nulo.
Asimismo es de notar que la esterilidad no prohíbe ni dirime el matrimonio, como
indica el parágrafo 3 del canon que comentamos, salvo el caso de que haya habido engaño
doloso (canon 1098), lo que configuraría un vicio de consentimiento.
En los casos de impotencia puede ser conveniente utilizar, en el orden procesal, la vía de
la dispensa pontificia del matrimonio rato y no consumado (cánones 1697-1706).

3.- Concepto fundamental y división de la impotencia


Un desarrollo más detallado de esta temática nos lleva a considerar también la
declaración del Santo Oficio (actualmente es Congregación para la Doctrina de la Fe) del
12 de febrero de 1941 según la cual “para la cópula perfecta, y por lo tanto, para la
consumación del matrimonio, se requiere y basta que el varón penetre por lo menos de
algún modo en la vagina, aunque sea imperfectamente, e inmediatamente de manera
natural emita el semen, siquiera parcialmente en ella, sin que sea necesaria la total
penetración en la vagina…”. Como dijimos antes, no se requiere el verum semen, sino que
basta algún líquido seminal, aunque no esté producido en los testículos.
Para la cópula conyugal no es necesaria la eyaculación del semen producido en los
testículos. Por lo que vasta la eyaculación de cualquier líquido seminal.
La impotencia puede darse tanto en el varón como en la mujer. Puede ser orgánica o
funcional, por causas anatómicas, fisiológicas, o psicológicas. En el caso del varón puede
darse por ausencia total del miembro viril o por una forma anormal del mismo, tan
excesivamente menguado (infantilismo), o tan desmesuradamente grande (elefantismo)
que haga imposible la penetración absoluta o relativa, o cuando esa falta de penetración
tenga lugar por algún defecto funcional que impida la erección o que produzca una
eyaculación precoz. En el caso de la mujer las principales anomalías que la convierten en
impotente, son la carencia de vagina, o el tenerla completamente cerrada o impenetrable
del todo, absoluta o relativamente (es decir, con todos los varones o con algún varón
determinado), de forma que sin una operación peligrosa no puede desaparecer este
defecto natural. Puede darse también el llamado vaginismo por el que al mínimo estímulo
se produce una contracción muscular que cierra casi completamente la vagina e impide la
penetración.
Si la mujer consigue una vagina artificial antes del matrimonio, debe ser considerada
como potente y el matrimonio es válido. Si se hace la operación después del casamiento,
es nulo, pero el matrimonio puede convalidarse (con sanación en la raíz).
La vagina oclusa en la parte interior del canal vaginal o uterina, dado que no impide la
realización del acto conyugal, no convierte a la mujer en impotente. Más aún, lo mismo
que ocurría con los varones vasectomiados, cuando a la mujer le falten los órganos post-
vaginales, su matrimonio será válido. Por ejemplo, en el caso de que a una mujer por un
tumor u otra circunstancia se le ha extirpado el útero, en cuyo caso habrá esterilidad pero
no impotencia.
Este impedimento se relaciona con la disolución del matrimonio rato y no consumado.
Resumiendo y recordando: la esterilidad no es impotencia y esta última es la imposibilidad
de realizar el acto sexual a modo humano, que hoy la doctrina y la jurisprudencia presenta
con cinco actos necesarios.
Tres actos del varón:
1 y 2- Erección y penetración masculina en la vagina de la mujer.
3- Eyaculación (de cualquier líquido seminal) en la vagina.
Dos actos de la mujer:
4- Ser penetrada en la vagina.
5- Ser inseminada por cualquier líquido seminal (con o sin espermatozoides).
5.- El impedimento de vínculo

Can. 1085 § 1. Atenta inválidamente el matrimonio quien está ligado por el vínculo
de un matrimonio anterior, aunque no haya sido consumado.
§2. Aun cuando el matrimonio anterior sea nulo o haya sido disuelto por cualquier causa,
no por eso es lícito contraer otro antes de que conste legítimamente y con certeza la
nulidad o disolución del anterior.
Este impedimento sería la imposibilidad de contraer matrimonio cuando uno o ambos
contrayentes están ligados por un vínculo matrimonial válido anterior, siendo irrelevante
que dicha unión hubiera sido consumada sexualmente. O sea que es también
impedimento para un matrimonio rato y no consumado previo.
El fundamento de este impedimento es la propiedad esencial de la unidad matrimonial
que exige monogamia. Así como indirectamente la indisolubilidad salvo para los
matrimonios no sacramentales o no consumados. Al ser el origen de este impedimento de
derecho natural obliga también a los no bautizados: tal es la práctica de la Iglesia
confirmada por la aplicación del privilegio paulino y petrino (cánones 1141-1150).
Para que desaparezca este impedimento se requiere que no haya vínculo anterior, esto se
logra:
Por muerte probada por documento auténtico, siguiendo al canon 1707 y recordando que
no basta con la ausencia prolongada del cónyuge, sino todo un proceso administrativo
seguido por el Obispo diocesano.
Por disolución pontificia por dispensa de matrimonio rato y no consumado o por
dispensa a favor de la fe. En caso de inconsumación cabe solicitar la dispensa pontificia
(canon 1142) a los efectos de poder contraer válida y lícitamente un nuevo matrimonio.
Otro camino es obtener la nulidad matrimonial del primer matrimonio para contraer el
segundo. En cambio para la obtención de la sentencia de nulidad del matrimonio
contraído con este impedimento se sigue la vía simple y rápida del proceso documental
(canon 1686).
Los requisitos para que exista este impedimento son: en primer lugar, que el primer
matrimonio sea objetivamente válido y lógicamente que el vínculo de dicho matrimonio
subsista. Esto puede ocurrir aún cuando el matrimonio no hubiera sido consumado (canon
1142). Estos requisitos producen sus efectos independientemente del conocimiento o del
grado de certeza que se tenga sobre la existencia de un matrimonio anterior. Y cuando
existen dos matrimonios aparentes contraídos por la misma persona, la calificación del
segundo depende de la calificación del primero; y en caso de duda, respecto al primero, la
presunción de validez aprovecha al primer matrimonio.
La unión civil entre los obligados a la forma canónica, cuando ésta no ha sido
dispensada, ni siquiera tiene la apariencia de matrimonio, y, por tanto, no produce este
impedimento. En la actual legislación las personas que atentan un nuevo matrimonio,
aunque sólo sea civil, no incurren en ninguna pena canónica como tenía lugar
anteriormente; pero se los considera concubinos, ya que están en una “situación
irregular” desde el punto de vista matrimonial y, por lo tanto, en estado objetivo de
pecado. A esas personas se aplica lo que se expone en el número 84 de la Familiaris
Consortio y que es objeto de reflexión en las actuales asambleas sinodales.
6.- El impedimento de disparidad de cultos
Can. 1086 § 1. Es inválido el matrimonio entre dos personas, una de las cuales fue
bautizada en la Iglesia católica o recibida en su seno y otra no bautizada.
§ 2. No se dispense de este impedimento si no se cumplen las condiciones indicadas en los
cáns. 1125 y 1126.
§ 3. Si al contraer el matrimonio, una parte era comúnmente tenida por bautizada o su
bautismo era dudoso, se ha de presumir, conforme al can. 1060, la validez del
matrimonio, hasta que se pruebe con certeza que uno de los contrayentes estaba
bautizado, y el otro no.
Es la imposibilidad de contraer matrimonio entre un bautizado y uno que no está. No debe
confundirse con la situación de matrimonio mixto (cánones 1124 – 1129) aunque
compartan varias de las disposiciones legales. Los mixtos serán válidos pero ilícitos si no
cuentan con la licencia expresa de la autoridad del canon 1124, en cambio los
matrimonios dispares son inválidos si no cuentan con la debida dispensa de la autoridad.
Para dispensar este impedimento se deben cumplir las condiciones indicadas en el canon
1125 también llamadas promesas o cautelas.
Los requisitos para este impedimento son, en primer lugar, que uno de los contrayentes
haya sido bautizado en la Iglesia Católica o haya sido recibido en ella. Esto ocurre en el
caso de que alguien haya sido bautizado válidamente en una comunidad cristiana no
católica. El texto promulgado ponía una segunda condición novedosa para el Código.
Consistía en que el bautizado en la Iglesia Católica o recibido en ella no la haya
abandonado mediante un acto formal, pero este párrafo fue quitado en la última reforma
del Código.
Se entendía que este abandono de la Iglesia no debe consistir simplemente en un
alejamiento o abandono notorio, sino que debe ser realizado con algún tipo de
formalidades o solemnidades que el derecho canónico reconozca. Pero las dificul tades
probatorias que este tipo de acto conlleva, hizo que el Papa Benedicto XVI eliminara este
párrafo con su Motu Proprio Omnium in mentem 7 . Con la intención de recordar que el
bautizado, aún abandonando la fe (apostatando, cambiando de religión, realizando un
acto formal, etc.) sigue siendo bautizado y por lo tanto sujeto a las obligaciones de todo
bautizado.

7.- El impedimento de orden sagrado


Can. 1087. Atentan inválidamente el matrimonio quienes han recibido las órdenes
sagradas.
Es la inhabilidad para contraer matrimonio por quien ha recibido el sacramento del
orden sagrado, sea el diaconado, presbiterado y episcopado (canon 1009 § 1), estando
exceptuados los diáconos permanentes ya casados (canon 1031 § 2) y evidentemente muy
vinculado con el celibato sacerdotal (cánones 277 y 1037).
Se trata de un impedimento de derecho positivo eclesiástico (ya vimos la posibilidad de su
dispensa en peligro de muerte). Su dispensa está reservada a la Sede Apostólica (canon
1078). Debe notarse que el clérigo que intenta matrimonio, aunque sólo sea civilmente,
queda ipso iure removido de todo oficio eclesiástico (canon 194 § 1, 3°); asimismo, incurre
en suspensión automática; y si después de haber sido amonestado no cambia su conducta
y continúa dando escándalo, puede ser castigado gradualmente con privaciones o también
con la expulsión del estado clerical (canon 1394 § 1).
Si alguien contrajese matrimonio canónico con este impedimento, probada la
ordenación, la causa de nulidad matrimonial se realizará por la vía más expeditiva del
proceso documental (canon 1686).

Se debe notar que en la nueva legislación se realiza una distinción en lo referente a los
diáconos permanentes. Algunos son ordenados célibes y se obligan a observar el celibato.
Otros se ordenan estando ya casados, habiendo cumplido ya 35 años, teniendo el
consentimiento de la esposa, y poseyendo integridad de vida ambos esposos, etc. Pero se
estableció la norma de que éstos, si enviudaban serían inhábiles para contraer un nuevo
matrimonio (cánones 1031 § 2 y 3; 1035; 1037). En el proceso redaccional se recordaba
que el diácono casado no había elegido el celibato, y que muchas veces un segundo
matrimonio luego de haber enviudado era lo mejor solución sobre todo para los hijos. Se
preveía que los diáconos permanentes viudos no tuvieran este impedimento, pero luego
se eliminó toda referencia en el texto definitivo. Igualmente la concesión de la dispensa de
este impedimento es mucho más fácil y rápida que en los demás clérigos.

8.- El impedimento de voto de castidad


Can. 1088. Atentan inválidamente el matrimonio quienes están vinculados por voto
público perpetuo de castidad en un instituto religioso.
Este impedimento es la falta de habilidad en los religiosos, varones y mujeres, que han
emitido voto público y perpetuo de castidad en un instituto religioso.
Al igual que el impedimento de orden no se estableció hasta el siglo XII, siendo de
derecho eclesiástico. Se trata del voto de castidad conforme al canon 1191, pero se ha
simplificado su regulación, desapareciendo el impedimento del voto simple. Por lo tanto
es voto público, recibido por el Superior legítimo en nombre de la Iglesia. Será perpetuo y
no temporal (canon 655), aunque podría el derecho propio con privilegio pontificio
también invalidar el matrimonio en los votos simples (como ocurre con los Jesuitas).
Su dispensa está reservada a la Sede Apostólica cuando se trata de un instituto religioso
de derecho pontificio (canon 1078), sino será el Ordinario del lugar. Esta dispensa se
realiza por medio del indulto de salida del instituto que, una vez concedido, llego consigo
la dispensa de los votos y de todas las obligaciones inherentes (cánones 691 – 692). Cesa
también por decreto de expulsión del instituto (cánones 700 – 701). Se recuerda que este
impedimento puede ser cumulativo con el de orden en los religiosos varones clérigos, por
lo que habrá que solicitar ambas dispensas.
Hay que señalar que el religioso que intenta contraer matrimonio, aunque sea sólo
civilmente, queda ipso facto expulsado de su instituto religioso (canon 694); asimismo, si
se trata de un religioso de votos perpetuos, no clérigo, incurre en entredicho automático
(canon 1394 § 2). Un proceso de nulidad matrimonial cuya causal sea la existencia de este
impedimento seguirá también la vía del proceso documental.

9.- El impedimento de rapto


Can. 1089. No puede haber matrimonio alguno entre un hombre y una mujer raptada o al
menos retenida con miras a contraer matrimonio con ella, a no ser que después la mujer,
separada del raptor y hallándose en lugar seguro y libre, elija voluntariamente el
matrimonio.
La razón de ser de este impedimento es tutelar la libertad del consentimiento de la mujer
en el matrimonio, al menos externamente. Se trata de un impedimento de derecho
eclesiástico, formulado completamente en el Concilio de Trento. Si el impedimento se
identificara con el de violencia o miedo grave podría opinarse que el impedimento es de
derecho natural o que no es un impedimento sino un vicio del consentimiento (canon
1103). Pero siendo un impedimento autónomo no cabe duda de que se trata de un
impedimento de derecho eclesiástico que el legislador ha mantenido su regulación como
figura autónoma.
En realidad no se plantea la dispensa de este impedimento puesto que su cesación
depende de la voluntad del raptor. Por ello aunque teóricamente sea dispensable, en la
práctica, en circunstancias normales es muy rara la dispensa. Si la mujer no se opone al
rapto y al consentimiento no hay impedimento y se denomina fuga. Debe ser con traslado
o retención, con intención de casarse con él, no con otra persona. Cesa al quedar libre la
mujer, si esta desea continuar con el vínculo, este deberá revalidarse mediante la
convalidación simple renovando el consentimiento.

10.- El impedimento de crimen


Can. 1090 § 1. Quien, con el fin de contraer matrimonio con una determinada persona,
causa la muerte del cónyuge de ésta o de su propio cónyuge, atenta inválidamente ese
matrimonio.

§ 2. También atentan inválidamente el matrimonio entre sí quienes con una cooperación


mutua, física o moral, causaron la muerte del cónyuge.
La dispensa de este impedimento está reservada a la Sede Apostólica (canon 1078). Y
dificilísimamente suele concederla cuando el conyugicidio es público; y suele exigir causas
muy graves y urgentísimas cuando el conyugicidio es oculto. Se ha suprimido la figura,
incluida en este impedimento por la anterior legislación, del adulterio con promesa de
subsiguiente matrimonio.
El impedimento, pues, afecta a la persona del homicida. Parece que sólo un
homicida católico puede ser objeto del impedimento. Además ha de tratarse de un
verdadero homicidio, es decir, debe sobrevenir la muerte de la víctima. No sería suficiente
la tentativa o el intento frustrado del delito de homicidio. En cambio, parece que incurriría
ciertamente en este impedimento, aquél que se sirve de un tercero al que manda matar al
propio cónyuge o al cónyuge de la persona con quien quiere casarse.
.
11.- El impedimento de consanguinidad
Can. 1091 § 1. En línea recta de consanguinidad, es nulo el matrimonio entre todos los
ascendientes y descendientes, tanto legítimos como naturales.
§ 2. En línea colateral, es nulo hasta el cuarto grado inclusive.
§ 3. El impedimento de consanguinidad no se multiplica.
§ 4. Nunca debe permitirse el matrimonio, cuando subsiste alguna duda sobre si las partes
son consanguíneas en algún grado de línea recta o en segundo grado de línea colateral.
Hay que tener en cuenta que el nuevo Código adopta el sistema de cómputo romano
descripto en el canon 108, según el cual hay tantos grados cuantas personas hay en ambas
líneas, descontando el tronco. Así, por ejemplo, afecta este impedimento a los primos
hermanos, que son consanguíneos en cuarto grado colateral.

El impedimento en línea colateral en tercer o cuarto grado puede ser dispensado por el
Ordinario del lugar (canon 1082); pero nunca debe permitirse el matrimonio cuando
subsiste alguna duda sobre si las partes son consanguíneas en algún grado de línea recta o
en segundo grado en línea colateral, o sea hermanos (canon 1091 § 4).
En línea recta de primer grado, se considera a este impedimento de consanguinidad, de
manera cierta, como de derecho natural: hacia esta solución se inclinan los Romanos
Pontífices, la práctica de las Congregaciones Romanas y la mayoría de los autores.
En línea recta, en los grados siguientes, la opinión que lo considera como de derecho
natural es solamente probable: de hecho Santo Tomás lo considera de derecho
eclesiástico.
Más allá del tercero y cuarto grado en línea directa, no es cierto, según la opinión más
común, que este impedimento sea de derecho natural.
En línea colateral, en el segundo grado, se suele decir que es de derecho natural
secundario: de ahí la norma del canon 1091 § 4.
Como fundamento de este impedimento se suele aducir una razón moral, el respeto y el
pudor hacia los parientes más próximos y el peligro de trato deshonesto que puede surgir
viviendo en familia,

También se suele dar una razón social, porque las uniones contraídas fuera del
parentesco amplían las relaciones sociales, los lazos de afecto, y se multiplica la caridad
cristiana más allá del ámbito familiar. A ello se agrega la razón fisiológica y eugenésica, ya
que el matrimonio entre parientes próximos era considerado como causa de
degeneración o por lo menos, como un riesgo, aunque no siempre inmediato, de que la
prole adolezca de taras físicas o mentales.
Actualmente el auge de las técnicas de reproducción asistida y la manipulación genética
han abierto nuevos interrogantes doctrinales y jurídicos en torno a este impedimento.

12.- El impedimento de afinidad


Can. 1092. La afinidad en línea recta dirime el matrimonio en cualquier grado.
La afinidad es la relación jurídica de parentesco surgida del matrimonio válido, aunque no
esté consumado, y existe entre el varón y los consanguíneos de la mujer y la mujer y los
consanguíneos del varón. Se computa de modo que los consanguíneos del marido son
afines de la mujer en la misma línea y grado, y viceversa (canon 109). En cuanto
impedimento, es la prohibición legal de contraer matrimonio entre una persona y los
consanguíneos de su anterior cónyuge, dentro de los grados señalados por la ley. Se
elimina la línea colateral del código anterior.
En cuanto a su fundamentación, las razones que aconsejan su establecimiento son las
mismas que las del impedimento de consanguinidad, pero más atemperadas. Se parte de
la idea de que los cónyuges contraen una especial relación de parentesco con los
consanguíneos de su cónyuge. Ese cónyuge puede haber fallecido o declarado nulo el
anterior matrimonio.
Hoy nadie duda de que este impedimento, en cualquiera de sus líneas y grados, es de
derecho eclesiástico positivo, por lo tanto entre católicos.

13.- El impedimento de pública honestidad


Can. 1093. El impedimento de pública honestidad surge del matrimonio inválido
después de instaurada la vida en común o del concubinato notorio o público; y dirime el
matrimonio en el primer grado de línea recta entre el varón y las consanguíneas de la
mujer, y viceversa.
Es un impedimento muy parecido y complementa el de afinidad, pero el vínculo
anterior no es matrimonio. Se trata de una situación en que dos personas viven
maritalmente, pero sin ser marido y mujer porque el matrimonio es inválido o porque son
concubinos. Las dos posibilidades consideradas en el canon son las de un matrimonio
inválido pero en el que ya se haya instaurado la vida común. No era claro si el texto del
viejo Código (que incluía hasta segundo grado línea recta), al hablar de matrimonio
inválido se refería también al matrimonio civil. Por eso, una interpretación auténtica ha
aclarado que el matrimonio inválido debe tener la apariencia de matrimonio canónico. Por
lo tanto, para quienes están obligados a la forma canónica, el matrimonio civil es causa del
impedimento de pública honestidad.
Recordemos que el matrimonio puede ser inválido a causa de un impedimento o de un
vicio de consentimiento o un defecto de forma canónica. Y con la expresión vida común,
se quiere expresar las relaciones íntimas o lo que en el caso del matrimonio se llamaría
acto conyugal.
La segunda posibilidad es el concubinato, que implica la relación entre un varón y una
mujer que no es algo pasajero sino habitual; y además ese concubinato debe ser algo
público o notorio.
Esto quiere decir que debe ser divulgado. Y además la notoriedad podría ser de derecho o
de hecho.
La notoriedad de derecho se da por la sentencia del juez. En cambio, la notoriedad de
hecho, se da si es públicamente conocido y se ha realizado en tales circunstancias que no
puede ocultarse.
Se fundamenta este impedimento en razones éticas y sociales, evitar el escándalo del
matrimonio entre una persona y los consanguíneos de la otra con la que se ha mantenido
una unión ilegítima. Igualmente surgen algunas dudas cuando en el impedimento surge la
acatolicidad y posteriormente uno o ambos ingresan en la Iglesia Católica, deseando
contraer matrimonio. Si lo tres son acatólicos no hay impedimento; si los dos de la
primera unión son acatólicos e ingresan a la fe católica hay impedimento y finalmente si
uno de los acatólicos de la primera unión ingresa solo a fe católica antes de que la unión
se disuelva entraría en el impedimento, no así el que se quedó acatólico. Deberá
relacionarse los impedimentos pública honestidad con el de afinidad.
La heterosexualidad es un requisito claro para este impedimento, de tal modo que las
uniones de hecho homosexuales (o incluso reconocidas civilmente) no darían lugar a este
impedimento, en el supuesto que alguno de sus miembros quisiese posteriormente
contraer matrimonio con una persona del sexo contrario y que fuese consanguíneo en
primer grado línea recta de su anterior pareja homosexual (no sería impedimento, pero
estaríamos ante un posible vicio de consentimiento, conforme al canon 1095, 3°).

14.- El impedimento de parentesco legal


Can. 1094. No pueden contraer válidamente matrimonio entre sí quienes están
unidos por parentesco legal proveniente de la adopción, en línea recta o en segundo
grado de línea colateral.
La relación constitutiva de la adopción se regula por la legislación civil de cada nación
(canon 110).
La adopción es la aceptación de una persona extraña como hijo. El ordenamiento
canónico y los civiles prohíben el matrimonio, por lo general, entre las personas que se
encuentran relacionadas por vínculos de adopción, por las mismas razones, atemperadas,
que en el resto de los impedimentos originados por el parentesco: la intimidad o grado de
familiaridad que entre ellos se establece, la reverencia o superioridad moral que se
interponen entre adoptante y adoptado, la necesidad de tutelar la moralidad de las
costumbres en el seno de la familia. La intimidad es mayor o menor según los efectos
civiles que se atribuyan a la adopción. Este impedimento es de derecho eclesiástico.
En Argentina hay que distinguir, según la legislación civil, si se trata de una adopción
simple o de una adopción plena.

La dispensa de este impedimento corresponde realizarla al Ordinario del lugar, pero debe
ser muy prudente y no otorgarla fácilmente, por las razones antes indicadas: la tutela de la
moralidad y de las costumbres en el seno de una familia.
LOS VICIOS DE CONSENTIMIENTO: INCAPACIDAD PARA CONSENTIR
El consentimiento matrimonial se emite conjuntamente por el hombre y la mujer que
intentan contraer matrimonio. En sí mismo es un único acto, si bien se expresa
simultáneamente en un doble compromiso, en una donación y aceptación recíprocas. Con
el pacto conyugal el varón se ofrece a sí mismo a la mujer, ofrece su persona entera, en
todas sus expresiones espirituales y sensibles. La mujer realiza en relación al hombre un
gesto igual. Cuando la mujer acepta al varón tomándolo como esposo, el varón acepta el
don de la mujer tomándola como esposa. Se trata de una nota que el Concilio Vaticano II
ha puesto de relieve al declarar que el matrimonio “nace del acto humano” por el que los
cónyuges se entregan “a sí mismos” el uno al otro1. Este consentimiento matrimonial no
puede ser suplido por nadie.
El consentimiento matrimonial es la causa eficiente del matrimonio. Consiste en un acto
positivo de voluntad realizado con una intención actual o virtual. No bastaría una simple
voluntad habitual. Pero, precisamente por ser un acto de voluntad, presupone un acto de
la inteligencia, según el conocido axioma nihil volitum quin praecognitum. Por este motivo
el consentimiento de las partes puede resultar viciado, tanto por parte de la voluntad
como de la inteligencia. El Código nos ofrece un elenco taxativo de los vicios del
consentimiento matrimonial en los cáns. 1095-1103, distribuyéndolos en las dos
categorías mencionadas.
Por parte del entendimiento:
1° carencia de suficiente uso de razón (canon 1095, 1°).
2° grave defecto de discreción de juicio (canon 1095, 2°).
3° incapacidad para asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de
naturaleza psíquica (can. 1095, 3°).
4° ignorancia (canon 1096).
5° error (canon 1097).
6° dolo (canon 1098).
Por parte de la voluntad:
7° simulación total o parcial (exclusiones - canon 1101).
8° condición (canon 1102).
9° violencia o miedo grave (coacción física o moral - canon 1103).

incapacidad de la persona de emitir un consentimiento válido.

1.- Carencia del uso de razón


Can. 1095. Son incapaces de contraer matrimonio:
1° Quienes carecen de suficiente uso de razón.
La figura abarca no sólo a los afectados por una enfermedad mental (oligofrenia,
deficiencia congénita de la inteligencia; demencia), sino también a quienes, en el
momento de consentir, padecen una perturbación psíquica - por ejemplo, estados tóxicos,
drogadicción, alcoholismo, embriaguez, sonambulismo, hipnosis, etc.
Es una perturbación de la mente, habitual o transitoria, que afecta gravemente e invalida
el consentimiento y por lo tanto el mismo matrimonio por derecho natural, dado que el
uso de razón es absolutamente necesario para que se pueda hablar de un verdadero acto
humano.
Notemos también que la carencia del uso de razón no es necesario que sea absoluta para
hacer nulo el matrimonio, sino que ha de ser proporcionada a la importancia propia del
consentimiento matrimonial. Teniendo en cuenta el canon 99, aquí no tendría lugar la
equiparación a los infantes, es decir que este vicio del consentimiento no requiere una
causa habitual y absoluta. El término “suficiente” indica una gradualidad en la carencia,
por la que basta la necesaria para el matrimonio.

2.- Grave defecto de discreción de juicio


2° Quienes tienen un grave defecto de discreción de juicio acerca de los derechos y
deberes esenciales del matrimonio que mutuamente se han de dar y aceptar.
En síntesis, se podría decir que se trata de una falta de capacidad ponderativa, valorativa,
de un insuficiente juicio práctico sobre un matrimonio concreto por parte del sujeto que lo
va a contraer; dicho juicio debe ser proporcionado al matrimonio.
Las anomalías más corrientes productoras de este defecto son las psicosis, las neurosis
graves, y también se incluyen la inmadurez o falta de equilibrio afectivo, propio de las
personalidades psicóticas.
La expresión discreción de juicio incluye la capacidad critico – estimativa- ponderativa
respecto de las obligaciones esenciales del matrimonio. Se incluye la autodeterminación
de la voluntad o más conocida como falta de libertad interna.
El juez deberá tener en cuenta el proceso del acto libre de elección, según la psicología
racional, los distintos momentos de la actuación conjunta de la inteligencia y de la
voluntad. Y deberá establecer un puente, terminológico y conceptual, con lo que la
psiquiatría moderna indica sobre cómo es impedido el acto libre por enfermedades o
anomalías psíquicas.
El juez se servirá de uno o varios peritos (en los casos de enfermedades mentales así como
en los casos de impotencia); a no ser que, por las circunstancias conste con evidencia que
la pericia resultaría inútil (canon 1680).
Los peritos deberán dictaminar sobre la naturaleza, la gravedad, el origen y el desarrollo
de las enfermedades mentales. Sus conclusiones las obtendrán sirviéndose de las actas de
la causa así como de inspecciones médicas y de psicodiagnósticos del paciente.
El juez no está obligado a aceptar las conclusiones de los peritos, sino que debe decir por
qué las acepta o rechaza (canon 1579).

Las sentencias rotales expresan y someten a análisis el defecto de discreción de juicio de


cuatro modos diversos: En primer lugar, se considera que se trata de insuficiente “función
ponderativa o estimativa del intelecto” . Es decir, se distingue entre una función del
intelecto meramente cognoscitiva y otra ponderativa o estimativa, cuyo recto uso es
necesario para contraer matrimonio. En segundo lugar, se considera que se trata de
insuficiente “facultad crítica”. En tercer lugar, se considera que se trata de insuficiente
“ordenación y conspiración de las facultades superiores”. Por último, se considera que se
trata de insuficiente “juicio práctico”. Aquí se detecta que no basta saber que el
matrimonio es bueno, sino si un matrimonio concreto es bueno para el sujeto que lo va a
contraer; ya que el consentimiento es un acto que se debe poner con suficiente juicio
práctico. Estimamos que las cuatro explicaciones son integrables, destacando lo más
certero y preciso de la primera y última.
Entre los defectos de discreción de juicio se incluyen los casos de psicosis, como la
esquizofrenia ya instalada en la persona en el momento de contraer; también la
inmadurez o falta de equilibrio afectivo, que influye en la voluntad, propio de las
personalidades psicopáticas; y que turba la vida interior haciendo actuar a la persona por
impulsos irresistibles o por perturbaciones fantasiosas que afectan a la libertad de
elección. Y se encuentran también algunas neurosis o desórdenes que comportan
reacciones frente a cosas sin importancia; y cuya característica es la ansiedad, en torno a
la cual se estructura el resto de la sintomatología. A veces se producen conversiones
somáticas; otras, producen un estado de tensión muy angustioso, aparentemente
inmotivado, con sensaciones de inseguridad difusa, insomnios, con un tono de humor de
tipo depresivo, etc. A veces, son de tipo fóbico o de tipo obsesivo compulsivo,
prevaleciendo ideas obsesivas; o de tipo histérico, cuyas manifestaciones de improviso
surgen y cesan16. La variedad de los diversos tipos de neurosis no consiente un juicio
unívoco sobre su incidencia en el consentimiento matrimonial. Hay que ver caso por caso.
.
7. En cuanto a la función del perito psiquiátrico o psicológico en las causas de nulidad de
matrimonio por defecto de discreción de juicio, cuya intervención preceptúa el Código, él
debe instruir al juez acerca de la naturaleza, gravedad, origen y desarrollo de la
enfermedad psíquica que se dice afectaba a alguna de las partes en el tiempo de las
nupcias; deberá indicar los argumentos en los que base sus conclusiones psicológicas o
psiquiátricas, tomadas de las actas de la causa o de alguna peculiar inspección médica del
presunto paciente. Asimismo, corresponde al juez ver si tales conclusiones psicológicas o
psiquiátricas son confirmadas verdaderamente por los predichos argumentos y,
establecido esto, convertirlas en conclusiones jurídicas, indicando oportunamente los
argumentos “ex iure aut iurisprudentia collectis”.
8. Para completar los fundamentos de derecho que anteceden, debemos tener en cuenta
que, en las sentencias de la Rota Romana, se nos indican algunos puntos entre los que
señalamos los siguientes: En cuanto al objeto propio de las potencias y actos de la
discreción de juicio, se insiste en que dicho objeto no es el matrimonio en general sino un
matrimonio concreto, con los derechos y obligaciones que se han de dar y aceptar,
consideradas también en concreto, y que abarcan toda la vida de los contrayentes. En
cuanto a la concreción de las obligaciones esenciales, además de las relativas al bien de la
prole, de la fidelidad y de la indisolubilidad, se agrega la correspondiente al bien de los
cónyuges, que, según las sentencias, se denomina también capacidad para una relación
interpersonal, o para el consorcio o la comunión de toda la vida. Esto debe ser también
objeto de una adecuada estimación o juicio crítico. En cuanto a las causas que originan la
incapacidad, pueden considerarse las patológicas en sentido estricto y también los
trastornos transitorios. Porque cualquier condición anómala que influya negativamente en
el proceso de deliberación o discreción de juicio, puede impedir un acto responsable.
Porque en esta causal se atiende especialmente al momento en que se presta el
consentimiento, al acto psico-ético de consentir.
4.- Incapacidad para asumir las obligaciones esenciales del matrimonio
3° Quienes no pueden asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de
naturaleza psíquica.
No basta con la capacidad de poner un acto humano, consciente y libre (ya previsto en el
canon 1095, 2°) sino que dicho acto de voluntad ha de venir cualificado por la naturaleza
matrimonial de su objeto. Quien se casa debe ser capaz de entender, de querer, pero
también de realizar dicho matrimonio en la existencia concreta y cotidiana. Es necesario
tener la capacidad de ser cónyuge.
Hay que destacar, como lo hace la jurisprudencia, que no es lo mismo la dificultad que la
incapacidad. El canon determina la incapacidad de los sujetos al momento de emitir el
consentimiento. Por eso no es lo mismo que posteriormente no cumpla con lo que se
comprometió, con que no era capaz de cumplir cuando dijo si, quiero.
Las causales indicadas deben constituir una verdadera incapacidad, no basta la mera
dificultad;
.
Con la dificultad de determinar cuáles son las obligaciones esenciales del matrimonio,
debemos centrarnos en todo lo que implica el consorcio de toda la vida, y desde allí
especificar todo lo referente a la vida y al amor. A pesar de que estemos frente a una
indeterminación exhaustiva de las obligaciones esenciales del matrimonio, debemos
recordarnos que el canon 1055 define y resume todas las obligaciones que conlleva.
La capacidad de asumir, es un verdadero logro de la sensibilidad jurídica postconciliar,
pero no supone un vaciamiento del principio de indisolubilidad matrimonial. De tal
manera que no se puede considerar nulo un matrimonio porque los esposos no han
podido vivir plenamente el consorcio de vida y amor.
Las causas psíquicas incluyen la grave psicosis y neurosis, que de modo antecedente ya
invalidaban el matrimonio por los dos primeros apartados del canon 1095.

Podemos agrupar las anomalías de la esfera psicosexual: ninfomanía, satiriasis; sadismo,


masoquismo, fetichismo, exhibicionismo, transexualidad, homosexualidad, zoofilia,
pedofilia, etc.
Todas anomalías que suponen una sexualidad no sólo en su dimensión biológico – genital,
sino también en su dimensión profundamente relacional.
Las anomalías que impiden un mínimo de relaciones interpersonales incluyen el
narcisismo, la grave inmadurez afectiva, infantilismo, profundos complejos de Edipo,
Electra, ciertas psicopatologías, histerias, anorexias y bulimia, trastornos de personalidad
pasivo – agresiva.
Anomalías provenientes del abuso de drogas, como el alcoholismo y la drogodependencia
que debilitan gravemente la personalidad, actuando bajo impulsos de los sentimientos y
miedos, huyendo de la realidad con el consumo.
Anomalías originadas en la repetición de conductas desordenadas que provocan hábitos
insuperables, como sería la ludopatía.
Los requisitos para declarar que hay una incapacidad para asumir es que la misma debe
ser cierta, al menos con certeza moral, a la vez será antecedente y sus causas deben ser
de naturaleza psíquica, aunque tal vez no esté tipificado por la psiquiatría, basta con que
sean identificadas en sentido amplio. Aunque el canon no lo diga, debemos considerar
que es un requisito que la anomalía debe gravemente afectar la personalidad, aunque
dicha anomalía no sea grave en sí misma. En definitiva, si incapacita es grave.

INMADUREZ AFECTIVA
1º. Seguiremos principalmente en nuestra exposición a Mons. García Faílde, en la segunda
edición de su obra “Manual de Psiquiatría forense canónica” (Universidad Pontificia
Salamanca 1991), seleccionando textos y, en parte, citándolo textualmente. Con la
expresión “inmadurez afectiva” designamos en general la inadecuada evolución de
sentimientos, afectos, emociones, pasiones, tendencias, humor dominante, instintos,
hábitos, etc., de una determinada persona. La expresión está tomada por analogía con lo
que ocurre con los frutos de la tierra, que cambian y crecen hasta llegar a su punto
culminante. Es evidente que cuando hablamos de “madurez” de un ser humano y, dentro
del ser humano, de su afectividad, no podemos entender por madurez ese
estadioterminal después del cual ya no hay una ulterior “madurez” mayor; “y es que la
persona, y con ella sus funciones psíquicas, se está haciendo continuamente, está
“madurando” sin cesar; de aquí que deba hablarse de “grados” en la madurez de la
personalidad, de la afectividad de la persona, y, por lo mismo, que deba hablarse de
“grados” en la “inmadurez” de la misma persona, de su afectividad (cf GARCÍA FAÍLDEop.
cit. 80).
2º. Podemos decir que, a medida que progresa el desarrollo de la personalidad, el
individuo aprende métodos que le permitan descargar sus impulsos y adaptarse a la
realidad reduciendo la ansiedad que las frustraciones y los conflictos pueden generar;
esos métodos son “defensas” contra las ideas y los afectos penosos e indeseables; esto,
teniendo en cuenta que el conflicto, objeto de la lucha, puede proceder tanto del exterior
como del interior del sujeto y que el mecanismo de “defensa”, aunque no lo resuelva,
atenúa o llega a hacer desaparecer el sufrimiento; estos mecanismos los emplean tanto
las personas normales como aquellas que presentan rasgos neuróticos y su finalidad es
siempre favorecer la adaptación del sujeto a la realidad, externa e interna; en el individuo
enfermo psicológicamente esta finalidad se pierde y las “defensas” se vuelven ineficaces,
rígidas, restrictivas y desacordes con la situación. Dos de estos mecanismos de “defensa”
son los de “fijación” y “regresión”. Con ellos se puede explicar la “inmaduración afectiva”.

No es lo mismo tener una afectividad infantil (ser infantil en el humor, en los


sentimientos, en las emociones, en las pasiones) que tener una psicología infantil o una
personalidad infantil (que es ser infantil, además de en el humor, etc., en los
pensamientos, en las voliciones, etc.); el que es infantil en su humor, en sus sentimientos,
en sus emociones, en sus pasiones no tiene necesariamente incapacidad intelectiva,
deliberativa, volitiva para el matrimonio: el infantilismo en
el humor, etc., admite grados y en cualquier grado no conlleva la inmadurez grave de la
inteligencia y de la voluntad, es decir, el grave defecto de discreción de juicio.
Si tener una “inmadurez afectiva” es tener una “afectividad infantil”, la “inmadurez
afectiva” se caracterizará por los rasgos propios de la “afectividad infantil”, entre cuyos
rasgos esenciales podemos indicar, en primer lugar, la inestabilidad afectiva. Ésta consiste
en la inestabilidad en el humor, en los sentimientos, en las emociones, en las pasiones...
Esta inestabilidad encierra una tendencia a los altibajos u oscilaciones de ánimo, propios
de los llamados “lábiles del estado de ánimo”, que surgen por motivos insignificantes (F.
ALONSO-FEMÁNDEZ Fundamentos de la psiquiatría actual v. II [Madrid 1979] 100); puede
acompañarse de una incontinencia afectiva que comporta la imposibilidad de controlar el
humor, los sentimientos, las emociones, etc.; la pérdida de control puede ser una pérdida
de libertad; la persona puede dejar de ser dueña de sí misma; se pierde la libertad, se deja
de ser dueño de sí mismo cuando la pérdida de control se traduce en una incapacidad de
subordinar los sentimientos, las emociones, las pasiones a la razón y a la voluntad de
modo que el individuo, por causa de esa falta de autodominio, no esté capacitado para
tomar decisiones libres basadas en motivaciones racionales; este individuo procede
entonces sin libertad porque procede determinado solamente por sus impulsos
anormales. Recuérdese que muchos han definido la enfermedad mental como una
situación en la que la persona se ve privada de libertad en cuanto que no es capaz de
ejercer el debido control sobre sí misma por estar como “fuera de sí”, que es lo que
significa el término “enajenado”. Pero la estabilidad afectiva, propia de la “madurez
afectiva” no tiene por qué ser necesariamente una estabilidad constante, basta con que
sea una sintonización habitual justa y apropiada con el exterior y con el propio interior; tal
vez la forma de medirlo sea el estado habitual de ánimo.
6º. Algunas veces la “inmadurez afectiva” proviene paradójicamente de una especie de
“exagerado equilibrio”, tal cual ocurre en las personalidades “atímicas”, es decir, en las
personalidades que carecen o que casi carecen de sentimientos, de emociones, etc.; no
manifiestan ni sentimientos, ni emociones, ni pasiones (no están ansiosos, ni tristes, ni
alegres, etc., parecen de hielo);
. Este estado anafectivo tiene un influjo en las facultades volitivas en el sentido de que el
individuo puede estar imposibilitado para determinarse como se ha determinado: su nota
distintiva puede ser el “no poder querer otra cosa”; lo cual es incapacidad de imponerse a
las motivaciones (impulsos emocionales, etc.) que le llevan a un extremo (GARCÍA
FAÍLDEop.cit. 83-84).
Otro rasgo típico de la inmadurez afectiva es la dependencia afectiva. Dentro de un
desarrollo normal de la personalidad la excesiva dependencia afectiva que tiene el niño
respecto a sus padres es superada, al igual que los conflictos que le acompañen, y el
adolescente va poco a poco estabilizando las relaciones afectivas con sus padres; la
superación de esta excesiva dependencia afectiva es indispensable para el desarrollo
normal de la personalidad; por eso los que no logran superarla no logran ese desarrollo
normal, se quedan “fijados” en el estadio infantil de excesiva dependencia afectiva;
excesiva dependencia que es reforzada frecuentemente por la actitud sobreprotectora de
los padres (una sobreprotección puede ser asfixiante; obliga al niño a sentirse siempre
niño que es decir no tener autonomía, convertirse en desvalido, necesitado de ser
dirigido, temeroso, etc. La persona que desarrolla su afectividad en el terreno de la
excesiva dependencia afectiva fácilmente buscará (el día en que se decida o, como más
corrientemente sucederá, le decidan a casarse) o continuar la relación infantil de
dependencia, de sumisión, de necesidad de apoyo y por ello buscará en el partner la
prolongación de su madre o de su padre en lugar de un consorte; o huir de unos padres
excesivamente posesivos o saciar una necesidad obsesiva de cariño que llega a asfixiar a la
otra parte y que dificulta, si no imposibilita, las relaciones interpersonales normales.
Un tercer rasgo propio de la inmadurez afectiva es el egoísmo. Éste consiste en una
actitud centrada en la atención exclusiva a sí mismo, a sus necesidades, a sus intereses,
etc., con desinterés por los demás y por lo de los demás; el egoísta le tributa un verdadero
culto a su propio “ego” (de ahí su nombre) al que idealiza y desde el que juzga a todos y a
todo de un modo o de otro modo según que se acomode o que no se acomode al propio
“ego”. Una versión de este egoísmo es la
alteración “narcisística” de la personalidad;
. No es difícil comprender cómo un contrayente, que sea portador de un excesivo
egocentrismo, esté incapacitado psíquicamente para asumir/cumplir las obligaciones
esenciales de la relación interpersonal matrimonial; se puede pensar, además, que las
personas de esta clase pueden estar también incapacitadas incluso para hacer el acto
psicológico del consentimiento matrimonial porque las personas de esta clase difícilmente
podrán valorar adecuadamente lo que objetivamente comporta el matrimonio (lo normal
es que vean la relación interpersonal del matrimonio desde su ángulo visual que está
viciado por su tipo particular de mentalidad); esta clase de personas difícilmente
entenderán que el partner es un “alter ego”; difícilmente dejarán de hacer la elección del
partner como una posesión despótica que no respeta 1a personalidad del “otro” [esto
lleva a viciar el consentimiento matrimonial que es propósito de comunidad de vida y de
amor] (GARCÍA FAÍLDEop.cit.85-86).
Un cuarto rasgo de la inmadurez afectiva, vinculado a los anteriores, es la inseguridad. La
persona insegura es también tímida y trata de compensar esa inseguridad y timidez con
una alta opinión de sí misma, con un excesivo orgullo, con una excesiva suspicacia que le
lleva a creer fácilmente que es menospreciada. El rasgo más evidente de una personalidad
insegura es la falta de capacidad para tomar decisiones, por una disminución del concepto
de las propias capacidades; este desasosiego le hace sufrir mucho cuando debe tomar una
decisión de importancia ya que a su sentimiento de insuficiencia se suele asociar un
carácter retraído o inhibido, escrupuloso y repleto de remordimientos que le lleva a la
pasividad o cuando más le empuja a la retirada, lo que le lleva a rechazar toda tarea con
algún componente de responsabilidad y de riesgo; esto explica que se trate de personas
que buscan el apoyo de los demás, que lo que desearían es “recibir órdenes” ya que de
este modo se liberan de la dificultad que les supone tomar una decisión. Desde una
perspectiva psicodinámica puede decirse que los inseguros tienen un “yo” débil que utiliza
frecuentemente mecanismos psicológicos de defensa del tipo de la inhibición, la represión
y las compensaciones; todos estos mecanismos psicológicos son muy neurotizantes, y, de
hecho, la inseguridad en sí misma es una de las principales fuentes de las que brota la
angustia neurótica; la inseguridad es también uno de los factores relevantes de otros
trastornos como, por ejemplo, del curso de una depresión, de la anorexia nerviosa, de la
epilepsia, de la esquizofrenia. El inseguro encuentra dificultades más o menos grandes
para establecer relaciones interpersonales. El inseguro vive en la inestabilidad emocional
ya que se sumerge en un mar de dudas y de ansiedad que no favorecen nada la función
deliberativa y electiva: difícilmente mantiene el equilibrio y la quietud necesarias para
sopesar adecuadamente los “motivos” y los “contramotivos”; fácilmente hace no lo que
quiere hacer sino lo que no quiere hacer y hace lo que no quiere hacer para librarse de la
duda, de la indecisión, etc., Por último, es propio de la referida inmadurezla falta de
responsabilidad. Y, cuando en términos psicológicos hablamos de responsabilidad
hacemos referencia a la capacidad que tiene una persona de responder, de dar cuenta
acerca de sus actos, de sus omisiones, de sus errores, sus obligaciones, etc.
El irresponsable difícilmente mantiene una relación afectiva estable con una pareja ya que
no se hace responsable de sus afectos y tiende a la falta de fidelidad porque su
compromiso sentimental es impulsivo y pasajero; estas personas son incapaces de asumir
con responsabilidad tareas propias de los adultos como el matrimonio. (GARCÍA FAÍLDE
op.cit. 86-88). En cuanto a la incidencia de la inmadurez en la nulidad del matrimonio, algo
se ha insinuado ya en los puntos inmediatamente precedentes acerca de esta incidencia
que opera en dos direcciones: en la de la incapacidad del contrayente para hacer el acto
psicológico humano del consentimiento matrimonial y/o en la de la incapacidad del
contrayente para asumir/cumplir las obligaciones esenciales del matrimonio; pero es
necesario insistir en esto haciendo antes algunas precisiones.. La inmadurez afectiva no
constituye por sí misma una causa jurídica de nulidad del matrimonio; lo que quiere decir
que la inmadurez afectiva en tanto puede incidir en la nulidad del matrimonio en cuanto
la inmadurez afectiva pueda reconducirse a alguna de las dos causas jurídicas de grave
defecto de discreción de juicio y/o de incapacidad para asumir/cumplir las obligaciones
esenciales del matrimonio; las acciones humanas se reducen en última instancia a
procesos del pensamiento (capacidad de conocer y de deliberar) y a procesos de voluntad
(capacidad de querer); por ello en todo problema de capacidad para hacer la acción
humana del consentimiento matrimonial los fenómenos de la vida afectiva son tomados
en consideración únicamente en cuanto motivos de esos procesos del pensamiento y de la
voluntad (motivos o motivación es la fuerza que empuja a la acción y marca una dirección
e imprime un sentido al acto: alejamiento del objeto si éste es nocivo (necesidad de huir)
o acercamiento al objeto si éste es placentero (necesidad de obtenerlo).

Por otra parte, la incapacidad para realizar el acto psicoético de consentir proviene de las
dificultades a veces insuperables que el afectivamente inmaduro encuentra para dominar,
moderar, los impulsos inconscientes que acaban por convertirse en irresistible fuerza
determinante de la celebración del matrimonio. Y también se da la incapacidad, en
ocasiones, por conllevar la inmadurez afectiva la desestructuración de la
coordinación/colaboración que debe existir entre todos los diversos estratos del
psiquismo humano en la elaboración del acto psicológico humano del consentimiento
matrimonial (GARCÍA FAÍLDEop. cit. 88-90).
Y, en cuanto a la incapacidad en general puede decirse que la inmadurez afectiva
incapacita para esto más que las neurosis sin especificar. Ello, por falta de dominio
emocional y de adaptación a la realidad (Decisio coram Stankiewicz 18 dic. 1986: ME 113
[1988] IV 456).
También, por exagerado egocentrismo que impide la donación generosa de uno mismo; o
bien, por falta de la capacidad de formar juicios prácticos sobre la realidad externa
objetiva y de superar sin excesiva ansiedad y sin huida al mundo de los sueños las
dificultades de la vida. Por otra parte, si bien la inmadurez afectiva es en sí misma,
independientemente de cualquier otra anomalía psíquica a la que acompañe, una
anomalía psíquica; sin embargo, dicha inmadurez de ordinario va unida a otras anomalías
psíquicas; y así la inmadurez afectiva es una de las características de los neuróticos, de los
psicópatas, de los ciclotímicos, como que lo que caracteriza a los neuróticos es el
trastorno afectivo de la angustia, a los psicópatas es el trastorno afectivo de los impulsos
agresivos que no pueden dominar, a los ciclotímicos es el trastorno afectivo de la
depresión o de la euforia .
Y pasamos ahora al examen de una de las causales de nulidad matrimonial más definida,
aunque con problemática en ciertos puntos, que constituye una anomalía psíquica, y una
enfermedad dentro de las psicosis, como es la ESQUIZOFRENIA
1º. La escisión de la personalidad, que da nombre a la esquizofrenia, supone una ruptura
de los mecanismos psíquicos normales. La mente esquizofrénica se rige por leyes nuevas,
diferentes de las de toda persona normal y de las de cualquier otro enfermo psíquico. Por
ello el esquizofrénico resulta incomprensible psicológicamente; el espectador no
“comprende” las vivencias del esquizofrénico. Ante un maníaco-depresivo o un paranoico
el observador se percata del sentido patológico de las vivencias del paciente, pero las
comprende, se “imagina lo que siente el enfermo”.
Ante el esquizofrénico, por el contrario, el espectador se siente incapaz de imaginar de
dónde le vienen al paciente sus extrañas ideas y conducta. Domina el cuadro clínico un
colorido especial de absurdidad. Los síntomas esquizofrénicos tienen un sello indefinible
de extrañeza. Consecuencia de la escisión de la personalidad es la incongruencia de la
conducta esquizofrénica. Se intercalan sucesivamente síntomas de perturbación mental
gravísima (delirios, incoherencia, alucinaciones) con rasgos de comportamiento normal, y
buen rendimiento de las tareas
2º. La extrañeza que siente el espectador también la padece el enfermo, especialmente en
los primeros estadios de la enfermedad. No comprende lo que le pasa a él ni lo que ocurre
en torno suyo, por lo que se establece una ruptura de contacto con la realidad. El
esquizofrénico tiende a refugiarse más y más en su mundo interior aislándose del
ambiente, fenómeno que se conoce como “autismo
esquizofrénico”.
. La esquizofrenia, más que un estado de anormalidad es un proceso que nace y se
desarrolla, que aparece y se oculta, que remite y se agudiza, que se elimina o se consuma.
En su primera fase la esquizofrenia no se presenta como tal y por eso viene calificada
como de esquizoide, incipiente o latente. La fase última se denomina instalación y es la
esquizofrenia manifiesta o cualificada.
Para que se origine en el Juez aquella certeza moral que le permita pronunciarse en
contra de la eficacia del consentimiento matrimonial, no basta que conste la existencia de
este transtorno morboso en cualquiera de los contrayentes. Los matices y variedades con
que la ez aun regresiones de la enfermedad y la eventual recuperabilidad del paciente
obligan a examinar cuidadosamente cada caso para descubrir si esa anormalidad psíquica
ha tenido o no una incidencia determinante sobre la capacidad crítica o sobre la libertad
del contrayente; si la ha ejercido sobre el objeto formal del consentimiento o si, por el
contrario, todos los elementos esenciales de aquel han permanecido sustancialmente
inalterados a pesar de la existencia de ese transtorno morboso. Pero en una materia tan
compleja resultará de utilidad señalar algunos criterios dados por la jurisprudencia rotal.
Dos condiciones: a) que se trata de verdadera esquizofrenia; b) que se encuentra en fase
cualificada, sin que sea suficiente la fase denominada esquizoide. En realidad, la
esquizofrenia hace inválido el matrimonio cuando la discreción de juicio proporcionada al
matrimonio queda gravemente disminuida a causa de la perturbación del proceso de
elección, habida cuenta del grado de disociación de las facultades y de su alteración y
desconexión con la realidad. No puede darse una norma general, sino que hay que
estudiar cuidadosamente cada caso (Decisio coram Pinto 2 maii 1977: Eph.I.C. [1979] 246
y 248).
Y, si en el momento de contraer existía disociación grave de la personalidad o entre ésta y
el mundo exterior, el consentimiento matrimonial ha de tenerse como inválido de
conformidad con el can. 1095. 2°; en caso contrario no podría procederse por este vicio de
consentimiento.

HOMOSEXUALIDAD
1º. Podemos decir con Mons. Gutierrez Marín (op. cit. 146), que la homosexualidad es una
anomalía por la que una persona se inclina habitualmente a obtener la satisfacción sexual
con personas de su propio sexo. Aplicada a la mujer, esta anomalía adopta propiamente el
nombre de lesbianismo. Al hablar de homosexualidad hay que tener presente la variedad
de formas que puede revestir, desde las inclinaciones y aun prácticas homosexuales como
sustitutivas de relaciones con el sexo contrario las cuales no pueden llevarse a efecto a
causa de factores internos o externos, hasta la homosexualidad permanente y
profundamente arraigada en el sujeto, pasando por formas ambiguas de bisexualidad. La
bisexualidad es una particular condición psicosexual que hace experimentar
indiferentemente a quien por ella se ve afectado, un atractivo sexual tanto hacia el varón
como hacia la mujer; lo cual suele suceder en un elevado porcentaje de los llamados
homosexuales. No es infrecuente que la relación conyugal termine por colocar al bisexual
en el lugar y función que por naturaleza le corresponde. Homosexual, en cambio, “es
aquel que tanto en su trato como en sus intercambios principalmente eróticos opta
exclusiva y prevalentemente por pareja del propio sexo, lo cual se manifiesta con
frecuencia, aun inconscientemente, en fantasías y sueños de naturaleza sexual” (Decisio
coram Anné 25 feb. 1969: SRRD 61 [1969] 177 n. 5).
Múltiples son los factores etiológicos de la homosexualidad. En algunos casos se
descubren verdaderas causas endocrinas de tipo constitucional; en otros muchos, la
homosexualidad viene acompañada de otros desórdenes de personalidad; no pocas veces
las inclinaciones homosexuales se deben a una inadecuada educación heterosexual, a
ciertos episodios del sujeto en la fase fálica de su desarrollo, a soluciones insatisfactorias
del complejo de Edipo y a otros varios factores de orden psicosexual.
.
4º. Dado que los homosexuales contraen, a veces, matrimonio como medio social de
ocultar su anomalía, e incluso con la creencia de que así lograrán superarla, la
jurisprudencia rotal llegó a considerar dicho “vicio” como una incapacidad para
asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de naturaleza psíquica.
5º. Debe notarse que no todas las sentencias rotales relativas a este vicio del
consentimiento matrimonial han sido afirmativas de la nulidad del vínculo. Y ello por la
gran diversidad que se ha encontrado en los homosexuales, tanto en su personalidad
como en su comportamiento. En efecto, no podría llamarse propiamente homosexual al
que ha tenido relaciones con personas de su mismo sexo, pero de forma pasajera,
ocasionalmente, por curiosidad, por ser víctima de algún abuso, o por ausencia durante un
tiempo de personas del sexo opuesto. Existen otros que, como dijimos, experimentan
simultáneamente un atractivo por personas de ambos sexos, igual o menor hacia uno de
ellos según los casos; sin embargo, a causa de un hábito prolongado, optan por el
comercio con personas de su mismo sexo, sin suprimir la inclinación al sexo opuesto.
Son los casos de ambisexualidad o bisexualidad. Y existen aquellos que experimentan una
atracción exclusiva hacia las personas de su mismo sexo y un rechazo, repugnancia o
disgusto hacia las personas del sexo opuesto; particularmente en los ámbitos erótico y
sexual. Son los homosexuales exclusivos.
Por otra parte, las sentencias rotales, apoyándose siempre en peritos de notoria y
reconocida seriedad científica, ven grandes diferencias entre la homosexualidad masculina
y la femenina; así como disciernen entre la homosexualidad funcionalmente activa y la
pasiva; o bien, la indiferente, propia de aquellos que pueden comportarse indistintamente
de una u otra forma.
Y esta multiplicidad de los casos de homosexualidad se amplía si la vinculamos al
transexualismo y del transvestismo. El primero se caracteriza por un sentimiento de
pertenecer al otro sexo, con la particularidad de que, más o menos obsesivamente, se
desea pertenecer al otro sexo anatómicamente, biológicamente y legalmente. En él existe
una disociación entre los dos sexos. Y el transvestismo es un fenómeno psicosexual por el
que una persona tiene el hábito de asumir gestos, comportamientos, usar indumentaria,
etc., del sexo al que no pertenece en cuanto a su composición cromosomática. Ambos
casos se distinguen fundamentalmente de la homosexualidad en que esta desviación
inclina al sexo opuesto sin poner en discusión la propia identidad sexual; mientras que
aquéllas, en mayor o menor grado, crean en el individuo desorientación e incertidumbre
acerca del propio rol relacionado con el sexo. No obstante, entre los varones, hay
bastantes que padecen las anomalías dichas y además son homosexuales; cosa que no
ocurre entre las mujeres.
8º. La diversidad en los casos de homosexualidad aumenta todavía más si consideramos
las causas y la evolución de esa anomalía. Ya algo de esto dijimos anteriormente, a lo que
podemos agregar que se suele distinguir entre la homosexualidad llamada sintomática y la
denominada idiopática. La primera es simplemente un síntoma y un efecto de una grave
perturbación psíquica,
sea ella neurosis, psicopatía e incluso alguna psicosis como la esquizofrenia. La segunda
tiene lugar cuando no se da lo anterior; y se discute sobre la causa o concurso de causas
que la producen. Los especialistas suelen enumerar causas genéticas, causas endocrinas y
causas sociales y domésticas.
Últimamente se ha hablado de que parece que se sitúa en un cromosoma el origen de la
homosexualidad. Pero esto no está probado. Se acepta que puede haber una
predisposición de origen congénito (que es distinto del origen hereditario). Pero la
posición prevalente es que la homosexualidad es el resultado de una interacción entre lo
congénito o endógeno y lo adquirido o exógeno.
Al respecto, notemos que no puede usarse el hipotético origen parcialmente congénito
de la homosexualidad como argumento de que ella no es algo desordenado sino que está
de acuerdo con la naturaleza humana. Ello no es así, pues todos sabemos que existen, en
otros campos, malformaciones congénitas, que hay que tratar de rectificar en la medida
de lo posible. Las sentencias rotales suelen analizar detenidamente la curabilidad de esta
anomalía en cada caso concreto; o bien, su incurabilidad o inenmendabilidad, dado que
ello es un factor importante con respecto a la validez o nulidad de un matrimonio en el
que una de las partes sea homosexual. Y existen casos en los que, prescindiendo de la
condición congénita o psicógena, la duración del vicio y el hábito inveterado, convierten a
la anomalía en un vicio insanable. En otros casos, puede ser curada.
Esto depende de la fijación de dicha anomalía en la persona; y también, muy
especialmente, de la reacción moral del sujeto respecto a su problema. Esta reacción
moral frente a la anomalía es capital. Con las personas que se complacen en su
homosexualidad no puede hacer nada la medicina.
Sólo son accesibles a un tratamiento terapéutico aquellos que la sufren.
Completando lo dicho, señalamos que la jurisprudencia rotal más moderna distingue
entre bisexualidad y homosexualidad. La primera no sería de por sí causa de nulidad de
matrimonio ya que éste puede servir de cauce correctivo para la propia anomalía: No han
de considerarse como incapaces de asumir las obligaciones conyugales aquellos que se
manifiestan sólo como bisexuales, dado que pueden llevar a cumplimiento los actos
conyugales de modo natural si bien pueden, a veces, recurrir a actos contra naturam.
Son éstos, sin embargo, límites demasiado estrechos para que dentro de ellos quepa todo
el complejo tema de la sexualidad en relación con el matrimonio. En efecto, siempre que
una determinada anomalía sexual pueda perturbar gravemente el consorcio perpetuo y
exclusivo de la vida heterosexual propia del matrimonio con lo que ella encierra de
fenomenología inter-personal de los esposos, es causa suficiente para afirmar que el
consentimiento matrimonial fue nulo. Con demasiada frecuencia las inclinaciones
homosexuales del bisexual quedan de tal modo integradas en su personalidad que
constituyen un rasgo peculiar de ésta y es entonces cuando cabe hablar de incapacidad
radical para el matrimonio: “Tratándose de una relación interpersonal para llevar a efecto
el consorcio heterosexual de vida perpetuo y exclusivo, es necesario ver en la misma
singularidad del caso tanto la fuerza y el vigor de la personalidad del contrayente que dice
ser ambisexual como la especie de esta ambisexualidad en sus caracteres singulares…”
(Decisio coram Anné 6 feb. 1973:SRRD 65 [1973] 65-66).
En cuanto a la homosexualidad propiamente dicha, la jurisprudencia enseña que si
incapacita para establecer relaciones heterosexuales no tanto biológicas cuanto
psicológicas invalida también el consentimiento matrimonial: “Se deduce de lo que
ordinariamente sucede, a saber, que los homosexuales o no pueden entregar-aceptar el
derecho total sobre el cuerpo o son incapaces de llevarlo a efecto perpetuamente o de
modo exclusivo (Decisio coram Lefebvre 2 dec. 1967:SRRD 59 [1967] 804 n. 10). Bajo
cualquier aspecto que se considere la homosexualidad, siempre que por argumentos
válidos conste con certeza moral que los contrayentes (trátese del varón o de la mujer)
celebraron el matrimonio afectados por dicho vicio, el matrimonio ha de declararse
inválido. Pues quienes se ven afectados por la homosexualidad, precisamente porque
carecen de la nota de heterosexualidad, han de considerarse incapaces de entregar y de
aceptar el ius in corpus tal y como viene exigido por la naturaleza de las cosas, para que
sea conyugal. No puede dudarse de la importancia de la sexualidad en orden a la persona,
por lo cual, siempre que cualquiera de los esposos se vea afectado por verdadera
homosexualidad, grave e irreversible, no puede entregarse ni recibir en orden a constituir
el matrimonio ya que está privado de algo que pertenece a su esencia”
(Decisio coram Giannecchini 19 iul. 1983: ME [1984] 235).

Los vicios de consentimiento


Los vicios que veremos provocan la nulidad del consentimiento porque afectan el
entendimiento de la persona.
Si bien la ignorancia y el error no son términos equivalentes se podrían clasificar en
diversos supuestos del error en sentido amplio.
Error sobre el negocio:
a. Error sobre la identidad del negocio: ignorancia o error sobre la esencia del matrimonio
(canon
1096).
b. Error sobre la cualidad del negocio: error iuris sobre las propiedades esenciales del
matrimonio
o sobre su dignidad sacramental (canon 1099).
Error sobre la persona:
a. Error sobre identidad de la persona (canon 1097 § 1).
b. Error sobre cualidad de la persona:
* Cualidad directa y principalmente pretendida (canon 1097 § 2).
* Error doloso: error sobre una cualidad de la persona provocado por dolo (canon 1098).

LA IGNORANCIA DE LA NATURALEZA DEL MATRIMONIO


Can. 1096 § 1. Para que pueda haber consentimiento matrimonial, es necesario que los
contrayentes no ignoren al menos que el matrimonio es un consorcio permanente entre
un varón y una mujer, ordenado a la procreación de la prole mediante una cierta
cooperación sexual.
§ 2. Esta ignorancia no se presume después de la pubertad.
El presente canon habla del conocimiento mínimo que han de tener los contrayentes.
Presupuesta la capacidad natural no afectada por ninguna anomalía psíquica, el Código
establece que para que los esposos se adhieran por medio del consentimiento a su objeto
específico, es necesario que lo conozcan, de hecho, al menos en sus elementos esenciales.
Ignorancia es ausencia de conocimiento, en cambio el error es conocimiento erróneo
sobre algo o alguien, pero es conocimiento. La jurisprudencia trata la ignorancia como un
supuesto error sobre la esencia o identidad misma del matrimonio, que se prueba no por
lo que ignora el contrayente, sino por lo que entiende por matrimonio.
Es claro que el conocimiento de la naturaleza del matrimonio y de los actos que son
propios de los cónyuges, no pueden ser igual en todas las personas por la diversa edad,
educación, cultura, ambiente social, etc. Por ello en este canon se indica el mínimo
intelectual que los esposos deben tener en el momento de la celebración del matrimonio.
De un modo más simple recuerda al canon 1055, exigiendo al menos un conocimiento
vulgar acomodado a la capacidad de todos aquellos a quienes por derecho natural les está
permitido el matrimonio por simples e ignorantes que sean.
Ese mínimo conocimiento sería, en primer lugar que no se debe ignorar que el matrimonio
es un consorcio o una sociedad que implica un vínculo unitivo entre los esposos, para
conseguir juntos el mismo fin. En segundo lugar, se debe conocer que esa unión es
permanente, es decir, estable y duradera (el error sobre la cualidad de indisolubilidad no
invalida el matrimonio, por el canon 1099).
En tercer lugar, que se trata de una sociedad heterosexual, es decir, entre un varón y una
mujer, y de ninguna manera podría ser entre personas del mismo sexo. En cuarto lugar, se
hace referencia a la finalidad, constituida por la procreación de la prole y, finalmente, se
indica que dicha procreación acontece mediante alguna cooperación sexual. Debemos
señalar que en los dos primeros esquemas estaba la expresión “corporal” en lugar de
“sexual”. En la última redacción se prefirió esta última expresión. (ver el ejemplo de la
mujer que se casó pensando que no era virgen…otra que pensaba que lo hijos se daban
porque dormían juntos – corporal y no sexual)
.
EL ERROR ACERCA DE LA PERSONA O DE UNA CUALIDAD DE LA PERSONA
Can. 1097 § 1. El error acerca de la persona hace inválido el matrimonio.
§ 2. El error acerca de una cualidad de la persona, aunque sea causa del contrato, no
dirime el matrimonio, a no ser que se pretenda esta cualidad directa y principalmente.
El canon trata del error tanto de la persona (§ 1) como de una cualidad de la persona
perfectamente definida (§ 2).
Advirtamos que la inteligencia, por el juicio falso que realiza a causa del error, presenta a
la voluntad un objeto falso, que no corresponde a la verdad objetiva. De este modo la
voluntad es inducida a emitir un consentimiento que no responde a la realidad. Por ello el
error acerca de la persona hace siempre inválido el matrimonio. Esta es una exigencia del
derecho natural; por eso, nunca ha constituido dificultad entre los canonistas. Es claro que
la alianza irrevocable que constituye el matrimonio, exige dos personas clara y
distintamente determinadas. En el caso del error, una de las partes cree que una
determinada persona es la que quiere como su cónyuge, mientras que la realidad es
diversa. En el caso del error relativo a la persona, se trata de un error de hecho, de un
error substancial y de un error antecedente . Ciertamente poco común en la actualidad,
en donde podrían pensarse en un matrimonio por procurador que luego es otra persona
la que vino a ser su esposo, casarse y luego sustituirse con su hermano gemelo.
Es luego del Concilio Vaticano II en donde se consolida un importante movimiento
doctrinal y jurisprudencial que afirma que el error en la persona no debe ser entendido en
un sentido meramente físico o corporal, sino también en el sentido más amplio,
incluyendo sus cualidades y aspectos.
Debemos considerar que no existía el error doloso del actual canon 1098 y solamente se
preveían el error en la persona y no es sus cualidades. Comienza a desarrollarse el error
redundans (error en cualidad que redunda en error en la persona).
En cuanto al error acerca de una cualidad de la persona, el consentimiento se lleva directa
y principalmente sobre la cualidad y menos principalmente sobre la persona, entonces el
error en la cualidad redunda en la sustancia y si faltase la cualidad el matrimonio sería
nulo.
Es sustantivar una cualidad, erróneamente atribuida a la otra parte y convertirla en objeto
mismo del consentimiento, pretendiéndola de modo directo y principal. Una exposición
más minuciosa de esta causal de nulidad matrimonial nos llevaría a las siguientes
consideraciones:
Diversas cualidades que pueden redundar en la persona. Entre ellas están el estado de
embarazo de la mujer; la potencia de engendrar; la paternidad ilegítima; la catolicidad; el
título de doctor; el grado militar; el vínculo civil.
Así pues, para que este error se verifique se requieren tres condiciones: primero, que la
cualidad sea de tal manera exclusiva que no convenga a ninguna otra persona, por
ejemplo, la primogénita de la reina de Inglaterra; segundo, que se trate de una persona no
conocida para el contrayente, salvo por la indicada cualidad; y tercero, que la intención
del contrayente se dirija directamente a la predicha cualidad e indirectamente a la
persona presente34.
Así pues, estimamos que el error ha de recaer sobre una cualidad importante de la otra
parte, según el aprecio del contrayente y la conciencia social, y cuya carencia incida
gravemente en la vida conyugal.
Hay una notoria proximidad con el capítulo de condición implícita del canon 1102, siendo
impreciso el límite con el canon 1097 § 2. La diferencia es que en la condición debe haber
una licencia del Ordinario y en el error sobre cualidad directa y principalmente pretendida
no hay obstáculo en que el sujeto persiga esa cualidad.

EL DOLO PROVOCADO PARA OBTENER EL CONSENTIMIENTO


Can. 1098. Quien contrae matrimonio engañado por dolo, provocado para obtener su
consentimiento, acerca de una cualidad del otro contrayente, que por su naturaleza
puede perturbar gravemente el consorcio de la vida conyugal, lo contrae inválidamente.
El presente canon es nuevo en el Código y está estrechamente vinculado al del error. Pero
mientras en el caso del error se atiende a la intención de la persona equivocada, en el
caso del dolo se atiende a la intención de la persona que engaña.
Es caso típico de esta causal el de aquel que oculta dolosamente su esterilidad. También el
de la mujer embarazada de otro; el del que oculta enfermedad grave, por ejemplo de tipo
venéreo; el del inmoral e irreligioso que se fingió muy piadoso y de buenas costumbres,
etc.
La definición clásica del dolo es la que nos ha sido transmitida del Derecho Romano por
Ulpiano: “Toda artimaña, falacia, ardid o asechanza empleada para embaucar o engañar a
otro”41. Normalmente se suele definir con Michiels: “El engaño deliberado y fraudulento
de otro en virtud del cual éste es inducido a realizar un determinado acto jurídico”.
El dolo toca directamente a la inteligencia y sólo mediante ésta influye en la voluntad de la
persona que es engañada. Presupone la intención deliberada de engañar, e induce a la
persona engañada a poner un determinado acto jurídico.
En el dolo hay siempre dos personas un agente y un paciente. El primero causa el engaño;
el paciente, en cambio, lo padece. El agente es una causa externa y libre del dolo, y por
tanto en él el dolo es un acto de la voluntad. El paciente que es engañado, sufre el efecto
del dolo en su intelecto; y este efecto lo induce a error. Por eso el dolo no es una causa
directa del consentimiento y, por tanto, del acto jurídico, sino que al causar error en la
inteligencia del paciente hace que éste ex errore consienta. Así pues, el error influye en la
voluntad del engañado sólo indirectamente.
El dolo presupone en el que lo produce la intención deliberada de engañar, es un acto de
mala fe. Es una voluntad con una intención formal y directa de engañar al paciente para
obtener el acto jurídico concreto que se busca. Sin embargo, no es necesario que del
engaño se siga un mal distinto del mismo hecho de consentir, cosa que el paciente no
hubiera hecho si no hubiese sido engañado. Se trata pues del llamado “dolo
determinante”. En el canon del dolo se expresa el nexo causa-efecto que existe entre el
engaño y el acto jurídico puesto como consecuencia de dicho engaño por la persona que
lo padece.
Dice el texto del canon que el dolo debe versar “acerca de una cualidad del otro
contrayente, es decir, que la cualidad sobre la que recae el engaño debe ser de la
comparte y no de una tercera persona. Queda excluido, como objeto del dolo que
tratamos la cualidad de esta tercera persona, por ejemplo, de la suegra, aunque deba vivir
en el futuro con los esposos.
Dice el canon que la cualidad sobre la que recae el dolo debe ser tal que por su naturaleza
pueda perturbar gravemente el consorcio de la vida conyugal. Así pues, se expresa que
dicha perturbación debe ser grave. Entre dichas cualidades el mismo Código señala la
esterilidad (canon 1084 § 3). Recordamos algunos ejemplos que constituyen supuestos
reales son el error doloso padecido por quien se casa con una mujer embarazada ab alio o
con la que había ocultado una enfermedad grave, o el de la mujer que se había unido en
matrimonio, sin saberlo, con el asesino de su padre, o con un joven inmoral y/o irreligioso
que se había fingido muy piadoso y de buenas costumbres para conseguir la mano de la
misma, convencido de que jamás lo hubiese logrado, mostrando su verdadera imagen,
etc.

No se puede considera dolo al simple silencio o la ausencia de comunicación en personas


de carácter callado, cerrado y tímido, sino que debe haber una intención de engañar con
el silencio.
Por otra parte el engaño sufrido por dolo debe ser la causa determinante para el
consentimiento.
Es decir que no basta el dolo meramente incidental, por el cual el engañado igualmente se
hubiera casado.
Entre las cualidades del otro que pueden perturbar gravemente el consorcio de vida
conyugal, se debe considerar que perturbe al engañado sino no hay dolo. Se puede
enumerar la esterilidad; un fals embarazo o embarazo producto de relaciones con un
tercero, el estado civil, la drogadicción, ludopatía, alcoholismo; pasado delictivo,
prostitución habitual, enfermedad incurable o contagiosa, trastorno mental, falta de
religiosidad, determinadas características civiles o sociales, inafectividad total,
tendencia irrefrenable a la infidelidad. Pero en la actualidad no se incluyen la vanidad, el
egoísmo, el mal genio, la pereza.
Además influye la reacción del engañado una vez que descubrió la falta de esa cualidad.
De tal manera que si luego de su descubrimiento prosiguió la convivencia no se presupone
dolo.
Can. 1099. El error acerca de la unidad o la indisolubilidad o la dignidad sacramental, con
tal de que no determine a la voluntad, no vicia el consentimiento matrimonial.
El canon 1084 del Código anterior no contemplaba este tipo de error, aunque mencionaba
las cualidades del matrimonio. El texto actual supone un error totalmente distinto de los
anteriores, ya que no es sobre la persona, sobre una cualidad buscada o producto de un
engaño doloso, sino sobre las cualidades de la institución matrimonial, que determinan la
voluntad del contrayente.
Es un error de derecho que había marcado en el cuadro introductorio de la unidad. Pero el
error iuris es solamente sobre la unidad, la indisolubilidad y del carácter sacramental del
matrimonio entre bautizados. No se incluyen la esencia y los elementos esenciales y
constitutivos del matrimonio. Este error no invalida al matrimonio ya que no se puede
exigir un conocimiento perfecto y mucho menos técnico de la naturaleza, propiedades y
fines del matrimonio. Pero la novedad del
canon es que si determina la voluntad, entonces si vicia el consentimiento, en el llamado
error pervicax o error determinante de la voluntad.
Es un capítulo autónomo de nulidad que raramente se cita y en todo caso se reconduce al
de la simulación. Esto explica que el canon esté en medio de los anteriores errores y la
posterior simulación.
Can. 1100. La certeza o la opinión acerca de la nulidad del matrimonio no excluye
necesariamente el consentimiento matrimonial.
El texto se presenta como un nexo entre los vicios del consentimiento matrimonial
originados en el ámbito del entendimiento (cánones 1096 – 1099) y los siguientes vicios
propiamente en el ámbito de la voluntad.
Recoge un principio referido al consentimiento naturalmente suficiente: el hecho de que
la persona contraiga con certeza o que su opinión, sea verdadera o errónea acerca de la
validez de su matrimonio, no excluye necesariamente que el consentimiento prestado sea
válido.
Siguiendo al canon 1057, se supone que todo consentimiento es válido y por lo tanto todo
matrimonio supone validez, como todo sacramento goza de validez hasta que se pruebe lo
contrario.
Si un esposo estuviera convencido de la nulidad de su matrimonio, porque cree o sabe
que hubo un impedimento no dispensado, igualmente se supone válido ese matrimonio
hasta probar lo contrario.
Es un canon que guarda mucha relación con la convalidación del matrimonio,
especialmente con la sanación en la raíz, en la que es fundamental la validez o no del
consentimiento.
También debemos mencionar que este canon se aprovecha para recordar que el
consentimiento y por lo tanto el sacramento goza de validez y su prueba en contrario
deberá ser presentada en el respectivo fuero canónico. No basta con pensar u opinar que
el matrimonio celebrado no fue válido, porque luego hubo separación y no funcionó.
Incluso porque hubo divorcio civil. No es el sujeto que emitió el consentimiento el que
debe tener certeza moral para determinar la validez de su consentimiento. Así como no es
el individuo, sino la Iglesia, fiel a Cristo, quien determina los requisitos, forma y
propiedades del sacramento. Ya que el matrimonio no es una acción privada de las
personas, sino de la Iglesia, por lo tanto es la Iglesia quien debe tutelar el ius in corpus, y
es quien debe responder acerca de la validez del sacramento.

SIMULACIÓN TOTAL
Can. 1101 § 1. El consentimiento interno de la voluntad se presume que está conforme
con las palabras o signos empleados al celebrar el matrimonio.

§ 2. Pero si uno o ambos contrayentes excluyen con un acto positivo de la voluntad el


matrimonio mismo, o un elemento esencial del matrimonio o una propiedad esencial, lo
contraen inválidamente.
El presente canon abarca los distintos casos que la jurisprudencia rotal denomina
simulación.
Ésta consiste en una discrepancia entre la voluntad interna y su manifestación o
declaración. Tal simulación puede ser unilateral o bilateral. En la primera se produce
generalmente una decepción de la otra parte, además de la que tiene lugar en la
comunidad eclesial; en cambio, en la simulación bilateral sólo ocurre la decepción de la
comunidad.
La jurisprudencia rotal admite la distinción entre la simulación total y la parcial, según que
su objeto sea el matrimonio mismo o algún bien esencial u obligación sustancial del
mismo. A su vez la simulación parcial suele diversificarse, según que por un acto positivo
de la voluntad algún contrayente excluya la prole, la fidelidad o la indisolubilidad del
matrimonio. Y más recientemente se ha empezado a considerar la exclusión del bien del
cónyuge.
La simulación total es la falta absoluta de la voluntad de contraer, o más bien, hay una
intención positiva de no contraer matrimonio; mientras que en la simulación parcial hay
voluntad de constituir un nexo que, sin embargo, no puede ser matrimonio porque se
excluye algo esencial de él.
En el caso de la simulación total el matrimonio es tomado sólo como medio para otra
cosa. Por ejemplo: alguien se casa para obtener el ingreso o la residencia en el país; para
librarse del servicio militar, etc. El simulante es consciente de su engaño y de la nulidad de
su matrimonio; mientras que en la simulación parcial el simulante muchas veces ignora
que contrae inválidamente.
En este capítulo de nulidad se puede incluir el caso del que rechaza positivamente y de
modo absoluto la sacramentalidad del matrimonio diciendo: “si es sacramento yo no me
caso”. Dado que para los bautizados el contrato matrimonial y el sacramento son
inseparables, la exclusión de éste implica la exclusión del matrimonio mismo. Equivale esa
postura, de algún modo, a una condición implícita. En cambio, si algún bautizado
contrajese matrimonio con una postura indiferente frente al sacramento, éste sería válido
aunque no hubiera una recepción fructuosa del mismo.
En la jurisprudencia simulación es lo mismo que ficción,
En la simulación total falta absolutamente la voluntad de contraer, o más bien, hay
“intentio non contrahendi”; mientras que en la parcial hay voluntad de constituir un nexo,
que, sin embargo, desde el punto de vista jurídico, no puede ser matrimonio “ex eo quod
in sua substancia deordinatur”. En la simulación total el acto positivo no consiste en no
querer (contraer), sino en un querer no (contraer).
La jurisprudencia sostiene que no puede acumularse la simulación total con cualquier
simulación parcial; porque rechazado el mismo contrato matrimonial no permanece nada
que pueda ser admitido como una negación de alguna propiedad del mismo matrimonio.
Por ello en un juicio sólo podrán admitirse ambos capítulos de nulidad en forma
subordinada.
Por otra parte, hay que notar que la exclusión simultánea de los tres bienes del
matrimonio no se considera simulación total sino parcial.
En cuanto a la relación entre simulación y miedo, puede señalarse que la jurisprudencia
niega que puedan proponerse como concurrentes capítulos de nulidad la simulación total
y el miedo; y algunos consideran también como incompatibles el capítulo del miedo y el
de la simulación parcial.
En consecuencia sólo podrían invocarse manera que si no pueda probarse la primera,
pueda en cambio intentarse la aprobación de la segunda.
Es asimismo imposible que coexistan como capítulos de nulidad de un mismo matrimonio
la simulación y el defecto de discreción de juicio. Ello porque la misma persona no puede
ser simultáneamente incapaz de dar el consentimiento y, al mismo tiempo, ser capaz de
excluir mediante su voluntad el matrimonio mismo o de restringir o limitar el objeto del
consentimiento matrimonial.
Por lo cual, estos capítulos de nulidad no pueden ser tratados ni definidos sino en forma
subordinada.
En cuanto a las pruebas de este capítulo de nulidad, hay que atender a la confesión del
simulante en tiempo no sospechoso, a las causas o motivos de la simulación, a las
circunstancias anteriores concomitantes y posteriores al matrimonio y, especialmente, a
la conducta o modo de actuar del simulante
.
SIMULACIÓN PARCIAL: EXCLUSIÓN DE LA INDISOLUBILIDAD
Se incluyen en este capítulo los casos de quienes se casan con la intención de realizar un
matrimonio “ad experimentum”, o bien, “ad determinatum tempus”. Es la denominada
exclusión del bonum sacramenti que no debe confundirse con la exclusión de la
sacramentalidad, ya que el primero hace referencia a la propiedad esencial de la
indisolubilidad.
Tanto la doctrina como la jurisprudencia están de acuerdo en que en la exclusión de la
indisolubilidad no cabe distinguir entre el derecho y su ejercicio, o entre la obligación y su
cumplimiento.
Se ha de notar que el error acerca de la indisolubilidad no invalida el consentimiento
matrimonial, con tal de que no determine la voluntad (canon 1099). Pero si tal error va
acompañado de menosprecio y está muy arraigado, puede presumirse que afecta a la
voluntad y por ello, que vicia al consentimiento. En cambio, si alguien es partidario del
divorcio para otros, pero no para sí, o si acepta el divorcio teóricamente en general, pero
no para su matrimonio concreto, el vínculo no queda afectado.
Hay relación entre excluir la indisolubilidad y la falta de amor conyugal; y, por el contrario,
un motivo por el que esta causal de nulidad no sea admitida será el hecho de que el
presunto simulante se incline con ardiente amor hacia la comparte.
Hay además estrecha conexión entre la indisolubilidad y el bien de la prole. Así,
normalmente, la generación de los hijos se considera como un argumento contrario a la
exclusión de la indisolubilidad.
Una consideración más pormenorizada de este capítulo de nulidad matrimonial nos lleva a
completar o ampliar la exposición precedente de la manera siguiente.
La indisolubilidad es una propiedad esencial del matrimonio que, en el matrimonio
cristiano, adquiere una peculiar firmeza por razón del sacramento . Por consiguiente, si
uno de los contrayentes o ambos excluyen tal propiedad, con un acto positivo de la
voluntad, contraen inválidamente.
Así contrae inválidamente “el que se reserve el derecho de recurrir al divorcio civil,
aunque este derecho lo reserve para sí, no absolutamente, sino sólo condicionalmente,
por ejemplo, en la hipótesis de que el matrimonio resulte infeliz, o de adulterio de la
comparte y otros casos similares. En tanto que admite tales posibilidades, excluye la
perpetuidad del vínculo”.
En el mismo sentido, sería nulo el matrimonio por la exclusión hipotética de la
indisolubilidad “aunque el que contrae de esa manera, ni sepa, ni prevea, que el vínculo
conyugal después será realmente roto” . En tal intención condicionada se podría distinguir
la voluntad en sentido psicológico y la voluntad en sentido jurídico. En el primer sentido,
la voluntad se dirige hacia un matrimonio disoluble; bajo el aspecto jurídico, la voluntad
quiere que la disolución del vínculo dependa de que se verifique el evento futuro.
La existencia del error relativo a la indisolubilidad plantea el problema de si se afecta o no
a la voluntad y en qué casos y de qué modo. Lógicamente, si tal error va acompañado de
menosprecio o está muy arraigado, puede llegar a presumirse que afecta a la voluntad.
Las llamadas intención “habitual” o “genérica” o “interpretativa” constituyen una
inclinación o disposición de ánimo adversa a la indisolubilidad. De suyo no son suficientes
para irritar el matrimonio porque no tienen por objeto un matrimonio concreto, sino el
matrimonio en general; pero van más allá del simple error.

Para determinar cuando el error sobre la indisolubilidad se traduce en la decisión de la


voluntad de contraer un matrimonio disoluble, es útil tener en cuenta la distinción entre
juicio especulativo y práctico. De suyo el juicio especulativo no dice relación a la praxis que
“hic et nunc” deba ser ejercida por el judicante; en cambio, el juicio “simpliciter” práctico
dice ya relación a dicha praxis, aunque sólo presentando un objeto como apetecible y sin
quitar toda indeterminación de la voluntad; por último, el llamado juicio práctico-práctico
de tal manera propone el objeto “hic et nunc” a la voluntad del sujeto concreto, que
infaliblemente lo elegirá. Lo difícil será establecer “in ordine probationis” cuando tal juicio
realmente se dio.
Hay relación entre excluir la indisolubilidad y la falta de amor conyugal. Así, ésta puede
constituir la causa próxima de la simulación en alguna nulidad de matrimonio “ob
exclusum bonum sacramenti”. Y, por el contrario, entre los motivos por los cuales no es
admitida, a veces, la causal de nulidad de la exclusión de la indisolubilidad, está el hecho
de que el presunto simulante se inclinara con ardiente amor hacia la comparte.
Hay, además, estrecha conexión entre la indisolubilidad y el “bonum prolis” del
matrimonio.
En cuanto a las pruebas, habrá que examinar la consistencia y persistencia del simulante
en su posición adversa a la indisolubilidad. Serán importantes también las manifestaciones
que sobre la exclusión haya hecho el nupturiente en tiempo inmediatamente anterior o
posterior a la celebración del matrimonio, así como su modo de conducirse durante ese
tiempo. Además, habrá que examinar la
causa simulandi y sería útil detectar el momento en que el presunto simulador realizó el
acto concreto de la exclusión de la indisolubilidad.

SIMULACIÓN PARCIAL: EXCLUSIÓN DE LA FIDELIDAD


No afecta a la validez del matrimonio el prever que, por debilidad, se tendrán relaciones
extraconyugales; si, en cambio, el reservarse formalmente el derecho a tenerlas, bien
porque se otorgue el “ius in corpus” a una tercera persona, o bien simplemente porque se
niegue la exclusividad del derecho a la comparte.
Así mismo, incurre en esta causal de nulidad el que se casa con la intención de no aceptar
el derecho exclusivo que la otra parte tiene y debe otorgar; así, contrae inválidamente el
que lo hace con la intención de imponer a la mujer una vida de meretriz, o viceversa.
Tampoco es válido el matrimonio contraído por un varón que al prestar su consentimiento
abriga la intención de no desprenderse de la concubina, con la que se propone seguir
manteniendo comercio sexual; en tal caso, no entrega a la comparte el “ius in corpus”
exclusivo y por lo tanto es la exclusión del bonum fidei o fidelidad.
También es nulo el matrimonio de la mujer que al celebrarlo tiene la intención, actual o
virtualmente perseverante, de entregar su cuerpo a otros varones, aún cuando no piense
si quiere en darles el “ius in corpus”; pues en tal caso no asume la obligación de observar
fidelidad.
Es indicio muy fuerte de esta simulación el tener relaciones con una tercera persona
inmediatamente antes y/o inmediatamente después de celebrado el matrimonio. Para
una exposición más pormenorizada de esta causal de nulidad matrimonial podemos
realizar las siguientes consideraciones:
Recordamos de nuevo que la causa subjetiva necesaria y eficiente que pone en la
existencia un matrimonio concreto entre dos personas natural y jurídicamente hábiles es
el consentimiento mutuo y libre de esas dos personas. Ese consentimiento matrimonial no
será verdadero si no tiene por objeto la institución matrimonial, con todo lo que le es
esencial. Y propiedad esencial del matrimonio es la unidad, que en el matrimonio cristiano
adquiere una peculiar firmeza por razón del sacramento. Por consiguiente si uno de los
contrayentes o ambos excluyen tal propiedad, con un acto positivo de voluntad, contraen
inválidamente.
Se ha planteado si la unidad y la fidelidad tienen la misma significación. Teóricamente se
pueden separar, ya que alguien podría excluir la unidad y simultáneamente obligarse a
guardar fidelidad a dos, tres o varias determinadas mujeres. Así en el Antiguo Testamento
está el caso de David, quien por el hecho de tener varias mujeres no estaba eximido de la
obligación de observar la fidelidad88. Pero la común jurisprudencia identifica la unidad
con la fidelidad, ya que la unidad, como propiedad esencial del matrimonio, debe
entenderse excluyendo tanto un múltiple vínculo, como una extraña cópula. La razón de
tal identidad es que en la Nueva Ley la obligación de la fidelidad no puede concebirse
fuera del único vínculo conyugal por el cual alguien se liga con “uno” o con “una” para
siempre. Dicho bien de la fidelidad formalmente tomado - que coincide con la unidad-
pertenece intrínsecamente a la substancia del matrimonio “ut, ea deficiente,
matrimonium non perficiatur”.
En cuanto al objeto sobre el que recae la exclusión de la fidelidad, la jurisprudencia más
antigua ponía el acento y consideraba que ésta era excluida por el que otorgaba el
derecho a actos conyugales a terceras personas. Pero, a la posición de los que para excluir
la unidad exigían una intención poligínica o poliándrica, es decir, la tradición a una tercera
persona del derecho a la cópula, se objetó que los que excluyen el bien de la fidelidad no
quieren duplicar o multiplicar los vínculos, sino librarse de ellos . En consecuencia, la
jurisprudencia más reciente pone el acento en la negación del derecho exclusivo a la
comparte, más que en el dar derecho a una tercera persona.
Asimismo, es causal de nulidad la intención de no aceptar el derecho exclusivo que la otra
parte debe otorgar. Y, por ello, contrae inválidamente el que lo hace con la intención de
imponer a la mujer una vida de meretriz.
Es importante una más profunda estimación del propósito de adulterar. Al respecto hay
que señalar que contrae inválidamente la mujer que se casa con el propósito actual o
virtual de entregarse a otros varones, considerándose como señora y legisladora y
propiciando los principios del amor libre. “
En cuanto a los elementos probatorios, hay que tener en cuenta que el simple error
acerca de la unidad del matrimonio no lo invalida, mientras permanezca en el intelecto y
no llegue a traducirse en un acto positivo de la voluntad. Para percatarse de cual sea la
intención del contrayente el juez deberá atender no sólo a los hechos anteriores y
posteriores a las nupcias, sino también a la “forma mentis” de la persona, a los efectos
posibles de su educación, a los malos ejemplos de consanguíneos y amigos que hayan
podido influir en él e incluso a las anormalidades psíquicas, si existen.
En la estimación judicial de la exclusión de la fidelidad es importante distinguir entre la
exclusión del derecho y la simple infracción del uso del derecho98. Ya que la intención de
negar elderecho exclusivo “in corpus” constituye una limitación del consentimiento y lleva
consigo la nulidad del mismo, Finalmente, señalamos que existe un nexo entre la
exclusión de la fidelidad y la exclusión de la indisolubilidad, de tal manera que la exclusión
de ésta lleva consigo la exclusión de la primera, pero no al contrario. En efecto, el que se
reserva la facultad de separarse y realizar una nueva unión, además de rechazar la
indisolubilidad, no otorga el “ius in corpus” exclusivo.
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SIMULACIÓN PARCIAL: EXCLUSIÓN DE LA PROLE
Para que haya verdadero matrimonio hay que otorgar el derecho al acto conyugal abierto
a la procreación. Esto, porque dicho acto, en su estructura ontológico-teleológica está
ordenado a la fecundidad, a la procreación. Esta ordenación abraza todo el proceso por el
cual se constituye y se realiza la fecundidad biológico-fisiológica, es decir, tanto los
tiempos de efectiva fecundidad como los de natural esterilidad. En ese sentido, nadie
puede limitar el derecho conyugal a los períodos exclusivamente estériles, o a actos
privados de fecundidad “ex industria”. Esto, no sólo sería ilícito sino que atentaría contra
la esencia del matrimonio.
La común y constante jurisprudencia total distingue, con referencia al acto conyugal que
debería estar abierto a la procreación, entre el derecho - cuya exclusión haría nulo el
matrimonio – y el uso o ejercicio del derecho - cuya exclusión no afecta a la validez del
matrimonio. Esta distinción y su efecto jurídico fue de algún modo respaldada por Pío XII
al afirmar en su Alocución a las obstetras del 29 de octubre de -1951: “si la limitación del
acto a los días de natural esterilidad se refiere no al derecho mismo, sino al uso del
derecho, la validez del matrimonio queda fuera de discusión”.
Así mismo, hay que tener en cuenta si la exclusión de la prole fue para siempre o por un
tiempo, determinado o indeterminado. Según la jurisprudencia común, cuando la
exclusión es perpetua se presume que se excluyó el derecho, lo que comporta la nulidad
del matrimonio. En cambio, cuando la exclusión fue por un tiempo, determinado o no, se
presume que sólo se excluyó el ejercicio del derecho, lo que no afecta a la validez del
matrimonio. Pero dichas presunciones admiten prueba en contrario.
Los casos de aplicación de la distinción expuesta y que sirven para su clarificación son los
conocidos ejemplos históricos de los matrimonios contraídos con el voto o el propósito
mutuo de perfecta y perpetua castidad.
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Entre las pruebas para obtener la nulidad del matrimonio por este capítulo, se encuentran
la confesión judicial y extra judicial, en tiempo no sospechoso; y la causa o motivo, simple
o complejo, suficiente para excluir la prole; así como las circunstancias antecedentes,
concomitantes y subsiguientes al matrimonio. Además, hay que tener muy en cuenta la
firmeza, la frecuencia y el modo con que manifestó el simulante antes del casamiento, su
propósito de no tener hijos; y la tenacidad con que llevó a la práctica después tal
propósito.
Recordamos que las clásicas pruebas - en parte tratadas implícitamente en los números
anteriores - son la confesión judicial y extrajudicial del simulante. La primera no constituye
por sí sola prueba suficiente; y la segunda, hecha en tiempo no sospechoso, debe ser
demostrada en juicio mediante testigos. Deberá considerarse la causa o motivo, simple o
complejo para la exclusión de la prole. Esta causa podrá ser la aversión inmoderada a los
hijos, el deseo de seguir siendo libre para dedicarse a sus ocupaciones de soltería, el
excesivo egoísmo, etc. Y también deberán considerarse las circunstancias antecedentes,
concomitantes y subsiguientes del matrimonio. Entre las primeras hay que tener en
cuenta el modo de ser del simulante y sobre todo la frecuencia, el modo y la firmeza con
que manifestó su propósito de no tener hijos. Y, entre las últimas, la tenacidad con que el
contrayente llevó a la práctica, durante la convivencia conyugal, su intención
prematrimonial contraria a la procreación
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EL CONSENTIMIENTO CONDICIONADO
Can. 1102 § 1. No puede contraerse válidamente matrimonio bajo condición de futuro.
§ 2. El matrimonio contraído bajo condición de pasado o de presente es válido o no, según
que se verifique o no aquello que es objeto de la condición.
§ 3. Sin embargo, la condición que trata el § 2 no puede ponerse lícitamente sin licencia
escrita del Ordinario del lugar.
La normativa de la nueva legislación simplifica las disposiciones anteriores. Sobre todo se
destaca, la abolición de todo matrimonio bajo condición de futuro. Y no se hace distinción
entre las diversas clases de condición, como podría ser la necesaria, imposible, ilícita, etc.
En cuanto a la condición de presente o de pasado, no puede ponerse lícitamente sin
licencia escrita del Ordinario del lugar. Mediante la licencia del Ordinario se pretende
evitar la clandestinidad de las condiciones y, por otra parte, controlar su licitud y alcance
preciso para evitar las posibles dudas que pudieran surgir sobre la validez del matrimonio.
Aquí el contrayente emite su consentimiento bajo condición de pasado o de presente su
matrimonio cuando lo acepta no es “sic et simpliciter” sino “si et quatemus”, por ejemplo
que la persona con la que contrae, no tenga tal o cual defecto. Y el nuptriente puede
subordinar, no sólo explícitamente sino también implícitamente, su consentimiento a la
existencia de ese defecto.
El consentimiento de este contrayente se dirige prevalentemente a la cualidad positiva o
negativa y subordinadamente al matrimonio, de forma que su consentimiento (y, en
consecuencia, su matrimonio) en el mismo momento en que se presta vale o no vale si en
ese momento la cualidad positiva o negativa existe o, respectivamente, no existe.
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Para que se dé una verdadera condición no es necesario que el contrayente tenga
presente de algún modo la posible nulidad del consentimiento y, por lo tanto, de su
matrimonio si lo que exige bajo condición no se realiza.
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En esta valoración de la presunción debe tenerse muy en cuenta la manera de ser de
quien se dice que puso la condición.
Otra presunción demostrativa de la condición se basa en el modo cómo se condujo la
parte, que se dice puso la condición, cuando advirtió, una vez contraído el matrimonio,
que la circunstancia (cualidad, defecto, etc.) exigida por ella, no se realizó.
La sentencia de este vicio de consentimiento, es amplia: condición de evitar la prole
,condición de una cualidad deseada en la comparte; condición de tener prole después de
verificado el resultado positivo del matrimonio; condición de evitar la generación después
del primer hijo;condición de la conversión religiosa de la otra parte; condición si “prolis
nascetur”; condición sobre el abandono de la danza por parte de la mujer; condición sobre
la virginidad de la mujer.
Las condiciones potestativas de futuro y que tiene tracto sucesivo, como por ejemplo, si
no te drogas, si vivimos en un lugar determinado, si me dejas ir a misa, etc., la doctrina y la
jurisprudencia canónica las han tenido como condiciones de presente; las han reducido a
una “promesa actual”. Es decir, “me caso contigo si me prometes ahora que dejarás de
drogarte, de embriagarte, que te convertirás al catolicismo”, etc.
La validez del matrimonio dependería de la seriedad y sinceridad de la promesa. Esto para
evitar que la validez del matrimonio estuviera pendiente del cumplimiento del evento y en
suspenso permanente.
La parte que condicionó su matrimonio a no beber o a no drogarse, siempre podría
empezar a beber o a drogarse. Con lo que, o el matrimonio nunca valdría, o en caso de
validez quedaría disuelto. Lo cual es una solución inadmisible para el derecho canónico
que no admite las condiciones resolutorias en el matrimonio.
Sin dudas es el vicio de consentimiento que más divergencias jurisprudenciales y
controversias doctrinales mantiene.

VIOLENCIA O MIEDO GRAVE


Can. 1103. Es inválido el matrimonio contraído por violencia o por miedo grave
proveniente de una causa externa, incluso el no inferido con miras al matrimonio, para
librarse del cual alguien se vea obligado a casarse.
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Es obvio que la violencia es algo propio del agente y el miedo algo propio del paciente; y
que ambos son correlativos en la violencia moral. En este capítulo se da, pues, por un
lado, el factor externo, objetivo: la amenaza (“me suicido”; “te mato”; “te desheredo”,
etc.); y, por otra parte, el factor interno, subjetivo: la trepidación o conmoción que
produce.
De suyo el miedo o coacción moral no suprime el acto voluntario del consentimiento
aunque éste se vuelva inválido por disposición del derecho positivo. El miedo lo que hace
es disminuir en mayor o menor grado la libertad del consentimiento, libertad que el
legislador quiere custodiar.
Siendo propiamente el miedo algo subjetivo, su gravedad está en relación no sólo con el
mal amenazado sino con la índole o condición de la persona que lo padece; de tal manera
que una causa de suyo no idónea para causar una trepidación mental en un sujeto, puede
causarla en otro.
Ello puede ocurrir por diversos factores, como la índole y constitución psicofísica de la
persona, la edad, el sexo, etc. Debe tenerse en cuenta que se requiere un miedo menor en
la mujer, principalmente si es de tierna edad o no es libre o independiente.
Debe notarse que el miedo al que se refiere aquí el legislador debe tener una causa
externa; de tal manera que si existiera sólo internamente, aunque fuera gravísimo, no se
lo tendría en cuenta como jurídicamente relevante para esta causal de nulidad. El vicio es
casarse por miedo y no con miedo.
En cuanto al llamado miedo reverencial, la jurisprudencia enseña que el grado de
gravedad exigido para irritar las nupcias es menor que el necesario para el miedo común .
El objeto específico del miedo reverencial es el temor de indignar a los padres o
superiores; o bien, de perder su afecto o estimación, siempre que se prevea que ello
durará mucho tiempo o será definitivo. Los pedidos inoportunos, reiterados, imperiosos,
de personas allegadas, realizados a una mujer de tierna edad, dependiente, etc., pueden
provocar un miedo reverencial calificado o grave. Sobre todo, cuando al temor de la
indignación se le agrega el de las amenazas.
En cuanto a la prueba del miedo, el argumento indirecto está constituido por la “aversio”
o contrariedad que experimenta el que padece la coacción respecto a la comparte o,
sobre todo, al matrimonio propuesto. Tal aversión debe subsistir hasta el momento de
expresar el consentimiento nupcial (debe ser una aversión al matrimonio o la repugnancia
hacia la otra persona, aunque no sea un rechazo en cuanto amiga, compañera, e incluso
como pareja sexual) y constituirá una confirmación el comportamiento posterior
coherente con tal disposición. En cambio, el argumento directo será conformado por la
efectiva demostración de las amenazas o presiones sufridas, que surjan de las pruebas
documentales y/o testimoniales.

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