Está en la página 1de 8

EL DERECHO CANÓNICO.

Definición.

El derecho canónico es el conjunto de normas, obligaciones y derechos que


regulan las relaciones dentro y fuera de la institución religiosa de la Iglesia
católica.

Aunque el derecho canónico se remonta al momento en el que Teodosio II,


establece el cristianismo como religión oficial, el origen de la unificación y
regularización de este derecho se remonta a la recopilación de todas estas
normas por un religioso: Graciano. Este fue el primer paso para la unificación y
codificación de este derecho.

El derecho canónico es otra rama del derecho como la civil, la penal o la mercantil
y que se sigue estudiando en los proyectos de la carrera de derecho. Aunque se
ha utilizado el derecho eclesiástico como sinónimo, en Alemania empezó a
distinguirse estos dos conceptos a partir del siglo XVI.

La diferencia entre derecho eclesiástico y derecho canónico es que cuando se


habla de eclesiástico nos referimos a un derecho de origen estatal. En cambio, el
derecho canónico su fuente es de origen divino (Escrituras sagradas, tradición o
leyes emanadas de las autoridades divinas). En España, esta ciencia del Derecho
eclesiástico empezó a cultivarse a mediados del siglo XX teniendo como referente
a Italia. Pero el impulso definitivo no se dio hasta la firma de la Constitución.

Características del derecho canónico:

Las principales características son:

El derecho canónico es unitario: La Iglesia es una y por tanto su


ordenamiento tiene que ser único.

Universalidad: Este derecho tiene como sujetos a toda las personas


identificadas con su religión y por tanto va dirigido a toda la comunidad
católica. Aunque las normas pueden diferenciarse entre las que van dirigidas a
los fieles y las que van dirigidas a los religiosos que conforman la Iglesia.
Único: El derecho canónico es único porque no existe otro orden superior, es
decir no hay una jerarquía como la que existe en el derecho estatal donde hay
una norma superior (la Constitución). En este caso, el derecho canónico no se
divide en jerarquías y no depende de un ordenamiento superior.

Este derecho es elástico: Este derecho ha sufrido gran evolución desde sus
inicios y su relevancia en la edad media, por lo que se adapta al tiempo y lugar,
siempre con principios inamovibles de carácter divino.

Es un derecho escrito. Aunque también consuetudinario.

Las normas escritas que rigen este derecho son el Antiguo y Nuevo Testamento,
los cánones, que son las resoluciones de los concilios, los decretos papales y las
sentencias de los santos padres. Además, las normas son publicadas por el Papa,
en la Santa Sede a través del boletín oficial Acta Apostolicae Sedis. Este Acta es
como un Boletín oficial del derecho estatal.

Objetivo del Derecho Canónico:

(No lo conseguí)

Fuentes del derecho canónico:

Las principales fuentes de las que se nutre el derecho canónico son:

Corpus Iuris Canonici: Es la ley escrita del derecho canónico. Son normas que
tienen como sujeto pasivo a la Iglesia.

Concordatos: Son normas que regulan la relación entre la Iglesia y los Estados.

Costumbre: Conductas reiteradas y seguidas por la comunidad de fieles.

Jurisprudencia: Emitida por los tribunales pontífices.


Actos administrativos.

La Ley y la costumbre canónicas:

La Ley: Cuestiones de denominación

El primer problema que encierra la ley canónica es el de su nombre. Siempre ha


habido problemas en este punto. Es bien conocido que el término ley no es propio
del derecho canónico clásico. Las disposiciones que emanaban de la potestad
eclesiástica nunca se llamaban leyes. Las leyes eran las disposiciones generales
del emperador. Los legistas eran los juristas civiles, interpelados primariamente
por las leges. Las normas canónicas se llamaban precisamente cánones, y los que
se ocupaban de las normas eclesiásticas se llamaban por tanto canonistas1.

A esta cuestión de origen hay que añadir otra circunstancia histórica que no ayuda
a clarificar los conceptos. Sobre todo a partir de finales del siglo XII aumenta la
legislación papal y la curia pontificia se hace más sofisticada. La promulgación de
las normas pontificias queda sometida a las exigencias de la cancillería. Estas
exigencias tenían la finalidad de certificar la autenticidad del documento y evitar
las falsificaciones. Para ello el documento pontificio debía llevar el título, los sellos,
las fórmulas y los signos de validación propios de la curia pontificia (o de la curia
episcopal o abacial). Los diversísimos nombres asignados a los expedientes que
contienen normas jurídicas (bula, breve, epístola, encíclica, motu proprio,
constitución, estatuto, exhortación) no son prueba invariable del rango jurídico del
acto sino más bien del procedimiento de confección del documento, del modo de
intimarlo, o de otras variables. Responden más a la praxis y a la ciencia
diplomática (de elaboración documental) que a la ciencia jurídica.

De modo que ya llevamos tres problemas históricos sucesivos. Primero, a las


leyes no se les llama leyes; segundo, no se emplea tampoco un nombre
homogéneo, sino que pueden llamarse de muchas maneras; tercero, esos
apelativos tienen poco que ver con su categoría normativa según una moderna
concepción de las fuentes.

En el derecho canónico se emplea, y mucho, el término ley (las leyes de la Iglesia,


el título De legibus del Código, la fuerza de ley, las leyes pontificias, las leyes
episcopales). Pero ningún documento normativo lleva sin embargo el título ley. Se
usa el término ley para el género, raramente para la especie,

y nunca para los individuos2. Es decir, se hablará de las leyes de la Iglesia o de


las leyes pontificias como un género. Es raro que se emplee la palabra ley para
distinguirla de otras normas que no son ley. Y nunca se dirá, por ejemplo, Ley
pontificia de 11 de noviembre de 2012 sobre el servicio de la caridad. Se dirá más
bien Litterae Apostolicae motu proprio datae “Intima Ecclesiae Naturae” de caritate
ministranda.

La Costumbre: La verdadera causa eficiente de una costumbre eclesiástica, en la


medida en que constituye la ley, es únicamente el consentimiento de la autoridad
legislativa competente. Todas las leyes de la Iglesia implican jurisdicción espiritual,
que reside solo en la jerarquía, y, en consecuencia, los fieles no tienen poder
legislativo, ya sea por derecho divino o por estatuto canónico. Por lo tanto, es
necesario el consentimiento expreso o tácito de la autoridad eclesiástica para dar
a una costumbre la fuerza de una ley eclesiástica. Este consentimiento se
denomina legal cuando, por el estatuto general y antecedente, las costumbres
razonables reciben aprobación. Por lo tanto, la costumbre eclesiástica difiere
radicalmente de la costumbre civil. Pues, aunque ambas surgen de una cierta
conspiración y acuerdo entre las personas y los legisladores, sin embargo, en la
Iglesia la fuerza jurídica total de la costumbre se ha de obtener del consentimiento
de la jerarquía, mientras que en el estado civil, el pueblo mismo es una de las
fuentes reales de la fuerza legal de costumbre.

La costumbre, de hecho, debe proceder de la comunidad, o al menos a partir de la


acción del mayor número que constituye la comunidad. Estas acciones deben ser
libres, uniformes, frecuentes y públicas, y se realizadas con la intención de
imponer una obligación. El uso, del cual se trata, debe también ser de una
naturaleza razonable. La costumbre ya sea introduce una nueva ley o abroga una
antigua. Pero una ley, por su propio concepto, es una ordenación de la razón, por
lo que ninguna ley puede ser constituida por una costumbre irrazonable. Además,
como un estatuto existente no puede ser revocado excepto por una justa causa,
se deduce que la costumbre que ha de abrogar la antigua ley debe ser razonable,
pues de otro modo faltaría la justicia requerida. Una costumbre, considerada como
un hecho, es irrazonable cuando es contraria a la ley divina, positiva o natural, o
cuando es prohibida por la propia autoridad eclesiástica; o cuando es la ocasión
de pecado y opuesta al bien común.
Una costumbre debe también tener una prescripción legítima, la cual se obtiene
por una continuación del acto en cuestión durante cierto período de tiempo.
Ningún estatuto canónico ha definido positivamente qué es esta duración de
tiempo, por lo que su determinación se deja a la sabiduría de los canonistas.
Autores generalmente afirman que para la legalización de una costumbre según
ley o fuera de ley (juxta or prœter legem) un espacio de diez años es suficiente;
mientras que para una costumbre contraria (contra) a la ley muchos demandan un
lapso de cuarenta años. La razón dada para la necesidad de un período de tiempo
tan largo como de cuarenta años es que la comunidad sólo se persuadirá
lentamente de la oportunidad de abrogar la antigua ley y abrazar la nueva. Sin
embargo, que se puede seguir con seguridad la opinión que afirma que diez años
es suficiente para establecer una costumbre incluso contraria a la ley.

Hay que señalar, sin embargo, que en la práctica las Congregaciones Romanas
apenas toleran o permiten ninguna costumbre, incluso una inmemorial, contraria a
los sagrados cánones (Cf. Gasparri, De Sacr. Ordin., n. 53, 69 ss.). En la
introducción de una ley por prescripción, se supone que la costumbre se introdujo
de buena fe, o por lo menos por ignorancia de la ley opuesta. Sin embargo, si una
costumbre se introduce a través de connivencia (viâ conniventiœ), no se requiere
la buena fe, ya que, como cuestión de hecho, se debe presuponer la mala fe, al
menos en un principio. Sin embargo, cuando es cuestión de connivencia, el propio
legislador debe conocer sobre la formación de la costumbre y aun así no se opone
cuando podría hacerlo fácilmente, se supone entonces que se abrogue la ley
contraria directamente por la revocación tácita del legislador. Una costumbre que
es contraria a la buena moral o al [|Derecho Natural |derecho natural]] o divino
positivo siempre ha de ser rechazado como un abuso, y nunca puede ser
legalizado.

La jerarquía y la jurisdicción eclesiástica:

La jerarquía eclesiástica: Es una gradación de subordinación de personas o


dignidades, que rige las relaciones dentro del clero, en las instituciones
eclesiásticas. En distinta medida existe en todas las confesiones cristianas. No es
más que una estructura de mando, en virtud de la cual los que ocupan el grado
superior están en situación de regular los actos de los inferiores. Está
especialmente desarrollada en la jerarquía de la Iglesia católica. El menor
desarrollo se da en el protestantismo, dado que establece el sacerdocio universal,
aunque hay notables diferencias organizativas entre las iglesias Episcopal y la
presbiteriana. Los orígenes de la jerarquía eclesiástica comenzaron de manera no
programada. Los obispos de sedes vecinas, situados claramente en un plano
superior al resto del clero, hacia el siglo II, empezaron pronto a reunirse. Ocasión
propicia para estas reuniones era la consagración de un nuevo obispo, cuando
una de estas sedes quedaba vacante. La elección del obispo la hacían con el clero
y el pueblo de la ciudad, y procedían luego a consagrar al elegido.

Esta reunión sinodal implicaba un cambio de impresiones entre los prelados y era,
de hecho, un pequeño concilio.

Poco a poco se afirmó la autoridad de ciertas iglesias madres sobre aquellas a las
que habían dado lugar, y la de las sedes provinciales sobre las ubicadas en la
provincia administrativa secular.

La administración civil del mundo romano sirvió de base para la eclesiástica. El


obispo de la importante sede de Alejandría, por ejemplo, con la libertad de acción
adquirida en el año 313, ejerció autoridad sobre la provincia de Egipto, del mismo
modo que en el orden civil la ejercía el prefecto.

La autoridad suprema del obispo de Roma, que defendía ya San Cipriano, había
empezado por ser efectiva en Italia desde que, según la creencia, San Pedro
fundó esta comunidad cristiana. El traslado de la sede imperial a Constantinopla y
poco después del edicto de la concesión de la libertad de cultos, hizo que el
obispo de Roma afianzara cada día más su autoridad primera.

Los obispos de las sedes orientales más importantes, en cambio, tuvieron del
emperador mayor apoyo, pero también sujeción; o por lo menos sufrieron de una
mayor o menor intervención en el gobierno de las diócesis. La Iglesia Oriental
siempre estuvo más sujeta que la occidental al poder imperial, en razón de tener
sede en Constantinopla tanto el Patriarca como el Emperador. Esta relación
estrecha entre el poder civil y el eclesiástico, se suele llamar en la historia de la
Iglesia cesaropapismo. En general consiste en una mayor o menor subordinación
del Patriarca al Emperador. En occidente en cambio, por la lejanía de la sede
imperial, el obispo de Roma gozó siempre de una mayor libertad, llegando incluso
a ser gobernante de sus propios territorios, llamados Estados Pontificios.
En Oriente, había empezado ya la evangelización de las comarcas agrícolas,
desde las zonas de influencia urbana. El cristianismo había dejado de ser una
religión limitada a los núcleos urbanos del Mediterráneo para extenderse por las
zonas campesinas, mucho más "tradicionales" y menos preparadas para recibirlo.
Para la evangelización del campo, en Oriente se creó un elemento jerárquico
nuevo, intermedio entre el obispo y el clero: jorepiscopado. Los jorepiscopoi eran
misioneros consagrados por el obispo urbano con el fin de evangelizar la campiña
y aunque, según parece, no tenían auténtico carácter episcopal, se les concedían
facultades episcopales para poder realizar su misión con mayor efectividad. Muy
pronto surgieron conflictos jurisdiccionales entre los obispos de aldea y los de la
ciudad, y aquellos creados como superintendentes al servicio de éstos, intentaron
independizarse de la tutela urbana, acabando por ser suprimidos hacia el siglo IX.

La jurisdicción eclesiástica: Es la ejercida por la Iglesia Católica en lo civil y en lo


penal respecto de cuestiones espirituales contra personas y corporaciones. Dicta
sanciones canónicas contra e Clero y los fieles que incurren en herejía. La
jurisdicción eclesiástica tenía varias vertientes de actuación que la hacían
especialmente conflictiva y entraba en colisión con otras jurisdicciones y,
especialmente, con la jurisdicción ordinaria. Se ejercía mediante tres tipos de
jurisdicción: la jurisdicción eclesiástica común; la jurisdicción eclesiástica en sus
señoríos (en sentido amplio, como señoríos pertenecientes a obispados,
monasterios, órdenes militares, etc.) y la Inquisición. La jurisdicción eclesiástica
común actuaba tanto en lugares de realengo como de señorío en razón de las
personas (clérigos), como en razón de la materia (asuntos de religión); en ambos
casos tendía a tener una interpretación expansiva de los asuntos en los que
pretendía ser competente el tribunal eclesiástico, intentando, en razón de las
personas, conocer todos los asuntos en los que estaban implicados clérigos,
incluso tonsurados, sus vasallos y sirvientes, ya fuera en materia relacionada con
la Iglesia como en cualquier otro caso civil o criminal; asimismo, en razón de la
materia, conocía en cuestiones relacionadas no estrictamente con la religión, sino
con la moral y de manera especial en asuntos matrimoniales, de filiación ilegítima,
etc. Tales casos se resolvían por la jurisdicción ordinaria mediante los llamados
recursos de fuerza o autos de legos, que se modelaron como remedios procesales
que permitían a la jurisdicción ordinaria (la jurisdicción regia), forzar (de ahí su
nombre) a la eclesiástica para que se inhibiese en el conocimiento de asuntos de
personas con fuero eclesiástico, en favor de la primera, en asuntos no
estrictamente de materia religiosa. La visión que tenían regalistas y canonistas
sobre los recursos de fuerza era diferente, siendo para los primeros un medio para
el cumplimiento del deber regio de proteger a sus súbditos, en este caso
eclesiástico, y para los segundos, una intromisión en los derechos de la Iglesia. La
jurisdicción eclesiástica común estuvo organizada jerárquicamente, teniendo un
sistema de apelaciones propio de la estructura de la Iglesia: a) las causas en
primera instancia las conocían los obispos, que desde el Concilio de Trento la
ejercieron mediante tribunales diocesanos encabezados por el vicario general; b)
la segunda instancia se practicaba ante los tribunales metropolitanos, que
agrupaban territorialmente a las sedes episcopales, tanto en la Península como en
Indias; c) la última instancia, que debía verse en Roma, se otorgó a los tribunales
de la nunciatura, desde 1537, como privilegio concedido por los pontífices a los
reyes de España. El Tribunal de la Nunciatura desaparece en 1771, dando paso al
de la Rota con una forma que perduró hasta el sistema jurídico constitucional.

Importancia de su estudio y sus aportes:

(No lo conseguí)

Ramas del derecho canónico: El derecho canónico puede dividirse en distintas


ramas:

Derecho canónico constitucional,


Derecho canónico fundamental,
Derecho canónico administrativo,
Derecho canónico penal,
Derecho canónico procesal,
Derecho canónico sacramental,
Derecho canónico matrimonial,
Derecho canónico oriental, etc.

By: Yoyi <3

También podría gustarte