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Dios ha muerto

septiembre 1, 2014 La Época Archivo, Pensamiento Crítico 0

por: Katerin Brieger Valencia

Nietzsche será perpetuamente recordado por sus escritos, pues pasó a la historia como uno de los
filósofos más reconocidos del siglo XIX. Su capacidad de reflexión desentrañaba un razonamiento
peculiar que logró destacar en varias disciplinas.

Existe mucho que se puede criticar o rescatar del razonamiento de Nietzsche, como todos los grandes,
tiene seguidores apasionados y críticos despiadados. Parte de ello se debe a las diversas interpretaciones
que pueden nacer de ideas simples que acogen razonamientos complejos, uno de ellos, concuerda con la
siguiente afirmación: “Dios ha muerto” [1]

Esta afirmación tan sencilla, encierra un quiebre dentro de las convicciones humanas, es un elemento
desestabilizador dentro del ideal social que instituye parte de las relaciones humanas. Esta frase toma
fuerza porque absorbe lo sagrado, le resta valor a lo omnipotente y lo destruye exhibiendo su fragilidad.

La frase que anuncia la muerte de Dios es revolucionaria en tanto cuestiona los ideales instaurados,
novedosa porque obliga a salir del pensamiento del rebaño, poderosa debido a que hace tambalear las
creencias de la humanidad y dulce porque su concepto de muerte abre paso a una liberación teocrática
sobre la cual ha girado la historia de la humanidad.

La muerte de Dios invoca una temprana incertidumbre para la moral humana, pues esta última se ha
construido sobre el miedo y ha desarrollado sus reglas sobre ello. La moral se había convertido en un
entramado que giraba alrededor de Dios, por lo que con su muerte abre una discusión interna, presenta el
miedo de la liberación, desata el temor de la emancipación y enajena a quienes no están listos para ver a
su moral libre.

La moral para Nietzsche es una actitud anti natural porque deviene de pasiones primitivas que en
muchos casos son incompatibles u hostiles con la vida misma. La moral, en especial la moral cristiana,
buscar dar una sola respuesta a los instintos humanos y juzgarlos por lo que se puede y lo que no se debe
hacer. La moral religiosa busca poner barreras al espíritu humano y divinizar los deseos humanos por lo
que indudablemente generará una contradicción.

La incompatibilidad que supone el freno moral se vuelve una hostilidad a los instintos y sentidos, por lo
tanto Dios será el enemigo de la vida.

La muerte de Dios en este escenario es un acto igualmente confuso en el sentido que la moral surge de
una desagregación de pulsiones, pero no significa un progreso, sino una regresión porque este escenario
conlleva a que muchos hombres pierdan el sentido de su vida. No obstante, para Nietzsche este ocaso
pesimista significa la igualdad entre los hombres. Para “el hombre loco”, la muerte de Dios abre paso a
una decadencia equiparable a la separación de la tierra del sol, matar a Dios es perder el rumbo, volver a
la nada infinita.

En la afamada obra “Así hablaba Zarathustra”, despojar al hombre de Dios, del miedo y de su antigua
moral es uno de los pasos para abrir camino al superhombre. La muerte de Dios implicaba de alguna
manera la muerte de la antigua moral, de la concepción ordinaria del hombre mismo. La muerte de Dios
conllevaba a la muerte del hombre y esta abría paso al superhombre, aquel que se alejaba del rebaño, que
es razón y perfección.

La reflexión de la moral y de la existencia misma de Dios significa la muerte de una parte del ser
humano, ¡Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado!

1 La frase “Dios ha muerto” es atribuible a Georg Wilhelm Friedrich Hegel, quien la menciona en
Fenomenología del espíritu, obra publicada en 1807. No obstante, se ha hecho popular gracias a
Nietzsche, quien también hace uso de esta afirmación para obras como Así habló Zarathustra y La gaya
ciencia

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