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NOCIÓN DE MATRIMONIO
Can. 1055 § 1. La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen
entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su índole natural al bien de los
cónyuges y a la generación y educación de la prole, ha sido elevada por Cristo el Señor a la
dignidad de sacramento entre los bautizados.
Existe una realidad matrimonial natural, previa a la positiva canónica, que tiene sus
propias normas y que constituye el objeto de la reflexión eclesial sobre el matrimonio.
La fuente directa de este canon es el Concilio Vaticano II, en Gaudium et Spes 48:
“Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal
de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su
consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan
y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la
ley divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole
como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor
del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma
importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada
miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad
de la misma familia y de toda la sociedad humana”.
Por lo tanto la Iglesia reconoce y asume el carácter originariamente sagrado de la
realidad matrimonial, afirmando que es una institución natural, que fue fundada por el
creador y por lo tanto con una estructura sacramental análoga a todo lo creado, como el
hombre es imago Dei.
Es descubrir que esta realidad trascendente está en todo matrimonio, para luego destacar
las notas esenciales de esta institución. Para hacerlo debemos recordar la distinción, de
profunda raíz canónica entre matrimonio in fieri y matrimonio in facto esse: Matrimonio
in fieri: el acto fundante de este matrimonio es el consentimiento, por el cual se
constituye, ya es matrimonio. Luego veremos que se entiende por in fieri hasta que se
consuma sexualmente, de tal modo que se complete el matrimonio.
Matrimonio in facto esse: considera al matrimonio como estado de vida nacido del in fieri.
Es la comunidad conyugal, es el consorcio de vida y amor, perpetuo, exclusivo y abierto a
la prole. Es el matrimonio en cuanto ya constituido.
Esta distinción no es compartida por todos los autores, ya que el in fieri es la causa del
matrimonio y el in facto esse es el matrimonio mismo. Por esto decimos que se distingue
pero no se pueden separar, al suponer que en el primero debe esta contenido el segundo,
con sus elementos y propiedades esenciales.
Volviendo al texto del canon 1055 § 1, recordamos que se refiere al matrimonio natural y
no al sacramental. En el texto encontramos notas esenciales:
a) Alianza: de fuerte raíz bíblica expresa mejor el concepto que el Código anterior
que hablaba de contrato matrimonial.
b) Varón y mujer: un consorcio esencialmente heterosexual. Este elemento,
cuestionado por filosofías modernas (teoría de gender, por ejemplo) es condición para la
complementariedad, de tal modo que sin la virilidad y la femeneidad el matrimonio
carecería de estructura interna.
c) Constituyen entre sí: el matrimonio no es preexistente al consentimiento de los
cónyuges, sino que ello hacen el matrimonio al dar su consentimiento. Lo hacen nacer y lo
deben cuidar y hacer crecer todos los días. El consentimiento no es declarativo sino
constitutivo de algo nuevo.
d) Consorcio de toda la vida: correr y compartir la misma suerte es el deseo de
legislador cuando define como consortium al matrimonio. Es una íntima comunidad de
vida y amor que desea presentar el aspecto personal, espiritual y antropológico del
matrimonio. Se prefirió consortium a otros términos como communio, coniunctio, Se
excluyó la palabra amor conyugal, con lo cual se intentó evitar la medición cuantitativa y
cualitativa del amor necesario para un consentimiento válido. Lo que algunos autores
consideran una ausencia importante, ya que es el amor el elemento eficaz de
complementariedad, de superación de conflictos y de fuerte significado de que el
matrimonio no tiene un fin solamente procreativo.
El consorcio supone igualdad de los cónyuges, recordado en el canon 1135 y sostenido de
modo general por el canon 208. Hay un avance en el texto, ya que el antiguo canon 1112
tendía a perpetuar el principio de subordinación de la mujer al varón, considerado cabeza
de la sociedad conyugal. Incluso en el Código de Cánones para las Iglesias Orientales se
mejora la ubicación del canon 777 entre los principio generales. El consorcio de toda la
vida es esencial como comunión íntima y total de los esposos. Así lo indica la expresión
totius vitae que contiene tres dimensiones:
Plenitud o totalidad de la entrega mutua. Abarca todos los aspectos (tal como sucedía
con la determinación ius in corpus como objeto del consentimiento en el Código anterior).
Tras el Concilio hubo un gran esfuerzo en el magisterio y en la jurisprudencia para
profundizar la naturaleza de la sexualidad humana y la entrega conyugal.
Unicidad de esta entrega y propiedad de la unidad. Es consorcio de toda la vida sin
multiplicidad simultanea. Por eso se entiende en exclusividad.-
Permanencia y estabilidad, como raíz de la indisolubilidad. Exige que los cónyuges se den
por enteros y para siempre. Ya no son dos sino una sola carne.
Finalmente el texto afirma que está ordenado por su misma índole al bien de los
cónyuges y a la generación y educación de la prole. De esta manera se unen en un plano
de igualdad los fines del matrimonio, ya no es un fin primario la procreación, sino que se
complementa la felicidad de los esposos expresada en la paternidad y maternidad que
conforma una familia.
El consentimiento matrimonial
Can. 1057 § 1. El matrimonio lo produce el consentimiento de las partes
legítimamente manifestado entre personas jurídicamente hábiles, consentimiento que
ningún poder humano puede suplir.
§ 2. El consentimiento matrimonial es el acto de la voluntad, por el cual el varón y la mujer
se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable para constituir el matrimonio.
En este canon se encuentran los elementos más importantes del matrimonio como lo son
el consentimiento de las partes; los impedimentos (los contrayentes deben ser
jurídicamente hábiles); la forma canónica (porque el consentimiento debe ser
legítimamente manifestado); la cualidad personalísima del consentimiento que no puede
ser suplido por ningún poder humano; la naturaleza del consentimiento (un acto de la
voluntad); la función de dicho consentimiento (por el cual las partes se entregan y aceptan
mutuamente en alianza irrevocable); el objeto sobre el que recae el consentimiento de las
partes; y la cualidad heterosexual del matrimonio (varón y mujer).
En este mismo canon aparece afirmada la naturaleza contractual del matrimonio. Si bien
el Concilio no ha calificado expresamente el matrimonio como contrato; sin embargo en el
Código aparece esta denominación en el canon 1055 § 2 y en el mismo canon 1057. Esto
además del calificativo de “alianza”.
El consentimiento es la causa eficiente del matrimonio, según es afirmado por todos los
autores. Está constituido por un acto de voluntad que presupone siempre un acto de la
inteligencia que correspondería al orden de la elección9.
La complejidad del acto posee interferencias de las esferas sensibles del hombre, recibe el
influjo de la sensibilidad estética, de la afectividad sensible, del clima psicológico, de los
sentidos, internos y externos, de los apetitos sensibles, del mundo sociológico que rodea a
la persona, del mismo paisaje arquitectónico, del clima físico, de problemas de salud
corporal manifiestos, sin excluir el influjo del mundo subconsciente o inconsciente, etc. Y
en ese mundo sensible es donde se instalan las anomalías psíquicas que interfieren en el
acto humano, bien en su esfera intelectiva o en su esfera apetitiva. Por otra parte, la
psicología moderna tiende a estimar la construcción indicada como una abstracción y a
considerar, de alguna manera, a las acciones humanas como surgidas de la interacción de
todos los factores, que, como en un embudo, se introducen por el extremo amplio y salen
de la persona por el extremo estrecho. Ello podría realizarse en forma no automática y sin
que los condicionamientos impidan la libertad, como autodeterminación racional de la
persona, tanto la libertad de especificación (elegir una cosa u otra), como la libertad de
ejercicio (elegir actuar o no actuar).
Está también afirmado el que se trata de un acto personalísimo que no puede ser suplido
por ninguna potestad humana. Y este acto tiene que ser fruto de una deliberación, de una
valoración de los pro y de los contra de un juicio de la razón práctica. Como acto humano
se trata lógicamente de un acto libre, que debe ser expresado, manifestado, libremente,
sin coerción alguna independientemente de que la coerción provenga del exterior o del
interior de la persona coaccionada. Cuando falta esta libertad, el consentimiento está
viciado.
Pero el consentimiento es un acto que pertenece a lo íntimo del hombre, es un acto
interno de la voluntad. Pero debe ser exteriorizado, manifestado, según la forma
canónica. Esto porque se trata de un contrato bilateral y requiere, por su propia
naturaleza, que cada una de las partes conozca la voluntad de la otra parte. Además, el
matrimonio es una realidad pública en la Iglesia que exige la intervención de la autoridad
eclesiástica o de un delegado, que tiene la función de pedir y recibir la manifestación del
consentimiento de los contrayentes en nombre de la Iglesia (canon 1108).
También se indica en el canon y lo mismo resulta del canon 1058, que pueden contraer
matrimonio los que sean jurídicamente hábiles, es decir “aquellos a quienes el derecho no
se lo prohíbe”. Esto en la práctica se traduce en estar libre de impedimentos.
Otro caso es el de un matrimonio que no pueda ser reconocido por la ley civil acorde.
No puede realizarse sin más, sino que necesita también la licencia del Ordinario del lugar.
En la Argentina está el caso de dos personas casadas solamente por el civil, siendo los dos
católicos; ese matrimonio no es un verdadero matrimonio, no existe para la Iglesia; si uno
de ellos después quiere casarse por la Iglesia con otro católico, entonces tiene una
situación que la ley civil no reconoce. Lo mismo ocurre cuando está divorciado civilmente
y que debe haber constancia de esa situación en el expediente matrimonial. Hay que ir al
Ordinario del lugar a ver qué solución puede dar.
También está considerado aquel matrimonio de quien está sujeto a obligaciones
naturales. Una persona tiene un hijo mientras vivía en concubinato o bien de una relación
ocasional, pero después se quiere casar con otra. Está bien, tiene todo su derecho a
casarse y no hay aparente impedimento, pero antes de que el Ordinario del lugar dé su
licencia para el matrimonio tendrá que cumplir con sus obligaciones naturales respecto de
esa primera mujer con la que había convivido, y sobre todo respecto al hijo. Aquí la Iglesia
es Madre y tiene en cuenta esas situaciones.
También está el matrimonio de quien notoriamente abandonó la fe católica. En estos
casos la Iglesia generalmente pide algunas garantías. Si uno de los cónyuges por más que
esté bautizado, que ha sido católico, se hace ateo, y abandonó la fe católica, hay que
examinar el caso; porque si su posición fuera tan irreductible y tan fanática al punto de
decir “yo, si es sacramento no me caso”, rechaza el matrimonio mismo por el rechazo del
sacramento, entonces no se podría casar esa persona. Si tiene una postura indiferente,
entonces al casarse hay verdadero matrimonio. En realidad el llamado abandono notorio
de la fe es un término confuso, que no tendría la fuerza del abandono por un acto formal,
llegando a entenderse este solamente en los pedidos formales de apostasía. Sin embargo
y conforme al Motu Proprio Omnium in mentem, el apóstata no obtiene que se le borre el
bautismo, o que se lo considere como acatólico, por lo tanto estos puntos del canon no
tendría más sentido que recordar que el apóstata sigue obligado a la forma canónica, que
para la licitud de esta celebración, debe poseer la licencia del Ordinario de lugar.
También está el matrimonio de la persona que está incursa en una censura, por ejemplo,
una chica que cometió el pecado de aborto después de cumplidos 18 años y antes de
casarse, y era consciente de ello y por tanto hay un delito de excomunión latae
sententiae; antes del matrimonio tiene que ser levantada esa excomunión. De no ser
levantada no por eso el matrimonio sería inválido sino gravemente ilícito.
Otro caso es el del menor de edad o sea menor de 18 años. Luego veremos el
impedimento de edad y la competencia de la Conferencia episcopal de fijar una edad
superior para la licitud conforme al canon 1083. Aquí es el menor de edad cuyos padres
ignoran ese casamiento, o si los mismos se oponen razonablemente (un término
ciertamente amplio), tampoco puede realizarse sin el permiso del Ordinario del lugar.
Aunque el menor obtenga autorización del juez, en contra de la voluntad de sus padres,
igualmente en todos los casos es recomendado que se obtenga la licencia del Ordinario
del lugar.
Por supuesto, en todos estos casos, si se realizara el matrimonio sería verdadero
matrimonio, pero sería proceder de un modo ilegítimo, sería un pecado por parte de los
contrayentes, si lo saben, y por parte del sacerdote que asiste a ese casamiento,
consciente de que deja de lado la norma canónica.
También en el caso del matrimonio por procurador, cuando, por ejemplo, la novia está en
otro país y el novio en la Argentina, y se tiene que enviar un poder, etc.; ahí tiene que
intervenir el Ordinario del lugar y dar su licencia.
Hay otros casos que no están previstos en esta parte del Código; por ejemplo, el canon
1077 dice que el Ordinario del lugar puede prohibir por un tiempo y por una causa grave
un matrimonio determinado; puede prohibirlo pero no con una cláusula dirimente, es
decir, que haga nulo el matrimonio.
Y, finalmente, si hay un juicio de nulidad de matrimonio y el matrimonio es declarado nulo
con una doble sentencia, entonces puede ser que en la sentencia haya una prohibición
(vetitum) de que se realice un nuevo matrimonio sin permiso del Ordinario del lugar. Por
ejemplo, si uno de ellos había excluido absolutamente a los hijos o a la fidelidad o a la
indisolubilidad; o, por ejemplo, si uno de ellos tenía un problema grave de tipo
psicológico.
Entonces si ese cónyuge afectado por la prohibición quiere contraer un nuevo
matrimonio, el Ordinario del lugar dará el permiso, pero antes se cerciorará de que ese
problema ya no exista, porque si no, se expone a que de la misma manera que fue nulo el
primer matrimonio sea también nulo el segundo.
LOS IMPEDIMENTOS DIRIMENTES EN GENERAL: SU DISPENSA
1.- Noción de impedimento dirimente.
Can. 1073. El impedimento dirimente hace a la persona inhábil para contraer
matrimonio válidamente.
El impedimento suele entenderse como la prohibición legal de contraer matrimonio. Esto
afecta a su validez y está dirigida a las personas afectadas por una circunstancia o relación
señalada por la ley.
En sentido amplio es toda prohibición que impide que sea válido y lícito el matrimonio
(canon 1069) y en sentido estricto es la circunstancia externa o la relación personal que,
por derecho divino o positivo, prohíbe contraer matrimonio, haciendo inhábil a la persona
para contraerlo de tal manera que el matrimonio es ilícito pero también inválido ipso iure
(canon 1073).
Estamos frente a leyes prohibientes que hacen a la validez del acto. Sea por el hecho
prohibido o por la norma que prohíbe a esas personas. Son leyes inhabilitantes no
irritantes (canon 10). De ahí que se diga habilidad para calificar a los impedimentos y se
diga capacidad para los vicios y defectos del consentimiento.
Los impedimentos suponen una limitación al ius connubii, y este carácter excepcional
exige
que sean sancionados por una ley positiva que se interpretará de modo estricto (canon
18).
Can. 1085 § 1. Atenta inválidamente el matrimonio quien está ligado por el vínculo
de un matrimonio anterior, aunque no haya sido consumado.
§2. Aun cuando el matrimonio anterior sea nulo o haya sido disuelto por cualquier causa,
no por eso es lícito contraer otro antes de que conste legítimamente y con certeza la
nulidad o disolución del anterior.
Este impedimento sería la imposibilidad de contraer matrimonio cuando uno o ambos
contrayentes están ligados por un vínculo matrimonial válido anterior, siendo irrelevante
que dicha unión hubiera sido consumada sexualmente. O sea que es también
impedimento para un matrimonio rato y no consumado previo.
El fundamento de este impedimento es la propiedad esencial de la unidad matrimonial
que exige monogamia. Así como indirectamente la indisolubilidad salvo para los
matrimonios no sacramentales o no consumados. Al ser el origen de este impedimento de
derecho natural obliga también a los no bautizados: tal es la práctica de la Iglesia
confirmada por la aplicación del privilegio paulino y petrino (cánones 1141-1150).
Para que desaparezca este impedimento se requiere que no haya vínculo anterior, esto se
logra:
Por muerte probada por documento auténtico, siguiendo al canon 1707 y recordando que
no basta con la ausencia prolongada del cónyuge, sino todo un proceso administrativo
seguido por el Obispo diocesano.
Por disolución pontificia por dispensa de matrimonio rato y no consumado o por
dispensa a favor de la fe. En caso de inconsumación cabe solicitar la dispensa pontificia
(canon 1142) a los efectos de poder contraer válida y lícitamente un nuevo matrimonio.
Otro camino es obtener la nulidad matrimonial del primer matrimonio para contraer el
segundo. En cambio para la obtención de la sentencia de nulidad del matrimonio
contraído con este impedimento se sigue la vía simple y rápida del proceso documental
(canon 1686).
Los requisitos para que exista este impedimento son: en primer lugar, que el primer
matrimonio sea objetivamente válido y lógicamente que el vínculo de dicho matrimonio
subsista. Esto puede ocurrir aún cuando el matrimonio no hubiera sido consumado (canon
1142). Estos requisitos producen sus efectos independientemente del conocimiento o del
grado de certeza que se tenga sobre la existencia de un matrimonio anterior. Y cuando
existen dos matrimonios aparentes contraídos por la misma persona, la calificación del
segundo depende de la calificación del primero; y en caso de duda, respecto al primero, la
presunción de validez aprovecha al primer matrimonio.
La unión civil entre los obligados a la forma canónica, cuando ésta no ha sido
dispensada, ni siquiera tiene la apariencia de matrimonio, y, por tanto, no produce este
impedimento. En la actual legislación las personas que atentan un nuevo matrimonio,
aunque sólo sea civil, no incurren en ninguna pena canónica como tenía lugar
anteriormente; pero se los considera concubinos, ya que están en una “situación
irregular” desde el punto de vista matrimonial y, por lo tanto, en estado objetivo de
pecado. A esas personas se aplica lo que se expone en el número 84 de la Familiaris
Consortio y que es objeto de reflexión en las actuales asambleas sinodales.
6.- El impedimento de disparidad de cultos
Can. 1086 § 1. Es inválido el matrimonio entre dos personas, una de las cuales fue
bautizada en la Iglesia católica o recibida en su seno y otra no bautizada.
§ 2. No se dispense de este impedimento si no se cumplen las condiciones indicadas en los
cáns. 1125 y 1126.
§ 3. Si al contraer el matrimonio, una parte era comúnmente tenida por bautizada o su
bautismo era dudoso, se ha de presumir, conforme al can. 1060, la validez del
matrimonio, hasta que se pruebe con certeza que uno de los contrayentes estaba
bautizado, y el otro no.
Es la imposibilidad de contraer matrimonio entre un bautizado y uno que no está. No debe
confundirse con la situación de matrimonio mixto (cánones 1124 – 1129) aunque
compartan varias de las disposiciones legales. Los mixtos serán válidos pero ilícitos si no
cuentan con la licencia expresa de la autoridad del canon 1124, en cambio los
matrimonios dispares son inválidos si no cuentan con la debida dispensa de la autoridad.
Para dispensar este impedimento se deben cumplir las condiciones indicadas en el canon
1125 también llamadas promesas o cautelas.
Los requisitos para este impedimento son, en primer lugar, que uno de los contrayentes
haya sido bautizado en la Iglesia Católica o haya sido recibido en ella. Esto ocurre en el
caso de que alguien haya sido bautizado válidamente en una comunidad cristiana no
católica. El texto promulgado ponía una segunda condición novedosa para el Código.
Consistía en que el bautizado en la Iglesia Católica o recibido en ella no la haya
abandonado mediante un acto formal, pero este párrafo fue quitado en la última reforma
del Código.
Se entendía que este abandono de la Iglesia no debe consistir simplemente en un
alejamiento o abandono notorio, sino que debe ser realizado con algún tipo de
formalidades o solemnidades que el derecho canónico reconozca. Pero las dificul tades
probatorias que este tipo de acto conlleva, hizo que el Papa Benedicto XVI eliminara este
párrafo con su Motu Proprio Omnium in mentem 7 . Con la intención de recordar que el
bautizado, aún abandonando la fe (apostatando, cambiando de religión, realizando un
acto formal, etc.) sigue siendo bautizado y por lo tanto sujeto a las obligaciones de todo
bautizado.
Se debe notar que en la nueva legislación se realiza una distinción en lo referente a los
diáconos permanentes. Algunos son ordenados célibes y se obligan a observar el celibato.
Otros se ordenan estando ya casados, habiendo cumplido ya 35 años, teniendo el
consentimiento de la esposa, y poseyendo integridad de vida ambos esposos, etc. Pero se
estableció la norma de que éstos, si enviudaban serían inhábiles para contraer un nuevo
matrimonio (cánones 1031 § 2 y 3; 1035; 1037). En el proceso redaccional se recordaba
que el diácono casado no había elegido el celibato, y que muchas veces un segundo
matrimonio luego de haber enviudado era lo mejor solución sobre todo para los hijos. Se
preveía que los diáconos permanentes viudos no tuvieran este impedimento, pero luego
se eliminó toda referencia en el texto definitivo. Igualmente la concesión de la dispensa de
este impedimento es mucho más fácil y rápida que en los demás clérigos.
El impedimento en línea colateral en tercer o cuarto grado puede ser dispensado por el
Ordinario del lugar (canon 1082); pero nunca debe permitirse el matrimonio cuando
subsiste alguna duda sobre si las partes son consanguíneas en algún grado de línea recta o
en segundo grado en línea colateral, o sea hermanos (canon 1091 § 4).
En línea recta de primer grado, se considera a este impedimento de consanguinidad, de
manera cierta, como de derecho natural: hacia esta solución se inclinan los Romanos
Pontífices, la práctica de las Congregaciones Romanas y la mayoría de los autores.
En línea recta, en los grados siguientes, la opinión que lo considera como de derecho
natural es solamente probable: de hecho Santo Tomás lo considera de derecho
eclesiástico.
Más allá del tercero y cuarto grado en línea directa, no es cierto, según la opinión más
común, que este impedimento sea de derecho natural.
En línea colateral, en el segundo grado, se suele decir que es de derecho natural
secundario: de ahí la norma del canon 1091 § 4.
Como fundamento de este impedimento se suele aducir una razón moral, el respeto y el
pudor hacia los parientes más próximos y el peligro de trato deshonesto que puede surgir
viviendo en familia,
También se suele dar una razón social, porque las uniones contraídas fuera del
parentesco amplían las relaciones sociales, los lazos de afecto, y se multiplica la caridad
cristiana más allá del ámbito familiar. A ello se agrega la razón fisiológica y eugenésica, ya
que el matrimonio entre parientes próximos era considerado como causa de
degeneración o por lo menos, como un riesgo, aunque no siempre inmediato, de que la
prole adolezca de taras físicas o mentales.
Actualmente el auge de las técnicas de reproducción asistida y la manipulación genética
han abierto nuevos interrogantes doctrinales y jurídicos en torno a este impedimento.
La dispensa de este impedimento corresponde realizarla al Ordinario del lugar, pero debe
ser muy prudente y no otorgarla fácilmente, por las razones antes indicadas: la tutela de la
moralidad y de las costumbres en el seno de una familia.
LOS VICIOS DE CONSENTIMIENTO: INCAPACIDAD PARA CONSENTIR
El consentimiento matrimonial se emite conjuntamente por el hombre y la mujer que
intentan contraer matrimonio. En sí mismo es un único acto, si bien se expresa
simultáneamente en un doble compromiso, en una donación y aceptación recíprocas. Con
el pacto conyugal el varón se ofrece a sí mismo a la mujer, ofrece su persona entera, en
todas sus expresiones espirituales y sensibles. La mujer realiza en relación al hombre un
gesto igual. Cuando la mujer acepta al varón tomándolo como esposo, el varón acepta el
don de la mujer tomándola como esposa. Se trata de una nota que el Concilio Vaticano II
ha puesto de relieve al declarar que el matrimonio “nace del acto humano” por el que los
cónyuges se entregan “a sí mismos” el uno al otro1. Este consentimiento matrimonial no
puede ser suplido por nadie.
El consentimiento matrimonial es la causa eficiente del matrimonio. Consiste en un acto
positivo de voluntad realizado con una intención actual o virtual. No bastaría una simple
voluntad habitual. Pero, precisamente por ser un acto de voluntad, presupone un acto de
la inteligencia, según el conocido axioma nihil volitum quin praecognitum. Por este motivo
el consentimiento de las partes puede resultar viciado, tanto por parte de la voluntad
como de la inteligencia. El Código nos ofrece un elenco taxativo de los vicios del
consentimiento matrimonial en los cáns. 1095-1103, distribuyéndolos en las dos
categorías mencionadas.
Por parte del entendimiento:
1° carencia de suficiente uso de razón (canon 1095, 1°).
2° grave defecto de discreción de juicio (canon 1095, 2°).
3° incapacidad para asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de
naturaleza psíquica (can. 1095, 3°).
4° ignorancia (canon 1096).
5° error (canon 1097).
6° dolo (canon 1098).
Por parte de la voluntad:
7° simulación total o parcial (exclusiones - canon 1101).
8° condición (canon 1102).
9° violencia o miedo grave (coacción física o moral - canon 1103).
INMADUREZ AFECTIVA
1º. Seguiremos principalmente en nuestra exposición a Mons. García Faílde, en la segunda
edición de su obra “Manual de Psiquiatría forense canónica” (Universidad Pontificia
Salamanca 1991), seleccionando textos y, en parte, citándolo textualmente. Con la
expresión “inmadurez afectiva” designamos en general la inadecuada evolución de
sentimientos, afectos, emociones, pasiones, tendencias, humor dominante, instintos,
hábitos, etc., de una determinada persona. La expresión está tomada por analogía con lo
que ocurre con los frutos de la tierra, que cambian y crecen hasta llegar a su punto
culminante. Es evidente que cuando hablamos de “madurez” de un ser humano y, dentro
del ser humano, de su afectividad, no podemos entender por madurez ese
estadioterminal después del cual ya no hay una ulterior “madurez” mayor; “y es que la
persona, y con ella sus funciones psíquicas, se está haciendo continuamente, está
“madurando” sin cesar; de aquí que deba hablarse de “grados” en la madurez de la
personalidad, de la afectividad de la persona, y, por lo mismo, que deba hablarse de
“grados” en la “inmadurez” de la misma persona, de su afectividad (cf GARCÍA FAÍLDEop.
cit. 80).
2º. Podemos decir que, a medida que progresa el desarrollo de la personalidad, el
individuo aprende métodos que le permitan descargar sus impulsos y adaptarse a la
realidad reduciendo la ansiedad que las frustraciones y los conflictos pueden generar;
esos métodos son “defensas” contra las ideas y los afectos penosos e indeseables; esto,
teniendo en cuenta que el conflicto, objeto de la lucha, puede proceder tanto del exterior
como del interior del sujeto y que el mecanismo de “defensa”, aunque no lo resuelva,
atenúa o llega a hacer desaparecer el sufrimiento; estos mecanismos los emplean tanto
las personas normales como aquellas que presentan rasgos neuróticos y su finalidad es
siempre favorecer la adaptación del sujeto a la realidad, externa e interna; en el individuo
enfermo psicológicamente esta finalidad se pierde y las “defensas” se vuelven ineficaces,
rígidas, restrictivas y desacordes con la situación. Dos de estos mecanismos de “defensa”
son los de “fijación” y “regresión”. Con ellos se puede explicar la “inmaduración afectiva”.
Por otra parte, la incapacidad para realizar el acto psicoético de consentir proviene de las
dificultades a veces insuperables que el afectivamente inmaduro encuentra para dominar,
moderar, los impulsos inconscientes que acaban por convertirse en irresistible fuerza
determinante de la celebración del matrimonio. Y también se da la incapacidad, en
ocasiones, por conllevar la inmadurez afectiva la desestructuración de la
coordinación/colaboración que debe existir entre todos los diversos estratos del
psiquismo humano en la elaboración del acto psicológico humano del consentimiento
matrimonial (GARCÍA FAÍLDEop. cit. 88-90).
Y, en cuanto a la incapacidad en general puede decirse que la inmadurez afectiva
incapacita para esto más que las neurosis sin especificar. Ello, por falta de dominio
emocional y de adaptación a la realidad (Decisio coram Stankiewicz 18 dic. 1986: ME 113
[1988] IV 456).
También, por exagerado egocentrismo que impide la donación generosa de uno mismo; o
bien, por falta de la capacidad de formar juicios prácticos sobre la realidad externa
objetiva y de superar sin excesiva ansiedad y sin huida al mundo de los sueños las
dificultades de la vida. Por otra parte, si bien la inmadurez afectiva es en sí misma,
independientemente de cualquier otra anomalía psíquica a la que acompañe, una
anomalía psíquica; sin embargo, dicha inmadurez de ordinario va unida a otras anomalías
psíquicas; y así la inmadurez afectiva es una de las características de los neuróticos, de los
psicópatas, de los ciclotímicos, como que lo que caracteriza a los neuróticos es el
trastorno afectivo de la angustia, a los psicópatas es el trastorno afectivo de los impulsos
agresivos que no pueden dominar, a los ciclotímicos es el trastorno afectivo de la
depresión o de la euforia .
Y pasamos ahora al examen de una de las causales de nulidad matrimonial más definida,
aunque con problemática en ciertos puntos, que constituye una anomalía psíquica, y una
enfermedad dentro de las psicosis, como es la ESQUIZOFRENIA
1º. La escisión de la personalidad, que da nombre a la esquizofrenia, supone una ruptura
de los mecanismos psíquicos normales. La mente esquizofrénica se rige por leyes nuevas,
diferentes de las de toda persona normal y de las de cualquier otro enfermo psíquico. Por
ello el esquizofrénico resulta incomprensible psicológicamente; el espectador no
“comprende” las vivencias del esquizofrénico. Ante un maníaco-depresivo o un paranoico
el observador se percata del sentido patológico de las vivencias del paciente, pero las
comprende, se “imagina lo que siente el enfermo”.
Ante el esquizofrénico, por el contrario, el espectador se siente incapaz de imaginar de
dónde le vienen al paciente sus extrañas ideas y conducta. Domina el cuadro clínico un
colorido especial de absurdidad. Los síntomas esquizofrénicos tienen un sello indefinible
de extrañeza. Consecuencia de la escisión de la personalidad es la incongruencia de la
conducta esquizofrénica. Se intercalan sucesivamente síntomas de perturbación mental
gravísima (delirios, incoherencia, alucinaciones) con rasgos de comportamiento normal, y
buen rendimiento de las tareas
2º. La extrañeza que siente el espectador también la padece el enfermo, especialmente en
los primeros estadios de la enfermedad. No comprende lo que le pasa a él ni lo que ocurre
en torno suyo, por lo que se establece una ruptura de contacto con la realidad. El
esquizofrénico tiende a refugiarse más y más en su mundo interior aislándose del
ambiente, fenómeno que se conoce como “autismo
esquizofrénico”.
. La esquizofrenia, más que un estado de anormalidad es un proceso que nace y se
desarrolla, que aparece y se oculta, que remite y se agudiza, que se elimina o se consuma.
En su primera fase la esquizofrenia no se presenta como tal y por eso viene calificada
como de esquizoide, incipiente o latente. La fase última se denomina instalación y es la
esquizofrenia manifiesta o cualificada.
Para que se origine en el Juez aquella certeza moral que le permita pronunciarse en
contra de la eficacia del consentimiento matrimonial, no basta que conste la existencia de
este transtorno morboso en cualquiera de los contrayentes. Los matices y variedades con
que la ez aun regresiones de la enfermedad y la eventual recuperabilidad del paciente
obligan a examinar cuidadosamente cada caso para descubrir si esa anormalidad psíquica
ha tenido o no una incidencia determinante sobre la capacidad crítica o sobre la libertad
del contrayente; si la ha ejercido sobre el objeto formal del consentimiento o si, por el
contrario, todos los elementos esenciales de aquel han permanecido sustancialmente
inalterados a pesar de la existencia de ese transtorno morboso. Pero en una materia tan
compleja resultará de utilidad señalar algunos criterios dados por la jurisprudencia rotal.
Dos condiciones: a) que se trata de verdadera esquizofrenia; b) que se encuentra en fase
cualificada, sin que sea suficiente la fase denominada esquizoide. En realidad, la
esquizofrenia hace inválido el matrimonio cuando la discreción de juicio proporcionada al
matrimonio queda gravemente disminuida a causa de la perturbación del proceso de
elección, habida cuenta del grado de disociación de las facultades y de su alteración y
desconexión con la realidad. No puede darse una norma general, sino que hay que
estudiar cuidadosamente cada caso (Decisio coram Pinto 2 maii 1977: Eph.I.C. [1979] 246
y 248).
Y, si en el momento de contraer existía disociación grave de la personalidad o entre ésta y
el mundo exterior, el consentimiento matrimonial ha de tenerse como inválido de
conformidad con el can. 1095. 2°; en caso contrario no podría procederse por este vicio de
consentimiento.
HOMOSEXUALIDAD
1º. Podemos decir con Mons. Gutierrez Marín (op. cit. 146), que la homosexualidad es una
anomalía por la que una persona se inclina habitualmente a obtener la satisfacción sexual
con personas de su propio sexo. Aplicada a la mujer, esta anomalía adopta propiamente el
nombre de lesbianismo. Al hablar de homosexualidad hay que tener presente la variedad
de formas que puede revestir, desde las inclinaciones y aun prácticas homosexuales como
sustitutivas de relaciones con el sexo contrario las cuales no pueden llevarse a efecto a
causa de factores internos o externos, hasta la homosexualidad permanente y
profundamente arraigada en el sujeto, pasando por formas ambiguas de bisexualidad. La
bisexualidad es una particular condición psicosexual que hace experimentar
indiferentemente a quien por ella se ve afectado, un atractivo sexual tanto hacia el varón
como hacia la mujer; lo cual suele suceder en un elevado porcentaje de los llamados
homosexuales. No es infrecuente que la relación conyugal termine por colocar al bisexual
en el lugar y función que por naturaleza le corresponde. Homosexual, en cambio, “es
aquel que tanto en su trato como en sus intercambios principalmente eróticos opta
exclusiva y prevalentemente por pareja del propio sexo, lo cual se manifiesta con
frecuencia, aun inconscientemente, en fantasías y sueños de naturaleza sexual” (Decisio
coram Anné 25 feb. 1969: SRRD 61 [1969] 177 n. 5).
Múltiples son los factores etiológicos de la homosexualidad. En algunos casos se
descubren verdaderas causas endocrinas de tipo constitucional; en otros muchos, la
homosexualidad viene acompañada de otros desórdenes de personalidad; no pocas veces
las inclinaciones homosexuales se deben a una inadecuada educación heterosexual, a
ciertos episodios del sujeto en la fase fálica de su desarrollo, a soluciones insatisfactorias
del complejo de Edipo y a otros varios factores de orden psicosexual.
.
4º. Dado que los homosexuales contraen, a veces, matrimonio como medio social de
ocultar su anomalía, e incluso con la creencia de que así lograrán superarla, la
jurisprudencia rotal llegó a considerar dicho “vicio” como una incapacidad para
asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de naturaleza psíquica.
5º. Debe notarse que no todas las sentencias rotales relativas a este vicio del
consentimiento matrimonial han sido afirmativas de la nulidad del vínculo. Y ello por la
gran diversidad que se ha encontrado en los homosexuales, tanto en su personalidad
como en su comportamiento. En efecto, no podría llamarse propiamente homosexual al
que ha tenido relaciones con personas de su mismo sexo, pero de forma pasajera,
ocasionalmente, por curiosidad, por ser víctima de algún abuso, o por ausencia durante un
tiempo de personas del sexo opuesto. Existen otros que, como dijimos, experimentan
simultáneamente un atractivo por personas de ambos sexos, igual o menor hacia uno de
ellos según los casos; sin embargo, a causa de un hábito prolongado, optan por el
comercio con personas de su mismo sexo, sin suprimir la inclinación al sexo opuesto.
Son los casos de ambisexualidad o bisexualidad. Y existen aquellos que experimentan una
atracción exclusiva hacia las personas de su mismo sexo y un rechazo, repugnancia o
disgusto hacia las personas del sexo opuesto; particularmente en los ámbitos erótico y
sexual. Son los homosexuales exclusivos.
Por otra parte, las sentencias rotales, apoyándose siempre en peritos de notoria y
reconocida seriedad científica, ven grandes diferencias entre la homosexualidad masculina
y la femenina; así como disciernen entre la homosexualidad funcionalmente activa y la
pasiva; o bien, la indiferente, propia de aquellos que pueden comportarse indistintamente
de una u otra forma.
Y esta multiplicidad de los casos de homosexualidad se amplía si la vinculamos al
transexualismo y del transvestismo. El primero se caracteriza por un sentimiento de
pertenecer al otro sexo, con la particularidad de que, más o menos obsesivamente, se
desea pertenecer al otro sexo anatómicamente, biológicamente y legalmente. En él existe
una disociación entre los dos sexos. Y el transvestismo es un fenómeno psicosexual por el
que una persona tiene el hábito de asumir gestos, comportamientos, usar indumentaria,
etc., del sexo al que no pertenece en cuanto a su composición cromosomática. Ambos
casos se distinguen fundamentalmente de la homosexualidad en que esta desviación
inclina al sexo opuesto sin poner en discusión la propia identidad sexual; mientras que
aquéllas, en mayor o menor grado, crean en el individuo desorientación e incertidumbre
acerca del propio rol relacionado con el sexo. No obstante, entre los varones, hay
bastantes que padecen las anomalías dichas y además son homosexuales; cosa que no
ocurre entre las mujeres.
8º. La diversidad en los casos de homosexualidad aumenta todavía más si consideramos
las causas y la evolución de esa anomalía. Ya algo de esto dijimos anteriormente, a lo que
podemos agregar que se suele distinguir entre la homosexualidad llamada sintomática y la
denominada idiopática. La primera es simplemente un síntoma y un efecto de una grave
perturbación psíquica,
sea ella neurosis, psicopatía e incluso alguna psicosis como la esquizofrenia. La segunda
tiene lugar cuando no se da lo anterior; y se discute sobre la causa o concurso de causas
que la producen. Los especialistas suelen enumerar causas genéticas, causas endocrinas y
causas sociales y domésticas.
Últimamente se ha hablado de que parece que se sitúa en un cromosoma el origen de la
homosexualidad. Pero esto no está probado. Se acepta que puede haber una
predisposición de origen congénito (que es distinto del origen hereditario). Pero la
posición prevalente es que la homosexualidad es el resultado de una interacción entre lo
congénito o endógeno y lo adquirido o exógeno.
Al respecto, notemos que no puede usarse el hipotético origen parcialmente congénito
de la homosexualidad como argumento de que ella no es algo desordenado sino que está
de acuerdo con la naturaleza humana. Ello no es así, pues todos sabemos que existen, en
otros campos, malformaciones congénitas, que hay que tratar de rectificar en la medida
de lo posible. Las sentencias rotales suelen analizar detenidamente la curabilidad de esta
anomalía en cada caso concreto; o bien, su incurabilidad o inenmendabilidad, dado que
ello es un factor importante con respecto a la validez o nulidad de un matrimonio en el
que una de las partes sea homosexual. Y existen casos en los que, prescindiendo de la
condición congénita o psicógena, la duración del vicio y el hábito inveterado, convierten a
la anomalía en un vicio insanable. En otros casos, puede ser curada.
Esto depende de la fijación de dicha anomalía en la persona; y también, muy
especialmente, de la reacción moral del sujeto respecto a su problema. Esta reacción
moral frente a la anomalía es capital. Con las personas que se complacen en su
homosexualidad no puede hacer nada la medicina.
Sólo son accesibles a un tratamiento terapéutico aquellos que la sufren.
Completando lo dicho, señalamos que la jurisprudencia rotal más moderna distingue
entre bisexualidad y homosexualidad. La primera no sería de por sí causa de nulidad de
matrimonio ya que éste puede servir de cauce correctivo para la propia anomalía: No han
de considerarse como incapaces de asumir las obligaciones conyugales aquellos que se
manifiestan sólo como bisexuales, dado que pueden llevar a cumplimiento los actos
conyugales de modo natural si bien pueden, a veces, recurrir a actos contra naturam.
Son éstos, sin embargo, límites demasiado estrechos para que dentro de ellos quepa todo
el complejo tema de la sexualidad en relación con el matrimonio. En efecto, siempre que
una determinada anomalía sexual pueda perturbar gravemente el consorcio perpetuo y
exclusivo de la vida heterosexual propia del matrimonio con lo que ella encierra de
fenomenología inter-personal de los esposos, es causa suficiente para afirmar que el
consentimiento matrimonial fue nulo. Con demasiada frecuencia las inclinaciones
homosexuales del bisexual quedan de tal modo integradas en su personalidad que
constituyen un rasgo peculiar de ésta y es entonces cuando cabe hablar de incapacidad
radical para el matrimonio: “Tratándose de una relación interpersonal para llevar a efecto
el consorcio heterosexual de vida perpetuo y exclusivo, es necesario ver en la misma
singularidad del caso tanto la fuerza y el vigor de la personalidad del contrayente que dice
ser ambisexual como la especie de esta ambisexualidad en sus caracteres singulares…”
(Decisio coram Anné 6 feb. 1973:SRRD 65 [1973] 65-66).
En cuanto a la homosexualidad propiamente dicha, la jurisprudencia enseña que si
incapacita para establecer relaciones heterosexuales no tanto biológicas cuanto
psicológicas invalida también el consentimiento matrimonial: “Se deduce de lo que
ordinariamente sucede, a saber, que los homosexuales o no pueden entregar-aceptar el
derecho total sobre el cuerpo o son incapaces de llevarlo a efecto perpetuamente o de
modo exclusivo (Decisio coram Lefebvre 2 dec. 1967:SRRD 59 [1967] 804 n. 10). Bajo
cualquier aspecto que se considere la homosexualidad, siempre que por argumentos
válidos conste con certeza moral que los contrayentes (trátese del varón o de la mujer)
celebraron el matrimonio afectados por dicho vicio, el matrimonio ha de declararse
inválido. Pues quienes se ven afectados por la homosexualidad, precisamente porque
carecen de la nota de heterosexualidad, han de considerarse incapaces de entregar y de
aceptar el ius in corpus tal y como viene exigido por la naturaleza de las cosas, para que
sea conyugal. No puede dudarse de la importancia de la sexualidad en orden a la persona,
por lo cual, siempre que cualquiera de los esposos se vea afectado por verdadera
homosexualidad, grave e irreversible, no puede entregarse ni recibir en orden a constituir
el matrimonio ya que está privado de algo que pertenece a su esencia”
(Decisio coram Giannecchini 19 iul. 1983: ME [1984] 235).
SIMULACIÓN TOTAL
Can. 1101 § 1. El consentimiento interno de la voluntad se presume que está conforme
con las palabras o signos empleados al celebrar el matrimonio.