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Identidad o inseparabilidad entre contrato y sacramento.

El sacramento del matrimonio


se identifica con el contrato válido entre bautizados, de tal manera que no se puede separar
el sacramento del contrato. No es una verdad de fe definida, es doctrina católica en cuanto
que es enseñada por el Magisterio ordinario de la Iglesia como una verdad cierta.
Esta cuestión fue libremente discutida entre los teólogos hasta el s. XIX. Los reformadores
protestantes (Lutero) negaron que el matrimonio fuera sacramento: según ellos es un
contrato meramente social, una cosa mundana y secular. El Concilio de Trento condenó su
doctrina y definió que el matrimonio es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo.
Pero no dijo nada respecto a la inseparabilidad entre el contrato y el sacramento.
La cuestión surgió cuando varios jefes de Estado comenzaron a avocarse la jurisdicción o el
régimen del matrimonio como contrato, dejándole a la Iglesia la competencia sobre el
matrimonio como sacramento. Praxis apoyada por la doctrina de los regalistas.

León XIII, en la Encíclica Arcanum divinae Sapientiae (1880), sostiene como doctrina
católica la tesis sobre la inseparabilidad entre contrato y sacramento. Esta doctrina quedó
consignada en el c. 1012 §2 del Código de 1917.
La cuestión se planteó varias veces insistentemente, durante el proceso de la nueva
codificación canónica. La Comisión codificadora respondió tajantemente que mientras la
cuestión teológica no sea resuelta de otra manera por los órganos competentes, es necesario
que las leyes se fundente en los presupuestos teológicos comúnmente admitidos.
La Comisión Teológica Internacional, órgano de la CDF, reafirmó la doctrina de la
inseparabilidad entre contrato y sacramento. Pero reconoce que donde no hay ningún
vestigio de fe, o ni siquiera disposición para creer, y si no se tiene ningún deseo de la gracia
y de la salvación, se origina la duda de hecho de si existe o no la intención general y
verdaderamente sacramental, y si el matrimonio contraído es válido o no.
Cuando hay un contrato matrimonial válido entre cónyuges bautizados válidamente, ese
contrato es sacramento. Por el contrario, si el contrato es inválido, no hay sacramento.
No se debe poner tanto énfasis en que la sacramentalidad del matrimonio cristiano está
precisamente en el contrato inicial (matrimonio in fieri), sino que hay que buscar la
sacramentalidad en algo más allá del contrato, en lo que éste produce (matrimonio in facto
esse), y que se inicia con la alianza o pacto de los esposos.
Condiciones para la validez del contrato
Las condiciones para la validez del contrato matrimonial están puestas por el derecho
divino (natural o positivo) y, para los bautizados católicos, también por el derecho
canónico.
De derecho divino positivo:
- Varón y mujer: “el HOMBRE dejará a su padre… para unirse a su MUJER…”
- Para toda la vida (indisolubilidad): “lo que Dios ha unido, que no lo separe el
hombre”
- Unidad: “serán los dos una sola carne”
- De derecho divino natural:
- Bien de los cónyuges
- Generación y educación de la prole
De derecho canónico:
- Personas jurídicamente hábiles, es decir, que no tengan ningún impedimento
dirimente (cc. 1073; 1083-1094).
- Personas capaces de otorgar un consentimiento libre y deliberado, y de asumir las
obligaciones esenciales del matrimonio (c. 1095).
- La forma canónica o formalidades externas (c. 1108; 1116).
c. 1056 Las propiedades esenciales del matrimonio son la unidad y la indisolubilidad, que
en el matrimonio cristiano alcanzan una particular firmeza por razón del sacramento.
Propiedad esencial: aquello que, sin ser su esencia, caracteriza o configura o identifica a un
ser o ente, de modo que sin eso no se puede entender o no puede existir.
 La unidad (o unicidad) y la indisolubilidad caracterizan e identifican al matrimonio como
algo propio de su naturaleza, de tal modo que sin ellas el matrimonio no es matrimonio (cf.
c. 1101).
La UNIDAD del matrimonio es la exclusividad del vínculo conyugal y de la entrega mutua
entre un varón y una mujer.
La INDISOLUBILIDAD es la perpetuidad de ese mismo vínculo y de esa entrega mutua,
hasta la muerte de uno de los cónyuges.
Se distingue entre indisolubilidad intrínseca (relativa) e indisolubilidad extrínseca
(absoluta).
Intrínseca: imposibilidad de disolver el vínculo por la misma causa por la que se creó, es
decir, por la voluntad e iniciativa privada de los contrayentes.
Extrínseca: imposibilidad de disolver el vínculo ni siquiera por alguna autoridad pública
(eclesiástica o civil).
La unidad y la indisolubilidad configuran, cada una a su modo, pero complementando
mutuamente, el matrimonio monogámico, y excluyen cualquier poligamia: tanto la unión
de una mujer con varios hombres (poliandría), como la unión de un hombre con varias
mujeres (poliginia).
Evolución de la poligamia a la monogamia. El matrimonio monogámico es una institución
de derecho natural, en cuanto que la misma naturaleza humana lo exige para la adecuada y
perfecta consecución de sus fines. En efecto, la naturaleza humana exige la unión estable y
permanente de un solo hombre con una sola mujer, para la educación sana, integral y
conveniente de la prole. Las ciencias modernas, especialmente la psicología y la psiquiatría,
confirman este razonamiento.
Así como los padres tienen derecho a los actos propios para engendrar prole, los hijos
tienen derecho a sus padres, bien identificados, unidos, que cubran todas sus necesidades
físicas y materiales, mentales, emocionales, espirituales.
c. 1057 §1. El matrimonio lo produce el consentimiento de las partes legítimamente
manifestado entre personas jurídicamente hábiles, consentimiento que ningún poder
humano puede suplir.
§ 2. El consentimiento matrimonial es el acto de la voluntad por el cual el varón y la mujer
se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable para constituir el matrimonio.
c. 1058 Pueden contraer matrimonio todos aquellos a quienes el derecho no se lo
prohíbe.
Se afirma el derecho de toda persona a contraer matrimonio, el cual, es un derecho natural,
fundamental, de toda persona humana, recogido también en otras normas del Código (cf.
219, 226 §1).
El ejercicio del ius connubii puede y debe ser regulado por respeto a las mismas personas, a
la institución matrimonial, a la sociedad y a la Iglesia.
La regulación no puede entenderse como la posibilidad de que la sociedad pueda quitar
total y absolutamente este derecho a una persona capaz naturalmente.
Dada su condición de derecho fundamental, la restricción de su ejercicio debe estar
plenamente justificada y ésta se debe interpretar estrictamente (cf. c. 18).
c. 1059 El matrimonio de los católicos, aunque sea católico uno solo de los
contrayentes, se rige no sólo por el derecho divino sino también por el canónico, sin
perjuicio de la competencia de la potestad civil sobre los efectos meramente civiles del
mismo matrimonio.

natural = Dios Creador de la Naturaleza


divina AT
positiva = Dios Legislador
Ley NT
(Derecho normativo)
del Estado = civil
humana
eclesiástica = canónica

Evolución histórica del régimen matrimonial


Tres etapas: 1) Primeros siglos (ss. I-IX): régimen de la autoridad civil. Los cristianos
celebraban su matrimonio conforme a las normas del Derecho Romano, pero desde el
principio buscaron una bendición eclesiástica. La Iglesia aceptó y reconoció la legislación
civil romana, en tanto no se opusiera al derecho divino; y al mismo tiempo la complementó
con la celebración litúrgica.
2) Edad media (ss. XI-XVI): monopolio de la Iglesia sobre los matrimonios. Debido a que
la sociedad era casi totalmente cristiana, el Estado se desentendió y reconoció a la Iglesia el
derecho sobre el matrimonio, limitándose a apoyar con medidas coercitivas lo decidido por
la Iglesia.
3) Edad moderna (ss. XVI-XIX): Lutero y los protestantes sostuvieron que el matrimonio
era un simple contrato social, negando su sacramentalidad. El Concilio de Trento define
que el matrimonio es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo y que la Iglesia
tiene potestad legislativa y judicial sobre él. Surge la tesis de que el matrimonio es un
instituto de fuero mixto, que interesa tanto al Estado en relación con los ciudadanos como a
la Iglesia en relación a los fieles de Cristo.
Paulatinamente la autoridad civil comenzó a extender más su competencia, considerando
que el matrimonio es un contrato social con efectos civiles. El regalismo llegó a considerar
que el Estado tiene el régimen de todo matrimonio en cuanto contrato social, y la Iglesia
tiene el régimen del matrimonio en cuanto sacramento. En adelante algunos estados
desacralizaron totalmente el matrimonio (sólo efecto civil). La Iglesia reivindicó su derecho
propio y exclusivo sobre el matrimonio de los bautizados.
En la actualidad: ante una sociedad que es pluralista, la mayoría de Estados tiene su propia
legislación civil sobre el matrimonio, y en muchos de ellos el matrimonio civil es
obligatorio para constituir el estado civil de casados.

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